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LA VIDA EJEMPLAR DE JUSTO AROSEMENA

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LA VIDA EJEMPLAR DE JUSTO AROSEMENA

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La vida ejemplar de Justo Arosemena❦

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LA VIDA EJEMPLAR DE JUSTO AROSEMENA

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José Dolores MoscoteEnrique J. Arce

La vida ejemplarde Justo Arosemena

Biblioteca de la NacionalidadAUTORIDAD

DEL CANAL DE PANAMÁPANAMÁ 1999

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923.2Ar21 Arce, Enrique J.

La vida ejemplar de Justo Arosemena/ EnriqueJ. Arce, José Dolores Moscote.— Panamá: Autori-dad del Canal, 1999.6v. 343 págs.; 24 cm.— (Colección Biblioteca de laNacionalidad)

ISBN 9962-607-04-3

I. AROSEMENA, Justo, 1817-1896, BIOGRAFÍAS1. Título.

EditorAutoridad del Canal de Panamá

Coordinación técnica de la ediciónLorena Roquebert V.

Asesoría editorialNatalia Ruiz Pino

Juan Torres Mantilla

Diseño gráfico y diagramaciónPablo Menacho

Impresión y encuadernaciónCargraphics S. A.

La presente edición se publica con autorización de los propietariosde los derechos de autor.

Copyright © 1999 Autoridad del Canal de Panamá.

Reservados todos los derechos.Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio,

sin permiso escrito del editor.

Printed in Colombia - Impreso en Colombia

La fotografía impresa en las guardas de este volumen muestra una vistade la cámara Este de las esclusas de Gatún, durante su construcción en enero de 1912.

BIBLIOTECADE LA NACIONALIDADEdición conmemorativa

de la transferencia del Canal a Panamá 1999

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Ernesto Pérez BalladaresPresidente de la

República de Panamá

BIBLIOTECADE LA NACIONALIDAD

A esta pequeña parte de la población del planeta a la que nos ha tocadohabitar, por más de veinte generaciones, este estrecho geográfico delcontinente americano llamado Panamá, nos ha correspondido, igual-

mente, por designio de la historia, cumplir un verdadero ciclo heroico que cul-mina el 31 de diciembre de 1999 con la reversión del canal de Panamá al plenoejercicio de la voluntad soberana de la nación panameña.

Un ciclo incorporado firmemente al tejido de nuestra ya consolidada cultu-ra nacional y a la multiplicidad de matices que conforman el alma y la concien-cia de patria que nos inspiran como pueblo. Un arco en el tiempo, pleno devalerosos ejemplos de trabajo, lucha y sacrificio, que tiene sus inicios en eltranscurso del período constitutivo de nuestro perfil colectivo, hasta culminar,500 años después, con el logro no sólo de la autonomía que caracteriza a lasnaciones libres y soberanas, sino de una clara conciencia, como panameños,de que somos y seremos por siempre, dueños de nuestro propio destino.

La Biblioteca de la Nacionalidad constituye, más que un esfuerzo edito-rial, un acto de reconocimiento nacional y de merecida distinción a todos aque-llos que le han dado renombre a Panamá a través de su producción intelectual,de su aporte cultural o de su ejercicio académico, destacándose en cada volu-men, además, una muestra de nuestra rica, valiosa y extensa galería de artesplásticas.

Quisiéramos que esta obra cultural cimentara un gesto permanente de re-conocimiento a todos los valores panameños, en todos los ámbitos del queha-cer nacional, para que los jóvenes que hoy se forman arraiguen aún más elsentido de orgullo por lo nuestro.

Sobre todo este año, el más significativo de nuestra historia, debemosdedicarnos a honrar y enaltecer a los panameños que ayudaron, con su vida ycon su ejemplo, a formar nuestra nacionalidad. Ese ha sido, fundamentalmen-te, el espíritu y el sentido con el que se edita la presente colección.

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ROLANDO E. HERNÁNDEZ S.

a presentación de una obra tan esclarecedora de los vai-venes de un hombre que, con su pensamiento y acción,dejó plasmada la teoría de la nación panameña, siempre

resultará difícil y riesgosa. Difícil porque se trata de Don JustoArosemena quien, a pesar de los brillantes estudios y análisis deinsignes panameños (Méndez Pereira, Arce, Moscote, Miró, DeLa Rosa, Soler, Castro) es todavía una cantera de posibilidadeshistóricas, sociales, filosóficas y políticas. Riesgosa porque susescritos y discursos esperan la investigación exhaustiva y la pu-blicación póstuma por parte de los historiadores panameños.

En 1956, la Imprenta Nacional publicó La vida ejemplar deJusto Arosemena, una biografía a cargo de uno de los más gran-des juristas panameños de todos los tiempos, José Dolores Mos-cote, en compañía de uno de los grandes historiadores e inves-tigador implacable, panameño sin par, Enrique J. Arce. La obraestá constituida por 25 capítulos, muy bien balanceados en locuantitativo y cualitativo, a más de un esclarecedor prólogo deRafael E. Moscote, que nos introduce magistralmente en todoslos recodos de la obra.

El trabajo de Arce y Moscote, no contiene una introducciónni conclusiones, al igual que no posee una bibliografía y notas alalcance que identifiquen los orígenes de la documentación utili-

Presentación deLa vida ejemplar de Justo Arosemena

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zada. Lo anterior es una limitante sólo superada por la calidad dela obra y la trayectoria sin par, en lo académico, de ambos escri-tores. Sin embargo ello hace difícil hurgar con mayor rapidez enbibliotecas y archivos, en búsqueda de las informaciones y datossobre la vida y obra de Don Justo.

Al cumplirse el primer centenario del nacimiento de JustoArosemena, la Asamblea Nacional de Panamá, mediante Ley 34del 19 de diciembre de 1916, consideró oportuno honrar la me-moria del ilustre federalista panameño, facultando a la Secretaríade Instrucción Pública para abrir un concurso y premiar el traba-jo presentado que señalara las siguientes características: que fuerael mejor y más completo; realizado por escritor panameño; y queexalte la personalidad de Don Justo Arosemena.

El jurado calificador estuvo compuesto por Ciro Urriola, Nar-ciso Garay y Ricardo J. Alfaro, quienes al paso de dos años rin-dieron informe favorable a la biografía suscrita por el seudóni-mo “Fígaro”, única que se presentó al concurso, resultando serproducto de Octavio Méndez Pereira. Dicho escrito, Justo Aro-semena, se publicó como obra premiada en el concurso del cen-tenario en 1919, a cargo de la Imprenta Nacional. Pero debemosconsignar que José D. Moscote, y Enrique J. Arce, laboraron conmiras a dicho certamen y, lamentablemente, no terminaron conel tiempo necesario para concursar en el mismo.

El doctor Carlos Manuel Gasteazoro, en su Introducción alCompendio de Historia de Panamá, de Juan B. Sosa y EnriqueJ. Arce, nos trae algunas consideraciones que consideramosinsustituibles. En efecto, Gasteazoro, excelente analista biblio-gráfico e historiográfico, investigador a carta cabal y creador detoda una escuela de historiadores, aparte de promotor y editor deobras insoslayables en la academia de historia de este país, su-braya lo meritorio de la biografía presentada y la combinaciónque se dio entre quien facilitó los documentos, Arce, y quien ledio “vida y aliento” a los mismos, Moscote. Sobre ello descansaesta magnífica obra.

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Resulta claro que Arce era un “recopilador infatigable de do-cumentos históricos”, y que las fuentes documentales utilizadaspor Moscote consistían en “una valiosa colección de manuscri-tos, de discursos políticos, de libros, de periódicos” que Arceguardaba como “tesoro inestimable”. Sobre esta base, Moscote,inquieto en el campo filosófico y político puede presentar capí-tulos como: “Vocación filosófica”, “El Moralista Político” y “Po-lítica del Espíritu”, XI, XII y XXV, respectivamente, dentro delámbito de las “inquietudes moscotianas” y no de las “propias dela vocación erudita y seca” de Arce. Según Gasteazoro, “el espí-ritu” que subyace en las páginas relativas a Arosemena, demues-tra el acerto anterior.

Por supuesto, “la altura exquisita, el estilo vigoroso, lahilación brillante y la maestría expositora” del doctor Mosco-te, se fundamentan y clarifican en “la abundancia y exactitud dela noticia”, brindadas por Arce. Así, la biografía no exagera elencumbramiento de Arosemena, sino que lo ubica en su contextopolítico, jurídico, social e internacional. También, Moscote yArce, no se atuvieron únicamente a los sucesos acaecidos en elIstmo de Panamá, sino que ampliaron el escenario marco de lasactividades de Don Justo a niveles colombianos e hispanoameri-canos. Lo anterior es absolutamente pertinente si tomamosen cuenta el desglose de contenidos que posee la obra, referi-dos a un personaje de trayectoria nacional e internacional in-dudable.

Desde el mismo ángulo, es menester enfatizar la forma comolos autores resaltan la faceta humana de Arosemena, un “hombreque partiendo de un cuerpo y un espíritu no diferentes en térmi-nos generales a los del panameño de todos los días, se elevó porsus virtudes patrióticas, cívicas, morales e intelectuales a gran-des alturas del pensamiento, desde donde pudo decir y escribirtantas ideas modulares”.

Es que el Arosemena que observamos en la obra representala vocación filosófica; y, por ello y más, es analizado por los

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autores, manteniendo una “dimensión interpretativa que orientay ubica”, y prefiriendo “los cuadros generales y los sucesos pro-fundos” que invitan a la meditación y lección de política palpi-tante.

Ahora bien, el prólogo de Rafael E. Moscote va referido adilucidar los propósitos que llevaron a los autores a escribir laobra y los fines que los animaron a penetrar la vida y personali-dad de Arosemena. Destaca el prologuista el arsenal documentalutilizado para reconstruir el contexto histórico, y la técnica utili-zada para dar “expresión y sentido” a la figura de Arosemena den-tro de dicho ambiente histórico.

Para Rafael E. Moscote, como Arosemena tiene implicacionesnacionales, había que revalorizar el proceso institucional del paísen un marco de historia sociológica y cultural, de “trabajo vivo” yno de “simple balbuceo y repetición mecánica de los aconteci-mientos del pasado”. Hubo, así, selección minuciosa de hechostrascendentes con significación política, social y económica, enlos cuales maniobró el doctor Arosemena.

Las características de Arosemena serían: profundas convic-ciones, gran sentido moral, enorme en el pensamiento y la ac-ción, pleno de humanidad, emociones y sentimientos; o sea, unhombre de “carne y hueso”. Resulta un Arosemena que no es unente solitario y que vive los sucesos diarios; resalta en los mo-mentos dramáticos de la historia colombiana y panameña, al ladode figuras como Tomás Cipriano de Mosquera, Aquiles Parra,Rafael Núñez; surge con sus pasiones, sentimientos y quererespara enfrentar la vida pública y las “batallas del pensamiento” conmucha solvencia moral.

Una personalidad como Arosemena, dice Rafael E. Moscote,es reflejo del diplomático, el político, el economista, el filósofoy el moralista enraizado en su contexto histórico, como actor deprimer orden. Es un demócrata sin duda alguna, tal cual señalansus discursos y su correspondencia, con un “acentuado sentidoliberal respetuoso del humano disentir... respaldado por un fino

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sentido histórico... una conciencia íntima de la libertad humanacomo elemento fundamental de la acción del estado”.

La influencia de Benjamín Constant en cuanto a la búsquedade la felicidad colectiva y el imperio de la ley, van de la mano a“la ponderosa tarea de forjar la nacionalidad panameña”, por en-cima de “un andamiaje institucional... empujado por violentaspasiones que ensombrecían la vida colombiana”. Sufre los efec-tos de la “reacción metternicheana” contra el ideario de la Re-volución Francesa; es influido por el utilitarismo de JeremíasBentham y el positivismo inglés. Las anteriores, según RafaelE. Moscote, “robustecen su espíritu con una buena dosis de crí-tica constructiva en el análisis de los problemas de orden prác-tico y que explican... su escepticismo en el orden natural y reli-gioso”.

Es un Arosemena que vive las luchas liberal-conservadorasen Panamá y Colombia; está pendiente y escribe sobre la comu-nicación intermarina por el Istmo de Panamá, manteniendo la te-sis que señala su importancia en cuanto a lo económico y espiri-tual, pero sin ser el factor exclusivo a tomar en cuenta ya que era“una obra que por sí sola no podía traer beneficios para la reden-ción nacional”. Para él, el mejoramiento integral del Istmo dePanamá, debía contar por igual con el comercio, la industria, laagricultura y la navegación, o de lo contrario correría peligro eldesarrollo de la conciencia nacional.

Su personalidad y categoría intelectual, su capacidad creado-ra, van de acuerdo con los puestos que ocupó en Panamá, Colom-bia, Hispanoamérica y el mundo.

La obra en sí, comienza por el siglo XVIII, con las familiaspanameñas del momento y, sobre todo la familia Arosemena, pre-sentando a su abuelo paterno, tíos, rasgos biográficos de ellos yel nacimiento de Justo Arosemena, el 9 de agosto de 1817. Lue-go prosigue con los estudios y su llegada al colegio de SanBartolomé, graduándose de bachiller en Humanidades, Filosofíay Jurisprudencia; su primer trabajo y la obtención de la licencia-

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tura y doctorado en Jurisprudencia en la Universidad del Magda-lena e Istmo; hasta llegar como abogado del Tribunal del Istmo.

Don Justo Arosemena destaca también en cuanto a sus pre-ocupaciones por la administración pública, el proyecto de ferro-carril interoceánico y navegación del río Chagres; llega al profe-sorado de Derecho y es vicerrector del Colegio de Panamá; ini-cia sus preocupaciones intelectuales, actúa en el Cabildo y laProcuraduría Municipal discutiendo la problemática esclavistaen el Istmo. Entre 1837-1839, Arosemena ve con preocupaciónla crisis política en Colombia y la guerra civil, relacionándosecon la Sociedad “Amigos del País”.

Durante la creación del Estado Libre del Istmo (1840-1841),los autores destacan la labor de Arosemena en lo político y den-tro de la Asamblea Constituyente, a más de su actitud en cuantoal reintegro del Istmo a la Nueva Granada. Al mismo tiempo, seresalta el surgimiento de Los apuntamientos para la introduc-ción a las ciencias morales y políticas (1840); la filiación men-tal de Arosemena; las características de la juventud liberal y deél; las cuestiones del utilitarismo en Arosemena; hacen un juiciosobre la obra, su valor y significado.

La salida de Arosemena hacia el Perú (1842-1845) conllevaprofundas reflexiones sobre Panamá, los sistemas políticos, elfederalismo, los partidos políticos, las rivalidades entre puebloshispanoamericanos y la legitimidad de las instituciones. Además,entre 1842-45, vemos a Don Justo dentro del periodismo y to-mando posiciones políticas en la vida panameña y colombiana. Ellibro nos trae lo acontecido a la vuelta de Arosemena a Panamá(1844-1845): situación del país; la apertura de su bufete de abo-gado; la fundación de El Movimiento, con Manuel Murillo Toro;señala como recibió la Cámara Provincial los proyectos de co-municación intermarina y las opiniones de Arosemena; la publi-cación del folleto sobra la franca comunicación interoceánica.

Al mismo tiempo, observamos a Arosemena en una campañamoralizadora a nivel social, criticando las “instituciones

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moralizadoras” y haciendo propuestas al respecto; señala algu-nas de sus ideas económicas; es nombrado Juez en Veraguas yvive algunas dificultades. Entre 1846-1859, Arosemena es unafigura de peso en lo moral e intelectual, partiendo a Bogotá paralaborar en la Secretaría de Relaciones Exteriores; se estudia lasituación de esa ciudad y los trabajos de Arosemena en la admi-nistración Mosquera; se abordan los antecedentes del ferrocarrilpanameño y el contrato respectivo; surgen críticas del doctorManuel Murillo Toro sobre el tema.

Entre 1848-1851, Arosemena es escritor público en Bogotá;su agnosticismo es claro, publicando sus Principios de moralpolítica; los autores enjuician dicha obra; retorna Arosemena alIstmo, laborando en El Cabildo y la Cámara Provincial de Pana-má; y el asunto de la venta de las Explanadas y los Ejidos, preocu-pan al doctor Arosemena. A partir de 1852-53, vemos a unArosemena azotado por calamidades domésticas y elegido alCongreso, indicando los autores sus rasgos más importante y sudeclaración de fe gólgota, hasta ocupar la presidencia de la Cá-mara de Representantes y presentar el proyecto de ley sobre lacreación del Estado Federal de Panamá. Este proyecto suscitapolémica en Panamá. Finalmente, el libro presenta la situaciónde la reforma federal a fines de 1852 y al establecimiento de lostribunales de comercio.

La obra que reseñamos, para 1854, ubica a Arosemena viajan-do a Estados Unidos y presentando, a su regreso, diversos pro-yectos de códigos nacionales junto a distintas labores dentro delmismo y sus opiniones sobre la libertad de prensa. Como sena-dor por la provincia de Panamá, sopesa su labor parlamentariacon la animosidad política del momento y el golpe del GeneralMelo; su retorno a Panamá, siendo llamado para asistir al Con-greso en Ibagué y, su nombramiento como Secretario Generaldel General Hernán, jefe del Ejército Constitucional.

Luego de vencida la rebelión de Melo, el libro nos trae lasituación política que vivía la Nueva Granada en 1855 y las leyes

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aprobadas por el Congreso, dándonos una semblanza del doctorArosemena y un juicio sobre el General Obando. Además, se tocael tema de la destitución de dicho general, la creación del EstadoFederal y se enjuicia el opúsculo Arosemena sobre el tema, se-ñalando sus efectos futuros. Lo anterior ayuda a comprender losconflictos y críticas en relación al Estado Federal, la indiferen-cia general que había en el Istmo, el ambiente que rodeó la Asam-blea Constituyente y la elección de Arosemena como Jefe Supe-rior del Estado. Igualmente, se plantean los pasos en materia po-lítica y administrativa, la renuncia de Arosemena y las nuevascontra la existencia del Estado y el federalismo.

Los sucesos en el Istmo (1856-1858) se presentan en el ca-pítulo XVII: la situación de Panamá, la elección del gobernador ylos candidatos, la elección de Bartolomé Calvo, la salida de lafamilia Arosemena hacia Cartagena, la opinión de Arosemenasobre lo sucedido y la Tajada de la Sandía, el duelo familiar y laintención de volver a crear la Gran Colombia. También, el libronos habla de los preludios de guerra (1858-1862), sobre tododel nuevo matrimonio de Arosemena, la consolidación delfederalismo, el ascenso de Obaldía a la gobernación del Estadode Panamá. La situación de la República, la administración Ospinay las leyes impolíticas, la intendencia de Panamá y otros estados,la situación de los Estados del Magdalena y de Santander en rela-ción al gobierno general, el ambiente de guerra, la posición deArosemena sobre el orden público y su alejamiento de la con-tienda, las consecuencias para el Istmo y la actitud particular deDon Justo.

En la Convención de Río Negro (1863), los autores planteanlas relaciones entre Mosquera y Arosemena, las labores consti-tuyentes y legislativas del segundo a más de sus discursos y, elconcepto de Arosemena sobre esa constitución con posteriori-dad. Durante los años 1863-1866, Arosemena estará en MisiónDiplomática ante los gobiernos de Perú y Chile; participando delCongreso Internacional hispanoamericano y planteando sus ideas

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sobre el mismo, sobre todo en cuanto a una Liga de NacionesAmericanas; el conflicto entre Perú y España y la actitud deArosemena; su renuncia al cargo diplomático y el matrimonioante la ley.

Posteriormente, entre 1862-1872, Arosemena participará dela Asamblea del Estado Soberano de Panamá; participa del Trata-do Arosemena-Sánchez-Hurlbut de 1870; emite opiniones sobrela Constitución de 1863 y viaja a representar a Colombia ante losgobiernos de Inglaterra y Francia, contribuyendo al arreglo de ladeuda exterior de Colombia. A su regreso, entre 1875-1879.Arosemena toma partido frente a la prisión del General Camargoy condena los métodos de los gobiernos liberales en carta alGeneral Julián Trujillo; se sumerge en la confección de los códi-gos del Estado y escribe sus Estudios Constitucionales. Los au-tores indican una síntesis ideológica de Arosemena.

Entre 1879-1880, Arosemena va en misión a Estados Uni-dos, dándonos los autores la razón de la misma y reseñando lasituación entre Colombia y Venezuela; se refieren también aNapoleón Bonaparte Wyse para la construcción del un canal porPanamá, la opinión de Arosemena y los problemas del momento.Para 1880-1882, los problemas entre Colombia y Venezuela, lle-van a Arosemena en misión diplomática a Caracas, indicándosesus primeras tentativas de arreglo, las actitudes prevalecientes,la justificación de su nombramiento, sus tácticas diplomáticas,la firma del protocolo de amistad, las opiniones de Uribe Uribe,Francisco Eustaquio Alvarez y Ricardo Beurra; y el ofrecimientoque hace Núñez a Arosemena para que asuma la candidatura pre-sidencial.

Arosemena se presentará como candidato a presidente del Es-tado de Panamá, aponiéndosele una candidatura oficial (1884-1888). La revolución de 1885 da al traste con el Estado Federal ylleva al forzamiento de la Constitución de 1886 por parte deArosemena, haciéndole reparos concretos a la misma. Por últi-mo, los autores, Arce y Moscote, hacen una valoración rápida del

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Arosemena juez, legislador, diplomático, de hogar y empresario.Don Justo Arosemena muere el 23 de febrero de 1896.

La obra, a no dudarlo, sigue pasos cronológicos de principio afin, aunque conlleva análisis excelentes de la personalidad y la obrade Don Justo Arosemena. Entendemos que la enorme cantidad dedocumentos que manejaron los autores, conllevó este método depresentación, pero no demerita en absoluto la dimensión y calidadde la obra: ¡llama a la investigación sesuda y multidisciplinaria dela personalidad y accionar del “Teórico de la Nacionalidad Pana-meña”, según plantea el maestro Ricaurte Soler!

PANAMÁ , 30 DE ABRIL DE 1999.

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A manera de prólogo

l estudio biográfico de Enrique J. Arce y de J.D. Moscote,La Vida Ejemplar de Justo Arosemena, es el esfuerzocombinado del historiador, quien facilitó los documentos

para la redacción de la obra y del escritor que le dio vida y alientoa los hechos históricos sobre los cuales descansa la magníficaobra del más ilustre de los panameños. No es nuestro propósitoun enjuiciamiento de la obra ya que ello corresponde, más bien, alos especialistas en el desenvolvimiento institucional del Istmodurante la época en la cual el doctor Justo Arosemena puso todassus energías y todo su entusiasmo al servicio de lo panameñocomo expresión del sentimiento colectivo de la nacionalidad. Nosproponemos, más bien, explicar brevemente los propósitos queanimaron a los autores a emprender la obra y los fines que tuvie-ron en mente al penetrar de lleno en el estudio de la vida y de losrasgos de la personalidad del doctor Justo Arosemena.

Los que conocimos a Enrique J. Arce, recopilador infatigablede documentos históricos, sabemos bien que la fuente documen-tal utilizada por J. D. Mosocote es de la mejor calidad. Fuentedocumental que consistía en una valiosa colección de manuscri-tos, de discursos políticos, de libros, de periódicos que Don En-rique J. Arce guardaba celosamente como tesoro inestimable.

La tarea que se propusieron los autores no fue cosa fácil, peseal arsenal de documentos que utilizaron para reconstruir el esce-

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nario histórico donde Justo Arosemena jugó papel destacado porsu talento y por sus esfuerzos en pro de la reconstrucción nacio-nal sobre bases firmes. Tuvo que ser así, porque una biografía esalgo más que una recopilación de anécdotas y de datos más o me-nos importantes acerca de la vida de una persona. Lo mismo quecualquier otro tipo de investigación histórica presupone el em-pleo de una técnica especial que pueda darle expresión y sentido ala figura en torno a la cual han de girar acontecimientos, y cir-cunstancias de todo orden, que ilustran la vida de los hombres quecontribuyen a hacer historia en el proceloso camino de la vida.

Se dieron cuenta Enrique J. Arce y J.D. Moscote que teníanen sus manso un tema fecundo por sus proyecciones para el aná-lisis de la historia nacional que reclama, a gritos, una manera nuevade revalorización del desenvolvimiento institucional del país, másen consonancia con las exigencias de una historia nacional, detipo sociológico y cultural. Tipo de investigación histórica quees cultivado en nuestro medio por jóvenes historiadores para quie-nes la investigación histórica es trabajo vivo, y no simple balbu-ceo y repetición mecánica de los acontecimientos del pasado.

Advirtieron los autores que ellos poseían la capacidad paraseleccionar inteligentemente los hechos históricos que pudieranimprimirle significado al panorama político, social y económicodentro del cual actuó “el hombre de mayor prestancia intelectualy moral que ha producido el Istmo”.

Los autores nos ofrecen un Justo Arosemena de carne y hue-so, de profundas convicciones, de elevado sentido moral, grandeen el pensamiento y en la acción y sobre todo pleno de humanidadpor sus emociones y por sus sentimientos. Moscote y Arce, alhablarnos de esa figura de carne y hueso que fue Justo Arosemena,nos dicen que “ la cuna de Justo Arosemena no aparecerá, pues,envuelta en las vaporosas gasas de la alegoría y del mito, porquenada hay en su infancia que, como la de algunos héroes o la de losconquistadores de regiones lejanas, se preste a ser adornado conlos encantos de lo poético y fantasioso”. Agregan, además, en las

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últimas páginas de la obra que “no fue un sujeto de leyenda, ni unimaginativo, ni uno que se debiera a los hábiles recursos de lassutilezas, los ardides y las profundidades rebuscadas”.

La obra de Mosocote y Arce trata de alejarse de la maneraclásica de escribir biografías en la cual el personaje es un entesolitario, alejado de los vaivenes del humano suceder. La figurade Justo Arosemena, aparece, por el contrario, desempeñandopapel prominente en uno de los momentos más dramáticos de lahistoria colombiana al lado de Tomás Cipriano de Mosquera, au-toritario e impetuoso; de Aquileo Parra, mesurado en el actuar;al lado de esa figura tan discutida que fue Rafael Núñez y de tan-tos otros varones cuyos nombres están grabados de manera per-manente a la historia del Istmo y de Colombia durante el siglopasado. Y dentro de ese vivero de problemas y de inquietudesresalta la majestuosa figura de Justo Arosemena, empujado porsus propias pasiones, por sus sentires y por sus quereres que lo-graron templar su espíritu y le adiestraron para las grandes bata-llas del pensamiento y de la acción en su calidad de hombre pú-blico de elevada solvencia moral.

En La Vida Ejemplar de Justo Arosemena pueden advertirse,así, bien trazados, los rasgos de la personalidad de Don JustoArosemena. Aparecen de cuerpo entero el político, el diplomáti-co, el economista, el filósofo y el moralista que vive plenamenteel ambiente político y social en el cual fue actor de primera lí-nea. Están sus discursos políticos y sus cartas impregnados de unacentuado sentido liberal respetuoso del humano disentir. Es queel liberalismo de Justo Arosemena, respaldado por un fino senti-do histórico, había creado en él una conciencia íntima de la liber-tad humana como elemento fundamental de la acción del estado.Era el mismo liberalismo de Benjamín Constant, escritor, fran-cés, encaminado hacia la adquisición de la felicidad colectiva, yel imperio de la ley en oposición al imperio de la voluntad abso-luta del estado. Aparecen, en fin, los momentos dramáticos deuna vida entregada por entero a la ponderosa tarea de forjar la

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nacionalidad panameña. Momentos dramáticos, dentro de un an-damiaje institucional que se resentía de manera visible, empuja-do por violentas pasiones que ensombrecían la vida colombianadurante el siglo diecinueve.

Recordemos que la vida de Justo Arosemena transcurre den-tro del marco de acontecimientos trascendentales y agitados porla complejidad de los elementos y factores materiales, los unos,y espirituales, los otros, que entran en juego tanto en el planodoméstico como en el internacional. Casi un adolescente, cuan-do los más de los mortales apenas comienzan a abrir los ojosante la realidad circundante, tuvo que haber sentido los efectosespirituales de la bancarrota del ideario de la Revolución France-sa con el afianzamiento de la reacción metternicheana. Poste-riormente recibe la influencia del utilitarismo bethamista y, lue-go, del positivismo inglés que robustecen su espíritu con una bue-na dosis de crítica constructiva en el análisis de los problemas deorden práctico y que explican, a la vez, su escepticismo en elorden natural y religioso.

En el mismo suelo colombiano sufrió los sinsabores y des-asosiegos provocados por la lucha fraticida, entre liberales y con-servadores, y todo lo que ello representó para la tranquilidadinstitucional de la época. Entre los problemas a los cuales tuvoque enfrentarse está el de la comunicación interoceánica, moti-vo de interés permanente a través de la vida nacional, tanto en laesfera doméstica como en la de las relaciones internacionales.Para el doctor Justo Arosemena, el problema de la comunica-ción interoceánica, en torno al cual escribió un opósculo intitu-lado La Comunicación Inter-marina, debía mirarse en términosde la evolución histórica del Istmo como base para rechazar ca-tegóricamente la idea ilusoria de que el Istmo debía vivir su vidavinculándola, en lo económico y en lo espiritual, a una obra quepor sí sola no podía traer beneficios para la redención nacional.Esta redención nacional, sostenía don Justo, se alcanzaría cuan-do el comercio, la navegación, las industrias y la agricultura, ner-

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vios vitales de un país, fuesen fomentados en virtud de un impul-so generoso hacia un mejoramiento integral y nunca como resul-tado de una situación que llevaba en sí la semilla de destrucciónde la conciencia nacional.

Con esa su formación intelectual, y con el cuadro que la his-toria palpitante le ofrecía, se formó la sedimentación ideológicade su robusta personalidad hasta alcanzar “el señorío intelectualque nadie podía negarle”. Por eso Justo Arosemena, hombre pú-blico, constitucionalista insigne, de mente clara, autor de LosApuntamientos del Estado Federal y de los Estudios Constitu-cionales, alcanzó categoría intelectual por la fuerza inherente desu capacidad creadora. Y los puestos que ocupó correspondían asu talla intelectual “porque él no era, como lo son hoy tantosfalsos valores humanos un cazador de la distinciones, tras lascuales esconden o disimulan su miopía intelectual”.

La Vida Ejemplar de Justo Arosemena, inspiración de Enri-que J. Arce y J. D. Moscote, que los autores recomiendan a lajuventud panameña “como numen inspirador de su conducta” vie-ne a aumentar la bibliografía nacional, sin pretensiones de ningu-na especie y sin querer asumir la categoría de obra maestra porsu contenido y por su forma. Quisieron los autores, desapareci-dos ya del escenario de la vida nacional, en consonancia con elideario del doctor Justo Arosemena, exaltar su sentido de eleva-ción moral, legado permanente del patricio a las generacionespresentes y futuras.

RAFAEL E. MOSCOTE.

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Capítulo IProsapia y herencia

Principales familias del Istmo a fines del siglo XVIII.– Proceso de forma-ción de ellas.– Condiciones económicas que modificaron sus ideas.– Lafamilia Arosemena.– Don Pablo Josef de Arosemena.– Su personalidad.–Sus servicios a la causa española.–Los hijos de don Pablo Josef deArosemena: Blas, Gaspar, Eduardo, Diego y Mariano.– Rasgos biográficos

de éstos.–Nacimiento de Justo Arosemena.

as familias distinguidas que hacían parte de la sociedadcolonial istmeña a fines del siglo XVIII eran, relativamente,pocas. Entre ellas descollaban la familia Vásquez de

Gortayre, la de Caparroso, la de Icaza, la de Arze, la de Soparda yla de Arosemena.

La de Icaza tuvo por fundador al capitán de artillería de losreales ejércitos, don Juan Martín de Icaza y Urigoytía, venido alIstmo en 1757 a ejercer las funciones de alcalde de Santiago deVeragua.

La de Arze, procedente de Castilla la Vieja, tuvo por cabeza alsantanderino don José Manuel de Arze Moaño, establecido enPanamá el año 1760, donde funcionó como alcalde en los añosde 1763, 1768, 1787 y 1793.

La de Soparda, emparentada con la familia de igual apellido.Josef Ventura Soparda, de Berango en Vizcaya, arribado al Istmoen 1780, fue el más notable miembro de dicha familia. En 1789,tocóle desempeñar la alcaldía de Panamá.

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La familia Arosemena comenzó en Panamá por los comer-ciantes bilbaínos don José Gregorio y don Felipe Arosemena,llegados a dicha ciudad en 1681. Don Felipe desempeñó el pues-to de alcalde ordinario de Panamá en 1684. Fue, además, padrede don Gaspar Arosemena, quien, a su vez, lo fue de don JosefMaría Arosemena. Este don Josef María tuvo varios hijos: Fran-cisco, cura de San Marcelo de la Mesa; Juan, alcalde ordinario dePanamá en 1770, y Marco, del cual se tratará más adelante.

Fuera de los pocos matrimonios de hidalgos que se traslada-ban directamente de España al Istmo, lo corriente era que losvarones ricos tomasen por esposas a mujeres de su misma posi-ción, venidas también de la madre patria; los pobres casábansecon criollas ricas o acomodadas, hijas de comerciantes, por loregular, o de hacendados y propietarios de fincas urbanas.

Las familias así constituidas se entrelazaban con otras de lamisma manera y se iban extendiendo, cada vez más, por medio deuna costumbre muy natural, que consistía en que las ya vincula-das o arraigadas en el país traían de la Península a sus parientespobres, hombres o mujeres, para colocarlos en el comercio; ca-rrera ésta que, en España, y aún en el reinado progresista de Car-los II, era considerada como poco honrosa. Sólo podía ejercerla,sin mengua de su lustre señorial, el caballero que se dedicaba acorredor de lonja.

Sin embargo, en la América, y particularmente en el Istmo, esaprevención que los nobles sentían por el comercio casi no existía,lo cual se explica así, ya porque los españoles de esa categoríasocial casi nunca poseían bienes de fortuna y se hallaban, por con-siguiente, obligados a ganarse la vida en el teje maneje del com-prar y el vender, ya porque, desde su fundación, Panamá ha sido,según la calificó un viajero distinguido que la visitó en los últimostiempos coloniales, “una gran posada para los comerciantes, ungran mercado para el tráfico y un gran almacén de mercaderías”.

La vida del país, por otra parte, dependía entonces, como de-pende todavía hoy, de la mayor o menor actividad desplegada en

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el comercio. De manera que, a la larga, la necesidad y el ambien-te económico, al modificar las viejas preocupaciones, acabaronpor determinar el fenómeno de que ningún hidalgo se considera-se deshonrado por el hecho de tener que ganarse el sustento trasel mostrador de un bazar vendiendo mercancías.

Y sucedió algo más: esas familias, cuyos troncos fueron no-bles de algún valimiento o viejos y honrados comerciantes quepasaban como nobles, transformándose, poco a poco, en una cla-se social sui generis, que no olvidaba del todo su antiguo abolen-go, pero que se pagaba más de su nuevo e influyente rango, fue lade donde salieron los próceres de nuestra emancipación.

La familia Arosemena es un caso particular en el proceso so-ciológico señalado. Descendientes directos de don FelipeArosemena, fueron como se ha visto, los hermanos de don JosefMaría y don Marco Arosemena. El primero recibió del Consejode Indias el título de veinticuatro en la ciudad de Panamá y elsegundo, personaje muy respetable, fue dueño de varias casas dela población y de algunas minas de oro de la provincia de Veragua,de las cuales derivaba no despreciable renta.

Del matrimonio de don Marco con la señorita María JosefaLombardo, oriunda de la ciudad de Santiago, vino al mundo Pa-blo Josef Arosemena quien se educó regularmente en España ya su regreso se dedicó a la carrera del comercio. Casado ésteen segundas nupcias — del primer matrimonio tuvo un hijo, Juan,que fue más tarde canónigo— con doña Rafaela Martina de laBarrera nacida, como él, en la ciudad de Panamá, contó en suhogar trece hijos.

La constancia, energía y talentos que desplegó don Pablo Josefde Arosemena en el oficio que escogió lo hicieron en pocos añosun comerciante acaudalado y el hombre más popular de Panamá.Su bolsa estuvo siempre abierta para los que necesitaban de suayuda pecuniaria, así como para concurrir con gran liberalidad ala celebración de las fiestas que acarreaban los natalicios, matri-monios y cumpleaños de la familia real, que, en el Istmo, lo mis-

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mo que en las demás colonias americanas, eran motivos de gran-des y ruidosos regocijos.

Generoso, no sólo cuando se trataba de asuntos profanos, susdádivas no se hacían esperar, ya para el Hospital de San Juan deDios o el de Santo Tomás, ya para la refacción de este convento ode aquella iglesia. Por tal razón, su casa era muy frecuentada porcanónigos y frailes que le tenían en la más alta estima y llamábanle“leal vasallo y cristiano viejo”, como para ensalzar así su rarodesprendimiento y férvida piedad, nunca desmentidos.

Merecedor de una distinción nobiliaria, estaba dispuesto aaceptar la que con motivo del matrimonio del príncipe de Austriasse le ofreció, pero su esposa, mujer de singular juicio y muchadiscreción, se opuso enérgicamente a que tal se hiciese porque,pensaba ella, el sostenimiento de ese título costaba mucho y, ade-más, no se hallaba dispuesta a consentir en que el patrimonio loheredase exclusivamente el hijo primogénito. Triunfaba en ellael amor de madre más atenta al porvenir de sus hijos que a darpábulo a la ingenuidad de su noble consorte; pero éste, aunqueconvencido a las fundadas observaciones de su mujer, parece queno se avenía del todo a quedarse sin ninguna distinción que ilus-trase más su nombre, y, adoptando un término medio, solicitó, yle fueron concedidos, dos títulos menos costosos: el de coronelde milicias de los ejércitos reales y el de caballero de la real ydistinguida Orden de Carlos III:

Don Pablo sostuvo en todo tiempo, hasta su muerte, supreminente posición en la ciudad de Panamá y en todo el Istmo.En 1812, la regencia de las Españas resolvió, en nombre de Fer-nando VII, consagrar mayor atención a sus colonias de América ynombró, para el efecto, virrey en la Nueva Granada y presidentede la Real Audiencia de Santa Fe al mariscal de campo don Beni-to Pérez de Valdelomar. Escogió como asiento provisional de sugobierno el Istmo de Panamá, y fue la casa del coronel de mili-cias don Pablo Josef de Arosemena la que, durante algún tiempo,le sirvió de morada. Y cuando el ilustre personaje, en cumpli-

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miento de las funciones que se le habían encomendado, necesita-ba de los servicios de un súbdito calificado de Su Majestad enquien depositar la confianza del gobierno era, igualmente, donPablo el hombre escogido por el acucioso virrey. Así, cuando enenero de 1813 se tuvo conocimiento de que en Cartagena se es-taban reuniendo con fines hostiles a la Corona oficiales france-ses y emigrados de Venezuela, procedentes de las islas de Barlo-vento, y que de Jamaica, núcleo principal, se le enviaban auxiliosde toda clase, el virrey comisionó a don Pablo para que fuese adicha isla a conseguir que sus autoridades impidiesen tales he-chos y a que se le enviasen a Portobelo, en préstamos, buques deguerra, armas, municiones y otros artículos que eran urgentes alvirrey para la defensa de las costas atlánticas del Nuevo Reino, yatacar principalmente a Cartagena.

Más que las riquezas y las esplendideces del ennoblecido co-merciante, más que sus aficiones nobiliarias y los servicios pres-tados a la causa de su señor y rey, interesa a una posteridad repu-blicana la obra realizada por sus numerosos descendientes entrelos cuales se cuentan algunos que han sido honra y prez de lasociedad istmeña.

Las mujeres fueron todas dignas matronas de piadosos hoga-res en donde la virtud resplandeció; y los varones, educados enlos mejores planteles de la época, supieron conquistar para susnombres la aureola de la proceridad en las históricas jornadas dela independencia americana. Entre estos se distinguieron Blas,Gaspar, Eduardo, Pablo, Diego y Mariano.

Blas, alumno distinguido del Colegio Mayor de Nuestra Se-ñora del Rosario, doctor en Teología y Derecho Canónico y abo-gado de la Real Audiencia de Bogotá, fue uno de los más ardien-tes propagandistas y defensores de las ideas liberales. Funciona-rio de cuenta en los últimos tiempos coloniales y en los prime-ros de la independencia hasta 1858, en donde quiera, en su propiaciudad natal, Panamá, y en la capital de la Gran Colombia, dejóprendas de su clara inteligencia y de su recto carácter. Fue jefe

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político, alcalde y personero municipal; asesor general de laintendencia del Istmo y auditor de guerra; elector y presidentede asambleas electorales; fiscal y magistrado del Tribunal deMagdalena e Istmo; juez de hacienda de la provincia de Veraguay de la de Panamá; relator y fiscal del Tribunal del Istmo; cincoveces senador al congreso de la Nueva Granada y varias vecespresidente y vice-presidente del mismo, y rector del Colegiode Panamá. En 1809 fue expulsado de Bogotá por sus ideas avan-zadas y en 1821, promotor en Los Santos y en Panamá de laindependencia del Istmo.

Gaspar se educó en Quito. Contribuyó a la emancipación delIstmo y fue de los que firmaron el acta de Independencia. Formóparte del célebre Club Independentista, y ocupó posiciones ofi-ciales distinguidas.

Eduardo, una vez terminados sus estudios mercantiles, se ra-dicó en el Ecuador, y allí vivió ejerciendo con mucho crédito suprofesión. Dejó una descendencia honorable.

Pablo se educó en un colegio de Baltimore regentado porjesuítas, donde estuvo siete años; como Blas y Mariano, siguió lacarrera política y ocupó altas posiciones, como la de gobernadorde la provincia de Chiriquí, representante y después senador alcongreso de la Nueva Granada, pero su mejor título es el de ha-ber sido el padre de nuestro doctor Pablo.

Diego se dedicó al comercio y a la ganadería, pero no dejó detomar parte en la política por lo cual asistió a la convención de1840. Hizo sus estudios en Baltimore.

Mariano, nacido el 26 de julio de 1794, y educado en Lima,alcanzó también, pero más que todo por sus propios esfuerzos,una alta posición social y política, fundada en su amor a la liber-tad, que le llevó a sacrificarle su fortuna y a consagrarle lo mejorde su existencia. Desde temprano se dedicó, imitando en esto asu padre, a la carrera del comercio. En el Perú, el Ecuador y Ja-maica, a donde le llevaron sus negocios, entró en relaciones conpatriotas emigrados de Chile, Venezuela y Nueva Granada y el

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trato con ellos le hizo concebir la esperanza de la emancipaciónde su tierra natal y le infundió ese americanismo tan sincero quele dominó toda su vida. Sabido es cómo fue él uno de los máscaracterizados próceres del Istmo y cómo su nombre figura alpie del acta inmortal de 1821. Más político que comerciante,según la expresión de su ilustre hijo, tomó al fin la dirección desus inclinaciones y durante la república, hasta 1868, sirvió susintereses, ya como funcionario del orden ejecutivo, ya en fin,como patriota cuyos méritos serían bastantes si sólo se dijera deél que fue, junto con su hermano Blas, uno de los fundadores delperiodismo istmeño. Creado el Estado de Panamá por el congre-so del año de 1855, le tocó, como presidente de la convención,firmar su primera constitución política. Del año de 1855 en ade-lante Mariano Arosemena figuró como designado para ejercer elpoder ejecutivo, como procurador general del Estado y variasveces como diputado a sus asambleas. Fue, en fin, encargado denegocios en el Perú y luego ministro plenipotenciario.

Don Mariano se unión en matrimonio con doña DoloresQuesada, hija legítima de doña Catalina Velarde, panameña, y dedon Miguel Quesada, oriundo de la procera Granada. De este ma-trimonio nacieron varios hijos, de los cuales alcanzaron nom-bradía por su ilustración y rectitud moral Mariano y Blas, el pri-mero médico y químico notable, autor de estudios científicos yprofesor de la universidad de San Marcos, el segundo, matemáti-co eminente, formó parte de una comisión exploradora del Canal.

En el seno de este hogar, ilustre por su ascendencia, santuariode acendradas virtudes cristianas, en donde la libertad tuvo unculto fervoroso, vino también a la luz de la vida, en la ciudad dePanamá, el 9 de agosto de 1817, cuando el sol de España se hun-día entre arreboles de sangre, el hombre de mayor prestancia in-telectual y moral que ha producido el Istmo.

Por la línea paterna recibió Justo Arosemena en su sangre laherencia racial del pueblo vasco, lo que sería decir que naciódotado de ese notable espíritu emprendedor que en el comercio

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y en los negocios agrícolas desplegaron los colonizadores pro-cedentes de esa región afortunada de España y que debía, por lotanto, como muchos de sus antepasados, continuar la tradiciónde su familia y de su estirpe. Pero no sucedió así: otras influen-cias la cultura del medio social en que se deslizaron su infancia ysu primera juventud, el ejemplo de su padre, el de sus tíos el mo-mento histórico mismo realizaron también su obra modificadoraen la determinación de su individualidad y el escenario de su ac-tuación fue otro. No llegó tan a tiempo que le tocara papel algunoque desempeñar en la gran tragedia de la guerra magna, y, por eso,no perteneció a la venerable orden de su patria; pero iniciado enlos negocios públicos en una época en que, con el nacimiento dela nueva nacionalidad, todo estaba por hacer, su puesto no podíaestar sino en donde estuvo; entre aquella esforzada legión depatricios que, en el parlamento, en la prensa y en la diplomacialucharon denodadamente desde la disolución de la Gran Colom-bia, por fundar y organizar una verdadera república al abrigo tute-lar de la libertad y el orden.

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Capítulo IILa aurora de una vida

1817-1837

Una causa sin encantos legendarios.– Las primeras letras.– Estudios se-cundarios.– Don Mariano Arosemena piensa enviar a su hijo al exterior.–Aprehensiones de la madre del joven Arosemena. –Se decide que conti-núe sus estudios en Bogotá.– Ingresa al colegio de San Bartolomé y segradúa en 1833 de bachiller en humanidades y filosofía, y en 1836 de bachi-ller en jurisprudencia.– Regresa a Panamá y entra al bufete del doctorEsteban Febres Cordero.– Obtiene la licenciatura y el doctorado en juris-prudencia en la Universidad del Magdalena e Istmo.– Creación del Tribu-nal del Istmo.– Justo Arosemena abogado ante esta Corte de Justicia.

l tiempo, que todo lo modifica, y tanto favorece al trabajocaprichoso de la imaginación, no ha podido, esta vez, lle-var a cabo su labor transformadora. La cuna de Justo

Arosemena no aparecerá, pues, envuelta en las vaporosas gasasde la alegoría y del mito, porque nada hay en su infancia que,como la de algunos héroes o la de los conquistadores de regio-nes lejanas, se preste a ser adornado con los encantos de lo poé-tico y fantasioso. Su vida comenzó como ha comenzado la de lamayoría de los demás hombres. Ninguna diosa venida de miste-riosos lugares le asistió en sus primeros días, a no ser que qui-siésemos tomar por tal a la amable inglesa Mrs. Sophia Howardque, amiga íntima de doña Dolores y conociendo el estado dedebilidad en que ésta había quedado a causa del alumbramiento,lo acogió en sus brazos con el mismo cariño y las mismas atribu-ciones de una verdadera madre. Ninguna leyenda puede formarse

E

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alrededor de su niñez, si no le prestamos ese colorido a las tier-nas y patéticas demostraciones de sentido afecto que precedie-ron y siguieron a la partida para Inglaterra de los esposos Howarden cuyo hogar aprendió Justo la lengua inglesa, como había apren-dido la materna en el de sus propios padres.

La vivacidad del niño, patente en lo fácil que le había sidoaprender el inglés y en la disposición que demostraba para la lec-tura y el conocimiento de los números, como se decía entonces,hicieron que sus padres lo enviaran a alguna escuela desde la edadde cinco años. En efecto, de las dos que había en la ciudad, unapública y otra privada, escogieron la última que regentaba un ecua-toriano, de nombre Alfredo Baquerizo, bajo cuya dirección hizolos estudios primarios. Los terminó con buen éxito, en razón deque pocos años adelante ingresó al Colegio de Panamá, plantelde enseñanza secundaria, de que era rector, entonces, el canóni-go doctor Juan José Cabarcas. Don Mariano, comprendiendo queel afianzamiento de los conocimientos de su hijo en la lengua deShakespeare le sería de mucho provecho en el porvenir, consi-guió del cónsul británico, Mr. Malcolm Mac Gregor, que le dieraun curso trimestral de gramática y literatura inglesa, que aprove-chó ampliamente, ya que antes de concluir los estudios secunda-rios, había adquirido el dominio de dicha lengua.

Durante esta etapa de su preparación intelectual comenzó eljoven Arosemena a dar pruebas inequívocas de la claridad de sutalento y del excelente buen juicio con que más tarde considerólos asuntos que eran sometidos a su estudio. Despertóse en él undeseo ardiente de saberlo todo. No le satisfacían las simples lec-ciones de memoria que le daban sus maestros y de ahí que siem-pre anduviese preocupado con mil dudas que despertaban aún mássu curiosidad. Esta fue una de las causas de que, aunque en cortotiempo había ya casi terminado el pensum de la enseñanza secun-daria, pensara don Mariano que sería mejor para su hijo queacabase su educación en otro país más adelantado, en donde suinteligencia pudiera hallar más eficaces estímulos. Panamá se

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hallaba entonces muy lejos de ser un medio adecuado para el de-sarrollo moral e intelectual de la juventud, circunstancia que dabapor sí sola toda la razón a don Mariano quien naturalmente sehallaba muy preocupado por el porvenir de su Justo.

El solo pensamiento de don Mariano ocasionó una verdaderacrisis doméstica en que entraron en lucha el afecto materno y lasideas más opuestas a propósito del lugar adecuado para que eljoven continuase sus estudios, Don Mariano quería que su hijofuese a Inglaterra, porque, en su concepto, allí se podía encontrarun colegio conveniente a las aspiraciones de un joven estudioso.Otros miembros de la familia opinaban que Bogotá parecía elcentro más apropiado puesto que allí se habían educado muy bienalgunos miembros distinguidos de la familia. El árbitro que debíadecidir era doña Dolores y ella, por su parte, no estaba dispuestaa separarse del hijo de su corazón.

La larga y molesta travesía del Atlántico en buques de velaalarmaba de tal manera a la buena señora que no alcanzaba a veren un viaje de tal naturaleza sino los peores peligros para su ido-latrado hijo. Que fuera a Bogotá era cosa que mucho menos que-ría la previsora madre. Las espeluznantes y nada exageradas rela-ciones que ella había oído de los riegos que se corrían para ir aBogotá la anonadaban a tal punto que ya se imaginaba que al des-prenderse de su hijo no volvería a verlo más.

Consideradas las innumerables dificultades que había que ven-cer para hacer un viaje a Bogotá, resultaban todas las ventajas afavor de Inglaterra, que, no obstante los medios de locomoción –todavía no habían visitado los buques de vapor el Istmo–quedabamás cerca de Panamá que la capital de la república. Por Inglaterra–cuyo viaje duraba entonces mes y medio—se habría decidido,en consecuencia, doña Dolores, pero los consejos en contrariode don Bernardo Arze Mata, gran amigo de la familia, la persua-dieron de que Justo debía acabar sus estudios en Bogotá. A lo quese agregó la opinión del doctor Blas Arosemena, que, a la sazón,había sido elegido senador de la república y tenía que emprender

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viaje a Bogotá para ocupar su asiento en el senado. Los elogiosque el doctor Blas Arosemena hizo del Colegio del Rosario, endonde él se había graduado, como también del de San Bartoloméy las reflexiones que expuso tendientes a demostrar que siendoél tío del joven y persona de confianza podía acompañarlo en elviaje, surtieron sus efectos. Agregaba, además el doctorArosemena que él no creía que la educación en un país de grancultura como Inglaterra fuese la mejor escuela de patriotismopara un adolescente que con facilidad podía olvidar las tradicio-nes, usos y costumbres del país de su nacimiento y aun llegar amirarlos con desdén.

Convencida doña Dolores, por las razones que se le exponíany creyendo que su resistencia podía causar algún mal irreparable,segando en flor esperanzas que todo inducía a esperar que se ve-rían realizadas, sacrificó su afecto en aras de la educación delhijo amado y entre suspiros y sollozos dio el consentimiento paraque fuera Justo a Bogotá.

En enero de 1832 el joven Arosemena, acompañado de su tíoBlas y de las representaciones de Veragua y Panamá, se embarcócon dirección al Puerto de Buenaventura para seguir de allí a lacapital de la república.

A poco de haber llegado ingresó en el Colegio de SanBartolomé, y, con la preparación que había ya adquirido en Pana-má, y mediante extraordinaria aplicación, obtuvo a fines de 1833el diploma de bachiller en humanidades y filosofía.

El siguiente año comenzó a estudiar Derecho, carrera que es-cogió por propio y espontáneo querer, pues don Mariano no ejer-ció influencia alguna en él para decidirle, como acostumbran al-gunos padres, a seguir tal o cual profesión. No eran los estudiosde Derecho en aquella época tan superficiales como acaso pu-diera creerse, dadas las condiciones de la época en materia deeducación y enseñanza. La matrícula en jurisprudencia debía serprecedida de la aprobación de las clases de Literatura, que com-prendían: lengua castellana y latín combinados, lengua griega,

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lengua inglesa, francés, literatura, bellas artes, elocuencia y poe-sía. Además, debían ser previamente aprobadas las clases de Fi-losofía: matemáticas, geografía, física, lógica, ideología y meta-física, moral y derecho natural. Para obtener el grado de bachi-ller en Derecho eran precisos los siguientes cursos: 1°: Princi-pios de legislación universal; 2°: Derecho constitucional yCiencia administrativa; 3°: Derecho Internacional y EconomíaPolítica; 4°: Derecho civil patrio y 5°: Derecho eclesiástico.

Bajo el régimen de este plan de estudios, inspirado en las doc-trinas de Bentham, obtuvo el joven Arosemena su preparación enla ciencia del Derecho y es curioso notar como aun habiendotendido de profesores a hombres como Ezequiel Rojas, VicenteAzuero y otros, muy conocidos por sus ideas radicales, no dio enningún momento de su carrera pública, ni en las obras que escri-bió, pruebas de hallarse dominado por el espíritu sectario ni mu-cho menos guió su conducta por las solicitaciones del sórdidointerés. Lo que prueba que las enseñanzas del filósofo y juristainglés no eran de suyo tan dañinas, como se las hacía aparecer, oque en la mente del joven Arosemena bullían ya, en germen, ideaspropias que más tarde fueron luminarias de su vida. Ni vale mu-cho decir que en religión fuera un escéptico, pues, en realidad, elescepticismo más que una doctrina filosófica es sólo una actituden la búsqueda angustiosa que cada espíritu emprende por las re-giones de la luz y la verdad.

Era entonces permitido a los estudiantes de jurisprudenciamatricularse en diferentes materias de diversos años, sistema dela puerta de entrada ancha y de la salida estrecha que ahora no sepractica, en gracia de una mayor seriedad en los estudios, peroque antes se recomendaba para dar rienda suelta a lasindividualidades nacientes en vez de frenarlas con las estrechasmallas de los reglamentos y programas.

El joven Arosemena ganó los cursos de jurisprudencia en tresaños, y en 1836, después de haber llenado todos los requisitoslegales, se sometió a las pruebas de rigor. El diploma de bachi-

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ller, que le fue otorgado y que lleva la firma del rector de launiversidad Central, doctor don José Joaquín García, y la de losexaminadores más antiguos de ese centro docente, doctoresJosé Duque Gómez y Ezequiel Rojas, es testimonio bastante deque sus conocimientos y aptitudes fueron hallados satisfacto-rios. El doctorado no se obtenía entonces sino cuando se acre-ditaba la práctica de dos años, dirigida por un abogado de nota;magnífica disposición con que se salvaguardaban los interesessociales para que no cayeran en las manos de rábulas y picaplei-tos sin conciencia. Veremos como el novel abogado llena cum-plida y airosamente todas las condiciones que la obtención deldoctora obtenía.

A fines de 1836 regresó Justo Arosemena al Istmo después dehaber concluído, de la manera como se ha referido, los estudiosteóricos profesionales del Derecho. Pudo haber permanecido al-gún tiempo más en Bogotá hasta obtener allí la licenciatura y eldoctorado en jurisprudencia, pero el natural deseo de ver a sus pa-dres, al cabo de una ausencia que él juzgaba muy larga, le movió aregresar a Panamá, en donde, por otra parte, no faltaban ya del todolos medios de adquirir la práctica que necesitaba. Vuelto, pues, alhogar paterno, entró en el estudio del doctor Esteban Febres Cor-dero, abogado de gran nombradía en los tribunales de la Nueva Gra-nada, Ecuador, Perú y Chile, países en los cuales había vivido yejercido su profesión. En el Istmo se le reputaba la primera autori-dad en Derecho y tanto que sus opiniones jurídicas eran a menudosolicitadas y acatadas por sus demás colegas.

Al lado de jurisconsulto tan eminente hizo, pues, el bachillerArosemena, la práctica de la abogacía catorce meses, al finalizarlos cuales, sintiéndose ya suficientemente apto para aspirar alexamen del doctorado, resolvió dirigirse a Cartagena para pedir-lo en la universidad del Magdalena e Istmo de acuerdo con lasleyes vigentes.

El doctor Febres Cordero, en certificado muy honroso para elaspirante Arosemena expresó, entre otros juicios, el siguiente:

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“Que el bachiller Arosemena había seguido en su estudio lapráctica para abogado por el espacio de un año y dos meses, con-tados desde el quince de septiembre de mil ochocientos treinta yseis hasta la fecha.

“Que en todo ese tiempo no sólo había demostrado una asiduacontracción al estudio, examinado con escrupulosidad todos lospuntos arduos que se le habían presentado y dándole siempre opi-niones en regla, sino que también se había ejercitado con el me-jor suceso en ponerse al corriente de las fórmulas del procedi-miento de todo género de causas, ya leyendo los expedientes enque he sido consultado, ya formando algunos fingidos en que fun-cionaba como actor, reo o juez, y aun como escribano.

“Que lo consideraba en aptitud suficiente para ejercer la pro-fesión de abogado en todos los ramos, acaso con más propiedadque muchos ya recibidos.

“Que en muchos casos le había consultado sus dudas adhi-riéndose regularmente a su modo de pensar.

“Que su integridad y adhesión al texto de la ley y otras muchasprendas que lo recomendaban, sobre todo, el tino y juicio poco co-mún a los de su edad, lo hacían acreedor a la estimación general”.

Por su parte, el señor José de los Santos Correoso, escribanopúblico y secretario del consejo municipal del Cantón de Pana-má, certificó también que el bachiller Arosemena había practica-do en los juzgados cantonales de la capital de la provincia por elespacio de un año y dos meses con la mayor aplicación y asidui-dad, manifestando un deseo ardiente por instruirse y concurrien-do al despacho hasta el día en que no estaba obligado a hacerlo,según el plan de instrucción pública.

Una vez llegado a Cartagena, pidió el examen de rigor, y con-cedido que le fue, sometióse a él sosteniendo con el mayor luci-miento todas las pruebas finales sobre los cursos de Derecho yCiencias Políticas, en las que alcanzó las más altas calificacio-nes. La Universidad del Magdalena e Istmo le confirió, en conse-cuencia, los títulos de licenciado y doctor en jurisprudencia el

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22 de diciembre de 1837. El diploma respectivo lleva la firmadel doctor Bernardo José Garay, rector de la Universidad, y delos examinadores más antiguos, doctores Dionisio Araújo y Ma-nuel del Río.

Sólo faltaba al doctor Justo Arosemena, como lo llamare-mos en adelante, el examen de abogado ante el tribunal que ha-bía de permitirle el libre ejercicio de la profesión; que todasestas formalidades y requisitos eran necesarios en aquel tiem-po para poder oficiar en el templo de la Justicia y el Derecho.Sin embargo, un rasgo de delicadeza personal le impidió enton-ces haberse hecho recibir como abogado. El había criticado alTribunal del Magdalena por sus gestiones conducentes a evitarque las dos provincias de Veragua y Panamá fuesen separadas desu jurisdicción para constituir un nuevo tribunal independienteen el Istmo.

No eran baldíos los motivos que tuvo el doctor Arosemenapara haberse enfrentado al Tribunal del Magdalena; ni eran tam-poco vanos los temores que, acaso, abrigara de que, presentándo-se en sus estrados a sostener el examen requerido para obtener eltítulo de abogado, fuese objeto de venganzas por parte de losmagistrado a quienes él había censurado. En efecto, ya fuese porinjustificado espíritu de oposición sistemática a los deseos delIstmo de tener un Tribunal propio –lo que no parece probado—osimplemente por razones de exagerado regionalismo –lo que se-ría probable–, es cierto que el Tribunal de Magdalena con susdilaciones injustificadas de los negocios judiciales provenientesde Veragua y Panamá, había dado lugar a que se levantasen contraél enérgicamente quejas y se desatase una fuerte corriente deopinión en todo el Istmo que pedía se segregasen de su jurisdic-ción los asuntos de las dos provincias mencionadas. Había toca-do, por otra parte, al doctor Arosemena darle el golpe de gracia,puede decirse, a la resistencia sorda que se oponía a los justosanhelos del pueblo istmeño, claramente expresados por la legis-latura provincial de Panamá desde el año de 1834.

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La historia de ésta que podría llamarse controversia, debe tra-tarse desde sus orígenes.

En virtud de la ley de 12 de octubre de 1821, sobre organiza-ción de los tribunales y juzgados la república quedó dividida entres grandes distritos judiciales: el primero, llamado Distrito delNorte, lo formaban los departamentos de Venezuela, Orinoco yZulia; el segundo, denominado Distrito del Centro, los departa-mentos del Magdalena, Cundinamarca y Boyacá, y el tercero,Distrito del Sur ; lo constituirían el departamento del Cauca ylas provincias de Quito, cuando se independizaran. Cada distritojudicial tenía una corte superior de justicia: la del Norte residíaen Caracas, la del Sur en Popayán (temporalmente) y la del Cen-tro en Bogotá. Cada corte de justicia estaba integrada por nuevemiembros; siete de ellos jueces, y dos fiscales. Todos juntos ele-gían al presidente de la corporación.

Existía también una alta corte de justicia, formada por cincomiembros, de ellos tres jueces y dos fiscales.

Incorporado el Istmo a Colombia en el mismo año, de 1821,formó un nuevo departamento que, para lo judicial, fue adscritopor decreto de 9 de febrero de 1822 al Distrito Judicial del Cen-tro y, en consecuencia, se resolvió que los litigantes concurrie-ran en segunda y tercera instancia a la corte suprema de Bogotá.Así duraron las cosas hasta la disolución de la Gran Colombia,cuando el territorio central de ésta tomó el nombre de NuevaGranada y se dividió en cuatro tribunales de distrito judicial; elde Cundinamarca, el del Cauca, el de Boyacá y el del Magdalena.

Con la nueva organización, el Istmo dejó de estar subordinadoa Bogotá, pero quedó bajo la jurisdicción del Tribunal de Justiciadel Magdalena, compuesto por las provincias de Cartagena, SantaMarta, Mompós, Panamá y Veragua. Este arreglo de la adminis-tración de justicia se hizo teniendo en mira facilitar el despachode las apelaciones de segunda instancia. Sin embargo, muy pron-to demostró la experiencia que las provincias de Veragua y Pana-má no podían continuar dependiendo del referido tribunal, pues

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los negocios que, por ley, debían ser ventilados en Cartagena,sufrían largas demoras, siempre perjudiciales a los intereses delos litigantes. En estas razones se apoyó la cámara provincial dePanamá cuando en 1834 solicitó al poder ejecutivo se dieran lospasos necesarios para establecer en Panamá un tribunal de distri-to judicial; y las mismas se alegaron el año siguiente con el apo-yo en el congreso de las diputaciones de las dos provinciasistmeñas interesadas en la reforma.

Dictado, como consecuencia de estas representaciones, el de-creto legislativo de 15 de mayo de 1835 por el cual se creó eltribunal pedido, no se llevó a la práctica porque se observó unairregularidad consistente en que la provincia de Veragua no habíafirmado la solicitud respectiva. El asunto pasó al congreso y allíquedó archivado por falta de tiempo para considerarlo. El año si-guiente de 1836 la cámara provincial de Veragua hizo la peticiónque faltaba y, en tal virtud, el ejecutivo nacional nombró ministrosdel nuevo tribunal a los doctores Carlos de Icaza, Esteban Díaz yJosé María Baloco, y Fiscal al doctor Judas Tadeo Landínez, perohabiéndose excusado los tres últimos, tampoco el tribunal llegó aconstituirse. Transcurrió un año más, y como toda esperanza fueratemeraria, debido a la actitud negligente del gobierno, las cámarasde Veragua y Panamá protestaron ante aquél por los perjuicios queestaban sufriendo las provincias en cuyo nombre hablaban.

Fue entonces cuando el doctor Arosemena, que, además, te-nía interés legítimo en que se instalara cuando antes el nuevotribunal, publicó una valiente censura, especie de memorial deagravios, en contra del presidente Márquez y los magistrados delTribunal de justicia del Magdalena. A éstos les increpaba la indi-ferencia y lentitud con que atendían los asuntos judiciales proce-dentes de las provincias de Panamá y Veragua y decíales que talconducta era reveladora de una de dos cosas: “o que tenían exce-sivos asuntos en su Despacho que estudiar a tiempo, y, en tal caso,no debían perturbar la organización del Tribunal del Istmo, o quetrabajaban muy poco, lo que los hacía incurrir en la nota de in-

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cumplidos con perjuicio de los intereses sociales”. Terminabahaciendo constar que las provincias de Panamá y Veragua no con-sentirían por más tiempo estar adscritas al mencionado tribunal,desde luego que ellas contaban también con personal competen-te para desempeñar la magistratura.

La publicación del doctor Arosemena produjo los resultadosque se apetecían. El 30 de abril de 1838 dictó el congreso un nue-vo decreto legislativo por el cual se establecía la corte de apela-ciones de segunda instancia en el Istmo. Nombrados interinamentelos magistrados que debían constituirla dio esto lugar a nuevas di-ficultades hasta que el 15 de marzo comenzó a funcionar con losmagistrados señores Carlos de Icaza, José Ponciano Ayarza y Ma-nuel José Hurtado, y el Fiscal doctor Esteban Febres Cordero, quienpocos días después cambió de puesto con el doctor Carlos Icaza.

La ciudad de Panamá se llenó de júbilo el día en que se llevó acabo la instalación del Tribunal del Istmo. Al acto concurrierontodas las corporaciones y funcionarios públicos, el obispo de ladiócesis, todo el clero regular y numerosos ciudadanos sindistingos sociales. El gobernador de la provincia tomó el jura-mento a los magistrados y luego que éstos eligieron losdignatarios, se cambiaron los discursos de estilo entre aquél y elpresidente del Tribunal, don Manuel José Hurtado. El doctorArosemena también pronunció en aquel momento un discurso ennombre del muy ilustre consejo municipal de la ciudad.

Ante este tribunal, por fin, se presentó el doctor Arosemena aoptar el título de abogado que pudo haber lucido desde el añoanterior, si no mediaran las circunstancias apuntadas.

Quedó, pues, así, legalmente capacitado para la práctica de laprofesión que había elegido, la cual había de honrar siempre entodos los campos en que le tocara ejercerla. Especialmente dado,sin embargo, a las cuestiones científicas del Derecho y a los pro-blemas teóricos y prácticos de la legislación y la Ciencia Políti-ca, fue en estas disciplinas y en la carrera diplomática en las queobtuvo los mejores triunfos de su larga existencia.

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Capítulo IIIPrimeros destellos

1835-1839

Conversación con don Lino de Pombo sobre Bocas del Toro.– Se organizala administración pública en este lugar.– Proyecto de ferrocarril interoceánicoy navegación del río Chagres.– El doctor Arosemena, Profesor de Derechoy vicerrector del Colegio de Panamá.– Primeros destellos intelectuales.–Su actuación como miembro del cabildo y procurador municipal.– Su inte-rés por los esclavos.

l estudiante que con tanta brillantez había terminado susempeños académicos y profesionales, dio durante éstosmás de una prueba de civismo y del interés que en él des-

pertaban los negocios públicos de su patria istmeña.Era el año de 1835 y su acudiente en Bogotá don Lino de

Pombo, secretario de relaciones exteriores del presidenteSantander. El joven Arosemena era un asiduo visitante de la casade su acudiente, más que por el generoso encargo de que, conrespecto a él, se hallaba investido, por razones de la vieja amistadque tenían con el señor de Pombo los Arosemena mayores. En elcurso de una conversación con éste le manifestó la extrañeza quele causaba el abandono en que se encontraba la región de Bocasdel Toro, destinada, según su concepto, a convertirse en un em-porio de riqueza con el correr del tiempo, y a donde, desde 1833,acudían numerosos extranjeros, súbditos ingleses, que la explo-taban comerciando en carey, maderas de construcción y otrosproductos valioso sin beneficio alguno para el erario nacional.

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Estimulado por la atención que el señor de Pombo prestaba asus palabras, continuó exponiéndole sus ideas, y agregó que esosextranjeros, no teniendo de cerca la vigilancia de alguna autori-dad, podían en cualquier tiempo, instigados por Inglaterra, po-ner en peligro la integridad nacional; que, por consiguiente, siNueva Granada deseaba conservar la posesión del territorio deBocas del Toro, debía preocuparse por establecer allí una ad-ministración adecuada. En apoyo de su tesis mostró al señor dePombo un ejemplar de la Historia civil y comercial de las In-dias orientales por Bryan Edwards en la que este autor diceque la bahía de Bocas del Toro es la más hermosa de todo elcontinente, desde Honduras hasta Portobelo, y que no sólo escapaz de abrigar en su seno toda la flota de la Gran Bretaña sinoque contiene muchas ensenadas excelentes de buenos fondea-deros protegidos contra el viento en todas direcciones, y, queen un cerro situado en las márgenes interiores de la laguna deChiriquí se contempla el panorama de los dos océanos, al norteel Atlántico, al sur el Pacífico.

Don Lino de Pombo dio la mayor importancia a las observacio-nes del Joven Arosemena y le prometió someter el asunto a la con-sideración del general Santander. Corroboró casualmente las in-formaciones de Arosemena una nota de don Manuel Ayarza, go-bernador de Veragua, dirigida al mismo secretario señor de Pombo,en la cual aquél hablaba de la necesidad imperiosa de crear unaadministración pública de Bocas del Toro que hiciera sentir la au-toridad de la Nueva Granada. El congreso dictó, en consecuencia,el año siguiente una ley por medio de la cual se organizaba provi-sionalmente la administración política de dicho territorio.

Había llegado a tiempo la mencionada ley, pues pocos díasdespués se tuvo conocimiento en la provincia de Veragua de lapresencia en Bocas del Toro de una comisión de Costa Rica quese proponía colonizar esas tierras e instituir gobierno, propósi-tos que, desde luego, no se cumplieron, precisamente porque elgobierno de Nueva Granada estaba ya prevenido y pudo evitarlo.

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Tendrá aún otra oportunidad el joven Arosemena de mostrarsu vigilante interés por los asuntos concernientes a Panamá. En1836, llegó a Bogotá el coronel de ingenieros Mr. Carlos Biddlecon el propósito de iniciar negociaciones con el gobierno paraobtener una concesión que le permitiera realizar el proyecto queabrigaba de comunicar los dos océanos a través del Istmo pormedio de un canal, ferrocarril o camino de macadam.

El coronel Biddle había estado en Panamá el año anterior endonde logró despertar el interés de los elementos más conspi-cuos de la ciudad a favor de su proyecto, los cuales lo agasajaroncon banquetes y discursos, uno de éstos muy efusivo y cordial dedon Mariano Arosemena. Cartas de recomendación de donMariano a favor de Biddle para su hijo Justo explican que éstepresentara en la prensa de Bogotá al recomendado de su padrepor medio de una biografía en que hizo el elogio de las cualida-des que adornaban al distinguido americano.

La biografía tuvo la mejor acogida, aunque es natural suponerque, en cuanto al gobierno, fueron más eficaces, seguramente,las recomendaciones del encargado de negocios de los EstadosUnidos, Mr. MacAfee, quien, en nota enviada a la secretaría de lointerior y relaciones exteriores de Nueva Granada, manifestabaque tenía instrucciones de su gobierno para prestar a Biddle todala ayuda y asistencia encaminadas a promover el mejor éxito dela empresa que se proponía. El gobierno otorgó el privilegio paraconstruir en el Istmo de Panamá un ferrocarril interoceánico yestablecer la navegación a vapor en el Río Chagres (junio de1836). Fueron los concesionarios: el coronel Biddle, en nombrede la compañía que representaba, y una compañía nacional inte-grada, entre otros, por los señores Vicente Azuero, José HilarioLópez y José de Obaldía.

Terminados de manera tan feliz los negocios que llevaron aBiddle a Bogotá, el joven Arosemena se apresuró a comunicarlea don Mariano, su padre, tan importante noticia, por medio de unacorrespondencia que, publicada en El Comercio Libre (septiem-

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bre de 1836), produjo, como era natural, un entusiasmo extraor-dinario en todos los istmeños, los que, de acuerdo con el textode dicha correspondencia, veían ya próxima la realización de unode sus más acariciados anhelos. Al general Santander se le envióuna entusiasta manifestación, suscrita por firmas selectas de lasociedad de Panamá, en que se le daba un voto de aplauso por elinterés que había tomado en pro de los intereses particulares delIstmo sin menoscabo de los generales de la nación.

Las esperanzas que se fincaron en obra tan redentora no llega-ron a realizarse, en parte por la tremenda crisis comercial de 1836;en parte, quizá, también, porque el gobierno americano no viocon buenos ojos la participación acordada a una empresaneogranadina .

La iniciación de la vida pública, propiamente dicha del doctorArosemena, había comenzado desde su regreso de Bogotá. Fue nom-brado profesor de Derecho en el Colegio de Panamá, el mismo plantelen donde adquirió los primeros conocimientos en ciencias y letras,y desempeñó su cátedra con tal brillo que, en breve, se captó lassimpatías del rector de dicho colegio y de sus demás colegas, quie-nes le confirieron el señalado honor de inaugurar el curso lectivo de1839. Y notables debieron de ser las aptitudes que desplegó en lasdifíciles labores educativas, cuando al año siguiente fue nombradovicerector del establecimiento con el aplauso general de todos losque se interesaban por las cosas de la educación.

De la mente de este joven togado, que tan acendrado y dis-creto interés mostraba por los negocios públicos, saldrían tam-bién, en temprana edad, destellos anunciadores del pensadorsereno y reflexivo de los años por venir. Esto se advierte en unestudio suyo sobre la delincuencia, presentado en un concursosobre legislación penal; en el mencionado discurso de inaugu-ración de tareas lectivas; en el ensayo que compuso y no publi-có bajo el título de Principios elementales de legislación; ensus preocupaciones, en fin, por los fundamentos de la organiza-ción política del estado, reveladora del futuro constitucionalista.

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Arosemena sostenía con respecto a la delincuencia que jamásse podría combatir con el debido éxito sin el conocimiento de laanatomía y la fisiología moral, en el que es punto decisivo esta-blecer la naturaleza de las relaciones entre los motivos y la ac-ciones de los hombres; la teoría positivista de Beccaría y Benthamasimiladas y ya puesta en pie de captación social por un cerebrodúctil a las solicitaciones de toda idea redentora y humanitaria.

Arosemena, educador de jóvenes, les señala los senderos dela moderación y del estudio, únicos medios capaces de enfren-tarse a la intolerancia de la opinión pública y de afirmar el valormoral de las personalidades nacientes.

Los Principios elementales de legislación, claro testimoniode la extraordinaria afición estudiosa de Arosemena, era un tra-bajo basado en la filosofía benthamista sobre la materia, que nollegó a publicarse porque, después de serias reflexiones acercade su verdadera importancia, halló que los principios que en élexponía eran comunes a todas las ciencias morales y políticas, esdecir, no satisfacía sus anhelos de pensador y no podía, por tanto,darlo a la estampa. Rasgo éste de pulcra lealtad mental para con-sigo mismo y para con el público, muy raro hoy en la mayor partede los que pretenden ejercer el grave magisterio de las ideas.

Por cierto que el ensayo en referencia le sirvió de base para suprimera obra de aliento, Apuntamientos para la introducción alas ciencias morales y políticas, de que se tratará más adelante.

Sus preocupaciones sobre la organización política constan enun estudio, tampoco publicado, que parecen más bien apuntacio-nes y resúmenes, hechos con notable espíritu crítico, de las ideasesenciales de los tratados de legislación de Bentham. No se tratade un trabajo original, y acaso no fuera cosa distinta de un métodode preparación intelectual, muy propio de quien, con el tiempo,con más experiencia política y más aquilatado saber rayaría a laaltura científica a que se elevó con sus famosos Estudios Consti-tucionales. Quedarán en esos soliloquios inéditos adhesiones alas ideas que más tarde serán o guiones de su conducta política o

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alcanzarán desarrollos insospechados en autores de universal nom-bradía, tales; la teoría sociológica del origen del estado, la inani-dad de la del contrato social, el concepto de la soberanía, la doctri-na del nacionalismo, causa principal de las calamidades europeas,las sanciones del derecho y algunas otras de menor cuenta.

No es posible dejar de llamar la atención aquí acerca de lamanera como el joven doctor Arosemena que frisaba ente losveinte y los veintidós años, se portaba en los cargos con que, enreconocimiento de sus prometedoras cualidades de hombre pú-blico, le distinguían sus conciudadanos; miembro del cabildo yprocurador municipal, creyó, seguramente, que no se le dispen-saba un vacuo honor, sino que se le ofrecía la oportunidad de lle-nar un cometido social y civilizador, y fue por ello su más cons-tante preocupación la suerte de los pobres y los esclavos, obje-tos de todas las infamias, por sobre los principios redentores dela igualdad humana, de la religión del crucificado y de la revolu-ción de 1789.

Arosemena fue en este caso un verdadero precursor en el Istmodel movimiento libertador que cristalizó en la ley que en 1852 de-cretó la libertad de los esclavos. Como fue en realidad tan notorio,sincero y decidido el desvelo del doctor Arosemena por la libertadde éstos, lo prueba el hecho de que años más tarde, una sociedadfrancesa antiesclavista, el “Instituto de África”, le concedió el ho-nor de hacerlo su presidente honorario. Arosemena no era, comolo son hoy tantos falsos valores humanos, un cazador de distincio-nes, tras las cuales esconden o disimulan su inopia intelectual.

En Panamá no era un caso aislado el doctor Justo Arosemena.El ambiente social y político parecía propicio a las ideasantiesclavistas de la época y principalmente entre los elementosmás cultos y destacados.

No eran, pues, palabras de ocasión las encendidas con que elvice-presidente de la Nueva Granada, don José de Obaldía termina-ba un discurso conmemorativo de la libertad de los esclavos; “en-tre las páginas de oro de nuestros anales habrá –decía– una que

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está consagrada a hacer imperecedera la memoria de este sucesoque envuelve la redención de millares de seres humanos y que co-loca sobre las sienes de los legisladores de 1851 el premio que dala virtud a los que rompen las cadenas de los infortunados siervos.Unid, señores, vuestros corazones al mío, para tributar a la divinaprovidencia el homenaje del más cordial reconocimiento por laayuda que ha dispensado a la administración granadina, para reali-zar uno de aquellos pensamientos puros como la ley, desinteresa-dos como la caridad, sublimes como el cristianismo”.

El doctor Arosemena resolvió dejar el Istmo a principios de1840 y se dirigió a los Estados Unidos. Tomó esta resoluciónpor motivos de salud y, al mismo tiempo, para editar losApuntamientos y abrir su espíritu a las influencias de un nuevoambiente, rico en datos de la mayor importancia para su insacia-ble curiosidad observadora. Los numerosos y atractivos centrosde interés que a su inteligencia se abrieron, no fueron óbice paraque dejara de pensar en el bienestar material y en el porvenir dePanamá. Sobre todo, le preocupaba la salud moral de su pueblonativo y el de la Nueva Granada toda. Por eso en sus artículoshacía grande énfasis en una comunicación interamericana a tra-vés del Istmo, que sería factor en su redención económica. Enesa época el doctor Arosemena, consideraba que un acercamien-to de la Nueva Granada y los Estados Unidos, sólo beneficiospodría reportar para la primera.

Los acontecimientos políticos sucedidos en la Nueva Grana-da desde la exaltación del doctor José Ignacio de Márquez a lapresidencia en 1837 y el pronunciamiento de Pasto, dos añosdespués, que tan prolífico en males fue para dicho país, son ense-ñanzas objetivas de los resultados a que puede llevar la políticaapasionada y violenta que tantas veces ha dado al traste, en dondequiera, con las más sanas intenciones de rectos mandatarios. Lassimpatías del doctor Arosemena mostraron, desde el principio,que él aprovechaba tales enseñanzas en el sentido que exigían losinterés de la justicia. En esa época, a pesar de su juventud de 22

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años, su personalidad continuaría afirmándose con rasgos mag-níficos que ya anunciaban cuánto relieve adquiriría con el correrde los tiempos.

Hombre de hogar propio, como que había contraído matrimo-nio en 1838 con la señorita Francisca de la Barrera, pasaba granparte de su vida entonces entre las graves ocupaciones de un es-tudio intenso y metódico y los placenteros menesteres del hon-rado y amoroso padre de familia. La verdad y el amor, dos de susmás vehementes pasiones, como si fueran dos musas amigas, ve-larían mucho tiempo, solícitas, el carro que había de conducirpor los arenales de la vida su preciosa existencia.

Tal bella promesa de hombre público, que, en su tiempo, fueexponente feliz de grandes capacidades intelectuales, y altas vir-tudes cívicas, era la que en breve iba a comenzar a realizarse parabien de su patria y de la América.

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Capítulo IVAmbiente político

1837 �1839

Antecedentes necesarios.– Preliminares de la elección del doctor Márquez.–Diversas tendencias políticas.– Resultado de las elecciones.– Política deldoctor Márquez.– Una administración progresista.– Situación general dela Nueva Granada en 1838 y del Istmo por ese mismo tiempo.– Revoluciónde Pasto.– Actitud de la sociedad “Amigos del País” y del doctor Arosemenacon este motivo.

s preciso que en un trabajo como el presente, que aspira aser un bosquejo fiel de la personalidad del doctor JustoArosemena, se traigan a cuento, siquiera en forma breve,

los hechos que se efectuaron en la Nueva Granada desde 1837 enadelante con la elevación a la presidencia de la república del doc-tor José Ignacio de Márquez. Estos hechos fueron los antece-dentes de los que ocurrieron más tarde, en 1840, en los cualesfiguró el doctor Arosemena si no en primer término, por lo me-nos no de manera tan insignificante que su actuación merezcaquedar en el olvido. Además, su educación política comenzó enBogotá por ese mismo tiempo, cuando aún no había terminadosus estudios. Las bien cultivadas relaciones que sus tíos, los doc-tores Blas y Gaspar Arosemena, mantenían en aquella sociedad;el aprecio que, como ya hemos visto, le dispensaba don Lino dePombo y al propio tiempo que todo esto sus mismos méritos dealumno muy distinguido de la facultad de Derecho, que le habíavalido las vivas simpatías de hombres eminentes, ofrecíanle no

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pocas ocasiones de hallarse al tanto de los sucesos políticos deaquellos días y de apreciarlos con justo conocimiento de causa.En estas circunstancias el joven Arosemena fue testigo presen-cial de la ardiente campaña periodística que precedió a la elec-ción del doctor Márquez; conoció de cerca al general Santandery a los caudillos más distinguidos de las diversas parcialidadesque se disputaban el poder público, y hasta puede decirse que fijósu propia orientación política al simpatizar con la de su insignemaestro, Vicente Azuero. Ahora bien, si es cierto que el medioen sus diversas manifestaciones es un modelador deindividualidades, ¿cómo prescindir de las circunstancias que ro-dearon la juventud del doctor Arosemena poco antes de iniciarseen la vida pública? ¿No hay, por otra parte, cierto legítimo interésen que la vida de los grandes hombres sea considerada no comosi fueran ellos unidades morales independientes, sino, por el con-trario, estrechamente relacionados con el ambiente social en quenacieron y vivieron?

Debiendo verificarse en agosto de 1836, las elecciones pre-sidenciales para el período de 1837 a 1841 comenzóse, desdemucho antes, a pensar en el candidato que debía reemplazar algeneral Santander tan pronto como éste terminara su gobierno.

El general Santander, en un momento de ofuscación, inconce-bible en un hombre de su talla, acogió la candidatura de José MaríaObando, el hombre entonces menos aparente para reemplazarloen la presidencia. Aníbal Galindo escribió, mucho tiempo des-pués, en el Repertorio Colombiano que el candidato del presi-dente hería dolorosamente el sentimiento público, tanto porqueel nombre de Obando era relacionado con el horroroso crimende Berruecos, como por sus escasos talentos políticos.

Conocida la actitud del presidente al patrocinar la candidaturade Obando, separáronse de él los hombre civiles más moderadosy notables que hasta entonces les habían acompañado en su laborde organización y administración de la república, a los cuales seunieron los miembros existentes de lo que había sido el partido

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boliviano, de modo que hombres como Lino de Pombo, PastorOspina, Rufino Cuervo, Alejandro Vélez, Juan de Dios Aranzazu,Juan Clímaco Ordóñez, Mariano Ospina, los generales JoséAcevedo y José Hilario López y los coroneles Joaquín MaríaBarriga y Joaquín Acosta se unieron con los antiguos bolivianosAlejandro Osorio, José Joaquín Gori, Eusebio María Canabal,José Manuel Restrepo, y los generales Tomás C. de Mosquera yPedro Alcántara Herrán, y formaron un núcleo que apoyó la can-didatura del doctor José Ignacio de Márquez para la presidenciade la república.

El general José María Obando había prestado servicios mili-tares a la causa de la independencia el año de 1821 y, de caráctercivil, desde dicho año hasta 1836. Había sido secretario de esta-do y vicepresidente de la república. Reintegró el sur de Colom-bia que pretendía anexarse al Ecuador y celebró con el gobiernode esta nación un tratado de paz y amistad que puso término a ladesavenencia entre los dos países.

El doctor José Ignacio de Márquez ocupaba, en fuerza de méri-tos auténticos, una elevada posición social y política entre sus con-ciudadanos. Había sido presidente de la convención de Cúcuta en1821, de la de Ocaña en 1828, secretario de hacienda en 1831,catedrático de la universidad durante algún tiempo y vicepresiden-te de la república en dos períodos consecutivos. Su fama de oradorparlamentario y notable jurisconsulto estaba bien cimentada. Eramuy orgulloso y reservado, pero exento de bastardas ambiciones.

Una fracción liberal, la más pequeña, sin nombre entonces,pero que hoy podría denominársele radical integrada por ami-gos de Santander, pero enemiga acérrima del militarismo y par-tidaria entusiasta de que se implantaran ciertas reformas, de-masiado avanzadas unas y utópicas otras, aspiraba también a queel primer magistrado fuera un hombre civil y tuvo de candidatoa don Vicente Azuero.

El doctor Vicente Azuero, la figura intelectual más vigorosade la Nueva Granada, entonces, era reputado el primero entre los

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periodistas de su generación, sabio legislador, recto magistrado,jurisconsulto eminente y orador parlamentario muy distinguido.Había sido catedrático de Derecho público y Legislación, minis-tro del interior en la administración de don Joaquín Mosquera ypresidente del primer Consejo de estado; además, factor muyimportante con los doctores Francisco Soto, Diego FernándezGómez y otros más en la organización de la Nueva Granada, a raízde la separación de ésta de la Gran Colombia. Todos, amigos yadversarios, le reconocían un carácter íntegro, un ardoroso pa-triotismo, una inmaculada vida privada, una extensa y variada ilus-tración y una conciencia profunda; pero muchos también comba-tían en él al hombre de ideas avanzadas en religión y en política yal propagandista de las enseñanzas, Bentham y Tracy. Polemistabatallador y cáustico se había conquistado grandes enemistades apesar de ser, como decía el doctor José María Samper, el másnotable entre los antiguos radicales de Colombia y de Nueva Gra-nada, la juventud de la revolución y la energía de la Política”

Este fue el candidato de las simpatías del doctor Arosemena.Azuero había sido su maestro y había sabido atraérselo, ya por elmagnetismo de su prestigio personal en la cátedra y en la vidaordinaria, ya por haberle dado muchas y particulares muestras deaprecio. Varias veces lo había sentado a su mesa en el seno de “unhogar en el que brillaron las virtudes de una ilustre bogotana,modelo de esposas y de patriotismo”; y en ocasión memorablepara el joven Arosemena, cuando recibió su grado de bachiller enjurisprudencia, el doctor Azuero le obsequió con las obras dejeremías Bentham y de Benjamín Constant. Nuestro biografiadono sólo correspondió a tal afecto mostrándose entusiasta parti-dario de su candidatura y contribuyendo hasta con dinero a susostenimiento sino que sintió siempre legítimo orgullo en habersido su discípulo y recibido de él tales muestras de considera-ción. Claro es, sin embargo, que la trascendencia práctica delentusiasmo del doctor Arosemena no había de ser muy conside-rable. Sólo contaba entonces veinte años de edad y su familia

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toda trabajaba activamente, y con éxito satisfactorio, por la can-didatura del general Obando.

Las elecciones fueron reñidísimas en todo el país y la luchapor la prensa azás enconada. Aunque la candidatura de Obandoera en cierto modo oficial y contaba, desde luego, con el apoyode Santander, éste no ejerció coacción a favor de ella y las elec-ciones primarias favorecieron a Márquez. Mas como ninguno delos tres candidatos obtuviese la mayoría requerida para ser elegi-do tocó al congreso perfeccionar la elección y el doctor Márquezfue elegido presidente de la Nueva Granada el 4 de marzo de 1837,no sin que para impedirlo se ensayaran todos los recursos lícitose ilícitos de que siempre se ha echado mano en nuestrasirreflexivas democracias para combatir a los hombres represen-tativos de alguna causa noble.

El doctor Márquez inauguró en el gobierno una política debenévola tolerancia. Ofreció al doctor Vicente Azuero una lega-ción en Europa y nombró al doctor Francisco Soto, su adversariotambién en la lucha que acababa de pasar, consejero de Estado.Designó al doctor Ezequiel Rojas secretario de una misión fiscala Londres y, más tarde, lo hizo gobernador de Pamplona; y en losdoctores Florentino González y Lorenzo María Lleras depositóla confianza de oficiales mayores de los departamentos de ha-cienda y del interior, respectivamente.

En el ejército siguió la misma política, en contra de laespectativa general. Dejó en puestos de confianza a muchos mi-litares que se habían opuesto a su candidatura y nombró a otrospara comisiones importantes, sin preocuparse para nada por quepudieran serle fieles o no.

Al fin del primer año de la administración del doctor Márquezla perspectiva que se ofrecía a los espíritus patriotas era de lomás halagadora. Según exposición del secretario del interior yrelaciones exteriores al congreso en 1838, el número de escue-las había aumentado en proporción considerable. La esclavitudhabía comenzado a disminuir de tal manera que en pocos años

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habría desaparecido por completo. La deuda exterior y la interiorse iban amortizando paulatinamente. Se habían abolido varias con-tribuciones en beneficio del pueblo y el gobierno estudiaba lamanera de aumentar las rentas del tabaco y las salinas. El códigopenal había sido sancionado y, como consecuencia inmediata,había traído la simplificación de la jurisprudencia criminal.

La situación política era menos halagüeña. Las eleccionesgenerales para senadores y representantes alteraron bastante losánimos así de los amigos del doctor Márquez como de los quehabían sido sus adversarios y aún continuaban siéndolo. El gene-ral Santander, candidato a la senaturía por Bogotá, fue derrotadopor el doctor Alejandro Osorio. El gobierno, esta vez, se dejóarrastrar a las violencias y destituyó a algunos miembros de laadministración que habían trabajado por candidatos poco gratosal presidente. Sin embargo, nada de esto habría podido crear gran-des perturbaciones, aunque era evidente que existían fermentospeligrosos en la misma sociedad capaces de trastornar la marchapolítica del país en cualquier momento, como quedó demostradocon el incidente del nombramiento de tesorero en el capítulo dela catedral de Panamá. Pedido por el gobierno al senado el con-sentimiento para nombrar al presbítero don Ramón García de Pa-redes en dicho cargo, fue interrogado el señor Pombo, si en elasunto estaban de acuerdo todos los secretarios; éste respondióafirmativamente, pero al día siguiente el doctor Azuero leyó unacarta del general López que, entre otras cosas, decía: “que igno-raba la propuesta porque seguramente no había concurrido el se-ñor Pombo a hacerla”. Indignado Pombo por la conducta de suscolegas renunció el portafolio que desempeñaba. El generalLópez, que conoció los efectos de su carta, —dice Restrepo—“escrita con tanta ligereza”, pues así el señor Presidente comolos demás secretarios decían que habían asistido y dado su votoen favor de la propuesta mencionada, escribió a Pombo manifes-tándole “que recordando mejor los hechos conocía haber sidoefecto de una distracción lo que había dicho al doctor Azuero”.

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Pues bien, a pesar de la publicación de esta carta, la prensa deoposición continuó combatiendo acremente al señor de Pomboque tenía sobrados títulos a la consideración pública.

El congreso de 1839 eligió vicepresidente de la república algeneral Domingo Caycedo en competencia con el doctor Vi-cente Azuero.

No obstante lo referido, hasta mediados de este año la NuevaGranada era uno de los pocos países de la América española en don-de el orden, el progreso y la libertad, bien entendida, marchaban jun-tos, y el único —según decía el doctor Rufíno Cuervo— que com-probaba a la faz del mundo no ser exótica la líbertad de los pueblosque hablaban la lengua de Castilla. El mensaje del presidente al con-greso confirmaba con su autoridad todo cuanto en orden a los pro-gresos de su administración habían dicho sus ministros el año ante-rior. El optimismo respecto de la situación era general y de él parti-cipaban estadistas tan notables como el expresidente Santander. Portodas partes se respiraba confianza, hasta el punto de producir talestado de cosas desaliento al partido de oposición cuyos principalesórganos La Bandera Nacional, El Diablo Cojuelo y La Calaveratuvieron que suspenderse voluntariamente por falta de circulación,lo que trajo como consecuencia que también dejaran de publicarseEl Argos y El Amigo del Pueblo, defensores del gobierno.

Sorprendente contraste mostraba con tal situación la prensaistmeña, pues mientras en Bogotá sólo veía la luz pública la Ga-ceta Oficial, en Panamá se publicaban La Revista, El ComercioLibre y Los Amigos del País, periódicos noticiosos que tenían asus lectores al corriente de lo más importante que pasaba en elmundo. El primero se internaba con frecuencia por los escabro-sos campos de la política, pero sin perder de vista los intereseslocales; los dos últimos reflejaban las aspiraciones generales delIstmo en aquella época y, por eso, en sus páginas eran corrienteslos artículos sobre anseatismo, franquicias comerciales, canal,ferrocarril, puertos libres, aperturas de caminos carreteros, crea-ción de escuelas primarias y aumento del personal en las ofici-

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nas judiciales para que se despachasen pronto los juicios civilesy criminales que en ellas cursaban.

En medio de esta tranquilidad general, cuando menos se espe-raba, sobrevino un suceso que comprometió la paz pública. Fueéste la expedición de una ley por la cual se suprimían los conven-tos menores de Pasto. El proyecto respectivo había sido presenta-do al congreso por el doctor Ramón Orjuela y el presbítero JuanSanta Cruz, representantes ambos por la provincia de Pasto y conla aprobación del Obispo de Popayán, ante quien el padre Francis-co de la Villota, sacerdote austero y fanático, había acusado a losfrailes de dichos conventos por su poca moralidad, agregando queera preferible suprimir esos conventos que tratar de reformarlos.A pesar de esto, al conocerse en Pasto la ley, el mismo padre ViIlota,aprovechándose de su gran influencia sobre los indios, declaródesde el púlpito que se oponía al cumplimiento de ella y excitandoa las turbas a defender la religión logró reunir de cuatro a cinco milhombres con los cuales impuso al gobernador de Pasto, don Anto-nio José Chávez, condiciones humillantes.

Enterado el gobierno de Bogotá de tales acontecimientos des-pachó con tropas inmediatamente al general Pedro AlcántaraHerrán a restablecer el imperio de la legalidad, lo que consiguiófelizmente este militar en el hecho de armas de Buesaco (agosto31 de 1839). La revolución, que no había tenido al principio másque un carácter religioso y que parecía estar circunscrita a la pro-vincia de Pasto tomó luego un cariz político con la proclamacióndel sistema federal de gobierno por el teniente coronel AntonioMaría Álvarez, de manera que, aunque vencida, aseguraba su con-tinuación para cualquier momento en todo el país a favor de losgérmenes peligrosos de que hemos hablado.

El resultado de la acción de Buesaco produjo intensa satis-facción en la capital de la Nueva Granada, y al saberse en Panamála noticia, la sociedad patriótica denominada “Amigos del País”,envió, a su vez, al presidente un voto de aplauso que fue corres-pondido con la contestación que sigue:

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“El gobierno ha visto con satisfacción las feli-citaciones que por el triunfo de la causa de las le-yes en Pasto le dirigen los miembros de la socie-dad “Amigos del País” que suscriben esta repre-sentación. Los sentimientos de liberalidad y pa-triotismo que en ella se manifiestan, serán justa-mente apreciados por la gran mayoría de la naciónque ha condenado los extravíos de algunos pastusosy ha cooperado, tan generosamente al restableci-miento del orden”.

Por su parte, el doctor Arosemena, aunque miembro tambiénde dicha sociedad, creyó conveniente dirigirse él solo al presi-dente Márquez con estas expresivas líneas:

Excelentísimo señor Presidente de la Repúbli-ca: La espléndida victoria de las armas de Buesacoobtenida el mes antepasado por legitimistas sobrelas hordas de fanáticos pastusos azuzados por frai-les corrompidos, es el triunfo de la civilizacióncontra la barbarie, de la luz contra las tinieblas.

En mi carácter de granadino felicito a VuestraExcelencia por acontecimiento tan feliz y le ofrez-co desinteresadamente mis servicios, si llegaren aser necesarios a la patria.

No hemos podido hallar la respuesta, si la tuvo, a la comuni-cación del doctor Arosemena, pero, cualquiera que hubiese sido,lo verdaderamente importante en ella es su actitud desinteresaday patriótica, primera revelación del acendrado amor que siempretuvo por los fueros del orden y de la paz social.

Si el año anterior, ya en su tierra natal y en defensa de losderechos del Istmo, no había tenido inconveniente en increparduramente al doctor Márquez a quien él creía responsable delatraso que padecía la administración de justicia, ahora, sobrepo-niéndose a sus sentimientos adversos hacia el distinguido magis-trado y a sus personales simpatías políticas —se recordará su

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franca adhesión al doctor Azuero— lo felicita por el triunfo queobtienen las armas legitimistas en Buesaco. En aquellos tiem-pos, como ahora, los hombres se dejaban arrastrar fácilmente porla violencia de sus rencores y pasiones políticas, pero las ideas ylos principios ejercían todavía un influjo considerable en las re-laciones con sus conciudadanos y eran frecuentes verdaderosactos de nobleza política que hoy son muy raros entre nuestrosestadistas y hombres públicos. El general Santander, defraudadoen sus esperanzas de llevar a Obando al solio presidencial, lejosde entregarse a desafueros insensatos contra la ley y la moral,promete, por el contrario, apoyo incondicional al elegido delcongreso con miras no egoístas y estrechas sino en virtud de unalto espíritu de civismo.

El doctor Márquez, al día siguiente de su elección se olvidade quienes fueron sus adversarios y sólo ve los que pueden serdignos servidores de la patria. Hermosos ejemplos éstos para lajuventud de todas las épocas. En su caso, el doctor Arosemenalos imitaba mostrándose en la actitud en que lo hemos visto.¿Cómo podríamos dudar de la sinceridad, de su tolerancia y de suodio por los facciosos y demagogos? ¿Cómo podríamos dudarde que, como nos dirá algunos años más tarde, en su fe políticano entraba “la libertad discrecional de derrocar gobiernos” y deque entre los conflictos entre el señor Orden y la señora Liber-tad siempre estuvo, aún con sacrificios de sus afecciones perso-nales, por la causa del primero?

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Capítulo VEl Estado del Istmo

1840-1841

Actitud de los hombres más notables del liberalismo oposicionista, segúnRicardo Becerra.– Acontecimientos que sucedían en el Istmo.– Cambio degobernador de la provincia de Panamá.– Incertidumbres y azares de febre-ro a octubre de 1840.– Pronunciamiento del 18 de noviembre.– Preliminaresde organización del Estado del Istmo.– Se expiden la ley Fundamental y laConstitución.– Actuación del doctor Arosemena.– Sus ideas sobre la si-tuación del Istmo en octubre de 1841.– Reintegración del Istmo a la Nueva

Granada.– Sale el doctor Arosemena para el Perú.

on el triunfo de las armas del gobierno en Buesaco debióterminar la perturbación del orden público, puesto queno había motivos suficientes que excusasen siquiera la

continuación de la revuelta. La casualidad, sin embargo, que, aveces, ha desempeñado un papel importantísimo en la historia dela humanidad, contribuyó, en gran parte, a que, lejos de extinguir-se el incendio que se había desatado en el sur y que casi habíasido dominado ya, se propagase por toda la república.

Alguien descubrió en la montaña de Berruecos unos papelesque comprometían la responsabilidad del general Obando en elasesinato del mariscal de Ayacucho, y llamado por las autorida-des de Pasto a responder en juicio por los cargos que de dichospapeles le resultaban, resolvió pronunciarse en armas, como efec-tivamente lo hizo, el 18 de enero de 1840, causando con estaconducta la guerra más injusta de las que han asolado a la patria

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de Santander y de tantos varones ilustres que soñaron para ella díasde gloriosa paz. El fuerte descalabro militar que sufrió Obando enla población de Los Árboles pudo aún librar a la Nueva Granada delos horrores de una guerra tremenda; pero las promesas que hizo algeneral Herrán no fueron sinceras y, violando la fe de su palabra,aprovechó la primera oportunidad que se le presentó para capita-near un nuevo movimiento que, al fin, se extendió por todo el país.“En vano, dice el doctor Ricardo Becerra, las cabezas más serenasy firmes del liberalismo oposicionista, pero amigos del respeto algobierno constituido, Azuero, Soto, Duque y Gómez, Lleras y otrosaconsejaron la paz. En vano el mismo general Santander, ya en sulecho de muerte, llamó en torno suyo a algunos de sus principalestenientes, Córdoba entre ellos, para predicarles con ahínco el res-peto a la ley y a las autoridades por ella establecida. La pasión delos más impetuosos prevaleció sobre la razón de los que con lamirada en el porvenir acertaron a mantenerse serenos”.

Santander murió el 6 de mayo y Obando quedó como jefe dela oposición al gobierno. La historia ha enjuiciado la guerra del40 y parece haber dicho también su última palabra acerca de ella.Baste decir ahora que fue una guerra sin bandera a pesar de quesus jefes, una “Zambra de supremos”, según la calificó don Linode Pombo, trataron de cohonestarla con toda clase de pretextos.

Nos concretamos a los acontecimientos que por entonces sesucedían en el Istmo y la participación que en ellos tomaba eldoctor Arosemena.

Terminado el período de don Pedro de Obarrio, gobernadorde la provincia de Panamá, lo había reemplazado el doctor Carlosde Icaza (11 de febrero de 1840). En el acto de trasmisión delpoder, que fue muy concurrido, participó el doctor JustoArosemena representando al colegio de abogados de la ciudad dePanamá con el encargo de felicitar al colega exaltado a la másalta magistratura provincial. La ceremonia fue modesta, comocorrespondía a una capital de provincia, escasa de recursos, y endonde por las condiciones mismas del medio social apenas sí

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hubieran podido tener otro carácter. Pudo llamar la atención so-lamente el hecho de que la persona designada para dirigirle lapalabra al gobernador Icaza en nombre del foro panameño fuesetan joven, cual lo era entonces el doctor Arosemena; pero, enrealidad, esta distinción, lo mismo que las muestras de confianzaque ya le habían dado al hacerlo consejero y procurador munici-pal, según se ha visto, era reveladora del buen concepto en que yale tenían sus conciudadanos.

De febrero a octubre de 1840 transcurrió un período de in-certidumbres y azares en la provincia, originado por la ignoran-cia de lo que ocurría en el resto de la Nueva Granada. La revolu-ción se había enseñoreado de gran parte del país y las noticiasque se recibían eran vagas y contradictorias. A principios de no-viembre, sin embargo, llegó al Istmo, procedente de Santa Marta,una comisión enviada por el general Francisco Carmona, que exi-gió al gobernador secundara el pronunciamiento de las provin-cias de Santa Marta, Riohacha y Mompós, con la amenaza de quesi así no lo hacía una expedición militar vendría contra el Istmo.

Al principio no se le dió ninguna importancia a las exigenciasde Carmona y el gobernador se limitó a entretenerlo en la espe-ranza de que muy pronto se tendrían noticias fidedignas de la ca-pital. Una nota del coronel Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres enla cual comunicaba el desastre de las fuerzas gobiernistas en LaPolonia y el abandono de la capital por el presidente Márquez.Daba cuenta también Piñeres de los pronunciamientos de las pro-vincias ya mencionadas y la de Cartagena, en donde él mismo sehabía proclamado jefe superior. Transcribía además una circularde 7 de octubre en que el secretario de lo interior y relacionesexteriores, señor de Pombo, declaraba paladinamente la impo-tencia del gobierno nacional para debelar la revolución. Los pe-riódicos llegados en esos mismos días confirmaron la gravedadde la situación y el doctor Icaza llegó al convencimiento de quele era preciso tomar algunas proviencias en salvaguardia de latranquilidad pública.

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Hubo reunión de notables en la casa de gobierno para delibe-rar sobre lo que convenía hacer y a ella asistieron, entre otros,Mariano, José y Justo Arosemena, Francisco Asprilla, JoséAgustín Arango, Ramón Vallarino, Bernardo Arce Mata, JoaquínMorro, José Angel Santos, Nicolás Orozco y otros más.

La mayoría formada por Justo Arosemena, Bernardo ArceMata, José Agustín Arango y Mariano Arosemena Quesada, fuede parecer que, en vista de la pobreza alarmante de las dos pro-vincias del Istmo, lo que, ante todo, debía hacerse era preservar-las del azote de la guerra. No creían en la disolución de la NuevaGranada y aconsejaban que el Istmo mantuviera una neutralidadarmada y que al terminar la revuelta volviera a unirse a aquel país,pero bajo el régimen federal.

El 18 de noviembre de 1840 se verificó el pronunciamientode la ciudad de Panamá como paso previo en el camino de llegara la situación que se deseaba.

El acta respectiva consta de 18 artículos. En ella se manifies-ta, entre otras cosas, que la Provincia de Panamá declara solem-nemente que las obligaciones contraídas por la constitución gra-nadina de 1832 habían terminado con la disolución de la repúbli-ca; que, por tanto, se erigía en estado soberano el cual compren-dería la de Veragua, si sus habitantes se adherían a él para formarun solo cuerpo político con el territorio del Istmo; y, en fin, quecualesquiera que fuesen los arreglos ulteriores en que convinie-ran las diversas provincias de la Nueva Granada para la reorgani-zación política, el Estado de Panamá no ingresaría a ella sino,como se ha dicho, bajo el sistema federal de gobierno.

El coronel Tomás Herrera fue proclamado jefe superior delEstado; vice-jefe el doctor Carlos de Icaza; consejeros, MarianoArosemena, Nicolás Orozco y Tadeo Pérez de Ochoa y Sevilla-no; secretario general José Agustín Arango, empleo éste que pocomás tarde desempeñó en interinidad el doctor Justo Arosemena.

El 14 de diciembre se dictó el decreto de convocatoria de laconvención que definitivamente había de decidir los destinos del

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país. Este decreto y la nota circular que la comunica, llevan lafirma del doctor Arosemena.

Con estas medidas se daban los pasos conducentes a asegurarel concurso de todas las provincias del Istmo que ya acataban laautoridad del gobierno provisional, pero que antes se habían mos-trado remisas a hacerlo.

Una vez reunida la convención (10 de marzo de 1841), comoestaba previsto, procedióse a la elección de dignatarios, la cualdió el siguiente resultado: presidente, vice- presidente y secreta-rio, respectivamente, los señores José de Obaldía MarianoArosemena y José Ángel Santos.

El coronel Tomás Herrera, en su carácter de jefe superior delEstado, dirigió a la convención un sesudo mensaje.

También de esa pieza puede decirse que todo en ella fue con-sultado: justicia, generosidad, patriotismo y cuanto era menesterconsiderar antes de procederse a la organización formal del Ist-mo y dadas las serias dificultades por que atravesaba. Algo exa-gerados los juicios adversos a la administración del doctorMárquez, constituye, sin embargo, el mensaje una piedra miliaren la larga cadena de antecedentes que, a la larga, habían de justi-ficar la independencia definitiva del Istmo de la entidad a que portanto tiempo estuvo unida.

La convención se ocupó en seguida de expedir, de acuerdo conel anterior mensaje, la ley fundamental que debía servir de pauta enlas deliberaciones subsiguientes, encaminadas a acordar la consti-tución del nuevo Estado. En este documento consta de manera in-equívoca cuál era el espíritu de los convencionales al principio desus labores y antes de que se acordase la constitución.

La lectura de la ley fundamental revela que, a pesar del estadocaótico en que se encontraba la Nueva Granada, quienes echaronsobre sus hombros la ponderosa carga de preservar al Istmo delos horrores de la anarquía no pensaban seriamente en desligarlode la nación granadina. Se habla en ese documento de un estadosoberano e independiente porque tal era la terminología que

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comenzaba a usarse en el lenguaje de los partidarios delfederalismo, pero, en realidad, la disposición en que se hacía apa-recer al Istmo de unirse de nuevo a la Nueva Granada, siempreque el régimen que se diera fuera federal, y la previsión mismade que acaso pudieran ser necesarias relaciones de inteligenciacon dicho país, son suficientes a convencer de cuál era el verda-dero objeto del movimiento que, por otra parte, las circunstan-cias habían hecho necesario. No fue sino más tarde, al discutirsela constitución del Estado, cuando surgieron tendencias y mani-festaciones decididamente separatistas que al fin se cristalizaronen dicho documento cuyo espíritu a este respecto excedió al dela ley fundamental. ¿A qué se debió esta variación? En primerlugar, a que la opinión pública no era uniforme en cuanto el ca-rácter y la finalidad del movimiento movimiento que se consu-maba, como se pudo observar en la reunión que precedió al actaen que se consignaron los fines del pronunciamiento. La opiniónse fue precisando, poco a poco, hasta que triunfaron las naturalesinclinaciones del Istmo, a afirmar, cuando menos, su autonomíafrente a los gobiernos de la Nueva Granada, ya, desde entonces,sordos a las clamorosas representaciones que en nombre de lajusticia les hacía un pueblo abnegado y optimista. Aquellos pa-triotas se dieron, poseídos de santo entusiasmo, a organizar elEstado y es innegable que tuvieron algunos aciertos y que “losconceptos de civilización y humanidad de que, con justicia”, ellosblasonaban, imprimieron a sus actos, un sello de perdurables atrac-tivos. Pero es lo cierto también que, ignorantes de las verdaderascondiciones políticas y militares que prevalecían en el interiorde la Nueva Granada, y confiando demasiado en el poder moral ymaterial de la nueva entidad, sólo estaban construyendo un edifi-cio sin sólida base, sin consistencia y que desde el principio ame-nazaba ruina.

Ciertas ambiciones personales, que no podían faltar y que nofaltaron; la indiferencia o la lenidad con que las autoridades delEstado miraban los manejos torticeros de los que en nombre de

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S. M. B. usurpaban jurisdicción que no les correspondía en Bo-cas del Toro y otros hechos graves que ocurrieron confirmaronel juicio de quien dió a entender que la actitud de los istmeños alorganizar un Estado libre, independiente y soberano, era pre-matura. La transformación política del 18 de noviembre que de-bía conservar su significación inicial de ser un medio de evitarque el Istmo sufriera las consecuencias de la funesta guerra queconducía al país a una situación peligrosa, desde el punto de vistade su integridad y aún de su existencia, habría sido fatal sin elpatriotismo del coronel Tomás Herrera y de los pocos hombresde juicio que, como el doctor Arosemena supieron ver claro atiempo y se portaron a la altura de sus obligaciones patrióticascuando, restaurado el orden en la Nueva Granada, fue necesarioresolver el problema constitucional que con su independencia elIstmo había creado.

¿Qué papel desempeñó el doctor Arosemena en los días quealcanzó el fugaz Estado del Istmo? Desde luego, él no fue de lospro-hombres de ese movimiento, pero así por la posición de sufamilia y por sus conocimientos en asuntos de política y de le-gislación, como por el entusiasmo de su juventud y por su adhe-sión, ya probada, a la causa del orden y de la paz, sus serviciosfueron muchos, desinteresados y más importantes de lo que has-ta aquí se ha creído.

En efecto, nombradas por el coronel Herrera varias comisio-nes de notables que preparasen, como lo dice en su mensaje a laconvención, los proyectos de constitución y otras leyes necesa-rias a la buena marcha del Estado, el doctor Arosemena fue unode los que más trabajaron en tal empresa hasta el extremo de queel coronel Herrera, apreciando cumplidamente los múltiples ta-lentos que adornaban al joven jurisconsulto, lo tomó como subrazo derecho en el despacho de muchos negocios que requeríanconsagración, inteligencia y amor sincero a la patria. De estamanera no sólo fue el director de casi todo el trabajo burocráticoque se realizó en la casa de gobierno a su paso accidental por la

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secretaría general del Estado, sino el redactor personal de casitodos los documentos públicos más importantes que demandó laorganización del país. Obras suyas, entre otras, son la ley funda-mental que sirvió de base a la carta del Estado, la constituciónmisma, notable por su sencillez y por el espíritu francamente li-beral que la informa y la ley por la cual se facultó al poder ejecu-tivo para negociar el sometimiento del Istmo a la Nueva Granada,que es toda ella un modelo de abnegación, de prudencia y de altopatriotismo.

Consta, asímismo, que fue junto con su padre, don Mariano,el principal inspirador de un memorial importantísimo dirigido ala convención sobre comunicación intermarina, una de las pocascosas verdaderamente notables que preocuparon la mente de los ac-tores en aquel momento histórico. No asistió el doctor Arosemenacomo diputado a las deliberaciones de la convención. No sabe-mos precisamente por qué, pero nada aventurado es suponer decuánto habrían servido sus luces a los que formaron aquella asam-blea, con pocas excepciones, de hombres indoctos que ningunanoticia tenían acerca de lo más elemental de la ciencia de la le-gislación.

Aunque su ingerencia en los consejos de gobierno y en lasdecisiones de la convención no fue más de la que queda indicada,ella es bastante para que se comprenda la importancia de los ser-vicios que prestó entonces al Estado del Istmo y lo mucho que yallevaba ganado en el aprecio de sus conciudadanos.

Entre tanto, el peligro de la disolución de la Nueva Granada,origen inmediato de la primera independencia del Istmo, comen-zaba a alejarse con el triunfo del general Mosquera en Tescua (10

de abril de 1841), con el del general Joaquín Barriga en La Chanca(11 de julio del mismo año) sobre Obando y con la desapariciónde éste del teatro de la guerra, que, derrotado completamente, sehabía fugado con rumbo hacia el Perú. También había terminadosu período presidencial el doctor Márquez y el general Herránpresidía, desde mayo, la administración neogranadina. Los con-

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tra pronunciamientos que en varias provincias comenzaban a lle-varse a cabo por elementos afectos al gobierno general daban,por fin, golpe de gracia a la revolución y así vino a suceder que,desde mediados de 1841, el Istmo se encontró en situaciónembarazosa, objeto como fue, desde entonces, de las miradas ai-radas del gobierno central quien, no aceptando el hecho de ladesmembración, sólo pensaba en traer al Istmo, de cualquiermodo, a su anterior condición de provincia de la Nueva Granada.

La historia de los sucesos que entonces ocurrieron ha sidoreferida con brillantez de estilo y juicio ponderado por el ilustra-do autor de la vida del general Herrera. Sin embargo, el doctorAlfaro quien, por otra parte, no estaba obligado a ello, nada nosdice de la actitud que asumió el doctor Arosemena en esos díasverdaderamente críticos para el Istmo y en los cuales su patrio-tismo rayó a considerable altura, bien que no compartía el entu-siasmo bélico de la mayoría de sus compatriotas. Él, que no ha-bía creído en la disolución de la Nueva Granada y que no partici-pó en el movimiento del 18 de noviembre sino por motivos alta-mente recomendables, era, acaso, uno de los mejor llamados aseñalarle a la opinión pública el camino de la prudencia, de lajusticia y del derecho, y por eso con suma franqueza, sin ambajesde ninguna especie lo que revelaba en él un gran valor cívico sehizo cargo de tal empeño, aun a riesgo de parecer en contradic-ción consigo mismo y de malquistarse, como se malquistó, conlos que no compartían sus opiniones. A quienes pensaban que,aun restablecido el orden en la Nueva Granada, se debía mantenerla independencia y trataban de inducir al general Herrera por tanescabroso camino les decía que “era candidez o aberración in-concebible estar pensando en independencia sin tener fuerza conque respaldarla”, y a quienes afirmaban la legitimidad del pro-nunciamiento del 18 de noviembre, les dedicó un razonado artí-culo en el cual discutió ampliamente el concepto de esa legiti-midad. La lectura de esa pieza hace resaltar en seguida el espíritude legalidad de que ya para entonces estaba animado el doctor

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Arosemena y la apacible serenidad con que sabía exponer las másatrevidas ideas.

No contento, sin embargo, con el mencionado alegato enfavor de una pronta reconciliación con la Nueva Granada, vol-vió sobre sus ideas más extensamente en otro escrito que dió alpúblico en hoja volante en octubre del año de 1841. No discuteya la legitimidad del movimiento del 18 de noviembre y aún lada por supuesta. Lo que ahora quiere hacer patente a sus con-ciudadanos es la imposibilidad de mantener la independenciadel Istmo.

Por supuesto no debe creerse que las opiniones del doctorArosemena fueron la causa única de la reincorporación del Istmoa la Nueva Granada. A este fin conspiró un concurso de circuns-tancias, entre las cuales figuraban como las más decisivas losmedios suaves y diplomáticos de que se valieron los negociado-res granadinos y la abnegación del coronel Herrera que no quisoensangrentar el suelo de su patria con sangre de hermanos. Peronada esto amengua el mérito de la conducta del doctor Arosemena,inspirada en una juiciosa apreciación de las condiciones en quese hallaba el Istmo entonces y en puros sentimientos patrióticos,así no los exteriorizara en forma belicosa. Los elogios que laposteridad ha tributado al coronel Herrera por haber contribuidocon su magnanimidad y su prudencia a la solución pacífica de unconflicto que pudo acarrear males sin cuento a la familia istmeñay granadina, deben alcanzar también, proporciones guardadas, alvaliente escritor de veintitrés años, que no queriendo engañarse así mismo, ni a sus compatriotas, todo lo pospuso a los permanen-tes intereses de la verdad y a la salud de su pueblo.

Cuando en diciembre de 1841 el sargento mayor Julio Arbole-da, primero, y los señores Anselmo Pineda y Ricardo de la Parra,poco después, llegaron a Panamá en calidad de comisionados paratratar de la reincorporación del Istmo a la Nueva Granada encon-traron el terreno abonado para la labor que se proponían. Los últi-mos ajustaron el convenio el 31 de diciembre con el Coronel

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Herrera y los señores José Agustín Arango y don Ramón Vallarino,por parte de Panamá, convenio que improbó el gobierno de Bogo-tá, en forma que causó hondo resentimiento al noble coronelHerrera y a todos los istmeños que vieron de esa manera burladossus sacrificios en aras de una paz decorosa y de una reconciliaciónsincera con sus hermanos los granadinos.

El año de 1842 se presentaba sombrío para el doctor Arosemena.Aunque el coronel Pineda era un hombre probo y serio no le habíasido posible realizar en poco tiempo el milagro de devolver com-pletamente al Istmo tiempo la tranquilidad necesaria para entregarsede lleno a labores que sólo podían prosperar en la confianza queinspira una paz firme y justa. La vida para muchos se hizo intolera-ble, debido a las intrigas de quienes no fueron muy fervientessimpatizadores del movimiento del 18 de noviembre y de algunosque habiendo tomado parte en él esperaban, sin embargo, congra-ciarse con el nuevo régimen con propósitos egoístas. Ni la reuniónde la cámara provincial cuya labor estaba naturalmente indicada frentea la situación del erario público y el estado de inseguridad que portodas partes reinaba, realizó en forma apreciable, por lo menos alprincipio de sus sesiones, la tarea que todos esperaban de ella. Eldoctor Arosemena señalado por los envidiosos de su talento y susvirtudes para saciar en él odios y rencores nacidos precisamentede su actuación desinteresada en los primeros días del Estado delIstmo fue una de las víctimas sacrificadas a tan reconcentradas pa-siones. La cámara le privó del escaso beneficio que derivaba delvicerrectorado y de las clases de inglés y de derecho en el Colegiode Panamá.

Se le hizo casi imposible el ejercicio de su profesión y, enconsecuencia, tuvo que expatriarse (octubre de 1842) con sumujer y sus hijos a Lima en busca de tranquilidad y de un campomás amplio en donde desplegar sus actividades intelectuales.

Este joven, a quien las velocidades de la fortuna arrojaban aplayas extranjeras era algo más que un simple emigrado, víctima,acaso, de grandes infortunios y desgracias. Era un joven de cora-

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zón bien puesto y de cabeza bien nutrida y mejor organizada paralas luchas de la vida, que habría salido vencedor en donde quiera,si la suerte le hubiera sido adversa. Era un mancebo ilustre quellevaba consigo un rico acervo de ideas que ya había comenzado aesparcir con éxito envidiable entre sus contemporáneos.

Se retrotrae la narración para exponer en capítulo aparte cuá-les eran esas ideas.

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Capítulo VI

Vocación filosófica1840

Las Apuntaciones para la introducción a las ciencias morales y políticas.–Carácter de la obra. –La filiación mental del doctor Arosemena. –Diferenciasentre las características de la juventud liberal de su tiempo y las suyas.–Cómo se planteó el doctor Arosemena las diversas cuestiones que elutilitarismo ha tenido que resolver para asumir el carácter de doctrina de laconducta individual y social.– Juicio sobre la obra.– Valor que tienetodavía.– Significación de ella desde el punto de vista del autor.

a activa participación que el doctor Arosemena tuvo enlos negocios de Colombia, como publicista, como legis-lador, como miembro distinguido de un partido histórico,

como diplomático de larga, dilatada carrera, fue considerable yno pocas veces de resultados decisivos. Para aquilatar esa parti-cipación en que tanto se destacó su personalidad es necesariodetenerse a estudiar los elementos formativos de ésta, los que lacaracterizaban desde albores de su vida de modo inconfundible.

La primera manifestación apreciable en este sentido data delaño de 1840 cuando, joven de veintidós años, publica en NewYork un opúsculo que tituló Apuntaciones para la introduccióna las ciencias morales y políticas, con el propósito, según suspropias palabras, de exponer “los principios generales” y “las ideasmás comunes”, e indispensables para penetrar “la verdadera ín-dole” de dichas ciencias.

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Fue este, no hay duda, un propósito, de grande alcance llevadoa cabo, como él lo concibió en la reducida cantidad de un cente-nar de páginas. Hasta esa época, en la historia de las ciencias mo-rales y políticas, nada se había escrito todavía que tuviese tal es-pecífico carácter. Es verdad que Hobbes había publicado, desdemucho tiempo antes, su famoso tratado De Cive, mezcla del másjuicioso positivismo y de las más extremadas deducciones lógi-cas en el cual toda la doctrina del llamado Derecho natural apa-rece fundada en la observación y la experiencia. Es cierto que lamoral había recibido para entonces la vigorosa orientación posi-tiva que le había dado Helvecio al afirmar que “nuestros pensa-mientos y nuestras voluntades son consecuencias necesarias delas impresiones que hemos recibido”. Y es, asimismo innegableque los libros de Jeremías Bentham había pasado ya a este ladodel Atlántico y encontrado adeptos fervorosos y entusiastas ennuestro continente en donde muchas de las ideas que exponía eldoctor Arosemena tenían ya sus sacerdotes que las defendían encenáculos literarios y las propagaban desde lo alto de la cátedrauniversitaria. Empero si estas consideraciones no son muy pro-picias a que en vista de ellas se conceda al doctor Arosemena lagracia de la originalidad en todo cuanto pretende enseñar, en nadainvalidan el mérito, que no por relativo carece de importancia, deser los Apuntamientos una muy inteligente sistematización delas ideas capitales de los pensadores mencionados, principalmen-te, de las de Bentham.

La obra, considerada cronológicamente, es no sólo la pri-mera producción de aliento de un joven estudioso, sino uno delos primeros frutos literarios de la enseñanza del utilitarismoen la Nueva Granada. La propaganda de Santander, Soto y Azueroy del mismo Bolívar, introductores en los colegios oficiales dela tan debatida doctrina político-filosófica encontraba, quinceaños después de iniciada, una recompensa halagadora y con ellareforzada la corriente ideológica que, con algunasintermitencias, nutrió durante casi medio siglo el espíritu de la

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educación universitaria. Vicente Azuero, Ezequiel Rojas y JoséMaría Rojas Garrido, entre otros, uno de ellos en su FilosofíaMoral y todos en la cátedra, en el periódico y en el parlamento,fueron los portaestandartes del utilitarismo, y la influencia queellos ejercieron en la juventud colombiana es indiscutible; perola historia de las ideas, que no debe ser menos respetuosa de laverdad que cualquiera otra historia exige que el nombre de Jus-to Arosemena figure entre los que encabezan la no muy extensalista de obras que en tal dirección filosófica compone la bi-bliografía colombiana.

¿Cuál era la filiación mental del doctor Arosemena? Cómo seplanteó él las diversas cuestiones que el utilitarismo ha tenidoque resolver para asumir el carácter de doctrina de la conductaindividual y social? Es nuestro filósofo un mero y audaz rapsodade esta doctrina, o, por el contrario, ¿hay en su obra reflexión ypensamientos tales que le ameriten a los ojos de la crítica?

Para la época en que el doctor Arosemena da a luz su opúscu-lo es ya un espíritu provisto de abundante y jugosa lectura. Haleído los clásicos de la filosofía antigua, y especialmente aEpicuro. Conoce el movimiento emancipador del pensamientohumano iniciado por Bacon. Ha entrado en relaciones con Locke,Hobbes y Helvecio y no ignora los delirios del Barón de Holbach,de Volney y de Rousseau. Por la ideología de Tracy ha penetradoen el sensualismo de Condillac, y ha sufrido la impresión deCabanis hasta el extremo de que un poco más adelante someterásu propia persona a la prueba de un examen frenológico. Fue, noobstante, el punto de partida de estas audaces excursiones, dadaslas condiciones de aquellos tiempos, la necesidad de compren-der el moralismo de Bentham, que era el motivo principal de suspreocupaciones. Los elementos especulativos de su liberalismopolítico los había tomado de Benjamín Constant, ese espíritu se-reno y amplio a quien la crítica francesa ha adjudicado, con justi-cia, el título glorioso de maestro de escuela de la libertad”. Latradición de la casa paterna, las primeras impresiones de la es-

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cuela, sus propias inclinaciones, el ambiente del colegio de SanBartolomé y el ejemplo de sus eminentes profesores fueron, ano dudarlo, los factores poderosos que determinaron en el doc-tor Arosemena esta orientación de su espíritu que, por otra parte,tanto lo distinguía, ese diligente curiosear propio de los enamo-rados de la verdad. Dadas tales circunstancias, resulta enteramentenatural que él también llegara, como muchos de sus contemporá-neos, a encontrar el “símbolo supremo del pensamiento liberalmilitante” en las libres y rotundas afirmaciones de los corifeosmencionados.

A pesar de todo esto, sobre las características de la juventudliberal de su tiempo, derivados de las causas señaladas y que llevaa considerar cuánto y cuán poderoso era el influjo que los men-cionados ideólogos ejercían todavía en la mente de esa juventud,el doctor Arosemena poseía otras que le daban un sello especial ala estructura de su mente. En posesión de la lengua inglesa, valio-so instrumento de cultura que dominaba desde su infancia, comohemos visto, lo utilizó para penetrar por sí propio en el pensa-miento inglés leyendo directamente las numerosas obras del mismoBentham y de otros autores clásicos en las disciplinas morales ysociales y de aquí el hábito que adquirió para siempre de dar a susproducciones ese carácter de rigurosa exactitud en cuanto a lapresentación de las ideas o los hechos que le servían de argumen-to y de extrema sencillez en cuanto a la forma. No se podía, acausa de tal hábito, señalar en los Apuntamientos ni en ningunode sus trabajos posteriores trazas de ser él hombre de teorías tras-cendentales ni de tesis metafísicas; por el contrario, siempre serebeló contra tales modalidades del pensamiento considerándo-las buenas sólo para servir a la imaginación y al espíritu poético, ysiempre calificó con adjetivos despectivos el lenguaje ampuloso,hecho de figuras de retórica. En los mismos Apuntamientos, enel prólogo, excusándose de lo poco exornado que es su estilo nosdice que si las obras científicas han de ser rigurosamente exactastiene como “artículo de fe que no será posible conciliar las flores

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y demás adornos del lenguaje con una dirección rígida y una ex-presión ajustada. El escritor, agrega, que quiere ser exacto se veobligado a emplear siempre para la misma idea la misma palabra;no puede escoger a su sabor las frases más galanas e insinuantes,como son las que constituyen lo que se llama elocuencia, sinoque tiene que adoptar las que expresen bien su concepción y nin-guna otra; todo lo cual, como se palpa, es incompatible con lahermosura y la brillantez del estilo”.

Su preocupación dominante fue, pues, como no podía menosde serlo, la de analizar todo, la de someterlo todo a la doble cribade la observación y la experiencia antes de prestarle el asensoque sólo merecen lo hechos en su “rigor inflexible”. Por aquípuede verse cuánto había andado el doctor Arosemena en el ca-mino del positivismo en una época en que la obra de AugustoComte apenas sí había sido terminada. Sin embargo, hay que ob-servar, para evitar una errada inteligencia, que nos hallamos muylejos de asignar a nuestro compatriota el título de precursor detal sistema de filosofía, pues no se nos oculta que existe bastantediferencia entre una simple actitud mental derivada, por asimila-ción de la lectura intensa de pensadores que vislumbraron la ne-cesaria supremacía de los hechos en la constitución de las cien-cias morales, y la profesión, digamos así, de un conjunto más omenos sistemático de ideas que pudieran ser consideradas comouna determinada orientación filosófica. El positivismo del doc-tor Arosemena es solo la filtración en su mente del genio inglés,práctico en la investigación de la verdad, objetivamente utilita-rista en la apreciación de los hechos y frío, acaso demasiado frío,en la construcción literaria de sus síntesis o generalizaciones. Lajuventud liberal ungida como él, con el óleo de unas mismas doc-trinas filosófico-políticas, y especialmente aquella que en la al-tiplanicie comenzaba a agitarse en la vida pública con algaradasen las barras de los congresos y con artículos de política román-tica en la prensa periódica no era ciertamente como a la que per-tenecía el doctor Arosemena. Aquella, a pesar de idealismo, con-

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tinuaba imbuída, sin saberlo, sin quererlo, en lo que acertadamentellamó Taine el espíritu clásico, especie de ligadura invisible, peropoderosa, que, dejando el pensamiento aparentemente libre enrealidad lo mantiene encadenado al poste de la tradición, alimen-tándolo de todo lo bueno o malo que haya en ella. La diferenciaentre la mentalidad del doctor Arosemena y la de la mayor partede los jóvenes liberales contemporáneos suyos, formados bajoel régimen de unas mismas enseñanzas, es, en el fondo, la mismadiferencia que siempre ha existido entre las dos corrientes delliberalismo colombiano, la una turbulenta, pasional, sectaria, pre-cisamente por su raigambre espiritual tradicionalista y la otracalmada, reflexiva, escéptica, sinceramente respetuosa de las ideasajenas porque la experiencia no le ha dicho la última palabra.

La filiación ideológica de un autor constituye ordinariamenteun indicio seguro de la manera como estudiará y resolverá lascuestiones incluidas en un problema dado. Cuando esta regla pa-rece no cumplirse no es que nos hallamos en presencia de excep-ciones que la destruyen, sino de casos cuya complejidad ha im-pedido que se determine de qué carácter es la correspondenciaexistente entre el autor y su producción literaria, artística o cien-tífica. Los Apuntamientos son, justamente, la obra que debía pro-ducir un hombre de las características intelectuales del doctorJusto Arosemena.

He aquí un breve resumen de las ideas más importantes deeste opúsculo:

Los “principios generales” que deben servir de base a las cien-cias morales y políticas, lejos de ser simples opiniones o con-cepciones abstractas, hijas del pensamiento especulativo, debenser juicios construídos sobre hechos tan evidentes como los delmundo físico. Los medios de investigación que nos permiten acer-carnos lo más posible a la verdad son los sentidos cuya importan-cia es tal que la “idea de existencia está íntimamente ligada a lade sensibilidad”. Nuestros sentidos, sin embargo, nos engañancon mucha frecuencia dándonos copias falsas de las cosas por lo

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cual es preciso que preceda una valoración de todos ellos hastaencontrar el más aparente para constituir con él un criterio segu-ro de verdad. Lo encontramos en el tacto, ayudado por la vista.¿No tenemos más que hacer? ¿Qué debemos pensar del escepti-cismo de Pirrón? ¿Qué del individualismo subjetivista deProtágoras? ¿Qué valor tiene el idealismo absoluto de Platón?Un examen detenido de las diversas soluciones ofrecidas por estasescuelas nos pone en el ineludible caso de rechazarlas en cuantopretenden elevarse al rango de teorías absolutas del conocimien-to humano. Con el auxilio de los sentidos solamente nuestro co-nocimiento de la realidad será demasiado imperfecto. De aquíque tengamos que ayudarlos con otros medios cuyo recto usoelimina muchas dificultades en la investigación de la verdad. Sonéstos: la observación, la experiencia propia y ajena, el análisis,en virtud del cual “se descubrieron las ideas de causa y efecto”, lasíntesis, “creación de la mente misma que sirve para clasificarlos hechos” y que es como “el abogado que sin curarse de la jus-ticia de la causa, la defiende a capa y espada, al contrario de loque hace el análisis que procede como el juez recto que sólofalla después de escudriñar mucho la verdad”. El objeto principalde estos medios es evitar las causas probables de error, lo queserá más fácil de conseguir si los investigadores conocen dichascausas”. “Las nociones que nos enseñan a distinguir y precisarbien los hechos se llaman Factológicas y constituyen la intro-ducción necesaria a toda ciencia y especialmente a la que descri-be los hechos morales y políticos”.

No es, con todo, suficiente que sepamos distinguir y precisarlos hechos. Falta hace también que el lenguaje que empleemospara traducirlo sea exacto y de modo especial el que sirva de ex-presión a los que estudian las ciencias de que se trata. Por des-cuido en el lenguaje, las ciencias morales y políticas han estadosumidas en un caos de vaguedades y confusiones. ¿Qué son losprincipios de que en ellas se habla constantemente sino meraspalabras que cambian de significación a voluntad de los interesa-

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dos? Esa clase de principios profesaron los Nerones, losCromwells y los hombres de la revolución francesa, todos lostiranos. El principio de libertad, tal como lo han entendido lospolíticos humanitarios, “denotan una cosa que no ha existidojamás puesto que se ha querido que signifique una facultad deobrar sin que nuestras acciones sean determinadas por influen-cias irresistibles, lo que sería obrar sin motivo, cosa ajena alcorazón humano”. Se ha olvidado que “el hombre no mueve unsolo dedo sino buscando el placer o huyendo del dolor aunqueno lo apercibamos siempre por lo tenue de las relaciones o porotras causas”. El principio de igualdad y los demás que se ocul-tan bajo expresiones tales como derechos del hombre, dere-cho natural, deberes (cuando no se refieren a la ley positiva),justicia, equidad, conciencia, sentido íntimo, común o moral,y otras por el estilo se han usado siempre en los más elásticossentidos, lo que prueba que son meras opiniones en boca dequienes las usan y que, por lo mismo, no connotan cosa algunaque pueda servir de fundamento a la moral”. El sistema del con-trato social de Rousseau, fundado sobre principios arbitrarios,no merece más atención. En resumen, los que han intentado fun-dar sistemas de moral y de política sobre tales principios sonhombres que se imaginan que “las ciencias son edificios consus cimientos, columnas, etc., y no lo que deben ser, descrip-ciones de lo que es o pasa”.

“El hecho fundamental de que parten las ciencias morales ypolíticas es la existencia de las sociedades. Los hombres existenreunidos en sociedad, están en contacto unos con otros, su con-ducta influye en su felicidad y necesitan de leyes: he aquí todo loque verdaderamente importa saber y nada más”.

Desechados todos los sistemas, inclusive el de Rousseau porfalso y anticientífico, aun sin dejar de reconocer el influjo que,así y todo, ha ejercido en la organización política de las nacionesmodernas, hay que admitir que la conducta humana no es deter-minada, sino por los móviles del placer y del dolor, así se trate de

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las acciones más desinteresadas. Por lo tanto, es necesario bus-car la fórmula ideal de esa conducta. Son insuficientes, por lopronto, las del doctor Priestley y las de Bentham: “la mayor di-cha del mayor número” y “la maximilación de la dicha”. Hay queestablecer la del bonopreponderismo que tiene la ventaja de com-prender, a la vez, el elemento cuantitativo y el cualitativo del pla-cer utilitario. Y cambiada la fórmula sería preciso, además, mo-dificar toda fraseología usual con la que el hedonismo bien en-tendido no puede armonizar. “Las palabras orgullo, avaricia, am-bición, y otras mil que llevan consigo la idea de reprobación; lasde patriotismo, honor, lealtad, son favorecidas con una idea deaprobación. ¿No sería mejor sustituirlas con las de amor de símismo, amor de riqueza, amor del poder, amor de la patria,respeto a la opinión pública y constancia en el afecto, respec-tivamente ,que ningún prejuicio envuelven?”.

Íntimamente relacionada con la fórmula que expresa la con-ducta ideal humana está la doctrina de la virtud. El Bien y laFelicidad son términos que se confunden a condición de quepor el último se entienda “una suma de bienes efectivos”. Aho-ra bien, “del número y calidad de éstos, junto con los benefi-cios de la virtud, es que depende el que el virtuoso sea o nofeliz” y quien haga mofa del placer como principio de felicidaddebe saber que lo dañoso no es el goce del placer mismo sinoel abuso que del placer se haga, lo que puede ocurrir así en elplacer físico como en el moral. Ha habido, pues, “injusticia yligereza al censurar a Epicuro tan amargamente como se ha he-cho considerándolo fundador de un sistema subversivo de lamoral”. Este filósofo no ha dicho sino la verdad, porque “lo esindudablemente que todo placer es apetecible en sí, y que sólolas malas consecuencias que puede tener son los que lo hacenen tal caso digno de reproche. Un placer puro, un placer sinmezcla de pena, cualesquiera que sean su naturaleza y los órga-nos por donde se trasmita, es lícito, es recomendable, es dignode nuestros esfuerzos por conseguirlo”.

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“Nuestras acciones —dice— son siempre determinadas porlos motivos más fuertes de los que nos afectan, y esta fuerza, enúltimo resultado, es del todo independiente de nuestra voluntad.La conducta, por tanto, es en el hombre tan necesaria como lo essu estado de salud, según las causas que en él obren. No es menosforzoso e indispensable, tal como ella tiene lugar en cada indivi-duo, que lo es el curso de las estaciones, la sucesión del día y lanoche, los eclipses, la reproducción, la vida, la muerte, y, en suma,todo lo que pasa en la naturaleza como consecuencia precisa desus causas”.

“No puede esperarse un cambio de conducta sin que lo hayaen los motivos, es decir, en la perspectiva que nos ofrecen lasacciones y aquel conocimiento de que hablamos no alteraría enlo más pequeño semejante perspectiva.

“Nada de alarmante tiene la circunstancia de necesidad en laconducta. Por el contrario, esa certeza de que, dados ciertosmotivos, se darán ciertas acciones, proporciona la posibilidadde obtener de los hombres la conducta que se quiera empleandolas acciones disponibles, y, en general, inspiran más confianza ensu manejo. No es poco poder influir de un modo seguro en laconducta por medio de los motivos artificiales, ni es poco podercontar con este o el otro proceder; podremos entonces calcularsobre bases firmes y nos evitaremos los chascos que serían con-siguientes a otro orden de cosas. Si no fuera segura la acción delos motivos sobre la conducta nadie podría gozar de tranquilidadun solo instante; porque, ¿qué garantía tendría contra la malevo-lencia? La confianza es, pues, propia del arreglo actual, y la alar-ma del arreglo contrario. Si nos chasqueamos hoy, a veces, aguar-dando una conducta que luego nos sale fallida; esto proviene deque no tenemos un exacto conocimiento previo de todos losmotivos y de su fuerza en tales hombres. Pero estudiadas quesean con perfección las circunstancias que influyen en la sensi-bilidad, rara vez no se podrá estudiar de antemano con certeza laconducta de los hombres”.

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El coronamiento, en fin, de la obra debe ser una clasificacióngeneral de las diversas ramas de las ciencias morales y políticasque ha de expresarse con términos nuevos más precisos que losacostumbrados. El nombre genérico que convendría a todas lasciencias dichas es el de Pracciología o ciencia general de las ac-ciones humanas; la pracciología se ha dividido a su vez enPrenerguinia, Tresquilogía, Cuberbenia, Plutología, Tasiomalía,Criteriomalía, Padiomalía, Pactología, y Paidiología. Cada unade estas ciencias particulares se entiende que debe comprenderuna parte normativa, reglamentaria, y otra sancionativa.

La primera lectura de una obra como la primera impresiónque experimentamos ante un paisaje natural o artístico, o anteun espectáculo cualquiera de los que a diario se nos ofrecen ala vista, nos deja siempre elementos suficientes con los cualeslanzarnos a emitir juicios, más o menos aproximados, acercade los objetos, que nos han impresionado. Un poco más tarde,sin embargo, cuando ha pasado el momento psicológico de lasfugaces impresiones, cuando después de una segunda lectura dela obra o cuando el estudio del paisaje o del espectáculo la re-flexión se apodera de nosotros, gustamos volver sobre dichosjuicios para rectificarlos y ponerlos en armonía con la realidadde las cosas.

Este doble procedimiento que, como se ve no tiene nada deartificioso, debe seguirse para absolver la última cuestión pro-puesta relativa a los Apuntamientos.

Desde luego, es evidente que en las páginas de este libro nose siente el aliento vivificador de la originalidad, ni hay en ellaninguna gran inspiración ideológica de las que acarrean transfor-maciones profundas en el pensamiento humano. Las ideas, losrazonamientos, los análisis, y con bastante frecuencia hasta ellenguaje mismo denotan, a las claras, lo que ya podía esperarse,es decir, que la mente del doctor Arosemena se hallaba al escri-bir su libro completamente impregnada de sensualismo y de filo-sofía utilitarista. Se advierte que, para él, las especulaciones de

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Destut de Tracy y de Jeremías Bentham constituían senderos de-finitivos para la inteligencia y que lo que hacía falta, más quetodo, era generalizarlos y divulgarlos para que de ellos tuvieranconocimiento los políticos, los legisladores y cuantos, en fin, seocupaban en labrar la felicidad de los pueblos. No es esto decirque nuestro autor careciera de intención propia o que losApuntamientos fuesen sólo un amasijo inconexo de ajenas ideas.Nada de esto; es, por el, contrario, claro en el prólogo y en eltexto del libro el propósito que le guiaba de llevar alguna contri-bución al progreso de las ciencias morales y políticas tratándo-las como un todo homogéneo que debía regirse por unos mismosprincipios generales. La Deontología y los Tratados de legisla-ción civil y penal del eminente jurista inglés, muy populares en-tonces en la Nueva Granada, se dirá, respondían a este objeto,pero tal observación sólo es fundada parcialmente porque cual-quiera que sea la trascendencia de un pensamiento o de una idea,como en realidad es la contenida en el utilitarismo, siempre essusceptible de nuevos desarrollos que pueden reafirmarla.Bentham aspiró a fundar la Moral y a darle un imperio en el cam-po de la legislación y la política, pero aunque así lo creyera, noinsistió mucho en sus obras en la idea que preocupa a su discípu-lo de que dado el hecho esencial de la existencia de la sociedadhumana la distinción entre la Moral y la Política y sus respecti-vas subdivisiones es sólo asunto de comodidad y de ninguna ma-nera cuestión esencial. Es verdad, sin embargo, que una manifes-tación rotunda de este punto de vista no se encuentra en losApuntamientos pero es lógica su deducción del método que em-plea el autor y, sobre todo, de la clasificación misma que se hallaal final del libro en la que propone el término Pracciología, des-tinado a cubrir todo el vasto campo de la conducta humana, con-siderada individual y socialmente.

En síntesis, el opúsculo del doctor Arosemena es una genera-lización inteligente de las teorías utilitaristas aplicadas a todo eldominio de las ciencias morales y políticas que de entonces más

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debían ser consideradas como absolutamente unidas bajo un mis-mo método y sujetas a un mismo fin. El historiador que deseetrazar algún día el cuadro completo del desenvolvimiento inte-lectual del país que hoy se llama Colombia encontrará en estelibro una apreciable indicación acerca de la intensidad de las co-rrientes filosóficas que ya lo habían invadido justamente al prin-cipiar el segundo cuarto del siglo diecinueve.

El otro punto de vista adoptado para obtener un juicio cabal delos Apuntamientos confirma todo cuanto hasta aquí se ha dicho.En efecto, esa preocupación de que las ciencias morales y políti-cas descansen sobre una base positiva, esa preferencia dada a lasinformaciones de los sentidos en la apreciación de la verdad, elafán de adaptar el lenguaje a los hechos que se supone constitu-yen la nueva ciencia hasta el extremo de inventar términos quecorrijan la forma dada por el maestro, unido todo esto a la fideli-dad con que se reproduce la doctrina de la virtud de Epicuro, elcarácter de necesidad de la conducta y lo indispensable de unaescala de valores que nos permita estimar, sin riesgo de error, lamoralidad de las acciones, forman el meollo del utilitarismo tal,por lo menos como lo había explicado Bentham y como la hanentendido los historiadores de la filosofía, posteriores a él. Perono vamos a insistir en las similitudes ideológicas, por otra parte,necesarias, entre quienes profesan unas mismas ideas y siguen,por consiguiente, una misma dirección científica y filosófica.Lo que más precisa ahora es determinar el grado de importanciaque, habida cuenta de todo, tenían los Apuntamientos cuando fue-ron publicados y el que aún pueden tener, dado el progreso quelas referidas disciplinas han alcanzado. Es también punto suma-mente interesante precisar lo que tal obra debió significar para eldoctor Arosemena.

En primer lugar, es claro que la calificación de la obra no pue-de hacerse sino de acuerdo con las circunstancias de tiempo y delugar, y a la luz de tal criterio resulta que los Apuntamientos sonun estudio de mérito positivo que no pudo menos de honrar al

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doctor Arosemena quien a la edad en que la mayor parte de losjóvenes no han logrado fijar ideas en disciplina alguna importan-te, él se nos presenta con un extenso caudal de conocimientosbien asimilados en materia ardua y difícil hasta para hombres deinteligencia ya madura. Sus ideas estaban en perfecta armonía conlas que presidían la vida universitaria y la vida política de la Nue-va Granada, las mismas con que los gobiernos liberales aspirabana realizar la obra grandiosa de la consolidación de la república.Fue, pues, a este respecto su labor útil, generosa y oportuna.

Por lo que concierne a la estructura literaria y a la organiza-ción ideológica del libro, todo denuncia, desde el primer mo-mento, al escritor y al pensador, pero principalmente, al escri-tor que el doctor Arosemena quería ser: un escritor conciso,exacto y claro, enemigo de los epítetos y libre para amoldar elidioma a las necesidades del intelecto. De aquí la relativa abun-dancia de términos nuevos y aun extravagantes de que se vale yel quebrantamiento frecuente e intencional de no pocas reglasdel buen decir que él creía útiles, cuando más para esos honra-dos majaderos, los puristas, que se figuran no ser posible es-cribir nada sin recibir la luz de esos “faros de costa” que son lasautoridades del lenguaje.

¿Qué valor pueden tener todavía las páginas de un libro escri-to hace más de tres cuartos de siglo?

Si aceptamos con los escritores y filósofos ortodoxos la teo-ría que les es tan cara de que hay una actividad general moralmen-te buena que se basa en la naturaleza humana y en sus accionesconsideradas desde el punto de vista de la voluntad libre que lasdetermina, con lo que aceptamos, a la vez, la validez de las nocio-nes clásicas del deber y del derecho natural, es evidente que nien 1840 tenían, ni hoy mismo tienen los Apuntamientos otrovalor que el asignado a todas las llamadas herejías positivistaspor los espíritus que ponen el principio de la sabiduría en el te-mor de Dios. Pero si en lugar de aceptar tal criterio que, objeti-vamente considerado, no es ni más ni menos verdadero que

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cualquiera otro, pensamos que siendo la conducta un hecho, unamanifestación, algo que sucede, como diría el mismo doctorArosemena, y la ciencia que en su estudio se ocupe no puede guiarsepor otros principios que los del orden físico y natural que la obser-vación y la experiencia descubren y que rigen a las demás ciencias,entonces los Apuntamientos, lejos de ser cosa insignificante, ad-quieren el valor que tienen todas las obras representativas de latendencia filosófica a que ellas responden. Desde Aristóteles, elprimer filósofo utilitarista, hasta el moderno pragmatismo no hayninguna idea, falsa o verdadera, dentro del sistema, que no tenga suutilidad y que no pueda ser aprovechada a manera de advertenciasiquiera por los que se esfuerzan en elaborar las bases positivas delas ciencias morales y políticas.

Los libros y los escritos de toda clase constituyen no sólo losdatos más fehacientes acerca de la marcha de las ideas y del esta-do de la cultura mental de un país en determinado período de suvida, sino que también son un gran factor que ayuda en muchoscasos a comprender la personalidad intelectual y moral de quieno quienes los concibieron. Esta última ventaja es de incalculablevalor cuando en el escritor hay además un hombre público cuyaexistencia se ha juzgado digna de ser estudiada por la posteridad.¿No sería, por ventura, justificado explicar la actuación de estehombre por sus ideas? ¿No podría darse el caso de que éstas fue-sen contrarias a aquélla? ¿Y, aun descontada esta posibilidad, nopodría existir una disociación completa entre el pensador y elhombre de acción? Tratándose del doctor Arosemena, no podría-mos avanzar todavía ningún juicio definitivo sobre ninguno deestos respectos sin adelantar algo más en el conocimiento de suvida. Es de observarse, sin embargo que las primeras indicacio-nes sorprendidas hasta aquí dan esperanzas de habernos encon-trado con un hombre en quien el pensamiento dirige la acción, ycuya obra social, política y legislativa, será resultado necesario,no de circunstancias transitorias, sino de un orden de ideas defini-do. Todo induce a creer que la publicación de los Apuntamientos

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tuvo para el fuero interno del doctor Arosemena el valor de unmanifiesto de su vocación política y filosófica. Los principiosprofesados por sus maestros en la universidad y los adquiridospor él mismo en lectura fructuosa, le habían puesto en capacidadde demostrar con un libro sus felices aptitudes de asimilación yde generalización, pero ese libro, cualquiera que sea su valor comoobra literaria o filosófica, tiene, además, la significación de unapromesa. ¿Se realizará esta promesa? ¿Dejará de realizarse?

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Capítulo VIINuevo escenario

1842-1845

El doctor Arosemena en el Perú.– Su actitud en relación con los motivosque le obligaron a salir de Panamá.– Labores a que se dedica.– Un discursonotable.– Monarquía limitada y democracia.– El sistema federal degobierno.– Cómo terminarán las mezquinas rivalidades de nuestros pueblos.–Los partidos políticos.– La legitimidad de las instituciones.

la capital del Perú llegó el doctor Arosemena a fines denoviembre del mismo año de 1842. Le acompañaban sumujer, doña Francisca de la Barrera, y sus hijos, Tomás

Demetrio, Inés Josefa del Carmen y José Fabio de las Mercedes.Motivos de familia, puesto que en dicha capital residía, de tiem-po atrás, su hermano Mariano y antiguas relaciones de amistad yde otra índole que sus padres habían mantenido allí siempre, de-terminaron al doctor Arosemena a establecerse en Lima cuandolos sucesos consiguientes a la reintegración del Estado del Ist-mo a la Nueva Granada lo pusieron en la dura alternativa de so-meterse a las vejaciones de que habían comenzado a hacerle ob-jeto o expatriarse. Fue muy bien recibido y rodeado de todo gé-nero de consideraciones que despertaron en él la marcada simpa-tía que siempre tuvo por la antigua ciudad de los virreyes.

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El doctor Arosemena se encontraba todavía en esa edad dela vida en la que los más insignificantes contratiempos amila-nan al hombre hasta el abatimiento, y los más pequeños triun-fos lo exaltan hasta la soberbia. Las circunstancias, no obstan-te, en que se vio obligado a dejar a su país no alteraron en lomínimo su ánimo. No exteriorizó en ninguna forma su disgustocontra quienes con sus intrigas y malas artes le hicieron difícilla permanencia en Panamá y sólo tuvo memoria para recordarcon gratitud aquellos que, apreciando sus cualidades intelec-tuales, lo habían estimulado a desplegarlas en beneficio de lacomunidad. Su carácter moral quedó de relieve demostrandoque no era su corazón albergue de odios y pasiones mezquinas,y que hay cierto decoro moral en las caídas que impiden incu-rrir a los que las sufren en flaquezas cuyas consecuencias re-sultan peores que las caídas mismas.

Aunque los recursos pecuniarios de su padre don Mariano yaun los suyos propios estaban muy mermados, su situación pecu-niaria le permitía vivir todavía con relativa decencia y sin extre-mados afanes. Pero el doctor Arosemena detestaba el ocio y, poreso, desde su llegada a Lima, buscó campo para el ejercicio desus actividades que halló en el periodismo fundando sucesiva-mente El Tiempo, El Peruano y La Guardia Nacional, los queredactó solo o asociado a otros escritores peruanos.

Hay que considerar la labor del doctor Arosemena en Limadesde dos puntos de vista: uno en el cual sólo vemos al pensadorsiempre preocupado por difundir y propagar las ideas y princi-pios filosóficos y políticos a que adhería, y otro en que aparececomo defensor y partidario de la causa que representaba en elPerú el general Ignacio Vivanco.

El período de la juventud es el más inestable de la existenciade un hombre con respecto a las ideas que más tarde han de cons-tituir su equipo mental definitivo. Esto explica que entonces leentusiasme esta teoría o aquella otra, sin perjuicio de repudiarlasambas para luego volver a acogerlas ardorosamente. El momento

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crítico es aquel en que, libre del influjo directo de la educaciónacadémica recibida, comienza a despertar su propio yo intelec-tual. Esto es así, en general, con respecto a todos los jóvenes quetratan de ser sinceros consigo mismos, pero lo es también demodo particular en el caso de aquellos que se han educado bajoun régimen de estudios de carácter liberal. Ahora bien, más dedos años han transcurrido desde la publicación del interesanteopúsculo sobre las ciencias morales y políticas. ¿Qué cambiosse han verificado en la mente del autor? ¿Obedecerá la conductaactual del hombre al rumbo que le marcaron sus ideas de ayer?

En el notable discurso que leyó en una fiesta literaria en Lima,poco después de su llegada a esta ciudad, en algunos de sus escri-tos en El Tiempo, y en unos dos o tres editoriales de La GuardiaNacional, están las respuestas a estas preguntas.

Examinemos primero el discurso mencionado cuyo tema pa-rece ser: las formas de gobierno en relación con la suerte delos pueblos.

El doctor Arosemena luego de pasarle revista a las declara-ciones fundamentales de la constitución peruana y de discurrircon notable acierto acerca del verdadero sentido de la palabrarepública, analiza otras formas de gobierno y sostiene que lamonarquía constitucional o moderada es sólo un producto de lanecesidad, impuesto por la intervención del elemento democrá-tico en el gobierno de los pueblos; que la orientación natural deéstos es hacia la democracia y que en la medida en que ésta avan-za son más respetados sus derechos y se consultan mejor susintereses; que erran quienes en Hispanoamérica aconsejan el es-tablecimiento de aquel sistema de gobierno en el supuesto deque la inestabilidad de las instituciones y las continuas revueltasson el resultado de la adopción de un sistema bello en teoría,pero imposible de realizar; que las revoluciones de América noprovienen de las elecciones, ni de la alternabilidad de las magistra-turas, pues tales circunstancias propenden, por el contrario, a li-sonjear ciertas naturales aspiraciones y a mantener a raya la ambi-

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ción; que, instaurada la monarquía en América, se verían los mis-mos desórdenes, bien que fundados en otros pretextos; que, enfin, no habría multiplicidad de candidatos como ahora, pero quese atacaría el sistema mismo como opuesto a la libertad, a la igual-dad y a la dignidad humanas.

Para comprender en toda su intención estas proposiciones nodebe olvidarse que, en la época en que el doctor Arosemena lasemitió, España se hallaba muy lejos aún de haber renunciado a suspretendidos derechos a la posesión del territorio americano que larevolución había erigido en varias repúblicas independientes y quedebido a los constantes desórdenes en éstas el pesimismo se habíaapoderado de los más conspicuos dirigentes. El Perú mismo,hallábase profundamente desorganizado y el régimen republicanoen plena bancarrota. Eran, pues, entonces, oportunas y alentadorastales reflexiones, como que tendían a demostrar que el régimen dela democracia no es incompatible con la libertad y que los malesque se le imputan, ni son exclusivamente suyos, ni irremediables.

Evalúa también el doctor Arosemena en su discurso el siste-ma federal y piensa de él: que tiene más relación con la calidaddel territorio o con los habitantes o circunstancias precedentes asu establecimiento que con la esencia del gobierno propiamentedicho; que la historia de las federaciones demuestra cómo todasellas han consistido en la reunión de pueblos anteriormente se-parados que por alguna nueva circunstancia en su vida política opor cierta comunidad de intereses se han ligado mediante pactosque tienden a fortalecerlas; que los políticos suramericanos, par-tidarios del régimen federal, desconociendo las anteriores cir-cunstancias, han pretendido dividir y separar cuerpos sociales quesiempre fueron homogéneos y compactos; que el sistema fede-rativo, si bien fortalece a pueblos que antes fueron independien-tes, debilita a aquellos que, habiendo estado anteriormente uni-dos, son separados por dicha invención; que el sistema federalsupone una gran difusión de luces y mucho sentido político paramantener el difícil equilibrio de las varias soberanías.

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Estos conceptos ilustran un problema de derecho público to-davía por resolver en algunas repúblicas de Suramérica a quienesconcierne. La verdadera importancia de ellos resaltará cuandoestudiemos la creación del Estado Federal de Panamá, uno de losmás notables triunfos parlamentarios alcanzados por el doctorArosemena durante su brillante actuación legislativa en los con-gresos colombianos. Dichos conceptos anticipan los magistral-mente expuestos en el folleto que publicó en 1853 sobre la ma-teria; los cuales no podrán comprenderse si se prescinde de losdistintamente emitidos por él en las proposiciones que prece-den. En efecto, de ellos se deduce que el doctor Arosemena sa-bía, desde mucho antes que lo predicaran los enemigos del siste-ma de gobierno federal, que a la luz de la tradición histórico-política y de la etimología, federación significa unión y que elsistema requiere para ser aplicado la apreciación de diversos ele-mentos y circunstancias del más variado orden. Su idea de unafederación artificial en un país grande de secciones diferencia-das estaba fundada en sus observaciones en el Perú, pero es evi-dente que se remontaba a su experiencia de las relaciones políti-cas del Istmo con la Nueva Granada. Tal modo de pensar, enton-ces, relativamente nuevo en el derecho público, es hoy un lugarcomún de la ciencia política, según la cual, el problema que en-vuelve no puede ser resuelto sino a la luz de las condiciones pe-culiares de cada Estado y de su evolución en el tiempo, es decir,con criterio sociológico.

El doctor Arosemena no se concretó a examinar en su discur-so determinados sistemas de gobierno ni a expresar simplemen-te su preferencia por aquel que le parecía más adecuado para His-panoamérica. Fue más lejos, y en un rapto de patriótico entusias-mo lo terminó así:

“Si nuestras instituciones —dice— son inadecuadas a nuestrasituación cuál podrá ser entonces la causa de nuestros males? Es,señores, la inmoralidad, es la ignorancia, la inexperiencia y lafalta de buen sentido político; de ese buen sentido que nos haría

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mirar como amigos de grandes principios, que nosotros no he-mos considerado hasta ahora sino como rivales de la libertad y elorden. El día en que estas divinidades tutelares residan juntas ennuestros corazones más bien que en nuestros escudos de armas;el día en que el más glorioso título de ciudadano público y parti-cular sea la rígida observancia de sus deberes; el día en que loshombres de Estado se persuadan de que sus diferencias no apro-vechan ni a la patria ni a ellos mismos y de que la marcha expeditade leyes es su interés más positivo, entonces terminarán nuestrasmezquinas rivalidades y nuestras vergonzosas turbulencias. Estedía será aquel en que el destino lleve a la silla del gobierno ahombres ilustrados y probos que derramen la semilla de la moralpolítica y de la ilustración. Una voluntad firme y recta, dirigidaincontrastablemente a moralizar y a instruir, un poder que cuentecon los medios necesarios y sepa emplearlos; una disposición delos gobernados, siquiera a dejar moverse libremente aquella vo-luntad y aquel poder: he aquí, señores, lo que considero bastantepara enderezar nuestra marcha, hoy tortuosa y desarreglada.

“¿Acaso pido un imposible? No podría yo asignar la época,pero creo firmemente que vendrá. En ello está interesada la suer-te de medio mundo, y la historia y la ciencia nos autorizan parapredecir aquella evolución. Consolémonos siquiera con tan dul-ce esperanza y abriguémosla con fervor en nuestro corazón, quela esperanza en la vida política como en la física, es el principioconservador más eficaz y del que por más tiempo nos es dabledisponer”.

Palabras sinceras, sencillamente hermosas, así les falte elacabado literario que las haría más expresivas. Hoy no puede unoleerlas sin sentirse dominado por melancolía y desesperada tris-teza. Tales anhelos están vigentes todavía, es decir, son actuales,puesto que parecen muy lejos de que alguna vez se cumplan. Loshombres y las cosas son muy otros; hay más luces, más interesesque pudieran inducirnos a ser más sensatos, pero nadie piensa enllevar a la práctica honradamente los principios fundamentales

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de la política y los necesarios a una ordenada y eficiente admi-nistración pública.

El autor de los Apuntamientos, el pensador político que yahabía dejado tras de sí en las lides públicas de su tierra nativa unaestela de luz sigue en ascencional trayectoria, reafirmándose ensus principios, aplacándolos y metodizándolos, como si obede-ciera a un propósito preconcebido, o como si su vocación mismalo condujera hacia la meta de un destino glorioso. Era ya todo uncruzado de las ideas políticas, que, en su concepto, estaban lla-madas a influir en la estructura social de estos pueblos de Améri-ca, muchos de los cuales no habían podido aún consolidar susinstituciones, ni poner orden en sus haciendas públicas. El Perúse aprovechaba de la palabra generosa y bien nutrida de ideas deun hombre que pensaba y actuaba en grande, con espíritu sincera-mente americano.

Después de este discurso, que fue muy aplaudido, vinieronlos artículos que escribió en El Tiempo, su labor periodística,propiamente dicha, en que discurrió entre otros, sobre dos temasde envergadura como Los partidos políticos y La noción de lalegitimidad que no pueden quedar inadvertidos por la calidaddoctrinaria militante que los distingue.

El doctor Arosemena sostiene en el primero de estos traba-jos la tesis, bastante extraña por cierto, a su temperamento y a suideología, de la inconveniencia de los partidos políticos. Segúnél, las denominaciones con que se reconocen los afiliados a unpartido son hijas de las pasiones y de la ignorancia que han dividi-do a los hombres de una misma nación. Un partido es un bando,una reunión de comprometidos, ya explícita, ya implícitamente apropagar ciertas opiniones y a sostener ciertos intereses y “laanimosidad que llega a desarrollarse de unos partidos contraotros” es dañosa a la tranquilidad social. La censura no debe serejercida por los partidos, porque tal equivale a suponer que exis-te una “diversidad de intereses entre los miembros de una socie-dad”, lo que es “insensato y criminal”. La censura es buena y útil;

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pero no como función de los partidos sino como derecho perte-neciente a todas las sociedades, las cuales deben hallarse exentasde todo espíritu de parcialidad.

Hemos calificado de extrañas tales opiniones, y, en realidad,ningún término más adecuado para el caso. Es innegable que laignorancia y las pasiones juegan un importante papel en la forma-ción de los partidos políticos y en la acción que más tarde ejercenestos en la sociedad política, y es verdad, asimismo, que no debe-rían existir divergencias de intereses entre los asociados de unamisma colectividad, pero de aquí no puede deducirse rectamenteque los partidos políticos sean innecesarios. La experiencia y laciencia, por el contrario, enseñan que el desacuerdo de opinionesnace de la misma naturaleza humana, incapaz de aprehender la ver-dad sin riesgo alguno de equivocarse. De aquí es de donde se hanoriginado la filosofía de la tolerancia, entendida no como una tran-sacción indecorosa con el error manifiesto o como una merceddispensada al adversario que se supone extraviado, sino como unasolución justa, racional, sensata, de los conflictos engendrados porla disparidad de opiniones de los hombres con respecto a las cosasmás sencillas. El derecho de censura existe en la república paraque usen de él todos sus miembros sin distingo de ninguna clase,pero eso no quiere decir que los mismos miembros no puedancoaligarse en partidos para ejercerla en el sentido que más con-venga a los intereses públicos según su manera de entenderlos.Los partidos son fuerzas sociales de poder a veces incontrastableque pueden hacer eficaces en sumo grado los dardos de la censura.¿Qué inconveniente puede haber en que los partidos las ejerzan?

Se hallan en el mismo artículo que nos ocupa estos conceptos:“La experiencia nos dice: Considerad que los hombres no son

iguales, que sus ideas y sentimientos difieren tanto como susrostros y que las más veces no son más culpables de sus opinio-nes que lo son de su conformación física. Nadie se equivoca por-que quiere. El error es una desgracia, una fatalidad en el hombrede quien se apodera.

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“La tolerancia no es menos necesaria en política que en mo-ral. La razón es la misma: la mayor dicha de los asociados. Ape-nas podría mantenerse la paz en los estados, en los pueblos, enlas familias, si hubiésemos de hostilizar siempre al que no piensacomo nosotros. Consideremos no sólo que es inculpable el error,sino que nada puede asegurarnos de quien sea el que realmente lopadece. Entre dos que sostienen estar en la razón, ¿quién será eljuez? Ambos son parte, y un tercero y un cuarto serían partestambién. Sería un concurso de acreedores privado de juez quediese la sentencia de preferidos”.

¿No es verdaderamente extraño que con tales razones hubiese pre-tendido el doctor Arosemena condenar la existencia de los partidospolíticos? ¿No se encuentran ahí precisamente las mejores razonesque pueden alegarse en defensa de ellos? ¿Cuál es el fundamento deesa tolerancia que más adelante tanto predicó entre sus contemporá-neos el doctor Arosemena si no es esa incapacidad en que se halla elser pensante de llegar al conocimiento de la verdad absoluta?

El doctor Arosemena incurrió en tal error llevado de un exa-gerado amor a la paz social y de cierto humanitarismo que criti-caba en algunos filósofos, pero de que él mismo no se encontra-ba exento. Algunos años más tarde, en 1848, cuando publicó suopúsculo titulado Principios de moral política, en el cual repro-dujo los artículos de El Tiempo no incluyó el que ahora nos pre-ocupa y no sólo no lo incluyó sino que rectificando sus ideasanteriores consideró necesarios los partidos, que antes comba-tía, si bien distinguiendo los llamados doctrinarios de los sim-ples aspirantes al poder.

Una de las preocupaciones políticas más arraigadas en la mentedel doctor Arosemena, y que con el tiempo se afirmó en él fue lade la estabilidad del orden público. ¿A qué se deben las revolu-ciones de la América Latina? He aquí una cuestión que se planteafrecuentemente en sus escritos. Ya sabemos cómo la ha contes-tado en el discurso mencionado, pero aún es preciso insistir enella, ya que el asunto es de gran importancia.

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¿Qué pensar del logro de un “principio de orden”, de “ unasuperioridad moral” que reuniese en torno de sí a todos los queaspiran al poder? No sería tal adquisición sumamente valiosa parala humanidad? Este principio, esta superioridad existe virtualmen-te, según el doctor Arosemena, en el concepto de la legitimidady lo que hay que hacer es explicar el sentido de la palabra y popu-larizarlo para que una vez que haya recobrado su prestigio de “prin-cipio tutelar” se enseñoree de todas las ciencias, se erija en “plantade deberes” en “tabla de salvación” y pueda conjurar así “la dis-posición a esos bárbaros sacudimientos que tan a menudo hierenen lo más profundo, destrozan y aun ponen en peligro la disolu-ción de las sociedades”.

El doctor Arosemena comparte, hasta cierto punto, con Guizot,las opiniones que expuso en la Historia de la civilización euro-pea sobre la legitimidad de los gobiernos. Estima este autor que lalegitimidad se funda en “La antigüedad de las instituciones, en laprioridad histórica y en la perpetuidad de su sistema de gobierno”.Todos los gobiernos, cualquiera que sea su forma, se escudan en lalegitimidad entendida de esta manera y el hecho es tan general yuniversal que no ha existido ni existe pueblo alguno que no hayapretendido aparecer cobijado con el principio de la legitimidadoriginado en la antigüedad y en la duración. Y como se pregunta sino es cierto que en su origen todos los poderes se fundan en lafuerza se responderá con la distinción de que una cosa es que enprincipio de los poderes se halla la fuerza y otra que ésta sea elúnico título de ellos. “Los poderes públicos han debido tener unprincipio más puro y más noble. Ellos se establecieron en fuerzade la conveniencia pública, en nombre y en virtud de ciertos inte-reses sociales; se ha sostenido a causa de cierta armónica corres-pondencia, de ciertas relaciones íntimas con la situación de la so-ciedad, con sus costumbres, con sus opiniones”. La legitimidaddimana, pues, de estas condiciones y son sus caracteres más sa-lientes los de ser precisamente contraria a la fuerza brutal y el deinspirarse en la razón, en la justicia, en el derecho.

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Este modo de explicar el origen y la naturaleza de la legitimi-dad, satisfactorio para el filósofo, se presta, sin embargo, al pa-ralogismo y a la falacia, no es suficientemente analítico y sí so-brado defectuoso, tratándose de toda clase de hombres, nos diceel doctor Arosemena, y por eso él se propone aclarar todavía máslas ideas. En su concepto, estas cuestiones no se examinan yasino “ bajo los auspicios del principio de utilidad, único claro,único exacto y único que puede conducir a resultados positivoseconomizando tiempo y rodeo”. La piedra de toque para descu-brir la legitimidad del gobierno es este principio: “no es legítimosino lo que es útil” y sólo entonces es cuando existirá la “armo-niosa correspondencia, las relaciones íntimas con la situación dela sociedad, con su costumbre, etc., de que habla Guizot”. Todosu pensamiento está vaciado en los siguientes conceptos:

“A poco que se examine una sociedad cualquiera en su con-junto, se descubrirá que algunos de sus miembros son capacesde juzgar y dirigir los negocios públicos, mientras que el restoestá privado de semejante capacidad. En la nación más ilustra-da, siempre se verá una gran mayoría, que, por su sexo, edad,ocupaciones habituales y otras muchas circunstancias o no tie-ne la habilidad necesaria para intervenir directamente en losasuntos de la comunidad o carece del tiempo, energía y demásrequisitos que pide semejante consagración. Por esto no puededarse una sociedad gobernada de una manera enteramente de-mocrática, y sólo por comparación es lícito suponer que el pue-blo haya gobernado o gobierne en ninguna nación del mundo.No queremos, afectando erudición, pasar revista a las repúbli-cas antiguas y de la Edad Media. Bástenos llamar la atenciónsobre el país moderno que se reputa como el pueblo de la de-mocracia, los Estados Unidos del Norte, en donde un grandísi-mo número de individuos está privado de los derechos de ciu-dadano. Esta exclusión es necesaria en toda sociedad, si ha deser bien gobernada; y según que ella comprenda un mayor me-nor número de individuos, el sistema se acercará más o menos

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a la pura democracia. De este modo, la sociedad consta de miem-bros políticos y miembros puramente civiles, disminuyéndoseestos últimos a medida que se extienda la ilustración y la moralpública. Si pudiéramos concebir un estado en donde una solafamilia estuviese adornada de los conocimientos y virtudes in-dispensables para el ejercicio de la autoridad, este Estado noadmitirá otro sistema de gobierno que la monarquía absoluta; ysi fuese dable que existiera otro en donde todos sus miembrosreuniesen aquellos requisitos, ese país podría ser gobernadodemocráticamente, aunque siempre por medio de representan-tes elegidos por la generalidad de los ciudadanos, a causa de laimposibilidad material de que tantas personas empuñasen lasriendas del mando. Ambas suposiciones son meramente hipo-téticas. Existe de hecho en la sociedad una aristocracia, que seríainsensatez desconocer, y que ningún poder sería capaz de des-truir. No es la aristocracia artificial inventada por las leyes, yque transmitidas de padres a hijos, viene a menudo a envilecer-se en manos de éstos, por no haber sabido cultivar el méritoreal o supuesto que se la granjeó a sus ascendientes. Es la aris-tocracia del saber y de la virtud, y conferida por la naturaleza alos poderes de estas cualidades”.

“Estos nobles por naturaleza, o para hablar con palabras neu-trales, estos notables sobresalen por la fuerza misma de las co-sas sobre el resto de los asociados. Cuando no se emplea la vio-lencia en el sentido contrario, el gobierno se coloca naturalmen-te en sus manos: por que hay una propensión irresistible en lainteligencia a gobernar, y en la ignorancia a obedecer. Esta leymoral del mundo, es, en nuestro concepto, lo que viene a deter-minar de una manera fácil, sencilla y pacífica, la forma de go-bierno correspondiente a cada pueblo. Ella viene a ser así la úni-ca legítima, porque es la única útil, porque el mando se halla de-positado en las manos que pueden dirigirlo bien”.

Entendiendo de tal manera el concepto de la legitimidad delos gobiernos, el doctor Arosemena no tiene inconveniente en

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afirmar resueltamente que la diferencia de las formas de gobier-no no es tan acentuada como generalmente se cree. En cualquie-ra de ellas la representación y la elección son necesarias en algu-na forma y medida, de donde se deduce que “el gobierno repre-sentativo y electivo, cualquiera que sea la extensión de estos prin-cipios, es, en general, el apropiado a todos los pueblos y el únicolegítimo”.

Pero en la mente del doctor Arosemena el concepto de la le-gitimidad se refiere no sólo a los gobiernos, sino, además, a laspersonas que lo ejercen, y a las instituciones, por lo cual es ne-cesario ilustrarlo por esta faz también para que pueda servir deguía y norma de la conducta política, particularmente en Hispa-noamérica en donde tanto se ha discutido el principio de la legi-timidad.

“El personal de gobierno es legítimo cuando su investidura hasido hecha en los términos fijados por la ley”, fórmula ésta sen-cillísima por cierto y que no ofrecería dificultad alguna. Por tan-to, es de la mayor importancia determinar bien “los últimos re-quisitos que han de concurrir para la existencia de una y otralegalidad”.

“Cuando una constitución ha sido formada por considerablenúmero de individuos nombrados al efecto por la generalidad delos ciudadanos, bien será directamente o intermediando electo-res designados por aquellos, esa constitución es tan legítima comopuede serlo, o a lo menos lo bastante para granjearse el acata-miento de todos los asociados. ¿Qué derecho o que razón de con-veniencia general podrá alegar ninguno para atacarla? ¿Dirá quees defectuosa y como tal vulnerable? Desgraciado el país dondesemejante principio llegase a ser admitido. Si la sociedad se haestablecido para el beneficio de todos, si este beneficio ha dejuzgarse forzosamente por la mayoría de los hombres sensatos,una vez que ella ha sancionado una constitución, es necesario obe-decerla ciegamente. Si el código político es defectuoso, comoson siempre las obras de los hombres, corríjasele por los trámi-

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tes que el mismo ha formulado. Es necesario que un defecto,después que se ha hecho patente para el mayor número sea en-mendado pacíficamente, sin necesidad de emplear vías de hecho,siempre sospechosas y siempre acompañadas de gravísimos in-convenientes”.

No es raro que una constitución legítima, según los requisi-tos antes indicados, sea sustituida con otra, no por los trámitesen ella establecidos, sino bruscamente, por vías de puro hecho.¿Será legítima la segunda institución? ¿Debemos respetarla? Aun-que no sea justificable semejante procedimiento, el interés de lasociedad aconseja prestar obediencia a la nueva constitución, siella ha sido formada del mismo modo que la primera. Y al cabo,siendo todos los sistemas de hecho en su origen, no hay razónbastante poderosa para negarle el dictado de legítima a una cons-titución, si ella ha sido formada del mismo modo que lo fue laque antes se reputó así. Parece desde luego anómalo y contradic-torio calificar de legítimos, códigos que se excluyen mutuamen-te; mas si se escudriña la causa de semejante anomalía, se encon-trará que es más aparente que real. En el hecho la organización deun gobierno es casi siempre obra de alguno de los partidos enque de ordinario se hallan divididos los estados del partido pre-ponderante en aquellas circunstancias”.

“Cada partido pretende componer la mayoría de la nación, ycomo no hay juez que falle sobre semejantes pretensiones, sisería fácil aun a la imparcialidad misma hacer aquella averigua-ción, forzoso es reconocer como legítimas las decisiones delpartido que prepondera. Véase cómo el admitir la legitimidad detodas las constituciones populares, aunque opuestas, lejos de seruna contradicción, es consecuencia justa de un gran principio,principio de orden, que es indispensable reconocer para no incu-rrir en los mayores absurdos. La deducción de un principio con-trario sería el autorizar una lucha abierta entre los partidos, hastaquedar uno solo por el exterminio de los otros, y ese sería enton-ces el único legítimo, porque era el único existente. El principio

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de reconocer como legítimos los actos del partido preponderan-te, es un principio salvador, y sin el cual no es posible fijar lasopiniones sobre materia tan espinosa. Cierto es que con arreglode estas bases, las ideas de crimen y lealtad se confunden; que eldelincuente de hoy, mañana es reputado benemérito de la patria yque los héroes de este día, van al patíbulo al día siguiente comoinsignes criminales. Pero esta confusión no proviene del princi-pio que hemos sentado. Es una consecuencia natural y forzosa dela existencia de partidos hostiles, a quienes no divide ni puededividir el interés de la patria, sino motivos de personalidad, quelos escandecen hasta el extremo de mirarse como implacablesenemigos. Fenezcan tales partidos, únanse todos los ciudadanosa trabajar de buena fe por la dicha social, y los nombres de trai-ción y fidelidad a la patria tendrán un estricto significado”.

¿Puede darse en escritor alguno más claridad de pensamien-to, más elevación de ideales, más equilibrio de espíritu, y, al mis-mo tiempo, más realismo, frente a frente de los problemas sus-citados por las necesidades de la política práctica? ¿Cuál es elexpositor de derecho constitucional en nuestra América que hayacomprendido y afirmado tan rotundamente el concepto de la le-gitimidad aplicada a las instituciones, a los gobiernos y a los hom-bres que los ejercen y que lo haya considerado, a la vez, como elgran principio salvador de las democracias que es el orden? No-sotros no lo sabemos. Lo único de que sí estamos enterados – yacaso lo esté el lector también—es de que el hombre de tan altatribuna levantaba en medio de un pueblo corrompido por la leva-dura disolvente de mezquinas pasiones banderizas era nada me-nos que un liberal positivista, un hombre que no se dejaba enga-ñar por el timbre sonoro de las palabras y a quien le gustaba, porel contrario, hallarles el sentido real que tuvieran, el que mejorexpresase la verdad de los hechos.

El profundo amor por el orden, que a eso equivale el respeto ala legitimidad, de que se hace gala en los párrafos anteriores, notiene nada que ver ciertamente con la autocrática voluntad de los

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tiranos. Es, por el contrario, la suprema expresión de la dichaencontrada por los caminos de la libertad bien entendida, o sea laque sirve los propios deseos de quien la usa en el sentido delbien, de lo indiferente o de lo inevitable. Ah, si fuera posiblequitar a las palabras del reino usurpador de que disfrutan y en sulugar poner los hechos, la verdad, las ideas legítimas, cuánto másfelices y prósperos fueran estos países impropiamente llamadosdemocracias.

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Capítulo VIIIEl amigo de Vivanco

1842-1845

El periodista.– El espíritu de facción.– El principio de lealtad.– La adhesióndel doctor Arosemena al general Vivanco.– Carta al coronel Anselmo Pineda.

ijimos en el capítulo anterior que las labores del doctorArosemena en la capital del Perú debían ser considera-das desde dos puntos de vista. Por eso, habiéndonos re-

ferido ya al primero, vamos a referirnos ahora al segundo.Los artículos de propaganda política que escribió en defensa

del régimen que había establecido el general Vivanco, como con-secuencia de la revolución de Arequipa se encuentran todos enlas columnas de El Peruano y La Guardia Nacional, periódicosque, como se ha dicho redactó sucesivamente luego de haberseseparado de la dirección de El Tiempo. No podrían distinguirseen ellos los trabajos del doctor Arosemena, sin riesgo de error, apesar del estilo que le era característico, por la razón de que entales órganos colaboraban otras personas, y, como sucede de or-dinario en los periódicos políticos, no hay firma alguna al pie delos escritos. Sin embargo, los editoriales o artículos de fondoeran suyos, y, además, él mismo reprodujo algunos en 1848 ensus Principios de Moral Política, de manera que siempre seráposible referirse a aquellos sobre los cuales no puede caber duda.

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Eran los días en que el doctor Arosemena esgrimía su pluma porla causa que sostenía Vivanco, de lucha, de apasionamiento, de te-mores, de contrarrevoluciones y sobresaltos, y la ironía, el tono pi-cante y aun la frase lapidaria eran armas legítimas contra el adversa-rio invisible, pero poderoso que amenazaba constantemente el or-den y la tranquilidad social en la tierra peruana. Todo había sido per-mitido en gracia de extirpar por completo la hidra maldita de lassiete cabezas. Pero el doctor Arosemena no estaba preparado para elejercicio de la violencia verbal y de aquí que aun identificado comoestaba con las miras del general Vivanco, encaminadas a salvar elpaís por medio de un gobierno enérgico, sus palabras jamás tuvieronotro carácter que el de la más estricta moderación.

En un artículo de La Guardia Nacional, definiendo las in-tenciones del gobierno de Vivanco, en vez de arremeter con-tra los opositores de éste los invita a concretarse al simpleesclarecimiento de la cuestión que los divide. No le interesanlos nombres personales, aunque mucho podría decir a favordel general Vivanco. Sería cosa superficial considerar la cau-sa del derecho como el simple interés de un hombre. “Losprincipios quieren principios”, dice, y si se fija en un nombrees sólo por la razón de que éste los representa. No sería élquien sospechando siquiera que no es el interés público, sinola ambición y el engrandecimiento personal o lo que habíadetrás de la causa de Vivanco, lo apoyara y defendiera. Ha-biendo la revolución corrompido a los pueblos, contribuido ala fermentación de las pasiones políticas, confundió todos lostérminos, desvirtuando todas las instituciones y anulando to-dos los principios civiles, se necesitaba una fuerza que repri-miera todas las fuerzas contrarias al orden. Esa fuerza era elgeneral Vivanco, a quien el doctor Arosemena consideraba unhombre bastante hábil y enérgico, capaz de destruir los ele-mentos del mal, de purificar lo contaminado, de despejar delcampo la maleza y los zarzales para entregarlo en barbecho ala parte pensante y echar simientes de vida.

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En otros artículos, refiriéndose al espíritu de facción y susefectos en la vida política de las naciones, se produce en térmi-nos que reflejan sus notables cualidades de pensador ecuánime,tolerante y apasionadamente enamorado de la reconciliación delas ideas extremas en aras de la felicidad de los pueblos. Sonsus palabras:

“La crónica universal, nos muestra que todo el misterio del or-den y del progreso en las sociedades, consiste en la conservaciónde un gobierno adaptado a las necesidades públicas. De esta verdadresultan dos principios, cuya combinación en la práctica ha sidodifícil, pero que es indispensable mantener unidos. Todo progresoes ilusorio sin orden, sin estabilidad; y el orden es vicioso cuando,lejos de consultar la dicha del común, la sacrifica a cualquier otrointerés. El gran problema político es, pues, indudablemente, la con-ciliación del orden con la libertad y el progreso”.

“La solución de este problema es tan dificultosa por sí mis-ma, como por el ensanche que los diversos intereses socialeshan dado parcialmente a las ideas que se trataba de conciliar. Lospartidarios del poder absoluto han mirado la quietud general comoun deber tan imperioso, tan exclusivo y predominante, que ningu-na modificación podía admitir sin acarrear a los pueblos las ma-yores calamidades. El derecho de queja, cualesquiera que fuesenla tendencia y los medios de la administración; y en especial lafacultad de remover de hecho a los gobernantes, cuando susdemasías hubiesen agotado el sufrimiento, sin que bastasen losmedios suaves de súplica y clamor, se han negado del todo a lospueblos, víctimas de la tiranía.

“Por su parte los sectarios de la libertad han incurrido en elexceso contrario. Pocos de buena fe, muchos, por especulacióny casi todos poseídos de un frenesí bacanal, parece que hubieranjurado una perpetua enemiga a todo gobierno. La oposición sis-temática y apasionada es de derecho en esta turba de jeques polí-ticos, que armados del puñal y del trabuco, tienen en continuosobresalto a los depositarios de la autoridad pública. Las provi-

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dencias que la conservación del orden y del sosiego general re-claman en calidad de necesarias, y sin las cuales el progreso espura quimera, se asientan, desde luego, por el demagogismo enel registro de proscripción, que ha de escribirse con sangre. Elprisma de las pasiones de colores horrendos a los actos más sen-cillos y quizá mejor intencionados de la administración; y el ex-tenso vocabulario de la pedantería jamás niega una bella provi-sión de palabras para adornar pomposamente las inspiracionesmás negras y los atentados más escandalosos.

“En esta pugna abierta de tan abiertos principios, los abusoscorren y los desastres se suceden; ninguno ceja, ninguno propo-ne capitulación. La historia, en especial a la de América españo-la, no presenta sino una alternativa odiosa de reacciones, en quelos dos principios rivales se vencen uno a otro, sin ningún éxitodefinitivo. Un resultado completo en favor de cualquiera de elloses imposible en el estado actual de la civilización; porque lasideas reinantes y el verdadero interés de los pueblos así rechazanla absurda pretensión de los tiranos como las aspiraciones insen-satas de los seudo-liberales. La lucha, pues, debe terminar. Elinterés del género humano lo pide encarecidamente, y el proble-ma de conciliación ha de resolverse, tomando por base que unosolo de aquellos principios, sin contar con el otro, produce laanarquía o la opresión, estados igualmente vituperables, que nun-ca tendrán la aquiescencia de las mayorías.

“Este principio general de la obediencia es indudablemente laúnica tabla de salvación que se ofrece a los estados de la Américaespañola. Comprendamos el mecanismo social. La subsistencia,la solidez del gobierno, es la primera necesidad de un pueblo.Los defectos y abusos se corrigen con la sola fuerza de la razón,la más de las veces. Destruir por defecto una cosa cualquiera ymás que todo un gobierno es decidirse a no tenerlo nunca. Sí; nohabrá más gobierno, si los defectos reales o supuestos que en-cuentre la demagogia en él son motivos bastantes para derribar-lo. Trabajad por corregir los defectos. Esta es una segunda opera-

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ción que supone ya la sólida asistencia del poder público. ¿No esla causa del gobierno la causa general? ¿No interesa a todos laseguridad de las personas y propiedades, la defensa y protecciónde todas las garantías? Pues bien, vuestro interés, oh hombres detodos los partidos, vuestro interés estará cifrado en sostener elgobierno”.

Y, por fin, como si tanta nobleza de ideales, expresada en fra-ses reveladoras de gran sabiduría política no fuera suficiente paraque se comprendiese la acendrada adhesión de su autor a los gran-des principios “tutelares” de la moralidad política, véase cómose producirá en otro artículo a propósito de la lealtad. El doctorArosemena empleó en esta ocasión un lenguaje más expresivocomo que trataba de marcar la frente de los traidores “esos mise-rables reptiles que muerden el seno mismo que los abrigara cuandoesperan hallar otro que satisfaga más ampliamente sus torpes ape-titos” pero advertirá aún una ponderada serenidad de espíritu quele impide descender al terreno de los insultos personales o de lasconsideraciones de tendencias maliciosas.

“Bastará pronunciar esta palabra (“lealtad”) para conocer elobjeto que nos proponemos en el presente artículo. Sucede asícuando las verdades llegan a tal grado de evidencia y de notorie-dad, que no se requieren largas demostraciones ni profusos co-mentarios para hacerlas patentes; cuando una expresión es no sólouna idea, sino una proporción, un axioma.

“Tal es el juicio cuya enunciación se halla casi completa alestampar la palabra lealtad. ¿Qué podrá esperarse que diga el es-critor político en Hispano-América, que la tome por mote de unarticulado? No sería amor patrio sino ceguedad, desconocer quela historia de estos países se hallan manchada con no pocos ejem-plos de tradición; que los partidos políticos, no han podido enmultitud de casos depositar su entera confianza en muchos desus titulados miembros; y que mientras las ideas de fidelidad nose arraiguen y extiendan hasta formar costumbres populares, elorden social, el respeto a la ley y al magistrado, la sumisión al

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gobierno, serán vanas esperanzas. La anarquía estará amenazadasin cesar con sus copiosos sacudimientos, y la prosperidad pú-blica se hará imposible en una situación tan precaria y azarosa.

“No queremos, ni necesitamos, citar hechos particulares deaquellos que nos han afligido. Los acontecimientos dolorososde nuestra historia deben quedar sepultados para siempre en lamemoria del pasado; y si se recuerdan, no sea para narrarlos nueva-mente, con todas sus circunstancias, no para mortificar el orgullode aquellos a quienes, con justicia o sin ella, se les hayan imputa-do, si para tomarlos como objeto de reprobación, que no es dadojamás imitar, y cuyos caracteres son bastante horribles para ha-cer detestar cuanto se les asemeja.

“Pedimos, pues excusa a las personas que se disgusten le-yendo estas líneas. Pueden estar seguras de que no otra cosadeseamos que el bien del país, y que convencidos de que nohabrá jamás patria, ni paz, ni gobierno sólido sino en tanto quelas virtudes sociales se entronicen y afiancen, hemos queridoarrostrar el ceño de algunos en busca de la aprobación de lageneralidad, para quien la extensión de las prácticas útiles y elreinado de las costumbres bienhechoras, no puede menos queser una materia de satisfacción. Contamos entre estas virtudes,entre estas prácticas y costumbres, a la lealtad como una de lasmás importantes y cuyo sólo predominio sería suficiente paracimentar un gobierno, tal como el que hasta ahora hemos care-cido. Medítese un instante, y no dudamos que cualquiera querazone de buena fe encontrará en la falta de fidelidad políticauna de las principales, sino la mayor causa de nuestra inestabi-lidad, de la perpetuación de los desórdenes y de la deshonra quede aquí forzosamente proviene.

“No hay sociedad, partido, club, ni reunión alguna de hom-bres, que pueda medrar, ni aun siquiera conservarse, sin el princi-pio de la lealtad, profesado y practicado. La deslealtad engendrala desconfianza, y perjudica con ella, así al partido traicionadocomo a los mismos traidores. Un agregado de seres humanos a

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quienes no liga la confianza, presenta el cuadro más lastimoso ydesconsolador. Los jefes no se atreven a mandar, por temor de noser obedecidos, o de serlo de un modo incongruente. Y aun te-men también dejar de mandar, creyendo que su inacción sea malinterpretada, o sirva de pretexto para una traición. Los subalter-nos mismos no ven en sus iguales unos amigos dispuestos a ayu-darlos, y a compartir con ellos las faenas a que están sujetos, sonunos enemigos posibles a cada instante. La mejor causa se vefracasar así en medio de espantosos arrecifes, y elevados edifi-cios que ostentaban fortaleza, derrumbarse por fragilidad de loscimientos. El pueblo infeliz es el que siempre sufre las calami-dades que los vicios políticos germinan. La infidencia sistematizadahace imposible la consolidación de ningún gobierno. Parece quealgunos hombres tuviesen a mengua la constancia, o que un espí-ritu invencible de rotación los impeliese a mudar de opiniones yde principios”.

Al llegar aquí surge una cuestión importante relacionada conla memoria del doctor Arosemena y que es menester estudiarcon la mayor serenidad de criterio. ¿Cómo es que el expositor deideas y principios tan puros de moral política, que hizo del perio-dismo un apostolado, podía ser, a la vez, uno de los secuaces delgeneral Vivanco, dictador supremo del Perú, a raíz de la revolu-ción de Arequipa y como consecuencia inmediata de tal revolu-ción? ¿Cómo pudo el teorizador elocuente de la legitimidad delos gobiernos establecidos, el enemigo declarado de las guerrasciviles y del espíritu de facción, el enardecido fustigador de losdesleales, armonizar sus doctrinas sobre materias semejantes conla causa que representaba un hombre para quien la historia ha te-nido graves censuras? ¿No es esto un caso de inconsecuencia yde claudicación flagrante que puede hacer desmerecer en muchola catoniana figura del doctor Arosemena? Esto, más o menos,llegaron a pensar de él enemigos encubiertos suyos. Para desva-necer la sombra que rodea aquel período de su vida, sólo hay unaenérgica y orgullosa frase en una carta dirigida a los editores de

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El Día de Bogotá en que, respondiendo incidentalmente a alguienpor el cargo que le hizo de haber sido vivanquista, le dice que“tiene a mucha honra haber servido con sus escritos en el Perú alpartido que encabezó el probo e ilustrado general Vivanco”. Es-tas palabras en boca del doctor Arosemena son ya, un fuerte indi-cio de la rectitud de su conducta en el asunto que nos ocupa, aun-que es evidente que ellas solas no bastarían para que su memoriaquedase absolutamente limpia de toda sospecha. Hay, pues, quepenetrar en la cuestión con toda diligencia y el cuidado que lavida del doctor Arosemena, hoy ofrecida como modelo a las ge-neraciones actuales, reclama.

Por de contado, las ideas contenidas en los párrafos transcritoscon el propósito preconcebido de estimular el amplio ejerciciodel juicio, demuestran que el doctor Arosemena se hallaba honday sinceramente preocupado por la situación del Perú. Sus mis-mos escritos de El Tiempo no son elucubraciones abstractas so-bre materia política, sino sinceras reflexiones, enseñanzas y con-sejos inspirados en el momento que se atravesaba y en el cualeran concebidos. No se condenan vicios políticos, no se habla delegitimidad, de lealtad y otros temas semejantes, ni se pondera elideal republicano, ni se pone empeño en demostrar que es posi-ble la conciliación del orden con la libertad, sino cuando hay te-mores de que las cosas estén sucediendo o puedan suceder demodo contrario a los intereses de la comunidad política en quese vive. Esto prueba que el doctor Arosemena tenía plena con-ciencia del rumbo que imprimía a su conducta al hacer suya lacausa del célebre caudillo revolucionario; y de que tal es así lodice el hecho de que nunca se arrepintió de haber servido aVivanco, sino, por el contrario, tenía a mucha honra, seis añosdespués, de haberlo defendido con sus escritos.

Hasta aquí el aspecto general de la cuestión. En cuanto a lascircunstancias, veámoslas.

Apenas llegado a Lima el doctor Arosemena se relacionó conlas más distinguidas familias de la ciudad, entre las cuales se en-

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contraba la del entonces coronel Vivanco, cuya mujer, doñaCipriana de Latorre, además de ser una dama sobresaliente porsus prendas morales e intelectuales, poseía finos encantos físi-cos que le daban cierto ascendiente natural sobre las personasque la trataban. El doctor Arosemena, amigo de la casa, la fre-cuentaba, y los esposos Vivanco le dieron tantas pruebas de esti-mación que muy pronto las relaciones de simple amistad se con-virtieron en relaciones espirituales por el apadrinamiento que dedos de los hijos del doctor Arosemena, Elisa Julia y José Fabiode las Mercedes, le hicieron los dichos esposos. El resultado detanta cordialidad fue que, a la larga, no se tuvieron como extrañosque cultivaban una amistad, más o menos sincera, sino como siformaran una sola y misma familia. ¿No es esta una razón de laconducta del doctor Arosemena? ¿No es cierto que lejos de me-recer censuras merece alabanzas por lo leal que supo ser con elamigo que tanto le había distinguido?

Pero, se dirá, que la consecuencia en la amistad y el agradeci-miento a probables servicios no obliga a la inconsecuencia de lasideas y principios en materia grave, y menos a hombres de firmesconvicciones como en realidad lo era el doctor Arosemena. Noobstante, la fuerza de este argumento se debilita mucho, si es queno se extingue por completo, al considerar que la adhesión deldoctor Arosemena no fue prestada precisamente al caudillo re-volucionario; lo fue al magistrado que, encargado ya de hecho delas riendas del gobierno, se esforzaba por organizar los serviciospúblicos del país, valiéndose de medidas que seguramente erandictatoriales, pero justificadas por el estado de revuelta y de des-orden que prevalecía. En efecto, Vivanco había aplazado, despuésde su entrada a Lima, la convocatoria del congreso, licenciado elnumeroso cortejo de militares de su estado mayor, destituido losfuncionarios ímprobos y dirigido recriminaciones públicas a lamagistratura venal y corrompida, y se preparaba a realizar mu-chas útiles reformas en la administración cuando víctima, a suturno, de la anarquía que se había enseñoreado del Perú, fue de-

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puesto y expulsado del territorio. La teoría de la legitimidad delos gobiernos establecidos autorizaba, además, al doctorArosemena, a apoyar el orden de cosas creado por la revoluciónde Arequipa, lo que no era por cierto una contradicción, pero si“consecuencia justa de un gran principio, principio de orden quees indispensable reconocer para no incurrir en los mayores ab-surdos”. El advenimiento al poder de Vivanco estaba viciado porla violencia, pero una vez que había logrado sostenerse y comen-zaba a ejercerlo en el sentido de la utilidad pública era legítimasu situación, y cosa honorable colaborar con él en la obra del man-tenimiento del gobierno. Así debió pensar el doctor Arosemena yno es justo que a título de juez intransigente y haciendo casoomiso de las circunstancias anotadas, venga la posteridad a con-denar la conducta del doctor Arosemena, confirmando así lasmalévolas imputaciones que enemigos suyos le hicieron al calorde la pasión política, siempre mala consejera. Por lo demás, laparticipación del doctor Arosemena en la política del Perú, queaun puede parecer injustificable, no era una falta, si se tiene encuenta su amplio espíritu americanista y la costumbre, muy ge-neralizada todavía entonces, de que los ciudadanos de las repú-blicas libertadas por Bolívar al pisar el suelo de una cualquiera deellas que no fuera la de su nacimiento se considerasen como ensu propia patria.

La caída del general Vivanco obligó al doctor Arosemena apensar seriamente en el regreso al Istmo. Hacía dos años que sehallaba ausente de él. Las causas que le habían puesto en el cami-no del destierro voluntario ya no existían, y, además, eran cons-tantes los llamamientos que le hacían para que volviera al seno delos suyos. Al frente del gobierno se encontraba entonces el co-ronel Pineda, hombre ilustrado y de miras amplias que al fin ha-bía logrado acallar los odios y las pasiones e inspirar confianzaen los destinos del Istmo.

Ya se disponía el doctor Arosemena a partir para Panamá cuan-do recibió del coronel Pineda una carta en que le pedía su con-

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curso para el desarrollo de un proyecto de educación popular queéste había concebido. Esta carta mereció la contestación que, enparte, trascribimos.

“Siempre franco, no adularé las buenas intenciones de ustedmanifestándole que aguardo mucho para la generación presentede los trabajos iniciados. Este tronco añoso y torcido, alimenta-do por las influencias tiránicas del coloniaje, no se puede ende-rezar ni aun reblanceder. Su dirección está tomada, y vivirá con élaun cuando viviera tanto como los cedros del Líbano. Pero no asírespecto de la generación que se levanta; ella es el tierno vástagoque puede cultivarse a nuestro placer, y en que puede y debe fun-darse la esperanza de la patria.

“De aquí resulta que, en mi opinión, las escuelas dominicalesdestinadas para los hombres adultos, no corresponderán a su ob-jeto. No hay que alucinarse con el ejemplo de Inglaterra y losEstados Unidos. Aquel es otro pueblo. Allí existe deseo de apren-der, y los que no lo satisfacen es por falta de tiempo o de recur-sos. Las escuelas dominicales, pues, llenan cumplidamente el finde su instituto. Entre nosotros la causa de la ignorancia es la desi-dia, y ésta no se cura con escuelas. Así el hombre que a nadietiene que dar cuenta de su conducta, prefiere pasear o embriagar-se el día festivo, a sujetarse a unas lecciones que deben serlemuy penosas. El niño se halla en otro caso: es dócil, está gober-nado por un padre o tutor que aun cuando sea de los que nadasaben conoce lo bastante que conviene instruir a su hijo o pupilo.Por eso no dudo que las escuelas primarias son el verdadero ger-men de la instrucción de las masas, regando los conocimientospor entre los pequeños individuos que más tarde ascenderán alrango de ciudadanos.

“La publicación de periódicos sirve indudablemente para lacausa de la ilustración del pueblo; pero esto supone otros cono-cimientos, a lo menos el de la lectura, y no como quiera, sino enel grado y forma que es preciso para que aproveche. De aquí elcurso limitado de semejantes publicaciones entre nosotros, que

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casi no satisfacen más que los deseos de los mismos que loshacen. La extensión del periodismo es más bien un efecto queuna causa de la ilustración. Los pueblos ilustrados no lo son por-que tienen muchos periódicos, sino que tienen muchos periódi-cos porque son ilustrados. Las luces tanto en los individuos comoen la especie, llevan en sí una fuerte propensión a aumentarse, yasí los pueblos que la sientan ya en su seno, experimentan unadisposición invencible a adquirirlas mayores. Piden periódicos yhay periódicos: porque convertidos en objeto de especulación,siguen la suerte de todos los demás productos, esto es, corren elnivel de la demanda. En nuestro país los periódicos no se pidenporque no se quieren, y cuando se publican a expensas de susautores no se leen por aquella misma causa. No es esto decir quesean enteramente inútiles: algo contribuyen a la extensión de losconocimientos, aunque muy desagradable para que no se dé a estemedio una gran importancia y suframos luego la pena de esperan-za burlada.

“Escuelas para los niños: he aquí lo que no debemos cansar-nos de promover; pero no basta que las haya, y en tanto númerocuanto sea necesario. Aún resta que se hallen bien montadas yque no sólo se asegure su conservación, sino la enseñanza de losalumnos. Esto depende especialmente de los maestros, que hastaaquí (séame lícito decirlo) no han sido, en el mayor número delos casos, escogidos con esmero. Verdad es igualmente que nohabrá nunca buenos maestros si no se pagan bien; porque ningunapersona dotada de las cualidades que deben adornarlos se presta-rá a desempeñar tan fastidioso cargo a menos que su trabajo seacompletamente remunerado. Esto es, pues, en mi entender, elprimer punto que hay que consultar.

“Después se requiere que al nombrarlos se consulte el méritoreal, y ninguna otra cosa, aun cuando haya que combatir con losempeños y otras consideraciones sociales que yo llamaré mejordisociales y retrógradas. Pero como pudiera también haber y hayefectivamente mucha escasez de maestros tales como deben ser,

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ha de recurrirse al establecimiento de un plantel que los produz-ca. Las escuelas normales satisfacen a este objeto. ¿Y cuál debe-rá ser el maestro de una escuela normal? Ocioso es decirlo, yaque semejante escuela está no sólo destinada a formar maestros,sino a servir de modelo en sus métodos y marcha a las otras es-cuelas del distrito.

“Las sociedades filantrópicas pueden propender eficazmentea todos estos objetos, y no sólo habrían hecho bastante prote-giéndolas, sino que, a mi juicio, apenas pueden hacer otra cosa.El fomento de la industria siempre será una materia del todo su-jeta al interés individual, y sólo esparciendo conocimientos queno se pueden adquirir de otro modo será útil la intervención dedichas sociedades. Pero este punto cae naturalmente bajo la ju-risdicción del anterior: establecimiento de escuelas.

“Moralizar las masas; grande objeto y tan difícil de alcanzarcomo la instrucción, si no lo es más. La moralidad privada esasunto que los padres y demás institutores desempeñan bastantebien, y que muy poco puede hacer la autoridad pública, sino en elcaso presente publica rasgos y ejemplos morales; pero aun eneste medio no tengo mucha fe. Cuántos individuos sueltan el li-bro o periódico que les predica contra un vicio para entregarse aél. La educación, las costumbres, y el buen ejemplo desde la in-fancia, son el único medio de moralización privada. Mas no así lamoral política que puede y debe enseñarse en las escuelas y di-fundirse eficazmente por la prensa. Porque es preciso conveniren que la inmoralidad de esta especie proviene más de ignoranciay de principios erróneos que de la fuerza de las pasiones. Por esotengo mucha esperanza de que se obtenga la moral política ense-ñándola en las escuelas y colegios y aun he compuesto un cate-cismo sobre esta materia, que por no exponerlo no remito a us-ted; pero que cuidaré de enviarlo por un conducto seguro, por sifuera de alguna utilidad a mis conciudadanos”.

Muchos años han pasado desde que dicha carta fue escrita y elespíritu que la anima tiene la misma frescura de las cosas de hoy.

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El conocimiento que demostraba tener el doctor Arosemena delas deficiencias sociales de que adolecía el Istmo y de las medi-das que, en su concepto, debían tomarse para remediarlas le acre-ditan de hombre clarividente y de educador avisado. Lo que pen-saba de la educación de las masas y de la manera de fomentarlaera acertadísimo. Lo mismo puede decirse de las condiciones enque, según su juicio, el maestro de escuela podía ejercer su laborbenéfica por la causa de la educación popular. ¿Cuántos de entrenuestros hombres públicos actuales hay que conozcan siquierasuperficialmente los datos del problema de la educación prima-ria, esos que ya el doctor Arosemena planteaba con sorprendentemaestría? Escuelas normales y maestros; he aquí el desiderátumde la época del doctor Arosemena y he aquí el desiderátum de lanuestra. Mientras no haya un gobernante que arrostrando las cen-suras de los elementos atrasados de la sociedad se decida a im-plantar una firme política educativa nada se habrá hecho en elsentido de la felicidad del país y las palabras del doctorArosemena, las de la carta al coronel Pineda, continuarán reso-nando al oído nacional como un amargo reproche de ultratumba.

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Capítulo IX

Comunicación Interoceánica1844-1845

Regreso del doctor Arosemena a Panamá.– Situación en que se encuentrael país.– Abre su bufete de abogado y funda El Movimiento junto con eldoctor Manuel Murillo Toro.– Actitud de la cámara provincial en losproyectos de comunicación intermarina.– Opiniones del doctor Arosemenasobre el particular.– Un folleto sobre la franca comunicación entre los dosmares.

mediados del agosto de 1844 encontrábase de nuevo eldoctor Arosemena en Panamá. El afecto entrañable desus padres, el de los de los demás miembros de su fami-

lia y el de sus amigos debieron hacerle particularmente grato elregreso al solar nativo que había abandonado en fuerza de cir-cunstancias ya conocidas. Cuando partió para el Perú dejó al Ist-mo en manos de un gobierno local reaccionario y la atmósferapolítica saturada de odios y pasiones. Él no quiso ser víctima nidel uno ni de la otra y se fue a plantar su tienda de peregrino entierras lejanas, entre otras gentes y bajo otro sol, a cuyo amparo,cultor desinteresado de ideas como era, dióse a sembrar, en se-guida las semillas del saber que, abundantes llevaba en las trojesde su poderosa inteligencia. Había enseñado política y moral enla prensa de Lima e indicádole caminos de redención a un paísque, profundamente minado por las revoluciones civiles, harto lonecesitaba; y, sembrador afortunado, cosechó en la gratitud de un

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pueblo los frutos mejores a que hubiera podido aspirar. Las espi-nas de la adversidad no dejaron de punzarle: Pero, a pesar de todo,pudo salir ileso de la prueba que ellas son. Al volver a la patria lascondiciones en que la dejó habían cambiado notablemente. Unaadministración honrada, justa y progresista había devuelto al go-bierno su natural prestigio y dándole la respetabilidad necesariapara convertirlo en el verdadero agente de la seguridad pública.Ya no había perseguidores ni perseguidos y la ciudadanía se ha-llaba halagada por los óptimos frutos de una paz que parecía dura-dera. Se habían amortiguado los resentimientos que se tenían delgobierno nacional y sólo se pensaba en promover empresas deutilidad pública para fomentar el desarrollo económico del país.Era, pues, propicia por demás, la situación en que se encontrabael Istmo cuando el doctor Arosemena ya fuera a consecuencia dela caída de Vivanco, o debido a las excitaciones de don Mariano ydel Coronel Pineda, resolvió regresar al seno de la patria paradedicarse a su servicio con el mismo amor y diligencia con queotras veces la había servido.

Inmediatamente abrió el doctor Arosemena su oficina de abo-gado y Fundó, asociado al doctor Manuel Murillo, El Movimien-to, semanario que tenía por objeto velar por los intereses mate-riales y morales del Istmo y que correspondió plenamente en sucorta vida (sólo salieron 9 números) a la reputación de que yagozaban sus directores.

Estaba a la orden del día en Panamá el tema de una vía o comu-nicación entre el Atlántico y el Pacífico, tema suscitado, esta vezpor las gestiones que desde el año anterior había iniciado en Euro-pa el Ministro de la Nueva Granada en Inglaterra para promover laconstrucción de un canal a través del Istmo. Reunida la cámara pro-vincial en sesiones anuales y afectando a los panameños el resulta-do de dichas gestiones, ella se convirtió naturalmente en el centrode los más ardientes debates. Después de largo deliberar, acordódirigir una representación al congreso nacional, en la que pedía, ensíntesis, que mientras se llevaba a efecto el canal interoceánico se

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construyera un camino ordinario de Panamá a Portobelo por la lí-nea que había trazado el señor Domingo Vélez de orden de la anti-gua intendencia del istmo. Agregaba la cámara que si se presenta-ban algunas dificultades para tal objeto, se construyera, por lo me-nos, un buen camino por la Gorgona y se limpiase y perfeccionasetambién el canal del río Chagres. Se esperaba aprovechar con estacomunicación mixta las ventajas que pudiera ofrecer el comercioentre Inglaterra y Francia, por un lado, y los países de la Américadel Sur, por el otro. Pensaba la Cámara, en fin, que todo esto podíahacerse con los propios recursos de la provincia de Panamá y losde la nación si ésta se valiera de una guarnición militar de zapadoresy de algunos expertos traídos del extranjero.

Esta idea de la cámara provincial era, desde luego de gran im-portancia, inspirada como estaba en atendibles razones y propó-sitos que respaldaba la mayoría de los istmeños. Sin embargo, elcontenido de la representación era deficiente, puesto que sólo serefería a generalidades en vez de ser una completa exposición demotivos. Se hallaban en juego tanto los intereses comercialesdel Istmo, como los de las naciones más importantes del mundoy debíase considerar no sólo las consecuencias económicas dela vía sino lo que era verdaderamente esencial, la posibilidad dela obra misma, dadas las condiciones políticas y financieras queprevalecían entonces. Además, la cámara incurría en el error quetan funesto ha sido siempre para la vida del país, de atribuir alsólo franqueamiento de los dos océanos el maravilloso efectode transformar el Istmo en una emporio, en un centro de bienes-tar impoderable. Por todo esto había aún campo para nuevas ymás completas discusiones y el doctor Arosemena, que no podíamirar con indiferencia un asunto de tanta trascendencia, se impu-so la tarea de examinarlo en un estudio de conjunto que bajo eltítulo de Comunicación intermarina publicó por entregas en ElMovimiento, desde el 15 de diciembre de 1844 en adelante.

El doctor Arosemena compartía en principio la opinión de lacámara provincial, pero estaba en desacuerdo con ella en lo de

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que la mera apertura de una vía interoceánica fuese suficientepara que el comercio, la minería, la agricultura, la ganadería, lanavegación interior, la industria mecánica y todos los ramos de laprosperidad pública se desarrollaran hasta conducir la provinciaal pináculo de su bienestar. Idea tal, que muchas personas emi-nentes compartían, sin análisis, y sin oposición de principios eideas, le chocaba al doctor Arosemena y a combatirla dirigió susprimeros y más fuertes argumentos.

A su juicio para obtener una idea exacta de los efectos proba-bles que produciría una franca comunicación entre los dos maresera necesario examinar la antigua situación de Panamá con res-pecto al comercio del mundo y la que lograría luego que un ca-mino o canal atravesase el Istmo. Esta comparación era de todopunto de vista indispensable en virtud de que las opiniones co-rrientes acerca de los resultados económicos de la vía se funda-ban, según el doctor Arosemena, en una supuesta igualdad de con-diciones. En cuanto a lo primero sostenía que el comercio uni-versal no había preferido la vía del Cabo de Hornos sino a causade ser más barata que la antigua del Istmo. Por esto, la única ra-zón que podía hacer preferible, otra vez, la vía de Panamá sería lade que los empresarios de un gran canal o camino marítimo yafuesen estos gobiernos o una compañía privada, cobrasen dere-chos tan moderados que con la reducción del tiempo a la mitad yla disminución de los peligros la economía resultase cosa indis-cutible. Tales condiciones no se darían porque un impuesto se-mejante no produciría siquiera el interés del enorme capital quedemandase la obra, que de ser construida, no traería beneficiosapreciables para Panamá que sólo gozaría del placer de ver pasarlas embarcaciones cargadas hacia su destino. Es decir, la Ciu-dad de Panamá no sería un punto de escala obligado, aunque re-sultase ser el más ventajoso de todos los que pudieran disputarsela gracia de que por el pasara el camino o canal que se hiciera. Elejemplo de Valparaíso, convertido entonces en un lugar de depó-sito de mercancías de las demás poblaciones de Chile y del lito-

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ral del Pacífico, no constituía, según el doctor Arosemena unargumento serio a favor de Panamá, una vez abierta la vía pues elcomercio tiende, por regla general a suprimir todo intermediarioentre el productor y el consumidor, de manera que la importanciaexcepcional de Valparaíso dejaría de ser la que era inmediata-mente que Bolivia, el Perú y el Ecuador tuviesen una mayor pro-ducción y un mayor consumo. Lo mismo podía esperarse quesucediera en el Istmo; y su situación, por consiguiente, sería siem-pre precaria. Por lo demás, añadía el doctor Arosemena, habíaque esperar muy poco de un lugar como Panamá en donde el or-den no estaba completamente arraigado y en donde las leyes fis-cales eran enteramente restrictivas, lo que no pasaba en Chile,país en donde esos dos factores obraban de modo favorable a susmejores intereses.

Considerando las posibilidades de una comunicación másmodesta y económica que permitiese el cobro de derechosreducidos, la encontraba más practicable a condición, eso sí,de que la modalidad de los derechos y la economía de tiem-po atrajesen todos los cargamentos y pasajeros que pasabanpor el Cabo de Hornos. Opinaba, sin embargo, el doctorArosemena, que no habiéndose hecho cálculos serios sobrelo que costaría una vía fluvial o un camino era de todo puntonecesario determinar previamente a cuánto alcanzaría, una yotra aproximadamente.

“Devengando, decía, los capitales en Sur América un interésde 12 % al año, la economía del tiempo debe calcularse en estaproporción. Así, los cargamentos que economicen un mes de via-je, ganarían uno por ciento más y soportarían, por consiguiente,un gasto de esta cuenta pero no tendrían motivo ninguno para pre-ferir una vía que les ofreciera aquella economía de tiempo sinoen el caso de sufrir sólo un nuevo gasto menor de 1%, para tenerpor ganancia la diferencia. Suponiendo, pues, que el costo de trán-sito por el Istmo fuese de 1%, los cargamentos que no pudieseneconomizar un mes de viaje no preferirían esta vía”.

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En este último caso se hallaba el comercio de Chile, según elmismo doctor Arosemena lo observa. Pero como quiera que losnorteamericanos aprovecharían la vía de Panamá para su comerciocon la India, la Oceanía y Centroamérica, se verificaría así una com-pensación en virtud de la cual “los cargamentos que transitaran porel Istmo tendrían un valor igual al valor íntegro de los que forma-ban el comercio extranjero de los países hispanoamericanos situa-dos sobre el Pacífico”. Ese comercio alcanzaba entonces a$30.000.000 anualmente y pudiendo sufrir los cargamentos unrecargo de 1%, ya que todos economizarían un mes en el viaje porel Istmo, produciría ese sobrecargo la suma de $150.000. Calcu-lando el costo de un canal fluvial o camino carril en un millón depesos, el producto bruto sería de 16%, lo que daba bastante mar-gen para que, deducidos todos los gastos que en una empresa talson indispensables, se obtuviese una buena ganancia e hiciera fac-tible un camino sujeto a estos datos económicos.

A pesar de la aparente evidencia de los números, el doctorArosemena no se mostraba muy confiado en la construcción in-mediata de un camino de cierta importancia a través del Istmo.Tenía para ello sus razones. Primeramente, no creía que una obrade gran magnitud como la de franquear el Istmo al comercio delas naciones, aunque fuese valiéndose de vías económicas, sinprevios cálculos meticulosos y daba en apoyo de su parecer elhecho de que hacía más de veinte años al mundo se agitaba con laidea de abrir un canal en el Istmo y de que a pesar de los estudiosllevados a cabo por comisiones como las de Mr. Lloyd y Falmarck,la de Garella y Courtines y la concesión hecha a Biddle y compa-ñía en 1837, nada era lo que hasta entonces se había hecho seria-mente para dar comienzo a la construcción de la anhelada vía.Todo hacía creer que ni Inglaterra, ni Francia ni los Estados Uni-dos tenían positivo interés en tal empresa. “El orgullo de losfaraones, decía el doctor Arosemena, levantó las pirámides deEgipto; pero el túnel de Londres y las fortificaciones de Parísson obras destinadas al tráfico y a la defensa. Mándanse expedi-

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ciones científicas, como las que fueron al Ecuador y a los Polos,como la que se prepara para visitar las ruinas antiguas de Méxicoy de Guatemala, y como las que han ido al Istmo de Suez diferen-tes veces para examinar la posibilidad de franquearla. Pero estasexpediciones tienen por objeto inmediato adelantar la geografíay otras ciencias y sacar con el tiempo el provecho que los descu-brimientos indiquen”. De aquí deducía que “una obra como elcamino o canal del Istmo no se pondría en planta sino después deexploraciones muy cuidadosas, hechas del uno al otro extremodel territorio”.

El influjo de un canal, si se abriera, pensaba, en fin sería indi-recto, es decir constituiría una ocasión, “una oportunidad dedesenvolver nuestra industria, pero para los istmeños la riquezano vendrá sino de esta industria, cuando se haya desenvuelto. Pre-ciso es no olvidarlo, porque en este asunto se han formado ideaserróneas. La comunicación intermarina no va a derramar lasriquezas gratis ni tampoco va a proporcionarlas por mediodel comercio de tránsito; pero sí nos ofrecerá grandísimas fa-cilidades para nuestros inagotables elementos de riqueza, queson la industria agrícola, minera, ganadera, etc, y el comercioexterior e interior que ellas proviene”.

Satisfechas, digamos así, las obligaciones del periodista queno podía dejar pasar inadvertida una cuestión pública de tan palpi-tante interés, aún quedaba algo por hacer al hombre de estudioque no se conformaba con haber tratado el asunto en forma tanbreve. El doctor Arosemena se propuso abordar con más aten-ción y acopio de datos el problema de la comunicación intermarinay al cabo de pocos meses de reflexión serena y reposada dio a luzun folleto sobre la materia titulada: Examen sobre la franca co-municación entre los dos océanos, por el Istmo de Panamá,que tuvo la mejor acogida a que hubiera podido aspirar y que levalió, algún tiempo después, el nombramiento de subsecretariode relaciones exteriores y mejoras públicas, en la administra-ción del general Mosquera. Sustancialmente este folleto conte-

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nía las mismas ideas que había emitido en los artículos de El mo-vimiento, pero expresados más extensamente e ilustrados connumerosos razonamientos que le daban más solidez y claridad.

En él examinó las probabilidades que pudieran existir enton-ces de que las grandes potencias tomasen a su cargo la aperturade un canal a través del Istmo; el estado de los conocimientosque se tenían sobre este país; las exploraciones que se habíanllevado a cabo y las que aún había que hacer; el interés que lasnaciones europeas o las compañías privadas tuvieran en la obra ylas posibilidades de que la Nueva Granada misma se hiciese car-go de ella a su propio costo.

Las conclusiones a que llegó, presentadas por su orden, sonlas que siguen:

I. Las grandes potencias no se hallaban en condiciones deocuparse en ese tiempo en la apertura de la vía intermarina. LaGran Bretaña no lo deseaba, ya porque los resultados que dierafuesen contrarios a su comercio, ya por razones de política in-ternacional no muy bien definidas, pero en todo caso de bastan-te peso. Francia no había pensado seriamente en ella y sólo latomaría como asunto de carácter científico relacionado con elprogreso de la geografía. Los Estados Unidos, los más intere-sados, acaso, tampoco se decidirían a llevar a cabo un trabajode tal magnitud, fuera de su territorio, sin un gran movimientode opinión que lo apoyase.

II. Las exploraciones que se habían hecho en el Istmo, so pre-texto de canal interoceánico, eran deficientes para que pudiesenservir de base a trabajos de importancia. Los estudios que se ha-bían practicado desde 1526 hasta 1843 se referían todos a unmismo terreno situado entre el Chagres o Trinidad y el Río Gran-de o el Caimito. ¿Era esta realmente la parte mejor del Istmopara el fin que se buscaba? ¿En qué razones se fundaban todos losexploradores desde Lloyd y Falmarck hasta Garella y Courtinespara preferir esa región? En todo caso había motivos para sospe-char de la inexactitud de los datos obtenidos en tales exploracio-

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nes, puesto que unos se limitaban a seguir las huellas de los otrosy descuidaban nuevas o probables rutas ya en la provincia de Pa-namá y Veraguas, ya en otros lugares en donde ojos inteligenteshabrían hallado campos para observaciones interesantes.

III. Los objetos que habían inducido a las potencias hasta enton-ces a pensar en un canal a través del Istmo eran, en primer lugar,hallar un paso para las Indias y más tarde facilitar el comercio en-tre Europa y los países situados sobre la costa occidental de laAmérica. Ninguno de los dos objetos había sido suficientementeatrayente para que las naciones que en ellos hubieran puesto suinterés encontrasen bases para cálculos positivos que le permitie-ran emprender las negociaciones y los trabajos correspondientes.Además, las rivalidades entre los países más poderosos habían sidoun obstáculo que se opuso tenazmente a toda empresa de tal géne-ro. En cuanto a las empresas particulares, opinaba el doctorArosemena, que las perspectivas de ganancias que pudieran ofre-cérselas eran inciertas, y, como en el caso de los gobiernos ex-tranjeros, desprovistas del favor de los cálculos positivos.

IV. Por último, después de demostrar, una vez más, con mayoracopio de datos numéricos cuál era el mejor camino que al Istmoconvenía y de insistir en que la Nueva Granada sí estaba en condi-ciones de emprenderlo por su sola cuenta terminaba de este modo:

“El resultado general de nuestro examen da fundado motivopara desconfiar de que la amplia comunicación intermarina seauna obra contemporánea; más no hace desesperar de que un tra-bajo sencillo y supletorio sea ejecutado por nuestro gobierno,solo o asociado con una fuerte compañía particular. Hemos ma-nifestado, por otra parte, que semejante trabajo sería más útil in-mediatamente al país.

Entiéndase que al preferir un camino como más ventajoso anuestros particulares intereses no desechamos absoluta yperennemente un gran canal, que, cortando del modo más com-pleto al Istmo en que habitamos, permitiese una franca comuni-cación a todo buque entre los dos océanos. Sabemos bien que los

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intereses del género humano son los intereses de sus miembros,que lo útil para todo el mundo no podría menos de serlo paranosotros. Pero también estamos convencidos de que la situaciónactual de esos pueblos demanda una palanca que obre específicae inmediatamente, a fin de levantarlos del nivel de progreso ge-neral de todos los otros. Cuando esto suceda, cuando en virtud depoderosos y particulares estímulos el Istmo sea un pueblo indus-trioso que haya asegurado su subsistencia y aun su abundancia,podremos confundir sin recelos nuestros intereses con los inte-reses de la humanidad. Ello será no sólo generoso, mas tambiéndebido, y no vacilo en añadir que es conveniente. Los sistemasrestrictivos, alejadas las circunstancias que pudieran justificar-los, son en fin de cuenta numerosos para los mismos en cuyofavor se establecieran.

Por lo demás, no se trata de escoger ante cosas igualmenteasequibles en la época presente, sino entre una obra comparati-vamente fácil y pronta y una difícil, costosa y de remotas proba-bilidades. “El canal del Istmo es una obra del porvenir” —ha di-cho Miguel Chevalier— y en tan cortas palabras se resume cuan-to acabamos de exponer relativamente a la elección de ahora y ala elección de nuestra posteridad. Abrase un buen caminoprovisorio entre Portobelo y Panamá, que permita a pasajeros ymercancías transitar cómodamente y a poco costo, en dos días alo más y dejemos a nuestros hijos la incumbencia de ofrecer alas potencias o compañías que lo pretenden el espacio más sus-ceptible de cortarse por un canal marítimo que haga inútil nues-tro primer camino. No seamos ambiciosos ni visionarios. Deje-mos que la naturaleza siga su curso propio, que consiste en em-pezar por lo simple y acabar por lo complicado. Probemos a ex-perimentar si un camino basta o no para el comercio destinado apasar por nuestro Istmo. Este es un punto sobre el que no puedenhacerse aún sino conjeturas. Faltan los datos precisos para cálcu-los matemáticos. Pero lo cierto es que ninguna reforma ha sidojamás útil, sino cuando ha sido gradual: y aun cuando hay razones

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para exceptuar una comunicación no destinada tanto a la salida deproductos indígenas como a cambiar el curso del comercio gene-ral, no tiene duda que semejante cambio nunca será repentino, yque, por tanto, para iniciar la revolución basta una obra de modera-das pretensiones que deje lugar a otra más perfecta (y más hacede-ra) entonces, ideada ya para completar lo que tan felizmente sehabía principiado. Nosotros como el que más deseamos ver cum-plida la metamorfosis que nuestro país está llamado a consumar.Pero tenemos poca imaginación y no gustamos ver más allá de loprobable. Dejemos gustosos a los espíritus poéticos que se divier-ten creando mundos imaginarios en sus dorados sueños nosotrosentre tanto usaremos del frío razonamiento y de la sana crítica.Estos nos dicen que no debemos aspirar a mucho no sea que loperdamos todo, y que a guisa del perro de la fábula, no abandone-mos la modesta presa por ir tras otra que resulte ser sólo una som-bra. Por reducidas que sean nuestras aspiraciones siempre seránbastantes en la materia que nos ocupa para variar notablemente elteatro que a la vista se nos ofrece. Nosotros a lo menos, si logra-mos ver realizado el proyecto que como más fácil indicamos an-tes, cerraremos los ojos en la dulce persuasión de que nuestroshijos no sufrirán, como nosotros, el dolor de buscar el trabajo y deser repelidos de todos partes por una situación que no permita lavoluntad más enérgica bastarse a sí misma”.

Es innegable que el doctor Arosemena, a pesar de algunoserrores que el tiempo ha evidenciado, tenía muchísima razón enla mayor parte de sus observaciones, y, según puede comprobar-se, por el resumen de las ideas que hemos hecho y por el trozoúltimamente transcrito, sus opiniones estaban fundadas en estu-dios prolijos y perspicaces, en juicios que denotaban cuán cono-cedor era de los antecedentes de la cuestión debatida, de la mar-cha de la política internacional, de las leyes comerciales y eco-nómicas de la época y de las condiciones del desarrollo indus-trial de los pueblos. Lo que estamos palpando hoy en día despuésde tanto tiempo como ha pasado desde que el doctor Arosemena

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manifestaba sus temores de que la franca comunicación de losdos océanos de convirtiera sin más ni más en la causa suficientede todo género de felicidades para el Istmo, basta para acreditar-lo de hombre clarividente en la más justa aceptación de este tér-mino. Ha resultado que, como el país no tiene vida propia, por-que sus habitantes no se han aplicado realmente a ninguna clasede industria su situación económica es precaria. Sus únicos re-cursos económicos han provenido siempre de lo que dejan lasoleadas humanas que han bañado sus playas en diferentes épocas,ya de 1849 a 1855, cuando el auge de las minas de California y laconstrucción del ferrocarril de Panamá ya durante las dos épocasde la compañía francesa del canal; ya, en fin en estos mismosdías nuestros de 1903 para acá. Los grandes trasatlánticos pasancomo lo preveía el doctor Arosemena, por la gran vía intermarinasin dejar casi beneficio alguno apreciable a la economía nacio-nal. Ilusionados por el bienestar transitorio, consecuencia delintenso movimiento de dinero que hemos tenido, sólo nos im-porta la satisfacción de las necesidades presentes y vivimos deespaldas al porvenir. Hemos perdido lastimosamente el tiempoy, aunque no la condenamos, porque tal sería una imbecilidad,puede decirse que la obra del canal, por la que tanto suspiraronnuestros antepasados, si bien es un maravilloso progreso mate-rial que ha tenido cierta repercusión en todo el Istmo y llevado elnombre de Panamá en alas de la fama por todo el mundo, en cam-bio ha ejercido la más deplorable influencia en la vida nacionalpor haberla apartado de los campos de labranza y de toda ocupa-ción verdaderamente creadora de riqueza positiva y estable. Porestos caminos, el país sí se habría convertido en un emporio envez de llevar la precaria existencia que ahora lleva de pueblo quesólo vive al margen de la actividad creadora de una raza más fuer-te, más enérgica y más optimista que la nuestra. Ni el ferrocarrilde Panamá en la época de su apogeo como única comunicaciónentre los dos mares, ni el canal intermarino han dado al Istmopoder económico, firme y permanente y a la vista está que vivi-

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mos vida incierta y angustiosa. Qué recursos nos queda. El doc-tor Arosemena los señaló cuando con la convicción propia delverdadera estadista decía que la riqueza no vendría para el Istmosino cuando se desarrollaran nuestras propias industrias, la gana-dera y la agrícola, junto con el comercio interior y exterior quede ellos se originan.

Si entre los fines de la Historia se cuenta todavía el de obte-ner de ella enseñanzas capaces de convertirse en motivos de ins-piración para las acciones humanas, bueno es meditar en las queofrece la sabiduría de un hijo ilustre de la patria al indicar lassendas que conducen a su deseada redención.

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Capítulo XUna campaña moralizadora

1844-1845

Desafío con el señor Luis Lewis.– Campaña periodística a propósito demoralidad social.– El doctor Arosemena critica las institucionesmoralizadoras y propone medios de mejorarlas.– Ideas económicas.–Nombrado Juez en Veragua.– Dificultades con que tropieza.

l opúsculo sobre comunicación intermarina, que tan bienacogido fue en el mundo intelectual, que tanto nombredio al doctor Arosemena, le proporcionó también un ama-

go desagrado. Si había personas que de buena fe se interesaban enel proyecto de tal comunicación, como él lo concebía, y a quie-nes, por tanto, no podían causar ningún escozor la crítica que desus ideas hiciera, las había igualmente que tenían, en el asuntointerés contrario ya por desconocer las legítimas necesidadesdel Istmo o por otras razones que a nada conduce determinar.

Apenas se supo en la ciudad que el doctor Arosemena intenta-ba dar a la prensa el opúsculo mencionado se despertó entre cier-tos elementos el deseo de leerlo. Se conocían las opiniones queél había emitido ya acerca de la materia en El Movimiento, y setemía que al insistir en éstas perjudicara a ciertos intereses queprematuramente se organizaban con el propósito de obtener elprivilegio de construir la vía interoceánica. El señor don LuisLewis, súbdito británico, logró conocer el contenido del trabajo

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del doctor Arosemena y por razones no suficientemente esclare-cidas publicó otro sobre el mismo asunto, pero valiéndose derazonamientos y frases análogos a los empleados por éste en elsuyo. Informado el doctor Arosemena de lo que ocurría hizo cir-cular una hoja con el mote de Explicación necesaria en la queprevenía al público para que al aparecer el opúsculo que habíamandado imprimir a Bogotá se tuviera en cuenta el procedimien-to de Lewis y no se le fuera a considerar como plagiario. Señaló,además, ciertas semejanzas entre el estudio de Lewis, que ya ha-bía sido publicado, y el suyo, y terminaba invocando el fallo de lagente sensata.

Por su parte, Lewis trató de vindicarse en otra hoja suelta titu-lada Refutación de una impostura, y lanzó sobre su adversariolos términos más violentos. El doctor Arosemena que, a decirverdad, no era hombre tan sufrido que pudiera recibir insultos denadie sin volver por los fueros de su honor, desafió inmediata-mente a Lewis, quien no tuvo más remedio que aceptar el enojo-so trance que, cuando menos lo esperaba, se le había presentado.Los padrinos, señores coronel Tomás Herrera, Isidro de Diego,Manuel Gamboa y Charles Zachrisson arreglaron todo lo conve-niente al lance y el duelo a pistola se llevó a cabo en la isla de LosCocales con resultado adverso para el señor Lewis.

Nada más se sabe concretamente sobre este lamentable inci-dente que pudo producir peores consecuencias de las que produ-jo. La tradición, que puede ser más o menos verídica, sólo serefiere a sendas hojas sueltas del señor Lewis y del doctorArosemena y la declaración jurada de un señor Jované en que dafe del folleto del Doctor Arosemena. En cuanto a la importanciade los motivos que arrastraron a dos hombres útiles, amigos, porañadidura antes del duelo, a tales extremos justo es hacer constarque no aparece que hubiera mérito suficiente para un duelo. For-zoso es, pues, convenir en que la refinada sensibilidad del doctorArosemena que esa vez, como en alguna otra, le impidió ponersepor encima de las flaquezas de los demás hombres, lo condujo a

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asumir una actitud que de ninguna manera ensombrece su nom-bre, pero que los admiradores de su gloria preferimos hoy que nohubiese asumido.

El Movimiento no fue sólo órgano principal del modo de pen-sar del doctor Arosemena en el asunto de la comunicacióninteroceánica. Lo fue también de una fervorosa propaganda idea-lista a favor de la moralidad social. El concurso de su inteligenciay el de su ilustración no faltaban allí en donde de algún modo seencontraban en juego los intereses patrios. Ninguno ciertamentepodía ser más digno de llamar su atención que aquél a que, enúltimo análisis, se hallaba vinculada la felicidad bien entendida deuna colectividad cualquiera. En el año de 1845, lo mismo queantes y después de esa época la moralidad en el Istmo, y aún en elpaís que hoy es la república de Colombia, dejaba mucho que de-sear por causa de la ignorancia en que vivía y de la deficiencia delas instituciones moralizadoras mismas, inspiradas en erróneosprincipios éticos, o mal organizadas por abandono o negligenciade los llamados a atenderlas. Una situación tal no podía ser propi-cia a la verdadera civilización que únicamente existe en donde secorresponden “el adelantamiento de las artes” y “el progreso dela moral”. Por eso el doctor Arosemena, discípulo de Bentham yde Stuart Mill, profundamente influido por ellos y lleno del opti-mismo, propio de la juventud, emprende también, desde las co-lumnas de El Movimiento, tal campaña moralizadora, dirigida noa convencer al pueblo del istmo o al de la Nueva Granada, quesegún su sentir, no leían estas cosas, sino a los gobernantes, queeran los que podían y debían arbitrar las providencias conducen-tes a modificar en sentido favorable las condiciones sociales. Eldoctor Arosemena no se proponía llegar a la consecución de suobjeto “dogmatizando sobre moral”, sino “formulando apoteg-mas”, sino “recomendando arbitrios”, “escogitando medios” ocriticando las instituciones legales y morales deficientes. Juzga-ba ser éste el curso más acertado para hacer fructífera su labor deperiodista, encaminada, de acuerdo con sus ideas, antes a colabo-

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rar con las autoridades que a influir directamente sobre masasanalfabetas.

Según el doctor Arosemena, mucho tiempo ha de pasar antesde que el hombre conozca en materia de conducta individual osocial en dónde está su mejor interés. La razón estriba en que nosiempre alcanza a distinguir bien cuales son los móviles por quedebe guiarse. Por esta incertidumbre en la elección de los moti-vos frecuentemente es arrastrado a crímenes y vicios que, en de-finitiva, no son sino la preferencia acordada a intereses menoresen perjuicio de intereses mayores. “Tal condición de la humananaturaleza es, piensa, susceptible de mejora, de la misma maneraque lo son todas las demás cosas de la naturaleza en general. Elobjeto de la moral es, perfeccionar la conducta del hombre pormedio del doble procedimiento de debilitar en él los motivosseductores que pueden inducirlo al vicio y al crimen y de fortifi-car y extender los motivos tutelares. ¿Cuáles son los medios quepueden conducirnos a tan útiles fines?”

Estos medios son dos: los directos de las instituciones pena-les y los indirectos o extralegales. Los primeros están en lasmanos del gobierno, tomada la palabra en su más amplia acepta-ción; los segundos, son la obra de la sanción religiosa que cons-tituyen “la educación propiamente dicha”, o sea, “el cultivo delos sentimientos morales, subordinándoles los instintos y ponien-do a su servicio el intelecto”.

Sentados estos principios generales y permanentes, la cues-tión se reduce a averiguar si las instituciones y la organización delos demás elementos educativos responden a su objeto. El doc-tor Arosemena encuentra al practicar tal averiguación que las le-yes penales son “eminentemente defectuosas” y que los demásmedios se hallan muy lejos de responder a su objeto.

No resistimos al deseo de resumir las interesantísimas apre-ciaciones a que el escritor se entrega para demostrar la verdad desus afirmaciones. Nos induce a tal fin el plan que tratamos deseguir en la composición de este libro: presentar la personalidad

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del doctor Arosemena, tanto como sea posible, relacionada consu tiempo, con las otras personalidades con quienes alternó, conlos acontecimientos políticos y sociales en que tomó parte y ha-ciéndola destacarse de sus propios hechos de sus propias pala-bras y de sus propios pensamientos.

El código penal, decía el doctor Arosemena, señala penas decarácter indivisible con la vergüenza pública y la muerte que lasufren todos indistintamente, “sin consideración a la mayor omenor gravedad del delito, a la educación y al valor de las perso-nas”; señala también penas complicadas, debido el afán de loslegisladores de querer resumir los principios abstractos de lacriminología en sus disposiciones, lo que da por resultado, queéstas en vez de ser claras y sencillas, al alcance de todo el mun-do, apenas las entienden los abogados, de donde provienen, ade-más que nadie puede saber de antemano la pena que le aguardapor un delito, ni comparar los motivos seductores con los moti-vos tutelares.

El sistema de enjuiciamiento criminal de entonces lo consi-deraba igualmente lleno de defectos, el menor de los cuales noera de imponer trabas a la conciencia del juez que nada podíacontra “las circunstancias falibles o presunciones legales des-mentidas diariamente por la experiencia”.

“La absolución del crimen, exclamaba y la condenación delinocente son los efectos materiales de tan bárbaro sistema”.

“Parece, agrega que un procesado por el hecho de serlo fueratambién por necesidad delincuente. Pero entonces, para qué juz-garlo? Y si no, para qué oprimirlo? Son tantos los sufrimientos quellena por las malas pasiones, los malos alimentos, el mal trato, laspérdidas de sus negocios y sobre todo el dilatado tiempo que duranlos juicios que si el procesado resulta culpable, carga en realidadcon mayor pena que la señalada a su delito y si es declarado ino-cente, no deja por eso de haber padecido una pena muy positiva”.

La policía, otra institución moralizadora, tampoco puede con-currir a la obra benéfica de la moralización de la sociedad porque

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no sabe, ni podrá prevenir los delitos, ni directa ni indirectamen-te, ni la acción gubernativa la ayuda con el fomento del trabajo,las diversiones inocentes, las artes, la lectura, etc.,etc.

No son sólo la legislación criminal y la Policía las únicas ins-tituciones que adolecen de los defectos señalados y que las ha-cen casi ineficaces desde el punto de vista de su acciónmoralizadora. Los establecimientos mismos de castigo los hallael doctor Arosemena deficientísimos, a tales extremos que “másbien que corresponden a su fin, lo defraudan manifiestamente”.

Las casas llamadas cárceles “son reuniones de hombres co-rrompidos” a quienes se les mantiene encadenados o con prisio-nes no para que se cumpla en ellos el principal objeto de las pe-nas que es el de enmendar al delincuente, sino para que se “obce-quen en el vicio” y hagan punto de honor sobresalir en descaro eimpertinencia, emular en el crimen como los púgiles se disputanel ceñidor del heroísmo y alardeen de sus hazañas. Tales estable-cimientos “son escuelas prácticas de vicio y crimen, donde losmejores se hacen malos y los malos empeoran”.

“Estos resultados provienen naturalmente de la organizaciónde los establecimientos y sus causas principales son: 1. publici-dad de trabajo; 2. comunicación de los presos; 3. abandono de sucorazón. En las cárceles o lugares de pura detención, hay ademásla ociosidad, suficiente por sí para pervertir y más si se le reúneel uso furtivo (casi siempre posible) de licores embriagantes.

Toda presentación en público de un rematado que arrastra susprisiones que cumple su condena en presencia de muchas gentes,dispuestas a menospreciarle, es una verdadera vergüenza pública(picota) de la peor clase; porque su continuación acaba de des-truir muy pronto el sentimiento del pudor y vuelve a los reosdesvergonzados y atrevidos, aunque antes no lo fuesen. De taleshombres no puede esperarse ya sino vicio. Si termina su conde-na, poco tiempo pasará antes de cometer otro delito, y recibirotra condena. El arrepentimiento es imposible donde los senti-mientos generadores de los motivos tutelares se han embotado”.

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La diferencia de los medios moralizadores no se circunscribe,como queda enunciado, a los legales o directos de las leyes einstituciones penales. Abarca también a los indirectos oextralegales de morigeración que son los de la sanción religiosay la educación doméstica.

Con respecto a los primeros dice el doctor Arosemena que lacarrera eclesiástica no atrae ya “a los hombres dignos de ella”.Se buscan sólo en los ordenados hombres dispuestos a adminis-trar los sacramentos en vez de hombres que comprendan mejorsu misión, “la de moralizar por el ejemplo, por la práctica sensa-ta, por la reducción razonable de los premios y castigos espiri-tuales, asociándolos a la probidad y a la benevolencia más que alas prácticas supersticiosas”.

La insuficiencia de los curas le inspira temor por los malesno ya negativos, sino aun por los positivos que pueden inferir a lasociedad y discurre: “Apoderados del confesionario, sirviendode modelos y de directores en las parroquias hombres incultos,sin educación ni instrucción, ¿qué abusos no propagarán? ¿Quéfalsos principios en moral y en política no brotarán de sus labiospara circular entre feligreses ignorantes y por lo mismo confia-dos en su cura?”.

En este análisis crítico de los medios que ordinariamente con-curren a la moralización de las sociedades, falta —se ve inme-diatamente— lo referente a la escuela y el hogar que ya se puedesuponer, no andaban mejor que las demás instituciones. Es unaomisión que no acertamos a explicárnosla, menos aún, cuandopor el contexto de algunos pasajes de que nos hemos servido paralo extractado se deduce fácilmente que esos puntos entraban enel plan que el doctor Arosemena se había trazado.

Al meditar sobre el alcance de todo lo que precede podríaparecer que el Doctor Arosemena era aficionado a la crítica ne-gativa, a la que tan dados son los escritores corrientes cuyos ojosestán, se diría, organizados para ver únicamente defectos y sola-zarse en la contemplación de ellos, pero no es así; en los mismos

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artículos en que pintaba tal desconsoladora situación moral seencuentran muestras de esa otra crítica, la constructiva, propiade hombres verdaderamente inteligentes, que partiendo de la con-sideración de los defectos sociales sabe elevarse hasta los másaltos ideales de civilización y de progreso.

La insuficiencia de las instituciones moralizadores no era parael doctor Arosemena irremediable. Podría ser subsanada con lasimplificación de las leyes, adaptándolas a la situación peculiardel país, cosa que nunca había sido atendida peculiar del país,cosa que nunca había sido atendida ni estudiada por “observar prin-cipios teóricos inaplicables a la condición de unos atrasadísimos”.

Para mejorar los establecimientos de castigo aconsejaba seplantease el sistema de las penitenciarías que tan buen resultadocomenzaban a dar ya en países como los Estados Unidos en dondelas ideas de Jeremías Bentham habían hallado acogida favorable.En concepto del doctor Arosemena, la institución penitenciaria“resuelve por medios que están al alcance de todos los puebloseste gran problema social: hacer de modo que inspirando a losotros temor se quite también al delincuente todo motivo de rein-cidencia y se le convierta al bien. La prisión, el aislamiento y elrégimen forzoso son penalidades bastantes para escarmentar al de-lincuente e inspirar temor a los demás; mientras que el trabajo y laenseñanza moral convierten su espíritu, produciendo en él ideas yhábitos de industria, economía y respeto a la ley”.

La falta de sanción religiosa puede atenuarse haciendo que elmaestro de la escuela pública u otros seglares competentes paraello se dirijan al pueblo de la parroquia “para enseñarles las ver-dades morales en el estilo apropiado al asunto y a la inteligenciade los oyentes comunes. Tales discursos de hombres respetablespor sus costumbres, versarían sobre las diferentes partes que abra-za tan extensa materia: sobre la moral común, la moral política,la moral industrial. Pero más que recorrer todas las cuestionesde cada ramo, convendría insistir en los puntos de mayor impor-tancia. Así, en la moral común, la sobriedad y el respeto al jura-

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mento; en la moral política la obediencia a las autoridades y elmantenimiento del orden público legal; en la moral industrial laconstancia en el trabajo, la fidelidad en los tratos, y la economía,debieran ser asuntos de preferencia para las pláticas populares.Aquellas virtudes, en efecto, encierran casi todas las otras, y sonla salvaguardia de la paz doméstica y del reposo general, mien-tras que los opuestos vicios son el semillero de todos los deli-tos, descaminan a la justicia, trastornan el gobierno y hacen im-posible toda paz y toda industria”.

Un hombre de corte común se habría limitado, al volver alsuelo de sus mayores, a rehacer su hacienda, harto mermada, en-tregándose por completo a esforzadas actividades prácticas sinimportarle para nada los vitales intereses de la comunidad. El doc-tor Arosemena, en quien el hombre superior se adivinaba ya, hizolo primero abriendo su bufete de abogado, pero no se olvidó delo segundo, dedicándose en El Movimiento a esta meritoria la-bor, discreta, ilustrada e ímproba que hemos analizado y con laque acabó de ponerse al lado de los hombres más salientes dePanamá, como Herrera, Obaldía, Icaza y muchos otros que yaostentaban brillantes hojas de servicio en los estadios de la repú-blica. Sin embargo, el doctor Arosemena, que no le gustaba viviren la inacción, ni creía que con poco se cumplían los deberesciudadanos, se consideraba obligado, cada vez más, a seguir ade-lante en sus empeños patrióticos de mejoramiento social, esti-mulado por la prensa periódica. Traigamos aquí un caso más en-tre varios que podían citarse, que prueban cuán en serio habíatomado el doctor Arosemena su misión desinteresada en favorde todo cuanto se dirigiera al bienestar de sus conciudadanos. Nose trata de ninguna hazaña política ni de nada que hubiera conspi-rado a transformar la vida nacional istmeña o granadina. Es quehabiéndonos propuesto explorar todos los senderos que recorrióen sus afanes civilizadores nuestro ilustre compatriota hoy quele ha llegado, aunque tarde para él, la hora definitiva de la evalua-ción de su obra, no queremos dejar fuera de ella nada, por in-

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significante que parezca, y mucho menos tratándose de sus ideasy de sus pensamientos que son elementos indispensables parareconstruirla.

En uno de los últimos números de El Movimiento había publi-cado el doctor Arosemena un artículo sobre el fomento de la in-dustria, en el cual sostenía que el gobierno era el responsable dela mayor parte de los obstáculos que se oponían al desarrollo deella y decía, entre otras cosas, que en “países en que la extensiónde los conocimientos y la fuerza del espíritu industrial vencentodos los obstáculos”, la “tarea de la administración pública que-da casi reducida a asegurar las propiedades y dejar hacer”; peroque donde “las masas eran en extremo ignorantes e indolentes erapreciso hacerles el bien sin consultarlas”. El artículo llegó a serleído por don Pastor Ospina, gobernador de la provincia deCartagena, quien inmediatamente publicó en El Semanario de di-cha ciudad una refutación de las opiniones del doctor Arosemenaen cuanto se referían a la culpa que el gobierno pudiera tener porsu falta de apoyo a la industria. ¿Qué hizo el doctor Arosemena?Pues sencillamente dirigirle a su ilustrado contrincante por víade aclaración y justificación de sus opiniones uno de los más se-sudos artículos que hasta entonces habían salido de su pluma, enel cual se destaca como un pensador vigoroso y ecuánime. Eldoctor Arosemena se produjo conforme a la doctrina económicade la no intervención que tuvo por propagandistas distinguidos aGournay, Mercier de la Reviere y a Galiani. La economía políticaque le habían enseñado por medio de Juan B. Say era la del Laisserfaire et laisser dire de d’Argenson, de manera que esto explicabien su aclaración de fé económica de hallarse entre los partida-rios de la libertad de industria, que es consecuencia legítima de lalibertad de iniciativa individual. Sin embargo, y hay aquí en estoun rasgo bastante acentuado del carácter de su pensamiento, siem-pre abierto y bien equilibrado, el doctor Arosemena en su artícu-lo no se aferró ciegamente a sus ideas de escuela y de partidosino que, espíritu eminentemente observador, al hallarse en contac-

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to con la realidad, las modificó hasta donde lo exigían las condicio-nes peculiares del medio que era objeto de su estudio. No iba muylejos en el camino de dar al gobierno mayores funciones de las quelas ideas reinantes le acordaban y es sólo en razón de consideracio-nes raciales y climatéricas como al fin conviene en que para impul-sar el desarrollo de la industria podría el gobierno promover ciertasmedidas que tendieran a aumentar los conocimientos de los ciuda-danos, a facilitarles recursos pecuniarios para dedicarse al trabajoindustrial productivo, a que se establecieran reglamentosmoralizadores de los obreros y se construyesen caminos que dieransalida a los productos de la industria. Puede afirmarse que el doctorArosemena, al tanto de las ideas económicas de Miguel Chevalier yJohn Stuart Mill, los seguía en sus concesiones al Estado al cualconsideraban como un factor apreciable del progreso social.

El primero de ellos opinaba que el gobierno era “el llamado adirigir la sociedad hacia el bien y preservarla del mal, a ser elpromotor activo e inteligente de las mejoras públicas, sin pre-tender el monopolio de estas atribuciones”; y el segundo creíaque “la acción del gobierno puede ser necesaria en defecto de lade los particulares aun en aquellos casos en que la de éstos seríamás conveniente”.

Por su parte, el doctor Arosemena, partidario de la libre ini-ciativa privada, como estos economistas, tenía su fórmula de con-ciliación, posibilista que expresaba diciendo que no hay engañoen hacer saber al pueblo todo “lo que debieran esperar del go-bierno siempre que se le diga, a la vez, que no lo esperen porquesu concurso, aunque útil, no es necesario”. En cambio, fue eldoctor Arosemena el primero de los escritores neogranadinosque sin estar influido por el pensamiento extranjero vió clara-mente la relación que existe entre el progreso industrial y eco-nómico de un país y las condiciones étnicas de su población. Lasociología novísima no ha hecho más que sistematizar estas ideassacándolas del terreno de las opiniones, más o menos probables,y elevándolas a la categoría de hechos positivos.

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Ahora, desde el punto de vista que puedan ofrecer las ideasdel doctor Arosemena referentes al desarrollo de las industrias,justo es confesar que aun habiendo economistas que todavía lassostienen han dejado de ser alimento suficiente para las necesi-dades de la vida moderna, bien que, por otra parte, son un ejem-plo relevante, digno de imitarse, de que las ideas más libres pue-den en alguna forma armonizarse con las de la tradición. El mun-do vive hoy de otras doctrinas y lo que hace poco más de mediosiglo habría sido considerado como un verdadero atentado con-tra la libertad individual, hoy es generalmente admitido como unade las fórmulas mejores que sintetizan las aspiraciones humanasde felicidad social. Por su nombre los estadistas legisladoresrechazan el socialismo de estado, pero es indudable que en elhecho sus doctrinas son las que privan en la organización econó-mica de nuestros días.

El artículo referido es testimonio de que el doctor Arosemena,fuerte en métodos positivistas, era un observador concienzudode los fenómenos sociales. Puede admitirse que escritores ante-riores y posteriores a él hayan tratado las mismas cuestiones conmás pureza y corrección de estilo, pero ninguno ha hecho unapintura más exacta de las condiciones industriales de la NuevaGranada en aquel tiempo ni nadie ha visto con más claridad elextensísimo campo de acción que los gobiernos tienen a su al-cance para llenar la misión de progreso que por la naturaleza delas cosas le está encomendada.

El Movimiento, tan hábilmente dirigido por los doctoresMurillo y Arosemena, y que tan útiles servicios, según se ha vis-to, prestaba a la causa de la civilización y el progreso istmeños,tuvo que ser suspendido, desgraciadamente, debido a que el pri-mero marchó a Bogotá y el segundo aceptó el cargo de Juez le-trado de Hacienda del circuito de Veragua.

El periodismo istmeño perdió de este modo el concurso efi-caz de dos inteligentes paladines de la idea, muy adelantados yaen el camino de la celebridad en la república de la Nueva Grana-

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da. El doctor Murillo no estaba destinado a permanecer durantelargo tiempo en el Istmo, a donde llegó en 1843 en fuerza de lasconsecuencias que trajo el triunfo del gobierno nacional sobrelos revolucionarios de 1840. Pasada esa tempestad, serenadoslos ánimos, olvidado todo, era natural que el futuro estadista ypolítico buscase en otra parte campo propicio al ejercicio de lasgrandes dotes con que la naturaleza le había regalado. En cambio,el doctor Arosemena, que era de los nuestros, se quedaba connosotros si no para continuar cultivando sus brillantes cualidadesde periodista, sí para servir al país en la administración de justi-cia, con lo cual ganaba más ésta y se le ofrecía a aquél la oportu-nidad de llevar a la práctica los principios moralizadores por quetanto había luchado desde las columnas de El Movimiento.

No era la primera vez que el doctor Arosemena iba a desem-peñar un puesto de la clase del que se le confiaba. Había sido yamagistrado suplente del Tribunal en los cortos días del efímeroEstado del Istmo, si bien su actuación entonces no fue muy im-portante porque por las condiciones en que le tocó desempeñartal empleo sólo pudo adelantar unos pocos expedientes y firmaruna que otra sentencia en negocios ya substanciados.

A fines de febrero de 1845 se trasladó, pues, a Santiago des-pués de haber tomado la debida posesión de su empleo. Desdelos primeros momentos se dio cuenta de que la labor que teníaque llevar a cabo era muy ardua. Los asuntos que cursaban en eljuzgado se encontraban atrasados, hacía mucho tiempo, por eldesgreño de la administración de justicia en la provincia; la le-gislación vigente que debía de servirle de pauta en sus fallos,embrollada y anticuada; la preparación jurídica de sus superio-res, no tan perfecta y bien orientada que pudiera ofrecerle conse-jo y luces que le ayudaran a salir airoso de su cometido. La críti-ca que ya conocemos, hecha por él mismo, de las institucionesmoralizadoras revela fielmente lo desfavorable de las circuns-tancias en que se había hecho cargo del puesto mencionado. Pero,como se ha dicho siempre, las situaciones difíciles sirven a lo

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menos de prueba a los grandes caracteres. El doctor Arosemenano se desalentó. Púsose a trabajar de modo extraordinario paraacelerar la marcha de los negocios pendientes; substanciaba ymantenía al día los nuevos que ingresaban en la oficina y por cuan-tos medios le quedaban a la mano de aliviar con el pronto despa-cho de los asuntos criminales la suerte de los procesados, mu-chos de los cuales sufrían larga prisión injustificada, exactamen-te como sucede hoy, tan sólo por la negligencia de los jueces olo defectuoso de la organización judicial.

Su empeño decidido de remover males inveterados chocó enseguida con la inercia del Tribunal que, integrado en su mayoríapor hombres de espíritu estrecho, hallábase muy lejos de com-prender y mucho menos aún de apreciar la labor diligente y lasintenciones humanitarias de su ilustrado subalterno. Las senten-cias del doctor Arosemena eran frecuentemente reformadas oanuladas por el Tribunal, lo que, por supuesto, redundaba en des-crédito de la reputación del juez, al propio tiempo que causabagrandes perjuicios a los interesados. La tramitación de los nego-cios en tales condiciones y las demoras de los correos por faltade una comunicación rápida entre el interior y la capital hacíanaún más alarmante el estado de cosas que bosquejamos. El doc-tor Arosemena luchó hasta donde pudo en todos los terrenos lí-citos para sobreponerse a tantos inconvenientes y sobrellevar lossinsabores que éstos le producían. Trató en extensas y razonadascomunicaciones de convencer a sus superiores de que a él lo asis-tía toda la razón en los casos en que le habían echado por tierrasus sentencias, pero todo fue en vano. El Tribunal no cejó en sucamino y tras las revocatorias vinieron las multas y al doctorArosemena no le quedó otro recurso que el que le indicaba ladignidad. Renunció el cargo apoyándose en razones que daban fedel temple de su carácter, de la firmeza de sus principios y de lalealtad con que los practicaba.

El doctor Arosemena pudo estar errado en cuanto a los moti-vos legales que produjeron la oposición entre él y el Tribunal;

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pero sea de ello lo que fuere, fue muy noble y levantada su con-ducta al dejar un empleo que necesitaba, pero en cuyo desempe-ño no podía avenirse con su superior jerárquico y menos aún serconsecuente con sus ideas que, por otra parte, no eran siquieracomprendidas.

El tiempo que transcurrió desde que el doctor Arosemena llegóde Veraguas hasta fines de noviembre de 1845 lo dedicó en parte aescribir el opúsculo Examen sobre la franca comunicación entrelos dos océanos de que ya hemos hablado en el lugar que juzgamosmás oportuno; y, en parte, a otros negocios de carácter privado, en-tre los cuales se contaba el de hacer los arreglos convenientes parauna larga residencia en Bogotá, pues comprendía que Panamá no erael medio apropiado a sus actividades intelectuales.

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Capítulo XIEl funcionario público

1846-1850

Figura moral e intelectual del Doctor Arosemena al finalizar el año de 1845.–Vuelve a Bogotá al año siguiente de 1846 a hacerse cargo de un destino enla secretaría de relaciones exteriores.– Ambiente que reinaba en dicha capi-tal entonces.– Sus trabajos en la administración del General Mosquera.–Antecedentes del ferrocarril de Panamá.– Importante nota al General PedroAlcántara Herrán en relación con el contrato para construir el ferrocarril.–Críticas del Doctor Manuel Murillo.

os cinco primeros años de la vida pública del hombre quefue Justo Arosemena no son un lapso insignificante porel que sea permitido pasar sin dedicarle unos breves mo-

mentos. El solo recuento de lo que escribió y de lo que hizo nobasta para caracterizar su personalidad durante ese tiempo. Esmenester ahondar en lo que fue obra en términos de que ella ad-quiera todo su preciso relieve.

Desde su iniciación en los negocios públicos lo hemos vistocasi exclusivamente consagrado a las labores del pensamiento.Su primer ensayo es un estudio sobre el gobierno que no publicapor recomendable honestidad mental. Los principios que le ser-vían de base eran los mismos sobre que reposaban también lasciencias morales. De esta observación nacieron losApuntamientos, opúsculo que, según hemos dicho, puede ser con-siderado como un manifiesto de su vocación filosófico-política.Creado en las condiciones que ya se saben el fugaz Estado delIstmo, contribuyó, en gran parte, a darle instrucciones escritas,

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liberales y generosas que lo condujeran a la meta de la prosperi-dad y de la dicha. Cuando la desconsoladora realidad de los he-chos disipó en su cabeza las nieblas de la ilusión, tuvo el valor demanifestar que su reintegro a la Nueva Granada sería la determi-nación de la cordura. Apenas llegado al Perú diserta en un ágapeliterario acerca de las formas de gobierno, y en el magnífico dis-curso que pronunció sienta importantes principios de derechoconstitucional hispanoamericano. Las columnas de tres periódi-cos de la ciudad de los virreyes le sirven de cátedra de moralpolítica que honró con la palabra y con los hechos. Vuelto al Ist-mo, ejerce de periodista estudiando en actitud gallarda asuntosimportantes del Istmo, y defiende, como magistrado, los fuerosde la justicia contra la rutina y la pequeñez de espíritu de suspropios sacerdotes.

Ahora bien, qué hay de particular en esta vida que le dé unsello propio, inconfundible, y que sea como la expresión de unvalor que merezca alta estima. Desde el punto de vista de las ideas,cualesquiera que sean las que el lector confiese en las discipli-nas que cultivaba el doctor Arosemena; cualesquiera que sean losreparos y observaciones que hoy habría que hacerles a éstas envirtud de los progresos realizados por el pensamiento moral ypolítico; cualquiera, en fin, que fuera el influjo que sobre su pen-samiento tuviesen las corrientes filosóficas de la época, no esexagerado afirmar que en él había ya entonces lo que podría lla-marse un verdadero “espíritu de sistema”; es decir, había un pen-sador cuya actividad intelectual toda se encontraba siempre ins-pirada por cierto número de ideas directrices que aplicaba pormedio de procedimientos lógicos a todas las cuestiones que lla-maban su atención. No hay sino que revisar brevemente cuantollevaba escrito, desde los Apuntamientos, hasta su más insignifi-cante trabajo, para adquirir el convencimiento de que lo expresa-do es enteramente conforme con la verdad. Todo lo veía, todo loestudiaba y todo lo juzgaba a través de la lente clarísima de losprincipios positivistas, y sus miras, por lo menos en lo que res-

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pecto al campo hacia donde más frecuentemente las dirigía, esta-ban siempre enfocadas hacia el bien público y la dicha social,preocupaciones comunes a todos los pensadores que seguían laescuela utilitarista inglesa. Sin embargo, sería injusto consideraral doctor Arosemena como un afiliado a esta escuela y dejar detener en cuenta que él era, antes que todo, un pensador optimista,no al estilo de los que se pierden en el mar sin límites de lasdivagaciones sin objeto sino de los que, aunando el pensamientoa la acción, adoptan el difícil y peligroso papel de verdaderosreformadores sociales. La considerable cantidad de escritos dediversa índole que ya había dado a la prensa en tan corto tiemposon el mejor exponente de su vocación reformadora y de que nolo bastaba llevar dentro de sí el fuego de las ideas sino que le erapreciso aplicarlas al estudio de todos los fenómenos que le im-presionaban.

No obstante, como la realidad es la piedra de toque de pensa-miento, le sucede a menudo a los hombres de inteligencia móvilque aquélla les afloja la rigidez de sus sistemas y los transformagradualmente en espíritus escépticos, tolerantes y abiertos a to-das las posibilidades. Indicio vehementísimo de que ya en el cor-to lapso a que nos referimos, este proceso se había operado en elpensamiento del doctor Arosemena es su actitud, entre otras, conrespecto a la que antes había asumido en relación con la existen-cia y la necesidad de los partidos políticos, y lo fácilmente queresolvía los conflictos entre el orden y la libertad, cuatro añosantes de su negación radical del último de tales principios, en-tendidos como él los entendía en los Apuntamientos. El filóso-fo positivista de las negaciones rotundas, que nada sabía, que ne-gaba el derecho natural en nombre de la experiencia, a poco notiene inconveniente en contar con la sanción religiosa comomedio de morigeración social. ¿Cómo se explican estos cam-bios? En primer lugar, si cambios hay, ellos no son más que apa-rentes y si hubieran de admitirse como ciertos la verdad es esen-cialmente dinámica y el doctor Arosemena fue de los hombres

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que, como Emerson nunca tuvieron miedo de aparecer en contra-dicción consigo mismos. Según sus propias palabras, algo másadelante, había sufrido tantas decepciones que, ya no le gustabatanto el análisis y espontáneamente se volvía del lado de las ilu-siones y del puro sentimiento.

Decepciones ? Sí: su vocación reformadora no había halla-do eco todavía. De 1841 a 1842 su conducta en el gobierno delEstado y la convención constituyente fue mal interpretada y elegoísmo y las rivalidades de villorrio le tildaron de ambiciosoprimero, y de cobarde, después. (Hojas sueltas y cartas de laépoca dan testimonio de que las relaciones entre el coronelHerrera y el doctor Arosemena sufrieron mucho en este tiem-po. El prestigio del uno y los nobles sentimientos del otro tu-vieron que chocar necesariamente y resolverse el conflicto enuna sorda hostilidad que no terminó sino diez años después pormediación del señor José de Obaldía). La reacción le impidióvivir con tranquilidad en su propio suelo y tuvo que emigrar ha-cia playas extranjeras en busca de pan para sus hijos. Poseídode altos ideales americanistas le prestó el concurso de su inte-ligencia a una causa que él estimaba justa y la calumnia hincó enél su diente venoso pintándolo como adulador de los tiranos.Defendió con celo y competencia no igualada los interesesmateriales del Istmo y, fue ajado en su dignidad de caballero yde escritor. Pensó que sus críticas al código penal habían sidoleídas por quienes estaban llamados a leerlas y cuando, inter-pretando racionalmente la ley escrita, quiso remediar los ma-les que antes había apuntado se encontró con que la letra, que esla muerte del espíritu era la única norma que imperaba en lacasa de la Justicia. No fueron justos sus gratuitos enemigos alseñalarle con el estigma de la vanidad y de la necia presunción.Escribía porque tenía muchas cosas útiles que decir, por queestimaba, acaso, que el libro y el periódico eran los órganospor excelencia de la propagación de las ideas; porque le apasio-naban los asuntos referentes al bien comunal; porque le domi-

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naba un intenso y desinteresado amor a la humanidad, en fin,porque era joven y la juventud, es la edad de las ilusiones. Debehacerse constar que en su notable producción intelectual no seadvertía, como, no se advirtió jamás, la tortura implacable de lanotoriedad o de que sus preocupaciones civilizadoras estuvie-sen movidas por el resorte de vulgares ambiciones.

Así era la figura intelectual y moral del doctor Arosemenaal finalizar el año de 1845. Puede decirse que a pesar de losfuertes lineamientos que le dan notable realce todavía no habíaalcanzado las magníficas proporciones que alcanzó, pocos añosdespués, cuando por derecho propio, emanado de sus sobresa-lientes virtudes y de sus múltiples talentos, logró llegar a ser,como ha dicho Raimundo Rivas, uno de los “verdaderos gran-des señores de la república”.

El doctor Arosemena llegó a Bogotá en los primeros días defebrero de 1846 y algo más adelante tomó posesión del empleoque el general Mosquera le había asignado en la secretaría derelaciones exteriores. Volvía a aquella ciudad ocho años despuésde haberla dejado a la terminación de sus estudios. Muy diferen-te era el ambiente que encontraba del que prevalecía en sus díasde estudiante y si en aquel entonces supo mantenerse puro, inco-rruptible, fuera de la influencia deletérea de las emocionespasionales del sectarismo político, con mayor razón lo lograráahora cuando una transformación radical parece haberse operadoen la alta clase intelectual y dirigente de la capital y en el ánimode los granadinos todos. No es que los elementos demagógicosestuviesen anulados y ni siquiera que la administración inaugura-da el 1° de abril de 1845 con sanas prácticas tolerantes careciesede oposicionistas irreductibles sino que con ella coincidió elaparecimiento de nuevas corrientes renovadoras que ya se hacíansentir desde las administraciones precedentes. El optimismo rei-naba por doquier: la educación pública adquiría un sorprendentedesarrollo con la creación de institutos y academias como elcolegio militar, la biblioteca nacional, el observatorio astronó-

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mico, etc.; se fundaban sociedades literarias; se publicaban nuevosperiódicos y nuevos libros y se inauguraban, en fin, establecimien-tos tipográficos de importancia como el del doctor Manuel Ancísar.Y no sólo en lo intelectual se notaba este movimiento progresista,pero también en el orden de los intereses materiales. En este pe-ríodo se inició la navegación a vapor del río Magdalena; se lleva-ron a cabo negociaciones firmes para la construcción del ferroca-rril de Panamá; se arregló la contabilidad nacional, y, en una pala-bra, se “cimentó a la sombra de la paz y la estabilidad, el progresoy la civilización que fueron creciendo a medida que aquellos bie-nes se hacían más sólidos y duraderos”.

Un ambiente tal por fuerza había de obrar de manera poderosay estimulante en el doctor Arosemena quien ciertamente no ne-cesitaba de mucho para dar rienda suelta a sus nobles anhelos decontribuir, por su parte, a la felicidad pública. Efectivamente, aella contribuyó en su doble carácter de funcionario del Estado yde escritor público, por medio del implantamiento de ciertas re-formas que en aquellos días se estudiaban, de vital significaciónpara el porvenir de la Nueva Granada.

Este período de la vida del doctor Arosemena no es el menosinteresante. Se sabe lo suficiente acerca de él para llegar al con-vencimiento de que su actuación fue digna de sus aptitudes y deque si no logró ejercer un influjo decisivo en los negocios de laadministración a que servía, ello se debió a que, hombre laborio-so y consagrado a sus deberes, como el que más, no estaba llama-do a consumirse en las atenciones de trabajos anónimos, ni a ser-vir de pedestal de ajenas reputaciones. Nombrado jefe de una sec-ción de la secretaría de relaciones exteriores, como consecuen-cia inmediata de su célebre opúsculo titulado Examen sobre lafranca comunicación entre los dos océanos, prestó sus servi-cios en ese departamento durante casi tres años, en los cualesocupó, por ascensos que dan fe de la corrección de su conducta yde sus capacidades, los empleos de subsecretario en propiedad ysubsecretario encargado del despacho del ministerio, este últi-

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mo, desde el 8 de diciembre de 1848 hasta el 11 de enero de1849. En el desempeño de estos cargos fue donde cobró el doc-tor Arosemena, según el doctor Abraham Moreno, esa gran afi-ción a la carrera diplomática que tanto brillo le diera más tarde.En ellos y en escala apreciable, fueron también aprovechadas susluces y extensos conocimientos en los asuntos referentes a lacomunicación intermarina y a las negociaciones preliminares deltratado de 1846; y mucha debió ser su participación en el pro-yecto de ley del secretario de hacienda de la administraciónMosquera, doctor Florentino González, por el cual se declarabanlibres y francos los cantones de Panamá y Bocas del Toro. Sucondición de oriundo del Istmo, la circunstancia de que este pro-yecto respondía a propias ideas suyas, expuestas muy claramenteen el opúsculo mencionado, y el hecho de que en ocasión seme-jante en que se encontraban en juego los intereses del Istmo fuellamado por el mismo doctor González para encomendarle la re-dacción de un documento de igual índole, autorizan para creerloasí. El proyecto en cuestión fue muy combatido en el congresode 1846, pero sus disposiciones fueron al fin llevadas a cabo pormedio de un decreto del presidente Mosquera el 22 de julio delaño siguiente.

Entre los manuscritos y borradores del doctor Arosemenahemos encontrado algunos documentos de desigual valorcomprobatorios de la confianza que sus superiores depositabanen él. Uno de ellos es un informe que, en su carácter de subse-cretario del despacho, dirigió al secretario doctor Mallarino so-bre las economías que podían introducirse en el departamento,de que hacía parte. En estilo sencillo y llano, el adecuado para lascomunicaciones oficiales, comienza por pasarles revista detalla-da a las diversas secciones, de relaciones exteriores, de mejorasinternas y de obras públicas en que aquél se divide y luego indicalas supresiones y arreglos que serían convenientes para los finesde reducir los gastos de la Administración. No tiene este docu-mento trascendencia histórica alguna, desde luego que sólo se

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refiere a asuntos corrientes del servicio público; pero se adivina,leyéndolo, al funcionario acucioso que sabe lo que tiene entremanos que está completamente posesionado de sus deberes y atri-buciones y que al informar a su superior acerca de lo que se le hapedido cumple su encargo sin tratar de darse Importancia algunani de salirse de los términos que su posición le señala. Dichodocumento, tan insignificante en apariencia, nos da, no obstante,una idea de cómo era la organización del trabajo interno de unasecretaría de Estado en la Nueva Granada cuando jefes de despa-cho eran Florentino González y M. M. Mallarino, y jefes de sec-ción Pedro Fernández Madrid y Justo Arosemena. Entre noso-tros hoy las cosas están muy lejos de ser así. El ministro de cadaramo, así no sepa nada de esto lo es todo, como si temiera versedisminuido con dar a cada uno de sus colaboradores el trabajo yla responsabilidad, consiguientes a la categoría y a la asignaciónque por la ley les están asignados. Los secretarios, prácticamen-te, con pocas excepciones, sólo son simples oficiales que, gananmayor sueldo que los demás empleados y a quienes, de ordina-rio, por causa de incapacidad personal o por las cualidades decarácter del ministro, apenas si se le dispensan las consideracio-nes que les son debidas.

Hay otro documento de mayor importancia, que es algo asícomo una exposición que la secretaría de hacienda pasó a la le-gislatura de 1849 con un proyecto de ley reformatorio del siste-ma rentístico y fiscal de la provincia de Panamá, la redacción delcual se encomendó al doctor Arosemena.

En esa exposición se nota un extenso conocimiento de lasnecesidades del Istmo en varios aspectos. La corrienteinmigratoria que afluía a Panamá entonces, con ocasión de lasminas de California y la perspectiva del ferrocarril transístmico,le dan motivo al doctor Arosemena para poner de relieve la nece-sidad de leyes protectoras que permitan al comercio tomar elrumbo que las circunstancias demandan. Aconseja la disminuciónde impuestos de aduana como condición sine qua non para el

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desarrollo del comercio. El conflicto que surgió, entre la haciendapública y los intereses del comercio, sería resuelto necesaria-mente en favor del último, ya que, no habría dificultad alguna ensustituir con otros derechos los de aduana. En la exposición queacompaña al proyecto se recalca la necesidad de esta sustitución.

“En ésta —dice el doctor Arosemena— se ha procurado sus-tituir principalmente el pequeño derecho que hoy grava las mer-cancías introducidas para el consumo, y que, como hemos visto,perjudica el tránsito. Pero también se aprovecha la ocasión deensayar un nuevo sistema económico, que sería útil en cualquierparte, es, casi necesario en aquella región de nuestra república,tan distante de todo el resto, y tan especial por su situación, ais-lamiento, costumbres y otras circunstancias. Suprimido el dere-cho de aduana en obsequio de tránsito, debía en consecuenciasustituirse con otra contribución sobre el comercio interno, lacual no tuviese los inconvenientes de una exacción a la entradade los efectos, y llenar en lo posible el déficit que en la rentadejara la falta de derechos que antes se cobraban en los puertos.Tal es el objeto de la contribución de patentes sobre almacenes ytiendas, que todos pagarán gustosos por ser tan manifiestas susventajas sobre la contribución suprimida.

“Cuando los objetos imponibles son conocidos por la ley, estoes, cuando existen realmente, no hay dificultad sino ventajas engravarlos de un modo general con la cuota que pueda soportarcada uno y reservándose luego la ley, separar de este fondo únicola parte que creyere necesaria para los gastos especiales de cadalocalidad. Cuando los objetos no son conocidos, porque no exis-ten, el dar abstractamente a las autoridades municipales la facul-tad de imponer contribuciones se hace ilusoria, si es que no re-cargan con nuevos impuestos los mismos objetos ya gravados enbeneficio de las rentas nacionales. Ahora, pues, si un objeto libreo ya gravado puede sufrir una primera o una segunda exacción,¿por qué no exigirla toda, desde el principio, facilitando y eco-nomizando la recaudación?, y si un objeto ha recibido ya toda la

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carga que puede sobrellevar para subvenir a los ingresos fiscales,¿a qué se reduce la facultad de imponer por las autoridades muni-cipales? No puede negarse que el sistema propuesto en el proyec-to simplifica extraordinariamente la percepción de las contribu-ciones, y reduce a un número mínimo los empleados que puedenhacerlo, dándole al mismo tiempo la proporción de una contabili-dad en extremo sencilla. Como no habría ningún inconveniente enensayar este sistema en el Istmo, ya que se han de hacer otras re-formas en su régimen fiscal, el poder ejecutivo confía en que lalegislatura prestará su sanción a la nueva idea que aquí se emite.

Efecto natural de la sencillez en la parte tributaría del proyec-to, es la creación de una sola oficina con sus dependencias, parala recaudación y pago de las rentas nacionales en el Istmo”.

La reforma contemplada en el proyecto a que esta exposiciónse refiere fue al fin con algunas modificaciones la ley de 2 dejunio de 1849. Sin la previsión del doctor Arosemena de conser-var entre sus papeles el que da fe de su participación en este asuntode carácter tan importante, servicio tal figuraría hoy enteramenteen el activo del doctor Florentino González, ilustre estadista cuyamemoria no necesita de ajenos laureles. El doctor Arosemena alelaborar la exposición y el proyecto de ley referido ponía en ta-les trabajos algo más que la voluntad disciplinada del subalternodeseoso de corresponder del mejor modo posible a los deberesanexos a su cargo. Puso, efectivamente, el concurso de una com-petencia ya probada y el de su limitado interés por el bienestar yel porvenir de la tierra de su nacimiento; y de que esto era real-mente así lo dice bien el hecho de que siendo ese negocio deldepartamento de hacienda y hallándose éste en manoscompetentísimas, lo natural habría sido que en él se hubiese subs-tanciado. No sucedió así, sino que se encomendó al subsecreta-rio de relaciones exteriores, luego se trató de darle una pruebadel aprecio que se hacía de sus méritos y de su patriotismo.

Con razón que cuando cinco o seis años más tarde de expedi-da la ley mencionada y aun modificada en el sentido que exigían

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los intereses de la compañía del ferrocarril de Panamá, el hono-rable James B. Bowlin, ministro de los Estados Unidos en Bogo-tá, hizo ciertas representaciones al gobierno de la Nueva Granadaen el asunto de los impuestos de tránsito de los efectos de valijapor el Istmo, fuera la voz del doctor Arosemena la más autoriza-da que se dejase oír en toda la Nueva Granada para defender susderechos a la luz de la historia de aquella ley y de las que le si-guieron que él conocía en sus menores detalles.

No fueron las anteriores las dos únicas ocasiones en que eldoctor Arosemena halló oportunidad de figurar lucidamente ensu carácter de empleado de la secretaría de relaciones exterio-res, encargado del despacho por enfermedad del titular. Debecomprenderse que por no hacer demasiado difuso este trabajo sehace necesario prescindir de ciertos casos que pondrían más enrelieve la labor del doctor Arosemena cuando estuvo al frente dedicho despacho.

Así, por ejemplo, en 1849 le correspondió el honor de con-signar en un estudio, por demás interesante, sus ideas acerca deun proyecto sobre caminos nacionales que el ejecutivo tenía enmiras. Fue hallado tan notable y tan de acuerdo con las ideas delpresidente que se le encomendó la redacción definitiva del pro-yecto, el cual, sometido a la consideración del congreso, fue laley del 1 de junio de 1850 sobre caminos.

Del mismo modo la primera ley orgánica de régimen munici-pal que se expidió en la Nueva Granada, que lleva la firma delgeneral Mosquera y de su secretario de relaciones exteriores,encargado del despacho de gobierno, don M. M. Mallarino, fue,en su origen, un proyecto que redactó el doctor Arosemena.

Hemos confrontado este proyecto con la ley tal como quedóy no hay mucha diferencia entre ellos salvo en los artículos queluego se le añadieron.

Le tocó también en suerte al doctor Arosemena haber suscri-to la nota final por medio de la cual se ordenó al general Herránque celebrase, sin más demoras el contrato que otorgó el privile-

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gio en virtud del cual pudo construirse el ferrocarril de Panamá.Los antecedentes de este asunto pueden referirse en breves

palabras. Interesado el general Mosquera en que durante su admi-nistración se comenzaran los trabajos de la comunicaciónintermarina, el gobierno aprobó un contrato para tal efecto, conN. Mateo Klein en su carácter de apoderado de varios capitalis-tas franceses. Pasado algún tiempo sin que la Compañía de Pana-má (así se llamaba la que representaba N. Mateo Klein) otorgasela fianza que se había comprometido a dar, el ministro de la Nue-va Granada en París, don Manuel María Mosquera, declaró cadu-cado el contrato referido en nombre del gobierno. Se dieron lue-go las primeras instrucciones al general Herrán para que celebra-se nuevo contrato sobre las bases del que había caducado con lacompañía que ofreciese más garantías al gobierno. El generalHerrán, quien desde su llegada a los Estados Unidos se había vis-to asediado por varios capitalistas americanos que deseaban ob-tener el privilegio, trató de sacar el mejor partido posible de lasituación e indicó, para tal fin, que se pusieran en juego ciertosintereses opuestos de cuya rivalidad esperaba ver salir el mejorpostor que pudiese convenir a la nación. El gobierno aprobó susplanes, pero como, por otra parte, el tiempo pasaba y la Adminis-tración del general Mosquera tocaba a su fin, éste dio instruccio-nes al doctor Arosemena para que enviase al general Herrán lanota referida. En consecuencia el general Herrán se apresuró acelebrar el contrato que se deseaba con los señores Aspinwall,Stephens y Chauncey que tomaron la denominación de Compa-ñía del Ferrocarril de Panamá.

La nota ocasionó acervas críticas al general Mosquera y a sugabinete, y, naturalmente, al doctor Arosemena, quien en su ca-rácter de subsecretario encargado del despacho, la había redacta-do. Se hizo hincapié, sobre todo, en el hecho de que la nota esta-ba redactada en términos tales que más parecía dársele importan-cia a la garantía pecuniaria que debía ser prestada que al contratomismo. Tales críticas fueron hechas principalmente por el doc-

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tor Manuel Murillo, secretario de relaciones exteriores de laadministración López, que había sucedido a la de Mosquera.

La censura se hizo en términos muy fuertes. Sin embargo, eldoctor Arosemena, que sabía muy bien que en el fondo de todono había más que móviles políticos y deseos de desacreditar laadministración de que él acababa de formar parte, no dio granatención a las palabras del doctor Murillo. Pero ocurrió que elgeneral Mosquera al tener conocimiento de la censura del doc-tor Murillo envió desde Barranquilla al senado un memorial con-tra Murillo, quien, a su vez, encontró nuevos motivos para insis-tir en sus críticas violentas al contrato y a la nota en virtud de lacual fue celebrado, y publicó en El Día (N° 623) un artículo con-tra el general Mosquera y sus colaboradores.

El doctor Arosemena creyó entonces de su deber defender suconducta en la parte que le concernía en el asunto y en el mismoperiódico publicó dos días después en son de protesta un escritorazonado, pero contundente sobre el particular.

Las piezas de esta controversia dejan en pie —es preciso con-venir en ello— el cargo de precipitación de la orden dada de quese celebrase el contrato casi, como si dijéramos, de todos mo-dos. Pero es preciso reconocer también que la comunicaciónintermarina por medio de un camino de macadam o un ferrocarrilhabía llegado a ser una verdadera obsesión no sólo de la adminis-tración del general Mosquera sino de la mayoría de los istmeñosy neogranadinos, de manera que cualquiera que se hubiese halla-do en el caso de él, con excepción del doctor Murillo, que nuncafue partidario de que el privilegio se concediera a los america-nos, habría tenido los mismos apuros, que una noble ambiciónjustificaban, de dejar su nombre unido a una obra tenida comomuy importante y que, por lo mismo, tantos entusiasmos desper-taba. El contrato en sí era mucho más ventajoso en más de unaestipulación que el que se había celebrado antes con N. MateoKlein y, por otra parte, respondía no sólo a lo que generalmentese estimaba de vital importancia para el Istmo y para la Nueva

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Granada, sino a un plan de política internacional concebido porMallarino y Ancízar y que la administración Mosquera había acogi-do con ardor y comenzado a poner en práctica con el tratado de 1846.

¿Se quería con tales antecedentes que el gobierno cejase ensu empeño de dejar terminado este negociado? ¿Con qué objeto?¿Con el de permitir a la próxima administración, que más ilustra-da o más patriota, lo condujese a mejor término? Parece cosasupremamente ingenua tratar de buscar respuesta a estas cuestio-nes después de que el doctor Murillo mismo dijo en su remitidoa El Día “que si el general Herrán hubiese percibido la anticipa-ción de otro año de sueldo, la actual administración (es decir lade que era secretario de relaciones exteriores) habría quizá teni-do que conservarlo en el servicio de la Legación, contra todaslas consideraciones de política que prescribían su inmediatoretiro”. Era claro, pues, que la principal razón que tuvo el doctorMurillo para censurar, como lo hizo, el contrato para la cons-trucción del ferrocarril de Panamá y la nota final por medio de lacual se dio la orden de celebrarse, era de carácter político. Eraclaro, igualmente, que la conducta del doctor Arosemena, antes ydespués de su artículo de El Día, consecuente con sus ideas en elasunto de la comunicación intermarina, fue absolutamente co-rrecta y plausible.

No es posible agotar el papel que el doctor Arosemena des-empeñó en Bogotá durante sus tres años largos de empleado deldepartamento de relaciones exteriores. Lo que precede basta paraque, no obstante la desigual importancia de los casos, se vea quesupo estar a la altura de sus antecedentes y de lo que sobrada-mente podía esperarse de la extensión de sus conocimientos y desus variadas dotes para el trabajo intelectual.

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Capítulo XIIEl moralista político

1848-1851

El doctor Arosemena escritor público en Bogotá.– El doctor Arosemena,agnóstico.– Publicación de sus Principios de Moral Política.– Juicio so-bre la obra.– Deja el doctor Arosemena su puesto en la secretaría de rela-ciones exteriores y decide regresar al Istmo.– Sus trabajos en el cabildo yen la cámara provincial de Panamá.– Frente al general Mosquera en el asuntode la venta de las explanadas.– La cuestión de los ejidos de Panamá.

o hay que creer que las tareas del funcionario público, desuyo enervadoras y nocivas a la firmeza del carácter, ab- sorbieron todo el tiempo del doctor Arosemena hasta

obligarle a darles de mano o a mirar con indiferencia sus preocu-paciones intelectuales favoritas. No sólo no sucedió así sino quecon la misma o mayor asiduidad de siempre prosiguió entregadoa producción literaria tan importante que revelaba un evidente cre-cimiento de la fuerza de su inteligencia. Tal género de actividadera, por otra parte, tan de su agrado, se había acostumbrado tantoa ella y entraba tanto en los ideales de su vida que, por ley deinercia, lanzaba al público el fruto de sus estudios y observacio-nes en forma de artículos, folletos y libros sobre los más varia-dos temas, dentro de sus especiales aficiones. Fecundidad tal noaminoraba en forma alguna la calidad de sus escritos, siemprellenos de interés, siempre rebosantes de atinadas críticas. Lo quesólo puede explicarse por ciertas características del escritor en-tre las que prevalecía el culto de las ideas, el amor a las realida-

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des concretas en donde la imaginación ni el sentimiento medranporque no hallan campo adecuado a su cultivo. El doctorArosemena era ciertamente un escritor fecundo; pero no debepensarse por el significado si es o no es despectivo del conceptoque sus trabajos fuesen vacuos juegos de palabras o meras repeti-ciones unos de otros. Por la forma carecen de colorido literarioy, por lo mismo, no son modelos en su género. En cambio, po-seen en grado superlativo ciertos atributos esenciales sin los cualesno es posible merecer con justicia el nombre de escritor público.El doctor Arosemena dominaba siempre las cuestiones que estu-diaba, las elucidaba con método, con orden y claridad en la expo-sición, que así resultaba espontánea, natural y sugestiva. Las pro-piedades de su estilo, provienen, menos del artificio en la com-posición que de las características psicológicas del autor, que sólose preocupaba por la exactitud, la precisión y la luz pura que sedesprende de los hechos.

Esta manera literaria del doctor Arosemena no es una inven-ción nuestra. Está patente en todos, absolutamente en todos susescritos, desde sus primeras publicaciones de importancia hastalas notas que puso a gran parte de los trabajos de su juventud en1886, cuando terminada su carrera pública, tenía la convicciónde no haber vivido en balde en el mundo y de que sus ideas seríanrecordadas por la posteridad. Pero cuando estas cualidades seafirmaron y comenzaron a precisarse fue durante su residenciaen Bogotá en el período que nos ocupa (1848-1851).

A esta época corresponde la serie de estudios económicosque ya sobre comercio, industrias, inmigración, caminos, etc.,publicó en El Día y en otros periódicos muy leídos de la NuevaGranada y su nuevo opúsculo titulado Principios de moral polí-tica que, aunque compuesto en Lima, fue corregido, revisado ypublicado por la primera vez en 1848. Como se ve, el doctorArosemena continuaba con estos trabajos cultivando las mismasmaterias que, desde mucho antes, le atraían, inspirado por la ideafuerza del paralelismo entre el progreso material y el moral.

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La situación comercial e industrial de la Nueva Granada, susituación económica, digamos, ha ofrecido siempre motivosconstantes de meditación a los estadistas y pensadores de todoslos partidos desde los comienzos del gobierno propio. Por esolos nombres de Francisco Soto, Juan de Dios Aranzazu, RufinoCuervo, Ignacio Gutiérrez Vergara, José Eusebio Caro, FlorentinoGonzález, Manuel Murillo, Rafael Núñez, Salvador CamachoRoldán y Miguel Samper, entre los más notables, unas veces porhaber servido puestos oficiales que le permitieron iniciar y lle-var a cabo ciertas reformas económicas, otras en el carácter desimples publicistas, tienen sus nombres grabados en las páginasde la historia del desenvolvimiento económico de dicho país. Sinembargo, otras personalidades hay de quienes poca mención seha hecho, que merecen también ser recordadas y que con no ha-ber sido secretarios de hacienda ni haber tenido gran ingerenciaen ese ramo, se interesaron como simples juiciosos observado-res de los fenómenos económicos, ya estudiando sus causas yefectos, ya señalando remedios y propagando ideas generales tanimportantes que todavía hallan grande aplicación. El doctorArosemena es una de esas personalidades.

Si es cierto, como dice el biógrafo de don Ignacio GutiérrezVergara, que en materia de reformas económicas había ya de 1846a 1850 dos escuelas diametralmente opuestas en la Nueva Granada,es evidente que el doctor Arosemena, de quien ya conocemosalgunas de sus ideas, pertenecía a la escuela de los que, ante todo,“estudiaban el país, así desde el punto de vista físico, como delmoral e intelectual en que lo dejó la colonia, observando cómoestaba distribuida la población, y cuáles eran sus hábitos, cos-tumbres, alcances, inclinaciones y medios de subsistencia; de losque analizaban el grado de educación popular en las diversas re-giones de la república, y el alejamiento en que ésta se hallaba delas sociedades más adelantadas en cultura y civilización; de losque primero profundizaban todo esto decimos, a fin de procederluego a la selección de los medios de desarrollo reconocidos

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como los más eficaces en tales circunstancias y a la adopción delas ideas generalmente aceptadas como buenas, que pudieran ger-minar allí de una manera espontánea y provechosa”.

Para convencernos de que esto es así, no obstante que el doc-tor Arosemena, podía, por su juventud, por sus ideas políticas yfilosóficas, ser clasificado en la escuela de los que querían con-vertir, según el mismo autor citado, el país en un “laboratorio dereformas sociales”, bastaría examinar su modo de pensar acercade algunas cuestiones que agitaban la opinión pública en aquellosdías de exaltación civilizadora. Por él podría advertirse que si eldoctor Arosemena padecía la fiebre de las reformas que tanto seha echado en cara a la administración Mosquera y a sus colabora-dores, esa fiebre podía ser calificada de bendita y santa en tantono era el fruto de un cerebro desequilibrado. El ardoroso entu-siasmo de Arosemena fue el resultado de serios estudios y cui-dadosas observaciones llevadas a cabo en presencia de la reali-dad social. Parecerán lugares comunes muchas de sus opinionessi las leemos influidos por las que constituyen nuestros conoci-mientos de hoy, pero recobrarán en seguida toda su importanciasi nos trasladamos en espíritu a una época en que las verdadessociales relativas al adelanto de los pueblos apenas comenzabana ser predicadas por selectos pensadores europeos.

Nuestros intereses materiales es el título de una serie deconceptuosos artículos en que el doctor Arosemena desarrollan-do y extendiendo aún más sus ideas ya conocidas sobre la impor-tancia y condiciones de la industria trata de despertar la concien-cia pública de la Nueva Granada y enderezarla por mejores rum-bos. En contra del doctor Florentino González que sostenía quelos principales obstáculos al desarrollo de esa actividad estabanen las leyes fiscales heredadas del gobierno español, opinaba quela causa dependía, por el contrario, de la ausencia de todo espíri-tu de empresa y la ignorancia de los métodos adecuados a la crea-ción industrial, circunstancias a que se sumaban la pereza, lascondiciones étnicas y climatológicas y, en suma, todo un estado

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social en que prevalecían las más extrañas ideas y los más perni-ciosos sentimientos.

El doctor Arosemena veía con una claridad sorprendente cuálera la primera primordial necesidad de la Nueva Granada: “Pro-ducir, decía, crear valores en la minería y agricultura que sonfuentes inagotables y las únicas que pueden utilizarse en el es-tado actual del país”. No negaba que las leyes fiscales hubiesenpuesto dificultades a ciertos artículos importantes, pero le pa-recía exagerado decir que esas leyes mantenían “encadenada laindustria”. Era preciso buscar, en su concepto, causas más ge-nerales del abatimiento de la industria y no imputarlo a peque-ños inconvenientes que, a lo sumo, obrarían de modo secunda-rio en la producción del fenómeno. No era la escasez de capita-les, porque la abundancia de comerciantes probaba bien lo con-trario. No era la falta de vías de comunicación, porque las pro-vincias del litoral en donde los caminos parecían menos nece-sarios resultaban las más atrasadas de todas. ¿Qué probaban es-tas consideraciones? La necesidad de asignar otras causas a lapobreza de la industria, las cuales a pesar de la heterogeneidadde la población eran siempre las mismas.

“Teach what is useful”, decía el Doctor Arosemena al gobier-no y al pueblo granadino, convencido de que otra de las verdade-ras y principales causas del atraso de la industria era la falta deconocimientos industriales, los cuales comprenden “las opera-ciones que demanda la creación de un producto, la elección deese mismo producto y, luego, los métodos, sistemas, y procedi-mientos más calculados para obtener con abundancia y perfec-ción aquellos cuya exportación sea más ventajosa”. Una pruebade que nada de esto se tenía en cuenta en la Nueva Granada, y enlos momentos propicios en que por todas partes soplaban vien-tos de reforma económica, podría encontrarse en las discusio-nes a quien había dado lugar la cuestión del desestanco del taba-co, la de la exención del diezmo, del azúcar y otros puntos seme-jantes en los cuales se advertía muy bien, por las opiniones ex-

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tremas y exclusivistas que se mantenían, que no había acuerdoacerca de los productos que debían merecer la mayor atenciónde los industriales y del gobierno.

El doctor Justo Arosemena, como ya lo había dicho antes,imputaba al gobierno la responsabilidad de la situación porque,dada la falta de interés individual para procurarse los ciudada-nos los objetos necesarios a su bienestar material, era aquél elllamado con su poder, con su influencia y su vigilancia a suplirlas deficiencias de sus gobernados cambiando el rumbo de laeducación pública de manera que aumentaran proporcionalmen-te los hombres productores y disminuyesen los consumidoresimproductivos. Sobre esto el doctor Arosemena escribió en unode los artículos que tenemos a la vista un programa de educa-ción pública que en gran parte está esperando todavía en Pana-má el hombre resuelto, valeroso, que se atreva a romper losmoldes tradicionales de que hasta aquí nos hemos valido en asun-to de tanta monta para sustituirlos por algo de lo que aconseja-ba el doctor Arosemena a los granadinos en 1846.

El doctor Arosemena, que no era un propagandista intenso dereformas ideales, sabía muy bien, por otra parte, que no siemprequerer es poder y que el querer que se realiza es el que no ignoralas circunstancias que rodean la acción. Si la instrucción, pensa-ba, es necesaria para producir, y si la actividad enérgica es la quemueve el espíritu de industria, así también la apatía que es fuerzade resistencia inhabilita al hombre para procurarse la instrucciónindustrial cuya necesidad se pondera. “La población de la NuevaGranada, compuesta de las tres razas más indolentes que se co-nocen, a saber, la indígena, la negra y la española, ha de gozar porprecisión de los atributos que a aquellos distinguen”, además detener en su contra el suelo mismo que habitan, que por ser muygeneroso en sus productos naturales, no le impone con apremiola dura necesidad del trabajo. El gobierno debe considerar, paramejorar las condiciones económicas e industriales del país lainmigración y dictar otras medidas que engendren los hábitos de

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las sociedades más civilizadas que por sí solos acarrearían nue-vas necesidades las que, a la vez, despertarán el espíritu indus-trial, capaz de satisfacerlas. El doctor Arosemena completaba suprograma de educación positiva con ciertas medidas que contri-buirían indirectamente al desarrollo de la industria.

Sobre “la exaltación de las afecciones simpáticas y genero-sas”, causa que en concepto del escritor se oponía también aldesarrollo industrial, nos ha dejado un hermoso sermón laico enque por la primera vez aparecen las hondas dudas que ya perturba-ban la paz de su conciencia de fanático positivista, primero, yluego de hombre desorientado en el maremagnum de la vida. Élno se explicaba la dolencia social del idealismo sino como unacaracterística de la época, que era, según creía, de “vacilaciones,de opiniones y de dudas”. Son las que siguen las palabras con queel doctor Arosemena trató de sorprender la psicología, como di-ríamos hoy, del momento histórico en que a él le tocó vivir. Diceasí Arosemena:

“El colectivismo corre hoy por todas partes, aniquilando todafe y todo sistema. Dígase lo que se quiera, hoy no hay fanáticos,ni crédulos ni incrédulos. La duda es insignia en todos los cora-zones, y es el distintivo de la época. ¿Quién no percibe en esasapariencias de fe con que algunos han pretendido rehabilitar lasantiguas creencias, sino la hipocresía, una ilusión voluntaria des-tinada a hermosear la vida, o a dar pábulo a la poesía que tantoterreno pierde? ¿De dónde si no de esas contradicciones de to-dos los actos de la vida pública y privada, que anuncian ausenciade fe y de convicción? Lamartine, el cantor de Joselyn, es luegopresidente de una junta para el fomento de los caminos de hierro,y el Jorge Sand de Lelia se transforma, poco después, en Con-suelo. ¡Qué mezcla de idealismo y realidad, qué inconsecuenciadel espíritu que se eleva por las regiones imaginarias en alas de lapoesía, para descender a lo que él mismo ha llamado fango delsensualismo! Nuestra época es visiblemente una época de transi-ción. En todas aquellas en que se han obrado por las vías pacífi-

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cas cambios notables se ofrecen las mismas contradicciones. Larazón abandonada a sí misma, lucha entre dos elementos contra-rios; las ideas nuevas que quieren llenar el espacio, y las ideasviejas que se lo disputan. Bajo mil formas se presentan unas yotras; pero siempre opuestas, y siempre luchando. Entonces laspolémicas, las capitulaciones, y aun la alianza que muchos imagi-nan posible y pretenden haber conseguido. Todo es inútil, sinembargo; las ideas nuevas, si no son visionarias o caprichosas,sino antes bien el resultado del progreso gradual e indefinido dela razón humana, se abrirán camino, y triunfarán al fin.

“No es fácil decir cuándo se realizará el triunfo de las ideasnuevas, que hoy luchan con las antiguas. Son tan dulces las ilusio-nes que combaten el materialismo, y hacen tanta falta en nuestravida amarga, triste y azarosa, que después de su ruina, aún queda-rán abrigadas en nuestro seno, como aquellos cadáveres queri-dos, que aunque sepamos no han de volver a la existencia, opri-midos contra nuestro pecho, y quisiéramos sepultar allí.

“Toca a la educación hacer menos doloroso aquel vencimien-to proponiendo a elevar la filosofía sobre la sensibilidad. Nues-tras ideas exaltadas, nuestras pasiones vehementes y románticasno tienen otro origen que el orgullo. Quisiéramos que todo ce-diese a nuestro capricho: fortuna, poder, amor. Quisiéramos serel ídolo absoluto y perpetuo de los seres que nos llegan a intere-sar, reservándonos para nosotros solos la inconsecuencia; y comoestas pretensiones son de todo punto irracionales, como ellastienen que tropezar siempre con obstáculos insuperables, nues-tro orgullo padece, acusamos al destino, renegamos de la vida, ybajo tales auspicios la dicha es imposible.

“Júzguese por aquí de los efectos que en cabezas volcánicas yjuveniles harán esos libros de imaginación destinados a explotarlos sentimientos más tiernos y las pasiones más violentas. Infun-diendo ideas exageradas sobre la religión, el amor, la amistad ytodas esas cuerdas a cuya pulsación responderemos tan fácilmente,porque halagan nuestro orgullo, nos crean un mundo ideal que

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vanamente buscamos en la tierra. “De aquí el fastidio, el odio, laamargura y la muerte. Cuántos suicidios no habrán tenido porcausas, aunque remotas, el hábito de mirar las cosas por ese pris-ma engañador. No, no hay que dudarlo, la novela sentimental esmás perniciosa aún que los libros obscenos, cuya inmundia nosiempre corrompe el alma, sino que la pone en guerra con la so-ciedad y con la vida.

“Hasta dónde sea fundada esa depresión de los placeres mate-riales, no es difícil determinarlo. Desde luego, es evidente que elespíritu comercial, espíritu que negocia hasta con los sentimien-tos más nobles de nuestra naturaleza, engendra el egoísmo, pa-sión antisocial e inhumana, pero, por otra parte, el elemento másactivo de la industria sin la cual no hay riqueza. Cuán malo sea elegoísmo y útil la riqueza es, por consiguiente, la doble cuestiónque se debe examinar. El egoísmo produce a menudo graves ma-les, inmediatamente a los otros y, a la larga, al mismo individuo,que convierte en objeto de antipatía y represalias. Pero el egoís-mo no es, bajo el aspecto en que ahora lo consideramos, sino elapego excesivo a la propiedad, y sin este derecho no hay indus-tria ni riqueza. Una nación de generosos será por tanto una na-ción comparativamente pobre, y una de egoístas será sin dudaopulenta. Ahora bien: aunque no pueda decirse que la riqueza seael instrumento de toda dicha, es, sin disputa, el primero y máspoderoso, así como para los individuos como para las naciones.De consiguiente el egoísmo, aunque odioso, es un mal necesarioy aun útil bajo cierto respecto. Tiene, sobre todo, antídoto al pro-pio egoísmo; porque cuando todos fuesen egoístas sentiría cadauno menos la odiosidad de ese sentimiento, y además, siendoprobablemente más rico, sentiría menos la necesidad de los sen-timientos generosos.

“Si se pudiera efectuar una especie de transacción, lograrseun término medio, igualmente favorable a la riqueza y a la socia-bilidad, este triunfo sería el más bello que habría logrado el hom-bre. Es muy dudoso que esto se consiga; pero debemos de reco-

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nocer, con gusto, que ninguna raza es más propia para semejantecoalición que la raza española. Noble y generosa por esencia tam-bién es susceptible de actividad, cuando bien dirigida, y bajo cir-cunstancias favorables. El pueblo catalán y el pueblo cubano sonejemplos de esta verdad.

“De todos modos, y cualquiera que sea el poderoso sentimientoque desenvuelve los recursos pecuniarios de un país, ese senti-miento tiene poca energía entre nosotros, y debe dársele, nomenos que mostrarse cuáles son medios de prosperar material-mente, de crear grandes riquezas, que no tenemos y que necesita-mos; puesto que sin aquello sería muy poca cosa, como lo essiempre el conocimiento cuando falta la voluntad. ¿Será imposi-ble crear la voluntad? No lo es, notablemente, cuando se empleanlos medios adecuados”.

A través de estos párrafos vemos nosotros bosquejado nosólo el carácter de “una dolencia social” como lo quería eldoctor Arosemena y que después de todo podía ser más omenos grave, según como ella impresionara el temperamentodel escritor, sino el estado espiritual del mismo doctorArosemena ya francamente escéptico, ya definitivamete ca-racterizado por una especie de agnosticismo universal. Por esteresquicio ideológico, que, a la postre de sus famosos artícu-los sobre los intereses materiales, nos deja abierto el doctorArosemena, nos acercamos un poco más hacia las esencias desu personalidad en que se funden las más radicales ideas enmateria de filosofía, de economía y de política con la influen-cia mediatizadora de las tradiciones y del ambiente social. Esdecir, nos encontramos con que el doctor Arosemena por elconvencimiento y el ardor con que expone y defiende sus ideas,es un espíritu verdaderamente liberal y reformador, y por laprecaución en no lanzarse nunca al campo de las reformas sinhaberlas antes pesado y medido hasta determinar su grado deprobabilidad o de utilidad, un espíritu moderno, en quien lareflexión y la observación predominan.

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Individualista, positivista y librecambista por su trato con lasescuelas inglesas, partidario del laisser faire de los economistasfranceses, al enfrentarse, no obstante, a los problemas concre-tos, aparece, anticipándose en esto a Hobhouse y a Hobson, comopartidario de la “intervención del Estado” para estimular “la crea-ción de valores económicos”, pensando, acaso, que el individuono es la sola unidad de producción económica en la sociedad.Cuando la mayoría de sus correligionarios, a la cabeza de los cua-les se encontraban hombres tan autorizados como el doctorFlorentino González, que pensaba reformar las condiciones eco-nómicas por medio de leyes únicamente, él les niega tan absolu-to valor y sostiene que lo que hay que reformar primero es elestado de la cultura despertando las energías dormidas, enseñan-do los nuevos procedimientos industriales y abriendo nuevoshorizontes a la industria por medio de la explotación de otrosartículos aún no estudiados. Y como prueba evidente de que do-mina todos los datos del problema que ante sí tenía, señalaba, porúltimo, la influencia que el medio físico, en sus aspectos geográ-ficos y étnicos, el sentimentalismo y las afecciones generosasejercen en el desarrollo de la industria tropical.

Además de la serie de artículos a que nos referimos publicó eldoctor Arosemena en 1848 un Catecismo de moral política con elobjeto, claramente definido en la bien meditada advertencia que leprecede, de propagar “los verdaderos principios de orden y de sóli-do progreso y al mismo tiempo combatir las falsas ideas de liber-tad”, génesis de los excesos demagógicos. Pensaba el doctorArosemena que siendo la juventud la mejor época para la siembra deideas y de sentimientos en la mente y en el corazón humano, su libropodría servir de texto en las escuelas, y, por eso, lo ofreció a la di-rección de instrucción pública, la cual por medio del consejo de launiversidad del primer distrito, lo aprobó al hallarlo recomendabletanto por la pureza de sus máximas como por su buena redacción.

¿Se trata de una de tantas obrillas didácticas arregladas sinescrúpulo alguno y con el solo propósito de usurpar el título de

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autor? ¿Son verdaderamente puras las máximas que se encuentranen los Principios de moral política, y, por su estilo, por la formadel lenguaje, merecían ser recomendados como texto escolar?

Desde luego, el doctor Arosemena no era pedagogo encuanto esta palabra envuelve la idea de un oficio o profesiónque se ejerce con el propósito de derivar de ellas el sustento.Es cierto que en el colegio de Panamá, recién terminados susestudios, había desempeñado algunas cátedras y sido, luego,su Vice-Rector; pero las subsiguientes manifestaciones de suactividad prueban bien que aquello lo había tomado como unoficio accidental y que su verdadero campo de acción estabaen otra parte, por lo que es preciso concluir que, si bien por laforma el catecismo estaba destinado a la enseñanza, su másalto fin era exponer sumariamente los ideales políticos y fi-losóficos del pensador más que servir necesidades de loseducandos o el progreso de la didáctica escolar. Desde estepunto de vista el Catecismo de moral política no tiene nadade común con las obras a que hemos aludido.

Ahora bien, la pureza de sus máximas, es incontestable. Basteapuntar, para el caso, que la mitad, por lo menos, de los capítulosresumen los artículos, cuya índole ya conocemos, que el doctorArosemena publicó en Lima por los años de 1842 y 1844 y que laotra mitad se compone de breves lecciones arregladas con la ma-yor sencillez sobre todas las materias de moral política que for-man, por decirlo así, el idearium común de cuantos profesan elcredo republicano. Tan escrupuloso fue a este respecto el doctorArosemena que ya listos los materiales del libro no tuvo inconve-niente en someterlo a la revisión de un íntimo amigo suyo queprofesaba ideas políticas y religiosas diferentes; y tan tolerantefue que no tuvo inconveniente en reformar aquellas partes en que asu rogado censor, José Eusebio Caro, le pareció haberse apartadodel propósito de dar una obra, tal como la que había concebido.

La carta que medió es toda una revelación: José Eusebio Carode acuerdo con Justo Arosemena en materia de moral política, a

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pesar de la diferente filiación espiritual de ambos, el primero demente teológica y el segundo positivista, benthamista y escépti-co. ¿Se creerá que la aprobación que el uno dió a la obra del otroy que la aceptación de éste de las indicaciones de aquél eran sim-ples actos de cortesía y de amistad? Dos hombres comoArosemena y Caro no podían jugar con las ideas ni tenerlas tan enpoco que por motivos puramente sentimentales las depusieranpara exhibirse, aun en la intimidad, como no eran. Los dos ami-gos quedaban tan aferrados a sus creencias y principios como lohabían estado antes y tan dispuestos a partir el sol por el predo-minio de los que cada uno defendía, como pudieran estarlo cua-lesquiera otros entre quienes no mediara el vínculo de la amistadque a ellos les unía. El caso tiene una explicación muy sencilla.En materia de moral práctica los hombres se hallan casi siemprede acuerdo. Lo que tú, creyente y santurrón, llamas malo, yo, des-preocupado y libre pensador, igualmente lo condeno. Lo que paramí es motivo de placer y lo apruebo, para tí será también objetode tu agrado y lo hallarás recomendable. En lo esencial, que es laconducta, todos andamos por la ancha senda de la vida levantandoy cayendo en las mismas condiciones en que todos los hombresse levantan y caen. Nuestras disputas, nuestros desacuerdos, losabismos que abrimos entre nosotros no aparecen, sino cuandonos remontamos a las regiones nebulosas de la filosofía que sonun mundo de conceptos abstractos, para encontrar en ellos moti-vos de vida que no los necesitan. El Catecismo de moral políticadel doctor Arosemena no discutía cuestiones ontológicas ni tra-taba de enseñar principios metafísicos sino que inspirado en lospositivos que él tenía por evidentes, se limitaba a presentar unresumen de lo que todo republicano estimaba debía saber paracolaborar con éxito en la obra de bien de la comunidad. ¿Cómono podían entenderse en este campo dos hombres inteligentespor más que sus espíritus andasen por caminos opuestos?

En cuanto al estilo y forma de las lecciones unas eranexpositivas y ya se conocen; otras estaban arregladas en forma de

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preguntas y respuestas. En todo caso se trataba de lecciones sen-cillas, claras, metódicas en cuanto a la sucesión de las ideas yenteramente conformes con lo que toda persona ilustrada entiendehan de ser los deberes del legislador. Por lo demás, aunque en lode la enseñanza de la moral no todos se hallan de acuerdo, y elmismo doctor Arosemena cambió de parecer algún tiempo des-pués, es evidente que si de algo necesitamos nosotros los pana-meños de hoy es de que nuestra vida política sea presidida preci-samente por las sabias enseñanzas y generosos ideales que abun-dan en la dicha obra del doctor Arosemena.

Después de los Principios de Moral Política el doctorArosemena no escribió casi nada sobre materia de interés gene-ral, y sólo volvió a ocupar la atención del público para contestarlas censuras que el doctor Murillo había hecho al negociado delferrocarril de Panamá, y un poco antes, a fines de 1848, en unasunto desagradable ocasionado por cierta publicación de El Si-glo, periódico de Bogotá, que dirigía Julio Arboleda.

Fue el caso que, después de las aventuras expedicionarias delgeneral Juan José Flores contra el gobierno del Ecuador, quemucho dieron que decir a la prensa hispanoamericana y que tantoconmovieron la opinión pública en la Nueva Granada, dicho per-sonaje se presentó en el Istmo procedente de los Estados Unidosy Venezuela casi cuando menos se le esperaba. Esto dió motivo aMariano Arosemena Quesada, cónsul del Ecuador en Panamá yhermano del doctor Justo, para inculpar acremente al generalHerrera, gobernador de la provincia, por su lenidad y complacen-cia con Flores, en quien todos veían un traidor a la causa republi-cana. La prensa de Bogotá comentó el caso a favor del generalHerrera, y El Siglo, especialmente, al referirse al asunto censuróduramente la conducta de Mariano Arosemena, explicándolacomo efecto de pasiones mezquinas y de ruines envidias con res-pecto a la persona del general Herrera. El doctor Arosemena nopudo menos de salir a la palestra en defensa de su hermano conuna carta enérgica dirigida al editor de dicho periódico en la cual

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se empeñó en desvanecer los cargos que se hacían a su hermano yen demostrar que ni él ni los suyos tenían nada que envidiar al ge-neral Herrera y que, por el contrario, era éste quien trataba de mal-quistar a los miembros de su familia. El incidente no tuvo másalcance que el de haber producido, quizá, cierto enfriamiento derelaciones entre el doctor Arosemena y Arboleda, pero, sea de ellolo que fuere, es de justicia reconocer que Mariano Arosemena notenía razones suficientes para tratar de la manera como trató algeneral Herrera. Éste, lejos de violar ley alguna con permitir laresidencia de Flores en el Istmo, observaba más bien una conductanoble y ajustada a las reglas de la caballerosidad, desde luego quecon ella correspondía a la magnífica acogida que Flores le habíadispensado, a su vez, en 1842, cuando los acontecimientos siguien-tes al estado del Istmo lo pusieron en el espinoso camino del des-tierro. El doctor Arosemena al salir a la defensa de su hermanocumplió con una obligación moral que no alcanzó, sin embargo, ajustificar la situación difícil en que éste se había situado, pues,piénsese lo que se quiera, sí existían resentimientos largo tiempoalimentados entre Herrera y los Arosemena que, de seguro, obra-ron más en el ánimo del cónsul del Ecuador que su celo por losintereses del país que representaba.

El doctor Arosemena, terminada la administración Mosquera,renunció el cargo que desempeñaba en ella con el propósitodecidido de regresar al Istmo, a dedicarse a organizar una em-presa de negocios asociado a varios amigos suyos. El presiden-te López y el doctor Murillo le instaron, repetidas veces, a queaceptara un puesto importante en Bogotá para el cual lo nom-brarían inmediatamente lo quisiera; pero insistió en su deter-minación de retirarse por algún tiempo a la vida privada y noquiso encargarse ni de la gobernación de Veraguas que por con-ducto del señor Obaldía también le ofrecieron. Es muy proba-ble que estas negativas del doctor Arosemena estuviesen inspi-radas, en parte, en el poco favorable concepto en que tenía algeneral López de quien dijo en cierta ocasión que “le parecía

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hombre débil de carácter expuesto a dejarse sugestionar porpersonas de más capacidades que él”.

A principios de 1850 salió de la altiplanicie el doctorArosemena con rumbo a Panamá. Volvía de nuevo al seno de lossuyos, lleno de justa satisfacción por haber colaborado con ho-nor y talentos nada comunes en la más progresista de las admi-nistraciones que hasta entonces había tenido la Nueva Granada, yla primera, acaso, que había dado muestras palmarias de preocu-parse sinceramente por los intereses del Istmo. En efecto, losdos grandes progresos en que el Istmo tenía fincadas sus espe-ranzas, la comunicación intermarina y las franquicias comercia-les, fueron iniciadas por la administración Mosquera y a ello con-tribuyó, como se ha visto, en no insignificante parte el doctorArosemena, ya trasmitiendo bajo su firma y responsabilidad ór-denes terminantes del presidente, ya redactando mensajes y pro-yectos que exponían o condensaban las ideas que debían acelerardichos progresos. Su presencia, pues, en Panamá, que había sidoprecedida por la del general Mosquera, produjo sincero entusias-mo general y su nombre comenzó a sonar, insistentemente comouno de los que debían figurar en la próxima lista de candidatos alcongreso, no habiendo, figurado en la de 1849. Era que ya el doc-tor Arosemena había dejado de ser una esperanza y se había con-vertido en una halagadora realidad. Se le miraba como el heraldodel progreso que ya comenzaba a vislumbrar el Istmo y como elesforzado paladín de las reformas sociales del futuro. Lo eligie-ron por el momento miembro del cabildo y de la cámara provin-cial, cargo que él, agradecido, se dispuso a desempeñar con laacuciosidad que le era característica.

Su labor en ambas corporaciones fue, como siempre, benéfi-ca para los intereses comunales y tan intensa que ella sola daríamateria para un capítulo de este libro, en razón de que casi nohubo asunto de importancia que se ventilara en ellas en los añosde 1850 a 1851, que no se resolviera mediante el concurso de lainteligencia del doctor Arosemena en todas las formas lícitas en

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que ésta puede ser puesta a contribución en los cuerpos colegia-dos. ¿Se deseaba resolver una petición de la compañía del ferro-carril para que de acuerdo con el contrato de que gozaba, se lepermitiera el uso libre de cierta faja de tierra? El doctorArosemena redactaba la resolución consiguiente y la llevaba alcabildo, que la aprobaba sin más demora que las reglamentariasdel caso. ¿Se trataba de reglamentar la manera de imponer lasmultas a los contraventores de los acuerdos sobre policía y dedisponer el uso y aplicación que de ellos debía hacerse? Al doc-tor Arosemena encomendaban el estudio de la cuestión y, a poco,era acuerdo del cabildo un laborioso proyecto sobre la materia.¿Ofrecía alguna dificultad la interpretación de la ley de 3 de ju-nio de 1848 sobre régimen municipal cuyas bases había dado élmismo en Bogotá? Pues nada más natural que el autor de dichaley resolviera el caso concreto que se había presentado, y el acuer-do correspondiente no se hacía esperar. De esta manera los pro-yectos de ordenanzas y acuerdos se sucedían, unos tras otros,como el de orden y seguridad para prevenir los crímenes quediariamente se cometían entre Chagres y Panamá en las personasde los “buscadores de oro” de California; el de imposición decontribuciones municipales de la provincia que arbitraba rentaspara los gastos del gobierno local; y el que reorganizaba el cole-gio de niñas que entonces existía en Panamá y en el cual el doc-tor Arosemena puso de relieve el espíritu progresista que le ani-maba en materia de educación de la mujer; y como estos trabajoscien más de igual o mayor importancia entre los que sobresale laordenanza por la cual se reglamentaron convenientemente, por laprimera vez, los hospitales de Santo, Tomás y San Juan de Dios.La suspicacia o la malicia alentada por la evidencia de detesta-bles ejemplos de ambición desmedida que en todas partes se dan,podría inducir a espíritus superficiales a pensar que el doctorArosemena sufría acaso de una megalomanía aguda que le impul-saba fatalmente a tal género de actividad aparentemente desme-dida; pero no hay lugar a tan bajos pensamientos cuando se re-

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cuerda que él había rechazado empleos y honores en Bogotá, cam-po más propicio al logro de sus bastardas ambiciones, si éstashubieran sido el móvil de sus actos. Es fuerza, pues, atribuir sudedicación y su constancia, realzadas por la sabiduría de su obra,a su amor acendrado a todo lo que significaba progreso, bienes-tar de la comunidad y mejoramiento de la especie humana; a unespíritu público nunca desmentido y siempre vigilante para de-fender los fueros de la justicia y los intereses de la tierra que levió nacer. Sería menester dar pruebas en apoyo de tal aserción?Sobran; pero basta con mencionar dos o tres casos en los cualesestas últimas cualidades del doctor Arosemena quedaron mani-fiestas de manera que no admite dudas.

El primero de ellos fue cuando se opuso al general Mosqueraen el propósito que éste concibió y llevó a cabo, asociado al se-ñor José Marcelino Hurtado, de obtener por un precio exiguo elterreno conocido con el nombre de las explanadas de esta ciu-dad. En 1850 dichos terrenos eran unos solares espaciosos en elcentro de la población y próximos a la extremidad del ferroca-rril. El pensamiento del general Mosquera y su socio no podíaser más evidente: el de especular vendiéndoselos luego a la com-pañía en un precio más alto. Hasta aquí sin embargo, nada habíade censurable. Pero lo que excitó la indignación del doctorArosemena fue que en vez de proponer el general Mosquera com-pra directa al gobierno de dichos terrenos se valiera del subterfu-gio de aparecer como denunciante de un bien oculto y luego que-dar favorecido con el derecho de adquirirlo por avalúo en lostérminos del artículo 33 de la ley 1, parte 2, tratado V de la Reco-pilación granadina que regulaba la materia. El doctor Arosemenano vaciló en señalar la inmoralidad y en un artículo concluyente,publicado en El Panameño (4 de agosto de 1850) defendió biza-rramente los derechos del gobierno. La negociación se realizó, apesar de las protestas del doctor Arosemena, porque había inte-reses creados en el asunto, más poderosos que los inermes de lajusticia. Los señores Mosquera y Hurtado vendieron las explana-

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das a la compañía del ferrocarril por la suma de 200.000 pesos,dos o tres tantos de lo que habían pagado por ellas al gobierno, ypara sellar con acto de honradez cívica edificante, y tanto máscuanto que lo ejecutaba un expresidente de la república, en laescritura respectiva se hizo constar que el precio que recibíanlos vendedores era el fabuloso de un peso en oro americano.

El otro caso que prueba también el civilismo y el interés conque defendía el doctor Arosemena los bienes de la comunidadfue el de los ejidos de la ciudad de Panamá. Entre nosotros, losacaparadores de tierras tienen abolengo e historia antigua y yapara 1851 los había que reclamaban el patriciado en fuerza de sushabilidades expoliadoras. El doctor Arosemena que, como miem-bro del cabildo, se hallaba al corriente de muchos abusos se pro-puso, por lo menos, dar la voz de alerta y prevenir los que en losucesivo pudieran cometerse por falta de una reglamentación claray terminante y a este fin elaboró un proyecto de acuerdo sencilloy basado en las disposiciones legales vigentes que, como era deesperarse, produjo una sensación extraordinaria entre los posee-dores de tierras sin títulos sanos que alegar en favor de la pose-sión de ellas. Hubo hojas sueltas insultantes, resistencias disi-muladas de parte de autoridades más o menos allegadas a propie-tarios de mala fé y, en fin, toda suerte de intrigas para que nopasara el proyecto en cuestión. Consiguieron la realización desus anhelos los que a tales expedientes acudieron en vez de acep-tar el reto franco y leal que el doctor Arosemena les lanzaba,pero un estudio de la cuestión hecho por él para defender losintereses del cabildo ha quedado como derrotero seguro en estaclase de cuestiones que pueden seguir todavía con provecho losque deseen rastrear el origen de tantas propiedades raíces de du-dosa procedencia.

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Capítulo XIIIEn la Cámara de representantes

1852�1853

Estado de ánimo del doctor Arosemena ocasionado por calamidades do-mésticas.—Elegido representante al congreso para el período de 1852 a1853.—Rasgos y características del doctor Arosemena por ese tiempo. —Su declaración de fe gólgota.— Sus primeros días en el congreso. — Pro-yectos de ley que presentó.—Presidente de la cámara de representan-tes.— Presenta un proyecto de ley sobre el estado federal del Istmo.—Opiniones de El Pasatiempo y La Discusión.— Actitud de las cámarasprovinciales del Istmo.—Estado de la reforma a fines de 1852.—Estableci-miento de los tribunales de comercio.

n medio de la fructuosa actividad que el doctor Arosemenavenía desplegando desde hacía algún tiempo, ya en Bogo-tá, con sus labores administrativas y periodísticas, ya en

Panamá con proyectos de ordenanzas y de acuerdos por mediode los cuales ayudaba a organizar la administración provincial ymunicipal —y cuyos resultados inmediatos, además de los bene-ficios que el país recibía, eran los de hacer, cada vez más respeta-ble y prestigioso su nombre— no le faltaban sus amarguras y tris-tezas que, como sombras siniestras, velaban la luminosa estrellaque hasta entonces lo había guiado. En septiembre de 1846 habíamuerto su hermana Manuela, joven de preciados encantos espiri-tuales, suceso que le contristó profundamente, como es desuponerse, dada la sensibilidad de su temperamento. La noticiale sorprendió lejos de la casa paterna, cuando “en los rigores dela ausencia, según se expresaba en un artículo necrológico, un

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hijo amante y desolado, un hijo que devoraba ya grandes e increí-bles tormentos”, no tenía “ni el consuelo de enjugar las lágrimasde sus queridos padres”. Y cuatro años después, en 1850, a pocode haber regresado al Istmo, la implacable niveladora le arrebatótambién a su amante compañera dejándolo desorientado en elcamino de la vida con cuatro niños tiernos, cuando más necesita-ban los cuidados y afectos de la madre. Estas pesadumbres, ladesaparición, más tarde, de otros seres queridos, la injusticia y lamaldad de los hombres, iban, poco a poco, minándole el corazónhasta el extremo de hacerle concebir las ideas más tristes acercadel objeto de la vida humana y aun de considerar la suya comouna carga insoportable. Sin embargo, el doctor Arosemena nopensaba de tal modo con la cuita del hombre vulgar, generalmen-te egoísta, sino, con la serena reflexión del filósofo humanitarioque no encontrando explicable el reinado del mal se rebelabacontra él. Su idea de que “el lazo más fuerte que le ataba a la vida”era “ el amor de sus hijos”, seres inocentes a que se debía porentero, le prestó fuerzas para sobreponerse a sus peligrosas pre-ocupaciones, y al, fin con la más firme confianza y la más ejem-plar y abnegada consagración se dio de nuevo a esa misma vidaque tanto le fastidiaba.

Pensando, pues, en el porvenir de su prole se estableció enNueva York, desde mediados de mayo de 1852. En esta ciudadtenía el asiento de sus pocos negocios y en ella esperaba encon-trar un lenitivo a sus acervos dolores morales. Lo primero quehizo en cuanto llegó a la gran tierra americana fue colocar a sushijos en escogidos establecimientos de educación: a los varonesen un colegio de jesuitas de Baltimore y a las niñas en una escue-la dirigida, por una comunidad religiosa de monjas. Con estosactos daba el doctor Arosemena pruebas palmarias no de incon-secuencia con sus propias ideas, como acaso pensarán los fanáti-cos de todos los colores, sino de verdadera tolerancia y respetoreligioso. Porque, ¿qué otra conducta, en efecto, tocaba en mate-ria de educación a un hombre que creía que el universo podía

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haber sido hecho por un autor, pero que, al mismo tiempo, leencontraba tales objeciones a esta creencia que, no admitiéndolaformalmente caía en una especie de duda invencible con respec-to a la existencia de Dios? (El carácter de Julio, artículo inéditode índole autobiográfica). ¿Se dirá que habría sido lógica su con-ducta si en vez de contribuir a que sus hijos recibieran la educa-ción tradicional de la familia los hubiese encaminado por la mis-ma senda que a él le había conducido la deplorable situación es-piritual en que se hallaba de no tener el consuelo que anima en eldolor a las almas creyentes? Es muy difícil, mejor dicho imposi-ble, conocer los móviles que guiaron los actos de un hombre conquien ya no podemos, hablar de otro modo que acudiendo a susescritos, y, sobre todo, a aquellos en que con más sinceridad ex-presó sus ideas. El escepticismo, actitud racional, aunque no lamejor, ni la más generalizada de la mente humana, no podía con-ducir, al doctor Arosemena a otra solución que a la del más am-plio liberalismo, el cual, bien entendido es esencialmente, así enfilosofía como en religión y política, el ejercicio práctico, de laverdadera tolerancia, tabla única de salvación del progreso mate-rial y moral de los pueblos.

El doctor Arosemena residió seis meses consecutivos en losEstados Unidos, durante los cuales empleó casi todo su tiempoen vigilar de cerca la educación de sus niños y en atender otrosasuntos personales. El estudio de las instituciones políticas ame-ricanas, la manera prodigiosa como ya comenzaba a desarrollar-se aquel país acercándose a grandes pasos a la meta de una admi-rable civilización, debieron ser para él como una fuente tentado-ra en qué inspirar sus anhelos reformadores y un estímulo para suánimo decaído por las varias, y desfavorables circunstancias efec-tivas a que nos hemos referido. En esta situación el señor Ma-nuel Echeverría, presidente de la cámara provincial de Panamá,le comunicó que las asambleas electorales de los cantones de laprovincia lo habían elegido representante al congreso para el pe-ríodo de 1852 a 1853. Era ésta la primera vez que al doctor

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Arosemena se le discernía tal honor y deseoso de corresponder ala esperanza de sus comitentes se apresuró a aceptarlo y empren-dió casi inmediatamente viaje para Bogotá a donde llegó a princi-pios de febrero después de una corta visita al Istmo.

Había cumplido nuestro compatriota los treinta y cinco añosde edad y se encontraba, por consiguiente, en la plenitud de lavida, llena el alma de la tristeza indefinible que la filosofía des-pierta en los espíritus demasiado reflexivos, pero dotado, por otraparte, de todas las cualidades que pueden influir favorablementeen los destinos de un hombre de claro talento. Poseía un portefísico que realzaba atrayente belleza masculina. Su trato, sus ma-neras, cultos sin afectación, revelaban, desde el primer momen-to, según dicen los que lo conocieron, el refinamiento de su edu-cación social. Los conocimientos que había recibido en los co-legios de Panamá y Bogotá; su notable afición a los estudios se-rios; los importantes trabajos que ya había publicado; la expe-riencia que había adquirido durante sus frecuentes permanenciasen los Estados Unidos; y su versación en los negocios públicos,lograda en diversas posiciones oficiales desde 1839, le habíandado tal notoriedad que fácil le iba a ser descollar entre los másdistinguidos de la pléyade de hombres eminentes que, como Pe-dro Fernández Madrid, José Caycedo Rojas, Carlos Martín, Ra-fael Martín, Rafael Núñez, José María Pradilla, José EusebioCaro, Manuel Murillo, Julio Arboleda, Cerbelón Pinzón y cienmás tanto habían de ilustrar con sus hechos la historia de la Nue-va Granada. No hay que olvidar, sin embargo, que los mejoresaportes que el doctor Arosemena, llevaba al congreso a que letocó asistir, fueron un firme carácter, un acendrado amor a la li-bertad y al progreso y el vehementísimo deseo de ser útil a latierra de su nacimiento y a la gran patria granadina.

Hasta la fecha en que fue elegido el doctor Arosemena repre-sentante al congreso nacional, si bien ya había dado pruebas con-vincentes de abrigar francas ideas liberales, su actuación políti-ca, muy secundaria, comparada con la que había desplegado en

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determinadas ocasiones de la vida pública, no le había permitidocaracterizarse como un propio hombre de partido afiliado a algu-no de los que en la Nueva Granada luchaban por el predominiodel gobierno. Se había limitado a observar la evolución de losque con varios hombres venían, desde 1830, formándose y trans-formándose al calor de los ideales republicanos. Conocía las cua-lidades y los defectos de todos ellos y las exageraciones en quehabían incurrido, no menos que la influencia que habían ejercidoen el desarrollo de la administración del Estado. Por ejemplo, dela de Santander, durante la cual hizo sus estudios secundarios yprofesionales, pensaba que fue francamente liberal; de la deMárquez decía que tuvo la desgracia de haber sido apoyada porlos llamados godos, bolivianos y retrógrados, enemigos, más omenos, de las instituciones liberales y combatida por hombresque se arrogaron exclusivamente los títulos de libres y progre-sistas; de la de Mosquera opinaba que, contra la expectativa ge-neral, había sido lo bastante tolerante como para permitir a losverdaderos amigos de la idea liberal luchar por sus hombres yllevarlos al poder. Afirmaba, en fin, que éstos embriagados por lavictoria se dieron al ejercicio de la venganza que engendró im-prudencias, despecho y odio hasta producir la guerra en que que-daron sepultados todos los principios y el prestigio de los anti-guos partidos históricos. He aquí por qué al comenzar la cámarade representantes su tarea legislativa juzgó necesario exponer susideas en forma tan franca que todos supiesen a qué atenerse. Sediría que el doctor Arosemena decidió rechazar toda vinculacióncon el pasado antes de penetrar en el santuario de las leyes en elcual iba a oficiar como sacerdote de una nueva religión.

“Soy diputado gólgota —decía— aquí tenéis mi fe política,sin ambajes, ni encubiertas, ni términos medios. Vais a ver cómollegué a tal extremidad que hoy horripila a más de cuatro viejos yno pocos mozos, enemigos natos de golgotismo, porque viven enuna atmósfera oscura y pestilente donde el sol no alumbra ni elaire se renueva”.

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Y luego de trazar con bastante precisión e imparcialidad lamarcha de los partidos en la Nueva Granada de que son términossalientes los que acabamos de señalar continuaba así:

“Desacreditados todos los antiguos partidos, los hombres deprogreso han recibido y aceptado la denominación de gólgotas.Todos los demás son y no pueden llamarse sino retrógrados oreaccionarios; retrógrados los que siempre abogaron por las cau-sas del poder y de las tinieblas; reaccionarios los que blasonaronalguna vez de liberales y ahora no se atreven a adoptar una refor-ma constitucional en el sentido de la libertad, sino acuñándoleadjetivos como éstos: oportuna, racional, moderada, bien en-tendido que se reservan explicar y trazar esa oportunidad, esa ra-cionalidad y esa moderación.

“Tan triste es hoy la situación de los seudo-liberales como lade los antiguos conservadores. Los primeros se han quedado usan-do un título que ya nada significa en su boca; los otros no tienennada que conservar; porque todo lo han perdido, hasta el honor deser obedientes a las autoridades legítimas. Sólo el partido gólgo-ta tiene hoy significado: su ensueño es el progreso ilimitado yposible; la libertad con sólo las más indispensables cortapisasque tiendan a mejor asegurarla.

“Los hombres de los antiguos partidos, que se conducen hoypor sus afecciones personales, por viejas consideraciones de ban-dería, hacen un papel muy ridículo. Sin fe, sin principios, sin as-piraciones definidas y sin tendencias patrióticas, como no abra-cen o ataquen directamente el golgotismo, son hombres extran-jeros en la escena pública; cuerpos sin alma; espectros políticos,que tienen que volverse a su tumba y esperar el día de la resurrec-ción; y ésta no podrá ser otra que la afiliación sincera en uno deestos dos estandartes “libertad y progreso”, que es el gólgota;“restricción y estancamiento”, que es su contrario cualquiera quesea el nombre que se le dé.

“Hay hombres de muy buena fe, que no son gólgotas, porquedicen que nuestras teorías son impracticables, y que la república,

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la libertad, la democracia, etc., son mentiras y ficciones entrenosotros. Con tales hombres me gusta muchísimo arguir y noperderé mi tiempo contradiciéndoles. Bástame plantearles estedilema, para que escojan la hipótesis que más le agrade, cargan-do, eso sí, con las consecuencias. O nuestra vida pública es unarealidad, la república un hecho, la democracia practicable y fruc-tífera, y entonces debemos ir hasta el último y genuino desarro-llo de estas ideas o todo es ficción, y entonces debemos comen-zar por el principio, echándolo todo abajo, a menos que gusteseguir la chanza adelante. El golgotismo es, pues, el único parti-do lógico, ya tomemos las cosas por lo serio, ya las convirtamosen juguetes. Ahora, pues, ¿quién duda que la lógica tiene aplica-ción hasta en el juego? De mí sé decir que no me empeñaré enjugar, pero que me moriría de vergüenza si me llamasen refracta-rio de la lógica”.

Modo gallardo éste de presentarse en el proscenio políticoque contrasta con la conducta embozada del oportunista sin con-vicciones y sin ideas de las que ennoblecen la existencia. Lotranscrito define una actitud mental, al propio tiempo que un ca-rácter. Así eran, por lo demás, aquellos hombres que, junto conArosemena, formaban parte de aquella admirable asamblea.

El congreso se instaló el 3 de marzo y las sesiones durarontres meses. Las labores de la cámara fueron arduas, los debates alos proyectos presentados por sus miembros, calmosamente sos-tenidos, y casi siempre interesantes. Estos habían ocupado suscurules con ánimo de trabajar y en verdad trabajaban para honrade ellos y provecho de la comunidad social.

En los primeros días el doctor Arosemena no llamó mucho laatención de sus colegas y no fue tenido en cuenta siquiera paraintegrar alguna de las comisiones reglamentarias. No había in-justicia en esto: otros, llegados primero que él al estadio de lanotoriedad o con más vinculaciones en la política militante, de-bían ser preferidos en la distribución de los primeros honores ylo fueron. Pronto, no obstante, su variada ilustración, su seriedad

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y su juicio, revelados en las discusiones que promovían los asun-tos que se ventilaban en la cámara, le conquistaron las simpa-tías y el respeto de los demás representantes, y sus opinionescomenzaron a ser solicitadas y acatadas. Intervino en el estudiode importantes proyectos de ley y él mismo sometió a conside-ración de la cámara no menos de diez sobre diversas materiasde interés nacional y en particular para el Istmo. Movíalo no elaguijón de vanas ambiciones sino el hábito que ya tenía de tra-bajar más de lo ordinario y el deseo de corresponder a la con-fianza de sus comitentes interpretando las aspiraciones de és-tos por medio de leyes justas que fomentaron el progreso delas provincias istmeñas. Algunos de los proyectos que en estesentido presentó fueron rechazados sin discusión, según él mis-mo nos lo dirá más adelante, pero otros, de bastante trascen-dencia, si pasaron a ser leyes de la república y regularon nece-sidades de la vida nacional granadina durante mucho tiempo.Entre éstos merece citarse un proyecto de ley reformatorio dela moneda, que el doctor Arosemena ilustró brillantemente entodos los debates por medio de sabias y eruditas disertaciones;el que hacía concesiones de tierras baldías a favor de la compa-ñía del ferrocarril de Panamá; los de divorcio y matrimonio entreextranjeros no católicos que pusieron fin, entonces, a la situa-ción notoriamente injusta en que se encontraban los extranje-ros en tales respectos por causa de la legislación vigente en lamateria; el que dió origen a los tribunales de comercio, benefi-cio que alcanzó no sólo a las provincias del Istmo y especial-mente a la de Panamá, sino a las demás provincias granadinas:en unas y otras las cabeceras de distrito podían tener un tribunalsiempre que la cámara de la provincia creyera necesario esta-blecerlo y, por último, por el cual sería creado el Estado Fede-ral de Panamá. Una reseña de la marcha de todos los debatesque estos proyectos sufrieron pondría, desde luego, en relieveel enorme caudal de saber y de experiencia que en ellos revelóel doctor Arosemena, pero tal labor sobre ser demasiado

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dispendiosa es de todo punto innecesaria para los fines genera-les de este estudio biográfico. Basta con que nos detengamosen uno o dos de estos proyectos, de los más importantes.

En la sesión del 29 de abril el doctor Arosemena fue nombra-do por una gran mayoría de votos presidente de la cámara de re-presentantes para el período que debía comenzar el l° de mayosiguiente en competencia con el doctor Carlos Martín. Llegabacon esta elección el momento en que nuestro compatriota iba acomenzar sostenida y pertinaz campaña en favor de un ideal quesintetizaba entonces fervientes aspiraciones de muchos distin-guidos hijos del Istmo. Ese ideal, expresado en términos genera-les, era el de un sistema de gobierno local que, formando partede la Nueva Granada, correspondiese, ante todo, a las necesida-des peculiares nacidas de su historia, de su situación geográficay de su importancia comercial y política. Ese ideal no era uno detantos expedientes inocuos de que, a menudo, se ha echado manoen nuestras democracias para resolver los graves problemas sur-gidos en su seno. Era una manifestación palpitante del espíritu deautonomía que ya bajo una u otra forma alentó siempre en el Ist-mo, y de manera especial, siempre que hubo motivos justifica-dos para ello. Fue el que agitó la conciencia Istmeña en 1830 aldisolverse la Gran Colombia y en 1840 cuando estuvo a pique denaufragar “el principio de la libertad” a los embates de la furiosarevolución que entonces a sólo a la Nueva Granada.

La corriente, cada vez más intensa, de transeúntes que pasa-ban por Panamá con rumbo a California y que en 1850 tomó pro-porciones extraordinarias, produjo en esta sección de la NuevaGranada un incremento de la riqueza circulante y otros elemen-tos apreciables de prosperidad; pero produjo también no pocospeligros para su existencia política que amenazaban destruirla sino se arbitraban las providencias adecuadas para conjurarlos. Talconsideración fue también la causa inmediata que avivó la espe-ranza de que las cuatro provincias de Panamá, Veraguas, Azuero yChiriquí fuesen reunidas en un todo vigoroso y se rigiesen por

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instituciones especiales, aunque sin perjuicio de su dependenciapolítica con respecto al gobierno general. La fórmula de estepensamiento existía en la mente del doctor Arosemena desde losdías del fugas Estado del Istmo, pero no había tenido oportunidadde exponerla y defenderla con el calor con que lo haría en la cá-mara de representantes de 1852.

¿Por qué el doctor Arosemena no presentó su proyecto en lasprimeras sesiones de la cámara? La respuesta es fácil. Porque laocasión no se había presentado como el sagaz legislador acaso laesperaba. Con responder el proyecto a la voluntad de muchosistmeños no dejaba de tener entre ellos poderosos opositores comodon José de Obaldía, vice-presidente de la república y personajede grandes influencias en el gobierno y en el congreso; como donJosé Arosemena, que era dueño de una gran reputación en el Istmo,y quien también combatió el proyecto en El Panameño, con variosartículos llenos de impresionantes argumentos. No habían desper-tado tampoco mucha simpatía otros proyectos menos trascenden-tales que el doctor Arosemena sometió al estudio de la cámara, y,sobre todo, no se sentía con poder e influencia bastantes para con-vencer él solo a todo un cuerpo enteramente extraño a las necesi-dades del Istmo. Con su elección para la presidencia de la cámaralas cosas cambiaron por completo, y , comprendiendo que no ha-bía tiempo que perder presentó el 1 de mayo el proyecto de actoreformatorio de la constitución de 1843.

“El Senado y la Cámara de Representantesde la Nueva Granada,

Decretan:Artículo 1.- Las provincias del Istmo de Panamá, a saber, Pa-

namá, Azuero, Veraguas y Chiriquí, forman un Estado federal so-berano, pero no independiente de la Nueva Granada.

Artículo 2.- El Estado del Istmo depende de la nueva Granadasólo y estrictamente en los asuntos que se van a mencionar:

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1º- Todo lo relativo a relaciones exteriores;2º- La organización y servicio del ejército, y la marina de guerra;3º- Los correos nacionales;4º- La deuda nacional;5º- La naturalización de extranjeros;6º- La contribución nacional que le imponga el congreso de la

república según el artículo 4º;7º- El uso del pabellón y de las armas de la Nueva Granada.

Artículo 3º- En todos los demás asuntos de gobierno, el Esta-do del Istmo puede libremente estatuir lo que a bien tenga.

Artículo 4º- La contribución nacional de que trata el párrafo6º del artículo 2º consistirá en una cantidad fija no excedente dela cuarta parte del monto de todas las rentas municipales de lasprovincia que componen el Estado del Istmo. La ley estableceráel modo de hacer efectiva esta contribución.

Artículo 5º- Para el servicio público de los ramos de la nación sereserva por el artículo 2º, la ley o el Poder Ejecutivo en su caso,establecerán en el Istmo los empleados que juzguen necesarios; y eljefe del estado podrá ser dignado como agente del Poder Ejecutivonacional en aquél territorio, para el despacho de dichos asuntos.

Artículo 6º- El poder Ejecutivo convocará una convención delos pueblos del Istmo sobre las bases que estimare convenientefijar para que se reúna en la ciudad de Panamá y organice el Esta-do que por este acto se crea.

Artículo 7º- Instalada la convención, designará un ciudadanoque promulgue la constitución que se dictare y que ejerza el Po-der Ejecutivo del estado mientras se elige el jefe propietario.

Artículo 8º- El Estado del Istmo enviará al congreso nacionalde la Nueva Granada cuatro senadores y seis representantes; y si sellegare a adoptar una sola cámara como reforma constitucional delcuerpo legislativo, concurrirán a ella diez diputados por el Istmo.Las reglas para la elección se dictan por la legislatura del Estado.

Artículo 9º- Los contratos de cualquier género que se hubie-ran celebrado por las autoridades nacionales respecto de asuntos

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relacionados con el Istmo de Panamá, quedan subsistentes y su-jetos a las mismas autoridades; pero si llegan a caducar los nego-cios sobre que versen quedarán sujetos a los principios estable-cidos en los tres primeros artículo de este acto.

Artículo 10°-Los bienes de propiedad nacional que haya en elterritorio del Istmo, pasan a ser propiedad del nuevo Estado”.

El proyecto sufrió el primer debate el día 6; el segundo el día10 y el tercero, en que fue aprobado y pasado al senado el día 12.

La primera parte de la jornada había sido salvada con un éxitomagnífico del que casi no había precedentes en las cámaras gra-nadinas. ¿A qué se debió tanta facilidad? Primeramente, a la posi-ción favorable en que, sin duda, colocó la presidencia de la cáma-ra al doctor Arosemena para conseguir que se diera la debida aten-ción a su proyecto, y, luego al irresistible poder de su dialécticaque predispuso a su favor a la mayor parte de los miembros de lacámara, hombres verdaderamente liberales, despreocupados yatentos tan sólo a la voz de la justicia. Las razones que el doctorArosemena alegó en aquellas sesiones memorables se hallan con-signadas in extenso en una exposición de motivos que es, segu-ramente, de lo más profundo salido de su mano. Por su extensióny porque más adelante habrán de repetirse sus principales argu-mentos en un famoso folleto que se analizará después, no lo re-producimos aquí.

No hay que creer que las ideas que contenía la mencionadaexposición de motivos no tuvieron repercusión fuera del recintode la cámara o que la táctica del doctor Arosemena consistió enevitar que fueran amplia y competentemente discutidas. Ellas fue-ron dadas a conocer en un folleto que se difundió con la mayorprofusión en Bogotá y en casi todo el país, que las acogió congran interés. En particular, la prensa las recibió con marcada sim-patía a pesar de hallarse entonces ocupada en ardientes discusio-nes a favor o en contra de las corrientes federalistas que ya sedesbordaban por todas partes. El Pasatiempo de 12 de marzo de1852, entre otros periódicos notables de la capital, publicó bajo

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el mote: O perdemos el Istmo o se le da la forma federal, estasexpresivas palabras:

“El patriota y entendido representante por Panamá, señor JustoArosemena, ha presentado un proyecto que rueda sobre el segundotérmino de la proposición que dejamos apuntada, acompañándolode observaciones muy juiciosas expuestas con suma franqueza.¿Qué harán los legisladores de la patria? Nosotros temerosos deque la Nueva Granada, al menor descuido, pierda aquella preciosaparte de su territorio, apoyaríamos la idea del señor Arosemenaporque, al fin, del mal el menos, si tuviésemos alguna seguridad deque el Estado federal del Istmo a poco tiempo de serlo, no dijese:“Ya no quiero ser Estado federal, sino Estado Independiente”.

En artículo de fondo de este periódico se dijo el mismo díasbajo el título de “ Istmo de Panamá” , lo que sigue:

“El señor Justo Arosemena, diputado por la provincia de Pana-má, ha sometido a la consideración de la cámara de representantesun proyecto de acto reformatorio de la constitución, que es, sinduda, uno de los más importantes documentos parlamentarios quese han dado a la luz en las sesiones legislativas del corrientes año.Este proyecto, aprobado ya en segundo debate por una gran mayo-ría tiene por objeto formar de las provincias del Istmo un estadoindependiente de la Nueva Granada en lo relativo a negocios ex-tranjeros, deuda pública, ejército, marina, correos y contribucio-nes de carácter nacional; y completamente libre para estatuir loque a bien tenga en todos los demás asuntos de gobierno.

“La novedad de la idea debía sorprender y parece que sorpren-dió, en efecto, a la cámara, pero esta primera impresión, que sue-le ser desfavorable cuando se trata de proyectos trascendentalescuya adopción es de naturaleza irrevocable, cedió el lugar a unprofundo convencimiento, en vista de la exposición de motivoscon que el señor Arosemena acompañó su proyecto.

“Penetrados de estas consideraciones y de las demás que tanhábilmente ha expuesto el señor Arosemena, deseamos cordial-mente el buen éxito parlamentario de su proyecto; y no obstante

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los prepósteros y aditamentos inconsultos que en el curso delsegundo debate se le han hecho, siempre aconsejaremos al autorque persevere en la propaganda que ha emprendido; nosotros leseguiremos, le ayudaremos, en la íntima persuasión de que la ideaque él ha emitido tendrá, más tarde o más temprano, su completarealización. Si admitimos por un momento que ella puede entor-pecer y retardarse, no es porque abriguemos la menor duda acer-ca de su utilidad, sino porque tememos que todavía sea aplicablea estos países lo que decía de ellos el Barón de Humboldt en lassoledades de la Guayana a fines del siglo pasado, a saber: “que ennada se muestra la opinión pública tan intolerante y susceptibleen la América española, como en las rivalidades locales y la re-pugnancia con que se miran las franquicias otorgadas al vecino,aunque el beneficio concedido a éste sea conciliable con el de lacomunidad general”. Esforcémonos, pues, en suavizar el puntoirritable de nuestro carácter; y ya que nos hemos creído dignosde engalanarnos con la túnica republicana y de empuñar la enseñadel libre examen arrojemos lejos de nosotros la degradante li-brea de la colonia y el estandarte de la opresión, sus ridículaspreocupaciones y sus mezquinas antipatías. Tengamos previsióny juicio alguna vez: hagamos de buen grado en homenaje a la ra-zón y en obsequio de hermanos nuestros aquellos que por el im-perio irresistible de las circunstancias habrá de verificarse al finforzosamente; pero hagámoslo con hidalguía, sin dejar traslucirsentimientos envidiosos que nos harán perder el mérito de la ge-nerosidad que envuelve este acto”.

Mientras algunos otros periódicos de Bogotá se producíancomo El Pasatiempo, redactado en esos días por el doctor JoséMaría Samper, —aunque no puede asegurarse que él fuera elautor de los apartes transcritos— otros guardaban silencio acer-ca de la trascendental reforma que proponía el doctorArosemena; mientras la representación de la cámara baja apro-baba casi unánimemente el proyecto del doctor Arosemena, LaDiscusión, periódico del señor José de Obaldía, se mostró en

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desacuerdo con él, y no sin halagar la vanidad del doctorArosemena con frases corteses y elogiosas lo combatió en unextenso artículo en el cual se refería a las razones con que lohabía defendido estimándolas inadecuadas para el fin que conellas se proponían. No debiera quedar en el olvido indefinido elartículo de La Discusión. El Estado federal de Panamá, primerpaso en la vía que condujo al establecimiento de la federacióncomo forma general de gobierno en la Nueva Granada, es unhecho histórico que no ha sido concienzudamente estudiadotodavía y juzgamos, por eso, que alguna vez deben ser publica-dos los documentos, en pro y en contra, relativos a la reformaconstitucional que la hizo posible.

La índole de las objeciones aducidas, las circunstancias dehaber sido expuestas en un periódico inspirado por el vice-presidente de la república, determinaron al doctor Arosemenaa rebatirlas con cierto grado de mal humor, apenas contenido,en otro escrito titulado Acto reformatorio de la constitución,porque, según decía, se habían tergiversado maliciosamentesus opiniones considerándolas interesadas contra el presidentede Obaldía.

La réplica no dejó la menor duda de que el doctor Arosemenase había colocado desde el principio en una situación firmísimay que su contradictor erró el golpe, si acaso no era partidariodel proyecto, al declarar malas las razones que le servían defundamento. La verdad es que la actitud del articulista de LaDiscusión no influyó para nada en el curso que luego siguió lareforma en el senado, el cual, si es verdad que no entró a discu-tirlo en seguida, como tal vez lo habría deseado el doctorArosemena, resolvió lo que la prudencia aconsejaba en un ne-gocio de tanta cuenta: escuchar la opinión de las provincias delIstmo por medio de los gobernadores, quienes debían convo-carlas para tal fin.

Hasta aquí, todo, según se ha visto, marchaba muy bien a favorde la reforma que se proponía el doctor Arosemena. En adelante,

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las cosas serían de otra manera porque no pocas dificultades ytropiezos insuperables iban a retardar la consideración del pro-yecto en el senado mucho más tiempo del que razonablementeera de esperarse.

Las cámaras provinciales no se mostraron muy adictas a lareforma. La de Panamá, excitada por la comunicación del gober-nador Herrera, se constituyó en comisión general, de acuerdocon su reglamente interno, el 11 de octubre de 1852 para oír laopinión del pueblo sobre el particular. Hubo, como es costumbreen estos casos, discusiones y pareceres contrarios y a pesar deque sostenían la conveniencia del proyecto personas como elpresbítero Fermín Jované y los doctores Manuel Romero, PedroMorro, Mateo Iturralde, Miguel Echeverría y los señores donPedro Nolasco Casís, Bernardo López Linares y otros, resultóevidente que la mayoría de los concurrentes estaba en contra y laconsecuencia práctica de las deliberaciones de la cámara fue laabstención y, por consiguiente, no rindió ningún informe al con-greso. Las razones que se opusieron al proyecto del doctorArosemena fueron: falta de hombres suficientemente ilustradospara desempeñar todos los cargos que, demandaría la nueva orga-nización administrativa; falta de riqueza pública de dónde sacarlos crecidos gastos del gobierno y las perturbaciones que oca-sionarían más elecciones populares para escoger la persona quedebiera regir periódicamente los destinos del estado (Véase ElPanameño de 10 de octubre ).

Las cámaras provinciales de Veraguas y Chiriquí se demos-traron igualmente adversas o indiferentes a la creación del Esta-do federal del Istmo.

La actitud de las cámaras provinciales frente a una reformarque al prosperar, como prosperó, iba a afectar considerablemen-te la situación del Istmo era reveladora de que la opinión públicaseccional no estaba en realidad uniformada en el asunto impor-tante que se ventilaba. Diversos motivos concurrían a producirtales resistencias; por una parte, falta de espíritu público en los

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hombres de la época que los hiciera interesarse reflexivamenteen cuestiones de verdadera trascendencia; y , por otra, emulacio-nes, intrigas lugareñas y odios inveterados de familia. No es estodecir que al proyecto del doctor Arosemena le faltara una oposi-ción formada por personas ilustradas que adujeran para su causaconsideraciones de peso. Tal idea sería contradictoria de la queya hemos emitido en relación con el señor Bartolomé Calvo, pa-triota distinguido, íntimamente ligado al Istmo, y cuya suerte leinteresaba por causa de su vecindad en él. En la propia familia deldoctor Arosemena tuvo también sus impugnadores severos, en-tre otros, José Arosemena quien en las columnas de El Paname-ño escribió una serie de bien meditados artículos sobre la crea-ción del Estado federal sosteniendo la tesis de su inconvenien-cia, entre otras razones, porque la reforma de la constitución de1843 que estaba en tela de discusión proveía ampliamente lamanera de obviar los obstáculos a una buena administración delIstmo. Acompañaban, en cambio al doctor Arosemena, el generalHerrera, don Santiago de la guardia, Carlos de Icaza, DionisioFacio y muchos istmeños notables que agitaban la idea del estadofederal por todos los medios que estaban a su alcance.

En resumen, la situación en que se encontraba el proyectodel doctor Arosemena a fines de 1852 no ofrecía halagadorasperspectivas. Si por un lado la cámara de representantes lo habíaacogido con marcada deferencia y al cerrar sus sesiones el con-greso el 29 de mayo, decía el secretario de gobierno que uno delos proyectos de ley que él deseaba se tratasen de preferencia alaño siguiente para tener el placer de sancionarlo, era el acto re-formatorio de la constitución, por otra parte, en el Istmo teníauna oposición tan decidida que ninguna de las cámaras de provin-cia había querido informar al senado sobre la conveniencia o in-conveniencia de crear el Estado federal.

La reforma no ocupó la atención del congreso en el año 53no sólo por esta actitud de las provincias istmeñas sino, además,porque en él se dio preferencia al proyecto que el doctor

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Florentino González había preparado desde 1851 y que era en elfondo una nueva constitución destinada a sustituir la de 1843. Porotro lado, los debates de las cámaras y las discusiones de la prensaperiódica alteraron la serenidad de todos los ánimos y como con-secuencia de todo esto no hubo ambiente propicio para tratar deotras reformas que las que al fin de efectuaron en dicho año de1853. Pero había una razón aún más poderosa que se oponía a laviabilidad del proyecto del Doctor Arosemena en tales condicio-nes. ¿Cómo hubieran podido prosperar conjuntamente dos refor-mas, una parcial y otra general del mismo código? Y la prueba delo imposible que esto era la suministra el hecho de que habiendotratado el doctor Arosemena de introducir durante los debates dela reforma constitucional del 53 un artículo que le abriera paso a lasuya más adelante no pudo conseguirlo. La prudencia aconsejaba,pues, esperar que se sancionara la reforma general para ver si ellaresolvía los problemas que contemplaba la otra. El año de 1853fue, pues, de espera a este respecto y naturalmente nada se adelan-tó en el camino que con tan buen pie se había emprendido.

Mejor y más inmediato éxito obtuvo el doctor Arosemenade sus gestiones legislativas encaminadas a conseguir el estable-cimiento de los tribunales de comercio en los principales luga-res de la república que por su importancia comercial los necesi-taran. La ley respectiva fue aprobada y sancionada al mismo añode 1852. La trascendencia de esta medida, su oportunidad y elgeneral favor con que los comerciantes y los hombres de nego-cios la acogieron en el Istmo quedaron de manifiesto en un es-pléndido banquete con que unos y otros obsequiaron al doctorArosemena de paso para Bogotá el 11 de diciembre de dicho añopara testimoniarle su reconocimiento por “los infatigables e im-portantes servicios que había prestado el representante de la pro-vincia de Panamá a favor de los intereses mercantiles de esta sec-ción de la república y hacerle honor como hombre y como esta-dista por su liberalidad, sus ideas progresistas y sus varonilesesfuerzos por el bien del país”.

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Capítulo XIVEn el Senado

1854

El doctor Arosemena regresa a los Estados Unidos.– Proyectos de códi-gos nacionales.– Otras labores del doctor Arosemena en el congreso.–Sus opiniones sobre la libertad de prensa. Incidente Núñez Martín.– Re-greso del doctor Arosemena a los Estados Unidos.– Vuelve al congreso(1854) como senador por la provincia de Panamá.– Situación política deBogotá a principios de dicho año.– Las labores parlamentarias.– Malestargeneral y exaltación de ánimos.– Golpe de cuartel del general Melo.– Eldoctor Arosemena regresa al Istmo.– Llamado por el gobernador de Pana-má al congreso de Ibagué.– Acompaña al general Herrán, jefe del ejércitoconstitucional, como su secretario general.

erminadas las sesiones del congreso de 1852 regresó eldoctor Arosemena a Nueva York a visitar a sus hijos y aver de concluir las negociaciones que tenía pendientes

allí en relación con un astillero que proyectaba construir en laIsla de Taboga y que ya se estaba convirtiendo para él en un asun-to enojoso por no haber podido dar cumplimiento a todas las cláu-sulas del contrato mediante el cual se le otorgó la concesión res-pectiva. Hombre sumamente diligente no sólo tales objetos lellevaban sino que iba, además, preocupado con la idea de dar demano en cuanto se lo permitieran sus ocupaciones a la ingentelabor desde hacía algún tiempo emprendida, de preparar los pro-yectos para una codificación nacional, completa y armónica, conlas necesidades de la Nueva Granada y las exigencias del progre-so universal. Además, se hizo cargo de una comisión honorífica

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que le confió el gobierno ante el jefe del observatorio astronó-mico de la ciudad de Washington para cruzar ideas acerca de loque pudiera hacerse por el observatorio de Bogotá a fin de coadyu-var al establecimiento de un sistema uniforme de observacionesmeteorológicas.

Aunque parece que motivos de salud que lo afectaron a él y aalgún hijo suyo le impidieron realizar, como hubiera querido, to-dos los propósitos de su viaje, alcanzó no obstante, a cumplir lamisión que se le había encomendado y a terminar la redacción delos códigos que se disponía a presentar a la consideración delcongreso.

Para comprender cuán urgentes eran en realidad los proyecta-dos códigos del doctor Arosemena y cuán patrióticas sus aspira-ciones al haber emprendido una labor tan ímproba, intentada ya envano por tres sabios jurisconsultos, será suficiente que citemosalgunos pasajes del Informe constitucional que el doctor Patroci-nio Cuéllar, en su carácter de secretario de Estado en el despachode gobierno, expresó al congreso del mismo año de 1853.

Decía este alto funcionario:“A pesar del clamor general que hay en la república porque se

sancione un código civil y el correspondiente de procedimien-tos, el congreso no aprobó en sus sesiones del año próximo pa-sado el proyecto que con este fin le presentó mi antecesor. Losciudadanos senadores y representantes conocen perfectamenteque por el estado de confusión en que se halla la legislación civilno tienen los granadinos seguridad completa de sus derechos, nohay garantías legales perfectas para el cumplimiento de los con-tratos ni leyes claras y terminantes que hagan incontravertible lajusticia con que se solicite de los tribunales y juzgados una deci-sión favorable. En ese caos de legislación española, que requiereprofundo y dilatado estudio para ser regularmente conocido, seencuentran disposiciones de tal naturaleza que, en muchos casos,con el mismo fundamento jurídico se pronuncia una sentenciafavorable o adversa según la ley que se ha escogido para decidir,

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o la interpretación que se le haya querido dar. Grande es el con-traste que se observa entre nuestras instituciones políticas y lalegislación civil española vigente; aquellas han mejorado de unmodo notable y se perfeccionan diariamente, a pesar del atraso ypreocupaciones de los pueblos; ésta que no tiene un solo defen-sor, que es la causa principal de sus constantes y justísimas que-jas contra la administración de justicia, y cuando, por imperfectaque fuese la reforma que en ella se hiciese, se aplaudiría general-mente, porque siempre será mejor que lo que hoy existe, perma-nece intacta como si la experiencia de una legislación mejor hu-biese amortiguado el interés que debiera tomarse para la forma-ción de un código, si no perfecto, que por lo menos permitierapresentar para encarecer del congreso una medida positiva quemejorase este ramo de legislación, que no sea bien conocido porlos ciudadanos senadores y representantes.

No era ésta, por cierto, la primera vez que se ponían de relie-ve los grandes inconvenientes que provenían de que La NuevaGranada estuviese todavía, para aquella época, regida por los con-fusos principios de una legislación caduca. Manifestaciones se-mejantes eran muy frecuentes en casi todas la memoria e infor-men en que ellas se juzgan oportunas. El mismo doctorArosemena, ya en 1844 y en 1845, como escritor público desdelas columnas de El Movimiento o en su carácter de juez letradode hacienda y del circuito de Veraguas, las había hecho en idénti-co sentido, si bien circunscribiéndose a la legislación penal. En1846 el doctor José Ignacio de Márquez concibió también la ideade reducir a un solo código todas las disposiciones sobre proce-dimiento en materia civil y criminal y aun llevar a cabo un siste-ma de codificación completo en todas las ramas del derecho na-cional que no encontró estímulo en el congreso de ese año. Noobstante, los conceptos citados tienen el particular interés de laautoridad de quien los emitió y del momento histórico en queeran exteriorizados. Aquellos días los vientos de reformas so-plaban en todas las cabezas y aunque es verdad que algunas veces

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no se prohijaron las mejores, es temerario continuar afirmandoque siempre eran debidas al influjo esotérico de las ideas france-sas y a la fascinación irresistible que la gran república norteame-ricana, como se ha dicho, ejercía en muchos hombres distingui-dos de la Nueva Granada. Agitábalas también un espíritu de purocivismo, una confianza ciega en el progreso y sus innovaciones,precisamente por serlo, tenían que acarrear no pocos errores. Eldoctor Arosemena, gólgota caracterizado ya y hombre de ilustra-ción reconocida en términos de que nadie podía dudar de sus gran-des capacidades tomó en sus manos la bandera no de reformapolítica alguna partidista sino de la legislación nacional, y la agi-tó no con meras palabras o discursos en el congreso sino conhechos de indiscutible evidencia; y, para dar comienzo a sus pla-nes, todavía resonaban en el recinto de las cámaras las palabrasdel doctor Cuéllar, cuando en la sesión del 4 de marzo presentóel proyecto de código de comercio, que después de los debatesreglamentarios y con una rapidez extraordinaria fue sancionadocomo ley de la república el 1º de junio de 1853.

Importante debió ser este código cuando su vida fue una delas más largas que tuvieron trabajos de su índole en el constantetejer y destejer de las legislaciones parciales de los estados so-beranos. Fue el único código sobre la materia que rigió en la NuevaGranada hasta 1858 y, luego, en la mayor parte de los estadoshasta 1870.

El notable expositor de Derecho, doctor Antonio José Uribe,dice lo siguiente en su Derecho mercantil colombiano:

“El código de comercio de 1853, sancionado el 1º de junioconstaba de 1110 artículos distribuidos en cuatro libros, que, asu vez, se subdividen en títulos y algunos de estos en secciones.El artículo 1110 de este código dijo: Quedan derogadas las orde-nanzas de Bilbao y todas las disposiciones sustantivas sobre co-mercio que hasta ahora hayan regido en la república. La constitu-ción de 1858, que estableció formalmente en la república la for-ma federal de gobierno, autorizó a los varios estados soberanos

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en que se constituyó para legislar en todos los ramos del derechoprivado, pero reservó al gobierno nacional (artículo 15) “todo loconcerniente a la legislación marítima y a la de comercio exte-rior y costanero”. En consecuencia, del código de 1853 a quenos hemos referido, no quedó en vigencia, de 1858 en adelante,sino el libro 3º relativo al comercio marítimo, con carácter decódigo nacional.

Varios de los estados que compusieron la federación, hacien-do uso de la facultad constitucional de legislar, adoptaron comoley peculiar de cada Estado, el código de comercio de 1853; otrosadoptaron el que en 1859 se expidió en Cundinamarca. Códigoque, salvas algunas modificaciones, no fundamentales, era, en elfondo, el mismo de 1853 citado.

Además del código de comercio el doctor Arosemena ofre-ció al poder ejecutivo junto con el doctor Antonio del Real pro-yectos de los códigos civil, de minería rural, de leyes reglamen-tarias del código penal, de organización judicial, de enjuiciamientocivil y de enjuiciamiento criminal. Tal ofrecimiento fue recibidocon marcadas muestras de satisfacción e interés, pero como elgobierno no tenía facultad legal bastante para dar al doctorArosemena el apoyo y estímulo que su labor merecía, acudió in-mediatamente al congreso en demanda de la autorización nece-saria para contratar dichos códigos.

Las cámaras legislaron sobre el particular con relativa pronti-tud, como que todos sus miembros estaban sinceramente pene-trados de que el país no podía continuar sin un cuerpo de derechoescrito que correspondiese al de las instituciones políticas adop-tadas. En consecuencia, el 1º de mayo de 1853 fue sancionadapor el presidente Obando la ley del congreso sobre autorizaciónal poder ejecutivo para adquirir los códigos del doctor Arosemena.En dicha ley, después de fijar ciertas condiciones que debían pre-ceder al contrato que se hiciera, se proveía la suma de cien milreales para remunerar el trabajo del codificador o loscodificadores cuyos códigos resultasen preferidos. Además, con

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fecha 16 de mayo el mismo poder ejecutivo nombró una comi-sión para que examinase los códigos que habían presentado losdoctores del Real y Arosemena. Esa comisión la constituyeronlos doctores Estanislao Vergara, José Joaquín Gori, JuanNepomuceno Núñez Conto, Rafael Núñez, Lino de Pombo y Mi-guel Samper.

Sucedió, no obstante, que el doctor Arosemena, convencidode que bajas emulaciones, que se veían venir desde que se discu-tió en el senado la ley de autorizaciones al poder ejecutivo parala adquisición de sus códigos, entorpecerían el éxito de su traba-jo, se decidió a presentar él sólo a la cámara de representantesdel 13 de junio de 1853 sus mencionados proyectos de códigosnacionales. Con esta resolución optaba por dar la batalla en elcongreso, a campo abierto, antes de correr la suerte de que susesfuerzos fueran desestimados en virtud de los apasionamientosde la lucha política que ya se vislumbraba entre los antiguos libe-rales y los gólgotas de los cuales él hacía parte. Los proyectosfueron discutidos y aprobados en primer debate y se ordenó quese publicaran para que se conocieran por todo el país antes deque fueran discutidos en el próximo congreso de 1854. El pro-cedimiento a última hora adoptado por el doctor Arosemena te-nía doble ventaja: primero, se ganaba tiempo en el estudio de loscódigos, y, segundo, la república los adquirirá por modo entera-mente gratuito. Daba, además, nuestro compatriota, así, una pruebade relevante desprendimiento de que no han abundado muchosejemplos en circunstancias semejantes.

Sus labores en el congreso de 1853 no se circunscribieron alos trabajos de la codificación nacional en que lo hemos vistoempeñado. Las actas de las sesiones están llenas de datos revela-dores de la constante y eficaz participación que tuvo en muchosasuntos importantes que discutió esa corporación. En ella le tocóser miembro de la comisión de crédito público de la cámara derepresentantes y vicepresidente de la misma en competencia conel doctor Rafael Núñez, y muy grandes y sinceras debían ser las

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simpatías que su personalidad despertaba ya en fuerza de sus no-tables capacidades y de su actitud siempre inspirada en elevadosideales de progreso cuando uno de los representantes, el señorCenón Solano, presentó una proposición de honores al doctorArosemena que, aun no habiendo sido aprobada por irreglamentaria,era una gran presea que se otorgaba al digno representante por laprovincia de Panamá.

Las discusiones que precedieron a la constitución de 1853tuvieron en él un colaborador esforzadísimo, identificado comose hallaba con el espíritu general de la reforma que ese estatutocontemplaba. Es una lástima que entonces no se llevara diario dedebates y que hoy no se tengan a la vista todos los elementosprecisos para apreciar su personal actuación en un asunto quetanto ha dado que decir a ciertos escritores que han condenadoen globo, a hombres y a instituciones, todo el movimiento refor-mador que tan vigorosamente comenzó a desarrollarse en la NuevaGranada después de la revolución del año 41.

El mínimum del programa republicano en 1853 y que quedóestablecido en la nueva constitución de dicho año, era según unmanifiesto que circuló en hoja volante en Bogotá el día 14 demayo, el siguiente:

1º— Establecimiento del gobierno municipal y reconocimien-to expreso de ese poder constitucional.

2º— Organización del sistema electoral, por el sufragio uni-versal, directo y secreto; seguridad personal bien definida; reco-nocimiento de algunos derechos naturales como garantías indi-viduales; abolición de las trabas para reformas ulteriores de laconstitución; descomposición del sistema rígidamente central deadministración pública, sistema que se consideraba ya impracti-cable en objeto de grande importancia, y la preponderancia delprincipio de libertad sobre el de autoridad en las instituciones,como se ve en la libertad de imprenta, de domicilio, de corres-pondencia, de asociación, de instrucción y en la igualdad de de-rechos y deberes sociales.

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Firmaban el manifiesto de donde entresacamos esta desidera-ta, 24 representantes gólgotas entre los cuales se encontraba eldoctor Arosemena.

A pesar de la ausencia dicha del diario de los debates hastanosotros ha llegado, a través de los periódicos de la época y pormedio de una que otra reminiscencia de contemporáneos suyos,que sus labores se orientaban siempre por el lado de la infaliblelógica y de las más puras e idealistas. De lo primero son pruebalas opiniones de compartía con sus correligionarios en materiade libertades públicas y especialmente del sufragio.

Ya desde el año anterior de 1852 había dicho en un informe decomisión al congreso y refiriéndose a un memorial de Panamá,que “los abusos de la prensa, exceptuando las injurias privadas, tie-nen el mejor correctivo en la prensa misma y que sucede con elcomercio de las ideas lo que con el comercio de los productos,que sólo perjudica la libertad cuando no es completa, es decir, cuandoexiste para unos y no para otros”. “En efecto –decía— si por unlado se propalan ideas subversivas e impías, por otro se sostendránideas de orden y de regularidad, y como la verdad siempre triunfa,la lucha es desigual y no durará mucho tiempo”.

El doctor Arosemena hizo siempre honor a todo lo largo desu vida pública al criterio que queda tan francamente expuesto.No se contó nunca entre quienes ante el natural escozor que pro-duce la crítica periodística, sobre todo cuando es injusta o teme-raria, reaccionan contra ésta en forma tal que si pudieran cerra-rían todas las imprentas y encarcelarían a los escritores.

El artículo final de la constitución de 1853 que se discutía es así: “El poder ejecutivo está facultado para celebrar

tratados con las repúblicas de Venezuela y el Ecua-dor sobre restablecimiento de la unión colombianabajo un sistema federal de quince o más estados,cuya organización definitiva se realice por una con-vención constituyente convocada según las estipu-laciones de dichos tratados.

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“Aspiración nobilísima” era ciertamente ésta como la ha cali-ficado el doctor José María Samper y que en el doctor Arosemenatenía hondo raigambre. Al proponer al congreso de 1853 el ante-rior artículo la apoyó diciendo, más o menos, que la causa de ladisolución de la antigua Colombia se había debido al cansanciode los pueblos del largo gobierno del Libertador, a la rivalidadentre granadinos y venezolanos y a las ambiciones de Páez y Flo-res; que no existiendo ya esas causas en los tres países, idénti-cos, por la sangre, por la religión, el idioma, la tradición y elcomún destino, debían unirse para que la unidad colombiana fue-se un hecho como estaba en camino de serlo la unidad alemana.Atribuía a esta unión el poder de conjurar el peligro que entrañabanlas ambiciones de conquista de que hacían gala algunas nacionesextranjeras cuyos nombres se abstenía de nombrar porque esta-ban en la mente de todos. Estas ideas eran en el fondo las mismasque ya había expresado el año anterior en la exposición de moti-vos con que acompañó al proyecto de acto reformatorio de laconstitución de 1843 de manera que el referido artículo resu-mía, a este respecto, una vieja aspiración suya a la cual, comoveremos más adelante, había de dedicarle sus entusiastas pensa-mientos y consagrársele casi con ingenua devoción.

En las sesiones del congreso de 1853 ocurrió un incidenteentre los doctores Carlos Martín y Rafael Núñez en el cual eldoctor Arosemena tuvo alguna parte. Fue el caso que discutién-dose el 23 de abril en la cámara de representantes un artículo delproyecto constitucional pendiente que daba al pueblo el derechode elegir a los gobernadores de las provincias fue presentada porel doctor Núñez una modificación consistente en que ese dere-cho se ejerciera por el pueblo votando “por dos ciudadanos paragobernador de la provincia; reservándose el poder ejecutivo lafacultad de hacer el nombramiento, entre los seis ciudadanos quehubieran obtenido mayor número de sufragios. En favor de la mo-dificación hablaron los representantes Páez, Mateus, Consuegra,Núñez Rafael, el proponente, y Macaya, y en contra los represen-

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tantes Tavera, Núñez Agustín, Ponce, Arosemena, Reyes, Salgar,Solano Cenón, Morales Alejo, Pradilla y Martín. Este en el calorde la discusión dijo, entre otras cosas, que la modificación quese había propuesto era una burla al sistema centro federal que setrataba de establecer, a lo cual el doctor Núñez, dirigiéndose aMartín, exclamó:

“Me conformo con que el orador recoja sus palabras si notiene valor para sostenerlas”.

“Si el representante Núñez —dijo Martín— quiere saber sisostengo lo que digo en al cámara puede saberlo fuera de ella´´

El representante Ponce pidió que Martín fuera llamado al or-den, pero el presidente Arosemena declaró que si bien Martín ha-bía faltado al respecto a la cámara ello no constituía falta grave.

Consuegra apeló de la resolución del presidente ante la cáma-ra, pero ésta la confirmó. Cerrado el debate de la modificacióndel artículo se procedió a la votación que resultó empatada laprimera vez. En la segunda y la tercera al hacerse el escrutiniohubo bolas de más lo que significaba, desde luego, que la irregu-laridad no era casual sino intencionada. El doctor Arosemena dis-puso que las bolas fueran insaculadas desde cierta altura y hechoesto fue aprobada la modificación por 33 votos.

El incidente Núñez-Martín no terminó en el cambio de pala-bras que acaba de leerse. Considerándose ofendido el último, de-safió al otro y se concertó un duelo a pistola que debía verificar-se en las afueras de Bogotá en la tarde del 26 de abril. Actuaroncomo padrinos el doctor Arosemena, por parte del doctor Mar-tín, y el señor José Carazo por parte del doctor Núñez.

Designado por la suerte el doctor Arosemena para dirigir elcruce de los tiros dio la voz de uno para que fueran montadas laspistolas; de dos para apuntar y de tres para disparar; pero sucedióalgo inesperado ; el arma del doctor Núñez no dio fuego y comosaliera ileso Martín éste instó a que Núñez disparara de nuevoalegando para ello que de otra manera no habría corrido la mismacontingencia que él. Núñez, con el consentimiento de los padri-

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nos, rehusó volver a disparar, agregando que no había aceptado ellance para hacer daño al doctor Martín, sino para probarle cuáleseran sus sentimientos en asuntos de la naturaleza de los que seestaban ventilando y que, por lo mismo, consideraba oportuno elmomento de explicarle que sus palabras en la cámara no habíantenido por objeto atribuirle cobardía puesto que de su valor siem-pre había tenido la mejor idea.

Con estas explicaciones los dos adversarios se reconciliaronen el mismo momento y se evitó un desenlace desagradable deaquel incidente que habría sido de resultados fatales para el paísen razón de la importancia de ambos personajes.

El doctor Arosemena, por su parte, fervoroso partidario deque la elección de gobernadores se hiciera directamente por elpueblo, creyó de su deber como representante elegido por el votodel pueblo, explicar su conducta en el asunto debatido, con unamanifestación que fue firmada por colegas suyos y que circulóen hoja volante en esos mismos días en la ciudad de Bogotá.

Apenas terminadas las sesiones del congreso el doctorArosemena, siguiendo su costumbre de alternar entre las gravesocupaciones del legislador y las paternales del hogar, regresó otravez a los Estados Unidos,

El 4 de febrero de 1854 el doctor Arosemena se hallaba denuevo en Bogotá para asistir al congreso, esta vez investido delcarácter de senador por la provincia de Panamá que de tal manerahabía reconocido sus merecimientos adquiridos en buena lid de-fendiendo en primera línea sus derechos e interesándose por sufelicidad y su progreso.

Era Bogotá en esos días un hervidero de pasiones políticas ytodo presagiaba en el cielo de la Nueva Granada que una tempes-tad, más o menos lejana estaba al desatarse sobre ella. La consti-tución del año anterior que el general Obando había consideradocomo un reto lanzado a él y a sus amigos, los antiguos liberales,por los gólgotas, cavó un abismo entre éstos y aquél hasta el ex-tremo si fueran dos bandos enemigos. Los ministeriales vinieron

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así a quedar convertidos en un partido reaccionario a los ojos delos radicales, si bien la mayor causa del descontento que aque-llos tenían estribaba en el cercenamiento de las facultades delejecutivo hecha por la referida constitución. Los radicales, porsu parte, animados con la mayoría que creían haber obtenido enlas elecciones y seguros del apoyo más o menos sincero de losconservadores en el senado se aprestaban a continuar en sus em-peños reformadores cuando un momento de lucidez los hizo re-conciliarse en una unión, por desgracia, transitoria, que tenía porobjeto enfrentarse a los conservadores del congreso cuya estu-diaba y mañosa actitud se había convertido ya en objeto de pre-ocupación para unos y otros. En la reunión que para el efecto secelebró en Bogotá el 31 de enero se acordaron las candidaturaspara los cargos de dignatarios del senado y de la cámara de repre-sentantes. Para la presidencia y vicepresidencia de aquél se con-vino en votar por el general José Hilario López y el doctorArosemena. Llegado el momento de la votación el 1º de febrerolos candidatos liberales del senado fueron derrotados, y elegidosen vez de ellos los señores Julio Arboleda y Pastor Ospina. Estaderrota se explicó en los primeros momentos por la ausencia delos senadores Monroy y Flores que no habían llegado a Bogotátodavía el día de la elección, pero, en realidad, la mayoría delsenado era conservadora, como se comprobó al hacer las elec-ciones de nuevos dignatarios para el segundo período de las se-siones ordinarias.

Aunque la situación de los liberales en la cámara de represen-tantes era muy diferente, la derrota que sufrieron en el senadoenfrió un poco los ánimos de los radicales, y, como consecuen-cia, las primeras sesiones del congreso carecieron del interésque se esperaba. Más bien prevaleció, y ello constituyó la notapredominante, cierto espíritu de indiferencia. Sin embargo, eldoctor Arosemena que, sancionada la constitución del 53, era,acaso, el más fervoroso partidario de las reformas que preconi-zaba su partido reaccionó muy pronto y sin perder tiempo pre-

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sentó al senado los proyectos de códigos de minas, de enjuicia-miento civil y el de organización judicial que, aprobados, debíanregir en toda la nación. Quería el doctor Arosemena con estepaso proseguir la labor que ya había emprendido en la cámara derepresentantes de dotar a la república, sin remuneración alguna,que no le habría sido difícil conseguir, el fruto de un trabajo con-siderable suyo, así por su importancia material como por su al-cance progresista. Estos proyectos fueron aprobados en primerdebate, sufrieron el segundo y habrían sido discutidos en el ter-cero sin la malhada revolución del 17 de abril. Sin embargo, lasituación política empeoraba de tal manera que por su causa laslabores de la cámara de representantes se hacían cada vez másestériles. El proyecto de código penal que se discutía en dichacámara fue aplazado indefinidamente, de manera que, de un modou otro, los tenaces esfuerzos que el doctor Arosemena hizo du-rante dos años para dar al país un cuerpo de legislación positivaque lo independizara del influjo de la colonia, en que todavía ya-cía, iban a fracasar en su mayor parte por razón de la disimuladaoposición en la cámara de representantes que hacían los diputa-dos obandistas.

No se limitó el doctor Arosemena a luchar por la aprobaciónde los códigos nacionales que habían preparado. Ilustró tambiéncon sus opiniones, expresadas en razonados discursos, los deba-tes más interesantes por que pasaban proyectos tales como el dederechos adquiridos en desagües y pantanos que preparó por co-misión del senado el señor Pedro Fernández Madrid y ocupó gran-demente la atención de dicha cámara. El de naturalización de ex-tranjeros, procedentes de la cámara de representantes, que diolugar a un gran debate en ambas cámaras reunidas; el de ley fun-damental de fuerza pública, presentando por el mismo doctorArosemena (1º de marzo), constante de 10 artículos, que ocasio-nó un duelo oratorio entre él y conspicuos senadores como Ar-boleda y Mallarino; y el de confederación colombiana, inspiradotambién por el doctor Arosemena, pero que fracasó a los rudos

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embates de Fernández Madrid, Arboleda y otros senadores quelo juzgaban demasiado pretensioso y raro por tratar de que Vene-zuela y el Ecuador adoptasen el sistema de gobierno federal queya se había abierto mucho camino en la Nueva Granada; el queproveía la manera de pagar a la provincia de Panamá una deudaque con ella tenía contraída la nación y el que cedía unas ruinasnacionales a favor de la instrucción pública del Istmo. Todos es-tos proyectos eran, más o menos, convenientes para la repúblicao para la circunscripción territorial que representaba el doctorArosemena. Los dos últimos, particularmente, tuvieron un grandefensor en él y al fin fueron sancionados por el poder ejecutivo.

Otro asunto en que el doctor Arosemena tomó gran empeño,unido a los senadores Ricardo Vanegas, Vicente Cárdenas, PastorOspina, José Joaquín Castro y Manuel María Mallarino, fue el deconseguir que el congreso dictase una ley en virtud de la cual seconvocara una asamblea nacional constituyente, con el propósito,una vez más, de llevar a cabo nuevas reformas constitucionales deíndole eminentemente liberales que asegurasen la perpetuidad dela república. Este proyecto no prosperó porque ya los ánimos esta-ban muy exaltados y nadie habría querido contribuir a aumentar elmalestar que por doquiera se observaba y de que es prueba eviden-te la resolución que adoptó el senado a propuesta de Julio Arbole-da el 31 de marzo:

“Dígase al poder ejecutivo que, en concepto del senado, losrumores de un motín en esta capital no carecen de fundamento yque, en consecuencia, se le excita a tomar las providencias de suresorte para impedirlo. Dígase, además que en caso de que el mo-tín se efectúe, las cámaras legislativas tienen la suficiente confian-za en el celo y lealtad de los gobernadores de las provincias de larepública para esperar que los amotinados serán inmediatamentecastigados por el pueblo. Dígase además, que el senado espera dela confianza que tiene el presidente en el gobernador y pueblo deBogotá, oficialmente declarada por el órgano de su secretario dehacienda, que el ejecutivo hará entregar, hoy mismo, mil fusiles o

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carabinas útiles al dicho gobernador de Bogotá, para que pueda aten-der a las necesidades del orden público´´.

Sin embargo, el proyecto de acto reformatorio de la constitu-ción en virtud del cual debía ser creado el estado federal de Panamálogró se agitado en el congreso de 1854. Como se recordará, esteproyecto había quedado pendiente en el senado de 1852 y no se dis-cutió en 1853, debido a que toda la atención del congreso de ese añose concretó a la discusión, principalmente, de la constitución del53. Habiendo sido sancionada al fin esta constitución, pero no sien-do enteramente satisfactoria, en concepto del doctor Arosemena,para las necesidades del Istmo, a pesar de haber sido tan lejos enpunto de descentralización política y administrativa, consiguió queel senado nombrase una comisión para el estudio de los informesrendidos por las cámaras provinciales de Azuero, Chiriquí y Veraguas(El personal de las cámaras provinciales era ya otro y ahora los in-formes, favorables). La carencia de diario de debates nos priva dedar a conocer las razones que puso en juego el doctor Arosemenapara atraer de nuevo la atención del senado hacia su proyecto, pero afalta de ellas constan las que elocuentemente expresó en un artículoque publicó El Pasatiempo, número 450, poco antes de que el sena-do resolviera nombrar la comisión de que se ha hecho mérito. Dichoartículo complementa por sus ideas la exposición con que el pro-yecto de Estado soberano fue presentado a la cámara de represen-tantes en 1852 y la réplica que dirigió a La Discusión en esos mis-mos días cuando este periódico objetó la idea del Estado federal.

Triunfó la fuerza de sus argumentaciones que, además, teníanun poderoso apoyo en las ideas federalistas dominantes en lamente de los gólgotas más conspicuos. Las que con la constitu-ción del 53 habían abierto honda brecha al viejo edificio centra-lista levantado, diez años antes. El doctor Arosemena logró, pues,que el senado aprobara el proyecto que ya estaba para ser enviadoa la cámara de representantes a fin de que ésta considerase lasmodificaciones que había sufrido cuando ocurrió el golpe de 17de abril cuyas consecuencias son de todos conocidas.

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A partir de este día infausto para la Nueva Granada, el congre-so de disolvió de hecho y “sus miembros buscaron en la fuga laseguridad para sus personas y medio de empezar la grande obrade restauración de las leyes´´.

El doctor Arosemena después de mil peripecias sufridas jun-to con otros senadores y representantes se encontró en Honda afines de mayo y luego de haber coadyuvado en unión de ManuelMurillo, Antonio María Pradilla, Santiago de la Guardia y otros alos patrióticos esfuerzos del coronel Mateo Viana en la tarea deorganizar las defensas de las instituciones holladas por Melo. Enlos primeros días todos creyeron que la revolución formada poreste general sería prestamente rebelada y por esto muchos sena-dores esperaban en dicha ciudad la convocatoria del congresopara continuar sus deliberaciones, pero los desastres de Zipaquiráy Tíquiza del 20 al 21 de mayo alejaron toda esperanza de re-unión del congreso por entonces, los senadores y representantesunos tomaron parte activa en la defensa de las instituciones, yacomo militares y otros como empleados civiles de la reacción.El doctor Arosemena, poco o nada aficionado a las faenas de lasarmas, a pesar de su aprobado valor personal, emprendió viaje alIstmo, decepcionado ante el espectáculo desconsolador de laguerra, con ánimo de no volver otra vez a la vida pública, segúnsus propias palabras. A fines de julio de 1854 llegó a la ciudad dePanamá y apenas se repuso del viaje, hombre incapaz de vegetaren el ocio, abrió accidentalmente su bufete de abogado. La nom-bradía y fama de que gozaba en todos los conceptos le atrajeronen breve numerosa clientela a la que se esmeraba en servir concelo y honradez notables: y fue así como se encontró al frente deun pleito ruidoso (el promovido por los compradores de las ha-ciendas de Ramón Guardia en la provincia de Azuero, contra undecreto de confiscación de los bienes de aquéllos, dictado por elgobernador Pedro José Velásquez, a instancias de Pedro Goitía)en los anales del Istmo, en el cual salió triunfante de su adversa-rio mercer al templado espíritu de justicia que informaban las

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representaciones que se vió obligado a hacer a las autoridadesque conocieron del negocio que se ventilaba.

Poco después de su llegada al Istmo fue llamado por el gober-nador de la provincia de Panamá (junio 21) en nombre del poderejecutivo para que concurriera a ocupar su asiento de senador en elcongreso que iba a reunirse en Bogotá o en Ibagué para continuarsus interrumpidas sesiones. Pero el doctor Arosemena, debe de-cirse con franqueza, no estuvo en esta ocasión a la altura del hom-bre que él era, pues en vez de acudir al llamamiento que se le hacía,como se lo ordenaba el deber, se excusó alegando razones más omenos especiosas como la de haber padecido quebranto en su sa-lud y tener que atender a la subsistencia de sus hijos que se educa-ban en país extranjero. Pudiera ser que cuando así se expresaba aúnestuviera poseído por el desencanto que le había producido el es-candaloso golpe de su cuartel del 17 de abril y que realmente estu-viese decidido a abandonar la vida pública; pero aun en este su-puesto no es posible admitir que tales momentos escogiera un hom-bre investido de la alta dignidad de senador de la república parallevar a cabo resoluciones que no podían ser interpretadas, dadaslas circunstancias, sino como muestra de indiferencia por la suer-te de la nación. Esta actitud del doctor Arosemena dio naturalmen-te mucho que decir en el Istmo y don Bartolomé Calvo, redactorentonces de La Estrella de Panamá, no pudo menos que observarla conducta incorrecta del doctor Arosemena y del señor José dela Rosa Fábrega —quien también se excusó— diciendo con razón,que el mandato popular no debía aceptarse solamente para las épo-cas de bonanza, sino también para las difíciles que eran piedras detoque de los hombres públicos.

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Capítulo XVEl Estado Federal de Panamá

(1855)

Clima político en la Nueva Granada después de vencida la rebelión deMelo.– Leyes aprobadas por el congreso de 1855.– Semblanza del doctorArosemena.– Juicio al general José María Obando.– Concepto de éstesobre la constitución de 1853.– Destitución del presidente Obando.– Crea-ción del Estado Federal de Panamá.– Juicio del folleto del doctor Arosemenasobre la materia.– Efectos de la creación del Estado Federal.

ebelada completamente la rebelión de Melo e inspira-dos los hombres dirigentes de los tres bandos políticos,el antiguo liberal, el radical o gólgota y el conservador

en el propósito saludable y patriótico de restaurar el prestigio dela constitución ultrajada por la audacia de un oscuro militar, elpaís pudo entrar de lleno en una época de concordia, de mutuatolerancia de los partidos y de apaciguamiento de sus antiguosodios. Dictóse un indulto sumamente generoso a favor de mu-chos gravemente comprometidos en los últimos sucesos y queademás habían cometidos graves delitos contra la ley común. Elcongreso, reunido en sesiones ordinarias desde el 1° de febrero,rivalizó con el poder ejecutivo en el empeño de hacer patria,convencido los miembros de una y otra entidad de que tal era lasuprema necesidad del momento. Esta especie de máximo con-cierto espiritual de los granadinos en aquellos días era tan since-ro que no lograron perturbarlo ni el predominio inesperado de unpartido que había figurado en calidad de vencido entes del 17 deabril ni conatos de resistencia alguna de parte de los gólgotas

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que, acaso, por sus constantes esfuerzos en pro de las institucio-nes libres habrían deseado para ellos ese predominio. Todo estofue debido considerablemente a la moderación y al tacto desple-gados por el vicepresidente señor Obaldía en el corto lapso de suadministración y por el doctor Manuel María Mallarino, que, ele-gido para el mismo cargo, en plena revolución se posesionó el 1°de abril de 1855 e inauguró su gobierno con prácticas tolerantes.Puede decirse también que contribuyó en mucha parte a tal cor-dial avenimiento, propicio a ese cambio de ideas que el agrioespíritu de un censor apasionado llamó masticería, el hecho deque el partido mismo que usufructuaba el poder, lejos de reac-cionar hacia sus antiguas y queridas tradiciones se mostró, por elcontrario, conciliador, convencido de que era menester darle al-guna tregua a toda peligrosa agitación y transigir en algo con ideasque parecían incontenibles.

El avenimiento que esto significaba no podía ir, sin embargo,tan lejos que quedasen sin sanción adecuada los principales res-ponsables del vergonzoso ultraje que se había inferido al ordenconstitucional. Melo fue desterrado del país y el general Obandodestituído del cargo de presidente de la república en virtud desentencia del senado, como se verá más adelante. El congreso de1855 consagró su atención al estudio de muchas leyes importan-tes encaminadas a facilitar el desarrollo del país así en lo econó-mico y administrativo como en materia política, principalmentede libertades individuales. Discutióse un proyecto de reformasjudiciales, obra del doctor Arosemena, que, después de los deba-tes reglamentarios, fue adoptado como ley de la república; seagitó tardíamente la cuestión de la pena de muerte, alrededor dela cual se levantó una polvareda y trajo como consecuencia larenuncia del doctor Cerbeleón Pinzón, secretario de relacionesexteriores. El doctor Arosemena abolicionista por principio, des-de su juventud, favoreció con su voto la ley que suprimía la penacapital, si bien es cierto que nada ganaron sus partidarios con talpaso ese año porque el vicepresidente la objetó con razones que

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parecieron decisivas. El mismo doctor Arosemena sometió alcongreso varios interesantísimos proyectos de ley de los cualesunos alcanzaron a pasar ese mismo año y otros quedaron pen-dientes para 1856. Citaremos, entre los más notables, uno sobreley orgánica de la deuda nacional interior que reglamentaba há-bilmente este servicio; otro sobre crédito nacional y el de fede-ración colombiana. Los dos primeros y alguno otro acerca delmodo de hacer los gastos nacinales tuvieron su origen en la co-misión de cuentas del senado de la que formaba parte el doctorArosemena; el último respondía a la idea que ya acariciaba desde1853 de contribuir a la restauración de la gran Colombia, aunqueen su forma sólo se refería a la organización del territorio de laNueva Granada, supuesta la base desde una asociación políticafederativa. Sufrió tres debates en el senado, pero no fue conside-rado en la cámara de representantes .

Las actas de las sesiones del congreso de 1855 dan la nítida im-presión de que el doctor Arosemena continuaba siendo un trabaja-dor infatigable que entregaba generosamente, sin reservas, para sutierra natal y para toda la república todo el concurso de su inteligen-cia y su saber. Sus propios proyectos se proponían siempre grandesobjetivos inspirados en el bienestar de la provincia que representabao en el de la nación de que era eminente ciudadano; y los ajenos, esdecir, los que otros senadores presentaban no llegaban a convertirseen leyes sin la modificación de tal artículo o la adición a tal otro enlas que siempre quedaba el sello de su talento previsor y de su sabi-duría. Frecuentemente engañado, como no podía menos de ser, porel seductor miraje de las utopías, a las que no poco tributo pagó en sularga carrera de legislador, le adornaban relevantes dotes que el áticoingenio bogotano supo poner de relieve en una silueta, admirablemodelo de análisis psicológico, inspirada precisamente en su actua-ción parlamentaria en el congreso de 1855.

“Se distinguía notablemente el doctor Arosemena entre losradicales del senado. Calmado y reflexivo en su lenguaje y en susactos, profundo en sus reflexiones, instruído y estudioso; tenaz

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como un deseo, frío como una idea; inteligente y moderado siem-pre; muy impresionable, pero sabiendo dominarse con admirableaplomo; laborioso en sus trabajos, lento en sus palabras, adelan-tado en sus miras; jamás brillante, pero siempre sólido; sutil ensus razonamientos, perspicaz en sus juicios, Arosemena es unode esos hombres que jamás ocupan una posición falsa, que tienensu fuerza en la cabeza, que nunca arrebatan, pero que convencensiempre, que no inspiran entusiasmo por falta de calor en la san-gre, en la palabra y en el gesto, pero que jamás se hacen odiosos,porque saben producir el sonido sin herir la tecla que lo da”.

No fueron únicamente los debates a los proyectos de que he-mos hecho mérito los que le ofrecieron la ocasión de lucirse enel congreso de 1855. Dos hechos de diverso carácter, pero muyimportantes, por lo demás, ocurrieron entonces que le brindaronuna magnífica y nueva oportunidad. Fue el primero de ellos eljuzgamiento de Obando. En la sesión del 7 de febrero fue elegidauna comisión de tres miembros para que conocieran del juiciode responsabilidad que el senado iba a seguir a dicho general y asus secretarios por los hechos del 17 de abril y los que despuéssiguieron. Los doctores Vicentes Cárdenas, José María BlancoMalo y Justo Arosemena formaron esa comisión, que no pudoquedar en manos más hábiles ni asesorada por hombres de crite-rio más recto. Arosemena y Cárdenas, principalmente, tenían ad-quirida ya una sólida reputación de hombres ecuánimes ydesapasionados y por eso la elección del congreso fue elocuentemanifestación de la seriedad e imparcialidad con que quería abor-dar aquel grave asunto. El exceso de trabajo que esta comisiónimpuso al doctor Arosemena dio motivo a que el congreso leexcusara por algún tiempo de asistir a las sesiones ordinarias delmismo, pero, en cambio, junto con sus colegas se dedicó a lasmás arduas y tediosas tareas como fueron las de practicar innu-merables indagatorias, compulsar centenares de documentos yvencer toda clase de inconvenientes para perfeccionar la célebrecausa de responsabilidad que se seguía al General Obando. El tér-

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mino de 18 días fijados por el senado para la verificación de laspruebas fue, sin embargo, insuficiente a pesar de que la comisióntrabajó durante ese tiempo ocho horas diarias y de que las partesno perdieron minuto para contribuir a la aceleración del juicio. Elsenado tuvo que prorrogar el término primeramente señalado envirtud de continuas representaciones de los miembros de la comi-sión y del acusador nombrado por la cámara de representantes,doctor Salvador Camacho Roldán, quien, en guarda de su celo, lle-gó hasta presentar renuncia de su cargo, la cual no le fue aceptada.

A pesar del interés que la comisión tomó en facilitar al pre-sidente enjuiciado toda clase de facilidades para que la defensafuera eficaz y ajustada a estrictas reglas de derecho no faltaronquejas y maliciosa imputaciones a los senadores que formabandicha comisión, significativas unas de que ésta no había sabidocumplir con su deber. Tal carácter fue el de un memorial que eldefensor del presidente, doctor Andrés Aguilar, elevó al sena-do con fecha 22 de marzo y que pasado luego al estudio de lacomisión instructora por el presidente del senado, señor JulioArboleda, mereció un razonado informe redactado por el doc-tor Arosemena que aprobó dicha corporación el mismo día enque fue presentado.

La celebración de juicio duró del 14 de marzo al 4 de abril yen él tomó parte el doctor Arosemena interrogando hábilmente alos acusados y ayudando al senado a que se formara la certezasobre la que debía basar su sentencia. En uno de estosinterrogatorios, en la sesión del 17 de marzo, provocó el doctorArosemena una expresión bastante gráfica del concepto que elgeneral Obando tenía de la constitución del 53, de la que se hadicho fue el verdadero autor intelectual de la revolución del 54.

Decía el doctor Arosemena, dirigiéndose a Obando: “Creo quecomprendí al ciudadano presidente de la república, cuando en lasesión del día de ayer comparó el gobierno de la nación con unapirámide sentada sobre su base, mientras regía la constitucióndel 43, y con la misma pirámide invertida y bamboleando sobre

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su cúspide desde que se dio la actual constitución de la NuevaGranada; creo, digo, haberle comprendido que quería indicar porfigura de retóica, que la constitución dejaba al encargado del eje-cutivo sin medios de gobierno.”

A lo cual contestó Obando:“Con la constitución de 21 de mayo se puede gobernar no dán-

dose mayor sino reglamentando cosas que faltan, y las cámaraslegislativas lo han reconocido. Por la constitución de 1843 el go-bierno iba de arriba para abajo, es decir, que el gobierno gobernabay las leyes emanadas de esa constitución eran a propósito para go-bernar de esa manera; por la del 21 de mayo el gobierno viene deabajo para arriba, es decir, del pueblo para el gobierno; y siendoesto lo que se llama gobierno propio, faltan leyes secundarias paraperfeccionar el sistema. Unas eran antes los elementos del go-bierno; desaparecidos éstos es necesario que la organización seaclara y completa para que la administración de la república noescolle en los exóticos medios de gobierno que han quedado; seráimperfección de la organización actual, pero es la verdad”.

Cuando un hombre de la calidad política del general Obando sehalla en la situación en que éste se hallaba, frente a un gran juradoque iba a juzgarle, su espíritu es presa generalmente de un granrecogimiento y cuanto de sus labios procede es sincero. ¿Por quéObando a quien la historia ha declarado enemigo de las institucio-nes del 53 y del movimiento reformador que a ellas precedieron yluego le siguieron no aprovechó los momentos que tenía a su dis-posición para producirse en forma adecuada a sus sentimientoshostiles a la tal constitución, sino que se limitó a expresar un puntode vista que todavía es el más exacto desde el cual puede juzgarsedicha constitución? Por qué si el general Obando reconoció quefaltaban leyes secundarias que perfeccionaran el sistema del esta-tuto del 53 –muchas de las cuales eran las que se contemplaban enlas reformas en el congreso de 1854 y aun en el propio de 1855—se había mostrado antes tan adverso a dichas reformas hasta el ex-tremo de dar pábulo a conatos revolucionarios.

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La observación quizá no tiene mucha importancia y no nosempeñaremos en derivar de ella deducciones que puedan pare-cer aventuradas, pero la historia tiene que cavilar algo todavíaantes de establecer definitivamente la actitud afectiva y mentaldel general Obando en el escándalo nacional del año 54 en queél y un sargento irresponsable aparecieron gravemente com-prometidos.

En la fecha anteriormente indicada, es decir, el 4 de abril, elsenado de la Nueva Granada, bajo la presidencia del doctorArosemena dictó sentencia condenatoria en la causa contra elgeneral Obando y declaró absuelto del cargo por que se les so-metió a juicio a los ex-secretarios de estado, doctor Antonio delReal y el general Valerio F. Barriga.

El proyecto de sentencia original fue redactado por el mismopresidente del senado, doctor Arosemena. En él se declaraba culpa-ble también a los mencionados ex-secretarios, pero en las discusio-nes fue reformado en contra del parecer del doctor Arosemena.

La intervención que el doctor Arosemena tuvo en este céle-bre juicio de responsabilidad fue honrosa para él porque ya comomiembro de la comisión instructora o de un partido político ad-versario del general Obando o como presidente del senado, semantuvo en la región serena de la justicia y de la más estrictaimparcialidad. La pasión no torció sus juicios, ni el afecto ablan-dó su corazón. Creyó culpable a su antiguo amigo el doctor An-tonio del Real y su mano no dejó de hacerlo constar así cuandosometió a la consideración del senado que presidía el proyectode sentencia con que había de terminar aquella ruidosa causa. Hayindudablemente en esta conducta del doctor Arosemena un belloy levantado ejemplo que ofrecer a los que ofician de juzgadoresinspirados no en la ley y la justicia objetiva sino en particulares ya veces bastardos intereses.

La figura moral del doctor Arosemena en aquellos días fuedigna de una época en que había tanto valor cívico en los congre-sos que un presidente podía ser acusado y depuesto.

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Entre los grandes hechos que ocurrieron en el congreso de1855, ninguno, sin embargo, más trascendental para la vida polí-tica de la Nueva Granada y en particular del Istmo, que la expedi-ción, al fin, del acto adicional y reformatorio de la constitución,por el cual se erigió el Estado Federal de Panamá. El doctorArosemena veía así satisfechas sus aspiraciones al cabo de cua-tro años de lucha y de experimentar no pocas contrariedades yaen los congresos y fuera de ellos, ya en la prensa de la capital, yaen la del Istmo mismo que parecía la más irreductible.

En el capítulo anterior quedamos en el punto en que aprobadoen el senado el acto adicional por el cual se creaba el estado fe-deral iba a ser pasado a la cámara de representantes cuando esta-lló la revolución del 54. Quiso todavía, según nos lo dice el mis-mo doctor Arosemena, el congreso de Ibagué en plena guerracontinuar la discusión del asunto, “pero ni los espíritus se halla-ban dispuestos a ocuparse en asuntos que no tendiesen inmedia-tamente a la destrucción del poder intruso, ni había probablementeen la cámara de representantes todo el cúmulo de informes nece-sarios para desvanecer algunas dudas que despertaba el debate”.Con todo, el proyecto había sufrido ya tales modificaciones en-tonces que el doctor Arosemena se vió obligado a hacer un últi-mo y supremo esfuerzo para desvanecer las objeciones que talesmodificaciones envolvían. Ése fue el origen de su famoso folle-to titulado El Estado Federal de Panamá, cuyas ideas en su par-te esencial, ya virtualmente contenidas en diversa piezas anterio-res eran presentadas ahora en forma más precisa y metódica, ycon el carácter de definitivas. Este folleto, verdaderamente nota-ble, fue algo así como un alegato de conclusión en una de lascausa más importantes ventiladas en el congreso de 1855.

No se puede pasar sobre tan interesante trabajo sin dedicarleatención que conviene a su importancia.

Por su valor literario El Estado Federal de Panamá es laobra más perfecta que hasta entonces había salido de las manosdel doctor Arosemena: acertada distribución de la materia, co-

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nocimiento profundo de la misma, discreción y habilidad en losargumentos presentados y un estilo puro, terso, que en vez develar contribuye a aumentar el esplendor de las ideas, son las cua-lidades más resaltantes ante los ojos del lector inteligente. Yasea que en viaje retrospectivo nos conduzca a las lejanías de lahistoria, como cuando estudia la organización política los anti-guos pueblos de Grecia y Roma, ya sea que en son de simple,pero esforzado abogado de los fueros istmeños en orden a la in-dependencia, que arrancan igualmente de la historia, como cuan-do defiende la tesis de que la voluntad del país de tener gobiernopropio debe ser acatada, siempre se advierte un lenguaje llano yespontáneo en el que asuntos de suyo tan áridos tórnanse por de-más atrayentes. El estudio, la reflexión, el convencimiento de larazón que le asistía y el amor sincero que profesaba a su terruñole dictaron, sin duda, páginas tan valiosas, las más vividas, las máscorrectas, las que afirmaban, en fin, su reputación de escritor,aunque es evidente que no era lograrla el objeto de sus desvelos.Por lo demás, cabe dudar de que en 1855 el autor de El EstadoFederal tuviera las mismas ideas acerca de las reglas del buendecir que sostenía en 1849 el autor de Los Apuntamientos. Sihemos de atenernos a los hechos, claro es que el doctorArosemena no podría llamar ya “honrados majaderos” a los que,como él, al expresar su pensamiento, se cuidaban no sólo de ador-narlo con las ágiles galas de la gracia, sino de presentarlos, ade-más, sujeto a la disciplina rigorista de los cánones del bien ha-blar. En resumen, El Estado Federal, literariamente, marca unaevolución considerable en la manera de producirse su autor, que,en nuestro concepto, es efecto no sólo de la mayor pericia de supluma o, tal vez, del flujo del medio de la intensidad de los afec-tos patrióticos que le dominaban, esto es, de causas puramentepsicológicas que imprimían en su verbo, habitualmente frío ydescuidado, un subido tono de académica elocuencia. No seríaempresa de patrióticos alcances la que tuviera por objeto popula-rizar en edición económica un opúsculo tan brillante cuyas pági-

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nas al propio tiempo que son enseñanzas para la juventud ofrecenun modelo literario en que la corrección de la forma y la discre-ción del pensamiento corren parejas.

La importancia mayor del opúsculo del doctor Arosemena noestriba solamente en su factura y significación literaria. Él plan-tea, estudia y resuelve uno de los problemas políticos que másinteresaron a los estadistas neogranadinos y que más han dadoque hacer a los historiadores que han tenido que volver sobre unpasado agitadísimo en el cual más huellas han dejado la pasión yel encono que las razones de filosofía política con que se preten-día impulsar o detener el desarrollo institucional de un país dig-no de mejor suerte. Desde este punto de vista El Estado Federales un documento de gran mérito histórico, todavía no bien apre-ciado por lo mismo que es poco conocido hasta de los que máscuidado han puesto en el estudio de las cuestiones que en dichofolleto se ventilan.

Del sistema de gobierno federal se ha dicho mucho; se le hacondenado en nombre del sistema opuesto, el centralismo en nom-bre del orden de la unidad nacional y también, en los últimos tiem-pos, en nombre de la ciencia social; pero cuanto se ha escrito alrespecto está saturado de la sal de la política partidarista. Por estamanera tendenciosa de considerar la cuestión al mismo doctorArosemena, tan explícito en sus afirmaciones, se le han imputadopensamientos que en realidad no pasaron nunca por su mente.

Procede, pues, en nombre de la justicia, inventariar sus ideas,ya conocidas al respecto, para valorar definitivamente las emiti-das en el folleto que estudiamos.

La primera vez que el doctor Arosemena habló de federalismofue en el discurso que pronunció en Lima el año de 1842 a pocode llegar a esa ciudad. Entonces dijo que el federalismo no serefiere precisamente a la forma de gobierno sino a la calidad delterritorio o de la población, y más que todo a las circunstanciasprecedentes a su establecimiento; que la historia demuestra quelas federaciones han consistido en la reunión de pueblos ante-

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riormente separados a los cuales alguna nueva circunstancia ensu vida política y cierta comunidad de intereses ligó; y dijo tam-bién que los políticos suramericanos, partidiarios del régimenfederal, habían despreciado esta consideración y pretendido di-vidir cuerpos sociales, homogéneos y compactos; que si bien lafederación fortalece a los pueblos antes independientes, debilitaa aquellos que habiendo estado juntos, se los separa por esta in-vención; que el sistema es un recurso de que se valen los países,que, acostumbrados a un régimen propio y teniendo ya formadoshábitos e intereses particulares, no se hallaban dispuestos a so-meterse a una existencia y a una marcha común. Reconocía, enfin, que la práctica del federalismo supone ilustración y buen sen-tido político para que exista el debido equilibrio entre las sobe-ranías federadas.

¿Había cambiado de pensamiento el doctor Arosemena, doceaños después, al pedir para el Istmo una organización política fe-deral con respecto a la Nueva Granada? Eran o no cónsonas consus ideas anteriores las en que se apoyaban en El Estado Federalde Panamá? Qué valor es preciso conceder a las opiniones deldoctor Arosemena, si se examinan a la luz de la ciencia social?

Con respecto a la primera cuestión es absolutamente eviden-te que el ilustre publicista, lejos de haber modificado su manerade pensar, se había afirmado en ella. Para él el Istmo necesitabaformar parte de una organización federal, tenr un gobierno pro-pio, porque su historia demostraba plenamente que, como enti-dad política, sus intereses eran otros y aun opuestos a los de laNueva Granada; su territorio había sido independiente de esta na-ción; no sólo bajo el dominio español, tanto al principio como alfin de la colonia, como bajo la república, a la disolución de lagran Colombia y cuando estuvo a punto de disolverse la NuevaGranada en 1840; el Istmo merecía su autonomía, pues su unión ala gran Colombia en 1821 fue un acto espontáneo suyo a que noestaba, desde luego, obligado; fue acto de reflexión y de cálculopor el cual no renunciaba a su soberanía sino que trascendía por

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el contrario, al modo de robustecerla; el Istmo quería gobiernopropio porque las condiciones implícitas de su acta de inde-pendencia en lo que se refería a su unión con Colombia no ha-bían sido realizadas. Y no sólo por razones de política históricapedía el doctor Arosemena para su patria chica la constituciónde un estado federal sino también por lo que reclamaba la cali-dad del territorio ya que la naturaleza misma estaba diciendoque allende el Atrato comienza otro país, otro pueblo, otra en-tidad y la política no debe contrariar sus poderosas einescrutables manifestaciones.

Todo esto es exactamente lo mismo que el doctor Arosemenahabía proclamado en 1842 y la consonancia entre las ideas, porlo tanto, emitidas entonces y las de ahora es tan perfecta que esinútil gastar esfuerzos en demostrarla. No es de extrañar que eldoctor Arosemena no apelase a su famosa teoría de la federaciónartificial que consideraba viable para pueblos como el Perú, quehabían llegado a cierto grado de madurez y entre cuyas seccioneshabían notables diferencias porque el caso del Istmo era para exigirla federación natural, digamos así, la que tenía su génesis en lahistoria, en las peculiaridades del territorio y en las necesidadesque surgen de la combinación de uno y otro elemento. Que, porlo menos, la falta de ilustración y de buen sentido político podíandar en tierra con los argumentos en pro de la causa defendida eraentonces una consideración tan especiosa que podía resolverseen contra de la existencia misma de la Nueva Granada, además deque la falta de personal preparado para ejercer las funciones delgobierno en las provincias era debida, según lo decía el mismodoctor Arosemena, al efecto de la atracción que la capital ejercíasobre los hombres más notables que sólo en Bogotá encontrabanambiente y campo propicio a sus aspiraciones.

No se trata, con todo, de averiguar solamente si las opinionessustentadas por el doctor Arosemena en El Estado Federal dePanamá eran o no conformes con las que ya había exteriorizadoen la capital peruana. Hay algo más importante que debe ser in-

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quirido en relación con este opúsculo y es su contenido ideoló-gico frente a la ciencia política. ¿No era una utopía como otrastantas suyas la que perseguía el doctor Arosemena? ¿No era unaanomalía eso de establecer una organización sui géneris para unasola parte de la república? Tal se dijo del proyecto cuando sediscutía en el congreso del 55 y tal es lo mismo que han conti-nuado diciendo los comentadores de las constituciones colom-bianas que no han podido sustraerse al ambiente político que pre-valece en el vecino país desde el año de 1885 para acá; pero eldoctor Arosemena contestó a estas objeciones en los términosmás satisfactorios. Los que piden simetría en las instituciones,en los gobiernos, se olvidan de que la naturaleza no es simétricaen sus obras. La situación geográfica del Istmo, sus necesidadesfísicas y morales eran muy otras que las del resto de la NuevaGranada; eran verdaderamente excepcionales con respecto a lasde este país y de aquí la justificación del régimen federal quepara el Istmo se pedía. No estaba muy en boga entonces en laNueva Granada el método de investigación que manda tener encuenta, ante todo, cuando se trata de dar constituciones a los pue-blos, las peculiares de éstos y, sin embargo, nuestro autor se ex-presa con tanto rigor y precisión en sus reflexiones como pudie-ran hacerlo hoy los más sabios sociólogos. El doctor Arosemenano soñaba, no estaba enamorado de principios exóticos, ni queríatrasplantar a esta región de América instituciones que sólo pu-diesen convenir a otras nacionalidades. No hay una sola alusiónen todo El Estado Federal al régimen norteamericano, ni el másleve indicio de que tal fuese la fuente de donde tomaba sus inspi-raciones políticas. La historia, la realidad de los hechos físicos ymorales, la suprema necesidad de la vida colectiva eran, por elcontrario, las que le dictaban sus afirmaciones llenes de patrióti-ca unción. El pensador que buscó en su adolescencia un métodode investigación positiva, experimental, que pudiera convenirigualmente a las ciencias políticas y a las morales y que acabasecon toda distinción entre éstas y las ciencias de la naturaleza no

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nos defrauda cuando, a su vez, tiene que hacer de legislador de supatria, cuando quiere que ella repose sobre las basesinconmovibles de la verdad y la justicia.

Lo que precede no es la apología del federalismo desenfrena-do que prevaleció en la confederación granadina desde 1858 y enlos Estados unidos de Colombia del 63 en adelante, sino la apre-ciación de las ideas federalistas del doctor Arosemena expuestasen el folleto que nos ocupa. Es verdad que por la fuerza de ellasel Istmo fue erigido en Estado Federal y es verdad también que laerección de este Estado fue el primer paso en el implantamientodel régimen en el resto del país, pero en el fondo nada tiene quever esto con las desvirtuaciones y exageraciones que dichas ideassufrieron a causa de ser impuestas no porque así lo exigieran ra-zones de peso, como las alegadas en el caso del Istmo, sino porel deseo, a todas luces, innegable, de innovar en una materia enque más puede la espontaneidad y el curso natural de las cosasque la inteligencia y la voluntad de los hombres.

Por lo demás, mirando la cuestión no a la luz de las conve-niencias de partido, y ni siquiera como una tesis abstracta de lamente, los orígenes del federalismo en América, su razón de sery el culto que le han rendido siempre hombres eminentísimos detodas las parcialidades políticas, son cosas ya estudiadas y re-sueltas en otros países de índole muy semejante a los nuestros.Los argentinos Francisco Ramos Mejía, Alberdi, en algún senti-do, Nicolás Matienzo, Carlo Octavio Bunge y otros han dilucida-do esta cuestión del federalismo en su patria con criterio cientí-fico, sereno y desapasionado y han llegado a la conclusión de quetal forma de gobierno tiene sus orígenes en el particularismo in-dividualista que siempre distinguió al pueblo español, que preva-leció en sus mejores días y ha prevalecido siempre como norteseguro en sus ansias de renovación y progreso sociales. La idea,dice Ramos Mejía, refiriéndose a los primeros federalistas desus país, estaba en la sangre, no era copia servil del sistema fede-ral de los Estados Unidos. Lo que tal parecía no era más que el

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detalle de las disposiciones, el mecanismo funcional y de talmanera es esto cierto agrega en alguna parte el mismo autor, quede no haber tenido a la mano el modelo americano estas naciona-lidades, la Argentina, por ejemplo, lo habrían buscado en cual-quiera otra parte. Tratábase para el sabio sociólogo no de una crea-ción artificial, que el empecinamiento de los políticos quisieraimponerle al país, sino de una tendencia, de un resultado, de nues-tro desarrollo histórico, de una mera evolución de nuestro pro-pio organismo político. Los que han considerado inconvenienteel federalismo como sistema de gobierno para Colombia han ol-vidado o desconocido estas verdades y nada más tienen presenteel hecho de fuerza de medio siglo de una paz que sólo ha servidopara bajar a un mismo nivel a todos los caracteres y a todos losespíritus y postrarlos a la orilla del camino de la verdadera civili-zación. La manía unificadora, centralista y absorbente quiere aca-bar con la vida de las secciones oponiéndose a la ley del progre-so, que es desintegración, diferenciación y caracterización inde-finidas.

Los efectos El Estado Federal se hicieron sentir inmediata-mente después de haber sido publicado. La prensa lo comentóextensamente con calor y contribuyó mucho a despertar el espí-ritu público bastante indiferente en esos días con respecto a lareforma en causa. Para tener una idea aproximada del interés queexistía alrededor de la idea del estado federal y del estudio deldoctor Arosemena en que la defendía ya en vísperas de su apro-bación, es pertinente incluir aquí algunos conceptos de Blas yJosé Arosemena al respecto, expresados en cartas al propio doc-tor Arosemena.

De Blas Arosemena:“Si es que se logra la forma federal en el gobier-

no del Istmo, trabaja por que seamos desglosadoscompletamente de la malhadada nación granadina,que no estando en razón es impotente para hacer ladicha de un país que necesita inmensa protección.

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Si se trata de organizar el ministerio público, es deabsoluta necesidad que el fiscal superior no entien-da en negocios inferiores de la primera instancia, yconviene que el agente fiscal hable ante los juecesde circuito y el fiscal principal en los negocios ra-dicados en el tribunal de justicia”.

De José Arosemena:“He leído con mucho interés el cuadernito que

me mandaste; pero quizás por un exceso de escep-ticismo (extremo opuesto a las ilusiones de la ju-ventud, a que los años lo conducen a uno, atravesan-do la serie de decepciones que constituyen nuestravida) nada bueno me prometo del Estado federal.Temo mucho (ojalá me equivoque) que tengamosotro 1840; la misma ignorancia, los mismos hom-bres, las misma rivalidades, las mismas pasionesdeben dar por resultado las mismas mezquindades”.

En el congreso en cambio la influencia del folleto fue in-contrastable. El 15 de febrero comenzó en la cámara de repre-sentantes la discusión del proyecto. La comisión a cuyo estu-dio pasaron las variaciones introducidas por la misma cámarael año anterior terminó pidiendo que se anularan esas variacio-nes y que sólo se considerara las introducidas por el senado.Aprobada la recomendación del informe sobre el proyecto fuediscutido en los debates reglamentarios por la cámara en losdías 17, 19 y 21 de febrero y pasado al senado en donde quedóaprobado el 23 después del informe favorable en todas sus par-tes que presentaron los señores Santiago de la Guardia y el mis-mo doctor Arosemena, fue sancionado definitivamente el 27de febrero de 1855.

Los representantes y senadores por la provincia de Panamá,don Francisco Facio, el general Tomás C. De Mosquera, don San-tiago de la Guardia y los doctores Rafael Núñez y SalvadorCamacho Roldán fueron los adalides más notables que el pro-

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yecto del estado federal tuvo en el congreso después de la pala-bra autorizadísima del doctor Arosemena.

El señor don Pedro Fernández Madrid, uno de los más ilus-tres granadinos, al expresar la razón que había inspirado su voto afavor del proyecto del doctor Arosemena, dijo las siguientesproféticas palabras que produjeron una impresión muy penosa enlos senadores panameños:

“voy a dar mi voto al proyecto que crea el Esta-do federal de Panamá, porque reconozco la necesi-dad que tiene Istmo de constituirse sobre las basesdel self government; pero no se me oculta que ésteno es sino el primer paso que da hacia la indepen-dencia aquella sección de la república. Tarde o tem-prano, el Istmo de Panamá será perdido para la NuevaGranada”.

Nótase en el acto constitucional un hondo sentimiento deponderación y de justicia; de equilibrio y de previsión de unprovenir político que ya estaba incubado en el alma neogranadina.Al Istmo se concedía lo que, no obstante, las reservas de algu-nos de sus hijos más notables, le correspondían por derechohistórico y por los imperativos del progreso social humano. LaNueva Granada se reservaba la representación nacional en to-dos aquellos asuntos en que el ejercicio de la soberanía eracondición indispensable. Al nuevo estado se daban los mediosuficientes al logro de su bienestar político y económico, peroel gobierno de la Nueva Granada quedaba en condiciones de in-fluir tutelarmente en los destinos de aquél. Y, por último triun-fante con el acto adicional reformatorio de la constitución laidea federalista se abría, de par en par, las puertas para que ellase extendiera y se generalizara como sistema político – admi-nistrativo hasta condensarse en los Estados Unidos de Colom-bia que habrían de venir después.

El doctor Arosemena completó su admirable y tesonera laboren el congreso del 55 con la preparación de varios proyectos de

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ley sobre administración nacional en el estado recién creado, loscuales fueron considerados y aprobados a su debido tiempo. Ha-cía ya cuatro meses que las cámaras estaban funcionando y nohabía esperanza de que terminaran las sesiones, por o cual y aun-que se hallaba pendiente un interesante proyecto –el de conce-siones a la compañía del ferrocarril de Panamá— decidió regre-sar al Istmo en donde la necesidad de hacerle frente a los proble-mas locales, derivados del nuevo régimen, le solicitaban. Lo re-emplazó el doctor Mateo Iturralde, primer suplente de los sena-dores de la provincia de Panamá, quien, a la sazón se hallaba en lacapital por llamamiento que el doctor Arosemena le había hechooportunamente.

Regresaba, pues, el esforzado paladín de los fueros istmeñosa su tierra cargado de honores y con un prestigio tal y tan sólido,que, sin disputa, se le consideraba ya, muerto el general Herrera,el hombre más distinguido de la comunidad istmeña. Sus colegasdel congreso no sólo le habían distinguido en distintos períodosde las sesiones haciéndolo ya presidentes, ya vicepresidente delsenado, sino que también le habían dado votos para la vicepresi-dencia de la república y elegido primer suplente del procuradorgeneral de la nación, en competencia con don Lino de Pombo ydon Pastor Ospina.

En nuestro sincero deseo de bosquejar la personalidad deldoctor Arosemena de manera que se perciban bien todos los ma-tices de su espíritu verdaderamente superior recomendamos lalectura de una carta suya, dirigida a su padre, don MarianoArosemena, que contribuye admirablemente a nuestro propósi-to. En dicha carta, escrita poco antes de emprender el regreso aPanamá, se notan el angustioso conflicto interior a que se hallabasometido el ilustre repúblico en presencia de sus deberes comoprincipal autor de la reforma constitucional que creó el Estadofederal y los escrúpulos de conciencia que se despertaron en él,tan respetuoso de la opinión pública. Le reprocha su indiferenciaa los adversarios de la reforma, se hace cargo de sus objeciones

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extemporáneas y con la misma maestría y competencia con quese había producido en su consabido folleto insiste sobre sus pun-tos de vista dándoles más relieve e ilustrando algunos que habíansido mal comprendidos. Los consejos a los miembros de su fa-milia para que huyeran de los empleos públicos son de una eleva-ción moral tal que hoy cuando las ideas al respecto parecen ha-berse trocado por completo entre algunos llamados hombres pú-blicos parecerían ingenuas, si no estuviera ampliamente demos-trado que el nepotismo es, quizá, la plaga que más daño ha hechoy continúa haciéndoles a nuestras endebles democracias.

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Capítulo XVIEl estadista

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Conflictos de conciencia.– Crítica extemporánea al proyecto de crear el Esta-do Federal.– Indiferencia general en el Istmo.– Ambiente en medio del cualse reunió la Asamblea constituyente.– Se elige al doctor Arosemena jefesuperior del Estado.– Trabajos para la organización política y administrati-va.– Renuncia del cargo.– Nueva campaña contra la existencia del Estado yel federalismo.

n el paso de la vida del doctor Arosemena que es la crea-ción del Estado federal hay un motivo íntimo que permitepercibir un poco más su superior personalidad. Se trata de

una carta dirigida a su padre, don Mariano, poco antes de empren-der el regreso a Panamá. En ella se nota el angustioso conflictointerior a que estaba sometido el ilustre repúblico en presenciade sus deberes como autor de la reforma constitucional por lacual se creó el Estado y los escrúpulos de conciencia que se des-pertaron en él, tan respetuoso de la opinión pública. Le reprochasu indiferencia a los adversarios de la reforma, se hace cargo desus extemporáneas objeciones y con la misma maestría y com-petencia con que se había producido en su folleto insiste sobresus puntos de vista dándoles más relieve e ilustrando algunos quehabían sido mal comprendidos. Los consejos a los miembros desu familia para que huyeran de los empleos públicos son de unaelevación moral tal que hoy cuando las ideas al respecto parecenhaberse olvidado por completo parecerían ingenuas, si no estu-viera ampliamente demostrado que el nepotismo es, quizá, la pla-

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ga que más daño ha hecho y continúa haciéndoles a nuestras en-debles democracias.

Para explicar la frialdad con que había sido recibido el actoreformatorio de la constitución el doctor Arosemena decía queel Istmo no se había distinguido nunca por su espíritu público;que en medio de los mayores desórdenes y de las más grandescalamidades relacionadas con el gobierno la indiferencia y elegoísmo predominaron siempre. Refiriéndose a las objecionesde don Bartolomé Calvo, formuladas tardíamente, como que,publicadas en La Estrella de Panamá, llegaron a Bogotá cuan-do el acto se había ya sancionado, estimó que, en lo esencial,estaban encaminadas a sustituir el Estado federal con una granprovincia, cosa que la cámara había descartado por creerla in-conveniente; que su idea de que el gobernador del Estado fuesenombrado por el congreso chocaba con la repugnancia que te-nían las personas notables del interior a vivir en el Istmo, fuerade que ello daría lugar a que dicha entidad hiciera recaer losnombramientos en sujetos a quienes el pueblo no daría sus vo-tos si hubiera de elegirlos.

Se tildaba el acto reformatorio de la constitución del 53 comoque abarcaba demasiadas facultades para el Istmo y examinándo-las prolijamente puso bien de relieve que ellas se concretabansólo al sistema monetario, al comercio extranjero, a la inmigra-ción y a las leyes civiles y penales, de las cuales la verdadera-mente trascendental era la última de esta facultad se pensaba queno se podría hacer uso de ella porque era contraria a la uniformi-dad de la legislación, y porque faltaban hombres competentes enlas materias a que se refería. Pero el doctor Arosemena respon-día que si bien la uniformidad en la legislación era importante ydeseable como la uniformidad de pesas, medidas, monedas, idio-mas y religiones; desgraciadamente ella era imposible. Nadie des-conoce —decía— que la legislación tiene principios universa-les, que esto sólo es así en las leyes secundarias, sino también enlas de carácter político; pero tampoco duda nadie que estos prin-

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cipios se modificaran en cada pueblo por sus costumbres, susintereses predominantes, y aun por sus mismas preocupaciones.Debía tener en cuenta una observación general. El tiempo, la ex-periencia de las situaciones, el clima, el comercio y otras causaslo cambian todo, hasta el punto de hacer imposible la uniformi-dad de la legislación. Por eso la romana, que en siglo VI era la detoda Europa, no lo era ya de ninguna nación en el siglo XV. Haceapenas cuarenta y cinco años que se independizó la Nueva Grana-da de España, ¡y cuántas variaciones no se han introducido ya ensu legislación civil y penal! Las que se han hecho no son sino unpreludio de las que se harán, porque la legislación española es enmuchas cosas insoportable.

En cuanto a la falta de hombres bien capacitados pensaba queel mal no era privativo del Istmo ni de la Nueva Granada, sinocomún a toda la América y al mundo entero. “Los hombres com-petentes para juzgar las cuestiones de legislación civil y penalson rarísimos donde quiera; porque no vasta ni aun el talento paraeso: requiérese un estudio muy detenido. Esas altas inteligenciasque allí creen que pudieran dar a los istmeños magníficas leyesdesde la plaza de Bogotá, no existen por lo mayor sino en la ima-ginación de los que así piensan. Sucede a veces con los objetosmorales lo contrario de lo que pasa con los físicos: aumentancon la distancia. En Panamá creen que en Bogotá hay muchoshombres sabios y prominentes, y aquí se figuran que allá estántodos nadando en riquezas, y poco falta para que lluevan onzas.Tan cierto es lo uno como lo otro. No hay que imaginar a cadadiputado que se sienta en el congreso un gran legislador, ni a cadasecretario de Estado un eminente estadista. Chasco se llevará quiental piense. Las dos terceras partes de los senadores y represen-tantes desconocen absolutamente ciertos puntos graves, entreaquellos principios de legislación civil, penal y económica. Creoque no me equivoco al decir, que, proporcionalmente, hay en Pa-namá un número mayor de hombres instruidos en tales materias,que en el resto de la república tomada en conjunto”.

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Y refiriéndose a su propia situación respecto al nuevo Esta-do se hacía estas reflexiones: “Si me abstengo, como lo desea-ría, de ingerirme en los asuntos políticos de aquel país, incurri-ría yo mismo en la censura que acabo de hacer a los indolentesy egoístas. Si trabajo con tensión y con fé que tengo en el por-venir del Estado, me achacarán ambición, y creerán que no hasido otro el móvil que me ha llevado al sostener el proyecto enlas cámaras. Pero “la suerte está echada”. Necesito de una granabnegación y la tendré.

Por lo demás, no quiero que en mi se piense para ningún des-tino sino en el caso de que nadie me rechace. Para que el serviciopúblico sea fructuoso, debe recibir la ayuda de todos los ciuda-danos; y como yo no tengo, ni jamás he tenido, miras de eleva-ción personal, la menor oposición será bastante para ceder elpuesto a otro”.

He aquí el estado de ánimo del doctor Arosemena, ya consu-mada la obra política y administrativa de que él había sido el máspertinaz y decido adalid, he aquí cómo se destacan su prudencia,el conocimiento de los problemas que debía resolver y, sobretodo, los escrúpulos del estadista llamado a continuar su obra,pero que no se hace ilusiones acerca de los innumerables tropie-zos a que había de enfrentarse.

El doctor Arosemena emprendió viaje de regreso inmedia-tamente al Istmo a donde llegó a fines de junio. Aunque el reci-bimiento que le hicieron sus familiares y amigos íntimos exce-dió los límites de la cordialidad natural no puede decirse queestuviese de acuerdo con los méritos de quien acababa de librarrecia y sostenida batalla en pro de vitales intereses de la nacio-nalidad istmeña. Era que, en realidad, en cuanto se tuvo conoci-miento en el Istmo de la expedición del acto reformatorio de laconstitución que lo elevaba a la categoría de Estado federal au-tónomo, como si esto constituyese una ofensa grave, se desatóun fuerte sentimiento general adverso hacia dicha medida.Bartolomé Calvo, José Arosemena, Manuel Remón y otros per-

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sonajes de viso, como ya se ha visto, esperaban muy poco delnuevo régimen próximo a inaugurarse y si no lo combatían abier-tamente porque era inútil, pues ya era ley de la república, palpa-ble era a los ojos de todos el desagrado de que se encontrabanposeídos. Las columnas de El Panameño publicaban frecuen-temente artículos llenos del más desconsolador pesimismo yel estado de los ánimos era tal y la discordancia de pareceresacerca del acto reformatorio tan acentuada que en una reuniónllevada a cabo en la casa de gobierno, por invitación del gober-nador don Manuel María Díaz para acordar alguna línea de con-ducta con respecto a los preliminares de la organización delIstmo, se disolvió sin que se llegase a ningún resultado concre-to o práctico.

¿Cuál era la causa de semejante situación? ¿Era que el EstadoFederal resultaba, a la postre, algo que la vida y el desarrollo fu-turo del Istmo no necesitaban? ¿Carecieron de objeto, eran in-justificadas las batallas periodísticas y parlamentarias que duran-te tres largos años había librado el doctor Arosemena? No esdifícil dar respuestas a estas preguntas, si se tiene en cuenta queningún progreso, ni ninguna reforma en cualquier orden de co-sas, se puede llevar a cabo sin resistencias de parte del ordensocial vigente; si se considera, además, que las grandes ideas oacontecimientos políticos que trataban de imprimir nuevos rum-bos a las colectividades humanas casi nunca cuentan con el favordel sufragio universal porque parte considerable de esas mismascolectividades mira siempre por ley natural hacia el pasado y lecuesta trabajo romper con la tradición, se comprenderá fácilmentea qué se debía ese estado de frialdad con que el Istmo recibió elinapreciable bien de poder decidir por sí mismo los asuntos re-ferentes a su vida administrativa y política. Y para que la verdadhistórica quede enteramente consignada en estas páginas es me-nester añadir también que más que un interés de buena ley, por elporvenir del Istmo, había en el fondo recelos de familia, aspira-ciones frustradas y hasta temores de que con el Estado Federal

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se estableciera en Panamá un régimen oligárquico de la familiadel doctor Arosemena de la cual no se excluía ni a él mismo, noobstante conocerse sus declaraciones en orden a la participaciónque él se proponía tomar en el nuevo orden de cosas, y lo que esmás, su desprendimiento, bien notorio en los años que llevaba deestar consagrado a la vida pública.

Panamá era aún en aquellos días, con todo y su importanciahistórica y su situación geográfica en el centro del continente,un pobre villorrio en donde lo material y lo moral andaban demanos, en donde a la par que el trabajo y las industrias —fuentesde riqueza y de estímulos para la dignidad humana— faltaban, yno eran muchos los hombres capaces de sobreponerse a sus pa-siones y situarse en el alto plano de tolerancia y comprensión enque las sociedades civilizadas se ventilan los asuntos graves decarácter público. La indiferencia, si no la hostilidad con que re-cibieron el acto por el cual se creaba el Estado Federal era frutode la envidia hacia el hombre superior de ilustración exquisitaque por méritos propios se había elevado por encima de la mayo-ría de sus conciudadanos del Istmo. No le perdonaban su altitudmoral e intelectual y en la impotencia de rivalizar con el espíritupreclaro que él era, condenaban su obra predilecta, la que le habíaconsagrado como uno de los grandes señores de la Nueva Grana-da. Estos móviles mezquinos habrían de entorpecer sus trabajosen la reconstitución del Istmo a que se consagró más adelante.

Sancionada la ley del 24 de mayo sobre administración de losnegocios que la nación se había reservado en el Estado de Pana-má, expedido el decreto del poder ejecutivo nacional en virtuddel cual se constituyó la asamblea constituyente de dicho Esta-do, vinieron en seguida las agitaciones electorales, que a pesarde todo, se llevaron a cabo en medio de un acentuado espíritu decordialidad sintomático de que las pasiones se habían apaciguadoy de que una nueva vida comenzaba para el Istmo. Las diversasprovincias escogieron para diputados a sus mejores hombres, yapor la representación social o pecuniaria que tenían, ya por su

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experiencia en los asuntos públicos, y así la asamblea constitu-yente quedó integrada por personal bastante selecto.

La elección de dignatarios de la asamblea recayó en los seño-res Francisco de Fábrega, Blas Arosemena y Manuel Morro, quie-nes, por su orden, ocuparon inmediatamente, los cargos de presi-dente, vicepresidente y secretario de la nueva entidad.

El mismo día se procedió a la elección del ciudadano que de-bía encargarse provisionalmente de la jefatura superior del Esta-do y 24 votos de los treinta con que contaba la asamblea, quien,tres días después, tomaba posesión del cargo.

Los discursos de estilo pronunciados, así por el presidente dela asamblea como por el doctor Arosemena, fueron dignos delhistórico momento. El de éste, principalmente, se distinguió porlos sanos principios filosóficos y políticos que expresó y por suclaridad y sencillez, cualidades que si bien eran peculiares al es-tilo usual del magistrado, no es menos recto relacionar con lasinceridad de sus afectos patrióticos y con la de las normas queinformarían sus futuras labores.

No habló el doctor Arosemena a la manera de los políticosprofesionales que formulan promesas que luego olvidan. Invocóel consentimiento del pueblo, seguro de que al faltarle empren-dería el camino que le indicaban su deber de sincero demócrata.No actuaría como un déspota, si se haría obedecer por la fuerzasino por el convencimiento. Su concepto de fuerza no tenía nadade material. Se confundía con el de la eficiencia, que es modera-ción, aplomo y orden en la conducta del gobierno.

Apenas se hubo posesionado el doctor Arosemena de la jefa-tura superior del Estado dio comienzo a la ponderosa tarea deorganizarlo. La oportunidad que las circunstancias le presenta-ban no podía ser más propicia ni más expuesta, a la vez, a ocasio-nes que pusiesen a prueba su patriotismo y su pericia en el arte degobernar. Una cosa es disertar académicamente sobre problemaspolíticos y resolverlos en el papel con el concurso de una ilus-tración meramente teórica y otra es afrontarlos como ellos se

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presentan en la realidad, complicados, y pidiendo soluciones que,a veces, asumen el carácter de únicas. El verdadero estadista esel que sabe hallar la formula oportuna para estas soluciones, elque sabe traducir en leyes justas las aspiraciones de la colectivi-dad cuyos destinos se le han confiado. El discreto publicista yhábil parlamentario que había conseguido la trascendental refor-ma que dio vida al Estado Federal del Istmo cedió su puesto almagistrado sereno, reflexivo y consciente de su grave misión. Laactividad práctica, el tacto para esquivar innecesarias dificulta-dos, y la firmeza desplegadas por él en los pocos días de su go-bierno de la nueva entidad política parecerían inverosímiles si noexistieran documentos fehacientes que comprueban esas cuali-dades. Su obra fue no sólo una de paciencia que por sí sola basta-ría para su gloria, sino un pasmo de esfuerzos y de trabajos, comosi hubieran sido realizados por muchos hombres dotados de gran-des talentos y excepcionales energías. A todo daba el doctorArosemena atención personal, desde el nombramiento de secre-tario de Estado que hizo en el doctor Carlos Icaza Arosemenahasta el plan completo y armónico de legislación para el Estadoque comprendía la constitución política y las leyes generales quedebían regular los variados y heterogéneos negocios de la admi-nistración pública. Su visión de las necesidades del Istmo fue cabaly apenas quedó ramo que no recibiera el influjo de sus miradasprevisoras.

Desde luego, debe entenderse que no todos los trabajos quepresentó a la asamblea el doctor Arosemena eran obra entera-mente original suya, ni que todos fueran aprobados sin discusiónprevia. Muchos eran sólo utilizables adaptaciones de leyes vi-gentes en la Nueva Granada y otros resumían la experiencia quehabía adquirido en sus viajes por países extranjeros. Algunos fra-casaron ante los embates y resistencias de los elementos reac-cionarios de la Asamblea a quienes asustaba el liberalismo avan-zado en que se inspiraban. Esto sucedió, para no citar sino unsolo ejemplo, con el proyecto de ley sobre la renta, medida que,

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aún hoy, costaría enorme trabajo hacer que se comprenda y que,aunque mencionada en la ley de hacienda pública, que sí fue apro-bada, quedó sin reglamentar porque pareció excesivamente radi-cal. Fuera de estas luchas inevitables, por lo demás, en una demo-cracia, también tuvo el doctor Arosemena que enfrentarse a lamisma asamblea que en más de una ocasión intentó dictar leyesno sólo atrasadas desde el punto de vista de lo que debe entender-se por civilización, sino hasta crueles en cuanto hacían caso omi-so deliberadamente de los preceptos elementales de la equidad yla justicia. Tal fue el caso en que se vió obligado a objetar una leysobre prisión por deudas que de manera temeraria querían incor-porar en el derecho común ciertos diputados a quienes movíanintereses egoístas. El pliego de objeciones que envió a la asam-blea esa vez es un documento que honra su memoria porque alrefutar, punto por punto, los artículos de dicha ley dejó sentadode manera incontrovertible que la referida institución era cosadel pasado y que aunque, tal vez, por una de esas reacciones tannaturales, así en el orden moral como en el físico, se tendía arevivir, su sentencia de muerte estaba definitivamente decretadapor la razón y la filosofía. La ley no fue sancionada.

Merece mención especial el proyecto de constitución polí-tica del Estado —su carta fundamental luego— que figura a lacabeza de los variados proyectos que el doctor Arosemena so-metió de la asamblea constituyente. Ese proyecto, el más ori-ginal e importante entre todos, constante de seis capítulos ysesenta artículos es notable no sólo por su brevedad y sencillezliteral sino porque en él se refleja de modo nítido el ideariofilosófico-político del autor y del partido de que él formabaparte, del autor, sobre todo, ya hombre de mente madura y aho-ra en funciones de estadista en trance de llevar a la práctica losprincipios de ese ideario.

El proyecto fue inspirado, sin duda, en el radicalismo absolu-to de la constitución neogranadina del año 53 lo que, claro es, noquiere decir que fuese una simple transcripción de ella. La garan-

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tía de las libertades individuales quedaba allí establecida en for-ma notoriamente explícita, lo mismo las que se refieren a lalibertad personal y de domicilio como las concernientes a lapropiedad, a la libertad industrial o profesional y a la de la per-sona moral e intelectual. La constitución hoy vigente en la re-pública de Panamá no supera en este particular de las garantíasdel hombre y del ciudadano a la que fue carta fundamental delEstado soberano de 1855. (Referencia a la Constitución de1904). El modo de funcionamiento de los poderes, que hoy,según la nueva terminología del derecho constitucional, debellamarse con más propiedad órganos del poder, está tambiénallí sabiamente previsto en términos de dejar a salvo el princi-pio de la separación que, con no ser de estricta prosapia demo-crática, es, sin embargo, regla de gobierno que garantiza las li-bertades políticas del ciudadano. El principio de sufragio fueacogido en extensión popular y en forma directa y secreta so-bre el principio de la mayoría relativa.

No puede ser nuestro propósito ahora hacer una exégesis delproyecto. Basta que técnica y políticamente esa obra fuese la quelas circunstancias históricas hacían necesarias y que el doctorArosemena hubiese mostrado amplia capacidad al concebirla ymoldearla para que él merezca los honores que se tributan, endonde quiera, a los legisladores de visión clara y penetrante.

Las dificultades que pusieron a prueba las condiciones de go-bernante del doctor Arosemena no fueron sólo las que hemosmencionado. Entre las numerosas e importantes disposicioneslegislativas que había expedido la asamblea hubo una, la que crea-ba el derecho de tonelaje que debían pagar los buques que visita-ban los puertos del Estado, que dio lugar a serias molestias por laresistencia que acostumbraban oponer los comerciantes extran-jeros al pago de toda contribución. Alentados por la impunidaden que habían vivido durante tanto tiempo creyeron que podíancontinuar desobedeciendo las disposiciones locales y empren-dieron inmediatamente una campaña violenta contra el jefe supe-

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rior y la asamblea para eludir con razones, más o menosespeciosas, el cumplimiento de sus obligaciones.

Y como si no fuera bastante la actitud de la prensa, los cónsu-les y los agentes de las compañías extranjeras, inclusive la delF.C. hicieron representaciones de protesta ante el gobierno delEstado para obligar a éste a que suspendiese la ejecución de laley. El doctor Arosemena no se dejó intimidar y previno al em-pleado encargado de la recaudación del derecho que usase de to-dos los medios coercitivos autorizados por las leyes contra losdeudores rebeldes. No entraba en el ánimo del doctor Arosemenapromover dificultades a la nación con medidas tan terminantes,sino simplemente salvar el prestigio de la autoridad pública delEstado mientras se resolvía lo que fuera conveniente, y así fuecomo al mismo tiempo que daba órdenes terminantes solicitabadel poder ejecutivo nacional una declaración de su parecer en elasunto que se debatía. Éste lo hizo más adelante, cuando ya eldoctor Arosemena no estaba al frente del gobierno del Estado,estableciendo que los buques que arribasen a los puertos de Pa-namá y Colón no debían pagar el impuesto de tonelaje. El con-flicto de autoridad y jurisdicción que tal acto administrativo na-cional produjo hubiera sido de consecuencias desagradables si laasamblea misma, inspirada en un noble sentimiento de abnega-ción, según decía luego el vice-gobernador, señor Fábrega, nohubiese previsto el caso dando autorización al gobernador paraque suspendiese la ejecución de cualquiera ley respecto de lacual acurriese desacuerdo entre las autoridades nacionales y lasdel Estado o entre éstas y la de un gobierno extranjero. Esta pre-visión fue obra del mismo doctor Arosemena cuando actuó dejefe superior del Estado y, debido a ella, las cosas tomaron des-pués un curso que si no era el que más convenía a la dignidad yprestigio del Estado, por lo menos lo libraba de las humillacio-nes que inevitablemente habrían venido sobre él, dada la influen-cia que el ministro de los Estados Unidos ejercía sobre el go-bierno de Bogotá, patente en el hecho de haber obtenido de él

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una resolución que el derecho constitucional vigente entoncesno autorizaba.

El doctor Arosemena no estuvo al frente del gobierno sinodurante el corto espacio de tiempo de dos meses y medio quefueron suficientes, como se ha visto, para aquilatar sus dotes deestadista y de gobernante tanto así como sus inequívocas prendasde hombre de suma prudencia y de recto pensar.

Mientras tanto había llegado el 18 de septiembre, fecha de laexpedición de la constitución política del Estado del Istmo. Elalborozo con que todos los buenos istmeños recibieron ese ge-neroso documento prueba fue elocuentísima de que, a pesar delos malos augurios de los indiferentes y los pesimistas, existía laesperanza de que una pronta regeneración social y política delIstmo podía iniciarse.

El doctor Arosemena esperaba, no sabemos si con fundamen-to, que la constitución proveyese la inmediata elección del go-bernador del Estado, pero, como no fuese así se apresuró, diezdías después de sancionada, a renunciar a la jefatura superior, fun-dándose para ello en diversas razones.

No puede existir duda alguna acerca de los sentimientos quealentaban el espíritu del doctor Arosemena en los momentos enque escribía de su propia mano la renuncia de su cargo. Los es-crúpulos del acendrado republicanismo en que la funda están en-teramente de acuerdo con otras actitudes y opiniones suyas y re-tratan en su verdadero porte moral al distinguido hijo del Istmo.Es que su desprendimiento, su honradez y su consecuencia consus principios eran verdaderamente ejemplares. El estudio dete-nido de las circunstancias que prevalecían entonces en el Istmo yun examen minucioso de los documentos que hemos tenido a lamano nos autorizan, sin embargo, para decir que la renuncia deldoctor Arosemena del cargo de jefe superior del Estado pudotener por único y justo motivo el desacuerdo existente entre él yla asamblea en asuntos de vital importancia. Las demás razonesque alegó habrían sido dadas en cualquiera situación en que hu-

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biera tenido que alegarlas, pero en esta vez fuerza es convenirque no eran las solas ni las esenciales que lo movían. La oposi-ción que se le hizo desde que se encargó de la jefatura superior,las críticas del Star & Herald tras las cuales se hallaban no sólolos comerciantes extranjeros sino un distinguido miembro delpartido conservador, que lo era a la vez de la asamblea, le llena-ron de decepción hasta el extremo de no querer saber más delgobierno ni de sus responsabilidades. Habiendo luchado comobueno por el triunfo de sus ideales flaqueó al fin y le dejó elcampo a sus adversarios que, aunque inconscientes, lo eran tam-bién de la prosperidad del nuevo Estado. Esta conducta suya, ins-pirada más bien en consideraciones de orden egoísta, no puededejar de ser anotada en un juicio imparcial y completo acerca desu personalidad.

Le reemplazó en su carácter de Vice-Gobernador el señor donFrancisco de Fábrega, el cual nombró secretario de Estado al se-ñor Bartolomé Calvo.

El doctor Arosemena no permaneció en el Istmo mucho tiem-po después de haber renunciado a la jefatura superior del Estado.El 4 de octubre de 1855 dejó Panamá para dirigirse a los EstadosUnidos, país donde, como se sabe, estaban educándose sus hijos.Allí permaneció el resto del año absorbido completamente poratenciones domésticas y por los varios proyectos que se propo-nía presentar al congreso de 1856, en el cual iba a tomar parteotra vez como senador por el Estado de su nacimiento. Esta re-presentación, así como la de otros istmeños distinguidos, fueotorgada por la asamblea constituyente en vista de la carencia detiempos para hacer la elección de representantes y senadores porlos métodos ordinarios.

Parecería una consecuencia lógica que el abandono del podery la salida del doctor Arosemena del país contribuyeran a hacerdisminuir un tanto los temores de los que fundada o infundadamentecalificaban de oligárquico el gobierno del Istmo, por el predomi-nio, a todas luces evidente, que en él tenían las familias Arosemena

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y Fábrega, pero no sucedió así. Los enemigos de la creación delEstado, que lo eran no tanto por razones de principios como porrazones personales, redoblaron sus esfuerzos para ver si podíanacabar con la nueva entidad valiéndose para ello de todos los re-cursos que las circunstancias ponían en sus manos. La elecciónque la asamblea hizo en el doctor Arosemena tan sólo en aten-ción a sus méritos indiscutibles, fue interpretada como una prue-ba más de las miras egoístas de los suyos. No se pensaba queningún istmeño podía hallarse en mejores condiciones para de-fender en Bogotá los fueros del nuevo Estado contra los ataquesde sus adversarios, sino que los oligarcas para asegurarse y afir-marse en su predominio local enviaban al más hábil de todos elloscon el fin de que los sostuviera en sus calculados propósitos. Sinembargo, sobre ser tan naturales los motivos de la elección desenador del doctor Arosemena, la asamblea no habría tenido porqué hacerla si no hubiese mediado la razón, ya dada, de la caren-cia de tiempo. Además, la abstención de dicho cuerpo en elegirlos representantes del Istmo al congreso habría dado pávulo, porotras consideraciones, a que se confirmaran los supuestos pro-pósitos de los que, aun no exentos de toda culpa, no podían sercondenados porque tuvieran en mientes la defensa del Estado.

A pesar de todo no podría emitirse un juicio acertado acerca delos hechos que ocurrían en Panamá entonces, si sólo se tienen encuenta las habilidades que trascendían a los periódicos locales. Lassociedades pequeñas en número y en donde no abundan los hom-bres sensatos son siempre un campo abonado para toda clase deintrigas de parte de los chismosos que no teniendo casi nunca ocu-pación útil, viven en él a sus anchas. Débese buscar, pues, la expli-cación de los que pasaba en las fuentes más dignas de crédito, y laencontramos, evidentemente, en un extenso memorial que un gru-po considerable de capitalinos dirigió a las cámaras en contra de lacontinuación del Estado federal de Panamá. En ese memorial secombatía con razones, más o menos pertinentes, el nuevo régimenpolítico que se quería implantar en Nueva Granada y que, como

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ensayo, ya se había establecido en el Istmo y se enumeraban conprolijidad todos los males ocasionados en tan corto tiempo comollevaba de vida el Estado: el predominio de las familias menciona-das, el intento de restablecer la prisión por deudas, la imposicióndel derecho de tonelaje contrario a los intereses comerciales de laciudad de Panamá, el haber quitado al pueblo el derecho de elegirpor voto directo los representantes y senadores al congreso y otrosen materia civil y religiosa que sería inconducente enumerar.

¿Tenían razón los memorialistas en sus censuras y críticas?En lo que ellas se referían al doctor Arosemena no la tenían. Co-nocemos ya sus vacilaciones y sus escrúpulos antes de salir deBogotá para restituirse al Istmo en vísperas de la inauguracióndel Estado, y, por otro lado fueron innegables su desprendimien-to, su circunspección y sus sanas intenciones en todo el tiempoen que tuvo que ver con la marcha oficial de la recién creada en-tidad. Ninguna palabra ni acto suyo le revelaron como un hombreansioso del goce del poder; y si algo hay que la historia puedareclamarle con justicia es, ya lo hemos dicho, su abandono delcampo de la lucha en los momentos en que más necesarios eransus servicios, ya que debe tenerse en cuenta que los deberes deldoctor Arosemena con respecto al nuevo Estado eran excepcio-nalmente obligantes. Él había luchado durante tres largos añospor su creación en la prensa y en el parlamento; y conociendo,como indudablemente conocía, la índole de sus conterráneos ylos riesgos a que lo exponía al dejarlo en manos inexpertas eraotro el camino que le indicaban sus deberes patrióticos y no el deentregar el campo a sus adversarios poniendo el mar de por me-dio entre ellos y él. No obstante lo dicho, es menester convenirque algún fundamento había para el malestar general que enton-ces se notaba en el Istmo y que se revela en el memorial aludido.

¿Por qué se hablaba tanto de planes oligárquicos y de domina-ción despótica de una sola familia?

¿Por qué esa oposición tan insistente y tan virulenta en su for-ma, algunas veces, a los hombres que patrocinaban el Estado? Es

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que los firmantes del memorial al congreso, con no ser de los mássaliente de la política local, carecían de patriotismo o estaban ce-gados por una pasión insana? En primer lugar, hay que establecerque si tal estado de cosas no era justificable con respecto a lasconsecuencias públicas de la conducta del doctor Arosemena, sílo era gran parte, con respecto a su padre don Mariano. Por muchorespeto que merezca la memoria de un prócer de nuestra primeraindependencia, no es ello óbice para acallar o atenuar siquiera laverdad que deben conocer las generaciones actuales. La campañapor la creación del Estado Federal de Panamá fue para el doctorArosemena asunto de convicción, enamoramiento de ideales, a laconquista de los cuales se consagró con todas las veras de su alma;pero para don Mariano no fue sino ocasión magnífica de ejercerinflujos políticos incontrastables dentro de los límites de su pa-rroquia, de gozar de empleos bien remunerados; en una palabra, demedro personal, y con tales miras más de una vez anduvo por cami-nos extraviados. ¿Qué de extraño tiene, pues, que el pueblo que nodiscrimina, que no tiene por qué discriminar, asociarse en sus cen-suras al hijo y al padre y a los hermanos y demás parientes?

La creación del Estado Federal fue motivo por mucho tiempode enconadas polémicas tanto en el Istmo como en el resto de laNueva Granada y, principalmente, en Bogotá. Esto puede expli-carse en términos satisfactorios. Se trataba de un paso de la ma-yor trascendencia que comenzó a afectar a una sola región delpaís, pero que, a la postre, afectaría a la nación entera, cuya orga-nización política y administrativa se deseaba cambiar bajo el con-juro optimista de las ideas radicales que entonces gozaban de unpredominio universalmente extendido. Cuanto ocurría en el Ist-mo, es decir, en el nuevo Estado, ofrecía pretexto para relacio-narlo con su ordenación política considerándolo como un resul-tado inmediato de esa ordenación. La hacienda pública del Esta-do, para no citar sino un solo caso, era notoriamente angustiosadebido a la escasez de rentas y a la mal administración de que, detiempo atrás, éstas habían sido objeto. Los esfuerzos que, desde el

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gobierno del doctor Arosemena, venía haciendo la legislatura paramejorar esta situación fiscal y darle una solidez acorde con lasnecesidades del Estado, encontraron una resistencia formidableen los elementos reaccionarios de dicha legislatura y particular-mente en el elemento extranjero que veía mal cualquier providen-cia fiscal encaminada a lograr entradas para asegurarle una exis-tencia decorosa al Istmo. Una de estas providencias, la del derechode tonelaje que debían pagar los buques que arribaban a Colón yPanamá no fue aprobada por el poder ejecutivo de la Nueva Grana-da, con lo cual se asestó un golpe tremendo a la autoridad de lanueva administración, que, luego, había de vacilar mucho antes deidear algún nuevo arbitrio rentístico. La situación de difícil se hizoalarmante y comenzaron a hacer su agosto, a propósito de ella, porla prensa los profetas de las cosas sucedidas, achacándole al régi-men federal lo que estaba lejos de haber producido. Un escritor deBogotá, bajo el pseudónimo de Fabio, tuvo, así, la infeliz ocurren-cia en uno de los varios artículos que, con el título de La Federa-ción en la Nóueva Granada, escribió de referirse al Estado Fede-ral señalándolo como una muestra elocuente de lo que sería la fe-deración cuando se generalizara en toda la Nueva Granada.

Para tal escritor el despilfarro era la causa principal de lamala situación del Istmo, la cual se pretendía solventar con undescabellado plan de hacienda, según él, que consistía en la ex-plotación del Ferrocarril por parte del Estado con exclusión dela nación. El doctor Arosemena, ya de vuelta de los EstadosUnidos (febrero de 1856) refutó las aseveraciones del articu-lista, con una de la cual, sobre dejar amplia y victoriosamenteexplicadas las causa de la crisis fiscal porque atravesaba el Es-tado y defenderse de los cargos antojadizos, aunque velados,que le hacía Fabio, sostenía el derecho del Istmo a constituirsecon absoluta independencia de la Nueva Granada, si sólo la vio-lencia fuese la que se invocara para mantenerla atada a dichacomunidad política.

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Capítulo XVIISucesos en el Istmo

(1856-1858)

La situación en el Istmo.– Elección de gobernador del Estado.– Los candida-tos.– Bartolomé Calvo es elegido.– La familia del doctor Arosemena sale dePanamá para Cartagena.– Su opinión sobre los sucesos que ocurrían.– Unduelo.– Su actitud en el affair de la tajada de sandía.– La resurrección de laGran Colombia.

abiendo renunciado el doctor Arosemena el cargo de jefesupremo del Estado y siendo necesario, de acuerdo conla constitución, elegir gobernador para el bienio de

1856-1858, se abría para el nuevo régimen establecido en todosentido. Ya, desde principios de enero de 1856, comenzaron lasagitaciones en torno a las candidaturas para aquel alto puesto. Elambiente político, aun después de la salida del doctor Arosemena,seguía caldeado. Las febriles actividades desplegadas por los cen-tros políticos y los órganos periodísticos alrededor de los candi-datos de su predilección, los odios y rencores de familia, nomenos que la difícil situación fiscal del Estado, conspiraban con-tra la tranquilidad pública y hacían temer sucesos de los cualessaliera mal parada la nueva entidad. Era, pues, preciso, a todasluces, en virtud de las circunstancias, que al frente de la adminis-tración pública figurase como gobernador en propiedad un ciu-dadano de reconocido prestigio, capaz por su energía y por susluces de dominar la inquietante situación.

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No fueron pocos los candidatos lanzados por los diversos sec-tores interesados en el debate electoral. Figuraron, en primeralínea, los nombres de Justo Arosemena, Bartolomé Calvo, Ma-nuel María Díaz, Rafael Núñez, Tomás Cipriano de Mosquera,Salvador Camacho Roldán y Pedro Alcántara Herrán. Eliminadoslos cuatro últimos por razones diversas sólo quedaron en la listalos tres primeros.

Los partidarios del doctor Arosemena estimaban que nadiehabía con más méritos que él para ejercer el puesto. Él había sidoel autor del proyecto de creación del Estado federal de Panamápor el que batalló denodadamente hasta verlo convertido en rea-lidad; él había sido el redactor de su constitución y de las princi-pales leyes expedidas por la asamblea constituyente de 1855, ynadie podía tener más interés en la existencia y prosperidad delEstado que quien lo había creado y que, sobre ser la figura inte-lectual de más relieve en el Istmo, ejercía un gran ascendiente enla colonia extranjera, y se distinguía, en fin, por su gran patriotis-mo, su vasta ilustración, su indiscutible honradez y su inmaculadavida pública y privada. Considerábase, por tanto, al doctorArosemena el candidato más conveniente, pues bastaba una ojea-da a la labor que realizó durante los pocos días en que estuvoencargado provisionalmente del gobierno del Estado para dedu-cir como consecuencia lógica que era el istmeño más liberal ymás amigo del progreso de la patria chica, y que si los pueblosdel Istmo elegían para que rigiera el Estado a su hijo más ilustre,se honraban a sí mismos.

Sin embargo, la mayor parte de la familia Arosemena, comen-zando por don Mariano, se oponía abiertamente a dicha candida-tura para no dar pretexto, en lo más mínimo, a que se siguierahablando, con razón, de nepotismo. Ocupaban, en efecto, variosmiembros conspícuos de ella puestos visibles en el gobierno,debido a la escasez de personal competente y a que en el pocoque existía se contaban muchos Arosemena educados en el exte-rior, notables por sus conocimientos y por su versación adminis-

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trativa. Parecía mal vista, ante propios y extraños que el jefe delpoder ejecutivo del Estado fuera también de la misma familia,estando, como estaban, aún fresco el memorial que en 1854 en-viaron al congreso granadino los enemigos de la creación delEstado federal, basados en que éste sería entonces patrimonio ofeudo de las familias Fábregas Arosemena. Menos se olvidabaotro memorial dirigido el año siguiente para comprobar que elnepotismo previsto se había cumplido al pie de la letra, como lodemostraba el hecho evidente de que los principales puestos pú-blicos del Estado se hallaban en manos de las dos citadas fami-lias, sobre todo en las de la última.

Los partidarios de don Justo sostenían que el pueblo era elsoberano juez, y que, si a pesar de tales reparos, lo elegía gober-nador mediante elecciones libres, había que someterse a su falloinapelable.

Los otros replicaban, a su vez, que cuando don Justo renuncióen 1855 al poder, había manifestado su resolución inquebranta-ble de no volver a gobernar el Istmo; y, por tanto, no había que sermás realista que el rey.

Se hacía presente, entre otras cosas, que el doctor Arosemenano aspiraba al gobierno; que lo repelía y que su mayor méritoestriba en su desprendimiento de todo lo que fuera de carácterpersonal. Se argumentaba también que Arosemena se había sepa-rado del poder ejecutivo del Estado, porque ni él ni ningúnArosemena podían mandar en un país en el cual son innumerableslos sujetos de ese apellido.

Los sostenedores del doctor Arosemena para la gobernacióndel Estado replicaban que éste no trabajaría en lo absoluto a favorde su candidatura; empero que si salía electo aceptaba el puesto;porque así lo había dado a entender en ciertos párrafos de su re-nuncia presentada a la asamblea en 1855.

“Yo pertenezco a una familia —decía el doctor Arosemena—extensa de la que varios miembros sirven o servirán después em-pleos muy importantes; y un gobierno cuyo jefe en el ramo eje-

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cutivo se hallase ligado por estrechos vínculos de parentesco alas personas que sirviesen bajo sus órdenes o encabezaban losotros ramos del poder público, merecería con sobra de razón elcalificativo de oligárquica. Nuestra conciencia podría estar yse hallaría, en efecto, del todo tranquila, si sólo atendiésemosal fiel cumplimiento de los deberes; pero el pueblo, celoso deuna libertad cuyo valor es inapreciable, miraría con justa des-confianza semejante estado de cosas. Si acaso no existiese esadesconfianza; si fuese su voluntad que yo administre como jefedel ejecutivo el Estado que acaba de nacer, ocasión tendrá paramanifestarlo en las próximas elecciones, que, celebradas cuan-do yo no esté ni en el empleo ni en el país, serán la libre ygenuina expresión de aquella voluntad, y entonces nadie tendráderecho para emitir una censura contra el soberano y árbitro desu propia suerte”.

En estas frases se escudaban, pues, los partidarios del doctorArosemena para continuar trabajando en pro de su candidatura, adespecho de la oposición, cada vez más intensa, que le hacía supropia familia, especialmente, su padre y su madre.

No obstante las razones aducidas por los amigos del doctorArosemena que querían verlo de nuevo en la jefatura del Estado,su nombre quedó descontado en fuerza de la resistencia de supropia familia y del poco interés que el mismo doctor Arosemenademostró por el honor de la liza electoral, ésta se concretó a losseñores Bartolomé Calvo y Manuel María Díaz, y resultó electoel primero.

Batolomé Calvo no era oriundo del Istmo, pero hombre hon-rado, sereno e inteligente, había sabido captarse algunas simpa-tías entre los conservadores y aun entre algunos liberales,prestantes ya, como Pablo Arosemena y Gil Colunje quienesardorosamente había abrazado su candidatura. El haber sido lan-zado ésta por el gobernador Fábrega dio lugar, y con sobradomotivo, a que se le tuviera como oficial o ministerial, como sedecía entonces. Desde el principio hasta el fin del período elec-

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toral y durante las sesiones de la Asamblea del Estado hubo detodo para mengua de la recién creada entidad política y, princi-palmente, para quienes aparecerían a la cabeza de los diversosbandos dirigiéndolos con ardor inusitado y con apasionamientociego. Prensa desbocada, chicanas de todos los estilos, votacio-nes y resoluciones espúreas de la asamblea para desconocer elresultado de los escrutinios, expulsión arbitraria, en fin, de dipu-tados a quienes se tildaba de peligrosos demagogos, hecho insó-lito que el vicegobernador Fábrega trató de justificar como me-jor pudo. Los ánimos se serenaron un poco y estabilizada la si-tuación política con el escrutinio final hecho por la mayoría de laasamblea, don Bartolomé Calvo tomó posesión de la primeramagistratura del Estado el 1° de octubre de 1856.

Obvio es que los efectos de un período tal, tan agitado y tanenvenenado por odios y pasiones personales y políticas, debíanhacerse sentir más delante de modo muy desagradable. Interesanaquí particularmente aquellos efectos por lo que respecta a lospadres del doctor Arosemena se vieron obligados a salir del Pa-namá hacia Cartagena, para librarse de la atmósfera pesada queexistía entonces en el Istmo y por temor de que la vieja enemis-tad que existía entre el nuevo gobernador y don Mariano ocasio-nase persecuciones contra éste.

El doctor Arosemena, completamente extraño a los sucesosdel Istmo, puesto que se hallaba ausente de él, se enteró de ellospor algunas publicaciones periódicas y por los informes que ledio su padre desde Cartagena. En las cartas para éste le aconseja-ba serenidad y prudencia, pero las de don Mariano para él erandespechadas y estaban cargadas de bilis contra Calvo y sus segui-dores, de manera que, a la postre, predispusieron al doctorArosemena contra Calvo, supuesto autor de las desventuras y atro-pellos de la familia del doctor Arosemena. No pudo contenerse yen una salida impetuosa, muy suya, publicó en El Tiempo de Bo-gotá un extenso artículo, especie de memorial de agravios, enque se quejaba de la indiferencia que mostraban los periódicos

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de esa ciudad ante los desafueros que se cometían en el Istmo.Tierra ésta que, por lejana —decía— no dejaba de ser granadina,ni exenta de que se le considerase como campo de ensayo de losabsolutistas, siempre dispuestos a imitar los golpes, las traicio-nes y las supercherías que ven emplear con buen éxito a sus cole-gas en la tarea de dominar.

No se escaparon a los dardos del doctor Arosemena ni elvicegobernador Fábrega, ni mucho menos el nuevo gobernadorBartolomé Calvo. Al primero lo pintaba como un ambicioso dés-pota que se proponía ejercer el gobierno por medio de un suce-sor de su agrado, y al segundo lo comparaba, nada menos, quecon el filibustero William Walker, el tristemente célebre invasorde Nicaragua. A uno y otro e igualmente a sus amigos ysimpatizadores los catalogó bajo el siguiente punzante juicio:

“En el Estado de Panamá un cierto número de personas que secreen autorizadas para imponer su voluntad al pueblo del Estado,como las únicas honradas y capaces, han seguido un plan medita-do e invariable que las llevase al terreno de sus deseos, acasomuy patrióticos, según su modo de ver, pero no más justificablesque los deseos de cualesquiera otro antecesores o usurpadores,todos los cuales pretenden siempre hacer la felicidad pública”.

Y añadía:“Es preciso repetirlo, por milésima vez. Hay en todos estos

países muchos falsos republicanos, que mientras hablan de liber-tad, república, democracia y voluntad popular, jamás dejan que semanifieste esa voluntad, ni que impere esa democracia, ni que serealice esa república. Ellos se creen los solos sabios, los solosdignos, los solos patriotas y los solos honrados; se creen tutoresnatos de los pueblos, cuya voluntad quieren suplantar con la su-yas propia, y a quien desprecian cuando no le temen”.

El violento artículo del doctor Arosemena dio por resultadoque Lázaro María Pérez, amigo y correligionario de Calvo, salie-ra a la defensa de éste en vista del paralelo a que se le sometiócon Walker. Los conceptos y términos exaltados acarrean siem-

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pre otros de igual jaez, y así el defensor de Calvo, entre otrascosas, dijo que era cínica la idea de quien comparaba al inteligen-te, distinguido y honrado señor Calvo con el bandolero Walker,proclamado presidente de Nicaragua; que había mezquindad desentimientos al negarle a aquél los vínculos que, sin haber nacidoen él, tenía con un país en donde había residido por largo tiemporodeado de buenas relaciones sociales y amparado por el títulode la nacionalidad; que no se le apreciaba el valeroso esfuerzo decargar con el pesado escombro del Estado de Panamá sostenién-dolo casi solo (Bartolomé Calvo era secretario delvicegobernador Fábrega), cuando por temor a su ruina lo abando-naban hombres más comprometidos en su creación.

Entre los atributos de su carácter tenía el doctor Arosemenabien marcada el de la susceptibilidad y, por esto, considerandoinjurioso el artículo de Pérez le mandó padrinos para concertarun duelo que éste aceptó porque dijo no estar “dispuesto a quitaruna solo palabra de su escrito y, antes bien, se ratificaba en él”.

Se efectuó el duelo a pistola vestidos los duelistas de riguro-so traje de etiqueta negro y cubiertas sus cabezas con sombrerosde copa alta. Ambos salieron ilesos, aunque la bala de Arosemenaperforó el sombrero de Pérez. Vino la reconciliación y, con ella,una amistad sincera hasta la muerte. Según la lógica de los tiem-pos no había pasado nada.

Ya habíamos dicho anteriormente cómo al no haber hechofrente el doctor Arosemena a las dificultades de todo orden queya menudeaban con ocasión del nuevo Estado y, particularmente,las relacionadas con el cambio de gobierno, no se ajustó del todoa sus deberes con respecto a dicha entidad y bien demuestra estolo ocurrido en el Istmo, de que se ha dado cuenta, y que el mismodoctor Arosemena juzgaba tan acremente. Los enemigos del en-sayo de Estado federal hallaron bastante que decir a propósito detan desgraciadas ocurrencias que ponían de manifiesto la psico-logía social y política del medio, ayer como hoy, determinadofatalmente por la ausencia de todo centro de interés que no fuera

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el del presupuesto, o el de ejercer desatentadamente influenciasde círculo, de familia o de clase, verdaderamente oligárquicas, alamparo de la función gubernamental. El doctor Arosemena, so-ciólogo de larga y penetrante visual, no ignoraba la fuerza irre-sistible de estas influencias y cómo ellas eran, acaso, las máspeligrosas para la estabilidad y la consolidación del Estado. Lasmiserables chicanas, el desconocimiento de la constitución y dela ley, que se pusieron en juego, entonces, no eran cosas entera-mente nuevas como para que le sorprendieran y de aquí que sincondenar la repulsa que le inspiraron aquellos sucesos desgra-ciados, y los conceptos candentes con que la expresó, habría sidopreferible que no le hubiera hurtado el cuerpo a las circunstan-cias, aun con sacrifico de su tranquilidad personal, tal como enotras ocasiones lo había hecho. Cabe, sin embargo, dejar cons-tancia de que no creemos, que, aun habiendo seguido el doctorArosemena la línea del mayor esfuerzo, la de la abnegación y elsacrifico, ello sólo fuera suficiente para conjugar los males quetan airadamente condenaba después. Ellos estaban en cierto modopredeterminados por la naturaleza misma de la estructura econó-mica del Istmo, y, pesase a la clara inteligencia del doctorArosemena, tan magníficamente dotada para comprender el modode ser de su pueblo y para penetrar en los problemas del gobier-no, muchos de los sucesos mencionados también habrían ocurri-do bajo su responsabilidad de gobernante. Sólo que su prestanciamoral, la pulcritud de su conducta, su autoridad de pensador polí-tico habrían servido de dique de contención contra la conductadesajustada, antipatriótica y despreocupada de sus conciudada-nos. La decepción que le produjeron los sucesos del Istmo, noobstante el duro enjuiciamiento a que los sometió, no le impedíapreocuparse hondamente por cuanto se refería a sus patria, a laque siguió sirviendo en una más amplia esfera de acción, menostrabajada por resistencias contrarias al bienestar y al progresocolectivo. Sus labores en el congreeso eran una prueba perma-nente de esto que decimos. Así lo demostró también a propósito

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del oscuro y malhadado asunto de La tajada de sandía que la-mentó profundamente por las gravísimas consecuencias que pre-vió se desprenderían de él. En carta de 6 de junio dirigida al doc-tor Manuel Romero le decía:

“Mucha sensación han producido en esta ciudad los aconteci-mientos que tuvieron lugar el 15 de abril en ésa, y aquí general-mente se culpa a las autoridades del Estado, que pudiendo haceruso de las leyes dejaron, según se dice, hasta la mañana siguiente,que se robase debidamente sin impedirlo. Estos desbordes y laspocas precauciones de las autoridades allí constituídas, empañanla conducta de la mayor parte de los panameños”.

No es de extrañar, pues, que conocedor de la índole de losnorteamericanos y del estado del ánimo popular en el Istmo conrespecto de aquellos reconociera que había cierta predisposiciónracial en el asunto, engendrada por la manera despectiva comolos americanos trataban a los hijos del país. Su criterio de hom-bre justo y ecuánime no se oscureció por un patriotismo extre-mado y llegó fríamente a la conclusión de que había sido funestae inhumana la orden que se dio durante el desarrollo de los acon-tecimientos de disparar contra la Casa de la Compañía, llena depasajeros inermes e indefensos, entre los cuales había mujeres yniños. Condenó públicamente y, sin reservas, a los alardes de fuer-za de los Estados Unidos para con una nación débil como la Nue-va Granada y calificó de abusivas las exigencias del gobierno deese país. Fustigió a los periodistas partidarios que encauzabanmal la opinión pública en ves de esgrimir las armas de la verdad yde la justicia y se manifestó en completo desacuerdo con perso-nalidades como Manuel Murillo Toro, Manuel Ancízar, FlorentinoGonzáles y Lino de Pombo, sosteniendo que los gobiernos sonresponsables de las faltas o errores de sus agentes y que la NuevaGranada debía resignarse a pagar lo que fuera justo, para evitarseel sonrojo de una humillación. Es decir, se mostraba, una vez más,un hombre prudente y justo cuando tantos otros atizaban la ho-guera del odio racial y aconsejaban una actitud inadecuada a los

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orígenes y esencia del consabido negocio y a la responsabilidadque el gobierno tenía en él.

El doctor Arosemena era un apasionado de la idea de la resu-rrección de la Gran Colombia, por la cual venía preocupado des-de 1853, cuando en la cámara de representantes y al aprobarseciertos artículos reformatorios de la constitución de 1843 hizopasar el siguiente artículo:

“El poder ejecutivo está facultado para celebrar tratados conlas repúblicas de Venezuela y el Ecuador sobre restablecimientode la Unión Colombiana, bajo un sistema federal de quince o másestados, cuya organización definitiva se realice por una conven-ción formada según las estipulaciones de los tratados”.

Creía el doctor Arosemena que ideal tan hermoso era un de-seo sentido por todos los hombres influyentes de los tres países,pues la unión era la única manera de hacerse fuertes y respeta-bles, de conjugar el peligro que entrañaban las ambiciones deconquista de que hacían gala ciertas naciones poderosas. En suconcepto, el cansancio de los pueblos por el largo gobierno delLibertador, las rivalidades entre granadinos y venezolanos, des-pués de terminada la guerra de la independencia y el no haberquerido ni Paéz ni Flores ser segundones del estadio político aldesaparecer Bolívar, fueron las causas que determinaron la des-aparición de la Gran Colombia. Alejados aquellos caudillo delpoder y siendo la Nueva Granada, Venezuela y el Ecuador partesidénticas por la sangre, la raza, el idioma y la tradición, su desti-no debía ser uno solo y a su realización debían consagrarse losgobiernos.

Como Arosemena pensaban entonces también, entre otros,Murillo Toro, Manuel Ancízar, Rafael Núñez, José María RojasGarrido, Salvador Camacho Roldán y José María Samper, quie-nes en el parlamento, en centros literarios o en publicacionesperiódicas se expresaban sobre el particular en términos llenosde unción optimista. Sólo que en los conglomerados políticosdispersos que debían unirse no existían los mismos sentimientos

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o apenas sí se manifestaban en forma tan tenue que no podíanservir de aglutinante del gran pensamiento.

En Venezuela unas veces se le combatía y otras se le aplaudíay hasta se dictó una ley que favorecía la unión. El Ecuador, por suparte, no se manifestaba muy entusiasta. Parecía a sus hombresmás representativos que el país perdería presencia internacionaly que lo mejor era, por lo tanto, que las cosas se quedaran comoestaban. El Gran Soñador, el Caballero de la Quimera, llega-ron a llamar a Arosemena periódicos de Caracas auspiciados porMonagas que no compartían sus ideales grancolombianos. Peroeran tan sinceros y tan sinceros y tan arraigados en su mente queen cierta ocasión el doctor Murillo, después de felicitarle por lacreación del Estado de Panamá y por su discurso al posesionarsedel gobierno, lo estimuló a que continuase trabajando en la obrade acreditar el sistema federal, de que Arosemena era campeón yle prometía que si legaba a realizar el pensamiento de reconstruirla Gran Colombia trabajaría porque Arosemena fuera el primerpresidente de la confederación.

El noble idealismo del doctor Arosemena le impidió apreciarciertas realidades. Creyó que con la desaparición del escenariopolítico de Páez y Flores, responsables directos de la disoluciónde Colombia, ésta resurgiría fácilmente, pero no reparó que enveinticinco años de vida soberana el sentimiento de la nacionali-dad había echado hondas raíces en Venezuela y el Ecuador. Enamo-rado, además, de la federación en pro de la cual había luchado yluchaba con tanto tesón creía que todos comprendían las ventajasde ese sistema de gobierno y que se rendirían ante sus excelenciassin tener en cuenta que no es viable en pueblos de civilización rudi-mentaria, los cuales en su estrechez de criterio no echan de verque el mismo lugareñismo, al que tan ferviente culto le rinden,encuentra en el sistema federal el más sano ambiente.

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Capítulo XVIIIPreludios de Guerra

(1858-1862)

Contrae nuevo matrimonio el doctor Arosemena.– Consolidación del régi-men federal.– Obaldía gobernador del Estado.– Situación general de laRepública en el año 59.– La administración Ospina.– Leyes impolíticas.–La intendencia general en el Istmo y en otros Estados.– Los Estados delMagdalena y de Santander y el gobierno general.– Ambiente de guerra.–El doctor Arosemena, partidario del orden público.– El Estado de Panamáse mantiene alejado de la contienda.– Consecuencias de este alejamiento.–La actitud particular del doctor Arosemena.

ompió el doctor Arosemena su viudez en 1858, al con-traer matrimonio en Nueva York, con la señorita LouiseLivingston, hija de un antiguo ministro americano en el

Ecuador, dama de singular belleza, de clara inteligencia y esme-rada educación. Por entonces habían terminado sus estudios loshijos que el doctor Arosemena había tenido en su primer matri-monio, Demetrio, Fabio, Elisa e Inés. Esta última fue entregada asu padre por la directora del colegio en donde había terminadosus estudios con el elogio de que era “una de las primeras inteli-gencias juveniles de América “. En efecto, dotada de una rara in-teligencia, dominaba cuatro idiomas modernos y conocía a fon-do las literaturas inglesa y francesa. Su matrimonio y la satisfac-ción de haber educado a sus hijos colmaban la felicidad del doc-tor Arosemena, quien, por otra parte, gozaba de la general admi-ración de sus conciudadanos, conquistada, a fuerza de talento yde servicios distinguidos a la república. El doctor Arosemena, al

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pisar tierra istmeña no tenía cargo o empleo oficial alguno; eraun simple ciudadano. Las demostraciones de aprecio de que fue-ron objeto él y su distinguida familia trascendieron los límitesde los sentimientos a que ordinariamente obedecen. Basta paraapreciarlas el gesto del Comodoro de la escuadrilla americanadel Caribe, quien no sólo agasajó al doctor Arosemena y a sufamilia a bordo de la fragata Roanoke, sino que extremó su cor-tesía despidiéndoles con una salva de quince cañonazos.

Arosemena permaneció en Panamá, de septiembre a noviem-bre de 1858, el tiempo indispensable para cumplir deberes priva-dos de carácter familiar y arreglar ciertos negocios personales.Concibió el propósito de radicarse en Bogotá permanentemente,en donde, como siempre, sus capacidades y patriotismo seríandedicados a las nobles exigencias de la vida pública, como él laconcebía. No logró llevar a término plenamente tal propósito envirtud de ciertas calamidades de familia y regresó de nuevo a losEstados Unidos.

No formó parte el doctor Arosemena del congreso de 1858-1859. Las elecciones que se verificaron en toda la república die-ron a los conservadores un triunfo abrumador. Obtuvo una consi-derable mayoría de votos para senador en la ciudad de Panamá,pero fue derrotado en el resto del Istmo.

El régimen federal que había comenzado a implantarse duran-te la administración Mallarino quedó definitivamente estableci-do en la de Ospina. A la creación del Estado de Panamá habíaseguido la de Antioquia en 1858 y, subsiguientemente, la deSantander, Bolívar, Boyacá, Cundinamarca y Magdalena en 1858,calcada en parte en el proyecto de constitución para la confede-ración granadina que el año anterior había elaborado el señor donMariano Ospina Rodríguez. Los conservadores, sin ser partida-rios del sistema federal de gobierno se inclinaban en esta carta ala opinión entonces reinante en la Nueva Granada, y los liberales,por su parte, renunciaban a la soberanía de los Estados, en el pro-pósito ostensible de facilitar la pronta reorganización del país.

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Aun así, la dicha carta, fruto de un acuerdo entre los partidos, enconcepto del doctor Arosemena, expresado más tarde en sus Es-tudios Constitucionales, no tuvo la adhesión cordial del notablehombre público que fue don Mariano Ospina Rodríguez, quienpersonalmente no simpatizaba con el sistema de gobierno fede-ral. Era de presumirse, dijo el doctor Arosemena, que si lo acatófue movido por el deseo de rendir homenaje a las ideas predomi-nantes o el de asegurarse el Estado de Antioquia, en donde éltenía muchos partidarios, para implantar sus principios conser-vadores, en caso de que sus competidores Murillo o Mosqueraresultaran elegidos.

A principios de 1858, dominaban los conservadores en los Esta-dos de Bolívar, Boyacá, Antioquia, Cundinamarca y Panamá; los li-berales en el Cauca, Magdalena y Santander; pero en las eleccionesque se efectuaron, pocos meses después, pasó el Estado de Panamáa poder de los liberales y el del Cauca al de los conservadores. Triun-fó en Panamá con una mayoría exigua don José de Obaldía para go-bernador del Estado; en el Cauca, el general Mosquera, cuya elec-ción fue casi unánime y lo salvó de su muerte política.

Desde 1854 era mal visto Obaldía por algunos miembros delliberalismo debido a su actuación en los sucesos de ese año, épocaen la cual tocóle en plena guerra las elecciones de vicepresiden-te de la república para el período de 1855 a 1857, y, terminada larevolución, castigar a los revolucionarios. El partido conserva-dor completamente unido votó por el doctor Manuel MaríaMallarino, en tanto que del liberal sólo una fracción, la llamadagólgota, hizo uso del sufragio a favor del doctor Manuel MurilloToro, porque la otra, la denominada draconiana, ni tuvo, ni hubie-ra podido tener, candidato, pues estaba fuera de la ley.

El vicepresidente Obaldía guardó la más estricta neutralidaden el debate electoral, de modo que el triunfo favoreció al candi-dato conservador, ya fuese por causa de la escisión que había enel liberalismo, o porque los conservadores eran numerosos y nose dejaron engañar.

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Los radicales no le perdonaron nunca al señor Obaldía la derro-ta que entonces experimentaron; y los draconianos, por su parte,tampoco olvidaron que mandó al presidio de Chagres, donde lamayor parte murió víctima del clima, a los más acusados revolu-cionarios del 54, aprehendidos con las armas en las manos.

Como se ve, la animosidad contra el señor Obaldía era gene-ral entre sus copartidarios, lo que no impidió que un panameñonotable, el doctor Mateo Iturralde, en unión de otros amigos, lan-zara en El Pueblo, periódico político, la candidatura de Obaldía,para gobernador del Estado de Panamá en el período de 1858 a1860, defendiendo victoriosamente al candidato de todos loscargos que se le hacían. Sin embargo, en Bogotá causó tan malefecto esta nueva aparición del señor Obaldía en puesto visibledel escenario político, que el doctor Murillo Toro comunicó lanoticia en El Tiempo, órgano del radicalismo, de esta manera su-gestiva: “Es candidato para la gobernación de Panamá el señorJosé de Obaldía, maravillosamente revivido por los olvidadizosliberales”.

A pesar de todo, el doctor Iturralde consiguió no sólo que lamayoría del partido liberal istmeño apoyara al señor Obaldía sinoque fuera derrotado en elecciones puras del candidato conserva-dor don José Marcelino Hurtado, si bien por una escasa mayoríacomparada con la abrumadora obtenida dos años antes por el se-ñor Calvo

Reunida la asamblea legislativa en el mes de septiembre, eli-gió unánimemente vicegobernador del Estado al doctor RafaelNúñez, quien se excusó alegando no serle posible el buen des-empeño del elevado cargo por carecer de los elementos necesa-rios para ello; pero como la corporación insistiera, el doctorNúñez aceptó, al fin, y se encargó de la gobernación el 1 de octu-bre de 1858, por ausencia del señor Obaldía.

Corto como debía ser su paso por el gobierno, en el discursoinaugural no desarrolló el doctor Núñez ningún programa, limi-tándose a expresar, entre otros conceptos, que sostendría a los

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habitantes del Estado, tanto nacionales como extranjeros, en ellibre y pacífico ejercicio de sus derechos.

El 2 de noviembre se posesionó el señor Obaldía del mando,con don Manuel Morro como secretario de Estado. Su adminis-tración fue digna continuación de la conciliadora del señorCalvo y del señor Gamboa. Devoto observante de la ley no pu-dieron desviarlo de la recta senda ni los compromisos políticos,ni las preferencias partidaristas. En la provisión de cargos públi-cos no privó, por lo general, sino la competencia y el patriotis-mo; los derechos de los gobernadores fueron respetados y elmandatario se esforzó en consolidar la unión del pueblo istmeñosin descuidar sus progreso moral e intelectual.

La situación general de la república era bastante halagüeña elaño de 1859. Había un movimiento ascensional de progreso len-to pero firme: el comercio, la agricultura y las escasas industriasnacionales prosperaban, poco a poco; se exportaba en cifras nodespreciables oro, plata, perlas, platino y esmeraldas; en grancantidad maderas de construcción y de tinte, tabaco , caucho, som-breros de paja, cueros, quinina, añil, café, tagua y otros produc-tos más por valor de unos $11.000.000; del extranjero afluíancapitales que convergían al desarrollo de la riqueza nacional; ha-bía promesa de que vendrían más si el afianzamiento de la paz eraun hecho sólido para invertirlos en empresas que le dieran im-pulso al país; el cambio sobre el exterior oscilaba entre el 2 y el4 % llegando muchas veces el caso de cotizarse a la par; el crédi-to del gobierno era tan firme, que los cupones de renta sobre eltesoro circulaban como dinero sonante; la deuda exterior era aten-dida y se pagaban puntualmente los intereses; la instrucción pú-blica se difundía paulatinamente por todos los ámbitos de la na-ción; algunas ciudades mejoraban en comodidades y ornato; elpie de fuerza para el año económico de 1858 a 1859 ascendía a446 hombres, de los cuales 160 hacían la guarnición de Panamá,donde eran sus servicios indispensables para proteger el tránsitodel ferrocarril; la institución militar estaba algo desacreditada y

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no muy bien vista, pues en cada coronel o general se temía queestuviera en potencia un dictador; las relaciones entre la Iglesia yel Estado marchaban en la mejor armonía. Los jesuitas y los obis-pos expulsados durante la administración del general López, ha-bían regresado al país y se dedicaban a su sagrado ministerio; laestadística anunciaba notable descenso en la perpetración de de-litos; las relaciones con las potencias extranjeras eran cordiales;las exageraciones de los partidos políticos parecían extinguidas;el amor a la paz pública se consideraba ya un hecho definitivo;los Estados se sometían de buen grado a la anulación por la Cortesuprema de las leyes declaradas inconstitucionales por este altotribunal; las rentas públicas prometían ser cuantiosas, en rela-ción con los años precedentes; se había ordenado hacer un censogeneral; la comisión corográfica encargada de levantar la cartaparticular de los Estados y la general de la república proseguíasus trabajos; la prensa además de las cuestiones políticas, discu-tía también sobre materias económicas y sociales y sobre puntosreligiosos tales como la conveniencia e inconveniencia del po-der temporal de los papas.

Los dos primeros años de la administración Ospina fuerontranquilos y gobernó bien; no se inmiscuyó en los asuntos inter-nos de los Estados ni se prestó a las súplicas que algunoscopartidarios le hacían de ayudarlos a derrocar los gobiernos li-berales de Santander y el Magdalena; pero desgraciadamente porcausas no bien esclarecidas aún, tal vez por exigencias de su par-tido, cambió de rumbo al fin iniciando una política más o menosencubierta de persecución al liberalismo. Enemigo acérrimo deeste partido, se propuso por medios indirectos alejarlo indefini-damente del poder y exasperarlo con su provocadora actitud hos-til para que se lanzara a la guerra y exterminarlo, según ingenua-mente creía.

Despertaron los odios políticos, que estaban algo adormeci-dos, con la expedición de dos leyes aprobadas por el congreso de1859, una sobre elecciones y potra sobre organización de la ha-

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cienda nacional. La primera de dichas leyes, muy extensa y algocomplicada, contenía al lado de disposiciones muy buenas otrassumamente peligrosas e imprudentes. Se creaba en cada Estadoun consejo electoral compuesto de nueve miembros en cada bie-nio, así: tres nombrados por el senado, tres por la cámara de re-presentantes y tres por el presidente de la república. Los Estadosse dividían en circuitos y éstos en distritos parroquiales. Cadacircuito tendría una junta electoral compuesta de siete miem-bros nombrados, cada año, por el consejo electoral del Estado; ycada distrito electoral un jurado de elecciones compuesto de cincomiembros nombrados también cada dos años por la junta electo-ral del circuito.

Los cargos de miembros del consejo, de la junta y del juradoelectoral eran de forzosa aceptación.

Los principales liberales que combatieron esta ley, por la pren-sa fueron Manuel Murillo, Felipe y Santiago Pérez, Rafael Núñez,Lorenzo María Lleras, el general Mosquera, Gil Colunje, Anto-nio Ferro, Rafael Elíseo Santander, Justo Arosemena y otros. Entrelos conservadores, el conocido escritor D. Manuel MaríaMadiedo. Según el doctor Arosemena, dicha ley era el golpe másrudo que los conservadores habían podido asestar al liberalismoy una provocación a la guerra, pues además de conculcar la sobe-ranía de los Estados, estaba arreglada de tal manera que siemprele daría el triunfo al partido que estuviera en el poder; y comoesto era injusto e impolítico, porque la república no era patrimo-nio de ningún partido, el doctor Arosemena hizo una apelación albuen sentido de las legislaturas de los Estados para que pidieranal congreso de 1860 la reforma de dicha ley.

Todos los críticos de la cual afirmaban que ella tendía a queun solo partido controlara las elecciones; que siendo en 1859 elsenado, la cámara de representantes y el presidente de la repúbli-ca conservadores, conservadores tenían que resultar los miem-bros de los consejos electorales, porque eso estaba en la natura-leza de las cosas: efectivamente, cuando la ley se sancionó e

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hiciéronse los respectivos nombramientos en ella indicados, re-sultaron todos los consejos electorales de la república con unamayoría de conservadores.

Contrayéndose al Istmo, fueron favorecidos por el senado dela confederación granadina para miembros del consejo electoraldel Estado de Panamá los señores Francisco de Fábrega, Santia-go de la Guardia y Ramón Gamboa; por la cámara de representan-tes, Ricardo Planes, Pablo Arosemena y Francisco Jiménez Arce;y por el presidente de la república Rafael Núñez, Lorenzo Galle-gos y Antonio Amador. En suma: dos liberales – los señores Núñezy Arosemena – contra siete conservadores.

Por la ley del 26 de junio de 1857 se había creado en el Esta-do de Panamá una administración especial encargada de defenderel territorio y la soberanía de esta sección de la Nueva Granada,de dar seguridad y protección a los extranjeros, sus personas eintereses, con arreglo a los tratados públicos y al derecho inter-nacional; y de tener a su cargo todo lo relativo a rentas, bienes yderechos nacionales aquí ubicados.

Al jefe de dicha administración se le dio el nombre de inten-dente general pero ésta no era otra cosa que una pura canongíacreada para que la usufructuase un hombre riquísimo, don JoséMarcelino Hurtado. Así lo demostraron el doctor Arosemena enuna extensa carta que sobre asuntos económicos le dirigió enmayo de 1859 al secretario de hacienda, pero ni el mencionadosecretario ni el presidente de la república hicieron caso alguno ala juiciosa observación del doctor Arosemena. Al contrario, fue-ron extendidas las canongías a la mayor parte de los Estados, afavor de la ley del 10 de mayo de 1859 sobre organización de lahacienda nacional, que facultó al poder ejecutivo para establecer,cuando lo estimara conveniente, en cada uno de los Estados de laconfederación o que luego se estableciesen, un distrito de ha-cienda regido por un intendente, quien en el respectivo Estadosería el agente del gobierno nacional en todos los negocios atri-buidos a éste por la constitución y las leyes de la república.

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Este ley produjo los más funestos resultados al llevarse a lapráctica. Luego de promulgada creó el presidente de la confe-deración senda intendencia en los Estados de Bolívar, Magdale-na, Santander y Cauca. Los jefes de ellas, abusando de las facul-tades amplísimas que tenían entraron en colisión con los go-biernos de los Estados del Cauca, Magdalena y Santander y pro-vocaron, en gran parte, la desastrosa guerra civil que cubrió alpaís de dolor, de sangre, de luto de ruina y lo hizo retrogradarpolítica y económicamente.

Al organizarse el Magdalena como Estado federal y verificar-se las primeras elecciones para miembros de la asamblea consti-tuyente, la opinión del pueblo magdalenense, manifestada en lasurnas electorales y ejercida con plenas garantías, se inclinó a fa-vor de los radicales. Mas los conservadores de esa sección de larepública no quisieron someterse al gobierno de sus adversariosy echando mano de fútiles pretextos se lanzaron a la guerra paraver si por este medio se apoderaban del Estado. La suerte les fueadversa, pues volvieron a ser derrotados; los radicales, sin em-bargo, no abusaron del fruto de la victoria; porque, poniendo enpráctica sus principios de que “ en política no hay delitos sinoerrores de entendimiento” y que “ el santo derecho de insurrec-ción hace parte de las prerrogativas de los pueblos” se mostrarongenerosos para con los vencidos a quienes amnistiaron sin res-tricciones de ninguna especie.

El gobierno nacional, de acuerdo con la ley de orden públicoentonces vigente, guardó prescindencia absoluta mientras duróla lucha armada, pero a raíz de restablecida la paz cometió el pre-sidente de la república el acto impolítico de darles importantesempleos nacionales en el Estado a los principales cabecillas dela rebelión que acabada de ser aplastada, los cuales, alentadoscon esto, no cesaron de conspirar y desacreditar por la prensa alos llamados radicales, tildándolos de tiranos, anarquistas, inmo-rales, etc. Ante el peligro de una nueva revuelta, la asambleamagdalenense, recelosa de que le gobierno nacional estuviera

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complicado en tales maquinaciones, acordó con el Estado deSantander, regido también por los radicales, una alianza perma-nente encaminada a sostener y defender la integridad de sus res-pectivos territorios, su soberanía y existencia política.

La administración radical de Santander en el lapso de 1857 a1859 estuvo muy lejos de constituir un éxito. Sus legisladores,profesando doctrinas que no habían pasado por el yunque de laexperiencia o eran utópicas o injustas, pretendieron, sin embar-go, con ceguedad increíble, imponerlas de un tajo. Así decreta-ron un indulto general para toda clase de personas que hubieraninfringido las leyes antes del 16 de octubre de 1857, día de suinstalación, y a quienes, en consecuencia, se les estuviera siguien-do causa criminal. Así mismo, la constitución dispuso que losdiputados a la asamblea serían elegidos anualmente por escruti-nio de lista en todo el Estado, es decir, no por circunscripcioneso circuitos electorales sino colectivamente por el voto directo ysimultáneo de todos los ciudadanos. La principal fuente de in-gresos de aquella sección de la república, el estanco de aguar-diente, fue abolida estableciéndose por toda renta la contribu-ción directa, no sobre la renta, sino sobre el capital de los contri-buyentes, medida que se prestó a grandes iniquidades. Se declaróque el matrimonio civil era el único válido y que podía ser di-suelto por la voluntad de uno solo de los contrayentes; que basta-ba que un hombre y una mujer hubiesen vivido un año bajo elmismo techo, para que les tuviera como casados; que los hijosilegítimos tenían los mismos derechos que los legítimos, debien-do ser admitidos en el mismo hogar, en la misma mesa y conigual derecho de herencia; que la violación hecha de una mujermayor de doce años no constituía delito. Fueron suprimidas lasescuelas públicas, alegando el doctor Murillo Toro que la ins-trucción era un negocio igual a la ganadería o a la agricultura: unnegocio de particulares y no una función del gobierno; que mien-tras hubiera escuelas públicas pagadas por todos y sin sentirse elpago, no habría escuelas privadas, a no ser que aquellas fueran tan

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malas y estuvieran tan desacreditadas que la presión de la necesidadhiciera sostener, aun cuando fuera mezquinamente, las otras. Porúltimo, la ley de dicho Estado reconocía el derecho de insurreccióny no le daba al gobierno facultad para castigar sino únicamente pararesistir, porque los que se alzaban contra él, no cometían delito.

Todas esta cosas las aprovecharon los conservadores santan-dereanos para aseverar que el Estado se encontraba sumido en laanarquía más espantosa y echarle la culpa de todo al partido radi-cal, proclamándose ellos defensores de la moral, del orden, de lafamilia, de la propiedad, de la religión y hasta de la higiene. Impa-cientes por tomar el poder comenzaron a hacer los preparativosdel caso para lanzarse a la guerra. Informado de ello el doctorMurillo Toro, quien se encontraba entonces en Bogotá, pidió yobtuvo una entrevista con el presidente de la república a quienpuso al corriente de lo que pasaba. Éste se apresuró a escribirle alos conservadores más influyentes en aquel Estado en el sentidode disuadirlos de que por ningún motivo alteraran el orden públi-co, y advirtiéndoles que si lo alteraban quedarían solos, porque elgobierno nacional no les prestaría apoyo de ninguna especie.Luego, como medida preventiva, mandó recoger todas las armasnacionales que se hallaban distribuidas en varios lugares del Es-tado. Pero los encargados de tan delicada misión, casi todos mi-litares, en vez de obedecer las órdenes del presidente se lanzarona la guerra contra el gobierno radical de Santander, llevándosesoldados y armamentos unos, repartiéndose otros las armas ohaciendo ver que algunos conservadores se las habían arrebatado.

Como en el Magdalena y como en Santander ocurrieron he-chos parecidos en sus orígenes y en su alcance. En los Estados delCauca y de Bolívar se hallaban en un estado de intranquilidad casipermanente. En este último Estado, una rebelión liberal había teni-do éxito en 1859; pero contribuyó muy poco a consolidar el ordenporque tenía que permanecer en constante expectativa para preve-nir posibles reacciones y en el Causa, presa de revueltas alentadaspor el presidente Ospina, no andaban mejor las cosas.

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Tal era la candente atmósfera general que prevalecía en laConfederación granadina a principios de 1860, y a la reunión delcongreso, el cual expidió una ley ostensiblemente encaminada adominar los Estados en que tenían predominio los liberales. Elgeneral Mosquera, por su parte, recogió el guante y vino el de-creto del 8 de mayo de 1860, principio inmediato de la guerramás cruenta hasta entonces habida en la partida de Santander.Después de varios combates, adversos unos y favorables otros,en que participaron varios de los Estados de la Confederación,menos el de Panamá, Mosquera entró triunfante a Bogotá el 18de junio de 1861, si bien la guerra, propiamente hablando, siguióhasta 1862.

El doctor Arosemena no era senador ni ocupaba cargo algunode carácter oficial durante los sucesos a que nos referimos, perosiendo una de las grandes autoridades morales de la república yel elemento más indicado, quizá, dentro de su partido, para de-fender las conquistas logradas por éste en la constitución de 1858se comprende que no observara una actitud indiferente. Ya se havisto cómo en unión de Núñez, Murillo y otros prohombres com-batió la ley electoral dictada bajo las inspiraciones del presiden-te Ospina. Se ha visto también cómo denunció los males que aca-rrearía cierta ley sobre cuestiones hacendarias. Del mismo modo,cuando Mosquera sondeaba a los liberales de la capital para sabercuál era su opinión acerca de la paz o de la guerra, Arosemena fuede los que, no obstante el general descontento en todo el paíscontra el presidente Ospina, se pronunció, el primero, por la con-servación del orden público, “ con el calor que dan las conviccio-nes sinceras”, según el testimonio de su primo, el doctor Pablo.Éste ha dicho, además, que don Justo aconsejó la adopción de lacandidatura del general Herrán para presidente de la repúblicaporque, conocedor de sus ideas, sabía que nada tenía que temerde él el régimen que se cristalizaba en la constitución del 58. Nopodía el doctor Arosemena preferir la paz con Ospina contra losintereses del liberalismo, ni la guerra, aun a favor de éste con

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Mosquera, a quien conocía de sobra por sus tendenciasegocéntricas y dictatoriales. Su consejo no fue atendido y preva-leció el parecer de los que preconizaban el extremado recurso delas armas. La adopción de la candidatura del mismo doctorArosemena, lanzada por varios periódicos de Panamá, tampocohabría evitado la guerra. Pese a sus indiscutibles merecimientosy a la posición de que gozaba en el país y en el partido, los órga-nos provinciales carecían de la influencia suficiente par orientarla política nacional. La candidatura de Arosemena, sin embargo,habría sido una verdadera orientación en medio del caos en quese debatía la república.

La revolución no alcanzó a conmover bélicamente al Istmo, ala cabeza de cuyo gobierno se hallaba el señor José de Obaldía.Con habilidad de experto piloto, mantuvo al Estado fuera de laconflagración general y era tal el sosiego predominante que laselecciones para nuevo gobernador en el bienio de 1860 a 1862se efectuaron dentro del más completo orden y la más pura lega-lidad resultando reelegido el señor Santiago de la Guardia, quien,como su predecesor, continuó con la decidida resolución de man-tener al Estado alejado de una guerra en que nada tenía que ganar.

El doctor Méndez Pereira, en su Justo Arosemena, explica laactitud del gobernador de la Guardia diciendo que a ello le indu-cían sus propias convicciones, pues él pertenecía al partido legi-timista o constitucional, opuesto al que, con el nombre de fede-ralista, se había levantado en armas. Además, agrega consideran-do perdida la causa de la legalidad, disueltas casi todas las leyespolíticas y sociales que unían las varias secciones de la Nación;inclinadas varias de éstas a organizarse, a su modo, independien-temente, rotos, en una palabra, los vínculos de la confederacióngranadina en virtud de la revolución en que ardían la república, laocasión tenía que parecerle tentadora y propicia para que Panamáse constituyera en Estado Libre e independiente.

El doctor Arosemena, federalista de pura sangre, que, natural-mente, por serlo, sabía todo el margen de posibilidades que con

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respecto a su independencia, se ofrecía al Istmo, compartía, noobstante, las mismas opiniones del gobernador de la Guardia,como se verá más adelante. Éste llegó a declarar terminantemen-te que el Istmo no reanudaría los vínculos con la nación granadi-na sino en condiciones que le permitiesen gozar de la autonomíaque su situación hacía indispensable.

El desarrollo de los acontecimientos que, como consecuen-cia de esta actitud habían de crear, como crearon, una situacióncomplicadísima, peligrosa para los vitales intereses del Istmo,en la cual, sin embargo, quedaron de relieve la conducta, asazavasalladora, del gobierno provisional que surgió de la revolu-ción, el temple de carácter del gobernador de la guardia y la pe-netrante sagacidad del doctor Arosemena, quien, casi contra suvoluntad, se vió envuelto en esos acontecimientos.

Sucedió que, destruida por la fuerza de las armas la confede-ración granadina, y asiladas en tal virtud las soberanías de losEstados era preciso reemplazar aquellas con una nueva entidadconstitucional cuyo soporte, según la lógica de los principios,fuese, precisamente, dicha soberanía. La guerra misma, que ne-cesitaba una justificación jurídica se hizo sobre las bases de unpacto de alianza, convenido entre los Estados del Cauca y Bolí-var, que luego aceptaron los Estados de Santander, Magdalena yTolima. Invitado el Estado de Panamá a que adhiriera a dicho pac-to se negó a ello porque el señor de la Guardia, su gobernante,con el respaldo de la opinión general, estimaba que mientras másalejado de los conflictos internos de la nueva Granada se mantu-viera el Istmo, mejor y más fácilmente se realizarían sus desti-nos. Parecer que se conformaba con la tradición política y socialdel Istmo y que, bien o mal, parecía asegurada desde la creacióndel Estado en 1853.

Es Estado fue invitado por el nuevo gobierno, ya apagado elincendio de la guerra, a formar parte de la Unión y vino así elconvenio del 6 de septiembre de 1861, suscrito en Colón entrelos señores Manuel Murillo Toro, en nombre del gobierno, y don

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Santiago de la Guardia, gobernador del Estado. Ese convenio secelebró por las partes contratantes con el claro entendimiento deque una de ellas, el Estado, usaba de su facultad soberana paraobligarse en él, según se lo dictaran sus propios intereses parti-culares. Pero el convenio no fue nunca aprobado. El 10 del mis-mo mes se reunía en Bogotá un congreso de plenipotenciarios elcual aprobó un pacto de unión constitucional de los Estados queformaron la confederación granadina, bajo el nombre de EstadosUnidos de Nueva Granada, y acordó, además, un pacto transitorioque proveía a la organización del gobierno que había surgido dela revolución.

El doctor Arosemena fue nombrado consejero del gobier-no nacional en representación del Estado de Panamá, y , algúntiempo después (en enero de 1862), plenipotenciario del Es-tado con el preciso objeto de que aceptara y concluyera, se-gún los términos del nombramiento, un pacto de Unión entreel Estado de Panamá y los demás que formaban la extinguidafederación granadina, siempre que al primero se le hicieranlas mismas concesiones que fueron contempladas en el con-venio de Colón.

En situación sumamente embarazosa quedó colocado el doc-tor Arosemena en virtud de los actos que ya se habían cumplido.Como plenipotenciario era de suponerse la previa incorporacióndel Estado de Panamá a la Unión Granadina. Como consejero eraigualmente necesaria la aceptación de actos que no se habían cum-plido de acuerdo con el convenio de Colón, virtualmente des-aprobado por el gobierno general; pero válido en todas sus partespara el Estado de Panamá, ya que se ajustaba al espíritu del pactode alianza de Bolívar y era cónsono, al mismo tiempo, con lasaspiraciones autonómicas del Istmo. Lo menos que podía hacerel doctor Arosemena para corresponder lealmente al honor y a laconfianza que se le había dispensado fue lo que hizo: presentósus dudas, su perplejidad, en una comunicación dirigida al secre-tario de Estado que lo era, a la sazón, el doctor Pablo Arosemena,

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y a la respuesta no se hizo esperar, en términos que su misiónquedó claramente definida.

“Por el convenio de Colón el Estado de Panamá se incorporóa la entidad política denominada Estados Unidos de NuevaGranada en los términos del tratado que celebraron en Cartagenalos plenipotenciarios de los Estados de Bolívar y Cauca, al cualadhirió el de Panamá, aunque con ciertas condiciones y reservas.

Aprobado por la Asamblea legislativa del Estado el conveniocomenzó a tener efecto desde su sanción el 15 del mes de sep-tiembre y era hecho consumado la anexión del Estado de Panamáa los Estados Unidos de la Nueva Granada.

Como en la capital de la república no se conociera la adhe-sión del Estado de Panamá al tratado de Cartagena, los plenipo-tenciarios de Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena,Santander y Tolima concluyeron un pacto de unión en el cual seprescindía, aunque no absolutamente, de los Estados de Antioquiay Panamá, puesto que se adoptó una disposición que preveía elmodo de que estos Estados se adhirieran más adelante.

El nuevo pacto abrogó de hecho el convenio de Colón y elgobernador del Estado, en uso de sus facultades legales aceptócondicionalmente el referido Pacto de Unión. Siendo condicio-nes, decía el secretario de Estado, esa aceptación no puede con-siderarse que el Estado de Panamá se halla definitivamente in-corporado a la Unión Colombiana, lo que consideraba altamenteimportante “para establecer de un modo regular las relacionesdel Estado con el gobierno general”. Era, pues, necesario cele-brar un nuevo pacto, lo que ciertamente estaba previsto en la dis-posición aludida del Pacto de Unión “.

Así, de mano maestra en la exposición de los hechos y en laargumentación jurídica quedó fijado el criterio al cual debía ate-nerse el doctor Arosemena en el desempeño de las misiones quese le encomendaban, de consejero del gobierno y de plenipoten-ciario en el supuesto de la incorporación definitiva del Estado ala Unión Colombiana y en su representación.

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El doctor Arosemena partió para Bogotá a llenar su cometi-do (27 de enero de 1862). Se entrevista con el general Mosquera,a poco de haber llegado a Bogotá, y las impresiones que obtie-ne son pesimistas. El general no miraba con simpatía el conve-nio de Colón y no lo cumpliría ni lo aceptaría. Pensaba que dis-ponía de los medios necesarios para someter al Estado sin pac-tar con él. No creía, en fin, que podía hacerse nada hasta la com-pleta terminación de la guerra. Descubrió el doctor Arosemenaque el mismo Murillo, signatario del convenio de Colón, habíaaconsejado a Mosquera que no lo aprobara ni lo improbara, queganara tiempo y llegó a la conclusión de que no podía ejercerlas funciones de consejero sin que se aprobara el convenio y deque, a la larga, el estado seguiría formando parte de los EstadosUnidos de Colombia, bien que se consolaba con la idea de queera mejor entenderse con liberales que con conservadores. Apesar de todo, le parecía posible la celebración de un nuevoconvenio y así lo propone. Invitado por el secretario de lo inte-rior a ocupar su puesto en el consejo de gobierno, en su carác-ter de plenipotenciario de Panamá, se niega a ello con lógicairrebatible dentro del criterio que se le había fijado para des-empeñar su misión y las instrucciones especiales a que debíaceñirse. Consiguió que el consejo de gobierno recomendara algeneral Mosquera la incorporación definitiva del Estado de Pa-namá por medio de la aprobación del convenio de Colón, lo queMosquera se negó a aceptar rotundamente.

Es conveniente que se consideren bien las causas que motiva-ban la actitud del jefe supremo de la guerra y cuáles determina-ban la asumida por el negociador, doctor Arosemena. Aquélla erauna actitud puramente voluntariosa del general Mosquera, esti-mulada por la política de abstención de los funcionarios del esta-do de Panamá con respecto al conflicto nacional que había liqui-dado la confederación granadina, estimulada también por la ideaque abrigaba el gran general y con él muchos granadinos, de queel sentimiento de independencia, siempre latente en Panamá, de-

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bía ser combatido por todos los medios posibles. La actitud deArosemena era lógica tanto del punto de vista del contenido y delos límites de su misión, como del de sus propias ideas persona-les. El fundador del Estado federal del Istmo, el acérrimo parti-dario del sistema de gobierno federal, quien, según sus propiaspalabras, sabía que el nuevo orden de cosas descansaba en el prin-cipio de la soberanía de los Estados, no podía avenirse a la ideade que al Estado que representaba no se le diese la importanciaque le correspondía, sobre todo, dentro de la irreductible lógicade aquel principio.

Fallaron, no obstante la insistencia de sus demandas, todossus cálculos e ilusiones y la suerte quedó echada para el Istmo. Ycomo preguntara todavía al secretario del interior si el gobiernoprovisional de la unión colombiana estaba o no dispuesto a acep-tar el convenio de Colón se le contestó con una nota que equiva-lía a una declaratoria de guerra, palabra espantosa que conmoviótodos sus sentimientos patrióticos y humanitarios. Él no podíaprestarse a ser vehículo que trajera para el Istmo los males que laguerra ocasiona. Vió con claridad “que todo podía evitarse consólo reconocer que el Estado de Panamá se hallaba incorporado,como todos los otros, a la Unión Colombiana” y, considerandoque la incorporación definitiva del Estado a la Unión era un he-cho, resolvió asistir al consejo de gobierno provisional.

Por esta actitud, por el convenio de Colón, origen de todoslos males que se desatarían sobre el Estado, por la violación de laneutralidad de éste, llevada a cabo por una expedición militar en-comendada al coronel Peregrino Santa Coloma y hasta por la re-vuelta del 25 de julio que dio en tierra con el orden constitucio-nal del Estado y ocasionó la muerte del gobernador de la Guar-dia, fue censurado acremente el doctor Arosemena por el doctorGil Colunje, pero sin que sufriera en lo mínimo su reputación dehombre recto, inspirado siempre en altos propósitos e ideales,justificados ampliamente en un célebre folleto suyo titulado elConvenio de Colón. Allí quedó demostrado que aceptó la mi-

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sión que se le encomendó contra su voluntad, más por patriotis-mo y por espíritu de servicio que por llevar adelante propósitosegoístas; que la expedición Santacoloma tenía por objeto osten-sible oponerse a la invasión del Istmo anunciada de parte del ge-neral Herrán para evitar que Arboleda se moviera hacia Tumaco arecibir un armamento que había pedido a Londres; que la revolu-ción del 25 de julio fue comunicada al general Mosquera por elseñor Manuel María Díaz, encargado de la gobernación del Esta-do, después que un movimiento popular derribó al señor de laGuardia; que este movimiento tuvo por causa resentimientos decarácter doméstico a que sirvieron de pretexto y apoyo influen-cias extrañas a los intereses del Istmo y su política. Si el doctorArosemena hubiese ocupado el lugar del gobernador de la Guar-dia, mejor informado que éste, dijo, de los verdaderos motivosque respaldaban la actitud del general, habría adoptado una políti-ca más ecuánime. Sin embargo, de esto, respetó su conducta con-siderándola como la de un magistrado íntegro sacrificado al de-ber tal como él lo comprendía

Al doctor Arosemena, que nada tuvo que ver con la revolucióndel 25 de julio, que en agosto del mismo año nada sabía precisa-mente acerca de su desarrollo y consecuencias, se le confirmópor el nuevo régimen del Estado su cargo de consejero del go-bierno general y se le eligió, además, para representar al Istmoen la convención nacional que debía reunirse en Rionegro: reite-radas pruebas de confianza que se le otorgaban, no en fuerza decombinaciones políticas de inferior jaez, sino en reconocimien-to de sus excepcionales cualidades de hombre público, en quiense aunaban talento, ilustración y patriotismo auténticos. Nuevaoportunidad para él en donde habían de resplandecer, como nun-ca antes, éstas sus sobresalientes cualidades. El diputado por elEstado soberano de Panamá a la Convención de Rionegro toma-ría parte, pues, en aquella histórica convención no sólo por lasimple razón de su nombramiento, sino por derecho de señoríointelectual que nadie podía negarle.

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Capítulo XIXEn la Convención de Rionegro

(1853)

La Convención de Rionegro y el General Mosquera.– Labores constitu-yentes y legislativas del doctor Arosemena.– Discursos notables.– Con-cepto que tenía el doctor Arosemena de la Constitución de Rionegro, cin-co años después de expedida.

a conveniencia de Rionegro fue un verdadero torneo decivismo en que brillaron los ideales políticos que anima-ban a los diputados que a ella concurrieron. Lo mismo los

liberales que se oponían a la voluntad imperiosa y autoritaria delgeneral Mosquera, como los que le sostenían y alentaban en suspropósitos vindicativos, se hallaban poseídos de una clara con-ciencia de la importancia del momento histórico en que actuabany de sus responsabilidades ante la historia. No reduce la verdadde este juicio el hecho de que existiera cierta inevitable oposi-ción de pensamiento entre unos y otros. El recuerdo del régimendespótico del gobierno de Ospina era un vínculo, asaz, fuerte,que mantenía la unidad espiritual y política entre ellos cuando sesuscitaban alguna diversidad de pareceres o de tendencias. En-tonces, la palabra reposada de un Aquileo Parra, o de un JustoArosemena, lograba suavizar las situaciones encontradas y armo-nizarlas poniendo a contribución la mayor suma de valor civil ode generosidad, según las circunstancias.

Las labores de la convención, tuvieron, puede decirse, dosobjetos bien distintos. Por un lado, ella debía dotar a la Unión delos indispensables instrumentos legales para encaminarla por los

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senderos de la normalidad al fin de una guerra de tres años: laborrestauradora del imperio del derecho y de justificación, aposteriori, de los motivos que se alegaron para haber desconoci-do el régimen de la confederación granadina. Por otro lado, se leimponía la no menos importante labor de evitar que, so pretextode la reconstrucción política del país, se entronizara en él unadictadura constitucional persecutoria contra los vencidos. No dejóde ser también preocupación dominante de la mayor parte de losmiembros de la convención impedir, en continua y sostenida ba-talla contra Mosquera, y sus seguidores que con el triunfo mili-tar de aquél, regresase el país a las prácticas del abominablecaudillismo.

La lucha comenzó desde los primeros días. Habiéndose dadocuenta el gran general del ambiente que le rodeaba se propusodar un golpe de efecto para desconcertar a sus adversarios, so-breponiéndose verbalmente a sus verdaderos sentimientos. “Ciu-dadanos – le dijo a la Convención – “Me retiro contento y satis-fecho a mi hogar doméstico con la conciencia tranquila porquenada he hecho que no sea por la patria. Mandé por necesidad.Conciudadanos: — diré como Washington: — “¡Hoy es mi día!He instalado la Convención nacional y entregándole el poder su-premo que me confiaron los pueblos y, a su nombre, el consejode plenipotenciarios. Tres años hace, precisamente hoy, que em-puñé la espada para ir a debelar las huestes revolucionarias deOspina y a los tres años he podido decir al entregar el mando:“Dejo la república en paz”.

El gran general disponía hasta ese momento de la plenitud delpoder civil, respaldado por la fuerza militar que, prácticamente,cercaba la ciudad de Rionegro.

Las demostraciones de júbilo por este acto fueron reiteradas:discursos henchidos de sentimientos patrióticos, abrazos, lágri-mas y hurras que se prolongaban en el aire caldeado de la hora.¿Era sincero el general Mosquera al desprenderse del mando?¿Acaso no le traicionaba el subconsciente y lo que en realidad

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buscaba con su actitud espectacular era que la convención le con-firmara los poderes en virtud de los cuales y merced a su genio y asu espada tanto éxito había obtenido en los campos de batalla? Sóloque la convención, por su parte, había tomado a lo serio su papel yse hallaba resuelta a desempeñarlo, de acuerdo con las inspiracio-nes de la filosofía política a que adherían la mayor parte de susdiputados –el doctor Arosemena entre ellos— , y , por eso, el cho-que entre el ilustre vencedor y la convención se hizo inevitable. Laprimera ocasión en que esto ocurrió fue al ser elegida la mesadirectiva, el general Mosquera, sufriese con ello su prestigio y lamúltiple representación que en la convención tenía, no fue elegidopara presidirla. Este honor recayó en el doctor Francisco J. Zaldúa,para los dos primeros períodos, y en el doctor Justo Arosemenapara los dos últimos, ambos miembros caracterizados de la ten-dencia moderada de aquella augusta asamblea. Así se soslayaba lainfluencia incontrastable que, tal vez, habría querido ejercer el ge-neral Mosquera y se le daba el tono que convenía a la políticarestauradora que propiciaba la convención.

Luego vino la ley 1ª del 2 de febrero que organizó provisio-nalmente al gobierno de la Unión colombiana dándole la formade un poder ejecutivo plural. El proyecto respectivo fue propuestopor Salvador Camacho Roldán, y la comisión a cuyo estudio pasórindió el informe del caso con la firma del propio generalMosquera, de Agustín Núñez y de Justo Arosemena. El gobiernoquedó constituído, como se ha dicho, con el general Mosquera,como ministro de guerra, quien no teniendo en sus manos exclu-sivamente las riendas directrices, quedaba, sin embargo, en unaposición decorosa.

En la sesión del 5 de febrero, el diputado Santos Gutiérrezpresentó un proyecto de honores y recompensa al generalMosquera, que, después de un largo y sentimental debate, fueaprobado no obstante la oposición del mismo favorecido. Se leconcedía una renta vitalicia de once mil pesos, una “libra de oro”,según el decir de Joaquín Tamayo.

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Encargado el doctor Arosemena de comunicarle el decretorespectivo al general lo hizo en los siguientes términos:

“La Asamblea constituyente de Colombia, representante deun pueblo noble, altivo y valeroso, ha creído, con el decreto del11 de febrero, ejercer un acto de justicia nacional premiando vues-tros servicios a la república en la más grave crisis que ha atrave-sado el país; más grave que la de la primera época de nuestra per-sonalidad política, pues la independencia de la nación sin la li-bertad del ciudadano es un sarcasmo”.

En esta sencilla nota, hay algo más que lo acostumbrado en lasde su estilo. Es la sutil persistencia de los liberales independientesde la convención contra las tendencias dictatoriales del generalMosquera, quien, indudablemente, hombre de grandes méritos,nunca se distinguió por su respeto a las libertades públicas.

Las labores constituyentes de la magna asamblea tuvieron enel doctor Arosemena un colaborador muy eficaz. Formó parte delas comisiones de constitución y de negocios eclesiásticos enlas cuales trabajó con su acostumbrada pericia y celo infatigable.Como miembro de la primera de dichas comisiones, integró laespecial de nueve miembros, en representación de cada uno delos Estados que, de acuerdo con proposición previamente apro-bada, formularía el proyecto de constitución de los Estados Uni-dos de Colombia. Señalando la prestancia de los ciudadanos ele-gidos para tan importante tarea y refiriéndose al doctor Arose-mena, don Ramón Correa lo califica en su opúsculo sobre la con-vención de Rionegro de “varón de fama continental, lleno deméritos y de proyectada ilustración”. Dichas labores no podíanadelantarse sin que en concordancia con el Pacto de Unión seconvocase un congreso de plenipotenciarios que le introdujeraalgunas reformas a ese documento. Las diputaciones de los Esta-dos hicieron las solicitudes del caso, pero con criterios diversosque era necesario unificar para la realización de los efectos prác-ticos que se esperaban. Sobre esas solicitudes el doctorArosemena rindió un luminoso informe acompañado del respec-

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tivo proyecto de decreto que, pasado por el estudio de la comi-sión respectiva, mereció que fuera aprobado por la convención yque, en consecuencia, se reuniera el congreso de plenipotencia-rios para los fines indicados. El doctor Arosemena no formó partede este congreso, sino el señor Buenaventura Correoso, en re-presentación del Estado soberano de Panamá.

Este plenipotenciario dijo: “que la cuestión que se debatía noera sino de forma y que la derogatoria del artículo 45 del Pacto noimplicaba la disolución de la Unión, puesto que las demás disposi-ciones de dicho Pacto quedaban vigentes; que él se encontraba enuna situación excepcional, porque el Estado de que era represen-tante apenas estaba ligado por simpatía a los demás Estados quecomponían la Unión colombiana; que Panamá no envió su plenipo-tenciario al congreso que aprobó el Pacto y que posteriormente sugobierno no había manifestado por un medio explícito su consen-timiento a ese Pacto; que el decreto del Gobernador Guardia acep-tando la Unión, único acto oficial que existía sobre la materia, eracondicional sobre las bases establecidas en el convenio de Colón.Agregó que, como plenipotenciario de Panamá, no podía aceptarel principio de que todos los puntos que fueran materia de consti-tución se resolvieran en la convención nacional por mayoría devotos, opinión que había emitido el señor plenipotenciario deBoyacá, pues los Estados se encontraban representados, desigual-mente, y Panamá tenía derecho a dar un voto igual al de cada uno delos otros Estados al sancionarse las bases de la Unión, liga y con-federación, que, en tal virtud, él estaba porque los artículos de laConstitución que consagraran los fundamentos del sistema fede-rativo se votaran por los Estados”.

Ésta era, desde luego, la misma tesis del doctor Arosemena,la única que lógicamente podía sostenerse en la ocasión en quese emitía para que no se repitiera el caso del otro congreso deplenipotenciarios de 1861 en el cual no se tuvieron en cuenta losderechos de Panamá para estar representada debidamente en él.Recuérdese cómo el convenio de Colón fue un escollo que el

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doctor Arosemena no pudo salvar sino considerando como unhecho consumado la incorporación del Estado soberano de Pa-namá a la Unión colombiana.

El congreso resolvió, al fin, derogar en todas sus partes elartículo 45 del Pacto de Unión celebrado en Bogotá el 29 deseptiembre de 1861 sin la participación de Antioquia y de Pana-má por los otros Estados, y, además, que los puntos sobre queversaban los otros artículos del Pacto sancionado fueran materiade la constitución que iba a expedirse.

Quedaba así expedita la convención para entregarse de llenoal trabajo que era su objeto primordial, y el 4 de mayo le fuepresentado el proyecto de constitución por la comisión previa-mente nombrada al efecto. Es claro que este proyecto debía re-presentar el acuerdo de quienes lo presentaban, pero consta quesu redacción estuvo a cargo del doctor Arosemena, como no po-día menos de ser, dada su especial versación en asuntos constitu-cionales.

No es conducente el examen integral del proyecto, muy ori-ginal en varios aspectos. Baste considerar la distinción que en élse hace de la ciudadanía pasiva de la activa; la creación de un dis-trito federal, asiento de los poderes nacionales, y los derechosde la personalidad expuestos con notables método y claridad; laorganización del poder legislativo bajo forma unicameral, y ladenominación de dieta, compuesta de tres ministros, denomina-dos de lo exterior, de lo interior y de hacienda, y la instituciónpara garantizar la marcha moral de todo el mecanismo guberna-mental.

El general Mosquera, miembro de la comisión redactora de lanueva carta, disintió del proyecto con la razón de que se carecíade la opinión pública para variar en su esencia la organización delpaís, dándole a la confederación una forma central con cámaraúnica, dejándola sin gobierno ejecutivo, “pues, decía, un consejode tres individuos carece de unidad de pensamiento y de acciónpara dirigir las relaciones exteriores, la guerra, administrar las

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rentas nacionales y su tesoro”. Tampoco estuvieron de acuerdocon el proyecto los miembros Villoria, Zaldúa y Camacho Roldán,de modo que después del pase de cortesía, fue enterrado y susti-tuido por el que sirvió de base para la que debía llamarse consti-tución de Rionegro.

Mejor suerte que el proyecto de constitución tuvo el proyec-to de ley por el cual fundaban las bases para un nuevo sistemapenal de la Unión colombiana, sustituto del código penal de 1837,suma y compendio de la legislación española sobre la materia.La convención, poseída de un militante espíritu progresista, qui-so dar un paso en armonía con los adelantos de la civilización. Deahí que el proyecto del doctor Arosemena llenase grandes vacíosy corrigiese muchos errores dulcificando la condición de losdelincuentes.

Dicho proyecto contenía doce capítulos que abarcaban las di-versas situaciones que eventualmente podían regular las leyespenales. Fue aprobado rápidamente en primero y segundo debate,pero ya para el tercero se acordó que mejor que una ley como laque trataba de desarrollar el proyecto del doctor Arosemena eraque su espíritu se incorporase en la misma constitución, comoefectivamente sucedió.

Muy escabrosa fue, por cierto, la discusión del proyecto dereforma del Pacto de Unión, proyecto que se rozaba de cerca conlos intereses del Estado de Panamá. El general Mosquera, y conél casi toda la delegación del Cauca, se opuso a toda derogatoria,reforma, o interpretación del artículo 45 del Pacto de Unión, amenos que fuese por unanimidad absoluta.

La participación del doctor Arosemena en los trabajos de lacélebre convención no se concretó a la que llevamos dicha. Sucapacidad de experto legislador y su mentalidad de filósofo polí-tico se hicieron sentir con motivo de la discusión de los numero-sos y trascendentales proyectos que cursaron en ella. Por eso,presentados algunos de éstos por él mismo o por algunos de suscolegas se le vió siempre en primera línea, sosteniendo, defen-

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diendo en ellos ya los imperativos de la justicia, ya las solucio-nes de bien y de verdad que eran necesarias para el bienestar dela república. Los proyectos sobre desarmortización de manosmuertas, sobre la organización provisoria del gobierno, sobreindependencia del Estado sobre el derecho de tuición y otroscontaron con su diligente atención y no se convirtieron en le-yes sin su concurso ideológico. Su injerencia en el último delos proyectos mencionados, con el cual se quiso reducir al mí-nimo los conflictos entre la Iglesia y el Estado fue general-mente reconocida como altruista y prudente, La solución a quese llegó: juramento de obediencia de los ministros del culto ala constitución y leyes de la república; pena de expulsión paralos que no se sometieran a esa formalidad; prohibición del es-tablecimiento de comunidades o corporaciones religiosas yotras, aunque no exenta de cierto rigor vindicativo se acomodó,en parte, a la difícil situación que se confrontaba, después delas medidas tomadas por el general Mosquera.

La constitución de Rionegro fue sancionada el 8 de mayo de1863 y ratificada unánimemente el mismo día por las diputacio-nes de los nueve estados de la Unión.

Proveía el artículo 93 que si la diputación de algún Estado senegaba a ratificar la carta, ésta no sería obligatoria para el Estado, amenos que su asamblea legislativa se pronunciara favorablementesobre el particular. La definida actuación de los diputados del Esta-do de Panamá, mientras se discutía la constitución, la firma al piede ella para sancionarla son suficiente constancia, por lo menos,implícita, de que prácticamente se la había aceptado.

En el acta de ratificación suscrita por los diputados del Esta-do se lee:

“ En nombre del Estado Soberano de Panamá,La Diputación de dicho Estado en la Convención Nacional,

visto el artículo 93 de la Constitución que acaba de sancionarsepor la expresada Convención, y considerando: que la Constitu-ción de que se trata consulta en lo esencial la soberanía y los

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intereses del Estado Soberano que los infrascritos representan,ha venido en ratificar, como por la presente ratifica, la Constitu-ción para los Estados Unidos de Colombia, sancionada el día dehoy. Rionegro, 8 de mayo de 1863.

Justo Arosemena.– Guillermo Figueroa.– G. Neira.—José E.Brando.—Guillermo Lynch. —Buenaventura Correoso”.

El día de la sanción del memorable Código pronunció el doc-tor Arosemena en su carácter de presidente de la convencióneste discurso:

“Señores Diputados:Permitid que en tan solemne ocasión os dirija muy pocas, pero

sinceras palabras, que dicta el sentimiento puro y simple de laoportunidad.

Hace hoy tres años que comenzó en nuestra patria le revolu-ción política más notable que registra su historia, y cuyo origen,cuya marcha, cuyos incidentes, y sobre todo, cuyo desenlace,honrarían la historia de cualquier país del mundo.

“ Un partido obcecado creyó, malhora, que había prescrito elderecho de dominar la patria común, y orgulloso despreció a sucontrario, que le negaba aquel derecho, y le pedía sólo igualdad.

“De un lado la injusticia, el monopolio, la soberbia; de otro elderecho, el denuedo, la dignidad. La lucha se trabó, lucha tre-menda, en que, según la expresión de nuestros enemigos, uno delos contendientes debía desaparecer.

“Vemos el cuadro que contienen los horrores de una lucha amuerte, a que fuimos mil y mil veces provocados... Ellos lo qui-sieron; pero al fin, esos restos informes de un partido, valerosoporque es colombiano, esos indómitos que ayer peleaban con elfuror de la demencia, se hallan hoy rendidos, han llevado un seve-ro escarmiento y, sobre todo, son nuestros hermanos.

“Ellos han visto la falange, que en el campo de batalla desafíala muerte cantando himnos a la Libertad, honrar el infortunio delenemigo, y extender la mano generosa de la reconciliación a aqué-llos, cuyos hechos más repugnantes sólo califica de errores.

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“No se detiene aquí el partido vencedor. Desdeñando imitar asu adversario, apenas lo permiten las exigencias de la guerra, sudigno jefe instala un cuerpo representativo de las altas miras quetres años há le hicieron iniciar la revolución que hoy tiene fin.

“Vosotros fuisteis los escogidos para cicatrizar las heridas dela patria, rehacer con los escombros dejados por el huracán eledificio del orden legal fundado en la libertad y devolver la espe-ranza de mejores tiempos a los espíritus desalentados.

“Ardua, inmensa era vuestra labor; pero también erais patriotasy liberales, honrados y generosos. También se hallaban en vuestroseno los guerreros cívicos, que así saben combatir como sabenformar y obedecer la ley común, la ley que mira al bien de todos.

“Sí, señores, el hermosos instrumento que acabáis de suscri-bir y ratificar, aunque obra de un partido brinda a todos participa-ción en el poder y el goce de los beneficios sociales. Hijo de laidea federal triunfante, debía consagrarla con pureza y eficacia;fruto de combates por la libertad, debía afianzar los dogmas libe-rales, o sea, las garantías del individuo. Pues bien, federación ylibertad son los principios en que descansa; y el partido que losha proclamado muestra así que el vértigo del poder no ha embo-tado sus sentimientos ni héchole olvidar sus compromisos.

“Al ofrecer al pueblo colombiano la nueva Constitución Na-cional, hagamos todo esfuerzo porque ella sea en su ejecución loque es para nosotros en su espíritu: prenda de paz, concordia,olvido y libertad.

“Roguemos al Todopoderoso que ella sea perdurable; que a susombra bienhechora se agrupen unidos todos los Estados colom-bianos; que busquen su nombre, protección a los hijos de todaslas regiones, y que a su amparo, formemos una nacionalidad gran-de, rica, poderosa y feliz”.

No hay en esta pieza una sola palabra que revele que el doctorArosemena tuviera reserva mental alguna acerca de la bondad de laConstitución que se proclamaba. Más bien se advierte en todo eldiscurso un tono exaltado y jubiloso que contrasta con la habitual

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mesura, característica de todos sus actos públicos. Lo que es prue-ba de que era realmente sincero cuando lo pronunciaba y que obe-decía a puros y simples sentimientos, en armonía con la presenciadel momento. No hay lugar a creer nada contrario de lo que, sinapremio, decía en circunstancias de la mayor solemnidad histórica.

El 14 de mayo, también como presidente de la Convención, alposesionar de la presidencia de la república al general Mosquera,se produjo así el doctor Arosemena.

“Señor Presidente:“El 14 de febrero decíais como Washington: “Hoy es mi día”,

pero la providencia lo tenía dispuesto de otro modo. No descen-días entonces del poder para confundirnos entre el común de losciudadanos. Si esa fue vuestra intención, no lo fue sin duda de laConvención Nacional, que os confió inmediatamente una parteno pequeña del poder público.

“Y hoy, no satisfecha ya con encomendaros esa porción, os loentrega todo: el ramo que constituye la potestad por excelencia:el ramo ejecutivo, que dispone de la fuerza y del tesoro o seanlos medios más eficaces de hacer el bien como de hacer el mal.

“No, vuestro día no ha llegado, ciudadano general Mosquera.El eco de vuestro nombre resonará todavía de uno a otro confínde la patria, como el del jefe supremo de la administración públi-ca. Aún llevaréis por algún tiempo más el peso del gobierno y lainmensa responsabilidad que le es inseparable.

“Pero vuestra posición será más difícil que la anterior al 4 defebrero, si la comprendéis bien. Una pauta, que vos mismo habéiscontribuido a formar, se pone en vuestras manos. La constitucióndel 8 de mayo será la norma de vuestra conducta y quedaréis asíaliviado del tormento que apareja la discreción del mando.

“Por otra parte, las dificultades anexas a un proceder regula-do, en quien no tenía otra regla que su propio criterio, son gran-des y no deben ocultarse a vuestra penetración.

“Olvidad, señor, que en tiempos extraordinarios fue precisotambién conferiros poderes extraordinarios. Remontad con la

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imaginación a aquel tiempo en que la patria os confió sus desti-nos, bajo la salvaguardia de una Constitución a que fuísteis fiel.Considerad que hoy os hace el mismo encargo, teniendo presen-te que las actuales instituciones son mucho más difíciles de eje-cutar que las de 1843.

“Vuestro nombre ya es inseparable del de nuestra patria: ellosse han pronunciado juntos por largo tiempo, y aun vuestros ene-migos tendrán que reconocer este consorcio obrado por un de-creto providencial. Pero toca a la historia decidir si la patria sehonrará o no con esa asociación. Tócale congratularse o condo-lerse de haber puesto a vuestro cuidado sus más preciosos inte-reses. Vuestra posición es verdaderamente crítica y se requieretoda la fuerza de vuestra voluntad para afrontarla.

“Mi voz es débil; pero el puesto con que la convención nacio-nal me ha honrado casi me impone el deber de conjuraros en nom-bre de nuestra querida patria, de su libertad, de su soberanía y desus leyes, a que coronéis vuestra vida pública, dando el ejemplode completa y absoluta sumisión a la voluntad del pueblo, expre-sada por medio de sus representantes.

“Un solo paso en falso puede perderos para siempre en la es-timación de vuestros conciudadanos, en la opinión de las nacio-nes extranjeras y en el juicio severo de la historia. Tened presen-te que ésta no adula cuando no se escribe por los contemporá-neos y que sobre vuestra tumba pudieran verter lágrimas, no dedolor por vuestra pérdida sino de desconsuelo por los males quehubiéseis causado.

“Perdonad, señor, si el celo por los intereses comunes y porvuestra propia gloria me ha llevado a hacer suposiciones, que,espero, no se realizarán jamás. Volteando la medalla, quiero com-placerme ahora en veros fiel a nuestras hermosas instituciones;respetuoso de la opinión y desconfiado de vuestro propio juiciocuando pugne con el de los demás.

“Entonces la historia, cuando quuiera y por quien quiera quese escriba, arrojará sobre vuestra cabeza corona mucho más glo-

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riosa que la que hoy os dá la administración de vuestras proezaso las lisonjas de vuestros adeptos.

“Entonces la patria se enorgullecerá del consorcio de vues-tro nombre con el suyo; entonces vuestros émulos tendrán elplacer de confesar que os habían juzgado erróneamente; y cuan-do, al bajar para siempre del solio poder, os confundáis entre lamultitud como uno, aunque el primero, de los ciudadanos, en-tonces y sólo entonces habrá llegado “vuestro día”; porque esentonces, cuando sentiréis el placer del bien público ejecuta-do, y de la gratitud pública tributada como justo y sublime ga-lardón”.

La verdad es que este discurso de “severidad espartana” segúnL. García Ortiz y “modelo de dignidad política parlamentaria, se-gún Aquileo Parra, no dejó de ser impertinente porque fuera diri-gido a quien más tarde disolvería un congreso y apresaría a susmiembros. No lo fue de ningún modo tratándose del temible cau-dillo cuya gloria opacaba “el recuerdo de veinte muertos” y elfusilamiento de Córdoba y Morales; el general victorioso de losdecretos provisorios; el estadista que nunca vaciló en colocar sucesárea voluntad por encima de los mandatos de la ley.

El discurso reflejaba maravillosamente toda una situación, todoun estado del alma colectiva entre los liberales de la Conven-ción, que nada querían saber de militarismo, ni de caudillismo;que reivindicaba en una constitución fieramente individualista losviejos tiempos cuando las doctrinas político-filosóficas libera-les comenzaron a modelar la conciencia civil de la república.

El general Mosquera, justo es reconocerlo, al contestar eldiscurso del presidente de la convención, doctor Arosemena, nose dio por aludido de toda la intención que contenía y se mostró,por el contrario, a la altura en que éste se había situado:

“Señor Presidente:“Hay acontecimientos en la vida de los hombres que contrata-

rían su más decidida voluntad. Vos y todos mis amigos políticosdeben creer que si a alguna gloria aspiro es a la de no ser por más

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tiempo hombre público, y si vuelvo, una vez más, a encargarmedel poder ejecutivo, lo hago solamente en obedecimiento a unmandato nacional, y por ser corto el período en que debo ejercerla Administración Pública, para ayudar a consolidar la gran refor-ma social que ha emprendido el pueblo.

“Consuélame, señor, que no es una autoridad discrecional dela que voy a encargarme; y si el presidente de los Estados Unidosde Colombia tiene poder para hacer el bien, es importante en pre-sencia de la autoridad suprema de los Estados, en donde real-mente existe el gobierno.

“He contribuido con mis votos a sancionar la Constituciónque revalida el Pacto de Unión de los Estados colombianos.Como diputado he sostenido con ardoroso empeño los princi-pios que profeso sobre la estructura del Gobierno Federal. Comomagistrado, encargado de ejecutar la ley fundamental, no tengoopiniones sino deberes; y diré con Franklin: “ cuando el pueblopor medio de sus representantes ha expresado el voto nacional,los ciudadanos deben humillar su frente ante su majestad sobe-rana “. Tal será mi línea de conducta, para no desmerecer al finde mis días el aprecio de mis compatriotas y afianzar una gloriapóstuma de buen ciudadano, que eclipsará la que pueda haberadquirido con ensangrentados laureles que lejos de lisonjarmeaflijan mi corazón.

“Al decirme que “mi nombre es inseparable del de la patria”,como me lo acabáis de expresar, habéis hecho vibrar las fibras demi corazón y estimulado mi patriotismo, para hacerme digno detanta honra, que aún no considero haber adquirido; y dirigiéndomela palabra, como lo habéis hecho, desde el dosel en donde se re-presenta la soberanía nacional, como presidente de la augusta asam-blea, os considero suficientemente autorizado para mostrar a unmagistrado el capitolio y la roca Tarpeya. En respuesta, os diré quemis hechos corresponderán a las esperanzas de la Nación.

“Vos, señor presidente, sabéis como todos los miembros dela Convención que han oído mis pensamientos, que la idea del

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renacimiento de Colombia es el sentimiento que me da vida; quela firmeza en llevar adelante las reformas de completa libertadreligiosa, las considero como primer elemento de estabilidadnacional, porque la libertad no es compatible sino con la librediscusión en materias políticas, civiles y religiosas. Desgraciadoel pueblo en que a nombre de Dios se le impone obediencia pasi-va. Ésta es la cuestión palpitante de Colombia, y si algo puedohacer para sostenerla, seré impotente sin el auxilio de mis com-patriotas. A todos lo pido, y con decidido encarecimiento, a losrepresentantes del pueblo.

“Mas no es ésta, señor presidente, la única necesidad nacional.Hay otra que considero como base fundamental de la prosperidadpública: el fomento de los intereses materiales. La naturaleza gi-gante que hace nuestra riqueza en los reinos mineral y vegetal, ne-cesita el concurso de todos los Estados para abrir vías de comuni-cación que pongan en contacto nuestras regiones interiores con elgrande Océano y el Atlántico. Permitidme, señor presidente, queimplore por vuestro conducto a la Convención Nacional, para queapoye con su autoridad el empeño que de tantos años atrás he teni-do de plantear la base fundamental de la prosperidad pública. Esverdad, señor, que yo no podré hacer otra cos que iniciar tan grandeobra. Manos más robustass que las mías la llevarán a efecto; peropermítaseme la honra de colocar en el cimiento las primeras pie-dras del colosal edificio de la prosperidad de Colombia”.

He aquí el panorama retrospectivo de la convención deRionegro, visto, naturalmente, a través del claro varón que aquínos interesa. Fue, sin duda alguna, obra de idealistas y de soñado-res irreductibles la que representa ese código político; pero quie-nes la realizaron fueron también hombres sinceros de un valorcívico jamás superado.

Cinco años, apenas, habían transcurrido desde la expedicióndel Código de Rionegro cuando el doctor Arosemena, el autordel primero de los dos discursos transcritos, se hacía las siguientesreflexiones:

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“Preocupado el partido vencedor con las ideas que le habíanarrastrado a la lucha, y queriendo abroquelarlas contra futuras ase-chanzas, olvidó que ninguna constitución está exenta de dudassobre la inteligencia de sus texto, en especial, cuando su ejecu-ción no está confiada a la buena fé. Trató, por consiguiente, deresolver a su modo todas las cuestiones que habían suscitado elcódigo de 1858; y aún no contento con eso, pretendió dar al sis-tema federativo una ampliación inusitada, que ni la ciencia, ni losantecedentes nacionales, ni el ejemplo de pueblos más favoreci-dos para desenvolver tales instituciones justificaban lo bastante.

“Fruto de esas tendencias, robustecidas por el combate y lavictoria, fue la constitución dada en Rionegro el 8 de mayo de1863, en que el partido liberal, llevando su honradez hasta unextremo que nadie le exigía, consignó principios enteramentenuevos, contradictorios e impracticables. En la parte de dere-chos civiles proclamados, fue prolija y escrupulosa; pero omi-tió los medios de realizarlos, y , por tanto, si bien confirió mu-chos derechos, no dio en realidad ninguna garantía. Al definirlos poderes seccionales se propasó a autorizar la sedición per-petua, y los medios de amenazar constantemente los Estadosunos a otros, y todos o alguno de ellos al Gobierno general.Organizando los poderes nacionales, como si fuesen unos sim-ples huéspedes tolerados en la mansión constitucional, quitólessu índole y su fuerza propias, al paso que los hizo inútiles parala unión y casi incompatibles entre sí. Por último, sembró sinplan doctrinas tan brillantes por su novedad como peligrosaspor su alcance, y más que todo, por la extraña inteligencia quehan recibido.

“Tal es el código de 1863, cuyo menor defecto acaso no es elde haberse sancionado por un partido, sin el concurso de repre-sentantes del partido opuesto, y que aunque pudiera mejorarsemucho por leyes complementarias y explicativas, tendría siem-pre contra sí la mala voluntad, más o menos encubierta del adver-sario, cuyo vencimiento le dio la vida”.

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¿Qué había pasado en la mente del doctor Arosemena? ¿A quése debía el concepto que ahora tiene de la constitución que ayudóa redactar y que presentó en los términos en que se ha visto, en eldiscurso del 8 de mayo?.

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Capítulo XXMisión en el Perú y Chile

(1863-1866)

Misión en el Perú y Chile.– Un congreso internacional.– Las ideas deldoctor Arosemena a propósito de este congreso.– Una liga de nacionesamericanas.– El conflicto del Perú con España.– Actitud del doctorArosemena en este conflicto.– Renuncia su cargo de enviado extraordina-rio y ministro plenipotenciario.– El matrimonio ante la ley.

o obstante la actitud del doctor Arosemena en la con-vención y la del grupo político a que pertenecía, el ge-neral Mosquera no tuvo inconveniente alguno en ofre-

cerle, primero, el ministerio de lo interior y relaciones exterio-res, cargo que no aceptó, y , luego, el de ministro plenipotencia-rio en el Perú y de enviado extraordinario y plenipotenciario enChile y en varias repúblicas de Centro América.

Los Estados Unidos de Colombia, tenían la necesidad de cul-tivar relaciones más estrechas y cordiales con los principales Es-tados de América como un medio de afirmar su personalidad in-ternacional frente a éstos. El nombramiento del doctor Arosemenapara tal misión, de tan amplias proyecciones, no pudo ser másoportuno y justificado. Por razón de su atrayente personalidadfísica, por su nombradía y sus extensas relaciones de amistad enlos países en que iba a representar a la república, era, así, el hom-bre para el cargo. Ingresaba por primera vez al servicio diplomá-tico, pero no podía decirse que fuese un improvisado en él. Suexperiencia en el puesto que había desempeñado de secretariodel despacho de relaciones exteriores en la primera administra-

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ción Mosquera; su conocimiento de las más palpitantes cues-tiones que preocupaban a los países americanos; su conducta enBogotá con motivo de la plenipotencia que se le encomendópara hacer aprobar el convenio de Colón, eran antecedentes queanunciaban cómo habría de conducirse quien, siendo dueño deuna gran personalidad por sus maneras y por la aureola de hom-bre ilustrado y ecuánime que le rodeaba, se distinguía por sufervoroso americanismo y su apasionada decisión al estudio delas cuestiones en que se cifran los mejores anhelos de la huma-nidad. Decoro, sabiduría, nobles sentimientos y carácter en elsentido de la persistencia en la búsqueda de lo que es bueno ydeseable, he aquí la síntesis de las cualidades del doctorArosemena, diplomático.

La misión de “cultivar y estrechar las buenas relaciones yfomentar los intereses recíprocos”, dentro de su amplitud y ge-neralidad, no excluía la gestión de ciertos negocios particularesque se hallasen en el tapete de las relaciones públicas de los paí-ses de América. Entre éstos se hallaba la reunión del congresointernacional americano que propiciaba el Perú, pero que estabatropezando con alguna resistencia de parte del gobierno de Chi-le. No que Chile fuera adverso, en principio, al congreso, sinoque creía que en él debían tomar parte todos los Estados ameri-canos, sin excepción, y no tratarse de las cuestiones de límitesque Chile ventilaba con Bolivia y la Argentina.

La mente del gobierno chileno, bien definida en la nota que suministro de relaciones exteriores había enviado al Perú preocu-pó muchísimo al plenipotenciario doctor Arosemena, y no vaci-ló en dedicarle toda su capacidad tratando de modificar esa men-te que a él le parecía hallarse en contradicción con las mejores ypositivas relaciones de la América.

Conocedor de la orientación y de los fundamentos de la polí-tica exterior de los Estados Unidos, no era partidario el doctorArosemena de que se invitara a este país al congreso. Estimaba,que, sobre tener muy poco de común con los países americanos,

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no quería malquistarse con las potencias europeas, entonces muytemerosas de la influencia que pudiera ejercer en este continen-te. No simpatizaba tampoco con la idea de que tuvieran asientoen el congreso los países que no dispusieran de una voluntad li-bre e independiente. Y con respecto a las cuestiones de límitescreía que sí debían ventilarse en el congreso, ya que, de otro modo,éste carecería de objeto. Su pensamiento, expresado con la ma-yor cordialidad y optimismo en varias publicaciones se abrió ca-mino y Chile, no insistiendo en sus reservas, envió, al fin, susplenipotenciarios al congreso.

Todavía en plena reunión de éste tuvo el doctor Arosemenaque librar, en cierto modo, una batalla contra su propio gobierno,a propósito de la verdadera y justa inteligencia que debía prece-der al objeto del congreso. El gobierno era opuesto a la celebra-ción de cualquier convenio internacional que entrabase la libreacción de las naciones del continente o que las comprometieseen las complicaciones o conflictos de la política exterior de lasotras. Pero el doctor Arosemena no compartía del todo tal pare-cer y le decía al secretario de lo interior y relaciones exteriores,doctor Murillo:

“Estoy enteramente de acuerdo en que la América de origenespañol, orgullosa de su independencia y deseando conservarlacon dignidad, debe bastarse a sí misma, sin buscar nunca el arri-mo de ajeno poder. Pero no creo posible conservar siempre condignidad esa independencia sin aliarse por lo menos definitiva-mente, atendide la debilidad de cada nación aislada, si se compa-ra su fuerza con la de grandes potencias que con frecuencia abu-san todavía de su poder, y contra las cuales habrá, precisamente, amenudo, que depender aquella independencia de que tenemos jus-to orgullo. Si esto es cierto, no veo cómo pueda llevarse comoprincipio general y absoluto el que sienta en la respuesta del 2 dejunio por las palabras que siguen: “Es decir, que no se tratará deacordar alianza que embarace la acción independiente de estasnaciones, ni que envuelva la política de las unas en las compli-

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caciones o conflictos que la política interior o exterior de lasotras acaree. La acción política de las naciones representadasen el congreso debe quedar completamente libre para ser regla-da y dirigida siempre por la opinión del pueblo respectivo encada ocasión”. “Presumo lo que el gobierno de Colombia de-sea, esto es, no verse arrastrado, alguna vez, por la indiscreciónde un aliado, a actos de injusticia que la conciencia reprueba,pero en que la alianza obligaba a ser cómplice. Para esto, sinembargo, no hay sino un solo recurso, y es renunciar a toda laalianza. Semejante renunciación no pueden hacerla sino las na-ciones que en todo y por todo se bastan a sí mismas. ¿Es ése elcaso de las repúblicas de origen español, aisladamente consi-deradas? ¿O se cree que la moderación y el espíritu de justiciade sus respectivos gobierno serán siempre la mejor salvaguar-dia de su independencia? Si así fuere, podría abandonarse a cadaEstado en cualquier conflicto para que aprendiese a evitarlo porsu moderación y espíritu de justicia. Hoy mismo es víctima elPerú a juicio de toda la América, y acaso de Europa misma, deun escandaloso abuso cometido por España. ¿Deben o no sushermanos de origen español ocurrir a su defensa? ¿Deben o noaliarse para defenderse recíprocamente, en lo sucesivo, de igua-les atentados? ¿O desea el gobierno de la Unión colombianaque se presten o no auxilios, llegada la ocasión, según el juicioque las demás repúblicas formen en la cuestión que ocurra? Nosería posible conciliar de otro modo la libertad de acción decada gobierno con la mutua seguridad de los Estados sino de-jando a su arbitro el auxiliar o no a aquellos que se viesen com-prometidos. Pero Ud. comprende que entonces no habría dere-cho perfecto para reclamar el apoyo que la enemistad, el egoís-mo, la imprevisión y aun la traición, pudieran rehusar y que nohabiéndose reglamentado la manera de socorrerse, los auxiliospudieran ser tardíos e insuficientes. Por lo demás, no me pro-pongo sostener aquí ninguna doctrina sino puramente pedir ex-plicaciones que sentiría mucho llegasen tarde, como presumo”.

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“Sólo una cosa veo clara, y es que toda alianza verdadera yescrita restringe la libertad de acción de los aliados. Si ellos laconservan por el tratado para juzgar de la oportunidad o de la con-veniencia de cumplir las obligaciones contraídas, éstas quedananuladas y la alianza es irrisoria. Si para evitar los inconvenientesque son inseparables de las alianzas, y que a pesar de ellos pue-den hacerse necesarias, nuestro gobierno prefiere pasarse ente-ramente sin ellos, lamentaría no tener sobre ese punto una decla-ración expresa, antes de la reunión del proyectado congreso in-ternacional americano. A juzgar por multitud de datos antiguos yrecientes, todos los Estado que a él envíen sus representantes loharán en la inteligencia de que va a ajustarse, entre otras benéfi-cas estipulaciones, una alianza que permita a cada parte, sobrequien se emplee la violencia de naciones más fuertes, solicitar yobtener el auxilio de las demás...”.

No aparece que la tesis del doctor Arosemena convenciera ala cancillería de su gobierno, lo que se deduce del texto de lospoderes que le fueron conferidos para representar a los EstadosUnidos de Colombia en el congreso y negociar y concluir conlos demás plenipotenciarios, los tratados y convenios públicosque debían vincular a estas naciones, para promover sus interesescomunes, asegurar la paz y buena armonía entre ellas, y fijar lasbases de sus relaciones mutuas.

El congreso se reunió en Lima con los principales miembrosde las demás naciones de los países que a él concurrieron, Boli-via, Chile, Venezuela, Argentina, Honduras, el Salvador. No figu-raban ni Estados Unidos, ni Santo Domingo, ni Méjico, triunfan-do así la tesis de Arosemena de que no debían ser invitados alcongreso por las razones ya expuestas.

El congreso inesperadamente fue sometido a una dura prueba,la de la actitud que debía asumir ante la conducta de la escuadraespañola en la bahía del Callao al anunciar ésta que en nombre desu majestad Isabel la Católica había tomado posesión de las islasde Chincha, del Perú, en represalia por las supuestas ofensas que

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súbditos españoles habían sufrido en una riña local entre españo-les e indígenas.

No se pusieron de acuerdo al principio los miembros del con-greso acerca de loque debían hacer a propósito de la cuestiónque se les había venido encima; pero después de largas reflexio-nes se convino en una representación colectiva ante el almiranteque comandaba la escuadra española con el fin de que ésta cesaseen la ejecución de los actos contra el Perú que toda la Américaconsideraba atentatorios de su soberanía.

El gesto de los plenipotenciarios produjo por el momento,los esperados efectos con la celebración del tratado del 7 de ju-lio de 1865, suscrito entre las partes interesadas. Pero el doctorArosemena estaba convencido de que mayor eficacia habría ten-dido en el caso de la constitución de una liga de naciones ameri-canas que afrontase no sólo el problema de España sino los posi-bles de todas ellas. Eran sus bases, para el efecto, las siguientes:

1.— Un tratado fundamental de alianza en el menor tiempoposible.

2.— Unión de todas las fuerzas de todos los aliados que pue-dan enfrentarse para la defensa del Perú y de todos los puertosdel continente.

3.— Notificación a España de la alianza con advertencia deque las naciones americanas procederían como aliados del Perú,si no se desocupaban las islas de Chincha.

La idea de la liga o alianza de las naciones americanas deorigen español, como el doctor Arosemena la proponía, no erauna inspiración surgida de las circunstancias del momento. Era,más bien, una obsesión suya que encontró en la ocurrencia delos sucesos mencionados terreno propicio para desarrollarlaorgánicamente, como lo hizo en el opúsculo que denominó Es-tudio sobre la idea de una liga americana en el cual con nota-ble habilidad y maestría trazó el proceso de las varias ligas deque da cuenta la historia, desde las antiguas ligas griegas e ita-lianas, pasando por las modernas germánicas y demás hasta las

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diversas tentativas al respecto llevadas a cabo en este mismocontinente: el congreso de Panamá y el primero y el segundode Lima y otros, más o menos conocidos. Eran aquellos díaspropicios a las empresas románticas y todo lo que aun los cere-bros mejor constituidos concebían entonces se hallaba impreg-nado del élan vital que impulsa al hombre hacia lo maravilloso,hacia lo desconocido, lo mismo cuando se trata de los afanescotidianos de la existencia, como de las concepciones abstrac-tas del pensamiento.

Por su parte, el doctor Arosemena, cuyas ideas americanistasestaban saturadas de un cálido optimismo y de cierta tonalidadmesiánica, se revestían de una manera literaria comedida y res-catada, como es propio de los pensadores auténticos que nuncase dejan traicionar por las solicitaciones de su emotividad. Sus-tentando su idea de la liga expresaba los conceptos que se leerán:

“Hoy por hoy, dice, contemplando el panorama de la Améri-ca desunida y recelosa nuestro ánimo se halla conturbado y lle-no de aprehensiones. No desconfiamos del triunfo final y delos derechos, pero sí de los trámites a que la providencia loshaya sometido y, aún más del tino con que puedan los hombrespúblicos de América encaminar su política para llegar a la metasin pasar por grandes pruebas y tribulaciones. No podemos des-echar estos temores cuando los hechos se nos presentan desnu-dos para probar que el sentimiento de fraternidad, base precisade una alianza íntima y durable entre los pueblos americanos,es, a menudo, una palabra sin sentido que a la primera ocasiónde acreditarse es desmentida. Y no como quiera se producenestos desengaños, sino en ocasiones solemnes sobre puntosesenciales en que la unión cordial y hasta la benevolencia de-bieran ser objeto de ostentación”.

Se vé cómo el enamorado de una idea que le parece redentorano se engaña en cuanto a los obstáculos que a su triunfo puedanoponerse y cómo con certera penetración encuentra en la ausen-cia del interés cordial de quienes a esa idea debieran vivir aferra-

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dos, la mayor de las dificultades. Es aquí patente que el optimis-mo, o sea la confianza absoluta en el derecho y en la justicia, nole cierra los ojos a las sombrías realidades que a ellos se oponen.Pero el pensador se empina sobre éstas y buscando los mediosde eliminarlas o de salvarlas dice:

“El punto de partida – son sus palabras— para la formaciónde una liga sudamericana debe ser, a nuestro juicio, el deslin-de territorial de los diversos Estados y la definición de la ciu-dadanía americana. La primera medida traerá por resultado nosólo cortar una de las más poderosas causas de mala inteli-gencia entre estas nacionalidades, sino determinar el períme-tro cuyo contenido habrán de garantizarse mutuamente los alia-dos. La segunda providencia haría más en el sentido de la fra-ternidad y de la buena inteligencia entre aquéllos que todoslos tratados de defensa, de navegación o de comercio juntos;porque daría a los naturales de cada país, en el territorio deotro Estado, una posición que, sea lo que quiera, no puede, nodebe ser la de un simple extranjero, recién llegado de Norue-ga o Laponia”.

He aquí dos recomendaciones que de haber sido atendidas concelo parejo a la convicción con que el doctor Arosemena las ha-cía habrían eliminado muchas causas o pretextos de razonamien-tos entre las naciones americanas que han retardado una inteli-gencia cordial entre ellas. Forzoso es convenir, no obstante, quelas cuestiones limítrofes, aun salvadas al tiempo que el doctorArosemena las consideraba como primer paso para una firmeconfraternidad americana, no han sido los únicos motivos que sehan opuesto a su generosa idea. La diversidad de índole de nues-tros pueblo, la oposición de interese económicos entre ellos y laausencia de persistente de todo trato desinteresado en los domi-nios de la cultura y de la inteligencia han influido más que la faltade definición del territorio. Con respecto a la idea de la ciudada-nía americana, que ya ha sido consagrada en alguna constitución,no parece marchar sino muy lentamente, y lo mismo que en el

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caso anterior se la mira con discreta reserva. El otorgamiento dela mencionada ciudadanía, aunque llegase a ser un hecho generalen nuestra América no sería un aglutinante espiritual muy eficazde nuestros pueblos, dadas las modalidades de la política interiorde la mayor parte de ellos. El apetito de poder y la caza de posi-ciones administrativas crearían, a la larga, nuevos motivos de re-celo originados por la competencia que se ocasionaría por la sa-tisfacción del uno o por alcanzar las otras.

Más dignos de admiración son los principios del doctorArosemena con respecto a los medios prácticos que, a su juicio,debían asegurar los destinos o la durabilidad de la liga.

“1.—Un tratado de comercio y de navegación, tanto marítimacomo fluvial;

“2.—Un tratado que especifique los derechos y las obligacio-nes de los extranjeros domiciliados y determine los casos en quehay lugar a indemnización por ofensas o daños a las personas opropiedades de los extranjeros, sean o no domiciliados;

“3.—Un tratado sobre los principales puntos de derecho in-ternacional privado, como la validez y ejecución en un Estado delos testamentos, las sentencias, los títulos profesionales y de-más actos civiles emitidos en otro Estado. Pudiera extenderse aotros objetos de legislación judicial y penal como exhortos pararecibir declaraciones, casos y modos de la extradición de reos,legalización de documentos, etc.;

“4.—Una convención de secuela para preparar y decidir lascuestiones en que, como consejo anfictiónico, había de entenderla asamblea;

“5.—Una convención consular;“6.—Una convención postal y telegráfica;“7.—Una convención de contingentes, así terrestres como

marítimos, para el caso de ejecutarse las cláusulas aquellas, osobre defensa del territorio, la independencia y las instituciones.Luego vendrían los actos sobre derechos propios del estado deguerra en general, sobre derecho marítimo, sobre colonizacio-

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nes, sobre clasificación y prerrogativas de los agentes diplomá-ticos etc. etc.

Consecuente el doctor Arosemena con los votos expresadosen esta parte de su opúsculo redactó los instrumentos que debíanconcretarlos, los que discutidos en su momento fueron aproba-dos. Pero, como es casi siempre la costumbre en estos casos,allí paró todo y los gobiernos no se ocuparon en ratificarlos. Locual no es declarar sin valor alguno la admirable actuación de losmiembros del congreso, entre los cuales rayó a una altura inigua-lada el doctor Arosemena. Muchas de las ideas y de las iniciati-vas que constan en su proyectada liga son, hoy mismo, motivosde estudio y temas angustiosos de las cancillerías americanas. Laestrecha vinculación de nuestros países es algo que todos anhe-lamos y para ello abiertos se hallan todos los caminos desde lostiempos quehombres de espíritu clarividente, como don JustoArosemena, lo trazaron.

En la obra sobre las constituciones colombianas de los señoresPombo y Esguerra, al referirse a los hombres que formularon laconstitución de 1863, a quienes consideran como una brillanteconstelación de ideólogos, se afirma que en el congreso de LimaJusto Arosemena comprometía, sin mandato, a la república en unaguerra contra España, por la agresión, se entiende, de ésta contra elPerú en lo de las islas de Chincha. Juicio que, expresado así, enforma tan sintética, envuelve un grave reparo a la prudencia y a lamoderación características del doctor Arosemena. Lo que ocurriófue, que partidario decidido de una liga de naciones americanas,como se ha visto, cuando aquel conflicto ocurrió pensó que antesde que el congreso de Lima se pronunciara sobre el incidente se lediera forma a su idea de la liga, la cual, desde luego, habría requeri-do un largo proceso de notas y de instrucciones entre los diversosgobiernos que la habrían hecho inoperante.

El tratado de alianza a que muy probablemente aludían los au-tores mencionados vino después y es muy discutible que él hu-biese arrastrado a los Estados Unidos de Colombia a aventuras

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bélicas de ninguna clase. La franca discusión que mantuvo con lacancillería acerca del objeto del congreso y su casi obsesión porla liga como medio de consolidar su independencia de las nacio-nes que habían nacido bajo el mismo signo del derecho y de lalibertad, tan sincera como fue, sitúa su responsabilidad en un pla-no diferente de consideraciones, por lo cual pudo muy bien deci-dir al terminar las sesiones del congreso que se retiraba de él“con la convicción de haber sido leal a su país y a la América”.

No estuvo de acuerdo el gobierno colombiano ni con el trata-do de alianza, ni con la actitud del doctor Arosemena en la nuevafaz del conflicto peruano español y sabido esto extraoficialmentepor él, renunció la plenipotencia que se le había confiado, con-ducta muy decorosa, por cierto, y bien propia de su carácter.

Después se le verá, en medio de sus ocupaciones personales,siempre al servicio de las más nobles causas de la América yparticularmente de aquellas que más podrían determinar el afian-zamiento de la independencia de sus pueblos y la estabilidad cons-titucional de los mismos. Así redacta constituciones de pensa-miento político avanzado para la época, que ofrece a los gobier-nos del Perú y Bolivia, como sostiene animada correspondenciacon hombres prominentes acerca de la aptitud que la Américadebía adoptar con respecto a España, no bien avenida aún con lasituación política conquistada por las que fueron sus antiguascolonias. El doctor Arosemena, signatario del pacto de alianza,obra del congreso americano y simpatizador fervoroso de la uniónchileno-peruana contra España, era de parecer que ésta debía serprivada de sus posesiones en este continente, medio único, a sujuicio, de asegurar para siempre la independencia de la América.Y por aquí irrumpía, otra vez, su idea de la alianza de todos lospaíses, del sur, que, por otra parte, debía contrarrestar la influen-cia, entonces con razón temida de la doctrina Monrroe.

No era, por supuesto, tal modo de pensar del doctorArosemena el producto de una mente soñadora. Las ideas funda-mentales de su pensamiento eran expresión de su experiencia y

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del conocimiento que tenía de la dirección de la política exteriorde los Estados Unidos en lo atañadero a los países que moran alSur de Río Grande. Que éstos no quisieran decidirse a pactar unaalianza general de todos ellos se explica, quizás, por las vallasinfranqueables que siempre los han separado, o por los egoísmosnacionalistas que han creado barreras intraspasables entre pue-blos llamados, no obstante sus peculiaridades, a un común desti-no, como comunes fueron sus esfuerzos en la luchas por la con-quista de su libertad. El Doctor Arosemena sentía y pensaba comoBolívar, como sienten y piensan hoy mismo los más destacadosestadistas de este continente.

El doctor Arosemena era una estampa viva del americano ge-nuino cuya mente está siempre polarizada hacia la idea de la fra-ternidad continental, pero era también un intelectual puro, dota-do de una gran inquietud frente a las cuestiones públicas contem-poráneas. Por eso de los estudios del derecho y la justicia inter-nacional, saltaba a los problemas del derecho público interno yde éstos a la corrientes ideológicas relacionadas con las institu-ciones del derecho privado. Así, con ocasión de la reválida de sustítulos profesionales, obtenidos en las universidades colombia-nas, que solicitó en Chile para ejercer de abogado en este país,presenta, a guisa de tesis, un importante estudio acerca del Ma-trimonio ante la ley, que le granjeó gran nombradía en los círcu-los universitarios y en el foro de Chile. Todavía puede leerse conprovecho a pesar de las transformaciones que se han efectuadoen el derecho de familia.

El doctor Arosemena confiaba más en las sanciones moralesy religiosas que en las de la ley, las cuales consideraba poco me-nos que ineficaces cuando se trata del cumplimiento de los debe-res entre los cónyuges. No es de extrañar, sin embargo, esta po-sición ideológica del doctor Arosemena. Él era, ante todo, unpensador moralista, lo mismo en política que en legislación yderecho, y ésta que, puede asegurarse, era su idiosincrasia inte-lectual, se refleja necesariamente en todos sus trabajos.

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Siendo el matrimonio una institución de variados aspectos, esclaro que ninguno de éstos podía escapársele al doctorArosemena, pero es a la luz de su criterio moralista como losabordará iluminándolos, uno a uno, con recio vigor analítico quepone de relieve cuán formidable era la disciplina a que ya habíasometido su clara inteligencia: la naturaleza del matrimonio; elvínculo determinante de las obligaciones de los cónyuges; el ca-rácter dominante y permanente de éstas; la actitud del derechocanónico y de la religión frente al matrimonio; las trascendenta-les cuestiones referentes a la paz y la armonía del hogar; a lafiliación, y al status de los hijos habidos o no en matrimonio,son aspectos a los cuales pasa penetrante revista, anticipándosemuchas veces a soluciones hoy generalmente admitidas en el de-recho de familia. Léase, si no, como muestra lo que sostenía apropósito de la legitimidad.

“ Ante la naturaleza (y permítase la idea) ante Dios, todos loshijos con iguales, cualquiera que sea su nacimiento, y cualquieraque sea la culpabilidad de los padres al engrendrarlos. Esa clasi-ficación de hijos legítimos e ilegítimos y esa división de los úl-timos en naturales adulterinos, incestuosos y sacrílegos, es unverdadero sacrilegio, puesto que contrariando los dictados de lanaturaleza, en sus más sagradas e imperiosas manifestaciones,erije la injusticia en principio, y estableciendo las más odiosasdesigualdades, consulta la dicha de proles privilegiadas (y quizáfraudulentas), a la vez que condena proles genuinas, estigmatiza-das, a la miseria y al vicio”.

“¡Cuánto más justo y más sencillo no es igualar los hijos yllamarlos en común al banquete de la vida, con las mismas venta-jas de subsistencia y educación! Cuántos niños, nacidos y perdi-dos hoy en la oscuridad (si es que logran sobrevivir al semi-aban-dono de sus padres) no serían miembros distinguidos de la so-ciedad, si aquellos pudieran hacerle gozar plenamente de los be-neficios de la paternidad. Para ello (y suponiendo que quierandejarse subsistir las obligaciones legales entre padres e hijos)

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bastaría exigir el reconocimiento de todos los hijos respecto delpadre, por los mismos medios que establece el código civil para loshijos naturales. En cuanto a la maternidad, se probaría siempre comolo ha dispuesto el mismo código. No temo que se rehusase capri-chosamente reconocer un hijo verdadero y si algún hombre fuesebastante cruel para ello, ¿qué significarían esos poquísimos casos,contrapuestos a aquellos en que hoy se obliga a un hombre a recono-cerse padre, cuando tiene una convicción contraria? ¿O bien , si loscomparamos a los rumores, en que los padres, violentados por la ley,casi nada pueden hacer por los hijos que reconocen y aman?”

Éstas, con mayor o menor amplitud, antes expuestas por el doc-tor Arosemena, son las mismas conclusiones que hoy se hallanincorporadas en el derecho de familia y para sustentarlas nada nue-vo sustancialmente han dicho los juristas de nuestros días. El tra-bajo en cuestión es la síntesis anticipada de una obra que tendránotable expresión filosófica y jurídica, al publicarla en inglés bajoel título de The Institution for Marriage in the United Kindgdon;obra de gran envergadura, en que el doctor Arosemena se presentócomo un sociólogo de ideas propias, a la par que como un tratadis-ta que supo exponer con indudable pericia los resultados de susinvestigaciones en una materia ardua cuyas irradiaciones estabanllamadas a influir en un público ilustrado, el de la Gran Bretaña;obra, en fin, compuesta de veinte partes entre capítulos y apéndi-ces con la cual Arosemena entró en la categoría de publicista in-ternacional en la que más adelante habría de cosechar tantos lauros.

Un resumen de las ideas del doctor Arosemena en punto delmatrimonio, de que dejó constancia en los dos trabajos a que noshemos referido, podría ser éste:

El defecto sustancial de las instituciones matrimoniales con-siste en la intervención de la ley, que ejerce una influencia nefas-ta sobre ellas.

Los fines del matrimonio se logran mediante las sancionesmorales y religiosas, ayudadas por unas pocas disposiciones po-sitivas independientes de la esencia del matrimonio.

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Las gentes tienen más inclinación por el matrimonio ecle-siástico que por el civil y sólo se someten a éste por la necesidadde legitimar a la prole, según lo exige la ley.

En materia de uniones sexuales la religión y la conciencia sontodo; en cambio, las leyes civiles y sus pretensiones son nada.

Pasaran mucha generaciones antes de que la parte literata dela sociedad se convenza de que es conveniente la celebración delos dos matrimonios.

La ley debe tener en cuenta esta situación ya que no es buenlegislador el que no hace entrar en sus cálculos la ignorancia ylas preocupaciones que no puede vencer.

El doctor Arosemena, poco amigo del matrimonio civil, sos-tenía, en suma, que los fines esenciales que con él se buscan:asegurar la suerte de la mujer y la de los hijos, podrían lograrsepor otros medios, garantizándole el hombre a la mujer, por escri-tura pública, el sustento a cambio de su felicidad, y a los hijosconsiderándoles todos iguales ante la ley con los mismo dere-chos y obligaciones.

La obra del doctor Arosemena y las ideas ejes sobre que elladescansa son de un valor permanente desde el punto de vista de laevolución histórica de las instituciones matrimoniales.

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Capítulo XXIMisión en Inglaterra y Francia

1868-1872

En la asamblea del Estado soberano de Panamá.– Tratado de excavaciónde un canal interoceánico.– En el congreso de 1871.– Consideracionessobre la constitución de 1863.– El doctor Arosemena representante diplo-mático en Inglaterra y Francia.– Arreglo de la deuda exterior de Colombia.

l transcurso de los años de 1868 a 1872 fue de los másmovidos y fecundos de la vida pública del doctorArosemena, aunque no le faltaron contratiempos ocasio-

nados precisamente por su vigilante patriotismo.Asiste en julio de 1869 a la asamblea legislativa del Estado

soberano de Panamá y se le elige su presidente. Su actuación,esta vez, se hallará, como otras veces, al alto nivel de sus recono-cidos antecedentes de experto legislador, de patriota insigne y dehombre siempre preocupado por el bienestar general, aun conperjuicio de sus propios intereses particulares.

La lista de los proyectos que presentó a la asamblea y fueronaprobados por ésta es considerable así por su cantidad como porsu calidad y a la altura en que ahora se halla su nombre no hacefalta enumerarlos específicamente. Su autoridad moral y sus co-nocimientos eran avasalladores y proyecto que presentaba a lalegislatura era con toda seguridad favorablemente acogido y apro-bado. Ha quedado con el carácter de memorable en los fastos dela independencia de los países de nuestra América el día en queel doctor Arosemena presentó a la asamblea una proposición ex-

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presiva de las simpatías con que miraban los esfuerzos de Cubapor su libertad nacional. Dicha proposición tuvo una calurosaacogida de parte del gobierno colombiano, quien valorándola entodo su alcance invitó a los gobiernos americanos, inclusive elde los Estados Unidos a unirse en una acción conjunta para pedir-le a España la liberación de la Isla.

En el mismo año y ya terminadas las sesiones de la asamblealegislativa del Estado, elegido senador para el período de 1870 a1871 se dirigió a Bogotá a ocupar su puesto en el congreso.

No bien hubo llegado a esta ciudad el gobierno le nombróplenipotenciario para negociar, asociado al doctor JacoboSánchez, un tratado sobre excavación de un canal interoceánicocon el ministro de los Estados Unidos. Se tuvo en cuenta, muyprobablemente, su condición de istmeño, su dominio de las cues-tiones oceánicas que él había tratado en trabajos muy interesan-tes y, sobre todo, su nunca desmentida voluntad de servicio pú-blico. La negociación, reducida a las cláusulas de estilo de las desu clase y en que los intereses de las partes contratantes queda-ron bien consultados fue aprobada, sin reservas, por el gobierno;pero no sucedió lo mismo en el congreso en donde una conjun-ción de suspicaces e influyentes senadores que temían una cela-da del gobierno americano desfiguraron el tratado de tal maneraque el gobierno no se ocupó más de él.

Sucedió en este caso algo muy parecido a lo que ocurrió en1903 con el tratado de Herrán-Hay. Malos cálculos, desconoci-miento completo de la materia, y hasta celos de índole personalhicieron su obra, servida, como siempre, por una oratoria infla-mada por la pasión y un desviado nacionalismo.

La iniciativa tomada por el doctor Arosemena en la asambleadel Estado de Panamá en relación con la gesta libertadora de Cuba,se concretó en el congreso en un acto legislativo que reconocía alos cubanos los derechos de beligerantes. El proyecto respecti-vo, presentado por el mismo doctor Arosemena, mereció la apro-bación unánime del congreso, y lleva su firma en calidad de pre-

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sidente del senado, y la del doctor Pablo Arosemena, presidentede la cámara de representantes.

El texto es como se lee:“Artículo único. –La República de los Estados Unidos de Co-

lombia reconoce a los patriotas de la Isla de Cuba, en la guerraque sostiene para asegurar s independencia de la nación españolatodos los derechos de guerra”.

La actitud del congreso colombiano, suscitaba por beligerantessancionados por las leyes internacionales en el doctor Arosemena,puede parecer hoy a mentes desprevenidas tocada de romanticismo;pero ello no es así. Responde, precisamente, a un elevado y noblesentimiento de solidaridad americana ya vigente desde los días, porentonces un poco lejanos, en que Bolívar dominaba con su arrogan-cia de libertador el escenario de la América del Sur. Ese sentimientofue, el mismo que en la sangrienta guerra de Cuba contra España,germinaría nuevamente en Colombia, impulsado, entre otros nota-bles colombianos, por el general Rafael Uribe Uribe.

Se sobreentiende que el doctor Arosemena, no se olvidó deaportar en otros campos su concurso de avezado legislador. Loprestó ciertamente sometiendo al senado varios proyectos de leytendientes, los más de ellos, a reparar los excesos legislativosderivados del espíritu del código de Ríonegro. Tal fue, por ejem-plo, el caso del proyecto reformatorio de la ley de bienes des-amortizados, ley que había creado una situación insostenible ypeligrosa para la armonía social y económica de la república. Enlos anales del congreso de 1870 hay numerosas constancias delas intervenciones legislativas del doctor Arosemena que acredi-tan su devoción por el bienestar general, sin duda alguna recono-cida por sus colegas en el hecho bien significativo de que habien-do en él figuras no menos prestantes que la suya lo reeligiesen enla presidencia del senado. En este carácter le tocó presionar algeneral Eustorgio Salgar de la presidencia de los Estados Unidosde Colombia con un discurso de los suyos, sin deslumbrante pom-pa literaria, pero grávido de ideas.

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“Que todos los partidos en Colombia consideran su ascensoal poder como un iris de concordia y de paz;

Le dice al presidente:“Que es lícito aguardar que bajo la influencia del tiempo, del

desempeño y de sus prendas personales, la lava ardiente del vol-cán revolucionario se torne en fecundante abono de la tierra, le-gada por nuestros padres, redimida de la esclavitud de tres siglos,no para asolarla y transmitirla yerma a nuestros descendientessino para cultivarla con esmero a fin de que fructifiquen en ellalas semillas de la libertad y de la civilización.

Y luego, entrando en consideraciones muy propias de su es-tirpe de pensador político que no teme rectificarse a sí mismo,se produce de este modo:

“Resultado de una sangrienta lucha entre dos principios polí-ticos y obra exclusiva del partido victorioso, la constitución deRíonegro tuvo que ser reaccionaria por esta doble causa. Huyen-do del centralismo, personificado con razón o sin ella en el par-tido vencido, reconoció tres soberanías o sea, tres entidades, entrelas cuales distribuye el poder que los gobiernos rigurosamentecentrales conservan en una sola entidad: la nación o el Estado.Esos tres soberanos son el individuo, el Estado y la Unión; y pudoadmitirse un cuarto, el distrito que hoy está a merced del segun-do de los mencionados.

“Si se considera que la soberanía no se tuvo jamás por ili-mitada, y que sus poderes esenciales pueden muy biendistribuirse entre varias entidades como la mejor garantía dela libertad política, no hay por qué alarmarse de que el pueblocolombiano obedezca simultáneamente a tantos soberanos.Ellos no pueden conspirar contra la libertad; al contrario, sonrivales que se acechan y vigilan para que cada uno se mantengaa raya. De este modo, los derechos individuales son garantiza-dos por el Estado contra la Unión; y por la Unión contra elEstado; los derechos de éste lo son contra la Unión por la ac-ción de las legislaturas, y los de la Unión, contra el Estado;

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los derechos de éste lo son contra la Unión por la acción delas legislaturas, y los de la Unión, contra el Estado, por el se-nado de Plenipotenciarios.

“Tal es la teoría que entraña la constitución de 1863. Comoreaccionaria que fue, se excedió probablemente en los derechosque reconoció a los Estados de la Unión, hasta el punto de poneren peligro la existencia de la Unión misma. Creo que este defec-to y algunos otros serán no muy tarde reconocidos aún por aqué-llos de sus partidarios que más hayan simpatizado con aquel me-morable instrumento. Entonces nos aplicaremos todos con sin-ceridad, benevolencia y espíritu patriótico, a reparar la obra detiempos anómalos y excepcionales. Imitaremos a los sesudos ydesprendidos hombres de Estado que, en la América del Norte,hallando insuficientes y anárquicos sus célebres artículos de laConfederación bajo cuyas promesas se afiliaron entre las repú-blicas del mundo, procedieron a retocarlos, y produjeron la fa-mosa constitución de 1787 bajo cuyo amparo han demostrado,con el más sorprendente y rápido progreso, la excelencia de ta-les instituciones”.

Este discurso carecía del estilo pomposo y grandilocuenteque es común en los de su clase, como por ejemplo, el que pro-nunció Julio Arboleda al darle posesión de la presidencia de larepública al doctor Manuel María Mallarino. Nada pretendió de-cirle a la imaginación ni a la fantasía. Sencillo en la forma y declaridad meridiana en el fondo, no previene, ni amonesta comoen el discurso con que, en ocasión más solemne y angustiosa,pronunció para darle posesión al general Mosquera. Al cambiarlos hombres y las circunstancias históricas y con ellos el am-biente del proscenio político éste le sugiere al doctor Arosemenauna actitud mental diferente. Tachado de impertinente el discur-so dirigido al general Mosquera la conducta de este, más adelan-te, da lugar a que se le califique de severo y sumamente previsor.El que ha dirigido a Salgar es de corte reposado, sereno y reflexi-vo y sólo elogios merece.

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No le habla a un presidente voluntarioso, dispuesto siempre asaltar por encima de las vallas de la ley, sino a un presidente quepasó a la historia como el presidente caballeroso, cuya adminis-tración en nada perjudicó los sagrados principios de la libertad yel derecho y contribuyó, por el contrario a mejorar las institu-ciones educativas, el soporte más firme de la democracia. El jui-cio del doctor Arosemena acerca del momento tenía la consis-tencia de una visión hondamente arraigada en las intimidades desu espíritu. Llaman la atención en el discurso las reservas que,una vez más, expresa al referirse a la constitución de Ríonegroque fue, como la regeneradora del 86, la voluntad política de unsolo partido en reacción contra una dictadura legalista, pero de lacual se diferencia porque no es un instrumento de persecución,sino uno de libertades extremadas. Parece un juego de conceptosla distinción de las tres soberanías que, según el doctorArosemena, consagró la constitución de 1863; pero así era larealidad que, no por serlo debía perdurar. Hay realidades en lavida de los Estados que requieren un acatamiento absoluto a losimperativos que de ellas se desprenden, ya que sólo acatándolaspuede asegurarse el normal desarrollo de las personalidad deaquéllos. Pero hay otras realidades, verdaderas deformacionessociológicas contrarias a toda idea de bien que deben ser comba-tidas porque retarden el progreso político y moral de la sociedadcivil. La administración del general Salgar, al satisfacer y colmarlas aspiraciones públicas colombianas convirtió en realidad hala-gadora la visión del presidente del congreso, el doctor Arosemena,que le posesionó de la primera magistratura.

En las sesiones del senado de 1871 el doctor Arosemena,hondamente preocupado, por las dañosas repercusiones de laconstitución de Ríonegro, según se desprende del juicio que yase había formado de ella en los párrafos transcritos del discur-so de posesión del doctor Salgar, presentó una ley sobre ordenpúblico tendiente a derogar otra sobre la misma materia quetodos tildaban de inconsulta y perniciosa por la situación desai-

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rada y de impotencia en que colocaba al gobierno de la Uniónfrente a los desacuerdos y revoluciones de los Estados. Queríael doctor Arosemena que aquel pudiese darle plenas garantías aéstos, como en los Estados Unidos de América en donde “unaforma republicana de gobierno protege a cada uno de ellos con-tra las agresiones exteriores o contra la violencia interior cuandoasí lo solicita la legislatura o el ejecutivo si aquella no pudieraser convocada”.

No se le dio paso a esta idea ni a ninguna otra que pudierasalvar el orden público, como tampoco en la convención ni enninguna otra circunstancia en que después se propuso. Los doc-tores Arosemena, el proponente y Ezequiel Rojas se esforzaronpor que se adoptase la reforma. La sostuvieron en luminosísimosinforme y en discursos elocuentes en el senado para lograr sóloun completo fracaso, puesto que no fue aprobada al fin por lacámara de representantes, a pesar de los decisivos argumentosdel doctor Arosemena, de quien el señor Aquileo Parra dijo “nohaberle visto en ninguna de sus producciones asumir el tono deindignación patriótica al demostrar en el mencionado informe loabsurdo de las disposiciones fundamentales de la ley sobre or-den público expedida en 1867.

Parte de ese informe es así:“Todos los inconvenientes que acaba el infrascrito de atribuir

a la Ley de 16 de abril de 1867 se están experimentando en laactualidad con respecto al Estado de Boyacá, según se ve por elsiguiente pasaje de la nota del señor secretario de lo interior yrelaciones exteriores.

“Desde mediados de enero último en que salió de Tunja elpresidente del Estado y se verificó el encuentro de armas deSoracá, los secretarios del despacho ejecutivo nacional tuvie-ron que suspender sus relaciones con el gobierno constitucio-nal del Estado, porque a este gobierno no le quedó territorio nila fuerza suficiente para el ejercicio de sus funciones; y tuvo, almismo tiempo, que guardarse de entrar en relaciones con el

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gobierno de hecho porque no tenía, para ser reconocido y en-trar en relaciones con él, la condición que exige el mencionadoartículo 2o de la ley de orden público. Así es que van ya dosmeses en que la autoridad del gobierno general se ha paralizadoen el Estado de Boyacá”.

“No hay ___observa el informante— constitución que quierasuicidarse consagrando semejante estado de cosas. Si la deRíonegro quiso la neutralidad absoluta del gobierno federal enlas contiendas de los partidos en un Estado, no previó a lo menosque eso se hallaba en contradicción con otras de sus cláusulasfundamentales. Pero la verdad es que no hay texto alguno suyo dedonde se infiera el deber de esa neutralidad como lo hay para losEstados entre sí en el inciso 9º del mismo artículo 8º antes cita-do, ni menos lo hay para fundar las gravísimas disposiciones dela ley, cuyos fatales efectos ha procurado el infrascrito patenti-zar. No vacila, por tanto, en proponeros su derogatoria”.

Nos hallamos en este caso en presencia de una de las situa-ciones de 1863 comenzaron a preocupar a algunos espíritus in-dependientes por la reforma de dicha constitución. Nos encon-tramos en presencia también de un numeroso y apasionado sec-tor del liberalismo que, considerándose guardián exclusivo deaquel pensamiento, no cejaba en su decidido empeño de mante-nerlo en toda su integridad, así resultasen absurdas sus conse-cuencias, según lo probó el doctor Arosemena.

Hemos tomado en consideración para los fines de este traba-jo solamente las más salientes actuaciones del doctor Arosemenaen su carácter de legislador en 1870 en las cuales se destacó enprimera línea entre los hombres de su generación, que de 1849 a1852 comenzaron su brillante carrera de reformadores de insti-tuciones caducas, impregnadas del espíritu de la colonia, deideólogos que siempre antepusieron los principios a los intere-sados bastardos.

Su última aparición en el parlamento fue en el congreso deplenipotenciarios de 1871. Después dejó Bogotá para dirigirse a

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Nueva York, como siempre, por razones privadas de familia, perosin olvidar la realización de propósitos de naturaleza pública, siem-pre dignos de su inteligencia y de su infatigable voluntad. En esaciudad Felipe Zapata, le comunicó el nombramiento de ministroresidente de Colombia en la gran Bretaña, nueva prueba ésta deconfianza que se le daba y de que era muy merecedor por su capa-cidad y los quilates de su inteligencia.

Dentro de la misión que se le confiaba era punto vital el arreglode la deuda externa de Colombia, viejo y complicado asunto que,arranca desde los alegres días de la independencia, cuando el doctorFrancisco Antonio Zea negoció en Inglaterra el primer empréstitocolombiano. Al doctor Arosemena le tocaría poner a andar el servi-cio de dicha deuda, por diversas causas no muy bien atendido desde1871. Recuérdese que el propio doctor Arosemena, muy celoso delcrédito exterior de la república, había hecho aprobar en el congresode dicho año un proyecto de ley sobre crédito público encaminandohacia el mismo objeto que ahora se confiaba a sus luces.

El estado de la deuda era el siguiente:

Capital, incluyendo bonos activos, bonos diferidos y deuda activa.......................………..………............ £ 6.629.500

Anualidad que había de ser pagada en conceptode amortización, intereses, etc..........….......£ 300.008El proyecto del doctor Arosemena había autorizado al poder

ejecutivo para llevar a efecto la conversión de esta deuda, la pri-mera que habría de verificarse, por otra cuyo capital no excedie-ra de diez millones de pesos, ni fuera de forzosa amortización ycuyos intereses anuales no excedieran de quinientos mil pesos,pagaderos por semestres vencidos y con hipoteca de la renta desalinas. Las instrucciones dadas al doctor Arosemena se basaban,esencialmente, en las condiciones estipuladas por la ley.

Esta clase de negociaciones discurren, por lo general, muylentamente y con mayor razón la encomendada al doctor

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Arosemena que tropezó, desde el primer momento, con el serioinconveniente del poco crédito de que gozaba en el mercado deLondres la república por sus fallas anteriores. A lo que en el casohabía que agregar la dificultad de las comunicaciones entre Eu-ropa y América. Así, pues, transcurrió un año, desde la llegadadel doctor Arosemena a Londres, sin que se llegara a una inteli-gencia clara y precisa acerca de los términos de la negociación.

No que el doctor Arosemena no la impulsara con todos losrecursos lícitos a su alcance, en parte, por la renuencia del presi-dente del comité de bonos que, en defensa de los intereses que leestaban encomendados, no se avenía fácilmente a los argumen-tos del negociador, fundados no sólo en su propia convicción sinotambién en las instrucciones que le había impartido el gobierno.Pero al fin de largos y sostenidos esfuerzos y merced principal-mente, a la irresistible dialéctica del doctor Arosemena, se de-bió que la deuda quedase reducida a las siguientes cifras:

Capital................................................................... £ 2.000.000Anualidad.............................................................. £ 125.000Reducción del capital ..........................................£ 4.629.500Reducción de la anualidad .................................. £ 175.005

No tuvo el doctor Arosemena la satisfacción de que su firmaapareciera al pie del contrato que se firmó en Bogotá para el arre-glo definitivo de la deuda el 1º de enero de 1873 entre el doctorFelipe Pérez, secretario del tesoro y crédito público, en nombredel gobierno de Colombia y el señor C. O’Leary, en nombre delconsejo de tenedores de bonos extranjeros. El gobierno, en vistade las numerosas dificultades prácticas que por la distancia y otrascircunstancias se oponían a un estudio completo de las presenta-das al gobierno por el representante del referido consejo, resol-vió que la negociación se radicara en Bogotá. Por cierto, tam-bién, que con este paso no se prescindió del doctor Arosemenasino que, por el contrario, lo esencial de la negociación se llevó

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a cabo acuerdo con sus consejos y en virtud de su lucha, cuer-po a cuerpo, con el consejo de tenedores para obligarle acep-tar la conversión de la deuda, como él la había previsto y seterminó en Bogotá.

Como en el negocio anterior fue igualmente activa y desve-lada la conducta del doctor Arosemena en las gestiones dirigi-das a contratar la construcción del ferrocarril llamado del Nor-te, que, por mucho tiempo, ocupó la atención del gobierno co-lombiano. El resultado de esas gestiones, entonces, aunque seterminaron en forma satisfactoria, participando en ellas, por elaspecto técnico el señor Gregorio Obregón, no culminaron enuna realización efectiva por causas totalmente ajenas al doctorArosemena, y que, por lo mismo, no invalidaron sus eficacesservicios diplomáticos.

En 1872 el doctor Arosemena fue ascendido a enviado ex-traordinario y ministro plenipotenciario de Inglaterra y en Fran-cia, ascenso muy significativo, puesto que no podía interpretarsede otro modo que como un explícito reconocimiento de sus an-teriores e inteligentes servicios.

No había en Francia negocios de importancia que ventilar, enlos cuales tuviera interés inmediato Colombia, de modo que alhábil negociador tenía que suceder, como sucedió, el intelectual,el estudioso atento y reflexivo de la vida política y social de laciudad luz que, recogiendo en sesudos informes sus observacio-nes las transmitía a su gobierno con solícita diligencia. Puededecirse que tomó su nueva misión como la de un civilizador en elmás alto sentido de la palabra, como la de un mensajero enviadoa empaparse en las emanaciones de una cultura superior, que lue-go, su poderosa inteligencia y su enorme capacidad de asimila-ción, había de traspasar en la de su incipiente país. Hombre demente inquieta, pero de condiciones ideológicas firmes, gustabaconcretarlas en el terreno de los hechos con lógica consecuen-cia, en toda ocasión en que ello fuera oportuno y necesario. Poreso su empeño en solicitar se buscaran medios prácticos de que

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España suprimiese la esclavitud en Cuba y Santo Domingo, em-peño expresivo no de meros y románticos deseos, sino impreg-nado de un espíritu justiciero que se adelantaba hasta provocar ydiscutir, palmo a palmo, en el terreno de los imperativos huma-nos la necesidad de acabar con tal vergüenza de la civilizacióncuando la libertad del hombre se había elevado a la categoría deun principio intangible. Se explica así el interesante cambio denotas cruzadas entre el doctor Arosemena y el secretario de Es-tado para los asuntos exteriores de Francia, el conde Granville, apropósito del asunto mencionado y a la no menos interesante co-municación que, poco después, envió al ministro de lo interior yrelaciones exteriores de su país, en la cual, volvía, como siem-pre, con alto espíritu de justicia por la libertad de los oprimidospueblos de Cuba y Puerto Rico. Aquí el enviado extraordinario yministro plenipotenciario de Colombia, ante los gobiernos deInglaterra y Francia, es el mismo hombre de pensamiento huma-nitario que ya se había revelado en sus años mozos, cuando co-menzaba su carrera pública, en el modesto escenario municipalde su tierra nativa.

Hombres así son orgullo de su estirpe y de su tiempo. Honranlas posiciones que les otorgan sus condiciones en vez de que lasque éstos les otorgan les honren a ellos. La función diplomáticatenía entonces contenido y significación que, poco a poco, haido perdiendo. No es hoy una ocasión de servir a la sociedad po-lítica de que se forma parte, sino que, al revés es ésta la que debeservir a quienes menos lo merecen encomendándoles misionesque están muy lejos de poder desempeñar. Muy poca importanciatendría la biografía de un hombre que vivió una vida altísima alservicio de la civilización, de la cultura, y de las mejores causashumanitarias, si no fuera deseable que los hechos de esa vida tras-cendiesen, como ejemplo, y como normas de acción a las gene-raciones presentes.

El doctor Arosemena, en premio a su discreta representacióndiplomática en Europa, fue llamado por el doctor Santiago Pérez,

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que había sido elegido presidente, para que ocupara la importantecartera de lo interior y relaciones exteriores que dejaba el doctorAntonio María Pradilla. Distinción ésta que no pudo aceptar porrazones de orden privado muy justificadas; pero que si no hubiesenexistido es de creerse que tampoco habríala aceptado. Él se mos-tró siempre poco amante de aceptar posiciones de simple signifi-cación política y administrativa. No le aceptó al general Mosquerala misma cartera que ahora le ofrece el doctor Santiago Pérez, comono le quiso aceptar al doctor Rafael Núñez la de instrucción públi-ca que en 1862 le ofreció este discutido presidente. Hay en la ca-rrera de hombre público del doctor Arosemena numerosas cons-tancias de que no le atraía la política militante y simplemente par-tidista, y la hay también de cómo ello no amenguó su profesión defe liberal, encaminada siempre a luchar por el triunfo de su doctri-na. Era, más bien, el doctor Arosemena el tipo del pensador queprefería esculpir en leyes y en instituciones los principios y lasdoctrinas de la filosofía política a que adhirió desde sus primeroscontactos y relaciones con el mundo de las ideas.

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Capítulo XXIILa Prisión del General Camargo

1875-1879

La prisión del General Camargo.– Actitud del doctor Arosemena en esteincidente.– Carta al General Julián Trujillo en que condena los métodos delos gobiernos liberales.– Los códigos del Estado.– Los estudios constitu-cionales.– Síntesis ideológica.

o fatigó mucho la historia del Doctor Arosemena el añode 1875. Deberes indeclinables de carácter doméstico lealejaron un tanto de la vida pública. No ocupará una posi-

ción adecuada a sus capacidades de estadista y de parlamentarioque se había distinguido siempre por su extraordinaria voluntad deservicio. No contará la cancillería de su país con los consejos deldiplomático de mente reposada y serena. Pero el pensador, el filó-sofo político, el hombre que en su más luminosos días se dio porentero a las causas que podían afectar a su patria o a la humanidadserá siempre atraído por éstas como el imán atrae indefectible-mente a ciertos metales. He aquí por qué, extraño a los aconteci-mientos que en 1875 se efectuaron en el Estado, como conse-cuencia lógica de una política mal encaminada por el GobiernoNacional, se le verá enfrentársele a una situación que, de habersido resuelta de un modo distinto a como se resolvió, habría dadoal traste con la autoridad política del gobierno del Estado y que-brantado las garantías que la constitución de 1863 le acordaba. Habíallegado a Panamá el general Sergio Camargo con un nombramien-to militar de importancia que encubría propósitos intervencionistas

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en los asuntos internos del Estado. Era esta una de tantas ma-nifestaciones ostensiblemente dirigidas por el ejecutivo na-cional a influir en la opinión de los Estados para lograr que ala presidencia de la república no fuera el doctor Rafael Núñez,ya para entonces candidato de exclusión de los radicales. Eldoctor Arosemena, no precisamente por razones de partido,sino más bien en guarda de que se mantuviera incólume la per-sonalidad constitucional y legal del Istmo, advirtió, respaldán-dolo con su gran autoridad, al Jefe del Estado, señor GregorioMiró, del peligro inminente que se corría con la presencia delGeneral Camargo en Panamá. Éste, sin dilación alguna, fuereducido a prisión por el presidente y luego se abrieron nego-ciaciones entre el gobierno del Estado y el de la nación parael arreglo de este incidente que con la intervención oficial delos doctores Justo Arosemena y Mateo Iturralde, en nombre yrepresentación del gobierno del Estado, y de los doctoresEustogio Salgar y Nicolás Esguerra, por parte del gobiernogeneral, quedó zanjado de modo satisfactorio, bien que sólomomentáneamente, para ambas partes en el convenio que secelebró el 2 de agosto de 1875.

El presidente del Estado, don Gregorio Miró, ha dejado enuna alocución dirigida al pueblo de Panamá constancia del felizdesenlace del mencionado incidente que pudo conducir a deplo-rables consecuencia: o a la violación consentida de la soberaníadel Estado para coaccionar el proceso electoral en curso, o alchoque armado para resistir esa violación. Dijo el presidente Miró“que antes de incurrir a medidas que si no eran ya la guerra lahubieran producido indefectiblemente tuvo el señor SantiagoPérez, la feliz inspiración de nombrar comisionados que se pu-siesen a la voz con el gobierno del Estado y que mediante a expli-cación de los hechos y de la mente de ambos gobiernos se resta-blecieran las pacíficas y cordiales relaciones que debían subsis-tir entre ellos como representantes de dos soberanías, destina-das a vivir la una al lado de la otra, y que aunque celosas de sus

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fueros respectivos debían concluir siempre por armonizar suspretensiones”.

La justa electoral del estado de Panamá que el doctor Santia-go Pérez quiso o no quiso intervenir, se realizó en medio de unatranquilidad normal y entre otros resultados tuvo el de que eldoctor Arosemena fuera elegido una vez más, senador principalpor el Estado al congreso de la Unión, a cuyas sesiones, las de1876, no habría podido asistir por hallarse atendiendo a su seño-ra, enferma y de cuidado en Europa. Aún más, su elección fueinvalidada en Bogotá por razones meramente políticas que, des-de luego, no tenían que ver con su persona.

La participación del doctor Arosemena en la prisión del ge-neral Camargo podrá parecer a los lectores desprevenidos y fal-tos de información histórica, como fuera de tono o tocada desentimientos partidistas; pero no siendo esto así conviene que seexplique, a la luz que arrojan los acontecimientos de la época y ala de su propia y constante conducta que nunca había encubiertomotivos de acción extraños a su honradez inmaculada.

Estaban a punto de verificarse en todo el país las eleccionespara reemplazar al doctor Santiago Pérez, cuyo término se ven-cía. El partido liberal, como siempre, se hallaba dividido en dosbandos: el que apoyaba al señor Aquileo Parra y el que sostenía lacandidatura del doctor Rafael Núñez. Es un hecho ya suficiente-mente esclarecido que el doctor Santiago Pérez era un adversa-rio acérrimo de Núñez, a quien consideraba un peligro para elpartido liberal. Lo es también que su odio al célebre político, lollevó a emplear todos los medios a su alcance para que las elec-ciones no se decidieran a su favor. En virtud de estas circunstan-cias era de temerse que el general Camargo, so pretexto de ga-rantizar la neutralidad en las elecciones, trajese, más bien, la con-signa de inclinar los votos del Estado hacia el señor Aquileo Pa-rra, persona de reconocidos méritos, pero que no podía competircon el doctor Núñez en una sección del país en la que éste conta-ba con numerosos seguidores, en la que los liberales que lo apo-

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yaban se hallaban seguro del triunfo. Tal temor, además, no erainfundado. El general Camargo, venía del Estado del Magdalenaen donde en unión del general Daniel Delgado, había impuestopor la fuerza la candidatura oficial del señor Parra. No podía, pues,el gobierno del Estado someterse a la humillación de que la guar-dia colombiana por medio de uno de sus más autorizados jefes lointerviniera para imponerles una candidatura decretada desdeBogotá por los enemigos del doctor Núñez. El doctor Arosemenapertenecía al sector liberal que tenía por bandera la reforma de laconstitución del Ríonegro, a la que si no se oponían los radica-les, es lo cierto que no la querían con el doctor Rafael Núñez. Seexplica así por qué el doctor Arosemena aconsejó al presidentedel Estado el aprisionamiento del general Camargo, para que éste,a su vez, no lo aprisionara a él.

Pero no es esto todo, el doctor Arosemena, que siempre pen-saba y actuaba en grande, que no se dejó nunca dominar por elespíritu de partido, en el discurso que pronunció en el banquetecon que se celebró el desenlace feliz del referido incidente ex-presó cuáles eran, en su concepto, las causas que estaban produ-ciendo los acontecimientos que todos lamentaban. El partido ha-bía permanecido mucho tiempo en el poder no habiéndose puri-ficado, pero sí sufrido la ley política natural de la división. Lasinstituciones de Ríonegro, efecto de circunstancias pasajeras, en-cerraban elementos de desorden. No era posible la paz y latranquilidad en los Estados bajo un régimen institucional que nopermitía la libertad de los partidos sin el contrapeso de una inter-vención autorizada. La reforma de la constitución para corregirsu anomalía sería de poca importancia sin la consiguiente refor-ma moral, que consideraba de imperiosa necesidad para eliminarde la política el empleo de medios reprobables. Para moralizarlos,dijo, en fin: era forzoso, ante todo, eliminar las causas de desmo-ralización que contenía la constitución política y enseguida ini-ciar un proceso de deslinde situando en un lado a los partidariosde la política honrada y dejando que los demás se revolcaran en

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el fango de la corrupción que no es, por cierto, alimento sanopara el espíritu del hombre.

Conceptos tales emitidos en un banquete de conciliación de-bieron parecer muy duros a quienes lo oyeran, entre ellos, el ge-neral Camargo que se hallaba presente; pero el doctor Arosemenaera sí en achaques de moral política. Las palabras fueron cáusti-cas para el momento que lo era de definición en la pugna de lasdos tendencias en que desgraciadamente se hallaba dividido elpartido liberal.

Vino el año de 1876, fatal para el partido conservador, por elfracaso que sufrieron sus armas en la batalla de los Chancos. Eldoctor Arosemena se hallaba en Europa, dedicado a susindeclinables deberes de esposo. No tuvo nada que ver, por con-siguiente, con la revuelta conservadora, ni con el lógico desarro-llo de los acontecimientos que llevaron a la presidencia de larepública al general Julián Trujillo, elegido para el período de1878-1880. Pero las causas que condujeron a la guerra a los con-servadores no le eran desconocidas y menos el nuevo giro quehabía de tomar la política en Colombia con la ascensión al poderde un hombre no muy cordialmente vinculado con la fracciónradical del liberalismo y no pudo dejar de manifestarle al generalTrujillo, triunfador de los Chancos, cómo veía el panorama polí-tico y como, a su juicio, podía establecerse un nuevo orden decosas fundado en la tolerancia, en la justicia y en la moral.

“He ansiado, le dice, por ver entronizada en Colombia unapolítica justiciera y tolerante, prudente y poseída de espíritu prác-tico; es decir, he deseado ver en el poder hombres que no ponganen ejecución lo mismo contra-principios que condenaban las vís-peras, y que, verdaderos estadistas, genuinos liberales, no se con-tenten por haber escrito sobre su gorro frigio, sino que practi-quen acuciosos el famoso lema del gran filósofo norteamerica-no: “La honradez es el mejor expediente.”

“Una constitución, ya de suyo difícil de practicar y que es res-ponsable en gran parte de los disturbios que han afligido al país

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desde su expedición, exigía en la administración ejecutiva, comoel mejor contrapeso a sus imperfecciones, un profundísimo res-peto a los derechos individuales, y aún si es posible, al funda-mento de nuestras instituciones republicanas, la libertad del su-fragio, la expresión y la constancia de la voluntad popular, sincuidarse de sus resultados. Nadie podrá asegurar que tal haya sidola conducta de todas ni, acaso, la mayor parte de las administra-ciones que se han sucedido desde 1863.

“Por el contrario, muy de buena fe, sin duda, pero con hartaimprevisión e inconsecuencia, se ha juzgado patriótico excluir,ya de las urnas, ya de las actas de escrutinio, los votos del partidoconservador, y aún de fracciones liberales indispuestas con elcírculo gobernante. Aún se ha llevado más allá con esas fraccio-nes la intolerancia y la improbidad política, no ya solamente per-turbando el sufragio, sino lo que es peor, perturbando gobiernos,emanación suya. Pero como mi objeto no es censurar, sino sóloregistrar los hechos que debemos proscribir, limítome a apuntar-los con la menor severidad posible.

“Condeno, tanto como el que más, la reciente rebelión con-servadora; pero al mismo tiempo me la explico más claramenteque los enérgicos y entusiasta declamadores contra la hipócritaperversidad de nuestros adversarios.

Creo firmemente que la mitad de estos, ha lo menos, toma elpretexto de la religión para mover las masas por la palanca cleri-cal, y que no ocurrirían a tan reprobado arbitrio y mucho menosal de la rebelión si tuviera confianza en que sus votos, debida-mente admitidos consignados en las urnas electorales serían tam-bién rectamente computados y proclamados en los escrutinios.

“La sinceridad con que tales principios se profesan es inta-chable; pero no por eso son menos falsos y perniciosos.Quejámonos amargamente de la intolerancia conservadora; más,¿qué otro nombre merece nuestra profesión de fe? Nos erigimosen jueces de un proceso en que somos parte, ni más ni menoscomo ellos lo hacen. Si queremos que se nos repute esencial-

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mente distintos de nuestros contrarios, démosle el ejemplo de latolerancia y de la imparcialidad. Pero “podrán subir al poder ydestruir nuestra magna obra”. Si no tienen mayoría, el temor esvano; si la tienen, dejémosle subir; es la ley de nuestra decantadademocracia. ¿Quién ha decidido que nuestras ideas son mejoresque las suyas? Nosotros. Y precisamente porque no hay juez com-petente en estas contiendas, no es la parte flotante y movediza dela población que compone las mayorías ocasionales, es forzosoatenerse al voto de esa mayoría plenamente manifestado, honra-damente recogida, sinceramente proclamado.

“Sé que estas son verdades triviales que ningún estudiante deDerecho Constitucional ignora entre nosotros; pero si sus maes-tros las olvidan, al salir de la clase para entrar al ministerio, alpalenque electoral ¿no será necesario repetirlas hasta el fasti-dio? Al fin y al cabo que es lo que se teme? ¿Que nos lleven losconservadores a los pies de la curia romana? ¿Que destruyan nues-tras bellas y caras instituciones? Me parece un temor infundado.Para los jefes de partido la religión es un mero escabel del queno tendrían necesidad una vez que les hubiese elevado.

“La única cosa que habría que recelar es que procurasen mo-nopolizar el poder, empleando para ello medios impropios. Peroeso fue justamente lo que trajo la revolución de 1860, y no po-drían olvidarlo. Aun es menos probable que incurrieran en tamañaimprudencia, si les diéramos el ejemplo de justicia e imparciali-dad, y se persuadieran de que, mientras tuviesen mayoría, pero nodespués, ocuparían dignamente y consentiríamos su ocupacióndel poder público.

“Nada temo en cuanto a las reformas que pudieran intentar enlas instituciones, una vez bien sentado y bien practicado el prin-cipio de verdad en las elecciones, profundo respeto a lasresultancias de ese juicio solemne.

Lo sustancial e indubitablemente provechoso de nuestro ac-tual sistema político sería conservado: la federación en su esen-cia; la libertad de imprenta, la independencia religiosa. Otros prin-

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cipios subordinados pudieran desaparecer; pero ese es justamen-te el medio de poner en claro cuál es la parte de la constituciónque tiene el asentimiento de todos los partidos, el único de ase-gurarles el amor y el apoyo de la nación que no consiste por cier-to, en solo el partido liberal. Mientras la constitución se consi-dere obra y representante de principios de un solo partido, seráobjeto de asechanzas abiertas o encubiertas del partido que ladesaprueba; y la situación será de lucha sempiterna, muy pococalculada para entregarnos confiados a la urgente y gratísima la-bor de desarrollar nuestros intereses materiales, redimirnos dela miseria, presentarnos con decencia en el grupo de las nacionescivilizadas”. (Carta al general Julián Trujillo).

Estos conceptos son una condenación, sin ambajes, de losmétodos políticos practicados por los gobiernos liberales, nosólo con respecto a su tradicional adversario, el partido conser-vador, sino entre ellos mismos. Son un reconocimiento más porparte del doctor Arosemena de que la constitución de 1863 era lacausa principal de los desajustes políticos y administrativos queperturbaban la marcha de la república; pero por encima de todoexpresan dichos conceptos el puro y sincero deseo de un hombreinmaculado de que el país cambiara al conjuro de urgentes recti-ficaciones del modo de ser político que le estaba llevando al abis-mo. No entendía el doctor Arosemena que hubiera paz nacionalfundada en el respeto de las libertades individuales, en el del su-fragio honestamente escrutado, en la justicia a todo el mundo yen una ordenación institucional sólida sin la previa reforma delhombre y del ciudadano. Arosemena, como Núñez, apreciabancon igual penetración de juicio la situación, pero diferían, quizá,no tanto en cuanto al modo y extensión de la reforma, sino en elalcance que éste debía tener: el uno propiciaba la regeneraciónmoral y el otro la regeneración administrativa fundamental. Esimportante puntualizar esta discrepancia de criterio entre los dosadalides de la reforma del código de 1863, porque Arosemena,que pensaba independientemente como filósofo político y era de

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los más autorizados liberales que no transigían con los métodosque el partido había puesto en boga, no vacilará, más tarde, tam-bién con la misma independencia, en censurar los procedimien-tos de lo que él llamó la reacción y que no fue otra cosa que larealización práctica del pensamiento del doctor Núñez.

El doctor Arosemena venía interesado, de tiempo atrás, enque Colombia tuviese una codificación general uniforme, librede la ancestral influencia de las leyes españolas. No se olvide lacolección de códigos que, solo o asociado al doctor Antonio delReal, presentó al congreso de 1856, códigos que quedaron ennada por circunstancias ya conocidas. Llevar a la práctica aquellaidea en el Estado soberano de Panamá, ya que no pudo realizarlaen toda su latitud original, fue una preocupación que nunca leabandonó, y, por eso, aprovechando la oportunidad de no hallarsedesempeñando cargo público alguno en 1868, contrató con elgobierno del Estado la redacción de los códigos penal y judicial,la revisión del de comercio y una recopilación de las leyes admi-nistrativas entonces vigentes. Su trabajo consistió en adoptar me-tódicamente las doctrinas y principios de la filosofía jurídica con-temporánea a las costumbres y necesidades del Estado. Particu-larmente fue esto así en lo tocante a las penas y sanciones pena-les, materia en que se apartó de la escuela clásica, recomendandoregímenes carcelarios que sin prescindir de la idea de pena con-templasen la rehabilitación del delincuente. No en balde pensabaque los presidios de la época eran focos de infección física ymoral, escuelas de perversidad en donde el hombre todavía sanose corrompía y el malvado se perfeccionaba en el crimen. La ex-posición de motivos con que acompañó el proyecto de códigopenal preveía el establecimiento de una colonia penal en una isladel Estado. Es indudable la “superioridad” —decía— del régi-men observado en tal clase de lugares sobre el estrictamente pe-nitenciario para reformar el carácter de los delincuentes, paramantener su salud mental y corpórea y para segregarlo del teatrode sus desaciertos, llamándolos a una nueva vida y a una nueva

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sociedad dispuesta a recibirlos en su seno como hijos pródigosarrepentidos”.

A igual altura ideológica se encuentran otros pasajes en lamencionada exposición de motivos, en la cual el espíritu delreformador y jurista campea saturado de un penetrante sentidode modernidad y de los más puros sentimientos humanos. Lamente reflexiva se sorprende de la lentitud con que en Panamáse han desarrollado las modernas ideas penales en cuanto a suaplicación en la práctica. La reclusión sigue imperando comoúnico régimen penitenciario eficaz, y la misma colonia penalde Coiba, entrevista quizá por el doctor Arosemena, es, apenas,un bosquejo de lo que podría llegar a ser si no existiera unadistancia abismal entre nuestros buenos propósitos y nuestracapacidad de realización.

El doctor Arosemena, autor, desde su juventud prometedo-ra de numerosos trabajos orientados hacia el campo de la cien-cia política; experto legislador y hombre de Estado, observa-dor atento de la vida política y social de las repúblicas ameri-canas, debía dar de sí una obra de carácter orgánico en querecogiera todo el acervo de su saber y de su experiencia en lamateria que tiene que ver con el funcionamiento del Estado ydel gobierno, con el concepto fundamental del uno y las di-versas formas bajo las cuales se manifiesta el otro; en sínte-sis, una obra sobre la organización político-jurídica de la so-ciedad hispanoamericana.

Los Estudios constitucionales fueron, así, su obra más im-portante, tanto por el método como por su contenido doctrinal.En ella el doctor Arosemena aplica, uno de los primeros, en elmundo de habla hispánica el método comparativo en el examende las instituciones positivas de índole constitucional, encami-nado no sólo a fines de mera confrontación externa sino a servirde base de una generalización de carácter constructivo. El inte-rés que despertó la obra en los medios intelectuales a que estabadestinada puede deducirse de que alcanzó tres ediciones rápida-

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mente en una época en que eran muchas las dificultades que habíaque vencer para impresión de una obra de aliento.

No abordamos el examen exhaustivo de los Estudios cons-titucionales, constantes de dos tomos de más de quinientas pági-nas, cada uno. Teniendo en cuenta el inmediato y posible interésdel lector, le ofrecemos solamente, a grandes rasgos, la ideolo-gía con que fueron concebidos.

El doctor Arosemena parte del principio de que no puedeidearse plan alguno, ni de legislación, ni de administración eje-cutiva o judicial sin el conocimiento previo de la naturaleza de lasociedad, de cómo se componen los gobiernos, de sus formas yparticularidades y de la manera como éstos influyen en el hom-bre colectivo.

Todo esto, sin embargo no es más que un bosquejo general delos hechos sobre que versa la ciencia política, las cuales, aunquenumerosos y complejos y se resisten a las exigencias de la genera-lización científica, no dejan por eso de ser sus elementos básicos.Las constituciones se manifiestan como arte político, como es-tructuras, diríamos hoy, destinadas a aprisionar, por decirlo así, cier-ta cantidad de pensamiento que encierran es preciso analizarlascientíficamente, eliminando de ellas cuanto sea pura imaginaciónde sus delineadores. No habrá así riesgo de caer en las utopías dePlatón, de Fourier, sino que se seguirán los métodos de Aristóteles,Tomas de Aquino, Bodin, Hobbes, Locke y Montesquieu, quienesnunca desatendieron los hechos, así no fuera con precisión abso-luta. En consecuencia, será preocupación del doctor Arosemena,la de aislar con la mayor exactitud la caudalosa cantidad de hechosy de circunstancias concordes que las constituciones de los paíseshispanoamericanos le ofrecían, para determinar hasta dónde el de-recho público interno de éstos descansaba en las conclusiones másfirmes de la ciencia política. Esta orientación metodológica lepermitió advertir mucho antes que el famoso tratadista de cienciapolítica y de derecho constitucional, John W. Burguess, al recha-zar la idea del pacto social, que el gobierno, originalmente, se ha-

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bía fundado en “leyes naturales tan forzosas como las que determi-nan la sociedad misma”; que hay en la mente humana la facultad ola tendencia a dominar, como hay en ella también el sentimiento ola disposición a obedecer, leyes positivas que son el principio ele-mental de todo gobierno. Concepción, por otra parte, no muy dife-rente de la famosa teoría del Estado de León Duguit que se sinteti-za en la distinción entre gobernantes y gobernadores. Sólo que lasideas de nuestro tratadista se refieren al gobierno en general y comoun todo, mientras las del europeo tienden a considerarlo sólo comouno de los elementos esenciales del Estado. Ampliando su puntode vista el doctor Arosemena llegó a sostener que todas las formasde gobierno, la división de los poderes públicos, la idea de equili-brio político y aun toda revolución son otros tantos fenómenosdeterminados por aquellas leyes, en consorcio con el ejercicio delas facultades elementales entre las cuales coloca la disposiciónde resistir en que originalmente consiste el principio de libertad.

Puede leerse todavía con provecho el siguiente pasaje íntima-mente relacionado con su teoría acerca del gobierno original.

“Creciendo las sociedades —dice— viene la desigualdad dela riqueza que es medio de predominio en manos de los favoritosde la fortuna. Ya para entonces la guerra ha organizado y discipli-nado las huestes militares creando el caudillaje y asegurando supreponderancia al valor y la fuerza. Muy pronto, también, la ve-neración y lo maravilloso dieron nacimiento a la religión con sucortejo de fanatismo, superstición, sacerdocio y prepotencia delos oficios intermediarios entre el creador y la criatura”.

Ahora bien, no sólo este aspecto del proceso formativo delgobierno es el que el estudioso de los hechos políticos debetomar en cuenta. Nuestra autor advierte, con los grandes maes-tros de la ciencia política, que al establecimiento de los go-biernos cooperan otros elementos objetivos como las condi-ciones especiales de cada pueblo, determinadas por la topo-grafía, el clima y la historia que no se refiere únicamente alos hechos generales pasados sino a los que han influído en

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las mentes dedicadas al cultivo de las ciencias del gobierno.No se detiene aquí el doctor Arosemena y considera, además,lo que pudiera llamarse los factores internos y externos cons-tituyente de la política y, a fuer de buen individualista, comolo era su siglo, intenta fijar distintamente la importancia delhombre como actor y expectador en el teatro del mundo. Y nosólo no le atribuye un influjo decisivo en los destinos de éstesino que, rectificando, hasta cierto punto, su criteriometodológico previene a los aficionados al estudio de las ins-tituciones políticas contra los peligros que hay en apreciarlascon criterio exclusivamente positivo.

Preocupó también al doctor Arosemena en sus Estudios el pro-blema de las revoluciones en cuanto se rozan con la ciencia política.“Donde quiera, dice, que el hombre siente el aguijón de su dignidadpersonal o presiente los goces de la libertad perdida, se lanzará cuandooportuno lo creyere, en el azaroso camino de la revolución”. “Nohay ninguna, agrega, que no admita ser acusada o defendida, según elaspecto bajo el cual se la contempla”. Y todo esto para llegar a laconclusión de que todas las revoluciones dejan un saldo de bien y demal, y para que el filósofo político se percate de su misión que, antetodo, es la de alumbrar la senda del ofuscado actor, salvarlo de símismo, y, con él, a la sociedad de inútiles dolores.

Son muy atinadas las reflexiones que, como corolario de loexpuesto, dedica el doctor Arosemena, luego, a la revolución dela independencia y no menos atinado el estudio de las causas re-motas e inmediatas que la produjeron. Son las primeras la situa-ción política de España y Portugal en la época de la conquista y lacalidad de los hombres que de estos países vinieron al nuevomundo; y son las últimas las condiciones sociológicas de la co-lonia y el sistema de las leyes de Indias. Señala también el doctorArosemena la nefasta influencia de la diversidad de razas que ori-ginó diversidad de trato para ellas, y el carácter del sistema edu-cativo implantado por la colonia, deficiente en informacionescientíficas, recargado de teología y derecho antiguo e indiferen-

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te al progreso de las ciencias nuevas, como la economía, el dere-cho constitucional y de gentes.

El sistema cerrado y prohibitivo del ejercicio del comercio,en fin, reducido casi exclusivamente a las precarias relacionesque existían entre la Madre Patria y sus hijas, le merece al doc-tor Arosemena, un juicio severo. Llegada la hora de la libertaden 1808 y la “arrogancia” del opresor no contando por nada lasjustas aspiraciones, ni la altivez del oprimido, persistiendo lalatencia del movimiento colonial, y fiel guardián de los dere-chos del Señor no guardó siquiera la autorización del rey cauti-vo para hacer la guerra al colono innovador. Quince años de lu-cha trajeron la independencia de Hispano América y con ella elnacimiento de la república y la democracia y con ella tambiénel caudillaje, poderoso enemigo, en el cual sobrevivía el viejoespíritu colonial entorpecido de la organización definitiva de lanueva sociedad política. Por causa del caudillaje la ambiciónbastarda ocupó el lugar de la ambición legítima, retardándoseasí considerablemente el pleno establecimiento de los princi-pios y creándose nuevos problemas a los estadistas y construc-tores de las nuevas nacionalidades. Para resolverlos sólo pu-sieron a contribución éstos la ciencia política abstracta, impreg-nada de temas imaginativos o la imitación irreflexiva de las ins-tituciones de otros pueblos o sistemas de invención criolla,basados en empíricas nociones sobre las condiciones de la per-fectibilidad política. Anota el doctor Arosemena, muysagazmente, que en ninguno de estos casos se tomó en cuentalo que contaran como realidad histórica el coloniaje y la revo-lución, base y obstáculo, a la vez, que era necesario apreciarcon criterio ponderado. Porque las revoluciones, muchas ve-ces, no hacen sino cambiar la faz superficial de las cosas y nadaes más difícil que conciliar el pasado con las situaciones queanuncian el porvenir.

El doctor Arosemena, sintetizando el criterio con que abordóel estudio de las constituciones contemporáneas, lo termina con

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unos cuantos conceptos, impregnados de filosofías política prác-tica que merecen ser leídos atentamente:

“No basta que un país haya recibido un instrumento orgáni-co de su gobierno, para que se repute constituido. A pesar desus quince constituciones adoptadas de 1791 a 1852, la Fran-cia no ha llegado jamás a constituirse; pues aún el actual sis-tema, no obstante su duración de 15 años, se mira casi gene-ralmente como transitorio. Para que un sistema político me-rezca llamarse la constitución del país a que se aplica, es in-dispensable que arraigue en los espíritus y en las costumbres;que inspire amor a los ciudadanos; que se defienda por estocomo su propiedad y su amparo, y que, en suma, llegue a iden-tificarse con la idea de la patria. Los reglamentos efímerosque cada revolución dicta al día siguiente de su triunfo en laAmérica Hispana, sólo expresan el deseo de los que han veni-do al poder quizá vulnerando todos los derechos y ahogandoen sangre la voluntad nacional. Aunque la invocan, no es amenudo la obra de la soberanía popular, sino la de la soberaníade la espada, su mortal enemigo. Por tanto, para asegurarse deque un Estado se halla constituido, es necesario examinar sisus instituciones políticas reflejan su situación social, se man-tienen por la libre voluntad de los ciudadanos, y si, salvas lasmejoras de que toda obra humana es susceptible en el andar delos tiempos, contienen los principios fundamentales aclama-dos, profesados y ardientemente defendidos por aquellos quelas obedecen. Este sistema y sólo él forma la constituciónpolítica de un Estado”.

He aquí, de cuerpo entero, al autor de los Estudios constitu-cionales. El material de trabajo de que se sirvió, inestable, por lainestabilidad misma de las constituciones políticas de América,no fue óbice para que el pensamiento que en él esculpió el doc-tor Arosemena quedase frustrado. Ese pensamiento estaba asis-tido por su experiencia, como legislador, constituyente y comoestadista auténtico.

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Mejor que en ninguna otra de sus obras se nota la lógica con-tinuidad de sus ideas políticas que se afirman, cada vez más, amedida que, por pasatiempo, como él lo dice, o por vocaciónirresistible hacia el estudio de las cuestiones políticas se ve en eltrance de volcarse sobre ellas tal cual él es intelectualmente.

Después del doctor Arosemena se han publicado en algunosotros países estudios más o menos parecidos sobre nuestras cons-tituciones políticas, pero ninguno ha tenido el estilo de erudi-ción y el método que él desarrolló en su obra. Los más, han sidoobra de pura circunstancias que pretenden deducir de la letra delas cláusulas constitucionales un sentido doctrinal que se aco-mode a una ciencia hecha o a una doctrina preestablecida.

El doctor Arosemena procedió armado de ciencia política debuena ley, basado en los hechos que pueden comprobarse en elcampo de está y con propia concepción.

Hace algún tiempo viene agitándose la idea de unificar el de-recho público americano o al menos la de comparar sus institu-ciones para deducir lo que haya de idéntico en ellos que puedaconvenir a todos como lazo de unión en la ardua, pero apremiantetarea de internacionalizar en América, sobre bases comunes, lasinstituciones democráticas. Cuando se comiencen a dar los pri-meros pasos en este camino los estudios constitucionales deldoctor Arosemena serán una fuente de necesaria e indispensableconsulta por su valor, su doctrina y su método que no ha sidosuperado todavía.

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Capítulo XXIIIMisión en los Estados Unidos

1879-1880

Objeto verdadero de la misión.– Estado de las relaciones entre Venezuela yColombia.– Un empréstito.– Adquisición de armas.– Se disipa latempestad.– La opinión americana se excita con motivo de la concesiónBonaparte-Wyse.– Cómo se encara el doctor Arosemena a este asunto.–Un incidente ruidoso.

a legación de Colombia en los Estados Unidos había que-dado acéfala desde que cesó en su desempeño en 1877 eldoctor Santiago Pérez. Para ocuparla, dos años después,

se designó al doctor Rafael Núñez, quien no pudo encargarse deella porque el Senado de plenipotenciarios no aprobó (febrerode 1879) el nombramiento hecho en él por el entonces presiden-te de la unión, general Julián Trujillo.

Tuvo mejor suerte la designación que en agosto del mismoaño y en circunstancias especiales, se hizo en el doctor Arosemena,quien se hallaba en Nueva York. El 27 de octubre fue recibidooficialmente en Washington por el presidente Rutherford Hayesen calidad de ministro residente de Colombia.

La permanencia del doctor Arosemena en la gran repúblicaamericana en tal elevado carácter, fue de dos años, al cabo de loscuales se vio obligado a renunciar su puesto por razones de saludque ya existían cuando fue nombrado, pero que se hicieron másgraves en la primavera de 1880.

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Si hubiera de atenerse exclusivamente al texto de los discur-sos cambiados entre el presidente de los Estados unidos y el doc-tor Arosemena, ministro de Colombia, podría decirse que la mi-sión de éste tuvo por objeto robustecer las relaciones comercia-les ya existentes entre los dos países con motivo del ferrocarrilde Panamá y estimular el desarrollo de nuevas relaciones e inte-reses con ocasión del proyectado canal del mismo nombre. Em-pero tales documentos, simples fórmulas de cortesía internacio-nal, en que ambas partes se esfuerzan por dejar alguna constanciade los sentimientos de cordialidad que animan a sus respectivosgobiernos en un momento dado, no expresan siempre todos losverdaderos objetivos que cada parte contempla. Si faltaran lasinstrucciones precisas que de su gobierno recibió el doctorArosemena, para la misión real u ostensible que se le confiaba sepodrían colegir fácilmente de las comunicaciones dirigidas porél al ministro de lo interior y relaciones exteriores de Bogotá y aotros personajes conspicuos de la política colombiana. Claro estáque los asuntos relacionados con el canal interoceánico debíanocuparle preferentemente como se verá más adelante, pero lascircunstancias especiales que determinaron su nombramiento,exigíanle por el momento que se dedicara del todo a prevenir unrompimiento que parecía inminente con Venezuela.

Las relaciones entre Colombia y esta República, despuésde la misión sin suceso Murillo Toro, habían seguido de mal enpeor, reagravándose, puede decirse, a cada nuevo intento de res-tablecerla sobre las bases de una leal y recíproca amistad. Erro-res y suspicacias de los gobernantes de uno y otro país y el esta-do permanente de intranquilidad política interna en que de ordi-nario vivían ambas naciones, produjeron entonces su lógico y na-turales efectos. La prensa periódica colombiana, por su parte, envez de aplacar los ánimos, los exaltó recordando que el presiden-te de Venezuela había hablado de soluciones sangrientas y de ape-lación a la fuerza suprema de la espada. El espejismo de la guerrase alzó así, siniestro, en las fronteras de las dos repúblicas.

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Se necesitaba dinero y elementos de guerra, pero se necesita-ba, además, y esto lo demandaban a una el patriotismo y la cordu-ra, averiguar hasta donde podía ser posible una emergencia bélicay que partido se podría sacaren obsequio de conservar con Vene-zuela una paz honrosa, de la mediación discreta por parte de losEstados unidos. El doctor Arosemena debía, pues, ponerse deacuerdo con el señor Camacho, empeñado hacia tiempo en con-tratar un empréstito por cuenta de Colombia para tener con quésolventar “la difícil situación del tesoro público”. Debía tambiénel doctor Arosemena dirigir la compra de armas y municionesque se había ordenado y conjurar por todos los medios posibles,hasta donde el honor nacional lo permitiese, cualquier riesgo deguerra promovida por el general Guzmán Blanco.

Desde el principio se dio exacta cuenta el doctor Arosemenade la verdadera situación y, por consiguiente, poco trabajo le costoajustar a ella su conducta diplomática y sus consejos al gobierno.Hizo cuanto estuvo a su alcance para ayudar al señor Camacho,pero cuando se convenció de lo imposible del negocio en lascondiciones en que se había planeado, en vez de engañar al go-bierno con promesas dilatorias no tuvo inconveniente alguno enhacerle saber lo que, en su concepto, era la verdad. Acerca delempréstito de dos o tres millones, le dijo que nada se había podi-do hacer en tres meses; que, fastidiado, Camacho se había ido aEuropa, alucinándose de nuevo con la esperanza de acertar allí;que era muy posible que algo pudiera lograr, sobre todo, si serecomendaba al ministro Camargo que lo ayudara eficazmente;que en Nueva York era tiempo perdido solicitar más que unoscentenares de miles en términos muy gravosos de la compañíadel ferrocarril, la que, a su vez, tendría que tomar del público losque prestara haciendo pagar muy caro la agencia y la garantía.

En esta cuestión del empréstito, agregaba, no veía sino doscaminos: el de las anticipaciones de la compañía, las cuales nun-ca habían pasado de las sumas que tenía la reserva, montantes, lomás a $800.000; y el mercado abierto, en el que no se gozaba

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de crédito. Creía posible, aunque poco probable, una combinaciónde los dos: tomar del público, hipotecando las anualidades, paralo cual, sin embargo, había el inconveniente de que la compañía noaceptaba giros muy anticipados. Creía, también, que la simple obli-gación de la compañía, según su contrato, era una cuestión muycompleja, en la que entraba el porvenir con sus espesas nieblas.Un empréstito de millones, y a largo plazo, le parecía, en fin, pocomenos que quimérico, fuera de que en todo caso sería condiciónprecisa que la deuda exterior no se depreciase, por lo que aconse-jaba que, de donde no hubiese, se pagasen puntualmente los cupo-nes. (Carta al doctor Núñez; enero de 1880).

El señor Camacho se había ido, efectivamente, para Inglaterra,lleno de esperanzas en que allí negociaría el empréstito que, pare-ce, estuvo a punto de conseguir, pero habiendo perdido a Bogotáuna mayor amplitud de sus poderes le fueron retirados los que te-nía. La administración Núñez había resultado comisionar a donSalomón Koppel, ciudadano alemán, para la consecución del em-préstito sobre las bases aconsejadas por el doctor Arosemena; ycon otras instrucciones, y conseguido al fin en Nueva York en oc-tubre de 1880 se dedicó a la fundación del Banco Nacional, luegode amortizar algunos cupones de la deuda inglesa en manos deScloss Brothers, de Londres.

Sin duda alguna, no es al doctor Arosemena a quien habría queachacar el poco éxito de la misión fiscal del señor José Camachoen los Estados Unidos. No se le habían confiado a él los poderesrespectivos y su ingerencia en el asunto debía reducirse a aconse-jarse y ayudar al comisionado especial; pero está igualmente fuerade toda duda que si el empréstito no se llevó a cabo en Nueva Yorkentonces ello fue debido, más que a las causas que se advierten através de los conceptos del doctor Arosemena, a las disimuladasresistencias de la compañía del ferrocarril, que ya se mostraba te-merosa de la empresa del Canal y aun a que los prestamistas deNueva York juzgaban insuficiente la garantía de la compañía porcreerla amenazada de muerte por la empresa de Mr. de Lesseps.

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Tuvo mejor éxito la compra del armamento, y, desde luego, elque se pudo obtener fue despachado de acuerdo con los agentesdel gobierno. La participación del doctor Arosemena en este asun-to, aun no habiéndosele confiado del todo fue absolutamente co-rrecta y desinteresada. Después de informar al gobierno que elembarque de los primeros elementos se había hecho se extiendeen consideraciones de esta índole:

“Se nos ofrecen por los mismos fabricantes tres cañones degran calibre y retrocarga, a precio muy módico (uno $1.000);pero como en todo esto suele haber trampas que resultan muycaras, necesitamos andar con precaución al ejecutar la compra.Si fueren buenos los tomaremos, y seguiremos solicitando algu-nos. Pero me permito observar que la defensa contra buques aco-razados, empleando piezas de artillería es muy difícil, que si nose resuelve bien puede dar funestos resultados”.

“1°.—Los cañones deben ser tales como los requiera el blin-daje; 2°.—Deben ser muy hábilmente manejados; 3°.—Debenser en número necesario y colocados en el lugar conveniente.Todo lo cual exige conocimientos muy especiales so pena defracaso. Y cuando lo hay, es decir, cuando la fortificación re-sulta insuficiente y la defensa ineficaz, el enemigo irritado másque dañado, dirige sus fuegos sin discernimiento y hace elmayor estrago posible. No así de ordinario cuando se atacauna plaza abierta, pues el objeto se limita a destruir algunosedificios en castigo y si no hay probabilidades de desembarco,el mal definitivo es comparativamente pequeño”.

Seguramente no son las anteriores opiniones las de un expertoen la materia, pero de todos modos, los pasajes transcritos concu-rren a evidenciar que al revés de lo que ordinariamente sucede enestos casos, al doctor Arosemena sólo le preocupaban los intere-ses de su país, de los cuales siempre un honrado defensor.

En relación con el peligro mismo de guerra con Venezuela, eldoctor Arosemena no le dio crédito nunca, y, por ello, no cejó ensu empeño de convencerse más a sí mismo y de convencer al

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gobierno de que los rumores al respecto eran infundados. Escri-bió en solicitud de la verdad que hubiera al respecto a sus amigosde París y Londres, allegados y agentes diplomáticos del generalGuzmán Blanco, algunos de ellos, y se prometió, al mismo tiem-po, de acuerdo con las instrucciones que tenía, explorar la dispo-sición de ánimo en que se hallaba el gobierno de la Casa Blancapara aconsejar a Venezuela que desistiese, si tal había, de sus pro-pósitos hostiles contra Colombia. Muy pronto sobrevino la cal-ma, no precisamente porque él conjurara la tormenta, sino por-que, en realidad, nada había. Lo que constituye, sin embargo, parasu memoria un título al reconocimiento de sus especiales servi-cios, entonces es que no se dejó invadir por la ardorosa fiebre dela suspicacia, ni dio un solo paso en falso, ni dejó de mantenersesereno y confiado en que los acontecimientos se desarrollaríancomo él los había previsto. Un telegrama del general SergioCamargo, ministro de Colombia en Londres, dirigido al doctorArosemena y transmitido por éste a la capital, calmó los ánimos.El gabinete de Bogotá se tranquilizó; no se habló más de guerra,y, por el contrario, muy pronto, y debido, principalmente, a laactuación discreta y eficacísima del mismo doctor Arosemena,vinieron para las dos repúblicas días de fructífera armonía en quetodo motivo de desavenencias quedó definitivamente zanjado.

Es manifiesto su desagrado en la carta que sobre el parti-cular escribió al ministro doctor Luis Carlos Rico. Le dice:“Apenas puede comprenderse cómo un falso rumor pudo lle-gar hasta el gobierno con proporciones bastantes para mover-le a ordenar aprestos de defensa que cuestan al país $80.000(y pudieran haber costado mucho más en circunstancias an-gustiosas para el Tesoro Público y perjudicado al servicio dela deuda pública, es decir, del crédito nacional). Atribuyo lanoticia a un celo exagerado e indiscreto, por donde se ve queaun con buenas intenciones puede hacerse mucho mal, cuandofalta la sensatez, ingrediente necesario en todo acto humano”.(Enero de 1879)

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El hombre que así hablaba tenía autoridad para hacerlo tantopor su perfecto conocimiento de lo atañadero a la vida, usos ymétodos políticos de nuestros pueblos como porque él mismofue siempre la prudencia personificada, particularmente, si se tra-taba de graves asuntos que podían comprometer la paz o la segu-ridad nacional. Dos ocasiones hubo en la guerra del Pacífico enque puso de relieve esta tan excelente cualidad suya.

Fue la primera cuando deseoso el gobierno de Colombia demediar en ese desgraciado conflicto comenzó por explorar elterreno por conducto de su ministro en los Estados Unidos. Eldoctor Arosemena se mostró opuesto a la mediación, no porquele fuere indiferente la suerte de los países combatientes o porausencia en él de espíritu de americanismo, sino porque, en suconcepto, las mediaciones no dan resultado alguno durante lashostilidades a menos que uno de los beligerantes se halla formal-mente vencido.

“Estas mediaciones, decía, se reciben con urbanidad, pero conrepugnancia, porque se creen casi ofensivas. Cada parte dice es-tar dispuesta a la paz, pero quiere dictar las condiciones y así seexcluye la negociación inmediatamente. Pero cuando uno de loscontenedores ha llevado la peor parte y se dispone aceptar lostérminos del vencedor gusta de que se la proponga por medio deun neutral para atenuar el desdoro, y lo que parece acceso a unamediación no es sino sometimiento a la necesidad”.

Fue la segunda ocasión cuando, habiéndole solicitado su pa-recer el doctor Núñez acerca de la probabilidad de un rompimientocon Chile por causa del embarque de armas en Panamá para elPerú y cuál sería la actitud de los Estados Unidos, le contestó enestos términos:

“No temo que Chile haga la guerra a Colombia…. Mas seacomo fuere considerado bastante difícil obtener de este gobier-no (el de los Estado Unidos) una declaración anticipada de lo queharía llegado el caso. Es muy probable que hoy eluda manifestarla extensión que da a su compromiso de garantizar la neutralidad

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en el Istmo y que aun llegada la ocasión, quisiera restringirlo adar seguridad al tránsito por el ferrocarril. Así lo he entendidosiempre y me confirmo en ello hoy que he tocado la cuestión alsecretario de Estado, con toda la precaución necesaria para nodejar trascender la causa inmediata de alarma. El cree que laspalabras garantía y neutralidad son vagas, por lo que no sería po-sible definir bien de antemano la extensión de la obligación con-traída por este gobierno. Díjele que justamente el beneficio prin-cipal de esa obligación consiste en su defecto preventivo, lo queno desconoce. Hemos quedado en ver si se puede escribir algosobre el asunto; pero yo no creo que se haga ahora ninguna decla-ración explícita y toda otra es contraproducente. Me inclino apensar que la promesa contenida en el artículo 35 del Tratado de1846 no sirve más mientras menos uso hagamos de ella, con talque le dé suficiente publicación de vez en cuando”. (Carta al doc-tor Núñez 15 de enero de 1880).

Se ves, pues, que la actuación diplomática del doctorArosemena se caracterizaba por la franqueza, la sinceridad, y ladiscreción. No se ilusionó nunca y si de algo peco fue de habersido exageradamente realista. Sin embargo, no se crea que des-conoció el valor de la previsión o que tenía en menosprecio lascualidades externas, digamos así, del verdadero diplomático. Susideas, sus puntos de vista y observaciones en el asunto de límitescon Venezuela, que él hábito comenzaba a exteriorizar desde Was-hington en forma de consejos y, como no, son de lo más intere-santes a este respecto y, como tendremos ocasión de verlo, reve-lan en todo al hombre de mirada penetrante que no solo conocíala técnica difícil de su oficio sino que se mostraba, además, ex-perto conocedor de los defectos sociales de nuestras menguadasdemocracias.

Negocios de mayor trascendencia reclamaron la atención delministro Arosemena en los Estados Unidos, pero no sería posi-ble aprecias su conducta sin la consideración previa de algunosantecedentes de positiva importancia que la ilustran.

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La concesión hecha a Mr. Lucien N. Bonaparte Wyse para laconstrucción de un canal interoceánico en el territorio del Istmode Panamá, aprobada por el congreso colombiano el 28 de mayode 1878, produjo la más desagradable impresión en los EstadosUnidos y sus efectos se notaron no sólo en la prensa, que es eltermómetro más sensible para medir el grado de calor de la opi-nión pública, sino hasta en las altas esferas comerciales, en elcongreso y en el gobierno mismo. Cuando, poco tiempo después,pareció un hecho evidente que con la intervención de M. deLesseps, el canal se construiría, el asunto tomó las proporcionesde una cuestión nacional, y poderosas influencias y, al parecer,incontrastables intereses pusieron en juego para combatir deci-didamente la vía interoceánica que proyectaba el gran francés.

Naturalmente el proyecto de canal por Nicaragua fue uno delos grandes expedientes de que se echó mano y enseguida salie-ron a relucir las grandes ventajas que en todo tiempo se le hanatribuido, lo saludable del clima, la mayor cantidad de materialesde construcción por los lugares que atravesaría esa soñada vía yel acortamiento en 660 millas de la distancia de Nueva York aSan Francisco. Patrocinaban esta ruta ingeniero americanos muyeminentes y hombres tan distinguidos como el general Ulises S.Grant y el almirante Ammen. Era un verdadero empecinamientoo que existía a favor de la vía de Nicaragua y cualquier cosa quese dijera entonces a su favor adquiría inmediatamente el valor deun argumento indiscutible. “La predilecta”, como la llamaba eldoctor Arosemena, tenía completamente conquistado el mono-polio de la opinión pública en los Estados Unidos.

Con todo, la oposición más violenta al proyectado del canalde Panamá o de Chagres, como se complacía en llamarlo M. deLesseps, se hizo en nombre de la doctrina Monroe. El presidenteHayes y el congreso e los Estados Unidos llegaron hasta hacerdeclaraciones categóricos en el sentido de negar el derecho queColombia tuviera para celebrar convenios que afectasen el terri-torio del Istmo sin el previo consentimiento d la Casa Blanca.

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Para apreciar exactamente la importancia que Estados Unidosconcedía a la naciente empresa de M. Lesseps, sería necesariotraer aquí una enumeración de las más autorizadas opiniones que,ya favorables o adversas, hacían circular entonces los diariosamericanos; lo que, claro está, sería excesivo.

La hipótesis de que una coalición europea pudiera gozar deprivilegios particulares con prescindencia de Estados Unidos pre-ocupaba particularmente al World , el cual llamó la atención delcongreso sobre tal eventualidad. Discutía muy seriamente elpunto e invitaba al gobierno a hacer saber al público, si, en suopinión, estaba todavía vigente el tratado de 1846 que colo-caba la neutralidad y la independencia del Istmo bajo la ga-rantía de los Estados Unidos.

Este tratado, por 20 años, decía también el World a cuyotérmino cualquiera de las dos partes contratantes podía res-cindirlo, si daba aviso con un año de anticipación se habíacelebrado teniendo en mira el ferrocarril de Panamá, pero enrealidad comprendía en sus previsiones “todas las vías de co-municación que existían entonces, y cuantas pudiesen cons-truirse después”. Estipulaba que toda vía de tránsito por rie-les o por canal, quedaría expedita a los Estados Unidos y a suciudadanos, sin que se gravase a los últimos con ningún peajeo impuestos que no se impusiese igualmente a los granadinos.

Por su parte, el presidente Hayes, novaciló en considerar la sola presencia deMr. de Lesseps en el Istmo, para los efec-tos de comenzar los trabajos del canal,como el asunto más importante de losque debía estudiar la administración enesa fecha, y llegó hasta declarar que laempresa de Mr. Lesseps era violatoria delos principios sentados por el presidenteMonroe en su mensaje de 1823. Dijo tam-

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bién, además, que no podía una empre-sa francesa construir una canal en el Ist-mo sin establecer en él “una coloniza-ción” francesas. Para él esto sería lomismo, ni más ni menos, que dejar elterritorio del Istmo bajo la dependenciadel gobierno del país a que pertenecía lacompañía.

Los apartes siguientes, de que no se puede prescindir lacontienen precisamente el punto de vista en que el presidente delos Estados Unidos se había situado para mantener y defender losque él estimaba derechos y deberes de su pueblo:

“La política de este país —son sus palabras— es un canal bajoel predominio suramericano. Los Estados Unidos no pueden con-sentir en dejar este predominio en manos de ninguna potenciaeuropea, ni de ninguna combinación de potencias. Si los tratadosvigentes en los Estados Unidos y otras naciones, o si los dere-chos de soberanía o propiedad de otras están en oposición conesta política —lo que no es de temerse—, deben darse los pasospara promover y establecer por convenios justos y liberales lapolítica americana en este asunto, de acuerdo con los derechosde las naciones que puedan quedar afectadas por él”.

“ El capital invertido en tal empresa por compañías o ciudada-nos de cualquier país, necesita de la protección dada por una omás de las grandes potencias del mundo; pero ninguna potenciaeuropea puede dar tal protección, si no es adoptando providen-cias que los Estados Unidos juzgan del todo inadmisibles, y, si setiene confianza, los Estadios Unidos ejercerán un control que lespermita proteger sus intereses y defender los derechos de losque tienen su capital comprometido en la empresa”.

“Un canal interoceánico a través del Istmo cambiaría esen-cialmente las relaciones geográficas entre las costas del Atlánti-co y el Pacífico de los Estados Unidos y el resto del mundo; será

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el gran camino marítimo entre las costas del Atlántico y el Pací-fico, y, virtualmente, parte de la línea costanera de los EstadosUnidos. Nuestros intereses meramente comerciales serán másgrandes que los de las otras naciones reunidas; y en lo que res-pecta a sus relaciones con nuestro poder y prosperidad comonación, a nuestros medios de defensa a nuestra unidad, paz y se-guridad, tendrá supremo interés para el pueblo de los EstadosUnidos. Nuestros intereses meramente comerciales serán másgrandes que los de las otras naciones reunidas; y en lo que res-pecta a sus relaciones con nuestro poder y prosperidad comonación, a nuestros medios de defensa a nuestra unidad, paz y se-guridad, tendrá supremo interés para el pueblo de los estados Uni-dos. Ninguna gran potencia bajo tales circunstancias, dejaría deobtener legítimo predominio sobre una obra que tan íntimamen-te y de modo tan vital afecta sus intereses y su bienestar”.

“Sin insistir sobre los fundamentos de mi opinión, repito, enconclusión, que es su deber y el derecho de los Estados unidostener y ejercer vigilancia autoridad sobre cualquier canalinteroceánico al través del Istmo que una la América del Norte ala del Sur para proteger nuestros intereses nacionales. Tengo laseguridad de que esto no sólo es compatible con las más exten-sas y permanentes ventajas del comercio y la civilización sinoque las promoverá grandemente.

También el secretario de Estado, M. Evarts, se produjo en losmismos términos en una extensa información al presidente sobreeste negocio. En el fondo sólo se diferenciaban los criterios de losdos estadistas por la forma como debían realizarse en la práctica.

De ese informe también es preciso incluir aquí, al menos, lasconclusiones a que llega Mr. Evarts, extractadas por el Sum deNueva York:

“Sean cuales fueren los derechos de los Estados Unidos, noson ni más ni menos que los que emanen del tratado de 1846 conNueva Granada. Por él están obligados a proteger la soberanía dedicha república y a garantizar la seguridad y la neutralidad del

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canal en caso de construirse éste. Ese tratado está en vigor porcontratantes. Hubiera expirado en 1866, pero una de sus cláusu-las dice que si ninguno de los dos gobiernos pedía su rescisión,continuaría vigente hasta después de que uno de los dos gobier-nos la solicitase. Pero mientras no se le declare terminado, losEstados Unidos tiene que seguir con vivo interés la conducta deColombia en los asuntos del Canal; obligados por tratados a pro-teger en su propiedad a la compañía que lo haga y a garantizar laneutralidad de la obra, tiene no sólo el derecho, sino el deber depedir al gobierno colombiano cuenta estricta de sus procedimien-tos en esa materia”.

Por último, la comisión nombrada por la cámara de represen-tantes de los Estados Unidos para estudiar lo relativo al canalinteroceánico votó por unanimidad, el día 6 de marzo, el siguien-te proyecto de resolución:

“1°— El establecimiento, en los Estados independientes de estecontinente, de un protectorado, sea cual fuere su forma,por cualquiera de las potencias de Europa, o la introduc-ción en ellos, por cualquiera que sea el plan o política queimplique el derecho de una nación europea para interveniren sus negocios, o influir de cualquiera manera en sus des-tinos, o la transmisión a la tal potencia por conquista, ce-sión o adquisición de cualquiera otro modo, de esos Esta-dos o de cualquier parte de ellos, es un caso al cual se hamanifestado adverso este gobierno en la declaración delpresidente Monroe, (mensaje de 2 de diciembre de 1823),conocida con el nombre de “Doctrina de Monroe”; y si talse intenta, será considerado como amenazante y peligrosopara nuestra paz, prosperidad y seguridad.

“2°— El derecho e interés de los Estados Unidos a tener la pose-sión, dirección, inspección y gobierno de cualquier canal,ferrocarril o cualquiera obra de arte que se construya en el

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Istmo que une los dos continentes para el tránsito de bu-ques y carga del mar Caribe al océano Pacífico, sea que laconstrucción se verifique en Panamá, en Nicaragua o enotra parte; y si llega a construirse, quienquiera que sea elque empiece, continúe y termine, y sea cual fuere la nacio-nalidad de sus empresarios, o la procedencia de su capital,es deber de los Estados Unidos, por tratarse de interés detanta magnitud, insistir en que se declarará y sostendrá, cuan-do su juicio sea necesario el interés de los Estados Unidosy su derecho a poseer y dirigir dicha obra.

“3°— El presidente tomará las disposiciones propias para res-cindir de cualesquiera tratados existentes cuyo término sehallen en oposición con esta declaración de principios.

Las anteriores constancias podrían multiplicarse hasta ocu-par muchas páginas de este trabajo, pero nos parece que las he-chas son suficientes para que quede ampliamente demostradocuánta efervescencia había en la opinión pública americana conocasión del proyecto del canal intermarino en la época en que eldoctor Arosemena se hallaba al frente de la legación de Colom-bia en los Estados Unidos.

¿Qué conducta la correspondía observar al doctor Arosemena,ministro de una república suramericana débil y, por consiguien-te, sin el poder necesario para sostener sus derechos con la mis-ma arrogancia conque se los disputaba una nación fuerte ensi-mismada?

Por de contado el hombre que tanto preconizó en la cuestiónde límites con Venezuela el suaviter in modo, fortiter in re nointerpretaría las instrucciones de su gobierno para encararsea este negocio en un sentido tal que le condujese a exhibirse oa exhibir a la nación en la rid´9icula actitud del primero queaudazmente desafía las iras del coloso.

El doctor Arosemena, que había vivido largo tiempo en losEstados Unidos y que así por relaciones de familia como por

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otras, nacidas de su propia cultura intelectual, conocía perfecta-mente los defectos y las virtudes de la estructura intelectual ysocial americana, halló en su sabiduría que el medio más adecua-do para contrarrestar aquella poderosa corriente de opinión quese había desatado en contra de la empresa del canal francés y encontra de los derechos de su país, aun juzgándola absurda, comola juzgaba, no era el de las protestas violentas sino el directo ymucho más convincente de la exposición razonada, medida y cir-cunspecta que, influyendo directamente en los espíritus justicie-ros los predispusieran a favor de la causa que defendía.

En la actitud de los Estados Unidos había mucho de injusto,como quiera que no podía alegar derechos exclusivos a la cons-trucción o dirección de cualquier canal en el territorio del Istmo,sin desconocer implícitamente la extensión del soberanía colom-biana en dicho territorio; pero sea de ello lo que fuere, había tam-bién cierta lógica en su conducta y el error en que se hallaba elpueblo y el gobierno de los Estados Unidos no podía ser comba-tido más eficazmente que por la prensa, institución que en la pa-tria de Franklin y Jefferson, tiene el prestigio de un verdaderopoder.

De aquí, pues, que lejos el doctor Arosemena de entregarse ala que habría sido, dadas las circunstancias, inocua tarea de for-mular aparatosos alegatos ante la casa Blanca, se le viera primerohablando con el corresponsal del New York Tribune para mani-festarle por su conducto al pueblo de los Estados Unidos que síFrancia solicitaba en algún tiempo ejercer protectorado sobre elcanal no lo haría fundada en ninguna cláusula de la concesiónWyse-Salgar y que estaba seguro, por lo demás, de que en talcaso el gobierno de Colombia se dispondría a proceder de acuer-do con los estados Unidos para sostener la doctrina Monroe. Deaquí también la publicación de un interesante folleto (The PanamaCanal in the Light of American Interest) dirigido a suministrar almismo público americano datos “dignos de ser conocidos, —asídecía él— sobre el canal de Panamá. Ese folleto contenía extrac-

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tos del tratado de 1846 ente Nueva Granada y Estados Unidos ydel Clayton Bulwer, entre Inglaterra y Estados Unidos. Incluíatambién, íntegro, el contrato Wyse-Salgar para la construccióndel canal interoceánico. Lo más importante sin embargo, del fo-lleto es el prefacio en que el doctor Arosemena, modestamentey sin de erudición alguna, demostraba el absurdo de los EstadosUnidos en aplicar la doctrina Monroe el negociado del Canal.

No puede asegurase que el doctor Arosemena hiciese cam-biar radicalmente la actitud de la prensa y del gobierno america-no, pero sí logró refrenarla en término notoriamente sensibles.Nadie como él tenía entonces un conocimiento tan completo sobrela materia, y nadie era más capaz de ilustrarla en condiciones ver-tiginosas para el país que tenía de su propia lengua, y a sus exten-sas relaciones en los demás círculos sociales.

Dará fin a este capítulo un incidente muy ruidos ocurrido enlos primeros días de febrero de 1880 en el cual intervino el doc-tor Arosemena por razón de su cargo de ministro de Colombia,en los estados Unidos. Fue el caso de la visita de exploracionesde dos buques de la flota americana, el “Adams” y el “Kearsage”,llevada a cabo en la bahía de Chiriquí y en el Golfo Dulce, res-pectivamente. La actitud del gobierno americano en el asunto delcanal interoceánico, la interpretación que daba al tratado de 1846y las inevitables sospechas y temores que en Colombia desperta-ba cualquiera acción de los Estados Unidos en esos días, fueroncausa de que la expedición naval mencionada excitase más que encualesquiera otras circunstancias habían sucedido, los ánimos tan-to en Bogotá como en el Istmo. Realmente, sobraban motivospara la alarma que la visita de los mencionados buques infundió.Primero, la manera sigilosa como fueron despachados, luego, lospretextos que se alegaron para justificar el acto y, por ultimo, lacoincidencia de que los Estados Unidos anduviesen preocupadospor buscar carboneras y estaciones navales en las inmediacionesdel proyectado canal en los momentos mismos que alegaba dere-chos y privilegios casi exclusivos en la construcción de la referi-

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da vía. Agréguese a todo esto el calor con que los diarios daban lanoticia y los comentarios que se hacían, y se tendrá una idea bas-tante aproximada del profundo desagrado que la visita del “Adams”y el “Kearsage” produjo.

En una correspondencia, dirigida desde Washington alCommercial de Cincinati, se dijo que el secretario de marina ha-bía obtenido autorización de los dueños de una “concesión detierras en Chiriquí” para establecer carboneras en las costas cer-canas a esos lugares que sirvieran para vigilar las operaciones delos franceses. El “Times” comentando, por su parte, la visita del“Adams” y del “Kearsage” se expresa así:

“Sentiríamos mucho excitar la aminosidad de los colombia-nos haciendo competencia a su canal de Lesseps; sin embargo,algo debemos a aquellos de nuestros conciudadanos que hacentanto hincapié en que ponga en vigor la doctrina Monroe. Loshábiles partidarios de los principios de Monroe sostienen que nose puede abrir el canal de Panamá, y que, si se le abre debe perte-necer completamente a los americanos…

Y los estudios preliminares que se han emprendido —dadoque esos sean estudios— concluyen por no llegar a ningún resul-tado, tendremos, a lo menos, la satisfacción de pensar que leshemos metido miedo a los panameños. Ellos saben muy bien quehemos resuelto enviar una flota naval formidable (cuanto la ten-gamos contra los ingenieros franceses y holandeses, en cuantose muestren capaces de abrir un canal que nosotros hemos decla-rado que no se puede ni se debe abrir.

“Por eso consideran con inquietud nuestros movimientos mis-teriosos en Costa Rica (léase en Golfo Dulce); pero acabaránquizás por tranquilizarse cuando vean que la expedición naval delos Estados Unidos se halla en busca de una variedad de ostrasintertropicales, o se prepara a invadir a Venezuela”.

Mientras así, entre argucias y bromas, trataba la prensa de losEstados Unidos la visita de los buques de guerra a Chiriquí y GolfoDulce, y mientras, según veremos más adelante, el secretario de

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Estado americano se mostraba en cierto modo sorprendido de queel ministro Arosemena diera crédito a noticias de periódicos, severificaban en los lugares mencionados toda clase de medicionesy sondajes y aún ejercían verdaderos actos jurisdiccionales.

Informando el gobierno de Bogotá de tales movimientos, dic-tó a las autoridades locales del Istmo las medidas que, para con-trarrestarlos, estimó conveniente.

El ministro Arosemena, en defensa de los derechos de Co-lombia, pasó al departamento de Estado de los Estados Unidosuna comunicación en que le informaba de los hechos que ocu-rrían en el Istmo, comunicación discreta en la forma, perocontentiva de poderosos argumentos jurídicos que debían serescuchados. Terminaba así:

“Siendo esto así, y suponiendo siempre que sea exacta la noti-cia publicada, solicito de Vuestra Excelencia dé cuenta con misobservaciones al señor presidente, para que ordene el retiro decualquier expedición que se haya enviado a tomar posesión detierras o establecer carboneras en cualquiera pare del Istmo deColombia, y la suspensión de toda otra medida sobre igual mate-ria, hasta que mi gobierno sea informado y ya sea en Bogotá o enesta ciudad, se inicie la debida negociación, si mi gobierno lotuviese a bien, como aconteció en un caso semejante con el go-bierno dominicano, respecto de la bahía de Panamá, durante unade las últimas administraciones de este país”.

A esta nota, no constada oportunamente, siguió otra de pare-cido tenor, a la que el secretario de Estado dio respuesta en for-ma displicente; pero en la que, luego, de una extensa considera-ción referente a la noticia de las misiones de los referidos bar-cos, le daba al ministro ciertas seguridades:

“…“He recordado estos hechos simplemente para confirmar la

seguridad que Uds. Ya ha debido tener, de que no ha habido departe de este gobierno (el americano) disposición alguna de in-terpretar en mal sentido o de descuidar su deseo natural de estar

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oportunamente informado acerca de cualquier hecho que afecta-ra los intereses o la dignidad de la nación que Ud. Representa”…

El doctor Arosemena estuvo en esta ocasión a la altura que lascircunstancias exigían; comedido y respetuoso, pero fuerte en lacosa demandada. El tono desabrido de la nota de Mr. Evarts no sejustificaba con los antecedentes de la expedición y, si bien a nues-tro ministro debieron mortificarle algo los términos en que esta-ba redactada, nada de eso se trasluce en su contestación que reve-la el carácter de un hombre frío e impasible que no se hace casode las espinas del camino.

Según Mr. Evarts, el objeto de las visitas del “Adams” y del“Kearsage” continuará ventilándose en Bogotá por medio del minis-tro americano E. Dickman. Ninguna intervención, pues, tuvo en ade-lante el doctor Arosemena en este negocio que terminó del peromodo que era de imaginarse. El señor Dickman, de orden de su go-bierno, hizo reclamos a la cancillería de Bogotá por la conducta ar-bitraria del presidente del estado de Panamá y, como consecuencia,vinieron satisfacciones, según dice el doctor Diego Méndez Pérez,del ministro de relaciones exteriores de Colombia.

En carta del doctor Arosemena para el ministro del interior yrelaciones exteriores decíale de este sujeto: “Considero a Mr.Dickman hombre recto y sincero, pero mal informado. No tienecontra nosotros la prevención y aun la ojeriza tan común en losagentes diplomáticos que hemos tenido por allá y creo que nosconviene más que algún otro nuevo y por experimentar”. El doc-tor Arosemena se engañó en cuanto al carácter del hombre: niresultó ser un hombre “recto” y “sincero”, ni dejó de tener contralos colombianos la misma prevención y ojeriza que los demásdiplomáticos. (Véase artículo del Star & Herald de 7 de mayo de1880). En Bogotá su accidentalmente encargado del ministeriode instrucción pública, entonces se vio obligado a despedirlo desu oficina después de un altercado bochornoso para Dickman. Elgobierno colombiano pidió su retiro.

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Capítulo XXIVMisión en Venezuela

1880-1882

Primeras tentativas de arreglo.– Optimismo y pesimismo.– Justificación delnombramiento del doctor Arosemena.– Su táctica diplomática.– Dificultadespor vencer.– Un protocolo de amistad.– Se firma el tratado de arbitraje.–Concepto de Uribe Uribe.– Francisco Eustaquio Álvarez y Ricardo Becerra.–Núñez le ofrece la candidatura presidencial al doctor Arosemena.

no de los últimos servicios, y, sin duda, el más impor-tante de los prestados por el doctor Arosemena a Co-lombia en el ramo diplomático fue el de haber inducido

a Venezuela a negociar el tratado de alvitraje de 14 de septiembrede 1881.

Con tal triunfo quedó abierta, de par en par, la puerta que, casidiez año después, condujo al laudo del árbitrio español que favo-reció grandemente los intereses colombianos.

Las primeras tentativas, como se sabe, llevadas a cabo parabuscarle solución al asunto de límites entre las dos naciones her-manas se remontan al año de 1833 cuando Venezuela acreditó enBogotá una legación al frente de la cual puso al señor don SantosMichelena, personalidad conspicua de esa república. Nueva Gra-nada, por su parte, y para corresponder a la anterior iniciativa,confirió plenos poderes a su ministro de relaciones exteriores,don Lino de Pombo, para que se entendiera con el representantede Venezuela. Al cabo de largas y laboriosas discusiones los ne-

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gociadores convinieron en formular un tratado de amistad, alian-za, comercio, navegación y límites que Venezuela no aprobó apesar de varias prórrogas solicitadas al efecto.

En 1842 el gobierno de Nueva Granada comisionó a don Linode Pombo para que fuera a Caracas con el encargo de reanudar lanegociación pendiente y conseguir que se reconsiderase y apro-base el convenio de 1833.

Tampoco esta misión dio resultado alguno y el señor Pomboregresó, por consiguiente, a Bogotá sin haber conseguido lo quese proponía. En 1844 se hizo un nuevo esfuerzo esta vez por par-te de Venezuela y los plenipotenciarios de las dos naciones, se-ñores Fermín Toro y Juaquin Acosta, se empeñaron en concluirun tratado que se zanjara definitivamente la cuestión de límites.Sus labores duraron varios meses y ambas partes estuvieron ani-madas de sinceros propósitos conciliatorios. Al principio todohizo creer que las negociaciones tendrían un feliz suceso, pero,inesperadamente surgió un obstáculo al quererse determinar lalínea fronteriza oriental de Colombia con Venezuela. Aquella ale-gaba que la que había sido convenida en el tratado de 1833 eraerrada y perjudicaba considerablemente sus intereses territoria-les y como el plenipotenciario de Venezuela alegase que no teníapoderes para convenir en el señalamiento de otra línea que la yafijada, entonces el señor Acosta le propuso someter la disputa auna decisión arbitral, (5 de enero de 1845) a lo que igualmentecontestó el señor Toro que carecía de instrucciones sobre el par-ticular. Este debate terminó sin dejar la menor esperanza a arre-glo posterior alguno. Venezuela lo quería todo o nada.

Transcurrieron, así, treinta años durante los cuales ningún in-tento serio se hizo para llegar a un advenimiento, y esto, a pesarde que Colombia envió a Venezuela a diplomáticos como RojasGarrido y Aníbal Galindo. A este último le decía el plenipoten-ciario de Venezuela en 1872 que él “tenía autorización para dis-cutir y firmar un tratado de límites, pero no para constituir untribunal de arbitramento y discutir ante él la propia cuestión “, sin

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que por esto negara “que el arbitraje y la línea de convenienciasean medios de transacción, que podrá escoger cuando llegue laoportunidad y haya alcanzado su propósito decidido de aclararlos títulos de Venezuela”.

Por último, a fines de 1874, el doctor Murillo Toro, quienacababa de ejercer la presidencia de Colombia, fue designado poresta para ver de dar fin al litigio de límites hasta allí tan ocasiona-do a desagradables entorpecimiento. El merecido prestigio deque gozaba entonces el doctor Murillo, la excelente acogida quese le hizo y las magníficas disposiciones en que por ese tiempose hallaba el general Guzmán Blanco, siempre al frente al gobier-no de Venezuela hicieron concebir fundadas esperanzas de queuna convención definitiva y honorable para los dos países se pro-duciría como consecuencia natural y espontánea de tan favora-bles auspicios. Las negociaciones fueron laboriosas, pero cor-diales y el optimismo que imperaba en los hombres públicos deColombia era tal como puede deducirse de cierta palabras ofi-ciales del doctor Jacobo Sánchez, ministro de lo interior y rela-ciones exteriores, quien decía:

“Colombia no puede, no debe ser tributaria de Venezuela. Supresidente Guzmán Blanco, ha reconocido esta verdad y ha indi-cado uno de los medios de conjurar tan peligrosa situación.

“La inmensa y magnífica región hidrográfica comprendidadesde las márgenes del Arauca hasta las del Napo, verdaderoemporio de riquezas naturales, y capaz de mantener en la prospe-ridad cincuenta millones de habitantes, es una de las esperanzasque el patriotismo colombiano jamás abandonará. Esas comarcasno podrán mantenerse secuestradas por mucho tiempo del co-mercio del mundo. El poder de la civilización penetrará en susdesiertos, las banderas de todas las naciones flotarán en sus cau-dalosos ríos, y todos los intereses americanos concurrirán y ar-monizarán allí abajo los auspicios de sus derechos públicos, quegarantizarán la paz entre las naciones hermanas, la franquicia yseguridad del comercio y la común defensa”.

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No obstante este himno tan pleno de entusiasmo, en 1876,es decir, el año siguiente, decía el señor Francisco de P. Rueda,sucesor del señor Sánchez, que la negociación de límites entrelas dos naciones se hallaban en el mismo pié en que la habíandejado los señores Murillo y Guzmán. (Antonio Leocadio). Éste,al fin, se resistió a las proposiciones de aquél sobre el arbitra-mento alegando que no era honroso, ni para el uno ni para elotro gobierno, prescindir de un examen detenido de la cues-tión, porque esto se prestaría a interpretaciones ingratas en elmomento en que la diligencia y las luces de la administraciónvenezolana habían logrado formar un archivo de incontrastablefuerza. Y, como si esta actitud no fuera bastante, a mover a des-consuelo patriótico, sucedía, a la vez, que por encima de lasconveniencias innegables de los acuerdos civilizados, se po-nían las vanas razones de necias susceptibilidades. Una palabrapoco correcta escapada en el curso de las negociaciones, repe-tida, acaso, de no muy buena fe en algún instrumento público,subterfugios malévolos, medidas inoportunas y, más que todo,la ausencia de verdadero deseo de llegar a un avenimiento basa-do en la justicia que estrictamente correspondiera a cada partehicieron frustrar toda halagadora promesa.

La cuestión seguía, como había estado, erizada de peligrosadificultades para la paz, y, en todo caso, como un constante moti-vo de perturbación de la tranquilidad de los dos pueblos.

Si tal fue el resultado de cada una de las tentativas iniciadaspara el arreglo de la cuestión de límites con Venezuela, ello nosignifica que los esfuerzos realizados fueran del todo inútiles.Por el contrario, no es aventurado sostener que, hasta entonces,el tiempo había sido favorable a los intereses colombianos. Si en1833 se hubiera negociado el convenio Pombo-Michelena, Ve-nezuela habría sido favorecida con más de dos mil leguas de te-rritorio, y si hubiera sido acordado alguno otro, nacido de lasconferencias Toro-Acosta, o de los trabajos de los señoresMurillo y Guzmán, Colombia habría dejado de beneficiarse del

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valor probatorio de las cuatros reales Órdenes relativas a los te-rritorios en disputa.

De 1876 a 1879 las relaciones diplomáticas entre los dos paí-ses estuvieron prácticamente en estado de suspensión indefinidapropicio a toda clase de recelos y alarmas. Los rumores de guerra,venidos de Europa y aun de la misma Venezuela a principio de 1879,se explican ahora todavía más por la irregular situación internacio-nal en que se encontraban los dos pueblos. Si embargo, la adminis-tración Núñez tuvo desde sus comienzos el propósito de reanudarlas relaciones con Venezuela para lo cual, a pesar de todo, no falta-ban antecedentes que justificaran esa medida. De aquí el nombra-miento del doctor Arosemena, hecho en julio de 1880.

De cuantas personas pudieran haberse escogido entonces paradesempeñar tan difícil misión ninguna más apropiada que el ilus-tre decano de la diplomacia colombiana. En efecto, el doctorArosemena, que, desde algún tiempo antes de haber sido enviadoa Venezuela como agente Confidencial del gobierno de Colom-bia, se había preocupado bastante por ese asunto, tenía sus ideaspropias en la materia, que había expuesto en comunicaciones,repetidas veces, al gobierno de Bogotá. El 23 de octubre de 1879decía al doctor Luis Carlos Rico, ministro de lo interior y rela-ciones exteriores, lo que sigue, corroborativo de lo que acaba-mos de expresar: “Como no es la primera vez (habla del rumor deguerra ya mencionado) que tenemos estas alarmas, ni será la últi-ma mientras no se resuelvan las cuestiones pendientes con Vene-zuela, creo que debemos pensar muy seria y preferentemente enel modo de terminarlas. De nuestros vecinos, Venezuela es elúnico que puede inspirarnos temor de una súbita y grave compli-cación: pues aun el Brasil, aunque fuerte, no lo sería por tierra yal través de inmensos desiertos. Es, por tanto, mi opinión que nohay nada en nuestras relaciones exteriores comparable a la nece-sidad de procurar la decisión de nuestras cuestiones con dicharepública. Me dirá usted que no hay duda en eso, sino en el modode llegar al resultado.

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“Permítome, pues, por puro amor patrio, y aunque salga ya demi esfera oficial, insinuar en esta carta privada lo que pienso enla materia. Desde luego, hay que negociar, aunque no sea sinopara llegar al arbitramento; y para negociar hay que enviar unalegación a Caracas. Pero su bien éxito depende enteramente delhombre escogido y de las instrucciones que lleve. El hombre debeser tal que pueda satisfacer la exigencia del suaviter in modo,fortiter in re. Calmoso y paciente sin dejar de ser firme, no debeir en misión extraordinaria anunciando con trompeta que va a tra-tar sobre las cuestiones pendientes. Al contrario, la misión debeser modesta y permanente, destinada a cultivar las mejores rela-ciones y a promover la buena inteligencia entre los dos países,sin festinar cosa alguna, sin promover nada, sino adquirir estima-ción, respeto y confianza para Colombia, hasta que la ocasión sepresente (tal vez en uno de los frecuentes cambios políticos deaquella tierra) de proponer o aceptar algo satisfactorio.

“Aun iniciada una negociación sobre límites, comercios detránsito, o cualquier otro de los asuntos por arreglar, me parecemalísimo plan comenzar por hacer cada parte largas y razonadasexposiciones que se extienden en protocolo y que provocan res-puestas imbuidas en el mismo espíritu de alegatos en derecho.Una vez metidos en ese camino los negociadores no pueden re-troceder, no pueden retirar ni una palabra ni menos un concepto;su amor propio se empeña en el razonamiento, los ánimos seagrian y la negociación fracasa, quedando los gobiernos, y aunlos pueblos representados y allí, más desavenidos y más encara-dos que nunca. Yo no escribiría una línea mientras no se hubieseconvenido en algo; porque, al fin, tarde o temprano, en algo se hade convenir, y entonces las notas y el protocolo se reducirán atres páginas. Me extendería mucho si hablara de instrucciones.Pero, en globo, me permito insinuar, que ha habido en las nego-ciaciones anteriores, y por ambas partes, un poco de chicanas (aque nuestra raza y nuestra educación nos inclina tanto), y que cadauna ha procurado sostener a todo trance su derecho esperando

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convencer al contrario, o, lo que es más probable, lucir su habili-dad y su erudición. Es decir, que no se ha cedido ni aun en lospuntos dudosos, buscando compensaciones, o sea transigiendo,que es, acaso, el único modo de llegar a un arreglo. Aun el arbi-tramento debería proponerse modificado con posible compen-saciones en dinero, o en territorio, o en concesiones fiscales;porque lisa y llanamente propuesto, hace temer la pérdida totalde lo reclamado y provoca al rechazo. En fin, una limitada con-descendencia en cuestiones (principalmente las de fronteras) queen el fondo tiene más de puntillo que de verdaderamente impor-tancia, me parece indispensable para llegar a un resultado cualnecesitamos para garantizar la paz de la república por el oriente”.

Y pocos días antes, el 12 de octubre, escribiéndole sobre estemismo asunto le había dicho al propio señor Rico que aunquetodas las misiones a Venezuela habían tenido mal éxito, juzgabaque valdría la pena hacer una nueva tentativa; que todo dependíadel hombre que se recogiera, que le parecía erróneo el que sebuscase uno que arguyera la causa; y agregaba que, en su con-cepto, con gentes presuntuosas los argumentos de nada servían.Se mostraba confiado, por último, en que lo principal era ganarsela buena volunad y en que lo demás vendría por añadidura.

Estaba, pues, en el orden lógico de las cosas que teniendo queretirarse el doctor Arosemena de Washington y dadas sus excep-cionales dotes de diplomático y las cordiales relaciones en quese hallaba con el presidente doctor Rafael Núñez, fuera él(Arosemena) el escogido para desempeñar cualquiera misión enVenezuela. En realidad, no era, desde el punto de vista de la vani-dad humana, halagador el encargo que se le confiaba. Él había yarepresentado dignamente a su país en las primeras capitales delmundo. Con todo, se trataba de prestarle un servicio más que élno podía dejar de prestarle. Así fue que, apenas dejó arregladossus asuntos de la legación de Washington y después de una breveestada de semanas en Panamá, se dirigió a ponerse al frente de sunueva misión.

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Comentando el doctor José de la Vega el nombramiento he-cho por el doctor Núñez en el doctor Arosemena para agenteconfidencial en Caracas se expresa así: “Este notable publicista,diplomático de escuela, que conocía a Venezuela y a sus hombrespúblicos más visibles encontrábase por entonces en Washingtonal frente de nuestra legación, agobiado y enfermo a causa de re-petidas desgracias domésticas y con ánimo de pedir licenciapara hacer un viaje de salud a Caracas, cuando habiéndolo sabidoel gobierno de Bogotá se apresuró a confiarle la misión más de-licada que tenía para esa época, misión, agrega de la Vega, que eldoctor Arosemena “desempeñó con la destreza, discreción y ac-tividad que tanto le distinguieron”.

Parece que las instrucciones que se dieron al doctorArosemena, enteramente de acuerdo con sus ideas sobre el parti-cular, tenían en mira primero el restablecimiento de las relacio-nes con Venezuela y, subsiguientemente, abordar la cuestión delímites por el lado que pareciese más favorable a los intereses deColombia, pero prefiriendo el expediente del arbitraje que en elestado a que habían llegado las discusiones anteriores era la úni-ca solución posible de la cuestión.

Si se tienen en cuenta los fracasos de las otras misiones y si aellos se añade el profundo resentimiento con que había quedadoVenezuela después de la misión Murillo Toro, que hasta dio lugara que se creyese que Guzmán Blanco meditaba planes bélicoscontra Colombia, se comprenderá cuán llena de dificultades es-taba la situación que el doctor Arosemena debía despejar comolabor previa en el cumplimiento de su encargo. Sin embargo, él,diplomático de mucha experiencia adquirida en una larga y fruc-tuosa carrera, experto conocedor de los hombres públicos delcontinente y ameritado por el prestigio de su propia personali-dad, tenía con tales cualidades los elementos indispensables parasalir airoso en la ardua empresa puesta a su cargo.

Además, es justo hacer constar que el doctor Arosemena ha-bía encontrado el terreno algo abonado por la franca y cordial

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amistad personal que cultivaban el doctor Núñez y el presidenteGuzmán Blanco, quien con motivo de la visita que aquél hizo aVenezuela, antes de encargarse de la presidencia de la república,lo colmó de calurosas atenciones. El doctor Núñez le decía, co-rrespondiendo a éstas, desde Puerto Cabello, que le saludaba tanafectuosamente como en 1876, que le felicitaba por la paz quereinaba en Venezuela y que le estaba muy agradecido por el reci-bimiento tan cordial y honroso que le había hecho. Aún más, eldoctor Núñez, con acierto político que débesele abonar, refirién-dose a Venezuela, se expresaba de este modo: “un pueblo de ima-ginación y de audacia necesita hasta cierta época gobierno em-prendedor, activo, vigoroso, casi personal”, y aludiendo al propioGuzmán Blanco daba a entender que un hombre de su prestigio,talento y de mucha compostura como gobernante no promoveríajamás una guerra de caracteres fratricidas de resultados dudosose inevitablemente infecundos.

De acuerdo con la táctica que había preconizado el doctorArosemena sus esfuerzos se encaminaron a crear primero unambiente de confianza mutua entre las dos naciones que fuerapropicio a un posterior acuerdo entre ellas. Comenzó, pues, porexplotar hábil y decorosamente, como cumple a un caballero, susantiguas y bien cimentadas relaciones de amistad con el señordon Antonio Leocadio Guzmán, padre del general Guzmán Blan-co, presidente de Venezuela, y con ésta labor preliminar lo con-siguió casi todo. El 3 de diciembre tuvo una conferencia con elministro de relaciones exteriores de Venezuela, a quien impusodel carácter oficial de que estaba investido, así como de la mi-sión que iba a cumplir. El ministro lo recibió cordialmente y, a suvez, le manifestó el deseo de que se restableciera la amistad y secontinuaran las negociaciones pendientes desde 1875.

El señor Antonio Leocadio Guzmán fue nombrado agente con-fidencial ad hoc para entenderse con el doctor Arosemena y, comoconsecuencia, de este nombramiento y antes de tres meses (7 deenero de 1881) se negoció un protocolo de paz y amistad que fue

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aprobado por ambos gobiernos y particularmente acogido por elde Colombia.

En el mensaje del presidente de esta república al congreso de1881 (1° de febrero) se lisonjeaba ya este alto funcionario delresultado tan prontamente obtenido por la misión confidencialencomendada al doctor Arosemena y se prometía que el resta-blecimiento de las relaciones sería sobre bases que les daríanpermanente carácter.

El buen éxito de la primera parte de la misión y las instanciasdel presidente de Venezuela determinaron al gobierno de Colom-bia a acreditar al mismo doctor Arosemena como ministro re-sidente en Caracas, puesto cuya investidura tomó el 1° de sep-tiembre de 1881.

Existe, entre la fecha en que fue firmado por los plenipoten-ciarios Guzmán y Arosemena el protocolo de amistad y la en queel último fue recibido en Venezuela como ministro residente deColombia, un período de nueve meses durante el cual parece comosi el júbilo producido por el restablecimiento de las relacionesentre los dos países se hubiese extinguido de manera súbita.

Esto necesita alguna explicación.El 14 de mayo, después de restablecidas las relaciones, el

gobierno de Venezuela celebró un contrato con el señor SimónB. O’Leary sobre navegación de los ríos Meta y Orinoco en elcual se encontraban las dos estipulaciones siguientes:

“1a— Simón B. O’Leary se compromete a establecer una omás líneas de vapores para el comercio en las aguas del Orinocoy del Meta hasta el punto occidental de este río en que se divide,según el Uti posidetis de 1810, el dominio territorial de Vene-zuela con la república de Colombia.

“2a— Venezuela se compromete con O’Leary y sus sucesoresen este contrato a no conceder la navegación del Orinoco y elMeta a ninguna persona o compañía durante cincuenta años, comojusta garantía que le compense los inmensos gastos que la em-presa requiere”.

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Y al propio tiempo que esta concesión hace al expresadoO’Leary le acreditaba de ministro suyo en Bogotá con instruc-ciones probablemente de distraer la atención de dicho gobiernocon la celebración de otro contrato sobre ferrocarril de la alti-planicie al Meta que fuese en sus efectos algo así como la con-firmación del ya convenido en Caracas.

El doctor Arosemena advirtió inmediatamente la celada queencubría para su país el primer contrato (no conoció el segun-do sino después) y protestó en su carácter de agente confiden-cial contra él considerándolo como lesivo de los intereses deColombia y haciéndole saber, a la vez, al gobierno de Venezuelaque ese contrato no sería del agrado de su país y que, sin duda,haría fracasar las negociaciones que se estaban adelantando. Elgobierno de Venezuela, dice el señor Francisco de P. Borda, nocontestó por lo pronto y esperó conocer la suerte del contratoque pretendía O’Leary en Bogotá. El señor Arosemena insistiópidiendo una respuesta hasta que llegó por fin el día en que elejecutivo venezolano le contestó, diciéndole, entre otras co-sas, sardónicamente: “Por lo demás, no se ha confirmado el te-mor de que el contrato con el señor O’Leary produjese en Co-lombia un efecto contrario al que se esperaba. Antes bien, se hacelebrado allí, con el mismo individuo, un convenio que com-pleta el de Caracas”.

Esto era, como lo decía el mismo doctor Arosemena, desau-torizarlo en situación difícil, dados los hechos en curso. Sin em-bargo, el temple de su espíritu y la calidad de sus capacidades noeran para dejarle desorientado en medio de una tan grave situa-ción. Más atento a la importancia de los derechos e interesescolombianos que a las exigencias de su amor propio mortifica-do, se armó de toda su paciencia y confió en el resultado que susnotas produjeran en el gabinete de Bogotá. Éste comprendió suerror y aunque un poco tarde, pero de manera efectiva, se dirigióal ministro de relaciones exteriores de Venezuela haciéndole pre-sente “que el contrato celebrado en Bogotá por el señor O’Leary

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para la construcción de un ferrocarril entre esta altiplanicie y elMeta había sido autorizado por el gobierno en el concepto de queel de Venezuela habría dado al señor Arosemena las explicacio-nes necesarias en el sentido de la inviolabilidad de nuestro dere-chos a la navegación del Orinoco y el Meta, y que, sin tales expli-caciones, el poder ejecutivo consideraba dudoso que este con-trato mereciera la aprobación de las cámaras legislativas”.

Esta nota fue la reparación que se hizo dar el ministroArosemena, la cual, por lo demás, tuvo la suerte de ser atendidapor la cancillería venezolana.

También, poco antes de la celebración del tratado de 14 deseptiembre la aduana del Táchira había declarado como de con-trabando algunas producciones de la industria colombiana impor-tadas a Venezuela. Con tal motivo el ejecutivo colombiano dioinstrucciones al doctor Arosemena para que hiciera cesar losperjuicios que tal medida irrogaba al comercio colombiano. Lareclamación era en sí misma tan justa, de acuerdo con los trata-dos vigentes, y la manera como el doctor Arosemena la llevó acabo, tan atinada, que el ministro de hacienda de Venezuela de-claró en resolución del 29 de agosto de 1881 que las produccio-nes naturales de Colombia eran libres de derechos de importa-ción en Venezuela, en tanto que las de esta república gozaran deigual beneficio.

No quedaba con esto del todo despejado el camino que debíaconducir al tratado de 14 de septiembre. Inesperadamente la se-cretaría de relaciones exteriores de Colombia fue confiada alseñor don Ricardo Becerra, personaje que, por viejos motivos depolítica interior venezolana, no era grato a los Guzmanes, cir-cunstancia que contribuyó en no poca parte a crear otra demoraantes de la celebración del convenio.

El doctor Arosemena esperó con calma el momento de la re-nuncia de Becerra sin dar una sola plumada que hubiera compro-metido el éxito de su misión, pero así que el hecho esperado vinose apresuró a comunicarse con el plenipotenciario don Antonio

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Leocadio Guzmán para continuar explotando el beneficio de laspaces celebradas y después de manifestarles su pena por la con-trariedad que a él y a su ilustre padre les había causado la presen-cia del señor Becerra en la secretaría de relaciones exteriores, leinvita con estas insinuantes palabras a la reanudación de las nego-ciaciones:

“Debiendo partir a Nueva York en este mes, por mala salud demi esposa, debemos, Ud. y yo, propender a que no sea tambiénperdidos los días que restan.

Deseo, por lo mismo, que ya presentando mis credencialesde ministro residente, que recibí desde febrero, o, simplemente,haciendo uso de los plenos poderes que también tengo, conclu-yamos algún tratado que no haga nugatoria mi misión, y nos pro-porcione a usted y a mí la gloria, a que aspiramos, de servir anuestro respectivos países de la manera más importante posible”.

Y como consecuencia inmediata de esta invitación y una vezconvencidos ambos diplomáticos que tanto por estar agotada ladiscusión de la materia de límites como porque la constituciónvenezolana prohibía cualquier enajenamiento de territorio aun-que fuese por vía de cambio conducente al arreglo de fronteras,comenzaron en seguida las discusiones cruzando ideas amistosa-mente, proponiéndose proyectos y contraproyectos de protoco-los y tratados hasta que el 14 del mismo mes antes citado resu-mió el doctor Arosemena sus objeciones finales a los últimosplanes del representante de Venezuela.

El propio día de la fecha del anterior documento firmaron losplenipotenciarios el tratado de arbitramento, durante tanto tiem-po ofrecido por Colombia a Venezuela, y que estaba destinado,según la mente de los gobernantes de ambos pueblos, a terminardecorosamente la vieja disputa de límites entre los dos Estados,nacidos a la vida de la libertad y del derecho bajo la égida tutelardel mayor genio de América.

El tratado mereció la plena aprobación de las dos cancilleríasinteresadas.

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El poder ejecutivo, dice la memoria de 1882 presentada por elministro de relaciones exteriores, señor Clímaco Calderón, en tes-timonio de la conducta del doctor Arosemena le elevó a la catego-ría de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario. El reco-nocimiento de esta categoría, a la que Venezuela dio especial im-portancia, determinó muchos actos públicos que, a pesar de suinevitable formulismo, dejaban trascender a qué grado de cordiali-dad habían llegado las relaciones de Colombia y Venezuela des-pués de la magnífica victoria alcanzada por el doctor Arosemena.

Es oportuno insertar aquí el juicio que en lucido estudio titu-lado Venezuela y los Tratados le mereció el general Uribe Uribela hazaña diplomática del doctor Arosemena.

“La obra de nuestra Cancillería culmina en 1881 al lograr eldoctor Arosemena la Convención de arbitraje juris, esto es, eljuzgamiento del pleito de límites por árbitro Juez de derecho,gran victoria desestimada más tarde por la diplomacia regenerativa.

No hacer caso de las pruebas de hecho de profesión, amonto-nada por Venezuela en 24 gruesos volúmenes, sino de los docu-mentos o títulos comprobatorios de derecho: desde el momentoque se reducía a la contraparte a convenir en ese punto, la dife-rencia estaba decidida en nuestro favor. Con una sola palabra, jurisel sagaz doctor Arosemena, conocedor profundo de la materiadel pleito, derribó esos 24 gruesos volúmenes trabajosamenteadquiridos por Venezuela en investigación de largos años hechaen sus propios archivos y en los de España, y echó por tierra losotros 9 volúmenes de polémica formados por los negociadoresde ese país. Eso se llama talento, esa se llama diplomacia. Gloriaal sabio doctor Arosemena que tamaño triunfo alcanzó”.

El juicio del general Uribe Uribe está un tanto influido por elcalor de la política de partido y errado en cuanto a la causa quehace depender el triunfo del doctor Arosemena. La verdad, dedu-cida del opúsculo denominado Límites entre Estados Unidos deColombia y Los Estados Unidos de Venezuela es otra. Su triun-fo consistió en que, habiéndose negado Venezuela a aceptar el

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arreglo directo de la disputa que sostenía con Colombia, convi-niera en solucionarla por medio del arbitraje en que tanto empe-ño, para lograrlo, había puesto Colombia.

Fue el propio Guzmán Blanco quien puso todo su interés,anuente ya a que la disputa se arreglara por arbitraje a que éstefuera de estricto derecho de oposición a la idea primitiva deldoctor Arosemena que buscaba la atenuación del principio deluti possidetis juris a favor de la conveniencia de ambos Estados.“No hay, quizás, decía el doctor Arosemena, dos naciones colin-dantes en el mundo cuya línea divisoria sea más artificial que laque se hallan obligados a trazar entre sí, en la actualidad, Colom-bia y Venezuela, y esto es justamente lo que hace más difícil de-signarla. ¿Pero no dará también motivo para nosotros mostrar-nos menos rigurosos en punto a derecho, templándolo con razo-nes de utilidad, y haciendo que benévola y prudentemente prefi-ramos siempre que haya dudas, la parte más interesada?

El fallo del árbitro debía, pues, tener por objeto “que el terri-torio que pertenecía a la jurisdicción de la antigua capitanía deCaracas por actos regios de antiguo soberano de hasta 1810 que-dase siendo territorio jurisdiccional de la república de Venezue-la, y todo lo que por actos semejantes y en esa fecha pertenecíana la jurisdicción del virreinato de Santa Fe, quedase siendo terri-torio de la república llamada Estados Unidos de Colombia. Co-lombia conseguía tras largos años de inútiles gestiones diplomá-ticas someter las diferencias con Venezuela a una autoridad ra-cional, el rey de España. Venezuela triunfaba en su sentida aspira-ción de hacer del árbitro un simple juez de derecho. (José de laVega, Relaciones entre Colombia y Venezuela).

A pesar de la meritoria labor del doctor Arosemena que lahistoria imparcial le ha reconocido, en 1882 Francisco EustaquioÁlvarez lo presentó ante el senado de la república como habien-do desempeñado un papel desairado en uno de los discursos queen dicho año pronunció contra la administración del presidenteNúñez. Refiriéndose incidentalmente al doctor Arosemena dijo

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con ligereza impropia de su austeridad, que el agente confiden-cial de Colombia ante el gobierno de Venezuela se había dejadosometer a una larga espera antes de ser recibido por el ministrode relaciones exteriores de esta última nación: pero como talaseveración fuera completamente falsa le fue fácil al senadorRicardo Becerra refutar victoriosamente el infundado cargo delorador radical.

Becerra sostuvo que los cargos formulados por el honorablesenador Álvarez sobre la dirección que este gobierno ha dado anuestras relaciones exteriores al parecer quedaban reducidos a lasupuesta larga antesala que se dice soportó nuestro agente confi-dencial en Caracas y al imaginado perdón que, se agrega,impetramos y al fin obtuvimos del gobierno de Venezuela.

“Señor presidente, dijo Becerra, nuestro agente confidencialllegó a Caracas a principios de diciembre de 1880 y por febrerode 1881 ya estaba arreglada una base de inteligencia con aquelgobierno. En julio siguiente presentó sus credenciales de minis-tro: el período ocurrido desde marzo a junio, esto es, ciento veintedías, se invirtió en comunicar a Bogotá —veinte a veinticincodías— la letra de aquel acuerdo. ¿Dónde está, pues, la antesala?La redacción del protocolo es terminante y es breve; arranca así:“Los gobiernos de las repúblicas de Venezuela y Colombia, dan-do al olvido etc. declaran restablecidas sus antiguas cordialesrelaciones etc.

“Nuestra cancillería fue la que dio origen al rompimiento;¿dónde está en ese protocolo nuestra retractación? Es verdad quetampoco figura nuestra insistencia.

“¿Es este el perdón que hemos impretado? Pero se dice quepara reanudar nuestras relaciones con Venezuela, debimos aguar-dar a que ese país se hubiera dado otro gobierno. ¿Y por qué?¿Con qué derecho? ¿Quién nos autoriza para corregir la plana alaltivo pueblo de Venezuela? ¿De cuándo acá no se pacta congobiernos de hecho y de derecho, sino con gobiernos de nues-tra elección y de nuestro agrado? Pues a fe que habría bastado

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el asomo de tal pretensión para perpetuar en aquel país el go-bierno que hoy tiene”.

El haber logrado poner en situación favorable a los interesesde Colombia la vieja cuestión de límites con Venezuela, en lacual habían fracasado hombres como don Lino de Pombo y Ma-nuel Murillo Toro, fue considerado siempre por el doctorArosemena como una culminación de su carrera diplomática; enlo que le asistía entera razón que la historia, por su parte, ha reco-nocido plenamente. Sin embargo, en la vida de los hombres pú-blicos, lo mismo que en la de cualquier humilde mortal la fatali-dad suele hacer incursiones desgraciadas que la inundan de pesary desdichas. El doctor Arosemena al propio tiempo que consoli-daba su reputación de diplomático versado y sagaz se arruinabapecuniariamente por causa del mal giro que en Nueva York ha-bían tenido sus negocios y se ensombrecía su hogar porque almismo tiempo se le apagaba a su distinguida consorte la luz de larazón. Hombre de temple y de recia voluntad estos desgraciadossucesos no le afectaron como si habrían afectado a cualquier otrode cualidades comunes. Regresó a Caracas a ponerse de nuevo alfrente de la Legación, elevada ya a la más alta jerarquía diplomá-tica, de la que se había separado temporalmente con licencia paradirigirse a Nueva York a donde había sido llamado con urgenciacon motivo de los sucesos que quedan expuestos.

Era el año de 1881. La sucesión presidencial del doctor Núñezhabía convertido a los Estados Unidos de Colombia en un campopropicio a toda clase de recelos, de ambiciones y de intrigas en-tre radicales y los independientes: aquéllos enemigos encarniza-dos ya de Núñez, dispuesto a detener por todos los medios posi-bles su creciente influencia política y los otros más o menosconciliadores, pero dispuestos a apoyar francamente al futuro eindiscutible jefe de la regeneración. Núñez, según se decía en-tonces, prefería que le sucediera como presidente un hombre ci-vil, y he aquí por qué rompiendo el cerco de los aspirantes mili-tares más inmediatos a él en Bogotá tendió sus miradas hacia el

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doctor Arosemena ofreciéndole la candidatura presidencial parael bienio de 1882 a 1884.

Dice Julio Vives Guerra que el doctor Arosemena le contestópoco más o menos al doctor Núñez en estos términos:

“He luchado toda mi vida por adquirir una reputación y no quie-re adquirirla en una elección impuesta por fuerza”, respuesta quecuadra de modo muy natural al carácter del doctor Arosemena,hombre intransigente en materia en principios democráticos, peromuy de acuerdo también con lo que en otra ocasión había dichode no querer ser presidente porque no concebían como podíagobernar a Colombia un hombre honrado con una constituciónanárquica, como era la de Ríonegro, y un partido corrupto en elcual no predominaban sino los peores elementos”.

Fue elegido presidente de Colombia sin oposición el doctorFrancisco Javier Zaldúa, eminente personaje que había sido pre-sidente, como don Justo Arosemena, de la convención deRíonegro.

A Zaldúa que, a poco de haberse encargado de la presidencia,rompió relaciones políticas con el doctor Núñez para seguir lastendencias radicales lo sorprendió la muerte en abril de 1882,constituyendo este luctuoso acontecimiento un desastre para elradicalismo.

Por este tiempo el doctor Arosemena había regresado a losEstados Unidos habiendo terminado su misión en Venezuela y,más adelante, luego de pasar por Panamá en propaganda comer-cial de la casa comisionista de Camacho Roldán y Vengochea lle-gó a Cartagena en donde le hizo una visita el doctor Núñez quefue correspondida por Arosemena. Núñez que tenía sus aspira-ciones a la presidencia de la república, pero que debido a su rom-pimiento con Zaldúa temía la oposición que éste pudiera hacerleaprovechó la ocasión de su entrevista con Arosemena para pro-ponerle nuevamente que aceptara su candidatura presidencial parael próximo bienio. Le dijo que él era el único liberal que podíaunir las dos fracciones en que desgraciadamente se hallaba divi-

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do el partido liberal; que él gozaba de las mayores simpatías delpresidente Zaldúa, de su ministerio y de los elementos más cons-picuos e influyentes entre los radicales como entre los indepen-dientes con excepción, acaso, de Aquileo Parra, Gil Colunje,Solón Wilches y uno que otro centrano que no fuera partidariode que un costeño ocupase la presidencia de la república. Hastaes muy posible, le dijo, también que el partido conservador apo-ye la candidatura de usted. Resuélvase a prestar su nombre y yo leaseguro que será presidente de los Estados Unidos de Colombia.Lo lógico es que usted siga a Zaldúa. Arosemena le contestó queexistían aún los mismos inconvenientes ya mencionados por élen 1881; que, además, estaba algo enfermo y la altura sobre elnivel del mar en que se encuentra Bogotá no le convenía a susalud. Ante estas razones Núñez no insistió. Trataron entoncessobre las reformas más esenciales que debían introducírsele a laconstitución de Ríonegro y la propaganda que en tal sentido ha-bría que hacer por la prensa a fin de mover la opinión pública.Arosemena estuvo en esto de acuerdo con Núñez y le prometióescribir en pro de la reforma. Salió de Cartagena Arosemena paraNueva York el 2 de diciembre. Luego recorrió en viaje de nego-cios toda la América Central.

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Capítulo XXVPolítica del Espíritu

1884-1888

El doctor Arosemena candidato a presidente del Estado.– Se le opone unacandidatura oficial.– Revolución de 1885.– Cómo forzó el doctor Arosemenala Constitución de 1886.– Reparos concretos a la Constitución.– Todarevolución trae su derecho.– El hombre público.– El hombre de pensamientopropio.– El juez.– El legislador.– El diplomático.– El hombre de hogar.– Elempresario.

erminada su misión diplomática en Venezuela, el doctorArosemena no volvió a ocupar cargo de importancia quepudiera compaginarse con los que, antes, en su larga ca-

rrera pública había desempeñado. Sólo aceptó ser el represen-tante del Estado de Panamá en la conmemoración del centenariode Simón Bolívar, misión honrosa que desempeño lucidamente;poco después, agente del gobierno de la Unión en la sede princi-pal de la compañía Universal del Canal Interoceánico, cargo enque prestó servicios muy valiosos, y algo más tarde y por algúntiempo, abogado consultor del ferrocarril de Panamá puesto enel cual le sorprendió la muerte. Su consejo, pues, moderación ysabiduría, no se escucharía más en el Palacio de San Carlos como,desde hacía algunos años había dejado de oírse en el parlamentosu voz, que era la de la razón pura y del patriotismo vigilante. Yno fue que le faltaran estímulos y atracciones para continuar bre-gando en los estudios de la vida pública, ni que él hubiese decidi-do irrevocablemente hurtarse a los afanes y miserias de ésta. Sino que la advertencia de los años vividos, en el quebrantamiento

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de la salud y los desengaños en los hombres superiores no dan enpiedra. Había llegado para él la hora de la concentración en símismo no para aislarse en la clásica torre de marfil, pero paracontinuar, como pudiese, practicando la política del espíritu; ladel hombre que, pensando siempre en el devenir de las cosas y enla mutación de los tiempos, que, observándolos con miradaescrutadora a través de los claroscuros del pasado y del presente,no se resigna al triunfo del mal y continúa confiando, en actitudfilosófica, en el de los valores ideales. Sólo quedaría vibrandoactivamente su alma ingenua y pura y su mente poderosa, siem-pre orientada hacia el bien y la verdad, y siempre discurriendosoluciones que habrían, según él, de mejorar la sociedad civil porcuyo progreso tanto se había interesado.

La vida pública del doctor Arosemena, sin embargo, no habíaterminado todavía. En 1884 se llevó a efecto en Panamá una alianzaentre conservadores y liberales con el fin de adelantar una cam-paña cívica a favor de su candidatura para presidente del Estado.Aceptó bien que con algunas reservas, el honor que se le ofrecía;pero demócrata sincero, subordinó su aceptación definitiva al gra-do de popularidad que despertara su elección o a que la asamblea,que también habría de elegirse al mismo tiempo que el presiden-te, le ofreciera un decidido concurso en las labores por venir. Nole faltó el necesario ambiente popular en el electorado del Esta-do, ni le habría faltado el respaldo del cuerpo legislativo porquesu nombre sin mancha era por sí solo prenda de que su gobiernosería, con creces, el que anhelaba la coalición que lo había postu-lado. El doctor Arosemena gozaba de un sólido prestigio nacio-nal y, por tal motivo, en cuanto su candidatura fue conocida enotros estados de la Unión despertó el más caluroso entusiasmo.Era unánime la creencia de que un gobierno honrado y progresis-ta sería la consecuencia ineludible de su elección. Pero eldeterminismo político y social del momento habría de producir,como los produjo, resultados inesperados. A su candidatura seopuso con el apoyo oficial la del señor Juan Manuel Lambert,

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personaje de poca cuenta, y, luego de una serie de lamentablesincidencias, en que la voluntad popular quedó burlada, se sentóen la silla de los presidentes del Estado el general Ramón SantoDomingo Vila.

La elección de este caballero fue interpretada como señal muysignificativa de los tiempos que se avecinaban. Se ha atribuido aldoctor Rafael Núñez el resultado de esta elección, pero ello nose compadece con la lógica de los intereses políticos que enton-ces se hallaban en juego: de un lado, los de los radicales del Olimpoy del otro lado, los de los liberales que seguían al doctor Núñez.El doctor Arosemena, no compartía la actitud irreconciliable deaquéllos contra éste, de quien era viejo amigo personal y conquien más bien se hallaba de acuerdo en punto de las reformasque requería la constitución de 1863. Por mucha que fuera ladoblez del regenerador, no se comprende que habiendo sugeridola candidatura del doctor Arosemena para presidente del Estadocuando fueron a Cartagena a quejársele del desgobierno que rei-naba en Panamá los señores Pablo Arosemena, José C. de Obaldía,Juan N. Venero y Francisco Antonio Facio, a poco, sin más nimás, la combatiera, si no ostensiblemente, por lo menos toleran-do que se convirtiera en candidatura oficial la del señor Lambert.

Además, ¿por qué Núñez ofreció en septiembre del mismodesgraciado año de 1884 (11 de agosto) a Arosemena el minis-terio de instrucción pública que habría de rechazarlo? No hayconstancia fidedigna de lo que realmente ocurriera en el casoen comento. Nos inclinamos a creer que todo fue obra del esta-do de descomposición política y social en que se hallaba el Ist-mo y de la incapacidad de su gobierno para hacer prevalecer unrégimen de efectivas garantías al derecho del sufragio. El he-cho, es, como todo, que a partir de esta inexplicable ocurrenciacomenzaron a enfriarse las amistosas relaciones que mediabanentre Arosemena y Núñez.

El doctor Núñez se había posesionado de la presidencia de larepública en circunstancias las más angustiosas de su accidenta-

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da vida histórica. Las finanzas del país se hallaban absolutamentedescontroladas, los odios de partido se habían exaltado hasta loincreíble y los radicales, por su parte, sólo abrigaban el pensa-miento de hacerle insoportable la vida al doctor Núñez y provo-car por todos los medios a su alcance su caída ya que no habíanpodido impedir su ascenso al poder. Francamente tramaban con-tra él una revuelta para satisfacer sus apasionados anhelos. El es-tado de Santander, como consecuencia de una serie de conflictosinternos, debía dar el primer paso y lo dio alzándose en armas einvadiendo el Estado de Boyacá. La revuelta se extendió a losEstados Antioquia, Tolima y Panamá, en donde la revolución seapoderó del vapor inglés Morro y del vapor costarricenseAlajuela. Así comenzó la revolución llamada del 85 que intensa-mente fraguaron los radicales enemigos de Núñez para derrocar-lo del poder.

El doctor Arosemena, que no tuvo nada que ver con esta revo-lución, decepcionado, menos por la derrota de su candidatura quepor el desalentador espectáculo en que culminó la pugna electo-ral, se hallaba en Nueva York, absorbido por los cuidados que deél requería la salud de su esposa. Allí le sorprendió la nueva delos luctuosos acontecimientos que ocurrían en toda la república.En cuanto le fue posible, trató de mediar entre el gobierno y losjefes revolucionarios para que se llegara a un acuerdo de paz que,no obstante su gran autoridad, no pudo conseguir porque era yainsondable el abismo que se había producido entre los bandoscontendientes. Habiendo obtenido un triunfo aplastante el doc-tor Núñez, comenzaba la regeneración fundamental administrati-va, anunciada por él con la disyuntiva de que de no realizarse ven-dría la catástrofe.

¿Cuál sería la actitud del doctor Arosemena con respecto alnuevo orden que se iniciaba con la constitución de 1886, produc-to inmediato de la revolución del año anterior de 1885, como lade 1863 lo había sido de la guerra de 1860? Ante todo, y comopunto de partida, es preciso hacer énfasis en dos circunstancias,

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sin cuya justa apreciación la mente crítica se perdería endisquisiciones inconducentes. Es la primera, que Arosemena, comoya se ha visto, fue un implacable censor de la constitución deRíonegro, desde que comenzaron a hacerse sentir los graves de-fectos de ese código, entre los que señalaba el haber sido expedi-do bajo el influjo de un solo pensamiento político, el no haberprevisto nada que diera al gobierno general suficiente y eficaz po-der para mantener el orden público en los Estados, y el que, sureforma para reconciliarlo con las necesidades del país, fuera pocomenos que imposible. Claro que no eran éstos los únicos reparosque el doctor Arosemena le había opuesto al célebre Código. Enlas páginas anteriores quedan enunciados otros en que no es nece-sario insistir ahora. Es la segunda circunstancia que tanto o másque en la reforma del texto de dicho Código estaba interesado eldoctor Arosemena en la reforma moral de los partidos, sin la cualaquélla sería inútil. Él creía que la reforma era necesaria tambiénpara que las instituciones, los derechos individuales y políticos, elsufragio y la soberanía de los Estados tuvieran un significado ar-mónico con la ética política y con la razón de ser de la república.La actitud reformista del doctor Arosemena miraba hacia un altonivel de perfeccionamiento institucional y jurídico que debía serrealizado por los medios mismos previstos en la constitución. Ja-más pasó por su cabeza la idea de sustituirla por otra que fueraresultado de la violencia. Esto es, su opinión era la del reformadorque no obstante reconocer la influencia nefasta que estaban ejer-ciendo en el país sus defectos, confiaba en la influencia contrariade la ley positiva sostenida por el acatamiento de la ley moral. Mentela del doctor Arosemena de un rigor lógico y jurídico irreductible,no podía avenirse en el caso de la reforma de la constitución deRíonegro con la mente versátil y pragmática con que el doctorNúñez concebía la reforma política auspiciada por él y que se sin-tetizó en la constitución de 1886, a la cual le dedicara Arosemenauna exégesis penetrante en el estudio que denominó la Reacciónen Colombia.

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¿Qué reparos le hizo el doctor Arosemena a la constituciónde 1886?

Comenzando por los actos preliminares e inmediatos que aella condujeron les aplicó el siguiente criterio:

“Que una rebelión triunfante, la de 1884, dirigida contra lasinstituciones las declare insubsistentes y las reemplace con otraspor cualquier medio, se comprende y es un hecho sobrado repe-tido por desgracia en la historia política hispanoamericana.

Mas una rebelión que, según decía, no aspiraba sino a mante-ner ilesas las instituciones que suponía violadas o amenazas porel presidente, criatura suya, no podía destruirlas antes de resol-ver la cuestión militar a que dio origen. ¿Porque si era vencida,como lo fue, de dónde vendría el golpe que la derrocara?

La verdad es, pues, que lo recibieron de la propia mano desti-nada a sostenerlas seguras, promesa hecha hasta por segunda vez.

Con todos sus defectos, y entre ellos, el muy grave de serobra de un partido rebelado contra la legitimidad, la constituciónde 1863 se había sostenido doble tiempo que la demás larga vidaentre sus predecesores.

Había fundado una nueva legitimidad por el consentimientoexpreso de todos los partidos, tenía derecho a ser tratada algomejor que el estatuto provisorio de un dictador adueñado delpoder. ¿Quién no advierte, además, el peligro de la nueva doc-trina?”

Lo mismo en el campo estrictamente jurídico, o sea en el dela cláusula reformatoria del estatuto de 1863, que en el de la con-veniencia política de haberla aplicado para darle mayor créditomoral al gobierno, no hay modo de escapar a las consecuenciaslógicas del razonamiento del doctor Arosemena. Lo que en hipó-tesis justificaba la rebelión de los radicales era el temor que ellosabrigaban de que la carta de Ríonegro fuese reformada con ama-ño en obsequio de la supuesta ambiciones del doctor Núñez, y loque a éste le habría asegurado el respaldo de la opinión nacionalen su lucha con los radicales era precisamente la idea de que la

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regeneración fundamental administrativa no requería necesaria-mente el total desplazamiento del código de Ríonegro.

Aquí surge, sin embargo, un interrogante de no escasa impor-tancia. Lo que debe ser por derecho escrito y por convenienciapolítica no agota la validez práctica de la legitimidad de otrasposibilidades no previstas por la ley constitucional, que es leypara la duración pacífica ordinaria. Cuando, por el contrario, loirregular, lo que se sustrae a la norma, aparece en la sucesión delos tiempos no puede ésta invocarse como ley de las nuevas rela-ciones que hay que considerar. Puede que lo sea al principio de laperturbación del orden consagrado, pero si los acontecimientosse precipitan y no se ajustan a las prescripciones de este orden,no hay más recurso que actuar fuera de él para darle consistenciaa que ha de sucederle. El doctor Arosemena, que tan lúcidamentehabía discurrido acerca del movedizo concepto de legitimidad,que tan hondamente había penetrado en las fuentes del derechopúblico americano en sus Estudios constitucionales, no tuvo encuenta que toda revolución trae su derecho y que el alud de losacontecimientos que ella origina no le dan beligerancia a las con-clusiones del pensamiento abstracto, si se oponen o contradicenel lógico encadenamiento de esos acontecimientos. Y esto fuelo que ocurrió con la quiebra de las instituciones de Ríonegro,determinada por la reacción que contra ellas se desató al día si-guiente casi de haber sido elevadas a la categoría de normas de lavida nacional colombiana.

Quedan por considerar los ingredientes de la pasión y el odio,el que destilan las ambiciones bastardas y el de las aberracionesde los partidos; pero no debe olvidarse que ninguna obra humanade bien se ha realizado independientemente de estos elementosque nadie será osado a sostener que no son constitutivos tambiénde la naturaleza individual y social. En síntesis, mal podría el doc-tor Arosemena, hombre de pensamiento rectilíneo y de moralsevera, prescindir del criterio con que juzgó los prolegómenosde la constitución de 1886 que no había de ser una simple refor-

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ma de la de 1863, sino que era una sólida estructuración llamadaa sufrir numerosas reformas hasta el punto de que después demedio siglo, todos la llaman hoy con propiedad y sin reserva al-guna constitución nacional de la república de Colombia.

Nos hemos detenido en este examen de las proposicionestranscritas porque si ellas, formuladas por una tan grande autori-dad como la del doctor Arosemena, hubiesen de tomarse sólo ensu tono literal, no habría modo de entender ni de justificar elcódigo de 1886, que, siendo una contradicción formal entre elmanifiesto pensamiento del doctor Núñez, su inspirador, y lo quede hecho fue, una vez que los acontecimientos se apoderaron desu voluntad, estaba incubándose lentamente en el alma nacionalen virtud de circunstancias que el doctor Arosemena fue uno delos primeros en proclamar honradamente.

Nada de esto se opone a que se reconozca en nuestro grandehombre, cuán pura era la sinceridad de criterio con que abordó lacrítica de la constitución de 1886 y como en su mayor parte esacrítica se conformó con la que después sirvió de base para lassucesivas reformas de que ha sido objeto dicha constitución.

Reproducimos aquí un pasaje muy conocido que da cuenta delos puntos de vista del doctor Arosemena al respecto:

“Centraliza rigurosamente el gobierno de la república, supri-me los Estados federales con el mismo derecho con que hubierapodido someter la nación entera al coloniaje de Alemania o deRusia; pues que dichos Estados carecían de representación pro-pia, y no habían renunciado a su autonomía, si es que de ella pue-de renunciarse. Sintetiza ese mismo gobierno en el poder ejecu-tivo, que entrega a un Presidente llamado el Gobierno, con pe-ríodo de seis años, y casi ninguna responsabilidad. Pone bajo suentera dependencia los gobernadores o jefes de las nuevas sec-ciones o suprimidos Estados, renovando el satrapismo de la anti-gua Colombia. Concédele facultades omnímodas en casos deguerra exterior o de conmoción interior, tan fácil de inventar ode promover adrede; y, con la anuencia del Congreso, ciertas fa-

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cultades extraordinarias, aun en tiempo de paz, por causas de con-veniencia pública. Atribúyele el nombramiento de los magistra-dos de las cortes supremas y superiores, que, por primera vez enla historia constitucional de la República, lo reciben de por vida.Permite la elección para el congreso de los empleados ejecuti-vos, lo que unido al veto, más eficaz ahora que antes, da al Presi-dente una influencia preponderante en la acción legislativa. Res-tablece, en fin, el consorcio de la iglesia y del Estado, y vuelve adar (Art. 41) a la juventud la educación religiosa.

“No omitió ciertamente declarar y definir garantías, retroce-diendo no poco en el camino andando de la autonomía individual,como cuando restablece la pena capital, que sin retraer, mantienela índole de la barbarie, y el crimen resultado suyo; y como cuan-do sujeta de nuevo la imprenta al capricho de autoridades o dejueces incompetentes, ahogándose así la única voz segura de laopinión. Si a lo menos hubiera mediana disposición en el nuevogobierno a respetar las garantías declaradas, tendría el derechode alegar. Pero la pronta suspensión impuesta a los periódicosque no elogian a ese gobierno, y la deportación, sin juicio previo,de notables ciudadanos disidentes, bastarían para calificar de meroludibrio la llamada Regeneración colombiana”.

Los hechos de carácter político, no pueden preveerse en lasmismas condiciones en que se preveen los demás hechos de lanaturaleza. Por eso aquellos que hoy nos parecen vitandos o dig-nos de reprobación, mañana se revestirán con el esplendor de laverdad luminosa y atrayente. Tales son los resultados del irresis-tible poder de las circunstancias momentáneas y de la irremedia-ble limitación de nuestras facultades cognoscitivas. Cada uno delos juicios que el doctor Arosemena expone en el pasaje citadose conforma con el sentir general de los liberales que no acom-pañaron al doctor Núñez a realizar su evolución política. Perohoy también, a cada uno de esos juicios pueden oponerse otrossobre la misma materia que tienen una correspondiente filosofíapolítica generalmente aceptada. No hacemos la apología del ré-

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gimen regenerativo en cuanto fue mercado abierto de apetitos dealgunos de sus gestores. Consideramos únicamente la singularimportancia del código de 1886 frente al de 1863.

El doctor Arosemena presintió, puede decirse, que había lle-gado para él el crepúsculo de su vida, tan prometedora desde susprimeras manifestaciones, tan ejemplar y fecunda como muy pocaslo fueron entre las de sus contemporáneos. Se había dado porentero, sin desfallecimientos de la voluntad y con el mayor em-peño imaginable, a todas las causas públicas que en su tiempoeran dignas de ser atendidas. No actuó como un diletante en elcampo de las ideas ni a la manera de los simuladores de talento yvirtudes de que evidentemente carecen. Fue, por el contrario, unhombre de pensamiento propio, formado en un proceso ininte-rrumpido de estudios y de reflexión con la vista y la inteligenciasiempre fijas en la realidad que él concebía como una perenneinvitación a la lucha por el bienestar colectivo. Su personalidadintelectual era de múltiples facetas que, naturalmente, concurrie-ron a hacerla más interesante y a darle mayor profundidad. Culti-vador del moralismo utilitarista, desde su juventud, tomó de él loesencial de su valor normativo de la conducta y para confusión dequienes condenan ese sistema, la propia conducta del doctorArosemena fue de graves tonalidades y en numerosas ocasionestocada de abnegación y sacrificio. Jurista, ya lo fuese por virtudde las circunstancias o por llamamiento de su destino individual,abrazó su profesión en el sentido de sacerdote del derecho y lajusticia que debían realizarse al conjuro no de concepcionesanquilosadas y de fórmulas vacías de contenido humano, sinocomo expresiones de verdades esenciales, adaptables a la natura-leza cambiante del hombre y de la sociedad en que le toca vivir.Juez, no le fue posible conllevarse con el derecho viejo y susformulismos y por eso, prefirió abandonar la toga antes que so-meterse a la coyunda de la rutina. Legislador, sus proyectos sehallaban libres de la dogmática jurídica colonial y se inspirabanen un anhelo de progreso atemperado por las necesidades socia-

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les. Codificador, quiso, lográndolo en buena parte, que el dere-cho práctico, en lo civil, en lo comercial y en lo penal, mayor-mente, respondieran a una sociedad cuyas nuevas urgencias re-querían ser satisfechas con criterio y fórmulas nuevas. Estudio-so de la ciencia política y autor de una metodología sobre la ma-teria publicó una obra capital que lo colocó entre los tratadistasmás renombrado de su tiempo. Diplomático, consideró que lafranqueza, que da paso libre a la verdad, y a nada más que la ver-dad; la sinceridad, que abre camino a toda conciliación y a todoavenimiento, valen infinitamente más que las artes del disimulo,bajo cuyos velos se hace imposible el diálogo que irradia calorde humanidad. Hombre de partido, pero sin las veleidades de losque hoy militan en uno y mañana en otro bando, dignificó su ad-hesión al que pertenecía defendiendo sus principios con desinte-rés, abnegación y entereza de carácter, y con su ejemplo de com-batiente infatigable por un orden honesto de relaciones públicasentre gobernantes y gobernados. Este hombre cuya vida se des-envolvió en tan fecundas y variadas actividades fue, a la vez, unhombre sencillo, sin las complicaciones psicológicas tras lascuales se oculta el ambicioso vulgar, el arribista, el especuladorsin conciencia, el que lo quiere todo en nombre de ideas o deprincipios que no ama porque no comprende o simplemente quelos aprovecha como escabel para satisfacer sus ansias de domi-nación y de grandeza.

Este varón de costumbres austeras, intransigente con la falsíaen todas sus formas, integralmente honrado, acérrimo enemigodel disimulo, de una gran sensibilidad que ocultaba su porte exte-rior frío, gran figura intelectual de su época, era también un gransentimental, una fuente inextinguible de ternuras infinitas quehicieron de su hogar un santuario colmado de dicha inefable. Ca-sado en primeras y en segundas nupcias, en condiciones absolu-tamente normales sin incidencias, ni desviaciones que chocasencon la más exigente moral, fue todo un esposo y fue todo un pa-dre, que hizo de su familia un objeto ideal, una profunda devo-

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ción amorosa en que brillaron las más acendradas virtudes huma-nas, sin excluir la resignación estoica al llegar el momento delos trágicos dolores. Y así como fue el esposo y fue el padre, asífue también el hijo, que nunca olvidó los desvelos de quienes letrajeron a la vida, ni el obligante mensaje de su prosapia y de suraza, que tantos días de gloria habían dado al istmo.

El doctor Arosemena, descendiente de una familia en la quesi hubo algunos hombres que cultivaron las ciencias y las artesno faltaron quienes fueron dados a la acción y a las empresas decarácter utilitario, le atraía también de cuando en cuando, los ne-gocios. Un día, en los comienzos de sus actividades públicas, con-cibe la idea de fundar un astillero en Taboga; otro, organiza otrata de organizar una sociedad para dar alumbrado a las ciudadesde Panamá y Bogotá. Ya es que en su domicilio habitual de NuevaYork, asociado a la firma de Camacho Roldán y Vengochea, seocupa del ramo de comisiones con éxito vario y a la postre fatalpara su hacienda, que nunca fue abundante. Ahora, en los días úl-timos de su existencia quiere fundar un banco en Caracas, ideaque al fin no realizó por razones que no hace el caso mencionaraquí. Pero debe observarse que sus empresas no lograron el éxi-to que él esperaba de ellas.

Quizá porque el idealista no supiese atemperarse a la realidadeconómica o porque quiso adelantarla por los carriles de la ho-nestidad sin concomitancias con influencias gubernamentales,como es uso y costumbre en nuestros días en que el poder políti-co es solo simple pretexto para amparar negocios personales; enque funcionarios a sueldo sin renta anterior, ni inesperados gol-pes de fortuna, se dan el lujo de vivir la vida de los príncipesorientales. Pensamos a este propósito que lo importante en elhombre de acción frente a las solicitaciones del medio y de suépoca no es el éxito mismo sino la valentía conque afronta elriesgoso placer de lograrlo en lucha abierta ideal con todo géne-ro de dificultades. Porque gracia es el triunfo por los medios delesfuerzo lícito, como ignominia es convertirse en Creso al favor

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del privilegio oficial. Las andanzas utilitaristas del doctorArosemena no le habrían permitido transitar por el camino pordonde hoy transitan, con desafiante donosura, los dioses mayo-res de nuestro pequeño mundo político.

Pocas vidas tan maravillosamemte armónicas como la de Jus-to Arosemena. No fue un sujeto de leyenda, ni un imaginativo niuno que se debiera a los hábiles recursos de las sutilezas, losardides y las profundidades rebuscadas. Fue, por encima de todo,un hombre en quien el pensamiento y la acción iban siempre jun-tos, pareados, como los hermanos siameses. De él puede decir-se, con absoluta justeza, que fue una gran personalidad por sugran inteligencia, por su gran corazón, por su acendrado civismoy por sus grandes virtudes morales. Su vida, que se extinguió parasiempre el día 23 de febrero de 1896, fue verdaderamente ejem-plar, y a este título la recomendamos a la juventud que bien po-dría considerarla como el numen inspirador de su conducta.

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• Apuntamientos históricos (1801-1840), Mariano Arosemena.El Estado Federal de Panamá, Justo Arosemena.

• Ensayos, documentos y discursos, Eusebio A. Morales.

• La décima y la copla en Panamá, Manuel F. Zárate y Dora Pérez de Zárate.

• El cuento en Panamá. Estudio, selección, bibliografía, Rodrigo Miró.Panamá: Cuentos escogidos, Franz García de Paredes (Compilador).

• Vida del General Tomás Herrera, Ricardo J. Alfaro.

• La vida ejemplar de Justo Arosemena, José Dolores Moscote y Enrique J. Arce.

• Los sucesos del 9 de enero de 1964. Antecedentes históricos, Varios autores.

• Los Tratados entre Panamá y los Estados Unidos.

• Tradiciones y cantares de Panamá. Ensayo folklórico, Narciso Garay.Los instrumentos de la etnomúsica de Panamá, Gonzalo Brenes Candanedo.

• Naturaleza y forma de lo panameño, Isaías García.Panameñismos, Baltasar Isaza Calderón.Cuentos folklóricos de Panamá. Recogidos directamente del verbo popular,Mario Riera Pinilla.

• Memorias de las campañas del Istmo 1900, Belisario Porras.

• Itinerario. Selección de discursos, ensayos y conferencias, José Dolores Moscote.Historia de la instrucción pública en Panamá, Octavio Méndez Pereira.

• Raíces de la Independencia de Panamá, Ernesto J. Castillero R.Formas ideológicas de la nación panameña, Ricaurte Soler.Papel histórico de los grupos humanos de Panamá, Hernán F. Porras.

• Introducción al Compendio de historia de Panamá, Carlos Manuel Gasteazoro.Compendio de historia de Panamá, Juan B. Sosa y Enrique J. Arce.

• La ciudad de Panamá, Ángel Rubio.

• Obras selectas, Armando Fortune.

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• Panamá indígena, Reina Torres de Araúz.

• Veintiséis leyendas panameñas, Sergio González Ruiz.Tradiciones y leyendas panameñas, Luisita Aguilera P.

• Itinerario de la poesía en Panamá (Tomos I y II), Rodrigo Miró.

• Plenilunio, Rogelio Sinán.Luna verde, Joaquín Beleño C.

• El desván, Ramón H. Jurado.Sin fecha fija, Isis Tejeira.El último juego, Gloria Guardia.

• La otra frontera, César A. Candanedo.El ahogado, Tristán Solarte.

• Lucio Dante resucita, Justo Arroyo.Manosanta, Rafael Ruiloba.

• Loma ardiente y vestida de sol, Rafael L. Pernett y Morales.Estación de navegantes, Dimas Lidio Pitty.

• Arquitectura panameña. Descripción e historia, Samuel A. Gutiérrez.

• Panamá y los Estados Unidos (1903-1953), Ernesto Castillero Pimentel.El Canal de Panamá. Un estudio en derecho internacional y diplomacia, Harmo-dio Arias M.

• Tratado fatal! (tres ensayos y una demanda), Domingo H. Turner.El pensamiento del General Omar Torrijos Herrera.

• Tamiz de noviembre. Dos ensayos sobre la nación panameña, Diógenes de la Rosa.La jornada del día 3 de noviembre de 1903 y sus antecedentes, Ismael Ortega B.La independencia del Istmo de Panamá. Sus antecedentes, sus causas y su justi-ficación, Ramón M. Valdés.

• El movimiento obrero en Panamá (1880-1914), Luis Navas.Blázquez de Pedro y los orígenes del sindicalismo panameño, Hernando FrancoMuñoz.El Canal de Panamá y los trabajadores antillanos. Panamá 1920: cronología deuna lucha, Gerardo Maloney.

• Panamá, sus etnias y el Canal, varios autores.Las manifestaciones artísticas en Panamá. Estudio introductorio, Erik Wolfschoon.

• El pensamiento de Carlos A. Mendoza.

• Relaciones entre Panamá y los Estados Unidos. Historia del canal interoceánicodesde el siglo XVI hasta 1903 (Tomo I), Celestino Andrés Araúz y Patricia Pizzurno.

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A los Mártires de enero de 1964,como testimonio de lealtad a su legado

y de compromiso indoblegablecon el destino soberano de la Patria.

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