La verdadera historia de la muerte de francisco franco max aub

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Bajo el título de la más famosa deellas —La verdadera historia de lamuerte de Francisco Franco,sorprendente relato de un quiméricoatentado llevado a cabo con éxito—,se reúnen en el presente volumenlas principales narraciones que laexperiencia del exilio sugirió a MaxAub. Es una galería barojiana,tierna, humorística, y a vecesamarga o patética, de figurasastrosas o quijotescas, de seresalucinados, de buscavidas, depobres diablos, de grandes hombresmalogrados, de amores irregulares

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y de utopías: el mejor Max Aub,centelleante de inventiva e ingenio,dueño de un estilo buido, punzante ymatizadísimo, anatomista de laradiografía profunda del ser ibérico.

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Max Aub

La verdaderahistoria de la

muerte deFrancisco Franco

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Título original: La verdadera historia dela muerte de Francisco FrancoMax Aub, 1960Retoque de portada: ugesan64

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LA VERDADERAHISTORIA

DE LA MUERTE DEFRANCISCO

FRANCO

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IIGNACIO JURADO MARTÍNEZ, nació enEl Cómichi, congregación del municipiode Arizpe, en el estado de Sonora, el 8de agosto de 1918. Tres años después,la familia bajó al ejido del Paso Real deBejuco, en el municipio de Rosamorada,en Nayarit. De allí, cuando la mamáenviudó por un «quítame estas pajas», setrasladaron —eran cinco hijos— a lavilla de Yahualica, en Jalisco. Alcumplir los ocho años, Ignacio se largóa Guadalajara donde fue bolero hastaque a los quince, se descubrió auténticavocación de mesero. Un lustro después

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entró a servir en un café de la calle del 5de Mayo, en la capital de la República.

—¿Usted, de dónde es?—De Guadalajara.Ser mozo de café es prestar

servicios, no famulato; dependencia, noesclavitud; tiénese ocasión de ofrecer,indicar, recomendar, reconocer;lazarillo de gustos ajenos; factótum, nolacayo; maestresala, copero, no mozo;camarero, no siervo ni siquieraapellidando libertad. Un mesero tienepersonalidad, mayor con los años sicuenta con parroquia fija, más ligadaésta a la costumbre que el servidor. Sóloel peluquero se le puede comparar, y no

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en la asistencia, menos frecuente.Ser mesero titular otorga derechos y

conocimientos múltiples. Nacho, delcafé Español, llegó a institución.Renunció a su semanal día libre porquenada le gusta tanto como andar de lacocina a sus mesas —ocho, del fondo—,al tanto de las conversaciones, metiendocuchara en cualquier ocasión, que nofaltan.

Le place tener relación directa conlas cosas: el mármol, tan duro, tan fino,tan liso, tan resbaladizo al paso deltrapo húmedo; el vidrio, todavía un pocomojado, de los vasos; la loza, blancabrillante, de tazas y platos; las

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agarraderas de ébano —luego debaquelita— de las grandes cafeteras dealuminio.

El aseo, la nitidez, elabrillantamiento de la piedra, logradopor el rodeo vivo del paño. (No recogelos trastos; hácelo Lupe, la «Guera»; latrata poco, teniendo en cuenta lascategorías. Mándala con mirar, pocaspalabras, alguna seña de la mano).Vierte el café y la leche con precisión, achorro gordo, de pronto cortado a rasdel borde de la taza o vaso, con unrecorte que demuestra, a cada momento,su conocimiento profundo del oficio.

—¿Mitad y mitad?

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—¿Basta?Le molestó la introducción del café

exprés, que le daba servido el brebaje.Desde el día de su llegada a la

capital, el 7 de octubre de 1938, hallóun cuarto en la azotea de una casa de lacalle de 57, a dos pasos de su trabajo;allí siguió. Bastábale su cama, una silla,una comodita, el baño común —al finaldel pasillo—, un aparato de radio, paraque las noticias no le cogierandesprevenido, a la hora de losdesayunos. Come y cena en el café,según lo que sobra en la cocina. Vidasentimental nunca tuvo; carece de interésmasculino: nació neutro, lo dio por

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bueno. Abundaban busconas por elrumbo, sobre todo los primeros años —las alejó el crecimiento, a borbotones,de la capital—; le conocieron,dejándole de ofrecer sus servicios; él,en cambio, no dejó de prestarlesalgunos, con lo que fue bien visto, comoen todas partes; que eran pocas. Laciudad, para él, empieza en el Zócalo,acaba en la Alameda: la calle del 5 deMayo, algo de las de Tacuba yDonceles; mojones impasibles, aizquierda y derecha: la Catedral, elPalacio de Bellas Artes; enfrente, losFerrocarriles Nacionales: la Religión, elArte, el Mundo, todo al alcance de la

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mano; le bastaba, sin darse cuenta deello.

Pequeño, hirsuto, canicas deobsidiana los ojos vivísimos; barbacerrada, magro, tirando a cobrizo,limpio a medias, los dientes muyblancos de por sí y de no fumar, semovía sin prisas, seguro de suimportancia, de llevar a cabo susfunciones con perfección, lo cual erarelativo.

—Dos exprés, dos capuchinos, untehuacán.

—Una coca, un orange, un cuarto deleche.

—Unos tibios, tres minutos; pan

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tostado. Dos jugos de naranja.—Una limonada preparada. Dos

cafés americanos.Conoció las paredes del

establecimiento cremas, grises y verdesclaras (1938–1948–1956); el mostradoral fondo, luego a la izquierda (1947); elcambio de ventiladores (1955), lasubida paulatina de precio del café, de0,25, en 1938, a un peso, en 1958. Uncambio de dueño, en 1950, sin que sealteraran rutina, lista de lasconsumiciones, ni disposición del local,como no fuese el cambio de lugar delmostrador, antes mencionado.

—Téllez renuncia la semana que

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viene.—El 1.º de septiembre, Casas será

nombrado embajador en Honduras.—Ruiz pasa a Economía.—Desaforarán a Henríquez.—Luis Ch. es el futuro gobernador

de Coahuila.Cierto odio hacia los vendedores de

billetes de la lotería nacional, que juzgainstitución inútil no teniendonecesidades económicas; añádese laprotección un tanto prosopopéyica queotorga a los boleros, por su pasado.

Con los años y el oído se hizo «unacultura». Su concepción del mundo esbastante clara; aceptable como está.

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Más, constante, la curiosidad por losproblemas de sus parroquianos y losplanteados por los mismos; nadapreguntón, por oficio, seguro de que suclientela acaba revelando, a la corta o ala larga, a unos u otros, la solución desus casos, si la hay.

Existen, naturalmente, consumidoresde paso, sin interés, a menos que entrena dilucidar un problema, y lo logren, locual se refleja en la propina. De por sí,el oído fino; lo afinó, como sucede contodo, con el diario ejercicio. Las fuentesde su saber fueron variadas, según lashoras y el tiempo. Temprano,desayunaban en la mesa de la esquina

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unos altos empleados de la Compañía deLuz y Electricidad comentando laactualidad puesta de relieve por lostitulares de los diarios. Dejando aparte adon Medardo García, bilioso, que sólose preocupa de su salud, a menos quesalte el tema de las inversionesextranjeras, su fuerte, y a don GustavoMolina, frotándose siempre las manos,lector de algunas revistasnorteamericanas, que pasa por listo, apesar de los cuernos, apasionado por loschistes. Fijos eran, en la mesa contigua,dos libreros, don Pepe y don Chucho,que parecen hermanos, sin serlo; dosfuncionarios de los Ferrocarriles,

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donjuán y don Blas, que sólo se afeitanlos miércoles; dos joyeros, don Antonioy don Sebastián; todos viejos, conaficiones a la política aduanera, al ciney a los toros. Dos jóvenes empleados deconfianza de un banco gubernativohablaban, con una regularidad digna demejor causa, de lo ingurgitado la nocheanterior y sus, para ellos, naturalesconsecuencias. Nacho tuvo así —a lolargo de cinco años, al cabo de loscuales, por cambio normal de Presidentede la República, pasaron a ocuparse delos problemas nacionales de la pesca—conocimiento preciso de casas delenocinio de todas calañas; lo cual le

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dio autoridad hasta en este tema, que nole atañía. Juntábanse, a la misma hora,en las otras mesas, tres masones,dependientes de la Secretaría deComunicaciones, comentando tenidas ylos avalares escondidos de la políticanacional; el sonorense se dio prontocuenta de que no se debían tomar muy enserio sus constantes vaticinios decambios en los equipos burocráticos yministeriales. A pesar de ello, leservían, sirviendo, para darse porenterado:

—Téllez renuncia la semana queviene.

—El 1.º de septiembre, Casas será

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nombrado embajador en Honduras.—Ruiz pasa a Economía.—Desaforarán a Henríquez.—Luis Ch. es el futuro gobernador

de Coahuila.En las horas semivacías que siguen,

aparecen forasteros; se encuentranamigos que se ven de tarde en tarde;cuéntanse sus peripecias, el nacimientodel último hijo, el cambio de «chamba»,la perspectiva de un negocio, cómo lesfue en un viaje reciente. Algún senadorbebe agua mineral con un amigoparticular en busca de recomendación;otro toma café con un conocido apenas,que intenta lo mismo.

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De dos a tres y media, el café sepuebla de oficinistas: deComunicaciones, de Agricultura, delSenado, de Correos, de Bellas Artes,del Banco de México, de Ferrocarriles,cuyos edificios fueron construidosalrededor del «Español».

Es la hora menos interesante: secomentan hechos pequeños, se truenacontra los jefes y compañeros, se hacenplanes para la tarde, se habla —poco—de la familia, se interpretan las noticiasde los periódicos de mediodía, algúnartículo o caricatura de los de lamañana, las agruras, el dolor de riñones,la solapada intención de un columnista.

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A las dos y treinta y cinco don LuisRojas Calzada se sentaba en su mesitacercana al mostrador, hablaba con ElenaRivas, la cajera, mientras trasegaba susprimeros tequilas antes de irse a lacantina de la esquina, a seguir tomando yjugar dominó hasta la una de la mañana.Don Luis, cajero de Ferrocarriles entiempos de don Porfirio, se conservabaen alcohol; rojito, rejileto, feliz. Faltó el14 de junio de 1948 porque leenterraron esa misma mañana. Sólohablaba de lo muy pasado; el mundo,para él, acabó en 1910.

Pegado en la calle —en la mesa quepor la mañana ocupaban los de la

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Compañía de Luz— se reúnen, antes decomer en un restorán de las calles deBrasil, Celerino Pujadas, NemesioSantos, Mauricio González y NorbertoMoreno; suele añadírseles algúnconocido de todos. Para ellos no haymás universo que el que forjaron, en ladécada de los veinte, Carranza, Obregóny Calles. Discuten y añorantranquilamente, aportando datos (todosguardan, a su decir, documentos inéditosque causarán gran revuelo).

—Cuando Maytorena…—Cuando el general González…—Cuando el coronel Martínez…—Cuando Lucio…

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—Cuando Villa…—Eso fue cuando Emiliano…—No, hermano, perdóname, fue

Cárdenas, en 1929.A lo largo de los años, Nacho, tuvo

por esa sola mesa, aunque algounilateralmente —lo reconocía—, unconocimiento pormenorizado de laRevolución; anecdótico y parcial desdeluego, pero suficiente para sus afaneshistóricos, lo que compensaba ciertasexigencias acerca de la temperatura delos brebajes que tragoneaban: tibio elcafé de don Nemesio, hirviendo el dedon Mauricio.

Cuando se retiran los

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«revolucionarios», empiezan a llegar los«intelectuales», que ocupan, durante treshoras —de tres y media a seis y pico—,las tres mesas del centro.

Los Revueltas, Jorge Cuesta, XavierVillaurrutia, Octavio Barreda, LuisCardoza y Aragón, Lolito Montemayor,José y Celestino Gorostiza, RodolfoUsigli, Manuel Rodríguez Lozano, LolaÁlvarez Bravo, Lupe Marín, ChuchoGuerrero Galván, Siqueiros, a vecesDiego Rivera, hablan de literatura, de laguerra española, de arte; unos de otros,mal por lo común. De teatro, de política,de viajes, de las noticias de losausentes. Comentan las revistas propias

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y ajenas. De cine.La noche, en México, no es propicia

para el café; sí para el amor. Entran ysalen mujeres al acecho, cinturitas,jotos. Algunos empleados cansados;varios provincianos haciendo recuerdode lo hecho y por hacer antes derecogerse en los hoteles cercanos. Dos otres burócratas en mal de horasextraordinarias.

Las meretrices callejoneras le tienenal corriente de los chismes de unas yotras, cuidadosas de callar —como nosea de bulto— los azares de suprofesión.

A las nueve y media se bajan las

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cortinas de fierro. A las diez, tras mojardos panes de dulce en su café con leche,a dormir despaciosamente.

Todo cambió a mediados de 1939:llegaron los refugiados españoles.

IIVarió, ante todo, el tono: en general,antes, nadie alzaba la voz y la pacienciadel cliente estaba a la medida del ritmodel servicio. Los refugiados, que llenanel café de la mañana a la noche, sin otroquehacer visible, atruenan: palmadas

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violentas para llamar al «camarero»,psts, oigas estentóreos, protestas, gritosdesaforados, inacabables discusiones enalta voz, reniegos, palabrasinimaginables públicamente para oídosvernáculos. Nacho, de buenas aprimeras, pensó regresar a Guadalajara.Pudo más su afición al oficio, lacercanía de su alojamiento, lacomodidad, el aprecio del patrón (felizcon el aumento consumicionero, que lepermitió traspasar provechosamente elestablecimiento a los tres años). Elhondo resquemor del inesperado yfurioso cambio no desapareció nunca.Sufrió el éxodo ajeno como un ejército

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de ocupación.Los recién llegados no podían

suponer —en su absoluta ignoranciaamericana— el caudal de odio hacia losespañoles que surgió de la tierra durantelas guerras de Independencia, laReforma y la Revolución, amasado losmismo con los beneficios que con lasdepredaciones. Ni alcanzarían acomprenderlo, en su cerrazónnacionalista, con el orgullo que lesprodujo la obra hispana quedescubrieron como beneficio deinventario ajeno, de pronto propio.Jamás las iglesias produjeron tantajactancia, y más en cabezas, en su mayor

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número, anticlericales.Los primeros años, la prensa más

leída, partidaria de Franco, les solíallenar de lodo; mientras losrevolucionarios, en el poder,antihispanistas por definición, losacogían con simpatía política, losopositores —carcas y gachupines— losvieron con buenos ojos, por españoles,repudiándolos por revolucionarios. Unlío. Para Ignacio la cosa resultó másfácil, los despreciaba por vocingleros.

A los dos meses, supo de la guerraespañola como el que más.

Hasta este momento, las tertuliashabían sido por oficios u oficinas, sin

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hostilidad de mesa a mesa. Losespañoles —como de costumbre, decíadon Medardo— lo revolvieron todo consus partidos y subdivisiones sutiles quesólo el tiempo se encargó de aclarar enla mente nada obtusa, para estosmatices, del mesero sonorense; porejemplo: de cómo un socialistapartidario de Negrín no podía hablarsino mal de otro socialista, si eralargocaballerista o «de Prieto», nidirigirle la palabra, a menos que fuesende la misma provincia; de cómo unanarquista de cierta fracción podíatomar café con un federal, pero no conun anarquista de otro grupo y jamás —

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desde luego— con un socialista, fuerapartidario de quien fuera, de la regiónque fuese. El haber servido en un mismocuerpo de ejército era ocasión deamistad o lo contrario. El cobrar losexiguos subsidios que se otorgaron a losrefugiados los primeros años,subdividía más a los recién llegados:los del SERE frente a los del JARE, asífuesen republicanos, socialistas,comunistas, ácratas, federales,andaluces, gallegos, catalanes,aragoneses, valencianos, montañeses olo que fueran. En una cosa estaban deacuerdo: en hablar sólo del pasado, conun acento duro, hiriente, que trastornaba.

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Nacho llegó a soñar que le traspasabanla cabeza, de oreja a oreja, con unenorme alfiler curvo, en forma de C, enun pueblo catalán. De tanto español lenació afición por Cuauhtémoc, que supoperder callando, rémora de ciertatertulia de los jueves por la tarde, dealgunos escritores de poco fuste y malalengua, amenizada por un coronel de tezmuy clara y ojos azules, enemigopersonal de Hernán Cortés y susdescendientes que —para él— eran, sinlugar a duda, todos los refugiados. Apesar de que Carmen Villalobos —zapoteca puro— le hizo ver, el 11 defebrero de 1940 (lo hago constar porque

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luego las frases se han repetido comopropias), que los recién llegados noparecían haber tenido gran cosa que veren la toma de Tenochtitlán, sino másbien los ancestros del bizarro coronelChocano López.

El mal era otro: traíanseimpertérritos en primer lugar y voz engrito:

—Cuando yo…—Cuando yo…—Cuando yo…—Cuando yo le dije al general…—Cuando tomamos la Muela…—Cuando yo, al frente de mi

compañía…

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De la compañía, del regimiento, dela brigada, del cuerpo de ejército…Todo héroes. Todos seguros de que, alos seis meses, regresarían a su país,ascendidos. A menos que empezaran aecharse la culpa, unos a otros:

—Si no es porque la 47 empezó achaquetear…

—Si no es porque los catalanes noquisieron…

—¡Qué carajo ni qué coño!—Si no es porque Prieto…—¡Qué joder!—Si no es porque los comunistas…¡No hombre!—¡Mira ése!

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—¿Qué te has creído?—Ese hijo de puta…Todos con la c y la z y la ll a flor de

labio, hiriendo los aires. Horas,semanas, meses, años.

En general, los autóctonos emigrarondel local. Quedaron los del desayuno —que los españoles no eran madrugadores— y los «intelectuales». Ese grupocreció en número y horas. A losmexicanos, se sumaron puntuales PedroGarfias, León Felipe —barba y bastón—, José Moreno Villa —tan fino—,José Bergamín —con el anterior, únicosde voz baja—, Miguel Prieto, ManuelAltolaguirre, Emilio Prados, José

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Herrera Petere, Juan Rejano, FranciscoGiner de los Ríos, Juan Larrea, SánchezBarbudo, Gaya: veinte más que trajeronaparejados otros mexicanos en edad demerecer: Alí Chumacero, José LuisMartínez, Jorge González Durán,Octavio Paz. Con ellos transigió Nachoa pesar de lo parco de lasconsumiciones: ocupábanse delpresente, hablaban de revistas y delibros; pronto, el número se redujo porincompatibilidades personales, a las queno solían referirse en voz alta. Además,las conversaciones variaban al aire delas circunstancias, lo que no era el casoen las otras mesas:

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—Cuando atacamos la Muela…—Si los murcianos no hubieran

empezado a gritar: ¡estamos copados!…—Si el gobierno no hubiera salido

de naja, el 36…—Cuando yo…—Cuando yo…—Cuando yo…—No, hombre, no.—¡Qué carajo, ni qué coño!—La culpa fue…—Pues joder…—Ahora, cuando volvamos, no

haremos las mismas tonterías…No sólo la lides militares: los

jueces, los fiscales, los directores

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generales, los ministros, rememorando—siempre como si fuese ayer—, y laesperanza, idéntica:

—Cuando caiga Franco…Ahí estaba el quid:—Cuando caiga Franco…—Cuando caiga Franco…Horas, días, meses, años. Vino la

guerra, la otra; contó poco:—En Jaén, cuando atacamos…—En el Norte, durante la retirada…—En Lérida…—¡Qué te crees tú eso!—En Brunete, cuando yo…—Y veíamos Córdoba. Si no

hubiera sido por el traidor del general

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Muñoz, nos colábamos…—Vete a hacer puñetas…En 1945 todo parecía arreglado. No

hubo tal. Algunos murieron; otros noaparecieron más por el café, trabajando.Llegaron más: de Santo Domingo, deCuba, de Venezuela, de Guatemala,según los vaivenes de la políticacaribeña. Lo único que no variaba era eltema, ni el tono, de las discusiones:

—Cuando caiga Franco…—Aquello no puede durar.—Tiene que caer…—¿Ya leíste que…?—Es cuestión de días…De semanas, de meses, a lo sumo.

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Los que dudaban acababan callando,apabullados.

El ruido, las palmadas (indicadorasde una inexistente superioridad de malgusto), la algarabía, la barahúnda, laestridencia de las consonantes, laspalabrotas, la altisonancia heridora;días, semanas, meses, años, iguales a símismos; al parecer, sin remedio.

IIIEn 1952, entró a servir en otro turnoFernando Marín Olmos, puertorriqueño,

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exilado en México por partidario deAlbizu Campos, cabeza cerrada —yencerrada— de los independentistas dePuerto Rico.

Fernando, hablar cantarino y nasalcaribeño, menudo, oliváceo, pelo lacio—tan abundante como oscuro—; narizafilada, larga; boca fina, de oreja aoreja, había sido maestro rural. Luego,en Nueva York, probó toda clase deoficios; en México, después de intentarvender libros a plazos, entró a servir alcafé Español; cumplido y de pocaspalabras. Entendióse bien con Nacho,que respetaba su desmedido afán por lasmujeres, y aun le ayudó en alguna

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ocasión en que el sueldo no le daba parasatisfacer su cotidiano apetito sexual.

Tenía Nacho sus ahorros; empujadopor su compañero, que no carecía deideas comerciales, aunque no las supieraponer personalmente en práctica —¿conqué?, siempre en la quinta pregunta—empezó a prestar pequeñas cantidades agentecillas de los alrededores, conelevados réditos, que acrecieron sucapital con cierta rapidez. ProntoFernando Marín fue confidente de laindignación que le producían el tono —ylas salidas del mismo—, los temasobsesivos de los refugiados españoles.No compartió el isleño esa opinión,

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antes muy al contrario. Nacho cesóinmediatamente su lamentación; lemolestaba hablar con quien no fuera desu parecer. Su reconcomio siguió,solitario, carcomiéndole el estómago.De ahí cierta úlcera que, desdeentonces, le ató al bicarbonato y alinsomnio.

—Cuando caiga Franco…—El día que volvamos…Las interminables discusiones

hurgaban al sonorense de la glotis alrecto. Pensó, con calma, midiendoestrechamente ventajas y desventajas,cambiar de establecimiento; tuvoproposiciones: una de San Ángel, otra

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en Puente de Vigas, otra al final de lacalle de Bolívar; todas lejos de su casa,que no quería abandonar a ningúnprecio, entre otras razones porque partede sus obligados económicos solíanpagarle allí los intereses semanales desus préstamos; otros lo hacían en el café(el W. C. era buen despacho). Sin contarque no quería perder la compañía deFernando, siempre dispuesto asustituirle mientras despachaba con suclientela reditora. Supo corresponder,duplicando su turno, cuando después deun frustrado atentado, en Washington, deunos irredentos puertorriqueños contrael Presidente Truman (germen, tal vez de

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su gran idea), detenían a Marín cada vezque llegaba a México algún personajenorteamericano en viaje oficial (si veníade vacaciones, le dejaban en paz).

Marín solía discutir con losrefugiados españoles acerca de lasventajas e inconvenientes del atentadopersonal. No comprendía cómohabiendo tantos anarquistas en Españano hubieran, por lo menos, intentadoasesinar a Franco. Los comunistas seoponían asegurando que no serviría denada su desaparición violenta, como nofuera para reemplazarlo por otro generalde la misma clase; los republicanosobjetaban sus propios convencimientos

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liberales; algún federal, opuesto a lapena ele muerte, se sublevaba con lasola idea. Los ácratas traían a colaciónlas insalvables dificultades policíacas ymilitares.

(Nacho no sabe abstraerse; no puedeoír el alboroto como tal ydesentenderse: tiene que saber y, sipuede, meter baza, pegar la hebra, sacarconsecuencias. Los diálogos, lacháchara, el chisme, son su sustento, sino mete cuchara, si no echa su cuarto deespadas, si no comenta —que no esdiscutir—, no está contento. Lo que legusta del oficio es el ruido confuso delcafé, pero con sentido: el palique, el

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cotorreo, el oír mantener opinionescontra viento y marea, una pregunta trasotra, atropelladas; ver crecer,aproximarse como una ola reventona elmomento en que alguien no puedezafarse más que con insultos; resientepropias las victorias de la dialéctica,pero no aguanta —aguantándolas—tantas alusiones, parrafadas, retruques,indirectas, memorias acerca de sihicieron o dejaron de hacer fulano yzutano en Barcelona, éste o aquél enLérida, Pedro o Juan en Valencia,Negrín, Prieto, Caballero, Azaña enMadrid, en Puigcerdá, en Badajoz, enJaén, en Móstoles, en Alcira, en

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Brunete, en Alicante. Todos los días,uno tras otro, durante doce horas, desde1939; desde hace cerca de veinte años:

—Cuando caiga Franco…—El día que Franco se muera…—Cuando tomamos la Muela…—No entramos en Zaragoza por

culpa de los catalanes.—¡Vete a hacer puñetas!Ignacio Jurado Martínez —casi

calvo, casi en los huesos (la úlcera),casi rico (los préstamos y sus réditos)—no aguanta más. A lo largo de susinsomnios, el frenesí ha ido forjando unasolución para su rencor, entrevé un caléidílico al que ya no acuden españoles a

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discutir su futuro enquistados en susglorias multiplicadas por los espejosfronteros de los recuerdos: resuelto elmañana, desaparecerá el ayer. Tras tantooírlo, no duda que la muerte deFrancisco Franco resolverá todos susproblemas —los suyos y los ajenoshispanos—, empezando por la úlcera.De oídas, de vista —fotografías deperiódicos españoles que, de tarde entarde, pasan de mano en mano—, conocelas costumbres del Generalísimo. Lo quelos anarquistas españoles —que sonmillones al decir de sus correligionarios— son incapaces de hacer, lo llevará acabo. Lo hizo.

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(Nunca se supo cómo; hasta ahora sedescubre, gracias al tiempo y miempeño. ¿Hasta qué punto pesaron en ladeterminación de Nacho los relatos delas arbitrariedades, de los crímenes deldictador español, tantas veces relatadasen las mesas que atendía? Lo ignoro. Él,negando, se alzaba de hombros).

IVEl 20 de febrero de 1959 habló con supatrón, don Rogelio García Martí,haciéndole presente que, en veinte años,

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jamás había tomado vacaciones.—Porque usted no quiso.—Exactamente, señor.—¿Cuánto tiempo faltará?—¿Mande? (A veces, desde hacía

tiempo, se le iba el santo al cielo, aun enel servicio). No sé. Pero no sepreocupe, el Sindicato le enviará unsustituto.

—¿Para qué? Marcial (su entenado)no tiene mucho que hacer. ¿Dónde va air?

—A Guadalajara.—¿Por mucho tiempo?—Pues a ver.—¿Un mes, dos?

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—Quién sabe.—Pero ¿volverá?—Si no, ¿qué quiere que haga, señor

Rogelio? —También es cierto… Y¿cuándo se va?

—Ya le avisaré con tiempo.Sacó su pasaporte. Tuvo una larga

conversación con Fernando:—México no reconoce al gobierno

de Franco.El puertorriqueño le miró con cierta

conmiseración: Chico, si no tienes algomás nuevo que decirme…

—¿Me vas a guardar el secreto?—¿De qué? ¿De que México…?—No. Voy a ir a España.

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—¿De viaje?—¿Qué crees? ¿A quedarme en la

mera mata? No, hermano; con los quehay aquí me basta.

—Entonces ¿a qué vas?—Eso es cuestión mía.—Chico, perdona.—Quiero que me hagas un favor.—Tú mandas.—México no reconoce al gobierno

de Franco…—Chico, y dale.—Me molesta ir con mi pasaporte.—¿Por qué?—Cosas mías. Pero tú tienes un

pasaporte americano.

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—Por desgracia de Dios.—Préstamelo.—Nos parecemos como una castaña

a una jirafa.—Perico lo arregla de dos patadas.

Nos cambia las lotos como si nada.(Perico Guzmán, «El gendarme»;

porque lo fue después de ladrón, antesde volver a serlo. No le gustó el«orden»).

—Y yo ¿mientras tanto?—¿Para qué lo quieres?—Chico, a veces, sirve.—Te quedas con el mío.—A ti no te puedo negar nada.Así se hizo: por mor de unos

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papeles, exactamente a las 11 p. m. del12 de marzo, Ignacio Jurado Morales seconvirtió, para todas las naciones deluniverso, en Fernando Marín Olmos sinque, por el momento, hubierareciprocidad. El flamante ciudadanonorteamericano obtuvo sin dificultad unvisado de tres meses para «pasearse»por España; añadió Francia e Italia, conla buena intención de conocer esospaíses antes de regresar a la patria. Volóa España el 2 de junio, en un avión de lacompañía Iberia.

En Madrid, se alojó en el 16 de laCarrera de San Jerónimo, en una pensiónque le recomendó don Jesús López, que

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iba y venía con frecuencia «de la Cortea la Ciudad de los Palacios», como legustaba decir, rimbombante y orondorepresentante de una casa de vinos deJerez de la Frontera (gastaba una de laspocas rayas en medio que quedaban: —Peinado de libro abierto a la mitad,como decía Juanito, el bolero— y relojde bolsillo).

Sabía, por Fernando, que en laembajada norteamericana de la capitalespañola trabajaban algunos paisanos dela Isla. Como sin querer, Nacho serelacionó, a los pocos días, con uno deellos, en el local del consulado de lagran república. Para curarse en salud,

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evitando preguntas a las que no pudieradar cumplida respuesta, se inventó unavida verosímil: salido niño de San Juan,años en Nueva York (sin necesidad delinglés), muchos más en México, dedonde el modo de hablar.

Madrid le gustó. Le pareció que losde la «Villa del oso y del madroño» —otra expresión aprendida de don JuanLópez— «pronunciaban» menos que susparroquianos del café Español. Sintiósea gusto en tantos cafés de los que saliópoco, como no fuera para acompañar aSilvio Ramírez Smith, su nuevo amigo,empleado puntual, aficionado a los torosy a la manzanilla, deseoso de

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permanecer en España, con el miedoconstante de ser trasladado a Dinamarcao a Suecia, lo que parecía muy posible;casado con una madura flaca de Iowaque, al contrario, ansiaba abandonar lapenínsula, que la molestaba en todo.

El 21 de junio, conoció a SilvanoPortas Carriedo, teniente de infantería,ayudante de uno de los cien agregadosmilitares de la embajada. Liberal de sí yde sus dólares, bien parecido, menudo,de ojos verdes, no daba abasto al tintoni a las mujeres bien metidas en carnes,de su real gusto, generalmentecompartido. Nacho le fue útil por susconocimientos profesionales en ambas

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materias; así, por su ser natural y laúlcera, no fuera más allá de losconsejos, eso sí, excelentes; como tal,agradecidos. El sonorense iba a lo suyo,sin esforzarse; callar y mentir no lecostaba. Vivía el teniente Portas en unhotel de la calle de Preciados, en el queocupaba dos cuartos para mayorfacilidad de algunos compañeros que lospagaban a escote, utilizándolos decuando en cuando. Silvano era de lospocos solteros de la misión. (La palabramisión hacía gracia en el caletre másbien estrecho de Nacho: la misiónnorteamericana, que le recordaba lasespañolas de California —un poco más

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arriba de su Sonora natal— y la que lellevaba a Madrid).

Dejando aparte unos solitariospaseos por la Castellana, Nacho Juradono hizo nada para preparar el atentado;tenía la convicción de que todo saldríacomo se lo proponía. De lo único que noprejuzgaba: de la fuga. En el fondo, letenía sin cuidado. Lo que llevaría acabo, respondiendo a un impulsonatural, era completamentedesinteresado, como no fuese porlibrarse, si salía con bien, de lasconversaciones españolas en «su» cafémexicano. Puede ser que obedeciera, sinsaberlo, a los intereses de su clase

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meseril. De todos modos, no esperabaagradecimiento: de ahí el anonimato enque permaneció el autor del hecho hastahoy.

El 18 de julio, víspera del GranDesfile, convidó a Silvano Portas acomer en la Villa Romana de la Cuestade las Perdices; el invitado prefirió darvueltas por algunas tascas y freiduríasen busca de pájaros fritos, a los que eramuy aficionado, entre otras cosas porquedaban ocasión de distinguir entre lostintos vulgares, ciencia en la quedemostraba un conocimiento que dejabaatónitos a los dueños de las tabernas.Recalaron, hacia las tres, en el Púlpito,

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en la Plaza Mayor, donde comieron, muya gusto, una tortilla de espárragos.

—¿Qué pasa contigo hoy, viejo?—Es mi santo.—No es cierto.—Bueno, mi cumpleaños.—¿Cuántos?—Tanto da.Tomaron café y coñac en el Dólar,

en la calle de Alcalá, y tanto hablaronde cocina y en particular de corderosasados que, después de haber tomadounos vasos de tinto en una taberna de laCava Baja, donde era muy conocido elmilitar puertorriqueño, fueron a comerseuno, al lado, en el Mesón del Segoviano,

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tras una visita a casa de la Lola, en lacalle de la Luna, frente a lasBenedictinas de San Plácido.

—Tú, ¿no?—No.—No eres poco misterioso en este

asunto.—Cada uno es como es.—¿No te gusta ninguna? Te advierto

que esta trigueña no está mal.—Otro día.—Tú te lo pierdes, viejo.A las dos de la mañana fueron,

paseando la noche, a Heidelberg, en lacalle de Zorrilla, a comerse unChateaubriand, como resopón. Transigió

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el de la isla con un Rioja, aúnemperrado:

—Con todo y todo, prefiero miValdepeñas…

Uva perdido, salieron los últimos.—Me tengo que acostar temprano,

viejo. Mañana tengo que estar a las diezen la Castellana. El desfile ese demierda.

—¿Nos tomamos un coñac? ¿El delestribo?

—¿Tú, viejo?—Por una vez…Mientras su invitado iba al urinario,

el sonorense echó unas gotas de uncompuesto de narcotina en la copa del

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milite, al que tuvo que sostenerregresando al hotel, y meter en la cama.

Lo despertó a las nueve, el de la islano podía entreabrir los ojos:

—Agua.Se la dio, con más soporífero.—No te preocupes: tienes tiempo.Antes de dar media vuelta, Portas

regresó al mundo de los justos. Nacho sevistió, con toda calma, el uniforme degala, recién planchado, dispuesto en unasilla. Le venía bien. Se detuvo a mirarseante el espejo, cosa que nunca hacía. Elverse le dio pie al único chiste que hizoen su vida, de raíz madrileña para mayorinri:

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—Hermano, das el opio.El botones le vio salir sin asombro:

los militares norteamericanos suelenvestir de paisano. Sin embargo, pensó:

—Creí que éste no lo era.Ignacio tomó un taxi, hizo que lo

dejara en la calle de Génova. Bajó haciala Plaza de Colón, tranquilamente sedirigió hacia la tribuna de los agregadosmilitares extranjeros. Hacía un tiempoespléndido, el desfile había comenzado;la gente se apretujaba por todas partes;aviones por el cielo; pasaba la tropa conpasos contados y recios por el centrodel paseo. El cielo azul, los árbolesverdes, los uniformes y las armas

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relucientes, los espectadores bobos:todo como debía ser.

Se acercó a la entrada de la tribuna:—Traigo un recado urgente para el

general Smith, agregado militarnorteamericano.

Se cuadró el centinela. Pidiendoperdón, Nacho se abrió paso hacia laesquina izquierda del tablado. Apoyó lapierna zoca contra el barandal. A diezmetros, en el estrado central, FranciscoFranco presidía, serio, vestido decapitán general. Jurado sacó la pistola,apoyó el cañón en el interior de su codoizquierdo doblado —exactamente comolo pensó— (¿quién podía ver el estrecho

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círculo de la boca?). Disparó al pasobajo de unos aviones de caza. Elestruendo de los motores cubrió el delos tiros. El generalísimo se tambaleó.Todos se abalanzaron. Nacho entre losprimeros, la pistola ya en el bolsillo delpantalón. Poco después, se zafó de laconfusión, subió por Ayala hasta la callede Serrano; (rente a la embajada de laRepública Dominicana alcanzó un taxi.

—¿Ya acabó? —preguntó el chófer,interesado.

—Sí.Se referían a cosas distintas.—¿Adónde vamos?—A la Puerta del Sol.

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—No se puede pasar.—Dé el rodeo que sea.—A sus órdenes, mi general.Silvano Portas, como era de esperar,

seguía dormido. Nacho tuvo tiempo delimpiar y engrasar la pistola. A los diezdías, tras dos pasados en Barcelona,asombrado de tanto catalán, pasó aFrancia. Estuvo un día en Génova, otroen Florencia, tres en Roma, dos enVenecia, según el itinerario establecidopor la agencia Hispanoamericana deTurismo, de la Plaza de España. Llegó aParís el 7 de agosto. A su asombro, lesobraba dinero, el suficiente paraquedarse un mes más en Europa.

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Pensando en dejar boquiabierto aFernando Marín se pagó un tour porBélgica, Holanda, Dinamarca yAlemania. Desembarcó en Veracruz el13 de septiembre, del Covadonga quehabía tomado en Vigo. Dejó pasar lasfiestas patrias y se presentó a trabajar el17, muy quitado de la pena.

VParece inútil recordar losacontecimientos que, para esa época, sehabían sucedido en España: formación

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del Directorio Militar bajo lapresidencia del general GonzálezTejada; el pronunciamiento del generalLópez Alba, en Cáceres; laproclamación de la Monarquía, surápido derrumbamiento; el advenimientode la Tercera República. (Todo ellooscura razón verdadera de la tardanzade Ignacio Jurado en regresar a México;dando tiempo a que los refugiadosvolvieran a sus lares).

Don Rogelio —el patrón— leacogió con el mayor beneplácito:

—Ya era hora. Y ¿cómo le fue?—Bien.—¿Cuándo entra a trabajar?

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—Ahora mismo, si le parece.—Perfecto. Ya podía haber enviado

alguna postal.Acudía presuroso Fernando Marín:—¿Te cogió allá el bochinche?—No. Estaba en Dinamarca.—Chico: ¡vaya viaje!—¿Y tú? ¿Mucho trabajo?—No quieras saber.—¿Qué pasa?Lo supo enseguida. Allí estaban los

de siempre —menos donjuán Ceballos ydon Pedro Torner, muertos—, todos losrefugiados, discutiendo lo mismo:

—Cuando yo…—Calla, cállate la boca.

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—Cuando yo mandaba…—Cuando tomamos la Muela…—Cuando yo, al frente de la

compañía…—¡Qué coño ibas tú!…Más cien refugiados, de los otros,

recién llegados:—Cuando yo…—Al carajo.—¿Eras de la Falange o no?—Cuando entramos en Bilbao.—Allí estaba yo.¡Qué joder!¡Qué joder ni qué no joder!Ignacio Jurado Martínez se hizo

pequeño, pequeño, pequeño; hasta que

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un día no se le vio más.Le conocí más tarde, va muy viejo,

duro de oído, en Guadalajara.—El café es el lugar ideal del

hombre. Lo que más se parece alparaíso. ¿Y qué tienen que hacer losespañoles en él? ¿O en México? Sus cesserruchan el aire; todo este aserrín quehay por el suelo, de ellos viene. Y si loshombres se han quedado sordos, a ellosse debe. Un café, como debiera ser: sinruido, los meseros deslizándose, losclientes silenciosos: todos viendo latelevisión, sin necesidad depreguntarles: —¿Qué le sirvo? Se sabede antemano, por el aspecto, el traje, la

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corbata, la hora, el brillo de los zapatos,las uñas. Las uñas son lo másimportante.

Hecho una ruina.—¿Ya se va? Cuando de veras se

quiere hablar de cosas que interesan,siempre se queda uno solo. De verdad,sólo se habla con uño mismo. ¿Usted noes mexicano, verdad? Uno no acabahaciéndose al acento de los demás. A míme hubiera gustado mucho hablar. Poreso fui mesero; ya que no hablaba, porlo menos oía. Pero oír veinte años lomismo y lo mismo y lo mismo, conaquellas ces. Y eso que soy muyaguantador. Me ha costado mucho darme

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cuenta de que el mundo no está bienhecho. Los hombres, a lo más, sedividen en melolengos, nangos, guarines,guatos, guajes, guajolotes, mensos ybabosos. Cuestión de matices, como elcafé con leche. ¿O cree que el café conleche ha vuelto idiota a la humanidad?

Al día siguiente, en su puesto detacos y tortas, me contó la verdad.

(Guadalajara, amarilla y lila, tanbuena de tomar, tan dulce de comer).

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LA MERCED

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TEÓRICAMENTE se reunían todas lastardes en un café de la calle del Artículo123; así fue durante los primeros cinco oseis años, cuando ellos mismos sedenominaban refugiados. Con el tiempodesaparecieron algunos: RafaelCorrecher murió atropellado por uncamión en diciembre de 1943; LuisAyala fue a vivir a Tainpico el añosiguiente; El Pili casó con una gachupinaviuda, que tenía un restaurante en unpiso de la calle de Isabel la Católica,aunque continuó viniendo los primerostiempos de su matrimonio fuedesapareciendo lentamente como si sehundiera en un cenagal; ya García Oliver

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se había ido a trabajar a Guadalajara ySalgado se pasó al moro, tomando parte«como elemento destacado de la CNT»en los actos de los comunistas. Los fijoseran Ángel Ballester, Pedro Pruneda ElGallego, José Cordobés, Francisco deLuis y José Giaccardi. En 1942 se lesunió Rafael González que estaba enMéxico desde hacía veinte años. («Nosé si seré mestizo, pero sí mesto,producto a medias del alcornoque y laencina, cerrado como el primero, durocomo la segunda, madre de mil bellotas.Gachupín de los buenos. ¿Tenéis algomás que decir? ¿Qué somos brutos losespañoles? ¿Y qué? Dios lo quiso así,

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por algo sería»). Segundo Olcina sereunía con ellos los sábados, sin faltaruno; tenía un taller de hojalatería enCuernavaca, aprovechaba el viaje paracomprar lo necesario.

Pruneda y Cordobés eran amigosdesde hacía treinta años, albañiles quefueron en Sevilla. Los demás, menosGiaccardi que había llegado de Cubadespués de pasar dos años en SantoDomingo y uno en Venezuela, se habíanconocido en el campo de concentraciónde Argelés y hecho juntos la travesía enel Mexique, a fines del 39.

Todos, menos Cordobés, habíancambiado de profesión en México:

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Ballester primero se ganó la vidavendiendo libros por los cafés, ahoratenía una fábrica de géneros de puntoque prosperaba con la ayuda de lafamilia de su mujer que llegó de Españaen 1944; Pruneda, que fue estuquista,dirigía la propaganda de una fábrica deproductos farmacéuticos, su apodo lehabía servido de mucho al socaire de lacolonia gallega (en verdad era de León);Cordobés, metalúrgico, se abrió caminoen una fundición de la que ahora eraencargado; de Luis, que lúe camarero enMadrid, corregía pruebas en unaimprenta importante; Giaccardi tenía unatienda de mercería por la Merced

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después de haber sido agricultor enChihuahua; en España vivió de recursosno muy confesables, así no atañaran a suhombría, además de ser hombre deacción de la FAI.

Quince años de vivir en México leshabía cambiado del todo en todo aunqueellos perjuraran lo contrario —creyéndolo—; el café era lo único queles ataba a su vida pasada. Allí nada lescostaba seguir siendo intransigentesdurante el par de horas que pasaban muya gusto, de las tres a las cinco, oyendo elruido intermitente y fragoroso de lostranvías que les hacía subir todavía másla voz; que si habían perdido hasta el

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acento —ninguno de ellos era catalán—mantenían el alto tono que les hacíainconfundibles.

Un día cayó por allí Marcos Solé,compañero y amigo de Pruneda,republicano de Azaña que fue, ahoraolvidado por completo de su condiciónespañola, casado con mexicana —como,por otra parte, aun sin el visto bueno dela ley, Giaccardi y Cordobés—. Laconversación, para no variar mucho,discurría con vaivenes y sacudidasalrededor de la situación de España; elintruso se atrevió:

—Bueno, ustedes son anarquistas.Hablaban, hacía años, a la mexicana.

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—A mucha honra —dijo Cordobés.—Bueno, entonces ¿por qué no han

matado a Franco? No me refiero austedes personalmente, pero sí a laCNT, a la FAI.

—No será por falta de ganas. Nocreas que no lo habrán intentado.

—La cosa es que no lo han hecho.—¿De qué serviría? ¿Para que

pusieran a otro hijo de la tal por cual?—Pero, entonces, toda su teoría de

la acción directa… Porque, en fin, ennuestro tiempo, se cargaron a bastantes.

—Pse…—Total, que se han convertido.—No hombre, no.

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—¿O es que a la CNT le va bien enel machito?

—Eso, no lo digas ni en broma.—¿Entonces?—Tú, como eres republicano, crees

que un atentado se hace así como así.—Ya me figuro que no. Pero no me

van a decir que si lo escabecharan noiban a cambiar las cosas.

—Tal vez no.—Eso dirán los comunistas, pero

están equivocados. ¿O es que la muertede Alejandro de Serbia no le dio otrocariz al mundo? ¿O creen que si nohubieran matado a Obregón o aMadero…? ¿Y si no matan a Julio

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César? Muerto el perro, muerta la rabia.Giaccardi se acuerda de los

atentados en que tomó parte. Le pareceotro mundo. Y, sin embargo, es él, elmismo que se preocupa —ahora— sifaltan camisetas de punto de la fábricadel Águila, del número 4; que acaba decomprar un terreno en la nueva coloniaSanta María para construirse una casa,una casa propia. A esto le había llevadomatar —o haber tirado a matar— a ochopatronos, allá por el 22 y el 23, enBarcelona, y haber andado metido en elasesinato del cardenal Soldevila.

Recuerda a la madre de Ascaso,insultándolos por no atreverse; la

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llegada de García Oliver; como se habíahecho todo de golpe, sin que sirviera denada el trabajo preparatorio, el estudiocuidadoso de las idas y venidas delarzobispo de Zaragoza… Sí: matar aFranco. Tenía razón aquel imbécil. ¿Porqué no lo había intentado la FAI? ¿Porqué no lo habían hecho —o por lomenos intentado— en el Pardo, mientraspaseaba por el parque, tal como lo habíavisto en un noticiero norteamericano?No tenía que ser tan difícil… Si élestuviera en España… ¿Qué, quién leimpedía ir y hacerlo? Con un nombresupuesto… Llegaba a Barajas, pasaba laaduana, entraba en Madrid, iba al Pardo,

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esperaba, disparaba. Era un hecho.Echaba a correr. Una escuadra del 38era suficiente. ¿Una escuadra? Así nolas llamaban en España. Todavía sienteen la mano —a los treinta años— elpeso de su 9 larga, F. N. belga. Aquí lasllaman escuadras. Aquí: en México.¿Por qué no lo intenta? Escondido,protegido por una esquina de piedra,esperando. No fallaría: la puntería no sepierde.

—Los tiempos han cambiado.No los tiempos: nosotros. Y no es

con mítines como se va a arreglar.Hablaron mal de los comunistas, paravariar.

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—Mire nomás, el gachupín ese.Era a él, a Luis Giaccardi.—¿A poco es usted muy hombre?No había duda que estaba borracho,

ojos de pescada camino de ladescomposición, las piernas abiertas,mal apoyado en la sucia pared delcallejón. Le conocía: un mecapalero dela Merced, un harapo; pero que le podíaclavar su fierrito como si nada.Giaccardi dio media vuelta, para tomarpor Correo Mayor. No dio más que trespasos. ¿Era él? ¿Era él, Luis Giaccardi,que siempre se había aguantado elmiedo cuando lo tuvo? ¿Él, que nuncahabía discutido cuando se trataba de

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jugarse la piel? ¿Le tenía miedo a aquelinfeliz, a aquella podredumbre, a eseresiduo de hombre? No es miedo —sedijo— es precaución. ¿Precavido LuisGiaccardi, el pistolero? ¿Para qué? ¿Porqué? ¿De qué le serviría volverse yenfrentarse a ese desgraciado? Lo habíaechado del escaparate de su tienda tresdías antes, al verle apoyado en el cristalquitando vista a los estambres rebajadosde precio. Le entró una gran lástima desí mismo, de Luis Giaccardi,comerciante de la Merced. Dio vuelta,fue hacia el borracho:

¿Qué te traes conmigo?—¿Con usted patrón? Deme para una

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cerveza.—Toma.—Dios se lo pague, patrón.Le entraron, a raudales, ganas de

machacarlo, como si fuese Franco.Pasó adelante, furioso. Ya no era

nadie, sino alguien: patrón. ¿Patrón dequé? ¿Patrón de quién? Patrón de mierdapara medir su terreno de Santa María.

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HOMENAJE ALÁZARO VALDÉS

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En 1954 se publicó en Veracruz unfolleto de homenaje a don LázaroValdés Lázaro cuya portada sereproduce aquí. (22 x 14,5 cm., 16páginas). Tirado a 25 ejemplares en laImprenta Moderna es, hoy,inencontrable. No tengo por quéocultar que escribí el texto depresentación; no que fuese gran amigodel difunto, sí de algunos de suscontertulios que, teniéndome en más delo que soy, no me dejaron salida.

J. F. F.

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DON LÁZARO VALDES LÁZARO fueprofesor del Liceo Mexicano Español,hombre viejo para refugiado, ya quecontaba más de cincuenta años al llegara México, en 1940. Fue de los pocosque siguió en el exilio su profesiónhispana y aun se negó a cambiar demateria: geografía. Hombrecillo bigotóny esmerado, vestido de gris, con chalecoy sombrero, enemigo personal de DantínCereceda —persona famosa en laprofesión—, y una teoría muy particularacerca del terciario. El no querer, porsencilla honradez, enseñar otras

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disciplinas que juzgaba fuera de susalcances hicieron necesario para susustento largos desplazamientos: delLiceo Mexicano Español al LiceoEspañol Mexicano (seis kilómetros), delLiceo Español Mexicano al ColegioHispano Mexicano (ocho kilómetros),del Colegio Hispano Mexicano a laEscuela Mexicana Española (doskilómetros tan sólo), y vuelta a lasclases vespertinas del Liceo MexicanoEspañol (doce kilómetros) antes derematar en las nocturnas del HispanoAzteca (cuatro kilómetros). En camión yen tranvía. Don Lázaro Valdés Lázarohabía sido profesor del Instituto de

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Segunda Enseñanza de Baeza, ciudad —como se sabe— más bien chica.

—Aunque las distancias son cosasde mi especialidad —decía— no meacostumbro, no me acostumbro.

Por eso y un infarto —leve, pero uninfarto— a los quince años aceptó unpuesto en Veracruz a pesar de tener queenseñar, muy contra su voluntad, ademásde geografía, historia universal y deMéxico, gramática y civismo.

—Con los años —decía— pierdeuno entereza.

No le conocí familia. Sí un ahijado,Marcos, recogido en el barco que letrajo de Francia a Santo Domingo —

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donde estuvo dos meses, en 1939—. Erahombre un tanto afónico, de costumbresapagadas, feliz de pasar desapercibido.Marcos se hizo hombre e impresor.Casó, su mujer no hizo migas con elviejo.

Don Lázaro había sido republicano,no mucho, pero republicano. Fuecompañero de claustro de AntonioMachado, pero, a pesar de mi acoso, norecordaba anécdota valedera:

—No era buen profesor. Buenapersona, eso sí. Con bastante caspa y nopocas manchas. Iba mucho a Madrid.

En Veracruz, don Lázaro cambió nopoco los últimos cinco años de su vida.

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Tal vez la multiplicación de susenseñanzas le llevó a mayor amplitud decriterio; lo cierto, que Alfonsa RomeroFernández, de buenas carnes en todossentidos ya que cocinaba como losángeles: «Lo que está mal dicho —comentaba el catedrático— porque lomás probable es que esta profesión nosea ejercida entre seres incorpóreos».

Alfonsa era de Ixhuacán de losReyes; en edad de ser más la llevaron aCatemaco y a poco al Puerto. Gustó másde los pantalones que de otra cosa, loque no le reportó grandes beneficiosaparte de ocho hijos, todos varones, quecuando cumplió los cuarenta le

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consiguieron un puesto en el malecón,donde vendía peines de carey.

Don Lázaro, metódico, pasaba ahora fija, cuatro veces al día frente a latiendecilla. Las relaciones empezaron dela manera más normal al comprar elgeógrafo cuatro batidores para lascuatro hijas de Sebastián, el portero delLiceo Mexicano Español, la primeraNavidad que pasó en el Puerto. Lodemás vino solo, al asombro de losamigos del menudo hombre de ciencia,reverdecido.

—Me sienta este clima, me sienta.—Y aun algo más —le decía

Segrelles, arquitecto amigo suyo, que ya

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no pitaba.—¡Qué bonito habla! —admiraba

Alfonsa.Don Lázaro, nacido en Medina del

Campo, tuvo en mucho su condición decastellano. Mientras estuvo en la capital,México, no fue para él más que estaciónde paso:

—Cuando Franco se muera…No era convicción política sino

cuestión personal; vivía entonces decualquier manera pensando en su casade Baeza, contentándose con lo primeroque le venía a mano. Luego, en la costa,se convenció de que ya no tenía nadaque hacer en la Península —jubilado de

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todas maneras—; se resignó, no sincierta amargura. ¿Por qué? —sepreguntaba— si tengo lo que nunca tuve.

Tal vez hubiera sido buen escritor.En homenaje a su memoria se reimprimelo poco que dio a la imprenta en su largavida. Lo primero fue escrito paraMarcos cuando éste cumplió susveintiún años y publicado en 1947, en elnúmero único de la revista Ultramar. Lopergeñó una noche después de haberdiscutido con el muchacho acerca de sise acordaba o no de las calles deBarcelona:

—Yo ya no me acuerdo de aquello¿y qué?

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(Por aquel entonces, Marcos semovía mucho entre otros jóvenesespañoles, pertenecía a varios grupos:cantaba en coro, representaba sainetes.Después se casó y si no cambió de ideaspor lo menos se le borraron. Con loshijos le importe) tener casa y coche).Don Lázaro no era hombre para discutir;si algún alumno le interrumpía seaturullaba. Sin embargo, aquel díacontestó:

—¿Cómo vais a luchar, del modoque sea, por algo que no sabéis cómoes?

—Hombre, padrino…—Ni padrino, ni hombre, habláis de

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España, de reconquistarla, y no tenéis niidea de como es.

Por la noche escribió las páginasque siguen. Hacía ocho años que estabaen México.

«¿Crees que el hombre es sólo elhombre? ¿Crees que sólo se trata dereconquistar al hombre? No, Marcos,no: se trata también de volver a tener loque el hombre hizo y, además, lo que lohace: el Arlanzón y el Tajo, los picos deEuropa, Urbión y el Guadarrama.Cuando luchas por España, no es sólopara volver por el derecho de los

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hombres españoles: es para que laspiedras de Valladolid, las de Burgos,las de Alcoy, las de Granada, vuelvan aser tuyas, claras y libres; para que SanMarcos y San Isidro de León, San Juande los Reyes, el puente romano deCórdoba, el castillo de Medina y todaSalamanca vuelvan a ser tuyas, de todoslos españoles. (Salamanca entera: SanEsteban, dorado; la catedral, comoascua; la casa de Monterrey; laUniversidad, de oro cálido. YCandelaria, y Miranda de Castañar, ylas Hurdes). ¿No oyes las piedras? ¿Note dicen nada los ríos? (entre Eresma yClamores, Segovia mía…). Porque,

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piénsalo, dices: allí están, inmutables, yno es cierto; ni el Tormes es ahora elTormes, ni el Duero es ahora el Duero,ni el Guadalquivir es ahora elGuadalquivir que tú conociste. Los ríosy las montañas de tus recuerdos no sonahora, Marcos, más que recuerdos. Ypara que vuelvan a ser de verdad tienesque luchar por ellos de la misma maneraque luchas contra los generales traidoresy su colastra falangista. Por esto nobasta luchar donde sea, sino allí, enEspaña. Aunque estés aquí, luchar allí,en España: que te oigan las piedras —noque te oigan hasta las piedras: sino quete oigan las piedras—, tanto las piedras

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como los hombres, tanto por las piedrascomo por los hombres, tanto por laspiedras como por los aires, que lasparedes oyen y forman ecos, y retumban.Y el mar. Acuérdate ahora de las viñas,y de los olivos, y de los almendros deTarragona, del castillo de Tamarit o dePoblet… Del sol inmirable y delMediterráneo dormido, sábanas azulescon sus festones bordados de blanco enlas playas verdes —en embozo de arenadorada y cernida, bozo de espuma—,dulce almohada vieja de los veranosperdidos en los océanos[1]. El martambién es de reconquistar… Me dirás:—¡Cuánta literatura! Tan pronto como

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caigan los hombres… Pero es que sinlas piedras los hombres no tienen patria.Son las piedras y los ríos los auténticospadres de los hombres, sus progenitores.Y no bastan los recuerdos queenvanecen desvaneciéndose, sino laspiedras; y las sombras de los árboles enlos ríos y en los canales. (¡Álamosinvertidos en los canales de Castilla yAragón!). Para reconquistar, no olvidar;el olvido nace del recuerdo vago eimpreciso.

»También las piedras olvidan,aunque tarden más que los hombres.Pero olvidan más hondo, cuando sequedan solas. Y si las destierran al cabo

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de los siglos, ya no sabemos lo quequieren decir. De la misma manera quelos hombres desterrados se olvidan desus piedras y sus ríos, de la inflexión desu hablar y cuando se les interroga ya nosaben qué decir, borradas en su mentelas líneas precisas de los cantos y de lasesculturas. (Por hermosas que sean laspiedras extranjeras, siemprenecesitamos introductores paraentenderlas). En España están tuspiedras y tus ríos, Marcos, en nuestramúltiple España multiplicada. (Lascasas blancas de Ronda; los burritos deCabra —de piedra gris y parda— o losde Lucena; el airoso Felipe IV; el

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palacio aquel de Villacarriedo[2]; elciprés de Silos, las calles de Betanzos,el Tajo lento de Toledo; los árbolesnegros, tan verdes, de Pollensa,Montserrat de los santos tolmos, SantoTomás de Ávila, Úbeda y Baeza —siempre unidas—…).

»Los libros no son más que unreflejo de las piedras. No basta leer yperderse luego en las figuraciones de losrecuerdos que a veces se desamarran delas perspectivas y se enmarcan en loshorizontes vagos y brumosos de losdeseos vagos. ¡Mira! Sí, mira, Ve yatiende: mira, contempla, divisa,observa. El hombre ha aprendido a

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salvar algunas distancias del ver: paraeso están los retratos. No te basterecordar: abre libros donde hayafotografías de España y míralas.Aprende, velas como nuevas, norecuerdes. Que las piedras, tal comoestán ahora, no son ya las que tú viste.Cambiaste de ojos. Tienes que ver aEspaña con tus ojos nuevos, no conaquellos que dejaste allí. Prométete quecuando los reconquistes irás a ver lo queaquí sólo imaginas, a acariciar y que teacaricien, de verdad, las piedras y Josríos, a quitarles ese polvo que hoy losrecubre y ahoga. No sólo las catedrales,no sólo las ciudades, no sólo

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Salamanca, sino Alba de Tormes yBéjar; no sólo Santander, sino Potes yCabuérnigá; no sólo Santiago, sinoCambados y Villanueva de Arosa; nosólo Sevilla, sino Carmona y Aracena;no sólo Valencia, sino Xátiva yAlberique. Que la lejanía te sirva —através de la fotografía, del fotograbado,del negro y el color— para adaptar tusojos a una nueva realidad.

»No basta el oído, que se engaña así mismo; no basta el recuerdo que notiene donde asirse sino en el recuerdo yse vierte en el sentimentalismo y viene,sin darse cuenta, a cromo y fórmula, aespejismo y falsedad; ni el pensamiento

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que se enreda alrededor de su propiotronco y a lo sumo se queda en lasramas. No hay bien como el de la vista,ni cosa más certera. Para crear: ver. Yalo dice el refrán: lejos de los ojos, lejosdel corazón. Y no sólo mirar, que sepuede mirar sin ver. Si miras porEspaña, tienes que verla; no pasar losojos, sino dejarlos allí, Marcos, bienabiertos, desvelados; que es la únicamanera de no dormirse. Echa la miraday recoge la red; alegra tus pupilas;abraza las cosas con los ojos y cébate lavista. Mira, pero mira para ver; no paraolvidar: no almacenes recuerdos sinotrasuntos de realidad; no pierdas nunca a

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España de vista, escudriña, mira delleno: que las manos dependen siemprede los ojos; ábrelos y no te hartarás.Ponte a mirar a España, fíjate y te daráscuenta —la cuenta que te tiene—.Despliega la vista y a su través elentendimiento. No te desvíes.

»Mira de hito en hito las piedras ylos ríos de España, cómetelos con lavista, no les quites ojo: que te llamenlince.

»Marcos, saliste de tu patria siendoniño todavía, pero lo que te digo sirvepara cualquiera. Toma, mira, comprafotografías de España. Fíjate: (¿qué másda una que otra?) esta portada de la

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Universidad de Osma (hoy cuartel de laGuardia Civil), o estos campos deBujalance, o las casas consistoriales deSevilla (donde Queipo…) o estepanorama de Barcelona con Montjuich ala derecha (donde Companys…), y elPrado y el cuartel de la Montaña, yQuinto, y el Ebro, y el Óvalo de Teruel.Míralos, míralos cómo eran, cómo sonahora, de papel, míralos y trabaja paraque vuelvan a ser otra vez de piedra. Depiedra tuya. Que sin piedras no hayhombres».

En 1953 Alfonso Reyes fue unos días a

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Veracruz. En los portales del HotelDiligencias un amigo común le presentóa don Lázaro. Hablaron de España, dealgunos conocidos comunes, de latemperatura, de los mariscos, deSaavedra Fajardo, del Discurso sobrela Historia Universal de Bossuet quereleía el águila de Monterrey; de ciertasmujeres y del gusto que todavía lesdaban. A los pocos días, FernandoBenítez fue a dar una conferencia aVeracruz, nuestro hombre le entregó,para el Suplemento de «Novedades», elsiguiente Ejercicio retórico contra lajuventud. Se publicó el 3 de enero de1954.

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A Alfonso Reyes

«¿Cuándo se aquilata mejor, queridoAlfonso? ¿Cuándo se paladea con mayorplacer? ¿Cuándo se tiene “la diferenciade los gustos y sabor en la boca” —como se dice en La Celestina? ¿Cuándolo nimio viene a golosina? Con la sazón.

»Todo tiende hacia la madurez y sino se frustra. Poco les luce la vida a losque mueren en agraz: no sacan fruto dehaber nacido, quedan en blanco susesperanzas, pierden la oportunidad y elcrédito. Se les llama malogrados, mallogrados: bien está el cogollo pero ¿qué

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tal las hojas? Lo bueno: el colmo.»¿Qué árboles más admirados si no

los más altos? Importa del trigo laespiga; del maíz, el elote; de la vid, elracimo, pero a su vez, de éste el vino yde él la solera. Sólo con el madurar seproduce semilla, razón de ser delmundo. El consejo sólo es bueno ensazón, y la prudencia, el mejor abono, seadquiere con los años.

»La fruta verde a todas horas da malresultado. La madurez, enemiga de laviolencia —ese cáncer—, es sabor delpensamiento, sal del entender:consérvase todo lo de la juventud,aumentado. Lo que importa es estar en

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su punto, sólo así se toma y se da color,meta del más pintado. Sólo así cuajan ygranan las virtudes. Se necesita tiempopara pensar maduramente, sólo con él sesazona el (ruto y siempre es menesteresperarle si se quiere seguir adelante.

»¿Quién destila miel —¿y qué haymejor?— lo verde o lo maduro? Losabroso es la plenitud. ¿Qué son lascanas sino corona, al igual que la nieveen los picos más altos? También lassacan los cuidados, pero sin ellos ¿cómosaber lo que es la vida?, y, sin sabercómo es ¿qué gusto hallarle? El saber —y el sabor— son cosa de los años, hacenéstos su obra y dejan más que quitan;

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por eso nadie quiere morir, no pormiedo del más allá sino porque el afánde cada día trae razones de apreciar loconocido. Sólo el que mucho conoce esde buen consejo; el hombre va, poco apoco, dando su medida.

»Nunca se está en el mismo estadosino que como el universo vamosexpandiéndonos —con lo que sedemuestra que la sabiduría no tiene grancosa que ver con la estética— y ¿quéserá mejor, siendo la calidad la misma,lo poco o lo mucho? El tiempo no borrasino que añade. Aran las arrugas lafrente para darle mayor superficie.

»Lo que más cuenta, para la vida, es

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el otoño: que la primavera sólo eshermosa —lo que no es poco— perosolamente se comprende desde laatalaya de la madurez. Los duelos, losdolores, las penas —sentirlas como son—, enseñan más que la alegría y lainconsciencia; cuando más se suma másse comprende la urdimbre de la vida.Sólo en la meseta de la existencia,vislumbrados los horizontes, se alcanzanla cordura y la prudencia.

»Por algo la gente quiere llegar avieja: la juventud es de cualquiera. Nose reverencian las ruinas por antiguassino por hermosas, por lo que es graninjusticia dar a la vejez un sentido

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peyorativo, cuando no es sino pruebadel amor de los dioses. ¿Produjo lahumanidad algo mejor que las últimascomposiciones de Beethoven, loscuadros de las postreras épocas deTiziano, Goya, Miguel Ángel? ¿Cuándoescribió Goethe la segunda parte deFausto? Joven lo es cualquiera. Ahoraque la moda la determinan los más, quehay más jóvenes que nunca, convendríarecordarles que no son sino transiciónhacia algo mejor.

»Todo se transforma hacia un estadode madurez, que es extremo; tiende haciaella, allí las facultades se conservanatemperadas por la sabiduría; los dioses

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mayores —lo más alto figurado por elhombre— si, al principio, pudieronaparecer jóvenes, cuando se asentaronen el alma de los pueblos cobraronapariencia enverada, no me dejan mentirBuda, Zeus, Tor, el propio Dios enMajestad (sé que las diosas hacenexcepción, como es natural, paraconfirmar las reglas), sólo el Diablo nose sabe que peine canas aun siendoverbal aquello de que sepa más porviejo que por diablo.

»La madurez lleva en sí, implícitacuanto le ha precedido. El hombre estáhecho, en lo que más vale, de recuerdos.Viene a testigo, sin envidiar los placeres

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ajenos —porque le son conocidos— y,en cambio, comprende, virtud que sólose adquiere con el transcurso de los díasy de las obras. Más alcanza elentendimiento a medida que laexperiencia instruye. Para medir y pesar,gozo muy humano, se necesitan medidascon las que tal vez se nace, pero sedesarrollan con nuestra órbita. Sólo conel tiempo se aprende a amar.

»La moral es fruto tardío en lasnaciones y en los hombres. El progresode las ciencias del espíritu exige unconjunto de observaciones que nopertenecen sino a la edad madura. Sólolos bárbaros no las respetan, que

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también la barbarie es cuestión detransformación, así en los frutos comoen los hombres. Bajo el fermento de losácidos la fruta se hace sabrosa, elhombre más humano. Proceso lento; sólolos santos reciben la sabiduría porcarisma; sólo el sol madura y no en uninstante. Cuando más se haya vistomejor se comprende. Dícelo bien, comocasi siempre, Saavedra Fajardo: losconsejos se han de madurar, noapresurar.

»¿Qué es la perfección, en arte, sinosentir cierto punto de madurez?, comodijo —poco más o menos— nuestroamigo el buen obispo de Meaux. ¿Qué es

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de un negocio si no está maduro? ¿Quéla madurez del espíritu y del juicio si nola indicación de la forma más perfectaque puedan alcanzar? ¿Y qué la juventudsi no anhelo insatisfecho de llegar a eseestado?

»La madurez es tolerancia porquedesde su cumbre permite llevar todo consuavidad, tratar con respeto a los queignoran, amonestar con blandura, tener yprestar paciencia, ver ofensas y callar.Pero de la tolerancia no le hablo hoy,querido Alfonso, para ser tolerado.Además ¡qué caray!, ¿qué es la madurezsi no juventud en sazón? La juventud esenvidia; envidiosos, los pueblos

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jóvenes. Lo malo: que no podemosescoger».

Don Lázaro Valdés Lázaro tenía almorir 71 años. Está enterrado en elcementerio nuevo de Veracruz, lote H,tercera fila, número 24.

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LAS SÁBANAS

lamemoriadeJulesRomains

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DOÑA ADRIANA RECASÉNS Rubio deSantos Martínez. (1823–1871) compró adon Juán Aguirre Lemus dos piezas dehilo irlandés —de la casa O’Casey— decuarenta y dos yardas, para la dote de suhija María, que se casó con don JoséRuiz Manterola, el 18 de septiembre de1846. Salieron ocho juegos, con suscorrespondientes fundas de almohadas,que fueron incrustados y bordados por lapropia doña Adriana, ayudada por sustres hijas, Paquita Monllor, su prima,contando con Josefina, su ahijada bizca,un águila con la aguja en la mano.

María Luisa Santos Recaséns deRuiz guardó las sábanas como oro en

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paño, y, tan pronto como nació suprimogénita formó el propósito —quecumplió— de dejárselas intactas, parasu futura y legítima coyunda. Efectuóseésta el 18 de mayo de 1891. El cónyuge,Gastón Mariscal Roble, falleciómajareta, tres años después dejando aAdriana rica y con dos hijos —Joaquíny Gastoncito—; el primero (1893–1937)fue fraile; el segundo casó, en 1918, conMariquita López González. La brevevida matrimonial de la suegra de estaúltima, no le dio tiempo de gastar losjuegos de cama de su abuela quepasaron, íntegros y amarillentos, al ajuarde la nueva pareja, que procreó a

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Blanca Mariscal López, nacida el 8 dejulio de 1921; su padre la trajo aMéxico en 1939, por razones políticasque no son del caso. Blanquita sedesposó, en la Profesa, de la capitalmexicana, el 19 de septiembre de 1943,con Rodolfo Castellanos Mendieta,coahuilense de muchos posibles. Por unazar (—Lo perdimos todo, todo, todo, enMadrid), las sábanas atravesaron elcharco y descansaron en el fondo de unmundo, de los que va no se puedengastar, que no cupo en el clóset del pisode la calle de Lucerna —el 26— dedonde salió la novia: se quedaron enVeracruz, en casa de un amigo del

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refugiado, muerto de un infarto, en 1961.Su hija falleció, en Saltillo el 2 denoviembre de 1987, dejando bienestablecida a su hija mayor, GuadalupeCastellanos Mariscal, en la capitalmexicana, dueña y señora de unoscauris, que heredó, con todas las de laley, de Mauricio López Muñoz,sinvergüenza simpático, más aficionadoa lo de fuera que a lo de casa, de loajeno que de lo propio, llegado a oficialmayor de la Secretaría de Fomento en elsexenio 1982–1988. El baúl habíapasado a un cuarto de criados de su casade Zapotanejo, una playa de moda, aveinte minutos de la capital. Para unas

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recámaras puestas a la antigüita, doñaGuadalupe las buscó; no existían sino aretazos, comidas de las ratas.

La señora, gorda, importante eimpotente, cargada de nietos, se indignó:

¿Qué le puede importar a Dios quese gasten de una manera o de otra? ¿Yahora qué?

Blasón desmoronado: las sábanasfamosas, conocidas de oídas por todos.

—Lo que desgasta a las sábanas noes el dormir… ¿Y éstas?

—Murieron vírgenes —dijo Manuel,nieto de buen ver.

—Vírgenes y carcomidas.—No son las únicas.

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—Manolo… (Creyó, sin razón, enuna referencia a Águeda Wertheim, unaprima seca, con ganas y sin remedio).

—No se hable más del asunto.Era demasiado pedir: quince días

después, Ruperto Morales Castro, deuna rama pobre de la familia, metió eldedo gordo del pie por un agujerillo yestiró. La sábana hizo crac,desgarrándose.

—Lo hiciste adrede.—¿Adrede?—Adrede, a estas alturas no me vas

a engañar… Por lo menos con los dedosde los pies.

Tema callado, yacente: la sábana de

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abajo, remendada en el centro con uncuadro grande, con sus orillotas, cicatrizdel lienzo.

—¿La voy a tirar?La economía de la cónyuge le

retorcía los mondongos.—¿No tienes otras?—¿Y qué? Primero vamos a acabar

éstas.—¿Para qué quieres las que tienes

guardadas?—¿Cuáles? Si no fueras tan poca

cosa hubieras exigido las que se quedóLupe, sin derecho alguno…

Las sábanas de la abuela, de labisabuela o de quien fuera. Las habían

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visto una vez —cuando el baúl pasó deVeracruz a Zapotanejo—, amarillas,gruesas, pesadas, rugosas, adornadas,bordadas en relieve A. R. (Ya nadie sellama Adriana, ya nadie —en la familia— se apellida Recaséns).

—Hilo, como ya no se fabrica.El dote inmemorial de la familia. De

la tatarabuela a la bisabuela, de labisabuela a la abuela, de la abuela a lamadre —fallecida hace quince años—,de Ruperto, el del dedo gordo del pie enel agujero rasgado.

—Si fueras hombre, no hubierasdejado que se las llevara Lupe. Tecorrespondían a ti, a ti. Pero tú… Y no

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digo para nosotros, sino para Ruperta.La hija única (veintiúnica, decía su

hermano Abel), fea y mal casada madrede seis retoños.

—No dices más que tonterías.—No es ninguna tontería. Esas

sábanas debían de ser nuestras.—Las sábanas Recaséns acabarán en

un museo…—¡Ojalá se las comieran las ratas!La esposa se levantó furiosa, furiosa

se fue a dar un vistazo a los canarios,furiosa se vistió, furiosa salió a la calle,furiosa la atropelló un camión, furiosamurió.

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Fue una de las últimas referencias.Hubo otras tres, en cinco años:

—Si tuviéramos las sábanasespañolas… —recordó María Teresa,una prima que administraba los courts,una espléndida mañana de mayo, en1992.

—Menos mal que no son las sábanasde hilo irlandés —trajo a colaciónCarlos, en la cama matrimonial, unamadrugada oscura en que Rafaela, suoíslo, soñó estar en el baño y empapó elcolchón, en 1997.

—Como las sábanas de la bisabuela

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—dijo Adriana Martínez de López, alsacar unos calcetines carcomidos, unatarde de octubre de ese mismo año.

Luego se olvidaron del todo.

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PERSONAJE CONLAGUNAS

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DE CUANDO en cuando se le iba el santoal cielo. Se quedaba alelada, es decir:como si le salieran alas a lo quepensaba y se la llevasen a lo alto. Losojos se le volvían de cristal, fijos,ciegos:

—¡Eh, tú!—Ah, sí ¿qué pasa?Usurera; con su aire lelo; y de las

malas, ¿qué pensaría cuando se quedabatraspuesta? No era nada tonta. Recuerdoque le dijo a uno, a Rosario Lojendioque la molestaba:

—La tierra presta al ciento porciento ¡y me vienes a reclamar que yo lohaga aunque sea al diez mensual!

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—Ella da, y tú prestas —le contestóla otra que era de las que comen frijolesy eructan jamón.

—Ella presta también y acabacobrando más que yo…

La dejó seca, plantada. Se quedabauno de piedra oyéndola. Luego, depronto, se perdía en las nubes. Cuandotuvimos aquella dificultad y dijeron quese murió del susto, nunca me acabé deconvencer. Para mí que la enterraronviva, o, por lo menos, pensando en otracosa.

—No sé si te acuerdas de ella:gorda, gorda, gorda; sentada siempre enuna silla bajita para que le cupiera la

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barriga entre las piernas; con aquellaverruga ramaleada de pelos blancuzcosen la mejilla derecha, siempre vestidade gris o de negro, oliendo fuerte. Y,como relámpago, quedándose traspuesta.Unos decían que era para ver de quécolor llevaba pintada la cara. No locreo. De a deveras se le iba el santo alcielo, se perdía. Tenía sus lagunas, quedecía don Jacinto.

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TELÓN DE FONDO

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I

LÉRIDA Y GRANOLLERS,1938

I

ESTE ES el frente. Corre lento el Segreentre las trincheras, partiendo mundos,vuelto frontera en la entraña misma deEspaña, dejando a ellos la ciudad,

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dándonos los jardines y el teatro. Alláarriba está la catedral, bizantina, gótica,árabe; la plaza de la Pahería, las callesdonde uno paseaba. Veo, ahora, acuarenta metros, las fachadas traseras dela calle principal, las ventanasconvertidas en aspilleras, las paredes encartones de encajes de bolillos; laspersianas deshechas, otras colgando;colchones, sacos terreros para la muerte.Las casas no pasan de tres o cuatropisos, justos para reflejarse en el río;detrás suben a los cielos el castillo y lacatedral que apunta, en lo más alto, suíndice al cénit. En su torre duermenametralladoras.

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Corre lenta el agua sin más que unmurmullo de sorpresa ante los dospuentes destruidos, los rieles en altocomo en espera de voz de mando, o, sila imaginación crece, brazosdesesperados.

Suenan secos algunos tiros por ladistancia tan escasa: el silbido no tienetiempo de nacer, muere inmediatamenteen tierra, piedra, árbol o, como ahora,por chiripa, con estrépito de cristal rotoy caído. Las trincheras son profundas,bien acondicionadas; en los fortines unaque otra cama bajo anuncios de corsés ysostenes; en otro un emperifolladísimoreloj de pie da la medida del gusto de

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sus moradores por el lujo: ocupa elarmatoste buena parte del sitiodisponible. Los soldados parecendespreocupados, a lo suyo, sin prisa.

Los altos plátanos de los CamposElíseos se recortan en el azul puro de uncielo sin tacha. La temperatura, de tanperfecta, no se nota. Las veredas, lascarreteras están sembradas de ramasverdes segadas por la metralla enemiga.Corren por los escombros y entrenuestras piernas docenas de polluelosseguidos por su madre cloqueante. Elsol lo enluce todo y lo barniza de gloria.He dormido hace años allí enfrente,tiran desde la habitación que ocupé. En

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una haza duerme un gato, alrededorcrecen rosales que estallan en todasdirecciones sus molinetes de olor.Nunca fueron las rosas más rosas quehoy. Ni las peonías tan hermosas.

El aire salta roto por una ráfaga deametralladora. El gato no se despierta,pían en el extremo de un corralimprovisado más animalejos, losperales ven segadas por un inviernodesconocido sus hojas recién nacidas demayo. Una ambulancia llega por lacarretera a recoger un herido, sin darlemayor importancia. Zumba la aviaciónarriba, los obuses antiaéreos salpican depuntos negros una nube blanca aparecida

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por equivocación. Señalando losaparatos un teniente andaluz, de Huelva,sonriente:

—¡Los vivorritos! ¡Los vivorritos!—¿Cómo dices?—Los vivorritos.—¿Por qué?—Yo qué sé.Ríe. Los vivorritos: entra el sol por

todas partes. Rito de vida, teniente denuevo cuño, andaluz de allá abajo,creador de palabras alegres a las queañade erres por el placer de vivir yvolver a oír en la onomatopeya elzumbido bravo de los aeroplanosrepublicanos. Los vivorritos: nombre de

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bicho, de primaveras, nombre reciénnacido, apenas inventado. Espejo de laesperanza. Con el aire de mayo nacenlos vivorritos.

En la carretera una bala perdida sepierde definitivamente, de un puntapié.Un capitán confederal, anarquista deManresa, me enseña su estrella, susgalones:

—¡Quién me lo iba a decir!También se ríe, de su grado.—No había más remedio.Lérida cercana y herida. Cae la

tarde. Gana la catedral sombras moradasoscureciéndose en un cielo ababol.Tiran en ráfagas sobre la carretera, mas

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la primavera vence, acallan el plomo losruidos menudos: los piares se disuelven,nace la paz y la tranquilidad. El gato sedespereza. Va a empezar la noche. Loshombres acechan, el dedo en el gatillo.La guerra es la paz. Es el frente mismo.

II

Por las calles crecen las rosasabrazándose de acacia a acacia. Haynombres más bonitos que este deGranollers al que procuran dar lustrecon limpieza y laboriosidad que se

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huelen y reflejan en sus casas de dospisos en largas, correctas hileras. Elpueblo se estira en aceras curiosas, enjardines cuidados. La guerra llega através de discursos y papeles, quintos yvoluntarios: el frente queda lejos, sedesconoce su ruido.

Vinieron, eso sí, refugiados.Muchos, demasiados. Se repartieron porla ciudad que se hinchó de diez a trece,a catorce mil habitantes. El aletear deltrabajo se hizo un poco más fragoroso.

De pronto, veinte segundos bastan,las casas vienen a escombros, loscristales a mil trozos, las aceras limpiasa suciedad inverosímil, las calles a

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solar, las paredes a aire, el cielo azul apardo, las voces a ayes o silencio, loscuerpos a guiñapos, los árboles asarmientos, las piedras molares apeñascos, los hilos del teléfono aenmarañamiento inútil, un piano aabsurdo teclado sobre la tierra, lospedales por montera; el mercado quedasin techo, las venas sin sangre, las losasse tiñen de morado, un kiosco deperiódicos desaparece. Las casas ya notienen piso; los muros, crestería. Todose ve por dentro, hundido.

A lo largo de la calle se amontonanlos cadáveres, los íntegros o lospartidos en pedazos. Paran las

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ambulancias llegadas de Barcelona,unos hombres recogen despojos engrandes cestas de mimbre, grises desangre vieja. Pasan aullando tresmujeres. Corre, grita la gente. Estamos aciento cincuenta kilómetros del frente.Es la retaguardia. Una niña —¿quétendrá, seis o siete años?—, pegada auna pared mira fijo, sin poder llorar nicerrar los ojos. De un poste cuelga untrozo de carne.

II

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VERNET, 1940

—¿Y tú, por qué estás aquí?—De la cárcel: por una tarjeta de

pan.Andaluz, pequeño y rubio. Los ojos

claros, entreverados. La sonrisa nimia;delgadín, siempre contento. Niño conveinticinco años, una gran punta de peloen la frente y entradas hondas en amboslados. Sin más vida que la guerra.

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—¿De dónde eres?—De un pueblo, entre Utrera y

Morón.El color blanco, cierta serenidad

sencilla.—Cuando volvamos, mande quien

mande: no afusilar a nadie. Para esoestán los tribunales. Y yo sé quienafusiló a mi hermano. Hay que hacer lascosas como se deben hacer. Yo no soyde esos que piensan que cuando sevuelva hay que armar la marimorena.

—¿Por qué dices eso?Me mira con los ojos entornados.—Aun el mismo moro no lo sabe.

Alguna vez se tiene que acabar.

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—¿Acabar, el qué?—Pareces tonto.Se va, arrastrando los pies,

calándose el gorro; se abrocha lachamarra. Me lo encuentro luego cercade la alambrada y me emparejo con él.Tenemos todavía un cuarto de hora antesde ir a limpiar las letrinas. Del otrolado, media docena de guardias pasan,colorados, a relevarse.

Tras los alambres de púas, elcampo, la carretera, y, allá,carcomiendo el cielo, los Pirineos. Haceun frío del demonio. Andamos dándolefuerte a la tierra, intentando sentirnuestras plantas.

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—¿Cuántos meses de cárcel?—Tres. Yo estaba sentado en una

taberna, en Montpellier, o como sellame, y se me acerca uno, parecíacatalán:

—¿Tú eres refugiado?—Sí.—¿Quieres comprar una tarjeta de

pan?Figúrate, con el hambre…—¿Cuánto?—Treinta y cinco francos.—Te doy veintiocho.Era todo lo que tenía. El gachó se

va, pero vuelve a los diez minutos.—Venga.

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Toma y daca; me la meto en elbolsillo interior de la chaqueta como sifuese oro en paño. Una tarjetasuplementaria de pan: ¡Figúrate! Casi seme pasaba la gazuza con sólo pensarlo.En menos que te lo cuento entraron cincoo seis policías. A hacer una rafles. A míno me cabe duda que los avisó el guarroese, cada quien gana su vida comoquiere. Yo tenía mis papeles en regla.Ni me los pidieron.

—Sal con nosotros.Y nada más llegar a la calle, me

meten mano y me sacan la tarjeta. Mellevaron a la Prefectura.

—¿Con que traficante en tarjetas de

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racionamiento?Una paliza, otra paliza, y otra, para

no variar. Querían saber cómo la habíaconseguido. Yo les dije la verdad.Entonces se les ocurrió que yo buscaraal tipo. Por la mañana me hacían subir altercer piso. Me daban de bofetadas y depisotones hasta que les daba la gana, yluego me sacaban a paseo, con uninspector, a ver si tropezábamos conaquel tío. ¡Afigúrate! ¡Denunciar, yo! Decuando en cuando íbamos a la tabernaaquella. Y lo peor es que meconvidaban. Siempre había algún queotro conocido.

—¿Qué tomas?

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—Nada.—Sí, hombre, un vaso de vino.Me lo tenía que beber, muerto de

vergüenza: ¡cómo si yo tuviese la culpa!A los pocos días metieron en elcalabozo a un viejo. Le habían dado unatarjeta de trabajador y estabanempeñados en que no era suya, que lahabía comprado. Me llevaron arriba.Seguro que me confundían con otro.

—Mira: tú a mí no me engañas —medijo un inspector—, tenemos informes.Tu étais gentil, avant. Que te diga elviejo ese de dónde ha sacado su tarjeta.Mañana por la mañana me lo dices tú amí.

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No contesté. Pero yo… ¡qué habíade preguntar! Allá ellos. Además queera verdad: se la dieron por las buenas.A la mañana siguiente me subieron otravez arriba:

—¿Qué te ha dicho?—¿A mí? Nada.Me dijeron todo lo que quisieron y

me dieron lo que les dio la gana, que nofue poco. Me condenaron a tres meses, yal salir de la cárcel me trajeron aquí.

—¿Trabajabas?—De mecánico. El patrón no se

molestó en ir a la vista. Algún díaacabará esto, y si no acaba que noacabe. Después de lo de la sierra de

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Pándols, ¿qué más da? ¡Qué día aquel enque pasamos el Ebro!

Se despatarraba, feliz. Se rascó lacabeza.

—¿De qué brigada eras?—De la 46. Estábamos en Ametlla.

El día antes nos llamó el mando y noshizo bañarnos a todos, para ver quiénsabía nadar y quién no. Yo era detransmisiones. Fuimos los primeros enpasar, con los carretes a cuestas. ElEbro tendrá unos ciento cincuentametros de ancho, allí, por Benifallet. Erala una de la noche. En seguida setendieron las líneas. Y trajeron lasbarcazas para pasar. Había unas

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veinticinco. Pero de estar cerca de unmes panza arriba en los cañaverales, serajaron, y casi todas se fueron al fondo.Total, quedaron cuatro o cinco. Entoncesel mando hizo pasar una cuerda gruesa,un cabo así de gordo, de orilla a orilla,y que fuéramos pasando, cogidos de él.La cuerda se rompió del peso. La gente:unos se salvaron y otros se ahogaron. Eneso se dio cuenta el escucha de ellos. Yempezaron a hacer fuego. La cara quepondrían: ¡Qué vienen los rojos! ¡Vengamorterazos! Pero ya estábamos sobre laslomas y en las barcas que habíanquedado fueron pasando los batallones.Ya eran las siete. ¡Qué día! Hubo un

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combate grande por Benifallet. Fuimosadelantando hasta donde tenían el puestode mando. Fue un enlace de ellos el quenos dijo dónde estaba. Lo mandaba unteniente–coronel. Pistaba durmiendo.Llamamos a la puerta:

—¿Quién va?—¡República!—¿Qué broma es ésta?Su mujer se puso a chillar. Entramos

y se entregó. Las fuerzas siguieronadelantando. Teníamos orden de llegarhasta el kilómetro 14. Allí estuvimosmedia hora. Pero no se pudo contener ala gente y nos fuimos hasta el kilómetro17. Cogimos Vértice Rey. Pero el mando

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nos hizo retroceder hasta el kilómetro14. Estábamos furiosos. Por enlacessupimos que a nuestra izquierda habíafuerzas de ellos. Allí cogimos unbatallón y cuatro piezas de artillería, yluego ¡a por la estación! Había un tren apunto de salir con quince o veintevagones…

Al chaval le brillaban los ojos comosi todavía estuviese allí. Ya no habíaalambradas, ya no había campo. Allí,tras la carretera, podía estar la estación.

—… Había un tren a punto de salircon quince o veinte vagones. El que lomandaba hizo desenganchar la máquinay se fue con ella. En el tren había de

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todo: dos piezas del diez y medio, unadel quince y medio, munición para losseis y medio —que no teníamos—, perolo que es la de los otros, nos vinoestupendamente. ¡Hay que ver cómo nosreímos! Y comida, y uniformes. Nos lospusimos en seguida. El mando protestó:

—¿Qué es esto? ¡Venga, venga!Y nos los mandaron quitar, porque

nos podían confundir. Lo que hicimosfue cortar los pantalones por encima delas rodillas; que para equivocarse nohace falta uniformes: la prueba es queestuvimos tiroteándonos bastante tiempocon la 15 de los internacionales. A lostres días decidieron que fuéramos a

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atacar Vértice Rey; pero ya no hubomodo. Cuatro días estuvimos dándole dedía y de noche. Luego empezaron ellos ytampoco pudieron pasar. Nostrasladaron a la sierra de Pándols. Enaquella cota 666 —que unas veces erade ellos y otras nuestra— ¡qué manerade atizar! Lo más gracioso fue un carro:de pronto, por un camino que iba de losfachas a nosotros, vemos llegar un carrotirado por una caballería, guiado por uncampesino. Venía hacia nosotros, tantranquilo. Llega y le damos el alto:

—¡República!—¿Cómo que República?Yo no he visto nunca a nadie con esa

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cara de pasmao. Se lo llevaron al puestode mando.

—¿Cómo has pasado las líneas?—¿Qué yo he pasado las líneas?(Al chaval aquello le hacía mucha,

gracia, porque le recordaba a uno de supueblo, entre Utrera y Morón: maíz,trigo, algodón, olivos, albejones. Unpoblachón grande. Ocho o diez milhabitantes. Dehesas y caballos.Campesinos).

Se oye el silbato del cabo de varas.—A ello.Un kilómetro, hasta el río, con

ochenta kilos de excrementos a cuestas.Nos turnamos: izquierda, derecha; hasta

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sentir los brazos como ramas de fuego.Al cambiar nos llegan hasta el suelo,deshechos los hombros.

Los guardias, fusil en ristre, seaburren y hieden.

—Alors tai? Allez, ouste…El campo está hermoso. Tras los

Pirineos, España.—A seis kilómetros hay una sierra

que dicen Sierra Morón. Por allí tienenuna finca los Bienvenida. Secano. Loque más hay, trigo. Mis padres tienenunas tierras. Somos, éramos, cuatrohermanas y dos hermanos. Todos deizquierda. Al mayor lo afusilaron:secretario de las Juventudes. Los fachas

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no entraron hasta los doce días de larebelión. Al principio se formó uncomité, con el alcalde —que erasocialista—, dos de la CNT, uno de laUGT y un comunista. Detuvieron hastadoscientos fascistas. Pero no les pasónada. Alguno había que creía que erauna barbaridad, pero se impusieron losmás; y no pasó nada. Lo que se dicenada. Se montaron unas guardias. Losfascistas del pueblo dijeron: «Vamos ahacer un atestado en que conste que aquíno se ha afusilado a nadie. Si llegan losnuestros, nosotros iremos delante ydiremos que en el pueblo no ha pasadonada y que no queremos que pase». A

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los doce días llegaron y los de derechahicieron como habían dicho, y no pasónada. Nosotros nos habíamos ido almonte. A los pocos días reunieron a lagente en la plaza y dijeron:

—Coged los caballos e iros por ahí.Decid a los jóvenes que vuelvan, que noles ha de pasar nada. Era la cosecha.Muchos volvimos al pueblo. Los mássignificados se marcharon andando,hacia donde habían oído que estaban losrepublicanos. Después vino uncomandante de Sevilla, con unos cuantosfalangistas que se reunieron con unoscuantos del pueblo. Les dio por afusilar,y afusilaron. Los más del pueblo no

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querían, pero el comandante decía queél era el que mandaba allí. Cogieron ami hermano y lo pasearon esposado porel pueblo, y lo mataron a la mañanasiguiente. Mi padre fue a ver al alcalde,que le dijo que no podía hacer nada. Asíhasta más de cuatrocientos. Afusilaban adiez, o doce cada mañana, en las afuerasdel pueblo. Luego hacían un montón enuna calle y luego venía una camioneta apor ellos. Al día siguiente mataban a losque habían ido a recoger a los muertos.Así, seguido. Como una cadena. Lagente levantaba el brazo. Yo, y tresprimos míos, nos fuimos andando, por elcampo. Tres días. Sin comer. No

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sabíamos bien en dónde estaban laslíneas. Al tercer día vimos unos pastoresy decidimos hablarles. Fue uno, mientrastres nos quedábamos atrás. Nos llamó.Les pedimos pan.

—Pan no tenemos, no hay, pero siqueréis queso…

¡Qué si queríamos!—El frente está ahí mismo.—¿Dónde?—Detrás dé aquella loma.—Bueno, ya nos diréis por dónde

nos podemos pasar.—Pues mira, subís allí, veréis un

árbol y encima una bandera colorada.Allí están los rojos. Del otro lado, en la

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carretera, veréis otra bandera, allí estánlos…

Decidimos esperar a la noche. Nossubimos por aquella ladera y miramosentre la maleza. A poco llegaron unoscamiones con gente, cerca de la casetade los peones camineros. Se armó unaensalada de tiros. Nosotrosaprovechamos para pasarnos.

—¿Quién va? ¡Manos arriba!Les explicamos quiénes éramos. Nos

llevaron a una masía donde estaba elcomité. (Dijo «masía» porque estuvo,luego, más de un año, en Cataluña).

—¿Tenéis ganas de comer?¡Qué si teníamos!

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(Vertemos nuestra carga en anchosfosos pestilentes. Los pies se deslizan enel barro pegajoso. Bajamos hacia elrío).

——Habían formado unos grupos dediez, entramos en uno de ellos, con elteniente Trujillo. Habíamos unos cuantosjóvenes que no teníamos fusil. Elteniente nos dijo que lo mejor quepodíamos hacer era ir a Málaga. Fuimosallá. En Málaga habíamos por lo menosveinte mil sin fusiles. Fuimos a ver alGobernador. Nos preguntó si queríamosembarcar. Le dijimos que sí. Fuimos alpuerto. Al «España número 3» —yo nohabía visto nunca el mar—. Eran las

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siete y salía a las ocho. Dimos unavuelta y embarcamos. Llegamos aCartagena. Yo me mareé. A los tresvoluntarios que íbamos no nos queríandejar desembarcar. Pero fuimos a tierra,en un falucho. Nos preguntaron siqueríamos ingresar en la Infantería deMarina. Dijimos que sí. Nos llevaron aValencia. Luego a Teruel. Luego aVillarrobledo, luego a Brunete, con elCampesino. La 46 división. Luegoestuvimos seis meses en Alcalá deHenares, haciendo maniobras. LuegoCerro Gordo: cuatro días estuvimosatacando sin poder hacernos con él.Relevamos a la 5.ª internacional, en

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Teruel. Ellos tomaron Alfambra y ElPovo. Luego, la retirada: Chilches, yAlcalá de Henares otra vez, y luego enseguida a Lérida. No pasaron. Tortosa,Balaguer, Perelló, Ametlla de Mar y elEbro. Luego, ya al final: Vineixer,Borjes Blanques y la frontera: Argelés,las compañías de trabajo, Narbona,Montpellier, la cárcel, esto.

—¿Tenías novia?—¿Quién? ¿Yo? No.El río corre mansamente entre la

arboleda y las riberas empinadas.Bajamos a lavar las pesadas tinas. Losguardias acuden a ver si quedan limpiasde zurullos:

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—Límpialo mejor, si no quieres quete obligue a hacerlo con la lengua.

Cojo un manojo de hierba yobedezco. Enrique Serrano Piña meayuda, los pies en la mansa corriente.

—Cuando volvamos allí no hay queafusilar a ninguno; aunque sé quiéndenunció a mi hermano: es de Sevilla.

—¿Y si te lo encuentras?Me mira fijo, se encoge de hombros:—No caerá esa breva.Insisto. Sonríe con su cara de niño:—Lo mandaré a Montpellier… o

como se diga —pronuncia: Monpeyé—,para que vea lo que es bueno.

—Allez, ouste…

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Resbalamos, subiendo. Se forma denuevo la conducción. Tras los Pirineos,España.

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ENERO SINNOMBRE

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Con ser vencidos llevan la victoriaCERVATES

26 de enero de 1939

A LOS HOMBRES les ha dado siemprepor andar, para eso tienen piernas; perohasta ahora no sabía que era el aire loque les empujaba. Sólo tienen una orejapequeña a cada lado de la cabeza,bástales para correr al menor ruido; nosaben estarse quietos, ni ven más allá dela punta de su pequeña nariz, locos conun tema: la velocidad; ya no lescontentan ruedas, quieren alas. Ignoran

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que una vez nacidos arraigan aunque noquieran y que no valen tretas, quiebros,artimañas o martingalas: no cuenta lacarne, sino la savia.

He nacido de pie. Siempre fui alta,mayor de lo que a mi edad corresponde;nací allá por los alrededores del milochocientos ochenta y tantos y he ido,como corresponde, ensanchando poco apoco mi tronco y mi paisaje. Figueras haganado en planta lo que yo en vista,cuando me creyó cercada yo la vencíapor lo alto. Los azacanes, con sudores ytiempo, fueron construyendo suscuarteles siguiendo la disposición de lastierras, figurándose alinear atabones a su

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capricho. Alcancé a ver hace muchosaños San Martín, y cuando alzaron en laRambla casas de tres pisos, para tapiarmi horizonte, desde las puertas de laciudad ya divisaba yo Perelada.

En mis años mozos, cuando avisésobrados, pasaron por mis pies losprimeros automóviles. A mí no mesorprende nada, siempre fui un pocomarisabidilla: lo sé y no me importa.Cubrieron el albañal, erigieron los palosdel teléfono, cipos eternos de nuestragrandeza, los celemineros vinieron amozos de la gasolina.

Sucediéronse podas: tanto da, yapueden los hombres baratear nuestra

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vida, somos más que ellos, tienen miedoa la intemperie y por ello perecen,desnudos parecen (lores ¡v se visten!Desgraciados. Chapodan el mundo parapoder sustentarse, por falta de raíces. Loque vale es el viento, y lo ignoran. Seempeñan en sacar grano del escajo,madera —vida de nuestra muerte— dela moheda. Moceros malolientes, sóloviven si mojonean, llámanlo abono paradarse lustre, pero se esconden para ello,lo sé porque lo veo; mostradores,jactanciosos, nepotistas que en cuantopintea pernean como gallinas o inventanparaguas; o aun se hacen vegetarianoscomo si sirviese para algo comer de lo

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que uno no está hecho: coman carne ydéjennos en paz, o, si quieren, que siganplantando renuevos en el ramblar aunquesólo sea para que los soldados acoplenrabizas al trastornarse el sol o que lasramas se somorgujen en las acequias,pero que no nos muelan a machetazos deaños en años dando por razón que es pornuestro bien… Me voy por las ramas; alo que iba: las escarpas del castillo nohan variado, verdecen en primavera, talcomo se debe; un castillo es una cosaseria. La carretera se amolla, hunde yenfanga con la lluvia; con los caloresespolvorea el campo, la alquitranaron yse va dando lustre, allá ella con sus

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hitos.A la redonda, el llano se muere de

lejos, allí está Llansá, allá dicen que elmar y frente a la puerta mañanera delsol, tras los collados que me loesconden, Rosas. Los Pirineos son minorte, y a mucha honra; ellos cumplencon su obligación de nieve cuando toca.

Alaban mi memoria, sé de Napoleónpor lo que cuentan, de los carlistas pormi familia, vuelta gran parte de ellaceniza sin remedio, por el frío que pasóaquella horda. Los hombres tardan encrecer y, de todas maneras, no van másallá del chaparro.

(Posiblemente los hombres son

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desgraciados por moverse tanto, peromás se lleva el viento).

Anoche se murió un niño a mi pie;murió verde y se lo llevó su madrecamino de Francia, creyendo que allíresucitará; no creo en milagros.Tampoco comprendo por qué se muerenlos niños: morir es cosa de quedarseseco. Lo saben de sobra los hombres, ylo dicen. También se muere uno depodredumbre, de tener las entrañasroídas por los gusanos. Los hombres semueren carcomidos por fuera, la caraconsumida por la sangre y las vendas,por el pus, la sarna, los piojos y eldolor. Por lo que oí anoche, también de

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hambre. ¿Qué es el hambre? La tierra dapara todo. «Sí, lo que quieras —decíauno—. Pero anteayer, no recuerdo si erael martes o el miércoles, tanto monta,antes de salir de Barcelona, llaman encasa. Eran las dos de la mañana. Habíaalarma; noche clara, proyectores y todala pesca. Sí, para un parto. Allá que tevas con el miedo a los antiaéreos y sinpoder encender la lámpara de bolsillo,con una pila nuevecita que me habíatraído Vicente, de Perpiñán. El niñonace muerto: Falta de alimentación de lamadre. Me asistía una vecina —vengaUd. a ver el mío—, me dice, cuandotodo estuvo listo. Allá voy echando

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pestes, acaba la alarma y vuelve laelectricidad. ¡Ah!, sí, porque el famosoparto tuvo lugar a la luz de las velas quehabían ido a requisar por toda laescalera y en un refugio de al lado; ¿tedas cuenta? El recibidor era una sala derespeto, cada vecino venía a por subujía y a preguntar por la parturienta. Decine, chico. A nadie le oí decir: Mejor,más vale así. No, todos decían: Lástima,otra vez será. La madre estabadesesperada. Bueno, subo a casa de miasistenta y veo el niño, un año. Este niñose muere. Le damos un baño caliente,una inyección de aceite alcanforado: Yadecía yo —me espeta la madre— no

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comía. Y nada más. Ni un grito deprotesta, ni un lamento. ¡Qué pueblo,Dios, qué pueblo!».

Los hombres no tienen idea de loque es tener pájaros en los dedos, loshombres y los animales se parecen a laspiedras, no los mueve el viento, seguarecen de huracanes y ciclones, lesfaltan raíces para afrontarlos, son purotallo, sólo crecen para afuera, si lohacen para adentro no se les ve, y yocreo lo que veo: por eso lo cuento. Loshombres dan idea de lo que son losfenómenos pasajeros, son como lastormentas o mejor, como dicen,atormentados. Para ellos no existen las

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estaciones y tanto les da primavera uotoño; la vida no brota del hombre sinode su alrededor, bajan a ser espejo delmundo y por defenderse de suinferioridad inventan el sueño, intentode semilla, moleña por los aires: no soncapaces, para empezar, de discernirentre una haya y un tilo, un plátano o uncastaño y no hablemos de cerezos o denaranjos. Triste condición la de animal;si quieren dar algo de sí, han de moriren la porfía; la sangre es savia muyescandalosa y los hombres siempreparece que estén pariendo; no saben darfruto más que entre dolores, y en cuantoa echar flores, van lucidos. No me

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comparéis una gallina con un almendro.

27.

—¿Has pensado alguna vez quepodíamos perder?

—No pienso ná. No puedo pensarná. Lo echaría tó a rodar y no tengo náque echar a rodar.

Con oídos y sin lengua pasa unmundo por la carretera, se ha idoformando de la nada, lo ha traído el airedel sur y lo embotella en Figueras; lacarretera de la Junquera es un embudo.Las resolanas se han convertido engarages. La dudad desborda de

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automóviles y camiones, es como unasangre negra que corre por las cienheridas que la noche le ha hecho. Mundomedio muerto que anda con dos piernasigual que si sólo tuviese una, mundo quesólo sabe andar y que sabe que conandar no resuelve nada, pero que andapara probarse que vive. Huyen de susombra sin saber que sólo la nocheresuelve el problema, andan, y por lanoche encienden hogueras; con el fuegorenacen las sombras. El mundo haenvejecido en cuarenta y ocho horas.Pasa un viejo viejísimo, de luto, comotodos los viejos españoles. Estar de lutoes el invierno. Una dijo: Mírale tan

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viejo y tiene miedo de morir. Andan.Vienen soplando por el mar las primerasclaridades. La carretera está llena decamiones, de carabineros, de soldados,de automóviles, de guardias, de viejos,de mujeres, de carros, de periódicosrotos, de viejos, de tanques de gasolina,de tres cañones que han abandonado ami derecha, de niños, de soldados, demulos, de viejos, de heridos, de coches,de heridos, de mujeres, de niños, deheridos, de viejos. En cuclillas, frente amí, una mujer en el talud, lloraenseñando las piernas, enfundadas enmedias color canela y, más arriba, susmuslos, color de la flor del almendro,

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llora que te llora. No se para nadie,cada uno con su cacho de carretera alhombro.

—La culpa es del gobierno.—La culpa fue de los comunistas.—La culpa la tiene la CNT.—La culpa es de los republicanos.Un niño está solo, con un paraguas.—¿Y tu madre?—En Francia.—¿Y tu padre?—Muerto.Está solo, parado como un islote, en

medio de todos, formando un remolino.La gente llega, viene, va, camina,

pasa, se mueve, se estira, se extiende, se

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desliza, se gasta, consume, envejece,muere. A tanto andar todo acaba. Lasmujeres van más cargadas que loshombres, no se ayuda nadie. Lossoldados con sus fusiles a la deriva vandecididos no saben a qué.

—¿Y tú de dónde eres?—De cerca de Bilbao. Un año que

estábamos en Barcelona, con casa y tó.Y tó comprao de nuevo, donde El Siglo.Las colchas, la vajilla, tó. Tó s’a quedaoallí. Ahora arrea otra vez p’alante. Unavergüenza. Los catalanes tienen la culpa.

Se para, jadea, pasa los costales quelleva encajados en la parte derecha desu cintura al lado contrario.

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—Una vergüenza. Y no nos ayudanaidie, naidie.

Una voz. ¿Quieres que te lleven enberlina?

—Sois tós unos cobardes. Si yopudiera, si yo pudiera…

Los carros son mil; pueden conellos, sin esfuerzo, las caballerías, elpeso no es mucho, el bulto sí: la cargade los que huyen no es pesada, sinogrande. Los colchones abultan, las jaulasson aire, los conejos y las gallinasnecesitan moverse. Las camas son demadera y sirven de varales, en lasroscaderas van vasijas y cazos. No soncarros con toldo de lienzo, de los de

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carretera adelante, son carros labriegosde llanta ancha y loriga chillona que nohan salido de la heredad. Los bultosforman vejigones por encima de losadrales, por las bolsas de abajo; elcarro se transforma en racimobamboleante; la reata o el animalsolitario lo arrastra con el hocico bajo,la melena y las crines sucias, la cruz ylos ijares raspados, el corvejón ensangre, la caña y el espolón vueltostierra. Cuando se atolla la carretera elparar no es descanso sino impaciencia;muerde el movimiento en las nalgas y loecha todo a los demonios. Entoncesalguna bestia alza su testuz y mira,

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tintinea la collera: las pupilas de losanimales son dé cielo. Sobre el carro nohay sitio para nadie, a menos que unavieja haya venido a trasto negro,tumbado; no dirigen el bicho ni riendasni tirantes, ni manda el bocado a derechao izquierda, condúcelo la riada; cadacarro un mundo con sus satélites arastras, camino de la frontera francesa.Todos los rátigos son distintos; ningúncarro se parece a otro, pero todos soniguales.

Despega un avión del campo de SanMartín.

Un soldado: Nuestro.Un manco: Nosotros a la Gloriosa la

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llamábamos la Invisible.Una mujer arrastra dos niños,

pañuelo negro en la cabeza, sobre él unsaco descomunal, cada niño con su sacoa cuestas.

—¿Para qué luchar más? ¿Es que noven que estamos perdidos? Entonces¿para qué? ¿Más muertos?

Y sigue.Uno: ¿Quién te manda venir?

Quédate.La mujer no puede volver la cabeza,

apretuja sus labios secos y sigue.Miles de enmantados por la

carretera, todos con su márfaga, menoslos que andan con muletas y los que

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transportan esos inmensos artefactosenrejados de alambre, con sus brazos acuestas.

—¿Dónde vas, Torre Eiffel?Hay más cojos que mancos, y más

mancos que heridos en la cabeza. Hevisto niños con una sola pierna andarcon muletas, es un espectáculodesagradable. En un viejo sillón conruedas empujan a un paralítico de peloblanco y cara magra, cubierto con ungorrillo negro; lleva sobre las rodillasun trozo de hule rosa, por si el agua.

Los coches se paran, corren diezmetros, se vuelven a parar, cubren lacarretera, a lo lejos las gentes los

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amalgama unos con otros.Un guardia, con su fusil: Esto es lo

que quieren, pero no se saldrán con lasuya.

La cara caballuna, la barba de ochodías, desgreñado, la gorra terciada, losdientes neguijosos. Le habla unamuchacha.

—¿Pero, cómo ha sido posible?¿Qué ha pasao?

—¿Qué qué ha pasao? ¿Pero es quete figuras que tiran chuscos? ¿O qué? Yvenga de artillería, y venga de tanques, ypavas y más pavas. Un asco, y cómocagan las condenás.

Se le une otro.

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—Lo peor son los morteros; por unoque tenemos, ellos tienen cien. Si porcasualidad disparas, te fríen; acabamospor no tirar.

La muchacha: Y chaquetear.El guardia coge su fusil con las dos

manos: Repite.La muchacha: Y chaquetear.El guardia: ¿Y tú?Se encoje de hombros y sigue su

camino. El otro dice:—A nosotros nos coparon. Nos

salvamos de milagro.Y se une al anterior.Un camión cisterna adelanta contra

corriente, le miran sorprendidos. Le

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gritan.—Han desembarcado en Rosas.—Cuentus. En Vinc.A fuerza de bocinazos se crea un

camino hasta el control.Todos los hombres tienen los rostros

graves, las arrugas hundidas por elpolvo. Vosotros no os dais cuenta de loque es un rostro humano. Reconozco queno hay cosa que se le pueda comparar:Tienen de todo encerrado en tan breveespado: del fuego, agua, y tierra, de laque están hechos; esto les da cierto aireinconfundible.

Un coche negro, bandera republicanaal viento, pretende, metiendo ruido,

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adelantarse a los demás. La algarabíacrece al tono del claxon impaciente; los:

—Niño.—Luis.—Pepe.—Ven.—Corre, que una no oye porque

forman el lecho y la madre de los ruidoshumanos, salen ahora a la superficiecomo pájaros veloces. Un carabinero seacerca al coche tozudo, se apartarespetuosamente y se dirige a los queforman valla, les explica cosas que nollegan a mí. Un guardia de asalto seinterpone.

—No pasa ni Cristo.

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—Pero…—Ni Dios. Si nosotros nos

quedamos aquí, que se queden tós.El que habla gritando es cetrino, con

aladares grasientos. Como a cola debodrio la gente se para o acude. Elguardia está exasperado, le da al cerrojode su fusil.

—He dicho que no pasa nadie, comono pase yo. O el control me deja pasar,o si me cogen a mi que nos cojan a tós.

El mozo suda.—No pasa ni Dios, al que lo intente

me lo cargo.Pasar, pasar, pasar. Una voz:—El control cumple con las órdenes

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recibidas.—Ni órdenes, ni ná. Carabineros

tenían que ser. Al que pase me lo cargocomo hay Dios.

Y como ve que va perdiendo pie,que la gente lo tiene por loco, grita:

—El gobierno se ha fugado estanoche.

Se interpone un joven rollizo.—Eso no es verdad, están reunidos

ahora en el castillo.—¿Tú qué sabes?Baja Vayo del coche.—¿Qué pasa?El guardia:—Que no pasa nadie como no me

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dejen pasar a mí.—¿Dónde vas?—A reunirme con mi compañía.—¿Dónde está?—No lo sé.Unos cuantos agarran al mancebo y

lo apartan:—Es el ministro.—Bueno, y a mí ¡qué me importa!—Va a la Agullana, a su ministerio,

y vuelve.—No pasa nadie.Pero se sienta en el talud, los pies en

el barro de la zanja, los ojos muertos desueño, la barbilla hundida en el pecho,la mano asida al mosquetón. El ministro

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sube en su coche y pasa.Nunca he visto tanta gente junta, ni

tan vieja, ni tan negra. Una con mantarepite, repite:

—Yo tengo todos mis papeles enregla, yo tengo todos mis papeles enregla.

Uno de uniforme para un coche,pistola en mano.

—Misión oficial.Otro:—Embajada de Francia.Otro:—Embajada de Cuba.Por fin sube en el estribo de otra

«Misión oficial». La carretera está negra

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en el atardecer, parece que la nochesuba de ellos, pasan rozando mi piemiles de seres huyendo, hilera sinhilación, ayudándose unos, rechazándoseotros ásperamente. Muchos heridos.

—Vino el mayor y nos dijo: Nopodemos asegurar la evacuación delHospital, los que puedan marcharse porsus propios medios, que se vayan.

—Yo vengo de Vallcarca. ¿Y tú?—No sé.Hay quien no puede más, algunos lo

dicen, uno se tumba.—Morir por morir, tanto me da

morir aquí.Todo esto arremolinado de:

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—¿Cuándo?—¿Cómo?—Luis, ¿falta mucho?—Luis.—Rafael.—José.—Ven.—Corre.—Luis.—Luis.Y lloros de críos, bocinazos y ruidos

de motores cambiando velocidades,otros poniéndose en marcha. Ahoraempieza a lloviznar. Dos vienen bajouna misma manta.

—La culpa es de Azaña.

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—Y un jamón.Un viejo empuja una carretilla, se

cansa y para; empújala un niño, nopuede con ella cinco metros más allá; lesustituye su madre, treinta metros máslejos pónese de nuevo el abuelo. Unsoldado lleva a cuestas una ovejamachorra.

Una mujer:—A lo mejor no son tan malos.Y anda. Las cosas van perdiendo sus

colores. La noche cae en seguida, comoun apagavelas. Siento mis ramas. Lluevey vuelve a llover. Los coches pita que tepitan, dándoles a los faros, apagan,encienden, para ver el rayadillo del agua

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y no tropezar; marcan el paso, seatropellan. Más heridos. ¿Dónde van?Huyen. ¿Por qué? Huyen. A estas horasme dan lástima. Sí, los hombres me danlástima, por tontos. Un árbol serásiempre un árbol y un hombre aunquequiera, no nos llega a las canillas. Lanoche se llena de hogueras, parecenluciérnagas, camino de Francia. Hacefrío. El viento trae explosiones, pero lanoche es un secreto.

28.

Las mujeres van vestidas de negrocomo si se hubiesen puesto de luto, pero

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sus bultos van envueltos en pañuelos decolores; las mantas son grises con tresrayas blancas. Pocos llevan zapatos:alpargatas y sandalias. Entre los coloresque vuelven con la madrugada, lo másvisible, lo único claro son los vendajesy los escayolados.

—Venían por la costa.—Ametrallados y

recontraametrallados. Delante de mí,ochenta muertos.

—¿Y los heridos?—¿Es que no tenemos bastantes?Otra vez ayer. Un viejo anda

doblado, con dos bastones, menea entreellos una cabeza sucia, un sombrero de

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ala ancha, gris y verde de años y aguas;debajo, le cerca la calva un pañuelonegro anudado a lo aragonés. Farfulla:

—No hablo pa ti, ni pa mí. Vino lagran puta y se lo llevó. Así como looyes; ¿qué voy hablar si mesmamente nosé? Se lo llevó.

A mis pies está desbebiendo unrajabroqueles, pregunta, con guasa, alquintañón, mientras embragueta:

—¿Dónde vas, abuelo?Párase el hombre, levanta la (rente,

mira al botarate:—A la mierda, hijo.Y sigue.Los hombres van siempre con la

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cabeza baja, no nos miran nunca; sólo seacuerdan de nosotros si solea o llueve,en busca de cobijo, como ahora.Péganse a mí dos adolescentes heridos,con el color perdido y la barba vieja.

—Yo soy de Andújar. ¿Tú?—De Zaragoza.Es la primera vez que veo andar

gente bajo la lluvia. Siempre la he vistocorrer o pararse a esperar el escampo,como esos dos que se pegan a mí.

No, si no era de ningún partido, nidel sindicato siquiera. Dieciséis años, o¿es que tengo cara de más de dieciocho?Mis hermanos sí. Dos de ellos. Losbuscaron de seguida, pero se escaparon

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a Francia, por Navarra. Debieron devolver a Barcelona; a lo mejor andanpor aquí. No he sabido ná de ellos. A míno me querían afusilar: sólo marcarme.Sí, ahí, en la frente, mira, fíjate, unacruz, se ve mal. El que me lo hizo, porlo que se ve, no sabía. Un tío, que estabaahí, en jarras, mirando, le dijo: Venga,hombre, venga. Y puso otra vez el hierroal rojo, en un fogón. La habitación eramú grande, en una casona antigua, cercade la Seo. Se oía el río.

—¿El Ebro?—Claro. El tío aquel se vino pa mí,

cuando lo tuve a tiro le pegué una patáen las partes, y perdona. Se puso hecho

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una fiera, pero no me pegó. Yo no queríaque me marcaran, por ná del mundo. ¡Ahsí!, me dijo. Con que nos rebelamos¿eh?, ¿con que las gastamos así? Puesahora verás. Y me insultó, y le faltó a mimadre. ¿Te das cuenta? Y dio orden queme subieran al camión. Yo ya sabía loque quería decir eso. Pero en aquelmomento no me importó ni poco nimucho. Luego sí. Esperé dos horas ysólo pensé en mi madre. Después mesubieron al camión y ya no pensé en ellahasta mucho más tarde, días después. Amí, como fue pensado y hecho, y nofiguraba en la lista, no me ataron.Éramos once. Nos llevaron al

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cementerio, yo me di cuenta en seguida.Era de noche oscura. Nadie ecía ná.Conque llegamos, la puerta ya estabaabierta. ¿Tú no conoces el cementeriode Zaragoza? Entonces, ná. Nos llevaronpor detrás. Se paró el camión y lepreguntaron a uno que iba al lado delchófer: ¿Cuántos traes? —Diez y uno deregalo. El de regalo era yo. Yo sabíaque me iban a afusilar, y sin embargo enel fondo no lo creía. Me sabía mal noconocer a ninguno de los que estabanconmigo. Para afusilarnos, como no seveía, pusieron el camión que nos habíatraído detrás de los que tenían quedisparar. Así que veíamos nuestras

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sombras y las de los fascistas también.Porque nos pusieron de espaldas. Quizáporque les daba vergüenza vernos lascaras, o no tenían pañuelos para vendarlos ojos, aunque creo que no hanvendado los ojos a naide. Ni falta quehacía. Era una pared de piedra, estabatoa salpicá de manchas grises y negras, yagujerillos, toa desconchá. El sueloestaba blando, blando. Dispararon sinavisar. No me tocó nin— gula bala, caícon los demás, en la sangre. Por lo vistome dieron por muerto y como era denoche no nos enterraron, lo dejarían pala mañana. Cuando se fueron me escapé.Era una suerte ¿no? Vaya chasco al día

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siguiente cuando irían a enterrarme. Mefui pa Huesca. Antes yo no sentía la ideatan a fondo. Ahora sé que el fascismo escreminal. Si yo pudiese… Tantos fusilesaquí… Es que cuando veo lo que estápasando me muero de rabia. Prefieromorir a ser fascista. Fueron a enterrarmey no me encontraron.

El zagal ríe.—Entonces fusilaron a mi madre, y a

mis cuatro hermanos. Eso es elfascismo, y nada más que eso.

Hacia el Norte asoma un tanto decielo muy claro.

—Primero no querían creermecuando llegué a los nuestros. Era donde

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Ortiz. Me hirieron a los cuatro días.Luego estuve en Barcelona, y luego enMadrid. No he tenido suerte, me hanherido tres veces.

—¿Y Eres de la CNT?—Antes. Ahora soy comunista. Es

mejor. Nos hacen más caso.—¿De dónde vienes?—De Arenys. Nos dijeron que nos

fuésemos. Pero ganaremos. Tenemos queganar. A la fuerza. Es preciso queganemos. Preciso. Siempre pienso en lacara que pondrían cuando fueron aenterrarme y no me encontraron. Loscontarían varias veces. Poco que daríanpor pescarme, pero ya pueden correr.

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Ya no llueve casi. ¿Vamos?El hablador —ojos encendidos de

fiebre— lleva su brazo en medio de unfantástico lío de alambres y lienzos; sucompañero anda cojo, los dedos del pieizquierdo hacia los cielos.

Los más no hablan. Se les haperdido la voz en los ojos. Andan. A lasmujeres se les han ensanchado lascaderas, llevan a rastras los recuerdos,los bultos, los hijos, los años.

—Lo mataron a palos en el cuarteldel pueblo. Sí, en el 34. Éste también esde Sograndio.

La carretera se atasca, lamuchedumbre se regolfa, el camino, de

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canal muere en remanso, en pantano, enpresa; las gentes desbordan por lasmárgenes, las bocinas muerden el aireque pueden, pero el viento las borra. Yano llueve, todo gris.

—¿No se pasa?—¿Qué ha pasado?—¿No se pasa?—¿Qué pasa?El vocerío se queda ronco, sin

algazara. Como por abollón se vanvendo poco a poco, sin ruido. Todo estárepleto de autos atestados, como islas enmedio de un mar de gente. Todos callan.Llegan seis, ocho ambulancias, hacencola, como todos.

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—Se escondió en el pueblo. Ledijeron que no le pasaría nada. Pero encuanto salió a la calle se lo cargaron.Por eso me escapé yo. Salí por SanSebastián. Ahora va hacer un año.

—¿Dónde van todos éstos?—Qué quieres, la resistencia tiene

límites.—Y frontera.Haz chistes. La muerte es cosa de

cada quisque. El aguantar es de todos. Sifalla alguno, quiebra todo. Esta gente nosabe lo que quiere, pero sabe muy bienlo que no quiere. Por eso huyen. No esque tengan miedo, no quieren serfascistas. ¿Comprendes? Es claro como

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el agua: no quieren ser fascistas.—¿Qué esperan encontrar en

Francia?No lo saben. No quieren ser

fascistas. Esto es todo.Se les acerca una mujer con un niño

en brazos; por verles mejor vestidossupóneles, por carisma, hombres deciencia. Les tiende el crío:

—Tiene fiebre, señor, tiene fiebre.Uno de ellos toca el zagalillo.No, no tiene fiebre. Venga conmigo.El tiempo de volverse y la mujer se

ha filtrado entre la riada.—¿Por qué no corres y la alcanzas?—Está muerto.

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—Pero si no quieren ser fascistas¿por qué huyen y no luchan?

—Tienen más miedo de caerprisioneros que de morir.

—El que muere no cae prisionero.—No se muere siempre. La gente se

explicará difícilmente la pérdida tanrápida de Cataluña, y más cuando seenteren de que se puede decir que desdela toma de Tarragona Franco no hadisparado un tiro. Y, sin embargo, larazón es esta que te doy: La gente no hahuido por cobardía, sino por miedo, pormiedo de caer prisioneros, de venir aser fascistas. Por miedo de ser fascistas.Dejando aparte, que ya es dejar, su

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bárbara superioridad en material, les habastado plantar su bandera en unacumbre para que los nuestros, apostadosa dos o tres kilómetros se replegaran pormiedo al copo. Esa palabra: copo, noshan copado; no ha hecho tanto mal comolos Fiat. No por cobardía, por miedo.Hay muchos que no se explican cómociertas unidades nuestras ayer encompleta derrota se batíanmagníficamente el día siguiente; laexplicación está ahí, sentíanse enlazadoscon otras fuerzas, cubiertos los flancos.Yo creo que siempre ha sido así, porquecuando están copados de verdad muerenantes de rendirse. Las razones de nuestra

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derrota son demasiado complejas paraachacarlas a un solo sentimiento, pero lafalta de unión, en todos los sentidos, hasido fatal para nosotros.

—¿Y los enlaces?—Eran los primeros en ver las

banderas enemigas.—Y claro, vino el desenlace.—Déjate de necedades. Ya sé que

exagero un poco, pero cuando hubo querecurrir a las formaciones de últimahora, era tarde. El miedo a ser presa delos fascistas sólo se puede combatirhombro contra hombro. Cuando uno seve perdido intenta arreglárselas a sumanera. Lo grande es que la gente no le

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echa la culpa a quien la tiene, y que todoel mundo sabe cómo se llama, sino a símismo: al compañero; el comunista, alno comunista; el anarquista, al noanarquista, etc.

—Siempre es más fácil acusar aalguien que se tiene a mano.

Las gotas, entretenidas por nosotros,hacen ruido al caer contra el mantillo, lagrava o el asfalto. El viento se levantatrallero, arreando nubes; llega el cielo.La gente sigue pasando con un lentísimoarrastrar de pies; forman el contrapuntolos lloramicos y las bocinas. La gente seha hecho a la lentitud, sigue cuantopuede, sin pedir explicaciones, más

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callada, cansada, vieja, negra que nunca.Las sirenas. Todos quedan, un

segundo, indecisos; luego sedesparraman en una desbandadaprodigiosa, en regueros, por el campo ohacia Figueras, en mal de refugios.Muere toda albórbola. ¿Se oyenmotores? Unas viejas se han tumbado enlas cunetas mientras, carretera adelante,la gente se afufa hacia los abertales.Quiénes se adargan mojándose lasnalgas y algo más en una acequia,quiénes se guarnecen contra un muro,quiénes se previenen con un árbol,quiénes se precaven en una zanja,quiénes piensan que la llanura les

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protege, quiénes se abroquelan entrecaballones y cuérnagos; muchos suponenque su estrella los defiende y miranhacia arriba donde les ha cogido laprimera carrera. El cañón antiaéreo hacepellas en el cielo, compitiendovanamente con las nubes. Veo losaviones, antes que nadie. Cincobrillantes trimotores que vienen del mar.Unos cuantos cariparejos discutenmarcas y motores subidos en una azotea.Casi todos los coches han quedadovacíos; en medio de la carretera hanabandonado una escudilla, a mi pie se haperdido una gorra, un metro más allá uncorsé. Con el sol de costado los aviones

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fucilan. Cesan de gañir las sirenas. Sololadra, encadenado, el cañoncillo tenaz.Ni un motor, ni un perro, ni un galio;sólo, acercándose, la escuadrilla.Corren algunos en busca de mejortalanquera. Debe de ser impresionantepara los hombres pensar que su muertepuede estar allí arriba, llegando tan sinsentir, deslizándose por los aires. Dicenque los aviones van muy de prisa, yocreo que siempre se exagera; aún noestán encima. El llanto de un mamón.Están justo en mi cénit. Ya pasan.

—Allá va.Un débil silbido que se agrava en

abanico. Un tono que crece como

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pirámide que se construyese empezandopor su punta. Un rayo hecho trueno. Unabárbara conmoción carmesí. Un soploinaudito de las entrañas del mundo, falsocráter verdadero, que enroña ydesmantela paredes; descalabra, entallay descuaja vigas; descoyunta hierros;descrita y enrasa cementos; desfaja,amarillece, desbarriga, desperna ydespeña vivos que vienen en unfragmento de segundo a bulto y charco.Quema, rompe, retuerce, descuajacoches y desmigaja sus cristales;derrenga carromatos, desconchaparedes; desploma ruedasconvirtiéndolas en brújulas; desfigura la

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piedra en polvo; descuadrilla un mulo,despanzurra un galgo, descepa viñedos;descalandraja heridos y muertos;destroza una joven y desemeja uncarabinero de buen tomo agazapadosfrente a mí; deszoca por lo bajo a dos otres viejos y alguna mujer; diez metros ami izquierda descabeza a un guardia deasalto y cuelga en mis ramas un trozo desu hígado; descristiana tres niños en laacequia del lado bajo; desgrama ydeshoja a cincuenta metros a la redonda,y, más lejos todavía, derrumbandotabiques en una casilla descubre alizaresde Alcora; despelleja el aireconvirtiéndole en polvo hasta cien

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metros de altura, desoreja hombresdejándolos, como ese que tengo ahí,colgado enfrente, desnudo, con sólo suscalcetines de seda bien puestos, lostestículos metidos en el vientre, sinrastro de pelo en ninguna parte, lasvísceras y los mondongos al aire,viviendo; los pulmones descostillados,la cara desaparecida —¿dónde?—, lossesos en su sitio, bien visibles y todo élnegro, color pólvora.

Mi rama principal está decentada yalabeada, y la mayoría han dado entierra. En una de las que me quedan estácolgado un pañuelo negro y algunascintas de colores. Entre el polvo, el

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campo empieza a aullar. Cantan gallos.Los alaridos se encarrujan por el polvoacre. A través del ahogo veo la genteempezar a moverse. Sangre. Toda yo meduelo. Sangre. La tierra está llena depolvo, de sangre, de hierros, de ramas,de cristal. Ya me pueden chapodar, yano soy la tercera parte de lo que era.Sangre, sangre. El polvo se queda en elaire como si el aire estuviese hechopolvo. La gente empieza a llamarse. Lascongojas, los lloros, los hipos, y lasangre, la sangre. Salen a relucir lospañuelos. Huele acre, huele áspero,huele picante. Se mueven los hombresentre el polvo amarillento, llevan polvo

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en los hombros, en la cabeza, todoscanos, viejos. Entre dos arrastran unaespecie de saco sanguinolento conpapandujas colgando donde hubocabeza, tampoco le quedan pies,apártanlo a mi lado. Toda la tierraempapada de sangre. Ya lleganambulancias, bajan de ellas cestones demimbre, amarillos por fuera, grises desangre seca por dentro en los que vanechando la carne suelta que encuentran,abundan los pies. Los cuerpos sehacinan en otra camioneta; como no haybastantes ambulancias ponen los heridossobre los cadáveres.

Allá se van las camionetas con sus

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toques de campana. Ya hay unacompañía de zapadores para desbrozar ydesramar la carretera, ya vienen delpueblo gentes por la leña, ya acuden lasgentes de sus escondites, ya se dejan oírclaramente los lloros. Creo que podrévivir sin asnillas.

Dos muchachas van hacia Figuerasquebrando el camino al azar del lodo yde la sangre.

—No pienso nada de la guerra;porque no quiero. Ya hay quien piensapor mí. Lo demás son cosas que hay queaguantar.

Se vuelve a su compañera:—No me impaciento.

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Lentamente, nacido por mil partes,vuelve a formarse el humareo río, vagatropa por los aires.

Ahí vienen, de mirones, un francésperiodista, a quien conozco porque va yvuelve cada semana en su coche vacíode ida, cargado de panes y paquetes alregreso. El otro es español, hecho uva.Mira la carretera, el embudo que estáahora a mi derecha y le hace una granreverencia al francés.

—La paix et l’ordre dans la justice!¿Y qué más, carota cebón? ¿Y qué más?Te habla un muerto, un muerto de losvuestros, de los fabricados por vuestraspropias manos. Un muerto. Un hombre

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podrido por vuestra paz de pasos paraatrás, de no resistencia, de vuestra pazde no intervención, de vuestra paz demaricones. «Si la paz puede salvarse acualquier precio, sálvese». ¡Cómo no hade poder salvarse! Aquí estoy yo muertoy podrido para atestiguarlo, y los checostambién, y los que vendrán después;pues no faltaba más. Ya lo creo que sesalvará, mentecatos, ciegos cagados demiedo, bobos agarrotados a vuestramiseria, que agujereáis la tierra convuestras patas de perro lameculos con elnoble afán de esconderos. «Y en julio de1936 di la orden de intervenir». Claroque sí, Hitler mío[3] y nosotros callados,

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por si acaso, y el padre Blum, bum, bumllorando, y nosotros muertos. Treintameses de sangre y piedras, treinta mesesde creer que mañana pensaríais quevuestro culo pirineo bien valía dosdocenas de balas y una tercera parte decañón. Y ahí estáis todos, enteritostodavía, esperando que los españolesagradecidos, cándidos corderitos míos,vayan a combatir con vosotros si laespada lo demanda. Es posible quepobres tontos como yo sigan pensandoque no habrá más remedio que luchar avuestro lado; pero pocos, pocos,pocos[4]. Todos los demás, millones deespañoles y de checos os vendrán a

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romper la cara, a haceros tragar vuestraspalabras, y bien empleado os estará. Si,Don Yvole; sí, Don Bonete; sí, DonBlum, bum, bum: a la puñetera caca, a lapuñetera caca…

Se le atragantaron las últimaspalabras al farruco, de verasemocionado, y diéronle arcadas. Vino adar contra mi cuerpo, fuésele la cabezacomo pingajo, apoyó su antebrazoizquierdo contra mi corteza, seesparrancó y expelió a tierra unadescomunal vomitona.

—¡Lástima de Pernod! —le dijo alFrancés.

Éste, con amistad:

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—Ya sabes que el pueblo no…El español, limpiándose los mocos

con el revés de la mano:—Sí, ya sé. ¿Tienes un pañuelo?

Porque con eso de no tener jabón desdehace más de un año…

El otro le da el mocante, y se van.—Pero nosotros tenemos razón.—Ça t’fail une belle jambe.Eso se lo dice un gabacho viejo a un

cojo que le discute. Un aire frío contramis ramas resentidas, como dice aquel:«un aire que corta la cara». La ralea delhalcón, palomas; la del azor, perdices;la del gavilán, gorriones; la del avión,mujeres, niños y militares sin

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graduación. Se salen de madre. Hacetiempo que no me habían podado. Perosi los aviones suponen que puedenconmigo las bombas, se equivocan: loque importa es la savia, que tronco yhojas vienen solos. Los hombresdebieran de saber que un pie cortadovuelve siempre a crecer. Hay más díasque hojas llevar.

Un cariampollado le dice a unvendado de la cabeza:

—En la última prensa, de ellos, quehe leído, caigo sobre un artículo Pemánque empieza así: «Por eso Dios,generalísimo de esta cruzada…».

Cunde el río de enmantados, toques

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de ambulancias. Sigue el rollizo:—Sí, como el 31 de diciembre, en

Barcelona. A las nueve de la noche, nosé si Burgos o Radio Nacional lanza alos éteres: «Ya sabemos que los rojoshan recibido de los rojos de BuenosAires cinco ambulancias; van a serpocas». Dos horas más tarde, parafestejar el año nuevo, bombardearon elcentro de la ciudad. Y eso que ya noteníamos frente.

Otra vez las sirenas. ¿Qué colortiene el miedo? ¿Es gris o es negro? Elmiedo es rayado y parte a los hombresen lágrimas delgadas, o por la mitad; loshiende, hiere sin sangre; los iguala, los

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junta, los apega, los mezcla, losdeshace; les hace olvidar el tiempo,desear la muerte, creer en el olvido, enlos milagros, acogerse a los sueños.Corren tras no se sabe qué, porque elmiedo regala sofismas. El miedo eslibre y entra a chorros; sin que se sepacómo cae del cielo, se contagia como elviento; se le puede resistir en laprimavera con la hoja verdezuela, en elotoño o en el invierno no se puedecontra él.

Rasga el silencio el ritmo lento deuna tropa en marcha. ¿De dónde viene?Tras el ruido arrastrante y átono de lacálifa ¿qué es ese martillear de la tierra,

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de dónde nace este rumor escondido?Los agazapados levantan cabeza, seasoman los escondidos, se acercan losque se creen intrépidos, vienen niños alas orillas de la carretera. Una tropa estáen marcha y viene del lado de Francia.¿Qué loca esperanza se levanta como unvaho? Ya se divisan, ya están ahí, de aseis en Fila, morenos los rubios comohogaza castellana, tostados como mozosandaluces los de cepa morena. Miltrescientos hombres que vuelven porquequieren, leve escudo para tantaignominia. Mil trescientos hombres delas brigadas internacionales que vuelvenporque su sangre extranjera es sangre

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española. Un, dos, un, dos. Van dejandojacilla, duro el puño derecho rasgandoel aire de derecha a izquierda, deizquierda a derecha. Sonríen, la fuerzaes de todos, la pena española. Los quehuyen se apelotonan en las veras, sincuidado de la alarma; lúceles de prontoel rostro ido; levantan los puños, elbrazo en rama. Levantan el puño los quevienen.

—No pasarán.—No pasarán.Una misérrima vieja acogida a mí

tronco les grita:—Pasarán por arriba, pero no por

abajo.

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—No pasarán.No lo cree nadie, se queda el grito

ronco ardiendo en las gargantas. Lloran.—No pasarán.Ya entran en Figueras, ya se oyen los

clamores. La gente se queda quietaesperando el final de la alarma, con salen los ojos y un amanecer en la cara.

Sube de nuevo la marea. Es denoche, la gente hacia la frontera.

—Yo voy al Centro.Nadie pregunta ¿cuándo

volveremos? Todos están seguros deque será cuestión de unos meses; dos,tres, seis a lo sumo. El mundo no podrápermitir tanta ignominia.

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—Ahora sí, no tendrá más remedioque intervenir Francia.

—Ahora, con los alemanes en lafrontera…

Berrea una niña, como de cincoaños, y una mayor, que está a su lado, —¿qué tiene, nueve, diez años?—:

—Cállate, que te van a oír losaviones.

Y la peque se calla.

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MANUSCRITOCUERVO

HISTORIA DE JACOBO

Edición, prólogo y notas de

J. R. BULULÚ,

cronista de su país y visitador de algunosmás

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Dedicado a los que conocieron almismísimo

Jacobo, en el campo de Vernete,que no son pocos

Traducido ahora por primera vez del idiomacuervo al castellano por Aben Máximo

Albarrón

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PRÓLOGO

tienenlasobrasdeladivinaartenoséquédeprimor

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comoescondidoysecreto,conque,miradasunasyotrasmuchasveces,causansiempreunnuevo

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gusto.

J. JOSÉ DE ACOSTA, S. J.(Historia natural y moral de las Indias)

CUANDO SALÍ, por primera vez, delcampo de concentración de Vernete yllegué a Toulouse, en los últimos mesesde 1940, encontré en mi maleta uncuaderno que no había puesto allí.

Jacobo había desaparecido díasantes y no se sabía nada de él, ni, segúnsupe luego, se volvió a tener noticiassuyas. Jacobo era un cuervo amaestradocuya mayor habilidad consistía enposarse en las tapaderas de las tinas

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repletas de las evacuaciones, propias yajenas, que llevábamos a vaciar ylimpiar al río, con regularidad yconstancia dignas de mucha mejor causa.Paseábase luego, dándose importancia,entre los barracones y aun volaba del Aal B y al C, cuarteles que nos dividían alazar, aunque en principiocorrespondiera el primero a losdenominados detenidos «políticos», elúltimo a los delincuentes comunes y elotro a la morralla de las más variadasíndoles: judíos, españoles republicanos,algún conde polaco, húngarosindocumentados, italianos antifascistas,soldados de las Brigadas

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Internacionales, vagos, profesores, etc.Ignoro quién colocó aquel cuaderno

en mi equipaje. Yo no tenía relacionespersonales con Jacobo. Estas páginasdieron vueltas por el mundo, en un ídem,al azar de mis azares, y si las doy ahoraa la imprenta es únicamente comocuriosidad bibliográfica y recuerdo deun tiempo pasado que, a lo que dicen, noha de volver, ya que es de todos biensabido que se acabaron las guerras y loscampos de concentración.

Es evidente que el propósito deJacobo fue escribir un tratado de la vidade los hombres, para aprovechamientode su especie. Por lo visto no tuvo

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tiempo de acabarlo; o no se trata másque del borrador del libro publicado enlengua corvina. El índice, que va alfrente del cuaderno, promete más de loque el texto da; lo que no es, por otraparte, achaque puramente corvino: elque no haya trazado índices sin mañana,que levante la mano.

DESCRIPCIÓN DEL MANUSCRITO: 34páginas de un cuaderno de 48, tamaño18 x 24, escritas con letra extraña(véase facsímil), no muy difícil dedescifrar. Las cubiertas son de colorrosa y llevan impresas atrás la tabla demultiplicar. Al frente se lee

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L’Incomparable, y, abajo, 48 pages.

CRITERIO GENERAL PARA ESTAEDICIÓN (siguiendo, como es natural,las Disquisiciones, de Cuervo):

Sobre el proceso de las sustituciones

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ver los MSS. de la catedral de Sevilla.SIGNOS COPULATIVOS: El ángulo se

imprime E.ABREVIATURAS: Se han deshecho en

cuanto me ha sido posible.Doy las más expresivas gracias a Su

Excelencia, monsieur Roy, ministro delInterior, socialista como yo, que en 1940tuvo a bien ayudarme a dar con elmanuscrito y me proporcionó tiempo ysolaz necesario, y aún alguno de más,para descifrarlo.

J. R. B.

Marsella, julio de 1946.

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HISTORIA DEJACOBO

Traducida fielmente del idioma cuervopor Aben Máximo

Albarrón

Edición, prólogo y notas por J. R.Bululú,

Cronista de su país y visitador dealgunos más

Dedicado a los que conocieron almismísimo Jacobo en el campo de

Vernete, que no son pocos

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ÍNDICE

Cero. — De mí mismo y de mipropósito.

Uno. — De la extraña manera devivir de los hombres. De los campos: lalista, la cocina, el B y el C.

Dos. — Del lenguaje de loshombres. De las distintas jergas y susdiferencias.

Tres. — De sus particularidadesfísicas. De los hombres y de los

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guardias. De cómo los hombres notienen hembras. De sus músculos y suservicio. De lo que es leer y escribir.De la absurda manera de comer.

Cuatro. — De los semidioses. Delos papeles. De la policía y de la graninvención de la censura. De cómo semanda a los hombres contra su voluntad.De los agentes.

Cinco. — Del trabajo, de lastrincheras vacías. De las carreteras y dela dificultad de explicarlas.

Seis. — De lo que hablan, de susmitos, de los fascistas y de losantifascistas. De la guerra. De lalibertad. De los judíos.

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Siete. — Del lenguaje, como lohablan no sólo los hombres sino lascosas. De los altavoces, del teléfono. Dela importancia de la cocina. De losexternos.

Ocho. — De los internacionales. Decómo aun hablando en lenguas distintas,todos cantan en español.

Nueve. — De cómo, cuando loshombres llegan a uso de razón, losencierran.

Diez. — De las distintas maneras deperder las guerras.

Once. — De la superioridad de loscuervos. Del amor humano: de lamasturbación y de la mariconería.

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Doce. — De cómo han tenido queinventar máquinas de alas rígidas, quesólo vuelan a fuerza de ruido. De otrosmedios de transporte imitados de laslombrices. De cómo el esfuerzo lesobliga a echar humo. (Del fumador y detas locomotoras).

Trece. — De cómo un buenespulgador vale lo que pesa.

Catorce. — De cómo para ser deverdad hombre hay que estar a la alturade las circunstancias, de lo difícil queresulta sin alas[5].

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CONSIDERACIONESPRELIMINARES DE MÍ

Todo hace presumir que pertenezco a lamás ilustre familia corvina. Si no loabonara mi extraordinario destino, lodiría mi físico: de buena estatura, ojosbrillantes, pelaje lustroso, picoaguileño, pata agresiva, porte noble,croar estridente. Mi destino, me hallevado a descubrir y avizorar regiones,si antes vistas, nunca comprendidas pormis semejantes. Ello me lleva a tomar la

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pluma por el pico para ilustración de losmás.

Mi nacimiento se envuelve en el másnegro de los misterios, lo que prueba milinaje ilustre. Me he hecho a mí mismo,y si se me permite tal modestia, no ledebo nada a nadie. Mis primerosrecuerdos coinciden ya con misrelaciones con los bípedos, pero en loobscuro de mi memoria quedó grabada,como principio de mi vida y ha/añas, elsello de una larguísima caída desde lasalturas de los cielos.

Si juzgo necesario enterar a miscompatriotas de las extrañas costumbresy usos que presencié es, en primer lugar,

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porque me da la corvina gana; ensegundo, por la gloria que, seguramente,he de sacar de esta empresa, y,terceramente, para aprovechamiento detanto cuervo como hay por el mundo.

Si estas líneas llegan a ojos humanostengo, en cambio, que disculparme. Conperdón de ustedes: El caso es que no sédonde nací. Considero importante esteaspecto porque los hombres han resueltoque el lugar donde ven la luz primera esde trascendencia supina para su futuro.Es decir, que si en vez de nacer en unnido A, se nace en el nido B, lascondiciones de vida cambian de todo entodo. Si usted ha nacido en Pekín, por

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las buenas le declaran chino; del propiomodo si es usted bonaerense, cáteseargentino, así sea blanco, negro,amarillo o cobrizo. Añádanse lospasaportes, para mayor claridad. ¿Osfiguráis un cuervo francés o un cuervoespañol, por el hecho de haber nacidode un lado u otro de los Pirineos?

Para con los hombres tengo, pues,verdadero reparo en presentarme sinsaber de dónde soy, aunque salí de unhuevo como es natural, e hijo de padresdesconocidos. Visto desde el ángulohumano, una persona que no sabe dóndeha nacido o quiénes fueron sus padres,es un ser peligroso. Menos mal que soy

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cuervo, que si no ya estaría fichado: siun hombre es inglés, sus padres nopueden haber sido más que personashonestas, míranle con respeto; todos losespañoles son hijos de toreros; lositalianos, hijos de cantantes; losalemanes, hijos de profesores; si corsos,hijos de guardias móviles; si chinos,hijos del arroz, únicos que surgen porgeneración espontánea. Es decir, queaúnan la paternidad con el suelo, lo quedebe ser producto de muy antiguos ritos.Simbolizan las tierras con vistosasbanderas. Éstas varían con el tiempo ylas banderías.

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DE MI MÉTODO, YALGUNAS

GENERALIDADES

Soy un cuervo perfectamente serio.Tengo en mucho decir las cosas comoson y no como desearía que fuesen,achaque de tantos y mal para todos. Alcuervo, cuervo y a la urraca, urraca.

Me propongo estudiar aquí una castaprimitiva, netamente inferior, que lacasualidad me ha dado a conocer.

¿Para qué, dirán mis lectores,estudiar lo mediocre, lo inferior,habiendo tanto en qué forjar nuestra

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superioridad?Por varias razones: para evitar que

la ilustre raza cuerva caiga en losmismos defectos y para ver si en esemundo embrionario hay algo que puedaservir para la mejor comprensión deluniverso corvino, ya que, si no nospodemos quejar de nuestro espacio vitalni de nuestra evidente superioridadsobre las demás especies, ignoramos dedónde venimos.

Existen todavía sabios (aúnúltimamente el ilustre cuervo X 471–B4) que sostienen que descendemos delhombre; como se verá, aunque yo nocomparta en ningún momento esa teoría,

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en una vida como la de los hombres, tanprimaria, tan sin estructurar, quizápodamos colegir los rastros de unaorganización social que pudo serparecida a la nuestra, hace muchossiglos. Por otra parte, no entra en miintento abordar cuestiones tan abstrusasy me limitaré a aportar datos exactos yfehacientes acerca de ese conglomeradoextraño y primitivo en el que, hastanuestros días, nos hemos fijado tanpoco.

Hablar corvinamente de los hombreses pisar un terreno virgen, o casi, de losanales de la tierra. Algún ilustreantepasado nuestro tuvo relaciones, no

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muy cordiales por cierto, con algunosfabulistas: especie de, embajadores que,sin mayor resultado, intentaronenviarnos esos bípedos.

El respeto que nos tienen, ya que nose atreven siquiera a disparar sus armascontra nosotros, ha fortalecido estesentimiento de indiferencia que nuestropueblo manifiesta hacia tal especie. Lasuniversidades corvinas se han orientadohacia otros estudios, sin duda másinteresantes para nuestra cultura y nadieserá tan atrevido que las tache por ello.

Sin embargo, yo no tenía por quédesaprovechar la ocasión que se meofrecía. Educado desde mi más tierna

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infancia entre estos extraños seres —pormotivos que no tengo por qué elucidar—, he llegado a tener un ciertoconocimiento de su modo y manera devivir. Todo cuanto describa o cuente hasido visto y observado por mis ojos,escrito al día en mis fichas. Nada hedejado a la fantasía —esa enemiga de lapolítica— ni a la imaginación —esaenemiga de la cultura.

Todos los hechos aquí traídos acuenta no lo son por mi voluntad, sinoporque así sucedieron. He rechazadotodos los relatos que me pudieranparecer sospechosos aunque elinformador me mereciera crédito. He

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procurado seguir el procedimiento másriguroso posible.

Hubiese podido dar más amenidadal relato a costa de lo auténtico, maspara mí la exactitud, las papeletas, elmétodo, es mi propia razón de ser. Se eserudito, o no se es nada.

No siendo este libro para el vulgo,por lo tanto:

A). Diré poco referente al exterior yapariencia de los hombres. (La clase deanimales que más se les aproxima —y ala que conocemos un poco mejor— es lade las lombrices; y no sólo porqueambos carecen de alas).

B). El punto más delicado, el que se

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presta a más desorientación, es laabsoluta falta de lógica en susreacciones espirituales, tal como elirracionalismo es el signo fundamentalde su estructura social.

C). Parecen obrar con arreglo aimpulsos y leves bastante idénticas a lasque dicta nuestra razón, pero si seestudian a fondo, veremos que no es másque apariencia. Su mentalidad primitivano alcanza a comprender los, para ellos,misterios de la organización social y aúnlos fenómenos naturales, lo que les llevade la mano a los más extraños ritos, alas más inesperadas ceremonias.

D). Su falta de fuerza e iniciativa

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personal les lleva a vivir en grandesmanadas, e imitar a los caracoles encuanto se refiere a la vivienda, dándoseel extraño caso —muestra evidente desu retraso mental— de que aunnecesitándolas no las lleven a cuestas.

E). Su falta de plumaje, la carenciade alas y pico, el extraño crecimiento deesos órganos atrofiados que llamanbrazos (ya que ni siquiera los necesitanpara arrastrarse sino en contadasocasiones, como no sea en sus primerospasos, con lo que la teoría de mi ilustrecolega 86H6K referente a que loshombres pierden sentido a la medida desus años parece verosímil) fomenta en

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ellos un general sentimiento de odioentre sí, como si el imposible vuelo lesempujara —por neto sentimiento deinferioridad a usar los brazos paraluchar unos contra otros.

Mi interés por los hombres se debe aque es tal vez, y a pesar de todo, elanimal que más enseñanzas sacó denuestra perfecta organización. Lejosquedó, debido al poco desarrollo de suinteligencia, pero de todos modos algoalcanzó: come de todo —hierbas,insectos, animalillos vivos y muertos—.Adoptó, en parte, la monogamia y elgusto por los objetos brillantes. Sólo enun aspecto llegó a tanto o más: en

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guardar pertrechos para el mal tiempo,por medio de un método que mereceestudiarse para ver si nos convieneadoptarlo (que nada es despreciable, yde todo se puede uno aprovechar).Llámanlo —quién sabe por qué—bancos.

Conceptúo difícil que un cuervoacepte a medias, sin rechistar lo queaquí voy a exponer. Pero tengo ya, pormis anteriores comunicacionesacadémicas, suficientemente cimentadoel renombre de mi austeridad y de mivirtud, para que las afirmacionescontenidas en la comunicación que tengoel honor de presentar sean aceptadas

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como fiel reflejo de la realidad humana.

Advertencia importante: Nuestroriquísimo idioma cuervo no puedeexpresar tan exactamente como yohubiese deseado un cúmulo de palabrasde las que no he podido todavíaaveriguar el exacto sentido. Las hereducido al mínimo y van impresas enitálica.

Sólo me queda dar las gracias a donCuervo Z. 416, a don Cuervo M. N. H.512 y a don Cuervo Z 18, que me hanprestado su inapreciable colaboración, yal Cuervito X 4 14 que ha tenido la

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gentileza de revisar las pruebas de estacomunicación.

DEL LUGAR

Vernete está en el departamento delAriége, región del sudoeste de Francia,formado por el antiguo Conserans, elpaís de Foix y una parte de lasprovincias de Gascuña y Languedoc.Foix es su capital y Pamiers suobispado. Limita al sur con España.

En Vernete hace mucho frío eninvierno, y mucho calor en verano. Alfondo, los Pirineos vigilan que todo esté

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en orden. (Datos debidos a la gentilezadel profesor Morales, de laUniversidad de Barcelona. Barraca 7.Cuartel B).

El campo está cerca de la carretera ya un vuelo de la estación para que losescogidos tengan toda clase defacilidades para llegar a él. La salida esotra cosa: graduarse en un campo deconcentración no es tan fácil. Es uno delos centros culturales de mayor nombrey, quien ha pasado por él, tieneasegurado su porvenir. Los franceses locrearon en 1939, para mayor y mejoraprovechamiento de españoles. Con loque la tradicional maledicencia que hace

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de ellos unos chauvinistas a ultranzaqueda mal parada.

Para el servicio de los internadosdisponen de buena guardia, que realizasu trabajo a conciencia. Éstos llevanuniformes, como los porteros de losmejores hoteles.

Para impedir que los externos semezclen con los escogidos han plantadoalambradas alrededor de las numerosasbarracas. Y son muy rigurosos paraadmitir a quien sea en el recinto. Lasvisitas —aun de los familiares— estánprohibidas. Así los internados disponende todo su tiempo para el trabajo.

Los guardias vigilan constantemente

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los alrededores y disparan sin avisoprevio contra quien quiera salir o entrarsin permiso expreso. Es uno de losservicios culturales del hombre mejororganizados. (Lo que no es decir mucho,como veremos más adelante).

DE LA HISTORIA

Foix, capital del departamento, esciudad de buena historia. Fue fundadapor los focenses, cuyo origen marítimoconsta por un tridente que luce en lasarmas de la ciudad.

Su tradición religiosa está bien

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establecida: el primer signo de suexistencia data del siglo V, cuandomataron de mala manera a su obispo,San Volusiano. En 1095, Roger IIImarchó a las cruzadas con tal de hacerseperdonar su excomunión, ganada porlegítima y bien probada simonía. Cosaque no consiguió hasta poco antes de sumuerte, gracias a ricas donaciones y aque fundó Pamiers —ciudad de la quedepende el Vernete— en recuerdo deAntígona (Apamea), capital siríaca.

Foix y su región, como todo país quese estima, pasó bajo el mando demuchos. Tras los de la Fócida, vinieronlos romanos, y los emperadores de

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Tolosa, los de Carcasona. Luego, al azarde las bodas, el ya condado de Foix fueunas veces independiente y otras no,mientras batallaba con unos u otros,según las necesidades o las ambicionesde sus poseedores. Albigense o católicoromano según las épocas; Enrique IV, elgran componedor, lo incorporó a lamonarquía francesa. (Datos debidos a lagentileza del profesor Lowenthal, de laUniversidad de Colonia. Barraca 33).El campo del Vernete cuenta ahora entrelas más legítimas glorias deldepartamento.

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CLASIFICACIONES

Hay tres clases de hombres:

A — Los que cuentan su historia.B — Los que no la cuentan.C — Los que no la tienen.

Otra clasificación, según la lengua:

A — Los que no tienen lengua.B — Los que la tienen mala (que son

todos los que quisieran tenerlabuena, y se vengan de sí

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hablando mal de los demás).C — Los que teniéndola no hacen uso

de ella, callando por no hablar,porque les tiene sin cuidado.

D — Los discretos (género que seextingue, sin remedio).

DE LA DIVISIÓN DE LOSHOMBRES

Los hombres se dividen en internos —presos, internados, detenidos— yexternos —militares con o singraduación—. Los segundos son seres

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inferiores y uniformados, que están alservicio de los internos. Trataréprincipalmente de estos últimos. Esperoque la junta para Ampliaciones deEstudios pensione algún cuervillo paraque estudie a los externos, a fin de quesu trabajo sirva de complemento a esteensayo.

DE LOS ISMOS

Rebasa mis fuerzas hablarles de otroaspecto de la humanística, que tendríaque ver con su clasificación —para míincomprensible— y que ellos mismos

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tienen como reliquia de tiempospasados. ¿Cómo explicaros lo que son:exorcismo, rito doble, rito semidoble,el adviento, la eucaristía, el tedeum, laofrenda, las cuarenta horas, lasnovenas, la hisopada, el oficio parvo,las consuetas, los mártires? ¿O elislamismo, el cristianismo, elarrianismo, el vedismo, el fetichismo,el judaísmo, el druidismo, el ocultismoy otras cien palabras con la mismadesinencia en ismo?

Mis ilustres concorvinosespecializados en filología podrán,quizá, hallar una solución al problema.Yo, por mi parte, sólo puedo indicarles

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que los hombres entienden por ismo(impreso así o de otra manera pero conel mismo resultado vocal, que ésta esotra: lo mismo escriben añadiendo letraso suprimiéndolas, buen ejemplo de suindecisión, inconstancia y absoluta faltade seriedad).

A). Una lengua de tierra que une dosporciones mayores de la misma.

B). El velo del paladar.C). La parte encefálica (fíjense en

ello: encefálica por la relación quepueda tener con el órgano generador,que también es istmo) que une cerebro ycerebelo.

Ahora bien, a esta luz borrosa ¿quién

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puede explicar lo que pueda serocultismo, fetichismo, cristianismo,etc.?

Aun con estos datos fidedignos dudoque puedan mis ilustres compañeroslograr una explicación, no ya lógica, queya hemos visto que los hombres nopertenecen al ámbito racional, sinosolamente sinderética.

DE SUS DIOSES

Los hombres hacen lo que no quieren.Para lograr este fin, tan absurdo anuestras luces, inventaron quien les

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mande. Éstos, a su vez, no hacentampoco lo que quieren, sino lo que lesmandan. Los que más mandan tampocohacen exactamente lo que desean,porque siempre dependen de una fuerzaoscura tal vez inventada por ellos, laBurocracia. La Mentira y la Burocraciason los dioses de los externos, es decir,de una casta inferior que mandan a sussuperiores, los internados.

DE NOSOTROS PARA CONELLOS

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Aprovecho esta ocasión propicia(suponiendo que esto ha de llegar a susojos) para protestar del mal nombre queentre los hombres se nos ha hecho, y nome refiero, como puede suponerse, a esoque se llaman refranes, o séase dichosde la plebe, v. gr.: Tal cuervo, talhuevo. No puede ser el cuervo másnegro que sus alas. Cría cuervos y tesacarán los ojos. Todos peyorativos,sólo merecen desprecio. Volamos másalto. Además siempre queda el primerermitaño para compensar tan malasangre[6]; me refiero a otra felonía quevino a hacerse popular con aquello deLa ida del cuervo, aludiendo a la

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desaparición sin más de alguna genteobligada a mejor cortesía,equiparándonos con el humo, y que semalbasa en una dolosa interpretación deuna frase del Génesis, confundiéndonos,para mayor vergüenza nuestra, con lapaloma, que fue la que no volvió[7]

(¿cuál de las catorce?); a pesar de loasentado categóricamente por Moisés —al que debieran tener más respeto—, ensu primer libro, capítulo VIII versículo 7,y que dice, al pie de la letra: y envió alcuervo, el cual salió y estuvo yendo ytornando hasta que las aguas sesecaron de sobre la tierra.

Siempre hemos tenido mala prensa,

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sin hablar siquiera de los fabulistas,que, como es costumbre general humana,y más de los escritores, muestran undesconocimiento absoluto de la materiaque tratan. Sabida, hasta del mayormentecato, nuestra prudencia, nuestrotemor y recelar, nuestra desconfianza,nuestro cuidado y recato que nos lleva aplanear —en ambos sentidos de lapalabra—, buscando, con nuestrosoberbio olfato y penetrantísima mirada,lugar solitario donde posarnos, llega esefatuo francés, de peluca y pantalóncorto, nombre corriente, asegurando,para mayor regodeo de niños y niñas,barbaridad tan ultrajante como aquello

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de:

Maitre corbeau, sur un arbreperché, etc.

¿Qué nos puede enseñar a nosotrosuna zorra? Y en cuanto a cantar, todossaben que se trata de una particularidadde pájaros inferiores. (Prueba: intentanmuchas veces los guardas de este campohacer cantar a los internados, y nopueden, a pesar de los golpes. Cantanlos borrachos, las criadas, los enfermosde ópera y zarzuela, a los que seencierra en jaulas especiales —a vecesdoradas— llamadas teatros, donde losincurables —dícense actores o cómicos

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— divierten a la plebe representando,frente a ella, los más diversos papeles.Si mejoran, creyendo ya sólo ser otro —en Francia, Napoleón—, los dan de altay llevan al manicomio, donde, por lomenos, viven mal, pero sin público. Elteatro es uno de los vicios máshorrendos de los hombres, ejemploimpar de su crueldad).

Tal alud de bazofia, ya consignadapor un tal Job, que tuvo la avilantez deasentar que abandonábamos a nuestrascrías, cuando es del dominio universalque no hay padres más amorosos quenosotros, tal basura vertida sin razón nomerecería —ni ha merecido—

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contestación. Si me rebajo a ello depasada es únicamente por las actualescircunstancias y porque, al fin y al cabo,he vivido entre hombres algún tiempo.

Sólo Plinio nos trató con ciertaconsideración, ¿qué mosca le picó?

Claro está que quedan las cornejas,nuestra inferiores[8], que sirvieron paralos albures. ¿Pero quién toma eso enserio? La razón vence siempre.

DE LA LIMPIEZA

Cuidan tanto de su cuerpo que al alma sele pegan los resabios del mismo.

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Tiénenlo en tanto que en su aseo se lesva lo mejor de su tiempo. No comencuando les viene en gana, sino a ciertashoras. Parecen contentos de su carne. Lalimpian y le sacan brillo. Cepillan susdientes como si fuesen joyas, y aun selos sacan y guardan y tienen repuesto.(¿Quién ha visto cuervo con picopostizo?). Piensan en platos, y lospreparan. Poseídos como lo están deabsurdas creencias ancestrales, roídosde tabús cuecen y pasan por el fuego lamayoría de sus alimentos parapurificarlos. Ejemplo impar de su atrasoy barbarie: «Comer como una fiera»tiene, entre ellos, sentido peyorativo.

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De las duchas vengo. No quería queme lo contaran, pero ahora me veo enaprietos para relatarlo. ¿Qué hay másnocivo y molesto que la lluvia? A coropodemos contestar: Nada.

Ahora bien, figuraos que loshombres, en un afán masoquista, hanorganizado lluvia artificial, ¡yparticular! Cada hombre tiene su ducha,o la toma, bajo un pomo de regadera.Allí se restriegan, se rascan, se frotan.¡Horrenda suciedad!

La verdad: fui con la primera remesa—van de cincuenta en cincuenta—formada por viejos.

¡Qué espantoso es un hombre viejo!

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Me doy cuenta de lo difícil que resultaexplicar el efecto del tiempo en elhombre. Nosotros a los seis meses yasomos adultos y poco cambiamos hastalos cien o doscientos años, como no seaen tamaño. En cambio, los hombrespadecen toda clase de vejaciones con elcorrer del sol; se transforman, su feísimapiel desplumada se arruga, cáeseles elpelo, los dientes, se consumen; todo seles vuelven colgajos, sálenles manchasoscuras y las costillas se l£s marcancomo si el esqueleto quisiera salirse detan innoble envoltura. Carraspean,escupen, peden, a quién más mejor.

Con ellos fueron los mancos, y era

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cosa de verlos lavarse los muñones.Todo ello en medio de un vaho

apestoso. El uno, pasando un trapodeshilachado a otro:

—Frota.Aquelarre. Éste con una cicatriz,

aquél con dos. Sacose el cojo de la 46uno de sus ojos, y lo mira, y se ríe élsolo de su gracia.

Esas delgadas piernas, esos vientrescaídos, esas nalgas chupadas… Ahoracomprendo por qué los hombres sevisten. No hay mal que por bien novenga: dígolo por mí, todavía norepuesto del asco.

Marchitos, lacios, flacos,

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sarmentosos, tal como olivos o troncosmuertos, con sólo el pellejo y loshuesos, tizones; secos como palos,untándose de una sustancia viscosallamada jabón, cuya espuma de blancaviene a parda y negruzca; mohosos,orinados, cubiertos de maculas. ¡Quéguarrería!

Además, incapaces de obrar coniniciativa; ahí, como en todo, tienen ununiformado que les grita: —¡Mójense!¡Enjabónense! ¡Enjuáguense! ¡Séquense!— para refrescarles la memoria.Hácenlo todo de prisa y mal, muchos noalcanzan a seguir la velocidad del rito;protestan en vano.

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¿Para qué los cuidarán y guardaráncon tanto esmero y lujo de fuerzas?Todavía no alcanzo a comprender larazón de tanto boato y gasto. Meconsuelo pensando que no sólo yo estoyen este caso. El propio capitán deinformación dijo hoy al jefe de labarraca 34: El noventa por ciento estáaquí porque fueron detenidos en unmomento de locura[9].

Y como le preguntara si no habíaremedio, se alzó de hombros, abrió losbrazos y dijo: C’est la guerre… Lapagaïe…

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DEL TRABAJO

Curiosísimo animal, que teniendo cuatroextremidades valederas, sólo usa dospara andar, demostrando así el estadoembrionario de su cerebro. Por versiónfidedigna, he tenido noticia de que haciael sur, en lugares ya prohibidos paranuestra especie[10], existe otra clase dehombres, un poco más racional,llamados monos, de muy variadasespecies, que, aun desaprovechando elcincuenta por ciento de su podercaminador, justifícanse por el medio enel que viven: selvas; donde lo quellaman manos les sirven para aprehender

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lianas, ramas, troncos, etc…La degeneración del hombre se nota

principalmente en esa parte de suestructura: de nada le sirven, como nosea para corromperse: a) o vendiéndosep o r dinero, que reciben con manoabierta, o b) trabajando. Plaga, estaúltima, exclusiva de los hombres, y que,gracias al Gran Cuervo, no se propagafuera de tal en primer término, en unadeclinación paulatina que los lleva asometerse voluntariamente a hacer todaclase de ejercicios completamenteinútiles desde que empiezan a tener usode razón y fuerza bastante, hasta sumuerte; que tanto es d poder del vicio.

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Tan sin cabeza andan, tan perdidos, querevuelven, trepan, machacan,desmenuzan, deshacen, maltratan cuantoalcanzan sus manos, únicamente porcansarse. En vez de admirarse de lo queel Gran Cuervo nos dio, se dedican —baja la cabeza— a pisotearlo; en vez deno tener ojos para tanta belleza, a veces—¡oh muestra de su incuria!— intentanreproducirla (con resultados siemprelamentables, como no podía menos deser). En vez de sentarse a descansar, yalabar a quien todo nos lo dio hecho,procuran, en su imbecilidad congénita,transformar —empeorándola— tantagrandeza. Echan su gozo en un pozo a la

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medida de todas sus fuerzas. Llaman aeso trabajar. Llega su aberración a talgrado que, no contentos con huirpersonalmente de la ociosidad, los hayque hacen trabajar a los demás. Llamana eso negocio. Desde luego losnegociantes son la casta humana másdespreciable. Tal enfermedad hallevado a esta desdichada humanidad acreer que hay que ganar algo paracomer. Fáltame espacio para examinarahora palabras como jornal, oficio,ocupación, absolutamente intraduciblesa nuestro idioma. Sin embargo, noquiero dejar de señalar su expresión:Ganar su vida, porque demuestra hasta

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qué punto está viciado su entendimiento.Y aquella otra —completamenteesotérica—: Ganarás el pan con elsudor de tu frente. Como si el pantuviera que ganarse, o algo tuviera quever con el sudor o con la frente. Es unafórmula mágica que, a mi leal saber yentender, está en la base del atraso casiinconcebible de esta curiosa especie.

Hurtan horas al sueño para romperla tierra, entretiénense en aplanarla, enabrirle hoyos, en perforar montes, de díay de noche sudan en empleos inútiles,labran la madera, funden metales, barrenlas calles, corren tras una pelota. Nadade todo eso es funcional. Y así andan

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echando pestes de su mundo, como si nofueran ellos los que fabrican sue s c l a v i tud . Penados, campesinos,albañiles, secretarios, capataces,vendedores, gañanes, mayorales,sobrestantes, metalúrgicos, artesanos,aprendices, que así y de mil otrasmaneras se llaman, según su trabajo:todos mercenarios.

No es esto lo peor, sino queconvencieron a algunas otras especiesde no mejor caletre, que se pusieron aimitarlos, o aún a superarlos: mulos,perros, bueyes, caballos. No en baldedicen: Trabajar como un burro.

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DEL PICO

Fáltales ante todo el pico. ¿Con quésuben? Lo han reemplazado (mal, comotodo paliativo) con la palabra. Nuncacomo ahora, cuervos de todas partes,respingaréis; pero así es: tener buenpico tiene cierta semejanza con elsentido de nuestro refrán, solemosemplearlo refiriéndonos, en su rectosentido, a quién gracias a él trepafácilmente; como no lo tienen loshombres, sólo lo emplean en sentidofigurado: al que mejor habla dícenlepico de oro.

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También escuché picar muy altorifiriéndose a grandes ambiciones,evidentemente son huellas deantiquísimos rastros de su perdidaprenda, dolidas muestras de pasadosesplendores.

Dicen hincar el pico por morir, porrespeto a nosotros. Perderse por el picoes expresión paremiológica que no helogrado interpretar correctamente; a lasderechas parecería querer expresar queson capaces de cualquier cosa c on talde tenerlo, o, tal vez, sea una frasecorriente reservada a quienes trepanarrastrándose a lo más alto de lasmontañas, extremos a los que lleva la

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falta de alas. Tampoco me ha sido dadoestudiar la relación de pico y diente, esesucedáneo interior. Otra acepción, paramí oscura, es la que dan a picos pardos,quizá llamen así a los tartamudos, porcontraposición a pico de oro; es unamera hipótesis.

DE LOS MÉDICOS

Que los hombres son animalescomplicados y se estropean confacilidad. Para su reparación existenotros que, por el hecho de llevar batasblancas, se llaman médicos. Sin ese

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plumaje no se diferencian de los demás.He logrado saber que en tiempospasados llevaban caperuza, cucurucho uhopa, para manifestar su calidad. Tancómoda costumbre ha desaparecido y nose conoce, en lo externo, la especialidaddel hombre, sino su categoría, su clase.Es decir, que un médico pobre no sediferencia de un abogado pobre, ni unmédico rico de un banquero, de lo quesurgen complicaciones. Los únicos quelucen las prendas de su oficio son lossacerdotes y los militares; lo queexplica su autoridad. Los médicos y losabogados han desmerecido en laestimación pública por el abandono de

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los signos exteriores de su menester.Hay médicos de todas clases, y no serequiere para ello ninguna condiciónfísica determinada y lo mismo sonrubios que morenos. Oí decir que enNorteamérica, más adelantados a esterespecto, un negro no puede ser médicode blancos y viceversa, lo que indica lasuperioridad de aquel país.

Los médicos no pueden verse entresí, y dicen pestes los unos de los otros.Los hombres son como los relojes: sibuenos, sirven para muchos años; simalos, no hay quien los componga. En elcampo hay dos médicos buenos y otrosregulares —digámoslo así para no

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ofenderlos—. Los dos médicos buenos,internados como no podía menos de ser,tienen predicamento entre sus amigos yejercen su arte con seguridad. Lo hacena escondidas de los regulares, losoficiales. No intentéis comprender: Aeso llaman los hombres fe, que es creeren lo que no se puede creer.

En el campo existe organización yjerarquía médica oficial: el de los tresgalones, el de los dos galones, el delgaloncito. Los ayudantes van vestidos deazul, de azul tierno, de azul pirineoentrevisto. Los médicos estánorganizados poco más o menos como losguardias.

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Entre los hombres siempre hay unaimportante minoría de enfermos, porquela enfermedad sirve para no trabajar.Por la mañana los bípedos se dividen enenfermos y sanos. Los enfermos van a lavisita. Les acompañé pocas veces, yaque la única diferencia del hospital conlas demás barracas es que huele peor.Existen allí unos extraños artefactosllamados camas, que levantan losjergones a un cuervo del suelo. Tal vez,un atavismo de las ramas.

Llevan a los enfermos a la consulta,de cuatro en fondo, marcando el paso.Allí, los médicos, de toga blanca,sentados tras una mesa, juegan. El de

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dos galones hace de fiscal:—¿Qué tienes?—Me duele el estómago.—¿Tienes dinero?—No.Entonces no puedo hacer nada.—Lo recibiré mañana.—Vuelve mañana.Otro:—Me duele la cabeza.—Consulta inmotivada. Ocho días

de cárcel.La cárcel y la aspirina son los

medicamentos más corrientes.Otro destapa una herida:—¿Tú qué eres?

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—Alemán. Antifascista.—Fout–moi le camp. No podemos

perder el tiempo con los boches.¡Adónde iríamos a parar!

Envían algunos al hospital, según elhumor del médico, la cara del enfermo,sus posibilidades económicas. Suestancia allí depende de lo mismo. Lossimpáticos se quedan, los antipáticosson echados a poco. Lo que no deja deser una costumbre rara, una más.

Hubo una epidemia de disentería.Enfermedad difícil de explicar. Los dosmédicos que trabajan a escondidas delos demás hicieron venir, de afuera, losremedios necesarios para atacar ese

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desencadenado elemento. Se enteraronlos médicos del hospital —los de losgalones— y tuvieron gran furor,prohibiendo que los médicos sin galonessiguieran tratando a los enfermos. Enesto, al de los dos galones le salió unbulto en el cuello. Le curó el de los tresgalones y el bulto siguió creciendo.Cuanto más le curaba, más sedesarrollaba, hasta el punto de que elpobre hombre no podía volver lacabeza, dolíanle las meninges, algo delo que dicen que tienen los hombres enla cabeza, lo cual no me extraña y asíandan. Ya sin salida en su dolor y daño,vino a consultar a uno de los médicos

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sin galones, que le pinchó tres veces elbulto, y éste desapareció. Corrió laespecie; dijeron que era milagro.

(El milagro es la manera natural deresolver las cosas entre los hombres:

—¿Cómo te has salvado?—De milagro.—¿Por qué estás aquí?—De milagro.—¿Cómo vives?—De milagro).Por mucho que hicieron para que no

se divulgara el hecho, éste llegó a oídosdel médico de los tres galones y élmismo hizo llamar a la consulta a losdos médicos prohibidos. Acudieron, al

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día siguiente, con la conducción deenfermos. Estaba sólo Tres Galones:

—¿Qué tienen ustedes?—Nos mandaron llamar.—¿Qué cuento es éste? Consulta

inmotivada: ocho días de cárcel.

DE CIERTASENFERMEDADES

El hombre es un animal que se constipa—llámenlo resfriado, romadizo, coriza,catarro o de cualquier otra manera—.Llénanseles las narices de mucosidades

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y estornudan. Ningún otro animal escupeo se suena. Aunque no soy físico, vengoa relacionar esta curiosa enfermedadcon la falta de inteligencia de estosbípedos, y supongo que sus torpes ideas,por trasmutación, se convierten en moco,corrompiendo aun más su temperamentoy sumiéndoles en ignorancia y vileza.Por otra parte, la falta de plumas, queellos intentan remediar escribiendo,hace que su piel, expuesta a laintemperie, se cubra, muchas veces, deronchas, de sarna y sabañones. Noresisten el frío. He visto muchosinternados con manos y pies morados.Se les hielan. Carecen de defensas. Uno

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no se explica cómo pueden sobrevivir.Su existencia, en las condiciones físicasen que se encuentran, es unaequivocación.

DE LA COMIDA

El hombre es el más materialista de losanimales. El comer, su principalocupación: no le importa tanto lo quecome, sino lo que comerá; su norte, loque reverencia, le pasma, embelesa yarroba: lo primordial. Es para lo únicode que son capaces de ponerse deacuerdo anarquistas, belgas, suizos,

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húngaros, comunistas, altos y bajos,rubios y morenos, alemanes y franceses,españoles, ladrones y gentes honradas.

DE LA ESPECIE

Los hombres pertenecen a la mismaespecie que los perros, los gatos, lasvacas, los caballos, las ovejas, losburros, los gansos, los cerdos, losbueyes y las cabras. De esta identidad seencuentran muchas pruebas en ellenguaje humano: A otro perro con esehueso; como perros y gatos; morircomo un perro; hacer el oso; eres un

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cerdo; eres un burro; oler a cuernoquemado; alzar el gallo; parecer ungallo inglés; soltar un gallo; estarcomo gallina en corral ajeno; o perdizo no comerla; cantar como unruiseñor; cuando esta víbora pica, nohay remedio en la botica; a caballoprestado no le mires el diente; el bueyharto no es comedor; andar comopájaro bobo; a falta de vaca, buenosson pollos con tocino; ponerse máscolorado que un pavo; roncar como uncochino; caer de su burro; descargarla burra; al asno y al mulo la carga alculo; ser una acémila; pegajoso comouna mosca; el que no come gallina

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come sardina; es un águila; cada ovejacon su pareja; hacer el cabrón; estarcabra; del lobo, un pelo; parecer unalombriz; hacer el ganso; las zorras demi lugar son como las demás; estarhecho un zorro; no hay tales carneros;noventa y nueve borregos y un pastor,hacen cien cabezas, etc., etc.

No tengo tiempo de estudiar lasfrases anteriores, pero queda claro quelos hombres, en la confusión delprimitivismo de sus pensamientos,alcanzan, aunque sea por carisma, ciertaidea de las categorías.

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DE LOS EMBLEMAS

Con animales expresan sus más altospensamientos, con ellos simbolizanpasado y tradición; aunque ninguno osadibujar un cuervo en su escudo porqueles está vedado representar la imagen deDios. Para obviar esta prohibición lofiguran a su semejanza, mezquinaconsolación.

Los animales más comúnmenteusados para figurar sus mejoressentimientos son el león, el oso, el toro,el lobo, la raposa, el águila, la paloma,

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el elefante, el perro, el azor, la oveja, laserpiente y, aunque dejéis de volar porel asombro: el gallo y el cabrón.

DE LAS EXCELENCIAS DELOS CAMPOS

El encierro mejora la condición humana.Para lograrlos excelentes suélenlosencarcelar cierto tiempo.

Cuando los hombres de mando nopasan una temporada en una escuelasuperior de esta naturaleza, surge unaépoca de decadencia, cercano el fin de

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un ciclo; los mandamases sondestronados por gentes venidas de lascárceles y de los campos deconcentración.

DE LAS JERARQUÍAS

Me hallo de nuevo ante la imposibilidadde explicar uno de los fundamentos de lasociedad humana. ¿Cómo puedecomprender un cuervo que otro cuervovalga más o menos que él siendocuervo? Todos los cuervos somosnegros, y basta. Los hombres, para queno haya lugar a dudas, llevan señas

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exteriores de su rango: valen según susgalones, y por sus galones. (Galón esuna cinta, una tira de tela que se aplicanen las mangas del uniforme; hay quereconocer que tanto la plata como el oroson inventos notables. También lasmedallas, que se cuelgan del pecho,hacen feudataria la voluntad de los queno las poseen). El tono de voz varíasegún los galones. Los internadoscarecen de ellos. Los de más galonesmandan a los de menos, y éstos a quienno los tiene. Así, de arriba abajo,descargan su enojo: del general alcoronel, del coronel al comandante, delcomandante al capitán, del capitán al

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teniente, del teniente al alférez, delalférez al sargento, del sargento al cabo,del cabo al soldado. Ahora bien, elsoldado alemán manda al generalfrancés, como ya se dijo antes. Y todos alos internados, para que aprendan, si esque ya no lo saben; pero siempre esbueno machacar. Y los machacan.

DE LA IMAGINACIÓN

Su imaginación no les enseña lo quequiere, sino lo que quieren. Susdesengaños, hijos de la imaginación,producen otras imaginaciones; como

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ciertas enfermedades hereditarias que, asaltacabrilla, de generación engeneración, salvan la intermedia: que eldesengaño no produce desengaño, sinoimaginación.

La imaginación es madre del temor;el temor padre de los celos, de lacrueldad, de la poesía y otros cienmales.

Entre nosotros sólo lo real engendravalor, que es aceptar las cosas comovienen, y enfrentarse con ellas. Pero loshombres creen en imposibles, razónúltima de su inferioridad, y lloran.Llorar enturbia la vista, y, sin ella,danse de cabeza contra paredes que

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ellos mismos levantaron. El que llora,mama, dicen. Ahora bien, el que mamase vuelve traidor. Ya hemos visto adónde conducen los mamones: a quelloren todos, por no haber sabido moriren defensa de lo suyo. No se les puedeculpar del todo, que la naturaleza, en vezde pico, les dio labios y las demásdiligencias del temor.

No hallarán aquí relación debatallas, luchas o sacrificios de los quecuentan sin acabar otros historiadores, sísencillas notas acerca departicularidades vistas por el autor, queni siquiera saca consecuencia[11].

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DEL DINERO

Nadie puede entender a los hombres sinpenetrar en el gran misterio del dinero yde la teoría de los valores. Hay quereconocer, sin ambages, que es inventonotabilísimo y que, aunque sólo fuerapor él, valdría la pena abordar elestudio de esta especie, tan venida amenos.

El hecho es que, llevado por suinsuficiencia manifiesta, el hombre dejóde pronto —hace miles de años— deestimarse por lo que era —lo que era ensí, verdaderamente— para pensar en lo

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que valía. Esta torcedura, este esguince,le llevó de la mano a inventar un signopara determinar aproximadamente esevalor. Así se vio, de pronto, que cadacual fue catalogado según la estimaciónde sus jefes: Tú vales tanto. Tú valescuanto. Tú no vales nada. Tú valesmucho.

A la unidad se la llamó dinero.Debido a la diversidad de las lenguas,ese modelo llevó nombres distintos,todos ellos hermosos: onza, ducado,doblón, florín, real, maravedí, escudo,peso, sol, dólar, águila, etc. Como sepuede ver, todo el mundo estárepresentado, en esta enumeración:

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pájaros, flores, tierras, astros. No podíaser de otra manera: con esta sencillaconversión a todo se le ponía precio.Los metales más brillantes fueronconsagrados para representar ese ideal,acuñados su valor dependió de su peso,por trasmutación, esas monedasperdieron el valor de lo querepresentaba para convertirse en valoresintrínsecos, y los hombres no valieronpor lo que eran sino por lo queatesoraban.

Esa progresión sin remedio lleva ala humanidad hacia un fin mejor: el díaen que todos los metales estén en manosde una sola persona o nación acabarán

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las discusiones onerosas que tanto hancontribuido a la degeneración de laespecie, va que los hombres, una vezinventado el dinero[12], se han pasado lavida disputándoselo, matándose porposeerle. Cuando no se atrevierondirectamente al crimen recurrieron a lagracia del trabajo remunerado. Así seinventó la esclavitud. Contra ella se alzóuna tribu —que habla esperanto—llamada de Los Anarquistas, sin mayorresultado. Ahora otros [13] hanemprendido una nueva cruzada contra eldinero. Lo prueba este mismo campo deconcentración [14] en el que escribo.

Se han reunido aquí para intentar

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trabajar sin ser pagados. De losresultados del procedimiento todavía esdemasiado pronto para sacarconsecuencias. Sin embargo, a pesar dela excelencia de los propósitos, veo quelos hombres enflaquecen, seapergaminan, aunque tal vez esechuparse para adentro sea sólo laexteriorización de una mayorespiritualidad. Como no parecentampoco muy satisfechos, o alegres —aunque la risa sea manifestación inferior—, he oído decir que en Alemania vaexisten (ampos de esta misma índole —ycon el mismo fin— donde se lee, en laentrada: «El trabajo por la alegría». Es

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decir, que los hombres están intentandocambiar monedas por sonrisas. Norespondo de ello y habrá de verificarse.(A trasmitir al profesor A ZI–40, en laSelva Negra).

Inventose, más tarde, el billete debanco, o papel moneda (al que hagoreferencia en otro lugar). No he logradosaber por qué los impresos en inglésvalen más que los otros. Pero es unhecho. Un hombre forrado de dólares(especie que no he conseguido ver), valelo que pesa, y aun más[15].

Existe otra subespecie humana, de laque no tengo noticias exactas: losmonederos falsos. He visto algunas de

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esas monedas llamadas falsas, hechaspor ese grupo. A mi juicio no sediferencian en nada de las demás.Trátanlos los banqueros comocriminales y los odian, igual que loscomunistas a los trotskistas, o lossocialistas de Prieto a los de Negrín, yviceversa. Complicaciones queprocuraré explicar más adelante[16].

DE LOS PAPELES

Los hombres para andar por el mundonecesitan llevar papeles. No puedennacer sin ellos. Tan pronto como son

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paridos (los hombres no tienen huevos),confrontan sus antecedentes y a ellossuele adherirse una fotografía. Misterioincomprensible porque si la fotografía lalleva encima la propia personaretratada, ¿qué utilidad puede tener?Probablemente se trata de un mito solar.Pero me inclino a creer que es reflejo deotra tradición fetichista humana: elnarcisismo.

Los hombres tienen en mucho poseerel mayor número de papeles donde seasegure —¡oh infantilismo!, ¡ohcortedad del intelecto!— que ellos sonellos y no su vecino. Suelen decir frasessacramentales que se oyen en todo

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momento:—¡Si yo tengo todos mis papeles!—¡Si todos mis papeles están en

regla!Lo sorprendente es que no les sirven

para nada, lo que demuestra que se tratade una manía cabalística o supersticiónidólatra, hija de un atavismo totémico.Lo cierto es que no se atreven a vivir sinellos y son capaces de dar cualquiercosa por conseguirlos; algunos he vistoencerrados por intentar tenerlosrápidamente, otros por carecer de ellos,consecuencia de la absurda, monstruosaimportancia que dan los hombres a loimpreso.

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Prefieren los papeles más antiguos, eigual les sucede con lo que llamanbilletes de banco, que son otra clase depapeles que sirven para conseguir confacilidad esos otros con retrato de losque hablaba antes. A la posesión debilletes de banco conceden los hombresimportancia mayor. Los poseen losricos, carecen de ellos los pobres(palabras de difícil explicación). Sinexistir diferencia natural entre unos yotros, esta división les lleva a grandesdesigualdades en alimentos eindumentaria.

La adoración mágica a ciertoscaracteres, llamados números, es otra

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prueba de su mentalidad primitiva yprescritas creencias. Llevado por miafán de conocer, y aun por la curiosidad,comí un billete de los tal; puedoasegurar que no difieren de los demáspapeles, v. gr., de otros mucho mayoresde los que, sin embargo, no hacen tantocaso —a pesar de serles más útiles— yque se llaman periódicos; guárdanloscuidadosamente, recortándolos en trozosmás pequeños, cosa que no hacen conlos billetes de banco. Esa necesidad deemplear papel para menesteresinnombrables es otra demostraciónfehaciente de la inferioridad física delos hombres con respecto de los

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Cuervos y aun de los demás animales,que para nada necesitan de ellos. Lo quehacemos volando, atéstales mil suspiros,y lo tienen por vergonzoso.

Los hombres se aprecian yconsideran según el nombre: si sellaman Abraham, Moisés o Isaac, valenmenos que Francois, Whilhelm oWinston. Como los apellidos se heredanno cuentan por lo que son sino por loque fueron. Ya dije cómo el azar delsitio de nacimiento es más importanteque su propio valer. El esfuerzo, lavoluntad, la inteligencia, la honradez, nocuentan para nada frente a los papeles.Es decir, aunque no me creáis, que el

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valor, el tamaño, la fuerza, elentendimiento están subordinados a laadministración. Lo primero: los sellos,los atestados, las certificaciones, losvisados, los pasaportes, las fichas. Nocuenta la vida, sino lo escrito; no lasideas, sino la desaparición del librodonde está o pudo estar inscrito. Medicen que esta reverencia por lo impresoes relativamente nueva, pero carezco dedatos para confirmarlo. Son capaces dematar con tal de conseguir unos papeles,aunque sean falsos. Supongo que estaabsurda costumbre contribuye en muchoal triste estado actual del hombre.

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DE LA MUDA Y DE LASFRONTERAS

A los veinte años los hombres suelenmudar de pelo. Llaman a ese plumajeuniforme y suele durarles un año o dos,según los países, es decir, según lasfronteras. Sépase que frontera es algomuy importante, que no existe y que, sinembargo, los hombres defienden a plumay pico como si fuese real. Estos seres sepasan la vida matándose los unos a losotros o reuniéndose alrededor de unamesa, sin lograr entenderse, como esnatural, para rectificar esas líneas

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inexistentes.Fui testigo del siguiente hecho, que

traigo a cuento como ejemplo de suacrisolada idiotez:

Dos italianos encuadrados en elejército de su país decidieron que noestaban de acuerdo con la maneraitaliana de gobernar el mundo. El jefesupremo de su banda, con cierto aspectode dogo, llamado Duche, estaba deacuerdo con el jete de otra bandallamado Fúrer que a su vez estaba enguerra con el mundo de los gallos. (Elsentimiento de inferioridad de loshombres queda demostrado al verlosescoger como emblema de sus tribus a

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un animal superior. Para los italianos unlobo, para los alemanes un águila, paralos franceses un gallo, para los rusos unoso, para los españoles un león, etc.).No estando conformes nuestros doshombres con la manera lobuna deentender el mundo, decidieron cambiarsu plumaje y pasarse a los gallos. (Meparece difícil hacer comprender a miscompañeros de la Academia Cuerva,cómo, cuando les llega a los hombres laépoca de la muda, los unos aparecenvestidos de un color y otros de otro porel sólo hecho de haber nacido doskilómetros más allá. Pero esto nosllevaría de nuevo al mito de las

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fronteras. Además, los hombres hablande manera distinta según donde nacen, elhabla humana no es lengua universalcomo el croar cuervo. De ahí muchosmales. Figuraos una docena de cuervosdecidiendo quedarse en las ramas yencargando a los demás buscarles elsustento, figuraos que los envíen abuscar lombrices y que los que lasbusquen y hallen se quedaran sin ellaspor el solo hecho de haber sidomandados. Si a tanto llegan, podréiscomenzar a entender la organización delos hombres y su extraño raciocinio. Nopido que me creáis. Sólo deseo queestas páginas sirvan para acelerar la

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creación de un Instituto para el Estudioy Aprovechamiento de los Hombres .Creo que podremos, a poca costa,servirnos de ellos para descansar ydedicarnos de lleno a las bellas artes).

Mas volvamos de nuevo a la historiade los dos italianos. Cruzan la frontera(es decir; pasan de un lugar a otro) y sepresentan ante las autoridades gallas (ogalas como dicen ellos), no sin haberperdido, al paso, tres de sus compañerosque se les unieron en el último momentoy que mal murieron a consecuencia desendos tiros disparados con pericia porun destacamento de cazadores italianosque guardaban la frontera. Llegan

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nuestros hombres ante un francésuniformado; éste los felicita por tantoarrojo, y los lleva al gallinero, destapanbotellas, telefonean a un galoneado. Ésteno supo qué hacer y telefoneó a otro yéste a otro. Deciden que aquello estababien y vuelven a felicitar a los italianos.Pero como no estaban todavía en guerragallos contra lobos deciden que nuestroshombres pueden ser peligrosos, queconviene enviarlos a hombres de másgalones, en la capital del país para quedecidan su suerte. Allá van los doslobos, con un gallo guardia para que nos e escapen. En París, los italianos soninterrogados minuciosamente: dónde

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estaban, qué habían visto, qué suponían.Mis lobos, con tal de servir a lademocracia, dicen cuanto saben.Síguese un conciliábulo entre losgaloneados galos y otros tan galoneadoscomo los más galoneados, pero quellevan los galones dentro, llamadospolicías secretos.

—Están ustedes libres.—No, si nosotros queremos servir a

la democracia.—Ésta ya no es cuestión nuestra,

diríjanse al centro de reclutamiento(Centro de mudas).

En la puerta misma del edificio, dosgallos, de los de galones adentro, piden

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sus papeles a nuestros italianos:—Nosotros somos dos lobos, etc.,

etc. Y cuentan su historia.Los detuvieron por 110 tener

papeles. No tenían ni de los defotografía, ni de los de banco.

En el juicio, el defensor de oficioasegure) que eran amigos de los galos,unos gallos honorarios; pero el fiscal lecontestó muy orondo que los gallostenían con qué defenderse, que nonecesitaban de los lobos para nada. Ennombre del Marne —un tabú— se lescondenó a un mes de cárcel y cienfrancos de multa.

Al salir de la cárcel, los llevaron al

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campo de concentración. Se declaró laguerra entre lobos y gallos, rindiéronseéstos y entregaron los dos internados alos lobos. Mis italianos estabanfuriosos; se les pasó: los fusilaron, tanpronto como pasaron la frontera.

DE LAS GAFAS

La única costumbre hombruna que meparece aprovechable para lacivilización corvina es el empleo de lasgafas. Distintivo de los más pacíficos einteligentes, que sería fácil de adoptarya que avisa desde lejos las personas de

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más respeto. No desespero de dar algúndía con un cuervo óptico —denominación que se da entre loshombres a los que otorgan ese honor—.Consisten las tales en dos medallastransparentes —espejuelos— que secolocan sobre el pico y ante los ojos,para que sean vistos perfectamente porlos demás. Dan prestancia, y el que laslleva no puede olvidar su escogidacondición. No sirven para ver sino paraser visto.

DEL BULO

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El bulo es el principal alimento de loshombres. Crece con inaudita rapidez.Basta una frase, y va es todo: corre,envuelve, gira, domestica, crece, baraja,entrevera noticias y figuraciones, buscabases, da explicaciones, resuelvecualquier contradicción: panacea.

Sus diversos padres: viejos,guardias, cartas, radio, externos,viajeros, huidos, campesinos de losalrededores, antesalas, esperas, colas.

Intranquiliza a los más escépticos,exalta a los alicaídos, corre, vuela y serevuelve, desconocido. ¿De dónde nace?Del aire y siempre con un regustillo deverdad escondida. Cada bulo tiene su

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grano de anís, la cuestión es dar con él,en la interpretación está el gusto. Se lediseca y desdobla como una célulacualquiera, más paridor que coneja.Forma grupos, disuelve reuniones,yéndose cada cual a formar un nuevocentro, red nerviosa, rapidez de luz,toque de imaginación, vanguardia dedeseos, fruto natural del sueño, pimientadel encierro, sarpullido de las noches,desazón de los enteros, escalofrío detontos, plasmado sueño de débiles. Sedesvanece con otro y de bulo en bulopasa el tiempo, bulo de bulos. Hácese lanoche, cae el sueño y la muerte: otrobulo.

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DE LA MUERTE

El hombre se señala por sudesagradecimiento. Según tengoentendido que en épocas pasadas (y delhecho hay documentos en la Academia)muchos muertos, en homenaje a nuestrasuperioridad, nos eran ofrecidos, fuesecolgando de las ramas de los árboles:atención delicada, pero ya en completodesuso (lo que me hace suponer que ladesdicha de los hombres no conoceráfin), o expuestos en la cumbre de altastorres, para facilitar nuestro gusto.

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Ahora la costumbre general es, sin otrofin que demostrar su odio hacia sussuperiores, enterrar a los muertos concomplicadas ceremonias. Estos últimostiempos, en los que las matanzas hansido mejor organizadas, han llegado aextremos inauditos, hijos de ladesesperación. Con tal de ofendernos,queman las carnes, después de haberlasdesinfectado con gases, en cámarasespeciales. Supongo que la reclamación,acerca de tal desacato, de nuestroministro en Ginebra, surtirá algúnefecto. Si no hay holocausto en nuestrohonor, ¿para qué las guerras?, ¿para quétanto cadáver? Y ¡oh colmo de la

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estupidez!, ni siquiera escogen a losmejor cebados.

DE LAS ARMAS

Por lo que sé, el hombre ha venido, yviene, cada día a menos. Es el único serque ha inventado lo que ellos llamanarmas. Es decir, instrumentos paramatar cobardemente, sin exponerse. Anosotros nos respetan, como no podíamenos de ser, por nuestra ancestralsuperioridad, pero hablen conejos,liebres, perdices, y los propioshombres. Que su mayor preocupación es

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entrematarse. Dicen que en tiemposremotos, como es natural y únicajustificación, lo hacían para comerse ala víctima. Hoy, no. Conténtanse conenterrarlos. Según vagas noticias, tengoentendido que algunas tribus de oscurocolor siguen todavía aquella antañona yracional costumbre. En algo se había deconocer la superioridad de suapariencia; semejantes, aunque sólo seaen eso, a nosotros; aunque un cuervojamás come ni se comerá otro cuervo.

DEL DORMIR

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Todos dormimos, ligeros o pesados desueño, según seamos. Los hombres —concentrados y uniformados— tambiénduermen. Únicamente quiero llamarlesla atención acerca de otra peculiaridadabsurda: sabemos que algunas clases,superiores a ellos, también se echanpara dormir; no hay duda que las cuatropatas son signo de inferioridadmanifiesta; pero perros, caballos,bueyes, conejos, etc., conténtanse condoblar las rodillas y apoyar la cabeza endonde mejor les cae. El hombre, no:para dormir da vueltas, se tumba decostado y aun de espaldas y así, panza alaire, dice que descansa, cuando sólo

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imita a la muerte. No es de extrañar que,en esa posición, ronque. El ronquido esuna queja del alma, que sale a la oscuraluz nocturna por la irreverencia que talpostura entraña. Hay muchas clases deronquidos, esas sí, y no como suslenguas, comunes a toda la humanidad.Prueba palpable de la existencia deNuestro Señor el Gran Cuervo, ya que sino obedecieran todas las almas a unmismo principio no roncarían todos enel mismo idioma —salvando lasdiferencias individuales—, evidencia, asu vez, del libre albedrío.

Sólo algunos perros, contagiadospor su vergonzoso trato diario con los

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humanos, adoptan a veces la absurdapostura del decúbito supino.

DE LA FANTASÍA

Creen los hombres lo que les conviene yfingen ignorar lo que no. Así siempre sesorprenden; que el gusto de todosimplica el propio desencanto. No haydos deseos iguales, y un solo mundo; noquieren atenerse a él y cada quisque sefigura otro. Después, lloran su fantasíacomo perdida realidad; lágrimasverdaderas sobre cadáveresimaginarios. Teniendo el remedio tan a

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pico lo desconocen queriendo. Culpa desu imaginación, que es su gusto.

DEL OLVIDO

Su capacidad de olvido es tanta como lade invención, y son los seres mástornadizos del mundo. A veces, piensosi no les inspira el viento, dándolesideas cuando sopla del norte,borrándoselas con brisas del sur.Inconstantes y volanderos, los másculpan a los menos o los menos a losmás de sus desengaños, sin dar en lapropia razón. Los que se empeñan

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vencen, pero son pocos. De tan absurdosmales se vuelven amarillos.

DE LA LIBERTAD

Cifran los hombres su ideal en lalibertad, amontonando fronteras.Quieren viajar para aprender, su máximailusión, e inventaron los pasaportes y losvisados para entorpecer su paso.Detiénense y hácense detener en líneasarbitrarias, tiralineadas al azar de lostratados. Y aun existiendo el objeto desu deseo al alcance de su mano, no lo

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cogen, por falta de sellos. No haycuervo que los entienda, ni ellos seentienden.

Más la quieren (la libertad) cuandomás lejos están de alcanzarla, con lo quese pone de manifiesto, una vez más, sufalta de sentido. Por la libertad vivenencerrados, cuando no por gusto, a lafuerza, por donde pruebo, una vez más,que gozan con lo que no tienen. Situviesen alas, ¿qué no inventarían?Aunque teniéndolas, desearían carecerde ellas.

Viven durmiendo, armando sueños,y, aunque los reputan inverosímiles,creen en ellos y aun los gozan, que no va

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nada para los hombres de lo imaginadoa lo tangible.

Con estos elementos su mundo tieneque parecerles fantástico, absurdo en susconsecuencias, incomprensible paradiscretos. Así es.

DE LA ESTÉTICA

Entienden los hombres por bello lo queles gusta y no sea de comer. Distinguenentre belleza y gracia. La gracia esvolandera y la hermosura perenne. Lagracia sólo queda en la memoria, lahermosura en piedra. Gracia: hermosura

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que vuela; belleza: gracia perenne. Lagracia es ligera y actual; la bellezapuede ser pesada y pasada. La graciatiene el atractivo de saberse breve, sinvuelta. A la hermosura se la puededespreciar un poco, por quieta, segurocomo lo están de reencontrarla a lavuelta. Sin hermosura no habría gracia.

Del arte: Manera que tiene elhombre de conocerse. Y, por eso mismo,en la mayor decadencia.

DE LA POLÍTICA

Definición: Arte de dirigir.

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Medio: Hacer virtud de lahipocresía. (Los que no lo logran, sellaman sectarios, parciales, fanáticos, opapanatas, crédulos, cándidos).

Ejemplo:—¿Quién, fulano? Es un cabrón.Entra fulano:—¡Querido fulano! ¡Tanto tiempo

sin verte! ¿Dónde te metes?

DE LOS AMIGOS, DE LOSCONOCIDOS, DE LOS

ENEMIGOS

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Amigo: Hombre al que el hombredice lo que piensa.

Conocido: Hombre al que el hombreno dice lo que piensa.

Enemigo: Hombre al que el hombredice lo que piensa y lo que no piensa.

DE LA CANTIDAD

Los hombres tienen necesidad decontarse y recontarse para saber cuántosson. Cuatro veces al día se agrupan y seponen en filas y contestan: Présent, aloírse nombrar. Más les valdría sabercómo son.

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DE LAS VOCES

Principal culpa de su mortal estado latienen lengua y boca. Los hombres sefían de sones y orfeones, viven demúsica y se dejan arrebatar de ella.Desde ahora preciso que no hay cosamás dulce y agradable que esta armoníay comprendo que los hombres se dejenarrastrar los sentidos y enajenar elentendimiento por tal maravilla. Lamúsica duerme la crítica y una vezembarcados en ese viento no hay brújula

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que les cuadre, y se dejan llevar.La música más ordinaria llámase

palabra, y dejándose deslizar por suimaginación y fantasía, pretenden,incautos, explicar los sucesos por mediode sonidos. Como es natural, es más elruido que las nueces. Llegan a figurarsey a tomar la música por hechos. Bajandopor esa pendiente se fían de la músicasola, sin distinguirla del canto.Imitándola inventaron instrumentos demetal y madera que producen sonidosinarticulados y onomatopéyicos, sin queninguno de ellos llegue a la dulcearmonía de la voz humana.

Las músicas o voces son distintas

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según los lugares y generalmenteininteligibles para unos u otros, según ellugar de su nacimiento. Llaman lenguajea dicha música y la denominan, segúnles conviene: lengua, idioma, jerga,jerigonza, dialecto, habla. En suespantosa confusión han llegado a decir:Hablar más que una urraca. Esto, ymucho más, habrá que perdonarles el díade mañana.

Cada hombre habla su idioma y,generalmente, farfullan todos el francéspara entenderse entre ellos. Se agrupansegún lo parecido de sus lenguas:española, alemana, italiana, polaca,yidish y catalana, que son las más

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importantes. A pesar de mis esfuerzosno he podido establecer una gradaciónexacta de sus categorías, aunque meinclino a creer que las dos últimas sonlas primeras. El ruso, el húngaro, elcheco y el yugoeslavo parecen serlenguas menos extendidas. Ya dije queel francés es un común denominador.

Las lenguas determinan el color, laaltura y ciertas facciones humanas. Elespañol favorece lo moreno, el alemánlo rubio.

He oído hablar de un idioma que,por lo visto, es de uso corriente entierras lejanas, bárbaras y desconocidas:el inglés. Los ingleses inventaron los

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campos de concentración, pero para losdemás: razón de su atraso.

DEL AHORRO

Los guardias, que son franceses,desarrollan una curiosa actividadllamada ahorro, que consiste en guardardinero para la vejez. Este ejercicioredunda en falta de camaradería ysolidaridad, por tener el porvenirasegurado.

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DE LA IMAGINACION

El origen de la decadencia humana tiene—en parte— su base en una extrañafacultad antirracional que llamanimaginación: consiste en figurarse cosasdistintas de las existentes. Trazandoquimeras son capaces de negar laevidencia y cuando la conocen yreconocen es para mejor perderse ennuevas elucubraciones. Ahí radicó lamayor dificultad que tuve paraentenderme con ellos. Encontré algunoscapaces de glorificarse de sus defectos

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con tal de hacérselos perdonar. Viendovisiones, se pasan el tiempoengañándose los unos a los otros, debuena fe, y aun de mala, puesto que,ennieblados con ese absurdo, noconciben límites a su ilusión. Llegan apretender que en eso reside su grandeza.

DE LAS GUERRAS

Las guerras siempre se pierden, unasveces por poco, otras por mucho; unasen semanas, otras en años. La guerra esel estado natural de las relaciones

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humanas. Piérdenlas al mismo tiempoque la vida, a veces sin darse cuenta,otras con plena lucidez: depende más delas circunstancias que de losentendimientos; hay quien muere comoun señor y hay señor que muere sin lamenor vergüenza, aullando como unperro. Para ayudarse a morir, bien omal, inventan recompensas, como todolo suyo, imaginarias.

Que la falta de experiencia es otrade las características del hombre:¡Tantos años para nada! Las guerrasprovienen del mando —dicen algunos—y como los que están hechos a mandar yno a resistir son los generales, ellos las

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fomentan contra lo general, que resiste yno manda. Los generales vencidos ovencedores, que no importa, se disputanlos despojos. Hubo un tiempo, de esohablan sus antepasados, en que huboguerras por disputarse un solo cadáver.Esto, que para nosotros tiene sentido, hapasado, para los hombres, a serleyenda[17].

DE LAS PIELES

Nada marca mejor la interioridad de loshombres que adornarse con nuestrosdespojos, honrando así a nuestros

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muertos, no a los suyos. Usan todas laspieles que les llegan a mano: las de losconejos, gatos, martas, zorras, lagartos,culebras, perros, bueyes, cerdos, topos,etc.

Pero su mayor lujo consiste, como esnatural, en las plumas, que hombres ymujeres suelen colocarse en la cabeza.En tiempos pasados usábanlas paraescribir, ya que ellos no pueden hacerlocon sus dedos. Escribir con los pies, conlas curiosas vueltas que da la semántica,ha venido a tener para ellos un sentidopeyorativo.

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DE LA BLASFEMIA

Si el hombre no jura o maldice no estácontento. Es costumbre muy extraña ymuy extendida; frecuentísima. Bástaleque algo no salga a su gusto, o tropiece,o haga calor o frío, para queinmediatamente surja de sus labios unacondenación para lo que menos tieneque ver con la causa de su desagrado.Reniegos, porvidas, pestes, injurias,baldones, ofensas, dicterios, denuestos,palabrotas, se suceden como ristra deajos —que es otra manera de denominartales aberraciones—. ¿Qué culpa tienende sus pequeñas desgracias: Dios, la

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Hostia, la Virgen o Cristo? Como si nofuera mejor dirigirse a la semilla de susmales, y acabar con ella.

DEL MAYOR ESCRITOR

Tienen por tales a Shakespeare, inglés,porque todos los hombres tienen algo deRicardo III, personaje inventado por eseseñor y a Cervantes, español, porquenadie tiene nada de Quijote, personajeinventado por este señor. (Definiciónoída a un externo con barba).

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DEL FASCISMO

Anda ahora el mundo humano partido endos: entre los que luchan por y contra elfascismo. Desde el punto de vistaempírico todo está claro, pero mi sed desaber, mi curiosidad me ha empujado —para la mayor gloria de la ciencia— aaveriguar en qué consiste tal manzana dela discordia. He aquí el resultadoparcial de mi investigación:

Los Fascistas son racistas, y nopermiten que los judíos se laven ocoman con los arios.

Los Antifascistas no son racistas, yno permiten que los negros se laven o

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coman con los blancos[18]

Los Fascistas ponen estrellasamarillas en las mangas de los judíos.

Los Antifascistas no lo hacen,bástales la cara del negro.

Los Fascistas ponen a losantifascistas en campos deconcentración.

Los Antifascistas ponen a losantifascistas en campos deconcentración.

Los Fascistas no permiten huelgas.Los Antifascistas acaban con las

huelgas a tiros.Los Fascistas controlan las

industrias directamente.

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Los Antifascistas controlan lasindustrias indirectamente.

Los Fascistas pueden vivir en lospaíses antifascistas.

Los Antifascistas no pueden vivir enpaíses fascistas ni tampoco en algunospaíses antifascistas.

DE LOS COMUNISTAS

Son muy de admirar, según fotografíasque vi: ostentan más estrellas, másmedallas, más condecoraciones quenadie. Brillan.

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DE LA PELUQUERÍA

A pesar de mis esfuerzos preveo que meestoy afanando en balde. La manera deobrar de los hombres es demasiadoabsurda y fuera de la lógica para que mitrabajo sirva de algo.

Ejemplo: Ya sabéis que cada día, omejor dicho cada noche, los hombres sedespluman —y no me refiero a eseabsurdo neologismo que consiste enaplicar esta palabra a la pérdida de lospapeles que anteriormente describí,llamados billetes de banco—. No. Lo

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que sucede es que los hombres sonanimales tan sucios que necesitanlavarse cada mañana, y para ello sequitan el plumaje. No creáis, y éste es elcolmo de lo ilógico, que los más suciosson los que más se lavan, si no al revés.Cuando más limpios, más se restriegan.Ahora bien, esta ley, como toda humana,tiene tantas excepciones como lapronunciación y la forma de las nubes,v. gr.: si no se lavan el martes les cortanel pelo al rape, pero si se lavan eldomingo también les cortan el pelo alrape. Procuré averiguar las razones detal excepción y confieso —una vez más— mi fracaso: los martes la ducha es

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obligatoria, y los domingos, sólo paralos trabajadores. Si los martes no seduchan y quieren hacerlo el domingo, selo prohíben. Razón humana: la cantinelacíe siempre: está escrito. Es curiosocómo unos garabatos inermes llegan atener fuerza en el cerebro de loshombres.

Otro ejemplo: Como sabéis estáprohibido hablar del cuartel A al cuartelB, del cuartel B al cuartel C, etc.Prohibido quiere decir permitido concierto cuidado. Nunca me cansaré dellamaros la atención acerca del distintoentendimiento que de las palabras tienenlos bípedos, resultado de su mentalidad

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primitiva. Estaban, pues, hablando, cadauno tras su alambrada, dos internados.Un tercero se despiojaba tranquilamentecinco aletazos más atrás. Acertó a pasarun guardia, oyó el diálogo, miró y no viosino al piojoso. Los guardias sonhombres de uniforme, con voz fuerte quese transforma naturalmente en culatazos.El guardia condenó al hombre de lospiojos a la tonsura al rape. Eldespiojante protestó. Como es natural,no le valió:

—Yo no he sido.—¡A mí qué me vas a contar! Te oí.El guardia llevó al desdichado a la

cámara de los suplicios, llamada

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peluquería; sentaron al infeliz en elcadalso. El sentir sus posaderas en laplancha de la silla fue suficiente parahacerlo saltar:

—¡Ea! ¡Qué no! ¡Usted no tieneningún derecho a cortarme el pelo! Queyo no he sido.

Entonces entró uno de los doshabladores: Perdón, éste no ha sido. Elque hablaba era yo.

—¡Ah! —rugió el guardia.—Sí —dijo el recién llegado—

quería cortarme el pelo, y como no teníadinero pensé que ésta era la mejormanera de lograrlo.

—¿Qué? ¿Qué?… —tartamudeó el

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uniformado—. ¡Qué se ha creído! ¡Hoyno se corta el pelo más que comocastigo! Si quiere cortárselo de gratisvenga el viernes, si es que ya ha salidodel calabozo. ¡Alé, op!

Pero, de todas maneras —a la fuerza— le cortaron el pelo al matador depiojos.

Axioma: Los hombres se cortan elpelo los viernes por su gusto y losdemás días como castigo.

DE LA LÓGICA

Los internados fueron traídos aquí por

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una administración. Esta administraciónha desaparecido, pero los hombressiguen aquí. A aquella administraciónsucedió otra, que trae más internados.Como los primeros no pueden reclamara la administración que aquí los trajo,porque ya no existe, no tienen a quiéndirigirse para solicitar su libertad, yaquí seguirán hasta su muerte.

DE LA NACIONALIDAD

A veces los internados cambian denacionalidad sin comerlo ni beberlo. Seduermen polacos y se despiertan rusos.

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Se acuestan rumanos y se levantansoviéticos. Por la noche, internos; por lamañana, libres. No tenían pasaporte yahora lo pueden tener. Misterios de lasfronteras y de los pactos. Nicolai yAlexei Tirsanof, dos hermanos, nacidosen dos aldeas polacas, distantes entreellas diez kilómetros, se despiertan estamañana, el uno libre y el otro preso,debido a una nueva frontera. Maleficiosde la imaginación.

DEL SER DEL HOMBRE

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El hombre, por el hecho de serlo, no esnada. Nosotros decimos cuervo, y no vamás; ahí estamos, negros, lucientes, contodo y pico. Pero ¡el hombre!, dependede su lengua, del lugar de su nacimiento,del dinero que tiene, de su oído, de suinteligencia, de su tamaño, de su color,de sus papeles —ante todo—, de susarmas. Ese desprecio del hombre en síes lo que, en primer término, hace tandifícil, para nosotros, llegar aentenderlo, y todavía más, explicar lacomplicada organización de sushormigueros, sus incontables reacciones,el maremágnum anárquico en el que sehalla hundido por creerse la divina

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garza. Infeliz animal pródigo de lo queno tiene, su imaginación le lleva porcaminos imposibles y allí se pierde, sinsalida, muriendo de creer que las cosasson como se las figura. ¿Cómocomprender o explicar un inundo defatuos que corre del ateo al místico, delcapitalista al anarquista, del blanco alnegro? Unos tienen en cuenta sólo elpasado, otros el porvenir. Unos miranhacia atrás, otros hacia adelante, lamayoría cierra los ojos. Quién quiere irhacia el norte, quién hacia el sur, y noles dejan moverse. Esos sentimientoscontradictorios lo son todo, y aun entregentes de un mismo signo las

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divergencias son tan grandes como entregrupos enemigos, y su odio idéntico.

Encontré un tipo curioso, astrónomo,que me aseguró que toda estaincomprensión se debe a que no vivenbastante, es decir, a la pequeñez casiinimaginable de sus medios deconocimiento y de aprehensión; dice queel mundo inanimado vive, que las tierrasse siguen moviendo, que si tuviésemosmejores ojos veríamos que los humanossólo perciben una infinitésima parte delo existente y que esa mediocridadpreside sus vidas.

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DEL PERNOD Y SUSDERIVADOS, DE SUS

CONSECUENCIAS

El hombre siente su inferioridad y, paravencerla, el mentecato ingiere toda clasede medicinas. Bebe líquidos horrendos,que a veces huelen a podre, con tal dealcanzar algo que se parezca a un estadosuperior. Lo único decoroso son loscolores brillantes, aquí como nuncaengañadores. Dicen que se cuelan sinsentir; lo cierto: que los deja sin sentido.

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Huéleles el aliento a estiércol,acórtaseles el paso y se les alarga elcamino, haciendo eses.

Como siempre, atentos a lo que cae,y con ganas de hombrearse con lo mejor,dicen: dormir la mona. Cuanto mástragan, menos pueden con lo queingieren; advertencia útil paracualquiera, e inútil para sus pobresentendederas, aviso para los que secreen vencedores de cualquier guerra:Cada uno es quien es, y el vino, vino.Cuando los hombres se apropian de algoque no les pertenece, en vez deesconderlo como es nuestra buenacostumbre, lo ingieren; y lo ingerido

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acaba con ellos.Desde luego es achaque de

uniformados, que, como era de esperar,los concentrados son gente de máscaletre y se contentan con agua,contaminada, pero agua al fin y al cabo.Los guardias son tan duros —de molleraprincipalmente— que todo lo tienen queremojar; empinando el codo setransportan con la fuerza del vino.Gustan de emborracharse del todo, conlo que sea: enajenarse hasta sentirsecuervos. El ayudante, el sargento mayor,el teniente, el capitán y el comandantebeben para olvidar sus penas patrióticasy moler a gusto a los internados, que así

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los ablandan y entienden mejor susenseñanzas. Buena masa. Así, cada día,crecen, aunque sea por dentro, yaprenden:

—Je vais L’apprendre a marcher…El licor no respeta galones, sus

efectos son democráticos. Con talesbebistrajos se atontan más y con tal dematar el gusanillo —otra referencia alos animales, sin los que no pueden vivir— se embrutecen y acaban, como dicen,h e c h o s un cuero, una uva:calamocanos. Tras las palizas a lospresos, quién no se duerme, llora ocanta.

Dan, a lo que beben, los nombres

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más diversos, por aquello de las moscasy del gato por liebre, pero la baseparece ser el pernod:

—On prend un pernod?Y los guardianes, con su olor a

correaje sudado, se quitan el quepis, sepasan la mano por la frente, se suben lospantalones de golpe, asegurándose queno han perdido lo que creen que les dasu condición de hombre, y entran en elcafé de la esquina.

Y allí del tinto, del blanco, delclarete, del rosado, del verde, del seco,del dulce, del burdeos, del málaga, delborgoñón, del pardillo, del aloque, deloporto, del champaña, del jerez, del

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montilla…Sé estos nombres extraños por

habérselos oído citar, con añoranza, amuchos internados. Y me quedo muycorto, que cuando se trata del mal sunúmero de palabras es infinito; cadapaís, cada región tiene sus caldos, lossacan hasta de las piedras: valdepeñas,rioja, cariñena, malvasía, chacolí,anisete, coñac, ron, vodka, raki, falerno,montilla, manzanilla, curazao, kirch,kummel, rosoli, vermut, mistela, ajenjo,ginebra, ojén, aguardiente, dubonnet,amer picón, cassis, fine, marrasquino…

En el amanecer azul y moradillo lospitos de los guardias peneques

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despiertan a los internados para laprimera lista[19].

DE LA POESÍA

Un interno escribió, hace tiempo, losversos que siguen, y que dan una ideabastante exacta de la utilidad del dinero:

Si tovieres dineros, avrásconsolación

plazer e alegría, del Paparación,

comprarás paraíso, ganarás

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salvación.Do son muchos dineros, es

mucha bendición.

Esto me lleva de la mano a tratar,aunque sea superficialmente, de lapoesía. Sirve ésta de base para el canto,práctica humana muy popular. Reúnenselos hombres en coro y vociferan todosjuntos un mismo texto (nueva prueba deservil condición).

He recogido bastantes textos decanciones, pero no daré aquí más queuna muestra. Es una composiciónespañola. La música, posiblemente delsiglo XV, se llama tango, y tiene dos

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títulos. El primero no me pareceadecuado y corresponde posiblemente auna versión hoy perdida: Esta noche meemborracho, la otra es, sin duda, lacorrecta:

ALÉ–ALÉ

Somos lostristesrefugiados

a estecampollegados

después demucho andar.

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Hemoscruzado lafrontera

a pie y porcarretera

connuestro ajuar.

Mantas,macutos ymaletas,

dos latasde conserva yalgo de humor.

que es loque hemos

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podido salvar

tras detanto luchar

contra elfascio invasor.

Y en laplaya deArgeles–sur–Mer

vinimos acaer

pa nocomer.

Y pensarque hace tres

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añosEspaña

enteraera una

nación feliz,libre y

obrera.Abundaba

la comida,

no digamosla bebida,

el tabaco yel papel.

Habíamuchas

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diversiones,la paz en

los corazonesy mujeres a

granel.

Y hoy queni cagarpodemos

sin quevenga unmohamed…

Nos traíancomo penados

y chillanpor todos

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lados:Alé–Alé.

Vientos,chabolasincompletas,

ladronesde maletas,

arena ymal olor,

mierda portodos losrincones,

piojos amillones,

fiebre y

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dolor,colas para

alcanzar doslitros

de aguacon bacilos,

leña ycarbón,

alambradaspara tropezar

de noche alcaminar

buscandotu chalet.

Y por todas

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partes dondevas

te gritanpor detrás:

Alé–Alé.

Y si vas albarrio chino

estáscopado

puesvuelves sin unreal

ycabreado.

Dos

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cigarros: milpesetas,

y en eljuego no temetas

porque lapuedespalmar.

Y si tuvientre teapura

y a laplaya vas aoscuras

te pueden

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asesinar.

En mal añohemosentrado,

ya nosabemos quéhacer,

cada díasale un bulo

y al finalvienengritando:

Alé–Alé.

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MÁS LÓGICA

Boleslav Sparinsky y Stefan Goldberg,polacos; el primero está internado porno haberse alistado en el ejércitopolaco; el segundo, está internado porhaberse alistado en el ejército polaco.

DE LAS ALPARGATAS

Los hombres, de tanto andar, y porcarencia de alas, no pueden llevar lospies descalzos. Cúbrenselos con lacarroña de reses muertas, llámanlos los

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zapatos: hay que reconocer quepreservan algo del agua y del lodo. LaCruz Roja ha enviado al campoquinientos pares de alpargatas, para quesean repartidas entre los internados; esun zapato de lona y mejor que nada.Tiénenlos en los almacenes, guardados,quién sabe en espera de qué. El viejoEloy Pinto, de sesenta y cinco años deedad, carnicero, cojo, pidió un par debuenas botas a un guardia joven. Lehicieron barrer y lavar el cuartel, ledijeron que volviera al día siguiente: ledarían las alpargatas. Ocho días serepitió la escena. El viejo, ya cansado,se las pidió al ayudante:

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—¡Ah!, ¿con que quieres alpargatas,eh? Y no quieres trabajar. Y comer, síque comes, ¿no? Para comer no faltas ala lista, ¿no?

El viejo calló, miró sus piesenvueltos en trapos, levantó, lentamente,la vista. El ayudante le escupió a lacara, y siguió:

—Supongo que tendrás la concienciatranquila, ¿no? ¿No decís eso? Puespóntela en los pies.

DE LA LLUVIA

El interno resiste bien la lluvia. Forman

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para pasar lista, diluviando; losguardias, con impermeables, llegan conretraso. Los presos no se mueven, lescorre el agua por la cara, se empapan,no protestan. Cuando llueve los hombresno se lavan.

ECHACORVERÍA

¡No digamos de ese horrendo insulto! ¡Anosotros, tan fieles, tan dignos, tan pocoamigos de hacer favores! Cuando todossaben que el cuervo es todosentimiento…

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A PESAR DE TODO

Los internados viven a gusto, porque elque vive conforme con lo que espera, esfeliz —a pesar de las privaciones—.Gozan en la desgracia pensando que loslleva a su fin.

DE LAS CONDICIONES DESALIDA

Como es natural, de tan buen trato, loshombres no quieren marcharse de los

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campos de concentración. Losuniformados hacen lo necesario paradarles gusto.

La primera condición que senecesita para salir es haber sidodetenido en zona libre[20] y, por lo quedicen, el noventa y cinco por ciento delos aquí reunidos lo fueron en zonaocupada.

Segundo: Tener el beneplácito delPrefecto del departamento en que hayande residir.

Tercero: Demostrar que tienenmedios de vida.

Cuarto: Tener buena conducta.Si, por casualidad, poseen alguna de

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las condiciones prescritas, no reúnen lasdemás. No sale nadie, como no sea conlos pies por delante.

ALGUNOS HOMBRES

Debe haber en el campo unos seis milinternados, la mayoría ignora por quéestá aquí. (En esto hay igualdad absolutaentre internados y guardianes).

Doy a continuación las fichas deunos cuantos, escogidos al azar. Paramayor exactitud vayan lecha y lugar: 22de junio de 1940, campo del Vernete,departamento del Ariége, Francia,

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Cadahalso 38, Zona C.

Jalien Altmann, relojero, treinta ycinco años, francés, después de habersido alemán. Estatura regular, pocopelo, nariz larga, traje raído, ojosenrojecidos. Seña particular: suelemeterse el meñique de la mano derechatanto en las fosas nasales como en eloído derecho.

Razón de su estancia: culpa a suportera. Vivía en Nancy, soltero. Lacancerbera no le perdonó haberintroducido, en su piso, a una amiga dela infancia. Julien Altmann es enemigode las propinas. Añádese que la

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quicialera quería el piso para susobrina, que se acababa de casar, yandaba en mal de alojamiento. Bastolecon acusar al pobre relojero de haberasistido a un mitin comunista. Eraverdad, pero lo hizo por equivocación.

Conde Wencestas Wazniky . Granseñor, gran nariz, que se resguarda delsol con un papelito pegado entre ceja yceja. Cincuenta y tantos años.Silencioso. Muy paseador, solitario.Pelo cano, traje elegante. Desprecia asus compañeros, jura y perjura seramigo personal del Coronel Beck. Lomalo es que nadie sabe donde está ahora

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el Coronel Beck. Su seguridad en símismo se me antoja ficticia: la mayoríade los aquí concentrados lo están porrojos, aunque Francia luche contra losfascistas, es decir, contra los alemanes.El conde es fascista, pero su país luchatambién contra los alemanes. Supongoque al elegante polaco le sucede lomismo que a mí, no sabe a qué (artaquedarse: si ganan los alemanes, pierdecomo polaco, si pierden los alemanes,pierde como fascista. La solución la dioun guaje: Que se muera.

Jerzy Karpaty. Zapatero, húngaro.Pequeño, gordo, pero ya no tanto; con

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las piernas arqueadas. Sincomplicaciones. Judío. Parlanchín.Tampoco sabe por qué está aquí, aunquesupone que la policía halló su apellidoen la lista de una Amicale deinternacionales húngaros. Él no fue aEspaña, ni jamás le pasó por laimaginación tal cosa. Un primo suyo, sí;y como se reunían en un café y entreellos había dos de su pueblo, seinscribió. Su mujer es francesa, sus doshijos son soldados franceses. No sabenada de ellos, es lo único que lepreocupa. Y la comida, que no es granode anís.

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Jean Louit, industrial, a lo que dice,y francés para mayor inri. Elcomandante del campo le preguntó: ¿Sies francés, qué hace aquí? Y el hombrele contestó: Es lo que quisiera saber.

Según él —cuarenta años, gordo deveras, de los más bajos, lleno de quejas,extremado en sus sentimientos,encareciendo siempre su pena, gemidor,lamentándose continuamente de sudesdicha, rogando a los guardias y aquien se le ponga adelante—, todoproviene de una multa de dieciséisfrancos que le impuso el comisario depolicía de su barrio, en París. Losdemás lo desprecian, los guardias lo

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escogen para las faenas másdesagradables.

Ludwig Schurnacher, químico,ingeniero químico, alemán. Joven, alto,fuerte. Refugiado en Francia desde1933. Con todos sus papeles en regla,alistado en la Legión Extranjera, entrance de revisión médica. Trabajaba enuna gran fábrica de Lyon. Supone que ledenunció su querida: mujer de uno desus jefes. Lo que ignora es por qué ledenunció. Le han nombrado intérprete yno se preocupa: cree que los francesesno le entregarán nunca a los alemanes.Tiene fe.

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Gonzalo Rivera Torres , español,cetrino, nariz corvina, pelo corvino,uñas corvinas. Mecánico. De los pocosque no protestan. Comunista. Se pasa eltiempo cantando. Su únicapreocupación: conseguir una guitarra. Alos dos días de llegar a París, salido deun campo de concentración del sur deFrancia, le volvieron a agarrar. Está devuelta. Se ríe de los que lloran. Se negóa arreglar la caldera de la barraca de ladirección y lo metieron quince días en lacárcel. Salió igual.

Juan Cervera y Tomás Núnez ,españoles, pero residentes en Francia

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desde hace más de cuarenta años.Colchoneros, socios. Republicanos unpoco porque sí. Nunca se quisieronnacionalizar franceses, y así les ha ido:el frutero de enfrente no los tragaba,lorenés él, y carca. Sus mujeres sonfrancesas, ellos están tranquilossuponiendo que Susana y Marcela siguencon el negocio y pronto les enviaránpaquetes con comida. Se pasan el díajugando a las cartas con unos naipesmugrientos que tienen que esconder cadacinco minutos al paso de cualquierguardia.

Jan Wisniack, checo, mal encarado,

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tuerto, sin oficio ni beneficio conocido,hombre de malas pulgas. Setenta y dosaños. Andaba por el mundo, para verlo,según dice. Comido de piojos, sin que leimporte. Su gran preocupación es que nole den menos rancho que a los demás.Habla cinco idiomas y recoge colillas.Ha visto cinco coronaciones; se hainscrito en todos los serviciosreligiosos. Se pasa el día husmeando, deaquí para allá, a lo que caiga.

Joaquín de las Bárcenas,diplomático español, muy elegante, conbarba. Republicano. Ha tenido dosconferencias con el comandante. Oficial

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de la Legión de Honor. Embajador. Lerodean tres o cuatro españoles quebeben sus palabras. Siéntese mártir yhabla del triunfo de la democracia.Sesenta años, pancita, bien afeitado,bien peinado, los guardias lo tratan conrespeto. Se siente importante y es feliz.

Franz Gutmann, díceseluxemburgués; peletero. Denunciado porsu mujer como alemán. Él no le queríaconceder el divorcio, a pesar de loscuernos. Pertenece a la categoría de losmeones. Hace negocio con el tabaco.Tráenselo los guardias, él lo vende, yparten las ganancias. Jefe de la barraca.

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Por la noche juega al dominó, conpermiso de la autoridad. Suscompañeros lo tratan con desconfianza.Dicen que le van a traer un catre. Muymetido en la cocina.

Erwin North, austríaco, escritor.Hombre importante, de unos cincuentaaños. Alto y fon melena. Se pasa el díaconferenciando con unos y con otros, debarraca en barracón. Todo sonconjeturas, planes. Dieciséis horasdiarias de cuchicheos. Sus compañerosle miman. Come de lo que hay y de loque no hay. Estuvo en España, decorresponsal de guerra. Sin darse

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importancia, se la da. Toma notas. Elcapitán de la censura ha leído un librosuyo, lo cual lo libra de ciertasprestaciones. En un mes no ha llevadolas tinetas al río más que quince veces.Sin embargo, parece que la suerte se leva a acabar, porque ayer tuvo unadiscusión con el sargento que mandabala conducción, acerca de que si una delas tinas llenas de zurullos habíaquedado perfectamente limpia o no. Aldecir del suboficial todavía quedaba untrozo de cagarrutas pegado al fondo.Tuvo que lavarlo diez veces.

Paul Marchand, pintor, belga, a lo

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que él dice: amigo personal del reyLeopoldo III. Alto, gordo. La amistadque pregona no le favorece con lasautoridades, que tildan, actualmente, alsoberano belga de traidor. Pero nuestrohombre está muy tranquilo, acepta lasituación, seguro de que los alemanesvan a ganar rápidamente la guerra. Ydice, a quien quiere oírlo, que prontollegarán a las puertas del campo, y queél saldrá en triunfo. Esta decididaposición, quieras que no, impresiona alos guardianes que, por lo visto, no lastienen todas consigo y le tratan concierto respeto. Recibe paquetes decomida, que reparte con otros cinco con

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quienes duerme, en un bonito espacio dedos metros por tres. Consiguió unajedrez, los guardias no se atreven aquitárselo por lo intelectual del juego.En esto se conoce la grandeza deFrancia.

Belgas hay tres o cuatrocientos,detenidos en las carreteras del éxodo,por carecer de visados en regla.

—Bueno estaba Bruselas —aseguran—, para andarse pensando en eso…

Otros lo perdieron todo en losbombardeos, quién papeles, quién lamujer o los hijos, quién el auto y eldinero.

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Adalberto Muñoz, alto, flaco —lleva año y medio de campos—, vestidocon harapos. Catalán, casado y con lasospecha de que su mujer está viviendocon su mejor amigo. Empleado decorreos. Soldado, sin más, de laRepública Española. Triste, aburrido.Hace tres meses le rompieron las gafasde una bofetada, por formar el último, alpasar lista. Ha pedido permiso cincoveces para que le hagan gafas nuevas enToulouse. Cinco veces que le dijeronque sí, y cinco veces, a los tres días, ledicen que no. ¿Para qué quiere gafas unhombre de tan poca importancia?

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El Asturias, pequeño, de ojosclaros, minero, astroso. De Gijón. Loszapatos hechos una lástima, cubiertas lascarnes con el gabán de un muerto mayorque él. (De ahí el dicho: el difunto eramayor, frase que tuvo éxito en Vernete ysus alrededores). Prisionero de losfascistas españoles que lo enviaron a unbatallón de trabajo. Cruzó la frontera:prisionero de los franceses antifascistas,que lo enviaron a una compañía detrabajo. Se escapó, lo encarcelaron, y,en vista de su constancia, lo enviaronaquí. Gracioso, oportuno, sonriente.

Santiago Vázquez, gallego,

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mecánico. Catalanizado, que es un bañoespecial. Grande, gordo, serio, callado.No cuenta nada de sí. Joven. Hacerancho aparte, sin rancho.

Gregorio Aranda, estuquista,madrileño. Veinte años. Petulantillo quetodo lo sabe y está de vuelta de lo quesea. Le admiten aquí y allá, y a poco leechan. Lengua Hoja, dándose pisto ymetiendo líos. Todo le sale por unafriolera. Pensaba volver a España:Total, ¿yo qué he hecho?

No hizo nada, soldado raso.Ayer recibió noticias de su familia:

fusilaron a su hermano menor, por ser su

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hermano menor. Ya no habla de volver aMadrid. Está desconcertado. Se pasó eld í a blasfemando. Esto les pasa a loshombres por tener familia, otra cosa quedebieran aprender de nosotros: tanpronto como nuestros hijos puedenvalerse, los echamos a que vivan por elmundo y nos preocupamos en hacerotros. Lo que evita complicaciones.

Juan Gómez, catalán, nacido en elPOUM, que es ciudad o pueblo que nohe logrado averiguar dónde queda. Boboy buena persona. Excursionista,catalanista, maquinista. Sus pasiones:las montañas y los sellos. Trabaja en las

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duchas. Veinte años.

Luis Moreno, de Huercal Overa,pero residente en Francia desde la edadde tres años. Metalúrgico. Más queamigo de beber: la falta de vino lo trae amal traer y de un humor de todos losdiablos. Ha vendido cuanto tenía con talde procurárselo de extranjis. El Asturiaslo ayuda en todo, y comparte los tragos.La templanza no es su fuerte. Gastahermosos mostachos, que se seca con eldorso de la mano. Hace cerca decuarenta años estuvo detenido tres días,por una pelea, en la taberna de Nimes,donde vive. Jamás se había preocupado

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por sus papeles, ni nadie se los pidió,hasta que vinieron a detenerle, una malamañana. No habla jota de español.Llorón. Mujer, hijos, nietos franceses,que se detienen en la carretera, porturno, cada domingo. Y le hacen señas,hasta que los guardias se dan cuenta.Dice —a todas horas— que saldrá lasemana próxima. El agua le da dolor detripas y anda a gachas.

Enrique Marcet, catalán también yresidente desde antes de tener uso derazón, garajista en Beauvais. Lodenunció su socio; iba a salir libre, enParís. Avanzaron los alemanes,

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enviáronlo aquí, entre miles, y —comolos de casi todos— se perdieron suspapeles. Está acabado, a los cincuentaaños. No puede con las tinetas y losguardianes la tienen tomada con él.Viudo y con hijos menores, de los queno tiene noticias.

Víctor Borí, chófer de taxi, delComité Central de Milicias,responsable de Acció Catalana. Panzaincipiente, calva ídem. Feliz por losaños pasados. No acaba dé contar elnúmero de sus queridas, y sus hazañasen la retaguardia. Se lleva bien con losanarquistas. Listo para hurtarse, en todo

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momento, a cualquier servicio. Le gusta,ante todo, dormir. Tiene resuelto elproblema religioso español.

—¡Hay que acabar con la iglesia…!—¿Cómo?—Nombrando a Vidal y Barraquer,

primado de las Españas…Cataluña eterna[21]…

Un grupo de inseparables. Todosvestidos de harapos, haraganes quehusmean por el campo. El Señorito, elMálaga, el Valencia, Roca, elboxeador; y dos de más edad —que losdemás tienen veinte años escasos—,Ruiz, que se dice médico, y Larrazábal,

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que asegura haber sido comandante deCuatro Vientos.

Los primeros son vagos, picaros depoca monta, gorrones, gandules, gentemedio perdida y a medio perder. ElValenda quiso ser torero, el Málaga fuelimpiabotas, el Señorito se cansó de latahona donde le pusieron sus padres, enArganda. Ruiz y Larrazábal han perdidotodo sentido moral. Viven arrinconadosal fondo de una barraca. Sucios,malolientes, contentándose los unos alos otros, en rueda. A veces, si lluevetorrencialmente y se les sirve café en elcadahalso, alargan su lata enmohecidade los meados de la noche, incapaces

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como son de levantarse a hacer fuera susnecesidades:

—¿No tienes otra cosa?—Lo de uno no hace daño.Tierra de nadie.

Ignacio Echeverría, Gonzalo Iñaki,Jesús Bilbao, Teodoro Goygortúa,Víctor Lizariturri, Manuel de Altube,Jesús María Zunzunegui, JorgeMendizábil Jorge Valdés, JesúsSomonte, forman un grupo de vascosespañoles detenidos por casualidad; seequivocaron de carretera.

Están unidos y no les falta gran cosa.

Anatol Litvak, lituano, pequeñito,

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con los dientes helgados —unos dientesenormes y amarillos—. Ancho. El pelorubio a más no poder. Sonriente cuandose olvida de sí. Se escapó de su país,para vivir en paz en una nacióndemocrática. ¿Cuál mejor que Francia?

Juvenal García. Viejo. Anarquista.Extremeño. Le contó a un guardia que lanoche anterior había soñado que seescapaba. Lo tundieron a golpes.

—De aquí no se escapa nadie, ni ensueños.

José González, grande y colorado,sacristán, de Murcia. Muy mal hablado ybastante bruto. Le duele la cabeza y no

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le hacen caso:—¡Me duele la cabeza, aquí, en la

tierra y si blasfemo, me mandan alinfierno!

El Tuerto de Olivenza, de la raya dePortugal, de la quinta del 25. Tranviario.Guardia de Asalto, de la CNT. Quincedías antes de entrar en Francia unabomba de mano le quitó un ojo. Aldepartamento del Cher. Llegan losalemanes. Huye. Marsella, sin nada quecomer; roba unas patatas, tres meses decárcel. Concentrado en el castillo de laReynarde. Le busca la policía, loexpulsan. No tiene a dónele ir: seis

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meses de cárcel, y aquí. Disentería.Canta bien, tiene buena voz.

Teodoro Meautis , el de lasbofetadas. Griego y testigo de Jehová.Siempre con su sombrero puesto: No medescubro más que ante Dios. Bofetada acada pasar de lista. Y los viernes,cuando se niega a trabajar, porque así selo manda su Ley, paliza y calabozo hastael lunes. Carnaza para el SargentoMayor, que se desfoga los sábados porla noche, en la cárcel, para vengarse delos cuernos que le pone su mujer con elteniente Barreau, el del abastecimiento.Eran siete testigos, hace medio año,

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sólo quedan cuatro.—Quils crèvent! —como dice el

teniente.Y, frente a un entierro:—Le cimetière, c’est encore trop

beau pour vous.

Gregorio Waissmann , Jefe de labarraca treinta y cuatro, dominado por lagula. Pequeño, gordísimo, luciente,reventando grasa por todas partes,embarazado, culón, dientes de oro,empalagoso, imbuido de su importancia,dando a entender una desconocidapotencia y misteriosas y altas amistadescapaces de acciones al sólo servicio de

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su apetito. Capaz de todas las bajezaspor un plato de judías. Tragón. Sin otrapreocupación que el comer, de la«mañana a la noche» sin otro norte queel de sacar un bocado de cada quien, unagalleta de regalo, un tomate, una patata,una roncha de salchichón. ¿Me das aprobar? Debe de ser exquisita.

¡Exquisito! ¡Exquisito! Yendo deaquí para allá, de uno a otro, meneandoel trasero. Abandonado de su mujer, desus hijos, de todos, sin otrapreocupación, sin otro fin que comer.Capaz de cualquier hombrada si leprometen un guisado, y de cualquiertraición por el mismo motivo. Y como

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se lo echaran en cara, contesta:—Sí, hijo, no te rías: importa más la

salud que la vida.

Héctor y Francisco Girardiniitalianos, hermanos gemelos, gordos,bajos, con barba, frente despejada,gafas, un poco al estilo de los enanos deBlanca Nieves, los detuvieron a los dosporque no sabían a ciencia cierta quiénera el sospechoso. Dicen que uno esanarquista. Ellos no dicen cuál.

Charles Colin, belga, chivato,sifilítico, las carnes sin consistencia,aun siendo delgado. Fofo, pronto adeshacerse. Los ojos argollados de

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bermejo, la mirada imprecisa —si lemiras, te huye; si no le miras, te mira—,las niñas descoloridas; el pelo ralo,rubio desmelazado; la boina sucia ysarnosa, como hongo, sobre su cabezaque nunca descubre, duerme con ellapuesta. La boca imprecisa y sin color,los dientes morenos. El traje, deshechode tantas desinfecciones de cienlazaretos y hospitales, se le ha quedadocorto. Los calcetines pardos,descolgados sobre unas botasdeslucidas. Los lamparones le dan coloral terno. Las manos grandes y nudosas,colgando de unas muñecas descarnadasque saltan a la vista entre el desflecado

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de las mangas de su americana.Sabañones por todas partes, y unaperenne sonrisa y una mala baba a florde cualquier palabra. La mala voluntad,la impertinencia, la jerga de la hez. Perosobre todo, las torcidas ganasinvencidas de enlodarlo todo. Rebosaveneno. Podrido, tiende a pudrir lo quele rodea, como si su salvación radicaraen enviciar cuanto alcanza. Dícesepintor.

Allí, al fondo de la barraca, JuanBarberá, Richard Weiss, NormanHopstock, Rudolph Boshian, SharafBodinov, Albert Melandrich, Jan

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Fronta, Bratislav Prazak, LorenzoGalas, Vicente Guerrero, JoraslavMartin y Roger Zupka, forman un grupoinseparable. Todos ellos han luchado enEspaña, en las Brigadas Internacionales.Comunistas.

A cada momento tropiezo con lascontradicciones del hombre, que mehacen tan difícil poner en claro suscostumbres. No puede compararse conningún otro animal que viva ensociedad. Hasta ahora, cuando escribí—acerca de los papeles, los caracteres,los deseos— tendía a demostrar el amorhumano hacia el dinero; pues bien, ahoranos encontramos con un grupo para

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quién las monedas o los billetes no estánen el primer término de suspreocupaciones. Cuando hablé depapeles y nacionalidades no preveía darcon estas gentes para quienes raza ylugar de nacimiento no cuentan. Paraellos está en primer lugar —sean dedonde sean— un país al cual nopertenecen, la URSS. La mayoría haluchado en otro país, que tampoco es elsuyo: España. Allí murieron muchos.Les liga un sentimiento indescriptible: lasolidaridad. Pero en el momento en elque uno del grupo no está conforme conel sentir de la mayoría, lo expulsanacusándole de lo peor; lo ignoran, como

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si fuese apestado; lo que nada tiene quever con lo que pregonan: el hombreprimero. Intransigentes y sectarios,roídos por la desconfianza. El que nopiensa como ellos, traidor. Salvando lopoco que sé de la historia de loshombres, se trata de la aristocracia: nopermiten casamiento más que entreellos. No admiten, en ningún momento,considerar las cosas desde otro punto devista que no sea el suyo, aun dándose ellujo de cambiarlo frecuentemente. Noviven de comer, sino de reunirse. Es ungrupo extraño, de gran influencia y deporvenir desconocido.

Aseguran que el hombre es producto

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de su medio, pero cuando no piensacomo ellos lo aniquilan, sin pensar que—según su teoría— no tiene culpa. Lomalo: que los demás son peores, por eldinero.

Debe haber algo más.

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EL LIMPIABOTASDEL PADRE

ETERNO

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I—¡JUAN DOMÍNGUEZ! —Nadie se

movió—. ¡Juan Domínguez! —repitiófurioso el sargento. Luis Pozas empujócon el codo al Málaga: Eres tú. ElMálaga no se acordaba del santo de sunombre, no digamos del apellido. Dio unpaso al frente.

—Tu est sourd?E l Málaga sabía que no había que

contestar. Lo aprendió al cabo de tresaños. No estaba sordo, oíaperfectamente. Pero si contestaba lecruzarían la cara, una, dos, tres veces:en cambio, callado, era posible que no

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sucediera nada; sólo el alud de insultos.No conocía al sargento, ni el lugar, perola experiencia le había enseñado queeso no importaba. Sin duda, pronto iría adar al calabozo sin saber por qué, nicómo. Sin remedio. Porque las cosaseran así, siempre rodadas. Los demás,no, ¿cómo se las arreglaban?

E l Málaga se alegra cuando letrasladan de un campo a otro. Es distintode los demás. La mayoría protestacuando se insinúa cualquier cambio.Con el mal se vuelven conservadores.Él, no; entre el viaje y los primeros díastiene la posibilidad de pasar algúntiempo con sus compañeros, libre en su

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cárcel; poder andar y ver: siempre le hagustado, pero ni andaba ni veía grancosa; mejor dicho, no alcanzaba adivisar lo que estaba lejos; miope deojos y entendimiento.

Le llamaban Málaga pero era deMadrid. El apodo nació en el seno de lafamilia, por el gusto dulzón del vino queasí se etiqueta. Toda la familia, de laMancha, era buena catadora del tinto,cuanto más áspero mejor; pero aquelchiquilicuatro mal encarado había salidocon gustos de mujer: —¿Tú qué quieres?— ¡Málaga! —respondía. Tendríacuatro años; como hacía gracia lorepitió cien veces ante vecinos, visitas y

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familiares, y Málaga se le quedó.Creció alto, flaco y narigón, con las

ideas enrevesadas y sin ver las cosasclaras; lo poco que aprendió en laescuela fue con dificultad. No asistiómás que un par de años; a los ocho eralimpiabotas y se le abrió el mundo,gustó del oficio aunque el Gusano lequitara las perras.

Al Málaga le gusta lo que brilla: elsol, las luces, el asfalto reluciente tras lalluvia, la luna, algunas piedras, loscuplés, los perros; de todo tenía,acurrucado a la puerta de los cafés,vagando por las aceras, entre Montera yArenal. Comer no era problema,

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siempre caía algo; por no moverse desus feudos dejó de ir a su casa, no deltodo, que cada diez o doce días se dabauna escapada hasta las Yeserías, dondevivían sus padres y una retahíla dehermanos. Se saludaban vagamente, elMálaga recogía una camiseta; consuerte, unos pantalones y se marchaba.

—¿Por dónde andas?—Por la Puerta del Sol.E l Málaga había nacido el 7 de

enero de 1922. Ahora en el fuerteCaffarelli cumplía veinte años, sinsaberlo. Nunca había sabido gran cosa.Su vida, el mundo, no pasaba de dosdimensiones: carecía de profundidad.

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Así dicen que ven los caballos. Todo lotenía a mano: lo demás no existía. No lefaltaba interés por las perspectivas; loque no sabía era guardar distancias. Sumadre, en cambio, no pensaba en otracosa: Se es o no se es. O: Hay que seralguien. O: Respetos guardan respetos.Luego vino a muy a menos; pero nobasta eso para explicar la diferencia degeneración a generación.

El Málaga lo veía todo claro pero ala misma distancia, nunca comprendió lanecesidad del usted existiendo el tú. Alfin y al cabo, el mundo tiene cincometros de profundidad, más o menos lade un escenario en el que todos se

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codean. Ni siquiera se extrañaba deciertas reacciones desagradables que aveces producía su presencia; le parecíanatural. De nada se asombraba; así vivíafeliz, babeando de gusto.

Su madre fue criada —sirve a señory sabrás lo que es dolor— en buenacasa de la calle de Velázquez; su padre—con los años— variaba de condicióny apariencias; conoció a varios sinextrañarse. —Es tu padre— o —saludaa tu padre. Era otro. Respeta a tu padre.E l Málaga lo aceptaba, como todo.Lejos, cualquier objeto era borroso perocuando entraba en el círculo de su claravisión todo adquiría, por el hecho de

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ser, una alegre fisonomía. El frío era lopeor; pero ¡qué bueno era el luego!; yfuérase lo uno por lo otro.

No tenía recuerdo más que por susgustos; con el frío, en invierno, malcontaba el mismo suceso a todas horas.Risas que borboteaban sin mayorclaridad para el oyente, ya que laspalabras se le agolpabanamontonándosele en tumulto sin seso,confundiendo para los demás lo quepara él era hecho fehacientísimo. Nodebía tener —por entonces— más deocho años. El invierno era «rudo»,aquella noche faltábanle periódicos paracubrirse; tendido en una de las puertas

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del Ministerio de Hacienda con, eso sí,una botella de alcohol de quemar m lamano (¿de dónde la sacó?); aterido, nose le ocurrió sino empaparse el pantalóny pegarle fuego. Acudieron, apagaron lallamarada, le llevaron a la Casa deSocorro, luego al Hospital: el Paraíso.Días después, al hablarle don Cosme delcielo, cercana su primera comunión, elMálaga se lo representó fácilmenterecordando las sábanas, el alto techo, lacama, las bandejas, las monjas, loblanco.

Todo está cerca, a mano: nada tienerazón de ser; es, de pronto, así o de otramanera, sin motivo, porque sí. De

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repente, surgen monstruos odesaparecen, sin rastro. Los zapatos sonotra cosa: no sorprenden, en la ciudadtodos llevan, limpios o sucios; losmejores: los que empiezan a perder laaspereza natural del cuero nuevo; niviejos, ni recién estrenados: al principiode su medio uso.

Los hombres se dividen en dosclases: los que emplean limpiabotas ylos que no. Estos últimos suelen tenermal genio. En cuanto a la comida,suavemente obediente a cualquiercostumbre, el Málaga se aficionó a unataberna.

—En las calles del Pez y del Barco

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—decía don Gumer, un vendedor delotería de pro—, vaya usté a saber porqué —¿qué tiene que ver la mar con lospeces?— es donde despachan losmejores cocis. Por mí, allá cuidaos;pero allí los garbanzos, tal vez por elpatronímico de las vías públicas, soncomo perlas. Por lo menos para unservidor. Por cero sesenta céntimos, unapeseta o uno diez, el desiderátum, consu vaca y su tocino; si toca, según elconquibus, su gallina y su morcilla, sinque falte —como es natural— su chorizoy su col encopetada, eso porque con ellacubren la olla en que se le sirve a cadaquien su cada cual.

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Otras veces, si no le alcanzaba, elMálaga iba al Azar de Fortuna donde,por sesenta céntimos, metía un enormecucharón en una formidable vasija y loque sacara teníase por bueno, y lo era.

—Éste es feliz —decía su abuelo—no entiende ná de lo que pasa, ná de ná,para él lo mismo da que llueva, quetruene o que haga sol.

Lo que aprendió con el tiempo fue ano tomar, a las buenas o a las malas, lascosas que le gustaban como no fuesepagándolas. Sus palizas le costó, peroacabó por metérsele en el magín laexistencia de la propiedad ajena, que dela propia no necesitó lecciones,

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apandando cuanto estuviera a su mano,que no era gran cosa por su cortedad entodo.

Por otra parte hacían con él cuantoIes venía en gana, feliz de hacer favores:

—Málaga, cuida esto.—Málaga, guárdame aquello.—Málaga, ve y trae lo de más allá.Nunca: por favor…Tonto más no necio; cándido pero no

torpe; simple, no imbécil. No vivíaconforme a la razón sino a su gusto.Nadie le quería mal. Algún coscorrón acuenta del mal humor o del vino; peropor lo general: Toma, o ¿quieres?

Con todo y eso, el Málaga tenía

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pocos amigos entre sus compañeros ycompetidores, teníanle éstos por lo queera y le llamaban, a sus espaldas, elLilaila. Podían haberlo hecho cara acara porque, para él no había malasnoches, ni malos días.

Si no hambres, necesidades las pasódesde que tuvo uso de razón y leparecían naturales. ¿A quién no lesucedía lo mismo? Jamás supuso otramedida que la suya; su vocabularioescaso era suficiente para sus cortasnecesidades; lleno de conocimiento delo inmediato, sólo comparable a suignorancia de lo que pudiera pasar másallá, preveía, —por ejemplo— las

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dificultades de la circulación oliendo lapresencia, invisible para él, deautomóviles, tranvías o autobuses. Noobservaba, percibía husmeando elviento que corría en el corazón de losdemás.

Muy devoto, todas las mañanas oíasu misa en San Ginés antes de subirhacia la Puerta del Sol. Gustaba delincienso, de la música sacra, de loscirios, de la placidez que le producíasaberse seguro en este mundo y en elotro.

—Dígame, don Cosme, ¿por quéllaman cepillos a la caja de los dinerosde los Santos? Los cepillos van

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adentro…O:—¿Por qué todos los santos van

descalzos, señor cura?—Porque fueron pobres, Juanito.—¿Y por qué fueron pobres si

fueron santos?Intentaba el buen señor —que lo era

— poner un poco de orden habitual en elmagín simple del Málaga, sin conseguirmás que empujar ciertas suposicionespor insalvables barranqueras trazadasde antemano en su espíritu sencillo.

—Mire usted, señor cura, todo estoque usted dice está muy bien y es muybonito, pero a mí que no me digan: no

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hay razón para que los santos vayandescalzos: no es justo.

El señor cura de San Ginés sesorprendía de aquellas salidas «muypuestas en razón», como decía en sutertulia, explicando las condiciones desu infeliz feligrés y aduciendo, congracejo, que seguramente el Málagapensaba que en el otro mundo sacaríabrillo a las botas de toda la cortecelestial y hasta es posible, decía parapropio y ajeno regocijo, «que se figure aSan Pedro, a San Pablo o a San Cucufatedándole buenas propinas», que nuncaquiso aceptar de su confesor, queandaba con botas de elástico hechas un

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oro.No llegaba a tanto la imaginación

d e l Málaga, aunque siempre que sefiguraba deambular entre nubes yángeles se veía con su cajón, bienordenados betunes, cepillos y trapos. Noexistía para él placer comparable adejar como charol un cuero ordinario.No era de los que tiraban a acabarpronto, a veces empujados por lamanifiesta impaciencia del cliente. No:mojaba concienzudamente con suescobilla, el becerro empapándolo conagua jabonosa, tras quitar el polvo agolpe de cepillo, a menos que hubieseque desembarrar junturas, .i veces a

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punta de cuchillo. Aparecía la espumacárdena o parda, según el tinte de loszapatos; venteábala enseguida con untrapo, daba dos pasadas con el cepilloseco y promovía el cambio de pie.Después de hecho lo mismo con el otroextendía, con cuidado, una primera capade betún; secábala aireándola con untrapo bien ondeado por ambas manosantes de desempañarla con el cepillo;era ésta labor suave, sin apretar,únicamente para dejar bien repartida lagrasa. Cámbiase de nuevo el piederecho por el izquierdo, antes deembadurnar, por segunda vez, la suavesuperficie del cuero con dos dedos

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extendidos, enrollados en una tela queenvuelve a medias el resto de la mano.Vuélvese a cambiar de pie, no solamentepor el ritmo funcional sino paradescanso del diente; derecho o izquierdoo al revés, según pusiera primero uno uotro en la media suela de madera queremata el cajón, que en eso no haypreferencias, aunque sí es prueba dezurdos; quien lo es sube primero elzoco.

Dábanle entonces al uso del cepillotoda su velocidad, echándolo de unamano a otra con chasquido de postizas;yendo y viniendo a fondo, frotando conla presión necesaria para el más

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brillante fin; le centelleaban las manos.Parece que, refulgente lo curtido, no sepuede alcanzar aseo mayor, más aúnentra en juego una bien enrollada tira delana o algodón (que ambas materiasprimas tienen sus partidarios, sea parauna clase de piel u otra) firmementeagarrada en sus extremos por ambasmanos, su apretado desliz —alegradotambién por secos chasquidos— sacanuevos fulgores de donde parecíanimposibles más. El viso, los reflejosllegan ahora a su colmo; chispean lasbotas, espejando de las bigoteras a loscontrafuertes; las punterasdeslumbrantes le parecían entonces al

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Málaga proas de acorazados dispuestosa surcar los más extraordinarios mares.Mas todavía no ha terminado elservicio: estira ahora los pantalones delcliente, despliega sus vueltas quedoblara como primera providencia enprecaución de posibles manchas y paratener el campo de operación despejado.Cepilla el paño, estira entre pulgar eíndice la raya delantera del pernil.Todavía queda el remate de la obra:

—Por favor…Pídese la pierna contraria para, de

nuevo, ya bajado el pantalón, quitar unhipotético polvo que, en segundos, hayapodido depositarse empañando,

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invisible todavía, la perfección de laobra bien hecha: son tres trapazosfinales que se rematan con un ligerotocar la parte inferior de la puntera conla yema del dedo de en medioacompañado de un alegre y cortés: Estáusted servido, o —más seco, máscontundente, menos doméstico— unsencillo, humano: Servido, o todavía, unsi no es malicioso: Listo.

Quedaba el Málaga tan satisfechode la perfección de su trabajo que tantole daba el pago y su colmo: también élresplandecía.

Las luces —tal vez más los ciriosque las bombillas eléctricas— las

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estrellas, los fuegos artificiales leparecían ligados, en cierta manera, a suoficio. Cuando, en el sermón, oía hablarde la luz de la verdad no le cabía dudaque algo tenía que ver con el brillo quelograba arrancar a algunos zapatos deoscura anca de potro; bien miradas lascosas, no se podía comparar con elreflejo del oro, ni con el que daba eltallado de los brillantes que tanto lellamaban la atención en los escaparatesde las joyerías cercanas —además—,¿qué dificultad hacer resplandecer loclaro y brillante de por sí?; lo suyo eravivo, pegado a la tierra.

E l Málaga distinguía las diferentes

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clases de madrileños según sus zapatos.Los señoritos no eran la mejor parroquia—no siendo despreciables— sino losque andaban a lo que cayera, dandoimportancia a lo aparente. Dábaseperfecta cuenta de quién se le parabaenfrente según el polvo, el lodo, latimidez o la arrogancia con queplantaban su primer pie en elescaloncillo de su caja con elsentimiento con que se alejaban, trashaber pagado sus servicios. El tanto ycuanto de las propinas no le sorprendía,avezado a calcularlas de antemanosegún el porte, sin que la elegancia o lamarchosería entraran en cuenta. El brillo

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de los zapatos es sostén de muchaspretensiones. Y el Málaga se sentíaresponsable directo de ciertatransformación, no sólo del aire, sinodel carácter de sus clientes. Esataumaturgia le gustaba.

La cara larga, las orejas grandesplantadas verticalmente en un cráneocónico lleno de trasquilones, que uno desus placeres era acercarse, de cuando encuando, a la Ribera de Curtidores y queManuel el Blanco, le pelara al rape. Lamáquina al cero le hacía cosquillas y sele caía la baba de gusto. Manuel se reía

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al verle reír y era un espectáculo quesiempre contó con dos o tres filas deespectadores; cosa de verse.

E l Málaga y el Blanco se habíanhecho amigos un domingo al socaire deuna riña, al sacar en hombros de la plazade Vista Alegre a un becerrista de lasCambroneras. Al Málaga le gustabanlos toros por el oído: tema inagotable desu acera predilecta. Como el precio delas entradas estaba mucho más allá desus posibilidades se conformaba conrondar alrededor de las plazas y colarse,si podía, al salir el sexto toro. Tradiciónque se respetaba más en Tetuán que enlos otros cosos.

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Manuel era otra cosa, leavergonzaba un poco que un grandullóncomo el Málaga le obedeciera en todo ala menor indicación; lo que, por otraparte, le llenaba de vanidad.

E l Málaga, por su condición delimpiabotas y la fea costumbre dehurgarse las narices, miraba casisiempre al suelo; solía encontrarbastantes cosillas que, porinsignificantes que fueran, justificaban lacaminata hasta la barbería con tal deregalárselas a su amigo. En 1934, ensólo tres meses, le obsequió cuatrosujetadores de corbata que, porentonces, se gastaban grandes y, por lo

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visto, de fabricación defectuosa. Aménde botones, llaves, tuercas, clavos, unavez un reloj de pulsera, otra un dije.

Manuel, el Blanco, era huérfano.Primero se murió su madre, de la que nose podía acordar. Su padre, el señorJosé Caldereta, barbero a sus horas, sevolvió a casar con Filiberta Enríquez,viuda de Silleros, que tenía un puesto deyerbas de olor cerca de la Plaza de laCebada. Hacia el año treinta se muriódon José a consecuencia de un lance desu verdadero oficio, que no divulgo porrespeto. Filiberta continuó cultivando elnegocio oficial de su difunto y se hizopeinadora. Al año de su segunda viudez

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se juntó en honradas nupcias con JuanitoPeñalver, oficial primero y único de lapeluquería. Manuel, heredero válido delestablecimiento, acabó considerándoloscomo sus verdaderos padres.

Juanito Peñalver, secretario de susindicato y de la confianza de LargoCaballero, llegó a concejal algunos añosantes que su jefe político alcanzara lapresidencia del Consejo de Ministros.Sin sentir, por lo menos para losmuchachos, se vino la guerra.

Cuando el señor Presidente se fuecon su gobierno a Valencia, JuanitoPeñalver le acompañó como hombre deconfianza —que era de buenos modales

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—, rápido en sus decisiones, deexcelente puntería que se había afinadoa lo largo de mil verbenas, cuyos tiros alblanco frecuentó con asiduidad durantemás de veinte años. Juanito Peñalver eramuy hablador y amigo de oírse, y si nofuese por una extensa mancha rojiza quele comía la mitad de la cara, quién sabea dónde hubiese llegado. Llamábanle,por mor del emplasto caronchoso a locarúncula, el Pavo. Juanito lo sabía y semortificaba. Cuando disfrutó del poderviéronle eminencias médicas que nadapudieron contra esa excrecencia que fue,durante mucho tiempo, el asombro y laadmiración del Málaga.

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IILo que quería el Málaga era cariño,nunca paladeó su gusto, ni estaba su casapara tafetanes ni carantoñas y Manuel nose dejaba acariciar; para el Lilaila nohabía sexo valedero: las mujeresgastaban faldas, los hombres pantalones,sin más razón que la que hace voladoraslas moscas, olfateadores los canes.Porque los perros son otra cosa: lesgusta que les pasen la mano a lo largodel espinazo y luego a redropelo, queles rasquen la panza, que les acaricienlas orejas; ellos, en cambio, lamencuanto alcanzan: las manos, los tobillos,

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la cara. Los ojos de los perros son elconsuelo mayor, abierto a todas horas.Los camareros de la taberna le guardansobras y huesos. Las pocas veces que lellevaron a la delegación fue por losgozques; las dos que siguió hasta lacárcel, por haber peleado con los«perreros», esa encarnación delinfierno. A pesar de ello, el mundoestaba bien organizado: los hombres ledaban de comer y él a los perros.

Todo le sonreía y él sonreíasiempre. El mal, como no fuese lapapanduja colorada del padrastro de suamigo, pocas veces da la cara y anuestro mozuelo, en éste y en otros

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casos, le parecía bien.Cuando, en noviembre del 36, se

habló de ir a Valencia, Manuel, con susdoce años, voluntarioso y con rabietas,no quiso abandonar Madrid, feliz con laguerra que todo lo revolvía, aunque lapromesa del mar en boca de supadrastro y de su madrastra no dejabade ser atrayente:

—Me quedaré con el Málaga.—¿Y que harás con ese infeliz?—Irnos al frente…Se lo dijo a su amigo, pero el

limpiabotas no demostró el menorentusiasmo:

—A mí no me gusta pelear, ¿por qué

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le gustará a los demás? Pegar es malo,duele.

Los tiros le dejaban inmutable, nolos obuses. Los primeros bombardeos enMadrid le sobrecogieron. Cuando cayóuna bomba en la entrada de la calle deAlcalá y destruyó la sucursal deTelégrafos y Teléfonos, huyó.

Hacía días que la familia políticadel aprendiz de peluquero se lo habíallevado a la por entonces sede delgobierno. El Málaga echó a andar haciaLevante, por Cuenca y Utiel; llegó aValencia unas veces a pie y otrasandando, que muy contados fueron loskilómetros que alcanzó a recorrer en

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carro o camión. El mar no le hizo másimpresión que el Manzanares. Encambio, le gustaron los perrosbarraqueros, tan bravíos; se entreteníaen ganárselos.

Al no tener idea de cómo ni a quiéndirigirse no dio con Manuel ni enValencia ni en Barcelona a donde fuecaminando, con su caja de betunero acuestas.

Una mañana, en el parque de laCiudadela, le mordió un perro rabiosoal que quiso acariciar sin tener en cuentaque éste reculaba babeante ni los avisosque, a voz en grito, le daban personaslejanas y asustadas. Le llevaron al

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Instituto antirrábico, le inyectarondurante semanas; era muy doloroso, peroe l Málaga comprendió perfectamente alo que se exponía si no continuaba eltratamiento. Lo que no entendió nunca, yno porque no dejara de preguntar, fuepor qué aquel perro estaba rabioso. Unaenfermera le susurró: La voluntad deDios…

Si —pensaba el Málaga— así será,pero no es justo. Ahí hay algo que cojea.¿Por qué tenía rabia ese perro? ¿Por quérabian los perros? ¿A quién le hacenmal? ¿Por qué me tenía que morder amí? Yo sólo quería acariciarlo. Tengoque preguntarle todo esto a don Cosme.

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Más cuando decidió volver a Madrid,los fascistas habían cortado la carreterade Valencia.

Un buen día, en la plaza de Cataluña,se encontró con Manuel. Hacía dos añosque no se habían visto. El Málagaestaba igual, Manuel, en los umbrales delos quince, era otro; todavía menudo decuerpo pero, con la guerra, maduro poradentro: sus padrastros le habíanabandonado. (¿Cómo explicarle alMálaga que donjuán Peñalver,nombrado primer secretario en legacióncentroeuropea, se había negado a volvera España por mor de ciertas cantidadesrecogidas por algunos sindicatos de

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aquel país y que nunca se habíanconvertido en ciertas armas yaapalabradas? ¿Para qué decirle queFiliberta se había «liado» con el catalánmás antipático del orbe?).

Cuando los rebeldes se acercaron aBarcelona, Manuel le dijo al Málagaque se iba a Francia.

—Buenos, vámonos.—Y tú, ¿por qué vas a venir?—Yo no me voy, voy contigo.—A ti no te harán nada.—¿Qué me tenían que hacer?—Entonces, ¿por qué te vienes a

Francia?—¿No quieres que vaya contigo?

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Al día siguiente, después de darlemuchas vueltas a esta conversación, elMálaga le preguntó a su amigo:

—¿Oye tú, nosotros por qué nosvamos?

—Ni muerto me quedo yo con losfachas…

El Málaga se mordió largamente ellabio superior, asentó varias veces lacabeza, que era su manera deexteriorizar dudas y su asentimiento antealgo que quedaba fuera de lasagarraderas de su espíritu.

Al salir de Figueras, apelotonados,ahogada en la carretera la corriente delos fugitivos, detenidos a cada momento

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por el número, fueron, otra vez,ametrallados por aviones rebeldes. Sehabían corrido a un lado del camino,tumbándose en un campo fangoso. Acien metros se alzaban las tapias bajasde una heredad, y más allá un caseríodominado por la sólida estructura de unaiglesia románica con su torre, mochahacía siglos. Llovía un poco, el sueloestaba encharcado; cerca del Málagauna carretilla volcada, al pie de un olivotan viejo o más que el campanariotrunco. Un metro o metro y medio máslejos, el cadáver de Manuel que, ahorasí, justifica su apodo de el Blanco: sedesangró de golpe, el vientre segado.

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Perniabierto, panza para abajo, vuelta—como rota— la cabeza al cielo, losojos mirando, sonreía; el agüita de lallovizna acertaba, a veces, a entrarle enla boca.

E l Málaga lo estuvo mirando coninterés algún tiempo, después puso lacarretilla en su posición normal y, condificultad, porque era endeble, colocóen el cajón el cuerpo exangüe de sucompañero. Cerca de la cuneta encontróuna manta, en rollo, empapada; la cogióy extendió sobre los restos. Luego,tirando o empujando a más no poder lasvaras, tras haberse atascado la ruedados veces, llegó a la carretera y se sumó

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a la cáfila.Hasta los niños le pasaban; pero,

despacio, con cuidado, seguía adelante,deshechos los brazos, másacostumbrados al brillo que a la carga.

—Te has muerto, Manuel, pero no tehagas ilusiones, han muerto muchosantes que tú y tendrás que esperar. Notiene mucha importancia, no tepreocupes: te llevaré a Francia, aunquepesas más de lo que creía. Eres miamigo; así estaremos todos contentosaunque, la verdad, no acabo decomprender por qué quieres llegar aFrancia; en fin, ya veremos, a lo mejores tan hermoso (orno un altar mayor. Ves

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tú, Nuestro Señor Dios hace bien lascosas, porque si no ¿a quién se lehubiese ocurrido dejar carretilla y mantatan cerca?

P’ort-Bou a la derecha, con su mar y suplayita. La estación larga y blanca no seve destrozada desde la carretera; ésta semete tierra adentro, en una suave curva,ascendiendo hacia el puerto. Matojostristes, tierra sin color, ingrata, por lomenos ahora bajo la llovizna lenta.Automóviles, camiones, tanques degasolina, motocicletas, autobuses, hastaambulancias, por todas partes, cenando

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el camino, en las laderas de la montaña,a lo largo de la carretera, tumbados enlas cunetas, tirados m las hondonadas,revueltos, unos sobre otros, los chasisruedas arriba, amasijo lastimoso einútil.

—Dicen que ya llegamos, Manuel.Una garita de carabineros franceses

rodeada por una multitud en unaexplanada en la que no cabe la gente,que se desborda por todas partes.

Allá abajo, el mar francés, unpuertecillo, una playa chica con barcasvaradas; sostenidas por múltiples arcossuperpuestos numerosísimas vías deacero se hunden en el monte a los pies

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de la multitud, hiriendo la tierra.—Estamos encima del túnel.Más lejos, casas o fábricas y por

cima de ellas más mar, también de colorde acero. A la izquierda, los montestajados por otras vías. Ahí resoplan dosmáquinas viejas. Allí empiezan losPirineos.

—Manuel, esto es igual a lo otro.Se había apartado por el cerro, para

pasar sin dificultades que, comosiempre, presentía. Miraba la lejaníacon desconfianza y extrañeza; en su lentomagín asomó la sospecha de que, talvez, del otro lado de la vida fuera éstamás o menos igual a la que se dejaba:

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—Oye Manuel…Pero no se atrevió a formular este

esbozo de sentimiento, refugiándoseenseguida en su buena fe y en su timidez.Dejó descansar los pies de la carretillaen el suelo.

—Oye, Manuel, dicen que esto ya esFrancia. Aquí te quedas, pues, comoquerías. Yo no puedo más.

Se alejó unos pasos bajando hacia lacasa, rodeada de gente por todas partes,en la que se leía DOUANES. Pero sedetuvo y regresó hacia el cadáver. Pensóque, a lo mejor, lo que quería Manuelera descansar en tierra, no en aquellapostura tan incómoda. No tenía ninguna

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posibilidad de abrir una fosa. Entoncesvolcó el cuerpo en el suelo, volteó lacarretilla y, con el cajón al revés, cubriócomo mejor pudo los restos yahediondos.

Al aire quedó la rueda inmóvil; porentre sus rayos veía el Málaga, sentadoahora en tierra, como el agua caía mansasobre la tierra francesa, los coloressuaves heridos por las tejas y losladrillos rojos. A su lado, por entre lasvaras de la carretilla volcada, asomabanlos zapatones embarrados del muerto —costra blanca, dura, hueso—. Si pudiera—pensaba el Málaga— te limpiaría loszapatos para que entraras allá arriba tal

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como se debe…

III—¡Al túnel! ¡Al túnel!El túnel, negra boca del infierno, allí

a lo más abajo de la falda del monte. Laestación de Cerbére, y, en las víasmuertas, dos larguísimos trenes conpertrechos de guerra que estaban «apunto» de pasar la frontera. Los guardiasmóviles, los gendarmes:

—¡Al túnel! Allez! Allez!Todavía no tienen otras órdenes. Por

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de pronto: ¡al túnel!, como sea, aempujones, a rastras. El Málaga noentiende: está en Francia, allí mismodonde quería llegar Manuel, Francia esJauja, él lo ha oído: pan, salchichón,pan, sardinas, pan, mantequilla, pan,pan, pan. Y está entrando en la negraboca del túnel, tropezando en lastraviesas, en las piedras, por las vías.Afuera llovizna/ dentro también. Franciaes un oscuro túnel donde lloran losniños, maldicen los hombres, gritanperdidas las mujeres. Una buscadesesperada a su hijo mayor, a su niña:¡Rocío, Rocío…! Y luego: ¡Antonio,Antonio…!

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¿Quién duerme? Nadie. Y estáobscuro; si ahora saliese la granserpiente del vientre de la montaña y lostragase a todos, o llegara el tren dePort–Bou… El Málaga no puede con sualma, hace días que no puede con sualma. Pregunta:

—¿Hemos perdido la guerra,verdad?

A la semiluz que hasta ellos se filtrale miran con asombro, pero sinexclamaciones ni rencor. La mayoría nolo cree todavía. Aún andan,arrastrándose, al sordo compás de unaoscura música que les asegura que laverdad no puede ser derrotada; allí, en

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la oscuridad del túnel, aún aguardan lasvoces de la esperanza, que se abra el díadel bien…

A lo largo del Pirineo, del Perthus aBourg Madame, por todos los puertos,entre el frío y la nieve, por todos loscaminos, por trochas, laderas sinveredas, roto lo blanco por los árbolesnegros y las cortadas de tierra y piedra,bajan los vencidos de hoy, oscura greyenorme.

Los campesinos franceses se quejana voz en grito de las depredaciones y nocarecen de razón, a ellos ni les va ni lesviene:

—¡Astillaron este árbol!

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—¡Astillaron este otro!¡Arrancaron dieciocho cepas!¡Anarquistas! ¡Bandidos! ¡Ladrones!Campos de españoles en todas las

laderas. Aquí, en la carretera, seisgendarmes para diez mil hombres.

En el declive de la montaña, diezmil hombres que no tienen a dónde irabren agujeros, buscan madrigueras,escarban cubiles, arman chabolas conramas secas y sus mantas. Hacedemasiado frío para buscarse los piojos.Soldados franceses con pan, encamiones; lo apilan al borde de lacarretera, entre muñones de árbolesdesnudos del invierno; los gendarmes

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intentan impedir que bajen los españolespara hacerse con él, no lo consiguen, sondemasiados, además se lo repartenequitativamente. Los seis gendarmesestán convencidos de que mañana casitodos esos hombres, por no decir todos,regresarán a España. ¿Qué les puedenhacer? Para asesinos o para asesinadosson demasiados. Además, ¿qué harían enFrancia? Ninguno, o casi ninguno, hablafrancés, y no parece importarles;algunos cantan, otros bromean. ¿Quéesperan? Ya no tienen nada que hacer.Luis Ricotin, gendarme jefe, los miraencender fuegos, preocupado por laenfermedad de su hijo Roberto, así no

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sea más que varicela.—Ésta no es vida —dice al

subordinado que le acompaña,deambulando por la carretera—, los queno quieran volver, yo los fusilaría. Se esespañol o no. Si se es español: a vivir aEspaña. Lo demás sería demasiadofácil. ¿Tengo razón o no?

El subalterno afirma con la cabeza.Piensa en su suegra, que ya ha llegado asu casa y que le va a amargar la vidahasta el domingo de Pascua.

De La Tour de Carol a Barcarés: enBourg Madame, en Osseja, en Prats deMolló, en Arles sur Tech, en le Boulou,en Argelés, en Saint Cyprien, en

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Collioure, en Barcarés, ¿cuántos? ¿Cien,doscientos, trescientos mil?, sin contarlos que ya están en la cárcel, los que hanescapado, los que han llegado a París.Pasan del medio millón.

—Sólo en Mont Louis hay tres milanarquistas…

¿Qué?—A – nar – quis – tas… ¡Tres mil!—No puedo creerlo. Si fuese cierto

nada estaría seguro en el mundo.¡Figúrese, Madame Saint Choix! ¡Tresmil anarquistas, quinientas bandas comola de Bonnot! Son invenciones demonsieur Choudans… En todo el mundo,ni buscándolos uno a uno, se

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encontrarían tres mil anarquistas y ustedquiere que sólo en Mont Louis…Vamos, mi querido amigo, un poco deseriedad…

—Son capaces de asaltar todos loshoteles de Font Romeu.

—¿Usted los ha visto, MadameGaulois? Son horrendos, da miedoverlos, sin afeitar…

—¿Los españoles? ¿Ha visto ustedL’Ilustration? Unos mendigos, sucios,desarrapados, cochinos. Además yasabemos como son los españoles:perezosos, mal hablados. ¿Es que notenemos bastante con nuestros pobres?

—En el Boulou hay más de cinco

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mil autos abandonados.—¿Abandonados?—Bueno, concentrados. Su cuñado

Bernard ¿no es amigo del alcalde?Quien sabe si… por probar… noperderíamos nada.

Desde hace unos días la vida es otra.¡Cuántos problemas! ¡Qué negocios! Unpaís que cae del cielo, sobre otro.

¡Una plaga, señor! ¡Una plaga!Esperábamos cincuenta mil, cuandomucho, y pasan del medio millón…

Los cafés están llenos, las callesestán llenas, todo está lleno, a reventar.Grandes conciliábulos se celebran enlos retretes:

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—Toma esta pistola.—¿Cuánto quieres por ella?—Nada. La pasé, por costumbre.—¿Te vas a París?—¿Para qué?—¿Qué hacemos?Nadie sabe qué hacer. Nadie, menos

el Málaga, feliz en la playa de Argelés.Aquello está lleno de gente y al Málagale gusta la compañía, cuanta más mejor.Lo que no hay son perros, si se entrevéuno, enseguida desaparece. Lo malo, eltiempo, pero ya mejorará.

Tres kilómetros de playa que no erannada: sólo ancha playa larga desierta, y,ahora se apelmazan ahí más de cincuenta

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mil personas, casi todos hombres, perotambién mujeres y niños. Son losprimeros días. Luego ya se organizará.… Dicen que en Barcarés están peor.

Nunca ha estado expuesto a unviento tan largo, tan fuerte, tan tenaz, aun viento que le llega por todas partes eintenta tumbarlo de todas maneras. ElMálaga ríe, le gusta, le divierte, le hacecosquillas. El viento lo quiere, el vientose le apega, el viento le hace cariños.Ríe.

—¿Te gusta este cochino viento?—Mucho.Rodríguez se impacienta, Cuartero

lo apacigua:

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Todo es según el corazón con que seenfrenta uno a las cosas.

—Gracias, Campoamor, ni que tefuesen tan bien las cosas.

A Cuartero se le amarga la boca ysiente el viento más frío.

Viento húmedo y salitroso sobre lapura arena, viento sobre los senegalesesa caballo, viento sobre los guardiasmóviles con sus fusiles terciados. Dicenque se van a construir barracones. Porahora, con las mantas puestas sobre unoscarrizos, está surgiendo un pueblo detrogloditas que se defiende como puede,con manos y cuanto haya a sus alcances,del viento, que se lo lleva todo por

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delante. El Málaga está feliz: hay gentespor todas partes.

—¿Por dónde entraste? ¿Por Port–Bou? Aquello estaba organizao, teníasque haber visto por La Junquera…

—¿Qué tenía La Junquera que notuviera Port–Bou? —contesta Madriles,herido, como si le fuese o viniese muchoque los incidentes de su paso de lafrontera fuesen de más contar.

—Había más gente, éramos más.—¿Cómo lo sabes?—Me lo han contao. Quieras que no

el mar daba miedo, por aquello de losdesembarcos. Pero lo bueno fue cuandollegó una compañía con mil borregos.

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—¡Cuéntaselo a otro!—Pregúntalo a Marchalenes, que

estaba conmigo. Venían por la montaña:mil borregos, blancos y negros,mezclaos. Y que los querían meter enFrancia. Ahora, afigúrate: éramos algoasí como veinte mil amontonaos quequeríamos pasar y con una hambre decien mil demonios… Nos echamosencima de la manada y en una hora, pocomás o menos, no quedaron ni los rabos.Los desollamos vivos. ¡Cómo olíaaquello a chamuscao! Los asamos enmenos que canta un gallo… ¡Qué nosimportaba encender hogueras, al lao dela frontera! Además, ¡qué

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bombardearan!… habíamos comido…¡Y de qué manera!

—Estaría bueno —se relameRodríguez—. A mí me pasó lo contrario,en Puigcerdá. Antes de pasar, pero loque se dice un minuto antes, va uno demi pueblo —Ramos le dicen— se asomaa un sobrado para ver de desaguar —con perdón— y descubre un almacén delatas. Un almacén de verdad: concajones llenos. ¡Qué burrada! ¿Sabéis loque hizo el muy animal? Tirar unabomba de mano… Los hay brutos.

Los ojos brillantes por el hambre ymás por las barbas crecidas: sin aguapara nada y la del mar es mala para

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afeitarse.Soldados franceses, fusil al hombro;

oscuros spahis a caballo, la espadadesenvainada, paseando lentos tras losalambres de púas que están acabando decolocar. La playa está picada de viruelapor los agujeros que todos cavan, luegoalzan las mantas, como hongos. Nadie lehace caso al mar, alambrada rugiente,perro de presa, con espuma a lo largo dela dilatadísima boca. Presos.

Tres o cuatro kilómetros de la másheterogénea mezcolanza que puedaverse: ponchos, abrigos, gabanes,gabardinas, chamarras, chaquetas,trincheras, capuchones, mantas, capotes,

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zamarras, cobijas, capas, impermeables,tabardos, cobertores, hasta chilabas yalbornoces, todos sucios, casi todosviejos o pareciéndolo; rematados porboinas de todas clases y edades —polvosobre polvo— gorras militares, gorrasde las más extrañas condiciones,papahígos, gorros de cuartel,pasamontañas, bicoquetes, sombreros,casquetes con y sin orejeras, pañuelosatados a lo aragonés o a lo valenciano,quepis, hasta birretes, capotas ycogoteras, calcetines y inedias ajustadosen forma de barretina, otras arrolladasalrededor del cuello, papalinas. Algunosresisten el viento sin nada en la cabeza,

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son los menos.—Si yo llego a tener municiones…—Si no nos mandan echar para

atrás…—Chaqueteó la 25, que si no…—La culpa la tiene aquel maricón de

Casellas…Se les acerca el Málaga con una

concha rosada en la mano, la carapartida a la altura de la boca con la másabierta de sus sonrisas:

—¿Está bonita, no?—¿Y tú como estás? —le pregunta,

verde, Rodríguez.—¿Yo? Contento.—¿Habla en serio?

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—Déjalo. ¿No ves que está ido?—¿Qué haces aquí? Aquí hay lugar

para todos, menos para los idiotas.—No seas sectario. ¿Sólo te

interesas por los inteligentes o loslistos?

—Todos los que se creen superioresme cargan.

—¿Quién es superior?—Los que están contentos con lo que

les ha tocado en suerte. Como el imbécilese de la concha y su: ¿está bonita, no?

Pablo Rodríguez no deja a nadie enpaz, todo le parece mal, aunque dichosea en verdad, ahora tiene ciertajustificación su mal humor.

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—¿No te duele el estómago? —lepregunta Albert, el practicante.

—Antes de la guerra, sí. Pero condos años y medio de dieta sé me hapasao.

—Sí, es lo mejor para las úlceras.—¿No recomendabais leche para

curarlas? Si no la he tragado buena, noha sido la mala la que ha faltao, ni laque falta.

—En el cementerio todavía duelemenos —remata Albert antes demarcharse hacia el borde de la playa ahacer lo que nadie es capaz de hacer porél. Le cargaba Rodríguez, no lo podíaremediar, y, sin embargo, no había día

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que no pasara dos o tres horasdiscutiendo con él.

IV—¿Qué haces?—Escribirle a Reinaldo.—Por probar no se pierde nada.—¿Para qué? ¿Crees que nos

sacará? Tiene otras cosas en que pensar.No lo sueñes.

—El tiempo, imbécil.—¿Con coma o sin ella?Juanito Gil se vuelve y sigue

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escribiendo. Es escritor lino y cree —sin confesárselo— que, por eso, nodebiera compartir la suerte de los que lerodean.

«Mojado, ¿tú sabes lo que essentirse mojado? No lo sabes, ni tienesidea. Pero sí la tenemos cincuenta,sesenta, cien mil españoles, con aguadel cielo en los hombros, a través delpaño, bien impregnados. En secreto tediré que estas telas no se secarán jamás,ni acabará nunca este aire cicatero.Cavamos hoyos y aflora la humedad dela tierra —otra que tal—. Estamospringados, perdona la vulgaridad:estamos pringados de agua y de lo

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demás. O, si lo quieres más elegante yelevado: transidos, estamos transidos.Auténticamente, y perdóname laexpresión: nos cagamos en elMediterráneo.

»Si quieres, te cuento: hay mujeresvagando entre nosotros, dejando apartelas que están con sus maridos o con sushijos. Parece que esto se va a acabarpronto, que se las van a llevar a refugiosespeciales, con lo que reniegan como loque son. Por de pronto acaban dellevarse a una. No tenía nada departicular como no fuese una maleta, quehedía, en ella llevaba a su hijo. ¿Queríaquedarse con él? No lo sé, sólo he visto

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como unos gendarmes se la llevaban arastras. Según cuentan —ve a saber, nospasamos el día contando— anduvodormida de c ampo en campo buscandoal padre de la criatura, para echárseloen la cara. ¿Te representas la escena?,donde fuera: cerca del mar, en mediodel campo, en plena carretera… Esamujer, joven, que parecía conservarcierta hermosura a pesar del sueño quela mataba, esa mujer vaciando su maletatirando la ropa en tierra, para esconderallí a su niño muerto —¿dónde?— enmedio de la carretera, en el campo, dedía, de noche…

»Con nosotros, en nuestro agradable

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agujero, —el “Papalace” vecino del“Ritz” de Cuartero y E. P.— duerme unpobre tonto a quien llaman el Málaga;no creo que sea apodo porque no tieneacento andaluz. No entiende nada de loque sucede y siempre está contento,deseando servir en, de, por algo. —¡Cuánta gente!— dice satisfecho yasombrado. Nos trae botones, latasvacías, conchas. —En el pecho tiene elparaíso— como dice Cuartero. Anochele pegó la gran tunda un guardia móvil:el chico quiso salir del campo. Lepreguntaron que a dónde iba, contestóque por ahí: —A ver… Lo que viofueron las estrellas. Cuando, esta

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mañana, pregonaron que se apartaran losque querían volver a España, le preguntéque por qué no se iba:

»—¿Vosotros os vais?»—Nosotros no, pero otros sí.»—Pues si vosotros no vais, yo

tampoco.»—No comprendes…»—¿Qué no comprendo?»Rodríguez, que está con nosotros

—no recuerdo si te lo escribí anteayer— y a quién le molesta físicamente elmuchacho, le dijo:

»—¡Tú que sabes!»El Málaga se ofendió y preguntó,

un tanto airado: ¿Qué es lo que no sé?

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»Enseguida le venció su buen naturaly sonriendo repitió la pregunta. Cuarteropuso el punto:

»—Tiene razón. Y si no, si sois tanguapos, contestadle: ¿qué es lo qué nosabe?

»Cuartero se ha hecho amigo suyoporque notó que, por la noche, reza suPadrenuestro. ¿Ya te conté comoCuartero vino a parar aquí? Esgrandioso: sabes que llevaba el Prado,en peso, a Ginebra, con Giner y todoslos demás. A unos kilómetros de estelugar de veraneo se apartó unos metrosde la carretera para evacuar unanecesidad, es muy mirado; es decir: no

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quiere que le miren. Surgieron unosgendarmes en busca y captura defugitivos y lo trincaron. No valieron susalegatos, iba sin afeitar y había dejados us papeles en el camión. A ver quéhaces por él; creo que Bergamín, por suparte, ya está tramitando que le suelten.Tiene encima el problema de su mujer—¿te acuerdas de Pilar?— y de suscuatro hijos.

»Si vienes por nosotros la semanapróxima sentiré dejar tirado aquí alMálaga. Pero ¿qué hacer con él?».

8 de marzo (del mismo al mismo)

«Un senegalés le ha pegado una

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paliza de órdago al Málaga. Ignoro larazón de la vapuleada; no ha sabidoexplicármela.

»—¿Después de eso aún crees enDios? —le he preguntado idiotamente,para no perder la costumbre.

»—¿Qué tú no? —me ha contestado,con su mirada perruna, luego siguió,preocupado—: ¿Por qué hacen eso connosotros?

»El plural me ha retorcido elestómago porque acaban de llamarme,fui al mando y me dijeron que podíadisponer lo que quisiera.

»El Málaga ha creído comprenderque encerraban a los que hablaban

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español y dejaban libres a los que sabenfrancés. No hay quien se lo quite de lacabeza, para él es una razón clara,evidente. Ya no pregunta: ¿Por qué estásaquí? Si no: ¿Sabes francés?

»—Yo hablo francés y estoy aquí —le dice Burillo.

»—No.»Burillo le ensarta tres o cuatro

frases.»—No es lo mismo. Lo inventas. A

ellos no les vas a engañar. No se puedehablar dos lenguas a la vez.

»Y se va triste a recorrer la playa.Ya no es el mismo de hace tres o cuatrodías. Las palizas le han dolido horrores.

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»Debieras venir a ver esto —nocreas que te esté haciendo elartículo—, es inaudito. Reina unaconfusión —la auténtica pagaille— dela que no puedes hacerte idea. Sólo losfotógrafos, y a ésos les faltará laprofundidad. ¿Te das cuenta de lo queva a suceder en Argel y en Orán siperdemos el Centro? Si sólo deCataluña somos medio millón, allí quecuenten con el cuádruplo, por lo menos.El sentir general es que Franco noaguanta ni seis meses en el poder, quedentro de un año ya estaremos todos denuevo en España. ¿Tú qué crees?… Mequedaré unos días en Toulouse. Gracias

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por todo».

VLa niña se llamaba Almudena, pero paratodos era Rocío, por su abuela materna,sevillana que la tuvo con ella durante lomás de $u infancia. Sólo su padre lallamaba por su nombre de pila,bautizada que fue en San Isidro. DonAlfonso Meneses y León, el progenitor,de lo más apegado a los ritostradicionales de la Corte; parecíasacado —del bombín a la punta del

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borceguí— de un romance de Palomeroo de un sainete de López Silva, así suoficio nada tuviese que ver con laromería de la Cara de Dios, las Vueltasde San Antonio o la verbena de SanLorenzo por citar festejos hoy casiolvidados, menos este último, enLavapiés, de donde era originario elmarchosísimo mecánico protésico–dental, muerto en la toma del cuartel dela Montaña, el 19 de julio. Su viudaclamó a los cielos e hizo venir, al díasiguiente, a su madre que vivía enManzanares, con Almudena. Los hijosdel matrimonio deshecho por las balasde los sublevados eran catorce, ocho

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varones y seis hembras de los quequedaban en Madrid, por esas fechas,siete. Tres estaban en América, dos enBilbao, uno en Gerona, otro en Sevilla.Los seis restantes, que se descomponíanpor mitad en sexos contrarios —másAlmudena— vivían en la corte, tres consus padres, los demás casados, la unacon un colchonero de la calle de Zurita,otro con una lechera de Bravo Murillo yAntonio, que es el único queacompañaba ahora en el campo a suhermana, con la hija de un librero deviejo de los que tenían un puestoadosado al Botánico; difícil en todo, sellevó mal —sin esperar nada— con su

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cónyuge; casados el año 31, tan prontocomo se aprobó la ley del divorcio, —que fue enseguida— se aprovecharon dela ganga.

Rocío vivió dos años en Madrid,tiempo más que suficiente para que semuriera su abuela de algo de adentroque se le reventó y la puso morada en uninstante. Su madre no sabía lo que lepasaba desde la muerte de su marido yla niña correteó por donde le parecióbien las horas que le dio su santa gana.Se acostumbró a los obuses, a las colas,al poco comer, feliz con su anchalibertad que le permitía recoger milcosas de los escombros; así se hizo muy

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cachivachera.Cuando, el 38, su hermano Vicente

consiguió que las evacuaran, a ella y asu madre, a Onda, le supo mal losprimeros días aunque luego el campo, lamayor variedad y cantidad decomestibles le compensó en parte lapérdida de lo ciudadano. Tres mesesdespués, Antonio las hizo trasladar aAmer, un pueblecillo catalán donde lacomida era todavía más abundante. Larapaza era de buen tamaño para su edad,mofletudilla, de pelo negro y lacio, bocapequeña y bien dibujada, frente más bienestrecha, color cetrino y los ojillos másdiminutos y graciosos que se podían dar.

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En recuerdo de sus primeros añosceceaba ligeramente, lo que añadíaduende a los dicharachos madrileñosque no dejaron de pegársele en suscorrerías por las calles de la capital.

Con el bulo de un bombardeo, en laferoz aglomeración de Port–Bou,agarrada desesperadamente de la manode su hermano —en la línea misma de lafrontera— perdieron en el revuelo todorastro de su madre. Quisieron lasautoridades francesas separar a los doshermanos, sin conseguirlo: tenían queencontrar a su progenitora. En el campo,Almudena acababa de cumplir doceaños. Tan pronto como la descubrió, el

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Málaga se prendó de ella. Antonio, consus veintinueve años no muy bienempleados, tras rezongar un poco hallócómodo tener, en esas primitivascondiciones, alguien que les sirviera poramor y cuidara celosamente de la niña.

Para el Málaga la vida cambió deltodo en todo. Si recordaba a Manuel erapara compararle con la niña, y no habíacotejo posible. Rocío mandaba con sólosonreír y él gustaba obedecer; susojillos ataban al bobo taladrándole losadentros; la seguía como un perro, sinpoder dar un paso que no fuese tras ella,a menos que adivinara su intención y sele adelantara. Recogieron centenares de

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conchitas que Rocío almacenaba «parahacer collares»; el mar la había llenadode admiración; más todo lo que traía: nosólo los caparazones de los moluscossino las algas, las raíces, las maderascarcomidas. Al Málaga, las conchas leparecían ahora todavía más hermosas,las tocaba acariciándolas, encantado dedescubrir la aspereza del caparazón dela valva rindiéndose a la suavidadnacarada del interior. Pasaba la yemadel pulgar por los adentros como sifuese por un cielo recién descubierto.Escudriñaba buscando pechinas ycaracolillos de día y de noche, cuandohabía un resquicio de luna:

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—Brillan, ¡si vieras qué bonito!—De noche, mi jermano no me eja

salí del ahujero.—A ver como te las compones,

parecen lucecitas…Soplaba desatado el viento, un

viento sin madre, que lo anegaba todo,las olas llegaban a donde más podían,como en las marejadas de septiembre.Los hombres se apegaban a la tierra,menos Rocío y el Málaga, felices por laplaya. El aire frenético apegotaba laropa húmeda contra los muslos reciénnacidos de la niña. Esa noche, de lunavelada, Rocío se deslizó fuera delagujero. Su hermano se dio cuenta, en su

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duermevela, pero pensó en cualquiernecesidad; sólo se sobresaltó a losgritos desesperados.

Selman Moussa, no se trataba connadie. Alto, delgado, de piel muyoscura, orgulloso y corto de genio,echaba de menos a todas horas su choza,su mijo, su sol, su caza. Vio a Rocíoagachada, recogiendo valvas y se leechó encima, como una fiera.

No eran hombres los que faltaban enlos alrededores, muchos doblados haciala tierra, otros ocupados en peoresmenesteres; el mar daba sus golpesrepetidos en los ijares de la tierra y elviento furioso mezclaba su rabia con los

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truenos lejanos de las olasdestrozándose en espumas; más pudieronlos aullidos de la niña.

Nadie acudió al pronto: no era laprimera vez y alguno había perdido lavida por intervenir en lo que no leimportaba. A la luz lechosa de la lunanadie distinguía que se trataba de unestupro. Sintiólo en su carne Antonio ypensó mal del Málaga. Bastole recorrercien metros para desengañarse, quellegaba la niña, en alarido, aullando sumal. El negro se recortaba sobre elclaror de las espumas, abrochándose elpantalón del uniforme. Antonio fue haciaél, no le dio tiempo de recoger el

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mosquetón: le segó la garganta con sunavaja barbera.

No era Antonio Meneses hombrefácil de conllevar; sus años catalaneshabían hecho de él un hombre que no seretrocedía ante nada si veía la menorposibilidad de salirse con la suya.Veinte metros más lejos, apareció elMálaga con algunas costillas rotas, deun culatazo que debió encajarle elsenegalés al verle interponerse entre él yla niña.

El Málaga no pudo valerse del tododurante dos meses, ni hubo quien lecuidara; los médicos tenían bastante quehacer con quienes podían explicarles sus

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dolencias. El mal —pensaba el infeliz—viene de pronto y sin saberse por qué.

—¿A ti todo te parece bien, no?—¿Qué me vas a dar?Ya no se ofrecía a servir, quería

dádivas por nada.Almudena fue evacuada al día

siguiente a un albergue para mujeres,nada tuvo que ver el traslado con elsuceso de la noche: era normal yburocrático, su hermano ya no se opusoa ello. Antonio Meneses y cincocompañeros, se juramentaron para hacerpagar el atentado a los senegaleses.Cada noche, hasta que los trasladaron alcampo de Gurs, degollaron a uno y lo

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enterraron en la playa. Sumaroncincuenta y ocho.

E l Málaga vendía la ropa de losdesaparecidos, en los Encantes, rastroque se organizaba cada tarde en variasde las callejuelas que ya formaban laschabolas. En puestos, baratillo, zoco, semalbarataba de todo, o se canjeaba; grancomercio del hambre: botas, camisas,calcetines, relojes, plumasestilográficas, chamarras, pantalones,mantas, maletas, sombreros, navajas,cadenas de reloj, sortijas, carteras,trapos. El Málaga desempeñaba congran acierto su cometido y su honradezno entraba en duda. Alguna noche

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acompañaba a los asesinos. Acercábasecualquiera de ellos al centinela,pedíanle fuego; cuando el negro accedía,otro por detrás le degollaba. Ni un ¡ay!,hubo entre tantos muertos, a ninguno delos cinco les temblaba la mano. Y menosahora que estaban bien comidos, que losuniformes se pagaban con ganas: más deuna evasión fue factible gracias a ellos.

—¿Los matáis porque son negros?—preguntaba el Málaga.

—¿Por qué no te vuelves a España?—le sugirió Antonio cuando dio ya porseguro el traslado a Gurs.

—¿Tú vas?—Yo no.

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—Entonces, yo tampoco.Se pasaba casi todo el día tumbado

en la arena, sin pensar en nada. Dio consu esqueleto maltrecho en Gurs; luego letrasladaron a Vernet d’Ariège. Allíempezó a perderse por completo. Luegolo llevaron al África, a las marchas delSahara.

«La principal cosa que pide Diosdel hombre es amor —como dice FrayLuis de Granada en el Símbolo de la fe,aquí a tu disposición, hijo deldemonio»— como le escribía JuanitoGil a su amigo el escritor francés que lehabía prometido hacía seis mesessacarle del campo al día siguiente: «En

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la prefectura no me pueden negarnada…». También iba Gil en laconducción; esposado, formando parejacon Yubischek, un lituano bajito.

VI—Usted es malo —dijo el Málaga

dirigiéndose al ayudante Gravela.—Qu’es qu’il dit, cet ahuri? —

preguntó el aludido.—Que está enfermo, tradujo

Dombsky con premura para evitar malesque en todos podían recaer. El polaco

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sabía con quien se las había, que no erainformación la que les faltaba acerca delque, de hecho, regentaba el campo deDjelfa; pero nadie le había dicho alMálaga de la condición del ayudante; laolió antes de conocer en su flaquísimacarne la mala uva del militar. Era éstede cuarenta años pasados, estaturamediana, duros músculos de los queestaba orgulloso, pelo ralo, lacio, rubio,mal vestido con sucios zapatos, leguis,pantalón de montar, vieja camisadeshilachada nada limpia bajo unachamarra de piel, boina escasa metida amás no poder que le quedaba comosolideo; una amplia capa roja

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completaba el atuendo seimimilitar, queponía en realce la condición híbrida delos internados. La cara cuadrada, losojos pequeñarros, azules, pálidos; sinsoltar nunca la fusta de la mano, concuyo extremo —fina trencilla de cueroque la acaba—, golpea ligeramente lapalma contraria, a menos que la apuntecontra la cara o el pecho de cualquierpenado.

De Gravela se contaban muchasbarbaridades, corrían chismes de todoscolores acerca de los cuernos con losque —a lo que decían— le adornaba sumujer con gran frecuencia y amplitud decriterio, digna de mejor causa. Tal vez

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fuesen cuentos; no lo era el amablecomportamiento de la señora con losconcentrados, de los que empleabadiariamente como mínimo cinco: uncocinero, un asistente, un jardinero y dosalbañiles.

Formó Gravela a los recién llegadosen el patio central del fuerte y se paseóentre ellos con estudiada lentitud,mirándoles con fijeza. Todos esperabanel discursillo de rigor, pero Gravela noera afecto a tales exteriorizaciones de suautoridad. Fue mirando a todos, uno poruno, de arriba a abajo, tocándoles lacintura, un hombro con el extremo de sufusta; a veces, se acariciaba la barbilla,

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sucia de mal afeitada, pensativo,sonriente antes de pasar a examinar otro,con el mismo detenimiento, con idénticamorbosidad enervante. Caía la noche alacabar.

—Métanse ahí —ordenó.Una antigua cuadra, desafectada

hacía mucho, bien barrida,absolutamente desnuda, helada.

—Mañana será otro día —dijocerrando la puerta cuando hubo entradoel último.

Los presos llevan cuarenta horas sincomer; estallaron las protestas, prontosofocadas por los más prudentes. Por elpatio pasó un internado —al día

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siguiente sabrán que es un chivato— seacercó a la ventana enrejada y lanzó, porlo bajo:

—Os van a pegar.No era cierto, pero el cuidado y la

intranquilidad ¿quién los quita?

Con el alba los llevan hacia el campo.Cruzan un extremo del pueblo, árabesmontados en borricos, una reata decamellos. Ascienden por la suavevertiente de un alcor, pasan un riachuelopestilente; allí está el campo: cuatrohileras de tiendas de campaña, unosbarracones de madera, todo en un

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cuadrilátero cercado con doblealambrada que, a lo sumo, tienedoscientos metros de largo por cien deancho. En las barracas no se vive, setrabaja. En los marabús duermen mil.

Ya los forman otra vez y otra vez —frente a todos— les pasan lista. ConGravela, Ortiz, el jefe español delcampo, hombre de confianza delcomandante, anarquista venido muy amenos, que no pega con fusta como sujefe, sino con cadena de hierro y sólo denoche. Jaime Ortiz es un hombre guapo,amigo de otorgar favores a los de sugrupo. Ha pedido regresar a España;hace ocho meses que espera la

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contestación; mientras, acumula méritos.—Ya estamos al aire libre —dice

Gallardo.—Tú y tus chistes —responde

Barbena— te los puedes…—¿Hay aquí algún médico que no

sea de las Brigadas? —preguntaGravela.

Con asombro de todos se adelantaFermín Ruiz, de Caparroso, un pueblonavarro, al sur de Tafalla. Su padretenía allí una fábrica de aguardiente y lotenía en un puño, cuando le soltaba erapara arrearle una tanda de bofetadas quele dejaba lelo. Estudió medicina enValencia, donde un tío suyo, canónigo,

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don Esteban Ruiz, también de armastomar, le vigiló celosísimamente, comola más intransigente y severa de lasmadres; la de Fermín vivía pero noopinaba: la sacaron del convento de lasescolapias para casarla, sin pedirle suparecer ni advertirle lo que era el«mundo»; no lo supo nunca más que ensu carne dolorida. Tampoco Fermín seenteró de gran cosa. Acabó la carrera atrompicones en julio del 36, días antesde la sublevación de los militares. Su tíodesapareció en los primeros días deagosto sin que Fermín se preocuparapara nada de averiguar su paradero. Sequedó en el hospital, luego fue afectado

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a una división del frente de Aragón conla que pasó la frontera francesa en unode los primeros días de febrero de 1939.Lo internaron en Saint Cyprien, letrasladaron luego al Vernet. La medicinano le gustaba y no descubrió suprofesión prefiriendo, con mucho, ser unprisionero más. Podía haber escrito a supadre, hacer que lo reclamara, pero sólode pensar en Caparroso le entrabanbascas. Fermín no tenía más que undeseo ferviente y viejo: no hacer nada.Y no hizo nada, o lo menos posible; suúnico interés, en el campo, era huir delos servicios, lo que le llevó al calabozocon bastante frecuencia. Se enconchó en

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la insensibilidad. Su indiferencia, susoledad y el hambre le llevaron, por suspasos contados, a robar. Hurtaba cuantole venía a mano, con tal de comer unpoco más sin otro trabajo que alargarconvenientemente la zarpa ydesaparecer. Se convirtió en despojo amedida que su uniforme fue cayendo enharapos. Lo mismo le daba una cosa queotra. Así vino a compañía de losréprobos, ele los apestados; se secó deraíz, puro pellejo. Lo perdió todo, nadiele hacía caso, como no fuese parahacerle ascos. Merodeaba cuando noestaba en el calabozo; se hizo amigo delMálaga, de Casanada, de Dorca, del

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Pinta; los caídos. Decíanle marica, perono era cierto. Estaba en lo más bajo y noparecía importarle. Ahora había dado unpaso al frente y contestaba a Gravela alpreguntar éste:

—¿Hay aquí algún médico que nosea de las Brigadas? (Quería decir:¿Hay entre vosotros algún médico queno sea comunista? Porque Ortizaseguraba que éstos favorecíandescaradamente a sus compañeros).

—Yo.—¿Qué eres?El ayudante Gravela: cara comida de

viruelas hondas, los dientes helgados,negros, la boina calada cubriendo la

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frente estrecha, los ojillos azules.Plantado en jarras, la camisadeshilachada, la gran capa de spahiabierta al viento, fusta en el puñoapuntando el pecho raído de FermínRuiz, la voz borracha, soez:reenganchado de la Legión y, ahora,cómitre del campo.

—¿Qué eres?—Español.—¿Por qué estás aquí?Fermín Ruiz no contesta.—¿No me has oído?—Sí.—Sí, mi ayudante.—Sí, mi ayudante.

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—¿Por qué estás aquí?—Usted debe saberlo. Yo, no.Llamean los ojillos del carcelero,

aprieta el mango de la fusta en su puño,pero se contiene: necesita un médico queno sea de las Brigadas Internacionales.

—¿No eres de las Brigadas?—No.—No, mi ayudante.—No, mi ayudante.—Tomarás a tu cargo la enfermería.Fermín se cuadra e inclina la cabeza.—Y cuidado con lo que haces, que

sobran calabozos en Caffarelli.Hacía media hora que los hombres

de los distintos grupos estaban

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cuadrados esperando la orden de romperfilas. Al acabar de pasar lista, Gravelalos había dejado en posición de firmes,esperando revisar a los nuevos.

—Esperad —había dicho. El vientohelado los transía.

—Rompan.Conocían a muchos de los recién

llegados, también a Ruiz.Inmediatamente, designaron una

comisión para que hablara con elcomandante. Pudo hacerlo dos horasdespués, cuando visitó la ladrillera.

—¿Con que es un médico que no esde las Brigadas? Muy bien.

—Mi comandante: no lo tome usted

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como lo que no es, pero Ruiz es undegenerado, un ladrón, una piltrafa…

—Es exactamente lo quenecesitáis…

Camino de la «enfermería» FermínRuiz habla con Ortiz:

—Lo más importante son los piojos.Si me dan los medios necesarios enquince o veinte días se puede acabar conellos.

—¿Qué necesitas?—Leña.Jaime Ortiz le miró con sorna: No

pides nada. Hasta ahora nos hemoscontentado con unas calderas de azufre.Ahí están, afuera. ¿No bastan?

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No, de ninguna manera; hay quehervir la ropa y dar duchas calientes.

—Si vas a pedir igual o más que losotros, me parece que no nosentenderemos.

Llegaban al barracón.—¿Mantas?—No hay.Alrededor, los altozanos cubiertos

de nieve, las tres estufas de la barraca,apagadas y vacías. Los enfermos,acurrucados, sin atreverse al menormovimiento.

El practicante se llama ManuelAlbert, de Tarragona; va y viene alhospital del pueblo, custodiado por un

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moro. Acompaña enfermos, va a casadel médico oficial, le cuenta lo quesucede en el campo, le lleva a firmar lospartes. Si hay que evacuar un enfermo eldoctor se fía de lo que le aseguran.¿Para qué subir hasta el campo? Lo pocoque se puede hacer —y más— lorealizan los médicos internados, con losque se trata lo menos posible, porvergüenza. Bastante tiene conreconcomer su furia: ¿quién lo mandóahí, en las estribaciones del Atlassahariano?

Albert no es tonto y planea suevasión. A nadie le dice de su plan,recuerda lo que han costado otras; a los

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huidos, si los pescan, y a los que sesupone cómplices: no quiere que elcementerio se agrande por su culpa. Ladesignación de Ruiz le favorece, hubiesesido difícil no decirle nada a Koefler, alque acaban de destituir para que elnavarro ocupe su puesto.

Desde que Ruiz ha endosado unaresponsabilidad frente a sus milcompañeros cambió del todo en todo; lamayoría no cree a sus ojos y espera lacaída, pero él cumple y aguanta,asombrado de sí mismo.

E l Málaga ha ganado espacio: sepasa el día adosado a la «enfermería»,los guardias moros le dejan en paz

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porque es amigo del médico y porquerespetan los misterios delenajenamiento.

Con Gravela no tiene problemasporque tan pronto como lo adivina o love, se esconde. Nominalmente estáinscrito en el equipo de los alpargateros,pero éstos prefieren que no aparezca porallí, por la miseria que arrastra.

Un viernes en la noche, ManuelAlbert despidió al moro que le habíaacompañado al hospital, diciéndole quese quedaba allí. El árabe volvió alcuerpo de guardia, dio cuenta alsargento, a quien no llamó la atención elsólito suceso. Manuel salió del hospital

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por la buenas, sin ser notado, fue alquartier reservé, estrecho callejón desucesivas puertas de oscuros cuartos,enjalbegados adobes sin más luz que suentrada, sin otro mueble que una tristecama, alumbrada —si tanto se puededecir— con un trozo de bujía. Salió deallí a las cinco de la mañana, fue a laestación —hubiese sido muy mala suerteencontrar a alguien que le conociera—,sacó un billete para Argel en el únicotren; veinte horas de recorrido. Habíaconseguido sustraer del fuerte una hojacon membrete y se había fabricado en lamáquina de escribir del despacho delcampo, al que entraba sin dificultad, un

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permiso especial del comandante; nisiquiera se molestó en imitar la firma,¿quién la conocía? El salvoconducto lepermitía llegar hasta Orán donde tenía,ahora, a su familia.

Se descubrió la fuga en la tarde delsábado, no la mañana del lunes, comoManuel había supuesto. Cuando elcomandante del campo consiguió hablarcon Blida ya en el tren había pasado yno pudo sino avisar a Argel y Orán.Caboche mandó llamar a Ruiz.

—Usted estaba enterado de la fugade Albert.

—No, mi comandante.¡Usted estaba enterado!

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—No, mi comandante.—A mí no me dice usted que no,

basura.De un revés le cruzó la cara.—¡Usted falsificó el salvoconducto!

¡Usted es responsable!… ¡Albert estabaa sus órdenes!

Ruiz no contestó.—¿Confiesa? ¿No? ¿No se atreve a

replicar?Ruiz sabía la inutilidad del alegato.

Ahora, con las bofetadas, de lo que tieneganas es de que todo aquello acabepronto, ¡volver a la inmundicia, volveral calabozo, volver al hurto, volver a noquerer nada, volver a abandonarse,

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volver a ser desecho! Caboche le pega,de cara, de revés.

—¡Al calabozo!Lo sacaron a los ocho días, ya

detenido Manuel, en Orán: había creídoque Djelfa estaba en otro mundo y fue,por las buenas, a su casa; a la casa en laque vivían su mujer y sus tres hijos.Cuando Ruiz volvió al campo loadscribieron al equipo de la cantera. Elsuceso que, naturalmente, había sido lacomidilla de todos había dado al médicouna renovada fama. Anarquistas ycomunistas, españoles e internacionalesle procuraron toda clase desatisfacciones. Ruiz se dejó querer.

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Al mes, con la primavera, que enDjelfa entra de golpe y muere, llegó eltifus, el bueno, el exantemático. Laprimera víctima fue la mujer delcomandante. Servajean, el médicooficial, el del hospital, viejo y agrio, notenía la confianza de Caboche, yrecurrió a Fermín. (¿Prestigio de loextranjero, de la integridad moral dequién aguantaba campo tras campofrente a quien servía quisiera o no —peor si no— a los enemigos de supatria?). Ruiz hizo cuanto estuvo en sumano: recetó, cuidó, veló durante ochodías y ocho noches: lo tenían encerradoen una habitación vecina a la alcoba de

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la enferma. La salvó. Dióse por hechoque Ruiz volvería al campo como jefede la enfermería. No hubo tal; en pruebade agradecimiento, el comandante lepasó del equipo de la cantera al de lasalpargatas; allí encontró de nuevo alMálaga.

VIIDEL DIARIO DE CELESTINO GRAJALES

(Pasajes en los que se encuentranreferencias más o menos directas al

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Málaga)

Gutiérrez hace una torcida, Cañasnos presta su vaso: nace una mariposa:tenemos luz. Llegó al pueblo una remesade aceite —¿de qué?— la transportaronen dos bidones de petróleo y seimpregnó a más no poder del gusto delantiguo contenido; no hubo «quien loquisiera», Gravela y Ortiz lo comprarony se ha revendido en el campo. No sólopara freír sirve el aceite sino para darluz. Faura lee. Bajo las tiendas decampaña tenemos, al cabo de meses ymeses, el dulce fulgor de una llama.¡Corporeización de la esperanza! Da

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más sombras que luz, pero son nuestras,nuestras las sombras melodramáticas —un brazo parece un ciprés— impresas enel cono grisáceo de la tienda. Sentados asu alrededor miramos la llama.

—Los más viejos somos más viejos—dictamina Faura— porque tenemosmás recuerdos.

—Entonces no cuentan para nada losaños…

—Tú lo has dicho, chaval: yo me hevuelto viejo estos últimos tres años,antes había vivido cincuenta que para míno contaban…

—Cuenta lo que tiene que contar —dije con esa pedantería de la que nunca

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me he podido librar.—A veces —dice Regás— los

recuerdos parece que no son nada, loslleva uno dentro y no los nota, pero encuanto empiezan a salir pesan como unaarmadura.

Gravela, que ha permitido las lucespor lo que le conviene, ha encontrado unnuevo motivo de asentar su autoridad; ¡alas ocho que no haya una luz!, nuevotoque de queda, nuevas rondas deguardias moros, nuevo incentivo aquebrantar las órdenes.

Nos quedamos horas sin hablar,mirando la llama, una candelilla de naday nuestras sombras quedas: algo vivo

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que sale de nosotros y que no es para elcomandante; nos divierte, nos interesan,las queremos.

Cada uno de nosotros se ve, sevuelve a ver, en la noche, a la claridadde esta ascua. Para el uno, fogata; paraotro, pira; para Sánchez, falla; paraRigoberto, tea; para mí, fuego viejo dela chimenea: allí, en Oviedo, con la tíaCarmen y el tío Ramón. Sólo el Málagala ve quizá como es: un vaso, unatorcida, una llamita. Se diviertehaciendo moverse unas sombrasgrotescas en la lona tensa del marabú.

—Estate quieto, mala sombra —ledice, agrio, Aranda, que no lo puede

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tragar.El Málaga se retrotrae, rezonga, se

acurruca, se duerme.Duermo junto a Gregorio Aranda,

estuquista madrileño; el paisanaje nosacerca. Solemos hablar de nuestrosasuetos, nos vamos por el Manzanares ala Bombilla, a la Casa de Campo, a laPuerta de Hierro, a la cuesta de lasPerdices.

Ya nadie habla de sus hazañasguerreras, caídas en el olvido que cavanel hambre y el frío, debieron cruzarse,de vuelta, con los recuerdos de nuestraadolescencia. Además, esa guerra queahora se libra, prisioneros que somos

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sin haber caído en manos del enemigo,esa guerra nos tiene mudos acerca denosotros mismos, sin la menor duda deque han de ganar los que consideramoslos «nuestros», con la seguridad de queal día siguiente del triunfo regresaremosvictoriosos a España… Nosotros y losde las Brigadas, que la tienen en lasangre.

—Tú, pega —le dice Marcet a Ortiz,en el campo especial— pero mañana, teescondas donde te escondas, tebrearemos…

Gregorio Aranda se acuerda a todashoras de su novia, de los paseos quedaban a la caída de las tardes o ya de

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noche por las calles de Madrid; ellavivía por Jesús y María, él al final deFuencarral; recordamos las cervezas dela plaza del Ángel, los callos deEleuterio, los bancos del Retiro: losárboles, las alamedas, el estanque. Yo lehablo de la Puerta del Sol, de los cafés,de las mujeres que rondaban por allí, dela proclamación de la República —teníayo entonces nueve años—, de los bares,del metro, de los tranvías: Tomaba yo el2…

Decidimos juntar las mantas paradefendernos del frío. A nuestro lado seapelotona el Asturias, que fue minero;cayó prisionero de los fachas en Gijón,

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escapó y llegó, a pie, siguiendo las víasdel tren, a Pamplona. Allí —para variar— lo metieron en la cárcel; volvió aescapar, a los seis meses, emperrado enllegar a Francia. Se le hizo, como loatestigua su presencia.

E l Asturias habla poco, pero bien;ayer por la mañana, al salir del marabú,miró la tierra que nos rodea, pelada,sucia, infinita y determinó tajante:

—Estamos en el culo del mundo.Otras veces se me planta enfrente y

suelta: Mírame, a los treinta y cuatroaños y viejo. Y también es verdad.

A su lado duerme Franco, roma molegallega muy catalanizada. Le pesa el

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apellido, porque nunca faltan graciosospara echárselo en cara y menos entre loscómitres. Debió rumiarlo mucho tiempo,porque es hombre lento, pero la últimavez que Gravela le hizo el chiste —alpasar lista— le contestó: ¿No cree quees peor ser francés que franco?

Le costó quince días de calabozo yuna tos de la que no se repone, pero estásatisfecho: —¿Estuvo bien, no?— Fuetornero en una gran factoría deBadalona. De Galicia no se acuerda, deCataluña sí, y mucho.

Gaspar Faura hace rancho aparte, esun hombre de más de cincuenta años,callado, con barba. Vive en Francia

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desde que tuvo uso de razón, hablaespañol con acento. Tal vez por esohabla poco. Sus hijos son franceses, éles viudo, que en su caso, también es unanacionalidad. Es un hombre triste y queda tristeza. Se ve que piensa mucho ysiempre lo mismo; vivía en Arles dondetiene una carpintería.

En nuestro marabú duermen otrosdos «antiguos residentes», BenjamínRubio, que es de Huercal-Overa,metalúrgico, que trabaja en Levallois yGuillermo Regás, catalán avecindadohace treinta años en Marsella. Seentienden muy bien; su tema principal: lacomida, no hablan, no piensan en otra

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cosa, ambos pasan de los cincuenta yreciben paquetes de víveres que lesenvían sus familias; éstas se hanrelacionado, hacen buenas migas y hastaes posible que un hijo de Regás se casecon una hija de Rubio.

A su lado, Calderón, malcarado,malhumorado, malhablado, maloliente,viejo zapatero de Novelda se apretuja,bien a pesar suyo, contra Bori, chófer detaxi y, según asegura muy ufano, «elhombre más importante de AccióCatalana después de Nicolau».(Nicolau d’Olwer, un helenistadistinguido con pujos de político quellegó a director del Banco de España).

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Todo lo puede el frío: Díaz, uncomerciante de Bilbao, duerme contraRoca un exboxeador catalán y elMurciano, pícaro sin picardía. Docepor tienda de campaña (aquí lo llamanmarabú). La humedad tensa la lona.Hace tres meses que dormimos vestidos,es decir, con cuanta ropa tenemos. Apesar de nuestros esfuerzos se desliza elviento y, a veces, según el resquicio, lanieve. Pero, pegados los unos a losotros, bajo las mantas, no tenemos frío.Lo malo es salir de ahí. Y no hay quepensarlo dos veces: Antes de que salgael sol toca el pito el sargento morollamándonos para pasar lista. Hay que

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levantarse, abrir la falda de la tienda,más recia, más dura que si fuese dealuminio y aguardar firmes, en el pasocentral del campo, la llegada deGravela. Según sus hígados llegará a pieo a caballo, repartiendo latigazos o no.A veces pasa de largo y nos dejaformados el tiempo que le parece bien,mientras un sol invisible lanza porencima del cerro frontero sus primerosrayos cuajados de frío. La llanura estáblanca del helor.

Luego se forman las cuadrillas, salenlos que tienen que salir; los que fabricanserones o alpargatas vuelven a lastiendas; los carpinteros, los herreros van

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a sus barracas y los más a hilar tomizas.El sol toma fuerzas rápidamente yconvierte la blancuzca llanura helada enamarillento desierto arenoso picado dehierbajos ralos.

—El sol sale siempre por el mismositio —dice el Málaga—. Pero en elverano Nuestro Señor lo tira más alto,más Fuerte. A Nuestro Señor le gusta elverano. Tira el sol, como una bola y porla noche siempre cae en el mismoagujero…

Como es sábado, suenan gritos enmedio del campo, algunos se asomanpero enseguida se vuelven: no vale lapena; siempre lo mismo. Es Godman que

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grita y llora. Desde que llegó —conmigo— no falla ninguna semana. Gravela sele planta delante:

¡Coge la pala!—¡Comprenda usted, mi ayudante!¡Coge la pala!Godman se arrastra todo lo que

puede, suplicando:—Tenga compasión, mi ayudante…Ese rebajarse, ese servilismo, esa

humillación le resta simpatías.—¡Coge la pala y déjate de

historias!—Comprenda usted, mi ayudante,

usted tiene una religión…¡Yo no comprendo nada sino que

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eres un perro que se niega a trabajar!¡Guardias!

Acuden dos a grandes zancadas,pero sin mayores prisas, pardas chilabassucias.

—¡Qué coja la pala y que trabaje!Uno de los moros dice al viejo

judío:—Coge, coge. Es mejor…Godman tiembla, pero no se mueve;

intenta explicarse:—Hoy es sábado…—Y mañana domingo —interrumpe

Gravela.—Hoy es sábado y mi religión me

prohíbe…

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—¿Qué esperáis? —grita el cómitrea los moros—. ¡Qué coja la pala y quetrabaje!

Los moros, a regañadientes, bajanlos fusiles con las bayonetas caladas;acercan las brillantes puntas a lo quefuera trasero del viejo judío. Éste seinclina y coge la pala.

—¡Trabaja!Los ojos llenos de lágrimas, el

desdichado recoge unas paletadas detango, las vierte en una carretilla.

—¡Ajá! —remata Gravela—. Y a lanoche, al calabozo para que aprendasque el que manda aquí soy yo.

Le suele tener en las mazmorras de

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Caffarelli hasta el viernes siguiente, enespera de la escena del sábado.

—Así hasta que se muera.Pero no se muere, ni siquiera se

enferma. Lo aguanta todo. Sueña volvera regentar su peletería del Bulevar delas Capuchinas.

—¿Cuántos sermones? ¿Cuántosadobes? ¿Cuántas pieles curtidas?¿Cuántos pares de alpargatas?

Para recompensarnos abren hoy la«tienda», la cantina, dicen otros. Van avender una remesa de dátiles podridos,parecida a la que vendieron —dicen—hace unos seis meses, antes de quellegáramos nosotros. Dátiles podridos

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que no sirven ya ni para alimentar a loscamellos. Se forma la cola, la mercancíase acaba en un abrir y cerrar de ojos. Nopor la carne agusanada del (ruto sinopor los huesos que, bien tostados, daráncafé. Pero, para tostarlos y calentar elagua necesaria se va a necesitar hacerfuego y, ahí sí: con la Iglesia topamos.Dos combustibles a mano: madera yesparto y, según hemos aprendido —laletra con sangre entra—, ambos son delEstado. El problema, cuando se presentauna ocasión como ésta no estriba en lossabuesos moros, sino en la guardia, amenos que corra la voz de que «esbuena». Pero hoy, de los tres sargentos

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que relevan hay uno francés peor que lapeste, los otros dos, moros, suelen hacerla vista gorda.

Vuelven los trabajadores con lacaída sangrienta del sol, precursora dela noche fría. Los cachean a la entrada.Los que trabajamos en el interior nosacercamos anhelantes:

—¿Qué noticias?—¿Qué ha dicho la radio?—¡Wawell empezó la ofensiva!La alegría nos inunda: no habrá

problema con el calé. Según las noticiasdel curso de la guerra mejora o empeorael rancho. Si los ingleses se acercan,más sémola en la sopa; si Rommel los

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rechaza, más agua. Ahora con la nuevaofensiva británica el sargento francés,pese a su mala leche, se callará. Nocheilusionada, visitas de tienda a tienda,discusiones sin fin, con botes de calé dehueso de dátil caliente en la mano… SiWawell llegará por allá atrás, por laslomas de levante… La hojalata ardiendoentre los dedos nos parece la libertad,prisionera en nuestras manos, nos huelea tierra de España…

—¿Quién de vosotros entró la leña?Gravela, plantado en medio del

marabú 17, perniabierto, habla sinlevantar la voz, diríase que con unacento humano. Los de la 17 trabajan

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todos en la ladrillera, menos ArsenioSan Juan que se queda para asear latienda y cuida luego la limpieza delcampo. Todos saben que es un chivato,pero en esta ocasión están seguros deque no ha abierto la boca. No. Lo quesucede es que el ayudante no sabe quiénha entrado los palos que, hechos astilla,sirvieron para tostar anoche los huesosde los dátiles. A pesar de las noticias dela ofensiva británica quiere averiguarlo.Repite la pregunta, nadie contesta.

—Os creéis muy listos… pero faltandos palos de la parte trasera de latenería. Dos troncos largos. Si noaparecen dentro de media hora tendréis

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noticias mías, os lo aseguro.Sale, sin grandes demostraciones de

enfado, golpeando ligeramente suspolainas con la fusta. Al igual quealguna otra mañana anda desbraguetado,posiblemente por la prisa que se da allevantarse en el último momento. Nadiese atreve a decírselo, cuando se décuenta se pondrá furioso, se abrocharáfrente a nosotros en son de desafío. Undía el Málaga le señaló riendo laportañuela; lo tuvo ocho días en elcalabozo.

Detuvo, en la puerta del campo, alos del marabú 17, con un sencillomovimiento de fusta:

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—¿Quiénes entraron los palos?Se decidió Emilio Moreno:

Nosotros no entramos madera al campo,mi ayudante.

—Es posible. Pero como necesitosaber quiénes fueron los ladrones que lohicieron, ahora mismo se me plantan ahítodos los de tu marabú y no se memueve nadie hasta que aparezcan losculpables.

Gravela señala la parte más alta delcampo, unos veinte metros que quedan aldescubierto, donde el viento no soplamás porque no puede.

Todos son veteranos y ningunoprotesta. Resignados van a colocarse en

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el lugar del castigo; saben a quéatenerse.

Gravela llama a Ortiz y le participasu decisión, el renegado se cuadra.

—Házselo saber a todos. Y que nose les acerque nadie porque al que cojahablando con ellos lo planto al lado.

El que más aguantó fue ÁngelBlanco, seis horas al viento y en lanieve. Los demás cayeron más o menosa las dos horas. Cada uno un montón denada que la nieve cubría rápidamente:Juan Galeana, Gumersindo Fernández,Rigoberto Pallás, Gregorio García,Ramiro Valle, Emilio Moreno, JorgeGonzález, León Somolinos, uno cada

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dos metros.Se lo dicen a Gravela, telefonea a

Caboche:—Cuando estén como leños qué

enciendan fuego con ellos…Pero ya los habíamos recogido y

cuidado como mejor podíamos.—A ver qué pasa —le dice Ruiz a

Ortiz.No pasó nada.

VIIICon la primavera le entraron al Málaga

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ganas de marcharse; con la fuga deAlbert y la salida de la «enfermería» deRuiz no había tardado en ingresar en elcampo especial; estaba éste en unaesquina del campo, cerrado a su vez porotras alambradas, treinta metros porotros tantos, y, perdida en medio, unatienda de campaña; la más sucia, la másvieja, rota y abierta al frío que haberpudiera. En esa jaula vagaban de diez aquince hombres, según el humor deGravela o el de Ortiz, que ésta era laarena de sus hazañas.

Nos está prohibido tener la menorrelación con los del campo especial. Ala hora del paseo los infelices se

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apretujan en la alambrada que los separade nosotros, tienden voz y manolastimeras pidiendo lo que no lespodemos dar. Con el Málaga: elMadriles, Dorca, una ruinatemblequeante de sesenta y cinco años,que se pasa el día haciendo números(dicen que fue profesor de matemáticas),lo tienen allí porque goza con la maníade sacar, enseñar y sopesar sus partesfrente al comandante tan pronto como lodivisa. Julián Castillo es otra cosa,también anda por los sesenta, pero tandelgado que hasta a los esqueletosempavorece. De Santander, socialistaviejo, con fe como dos puños; se lo han

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comido los piojos, medio ciego además,lo que le impide huir de ellos. Allá en laMontaña le han fusilado a la mujer, nosabe nada de sus cuatro hijos. A vecesse escapa y vaga por el campo; si loapercibe el comandante, se desgañita:

—¿Por qué lo dejan suelto? No loquiero ni ver, es un asco.

El viejo rezonga: Llegará la nuestra.La de los demás, no la suya. Le caía

el moco, le caía la baba, le caía lamandíbula, le temblaban las manos.Koefler consiguió que lo evacuaran aArgel, al mes lo devolvieron diciendoque no había nada que hacer. CuandoKoefler lo supo rio —es un checo

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rubicundo y alegre—: No hay nada quehacer —repitió—, que nos dejaranlibres veinticuatro horas y verían…

En el campo especial por todacomida dan medio cazo de sopaexpurgada de nabos y zanahorias. Laslegumbres son para los «trabajadores».El Málaga se come sus excrementos:

—No hagas eso —le dice Ruiz.A lo lejos himplan chacales. Los

moros, bayoneta calada, sentados, laspiernas en equis, fuera de lasalambradas, canturrean hondo. Ningunode nuestros guardianes indígenas duramucho, los echan por los favores quesuelen hacernos: ganan dieciséis francos

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por custodiarnos día y noche; el pancuesta cuatro francos el kilo y casi todostienen mucha familia a cuestas. Sevenden sin dificultad. En cuclillas, bajola luz de la luna o de las estrellas todosesperamos. Lo único comparable anuestros harapos son los de nuestrosguardianes.

Este mes de mayo de 1942 sepresenta bueno para el comandante;según los cálculos más conservadoresganará cien mil francos sólo con lamanufactura del esparto. La teneríaempieza a producir lo suyo. ¡Qué grantipo es este Ortiz! —dice Caboche—que logró descubrir a Marcet a quien se

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le ocurrió —y supo— fabricar clavoscon las púas de las alambradas —loúnico de lo que había cantidad en lasbodegas del fuerte—. Durante semanasel problema insoluble fueron los clavos:ni en Argel, ni en Orán, ni en Blida; niunas cochinas puntas de París. PeroMarcet tuvo aquella idea… Claro quenos desollamos las manos desenrollandolas púas, pero por eso permitió que sevendiera en la cantina aquella remesade dátiles podridos que debía habersedevuelto a la Intendencia. Y losdomingos nos da cincuenta gramos decarne de camello por cabeza. Hay quecontar además los veinte francos que

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gana por hombre y día alquilándonoscomo albañiles, carpinteros, peones,canteros, carboneros o pintores. Portérmino medio salen del campo unoscuatrocientos hombres diarios. Comopor estos contornos todavía existe laesclavitud, no sorprende…

Por la noche, ayudado por Ortiz yGravela el comandante hace sus cuentas.Sonríe, se estira, dice al español.

—Está bien por hoy. ¿No tienesganas de divertirte un rato? Vete a daruna vuelta…

Ortiz se cuadra, se atreve apreguntar:

—Mi comandante, ¿no hay noticias

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de mi repatriación?—No.Ortiz sale, se va a emborrachar;

luego vuelve al campo, sin pie y, en elcampo especial, cadena de hierro alpuño intenta aplacar su rabia, sinconseguirlo. Entonces es posible que lesobrevenga el ataque y que Paco Luelmoy Bonifacio Romo lo tengan que llevaren peso, a su cama, el único catre delcampo, detrás del mostrador de lo quese llama la «tienda», negocio que lesdeja el comandante, a medias, a Gravelay a él. Sospecha que Caboche detiene sucorrespondencia con tal de conservarlea su servicio. Es cierto. Pero no es un

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cuidado especial, lo hace con todos; losabemos por uno de los dos policíasciviles, que es persona decente y de fiar.Porque ¿dónde reponer una mano deobra comparable?

Ruiz, el Málaga y Marcet handecidido fugarse. Consiguieron, sindificultad, apuntarse en un equipo nuevo,dedicado a arreglar, en el centro delpueblo, un campo deportivo que seinaugurará el 14 de julio. Los árabes ylos judíos de la aldea nos ven consimpatía, por poco que pueden se nosacercan y tendiéndonos un pan suelendecir: Ya sabemos, ya sabemos, ¡quémiseria!

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Luego, lo difícil es pasar el pan,para los compañeros que no salen, paralos enfermos, que entrar víveres alcampo está prohibido (¿qué hubiera sidode la «tienda»?). Ortiz lo huele, ayudadopor sus pelotilleros que suelen estar acargo de las cuadrillas por el placer dedenunciar el contrabando, del que lestoca la mitad al descubrirse.

De sus días de médico, Ruiz habíaconservado amistad con el farmacéuticodel pueblo. El sedicente parquedeportivo —se trataba en todo y portodo de enarenar la plaza y colocar unospostes— quedaba a cincuenta pasos dela botica. Durante la media hora de

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descanso, a mediodía, Fermín comoquién no quiere la cosa, teniendo buencuidado de que los guardianes árabes nose fijaran en él, se deslizó hasta lafarmacia.

A punto estuvo de fracasar elintento, por culpa de un perro, que elMálaga no les había perdido afición apesar de su malaventura de Barcelona.No los permitían en el campo, ni ellosse acercaban, no por razonesideológicas sino al oler lo parco delsustento. Vio el Málaga vagar por laplaza a uno más galgo que podenco, conalgo de ambos y fuésele el corazón trasel canela y el morro rosado y negro, a

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manchas, parecido a otro can por el quetuvo especial predilección. Vio el moroalejarse al prisionero sin darleimportancia conociendo la condición delsimple; lo que pudo ser inconvenientevino a favorecer los designios de lostres compañeros: su desaparición no fuenotada sino hasta la hora del regreso porel mismo guardia que había relacionadoel alejamiento del Málaga con su gustopor los canes.

—¿Por qué te quieres llevar alMálaga?

—Porque trae suerte —contestabaRuiz a Marcet.

—¿A quién?

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—O se viene con nosotros, o mequedo.

¡Un médico que cree en amuletos!¿Leías el porvenir en las líneas de lamano de tus pacientes?

—Tal vez no hubiese estado de más.(Ruiz era un tipo raro, sentíase salir

de un viejo caparazón y se aferraba amil prefiguraciones supersticiosas. ConCañas consultaba los astros y conGuevara los naipes. Estabainteriormente convencido del absurdo,pero no por eso le restaba valor: elmismo que le daban con su falsedad lasartes sortiarias u horoscópicas; con loque estás, se decía, cobraban auténtico

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precio).Marcet se había llevado una

gabardina, todavía de buen ver, queguardaba como oro en paño, se la pusoal socaire de un árbol y salió andandomuy orondo. Dos internados que levieron se callaron cuidadosamente laboca.

A las cinco de la tarde ya todossabían de la fuga. El comandante no sepreocupó mucho: como con losanteriores el único camino viable es elque ofrecía cualesquiera de losautobuses que bajaban hacia la costa; noirían lejos. La estación del ferrocarrilestaba —a su parecer— demasiado

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vigilada… Ignoraba Caboche el apreciodel boticario por Fermín Ruiz, suprofundo nacionalismo, su odio haciaPétain. Él mismo llevó los fugados abordo de su carro, hasta el interior de laestación, con el pretexto de recoger unasbombonas. Entre dos luces,aprovechando la soledad y que elfarmacéutico le daba conversación alsubjefe, salieron los tres internadosdeslizándose entre las vías. No habíamás que un tren formado, se escondieronen el único de los vagones que estabaentreabierto: posiblemente, tal comoestaban enterados, volvía vacío al norte.De noche cerrada alguien corrió la

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puerta y, a poco, echaron a andar,primero para adelante, luego para atrás.Después se detuvieron. Los tres sehabían dormido, Marcet y Ruizdestrozados los nervios, el Málaga tantranquilo, feliz, pensando en la cara quepondría Gravela.

Los encontraron a la mañanasiguiente, en la misma estación deDjelfa. El vagón había sidodesenganchado del tren a última hora, apetición del comandante, paraaprovecharlo cargándolo con fardos dealpargatas, vendidas en Constantina.Posiblemente algún par había sido hechopor Ruiz o por Marcet. Estuvieron un

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mes en el calabozo, en manos deGravela, luego pasaron al campoespecial. Allí seguían al irse el verano yvenirse el invierno que, en estas alturas,no hay otoño que valga.

IX—Hay una nevada como una vaca —

dice el Asturias.No se ven los altozanos, confundidos

con el cielo; chapoteamos en el fangohelado. La mayoría de los internados notienen zapatos, gastan las alpargatas que

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pueden sustraer; se deshacen enseguidaen el barro. El Málaga las mira y, porellas, se acuerda del tiempo pasado, dela Puerta del Sol.

—En el campo especial hay unfiambre…

Van por él los camilleros. Es unlituano de veinte o veintidós años. Salióde su patria el año 39, para ir a pelearpor, con las democracias; luego de cienavatares consiguió desembarcar en elHavre. Lo detuvieron al día siguiente, alno tener sus papeles en regla. Razón porlo que le condenaron a seis meses decárcel. Al cumplirlos, de la puertamisma de la prisión le llevaron a un

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campo del sur de Francia y, de allí, aDjelfa. Un lituano… ¿qué se le habíaperdido en esa galera? Hacía muchotiempo que le había caído el alma a lospies; arrastrado por ella, rodó por lapendiente de todas las infamaciones. Yano se podía mover de frío y de hambre,las piernas con escaras, lasarticulaciones hinchadas. Traíanle lasopa sus compañeros, tendía su latamingitoria:

—¡Quita allá, asqueroso!—¿Qué más da?Los que le servían, alzándose de

hombros, olvidados, vertían el «caldo»en el triste recipiente. Ahora lo llevaban

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hacia la enfermería, mientras Koeflerechaba maldiciones.

Yo estaba allí, en lo que se llama la«enfermería», como ayudante,reemplazando a Albert; era un barracónde madera largo y estrecho con unaventana tapada con papel aceitado quedejaba filtrar una luz escasa yamarillenta. Habíamos hecho catres conla madera de unos cajones que nosvendieron en las tiendas del pueblo.

En medio de la tarbea, una estufapara la que teníamos tres cargas demadera al día: total hora y media de«calefacción central», la llamábamos asíporque estaba el triste artefacto —con

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su larga trompa de elefante— en el justocentro del tinglado.

A la entrada, a la derecha, debajo dela ventana una mesa coja, un cuaderno,un tintero, un palillero. Ése era mi sitio.Colgado de la pared, el botiquín: unajeringa, un trozo de caucho, un bote conaspirinas —contadas—, un frasco detintura de yodo, un rollo de papelhigiénico, dos vendas, una ancha y unaestrecha, media botella de aguaoxigenada. Nada más. Con todo, los queallí teníamos estaban mejor que en losmarabús. Los íbamos turnando. De ahílíos feroces, enemistades, odios; nuevecamas de las que había que dejar tres

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para los internacionales, tres para lossocialistas y comunistas y tres para losanarquistas y los republicanos. A menosque hubiese uno particularmenteenfermo, es decir, a punto de morirse.

—Vamos a hacer la lista —me dijoKoefler cuando me designaron para elpuesto— la tendrás al corriente. Peroten cuidado de no repetir las causas,aunque yo lo diga. El comandante noquiere que los enfermos estén aquí porlo mismo. Que haya variedad, me dijo.No nos cuesta nada darle gusto.

La verdad es que esa enfermeríaparticular era un lujo que habíamosconseguido después de una lucha de seis

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meses. El campo tenía derecho aveinticuatro camas en el hospital deDjelfa. Hubiéramos necesitadodoscientas.

—Si viene una inspección no quieroque se enteren. Y si se enteran queparezca un pabellón de reposo.

Como ayudante del médico de laenfermería tenía entrada en el campoespecial, así conocí al Málaga. Antesno había reparado en él, más ahora conla delgadez extrema del hambre la carase le había alargado tanto que siempreparecía estar de perfil; el cuello depollo desplumado, los hombroshundidos, el pecho dando relieve a las

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tristes costillas —esqueleto de barca,«lo que más me gusta del pollo es labarca»— como me confesó el Madrilesmirándole, antes de diñarla. El ombligosalido y, desde allí harapos cayendosobre residuos de alpargatas. ElMálaga, el Madriles, Dorca, Casanada,Vázquez, todos ellos despojo.

—Ahora todos los hombres sonmalos —me decía el ex–limpiabotas.

—No todos.—Todos. Los han cambiado. Es

como si a Dios le hubiese mordido unperro rabioso. En Madrid, no.

—¿Qué quieres decir? ¿Los deMadrid son mejores?

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—Sí.—Yo soy madrileño.Se le alegran las pajarillas. Todos

hieden.—No te lavas nunca, Casanada.—Ha habido veces de lavarme —me

contesta el tal con voz temblequeante, lamirada perdida, con una sonrisa a florde cara que no dice absolutamente nada,que ni siquiera es máscara. EnriqueCasanada era médico, le tocó una chinael cerebro y desde entonces no rige.

El Madriles está perdido. ¿Por quéno se muere? Ya todo le da lo mismo,peca a tientas, lo usan —los otros cincoque no nombro—. Bebe su orín: está

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caliente. El Madriles se da cuenta de suabandono. Se alza de hombros. Una vezanduvo fuera tres días, lo trajo un moro.Todos quisieran que se muriera, pero nose muere; enseña los dientes, que se lehan hecho largos.

He venido a visitar a Pedro Guilléna quien Ortiz ha metido en el campoespecial porque supone,equivocadamente, que es el cabecilla deun movimiento que tiende a perderle enel aprecio del comandante y sustituirleen la jefatura interna del campo. DonPedro Guillén fue gobernador de Teruel,lo aguanta todo sonriente y a fuerza dediscusiones políticas interminables con

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los comunistas, con los que siempre seha llevado muy bien. A pesar de todo esun señorito y, a veces, le sacan dequicio:

—Tanta reunión y tanta discusión —que es lo que a mí me gusta— va a hacerque sea muy fácil convertir España alcomunismo: llevar el café al hogar, o alrevés, que lo mismo da…

Pedro Guillén, anticlerical pordefinición, se lleva muy bien con elpadre blanco, que ha estado treinta añospredicando en el Ubanga–Chari y quevisita ahora el campo los domingos porla mañana. Guillén me reproduce laconversación del fraile con el Málaga:

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—Los curas van vestidos de negro.Usted engaña. Sí, yo iba a misa y séayudar a decirla…

—¿Es posible?—Sí. Pero todo ha cambiado.

Quemaron las iglesias y los santos sefueron, pero no por eso sino porque yase cansaron de andar descalzos.

—¿Y a dónde se fueron? —preguntael padre blanco.

—A América, que es a donde todosquieren ir.

—Dios está en todas partes —arguyó el viejo barbón.

—Aquí, no.—Aquí también, hijo.

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—No.—Sí.—¿Cómo lo sabe?El eclesiástico lo dejó. El Málaga

fue tras él:—Usted ¿no me va a pegar?—¿Te pegan?—Todos los hombres pegan y hacen

daño. ¿No me da un cigarro?—Sí.—¿Una cajetilla? ¿Media? Es para

cambiarla.—¿Por pan?—No. Alberto me lo quita todo.—¿Quién es Alberto?—Aquél.

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—¿Por qué le quitas el pan a éste?—¿Qué pan? Nunca nos dan… Ése

es un ladrón.—Tú eres el ladrón, cochino,

marica, hijo de…El padre los separa, sin esfuerzo.

Habla luego con Ortiz, Koefler estabapresente.

—¿Por qué los tiene en el campoespecial?

—Son ladrones, degenerados…—Si se les cuidara…—¿Usted cree que estamos aquí para

hacer de amas de leche?Ortiz aprovechó el viaje y le habló

de su deseo de regresar a España, de la

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falta de noticias oficiales, queparticulares las tenía, y buenas: a ver siel padre blanco, como cura, podía haceralgo por él.

El padre decía a todo que sí y luegose iba hacia el pueblo meneando suropón inmaculado.

E l Málaga ya no sabe más que pedir.Todo el día esté donde esté, venga o noa cuento:

—Dame, dame. Dame.se enfada: ¿Por qué no me das?¿Cómo es posible que esté aquí?

¿Quién lo trajo? Nadie sabe nada de él.

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Ni escribe ni le escriben. Su retrasomental ¿es consecuencia de una herida?Ruiz dice que no, que debió de nacerasí. Entonces, ¿cómo vino a parar aquí?La verdad es que si se pone uno apensarlo en serio, un momento tan sólo:¿cómo vinimos todos nosotros a pararaquí?[22].

FRAGMENTOS DE UNA CARTA DEJUANITO GIL A JOSÉ MEDINA

(en los que hay referencias al Málaga)

«¿Qué edad tenía Adán cuando Dioslo creó? No lo sabes ni lo sabrás.

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¿Quién se interesó por saberlo antes queyo? No lo sabes tampoco, ni yo.Supongo que algunos, pensándolo unmomento, contestarán que treinta y tresaños… Fue el único que no tuvo niñez nipubertad. Miento: tampoco el Málaga.No tienes obligación de acordarte de esaalma de Dios; te hablé de él desdeArgelés, nos trasladaron juntos delVernet aquí.

»Lo que me interesaría saber es siAdán era inteligente o tonto. Dicen queLo creó a “su imagen y semejanza”, locual no aclara nada. ¿Era como elMálaga o como yo? Digo “como yo”porque es el mal ejemplo que tengo más

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a mano. Dame tus ilustradas luces desociólogo. Si te digo la verdad, la queme rezuma por el intestino, referente a laedad, creo que Lo creó de dieciochoaños. ¿Te acuerdas, José, de cuandoteníamos dieciocho años? Nodudábamos de nada y éramos hijosúnicos de Dios. Cumplí los treinta y tresen Argelés sur Mer con la seguridad deque saldría de aquel infiernillo un día uotro. Salí: para que me metieran en otropeor y, para que acabara de aprender,me enviaron a éste. La verdad es que heaprendido. ¿De qué me quejo entonces?¿De no saber qué edad tenía Adán al sercreado, de ignorar si era como el

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Málaga o como yo? No creo que esotenga la menor importancia, pero —ahíte espero, marisabidillo— ¿por quésigue España como está? Nosotros lospresos somos los que estamos libres deculpa. Vosotros los libres ¿qué tal ossentís de responsabilidad? FigúrateNuestro Señor… Aquí deliberamos atodas horas, auténtico parlamento. Al finy al cabo política es religión. El Málaganos mira, sonríe como siempre y se vaescotero a rascarse las pieles que lecuelgan por todas partes. Está más allá.Tal vez lo que consideramos un retraso—según dictamen médico es unretrasado mental— sea exactamente lo

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contrario. Tal vez el Málaga sea unadelantado del otro mundo, cuandotodos seamos iguales…

»Al volver al campo —habíanestado arreglando un camino—, yametido el día en la noche, el Málagaencontró, al tropezar, una muñeca. Esmucho decir, lo fue de trapo y lanas,ahora deshecho y deshilachadas. Perohabía sido una muñeca y el Málaga viotrasformada de nuevo su vida: cuidó deella mucho más que de sí mismo —loque es decir poco—, la acariciaba, laescondía; de noche, tumbado hacia latierra, le hablaba, la besaba. No teníanombre, ni su amor tampoco, como no

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fuese maternal, materialmente maternal.»La descubrió Ortiz en uno de sus

acostumbrados esculeos, en busca deescondidos troncos. La cogió entre dosdedos como si fuese una rata muerta, laenseñó a todos antes de insultarferozmente al pobre de espíritu,echándole en cara lo que suponía máshiriente para su propia concepción virily anarquista del mundo.

» El Málaga no contestó: al pobrepilongo le corrían lágrimas entreescurrajas de suciedad.

»—¡Mírenlo! —recalcaba el traidor—. ¡Mírenlo! Talmente como una mujer.¡Asqueroso!

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»Salió Ortiz del marabú, muñeca enmano y no paró hasta tirarla en el fogónde una cocina. Ruiz, que se cruzó con él,le preguntó:

»—Estarás muy satisfecho, ¿no?»—¿De qué? —se revolvió Ortiz,

sorprendido.»Ruiz recapacitó, se alzó de

hombros y dijo:»—De nada. Perdona.»El sayón se quedó mirándole

alejarse. Fue entonces cuando elMálaga estuvo de acuerdo en intentar lafuga. Sabes en qué quedó; figúrate en loque de él quedará dentro de nada. No teapesadumbres: a más de ser lo normal,

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para él será lo mejor. Y abur, que tengoque acabar de montar mi par dealpargatas».

XCalor, moscas, tierra desnuda, pelada;lomeríos calvos, vegetación rala, lomasbajas, tristes; cielo gris, pálido delcalor. Un borrico, dos, con árabes debuen tamaño a cuestas, pasan hacia elpueblo. En aquel cerro, un moraboblanco, reluciente, hiere. Sólo el agadónpodrido, a la entrada del campo, con su

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agua negra, camino de la ladrillera y loscinco chopos que rodean la noria sonotra cosa. El mulo da vueltas y vueltas,los ojos tapados con un pedazo de telaroja. Ruido hilado del agua al escaparde los cangilones. Lomas secas y sol aplomo. Si en la madrugada se atrevealgún verde el calor lo destroza enhoras. El sol rompe, rasga, ahoga,pesadísima valva, atufando el aire. Elcalor tiene color: cárdeno oscuro. Pesael sol a través de las nubes, un calorciego; pesa el aire muerto. No se mueveuna hoja de los cinco árboles, ni una.Peso de todo el aire muerto en cadapalmo de tierra seca, toda la tierra es

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lona sucia, loma interminable, todo seahoga, escondido ahogo, afándesesperado de un soplo de aireverdadero. Todo falso, falsas las nubes,falso el viento, todo falso menos el pesodel ahogo; hasta el sudor muere nonato.Todo brilla muerto. Hay que trabajar, apesar de todo: tanta tomiza, tantos paresde alpargatas, tantos clavos, tantosladrillos. Allá canta un moro, voz que seahoga, muere, renace, agarrotada,solitaria, ¿qué canta? ¿Qué dice la letraretorcida de la copla? ¡Qué más da! Elvuelo, ¿es palabra? ¿Qué forma tiene eljipío? ¿Quién canta, un guardián, unprisionero? ¿Quién le enseña a quién?

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Hace tanto calor que da lo mismo.Ahmed ben Ali Mokrani, el sargento,

pasa de un extremo del campo al otro;oscura chilaba muy meneada; mira,fisga, huronea.

—Ahora —le dice Ruiz alAsturias— ahora que no nos ve, vamospor aquel palo.

—¿Qué quieres? —le contesta elminero— ¿qué me cueste de la boinapara abajo? No, fillo, no.

Cagón. Luego querrás comer de loque ha traído Franco…

Ruiz llama al Málaga y como quienno quiere la cosa, de la manera másnatural del mundo meten la estaca bajo

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la tienda.Ahmed, desde la puerta de la

enfermería se vuelve y los ve, no dicenada. Se lo cuenta a Ortiz. Ortiz, que yaespera su liberación un día u otro, secalla: ahora no quiere líos. No sea que aúltima hora…

No sé de qué os quejáis —dice Regás—yo hice la guerra del 14 y no fui a éstapor viejo. Si en las trincheras o en laretaguardia, cuando bajábamos de laslíneas, hubiésemos tenido algo parecidoa esto…

—No nos quejamos de lo material

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—le contesta Guillén.—Oye, tú —protesta Bori, con su

feroz acento catalán—, eso serás tú…—Yo, y muchos más. Fíjate, Regás:

tú mismo lo acabas de decir, hiciste laguerra del 14, ¿es justo que losfranceses te tengan aquí?

—Eso es otra historia y la culpa deese cochino de Gringoire que medenunció diciendo que yo era partidariode los rojos españoles y que habíahecho una colecta para ayudarlos.

—¿Y era mentira?—Como una casa. Siempre os había

tenido por unos bandidos. No había másque leer la prensa. Aquí es cuando he

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cambiado de opinión…—¿Por qué te denunció? —pregunta

Guillén como quien no quiere la cosa,porque ya conoce la susceptibilidad deRegás referente a este asunto.

—Si te lo preguntan con contestarque no lo sabes quedarás como Dios.(Nunca le han podido sacar a Regás elporqué de la enemistad y de la denunciade su antiguo amigo Gringoire. Laverdad es que todo nació de una trampa,de una toma clandestina de electricidad.Regás y Gringoire eran vecinos…).

—Y como nunca quise renunciar ami nacionalidad…

—Mira como te ha lucido —aduce

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Franco a quién su desnaturalizacióngallega da manga ancha en el asunto.

—Eso cada cuál con su cada qué —refunfuña Regás.

(Porque, además, la mujer deGringoire…).

—Bueno —corta Guillén—estábamos hablando de la guerra del 14;entonces, según aseguras, estabais peormaterialmente.

—No de comida.—¡Che, déjale hablar, repalleta! —

interrumpe uno nuevo, valenciano, queacaban de enviar de Orán.

—Lo que nos saca a todos de quicioy a ti el primero, Regás, aunque no lo

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sepas, es la idiotez de nuestra situación.—La injusticia…—¿Para qué emplear palabras que

ya no quieren decir nada, de tanto…?—La gente se puede morir —dice

Ruiz, que ahora trabaja con ellos, demontador de alpargatas—. Todosnosotros, más o menos, hemos hecho laguerra y hemos visto morirse la gente.Sabemos lo que son las balas, losobuses, las bombas y las trincheras,como las del 14, Regás. Todos hemostenido miedo, como no dejarán detenerlo los millones de soldados quepelean ahora un poco por todo el mundo.No se muere más que una vez, por más

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vueltas que le des. Punto y basta. Peroesta idiotez de aquí, este morirse deinanición, esa podredumbre, ¿por qué?¿Qué razón hay? ¿Por qué nos tienenasí?

—Pareces el Málaga, ya estáshablando como él.

—Es que creo que todos tenemosalgo del Málaga, y además creo que esoestá bien —contesta Ruiz a Guillén—.Es como si Dios se hubiera vueltorabioso, me dijo ayer.

—¿Cómo está?—¿Quién Dios o el Málaga?—El Málaga, carota.

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No tienen más luz que la de unamariposa que no llega más allá delpoder de una cerilla.

—Con esa luz no se puede. Quepongan el transformador.

—Y que nos fusilen a todos. La quese armaría.

—Pero si está ahí al lado…—Primero habría que pedirle

permiso al Comandante. ¿Quieres ir tú?—dice Koefler a Grajales—. Teadvierto que salir del campo no esdifícil a estas horas. Llegas aCaffarelli…

—¿Entonces, cómo lo vamos ahacer?

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—Vas encendiendo papeles. Paraeso guardamos todos los periódicos quecaen. Yo haré lo demás.

Tan pronto como encendieron lospapeles apareció Ahmed en la puerta.

—¿Qué pasa?Ahmed ben Ali Makrani, magnífico

ejemplar de hombre, alto, de tezobscura, ojos claros. La fusta en lamano.

—¿Qué pasa?—Éste, que se muere.—Ya sabes que está prohibido que

se mueran en el campo. Entretenle por lomenos hasta mañana…

—Eso quiero. Le vamos a poner una

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inyección intravenosa.—¿De dónde la habéis sacado? —

pregunta el moro con interés.—La encontramos tirada por ahí —

miente Koefler, que la ha sustraído delhospital.

—Que no se muera hasta mañana,cuando se lo hayan llevado. Ya viste quéescándalo se armó con el lituano…

Ahmed habla completamente enserio. Fía en el médico como en SanPedro; es católico y está condecorado.

El mal ajeno no cabe en su corto magín;e l Málaga siente que la cabeza le da

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vueltas buscando la razón de sus penas.¿Qué he hecho para que me castiguen?Por algo tenía que ser. No hay nadaporque sí, ni nadie paga nada sin razón.Todo rodaba buscando los motivos desu culpa; mareado, sin asidero, como siestuviese en una barca perdida en elmar, se le revolvían los recuerdosperdidos de su niñez.

¿Por qué van descalzos los santos?Con perdón, don Cosme no sabía lo quese decía. ¿O es que alguien era capaz deasegurarle que Nuestro Señor, elGrande, no usaba zapatos? NuestroSeñor Jesucristo era otra cosa, se sabíala culpa de Poncio Pilatos, que tenía la

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cara del padrastro de Manuel, que ahorale acompañaba —cogido de la mano—por la carretera de Figueras, biendespejada. Nuestro Señor Jesucristo ibadescalzo por culpa de los judíos, pero elPadre Eterno tenía unos zapatoshermosísimos, con hebillas de oro, de uncuero riquísimo. Sí, llegaría al cielo yse sentaría a los pies del Padre Eterno,con Rocío, que le guardaba su cajóncubierto de conchas nacaradas; todas lasmañanas le limpiaría los zapatos alSeñor, sin contar de que cada vez quetuviese que salir le quitaría rápidamenteel polvo. ¿Habría polvo en el cielo?¿Cómo no había de haberlo con tantas

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nubes, con tantas tormentas, con tantoviento? Si aquí, cuando se levanta elaire, la polvareda no deja que se vea ados pasos ¿cómo no ha de llegar alcielo? Ese viento que arrecia ahora yque parece que se lleva las tablas delbarracón, nube que se arrastra y loobscurece todo y llena la boca de tierray ciega, y ahoga. Si, él le quitaría elpolvo, él: el limpiabotas oficial delPadre Eterno. Y que rabiaran el Porrasy Jacintillo, el Puntas y el Gusano.

—Il souril encore, ce cochon… —decía Gravela a Ahmed, sin ver que a

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éste, de pie, un paso atrás, le asomabanlágrimas en los ojos.

Era un hilo y sonreía, no le cabíamás que la sonrisa. Horrendo dedelgado, con los ojos abiertos, brillantesy salidos como birlas, las mejillashundidas, abría su cajón a los pies delPadre Eterno.

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ALREDEDOR DEUNA MESA

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—USTEDES me creerán o no.—Muchas gracias.—Perdona, no recordaba que

hablaba con personas inteligentes.—Cuenta, y déjate de historias.París, y el otoño. Las hojas de cobre

sobre el asfalto gris y seco, colgadastodavía por un hilo en el cielo azulenco,la temperatura al tanto de la epidermis,tanto que no se nota; los escaparatesrobando la luz del día, los puestos deflores, la gente que pasa encerrada en símisma. Azacaneo que no los toca,repantigados en la terraza de un café,medio oídos, medio ojos, entre dosluces, dos cervezas, dos recuerdos,

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medio idos. Todo paz en la batahola—une demie–blonde, une demie–brune— París seco, sin bruma. Unguardia regulaba la circulación condesgana. París invadido por superiférico campo bien cortado ycéspedes civilizados, todos los porosbebiendo paz, polvo, gasolina, claveles,vincapervincas, violetas, letras doradasde escaparates, los ojos saltones y labufanda de Picasso, los taxis, las rejasdel metro.

León, que como siempre no sabía dequé se hablaba, dijo:

—Aquí no habrá nunca fascismo.—¿De dónde caes? —comentó

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Pablo—. Anda, sigue tú.—Se llamaba don Vicente, era alto,

fuerte, metido en color, elegante.—¿El cura?—Sí. Canónigo. No recuerdo si de

Manresa o de Solsona. Muy hombre.Había sido carlista, pero cuando oyóhablar de Falange aquello le entusiasmó.Un conquistador.

—¿Mujeres?—No. No sé. Lo que le importaba

era otra cosa. Dios. España, el Imperio,todo bajo la férula de la Iglesia. Ya ospodéis figurar que lo tenían fichado. Poreso al desencadenarse la rebelión, tomóel olivo y se vino a Barcelona.

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—¡Pues sí que era refugio!—Para él. Vestido de seglar, no

saliendo de casa, no corría peligro. Élya conocía a los Fenoll. Fenoll, padre,no pertenecía a ningún partido. Católicosin más, pero de verdad. De esa genteque te parece igual a todos, mas que, debuenas a primeras, cuando se enfrentancon una situación grave, son capaces dejugarse la vida por sus convicciones.Burgués muy acomodado. Amigo deVentura Gassol y de los que empezarona salvar curas gastándose su dinero yjugándose la pelleja.

El bueno de don Vicente, con sucapillita en casa, se relacionó con la

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gente del Socorro Blanco; y a conspirar.A los quince días estaba en chirona.Tuvo la suerte de que fueran agentes dela Generalidad los que dieron con él. Loencerraron en Montjuich. Pudo entrar enrelación con Fenoll y éste logró sacarlo.Prometió no volverse a meter en líos (noquiso salir a Francia y estarse quietecitoen casa. Juró eterno reconocimiento a susalvador. Pasó el tiempo —poco yborrascoso—; Fenoll seguía en sus trecey salvó una caterva de religiosos.Ventura Gassol se tuvo que ir y el buenodel viejo vio el horizonte más cerrado.Como podéis suponer, mi don Vicentevolvió a las andadas. Eso de la política

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se lleva en la sangre —una fiebre quedifícilmente se cura—. Y, a poco,volvió a caer, no que la policíaestuviese bien hecha, pero ¡detenían atantos! Esta vez no hubo remedio y elcanónigo pasó ante tres mozalbetes quese pusieron a interrogarle. Empezónegando a Cristo todas las veces quequisieron y entonces uno de los jóvenes,que no era tan tonto como parecía, alverlo tan acobardado por la muerte lepropuso un cambalache. Ya por entoncesempezaba a hablarse de la libertad deconciencia, y que, al pelear nosotros porla nuestra, no debíamos ir contra la delos demás. Resumiendo: le propuso

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salvarle la vida y dejarlo adscrito altribunal para confesar a los condenados,siempre que denunciara a sus cómplices.Aquella proposición entusiasmó a losotros dos miembros del tribunal: eso deque sus propios condenados a muertepudieran recibir los socorros de lareligión les parecía perfecto.

Ya os he dicho que don Vicente eraun político; sopesó los daños y lasventajas, pensó que desde aquel puestopodía servir a su causa comodifícilmente podría hacerlo desde otro, yaceptó.

—¡Qué hijo…!—¿Por qué? La política tiene sus

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reglas.—Confundes la política con la

policía.—No. Son casi lo mismo. Desde que

el estado es el estado, la policía…—… es la policía.—No, es el estado. Un estado sin

policía deja rápidamente de ser estado.Policía, política, las mismas raíces, casilas mismas letras.

—Sigue; tu don Vicente, ¿denunció?—¿Qué remedio le quedaba? Una

vez aceptada la proposición tenía quehacerlo sin remedio.

¿Y?Los primeros que detuvieron fueron

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los Fenoll. Los condenaron, comopodéis suponer. Muy orgullosos de suinnovación, los del tribunal lespreguntaron si deseaban los auxilios dela religión. Aceptaron emocionados.

—¿Quiénes eran los demás?—Sus dos hijos. «Por cierto —dijo

uno de los del tribunal, no exento demala baba— que el sacerdote que osatenderá es el que os denunció». Lo cualle valió la reconvención del«presidente». Entró don Vicente a lacelda —era una habitación grande,amueblada a lo fin de siglo, con espejosde marco dorado, sillones, vitrinas,reloj con angelitos en la repisa de la

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chimenea de mármol blanco, todo muycuidado y sin un adarme de polvo. Sólounos rectángulos oscuros marcaban en elpapel rameado de las paredes el sitioque ocuparon cuadros de asuntosreligiosos.

Los tres hombres besaron la mano adon Vicente; éste los confesó con todaslas de la ley de Dios, les dio laabsolución, que ellos recibieron contoda la unción posible. Se despidieron.Don Vicente oyó el ruido del motor alarrancar el coche que se los llevaba. Semetió en su habitación y el cuento se haacabado.

—¿Dónde está tu don Vicente?

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—No sé: creo que en Solsona o enManresa.

—¿Vámonos a cenar? Tenemos queir al mitin de la Mutualité.

Ya todo tenía color de piedrapreciosa.

—Ahí, en la rué d’Assas, sé yo deun figón estupendo.

—¿Os gustan las perdices a lacatalana?

Pagaron, se levantaron y se fueron.El camarero rectificó la posición de lassillas y se puso a hablar del resultado delas carreras de caballos con unparroquiano.

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México, 1947.

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TERESITA

A Alfonso Reyes.

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NO HAY nubes como las de México.Allá enfrente asoma el Popo, otrasnieves en nubes esconden el Iztaccíhuatl;más abajo las prodigiosasconstrucciones indostánicas deTepotzotlán entre hálitos de platarecuerdan decorados de óperagermánica mientras, al norte, la antiguacarretera parte, en jade, el verde oscurode los pinos. Azules, del color de todossus vecinos, recogen las primeras rosasdel atardecer. Suben los ruidos de laplaza envueltos en la estridencia delpiar desaforado de los innumerablespájaros. El palacio de sangre seca deCortés lo mira todo soportando yankis

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en mal de beberlo todo con sus cámarasfotográficas.

Pero os tengo que contar la historiade Teresita tal como la oí anoche de laboca de Mrs. L.

Mrs. L. es una norteamericana demás años seguramente de los queaparenta: la piel curtida de viejos soles,color que ya nunca se le irá, lasarruguillas a millares y, ante todo, unagran nariz, verga de su cara mastelera,flameando su vela a cualquier viento.Mrs. L. es muy alta, muy larga, huesuda,con los ojos claros. Ha atravesado elAtlántico y el Pacífico en barcos devela. Mujer de palo mayor. Fue rica, y

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aún tiene con qué. Aún es suya unacasita en la orilla izquierda del Sena,una casa escondida, cerca de la Avenidadel Observatorio, como las que quedantodavía en muchas ciudades con historia,como muestra de sus viejos barriosextremos, carcomidos por los«bloques».

Un gato se me había subido en elregazo mientras estábamos en el bar(seis comensales, refugiados de todaspartes, hablaban de Nápoles, de Capri;Badoglio acababa de conchabarse conEisenhower, y una de las presentes eraitaliana).

El gato ronroneaba y Mrs. L., con

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ese pie, me contó cómo tras unatempestad de doce días tuvieron queanclar una vez en una islita desierta delgrupo de las Salomón, de no más de unkilómetro de bojeo. La isla estabadesierta. En la arena de la ensenadahallaron un esqueleto, los huesosesparcidos, y huyendo por los cocoterosencontraron un gato doméstico vuelto asu estado salvaje. Cerca de los restos deuna cabaña, en el centro de la isla, diocon una miniatura de goleta a mediotallar en un trozo de madera. Deseos eimaginaciones, el mar. «Bastanteimpresionante», dijo Mrs. L. dando aentender un calofrío muy intelectual.

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Pero yo quiero contaros la historiade Teresita. No recuerdo, quizá habíacenado demasiado, si la rebelión deFranco cogió a Teresita en Madrid o no,pero creo que así fue. Bailaba entonces,o después, en un cabaret, que todosconocemos, Atocha arriba. Como esnatural Teresita tenía un amigo, quemurió, algún tiempo más tarde, en elJarama. Teresita era norteamericana,tenía un pasaporte norteamericano eingresó en las brigadas internacionales.Hizo cuanto había que hacer. Cayóherida, creo que en Brunete y laevacuaron al hospital de Denia.

(Cuando hablo o me hablan de

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Denia, mi memoria se condensa enrecuerdos de hace quince o dieciochoaños, en mi primera experiencia denavegante a vela y del miedo que pasé,íbamos en aquella barquilla —con veladesvelada— Juan Chabás y yo, él muyseguro de su ciencia marinera y yobastante confiado en ella hasta que selevantó el «garbí» de la tarde y el patróny marinero trató de virar y volver a laplaya que se doblaba lejísimos a lo rajade cebolla, sobre el mar picadillo. Susvarios intentos me parecieron mortales—yo soy un triste nadador— y toda miesperanza se cifraba en unos haces decañas secas encajadas bajo unos

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maderos que servían de asientos,paralelos a la borda. A lo muy lejos,malvas del sol atracado en ellos, losmontes de Gabriel Miró. Denia y suplaya, al sur Ifach, al norte Cullera,girón de Valencia y Alicante. Por lasfaldas y la llanura los naranjales, y, enbaldosas de agua, asomando su naricillaverde, hierba todavía, el arroz).

Cuando Mrs. L. visitó el hospital deDenia dio, de narices, con Teresita,andrógina, tumbada en su cama vestidacon una mala falda de color de rosa,sucia y vieja, y un corpiño indefinible,luciendo dos condecoraciones en elpecho y tocada con la gorra de un

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capitán, que se la había regalado.—¿Trae usted prolan? —le

preguntó.—No.—¿Cómo se comprende una

americana viajando sin prolan? —refunfuñó Teresita.

El prolan, me explica Mrs. L., es unespecífico muy corriente en los EstadosUnidos, para la menstruación.

La guerra había llegado al extremode la retirada de los combatientes de lasbrigadas internacionales. Cuando Mrs.L. regresó a Valencia se interesó por laevacuación de Teresita, habló de ellacon el cónsul de los Estados Unidos. El

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problema era que, en los libros de lasbrigadas, Teresita era considerada comomujer y su pasaporte era de sexocontrario. El Cónsul ordenó un examenclínico. Llevolo a cabo un médico yfuese de vuelta al Consulado.

—¿Y qué? —preguntó el funcionario— ¿es hombre o mujer?

—Elle est faite comme vous,Monsieur le Cónsul —respondió eldoctor, que era belga, mal farfullaba elespañol y tenía sus puntas desocarronería.

No le hizo ninguna gracia lacontestación al agente del StateDepartment y fuera lo que fuera, la

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repatriación de Teresita se pospuso.Mrs. L. se marchó a Barcelona, a

bordo de un petrolero de diez miltoneladas.

—Todos se oponían y lo reputabanimposible. Pero yo busqué al capitán detal petrolero en el hotel «Metropol»; unviejo capitán inglés que iba y veníaahora del Mar Negro a Valencia, yempezamos a hablar de navegación avela. No hay marino de verdad que seresista. Me ofreció enseguida tomarme abordo, hasta Barcelona. Tan prontocomo enfilamos al puerto tuvimos los«Savoia» encima. Nos obligaron abajar; porque siempre es conveniente

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que no vean nadie en cubierta cuandobombardean. No era muy divertido estarmetida en el sollado al lado de diez miltoneladas de gasolina, oyendo losestampidos de las bombas por losalrededores. Pero ¿qué le Íbamos ahacer? Al desembarcar es cuando mequisieron meter en la cárcel.

—¿Y Teresita?—Murió, como un hombre, en

Gurs[23].

Cuernavaca, 12–9–43

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MAX AUB MOHRENWITZ.(París, 2 dejunio de 1903–México D.F., 22 de juliode 1972). Escritor español de origenfrancés. Toda su obra la escribe enespañol, cultivando diferentes géneros:narrativa, teatro y poesía. Siendo unniño, su familia —padre alemán y madrefrancesa— se traslada a España por

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motivos de trabajo y en medio de la IPrimera Guerra Mundial se establece enValencia, donde Max cursa elbachillerato. Recibe una educación muyrica y cosmopolita y desde niño destacapor su facilidad para aprender idiomas.Al terminar sus estudios recorre el paíscomo viajante de comercio y al cumplirlos veinte años decide adoptar lanacionalidad española. Es famosa lafrase de Max Aub: «se es de donde sehace el bachillerato». En los años 20 esafín a la estética vanguardista y graciasa su trabajo como viajante asiste atertulias de Barcelona de losvanguardistas de la época. Durante esta

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época empieza a escribir teatroexperimental: «El desconfiadoprodigioso», «Una botella», «El celosoy su enamorada», «Espejo de avaricia»y «Narciso».

De ideas socialistas, durante laguerra civil se compromete con laRepública y colabora con AndréMalraux en la película «Sierra deTeruel». Al terminar la contienda seexilia a París, pero preparando sumarcha a México le detienen y esrecluido en diferentes campos deconcentración de Francia y del norte deÁfrica. Gracias a la ayuda del escritorJohn Dos Passos, tras tres años de

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encarcelamiento consigue embarcar paraMéxico.

Se gana la vida gracias alperiodismo, escribiendo en los diarios«Nacional» y «Excelsior», y también enel cine ejerciendo de autor, coautor,director, traductor de guionescinematográficos y profesor de laAcademia de Cinematografía. En 1944es nombrado secretario de la ComisiónNacional de Cinematografía. Duranteestos años escribe «San Juan» y «Morirpor cerrar los ojos» y estrena su obra deteatro «La vida conyugal» con granéxito. Desde mediados de los 50 viajapor Estados Unidos y Europa pero sin

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poder entrar en España, desarrollandoactivamente en estos años su actividadliteraria, periodística y cineasta. En1969 por fin se le permite entrar enEspaña y recupera parte de su bibliotecapersonal, que estaba en la Universidadde Valencia.

A su vuelta a México sigue con susestudios de la figura de Luis Buñuel;posteriormente participa como jurado enel festival de Cannes, da conferenciaspor todo el mundo y, tras otro viaje aEspaña, muere en 1972 en México.

Desde 1987 se entregan los PremiosInternacionales de Cuento Max Aub,otorgados por la Fundación que lleva su

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nombre.

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Notas

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[1] Don Lázaro, castellano, prefería elmar de Alicante al de Santander, por lodejado a entender sus razones eran muyparticulares, femeninas. <<

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[2] Don Lázaro se educó en un colegio deEscuelas Pías de ese lugar, donde vivíasu abuelo materno, en la vega delPisueña. La familia era de San Roque deRomeira. <<

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[3] Existe una contradicción de fecha,incomprensible para mi. La fraseantecitada la pronunció don AdolfoHitler el día 6 de junio de 1939 conocasión de la vuelta a Alemania de unaparte de los efectivos nazis enviados aEspaña. No nos fiemos demasiado delos árboles: con su aire de incapaces dematar una mosca, adivinan. Aquí está laprueba. <<

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[4] Otro error. Muchos españoleslucharon codo a codo con los franceses.<<

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[5] Un norteamericano, que no duda denada, tuvo la desfachatez, al rotular unaobra suya, de asegurar que Todos loshijos de Dios tienen alas. ¿Qué Dios,qué hijos, qué alas? <<

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[6] Se refiere sin duda al dicho Venirle auno el cuervo, y a San Pablo. (N. delT.). <<

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[7] Y esperó aun otros siete días, y envióla paloma, la cual no volvió ya más aél. <<

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[8] Todo parece indicar que nuestrocuervo era racista. (N. del T.). <<

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[9] La locura —si buena— no se cura,dicen. <<

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[10] Me refiero, como es natural, al granfuego del vientre del Gran Cuervo Rojo,allá más abajo de la sabana del GranCuervo Amarillo, que los hombresllaman Sahara. Parece que únicamenteallí reside la posibilidad de ciertaregeneración de la especie humana.Dicen que en esas latitudes inferiores, alcalor del Gran Cuervo Rojo, estáformándose un nuevo tipo de hombreque avizorando nuestra superioridadprocura copiar mejor nuestra manera deser. Ahora bien, por el momento, sólo seles ha ocurrido —y es comprensibledado el atraso mental que les abotarga—

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imitarnos por lo más sencillo, por elcolor: ya hay hombres negros. Los hevisto. Yo, desde luego, no tengoprejuicios, pero, sin duda alguna, y a lasprueba me remito: los hombres, cuandomás blancos —ellos dicen rubios—,más bárbaros y salvajes. Existe ahí unproblema acerca de la pigmentación dela epidermis humana, que no puedodetenerme ahora a examinar. <<

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[11] Posiblemente por falta de tiempo:llegaría la primavera tuvo que ir aempollar los huevos de su compañera.(N. del T.).<<

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[12] No quiero entrar en el misterio de lamoneda, el capital, los intereses, labolsa, etc., ya que cada uno de estosconceptos merece un estudio aparte.Espero que estas breves líneasdespierten el interés de algunos cuervosestudiosos, y pronto podamos contar conbuenas monografías acerca de ello.<<

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[13] Su gran libro El capital que, contralo que el título hace suponer, va todo éldirigido contra de lo que anuncia. Nadieentiende a los hombres.<<

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[14] Concentración, es decir, lo másaquilatado, la médula, los másenjundioso.<<

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[15] Para saber el valor de un hombre,tan pronto como pasa por la policía —organización subsidiaria de los bancos— lo tallan y pesan.<<

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[16] Cosa que no hizo, o papelesperdidos. (N. del T.). <<

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[17] Debo esta información a un hijo deJehová, no pude confirmarla, muchos laniegan. <<

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[18] Escrito en 1941 y seguramente antesdel 22 de junio (N. del E.). <<

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[19] Como siempre, aún en el uso y abusodel alcohol, recurren a lo superior parasalvarse un tanto: dicen merluza, mona,lobo, zorra, perra, o —y esto nos atañede más cerca— coger un cernícalo. ElGran Cuervo lo entienda, que yo no. <<

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[20] No se lo que es. <<

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[21] Esta exclamación indica, a mi juicio,que Jacobo era oriundo del Rosellón. <<

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[22] Aquí acaba el diario de CelestinoGrajales. <<

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[23] Campo de concentración del sur deFrancia. <<