LAS COMUNIDADES RURALES EN MÉXICO DURANTE EL SIGLO …

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LAS COMUNIDADES RURALES EN MÉXICO DURANTE EL SIGLO XIX Por el doctor José de Jesús LEDESMA URIBE Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM SUMARIO: 1. Explicación preliminar. 2. Fon.do histórico de México durante el sig1,o XIX. 2.1. Mutabilidad del Derecho constitucional. 2.2. Pluraldad de legislaciones. 3. Las comunidades rurales en México hasta 1821. 3.1. Le- gislación de Hidalgo. 3.2. Legidación de Morelos. 3.3. Intentos y efectos de abolición de los mayorazgos. 3.4. Tendencia colonizadora. 4. Las comu- nidades rurales en México hasta antes de las byes de desamortización. 4.1. Subsistencia de las comunidades rurales. 4.2. Ruina económica, agraria y moral de las comunidades rurales. 4.3. Efectos de la co.lon.ización. 4.4. Protección indirecta a las comunidades rurales con diversas medidas legis- lativas. 5. Hacia la supresión de las comunidades. 5.1. Significado de la supresión de las comunidades dentro de la filosofia liberal. 5.2. Diversas medidas legislativas que indirectamente producen la m p s i ó n de las co- munidades. 5.3. Paulatina desaparición de las comunidades rurales. 5.5. El desarrollo de las haciendas. 6. La legislación del Segundo Imperio. 6.1. Confirmación de la iegishción liberal. 6.2. Débil renacimiento de las comu- nidades rurales. 6.3. Nuevas leyes de c~olonkación y terrenos baldíos. 6.4. Hacia el desarrollo del latifundismo. 7. Los últimos años del siglo XIX. 7.1. Las reformas constitucionales de 1873. 7.2. Las compañías des- lindadoras. 7.3. Políticas de colonimción. 7.4. Auge del htifundismo. 7.5. Se prepara la Revolución mexicana de 1910. 8. Bibliografia y fuentes utili- zadas. 1. Explicación preliminar. Nuestro actual Derecho agrario es quizá, la única porción del mundo jurídico en la que puede hallarse realmente un cierto aunque escaso fondo autóctono, propiamente pre-europeo. En pocos capítulos de la Historia Jurídica de nuestra Patria, tiene tan relevante importancia el conocimiento, comprensión y estudio de la experiencia jurídica indígena. www.juridicas.unam.mx Esta revista forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM http://biblio.juridicas.unam.mx DR © 1978. Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Derecho

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LAS COMUNIDADES RURALES EN MÉXICO DURANTE EL SIGLO XIX

Por el doctor José de Jesús LEDESMA URIBE

Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM

SUMARIO: 1. Explicación preliminar. 2. Fon.do histórico d e México durante el sig1,o XIX. 2.1. Mutabilidad del Derecho constitucional. 2.2. Pluraldad de legislaciones. 3. Las comunidades rurales en México hasta 1821. 3.1. Le- gislación de Hidalgo. 3.2. Legidación de Morelos. 3.3. Intentos y efectos de abolición de los mayorazgos. 3.4. Tendencia colonizadora. 4. Las comu- nidades rurales en México hasta antes de las byes de desamortización. 4.1. Subsistencia de las comunidades rurales. 4.2. Ruina económica, agraria y moral de las comunidades rurales. 4.3. Efectos de la co.lon.ización. 4.4. Protección indirecta a las comunidades rurales con diversas medidas legis- lativas. 5. Hacia la supresión de las comunidades. 5.1. Significado de la supresión de las comunidades dentro de la filosofia liberal. 5.2. Diversas medidas legislativas que indirectamente producen la m p s i ó n de las co- munidades. 5.3. Paulatina desaparición de las comunidades rurales. 5.5. El desarrollo de las haciendas. 6 . La legislación del Segundo Imperio. 6.1. Confirmación de la iegishción liberal. 6.2. Débil renacimiento de las comu- nidades rurales. 6.3. Nuevas leyes de c~olonkación y terrenos baldíos. 6.4. Hacia el desarrollo del latifundismo. 7. Los últimos años del siglo XIX. 7.1. Las reformas constitucionales de 1873. 7.2. Las compañías des- lindadoras. 7.3. Políticas de colonimción. 7.4. Auge del htifundismo. 7.5. Se prepara la Revolución mexicana de 1910. 8. Bibliografia y fuentes utili- zadas.

1. Explicación preliminar.

Nuestro actual Derecho agrario es quizá, la única porción del mundo jurídico en la que puede hallarse realmente un cierto aunque escaso fondo autóctono, propiamente pre-europeo. En pocos capítulos de la Historia Jurídica de nuestra Patria, tiene tan relevante importancia el conocimiento, comprensión y estudio de la experiencia jurídica indígena.

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La razón de lo anterior, estriba en el grado de penetración tan profundo que ese Derecho dejó en el de siglos sucesivos. Dicha penetración se hizo posible por el hecho de que el Derecho expedido por España para estas tierras, dejó subsistente en alguna parte, el resultado de esa experiencia jurí'dica temprana.l

h e política constante de la legislación indiana, mantener al propio indkena vinculado a la tierra, buscando con ello protegerle e intentando conducir una sana política en materia de tributos. En todas las capitula- ciones, absoluta y terminantemente, se hace constar que los "Repartimien- tos de Tierras" se harán sin agravio de los indios. (Este principio se con- sagra en ley 16, tit. 12, lib. IV de la Recopilación, en donde se ordena que a los indios se les dejen tierras.. . así en particular como por co- munidades y las aguas y riegos".)

El español del siglo XVI, fue indiscutiblemente respetuoso y celoso de los derechos adquiridos que correspondfan por Derecho natural a los ocupan- tes originarios de estas tierras; principio que se transluce en toda la legislación indiana a través de sus tres siglos de vigencia. Demasiado fresco aún el recuerdo de la larga ocupación arábiga de la penhsula, el espíritu hispano de entonces, propende decididamente por la salvaguarda de los derechos adquiridos. Caso insólito en la His t~ r ia .~

1 Es prácticamente un lugar común hoy, hablar de las supervivencias del Derecho agrario de los aztecas entre nosotros. Valdría la pena replantear y valorar esta tesis a fin de precisar en qué cantidad y calidad pueda ser cierta. LO que parece a todas luces sostenible y comprobable es la presencia de ciertas actitudes ntivicas (no peyorativamente dicho) del pueblo mexicano ante la ley, ese sentido de resistencia ante su cumplimiento, esa impermeabilidad ante los mecanismos de- mocráticos, ese ingenio tan característico para buscar negocios limitados que per- mitan actuar al margen o frontalmente en contra del espíritu de la norma; hacen pensar en la continuidad de orden psicológico entre la conducta precolonial y la actual. Si de esta situación general. pasamos a la sociología observable en la lamilia, constataremos del mismo modo, como lo observa Margadant en su Intro- duccidn a la tlistoria del Derecho Mexicano, que frecuentemente se aprecia como las deudas del pater se extienden aún en vida de él a los hijos y como, agregaremos nosotros, se practicaba en la meseta central del País, la ttrascendentalidad de iss penas en varios grados de parentesco. En substancia queda el problema plan- teado ante la mirada de sociólogos e historiadores.

Es innegable que toda la conquista y ocupación de la América española, se encuentra animada por una especial filosofía de la que se han ocupado diversos tratadistas dentro de los cuales destaca Silvio Zavala. Podríamos hablar incluso de un sentido propiamente vitoriaso de la ocupación que se sustenta en el respeto a la personalidad y derechos de los naturales, auténticos titulares de sus tierras y acccsiones. Esa ideología característica, singularísima del Derecho y de la política de España hacia estas tierras, no cabe en modo alguno pasar desapercibida a los estudios de estas cuestiones, lo contrario, a más de constituir una injusticia his- tórica, impediría entender el verdadero sentido y espíritu del Derecho indiano. La propia tendencia constitucionalista que cristaliza en la Península en los dos pri- meros decenios del siglo XIX, no constituye dentro del contexto de su momento histórico, ninguna novedad dentro de la ideología propiamente hispana.

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Al producirse a principios del siglo xrx, especialmente desde 1808, los movimientos que pueden entenderse como inmediatos a la guerra de Independencia, ya se observa una preocupación de la corriente que pode- mos denominar prelib'eral, en el s~ntido de propugnar por la desaparición de las comunidades, sean religiosas, rurales o de otro tipo. Tal es el caso de la vehemente posición del diputado Terán, que en el Congreso de 1822 se pronuncia contra la propiedad comunal, al discutirse acerca de la venta de a!gunos terrenos de "prcpios!'.

Como puede verse, el examen de toda esta temjtica se anuncia de gran relieve e interés para conocer las raíces próximas de nuestra realidad nacional. Como es bien sabido, uno de los pr~blemas que de manera más grave nos acosan hoy, es el del campo. El problema del campo deriva definitivamente de incomprensión, de verdadera incomprensión que puede detectarse y percibirse en muy diversos órdenes. Incomprensión que el Derecho liberal que se prod,ujo durante la segunda mitad del siglo pasado, acusa hacia el campesino. Dentro del afán progresivo, por demás loable de ese Derecho, se aprecia un descuido y a veces hasta desprecio por el dato psicológico, verdadera fuente de la norma, a menudo olvidada por los juristas. Así, mientras el indio fue protegido con una legislación verda- deramente eficaz en el Derecho indiano, nuestras leyes del siglo pasado, tan pronto pudieron formalmente separarse y hasta contradecir esa tradición española, buscaron equiparar al indio con el resto de la población. Ello es muy explicable dentro de la euforia liberal, que sin embargo, tan desastrosas consecuencias originó propiciando el movimiento revoluciana- rio de 1910.

Justo ejemplo dentro de este pensamiento, se presenta la trayectoria histórica de las comunidades rurales. Vemos a lo largo de este trabajo, cómo el olvi'do de las cualidades y características del indígena ha dado pésimos resultados, que hoy, en pleno 1978 configuran el problema del hambre y del subdesarrollo del campesino. En pocas palabras, la legisla- ción dtel México liberal privó al indio de su legislacíón protectora, vién- dose éste pronto en manos de las compañías deslindadoras y de las haciendas, desposeído de "su tierra", lo que fuera su propiedad en la época de la colonia.

Incomprensión también hacia el camino, que especialmente a lo largo de este convulsionado siglo xx se aprecia en el gigantismo urbano, es esa macrocefalia que día con día aparece más difkil de ~ontrolar .~

3 La trayectoria entera del Derecho agrario partiendo de la época precolo- nial, oscura y por ello difícil de reconstruir, pasando por el Derecho novohispano y arribando incluso a nuestra actual Ley de la Reforma Agraria; supone una varia- bilidad en las estructuras ideológicas y p,or ende jurídicas, que lejos de constituir un motivo de satisfacción nacional, denota un continuo intento de búsqueda de nuevas soluciones, esfuerzo por hallar instituciones y modalidades que todos estamos

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2. Fondo histórico de México durante el siglo XIX

Tanto por razones internas de desarrollo social y político como por motivos extrínsecos : constitucionalismo, liberalismo, influencia norteame- ricana, etcétera, la Nueva España intenta su emancipación de la Metró- poli, primero en 1808 de una manera más política que criienta y después de 1810 a 1814 sin conseguirla, debido especialmente a la falta de un verdadero ejército. Es hasta el período 1820-1821 que se consuma el movi- miento emancipador.

De 1821 a 1867, no se llega a conocer la estabilidad política ni tam- poco constitucional. La violencia y los golpes de Estado se suceden cons- tantemente. El país busca afanosamente una forma de gobierno verda- deramente operante y que pueda arraigar. Sucede al Primer Imperio la Constitución federal de 1824 y a ésta, poco más de una década de pre- dominio del partido conservador que emana su propia 1,egislación inten- tando desconocer la que procedía de los liberales. Tras fallidos intentos por reimplantar la primera Constitución federal, los liberales logran im- poner un nuevo Derecho anticlerical y reformador (leyes de Reforma desde 1855 y Constitución federal de 1857).

Al efímero Segundo Imperio (1816-1867) sigue una época que acusa mayor asentamiento. En 1873 se incorporan a la Constitución federal las leyes de Reforma que se había dictado posteriormente a ella. En esos 33 años que corren de1 1867 al 1900, el país conoce por vez primera el des- arrollo, la tranquilidad y la estabilidad política y legislativa. Tras los Últimos años de Juárez y el gobierno de Lerdo de Tejada, se instaura el "porfiriato" que terminará hasta 1910. El b*ve lapso que ocupa el go- bierno de Manuel González, puede considerarse como la época de asen- tamiento del "porfiriato" ya que en esos cuatro años detrás de González gobernará Porfirio Díaz.

Durante el "porfiriato" se gestan los motivos inmediatos que harán estallar la Revohción de 1910 y de entre ellos, el auge del latifundio ocupa un lugar especialmente destacado.

2.1. Mutabilidad del Derecho constitucional.

Por las razones apuntadas, el siglo xnr presenta una veloz e insistente mutabilidad del Derecho público partiendo del constitucional, evidente- mente. Se pueden contar fácilmente una docena de documentos constitu- cionales, cuatro constituciones y dos estatutos orgánicos de sendos imperios.

viviendo. La insistencia misma, a fines de esta década, de la "Reforma" o "Revo- lución", nos deja entender la insatisfacción de las fórmulas hasta hoy aplicadas.

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Esa tendencia tan marcada hacia el cambio violento del Derecho pú- blico, se proyecta claramente en la legislación agraria, la cual es abundante, continúa, y en ocasiones hasta contradictoria (ve? repertorios de legisla- ción).

2.2. Pluralidad de legislaciones.

El período ya señalado que corre de 1821 a 1867, año en el cual el partido ccnservador queda prácticamente eliminado del panorama nacio- nal, presenta el interesante fenómeno de que cada una de las dos tenden- cias que se disputaban la hegemonía y el desarrollo de la soberaní'a na- cional, expidieran su propia legislación, de ahí que a menudo se crearan leyes o cuerpos de leyes coexistentes, a las que sólo le reconocía eficacia y vigencia aquel que las había emanado. Otro tanto puede decirse de la derogación de ellas. Fue frecuente que los conservadores desconocieran o pretendieran derogar los ordenamientos liberales o viceversa. (Ver recono- cimiento y desconocimiento del Plan de Ayutla, por ejemplo) .4

3. Las Comunidades en México hasta 1821

Por razones de Metodología, vamos a referimos a la legislación expe- dida durante la época llamada de la Independencia, pues a raíz del 1810, fecha en la que se inicia, es cuando se producen los primeros efectos de la legislación insurgente. Los primeros años del siglo, se conectan más bien con el Derecho colonial.

3. Legislación de Hidalgo

Se nota ya en los precursores de la guerra de Independencia una clara preocupación por legislar teniendo en cuenta a los indfgenas y procurando pasar por alto la existencia de las comunidades, pues a menudo a través de ella se arrendaba la tierra, de ese modo los naturales no recibían el provecho directo de la agricultura y en sobrados casos ni siquiera las rentas que debían percibir por concepto del hendamiento.

El Decreto d'e 5 de diciembre de 1810, expedido por' Miguel Hidalgo, Generalísimo de América, ordena que se entreguen las tierras a los indí- genas para su cultivo. Lo copiamos textualmente para mayor inteligencia del lector. "Por el presente mando a los jueces y justicias del distrito de esta capital, que inmediatamente procedan a la recaudación de las rentas vencidas hasta el día, por los arrendatarios de las tierras pertenecientes

Lo dicho en la nota precedente, es mucho más explicable tratándose del Dere- cho político, en atención a sus vinculaciones con la ideología y estructuras depen- dientes de cada momento de la historia nacional.

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a las comunidades de los naturales, para que entregándolas en la caja nacional, se entreguen a los referidos naturales las tierras para su cultivo; sin que para lo sucesivo puedan arrendarse, pues es mi volun'tad que su goce sea exclusivo únicamente de los naturales en sus respectivos pueblos".

Queda bien clara la intención de Hidalgo en el sentido de prohibir en lo sucesivo que el aprovechamiento directo de la tierra escapara de las manos mismas de los propios indios. Con certera visión sabía Hidalgo que el indio era incapaz de celebrar un contrato en paridad de circunstancias.

' Generalmente su ignorancia, falta de previsión y sentido de sumisión le colocaba en los umbrales, sino directamente en el campo de la lesión.

Esta preocupación la t'enían también las autoridades españolas, lo cual se advierte en el real decreto de 26 de Mayo del mismo año, con el que se giraban instruciones al virrey de la Nueva España para que repartiera tierras y aguas a los pueblos con el menor perjuicio para terceros. Tanto esta disposición, como las que se dictaron dos años m& tarde en las Cortes de Cádiz, resultaban demasiado tardías; debían haber ser dictados en el curso del siglo anterior. Cuando Hidalgo legislaba, los fermentos de la lucha de independencia eran intensos, y además las medidas decretadas por las autoridades españolas se conocían con demasiado retardo en la ca- pital del virreinato.

3.2. Legislación de Morelos.

Las ideas de Morelos, como es bien sabido, fueron mucho más radica- les que las de Hidalgo. Cuando se reunió el Congreso en Chilpalcingo, Morelos pensaba que 'La soberanía dimana inmediatamente del pueblo. Las leyes deben comprender a todos sin excepción de privi!egiados. Como la buena ley es superior a todo hcmbre, las que dicte nuestro Congreso serán tales que obliguen a la constancia y patriotismo, moderen la opulen- cia y la indigencia y de tal suerte se aumentan el jornal del pobre, que mejoren sus costumbres, alejen la ignorancia, la rapiña y el hurto".

Evidentemente, Morelos preparaba el fondo ideológico sobre el que deseaba legislar. Dejaba bien claro que al dimanar la soberanía del pueblo, éste es el titular de ella y por ende de las riquezas comprendidas y que se comprendan dentro del terri'torio nacional. Dc aquí derivará su preocu- pación especial por proteger a los naturales en la tenencia de la tierra.

En cuanto a la tenencia de la tierra, ordena Morelcs a los jefes mili- tares: "Deben también inutilizarse todas las haciendas grandes cuyas tierras laborables pasen de dos leguas cuando mucho, porque el beneficio de la agricultura consiste en que muchos se dedique con separación a beneficiar un corto terreno que puedan asistir con su trabajo e industria, y no en que un solo particular tenga mucha extensión de tierdas infruc- tíferas, esclavizando a millares de gentes para que cultiven por fuerza en

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la clase de gañanes o esclavos, cuando pueden hacerlo como propietarios de un terreno limitado, con libertad y beneficio suyo y del pueblo".

La anterior disposición data del año de 1814, pero ya Morelos en 1810 en su carácter de Teniente de Miguel Hidalgo, habb dictado su famoso decreto ordenando abolir la esclavitud a fin de que se respete la persona- lidad de los indios y sr les permita gozar a ellos mismos de las rentas de sus tierras. Esta última disposición, emanada en el Cuartel General de Aguaca'tillo el 17 de Noviembre d,e 1810 por Morelos, contiene lo más original de su concepción en torno a la tenencia de la tierra por los indios.

Como puede verse, no se atacaban directamente las comunidades; se luchaba y propugnaba porque no se disfraz& con ellas la violación del derecho que tenían los naturales a beneficiarse de la agricultura personal y directamente.

Interesante fenómeno el de la pluralidad de cuerpos legislativos que se sobrepcnen desde la guerra de Independencia, el de los insurgentes y el que expide tardíamente España. Mientras que la legislación de 10s

' rebeldes plasmaba las ansias populares constituyendo bandera de avanzada y ataque, la española llegaba demasiado 'tarde, con buenas intenciones más sin efecto importante a l g ~ n o . ~

3.3. Intentos y efectos de la abolición dd los mayorazgos.

En la misma línea se dirigen desde la misma España, que entraba así en la tendencia ya visible en Francia desde fines del siglo XVIII, una serie de medidas tendientes a suprimir la institución medieval de los

5 El fenómeno de la oposición de legislaciones derivadas cada una del bando, grupo o partido en el poder, brota del sentido o pretensión de exclusividad sobera- na. En nuestro concreto caso, de liberales y conservadores. No se trata de com- plemento, sino propiamente como se dejó ya asentado de oposición. Jurídicamente, no puede justificarse la presencia de pretensiones opuestas con el mismo grado de legitimidad en la titularidad y en la substancia, corresponderá al filósofo dilucidar el espinoso problema a la luz, indiscutiblemente, de las circunstancias históricas en base a las cuales, deberá emitir su juicio. Positivamente hablando, empero, el historiador del Derecho deberá sujetarse al principio de efectividad que es mucho más sencillo detectar en su operatividad a lo largo del tiempo. Si diversas dudas pueden asaltarnos a este propósito es claro que a partir de la restauración de la República federal en 1887 el asunto queda concluido.

Esta situacijn de oposición de legislacih dentro del mismo ámbito espacial, material y temporal de vigencia, no vuelve a darse durante el período de la Revolu- ción iniciada en 1910. Lo anterior se debió en buena parte a la coincidencia de puntos de vista ideológicos que en lo substancial profesaban las diversas tendencias revolucionarias a partir de los años en que se fue diseñando la corriente definidora de los Derechos sociales, y de las necesidades nacionales básicas dentro de las que prepondera la agraria. Debe anotarse también que no existió una rivalidad conti- nuada de fuerzas armadas que estuviera en aptitud de ejercer una efectiva función legislativa opuesta. Ciertamente se trataba de momentos históricos diferentes encua- drables en un conjunto diverso de realidades nacionales.

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mayorazgos, por cuanto más que dirigirse contra particulares, buscaba incapacitar a la Iglesia para mantener en "mano muerta" los cuantiosos bienes que hasta entonces detentaba, pues según se argumentaba, ello dañaba considerablemente la economí'a nacional al impedir la libre circu- lación de tan considerable fortuna.

Las Cortes, que en el año de 1813 habían declarado la extinción del tribunal de la Inquisición, nacionalizando sus bienes y que el 17 de agosto de 1820 habían suprimido nuevamente la Compañía de Jesús; en 1820 Ile- garon a plantear las bases definitivas y radicales de la Reforma, tanto en lo que se; refería a la propiedad como a la Iglesia. Triunfaba, en España la revo1,ución liberal de Kafael Riego que encendería en Nueva España la última mecha para la emancipación definitiva.

Así el 27 de septiembre, dichas Cortes habían expedido el célebre decreto de desamortización, en cuyos preceptos fundamentales se esta- blecía que "Quedan suprimidos todos los mayorazgos, fideicomisos, patro- natos y cualquiera otra especie de vinculaciones de bienes raices, muebles semovientes, censos, +ros, foros o de cualquiera otra naturaleza, los cuales se restituyen desde aho'ra a la clase de absolutamente libres".

Se establecía además una incapacidad definitiva para adquirir bienes raices inmuebles a todas las comunidades llamadas de "mano muerta".

Inspirado en estas consideraciones, el gobierno mexicano de 1832, ya en vísperas del intento reformisma de 1833, el 31 de diciembre, ordena ocupar los bienes del duque de Monteleone y Terranova como lo había propu'esto nueve años antes Carlos María Bustamante. Por decreto de 30 de abril de 1834 se nacionalizan dichos bienes.

Las tierras deshabitadas o de antigua propiedad real son materia de un nuevo decreto, por lo cual se autoriza a los ayuntamientos a disponer de ellas. El 29 de marzo de 1833 se declaran nacionalizadas las propie- dades que en el Estado de México tuviesen las Misiones de Filipinas.

En esta misma dirección se mueve el pensamiento de los constituyentes de 57, de los cuales, probablemente el más certero y a la vez claro, resulta el de Ponciano Arriana. Ahí se declara la necesidad de abolir todas las - vinculaciones así como las mejoras en materia te~tamentaria.~

IG Al respecto pueden verse las pp. 250 y SS. de la obra citada de Oscar Cas- tañeda Batres. En efecio, los proyectos de Olvera, Castillo Velasco y Arriaga, eran los más claros y decididos por lo que se refiere a las necesidades de cambio que debían insertarse en la Constitución que estaba preparándose. Así Castillo Velasco ofrecía las siguientes proposiciones concretas. Toda municipalidad de acuerdo con su colegio electoral, puede decretar todas las medidas y obras que crea conve- nientes al municipio. Todo pueblo de la República debe tener terrenos suficientes para el uso común de los vecinos. Todo ciudadano que carezca de trabajo tiene derecho de adquirir un espacio de tierra cuyo cultivo le proporcione la subsistencia y por el cual pagará mientras no pueda redimir el capital, una pensión que no exceda del 3% anual sobre el valor del terreno. Los Estados dedicarán a este objeto los terrenos baldíos y las tierras de cofradías.

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3.4 Tendencia colonizadora.

Mientras el desarrollo del movimiento liberal preparaba el campo para la supresión de las comunidades como una reacción explicable del movimientó y de la legislación liberales; se apreciaba en - ~ é x i c o la urgente necesidad de proveer al poblamiento de las enormes extensiones de tierras enteramente deshabitadas. Este problema, que subsistirá durante todo el siglo XIX, fue abordado en diversas ocasiones con resultados muy variados. La falta de colonización de grandes extensiones de tierras, espe- cialmente en; el norte del País, fue un problema que el gobierno del virrei- nato no pudo so1,ucionar. Esto originó en buena medida el triunfo de la penetración norteamericana con la consiguiente pérdida del territorio mexicano.

Para intentar la colonización, se expiden a lo largo del siglo XIX dive~sas leyes que atenuan o retardan la desaparición de las comunidades rura1,es; desaparición que el cada vez más radical liberalismo exigía.

La Ley de Colonización de 18 de agosto de 1824 disponía en su artículo 20. que, aquellos terrenos de la Nación que no siendo propiedad particular ni pertenecientes a corporación alguna o pueblo, podían ser

Es interesantísimo notar el carácter de avanzada del pensamiento de esta ilus- tre publicista liberal del México de entonces, se adelanta a su época instaurando el hoy llamado derecho al trabajo que bien se ha implantado en los países del bloque soviético y del chino. Quizás las próximas décadas traigan el mismo resul- tado en los Estados capitalistas. Al lado de esta cuestión preconizada por Castillo Velasco, en la última parte de su proyecto arriba transcrito, se acusa un especial interes por usar las tierras de las cofradías. No queda lugar a dudas de que dentro de la práctica de la época, esta palabra tenía un claro sabor religioso por lo que es de sostenerse que el autor propugnaba por aprovechar para los fines indicados, las tierras reservadas al dominio de la Iglesia.

Para Arriaga, afirma Castañeda (página 254) no es posible practicar un gobier- no popular, con un pueblo hambriento, desnudo y miserable, no se puede proclamar la igualdad y los derechos del hombre y dejar a la mayoría de la Nación en peores condiciones que los ilotas o los parias, no se puede condenar y aborrecer con pala- bras la esclavitud, mientras la situación del mayor número de mexicanos es más infeliz que la de los negros en Cuba o en los Estados Unidos. Agregaba después Arriaga. Nos divagamos en la discusión de derechos y ponemos aparte los he- chos positivos

Nótese en todas estas actitudes la insinuación de lo que más adelante se Ila- marán los Derechos sociales. En este campo en el que el Derecho mexicano ha sido precursor en la segunda década del siglo, conviene recordar lo que afirmaba Diaz Barriga anticipándose a Duguit "La propiedad privada reconocida en el Derecho público, no lo es de una manera absoluta sino en cuanto se conforma con el bien común, así es que en las constituciones y estatutos lo demanda el bien pro- comunai".

Adviértase la semejanza con el legislador del Código Civil de 1928 cuando en su exposición de motivos, insiste en la necesidad de presentar un código de Derecho privado de índole social.

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colonizados, pero prohibía que se reuniera en una sola mano como propiedad, más de una legua cuadrada de cinco mil v ~ a s de tierra de regadío, cuadro de superficie de temporal y seis de superficie de abreva- dero, (artículo 12).

Sobre este fondo general, hasta cierto punto un poco opuesto, se recordaba a menudo, especialmente por los más radicales, el proyecto de ley de Severo Maldonado que repetía todas las leyes contrarias a la libre circulación de las tierras quedan desde luego abolidas. Dicha Ley Agraria de Maldonado (proyecto) agregaba en su artículo 30., que los que poseían el 27 de septiembre de 1820 y aún poseen las vinculaciones suprimidas, han podido y pueden disponer libremente como propios, de la mitad de los bienes en que aquellas consistieron.

4. Las comunidades rurales en Méx,ico hasta antes de byes de desamortización.

Se preparaba así el ambiente ideológico y político para la aparición de una reforma moderada que adelante se tornaría en radical. La Inde- pendencia frenó ciertamente en alguna medida, la recepción de la filoso- fía liberal que desde la Metrópoli pretendía imponerse. Especialmente los núcleos conservadores y a veces los liberales moderados pretendían encon- trar remedios menos extremistas para la Nación. De ahí por ejemplo, que en la legislación de Santa Anna se note una cierta prudencia que debe atribuirse generalmente a la indecisión del general, más que a la respuesta a una línea coherente y constante de pensamiento. El ir y venir de un extremo a otro de las posiciones políticas del momento, producen el curioso fenómeno de que esa pluralidad de legislaciones que ya hemos notado, puede provenir y de hecho procede, de un mismo g~bernante.~

4.1. Subsistencia de las comunidades rurales.

Como hemos visto, hasta el momento no se habían atacado a las comunidades rurales de manera directa. En 1827 cuando Lorenzo de Zavala desempeñaba el cargo de gobernador del Estado d'e México, dis- tribuyó tierras entre algo más de 40 pueblos de indígenas en el valle de Toluca, provocando la airada protesta de los hacendados de la región. Es sabido que esta actitud provocó incluso peleas en las que hubo decenas de muertos y heridos.

7 Es bien conocida la actitud de López de Santa Anna cuya posición política osciló de un liberalismo moderado a un conservadurismo adaptado a las necesida- des del momento. No debe pasarse por alto que bajo una de sus últimas adminis- traciones, ya en vísperas de la revolución de Ayutla, decretó la definitiva reinstala- ción de los jesuitas en el territorio nacional.

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Antonio López de Santa Anna, enclavado a veces dentro de esta actitud de permitir la subsistencia de los pueblos de indios y alimentar sus tierras con las de las grandes haciendas, apoyando la actitud liberal; cambia para inclinarse al respeto de las tierras que formaban las haciendas suso- dichas.

Por decreto de 18 de julio de 1853, el general derogaba el del 13 de diciembre de 1851 que confirmaba derechos de hacendados, ordenando que se repartieran esas extensiones entre los pueblos o comunidades de indígenas.

Mediante otro decreto fechado el 31 de julio de 1854 ordenaba Santa Anna de manera insólitamente minuciosa, a base de 14 amplios artículos, que se investigaron los antiguos linderos de diversas comunidades de indígenas a fin de que se les devolvieron los terrenos que les habían sido usurpados.

Aunque a veces se intentaba atacar el problema, faltaba una legisla- ción y una política que de manera constante y congruente protegieran las tierras de las com~nidades.~

4.2. Ruina agraria, económica y moral de las comunidades.

La inestabilidad polí'tica del país, aunada a la ruina originada por los constantes movimientos armados y más adelante por la intervención norte- am,ericana; tenía postradas todas las fuentes económicas de la República.

Faltaban evidentemente las técnicas nuevas para el cultivo de la tierra; en numerosas regiones de México se trabajaba con técnicas primitivas, más propias de la edad media que del siglo XIX. La miseria se incre- mentaba con el éxodo de la gente que ante la continua inseguridad de las ciudades prefería vivir con más estrechez pero con más tranquilidad en los pequeños pueblos o definitivamente en el campo.

El hecho de que desde la iniciación de nuestras vida como nación independiente, no hubiese sido posible conocer algo de estabilidad política y de tranquilidad, tenía sumido al campesino en una amarga depresión. Inquietud y alarma se sentía por doquier a causa también de los ataques a la Iglesia y las conminaciones que ella, en ocasiones desde Roma, profería contra sus agresores. Por otra parte, los frecuentes rumoks que insistían en la imposibilidad de cubrir la deuda exterior y en la necesidad de entregar el país en manos de algún monarca de Europa, creaban una confusión y una zozobra sin precedentes. Este ambiente general, determinó a los más decididos liberales a sentar sin consideraciones las bases de la Reforma durante las postrimerías de los años 50s y principios de la si- guiente década.

8 Se vuelve en este punto al mismo leit motif de la variabilidad del Derecho público que en cada caso debe irse acomodando a las mutuaciones política de la historia.

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4.3. Efectos de la colonización.

Ya los primeros gobiernos de nuestra vida independiente, pensaron que el problema de la colonización consistía en una deficiente distribución de los habitantes sobre el suelo y no en una mala distribución del suelo entre los habitantes, como era la realidad. Además se pensó en la conve- niencia de traer colonos europeos para que explotaran las territorios poco poblados y de ese modo incrementar la producción y al mismo tiempo infhir en el desenvolvimiento cultural del indígena. Seguramente con esta actitud, se pretendía imitar a los Estados Unidos del Norte. Se ha censurado con razón a nuestros primeros legisladores, que la importación de gente de Europa podía conducir a incrementar el número de explo- radores del labriego nativo, por la mayor cultura y grado de desarrollo personal y familiar.

Desde el gobierno de Iturbide hasta el último de Santa Anna se expi- dieron vanas leyes de colonización, con el objeto de poner bajo cultivo de extranjeros y mexicanos los terrenos improductivos. En principio nin- guna de estas leyes dio resultado; sea porque no llegaron los colonos extranjeros o porque los indios analfabetas, casi en su totalidad, ignoraron estas medidas.

Es justo recordar que Carlos María Bustamante, del mismo modo se opuso a la existencia de los mayorazgos, pugnó porque se dieran tierras a los indígenas y se poblaran las c0stas.O

9 Carlos M. Bustamante, no nos presenta un pensamiento radical en modo aiguno. Por el contrario pausado y reflexivo procura desarrollar su rawnamien- to con cautela e ir previniendo el desarrollo de los problemas nacionales. Justa- mente dentro de estas preocupaciones sobresale su interés por ir diseñando solu- ciones que se avoquen no solamente a resolver la apremiante situación que a él tocó presenciar y gestarse, sino de modo especial recomienda a los legisladores pensar en el futuro e impedir que se agraven los problemas de la tenencia de la tierra, el descontento de las clases populares y el analfabetismo.

Tanto liberales como conservadores, aquellos más mesurados y por ende con menor insistencia en el radicalismo de su propio partido, se afanan por proponer fórmulas no solamente conciliatorias, sino factibles. Se comprendía no solo la exigencia del "justo medio", sino también que cuando una Nación se encuentra dividida en lo ideológico respecto del camino que debe tomar al forjar su Consti- tución, es una verdadera obligación moral del legisla.dor, en el caso del constituyente, dar respuesta a las necesidades y aspiraciones, no solo de la mayoría sino también las minorías.

Evidentemente lo difícil será determinar la cantida,d y en seguida revestirse de la prudencia y de la mesura necesarias, para dar cabida a todas esas aspira- ciones en una fórmula común.

Si atendemos las constituciones fundamentales en los recien independizados Estados latinoamericanos en el siglo XIX, creo que se ha pasado desapercibida la importancia y peso que tuvo el sentido heredado de España de "reverencia a la Ley".

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4.4. Protección indirecta a las comunidades rurales con diversas medidas legislativas.

En el lapso comprendido entre los años de 1849 a 1874, se expidieron varios decretos para tratar de detener y combatir a los indígenas apaches que incursionando desde el norte de la frontera penetraban en el territorio nacional causando abundantes daños.

Como se sabe, en virtud del tratado de Guadalupe de 1848 que puso fin a la guerra con los Estados Unidos, este último país se obligaba a la defensa de la frontera mexicana contra las incursiones de los apaches. Sin embargo, en la práctica, los Estados Unidos se desentendieron de este compromiso, de manera que las incursiones prosiguieron con todas sus consecuencias.

Hemos incluido este inciso dentro de este trabajo debido a que desde la fecha arriba indicada, se dictaron algunas medidas tendientes a buscar la colonización y a la vez el establecimiento de comunidades rurales en las zonas de la frontera norte del País, a fin de hacer frente y evitar en la medida de lo posible, las señaladas incursiones de los apaches. Las leyes y decretos neferentes a las mismas, no trataron de cambiar, como debieron de haberlo hecho, el sistema de vida de esos indios, buscando la mejoría de 6uS condiciones de existencia y su incorporación a la vida nacional, sino que simplemente se dirigi,eron a repeler sus incursiones.

A eye propósito, es interesante recordar el decreto No. 176 de fecha 28 de abril de 1868, scbre el establecimiento de colonias militares para defender las fronteras norte de la República contra las incursiones de los indios apachcs; el decreto No. 154 del 21 de octubre de 1868, que asigna cinco mil pesos mensuales a cada uno de los Estados del norte para la defensa contra los indios'; y el decreto sobre comunicaciones del 29 de julio de 1869 que buscaba la misma finalidad. Poco contribuyeron estas medidas al impulso de las comunidades rurales en las citadas zonas, más pareció interesante recordar ese problema, apuntando sus conexiones con la materia que nos ocupa.

Como dato interesante, hemos de apuntar que aún después de 1874, año en que se dictan las últimas medidas legislativas para tratar de con- trolar el prcblema de las invasiones de las tierras fronterizas por los indios apaches procedentes del sur de los Estados Unidos de América; la situa- ción originada por este problema se agravó considerablemente.

En 1880 la situación era sencillamente terrible debido a robos, atcnta- dos, p2so sin pasaportr ni permiso especial, depredaciones e invasiones.

Una sucesión de h:.chos de este tipo llevarcn a los dos gobiernos a tcmar medidas enérgicas. Los tenientes Bulles y Phelp~, conducidos por indios seminolas penetraron en nuestro territorio para recobrar caballos capturados por los indios lipanes; el mayor Morrow llegó hasta e1 lago de

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Guzmán en Chihuahua en persecución del indio Victorio; el paso punitivo de tropas mexicanas hasta la región de la Mesilla persiguiendo a bandas de asaltantes comanches; un enfrentamiento militar con derrota del capitán Rucker del 90. regimiento de caballerfa de Arizona en Tueso, Nuevo México, etcétera.

Si pudo evitarse un verdadero enfrentamiento de consecuencias inter- nacionales, que ciertamente no hubiese sido favorable para México, se debió a la prudencia del g~ncral norteamericano Ord y el rieolonés TE- viño. Puede verse el pcriódico mexicano "El Combate" del 27 de agosto de 1880, que interpretando de mala fe la actitud del general Treviño, se refería a que éste intentaba en combinación con los Estados Unidos la creación de una República con el territorio de los Estados del norte del País hasta San Luis Potosí inclusive.

La situación fronteriza no mejorará definitivamente sino hasta que cesen en esa parte del País los últimos conflictos bélicos de la Revolución mcxicana.1°

5. Hacia la swpresión d.e las comunidades.

La idea vertebral de la reforma liberal en materia de propiedad, era la de desamortizar los bienmes raíces de la ciudad y del campo, que perte- necientes a comunidades, se encontraban sustraídos a la libre circulación, es decir se encontraban en poder de "manos muertas". En rigor, la medida iba dirigida directamente contra la Iglesia, ya que según se decía, ella había amasado .una gran fortuna en este tipo de bienes. Ya desde el siglo XVII, se habían hecho alpnas tentativas desde España para evitar el desarrollo de este problema. (Representación que se envió a Felipe IV en 1644, en la cual el ayuntamiento de México le hacía notar que en la ciudad capital había ya doce conventos de frailes y otros tantos de monjas)

10 Como es sabido las huestes revolucionarias del norte del País ocasionaron en más de una. ocasión las protestas de la Nación vecina por violaciones a su espa- cio territorial. Es sabido que el 9 de mano de 1910, Francisco Villa entró a la población norteamericana de Columbus en el Estado de Nuevo México, saqueando a la población, incendianda algunos edificios y combatiendo con la escasa guarnición que ahí se encontraba. Resultaron muertos varios soldados norteamericanos y heri- dos otros, los villistas sufrieron también algunas bajas y el general Pablo López fue herido en las dos piernas. Los mexicanos regresaron al sur sin ser perseguidos.

Las protestas que elevó Washington ocasionaron no sencillos problemas al gobierno de Carranza. Tropas norteamericanas al mando del general John Pershing, pasaron al territorio mexicano en busca de Villa. Esta invasión fue denominada "la expedición punitiva".

El Gobierno mexicano actuó digna y legalmente, Juzgó y ejecutó a quienes res- ponsables de los hechos de Columbus, le fue posible capturar y seguirles el proceso correspondiente.

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COMUNIDADES RURALES EN MEXZCO 429

Más adelante Abad y Queipo, el doctor José María Luis Mora y Lucas Alamán precisaban en diversa medida la cuantía del patrimonio del clero.

La llamada Ley Lerdo, expedida el 25 de junio de 1856, estableció el derecho de los arrendatarios de esos bienes para alquilarlos en propie- dad, y de modo mucho más radical, la ley de Reforma de 12 de julio de 1859 (dictada con posterioridad a la Constitución federal conseguida por los liberales en 1857) declaraba la "nacionalización" de esos mismos bienes,

La legislación antes citada se apoya en el Plan de Ayutla reformado en Acapulco el 17 de octubre de 1855, por el cual se suprimía definitiva- mente la prolongada e intermitente presidencia de Antonio López de Santa Anna, y se expedía la convocatoria para la reunión de un Congreso Extrordinario Constituyente que debería comenzar el 17 de febrero del año siguiente y cuyas tareas culminaron con la expedición de la Constitu- ción de 5 de febrero de 1857, ya citada.

Pareció poco definida la reforma liberal a los radicales, de ahi que se siguiera expidiendo una legislación reformista que solo sería incluida en la Constitución hasta el año de 1873 a través de una especial Ley orgánica de adiciones y reformas. Como se verá adelante, con estas medidas se disolvían indirectamente las comunidades indígenas en el medio rural, pues aunque sle trató de beneficiar a los naturales, el efecto fue ampliamente dañino para ellos; los mayorazgos ya suprimidos desde antes como se recordará, quedan también vedados sin limitación. Esta situación impul- sará grandemente la formación y desarrollo de las haciendas, es decir, se entrará ya en el proceso de afirmación del latifundio.

5.1. Significado de la sufiresión de las comunidades dentro de la f i losofb liberal.

La intención de estos legisladores, no iba encaminada directamente a eliminar la existencia de comunidades civiles y eclesiásticas, sino a pri- varlas de aquellos bienes que no estaban destinados directamente a servir- les de instalación. En pocas palabras, a impndir el de?arrollo y cxistencia de la amortización de inmuebles, qu'e según se afirmaba, dañaba de manera tan considerable a la economía nacional. La disposición encuentra más o menos su equivalente en los Derechos de muchas naciones occiden- tales desde el siglo XVIII.

Mientiiac que la ley de 1856 permitía a las comunidades (su destina- tario natural era la Iglesia) recibir el importe de las adjudicaciones y destinarlo a inversiones distintas de la adquisición de bienes raíces, la ley de 1859 nacionalizaba los bienes que no había sido posible adjudicar a los particulaiies por presiones de carácter eclesiástico o por fallas en el mecanismo establecido por la primera de las leyes, citadas, y por SU regla- mento del que se hablará adelante.

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Esta legislación reformista, no t.uvo en cuenta lo mucho que afectaba a las comunidades indígenas en el campo. Ellas desaparecían y pasaba el valor de tales tierras a los indígenas los cuales en lugar de invertir a nombre propio esos fondos, los dilapidaron favoreciendo la concentración de la propiedad agrada en pocas manos.ll

5.2. Diversas medidas legislativas que indirectamente producen la supresión de las comunidades.

La intención clara y evidente del legislador al obrar con estas normas, era privar a la Iglesia de sus bienes presentes, prohibiéndole adquirir en lo futuro inmuebles. Sin embargo, las comunidades civiles, es decir no eclesiásticas, no habían amortizado los inmuebles que formaban parte de su patrimonio. No obstante. se quiso ir lejos y en previsión del proble- ma, el legislador se anticipaba a dictar las mismas normas para tan dife- rentes situaciones. Lo importante consecuencia fue la verdadera desapa- rición de las comunidades indígenas, ya que al verse privadas de sus bienes perdieron la razón misma de su existencia aunque la ley les permitiese teóricamente subsistir.

11 Este triste resultado evidentemente, se deriva de querer desconocer la reali- dad y expedir leyes a veces al margen y a veces en contra de ésta. Ya se indicaba en la nota 10, como a pesar de que nuestro sistema es de cuño norteamericano y francés por la que se refiere al Derecho constitucional, hemos seguido la tradición de ley escrita heredada de España y a través de élla, de Roma. El culto a la ley, su respeto y reverencia ha hecho pensar a menudo al legislador de sangre latina, a diferencia de lo qué aconteció en Roma, que la sola expedicibn de lo disposición normativa, basta para resolver los problemas de orden social y moral. Cuando las raices de la conducta social son superiores a las posibilidades de efectividad o po- sitividad de la norma, ocurre que esta queda descartada generándose "de facto", una realidad contra legem. Huelga ejemplificar esta idea que en nuestra realidad tenemos tan cerca de nosotros. Parece innecesario también, decir que el remedio a estos desajustes, de la conducta del legislador con la realidad, deben buscarse en el respeto y la consideración que ha de darse al dato real e histórico en el momento mismo de elaborar la ley.

El respeto y reverencia a la ley, pueden aprovecharse para inculcar en e1 pueblo conforme a sus aspiraciones, las variaciones o cambios de conducta social que el legislador se proponga en un momento dado. De ninguna manera debe caerse en un pragmatismo o positivismo que conduzca a sostener que el legislador debe aco- modar su tabla de valores a la realidad que impere, sea o no moral. Por lo contra- rio, la norma debe reaccionar y sobreponerse a la conducta antijurídica que prac- tique el grupo. No debe olvidarsei que el Derecho cuenta dentro de su técnica legal con mecanismos y recursos adecuados para lograr en un momento dado, la adapta- ción de la ley a sus condiciones reales. Lo grave sería que el legislador, las autori- dades ejecutivas y judiciales empleen esos recursos en contra de los valores y aspira- ciones que el grupo en cuanto tal tiene en todo caso derecho de conservar.

El gobierno de la Nueva España tuvo siempre buen cuidado de respetar en lo posible las prácticas locales en todo lo que resultaron compatibles con su labor de civilización, de ellos nos dan abundantes muestras las Leyes de Indias.

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La ley de 25 de junio de 1856 establece en la parte medular que "todas las fincas rústicas y úrbanas que hoy tienen o administran como propietarios las corporaciones civiles o eclesiásticas de la República, se adjudicarán a los que las tienen arrendadas por el valor correspondiente a la renta que en la actualidad pagan, calculada como rédito al seis por ciento anual. La misma adjudicación se hacía extensiva los censuatarios enfitéuticos, usufructuarios y titulares afines.

Disponía el arti'culo 30. de la ley comentada: "Bajo el nombre de corpo- raciones se comprenden todas las comunidades religiosas de ambos sexos, cofradías y archicofradías, congregaciones, hermandades, parroquias, ayun- tamientos, colegios y en general todo establecimi'ento o fundación que tenga el carácter de duración perpetua o indefinida."

En la última parte de este texto encuadran, como es fácil en'tenderlo, las comunidades indígenas, razón por la cual, esta ley les fue aplicada.

En la misma fecha de la ley citada, se expidió su reglamento, que en el artículo lo disponía: "Las fincas rústicas o urbanas da corporación dadas en arrendamiento, a censo enfitéurico, o como tierras de repartimiento, en 1 s que no haya sido estipulado el pago de toda la renta en numerario, sino que toda o pahe de ella se satisfaciera con la prestación de alguna o de algún servicio personal que no esté ya estimado con anterioridad, se adjudicarrán . . . "

Se ha dicho y quizás con razón, que este reglamento iba más lejos de lo dispuesto por la misma ley a la cual por razones obvias d e b í sujetarse. Es discutible y en general no admitido, que un reglamento aun con el pretexto de interpretar el espíritu de la ley reglamentada llegue a donde la propia ley no llega.

Existe además una copiosa serie de circulares interpretativas que obran fuera del texto reglamentario y que proveen, con muy distinto carácter, a hacer posible la aplicación de la ley. Son en total 42. De e!las nos interesa la No. 5 que manda que los bienes comunales de los pueblos sean adjudicados a los arrendatarios de ellos y que sólo que estos renuncien a tal derecho, ~ o d r á n hacerse remates a favor de los vecinos de dichos pueblos; la número 20 dispuso que las aguas de corrientes y de uso público, no estén comprendidas en la ley, pero si las estancadas que corresponden a terrenos de corporaciones: la número 27 que prescribía que debía adju- dicarse el antiguo desierto de Carmelitas con las dos servidumbres que le favorecían, lo cual resultó muy dañino, pués ocasionaba la escasez de agua en la ciudad de México; la No. 33 que establece que se conceden en pro- piedad a los ind2genas de Tepejí los terrenos circundantes de sus pueblos; la No. 40 ord'enando que se repartan entre los indígenas los ganados y terrenos de cofradías y la No. 41 preceptuando que los terrenos que exce- dan del fundo legal del pueblo de Jilotepec, sean repartidos a los indígenas.

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Como puede apreciarsa por el título mismo de estas circulares, el sen- tido que se da a la ley de 1856 al interpretarla es amplio, a ello se debió el cúmulo tan grande de irregularidades que hubo de resolver el artículo 27 de la Constitución de 1917, con el señalamiento de especiales plazos para la regularización en las titulaciones. El problema se agravará en el "porfi- riato" por culpa de las compañí'as deslindadoras.

Si el sentido directo de las leyes de desamortización era correcto en vista a proteger la economía de la Nación, el legislador no tomó en con- sideración l a especial situación del indio . mexic&o, que al verse como titular sin I í t e s ni restricciones de los bienes que antes formaban el patrimonio de las comunidades en las que estaba integrado: dispuso pró- digamente de ese capital quedando en la indigencia y fomentado así la formación de grandes haciendas y latifundios.

Mientras tanto, como ya se indicó, se dictaba Ia Constitución de 1857 que en su artículo 27 establecía los principios fundamentales de la pro- piedad. Establecúa en ese sitio: "La propiedad de las personas no puede ser ocupada sin su consentimiento, si no por causa de utilidad pública y previa indemnización. . . "

"Ninguna corporación civil o eclesiástica, cualquiera que sea su carác- ter, denominación, u objeto, tendrá capacidad legal para a,dquirir en pro- piedad o administrar por si bienes raíces, con la única excepción de los edificios destinados inmediata y directamente al serticio u objeto de la institución".

Se imputaba al clero, el que utilizaba el dinero que recibía por concep to de las adjudicaciones ordenadas en virtud de la ley de 1858 para fomen- tar la lucha en contra del gobierno liberal. En consecuencia, Benito Juá- rez expidió desde la ciudad de Veracruz el 12 de julio de 1859, una nueva ley en la que nacionalizaba todos los bienes del clero.

5.3. Paulatina desaparición de las comunidades rurales

Las medidas legislativas que hemos comentado no se aplicaron de inmediato en atención a varios motivos, falta de tranquilidad pública, falta de recursos administrativos para poner en marcha los complejos mecanismos que se preveían, temor de algunos de los particulares de reci- bir sanciones eclesiásticas en caso de acogerse a los beneficios que en esos ordenamientos se les otorgaban (Conminaciones de P h IX.)

Ya se sabe que uno de los fines inmediatos de la ley de 1856 recogida por la Constit,ución federal del año siguiente, fue constituir la pequeña propiedad en los términos en que era exigida por Ponciano Arriaga en su voto al articulo 27, que es uno de los mejores documentos que conservamos para entender el pensamiento liberal en la materia. Los efectos fueron contrarios a los deseos del legislador. Las comunidades que no desapare-

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cieron inmediatamente, se fueron extinguiendo en los años sucesivos. Ade- más, el artículo 27 de la Co,nstitución amplió la ley de 25 de junio del año anterior en cuanto a las propiedades de los ejidatarios, si de bienes raíces se trataba.ll bi

= lb ' s La ley da desamortización incluyó dentro de su ámbito de aplicación ma- terial a las unidades indígenas. Estas comunidades en cierta forma procedentes del calpulli, habían perdido a los indígenas ung forma de explotación colectiva bajo un sistema de inalienabilidad los derechos de propiedad. De aquí se derivó la conserva- ción del sistema, pero también la falta de educación para los naturales, quienes se mantuvieron al margen del sentido del gasto, del sentimiento del ahorro de los propios recursos.

Como bien afirma Tena Ramírez (página 163 de su Vasco de Quiroga). "Los indígenas expropiados de sus terrenos comunales, de los que eran legítimos e inmemo- riales propietarios, se convirtieron de pronto en peones, laborando al servicio de los terratenientes que el amparo de una ley despiadada habían adquirido los terre- nos a precios irrisorios.

La medida de expropiación de los bienes comunales entrañaba un concurso de desaciertos. Moralmente constituía una injusticia, que lanzaba a la miseria a los indígenas expropiados, sin culpa alguna de su parte. Socialmente iba a alimentar el latifundio, una de las causas de la revolución de la siguiente centuria. Políticamente era desfavorable a la causa liberal, al impulsar a los indígenas desposeídos a sumarse al bando antagónico, cuando este se lanzó a la lucha armada en contra de la desamortización, entre otras disposiciones".

La reforma liberal arreciaba y se radicalizaba aún más en virtud de los tropiezos que le habían impedido implementarse ya desde el lejano 1833. A esto se debió que dos años después de expedida la Constitución de 57, el 12 de julio de 1869, el presidente Juárez public6 en Veracruz la Ley de Nacionalización de los Bienes Ecle- siásticos integrándola dentro del conjunto de las leyes de Reforma. Se trataba de superar las metas liberales de la reforma moderada ahora que la lucha interna arreciaba en la llamada guerra de los Tres años o de Reforma, a la postre, e11 parti- do liberal impuso sus decisiones. L a ley de Nacionalización como dice Tena Ramírez, (p. 164 y SS.) dio un paso de trascendencia con respecto a la de desamortización, pues haciendo caso omiso de los objetivos económicos de la anterior, se encaminó a abatir el poder del clero, privándolo de todos sus bienes sea cuaI fuere la clase de predios, derechos y acciones en que consistan, el nombre y aplicación que hayan tenido. A diferencia de la desamortización, la nacionalización no operaba en favor de particulares, sino de la Nación, y no concedía indemnización al expropiado".

Prosiguió inmediatamente el mismo autor (pp. 164 y 165). Al cumplir su come- tido, típicamente político, la ley de nacionalización modificaba la ley Lerdo. Se presentaba con este motivo la oportunidad de reparar el grave error en que había incurrido la ley procedente al expropiar las tierras de las comunidades indígenas. Pero nada se hizo: obsortos los reformadores en el problema a que hacía frente la ley de nacionalización de los bienes eclesiásticos, parece como si hubieran olvidado las demás disposiciones de la ley de desamortización, que na.da tenían que ver con aquel problema. Pero también debe recordarse que el individualismo rampante de la época alimentaba todavía la animosidad contra las corporaciones y los gremios que el siglo XIX había heredado de la Revolución francesa, por lo que a los libera- les de entonces no inspiraban simpatía las comunidades indígenas. La rectificación la llevó a cabo muchos años después, la Constitución de 1917, que en uno de sus mayores actos de justicia dispuso en su artículo 27 la restitución de sus tierras a los núcleos de población que de hecho y por derecho guarden el estado comunal.

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5.4. Desastrosos efectos de la desaparición de las comunidades rurales

En primer término conviene asentar que el indígena mismo resultó yer el primer peilj,udicado, pués al menos tenía anteriormente tierras de cultivo y el producto de éstas. De hecho, la desamortización no desapa- reció, cambia de titular. Fueron en lo sucesivo los particulares, nacionales y algunos extranjeros cuyo número fue creciendo quienes aprovechando la prodigalidad con que procedían los indios, amasaron grandes fortunas a base de las tierras antes pertenecientes a las comunidades. Así se gestaban los desastrosos efectos de estas medidas que constituirían por otra parte, los antecedentes de la siguiente problemática que se desarrollará en la segunda mitad del siglo, preparando la Revolución de 1910.12

5.5. El desarrolllz de las haciendas.

A los anteriores problemas va unido, como ya se expresó, el desarrollo desmedido de las haciendas. En buena parte este efecto se produjo también debido a la falta de una verdadera política de colonización.

Matías Romero que vio con claridad este problema, expresaba que era imposible que vinieran colonos extranjeros por los bajos ~alarios, la falta de tierras fértiles, las zonas de buen clima y la insalubridad imperante en la segunda mitad del siglo pasado (ver su libro, Mexico and the United States).

Mas adelante nos referimos a este problema.

Fue hasta después de la victoria del Imperio, consolidado el triunfo de la Re- pública, cuando se hizo posible iniciar la penosa tarea de despojar de sus propieda- des rústicas a los núcleos comunales.. ."

Como se ve de la transcripción de las ideas de Tena Ramírez, se trataba de liquidar a toda costa ese resabio del feudalismo que a los ojos de los liberales mexicanos se centraba en los gremios y comunidades. Básicamente se legislaba para emplear el poder económico, pera también político que había venido acumulando la Iglesia a través de los siglos de existencia colonial. Lo peor del caso, fue que los indígenas resultaron perjudicados y con ello ciertamente el interés de la Nación. Fue preparándose así el latifundismo y el acaparamiento de la tierra cuyas conse- cuencias estamos aún viviendo. Era necesario para México pasar por estos trances para ver con mayor claridad las necesidades de la Nación en tiempos de la Revolu- ción.

12 Como se sabe, la historia procede a base de reacciones que son estímulos o consecuenca de ciertas acciones que las provocan o causan. En el terreno de la historia nacional, está siempre presente la interconexión de materias que solemos llamar hoy interdisciplinaridad. A acciones de carácter económico o ideológico prosi- guen efectos, es decir reacciones de tipo legal y político o viceversa. Nuestra Revolu- ción de 1910, en especial en materia agraria, es una clara ilustración de esta intere- sante verdad.

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6. L a legislación del Segundo Imperio.

A pesar de lo que muchos habcan supuesto, en término., generales la actitud legislativa de Maximiliano acusa una clara adhesión a la política liberal, quizás en parte por convicción, quizás por táctica; lo cierto, es que el Emperador confirmó, en términos generales, la legislación antedor.

En materia de desamortización y nacionalización no encoctramos nove- dad,es especiales, durante el Segundo Imperio se ratificaron esas leyes. Tratándose de terrenos de comunidades, precedió con los mismos criterios que los liberales en cuanto al fraccionamiento en parcela5 individuales entre indios y mestizos.

El error de fondo persistía, no se tomaba en cuenta e! dato real cons- tituido por la especial mentalidad y propensión del indio. Se olvidaba y quería ignorarse la psicologlia del indio del campo.

Se nota a mediados de esta década de los años 60s un débil renacer de las comunidades agrarias, que puede obedecer más a motivos de hecho y tradición que a una clara pol?tica encaminada en ese sentido.

6.1. Confirmación de la legislación liberal.

No expidió el Emperador disposición alguna por la cual se diera mar- cha atrás en relación con la ocupación de los bienes del clero. Ciertamen- te qüc con esta medida no se granjeó la simpatía de la Iglesia en la que no pudo apoyarse ulteriormente. No obstante, en ciertas y aisladas oca- sioncs, parece olvidarse que las comunidades no tenían ya capacidad de goce para adquirir bienes raíces fuer'a de los autorizados. Encontramos una débil y escasa, pero existente legislación en materia de bienes de comunidades rurales.

6.2. Débil renacimiento de las comunidades rurales.

En este campo encontramos un decreto expedido en México el 25 de abril de 1865 que revoca la providencia de confiscación y distribución a los indígenas de terrenos ubicados en el municipio de Jala, Tepic; la Ley del lo. de noviembre del mismo año para determinar las diferencias so- bre tierras y aguas entre los pueblos, la ley de 26 de junio de 1866 sobre terrenos de ccmunidad y de repartimiento y la ley Agraria de 16 de sep- tiembre del mismo 1866 que ccnccde fundo legal y ejido a los pueblos que carezcan de él.

Como se ve la legislación del Segundo Imperio fue, si no rica, si al menos esmerada. Resulta interesante que se legisle para las comunidades, porque desde el punto de vista estrictamente teórico subsistían, más no en la práctica. Ello quiere decir que en alguna medida no habían desapa-

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recido del todo. Encontramos en algunas entidades de México, como en Veracruz, un tenue desarrollo de algunas comunidades rurales y pesqueras, lo cual permite consolidar la afirmación contenida en el párrafo superior.

6.3. Nuevas leyes de colonización y terrenos baldios.

Para servir a la colonización durante el Segundo Imperio, se formaron diversas comisiones exploradoras en algunas regiones como Puebla, Tlax- cala y Veracruz. Acerca de la de este Último Estado, se redactaron memo- rias sobre diversos te*enos en el año 1865.

Durante la corta duración de este Imperio, los liberales que resistían, consideraron vigente la ley expedida por el gobierno de Juárez el 20 de junio de 1863 sobre ccupación y enajenación de terrenos baldíos. Esta ley concedfa a todos los habitantes del país el derecho a derunciar y adqui- rir una extensión de tierra hasta de 2,500 hectáreas como máximo. Esta ley no cobró una importancia relevante; más es interesante sacarla del olvido para hacer patente la conciencia que se tenía del problema.

No se encuentra por parte de los legisladores del Imperio un intento coherente de legislación de colonización diferente de las medidas ya apuntadas.13

6.4. Hacia el desarrollo del latifundismo.

Como puede apreciarse, las raíces que en esta materia había creado la ley de 1856 y las medidas subsiguientes, no fueron detenidas por más que se encuentre esa tímida tentativa de renacimiento de las comunidades rurales.

En 1966 en pleno Imperio, el escritor Francisco Pimentel publicaba un libro bajo e i título L; Economía política aplicada a la propiedad

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territorial en México. En este trabajo se analizan estos problemas, se alude al desarrollo exagerado de las haciendas, al acapzramiento de la tierra y a las imperiosas necesidades de construir y fomentar una verdadera política de colonización para todo el territorio del País. Se destaca la difí- cil situación de los jornaleros y peones. Se insiste en los conceptos tradi- cionales de la economía liberal clásica. "Solo el hombre que trabaja para si mismo y para sus hijos es bastante activo e industrioso; entregada la tierra a manos mercenarias, se trataba mal y poco." Y más adelante: "La pequeila propiedad es esencialmente civilizadora, no solo, por que como

13 La legislación liberal del Segundo Imperio es amplia y bastante singular por la preocupación de normar una serie de problemas mexicanos que se encon- traban sin solución. No debe considerarse en nuestro concepto como una indolencia, el que no se haya publicado el Código Civil completo, las circunstancias de toda índole que privaban en el México de entonces, no lo permitieron. Ese es el hecho histórico escueto.

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antes se ha dicho, mejora el corazón e ilustra la inteligeida sino también porque el rango del propietario eleva los sentimientos, da al hombre una idea de su dignidad, y estimula el honolp.

7. Los últimos años del siglo X I X .

Ya en el año de 1867 eliminado el Segundo Imperio, se restablece la República bajo una nueva presidencia confiada a Benito Juárez, el cual muere el 18 de julio de 1872, sucediéndole el vicepresidente Lerdo de Te- jada. Después del Plan de Tuxtepec Ilrga Porfirio Díaz a la Presidencia de la República iniciando una larga época de despotismo político aún teniendo en cuenta el cuatrenio de Manuel González, pero de desarrollo político y de visible y persistente tranquilidad que por vez primera conocía la Nación. Sin embargo en estos últimos decenios del siglo, nada se hace d~ notable para detener el desarrollo de las haciendas y de los latifundios, al contrario, como se verá en los incisos finales de esta investigación, ta- les problemas se agigantan y las causas que darán origen a la Revolución de 1910 siguen madurando rápidamente.

7.1. Las reformas constitucionales de 1873.

Como ya se dejó asentado, las Leyes de Reforma, obra principal de Juára en su fase final, se incorporaron a las reformas constitucionales en 1873 ya que las que se habían dictado con posterioridad a 1857, se encon- traban extravagantes.

7.2. Las compañias deslindadoras.

Una dey de Colonización de 15 de diciembre de 1883 estableció la existencia de compañías deslindadoras que tendrían a su cargo determinar exactamente respecto de cuales tierras no existíhn títulos suficientes a fzvor de particulares, a fin de declararlas propiedad nacional y fraccio- narlas en beneficio de colonizadores que recibirían, siguiendo el criterio de la ley de Juárez dictada en vísperas de la instauración del Imperio, un máximo de 2,500 hectáreas por persona. Coso pago por su trabajo, tales compañías de deslinde recibirían una tercera parte de Ics terrenos deslin- dados.

Al resultar difícil encontrar quien quisiera venir del extranjero a colo- nizar las tierras disponibles, se expedió otra ley el 26 de marzo de 1894 que confirmaba los derechos adquiridos por las campañías sobre los terre- nos deslindados, eximiéndolas de sus obligaciones. Las consecuencias fueron

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desastrosas. El latifundismo se acentuó y los indios por ignorancia a menu- do perdían las pocas tixras que les quedaban, can lo cual el descontento y la inquietud en el campo crecía de d h en día. Se aplicaron medidas de control y restricción bastante severas a través de la política rural. A esto se debió también que el artículo 27 de la Constitución de 1917 pre- viera la existen'cia de plazos especiales para la regularización de muchos títulos de propiedad. Tenemos a la vista el dato de que en 1889 se habían deslindado 32 de los aproximadamente 200 millones de hectáreas de que está compuesto el territorio de la Nación, correspondiendo a las compa- ñías en cuestión 12.6 millones de hectáreas.

La principal obra para conocer este período de la materia que nos ocupa, es ciertamente la Legislación de Wistano Orozco y los escritos de Justo Sierra hijo y de José María Vigil. Ciertamente la acción de las compañías deslindadoras en unión de las leyes sobre baldíos de 1863-1894 y 1902 agravaron aún más el problema de la distribución de la tierra.

Matías Romero, uno de cuyos más célebres libras hemos citado antes, llega a sospechar que las compañías de deslinde se atribuían inclusive tra- bajos que no habían practicado realmente, Ciertamente estas compañías cometieron numerosos atropellos, arbitrariedades y despojos, en particular tratándose de pequeños propietarios y de los pocos pueblos de indígenas que poseían tierras, pero carecían de titulos suficientemente claros y definidos. También los tribunales procedía a la ligera fallando a menudo de manera muy parcial.

7.3. Política de colonkacióm.

Ya hemos hecho alusión a las más importantes leyes de co!onización y fuentes para el estudio de la cuestión a fines del siglo XIX, no alargare- mos este ensayo. Señalaremos para terminar, que por medio de un De- creto de fecha 28 de noviembre de 1896 se autorizaba al Ejecutivo para que cediera gratuitamente terrenos baldíos a los labradores pobres y a nuevos centros de población.

Era incontenible el creciente descontento. El siglo se inicia en espera de grandes cambios que se avizoran en el horizonte.

7.4. Auge del latifundismo.

Consecuencia evidente de esa situación fue el desarrollo del acapara- miento d'e la tierra y el mal tratamiento y desprecio que las clases acomo- dadas sentían hacia el indígena. Recuérdese la existencia de las tiendas de raya, la segregación y desprecio social hacia los indios, etcétera.

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Todo aquello preparaba un cambio social que debía exigir nuevos criterios legislativos administrativos e ideológicos principalmente.14

7.5. Se prepara la Revolución de 1910.

Evidentemente como una constante histórica, se encuentra a cada paso, que a la opresión se sigue la reacción revolucionaria, en la que las clases oprimidas tratan de invertir la estructura política y económica de la sociedad anterior. La sociedad mexicana de los años de la Revolución y siguientes, no fue tan hondamente transformada, pero si sentó los princi- pios de un nuevo Derecho que aunque ha sido dificil de llevar a la práctica en todas sus dimensiones, ha servido como un modelo ideal de desarrollo para el país y para muchas sociedades extranjeras "El Derecho social".

Ciertam'ente la historia de las comunidades rurales durante el siglo XIX, ofrece un panorama casi desoladof en México. Este fue el precio que hubo de pagarse para encontrar canales ideológicos de justa repartición de la tierra, por estructurar ese Derecho social que no solo en materia agraria pero muy especialmente en ella, nuestra patria ha mostrado al mundo.I5

l4 Este es uno de los antecedentes de la Revolución mexicana, más no cierta- mente el único. Hubo otros muchos factores que prepararon el conflicto de 1910, empero sin duda en la materia agraria se diseñaron de modo más decidido que en otras, las necesidades que más tarde llevarían al País a afirmar la existencia y tutela de los "Derechos saciales" anticipándose a la Constitución de Weimar de 1919.

1 5 Toda esta temática se inserta dentro de lo que puede llamarse la crisis de identidad nacional. México al independizarse de España no había alcanzado la ma- durez suficiente para determinar el camino de su propio destino, para estructurarse constitucionalmentd eligiendo la forma de gobierno más afin y adecuada a su perso- nalidad, es decir conforme a su singular "identidad". En los casos en que esto sucede, el ser nacional que padece de las carencias de que sufrió nuestro País deba pagar un precio a veces más alto, según las circunstancias que varian de caso en caso. Para México fue preciso perder parte de su patrimonio territorial, mucho de su tiempo, muchas de las vidas de sus hijos y muchas tentativas legales. Dentro de este contexto de la búsqueda del propia ser, debe insertarse la crisis del siglo XIX. Para nosotros el precio pagado fue alto debido a las antagónicas fuerzas de todo tipo que subyacían desde el principio del siglo XIX hasta la restauración del1 gobier- no republicano y desde el ocaso del gobierno de Díaz hasta la época de asentamien- to posterior a la lucha armadade la Revolución estallada en 1910.

A lo largo de se proceso de búsqueda de la propia identidad, n> si se prefiere de la forja de la nacionalidad que se encuentra presente en todos los pueblos que al- guna vez de se erigen en naciones independientes; registramos la amarga agonía de las comunidades agrarias dentro del movimiento liberal del siglo XIX en su segunda mitad. A través de esa experiencia, se rectificaría el camino, se buscarían ya en el siglo XX, que hoy presenciamos, los intentos por proteger al campesino, heredero y continuador del sufrido indio del que tanto ha dependido la Nación mexicana.

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