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Las experiencias vividas. Trayectorias individuales y desigualdades sociales Cristina García Sainz Universidad Autónoma de Madrid [email protected] 1. Introducción El objetivo de este trabajo es explorar las implicaciones temporales existentes en algunas de las desigualdades sociales que se manifiestan actualmente. Más concretamente, se trata de mostrar cómo las desigualdades socioeconómicas, estructuradas, que afectan a buena parte de la población mayor tienen su origen en tiempos pasados, en vivencias personales y experiencias compartidas en relación con la dedicación al trabajo. Su explicación precisa de la recurrencia al pasado, lo mismo que a la exploración del presente; requiere examinar las propiedades temporales de los procesos sociales, la necesaria ordenación del tiempo al que se someten las actividades y ocupaciones, la asignación de duraciones y sus significados sociales. Mas que ahondar en la sociología del tiempo lo que en este escrito se pretende es estudiar la temporalización de las estructuras sociales 1 ; en concreto, las características temporales de las actividades laborales y domésticas y las consecuencias que de ellas se derivan para distintos grupos sociales. La aproximación al estudio de la desigualdad estructurada de la gente mayor se realiza desde la consideración y el análisis de las particularidades de una estructura social temporizada en relación con el trabajo y el empleo 2 . Se parte de la hipótesis de que la desigualdad social que afecta a la población mayor está vinculada a la dedicación al trabajo que mantuvo en el pasado, según normas laborales y sociales existentes, en relación con la edad y el género. En este sentido, se trata de conocer la situación de 1 R. Ramos ha señalado la necesidad de distinguir entre la sociología del tiempo propiamente dicha y la temporalización de lo social, de la que daría cuenta la sociología temporalizada (Ramos, 1987:98; Ramos, 1990:78; Ramos, 1992:XI). 2 Se distingue entre trabajo y empleo como dos ámbitos de actividad que pueden condicionar la vida cotidiana de los individuos según la dedicación que se haya tenido a uno y otro a lo largo de la vida; mientras algunos trabajos, como el doméstico o el voluntario, no generan prestaciones, sí lo hace el empleo regulado, que actúa, de esta forma como mecanismo de redistribución económica. 1

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Las experiencias vividas. Trayectorias individuales y desigualdades sociales

Cristina García SainzUniversidad Autónoma de Madrid

[email protected]

1. Introducción

El objetivo de este trabajo es explorar las implicaciones temporales existentes en

algunas de las desigualdades sociales que se manifiestan actualmente. Más

concretamente, se trata de mostrar cómo las desigualdades socioeconómicas,

estructuradas, que afectan a buena parte de la población mayor tienen su origen en

tiempos pasados, en vivencias personales y experiencias compartidas en relación con la

dedicación al trabajo.

Su explicación precisa de la recurrencia al pasado, lo mismo que a la exploración del

presente; requiere examinar las propiedades temporales de los procesos sociales, la

necesaria ordenación del tiempo al que se someten las actividades y ocupaciones, la

asignación de duraciones y sus significados sociales. Mas que ahondar en la sociología

del tiempo lo que en este escrito se pretende es estudiar la temporalización de las

estructuras sociales1; en concreto, las características temporales de las actividades

laborales y domésticas y las consecuencias que de ellas se derivan para distintos grupos

sociales.

La aproximación al estudio de la desigualdad estructurada de la gente mayor se realiza

desde la consideración y el análisis de las particularidades de una estructura social

temporizada en relación con el trabajo y el empleo2. Se parte de la hipótesis de que la

desigualdad social que afecta a la población mayor está vinculada a la dedicación al

trabajo que mantuvo en el pasado, según normas laborales y sociales existentes, en

relación con la edad y el género. En este sentido, se trata de conocer la situación de 1 R. Ramos ha señalado la necesidad de distinguir entre la sociología del tiempo propiamente dicha y la temporalización de lo social, de la que daría cuenta la sociología temporalizada (Ramos, 1987:98; Ramos, 1990:78; Ramos, 1992:XI).2 Se distingue entre trabajo y empleo como dos ámbitos de actividad que pueden condicionar la vida cotidiana de los individuos según la dedicación que se haya tenido a uno y otro a lo largo de la vida; mientras algunos trabajos, como el doméstico o el voluntario, no generan prestaciones, sí lo hace el empleo regulado, que actúa, de esta forma como mecanismo de redistribución económica.

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desigualdad sobrevenida de un amplio sector de la cohorte poblacional cuya edad

laboral transcurrió en la postguerra y que actualmente es objeto de prestaciones sociales

de distinto signo, de acuerdo con la trayectoria personal y colectiva y las experiencias

de trabajo vividas en la reciente historia española.

El texto que se presenta se desarrolla sobre la perspectiva de la bidimensionalidad

temporal; se plantea, en primer lugar, la referencia a la memoria colectiva en un tiempo

histórico, abstracto, común a las generaciones consideradas y, en segundo lugar, el

estudio de las condiciones presentes, con presupuestos y prácticas temporales inconexas

y con desajustes socioeconómicos que refuerzan las desigualdades sociales. El tiempo

histórico que aquí se refiere abarca una etapa sociopolítica compartida por la cohorte,

marco de un orden social y temporal impuesto por las instituciones de poder

sociolaborales mediante normas sociales coactivas que exigen participar en actividades

laborales o domésticas según asignaciones de género3; que ordenan los tiempos de

trabajo en las largas jornadas laborales y, prácticamente, a lo largo de la vida. El tiempo

presente se observa en base a las desigualdades estructuradas que afectan a la cohorte,

así como en el interior de la misma, por razones económicas, sociolaborales, de edad y

de género.

2. Bidimensionalidad de los tiempos sociales

Si bien, autores como N. Elias (1989) han argumentado a favor de un tiempo único, en

el que se integran el tiempo físico, y el tiempo social, otros como J. T. Frazer (1987) lo

han hecho en favor de una pluralidad de tiempos4 y los más (Jaques, 1984; Bunge, 1987;

Beriáin, 1997; Halbwachs, 2004; y Valencia, 2007, entre otros) han optado por destacar

la bidimensionalidad del tiempo. Esta perspectiva deriva, por un lado, de la posición

aristotélica, según la cual, el tiempo es la medida del movimiento según el antes y el

después (Aristóteles, 1995:286), de la que cabe deducir sus propiedades ordinales,

topológicas y métricas (Ramos, 1989) y, por otro lado, de la posición agustiniana, que

atiende a las cualidades del tiempo, a la continuidad y a las aporías del devenir y la 3 M. V. L. Badgett y N. Folbre (1999) han estudiado las implicaciones de las normas sociales de género en la realización de trabajos diferenciados entre mujeres y hombres y la tradicional asignación de trabajos asistenciales y de cuidados a las mujeres.4 Frazer incluye entre estos tiempos el propio de los humanos y el de los seres vivos, los concernientes a los ciclos de la naturaleza, el del universo y hasta la atemporalidad (Frazer, 1987:17-18).

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eternidad5. Estas dos orientaciones se reproducen asimismo en la distinción entre la

realidad “objetiva” susceptible de ser medida mediante el reloj, a la que básicamente

pertenece el mundo físico, y el mundo de lo “subjetivo” del fluir del tiempo, el campo

de las intenciones y de los significados. En definitiva, se trata de la distinción entre el

tiempo de cronos y el tiempo de kairós de los griegos, que E. Jaques (1984) estudió y

que otros autores han desarrollado con posterioridad6.

La paradoja enunciada por J. M. McTaggart7, a comienzos del pasado siglo, sobre la

inexistencia del tiempo, ha servido de referencia a distintos autores para argumentar en

favor de su bidimensionalidad. Las dos series a las que McTaggart remite se distinguen

porque, la primera, atiende a la ordenación topológica de pasado, presente y futuro,

referida a un tiempo cambiante, en continuo flujo, guiada por la dirección de las

intenciones (serie A); es la que se correspondería con el tiempo de kairos, mientras que

la segunda (serie B), es la que describe el tiempo del antes y el después, de lo anterior,

lo posterior y lo simultáneo; es la que permite fijar el tiempo, generalizarlo, medirlo y,

con ello, atribuirle un carácter objetivo. Su perfil es unidireccional y estático; lo que la

identificaría con el tiempo de cronos. Aunque Jaques considera que el primero se

adecua al tiempo psicológico y el segundo al tiempo físico, ambos pueden ser

considerados tiempos sociales y su interpretación se ve mejorada cuando ambas

dimensiones se toman de manera complementaria8. Por un lado, la serie A refleja el

cambio y permite mostrar el sentido de los hechos que acontecen en la vida cotidiana y,

por otro, mediante la serie B el tiempo puede acotarse, medirse y acordar su duración

para ordenar los acontecimientos e interpretarlos.

5 En sus Confesiones, Libro XI, se pregunta: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pide, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé. No obstante, con seguridad digo que si nada pasara no habría tiempo pasado, y si nada acaeciera no habría tiempo futuro, y si nada hubiese no habría tiempo presente” (p. 336).6 J. Callejo (2005) ha vinculado los tiempos de cronos y kairós con las estrategias y las tácticas que las personas despliegan para resolver sus conflictos, dependiendo de la posición social que ocupan.7 Véase Jaques (1984:43-44) y Ramos (1992:XII-XIV). También Valencia (2007:63-65) se apoya en la formulación de McTaggart para explicar su postulado de la bidimensionalidad del tiempo constituida por cronos y kairós.8 Como expresa Beriáin (1997:103) el tiempo métrico y el cualitativo se complementan, de manera que el tiempo cualitativo, de los significados, no se entendería, no sería nada, sin el tiempo métrico que los ordena de acuerdo con la sociedad en la que tienen lugar. Asimismo, Elias (1989:101) afirma que el tiempo es único y, por lo tanto, el tiempo físico y el tiempo social no pueden entenderse por separado.

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De manera magistral encontramos expresada la bidimensionalidad temporal, que

distintos autores han diferenciado como tiempo métrico y tiempo cualitativo (Beriáin,

1997:102-103), tiempo abstracto y tiempo real (Halbwachs, 2004:102), etc., en la obra

de A. Machado, cuando manifiesta, en palabras del profesor Juan de Mairena, el

enunciado: “Ni Aquiles, el de los pies ligeros, alcanzará nunca a la tortuga, ni una hora

bien contada se acabaría nunca de contar”9. La primera parte de esta sentencia remite

a la celeridad y la consecución de las metas y la segunda, la que aquí interesa, a las

dos dimensiones del tiempo, al tiempo medido y al tiempo contado, a las cuentas y a

los cuentos, al tiempo calculado y a los relatos, a los números y a las palabras.

3. La memoria colectiva y la referencia histórica

La memoria es el presente de las cosas pasadas, dice Jaques (1984:27). No se trata aquí

de buscar la evocación al pasado para el deleite particular o colectivo de quienes lo

compartieron, sino de recurrir a la memoria de los hechos acontecidos, cargados de

sentido y significaciones sociales, para analizar las consecuencias de un modelo de

organización social, cimentado en la historia reciente, basado en el reparto del trabajo y

del tiempo diferenciado en razón de género, edad y clase social10.

3.1. Los significados de la memoria

La vida diaria de los individuos se desenvuelve en continua relación con el pasado. El

presente, el día a día, ofrece nuevas oportunidades, nuevas vivencias que están

enraizadas en tiempos pasados. El recuerdo trae a la memoria los acontecimientos

pasados para mantenerlos vivos. La mirada atrás enlaza presente y pasado, de manera

que las experiencias se suceden dando continuidad a la vida cotidiana.

Se recurre al tiempo pasado para interpretar lo que acontece en el presente. Así, los

hechos que tuvieron lugar en el pasado ilustran las situaciones que caracterizan el

9 A. Machado: Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo , en Manuel y Antonio Machado, Obras completas, p. 1154.10 El sentido que aquí se da al concepto clase social debe entenderse en tanto que estratificación social, basada principalmente en razones socioeconómicas, vinculada a la posición de las personas con el empleo, categoría laboral, ingresos y capacidad de decidir sobre sus condiciones de trabajo.

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presente y sugieren perspectivas de futuro11. El análisis social apela en este sentido al

tiempo histórico que sigue la huella dejada por los hechos vividos que, en palabras de

Ricoeur (1987), apuntalan el presente. A su vez, es posible mostrar que existe una

continuidad en los hechos sociales y en las experiencias colectivas que se acumulan e

impactan de manera inesperada y recurrente, revelando los vínculos entre lo acaecido,

las circunstancias actuales y las oportunidades futuras.

La memoria individual, autobiográfica, no es un ente aislado sino que se recrea en

vivencias y experiencias compartidas en tiempos y espacios comunes. La memoria

colectiva es la memoria del grupo cuyo relato tiene sentido en la medida que el grupo lo

comparte. Cada grupo social es portador de una memoria colectiva y, por lo tanto, habrá

tantas memorias como grupos (Halbwachs, 2004:85)12.

3.2. La referencia histórica

Las narraciones históricas resultan de la confluencia de distintas memorias colectivas.

Se construyen sobre los hechos que afectan a los grupos, pero sólo cuando la identidad y

los significados que les pertenecen se desechan, se pierden, pueden representar a todos;

cuando la memoria colectiva se despersonaliza, deviene abstracta y esta es la condición

para que la historia se desarrolle. En palabras de Halbwachs, una vez que las

percepciones individuales se vacían de contenido pueden adaptarse a muchos seres

distintos. La memoria de los individuos, la memoria colectiva y la historia se funden en

las experiencias vividas, de manera que si bien a partir de las duraciones individuales se

configura el tiempo colectivo, en el que aquellas tienen cabida, también cabe afirmar

que las duraciones individuales resultan de ese tiempo colectivo en el que tienen lugar

(Halbwachs, 2004:99)13.

11 Previsiblemente, muchas de las características del pasado serán reiteradas en el futuro. Como afirma Bazo (2001:25) muchas de las jóvenes de hoy pueden estar forjando una vejez parecida a la de las ancianas de ahora si su participación en el empleo y sus condiciones laborales no cambian significativamente.12 La memoria colectiva no rompe con el pasado. El presente y el pasado, dice Halbwachs (2004:84), conviven como historias vecinas.13 Si bien, la historia permite colocar los acontecimientos en el tiempo de los calendarios, las clasificaciones convencionales que los historiadores establecen están basadas en pensamientos individuales (Halbwachs, 2004:93) que se condensan y articulan en regularidades, en simultaneidades, forzosamente discontinuas, que permiten representar múltiples, colectivas y abstractas expresiones del tiempo.

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Recurrir al pasado desde la historia significa dotar de significado común a las

experiencias colectivas, proporcionar un conocimiento compartido del pasado para

entender el presente y proyectar el futuro (Rosa, 2006:42). Es la manera de

constituir un marco repleto de acontecimientos, de hitos ordenados, de fechas que

afectan a todos. La historia segmenta los recuerdos, los racionaliza, para ordenar

los recuerdos de todos; surge de la memoria, de los individuos y de los grupos, que

llena ese tiempo de percepciones y duraciones diferentes, de significados.

4. La representación de los tiempos vividos: tiempo-espiral

La representación del tiempo vivido por el grupo de población mayor española que se

toma como objeto de estudio abarcaría a las generaciones nacidas en las décadas que

comprende el segundo cuarto del siglo XX, que alcanzarían la edad de trabajar en la

postguerra, con apenas 14 o 15 años, y llegarían a la edad de jubilación a partir de los

años noventa del pasado siglo. Bastantes de estas personas habrían empezado a trabajar

antes de dicha edad, haciendo labores domésticas, desempeñando tareas agrícolas, en el

servicio doméstico, en la industria, etc. Sus trayectorias personales y sociales han

quedado grabadas en la memoria colectiva, y en numerosos textos, por las condiciones

sociopolíticas y las vivencias familiares que estuvieron plagadas de múltiples carencias:

escasez económica y de recursos, reducidas oportunidades formativas y ocupacionales14,

posibilidades restringidas de participación social y política, etc.

La trayectoria seguida por este grupo poblacional se representaría mediante una

espiral15. La espiral permite comprobar que los hechos presentes tienen raíces y

conexiones con el pasado, con el propio y con el tiempo histórico que enmarca las

experiencias comunes. Una proyección en espiral porque, como diría Halbwachs

(2004:101), los recuerdos no se agarran bien en una superficie lisa, aquella que sólo

mostraría la unidimensionalidad del tiempo abstracto, ni en un círculo, que expresaría

un tiempo recurrente, cerrado, sin dejar espacio para imaginar o planear el futuro.

14 Tres de cada cuatro personas mayores de 65 años cuentan, en España, con nivel de estudios primarios o inferiores. El 98 % recibe algún tipo de prestación social; el 62 % tiene alguna enfermedad y el 65% ingresa menos de 20.000 euros al año (INE: Encuesta de Condiciones de Vida, 2008).15 La idea de la representación del tiempo espiral procede de Adam (2004).

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Para observar el periodo histórico bastaría el calendario y los hechos acontecidos a lo

largo del periodo considerado. Y para conocer los recuerdos y las experiencias vividas

por los individuos se podría aludir a una representación cíclica del tiempo, de acuerdo

con la trayectoria vital. Sin embargo, se trata de fijar la mirada en el pasado para

enraizarlo en el presente pero también mantener líneas de futuro, un futuro

condicionado, pero no absolutamente decidido, abierto e indeterminado.

El tiempo espiral permite situar un origen a partir del cual constituir al grupo social en

objeto de análisis y desde ahí seguir la trayectoria del colectivo, sus experiencias

vividas, su entorno y su continuidad o diversificación en la situación actual. El presente

no es un tiempo cerrado sino cambiante, abierto hacia el futuro, por corto que ese

tiempo sea, y que podrá variar en función del contexto social, económico, político,

territorial, de género y de salud o dependencia que afecta al grupo.

En el tiempo social representado en una espiral confluyen las experiencias vividas por la

cohorte poblacional así como el contexto histórico en el que tienen lugar. El recorrido

temporal abarcaría desde el momento en el que los individuos inician el trabajo o la vida

laboral, hasta la actualidad, por un lado, y, por otro, desde un tiempo abstracto

compartido, un periodo histórico que comenzaría en los años cuarenta, en la posguerra y

que se vería atravesado por severas restricciones económicas y políticas y, sobre todo,

por limitaciones normativas basadas en una mentalidad, en unos valores sociales y en

una ideología tradicionales que asignarán trayectorias diferenciadas según posiciones de

clase y de género.

Las trayectorias seguidas por el grupo no son homogéneas, sino que se distribuyen por

vías distintas, como las que dibujan la doble escalera de caracol de los Museos de

Vaticano16, o la triple escalera helicoidal ubicada en el monasterio de Santo Domingo

16 Esta escalera fue construida por Giuseppe Momo en 1932, consta de dos espirales o direcciones que cumplen distinta función; se emplean, una para acceder y otra para descender y salir del Museo. Otra escalera de caracol en los mismos Museos es la construida por Donato Bramante, hacia 1505, con una única rampa.

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del Bonaval de Santiago de Compostela17; en ésta, las tres rampas que completan la obra

conducen a lugares distintos18. La representación queda figuradamente abierta al futuro;

conocemos el pasado, el camino recorrido, que nos habla del presente, pero el futuro

está por completar; los peldaños deberán forjarse, aunque su construcción ya esté

iniciada. En sentido ascendente, las escaleras simbolizan el saber y el conocimiento, la

elevación; es decir, el ingenio y la capacidad de construir, en este caso, la sociedad

futura.

Junto al tiempo social del tiempo real, individual y grupal, de las experiencias vividas,

se encuentra otra dimensión del mismo, un tiempo abstracto, histórico, que es

complementario, que ordena hechos y acontecimientos, que pone orden en los recuerdos

y en los procesos. Bajo esta ordenación la sociedad se homogeniza y las generaciones

sitúan sus experiencias en un tiempo común.

5. Normas sociales e instituciones temporales coactivas

Toda sociedad ejerce control sobre el tiempo social, lo normativiza, lo jerarquiza19 en

función de prioridades sociales y promueve la coordinación de actividades para

garantizar la homogeneidad social (Gurvitch, 1963:174-175; Nowotny, 1992:141-142;

Sue, 1995:85). El orden social impuesto se construye sobre una legitimada organización

del tiempo y una pactada dedicación de las personas al trabajo según normas

socioeconómicas del modelo dominante, que si bien consigue integrar y cohesionar a

muchos individuos se erige sobre diferencias sociales. A menudo, las desigualdades

proceden de comportamientos inducidos por valores y normas sociales de tiempos

pasados cuyos efectos se viven en el presente. Así, por ejemplo, las personas que

participaron en trabajos y ocupaciones no formalizados quedan más expuestas al riesgo

de pobreza o de exclusión social. El tiempo dedicado al trabajo (empleo) actúa como

una institución social (Elias, 1989:21-23) que coacciona externamente a los individuos a 17 El autor de esta obra del siglo XVIII es el arquitecto gallego Domingo de Andrade. Actualmente el Monasterio de santo Domingo alberga el Museo Etnológico del pueblo gallego y el panteón de ilustres poetas, como Rosalía de Castro y A. Manuel R. Castelao. 18 Las tres rampas pueden simular los caminos por los que se dirigen los grupos de la cohorte seleccionada según su campo de actividad: quienes mantienen un empleo formal de manera continuada a lo largo de su vida laboral; quienes sólo cuentan con empleos intermitentes e inestables y quienes no tuvieron vida laboral, en sentido estricto, y se benefician sólo de pensiones asistenciales.19 Sobre las jerarquías de los tiempos sociales ver Lewis y Weigert (1992).

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la hora de fijar sus comportamientos, de proyectar sus expectativas, así como a la hora

de comunicarse, de desenvolverse en la vida cotidiana, de establecer y desarrollar sus

relaciones sociales. Con carácter general, el periodo de tiempo que los trabajadores

dedican al empleo formal computa a efectos de protección de derechos económicos y

sociales de manera más favorable que cuando no ha existido ninguna relación laboral.

Proyectadas en el presente, las estructuras laborales y temporales forjadas algunas

décadas atrás platean desajustes, desconexiones, especialmente entre los sectores que

quedaron al margen del modelo de protección social a través del empleo, causando la

sensación de le temps perdú. En ocasiones las experiencias pesan, tienen peso y causan

pesar; otras veces se percibe su ausencia, faltan, fueron oportunidades perdidas, que no

tuvieron lugar o, por el contrario, se contempla tras ellas la irreversibilidad de

decisiones que se tomaron en la juventud y en la primera madurez y cuyas

consecuencias empiezan a aparecer en la segunda madurez20 y se confirman en la

vejez21.

Con frecuencia, la continuidad entre pasado y presente se percibe temporalmente

desconectada, rota, para la cohorte de los mayores; es entre estas personas así como

entre aquellas perjudicadas por carencias de recursos, o separadas del empleo formal,

donde en mayor medida emerge un arrepentimiento decisional22, en el cual se

interiorizan como problemas individuales lo que más bien serían fracasos sociales. La

desconexión entre experiencias pasadas y la realidad presente se manifiesta igualmente

entre población joven sin perspectiva laboral de futuro. La incertidumbre produce

desconcierto y descontento con el propio pasado entre jóvenes que se encuentran sin

empleo en el momento actual de crisis económica. Su desánimo les lleva a indagar, a

buscar causas y explicaciones en decisiones personales tomadas con anterioridad:

20 Una clasificación estándar se recoge en Durán (2010b) de acuerdo con la cual se pueden contemplar tres etapas en el ciclo vital a partir de los diez años; la primera, Infancia y juventud (menores de 25 años), donde la infancia comprendería de los 10 a los 15 años y la juventud de los 16 a los 24 años; una segunda, Madurez (de los 25 a los 64 años), con un primera época, de los 25 a los 44 años y una segunda, de los 45 a los 64 años; y, una tercera etapa que agruparía a los Mayores de 65 años. 21 Así se percibe en una de las citas que recoge J. Callejo (2009:188), en relación con los significados del trabajo: “… Cuando volví a Madrid, mi hermana me convenció para que no volviera a trabajar y una vez más me pesó hacer caso a mi hermana, porque al menos habría aprendido un oficio”.22 R. Ramos (2008:115) menciona el arrepentimiento decisional para referirse a las expresiones de queja que manifiestan algunos profesionales ante la insatisfacción laboral que viven en el presente y el sentimiento de incertidumbre que sus decisiones pueden depararles para el futuro.

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“Te sientes culpable por no estar haciendo nada. Culpable porque no

aportas. Y entonces vuelves la vista atrás, a cuando eras más joven. Piensas

que igual no tenías que haber… No sé. Te replanteas toda tu vida”23.

Como Beck (1998:97) ha señalado, con el proceso de individualización los problemas

del sistema se transforman y se trasladan políticamente hacia el fracaso personal, a pesar

de que la extensión y generalización de aquellos ponga de manifiesto que se trata de

desajustes sociales provocados también por causas sociales (derivadas del modelo

productivo, de la organización del trabajo, de pautas de consumo y nuevos estilos de

vida adquiridos, etc.). En este sentido, las desregulaciones normativas laborales, las

flexibilidades de las relaciones de empleo y la progresiva individualización negociadora

de las condiciones de trabajo provocan, de manera progresiva, el declive de lo colectivo

y debilitan la capacidad de acción de los sujetos peor situados en el mercado laboral,

que son ahora los más castigados por los efectos de la crisis económica. Los

desequilibrios sociales y económicos terminan por impactar en los sujetos sociales más

frágiles, de manera que éstos acaban interiorizando los efectos de aquellos como

propios, como fracasos personales y asuntos privados.

La ruptura que se observa entre expectativas del pasado y realidades presentes permiten

augurar para el futuro la misma improbabilidad evolutiva24, que caracteriza a la

sociedad actual. Sin embargo, la incertidumbre juega a favor de quienes prescriben

normas y dictan pautas de esfuerzo colectivo para la población trabajadora con la

promesa de establecer condiciones mejoradas para el futuro; sus artífices futurizan el

presente (Ramos, 2008:112), apropiándose de lo incierto, actuando coactivamente

mediante renovadas disciplinas laborales y justificando medidas (políticas) y acciones

que constriñen la participación laboral y social como mero ejercicio de poder y de

control social (Nowotny, 1992:148) sobre la ciudadanía.

23 Recogido de las entrevistas realizadas por G. Abril para el artículo “Generación noqueada”, El País Semanal, 14 de marzo de 2010.24 Luhmann advierte de la desconexión y discontinuidad entre el pasado y el futuro, de manera que “improbabilidad evolutiva” sería una característica de los tiempos sociales actuales (Citado en Beriáin, 1997:111).

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5.1. Coacción social y desajustes temporales

Distintos autores (Prieto, Ramos y Callejo, 2008:XXIV; Facchini y Rampaza,

2009:354) han puesto de manifiesto el desencuentro que experimentan algunos grupos

sociales, como el que aquí se contempla de las personas mayores, al confrontar sus

experiencias vividas en un pasado en el que se socializaron (un contexto tradicional

propio de la primera modernidad, reflejado en pautas laborales y de desempeño del

trabajo estrictamente distribuidas por género) frente a las vivencias actuales, con normas

laborales y sociales flexibles, de proyección individualizada en las metas personales, de

diversificación de opciones y de desinstitucionalización, propios de la segunda

modernidad25. El tiempo entorno26 se percibe desconectado entre dos etapas, dos

periodos históricos que, si bien son consecutivos, aparecen divididos, enfrentados por

exigencias dispares habidas en el mundo de juventud y primera madurez y en el de la

vejez.

En España, la percepción de un tiempo entorno desconectado confronta dos etapas

históricas, la del franquismo, con normas laborales y sociales muy constrictivas, frente a

la actual, donde las pautas de comportamiento en lo laboral y en las relaciones

personales y familiares son más elásticas y las instrucciones y controles institucionales

son más imperceptibles. Las personas mayores viven el contraste entre una etapa

histórica en la que las normas sociales estuvieron firmemente impuestas, tanto en el

ámbito de las ideas, como de los valores, y de las conductas, cuyas desviaciones se

veían penalizadas por el control social y por la propia ley, con la etapa presente de

cambio de siglo, caracterizada por la laxitud de comportamientos, más visible entre la

gente joven, en variados aspectos de la vida diaria. En el pasado franquista, los

preceptos dictados en relación con el mundo laboral se extendían más allá del mismo

para convertirse en estrictas normas de actuación27. Las siguientes citas, extraídas de la

25 U. Beck (1998) ha marcado la distancia entre la primera modernización que puso fin a la sociedad agraria y la segunda que surge en paralelo con el declive de la sociedad industrial.26 R. Ramos (2007:188; 2008:110) se sirve de la metáfora del tiempo como entorno para señalar el contexto, el marco o el escenario social en el que se sitúan los individuos y al que deben adaptarse. 27 La regulación por parte de las instituciones políticas alcanzaba desde la organización laboral (los sindicatos eran “verticales”), la definición del papel del mujer, en torno a “sus funciones femeninas” (Ver, por ejemplo, G. M. Scanlon, 1976:323), hasta los usos amorosos, convenientemente instruidos por medio de los consejos difundidos a través de consultorios sentimentales (Ver al respecto: C. Martín Gaite, 1987).

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principal norma laboral de ese tiempo, el Fuero del Trabajo, y de los principios de la

Sección Femenina, lo confirman:

“El derecho de trabajar es consecuencia del deber impuesto al hombre por Dios,

para el cumplimiento de sus fines individuales y la prosperidad y grandeza de la

Patria”. (Fuero del Trabajo, 1938; apartado I, punto 3).

“El Estado se compromete a ejercer una acción constante y eficaz en defensa del

trabajador, su vida y su trabajo. Limitará convenientemente la duración de la

jornada para que no sea excesiva y otorgará al trabajo toda suerte de garantías de

orden defensivo y humanitario. En especial prohibirá el trabajo nocturno de las

mujeres y niños, regulará el trabajo a domicilio y libertará a la mujer casada del

taller y de la fábrica”. (Fuero del Trabajo, 1938; apartado II, punto 1).

“La base principal de los estados es la familia, y por lo tanto el fin natural de las

mujeres es el matrimonio. Por eso la Sección Femenina tiene que prepararlas

para que cuando llegue ese día para ellas sepan decorosamente dirigir su casa y

educar a sus hijos conforme a las normas de la Falange, para que así,

transmitidas por ellas de una en otra generación, llegue hasta el final de los

tiempos”. (Misión y organización de la Sección Femenina…, en Domingo,

2007:108).

La organización del tiempo que se refleja en la normativa del trabajo traspasa la vida

laboral para dictar pautas de comportamiento, encauzar valores y establecer mores

sociales. El tiempo entorno cuenta entonces con un I Año Triunfal, tal y como se

rebautiza el año 1938, en el que se promulga el Fuero del Trabajo (aprobado por

Decreto de 9 de marzo). Además, en el apartado II de esta misma ley se detallan los

tiempos de trabajo y de descanso, se regula la dedicación al empleo y se señalan las

fiestas que deben ser “santificadas”. La organización temporal se concreta en que:

La duración de la jornada, el trabajo nocturno y el trabajo a domicilio son objeto

de regulación (Punto 1).

Las vacaciones anuales son un derecho retribuido (Punto 5).

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El descanso dominical es “condición sagrada en la prestación del trabajo”

(Punto 2).

Se somete a las leyes el respeto a las festividades religiosas que imponen las

tradiciones (Punto 3).

El día 18 de julio se instaura como fiesta nacional, además de ser una “Fiesta de

Exaltación del Trabajo” (Punto 4).

Se crean instituciones para la ocupación del tiempo libre y los recreos dirigidos a

“disfrutar de todos los bienes de la cultura, la alegría, la Milicia, la salud y el

deporte” (Punto 6).

Los veinticinco años de paz, tal y como era designado por el régimen franquista el

periodo transcurrido desde el final de la Guerra Civil hasta mediados de los años

sesenta, terminaron siendo cuarenta, largos e intensos, de dictadura en los que se

cimentó un modelo de sociedad en la que las normas sociales y, en especial, en relación

con la distribución del trabajo, mantuvieron estrechamente unidos los dogmas religiosos

con las leyes civiles y fuertemente diferenciados los roles y las obligaciones femeninas

de las masculinas. El llamado modelo breadwinner/homemaker (cabeza de familia/ama

de casa) se asienta con firmeza a lo largo de la primera etapa franquista y se mantiene

hasta hoy, siendo una característica que distingue a España de los países del centro y

norte de Europa. Algunos de los cambios experimentados en este campo se pueden

resumir en las siguientes cifras: si en 1965 la tasa de actividad femenina era del 24,6% y

la masculina del 84,6%, en 2005, cuarenta años después, esas tasas han evolucionado

hasta situarse en un 46,4% y un 68,8% respectivamente. La participación femenina en el

mercado laboral ha crecido significativamente pero se sigue manteniendo una distancia

considerable entre ambas tasas28, lo que coloca a España entre los países con la brecha

de participación laboral por género más alta de la Unión Europea.

Los itinerarios seguidos por la población que finaliza sus estudios obligatorios con 14

años o menos y comienza a trabajar con esa edad29 en la etapa de postguerra, contienen

aspectos comunes pero no son homogéneos. La mayor parte de la población que reside 28 A comienzos del 2010 las diferencias entre ambas tasas se situaban en algo más de diez puntos porcentuales. 29 En 1980, el Estatuto de los Trabajadores, en su artículo 6, recoge la prohibición de trabajar a los menores de 16 años.

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en el ámbito rural, así como las clases obreras de las ciudades, no siguen el modelo

burgués, que el franquismo había diseñado para las mujeres “liberándolas del taller y de

la fábrica”, pero tal modelo permanecerá vigente en el imaginario colectivo y entre las

capas sociales más acomodadas. A partir de los años sesenta la tímida apertura

económica produce algunos cambios en la consideración del trabajo femenino, se

admite entonces la conveniencia del empleo para las mujeres a la luz del desarrollo

industrial, a la vez que en instancias políticas se introduce la discusión sobre los

“derechos políticos, profesionales y laborales de la mujer” (Scanlon, 1976:342) 30.

Desde 1965 la participación de las mujeres en el mercado laboral ha sido creciente, con

muy pequeñas oscilaciones; sin embargo, este proceso no se ha acompañado de cambios

en las prácticas masculinas en relación con el trabajo doméstico; se lleva a cabo

manteniendo el modelo tradicional de reparto de responsabilidades domésticas y bajo un

prisma sociopolítico que mantiene y refuerza tanto las desigualdades económicas, de

clase, como las de género. La participación femenina en el mercado de trabajo fue

creciendo, sobre todo por la vía del desempleo, en la economía sumergida y en puestos

de trabajo segregados, tanto vertical como horizontalmente. El modelo breadwinner se

perpetúa para los varones mientras que para las mujeres su actividad se desdobla en un

modelo mixto (home-labour), que suma lo laboral a lo doméstico. Las comparaciones

en relación con otros países muestran el retraso histórico que sufren especialmente las

españolas, ya que prácticamente la mitad de ellas en edad laboral permanece fuera del

mercado de trabajo. La situación de las que se encuentran próximas a la edad de

jubilación (entre los 55 y los 59 años) es peor: tres de cada cuatro se encuentran fuera

del empleo y tampoco cuentan con prestación económicas de jubilación. La categoría

“Resto” que recoge el Cuadro 1, muestra la distancia que presenta el grupo de mujeres

españolas en esa edad en relación con las de otros países europeos.

Cuadro 1.

SITUACIÓN DE LAS PERSONAS DE 55 A 59 AÑOS EN RELACIÓN CON EL EMPLEO. VARIOS PAÍSES (% horizontales)

30 Durante el primer franquismo las leyes laborales fijaban la obligación de las mujeres en relación con el hogar a la vez que las apartaban de los puestos de trabajo; en 1961 se aprueba una norma que plantea la igualdad jurídica entre hombres y mujeres. Teresa Torns (2005, 2007) ha estudiado la pervivencia de este modelo tradicional de reparto del trabajo por género en España y los obstáculos para avanzar hacia un reparto igualitario.

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País Mujeres HombresEmpleada Jubilada Resto Empleado Jubilado Resto

Alemania 45,9 7,6 46,5 70,2 8,7 21,1Francia 50,0 10,7 39,3 51,5 21,9 26,7Dinamarca 66,0 9,6 24,4 69,8 9,8 20,4Suecia 72,6 12,8 14,7 73,9 13,7 12,5Italia 24,0 16,2 59,9 46,2 50,6 3,2Grecia 24,1 24,0 52,0 66,2 28,3 5,6España 26,3 2,6 71,1 72,8 12,4 14,8Fuente: SHARE, 2005, en Pérez-Díaz y Rodríguez, 2007.

Los cambios que se producen a escala macrosocial en el contexto de la sociedad global

postindustrial se reflejan a nivel mico en la vida cotidiana de los hogares, en la

movilidad, en las relaciones intergeneracionales y en las expectativas de futuro. Si

contemplamos este proceso en el ámbito familiar31 supone dejar atrás el escenario

simbólico de estabilidad y protección familiar y afrontar la incertidumbre del presente y

del futuro. En relación con la provisión de cuidados a las personas mayores, la Encuesta

CSIC (2010a) sobre Los usos del tiempo en España e Iberoamérica. Los tiempos del

cuidado32, pone de manifiesto que las preferencias de las personas con respecto al hecho

de cuidar y ser cuidado varían con la edad; mientras que las que son jóvenes expresan,

principalmente, el deseo de cuidar a sus progenitores de manera compartida (junto con

una persona remunerada a partes iguales), las personas de más de 65 años manifiestan

con mayor rotundidad la preferencia de cuidar ellas mismas, lo que interpretado a la luz

de la edad puede significar un mensaje de implicación personal en el cuidado, es decir,

un deseo de reciprocidad que se proyecta en querer ser atendidas por sus hijas/os. Entre

las personas mayores la opción de cuidar (y el deseo latente de ser cuidado) por

familiares directos prevalece frente al recurso a la externalización (bien con personal

remunerado o bien mediante el acceso a centros residenciales o asistenciales) que se

expresa, en mayor medida, por quienes son más jóvenes.

Cuadro 2.SITUACIÓN MÁS DESEABLE SI SU PADRE/MADRE NECESITARAN AYUDA

PARA ACTIVIDADES BÁSICAS

31 G. Meil (1999) ha explicado los cambios demográficos y culturales en función de lo que denomina postmodernización de la familia.32 Esta encuesta forma parte del proyecto I+D+i dirigido por M. A. Durán (2010a) con el mismo título, de cuyo equipo esta autora forma parte, subvencionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación en su convocatoria de 2008. Los datos que aquí se presentan corresponden a un primer avance de resultados.

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Edad

Atendido en una

residencia o centro de

día

Cuidara principalme

nte una persona

remunerada

Cuidaran Ud. y

persona remunerada

a partes iguales

Cuidara principalme

nte Ud.

Cuidara/n principalme

nte otro/s familiar/es.

Cuidara/n entre otros familiares y Ud. a partes

igualesOtra

posibilidad18 a 29 años 12,5 15,3 25,1 18,0 8,6 15,7 4,730 a 49 años 12,4 16,8 22,3 25,5 7,4 12,4 3,250 a 64 años 12,6 12,1 25,2 30,8 7,5 10,7 ,965 y más años 9,2 8,7 16,2 43,7 8,3 12,2 1,7Total 11,8 13,9 22,2 28,6 7,8 12,8 2,9

Fuente: Durán (dir). CSIC, 2010a.

El sentimiento de obligación en relación con el cuidado, que reconoce el 64% de la

población entrevistada, adquiere matices diferentes según la edad, lo que pone de

relieve el cambio intergeneracional en relación con opiniones, actitudes y expectativas

proyectadas hacia la vejez. Según la encuesta citada (Durán, CSIC, 2010a), mientras

que entre los mayores de 65 años se asume que las tareas derivadas de las demandas de

cuidado les corresponden a ellos/as mismos/as (38%) y, en menor proporción (36%),

que deberían compartirse, entre quienes se hallan en la etapa de madurez, especialmente

entre quienes se encuentran entre los 30 y los 50 años, el sentido de obligación hacia sus

progenitores se entiende principalmente como una responsabilidad compartida, sea con

otras personas o con instituciones encargadas de servicios asistenciales (46%) y, en

menor medida (25%), se asume que el trabajo de proveer de cuidados a los progenitores

debe ser desempeñado en exclusiva.

5.2. Normas sociolaborales y desigualdad en España

Las causas que explican la desigualdad social en la población mayor van más allá de la

edad, porque la vejez, en sí misma, no comporta desigualdad social. Entre las teorías

que explican el envejecimiento, las de la dependencia estructurada señalan que, más que

vincularse al ciclo vital, la vejez es un fenómeno social (Bazo, 2001:21)33 tras el que

33 La teoría de la dependencia estructurada señala que la experiencia de envejecimiento y la desigualdad, más que por razón de la edad, están condicionadas por la estructura económica (Bazo, 2001:21).

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opera un tratamiento diferenciado hacia las personas mayores en base, principalmente a

su separación del ámbito laboral. En las sociedades industriales y posindustriales, el

hecho de pasar, en el mercado de trabajo, de la situación de “actividad” a la de

“inactividad” supone descender algunos peldaños en los niveles de estratificación

social; próxima la edad de jubilación, la cobertura de demandas está más en función de

las instituciones, estados o mercados, que de las capacidades y posibilidades resolutivas

individuales. La imagen construida sobre la vejez ha contribuido a separar y acentuar

diferencias entre jóvenes y mayores, productivos e improductivos, independientes y

dependientes, en base a premisas culturales y económicas atribuidas a la edad (Young y

Schuller 1991; Guillemard, 1993). En España, como en otros países desarrollados o

emergentes34, las políticas públicas destinadas a la vejez, si bien están teniendo un

efecto bastante positivo de integración económica de los más desfavorecidos, siguen sin

responder a las demandas asistenciales y sociosanitarias de las personas dependientes, lo

que limita su integración social.

Con independencia de la edad, la trayectoria ocupacional y de trabajo, por un lado, y el

contexto social, por otro, ubican a los individuos y a los grupos sociales en posiciones

socioeconómicas diferenciadas. La relación de la vejez con la pobreza viene dada por el

bajo estatus socioeconómico que tenía el grupo con anterioridad a la edad extralaboral y

el bajo nivel de las prestaciones estatales35; su dependencia de los poderes públicos está

condicionada por su pasado vínculo con el mercado de trabajo y, en el caso de las

mujeres, también por el de sus maridos. Sus ingresos son más dependientes, que los de

los varones, de prestaciones asistenciales (Bazo, 2001:24-25).

Si bien la dedicación al trabajo, a la producción de riqueza y bienestar, no ha sido muy

diferente entre quienes fueron activos y ocupados y quienes se dedicaron a trabajos

domésticos principalmente (catalogados como inactivos en las estadísticas oficiales de

fuerza de trabajo), tal distinción no queda sólo en cuestiones terminológicas sino que, a

pesar de cargas de trabajo similares (o mayores para quienes se ocuparon a lo largo de

34 J. I. Antón Pérez (2009) ha estudiado los efectos redistributivos de los diferentes sistemas de pensiones en España y en los países latinoamericanos de México y Chile. Su análisis refleja el impacto positivo que los sistemas públicos de pensiones han tenido sobre el conjunto de población mayor más expuesta al riesgo de pobreza.35 Walter, 1991 en Bazo, 2001:24.

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su vida en trabajos no remunerados) los beneficios obtenidos no revierten en quienes

desempeñaron su trabajo fuera de la economía formal. La encuestas sobre mercado de

trabajo (INE: EPA, 2006) y las estadísticas laborales confirman esa distinción36.

Entre los beneficiarios de pensiones contributivas, mayores de 65 años, son sobre todo

varones (64%) quienes cobran pensiones de jubilación mientras que son casi la totalidad

mujeres (94%) las/os beneficiarios de pensión de viudedad. La pensión media, en 2008,

supera ligeramente los 700 euros mensuales, siendo la de jubilación de 814 euros y la de

viudedad de 529 euros. La mayor parte de los pensionistas (el 65%) cobra por debajo de

la pensión mínima y algo menos de trescientos mil personas cobran pensiones no

contributivas, de los cuales más del 80% son mujeres37. La distribución de las cuantías

por tipo de prestación y grupos de edad, para los mayores de 65 años, se recoge en el

Cuadro 3.

Cuadro 3.

IMPORTE MEDIO MENSUAL (EUROS) DE LAS PENSIONES CONTRIBUTIVAS DEL SISTEMA DE SEGURIDAD SOCIAL POR CLASE DE PENSIÓN, SEXO Y

GRUPOS DE EDAD. 2008Grupos de edad

Jubilación Viudedad Total pensiones contributivasHombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres Total

65-69 1058 626 453 586 1045 611 86070-74 944 573 403 561 930 567 76275-79 887 554 375 540 869 544 70180-84 817 517 350 512 791 511 62485 y más

728 464 313 459 688 459 528

Total 950 565 416 537 897 550 719Fuente: Elaboración propia sobre IMSERSO, 2008.

El modelo familiarista español se fue gestando, como se ha dicho, durante la etapa

franquista, asentándose bajo una marcada división sexual del trabajo que orientaba a los

varones al empleo, erigiéndoles como sustentadores principales, mientras que dejaba a

las mujeres en situación de dependencia económica, primero del esposo (trabajador

36 El Ministerio de Trabajo emite periódicamente un documento de carácter personal, trascendente: la vida laboral, que recoge los años cotizados y habilita para el acceso a prestaciones según la legislación vigente.37 Las pensiones no contributivas suponen una ayuda económica, asistencia médica y farmacéutica y servicios sociales complementarios para aquellas personas que no cotizaron a la Seguridad Social y carecen de recursos económicos; su cuantía alcanza los 328 euros mensuales (IMSERSO, 2008).

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ocupado) y después de la prestación resultante de la cotización del esposo y de las

políticas del Estado. Sólo el 36,1% de las pensiones de jubilación están destinadas a

mujeres y la cuantía de la prestación es prácticamente la mitad de la que cobran los

varones (565 euros frente a 950, respectivamente). Por el contrario, las pensiones de

viudedad38 son más favorables para sus beneficiarias, debido, como es obvio, a la mejor

situación laboral del cónyuge causante de la misma. Las diferencias entre las y los

viudos son menores (los varones cobran 416 euros mensuales, como media, mientras

que las mujeres perciben 537 euros); pero sólo un 6% de los beneficiarios de este tipo

de prestación, mayores de 65 años, son varones39.

La desigual dedicación y presencia de mujeres y hombres en el mercado laboral

explican, en buena parte, las diferencias existentes en la percepción de pensiones y su

cuantía. La segregación ocupacional (empleos feminizados, ocupaciones poco valoradas

a las que se atribuye baja cualificación), la discriminación salarial por género (entre un

25 y un 30% desfavorable para las mujeres) y la corta vida laboral40 serían los aspectos

más destacados en la producción de la desigualdad económica entre hombres y mujeres.

Según la Encuesta de Población Activa (INE, módulo especial, 2006), un 48,8% de los

varones habían alcanzado una vida laboral superior a los 35 años, mientras que esa

dedicación era un hecho sólo para el 17,3% de las mujeres. Ese déficit de cotización

permitiría entender el hecho de que, en España, a diferencia de otros países, las

trabajadoras se jubilen más tarde que los trabajadores; en 2007, las ocupadas se

jubilaron con 62,4 años mientras que los ocupados varones lo hicieron con 61,8 años.

Tanto en los países de la Europa occidental (de los 15) como en el conjunto de la Unión

Europea-27 (donde las mujeres se jubilaron con 60,5 años y los varones con 61,9 años)

se produce lo contrario. Si bien existe una cierta coincidencia en las pautas de jubilación 38 La pensión de viudedad se calcula sobre salario del cónyuge; equivale al 52% de la base reguladora del salario.39 En un 9,4% de los casos se produce una situación de compatibilidad en el cobro de pensiones públicas; los casos más frecuentes son los de mujeres que complementan la pensión de jubilación con la de viudedad; la cuantía de la pensión máxima es de 2385 euros.40 Como señalan Prieto y Ramos (1999:464) es preciso considerar distintas dimensiones en relación con el tiempo de trabajo, las cuales vienen dadas a partir de normas (formas de contratación) y prácticas laborales (jornadas y horarios) hasta aquellas que resultan de la biografía laboral de las personas; por lo tanto, según la propuesta que estos autores, es preciso tener en cuenta la duración de la relación laboral a partir, tanto la jornada laboral como de la vida laboral de los individuos, la continuidad en la relación laboral y otros aspectos coyunturales referidos a la ordenación temporal del empleo. En esta línea se sitúa el estudio de De Castro (2008) que analiza esa diversidad en relación con las estrategias y expectativas laborales.

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masculinas, no ocurre lo mismo con las femeninas, que difieren notablemente. Las

mujeres españolas ocupadas alargan la edad de jubilación dos años más que la media de

las mujeres europeas.

La población mayor constituye actualmente en España el grupo cuya tasa de riesgo de

pobreza es más alta. Según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE (2008) la

población que supera los 65 años presenta una tasa de pobreza del 27,5%, siendo la

correspondiente al conjunto de la población de un 19,6%41. En el entorno europeo, la

situación de riesgo de pobreza de los mayores españoles sólo es superada por Reino

Unido, así como por Chipre y algunos países de la Europa del Este.

Cuadro 4.TASA DE RIESGO DE POBREZA POR SITUACIÓN Y GRUPOS DE EDAD.

PAÍSES SELECCIONADOS DE LA UE. 2008País De 0 a 17

añosDe 65 y más

añosPoblación ocupada

Total población

Alemania 15 15 7 15Francia 17 11 7 13Dinamarca 9 18 5 12Suecia 13 16 7 12Reino Unido (p) 23 30 9 19Italia 25 21 9 19Grecia 23 22 14 20España 24 28 11 20(p): Cifras provisionales.Fuente: EUROSTAT, 2010

Si la dedicación al trabajo remunerado genera estratificación social en base a la

cotización realizada, la escasez de prestaciones económicas es el rasgo común para

quienes la participación en el empleo, a lo largo de la edad laboral, fue escasa o nula42.

41 La tasa de pobreza relativa mide el volumen de población cuyos ingresos se encuentran por debajo del 60% de la mediana. Los datos provisionales para 2009 muestran una cifra similar de pobres para el total nacional (19,5%) y un descenso en la tasa correspondiente a la población mayor (25,7%). Cuando se computa el efecto del valor de uso de la vivienda, cuando su tenencia es en propiedad o en alquiler por debajo del valor del mercado (con alquiler imputado), el grupo de edad con mayor tasa de pobreza pasa a ser el de los jóvenes.42 El colectivo considerado de población mayor también presenta diferencias al interior de la cohorte por los vínculos y experiencias pasadas en relación con el trabajo y también por aspectos extraocupacionales que se relacionan con redes familiares de apoyo, régimen de tenencia de la vivienda, estado de salud y grado de dependencia, además de prestaciones asistenciales y recursos públicos disponibles.

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Las pensiones no contributivas y las pensiones de viudedad tratan de cubrir las

carencias de prestaciones a los sectores menos protegidos. No es de extrañar que entre

los pobres españoles las personas mayores sean las más afectadas y, entre ellas, las

mujeres mal consideradas “inactivas” y las viudas. Esta característica constituye un

punto originario de desigualdad social como resultado de la dedicación diferente a uno u

otro tipo de actividad (doméstica y remunerada), de la inestabilidad e inseguridad

laborales y de la aplicación de un sistema de protección social no redistributivo. Para

quienes se incorporaron al empleo en la primera juventud (desde los 14 años) buena

parte de su renta43 deriva de su participación en el empleo y del tiempo de cotización a

la Seguridad Social; de manera que, a mayor tiempo de cotización y mayor cuantía,

mayor será la prestación económica de jubilación y la contingente de viudedad. El

periodo de cotización mínimo requerido para acceder a una pensión de jubilación en

España son 15 años y, por otra parte, son necesarios 30 años cotizados para tener

derecho a la máxima pensión, un requisito cada vez más difícil de cumplir44, tal y como

se expresa en la siguiente cita:

“Yo estoy jubilado, aunque siga en activo. Creo que si con 65 años me hubiesen

permitido una jornada flexible a tiempo parcial compatible con la jubilación,

habría continuado trabajando. Lo malo es que a los 52 años –nací en 1942- cerró

la empresa donde trabajaba y me vi en la calle. Creo que para muchos

trabajadores este es el verdadero drama. A una cierta edad te quedas sin contrato

de trabajo y, si encima, alargan la edad de jubilación, también te quedas sin

pensión ya que, puesto que no has cotizado en los años previos a la jubilación, te

aplican la base mínima y por cada año sin cotizar pierdes una media de un cinco

por ciento anual de prestación”45.

43 Además de los ingresos derivados del empleo, en este caso mediante la jubilación, los ingresos que se computan, según la Encuesta de Condiciones de Vida, son prestaciones sociales, rentas de capital y de la propiedad, transferencias entre los hogares y resultados de la declaración del IRPF de Hacienda.44 En el debate actual en torno a la viabilidad de las pensiones del futuro aparece a menudo la propuesta de economistas neoliberales de ampliar por encima de los 15 años hasta toda la vida laboral el periodo computable para calcular la cuantía de la pensión. Tal propuesta no hace sino penalizar a los grupos sociales cuyo vínculo con el empleo ha sido de menor tiempo y a quienes cotizaron menos por su categoría laboral, es decir, los que participan en el mercado laboral secundario, con empleos inestables, menor cualificación y menores salarios. Las propuestas en este sentido contienen fuertes implicaciones en tanto que ahondan en desigualdades previas de género y clase social.45 Declaraciones de Pablo Navarro, presidente de la Unión de Pensionistas, Jubilados y Prejubilados de UGT a N&G, gestión residencial, n. 73, marzo, 2010.

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Desigualdad social, usos del tiempo y experiencias vividas

La revisión cronográfica de la dedicación al trabajo, según el tipo de actividad

desempeñada y las características del empleo, presentan un relato de la historia reciente

que posibilita la conexión del pasado con la estructura actual de desigualdad social. Las

experiencias laborales continuadas, frente a las de otros trabajos no remunerados e

informales, aportan una condición para la integración social, sobre todo en un país como

España donde las prestaciones económicas y sociales por parte de los poderes públicos

son bastante limitadas.

Por una parte, la observación del ciclo vital de las personas, desde una perspectiva

longitudinal de los acontecimientos y las experiencias vividas, informa sobre los

orígenes y las causas de la desigualdad de la cohorte de personas mayores, construida en

base a asignaciones temporales en relación con el empleo. Por otra parte, la mirada

sobre los presupuestos temporales que adopta la población en la actualidad, la duración

asignada a distintas actividades, da cuenta de las oportunidades y de las posibilidades de

acción en base a la distribución y los usos del tiempo y, especialmente, de los tiempos

de trabajo46.

6.1. Dedicación al trabajo y usos del tiempo

El análisis de la distribución del tiempo de trabajo a partir de las encuestas de usos del

tiempo siguen mostrando diferencias considerables entre grupos sociales, en función de

la edad, el género, el nivel de estudios, etc. El análisis de la utilización del tiempo por

parte de la población aporta valiosa información sobre la estructura social actual. En

este sentido, la dedicación a los distintos trabajos, por parte de mujeres y hombres,

siguen mostrando diferencias entre ambos así como en relación con otros países

europeos, siendo el reparto de la carga global del trabajo, entre géneros en España, más

46 Un análisis de la distribución del tiempo en relación con el trabajo y el empleo a partir de la Encuesta de Empleo del Tiempo 2002-2003 se encuentra en Callejo, Prieto y Ramos (2008) y la relación entre tiempo de vida y tiempo de trabajo, en base a distintas encuestas sobre usos del tiempo y encuestas de actividades puede verse en Durán (2010b).

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parecida a la que presentan los países del Este de Europa que a los de la Europa

Occidental.

Gráfico 1.

CARGA GLOBAL DE TRABAJO POR GÉNERO Y POR PAÍSES

0102030405060

MujeresHombres

Fuente: Elaboración propia sobre datos de EUROSTAT, 2003.

6.2. Experiencias vividas y cambio social

La relación entre las experiencias vividas y la desigualdad social se ha tratado desde dos

orientaciones principales; por un lado, se considera que aquellas tienen una dimensión

estática, y se destaca el peso de las tradiciones y su carácter inamovible, y, por otro

lado, se señala su vertiente dinámica y se afirma su potencial de cambio. Desde el

primer enfoque se ha tratado de mostrar la ascendencia y la fuerza que las normas

tradicionales de género tienen en los itinerarios vitales y en la situación de

discriminación que viven las mujeres (S. de Beauvoir, 1998); y, desde el segundo, se ha

otorgado a las experiencias vividas un papel principal como parte de los elementos que

definen la adscripción a una determinada clase social, incluyendo con ello su potencial

capacidad de transformación social (E. O. Wright, 1993). Si la filósofa francesa alude a

“La experiencia vivida”, que da nombre al segundo volumen de El segundo sexo (1949),

para mostrar el peso de la tradición en el proceso de afirmación de las mujeres como

sujetos, el sociólogo americano Wright, por el contrario, considera que las experiencias

vividas influyen positivamente en la conciencia, constituyéndose en una pieza

fundamental para impulsar la acción y el cambio social.

23

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Para S. de Beauvoir las experiencias de las mujeres condicionan sus vidas; la libertad

femenina está limitada por su capacidad de acción, por su ser para otros. En su obra

más conocida, El segundo sexo, que ha inspirado el desarrollo de la segunda ola del

feminismo occidental desde la segunda mitad del siglo XX, desgrana distintas

situaciones en las que las trayectorias vitales de las mujeres aparecen atrapadas por el

pasado, determinadas por la tradición, la rutina y los valores androcéntricos y misóginos

dominantes en la primera mitad del siglo XX. Tras el relato de experiencias sexuales, a

menudo iniciadas con violencia, la monotonía del matrimonio y del hogar, el corsé de

las convenciones sociales, etc., reitera esta autora “la desgracia ser mujer” de la que

apenas se libran las profesionales o aquellas que disfrutan de independencia económica:

“la mayoría de las mujeres que trabajan no se evaden del mundo femenino

tradicional; no reciben de la sociedad ni de sus maridos la ayuda que les

resultaría necesaria para convertirse concretamente en iguales de los hombres…;

sin embargo, privadas de descanso, herederas de una tradición de sumisión, es

normal que las mujeres apenas empiecen a desarrollar un sentido político y

social. Es normal que, al no recibir a cambio de su trabajo los beneficios morales

y sociales que tenían derecho a esperar, sufran sin entusiasmo sus limitaciones”

(Beauvoir, 1998:494).

Tras aquel diagnóstico, medio siglo más tarde es posible advertir que el paso del tiempo

y la acción colectiva han empujado el cambio hacia una mayor igualdad real entre

mujeres y hombres, especialmente en cuanto a participación laboral, política y social.

Sin embargo, también cabe señalar que la tradición y las experiencias vividas siguen

mostrando la fuerza del modelo tradicional en una sociedad desigual por razón de

género, que se manifiesta, principalmente, en la violencia ejercida contra las mujeres,

así como en el reparto desigual del trabajo y la segregación laboral.

La perspectiva de Wright se inscribe en la línea teórica contemporánea (neomarxista) de

las clases sociales. Para este autor las experiencias vividas forman parte de la nueva

definición de clase que propone ampliar el horizonte de su definición clásica más allá

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del proceso de trabajo y las relaciones de producción. No sólo cuentan los intereses

materiales, que se vinculan a la satisfacción de las necesidades reales y la búsqueda del

bienestar, en donde se produce el intercambio entre empleo y salario, sino que alude

también a las experiencias vividas para contemplar las elecciones que hacen los sujetos,

sus preferencias. Las relaciones laborales, dice Wright, imponen prácticas comunes que

acercan a las personas que las comparten; entre tales prácticas destacan: la obligación de

vender la fuerza de trabajo y de encontrase en situación de disponibilidad para el

empleo; la experiencia del desempeño del trabajo bajo el sentimiento de dominación y

de explotación; y la percepción de ajeneidad o de extrañamiento con respecto a la

capacidad de decisión y a la apropiación del producto realizado (Wright, 1993:43-45)47.

Si bien Beauvoir no contempló la perspectiva dinámica de la realidad social, ni incidió

suficientemente en sus posibilidades de cambio, la posición de Wright sigue

mereciendo, desde el enfoque de género, la misma crítica que pudo hacerse a la teoría

clásica de las clases sociales, especialmente por su androcentrismo, al derivar de

categorías ocupacionales, ciegas al género, las adscripciones de clase. La consideración

del empleo regulado como el modo hegemónico de participación en la producción

socioeconómica, en el bienestar y en la riqueza, refleja las limitaciones de la tradicional

conceptualización del trabajo, al invisibilizar la actividad económica de la población

que desempeña diversos trabajos a lo largo de su vida, en los márgenes del mercado o,

fuera del mismo, en actividades no mercantiles.

Las experiencias vividas, según biografías diferenciadas por género y por clase,

encierran un potencial emancipador cuando se expresan en el espacio público y orientan

la acción colectiva para impulsar el cambio social en un horizonte de igualdad.

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