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  • Las fuerzas morales de Jos Ingenieros

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    LAS FUERZAS MORALES Jos Ingenieros

    ADVERTENCIA DEL AUTOR Los sermones laicos reunidos en el presente volumen fueron publicados en revistas estudiantiles y universitarias entre 1918 y 1923, quinquenio generador de un nuevo espritu en nuestra Amrica latina. Este libro completa la visin panormica de una tica funcional. "El, hombre mediocre" es una crtica de la moralidad; "Hacia una moral sin dogmas", una teora de la moralidad; "Las fuerzas morales", una deontologa de la moralidad. Prevalece en todo el concepto de un idealismo tico en funcin de la experiencia social, inconfundible con los capciosos idealismos de la vieja metafsica. Cada generacin renueva sus ideales. Si este libro pudiera estimular a los jvenes a descubrir los propios, quedaran satisfechos los anhelos del autor, que siempre estuvo en la vanguardia de la suya y espera tener la dicha de morir antes de envejecer.

    J. I. Buenos Aires, 1925.

    LAS FUERZAS MORALES 1. -Se transmutan sin cesar en la humanidad. En el perpetuo fluir del universo nada es y todo deviene, como anunci el oscuro Herclito efesio. Al par de lo csmico, lo humano vive en eterno movimiento; la experiencia social es incesante renovacin de conceptos, normas y valores. Las fuerzas morales son plsticas, proteiformes, como las costumbres y las instituciones. No son tangibles ni mensurables, pero la humanidad siente su empuje. Imantan los corazones y fecundan los ingenios. Dan, elocuencia al apstol cuando predica su credo, aunque pocos le escuchen y ninguno le siga; dan herosmo al mrtir cuando afirma su fe, aunque le hostilicen escribas y fariseos. Sostienen al filsofo que medita largas noches insomnes, al poeta que canta un dolor o alienta una esperanza, al sabio que enciende una chispa en su crisol, al utopista que persigue una perfeccin ilusoria. Seducen al que logra escuchar su canto sirenio; confunden al que pretende en vano desorlo. Son tribunal supremo que transmite al porvenir lo mejor del presente, lo que embellece y dignifica la vida. Todo rango es transitorio sin su sancin inapelable. Su imperio es superior a la coaccin y la violencia: Las temen los poderosos y hacen temblar a los tiranos. Su heraclia firmeza vence, pronto o tarde, a la Injusticia, la hidra generadora de la inmoralidad social. El hombre que atesora esas fuerzas adquiere valor moral, recto sentimiento del deber que condiciona su dignidad. Piensa como debe, dice como siente, obra como quiere. No persigue recompensas ni le arredran desventuras. Recibe con serenidad el contraste y con prudencia la victoria. Acepta las responsabilidades de sus propios yerros y rehsa su complicidad a los

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    errores ajenos. Slo el valor moral puede sostener a los que impenden la vida por su patria o por su doctrina, ascendiendo al herosmo. Nada se les parece menos que la temeridad ocasional del matamoros o del pretoriano, que afrontan riesgos estriles por vanidad o por mesada. Una hora de bravura episdica no equivale al valor de Scrates, de Cristo, de Spinoza, constante convergencia de pensamiento y de accin, pulcritud de condena frente a las insanas supersticiones del pasado. Las fuerzas morales no son virtudes de catlogo, sino moralidad viva. El perfeccionamiento de la tica no consiste en reglosar categoras tradicionales. Nacen, viven y mueren, en funcin de las sociedades; difieren en el Rig-Veda y en la Ilada, en la Biblia y en el Corn, en el Romancero y en la Enciclopedia. Las corrientes en los catecismos usuales poseen el encanto de una abstracta vaguedad, que permite acomodarlas a los ms opuestos intereses. Son viejas, multiseculares; estn ya apergaminadas. Las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Templanza, Coraje y Justicia, eran ya para los socrticos formas diversas de una misma virtud: la Sabidura. Las conserv Platn, pero supo idealizar la virtud en un concepto de armona universal. Aristteles, en cambio, las descendi a ras de tierra, definiendo la virtud como el hbito de atenerse al justo medio y de evitar en todo los extremos. De esta nocin no se apart Toms de Aquino, que a los cardinales del estagirita agreg las teologales, sin evitar que sus continuadores las complicaran. Estticas, absolutas, invariables, son fras escorias dejadas por la fervorosa moralidad de culturas pretritas, reglas anfibolgicas que de tiempo en tiempo resucitan nuevos retricos de aejas teologas. Poner la virtud en el justo medio fue negarle toda funcin en el desenvolvimiento moral de la humanidad; punto de equilibrio entre fuerzas contrarias que se anulan, la virtud result, apenas, una prudente transaccin entre las perfecciones y los vicios. La concepcin dinmica del universo relega a las vitrinas de museo esas momias ticas, intiles ya para el devenir de la moralidad en la historia humana. Slo merecen el nombre de Virtudes las fuerzas que obran en tensin activa hacia la perfeccin, funcionales, generadores. En su vidente libro de juventud escribi Renn: "El gran progreso de la reflexin moderna ha sido sustituir la categora del devenir a la categora del ser, la concepcin de lo relativo a la concepcin de lo absoluto, el movimiento a la inmovilidad". Pocas sentenciar son ms justas que la del sutil maestro del idealismo. Para una joven generacin de nuestro tiempo es esencial conocer las fuerzas morales que obran en las sociedades contemporneas: virtudes para la vida social, que no descansan bajo ninguna cpula. Ms que ensearlas o difundirlas, conviene despertarlas en la juventud que virtualmente las posee. Si la catequesis favorece la perpetuacin del pasado, la mayutica es propicia al florecimiento del porvenir. Dichosos los pueblos de la Amrica latina si los jvenes de la Nueva Generacin descubren en s mismos las fuerzas morales necesarias para la magna Obra: desenvolver la justicia social en la nacionalidad continental.

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    JUVENTUD, ENTUSIASMO, ENERGA

    I. DE LA JUVENTUD 2. -Jvenes son los que no tienen complicidad con el pasado. Atenea inspira su imaginacin, da pujanza a sus brazos, pone fuego en sus corazones. La serena confianza en un Ideal convierte su palabra en sentencia y su deseo en imperio. Cuando saben querer, se allanan a su voluntad las cumbres ms vetustas. Savia renovadora de los pueblos, ignoran la esclavitud de la rutina y no soportan la coyunda de la tradicin. Slo sus ojos pueden mirar hacia el amanecer, sin remordimiento. Es privilegio de sus manos esparcir semillas fecundas en surcos vrgenes, como si la historia comenzara en el preciso momento en que forjan sus ensueos. Cada vez que una generacin envejece y reemplaza su ideario por bastardeados apetitos, la vida pblica se abisma en la inmoralidad y en la violencia. En esa hora deben los jvenes empuar la Antorcha y pronunciar el Verbo: es su misin renovar el mundo moral y en ellos ponen sus esperanzas los pueblos que anhelan ensanchar los cimientos de la justicia. Libres de dogmatismos, pensando en una humanidad mejor, pueden aumentar la parte de felicidad comn y disminuir el lote de comunes sufrimientos. Es ventura .sin par la de ser jvenes en momentos que sern memorables en la historia. Las grandes crisis ofrecen oportunidades mltiples a la generacin incontaminada, pues inician en la humanidad una fervorosa reforma tica, ideolgica e institucional. Una nueva conciencia histrica deviene en el mundo y transmuta los valores tradicionales de la justicia, el Derecho y la Cultura. Intrpretes de ella, los que entran en la vida siembran fuerzas morales generadoras del porvenir, desafiando el recrudecer de las resistencias inmorales que apuntalan el pasado. Los jvenes cuyos ideales expresan inteligentemente el devenir constituyen una Nueva Generacin, que es tal por su espritu, no por sus aos. Basta una sola, pensadora y actuante, para dar a su pueblo personalidad en el mundo. La justa previsin de un destino comn permite unificar el esfuerzo e infundir en la vida social normas superiores de solidaridad. El siglo est cansado de invlidos y de sombras, de enfermos y de viejos. No quiere seguir creyendo en las virtudes de un pasado que hundi al mundo en la maldad y en la sangre. Todo lo espera de una juventud entusiasta y viril. 3. -La juventud es levadura moral de los pueblos. Cada generacin anuncia una aurora nueva, la arranca de la sombra la enciende en su anhelar inquieto. Si mira alto y lejos, es fuerza creadora. Aunque no alcance a cosechar los frutos de su siembra, tiene segura recompensa en la sancin de la posteridad. La antorcha lucfera no se apaga nunca, cambia de manos. Cada generacin abre las alas donde las ha cerrado la anterior, para volar ms, lejos, siempre ms. Cuando una generacin las cierra en el presente, no es juventud: sufre de senilidad precoz. Cuando vuela hacia el pasado, est agonizando; peor, ha nacido muerta. Los hombres que no han tenido juventud piensan en el pasado y viven en el presente, persiguiendo las satisfacciones inmediatas que son el -premio de la domesticidad. Dbiles por pereza o miedosos por ignorancia, medran con paciencia pero sin alegra. Tristes, resignados, escpticos, acatan como una fatalidad el mal que los rodea, aprovechndolo si pueden. De seres sin ideales ninguna grandeza esperan los pueblos. La juventud aduna el entusiasmo por el estudio y la energa para la accin, que se funden en el gozo de vivir. El joven que piensa y trabaja es optimista; acera su corazn a la vez que eleva su

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    entendimiento. No conoce el odio ni le atormenta la envidia. Cosecha las flores de su jardn y admira las del ajeno. Se siente dichoso entre la dicha de los dems. Re, canta y juega, ama, sabiendo que el hado es siembre propicio a quien confa en sus propias virtudes generadoras. La juventud es prometeana cuando asocia el ingenio y la voluntad, el saber y