Laissez faire!...OBRAS ESCOGIDAS Edición y estudio preliminar de Francisco Cabrillo Segunda...

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    Laissez faire!

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    EN LA MISMA COLECCIÓN

    H.B. ActonLa moral del mercado, 2.ª ed.,

    158 páginas

    D. HumeEnsayos políticos, 2.ª ed.,

    200 páginas

    F.A. HayekDemocracia, justicia y socialismo, 3.ª ed.,

    98 páginas

    D. AntiseriPrincipios liberales, 84 páginas

    J. NorbergEn defensa del capitalismo global, 2.ª ed.,

    334 páginas

    H.-H. HoppeMonarquía, democracia y orden natural,

    372 páginas

    H. Hazlitt, 6.ª ed.,La economía en una lección,

    216 páginas

    Para más información,véase nuestra página web

    www.unioneditorial.es

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    Frédéric Bastiat. Obras escogidas

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    Frédéric Bastiat

    OBRASESCOGIDASEdición y estudio preliminar

    de Francisco Cabrillo

    Segunda edición

    Unión Editorial2009

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    Traducción de PEDRO ANDRÉS RODRÍGUEZ

    ISBN: 978-84-7209-395-9Depósito legal: SE. 2.187-2009

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  • Í n d i c e

    ESTUDIO PRELIMINAR .....................................................I. La vida y la obra de un economista......................II. La Francis de Bastiat..............................................III. La economía y las instituciones ............................IV. La lucha por el librecambio ..................................V. Bastiat en España...................................................VI. Las Obras escogidas...............................................

    1. ARMONÍAS ECONÓMICAS...........................................

    2. LO QUE SE VE Y LO QUE NO SE VE ..........................I. El cristal roto..........................................................II. El licenciamiento ...................................................III. Los impuestos........................................................IV. Teatros, Bellas Artes ..............................................V. Obras públicas.......................................................VI. Los intermediarios .................................................VII. Restricción .............................................................VIII. Las máquinas.........................................................IX. Crédito ...................................................................X. Argelia....................................................................XI. Ahorro y lujo .........................................................XII. Derecho al trabajo, derecho al beneficio .............

    3. SOFISMAS ECONÓMICOS............................................I. Introducción ..........................................................II. Igualar las condiciones de la producción.............III. Conflicto de principios .........................................IV. ¿Eleva la protección el nivel de los salarios? ........

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  • V. Petición de los fabricantes de velas, bujías, ..., alos señores diputados............................................

    VI. La mano derecha y la mano izquierda (Informe alRey) .......................................................................

    VII. Cuento chino.........................................................VIII. Trabajo humano, trabajo nacional........................

    4. EL ESTADO....................................................................

    5. LA LEY...........................................................................

    6. PROPIEDAD Y EXPOLIACIÓN.....................................I. Primera carta..........................................................II. Segunda carta ........................................................III. Tercera carta ..........................................................IV. Cuarta carta............................................................V. Quinta carta ...........................................................

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  • ESTUDIO PRELIMINAR

    por FRANCISCO CABRILLO

    I. LA VIDA Y LA OBRA DE UN ECONOMISTA

    El papel desempeñado por Frédéric Bastiat en la historiade las doctrinas económicas presenta muchas peculiari-dades interesantes. Bastiat no fue nunca un profesor uni-versitario; pero tampoco fue un empresario o comercian-te relevante, el otro grupo importante del que solían formarparte quienes se ocupaban de los problemas económicosen el siglo XIX. No tuvo responsabilidades de gobierno ysu papel en la vida parlamentaria fue limitado. Fue, esosí, un escritor de prestigio y un periodista muy conocido;pero sólo durante algunos años. Si pensamos que su pri-mer artículo en el Journal des Economistes se publicó elaño 1844 y que Bastiat murió el año 1850, a edad bastan-te temprana, nos encontramos con el hecho de que su vidapública duró apenas seis años. Sin embargo, su influen-cia en la política económica de Francia, y en la de otrospaíses, como España, fue grande. El debate más impor-tante sobre política económica que tuvo lugar en el sigloXIX se centró en la cuestión del libre comercio internacionaly el proteccionismo; y no cabe duda de que es difícil en-tender las amplias discusiones que tuvieron lugar en casitodo el continente europeo sin conocer la obra de Bastiaty su influencia en innumerables políticos que adoptarondecisiones importantes, y a menudo muy polémicas, entemas de política aduanera.

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  • Este es el Bastiat más conocido. Es ese gran periodistaeconómico del que hablaba Schumpeter en su Historia delanálisis económico;1 el hombre que, sin hacer grandesaportaciones al campo de la teoría, habría sido capaz delanzar un movimiento a favor de una política económicaconcreta. Pero, si leemos su obra a la luz de la economíaactual, encontraremos que en los escritos de Bastiat haymucho más que la defensa del librecambio. Sus libros yartículos reflejan también una visión sorprendentementemoderna del papel que la ley y el Estado desempeñan enla vida económica. En otras palabras, hay en la obra deBastiat un análisis institucional de la economía que, trashaber sido olvidado durante largo tiempo, vuelve a salira la luz en momentos como los actuales, en los que laeconomía ha convertido de nuevo al Estado, al derecho ya las instituciones en temas relevantes de investigación.

    Nació Bastiat el año 1801 en la Bayona francesa,2 muycerca, por tanto, de la frontera de España y del Bidasoa,que a menudo citaba como ejemplo de un río que, en vezde promover el comercio, lo destruía, por el simple he-cho de ser frontera entre dos naciones. Su padre era uncomerciante acomodado en Bayona, ciudad en la que sehabía establecido en 1780. La familia Bastiat provenía dela región de las Landas, donde habían sido pequeños pro-pietarios. Pero venían dedicándose desde hacía algún tiem-po al comercio. La Revolución les permitiría dar un pasoimportante en su ascenso social, ya que compraron al Es-tado tierras expropiadas a exiliados. Tanto el padre comola madre murieron muy jóvenes, dejando a Frédéric huér-

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    1 J.A. Schumpeter, History of Economic Analysis. Oxford: Oxford Uni-versity Press, 1954, p. 500.

    2 Para una introducción a la vida y a la obra de Bastiat, véase D. Rus-sell, Frédéric Bastiat: Ideas and Influence. Irvington, 1965.

  • fano con sólo nueve años de edad. Se trasladó éste en-tonces a Mugron a vivir con su abuelo paterno y prontoempezó también a experimentar los problemas de saludque lo acompañarían a lo largo de toda su vida. En 1814ingresó en la escuela de Sorèze, una de las más prestigiosasde la Francia de la época, donde parece que recibió unaexcelente formación tanto en ciencias como en humani-dades. Permaneció allí hasta 1818, año en el que, sin ha-ber terminado sus estudios de bachillerato, regresó a Ba-yona para trabajar en la empresa comercial que allí teníauno de sus tíos. Su actividad comercial le permitía, sinembargo, dedicar bastante tiempo a la lectura; y fue en laprimera mitad de la década de 1820 cuando estudió lasobras de Adam Smith, J.B. Say y Destutt de Tracy, que leharían más tarde abandonar el mundo de los negocios paraentrar en la vida periodística y política. Tras el fallecimientode su abuelo, volvió a Mugron, como heredero de las tie-rras de Sengrisse, donde establecería su residencia prin-cipal hasta el final de sus días. Allí llevó una vida tran-quila, durante bastantes años, que incluyó el desempeñode algunos cargos menores, como el de juez de paz y miem-bro del Consejo General del Departamento, así como unfrustrado intento de explotar él mismo sus tierras. Contiempo suficiente para continuar sus estudios, sabemosque la lectura que más le influyó en aquellos años fue elTratado de legislación de Charles Comte, obra que inspi-raría muchas de sus propias ideas. Tanto el autor comolos cuatro volúmenes que forman el libro están hoy muyolvidados. Pero en su día Charles Comte fue una figura im-portante en el mundo de la cultura y el pensamiento eco-nómico francés. De la importancia que a mediados del si-glo XIX se le atribuía es indicativo, por ejemplo, el largoartículo que le dedicó el Dictionnaire de L’Economie Po-litique de Coquelin y Guillaumin. Comprometido siem-

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  • pre con las ideas liberales, Comte tuvo no pocos proble-mas políticos, que llegaron a obligarle a pasar periodosde exilio en Suiza y Francia. Su Tratado de legislación te-nía como objetivo el estudio de las leyes que rigen el de-sarrollo de las sociedades, aplicando a las ciencias socia-les la misma metodología empírica utilizada por las cienciasde la naturaleza. Crítico de cualquier idea o hipótesis pre-concebida, pensaba que sólo una observación detenidadel hombre y la sociedad nos permitiría comprender elcomportamiento humano y los sistemas sociales. En un ar-tículo publicado el año 1847 en Le Libre-Echange Bastiatafirmaba en relación con la obra de Comte: «No conozconingún libro que incite más al pensamiento, que proyec-te sobre el hombre y la sociedad puntos de vista más no-vedosos y fecundos, que produzca, en un grado similar,la sensación de encontrarnos ante algo evidente.»3

    Un cambio fundamental tuvo lugar en la vida de Bas-tiat el año 1844, cuando escribió su primer artículo en elJournal des Economistes, con el expresivo título «La in-fluencia de los aranceles franceses e ingleses en el por-venir de ambos pueblos». El Journal des Economistes, fun-dado por Guillaumin, publicó su primer número el día 15de diciembre de 1841. El Journal era una revista de eco-nomía, que aparecía, al principio, con una periodicidadmensual y que tenía un contenido muy amplio, que ibadesde la publicación de artículos doctrinales a la de todotipo de documentos estadísticos o legales con relevanciaeconómica, sin olvidar la inclusión de cartas, reseñas bi-bliográficas, etc. Su orientación era claramente «econo-

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    3 Ch. Comte, Traité de législation, París, 1827, 4 vols. Sobre Comte pue-de consultarse, G. De Molinari, «Comte (Francois-Charles-Louis)», en Ch.Coquelin y Guillaumin, Dictionnaire de l’Economie Politique (2 vols.). Bru-selas, 1853. Vol. I, pp. 490-492.

  • mista» en el sentido en que en aquella época se daba aeste término, es decir, defensora de la libertad económi-ca y el comercio internacional libre. En los años en losque Bastiat colaboró en esta revista, desde 1844 hasta sufallecimiento, los redactores-jefe fueron, primero H. Dus-sard y, desde 1845, Joseph Garnier. Fue este último quientuvo que resolver los problemas que a la orientación delperiódico planteó el cambio de régimen, tras la revoluciónde 1848. Y lo hizo afirmando la continuidad de su líneadoctrinal y de los principios económicos, en general, cual-quiera que fuera el sistema político: «La proclamación dela República en nada ha cambiado las convicciones eco-nómicas de nuestros colaboradores: desde antes habíamosdeclarado la guerra a la ignorancia, a los monopolios, a lareglamentación, a la protección aduanera, a la centraliza-ción exagerada, a la burocracia... En la república como enla monarquía... producir y consumir son, como decía Ques-nay, el gran asunto que a todos nos afecta.»4

    Este artículo de 1844 fue el primero de una larga seriede trabajos que convertirían a Bastiat no sólo en un es-critor conocido, sino también en una referencia obligadaen el debate sobre el librecambio. Con un buen dominiode los recursos de la lengua y una gran facilidad para ex-plicar de forma sencilla los principios básicos de la eco-nomía, supo crear un tipo de artículo breve que se hizopronto muy popular en Francia. Bajo el título de Sofismaseconómicos editó dos largas series de estos artículos en li-bros que pronto fueron traducidos al inglés, español, ita-liano y alemán.

    El año 1846 dio Bastiat un paso más en su lucha por elcomercio libre, al intervenir directamente en la fundaciónde las sociedades librecambistas de Burdeos y París. En

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    4 «Journal des Economistes», en Dictionnaire, cit., vol. II, p. 7.

  • realidad, no era su primer intento en la creación de unaorganización que agrupara a comerciantes y empresariosque se consideraban perjudicados por la política estatal.Unos años antes, en 1840, ya había intentado fundar unaasociación vinícola nacional, cuyo objetivo era luchar con-tra la elevada fiscalidad que soportaba el vino en aquellosaños. Pero sería en las asociaciones librecambistas en lasque encontraría el ambiente adecuado para llevar a cabosu lucha contra el proteccionismo.

    Dos años más tarde intervino activamente también enel gran cambio político que experimentó el país como con-secuencia del proceso revolucionario que derrocó la mo-narquía de Luis Felipe. Miembro, primero, de la Asam-blea Constituyente, y después de la Asamblea Legislativa,desempeñó un papel intenso, aunque breve, en las nu-merosas discusiones parlamentarias que tuvieron lugaren torno al papel del Estado en la economía y al debatesobre ese conjunto de ideas vagamente definido que em-pezaba entonces a denominarse socialismo. En septiem-bre de 1850, siguiendo el consejo de los médicos, viajó aItalia para intentar mejorar su salud en un clima más be-nigno. Pero no consiguió la esperada recuperación y fa-lleció de tuberculosis en Roma, ciudad en la que está en-terrado, ese mismo año.

    II. LA FRANCIA DE BASTIAT

    Para analizar la obra escrita y la actividad política de Bas-tiat resulta imprescindible situarlas en el marco de la eco-nomía francesa de su época. Bastiat vivió, sin duda, unode los periodos más convulsos de la historia de Francia,en el que la República nacida de la Revolución fue susti-tuida por el Imperio napoleónico, que dio paso a unanueva monarquía absoluta, sustituida, a su vez, por una

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  • monarquía burguesa, que caería para dar paso a una nue-va república, que no sería, en realidad, sino el prólogodel Segundo Imperio. Pero nos engañaríamos si pensára-mos que estos cambios políticos provocaron grandes per-turbaciones en el mundo de la economía. Por el contra-rio, la economía francesa mostró una gran estabilidad a lolargo de la época; y las modificaciones que experimentófueron mucho menos dramáticas que las que tuvieron lu-gar en un país como Gran Bretaña, mucho más establedesde el punto de vista político, pero inmerso en un pro-ceso de desarrollo industrial muy superior al francés.

    La mayor parte de los historiadores de la economía5 seresisten hoy a aplicar a Francia el término revolución in-dustrial. No se trata sólo de que en este periodo el sectorindustrial francés se rezagara sustancialmente con respectoal británico. Parece, además, que Francia mantuvo un de-sarrollo económico regular a partir de la segunda mitaddel siglo XVIII, que afectó tanto a la industria como a la agri-cultura; y que si hubo un periodo de industrializaciónmás intenso, fue el que tuvo lugar a partir de 1850, es de-cir, en el periodo inmediatamente posterior a la épocaque aquí nos interesa más directamente.

    Si queremos entender cómo era la vida económica deFrancia en época de Bastiat no deberíamos olvidar que eleconomista fue coetáneo de Honoré de Balzac. El gran no-velista nació en 1799 y murió el año 1850, por lo que suvida no sólo transcurrió casi exactamente en los mismosaños que la de Bastiat, sino que, además, tuvo aproxima-damente la misma duración, cuarenta y nueve años la del

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    5 Para una visión global de la economía francesa en este periodo, véa-se C. Fohlen, «La revolución industrial en Francia (1700-1914)», en C. Ci-polla (ed.), Historia económica de Europa, vol. 4: El nacimiento de las so-ciedades industriales. Barcelona: Ariel, 1987, pp. 7-77.

  • economista, y cincuenta y uno la del novelista. Es ciertoque la inmensa obra de Balzac sitúa a sus numerosos per-sonajes en un periodo muy extenso que —con algunas ex-cepciones poco relevantes— comprende desde los añosde la Revolución hasta la segunda mitad de la década de1840. Pero, si aceptamos la hipótesis del desarrollo gra-dual de la economía francesa, es razonable pensar que elmundo económico en el que se desenvolvió Bastiat no de-bió ser muy diferente del que describen tantas páginas dela Comedia Humana dedicadas a las actividades de co-merciantes, financieros y funcionarios públicos.

    Se trataba de una economía en la que las empresas in-dustriales eran, en la gran mayoría de los casos, empresasfamiliares, que rara vez acudían al mercado de capitalespara su financiación. El sector financiero, por su parte, te-nía un bajo nivel de desarrollo y los instrumentos que seutilizaban en las operaciones mercantiles eran muy limi-tados, siendo el descuento de papel comercial la fórmulamás habitual. La agricultura, en cambio, había alcanzadoun grado de prosperidad bastante elevado para los nive-les de la época; y la influencia de sus grupos de interéshabía conseguido un nivel de protección elevado por par-te del Estado.

    Sería una simplificación, por tanto, explicar el debatesobre el librecambio en Francia en términos de una luchade intereses entre un sector industrial relativamente pe-queño y atrasado que buscaba la protección y una agri-cultura abierta al exterior interesada en una apertura co-mercial. Por el contrario, aunque hubiera subsectores conuna clara vocación exportadora, buena parte de la exten-sa población rural francesa vivía en un mundo estable yprotegido. Tras las distorsiones sociales creadas por laRevolución, primero, y las guerras napoleónicas después,la Restauración buscó un desarrollo económico orientado

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  • hacia el interior, que duraría prácticamente hasta el Se-gundo Imperio, con los efectos habituales de falta de es-tímulos para los productores locales y, por tanto, tasas másbajas de crecimiento que las que se habrían alcanzado enuna economía más abierta a la competencia exterior. Coneste ambiente conservador chocarían necesariamente lasideas innovadoras y de apertura al exterior de la econo-mía que defendía Bastiat.

    III. LA ECONOMÍA Y LAS INSTITUCIONES

    ¿Qué queda de la obra de Bastiat en los primeros años delsiglo XXI, cuando ya han transcurrido más de ciento cin-cuenta años desde que fue publicada? Es frecuente entrelos economistas, lo mismo que entre muchas otras perso-nas que realizan actividades intelectuales, que los que ellosconsideran sus trabajos más importantes pasen a ser teni-dos, con el tiempo, por aportaciones poco relevantes, mien-tras son otros estudios los que garantizan la persistenciade su obra. También fue éste el caso de Bastiat. En sus úl-timos años nuestro autor realizó un esfuerzo intelectualimportante para escribir lo que él consideraba que seríasu obra maestra, Armonías económicas. Con este libro pre-tendía demostrar que todos los intereses legítimos son ar-mónicos y que la solución del problema social no consis-te en violentar dichos intereses, sino en dejarlos actuar enrégimen de libertad. El libro, sin embargo, tiene poca ori-ginalidad y no ha soportado bien el paso del tiempo.

    De Bastiat han quedado, sin duda, sus escritos sobre ellibrecambio, sobre los que reflexionaremos en la seccióncuarta. Pero hoy resultan también interesantes otros as-pectos de su obra que, durante mucho tiempo, estuvie-ron olvidados. Nuestro economista fue, por ejemplo, unantikeynesiano avant la lettre. La idea de que para una

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  • economía puede resultar positiva la realización de un gas-to para incrementar la demanda, al margen de que talgasto sea o no productivo, le pareció siempre un completodisparate y en sus artículos abundan las referencias a estacuestión. Uno de los Sofismas que se recogen en estasObras Escogidas, «Cuento chino», se basa precisamente enlos supuestos efectos favorables a la economía nacionalque podría tener cegar un canal ya en funcionamiento yconstruir en cambio una carretera. Esta idea, que entron-ca directamente con el debate sobre la ley de Say y la ne-cesidad o no de incrementar el gasto para evitar excesosgeneralizados de oferta, la relacionó Bastiat siempre conel problema del arancel. De hecho, para él, uno de los pro-blemas básicos del proteccionismo era precisamente quecon esta política se intentaba hacer crecer la riqueza na-cional mediante inversiones y actividades ineficientes.

    Otro elemento interesante de su obra, desde el puntode vista de la historia de las doctrinas económicas, es suaceptación de una teoría subjetiva del valor y su idea deque lo fundamental en la vida económica es el intercam-bio de servicios. Para Bastiat no existe tal cosa como losservicios improductivos. Por el contrario, todo servicio de-mandado por el mercado es productivo, porque el obje-tivo de todo esfuerzo económico es el consumo, no la pro-ducción de bienes materiales. Aunque no desarrollaracon mucha precisión estas ideas, no cabe duda de su in-terés, sobre todo porque se entienden mejor en nuestrosdías que algunos planteamientos de la escuela clásica in-glesa, mejor formulados en su día desde el punto de vis-ta del análisis económico, sin duda, pero que muestranun mundo que se aleja de la realidad mucho más que elde Bastiat.

    Pero no cabe duda de que uno de los aspectos másatractivos de la obra de Bastiat para un lector del siglo XXI

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  • son sus anticipaciones de la moderna teoría de la elec-ción pública y de los modelos de búsqueda de rentas me-diante la creación de grupos de interés. La idea de que elEstado es esa gran ficción mediante la cual todos intentanvivir a costa de los demás muestra con mucha claridad suvisión de la realidad social como una estructura en la quecada grupo intenta obtener subsidios netos pagados porlos demás, que responde, en buena medida, a muchos mo-delos actuales que estudian el crecimiento del sector pú-blico y la redistribución de la renta en términos de colec-tivos interesados en hacer prevalecer sus intereses con laayuda del poder público.

    La ley, por su parte, estaba dejando de ser, en su opi-nión, ese concepto negativo que garantiza los derechos in-dividuales para convertirse en un instrumento que permitíaa los gobiernos desempeñar un papel cada vez más im-portante en la vida económica. Los derechos que las nue-vas leyes estaban creando no eran ya los derechos natura-les de cada persona, sino derechos que defendían interesesparticulares de determinados grupos, que el Estado consi-deraba que era su obligación defender, aunque fuera a cos-ta de la expropiación de los bienes de muchas personas.

    IV. LA LUCHA POR EL LIBRECAMBIO

    La posición crítica de Bastiat y la de cuantos lucharon enFrancia por el librecambio hay que entenderla en el mar-co de una economía que iba quedando rezagada frente ala británica, en unos momentos, además, en los que In-glaterra estaba a punto de dar un paso fundamental haciael comercio libre con la supresión de la protección a suproducción de cereales, que tendría lugar con la reformadel año 1846, que suprimió las leyes de cereales (CornLaws). El objetivo de estas leyes era mantener elevados los

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  • precios internos de los cereales en Gran Bretaña, prohi-biendo o dificultando su importación mediante aranceleso favoreciendo su exportación con subvenciones. Todoel mundo era consciente de los efectos distributivos deestas medidas proteccionistas de la agricultura. Por unaparte, elevaba las rentas de los propietarios de tierras, losmás importantes de los cuales pertenecían a la gran aris-tocracia o a la pequeña hidalguía rural, grupos muy ale-jados, por tanto, del nuevo mundo industrial que estabacobrando protagonismo en el país. Pero sus consecuen-cias no terminaban aquí. Al mantener los precios de bie-nes de primera necesidad elevados, obligaban a mante-ner los salarios monetarios a un nivel más alto del quehabrían alcanzado si los alimentos hubieran resultado másbaratos. Y salarios monetarios más altos, en un marco deestabilidad de precios como fue el de la Inglaterra poste-rior a las guerras napoleónicas, significaba beneficios em-presariales más reducidos. En otras palabras, la protecciónimplicaba una transferencia de rentas desde el sector másproductivo y dinámico de la economía inglesa al sectormás tradicional y conservador.

    En los años que transcurrieron desde la victoria frentea Napoleón hasta la abolición de las leyes de cereales laeconomía política clásica había sido ya capaz de desarro-llar un aparato teórico sólido, que explicaba las ventajasdel comercio libre y los costes del proteccionismo, cuyoinstrumento más importante era, sin duda, la teoría de loscostes comparativos. Una de las paradojas más notablesde la campaña por la abolición de las leyes de granosconsistió, sin embargo, en el escaso uso que se hizo deesos avances teóricos. No sólo se utilizó poco la teoría delos costes comparativos; resultó, además, que el papeldesempeñado por los economistas fue secundario, enuna lucha protagonizada por la Escuela de Manchester. El

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  • término «Escuela de Manchester» fue acuñado por Disraelipara designar al grupo que encabezó el movimiento porla abolición de las leyes de granos entre 1836 y 1846. Setrataba, en realidad, de un conjunto muy heterogéneo depersonas, en el que se mezclaban pensadores radicales,industriales y antiimperialistas, que encontraron, además,una opinión pública muy favorable a sus ideas. Fueronellos los protagonistas no sólo de las grandes campañasque se realizaron en Gran Bretaña en contra de los aran-celes agrarios, sino también de los movimientos a favordel librecambio que se extendieron por todo el continen-te europeo tras el triunfo de los principios librecambistasen Inglaterra. Los nombres de Cobden y Bright se hicie-ron así famosos en toda Europa. Y no debemos olvidarque uno de los primeros escritos de Bastiat, y el primeropublicado como libro, fue precisamente su monografía so-bre la Liga inglesa por la reforma de las leyes de cereales,al que dio el expresivo título de Cobden y la Liga o la agi-tación inglesa a favor de la libertad de comercio.

    En Gran Bretaña el movimiento librecambista fue másla expresión de las protestas de una sociedad en rápidaevolución que de las doctrinas de los economistas clási-cos.6 Y en este marco se entiende mucho mejor la actua-ción de Bastiat en su lucha por introducir el comercio li-bre en Francia. Los argumentos que aparecen en susnumerosos escritos son de una brillantez notable; perono son especialmente elaborados desde el punto de vis-ta del análisis económico; y la creación de institucionesque fueran más allá del simple debate teórico para con-seguir resultados prácticos refleja, sin duda, la influenciade lo que estaba sucediendo en Inglaterra.

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    6 Véase, por ejemplo, el estudio clásico de W.D. Grampp, The Man-chester School of Economics. Stanford: Stanford University Press, 1960.

  • Aunque no supongan grandes aportaciones al desa-rrollo del análisis económico, los numerosos ensayos queBastiat escribió sobre el problema del librecambio siguenresultando interesantes, fundamentalmente por expresaren términos muy sencillos algunas ideas básicas de la teo-ría económica que chocan directamente con los argumentosproteccionistas, especialmente en la forma en que se ex-presaban a mediados del siglo XIX, basados, en buenamedida, en la idea de que la protección era necesariapara desarrollar el «trabajo nacional». Bastiat supo des-montar una a una estas falacias. Así, de una lectura de susensayos se deduce con claridad que no es cierto que laprotección incremente la demanda agregada de produc-tos o que eleve el nivel salarial y se explica bien lo ab-surdo de la pretensión de «igualar las condiciones de pro-ducción» como requisito para liberalizar el comercio entredos países.

    Entre sus escritos alcanzó una gran popularidad, queha mantenido hasta nuestros días, su famosa «Petición delos fabricantes de velas a los señores diputados» (repro-ducida en esta edición de Obras escogidas). Pocos artícu-los reflejan mejor que éste la forma de trabajar de Bastiat.Se trataba de mostrar las incoherencias de oponerse a laimportación de productos provenientes de otros países—británicos principalmente— con el argumento de que,al ser más baratos, reducían la producción nacional y, portanto, el nivel de empleo y el bienestar de los franceses.Lo que hizo Bastiat fue llevar esta idea hasta sus últimasconsecuencias. Si el sol nos ofrece una luz de gran cali-dad y coste cero, lo que en realidad está haciendo es com-petir de forma injusta con los fabricantes franceses de ve-las, causando así daños muy graves a la industria y al trabajonacional. La petición que estos supuestos fabricantes plan-tean a sus representantes en la Asamblea Nacional deriva

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  • directamente de esta forma de entender la economía: sise rechaza —o se encarece— la importación de muchosproductos extranjeros porque la industria nacional no pue-de competir con ellos por su mejor calidad o menor pre-cio, ¿por qué no se prohíbe también utilizar la luz solar,con la que las fábricas de productos de iluminación nopueden competir?

    La influencia de Bastiat en los movimientos librecam-bistas de la Europa continental de la década de 1840 fuesignificativa. Sus obras fueron traducidas y citadas en todoel continente. Fueron los años de apogeo de la doctrinalibrecambista, que tuvieron su máxima expresión en lacreación de asociaciones a favor del librecambio en todaEuropa y en los dos grandes Congresos a favor de la li-bertad comercial que tuvieron lugar en Bruselas los años1847 y 1856. Pocos años después, en 1860, se firmaría eltratado comercial entre Francia y Gran Bretaña, que sue-le considerarse como el hecho más significativo para eldesarrollo del comercio internacional en Europa desde laderogación de las leyes británicas de cereales en 1846. Fue-ron años importantes, tal vez no tanto por lo que realmentese consiguió como por el hecho de las expectativas quese crearon de un gran proceso de integración económicamediante el librecambio que, finalmente, no llegaría a con-solidarse.

    V. BASTIAT EN ESPAÑA

    La obra de Bastiat ejerció una influencia relevante en laEspaña de los años centrales del siglo XIX. La obra de nin-gún otro economista fue objeto de un número mayor deediciones en lengua española en esos años. Entre 1846 y1870 se publicaron, al menos, catorce ediciones de obras

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  • de Bastiat en castellano; y algunos de sus libros, como losSofismas económicos y las Armonías económicas, fueronobjeto de diversas ediciones, no sólo en España, sino tam-bién en algunos países de Hispanoamérica.7

    En un país que siempre ha sido pobre en creación ori-ginal, el análisis de las traducciones resulta especialmen-te relevante, porque permite conocer con bastante preci-sión qué es lo que se leía en una determinada época.Cuando se tradujo a Bastiat, el nivel de los economistasespañoles era inferior al que habían alcanzado en épocasanteriores. En el primer tercio del siglo XIX era bastantebuena la información que en España se tenía de la teoríaeconómica que se hacía en otros países europeos. En nues-tro país se conocieron pronto, en efecto, las principalesideas de la escuela clásica inglesa, por la traducción desus obras o por la influencia directa que ejercieron eneconomistas españoles como Flórez Estrada o Canga Ar-güelles; y la obra de Say fue ampliamente leída y estu-diada. Pero a mediados de siglo la situación había cam-biado. Los lazos con las ideas económicas británicas sehabían quebrado y la influencia doctrinal que recibían loseconomistas españoles pasó a ser abrumadoramente fran-cesa. La revista a través de la que se recibían estas ideasera el Journal des Economistes, y el autor más leído pasóa ser Bastiat.

    La primera información directa de la influencia de Bas-tiat en nuestro país se encuentra en los comentarios queJoaquín María Sanromá hizo sobre la enseñanza que em-pezó a impartir Laureano Figuerola en la Universidad deBarcelona en fecha tan temprana como 1847. Sanromáexplica que Figuerola, al incorporarse a su cátedra, dejó

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    7 F. Cabrillo, «Traducciones al español de libros de economía política(1800-1880)». Moneda y Crédito, 147, dic. 1978, pp. 71-103.

  • de lado el libro de texto utilizado anteriormente, el Cur-so de Economía Política de Eusebio María del Valle, paraempezar a utilizar la obra de Bastiat en sus explicaciones.Pero fue, sin duda, en las asociaciones defensoras del li-brecambio donde la influencia de Bastiat fue más clara.En España tuvieron actividad dos asociaciones, de natu-raleza diferente, pero ambas dominadas por quienes in-tegraron lo que en la época se denominó la «Escuela eco-nomista», entendiendo, como era habitual entonces, queel término economista era equivalente a economista libe-ral, en contraposición a otras líneas de pensamiento comoel socialismo. La primera fue la Sociedad Libre de Econo-mía Política, creada el año 1857 a imagen de la de París,cuyo objetivo era la discusión entre sus miembros de te-mas económicos. Pero más en la línea de esfuerzos por laextensión del comercio libre realizados por Bastiat fue laAsociación para la Reforma de los Aranceles de Aduanas,fundada el año 1859, cuyo propósito era la propaganda yla creación de una opinión pública favorable al libre co-mercio internacional.

    Si la influencia más acusada del pensamiento de Bastiaten nuestro país se dio en el periodo que transcurre entre1850 y 1870, su abandono coincide con el auge de las nue-vas doctrinas más propicias a la intervención del Estadoen la vida social y económica y, en algunos casos, próxi-mas al socialismo de cátedra alemán. Y si Figuerola es elnombre que puede mencionarse como más representati-vo de los seguidores de Bastiat en España, la ruptura estáclara en la obra de un autor como Gumersindo de Azcá-rate, en cuyos Estudios económicos y sociales, publicadosen 1876, se encuentran ya diversas críticas a la que él de-nominaba «escuela económico-individualista», entre cuyosmiembros mencionaba a Cobden, Bastiat y Molinari. En Es-paña, como en otros países, empezaba a abrirse un cami-

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  • no que alejaba a los economistas de los principios de laeconomía de libre mercado que tan bien supo representarBastiat.8

    VI. LAS OBRAS ESCOGIDAS

    La falta de ediciones recientes de la obra de Bastiat enlengua española hace que para el lector actual sea muydifícil leer los libros del economista francés, si no es enbibliotecas. Por ello, más que la reedición de alguna obradestacada o representativa, lo que se ha buscado con es-tas Obras escogidas es ofrecer una selección que permitaobtener una visión global del pensamiento de Bastiat. Coneste propósito se ha intentado recoger aquellos textosque, siendo representativos de las ideas de su autor, pue-dan ser leídos hoy con mayor interés. No se ha incluidonada, por ejemplo, del libro Cobden y la Liga; y las Armo-nías económicas aparecen representadas sólo por algunaspáginas de su introducción. Se reproduce, en cambio, unnúmero significativo de sus escritos cortos, especialmentede sus Sofismas económicos y de Lo que se ve y lo que nose ve. Algunos de estos trabajos son bastante conocidos;otros, en cambio, sorprenderán seguramente al lector, quepodrá constatar que no sólo se leen aún con gusto, sinoque, además, tienen a veces una sorprendente posibilidadde aplicación a problemas económicos actuales. Tambiénse ha prestado gran atención a aquellos trabajos en losque Bastiat anticipó de alguna forma el análisis que en nues-tros días hacen los economistas del derecho y las institu-ciones. Así, el texto de La Ley y El Estado se incluyen com-pletos en la selección.

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    8 G. de Azcárate, Estudios económicos y sociales. Madrid, 1876, pp.65-66.

  • La edición clásica de las obras completas de Bastiat esla que, con el título de Oeuvres Complètes de FrédéricBastiat, publicó la editorial Guillaumin et Cie. en siete vo-lúmenes en 1854 y 1855. Los textos de esta antología si-guen fielmente los de esta edición francesa. La traducciónse ha realizado especialmente para esta obra, ya que lasediciones españolas del siglo XIX están escritas en un len-guaje que, en algunos casos, podría resultar extraño allector actual.

    Toda antología de textos implica necesariamente unaelección y, por tanto, refleja en cierta manera la visiónpersonal de quien la ha realizado. Confío en no habermeapartado de las ideas fundamentales del Bastiat del sigloXIX y contribuir, en alguna medida, a popularizar entrenosotros al Bastiat que aún está vivo en el siglo XXI.

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  • 1

    ARMONÍAS ECONÓMICAS

    [...] Quisiera poneros en el camino de esta verdad: Todoslos intereses legítimos son armónicos. Es la idea dominan-te de este escrito, cuya importancia no se puede desco-nocer.

    Durante algún tiempo, ha podido estar de moda el reír-se del llamado problema social; y, es preciso decirlo, al-gunas de las soluciones propuestas justifican plenamenteesta risa. Pero el problema, en sí mismo, nada tiene de ri-sible; es la sombra de Banquo en el festín de Macbeth, sóloque no es una sombra muda, y, con voz formidable, gri-ta a la sociedad aterrada: ¡Una solución, o la muerte!

    Mas esta solución, como bien sabéis, será muy distin-ta según sean los intereses naturalmente armónicos o an-tagónicos. En el primer caso, es necesario pedirla a la li-bertad; en el segundo, a la coacción. En el uno, basta nocontrariar; en el otro, es preciso contrariar.

    Pero la libertad tiene sólo una forma. Cuando existela convicción de que cada una de las moléculas que com-ponen un líquido contiene en sí misma la fuerza de laque resulta el nivel general, se deduce claramente queno hay medio más sencillo ni seguro para conseguireste nivel que no intervenir. Todos los que adopten estepunto de partida: los intereses son armónicos, estaránigualmente de acuerdo sobre la solución práctica del pro-blema social: abstenerse de contrariar y desplazar losintereses.

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  • La coacción, por el contrario, puede manifestarse enformas infinitas. Las escuelas que parten de este princi-pio: los intereses son antagónicos, no han hecho aún nadapara resolver el problema, si no es el haber eliminado lalibertad. Les falta todavía examinar, entre las infinitas for-mas de la coacción, cuál es la buena, si es que cierta-mente la hay. Después, como última dificultad, tendránque hacer que se acepte universalmente por hombres,por agentes libres, esta forma preferida de coacción.

    Mas, en esta hipótesis, si los intereses humanos sonimpulsados por su naturaleza hacia un choque fatal, si estechoque no puede evitarse a no ser por la invención con-tingente de un orden social artificial, la suerte de la hu-manidad es bien azarosa, y podrá preguntarse con preo-cupación:

    1.º ¿Se hallará un hombre que encuentre una formasatisfactoria de coacción?

    2.º ¿Atraerá ese hombre a su idea las innumerables es-cuelas que hayan concebido formas diferentes?

    3.º ¿Se dejará imponer la humanidad esa forma que,según la hipótesis, contrariará todos los interesesindividuales?

    4.º Admitiendo que la humanidad se deje disfrazar conese vestido, ¿qué sucederá si un nuevo inventor sepresenta con un vestido mejor? ¿Permitirá que sesiga con una mala organización, sabiendo que esmala, o se resolverá a cambiar de organización to-dos los días, según los caprichos de la moda o lafecundidad de los inventores?

    5.º ¿No se unirán todos los inventores cuyo plan sehaya desechado contra el preferido, con tantas másprobabilidades de trastornar la sociedad, cuantomás choque este plan, por su naturaleza y por suobjeto, contra todos los intereses?

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  • 6.º Y, por último, ¿hay fuerza humana capaz de ven-cer un antagonismo que se supone ser la esenciamisma de las fuerzas humanas?

    Podría multiplicar indefinidamente estas preguntas, yproponer, por ejemplo, la siguiente dificultad: Si el inte-rés individual es opuesto al interés general, ¿dónde colo-caréis el principio de acción de la coacción? ¿Dónde esta-rá el punto de apoyo? ¿Estará tal vez fuera de la humanidad?Sería necesario que así fuese, para librarse de las conse-cuencias de vuestra ley. Porque si os confiáis a la arbitra-riedad de unos hombres, comprobad que esos hombresestén formados de otro barro que nosotros; que no serántambién movidos por el fatal principio del interés, y que,puestos en una situación que excluye la idea de todo fre-no, de toda resistencia eficaz, su espíritu se vea libre deerrores, sus manos de rapacidad, y de codicia su corazón.

    Lo que separa radicalmente las distintas escuelas so-cialistas (esto es, las que buscan en una organización ar-tificial la solución del problema social) de la escuela eco-nomista, no es tal o cual detalle, tal o cual combinacióngubernamental; es el punto de partida, es esta cuestiónpreliminar e importantísima: los intereses humanos, deja-dos a sí mismos, ¿son armónicos o antagónicos?

    Es evidente que si los socialistas se dedican a buscaruna organización artificial es porque piensan que la or-ganización natural es mala o insuficiente, y piensan queésta es insuficiente o mala porque creen ver en los inte-reses un antagonismo radical, pues de otro modo no re-currirían a la coacción. No es necesario compeler a la ar-monía lo que es armónico por sí mismo.

    Así ven antagonismo por todas partes: entre el pro-pietario y el proletario; entre el capital y el trabajo; entreel pueblo y la burguesía; entre el agricultor y el fabrican-te; entre el campesino y el habitante de la ciudad; entre

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  • el nacional y el extranjero; entre el productor y el consu-midor; entre la civilización y la organización. En una pa-labra, entre la libertad y la armonía.

    Y esto explica por qué, aun abrigando en su corazónuna especie de filantropía sentimental, destila odio de suslabios. Cada uno de ellos reserva todo su amor para la so-ciedad que ha soñado; pero en lo que respecta a aquellaen que nos ha tocado vivir, su deseo sería verla cuantoantes desplomarse, para levantar sobre sus ruinas la nue-va Jerusalén.

    He dicho que la escuela economista, partiendo de la ar-monía natural de los intereses, conduce a la libertad. Debo,no obstante, convenir en que, si bien los economistas, engeneral, se encaminan a la libertad, por desgracia no po-demos decir con idéntica seguridad que sus principiosestablezcan sólidamente el punto de partida: la armoníade los intereses.

    Antes de proseguir, y a fin de preveniros contra las con-clusiones que no dejarán de sacarse de esta afirmación,debo decir algo de la situación respectiva del socialismoy de la economía política.

    Sería una insensatez por mi parte asegurar que el so-cialismo no ha encontrado nunca una verdad y que laeconomía política jamás ha caído en un error.

    Lo que separa profundamente a ambas escuelas es ladiferencia de métodos. Una, como la astrología y la al-quimia, procede a través de la imaginación; otra, como laastronomía, actúa por medio de la observación.

    Dos astrónomos, observando el mismo hecho, pue-den no llegar al mismo resultado. Pero, a pesar de esta di-sidencia pasajera, se hallan unidos por un procedimientocomún que tarde o temprano la hará desaparecer. Se re-conocen de la misma comunión. En cambio, entre el as-trónomo que observa y el astrólogo que imagina, hay un

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  • profundo abismo, aunque puedan alguna vez encontrar-se por casualidad.

    Así acontece con la economía política y el socialismo.Los economistas observan al hombre, las leyes de su or-ganización y las relaciones sociales que resultan de estasleyes. Los socialistas imaginan una sociedad fantástica, yluego un corazón humano adecuado a esta sociedad.

    Mas si la ciencia no se engaña, los sabios sí se enga-ñan. No niego que los economistas puedan hacer obser-vaciones falsas, y aun añado que han debido necesaria-mente empezar por ahí.

    Pero ved lo que acontece. Si los intereses son armóni-cos, toda observación mal hecha conducirá lógicamenteal antagonismo. ¿Y cuál es la táctica de los socialistas? Re-coger en los escritos de los economistas algunas malasobservaciones, sacar todas sus consecuencias y manifes-tar que son desastrosas. Hasta aquí están en su derecho.Se levantan en seguida contra el observador, que se lla-ma, supongo, Malthus o Ricardo. Están todavía en su de-recho. Pero no se paran aquí. Se revuelven contra la cien-cia, acusándola de ser implacable y de querer el mal. Enesto ofenden a la razón y a la justicia, pues la ciencia noes responsable de una mala observación. Por último, vantodavía más allá y se rebelan contra la sociedad y ame-nazan con destruirla para volver a construirla; ¿y por qué?Porque, según dicen, está demostrado por la ciencia quela sociedad actual camina hacia el abismo. En esto chocancon el buen sentido: porque, o la ciencia no se engaña, yentonces ¿por qué la atacan?, o se engaña, y en tal caso,dejen tranquila a la sociedad, puesto que no está amena-zada.

    Mas esta táctica, a pesar de su falta de lógica, no esmenos funesta para la ciencia económica, sobre todo si losque la cultivan tienen, por una benevolencia muy natu-

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  • ral, la desgraciada idea de hacerse solidarios unos deotros y de sus antecesores. La ciencia es una reina cuyamarcha debe ser libre y desembarazada. La atmósfera delpandillaje la mata.

    Ya lo he dicho: no es posible, en economía política,que deje de encontrarse el antagonismo en toda proposi-ción errónea. Por otro lado, no es posible que los nume-rosos escritos de los economistas, aun los más eminentes,dejen de contener alguna falsa proposición. A nosotros co-rresponde señalarlas y rectificarlas por interés de la cien-cia y de la sociedad. Obstinarnos en sostenerlas por leal-tad corporativa sería no solamente exponernos, lo que espoca cosa, sino exponer la verdad misma, que es másgrave, a los golpes del socialismo.

    Establecido esto, afirmo que la conclusión de los eco-nomistas es la libertad. Mas para que esta conclusión ob-tenga el asentimiento de las inteligencias y atraiga los co-razones, es necesario que se funde sólidamente en estapremisa: los intereses, dejados a sí mismos, tienden a for-mar combinaciones armónicas, a la preponderancia pro-gresiva del bien general.

    Ahora bien, muchos economistas, entre los cuales nofaltan quienes poseen cierta autoridad, han formulado pro-posiciones que, de consecuencia en consecuencia, con-ducen lógicamente al mal absoluto, a la injusticia necesa-ria, a la desigualdad fatal y progresiva, al empobrecimientoinevitable, etc.

    Así, hay muy pocos, que yo sepa, que no hayan atri-buido valor a los agentes naturales, a los dones que Diosprodiga gratuitamente a su criatura. La palabra valor in-dica que no cedemos la cosa que lo tiene sino median-te una remuneración. Vemos cómo ciertos hombres, enparticular los propietarios del suelo, venden por trabajoefectivo los beneficios de Dios, y reciben una recompensa

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  • por unas utilidades a las que no ha concurrido su traba-jo. Injusticia evidente, pero necesaria, dicen estos escri-tores.

    Viene después la célebre teoría de Ricardo. Ésta se re-sume del modo siguiente: el precio de los alimentos seestablece por el trabajo, que exige, para producirlos, elmás pobre de los terrenos cultivados. El aumento de lapoblación obliga a recurrir a terrenos cada vez más in-gratos. Luego la humanidad entera (menos los propieta-rios) se ve forzada a dar una suma de trabajo siemprecreciente por una cantidad igual de subsistencias, o, loque es lo mismo, a recibir una cantidad siempre menorde alimentos por una suma igual de trabajo, en tanto quelos poseedores del suelo ven crecer sus rentas cada vezque se emprende el cultivo de una tierra de calidad infe-rior. Conclusión: opulencia progresiva de los ociosos ymiseria progresiva de los trabajadores; o sea: desigual-dad fatal.

    Aparece por último la teoría, todavía más célebre, deMalthus. La población tiende a aumentar con más rapidezque las subsistencias, y esto en cada momento dado de lavida de la humanidad. Los hombres no pueden ser felicesni vivir en paz si no tienen de qué alimentarse. No haymás que dos obstáculos a este excedente siempre ame-nazador de población: la disminución de los nacimientos,o el aumento de la mortalidad en todas las horribles for-mas que la acompañan y la realizan. La coacción moral,para que fuera eficaz, debería ser universal, y nadie dis-pone de ella. No queda, pues, sino recurrir a la represión,el vicio, la miseria, la guerra, la peste, el hambre y lamuerte; esto es: empobrecimiento inevitable.

    No mencionaré otros sistemas de menor importancia,y que dan también por resultado un conflicto desconso-lador. Por ejemplo, M. de Tocqueville, y otros muchos

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  • con él, dicen: si se admite el derecho de primogenitura,se llega a la aristocracia más concentrada; si no se admi-te, se llega a la pulverización y a la improductividad delterritorio.

    Y lo más notable es que estos cuatro desoladores sis-temas no se contradicen unos a otros. Si así fuera, podría-mos consolarnos pensando que todos ellos son falsos,puesto que recíprocamente se destruyen. Pero no: con-cuerdan entre sí, forman parte de una misma teoría ge-neral que se apoya en hechos numerosos y especiales yparece que explican el estado convulso de la sociedad mo-derna; una teoría reforzada con el asentimiento de mu-chos maestros de la ciencia, que se presenta al espíritudesanimado y confundido con una espantosa autoridad.

    Sólo queda comprender cómo quienes formularon estatriste teoría pudieron establecer como principio la armo-nía de los intereses, y como conclusión la libertad.

    Porque, en efecto, si la humanidad se ve fatalmente im-pelida por las leyes del valor a la injusticia, por las de larenta a la desigualdad, por las de la población a la mise-ria y por las de la sucesión a la esterilidad, no puede de-cirse que Dios haya hecho del mundo social —como delmundo material— una obra armónica; es preciso confe-sar, bajando la cabeza, que le plugo fundarlo en una di-sonancia irremediable y repugnante.

    No creáis, jóvenes, que los socialistas han refutado y de-sechado lo que llamaré, por no ofender a nadie, la teoríade las disonancias. No: digan ellos lo que quieran, la hanreconocido como verdadera; y justamente porque la tie-nen por verdadera es por lo que proponen sustituir la li-bertad por la coacción, la organización natural por la or-ganización artificial, la obra de Dios por la obra de suinvención. Dicen a sus adversarios (y en esto no sé si sonmás consecuentes que ellos): si, como habéis anunciado,

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  • los intereses humanos, dejados a sí mismos, tienden a com-binarse armónicamente, nada mejor podríamos hacer queacoger y glorificar, como vosotros, la libertad. Pero ha-béis demostrado de manera irrefutable que los intereses,si se les deja desarrollarse libremente, impelen a la hu-manidad hacia la injusticia, la desigualdad, el empobreci-miento y la esterilidad. Pues bien, nosotros atacamos vues-tra teoría, precisamente porque es verdadera; queremosdestruir la sociedad actual, porque obedece a las leyes fa-tales que habéis descrito; queremos ensayar nuestro po-der, puesto que el poder de Dios ha fracasado.

    Así, convienen en el punto de partida y no se separansino sobre la conclusión.

    Los economistas a quienes he aludido dicen: las gran-des leyes providenciales precipitan la sociedad hacia elmal; mas es necesario guardarse de turbar su acción, por-que ésta se halla felizmente contrarrestada por otras leyessecundarias que retardan la catástrofe final, y toda inter-vención arbitraria sólo serviría para debilitar el dique sindetener el fatal empuje del agua.

    Los socialistas dicen: las grandes leyes providencialesprecipitan la sociedad hacia el mal; es preciso abolirlas yescoger otras en nuestro inagotable arsenal.

    Los católicos dicen: las grandes leyes providencialesprecipitan la sociedad hacia el mal; es necesario librar-nos de ellas renunciando a los intereses humanos, refu-giándonos en la abnegación, el sacrificio, el ascetismo yla resignación.

    Y en medio de este barullo, de estos gritos de agoníay de dolor, de estas excitaciones a la subversión o a la de-sesperación resignada, intento yo hacer que se oiga estapalabra, ante la cual, si puede justificarse, toda disidenciadebe desaparecer: no es cierto que las grandes leyes pro-videnciales precipiten la sociedad hacia el mal.

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  • Así, todas las escuelas se dividen y combaten con mo-tivo de las conclusiones que deben sacarse de su premi-sa común. Yo niego la premisa. ¿No es este el medio deque cese la división y el combate?

    La idea dominante de este escrito, la armonía de losintereses, es sencilla. ¿No es la sencillez la piedra de to-que de la verdad? Las leyes de la luz, del sonido y del mo-vimiento nos parecen tanto más verdaderas cuanto mássencillas son; ¿por qué no ha de ser lo mismo con la leyde los intereses?

    Es conciliadora. ¿Qué más conciliador que lo que mues-tra el acuerdo de las industrias, de las clases, de las na-ciones y de las mismas doctrinas?

    Es consoladora, puesto que señala lo que hay de falsoen los sistemas que dan por resultado el mal progresivo.

    Es religiosa, pues nos dice que no es solamente la me-cánica celeste, sino también la mecánica social, la quenos revela la sabiduría de Dios y nos manifiesta su gloria.

    Es practicable, pues no se puede concebir nada másfácilmente practicable que esto: dejad a los hombres tra-bajar, cambiar, aprender, asociarse, influir los unos en losotros, puesto que, según los decretos providenciales, deello no puede resultar sino orden, armonía, progreso, bien,lo mejor, lo mejor hasta el infinito.

    He ahí, diréis, el optimismo de los economistas. Sonde tal manera esclavos de sus sistemas, que cierran los ojosa los hechos por temor a verlos. En presencia de todas lasmiserias, de todas las injusticias, de todas las opresionesque afligen a la humanidad, niegan el mal imperturba-blemente. El olor de la pólvora de las insurrecciones nollega a sus sentidos embotados; las barricadas no tienenlenguaje para ellos; se desplomará la sociedad, y todavíarepetirán: «Todo es lo mejor en el mejor de los mundos.»

    No, no pensamos que todo sea lo mejor.

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  • Tengo completa fe en la sabiduría de las leyes provi-denciales, y por esto la tengo en la libertad. La cuestiónes saber si tenemos libertad. La cuestión es saber si esasleyes obran en su plenitud, si su acción no está profun-damente turbada por la acción opuesta de las institucio-nes humanas.

    ¡Negar el mal! ¡Negar el dolor! ¿Quién podrá hacerlo?Sería preciso olvidar que se habla del hombre. Sería pre-ciso olvidar que uno también es hombre. Para que las le-yes providenciales se consideren armónicas, no hay ne-cesidad de que excluyan el mal. Basta que éste tenga suexplicación y su misión, que se sirva de límite a sí mis-mo, que se destruya por su propia acción, y que cada do-lor prevenga un dolor más grande reprimiendo su propiacausa.

    La sociedad tiene como elemento al hombre, que esuna fuerza libre. Siendo libre el hombre, puede escoger;si puede escoger, puede engañarse; si puede engañarse,puede sufrir.

    Digo más: debe engañarse y sufrir, porque su puntode partida es la ignorancia, y ante la ignorancia se abrenvías infinitas y desconocidas, todas las cuales, menos una,conducen al error.

    Todo error produce sufrimiento. O el sufrimiento re-cae en el que se ha extraviado, y entonces pone en ac-ción la responsabilidad; o va a herir a seres inocentes, yen este caso hace obrar el maravilloso aparato de la so-lidaridad.

    La acción de estas leyes, combinada con el don que po-seemos de ligar los efectos a las causas, debe conducirnos,por el mismo dolor, al camino del bien y de la verdad.

    Así, no solamente admitimos el mal, sino que le reco-nocemos una misión, tanto en el orden social como en elorden material.

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  • Mas para que aquél cumpla su misión, no hay necesi-dad de extender artificialmente la solidaridad de maneraque destruya la responsabilidad; en otros términos: esmenester respetar la libertad.

    Si las instituciones humanas vienen a contrariar en estoa las leyes divinas, no por eso el mal deja de seguir alerror; solamente varía de dirección. Ofende al que nodebía ofender; ya no advierte; ya no es una enseñanza;ya no tiende a limitarse y a destruirse por su propia ac-ción; persiste, se agrava, como sucedería en el orden fi-siológico, si las imprudencias y los excesos cometidospor los hombres de un hemisferio no hiciesen sentir sustristes efectos sino sobre los hombres del hemisferioopuesto.

    Esta es precisamente la tendencia, no sólo de la ma-yor parte de nuestras instituciones gubernamentales, sinotambién, y principalmente, de aquellas que se procura ha-cer prevalecer como remedios a los males que nos afli-gen. Bajo el filantrópico pretexto de desarrollar entre loshombres una solidaridad ficticia, la responsabilidad re-sulta cada vez más inerte e ineficaz. Por una interven-ción abusiva de la fuerza pública, se altera la relaciónentre el trabajo y su recompensa, se perturban las leyesde la industria y del cambio, se violenta el desarrollo na-tural de la instrucción, se desvían los capitales y los bra-zos, se falsean las ideas, se excitan las pretensiones absur-das, se hace concebir esperanzas quiméricas, se ocasionauna pérdida incalculable de fuerzas humanas, varían loscentros de población, se acusa de ineficaz la misma ex-periencia; en una palabra, se dan a todos los interesesbases ficticias, se contraponen unos a otros, y luego seexclama: Mirad, los intereses son antagónicos. La liber-tad es la causa de todo mal. Maldigamos y aniquilemosla libertad.

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  • Y, sin embargo, como esta palabra sagrada tiene toda-vía el poder de hacer palpitar los corazones, se despoja ala libertad de su prestigio quitándole su nombre; y bajo elnombre de competencia es, como una víctima, conduci-da al altar, en medio de los aplausos de la multitud, que,dócil, se somete a las cadenas de la esclavitud.

    No bastaba, pues, exponer en su majestuosa armoníalas leyes naturales del orden social; era necesario tambiénseñalar las causas perturbadoras que paralizan su acción.Esto es lo que he intentado en la segunda parte de estelibro.

    He procurado evitar la controversia. Esto era induda-blemente perder la ocasión de dar a los principios que yoquería que prevaleciesen la estabilidad que resulta deuna discusión profunda. ¿Mas no sería distraer la atencióndel conjunto con tales digresiones? Si presento el edificiotal cual es, ¿qué importa la manera como los otros lo hanvisto, aun cuando ellos me hayan enseñado a verlo?

    Y ahora apelo con confianza a los hombres de todaslas escuelas que colocan la justicia, el bien general y la ver-dad sobre sus sistemas.

    Economistas: como vosotros, yo me dirijo a la liber-tad; y si destruyo alguna de esas premisas que entristecenvuestros corazones generosos, tal vez veréis en esto unmotivo más para amar y servir a nuestra santa causa. So-cialistas: vosotros tenéis fe en la asociación. Yo os pidoque digáis, después de leer este escrito, si la sociedad ac-tual, fuera de sus abusos y sus trabas, es decir, bajo lacondición de la libertad, no es la más bella, la más com-pleta, la más duradera, universal y equitativa de todas lasasociaciones.

    Defensores de la igualdad: vosotros no admitís sinoun principio, la mutualidad de servicios. Que las transac-ciones humanas sean libres, y yo afirmo que no son ni

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  • pueden ser otra cosa que un cambio recíproco de servi-cios, siempre disminuyendo en valor y siempre aumen-tando en utilidad.

    Comunistas: queréis que los hombres, convertidos enhermanos, gocen en común de los bienes que les ha pro-digado la Providencia. Yo pretendo demostrar que la so-ciedad actual no necesita más que conquistar la libertadpara realizar y exceder a vuestros deseos y esperanzas, puestodo es común a todos, con la única condición de quecada uno se tome el trabajo de recoger los dones de Dios,lo que es muy natural, o restituya libremente este trabajoa los que lo toman por él, lo cual es muy justo.

    Cristianos de todas las comuniones: a no ser que seáislos únicos que pongáis en duda la sabiduría divina, ma-nifestada en la más magnífica de sus obras, que nos hasido dado conocer, no hallaréis una sola palabra en esteescrito que ofenda vuestra más severa moral ni vuestrosmás misteriosos dogmas.

    Propietarios: sea cual fuere la magnitud de vuestra po-sesión, si demuestro que el derecho que hoy se os dis-puta se limita, como el del más humilde obrero, a recibirservicios por servicios prestados positivamente por voso-tros o por vuestros padres, ese derecho descansará en ade-lante sobre la base más indestructible.

    Proletarios: tengo el deber de demostraros que obte-néis los frutos del campo que no poseéis con menos es-fuerzos y trabajos que si estuvierais obligados a hacerloscrecer con vuestro trabajo directo, que si se os diere esecampo en su estado primitivo, tal y como estaba antes dehaber sido preparado por el trabajo para la producción.

    Capitalistas y obreros: creo que puedo establecer estaley: «A medida que los capitales se acumulan, el interésabsoluto del capital en el resultado total de la producciónaumenta, y su interés proporcional disminuye; el trabajo

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  • ve aumentar su parte relativa, y con mayor razón su par-te absoluta. El efecto inverso se produce cuando los ca-pitales se disipan.» Si se establece esta ley, se desprendeclaramente la armonía de los intereses entre los trabaja-dores y los que los emplean.

    Discípulos de Malthus, filántropos sinceros y calum-niados, cuya única falta es preservar a la humanidad deuna ley fatal: creyéndola fatal, puedo presentaros otra leymás consoladora: «La densidad creciente de la poblaciónequivale a una facilidad creciente de producción.» Y si estoes así, no seréis vosotros los que os afligiréis de ver caerde la frente de nuestra querida ciencia su corona de es-pinas.

    Hombres de la expoliación: vosotros que, por la fuer-za o por la astucia, y con desprecio de las leyes o por me-dio de las leyes, engordáis con la sustancia de los pue-blos; vosotros que vivís de los errores que propagáis, dela ignorancia que mantenéis, de las guerras que encen-déis, de las trabas que ponéis a las transacciones; voso-tros, que ponéis tasa al trabajo después de haberle esteri-lizado; vosotros, que os hacéis pagar por crear obstáculos,a fin de tener luego ocasión de que se os pague tambiénpor quitar una parte de ellos; manifestaciones vivientes delegoísmo en su peor sentido, excrecencias parásitas de lafalsa política, preparad la tinta corrosiva de vuestra críti-ca; vosotros sois los únicos a quienes no puedo invocar,porque este libro tiene por objeto sacrificaros, o más biensacrificar vuestras injustas pretensiones. Aunque deba amar-se la conciliación, hay dos principios que no se podríanconciliar: la libertad y la coacción.

    Para que las leyes providenciales sean armónicas, ne-cesitan obrar libremente; sin esto no serían armónicas porsí mismas. Cuando observamos un defecto de armonía enel mundo, no puede corresponder sino a una falta de li-

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  • bertad, a la ausencia de la justicia. Opresores, expoliado-res, enemigos de la justicia: vosotros no podéis entrar enla armonía universal, porque sois los que la turbáis.

    ¿Significa esto que el resultado de este libro será debi-litar el poder, destruir su estabilidad, disminuir su autori-dad? Me he propuesto el objetivo enteramente contrario.Pero entendámonos.

    La ciencia política consiste en discernir lo que debeestar o lo que no debe estar entre las atribuciones del Es-tado, y para esto es necesario no perder de vista que elEstado obra siempre por medio de la fuerza. Impone a lavez los servicios que presta y los servicios que se hace pa-gar a cambio, con el nombre de contribuciones.

    La cuestión, pues, es ésta: ¿Cuáles son las cosas quelos hombres tienen el derecho de imponerse unos a otrospor la fuerza? Yo no sé que haya más que una en esecaso, que es la justicia. No tengo el derecho de forzar anadie a ser religioso, caritativo, instruido o laborioso, perotengo el derecho de forzarle a ser justo; tal es el caso delegítima defensa.

    Ahora bien, no puede existir en el conjunto de los in-dividuos derecho alguno que no preexista en los indivi-duos mismos. Luego si el empleo de la fuerza individualno se justifica sino por la legítima defensa, basta recono-cer que la acción gubernamental se manifiesta siempre porla fuerza para deducir que está esencialmente limitada ahacer que reine el orden, la seguridad y la justicia.

    Toda acción gubernamental, fuera de este límite, es unausurpación de la conciencia, de la inteligencia, del traba-jo; en una palabra, de la libertad humana.

    Esto supuesto, apliquémonos sin descanso y sin pie-dad a librar de las invasiones del poder el dominio com-pleto de la actividad privada; con esta condición solamentees como podremos conquistar la libertad o el libre juego

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  • de las leyes armónicas, que Dios ha dispuesto para el de-sarrollo y el progreso de la humanidad.

    ¿Se debilitará por esto el Poder? ¿Perderá alguna partede su estabilidad porque haya perdido en extensión? ¿Ten-drá menos autoridad porque tenga menos atribuciones?¿Inspirará menos respeto porque se le dirijan menos que-jas? ¿Será más el juguete de las facciones, cuando dismi-nuyan esos presupuestos enormes y esa influencia tancodiciada, que son el incentivo de las facciones? ¿Correrámás peligros cuando tenga menos responsabilidad?

    Me parece evidente, por el contrario, que encerrar lafuerza pública en su misión única, pero esencial, incon-testada, benéfica, deseada, aceptada por todos, es garan-tizarle el respeto y el concurso universales. No veo de dón-de podrían venir las oposiciones sistemáticas, las luchasparlamentarias, las insurrecciones de las calles, las revo-luciones, las peripecias, las facciones, las ilusiones, las pre-tensiones de todos a gobernar con todas las formas, esossistemas tan peligrosos como absurdos que enseñan alpueblo a esperarlo todo del gobierno, esa diplomacia com-prometedora, esas guerras siempre en perspectiva o esaspaces armadas casi tan funestas, esos impuestos abruma-dores e imposibles de repartir con igualdad, esa inter-vención absorbente y tan poco natural de la política entodas las cosas, esas grandes mudanzas violentas del ca-pital y del trabajo, fuente de pérdidas inútiles, de fluctua-ciones, de crisis y paralizaciones. Todas estas causas y otrasmil de perturbaciones, de irritación, de desafección, de co-dicia y de desorden no tendrían razón de ser; y los depo-sitarios del poder, en vez de turbarla, concurrirían a la ar-monía universal. Armonía que no excluye el mal, pero quele deja sólo el espacio, cada vez más pequeño, que le danla ignorancia y la perversidad de nuestra débil naturale-za, y cuya misión es precaverlo y castigarlo.

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  • 2

    LO QUE SE VE Y LO QUE NO SE VE1

    En el ámbito económico, un acto, un hábito, una institu-ción, una ley, no producen sólo un efecto, sino una seriede efectos. De éstos, únicamente el primero es inmediato,y dado que se manifiesta a la vez que su causa, lo vemos.Los demás, como se desencadenan sucesivamente, no losvemos; bastante habrá con preverlos.

    La diferencia entre un mal economista y uno bueno sereduce a que, mientras el primero se fija en el efecto visi-ble, el segundo tiene en cuenta el efecto que se ve, perotambién aquellos que es preciso prever.

    Sin embargo, esta diferencia es enorme, pues casi siem-pre ocurre que, cuando la consecuencia inmediata es fa-vorable, las consecuencias ulteriores resultan funestas, yviceversa.

    De donde se sigue que el mal economista procura unexiguo bien momentáneo al que seguirá un gran mal du-radero, mientras que el verdadero economista procura un

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    1 Este folleto, publicado en julio de 1850, es el último que Bastiat es-cribiera. Desde hacía más de un año lo había prometido al público, perose retrasó su aparición porque el autor perdió el manuscrito cuando cam-bió su domicilio de la calle de Choiseul a la de Alger. Después de bús-quedas largas e inútiles, se decidió a rehacer enteramente su obra, y tomócomo base de su exposición sus más recientes discursos ante la AsambleaNacional. Al acabar el trabajo se reprochó una circunspección excesiva,arrojó al fuego este segundo manuscrito y escribió el que ahora publi-camos.

  • gran bien perdurable a cambio de un mal tan sólo pa-sajero.

    Eso mismo acontece en higiene y en moral. Muchasveces, cuanto más grato es el primer resultado de una cos-tumbre, tanto más amargas serán las imprevistas conse-cuencias ulteriores, como sucede con la incontinencia, lapereza y la prodigalidad, entendidas como rutina. Así pues,cuando alguien experimenta el efecto que se ve, sin ha-ber aprendido a discernir los que no se ven, se abandonaa hábitos funestos, no ya sólo por inclinación, sino porcálculo.

    Esto explica la evolución fatalmente dolorosa de lahumanidad, que, cercada en su nacimiento por la igno-rancia, se ve obligada a determinar sus actos por las pri-meras consecuencias de los mismos, pues son las úni-cas que, en principio, puede captar. Sólo con el tiempoaprende a tomar en consideración las demás. Para ello,cuenta con dos maestros claramente diferenciados, a sa-ber, la experiencia y la previsión. La experiencia enseñacon eficacia, pero también con brutalidad: haciendo quelos experimentemos, nos instruye acerca de todos losefectos de un acto, y así, a fuerza de quemarnos, nece-sariamente aprenderemos que el fuego quema. A mí megustaría poder sustituir ese rudo método por otro mássuave: el de la previsión. Con este fin pretendo indagarsobre las consecuencias de algunos fenómenos econó-micos, poniendo las que no se ven cara a cara con lasque se ven.

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  • I. EL CRISTAL ROTO

    Veamos el ejemplo del hombre cuyo atolondrado hijorompe un cristal. Ante semejante espectáculo, seguro que hasta treinta hipotéticos espectadores sabrían po-nerse de acuerdo para ofrecer al atribulado padre un con-suelo unánime: «No hay mal que por bien no venga. Asíse fomenta la industria. Todo el mundo tiene derecho ala vida. ¿Qué sería de los vidrieros si nadie rompiesecristales?»

    Pues bien, en esta formulación subyace toda una teo-ría en la que conviene percibir un flagrante delito (si bien,en este caso, leve), pero que es exactamente la misma que,por desgracia, gobierna la mayoría de nuestras institucio-nes económicas.

    Suponiendo que haya que gastar seis francos en la re-paración del desperfecto, si se mantiene que, gracias a ello,ese dinero ingresa en la industria vidriera, la cual se ve fa-vorecida en tal cantidad, estaré de acuerdo y sin nada queobjetar, pues el razonamiento es válido. Vendrá el vidrie-ro, hará su trabajo y cobrará los seis francos, frotándoselas manos y bendiciendo en su fuero interno la torpeza delchico. Esto es lo que se ve.

    Mas, si por vía de deducción se quiere significar, comosucede con demasiada frecuencia, que es útil romper loscristales porque de este modo circula el dinero fomen-tando la industria en general, habré de objetar que, sien-do cierto que semejante teoría se ocupa de lo que se ve,pasa por alto lo que no se ve.

    No se ve que, puesto que nuestro hombre se ha gasta-do seis francos en una cosa, ya no los podrá gastar enninguna otra. No se ve que, de no haber tenido que repo-ner el cristal, habría repuesto, por ejemplo, su calzado, otal vez habría adquirido un libro para su biblioteca. Es de-

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  • cir, que hubiera dispuesto de seis francos para emplear-los en cualquier cosa.

    Hagamos las cuentas de la industria en general.Con la rotura del cristal, la industria vidriera recibe un

    estímulo a razón de seis francos: esto es lo que se ve.De no haberse roto el vidrio, la industria del calzado

    (o la de cualquier otro ramo) se habría beneficiado de esedinero: esto es lo que no se ve.

    Y si se tomase en consideración lo que no se ve, por serun hecho negativo, lo mismo que lo que se ve, por ser unhecho positivo, se comprendería que la industria en general,o el conjunto del trabajo nacional, no tiene el menor interésen que se rompan o dejen de romperse los cristales.

    Vamos ahora con las cuentas de nuestro ciudadano.En la primera hipótesis, que es la del vidrio roto, el hom-

    bre gasta seis francos y obtiene de nuevo lo que ya poseía.En la segunda, si el incidente no se hubiera produci-

    do, habría invertido los seis francos en calzado y tendríaen su poder, además del cristal, un par de zapatos.

    Y como el ciudadano forma parte de la sociedad, hayque concluir que, tomada en su conjunto, y calculando eltrabajo y su producto, la sociedad ha perdido el valor delvidrio roto.

    Consecuencia que, si generalizamos, nos lleva a la ines-perada conclusión de que la sociedad pierde el valor delos objetos destruidos inútilmente; o al enunciado, parapasmo de los proteccionistas, de que romper y derrocharno estimulan el trabajo nacional; o a la sencilla afirmaciónde que la destrucción no conlleva beneficio.

    Me gustaría conocer lo que al respecto puedan decirel Moniteur Industriel o los partidarios del buen señor deSaint-Chamans, quien con tanta exactitud calculó lo queganaría la industria, si ardiese todo París, por las casasque habría que reedificar.

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  • Estoy consternado por desbaratar sus ingeniosas cuen-tas, cuyo espíritu ha introducido en nuestra legislación.Pero le suplicaría que las echara de nuevo, esta vez te-niendo en cuenta lo que no se ve junto a lo que se ve.

    Es necesario que el lector considere que en el brevedrama que acabo de someter a su atención no hay so-lamente dos personajes, sino tres. El primero, el ciu-dadano, representa al consumidor, limitado a un sologoce en lugar de los dos de que disponía antes de ladestrucción. El otro, personificado en el vidriero, repre-senta al productor, a quien el accidente fomenta su in-dustria. El último es el zapatero (u otro industrial cual-quiera), cuyo trabajo pierde en estímulo otro tanto de loque el anterior ha ganado y precisamente por la mismacausa. Este tercer personaje, a quien se mantiene siem-pre en la oscuridad y que representa lo que no se ve, esun término necesario del problema. Es el que nos hacecomprender el gran absurdo que hay en ver un benefi-cio en la destrucción. El que nos ha de demostrar enbreve que no es menos absurdo esperar un beneficio dela restricción, que, al fin y al cabo, no es más que unadestrucción parcial. De manera que, si se examina el fon-do de todos los argumentos que en su favor se emplean,no encontraremos más que una paráfrasis del dicho vul-gar: ¿qué sería de los vidrieros si nunca se rompiesenlos cristales?

    II. EL LICENCIAMIENTO

    Sucede con un pueblo lo que con un hombre: que cuan-do quiere proporcionarse una satisfacción, él mismo debecalcular si vale lo que ha de costarle. Para una nación, laseguridad es el mayor de los bienes. Si para adquirirla tie-

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  • ne que movilizar a cien mil hombres y gastar cien millo-nes, no tengo nada que objetar: es un bien pagado conun sacrificio. Que no se malinterprete, pues, el alcance demi reflexión.

    Propone un diputado que se licencie a cien mil hom-bres para ahorrar cien millones a los contribuyentes.

    Si se le contestara simplemente que esos cien mil hom-bres y los cien millones son indispensables para la seguri-dad nacional; que significan un sacrificio, pero que sin esesacrificio la nación acabaría despedazada por uno u otrobando o invadida por los extranjeros, nada tendría yo queoponer a ese argumento, que será fundado o no, pero queen teoría no encierra ninguna herejía económica. La here-jía comienza cuando se trata de presentar el sacrificio comouna ventaja, dado que alguien saldría beneficiado.

    Pues bien, o mucho me engaño, o apenas dejara la tri-buna el autor de la propuesta, otro orador la ocuparía in-mediatamente para formular cuestiones como las siguien-tes: ¿Cuál será el porvenir de esos cien mil hombres? ¿Dequé vivirán? ¿Se olvida que el trabajo escasea, que las sa-lidas profesionales están bloqueadas? ¿Se pretende echar-los a la calle, aumentar la competencia por el empleo ylastrar el nivel de los salarios? En momentos en los que re-sulta tan duro ganarse la vida, ¿no es una suerte que el Es-tado proporcione un empleo a cien mil personas? Consi-dérese, además, que el ejército consume vino, ropa, armas,y que ello redunda en la actividad de las fábricas y de lasplazas de guarnición, y que asimismo resulta providencialpara innumerables proveedores. ¿No es una idea siniestraaniquilar este inmenso movimiento industrial?

    Este discurso resuelve favorablemente la conservaciónde los cien mil soldados, no ya en atención a las necesi-dades del servicio, sino por consideraciones económicas:éstas son, por tanto, las que paso a refutar.

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  • Cien mil hombres, que cuestan cien millones a los con-tribuyentes, viven y hacen vivir a sus proveedores en pro-porción a todo lo que pueden dar de sí los cien millones:esto es lo que se ve.

    Pero cien millones que salen del bolsillo de los con-tribuyentes dejan de aportar a éstos y a sus proveedoresla parte proporcional de lo que podrían dar de sí los su-sodichos cien millones: esto es lo que no se ve. Echemoscuentas y que alguien sepa decirme dónde está el bene-ficio para la masa social.

    Yo, por mi parte, señalaré dónde está la pérdida y,para simplificar, en vez de hablar de cien mil hombres yde cien millones, haré cálculos sobre un hombre y milfrancos.

    Estamos en el pueblo de A. Los reclutadores hacen suronda y se llevan a un hombre. Los recaudadores hacenla suya y se llevan mil francos. Con este dinero, el hom-bre es trasladado a Metz, donde vivirá por espacio de unaño, sin hacer nada. Si se mira exclusivamente hacia Metz,la medida resulta claramente ventajosa; pero si fijamosla atención en el pueblo de A., el juicio será muy dife-rente. Se verá que este pueblo ha perdido a un trabaja-dor, los mil francos que servían de remuneración a sutrabajo y además la actividad que producía el gasto deese dinero.

    A primera vista parece que exista compensación, por-que el fenómeno que se materializaba en A. ha pasadoa materializarse en Metz, pero vamos a comprobar quehay pérdida. En el pueblo había un hombre que labrabay sembraba la tierra: era un trabajador. Ahora, en Metz,ese hombre gira a derecha e izquierda: es un soldado. Eldinero y la circulación son iguales en ambos casos. Peroen el primero había trescientos días de trabajo produc-tivo, mientras que en el segundo hay trescientos días

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  • de trabajo improductivo, partiendo, por supuesto, de queparte del ejército no es indispensable para la seguridadpública.

    Vamos ahora al licenciamiento. Se me dice que pro-vocaría un exceso de cien mil trabajadores, una compe-tencia laboral exacerbada y una presión añadida sobre losprecios de los salarios: esto es lo que se quiere ver.

    Pero hay cosas que no se ven. No se ve que licenciara cien mil soldados no es destruir cien millones, sino de-volvérselos a los contribuyentes. No se ve que lanzar acien mil trabajadores al mercado es lanzar en él al mis-mo tiempo los cien millones destinados a pagar su tra-bajo, y que, por consiguiente, la misma medida que au-menta la oferta de fuerza de trabajo aumenta también lademanda, de donde se deduce que la supuesta baja desalarios es ficticia. No se ve que, tanto antes como des-pués del licenciamiento, hay en el país cien millonesque corresponden a cien mil hombres; y que la diferen-cia estriba en que, antes, el país entregaba los cien mi-llones a los cien mil hombres por no hacer nada, mien-tras que después se los entrega por trabajar. No se ve, enfin, que cuando el contribuyente da su dinero a un sol-dado sin compensación alguna, o cuando se lo da a untrabajador a cambio de lo que sea, las consecuencias ul-teriores de la circulación de ese dinero son las mismas.Sólo que en el segundo caso el contribuyente recibealgo y en el primero no recibe nada. Resultado: una pér-dida evidente para la nación.

    El sofisma que aquí combato no resiste la prueba de laprogresión, que es la piedra de toque de los principios.Si, tomado todo en consideración y examinados todos losintereses, hay beneficio nacional en aumentar el ejército,¿por qué no llamar al servicio a toda la población mascu-lina del país?

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  • III. LOS IMPUESTOS

    Se oye decir alguna vez que los impuestos son la inver-sión más rentable, una especie de rocío fecundo que ayu-da a vivir a muchas familias y que repercute favorable-mente sobre la industria. En definitiva, que es lo infinito,la vida.

    Para combatir esta doctrina, he de reproducir la refu-tación anterior. La economía política sabe perfectamenteque sus argumentos no resultan tan divertidos como paraque se les pueda aplicar el repetita placent. Así pues, haalterado el aforismo a su conveniencia, convencida de que,en sus labios, repetita docent.

    El beneficio que encuentran los funcionarios cuandocobran sus haberes es lo que se ve. El que redunda parasus proveedores es, todavía, lo que se ve. Esto salta a lavista.

    Pero la desventaja que los contribuyentes sienten altener que afrontarlo es lo que no se ve, y el perjuicio re-sultante para sus proveedores es lo que no se verá nunca,aunque esto hay que verlo con los ojos del espíritu.

    Cuando un funcionario público gasta en provecho pro-pio cinco francos más, es porque un contribuyente gastaen provecho propio cinco francos menos. El gasto del fun-cionario se ve, porque se verifica; pero el del contribuyenteno se ve, porque, ¡ay!, se le impide realizarlo.

    Suele compararse la nación con un terreno árido, mien-tras que los impuestos serían como una lluvia fecunda:aceptémoslo. Pero deberíamos preguntarnos dónde es-tán los manantiales de esa lluvia, y si no será la contribu-ción la que absorbe la humedad del suelo, y, por lo tan-to, la causa de su aridez.

    Deberíamos preguntarnos también si es posible que elsuelo reciba por medio de la lluvia una cantidad de esa

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  • preciosa agua, igual a la que ha perdido por medio de laevaporación.

    Lo que no admite duda es que, cuando el ciudadanoda cinco francos al recaudador, no recibe nada a cambio.Y que, cuando después los gaste el funcionario y revier-tan así al ciudadano, aquél recibirá un valor igual en pro-ductos o en trabajo. El resultado definitivo es una pérdi-da de cinco francos para el ciudadano.

    Es cierto que a veces (tantas como se quiera) el fun-cionario público presta al ciudadano un servicio equiva-lente. En este caso, no hay pérdida por una ni por otraparte, sino trueque. Por lo tanto, mi argumentación no sedirige en modo alguno a las funciones útiles. Lo que digoes: si se pretende crear una función, demuéstrese antessu utilidad. Demuéstrese que vale para el ciudadano, porlos servicios que le presta, el equivalente de lo que le cues-ta. Pero, haciendo abstracción de esa utilidad intrínseca,no se invoquen como argumento las ventajas que pro-porciona al funcionario, a su familia y a sus proveedores,ni se alegue que favorece el trabajo.

    Cuando el ciudadano da cinco francos a un funciona-rio a cambio de un servicio realmente útil, sucede exac-tamente lo mismo que cuando se los da a un zapatero acambio de un par de zapatos: es un toma y daca, y por lotanto, quedan en paz. Pero cuando el ciudadano da cin-co francos a un funcionario para no recibir servicio algu-no, y aun para que lo mortifique, es como si se los dieraa un ladrón. Poco importa decir que el funcionario gasta-rá esos cinco francos en provecho del trabajo nacional:otro tanto hubiera hecho el ladrón, incluso el mismo ciu-dadano, de no haberse encontrado con un parásito legalo extralegal.

    Acostumbrémonos, pues, a juzgar las cosas no sólo porlo que se ve, sino por lo que no se ve.

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  • El año pasado pertenecí a la comisión de Hacienda,pues, con la Asamblea Constituyente, los miembros de laoposición no eran excluidos sistemáticamente de todas lascomisiones. En este aspecto, la Constituyente obraba conmucho acierto. Oímos al señor Thiers decir: «He pasadomi vida combatiendo a los hombres del partido legitimis-ta y a los del partido clerical. Desde que el peligro comúnnos ha aproximado, desde que frecuento su trato y losconozco y hablamos cordialmente, he visto que no sonaquellos monstruos que me había figurado.»

    En efecto, la desconfianza se exagera, los odios se en-conan entre los partidos que no se entremezclan; y si lamayoría permitía que penetrasen en el seno de las comi-siones algunos miembros de la minoría, tal vez era por-que unos y otros reconocían que ni sus ideas ni sus in-tenciones eran tan contrapuestas como se podía pensar.

    Como quiera que fuese, el año pasado pertenecí a lacomisión de Hacienda. Siempre que alguno de sus miem-bros hablaba de reducir a una cantidad módica los suel-dos del Presidente de la República, de los ministros y delos embajadores, le contestaban:

    «Por el bien del propio servicio, es preciso que cier-tas funciones posean brillo y dignidad. Sólo así podránser desempeñadas por las personas que las ostentan. Acu-de mucha gente al Presidente de la República en deman-da de un remedio para sus desgracias, y se vería situa-do en una posición muy penosa si no se le facilitasen los medios para mitigarlas. El papel de los gobiernos re-presentativos se fundamenta en