Laicidad, laicismo y ateísmo.

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Líneas de discurso Junio de 2008 Año I, número III Laicidad, Laicismo y Ateísmo

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Obra de la Fundación Rafael Preciado Hernández A.C.

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Líneas de discurso

Junio de 2008Año I, número III

Laicidad, Laicismo y Ateísmo

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Líneas de discurso

Laicidad, Laicismo y Ateísmo

Hoy vivimos una especie de delirio y anarquía, de confusión y de extrema elasticidad semántica en

el uso de las palabras. Es cierto que no se puede estar en contra de la natural evolución del lenguaje,

que responde al dinamismo de los fenómenos culturales, pero tampoco debemos permanecer indife-

rentes frente a la falta de precisión conceptual en el uso y abuso del idioma.

Deloanterior,sedesprendelanecesidaddehacerunejerciciodedefinicióndealgunoscon-

ceptosfundamentales,quemerecenserrevaloradosalaluzdelafilosofíaquehainspiradoysigue

inspirando los principios de Acción Nacional.

Religión

La religión es una virtud que nos mueve a dar culto y amor a Dios (religare, religio, religionis). Es

una relación causal entre la voluntad del ser humano de volver a unirse con su Creador (en el enten-

dido de que dicha relación la rompió el hombre al principio de los tiempos, tal como lo reconocen

casi todas las religiones), y la voluntad misma de Dios para perfeccionar y dar sentido último a la

vidahumana.Apareceenlaculturagriega,almismotiempoquelafilosofía,yluegoenlaromana,

para designar una esfera de la vida personal y social que se constituye de manera autónoma con rela-

ción al Estado.

Para Aristóteles, Dios es el “motor inmóvil”, el gran ordenador del cosmos, de la naturaleza,

debido a que el concepto de creación no existe en el helenismo clásico. Los estoicos piensan en el

poder de los dioses como un poder real, que da al mundo su orden, y no como un efecto de la ima-

ginación.Lejosdecombatiralasreligiones,elloslasdefiendenvigorosamentecomoparteesencial

delaculturahumana.Ciceróndefinelareligióncomo“unaspectodelavidaindividualysocial,que

semanifiestaenelcultoalodivino,alosagrado,enunarelaciónderespetoyreconocimientoalo

superior” (“Religare” en “De Natura Deorum, II-28).

Elfininmediatodelareligióneseldedirigirrazonablementelaconductadelserhumano.

Significaunafecundaciónrecíprocaentreeldominiodelafeyeldelarazón.“Creoparaentender,

entiendo para creer”, dice San Agustín (Confesiones).

La religión no depende ni de una obra cultural ni de una estructuración, a pesar de ser cultura

y de ser estructura. ¿Qué quedaría de la cultura universal, si se le resta toda su producción inspirada

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en las religiones a través de la historia? La cultura es, sin duda, la expresión superior del espíritu hu-

mano, sujeto que es, en la mayoría de los casos, objeto de contemplación y no de inquisición. Sola-

mente el amor, y la reverencia a ese ser misterioso, situado más allá de las categorías de lo temporal,

hasidocapazdedesarrollaresaformidablecreatividadqueserindefrentealainfinitagrandezadel

que ES.

DescartesafirmaqueDios“esunsersoberano,eterno,infinito,inmutable,omnisciente,om-

nipotente y creador de todas las cosas que se encuentran fuera de él” (3ème. Méditation). Sin embar-

go, esta noción no es común a todas las religiones. El Dios de los Vedas, de los antiguos egipcios y

del budismo, por ejemplo, no corresponde a la concepción de las grandes religiones monoteístas, y

está claro que nadie se arrodilla frente al “motor inmóvil” de los aristotélicos. Existe empero un co-

mún denominador, que hace relación directa con la cultura humana de todos los tiempos y de todos

los pueblos. Este común denominador es el de la supremacía, por razón o por fe, o por fe razonada,

de algo o alguien a quien le reconocemos una eminente superioridad sobre todas las cosas.

Laicidad

En el contexto de la separación debida entre los poderes espiritual y temporal, la laicidad debe en-

tenderse, no como el rechazo o la exclusión de la vida pública de la religión, sino como una opción

protectora de la vida en común de todas las religiones. El papel del Estado es pues de neutralidad,

en el sentido de no favorecer una religión (como sí sucede en las teocracias), en detrimento de otras,

sino también de protector de ese aspecto fundamental de la cultura que es la libertad de creencia, y

de manifestación de todos los credos (que incluye el derecho a la no creencia).

En el ámbito de la religión católica, la denominación de “laicos” se nos atribuye a todos

aquellosquenoestamosconsagradosalavidareligiosa,porloquenuestroámbitoespecíficodeac-

ción es la vida social, económica o política, en donde hemos de vivir conforme a nuestra condición

de católicos. La vivencia de la fe no se reduce a la esfera de lo privado, sino que puede manifestarse

públicamente, sin que ello suponga la imposición del propio credo a los demás. “En el plano de la

praxis política concreta, la verdadera laicidad asume dos actitudes fundamentales: a) no pide a los

creyentes que se despojen de su fe cuando participan en el debate público, para asumir las únicas

vestiduras de la razón; b) no concede libertad de palabra sólo a los creyentes, en tanto personas,

sino también a las comunidades religiosas como tales. Esto, desde el punto de vista de la política,

significareconoceratodacomunidadreligiosaelderechodesersujetodeculturasocialypolítica”

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(Mons. Giampaolo Crepaldi).

En este mundo posmoderno, la moda del laicismo hace pensar a muchos de los creyentes que

la manifestación pública de su fe es indebida, y que constituye una especie de “pecado civil”. Ellos

encuentran muy cómoda esta actitud, pues los exime de la responsabilidad y de la obligación que

dictalaconcienciadeafirmarsucredofrenteaunmundoenprocesodedesertizaciónespiritual.

El imperio que ejerce el poder temporal sobre el mundo de lo trascendente, no es solamente

una declaración del triunfo del materialismo o de “la muerte de Dios” (Nietszche), sino que es la

condena pública que hacen los tribunales inquisitoriales de las policías del espíritu, que celebran el

findetodatrascendenciayvidaespiritual.EsaspolicíasdelEstadoseinstituyencomogarantesde

la vida democrática “pura”, en la que la religión es un estorbo e incluso un enemigo de las institu-

ciones públicas. La congruencia entre la vida pública y la privada, de hombres y mujeres de fe, es

considerada como una amenaza, sobre todo si viene de actores políticos relevantes, que no se con-

forman con esta derogación anunciada de la realidad palmaria de la Verdad, la Justicia, el Bien y las

cosas bellas.

“Hoy quiero hacer el elogio público de la vocación política y de la grandeza de un cristiano

que se decide a asumir responsabilidades en la res pública, poniendo capacidades y tiempo al servi-

cio de sus conciudadanos. Es el más bello tributo que puede pagar a la comunidad de la que forma

parte” (Olegario González, ABC, Madrid, 27, 11, 2007).

Laicismo

Existe una gran confusión entre las nociones de laicismo y laicidad (llegados a este punto, es conve-

niente hacer notar que el laicismo y la laicidad son productos de la cultura occidental). El primero es

hijo del ateísmo militante antirreligioso, que desarrolla un discurso a nombre del Estado en el que,

cuando se invoca a la religión, se hace sólo para imponerle su autoridad. Es también un discurso

prejuicioso y sesgado.

El laicismo navega entre dos aguas, cuyas corrientes son contrarias, justamente para producir

la mayor confusión posible. Por una parte, se acude al argumento de la racionalidad absoluta, como

substituto de todo lo sagrado y trascendente y, por la otra, trata de imponer una suerte de dictadura

del relativismo. El laicismo ha cancelado las mayúsculas: Dios, Verdad, Bien, Justicia, Belleza, pala-

bras que son fundamento último de la arquitectura espiritual, han sido aligeradas de su trascendencia

y poco a poco son desterradas o enviadas al trastero de las cosas inservibles.

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Elrelativismoesmaterialista,reducetodaacciónhumanaalámbitodelotemporal,delofini-

to.Laconfinacióndeloreligiosoalavidaprivada,noessinounintentodeestablecerunterritorio,

el público, libre del espíritu, de aquello que constituye la esencia misma del ser humano. Esto pro-

duce una especie de esquizofrenia individual y colectiva, en la que lo verdaderamente esencial debe

quedar encubierto o escondido, so pena de ser causa de escándalo. “El único camino para liberarse

de los compromisos y exigencias materiales es comprometerse al mismo tiempo en actividades o

tareas de carácter espiritual, pues sigue siendo profundamente verdadera la sentencia paulina: allí

donde está el espíritu, allí está la libertad.” (Rafael Preciado Hernández, Ideas Fuerza, p 51).

Los laicistas esgrimen “razones” aparentemente válidas, pero que no soportan un análisis

serio:cuandoaquéllosafirmanqueEstadoyreligióndebenpermanecerseparados,dicenverdad,

pero también es verdad que la manifestación pública de la propia fe no vulnera este principio, lo

confirma.Quenoeslícitoimponerelcredopersonalaotros,tambiénesverdad,peroladeclara-

ción pública de la fe no vulnera la libertad de los demás para aceptar o rechazar lo declarado por el

creyente. Que no deben confundirse en el ámbito de lo público la fe y la política, nada más cierto,

pero ello no debe impedir al político creyente, que actúe en dicho ámbito conforme a sus conviccio-

nes religiosas.

Ateísmo

Quedaríaincompletaestareflexiónsinoconsideramosotramanifestación,tambiénhumanaypor

lo mismo cultural, que niega la existencia de Dios o de cualquier ser superior al ser humano. Nos

referimos al ateísmo. Para el creyente, el ateísmo es un misterio; pero para el ateo, la fe religiosa

es igualmente otro misterio. No nos referimos a un ateísmo práctico, que bien puede convivir con

unacreenciaquesemanifiestasóloparacubrirapariencias,sinoalateísmoque,debuenafe(¡vaya

paradoja!),tratadejustificarseensuincreenciayquetienesupropialógica.Lalógicadelateose

presenta ante el creyente como un signo de incomprensión sistemática; para el ateo, en cambio, la fe

del creyente no tiene lógica alguna por lo que el misterio se acrecienta cuando descubre que tanto el

ignorante como el sabio pueden compartir las mismas creencias. Esto no impide, sin embargo, que

ambos puedan dialogar cuando se reconocen mutuamente, por sus buenas intenciones, como inter-

locutores válidos.

Por su parte, el ateísmo militante es un ateísmo antirreligioso, que generalmente no se presta

al diálogo y que, aprovechando el ateísmo práctico de millones de personas, substituye la necesidad

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Elfininmediatodelareligióneseldedirigirrazonablemente la conducta del ser huma-no.Significaunafecundaciónrecíprocaen-

tre el dominio de la fe y el de la razón. “Creo para entender, entiendo para creer”, dice San

Agustín (Confesiones).

de creencias trascendentes del ser humano por la sacralización de lo material, de lo temporal, para

tratar de dejar a las religiones sin substancia. Estas sacralizaciones se cubren con el velo de una falsa

racionalidad, del economicismo y del cientismo, a los que se pretende convertir en una especie de

“religión civil”. Uno de los ejemplos históricos más notables de este fenómeno, lo encontramos en

la revolución francesa, cuando se intenta substituir a Nuestra Señora de París en el altar mayor de

Nôtre Dame, por una mujer desnuda que simbolizaba “la razón”, al mismo tiempo que se pretendía

cambiar el calendario cristiano por el jacobino.

Agnosticismo

Viene del griego agnôsos, “lo incognoscible”. El término fue acuñado por T. H. Huxley, para aña-

dirle un ismo a la actitud que defendía la “Sociedad Metafísica” a la que pertenecía. En realidad, no

esmásqueelsinónimo,enelámbitodelafe,deloqueBacondefiniócomo“lasuspensióndeljui-

cio”frentealaimposibilidaddeafirmaronegarlaexistenciadeunaverdad(enestecaso,laexisten-

ciadeDios).Porsumismadefinición,losagnósticossongeneralmenterespetuososdelasreligiones

yenmuchasocasionessonincansablesbuscadoresdeseñalesquelespermitandefinirseenunou

otrosentido,perolaexperienciahistóricanosdemuestraquemuchosdeellosencuentranfinalmente

el camino de la fe (ver San Agustín, Edith Stein, Vasconcelos, Ikram Antaki, entre otros).

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Otros títulos:

I. El Humanismo. II. El golpe a las instituciones y la restauración de la po-lítica

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