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LA ETICA BASADA EN LA REGLA DE ORO Profesor Celso López (Apuntes de clases) El propósito de este trabajo es mostrar que el principio conocido como la Regla de Oro y que se expresa como: “No hagas a otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti”, con algunas importantes modificaciones, satisface la necesidad de dar un fundamento o, al menos, una justificación a un comportamiento moral universal (es decir, válido para todas las personas). Este comportamiento moral resulta, además, consistente con los delineamientos fundamentales del Programa de Filosofía para Niños. La ética es una disciplina filosófica y comparte con ella dos objetivos fundamentales: hacer posible una reflexión personal y justificar a otros, por medio de razones, nuestras opiniones sobre temas controversiales. La Regla de Oro, como veremos, permite lograr estos objetivos y, en consecuencia, permite desvirtuar los problemas que están a la base de la moral, en primer lugar, alejar la amenaza del relativismo moral, que no debiera confundirse con el relativismo epistemológico y que pretende disolver toda norma de comportamiento universal. En segundo lugar, permite alejar el fantasma del egoísmo que no quiere reconocer los nexos que espontáneamente se establecen entre las personas y que constituyen la base del comportamiento moral. Nuestro punto de partida lo constituye, entonces, el análisis de la Regla de Oro y las modificaciones y distinciones que tenemos que hacer para que pueda cumplir con esta importante tarea de fundamentar o, al menos, justificar el comportamiento moral. El lograr una reflexión personal supone, en primer lugar, partir de la propia experiencia e, incluso de la propia experiencia de los niños. No sería aceptable partir de principios generales o abstractos sino de principios que podemos verificar por nosotros mismos. En segundo lugar, esta verificación en nosotros mismos no implica una especie de acto de fe. Estos principios o, más específicamente, las consecuencias de estos principios

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LA ETICA BASADA EN LA REGLA DE OROProfesor Celso López (Apuntes de clases)

El propósito de este trabajo es mostrar que el principio conocido como la Regla de Oro y que se expresa como: “No hagas a otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti”, con algunas importantes modificaciones, satisface la necesidad de dar un fundamento o, al menos, una justificación a un comportamiento moral universal (es decir, válido para todas las personas). Este comportamiento moral resulta, además, consistente con los delineamientos fundamentales del Programa de Filosofía para Niños.

La ética es una disciplina filosófica y comparte con ella dos objetivos fundamentales: hacer posible una reflexión personal y justificar a otros, por medio de razones, nuestras opiniones sobre temas controversiales. La Regla de Oro, como veremos, permite lograr estos objetivos y, en consecuencia, permite desvirtuar los problemas que están a la base de la moral, en primer lugar, alejar la amenaza del relativismo moral, que no debiera confundirse con el relativismo epistemológico y que pretende disolver toda norma de comportamiento universal. En segundo lugar, permite alejar el fantasma del egoísmo que no quiere reconocer los nexos que espontáneamente se establecen entre las personas y que constituyen la base del comportamiento moral. Nuestro punto de partida lo constituye, entonces, el análisis de la Regla de Oro y las modificaciones y distinciones que tenemos que hacer para que pueda cumplir con esta importante tarea de fundamentar o, al menos, justificar el comportamiento moral.

El lograr una reflexión personal supone, en primer lugar, partir de la propia experiencia e, incluso de la propia experiencia de los niños. No sería aceptable partir de principios generales o abstractos sino de principios que podemos verificar por nosotros mismos. En segundo lugar, esta verificación en nosotros mismos no implica una especie de acto de fe. Estos principios o, más específicamente, las consecuencias de estos principios deben basarse en razones, es decir, debemos argumentar las conclusiones que queremos establecer.

ETICA CLASICA Y ETICA MODERNA

Una de las primeras distinciones que debemos considerar es la distinción entre ética clásica y ética moderna. La primera se orienta por el principio de la búsqueda de la felicidad. Se trata, en consecuencia, de un ideal complejo, porque no sólo tiene que ver con el comportamiento que debemos observar hacia las otras personas, sino con el modo cómo debemos conducir nuestra vida personal, es decir, por medio de la prudencia y la sabiduría. Este ideal sirvió de guía por mucho tiempo a los pensadores de la antigüedad y la Edad Media, pero con el surgimiento, a partir del Renacimiento, de la coexistencia de diferentes credos religiosos el ideal de la felicidad se vuelve difuso. No hay un conjunto de reglas que permitan guiarnos en una dirección unívoca. Por ejemplo, dentro del cristianismo surgen movimientos que promueven la vida cristiana en comunidades cerradas, mientras que otros piensan que la vida cristiana tiene esencialmente una dimensión misionera, de modo que es necesario convivir con personas que tienen otras creencias religiosas o, incluso, con aquellos que carecen de ellas. Por esta razón, y a medida que la tolerancia se extiende a grupos cada vez más diversos, la búsqueda de la felicidad se transforma en un ideal de tipo personal y ya no puede fundar lo que resulta

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esencial para el comportamiento moral: la obligación que todos tenemos de respetar ciertas normas y que se nos puede reprochar la violación de una de ellas.

La ética moderna, en cambio, se limita a regular la convivencia entre personas con distintas creencias sobre el significado de la existencia humana y pretende establecer reglas obligatorias para todas las personas, aún si tienen diversas concepciones sobre cómo deberíamos conducir nuestra vida personal. Esto quiere decir que el comportamiento moral no comprende toda la esfera de la actividad humana, puesto que el mundo moderno reconoce el derecho que tiene toda persona a tener una vida privada, es decir, un suficiente margen para desarrollar nuestra vida de acuerdo con nuestra propia conciencia. No obstante, es evidente que este límite debe ser establecido con claridad y buenas razones, puesto que no es subjetivo ni ilimitado.

ETICA MODERNA Y ETICA RELIGIOSA

Si aceptamos este planteamiento de la ética moderna como el comportamiento que debemos observar ante los demás, es decir, considerar la ética como limitada a las interacciones que tenemos con las otras personas, entonces podemos decir que, en general, la ética moderna trata de determinar lo que es bueno o malo moralmente, de acuerdo con lo que cualquier persona podría aceptar como un comportamiento correcto.

La referencia a Dios no nos ayuda en esta tarea y las razones son fáciles de comprender:En primer lugar, la conciencia de lo que es malo o bueno moralmente la encontramos aún en personas que carecen de una creencia en Dios. En segundo lugar, y esto parece ser el argumento filosófico más importante, si Dios prohíbe algo, lo hace porque eso es algo malo, pero no puede ser la prohibición la fuente de lo moral. Ciertamente, si hacemos algo que Dios prohíbe, podrían seguirse malas consecuencias, pero no se trataría de desobedecer una norma moral. Claramente, faltaría una noción comprensible de lo que es malo moralmente. En tercer lugar, si hacemos algo que es moralmente malo o incorrecto, de una u otra manera eso causará un daño a otra persona. La motivación moral es precisamente evitar ese daño. La motivación por el amor o temor de Dios, en cambio, puede desviarnos del comportamiento moral correcto que debemos observar hacia los demás.

Es cierto, por otra parte, que hay situaciones de sufrimiento extremo que despojan de sentido nuestra vida y, en ese caso, el comportamiento moral resulta ineficaz para ayudarnos a recuperar el sentido de la vida. En esos casos, una creencia religiosa podría ser una guía más eficaz. De modo que, si bien en principio, nuestro punto de partida deja de lado cualquier presupuesto religioso, no es claro que, a la larga, la posibilidad de una ética religiosa quede totalmente eliminada.

LA FORMULACION DE LA REGLA DE ORO

La Regla de Oro ha sido formulada de dos maneras diferentes. Una primera formulación es la que mencionamos al principio: “No hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. Pero, también ha sido formulada como: “Haz a los otros lo que te gustaría que ellos te hicieran a ti”. La segunda formulación enfatiza el daño que puede producirse por falta de colaboración y solidaridad. En otras palabras, podemos dañar a alguien tanto haciendo algo contra esa persona como dejando de hacer algo por ella. En ambos casos se puede producir un daño. De esta manera, para que la Regla de Oro

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funcione como fundamento de la moral, debe incluir ambas alternativas. No basta con no provocar un daño directo, también debemos prestar ciertas ayudas básicas y esto se debe a que el hilo conductor de la moral moderna es el daño a las otras personas, tal como ya lo hemos sugerido.

Muchas veces se han formulado, por otra parte, objeciones a la Regla de Oro. Por ejemplo, se ha dicho que una consecuencia de ella es pensar que “me gusta que me hagan cosquillas, por lo tanto, debería hacerle cosquillas a todo el mundo” o “no me gustan lo helados de chocolate, por lo tanto, nadie debería comerlos”, etc.Sin embargo, la Regla de Oro no se aplica a preferencias individuales. Lo que debemos o no debemos hacer a los otros refiere a un comportamiento general, es decir, dirigido a un ser humano cualquiera, sin preferencias personales.

Por esta razón, la Regla de Oro, tal como la conocemos en la vida cotidiana, debe ser modificada para dejar fuera este tipo de situaciones. “No hagas a otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti”, como si fuera una regla general.En otras palabras, debemos ser capaces de ponernos en la situación de otra persona y decidir qué es lo que deberíamos, o no deberíamos hacer, a un ser humano cualquiera, sin considerar sus preferencias personales. Este tipo de comportamiento, que consideramos moralmente correcto, no requiere, en efecto, que exista una plena coincidencia con las creencias de las otras personas. Podemos, en efecto, comportarnos correctamente con otras personas aunque tengamos gustos personales diferentes, por ejemplo, con respecto a partidos políticos, clubes deportivos o creaciones artísticas, etc. Al mismo tiempo tenemos ciertas obligaciones básicas con ellos, a pesar de no estar de acuerdo con algunas de sus creencias.De esta manera, la Regla de Oro parece dar satisfacción a lo que estaba implícito en el segundo imperativo categórico de Kant. No debemos instrumentalizar a las personas, debemos respetar sus fines subjetivos o, mejor todavía, debemos respetar a todos de un modo igualitario. Esto es precisamente lo que significa un comportamiento moral universal, es decir, someterse a reglas de respeto con todas las personas. Pero este respeto no incluye, naturalmente, las preferencias individuales. Podemos respetar a alguien, aunque no compartamos sus creencias personales. El respeto tiene que ver con la ausencia de manipulación, es decir, con un comportamiento que no interfiere con los fines personales que las otras personas se han propuesto realizar. Es importante recordar, además, que La Regla de Oro forma parte del sentido común, no se trata de un principio abstracto, o que se derive de una teoría general que necesite, a su vez, ser demostrada. La Regla de Oro apela a la manera espontánea como nos relacionamos con las demás personas. En nuestra experiencia docente, hasta los niños de séptimo y octavo básico la pueden comprender fácilmente, puesto que apela a la empatía que tenemos con las demás personas. Ciertamente, la adición de la expresión “como si fuera una regla general”, que hemos introducido, puede producir algunas dificultades, pero podemos facilitar su comprensión mirando las cosas desde una perspectiva más subjetiva y vivencial.

LA REGLA DE ORO Y LOS SENTIMIENTOS MORALES

Si yo le causo un daño a una persona y me doy cuenta de lo que hago, tengo un sentimiento de culpa. Esto se debe a que mi propia conciencia me indica que lo que estoy haciendo está mal. En otras palabras, me doy cuenta de que me estoy

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comportando de una manera que provoca un tipo de daño que ninguna persona debería causar a otra persona, cualquiera que este sea. Por ejemplo, humillarla.Por otra parte, la persona afectada por la acción se siente resentida, porque se da cuenta de que está siendo dañada de una manera que resulta inaceptable para cualquier persona. Una persona que observa la situación, y que no es afectada por el comportamiento inmoral, se siente indignada, porque se da cuenta de que alguien está siendo tratado de una manera que ningún ser humano merece ser tratado.

Estos sentimientos morales no coinciden exactamente con los sentimientos empíricos que, a veces, denominamos con los mismos nombres. Una persona, en efecto, se puede sentir culpable, porque tiene una personalidad que lo lleva a culparse de cosas que no implican un daño a las demás personas. Por ejemplo, hacerse un tatuaje, bañarse desnudo en un lugar solitario, o decirle a una persona que le gusta mucho. Por otra parte, hay personas que no se sienten culpables, aunque causen un daño a otras personas, porque, por ejemplo, están acostumbradas a manipular a los demás. Por ejemplo, mentir para conseguir que otra persona le preste dinero. De un modo similar, hay personas que se sienten resentidas aunque no se les haya causado un daño, o bien, no se sienten resentidas cuando se les ha causado un daño, porque están acostumbradas a ser manipuladas, etc.También podría darse el caso de una persona que no se indigna ante un comportamiento incorrecto, porque considera que hay patrones de comportamiento distintos para cada persona o grupo de personas. Por ejemplo, desentenderse de alguien que necesita ayuda y no hacer nada a pesar de que la otra persona está siendo asaltada.

A fin de comprender correctamente los sentimientos morales debemos atender a su intrínseca reciprocidad. Una persona se siente culpable porque la que es dañada se siente resentida y la que observa, a su vez, se siente indignada. Es la coincidencia de los tres sentimientos lo que permite calificar el comportamiento como inmoral. Dicho de otro modo, los comportamientos inmorales contradicen la formulación general de la Regla de Oro y, en consecuencia, se ajustan a la coincidencia de los tres sentimientos morales.

Consideremos el caso de dos jugadores de tenis. Uno gana y el otro pierde. El perdedor puede sentirse resentido, puede sentirse triste, o puede sentirse frustrado. Puede, como tantas veces lo hemos visto, patear las pelotas, romper la raqueta, lanzarla lejos, o ponerse a gritar. El contrincante, en cambio, está contento, porque ganó. Es verdad que, en ciertos casos, el que gana podría sentir lástima por el perdedor. Pero no hay razón para que se sienta moralmente culpable. Esto podemos verlo con claridad si consideramos la posición de los que miran las cosas imparcialmente. Ellos no consideran que se haya cometido un daño moral, puesto que todo el proceso ha seguido las reglas previamente acordadas. (Por cierto, esto cambiaría radicalmente, si estas no se cumplieran, pero ése sería un caso especial). De manera que no existe un daño moral, si no existe un observador imparcial que se indigne.Por otra parte, podría ocurrir que existan comportamientos que indignen a muchas personas, pero, el daño no queda claro. Por ejemplo, muchos adultos, se molestan porque los jóvenes usan ropas estrafalarias, llevan el pelo muy largo, de colores poco usuales, usan piercing o se hacen tatuajes extraños o provocadores. Pero, ¿en dónde está el daño? Tal como lo hemos dicho anteriormente, esto sólo podría producirse si se

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interfiere con los fines de las demás personas, pero ese no parece ser el caso. Un observador imparcial diría que no hay motivo para estar indignados. Lo mismo parece producirse con los comportamientos mutuamente consentidos, no parece haber un reproche moral en conductas como tomarse de la mano, acariciarse o besarse en público, a pesar de que a muchas personas les parezca de mal gusto. Esto parece corresponder a lo que, en otro plano, obedece a diferencias culturales. Por ejemplo, usar turbante, boina, jockey, o sombrero de copa. No parece haber nada de inmoral en usar uno de ellos y no los otros.

Es importante notar que el observador imparcial o la persona dañada no necesitan estar presentes físicamente. Por ejemplo, puedo hablar mal de alguien a sus espaldas o puedo golpear a alguien más débil sin que existan testigos. Esto no significa, que éstas sean acciones correctas. Los sentimientos morales presuponen la empatía, es decir, la capacidad de ponerse en la situación de las otras personas. Esto requiere ser capaz de comprender su perspectiva de las cosas, aunque no quiere decir que necesariamente tenemos que experimentar sus mismas emociones. Si yo hago algo que está mal, tengo que ponerme en la situación de la persona que estoy dañando y en la situación de las personas que, eventualmente, podrían observar lo que estoy haciendo. De otra manera, no se podrían aplicar correctamente los sentimientos morales. Se podría llegar al absurdo de pensar que golpear a un niño en una sala de clases está mal, pero si lo llevo a mi oficina y lo golpeo allí, no estaría mal, porque no hay testigos. Además pueden surgir casos en las que la aplicación de la Regla de Oro es complicada. Por ejemplo, puede ocurrir que en una de relación de pareja uno de los dos quiere dar por terminada la relación, porque siente que no está lo suficientemente enamorado(a). Esto, por supuesto, le va a causar un gran sufrimiento a la persona que sí está enamorada. Por lo tanto, en este caso, cabe preguntarse si la persona que rompe la relación está o no haciendo algo moralmente correcto. Es importante notar que la persona enamorada podría apelar a la Regla de Oro. Podría decir, por ejemplo, “si yo estuviera en tu lugar, continuaría con la relación y como eso es lo que yo deseo, tú deberías continuar con la relación”. Pero, como podemos ver, es una formulación defectuosa, porque la persona no sale de su posición y lograr esto es precisamente el papel de la empatía. Lo que la persona que sufre debería preguntarse es qué haría si ella estuviese en la situación contraria. Es decir, si ella continuaría la relación con una persona que ha dejado de querer. En ese caso, al menos para un observador imparcial, resulta evidente que lo que hay que hacer es terminar la relación. La aplicación de la Regla de Oro requiere preguntarnos qué es lo que sentiríamos si estuviésemos en los otros roles.

En consecuencia, una buena aplicación de los sentimientos morales y, en especial, su coincidencia en una situación determinada, definen una acción moral. Al mismo tiempo, una situación moralmente correcta o moralmente incorrecta, de acuerdo con los sentimientos morales, es también incorrecta de acuerdo con la Regla de Oro. Como vemos, en ambos casos lo que importa es el comportamiento general con respecto a los seres humanos y esta manera de comportarse no es una abstracción, sino que surge de nosotros mismos del refinamiento de nuestros sentimientos morales.

Podríamos resumir lo que hemos dicho sobre el comportamiento moral, diciendo que el respeto igualitario, el principio general de la moral moderna, queda definido por la Regla de Oro y los sentimientos morales.

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LA DIFICULTAD DE JUSTIFICAR EL COMPORTAMIENTO MORAL.

La Regla de Oro, en conjunto con los sentimientos morales, nos permite delimitar el campo de lo moralmente correcto. Usándolos como herramientas de análisis, podemos decidir si un comportamiento es o no inmoral y resulta extraordinariamente eficaz en aquellos casos en que un comportamiento correcto parece causar un daño y, de una manera inversa, mostrar que un comportamiento es inmoral, aunque no parezca producir un sufrimiento o, ni siquiera pareciera causar un daño.

A pesar de tener claridad sobre lo que es un comportamiento moralmente correcto, tenemos que preguntarnos ahora qué es lo que nos obliga a respetar este tipo de comportamiento. Esto puede parecer sorprendente a primera vista, porque la Regla de Oro en sí misma parece implicar una obligación que podría explicitarse del siguiente modo: si haces algo contra esta persona, ella (o alguien más) podría hacer lo mismo contra ti. Esta formulación, sin embargo, tiene algunas fallas. Por ejemplo, podemos cometer actos inmorales contra personas que ni siquiera llegan a enterarse del daño que le hemos causado. O, si somos personas poderosas, podemos causar daño sin temor a las represalias, porque, si nos dañan o nos reprochan nuestra conducta, podríamos causarles un daño mayor. No se sigue, entonces, necesariamente, de una buena comprensión de la Regla de Oro un comportamiento moral correcto.Por lo demás, es evidente que el comportamiento moral puede significar un importante menoscabo de nuestros intereses personales y el comportamiento inmoral puede ayudarnos a lograr un premio, una donación o una beca. En casos como éstos, la tentación puede ser muy fuerte, especialmente si las posibilidades de ser sorprendidos son escasas. Sería una distorsión de la realidad pensar que las personas actúan inmoralmente sólo porque desconocen el mal que están provocando.

¿Qué nos obliga, entonces, a actuar moralmente?

No podemos acudir a un principio superior del que podríamos derivar la Regla de Oro, puesto que esta maniobra deja pendiente el tema de fundamentar tal principio. Por lo demás, nuestra metodología ha sido siempre mantenernos en el nivel de los principios que todos podemos verificar por nosotros mismos. De manera que sólo nos queda el camino de la conciencia individual. ¿Por qué deseamos actuar moralmente?

Me parece que hay tres razones fundamentales:

En primer lugar, valoramos a las personas que se sacrifican por los demás. Personas como el Padre Hurtado o Santa Teresa, que sacrifican todos sus fines personales en beneficio de los demás, suscitan nuestra admiración. Esto quiere decir que no sólo valoramos estos comportamientos moralmente heroicos, sino que muestra que tenemos una tendencia innata a hacer lo correcto y rechazar lo que consideramos incorrecto. A veces, usamos la expresión: debemos siempre actuar como una persona decente o, sería feo actuar de una manera incorrecta.Por lo tanto, aunque es innegable que, en aquellos casos en los que actuamos inmoralmente para no perjudicar nuestros intereses, nos sentimos interiormente despreciables y vacíos aunque nadie se dé cuenta de la incorrección de nuestras acciones.

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En segundo lugar, valoramos las relaciones de respeto moral entre las personas, deseamos que las demás personas confíen en nosotros y, de un modo recíproco, valoramos el hecho de tener personas en las que confiar. Esa es la base de ese nexo humano tan importante que llamamos amistad. Tenemos una tendencia a desarrollar y fortalecer ese nexo, porque lo sentimos como una parte fundamental de nosotros mismos. Al mismo tiempo, nos produce mucho dolor y sufrimiento el perder un amigo. La simpatía es el nexo más básico y fundamental que hace posible la amistad y es lo que nos lleva a confiar en otra persona. A su vez, significa que confiamos en que tal persona no sólo nunca nos hará daño, sino que, además, es una fuente de orientación en nuestra vida. En otras palabras, se comportará moralmente con nosotros. Todos deseamos tener esa vinculación profunda con las otras personas, porque muchas veces necesitamos ser cuidados por los demás o perdemos el rumbo de nuestra vida. La simpatía se convierte en amistad por medio del cultivo justamente de la conducta moral y la amistad nos lleva al amor, que constituye una forma suprema de vinculación entre los seres humanos.De manera que podríamos decir que la Regla de Oro y los sentimientos morales nos ayudan a desarrollar la virtud de ser confiables para los demás que, a su vez, nos hace más plenamente humanos, porque nos permite establecer relaciones profundas con todos los seres humanos, en oposición a las relaciones puramente funcionales.

En tercer lugar, todos deseamos vivir en una sociedad en la que todos se respeten igualitariamente Todos deseamos ser respetados igualitariamente y esa es la razón por la que rechazamos la discriminación. Es verdad que en ciertas sociedades en las que existe la desigualdad, puede ocurrir que no sea tan evidente el rechazo a la discriminación, pero basta tener un poco de empatía con la situación de los discriminados para darnos cuenta de que no nos gustaría que nadie estuviese en esa situación. Es, sin duda un anhelo universal y esto sólo es posible sobre la base de una concepción moral igualitaria. Además, una sociedad en la que todos se respetan, que podemos llamar, Comunidad Moral, es lo que hace posible los nexos profundos entre los seres humanos, porque para confiar en las personas uno debe confiar en que ellas van a actuar moralmente y que, si no lo hacen, van a ser castigadas. De otro modo, la conducta moral carece de sentido. Por otra parte, la conciencia de vivir en una Comunidad Moral, o que aspira a constituirse en una sociedad moral, es la motivación más fuerte para comportarnos moralmente.

No obstante lo que tenemos son motivaciones, no fundamentos y, en última instancia, las motivaciones pueden debilitarse. Si las personas pierden el sentido de la vida, la conducta moral deja de tener sentido. Esto es algo que se ha visto tantas veces con personas que pierden a sus queridos. El famoso psiquiatra Victor Frankl, que sobrevivió a los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial tuvo que enfrentar ese dilema, puesto que su esposa, a quien él amaba entrañablemente, no pudo sobrevivir. En su libro “El sentido de la Humano”, él no habla de su caso, pero se refiere a otros judíos que estaban en una situación similar. A ellos les pide un esfuerzo de empatía y les decía: ¿Qué desearía Ud. que su cónyuge hiciera si lo hubiese sobrevivido a Ud.? ¿Qué muriera o que rehiciera su vida? Suponemos que él tomó la segunda alternativa, pero es indudable que muchos judíos no pudieron resistir la soledad y se suicidaron.Es en este sentido, que podemos decir que la ética de la Regla de Oro nos proporciona motivaciones para ser persona morales, pero carece de fundamentos. Es por esta misma

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razón que muchas personas la consideraran insuficiente y preferirán una ética religiosa que proporcione una mejor respuesta a los casos mencionados.