LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

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LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL DERECHO A LA LEGÍTIMA DEFENSA

(Una lectura a partir de los fines preventivos y garantísticos del Derecho penal)

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JACSON LUIZ ZILIO

LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL DERECHO A LA LEGÍTIMA DEFENSA

(Una lectura a partir de los fines preventivos y garantísticos del Derecho penal)

Tesis doctoral del Programa de Doctorado y Diploma de Estudios Avanzados ―Problemas Actuales del Derecho Penal y de la Criminología‖, de la Universidad Pablo de Olavide. Director: Doctor Francisco Muñoz Conde.

SEVILLA 2010

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A mi familia, en especial a mis padres y mi

hermano.

A memoria de Joaquín Herrera Flores, filósofo y

amigo comprometido en la lucha por un ―otro

mundo posible‖.

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―Si se admite en general como moral la legítima defensa, deben también admitirse casi todas las manifestaciones del egoísmo llamado inmoral: se hace sufrir, se roba o se mata para sobrevivir o para protegerse, para prevenir la desgracia personal; se miente cuando la astucia y el fingimiento son el medio adecuado para la autoconservación. Causar daño intencionadamente, cuando se trata de nuestra existencia o seguridad (conservación de nuestro bienestar), se concede como moral; desde este punto de vista causa daño el Estado mismo cuando impone castigos. Naturalmente, causar daño inintencionadamente no es inmoral: aquí rige el azar. ¿Hay, pues, una especie de perjuicio intencionado cuando no se trata de nuestra existencia, de conservación de nuestro bienestar? ¿Hay un perjuicio por pura maldad, por ejemplo en el caso de la crueldad? Si no se sabe cuánto dolor produce un acto, este no es un acto de maldad; así, el niño no es perverso, malo, con el animal: lo investiga y lo destruye como si fuese uno de sus juguetes. Pero, ¿se sabe cada vez plenamente cuánto le produce a otro un acto? Eludimos el dolor hasta donde alcanza nuestro sistema nervioso: si llegara más lejos, hasta dentro de nuestros semejantes, no causaríamos ningún sufrimiento a nadie (salvo en los casos en que nos lo causaríamos a nosotros mismos, es decir, cuando nos cortamos por mor de nuestra curación, cuando nos esforzamos y afanamos por mor de nuestra salud). Concluimos que algo le produce dolor a otro por analogía, y es posible que a nosotros mismos nos haga daño por el recuerdo y la fuerza de la fantasía. Pero, ¡qué diferencia hay entre el dolor de muelas y el dolor (compasión) que provoca ver a alguien con dolor de muelas! Por consiguiente: al causar daño por así llamada maldad, siempre nos es desconocido el grado de dolor infligido; pero en la medida en que en el acto se produce un placer (sentimiento del propio poder, de la intensa excitación propia), el acto tiene por causa la conservación del bienestar del individuo y cae, por tanto, bajo un punto de vista análogo al de la legítima defensa o la mentira por fuerza mayor. Sin placer no hay vida; la lucha por el placer es la lucha por la vida. Si el individuo libra esta lucha de modo que los hombres le llamen bueno o de modo que le llamen malo, es algo sobre lo que deciden el nivel y la idiosincrasia de su inteligencia”. (NIETZSCHE, Friedrich Wilhelm, Humano, demasiado humano. Un libro para espíritus libres, vol. 1, Madrid, Aka1, 2007, pp. 92-93).

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AGRADECIMIENTOS

Esta tesis no sería posible si la ayuda, la orientación y el cariño de incontables

personas. Agradezco profundamente mi querido y admirado maestro, el penalista

profesor Dr. Francisco Muñoz Conde, por su permanente dedicación, su generosidad y

su incomparable magisterio, que es fruto de sus valores absolutamente democraticos. Si

algo hay de cientificamente bueno en esta tesis, seguramente se debe a él. También

siento gratitud a todos los profesores de la Universid Pablo de Olavide y del doctorado

―Problemas Actuales del Derecho Penal y de la Criminología‖: Dra. Carmen López

Peregrin, Dra. Juana Del Carpio Delgado, Dra. Pastora García Álvarez, Dr. Alfonso

Galán Muñoz, Dra. Carmen Gómez Rivero, Dra. Elena Núñez Castaño, Dra. Valle

Sierra López y Dr. Ignacio Anitúa. También mis compañeros penalistas, que desde

siempre me han ayudado, cada uno de su manera: Dr. Fábio André Guaragni, Dr.

Francisco Neves Júnior, Dr. Juarez Cirino dos Santos, Dr. Paulo Cesar Busato y Dr.

Alexandre Ramalho de Farias. Doy gracias al ―Ministerio Público do Estado do

Paraná‖, en especial al Dr. Jair Cirino dos Santos, Dr. Milton Riquelme de Macedo, Dr.

Saint-Clair Honorato Santos (relator), Dra. Samia Saad Gallotti Bonavides, Dr. Sérgio

Luiz Kukina, Dr. Valmor Antonio Padilha, Dr. Alberto Eloy Alves, Dr. Moacir

Gonçalves Nogueira Neto (relator), Dr. Olympio de Sá Sotto Maior Neto, Dr. Hélio

Airton Lewin, Dr. Antonio Cesar Cioffi de Moura, Dr. Edison do Rêgo Monteiro Rocha y

Dr. Alcides Bittencourt Neto, pues sin la ayuda fundamental de ellos difícilmente yo

podría seguir con mis pretensiones académicas. Una mención debo hacer también al

Estado Italiano, en especial al ―Sig. Console Riccardo Barristi‖, por los esfuerzos en la

obtención de la ciudadanía italiana, que ha facilitado mi permanencia en Europa. Al

profesor Dr. Militello Vincenzo y a las bibliotecarias de la Universidad de Palermo,

Sicilia/ITA, señoras Angela Messina y Rita Oliveri, agradezco la simpatía y

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colaboración en la busqueda de la bibliografía italiana. A mis queridos compañeros del

doctorado, Priscila Costa Martins, Mário Luís Lírio Cipriani, Luís Wanderley Gazoto y

Larissa Souto Mayor de Oliveira, de Brasil, Natalia Mora Navarro y Johana Pesantez

Benítez, de Ecuador, Alberto González Herrera, de Panamá, Ana Nogueira Dias, de

Portugal, Dailys Uriarte Quesado, de Nicaragua, Carmen Martínez Perza y Raquel Del

Alamo Rosa, de España, Lino Mancini, de Italia, Cesar Alejandro Osorio Moreno, de

Colombia y Ezequiel Crivelli, de Argentina, por los buenos recuerdos de Sevilla y por

los estímulos que siempre me han dado. Naturalmente, a la penalista y querida amiga

Silvia Martínez Cantón, por la amistad verdadera durante estos años de España. A

María Del Carmen Gálvez López, por las correcciones siempre muy atentas. A

socióloga Rosana Paula Rodríguez, por sus correcciones y su ―tentativa‖ de hacerme ver

la aplicación masculina del Derecho penal en la legítima defensa frente a la violencia

doméstica. A mis amigas y mis amigos de la Residencia Universitaria Flora Tristán,

latinoamericanos, africanos y europeos, que compartimos este espacio de libertad,

democracia y diversidad cultural. En fin, a mi novia Patricia, por la inmensa paciencia

que tiene conmigo y con mi tesis doctoral.

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RESUMEN

Esta tesis trata de las restricciones ético-sociales del derecho de legítima

defensa. Primero, describe los fundamentos del derecho de legítima defensa, desde

los tiempos del iusnaturalismo, pasando por el positivismo y terminando con el

funcionalismo sistémico. Después, analiza la estructura general del derecho de

legítima defensa (razones sistemático-dogmáticas) a partir de consideraciones político-

criminales. Por último, explica los problemas que se producen por la ausencia de límites

ético-sociales al derecho de legítima defensa e intenta solucionarlos a partir de los

fundamentos preventivos y garantísticos del Derecho penal. En concreto, se entiende

que las restricciones ético-sociales no parten de un principio general válido para todos

los casos problemáticos, sino que pueden partir de fundamentos diversos,

aunque ligados a la función preventiva y garantística del Derecho penal. Por ende,

son relevantes para delimitar el contenido de la legítima defensa las funciones político-

criminales de la pena preventiva y de la limitación del poder punitivo. En este punto,

además, tiene especial importancia el principio de intervención mínima, que se

traduce también en un dique normativo de contención de la violencia privada. De todos

modos, las soluciones y los fundamentos utilizados presuponen el principio del Estado

social y democrático de Derecho, fundamentado materialmente en la protección de la

dignidad humana, que configura el Derecho penal (y, por supuesto, el derecho de

legítima defensa) como un orden normativo sistemático de protección de los valores

necesarios e imprescindibles para asegurar la convivencia social. Se trata de un

medio de intervención que debe ser mínimo y suficiente para mantener la convivencia

social libre.

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ABSTRACT

This thesis discusses the ethical and social restrictions associated with the right

of self defence. Firstly, it describes the basis of the right of self defence from the times

of natural law to that of legal positivism and finally structural functionalism. It goes on

to analyse the general structure of the right for self defence (systematic and dogmatic

reasons) considering political-criminal aspects. Lastly, it discusses the problems that are

produced when right of self defence is not subject to ethical-social limitations,

providing possible solutions for preventive and guarantist fundamentals of Criminal

Law. More specifically, it is not only understood that ethical and social restrictions do

not form part of a valid general principle for all problematic cases, but it is recognised

that several fundamentals can exist, although they are linked to preventive and

guarantist function of Criminal Law. Therefore, to be able to define the boundaries of

self defence, it is important to consider the political-criminal functions of preventive

penalties and the limitations of punitive power. The minimum intervention principle

is also especially significant to this point, which is also conveyed as a regulatory barrier

for private violence. In any case, the solutions and fundamentals used involve the

principle of the social and democratic Rule of Law, with the main purpose being the

protection of human dignity, which constitutes Criminal Law (and of course, the right

to self defence) as a systematic regulatory regimen which protects the necessary

values which ensure social coexistence. It concerns a means of intervention that must

be minimal yet sufficient to maintain free social coexistence.

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RESUMO

Esta tese trata das restrições ético-sociais do direito de legítima defensa.

Primeiro, descreve os fundamentos do direito de legítima defensa, desde os tempos

do iusnaturalismo, passando pelo positivismo e terminando com o funcionalismo

sistêmico. Depois, analisa a estrutura geral do direito de legítima defensa (razões

sistemático-dogmáticas) desde considerações politico-criminais. Por último, explica os

problemas que se produzem pela ausência de limites ético-sociais ao direito de legítima

defensa e tenta solucioná-los a partir de fundamentos preventivos e garantísticos do

Direito Penal. Em concreto, entende-se que as restrições ético-sociais não partem de um

princípio geral válido para todos os casos problemáticos, mas sim podem partir de

fundamentos diversos, ainda que ligados à função preventiva e garantística do Direito

Penal. Por isso, são relevantes para delimitar o conteúdo da legítima defensa as funções

político-criminais da pena preventiva e a limitação do poder punitivo. Neste ponto,

ademais, tem especial importância o principio de intervenção mínima, que se traduz

também num dique normativo de contenção da violência privada. De qualquer maneira,

as soluciones e os fundamentos utilizados pressupõem o principio do Estado social e

democrático de Direito, fundamentado materialmente na proteção da dignidade

humana, que configura o Direito Penal (e, conseqüentemente, também o direito de

legítima defensa) como uma ordem normativa sistemática de proteção dos valores

necessários e imprescindíveis para assegurar a convivência social. Trata-se de um

meio de intervenção que deve ser mínimo e suficiente para manter a convivência social

livre.

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ÍNDICE

ÍNDICE DE ABREVIATURAS……………………………………………………….15

INTRODUCCIÓN……………………………………………………………………...17

Capítulo 1

ASPECTOS METODOLÓGICOS FUNDAMENTALES

1.1. Aspectos metodológicos de la teoría del delito para encarar el estudio del

derecho a la legítima defensa.…………………………………………………………..28

1.2. El dualismo metódico: ¿El Derecho penal como actitud ciega, ontológica o

valorativa?.......................................................................................................................34

1.3. Resumen de las distintas posiciones metodológicas analizadas...……………...48

Capítulo 2

PRINCIPIOS FUNDAMENTADORES DEL DERECHO A LA LEGÍTIMA

DEFENSA

2.1. La concepción jurídico-individual de la legítima defensa…..……..…………...51

2.1.1. La teoría del instinto de conservación……………………...…………..57

2.1.2. La teoría positiva de los motivos………………………...……………..62

2.1.3. La teoría de la necesidad de protección del bien jurídico………………64

2.1.4. La teoría del Derecho no necesita ceder al injusto...…………………...68

2.1.5. La teoría de la autonomía individual y la teoría del libertarianismo…...72

2.2. La concepción jurídico-social de la legítima defensa………………………….79

2.2.1. La teoría de la falta de protección estatal………………………………80

2.2.2. La teoría del interés prevalente…………………………………………87

2.2.3. La teoría de la analogía con la pena…………………………………….91

2.2.4. Excurso: la tesis de MEZGER sobre la culpabilidad por la conducción de

vida y su analogía en el seno de la doctrina de la legítima defensa…………….98

2.3. La teoría del doble fundamento……………………………………………….100

2.3.1. El aspecto liberal de la concepción individual……………………..…100

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2.3.2. La necesidad de un aspecto político-criminal: la función de llamada y de

prevalecimiento del orden jurídico…………………………………………....106

Capítulo 3

LAS ESTRUCTURAS FUNDAMENTALES DE LA LEGÍTIMA DEFENSA

3.1. Los elementos básicos y estructurales….……………………………………..118

3.1.1. La agresión antijurídica inminente...……………………………..…...119

3.1.1.1. El concepto de acción agresiva……………………………..…120

3.1.1.1.1. Los ataques realizados por animales…………….….123

3.1.1.1.2. Los ataques realizados por personas jurídicas……...125

3.1.1.1.3. Los actos internos, inconscientes, reflejos y derivados

de la fuerza física irresistible………………………………….127

3.1.1.1.4. Las acciones imprudentes……………………..........129

3.1.1.1.5. ¿Puede la omisión constituir una agresión?..……….133

3.1.1.1.6. La agresión putativa y la tentativa irreal…................138

3.1.1.1.7. ¿Agresión como acometimiento?...............................147

3.1.1.2. La antijuridicidad de la agresión: La agresión ilegítima….......151

3.1.1.2.1. La antijuridicidad como desvalor de la acción y del

resultado……………………………………………………….152

3.1.1.2.2. ¿Antijuridicidad general o específicamente penal?....157

3.1.1.3. La inminencia de la agresión…………………………………159

3.1.1.3.1. El comienzo de la actualidad de agresión………….160

3.1.1.3.1.1. La legítima defensa preventiva……..…166

3.1.1.3.1.2. El problema de las offendiculas……….170

3.1.1.3.2. El final de la actualidad de la agresión…………….173

3.1.2. La respuesta necesaria y la respuesta necesaria proporcional…………178

3.1.2.1. La necesidad abstracta de la defensa………………………....179

3.1.2.2. La necesidad concreta de la defensa………………………….181

3.1.2.2.1. La idoneidad de la defensa concretamente

realizada……………………………………………………………….185

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3.1.2.2.2. El principio de la menor lesividad posible al

agresor………………………………………………………………...187

3.1.2.2.2.1. Excurso: el problema del empleo de armas

de fuego o de medios de extrema peligrosidad.….…190

3.1.2.3. La cuestión de la proporcionalidad en sentido estricto……….193

3.1.3. La intención defensiva….………………………...................................206

Capítulo 4

FUNDAMENTOS JURÍDICOS DE LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES

AL DERECHO DE LEGÍTIMA DEFENSA

1. Las restricciones jurídicas basadas en razonamientos ético-sociales como fruto

del principio general de necesidad………………………..…………………………...217

2. Las restricciones jurídicas basadas en razonamientos ético-sociales como fruto

del concepto restrictivo de agresión ilegítima………………………………………...224

3. Las restricciones jurídicas basadas en razonamientos ético-sociales como fruto

de los principios regulativos generales……………………………………………..…228

3.1. El principio de proporcionalidad: La prohibición de exceso………….228

3.2. El principio de prohibición del abuso del Derecho…...……………....230

3.3. El principio de exigibilidad……………………………...……………234

3.4. El principio de solidaridad………………………………...……….…238

Capítulos 5

LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES A PARTIR DE LOS FINES

PREVENTIVOS Y GARANTÍSTICOS DEL DERECHO PENAL

1. Una cuestión metodológica previa fundamental: la definición de las restricciones

ético-sociales………………………………………………………………………….241

2. La neutralización de la víctima, el sistema del monopolio estatal y sus

implicaciones en el derecho de legítima defensa……………………………………...243

3. La deslegitimación del poder del sistema penal neoliberal y el resurgimiento de

la venganza privada…………………………………...................................................252

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4. ¿Cómo legitimar el Derecho penal y consecuentemente el derecho de legítima

defensa? La reconstrucción del discurso penal a partir de la ética ―universal‖ de los

derechos humanos……………………………………………………………………..266

5. Las directrices del Derecho penal mínimo en la concreción de los límites ético-

sociales del derecho de legítima defensa: una técnica de minimización de la violencia a

partir del cumplimiento de los fines preventivos del Derecho penal……………..…...272

6. Las directrices del Derecho penal mínimo en la concreción de los límites ético-

sociales del derecho de legítima defensa: una técnica de tutela de derechos

fundamentales a partir del cumplimiento de los fines garantísticos del Derecho

penal…………………………………………………………………………………...299

Capítulo 6

EL ÁMBITO DE APLICACIÓN DE LAS RESTRICCIONES DE CARÁCTER

ÉTICO-SOCIAL DEL DERECHO DE LEGÍTIMA DEFENSA

1. La agresión no culpable o con culpabilidad substancialmente disminuida…...315

a) La huida como forma de evitar la agresión………...…………………329

b) La posibilidad de buscar auxilio………………………………………332

c) Causar el menor daño posible…………………………………………335

2. La agresión provocada antijurídicamente por el agredido…………….............336

3. La agresión insignificante……………………………………………………..355

4. La agresión enmarcada dentro de relaciones de garantía. El problema de la

defensa frente a la violencia doméstica…………………………………………….…375

5. La agresión mediante amenaza constitutiva de chantaje…………………..….393

Capítulo 7

DOS SUPUESTAS APORÍAS DERIVADAS DE LAS RESTRICCIONES DE

CARÁCTER ÉTICO-SOCIAL DEL DERECHO A LA LEGÍTIMA DEFENSA

1. La supuesta inconstitucionalidad de las restricciones ético-sociales frente al

principio de legalidad penal………………………………………………………...…407

2. El argumento de ―erosión de la dogmática de la legítima defensa‖……..……413

CONCLUSIONES…………………………………………………………………….421

ÍNDICE BIBLIOGRÁFICO……………………………………………………..……426

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ÍNDICE DE ABREVIATURAS

ADPCP = Anuario de Derecho penal y Ciencias penales.

art. = artículo.

Cfr., cfr. = Confróntese, confróntese.

coord. = coordinador, coordinación.

CP = Código penal.

CDJP = Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal.

CPC = Cuadernos de Política Criminal.

dir. = director.

DP = Doctrina Penal

ed. = edición, editor.

et alii = y otros.

etc. = etcétera.

LL = La Ley.

NDP = Nueva Doctrina Penal.

NCLR = New Criminal Law Review

núm., núms. = número, números.

op. cit. = obra citada.

p., pp. = página, páginas.

p. ej. = por ejemplo.

PC = Poder y Control.

reimp. = reimpresión.

RDP = Revista de Derecho Penal

RDPC = Revista de Derecho Penal y Criminología

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REJ = Revista de Estudios de la Justicia

RP = Revista Penal.

s., ss. = siguiente, siguientes.

t., ts. = tomo, tomos.

trad. = traducción.

Vid. = véase.

VLR = Virginia Law Review

vol., vols. = volumen, volúmenes.

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INTRODUCCIÓN

La legítima defensa como causa de justificación de la realización de un tipo

penal es una de las categorías de la teoría general del delito más universalmente

aceptada. Esto se explica básicamente por dos razones: la primera, porque la legítima

defensa representa una de las causas de justificación más antiguas y está fuertemente

arraigada en el sentimiento jurídico del pueblo; la segunda, porque en las regulaciones

legales desarrolladas sobre la idea de legítima defensa son bastante similares en el

ámbito del Derecho comparado.

Actualmente, casi todos los juristas del mundo están de acuerdo en señalar que

el derecho a la legítima defensa, como causa de justificación del tipo de injusto, debe

contener, como elementos básicos y estructurales una (a) agresión antijurídica

inminente, una (b) respuesta necesaria y proporcional a la agresión y una (c) intención

defensiva.1

No obstante, la ausencia de opiniones contrapuestas es solamente aparente.

Aparte de los numerosos problemas existentes en el ámbito del tipo de injusto, que son

relevantes al estudio del derecho a la legítima defensa, como son ejemplos la cuestión

del error, del contenido de la antijuridicidad, de los límites entre justificación y

exculpación, la mayor dificultad reside en dotar a esta categoría de límites claros y

concretos.

1 FLETCHER, George P., En defensa propia (Sobre el caso Goetz y sus implicaciones legales), trad. de Francisco Muñoz Conde y Fernando Rodríguez Marín, Valencia, Tirant lo Blanch, 1992, p. 53; el mismo, Conceptos básicos de Derecho penal, trad. de Francisco Muñoz Conde, Valencia, Tirant lo Blanch, 1997, p. 200. Incluso esta estructura básica es aceptada como válida en el Derecho penal internacional moderno, si se reinterpreta el art. 51 de la Carta de las Naciones Unidas a partir de la noción francesa de légitime défense. Véase en este sentido, recientemente, FLETCHER, George P., OHLIN, Jens D., Defendiendo a la Humanidad. Redefiniendo a la legítima defensa en el derecho internacional, 1ª ed., trad. de Sandra Mariel Eugeni, Buenos Aires, Hammurabi, 2009.

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En este sentido, aunque sin un consenso en muchas situaciones-límite,

generalmente desconocidas de las regulamentaciones legales, la doctrina penal actual

está conforme en la admisión del derecho a la defensa y de la necesidad de rodearlo de

ciertos límites y restricciones. La cuestión discutida reside especialmente en el

contenido de tales limitaciones, porque en el ámbito de las justificaciones los intereses

individuales y sociales están casi siempre en abierta lucha y, por eso, las soluciones

deben ser precisas.

La razón de la limitación del derecho a la legítima defensa parece hoy clara: si

incluso los derechos fundamentales más relevantes del ser humano son objeto de

limitación por parte del Estado de Derecho (el único derecho absoluto es la prohibición

de tortura y en muchos países, aunque no en todos, de la pena de muerte), es lógico que

también un tema tan sensible como la legítima defensa no merezca un tratamiento

excepcional.2

De ahí surge el motivo por lo cual muchos penalistas han trabajado

incesantemente en la construcción de una teoría de las limitaciones ético-sociales, para

marcar con precisión estos límites entre la autoridad estatal y el derecho individual del

individuo a protegerse a sí mismo.3

2 Sobre la prohibición de la tortura como derecho absoluto, véase ROXIN, Claus, ¿Puede admitirse o al menos quedar impune la tortura estatal en casos excepcionales?, trad. de Justa Gómez Navajas, en NDP, núm. 2004/B, Buenos Aires, Editores del Puerto, 2004, pp. 549-558. También MUÑOZ CONDE, Francisco, De las prohibiciones probatorias al Derecho procesal del enemigo, Buenos Aires, Hammurabi, 2008, pp. 132-133. 3 FLETCHER, George P., En defensa propia, op. cit., p. 51, reconoce esta dificultad: ―No hay una regla jurídica simple que marque con precisión los límites entre la autoridad estatal y el derecho del individuo a protegerse a sí mismo. La simple formulación del problema platea ya un amplio debate sobre los valores que sirven de fundamento al sistema jurídico‖. Valga de ejemplo la necesidad de imponer límites precisos al derecho a la legítima defensa el caso que sirve de base al libro de FLETCHER. El caso Goetz, narrado con detalle por el penalista norteamericano, se trataba de un hecho ocurrido el 22 de deciembre de 1984, en que un indivíduo blanco, llamado Goetz, disparó en un vagón del Metro de New York contra cuatro jóvenes de raza negra que le habían pedido que les diera cinco dólares. Aunque dos de los jóvenes quedaron gravemente heridos, uno de ellos en coma irreversible, los miembros del jurado popular declararon que Goetz era inocente, en reconocimento de la tesis de la defensa que se basaba en el

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La posición doctrinal dominante sostiene que la reacción de la legítima defensa

frente a la agresión antijurídica ha de tener como presupuesto la protección de un bien

jurídico o derechos (la vida, la integridad física, la libertad sexual, el patrimonio, la

honra, etc.). Por tanto, significa decir que no hay restricciones ex ante en lo que se

refiere a los bienes susceptibles de defensa, porque esta fundamentación considera

defendibles todos los bienes y derechos. Así pues, la cuestión central de la limitación

estaría más en la necesidad de defensa del bien que en el recorte de los bienes que

deben ser defendidos.4

Pero, por otra parte, se intenta restringir esta amplitud por medio de correctivos

a los casos más evidentes de desproporcionalidad de la defensa. De ahí se deduce que

todos los bienes y derechos serían defendibles, pero solamente en principio:

determinadas agresiones a ciertos bienes o derechos pueden ser defendidos en legítima

defensa, pero no con toda la amplitud dada por la doctrina dominante, sino sometidos a

algunas restricciones ético-sociales. Es decir, aunque como medida de excepción, hay

ciertas limitaciones que corrigen la ausencia del principio de la proporcionalidad entre

el bien jurídico agredido y el bien jurídico sacrificado con la defensa.

Estas limitaciones serían mandatos imperativos de la ética social, derivados de

los intereses estatales y de las implicaciones político-criminales en cuestión, que

argumento de que los disparos fueron realizados en legítima defensa. También recientemiente el profesor MUÑOZ CONDE, Francisco, Putative self-defense: a borderline case between justification and excuse, en NCLR, vol. 11, núm. 4, 2008, pp. 590-614, sostiene la necesidad de limitación clara del derecho a la legítima defensa: ―Un derecho a la legítima defensa correctamente delimitado es fundamental para la formación de ciudadanos civilizados respetuosos de las leyes. En los tiempos actuales de creciente sensación de inseguridad que en ocasiones exige la intervención de falsos ―vengadores de justicia‖, acciones sociales de grupo, y ciudadanos deseosos de convertirse en el ―sheriff del condado‖ para proteger a la joven indefensa que está a punto de ser asaltada por un grupo de bandidos, es importante demarcar con precisión los límites entre lo justificado y lo ilícito, lo legal y lo ilegal‖. Hay una versión en español titulada Un caso límite entre justificación y exculpación: la lagítima defensa putativa, trad. de María Verónica Yamamoto, en REJ, núm.11, Santiago de Chile, Centro de Estudios de la Justicia de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, 2009, pp. 13-34. 4 Vid., en este sentido, la posición de JESCHECK, Hans-Heinrich, Tratado de Derecho penal, Parte general, trad. de Santiago Mir Puig y Francisco Muñoz Conde, vol. 1, Barcelona, Bosch, 1981, p. 469.

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obligarían al defensor a tomar una especial consideración hacia el agresor. En otras

palabras, serían los principios generales regulativos los que limitarían eficazmente el

derecho a la legítima defensa (piénsese, p. ej., en los principios de responsabilidad

social, prohibición de abuso del Derecho, ponderación de intereses, etc.).

En realidad, son muchas las concepciones que rodean el derecho a la defensa

individual de restricciones ético-sociales. Así, pues, es posible decir que las

concepciones de limitación al derecho a la legítima defensa pueden ser correctamente

agrupadas en tres grandes grupos:

1. Limitaciones ético-sociales fundamentadas en el principio de necesidad,

como idea básica del derecho a la legítima defensa;

2. Limitaciones ético-sociales fundamentadas en los principios regulativos

generales de restricción a la defensa necesaria, como los principios de proporcionalidad,

ponderación de bienes, intereses o valores, prohibición del abuso del Derecho,

exigibilidad, adecuación o responsabilidad social;

3. Limitaciones ético-sociales fundamentadas en los principios básicos

constitutivos, limitadores e informadores de tal derecho, o sea, en los principios de la

protección individual y prevalecimiento del Derecho.

Además, el ámbito de la causa de justificación del derecho a la legítima defensa

también puede ser restringido mediante otros argumentos no menos importantes y

contundentes:

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a) De lege ferenda, por la creación de una norma preceptiva basada en la idea

antigua de que no todos los bienes jurídicos son susceptibles de defensa, pidiendo que el

legislador determine cuáles son los bienes taxativamente pasibles de defensa;

b) De lege lata, en los casos de silencio del legislador y del derecho positivo,

aplicando la idea según la cual todos los bienes jurídicos son susceptibles de defensa,

pero no legítimamente cuando es posible la defensa por otras normas (aquí, p. ej., sería

el caso específico de actuación del principio penal de la intervención mínima);

c) Finalmente, también de lege lata, por la concepción que exige que la agresión

sea derivada de una conducta antijurídica y culpable (o quizás también punible), porque

así los casos de falta de culpabilidad o de ataques insignificantes estarían excluidos de la

justificación.

De una o de otra manera, lo cierto es que el derecho a la legítima defensa

impone la necesidad de limitación racional, quizá por la propia ―importancia y

transcendencia que tiene conceder a una persona derechos que incluso se niega al

Estado (p. ej., matar a otra persona)‖, como señala correctamente MUÑOZ CONDE. 5

Todo esto son tareas que incumbe principalmente a la doctrina penal. Si la

doctrina penal no avanza en definir los contornos exactos y precisos de la eximente, de

un modo que preserve el monopolio estatal de la violencia, el nivel de inseguridad

puede conducir a la sociedad al estado de naturaleza y terror. Pues la ausencia de límites

concretos al poder punitivo destruye el Estado de Derecho y la democracia

constitucional.

5 MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, 4ª ed., Valencia, Tirant lo Blanch, 2007, p. 116.

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22

Esta ausencia de regulación estatal ya es muy visible en puntos concretos como

es la defensa del bien jurídico patrimonio, en que hoy son ―normales‖ soluciones

absolutamente injustas. Por ejemplo, las que permiten al propietario matar al ladrón que

escapa con lo robado, sin considerar la ponderación entre la vida y la propriedad y sin

ponderar otras posibilidades de protección del bien. 6 Una solución así, empero, aunque

sea dogmáticamente defendible, ofende los fundamentos del Estado social y

democrático de Derecho.

La fórmula hegeliana ―el Derecho no necesita ceder ante el injusto‖, per se, sin

inserción de diques de contención del poder punitivo particular, desvirtua la esencia, el

sentido y la finalidad del Derecho penal.

Por un lado, porque justifica la ausencia de proporcionalidad (que el bien que se

lesiona sea de menor valor que el que se quiere salvar) y de subsidiariedad (que la

defensa es lícita aunque quepa huir, llamar a terceros, etc.). Por otro lado, porque genera

abusos y violación del principio de la mínima lesión posible al agresor, fomentando la

violencia como en los antiguos tiempo de venganza y justicia privada (en definitiva, la

quiebra del monopolio estatal de la fuerza).

6 Esta situación extrema de supravalorización excesiva del principio de defensa del Derecho es criticada por ROXIN, Claus, Las “restricciones ético-sociales” al derecho de legítima defensa, en CPC, núm. 17, trad. de José Manuel Gomez Benitez, Madrid, Edersa, 1982, p. 318: ―la muerte intencionada de un ser humano no puede estar justificada más que para salvar una vida humana directamente amenazada‖. Este artículo fundamental de ROXIN se puede leer también en italiano y portugués. Véase, Antigiuridicità e cause di giustificazione. Problemi di teoria dell´illecito penale, trad. de Stefano Fiore, Antonio Cavaliere y Francesco Schiaffo, Napoli, Edizioni Scientifiche Italiane, 1996; Problemas fundamentais de direito penal, trad. de Ana Paula dos Santos Luís Natscheradetz, Maria Fernanda Palma y Ana Isabel de Figueiredo, 3ª ed., Lisboa, Vega, 1998. En este sentido véase también IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa. Consideración especial a las restricciones ético-sociales, Granada, Comares, 1999, p. 170. Para un análisis histórico, véase SICILIANO, Domenico, Sobre el homicidio en legítima defensa del patrimonio en el Derecho penal alemán, o bien acerca de la remoción de la Ilustración y de sus consecuencias, en CDJP, núms. 20/21, trad. de Pablo D. Eiroa, Buenos Aires, Ad-Hoc, 2006, pp. 423-469. Sobre los límites de defensa del patrimonio, véase MOCCIA, Sergio, Tutela penale del patrimonio e principio costituzionali, Padova, CEDAM, 1988, pp. 77-110.

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23

En efecto, por este camino, seguramente el Derecho penal pierde la razón de

existir en el seno del Estado social y democrático de Derecho: contener racionalmente,

mediante un saber discursivo sistematizado en principios, los abusos y violencias del

poder punitivo, publico (estatal) o privado (ciudadano). Significa, en otras palabras, que

el Derecho penal de la legítima defensa liberal está cada vez más distante de una

finalidad democrática consistente en la protección de bienes jurídicamente relevantes,

bajo la idea rectora de la mínima intervención (ultima ratio). Pues si el propio Estado

renuncia al uso de la pena en situaciones problemáticas, no tiene sentido que el

particular pueda utilizar un camino distinto.

De todos modos, no se trata aquí de hacer una analogía entre legítima defensa y

pena. Se trata de analogía de dos formas reales y sociales de violencia expresadas

siempre por un poder punitivo que no necesariamente es estatal (poderes salvajes, p.

ej.). A fin de cuentas, si el principio democrático de intervención mínima sirve para

reducir la violencia del poder punitivo, incluso en el seno del sistema de justicia penal

estatal, con mucha más razón y sentido debe aplicarse también a los casos de violencia

privada desmesurada.

El garantismo penal, como expresión del paradigma de la democracia

constitucional y como técnica de proteción de la ley del más débil, es decir, como

aparato de tutela de los derechos fundamentales, debe extenderse frente a todos los

poderes existentes, no sólo frente a los poderes públicos, sino también frente a los

poderes privados (los poderes salvajes), como enseña FERRAJOLI.7

7 Vid., por ejemplo, FERRAJOLI, Luigi, Democracia y garantismo, trad. de Perfecto Ibáñez et alii, Madrid, Trotta, 2008; el mismo, Derechos y garantías, trad. de Perfecto Andrés Ibáñez y Andrea Greppi, 5ª ed., Madrid, Trotta, 2006; el mismo, Derecho y razón. Teoría del garantismo penal, trad. de Perfecto Andrés Ibáñez et alii, 7ª ed., Madrid, Trotta, 2005; el mismo, El garantismo y la filosofía del derecho, trad. de Geraldo Pisarello et alii, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2005.

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24

Las líneas que siguen serán analizados bien detalladamente los problemas de los

límites ético-sociales del derecho a la legítima defensa en los casos más especiales y

problemáticos: agresión de personas no culpables, agresión provocada antijurídicamente

por el agredido, agresión insignificante, agresión enmarcada dentro de relaciones de

garantía y agresión mediante amenazas constitutivas de chantaje. A partir de criterios

objetivos y concretos se intentará evitar la irracionalidad, la arbitrariedad y la

improvisación en las decisiones judiciales. En definitiva, la única razón práctica de

existir de la dogmática está justamente en tornar previsibles y claras estas decisiones

judiciales, es decir, la dogmática debe ser una pragmática idónea para tornar efectiva la

solución final de los casos penales analizados.8

En lo que se refiere a la forma y al contenido de las limitaciones, esta

investigación adopta, como punto de partida, el garantismo penal y la teoría del doble

fundamento, dejando de lado los principios generales regulativos dificiles de concretar y

que provocan inseguridad jurídica en la aplicación del Derecho penal. Pero tampoco se

asume aquí un modelo conceptual clasificatório.

Las soluciones que aquí se proponen actúan conjuntamente con dos corrientes

no contrapuestas.

Por una parte, atribuyendo a las categorías de la teoría del delito una proyección

de consideraciones teleológicas, como instrumento orientado al cumplimiento de los

fines preventivos y garantísticos atribuídos al Derecho penal (un sistema orientado a los

fines preventivos de la pena, a los fines de intervención mínima y a los fines

8 En este sentido es la dogmática del pensamiento sistemático de WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, trad. de Juan Bustos Ramírez y Sergio Yáñez Pérez de la 11ª ed. alemana, 4ª ed. castellana, Santiago del Chile, Editorial Jurídica de Chile, 1997, op. cit., p. 1: ―Como ciencia sistemática establece la base para una administración de justicia igualitaria y justa, ya que sólo la compresión de las conexiones internas del Derecho liberal a su aplicación del acaso y de la arbitrariedad‖.

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garantísticos)9. Un sistema, por tanto, garantista de la ley del más débil, es decir, de

protección de los derechos fundamentales derivados de la idea de democracia

constitucional.

Por otra parte, también mediante la unión armónica de los principios de la

protección individual (tutela de los derechos fundamentales individuales) y del

prevalecimiento del Derecho (reafirmación de los valores de la democracia

constitucional), como fundamentos complementarios que se relacionan y se compensan

mutuamente.

En efecto, estos fundamentos de garantía de los derechos fundamentales aportan

datos concretos y seguros para que la dogmática jurídico-penal contribuya a la

resolución justa y satisfactoria de muchos casos-límite existentes, en los cuales, aunque

existan la necesidad de la defensa, no deben ser permitidas reacciones bajo la

justificación del derecho a la legítima defensa. No se trata, por tanto, de necesidad de

defensa, sino de permisión o legitimidad de la defensa.

Así, p. ej., en base a esto, se puede decir que no cabe legítima defensa para

repeler actos de inimputables, aunque exista necesidad de defensa, porque la función de

prevención general por medio de la intimidación o refuerzo de la vigencia de la norma

no tiene el menor sentido frente a la persona no culpable, pues éste no puede

comprender el sentido antijurídico de su acción. Pero también porque las necesidades

preventivas son graduables y, en el caso de agresiones de personas sin culpabilidad (o 9 En sentido MUÑOZ CONDE, Francisco, Introducción al Derecho penal, Barcelona, Bosch, 1975, pp. 46-57, sacaba de la teoría de la norma penal la función de prevención (motivar comportamientos en los individuos) y el principio de intervención mínima (la norma penal sólo debe intervenir en los casos de ataques muy graves a la convivencia pacífica en la comunidad). Actualmente, una similar propuesta presenta SILVA SÁNCHEZ, Jesús María, Aproximación al Derecho penal contemporáneo, Barcelona, Bosch, 1992, p. 373, consistente en reconocer que la orientación funcional o teleológica del sistema sólo puede tener lugar a través de la medición de la teoría de las normas jurídico-penales, que constituyen un instrumento esencial del que se ―sirve el Derecho penal para el cumplimiento de los fines preventivos y garantísticos” que justifican su intervención.

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26

culpabilidad disminuida) existe una necesidad aminorada de protección del

ordenamiento jurídico. 10 Por tanto, este planteamiento muestra que la legítima defensa

viene limitada también por consideraciones de aspectos político-criminales, que

aumentan la previsibilidad de un resultado satisfactorio.11

En suma, la propuesta que se hace en esta tesis es delimitar la función y el

alcance del derecho a la legítima defensa a partir de los principios penales determinados

por el Estado social y democrático del Derecho, y limitarlo, con la conjunción de (i) los

fundamentos individual y supraindividual y con (ii) los principios político-criminales de

función preventiva de la pena y (iii) los principios garantísticos de limitación del poder

punitivo.

Estos fundamentos no sólo explican el contenido de la justificación, sino que, de

forma complementaria, limitan sensiblemente su ámbito de aplicación. Del mismo

modo, los principios preventivos y garantísticos (en especial, el principio de

intervención mínima también como ley del más débil) no sólo legitiman la violencia del

resultado justificado, sino que limitan éste mismo resultado a un ámbito de conflicto

absolutamente restringido.

En esta interpretación se tiene en cuenta la advertencia que ya hizo MUÑOZ

CONDE de que ―la legítima defensa es un buen barómetro de la sensibilidad

democrática de un país‖. 12 Porque al fin y al cabo se trata de una técnica normativa de

control y límite de la violencia particular y de los poderes salvajes del más fuerte, es 10 Vid. LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, 2ª ed., Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2002, p. 209. También IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, op. cit., p. 93. 11 Esta línea político-criminal de traslado de los fines preventivos de la pena criminal a los fines preventivos de la legítima defensa está clara en ROXIN, Claus, Derecho penal. Parte general. Tomo I. Fundamentos. La estructura de la Teoría del Delito, trad. de Diego Manuel Luzón Peña, Miguel Díaz y García Conlledo y Javier de Vicente Remesal, Madrid, Thomson Civitas, 2003, pp. 608-609. Cfr. también LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., pp. 64-70. 12 MUÑOZ CONDE, Francisco, Prólogo, en FLETCHER, George P., En defensa propia, op. cit. p. 15.

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decir, es la garantía de los derechos fundamentales que son repartidos entre la víctima y

el agresor.

En el paradigma de la democracia constitucional, en la democracia de contenido

material que está más allá de la democracia formal de la mayoría, todos los poderes son

limitados por los derechos fundamentales de los más vunerables. No hay poderes

públicos o particulares inmunes al control del Derecho, motivo por lo cual también la

legítima defensa, como expresión de una violencia privada excepcional, está rodeada de

exigencias normativa derivadas del sistema de protección de los derechos

fundamentales de las dos partes involucradas en el conflicto de intereses.

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28

Capítulo 1

ASPECTOS METODOLÓGICOS FUNDAMENTALES

1.1. Aspectos metodológicos de la teoría del delito para encarar el estudio del

derecho a la legítima defensa

En la tradición de la teoría jurídica los métodos de investigación del objeto de

estudio (el supuesto de hecho y la norma) son conocidos, en general, como métodos

inductivo y deductivo.

Como se sabe, la diferencia entre los dos métodos es muy significativa: mientras

que el método inductivo se extrae de un caso particular la solución general, el método

deductivo parte de un dato general para la solución de un problema particular. Si en el

modo inductivo la solución parte de un caso especial no resuelto por lo general, en el

modo sistemático-deductivo la solución es determinada por el precepto legal o por la

interpretación concreta.13

En Derecho penal, por el carácter normativo de este saber, el método deductivo

se muestra más científico y adecuado a los principios orientadores de la decisión sobre

la existencia o no del delito. El método deductivo presenta criterios que orientan hacia

un conocimiento racional, igualitario y coherente con la idea de sistema. De ahí la

sensibilidad e intelectualidad como caracteres deductivos que explican el objeto de

conocimiento del saber penal.

13 Esta quizá sea la razón por la cual, ya en 1968, GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, Concepto y método de la ciencia del derecho penal, 1ª ed. (1999), Madrid, Tecnos, reimp. 2009, pp. 44-89, ha confundido el método de la dogmática juridicopenal con cuatro formas clásicas de interpretación (gramatical, histórica, sistemática y teleológica).

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El dominio del modelo deductivo en la teoría del delito se justifica por la fuerza

de los principios y por la necesidad de sistematizar el discurso. Pues, de hecho, un

modelo conceptualista (deductivo) favorece la seguridad jurídica y la previsibilidad de

las decisiones judiciales (objetivos de la dogmática). Al contrario, el modelo

extremamente inductivo no garantiza la seguridad jurídica.14

Sin embargo, este modo sistemático-deductivo, que regula un determinado

objeto (el supuesto de hecho y la norma) y que además permite proponer soluciones de

acuerdo con el sistema positivo vigente, parece que hoy está en una crisis, por lo menos

en lo que se refiere a su eficacia.

La hipervalorización de la dogmática deductiva ha contribuido al aislamiento del

Derecho penal en relación a los otros conocimientos sociales humanísticos (p. ej., la

sociología, la filosofía, la psicología, etc.), en detrimento de la justicia de la decisión (o

mejor dicho, en menoscabo de las consecuencias de la propia decisión). A cuenta de

eso, la ausencia de interdisciplinariedad ha convertido el Derecho penal en un saber

ciego y libre de consecuencias.15

14 Recuérdese, por ejemplo, el famoso caso de la Mignonette mencionado por RADBRUCH, Gustav, El espíritu del derecho inglés, trad. de Juan Carlos Peg Ros, Madrid, Marcial Pons, 2001, pp. 91-95, en que un Tribunal inglés tuvo que juzgar la conducta de dos marineros náufragos que, tras haber sufrido largas privaciones, habían matado en su necesidad a un compañero de infortunio agonizante, de cuyo cuerpo se alimentaron hasta ser rescatados. La imposición de la pena de muerte respondió al rechazo del estado de necesidad (disculpante), es decir, de integrar los argumentos en un sistema. Véase también en JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 264; SILVA SÁNCHEZ, Jesús María, op. cit., p. 45. 15 Recientemente, SCHMIDT, Andrei Zenkner, O Método do Direito Penal sob uma Perspectiva Interdisciplinar, Rio de Janeiro, Lumen Juris, 2007, p. 176, sostiene un método basado en la interdisciplinariedad, en un proceso de abertura de la dogmática penal no solamente para cuestiones político-criminales, sino también criminológicas. Eso es correcto, pero insuficiente. ¿Cuál criminología se refiere el autor? ¿Cómo la teoría criminológica penetra en la dogmática jurídico-penal? ¿Qué efectivamente cambia esta interdisciplinaridad en las categorías fundamentales de la tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad? Si estas indagaciones no son respondidas y desarrolladas detalladamente, como hace ROXIN en la introducción de la política criminal en la dogmática penal, el discurso se queda no exactamente pobre, sino retórico. Véase que este intento ya logró ZAFFARONI cuando refundó la culpabilidad a partir de la idea de vulnerabilidad. Cfr. ZAFFARONI, Eugenio Raúl, En busca de las penas perdidas. Deslegitimación y dogmática jurídico-penal, Buenos Aires, Ediar, 2003; el mismo, La estructura del Derecho penal, Buenos Aires, Ediar, 2009, pp. 208-214. También en ZAFFARONI,

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30

En este contexto últimamente el modo intuicionista (característica del ámbito

jurídico-penal anglosajón) comienza a influir en la tradición jurídico-penal continental,

como revelan, p. ej., las enseñanzas modernas y casuísticas sobre la imputación objetiva

en Derecho penal.16

En fin, la tendencia apuntada es visible principalmente en la reproducción de

amplios casos-expediente o en la orientación a las consecuencias en Derecho penal. 17

En este último caso, p. ej., mediante un conceptualismo orientado output, es decir, con

intervenciones por las consecuencias favorables que producen y no por la ―justicia‖ de

las mismas.18

En esta amplitud, pues, que ultrapasa el mero conocimiento deductivo, es que

deben ser situados los lineamientos metodológicos del estudio de la legítima defensa.

Eugenio Raúl, ALAGIA, Alejandro, SLOKAR, Alejandro, Manual de Derecho penal, Parte General, 1ª ed., Buenos Aires, Ediar, 2005, pp. 510-516. 16 Vid., por todos, ROXIN, Claus, Política criminal y sistema del derecho penal, 2ª ed., 2ª reimp., trad. de Francisco Muñoz Conde, Buenos Aires, Hammurabi, 2006, p. 104: ―Las debilidades de los sistemas abstractos no sólo radican en su posición de defensiva contra la Política criminal, sino, de un modo más general aun, en un abandono de las particularidades del caso concreto, en que, por tanto, en muchos casos se paga la seguridad jurídica a costa de un menoscabo de la Justicia. Estas palabras sólo pueden poner de relieve lo mucho que pueden aportar para la elaboración de un proyecto sistemático los numerosos esfuerzos metodológicos que se plantean en los diversos puntos‖. En relación a la imputación objetiva, el mismo, Derecho penal, op. cit., pp. 342-411. Pero la analogía aquí es solamente en la manera de tratar los problemas de los casos penales, porque también las soluciones de la imputación objetiva son deductivas del sistema penal positivo. Sobre el método conceptualista continental y el intuicionista anglosajón, véase NINO, Carlos Santiago, Los límites de la responsabilidad penal. Una teoría liberal del delito, Buenos Aires, Astrea, 1980. Una exposición general acerca de la influencia del ―Derecho penal del caso‖ basado en la tradición del Common Law se ve en el Prólogo de MUÑOZ CONDE al libro de FLETCHER, Conceptos básicos de Derecho penal, op. cit., pp. 11-15. El empleo del método inductivo de los casos prácticos se puede percibir en BAUMANN, Jürgen, Derecho penal. Conceptos fundamentales y sistema. Introducción a la sistemática sobre la base de casos, trad. de Conrado A. Finzi, 4ª ed., Buenos Aires, 1981. 17 Vid. HASSEMER, Winfried, Fundamentos del Derecho penal, trad. de Francisco Muñoz Conde y Luis Arroyo Zapatero, Barcelona, Bosch, 1984. Esta tendencia es destacada por MUÑOZ CONDE también en el Prólogo de la obra referida, p. XVIII: ―Pero la existencia de otros filtros de selección y de otras instancias de control del comportamiento delictivo, distintas e incluso más eficaces que las jurídicas propiamente dichas, los condicionamientos personales y materiales de los encargados de la aplicación del Derecho y las mismas insuficiencias de la normativa jurídica, incapaz por sí sola de solucionar los casos juridicopenales, son datos que evidentemente también deber ser tenidos en cuenta si se quiere aprehender en su totalidad la realidad a la que las normas jurídico penales se refieren‖. 18 HASSEMER, Winfried, Persona, mundo y responsabilidad. Bases para una teoría de la imputación en Derecho penal, trad. de Francisco Muñoz Conde y María del Mar Díaz Pita, Valencia, Tirant lo Blanch, 1999, p. 33.

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31

Por un lado, por principios que regulen la materia y que sean concordes con las

prescripciones del sistema positivo al que se refiere la decisión. Por otro lado, por un

conocimiento empírico en lo que concierne a los efectos producidos por la norma en la

realidad.

El primer aspecto mencionado permite una decisión de acuerdo con la idea de

certeza y previsibilidad, que son calidades inherentes a la dogmática jurídico-penal;

mientras que el segundo aspecto, la orientación a las consecuencias sirve para

solucionar eficazmente los casos en que el marco positivo es insuficiente o cuando

produce efectos indeseados. Los dos métodos, por tanto, son procedimientos que se

complementan.

De todos modos, las dos variantes expuestas, la tradición normativista del

Derecho penal y la orientación hacia las consecuencias, permiten que los casos prácticos

sean tratados como medio de demostración de la validez de los fundamentos del sistema

positivo o de los efectos producidos en la realidad.19

Obviamente, de uno o de otro modo se trata aquí de una metodología normativa,

absolutamente valorativa. Si diferentes principios o prescripciones justifican o no la

acción analizada, la decisión debe ser extraída del valor de su contenido, incluso en los

casos no previstos por el derecho positivo. El valor es, en Derecho penal, la esencia del

discurso. El elemento valorativo debe solucionar los aparentes conflictos internos del

sistema, siempre y cuando la dirección tenga en consideración los resultados o efectos

posibles que serán producidos. Por tanto, esta orientación hacia las consecuencias

retrata una metodología valorativa que permite más de una solución en el mismo

19 Vid. HASSEMER, Winfried, Fundamentos del Derecho penal, op. cit., p. 18.

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sistema. Esto es posible porque en la teoría jurídica moderna rige el pluralismo de la

verdad del problema.20

En pluralismo jurídico significa aquí la aceptación de diferentes tipos de

―verdades‖, de distintas soluciones al ―problema‖, de diversas ―justificaciones

procedimentales‖, siempre rodeadas por las normas del sistema.

El Estado social y democrático de Derecho se traduce también por la aceptación

de unas cuantas posibilidades de decisión, cuando todas ellas son producidas por una

interpretación que no sobrepase el marco constitucional de garantía de los derechos

fundamentales de la persona humana.

Es verdad que este argumento puede ser objetado por ser muy cercano a la

filosofía del relativismo, como proponía RADBRUCH en el marco de la democracia de

la mayoría.21 Pero, en definitiva, se trata solamente de situar los conflictos y las

soluciones en el ámbito del discurso, de las ideas y los sentidos. La verdad es un

consenso obtenido a partir del cotejo de ideas sobre el objeto discutido y no desde el

relativismo de toda solución. 20 HART, Herbert L. A., The concept of law, Oxford, Oxford University Press, 1961, sostiene que la cuestión jurídica acepta varias respuestas correctas, que surgen de un compromiso razonable entre muchos intereses en conflicto. Hay versión en idioma español, en HART, Herbert L. A., El concepto de derecho, 3ª ed., trad. de Genaro R. Carrió, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 2009. En otro sentido, DWORKIN, Ronald, Taking Rights Seriously, Cambridge, MA, 1977. También hay versión española titulada Los derechos en serio, trad. de Marta Guastavino, 1ª ed. (1984), Barcelona, Ariel, 2ª reimp., 1995. La versión portuguesa, aquí utilizada, es titulada Levando os direitos a sério, trad. de Nelson Boeira, 3ª ed., Editora WMF Martins Fontes, 2010. Cfr. sobre esta polémica, FLETCHER, George P., Lo justo y lo razonable, 1ª ed., trad. de Paulo Busato y Francisco Muñoz Conde, Buenos Aires, Hammurabi, 2005, pp. 93-98. Específicamente sobre esta discusión metodológica en la legítima defensa, véase NINO, Carlos Santiago, La legítima defensa. Fundamentación y régimen jurídico, 1ª ed. (1982), 3ª reimp., Buenos Aires, Astrea, 2005, pp. 1-23. 21 El relativismo como supuesto ideológico de la democracia es la tesis de RADBRUCH, Gustav, Filosofía del Derecho, trad. José Medina Echavarría, Madrid, Reus, 2007, pp. 54-56; el mismo, Relativismo y Derecho, trad. de Luis Villar Borda, Santa Fe de Bogotá, Temis, 1999. En sentido contrario, WELZEL, Hans, Introducción a la Filosofía del Derecho. Derecho natural y Justicia material, trad. de Felipe González Vicen, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2005, p. 340: ―La idea fundamental de la democracia es, por ello, el aseguramiento de la disposición fundamental de todos los grupos de lucha por el poder político, a que la lucha por el orden social justo sea llevada a cabo como una lucha de ideas, sin tratar de aniquilar como enemigo al que piensa de otra manera, tan pronto se han conseguido la mayoría en el poder‖.

Page 33: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

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En la dogmática penal, por tanto, en los casos que tocan el derecho a la legítima

defensa, la solución de un problema jurídico debe expresarse por la verdad consensual

obtenida de una decisión que corresponda con las exigencias de la razón y con la

argumentación discursiva crítica.

Esta dogmática jurídico-penal puede efectivamente cumplir la finalidad mayor,

que es contener el poder punitivo y, consecuentemente, proteger las libertades y los

derechos individuales.22 Pues el pluralismo jurídico permite la extracción de muchas

―verdades‖ del problema, no por el hecho de que sea determinante la hermenéutica, sino

porque la verdad de la decisión no es algo divino y sí fruto del consenso, como exige la

teoría de la verdad como consenso de HABERMAS.23

Además, la doctrina del ―discurso libre de dominación‖ de la ―Escuela de

Frankfurt‖ permite saber que la observación, la ontología clásica y la teoría de la

correspondencia entre objeto y objeto de conocimiento son concepciones autoritarias y

antidemocráticas. Sólo la teoría del consenso sobre la verdad puede fundamentar una

teoría del conocimiento que sea libre de dominación y, por tanto, que en Derecho penal

signifique una paridad de armas entre los interés de la víctima, del delincuente y del

Estado social y democrático de Derecho. La verdad, por tanto, como dice HASSEMER,

surge así en el discurso, en el diálogo.24 La verdad es el fruto del consenso en la

comunicación ideal, lo que presupone igualdad de todos los que intervienen, libertad,

ausencia de privilegios y lealtad.

22 Lo mismo se aplica al proceso penal, como ha probado MUÑOZ CONDE, Francisco, La búsqueda de la verdad en el proceso penal, 2ª ed., Buenos Aires, Hammurabi, 2003, pp. 105-117. 23 Cfr., por todos, HABERMAS, Jürgen, Verdad y justificación, trad. de Pere Fabra y Luis Diez, Madrid, Trotta, 2007; el mismo, Teorías de la verdad, en Teorías de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, Madrid, Cátedra, 1989; el mismo, La ética del discurso y la cuestión de la verdad, trad. de Ramon Vilà Vernis, Barcelona, Paidós, 2003. 24 Cfr., aunque en relación al proceso penal como un discurso libre de dominación, HASSEMER, Winfried, Fundamentos del Derecho penal, op. cit., pp. 163-164.

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1.2. El dualismo metódico. ¿El Derecho penal como actitud ciega, ontológica o

valorativa?

Como ha afirmado RADBRUCH, la filosofía kantiana alecciona la

imposibilidad de deducir de lo que es, lo valioso, lo justo, es decir, lo que debe ser.

Diciéndolo en sus palabras: ―Nunca algo es justo por el solo hecho de que es, de que fue

o, también, porque será‖.25 El sentido que esta afirmación quiere es expresar que las

valoraciones del deber ser (juicio) nunca pueden fundamentarse en la estructuras del ser

(objeto).26

Esta característica en que intervienen los valores (la llamada escuela

neokantiana) sirvió para propiciar la división de las ciencias mediante un doble método:

en método empírico (observación y experimentación) como instrumento de

conocimiento del objeto de las ciencias de la naturaleza (la física, la biología, la

química, etc.); y el método valorativo como instrumento para conocimiento de las

ciencias del espíritu (las ciencias culturales, como la sociología, el derecho, la

psicología, etc.).

En los momentos históricos del Derecho penal este dualismo metódico ha

ejercido enorme influencia, principalmente en la dogmática jurídico-penal. Por ejemplo,

en general se suele decir que en la segunda mitad del siglo XIX hubo un predominio del

positivismo sociológico, mientras que en la segunda postguerra mundial, del positivismo

tópico, de las valoraciones político-criminales y de las aportaciones de las demás

ciencias sociales.27

25 RADBRUCH, Gustav, Filosofía del Derecho, op. cit., p. 47. 26 Vid. también HUME, David, Tratado de la naturaleza humana, trad. de Félix Duque, Madrid, Ediciones Orbis, 1984. 27 Vid. SILVA SÁNCHEZ, Jesús María, op. cit., p. 45.

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35

En Derecho penal también estas etapas son bastante conocidas: el causalismo, el

neokantismo, el finalismo (ontologismo) y, recientemente, el llamado funcionalismo

sistémico.

El modelo causalista del positivismo de la segunda mitad del siglo XIX y

comienzo del siglo XX utilizó el formalismo como método de elaboración y explicación

de los conceptos jurídico-penales. En la Criminología, el positivismo naturalista intentó

explicar el delito por medio de los métodos de las ciencias naturales (spencerianismo

penal, biologización del delito, etc.). Por su vez, en el Derecho penal, el positivismo

jurídico propuso una dirección técnico-jurídica sin la presencia de enfoques filosóficos

o sociales (piénsese, p. ej., en el discurso de ROCCO en la Universidad de Sassari). Esta

etapa del pensamiento penal estuvo representada principalmente por VON LISZT. 28

La reacción al positivismo (y su metodología puramente formalista) alcanzó

fuerza con el neokantismo.29 Aquí la propuesta partió del reconocimiento del mismo

objeto en las ciencias, pero de dos diferentes métodos de conocimiento (escuela

sudoccidental).

Como se ha visto, el neokantismo sostuvo la necesidad de un nuevo y diferente

método para las ciencias sociales. En el neokantismo, el objeto no está puesto y acabado

y la metodología debe ser única (valorativa, axiológica), de modo que abarque el

conocimiento de particularidades constatables (no todos los aspectos son captados). El

Derecho es una ciencia cultural y su método es valorativo. Esta etapa, por ejemplo, 28 Vid. VON LISZT, Franz, La idea del fin en el derecho penal, trad. de Carlos Pérez del Valle, Granada, Comares, 1995; el mismo, Tratado de derecho penal, trad. Luis Jiménez de Asúa, Madrid, Reus, 1999. Véase también, por todos, ROXIN, Claus, Franz von Liszt y la concepción políticocriminal del Proyecto Alternativo, en Problemas básicos del derecho penal, trad. de Diego Manuel Luzón Peña, Madrid, Reus, 1976. 29 No obstante los esfuerzos en abjurar el positivismo, el psicólogo Erich JAENSCH llamó al neokantismo ―teoría complementaria del positivismo‖. La observación es de WELZEL, Hans, op. cit., p. 256, que incluso sigue afirmando la complementariedad como ―componentes de otra esfera, de la esfera de la irrealidad, del mero ideal o del mero criterio‖.

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36

estuve muy bien fundamentada en la filosofía del Derecho de RADBRUCH y en la

dogmática penal de MEZGER.30

El finalismo u ontologismo, al contrario del neokantismo, implicó un cambio de

modelo metodológico. Según los postulados finalistas, el objeto de conocimiento existe

previamente y, por eso, no es creado por el juicio de desvaloración. El juicio de desvalor

debe respectar las estructuras lógico-objetivas del ente u objeto desvalorado por el

sujeto del conocimiento. Es decir, algo así como el deber ser debe respectar la

estructura del ser.

La diferencia entre el ontologicismo y el neokantismo es de contenido: mientras

que el neokantismo parte de la imposibilidad de separar el objeto del sujeto del

conocimiento, el ontologicismo no sólo hace esta separación, sino que reconoce en la

esencia del objeto (en su estructura lógico-real) una dimensión de sentido.

Más aún, en el neokantismo el objeto es definido por el valor (método), mientras

que en el ontologicismo el objeto existe con independencia del sujeto que conoce (es

previo incluso) y del método utilizado (es fenomenológico, deductivo-abstracto),

incluso el método es determinado de acuerdo con el objeto preexistente al sujeto del

conocimiento. Así, pues, las enseñanzas de WELZEL: ―Y es que las constelaciones

objetivas ónticas son preliminares a toda interpretación de su sentido, y éstas se hallan,

por eso, vinculadas a aquéllas‖. 31

WELZEL, coherentemente con este planteamiento ontologicista, identificaba en

el ser estas estructuras lógico-objetivas: la estructura final de la acción, la estructura de

30 Vid. RADBRUCH, Gustav, Filosofía del Derecho, op. cit., p. 91. Véase también MEZGER, Edmund, Tratado de Derecho penal, ts. I y II, 2ª ed. alemana (1933), trad. de José Arturo Rodríguez Muñoz, Madrid, Editorial Revista de Derecho Privado, 1935; el mismo, Derecho penal. Parte general. Libro de estudio, trad. de Conrado Finzi, Buenos Aires, Editorial Bibliográfica Argentina, 1958. 31 WELZEL, Hans, op. cit., p. 329.

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37

la culpabilidad como ―poder actuar de otro modo‖ y la relación entre autoría y

participación fundada en el dominio del medio, que diferencia la verdadera autoría de la

inducción y complicidad. A partir de ahí el finalismo vinculaba la valoración sobre el

objeto manteniendo estas ―verdades eternas‖, que el Derecho penal (por tanto, el

Derecho de valorar y desvalorar la conducta) estaba obligado a respectar, so pena de

mostrarse no como Derecho verdadero sino como simplemente poder.

Las palabras del propio WELZEL, sobre estas estructuras lógico-objetivas

preliminares y existentes en el obrar humano, merecen ser transcritas:

―Ninguna norma, ni moral ni jurídica, puede preceptuar a las mujeres que den a

luz hijos viables a los seis meses, en lugar de a los nueve, como no pueden

tampoco prohibir a un aviador que si se precipita contra el suelo, no traspase la

velocidad de treinta kilómetros por hora. Estas y otras proposiciones semejantes

son la consecuencia trivial de la idea nada trivial de que todas las normas

morales y jurídicas solo pueden referirse a actos, los cuales son algo distinto de

meros procesos naturales causales, distinguiéndose de estos por el momento de

la dirección consciente hacia un objetivo; es decir, por el momento de la

―finalidad‖. La estructura de la acción humana es el presupuesto de posibilidad

para valoraciones, las cuales, si han de tener sentido, solo pueden ser

valoraciones de una acción, tales como, por ejemplo, la ilicitud y la culpa‖. 32

En efecto, el finalismo parece querer a través de las estructuras lógico-objetivas

mencionadas rechazar el positivismo y, consecuentemente, la dependencia del Derecho

del poder político del legislador estatal. Ello está fuera de dudas porque WELZEL

afirmaba que el positivismo ha ―destruido la razón‖, en la medida en que sostiene un

32 Ibidem, p. 330.

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38

entendimiento técnico e instrumental del Derecho. Como ha dicho el padre del

finalismo, para el Derecho, el positivismo (también el neokantismo porque para

WELZEL se trata sólo de un complemento) significa su ―entrega total al poder

establecido‖. 33

Sin embargo, y a pesar de que la discusión entre los planteamientos

neokantianos y ontologicista dominó buena parte de la ciencia penal en la segunda

mitad del siglo XX, en la actualidad, los métodos citados no son dominantes. Hoy la

novedad es el método funcionalista que pretende racionalizar la intervención penal a

partir de criterios teológicos, siguiendo un paralelismo con el funcionalismo en ciencias

sociales.

De hecho, el positivismo y, en algunas partes el neokantismo, habían aislado el

Derecho penal de las concepciones de naturaleza social. Las investigaciones

sociológicas eran permitidas en los estudios criminológicos, pero de ningún modo en la

ciencia normativa expresada en la dogmática jurídico-penal. Por eso, la sociología

organicista del siglo XX es retomada y transferida como base de trabajo al Derecho

penal moderno funcionalista.

La concepción organicista, sin embargo, puede significar cosas distintas. En

general se explica afirmando que la sociedad es un organismo que funciona como un

sistema en que todas las partes son necesarias y relacionadas entre sí, de modo que el

mal funcionamiento de un órgano afecta el conjunto. Así, pues, el Derecho es un

subsistema existente en el sistema mayor, que es la sociedad, es decir, el sistema social.

Por tanto, la defensa del Derecho es la defensa del sistema social y la defensa del

sistema social es la defensa del Derecho. En efecto, la pretensión del organicismo es

33 Ibidem, p. 333.

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explicar no sólo el sistema jurídico vigente, sino el propio sistema social, cuyo objeto

central está compuesto por la acción humana. En esta línea, por ejemplo, se destacan

PARSON (el pensamiento estructural-funcional) y LUHMANN (la teoría funcional

sistémica).

Por un lado, el planteamiento de PARSONS consiste en estructurar el sistema

social a partir de reglas funcionales, es decir, en categorías previas que proporcionen un

sistema lógico, valido y sin contradicciones, de orientación a la acción humana. El

argumento estructural sostiene la existencia de un sistema personal, un sistema social y

un sistema cultural, que deben ser harmónicos entre sí por medio de un consenso. La

estabilización del sistema social depende del equilibrio y de mecanismos como la

integración, la socialización y el control social (aquí el sistema penal y de salud mental,

por ejemplo).34

Según PARSONS, la esencia de la acción individual está en el ―voluntarismo‖,

que, a su vez, es integrado por elementos motivacionales y culturales de orientación

normativa. La integración en la estructura social parte de la motivación de la acción

individual con los criterios normativos de orden cultural. El punto común entre la acción

voluntarista individual y el sistema social consiste en pautas de valor que definen

expectativas de rol.35 Estos roles sociales implican en un proceso de aprendizaje y,

luego, si convierten en proceso de socialización.

34 Vid. PARSONS, Talcott, El sistema social, 1ª ed., trad. de José Cazorla Pérez y José Jiménez Blanco, Madrid, Alianza, 1988; el mismo, Estructuras y procesos en las sociedades modernas, trad. de Dionisio Garzón y Garzón, Institutos de Estudios Políticos, Madrid, 1966; el mismo, La sociedad: perspectivas evolutivas y comparativas, México, Trillas, 1974. 35 PARSONS, Talcott, El sistema social, op. cit., p. 58. Cfr. una exposición sobre las tesis de PARSONS en ZAFFARONI, Eugenio Raúl, El funcionalismo sistémico y sus perspectivas jurídico-penales, en Hacia un realismo jurídico penal marginal, Caracas, Monte Ávila Latinoamericana, 1993, pp. 60-68. También VIVES ANTÓN, Tomás S., Fundamentos del Sistema Penal, Valencia, Tirant lo Blanch, 1996, pp. 165-168.

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40

Por otro lado, la teoría sistémica de LUHMANN pretende explicar la sociedad

de forma global a partir de la separación entre sistemas sociales y sociedad. En general,

nace de la teoría mecanicista y de su aplicación en la biología, basada en las ideas de

que los organismos pueden entenderse como sistemas autorregulados, es decir, de

autorreferencia o autopoiesis.36 Mientras que la integración de los organismos se

asienta sobre la ―vida‖, los sistemas sociales se asientan sobre el ―sentido‖.37 Se trata, en

suma, de una pretensión de autoestabilización de los sistemas sociales, sin necesidad de

cobrar autonomía crítica a la teoría. Los problemas y soluciones son de la sociedad y no

de la teoría.38

La doctrina penal suele cristalizar estos sistemas funcionalistas en las teorías

teleológicas de ROXIN (citando a PARSONS) y JAKOBS (citando a LUHMANN). El

sistema de ROXIN sería un sistema moderado, abierto y absolutamente limitativo del

poder punitivo, estructurado a partir de los aspectos valorativos político-criminales. Al

contrario, el sistema de JAKOBS sería radical, cerrado y absolutamente ampliativo del

poder punitivo, estructurado sin ningún dato empírico (solamente atribuye a la pena la

función de prevención-integración).

De todos modos, las dos vertientes normativistas referidas, la moderada de

ROXIN y la radical de JAKOBS, comparten una idea semejante y homogénea, que es la

36 Sobre esta cuestión de autorregulación en la biología, véase, por todos, MATURANA ROMESÍN, Humberto, VARELA GARCÍA, Francisco J., Das máquinas y seres vivos: autopoiesis: la organización de lo vivo, 6ª ed., Santiago de Chile/Buenos Aires, Editorial Universitaria/Lumen, 2004. 37 HABERMAS, Jürgen, La lógica de las ciencias sociales, trad. de Manuel Jiménez Redondo, Madrid, Tecnos, 1988, p. 312. 38 LUHMANN, Niklas, Sociedad y sistema: la ambición de la teoría, Barcelona, Paidós/Universidad Autónoma de Barcelona/Instituto de Ciencias de la Educación, 1990; el mismo, La ciencia de la sociedad, 1ª ed., trad. de Silvia Pappe, Brunhilde Erker y Luis Felipe Segura, Barcelona, Anthropos, 1996; el mismo, Sistemas sociales: lineamientos para una teoría general, Barcelona, Anthropos, 1998; el mismo, A restituição do décimo camelo: do sentido de uma análise sociológica do direito, en Niklas Luhmann: Do sistema Social à Sociologia Jurídica, trad. de Dalmir Lopes Júnior, Lumen Juris, Rio de Janeiro, 2004, pp. 33-107. Cfr. también NAVAS GARCÍA, Alejandro, La teoría sociológica de Niklas Luhmann, Pamplona, Universidad de Navarra, 1989.

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introducción de valoraciones político-criminales en la dogmática jurídico-penal, a partir

de un funcionalismo sistémico sociológico.

Además, concretamente las dos corrientes parecen compartir un visible rechazo

a los errores substanciales presentes en el sistema finalista en lo que se refiere, al

tratamiento de los delitos imprudentes, los omisivos y de los movimientos reflejos

involuntarios evitables y también en la doctrina del error.

En la cuestión metodológica, esta tendencia teleológica es un desarrollo ulterior

del neokantismo, en la medida en que supera el relativismo axiológico por medio de la

diferenciación del fin de prevención. Así, como se ha visto anteriormente, mientras que

el finalismo partía de las estructuras ónticas preexistentes a la valoración realizada por

el sujeto conocedor, el funcionalismo parte es la propia finalidad o valor perseguido por

el sistema penal. De ahí resulta cierto que la prevención es la estructura valorativa

determinante del sistema penal, así como lo fue la acción en el sistema ontológico del

finalismo. La prevención es para el funcionalismo lo que la naturaleza ontológica de la

acción es para el finalismo.

En suma, en un sistema funcional o teleológico, en todos los elementos del

delito, desde el principio, hay que preguntar siempre por el fin de la pena, como

consecuencia jurídica fundamental del proceso de imputación. Ello implica que la idea

de prevención (la prevención especial y la prevención general, en sus vertientes positiva

y negativa) incida en todo el sistema de derecho penal y en las dos categorías más

importantes de la teoría del delito: el injusto y la culpabilidad.

Sin embargo, el planteamiento de ROXIN aparece desarrollado como

instrumento teórico limitador del poder punitivo estatal, ya que asegura un bloque de

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42

derechos fundamentales de los individuos, en todos los elementos de la dogmática

jurídico-penal, por medio de un sistema abierto. Este sistema abierto quizás va más allá

que el propio finalismo, puesto que esta teoría restringía a la creencia de la naturaleza de

la ―estructura lógico-objetiva‖ de la acción y del ―poder-actuar-de-otro-modo‖ de la

culpabilidad.

La línea de razonamiento de ROXIN está llena de datos empíricos de la

naturaleza y de valoraciones cercanas a la realidad, y no se puede decir que es menos

garantizadora de la libertad que el ontologismo. Muy al contrario, entre otros problemas

básicos del ontologismo, está la fuerte concentración del paradigma óntico-natural en el

elemento volitivo de la conducta, lo que puede traer peligros reales al Estado de

Derecho y a las libertades individuales, puesto que permite que se castiguen tentativas

inofensivas o incluso actos preparatorios muy lejos del resultado.39

Pero incluso la estructura de la conducta, el principal dato lógico-real del

finalismo, no es la única barrera contra las infiltraciones ideológicas del poder en la

dogmática, pues, aunque con distinta fundamentación, en el normativismo no son

punibles los actos involuntarios e incontrolables. La exigencia de una acción voluntaria

no deriva de las ―estructuras lógico-objetivas‖ de la naturaleza, sino de principios

políticos-criminales actuales y, por tanto, normativos.40 Con razón ha dicho ROXIN,

39 ROXIN, Claus, Normativismo, política criminal e dados empíricos na dogmática do direito penal, en Estudos de Direito Penal, trad. de Luis Greco, Rio de Janeiro, Renovar, 2006, p. 57. 40 Vid. MIR PUIG, Santiago, Límites del normativismo en derecho penal, en Homenaje al profesor Dr. Gonzalo Rodríguez Mourullo, Madrid, Civitas, 2005, p. 16: ―Si las normas prohibitivas han de conseguir del ciudadano que evite las conductas delictivas, éstas han de poder ser evitadas voluntariamente por el ciudadano. Sería inútil tratar de impedir hechos mediante la motivación normativa si tales hechos no son controlables por la voluntad. Por otra parte, el principio de culpabilidad en sentido amplio impide imputar a alguien algo que no ha podido controlar. La exigencia de una acción voluntaria se deriva, pues, tanto de la inutilidad de prohibir hechos involuntarios como del principio de la culpabilidad. De la argumentación que acabamos de efectuar se desprende que el primero de los elementos de la definición clásica de delito, el comportamiento humano voluntario, no es la única forma posible de acción de una persona, sino una exigencia derivada de principios políticos-criminales actualmente compartidos: no se deriva de una consideración ontológica de la estructura lógico-objetiva de la acción, sino de principios normativos‖.

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―qué es final y qué no lo es, depende exclusivamente de las finalidades del orden

jurídico‖. 41

En el pensamiento de ROXIN son exigencias fundamentales la ―referencia a la

realidad y a las finalidades político-criminales‖, es decir, ―la unidad sistemática del

Derecho penal y política criminal también en el seno de la teoría del delito‖. 42 Según

ROXIN, ―las concretas categorías del delito (tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad)

deben sistematizarse, desarrollarse y contemplarse desde un principio bajo el prisma de

su función político-criminal‖. 43

Especialmente en lo que se refiere a la categoría de la antijuridicidad, que aquí

es lo que más interesa, afirma ROXIN que sirve para soluciones sociales de los

conflictos provenientes de la colisión de intereses individuales y supraindividuales,

según perspectivas de tipo personalistas y solidaristas.

En este sentido, señala ROXIN:

―La antijuricidad, por el contrario, es el sector de las soluciones sociales a los

conflictos, el campo en el que chocan los intereses individuales opuestos o las

exigencias sociales con las necesidades del individuo. Cuando se trata de

conciliar las intervenciones necesarias de carácter administrativo con el derecho

a la personalidad en general y con la libertad de actuación del ciudadano, o

cuando situaciones de necesidad inminentes e imprevisibles exigen una decisión:

41 ROXIN, Claus, Contribución a la crítica de la teoría final de la acción, en Problemas básicos del derecho penal, op. cit., p. 93. 42 SCHÜNEMANN, Bernd, Introducción al razonamiento sistemático en Derecho penal, en El sistema moderno del derecho penal: cuestiones fundamentales, trad. de Jesús María Silva Sánchez, Madrid, Tecnos, 1991, p. 64. 43 ROXIN, Claus, Política criminal y Sistema del Derecho penal, op. cit., p. 58.

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se trata siempre de la regulación, socialmente justa, de intereses

contradictorios‖. 44

En sentido contrario, el planteamiento normativista radical de JAKOBS depura

los conceptos básicos del Derecho penal mediante la creación de una dogmática

jurídico-penal libre de datos empíricos y de acuerdo a las nuevas necesidades político-

criminales.

En efecto, el Derecho en general aparece como un sistema que se agota por el

mantenimiento de las normas, sin que haya otra finalidad o referencia vinculante en la

naturaleza. En otras palabras, significa que se trata de un sistema autopoiético (como el

modelo biológico funcionalista, como se ha visto anteriormente) que existe y está al

servicio de sí mismo.

De este modo, el funcionalismo radical de JAKOBS se caracteriza por decir que

―la prestación que realiza el Derecho penal consiste en contradecir a su vez la

contradicción de las normas determinantes de la identidad de la sociedad. El Derecho

penal confirma, por tanto, la identidad social‖. 45

De ahí que la pena no proteja bienes, sino que confirma la identidad normativa

de la sociedad como socialización por medio de la internalización. El delito es un

rechazo de la norma derivado de la frustración de las expectativas, pero la capacidad de

daño social del delito no aparece en la naturaleza, no es ontológica, porque es sólo

negación de la validez de la norma.46

44 Ibidem, pp. 58-59. 45 JAKOBS, Günther, Sociedad, norma y persona en una teoría de un Derecho penal funcional, trad. de Manuel Cancio Meliá y Bernardo Feijóo Sánchez, Madrid, Civitas, 2000, p. 18. 46 Sobre esta ―concepción‖ de bien jurídico estrictamente normativa, véase la crítica de MUÑOZ CONDE, Francisco, GARCÍA ARÁN, Mercedes, Derecho Penal, Parte General, Valencia, Tirant lo

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45

Especialmente sobre la justificación de la ejecución del comportamiento en sí

prohibido, JAKOBS sostiene una teoría pluralista dividida en tres grupos: a) las

justificaciones fundamentadas en el principio de la responsabilidad o principio del

ocasionamiento por parte de la víctima de la intervención, es decir, la víctima tiene que

responder por las consecuencias de su comportamiento de organización; b) las

justificaciones fundamentadas en el principio de la definición de intereses por parte de

la propia víctima de la intervención, o sea, que se justifica porque es una acción

realizada por la víctima o porque al menos es aceptable por la víctima; c) las

justificaciones fundamentadas en el principio de solidaridad, los intereses de la víctima

ceden ante los intereses de la generalidad.47

De todos modos, en el pensamiento de JAKOBS todos los conceptos dogmáticos

deben atender a la misión del derecho penal, que es ―marginalizar la afirmación del

autor (objetivada en el hecho) de que la norma no vale‖. 48 Por ende, el propio concepto

del sujeto a quien se imputa se convierte en un concepto funcional, un subsistema

psicofísico de imputación dentro del sistema penal. El derecho penal asume una función

de subsistema de imputación dentro del conjunto global del sistema social, de modo que

la aplicación de la pena restablece y robustece la norma quebrantada, al igual que la

confianza de los ciudadanos en el Derecho. El delito defrauda las expectativas

normativas y la pena estabiliza dichas expectativas.

Blanch, 2007, p. 61: ―Por eso, me parece rechazable la tesis de JAKOBS, que reduce la función protectora al mero restablecimiento de la vigencia de la norma, pues detrás de la norma siempre hay un interés o bien jurídico, a través del cual se comprende, se interpreta y se puede criticar la pretensión de vigencia de la norma. Sin esa referencia al bien jurídico, el restablecimiento de la norma como única función directa del Derecho penal es tautológica, vacía de contenido y, sobre todo, impide la crítica de la norma misma‖. 47 JAKOBS, Günther, Derecho penal. Parte general. Fundamentos y teoría de la imputación, trad. de Joaquin Cuello Contreras y José Luis Serrano Gonzales de Murillo, Madrid, Marcial Pons, 1997, p. 421. 48 SCHÜNEMANN, Bernd, La relación entre ontologismo y normativismo en la dogmática jurídico-penal, trad. de Mariana Sacher, en Modernas tendencias en la ciencia de derecho penal y en la criminología, Madrid, UNED, 2001, p. 646.

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46

En consecuencia, si el delito simboliza una falta de fidelidad al Derecho, la pena

para restablecer la vigencia de la norma quebrantada y, por tanto, la confianza del

pueblo en el derecho inquebrantable. De forma simplista, siguiendo el conocido

planteamiento hegeliano, dice JAKOBS: ―el hecho es la negación de la estructura de la

sociedad, la pena la marginalización de esa negación, es decir, confirmación de la

estructura‖. 49

De la argumentación se desprende que la misión de la pena ―es el mantenimiento

de la norma como modelo de orientación para los contactos sociales. El contenido de la

pena es una réplica, que tiene lugar a costa del infractor, frente al cuestionamiento de la

norma‖. 50 Dicho de otro modo: en la pena reside la función de estabilización social

normativa que, al mismo tiempo, elevaría la fidelidad jurídica y confianza del pueblo en

el Derecho inquebrantable.51 La norma necesita de un aseguramiento cognitivo y,

según esa idea, quien quiera ser tratado como persona debe garantizar el mínimo

cognitivo de seguridad del comportamiento personal.

De ello deduce JAKOBS que si una persona, de forma presuntamente duradera,

ha abandonado el Derecho, el Estado la trata como a un verdadero enemigo peligroso,

justificando un amplio adelantamiento de la punibilidad, un endurecimiento de las penas

y una supresión de las garantías procesales. La función del Derecho penal aparece como

49 JAKOBS, Günther, La Pena Estatal: Significado y Finalidad, trad. de Manuel Cancio Meliá y Bernardo Feijóo Sánchez Madrid, Thomson Civitas, 2006, p. 34. 50 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 14. 51 En este sentido, JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 10: ―Destinatarios de la norma no son primariamente algunas personas en cuanto autores potenciales, sino todos, dado que nadie puede pasar sin interacciones sociales y dado que por eso todos deben saber lo que de ellas espera. En esta medida la pena tiene lugar para ejercitar en la confianza hacia la norma. Además, la pena grava al comportamiento infractor de la norma con consecuencias costosas, aumentando la probabilidad de que ese comportamiento se aprenda en general a considerarlo como una alternativa de comportamiento a no tener en cuenta. En esa medida la pena se despliega para ejercitar en la fidelidad al Derecho. Al menos, sin embargo, mediante la pena se aprende la conexión de comportamiento y deber de asumir los costes, aun cuando la norma se haya infringido a pesar del que ha aprendido; en esta medida se trata de ejercitar en la aceptación de las consecuencias‖.

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protección del restablecimiento de la vigencia de la norma y neutralización y

eliminación de enemigos. El Derecho penal tendría dos polos de regulaciones, uno del

ciudadano, para comprobar la estructura normativa de la sociedad, mientras que otro, el

del enemigo, seria para combatir su propia peligrosidad.52

En definitiva, la dicotomía sería así: en un polo, un derecho penal para controlar

la criminalidad ―normal‖, impuesto por la ―racionalidad‖ en las situaciones de necesidad

de reforzar la vigencia de la norma, a través de la pena criminal (prevención general

positiva), en los casos de violaciones por parte del ciudadano; y en otro polo, un

derecho penal para controlar la criminalidad ―anormal‖, impuesto por la (ir)

―racionalidad‖ en las situaciones de necesidad de combatir peligros, a través de la

coacción física o medida de seguridad (prevención general negativa), en caso de

violación de la norma por no personas.53

De todos modos, lo importante es mostrar que el funcionalismo radical de

JAKOBS está fundamentado a partir de la funcionalización de los criterios de

imputación de la teoría jurídica del delito, pero sin el compromiso de garantizar los

derechos fundamentales de los individuos y sin ninguna herramienta de contención del

poder punitivo.

Evidentemente, esta metodología utilizada por JAKOBS y este modelo de

Derecho penal dibujado a partir de un funcionalismo sistémico radical, sin referencias a

la realidad social y sin preocupación con los derechos fundamentales, son imprestables 52 JAKOBS, Günther, Derecho penal del ciudadano y derecho penal del enemigo, en JAKOBS, Günther, CANCIO MELIÁ, Manuel, Derecho penal del enemigo, Buenos Aires, Hammurabi, 2005, p. 42. 53 Cfr. sobre este tema especialmente los siguientes trabajos críticos: CANCIO MELIÁ, Manuel, GÓMEZ-JARA DÍEZ, Carlos, Derecho penal del enemigo. El discurso de la exclusión, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2006; ZAFFARONI, Eugenio Raúl, El enemigo en el derecho penal, Buenos Aires, Ediar, 2006; MUÑOZ CONDE, Francisco, De nuevo sobre el Derecho penal del enemigo, 2ª ed., Buenos Aires, Hammurabi, 2008. Para una noción general de la discusión, véase recientemente, por todos, CANCIO MELIÁ, Manuel, Los delitos de terrorismo: estructura típica e injusto, Madrid, Reus, 2010, pp. 24-51.

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en el Estado social y democrático de Derecho. Por ello, tampoco sirve como

metodología para el estudio de la legítima defensa.54 El modelo del Estado social y

democrático de Derecho exige un sistema abierto, claro, ordenado conceptualmente,

referido a la realidad y orientado político-criminalmente.

1.3. Resumen de las distintas posiciones metodológicas analizadas

Todo este recorrido permite constatar que realmente el Derecho penal recibe y

ha recibido una fuerte influencia del método de investigación científico. Según se

desprende de la breve exposición de las distintas posiciones metodológicas mantenidas

en el saber del Derecho penal de la segunda mitad del siglo XX, también el método

puede ser decisivo para la seguridad jurídica y para determinar el modelo penal

adecuado al Estado social y democrático de Derecho.

El naturalismo y el positivismo propiciaran un saber ciego y aislado de la

sociedad, que al final se ha convertido en rehén del propio poder político y,

consecuentemente, del autoritarismo.

El neokantismo ha potenciado demasiado el aspecto valorativo y con ello se

alejó por completo de la realidad de la vida, siguiendo los mismos errores del

positivismo. Creó un mundo irreal y un sistema que, al fin y al cabo, no garantizaba los

derechos individuales, porque la valoración excesiva sin apego de los datos de la

realidad instrumentalizaba el Derecho penal en dirección también a una política penal

totalmente entregue al poder político. De eso parece que se ha dado cuenta

54 Es impresionante la distinción ideológica que mantiene JAKOBS en respecto al tema de la legítima defensa, pues si lo importante es neutralizar los enemigos peligrosos, no se comprende por qué motivo el ciudadano no participa. Una política criminal debe tratar igualmente tanto la fuerza estatal del poder punitivo como la fuerza del ciudadano. Pero está claro que tanto en uno como en otro aspecto el Derecho penal del enemigo es insostenible.

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RADBRUCH, pero demasiadamente tarde, después que el nacionalsocialismo ya había

sacrificado millones de vidas humanas.55

El finalismo, invocando la finalidad del autor de la acción como ato psicológico

decisivo de la misma, ha exagerado en el elemento subjetivo y, por tanto, ha ampliado el

ámbito de la responsabilidad penal. La creencia en el poder de contención del poder

político por las denominadas estructuras lógico-objetivas se ha mostrado falsa y por lo

demás utópica. El apego por los datos de la realidad independientemente de las

consecuencias pretendidas por la política criminal, hace que con este programa político

de combate al delito y la dogmática jurídico-penal caminen por rutas distintas al

finalismo.56

Por último, el funcionalismo, sobre todo el funcionalismo sistémico radical,

incide en los mismos errores del funcionalismo en ciencias sociales, tales como el

ocultamiento del compromiso con el poder establecido, la conservación de lo existente,

el irracionalismo de la filosofía de vida y el uso tecnocrático.

En este sentido, señala HABERMAS:

―Tras el intento de justificar la reducción de la complejidad del mundo como

punto de referencia supremo del funcionalismo sociológico se oculta el no

confesado compromiso de la teoría con los planteamientos conformes con el

poder, con la apología de lo existente por mor de la conservación de lo existente.

Luhmann renueva de forma más sutil el irracionalismo de la filosofía de la vida 55 Cfr. RADBRUCH, Gustav, SCHMIDT, Eberhard, WELZEL, Hans, Derecho injusto y Derecho nulo, trad. de José María Rodriguez Paniagua, Madrid, Aguiar, 1971. 56 Las probables buenas intenciones atribuidas a WELZEL no son suficientes para apagar el peligro de la instrumentalización del finalismo por un sistema totalitario. A respecto, hay que recordar la frase de HEGEL citada por MARX, Karl, El Capital, Libro I, t. I, trad. de Vicente Romano García, Madrid, Akal, 2007, p. 349: ―En nuestra época, reflexiva y razonadora, no llegará muy lejos quien no sepa aducir una buena razón para todo, aunque sea lo peor y más absurdo. Todo el mal que se ha hecho en el mundo, se ha hecho por buenas razones‖.

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al anclar en la propia autocomprensión metodológica de la teoría la sujeción

acrítica de ésta a las coacciones de la reproducción de la sociedad. Con ello la

teoría queda reservada para un uso tecnocrático‖. 57

Por lo que respecta al tema central de la presente investigación, en el ámbito de

los límites de la legítima defensa, la metodología debe ser la vinculada a los postulados

del funcionalismo moderado, siempre y cuando sirvan para cumplir las finalidades del

Derecho penal, cristalizadas en los caracteres preventivos y garantísticos (todos los

principios de limitación del poder punitivo), que justifican su propia existencia como

medio legítimo de control social de la violencia. Un modelo metodológico alternativo

basado en principios y en consideraciones axiológicas de naturaleza político-criminal,

que preserve los intereses de todos los afectados dentro del marco del Estado social y

democrático de Derecho. Este planteamiento será fundamental para desarrollar

restricciones formales y materiales al derecho de legítima defensa más allá de los casos

regulados por el derecho positivo.

57 HABERMAS, Jürgen, La lógica de las ciencias sociales, op. cit., p. 331. En Derecho penal, véase, por todos, la crítica de BARATTA, Alessandro, Integración-prevención: Una “nueva” fundamentación de la pena dentro de la teoría sistémica, trad. de Emilio García-Méndez y Emiro Sandoval Huertas, CPC, núm. 24, 1984, pp. 533 y ss.

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51

Capítulo 2

PRINCIPIOS FUNDAMENTADORES DEL DERECHO A LA LEGÍTIMA

DEFENSA

2.1. La concepción jurídico-individual de la legítima defensa

El precepto permisivo de la legítima defensa, que justifica la realización de la

parte positiva del tipo de injusto, se fundamenta históricamente en un argumento

individualista: aunque el ciudadano haya transferido al Estado el monopolio de la

violencia social, excepcionalmente el instinto de autoconservación del hombre debe

prevalecer frente al injusto agresor. El sentido común diría que quien se defiende de una

agresión injusta que ponga en peligro su propia vida, no tiene motivos para dejarse

matar.

Este aspecto jurídico-individual del derecho a la legítima defensa, que se

desarrolla a partir de la idea de autoprotección del ciudadano en el marco del Derecho

natural a reaccionar frente al ataque antijurídico de otra persona, constituye uno de los

temas más discutidos tanto jurídico, histórico y filosóficamente. En este tema se

incluyen fundamentaciones diversas, tanto desde la perspectiva histórico-cultural como

desde la perspectiva histórico-filosófica. En una investigación específica que se refiere

exclusivamente a los límites jurídicos contemporáneos del derecho a la legítima

defensa, es imposible abarcarlos y tratarlos.58

En el aspecto jurídico-individual de la fundamentación, las explicaciones se

concentran en la relación entre el agresor y el agredido, o sea, en los intereses de las 58 Para un estudio detallado de esta perspectiva histórico-cultural del derecho de legítima defensa, incluso en el Derecho comparado, véase, por todos, IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Perspectiva histórico-cultural y comparada de la legítima defensa, Burgos, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Burgos, 1999.

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dos partes involucradas en el conflicto (el binomio fundamental es agresor-defensor).

En cambio, en el aspecto jurídico-social de la fundamentación se destaca la relación del

conflicto o intereses de las partes con el Ordenamiento jurídico, si bien también está en

relación con la propia función del Estado (el binomio es ciudadano-Estado).

Hay también teorías que rechazan que la defensa sea lícita. Las teorías que

consideran que la defensa en sí misma no es lícita son muy semejantes. La doctrina, en

general, suele citar dos teorías principales: la primera, la teoría de la perturbación de

ánimo, según la cual la impunidad de la defensa está fundamentada en la perturbación

producida en al ánimo del agredido ante el ataque, que afecta la imputabilidad del autor,

como una especie de demencia o falta de autocontrol;59 y la segunda, la teoría del

conflicto de motivaciones, por la cual existe un conflicto interno en el defensor, entre el

instinto de conservación y la motivación de desistir de la defensa, lo que determina y

explica la presencia de la inculpabilidad.60

Estas teorías individuales que no reconocen la licitud de la defensa son

fácilmente rechazables.

De plano, el fundamento de la teoría de la perturbación confunde dos categorías

jurídicas distintas, la antijuridicidad y la culpabilidad, incluso en la situación más simple

como es la legítima defensa real.61

59 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 6. 60 Ibidem, p. 9. 61 La confusión sería más discutible en la legítima defensa putativa, porque la solución depende de los criterios adoptados en el tratamiento del error sobre los presupuestos objetivos de las causas de justificación. Cfr. FLETCHER, George P., Lo justo y lo razonable, op. cit., p. 76. Incluso en este caso hay quien reconozca que se trata de la existencia también de una causa de justificación (legítima defensa), por lo menos en los casos en que los criterios objetivos (riesgo permitido, adecuación social, etc.) demuestren la creencia objetivamente errónea, pero razonable. Así, pues, MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., pp. 118 y 164-165; el mismo, Putative self-defense: a borderline case between justification and excuse, op. cit., pp. 590-614. En sentido contrario, VALDAGUA, Maria da Conceição

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La confusión es inadmisible: la conducta realizada en legítima defensa no

concentra la carga de negatividad y reprochabilidad de la culpabilidad. En el

comportamiento justificado hay una motivación en la norma, al contrario del

comportamiento exculpado. En la justificación, la motivación funciona porque la

conducta es aprobada por el Ordenamiento jurídico. Aunque éticamente no es deseada,

porque puede consistir en un ataque brutal a un bien jurídico de mayor relevancia,

tampoco es desaprobada normativamente. Luego, se trata de reconocer que no hay aquí

antijuridicidad, o sea, la contradicción entre la acción concreta realizada y el

Ordenamiento jurídico como un todo. La razón de ello está en que en la legítima

defensa no hay antijuridicidad porque, aunque exista un desvalor del resultado (la

ofensa a un bien jurídico de relevancia jurídico-penal), falta el desvalor de la acción (la

desaprobación por el Ordenamiento jurídico total).

La teoría de la perturbación también se equivoca porque en muchos casos de

legítima defensa no hay situación de perturbación, así como no existen en muchas

realizaciones típicas (p. ej., en un delito de homicidio). A fin de cuentas, si es posible

realizar un tipo positivo de homicidio sin perturbación, ¿por qué motivo no va a ser

posible la realización de la parte negativa cuando hay una situación de agresión

antijurídica? De ahí que el error de esta teoría sea creer que la legítima defensa puede

explicarse desde el estudio de los delitos graves contra la persona, cuando la realidad

muestra que muchos otros tipos penales positivos son pasibles de realización por una

acción en legítima defensa.

Por último, esta teoría de la perturbación no explica el auxilio de tercero (¿sería

inimputable el tercero que ayuda al que se defiende?) y tampoco el exceso evidente (¿si

S., Legítima defensa y legítima defensa putativa. Observaciones a la ponencia de Muñoz Conde, en Fundamentos de un sistema europeo del Derecho penal, Barcelona, Bosch, 1995, pp. 202-204.

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en el defensor hay perturbación por qué no se exime también ante una agresión

justa?).62

De todas maneras, aunque no se pueda reconocer la perturbación individual

como una teoría que fundamenta racionalmente el derecho a la legítima defensa, tal

como modernamente se comprende tal categoría jurídica, lo cierto es que no es posible

olvidar que el trato como causa exculpante de la culpabilidad, en determinadas

situaciones, tiene alguna razón de ser, sobre todo cuando la gravedad de las alteraciones

psíquicas impidan al sujeto comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a dicha

comprensión.

Evidentemente, aquí se trata de ausencia de capacidad de culpabilidad y, por

tanto, no es importante el nombre científico del trastorno (p. ej., la inimputabilidad

puede resultar incluso de una perturbación derivada del miedo insuperable).

Los mismos defectos presenta la llamada teoría del conflicto de motivaciones,

tanto en la confusión entre dos categorías distinta (antijuridicidad y culpabilidad), como

en la restricción al ámbito de los delitos graves.

La existencia de un conflicto interno en la conciencia del defensor puede que sea

relevante en el análisis del grado de reprochabilidad, pero jamás será algo relevante para

afectar o excluir la falta de desvalor de la acción. Pues aquí se trata de un fundamento

subjetivo que no tiene en consideración factores externos al individuo que son

determinantes para la justificación.

El gran error de esta teoría es pensar que la motivación legal tiene un sentido de

omisión de la acción defensiva, cuando la verdad es que los tipos permisivos no son un

62 Vid., en este sentido exacto, las consistentes críticas de LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 8.

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incentivo a la actuación, más bien son aprobados o se comportan de manera neutral. Si

es así, si es neutral o quizá deseada, la acción defensiva ante una agresión injusta nunca

estará en conflicto con la motivación legal. Un ejemplo son los numerosos casos en que

la reacción defensiva necesaria contra un ataque antijurídico corresponde exactamente a

los fines de las normas jurídicas, siendo además socialmente valorada como positiva.

Aparte de esto, la imposibilidad de una solución satisfactoria en los casos de

defensa del bien jurídico agredido por tercero (los casos de auxilio necesario, p. ej.) ya

muestra que esta fundamentación es algo incompatible con la mayoría de los sistemas

penales positivos, que reconocen siempre esta forma de defensa. Luego, si este principio

no puede concordar con las prescripciones del sistema positivo, desde ya se muestra

inservible.

Además, esta teoría subjetiva no explica suficientemente los casos de delitos

instantáneos o sin reflexión (p. ej., la mayoría de los delitos violentos contra bienes

personales), lo que de per se demuestra que no se trata de una teoría defendible

racionalmente en la actualidad.63

LUZÓN PEÑA resume las críticas que se deben hacer a esta teoría: una, ―que no

siempre surgirá ese conflicto interno en el sujeto‖; dos, que ―lo incompleto de la teoría

se hace, asimismo, más patente en la defensa de terceros, cuya impunidad es aún más

difícil de fundamentar con el instinto de conservación o el ―sano egoísmo‖; tres, que la

teoría sigue siendo restrictiva, porque exige que se dé una situación de conflicto interno

en el sujeto que no cuenta con el más mínimo apoyo legal‖; y cuatro, que ―no hay

63 Vid., MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., p. 115.

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razones que excluyan la antijuridicidad de la defensa, pues sólo entonces se podría pasar

a buscar fundamento a la inculpabilidad‖. 64

En definitiva, estas teorías individualistas que no conciben la defensa como

acción lícita deben ser rotundamente rechazadas. La evolución de la dogmática penal no

admite más una mezcla entre lo que es antijurídico y lo que es culpable. El subjetivismo

de tales teorías no suele concordar con esta diferenciación básica de la moderna teoría

del delito. Por tanto, las teorías que parten de la licitud son las que merecen mayor

consideración, aunque no estén libres de la necesidad de complementos y reformas,

principalmente cuando se expresan en fórmulas o principios vacuos y abstractos.

Pero también las teorías que configuran la legítima defensa como una acción

lícita pueden tener una naturaleza individual. Así, p. ej., las teorías de la ―necesidad de

defensa del bien jurídico‖, del ―instinto de autoconservación‖, la ―positiva de los

motivos‖, el principio ―el Derecho no necesita ceder al injusto‖ y la ―teoría de

autonomía individual‖, están todas fundamentadas en la idea de protección individual de

la persona, aunque la verdad es que las más modernas de ellas se vinculan a la

existencia del Ordenamiento jurídico, mientras que las otras, las más antiguas, aparecen

siempre apegadas al derecho natural. De todos modos, no dejan de tener una esencia

común individualista.

En general, la doctrinal penal suele mencionar entre las teorías individualistas

las siguientes:

a) La teoría del instinto de conservación, según la cual el derecho de legítima

defensa ante la agresión se justifica en la idea de autoconservación, como expresión de

64 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 11.

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justicia enraizada profunda y natural en la persona, es decir, como un derecho natural y

originario;

b) La teoría positiva de los motivos, que pretende fundamentar la licitud de la

defensa ante al injusto en el carácter jurídico y social de los motivos, se fundamenta así:

si los motivos que animan al defensor son justos, entonces está justificada la acción

defensiva;65

c) La denominada teoría de la necesidad de protección del bien jurídico, en el

sentido de que la licitud de la defensa deriva de la protección de un derecho (bien

jurídico individual);

d) El principio ―el Derecho no necesita ceder al injusto‖, según el cual la

legítima defensa, como expresión de un bien jurídico personal o de un derecho subjetivo

del particular, no necesita ceder frente a la agresión antijurídica (frente al injusto); 66

e) Finalmente, la teoría de autonomía individual y la teoría política del

libertarianismo crea tanto la autoderminación individual (libertad de organización)

como la responsabilidad con respecto a la autonomía ajena (responsabilidad por la

organización).

2.1.1. La teoría del instinto de conservación

JOHN LOCKE afirmaba que en el estado de naturaleza los hombres vivían en

un estado de igualdad y libertad. Para que todos los hombres se abstuviesen de invadir

65 Ibidem, p. 31. 66 La idea se expresa en un sentido individual (bien jurídico personal o derecho subjetivo del particular) y no como Derecho (orden jurídico). Véase IGLESIAS RIOS, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 11, cuando señala que el principio que BERNER acuñara en 1848, ―el derecho no tiene por qué ceder al injusto‖, consolida una visión puramente individualista (derecho como sinónimo de bien jurídico de carácter personal o de concreto derecho subjetivo del agredido).

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los derechos de los otros y de dañarse mutualmente, el castigo debería seguir la ―serena

razón‖ y ―la conciencia‖, a partir de penas ―proporcionales a la transgresión‖ y ―que

sirviesen para que el criminal ―repare el daño que ha hecho y se abstenga de recaer en

su ofensa‖. 67

Por otro lado, en el estado de guerra, cuya característica principal es la

enemistad y destrucción, LOCKE comprendía que el hombre debe ―conservarse a sí

mismo hasta donde le resulte posible‖. 68 Sostenía que un ―hombre puede destruir a otro

que le hace la guerra, o aquel en quien ha descubierto una enemistad contra él, por las

mismas razones que puede matar a un lobo o a un león‖. La razón es que ―los hombres

que no se guían por las normas de la ley común de la razón, no tiene más regla que la

fuerza y la violencia‖. 69

Lo más importante es que LOCKE mantiene el derecho de legítima defensa

tanto en el estado de naturaleza, como en el estado de guerra. Sin embargo, mantiene

porque comprende que ―la autodefensa es una parte de la ley de naturaleza y no puede

serle negada a la comunidad‖. 70 El derecho natural a la legítima defensa de LOCKE es

fruto de una teoría política libertaria, porque minimiza el poder del Estado y

potencializa el valor libertad e igualdad.

En la dogmática penal, esta teoría del instinto de conservación aduce que el

derecho de legítima defensa ante la agresión se justifica en la idea de autoconservación,

como un derecho natural y originario. Es decir, el subjetivismo individualista que

conduce a la licitud de la legítima defensa deriva de un derecho natural del instinto de

67 LOCKE, John, Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil, trad. de Carlos Mellizo, Madrid, Tecnos, 2006, p. 14. 68 Ibidem, p. 22. 69 Ibidem, pp. 22-23. 70 Ibidem, p. 224.

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autoconservación que, por estar tan enraizado en la cultura del pueblo, no necesita de

eventual fundamentación. Eso conduce a que algunos equivocadamente lleguen a la

conclusión de que el fundamento de licitud del derecho a la legítima defensa es evidente

y el derecho natural es indiscutible.

No obstante, la realidad comprueba que no hay nada de evidente en tal teoría y,

por tanto, en la existencia de un derecho natural. Por ejemplo, la complejidad de los

límites del derecho a la defensa, el concepto mismo de agresión, de antijuridicidad, etc.,

son temas tan complejos y que generan, por sí mismos, una controversia tan fuerte como

para rechazar esta posición.71

Además, fundamentar la legítima defensa de una forma tan absoluta impide la

discusión y el avance en muchos puntos en los que las decisiones finales no parecen

ajustadas al espíritu humano y garantista que determinan las normas constitucionales

contemporáneas. Un planteamiento así desconoce, por tanto, que desde el idealismo

alemán las justificaciones naturalistas son discutibles y tampoco sirven como doctrina

de límite y garantía. Incluso es muy cuestionable que de las llamadas estructuras lógico-

objetivas en que se basa el finalismo pueda limitar el propio poder estatal, como parecía

71 En este sentido, hay que señalar la respuesta crítica de LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., pp. 18-19: ―El hecho de que haya, en principio, motivos que se podrían oponer a la defensa, como el de que el particular hace uso de algo que corresponde al poder público; el hecho de que la eximente esté regulada de un modo concreto y no de otro; el hecho de que la eximente esté regulada de un modo concreto y no de otro; el que sus límites sean varios y presenten problemas muy complejos; y, por último, el simple dato del número de autores que se esfuerzan por establecer acertadamente los principio básicos de la eximente; todos estos factores dan respuesta suficiente a las opiniones que ven tan clara y evidente la licitud de la defensa‖. También en sentido crítico a la innecesariedad de fundamentación, véase NINO, Carlos Santiago, La legítima defensa, pp. 25-26: ―En primer lugar, los códigos penales no suelen estipular claramente que la punibilidad está excluida en estos casos porque hay un derecho a defenderse, y aun cuando así lo establecieran, ello no eximiría de analizar las consideraciones valorativas que apoyan esa solución, con el fin de determinar, no sólo la justificabilidad, sino también los alcances precisos de ese supuesto derecho. En segundo término, aun cuando se admita que la legítima defensa es un ―derecho natural‖ (lo que querría decir que es un derecho de índole moral que el sistema positivo debe reconocer), ello no excluye la necesidad de mostrar cuáles son los principios de moralidad social de los que se infiere ese derecho, de modo de poder establecer cómo debe ser reconocido por el sistema jurídico positivo‖.

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pretender WELZEL. 72 Y también hoy la teoría más moderna de los derechos humanos

descarta el uso del derecho natural, lo que demuestra que el argumento iusnaturalista no

es de modo alguno evidente.73

La primera objeción al fundamento de la legítima defensa como un derecho

natural protector de la conservación individual es que la misma está más relacionada

con la culpabilidad que con la licitud de la defensa (antijuridicidad). A fin de cuentas,

los problemas anímicos y psíquicos del ser humano son materias siempre importantes

para el juicio de reprochabilidad por la realización del tipo de injusto, pero no tienen

nada que ver con la objetividad normativa.

En este sentido, la crítica elaborada por LUZÓN PEÑA parece ser

absolutamente correcta:

―En cuanto a la concepción de la defensa como derecho natural y ahistórico, ya

he advertido que no se puede admitir. Pero prescindiendo de ello, hay que notar

que el instinto de conservación, aunque de ahí se quiera deducir la licitud de la

defensa, realmente es más apropiado para fundamentar una causa de exclusión

de la culpabilidad que una causa de justificación; pues el instinto de

conservación nos puede impulsar tanto a algo justo como a algo claramente

injusto, por lo que no se puede afirmar sin más la licitud de una conducta sólo

72 Vid., sobre todo, WELZEL, Hans, op. cit., pp. 319-343. Cfr. las palabras de RADBRUCH, Gustav, op. cit., Filosofía del Derecho, p. 49: ―Para el conocimiento metódico queda firme que los preceptos del deber ser sólo pueden derivar deductivamente de otros preceptos del deber ser y no pueden fundamentarse inductivamente en hechos de ser‖. Sin embargo, esta imposibilidad de derivar el valor de la realidad no conduce necesariamente al positivismo, porque se trata de una relación lógica pero no causal. Así que, de acuerdo con RADBRUCH, p. 50, ―no hay duda sobre que los actos de valoración sean el resultado, la superestructura ideológica de hechos de ser; acaso del medio social de aquellos que los ejecutan‖. 73 Vid. ALEXY, Robert, Teoría de la argumentación jurídica, trad. de M. Atienza e I. Espejo, Centro de Estudio Constitucionales, Madrid, 1989; el mismo, Teoría del discurso y derechos humanos, trad. de Luis Villar Borda, Universidad Externado de Colombia, 1995; HABERMAS, Jürgen, Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso , 5ª ed., trad. de Manuel Jiménez Redondo, Madrid, Trotta, 2008.

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porque dicho instinto nos mueva a ella. Sino al contrario, si lo que se trata es de

que la ley no puede oponerse con éxito a los impulsos de conservación,

estaríamos ante una mera disculpa del sujeto, pero no ante la justificación de su

conducta‖. 74

Otra objeción a la fundamentación iusnaturalista consiste en el hecho de que, así

como sucede con la teoría de la perturbación, no explica la legítima defensa frente a

delitos menos graves o leves. Una defensa necesaria frente a una lesión de naturaleza

leve no sería aceptable, si el riesgo de destrucción de la vida es inexistente. Tampoco la

defensa de la libertad sexual justificaría la reacción frente al injusto realizado por un

violador, pues la lesión al bien jurídico protegido no afecta a la conservación, porque las

mujeres violadas evidentemente continúan existiendo. Por tanto, se trata de una teoría

restrictiva de la defensa, lo que en cierto modo es asumible, pero incompatible con un

Estado social y democrático de Derecho. 75 Porque el Derecho no puede exigir que las

víctimas se sujeten al poder salvaje de la agresión sin que sea posible el ejercicio de la

defensa privada, sobre todo cuando el propio Estado no puede cumplir la expectativa

legítima de los particulares.

Además, esta teoría no puede explicar por qué la defensa debe ser realizada

frente una agresión antijurídica y no frente una agresión lícita o fortuita. 76 Pues incluso

en la legítima defensa putativa, en los peligros naturales o humanos involuntarios existe

posibilidad del instinto de conservación, pero no por eso serían hechos susceptibles de

la legítima defensa. De lo contrario desaparecerían los límites concretos que diferencian

dos causas de justificación del mismo género pero no de la misma especie: el derecho

de legítima defensa y el derecho del estado de necesidad justificante. 74 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 29. 75 Ibidem, p. 30. 76 Ibidem.

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Por último, esta teoría tampoco explica suficientemente la legítima defensa de

terceros.77 La acción defensiva de terceros frente a una agresión ilegítima es algo real y

es admisible aunque no represente peligro para la propia conservación. Piénsese en la

tercera persona que posee medios suficientes para repeler la agresión a favor de la

víctima sin cualquier riesgo personal (p. ej., cuando utiliza un arma de fuego). En casos

así, no es posible decir que el fundamento de la legítima defensa sea el instinto natural

de conservación.

La contestación a esta crítica diría que el fundamento no consiste en la

conservación del tercero, sino más bien de la propia víctima necesitada. Esto es

correcto, pero aún así restringe demasiadamente el uso del derecho a la legítima defensa

y no explica por qué el tercero tiene que actuar en defensa de la víctima. De todos

modos, la defensa por tercero no es algo natural, sino fruto de valores normativos que

motivan al ciudadano a la protección del Derecho. Se trata, entonces, no de un

fundamento individual (instintivo), sino de un fundamento social (generosidad) de

defensa del Ordenamiento jurídico.

2.1.2. La teoría positiva de los motivos

También la teoría positiva de los motivos es una corriente que intenta

fundamentar la licitud de la defensa a partir del ánimo y del móvil que animan al

defensor. Pero no a partir de los conflictos de motivación de la acción defensiva, sino

desde los motivos éticos y lícitos preexistentes. Así, pues, la colisión entre el interés del

agresor y el interés del defensor debe ser resuelta por el criterio del móvil o ánimo de la

defensa, en todo caso preponderante.

77 Ibidem, pp. 30-31.

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En realidad, lo que pretende la teoría positiva de los motivos es que el ánimo del

defensor sea condición sine qua non para el reconocimiento de la licitud de la respuesta

defensiva. Así, pues, si la actitud interna del defensor es defensiva, entonces la acción

estará justificada.

El positivismo italiano sostenía que la legítima defensa se fundamentaba en

razones de naturaleza subjetiva. Mientras FERRI exigía un actuar subjetivamente justo,

FIORETTI y ZERBOGLIO exageraban el positivismo criminológico italiano y

vinculaba la legítima defensa con la peligrosidad en una teoría de la ―difesa impunita‖:

―Come, allorquando si dice tutela giuridica, no si può pensare alla tutela d`un diritto

astratto, ma invece del diritto positivo di un grupo umano, per cui l´oggetto della difesa

è l´uomo, del pari, quando si parla del fenomeno che turba il diritto, no si può

considerarlo a sé, ma nel suo autore‖. 78

Sin embargo, esta teoría subjetiva de los motivos es inaceptable y merece

objeciones. En primer lugar, se trata de una teoría extremadamente subjetivista e

individualista. Es subjetivista porque la situación de defensa viene definida por el

espíritu interior del defensor, no por causas objetivas; y además es individualista porque

se fundamenta sólo en el ánimo del defensor, sin límites sociales normativos externos.

En segundo lugar, el subjetivismo de la teoría destruye el sentido de existencia

del Derecho penal como discurso de resistencia frente al poder punitivo, provocando

graves problemas de seguridad jurídica ante el menoscabo del principio de legalidad

penal.

78 FERRI, Enrico, Sociología Criminal, trad. de Antonio Soto y Hernández, Pamplona, Analecta, 2005, pp. 165-175; FIORETTI, Giulio, ZERBOGLIO, Adolfo, La legittima difesa, Torino, 1894, p. 87. Hay también versión española de este libro, Sobre la legítima defensa: estudio jurídico, trad. de Juan Chabás, Madrid, Reus, 1926.

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Además, esta teoría, así como las otras individualistas y subjetivistas descritas,

mezcla la legítima defensa con el estado de necesidad, la antijuridicidad con la

culpabilidad, lo que, al fin y al cabo, dificulta la sistematización y la racionalidad que

debe tener la dogmática.

Quizá por ello nadie cree en los fundamentos subjetivos para la legítima defensa.

Como dice acertadamente MUÑOZ CONDE, ―el elemento subjetivo de justificación no

exige, por tanto, que los móviles del que actúa justificadamente sean valiosos, sino

simplemente que el autor sepa y tenga la voluntad de actuar de modo autorizado o

permitido jurídicamente‖. 79

Por todos estos motivos, el enfoque a partir del subjetivismo debe ser

rechazado.80

2.1.3. La teoría de la necesidad de protección del bien jurídico

La teoría de la necesidad de protección del bien jurídico, como se ha visto

anteriormente, es un fundamento individual cuya pretensión es justificar la legítima

defensa a partir de las nociones de necesidad y bien jurídico individual. Así, pues, el

Derecho tiene la función de protección de bienes jurídicos individuales cuando existe

una situación de necesidad concreta que justifica la intervención. Por tanto, aquí

79 MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., p. 69. Cfr. también LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 31, al afirmar que ―los motivos que guíen al sujeto para nada afectan la licitud de la defensa‖. 80 En este sentido, véase JIMÉNEZ DE ASÚA, Luis, La ley y el delito. Principios de Derecho penal, 3ª ed., México/Buenos Aires, 1959, p. 290: ―La legítima defensa no se funda en la defensa general que el sujeto asume por no poderle tutelar el Estado, sino en motivaciones que se invocan para todas las causas de justificación o para un grupo de ellas. La legítima defensa tiene, pues, su base en la preponderancia de intereses, pues que es preferible el bien jurídico del agredido que el interés bastardo del agresor. Más concretamente podríamos decir que la legítima defensa es un derecho de necesidad‖. Y concluye rechazando el fundamento basado en el subjetivismo: ―La legítima defensa, como todas las causas de justificación y como la propia antijuridicidad, de la que aquéllas no son más que aspectos negativos, necesita ser rigorosamente objetiva. También esto debe retenerse porque nos servirá para destruir el artificio de la ―defensa subjetiva‖ y para situar en su debido rango la ―defensa putativa‖.

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básicamente la necesidad y el bien jurídico individual son los requisitos para definir la

legitimidad del uso de la defensa. Faltando uno u otro, la defensa se caracteriza como

ilegítima.

Desde luego, cabe esclarecer que la exigencia de necesidad es un dato

característico no solamente de la eximente de la legítima defensa, sino también del

estado de necesidad. Es verdad que cada una de las causas de justificación solamente es

explicable a partir de una multiplicidad de razonamientos jurídicos, pero las eximentes

de la legítima defensa y del estado de necesidad portan una característica común: la

necesidad objetiva imperiosa de salvamiento de un bien o interés mediante la

realización de una acción típica. Una necesidad objetiva que, evidentemente, está

influenciada por la libertad de autodeterminación individual y por el equilibrio de los

intereses en juego.81

Por lo demás, el problema general de esta teoría individualista consiste en no

explicar por qué la necesidad de protección de bienes jurídicos tiene obligatoriamente

que ser producida por una agresión antijurídica. 82 Pues, a fin de cuentas, los requisitos

de la necesidad y de la protección individual no son exclusivos de la legítima defensa,

sino también de otras causas de justificación.

De hecho, no sólo la legítima defensa deriva de una situación de necesidad, sino

todas las causas de justificación. Por ejemplo, la categoría del ejercicio regular de un

derecho presupone una situación de necesidad de defensa de un bien jurídico. También 81 Vid. PALAZZO, Francesco, Corso di diritto penale. Parte Generale, 3ª ed., Torino, G. Giappichelli Editore, 2008, pp. 392-393. 82 Vid. LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 33. Cfr. también NINO, Carlos Santiago, La legítima defensa, op. cit., p. 26: ―Si no se desarrollan consideraciones adicionales que muestren por qué la defensa contra una agresión tiene tales efectos –consideraciones que, con pocas excepciones, no suelen ser suficientemente articuladas por quienes proclaman esos slogans-, entonces no se ve claro por qué la protección del orden jurídico o de bienes jurídicos no exige la solución severa de penal al que infringe el orden jurídico lesionando bienes que éste protege, aun cuando lo haga para impedir que otro ejecute una acción análoga‖.

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en el estado de necesidad hay una situación de necesidad de protección del bien jurídico

individual. Esto demuestra que debe existir algo más para que se pueda diferenciar de

manera clara dos categorías dogmáticamente distintas. Si la diferencia entre las causas

de justificación no reside en el fundamento específico de cada una de ellas, no es

comprensible que exista un tratamiento tan distinto en la regulación y en las

consecuencias.

Además, al contrario de la legítima defensa, tampoco se comprende por qué es

estrictamente necesaria la idea de proporcionalidad en el estado de necesidad, si el

objetivo fundamental es solamente la necesidad de protección del bien jurídico

individual. Como ha dicho LUZÓN PEÑA, ―si lo único que hay necesidad de defender

es un bien jurídico, entonces lo lógico es que el Derecho sólo permita la acción

protectora en tanto y en cuanto no lesione un bien jurídico de mayor valor que el que se

intenta proteger –que es lo que la ley, ante tal presupuesto, ha establecido para el estado

de necesidad‖. 83

Ahora bien, esta teoría tiene algo totalmente acertado cuando se expresa como

necesidad de protección de bienes jurídicos frente al injusto agresor, dado que la

antijuridicidad de la agresión ya permite diferenciar la legítima defensa del estado de

necesidad y, por tanto, superar la primera objeción supra.

La crítica de ausencia de proporcionalidad y, en consecuencia, de ausencia del

freno limitador del ejercicio de la defensa, puede ser resuelta con el siguiente

argumento: que la situación de necesidad de protección del bien jurídico frente al

injusto agresor debe ser un fundamento necesario para caracterizar la legítima defensa,

pero insuficiente.

83 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 34.

Page 67: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

67

Como se verá, la insuficiencia se caracteriza porque el fundamento de la

legítima defensa no puede ser extraído de la simple relación entre particulares, sino de

estas partes y el Ordenamiento jurídico. En el tema de la legítima defensa no existe

únicamente una relación interpersonal o intersubjetiva, sino que también y, sobre todo,

una relación tridimensional, en que figuran como integrantes el agresor, el defensor y el

Estado. El Estado, evidentemente, no participa como parte del conflicto, pero sí como

garante de la validez de la norma y de la protección de bienes jurídicos (léase, de bienes

jurídicos individuales).

A partir de esto, la teoría de la legítima defensa debe aclarar en qué consiste la

situación de necesidad, cómo se realiza la protección del bien jurídico, cuáles son los

bienes protegidos, qué es la agresión antijurídica, cuáles son los límites de la defensa,

etc. Por ejemplo, el simple argumento de que el fundamento de la legítima defensa es la

protección del bien jurídico conlleva la aceptación de la defensa de todos los bienes e

incluso los bienes de naturaleza colectiva o difusa. Esa actitud amplía demasiado el

ámbito de la violencia privada y convierte a los ciudadanos, como se tratará en seguida,

en instrumentos de la política criminal, en ―soldados del poder punitivo‖.

Para evitar que la violencia privada exceda el ámbito de lo deseado en el marco

del Estado social y democrático de Derecho, esta teoría debe complementar la necesidad

de protección de bienes jurídicos con la existencia de una agresión antijurídica y,

concomitantemente, dejar claro que se tratar de la defensa de bienes de origen

individual. De lo contrario, la diferenciación entre todas las causas de justificación sería

muy confusa y el uso de la violencia por el particular pasaría de una medida de

excepción a una reacción normal.

Page 68: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

68

Estos son algunos problemas fundamentales inherentes a la teoría de la

protección del bien jurídico que deben ser resueltos para que pueda ser aceptada como

válida. De momento, empero, hay que reconocer que el fundamento de la necesidad de

defensa del bien jurídico es insuficiente e incompleto, sobre todo porque se olvida de la

agresión antijurídica. Como se ha visto, la validez de la teoría está condicionada a la

defensa de bienes jurídicos individuales (incluso individuales del tercero), pues de lo

contrario no sería una fundamentación personal.

2.1.4. La teoría del Derecho no necesita ceder al injusto

Otro principio de fundamentación individual de la legítima defensa, hoy en crisis

pero siempre reproducido por la doctrina contemporánea sin mayores críticas, es la

fórmula hegeliana ―el Derecho no necesita ceder al injusto‖, que BERNER acuñara en

1848.

La expresión ha tenido éxito por su facilidad de comprensión: el derecho a la

legítima defensa como retrato de un bien jurídico personal o concreto derecho subjetivo

del particular, no necesita ceder frente a la agresión antijurídica (el injusto). El derecho

es el bien particular, es el derecho subjetivo del particular, que se impone ante al injusto.

El injusto, a su vez, es la acción que viola el derecho individual, el bien, el derecho

subjetivo. Se trata, por tanto, otra vez de una relación individual entre particulares: el

derecho individual del defensor quebranta el injusto del agresor.

Sin embargo, esta teoría puramente individualista también merece serias

objeciones.

Page 69: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

69

El primer lugar, esta teoría no explica el derecho de auxilio necesario.84 La

acción del tercero que auxilia la protección del particular, no estando afectado

personalmente, no puede estar fundamentada en una relación agresor-defensor, sino

exclusivamente en la defensa del Ordenamiento jurídico (en la relación ciudadano-

Estado). Es decir, el auxilio necesario de tercero en beneficio del agredido no se explica

por una teoría individual. Hay que reconocer que aquí lo importante es algo de

naturaleza social.

En segundo término, el principio ―el derecho no necesita ceder ante al injusto‖

es demasiado generalista y no permite rodear el derecho a la legítima defensa de

restricciones de naturaleza ético-social.85 Descarta, por tanto, las pretensiones de

infiltrar en el derecho a la legítima defensa los principios de proporcionalidad y de

subsidiariedad de la defensa.

Lo cierto es que, llevado al extremo, el principio permite el uso de la eximente

ante un acto injusto de cualquier naturaleza, no importando la gradualidad del mismo o

sus diferentes niveles de gravedad. Esto podría llevar a uno a pensar que frente a todo

tipo de injusto es posible todo tipo de defensa. Así, pues, estaría justificada la acción

defensiva, incluso cuando el injusto es insignificante o contra una mera amenaza

genérica al bien jurídico. La legítima defensa pronto se convertiría en un derecho

absoluto inaceptable en un Estado de Derecho.

La impresión que esta teoría transmite es de que el objeto de protección de la

legítima defensa es substituido por algo sin sentido real: en lugar del bien jurídico-penal

que mantiene el contacto con la realidad, la protección de la acción defensiva tiene 84 ROXIN, Claus, Las “restricciones ético-sociales” al derecho de legítima defensa, op. cit., p. 300; IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 11. 85 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 43.

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70

como objetivo la simple existencia de la norma, pero sin mayores consideraciones

articuladas de contenido. Quizás por ello NINO sostiene, con absoluta razón, que la

fórmula es ―vacua y altisonante‖ y, por ello, es inservible para fundamentar el derecho a

la legítima defensa. De hecho, la conversión del postulado de la acción defensiva como

lícita en la acción defensiva como ilícita muestra que la fórmula es aplicable de la

misma manera, como afirma NINO: ―como una acción es ilegítima si afecta a bienes

que están jurídicamente protegidos aun cuando sean los de un agresor, el derecho no

tiene por qué ceder ante el injusto, doblegándose frente a una de tales acciones, por más

que esté impulsada por motivos de defensa; sólo a los órganos jurídicos les incumbe

emprender legítimamente acciones defensivas‖. 86

En suma: el fundamento individualista del principio reside en el hecho de que

quebrantada la norma, surge el injusto y, a su vez, la defensa justificada. La

construcción hegeliana ―la pena niega el crimen, el crimen niega el Derecho, luego la

pena afirma el Derecho‖, se expresa aquí como ―la legítima defensa niega el injusto, el

injusto niega el Derecho, luego la legítima defensa afirma el Derecho‖.

Pero la proposición original acuñada por BERNER no tiene el sentido hegeliano

de defensa del derecho objetivo o de los intereses generales de preservación del

Derecho. Así, pues, STRATENWERT comprende la mencionada fórmula como la

―defensa del derecho en la persona del agredido‖.87 Asimismo, en la doctrina de

STRATENWERT el fundamento individual parece ser más amplio, principalmente

86 NINO, Carlos Santiago La legítima defensa, op. cit., p. 26. Cfr. también IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 12, al afirmar que esta teoría ―reduce la estructura valorativa de esta causa de justificación a un puro conflicto de necesidad entre bienes personales con lo cual no se entiende por qué los intereses del agredido están valorados por encima de los del agresor, pues de lo que se trata es de la protección de bienes jurídicos‖. 87 STRATENWERTH, Günter, Derecho penal. Parte general. El hecho punible, trad. de Manuel Cancio Meliá y Marcelo A. Sancinetti, Madrid, Thomson Civistas, 2005, p. 194. En este sentido, véase también FIGUEIREDO DIAS, Jorge, Direito Penal. Parte Geral. Tomo I. Questões fundamentais. A doutrina geral do crime, 2ª ed., Coimbra, Coimbra Editora, 2007, p. 405.

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71

cuando se refiere a la ―esfera de libertad‖ o ―libertad general de acción‖ y a la

―autodeterminación personal‖ o ―autonomía personal‖.

En palabras de STRATENWERT:

―De nuevo, de su lado no sólo se ve amenazado un bien determinado, sino

también la integridad de su esfera de libertad, pero ahora con el dato adicional

de que la amenaza proviene de la conducta antijurídica de otro. Frente a ello, él

debe tener la facultad de mantenerse en su derecho, por lo que podrá

considerarse que el interés preponderante se halla de su lado, aun cuando la

lesión que tenga que inferirle al agresor sea de mucho mayor peso que la

repelida‖. 88

Al parecer STRATENVERTH fundamenta la legítima defensa en el interés

preponderante de la víctima, sin mayores indagaciones hacia al agresor. El problema es

por qué el interés de la víctima debe ser preponderante en las situaciones en que incluso

surge un daño de mucho mayor peso que lo eventualmente realizado por el agresor. En

otras palabras, la pregunta que no se explica convincentemente es la siguiente: ¿Por qué

el interés de la víctima debe preponderar y, luego, justificar la lesión a los bienes

jurídicos de mayor peso del agresor?

En realidad, la cuestión de la prevalencia del Derecho contiene una dimensión

supraindividual. La defensa del Derecho en la persona del agredido y, en concreto, la

prevalencia del interés de la víctima, depende, en último término, de este fundamento

supraindividual.

88 STRATENWERTH, Günter, op. cit., p. 194.

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72

2.1.5. La teoría de la autonomía individual y la teoría política del libertarianismo

La teoría política del libertarianismo proyecta importantes implicaciones en el

contexto de relaciones privadas, pero sobre todo también ejerce fuerte poder en el

ámbito público: los efectos absolutos del valor de la libertad debe expandirse para

liberar el mercado y también para restringir los poderes estatales. Esto quizá explique la

defensa de la libertad por autores conservadores y neoliberales como NOZICK y

HAYEK.89

Según la teoría libertaria, los valores básicos de la libertad son el

consentimiento, los derechos y la legítima defensa.90 El consentimiento pone

garantizada la libertad porque no hay intromisión en la esfera de otra persona y, luego,

no hay daño. Véase que MILL ya en 1859 afirmaba que ―lo único fin por lo cual es

justificable que la humanidad, individual o colectivamente, se entremeta en la libertad

de acción de uno cualquiera de sus miembros, es la propia protección. Que la única

finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro

de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los

demás‖. 91

Para los libertarios, los derechos también son sagrados, lo que impide incluso el

menor sacrificio, pues los intereses sociales, aunque relevantes, nunca pueden excluir un

individual. Así, pues, el ―principio de la inviolabilidad de la persona humana y de sus

derechos básicos‖ impide el utilitarismo de la idea de protección social, sobre todo en la

89 Vid. NOZICK, Robert, Anarquía, Estado y Utopía, México DF, FCE, 1991; HAYEK, Friedrich A, Law, legislation and liberty: a new statement of the liberal principles of justice and political economy, Chicago, The University for Chicago Press, 1979. 90 Vid. FLETCHER, George P., Gramática del Derecho penal, trad. de Francisco Muñoz Conde, Buenos Aires, Hammurabi, 2008, pp. 220-228. 91 Vid. MILL, John Stuart, Sobre la libertad, 9ª reimp., trad. de Pablo de Azcárate, Madrid, Alianza Editorial, 2009, p. 68.

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defensa de bienes que los individuos no pueden ser privados de ninguna circunstancia,

ni aun mediando su consentimiento libre y consciente, o sea, en la defensa de bienes

inalienables.92

Exactamente por estas razones, en las situaciones de daño sin consentimiento, el

derecho de libertad es garantizado por medio de la legítima defensa, que funciona

entonces como un ―derecho personal‖.

FLETCHER expresa bien el pensamiento de los defensores de la teoría política

del libertarianismo:

―Toda persona es libre para relacionarse con otra y al mismo tiempo es, sin

embargo, una isla en sí misma, que tiene a su disposición la institución de la

legítima defensa para garantizar la santidad de sus fronteras. Esto significa que

la legítima defensa debe tener el rango de un derecho personal. Los individuos

deben poder, por tanto, usar la fuerza incluso provocando un resultado fatal, para

92 Cfr. NINO, Carlos Santiago, La fundamentación de la legítima defensa. Réplica al profesor Fletcher, en Fundamentos de Derecho penal, 1ª ed., Buenos Aires, Gedisa, 2007, pp. 269-286. Según defiende NINO, el principio de la inviolabilidad de la persona humana y de sus derechos básicos permite considerar legítima defensa cuando se trata de preservar bienes de los cuales los individuos no pueden ser privados en ninguna circunstancias, ni aun mediando su consentimiento libre y consciente, bien así bienes de los cuales los individuos pueden ser privados en beneficio de conjunto social, siempre que se les proporcione un compensación adecuada, sea por parte del beneficiario directo de la privación, sea por parte de la sociedad que resulta indirectamente beneficiada. En estos casos, o sea, en bienes cuyo goce no está condicionado por consideraciones de utilidad social, la legítima defesa estaría permitida aun cuando implique lesionar bienes de mayor valor de otros individuos. En cambio, en bienes cuyo goce está condicionado por consideraciones de utilidad social, la defensa estaría legitimada dentro de los límites del estado de necesidad. Pues bien, este planteamiento interesante de NINO, que soluciona algunos problemas de naturaleza ético-social y evita el utilitarismo estatal en la legítima defensa, implica en un esquema normativo muy complicado, pues difumina los límites en entre acción ilícita y licita. Si es posible la legítima defensa contra legítima defensa, en las situaciones en que no están condicionadas por consideraciones de utilidad social, o sea, en la defensa de bienes inalienables, tanto el agresor como la víctima serían inmunes y el conflicto social no sería solucionado. Esto podría abalar la función preventiva de la norma penal.

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defender sus derechos incluso los menos importantes, como el de propiedad

sobre las cosas no muy valiosas‖. 93

En España, BALDÓ LAVILLA propone una fundamentación basada en el

argumento de que en todo Estado social y democrático de Derecho la idea rectora de las

situaciones de conflictos entre bienes jurídico-penales reside en el principio de

autonomía individual. Así, pues, la autonomía individual presupone la separación entre

esferas organizativas autónomas (esfera de intereses), en las que cada individuo ejerce

su libertad organizativa, su propia autodeterminación. La autonomía individual

presupone no solamente autodeterminación, sino también ―responsabilidad por

organización‖, es decir, respeto por toda autonomía ajena.94 En sus palabras: a todo

individuo le es reconocida un amplia ―competencia‖ primaria para organizar libremente

su propio ámbito, a condición de que con ello no cuestione la competencia ajena

igualmente legítima.95

Del concepto regulativo de autonomía individual mencionado, BALDÓ

LAVILLA extrae otros tres principios operativos: a) el principio de autodefinición de

intereses propios; b) el principio de responsabilidad por el propio comportamiento

organizador; y c) el principio de asunción personal de riesgos no imputables a esferas

organizativas ajenas.96

Específicamente sobre la situación de legítima defensa, la lógica es la siguiente:

el agresor origina peligros a la autotomía individual de otras personas. Por cuenta de

ello, hay una quiebra de las esferas organizativas autónomas derivadas del sistema de

93 FLETCHER, George P., Gramática del Derecho penal, op. cit., p. 227. 94 BALDÓ LAVILLA, Francisco, Estado de necesidad y legítima defensa: un estudio sobre las “situaciones de necesidad” de las que derivan facultades y deberes de salvaguarda, Barcelona, Bosch, 1994, p. 47. 95 Ibidem, p. 48. 96 Ibidem, p. 49.

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75

mandatos y prohibiciones. Esa quiebra permite al defensor preservar su libertad

organizativa a través de la defensa. En cambio, el agresor tiene el deber de tolerar el

ejercicio de la defensa porque es responsable por el ―propio comportamiento

organizador plenamente imputable originador del peligro objetivamente idóneo para

esferas autónomas ajenas‖.97 En este ámbito también ―la idea rectora de solidaridad

intersubjetiva despliega efectos sobre el principio de responsabilidad por el propio

comportamiento originador de riesgos para terceros y sobre el principio de asunción

personal de riesgos no imputables a terceros‖. 98

Entonces, en la legítima defensa las ideas rectoras son la autonomía individual

(que presupone la separación entre esferas organizativas autónomas) y la solidaridad

intersubjetiva (que presupone la vinculación entre esferas organizativas autónomas).

Los principios operativos son de autodefinición de intereses propios (la defensa es una

facultad de uso legítimo de la libertad organizativa de autodefinición de intereses

propios) y de responsabilidad por el propio comportamiento organizador (el sujeto que

origine peligros para intereses ajenos queda sometido al principio de responsabilidad

por el comportamiento originador de peligros para terceros).

La construcción elaborada por BALDÓ LAVILLA es ciertamente atractiva,

principalmente porque intenta conciliar el rasgo principal del Estado liberal (la

autonomía individual) con otro del Estado social (la solidaridad intersubjetiva). De ahí,

es decir, del Estado social y democrático del Derecho pretende sacar los principios

rectores y operativos para la solución de los conflictos individuales (o invasión de la

esfera privada ajena).

97 Ibidem, p. 60. 98 Ibidem, p. 65.

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76

Sin embargo, aunque la solidaridad intersubjetiva sea utilizada secundariamente,

la verdad es que este principio conlleva la equiparación entre el estado de necesidad y la

legítima defensa, bajo la idea rectora de la necesidad. La limitación de la defensa

necesaria a partir del principio de solidaridad mínima difumina los límites entre las

categorías de la legítima defensa y del estado de necesidad, sobre todo porque parece

utilizar el criterio de la proporcionalidad como base de solución. Los deberes de

tolerancia de la acción de salvaguarda son restringidos por razones de solidaridad

mínima, siempre y cuando ―el interés propio sacrificado sea desmesuradamente más

valioso que el ajeno conservado por la acción de salvaguarda –principio de solidaridad

mínima‖. 99

En efecto, esta confusión conduce a una teoría monista porque pretende fijar un

fundamento individual común para todas las situaciones de necesidad (legítima defensa,

estado de necesidad defensivo, estado de necesidad agresivo y deberes de salvaguarda

ajena). Pero una pretensión monista se basa siempre en un principio totalmente

abstracto y formal. Si se busca esclarecer el fundamento material de cada una de las

numerosas causas de justificación, efectivamente una teoría monista no puede resultar

aplicable. Quizás por tal razón el aspecto individual (la autonomía) ni siquiera es el

fundamento único de la teoría de BALDÓ LAVILLA, puesto que son comunes los

recursos a las ideas rectoras y operativas normativas de cuño supraindividual (―orden

social justo‖, ―solidaridad mínima‖, etc.).

Un sistema de justificación similar propone JAKOBS. Este autor, en conexión

con una teoría pluralista, fundamenta normas permisivas a partir del principio de la

responsabilidad o principio del ocasionamiento, del principio de la definición de

99 Ibidem.

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77

intereses por parte de la propia víctima de la intervención y del principio de

solidaridad.100

Específicamente en relación a la legítima defensa, sostiene la aplicación del

principio de responsabilidad, según el cual la víctima de la intervención (el agresor)

debe responder por las consecuencias de su comportamiento de organización. Es decir,

quien causa un daño debe soportar los costes de su eliminación. Sin embargo, tampoco

descarta la ―solidaridad mínima general‖, principalmente en las limitaciones del derecho

a la legítima defensa.

La idea de JAKOBS de la legítima defensa es que la justificación funciona como

una autorización pública para intervenir y corresponde al deber de soportarla por parte

del agresor.101 Se trata de ―distribuir las cargas de la solución de un conflicto social‖, de

modo que ―el agresor debe soportar todas las cargas porque agrede

antijurídicamente‖. 102 Pero esto no es evidentemente algo absoluto: el agresor debe

causar el conflicto culpablemente y el defensor debe elegir, entre los medios apropiados

para la defensa, el que comporta la pérdida mínima para el agresor.103 Además, la

legítima defensa debe estar limitada por la garantía de solidaridad mínima. Asimismo,

el derecho a la legítima defensa sólo se limita cuando el agredido es obligado a

sacrificarse con arreglo a los principios de la omisión del deber de socorro. Esto implica

que haya renuncia a la defensa cuando se trate de agresiones a bienes de valor

insignificante o substituible.104

100 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 421. 101 Ibidem, p. 463. 102 Ibidem, p. 464. 103 Ibidem, p. 472. 104 Ibidem, p. 481.

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78

Esta propuesta, entre tanto, tiene el mérito de limitar sensiblemente la legítima

defensa ante los actos de inimputables sin recurrir a la proporcionalidad. Pero en

relación al fundamento, no explica por qué la culpabilidad del agresor debe ser decisiva

para la admisibilidad de la defensa.

Desde el aspecto de la culpabilidad del agresor parece que el fundamento

utilizado por JAKOBS es de naturaleza individual, puesto que se refiere a la

responsabilidad del agresor y a su deber de tolerar las consecuencias de su agresión. Es

decir, la fundamentación parte del análisis de las partes involucradas en el conflicto.

Algo así como un versari in re illicita: si el comportamiento del agresor es ilícito

(además, culpable), entonces debe soportar, en principio, todas las consecuencias que se

deriven de la defensa del agredido.

No obstante, los argumentos de solidaridad mínima, de preservación de los

bienes del agredido, de pérdida mínima para el agresor, etc., indican también que el

fundamento del planteamiento puede ser de naturaleza supraindividual, normativo. El

hecho de que el estudio centre el problema en el conflicto de la distribución de cargas

entre las partes excluye que se tenga que cotejar con el Ordenamiento jurídico. En

cambio, visto desde la perspectiva del interés defendible, la teoría correctamente se

mantiene en el aspecto individual, siguiendo el camino de la doctrina dominante.

JAKOBS incluso reconoce que el principio básico de que ―el Derecho no tiene

por qué ceder ante el injusto‖ es correcto siempre y cuando el agresor ha ya causado el

conflicto culpablemente. En definitiva, su planteamiento es una mezcla del fundamento

individual y supraindividual.

En palabras de JAKOBS:

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―El derecho a la legítima defensa, que es más drástico, debe ser consecuencia de

algo más que de la mera responsabilidad o incumbencia del agresor; éste debe,

más bien, perder el derecho a poner en juego sus intereses más allá de la medida

de la solidaridad mínima vigente en cualquier caso. Lo cual únicamente puede

ocurrir cuando el agresor ha causado el conflicto culpablemente. Sólo con estos

baremos es correcta la caracterización usual del principio básico de que ―el

Derecho no tiene por qué ceder ante el injusto‖. 105

La objeción que se debe hacer aquí es la mezcla entre la antijuridicidad y

culpabilidad. De todos modos, esta confusión es comprensible en un planteamiento que

reduce la culpabilidad a la función de prevención general. Por lo demás, se debe

reconocer que la teoría de la autonomía individual tiene razón en preservar el principio

de la individualidad de la persona humana, pero ello no permite abandonar el interés

preventivo general de la sociedad.

2.2. La concepción jurídico-social de la legítima defensa

Como se ha dicho anteriormente, en el aspecto jurídico-social de la

fundamentación de la legítima defensa se destaca la relación del conflicto o de los

intereses de las partes con el Ordenamiento jurídico (el binomio ciudadano-Estado). Por

ende, comúnmente esta fundamentación es pensada sólo como reafirmación de los

valores protegidos por la norma defraudada, cuando en realidad bajo esta dimensión

están todas las fundamentaciones que mencionen el Ordenamiento jurídico o las

funciones existenciales del propio Estado.

105 Ibidem, p. 466.

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Entre las teorías de fundamentación jurídico-social interesan, sobre todo, tres: la

primera, ―el traslado del monopolio punitivo a particulares en los casos de falta de

protección estatal‖; la segunda, ―el principio del interés preponderante‖; y la tercera,

―las formulaciones de la analogía con la pena‖ en las funciones absolutas y relativas: el

ejercicio de la retribución y de la prevención general positiva (la idea de reafirmación

de los valores protegidos por la norma violada) y de la negativa de la pena (la

intimidación de los ciudadanos) por medio de la legítima defensa.

2.2.1. La teoría de la falta de protección estatal

El fundamento o simple presupuesto de la ―falta de protección estatal‖ consiste

en exigir como requisito de la defensa el hecho de que el poder público no puede actuar

en el momento de la agresión.

El derecho a la legítima defensa también se fundamenta o se utiliza como

presupuesto. La corriente de la fundamentación sostiene que sería suficiente para el

derecho a la legítima defensa la falta de protección estatal, mientras que para el

planteamiento que entiende como presupuesto se añadiría conjuntamente la necesidad

de autoconservación del derecho natural amenazado o ya lesionado.

Así, pues, el planteamiento de la fundamentación representaría un aspecto

puramente supraindividual del derecho a la legítima defensa, mientras que la corriente

del presupuesto expresaría la unión entre los dos fundamentos, el supraindividual y el

individual.

De una u otra forma, la idea central de las dos corrientes está basada en la

ausencia del Estado, porque si el Estado no puede acudir en defensa del ciudadano

cuando sus bienes personales están en peligro, entonces, como escriben ZAFFARONI,

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ALAGIA y SLOKAR, cesa el deber de obediencia respecto del Estado, porque si no

puede tutelarlo tampoco puede exigirle obediencia.106

De ahí que este ejercicio de fuerza o violencia particular considere que el

agredido substituye la supremacía monopolizada del poder público. En definitiva, el

poder público tiene la supremacía monopolizada siempre y cuando posea medios

coactivos para imponer el orden jurídico frente al acto injusto del agresor. La legítima

defensa, por tanto, tiene un carácter subsidiario: la defensa sería un derecho derivado

del Estado, que solamente se concede al individuo cuando éste no puede actuar.

CARRARA afirmaba que la legítima defensa se rige por el principio de la propia

conservación y por el principio de subordinación a la autoridad (la subsidiariedad de la

defensa), de modo que si en el hecho existe el principio de la propia conservación,

entonces el segundo no tiene efecto. Allí donde la defensa pública no acontece, y sólo

en la medida en que no acontece, en implícita y estrecha subsidiariedad, rige, según

CARRARA, la defensa privada.107

La doctrina de CARRARA parece combinar el fundamento individual con la

teoría social de la ausencia estatal, aunque se centra más en el aspecto individual de la

propia conservación, porque incluso expresamente rechaza los intentos de

subsidiariedad.108 La teoría desarrollada por el penalista italiano de la cesación del

106 ZAFFARONI, Eugenio Raúl, ALAGIA, Alejandro, SLOKAR, Alejandro, op.cit., p. 471. 107 CARRARA, Francesco, Diritto della difesa pubblica e privata (Prolusione al corso accademico dell´anno 1859-1860), en Opuscoli di diritto criminale del Professore comm. Francesco Carrara, 4ª ed., vol. 1, Prato, 1885, pp. 105 y ss. 108 CARRARA, Francesco, Programma del Corso di Diritto Criminale, 10ª ed., Firenze, Casa Editrice Libraria Fratelli Cammelli, 1907, p. 271.

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82

derecho de punir se trata de un argumento iusnaturalista fundamentado en el deber de la

propia conservación.109

Sin embargo, parece que el mayor problema en fundamentar el derecho a la

legítima defensa desde la perspectiva de la ausencia del Estado en la situación concreta

de agresión consiste en lo siguiente: ¿Por qué se permite que el particular realice su

propia defensa? La simple respuesta de que no hay Estado conllevaría siempre a un

círculo vicioso: si el particular se defiende es porque no hay Estado; si hay Estado es

porque el particular no puede defenderse. Pero esto todavía no explica suficientemente

por qué cuando no existe Estado se puede permitir la defensa.

En este sentido señala LUZÓN PEÑA:

―En efecto, el que los órganos estatales no puedan intervenir no nos explica

todavía por qué se permite que el particular tome su propia defensa; pues si en

principio el poder público se reserva el monopolio de la fuerza, aunque éste no

pueda actuar podría pensarse que de todos modos es preferible que los

particulares no se defiendan y aguanten la agresión. Tiene que haber, por tanto,

otras razones -y razones materiales- que justifiquen el que excepcionalmente el

individuo pueda acudir lícitamente a la fuerza‖. 110

LUZON PEÑA critica el carácter subsidiario del derecho a la legítima defensa,

con los siguientes argumentos:

109 En este sentido, véase CARRARA, Francesco, Programma del Corso di Diritto Criminale, op. cit., p. 272: ―Il gius di punire nell´autorità sociale emana dalla legge eterna dell ordine, che esige si dia al precetto morale una pronta ed efficace sanzione, la quale completi la legge naturale col guarentire validamente quei diritti che la legge medesima comparte, e col soccorrere mediante la difesa publica alla umanità impotente a difendersi da malgagi con la forze private‖. Cfr. sobre CARRARA el trabajo de SICILIANO, Domenico, Per una genealogía del diritto alla legittima difesa: da Carraca al Rocco, Milano, Giuffrè, 2006, pp. 730-737. 110 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 20.

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―Desde el momento que una agresión ilegítima pone en peligro un bien jurídico

de un individuo, y aunque esté presente la fuerza pública y pueda intervenir

(incluso suficientemente), desde ese momento surge la necesidad de defensa

para el bien jurídico; pues aunque la autoridad pueda actuar, lo cierto es que el

bien está en riesgo y hay que hacer algo para evitar que sea lesionado: hay

necesidad de defenderlo. Para el titular del bien jurídico esto significa que hay

necesidad de defensa (la que sea); y ahora la defensa se le platea de este modo:

actuando él mismo contra el agresor, invocando la ayuda de otros particulares (o

dejando que actúen), o invocando la ayuda estatal (o dejando que actúe). De

cualquiera de estas tres maneras defiende el bien jurídico (= consigue ―impedir

la agresión‖). Pero esto ya son modos de la defensa en concreto, es decir,

medios; lo que es indudable es que necesidad de defensa -en abstracto- sí existía

pese a la posibilidad de ayuda de la autoridad. Así pues, la imposibilidad de

actuación estatal no es requisito esencial de la legítima defensa‖. 111

En la misma línea argumenta RODRÍGUEZ MOURULLO:

―El pensamiento de que cuando el particular se defiende frente al agresor injusto

está haciendo prevalecer el Derecho y, en definitiva, por ello mismo,

desarrollando una función que en principio compete privativamente al Estado,

no presupone atribuir a la legítima defensa carácter subsidiario, en el sentido de

que sólo se pueda considerar fundada cuando falta la protección estatal‖. 112

111 Ibidem, pp. 24-25. 112 RODRÍGUEZ MOURULLO, Gonzalo, La legítima defensa real y putativa en la doctrina penal del Tribunal Supremo, Madrid, Civitas, 1976, p. 61.

Page 84: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

84

En resumen, estas críticas sostienen que la falta de protección del individuo

puede existir aunque el Estado esté en condiciones de actuar, porque el defensor no

puede dejar el bien jurídico en peligro.

Sin embargo, tales problemas son resueltos en la medida en que para la

justificación de la defensa se exige que la autoridad no pueda actuar suficientemente, sea

porque no está presente en el lugar del hecho, sea porque su presencia no posee

condiciones materiales para evitar el peligro al bien jurídico atacado por la conducta del

agresor. Dice en este sentido RIVACOBA Y RIVACOBA: ―si se da la defensa pública

y se revela insuficiente parece claro que es necesaria la del particular‖. 113

También con razón ha señalado PALAZZO:

―Nella prima prospettiva, statalistica, la facoltà di defendere i diritti propri o

altrui dalle ingiuste agressioni à concessa dallo Stato in considerazione

innanzitutto della sua impossibilità di intervenire direttamente ed efficacemente

nella situazione, data l´attualità del pericolo: in sostanza, saremmo in presenza di

una sorta di ―delega‖ che lo Stato conferisce al cittadino per contribuire alla

salvaguardia dell´ordenamento, in tutti i casi in cui lo Stato si trova

nell´impossibilità di provvere‖. 114

Exactamente por tales motivos, una parcela de la teoría del traslado del

monopolio punitivo a particulares no insiste en el argumento de fundamentación, sino

más bien sostiene que la falta de protección estatal es un presupuesto indispensable para

113 RIVACOBA y RIVACOBA, Manuel de, Del fundamento a la defensa en la legítima defensa, en Estudios Penales. Homenaje al R. P. Julián Pereda, S.J., Bilbao, Universidad de Deusto, 1965, pp. 255 y ss. Véase también, el mismo, Las causas de justificación, Buenos Aires, Hammurabi, Buenos Aires, 1995, pp. 113-114. 114 PALAZZO, Francesco, op. cit., p. 395.

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85

la defensa. La ausencia estatal no fundamenta el derecho de legítima defensa, pero sí es

un presupuesto lógico necesario.

Por otro lado, ya FEUERBACH alegaba que el que el ciudadano haya

transferido al Estado su derecho al uso de la fuerza privada hace que la defensa propia

presuponga, además de las condiciones generales, la imposibilidad de protección por el

poder público. De esta argumentación deducía que el derecho de la defensa necesaria

debería presentar como requisitos especiales la agresión injusta, actual (laesio incoata),

no provocada por culpa del propio agredido, dirigida a una lesión de un bien que sea

irreparable (o que bien por especiales circunstancias se hubiese perdido

irremisiblemente) y que el uso de la fuerza privada sea la única posibilidad de

conservación del derecho (fundando aquí la denominada ―subsidiaridad‖ o

―subsidiariedad‖ de la legítima defensa).

Merece la pena transcribir las precisas palabras del propio FEUERBACH sobre

la cuestión:

―A estos motivos jurídicos también puede dar lugar una acción antijurídica del

lesionado, siempre que la misma tenga en condiciones que la protección del

Estado contra ella sea imposible. Puesto que la agresión antijurídica funda el

derecho de defensa y cancela inmediatamente todo derecho en el agresor, su

lesión es una condición necesaria para la conservación de los propios derechos

del agredido. Pero, dado que el ciudadano necesariamente ha transferido al

Estado su derecho al uso de la fuerza privada, dentro del Estado la adecuación al

derecho de la defensa propia presupone, además de las condiciones de la defensa

en general, un caso que no pueda haber quedado abarcado dentro de la

Page 86: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

86

enajenación de la fuerza privada hecha al Estado. Dicho caso es cuando el poder

público no puede proteger‖. 115

JESCHECK señala la defensa del Derecho frente al injusto como facultad del

ciudadano individual fundamentada jurídico-individualmente (derecho a la

autoafirmación natural de cada individuo) y jurídico-socialmente (el Derecho no tiene

que ceder ante el injusto).

Sin embargo, en ésta última forma mencionada, de naturaleza supraindividual,

JESCHECK agrega un argumento similar a la doctrina de FEUERBACH, de la ausencia

estatal como presupuesto de la defensa: ―La autodefensa del agredido se presenta al

mismo tiempo, entonces, como salvaguardia del orden pacífico general cuando falta la

presencia del auxilio de la autoridad: deficiente magistratu populus est magistratus‖. 116

A favor de esta concepción también se posicionan ZAFFARONI, ALAGIA y

SLOKAR: ―Su fundamento no es otro que el derecho del ciudadano a ejercer la

coerción directa cuando el estado no puede proporcionarla con eficacia. Si cada vez que

un sujeto es agredido apareciese un policía para protegerle, no tendría razón de ser la

legítima defensa‖. La tesis parte del ―reconocimiento del carácter subsidiario de la

legítima defensa, es decir, de que la defensa sólo puede ser legítima cuando no es

posible apelar a los medios establecidos jurídicamente‖. 117

115 FEUERBACH, Paul Johann Anselm Ritter von, Tratado de derecho penal común vigente en Alemania, trad. de Eugenio Raúl Zaffaroni e Irma Hagemeier de la 14ª ed. alemana, 1ª ed. Castellana, Buenos Aires, Hammurabi, 2007, p. 62. 116 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 460. 117 ZAFFARONI, Eugenio Raúl, ALAGIA, Alejandro, SLOKAR, Alejandro, op. cit., p. 472. También PADOVANI, Tullio, Diritto penale, 8ª ed., Milano, Giuffrè, 2006, pp. 156-157, reconoce la subsidiaridad en los casos en que no se puede ―ricorrere con tempestività‖, aunque no abandona la noción de autoconservación y de ―lotta contro l`illecito: ―Il fondamento della scriminante poggia, secondo un orientamento, sull`autotutela privata, sussidiaria rispetto alla tutela pubblica cui non si possa ricorrere con tempestività; secondo un diversa concezione, esso si basa sulla lotta contro l`illecito, di fronte al quale il diritto non deve cedere mai. Le due prospettive sono complementari, nel senso che concorrono entrambe

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87

En realidad, la ausencia de los órganos estatales en el momento de la realización

del delito, posibilita que el particular cumpla la defensa del Derecho e impida la lesión

al bien jurídico. De la misma manera, si el Estado está presente o puede llegar a tiempo

para salvar el bien jurídico, entonces el particular no tiene necesidad y legitimidad para

defenderse. Por tanto, la ausencia de los órganos del Estado no es fundamento o

presupuesto de la defensa, sino que es un dato inherente a la necesidad y legitimidad de

defensa del bien jurídico. Este es un dato que no es exclusivo de la legítima defensa,

sino más bien de todas las situaciones de necesidad individual de protección del bien

jurídico. Otra cosa es que la presencia del Estado no sea suficiente: en este caso, el

particular primero debe buscar los medios jurídicos existentes para obligar al Estado a

cumplir con su función de seguridad ciudadana; después, puede auxiliar a los órganos

públicos en la defensa de sus bienes individuales, siempre y cuando la situación ex ante

(y comprobada ex post) indique que su bien jurídico necesita de ayuda para una

eficiente protección.118

2.2.2. La teoría del interés prevalente

El principio del interés prevalente, en general, significa que la lesión de un bien

jurídico se justifica para salvar otro bien jurídico de mayor valor y constituye el

principio básico y fundamentador del estado de necesidad. En la legítima defensa,

a delineare la fattispecie dell`art. 52 c.p.: l`idea dell`autotutela spiega con difficoltà la legittimità del soccorso difensivo di terzi; mentre l`idea della lotta all`illecito non dà conto della possibilità di reagire anche contro aggressione incolpevoli, e tende inoltre a svincolare la difesa dal limite della proporzione (tra lecito ed illecito non si può infatti stabilire alcun bilanciamento: il primo deve prevale cere comunque); limite che `art. 52 c.p. riconosce invece espressamente seguendo l`idea dell`autotutela, per la quale la difesa, per essere legittima, deve sottostare ad una valutazione di congruità con l`offesa‖. Véase también FIANDACA, Giovanni, MUSCO, Enzo, Diritto penale. Parte generale, 4ª ed., Bologna, Zanichelli, 2004, al argumento de que la legítima defensa se fundamenta en la idea de ausencia tempestiva del Estado y, además, en el interés preponderante del agredido. También MARINUCCI, Giorgio, DOLCINI, Emilio, Manuale di Diritto Penale. Parte Generale, 2ª ed., Milano, Giuffrè Editore, 2006, p. 162, escriben ―quando corrano il peligro di essere ingiustamente offesi da terzi e lo Stato nos sia in grado di assicurare una tempestiva ed efficace tutela attraverso i suoi organi‖. 118 De otra opinión, LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., pp. 25-26.

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empero, la idea de salvar un interés mayor del que se lesiona significa dar mayor valor

al interés de la víctima que al interés del agresor. Es decir, en la legítima defensa hay

dos intereses en colisión y el Derecho debe proteger el interés legítimo del defensor a

costa del interés ilegítimo del agresor.

En materia de antijuridicidad, la doctrina de MEZGER fundamentaba la

exclusión en el principio de la ausencia del injusto (p. ej., consentimiento del lesionado

y consentimiento presunto) y en el principio del derecho preponderante (p. ej., derechos

y deberes especiales de acción y principio de valuación de los bienes jurídicos). 119

Esta conclusión ha influenciado fuertemente la doctrina penal española. Por

ejemplo, DÍAZ PALOS afirmaba claramente que ―en la legítima defensa siempre se

produce el choque entre un interés ilegítimo (del agresor) y un interés legítimo (el del

defensor). En consecuencia, el principio del interés preponderante siempre actuará a

favor del legítimo, y por ello la legítima defensa siempre es una causa de

justificación‖. 120

En este sentido también en propio JIMÉNEZ DE ASÚA sostenía, cambiando su

antiguo fundamento subjetivo, que ―la legítima defensa tiene, pues, su base en la

preponderancia de intereses, pues es preferible el bien jurídico del agredido que el

interés bastardo del agresor. Más concretamente podríamos decir que la legítima

defensa es un derecho de necesidad‖. 121

Igualmente RODRÍGUEZ MOURULLO:

119 MEZGER, Edmund, Derecho penal, op. cit., pp. 162-163; el mismo, Tratado de Derecho penal, op. cit., pp. 393-454. 120 DÍAZ PALOS, Fernando, La legítima defensa (Estudio técnico-jurídico), Barcelona, Bosch, 1971. 121 JIMÉNEZ DE ASÚA, Luis, op. cit., p. 290.

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―Esta dimensión supraindividual –principio de la prevalencia del Derecho- es la

que distingue a la legítima defensa –que, como estamos viendo, es una defensa

necesaria- de la eximente de estado de necesidad y lo que explica que en aquélla,

a diferencia de lo que sucede en ésta, no se requiera que el mal causado (por el

ilegítimamente agredido) no sea mayor que el que se trata de evitar (procedente

del agresor injusto)‖. 122

En primer lugar, la objeción principal que se debe hacer a esta teoría es la

difuminación de los límites del derecho de legítima defensa respecto del estado de

necesidad, una confusión que deriva principalmente de la fuerza del principio de

proporcionalidad en las dos situaciones.

En segundo lugar, el principio del interés preponderante no explica por qué se

justifica la intromisión en la esfera de derechos de un tercero para salvar bienes

propios.123

En tercer lugar, como ha señalado LUZÓN PEÑA, en la teoría del interés

prevalente el interés del agresor injusto siempre estará por debajo del interés del

agredido.124

122 RODRÍGUEZ MOURULLO, Gonzalo, op. cit., p. 63. Véase también COBO DEL ROSAL, Manuel, VIVES ANTÓN, Tomás S., Derecho penal, Parte General, 5ª ed., Valencia, Tirant lo Blanch, 1999; BUSTOS RAMÍREZ, Juan J., HORMAZÁBAL MALARÉE, Hermán, Lecciones de Derecho penal. Parte general, 2ª ed., Madrid, Trotta, 2006; GÓMEZ BENÍTEZ, José Manuel, Teoría jurídica del delito. Derecho penal. Parte general, Madrid, Civitas, 1987; MIR PUIG, Santiago, Derecho penal. Parte general, 8ª ed., Barcelona, Reppertor, 2008; MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit.; MUÑOZ CONDE, Francisco, GARCÍA ARÁN, Mercedes, op. cit.; CARBONELL, J. C., Fundamento, naturaleza y fuentes de la justificación penal, Madrid, Universidad Complutense, 1983. Actualmente, una defensa del principio del interés prevalente es elaborada por LARRAURI, Elena, Causas de justificación: criterios de identificación, en HASSEMER, Winfried, LARRAURI, Elena, Justificación material y justificación procedimental en el Derecho penal, Madrid, Tecnos, 1997, pp. 49-119, si bien se está haciendo en atención a las consecuencias sociales para declarar un comportamiento autorizado. Véase las palabras de LARRAURI, Elena, op. cit., p. 83: ―En definitiva, cuando se afirma que la salvación de un interés prevalente es el fundamento de las causas de justificación lo que parece indicarse es que un criterio válido para justificar un comportamiento es atender a las consecuencias sociales del mismo; de acuerdo con ello, un comportamiento justificado es aquel que comporta un mayor utilidad social‖. 123 Cfr. las críticas de BALDÓ LAVILLA, Francisco, op. cit., pp. 33-103.

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Aparte, la idea de ―mejor derecho‖ que produce el principio del interés

prevalente no explica convincentemente las ―autorizaciones procedimentales‖ en casos

como el aborto, por ejemplo. En las sociedades pluralistas y muy complejas de la

actualidad, en que se acentúan cada vez más los conflictos de clases, es imposible un

consenso acerca del ―mejor derecho‖, ya que los valores, sobre todo en tiempos de

corrientes migratorias, no son homogéneos.

En relación a las cuestiones planteadas en los casos de interrupción del

embarazo, HASSEMER ha puesto de relieve como la teoría del interés prevalente no

debe ser absolutizada para todos los comportamientos justificados. En los casos de las

autorizaciones de aborto fundamentadas en soluciones indicativas o en soluciones de

plazo, ―ni se pide en la situación concreta que exista un mejor derecho o un interés

preponderante -de ello ni se habla- ni se regula que el juez penal compruebe la

existencia en el caso concreto de los requisitos de la causa de justificación‖, observa

HASSEMER.125

En estas situaciones-límite, el Derecho penal, ―orientado a las situaciones de

necesidad‖, debe justificar la acción en virtud del procedimiento adoptado, ya que el

déficit del conocimiento específico sobre determinadas materias impide una decisión

justa.

En fin, aunque la justificación procedimental sea una excepción, es suficiente

para deslegitimar la tesis del interés prevalente. No será posible la legítima defensa

contra acciones realizadas en el marco del procedimiento, no solamente por cuestiones

de ponderación del bien, sino porque se trata de acción justificada.

124 Cfr. las críticas en LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 74. 125 HASSEMER, Winfried, Justificación procedimental en el Derecho penal, trad. de Elena Larrauri, en HASSEMER, Winfried, LARRAURI, Elena, op. cit., p. 14.

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2.2.3. La teoría de la analogía con la pena

Otra tentativa de calificar la legítima defensa como acción justificada es

fundamentarla a partir de su analogía con las finalidades de la pena. La teoría de la

retribución fundamentaría la impunidad en la idea de que tanto la defensa como la

agresión son males que se equilibran recíprocamente: el mal de la defensa se equilibra

con el mal de la agresión y, por tanto, un castigo a la defensa sería una quiebra del

equilibrio.126

Por otro lado, la analogía con la pena significa que tanto la legítima defensa

como la pena son ―consecuencias penales derivadas del delito‖, lo que supone que el

agresor pierde la protección jurídica (pérdida del derecho a la protección de bienes

jurídicos).127

Los argumentos de esta teoría son, desde luego, atractivos, pero de todos modos

muy discutibles. En primer lugar, la pena no retribuye el mal por el mal; no es un

castigo. En el Estado social y democrático de Derecho el argumento de retribución de la

culpabilidad es algo falso, porque se basa en algo científicamente indemostrable, es

decir, en ―profesión de fe‖.128

En segundo lugar, aunque fuera valida la idea de retribución, no sería posible

una analogía entre legítima defensa y pena como retribución, pues ésta presupone la

idea de proporcionalidad (el talión es un ejemplo), en cuanto a que en aquélla se rige

por la idea de la protección individual y el prevalecimiento del Derecho. Al contrario,

126 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 13. 127 Ibidem, p. 14. 128 ROXIN, Claus, Contribución a la crítica de la teoría final de la acción, op. cit., p. 93. Igualmente, MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., p. 137.

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sería una confusión total entre las categorías de legítima defensa y estado de necesidad,

como ya se ha visto.

Además, la legítima defensa, a diferencia de la retribución de la culpabilidad,

presupone una agresión actual o inmediata: mira, por tanto, al presente y al futuro,

mientras que la retribución de la culpabilidad mira sólo al pasado (has hecho eso, por lo

tanto, debes recibir esto). Son perspectivas absolutamente distintas que impiden la

analogía.

También como sostiene LUZÓN PEÑA, ―la retribución es algo que se reserva al

Estado y, por tanto, que esta teoría descansa en una total confusión entre pena y legítima

defensa‖. 129 De hecho, si no fuera así, la sociedad estaría condenada a la venganza sin

límites del particular y, luego, a la quiebra completa del monopolio estatal de la fuerza,

que es presupuesta para una vida social sin violencia.

Finalmente, esta teoría no puede responder a una indagación incontestable y

fundamental: ―Si la agresión ya es retribuida por la defensa, ¿por qué no queda impune

el agresor?‖.130 Así, pues, está claro que la analogía entre la categoría de la legítima

defensa y la idea de pena como retribución de la culpabilidad no sirve de fundamento

necesario y suficiente para reconocer la licitud o ilicitud de la respuesta frente a la

injusta agresión.

Por otro lado, si la analogía entre la legítima defensa y la retribución es algo

criticable, también debería ser la analogía con la finalidad preventiva de la pena, por lo

menos en los aspectos negativos.

129 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 13. 130 Ibidem, p. 14.

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Como se sabe, la pena como prevención tiene dos variantes: la pena como

prevención general y la pena como prevención especial. La pena como prevención

general puede ser positiva (como reafirmación de la norma) o negativa (como

intimidación del criminal). También la pena como prevención especial contiene dos

sentidos: el positivo (como resocialización del criminal) y el negativo (como

neutralización del criminal).

A partir de esta perspectiva, la analogía entre las dos categorías produciría un

fundamento interesante: tanto la pena preventiva como la legítima defensa son

expresiones de la reafirmación de la norma violada; tanto la pena preventiva como la

legítima defensa son ―instrumentos‖ de intimidación para que la norma sea respetada (si

hay agresión, hay defensa; si hay delito, hay pena).

En esta fundamentación, se percibe que la analogía se hace sólo con el sentido

de prevención general de la pena, pero no respecto la función preventiva especial. Aquí

ya aparece una primera crítica a la propuesta, porque los sentidos preventivos de la

penas son equivalentes y no son graduables. La legítima defensa podría neutralizar el

agresor, pero difícilmente resocializarlo.

Otra cuestión es que todos los problemas que plantea la teoría de la prevención

general son transportados a legítima defensa. La función negativa de intimidación no

presenta un criterio limitador de la pena y por eso conduce el Derecho penal al

―terrorismo estatal‖. Mutatis mutandis, la legítima defensa fundamentada en la idea de

intimidación ilimitada también induce la defensa del particular al ―terrorismo privado‖ e

incrementa la violencia social. Además, la prevención negativa depende siempre de

bases criminologías razonables y no puede negar al agresor el status de persona como

agente moral capaz de comprensión. De lo contrario, como ha dicho VON HIRSCH en

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relación a la pena de infractores o potenciales infractores, sería tratar el agresor como

―tigres en el circo‖, es decir, como ―seres que deben ser frenados, intimidados o

condicionados para cumplir, porque son incapaces de entender que morder a la frente (o

a otros tigres) está mal‖. 131

Por otro lado, en lo que se refiere a la prevención general positiva, de

estabilización normativa, tanto en la pena como en la legítima defensa representan un

simbolismo: en ambos casos se crean imágenes de soluciones que en realidad no

existen.

La Criminología crítica y la doctrina penal contemporánea, como la Escuela de

Frankfurt, p. ej., han hecho constar brillantemente cómo los postulados extremos de la

prevención positiva retiran al ser humano del centro del Derecho.132 Aquí el Estado

parece más interesado en desempeñar un papel simbólico (transmitir imágenes) que real

(solucionar el problema). Así, pues, es comprensible la preferencia por utilizar el

Derecho penal para la protección de lo que BARATTA llamó de ―complejos

funcionales‖ (economía, ecología, sistema financiero, etc.) y no de bienes

individuales.133

En este sentido, el Derecho penal no aparece como un instrumento efectivo para

la seguridad ciudadana, sino como fuente de otros efectos: por un lado, legitimaría el

poder político a través de un mensaje normativa de sensación popular de que la clase

política hace algo para combatir la inseguridad ciudadana; por otro lado, legitimaría el

131 VON HIRSCH, Andrew, Censurar y castigar, trad. de Elena Larrauri, Madrid, 1998, p. 37. 132 Cfr. NAUCKE, Wolfgang, HASSEMER, Winfried, LÜDERSSEN, Klaus, Principales problemas de la prevención general, trad. de Gustavo Eduardo Aboso y Tea Löw, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2004. 133 BARATTA, Alessandro, Criminología y Sistema Penal, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2006, p. 303.

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propio Derecho penal como un programa selectivo y desigual, que se mueve por medio

de estereotipos, contra las clases marginalizadas del sistema de capital.134

En la teoría de la legítima defensa, este simbolismo de la pena preventiva

positiva quizá sea más peligroso que en la teoría de la pena en general. Cuando la

legítima defensa es analizada bajo el único sentido de confirmación de la norma o

estabilización social, el fundamento limitativo culturalmente desarrollado por los

sistemas penales democráticos resulta destruido. Esta destrucción de las compuertas

limitativas de la violencia de las relaciones humanas provoca un ―terrorismo privado‖

semejante al ―terrorismo estatal‖, donde los derechos humanos son los primeros en ser

sacrificados.

Aunque parezca paradójico, la centralización de la legítima defensa en la

finalidad de estabilización social (el cumplimiento de la norma al precio que sea)

excluye la intervención de poder estatal garantista y, por tanto, potencia las formas de

violencia.

El simbolismo consiste en crear la imagen de que mediante la legítima defensa

la seguridad pública estará asegurada. Entre tanto, la realidad muestra que el efecto es

134 Sobre la numerosa literatura que identifica la función real excluyente del sistema penal, véase PAVARINI, Massimo, Control y dominación. Teorías criminológicas burguesas y proyecto hegemónico, trad. de Ignacio Muñagorri, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002; RUSCHE, Georg, KIRCHHEIMER, Otto, Punição e estrutura social, trad. de Gizlene Neder, Rio de Janeiro, Revan/Instituto Carioca de Criminologia, 2004; MELOSSI, Dario, PAVARINI, Massimo, Cárcere e fábrica. As origens do sistema penitenciário (séculos XVI-XIX), trad. de Sérgio Lamarão, Rio de Janeiro, Revan/Instituto Carioca de Criminologia, 2004; WACQUANT, Loïc, Punir os pobres, Rio de Janeiro, Revan, 2003; NEGRI, Antonio, La forma-Estado, trad. de Raúl Sánchez Cedillo, Madrid, Akal, 2003; BARATTA, Alessandro, Criminología crítica y crítica del Derecho penal: Introducción à sociología jurídico-penal, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004; el mismo, Che cosa è la criminologia critica?, en Dei Delitti e delle Pene: rivista di studi sociali, storici e giuridici sulla questione criminale, Napoli, Edizioni Scientifiche Italiane, núm. 3, 1985; ZAFFARONI, Eugenio Raul, Criminología. Aproximación desde un margen, Bogotá, Themis, 1988; CIRINO DOS SANTOS, Juarez, A criminologia radical, Curitiba, Lumen Juris/ICPC, 2008; MUÑOZ CONDE, Francisco, Derecho penal y control social, Bogotá, Temis, 2004; FOUCAULT, Michel, É preciso defender a sociedade, trad. de Carlos Correia Monteiro de Oliveira, 1ª ed., Lisboa, Livros do Brasil, 2006; el mismo, Vigiar y castigar: nacimiento de la prisión, 1ª ed., trad. de Aurelio Garzón del Camino, Madrid, Siglo XXI, 1976. Hay version portuguesa titulada Vigiar e Punir: nascimento da prisão, trad. de Raquel Ramalhete, 31ª ed., Petrópolis, Vozes, 2006.

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justamente el contrario: el ciudadano piensa que puede contribuir a la seguridad, pero su

intervención en este tema sólo agrava el problema (aunque siga creyendo así que la

seguridad está garantizada).

En realidad, la legítima defensa no es un instrumento efectivo para la seguridad

ciudadana, sino que representa, igual el Derecho penal de la prevención general positiva

ilimitada, el puro poder arbitrario y excluyente. Por un lado, pretende ser liberal al

reconocer la autonomía y el poder del ciudadano, pero es autoritario porque no crea

límites democráticos de control. Por otro lado, quiere ser igualitario en la protección de

todos los bienes y en el reconocimiento general de la calidad de defensores, pero es

selectivo y desigual en la aplicación, puesto que el exceso de autonomía individual

(omnis saturati mala) necesariamente convierte el espacio normativo idealizado en un

espacio de guerra real, donde la ley del más fuerte es la ley que prevalece.

De todos modos, se percibe que esta analogía entre la legítima defensa y las

formulaciones sobre la pena no es nueva en el Derecho penal, incluso ya fue utilizada en

el sistema penal del Common Law.

Según FLETCHER, desde los principios del siglo XIII hasta el XVI el Common

Law sólo reconocía la llamada excusa se defendiendo como única forma de defensa

propia, que sólo era considerada si había acciones anteriores a la defensa tendentes a

evitar el uso. Sin embargo, restaban efectos: quien se defendía perdía sus bienes como

expiación (confiscar en beneficio de la Corona).135 La vinculación con la pena, por

tanto, tiene un efecto contrario: pues el propio defensor sufre las consecuencias de su

acción defensiva (como una culpabilidad disminuida).

135 FLETCHER, George P. Conceptos básicos de Derecho Penal, op. cit., pp. 196-197.

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Una interesante utilización de la analogía con la pena es utilizada por

BLACKSTONE, en los famosos comentarios al Derecho inglés de 1765, cuando

afirmaba, no para fundamentar la legítima defensa sino para limitarla que ―ningún acto

debe ser evitado por la muerte a no ser que ese mismo acto, si hubiera sido cometido,

hubiera merecido la pena de muerte‖. Así, pues, la consecuencia del argumento era que

―si la pena aplicable al hurto simple no era la de muerte, tampoco la policía o un

ciudadano particular estaba legitimado para matar y prevenir así un hecho de este

tipo‖. 136

Entre tanto, el objetivo principal de BLACKSTONE no era fundamentar

específicamente el derecho a la legítima defensa a partir de la protección individual,

sino justamente al contrario: es más correcto entender que cuando BLACKSTONE

equipara la legítima defensa con la pena, lo que intenta es, modestamente, dar una

interpretación social a esta eximente (social y al mismo tiempo de limitación). Un

intento de limitación más cercano al ideal de justicia y de las funciones de la pena.

En fin, todo demuestra que la tesis de la analogía de la legítima defensa con la

pena, en general, no es de recibo. Una concepción supraindividual tiene el problema de

alargar el ámbito de justificación más allá de la defensa de la persona humana concreta,

lo que es muy peligroso porque desprecia el individuo a favor de una concepción

estrictamente jurídica y formal (organicismo). Como dice JESCHECK, ―el principio del

interés general en la salvaguardia del orden jurídico, que contribuye a fundar la legítima

defensa, no debe confundirse con un supuesto carácter penal de la autodefensa, que

conduciría, entre otras consecuencias, a la de que sólo fuera admisible la defensa

respecto de agresiones culpables‖. 137 Como ha dicho FLETCHER, ―la razón nos

136 FLETCHER, George P., En defensa propia, op. cit. p. 75. 137 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 461.

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impulsa, en cambio, a entender la legítima defensa no como un acto de justicia punitiva,

sino como un medio necesario para restablecer el orden social‖. 138

De todos modos, hay que reconocer que el aspecto jurídico-social de la legítima

defensa es válido cuando se expresa en la idea de básica de restricción: la defensa de

bienes jurídicos individuales es permitida al ciudadano agredido por una conducta

antijurídica, pero es limitada por la afirmación del Ordenamiento jurídico y por los

principios garantistas implicados en el conflicto.

Por esta razón, como se verá detalladamente en los capítulos siguientes, los

aspectos político-criminales positivos de la idea de prevención pueden no sólo

fundamentar la legítima defensa, sino que concretar algunos supuestos problemáticos

que requieren limitaciones más allá de las jurídicas tradicionales. 139 Estos puntos

basados en la idea de prevención no deben ser rechazados si el logro de la legítima

defensa es reducir, como también es la función del Derecho penal, la violencia social

cada vez mayor.

2.2.4. Excurso: la tesis de MEZGER sobre la culpabilidad por la conducción de

vida y su analogía en el seno de la doctrina de la legítima defensa

Otro problema del tema, en todo caso muy peligroso para el Estado social y

democrático de Derecho y que está relacionado también con las formulaciones de la

analogía con la pena, es la comprensión de la legítima defensa como pena por la 138 FLETCHER, George P., En defensa propia, op. cit. p. 52. Cfr. también este argumento en la p. 76: ―Pero la legítima defensa no es pena. El propósito de un acto defensivo no es infligir un daño merecido al agresor. Su propósito es simplemente repeler una agresión. Y si hay un principio de proporcionalidad que restrinja la legítima defensa, no puede ser el mismo principio de justicia que inspira la sentencia a la hora de determinar la pena aplicable en caso de condena‖; el mismo, Gramática del Derecho penal, op. cit., p. 322. 139 Véase la importancia del tema en LÜDERSSEN, Klaus, Elementos de legítima defensa en la pena y elementos de pena en la legítima defensa. ¿Círculo vicioso o fuente de nuevos enfoques en torno a la cuestión del anacronismo de la pena?, trad. de Guillermo Benlloch Petit, en La insostenible situación del Derecho penal, Granada, Comares, 2000, pp. 167-180.

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conducción de la vida, es decir, que es la conducción ilícita de la vida del agresor lo que

justifica la defensa. La legítima defensa aparece como una pena sumaria aplicada por el

defensor frente a la conducta ilícita del agresor (específicamente en virtud de la mala

conducción de la vida).

Esta tesis se fundamentaría en la idea que desde la época nacionalsocialista

mantuvo MEZGER sobre esta concepción de la culpabilidad. El objeto del

planteamiento de MEZGER era, en efecto, la culpabilidad y no la legítima defensa.

Según MEZGER, la ―culpabilidad por la conducción de vida‖ consiste en una

"enemistad jurídica o ceguera jurídica" que debe ser castigada con la pena del delito

doloso, aun cuando la misma no sea una actitud dolosa. En este sentido, ponía como

ejemplos la realización de acciones homosexuales y el delito de "ultraje a la raza", que

en la época nazi podían incluso ser castigados con la pena de muerte. 140 La tesis central

de MEZGER era la siguiente: ―la culpabilidad del autor no sólo existe en la directa

culpabilidad por el hecho, sino también en la ―actitud‖ que el autor ha mantenido en el

transcurso de su vida pasada en relación con el Derecho como totalidad‖. 141 Por tanto, la

culpabilidad no es por el hecho, sino por la mala conducción de la vida.

Estas ideas de MEZGER transportadas a la legítima defensa permitirían decir lo

siguiente: la legítima defensa es un principio de justicia en el que el particular

recompensa el agresor por el mal causado mediante otro mal, porque así ha merecido,

no tanto por la acción actual antijurídica, sino por el carácter o conducta observada a lo

largo de la vida. La legítima defensa, por tanto, sería más un instrumento de lucha

140 Vid. MUÑOZ CONDE, Francisco, Edmund Mezger y el Derecho penal de su tiempo, 4ª ed., Valencia, Tirant lo Blanch, 2003. 141 MEZGER, Edmund, Modernas orientaciones de la Dogmática jurídico-penal, trad. de Francisco Muñoz Conde, Valencia, Tirant lo Blanch, 2000, p. 69. En este trabajo, escrito ya después de la época nazi, MEZGER ya no menciona las acciones homosexuales, ni el delito de ultraje a la raza.

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contra la ―ceguera jurídica‖ del agresor, manifestada por la conducción de la vida

reprobable.

La fundamentación, sin embargo, es inaceptable en el Estado social y

democrático de Derecho. Al Derecho penal le importa la acción concreta realizada y no

el perfil del criminal o las acciones anteriores. El Derecho penal del Estado social y

democrático de Derecho es un Derecho penal de acto y no admite resquicios del

Derecho penal de autor. La historia de la vida del criminal quizá importe a los

partidarios de una Criminología positivista ya superada, pero hoy no tiene espacio y

valor. Es más: no tiene espacio y ni valor en el sistema integral del Derecho penal.

Precisamente, en el proceso penal democrático (y sólo es democrático el proceso

acusatorio) no se aceptan argumentos que tengan que ver con el pasado del agresor y,

desde luego, éste no es ningún dato relevante para la configuración de los requisitos de

la legítima defensa.142

2.3. La teoría del doble fundamento

2.3.1. El aspecto liberal de la concepción individual

De modo general, por fundamento individual se quiere decir la protección de

bienes jurídicos de naturaleza personal, como, p. ej., la vida, la integridad física, la

libertad sexual, el honor, etcétera. En definitiva, todos los bienes jurídico que se

relacionan directamente con la persona humana como reconocimiento de una especie de

Derecho ―natural de autoprotección‖. 142 En este sentido, por todos, véase FLETCHER, George P., En defensa propia, op. cit., p. 67: ―Que la gente tenga que ser recompensada o castigada en base de su carácter o por la conducta observada a lo largo de su vida expresa un principio de justicia, pero un principio que puede ser realizado por la justicia divina mejor que por las imperfectas instituciones jurídicas. En los cuentos de hadas, la bruja recibe siempre su merecido al final. Pero no es ciertamente misión de las instituciones humanas –y mucho menos de un vengador solitario- determinar quién es la bruja, el hombre malvado o el delincuente habitual‖.

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Como se ha visto, este fundamento presenta distintas concepciones, algunas

incluso incompatibles con la separación de las categorías del delito entre injusto y

culpabilidad. Además, concentrarse en la subjetividad del defensor-víctima puede traer

serios problemas a la seguridad pública y al monopolio de la justicia por parte del

Estado.

Esta concepción de la legítima defensa es una expresión de la filosofía

individualista y del absolutismo: de la filosofía individualista porque resalta la

autonomía privada de la persona humana, sin consideraciones sociales o valorativas; y

del absolutismo porque no ofrece criterios limitativos, sino que se hace exclusivamente

en defensa personal.

No obstante, la variante individual creada por el individualismo del Estado

liberal, cuando se concentra en la noción moderna del bien jurídico-penal, propicia un

camino seguro e interesante, aunque insuficiente, para la comprensión de la legítima

defensa. El criterio del bien jurídico como límite repara los excesos del liberalismo en la

materia de la defensa, porque remite siempre a una normatividad que define cuáles son

los bienes susceptibles de defensa.

Por esta razón, esta moderna perspectiva de la protección de bienes jurídicos en

la persona del defensor debe presentar a priori un concepto preciso de bien jurídico

penal, porque una actitud contraria transformaría la aplicabilidad normativa del

fundamento en algo genérico e impreciso, sin poder de limitación del derecho de

legítima defensa.

En este sentido, el fundamento individual consistente en la noción de bien

jurídico debe actuar como reductor de la violencia privada y, en consecuencia, como

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legitimador de la libertad. Ello es posible mediante una lectura de los derechos

fundamentales insertos en las modernas cartas constitucionales y en los tratados de

derechos humanos.

Por bien jurídico se debe comprender todos los datos que son presupuestos de

convivencia pacífica, libre e igualitaria entre los hombres, esto es, todos los

presupuestos de convivencia fundada en la libertad y en la igualdad.143 Por ende, el

Derecho penal está legitimado para proteger bienes individuales y también bienes

sociales, siempre y cuando no existan otras medidas de control menos graves (el

Derecho penal es la ultima ratio de la política de control de las distintas formas de

violencia en la sociedad).

De ahí la necesidad de un nexo entre el fundamento individual y los fines del

Derecho penal. La legitimación del Derecho penal y el fundamento individual de la

legítima defensa deben derivar de la capacidad de minimizar la violencia del poder

punitivo y la violencia de los poderes incontrolados de los particulares. El modelo para

esta minimización de la violencia es el modelo dado por el Estado constitucional

moderno, es decir, el garantismo y el Derecho penal mínimo: una técnica que pretende

garantizar los derechos fundamentales y, en consecuencia, minimizar la violencia tanto

del poder punitivo como del poder salvaje del ciudadano.

El fundamento individual de la legítima defensa debe estar abarcado por esta

idea de reducir la violencia, lo que explica por qué es tan importante que exista una

agresión previa. Por un lado, para proteger los bienes personales de la víctima sin

lesionar innecesariamente los derechos del agresor, provenientes de la calidad de

persona titular de derechos subjetivos; por otro lado, para proteger los bienes personales 143 ROXIN, Claus, Que comportamentos pode o Estado proibir sob ameaça de pena? Sobre a legitimação das proibições penais, en Estudos de Direito Penal, op. cit., p. 35.

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de la víctima lesionando solamente cuando el Estado no pueda actuar, porque el

monopolio de la violencia es algo inherente al Estado de Derecho; y también para

proteger los bienes personales de la víctima lesionando los derechos del agresor

solamente cuando no hay otros medios de controlar la violencia privada (la

subsidiariedad de los grados de violencia).

En resumen, urge situar el fundamento individual en el marco de los derechos

fundamentales que configuran la moderna noción de democracia constitucional, pues la

desconexión deslegitima el ejercicio de la violencia.

La justificación de la minimización de la violencia por la legítima defensa no

conlleva a la quiebra absoluta del monopolio estatal. La flexibilidad, como medida

excepcional, solamente ejerce poder de protección de bienes jurídicos individuales,

nunca sociales, pues de lo contrario los individuos del cuerpo social serían policías de

protección de valores colectivos.144

En consecuencia, no son susceptibles de legítima defensa los bienes jurídicos

colectivos, difusos o comunitarios, pues la legitimidad compete siempre al Estado y a

sus órganos.145 Aunque exista la necesidad de prevalecimiento del Derecho, aquí falta el

bien jurídico individual. De lo contrario, como ha puesto de relieve ROXIN, ―ante cada

violación del Derecho real o imaginaria se podrían producir escenas de lucha que son

144 En este sentido, ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 608: ―Así no son susceptibles de legítima defensa los bienes de la comunidad: pues la comunidad no es un ―otro‖ en el sentido del § 32 II. De lo contrario cada individuo se erigiría en policía auxiliar y podría invalidar el monopolio de la violencia por parte del Estado‖. También JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 463: ―Por el contrario, el repeler las agresiones contra el orden público o el ordenamiento jurídico en su conjunto no corresponde al ciudadano, sino sólo al Estado y a sus órganos‖. 145 Cfr. PALAZZO, Francesco, op. cit., p. 397; MARINUCCI, Giorgio, DOLCINI, Emilio, op. cit., p. 165.

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precisamente las que el Estado quiere evitar estableciendo "guardianes del orden"

específicos (la policía)‖. 146

Concretamente, ello quiere decir que contra los ruidos producidos por el vecino,

contra los ruidos de la calle, contra la conducción en estado de embriaguez, contra la

conducción sin permiso, etc., no se puede actuar en legítima defensa, pues aunque exista

un ―derecho‖ violado, no existe una situación de agresión contra un bien jurídico

individual.147

Pero los bienes personales que representan al Estado son susceptibles de

legítima defensa, pues el Estado también es una persona jurídica titular de bienes

jurídicos. Una cosa es la defensa de bienes colectivos, difusos o comunitarios, que está

prohibida al ciudadano, pero otra cosa es la protección de los bienes individuales del

propio Estado. Evidentemente en este caso existe legitimación de la defensa, puesto que

se trata de un bien concreto e incluso individual (concretamente, de la persona jurídica

Estado). El Estado siempre puede, por sus agentes, defender sus propios bienes, en

legítima defensa.

Está claro que el ciudadano puede defender los bienes del Estado contra las

agresiones antijurídicas, pero de todos modos siempre actuará como tercero no titular

del bien, es decir, será siempre un auxiliar de la fuerza pública. Baste el recuerdo de los

daños o hurtos a la propiedad pública.148

146 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 625. 147 En sentido contrario, aceptando la defensa de bienes supraindividuales, como el medio ambiente y la seguridad del tráfico, véase el planteamiento de CÓRDOBA RODA, Juan, Consideraciones sobre la legítima defensa, en Estudios penales en homenaje a Henrique Gimbernat, Tomo I, Madrid, Edisofer, 2008, pp. 764-766. 148 Cfr. JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 463: ―Los bienes jurídicos del Estado o de otras personas jurídicas de Derecho público son defendibles si poseen carácter individual‖.

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Ahora bien, la protección de los bienes jurídicos no se confunde con los

intereses o derechos del Estado. El bien jurídico es objeto del derecho y no el derecho

en sí mismo. El ciudadano no puede auxiliar al Estado en la defensa de los intereses del

Fisco o de la política en general, simplemente porque no se trata aquí más del bien

individual del Estado, sino de pretensiones, deseos e intereses de toda la comunidad

social. Estas intenciones abstractas de la política no son susceptibles de defensa y no

son bienes del Estado. Por ello parece tener razón ROXIN cuando sostiene que en tales

situaciones se puede recurrir al estado de necesidad justificante o incluso al derecho de

resistencia, dado que de lo contrario ―se producirían situaciones insostenibles si ante los

delitos contra la protección del Estado el ciudadano pudiera presentarse como luchador

individual contra los enemigos del Estado‖. 149 Esta posición la sigue ROXIN en el caso

del espía que lleva objetos de interés para la seguridad del país y que está a punto de

cruzar la frontera. En ninguna hipótesis, ni siquiera en otras extremas y necesarias, debe

el Derecho conferir a los ciudadanos los poderes de policía y de orden público, so pena

de convertir el espacio social en un espacio de lucha sin control, justamente lo que el

Derecho penal pretende evitar.

En este punto, otra vez la prudencia de ROXIN se muestra adecuada, dado el

peligro de extender el uso del derecho a la legítima defensa a la protección de intereses

estatales que no siempre están conectados con la defensa de los derechos

fundamentales. Los intereses del Estado deben ser tutelados por medio de la política y

de la legalidad estricta, nunca mediante autorizaciones al particular para que luche

contra eventuales enemigos. De lo contrario se formarían grupos paramilitares o

patrullas ciudadanas con el fin de cumplir la política criminal del Estado (algunas veces

la política intolerante del Estado).

149 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 628.

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106

Este aspecto individual inherente a la legítima defensa, que está relacionado con

la noción moderna de bienes jurídicos penales, es un fundamento necesario e importante

para comprender esta categoría jurídica, incluso para la pretensión de limitar la

violencia entre los ciudadanos. En realidad, este fundamento deriva de la noción de

libertad como libertad negativa, es decir, la libertad como no impedimento y como no

constricción: impedir entendido como no permitir a los otros hacer algo y constreñir

entendido como obligar a los otros a hacer algo. BOBBIO calificaba la libertad negativa

como ―la situación en la cual un sujeto tiene la posibilidad de obrar o de no obrar, sin

ser obligado a ello o sin que se lo impidan otros sujetos‖.150 Esto es, una esfera de

actividad personal protegida contra la injerencia de todo poder externo (público o

privado). Por extensión, la libertad también es positiva, es decir, libertad como calidad

de la voluntad de autodeterminación o autonomía.

2.3.2. La necesidad de un aspecto político-criminal: la función de llamada y de

prevalecimiento del orden jurídico

A pesar de los meritos liberales del la concepción individual del fundamento de

la legítima defensa, es necesario un complemento político-criminal, porque es

insuficiente para justificar determinadas formas de violencia ciudadana. Así como esta

idea de defensa individual penetra en la relación conflictiva concreta, de colisión de

bienes o intereses, las normas de la Constitución o derivadas de éste pacto vinculante

dominan todo el espacio de la relación entre los ciudadanos. Tan importante como la

defensa individual es la afirmación o prevalecimiento del Ordenamiento jurídico

constitucional.

150 BOBBIO, Norberto, Igualdad y libertad, trad. de Pedro Aragón Rincón, Barcelona, Paidós, 2009, p. 87. También son válidas todavía las lecciones de MILL, John Stuart, op. cit., pp. 154-177.

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En la doctrina penal continental hay un margen significante de consenso en

reconocer cuales son los dos fundamentos que rigen la categoría de la legítima defensa:

la protección de bienes jurídicos individuales y la protección del Ordenamiento

jurídico).151

Como se ha visto, siguen dominantes en la categoría de la legítima defensa las

ideas de protección de bienes jurídicos individuales y la afirmación o prevalecimiento

del Ordenamiento jurídico-constitucional. Una idea no puede vivir sin la otra. La

protección individual está para la protección supraindividual, así como la luz está para

los ojos, el aire para los pulmones y la comida para el estómago. Uno no puede vivir sin

el otro porque justamente el segundo (la afirmación del Derecho) es la condición de

existencia y validez del primero (la defensa individual). Ausente uno de los dos

fundamentos, por la situación que sea, la violencia realizada será la expresión de un

estado de naturaleza o de un totalitarismo.

Esta afirmación del Derecho o prevalecimiento del Derecho obviamente no es

de cualquier Derecho. En el Estado social y democrático de Derecho será la afirmación

de la Constitución, de las normas constitucionales o de las normas ordinarias válidas

formal y substancialmente por la Constitución. El fundamento supraindividual debe

reafirmar los valores de la Constitución, es decir, los derechos fundamentales en sentido

151 Vid., en Alemania, por ejemplo, ROXIN, Claus, Las “restricciones ético-sociales” al derecho de legítima defensa, op. cit., p. 318; el mismo, Derecho penal, op. cit., pp. 608-609; JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 460; BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, Direito Penal. Parte geral, Belo Horizonte, Del Rey, 2007, p. 110; WESSELS, Johannes, Derecho penal. Parte general, trad. de Conrado A. Finzi, Buenos Aires, Depalma, 1980, p. 95. En España, p. ej., IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 170; LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, op. cit., p. 44; el mismo, Curso de Derecho penal, Parte general I, 1ª ed., Madrid, Universitas, 1996, p. 586; RODRÍGUEZ MOURULLO, Gonzalo, op. cit., p. 60; MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., pp. 115-116; MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 428. En Italia, PALAZZO, Francesco, op. cit., p. 395; PAGLIARO, Antonio, Principi di Diritto penale. Parte generale, 8ª ed., Milano, Giuffrè, 2003, p. 444. En Portugal, p. ej., FIGUEIREDO DIAS, Jorge de, op. cit., p. 404-406. En Brasil, CIRINO DOS SANTOS, Juarez, Direito Penal, Parte Geral, 3ª ed., Curitiba, Lumen Juris/ICPC, 2008, p. 35; BITENCOURT, Cezar Roberto, Tratado de Direito Penal, vol. 1, 14ª ed., São Paulo, Saraiva, 2009.

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negativos (la libertad) y positivos (las prestaciones sociales). Nunca pueden, por tanto,

reproducir normas autoritarias que no sean derivadas de la noción substancial de la

democracia (como modelo de garantía de los derechos fundamentales, incluso a favor

de las minorías, contra el poder punitivo y contra los poderes salvajes de los demás

ciudadanos y del mercado). En este sentido, el fundamento supraindividual no puede ser

entendido como la protección del Derecho vigente, sino del Derecho constitucional

vigente, en una democracia substancial que garantiza los derechos fundamentales

incluso de las minorías frente a la mayoría.

Lo más interesante del fundamento supraindividual es que permite introducir en

la legítima defensa el contenido de política criminal adoptado por el Estado para

combatir el delito. Es más, permite que los retos de la política criminal ajustada con la

Constitución informen la legítima defensa en general, precisamente para cumplir la idea

de prevención. El fundamento social se expresa en la idea de que la legítima defensa

debe estar orientada según los criterios y valores normativos del Ordenamiento jurídico

de la democracia constitucional, esto es, del Estado social y democrático de Derecho.

Por tanto, la legítima defensa debe consistir en el ejercicio excepcional de la violencia

particular siempre y cuando el cometido sea la protección de los derechos

fundamentales individuales en el marco de la política criminal determinada por la

Constitución. De ahí que la legítima defensa deba ser comprendida como un

instrumento de política criminal, destinado a actuar siempre y cuando posea capacidad

de prevenir daños a las personas sin ocasionar efectos aún peores de los que sea capaz

de impedir.

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ROXIN ha puesto de manifiesto que todas las categorías de la teoría del delito

deben cumplir una finalidad político-criminal.152 La acción, la tipicidad, la

antijuridicidad y la culpabilidad son estructuras que incorporan determinada finalidad de

la política criminal. Aunque tal pensamiento ha desarrollado más frutos en la tipicidad y

en la culpabilidad (la responsabilidad), parece claro que también en la antijuridicidad las

soluciones no pueden estar cerradas en la dogmática, sino que deben estar en

adecuación con la política criminal específica de cada Estado para combatir el delito.

Este fundamento supraindividual en la legítima defensa cumple, por tanto, la

finalidad político-criminal de ―advertencia a los sujetos jurídicos‖ y ―prevalecimiento

del orden jurídico‖, como ha señalado el propio ROXIN. 153 La reacción de defensa de la

víctima contra el agresor antijurídico advierte a los demás ciudadanos de que no se

deben violar los bienes jurídicos individuales de otros ciudadanos, so pena recibir una

respuesta inmediata. Por otro lado, también sirve para indicar que las normas y los

valores defendidos por el Derecho están vigentes, esto es, que los bienes individuales

continúan mereciendo tutela del Derecho.

Habría que preguntarse solamente hasta qué punto esta prevención realmente se

realiza en la legítima defensa, para justamente después sacar la tesis acerca de la

limitación o no de tal derecho. Pero las investigaciones sobre la eficacia de la pena ya

presentan datos importantes que sirven para la legítima defensa. La utilización de la

pena o legítima defensa como intimidación de los ciudadanos puede que tenga algo de

verdadero en una pequeña capa de delitos de la calle, pero no es aplicable a otros delitos

distintos, como los de finalidad política, terrorismo, criminalidad organizada, delitos de

152 ROXIN, Claus, Política criminal y Sistema del Derecho penal, op. cit., p. 58. 153 ROXIN, Claus, Problemas básicos del Derecho penal, op. cit., p. 41.

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tóxicos-dependientes, etc. Allí el poder de advertencia de la pena e incluso de la

legítima defensa es muy pequeño o casi nulo.

También es cuestionable que la afirmación del Derecho realmente exista en la

legítima defensa o en la pena, porque nadie necesita que se afirme que la vida y los

valores individuales están protegidos. Esto ya está en la conciencia de los ciudadanos,

todos lo saben, aunque no respeten este principio. Lo que hay es una transmisión

simbólica, en el sentido de que se hace algo, de que si pasa eso la respuesta es esta o

aquella.

Todo ello sirve para comprobar que la legítima defensa cumple poco de lo que

es la política criminal. Cumple poco la pena y cumple casi nada la legítima defensa.

Pero casi nada no significa nada. Lo ideal sería que las defensas, cuando necesarias,

derivasen siempre del Estado, ya que esto no es posible actualmente o no realizable a

corto plazo, menos mal entonces que la defensa se realice dentro de un marco

excepcional y muy bien delimitado, tanto por la política criminal en general, como por

las reglas específicas de esta categoría jurídica.

El fundamento supraindividual, como una manifestación concreta de la política

criminal y de los valores garantísticos del Derecho penal, puede entonces ayudar en la

contención de la violencia producida en la sociedad. Colabora en la reducción de la

violencia porque abre un espacio argumentativo de naturaleza constitucional, donde los

principios normativos superiores pueden entrar y desarrollar soluciones de garantías de

los derechos fundamentales, tanto de la víctima como del agresor. El fundamento

supraindividual en este sentido es el medio de justificación de la legítima defensa por

donde la Constitución ingresa en el campo de lo privado, de las relaciones

interpersonales.

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Las consecuencias del fundamento supraindividual serán analizadas en lo

sucesivo, pero un buen ejemplo de la aplicabilidad y de su poder de limitación son los

casos de agresión realizada por personas sin culpabilidad o con capacidad de

culpabilidad disminuida. La agresión antijurídica de un inimputable no permite, en

principio, la reacción de la víctima mediante el uso de la legítima defensa, porque la

idea de prevención como intimidación (advertencia) de esta categoría jurídica no

cumple en este caso ningún efecto. Si el inimputable no comprende el sentido

antijurídico de su acción (o si comprende no puede determinarse de acuerdo con esta

comprensión), no puede dejar de practicar la agresión. La falta de motivación en la

norma por parte del inimputable impide que el contenido de la prevención positiva de la

legítima defensa surta algún efecto.

Como se verá adelante, para solucionar problemas similares algunos autores

exigen que la agresión además de antijurídica, sea derivada de una persona imputable, o

sea, con capacidad de culpabilidad. En este sentido, p. ej., se expresa JAKOBS: ―El

derecho a la legítima defensa, que es más drástico, debe ser consecuencia de algo más

que de la mera responsabilidad o incumbencia del agresor; éste debe, más bien, perder

el derecho a poner en juego sus intereses más allá de la medida de la solidaridad mínima

vigente en cualquier caso. Lo cual únicamente puede ocurrir cuando el agresor ha

causado el conflicto culpablemente‖.154 También es vista con simpatía por LUZÓN

PEÑA: ―Por esta razón creo materialmente acertado exigir que la agresión que da lugar

a la legítima defensa debería ser culpable‖. 155

Sin embargo, no es necesario exigir la culpabilidad del agresor. De lege ferenda

quizá sea algo interesante para limitar este derecho, pero desde luego tal argumento

154 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 466. 155 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 209.

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encuentra problemas de compatibilidad con el principio de legalidad penal. Además,

una interpretación de acuerdo con los derechos fundamentales constitucionalizados

permite extraer del fundamento supraindividual las mismas consecuencias que de este

planteamiento, es decir, permite dotar la legítima defensa de limitaciones de naturaleza

ético-sociales. Por ello mismo la propuesta parece algo innecesario para limitar el uso

de la legítima defensa contra inimputables.

En fin, el fundamento supraindividual posibilita que el Derecho (los derechos

fundamentales de la Constitución y de los tratados internacionales de derechos

humanos) incida sobre las relaciones privadas (el conflicto entre la víctima y el agresor)

para regular y frenar los poderes salvajes del más fuerte, evitando la acumulación

absoluta del poder, pues, como señala MONTESQUIEU, ―todo hombre que tiene poder

siente la inclinación de abusar de él, yendo hasta donde encuentra límites‖. 156

Esta es la idea del Estado de Derecho moderno que menciona FERRAJOLI

cuando se refiere al garantismo como minimización de la violencia y minimización del

poder:

―Estado de derecho, en esta noción ampliada, equivale a la sujeción a la ley de

todos los poderes, no sólo públicos sino también privados, y a su limitación y

funcionalización para la tutela de los derechos fundamentales. Si es verdad,

como he sostenido, que el derecho penal se justifica esencialmente como técnica

de minimización de la violencia, tanto pública como privada, todo el artificio

jurídico se justifica, según el paradigma del Estado de derecho, como técnica de

minimización del poder, de otra forma absoluto: de los poderes públicos, que se

expresan en los arbitrios políticos y en los abusos policiales y administrativos; 156 MONTESQUIEU, Del Espíritu de las Leyes, 6ª ed., trad. de Mercedes Blázquez y Pedro de Vega, Madrid, Tecnos, 2007, p. 174.

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pero también de los poderes privados, que se manifiestan en el uso de la fuerza

física, en la explotación y en las infinitas formas de opresión familiar, de

dominio económico y de abuso interpersonal‖. 157

Esto impide que la idea de afirmación o aseguramiento normativo conlleve el

Derecho penal rumbo al terror estatal, pues la prevención general debe ser comprendida

como una limitación del poder propiciada por la idoneidad de mejorar la convivencia

social, tanto garantizando la protección del los bienes jurídicos como garantizando la

libertad humana.

En este sentido, la confianza, la estabilización o la integración de la norma

dependen del poder de minimización de la violencia, pues de lo contrario no es posible

la estabilización social. Claro está que en este juego son importantes no solamente la

educación y concientización popular de los valores de la norma, sino también los

contenidos de la culpabilidad y de la proporcionalidad, puesto que no existirá

convencimiento cuando las normas sean excesivamente gravosas o injustas (piénsese, p.

ej., en la defensa del patrimonio insignificante mediante ataques graves a la vida o

integridad física).

A este respecto dice HASSEMER:

―Las normas no se estabilizan en las personas y en los grupos por la

intimidación, sino, al contrario, por el convencimiento de que son idóneas para

mejorar la convivencia. Este convencimiento es perturbado cuando las normas

son excesivamente gravosas, y, en cambio, es reforzado cuando la conminación

penal y la ejecución de la pena – a pesar de su tosquedad y violencia – se

157 FERRAJOLI, Luigi, Contra los poderes salvajes del mercado. A favor de un constitucionalismo de derecho privado, trad. de Miguel Carbonell, en Democracia y garantismo, op. cit., p. 298.

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114

presentan como medios para garantizar los bienes jurídicos y posibilitar así la

libertad humana. La teoría de la prevención general, entendida correctamente,

encierra, pues, dentro de sí misma su propia limitación juridicoestatal. Sólo

dentro de estos límites puede el sistema juridicopenal ayudar a la estabilización

de las normas sociales‖. 158

ROXIN plantea en su ―teoría dialéctica de la unión‖ que la prevención general

no puede sobrepasar la culpabilidad del autor en el momento de la imposición y

medición de la pena, es decir, que la culpabilidad es el límite de la prevención general.

De esta manera ROXIN rechaza la famosa crítica kantiana de que ninguna persona

puede ser tratada como cosa o instrumento para fines ajenos, porque la pena se impone

según la medida de la persona del condenado.159

Esta concepción limitadora de la prevención general negativa también es

compartida, en España, por MIR PUIG: ―La gravedad de las penas tendientes a evitar

delitos no puede llegar hasta el máximo de lo que aconsejaría la pura intimidación de

los eventuales delincuentes, sino que debe respetar el límite de una cierta

proporcionalidad con la gravedad social del hecho‖. 160 Por tanto, la intimidación

excesiva, aunque eficaz, es contraprudecente simplemente porque subleva la conciencia

popular en contra del Derecho.

158 HASSEMER, Winfried, Fundamentos del Derecho penal, op. cit., p. 393. 159 ROXIN, Claus, Problemas básicos del Derecho penal, op. cit., p. 41. 160 MIR PUIG, Santiago, Estado, pena y delito, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2006, p. 44; el mismo, Introducción a las bases del Derecho penal, 2ª ed., Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2007, p. 92 y ss. Cfr. también las reservas a esta concepción limitativa de la prevención general que hace SILVA SÁNCHEZ, Jesús María, op. cit., pp. 240-241, principalmente contra la concreción del principio de proporcionalidad bajo las convicciones sociales basadas en aspectos irracionales o emocionales, de modo que plantea la necesidad de concreción a partir de ―criterios filosóficos-jurídicos enmarcados en el programa político-jurídico de la Constitución y derivados de la noción de Estado que en ésta se acoge‖.

Page 115: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

115

Todo este recorrido sobre la idea de prevención general es aplicable al derecho a

la legítima defensa. En realidad, la intimidación y la afirmación del Derecho por la

legítima defensa están condicionadas por la misión del Derecho penal consistente en

reducir al mínimo la violencia. La función supraindividual está limitada entonces no

solamente por la idea misma de protección del bien jurídico individual en la persona de

la víctima, sino también por las finalidades de contención de la violencia por parte del

Derecho penal derivado del modelo de Estado democrático impuesto por la

Constitución.

Como ha señalado IGLESIAS RÍO, ―la ratio intrínseca de la legítima defensa

obliga al defensor a tomar una especial consideración hacia el agresor, no sólo en base a

mandatos imperativos de la ética social sino porque el ordenamiento jurídico, defendido

a través de la acción defensiva particular, obliga a respectar las valoraciones generales

del sistemas‖. 161

Pero está claro que estas valoraciones provenientes del sistema normativo son

frutos del modelo de Estado constitucional, que adopta un núcleo rígido de derechos

fundamentales de todos los ciudadanos (no solamente de las víctimas), solamente

alterado por procedimientos calificados formal y substancialmente. Esto, por lo demás,

ya permite extraer límites o restricciones ético-sociales a los poderes privados,

especialmente al arraigado derecho a la legítima defensa.

Como se ha visto anteriormente, de esta manera los fundamentos del derecho a

la legítima defensa (individual y supraindividual), a pesar de la esencia aparentemente

de enfrentamiento, terminan complementándose, cada uno supliendo los defectos del

otro. 161 IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 29.

Page 116: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

116

Este fundamento individual suple el aislamiento del Derecho en relación a las

personas involucradas en el conflicto y, consecuentemente, evita un saber ciego sin base

concreta y real de incidencia. Evita el desprecio por el valor humano y, por tanto, es una

teoría realista que reduce el uso excesivo de la idea de prevención, que puede llevar el

Derecho penal al terrorismo estatal. El contenido liberal del fundamento individual

funciona como una garantía negativa al poder estatal de punir y al poder privado de la

otra parte, esto es, funciona como garantía de un derecho fundamental contra la agresión

ilícita.

Por otra parte, el fundamento supraindividual impide el exceso derivado de la

filosofía individualista y del pensamiento absolutista, incompatibles con la moderna

noción de Estado social y democrático de Derecho, que se basa también en el principio

general de solidaridad. Tanto más porque el fundamento individual desprecia la idea de

proporcionalidad entre el bien jurídico protegido y el lesionado, ya que lo importante es

la defensa individual eficaz y no las perspectivas normativas político-criminales. En

efecto, mediante el fundamento individual se restan las actitudes solidarias inexigibles

del defensor hacia el agresor. Además, el fundamento supraindividual suple la

deficiencia del fundamento individual consistente en la quiebra del monopolio del poder

punitivo estatal y, por consiguiente, del Estado de Derecho.

En fin, como ha destacado correctamente FLETCHER, ―la variante social de la

legítima defensa rechaza, en cambio, el carácter absoluto de derechos como el

imperativo de proteger sus propios derechos, su autonomía o su espacio físico

privado‖. 162 Es más: ―Dicho en pocas palabras, la teoría social de la legítima defensa

sostiene que también los asaltantes y atracadores tienen sus derechos y que los derechos

162 FLETCHER, George P., En defensa propia, op. cit., p. 75.

Page 117: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

117

de las víctimas deben, por tanto, restringirse cuando su ejercicio inflige un costo

excesivo para aquéllos que les atacan‖.163 Por tanto, el fundamento supraindividual

permite dotar el derecho a la legítima defensa de restricciones ético-sociales, sea por

medio de los principios constitucionales de protección de los derechos fundamentales,

sea a través de las finalidades del Derecho penal enmarcadas en la política criminal del

Estado social y democrático de Derecho.

Como se ha mencionando anteriormente, el marco del Estado constitucional

permite introducir en el derecho a la legítima defensa las necesarias limitaciones de

naturaleza ética, filosófica y política, porque el garantismo de los derechos

fundamentales incide obligatoriamente no solamente en el campo de los poderes

estatales (la garantía de libertad del ciudadano contra el poder punitivo estatal), sino

principalmente contra los poderes salvajes de raíz privada (el poder de la fuerza física

vigente en el estado de naturaleza).

El derecho fundamental de la libertad genera una expectativa negativa (no ser

atacado ni por acción del particular ni por la del Estado) y una expectativa positiva (ser

protegido por la orden jurídico estatal). Por ende, estas dos perspectivas del principio

constitucional de la libertad fundamentan y, concomitantemente, legitiman el ejercicio

excepcional y limitado de la violencia por parte del particular.

De toda manera, la legitimidad de la defensa necesaria depende siempre de la

unión de dos aspectos jurídicos fundamentales: la defensa del bien jurídico individual y

la protección de los valores normativos definidos por la Constitución de la democracia

substancial.

163 Ibidem, p. 77.

Page 118: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

118

Capítulo 3

LAS ESTRUCTURAS FUNDAMENTALES DE LA LEGÍTIMA DEFENSA

3.1. Los elementos básicos y estructurales

Como se ha dicho anteriormente, hoy día en el saber penal de los países del

Occidente hay un cierto grado de consenso en admitir como requisitos o elementos

fundamentales del derecho a la legítima defensa la existencia de (a) agresión

antijurídica inminente, (b) respuesta necesaria y proporcional a la agresión e (c)

intención defensiva.164

Sin embargo, sigue existiendo la controversia relativa a los límites o

restricciones de esta categoría jurídica y de sus elementos, principalmente por su

dificultad de precisión.

Rodear el derecho a la legítima defensa de un aparato de contención del ejercicio

arbitrario de la violencia requiere antes bien una explicación preliminar de la estructura

de tal justificación, porque no se puede limitar algo que no se conoce en la esencia y

forma. Para una limitación correcta es preciso saber el ámbito de incidencia del derecho

a la legítima defensa, en definitiva, en qué consiste realmente esta justificación.

El primer punto que debe ser esclarecido es el requisito de la agresión

antijurídica inminente. Lo que es la agresión, lo que es la contrariedad de la conducta

con el ordenamiento jurídico y en qué consiste la inminencia son requisitos

fundamentales para delimitar el ámbito de incidencia de la limitación posterior, pues si

164 Muy significativa en la estructura básica del derecho de legítima defensa, es la doctrina italiana. Véase, por ejemplo, PENSO, Girolamo, La difesa legittima, Milano, Dott. A. Giuffrè, 1939; GROSSO, Carlo Federico, Difesa legittima e stato di necesità, Milano, Dott. A. Giuffrè, 1964; BROCCA, Gianluigi, MINGRONE, Marco, La legittima difesa, Padova, CEDAM, 2003; BELLINI, Federico, La difesa legittima, Torino, G. Giappichelli, 2006.

Page 119: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

119

en estos puntos hay algunas cuestiones que no integran este derecho, no tiene el menor

sentido tratar tales problemas en las limitaciones. Si, p. ej., ya en el concepto de

agresión está excluida la problemática de los delitos imprudentes, entonces será

irrelevante ocuparse de las limitaciones.

Un segundo punto es la respuesta necesaria y proporcional entre la agresión y

la respuesta defensiva, precisamente por las dudas sobre la exacta concreción de estos

principios aparentemente abstractos. Dado que se trata de dos exigencias de contenido

eminentemente valorativo que representan las grandes limitaciones jurídicas al derecho

de legítima defensa, sus características esenciales, en el campo del valor, deben

esclarecerse para que no se confunda con las limitaciones de naturaleza ético-sociales.

Finalmente, la intención defensiva es un problema no solamente del derecho de

la legítima defensa, sino de todas las causas de justificación que se asientan en el

conflicto entre necesidad social y libertad individual, porque la ignorancia del individuo

sobre los presupuestos fácticos puede poner a la vista que el conflicto está resuelto y

que, por tanto, el poder punitivo no tiene legitimidad para actuar con objetivos

moralizantes o antiliberales. Aunque la subjetivación del tipo de injusto sea una

consecuencia inevitable desde el finalismo, todavía es posible fundamentar las causas de

justificación como elementos negativos del tipo de injusto que se expresan de manera

absolutamente objetiva, pues un conflicto resuelvo objetivamente no necesita recurrir a

la subjetividad del agresor.

En la secuencia, en separado, serán expuestos cada uno de estos temas

fundamentales.

3.1.1. La agresión antijurídica inminente

Page 120: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

120

3.1.1.1. El concepto de acción agresiva

El concepto de acción agresiva, que realmente importa al Derecho penal,

consiste en la acción humana (portadora de significado y sentido) con voluntad de

ofender o poner en un peligro concreto (principio de lesividad) a un bien jurídico

individual protegido (un derecho fundamental), como última forma de control social,

por el Derecho penal.

En la doctrina penal, JESCHECK define la agresión como ―toda lesión o puesta

en peligro por parte de una persona de un interés del autor o de otra persona protegido

por el ordenamiento jurídico‖, 165 mientras que ROXIN, más brevemente, define la

agresión como una ―amenaza de un bien jurídico por una conducta humana‖.166 La

opinión dominante, de todos modos, exige algún comportamiento voluntario, pues la

renuncia a un acto voluntario deja el concepto de agresión carente de sentido, como

señala HIRSCH.167

Desde ya, lo importante es que la acción humana ―debe poseer un mínimo de

calidad de acción‖.168 Pero esta calidad de acción no debe ser analizada desde una

perspectiva biopsicológica naturalista, causal o final, sino como una forma de

comunicación intersubjetiva entre seres humanos, es decir, como un dato de expresión o

165 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 461. 166 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 611. 167 HIRSCH, Hans Joachim, La antijuridicidad de la agresión como presupuesto de la defensa necesaria, en Derecho penal: obras completas, t. III, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 2002, p. 202. Cfr. también MAYER, MAX Ernst, Derecho penal. Parte general, trad. de Sergio Politoff Lifschitz, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2007, p. 344. En sentido contrario, argumentando que la conducta humana no requiere una acción de lesión final (dolosa), véase WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 101. 168 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 363.

Page 121: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

121

comunicación relevante, percibida por el sentido social o significado socialmente

relevante transmitido.169

Desde la muerte la de concepción cartesiana de la mente, la acción no es más

una sustancia compuesta de la reunión de un hecho físico (el movimiento corporal de la

teoría causal) y otro mental (la volición de la teoría finalista). Al contrario, desde la

filosofía del lenguaje, la acción no se concibe ontológicamente, sino como sentido en

termos normativos.

HABERMAS ha dicho que en el concepto de acción comunicativa, la acción,

como portadora del sentido, es el resultado de un proceso de interpretación conforme a

reglas.170

Como han puesto de relieve MUÑOZ CONDE/GARCÍA ARÁN, ―en la

determinación del concepto de acción no es suficiente con la constatación de los

aspectos puramente causales y finales de la misma, sino que es necesario también

situarlos en un determinado contexto intersubjetivo que es lo que le da su sentido

comunicativo, social y/o jurídico, es decir, su significado‖. 171

Así, pues, a partir de la filosofía del lenguaje, siguiendo el pensamiento de

WITTGENSTEIN y en menor medida el de HABERMAS, la acción humana es

comprendida ―no como algo que los hombres hacen, sino como el significado de lo que

169 MUÑOZ CONDE, Francisco, Prólogo, en BUSATO, Paulo César, Derecho penal y la acción significativa: un análisis de la función negativa del concepto significativo de acción en Derecho penal, Tirant lo Blanch, 2007, p. 13. 170 HABERMAS, Jürgen, La lógica de las ciencias sociales, op. cit., p. 234. Como ha dicho VIVES ANTÓN, Tomás S., op. cit., p. 197, es el ―seguimiento de reglas (y no un inaprehensible acontecimiento mental) lo que permite hablar de acciones, al dar lugar a lo que las constituye como tales el significado) y las diferencia de los simples hechos‖. 171 MUÑOZ CONDE, Francisco, GARCÍA ARÁN, Mercedes, op. cit., pp. 214-215.

Page 122: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

122

hacen; no como un substrato, sino como un sentido‖.172 Ello permitió que VIVES

ANTÓN desarrollase un ―concepto significativo de acción‖ y FLETCHER,

semejantemente, un ―concepto intersubjetivo de acción‖ o ―comunicativo de acción‖.173

VIVES ANTÓN ha señalado que ―para que pueda hablarse de acción es preciso

que los sujetos tengan la capacidad de formar y expresar intenciones; pero, las acciones

que realizan no dependen de las intenciones que pretenden expresar, sino del significado

que socialmente se atribuya a lo que hagan‖. 174 La acción ―no como sustrato conductual

susceptible de recibir un sentido, sino como sentido que, conforme a un sistema de

normas, puede atribuirse a determinados comportamientos humanos. Se opera así un

giro copernicano en la teoría de la acción: ya no es el sustrato de un sentido; sino, a la

inversa, el sentido de un sustrato‖. 175

En sentido similar, también FLETCHER sugiere que ―el mundo circundante y el

contexto no son los medios para explicar la conducta, sino para percibirla y

comprenderla‖. 176

En este contexto, la capacidad expresiva de la acción es un aporte

imprescindible para extraer soluciones razonables en los temas más complejos

172 Cfr. MARTÍNEZ-BUJÁN PÉREZ, Carlos, La concepción significativa de la acción de T.S. Vives y su correspondencias sistemáticas con las concepciones teleológico-funcionales del delito, en Homenaje al Dr. Marino Barbero Santo, vol. I, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla La Mancha/Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2001, pp. 1141 y ss. En el mismo sentido, ORTS BERENGUER, Enrique, GONZÁLEZ CUSSAC, José L., Compendio de Derecho penal (Parte general), Valencia, Tirant lo Blanch, 2008, p. 132. 173 Cfr. VIVES ANTÓN, Tomás S., op. cit., p. 205: ―la acción como un proceso simbólico regido por normas, como el significado social de la conducta‖, es decir, como ―interpretaciones‖, ―como sentido‖, no como ―sustrato de un sentido”; sino, a la inversa, el sentido de un sustrato‖; FLETCHER, George P., Gramática del Derecho penal, op. cit., pp. 355-392; el mismo, Conceptos básicos de Derecho penal, op. cit., pp. 87-93. Sobre este concepto comunicativo de FLETCHER, véase MUÑOZ CONDE, Francisco, CHIESA, Luis Ernesto, The Act Requirement as a Basic Concept of Criminal Law, en Cardozo Law Review, vol. 28, núm. 6, 2007. Véase también BUSATO, Paulo César, op. cit., pp. 175 y ss. Recientemente, véase RAMOS VÁZQUEZ, José Antonio, Concepción significativa de la acción y teoría jurídica del delito, Valencia, Tirant lo Blanch, 2008. 174 VIVES ANTÓN, Tomás S., op. cit., p. 214. 175 Ibidem, p. 205. 176 FLETCHER, George P., Conceptos básicos de Derecho penal, op. cit., pp. 87-93.

Page 123: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

123

relacionados con el concepto de agresión, como son, p. ej., los casos de acciones de

omisión, los casos de acciones imprudentes y también las situaciones en que la acción

defensiva realizada es motivada por error.

La acción agresiva posee también un significado determinado por reglas o

normas. Así como todas las acciones no son meros acontecimientos, la acción agresiva

sólo existe porque es interpretada conforme a reglas o normas.

En suma, ha que saber si la acción agresiva se ha realizada con las características

exigidas en la ley penal: si ha existido o no una acción agresiva depende de la relación

con un determinado tipo penal. Consecuentemente, no existirá acción agresiva sin

ofensa o peligro concreto a un bien jurídico individual penalmente protegido.

3.1.1.1.1. Los ataques realizados por animales

Los ataques realizados por animales no se caracterizan como acciones, no

solamente porque no eligen medios y anticipan fines, lo que sería discutible, sino

porque no hay una expresión de sentido contra bienes jurídicos. La acción exige que los

sujetos tengan la capacidad de formar y expresar intenciones, pero también que

expresen un significando socialmente relevante. Por ello, las actuaciones de los

animales, evidentemente, no pueden expresar sentido y significado conforme a un

sistema normativo.177

Además, los ataques realizados por animales no son agresiones simplemente

porque el principio del prevalecimiento del Derecho, constitutivo del derecho de

legítima defensa, no puede incidir en los seres irracionales que no son aptos para la

motivación por la norma.

177 BUSATO, Paulo César, op. cit., pp. 236-238.

Page 124: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

124

Es obvio que los animales pueden causar daños a los bienes jurídicos

individuales humanos, pero al Derecho penal le importan únicamente los daños

causados por conductas desvaloradas jurídicamente (y el desvalor se hace justamente

para motivar a los ciudadanos a ser fieles a las normas). Esto no deja a los ciudadanos

desprotegidos de los ataques de los animales, puesto que en situaciones de peligro

siempre es posible la defensa por estado de necesidad.178

Frente a ello, se objeta que, entonces, frente a los ataques de los animales

existiría el deber de respetar el principio de proporcionalidad, mientras que frente a las

agresiones humanas estaría un derecho libre de limitaciones. Pero ello no es así, porque

frente a los ataques humanos también existe un deber restrictivo operante, porque la

diferencia principal de las dos situaciones está en el poder del principio supraindividual,

ausente en el primero (animales) y presente en el segundo (hombres). Tiene, por tanto,

razón ROXIN cuando escribe:

―En cuanto a la consecuencia, muchas veces criticada, de que frente a los

animales sólo cabe defenderse dentro del marco de la proporcionalidad y en

cambio frente a los hombres es posible sin esa limitación, se justifica por el

interés en el prevalecimiento del Derecho por parte de los hombres, pero que no

se da frente a animales; las duras consecuencias de un derecho ilimitado de

defensa frente a agresiones humanas sólo pueden eliminarse mediante

restricciones a la legítima defensa en caso de disminución del interés en el

178Vid., ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 609: ―frente a peligros que no se basen en un desvalor de acción humano (como pueden ser amenazas procedentes de modo incontrolable de supuestos de falta de acción o de acciones que no infrinjan el cuidado objetivo), no cabe defenderse mediante legítima defensa, sino sólo dentro de los límites del estado de necesidad justificante (§ 34)‖. Cfr. también MERKEL, Adolf, Derecho penal. Parte general, trad. de Pedro Dorado Montero, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2004, p. 166¨: ―El empleo de la fuerza contra un perro rabioso cae bajo el concepto del estado de necesidad‖.

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125

prevalecimiento del Derecho, pero no extendiendo la regulación de la legítima

defensa a los ataques de animales‖. 179

Evidentemente, esta situación no tiene ninguna correspondencia con el hecho de

que los animales puedan ser azuzados por seres humanos para agredir a otros seres

humanos. Esto es perfectamente posible y frente a estos actos agresivos la legítima

defensa está plenamente justificada. El animal aquí es solamente un longa manus del ser

humano y, por tanto, se trata definitivamente de un instrumento de la agresión humana.

Así como la defensa frente a un ser humano armado se realiza contra la persona y no

contra la pistola, el daño causado en este objeto obviamente está justificado por la

legítima defensa. Así que en tal caso no hay que separar la defensa contra el animal y

contra la persona.

3.1.1.1.2. Los ataques realizados por personas jurídicas

Tampoco son susceptibles de legítima defensa los ataques o agresiones

realizados por personas jurídicas. Las personas jurídicas no realizan acciones humanas y

por ello están fuera del Derecho penal. La ficción de su construcción es incompatible

con los postulados que fundamentan el Derecho penal, como son los principios de

legalidad, culpabilidad, personalidad, etc.

Aparte de estos problemas, tampoco los actos de las personas jurídicas expresan

un sentido comunicativo significante socialmente suficiente para seguir las reglas y

contravenirlas.

También es verdad que así como la persona jurídica no puede realizar acciones

penalmente imputables, tampoco puede realizar una agresión antijurídica penalmente

179 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 611.

Page 126: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

126

relevante, que permitiría el uso de la legítima defensa. Así, pues, p. ej., el campesino o

los ciudadanos afectados por una empresa que causa graves daños ambientales no

pueden actuar en legítima defensa contra estos males, como paralizando los trabajos,

etc., porque aquí se trata de la defensa de un bien colectivo, difuso, sin concreción

individual. De lo contrario los ciudadanos serían policías ambientales con poderes de

difícil contención, en contradicción con el principio del monopolio estatal de la justicia.

Evidentemente, los ciudadanos pueden actuar en estado de necesidad contra un daño

ambiental, pero aquí el derecho individual estaría más claramente delimitado por el

principio de proporcionalidad.

En realidad, en los casos de agresiones o de daños provocados por personas

jurídicas, lo mejor es que el ciudadano busque hacer con que los órganos públicos

responsables actúen inmediatamente. El Estado de Derecho posee poderes para limitar

los daños causados por las empresas y también poderes para responsabilizar a los

órganos y agentes públicos ineficientes.

Además, en los casos en que los actos de las personas jurídicas efectivamente

violen algunos de los bienes jurídicos individuales, como la salud de los trabajadores, p.

ej., tampoco se puede hablar de agresión relevante desde el punto de vista de la legítima

defensa, porque falta también el prevalecimiento del Derecho. Como ha puesto de

relieve ROXIN, las personas jurídicas ―no son asequibles a la eficacia preventivogeneral

y del prevalecimiento del Derecho‖. 180

En resumen, cabe concluir que las personas jurídicas no pueden realizar una

agresión desde el punto de vista de la legítima defensa porque no lesionan bienes

jurídicos individuales, sino bienes jurídicos de naturaleza colectiva, tales como el medio

180 Ibidem, p. 611.

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127

ambiente, la seguridad colectiva del trabajo, la libre concurrencia, la dignidad general

de los trabajadores, etc.; y aún en el caso de que lesionen bienes jurídicos individuales,

la agresión de los mismos no proviene de un acto individual que tenga el sentido de una

agresión.

3.1.1.1.3. Los actos internos, inconscientes, reflejos y derivados de la fuerza física

irresistible

Aparte de esto, tampoco son agresiones los casos de no-acción, como actos

internos (cogitationis poenam nemo partitur), actos del inconsciente, actos reflejos y la

vis absoluta (fuerza física irresistible).

Un aspecto común a todas estas situaciones de no-acción es la falta de sentido

social relevante conforme a un sistema normativo determinado. Son situaciones de falta

de capacidad de expresión que no permiten percibir en la relación intersubjetiva un

significado.

Los actos internos nunca afectan a bienes jurídicos y, por tanto, no pueden

expresar el sentido de una agresión. En Derecho penal son irrelevantes los datos

psicológicos que no son materializados en la ofensa al bien jurídico. Si A quiere matar a

B pero no exterioriza su intención, no existe agresión susceptible de legítima defensa.

Por tanto, tales pensamientos o disposiciones de ánimo tampoco son asequibles a la

eficacia preventivogeneral y del prevalecimiento del Derecho.

Los actos inconscientes no son acciones y por eso no son agresiones porque no

existe posibilidad de motivación en la norma, es decir, que el principio de prevención no

incide en los mismos. Si en un ataque de epilepsia A lesiona a B causándole daños

físicos graves, B no puede reaccionar en legítima defensa, porque aquí no existen los

Page 128: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

128

fundamentos de la justificación, la eficacia preventivogeneral y del prevalecimiento del

Derecho.

El problema de los movimientos reflejos o automatismo es complejo. De hecho,

en un sistema finalista donde los movimientos deben ser resultado de una planificación

consciente y controlada, los casos de automatismos serían no-acciones y, por tanto, no

constituirían la agresión necesaria para la reacción en legítima defensa. A este respecto

decía WELZEL:

―Cuando el hombre es corporalmente causal sin que pueda dominar su

movimiento corporal a través de un posible acto de voluntad –sea que obre como

simple masa mecánica (como en un desmayo repentino) o que ejecute

movimientos reflejos (como en casos de calambre)-, puede por cierto ser

considerado, si también en el futuro es peligroso socialmente, como objeto de

medidas policiales preventivas; pero tales movimientos corporales quedan

excluidos de las normas del Derecho penal‖. 181

Pero, en general, en tales casos hay un movimiento dirigido a un objetivo, salvo

cuando está ausente cualquier influencia psíquica.182 Sin embargo, hay que tener en

mente que las acciones que se realizan de un modo inconsciente y rutinario pueden

servir de objeto a una valoración global, porque efectivamente expresan un sentido

comunicacional, no en los actos que son posibles de descomponer, sino integralmente y

181 WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 38. 182 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 262. Obviamente, estos casos, generalmente no darían lugar a una agresión por falta de los mismos de la intencionalidad de agredir (sobre la imprudencia, véase infra 3.1.1.1.4).

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129

ello puede pasar cuando el acto rutinario, consciente y no actualizado, forma parte de un

acto complejo, como, p. ej., conducir un vehículo de motor.183

Finalmente, son también casos de no-acciones y, por tanto, de no-agresiones, los

casos de vis absoluta (fuerza física irresistible). Si A es arrojado a B por cuenta de la

fuerza física irresistible de una multitud y, en consecuencia, B sufre graves lesiones, no

puede éste actuar en legítima defensa, porque tampoco hay posibilidad de motivar la

acción de A mediante normas penales. Falta, por tanto, eficacia preventivogeneral y del

prevalecimiento del Derecho. Además, como ha puesto de relieve FLETCHER, lo

contrario sería tratar al ser humano como un objeto, no como un sujeto.184

De todo ello se deduce que todos los casos de no-acciones (ataques de animales,

actos de personas jurídicas, actos internos, actos del inconsciente, actos reflejos y vis

absoluta) son casos de no-agresiones y, por tanto, no pueden dar lugar a legítima

defensa. El motivo principal es que en tales casos las ―agresiones‖ no expresan un

sentido comunicacional percibido y, luego, tampoco son asequibles a la eficacia

preventivogeneral y del prevalecimiento del Derecho.

3.1.1.1.4. Las acciones imprudentes

Los casos mencionados de no-acción también podrían ser explicados como no-

agresiones por el simple hecho de que está ausente un elemento esencial que es la

conciencia y la voluntad de lesionar un bien jurídico penal (el elemento subjetivo de lo

injusto).185

183 Vid MUÑOZ CONDE, Francisco, GARCÍA ARÁN, Mercedes, op. cit., p. 214. 184 FLETCHER, George P., Conceptos básicos de Derecho penal, op. cit., p. 78. 185 Críticamente a la tesis subjetiva-objetiva de la antinormatividad, véase MALAMUD GOTI, Jaime E., Los problemas de la agresión “ilegítima y la defensa “legítima” en la jurisprudencia, en Nuevo pensamiento penal: revista de Derecho y Ciencias Penales, Buenos Aires, 1974, año 3, p. 229. También

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130

En todos los casos citados anteriormente, aunque fuesen considerados acciones,

no sería posible calificarlos de agresiones, puesto que toda la agresión que justifica el

uso de la legítima defensa debe ser una agresión dolosa, es decir, con conciencia y

voluntad de realizar un tipo de injusto. O sea, la agresión debe representar una acción

que signifique un compromiso con la antinormatividad. La razón principal es que la

prevención general como advertencia no existe (con la misma fuerza) en las situaciones

en que el sujeto no quiere realizar una agresión antijurídica, por ausencia de

compromiso normativamente exigido con la evitación del resultado.

Como ha dicho correctamente LUZÓN PEÑA, ―agresión es una palabra que,

tanto en su empleo corriente de ―ataque‖, como en su sentido etimológico (aggresio, de

ad-gradior: dirigirse o marchar hacia, tender a), presupone una acción consciente y

controlada por la voluntad; aún más, una acción dirigida o tendente o algo. Por ello, los

supuestos de falta de acción no pueden ser agresiones ni fundamentar, por consiguiente,

legítima defensa‖. 186

En efecto, sólo la agresión dolosa cobra sentido y justifica el prevalecimiento del

Derecho, pues la función de intimidación (la advertencia, la función negativa que

constituye la legítima defensa) no opera frente la persona que no tiene conciencia y

voluntad de lesionar un bien jurídico.187

Esto significa que no son agresiones que justifiquen la legítima defensa los casos

de acciones imprudentes que lesionan bienes jurídicos individuales. 188 Aunque alguien

CÓRDOBA RODA, Juan, Consideraciones sobre la legítima defensa, op. cit., p. 763, considera que la agresión ilegítima no está condicionada a que exista un ―propósito lesivo‖, pues la legítima defensa ―no tiene como fundamento el castigar al agresor, sino el lograr la salvaguarda de bienes jurídicos‖. 186 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 125. 187 Ibidem, p. 209. 188 Ibidem, pp. 155 y ss.; MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., p. 117; ZAFFARONI, Eugenio Raúl, ALAGIA, Alejandro, SLOKAR, Alejandro, op. cit., p. 478. En sentido contrario, JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 465; ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 609;

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131

infrinja el cuidado debido, no cabe defenderse ante una acción en legítima defensa, sino

sólo dentro de los límites de la proporcionalidad del estado de necesidad justificante. En

las acciones imprudentes no es preciso el prevalecimiento del Derecho y por eso no se

puede reconocer una agresión desencadenante de la legítima defensa. Como dice

LUZON PEÑA, ―frente a la imprudencia no tiene sentido la función preventivo-general

de la legítima defensa‖. 189 Cuando el sujeto actuante no tiene conciencia y no reconoce

un peligro al bien jurídico, no se puede hablar de agresión y, donde no se puede hablar

de agresión, no se puede reconocer el prevalecimiento del Derecho. La agresión, por

tanto, presupone conciencia y voluntad de lesionar un bien jurídico.

Frente a esto se puede objetar que también en los delitos imprudentes la función

de prevención negativa de la pena (intimidación) ejerce un papel importante, puesto que

sirve de advertencia para que los ciudadanos realicen acciones respecto al cuidado

debido. Incluso la legítima defensa podría tener una intimidación más eficaz que la

propia pena, porque mientras ésta actúa a posteriori y depende además del tiempo del

proceso penal, en aquella la intimidación sería concomitantemente con la agresión.

Efectivamente, esto es verdad. De hecho, en los delitos imprudentes la función

preventiva general negativa tiene un espacio moderado de incidencia, menor

obviamente que en los delitos dolosos. En realidad, el sujeto nunca imagina que sea

destinatario de la amenaza penal, sobre todo porque al fin y al cabo se da cuenta de que

todo parece ser una cuestión de buena o mala suerte.190 Sin embargo, si no se tiene

conciencia de la ofensa al bien jurídico, aunque se de cuenta de la quiebra del cuidado

debido, la función de intimidación despliega el mínimo de poder en los delitos

WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 101; IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., pp. 82-86; FIGUEIREDO DIAS, Jorge de, op. cit., p. 417; CIRINO DOS SANTOS, Juarez, Direito Penal, op. cit., p. 236. 189 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 162. 190 Sobre la cuestión de la suerte en Derecho penal, véase MALAMUD GOTI, Jaime, Suerte, moralidad y responsabilidad penal, Buenos Aires, Hammurabi, 2008.

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132

imprudentes y, en los casos de legítima defensa, su espacio de actuación es

prácticamente nulo.

LUZÓN PEÑA añade además que en los delitos imprudentes el sujeto puede

saber a qué clase de castigo se expone y cuál es la fuerza intimidatoria de la amenaza

penal, pero en la legítima defensa el sujeto no sabrá si se va a ejercitar defensa contra él,

―sino que tampoco sabrá qué intensidad tendrá la reacción que se ejerza contra él, dado

que no sabe qué clase de bienes jurídicos puede resultar en peligro y que, en principio, a

mayor entidad del bien jurídico en peligro corresponde la necesidad de mayor

intensidad en la defensa‖. 191

También es válido el argumento de que la ausencia de intimación en estos casos

proviene del hecho de que en el momento de la infracción del cuidado debido no existe

peligro al bien jurídico o, al menos, no existe un peligro que sea considerado inminente.

Por lo que sería necesario esperar la concreción del riesgo para después reaccionar en

legítima defensa.

Sin embargo, esta reacción estaría entonces desprovista de efecto intimidatorio,

porque ya en este momento la acción del sujeto no dependería de un control de la

voluntad. Si A conduce su coche repetidamente infringiendo el deber de respetar la

señal roja del semáforo, la actuación de B con la finalidad de impedir la continuidad de

las infracciones tendría que esperar a la posibilidad de daño inmediato y, asimismo, el

uso de la legítima defensa no intimidaría a quien no está seguro de si se producirá el

daño o, al menos, confía en evitarlo.

191 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 166.

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133

Los casos en que hay un peligro aún inminente y no es posible otra acción no

lesiva, las acciones salvadoras deben estar cubiertas por el estado de necesidad

justificante y no por el derecho de legítima defensa.192 Así, pues, las acciones

imprudentes sin riesgo inmediato de lesión al bien jurídico individual deben ser

advertidas y no reprimidas por legítima defensa. El no cumplimento de la advertencia

puede dar lugar a la presencia del dolo y entonces se dará la agresión que posibilita el

uso del derecho a la legítima defensa. Pero las acciones de peligro inmediato deben ser

impedidas por el derecho del estado de necesidad justificante, con los requisitos de

proporcionalidad inherente a tal justificación.

En resumen, los mecanismos de intimidación constitutivos del derecho a la

legítima defensa no existen en las acciones imprudentes y, por tanto, la justificación de

las acciones de salvaguarda de los bienes jurídicos inmediatamente amenazados debe

darse por el estado de necesidad justificante.

3.1.1.1.5. ¿Puede la omisión constituir una agresión?

La acción negativa (omisión) también es una acción humana, aunque no desde la

perspectiva naturalística (la actividad muscular o la intención subjetiva), sino

precisamente por el sentido que se espera desde la perspectiva social.

VIVES ANTÓN ha puesto de relieve que ―la relevancia penal de una omisión

viene dada por la relevancia penal (la tipicidad) de la situación o posición de espera que

la hace ser tal‖. 193

FLETCHER cita un ejemplo muy explicativo:

192 Ibidem, p. 171. 193 VIVES ANTÓN, Tomás S., op. cit., p. 242.

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134

―Supongamos que uno de los guardias del Buckingham Palace, famosos por su

habilidad para estar quietos sin moverse, se pone de acuerdo con otras personas

para matar a la Reina de Inglaterra. La señal convenida para que los otros tiren

una bomba a las habitaciones de la Reina es quedarse inmóvil cinco segundos

más después de que los otros guardias empiecen a cambiar su postura. Ello sería

suficiente para convertirlo en coautor o por lo menos en cómplice del

magnicidio si se produce la muerte, pues ha contribuido a dicho resultado

indicando el momento en que debe arrojarse la bomba‖. 194

Ello demuestra, por tanto, que el contexto y el mundo circundante es decisivo

para comprender el sentido o significado expresado por la acción humana, sobre todo en

los casos en que se espera normativamente un actuar positivo en defensa del bien

jurídico.

Aparte de este dato fundamental, también se plantea el problema de si la omisión

(propia o impropia) puede integrarse en el concepto de ―agresión‖ a efectos de la

legítima defensa. Es más: las dos formas de omisión, la pura o simple y la comisión por

omisión, integran la noción de agresión como acción humana voluntaria ofensiva a bien

jurídico individual.

JESCHECK sostiene que una omisión debe ser considerada como agresión ―si

existe un deber sancionado jurídico-penalmente o jurídico-administrativamente de

actuar, como sucede en los delitos de omisión propia y en los casos de deber de garante

respecto de la evitación del resultado‖. 195 Cita los ―casos de plazas de aparcamientos‖

en que una persona mantiene el sitio libre para un vehículo que todavía no había llegado

o los casos de no liberación de un preso tras expirar el plazo y la agresión contra el 194 FLETCHER, George P., Conceptos básicos de Derecho penal, op. cit., p. 82. 195 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 462.

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derecho al domicilio.196 A partir de ello, afirma que no cabe legítima defensa en la

omisión en el abandono de un domicilio tras la expiración del contrato de alquiler, pues

naturalmente el inquilino permanece como poseedor de la cosa objeto de

arrendamiento.197

También JAKOBS defiende que es posible realizar una agresión antijurídica por

omisión.198 Sin embargo, en casos de omisión pura o simple, JAKOBS acepta la

caracterización como agresión argumentando que si se trata de un deber que incumbe a

todos se aplican las particularidades del auxilio necesario del Estado. 199 Así es que la

excluye en los casos de infracción de la norma que prohíbe la puesta en peligro

abstracto, en que el bien puede ser garantizado por procedimiento determinado o

protegido por la autoridad policial (subsidiaridad).

STRATENWERTH aduce que ―la agresión no sólo entra en consideración una

conducta activa, sino también la omisión contraria a un deber jurídico‖. Empero,

menciona la discusión sobre si la omisión tiene que ir en contra de un deber de garante

o, por el contrario, basta con la vulneración de otros deberes jurídicos. Al final, afirma

que la concepción más estricta parece ―más razonable cuando el resultado que amenaza

producirse podría ser imputado al omitente‖. 200

Finalmente, ROXIN afirma de modo expreso que ―la legítima defensa frente a

una agresión por omisión se puede realizar, o bien obligando al garante a efectuar la

actividad que evite el resultado, o bien siendo el propio tercero defensor quien evite el

196 Ibidem. 197 Ibidem, p. 363. 198 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 468: ―La omisión del autor con capacidad de acción ha de infringir un deber jurídico para constituir una agresión antijurídica. Si el deber jurídico es una posición de garante para la protección de bienes individuales, se aplican las reglas generales‖. 199 Ibidem, p. 469. 200 STRATENWERTH, Günter, op. cit., p. 195.

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136

resultado‖. 201 Pero a partir de la idea de subsidiaridad, ROXIN también admite que ―no

hay agresión cuando, aunque alguien omita antijurídicamente, no se le imputa la

omisión de evitar el resultado como lesión del bien jurídico, sino que dicha omisión

debe compensarse mediante una demanda civil u otros recursos jurídicos‖. 202 En

resumen, ROXIN tampoco admite el derecho a la legítima defensa en los casos de

omisión propia, ―dado que la omisión propia no sería punible como lesión del bien

jurídico (homicidio, lesiones, etc.), tampoco fundamenta una agresión a un bien

jurídico‖. 203

En sentido contrario a estas corrientes de aceptación de la omisión como

agresión, BOCKELMANN/VOLK aducen que la actividad integra la acción y no es

suficiente el comportamiento puramente pasivo.204 Así también escribe VON LISZT:

―la agresión es todo hecho de suponer en peligro por medio de un acto positivo, una

situación existente, jurídicamente protegida‖. 205

En general, la doctrina parece negar la legítima defensa en las situaciones de

omisión pura y admitir en la omisión impropia.206

201 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 613. 202 Ibidem, p. 614. 203 Ibidem. En el mismo sentido de ROXIN, véase WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 101: ―Por principio, la agresión debe ser una conducta positiva, no un puro ―no hacer nada‖ (RG. 19 298); pero también es agresión la realización de un delito de comisión por omisión, por ejemplo, no llamar a un perro bravo‖. También WESSELS, Johannes, op. cit., p. 94; MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, Derecho penal, Parte general, vol. 1., trad. de Jorge Bofill Genzsch y Enrique Aimone Gibson, Buenos Aires, Astrea, 1994, p. 441; MERKEL, Adolf, op. cit., p. 165. 204 BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 110. 205 VON LISZT, Fran, Tratado de derecho penal, op. cit., p. 343. 206 En España, JIMENÉZ DE ASÚA y DÍAZ PALOS admiten que cualquier omisión (comisión por omisión u omisión propia) puede constituir una agresión. Cfr. JIMÉNEZ DE ASÚA, Luis, Tratado de Derecho penal, vol. IV, Buenos Aires, 1961; DÍAZ PALOS, Fernando, op. cit., pp. 58-59. En cambio, CEREZO MIR, José, Curso de Derecho penal, 6ª ed., Madrid, Tecnos, 1998, pp. 212-213, afirma que en estos casos faltan la causalidad y la voluntad, de modo que la acción de obligar un tercero a emprender acciones de salvaguarda como ajenas sería un caso de estado de necesidad. Igualmente LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 143, aunque niegue la agresión solamente en la omisión propia y no en la impropia. También admiten MUÑOZ CONDE, Francisco, GARCÍA ARÁN, Mercedes, op. cit., 2007, p. 321, cuando implique peligro para un bien jurídico indisponible. En Portugal, FIGUEIREDO DIAS, Jorge de, op. cit., p. 409, admite que las dos formas de

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137

De todos modos, no parece existir razón alguna para excluir la omisión del

concepto de agresión.

La alegación de CEREZO MIR en el sentido de que faltan la causalidad y la

voluntad de realización (finalidad) está equivocada. También en los delitos por omisión

se imputa sin necesidad de establecer un vínculo natural entre el resultado y la acción.

El nexo es un dato jurídico y no depende de cuestiones de la naturaleza. El elemento

subjetivo (la finalidad) también existe en los casos de omisión: la madre que deja morir

de hambre a su hijo debe actuar siempre con dolo, sea de primero grado, segundo grado

o eventual.

Los casos de omisión impropia o comisión por omisión no son problemáticos en

la calificación de agresión, porque aquí hay un dato significativo: el garante tiene la

obligación de evitar el resultado y, caso de que no realice la evitación, responderá como

causador directo de ello. El deber jurídico de actuar convierte la omisión en acción

mandada. Si la madre realiza una omisión con la finalidad de dejar morir de hambre a

su hijo, es posible coaccionarla en legítima defensa del menor para que cumpla su deber

jurídico de protección.

El problema mayor para caracterizar la omisión como agresión son los casos de

omisión pura, propia o simple. No porque no exista una causalidad o una voluntad del

resultado, sino porque aquí el problema reside en el bien jurídico tutelado, que es de

naturaleza colectiva. En los llamados delitos de omisión, en principio, los bienes que

omisiones son agresiones, porque un omitir resulta un peligro a bienes individuales y supraindividuales. Igualmente, en Brasil, CIRINO DOS SANTOS, Juarez, Direito Penal, op. cit., p. 234, parece aceptar también la omisión propia, pero menciona como ejemplo solamente un caso de omisión impropia. En Italia, PADOVANI, Tullio, op. cit., p. 157, argumenta que la ofensa al Derecho consiste en la lesión por una acción (no necesariamente violenta) o omisión (por ejemplo, donde ha habido un accidente, Tizio obliga a un automovilista que está omitiendo socorro a transportarlo al hospital en su coche). También FIANDACA, Giovanni, MUSCO, Enzo, op. cit., p. 253.

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138

fundamentan la intervención penal son de naturaleza supraindividual, puesto que el

interés de la norma es fomentar la solidaridad humana. Por ejemplo, el clásico delito de

omisión de socorro es una manera de tutelar e incentivar la solidaridad humana. Por esa

misma razón, tales omisiones no son caracterizadas como agresiones, es decir, no son

agresiones a efectos de legítima defensa, porque no ponen en peligros bienes

individuales.207

En verdad, en tales situaciones el peligro de lesión al bien jurídico no deriva

exactamente de la ausencia de solidaridad, sino de otro peligro previo a la omisión. Por

tanto, significa que la defensa del bien jurídico, aunque sea individual, debe ser

amparada no por el derecho de legítima defensa, sino dentro de los límites estrictos del

estado de necesidad justificante. Con ello los problemas relacionados con la ausencia

del principio absoluto de proporcionalidad, inherente al derecho de legítima defensa,

son solucionados de mejor manera.

No obstante, hay algunos supuestos en relación con tipos delictivos

determinados en los que la solución de legítima defensa (propia o de tercero) frente a la

omisión pura es problemática. Piénsese en la negativa a salir de una morada, cuando el

titular le dice al sujeto que se marche o en la negativa a devolver al propietario el

vehículo que este había prestado al que se niega a devolverlo. Estos son supuestos en

que se pueden calificar como agresión, independientemente de que para que haya

legítima defensa deban darse los demás requisitos.

3.1.1.1.6. La agresión putativa y la tentativa irreal

207 De otra opinión MUÑOZ CONDE, Francisco, GARCÍA ARÁN, Mercedes, op. cit., p. 321, en el caso de la omisión de socorro a alguien que se encuentra en grave peligro. En el mismo sentido, en Italia, MARINUCCI, Giorgio, DOLCINI, Emilio, op. cit., p. 163.

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139

En principio, tampoco constituye agresión los casos de tentativa irreal, puesto

que en ésta no hay posibilidad de afectación al bien jurídico tutelado por el Derecho

penal. Falta, por tanto, el principio de protección individual que constituye uno de los

pilares fundamentales del derecho a la legítima defensa. Así, pues, es posible que exista

en tales situaciones el interés de afirmación del Derecho, pero de todos modos falta el

fundamento individual (la protección de un bien jurídico individual).

JESCHECK sostiene que en la tentativa irreal no es posible legítima defensa,

porque ―falta el interés de autoprotección‖.208 Al igual ROXIN afirma que ―contra una

tentativa inidónea, aunque punible, no cabe legítima defensa, pues la misma no pone en

peligro ningún bien jurídico individual‖. 209 En otras palabras, ―no falta un interés en el

prevalecimiento del Derecho, pero sí la necesidad de protección‖. 210

Ello quiere decir que la agresión debe expresar una acción humana apta

objetivamente para lesionar o poner en un peligro concreto un bien jurídico de

naturaleza individual. Es más, el peligro concreto debe ser algo verificable ex ante y

comprobable ex post.211

En efecto, están excluidos de la noción de agresión las acciones de tentativa

irreal, las agresiones objetivamente inidóneas para lesionar el bien jurídico y los casos

de peligros abstractos. La exclusión, como se ha visto, está relacionada con el concepto

mismo de agresión, que exige, además de un mínimo de calidad de acción, la puesta

concreta y objetiva en peligro al bien jurídico individual. De lo contrario la legítima 208 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 461. 209 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 608. 210 Ibidem, p. 612. Véase, en este sentido, también BUSTOS RAMÍREZ, Juan J., HORMAZÁBAL MALARÉE, Hermán, op. cit., pp. 259-260. 211 Vid., por todos, IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 38, que ofrece un concepto de agresión que excluye los casos de peligros abstractos, tentativas imposibles, agresiones aparentes y agresiones iocandi causa: ―aquella conducta humana, actual o inminente apta para lesionar realmente o para poner en peligro concreto, desde un punto de vista objetivo ex ante, intereses jurídicamente protegidos‖.

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140

defensa se fundamentaría sólo en la protección del ordenamiento jurídico, donde el

sistema estaría por encima de la persona.

Diferente es el caso de legítima defensa putativa derivada del error sobre los

presupuestos objetivos de las causas de justificación: el sujeto cree, erróneamente, que

existe una situación de hecho de agresión que justifica su acción defensiva. Por ejemplo,

A mata B porque creía que se trataba de un ladrón, pero en realidad B era su hijo que

había regresado anticipadamente de las vacaciones, sin aviso y de madrugada. O más

real: el brasileño Jean Charles de Menezes, un electricista de 27 años, es abatido a tiros

en un vagón de metro de Londres el 22 de julio de 2005 al ser confundido por varios

agentes con un terrorista suicida. Como es de conocimiento público, Menezes fue

ejecutado con siete disparos en la cabeza por miembros de ―Scotland Yard‖. Un día

antes se habían producido en Londres un atentando. Dos semanas antes medio centenar

de personas habían fallecido en un atentado terrorista ocurrido en el Metro y Autobuses

urbanos de esa capital.

La comprensión y solución de casos de errores de tipo permisivo como estos

mencionados, es decir, un error sui generis sobre circunstancias objetivas que,

existiendo, daría lugar a una causa de justificación reconocida legalmente, depende de la

teoría adoptada sobre la conciencia de lo injusto.

En general y de forma simplista, la doctrina penal suele mencionar dos teorías:

por un lado, la teoría del dolo, según la cual el error sobre la antijuridicidad del hecho se

debe tratar como un error que excluye el dolo; por otro lado, la teoría de la culpabilidad,

según la cual la conciencia de la antijuridicidad no es elemento del dolo, sino de la

culpabilidad del autor. Pero también se puede dar autonomía a la teoría de los elementos

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141

negativos del tipo frente a la teoría del dolo, así como a la teoría restringida en relación

a la teoría estricta.

De una u otra forma, las consecuencias derivadas de estas teorías son muy

relevantes.

Los partidarios de la teoría del dolo (la conciencia de lo injusto es presupuesto

del dolo) defienden que, tanto en la estructura como en la consecuencia, el error de tipo

permisivo es similar al error de tipo. Por un lado, es un error de tipo en la estructura

porque el sujeto supone erróneamente la existencia de requisitos objetivos (normativos

y descriptivos) de una causa de justificación realmente admitida por el ordenamiento

jurídico. Por otro lado, en la consecuencia también se trata de un error de tipo, porque

si el error es vencible, la responsabilidad es por imprudencia, mientras que si el error es

invencible, hay exclusión del dolo y, por tanto, impunidad.

A los mismos resultados (estructura y consecuencias) llegan los partidarios de la

teoría de los elementos negativos del tipo: si las causas de justificación integran un tipo

total de injusto, bipartido en elementos positivos y negativos, es evidente que el error

sobre cualquier elemento normativo o descriptivo de esta substancia caracteriza un

error de tipo.

La teoría escricta de la culpabilidad, en la cual la conciencia de lo injusto es

elemento autónomo de la culpabilidad y su exclusión no afecta en nada el dolo, entiende

el error de tipo permisivo como un error de prohibición y, en razón de eso, en las

consecuencias, no descarta la existencia del dolo. El resultado es que el error de tipo

permisivo se comporta como error de prohibición indirecto, de modo que si el error es

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142

invencible, el sujeto debe ser disculpado siempre, mientras que si el error es vencible, la

pena debe ser atenuada.212

Finalmente, la doctrina teoría restringida de la culpabilidad también acepta que

la conciencia de lo injusto es un elemento autónomo de la culpabilidad y que su

exclusión, por tanto, no afecta en nada el dolo del sujeto. No obstante, en los casos de

error de tipo permisivo, la teoría de la culpabilidad se restringe aceptando la exclusión

del dolo. Así, pues, según la estructura el error de tipo permisivo es un error de

prohibición y, por eso, como consecuencia, el error invencible excluye la culpabilidad.

Pero en una analogía de estructura con el error de tipo, el error de tipo permisivo

evitable debe ser tratado como un verdadero error de tipo: exclusión del hecho doloso y

responsabilización por el hecho culposo. 213 La consecuencia práctica sería la misma que

la superada teoría del dolo.214

Recientemente, MUÑOZ CONDE ha propuesto una solución a partir de un

criterio hermenéutico (el argumento anglosajón de lo razonable) con aportes de la teoría

significativa de la acción.215 Intenta establecer un estándar objetivo por medio del

criterio de lo ―razonable‖, esto es, ―aquello que una persona promedio hubiera hecho si

hubiera tenido que enfrentarse a las mismas circunstancias‖. Concretiza este estándar de

212 Cfr. WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., pp. 199-200, sostiene que la suposición errónea de una causa de justificación es un caso de error de prohibición (por tanto, un error sobre la antijuridicidad que no afecta el dolo). Por ello concluye que el error inevitable excluye la culpabilidad, el evitable la atenúa según la medida de la evitabilidad. Véase también MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., pp. 649-651. 213 Así, por ejemplo, JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 636, con la llamada teoría de la culpabilidad que remite a la consecuencia jurídica. Véase también ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., pp. 583-584; el mismo, Teoría del tipo penal. Tipos abiertos y elementos del deber jurídico, trad. de Enrique Bacigalupo, Buenos Aires, Depalma, 1979; MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 661, incluso niega que la teoría finalista de la acción conduce necesariamente a la teoría estricta de la culpabilidad; STRATENWERTH, Günter, op. cit., p. 253; MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., pp. 421-422. 214 Superada sí, pero jamás motivo de desprecio. La teoría del dolo en su tiempo cumplió su función de destacar la relevancia del error de prohibición, mediante la vinculación entre la conciencia de la antijuridicidad y el dolo. 215 MUÑOZ CONDE, Francisco, Putative self-defense: a borderline case between justification and excuse, op. cit., pp. 590-614.

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143

la razonabilidad mediante datos del concepto comunicativo de la acción, haciéndolo

depender del contexto circunstancial del acto. Rechaza, sin embargo, la subjetivación de

la antijuridicidad afirmando que el estándar objetivo de lo razonable exige una

―evaluación imparcial sobre si la conducta se adecua a estándares de conducta

jurídicamente apropiados‖. En fin, concluye trazando la diferencia entre las ―creencias

racionales y bien fundadas‖ (que involucran juicios de justificación) y las ―creencias

puramente personales‖ (que involucran juicios de exculpación). 216

Sin embargo, aunque aceptando esta avaluación ex ante desde una perspectiva

racional o razonable, no es lo mismo matar una persona inocente que matar una persona

que realiza una agresión antijurídica actual, así como no es igual, en el ámbito de la

relación tipo y antijuridicidad, matar una persona en legítima defensa y matar un

mosquito o tomar un café. Como ha dicho JESCHECK, sólo la agresión que procede de

un hombre pone en cuestión la personalidad del agredido en tanto miembro de la

comunidad jurídica y, así, despierta el interés de afirmación del Derecho. A contrario

sensu, una acción neutral de una persona inocente (y no una agresión que traduzca una

rebeldía al Derecho) no despierta la necesidad de afirmación del Derecho. 217 Luego, no

puede ser objeto de injerencias de cualquier poder porque de lo contrario el derecho de

autodeterminación sería violado.

Por ello mismo, son cuestionables no solamente el planteamiento que equipara la

defensa putativa con la defensa real, sino principalmente las soluciones propuestas tanto

por la teoría de los elementos negativos del tipo como por la dominante teoría

restringida de la culpabilidad. Pues, a fin de cuentas, ambas comprenden como

216 Véase, sobre la problemática de la justificación, también el artículo de FLETCHER, George P., The Nature of Justification, en Action and Value in Criminal Law, Oxford, Clarendon Press, 1993, pp. 175-186. 217 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 486.

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imprudente una acción que claramente es dolosa, mezclando el dolo con el

conocimiento de la antijuridicidad, en un verdadero rescate del dolus malus del Derecho

romano. Como ha dicho KRUSCHKA, ―considera como una representación que

excluye el dolo la representación errónea de las circunstancias que, de darse,

justificarían el hecho‖. 218

Es más, la exclusión del dolo en las situaciones de error de tipo permisivo

vencible destruye el desvalor de la acción y del resultado que existe siempre en las

situaciones en que un inocente es atacado. La muerte de una persona inocente no puede

ser desvalorada de forma tan atenuada como la muerte causada por imprudencia,

principalmente en situaciones en que la víctima no ha creado o participado de una

actividad de riesgo.

Además, tampoco el riesgo derivado de la acción agresiva es un riesgo permitido

o tolerado que justifique la puesta en peligro de inocentes. Entonces la equiparación

entre los delitos imprudentes (aunque sea solamente en el precepto secundario, con la

utilización del argumento analógico) no es algo correcto ni dogmática ni

politicocriminalmente. En este punto, ya que ninguna solución es perfecta, el mal menor

sería la atenuación de la culpabilidad, tal como propone la teoría estricta de la

culpabilidad.

JESCHECK objeta que la teoría estricta de la culpabilidad ―conduce a veces a

resultados incompatibles con el sentimiento jurídico‖.219 Por ejemplo: el soldado que

por una confusión imprudente dispara sobre un camarada al que toma por enemigo,

debería ser castigado por homicidio. De hecho, es verdad, pero también es verdad que, a 218 KRUSCHKA, Joaquim, ¿Realmente es “limitada” la teoría “limitada” de la culpabilidad? Adiós a un debate, trad. de David Felip i Saborit y Pablo Sánchez-Ostiz, en Imputación y Derecho penal. Estudios sobre la teoría de la imputación, Cizur Menor/Navarra, Editorial Aranzadi, 2005, pp. 142-143. 219 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 636.

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145

veces, los resultados de los otros planteamientos ofenden el sentimiento jurídico y

siguen siendo aplicados.

Desde el punto de vista de los derechos fundamentales, el Derecho penal, como

sistema constitucional de garantía de la persona frente al poder, no puede aceptar la

completa vulneración de la dignidad humana. No puede dejar a la persona sin ninguna

protección del Derecho. Ello permitiría fundar un peligroso ―estado de excepción‖,

como una tierra neutral oculta dentro del propio Estado de Derecho, donde el poder (el

biopoder) politiza la vida humana (la politización de la nuda vida), según lecciones de

GIORGIO AGAMBEN. Un relación entre la vida nuda y la política que termina,

efetivamente, rigiendo de forma encubierta las ideologías –totalitarias- de la

modernidad.220

Además, también es un problema serio justificar acciones de defensas putativas

porque puede constituir una invitación para que otras personas sigan el mismo camino,

en perjuicio de la seguridad publica. El policía inglés pensaba que disparar a un

sospechoso era una actitud valorada positivamente por el Derecho penal. Pero la verdad

es que el ordenamiento jurídico (y el Derecho penal en especial) no debe valorar

positivamente conductas que, aunque sean razonables, lesionan los derechos

fundamentales de inocentes. Tampoco debe valorar positivamente los resultados

(aunque no deseados) originados de estas acciones, que ofenden los derechos

fundamentales de inocentes.

220 AGAMBEN, Giorgio, Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, trad. de Antonio Gimeno Cuspinera, Valencia, Pre-Textos, 2006, p. 131.

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146

Discutible también sería aceptar la justificación de la acción defensiva en los

casos en que la víctima no es ―tan inocente como parece‖. 221 Esto es, en los casos en

que la víctima contribuye, de alguna manera, para que el resultado no deseado (pero

doloso) se concretice. Por ejemplo: A bromea con B usando una arma de juguete, pero

lo hace por la noche en una calle y ciudad muy peligrosas. B piensa que A es un ladrón

(lo que sería muy razonable por las circunstancias y contexto) y lo mata en plena calle.

Pero resulta que A era amigo de B. En situaciones como esta, se argumentaría que A

asumió un riesgo normal derivado de su acción anterior, lo que justificaría la pérdida de

protección jurídica a favor de los intereses de B. Si los riesgos que corrió B también

eran razonables objetivamente en el contexto que dicta el significado, entonces la acción

estaría justificada.222

Sea como sea, la exclusión de la antijuridicidad no debe afirmarse

exclusivamente desde la perspectiva subjetiva de una supuesta víctima, sino desde

parámetros objetivos determinados por el propio ordenamiento jurídico. De lo contrario

la seguridad pública sería rehén de los subjetivismos de las eventuales víctimas, ni

siempre posibles de probar en un proceso penal.

Como soluciones posibles quizá se podría admitir que el error de hecho implica

la ausencia de dolo y, por ello, deja abierta la posibilidad de responsabilización por

delito imprudente. El error invencible excluye la tipicidad, mientras que el error

vencible permite la punición por delito imprudente. Pero un error sobre el elemento

221 Véase sobre este aspecto BERGELSON, Vera, Victims’ rights’ wrongs: comparative liability in criminal law, California, Stanford University Press, 2009. 222 Cfr. el caso de la jurisprudencia italiana citado por FIANDACA, Giovanni, MUSCO, Enzo, op. cit., p. 252: ―Una sera d´inverno, poco prima della chiusura dei negozi, un popolare calciatore della squadra della Lazio (Re Cecconi) inscena uno scherzo, poi rivelatosi tragico: entrato in una gioielleria col bavero alzato e le mani in tasca come ad impugnare un pistola, con espressione tesa e dura intima ai presenti ―fermi tutti, questa `una rapina‖. Il gioielliere impugna prontamente la pistola e uccide il presunto rapinatore (caso tratto da Trib. Roma, 20 febbraio 1977, in Cass. pen. Mass. ann., 1977, 1046 con nota di RAMPIONI)‖. También de la jurisprudencia española en MUÑOZ CONDE, Francisco, Putative self-defense: a borderline case between justification and excuse, op. cit., pp. 590-614.

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147

fáctico (error sobre la existencia de una agresión antijurídica, p. ej.) no excluye el dolo,

ni tampoco la antijuridicidad, aunque sea relevante para la culpabilidad: exculpa o

reduce la reprobación dependiendo de la vencibilidad.

De todos modos, el criterio de lo razonable y el contexto que dicta el significado

de la acción sería determinante de la evitabilidad y no del error. Por ejemplo, es

razonable que un policía intente contener un sospecho terrorista antes que éste se

acerque a un espacio público, sobre todo si ejerce un control anticipadamente. De lo

contrario el policía definiría cuando el error es vencible o invencible, controlando la

situación hasta el momento de la invencibilidad del error. Eso sería inadmisible y

quebrantaría la utilidad de la dogmática penal, que es crear un sistema de decisiones

lógico, pero sobre todo justo.

3.1.1.1.7. ¿Agresión como acometimiento?

Todos estos supuestos de hechos mencionados en que no hay agresión (no-

acciones, acciones neutrales, acciones imprudentes, acciones de omisión pura,

agresiones subjetivas) también son explicados por una doctrina que sostiene el

contenido de la agresión en el sentido de acometimiento, es decir, ataque, acto de fuerza

o violencia.

En este sentido solamente existe una acción agresiva cuando la acción implica

vías de hecho, fuerza material o física, violencia. De ahí se deduce la consecuencia de

que los actos imprudentes y la omisión no son agresiones porque no implican el uso de

la fuerza física, esto es, no expresan violencia directa contra la persona.

Esta corriente doctrinal y jurisprudencial se fundamenta básicamente en tres

argumentos: el primero en el sentido gramatical, porque la agresión significa ―acto de

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acometer a alguien para matarlo, herirlo o hacerle daño‖; el segundo en el sentido de

subsidiariedad, porque todos los casos de no violencia pueden ser eficazmente

protegidos por los órganos de justicia; finalmente, el tercero en el sentido de igualdad,

porque si la defensa consiste en una reacción violenta contra la agresión, ésta también

debe expresarse como acción violenta.223

Pero estos argumentos que restringen sensiblemente el concepto de agresión

deben ser rechazados.

En primer lugar, el término agresión puede entenderse no solamente como

acometimiento físico, o sea, como ―acto de acometer a alguien para matarlo, herirlo o

hacerle daño‖, sino también como ―acto contrario al derecho de otra persona‖, como

acto contrario a Derecho.224 Como ha dicho IGLESIAS RÍO, ―la literatura jurídico-

penal más reciente opta por un mayor grado de abstracción, en virtud del cual se

desvincula el concepto de agresión de la significación gramatical o vulgar que lo

aproxima a un acto de fuerza‖. 225

En segundo lugar, no es verdad que únicamente los bienes irreparables puedan

ser susceptibles del derecho a la legítima defensa. El hecho de que posteriormente a la

agresión se pueda recurrir a los tribunales o a los órganos públicos de justicia no impide

el ejercicio del derecho de legítima defensa en el momento de la agresión, porque lo

importante es la necesidad de la defensa y no la reparación posterior. La ausencia de los

órganos estatales en el momento de la agresión posibilita que el particular cumpla la 223 Cfr. LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 117. Sobre la evolución jurisprudencial de esta corriente en España, véase, por todos, la descripción de MAGALDI, María José, La legítima defensa en la jurisprudencia española. Análisis de los apartados 4.º, 5.º y 6.º del art. 8.º del Código penal, Barcelona, Bosch, 1976, pp. 29-43. 224 Vid., MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 430; LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., pp. 118-119; MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., p. 116; IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 39. 225 Ibidem, p. 40.

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defensa del Derecho e impida la lesión al bien jurídico individual. Si, por otro lado, el

Estado está presente o puede llegar a tiempo para salvar el bien jurídico, entonces el

particular no tiene necesidad y legitimidad para defenderse. Por tanto, no se trata de

reparabilidad del bien jurídico mediante el auxilio posterior de los tribunales, sino de

que la ausencia de los órganos del Estado es un dato inherente a la necesidad y

legitimidad de la defensa del bien jurídico. Nada de eso, por tanto, tiene que ver con el

contenido de la agresión. Véase sobre eso, p. ej., el caso mencionado por LUZÓN

PEÑA: ―se puede ejecutar una agresión contra la libertad sin violencia, por ejemplo,

encerrando en una habitación a una persona que previamente se halla en ella, y frente a

esta agresión la -problemática- actuación posterior de los tribunales mal pueden

proteger la libertad atacada o impedir que la agresión se haya llevado a cabo‖. 226

Por último, es falso el argumento de que si la defensa ha de ser violenta también

lo ha de ser la agresión.227 Es decir, que existe una relación de dependencia o de

proporcionalidad entre la agresión y la defensa. Así como la agresión no es siempre y

necesariamente violenta, tampoco lo es el ejercicio limitado de la legítima defensa. La

agresión por amenazas verbales no es violencia material, así como la defensa por

palabras tampoco puede ser caracterizada como acometimiento físico. La defensa puede

en determinadas situaciones incluso ser más suave que la acción agresiva, por ejemplo,

siempre y cuando sea el medio de reacción necesario para protección del bien jurídico

individual atacado. No existe, por tanto, una relación de dependencia entre la acción

agresiva y la defensa necesaria del bien jurídico. De lo contrario también esta exigencia

de proporcionalidad entre la gravedad de la defensa y agresión confundiría la necesaria

e importante separación entre las justificaciones por legítima defensa y por estado de

necesidad. 226 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 119. 227 Ibidem, p. 119.

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En resumen, la agresión consiste en una acción humana (por tanto, una acción

comunicativa cuyo contexto dicta el significado) con voluntad de ofender o poner en

peligro concreto (lesividad) el bien jurídico individual protegido por el Derecho penal.

Ex ante, por tanto, están excluidas las no-acciones (las que no expresan significado

social relevante) y las acciones que no impliquen lesión o peligro concreto para algún

bien jurídico individual.

De todo lo dicho al concepto de agresión, se deduce que no se puede considerar

como agresión:

a) los casos de no-acciones (ataques de animales, actos de personas jurídicas,

actos internos (cogitationis poenam nemo partitur), actos del inconsciente, actos reflejos

y la vis absoluta o fuerza física irresistible;

b) las acciones que sólo infringen los deberes objetivos de cuidado, puesto que,

en tales casos específicos, falta la voluntad de ofender o poner en peligro el bien

jurídico individual. Solamente los actos dolosos constituyen el contenido de la agresión

y, por tanto, los actos imprudentes deben ser reaccionados por medio del estado de

necesidad, jamás por legítima defensa;

c) los casos de omisión pura o propia, que no incidan directamente en un bien

jurídico individual susceptible de lesión. En cambio, sí que hay agresión en los casos de

comisión por omisión (la omisión impropia), puesto que hay quiebra de un deber

jurídico de impedir la lesión del bien jurídico; y en los casos en los que la omisión pura,

aún sin deber de garante, incide directamente en la lesión de un bien jurídico individual;

d) los casos de tentativa irreal o de peligro abstracto o aquellos en los que el

amenazado sabe subjetivamente que la pistola no está cargada o es de plástico, sea

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porque no hay bien jurídico defendible (tentativa irreal), sea porque el supuesto bien

jurídico no es individual (peligro abstracto). De todos modos, el peligro al que se

expone el bien jurídico proveniente de la agresión, debe ser concreto y objetivamente

demostrado ex ante, sin prejuicio de la real comprobación ex post. El criterio de lo

razonable y la teoría comunicativa son factores importantes para evaluar la posibilidad

de justificación;

e) Por lo demás, la agresión no necesariamente debe ser entendida como un

acometimiento físico. El bien jurídico puede ser ofendido o puesto en un peligro

concreto aunque la acción se realice sin contacto físico, sin fuerza o violencia física

contra la víctima.

3.1.1.2. La antijuridicidad de la agresión: La agresión ilegítima

Pero la agresión únicamente no basta para configurar una situación que legitime

la intervención del derecho a la legítima defensa. Es necesario un importante

complemento o calidad de la agresión: la agresión debe ser siempre una agresión

antijurídica, es decir, una agresión que se exprese mediante contradicción con el

Ordenamiento jurídico (la antijuridicidad). Una contradicción formal y materialmente

relevante (ofensa al bien jurídico). En otras palabras, para el Derecho penal y para el

estudio de la legítima defensa sólo importa la agresión ilegítima que constituya una

acción penalmente típica y antijurídica.228

228 Vid., por todos, MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., pp. 117-118; GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, Justificación y exculpación en Derecho Penal español en la exención de responsabilidad por situaciones especiales de necesidad (legítima defensa, estado de necesidad, colisión de deberes, en ESER, Abin, GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, PERRON, Walter (ed.), Justificación y exculpación en derecho penal (Coloquio Hispano-Alemán de Derecho Penal) , Madrid, Servicio de Publicaciones de la Facultad de Derecho, 1995, p. 65; LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., pp. 481-494.

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La antijuridicidad de la agresión plantea dos importantes discusiones: la primera,

si la determinación de la antijuridicidad de la agresión debe partir del desvalor del

resultado o también del desvalor de la acción; la segunda, no menos importante, si la

antijuridicidad es general o, al contrario, se trata de una antijuridicidad penal, esto es,

específica.

3.1.1.2.1. La antijuridicidad como desvalor de la acción y del resultado

La opinión dominante sostiene que la antijuridicidad de la agresión coincide con

el concepto de antijuridicidad de la teoría general del delito. 229 Por tanto, significa que

la agresión antijurídica debe partir tanto de un desvalor del resultado como de un

desvalor de la acción.

Por esta razón, no son susceptibles de legítima defensa los casos en que el

comportamiento se realiza dentro del riesgo permitido, en situaciones de culpa

exclusiva de la víctima o sin que exista la quiebra del deber de cuidado. Porque en tales

situaciones falta tanto el desvalor del resultado como el desvalor de la acción,

necesarios para firmar la antijuridicidad. Ejemplos: si el automovilista conduce

observando cuidadosamente todas las reglas del tráfico y pese a ello un peatón

imprudente se le cruza ante el vehículo de modo tan imprevisible que está a punto de

atropellarlo, no se da una agresión antijurídica por parte del automovilista; 230 es decir,

quien se arroja a un vehículo en marcha no es atacado por su conductor; quien se

229 Vid., ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 615: ―La antijuridicidad de la agresión coincide con el concepto de antijuridicidad de la teoría general del delito. Por tanto, una agresión no es ya antijurídica cuando amenace provocar un desvalor del resultado, sino que tiene que suponer también un desvalor de la acción. En consecuencia, en primer lugar faltará la antijuridicidad de la agresión cuando el agresor esté amparado por una causa de justificación; pues entonces la agresión no supone ni desvalor de acción ni del resultado‖; MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 443; STRATENWERTH, Günter, op. cit., p. 198; WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 101. 230 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 615.

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esconde en la biblioteca a la hora de cerrar no es atacado por el conserje que lo deja

encerrado, etc.231

Por el mismo motivo no cabe legítima defensa en los supuestos de hecho

realizados bajo justificaciones materiales de exclusión de la ofensa al bien jurídico,

como los casos de legítima defensa contra legítima defensa, legítima defensa contra

estado de necesidad, legítima defensa contra consentimiento del ofendido, legítima

defensa contra ejercicio regular de un derecho, legítima defensa contra conducta

socialmente adecuada, legítima defensa frente a meras incorrecciones o bagatelas,

etc.232 A fin de cuentas, en todos estos casos no hay desvalor del resultado y tampoco

desvalor de la acción, que son las categorías que establecen la antijuridicidad general de

la agresión. Ejemplos: no actúa en legítima defensa el que en una riña mutuamente

aceptada va llevando las de perder y entonces se defiende con un cuchillo contra su

adversario más fuerte;233 tampoco en los casos de ejecución de una pena impuesta en un

proceso o en los casos de detención provisional de un persona sospechosa, pero

materialmente inocente.234

En suma, la antijuridicidad de la agresión debe consistir en la contradicción

entre una realización típica y el ordenamiento jurídico en su conjunto. Tal contradicción

es una y la misma en todo el Derecho y no en un sector específico. En verdad, lo que es

específico es el injusto, el substantivo, pero no el predicado, la antijuridicidad, que es

siempre general.

231 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 463. 232 WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 102, afirma que no es admisible la legítima defensa sobre todo ―contra acciones legítimas de función pública‖ y ―contra los derechos privados de necesidad y coacción y contra los derecho de corrección‖; en este mismo sentido, véase VON LISZT, Tratado de derecho penal, op. cit., p. 344. 233 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 615. 234 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 463.

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De todos modos, el predicado de la antijuridicidad no puede ser traducido como

un simple desvalor objetivo del resultado, como pretende el concepto objetivo de

antijuridicidad que sólo atiende al resultado, sino que sobre todo como un desvalor de la

acción. Este desvalor de la acción no debe confundirse con el desvalor de las actitudes o

estados de ánimos del agente, que son irrelevantes para un Derecho penal indiferente al

carácter moral de la gente. Por tanto, la antijuridicidad de la agresión exige tanto un

desvalor de la acción (no un desvalor de las disposiciones de carácter), como un

desvalor del resultado.235

Como han puesto de relieve MAURACH/ZIPF, esta solución quizá evita el

reemplazo de los delitos de resultado por tipos de peligros o la equiparación de la

tentativa al delito consumado, pues se trata de la ―utilización del ilícito de acción y del

ilícito de resultado como componentes de igual rango en el concepto jurídico-penal del

ilícito”.236

En sentido contrario se pronuncia JESCHECK: ―Es antijurídica toda agresión

que vulnera objetivamente el ordenamiento jurídico. Basta para ello la producción del

injusto del resultado‖.237 También BOCKELMANN/VOLK afirman que ilícita es la

agresión consistente en una conducta objetivamente ilícita del agresor, es decir, que no

es necesario que se concretice totalmente el tipo de injusto penal o civil, sino que basta

con que se realice el desvalor del resultado (o amenace con realizarlo).238 Por tanto,

incluso sería admisible la legítima defensa frente a un comportamiento correcto o frente

235 Con razón HIRSCH sostiene que el desvalor del comportamiento del agresor desplaza el criterio de la proporcionalidad. En las acciones que amenazan la producción de una lesión causal de un bien jurídico no se da un desvalor de comportamiento, y por lo tanto, se exige la ponderación de los bienes jurídicos en juego. Cfr. HIRSCH, Hans Joachim, op. cit., p. 210. 236 MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 274. Cfr. también las lecciones de STRATENWERTH, Günter, Disvalor de acción y disvalor de resultado en el Derecho penal, 2ª ed., trad. de Marcelo A. Sancinetti y Patricia S. Ziffer, Buenos Aires, Hammurabi, 2006. 237 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 465. 238 BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 112.

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a una lesión inminente que procede de una acción que no es ni siquiera descuidada.

Ejemplo de JESCHECK: el conductor que sin poderlo evitar patina a causa de la nieve y

se sube a la acera.239

Sin embargo, otra parte de la doctrina exige no sólo un injusto de resultado sino

también de acción que, como mínimo, sea un comportamiento objetivamente contrario

al deber de cuidado. Como ha dicho ROXIN sobre el ejemplo citado por JESCHECK,

―esto no sólo da lugar frecuentemente a resultados incongruentes, al privilegiar al sujeto

culpable frente al que obra con la diligencia debida, sino que también choca con el

principio irrenunciable, según el cual sólo puede haber legítima defensa cuando junto a

la necesidad de protección exista un interés en el prevalecimiento del Derecho‖. 240 De

ahí concluye con razón que ―frente a un agresor que se comporta de modo totalmente de

acuerdo con las normas, no necesita prevalecer el Derecho, ya que falta toda necesidad

de prevención general‖. 241

De hecho, esta solución no privilegia el agresor en detrimento de la víctima. El

sujeto puesto en peligro por quien observa los cuidados debidos no debe tolerar la lesión

del bien jurídico, sólo que debe reaccionar mediante estado de necesidad (y con toda la

carga de proporcionalidad exigida).242

También en contra del concepto objetivo de antijuridicidad, que sólo atiende al

resultado, se ha planteado un concepto propio de antijuridicidad: antijurídica en sentido

de culpable. La idea principal sería que sólo es preciso el prevalecimiento del Derecho

que fundamenta la legítima defensa ante una agresión culpable o incluso

239 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 465. 240 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 616. 241 Ibidem, p. 116. 242 Ibidem; también STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 198.

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cualificadamente culpable.243 Así, p. ej., como se ha visto anteriormente, JAKOBS

afirma que falta el ataque antijurídico cuando el comportamiento agresor no es

imputable enteramente, esto es, no es culpable. 244 Por tanto, excluye la legítima defensa

ante agresiones evidentemente inculpables.

Por otro lado, también se excluye la legítima defensa en los casos de riesgo

permitido, de deber de soportar por parte del afectado y cuando aquel que amenaza

producir una lesión realiza un comportamiento sin peligro en sí (culpa exclusiva de la

víctima, p. ej., quien se arroja a un vehículo en marcha no es atacado por su

conductor).245 Lo que significa que este planteamiento no tiene en cuenta solamente el

desvalor del resultado, sino también el desvalor de la acción.

Pero este concepto propio de antijuridicidad debe ser rechazado, porque

confunde las categorías de la antijuridicidad y la culpabilidad, yendo más allá incluso de

lo que permiten los términos legales que califican la expresión. Así, p. ej., el CP español

habla de ―agresión ilegítima‖ (artículo 20, 4º, Primero), el CP brasileño dice ―injusta

agresión‖ (artículo 25), el CP portugués ―agresión actual e ilícita‖ (artículo 32), el CP

italiano ―ofensa injusta‖ (artículo 52) e incluso el CP alemán ―ataque actual y

antijurídico‖ (§ 32). Luego, interpretar las expresiones ―injusta‖, ―ilícita‖ o

―antijurídico‖ en el sentido de ―culpable‖ es violar directamente el principio de

legalidad penal. Como señala claramente JESCHECK, ―el sentido de la ley sólo puede

expresarse en palabras, que constituyen la materia prima de la interpretación. Por eso

mismo, debe respetarse, en todo caso, el ―sentido literal posible‖ como límite

extremo.246 Además, cabe aquí recordar las siempre actuales lecciones de BECCARIA,

243 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 617. 244 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 464. 245 Ibidem, p. 463. 246 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 465.

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en el sentido de que, sobre la voz fija de la ley y la inestabilidad de las interpretaciones,

no hay nada más peligroso que aquel axioma común que obliga a consultar el espíritu de

la ley.247 Pero ni es necesario ir tan lejos así, puesto que en este caso incluso el espíritu

de la ley es claro.

Por lo demás, un planteamiento así merma el fin preventivo general del derecho

a la legítima defensa que, aunque de forma más débil, también existe en las agresiones

no culpables o con culpabilidad disminuida.248 Otra cosa es que, como se verá más

adelante, tenga que hacer determinadas limitaciones para admitir la legítima defensa

frente a agresiones antijurídicas llevadas a cabo por inculpables.

3.1.1.2.2. ¿Antijuridicidad general o específicamente penal?

Finalmente, se plantea también si la antijuridicidad es general o si, al contrario,

se trata de una antijuridicidad penal, es decir, específicamente penal. La primera idea

consiste en aceptar que las autorizaciones o derechos de otras ramas del Derecho

excluyan la antijuridicidad de una conducta típica. El fundamento se expresa en la idea

de unidad del ordenamiento jurídico, porque de lo contrario sería, como dice ROXIN,

―una contradicción axiológica insoportable‖. 249 En realidad, como se ha visto

anteriormente, la antijuridicidad es una y consiste en la contradicción entre una

realización típica y el ordenamiento jurídico en su conjunto. Otra cosa es el injusto

penal, el substantivo, personal, que sí es específico.

247 BECCARIA, Cesare, Dos delitos e das penas, 2ª ed., trad. de José de Faria Costa, Lisboa, Fundação Calouste Gulbenkian, 2007, p. 68. 248 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., pp. 617-618. 249 Ibidem, p. 463. La unidad del ordenamiento jurídico parece ser una de las razones de la ―tipicidad conglobante‖ acuñada por ZAFFARONI, que ―opera como contrapulsión de contención de la pulsión ampliatoria del canal de paso del poder punitivo que importa la individualización de la acción a través de la función meramente sistemática‖. Cfr. ZAFFARONI, Eugenio Raúl, ALAGIA, Alejandro, SLOKAR, Alejandro, op. cit., pp. 354/432-436.

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158

Pero GÜNTHER ha propuesto distinguir entre causas de justificación genéricas

(exclusión del injusto en relación con la totalidad del ordenamiento jurídico) y causas de

exclusión del injusto penal (exclusión únicamente del injusto penal). Así, pues, en el

primer caso las causas genéricas desaparecerían con el injusto en la totalidad del

ordenamiento jurídico, mientras que en el segundo, las causas específicas se limitarían

al derecho penal.250 Las causas genuinamente penales serían las eximentes penales

específicas, la defensa de intereses justos en los delitos contra el honor, las indicaciones

en el aborto, el consentimiento (incluso presunto), el derecho de corrección, los casos de

colisión de conflictos, de estado de necesidad y de superación de los límites de la

legítima defensa y del estado de necesidad justificante.

En la doctrina penal española LUZÓN PEÑA presenta un sistema coincidente

con la propuesta de GÜNTHER. Sostiene que la existencia de causas de atipicidad en

sentido estricto (que excluyen el tipo legal, tipo estricto) y en sentido amplio (que

excluyen la antijuridicidad de la acción). En el primer caso aún distingue: por una parte,

las ―causas de exclusión del tipo indiciario‖, que excluyen ya el tipo legal en el sentido

indiciario del injusto porque no son jurídicamente relevantes (p. ej., el consentimiento o

250 GÜNTHER, Hans Ludwig, La clasificación de las causas de justificación en el derecho penal , trad. de Diego Manuel Luzón Peña, en LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, MIR PUIG, Santiago (coord.), Causas de justificación y de atipicidad en derecho penal, Pamplona, Aranzadi, 1995, pp. 45-66. Críticamente, véase HIRSCH, Hans Joachim, La posición de la justificación y de la exculpación en la teoría del delito desde la perspectiva alemana, en ESER, Abin, GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, PERRON, Walter (ed.), op. cit., p. 41: ―Y es que el elemento del delito ―antijuridicidad‖ no trata de determinar si un comportamiento típico es merecedor de pena, sino que lo que interesa en este punto del examen sistemático es si estuvo de acuerdo con el conjunto del ordenamiento jurídico o no. Al introducir esta doctrina en el plano de la exclusión del injusto el punto de vista del merecimiento de pena, priva al elemento del delito ―antijuridicidad‖ de una función propia –concretamente, la de indicar la vulneración del ordenamiento jurídico en su conjunto –y amenaza con borrar la frontera entre, por un lado, la exclusión del injusto, y, por otro, la exculpación y la exclusión personal de la pena. Por lo tanto, en última instancia conduce a la destrucción del sistema de la teoría del delito‖. También PERRON, Walter, Principios estructurales de la justificación en los Derechos penales español y alemán, en LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, MIR PUIG, Santiago (coord.), op. cit., p. 77; DÍEZ RIPOLLÉS, José Luis, La categoría de la antijuridicidad en Derecho penal, en LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, MIR PUIG, Santiago (coord.), op. cit., pp. 87-170; BACIGALUPO, Enrique, Entre la justificación y la exclusión de la culpabilidad, en LL, año VII, núm. 1.611, 1986; CEREZO MIR, José, op. cit., pp. 192-193; ROXIN, Claus, Causas de justificación, causas de inculpabilidad y otras causas de exclusión de la pena, trad. de Miguel Polaino Navarrete, en CPC, núm. 46, Madrid, Edersa, 1992, pp. 185-189.

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159

acuerdo, la adecuación social y jurídica, intervenciones médico-quirúrgicas con

resultado positivo, el caso fortuito y la ausencia de algún elemento expreso o tácito del

tipo); por otra parte, las ―causas de exclusión de la tipicidad penal o del injusto penal‖,

que sólo afectan a la tipicidad penal (p. ej., el principio de insignificancia, la tolerancia

social, la adecuación social no justificante, el consentimiento no justificante, pero

penalmente relevante y la inexigibilidad penal general). En este último caso, muy

semejante al planteamiento que GÜNTHER califica de ―auténticas causas de exclusión

de injusto penal‖, LUZÓN PEÑA argumenta que ―la conducta, que sí es jurídicamente

relevante, no llega a estar jurídicamente permitida o justificada, pero no es lo

suficientemente grave como para constituir un injusto penal‖. 251

La distinción por la clasificación entre causas de naturaleza general y causas

específicamente penal posee importantes consecuencias en el tratamiento de la legítima

defensa. Las auténticas causas de exclusión del injusto penal no afectan la

antijuridicidad en general. Luego, aunque no constituyan un ilícito penal, serían

acciones antijurídicas susceptibles de legítima defensa, esto es, serían encuadradas en el

concepto de agresión ilegitima. Igualmente estaría garantida la legítima defensa en

casos que sólo afecten el ―merecimiento de pena‖.

Sin embargo, no está suficientemente evidente la relevancia en interponer una

nueva categoría entre las causas de justificación y causas de inculpabilidad, sobre todo

cuando la acción agresiva exigida para la legítima defensa deba constituir una acción

penalmente típica y antijurídica.

3.1.1.3. La inminencia de la agresión

251 LUZÓN PEÑA, Diego-Manuel, Curso de Derecho penal, op. cit., p. 558. Véase también, el mismo, Causas de atipicidad y causas de justificación, en LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, MIR PUIG, Santiago (coord.), op. cit., pp. 21-43.

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160

La agresión antijurídica, aparte de la necesidad de abarcar todas las

circunstancias antes mencionadas, además debe ser actual, inminente o incluso

subsistente de lesión al bien jurídico protegido.

El requisito de la actualidad se puede reconducir a una idea básica: si la agresión

antijurídica no ha comenzado o ya ha terminado, no hay necesidad de protección

individual del bien jurídico ni tampoco necesidad de prevalecimiento del Derecho. A lo

mejor deberá la víctima recurrir a los órganos de justicia para protegerse de una

agresión futura (improbable) o, entonces, buscar la reparabilidad de la lesión realizada

contra su bien jurídico en el proceso, en virtud del monopolio de la violencia por parte

del Estado.

Una cuestión polémica es aclarar el instante inicial y final de la agresión

antijurídica. Pues la dificultad de precisión del comienzo puede hacer de la defensa una

reacción precipitada o tardía, así como la defensa posterior a la consumación puede ser

innecesaria o un acto de venganza. Decisivo, por tanto, es la inmediatez de la agresión y

no la voluntad de lesionar un bien jurídico que no se actualice externamente; decisivo,

por tanto, es el fin de la lesión del bien jurídico y no otras actitudes subjetivas de la

víctima.

3.1.1.3.1. El comienzo de la actualidad de la agresión

El problema mayor reside precisamente en los delitos de realización instantánea,

porque en los delitos continuados y en los delitos permanentes (como, p. ej., la

privación de libertad) la agresión perdura y durante ese tiempo es posible defender el

bien jurídico agredido. En estos casos, por tanto, no hay dificultades en reconocer la

actualidad de la agresión.

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161

En relación a los delitos instantáneos, no parece haber un consenso en la

doctrina sobre el inicio. Algunos autores defienden, para establecer el comienzo de la

agresión, la necesidad de llevar a cabo una analogía con la tentativa punible del delito,

mientras otros, al contrario, intentan fundar criterios objetivos (la situación del

agredido) o subjetivos (la representación subjetiva del agredido).

Para JESCHECK la situación de legítima defensa ―empieza ya tan pronto como

se presenta un peligro emanado de una agresión inminente que amenaza de forma

inmediata al interés protegido‖. 252 El comienzo está, por tanto, en el peligro de ataque

inmediato al bien jurídico.

La constatación de cuándo existe un peligro de ataque inmediato es explicada

por JESCHECK en los siguientes términos: ―Lo decisivo es, a tales efectos, la situación

objetiva, y no lo que crea el agredido‖. 253 Es decir, la mera intención de agredir, si no es

exteriorizada, no constituye un ataque.

Como ejemplos reales, JESCHECK/WEIGEND citan algunos casos: a) el

guarda forestal puede disparar al cazador furtivo que, a pesar del requerimiento para

que tire el arma, huye con ella; b) ningún miembro de una manifestación política que

tiene lugar bajo protección policial puede llevar una navaja de grandes dimensiones

abierta pues, a pesar del peligro genérico de actividades violentas, hay que negar la

existencia de un ataque inminente contra él; c) falta agresión actual cuando el intruso

desarmado se introduce en el dormitorio de matrimonio y huye a causa de los gritos,

aunque exista un riesgo cercano de que otra noche aparezca nuevamente. 254

252 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 466. 253 Ibidem. 254 JESCHECK, Hans-Heinrich, WEIGEND, Thomas, Tratado de Derecho penal. Parte general, trad. de Miguel Olmedo Cardenete, 5ª ed., Granada, Comares, 2002, p. 367.

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162

En resumen, esta doctrina quiere decir que la actualidad de la agresión debe ser

analizada objetivamente ex post, por un observador experimentado colocado en la

situación del agredido (es decir, con los mismos conocimientos objetivos del agredido).

Desde ahí ya se descarta la existencia de actualidad de la agresión en las situaciones de

―peligros genéricos de actividades violentas‖, como los casos ejemplificados.

Pero el problema del pronóstico objetivo de un espectador experimentado

colocado en la situación del agredido, en una situación a enjuiciar ex post por el juez, es

que soluciona el conflicto a posteriori, sea reconociendo la situación de legítima

defensa, sea, al contrario, rechazándola. Lo que causa una inseguridad tanto para el

defensor agredido como para el agresor, porque ninguno sabe cuándo está siendo

agredido o está agrediendo. Si por un lado la atención al momento de la defensa puede

causar el peligro de un adelantamiento, por otro la concentración en el posterior genera

el perecimiento del derecho.

Quizá por ello ROXIN propone que la agresión actual parta de los actos

preparatorios que son inmediatamente previos a la fase de la tentativa punible del delito.

Así, pues, según él en ―los actos preparatorios próximos a la tentativa que ya

fundamentan legítima defensa es donde encaja el ―disponerse inmediatamente a la

agresión‖ (por contraposición a la agresión sólo en preparación, que todavía no es

actual, y al disponerse inmediatamente a realizar el tipo, que ya constituye una

tentativa).255

En defensa de su posición, ROXIN presenta ejemplos: al sujeto que se acerque a

otro con ánimo de lesionarle blandiendo un arma contundente de modo amenazante, ya

se le puede disparar en defensa a la pierna, por mucho que sólo haya una tentativa de

255 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., pp. 619-620.

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163

lesiones en el momento en que la víctima esté al alcance del agresor y éste levante la

mano para golpear.256

Una propuesta todavía más radical en este mismo sentido relacionada con el iter

criminis es presentada por JAKOBS, al intentar determinar la ―inminencia inmediata‖

de modo similar a la caracterización de la tentativa punible del delito. Así, pues, para

JAKOBS el ataque es actual cuando se materializa la pérdida material del bien, ―es

decir -en esta medida análogamente a la regulación de la tentativa- cuando ésta es

inminente (ejemplo: El agresor coge el arma para disparar inmediatamente), o bien es

posible interrumpirla, o acaba de tener lugar de un modo reversible (ejemplo: cuando se

le interpela, el ladrón huye con el botín; el defensor impide que se lleve el botín

matando de un tiro al ladrón).257

A partir de ésta idea, JAKOBS no justifica la defensa frente a ataques futuros

(como la defensa preventiva, p. ej.), como tampoco frente a ataques ya repelidos

(aunque se repitan después), pero reconoce que ―el límite es tan difuso como el del

comienzo de la tentativa‖. 258 De todos modos, el planteamiento ofrece una opción

interesante en la pretensión de evitar el adelantamiento de la defensa (la defensa

preventiva).

Sin embargo, parece que tanto la tesis de ROXIN como de JAKOBS padecen del

mismo vicio, pues, efectivamente, los dos planteamientos no aportan datos precisos

256 Ibidem, p. 620. 257 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 468. 258 Ibidem, p. 469. En sentido contrario a la tesis de JAKOBS, véase ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 619: ―Pero la equiparación de la actualidad con el comienzo de la tentativa, que también hay muchas voces en la doctrina que expresamente la rechazan, sería teológicamente equivocada‖. También WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 101: ―No es necesario que la agresión haya alcanzado ya el carácter de tentativa punible de delito‖. Igualmente MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 447, afirma: ―Decisivo es el ―comienzo inmediato de la agresión‖ (Roxin, Gedächtnisschrift für Zong uk Tjong, 1985, 143), el que no es coincidente con el inicio de la tentativa (distinto opina Jakobs, 12/23), pudiendo alcanzar también la fase final de la preparación‖.

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164

acerca de cuándo ocurre o comienza la situación de ―inmediata agresión‖ que justifica la

exclusión de antijuridicidad de la defensa.

Parece que ROXIN a partir de los actos preparatorios adelanta la defensa y

JAKOBS, bajo la idea de comienzo de la tentativa punible, hace de la defensa una

contramedida que puede, al fin y al cabo, ser demasiadamente tardía para la protección

del bien.

El problema de determinar cuando cabe la defensa ante los actos preparatorios y

cuando sólo cabe con el comienzo de la tentativa, es que no se puede precisar muy bien

el contenido de éste espacio. Es un espacio neutro que no se completa sin comenzar la

tentativa punible. Una parte nebulosa que torna el inicio de la defensa en un concepto

muy variable y, por tanto, inseguro. La misma oscuridad existe entre el final de los actos

de preparación y el inicio de los actos ejecutivos en la tentativa.

Pero es más, situar la defensa solamente a partir de la fase de preparación

conlleva a la destrucción del fundamento de la legítima defensa, precisamente lo

consistente en la protección del bien jurídico individual. Pues los actos preparatorios

son situaciones de impunidad justamente porque no llevan peligro a los bienes jurídicos

tutelados. Quien procura los medios y el lugar ideal para cometer el delito no practica

una agresión antijurídica y, por tanto, en tales casos, de actos preparatorios, no es

admisible el derecho a la legítima defensa. Precisamente porque los actos preparatorios

están demasiado lejos de la lesión del bien jurídico, nunca podrían caracterizar una

agresión y jamás justificar el comienzo de la defensa.

Por ello mismo, el propio ROXIN reconoce el problema de los actos

preparatorios cuando cita que falta una agresión actual (e incluso ya una agresión) ―si

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165

aún no se ha puesto en práctica ni manifestado al exterior la voluntad de lesionar un

bien jurídico‖. Por esta misma razón quizá ROXIN también agrega a la estrecha fase

final de los actos preparatorios el momento ―inmediatamente previo‖ a la fase de

tentativa. De tal modo, rechaza expresamente la ―solución de eficiencia‖ consistente en

definir la actualidad de la agresión como situación en que ya no sea posible una defensa

posterior, pues la agresión sólo planeada o preparada no sólo no es una agresión actual,

sino que ni siquiera es aún una agresión.259

Por otro lado, ahora ya en relación con la tesis de JAKOBS, la analogía con la

tentativa para determinar cuándo es actual la agresión también es complicada porque,

como se ha visto antes, puede ser una reacción demasiado tardía para la protección del

bien jurídico. Incluso, al contrario de lo que se imagina, esta solución puede traer poco

beneficio al agresor, pues la reacción demorada en general propicia una lesión más

grave.

ROXIN señala:

―Pero la equiparación de la actualidad con el comienzo de la tentativa, que

también hay muchas voces en la doctrina que expresamente la rechazan, sería

teleológicamente equivocada. Pues la frontera de la tentativa, por razones

propias del Estado de Derecho —porque la punición presupone una realización

del tipo propiamente dicha—, debe situarse lo más próxima posible a la

consumación. Pero en cambio no tendría el menor sentido esperar para la

defensa hasta que sea demasiado tarde o casi para tomar contramedidas; ello ni

siquiera le beneficiaría al agresor, ya que en el último momento frecuentemente

259 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 619.

Page 166: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

166

es necesario para la defensa causarle al agresor una lesión mucho más grave que

la que hubiera sido precisa en un momento anterior‖. 260

Sin embargo, a pesar de que estos argumentos mencionados sean verdaderos, al

final la posición de ROXIN acaba equiparándose a la de JAKOBS, porque exigir un

paso anterior al inicio de la tentativa y un paso posterior a los actos preparatorios se

traduce en analizar, in concreto, si existe una situación que actualice externamente la

acción. Ello significa, por tanto, lo mismo que exigir la exteriorización de los actos de

ejecución.

En realidad, el contexto y las circunstancias de los hechos son exactamente los

datos que expresan sentido o significado necesario para definir el inicio del peligro al

bien jurídico. A lo mejor, la actualidad de la agresión debe venir demostrada por actos

exteriores objetivos (sentido y significado) caracterizadores de peligro al bien jurídico

protegido.

Evidentemente, estos actos deben tener una correlación con la forma de ataque

al bien jurídico. Los actos deben ser medio o fin objetivamente idóneos para causar un

peligro al bien jurídico; o también ser idóneo para representar en la conciencia del

agredido una situación de agresión razonable, lo que caracterizaría, al menos, la

presencia de una legítima defensa putativa. De lo contrario no será actual y tampoco

necesaria.

3.1.1.3.1.1. La legítima defensa preventiva

El problema de la actualidad también comporta en el análisis de la legítima

defensa preventiva, como una de las formas más comunes y conocidas de

260 Ibidem, p. 620.

Page 167: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

167

adelantamiento de la defensa, tanto en el Derecho penal nacional como en el Derecho

penal internacional (incluso aquí es donde se puede encontrar la falacia del fundamento

de algunas guerras actuales).261

En realidad, los casos de defensa preventiva nunca deben ser tolerados. Si

alguien piensa ahora que en el futuro será víctima de una agresión antijurídica, debe

simplemente pedir ayuda de la autoridad estatal, antes de hacer uso ilegal y precipitado

de la violencia. No existe incluso ni estado de necesidad en tales situaciones, puesto que

también falta el peligro actual, al contrario de lo que opina JESCHECK.262

Con razón FLETCHER rechaza tanto la defensa preventiva como la que se

produce demasiadamente tarde:

―Si la defensa es preventiva contra una agresión que se espera pero que aún no

se ha producido, debe ser castigada como uso ilegal de violencia por su excesiva

precipitación; si es venganza o represalia contra la agresión que ya se ha

producido, también debe ser calificada como uso ilegal de violencia porque se

261 Por ejemplo, FLETCHER, George P., En defensa propia, op. cit., p. 55, cita el ataque de Israel al reactor nuclear de Iraq en 1981, bajo la suposición de que iba ser utilizado con propósitos militares. En esto caso reconoce que no se trataba de una acción preventiva pero que no era lo suficiente inminente para justificar una respuesta en legítima defensa. Distinto en otro caso citado, el ataque de Israel contra Egipto en 1967, porque las amenazas y las intimidaciones creaban un riesgo inminente de agresión, representado sobre todo por el alineamiento de tropas en las fronteras. Sobre ello ha dicho: ―Pero el requisito de la inminencia no exige que las armas estén ya disparando y las bombas explotando‖. En los ataques de los Estados Unidos de América contra Iraq y Afganistán no sólo faltaba el requisito actualidad, sino que ni agresión había. La agresión a las torres gemelas de 11-S no podría justificar una reacción defensiva como la realizada, porque aparte de no constituir un acto de guerra, sino más bien un delito, faltaba también actualidad. Sobre este tema, recientemente, véase FLETCHER, George P., OHLIN, Jens D., op. cit., pp. 146-149. 262 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 467, rechaza la admisión de una ―legítima defensa preventiva”, pero afirma que se puede tratar como estado de necesidad. Así, ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 621: ―En efecto, los principios que rigen en tal "legítima defensa preventiva" son totalmente distintos de los de la legítima defensa: en tales casos habrá que pedir la ayuda de la autoridad, esquivar la agresión, soportar ciertos riesgos y sólo se podrá proceder preventivamente en casos extremos y dentro del marco de la proporcionalidad‖. Sin embargo, tampoco existe peligro actual en tales situaciones que pueda justificar el uso del estado de necesidad. Un peligro futuro, aunque probable, nunca justifica un ataque preventivo porque carece siempre de la actualidad necesaria para la quiebra del monopolio estatal de la violencia.

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168

ha producido demasiado tarde. La legítima defensa no puede, por tanto, darse

demasiado pronto, ni demasiado tarde‖. 263

Un problema concreto interesante sobre este tema es el relacionado con los casos

de chantaje. Así, pues, el tema consiste en saber si hay agresión actual cuando el

chantajista pronuncia la amenaza, durante el plazo fijado o solamente en el momento

que, p. ej., el patrimonio es ofendido. Por ejemplo, MAURACH/ZIPF sostienen que en

la extorsión falta la actualidad de la agresión.264

En general, la idea básica mencionada parte de que la amenaza concluye la

agresión, la ofensa no comienza hasta el transcurso del plazo fijado y siempre es posible

negarse a realizar el comportamiento que se trata de conseguir mediante el delito de

coacción.

Para la solución JAKOBS propone algunos principios:

―1) La posibilidad, que siempre se da -salvo en caso de vis absoluta-, de negarse

a realizar el comportamiento que se trata de conseguir mediante las coacciones,

priva de su necesidad a la defensa para evitar ese comportamiento (es decir, para

evitar la disposición patrimonial perjudicial). 2) Si el mal con que se amenaza

constituye a su vez un ataque antijurídico, y es actual, resulta admisible la

legítima defensa, de acuerdo con las reglas generales. 3) Si falta la actualidad, se

aplican las reglas de la situación semejante a la legítima defensa. 4) La presión

psíquica, que siempre es ya actual, no permite la legítima defensa, al igual que

tampoco el miedo ante un perjuicio futuro supone un ataque actual‖. 265

263 FLETCHER, George P., En defensa propia, op. cit., p. 53. 264 MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 448. 265 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 471.

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169

Por otra parte, ROXIN afirma que ―la amenaza, aún después de haberse

pronunciado, sigue perturbando la libertad de actuación de la voluntad mientras pende

como una espada de Damocles sobre la cabeza de la víctima del chantaje‖. 266 Por ende,

ROXIN centra el problema no en la actualidad, sino en la necesidad: ―La cuestión de si

la legítima defensa puede justificar la contraviolencia contra el chantajista no es un

problema de la actualidad de la agresión, sino de la necesidad de la defensa y de que

esté requerida o indicada‖.

De hecho, en tales casos la agresión es actual hasta que no se haya producido el

agotamiento, independientemente de la consumación formal del tipo. Como ha dicho

WELZEL, la ―agresión perdura aun después de la consumación formal de un delito

mientras ella mantiene todavía intensivamente la lesión del bien jurídico.267 Sólo la

necesidad de la defensa se somete a restricciones ético-sociales, lo que se tratará en

seguida.

También muy interesante es la problemática de las grabaciones magnetofónicas

destinadas a evitar futuras extorsiones y otras agresiones, como la grabada

subrepticiamente para obtener una prueba lícita en un proceso penal. Pero aquí hay que

tener en cuenta también otros criterios como la protección de la intimidad, del derecho

al silencio y de la prohibición de autoinculpación. De ahí que haya que distinguir,

siguiendo a MUÑOZ CONDE, los supuestos en que el particular que realiza la

grabación está siendo víctima de un delito y los supuestos en que el particular lo hace

con ánimo de chantajear o con otro propósito antijurídico.

En el primero caso, MUÑOZ CONDE afirma que, ―cuando el que efectúa la

grabación de un hecho delictivo grave, o del que está siendo víctima (de injuria, 266 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 623. 267 WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 101.

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chantaje, amenazas, etc.), ésta está justificada y que, con las garantías procedimentales

pertinentes, puede utilizarse como prueba‖. 268

Ya en el segundo caso, ―cuando la escucha o grabación ilegal no tiene ninguna

justificación‖, no sólo no se trata de prueba lícita, sino que constituye la realización de

un delito.269

De todos modos, lo que no es posible y tampoco está justificado por el derecho

de legítima defensa es la vulneración del derecho fundamental de la privacidad ante de

una agresión exteriorizada, como forma de cautela para evitar un mal futuro e

improbable.

3.1.1.3.1.2. El problema de las offendiculas

También cobra importancia el requisito de la actualidad en la instalación de

aparatos de disparos automáticos, dispositivos de autoprotección u offendicula. Cepos,

cebos envenenados, trampas, vidrios, perros feroces, disparos automáticos e incluso

rejas eléctricas predispuestas instaladas para el ejercicio de la defensa, en general, de la

propiedad.

Los graves daños producidos por estos dispositivos automatizados, precisamente

lesiones y muerte de inocentes, hizo con que la doctrina penal cuestionase el requisito

de la actualidad de la agresión y, sobre todo, la necesidad de la defensa (lo que se tratará

en seguida).270

268 MUÑOZ CONDE, Francisco, De las prohibiciones probatorias al Derecho procesal penal del enemigo, Buenos Aires, Hammurabi, 2008, p. 98. 269 Ibidem, p. 109. 270 Cfr., por todos, sobre el problema de la utilización de mecanismos de defensa automáticos, KUNZ, Karl-Ludwig, La Contradefensa Automática. De la licitud de la defensa ofensiva con dispositivos

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171

JESCHECK afirma que hay actualidad ―en cuanto no hayan de operar hasta el

momento en que tenga lugar la agresión. Pero los riesgos que tales medios encierran

deberá asumirlos el que los utilice para defenderse‖. 271

Por otro lado, ya ROXIN parece reconocer la actualidad de la agresión en tales

situaciones, sin embargo analiza el tema en el ámbito del requisito de la necesidad de la

defensa, puesto que, según afirma, ―los dispositivos de autoprotección peligrosos para la

vida en la práctica no son necesarios casi nunca: no se estará justificado si se colocan

disparos automáticos o minas explosivas cuando hubiera bastado para la defensa un

dispositivo de alarma, descargas eléctricas ligeras o a lo sumo un perro‖. 272

Finalmente JAKOBS trata el problema como un caso de análisis de la necesidad

y no de la actualidad, precisamente porque considera, con absoluta razón, tales

dispositivos como una ―vulneración de la seguridad pública y por tanto como

inadmisibles‖. 273

De hecho, en principio, los mecanismos de defensa automáticos previamente

programados cumplen el requisito de la actualidad de la defensa, siempre y cuando

funcionen en el momento de la agresión. Como ha dicho JESCHECK, la actualidad

existe en los casos en que la respuesta sólo se produce en el instante en que la agresión

tiene lugar.274 En este mismo sentido son claros MAURACH/ZIPF: ―En principio, la

admisibilidad de una legítima defensa anticipada está fuera de discusión, puesto que el

automáticos de protección, trad. de Miguel Ontiveros Alonso y Jorge Zoder, en Criminalia, Médico, D.F., Editorial Porrúa, 2003, pp. 13-31. 271 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 466. 272 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 623. 273 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., pp. 474-475. 274 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 466.

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efecto de defensa sólo debe desencadenarse en el caso de una lesión, es decir, ante la

actualidad de la agresión‖. 275

Evidentemente, el reconocimiento de la actualidad de la agresión no existe si el

dispositivo funciona antes de la agresión o si funciona contra una persona inocente,

justamente porque en tal situación no existe agresión. Los dispositivos peligrosos para

la vida son medios de defensa de responsabilidad exclusiva del defensor que procede la

instalación.

En definitiva, estos dispositivos peligrosos para la vida son inadmisibles,

principalmente para la defensa de la propiedad, porque además de vulnerar la seguridad

pública general, tampoco son necesarios (siempre existe un medio menos lesivo

disponible).

De todos modos, en las situaciones en que sean necesarios tales dispositivos

(nunca, como se ha visto, cuando conllevan peligro para la vida, sino solamente sin

capacidad ofensiva), la justificación también depende de que se adopten exhaustivas

precauciones para evitar daños no queridos o pensados, sin las cuales incluso la

imprudencia puede convertirse en dolo eventual. 276 La planificación de la defensa

previamente programada debe considerar, por tanto, los riesgos frente, no solamente el

agresor, sino precisamente contra otras personas que, por error o inocencia, no sabían de

la existencia de los aparatos.

En la doctrina española, MUÑOZ CONDE acepta la instalación de mecanismos

de autoprotección sin capacidad ofensiva automática en sí mismo y, en casos extremos

275 MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 458. 276 En este sentido, véase BAIGÚN, David, Dos cuestiones dogmáticas conocidas (legítima defensa y dolo eventual) y las valoraciones de la política criminal, en DP, Buenos Aires, Depalma, 1987, pp. 267-281.

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de guerra o situaciones de conflicto similares, los admite incluso previendo la

ocurrencia de daños graves, siempre que exista una ―situación de peligro inminente‖,

―una posibilidad de control permanente sobre el sistema y la clara advertencia de que

existe ese sistema, de manera que todo el mundo pueda quedar bien informado de la

peligrosidad de acceder o entrar en el lugar así protegido‖. 277

Sin embargo, la claridad de la advertencia nunca puede abarcar la generalidad de

la población (p. ej., personas sin capacidad de culpabilidad), motivo suficiente para

comprender como inadmisibles los mecanismos peligrosos para la vida. Cabe considerar

que en estos casos, de falta de solidaridad mínima deseada, no sólo están ausentes la

necesidad y la actualidad, sino que incluso no se puede hablar de una verdadera

agresión.

3.1.1.3.2. El final de la actualidad de la agresión

Desde la perspectiva del fin de la actualidad de la agresión, una parte de la

doctrina utiliza la idea de la consumación jurídica del hecho (formal), mientras otra

parte sostiene que más importante es que la agresión no esté materialmente agotada o

terminada. Esto genera también consecuencias importantes en los delitos de estado,

continuados y permanentes. Por ello, la determinación final del ataque en el ámbito de

la actualidad también necesita de esclarecimiento.

En general, si el ataque se ha terminado, es decir, si el bien jurídico ya está

ofendido, no es admisible la defensa, obviamente por falta de actualidad. Si el ataque ha

terminado debe el defensor buscar auxilio policial, porque el monopolio de la violencia

277 MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., p. 121.

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174

es estatal y porque la violencia particular no puede ultrapasar el principio de

subsidiariedad.

Pero el problema mayor es saber cuándo termina la agresión. ¿La agresión

termina con la consumación formal, material o agotamiento del delito? Pues entonces en

los casos en que la agresión no es un delito, ¿cuándo termina? ¿La agresión termina

entonces con la ofensa al bien jurídico? ¿O termina cuándo ya no es necesaria la

defensa? ¿O termina cuándo, al contrario, el agresor ya no tiene más poder de influir en

el curso causal del daño?

La situación del ladrón que huye con el botín es un ejemplo clásico para analizar

la problemática de la determinación del fin del ataque. WELZEL argumentaba que ―la

agresión perdura aun después de la consumación formal de un delito mientras ella

mantiene todavía intensivamente la lesión del bien jurídico‖.278 Por ende consideraba

admisible la legítima defensa en contra del ladrón que huye con el botín. También

JESCHECK/WEIGEND consideran tal situación como de agresión actual, porque se

prolonga una situación antijurídica.279 Igual VON LISZT: ―Como el robo no está ya

consumado con el apoderamiento de la cosa, sino sólo con el quebrantamiento de la

posesión, es admisible la legítima defensa contra el ladrón que huye, en cuanto no se

halle totalmente quebrantada la custodia del propietario‖. 280 MEZGER resaltaba que la

punibilidad del ataque no es decisiva y que, por ello mismo, aducía que ―puede ser

quitada la cosa en legítima defensa al ladrón que huye con ella después de consumado el

robo‖. 281 Finalmente, STRATENWERTH admite la legítima defensa, si bien resalta la

278 WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 101. 279 JESCHECK, Hans-Heinrich, WEIGEND, Thomas, op. cit., p. 367. 280 LISZT, Fran von, op. cit., pp. 345-346. 281 MEZGER, Edmund, Tratado de Derecho penal, op. cit., pp. 384-383.

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175

duda de si en el delito de hurto la lesión del bien jurídico no se produce ya con el

traslado de la custodia.282

En realidad, la actualidad no existe en los casos en que la lesión ya está

consumada y agotada. Mas una cosa es la consumación y agotamiento de la lesión, y

otra la necesidad racional y concreta de defensa. En el caso del ladrón que huye con el

botín puede que exista concretamente una situación de actualidad de la agresión, pero

faltará necesidad racional y concreta de la defensa (de la que se hablará a continuación)

si la reacción lesiona gravemente al agresor.283

Exactamente por ello, el punto de referencia de la actualidad de la agresión debe

ser la pérdida (material) del bien jurídico. Esto ocurre, generalmente, en las situaciones

de peligro inminente (como la tentativa), de posibilidad de interrupción de la agresión o

cuando la agresión acaba de tener lugar de un modo reversible.284

282 STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 197. Cfr. también JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 468; MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 427; BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 367, añade: ―Subrayan con razón en la actualidad, a causa de la desproporción extrema de los bienes jurídicos, habría que negar la legítima defensa‖; ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 621. 283 Además de la necesidad racional y concreta y de las limitaciones ético-sociales referentes a la defensa de la propiedad, en los delitos de hurto y robo la defensa de la víctima debe darse cuando sea posible interrumpir la agresión o sea reversible la pérdida material del bien inmediatamente. Esto es así, porque se comprende que la consumación de tales delitos solamente existe cuando la res ya no está en el ámbito de vigilancia de la víctima. Así, pues, la inexistencia de la consumación no impediría la defensa particular de la víctima, para recuperar el bien hurtado o robado. Si se entiende que la consumación no necesita que exista una situación de tranquilidad en la pose del objeto hurtado o robado por parte del agresor, aceptar la admisión de la legítima defensa contra el ladrón que huye con el botín es lo mismo que aceptar la legítima defensa contra una agresión ya consumada y, por tanto, sin actualidad necesaria exigida por la ley. 284 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 468. Véase el argumento de GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, Justificación y exculpación en Derecho Penal español en la exención de responsabilidad por situaciones especiales de necesidad (legítima defensa, estado de necesidad, colisión de deberes , op. cit., pp. 65-66, en el sentido de que ―si la lesión de la integridad o de la propiedad se ha consumado, entonces el agredido no puede apelar ya a la legítima defensa; lo que sí puede hacer, en cambio, es detener al agresor, sin que por ello actúe antijurídicamente, ya que esa detención estaría cubierta por una ulterior causa de justificación, a saber: por el ―ejercicio legítimo de un derecho‖ (art. 8.11 de CP), pues el artículo 490, núm. 2, de la Ley de Enjuiciamiento Criminal autoriza a cualquier ciudadano a detener a delincuentes sorprendidos in flagranti”.

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Como ha dicho VON LISZT, ―también puede ser repelida la agresión

comenzada en cuanto continúa”.285 Así, pues, por ―en cuanto continúa” se quiere

expresar, con ayuda de MAURACH/ZIPF, la agresión que ―aún perdura, es decir, que

ya ha comenzado y no ha concluido‖.286 Por ello no se admite la legítima defensa

―contra la agresión acabada”, terminada o consumada materialmente, ya que no se

puede reverter la lesión al bien jurídico de forma inmediata.

En conclusión, es continúa, aún perdura o no está acabada materialmente

siempre y cuando sea posible defender el bien agredido (aunque parcialmente) o

restablecerlo inmediatamente.287 Si la reacción inmediata permite la neutralización de la

ofensa al bien, que posteriormente por el Estado no sería posible, entonces la situación

está de acuerdo con los fundamentos de la legítima defensa. Si, por otro lado, el auxilio

de la autoridad es posible, aunque posteriormente, pero así mismo el sujeto actúa

violentamente con la finalidad de recuperar el bien, entonces la reacción no es

legitimada por el fundamento de la defensa.288 Pues la verdad es que la evitación

planificada del delito y la recuperación planificada de los bienes sustraídos es misión de

la policía.289

Otro problema en la determinación del final de la agresión está en los casos en

que el comportamiento del agresor ya no influye o no puede influir en el curso causal

conducente a un daño. En principio, la defensa no está excluida sólo porque el agresor

ya no influya o controle el suceso del curso causal. Si el golpe está en camino, la lesión

es cierta y el agresor no puede desistir inmediatamente, también puede la víctima

utilizar la legítima defensa exactamente para evitar el daño. Pero si la exteriorización de

285 VON LISZT, Fran, Tratado de derecho penal, op. cit., p. 345. 286 MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 447. 287 Ibidem, p. 448. 288 PALAZZO, Francesco, op. cit., p. 399. 289 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 468.

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la agresión está concluida y el daño no puede ser evitado sin otro daño directo al

agresor, la situación parece más compleja. Por tanto, aquí el problema es el límite de los

supuestos en que la consecuencia del ataque se podría impedir a costa del agresor.

JAKOBS ofrece un buen ejemplo: ―a aquel que ha destruido un órgano que se le

iba a implantar a la víctima, no se le puede extraer en legítima defensa de terceros un

órgano suyo para donarlo a la víctima, ni siquiera si la lesión de la víctima, por ej., por

la creciente debilidad o por dolores que aún duran, no ha concluido, es decir, si aún se

trata de evitación de consecuencias y no reparación‖. 290 Y concluye: ―Se duda en qué

medida, junto al comportamiento que constituye la agresión, el desarrollo de las

consecuencias también pertenece al ataque. Lo cual será el caso únicamente cuando la

configuración actual del ámbito de organización del atacante es aún condición del

desarrollo de las consecuencias‖. 291

Así, es muy drástico concluir la legítima defensa y permitir la extracción del

órgano para su implantación en la víctima. Faltaría la actualidad necesaria para quebrar

el monopolio de la violencia estatal. A lo mejor la reacción debe ser remediable

mediante otros medios médicos disponibles y sin necesidad de repetición de la violencia

por parte de la víctima, incluso porque la eficacia no puede ser constatada

inmediatamente en la situación de urgencia indicada.

Además, en los casos de daños no reversibles producidos por un coautor de un

delito permanente, la legítima defensa del tercero debe ceder en beneficio de las

investigaciones de la policía. Porque si la defensa no puede salvar a la víctima y, por

tanto, no protege el bien jurídico atacado. La legítima defensa debe ser siempre una

290 Ibidem, p. 470. 291 Ibidem, p. 620.

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reacción idónea para la protección del bien jurídico tutelado por la norma penal, de lo

contrario sería solamente un acto de venganza.

3.1.2. La respuesta necesaria y la respuesta necesaria proporcional

BECCARIA ya había señalado, en 1764, en el clásico y conocido libro ¨Dei

delitti e delle pene¨, a partir de las lecciones de MONSTESQUIEU, que ―todo acto de

autoridad de un hombre sobre otro hombre que no derive de la absoluta necesidad es

tiránico‖. 292

Pues exactamente por ello, en el tema de la legítima defensa la absoluta

necesidad también es requisito imprescindible. Frente a la agresión actual y antijurídica

está permitida la defensa necesaria del bien jurídico individual, ya que el derecho

fundamental de la libertad genera dos importantes expectativas al particular y al Estado.

De un lado, la expectativa negativa que consiste en no ser atacado ni por acción del

particular ni por del Estado; de otro lado, la expectativa positiva de ser protegido por el

orden jurídico estatal mediante la existencia de políticas públicas destinadas a la tutela

de la seguridad colectiva. Así, ambas direcciones del principio constitucional de la

libertad fundamentan y, concomitantemente, legitiman el ejercicio excepcional y

limitado de la violencia por parte del particular.

La respuesta necesaria presupone, por tanto, la existencia de un ataque actual y

antijurídico. Si no hay ataque actual y antijurídico, la indagación sobre la necesidad de

defensa no debe existir, ni si quiera plantearse, porque el concepto jurídico del derecho

de legítima defensa dogmáticamente es estratificado, escalonado, secuencial. Si en el

delito la comprobación de la culpabilidad presupone la presencia confirmada del tipo de

292 BECCARIA, Cesare, op. cit., p. 64.

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injusto, en la legítima defensa la comprobación de la necesidad exige la anterioridad del

ataque actual, inminente y antijurídico. En efecto, éste raciocinio estratificado y

escalonado, típico del método dogmático, es lo que hace posible la producción de

soluciones claras y previsibles de los casos penales.

Como se verá ahora, la necesidad de la defensa se presenta en dos momentos

distintos y fundamentales; uno, como necesidad genérica o abstracta; otro, después,

como medio racional o concreto. Ambas perspectivas son esenciales para el

reconocimiento de la legitimidad de la violencia particular bajo la eximente de la

legítima defensa.

3.1.2.1. La necesidad abstracta de la defensa

La doctrina penal suele denominar la ―necesidad abstracta de la defensa‖

(―necessitas defensionis”) como la existencia de una situación de agresión antijurídica y

actual que permite, tanto al particular ofendido cuanto al tercer observador, impedir o

repeler la ofensa al bien jurídico tutelado.

La necesidad general proviene del fundamento de la legítima defensa y justifica

que el particular realice una acción en defensa del bien jurídico suyo o de un tercero.

Basta que exista una agresión antijurídica y actual, que ponga en riesgo concreto un

bien jurídico protegido, para que surja la necesidad de respuesta por parte del particular

agredido. Ello explica perfectamente por qué en las situaciones de agresiones

preventivas o consumadas no existe el requisito de la necesidad. La necesidad es un

dato normativo relacionado directamente con la reafirmación del ordenamiento jurídico

(prevención general positiva), pues la anticipación de la defensa o su ejercicio tardío no

confiere legitimidad el ejercicio del derecho a la legítima defensa, no porque sería

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simplemente una venganza, sino porque allí desaparece la necesidad de la afirmación

del Derecho. Luego, no existe, en tales situaciones, el núcleo fundamental de tal

eximente, que es la necesidad de protección de la libertad individual, sea de la libertad

negativa (prohibición de ofensa), sea de la libertad positiva (aplicación de una política

pública de protección ciudadana).

Un ejemplo en la doctrina penal lo ofrece LUZÓN PEÑA cuando señala que la

―necesidad genérica de defensa existe desde el momento en que el bien jurídico no está

protegido ante el riesgo y, por tanto, hay que usar algún medio –propio o ajeno- de

protección‖. 293

Pero, como se ha visto anteriormente (cfr. supra, capítulo 2, 2.1.), la necesidad

de defensa abstracta tiene una relación muy cercana a la idea de subsidiariedad, incluso

de dependencia. No puede existir necesidad de defensa si en el momento de la agresión

los órganos públicos de seguridad son lo suficientemente aptos para la intervención y

protección del bien jurídico puesto en peligro. Otra cosa es que la fuerza estatal de

seguridad sea ineficaz para la defensa del bien jurídico, ya que, en realidad, donde la

protección es ineficiente no hay protección.

LUZÓN PEÑA afirma que es una equivocación vincular la cuestión de la

―subsidiariedad‖ a la necesidad de la defensa, ―porque lo que en esos casos se podrá

discutir es si el medio concreto empleado es o no necesario cuando caben esas otras

posibilidades, pero necesidad genérica de defensa existe desde el momento en que el

293 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 544. Cfr. también IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 183; RODRÍGUEZ MOURULLO, Gonzalo, op. cit., p. 57; MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 427; QUINTERO OLIVARES, Gonzalo, Manual de Derecho Penal, Parte general, 2ª ed., Cizur Menor/Navarra, Editorial Aranzadi, 2000, p. 506. También en este sentido, especialmente en relación al Derecho penal brasileño, véase ASSIS TOLEDO, Francisco de, Princípios básicos de direito penal, 3ª ed., São Paulo, Saraiva, 1987, p. 189.

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bien no está protegido ante el riesgo y, por tanto, hay que usar algún medio –propio o

ajeno, de protección‖. 294

Sin embargo, no es lo mismo el auxilio de la autoridad estatal que las otras

posibilidades de protección del bien jurídico, como huir, esquivar o acudir a un tercero.

Al particular le es dado el derecho excepcional de defensa justamente porque el Estado

no puede realizar la expectativa del derecho de libertad (negativa) permanentemente.

Pero en las situaciones en que las fuerzas públicas pueden evitar suficientemente el

peligro de lesión al bien jurídico, el particular no tiene ninguna expectativa ni

legitimidad frente al derecho de libertad.

3.1.2.2. La necesidad concreta de la defensa

La necesidad de la defensa exige obligatoriamente no sólo la necesidad

abstracta de la defensa antes mencionada, sino también la necesidad de la concreta

defensa de acuerdo con los medios empleados, es decir, una defensa racionalmente

orientada.

La diferencia es la siguiente: la necesidad abstracta de la defensa consiste en el

requisito material que permite a la víctima defenderse de alguna forma, hacer algo para

evitar la lesión al bien jurídico, mientras que la necesidad de la concreta defensa es el

requisito instrumental que exige que el medio empleado sea racional, idóneo para

proteger el bien jurídico del peligro o de la lesión y menos perjudicial para la persona

del agresor.295

294 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 544. 295 Vid. ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 628; JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 368; MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., pp. 450-451; STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 199; JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 472. En el Derecho penal brasileño, por todos, CIRINO DOS SANTOS, Juarez, Direito Penal, op. cit., p. 240. En España, véase principalmente

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182

La necesidad concreta se refiere al medio de defensa menos peligroso, es decir,

si hay otra manera de defensa que sea menos lesiva para el agresor. Si la defensa del

bien jurídico es eficaz simplemente mostrando la pistola o haciendo disparar al aire

como aviso, es evidente que la muerte del agresor no es, concretamente, necesaria.

Como ha dicho PALAZZO, la necesidad de reacción debe ser ―l´unico mezzo‖ de

salvarse el bien en peligro contra la ofensa. 296 Si hay otra posibilidad de defensa, otra

alternativa, no hay necesidad. Evidentemente, ambas dimensiones, la general y la

concreta, son imprescindibles para la justificación por legítima defensa de la acción que

sacrifica el bien jurídico del agresor.

La diferencia entre la defensa abstracta y la defensa concreta de los medios

empleados no es solamente una cuestión meramente terminológica y prescindible, sino

de contenido y, principalmente, de consecuencias.

Por un lado, importa como contenido porque una cosa es la intervención

abstracta, necesaria y última de la legítima defensa para asegurar la convivencia humana

en la comunidad, y otra cosa es la intervención concreta como medio necesario eficiente

y suficiente para protección del bien jurídico en el caso concreto.

De otro lado, importa como consecuencia porque la ausencia de necesidad

abstracta impide apreciar incluso la eximente incompleta del derecho de legítima

defensa, mientras que la ausencia de la necesidad concreta puede caracterizar el exceso

LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 555; IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 191. En Portugal, por todos, FIGUEIREDO DIAS, Jorge, op. cit., p. 419. En Italia, FIANDACA, Giovanni, MUSCO, Enzo, op. cit., p. 257; MARINUCCI, Giorgio, DOLCINI, Emilio, op. cit., p. 166. 296 PALAZZO, Francesco, op. cit., p. 403.

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intensivo y, luego, puede permitir el reconocimiento (en los sistemas que lo admiten

legalmente) de la eximente incompleta.297

Un ejemplo de ello es el contenido de la sentencia de 26 de junio de 1973, del

Tribunal Supremo de España (ponente DÍAZ PALOS), transcrita por RODRÍGUEZ

MOURULLO:

―Dicha exigencia de la necesidad defensiva –dice- entendida de manera enteriza,

genérica y total, no cabe confundirla con la necesidad racional del medio

empleado para impedirla o repelerla aludida por la circunstancia segunda de la

eximente cuarta, y, correlativamente, en la quinta y sexta del artículo 8.º del

Código penal, pues esta última necesidad es instrumental más específica y, sobre

todo, de ámbito y efectos muchos más restringidos, pues mientras la primera es

un necesidad de la defensa in toto que nunca puede faltar, tanto para la exención

completa como para la incompleta, la necesidad racional del medio puede estar

ausente y dar paso con ello (supuesta la presencia de la agresión ilícita) a la

exclusión incompleta del número 1.º del artículo 9.º en relación el 66 del Código

Penal‖. 298

A parte de estas distinciones de forma y de contenido, el requisito de la

necesidad en el ámbito del derecho de legítima defensa también es un concepto jurídico

297 Vid. MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 427; RODRÍGUEZ MOURULLO, Gonzalo, op. cit., p. 58; IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 183; CÓRDOBA RODA, Juan, Las eximentes incompletas en el Código penal, Oviedo, Publicaciones del Centro de Estudios Jurídico, 1966, pp. 110-111: ―Con lo dicho hemos ultimado el examen de las distintas características de la acción defensiva, a la que el legislador se refiere, según vimos, con las expresiones ―obrar en defensa‖ y ―necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla‖. De las características examinadas, la necesidad de defensa no ha gozado siempre de la cualidad de esencial e imprescindible, por lo tanto, para eximente y atenuante. La repetida estimación, a nuestro juicio incorrecta, de la incompleta de los casos de exceso extensivo así lo pone claramente de relieve‖. 298 RODRÍGUEZ MOURULLO, Gonzalo, op. cit., p. 56. Véase directamente también DÍAZ PALOS, Fernando, op. cit., p. 100. Críticamente, apuntando la confusión entre necesidad y proporcionalidad de los medios, véase MAGALDI, María José, op. cit., pp. 213-214.

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estratificado, lógico y práctico. Estratificado porque va del género (también llamada la

necesidad normativa o ―necessitas defensiones”) al carácter específico (la necesidad de

concreta defensa e instrumental); lógico porque si no hay situación abstracta de

necesidad (si falta la situación de hecho en que una agresión antijurídica actual se

encamina a lesionar un bien jurídico) tampoco importa indagar acerca de los medios

racionales e idóneos de la defensa; práctico porque sirve de herramienta operacional

para estudiar detalladamente la presencia o ausencia de cada requisito en el caso

concreto.299

Pues entonces, superada la cuestión genérica de si existe o no necesidad de

repeler el ataque, la constatación posterior debe ser la necesidad de la concreta defensa:

la necesidad racional del medio empleado. Significa que el medio utilizado por parte

del defensor debe ser idóneo y eficaz para repeler el peligro o la lesión al bien jurídico

tutelado. De lo contrario, o sea, ausente el medio racional, el exceso intensivo es

evidente e imputable.

De todos modos, la necesidad de la defensa exige una planificación idónea a

través de la forma menos perjudicial al agresor (principio de menor lesividad). Por

tanto, la necesidad racional del medio empleado se traduce objetivamente en la

idoneidad de la defensa concretamente realizada y en el principio de la menor lesividad

posible al agresor.300

299 En este sentido y apoyado en la idea correcta de que la necesidad es un elemento valorativo, IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 186, afirma: ―Esta exigencia constituye así una restricción inmanente a esta causa de justificación, pues no cumplirse el primer estadio normativo –necessitas defensionis- el juzgador interrumpirá la comprobación del estadio posterior: la necesidad empírica o instrumental‖. 300 Las expresiones del derecho positivo existente en el derecho comparado no son exactamente equivalentes en la terminología, pero el contenido del principio de necesidad es de la misma naturaleza. Por ejemplo, el Código Penal de España menciona la ―necesidad racional del medio empleado por parte del defensor‖ (núm. 2 del art. 20-4º). Semejantemente, el Código Penal de Brasil se refiere a la moderación de los medios necesarios (art. 25). El Código Penal de Portugal dice ―medio necesario‖ (art.

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3.1.2.2.1. La idoneidad de la defensa concretamente realizada

La idoneidad de la defensa concretamente realizada es la relación de eficacia,

aunque parcial, que debe existir entre la defensa y el ataque. La defensa realizada debe

tener una relación directa con el ataque, no solamente en el tiempo, sino también en el

medio. A su vez, la respuesta debe expresarse como medio necesario y suficiente para la

protección del bien jurídico atacado. Si la reacción objetivamente no sirve para aislar la

acción agresiva, si no es objetivamente apta para eliminar, aminorar o retardar la

agresión ilegítima, entonces el medio utilizado no será racionalmente necesario, sino

fruto de la venganza.

Como ha ejemplificado ROXIN, ―si a alguien que me agrede físicamente, yo en

pago le rajo los neumáticos de su automóvil, ello no está amparado por legítima

defensa‖. 301 Tampoco una respuesta físicamente violenta es un medio apto para la

defensa de ofensas verbales, por ejemplo.

LUZÓN PEÑA ha afirmado que si la respuesta es objetivamente irrelevante para

evitar el peligro o la lesión al bien jurídico desde el principio, entonces ya no se trata de

ausencia de necesidad concreta de defensa, sino de ausencia de defensa en absoluto. Ha

dicho que ―la conducta empleada ha de ser idónea a priori para proteger el derecho

frente a la agresión. Si la acción es de entrada incapaz, inadecuada e inútil para ese

objeto, no es ya que sea un medio innecesario, sino que no es defensa en absoluto‖. 302

Sin embargo, la idoneidad del medio es siempre un problema objetivo

relacionado con la forma de defensa y no con la existencia del peligro. La necesidad

32) y el Código Penal de Italia va más allá y exige, además de la ―necessità”, que la defensa ―sia proporzionata all`offesa‖ (art. 51). 301 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 629. 302 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., pp. 546-547. Véase también BALDÓ LAVILLA, Francisco, op. cit., p. 307.

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existe aunque la defensa se realice por un medio absolutamente equivocado desde la

perspectiva ex post.303

De todo esto no quiere decir que no exista relación entre la necesidad abstracta y

la racionalidad del medio. La legitimidad de la defensa exige la presencia de las dos

necesidades, pero una puede existir perfectamente sin la otra. Están unidas y al mismo

tiempo son independientes. La necesidad de los medios empleados puede existir en una

situación concreta de agresión antijurídica, pero es insuficiente para establecer el

contenido de la respuesta necesaria. Basta pensar, p. ej., en el famoso caso del

paralítico que solamente dispone de la pistola para hacer defender algunas frutas.

Efectivamente, la necesidad de los medios nunca puede fundamentar la legitimidad de

una respuesta en las situaciones en que, ya con anterioridad, falta la presencia de una

necesidad abstracta de la defensa. La razón es que la necesidad de los medios

empleados se somete siempre (y siempre a priori) a la necesidad abstracta de la defensa

(la defensa debe ser la ultima ratio de protección del bien jurídico). Pues, como ha

dicho correctamente JESCHECK, ―no todo lo que aparece como eficaz es también

justo‖. 304

Por otro lado, la defensa es idónea cuando se traduce en una medida o medio

efectivamente apto para proteger el bien jurídico o por lo menos para facilitar su

defensa. Por ejemplo, se puede facilitar la defensa aminorando objetivamente el riesgo

al bien protegido. Inversamente, en el mismo sentido se puede decir que no son

303 En este sentido, IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 199. 304 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 467.

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adecuadas las medidas que dificultan o que no despliegan ninguna eficacia o relevancia

en la defensa del bien jurídico.305

El problema, empero, es saber cómo es posible definir la existencia o no de otra

alternativa que repercuta en el aminoramiento de los efectos del ataque. En tal aspecto,

parece que la mejor solución es el análisis que se realiza ex ante y la comprobación ex

post por un observador prudente que lleve en consideración todas las circunstancias del

hecho, tal como proponen ROXIN y JESCHECK.306

Concretamente, son importantes todas las condiciones físicas del contexto y

también las subjetivas desde la perspectiva de la víctima. Pero este subjetivismo de la

víctima no define la idoneidad de la defensa, incluso puede importar en el

reconocimiento del exceso intensivo que, como se ha visto, siempre es punible. Otra

cosa es que la víctima actúe creyendo erróneamente que se dan las circunstancias

objetivas de una causa de justificación (un error sobre la idoneidad de la defensa

legítima). En tal caso, el error es muy significativo y debe tener el mismo tratamiento

que el error mencionando en el punto de la tentativa inidónea (ítem 3.1.1.1.6 supra).

3.1.2.2.2. El principio de la menor lesividad posible al agresor

El espectador que analiza el conflicto entre agresor y defensor puede alcanzar

distintas soluciones en cuanto a la concretización del principio de la necesidad racional:

si mira el hecho desde la perspectiva de la víctima y de sus derechos de libertad,

definirá que toda la necesidad debe partir de los medios más eficaces para eliminar la

agresión; si, por otro lado, observa el conflicto desde la óptica del agresor, entonces

305 BALDÓ LAVILLA, Francisco, op. cit., p. 150, afirma que inidóneos son ―aquellos procedimientos de salvaguarda que no sean en alguna medida objetivamente aptos para evitar o disminuir el riesgo de que el peligro amenazante se realice en lesión”. 306 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 30.

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deberá exigir que la defensa se realice del medio menos lesivo posible al agresor, sobre

todo si considera –y debe considerar- al agresor como persona portadora de derechos

fundamentales.307

La orientación jurídico social de la legítima defensa, más compatible con los

postulados del Estado social y democrático de Derecho, exige que la segunda

perspectiva mencionada permee la fundamentación de la necesidad concreta y racional

de la respuesta. Así, pues, el requisito de la necesidad exige una especial consideración

hacia el agresor en su calidad de persona humana y también por razones de solidaridad

social. Por ello, si por un lado la defensa debe ser el medio disponible y adecuado para

la protección del bien jurídico, por otro lado también debe materializarse con la menor

pérdida al agresor.308 En otras palabras, entre los distintos medios idóneos y eficaces

para aislar la agresión y proteger el bien jurídico individual, el defensor debe elegir el

que menor lesión infringe al agresor. Siempre hay, entre los muchos medios idóneos

disponibles, el medio menos lesivo al agresor, no solamente como instrumento, sino

también como procedimiento.

Especiales problemas en relación al principio de la menor lesividad al agresor

plantean los casos de resultados inseguros, los casos de resultados parcialmente

evitables y cuando sólo existe un único medio defensivo puesto a disposición del

307 Vid., por ejemplo, IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 183. 308 Exigen el medio de defensa más blando, entre otros, ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 628; JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 468; JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 472; BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 113; MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., pp. 450-451; STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., pp. 199-200; WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 103. En la doctrina española, BALDÓ LAVILLA, Francisco, op. cit., pp. 307-316; IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., pp. 201-209; LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., pp. 555-558; MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 436. En lengua portuguesa, véase FIGUEIREDO DIAS, Jorge de, op. cit., p. 419. En Italia, véase PALAZZO, Francesco, op. cit., pp. 403-404; MANTOVANI, Ferrando, Diritto penale, 5ª ed., Padova, CEDAM, 2007, p. 253; MARINUCCI, Giorgio, DOLCINI, Emilio, op. cit., pp. 166-167; FIANDACA, Giovanni, MUSCO, Enzo, op. cit., p. 257.

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agredido. También muy complejos son los casos en que al principio es posible el uso de

un medio más leve, pero después sólo otro drástico.

En el primer caso, el agredido no necesita elegir un medio del que no está seguro

de su eficacia, porque conllevaría un alto peligro a la integridad del bien jurídico

protegido. Si no tiene conocimiento de la eficacia del instrumento o del procedimiento,

debe elegir el más seguro, aunque pueda actuar en error sobre las circunstancias

objetivas de la legítima defensa. Pero como ha dicho JAKOBS, ―el agredido se debe

conformar con un defesa insegura cuando sigue teniendo a disposición, sin desventajas

entretanto, la defensa segura‖. 309 Evidente que frente a un ataque con los puños el uso

de un cuchillo es seguro en la protección del bien jurídico, pero ello no permite afirmar

que antes no debe el agredido intentar otras maneras de defensa, como por ejemplo

mediante la intimidación.

En los casos de resultado parcial, tampoco debe el agredido aceptar un medio

que solamente tutela parcialmente el bien, porque una tutela parcial equivale a una

tutela ineficaz. Salvo si la lesión al bien es insignificante, pero ahí el problema es más

de restricción ético-social del derecho de legítima defensa que propiamente de

necesidad. Puede que exista la necesidad de defensa de un bien jurídico mediante

ataques insignificantes, pero esta necesidad no permite la reacción en legítima defensa,

ya que esta no se rige sólo por criterios de eficacia.

En los casos de existencia de un único medio defensivo a disposición del

defensor, la mejor solución es admitirlo también con restricciones, es decir, admitir el

uso del único medio existente siempre y cuando no conduce a resultados crasamente

desproporcionales. Como ha dicho correctamente IGLESIAS RÍO, ―será necesario el

309 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 473.

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único medio de defensa si su empleo no conduce a resultados crasamente

desproporcionados‖. 310

Cabe mencionar que en casos en que el medio idóneo de menor lesividad al

agresor es crasamente desproporcional desde una óptica ex ante y comprobada ex post

por un observador prudente, la defensa realizada, aunque como medio único disponible,

no está legitimada por el ordenamiento normativo, ya que las restricciones jurídicas de

naturaleza ético-sociales, también en este aspecto, exigen que la legítima defensa no

solamente tutele un derecho fundamental individual de la persona, sino que sobre todo

consista en una técnica de minimización de la violencia en la sociedad. De lo contrario

la violencia es ilegitima y aceptar la justificación es una perversión del sentido y del

fundamento de la legítima defensa.

Finalmente, cuando al principio es posible el uso de un medio más leve, pero

después sólo otro drástico, debe el agredido utilizar la defensa ya en el primer acto. No

puede esperar otro momento posterior para causar un daño más grave, sobre todo en los

casos en que se presente como probable ya ex ante. Si una agresión verbal de un

borracho puede ser contrarrestada por otra ofensa por palabras, o mejor cambiando de

bar, p. ej., no tiene sentido que el agredido espere que la situación empeore para

entonces ejecutar la defensa.

3.1.2.2.2.1. Excurso: el problema del empleo de armas de fuego o de medios de

extrema peligrosidad

En la concretización del principio de menor lesividad al agresor, el uso de armas

de fuego o de otros instrumentos de extrema peligrosidad despierta una importante

310 IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 204.

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191

atención de la doctrina penal, sobre todo cuando es la única alternativa eficaz para la

protección del bien jurídico atacado.

Es verdad que un medio a priori no peligroso puede causar daños graves al bien

individual, al igual que un medio muy peligroso puede que no. Pero aquí el problema

está en que se trata del único medio alternativo que, para ser eficaz, es de extrema

peligrosidad, presentándose, por tanto, como mortal al agresor o de consecuencias muy

graves.

La aceptación ilimitada del uso de un medio mortal por el agredido conduce a la

destrucción del principio de menor lesividad al agresor y, de este modo, destruye la

exigencia de la racionalidad del medio. Conceder al defensor un poder absoluto de

utilización de un medio muy peligroso sería lo mismo que aceptar la legítima defensa

como un derecho de naturaleza ilimitada. Pero en el Estado social y democrático de

Derecho, cimentado como punto de partida en la dignidad humana como premisa

antropológico-cultural, solamente la prohibición de tortura y la prohibición de la pena

de muerte (en los países donde ha sido radicalmente abolida) son las únicas normas que

tienen un carácter absoluto. La legítima defensa, al contrario, es parte de un derecho

estrictamente delimitado por el Estado, sea por requisitos de naturaleza formal, sea por

restricciones de orden material.

En consecuencia, la compatibilidad entre el principio de menor lesividad al

agresor y la autorización de uso de armas de fuego o instrumentos extremadamente

peligrosos debe recibir algunos contornos más claros, en el sentido de que la utilización

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deba ser aplicada gradualmente y deba ser similar a las reglas impuestas a las

autoridades.311

En este punto, IGLESIAS RÍO presenta algunos caminos exigidos para el

reconocimiento de la racionalidad de la defensa: en primer lugar, el defensor debe

advertir el agresor del peligro del instrumento de defensa que pretende aplicar; en

segundo lugar, el defensor debe utilizar el aparato no en dirección al agresor (p. ej.,

debe antes efectuar un disparo de advertencia al aire, por si acaso otra advertencia

anterior no ha triunfado); en tercer lugar, los disparos efectuados en dirección a la

víctima no deben dirigirse a zonas corporales vitales, para no producir un resultado

mayor que la ofensa; por último, si todas las medidas anteriores no son suficientemente

aptas para la protección del derecho fundamental individual atacado, entonces el

defensor puede hacer un disparo mortal, siempre y cuando sea la ultima ratio necesaria

para la defensa de la vida.312

Es importante resaltar que al lado del bien jurídico vida, dada la tradición

cultural occidental en tal materia, se debe incluir la defensa de la libertad sexual y la

defensa de la integridad corporal, también siempre y cuando el ataque se exprese de

manera gravísima contra estos mismos bienes jurídicos, ya que por su naturaleza

pueden ser lesionados de manera gradual. Es evidente, por lo tanto, que no todo ataque a

la libertad sexual o integridad física puede justificar la muerte del agresor, sino

solamente los ataques portadores de una magnitud significativa de lesión al bien

tutelado y al ordenamiento jurídico.

311 Ibidem, p. 207. Cfr., en este mismo sentido, POMARES CINTAS, Esther, en Delitos de acción. La antijuridicidad (I), en ZUGALDÍA ESPINAR, José M. (dir.), PÉREZ ALONSO, Esteban J. (coord.), Derecho penal. Parte general, Valencia, Tirant lo Blanch, 2002, p. 576. 312 IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 208.

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193

De todos modos, este juicio de constatación y orientación de la gravedad de la

lesividad no es hermético, sino que está relativizado a partir de las circunstancias de los

hechos concretos. Son importantes, por tanto, en el contexto concreto de los hechos, la

capacidad del defensor, el análisis de la importancia del bien ofendido, los medios

alternativos eventualmente existentes, los elementos subjetivos de las partes, etc. (una

cuestión distinta es si, a pesar de existir legítima defensa, puede haber un delito de

tenencia ilícita de armas).

3.1.2.3. La cuestión de la proporcionalidad en sentido estricto

En un libro clásico escrito en 1872, titulado originalmente como ―Der Kampf

ums Recht‖, VON IHERING ha defendido la tesis de que el Derecho en general se

impone como un orden de lucha: la lucha del Derecho contra la injusticia. Por un lado,

la lucha por el Derecho como ―deber del individuo para consigo mismo” derivado de un

precepto moral; por otro lado, la lucha por el Derecho como un ―deber para con la

sociedad, porque esta resistencia no puede ser coronada con el triunfo, mas que cuando

es general‖. 313

Por lo general, se sostiene que el individuo y el pueblo están obligados (un

deber) a la defensa del Derecho por una cuestión sentimental (defender su existencia

moral) y de carácter, es decir, la lucha por el Derecho es, en verdad, ¨la poesía del

carácter¨, escribe VON IHERING.314 La defensa del Derecho es un acto de

conservación personal y un deber de justicia para con la sociedad (una obra común de

todos los hombres). Una frase de VON IHERING expresa muy bien la tesis central de la

313 IHERING, Rodolfo Von, La lucha por el Derecho, trad. de Adolfo Posada, Granada, Comares, 2008, p. 42. 314 Ibidem, p. 53.

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obra: ―Mi derecho es todo el derecho: defendiéndolo, defiendo todo el derecho que ha

sido lesionado al ser lesionado el mío‖. 315

Parece lógico que este razonamiento termine oponiéndose a la idea de

proporcionalidad en la ―lucha por el Derecho‖, ya sea criticándolo como una

―vergonzosa paralización del derecho de defensa‖ 316, ya sea declarándolo como ―locos

extravíos de la ciencia‖. 317

En un caso de confrontación entre la propiedad del agredido (un reloj de oro o

una que sólo contiene algunos thalers) y el cuerpo y la vida del agresor, VON IHERING

irónicamente afirma que ―sin duda tienen un valor inapreciable para el ladrón, pero para

mí no tienen ninguno, aunque me queda siempre el derecho de pedir que me reemplacen

mi reloj‖. 318

Así, el planteamiento parte de la idea fundamental de que un ataque a la

propiedad es un atentando a todo el derecho de la personalidad y a la personalidad

misma: un ataque a mí propiedad es un ataque a mí, porque ―mi propiedad soy yo‖.319

Aunque la tesis desarrollada por VON IHERING está muy conectada con el

liberalismo individualista decimonónico, hay que reconocer que en el Derecho penal

moderno, desafortunadamente, aún se despliega alguna fuerza argumentativa e

interpretativa. Esto explica, por lo tanto, la polémica en la doctrina penal acerca de la

315 Ibidem, p. 62. 316 Ibidem, p. 82. 317 Ibidem, p. 84. 318 Ibidem. 319 Ibidem, p. 53.

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vigencia del principio de proporcionalidad, sobre todo en los casos en que la ley no es

clara.320

En el análisis de la necesidad anteriormente referida, la relación entre el daño de

la agresión y el daño de la defensa o entre los medios de defensa y los medios de

agresión no aparece ni como elemento inherente, ni como elemento complementario de

interpretación.

En la necesidad abstracta de la defensa, lo importante es saber si existe una

situación de peligro al bien jurídico individual tutelado por la norma jurídica penal, pero

esta situación fática no tiene ninguna relación normativa de ponderación de bienes o

intereses.

De igual manera, en principio, también se argumenta que la necesidad concreta

de defensa exige solamente saber si el medio de resistencia es idóneo y el menos radical

o peligroso posible al agresor, pero no la proporcionalidad entre los medios de ataque y

defensa. Es decir, la legítima defensa exigiría sólo la adecuación y la necesidad, pero no

la proporcionalidad en sentido estricto.

Evidentemente, la ―necesidad abstracta de la defensa‖ y la ―proporcionalidad

entre daño de la agresión y el daño de la defensa‖ son aspectos que no se deben

confundir. Pues, en principio, es posible pensar en una situación de necesidad sin

proporción. Pero en qué medida refiere a la ―necesidad concreta de defensa‖ o a la

―racionalidad de los medios empleados para la defensa‖ es una distinción no tan clara,

principalmente si se tiene presente que el principio de proporcionalidad se manifiesta

tanto como adecuación y necesidad, como proporcionalidad en sentido estricto, es decir, 320 Ejemplar, en este mismo sentido, el art. 52 del Código penal italiano: la legítima defensa existe cuando el sujeto ―ha commesso il fato per esservi stato costretto della necessità di difendere un diritto proprio od altrui contro il pericolo attuale di una offesa ingiusta, sempre che la difesa sia proporzionata all´offesa‖.

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como equilibrio entre la intensidad del derecho fundamental restringido y la importancia

del derecho fundamental con que se colide.

Una parte sensible de la doctrina española, por ejemplo, en el tema de legítima

defensa, suele complementar la idea de necesidad con la idea de proporcionalidad entre

los medios de ataque y defensa (moderamen inculpatae tutelae).321 En este sentido

también el penalista brasileño ASSIS TOLEDO utiliza el principio de proporcionalidad

(entre la acción agresiva y la reacción defensiva) como contenido de la ―defensa

realmente necesaria‖.322 El principio de proporcionalidad acaba integrando la idea de

racionalidad de la defensa.323

Sin embargo, aunque se trata de una propuesta defendible, el principio de

necesidad de la defensa no debe ser confundido o mezclado con el principio de

proporcionalidad, a pesar de que ambos se encuentran presentes en la idea de

―prohibición del exceso‖ o ―principio de proporcionalidad en sentido amplio‖ inherente

al Estado social y democrático de Derecho. Quizá por ello FLETCHER hace una

distinción entre el principio de proporcionalidad y la necesidad concreta de la defensa a

partir de ―la ratio entre los medios de resistencia y la gravedad del ataque‖.324

321 Vid., entre otros, MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., p. 120; MUÑOZ CONDE, Francisco, GARCÍA ARÁN, Mercedes, op. cit., p. 324; MAGALDI, María José, op. cit., pp. 214-226; DÍAZ PALOS, Fernando, op. cit., pp. 68-69; CÓRDOBA RODA, Juan, Las eximentes incompletas en el Código penal, op. cit., p. 106; SÁINZ CANTERO, José A., Lecciones de Derecho penal. Parte general, 3ª ed., Barcelona, Bosch, 1990, pp. 600-601; RODRÍGUEZ MOURULLO, Gonzalo, op. cit., pp. 64-65, aunque exige ―proporcionalidad esencialmente inherente a la legítima defensa‖, pero no ―la proporcionalidad de los medios empleados por el agresor injusto y el ilegítimamente agredido‖. Así afirma: ―La autoprotección y la prevalencia del Derecho encuentran sus límites comunes únicamente en el principio, rector de todo ordenamiento jurídico, de la proporcionalidad, que conduce a la renuncia de la legítima defensa en los casos de absoluta desproporcionalidad de los bienes que está en conflicto (es decir, en los casos conocidos en que se infieren lesiones corporales graves para defenderse de daños de poca importancia, etc.)‖. 322 ASSIS TOLEDO, Francisco de, op. cit., pp. 189-190. 323 ZAFFARONI, Eugenio Raúl, ALAGIA, Alejandro, y SLOKAR, Alejandro, op. cit., pp. 473-475, al vincularen la racionalidad con el principio republicano y, desde ahí, plantearen no la proporcionalidad de instrumentos, sino la ausencia de desproporción aberrante entre las conductas lesiva y defensiva . 324FLETCHER, George P., Conceptos básicos de Derecho penal, op. cit., p. 202.

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Señala FLETCHER:

―La necesidad se refiere a la cuestión de si algunos medios menos costosos de

defensa, tales como mostrar el arma o disparar al aire, pueden ser suficientes

para repeler el ataque. El requisito de proporcionalidad, en cambio, se refiere a

la ratio de los intereses amenazados en ambas partes, es decir, en el lado del

agresor o en el lado del que se defiende. El daño producido para rechazar al

agresor no debe ser excesivo o desproporcionado en relación con el daño

amenazado y que es probable que pueda producirse en el ataque‖. 325

Pese a las diferenciaciones y a la cuestión constitucional de fondo, en general la

doctrina penal de nuestro ámbito espacial de investigación muestra un claro desprecio

por el principio de proporcionalidad en la categoría jurídica de la legítima defensa. Por

una parte porque no quiere confundir con la justificación del estado de necesidad, y por

otra parte para evitar que algunos bienes jurídicos importantes se queden sin una

efectiva protección del Derecho.

En la doctrina alemana el requisito de la proporcionalidad en la legítima defensa

aparece como requisito innecesario, pero no de manera absoluta. ROXIN sostiene que el

principio de prevalecimiento del Derecho legitima la renuncia a la proporcionalidad.

Afirma que ―quien sólo puede escapar de una paliza apuñalando al agresor, ejerce la

defensa necesaria y está justificado por la legítima defensa aunque la lesión del bien

jurídico causada con el homicidio sea mucho más grave que la que se hubiera producido

con la paliza‖. 326

325 Ibidem, pp. 202-203; el mismo, En defensa propia, op. cit., p. 59. 326 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 632.

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También en sentido similar, rechazando el principio de proporcionalidad, se

pronuncia JAKOBS:

―No importa la proporcionalidad de los bienes afectados, sino que, con arreglo al

§ 32 do StGB, la defensa de bienes materiales, cuando la agresión no se puede

repeler de otro modo, puede amparar hasta la muerte del agresor. Puede que una

defensa desproporcionada no sea precisamente deseable, pero no por ello es

equiparable ya a una intervención arbitraria‖. 327

MEZGER afirmaba que ―en principio no se requieren la paridad o la

proporcionalidad entre defensa y el ataque‖, pero que se debería analizar ―la

peculiaridad de cada caso, tomándose en cuenta más equitativamente la situación del

agresor‖. 328

También JESCHECK argumenta que ―en la legítima defensa no importa la

relación de valores existentes entre el bien jurídico agredido y el menoscabado por la

acción defensiva, puesto que tanto el interés de autoprotección como el de afirmación

del Derecho son independientes de dicha relación entre los bienes afectados‖. Sin

embargo, JESCHECK reconoce expresamente que ―el interés de autoprotección puede

experimentar, al ponerse en relación con la puesta en peligro del agresor, un extrema

aminoración, en cuyo caso deberá negarse también el interés en la afirmación del

Derecho, ya que no puede constituir el sentido del ordenamiento jurídico permitir la

327 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 472. En este mismo sentido, véase MERKEL, Adolf, Derecho penal, op. cit., p. 167; WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 103. 328 MEZGER, Edmund, Derecho penal, op. cit., p. 171. Pero aquí efectivamente no se trata del principio de proporcionalidad en sentido estricto, sino de la exigencia de necesidad, puesto que se exige del agredido ―el deber de advertir que no se continúe en al ataque‖, tal como es propuesto por la idea de menor daño al agresor.

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defensa a favor de bienes de escaso valor o frente a agresiones irrelevantes a costa de

importantes lesiones del agresor‖. 329

En un sentido similar, MAURACH/ZIPF afirman que la defensa necesaria no

presupone una proporcionalidad de los bienes colisionantes, porque una ponderación de

bienes requeriría una expresa disposición legal, ―en tanto el principio de

proporcionalidad (prohibición del exceso) sólo rige para la actividad estatal soberana y

no es posible aplicarlo sin más a las conductas de particulares‖. No obstante, aceptan la

aplicabilidad de la idea de ―prohibición del abuso de derecho‖, en los termos de

JESCHECK, ―dado que es el agredido quien se encuentra en mejor posición para

enjuiciar cuándo su ejercicio del derecho es abusivo‖. 330

Ya BOCKELMANN/VOLK niegan la relación entre el valor de los bienes

jurídicos en conflicto.331 Argumentan, en definitiva, que ―el derecho de legítima defensa

también es limitado por el principio de proporcionalidad, no importando, por tanto, en

principio, la relación entre el valor del bien amenazado por la agresión y aquel

lesionado por la defensa, pero sí la relación entre la intensidad del ataque y la eficacia

de la defensa‖. 332

En la doctrina española, la proporcionalidad es rechazada por una substancial

corriente doctrinaria.333 Muy representativo es, por ejemplo, LUZÓN PEÑA en el

329 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 472. 330 MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 451. 331 BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 113. 332 Ibidem, pp. 118-119. 333 Vid., entre otros, LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., pp. 57-58; MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 446; POMARES CINTAS, Esther, op. cit., pp. 574-575; GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, Justificación y exculpación en Derecho Penal español en la exención de responsabilidad por situaciones especiales de necesidad (legítima defensa, estado de necesidad, colisión de deberes, op. cit., p. 66; QUINTERO OLIVARES, Gonzalo, op. cit., p. 507; JIMÉNEZ DÍAZ, María José, El exceso intensivo en la legítima defensa, Granada, Comares, 2007, p. 51; CEREZO MIR, José, op. cit., pp. 235-236; GÓMEZ BENÍTEZ, José Manuel, op. cit., p. 350; LARRAURI, Elena, Violencia doméstica y legítima defensa: un caso de aplicación masculina del

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sentido de que la legítima defensa no requiere la proporcionalidad entre los bienes o

valores porque se enfrenten derecho e injusto, al contrario del estado de necesidad en

que existe un conflicto entre dos bienes igualmente protegidos por el Derecho.334 A

partir de ahí sostiene que ―por un lado, los bienes del agresor pierden en parte su valor

al salirse aquél fuera de la órbita jurídica, y por otro lado la defensa no sólo protege un

bien particular del agredido sino que el orden jurídico mismo, o sea, ―el bien jurídico

más alto de todos‖. 335

De la misma manera, en Portugal TAIPA DE CARVALHO afirma en el derecho

a la legítima defensa no rige el principio de proporcionalidad porque sería injusto

limitar la libertad de la víctima a la defensa activa de sus bienes jurídicos individuales.

Esta injusticia sería el fundamento de la legítima defensa, es decir, la injusticia de tener

que soportar una agresión injusta.336

Sin embargo, hay que objetar que esta supuesta injusticia no puede convertir la

justificación en un derecho absoluto de menoscabo por los derechos del agresor, porque

igualmente injusto es el exceso de defensa practicado por la víctima, como injusta

también es la defensa contra actos antijurídicos de daño insignificante, etc. Pues injusta

es además la defensa desproporcionada, la defensa de la bagatela, la defensa sin

solidaridad con el agresor que actúa sin culpabilidad o con culpabilidad disminuida, etc.

Otra autora portuguesa, PALMA, al contrario, plantea la necesidad de

fundamentar la legítima defensa bajo la delimitación de derechos, lo que exigiría, en

Derecho, en LARRAURI, Elena, VARONA, Daniel, Violencia doméstica y legítima defensa, Barcelona, UEB, 1995, p. 46. 334 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., pp. 57-58. Cfr. también, el mismo, Curso de Derecho penal, op. cit., p. 607. 335 Ibidem, p. 59. 336 TAIPA DE CARVALHO, Américo A., A legítima Defesa: fundamentação teorético normativa e preventivo geral e especial a redefinição dogmática, Coimbra, Coimbra Editora, 1995.

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efecto, la presencia del principio de proporcionalidad en la solución. En concreto,

argumenta que la legítima defensa tiene doble fundamento: la insoportable agresión al

núcleo de un derecho esencial de la dignidad humana y la igualdad de los sujetos

jurídicos. De ahí que el defensor puede lesionar los bienes de valor superior, pero no

cualitativamente superior, a los que preserva. El principio de la insoportable agresión

permitiría al defensor lesionar bienes del núcleo fundamental de la persona humana del

agresor, porque aquí no existiría el principio de ponderaciones de bienes. Por otro lado,

el principio de igualdad explicaría que el defensor puede lesionar bienes de valor

superior a los que protege: los sujetos jurídicos deben beneficiarse de una protección

proporcionada al merecimiento de sus conductas.337

Pero tampoco esta tesis merece aceptación, porque al fin y al cabo genera una

confusión entre las categorías de la legítima defensa y del estado de necesidad

justificante, especialmente en lo que se refiere a la introducción del principio de

proporcionalidad entre bienes cualitativos.

Como ha señalado correctamente FIGUEIREDO DÍAS, la tesis de PALMA

desvaloriza excesivamente la circunstancia de que la agresión es siempre ilícita, hurta o

minimiza la función preventiva del instituto, identifica prácticamente la legítima

defensa (en cuanto al fundamento) con el estado de necesidad y, finalmente, bajo el

argumento de violación de la dignidad de la persona, lleva demasiado lejos la igualdad

de situaciones jurídicas entre el agresor y el defensor.338

Por lo demás, cabe esclarecer que el hecho de que el principio de

proporcionalidad en la legítima defensa no sea equivalente al estado de necesidad, no

337 PALMA, Maria Fernanda, A justificação por legítima defesa como problema de delimitação de direitos, Lisboa, Associação Acadêmica da Faculdade de Direito de Lisboa, 1990. 338 FIGUEREDO DÍAS, Jorge de, op. cit., pp. 406-407.

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significa, en absoluto, que no pueda desplegar tampoco una fuerza normativa de

concretización. En el estado de necesidad el principio de proporcionalidad posee un

sentido estricto y, por ello, debe existir un balance entre los bienes atacados y

defendidos. Por lo tanto, está justificada la acción porque se defiende un bien jurídico de

valor superior (los casos de bienes iguales o de valor menor serían problemas de

culpabilidad).339 Pero en la legítima defensa está justificada la acción, aunque el bien

sea igual o equiparable en importancia constitucional, lo que excluye, por lo tanto, la

defensa en situaciones en que los bienes están en planos crasamente

desproporcionales.340

A lo mejor, esta exclusión no deriva de la necesidad racional del medio

empleado, sino precisamente de la configuración del Estado de derecho como Estado

constitucional materialmente fundamentado en la soberanía del pueblo y en la dignidad

humana, es decir, como Estado constitucional tutor de los derechos fundamentales del

339 En otro sentido, muy interesante, al establecer el criterio del ―mal equivalente‖ como límite a la justificación, véase GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, El estado de necesidad: un problema de antijuridicidad, en Estudios de derecho penal, 3ª ed., Madrid, Civitas, 1990, pp. 218-230; el mismo, Introducción a la Parte General del Derecho penal español, Madrid, Universidad Complutense, Facultad de Derecho, Sección de Publicaciones, 1979, p. 63. La idea fundamental parece ser que de los casos de antijuridicidad el Derecho decide lo que quiere prohibir, mientras que en los casos de inculpabilidad no se trata de querer y sí de poder: aunque podría hacerlo, la pena no desplegaría eficacia inhibitoria. Por ello GIMBERNAT no solamente sostiene que en los supuestos de conflicto de intereses iguales son causas de justificación, sino también la propia eximente de miedo insuperable. En sentido contrario al criterio de distinción entre antijuridicidad y culpabilidad a partir de la eficacia inhibitoria de la pena, véase CEREZO MIR, José, La posición de la justificación y de la exculpación en la teoría del delito desde la perspectiva española, en ESER, Abin, GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, PERRON, Walter (ed.), op. cit., p. 28. 340 La ponderación de los intereses en juego no es un dato puramente cuantitativo tal cual el estado de necesidad. De hecho, no se ignora que la necesidad proviene de una acción antijurídica y, por tanto, en la ponderación, es ―natural‖ que el Ordenamiento jurídico, en el caso de la legítima defensa, dé preferencia particular al interés del agredido. Por ello, con razón, MANTOVANI, Fernando, op. cit., p. 254, dice que ―la proporzione tra difesa ed ofensa si ha quando il male inflitto all´agressore è inferiore, eguale o tollerabilmente superiore, al male da lui minacciato‖. Cfr. también PALAZZO, Francesco, op. cit., pp. 393-394. Igualmente FIANDACA, Giovanni, MUSCO, Enzo, op. cit., p. 260; MARINUCCI, Giorgio, DOLCINI, Emilio, op. cit., p. 167, mencionan que ―non è la prevalenza del biene difeso rispetto a quello sacrificato, né l´equivalenza tra i due beni: l´aggedito puè ledere un bene anche di rango superiore, sempreché il divario di valore tra i due beni non sia eccessivo‖.

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203

ser humano en un sociedad abierta, de acuerdo con las propuestas del constitucionalista

HÄBERLE.341

En este razonamiento, el principio de proporcionalidad (en sentido amplio de

adecuación, necesidad y proporcionalidad estricta) encuentra la fundamentación jurídica

en la idea de Estado constitucional y, esencialmente, en la idea de derechos

fundamentales.342

Naturalmente, el principio constitucional de proporcionalidad se manifiesta

dentro de la legitimación del Derecho penal y, también, dentro del marco de la categoría

excepcional de la legítima defensa. La razón principal es que en las dos situaciones hay

una limitación de un derecho fundamental y, por tanto, siempre debe existir la

proporcionalidad entre esta limitación y la importancia del derecho afectado. De la

misma forma que el principio de proporcionalidad limita el poder punitivo en relación a

la pena proporcionada a la gravedad del delito, también en la legítima defensa se

manifiesta limitando la violencia privada, exigiendo, por tanto, que la respuesta guarde

una relación con la gravedad de la ofensa.

En relación al derecho de legítima defensa, el principio de proporcionalidad en

sentido estricto consiste en una medida de balance entre dos derechos fundamentales en

341 HÄRBERLE, Peter, El estado constitucional, trad. de Héctor Fix-Fierro, México D. F., Universidad Autónoma de México, 2001, p. 172. Sin embargo, al contrario de la afirmación de HÄRBELE, principalmente en las páginas 31 y 197, el Estado constitucional prescinde, en sus bases, del pensamiento ―liberal‖ de POPPER, sobre todo por su extremo conservadurismo en la defensa de la clase burguesa y, por tanto, del sistema de capital. La sociedad abierta es más fruto de la lucha de los movimientos sociales por el derecho de diferencia y por la protección de las minorías, como son ejemplos recientes las luchas sociales en América Latina, que de la filosofía clásica liberal, que tiene por supuesto su valor, pero que no es la base imprescindible del Estado constitucional. Aparte ello, es también lamentable la tentativa frustrada de compatibilidad entre monarquía constitucional y Estado constitucional, dado que el argumento padece de una ―contradictio in adjecto‖. 342 Cfr., en este sentido, la jurisprudencia del Tribunal Constitucional de Alemania copilada por SCHWABE, Jürgen, Jurisprudencia del Tribunal Constitucional Federal Alemán, trad. de Marcela Anzola Gil y Emilio Maus Ratz, México DF, Fundación Konrad Adenauer, 2009.

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conflicto, precisamente entre la intensidad de la agresión y la naturaleza del bien

(homogénea o heterogénea).343

Ciertamente un derecho fundamental puede ser limitado por la adecuación y

necesidad de protección de otro derecho fundamental, pero es imprescindible que,

además de la adecuación y necesidad de la limitación del derecho fundamental, la

medida sea estrictamente proporcional (principio de proporcionalidad en sentido

estricto). Por ello, en el desvalor de la agresión no se debe pensar solamente en la

ponderación de bienes jurídicos de acuerdo con la Constitución, sino también en la

intensidad del ataque al bien jurídico, lo que queda claro, p. ej., en el análisis del

conflicto entre la libertad sexual y la integridad física, o entre éste y el bien patrimonio.

Un ejemplo extraído de la literatura quizá ayude en la explicación del principio

de proporcionalidad en sentido estricto. Relata JOSÉ SARAMAGO, Premio Nobel de

Literatura, en ―Ensaio sobre a cegueira”, que una extraña epidemia de ceguera (la

ceguera blanca) azota todo un país y, con ello, pone en peligro concreto la salud del

pueblo. Para contener la expansión de la ceguera entre la población, las autoridades

deciden restringir la libertad de los afectados en una especie de cuarentena que, luego,

se presenta como inhumana y degradante.344 La novela muestra claramente una

situación de necesidad y una medida estatal adecuada para evitar un mal mayor que

sería la muerte de todos por la epidemia (en este caso difícilmente se presenta una

medida igualmente eficaz para aislar el mal de la enfermedad). Pero la necesidad y la

adecuación de la medida son requisitos importantes para legitimar la limitación de un

derecho fundamental, pero de todos modos son insuficientes. Como se ha dicho

anteriormente, es imprescindible la ponderación racional entre los derechos 343 Cfr. PALAZZO, Francesco, op. cit., p. 405; MUSCO, Enzo, FIANDACA, Giovanni, op. cit., p. 260; PAGLIARO, Antonio, op. cit., p. 444. 344 SARAMAGO, José, Ensaio sobre a cegueira, São Paulo, Companhia das Letras, 2004.

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fundamentales involucrados en el conflicto –en el presente ejemplo de la literatura, la

ponderación racional entre el derecho a la salud pública y el principio de dignidad

humana.

Por lo tanto, es evidente que la funcionalidad del principio de proporcionalidad

en sentido estricto (como subprincipio al lado de la idoneidad y necesidad de la medida)

no sólo incide en el estado de necesidad, sino en toda situación en la que existan

conflictos entre derechos fundamentales (p. ej., en las situaciones de legítima defensa en

que hay conflicto de derechos fundamentales). De lo contrario, en la situación de estado

de necesidad habría peligro de un totalitarismo estatal, mientras que en el segundo caso,

de destrucción de un derecho fundamental por acto del particular, habría un

totalitarismo salvaje inherente al estado de naturaleza.

Así es que, en el ámbito de la categoría del derecho de legítima defensa, el

principio de proporcionalidad cumple tres funciones esenciales: como principio

valorativo, como principio ponderativo y, por último, como un principio de contenido

material (de justicia).345 En este sentido dice IGLESIAS RÍO: ―Pero mientras que el

juicio de idoneidad o de necesidad está presidido por criterios de economía, eficiencia y

finalidad del empleo del medio, el principio de proporcionalidad, por su parte, se orienta

normativamente –como ha quedado dicho- al ideal de justicia”.346

Por tanto, el principio de proporcionalidad funciona como correctivo normativo

del juicio de adecuación y de necesidad anteriormente firmado. En otras palabras: actúa

como ―principio regulativo ético-social supralegal, rector y corrector de un ejercicio

345 En sentido semejante, aunque en relación al proceso penal, véase GONZALEZ-CUELLAR SERRANO, Nicolás, Proporcionalidad y derechos fundamentales en el proceso penal, Madrid, Colex, 1990, pp. 225-227. 346 IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 318.

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desconsiderado, abusivo o excesivo del derecho de defensa necesaria y que se convierte

en componente estructural y límite de las bases fundamentadoras del mismo‖. 347

3.1.3. La intención defensiva

La evolución histórica de la sistemática de la teoría del delito, principalmente a

partir de 1906 con el tipo descriptivo de BELING, ha llevado a una concepción

secuencial que ve el delito como (1) expresión de una acción (causal, final o social) (2)

típica (tipo objetivo/subjetivo), (3) antijurídica (la causación de una ofensa al bien

jurídico o interés tutelado) y (4) culpable (el juicio de reprobación que recaía sobre el

autor de la acción típica y antijurídica, por su capacidad psíquica, posibilidad de

conocimiento de la ilicitud y sobre todo por el poder de actuar de un modo distinto).

A esta concepción se llega tras una evolución que brevemente se puede describir

de este modo:

1. El concepto clásico de delito o también llamado sistema LISZT-BELING

caracterizaba la acción como un dato naturalístico (un movimiento corporal) que

causaba una modificación del mundo exterior (resultado). La tipicidad objetiva, a su

vez, era concebida como un modelo neutro de descripción de las conductas prohibidas.

Igualmente la antijuridicidad era meramente objetiva, como una simple contrariedad de

la acción con el orden jurídico, que se comprobaba negativamente. Finalmente, la

culpabilidad expresaba la relación psíquica entre la acción y el resultado y, por tanto,

347 Ibidem, p. 319.

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207

asumía la forma de dolo (cuando se quería el resultado) o culpa (cuando se era

negligente). 348

2. El concepto neoclásico de delito, desarrollado sobre todo hasta los años 30 del

siglo pasado en Alemania, se estructuraba básicamente a partir de los fines perseguidos

por el Derecho penal y de las perspectivas valorativas de la teoría del conocimiento del

neokantismo. La acción referida a valores es conceptuada como comportamiento

voluntario. La tipicidad se presenta como tipicidad portadora de elementos objetivos,

normativos (MAYER, MEZGER y GRÜNHUT) y subjetivos (FISCHER, NAGLER,

GRAF ZU DOHNA, HEGLER, MAYER, SAUER, MEZGER y SIEVERTS). La

antijuridicidad es concebida como dañosidad social y la culpabilidad sufre

modificaciones substanciales: FRANK (1907) crea el concepto normativo de

culpabilidad y define la culpabilidad como reprochabilidad, cuya esencia es

posteriormente estudiada por GOLDSCHMIDT (1913), FREUDENTHAL (1922) y

GRAF ZU DOHNA (1935).349

3. El concepto de delito del finalismo, elaborado principalmente por WELZEL

desde principios de los años treinta y cuarenta, asienta el sistema a partir de la conducta

humana como dato ontológico que se traduce en el ―ejercicio de actividad final‖. La

tipicidad, en los delitos dolosos, se concibe como tipicidad subjetiva (dolo y/o

elementos subjetivos diversos del dolo) y objetiva. A su vez, la antijuridicidad pasa por

una evidente e indiscutible subjetivación, porque el dolo emigra de la culpabilidad al 348 Vid. VON LISZT, Fran, Tratado de derecho penal, op. cit.; también BELING, Ernst von, Esquema de Derecho penal/La doctrina del delito-tipo, trad. de Sebastián de la 11ª ed. de 1930, Buenos Aires, Librería El Foro, 2002. 349 Cfr. los trabajos históricos de FRANK, Reinhard, Sobre la estructura del concepto de culpabilidad, trad. de Gustavo Eduardo Aboso y Tea Löw, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2002; FREUDENTHAL, Berthold, Culpabilidad y reproche en el Derecho penal, trad. de José Luis Guzmán Dalbora, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2006; GOLDSCHMIDT, James, La concepción normativa de la culpabilidad, trad. de Margarethe de Goldschmidt y Ricardo C. Nuñez, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2002. Cfr., por todos, MEZGER, Edmund, Tratado de Derecho penal, t. II, op. cit., pp. 1-13.

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208

tipo de injusto y, por tanto, conduce a la modificación del concepto material de injusto

incluyéndolo en el desvalor de la acción junto al del resultado. Por último, la

culpabilidad se expresa como reprochabilidad personal exclusivamente normativa: el

juicio de reprochabilidad se estructura a partir de la idea de capacidad de culpabilidad

(imputabilidad), de la posibilidad de comprensión de lo injusto y de la inexigibilidad de

la conducta conforme a Derecho.350

Dentro de la evolución sistemática de la teoría del delito mencionada, la relación

entre tipicidad y antijuridicidad siempre se presentó como uno de los problemas más

delicados y de difícil de resolución. Saber si la tipicidad es un elemento del delito

independiente de la antijuridicidad o si, al contrario, forma parte de un tipo de injusto o

tipo total de injusto, todavía hoy parece más un problema emocional que realmente

racional.

De todos modos, esta relación de conflicto ha producido dos teorías

contrapuestas. Por un lado aparece la teoría de la ratio cognoscendi según la cual los

tipos legales son fundamentos del reconocimiento de la antijuridicidad, escribía

MAYER en defensa de esta concepción indiciaria; 351 por otro lado, la teoría de la ratio

essendi por medio de la cual las causas de justificación de la antijuridicidad funcionan

como elementos negativos de las causas de tipicidad de la acción (la llamada ―teoría de

los elementos negativos del tipo”), defendida, p. ej., por MEZGER y, con algunas

diferencias, también por BOCKELMANN/VOLK.352

Pues bien, una de las características de la concepción indiciaria de la tipicidad en

relación a la antijuridicidad es comprender la dogmática penal como un instrumento 350 Vid. WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., pp. 39-117/166-219. 351 MAYER, Max Ernst, op. cit., pp. 11-12/64/227. 352 MEZGER, Edmund, Tratado de Derecho penal, t. I, op. cit., pp. 349-367; BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., pp. 47-51.

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estratificado y escalonado de aplicación concreta del Derecho. La tipicidad no

fundamenta el injusto porque las causas de justificación pueden autorizar la realización

de una conducta típica. Por eso también el autor necesita saber que realiza una acción

típica pero amparada por el ordenamiento jurídico, es decir, debe conocer que no ofende

el bien jurídico, aunque actúe típicamente.

En este contexto, no es extraño que la doctrina penal dominante (alemana,

española, italiana, portuguesa, brasileña e incluso anglosajona) exija el elemento

subjetivo de la causa de justificación. Véase, por ejemplo, en la doctrina alemana las

claras palabras del propio WELZEL:

―Las causales de justificación tienen elementos objetivos y subjetivos. Para la

justificación de una acción típica no basta que se den los elementos objetivos de

justificación, sino que el autor debe conocerlos y tener además las tendencias

subjetivas especiales de justificación. Así, por ejemplo, en la legítima defensa o

en el estado de necesidad (justificante), el autor deberá conocer los elementos

objetivos de la justificación (la agresión actual o el peligro actual) y tener la

voluntad de defensa o de salvamento. Si faltare el uno o el otro elemento

subjetivo de justificación, el autor no queda justificado a penas de la existencia

de los elementos objetivos de la justificación‖. 353

353 WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 100. Cfr. también, en este mismo sentido, MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., pp. 432-433; JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., pp. 447-450; ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 597; JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., pp. 431-435; BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 115; MERKEL, Adolf, op. cit., p. 167; WESSELS, Johannes, op. cit., p. 82; STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 205. En España, véase MUÑOZ CONDE, Francisco, GARCÍA ARÁN, Mercedes, Derecho penal, op. cit., p. 310; MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., p. 108; MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., pp. 437-438; LUZÓN PEÑA, Diego-Manuel, Curso de Derecho penal, op. cit., pp. 601-603. En Italia, véase PADOVANI, Tulio, op. cit., p. 159; PALAZZO, Francesco, op. cit., p. 393: ―se Tizio agredisce Caio, terrorista kamikaze, per l´avversione razzista che nutre per lui, senza sapere che Caio era in procinto di farse esplodere, no potrà certo affermarsi l´esistenza di una necessità cogente sotto il profilo della determinazione psicologica del comportamento criminoso di Tizio‖. En Portugal, véase

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210

Este planteamiento no exige constatar los motivos por los cuales el actor ha

actuado. No exige, en definitiva, una determinada dirección de la voluntad del autor,

sino solamente que persiga el fin de defenderse (los móviles, las intenciones valiosas no

son prescindibles para determinar el elemento subjetivo de la justificación). Lo que se

exige es la voluntad de defensa. El ejemplo de NAUCKE muestra bien la ausencia de

voluntad de defensa: A, grande y forzudo, se encuentra por causalidad en legítima

defensa contra B, pequeño y débil. A no tiene ningún interés en defenderse de B, pero de

repente la situación de legítima defensa le viene muy bien, porque él estaba esperando

desde hace tiempo una oportunidad para matar a golpes a B. Luego A mata a B sin

esfuerzo.354

Otra corriente doctrinal sigue un sentido contrario, por ejemplo VON WEBER y

STRATENWERTH en Alemania y GIMBERNAT en España, sostienen que no es

preciso que el autor actúe con voluntad de defensa o de salvamento, sino que lo

fundamental es que tiene que conocer la situación objetiva de justificación. Que él

persiga el fin de defenderse o que él persiga el salvamento del bien jurídico de rango

superior es prescindible.355

FIGUEIREDO DIAS, Jorge de, op. cit., p. 433. En Brasil, cfr. CIRINO DOS SANTOS, Juarez, Direito penal, op. cit., pp. 242-243. En Estados Unidos de América, FLETCHER, vid. George P., Conceptos básicos de Derecho penal, op. cit., p. 205. 354 NAUCKE, Wolfgang, Derecho penal: una introducción, trad. de la 10ª edición alemana por Leonardo Germán Brond, Buenos Aires, Astrea, 2006, p. 324. 355 Vid., VON WEBER, Hellmuth, Lineamientos del Derecho penal alemán, trad. de Leonardo Germán Brond de la 2ª ed. alemana de 1948, 1ª ed. castellana, Buenos Aires, 2008, p. 99: ―La acción debe ser de defensa contra la agresión, o sea que debe ser objetivamente adecuada para impedir que el agresor lleve a cabo su ataque. La voluntad de defensa no es necesaria (discutido; otra opinión, RG 54, 196), pero cuando ésta falta quedará intacto el tipo interno y, con ello, la punibilidad por tentativa‖. También STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 223. En España, véase GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, Justificación y exculpación en Derecho Penal español en la exención de responsabilidad por situaciones especiales de necesidad (legítima defensa, estado de necesidad, colisión de deberes, op. cit., p. 64. También RIVACOBA y RIVACOBA, Del fundamento a la defensa en la legítima defensa, op. cit., pp. 255 y ss. En Argentina, véase NINO, Carlos Santiago, La legítima defensa, op. cit., pp. 125-128; ZAFFARONI, Eugenio Raúl, Prefácio, en TAVARES, Juarez, Teoria do injusto penal, Belo Horizonte, 2000, p. 14.

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MAURACH/ZIPF afirman que la teoría de los elementos subjetivos de

justificación se deprende de la construcción del concepto de ilícito a partir de acción y

resultado: ―para el desvalor de resultado es decisiva la existencia de una situación

justificante objetiva, así como para el desvalor de acción resulta determinante que el

autor actúe con conocimiento y en concordancia con ella‖. 356

En realidad, una teoría del injusto orientada hacia la acción o hacia el resultado

produce una consecuencia importante en los casos en que existe ausencia del elemento

subjetivo de la causa de justificación. La orientación hacia la acción, como la teoría

personal del injusto, conduce el caso de la falta de voluntad del tipo justificado al

reconocimiento a favor de la consumación; al contrario, la orientación hacia el

resultado, como la teoría de los elementos subjetivos de justificación, permite el castigo

por tentativa.357

Las concepciones doctrinales dominantes en este tema proponen la aplicación

directa o analógica de las reglas de la tentativa.358 En el primer caso, ROXIN

fundamenta que existe ―una mera tentativa porque el resultado de injusto objetivamente

no se ha producido y el desvalor de la acción por sí solo únicamente puede fundamentar

una tentativa‖. 359

356 MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 432. Así también JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 448: ―Para una teoría personal del injusto, que haga depender decisivamente lo injusto de la acción de la dirección de la voluntad del autor, resulta evidente la exigencia de que la intención del autor se dirija, en todas las causas de justificación, a una meta socialmente estimable, pues sólo en tal caso desaparecerá en el hecho el desvalor de la acción‖; ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 597: ―Desde el punto de vista de la concepción del injusto hoy dominante y aquí también defendida (cfr. § 10, nm. 88 ss.), una conducta sólo puede ser además conforme el Derecho si desaparecen tanto el desvalor de la acción como el del desvalor; y aquí sin embargo subsiste al menos el desvalor de la acción en toda su extensión)‖. 357 Así, por ejemplo,VON WEBER, Hellmuth, op. cit., p. 99. 358 Cfr. la polémica en JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 449; ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., pp. 600-601; JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 434; STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 225; WESSELS, Johannes, op. cit., p. 83; MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 449. 359 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., pp. 600-601.

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En otro sentido, pero con las mismas consecuencias de esta propuesta,

JESCHECK sostiene la tesis de que ―lo correcto es aplicar a este caso las reglas

correspondientes a la tentativa‖. De ahí justifica la aplicación analógica de las reglas

sobre la tentativa afirmando que ―debe admitirse que el tipo del precepto penal se

realiza en su totalidad, incluido el resultado, pero éste, a causa de la situación de

justificación que objetivamente concurre, no resulta desvalorado por el ordenamiento

jurídico y, por tanto, debe negarse la presencia del injusto del resultado”.360

Sin embargo, este razonamiento no resulta convincente. Desde el momento en

que la tipicidad fundamenta el injusto y las causas de justificación son los aspectos

negativos que complementan la solución final del conflicto social de colisión de bienes

e intereses de personas individuales, no hay más sentido en seguir exigiendo que la

causa de justificación abarque la subjetividad humana en las formas de ―conocimiento‖

o ―voluntad‖. La falta de exigencia del elemento subjetivo procede justamente de la

consecuencia del enunciado según el cual la tipicidad es fundamento del injusto y no un

mero indicio sin contenido de negatividad. Como ha dicho muy bien HASSEMER sobre

la relación entre tipicidad y antijuridicidad, la reproducción de la frase ―la tipicidad es

un indicio de la antijuridicidad‖ no sólo revela pobreza en el lenguaje, sino también en

los conocimientos jurídicos.361 A fin de cuentas, si la tipicidad es el fundamento del

injusto y la causa de justificación es solamente la exclusión de éste mismo injusto, en

los casos en que actúe solucionando el conflicto social de manera satisfactoria, aunque

por una causa de justificación que ex ante se mostraba desconocida, no hay por qué

exigir, ex post, la intervención del Derecho penal, sea como tentativa sea como

consumación. El Derecho penal no puede actuar donde no hay conflictividad social o

donde la negatividad está en la cabeza del autor y no en el hecho objetivo. Es una 360 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 449. 361 HASSEMER, Winfried, Fundamentos del Derecho penal, op. cit., p. 265.

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máxima del Derecho penal moderno el principio de intersubjetividad, que veda

existencia de normas punitivas fundamentadas en actitudes o estados de ánimo del

agente, como expresión de disposiciones de carácter típicos de un derecho penal de

autor.362

Por otro lado, no bastase el principio de intersubjetividad, la ―minimización de

males sociales que algunos casos de defensa involucran se da o no independientemente

de las actitudes subjetivas del agente‖.363 Significa que si el conflicto está resuelto

objetivamente, no se comprende por qué debe el Derecho penal criminalizar el agresor

(en realidad, víctima), aunque por la modalidad tentada, simplemente por la subjetividad

o ánimo.364

Por tanto, las causas de justificación no exigen elementos subjetivos. No es

necesario que el sujeto agredido quiera actuar en legítima defensa. Basta que el sujeto

sepa que está siendo agredido para que se acepte la legítima defensa. Evidentemente,

estos postulados valen no solamente para la legítima defensa, sino para todas las causas

de justificación.365

362 Cfr. NINO, Carlos Santiago, La legítima defensa, op. cit., pp. 126-127: ―Tal como se expuso, el principio de intersubjetividad del derecho penal -que refleja la concepción liberal acerca del ámbito permisible de interferencia estatal- veda que las situaciones que las normas punitivas pretenden prevenir se definan en relación a actitudes o estados de ánimo del agente, que expresan, en última instancia, disposiciones de carácter‖. 363 Ibidem, p. 127. 364 En este sentido ZAFFARONI, Eugenio Raúl, Prefácio, en TAVARES, Juarez, op. cit., p. 14, señala que el tipo abarca el conflicto social y el injusto no es otra cosa sino el propio conflicto sometido a la respuesta del poder punitivo. De ahí concluye que en la tipicidad se mueven las pulsiones del estado de policía y por ende, la concepción indiciaria de la tipicidad de MAX ERNST MAYER solo es verdadera en el plan formal, ya que sirve para facilitar la tarea del operador de las agencias ejecutivas del poder punitivo, pero no en el sentido político reductor de ese mismo poder punitivo. En este aspecto la tipicidad aparece como una etapa que fundamenta el injusto, que completa después, en las causas de justificación, donde se valora se el conflicto ya está resuelto de forma satisfactoria o menos lesiva posible. Así es que ZAFFARONI sostiene que las causas de justificación son meramente objetivas: aunque sea por causalidad, si el conflicto está resuelto el poder punitivo nada tiene que hacer, pues de lo contrario la intervención penal sería sólo moralizante y, por fin, no liberal. 365 RIVACOBA y RIVACOBA, Del fundamento a la defensa en la legítima defensa, op. cit., p. 278, sostiene la legítima defensa es un subrogado de la actuación de la autoridad pública (principio de subsidiariedad de la defensa), de modo que así como no se exige actitudes subjetivas concordantes para

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214

Esta conclusión parece justa porque realmente no se comprende por qué el

ejercicio de derecho debe ser querido por el sujeto que lo ejerce. En el Estado de

Derecho el sujeto que ejerce sus derechos no tiene motivo para saber que actúa de

acuerdo con el Ordenamiento jurídico. Diferentemente, el sujeto que actúa contra el

Derecho sí debe saber y querer infringir una norma. Pero son situaciones distintas que

no pueden ser equiparadas. Los errores que excusan son los que constituyen creencias

de que se obra lícitamente cuando, en verdad, la conducta es antijurídica, no los errores

que suponen situación diversa.366

Además, si las dos situaciones pudiesen ser colocadas en un plano de igualdad,

las consecuencias deberían ser iguales. Así, pues, ya está claro que la cuestión de los

elementos subjetivos de justificación es un error de tipo permisivo inverso, porque en el

error de tipo permisivo el sujeto actúa en una situación justificante que en realidad no

existe, mientras que en la teoría de los elementos subjetivos de justificación ocurre

justamente el contrario, el sujeto actúa en una situación de justificación pero sin

conocimiento y voluntad.

Pero si las dos situaciones son iguales en estructura, entonces también deben ser

en las consecuencias: el error de tipo permisivo evitable, de acuerdo, por ejemplo, con

los postulados de la teoría restringida de la culpabilidad, debe ser tratado como un

verdadero error de tipo: exclusión del hecho doloso y responsabilización por el hecho

justificar la acción de la autoridad pública, no deben exigirse de los ciudadanos en la defensa privada. En ese sentido, la falta de exigencia del elemento subjetivo sería consecuencia del principio de igualdad. De todos modos, no es necesario recurrir a los fundamentos de la legítima defensa para dejar de exigir la voluntad de defenderse. Los fines político-criminales de un Derecho penal orientado a las consecuencias imprimen consideraciones suficientes para rechazar tal exigencia. 366 NINO, Carlos Santiago, La legítima defensa, op. cit., p. 126.

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culposo. Luego, la ausencia del elemento subjetivo debería aquí también ser

considerada impune o quizás posible sólo de punibilidad por delito imprudente.367

Entonces, si esto es verdad, está confirmado que la antijuridicidad es un dato

objetivo, pues los delitos de naturaleza imprudente son siempre incompatibles con la

idea de conocimiento y voluntad: la punibilidad se concentra en la elección mala de los

medios de una finalidad significativa que puede o no ser mala, pero que solamente tiene

importancia para definir, ex post, cual era el deber de cuidado que debería haber

respetado el sujeto. Nótese que no se trataría, ex hypothesi, de aceptar que realmente

existe un delito imprudente, pues aunque persiste el desvalor de la acción, falta el

desvalor del resultado, que es un dato fundamental y de estructura de esta modalidad de

delito. Pero no se trataría de reconocer un delito culposo, ni de aplicar las reglas

correspondientes.

Salvo esta polémica posibilidad de aceptar la criminalización por la ausencia del

elemento subjetivo, las demás posibilidades son un fracaso. La mejor solución es la

propuesta por ZAFFARONI, ALAGIA y SLOKAR y aquí aceptada in toto: “no existe

razón para sostener que el concepto complejo del injusto obliga a admitir los elementos

subjetivos de la justificación”. 368 Porque efectivamente este es el único planteamiento

en que la finalidad del Derecho penal liberal es cumplida: contener la expansión del

poder punitivo.

367 Recientemente, entre tanto, CÓRDOBA RODA ha cuestionado el castigo en los casos de en que si deja de concurrir la voluntad de defensa. Argumenta que el elemento subjetivo del injusto tiene significación distinta a la de los elementos subjetivos de justificación. El elemento subjetivo del injusto responde a una garantía dimanada del propio principio de culpabilidad, mientras que en el elemento subjetivo de las causas de justificación no existe tal función de garantía. Véase CÓRDOBA RODA, Juan, Consideraciones sobre la legítima defensa, op. cit., pp. 772-773. En sentido contrario, MIR PUIG se inclina por aplicar la circunstancia atenuante de eximente incompleta. Cfr. MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 432. 368 ZAFFARONI, Eugenio Raúl, ALAGIA, Alejandro, SLOKAR, Alejandro, op. cit., p. 465.

Page 216: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

216

Por otra parte, se puede argumentar que la otra solución es más adecuada a la

dogmática del tipo personal del injusto. Eso, de hecho, es verdad. Pero la dogmática

jurídico penal antes bien debe ajustarse a los fines preventivos y garantísticos del

Derecho penal, nunca lo contrario. El Derecho penal debe imponer una dogmática

liberal y no la dogmática penal que debe, al contrario, imponer un Derecho penal

autoritario. El propio ROXIN admite la quiebra de la dogmática estricta cuando

motivada político-criminalmente, es decir, que lo decisivo es la solución de la cuestión

de hecho y, por tanto, las exigencias sistemáticas deben ocupar el segundo plano. 369 En

fin, la objetivación del aspecto negativo del tipo de injusto se traduce en una dogmática

jurídico-penal más liberal en la solución del conflicto entre la exigencia social y la

libertad individual.

369 ROXIN, Claus, Política criminal y sistema de derecho penal, op. cit., p. 37.

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217

Capítulo 4

FUNDAMENTOS JURÍDICOS DE LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES

AL DERECHO DE LEGÍTIMA DEFENSA

1. Las restricciones jurídicas basadas en razonamientos ético-sociales como fruto

del principio general de necesidad

Hasta aquí se constata, sin mayores problemas, que el ejercicio del poder

privado de uso de la fuerza para la autodefensa está limitado por la ley penal en el

siguiente sentido: se exige una agresión antijurídica, proveniente de una persona

humana, que significativamente ofenda a un bien jurídico penal individual. Aparte de

esto, la agresión ilegítima debe darse en una situación de necesidad humana, abstracta y

concreta, pues de lo contrario la respuesta de la víctima será también ilegítima, ya que la

defensa planificada de bienes jurídicos forma parte de la política criminal del Estado.

Finamente, la agresión ilegítima producida en una situación de necesidad puede

justificar el ejercicio del derecho de defensa, que debe ser proporcional al ataque.

Pero la diversidad de hechos de la vida no siempre permite al Derecho

disciplinar detalladamente los casos de defensa y ataque. El conflicto entre un derecho

social y un derecho individual algunas veces es resuelto por justificaciones abiertas o,

mejor dicho, por valoraciones. Los propios requisitos de necesidad y proporcionalidad

son momentos de naturaleza valorativa que estructuran y concretan el derecho de

legítima defensa.

A pesar de ello, hay una serie de casos en los que las ideas de agresión

antijurídica, necesidad y proporcionalidad no son suficientes para limitar el uso de la

fuerza por parte del particular. Son puntos importantes, absolutamente necesarios para

Page 218: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

218

la delimitación del derecho de legítima defensa, pero en sí mismos son insuficientes

para la disminución de la violencia en la sociedad.

La doctrina suele mencionar muchos casos en los que, a pesar de la constatación

de la agresión, necesidad y proporcionalidad, el derecho de legítima defensa no debe ser

aceptado. Sucede esto en los casos de agresiones provenientes de personas sin

culpabilidad (niños, drogadictos, enfermos mentales, etc.), los numerosos casos de

agresiones producidas en el ámbito de una relación de garantía (los conflictos entre

parejas, familiares, etc.), las agresiones provocadas, etc., que dan lugar al nacimiento de

una defensa que, aunque sea necesaria y proporcionada, no siempre está permitida por

el Ordenamiento jurídico.

A pesar de este planteamiento, una significativa parte de la doctrina sigue

pensando que los problemas mencionados no son cuestiones de simple permisibilidad

por el Ordenamiento jurídico, sino solamente un asunto que se refiere al contenido de la

idea de necesidad. Así, pues, el requisito de la necesidad, tanto en la vertiente abstracta

como en la concreta de la idoneidad y menor daño al agresor, sería suficiente para

legitimar el ejercicio de la violencia privada de la víctima contra el agresor. De este

modo, el juicio de valor de la necesidad sería el único juicio de valor imprescindible

para restringir el derecho de legítima defensa en las situaciones más problemáticas. Ni

proporcionalidad, ni otro juicio valorativo general, solamente la necesidad.

Así, p. ej., JESCHECK acepta las restricciones en base a consideraciones ético-

sociales como parte de la historia de la evolución del derecho moderno de legítima

defensa. Pero piensa que es un equívoco recurrir para fundamentar estas restricciones

ético-sociales a la fórmula legal que exige que el hecho resulte ―requerido‖ (geboten)

por la legítima defensa, pues se trata de un ―principio regulativo sin ulteriores criterios‖,

Page 219: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

219

tanto más porque, de otra parte, los términos ―requerido‖ y ―necesario‖ son

equivalentes.370

Coherentemente, JESCHECK renuncia a la tentativa de fundamentar las

restricciones ético-sociales a partir de cláusulas generales como la exigibilidad, el

principio de adecuación, la idea de responsabilidad social, el principio de

proporcionalidad y la prohibición de abuso del Derecho, porque ―no resultan acertadas y

sólo contribuyen a hacer insegura la delimitación de la legítima defensa‖. 371

A diferencia de las fundamentaciones basadas en cláusulas generales,

JESCHECK plantea la solución de los casos admitidos por la doctrina y jurisprudencia

desde la noción de los requisitos que constituyen y limitan el derecho de legítima

defensa. En el primer caso, desde la idea de doble fundamento politicocriminal; en el

segundo, a partir de la idea de necesidad (p. ej., la disminución del interés de

autoprotección). Por esta razón señala: ―Una parte de los casos admitidos por la doctrina

y Jurisprudencia puede explicarse por la falta del interés en la afirmación del Derecho,

mientras que otros casos se basan en la extrema disminución del interés de

autoprotección en comparación con la puesta en peligro‖. 372

BOCKELMANN/VOLK siguen esta misma línea de JESCHECK. Afirman que

el derecho de legítima defensa está limitado por motivos ético-sociales, no solamente en

los casos de provocación, sino también en los casos de agresiones realizadas por niños,

enfermos mentales, de agresiones motivadas por error o sin culpa, agresiones de

370 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 469. 371 Ibidem. 372 Ibidem, p. 470.

Page 220: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

220

borrachos, lesiones entre parejas, etc., porque en tales casos la ―necesidad de defensa

debe ser juzgada según reglas rígidas‖. 373

Según sostienen BOCKELMANN/VOLK, si es posible otro comportamiento

que evite recurrir al derecho de legítima defensa, la víctima de la agresión debe seguir

este camino que protege el bien jurídico del peligro amenazante. Quien puede huir de la

agresión sin riegos al bien jurídico individual debe, por tanto, renunciar a la defensa. En

este contexto, cuando el único medio disponible causa daños superiores al interés

protegido, en una desproporción insostenible, la defensa está prohibida. 374 En este

punto, por tanto, la fundamentación de las restricciones ético-sociales se aproxima

mucho a la idea de necesidad racional o concreta anteriormente desarrollada (cfr. supra

3.1.2.2).

También BOCKELMANN/VOLK renuncian a la idea de fundamentar las

restricciones ético-sociales a partir de la fórmula de que la respuesta no sería ―exigida‖

o de que representaría un ―abuso del derecho‖. Argumentan que ―la legítima defensa

tiene dos funciones: preservar al agredido de las pérdidas y daño y proteger el

ordenamiento jurídico de lesiones provocadas por el agresor‖. 375 Concluyen, por tanto,

que el derecho de legítima defensa solamente puede ser suprimido cuando no es lo

necesario para cumplir tales funciones.

De manera similar piensan MAURACH/ZIPF que, a pesar de simpatizaren más

con la fundamentación basada en la idea de prohibición del abuso de derecho, mucho se

acercan al principio de necesidad en el tratamiento de las restricciones ético-sociales. En

373 BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 116. 374 Ibidem, pp. 116-117. 375 Ibidem, p. 117.

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221

verdad, para MAURACH/ZIPF las restricciones se presentan como un ―estrechamiento

de la defensa necesaria‖. 376

MAURACH/ZIPF incorporan la idea ético-social como restricción jurídica al

exceso de individualismo en la legítima defensa, principalmente en los casos de autores

inculpables y de defensas de valores nimios. 377 En el primer caso, frente a agresiones

cometidas por inculpables, afirman que, en principio, es admisible la legítima defensa,

pero que, en la medida en que no se renuncie a intereses reconocidos, tales agresiones

deben ser eludidas. Según esta idea, ―será posible ejercer la legítima defensa respecto de

agresiones corporales o mediante armas, provenientes de niños o enfermos mentales, en

tanto dicha defensa constitutiva es el único medio de proteger bienes jurídicos propios

(especialmente la integridad corporal y la vida)‖. 378 En el segundo caso, frente a

agresiones desproporcionadas, argumentan ―el principio de proporcionalidad

(prohibición de exceso) sólo rige para la actividad estatal soberana y no es posible

aplicarlo sin más a las conductas de particulares‖, de modo que las restricciones deben

derivar de la idea de prohibición del abuso de derecho.379

De todos modos, aunque en los casos de desproporción inaceptable la

fundamentación sea distinta, queda claro que para MAURACH/ZIPF los límites entre la

necesidad concreta de defensa y la fundamentación de las restricciones jurídicas ético-

sociales son prácticamente inexistentes.

376 MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 455. 377 Ibidem, p. 453. 378 Ibidem, p. 454. 379 Ibidem, p. 455.

Page 222: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

222

La confusión entre la idea de restricciones ético-sociales y la necesidad racional

de la defensa está presente también en dos grupos de casos problemáticos analizados

por STRATENWERTH.380

En el primer grupo de restricciones, en que ―la agresión, a pesar de ser

antijurídica, no aparece como vulneración inequívoca de los derechos del afectado‖,

STRATENWERTH sostiene que, en tales casos de agresiones de inimputables y de

sujetos que actúan bajo error, es admisible la lesión al agresor sólo ―cuando no haya

otra salida‖. 381

En otro grupo de casos, en las restricciones en los casos de deberes especiales

que existan en la relación que tengan entre sí los intervinientes, STRATENWERTH

exige una amplia preservación del agresor: ―en la medida de lo posible, el amenazado

deberá eludir la agresión; elegir, entre otros medio de defensa a su disposición, el más

leve, aunque sea menos seguro, y renunciar a una defensa que ponga en peligro la vida,

mientras no lo amenace a él un peligro grave‖. 382

En todo caso, a pesar de que STRATENWERTH en otros casos fundamente las

restricciones ético-sociales también bajo la idea de conciencia, responsabilidad del

agresor y ponderación de bienes, la mezcla con los requisitos de la necesidad racional

de la defensa (idoneidad y menor lesividad al agresor) es inadmisible, porque confunden

fundamentos distintos de necesidad de defensa con permisibilidad de defesa (necesidad

y permisibilidad).

En todo caso, parece claro que los casos problemáticos solucionados a partir de

argumentos como ―deber de eludir la agresión‖, ―deber de elegir el medio más leve‖ o 380 STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 201. 381 Ibidem, p. 201. 382 Ibidem, p. 204.

Page 223: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

223

―deber de recurrir al auxilio de terceros‖ no expresan situaciones relacionadas con la

idea de restricciones ético-sociales, sino con la necesidad racional de defensa.

En efecto, el principio de necesidad no debe ser confundido con las limitaciones

jurídicas de contenido ético-social. En una situación de conflicto entre agresor y

agredido puede existir la necesidad abstracta y la necesidad concreta de defensa, pero no

por ello se debe permitir la respuesta defensiva. No todo lo que es necesario es también

permitido. No todo lo que es útil y eficaz debe ser aceptado por el Ordenamiento

jurídico. Pues en la democracia constitucional los fines nunca pueden justificar los

medios. Los fines, al contrario, están siempre subordinados a los medios

constitucionalmente definidos en razón de la protección efectiva de la dignidad humana,

incluso del agresor.

En tal contexto, la necesidad debe ser analizada desde una perspectiva normativa

limitada por la idea fundamental de permisibilidad de la defensa. Esta permisibilidad,

como se verá más adelante, viene siempre concretizada por el principio de intervención

mínima que limita y legitima, de manera excepcional, en el seno del Estado

constitucional de Derecho, el uso de la violencia privada solamente en los casos de

defensa de los derechos fundamentales.

En fin, el derecho de legítima defensa está limitado no sólo por valoraciones de

necesidad y proporcionalidad, sino principalmente por la idea de intervención mínima.

Lo que le está prohibido al Estado, le está prohibido también al agredido, es decir, el

control social de la violencia se rige tanto para el particular como para el poder estatal,

según la fórmula de ultima ratio.

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224

2. Las restricciones jurídicas basadas en razonamientos ético-sociales como fruto

del concepto restrictivo de agresión ilegítima

Las restricciones a la amplitud de la defensa también son resueltas, en general de

lege ferenda, por medio del requisito contrapuesto: establecer las restricciones a partir

de la propia agresión. Así, pues, mediante un concepto restrictivo de agresión, sería

posible limitar la amplitud de la defensa en los casos de acciones imprudentes,

insignificantes o realizadas por personas sin culpabilidad (niños, enfermos mentales,

etc.).

En la doctrina española el defensor de este punto de vista es LUZÓN PEÑA.

Este autor, en primer lugar, critica los fundamentos restrictivos desarrollados a partir de

los principios generales (proporcionalidad, abuso de derecho, exigibilidad, etc.), por

falta de base legal, por violar el principio de legalidad, por discordar con el fundamento

de la eximente y por presentar ―el gravísimo inconveniente de su enorme imprecisión y

consiguiente inseguridad‖. 383

En segundo lugar, LUZON PEÑA afirma que ―los intentos más inteligentes de

restricción permiten salvar esos obstáculos y trazan límites claros y precisos, son

precisamente los que se han implantado en la agresión antijurídica, como el de

SCHMIDHÄUSER con su concepto de ―agresión antijurídica a la validez empírica del

orden jurídico‖ o el de SUPPERT con su restricción ―desde fuera‖ de los bienes

defendibles‖. 384 Así LUZÓN PEÑA afirma que ―no habrá necesidad de restringir la

amplitud de la defensa, pues de entrada contra esos ataques pocos importantes o

383 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., pp. 438-439. 384 Ibidem, p. 439.

Page 225: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

225

preocupantes ya no cabrá legítima defensa, sino sólo, como hemos visto, el estado de

necesidad defensivo‖. 385

En un sentido similar también se encuentra el pensamiento de BALDÓ

LAVILLA, aunque parece situar las restricciones ético-sociales en el concepto

restringido de ―agresión antijurídica‖ sólo en los casos de agresiones imprudentes y de

agresiones no relevantes típicamente. En tales casos, las restricciones ―comportan de

forma refleja una ampliación del ámbito regulativo del estado de necesidad

defensivo‖. 386

Por otro lado, en los casos de agresiones sin culpabilidad o de ―agresiones de

bagatelas‖, BALDÓ LAVILLA argumenta que la defensa se puede tratar a través del

baremo de la ―necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla‖.

Aparte, las restricciones serían posibles ―de mano de las restricciones que en la defensa

impone el principio de solidaridad mínima‖. 387

También STRATENWERTH rechaza que sea posible una restricción ético-

social que responda a un mismo denominador común y, con ello, en los casos en que ―la

agresión, a pesar de ser antijurídica, no aparece como vulneración inequívoca de los

derechos del afectado‖, exige algo muy semejante al requisito de la culpabilidad del

agresor.388

A grosso modo, lo que se discute es restringir el concepto de agresión

antijurídica mediante la exigencia de que ésta sea también culpable.389 La defensa

385 Ibidem, p. 563. 386 BALDÓ LAVILLA, Francisco, op. cit., p. 283. 387 Ibidem, pp. 302-306. 388 STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 201. 389 Así ya pensaba BELING, Ernst von, op. cit., p. 52. Hay que recordar, con todo, que este planteamiento de BELING es coherente con su teoría sobre el derecho de legítima defensa, ya que él entiende que el

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226

solamente sería legítima frente a la agresión antijurídica y culpable.390 Así estarían

solucionados los grupos de casos problemáticos relacionados con las llamadas

restricciones ético-sociales (agresiones de niños, enfermos mentales, etc.).

Pero, claro, estas soluciones serían siempre de lege ferenda, tal como propone

expresamente el propio LUZÓN PEÑA, porque una interpretación de lege lata que

equipare el término ―agresión antijurídica‖ con ―agresión antijurídica y culpable‖

afrontaría el principio constitucional de legalidad, que impide una restricción

teleológica en el ámbito de las causas de justificación. La idea de ley clara (nullum

crimen sine lege certa) existe precisamente para impedir interpretaciones subjetivas y

arbitrarias en la aplicación concreta del Derecho penal.

La propuesta de introducir en el Derecho positivo la exigencia de culpabilidad

del agresor es realmente una idea que merece ser aplaudida, pues clarifica los casos

problemáticos en que el requisito de la necesidad racional no es suficiente para contener

la violencia privada. Tampoco el principio de proporcionalidad proporciona

valoraciones objetivamente claras en el análisis de los casos de violencia bajo las

relaciones de garantía, por ejemplo. Todo indica, por tanto, que las restricciones son de

otra naturaleza e importancia.

Sin embargo, el concepto restrictivo de agresión antijurídica, así como el

concepto restrictivo de los bienes jurídicos susceptibles de legítima defensa, no agota

toda la diversidad de casos en que se dan las exigencias de restricciones de naturaleza

ético-sociales. Incluso aunque un determinado ordenamiento jurídico adoptase el

núcleo de la regulación especial permite causar cualquier daño al agresor, sin considerar si es grande o pequeño el daño que amenaza el agredido (p. ej., muerte del agresor para proteger un interés patrimonial pequeño). Por esta ratio limitaba el derecho de legítima defensa al exigir la agresión injusta culpable. 390 Cfr., por todos, JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 464: ―La antijuridicidad de la agresión se puede interpretar, pues, como alusión a la necesidad de falta de justificación de un comportamiento culpable‖.

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227

concepto restrictivo de agresión, o que restringiera los bienes jurídicos pasibles de

legítima defensa, los problemas de las restricciones ético-sociales no desaparecerían.

Porque las restricciones de la violencia privada derivan de las mismas restricciones que

el poder punitivo recibe del Derecho penal, ya que son límites normativos que

fundamentan y legitiman la propia eximente.

Además, no se trata simplemente de un término legal que pueda superar y

limitar la injusticia de la defensa en tales situaciones. Al contrario, aquí se trata del

fundamento politicocriminal que orienta y da sentido a la existencia de la legítima

defensa. La existencia de culpabilidad es un dato importante para la legítima defensa y

quizás debería ser tenida más en cuenta en las reformas de las leyes penales en el futuro.

Pero en la actualidad, con los modelos existentes, es un dato insuficiente, porque los

principios preventivos y garantísticos del Derecho penal están desarrollados

suficientemente para, por medio de una interpretación constitucional, dar el verdadero

sentido al ejercicio excepcional de la defensa particular de los bienes tutelados por el

Derecho.

Otra crítica que se puede hacer va en el sentido de que las limitaciones al

ejercicio de la legítima defensa no pueden derivar precisamente del dato opuesto, que es

el presupuesto de la agresión. La restricción al objeto no puede ser proveniente del

propio objeto contrario, dado que, a pesar de la relación existente, son entidades

jurídicas absolutamente distintas. Si bien el agua y el fuego son realidades distintas que

se limitan mutuamente, en la relación entre agresión y defensa ocurre algo distinto,

porque si es verdad que la defensa limita la agresión, debería también ser verdad que la

agresión limita la defensa. Pero esta última limitación no existe porque la limitación de

la agresión por la defensa se justifica por la afirmación de Derecho, mientras que la

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228

limitación de la defensa por la agresión solamente se fundamentaría en la fuerza y no en

el Derecho.

En resumen, el planteamiento del concepto restringido del concepto de agresión

puede ser válido, pero desde ya no es suficiente.

3. Las restricciones jurídicas basadas en razonamientos ético-sociales como fruto

de los principios regulativos generales

3.1. El principio de proporcionalidad: La prohibición de exceso

En el ítem 3.1.2.3 supra quedó claro que el principio de proporcionalidad en el

derecho de legítima defensa es aplicable ya sea por medio de la idea de ―necesidad

racional del medio‖, ya sea como principio general de naturaleza constitucional

derivado de la idea de Estado de Derecho y, sobre todo, de la fuerza de los llamados

derechos fundamentales individuales.

Pero aquí interesa saber si el principio de proporcionalidad tiene poder suficiente

para inserirse como fundamento básico en los casos en que se exigen restricciones ético-

sociales. Porque, por ejemplo, muchos autores presentan soluciones a los grupos de

casos problemáticos, en los que se exigen restricciones ético-sociales a partir de la idea

de que no puede haber justificación en situaciones de desproporción inaceptable o crasa.

Así rechazan la legítima defensa en las agresiones de niños (los hurtos frecuentes de

objetos de ínfimo valor, como frutas, dulces, etc.) y en aquellas en que la propiedad

ajena no es atacada seriamente (el ladrón que huye con un botín de escaso valor).

Incluso algunos autores que no le dan relevancia al principio de proporcionalidad en la

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229

legítima defensa, terminan afirmando que no se debe justificar la respuesta en los casos

de desproporción inaceptable.391

Por más que sea verdad la conclusión en el sentido de que no está justificada la

defensa en casos de desproporción inadmisible de bienes jurídicos, las restricciones

ético-sociales no se resumen y tampoco se explican satisfactoriamente por el principio

de proporcionalidad. Hay muchos casos en los que los requisitos de la necesidad y de la

proporcionalidad se cumplen y, sin embargo, la defensa debe ser restringida por

razonamientos ético-sociales. Véase, p. ej., el caso de la agresión del no culpable o con

culpabilidad sustancialmente disminuida, donde la defesa debe ser restringida no por el

equilibrio de los bienes jurídicos en juego, sino por la calidad especial del agresor, que

no permite el mínimo de capacidad de autodeterminación que el ordenamiento jurídico

requiere. Tampoco es fundamental el análisis de la desproporción entre los bienes

jurídicos del agresor y del agredido en los casos de agresión provocada

antijurídicamente por el agredido o en las agresiones enmarcadas dentro de relaciones

de garantía.

En síntesis, no es que el principio de proporcionalidad sea una fórmula vacía de

contenido, motivo por lo cual debe ser rechazado en la fundamentación de las

restricciones ético-social. El principio de proporcionalidad, en este específico punto

dogmático, no sirve para fundamentar las restricciones ético-sociales, porque la

finalidad normativa de su intervención es la corrección precisamente del juicio de

necesidad. Así, pues, la proporcionalidad es correctora del juicio de necesidad y las

391 Cfr., por ejemplo, STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 204: ―aunque el agredido defienda con su bien simultáneamente también el derecho, la diferencia valorativa entre la lesión del bien jurídico evitada y la necesaria para la defensa no puede exceder cualquier medida‖. También JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 472: ―Por lo tanto, la legítima defensa no concurrirá cuando exista una desproporción inadmisible entre bien jurídico atacado y la lesión y puesta en peligro del agresor‖.

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230

restricciones ético-sociales son datos normativos correctores de la necesidad

proporcionada de la defensa. En otras palabras, la proporcionalidad limita el juicio de

necesidad y la permisibilidad restringe el juicio de necesidad y también de

proporcionalidad. Así que se trata de tres elementos y juicios normativos absolutamente

distintos.

3.2. La prohibición del abuso del Derecho

Un caso especial de proporcionalidad que pretende justificar las restricciones de

naturaleza ético-sociales se desarrolla a través del argumento del principio de

prohibición del abuso del derecho, bajo la finalidad de limitar el ejercicio de los

derechos subjetivos. Una acción inicialmente lícita puede traspasar los límites

inmanentes del derecho y convertirse, así, en un ―derecho abusivo‖, precisamente

porque no cumple las finalidades sociales que fundamentan su propia existencia o

porque ofende la conciencia jurídica.

Históricamente, la teoría del abuso del derecho nace y se desarrolla en el ámbito

del Derecho privado. La doctrina suele citar la teoría de los actos de emulación, en que

el ejercicio del derecho de propiedad, fruto del individualismo liberal, era limitado en

los casos de daño para otros. El Derecho privado posee una exhaustiva doctrina y

jurisprudencia (inicialmente la francesa) sobre la cuestión del abuso del Derecho, ya sea

negando, ya sea reconociendo su validez como categoría jurídica.392

La idea general parece ser la limitación del derecho subjetivo del particular en

los casos en que su ejercicio sea considerado abusivo, es decir, cuando inicialmente se

392 Cfr., dentro de una inabarcable bibliografía, GIORGIANNI, Virgilio, L´ abuso del Diritto nella teoria della norma gioridica, Milano, Giuffrè, 1963; ROTONDI, Mario, L´ abuso di Diritto, “Aemulatio”, Padova, CEDAM, 1979; RESCIGNO, Pietro, L´Abuso del Diritto, Bologna, Mulino, 1998; MARTIN BERNAL, José Manuel, El abuso del Derecho, Madrid, Montecorvo, 1982; CUNHA DE SÁ, Fernando Augusto, Abuso do direito, Coimbra, Almedina, 1997.

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231

realiza de acuerdo con los postulados formales pero después se presenta como excesivo,

ya sea porque contradice la finalidad o fundamento del propio Derecho (el fin social que

debe tener toda categoría jurídica), ya sea porque ofende la conciencia jurídica.

En el Derecho penal la doctrina suele intentar limitar el exceso en la legítima

defensa a través de la teoría de la prohibición del abuso. Las restricciones ético-sociales

estarían fundamentadas en parte en esta idea, porque la teoría del abuso del Derecho

sería el límite del Derecho subjetivo de autoconservación del particular frente a la

agresión de otro individuo.

Pero al contrario que los juristas del Derecho privado, los penalistas en general

no suelen fundamentar o explicar el sentido del principio de prohibición del abuso de

Derecho. Dicen que tal principio limita el derecho subjetivo de legítima defensa, pero

no explican el motivo. Así que este principio aparece como un argumento vacío de

contenido.

MAURACH/ZIPF sostienen que las restricciones jurídicas fundamentadas a

partir de razonamientos ético-sociales son aplicables por la fuerza del principio de

prohibición del abuso de derecho, como una forma de ―estrechamiento de la defensa

necesaria‖. Tales restricciones, según este planteamiento, se limitarían a una

―desproporción inaceptable entre el bien jurídico agredido y la lesión o peligros

provocados por la defensa‖. Así, pues, ―dado que es el agredido quien se encuentra en

mejor posición para enjuiciar cuándo su ejercicio del derecho es abusivo, este principio

correctivo no representa una sobrecarga excesiva para él‖. 393

393 MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 455.

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232

También WESSELS afirma que el derecho de legítima defensa encuentra su

límite en la ―prohibición general del abuso del derecho y en la característica normativa

de la ―imposición”: una defensa cuyas consecuencias son extraordinariamente

desproporcionadas respecto del daño inminente, es abusiva y, por tanto, inadmisible‖. 394

De ahí fundamenta las limitaciones ético-sociales en los casos en que ―se exige al

agredido, por razones especiales, en vez de una resistencia rigurosa, otra conducta

(alejarse, llamar a la policía, etc.), sin abandono de intereses legítimos y si el

ordenamiento jurídico no necesita ser afirmado suprimiendo la agresión en forma

enérgica”.395 A partir de ahí, distingue los casos de restricciones ético-sociales de los de

necesidad de defensa:

―La ―imposición‖ de la legítima defensa y la ―necesidad‖ de la defensa pueden

interponerse, pero no se cubren. La circunstancia de que una acción sea

―impuesta‖ por legítima defensa, depende de consideraciones normativas y

ético-sociales. En cambio, la ―necesidad‖ de la defensa se ajusta únicamente a

los hechos concretos y especialmente a la intensidad del ataque‖. 396

Sin embargo, un planteamiento así está más concretizado por el principio de

proporcionalidad, ya que lo relevante parece ser la desproporción inaceptable entre los

bienes. También WESSELS parece seguir el mismo error de MAURACH/ZIPF, puesto

que identifica el principio de prohibición general del abuso del derecho con la misma

idea de proporcionalidad. Parece un círculo vicioso, la defensa desproporcional es

abusiva y es abusiva precisamente porque es desproporcional. Aparte, la contradicción

394 WESSELS, Johannes, op. cit., pp. 95-96. De la misma opinión parece ser VON WEBER, Hellmuth, op. cit., p. 99: ―El límite recién se plantea cuando, debido a la absoluta desproporción entre el bien jurídico atacado y el daño ocasionado por la defensa, éste aparezca como un abuso del derecho a la defensa necesaria (por ejemplo, el homicidio doloso para impedir un hurto famélico, § 370, núm. 5)‖. 395 WESSELS, Johannes, op. cit., p. 96. 396 Ibidem.

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233

es mayor porque niega que el derecho de legítima defensa sea limitado por el principio

de proporcionalidad. Se niega el principio de proporcionalidad pero se concreta el

principio del abuso del Derecho de forma similar.

La verdad es que, como ha señalado el propio ROXIN, los elementos

denominados ―abuso del derecho‖ y ―proporcionalidad‖, así como otros principios

reguladores generales, carecen de contenidos por sí mismos y, por ello, dependen de los

principios político-criminales relacionados también con la finalidad del Derecho

penal.397

Específicamente sobre el concepto de abuso de derecho originario del Derecho

privado, las mismas críticas allí pronunciadas son validas también contra el intento de

insertarlo en el Derecho penal, aunque puede deducirse modernamente de los principios

del Estado de Derecho. Por ejemplo, las críticas desarrolladas por ROTONDI desde la

incompatibilidad del concepto de abuso de derecho con el derecho positivo, por tratarse

de un fenómeno sociológico y no jurídico, no es del todo rechazable. Pues o la acción es

lícita, esto es, conforme al Derecho, o es ilícita, es decir, contraria al Derecho: tertium

non datur.398

En realidad, no es que la categoría del abuso del derecho esté fuera del Derecho,

como una especie de no-derecho, sino que se trata más bien de un producto social que

puede cambiar el sentido de la norma. O sea, el fenómeno sociológico del abuso del

derecho provoca un cambio en el sentido de la norma, tal como se entiende hoy la

doctrina de la mutación constitucional, que no cambia el Derecho positivo, sino el

sentido de la norma. Se trata más bien de una mutación a través de la interpretación

397 ROXIN, Claus, Las “restricciones ético-sociales” al derecho de legítima defensa, op. cit., p. 305. 398 ROTONDI, Mario, op. cit., p. 20.

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234

retrospectiva y prospectiva, en que la norma adquiere un significado nuevo y diferente

sin cambio formal.

3.3. El principio de exigibilidad

La noción de exigibilidad y, por lo tanto, de su reverso inexigibilidad, no es

nueva en el Derecho penal. Desde la concepción normativa fundamentada por FRANK

en 1907, la exigibilidad de otra conducta se inscribe y todavía se mantiene dentro de la

categoría jurídica de la culpabilidad en la situación fáctica normal. Así se supera la

teoría psicológica hasta entonces vigente y se define la culpabilidad como fenómeno

normativo, la reprochabilidad. En efecto, la exigibilidad aparece como presupuesto

general de la culpabilidad, mientras la inexigibilidad como causa supralegal de

inculpabilidad.

Pero incluso fuera del elemento dogmático de culpabilidad, la exigibilidad

también ha sido objeto de importantes construcciones y, obviamente, también de

severas críticas.

HENKEL pensaba la exigibilidad como un concepto general no circunscrito al

Derecho penal, sino al Ordenamiento jurídico general, en la totalidad de las esferas del

Derecho.399 Así, pues, ya que se trataba del concepto jurídico que menos materias

concretas encerraba, más alcance debería tener. De ahí la exigibilidad alcanzaría no

solamente la culpabilidad, sino también la adecuación típica y la antijuridicidad, ya que

retrata un principio regulativo desprovisto de valor que se traduce en un medio de

interpretación.

399 HENKEL, Heinrich, Exigibilidad e inexigibilidad como principio jurídico regulativo, trad. de José Luis Guzmán Dalbora, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2005, p. 73. Véase también ROXIN, Claus, Culpabilidad y prevención en Derecho penal, trad. de Francisco Muñoz Conde, Madrid, Reus, 1981.

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235

Según HENKEL, la exigibilidad es un ―principio regulativo, que como tal no

señala el contenido preciso de la decisión, pero sí el camino que lleva a ella,

instruyendo que se decidan los límites inciertos de facultades y deberes jurídicos según

el conjunto de todas las circunstancias perceptibles del caso singular y a través de una

concreta ponderación de los criterios valorativos que se presentan‖. 400

Por consiguiente, el principio regulativo permea también el Derecho penal, no

solamente en la causa supralegal de inculpabilidad o en la teoría de la culpabilidad,

sino que ―comparece en el entero campo de la consideración jurídico-penal y, por ende,

también en las teorías del tipo del injusto‖. 401

En el ámbito de la teoría del injusto, la exigibilidad expresaría una función de

interpretación reguladora para restringir la incidencia de la tipicidad. Por ello MEZGER

llegó a la afirmación de que el delito de favorecimiento, en la parte que establece la

impunidad de los parientes, es especial causa “supralegal” de exculpación.402

HENKEL aplica la fórmula de la exigibilidad como función delimitadora y

fundamental en el ámbito de la exclusión del injusto. Afirma que el contenido y los

límites de la legítima defensa dependen de dos criterios: que la defensa haya sido

―indicada‖ y ―necesaria‖ a la acción defensiva escogida por el agredido, es decir,

respectivamente, las mismas ideas antes mencionadas de ―permisibilidad‖ y

―necesidad‖.403

En este contexto, según defiende el propio HENKEL, la ―acción defensiva

necesaria‖ está sujeta únicamente a las posibilidades reales de defensa, mientras que la

400 HENKEL, Heinrich, op. cit., p. 73. 401 Ibidem, p. 74. 402 MEZGER, Edmund, Derecho penal, op. cit., p. 273. Cfr. también sobre el tema HENKEL, Heinrich, op. cit., pp. 75-77. 403 Ibidem, pp. 78-79.

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236

―acción defensiva indicada‖ es un problema normativo previo y fundamental de saber si

puede concederse al agredido el derecho de intromisión en los bienes jurídicos del

agresor.404

La formulación de HENKEL rechaza la ―severidad insoportable‖ de la rígida

tesis de que el Derecho no precisa ceder ante el injusto y camina en el sentido de

introducir un criterio limitativo adaptado a las concepciones jurídico-sociales desde la

fórmula del principio regulativo de la exigibilidad.

Este intento es desarrollado por el propio HENKEL:

―En efecto, si se quiere tener claridad acerca de la exigencia de limitar el

derecho de defensa, ya no podemos en absoluto pasarnos sin esa fórmula. Es que

para resolver esta tarea no se puede encontrar una fórmula provista de un

contenido definido y del carácter de una regla jurídica individualizadora, porque

los criterios que hay que tener en consideración son diversos‖. 405

Los diversos criterios mencionados son los casos de situación de defensa con

conducta provocadora, las situaciones de relación especiales, el estado de imputabilidad

del agresor, la acción realizada por el agresor debido a la apreciación errónea de la

situación y el medio defensivo que irrogue al agresor un prejuicio de gravedad

desproporcionada en sus bienes jurídicos.406

La conclusión es que en todas estas situaciones problemáticas, la única fórmula

que es común está fijada por el principio regulativo de la exigibilidad, para que el juez,

en una situación concreta, defina el ―regulador ético-social‖ de efecto limitativo de la

404 Ibidem, p. 79. 405 Ibidem, p. 81. 406 Ibidem, p. 82.

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legítima defensa. Una fórmula que ―dice al juez que él, habida cuenta de todas las

circunstancias individuales del caso, podría trazar un límite al derecho de defensa en

correspondencia con las concepciones jurídico-sociales‖. 407

Sin embargo, no está claro cual es el ámbito correcto de incidencia de la fórmula

del principio regulativo de la exigibilidad, ni tampoco que éste particularmente limite el

derecho de legítima defensa.408

El principio de legalidad impide que las restricciones sean determinadas, en un

caso concreto, sin un contenido normativo específico originado de los fines político-

criminales. El principio regulativo de exigibilidad sí podría actuar ampliando la

interpretación de las causas de justificación o exculpación, pero no imponiendo límites

donde la ley no lo hace.

Además, esto se debe a que el principio de legalidad en el ámbito de la

antijuridicidad opera en doble sentido, porque es cerrado en lo que se refiere a las

restricciones y es abierto en cuanto a la amplitud.

En fin, como el propio HENKEL admite, el principio regulativo hace que el

derecho de legítima defensa pierda sus perfiles netos y, con ello, se sacrifica la

previsibilidad de la decisión.409 Ahora, la falta de esa previsibilidad y una justicia

individualizadora destruye la seguridad jurídica y, por extensión, la propia idea del

principio de legalidad derivado del Estado de Derecho.

407 Ibidem. 408 Aunque no ignore la cuestión de la ponderación de bienes, parece aceptar el principio de la exigibilidad en la legítima defensa CÓRDOBA RODA, Juan, Consideraciones sobre la legítima defensa, op. cit., p. 771: ―El principio de exigibilidad, que es aplicable a varios aspectos de la legítima defensa, comporta aquí el que resulta exigible a titular de la propiedad soportar perjuicios en su patrimonio antes de atentar contra la vida o integridad del ofensor‖. 409 HENKEL, Heinrich, op. cit., p. 82.

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3.4. El principio de solidaridad

Por último, las limitaciones ético-sociales también se fundamentan en los

deberes de solidaridad que deben existir en la relación de conflicto entre el agresor y la

víctima. Así, pues, la obligación de salvaguardia de una solidaridad mínima exigiría, en

determinados casos problemáticos, que la víctima de la agresión antijurídica abandonase

la protección del bien jurídico. Tal argumento fundamentaría también el deber de huir

en las situaciones posibles, aunque el bien jurídico ya haya sido ofendido por la

agresión.

En la doctrina penal contemporánea JAKOBS no solamente exige la

culpabilidad del agresor, sino también una limitación por la garantía de la solidaridad

mínima.410 Afirma que en las ―situaciones de necesidad, en interés público, también

están obligadas a la solidaridad mínima mutua las personas que por lo demás no se

encuentren en ninguna relación especial‖. 411 Fundamenta este punto de vista a partir de

la idea del § 323 c StGB que se refiere a la omisión del deber de prestar ayuda: ―Quien

en casos de accidentes o de peligro público o necesidad no preste ayuda, pese a que es

requerida, y le es exigible de acuerdo con las circunstancias, en especial cuando es

exigible sin considerable peligro propio y sin lesión de otras obligaciones importantes,

será castigado con pena privativa de la libertad hasta un año o con multa‖. 412 Así, pues,

el derecho de legítima defensa ―sólo se limita cuando el agredido está obligado a

sacrificarse con arreglo a los principios de la omisión del deber de socorro‖. 413

410 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., pp. 481-484. 411 Ibidem, p. 482. 412 Cfr. LOPEZ DÍAS, Claudia, Código Penal alemán, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 1999, p. 115. Hay también otra traducción publicada en España y coordinada por EIRANOVA ENCINAS, Emilio, Código Penal Alemán (StGB), Código Procesal Penal Alemán (StPO), Madrid/Barcelona, Marcial Pons, 2000. 413 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 483.

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239

También PERRON reconoce que las limitaciones en los casos especiales

(allegados, desproporción manifiesta) se basan en los deberes de solidaridad, así como

en el deber general que obliga a todos a la salvaguardia de una solidaridad mínima. Pero

en las otras situaciones afirma que las limitaciones derivan de los principios generales

de la justificación: interés de autoprotección y criterio de la afirmación del Derecho.414

FLETCHER no habla de la limitación por la garantía de la solidaridad mínima,

pero sí de la ―humanidad‖ del agresor, lo que, al final, parece ser lo mismo, por lo

menos en las consecuencias:

―Reconocer la humanidad del agresor implica que en algunas situaciones el

defensor debe admitir una cierta limitación de su autonomía antes de infligir un

costo excesivo a su agresor. Si la única forma de prever un allanamiento y un

hurto simple, en que no hay violencia, en la morada, es matar al agresor, el

defensor debería voluntariamente renunciar a la defensa y arriesgarse a perder la

propiedad. Tiene que soportar esta agresión menor y esperar que la policía

recobre sus bienes. La alternativa de matar al agresor supone una indiferencia

demasiado costosa y despiadada hacia sus intereses humanos‖. 415

En la doctrina española es muy significativa la posición de BALDÓ LAVILLA,

que fundamenta, p. ej., un deber de elusión, desde el principio de solidaridad mínima,

en los casos en que ―no comprometa seriamente la libertad organizativa del

necesitado”.416

414 PERRON, Walter, Justificación y exculpación en Derecho Penal alemán en la exención de responsabilidad por situaciones especiales de necesidad (legítima defensa, estado de necesidad, colisión de deberes), en ESER, Abin, GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, PERRON, Walter (ed.), op. cit., p. 81. 415 FLETCHER, George P., En defensa propia, op. cit., p. 75. 416 BALDÓ LAVILLA, Francisco, op. cit., p. 313.

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Ahora bien, la fundamentación de las limitaciones al derecho de legítima

defensa no necesita recurrir siempre al criterio de la solidaridad intersubjetiva entre

agresor y víctima. Ni el deber de elusión ni las restricciones ético-sociales necesitan

fundamentación a partir de un concepto general y vacío como puede ser el principio de

solidaridad mínima.

En primer lugar, la exigencia de solidaridad mínima en el derecho de legítima

defensa puede difuminar las diferencias entre el estado de necesidad defensivo y la

legítima defensa. A fin de cuentas, la existencia de una agresión antijurídica parece ser

algo indiferente en la idea de solidaridad.

En segundo lugar, el principio de solidaridad mínima no explica suficientemente

por qué la víctima debe tener en cuenta los intereses del agresor, si éste no tiene en

cuenta los intereses de la propia víctima. Si la defensa no es una pena y tampoco un acto

de venganza, la solidaridad exigida podría apagar la fuerza del principio de la

afirmación del Derecho.

En realidad, la idea de solidaridad o humanidad del agresor, no es un principio

autónomo que fundamente la existencia de ciertas restricciones ético-sociales del

Derecho de legítima defensa. Solidaridad y humanidad del agresor son criterios

interpretativos derivados tanto del fundamento político-criminal de afirmación del

Derecho, como de la finalidad garantística del Derecho penal, como baremos de la

violencia social. No son criterios de argumentación jurídica independientes y

autónomos, sino que son frutos de los fines preventivos y del garantismo que rige el

Estado constitucional moderno.

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241

Capítulo 5

LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES A PARTIR DE LOS FINES

PREVENTIVOS Y GARANTÍSTICOS DEL DERECHO PENAL

1. Una cuestión metodológica previa fundamental: la definición de las restricciones

ético-sociales

La definición de las restricciones ético-sociales al derecho a la legítima defensa

presenta una simetría impresionante con la teoría del bien jurídico en Derecho penal:

ambas no pueden basarse en un sistema de clasificación de genus proximum y

differentia specifica, porque el nivel de abstracción de ahí derivado casi siempre

conduce a una fórmula totalmente vacía de contenido.

En relación a la teoría del bien jurídico, SCHÜNEMANN ha propuesto una

concepción de bien jurídico a partir de una directriz normativa, con cierto poder

―instructivo de aplicación de conocimientos filosóficos‖, que permite concluir que ―el

concepto de contrato social y la idea rectora de que el Estado debe asegurar la

posibilidad de libre desarrollo del individuo proporcionan unas coordenadas de lo que el

Estado puede proteger por medio del Derecho penal y de lo que no: en primer lugar, los

bienes usurpados a costa del desarrollo de los demás; y, después, los bienes compartidos

por todos necesarios para una próspera vida en común‖. 417 Por tanto, la definición de la

materia prohibida (el elemento estructural del injusto y el objeto de referencia de la

criminalización) debe pasar por un proceso interpretativo liberal opuesto a las

restricciones innecesarias de las libertades civiles.

417 SCHÜNEMANN, Bernd, El principio de protección de bienes jurídicos como punto de fuga de los límites constitucionales de los tipos penales y de su interpretación, trad. de María Martín Lorenzo y Mirja Feldmann, en HEFENDEHL, Roland (ed.), La teoría del bien jurídico: ¿Fundamento de legitimación del Derecho penal o juego de abalorios dogmático?, Madrid, Marcial Pons, 2007, p. 208.

Page 242: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

242

En tema de legítima defensa, la situación es la misma: no se debe solucionar el

problema de las restricciones a partir de un concepto clasificatorio unitario y con

pretensión de generalidad. Un sistema clasificatorio como de las plantas de LINNEO o

de causalidad puede explicar físicamente el mundo de la naturaleza, pero es deficiente

para tratar de temas sociales y jurídicos, pues aquí lo que importa son los sentidos de los

hechos, las prácticas e interpretaciones que pueden reducir la inseguridad de los

ciudadanos en la aplicación del Derecho penal.

Por estas razones, las restricciones ético-sociales al derecho de legítima defensa

deben ser fundamentadas y definidas también a partir de una clara directriz normativa,

que en el seno del Estado social y democrático de Derecho, consiste en la idea liberal

básica de los derechos fundamentales como límites de la violencia.

Este criterio ―negativo‖ que cumplen los derechos fundamentales, como una

muralla de reducción de la violencia individual o social, proporciona una interpretación

constitucional y global de los sentidos de los hechos, concretando lo que hoy se

entiende por principio de ultima ratio.

También la idea de prevención, que domina el Derecho penal moderno,

esclarece puntos importantes para la correcta y segura aplicación de las restricciones

ético-sociales. En este contexto, la idea de prevención general limitada permite una

comprensión de la acción defensiva a partir de los valores normativos definidos

constitucionalmente, lo que evita la defensa desproporcionada, abusiva, inadecuada,

evitable, etc.418

418 Esta prevención general -que de todos modos es limitada y que fundamenta también las restricciones ético-sociales- dimana del fundamento supraindividual de la legítima defensa. Pero la exigencia de restricciones también se puede sacar del fundamento individual de la legítima defensa: en ciertas situaciones problemáticas, la agresión reduce el merecimiento de protección de los intereses del agresor

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2. La neutralización de la víctima, el sistema del monopolio estatal y sus

implicaciones en el derecho de legítima defensa

El Derecho penal moderno está orientado hacia el delincuente. El Derecho penal

orientado a las consecuencias es un Derecho penal preventivo que mitiga sensiblemente

el papel de la víctima como protagonista del delito. Desde la confiscación del conflicto

por parte del Estado, la supresión de la víctima es una característica fundamental de la

ciencia global del Derecho penal. Así, en el Derecho penal la idea de prevención retira

el poder de la víctima en la solución del conflicto; en la Criminología los puntos de

referencia son el delincuente, la estructura social o el aparato estatal de criminalización.

También en el Derecho procesal penal la víctima juega un papel bastante secundario,

puesto que, en general, el proceso es regido por el principio de legalidad u

obligatoriedad de la persecución penal.

En la confiscación irreversible del conflicto, el Estado decide los conflictos que

seleccionan las agencias de control social, pero no soluciona nada. ZAFFARONI ha

puesto de relieve que la neutralización del derecho de la víctima es un ejercicio de

poder que decide y no soluciona los conflictos, salvo por casualidad.419

De hecho, la exclusión del derecho de la víctima provoca una crisis de

legitimidad del sistema penal, puesto que el Estado impone por la fuerza una decisión

que no soluciona el conflicto social seleccionado por las agencias de control social. Y

de forma menos intensa que la acción idealmente prototípica para la legítima defensa. Cfr., por ejemplo, en relación a las restricciones de la legítima defensa de terceros, KUHLEN, Lothar, La restricción de las facultades de actuación en la legítima defensa de terceros, trad. de Íñigo Ortiz de Urbina Jimeno, en Estudios penales en homenaje a Enrique Gimbernat, Tomo I, Madrid, Edisofer, 2008, p. 1105. En este artículo, KUHLEN sostiene que el fundamento supraindividualista no sirve para restringir las facultades de legítima defensa de terceros. Según argumenta KUHLEN, la reducción de las facultades de defensa deriva del fundamento individual, porque en los casos de agresión por parte de inimputable o de extrema desproporción entre los intereses en conflicto, el merecimiento de protección de los intereses del agredido es disminuido. 419ZAFFARONI, Eugenio Raúl, La crítica sociológica al Derecho penal y el porvenir de la dogmática jurídica, en Hacia un realismo jurídico penal marginal, op. cit., pp. 15-39.

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244

además si la legitimidad del sistema penal está ligada también al valor de ―verdad‖ de la

decisión, ésta no existe cuando la víctima no participa del consenso que puede

solucionar definitivamente la cuestión.

Aparte de esto, el proceso de neutralización de la víctima revela un autoritarismo

desde el punto de vista de la selección, proceso y decisión del los conflictos por el

sistema penal. El ejercicio del poder estatal movido por las agencias de control social

selecciona de forma desigual los conflictos, porque se concentra, en la mayoría de los

casos, en las castas menos favorecidas del sistema capitalista de explotación de la fuerza

de trabajo; en el proceso penal, la producción inquisitiva de la prueba en general

excluye la voluntad de la víctima directamente afectada por la decisión del problema

penal, desde la realización del hecho; y en la decisión final se ignora a la persona de la

víctima, su interés y las consecuencias del conflicto en el pasado y en el futuro, lo que

provoca la perpetuación del problema.

Este sistema de neutralización del derecho de la víctima se consolida con la

revolución mercantil: la toma del poder por la burguesía depende de la verticalización

de la sociedad, de acuerdo con el discurso contractualista. A este respecto decía

ROUSSEAU: ―Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la

suprema dirección de la voluntad general, recibiendo a cada miembro como parte

indivisible del todo‖. 420

También HOBBES entendía la necesidad de un poder común fundamentado en

el contrato:

420 ROUSSEAU, Jean-Jacques, El contrato social o Principios de derecho político, trad. de María José Villaverde, 5ª ed., Madrid, Tecnos, p. 17.

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245

―De esta guerra de cada hombre contra cada hombre se deduce también esto: que

nada puede ser injusto. Las nociones de lo moral y lo inmoral, de lo justo y de lo

injusto no tienen allí cabida. Donde no hay un poder común, no hay ley; y donde

no hay ley, no hay justicia. La fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales

de la guerra. La justicia y la injusticia no son facultades naturales ni del cuerpo

ni del alma. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que estuviese solo en el

mundo, lo mismo que se dan en él los sentidos y las pasiones. La justicia y la

injusticia se refieren a los hombres cuando están en sociedad, no en soledad. En

una situación así, no hay tampoco propiedad, ni dominio, ni un mío distinto de

un tuyo, sino que todo es del primero que pueda agarrarlo, y durante el tiempo

que logre conservarlo‖. 421

Así, pues, con el contrato social, se crea el Estado y se genera ese gran Leviatán,

con poder soberano y fuerza para ―lograr la paz interna y la ayuda mutua contra los

enemigos de fuera‖.422 Por ende, la justicia y la paz de la humanidad dependen del

cumplimiento del pacto de constitución del Estado, del contrato social para la creación

del poder coercitivo, en el que las personas hacen una transferencia de sus derechos de

libertad natural. Esto significa que los conflictos sociales son ―solucionados‖ por el

Estado, puesto que los ciudadanos han transferido su parcela de poder anteriormente

existente.

El discurso contractualista se fundamenta en la necesidad de salir del estado de

naturaleza y participar del estado civil. Para ello, ―lo que el hombre pierde con el

contrato social es su libertad natural y un derecho ilimitado a todo lo que apetece y

421 HOBBES, Thomas, Leviatán o la materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil, trad. de Carlos Mellizo, Madrid, Alianza, 2001, p. 117. 422 Ibidem, pp. 156-157.

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246

puede alcanzar; lo que gana es la libertad civil y la propiedad de todo lo que posee‖. 423

En efecto, así como la libertad natural está limitado por el poder del más fuerte, la

libertad civil está limitada por la voluntad general. A partir de esta ―tiranía de la

mayoría‖, la exclusión de la víctima y la teoría del organicismo son convertidas en

puntos fundamentales de la estructura del sistema penal.

Sin embargo, a partir del momento en que la deslegitimación del sistema penal

se incrementa en la virtud de incongruencia entre los fines declarados y los fines

realmente realizados, la exclusión de la víctima deja de ser absoluta. Por ejemplo, en la

Criminología cada vez más se estudia el papel de la víctima en la solución del conflicto

(victimología).424 En Derecho penal no sólo el derecho de legítima defensa es un buen

ejemplo de la quiebra del monopolio estatal de la fuerza y de la participación efectiva de

la víctima en la solución del conflicto, sino también la reparación del daño como tercera

vía del sistema de sanciones.425 Finalmente, en el Derecho procesal penal la víctima

empieza a actuar como protagonista directo y no como simple invitado.426

El derecho de legítima defensa está implicado en toda la problemática descrita.

La relación entre la neutralización de la víctima, el monopolio estatal de la violencia y

423 ROUSSEAU, Jean-Jacques, op. cit., p. 22. 424 Cfr., p. ej., BERISTAIN IPIÑA, Antonio, Victimología, País Vasco, Universidad del País Vasco, 1990; el mismo, Nueva criminología desde el Derecho penal y la victimología, Valencia, Tirant lo Blanch, 1994; el mismo, Victimología: nueve palabras clave, Valencia, Tirant lo Blanch, 2000; LANDROVE DÍAZ, Gerardo, Victimología, Valencia, Tirant lo Blanch, 1990; el mismo, Moderna victimología, Valencia, Tirant lo Blanch, 1998; TAMARIT SUMALLA, Josep, Estudios de victimología: actas de I Congreso español de victimología, Valencia, Tirant lo Blanch, 2005. 425 Cfr. ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., pp. 108-110, al afirmar que la legitimación políticojurídica de la reparación del daño como una ―tercera vía‖ proporciona el principio de subsidiariedad, de la siguiente forma: ―la reparación del daño substituiría como ―tercera vía‖ a pena, o la atenuaría complementariamente allí donde satisface los fines de pena y las necesidades de la víctima igual o mejor que un pena no atenuada‖. Véase también, el mismo, Tem futuro o Direito Penal?, en Estudos de Direito Penal, op. cit., pp. 24-27. 426 Basta pensar sólo en la ―compensation order” inglesa, en la ―action civile” francesa o entonces en los ―acuerdos entre acusador y víctima‖, como la ―plea bargaining” americana, la ―transação penal‖ brasileña, etc. En el proceso penal español la participación de la víctima como acusación particular, al mismo nivel que la acusación pública, es una peculiaridad existente desde la creación de la Ley de Enjuiciamiento criminal en 1885.

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247

el derecho de legítima defensa es estructural y no meramente coyuntural. Por ello, la

confiscación del derecho de la víctima es un problema que toca el derecho de legítima

defensa materialmente, en la medida que la absolutización de tal planteamiento corroe

la posibilidad de defensa de la víctima. En cambio, la flexibilización del monopolio

estatal puede conducir el ―estado civil‖ al ―estado de naturaleza‖, sin ninguna limitación

de los excesos de la defensa vengativa.

La posición intermedia demanda la existencia de un vínculo entre la legítima

defensa y la política criminal estatal, en el que los postulados del Estado moderno que

confiscan los derechos de las víctimas sean también instrumentos de pacificación social

y de justicia.

Esta confiscación empieza por mostrar que no hay legítima defensa sin el control

del Estado. El derecho de legítima defensa no es pensable sin la concepción moderna de

Estado de Derecho, pues en el estado natural anterior a la organización social fundada

en normas jurídicas, la preservación individual se sustentaba en un mero dato físico, la

violencia del más fuerte. Si es fruto del idealismo pensar que antes del Estado sólo

existía barbarie y violencia, es un realismo reconocer que en el estado de naturaleza la

fuerza era determinante.427 La fuerza no sólo determinaba la ―decisión del conflicto‖,

sino que fundamentaba la ausencia eterna de una ―solución del conflicto‖.

427 Para HOBBES, Thomas, De Cive, Madrid, Alianza, 2000, p. 58, ―en el estado de naturaleza, todos los hombres tienen el deseo y la voluntad de hacer daño‖. La naturaleza ha dado a cada uno derecho a todas las cosas (p. 61). Por ende, el estado de naturaleza de HOBBES, es decir, el estado antes de que los hombres entraran en sociedad, es un ―estado de guerra, no una guerra simple, sino una guerra de todos contra todos‖ (p. 63). En otro sentido, menos pesimista, está la doctrina clásica de ROUSSEAU, Jean-Jacques, op. cit., p. 11: ―La guerra privada o de hombre a hombre no puede existir ni en el estado de naturaleza, donde no hay propiedad, ni en el estado social, donde todo se encuentra bajo la autoridad de las leyes‖. Véase también el ejemplo de los cuatro náufragos propuesto por HASSEMER, Winfried, MUÑOZ CONDE, Francisco, Introducción a la Criminología, Valencia, Tirant lo Blanch, 2001, pp. 20-21, en el que al final no es el más fuerte, sino el más astuto quien se salva.

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248

No es necesaria la defensa de la teoría del contrato social para percibir que la

legítima defensa es una manifestación del monopolio matizado de la fuerza por parte del

Estado. En esencia, el derecho de legítima defensa no es la quiebra del monopolio

estatal, sino más bien el ejercicio de un poder punitivo controlado por el Estado a

posteriori.

La fuerza que también existe en el seno del monopolio estatal, la fuerza

económica, física, cultural, etc., se diferencia de la fuerza del estado de naturaleza

porque se trata de una fuerza que es en sí misma limitada, restringida, modulada

previamente y de acuerdo con los principios constitucionales democráticamente

vigentes.

Pero ello no quiere decir que la violencia y la fuerza desaparecen en el sistema

penal monopolizadas democráticamente por el Estado. No implica negar, obviamente,

que en el seno de los Estados democráticos existen violencias subterráneas. La violencia

o fuerza física libre de control por el Derecho seguirán existiendo siempre, en cualquier

modelo de Estado o de organización social. Lo que pasa es que hoy algo realmente ha

cambiado: la violencia en la sociedad organizada democráticamente es mitigada no

solamente por el pueblo, sino por el propio Derecho. El poder punitivo ilegítimo existe

oculto en el cuerpo de cualquier modelo de organización social, pero el Estado

constitucional moderno lucha contra esta opresión. Una cosa es aceptarlo y legitimarlo,

y otra cosa es reconocer su existencia y defender la necesidad de que el Estado moderno

constitucional luche, limitadamente, para hacer que este poder ilegítimo deje de existir.

Entre reconocer el mal y luchar dentro de ciertos límites hay un espacio muy grande:

hay una ética humanitaria fundamental.

Page 249: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

249

De esta problemática se ha dado cuenta FERRAJOLI en un pasaje muy

importante:

―Una cosa es reconocer la existencia de dos subsistemas punitivos establecidos

según normas distintas: por una parte, el subsistema estrictamente penal

ordinario, caracterizado por principios y garantías constitucionales; y por otra, el

subsistema de polícia y de orden público excepcional, caracterizado por la mera

legalidad y desvinculado de principios. Y otra cosa es dar legitimidad sólo al

subsistema estrictamente penal y no al subsistema de policía y de orden

público‖. 428

De hecho, el reconocimento de la existencia de un subsistema de policía y de

orden público es algo importante para intentar controlar la violencia sin control del

Estado. Es posible afirmar que un Estado que no concede la seguridad a los ciudadanos

tampoco debe impedir la defensa individual, pero donde hay Estado de Derecho

organizado no hay justificación para el ejercicio absoluto de la violencia privada,

aunque el servicio de seguridad ciudadana no cumpla las expectativas esperadas.

En verdad, los problemas del mal funcionamento de los servicios publicos, la

salud, la seguridad, las carreteras, etc., no son resueltos por la asunción de las funciones

públicas por los particulares, sino por medio de cambios políticos (p. ej., por un cambio

de gobierno), es decir, no por la destrucción del Estado, sino por su mejor organización.

Así también pasa con el Derecho penal.

La asunción del poder del Estado por el particular podría llevar al caos: la mala

prestación de servicios médicos, el ineficiente trabajo de la policía y las terribles

428 FERRAJOLI, Luigi, El garantismo y la filosofía del derecho, op. cit., p. 107.

Page 250: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

250

carreteras de muchos países periféricos permitirían a cualquier ciudadano actuar como

médico, instalar patrullas privadas o construir caminos alternativos, en perfecta

deslegitimación del Estado.

En la democracia, los errores estatales deben impulsar nuevos cambios políticos,

pero nunca la toma del poder democrático por la fuerza física en desprecio del Estado,

ni tampoco la usurpación de los poderes estatales para la defensa de intereses

individuales.

Empero, es preciso observar que un aumento significativo de la violencia

subterránea por parte de las agencias estatales de control social eleva el sentimiento de

inseguridad de los ciudadanos y motiva nuevos intentos de legitimación de la violencia

privada.

Pero la violencia privada tampoco es eficiente en el control de la violencia

subterránea. Este problema sólo puede ser solucionado por dos caminos: por la

abolición del sistema penal o por la mitigación de la intervención penal. El primer

intento es demasiado utópico para la realidad actual y el segundo es un plan deseable

inmediatamente.429

429 En la defensa de la abolición del sistema penal son interesantes los trabajos copilados en BONDANZA, Mirta Lilián, CIAFARDINI, Mariano Alberto, Abolicionismo penal, Buenos Aires, Ediar, 1989. También HULSMAN, Louk, BERNAT DE CELIS, Jacqueline, Sistema penal y seguridad ciudadana, trad. de Sergio Politoff, Barcelona, Ariel, 1984; CHRISTIE, NILS, La industria del control del delito. ¿La nueva forma del holocausto?, trad. de Sara Costa, Buenos Aires, Editores del Puerto, 1993; el mismo, Una sensata cantidad de delito, trad. de Cecilia Espeleta y Juan Iosa, Buenos Aires, Editores del Puerto, 2004; MATHIESEN, Thomas, Juicio a la Prisión. Una evaluación crítica, trad. de Amanda Zamuner, Buenos Aires, Ediar, 2003; PAVARINI, Massimo, El Sistema de Derecho Penal entre Abolicionismo y Reduccionismo, en PC, núm. 1, Barcelona, PPU, 1987, pp. 141-157; LARRAURI, Elena, Abolicionismo del Derecho Penal: Las propuestas del movimiento abolicionista , en PC, 1987, núm. 3, Barcelona, PPU, pp. 95-115. Sobre el fundamento legitimante del Derecho penal mínimo, véase principalmente BARATTA, Alessandro, Criminología crítica y crítica del Derecho penal: Introducción à sociología jurídico-penal, op. cit.; el mismo, Principi del diritto penale minimo. Per una teoria dei diritti umani come oggetti e limiti della legge penale, en Dei Delitti e Delle Pene: rivista di studi sociali, storici e giuridici sulla questione criminale, núm. 1, Napoli, Edizioni Scientifiche Italiane, 1985; ZAFFARONI, Eugenio Raúl, En busca de las penas perdidas, op.cit.; FERRAJOLI, Luigi, Il diritto penale minimo, en

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251

De todos modos, claro está que el derecho de legítima defensa forma parte de la

Política criminal y su finalidad es tanto la protección de un derecho fundamental como

la afirmación del Derecho. Para cumplir esta tarea, el derecho de legítima defensa no

puede despreciar los contornos determinados por el monopolio estatal. Como dice

HASSEMER, la legítima defensa es la consagración última del sistema del monopolio

estatal: ―la víctima atacada antijuridicamente puede efectivamente defenderse y

lesionar, a su vez, al agresor, pero la ley le exige observar los límites de la inevitabilidad

y necesidad de la defensa, y sólo mientras pervive la conduta agresora‖.430 Entonces

como la ―neutralización de la vítima y la generación de su interés no constituyen

características exclusivas del Derecho penal estatal‖, el particular, así como el Estado,

puede ejercer la violencia con la finalidad de protección de bienes jurídicos, pero

limitadamente.

Los límites para el ejercicio de la defensa privada impuestos por el monopolio

del poder punitivo son las restricciones de contenido normativos: agresión, actualidad,

necesidad y proporcionalidad. Los hechos de relevancia penal existen per se. La

modulación de los efectos de los hechos penales es tarea del Derecho penal y, en el

Estado de Derecho, de la ley penal a partir de criterios previos y fundamentados en la

Política criminal desarrollada para luchar contra la violencia y la criminalidad. En

general, contra la violencia definida como delito, es decir, la violencia que afecta los

bienes más relevantes para la convivencia social. En particular, en el contexto del

derecho de legítima defensa solamente contra la violencia de naturaleza individual

típicamente antijurídica, siempre y cuanto estén presentes los requisitos de necesidad,

proporcionalidad y permisibilidad.

Dei Delitti e Delle Pene: rivista di studi sociali, storici e giuridici sulla questione criminale, núm. 1, Napoli, Edizioni Scientifiche Italiane, 1985. 430 HASSEMER, Winfried, Fundamentos del Derecho penal, op. cit., p. 93.

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252

3. La deslegitimación del poder del sistema penal neoliberal y el resurgimiento de

la venganza privada

Las investigaciones criminológicas llevadas a cabo en la segunda mitad del siglo

XX, provenientes principalmente de la crítica de naturaleza sociológica, han puesto en

duda la legitimidad del poder del sistema penal y, consecuentemente, de la propia

dogmática jurídico-penal. Los esfuerzos intelectuales de los teóricos de la llamada

Criminología crítica han sido contundentes en la afirmación de que las funciones

declaradas del Derecho penal no son cumplidas y que otras finalidades ocultas laten en

el seno del sistema penal.

Pero lo que está deslegitimado no es la dogmática jurídico-penal, sino el poder

del sistema penal que, en consecuencia, contamina la totalidad del saber penal. En la

actualidad, además, lo que efectivamente se encuentra deslegitimado es el poder de

control y de dominación burguesa que se acentúa por la globalización del proyecto

colonialista neoliberal.

Como se sabe, el sistema capitalista se presenta en una relación directa y

conflictiva con el sistema penal. Por una parte, el Derecho penal se ve ligado a la

política criminal porque camina por la vía trazada por el legislador, aunque resista en

pocas situaciones dentro del marco constitucional. Por otra parte, la Política criminal es

determinada por la Política general, en forma y en contenido, de modo que, en este

círculo vicioso, el Derecho penal acaba retratando, como un espejo, las ideologías

políticas de la sociedad. Ya se ha dicho que el Derecho penal es un reflejo del sistema

social y político.

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253

Con razón señala MIR PUIG que ―una rápida ojeada a la Historia pone de

manifiesto que la evolución de las ideas penales es paralela a la de las concepciones

políticas‖. 431 Por este motivo, desde que el proyecto neoliberal conquistó el poder

político (TATCHER, REAGAN y KÖHL), en los años 70 y 80 del siglo pasado en tres

importantes naciones (Inglaterra, Estados Unidos de América y Alemania), todo el

mundo, principalmente en los países periféricos dependientes del capital externo, ha

sufrido los efectos de la derrocada del Estado social y democrático de Derecho. En este

contexto dramático, la política criminal y el Derecho penal, por supuesto, también

experimentaron la amargura de la política neoliberal desarrollada desde la conocida

Escuela de Chicago.

Apoyados teóricamente en Friedrich HAYEK y Milton FRIEDMAN, el

proyecto neoliberal, como reacción teórica y política al Estado Social, empieza a

desarrollar una política económica globalizada, fundamentada en la libertad del

mercado y en un Estado Mínimo, en que el Derecho penal se convierte en un importante

medio de represión y de lucha.

Es así que mientras el Estado neoliberal ejerce un minimalismo en la economía

y en el mercado (la orden libre por excelencia) y en el desarrollo de políticas sociales

fundamentales (salud, educación, vivenda, etc.), el Derecho penal sigue un camino

absolutamente opuesto: el refuerzo y ampliación de la intervención incluso en nuevos

bienes jurídicos, a través de la pena de muerte (China y Estados Unidos, p. ej.) y de la

dureza de la pena privativa de libertad (Europa y toda América Latina, p. ej.).

MIR PUIG también describe la situación actual del Derecho penal derivada del

poder penal neoliberal: 431 MIR PUIG, Santiago, Constitución, Derecho Penal y Globalización, en GÓMEZ MARTÍN, Víctor (coord.), Política Criminal y Reforma Penal, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2007, p. 5.

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254

―Junto a la exigencia de un Estado mínimo en la intervención económica, se

reclama una intervención cada vez más intensa en la lucha del Estado contra el

delito. Esta asimetría parte de la asunción expresa de una distinta consideración

por parte del Estado de los ciudadanos honrados y de los delincuentes. Se deja

de lado el modelo ilustrado que parte de una imagen única de ciudadano, válida

para todas las personas, que les confiere iguales derechos y deberes. Los

criminales ya no cuentan entre los ciudadanos ante los cuales ha de retroceder la

intervención del Estado. La Justicia penal deja de verse como un sistema de

protección preferente de los derechos del acusado (aquella Magna Charta del

delincuente de que hablara von Liszt), para convertirse en un medio de lucha

contra el delincuente y de protección de las víctimas. Tiende a desaparecer la

empatía con el delincuente y la preocupación por los condicionamientos sociales

de su conducta. Ahora se admite que los delincuentes son "los otros", que

"nosotros" y "ellos" no tenemos nada que ver. El Estado neoliberal en lo

económico es un Estado insolidario tanto con los perdedores en lo económico

como con los delincuentes‖. 432

Este fenómeno complejo también explicaría la eterna relación de enfrentamiento

entre los valores de seguridad y libertad, donde hay un mayor sacrificio del valor

libertad (generalmente de las personas del pueblo y desprovistas de propiedad) frente al

valor seguridad (generalmente de las personas de la nueva élite extraterritorial y

poseedoras del poder del capital).

432 Ibidem, p. 40. Véase también sobre estos problemas actuales, SANTOS, Boaventura de Souza, Renovar a teoria crítica e reinventar a emancipação social, São Paulo, Boitempo, 2007, pp. 112-113. También NEGRI, Antonio, La fábrica de porcelana. Una nueva gramática de la política, trad. de Susana Lauro, Barcelona, Paidós, 2008, p. 69.

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255

KARL MARX y FRIEDRICH ENGELS ya hablaban de la problemática de este

conflicto:

―Sólo en el seno de la comunidad, pues, hácese posible la libertad personal. En

los sucedáneos de comunidad, más que verdaderas comunidades, que ha habido

hasta ahora – el Estado, etc., -, la libertad personal no existía para nadie salvo

para los individuos que lograban escalar hasta la clase dominante, y solamente

en tanto perteneciesen a ella. Hasta el presente las comunidades en que se

asociaban los individuos, no tenían de tales más que las apariencias; se

independizaban siempre de los individuos, llegando a ser entes distintos de ellos.

Además, como era la asociación de una clase frente a otras, era para la clase

dominante, no sólo una comunidad completamente ilusoria, sino una nueva

traba. En la verdadera comunidad, por el contrario, los individuos, asociándose,

consiguen al mismo tiempo su libertad‖. 433

De hecho, se trata del conflicto entre dos valores, libertad y seguridad, que se

intensifica a raíz de las desigualdades sociales y la separación mundial de los ricos y

pobres (actualmente espacial y social). Hoy por hoy, como señala ZAFFARONI, ―lo

cierto es que el "navío espacial Tierra" lleva pasajeros de primera y de segunda clase —

e indudablemente que también de tercera y con "boleto de perro"‖. 434

Esta realidad social convierte la ―comunidad soñada‖ (espacio de libre desarrollo

humano en el marco de la plena libertad) en la ―comunidad realmente existente‖

(espacio de individualismo, rivalidad, consumismo, etc.), agravando la violencia y

produciendo reiteradamente nuevas intervenciones penales simbólicas.

433 MARX, Karl, ENGELS, Friedrich, Ideología Alemana, Buenos Aires, Vida Nueva, 1958, pp. 144-145. 434 ZAFFARONI, Eugenio Raúl, Criminología, op. cit., p. 42.

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256

La influencia del neoliberalismo en el Derecho penal se está notando desde hace

años, en todo el mundo, a pesar de la resistencia de la mayoría de los penalistas. Sin

embargo, parece que ahora mismo la ―seguridad sacrificada en aras de la libertad tiende

a ser la seguridad de otra gente; y la libertad sacrificada en aras de la seguridad tiende a

ser la libertad de otra gente‖. 435

Los legisladores parecen seguir casi sin crítica las propuestas de los medios de

comunicación que, dominados por el poder económico de las grandes empresas y por la

nueva élite extraterritorial, amplifican, cuando no inventan, la dimensión de las

desgracias y de los delitos, generando una sensación de inseguridad y de vulnerabilidad

colectiva.

La difusión y manipulación de los sentimientos de incertidumbre e inseguridad,

intensificadas por la cultura mass media del neoliberalismo, conlleva al mito del

―paraíso perdido o paraíso al que todavía se tiene la esperanza de encontrar‖.436

En consecuencia, el fenómeno permite explicar el curioso hecho de que la gran

masa popular acepta la imposición, sin resistencia, de medidas cada vez más represivas,

como el clasismo y el sexismo, llevadas a cabo incluso en los países de democracia

estable. Todo provoca, por desgracia, un movimiento popular de masa y, luego, una

nueva legislación penal de emergencia, implementada por gobiernos conservadores y

demagogos.

En el panorama actual, de subsunción real de la sociedad bajo el capital, el

derecho penal ordinario y el subsistema penal de excepción, tanto en el derecho interno

como externamente a través de la guerra, realizan un dogma fundamental común: 435 BAUMAN, Zygmunt, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, Madrid, Siglo XXI, 2003, p. 27. 436 Ibidem, p. 9.

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257

emplean sin escrúpulos la violencia de los medios ilegítimos al servicio de fines

injustos. En el plano interno, son ejemplos la nueva oleada expansiva, el regreso de la

pena de muerte (aunque de forma oculta), la dureza de la pena privativa de libertad y la

tortura. En el plano externo, son significativos los ejemplos de racismo neoliberal en el

tema de la inmigración, el lobby político y económico parlamentario de los

―pretroleros‖ en las guerras injustas y la rehabitación de la guerra como instrumento de

gobierno y de solución de los problemas y controversias internacionales. Se trata, más

bien, de una parte esencial del proceso de unificación de los objetivos del capital

mundial neoliberal, a saber, la definición de la homogeneidad de los valores dominantes

por parte del poder soberano e imperialista (valores establecidos por los países del Norte

en clara destrucción de los pueblos del Sur del mundo); la predominancia de la

especificidad sobre la generalidad a tráves del viejo racismo; y finalmente el equívoco

de la aproximación real entre la teoría política de la guerra y el Derecho penal de la

lucha.

El equívoco, seguro que intencional, del planteamiento penal neoliberal es

aceptar y refundar la muerta tesis de homogeneidad de los valores e intereses protegidos

por el Derecho.

Sin embargo, la sociología del conflicto ha probado que la sociedad capitalista

refleja las características de cambio, conflicto y dominio. Según revela la teoría

materialista, el objeto de conflicto en la sociedad capitalista tardía no son las relaciones

materiales de propiedad, producción y distribución, sino la política de dominio de

algunos individuos sobre otros.437

437 BARATTA, Alessandro, Criminología crítica y crítica del Derecho penal: Introducción à sociología jurídico-penal, op. cit., p. 127.

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258

Además, parece oportuno destacar que en el pensamiento de MARX y ENGELS

la superestructura estatal representa la fuerza necesaria para la represión de las clases

proletarias, como medio colectivamente aceptado por dos motivos: uno, porque ―las

ideas dominantes de una época han sido siempre simplemente las ideas de la clase

dominante‖; 438 dos, porque el modo de producción de la vida material condiciona el

desarrollo de la vida social, política e intelectual en general.439 Por tanto, con razón

afirma NEGRI que el Derecho penal reproduce los mecanismos de la reproducción del

despotismo capitalista sobre la sociedad y, por ende, cada vez más irracional e

inhumano, más allá de un faux frais (gastos adicionales).440

Pero, además de todo ello, la historia de la pena también revela la verdad de la

instrumentalización clasista del Derecho penal. Como se sabe, antes de la aparición del

sistema de producción capitalista no existía la cárcel como lugar de ejecución de la pena

privativa de libertad. Sólo cuando el trabajo humano es convertido en tiempo y, por lo

tanto, en ―riqueza social‖ (capitalismo), la cárcel pasa a tener el poder disciplinario

necesario para el proceso productivo. Si el trabajo asalariado produce una riqueza social

medida por el tiempo de ejercicio, entonces el tiempo que el detenido está en la cárcel

tiene un valor económico negativo, representando una pena per se. De este modo, la

prisión se convierte en un instrumento importante y necesario del poder capitalista para

disciplinar para la fábrica y, por eso, el hombre sin trabajo es un enemigo de clase,

como señala PAVARINI:

438 MARX, Karl, ENGELS, Friedrich, Manifiesto del Partido Comunista, en Fundamentos II, vol. IV, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, p. 295. Véase también MARX, Karl, ENGELS, Friedrich, Ideología Alemana, op. cit., pp. 82-83. Sobre los conflictos de clases, véase las siempre bellas y claras palabras de MARX, Karl, ENGELS, Friedrich, Manifiesto del Partido Comunista, op. cit., p 280: ―La historia de toda sociedad es, hasta hoy, la historia de la lucha de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales de los gremios, en una palabra, opresores y oprimidos, siempre antagónicamente enfrentados los unos a los otros, empeñados en una lucha ininterrumpida, ora solapada ora abierta, que condujo siempre a una transformación revolucionaria de toda la sociedad o a la desaparición conjunta de las clases beligerantes‖. 439 MARX, Karl, Contribuição para a crítica da economia política, Lisboa, Estampa, 1973, p. 28. 440 NEGRI, Antonio, La forma-Estado, op. cit., p. 408.

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―Sólo con la aparición del nuevo sistema de producción la libertad adquirió un

valor económico: en efecto, sólo cuando todas las formas de la riqueza social

fueron reconocidas al común denominador de trabajo humano medido en el

tiempo, o sea de trabajo asalariado, fue concebible una pena que privase al

culpable de un quantum de libertad, es decir, de un quantum de trabajo

asalariado. Y desde este preciso momento la pena privativa de la libertad, o sea

la cárcel, se convierte en la sanción penal difundida, la penal por excelencia en

la sociedad productora de mercancías‖. 441

Ya PASUKANIS definía las teorías del Derecho penal vinculadas a un interés

colectivo como ―deformaciones de la realidad‖, ya que en la sociedad sólo existen

clases con intereses opuestos y contradictorios.442 El objetivo ideológico del sistema

punitivo, de ―protección de la sociedad‖, es una ―alegoría jurídica‖ que marca el

objetivo real de la protección de privilegios derivados de la propiedad privada y de los

medios de producción. La neutralidad y generalidad de la declaración ocultan el

objetivo clasista de dominación en la lucha de clases, en la que, el Derecho, por

supuesto, la garantiza. El Derecho, como superestructura, es un instrumento de la clase

dominante, racionalmente ajustado a la producción y reproducción de las relaciones

sociales. La pena, a su vez, por un determinando periodo de tiempo, es para

PASUKANIS una forma específica por la cual el Derecho penal, burgués-capitalista,

441 PAVARINI, Massimo, Control y dominación, op. cit., pp. 36-37. Sobre la cultura de control en la actualidad, véase GARLAND, David, La cultura del control. Crimen y orden social en la sociedad contemporánea, trad. de Máximo Sozzo, Barcelona, Gedisa, 2005, si bien parece confundir el aumento de la entidad del delito con la sensación de aumento del delito, lo que es muy distinto. De todos modos, el tema aún es actual, mientras exista el modelo neoliberal. Por ejemplo, según afirma WACQUANT, Loïc, op. cit., p. 20, hoy cinco millones de americanos (2,5 de la población adulta) están en las redes del sistema penal, mientras que los gastos anuales para control de los delitos en EUA llegan a 210 billones de dólares. Cfr. también sobre los EUA, CHRISTIE, Nils, Un sensata cantidad de delito, op. cit., pp. 171-175. 442 PASUKANIS, Eugeny Bronislanovi, A Teoria Geral do Direito e o Marxismo, Rio de Janeiro, Renovar, 1989, p. 150. Hay versión española titulada Teoría General del Derecho y Marxismo, trad. de Virgilio Zapatero, Labor, 1976.

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260

realiza el principio de la reparación equivalente, es decir, la representación del hombre

abstracto y del trabajo valorado en tiempo.443

La deslegitimación aún es mayor. En Criminología crítica, el fenómeno que

oculta la ideología de clase fue descubierto básicamente por dos campos de

investigaciones.

Por un lado, por la indagaciones de la teoría del labeling approach sobre los

efectos producidos por la aplicación de la etiqueta del criminal (la dimensión del sujeto)

y sobre la definición del desvío como cualidad atribuída por las instancias oficiales de

control de los comportamientos y de las personas (dimensión de la definición y del

poder de definición).

Esta investigación ha demostrado que el crimen, el criminal y la criminalidad no

son ―entidades ontológicas-naturales‖ (positivismo), sino ―realidades construídas‖ por la

actuación de las agencias de control social penal (construccionismo). El conocido

teorema propuesto por W.I. THOMAS lo explicaba bien: ―si algunas situaciones son

definidas como reales, entonces ellas son reales en sus consecuencias‖. Y, también, la

modificación llevada a cabo por E.M. SCHUR: ―si tratamos como criminal a una

persona, es probable que ella se convierta en criminal‖.

Por otro lado, estas investigaciones criminológicas revelan los puntos de

distribución del poder de definición (a quién es conferido el poder de definición), así

como las formas de distribución de las posibilidades de encontrarse etiquetado (a quién

es conferido el estatus de criminal).

443 Ibidem, p. 158.

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En tal contexto, el delito aparece como un comportamiento de la mayoría de las

personas de la sociedad capitalista, mientras que la criminalización queda como un

proceso atribuido y concentrado en los estratos vulnerables, sobre todo cuando están en

juego los intereses del poder dominante, especialmente los ligados a la explotación, por

el capital, del trabajo asalariado.

En fin, la vertiente de la crítica criminológica indica que el proceso de

criminalización debe ser objeto de estudio en el contexto de la sociedad capitalista

moderna, de la estructura social y del contexto socio-económico en que se produce un

conflicto social.444 En realidad, la propia legitimación del poder del sistema depende de

este estudo.

A partir de ello la Criminología radical pudo comprobar que en la sociedad

capitalista el carácter fragmentario del Derecho penal -definido como idoneidad técnica

de ciertas materias y, no de otras, para la criminalización- oculta la protección de

intereses de clases y grupos sociales de poder económico y político y la criminalización

de conductas típicas de las clases subalternas, especialmente marginadas del mercado de

trabajo.445

Significa, en otras palabras, que el Derecho penal tiende a privilegiar el interés

de las clases dominantes e inmunizar el proceso de criminalización de comportamientos

socialmente más dañosos, ligados funcionalmente a la existencia de la acumulación

capitalista, mientras que, por otro lado, tiende a dirigir el proceso de criminalización

444 BARATTA, Alessandro, Che cosa è la criminologia critica?, op. cit., p. 56. 445 CIRINO DOS SANTOS, Juarez, A criminologia radical, op. cit., p. 45.

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262

principalmente hacia formas de desvíos típicas de las clases subalternas, como señalaba

BARATTA.446

Partiendo de otra perspectiva, fundamentada en el poder disciplinar del Derecho

penal, pero llegando a los mismos resultados teóricos, FOUCAULT también vinculaba

el interés económico de la burguesía a los mecanismos por los cuales el delincuente es

controlado, perseguido, punido y reformado.447 El interés económico de clase

dominante y la disciplina de la cárcel son las dos caras de la misma moneda, que es el

sistema penal. A partir de la noción acuñada de ―economía de la ilegalidad‖, la

genialidad de FOUCAULT prueba definitivamente que el desarrollo de la sociedad

capitalista se estructuró a partir de un doble derecho penal, la ―ilegalidad de bienes‖ (el

derecho penal contra las clases bajas) y la ―ilegalidad de derechos‖ (el derecho penal

contra las clases altas).448

Sea cual sea la razón, lo cierto es que el poder penal y la institución llamada

cárcel, como instrumentos y aparatos necesarios para el mantenimiento del statu quo,

siempre han facilitado la explotación y aniquilamiento de los ―ineficientes‖ o superfluos

en el mercado de trabajo (el ejército industrial de reserva), protegiendo, al mismo

tiempo, los sentimientos egoístas y ambiciosos del capitalismo moderno y de élite

extraterritorial.

446 BARATTA, Alessandro, Criminología crítica y crítica del Derecho penal, op. cit., p. 172. 447 FOUCAULT, Michel, É preciso defender a sociedade, op. cit., p. 47. 448 FOUCAULT, Michel, Vigiar e Punir, op. cit., p. 74: ―Para as ilegalidades de bens – para o roubo – os tribunais ordinários e os castigos; para as ilegalidades de direitos – fraudes, evasões fiscais, operações comerciais irregulares – jurisdições especiais com transações, acomodações, multas atenuadas, etc. A burguesia se reservou o campo fecundo da ilegalidade dos direitos. E ao mesmo tempo em que essa separação se realiza, afirmação a necessidade de vigilância constante que se faça essencialmente sobre essa ilegalidade dos bens‖. Así señala CIRINO DOS SANTOS, Juarez, A criminologia radical, op. cit., pp. 74-75, que en la formación del sistema capitalista, la criminalidad se estructura en la posición de clase: las clases populares sufren castigos rigorosos, mientras que la burguesía se mueve en el mundo de la ―ilegalidad de derechos‖, con privilegios que transforman esa criminalidad en lucro.

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263

Por ende, el mayor error del Derecho penal y de la legitimación de la violencia

privada sin límites es desconocer que la realidad del sistema penal demuestra que el

poder punitivo camina siempre en contra de las clases subalternas, porque en ellas

encuentra facilidades para la detección de los estereotipos orientadores de la selección,

representados por deficiencias de socialización, que apuntan al fracaso de cualquier

tentativa de interiorizar normas jurídicas.449

Este reconocimiento es esencial para revelar la ideología del poder punitivo, sea

actual a través del Derecho penal ordinário, sea cuando promueve la guerra mediante el

uso de un subsistema penal de excepción o permite la defensa privada de manera

ilimitada. Se trata, en realidad, de destacar que el poder punitivo (ordinario, excepcional

o privado) tiene siempre la finalidad de una utilización fuerte del Derecho penal como

instrumento de dominación, disciplina y neutralización de las clases excluidas del

proceso de producción. Esto se debe básicamente a la predominancia de un Derecho

penal específico sobre la generalidad; y es que, muy al contrario de lo que se pueda

creer, solamente unifica los objetivos del capital con la teoría política de los Estados

autoritarios.450

Toda la verdad sobre este recorrido, que prueba la deslegitimación del Derecho

penal, es visualizada en las cárceles actuales, pobladas por los excluidos de la economía

449 Este fracaso se explica bien por la noción marxista de ―alienación legal‖ que describe muy bien GARGARELLA, Roberto, Mano dura contra el castigo (I). Igualdad y comunidad, en De la injusticia penal a la justicia social, Bogotá, Siglo del Hombre Editores, Universidad de los Andes, 2008, p. 27: ―situaciones extremas donde los ciudadanos no pueden identificarse con la ley, que ellos no crearon ni pudieron desafiar razonablemente, y frente a la cual sólo quedan ocupando el papel de víctimas‖. En estas situaciones de severa y sistemática desigualdad y privaciones, dice GARGARELLA, es que la ciudadanía obtiene motivos para desconfiar de la ley y comenzar a apartarse de ella. 450 Vid. CIRINO DOS SANTOS, Juarez, A criminologia radical, op. cit., p. 68-69.

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global -por el lumpen proletariado, es decir, por la ―putrefacción pasiva de las capas

más bajas de la vieja sociedad‖. 451

La cárcel funciona como una especie de espejo invertido de la sociedad

capitalista y excluyente: el Derecho penal es un reflejo del espejo invertido del sistema

social desigual.452

Esa realidad y esa tragedia que marca la sociedad neoliberal, está muy bien

descrita por BAUMAN: “Las cárceles son guetos con muros, en tanto que los guetos

son cárceles sin muros‖. 453

En el neoliberalismo excluyente, caracterizado por la subsunción real de la

sociedad bajo el capital en que los individuos se relacionan siempre como propietarios

del capital y como poseedores de la fuerza de trabajo, el Derecho penal funciona como

estrategia excluyente de la ciudadanía y de control social de las masas desfavorecidas.

La violencia del sistema penal y de la sociedad, según ha descrito NEGRI, no representa

más que el complemento de la idea de mercado, ―con el fin de garantizar el correcto

funcionamiento social y ampliar los términos del mercado‖. 454

Esta realidad social provoca la deslegitimación del Derecho penal y también la

deslegitimación de la dogmática penal del derecho de legítima defensa. En efecto, un

saber deslegitimado no puede contruir un discurso de contención de la violencia social.

451 MARX, Karl, ENGELS, Friedrich, Manifiesto del Partido Comunista, op. cit., p. 288. 452 Esta idea es compartida, entre otros, por HASSEMER, Winfried, MUÑOZ CONDE, Francisco, op. cit., pp. 134-135: ―La crítica al sistema social y a los procesos de criminalización que hace surgir dicho sistema no es, por tanto, como algunos creen o dicen (probablemente con ánimo de desacreditarla), ociosa o un simples panfleto político de revolucionarios y descontentos; es algo más profundo que ha puesto de relieve que, en base a los datos empíricos actualmente existentes aportados por las diversas teorías criminológicas, la actual forma de definir y sancionar algunas formas de criminalidad no es más que el reflejo de las propias injusticias sociales del sistema que produce y elabora la criminalidad como una forma de control y de perpetuación de las actuales estructuras sociales‖. 453 BAUMAN, Zygmunt, op. cit., p. 143. 454 NEGRI, Antonio, La fábrica de porcelana, op. cit., p. 69.

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265

Luego, la ausencia de control de la violencia, o sólo el control de la violencia que

importa al sistema de capital, provoca la absolutización de la idea de legítima defensa.

La sensación de inseguridad del mundo neoliberal, fomentada por los medios de

comunicación preocupados sólo por los valores económicos de la venta de la

información, tiende a reducir los límites normativos de defensa privada. La defensa

pública es ineficiente porque no tiene recursos económicos suficientes. El mercado

libre, expresado en el nuevo orden mundial, obliga a que los Estados disminuyan los

presupuestos destinados a la seguridad ciudadana, para no comprometer el pago de otras

deudas impagables. Al final, el vacío estatal que genera el sentimento de inseguridad es

suplido por la violencia de las empresas de seguridad privada.

La sensación equivocada del aumento de la criminalidad tiende también al

refuerzo del derecho de defensa privada. La defensa del ciudadano intenta cubrir el

hueco de la falta de seguridad pública. La defensa privada se organiza en milicias, en

grupos y patrullas que no solucionan el vacío estatal, sino que refuerzan el sentimiento

de inseguridad. Los ciudadanos cobran la legitimidad de la violencia privada y el

Estado, cada vez más minimalista, se siente impotente y no rara veces cede para evitar

un desgaste político.455

Ante esta situación de resurgimiento de la venganza privada ilimitada, urge que

el Derecho penal asuma otra vez más las riendas del poder punitivo. Pero un sistema

penal deslegitimado no puede realizar tal fin. Un saber deslegitimado no puede

controlar la violencia institucional y tampoco la violencia privada. Por ello, el discurso

455 Un ejemplo reciente es la nueva hipótesis de defensa ―especial‖ creada por la ley italiana del 11 de febrero de 2006, núm. 59, que se refiere a la defensa de la inviolabilidad del domicilio, es decir, de la propiedad privada comercial y profesional. La disposición legal italiana no establece los elementos de necesidad y tampoco la actualidad de la defensa. Sólo exige el fine di difendere. No obstante, la doctrina italiana, por vía interpretativa, exige que la defensa especial contenga todos los elementos de la defensa general. Véase, por todos, PALAZZO, Francesco, op. cit., pp. 407-409.

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266

penal debe ser reconstruído. El discurso penal debe renovar la dogmática penal desde el

reconocimiento de la deslegitimación del sistema penal, es decir, desde un realismo

jurídico-penal. Entonces la reforma de la dogmática penal será una reforma también en

la defensa privada, puesto que son temas directamente implicados. El nuevo saber penal

debe legitimarse no sólo por la disminución de la violencia provocada y creada por las

agencias de control social institucionalizadas, sino también por la contención de la

violencia informal del ciudadano y de otras agencias. El saber penal legitimado reduce

la vulnerabilidad de los ciudadanos frente al poder de las agencias policiales y,

concomitantemente, anula el ejercicio ilimitado de la violencia informal en las

relaciones entre ciudadanos.

4. ¿Cómo legitimar el Derecho penal y consecuentemente el derecho de legítima

defensa? La reconstrucción del discurso penal a partir de la ética “universal” de

los derechos humanos

La función oculta desempeñada por el sistema penal en el seno de la sociedad

capitalista y, consecuentemente, el aumento de la violencia social, tanto por las agencias

formales como por las informales, impone la obligación de renovar el saber penal y la

dogmática jurídica. La ausencia de legitimidad del Derecho penal, como se ha visto,

abre dos caminos posibles: la abolición del sistema penal y la minimización del Derecho

penal.

La opción abolicionista es coherente con la causa y la consecuencia: si el

sistema penal nunca puede legitimarse, entonces es mejor que deje de existir. Algo

mejor que el Derecho penal es la desaparición del propio Derecho penal. Pero el

plateamiento abolicionista olvida el hecho de que la desaparición del Derecho penal no

significa la desaparición del poder punitivo. La destrucción del saber penal es el fin del

Page 267: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

267

control sobre el poder punitivo. La violencia seguirá existiendo independientemente de

la existencia del Derecho penal, aunque su supresión pueda disminuirla en alguna

medida.

La otra opción menos utópica es el Derecho penal mínimo y consiste en reducir

el Derecho penal al mínimo necesario para la protección de la sociedad. En este sentido,

la protección de los bienes jurídicos más importantes de la sociedad se desarolla en un

sistema gradual y dependiente: el Derecho penal es la última forma de control social de

la violencia.456

¿Pero por qué solamente el Derecho penal mínimo es susceptible de

legitimación? A fin de cuentas, ¿cuál es el significado de la palabra legitimidad?

¿Legitimidad es legalidad? Pues bien, estas son cuestiones importantes porque legitimar

el discurso penal es legitimar la dogmática jurídico-penal y, por tanto, también el

derecho de legítima defensa.

La legitimidad del Derecho penal está estructurada en la racionalidad del actuar

del sistema penal. Legítimo es el ejercício de un poder planificado racionalmente

cuando existe coherencia interna y un grado de verdad en su operatividad (los fines

declarados y reales deben ser coincidentes). ZAFFARONI apunta como características

456 En sentido contrario a la propuesta del ―derecho penal mínimo‖, GARGARELLA afirma que el objetivo del ―republicanismo penal‖, fundamentado en los principios esenciales de la inclusión, la integración social y la vida en comunidad, no debe ser la ―minimización de la violencia o el retiro del Estado, sino contribuir a la integración social y al fortalecimiento de los vínculos interpersonales‖. Así, pues, la respuesta del ―derecho penal mínimo‖ sería lo mismo que aceptar la aplicación de dosis moderadas de derecho contaminadas por ―barbárica injusticia‖. Con todo, pienso que este pensamiento de GARGARELLA, de fuerte influencia liberal norteamericana, desvirtúa la misión del Derecho penal y lo confunde con los ideales políticos de la sociedad, que si son importantes para cambiar la desigualdad social. No es el Derecho penal que cambia la opresión social existente en la sociedad, sino la política como proyecto de sociedad en la cual el ciudadano, y no los políticos, son partes. No la política como administración de la realidad social, sino la política como proyecto de sociedad (PIETRO BARCELLONA). Por ende, la tesis del republicanismo penal padece de un paternalismo extremo incompatible con la idea de limitación del poder. Cfr. GARGARELLA, Roberto, op. cit., pp. 39-42. Críticamente, cfr. ANITUA, Gabriel I., GAITÁN, Mariano, ¿Penas Republicanas? en GARGARELLA, Roberto, op. cit., pp. 309-320.

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268

la existencia de ―coherencia interna del discurso jurídico-penal‖ y ―valor de verdad en

cuanto a la operatividad social‖. 457

Con razón ZAFFARONI concreta la coherencia interna del discurso jurídico

penal no sólo con la ausencia de contradicción o lógica, sino precisamente con una

fundamentación antropológica: si el Derecho sirve al hombre, la planificación del

ejercicio del poder del sistema penal debe presuponer una antropología filosófica

básica.458

En efecto, la presencia del ser humano en el centro del Derecho es una premisa

básica fundamental para legitimar el ejercício del poder del sistema penal. A contrario

sensu, la desconsideración del ser humano como persona, como hace actualmente el

llamado ―derecho penal del enemigo‖, por ejemplo, nunca puede construir un saber

legitimado.

Además, la legitimidad del poder del sistema penal depende del grado de verdad

operacional. El discurso penal no puede elaborarse mediante la declaración de fines que

son imposibles o abstractos, pues sin contacto con la realidad del ser. El Derecho penal

es un eterno ―deber ser‖ que encuentra en la realidad del ser la materia necesaria para la

contrucción del delito. Por tanto, la verdad operacional consiste en la simetria de hecho

y norma, entre realidad e idealismo.

La legitimidad del saber exige entonces que el Derecho penal sea un medio

adecuado para cumplir los fines propuestos (la defensa de los bienes jurídicos más

importantes de la sociedad). De ahí que el saber debe ser capaz de influenciar la

realidad. Por ejemplo, si el Derecho penal quiere proteger la salud pública contra los

457 ZAFFARONI, Eugenio Raúl, En busca de las penas perdidas, op. cit., p. 20. 458 Ibidem, p. 21.

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269

males causados por las drogas, su legitimación existirá siempre que pueda reducir estos

efectos indeseados. Pero si la intervención penal causa más muertes que el propio

consumo de drogas, entonces es evidente que se trata de un medio inadecuado para tal

fin y, por tanto, deslegitimado.

Es un equívoco confundir los vocablos legitimidad con legalidad. La

legitimidad, como se ha visto, depende del grado de coherencia interna del discurso y de

adecuación para la obtención de los fines propuestos. En cambio, la legalidad exige sólo

que el discurso penal obedezca el proceso de producción de normas jurídicas, como

determina el Estado de Derecho. Pero el cumplimiento de las exigencias formales del

principio de legalidad no implica necesariamente la afirmación de la legitimidad. El

ejemplo de la criminalización de las drogas es claro: la política de lucha contra las

drogas cumple la legalidad penal, pero hace años que está deslegitimada por la realidad

de los hechos.

En fin, la legitimidad del poder del sistema penal requiere la reconstrucción del

discurso penal a partir de la ética ―universal‖ de los derechos humanos y el único

camino posible en este sentido es la propuesta de minimización, el Derecho penal

mínimo.

El Derecho penal mínimo está legitimado porque consiste en un modelo de

discurso penal que se estructura en una dogmática jurídico-penal con un alto grado de

coherencia interna y con grandes posibilidades de cumplir las finalidades que

expresamente declara. Internamente evita contradicciones lógicas porque está regido por

principios de limitación del poder: legalidad, lesividad, culpabilidad y humanidad.

Materialmente también se legitima porque minimaliza la intervención especificamente

para la protección de la persona, evitando, por tanto, los riesgos de las doctrinas

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270

organicistas o funcionales. Finalmente se muestra como un modelo adecuado porque es

modesto en los fines que propone: quiere defender los bienes jurídicos más relevantes

de la sociedad y sólo en los casos en que las otras ramas de control social son

insuficientes.

Además de ello, como se verá adelante de forma más detallada, también la

legitimidad del modelo de Derecho penal mínimo deriva principalmente del hecho de

que opera en un doble sentido ya revelado por FERRAJOLI: como sistema de límite de

la libertad salvaje y como sistema de límite del poder punitivo ejercido por el propio

Estado.459

El paradigma minimalista correcto debe seguir una teoría de liberación del

hombre y asumir realmente una teoría crítica del sistema penal total, ya sea desde el

punto de vista de la relación entre el proceso subjetivo de construcción social de la

criminalidad (enfoque interaccionista), ya sea desde las estructuras objetivas de las

relaciones económico-política (enfoque materialista). Porque efectivamente esta es la

única manera de rechazar la existencia de un Derecho penal deslegitimado e intentar la

construcción de un Derecho penal igualitario compatible con el Estado social y

democrático de Derecho.

En tal contexto, la política criminal que reconoce la necesidad de un Derecho

penal mínimo no debe olvidar la lucha de clases existente en la sociedad capitalista,

porque, como señalan MARX y ENGELS, todos los conflictos de la historia tienen su

459 Cfr. FERRAJOLI, Luigi, Principia iuris. Teoria del diritto e della democrazia, Bari, Editori Laterza, 2007, p. 356: ―come sistema di limiti alla libertà selvaggia dei consociati, tramite la proibizione, l´accercamento e la punizione come reati delle offese ai diritti altrui o ad altri beni o interessi stipulati come fondamentali; e come sistema di limiti alla potestà punitiva dello Stato, tramite le garanzie penali e processuali, le quali precludono la proibizione delle azioni inoffensive o incolpevoli e la punizione di quelle offensive e colpevoli senza un loro corretto accertamento‖.

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271

origen, pues, ―en el contraste entre las fuerzas productivas y el régimen social

vigente‖. 460

El fenómeno del delito o de la desviación dentro del sistema capitalista sólo se

explica cuando se gira el foco de atención del delito y del delincuente a ―los

mecanismos sociales e institucionales que definen, crean y sancionan la

delincuencia‖. 461 De lo contrario la legitimación necesaria del Derecho penal es una

meta difícilmente alcanzable. Es más, sólo discerniendo los procesos de criminalización

es posible revelar la ideología del Derecho penal tradicional (la protección de grupos

hegemónicos) e intentar adecuarlo al Estado social y democrático de Derecho, bajo la

construcción de un modelo minimalista que controle la violencia informal (toda forma

de violencia salvaje entre los ciudadanos) y la violencia formal (toda violencia selectiva

que ejercen las agencias policiales institucionalizadas contra los vulnerables).

La legitimación del poder del sistema penal mediante el modelo de Derecho

penal mínimo propuesto también propicia la legitimidad de la dogmática jurídico-penal

y, consecuentemente, la legitimidad del derecho de legítima defensa. En este ámbito, la

legitimidad debe cumplir los mismos requisitos que se exige al Derecho penal

minimalista: debe estructurarse en una dogmática libre de contradicciones lógicas,

fundamentada antropologicamente y adecuada para realizar los fines que

declaradamente propone.

El Derecho penal mínimo es también un Derecho penal que reduce

sensiblemente no sólo la violencia institucional del poder del sistema penal, sino

también el poder de punir del ciudadano. Por ello el derecho de legítima defensa, dentro

de la teoría del Derecho penal mínimo, está rodeado de restricciones formales y 460 MARX, Karl, ENGELS, Friedrich, Ideología Alemana, op. cit., p. 143. 461 HASSEMER, Winfried, MUÑOZ CONDE, Francisco, op. cit., p. 151.

Page 272: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

272

materiales. Así, pues, el Derecho penal mínimo es compatible con la doctrina del

derecho de legítima defensa sólo en la medida que concretiza las restricciones formales

y la naturaleza ético-social.

En realidad, como se verá adelante, el contenido de las restricciones ético-

sociales es dado por el propio Derecho penal mínimo y sus cometidos preventistas y

garantistas. Pues si la finalidad del Derecho penal es contener el ejercício irracional del

poder punitivo, también la del derecho de legítima defensa es limitar los poderes

salvajes. Así el derecho de legítima defensa, limitado formal y materialmente, cumple la

doble función del Derecho penal mínimo: por un lado, funciona como minimizalización

de la violencia social y, por otro lado, como maximalización de la tutela de los bienes

jurídicos fundamentales de la sociedad, esto es, garantiza la proteccion de los derechos

fundamentales.

5. Las directrices del Derecho penal mínimo en la concreción de los límites ético-

sociales del derecho de legítima defensa: una técnica de minimización de la

violencia a partir del cumplimiento de los fines preventivos del Derecho penal

La noción de Derecho penal mínimo no es nueva. En la conclusión del opúsculo

y célebre libro ―Dei delitti e delle pena”, BECCARIA ha dicho: ―para que toda pena no

sea una violencia de uno o de muchos contra uno particular ciudadano, debe ser

esencialmente publica, pronta, necesaria, la más pequeña posible en las circunstancias

dadas, proporcional a los delitos, establecida en las leyes‖. 462 En este sentido, fruto de

las ideas ilustradas, también afirmaba MONTESQUIEU que ―toda pena que no derive

de la necesidad, es tiránica. La ley no es un puro acto de poder‖. 463

462 BECCARIA, Cesare, op. cit., p. 163. 463 MONTESQUIEU, op. cit., p. 342.

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273

Esta racionalidad que ha conducido el Derecho penal de la barbarie al Derecho

penal humanista, también ha llevado, de forma concomitante, el Derecho penal máximo

al Derecho penal mínimo. Por un lado, por Derecho penal de la barbarie se quiere

expresar un Derecho penal cruel, de sangre y rituales antidemocráticos que incidían,

sobre todo, en el cuerpo de la víctima; 464 y, por otro lado, por Derecho penal humanista

se comprenden todos los intentos (principalmente de los penalistas y filósofos de la

Ilustración) para dotar de racionalidad (legitimidad) el Derecho penal como límite al

poder soberano: necesidad fática, proporcionalidad entre delito y pena, humanidad de

las penas, delito vinculado a la idea de daño a la sociedad, etc., son algunos de muchos

discursos humanistas que permearan y todavía permean el Derecho penal moderno.

Humanidad en el sentido señalado por JESCHECK de que ―todas las relaciones

humanas que el Derecho Penal hace surgir en el más amplio sentido se regule sobre la

base de una vinculación recíproca, de una responsabilidad social hacia el delincuente, de

una libre disposición a la ayuda y asistencia sociales y de una decidida voluntad de

recuperación del condenado”.465

Por otro lado, por Derecho penal máximo se expone un Derecho penal de primer

orden, con finalidades de represión de una amplia diversidad de conflictos sociales. 466

Finalmente, por Derecho penal mínimo se pretende esclarecer la concepción de ultima

ratio: un Derecho penal que además de ser limitativo del poder punitivo, sólo actúa para

la defensa de los bienes jurídicos más relevantes de la sociedad, siempre y cuando no

464 Cfr., por todos, FOUCAULT, Michael, Vigiar e punir, op. cit., pp. 9-29, principalmente el ilustrativo y famoso caso de Damiens, de 2 de marzo de 1757, publicado en la Gazette d´Amsterdam, en que se retrata de manera perfecta el espectáculo punitivo de la ejecución pública y la incidencia de la pena sobre el cuerpo del condenado. 465 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 35. 466 En la actualidad, como se ha visto, esta maximización del Derecho penal y la deconstrucción del Estado de Derecho es una de las consecuencias de la globalización neoliberal. Véase sobre la expansión del Derecho penal en la modernidad en SILVA SÁNCHEZ, José María, La expansión del Derecho penal: aspectos de la política criminal en las sociedades postindustriales, Madrid, Civitas, 2001. En este sentido también véase MENDOZA BUERGO, Blanca, El Derecho penal en la sociedad del riesgo, Madrid, Civitas, 2001.

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274

son posibles otros medios de defensa establecidos en otras ramas del Ordenamiento

jurídico.

Pero este Derecho penal mínimo contiene dos aparentes problemas que deben

ser esclarecidos: el primero consiste en saber si el Derecho penal mínimo,

fundamentado en la idea de intervención mínima, es un principio de política criminal sin

vinculación normativa o si, al contrario, es un principio constitucional derivado de los

postulados del Estado social y democrático de Derecho; el segundo es saber si el ámbito

de incidencia de este principio de intervención mínima, normativo o no, controla tanto

la violencia del poder punitivo estatal como la violencia de los particulares (los poderes

salvajes).

Estas cuestiones son relevantes porque explican la utilidad o no del principio de

intervención mínima en el tratamiento de las restricciones jurídicas de naturaleza ético-

social del derecho de legítima defensa. Para esta finalidad el principio de intervención

mínima debe cumplir dos funciones esenciales: por un lado, debe tener un contenido

normativo y no sólo regulativo; por otro lado, necesita incidir en las relaciones entre

particulares.

La primera problemática es una cuestión muy peligrosa. Si realmente el

principio de intervención mínima es una ―carta de intenciones‖, una propuesta no

vinculante a los poderes públicos o un principio vacío, regulativo, entonces esta

ausencia de normatividad no sirve para concretar el contenido de las restricciones ético-

sociales mencionadas. Si eso es verdad entonces también otros principios de política

criminal, como, p. ej., los principios de legalidad, culpabilidad, humanidad, etc., podrían

presentar semejantes defectos.

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275

Pero la verdad es que los principios de política criminal no están desprovistos de

contenido. El principio de legalidad, desde que fue establecido por FEUERBACH y

recibió el rango constitucional en la Constitución de la República de Weimar, es

precisamente el principio que impide la existencia de cláusulas generales en el Derecho

penal, salvo en las causas de justificación o en las situaciones de exculpación. 467 Nullum

crimen sine lege praevia, scripta, stricta et certa es el fundamento político-criminal que

garantiza la objetividad y la seguridad jurídica al ciudadano. Pero de todos modos es un

fundamento político de fuerte normatividad. Así también funciona el principio de

culpabilidad al impedir la imputación de resultados fortuitos sin vínculo subjetivo,

principalmente impidiendo el delito calificado por el resultado o la responsabilidad

objetiva por el resultado. Igualmente el principio de humanidad, también como

principio político-criminal dotado de plena normatividad, prohíbe no solamente la

existencia de penas crueles, sino también un Derecho penal irrespetuoso con la dignidad

humana.468

Los principios generales del Derecho penal moderno -los principios de

intervención mínima, legalidad, culpabilidad, lesividad y humanidad- no son directrices

más o menos realizables. Estos principios son normas constitucionales derivadas de la

propia idea de Estado constitucional. Algunos son hijos del Estado de Derecho, pero

todos son hijos del Estado constitucional moderno.

MIR PUIG señalaba ya a fines de los 70 que los límites del poder punitivo

derivan de dos importantes fundamentos: primero, del fundamento funcional derivado

del carácter subsidiario, fragmentario y de protección de bienes jurídicos del Derecho

467 FEUERBACH, Paul Johann Anselm Ritter von, op. cit., p. 55. 468 Cfr., por todos, de nuevo JAKOBS, Günther, Derecho penal del ciudadano y derecho penal del enemigo, op. cit., p. 42. Este es el caso de la dicotomía de la política criminal en dos polos de regulaciones: uno del ciudadano, para comprobar la estructura normativa de la sociedad; otro, el del enemigo, para combatir su propia peligrosidad.

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276

penal; segundo, del fundamento político derivado del Estado de Derecho y del Estado

democrático.469

En el fundamento funcional, MIR PUIG aduce que el principio de ultima ratio

se asienta en el hecho de que ―no está justificado un recurso más grave cuando cabe

esperar los mismos o mejores resultados de otros más suaves‖. Por otro lado, la

naturaleza subsidiaria significa que el Derecho penal sólo actúa en último lugar, cuando

ninguna de las otras ramas del Ordenamiento jurídico sea suficiente para la protección

de la sociedad. A su vez, el carácter fragmentario quiere expresar que el Derecho penal

―no sanciona todas las conductas lesivas a los bienes jurídicos, sino sólo las

modalidades de ataque más peligrosas‖. 470 Finalmente, la teoría del bien jurídico sirve

para limitar al legislador, sobre todo en la medida en que el bien jurídico se define

como las ―concretas posibilidades de participación del individuo en los procesos de

interacción y comunicación social‖. 471

En el aspecto del fundamento político, MIR PUIG extrae todos los límites del

poder de punir a partir de las concepciones del Estado de Derecho y del Estado

democrático. Del Estado de Derecho deriva el principio de legalidad, como límite de

garantía político-criminal, mientras que del Estado democrático surge el deber de

protección de los derechos fundamentales, en los tres momentos distintos de la función

de conminación penal legislativa, aplicación judicial y ejecución de la pena o medida de

seguridad. Porque ―un Estado de Derecho, por el solo hecho de serlo, no es

469 MIR PUIG, Santiago, Introducción a las bases del Derecho penal, op. cit., pp. 108-148. 470 Ibidem, p. 110. 471 Ibidem, p. 123.

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277

necesariamente un Estado democrático. Para ello no basta que el poder se ajuste al

derecho, sino que es preciso, además, que ese derecho sirva a cada ciudadano‖. 472

Actualmente, estos límites políticos derivan del Estado constitucional: un Estado

dotado de un aparato de garantías de los derechos individuales fundamentales que no es

alterado por simples mayorías cuantitativas, porque posee un núcleo duro de protección

de la dignidad humana que no es susceptible de cambio.

La democracia en una concepción material aparece como un sistema de

protección también de las minorías, en lo que se refiere a los derechos fundamentales.

El derecho de diferencia de la minoría es una calidad de la democracia constitucional y

el Estado constitucional tiene el poder de garantizar el ejercicio de ese derecho. Quizás

sería importante que el Estado constitucional también ampliase la tutela contra el poder

punitivo en los casos frecuentes de populismo penal, como la influencia de las iglesias,

de los medios de la comunicación, etc., en la selección y aplicación del Derecho penal.

Aquí el Estado constitucional debería intentar mantener la estabilidad de las normas

penales, de modo que el proceso de alteración siguiese los parámetros de las normas

constitucionales.

Esta normatividad de los principios de fundamento funcional y político del

Estado constitucional viene dada por la calidad constitucional que portan las normas de

política criminal. Las normas de política criminal son principios constitucionales y, por

tanto, son directamente aplicados a la solución de un caso penal, de un supuesto de

hecho (expediente).

472 Ibidem, p. 124.

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278

En el Derecho constitucional moderno la normatividad de los principios

constitucionales es ya una realidad irreversible. La superación del iusnaturalismo, la

derrota del positivismo jurídico y la reafirmación de los valores éticos del Derecho, han

conducido a la normatividad de los principios constitucionales. Los principios, sobre

todo tras la Segunda Guerra Mundial, se trasladan al centro del sistema normativo y

ahora, en la nueva hermenéutica constitucional, están dotados de plena eficacia y

aplicabilidad directa e inmediata.

Así, por ejemplo, dice ALEXY:

―Principios son normas que ordenan que algo sea realizado en la mayor medida

posible, dentro de las posibilidades jurídicas y reales existentes. Por lo tanto, son

mandatos de optimización, que están caracterizados por el hecho de que pueden

ser cumplidos en diferente grado y que la medida debida de su cumplimiento no

sólo depende de las posibilidades reales sino también de las jurídicas. El ámbito

de las posibilidades jurídicas es determinado por los principios y reglas

opuestos‖. 473

La distinción entre reglas y principios no es más una cuestión de generalidad o

no; los criterios distintivos son múltiples, desde el contenido y estructura, hasta las

particularidades de aplicación. Desde los aportes de DWORKIN y ALEXY es posible

aceptar un cambio de paradigma de un sistema cerrado a un sistema abierto de

principios y reglas orientados a la realización de los derechos fundamentales. Lo

importante es que tanto las reglas como los principios son normas jurídicas de

aplicabilidad directa.

473 ALEXY, Robert, op. cit., p. 86.

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279

La teoría constitucional moderna tiene reconocida la normatividad de los

principios y reglas, aunque mantiene algunas diferencias en los criterios particulares de

aplicación. Mientras las reglas son proposiciones normativas aplicables a partir de la

idea de todo o nada (all or nothing) mediante subsunción, los principios son

proposiciones normativas aplicables dialécticamente por medio de ponderación. 474 Así,

pues, las reglas surgen como mandatos de definición y, por tanto, son válidas y se

aplican o no se aplican por inválidas. Por otro lado, los principios son mandatos de

optimización que pueden ser realizados de la forma más amplia posible desde la

ponderación con otros principios, es decir, las posibilidades jurídicas existentes deciden

el ámbito de incidencia.475

Con ello, in casu, lo que interesa de la teoría constitucional es saber que el

principio de intervención mínima (en verdad, tanto los principios de política criminal

como los principios de Derecho penal) es un mandato normativo de optimización de

plena aplicabilidad, directa e inmediata, aunque debe ser objeto de ponderación en vista

del caso concreto.

En este contexto, el Derecho penal mínimo debe actuar siempre mediante la

ponderación de todos los principios de política criminal de tradición liberal. Los

principios se ponderan para cumplir el fin social de la defensa de los derechos

fundamentales. Por ejemplo, un principio de prevención no es de cumplimiento

ilimitado. La prevención es un principio fundamental en el Derecho penal moderno y su

búsqueda debe ser una directriz realizable. Pero este mandato no es ilimitado y

realizable sin ponderación de los costos, porque otros principios (p. ej., el principio de

474 Cfr. DWORKIN, Ronald, op. cit., pp. 35-50. 475 Cfr. ALEXY, Robert, Teoría del discurso y derechos humanos, op. cit., p. 59.

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lesividad, el principio de intervención mínima, etc.) son límites también jurídicos

concretos que deben ser ponderados en la aplicación de la idea de prevención.

Hasta aquí deben quedar claras dos cosas: primero, el principio de intervención

mínima derivada del fundamento funcional del Derecho penal y también del fundamento

político del Estado constitucional, es decir, del Estado social y democrático de Derecho;

segundo, en consecuencia de estos fundamentos mencionados, el principio de

intervención mínima es un mandato constitucional dotado de plena normatividad y de

posibilidad jurídica de aplicabilidad en un supuesto de hecho concreto (el expediente del

caso penal).

Así, pues, no sería nada raro que, como consecuencia de estos fundamentos, el

principio de intervención mínima limitase el poder de criminalización primaria del

principio de legalidad, siempre y cuando no cumpla los fines preventivos del Derecho

penal y, además, en las situaciones en que la criminalización primaria se muestra una

medida no idónea para contener la violencia social que justifica el uso de la pena. En

tales casos, mediante el recurso de ponderación, el principio de intervención mínima

puede invalidar o reducir la fuerza del principio de legalidad.

De todos modos, saber que el principio político-criminal de intervención mínima

es una norma de rango constitucional aplicable al caso penal concreto no esclarece

quienes son los destinatarios de esta norma. A fin de cuentas, ¿los destinatarios de los

principios constitucionales (concretamente, del principio de intervención mínima) son

los legisladores, los jueces o todas las personas que participan de la comunidad

organizada por la Constitución?

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281

En una doctrina penal más significativa, ROXIN ha sostenido que la idea del

Derecho penal como ultima ratio de la política social se desprende del principio de

proporcionalidad, que a su vez se puede derivar del principio del Estado de Derecho

constitucional. Argumenta que el principio de proporcionalidad es un principio

constitucional básico, por lo que la punición de una infracción insignificante podría ser

nula por vulnerar la prohibición de exceso (el Estado emplea la afilada espada del

Derecho penal cuando otras medidas de política social puedan proteger igualmente o

incluso con más eficacia un determinado bien jurídico). Sin embargo, ROXIN concluye

que el principio de subsidiariedad es más una directriz político-criminal que un mandato

vinculante.476

Esta idea, sin embargo, merece reparos. La carga de normatividad de los

principios constitucionales son mandatos de optimización vinculados tanto a las

funciones públicas (legisladores, jueces y políticos) como a los particulares. 477 Por ello

es que hoy, en la moderna teoría constitucional, la interpretación de la Constitución no

es realizada en un procedimiento cerrado, sino por una multiplicidad de intérpretes de la

sociedad abierta.478

En lo que se refiere al principio de intervención mínima, también los

particulares, si bien en materia específicamente relacionada con el derecho de legítima

476 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 67. En sentido similar, también COBO DEL ROSAL, Manuel, VIVES ANTÓN, Tomás S., op. cit., pp. 81-90, derivan el principio de intervención mínima del principio de prohibición de exceso o proporcionalidad en sentido amplio. 477 Correctamente, en este sentido, el penalista brasileño BATISTA, Nilo, Introdução Crítica ao Direito Penal brasileiro, Rio de Janeiro, Revan, 1990, p. 85, afirma: ―O princípio da intervenção mínima não está expressamente inscrito no texto constitucional (de onde permitiria o controle judicial das iniciativas legislativas penais) nem no código penal, integrando a política criminal; não obstante, impõe-se ele ao legislador e ao intérprete da lei, como um daqueles princípios imanentes a que se referia Cunha Luna, por sua compatibilidade e conexões lógicas com outros princípios jurídico-penais, dotados de positividade, e com pressupostos políticos do estado de direito democrático‖. 478 Véase, entre otros, el constitucionalista HÄRBERLE, Peter, Pluralismo y Constitución. Estudios de Teoría Constitucional de la sociedad abierta, trad. de Emilio Mikunda-Franco, 1ª ed., Madrid, Tecnos, 2002.

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282

defensa, son destinatarios directos y vinculados. El ejercicio del derecho de legítima

defensa es el ejercicio de una parcela de poder y, naturalmente, como todo poder, está

limitado a la existencia de otro poder. El poder de punir del particular está limitado a las

situaciones excepcionales de la vida en que el Estado no puede actuar. Por ello, el límite

es formal y material.

El particular debe seguir la forma definida por el Estado y, por tanto, debe

restringir la defensa a las situaciones de necesidad de defensa del bien jurídico

individual, de manera adecuada y proporcional.

Materialmente también debe respetar los postulados por los cuales el propio

Estado está sometido cuando hace cumplir el poder de punir las acciones de los

particulares.

Desde ahí es posible extraer que entre el poder de punir del Estado y el poder de

punir del ciudadano hay una simetría impresionante: ambos están legitimados en razón

de la necesidad de protección del bien jurídico (principio de ofensividad o lesividad);

ambos se someten a los requisitos determinados previamente por la ley, de forma clara

(principio de legalidad); ambos ejercicios de violencia son mitigados por la humanidad

del agresor y del delincuente, de modo que si no puede haber penas crueles ni tortura,

tampoco puede la legítima defensa ocasionar un sufrimiento innecesario e inhumano al

agresor; finalmente, ambos poderes son restringidos formal y materialmente por el

principio constitucional de intervención mínima, porque en el Estado constitucional la

pena y la defensa privada son medidas excepcionales vinculadas a la idea de prevención

y tutela de los derechos humanos fundamentales.

Page 283: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

283

Como se ha dicho anteriormente, el poder punitivo estatal está legitimado

siempre y cuando reduzca la violencia social para la protección de los valores

fundamentales de convivencia; la legítima defensa, a su vez, igual que el poder de punir

estatal, solamente está legitimada cuando no ultrapasa el marco de la necesidad,

proporcionalidad y permisibilidad.

En esta última perspectiva de aplicación, el principio de intervención mínima

cumple una doble dirección, a saber:

Por un lado, cumple una dirección político-criminal que determina que el Estado

utilice el Derecho penal solamente en los casos en que otra política social se muestre

ineficaz. La legitimidad de la medida penal es funcional al logro de los fines

preventivos de reducción del daño social. Esta directriz es vinculante en el Estado

constitucional y su desatención implica su invalidez o inconstitucionalidad, es decir,

todo programa políticocriminal que exceda el marco de los principios de limitación del

poder punitivo debe ser declarado materialmente incompatible con la Constitución.

Por otro lado, cumple otra dirección político-criminal que impone a los

ciudadanos el deber de restringir el uso del derecho a las situaciones en que (a) no es

posible la defensa del bien jurídico individual por parte del Estado, (b) la necesidad y la

proporcionalidad son patentes y, finalmente, (c) ético-socialmente sea la medida más

indicada o recomendada (permisibilidad).

Aquí, por tanto, en la permisibilidad de la defensa es donde el principio de

intervención concreta la limitación de la defensa mediante un contenido ético-social,

porque, de hecho, ética y socialmente no interesa al Estado constitucional incrementar la

violencia sin finalidad preventiva y garantística de los derechos fundamentales. Así

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284

como el poder punitivo estatal debe realizar la justicia criminal de forma ética y

socialmente provechosa, el poder punitivo particular también precisa seguir semejante

programa, simplemente porque el programa político-criminal de la Constitución

pretende abarcar y reducir (acabar con ella sería imposible) toda violencia en la

sociedad.

De esta problemática se ha dado cuenta hace ya tiempo y en diversas ocasiones

MUÑOZ CONDE. Ya en 1975 afirmaba que la ―norma penal funciona protegiendo las

condiciones elementares mínimas para la convivencia y motivando, al mismo tiempo,

en los individuos que se abstengan de dañar esas condiciones elementales‖. 479 A partir

de ahí MUÑOZ CONDE plantea el problema de los límites al poder punitivo estatal y

crea, desde el principio de dignidad humana y Justicia, el principio de intervención

mínima y el principio de intervención legalizada del poder punitivo del Estado.

El principio intervención mínima consiste en que el Derecho penal sólo debe

intervenir en los casos de ataques muy graves a los bienes jurídicos más importantes y

únicamente en cuanto fracasan las demás barreras protectoras del bien jurídico que

deparan otras ramas del Derecho (principio de subsidiariedad). 480 Siguen vigentes, por

tanto, la triple cualidad del bien mencionada por MAYER: ―merecedor de protección‖,

―necesitado de protección‖ y ―capaz de protección‖. 481 Además, el principio de

intervención mínima se refiere, como consecuencia, también a la gravedad de la penas

(debe ser preferible la sanción más leve a la más grave). Por ello, el principio de

479 MUÑOZ CONDE, Francisco, Introducción al Derecho penal, op. cit., p. 47. 480 Ibidem, p. 60. 481 Ibidem, p. 72.

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285

humanidad y el principio de proporcionalidad son consecuencias del principio de

intervención mínima.482

Por otro lado, el principio de intervención legalizada quiere decir que la

intervención punitiva debe estar regida, en todos sus aspectos, por el ―imperio de la

ley‖, entendida ésta como expresión de la ―voluntad general‖.483

En sentido similar, en 1985 FERRAJOLI afirmaba que el utilitarismo penal en

la versión ―minima sofferenza necessaria da infliggere alla minoranza dei devianti‖ es

una doctrina de limitación del Derecho penal al mínimo necesario. 484 El máximo

beneficio posible a los no desviados y también el mínimo mal necesario a los desviados.

A partir de ahí FERRAJOLI intenta fundar un utilitarismo penal reformado en que el

Derecho penal cumple dos fines: la prevención del delito y también la prevención de la

pena informal.485 La prevención, por tanto, sería un aspecto de doble minimización de la

violencia, por un lado de la violencia del sistema penal, y por otro de la violencia

informal existente en la sociedad.

Señala FERRAJOLI:

―Per ovviare a questi difetti e per fondare un`adeguata dottrina della

giustificazione e insieme dei limiti del diritto penale è dunque necessario

ricorrere a un secondo parametro utilitario: oltre al massimo benessere possibile

dei non devianti, anche il minimo malessere necessario dei desvianti. Questo

secondo parametro segnala un secondo scopo giustificante: la prevenzione, oltre

che dei delitti, di un altro tipo di male, antitetico al delitto, che di solito è

482 Ibidem, p. 77. 483 Ibidem, p. 80. 484 FERRAJOLI, Luigi, Il diritto penale minimo, op. cit., p. 504. 485 Ibidem, p. 507.

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286

trascurato cosí dalle dottrine giustificazionistiche come da quelle

abolizionistiche. Si tratta della maggior reazione -informale, selvaggia,

spontanea, arbitraria, punitiva ma non penale- che in mancanza di pene

proverrebbe dalla parte offesa o da forze sociali o istituzionali con lei solidali. È

l`impedimento di quest`altro male, di cui sarebbe vittima il reo, che rappresenta,

io credo, lo scopo primario del diritto penale. Intendo dire che la pena no serve

solo a prevenire gli ingiusti delitti, ma anche le ingiuste punizioni; non è

minacciata ed inflitta soltanto ne peccetur, ma anche ne punietur; no tutela

soltanto la persona offesa dal delitto, ma anche il delinquente dalle reazioni

informali, pubbliche o private‖. 486

Esta idea de Derecho penal como forma de negación de la venganza privada es

percibida por FERRAJOLI como una consecuencia obvia de la tradición iluminista de la

época de la Ilustración (siglo VIII, BECCARIA). La falacia naturalista justamente se

sustentaba en la venganza como instrumento de defensa de la autoconservación

individual. Pero el pensamiento iluminista propone, al contrario, un Derecho penal que

no sólo lucha contra el daño social causado por el delito, sino también y

concomitantemente por la destrucción de la venganza. ―Il diritto penale nasce infatti non

come sviluppo, ma come negazione della vendetta, non in continuità ma in discontinuità

e in conflitto con essa; e si giustifica no già con il fine di assicurarla, ma con quello di

impedirla‖, escribe otra vez FERRAJOLI. 487

Tiene razón, por tanto, FERRAJOLI cuando afirma que ―la storia del diritto

penale e della pena può essere letta come la storia di una lunga lotta contro la vendetta‖.

El Derecho penal nace, en otras palabras, allí donde termina la justicia privada y la

486 Ibidem, p. 509. 487 Ibidem, p. 510.

Page 287: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

287

venganza: ―quando al rapporto bilaterale parte offesa/offensore si sostituisce un

rapporto trilaterale, che vede in posizione terza o imparziale un`autorità giudiziaria‖. 488

Por ello y en consecuencia, un Derecho penal sin este equilibrio de la presencia del

Estado, no es un Derecho penal liberal e ilustrado, sino un Derecho penal regresivo al

estado salvaje.

En la doble tarea negativa del Derecho penal de prevención general del delito y

de prevención general de la pena privada, arbitraria y desproporcionada, FERRAJOLI

también reconoce que esta última función es más importante, porque mientras la

idoneidad del Derecho penal para la prevención general del delito es algo muy dudoso

dada la complejidad del delito, la idoneidad del Derecho penal para la prevención de la

venganza es mucho más cierta y necesaria.489

La doble finalidad del Derecho penal permite que FERRAJOLI avance en lo

más relevante para limitar el derecho a la legítima defensa. E Derecho penal mínimo

como técnica de tutela de los derechos fundamentales, es decir, la ley penal como ley

del más débil, es decir, la ley penal como instrumento de minimización de la violencia

que se expresa mediante la realización del delito y también en la venganza o en la

posibilidad de reacciones informales entre particulares. La ley penal tiene una doble

perspectiva: una perspectiva desde el estado civilizado, que consiste en minimizar la

violencia que el sistema penal ejerce contra el delincuente; y otra perspectiva desde el

estado de naturaleza, que se traduce en minimizar la violencia que la parte ofendida o

más fuerte ejerce contra el más débil.

La legitimidad del sistema penal existe siempre y cuando la suma de las

violencias (delitos, venganzas y puniciones arbitrarias) que pretende prevenir es 488 Ibidem, p. 511. 489 Ibidem.

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288

superior a la violencia constituida por los delitos no prevenidos y de las penas por estos

conminadas.490 WALTER BENJAMIN ya definia esa dialéctica de la violencia: ―toda

violencia es, como medio, poder que funda o conserva el derecho‖. 491 Tanto es así, que

la violencia que establece el derecho (la licitud de un acto que de otra forma sería

ilícito) al mismo tiempo lo conserva, ya que el contenido del nuevo derecho es la

conservación del antiguo. Así, la guerra ilegítima se convierte en legítima (la legítima

defensa se convierte en legítima defensa preventiva), de modo que en esta nueva guerra

legal se conserva la misma violencia de la antigua. En efecto, el poder queda

garantizado por la violencia creadora de derecho.492 A partir de ello, BENJAMIN parece

encontrar el significado de esa problemática, que es el origen del dogma de la sacralidad

de la vida, especialmente la relación entre la sacralidad de la vida y el poder del

derecho, entre el carácter sacro de la vida y el poder soberano. 493

La dialéctica de la violencia, que permite la justificación de la existencia del

sistema penal en los casos en que la violencia que el Derecho crea es menor que la

violencia que se intenta prevenir, encuentra en la pena la idea de un mal menor (y sólo

está justificada si es menor que la violencia privada y menos arbitraria) en relación a la

reacción no jurídica. En otras palabras, la pena y el propio Derecho penal solamente

están justificados cuando causan un mal menor respeto a la violencia que pretenden

490 Ibidem, p. 512. 491 BENJAMIN, Walter, Para una crítica de la violencia, Buenos Aires, Leviatán, 1995, p. 27. 492 Ibidem. 493 En sentido diferente, pero partiendo del planteamiento de BENJAMIN, el filosofo italiano AGAMBEN, Giorgio, op. cit., p. 31, afirma que la dialéctica de la doble violencia es un poco diferente, pese partir de los mismos fundamentos. Porque la violencia del estado de excepción, esa tierra de nadie y ese espacio biopolítico del poder soberano; no sustrae la regla, sino que la regla que, suspendiéndose, da lugar a la excepción y, sólo de este modo, se constituye como regla, manteniéndose en relación con aquélla. Es decir, ―la violencia que se ejerce en el estado de excepción no conserva ni tampoco establece simplemente el derecho, sino que lo conserva suspendiéndolo y lo establece excluyéndose de él‖. Por eso, concluye AGAMBEN, ―la violencia no establece ni conserva el derecho, sino que lo revoca‖. Cfr. AGANBEN, Giorgio, op. cit., pp. 85-86.

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289

prevenir. Pues el monopolio estatal del poder punitivo es tanto más justificado cuanto

más bajo es el costo del Derecho penal respeto al costo de la anarquía punitiva.494

En la defensa de un Derecho penal como instrumento de minimización de la

violencia, FERRAJOLI también analiza cuatro conocidas posibilidades de sistemas de

control social: a) el sistema de control social-salvaje (sociale-selvaggio), del derecho

penal arcaico, como expresión de la venganza; b) el sistema de control estatal-salvaje

(statale-selvaggio), del ordenamiento primitivo del poder despótico, como expresión

autoritaria y arbitraria de la pena, sin garantía al condenado; c) el sistema de control

social-disciplinar (sociale-disciplinare), de la comunidad primitiva de fuerte

sentimiento ético e ideológico, como expresión de una policía social moralizante; d) el

sistema de control estatal-disciplinar (statale-disciplinare), producto moderno del

estado totalitario, caracterizado por el desarrollo de una función preventiva de policía

mediante el espionaje del ciudadano.495

Estos sistemas (sociedad salvaje, estado salvaje, sociedad disciplinar y estado

disciplinar), bien como la actual expansión del Derecho penal (estado preventivo

extremo) provocan la actual crisis del Derecho penal y los nuevos y justificados intentos

abolicionistas. Los dos últimos sistemas (el del estado disciplinar y el del estado

preventivo extremo) son efectivamente los más alarmantes, no solamente por el

simbolismo penal, sino también por la capacidad de manipulación para alcanzar fines

494 FERRAJOLI, Luigi, Il diritto penale minimo, op. cit., p. 512. Esta anarquía punitiva, evidentemente, es derivada de la ausencia de control social penal, como ha dicho FERRAJOLI, Luigi, Ibidem, p. 514: ―libero abbandono del sistema social al bellum omnium e alla reazione selvaggia e incontrollata alle offese, con inevitabile prevalenza del più forte‖. 495 Ibidem, pp. 514-515.

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distintos del Derecho penal. Es más, también por la capacidad, como ha dicho

FERRAJOLI, de que convivieren ocultamente en la moderna democracia.496

En consecuencia, un Derecho penal sin finalidad de impedimento y prevención

de la violencia informal, es un Derecho penal que abre un espacio para la instalación de

estos sistemas mencionados.

En fin, la función de minimización de la violencia y del arbitrio punitivo, por un

lado, y la función de maximización de la libertad y de la seguridad ciudadana, por otro,

es el cometido del principio de intervención mínima. Sólo el Derecho penal mínimo

puede minimizar la violencia del sistema penal y la violencia informal del estado

salvaje. Un Derecho penal máximo cumple exactamente lo contrario: aumenta la

violencia del sistema penal y, concomitantemente, regresa al estado salvaje al permitir

el triunfo de la venganza del más fuerte contra el más débil (del Estado contra el

delincuente y del aparente ofendido contra el aparente ofensor). Este Derecho penal

máximo o expansivo, no corresponde al Derecho penal derivado del Estado social y

democrático de Derecho, sino a uno de los cuatro sistemas mencionados anteriormente.

Pero un Derecho penal máximo no está ni justificado concretamente ni

legitimado. La justificación concreta y la legitimación existen solamente en los casos de

disminución de la violencia del sistema penal y del sistema informal. El sistema penal

no puede superar la violencia informal, pero tampoco la violencia informal debe existir.

Los casos de violencia permitida fuera del Estado deben ser, a posteriori, confirmados

en un proceso minucioso por el propio Estado. Entonces el Derecho penal mínimo opera

igualmente tanto en la esfera pública como en la esfera particular.

496 Ibidem, p. 515.

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291

Además, el Derecho penal máximo fomenta la violencia institucional, la

venganza y la intolerancia por el delito, mientras el Derecho penal mínimo propicia un

control social de reducción de la violencia institucional, sin venganza y

democráticamente tolerante.

En el derecho de legítima defensa la situación es semejante. La ampliación de la

defensa privada quiebra el Estado de Derecho y provoca un retroceso en dirección al

sistema social-salvaje. Al contrario, la limitación del derecho de defensa garantiza el

respeto al Estado y fomenta la igualdad entre los particulares en relación a la vigencia

del Derecho. Se puede decir que la ampliación del derecho de legítima defensa está en

la línea del Derecho penal máximo, y la limitación al derecho de legítima defensa es

más afín a un Derecho penal mínimo.

Se podría objetar que la limitación al derecho de legítima defensa es justamente

lo contrario, puesto que la consecuencia de la restricción es la ampliación de la

punibilidad en relación al agredido. Pero esto no es así. Si se mira desde el punto de

vista de la violencia social, la limitación del derecho de defensa lo que hace es

minimizar los conflictos entre particulares. La retirada del derecho de defensa en

algunas situaciones problemáticas hace que la violencia no sea ejercida, luego esta

política criminal reduccionista provoca una minimización de la violencia, igual que el

Estado que decide no criminalizar determinadas conductas porque entiende que, al

hacerlo, incrementa la violencia institucional.

Además, hay que pensar que la restricción de la posibilidad de defensa motiva

que el Estado dedique más atención a la seguridad ciudadana y que el ciudadano evite

conductas violentas. Las situaciones problemáticas en las cuales inciden las

restricciones ético-sociales demuestran que la exclusión de la posibilidad de defensa es

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292

un medio alternativo para evitar la violencia. En tales situaciones la violencia puede ser

rechazada aceptando la pérdida del bien poco importante del agredido o intentando,

posteriormente, la ayuda estatal. De todos modos, demuestra que las restricciones no

intentan aumentar la población carcelaria o el número de imputados en procesos

penales, sino exactamente lo contrario.

La legítima defensa debe seguir, por tanto, los mismos caminos del Derecho

penal mínimo. Los problemas de legitimidad del sistema penal son iguales a los

problemas de legitimidad del derecho de legítima defensa. La única forma de

legitimidad del sistema penal es el Derecho penal mínimo, porque además de reconocer

los problemas de la selectividad en los procesos de criminalización primaria y

secundaria (realismo penal), también intenta reducir la incidencia de la violencia

institucional en los hechos más graves que afectan a la convivencia social. De la misma

manera la legitimidad del ejercicio de la violencia privada depende del proyecto del

Derecho penal mínimo, porque evita la selectividad de la violencia por la parte más

fuerte y, por ello, disminuye la violencia social.

La minimización de la violencia social está vinculada a los límites del derecho

de legítima defensa. Solamente el Derecho penal mínimo se interesa por estos límites,

porque el Derecho penal máximo instrumentalizado mezcla la lucha por el Derecho con

la venganza. Los límites del Derecho penal mínimo y del derecho de legítima defensa

son los límites del poder punitivo: los principios de contención del poder punitivo, entre

los cuales el principio de intervención mínima ejerce un papel fundamental como

técnica normativa de limitación al poder particular de punir.

En fin, de la misma manera que el Derecho penal mínimo, el derecho de legítima

defensa debe tener dos polos de incidencia. Por un lado, debe ser una técnica de

Page 293: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

293

minimización de la violencia en la sociedad; por otro lado, deber ser una técnica de

tutela de derechos fundamentales. En los dos aspectos, empero, la legítima defensa

cumple una tarea de prevención negativa (tutelar el bien jurídico y, consecuentemente,

reducir la violencia social).

Los fines preventivos propician la contención de la violencia institucional y, en

cierta manera, también de la violencia salvaje, porque minimizan la violencia social y,

al mismo tiempo, maximizan la tutela jurídica de los derechos fundamentales.

En la legítima defensa, estos cometidos intentan frenar la venganza particular, ya

sea limitando el poder del particular (la función negativa del concepto de derechos

humanos), ya sea definiendo la materia susceptible de defensa (el concepto positivo de

derechos humanos). Minimizar la violencia y reforzar la tutela de los derechos

fundamentales son los fines del derecho de legítima defensa.

La estructura del derecho de legítima defensa y la exigencia de requisitos

específicos para la configuración en un caso concreto, no exime que valores de

naturaleza ético-sociales también actúen directamente en la limitación del poder

punitivo particular. Pero estos son valores ético-sociales de razonamiento jurídico, es

decir, asumidos por la norma jurídica, no son datos ontológicos que determinen la

coincidencia entre el ser y el pensamiento, tampoco son finalidades pedagógicas o

tutelares que debe asumir el Derecho penal. Más bien son datos éticos, morales,

culturales y sociales incorporados por el Derecho que, de acuerdo con la exigencia de

utilidad, inciden limitando la violencia social. En concreto, inciden limitando la

violencia entre los particulares. Estas restricciones ético-sociales, en general, suelen ser

fundamentadas en diversos principios: proporcionalidad, prohibición de abuso del

Derecho, exigibilidad y solidaridad. Sin embargo, estas limitaciones responden mejor al

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294

modelo del Derecho penal mínimo (principio de intervención mínima) y a los fines

preventivos y garantísticos del Derecho penal.

El ámbito de actuación de las restricciones ético-sociales presupone una

situación de aparente legítima defensa. Por un lado, una acción agresiva, actual y

antijurídica; por otro lado, una defensa necesaria y proporcional. Estos requisitos son

necesarios para la configuración del derecho de legítima defensa, pero siguen siendo

insuficientes.

El principio de intervención mínima que rige materialmente el derecho de

legítima defensa exige que la defensa sea la ultima ratio de protección del bien jurídico

y que, además, sólo sea utilizado para la defensa de los bienes jurídicos penales

individuales más importantes. Esto es una cuestión de valor ético y social, porque de lo

contrario sería premiar la venganza privada y maximizar la violencia con un costo social

muy alto. Entonces, las restricciones ético-sociales son impuestas por la noción de

intervención mínima, ya que el ámbito de la defensa privada es hermético, subsidiario y

fragmentario.

La defensa está restringida de forma ética y social porque sólo los bienes más

relevantes son susceptibles de quiebra del monopolio estatal, siempre y cuando no

existan otros medios menos costosos de protección. Así, pues, la restricción aumenta la

tutela de los bienes jurídicos penales individuales fundamentales y, consecuentemente,

rebaja la violencia derivada de la venganza.

La función del Derecho penal en el Estado social y democrático de Derecho

complementa la idea de intervención mínima y, por tanto, ayuda en la concreción de las

restricciones de naturaleza ético-social al derecho de legítima defensa.

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295

El Derecho penal del Estado constitucional moderno es un Derecho penal que

cumple muchas funciones: una función social que se legitima como sistema de

protección efectiva de los ciudadanos, en la medida en que previene los actos

considerados delitos desde el punto de vista de lo necesario; y una función democrática

que somete la prevención de la protección de los ciudadanos a una serie de límites

herederos de la tradición liberal del Estado de Derecho. 497 Por ende, el Derecho penal

del Estado constitucional está preocupado no sólo por la eficacia de la prevención

general y especial (principio de la máxima utilidad posible), sino también y

principalmente por la limitación de los costos de intervención (principio del mínimo

sufrimiento necesario).498

Evidentemente, la eficacia preventiva del Derecho penal autoritario (p. ej., del

Derecho penal del enemigo), de la venganza privada o pública y del Derecho penal

subterráneo poseen un aparente grado de seguridad ciudadana mucho mayor que el

Derecho penal del Estado constitucional limitado por los principios del Estado de

Derecho y por el Estado democrático. Pero si se mide desde el punto de vista de la

violencia social que produce los sistemas desprovistos de límites, es posible percibir y

sentir las ventajas derivadas del Estado social y democrático de Derecho (Estado

constitucional moderno). Precisamente por las garantías de limitación del poder de punir

insertas en el Estado constitucional, la perspectiva de prevención es un fin limitado del

Derecho penal. La idea de prevención general positiva consiste en la afirmación del

Derecho del Estado constitucional y, por lo tanto, es una prevención eminentemente

limitada.

497 Cfr., MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., pp. 100-101; el mismo, Introducción a las bases del Derecho penal, op. cit., pp. 125-148. 498 Cfr. FERRAJOLI, Luigi, Il diritto penale minimo, op. cit., pp. 501-506.

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296

Por prevención limitada se debe entender la prevención general positiva, esto es,

la afirmación y aseguramiento del Derecho. 499 Un Derecho penal que no reafirma los

valores que defiende en sus normas y que reduce el reforzamiento de la conciencia

jurídica general es un Derecho penal débil que será suplantado por otras formas de

control social.

Con razón ha dicho HASSEMER que ―un sistema jurídico penal demasiado

permisivo, que no imponga y afirme sus normas seriamente, desplaza y desvalora otros

sectores de control social, favoreciendo el surgimiento de instancias de control social

privado, es decir, de la ―justicia particular” que imponga sus propias normas, sanciones

y procedimientos‖. 500

Por ende, el Derecho penal, a través de la conminación penal y de la ejecución

de la pena, debe afirmar y asegurar la vigencia de las normas. Sólo por la

internalización o motivación las normas penales pueden desplegar la eficacia

preventiva.

Pero la afirmación y el aseguramiento de las normas por el Derecho penal

existen no sólo para controlar la violencia tipificada como delito, sino también para

evitar el control social informal ilimitado, la justicia particular. En efecto, la prevención

general tiene la finalidad de impedir el control particular, al mismo tiempo en que

reafirma la justicia estatal, es decir, reafirma la necesidad de cumplimiento de la norma.

499 Cfr., por ejemplo, MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 101. 500 HASSEMER, Winfried, Fundamentos del Derecho penal, op. cit., p. 392. Véase también MUÑOZ CONDE, Francisco, Derecho penal y control social, op. cit., pp. 6-7: ―El derecho penal, tanto en los casos que sanciona, como en la forma de sancionarlos, es, pues, violencia; pero no toda la violencia es derecho penal. La violencia es una característica de todas las instituciones sociales creadas para la defensa o protección de determinados intereses, legítimos o ilegítimos. La violencia es, por tanto, consustancial a todo sistema de control social. Lo que diferencia al derecho penal de otras instituciones de control social es simplemente la formalización del control, liberándolo, dentro de lo posible, de la espontaneidad, de la sorpresa, del coyunturalismo y de la subjetividad propios de otros sistemas de control social‖. Cfr. también BERGALLI, Roberto, Control social punitivo, Sistema Penal e Instancias de Aplicación (Policía, Jurisdicción y Cárcel), Barcelona, Bosch, 1996, pp. 7-21.

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297

Incluso, como ha dicho correctamente HASSEMER, esta es la finalidad del Derecho

penal, como ―la única protección que el delincuente tiene, no sólo frente al interés

político-criminal, sino también frente a las víctimas y a todos aquellos que se sienten

víctimas‖. 501 En suma, la finalidad principal del Derecho penal es la protección del

delincuente ante el poder punitivo del Estado y del agresor ante el poder punitivo de la

víctima o de aquellos que se sienten víctimas.

Sin embargo, la prevención general es limitada porque se produce tanto

mediante la criminalización o agravación de las sanciones ya existentes, como también

por la descriminalización o atenuación de las penas. Significa que las normas se

estabilizan por el convencimiento de que son idóneas para mejorar la convivencia

social. Las normas excesivamente gravosas y las penas desproporcionadas no cumplen

el fin preventivo general, porque no sirven para convencer a las personas y grupos de

que es un medio idóneo para proteger los bienes jurídicos y posibilitar la libertad

humana.502

En el Derecho penal también el cometido de prevención general está limitado

por el principio de culpabilidad. ROXIN señala que el moderno pensamiento jurídico

penal de orientación preventiva ha abandonado la idea de retribución, pero no el

concepto de culpabilidad, ya que el delincuente ha de ser tratado como persona

responsable y no es lícito castigarle más gravemente de lo que corresponda a la medida

de su culpabilidad.503

501 Ibidem, p. 292. 502 Ibidem, p. 393. 503 ROXIN, Claus, Iniciación al Derecho penal de hoy, trad. de Francisco Muñoz Conde y Diego Manuel Luzón Peña, Sevilla, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1981, p. 145. Véase también HASSEMER, Winfried, MUÑOZ CONDE, Francisco, op. cit., p. 326, al vincularen la concepción positiva de la prevención general a la relación con otros procesos y sectores del control social, así: ―La conminación penal y la ejecución de la pena pueden seguir, por tanto, manteniendo su valor como medios de prevención general, siempre que corran paralelos o vayan en la misma dirección que

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298

Puesta así la cuestión, es posible evitar que el refuerzo de la conciencia de los

ciudadanos en las normas elementales se convierta en un terrorismo penal. Lo que

quiere la prevención general es la interiorización de la norma por los ciudadanos y no la

imposición del terror penal. Pretende ser una ―fuerza configuradora de las costumbres‖

y no una ―fuerza configuradora del terrorismo estatal‖. Por ende, la prevención general

se autolimita y también es limitada por la función preventiva especial y por el principio

de culpabilidad. El reforzamiento del Derecho sólo existe cuando el autor es

responsable.

Esta prevención limitada ejerce también en el derecho de legítima defensa una

importante función. La prevención general positiva limitada por el Estado constitucional

es el fundamento del derecho de legítima defensa y, al mismo tiempo, también uno de

los contenidos de las restricciones de naturaleza ético-social. Los razonamientos

jurídicos éticos y sociales derivan del propio modelo de Estado constitucional y de los

fines preventivos y garantísticos del Derecho penal y, por tanto, no son datos

ontológicos previamente existentes. Estos límites ético-sociales pertenecen al mundo del

deber ser y no del ser.

Así, por ejemplo, en la defensa contra ataques derivados de personas sin

culpabilidad o con culpabilidad disminuida, no es que no exista antijuridicidad o

necesidad de reacción. El derecho de legítima defensa aparentemente está completo en

su forma, pero la defensa ante incapaces de culpabilidad, como se verá detalladamente

en el capítulo siguiente, está limitada por razones jurídicas ético-sociales, porque en otros sistemas de control social. Con ellas, el Derecho penal afirma (conminación penal) y asegura (ejecución de la pena) las normas básicas. En comparación con otras posibilidades de control social, los medios jurídico-penales son toscos y violentos, pero son los únicos instrumentos que le quedan a la sociedad, en última instancia; una vez que se ha demostrado que los demás sistemas de control social son incompetentes o han fracasado. Eso es también lo que se quiere decir cuando se afirma que el Derecho penal se rige por el principio de intervención mínima; que el Derecho penal sólo debe intervenir en los casos de ataques muy graves a los bienes jurídicos más importantes, y ellos en la medida en que no sean suficientes otros sistemas de control social, formales o informales‖.

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299

Estado constitucional y en Derecho penal de él derivado, no existe posibilidad de

afirmar el Derecho contra quién no se puede comportar de acuerdo con las normas

vigentes. La conciencia jurídica que debe ser reafirmada por el Derecho es ofendida por

el derecho de legítima defensa. Por ende, en situaciones como estas la función de

prevención general no existe y, por tanto, las restricciones basadas en razonamientos

jurídicos ético-sociales eliminan el aparente derecho de legítima defensa de la víctima

ofendida.

Es posible decir que la prevención general frena el derecho de legítima defensa

porque la acción defensiva del particular no estabiliza la vigencia de las normas, no

despliega la fuerza configuradora de los valores jurídicos protegidos y tampoco

convence o motiva a los ciudadanos destinatarios en cuanto a la idoneidad de las normas

para mejorar la convivencia social. En otras palabras: la prevención general positiva

limita toda violencia al exigir, como consecuencia, la idoneidad de los medios

preventivos del Derecho penal, que residen, en gran parte, en la relación con otros

sectores de control social.

6. Las directrices del Derecho penal mínimo en la concreción de los límites ético-

sociales del derecho de legítima defensa: una técnica de tutela de derechos

fundamentales a partir del cumplimiento de los fines garantísticos del Derecho

penal

Cuando el principio de intervención mínima pretende tutelar, a través de la pena,

los bienes jurídicos más importantes para la convivencia en la sociedad, surge una

pregunta preliminar general que debe esclarecer la misión del Derecho penal y, otra

específica, que intenta conocer el catálogo de los bienes jurídicos objetos de protección

penal.

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300

La definición de los bienes jurídicos susceptibles de defensa penal siempre fue

un problema oscilante. Los conceptos de bien jurídico como ―intereses vitales de la

comunidad‖, ―intereses jurídicamente protegidos‖ o ―intereses ético-sociales‖ siempre

pecan por su generalidad y nunca son suficientemente claros para limitar el poder

punitivo del Estado. Por esta razón, un principio de intervención mínima fundado en

tales conceptos vagos no ofrece aportes a la construcción de una técnica efectiva de

protección de los derechos humanos fundamentales. Más bien estos conceptos y estos

fines del Derecho penal son instrumentos susceptibles de manipulación por el poder

político, en general contra los disidentes o enemigos.

El principio de intervención mínima, para servir de técnica de tutela de los

derechos fundamentales, debe primero reconstruir el concepto de bien jurídico y luego

aclarar los fines del Derecho penal. Estas premisas son fundamentales para dotar el

derecho de legítima defensa de limitaciones.

En esta dirección, BARATTA ha elaborado convincentemente una teoría de los

derechos humanos como objeto y límite de la ley penal. Según la propuesta de

BARATTA, el concepto de derechos humanos contiene una doble función: en primer

lugar, una función negativa consistente en limitar la intervención penal; en un segundo

lugar, una función positiva de definir el objeto, posible pero no necesario, de la tutela

mediante el Derecho penal.504

Esta tentativa de vincular el Derecho penal a los derechos humanos parte de un

concepto histórico-social basado en que los objetos posibles son los intereses

individuales y también los colectivos, pero en este último caso siempre y cuando no

504 BARATTA, Alessandro, Principi del diritto penale minimo, op. cit., p. 443.

Page 301: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

301

sean considerados como fin o función de autoproducción del sistema social.505 Por

tanto, este concepto histórico-social dentro de la sociedad marcada por violencia

estructural pretende ofrecer un instrumento teórico adecuado para la estrategia de

máxima contención de la violencia punitiva, que constituye hoy el momento prioritario

de la política alternativa de control social.506

La construcción de esta atadura no es posible sin algunos presupuestos

esclarecidos por la Criminología crítica, a saber: a) que la pena es una violencia

institucional que limita un derecho fundamental; b) que las agencias penales no

representan a todos los miembros de la sociedad, más bien solamente a una minoría

dominante y socialmente aventajada, esto es, el sistema punitivo representa un

subsistema funcional de reproducción material e ideológica del sistema social global; c)

que el funcionamiento de la justicia penal es altamente selectivo, porque el

comportamiento desviante es una característica de la mayoría, pero solamente una

minoría, portadora de estereotipos, es seleccionada; d) el sistema punitivo produce el

problema que pretende solucionar; y e) el sistema punitivo, por su estructura

organizativa y por su forma de funcionamiento, es absolutamente inadecuado para

realizar una función socialmente útil.507

La lucha para contener la violencia (la estructural y la social) pasa

necesariamente por la defensa de los derechos humanos y, por tanto, por la estrategia de

intervención mínima.

505 Ibidem, p. 443. 506 Ibidem, p. 444. Véase también sobre este modelo alternativo de política de seguridad, a partir del concepto histórico-social de los derechos humanos, en las sociedades caracterizadas por la ―violencia estructural‖ definida por el sociólogo de Noruega J. GALTON, BARATTA, Alessandro, Introduzione, en Dei Delitti e delle Pene: rivista di studi sociali, storici e giuridici sulla questione criminale, Napoli, Edizioni Scientifiche Italiane, núms. 1-2-3, 2002, pp. 27-32. 507 Ibidem, pp. 444-445.

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302

Este programa, según la tesis de BARATTA, debe seguir un punto de vista

interno que defina los requisitos para introducir o mantener la figura de un delito en la

ley (principio intrasistemático) y un punto de vista externo consistente en un criterio

político y metodológico alternativo a la cuestión penal, en lo que se refiere a la

descriminalización y a la construcción del conflicto y del problema social (principio

extrasistemático).508

A partir de ahí, BARATTA registra el contenido del principio intrasistemático

de la intervención penal mínima: a) el principio de limitación formal, enunciado por los

principios de legalidad, taxatividad, irretroactividad, primacía de la ley substancial y

representación popular; b) el principio de limitación funcional, enunciado en los

principios de respuesta no contingente, proporcionalidad abstracta, idoneidad,

subsidiaridad, proporcionalidad concreta, implementación administrativa de la ley,

respeto de la autonomía cultural y primado de la víctima; y c) el principio de limitación

personal, expresado en los principios de imputación personal, responsabilidad por el

acto y exigibilidad social del comportamiento de acuerdo con la ley.509

De otro lado, también destaca el principio extrasistemático de la intervención

penal mínima: 1. Los principios extrasistemáticos de descriminalización, es decir,

principio de no intervención útil, principio de la privatización del conflicto, principio de

la politización del conflicto y principio de la conservación de la garantías formales; 2.

Los principios metodológicos de la construcción alternativa del conflicto y del problema

social, o sea, principio de la sustracción metodológica de los conceptos de criminalidad

y pena, principio de especificación de los conflictos y de los problemas, principio

508 Ibidem, p. 447. 509 Ibidem, pp. 448-464.

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303

general de prevención y principio de la articulación autónomo de los conflictos y de las

necesidades reales.510

El planteamiento de BARATTA, consistente en limitar el poder de punir

mediante la unión del concepto de derechos humanos con la finalidad del Derecho

penal, es absolutamente imprescindible. Los derechos humanos definen lo esencial del

bien jurídico y, por tanto, permiten excluir el peligro de manipulación del Derecho

penal como instrumento de lucha política o ideológica. Permite también excluir el uso

del Derecho penal para la protección de intereses abstractos que no se relacionen

directamente con el individuo.

Por derechos humanos se debe comprender todos los derechos fundamentales

del ser humano (y no solamente del ciudadano) contemplados en las constituciones

democráticas y principalmente en los tratados internacionales. Estos instrumentos

normativos indican las materias posibles de criminalización y, por tanto, también la

obligación de tutela jurídica. Indican tanto el límite del poder punitivo como el objeto

de tutela.

En el tratamiento del derecho de legítima defensa, todos estos datos del Derecho

penal mínimo vinculados al concepto de derechos humanos también son muy

importantes. En verdad, son aportes fundamentales para limitar el Derecho de legítima

defensa y evitar, en la medida del posible, el presente riesgo de venganza en el ejercicio

de la defensa.

En este contexto, la misma simetría que el concepto de derechos humanos tiene

con el Derecho penal mínimo, contamina también el derecho de legítima defensa. Así,

510 Ibidem, pp. 464-469.

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304

pues, en el derecho de legítima defensa, también el concepto histórico-social de

derechos humanos manifiesta una doble función: por un lado, como función negativa, el

concepto de derechos humanos consiste en una limitación al poder punitivo particular

(el poder salvaje); por otro lado, como función positiva, el concepto de derechos

humanos contiene la materia suficiente para definir el objeto, posible, pero no necesario,

de la tutela mediante el derecho de legítima defensa.

La función negativa que ejerce el concepto histórico-social de los derechos

humanos en el ámbito del derecho de legítima defensa es justamente el de minimización

de la violencia. Por ende, los modelos legales que disciplinan el uso de la violencia por

parte del particular suelen exigir, en general, la existencia de una agresión antijurídica

actual, la necesidad de defensa, la proporcionalidad entre los medios de ataque y de

defensa y también que la defensa sea permitida, requerida, de acuerdo con los valores

ético-sociales. Aquí, en un sentido negativo, el concepto de derechos humanos sirve

para limitar el poder punitivo del particular, ya que el derecho de legítima defensa

solamente es legítimo cuando es ejercido para la defensa de un derecho fundamental del

ser humano.

De esta función negativa deriva también una consecuencia fundamental, que en

consideración al principio de intervención mínima, el derecho de legítima defensa debe

centrarse en la defensa de los derechos humanos (derechos fundamentales) de

naturaleza penal. El bien jurídico que posibilita el uso del derecho de legítima defensa

debe ser un bien jurídico-penal individual. Por ende, la agresión actual debe ser también

típicamente antijurídica.511

511 Cfr., por todos, en la doctrina española, MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., pp. 117-118; GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, Justificación y exculpación en Derecho Penal español en la exención de responsabilidad por situaciones especiales de necesidad (legítima defensa,

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305

La idea es la siguiente: si el concepto de derechos humanos tiene la función

negativa de limitar el poder punitivo estatal, también debe tener esta misma función en

la limitación del poder de defensa del particular, ya que este solamente existe por

concesión del propio Estado. El Estado concede al particular la parcela de poder de

punir que posee. Por lo tanto, si el Estado concentra el poder de punir en las violaciones

graves de los derechos fundamentales, entonces el particular, en perfecta simetría con el

poder concedido, no puede defenderse en legítima defensa ante acciones que ofenden

bienes jurídicos distintos del bien jurídico-penal.

En la doctrina penal hay un cierto consenso en el sentido de que no cabe la

defensa de bienes suprapersonales. Pero también es verdad que los bienes jurídicos

individuales susceptibles de defensa son los protegidos penalmente. Aunque el bien

jurídico defendido sea individual y calificado como un derecho fundamental, el derecho

de legítima defensa estará legitimado sólo en el caso de haber también una protección

penal vigente.

Esta conclusión es realmente muy importante, porque excluye, desde un

principio, también en el ámbito del derecho de legítima defensa las acciones que no son

importantes para el Derecho penal. Las inmoralidades, las acciones privadas, el orden

público, etc., son materias excluidas del círculo de bienes jurídicos penales y, por lo

tanto, no son susceptibles de legítima defensa. Unas porque no son bienes individuales,

otras porque no son objeto de protección penal.

Además, la función negativa de los derechos humanos que domina el Derecho

penal mínimo impone no sólo limitaciones de orden cualitativo, sino también

estado de necesidad, colisión de deberes), en ESER, Abin, GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, PERRON, Walter (ed.), op. cit., p. 65; LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., pp. 481-494.

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306

cuantitativo. El bien jurídico puede que sea individual, puede que sea penalmente

protegido, pero aún así es posible impedir el derecho de legítima defensa en los casos en

que el ataque no es grave. Por ejemplo, en el derecho de propiedad. La propiedad no

burguesa es un derecho fundamental que debe ser protegido de acuerdo con la

intensidad del ataque y principalmente en un contexto social determinado. Pero el hecho

de que la propiedad sea un derecho fundamental protegido por el Derecho penal no

permite concluir que siempre cabe legítima defensa en caso de ataque no violento al

mismo. Para el Derecho penal no todos los ataques a la propiedad son importantes.

Ataques sin dolo, ataques sin repercusión económica significante y ataques contra la

propiedad que excede la calidad de bien material fundamental para participación en la

sociedad, no son relevantes al Derecho penal y, en consecuencia, tampoco son

susceptibles de defensa legítima. Así, pues, el ataque antijurídico realizado contra la

propiedad de escaso valor patrimonial, no sólo es insignificante para el Derecho penal,

también es un impedimento para la defensa legítima. También los ataques contra la

propiedad que se producen en un latifundio son irrelevantes para el Derecho penal, así

también para el derecho de legítima defensa, pues el que desvirtúa el fin de la propiedad

no merece protección estatal ni particular.

Por otro lado, también la función positiva del concepto histórico-social de

derechos humanos merece atención no sólo al Derecho penal mínimo, sino también por

parte del derecho de legítima defensa. Esta función positiva pretende definir la materia

de protección del Derecho penal (bien jurídico) y, por tanto, también el objeto de

defensa propia.

Sin embargo, la función positiva en Derecho penal es más general que el

derecho de legítima defensa. En el Derecho penal mínimo, el concepto de bien jurídico

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307

es dado para todos los derechos humanos fundamentales contemplados en las

constituciones democráticas y tratados internacionales. Todos los derechos

fundamentales del individuo necesarios para su participación digna en la sociedad. Por

tanto, son derechos fundamentales no sólo los derechos individuales, sino muchos de

contenido social abstracto, como la salud pública, la seguridad, la cultura, la

inmigración, vivienda, etc.

Al contrario, en la legítima defensa inserta en los postulados del Derecho penal

mínimo, el concepto histórico-social de los derechos humanos sirve para definir sólo los

derechos individuales necesarios para el libre desarrollo del ser humano en la sociedad.

Entonces la función positiva de los derechos humanos aquí, en el ámbito de la defensa

particular, es más restrictiva: el bien jurídico-penal susceptible de legítima defensa debe

ser un derecho fundamental del individuo y nunca un bien jurídico de la comunidad. El

concepto de derechos humanos es, por tanto, el límite del derecho de legítima defensa,

así como es también, en el Derecho penal mínimo, el límite de la ley penal. El ataque

antijurídico actual que permite la defensa es sólo el ataque contra un bien jurídico-penal

fundamental.

Concretamente, de legge lata, los bienes jurídicos penales individuales

susceptibles de legítima defensa son la vida, la integridad física y la libertad sexual.

Estos son, por norma, los bienes jurídicos penales tradicionales afectados por los

derechos fundamentales del individuo. De lege ferenda, sería más interesante que la ley

penal, al disciplinar el ejercicio de la defensa legítima, establecera expresamente el

catálogo de derechos que pueden ser objeto de defensa privada. Esto evitaría

discusiones doctrinales y divergencias en la jurisprudencia. Pero hasta que el legislador

no se dé cuenta de la importancia de esta providencia, de lege lata, cabe la posibilidad

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308

hermenéutica de restringir la amplitud del derecho de legítima defensa, ya sea mediante

la aplicabilidad directa de principios fundamentales, ya sea por medio de una lectura a

partir de los fines preventivos y garantísticos del Derecho penal.

Como ya se ha visto anteriormente, aunque la ley penal establezca la estructura

de la legítima defensa a partir de la necesidad de obrar en defensa de una persona,

derechos o intereses jurídicamente protegidos, la mejor interpretación es la de entender

tales derechos o intereses como típicamente relevantes, es decir, penalmente relevantes.

A fin de cuentas, los bienes jurídicos que ni siquiera el Estado tiene legitimidad para

defender mediante el uso de la pena, están fuera de la órbita de defensa privada por la

fuerza. Los principios limitadores del poder punitivo valen tanto para el Estado como

para los ciudadanos. En resumen, el concepto de derechos humanos es un límite al

Derecho penal y al derecho de legítima defensa. Por un lado, tienen una fuerte función

negativa que limita el poder de punir; por otro lado, tienen una fuerte función positiva

que define el objeto de criminalización o defensa.512

Desde que las categorías de la teoría del delito recibieran un impulso de la

proyección de consideraciones teleológicas, no sólo el Derecho penal es instrumento

orientado al cumplimiento de los fines preventivos, sino que también cumple la misión

de garantía. El Derecho penal entonces ―sirve para el cumplimiento de los fines

preventivos y garantísticos”.513 Estos fines garantísticos que justifican el Derecho penal

512 En América Latina, un intento de reconstrucción del discurso jurídico-penal siguiendo el modelo del derecho penal humanitario propone ZAFFARONI, Eugenio Raúl, En busca de las penas perdidas, op. cit., 2003; el mismo, La crítica sociológica al Derecho penal y el porvenir de la dogmática jurídica, en Hacia un realismo jurídico penal marginal, op. cit., pp. 15-39. 513 SILVA SÁNCHEZ, Jesús María, Aproximación al Derecho penal contemporáneo, op. cit., p. 373.

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309

son los dobles cometidos del Derecho penal mencionados por FERRAJOLI: la

prevención de los delitos y la prevención de las reacciones informales. 514

Los principios garantísticos que reducen los medios de control social ilimitados

son los mismos principios que limitan el ius puniendi, los principios funcionales y los

principios políticos, ambos derivados de la unión entre el Estado de Derecho y el Estado

social y democrático. Son principios, por tanto, que controlan la violencia social (formal

e informal).

En primer lugar, el tradicional principio de legalidad, impuesto por el Estado de

Derecho, limita sensiblemente la acción defensiva del particular. El poder de punir es

monopolio del Estado y las excepciones existentes son fijadas expresamente por la ley

penal. La ley penal, aprobada por representantes del pueblo, tiene legitimidad para

definir los requisitos para el ejercicio del poder de punir del particular y, por tanto,

también para esclarecer los límites existentes. Fuera de este ámbito concreto

determinado por la ley penal, no existe el derecho de legítima defensa, sino venganza o

acto de fuerza del más fuerte. Por ello el derecho de legítima defensa también es un

instrumento de protección del más débil.

En segundo lugar, el principio de utilidad de la intervención penal, derivado de

la concepción del Estado social, determina que el derecho de legítima defensa sólo se

justifica cuando protege la sociedad. Por tanto, la intervención privada en defensa del

bien jurídico se debe mostrar útil socialmente (debe producir un costo menor que su

inexistencia). En un Derecho penal orientando a la prevención no sólo de delitos sino

también de la violencia informal, la legítima defensa debe cumplir un papel de utilidad

social.

514 FERRAJOLI, Luigi, Il diritto penale minimo, op. cit., pp. 511-514.

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310

En tercer lugar, como acaba de verse, el principio de intervención mínima

conduce a la legítima defensa informal en dirección a la formal, es decir, un control

social informal formalizado por el principio de subsidiariedad y por el carácter

fragmentario del Derecho penal. Sólo cabe la defensa de los bienes jurídicos

individuales fundamentales más importantes y siempre y cuando no exista otro medio

de control social más eficaz. Significa, efectivamente, que no existe legítima defensa

cuando el bien jurídico puede ser defendido eficazmente por otras formas de control

social. Así, por ejemplo, como el Derecho penal es la parte más sencilla y más grave del

control social existente en cualquier ordenamiento jurídico democrático (no la más

eficaz y tampoco la más recomendable), también lo es la legítima defensa en su ámbito

de incidencia (el ámbito de la agresión antijurídica y actual contra el bien jurídico). Por

ende, si otros medios de represión y control social (y por supuesto de protección del

bien jurídico) son posibles de acción en la realidad de los hechos (incluso en un medio

no necesariamente jurídico), el Derecho penal y también la defensa particular deben

dejar de existir, con respecto al principio fundamental del Estado social. Todas las

formas de evitar la violencia deben ser tenidas en consideración por la víctima.

En cuarto lugar, aún como fruto del Estado social, la teoría del bien jurídico-

penal aporta bases fundamentales de limitación de poder de punir, incluso en el derecho

de legítima defensa.515

Según se ha señalado anteriormente, el concepto de derechos humanos define un

catálogo cerrado de bienes jurídicos susceptibles de intervención del Derecho penal, en

que el individuo es el centro de toda discusión de la legitimidad. Un Estado social y

515 Sobre la discusión de la teoría del bien jurídico, entre otros, véase recientemente el libro organizado por HEFENDEHL, Roland, La teoría del bien jurídico, op. cit.; SCHÜNEMANN, Bernd, El Derecho penal es la última ratio para la protección de bienes jurídicos, trad. de Ángel de la Torre Benitez, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2007; TAVARES, Juarez, Bien jurídico y función en Derecho penal, trad. de Monica Cuñarro, Buenos Aires, Hammurabi, 2004.

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311

democrático de Derecho, como ha dicho MIR PUIG, sólo deberá amparar como bienes

jurídicos condiciones de la vida social, en la medida en la que afecten a las

―posibilidades de participación de individuos en el sistema social‖.516

De ahí que en el ámbito del derecho de legítima defensa, la teoría del bien

jurídico fundamente precisamente el objeto de tutela del poder de punir ejercido por el

particular. Los bienes jurídicos susceptibles de defensa son los bienes jurídicos

individuales con relevancia penal, es decir, los bienes individuales penalmente

protegidos (revestidos de tipicidad).

Consecuentemente, están excluidas de defensa las conminaciones penales

arbitrarias, las finalidades puramente ideológicas y las meras inmoralidades. 517 Por

tanto, las limitaciones al derecho de legítima defensa pueden derivar de la teoría del

bien jurídico penal, puesto que donde el poder de punir estatal no está legitimado,

tampoco estará el ―poder particular‖, aun porque el catálogo de bien de éste es más

restringido.

En quinto lugar, el principio de humanidad permea la imagen del poder punitivo

como una sombra. Donde transite el poder punitivo deberá transitar también el poder de

los derechos humanos. La programática de los derechos humanos, como ideología más

o menos universal garantizada por el Estado constitucional moderno y derivada de las

históricas luchas sociales, es la otra cara del poder punitivo. Mientras el poder punitivo

516 Cfr., MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 125; el mismo, Introducción a las bases del Derecho penal, op. cit., pp. 112-124. 517 Cfr. también la posición de ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., pp. 55-56, al fundamentar el concepto de bien jurídico a partir del modelo de Estado que acoge la Constitución: ―La única restricción previamente dada para el legislador se encuentra en los principios de la Constitución‖. En consecuencia se puede decir: ―los bienes jurídicos son circunstancias dadas o finalidades que son útiles para el individuo y su libre desarrollo en el marco de un sistema social global estructurado sobre la base de esa concepción de los fines o para el funcionamiento del propio sistema‖. Abarca, por tanto, ―estados previamente hallados por el Derecho como los deberes de cumplimiento de normas creados sólo por el mismo‖.

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312

es selectivo en la función de elección de los destinatarios de la pena (selección por la

vulnerabilidad de ciertas personas ante las agencias policiales), el principio de

humanidad es general porque se dirige no sólo a determinados ciudadanos, sino a todo

el género humano.

La deslegitimación del sistema penal derivada de la incapacidad de dar

soluciones a los conflictos sociales (el sistema penal genera un genocidio en marcha)

motiva que la dogmática penal contemporánea se esfuerce en la reconstrucción del

discurso penal, y de una política criminal alternativa reduccionista.

Este Derecho penal mínimo está estructurado en el modelo penal humanitario, o

sea, en un programa instrumental portador de una ética humanista que consiste en

reconocer los excesos e injusticias generados por el sistema penal e intentar evitar, en la

medida del posible, el daño excesivo ocasionado por el mismo. Obviamente éste

programa no se limita al sistema penal formalizado, ya que también intenta controlar y

limitar toda la violencia social que es fruto de la opresión humana. El programa

pretende limitar la violencia creada y mantenida por el sistema penal. Quiere limitar el

poder de las agencias penales en el proceso de selección de las personas más

vulnerables. Pero también espera que la violencia privada derivada de la fuerza y de la

venganza desaparezca, o por lo menos que se reduzca. La destrucción o reducción de la

violencia depende, sin embargo, directamente del modelo penal humanitario propuesto

por el Derecho penal mínimo.

En el ámbito del derecho de legítima defensa, el principio de humanidad

también sigue la idea de limitación del poder. El agredido debe reconocer en el agresor

la calidad de persona portadora de una serie de derechos. El agredido debe llevar en

serio los derechos del agresor. Así como el Derecho penal es la Charta Magna del

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313

delincuente y el límite infranqueable del poder punitivo estatal, la normatividad de los

requisitos de la legítima defensa debe ser la Charta Magna del agresor o el límite

infranqueable del poder punitivo privado. Es más, si el Estado no puede aplicar una

pena sin respetar la humanidad del agresor, el agredido no puede reaccionar

legítimamente sin atención al principio de humanidad. Por tanto, el principio de

humanidad también limita el poder punitivo del particular.

Concretamente, el principio de humanidad determina, en el ámbito del derecho

de legítima defensa, que la respuesta defensiva del agredido no sea realizada de manera

cruel. El principio de humanidad entonces actúa en la elección de los medios de

defensa, de modo que el agresor no puede utilizar un medio que cause un sufrimiento

innecesario o cruel al agresor. Pero está claro que si sólo hay un medio disponible y

ninguna otra opción de arrastrar la violencia, el agredido podrá utilizarlo

moderadamente.

La humanidad, empero, no se confunde con la idea de necesidad. La necesidad

es la base estructural que determina la posibilidad del ejercicio de la defensa, o sea, es

un dato fáctico que se sustenta en la imposibilidad de auxilio del poder estatal y en el

peligro de perecimiento del bien jurídico-penal atacado por la acción de agresor. Otra

cosa es que en una situación de necesidad el agredido reconozca en el agresor la calidad

de persona. Eso determina que la defensa sea realizada dentro de un marco penal

limitado por una ética humana que supera cualquier sentimiento individualista y

vengativo.

Por último, el principio de culpabilidad refleja también cierta fuerza normativa

para controlar la violencia informal. Para los partidarios de la exigencia de que la

agresión deba ser realizada por una persona capaz de culpabilidad, la fuerza del

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314

principio sería máxima, ya que la antijuridicidad de la agresión depende de la capacidad

de culpabilidad del agresor. Así, el derecho de legítima defensa está excluido en las

situaciones de incapacidad completa o reducida de culpabilidad (p. ej., los niños, los

enfermos mentales, las acciones realizadas en situaciones de error de prohibición, etc.).

En los casos en los que la doctrina tradicional exige sólo la agresión antijurídica

y actual, el principio de culpabilidad impone una limitación que determina que la

reacción defensiva deba ser ejercida únicamente contra el agresor culpable; es decir,

sólo contra el agresor al que se le puede imputar la acción agresiva, y que también una

vinculación psicológica (dolo) con el resultado (lesión en el agredido).

El principio de culpabilidad en este sentido expresa una relación psicológica

entre el agresor y la lesión al bien jurídico, porque de lo contrario estaría permitida una

respuesta defensiva contra personas que ofenden el bien jurídico por puro accidente o en

caso fortuito. Aceptar otra cosa sería confundir aún más las problemáticas fronteras que

existen entre las categorías justificantes del derecho de legítima defensa y del estado de

necesidad. En fin, el principio de culpabilidad es un límite tanto al Derecho penal en

general como al derecho de legítima defensa.

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Capítulo 6

EL ÁMBITO DE APLICACIÓN DE LAS RESTRICCIONES DE CARÁCTER

ÉTICO-SOCIAL DEL DERECHO DE LEGÍTIMA DEFENSA

1. La agresión no culpable o con culpabilidad substancialmente disminuida

La punibilidad de la acción humana presupone la realización de un tipo de

injusto censurable personalmente. La responsabilidad personal es un juicio de valor

social que se asienta sobre la base de un tipo de injusto, es decir, sobre la acción

típicamente antijurídica. Así, pues, el tipo de injusto es el objeto de valoración y la

responsabilidad personal es la valoración de objeto referida al sujeto que lo cometió.

Este juicio de valoración normativa requiere que la acción humana típicamente

antijurídica sea realizada por una persona con capacidad de culpabilidad, es decir, con

capacidad psíquica de comprender el carácter prohibido de la acción, en situaciones

normales de la vida. Si el Derecho penal se ocupa sólo de las acciones aptas para

cuestionar la validez del Ordenamiento jurídico, las acciones realizadas por personas sin

capacidad de comprender el carácter prohibido de la acción, en situaciones de

anormalidad, son irrelevantes. Lo que es más, no es que sean más bien irrelevantes, sino

que no son susceptibles de aplicación de pena, puesto que la idea de prevención requiere

la posibilidad de motivación en la norma.

Si eso es verdad, si el incapaz de culpabilidad no puede motivarse en la norma

aun en situaciones de normalidad, ¿cómo puede entonces realizar una acción

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antijurídica? Si realiza acciones antijurídicas, ¿son consistentes las soluciones contra

una agresión no culpable?518

En realidad, la acción del inimputable queda impune porque, desde el punto de

vista del mantenimiento del orden social, no disminuye en nada el carácter inhibitorio

general de las prohibiciones penales. 519 La impunidad de los inimputables no afecta la

eficacia de la prohibición general porque los ciudadanos comprenden la diferencia

motivacional. Por ello, el castigo de inimputables no cumple la función de prevención

general de la pena frente a la colectividad. En suma, el inimputable es en realidad un

sujeto no motivable mediante normas.520

En este sentido, MUÑOZ CONDE/GARCIA ARÁN han aclarado que en los

casos de inculpabilidad, en que no hay posibilidad de comprender la licitud del hecho o

actuar conforme a esa comprensión, el efecto intimidatorio general y la defensa social

no están ausentes, sino que salen fortalecidos al declarar exentos de culpabilidad ―a una

pocas personas de las que, como la experiencia enseña, no puede esperarse que cumplan

las expectativas de conducta contenidas en las normas penales, confirmando así la

necesidad de su cumplimiento por las demás personas que no se encuentran en esa

situación‖. 521 En otras palabras, el efecto de prevención general no incide directamente

en los inimputables, sino en la colectividad. Por ello el fundamento material de la

culpabilidad, según indican MUÑOZ CONDE/GARCÍA ARÁN, no es la indemostrable

posibilidad de actuar de un modo distinto, sino la función motivadora de la norma

518 Cfr. FLETCHER, George P., La proporcionalidad de la defensa y el agresor psicótico: una viñeta en la teoría penal comparada, trad. de Jaime Malamud Goti, en DP, año I, Buenos Aires, 1997. En este texto, FLETCHER defiende un concepción que ve la legítima defensa como un derecho individual que deriva de la autonomía de la persona y que convierte el agresor en ―enemigo‖ del orden jurídico. Críticamente, véase NINO, Carlos Santiago, La fundamentación de la legítima defensa. Réplica al profesor Fletcher, en Fundamentos de Derecho penal, op. cit., pp. 269-286. 519 GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, ¿Tiene un futuro la dogmática jurídicopenal?, en Estudios de Derecho penal, op. cit., p. 157. 520 MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 534. 521 MUÑOZ CONDE, Francisco, GARCÍA ARÁN, Mercedes, Derecho penal, op. cit., p. 354.

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penal.522 Es decir, la motivabilidad ―permite la atribución de una acción a un sujeto y,

en consecuencia, la exigencia de responsabilidad por la acción por él cometida‖. 523

De todos modos, la cuestión es saber si la antijuridicidad también se concibe

como infracción de una norma motivadora, esto es, si la contradicción entre la acción y

el ordenamiento jurídico en su conjunto exige capacidad del sujeto de ser motivado por

la norma. Entonces, ¿la capacidad del sujeto debe ser incluida entre los elementos del

hecho antijurídico? Si esto es una verdad absoluta, entonces la existencia de una

agresión antijurídica en la categoría del derecho de legítima defensa exigiría la

culpabilidad del agresor.

MIR PUIG contesta positivamente la cuestión afirmando que la posibilidad de

alguna motivación, la motivabilidad, condiciona ya el injusto. 524 En la antijuridicidad lo

más importante es la existencia de la motivación en la norma para evitar

comportamientos desvalorados en la acción y en el resultado, mientras que en la

culpabilidad lo relevante es la normalidad de la motivación. Señala MIR PUIG las bases

para diferenciar las distintas causas que excluyen la culpabilidad de otras que afectan la

antijuridicidad: ―Si la antijuridicidad es el ámbito de los hechos que el Derecho puede

desear prevenir, la culpabilidad es la esfera en que se comprueba si el hecho injusto

cometido puede atribuirse a su autor en condiciones psíquicas de motivación

normal”.525

En este sentido, si la finalidad de la antijuridicidad es evitar la realización de

determinados comportamientos humanos, parece obvio suponer la exigencia de un

mínimo de motivación en la norma. Pero la ausencia de motivación normal o la 522 Ibidem, p. 355. 523 Ibidem. 524 MIR PUIG, Santiago, Estado, Pena y Delito, op. cit., p. 174. 525 Ibidem, p. 170.

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anormalidad de las condiciones de motivabilidad del sujeto ya sería un problema de

culpabilidad.

A este respecto MIR PUIG:

―En el injusto se seleccionan aquellos comportamientos humanos que el Derecho

penal desea evitar y a cuya evitación es posible motivar de algún modo. Todos

estos hechos deben considerarse prohibidos en un Derecho penal preventivo. La

culpabilidad es el ámbito en el que se comprueban las posibilidades psíquicas

de motivación normal del autor de un comportamiento antijurídico por parte de

la norma penal. Sólo cuando tal posibilidad de motivación normal concurra, será

el autor ―culpable‖ y tendrá sentido realizar la amenaza penal en su persona. La

ausencia de tal normalidad no impide seguir desvalorando el hecho como

antijurídico porque no supone un imposibilidad absoluta de motivar a la

evitación del hecho, sino que sólo excluye la normalidad del proceso de

motivación en que tiene lugar‖. 526

Pero MIR PUIG distingue las situaciones en las cuales el sujeto no puede ser en

absoluto motivado por las normas (antijuridicidad), y las que sólo determinan una

anormalidad motivacional (culpabilidad).527 Los casos de imposibilidad absoluta de

motivación normativa impiden la propia infracción de una norma, es decir, afectan la

propia antijuridicidad de la acción. En cambio, en las otras situaciones de anormalidad

motivacional lo que hay es la ausencia de responsabilidad penal (exclusión de

culpabilidad), puesto que al inimputable no le falta necesariamente la posibilidad de

526 Ibidem, p. 174. 527 MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 528.

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entrar en contacto intelectual con la norma, sino que le falta la intensidad motivadora

normal.528

Esto quiere decir que también las normas penales se dirigen a los inimputables.

También los niños, jóvenes y los enfermos mentales están sometidos a la fuerza

vinculante de las normas penales. En general, los inimputables son motivados por las

normas penales y, por tanto, realizan también acciones típicamente antijurídicas. Sólo

que la anormalidad de la motivación fundamenta la ausencia de responsabilidad de los

inimputables.

La cuestión también afecta la función de la norma. La distinción entre normas de

valoración y de determinación puede contribuir a entender la problemática. Así, pues,

las normas jurídico-penales son normas de valoración, en el sentido de que valoran

negativamente la conducta tipificada y exigen al juez una valoración posterior análoga.

Del mismo modo, las normas jurídico-penales son normas de determinación, en tanto

que exigen a los destinatarios la evitación de acciones ilícitas. Lo que es más, la norma

jurídico-penal sólo puede comprenderse si se combinan su carácter determinante con el

valorativo.529

La consecuencia de esta orientación clásica es que en la teoría de la

antijuridicidad la norma que se infringe es la norma objetiva de valoración, mientras

que en la teoría de la culpabilidad la norma que se infringe es la norma subjetiva de

determinación. En este sentido, por ejemplo, la norma objetiva de valoración del

derecho materializa esa ordenación objetiva de la vida, mientras que la norma subjetiva

528 Ibidem, p. 529. 529 Cfr. HASSEMER, Winfried, Fundamentos del Derecho penal, op. cit., p. 259.

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de determinación que se deduce de aquella norma y se dirige al individuo (lo que debe

hacer y omitir para satisfacer dicha norma de valoración).530

Esta concepción tradicional también es compartida en España por LUZÓN

PEÑA, quien postula que la norma de valoración expresa un juicio de valor negativo

indicando que las conductas son suficientemente graves como para merecer las penas

para ellas previstas, mientras la norma de determinación es la expresión de un mandato

o prohibición que trata de determinar o motivar a los ciudadanos para que no cometan

delitos.531 En todo caso, la norma penal expresa, al mismo tiempo, tanto la característica

de la valoración como la de determinación, sólo que se puede dar mayor énfasis al

aspecto valorativo o imperativo.

De ahí la razón por la cual LUZÓN PENA rechaza la concepción de la norma

penal como norma subjetiva de determinación, pues los imperativos y prohibiciones van

dirigidos a la generalidad de los ciudadanos, sin distinguir entre culpables y no

culpables, tanto más porque ―en ocasiones y en cierta medida también los inimputables

se dejan determinar o motivar por la norma‖. Así concluye: ―Pero en cualquiera caso,

aunque los no culpables sean sólo muy anormalmente accesibles o prácticamente

inaccesibles a la motivación de la norma penal (problema de culpabilidad), ello no

530 Sobre esta distinción entre normas objetivas de valoración y normas subjetivas de determinación, bastante frecuente en la dogmática penal alemana clásica, véase, por todos, MEZGER, Edmund, Tratado de Derecho penal, op. cit., pp. 281-287; el mismo, Derecho penal, op. cit., p. 134. Sobre la doble función de la norma patrocinada especialmente por MEZGER, véase BAUMANN, Jürgen, op. cit., p. 169: ―Según ella, la norma es una norma de apreciación que considera como conforme a derecho una situación determinada en la estructura social y la ordena (―debe ser de esta manera‖; ver, por ejemplo, el § 242: no se debe intervenir en una propiedad ajena), y también un norma de determinación que impone al destinatario de la norma un deber determinado y ordena una conducta (―debes; por ejemplo, en el § 242: no debes hurtar). Si la conducta humana no concuerda con la norma de apreciación, es antijurídica. Si quien está sometido al derecho es destinatario idóneo de la norma de determinación (puede comprender la orden jurídica y obedecerla), la lesión de la norma es culpable, o sea, actúa con culpabilidad (en tanto que los §§ 20 y 35 hablan, respectivamente, de inculpabilidad cuando se presentan las circunstancias indicadas en esas disposiciones). Por consiguiente, un hecho es antijurídico si lesiona la norma de apreciación y si la conducta humana crea en la estructura social una situación que el orden jurídico desaprueba‖. 531 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Curso de Derecho penal, op. cit., p. 64.

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significa que no obren de modo contrario a la misma; tales comportamientos están

prohibidos para todos‖. 532

La norma penal como imperativo generalizador es defendida también por

BOCKELMANN/VOLK, en la medida en que argumenta que los destinatarios son la

totalidad de los miembros del Derecho. La norma es una directiva de comportamiento

generalizador y no se ve muy afectada en los casos de inobservancia.

Señalan BOCKELMANN/VOLK:

―Quien hace lo que el ordenamiento desaprueba atrae, en principio, una

acusación de culpa. Pero eventualmente eso puede ser distinto. La acusación es

excluida cuando el sujeto no está en condiciones de orientar su comportamiento

de acuerdo con la norma, porque no la conoce, porque le falta la capacidad de

observarla o porque actuó en situación extrema en que el ordenamiento entiende

ser válida como causa para ser absuelto de la infracción‖. 533

Así es que BOCKELMANN/VOLK reconocen la ausencia de punibilidad del

inimputable, pero no la falta del juicio de desvalor de la conducta: el hecho de que el

sujeto deba ser excusado por lo que hizo no cambia el hecho de que hizo algo que no se

debe hacer y que él no debería haber hecho.534 Con eso rechazan la teoría de norma

penal imperativa extrema, de modo que la distinción fundamental entre la teoría de la

antijuridicidad y la teoría de la culpabilidad queda intacta. Pero la contradicción sigue

532 Ibidem, p. 66. Cfr. FIANDACA, Giovanni, MUSCO, Enzo, op. cit., p. 254: ―L´aggressione giustifica la reazione difensiva anche se l´agressore sia un soggetto inmune o non imputabilile: il che si spiega considerando che l´antigiuridicità della condotta, ai fini dell´applicabilità dell´art. 52, rivela in termini puramente oggettivi”. 533 BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 42. 534 Ibidem.

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porque la norma penal se presenta como no imperativa frente al inimputable, aunque sí

antijurídica (norma de valoración).535

Una idea similar a la doble función de la norma penal también utilizan MUÑOZ

CONDE/GARCÍA ARÁN, si bien substituyen la distinción entre norma de valoración y

norma de determinación por la de función de protección y función de motivación. En

este sentido, señalan correctamente que ―la norma penal funciona protegiendo las

condiciones elementales mínimas para la convivencia y motivando, al mismo tiempo, a

los individuos para que se abstengan de dañar esas condiciones elementales. La norma

penal tiene, por tanto, una doble función: protectora y motivadora‖. 536

Esta última perspectiva, llamada de función motivadora, consiste en el carácter

imperativo de la norma penal. La amenaza de pena, la prevención por la pena, se

cumple a través del imperativo de la norma penal. El imperativo intenta motivar a los

ciudadanos a favor del Derecho y en contra del delito. De la valoración negativa de un

comportamiento, los ciudadanos extraen la motivación para respetar el Derecho. Desde

la conocida teoría de la norma penal elaborada por BINDING, el precepto penal

encierra una norma imperativa que obliga el sujeto destinatario a hacer o a omitir.

Señala BINDING: ―La primera parte de la ley penal siempre contiene la indicación de

una acción contraría a la norma, es decir que presupone la prohibición o el mandato

dirigido a los integrantes de la comunidad jurídica, pero no lo es ella misma‖. 537 De ahí

535 Ibidem, p. 45. 536 MUÑOZ CONDE, Francisco, GARCÍA ARÁN, Mercedes, Derecho penal, op. cit., p. 58. Esta función motivadora general, que incluye mayores e inimputables, no impide que se compruebe que la norma prohibitiva no incide en el autor concreto que ha cometido un hecho típico y antijurídico. La función motivadora general procede del juicio de antijuridicidad, mientras que la función motivadora concreta del juicio de culpabilidad. 537 BINDING, Karl, La culpabilidad en Derecho penal, trad. Manuel Cancio Meliá, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2009, p. 8. Cfr. esta misma estructura de las leyes penales en MAYER, Max Ernst, op. cit., p. 46, si bien que aquí los preceptos penales ejercen funciones distintas (funciones de garantía y funciones normativas). En estas últimas funciones, MAYER, Max Ernst, op. cit., pp. 24-47, afirma que las leyes penales son normas de decisión, esto es, no son normas imperativas

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la idea de que ―la voluntad del Derecho se corporiza siempre en prohibiciones: ¡no

hagas!, y en mandatos: ¡haz!‖. 538

Lo dicho hasta aquí sobre la aceptación de la doble función de la norma penal

(norma de valoración/norma de garantía y norma de determinación/norma imperativa)

provoca relevantes consecuencias en la dogmática jurídico-penal. Es más, la doble

función de la norma penal, en verdad precisamente el carácter imperativo, imprime

importantes consecuencias tanto en la dogmática jurídico-penal como en las bases

político-criminales del Derecho penal.

En la doctrina penal española, MIR PUIG ha puesto de relieve estas

consecuencias derivadas de la norma imperativa, es decir, de la función de motivación

de la norma penal.

En primer lugar, la consecuencia dogmática es que el elemento subjetivo (el

dolo) integra el centro del injusto.539 Luego, si el dolo consiste en la negación de la

prohibición o mandato expresado por la norma, la imprudencia es una ―motivación

defectuosa‖ y, por tanto, una contradicción menos grave. El dolo es una falta de

motivación en la norma imperativa mayor que la imprudencia, lo que explica por qué

las penas de los delitos dolosos e imprudentes deben ser distintas.

En segundo lugar, si la motivación en la norma es algo relativo y que no afecta

la antijuridicidad de la acción, el derecho de legítima defensa contra personas

inimputables es indiscutible. Aceptar que los inimputables son motivados por la norma

es permitir el derecho de legítima defensa frente a tales actos injustos. De lo contrario la

dirigidas al pueblo, sino normas dirigidas a los órganos estatales para que (dentro de determinados presupuestos y de determinados límites) respondan positivamente a su pretensión punitiva. 538 BINDING, Karl, op. cit., pp. 7-8. 539 MIR PUIG, Santiago, Introducción a las bases del Derecho penal, op. cit., p. 45.

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consecuencia sería la defensa sólo mediante la categoría del estado de necesidad, que no

presupone una agresión antijurídica.

Por otro lado, MIR PUIG también resalta la principal consecuencia de la norma

imperativa en las bases político-criminales del Derecho penal: ―quien entienda la norma

penal como imperativo, lo hará porque atribuye a la norma penal la función de motivar

en contra del delito, es decir, la función de prevención de delitos y de protección de

bienes jurídicos‖. 540

En fin, estas funciones de la norma penal son fundamentales no sólo para aceptar

el ejercicio del derecho de legítima defensa contra inimputables, sino también para

definir la función del Derecho penal (y también el fundamento y los límites del poder de

punir).

Pero la aceptación de que en las acciones de inimputables la norma penal

también cumple la función de determinación y, en efecto, permite el ejercicio del

derecho de legítima defensa, no significa que no existan mayores restricciones en este

importantísimo sendero. Es aquí, en las acciones de personas sin culpabilidad o con

culpabilidad disminuida, donde el estudio de las restricciones ético-sociales tiene

interés.

La función imperativa de la norma penal en las acciones de inimputables impone

la consecuencia político-criminal de la prevención también en el contenido de las

restricciones del derecho de legítima defensa. El contenido de la restricción ético-social

se completa con la función preventiva derivada de la norma imperativa, que exige que el

540 Ibidem, p. 46.

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ejercicio de la defensa no sólo proteja el bien jurídico-penal, sino que fortalezca la

vigencia del Derecho.

En las acciones realizadas por inculpables o con capacidad disminuida, la

función preventiva general derivada de la norma imperativa es sensiblemente

disminuida.541 Por ende, el derecho de legítima defensa también es limitado

materialmente, ya que la ausencia de necesidad de fortalecimiento del Derecho en las

situaciones de violación de la norma por parte de inimputables se concreta con las

llamadas restricciones de naturaleza ético-social. Si el Derecho penal no tiene interés en

la afirmación de la norma violada por los inimputables, entre otras cosas por la

imposibilidad normal de motivación, entonces el derecho de legítima defensa se

presenta como una categoría materialmente limitada por el principio de prevención.

Los casos de ausencia de culpabilidad, de culpabilidad disminuida y de

atenuación de la pena por error de prohibición, por ejemplo, el propio Derecho penal

indica que las exigencias preventivo-generales no son absolutas. Por ende, el Derecho

penal excluye o rebaja las exigencias preventivo-generales en las acciones de

inimputables. Luego, si incluso el Derecho penal excluye o rebaja las exigencias

preventivo-generales en tales situaciones problemáticas, con mucha más razón también

debe ocurrir eso en la legítima defensa, porque como se ha visto anteriormente todos los

límites impuestos al poder de punir estatal también son impuestos al poder de punir del

ciudadano.

541 Cfr. HIRSCH, Hans Joachim, op. cit., p. 214: ―En el caso del ataque de un incapaz de culpabilidad, lo importante, conforme a la relativización del derecho de defensa necesaria antes mencionado, consiste en que el interés general en la defensa del orden jurídico es aquí menos, y, por lo tanto, este aspecto de la defensa sólo se refiere a la repulsa, que no puede evitarse de otra manera‖. De ahí HIRSCH sostiene que el ataque de un incapaz de culpabilidad debe ser, si es posible, contenido, o bien evitado, sin excluirse la huida o el procurarse ayuda privada o de la autoridad. Entre tanto, no es correcto deducir tales limitaciones de la idea fundamental del derecho de defensa necesaria, sino de los fundamentos preventivos y garantísticos del Derecho penal.

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De lo dicho se pretende extraer la conclusión de que en los actos de los

inimputables, las existencias preventivo-generales son excluidas o rebajadas tanto en los

casos de legitimación del poder punitivo del Estado, como en los casos de defensa del

ciudadano.

Así señala ROXIN que el interés en el prevalecimiento del Derecho es

notablemente menor:

―Allí donde el proprio ordenamiento jurídico rebaja el nivel de las exigencias

preventivo-generales, sólo puede deducirse que el interés en la ―defensa del

Derecho‖ -también en la legítima defensa, por tanto- se reduzca al nivel que

viene determinado por las exigencias de un principio de protección, vinculado,

en todo caso a consideraciones sociales ‖. 542

Este debilitamiento del principio de prevención general es constatado también

por LUZÓN PEÑA:

―Pero esta función intimidatoria no tiene sentido frente al inimputable o, en

cualquier caso, inculpable, pues la legítima defensa, con sus enormemente

amplias facultades de reacción (limitadas sólo por lo necesario, a diferencia de

la pena, donde juega la proporción con la gravedad del hecho) no puede cumplir

su función de prevención general intimidando a quien no puede comprender la

significación antijurídica de su agresión –bien por ser un inimputable o por estar

542 ROXIN, Claus, Las “restricciones ético-sociales” al derecho de legítima defensa, op. cit., p. 307; el mismo, Derecho penal, op. cit., pp. 637-639.

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en error de prohibición invencible- o a quien no está en ese momento capacitado

para actuar de otro modo por encontrarse en miedo insuperable‖. 543

La idea de que la función preventiva general no despliega todo su poder en las

acciones de los inimputables es un argumento perfectamente válido, pero el motivo de

las restricciones ético-sociales no deriva solamente de tal criterio. Más bien el derecho

de legítima defensa, en tales casos, está limitado por el principio de intervención

mínima, que constituye, al lado de otros principios limitadores del poder punitivo, la

base del Derecho penal mínimo.544

El Derecho penal mínimo, como técnica de contención del poder punitivo del

poder del sistema penal y de los poderes salvajes, exige que la función preventiva de

reducción de la violencia social se cumpla mediante la preservación de todos los

principios limitativos de estos poderes (legalidad, lesividad, humanidad y culpabilidad).

De ahí que la defensa frente a los inimputables debe ser el recurso último para la

protección del bien jurídico: por un lado, debe ser una defensa que reduzca la violencia

social, porque el Derecho penal y la violencia particular legitimada no puede agravar el

conflicto existente; por otro lado, debe ser una defensa adecuada al Ordenamiento

jurídico, es decir, debe respetar ciertos principios limitadores que lo son tanto del

Estado, como en la relación del particular frente a determinadas agresiones.

En una sociedad democrática, los inimputables deben ser objeto de tutela del

Ordenamiento jurídico. Las medidas de seguridad se basan justamente en la idea de

543 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 310; el mismo, Curso de Derecho Penal, op. cit., pp. 591-592. Cfr. también IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 95, en el sentido de que ―un tratamiento de justicia material en conjunción con el principio de igualdad, fuerza a diferenciar el alcance de la defensa, que en absoluto puede ser igual frente a una agresión dolosa, que frente a otra imprudente o inculpable, siempre con el límite de la exigibilidad de sacrificio de bienes existenciales para el agredido a favor de los del agresor‖. 544 Véase MUÑOZ CONDE, Francisco, Introducción al Derecho penal, op. cit., 1975, pp. 58-97.

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corrección, no sólo para proteger a la sociedad en el futuro, sino al mismo inimputable

en el presente. Este contexto valorativo de protección y limitación también incide en la

defensa privada, tanto en la forma como en el contenido.

En la forma, la defensa del agredido coincidente con la defensa del Estado,

porque tanto la medida de seguridad como la legítima defensa frente a las acciones de

inimputables están limitadas por el principio de legalidad, lesividad, intervención

mínima, humanidad y culpabilidad. En el contenido, porque en los dos casos la finalidad

es la disminución de la violencia social. El uso abusivo de la medida de seguridad en

situaciones más severas que la pena deslegitima el control social porque fomenta la

violencia institucionalizada, mientras que el uso excesivo de la legítima defensa frente a

inimputables es un abuso del Derecho frente al que no es consciente de que lo está

infringiendo.

De ahí derivan las obligaciones que el agredido debe tomar en caso de defensa

frente a las acciones de personas sin culpabilidad o con capacidad sustancialmente

menor de lo normal. Las obligaciones consisten básicamente en: (a) evitar la defensa

por la huida; (b) solicitar la ayuda de la autoridad; y (c) ofrecer una resistencia

disuasoria e incluso soportar el riesgo de pequeños daños o perjuicios.

En la doctrina penal estas obligaciones del agredido también son analizadas por

ROXIN, en tres niveles.

Primero, el agredido tiene que esquivar cuando sea posible hacerlo sin peligro y

mediante una defensa si le pudiera causar daños graves al agresor.

Segundo, el agredido tiene que buscar el auxilio ajeno si con ello se puede

repeler con menos dureza la agresión.

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Tercero, ―cuando no se pueda ni eludir la agresión ni conseguir ayuda, se puede

hacer lo necesario para protegerse también frente a agresores no culpables, pero a

diferencia de lo que sucede frente al agresor malicioso, hay que tener consideraciones si

eso es posible sin un peligro propio considerable‖. 545

Estas exigencias ético-sociales merecen análisis, en cada uno de estos niveles,

separadamente.

a) La huida como forma de evitar la agresión

La primera situación mencionada, en la que el agredido tiene que huir cuando

sea posible hacerlo sin peligro y mediante una defensa que pretenda evitar daños graves

al agresor, constituye un límite ético-social al derecho de legítima defensa, ya que no es

determinante sólo el bien jurídico individual del agredido, sino la importancia social que

se da al conflicto.

El conflicto entre las partes muestra que la defensa está limitada por razones de

naturaleza social, puesto que en la sociedad democrática la preservación de la vida

humana y la evitación de daños graves es un fin que rige tanto las relaciones entre

Estado y ciudadano, como las relaciones entre ciudadanos.

El Derecho penal mínimo está legitimado justamente porque actúa frenando la

violencia que surge de esas dos relaciones conflictivas (pública y privada). Así, pues, el

agredido por un enfermo mental podría reaccionar en legítima defensa mediante un

empujón sin mayores daños, pero nunca a través de un disparo mortal. 546 El agredido

por insultos proferidos por un borracho puede defenderse mediante la defensa verbal,

pero nunca mediante el uso de la fuerza física. Igual sería legítima defensa otro ejemplo 545 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 638. 546 Ibidem.

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de la jurisprudencia alemana, citado por ROXIN, en el que un sujeto adulto da una

simple bofetada a un niño para impedir sus insultos a extranjeros.547

La huida del agresor responde no sólo al principio de intervención mínima del

Derecho penal, sino también al doble fundamento del derecho de legítima defensa.

Desde el punto de vista exclusivamente individualista del fundamento del derecho de

legítima defensa, el deber de elusión de la agresión a través de la huida no sería

exigible en situaciones deshonrosas, peligrosas o prejudiciales al bien jurídico, porque

huir significaría otra agresión a la libertad del agredido.548

Por otro lado, desde el punto de vista exclusivamente supraindividual del

fundamento del derecho de legítima defensa, el deber de elusión de la agresión tampoco

sería en estas situaciones una actitud exigible, porque la finalidad de la legítima defensa

547 Ibidem. Este caso también está citado en DE LA TORRE BENÍTEZ, Angela, Una aproximación a los límites de la legítima defensa, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2004, p. 23: ―El 30 de mayo de 1990 se encontraba el acusado alrededor de las 12:50 del mediodía en la ciudad A, en la calle coincidencialmente con el hijo de su compañera L. El niño le contó al acusado que ese día lo agredieron en el colegio varios de sus compañeros, entre ellos R. También fue humillado e insultado por su condición de niño extranjero. El niño tenía los codos y rodillas ensangrentados. Por esta razón el acusado quería ir inmediatamente con su compañera en busca de los padres de los escolares agresores. En la calle K de la ciudad A se encontraron casualmente el acusado y el menor agredido con R. Como respuesta a la pregunta del acusado: ¿Por qué le pegaste a mi hijo? Le respondió el niño: Porque ustedes son extranjeros. Acto seguido el acusado le pega al niño con la mano abierta en la mejilla izquierda, dejándole un hematoma del tamaño de una moneda de 10 centavos y una leve inchazón‖. Aunque ROXIN justifique la acción del padre como legítima defensa frente a las agresiones verbales del niño, dado que las lesiones no son de consideración, la solución merece ser desestimada, porque no puede ser considerada necesaria una defensa física contra una agresión verbal. Más correcto es pensar que el medio elegido no es idóneo ni tampoco el más benigno entre los varios tipos defensa que se pueden elegir. Aquí parece que ROXIN incide justamente en el error que pretende evitar: la confusión entre los requisitos de necesidad y permisibilidad de defensa. 548 Así, por ejemplo, rechazando la idea de subsidiariedad, véase LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 59; el mismo, Curso de Derecho Penal, op. cit., p. 606: ―la fuga ciertamente impediría la agresión originaria sin daño para el agresor (por lo que, como para defenderse o defender a otro de todos modos hay que hacer algo, sería obligado escoger hacer lo menos lesivo), pero aceptar la fuga sería aceptar, no impedir, una segunda agresión antijurídica alternativa a la libertad de movimientos y posiblemente a la dignidad, que son también bienes defendibles, por lo que en ese sentido no es una defensa de lo que es lícito defender‖. BALDÓ LAVILLA, Francisco, op. cit., p. 312, sostiene que el deber de elusión es un problema de necesidad racional de defensa y no de permisibilidad de la defensa. Luego, la infracción del deber de elusión comportaría la aplicación de una eximente incompleta de legítima defensa. El fundamento de manutención de la necesidad abstracta o genérica reside en el hecho de que la elusión menoscaba la libertad ambulatoria del agredido. También STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 199, rechaza que el derecho a la legítima defensa sea subsidiario y, por tanto, no reconoce el deber de eludir la agresión.

Page 331: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

331

no sería tanto la protección de bienes jurídicos individuales, como la protección del

Derecho de la vigencia del Derecho como tal.

Pero la verdad es más bien lo contrario: el doble fundamento del derecho de

legítima defensa y el principio de intervención mínima se expresan en la protección de

bienes jurídicos individuales dentro de una realidad social determinada; esto significa

que la libertad individual puede ceder a las exigencias normativas sociales como última

razón de protección de bienes jurídicos, y exigir la elusión de la agresión por parte del

agredido, en el marco de las restricciones ético-sociales, entre otras cosas porque las

exigencias preventivas retroceden sustancialmente en los casos de agresiones realizadas

por inimputables.

Aparte de estas cuestiones fundamentales, el deber de elusión implica en una

cierta confusión con el concepto de ―necesidad racional de defensa‖ o ―necesidad

concreta de defensa‖. Este equívoco confunde los requisitos normativos de la necesidad

y de la permisibilidad, dificultando la concretización de las restricciones ético-sociales

del derecho de legítima defensa.

Se ha dicho anteriormente que la necesidad racional o concreta de defensa viene

caracterizada por la idoneidad de la defensa y por el menor potencial lesivo al agresor,

ambos eficaces para la defensa del bien jurídico. Sin embargo, también parece estar

claro que no toda la defensa necesaria (idónea y que causa el menor daño al agresor) es,

per se, permitida. Matar a un niño de un tiro para defenderse del hurto de una fruta

puede ser una acción necesaria para la protección de la propiedad, pero no es

evidentemente permitida. A fin de cuentas, las limitaciones ético-sociales reducen el

poder del aspecto individual de la legítima defensa. Por lo tanto, no toda situación de

necesidad merece justificación.

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332

El deber de elusión no se debe confundir con el ―medio alternativo menos

lesivo‖ por una razón muy sencilla: el medio alternativo menos lesivo, que integra el

requisito de la necesidad racional o concreta de defensa, es un medio de defesa eficiente

del bien jurídico, mientras que el deber de elusión no es un medio de defensa

propiamente dicho, sino un medio eficiente de no-defensa que, paradójicamente,

también protege el bien jurídico.

b) La posibilidad de buscar auxilio

La segunda clase de restricciones ético-sociales, derivadas de la inimputabilidad

del agresor, es la obligación de buscar el auxilio ajeno (tercero o autoridad pública), sea

para evitar repeler la agresión de manera más dura, sea para no necesitar de defensa.

Así, pues, si quien frente a un hurto domiciliar realizado por un niño puede defender

eficazmente la propiedad simplemente llamando por teléfono a la autoridad policial o a

los padres, es evidente que no puede matarlo.

Aparte de la absoluta ausencia de proporcionalidad, la defensa en ese sentido

está limitada por razonamientos ético-sociales, porque el uso del derecho de legítima

defensa es la última razón de defensa del bien jurídico, es decir, si el bien puede ser

defendido por otro medio, el uso de la fuerza particular es ilegitima.

La idea de que el agredido debe llamar a la autoridad estatal o a otros

particulares cercanos para ayudar o evitar una respuesta violenta de defensa, está basada

en el principio de subsidiariedad, que aquí se comprende como integrante del principio

de intervención mínima. Porque así como el Derecho penal solamente legitima el poder

punitivo en la protección de los bienes jurídicos más relevantes (principio de

fragmentariedad) y cuando las demás ramas no sean suficientes (principio de

Page 333: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

333

subsidiariedad), el Derecho penal de la legítima defensa está legitimado como última

técnica defensiva, como excepción. Si el agredido puede proteger el bien jurídico

mediante la huida, así debe hacerlo; si no puede huir pero puede llamar a la policía o a

otras personas, también está obligado a hacerlo, porque evitará un mayor daño al

agresor y, por lo tanto, una mayor violencia social. Esta es la única manera de cumplir

los fundamentos de prevención y garantía que legitiman la existencia del poder del

sistema penal. Además, es la forma de cumplir el doble fundamento de la legítima

defensa, protegiendo el bien jurídico y, al mismo tiempo, reforzando la validez del

Derecho.

En los fundamentos del derecho de legítima defensa ya desarrollados, la idea de

la subsidiariedad de la defensa integraba la concepción jurídico-social de la defensa

propia. La cuestión es precisamente de legitimidad: el sujeto sólo está legitimado para la

defensa del Derecho cuando los órganos estatales no pueden evitar eficientemente el

peligro al bien jurídico. Ello quiere decir que, a contrario sensu, si el Estado está

presente o puede llegar a tiempo para salvar el bien jurídico, no sólo no hay necesidad

de defensa, sino que falta legitimidad en la intervención, porque la subsidiariedad es un

problema de restricciones ético-sociales al derecho de legítima defensa, en el que el

fundamento supraindividual de la prevención general cobra especial importancia.

La idea de monopolio estatal de la violencia, derivada de la concepción del

Estado de Derecho, concibe el derecho de legítima defensa como un poder punitivo

delegado y excepcional. Frente a tal poder privado, como ha puesto de relieve

IGLESIAS RÍO, ―no sólo tiene preferencia la intervención policial estatal sino también

la intervención judicial, independientemente del tiempo que trascurra hasta la resolución

definitiva del proceso, siempre, naturalmente que la reacción defensiva personal sea

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334

inaplazable para no sufrir la lesión antijurídica‖.549 Es más, no sólo el Estado tiene

preferencia en la resolución del conflicto, sino que delimita y controla, antes y después,

el uso de la fuerza por el particular. Por ende, el derecho de legítima defensa es también

la ultima ratio de protección de bienes jurídico-penales: sólo actúa subsidiariamente (si

el Estado no actúa antes que el ciudadano) y fragmentariamente (si los bienes jurídico-

penales más importantes no son tutelados eficientemente por otras ramas de control

social jurídicas o no jurídicas).

Otra cosa es la obligación del agredido de buscar ayuda de un tercero particular,

para repeler la agresión con menos dureza e incluso para evitar el uso excepcional del

derecho de legítima defensa. La cuestión gana importancia cuando el tercero puede

garantizar con mayor seguridad la protección del bien jurídico, incluso con menos daños

al agresor. Así, por ejemplo, si el tercero particular puede arrestar la violencia de una

horda de niños solamente hablando, no podrá el agredido defenderse con agresiones de

consideración. Igualmente si el tercero particular puede repeler la violencia

simplemente con los puños, debido a su fortaleza física, no podrá el agredido repeler

con un cuchillo.550

Esta problemática de la búsqueda de ayuda particular también causa una

confusión entre las categorías de la necesidad y la permisibilidad. IGLESIAS RÍO, por

ejemplo, comprende esta situación dentro del concepto de necesidad racional o

concreta, puesto que afirma que ―la posibilidad de un intervención inmediata, segura,

eficaz y menos lesiva de un tercero, es tan relevante que se convierte en la única

alternativa, a efectos de determinar la concreta defensa necesaria que goza de

preferencia, desplazando a la autodefensa más gravosa y, por tanto, innecesaria y 549 IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 276. 550 Ibidem, p. 271.

Page 335: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

335

excesiva‖. 551 De ello se deduce la obligación del agredido de aceptar la intervención no

solicitada de un tercero en caso de ser menos lesiva.552

De todos modos, en tales casos la necesidad no parece desaparecer. Lo que pasa

es que la ayuda del tercero, que repele con menos dureza la agresión, rebaja la

necesidad preventivogeneral de defensa propia, concretando las restricciones de

naturaleza ético-social.

c) Causar el menor daño posible

Por último, otra restricción al derecho de legítima defensa, relacionada con las

agresiones de inimputables, es la asunción por el agredido de riegos o daños razonables

antes de infringir daños medios o graves al agresor.

En efecto, este es la última nivel de la escala: el agredido debe primero eludir las

agresión; después el agredido, si no puede huir de la agresión, debe buscar ayuda de la

autoridad pública o de un tercero particular; finalmente, si no puede huir de la agresión

y tampoco buscar ayuda pública o acudir en demanda de auxilio de un tercero

particular, el agredido debe disuadir al agresor o asumir el riesgo de sufrir daños

razonables.

Así, por ejemplo, en caso de agresiones de niños o enfermos mentales, en que no

es posible huir y tampoco llamar a la autoridad pública o pedir ayuda de un tercero

particular, el agredido debe dejarse soportar una agresión leve antes de repeler la

agresión violentamente. Es razonable asumir algunos riegos y pequeños daños en pro de

la disminución de la violencia social. Repeler violentamente la agresión frente a

personas que no pueden motivarse normalmente no parece una respuesta razonable, 551 Ibidem, p. 272. 552 Ibidem.

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336

porque aumenta la vulnerabilidad de los inimputables. El agredido tiene el deber de

intentar disminuir la vulnerabilidad del agresor frente a la violencia particular, y no

aumentarla o fomentarla.

El deber de asumir algunos riesgos o daños razonables o leves proviene tanto de

los fines preventivos del Derecho penal, como de los fines garantísticos. A fin de

cuentas, la prevención general no exige repeler las agresiones de los inimputables.

Tampoco cumple los fines garantísticos, porque una defensa en tales situaciones

solamente refuerza el poder punitivo particular y la violencia social.

2. La agresión provocada antijurídicamente por el agredido

Un tema muy discutido en el derecho de legítima defensa es la agresión

provocada antijurídicamente por el agredido. El punto central de la discusión puede ser

resumida en la siguiente cuestión: ¿la provocación intencional y antijurídica del

agredido apaga la posibilidad del ejercicio del derecho de legítima defensa frente a la

agresión también antijurídica? Es más, ¿la provocación imprudente y antijurídica del

agredido suprime la posibilidad de defensa legítima frente a la agresión también

antijurídica del provocado? Por último, ¿la provocación antijurídica crea limitaciones

ético-sociales al derecho de legítima defensa?

En relación a la provocación intencionada, una gran parte de la doctrina suele

negar la posibilidad de apelar a la legítima defensa. Así, pues, como ejemplifica

ROXIN, si el agredido injuria a otro gravemente para incitarle a una agresión física y lo

derriba a puñetazos en rechazo de esa agresión, no se puede hablar en legítima defensa,

sino de lesiones dolosas. 553 El fundamento consiste en que la persona que se coloca en

553 ROXIN, Claus, Las “restricciones ético-sociales” al derecho de legítima defensa, op. cit., p. 310.

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situación de peligro con una acción jurídicamente desvalorada no necesita de ninguna

protección. Además, dice ROXIN, el Derecho no puede proteger a la persona adulta

capaz de culpabilidad frente a peligros que él mismo preparó con premeditación.554

Respecto de esta tesis, si bien con diferentes fundamentaciones, existe amplia

coincidencia en la doctrina penal.555

Por el contrario, BOCKELMANN/VOLK argumentan que cuando la

provocación no llega al punto de convertirse en una agresión antijurídica, lo que hay es

un comportamiento reprochado moralmente, pero no una acción prohibida por la ley. Si

el provocado realiza una agresión contra el provocador, el ataque es antijurídico. Luego,

señalan BOCKELMANN/VOLK, el provocador, de la misma manera que un policía

presente casualmente, podría (y debería) intervenir contra el agresor.556 Los casos de

exclusión del derecho de legítima defensa estarían basados en preceptos de

comportamiento moral, de difícil observación en la práctica.557 En definitiva,

BOCKELMANN/VOLK se oponen a la negación de la legítima defensa en los

supuestos de agresión provocada intencionalmente, ya que una acción ilegal no puede

privar a nadie de protección del Ordenamiento jurídico.

JESCHECK afirma que si el agredido ha provocado intencionalmente la

agresión, para poder lesionar impunemente al agresor bajo la cobertura de la legítima

defensa, debe negarse el interés en la afirmación del Derecho. Pero resalta que no debe

negarse por completo al provocador el derecho de defenderse, ―sino sólo requerir que

554 Ibidem. 555 Cfr., entre otros, WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 105, al afirma que ―se pierde el derecho de legítima defensa respecto de una agresión que se ha provocado intencionalmente, para poder lesionar al agresor bajo las apariencias de legítima defensa‖. En este sentido también MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 455: ―El agresor provocado actúa con ilícito de acción (en tanto no conozca la provocación intencional de su oponente), pero no incurre en un ilícito de resultado; con ello, respecto del provocador no concurre una agresión antijurídica que él pueda enfrentar mediante la legítima defensa‖. Véase todavía MEZGER, Edmund, Derecho penal, op. cit., p. 170. 556 BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 115. 557 Ibidem, p. 116.

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338

rehúya la agresión, aunque sea a costa de una leve lesión corporal‖. Según él, si resulta

imposible rehuir, ―el provocador ha de poder defenderse, pues el Derecho no puede

ponerlo ante el dilema insalvable de entregar sin resistencia su vida o integridad física al

agresor o sufrir una pena‖. 558

En la doctrina española MUÑOZ CONDE habla de la necesidad normativa de la

―falta de provocación suficiente‖, porque impedir la legítima defensa sería aceptar la

entera responsabilidad del resultado. Con ello no rechaza la posibilidad de contemplar el

derecho de legítima defensa en los casos de provocación. Pero en los casos de

provocación intencionada, afirma que no se debe apreciarse legítima defesa, porque

―más que de un derecho se trata de un abuso del derecho y de un manipulación del

agresor‖. 559

MIR PUIG sostiene que el requisito de falta de provocación no tiene el carácter

de fundamental, por lo que es posible reconocer la eximente incompleta.560 Además,

argumenta que la ―provocación suficiente‖ debe ser antijurídica y que la exclusión de la

legítima defensa en los casos de provocación no está fundamentada en la idea de versari

in re illicita, porque el resultado de la provocación no es imprevisible, esto es, el

provocador sabe que la provocación puede originar una reacción y, por tanto, un

resultado.561

Muy particular es la solución de LUZÓN PEÑA, que defiende que la

provocación suficiente únicamente impide la legítima defensa cuando hace desaparecer

la necesidad de defensa del Derecho y por parte del Derecho, lo que sucede en la

558 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 471. 559 MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., p. 120. 560 MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 433. Cfr. también LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Curso de Derecho Penal, op. cit., p. 610. 561 MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 432.

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339

provocación o aceptación libre del reto para un duelo o riña mutuamente acordada. 562

Sostiene además que en los casos de provocación intencionada falla el requisito de la

necesidad del medio y que incluso la acción del agente provocador puede resultar

punible.563

En la doctrina penal portuguesa, la exclusión de la legítima defensa en los

supuestos de provocación es también materia corriente. Por ejemplo, FIGUEIREDO

DIAS niega la necesidad de defensa en los casos en que hay una ―agressão pré-

ordenadamente provocada‖. Pero resalta que la negación de la necesidad de la defensa

exige que la provocación constituya una acción ofensiva de un bien jurídico del

provocado, en una ―estrecha conexión temporal y una adecuada proporción‖, como

enseña ROXIN.564

PALMA, por otro lado, argumenta que la provocación altera las estructuras de la

definición y de la imputación de la agresión. Aduce que la provocación genera una

solidez de la posición defensiva superior a los casos normales de legítima defensa. Esto

no afectaría tanto a la definición del medio necesario, dada la sorpresa de la agresión o

al riesgo de la utilización de un medio menos seguro de defensa. La provocación -por lo

menos la intencional- debilitaría o anularía la defensa, no sólo por la ausencia de

voluntad de defensa, sino principalmente por la alteración en la estructura normal de la

imputación.565

En Brasil, CIRINO DOS SANTOS sigue la tesis de ROXIN de que la agresión

provocada por el agredido para agredir el agresor constituye una agresión injustificada

contra el agresor y, por lo tanto, excluye la legítima defensa. Únicamente la agresión 562 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Curso de Derecho Penal, op. cit., p. 614. 563 Ibidem, pp. 614-615. 564 FIGUEIREDO DIAS, Jorge de, op. cit., p. 402. 565 PALMA, Maria Fernanda, op. cit., pp. 406-425.

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340

provocada por el agredido sin finalidad de agredir al agresor condicionaría la legítima

defensa respecto a las limitaciones ético-sociales, así: si la provocación es una acción

antijurídica, la legítima defensa es excluida; si la provocación porta una antijuridicidad

menor, indefinida o inexistente, subsiste la legítima defensa, pero con limitaciones

ético-sociales.566

La problemática de la provocación y principalmente de las limitaciones ético-

sociales derivadas de la provocación, debe ser tratada separadamente conforme a la

naturaleza de la provocación. Hay que diferenciar, en el contenido y en las

consecuencias, las siguientes formas de provocación:

a) En la provocación intencionada el autor provoca intencionalmente el ataque

para poder así lesionar el agresor impunemente al amparo de la legítima defensa. Por

ejemplo el caso citado por MIR PUIG: el amante, conocedor de las amenazas de muerte

que contra él ha efectuado el marido burlado, y sabiendo que éste incluso se ha

procurado una pistola para hacerlas efectivas llegado el caso, le espera con la mujer en

el domicilio conyugal para provocar un situación de agresión por parte del marido y

poderle matar al defenderse; el marido hubiera dado muerte al provocador si éste no se

hubiese defendido matándole antes.567

b) En la provocación dolosa el autor provoca una agresión dolosa, no para

defenderse, sino queriendo. Por ejemplo el caso citado por MUÑOZ CONDE: el sujeto

empuja al contrario, pero éste reacciona violentamente atacándole con un hacha. 568

c) En la provocación imprudente el autor realiza una acción que lesiona el deber

objetivo de cuidado derivado de la elección de medios adecuado para alcanzar el fin 566 CIRINO DOS SANTOS, Juarez, Derecho penal, op. cit., pp. 244-245. 567 MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 434. 568 MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., p. 120.

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341

planeado (lícito o ilícito). Por ejemplo, el camarero sin querer derrama el vaso de café

sobre el cliente dañando su traje y provocándolo algunas quemaduras; el cliente,

malhumorado le da un fuerte puñetazo en la cara.

d) En la provocación por omisión el autor no realiza una acción específica que

sólo él debería realizar (comisión por omisión) u omite un deber general y,

consecuentemente, la víctima reacciona violentamente.

Parece razonable mantener, como hace la mayoría de la doctrina penal, que la

provocación intencionada excluye la legítima defensa, en las situaciones en que la

provocación es antijurídica. La antijuridicidad de la provocación es fundamental,

porque las acciones conforme al Derecho nunca pueden considerarse causa de una

acción en legítima defensa. Esta antijuridicidad de la provocación se ampara en el hecho

de que el agente provocador no necesita protección frente a la autopuesta en peligro

dolosa y, además, no hace prevalecer el Derecho al poner en marcha una agresión con

finalidades de causar daño.569

La tesis de que el provocador no puede perder el derecho de defensa debe ser

mejor aclarada. Pues si el provocador intencionalmente realiza una agresión y provoca

una respuesta legítima, necesaria y proporcional, no es comprensible que exija también

la protección del Derecho. En verdad el Derecho ya lo protege, en la medida en que la

respuesta del provocado por la acción antijurídica debe restringirse a la necesidad y

proporcionalidad. Como persona portadora de derechos, el provocador tiene los mismos

derechos que cualquier otro agresor, es decir, que está protegido tanto por las

limitaciones ―normales‖ del derecho de legítima defensa, como por las limitaciones de

569 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 640.

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342

naturaleza ético-social derivadas de los fines preventivos y garantísticos del Derecho

penal.

Pero así como la autopuesta en peligro dolosa de la víctima es un baremo

objetivo que impide la intervención del Derecho penal, también pasa lo mismo en el

derecho de legítima defensa: si el provocador asume con conciencia el riesgo de la

agresión antijurídica que realiza, no se puede comprender por qué motivo el Derecho

deba protegerlo. La afirmación del Derecho en la provocación intencional es

absolutamente nula.

Hay una argumentación que utiliza la teoría de la actio illicita in causa y que

consiste que el sujeto realiza una acción y provoca un resultado típico amparado en una

causa de justificación; pero esta situación de justificación ha sido provocada de manera

intencional anteriormente, es decir, en la acción hay una licitud, pero en la causa

anterior, no. Significa decir que la falta de antijuridicidad de la acción defensiva es

sustituida por la presencia de la antijuridicidad de la acción anterior provocadora de ella.

En consecuencia, se imputa el resultado de la primera acción a partir de la actividad

anterior provocadora, exactamente como se hace en la actio libera in causa.570

LUZÓN PEÑA aclara que la aplicación de la idea de la actio illicita in causa

presupone la subsistencia de la justificación de la segunda acción a pesar de la

provocación. Esto parece evidente porque la antijuridicidad de la segunda acción (y no

de la provocación) haría innecesario recurrir análogamente a la teoría de la actio libera

in causa. Pero la regla es la aceptación del derecho de legítima defensa en todas las

situaciones de provocación, incluso en la intencionada, pues ―no es en absoluto algo

570 Cfr., por todos, HORMAZÁBAL MALARÉE, Hernán, Actiones illicitae in causa, en Dogmática y Ley Penal. Libro homenaje a Enrique Bacigalupo, Tomo I, Madrid/Barcelona, Marcial Pons, 2004, pp. 300-327.

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claro y evidente que el provocador no esté legitimado para defender por sí mismo el

orden jurídico y el bien jurídico agredidos‖. La única excepción sería la provocación o

reto al duelo o a la riña mutua y libremente aceptada, ya que, mientras los contendientes

se mantengan dentro de los límites convenidos, renuncian a la protección del

Derecho.571 La actio illicita in causa sería inaplicable en caso de justificación del

resultado (exclusión del desvalor del resultado) y aplicable en caso de justificación sólo

de la acción (exclusión del desvalor de la acción).572

En general, la tesis de LUZÓN PEÑA sobre la inaplicabilidad de la actio illicita

in causa se fundamenta en el hecho de que en la legítima defensa el resultado no es

valorado negativamente, sino que es aprobado. En la mayoría de los casos al provocador

de una agresión le faltaría el dominio del hecho y, por tanto, no habría autoría. Además,

la causación del resultado no desvalorado, aunque objetivamente imputable, no puede

constituir un hecho antijurídico de lesión, pues se trata precisamente del peligro de que

se produzca un resultado positivo.573

Empero, ROXIN critica la idea de aplicación de la actio illicita in causa en los

casos de provocación en la legítima defensa. Afirma que la construcción es

contradictoria y genera confusión, ―pues si se castiga -con razón- al provocador por un

delito doloso, la aprobación de la legítima defensa no es más que aparente‖. Además, si

el provocador mata con un disparo al provocado conforme a su plan para repeler la

agresión, la construcción obliga a admitir que la misma acción es tanto jurídica como

antijurídica.574

571 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, “Actio illicita in causa” y provocación en las causas de justificación, en Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., p. 589. 572 Ibidem, p. 597. 573 Ibidem, p. 599. 574 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 641.

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344

De todos modos, la responsabilidad penal del provocador no necesita de la

construcción de la teoría de la actio illicita in causa. La tipicidad penal de la acción está

plenamente configurada, pues en el momento de la realización de la segunda acción el

dolo quedará siempre intacto.

El problema reside únicamente en dar legitimidad a la posible presencia del

derecho de legítima defensa. Aunque en la práctica es casi imposible que existan estos

casos, lo cierto es que no parece que los fines del derecho de legítima defensa estén

presentes, principalmente la función supraindividual de protección del Derecho.

Sin embargo, la exclusión de la legítima defensa en los supuestos de

provocación intencionada genera también algunos inconvenientes: si el provocador no

puede repeler la agresión del provocado, entonces los resultados típicos derivados de su

acto son plenamente imputables. Pero la cuestión todavía subsiste, ya que esta

conclusión ni define la clase de imputación (dolo o imprudencia), ni la naturaleza del

concurso (autoría, autoría mediata, etc.).

Se podría pensar que el provocador que se defiende de la agresión del provocado

responde a título de imprudencia por el hecho de empezar el daño a éste último, pues

existe un nexo causal material entre la acción anterior del provocador y su respuesta

delictiva posterior. 575

También sería posible pensar en la responsabilidad dolosa directa, porque si el

provocador quiere desde el principio lesionar el provocado -y efectivamente lo

consigue- lo mínimo de lo que se podría hablar es de dolo eventual, pero nunca de

imprudencia en la acción provocadora. Por último, también este supuesto se parece al

575 Cfr. la doctrina italiana en este sentido en SZEGÖ, Alessandra, Al confini della legittima difesa: un`analisi comparata, Padova, CEDAM, 2003, pp. 459-460.

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345

problema de la autoría mediata, puesto que el provocador parece instrumentalizar al

provocado para poderle lesionar.

Pero estas consecuencias son equívocas. De autoría mediata no se trata, en regla

general, porque el provocador no detiene el dominio del hecho y, por tanto, no puede

instrumentalizar al provocado. Tampoco se trata de un resultado imprudente, porque en

la provocación intencionada el provocador, desde el principio, tiene conciencia y

voluntad de causar daños al provocado. Luego, no tiene sentido imputar un resultado

pretendido como indeseado. El problema aquí no reside en los medios para alcanzar la

finalidad, sino que precisamente está en la finalidad.

La solución para esta problemática parece ser imputar el resultado pretendido

por el provocador según su plan previamente fijado. La exclusión del derecho de

legítima defensa del provocador intencional permite la imputación dolosa del resultado

producido en la respuesta a la acción del provocado, sin ninguna necesidad de recurrir a

las tesis versaristas.

La construcción de la idea de versari in re illicita responde a la pretensión de

imputar un resultado fruto de una acción imprevisible y, por tanto, no corresponde al

problema de la provocación intencionada. Aquí el provocador intencionado sabe que la

provocación puede originar una reacción y, por tanto, un resultado. Además, el

provocador sabe y quiere que el provocado empiece la acción, pues así puede

manipularla para aparentemente hacer pensar que es la víctima de la acción antijurídica,

pero esta en realidad no existe.

De ahí el motivo por lo cual la doctrina y jurisprudencia italiana sostienen que la

aplicabilidad de la eximente de legítima defensa debe ser negada cuando el peligro

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346

creado por el provocador es voluntario. La idea de este planteamiento es exigir que el

peligro relevante para la legítima defensa sea involuntario, esto es, no provocado por el

autor. En otras palabras, estaría ausente el derecho de legítima defensa ―quando la

situacione di pericolo di offesa ingiusta sia estata volontariamente cagionata

dall`imputato‖. 576

Los casos más frecuentes en la práctica son los caracterizados como

provocación dolosa, esto es, cuando el agente provocador no quiere provocar una

situación de agresión antijurídica, pero asimismo realiza una provocación antijurídica

dolosa. Por ejemplo, los casos de provocaciones por insultos que originan una respuesta

agresiva violenta. Esta otra especie de provocación nada tiene que ver con la

provocación intencionada a que antes aludimos. Aquí no se pierde el derecho de

legítima defensa, porque quien ofende con palabras no pretende crear o provocar una

agresión antijurídica violenta. Pero como ha puesto otra vez de relieve ROXIN, en esta

provocación dolosa, aunque no manipulada, el interés en la afirmación del Derecho es

mucho menor de lo que hubiera sido ante una agresión no provocada. 577 De ahí que se

puede hablar también de restricciones ético-sociales en los casos de agresión provocada

antijurídicamente por el agredido: los derechos del agredido (provocador) están

protegidos dentro del marco social correspondiente, siempre y cuando no exista una

negación de las necesidades de prevención general.

576 Cfr., en Italia, por ejemplo, MESSINA, Salvatore D., SPINNATO, Giorgia, Manuale breve. Diritto penale, Milano, Giuffrè, 2009, p. 160: ―Il pericolo no deve essere volontariamente cagionato dal soggetto che invoca la legítima difesa poer giustificare la sua condotta‖. Critica este criterio PADOVANI, Tullio, op. cit., p. 158-159; PAGLIARO, Antonio, op. cit., p. 443: ―Il provocatore può invocare la legittima difesa, perchè la necessità deve essere valutata nel momento in cui l`atto difensivo à compiuto e, d`altra parte, nella struttura della legittima difesa manca il requisito (previsto, invece, nell`art. 54) che il pericolo non sia volontariamente causato‖; MANTOVANI, Ferrando, op. cit., p. 251, ―poichè la volontaria causazione del pericolo farebbe venire meno l`‖ingiustizia‖ dell`offesa, la ―necessità‖ della difesa o entrambe‖. 577 Ibidem, p. 642.

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347

El provocador de la agresión tiene resguardado el derecho de legítima defensa,

pero debe tener en mente que socialmente es también responsable por la situación de

conflicto que ha creado. Por ende, si puede evitar la defensa mediante la huida, acudir a

la autoridad pública o buscar ayuda de un tercero particular, debe proceder así antes de

hacer uso de la defensa violenta. Sólo cuando no es posible ninguna alternativa anterior,

la legítima defensa cobra legitimidad completa para actuar y repeler la agresión

antijurídica del provocado. En todo caso, como ha dicho ROXIN, ―es preciso conceder

protección al agredido sólo en el marco del deber de consideración social, lo que viene a

formar parte de sus derechos cuando no es posible enfrentarles exigencias urgentes de

prevención general‖. 578 En otras palabras, el interés en el prevalecimiento del Derecho

es menor en tal circunstancia.

Los casos de provocaciones imprudentes u omisivas no son susceptibles de

caracterizar una agresión antijurídica. Luego, no pueden incitar una respuesta defensiva

del provocado. El provocador en tales situaciones mantiene por completo el derecho de

legítima defensa, porque el interés en el prevalecimiento del Derecho no se ve afectado

en nada. Afirma JESCHECK que el interés de afirmación del Derecho resulta

aminorado, de modo que ―el autor no pierde la facultad de defenderse, pero debe

limitarse a oponer al agresor acciones defensivas de mínimo significado lesivo o de

peligro‖. 579 Así, pues, queda claro que el culpable por colisión entre coches no pierde el

derecho de legítima defensa si el ―provocado‖ le agrede violentamente con puñetazos en

plena calle. De todos modos, aunque estas provocaciones pudieran caracterizar una

agresión antijurídica, es necesario agregar que debe existir siempre una estrecha

conexión temporal y adecuada entre la acción defensiva y la propia agresión (ROXIN):

578 ROXIN, Claus, Las “restricciones ético-sociales” al derecho de legítima defensa, op. cit., p. 312. 579 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 471.

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348

la defensa debe ser el medio idóneo para arrestar el peligro de lesión al bien jurídico-

penal protegido.

Pero las provocaciones imprudentes u omisivas puede poseer la antijuridicidad

objetiva suficiente para exigir algunas restricciones ético-sociales al derecho de defensa

del provocador-agredido. De todos modos, como no se trata de agresión antijurídica, las

provocaciones imprudentes u omisivas no excluyen completamente la justificación de la

acción del provocador. El provocador-agredido mantiene integralmente el derecho de

defensa, pero con limitaciones ético-sociales, pues quien no ha contado con la

posibilidad de una agresión ilegítima, no puede estar expuesto a un peligro grave sin

posibilidad de defensa.

De ahí se deduce que el provocador-agredido deba soportar las consecuencias

implícitas de la provocación, pero manteniendo el derecho de legítima defensa como

ultima ratio de forma escalonada: antes le obliga el deber de apaciguar; después, de huir

o buscar ayuda; por último, de soportar daños leves.

En fin, la provocación debe ser entendida como una acción antijurídica. Esto

permite concluir que las acciones socialmente relevantes, las acciones permitidas y

hasta las moralmente ofensivas a los costumbres, en ninguna de las hipótesis son

consideras provocaciones antijurídicas. Son provocaciones, pero no antijurídicas. La

antijuridicidad de la provocación exige la objetiva lesión de una norma jurídica. Las

acciones inmorales o desvaloradas ético-socialmente no son antijurídicas y, por lo tanto,

no abalan en absoluto el derecho de legítima defensa del provocador. Por ello, no crean

las restricciones basadas en razonamientos ético-sociales. No sin razón ROXIN señala

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349

que no tiene efecto restrictivo de la legítima defensa quien sólo merece una censura

ético-social, porque ―de todos modos se sigue moviendo en el terreno del Derecho‖.580

Los fines preventivos y garantísticos del Derecho penal sirven también de base a

las limitaciones ético-sociales del derecho de legítima defensa en supuestos conflictivos

provocados antijurídicamente, de forma dolosa o imprudente, por una de las partes

involucradas.

Sin embargo, el presupuesto básico es que la antijuridicidad de la provocación

no configure una agresión, porque, como se ha visto, la provocación que configura una

agresión es susceptible de legítima defensa con las limitaciones normales por parte del

provocado.

Pero la antijuridicidad es fundamental, porque acciones permitidas o moralmente

reprochables pueden constituir un comportamiento provocador, pero nunca un

comportamiento provocador antijurídico, aunque se provoque al posterior agresor. En

tal caso, el provocador conserva la facultad de actuar bajo el amparo del derecho de

legítima defensa, con las limitaciones naturales que controlan el poder punitivo, pero sin

las limitaciones ético-sociales, que están destinadas únicamente a las provocaciones

antijurídicas.

IGLESIAS RÍO señala acertadamente que en el Derecho penal español la

denominada ―provocación suficiente‖ no puede ser concretizada por conductas neutras

valorativamente y objetivamente lícitas:

―Comportamientos de esta índole, es decir, ni antijurídicos ni culpables, son

inocuos al no lesionar intereses ajenos jurídicamente protegidos y, si bien

580 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 644.

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350

pueden irritar negativamente a un tercero, han de admitirse necesariamente

como expresión de la libertad individual de acción y autorrealización humana,

como manifestación de desarrollo normal de convivencia‖. 581

De aquí se extrae que estas acciones neutras deben ser soportadas por cualquier

persona y, en consecuencia, frente a una agresión ilegítima de quien ―se siente

provocado‖, se admite una completa legítima defensa, ―porque el defensor puede

erigirse en representante legitimado para autoprotegerse y al mismo tiempo mantener la

paz jurídica general‖. 582

Lo mismo se aplica también a las conductas desaprobadas ético-socialmente,

como señala otra vez IGLESIAS RÍO: ―Tales comportamientos, merecedores

simplemente de un reproche de naturaleza ético-social, no pueden conducir a una

restricción de la legítima defensa, por el mero hecho de estar en disconformidad con los

estándares comunitariamente aceptados‖. 583 En fin, la provocación ―suficiente‖ para

aceptar la exigencia de las restricciones ético-sociales debe ser, como mínimo,

antijurídica.

PALAZZO también rechaza la antijuridicidad de las acciones reprochadas

moralmente o socialmente, porque la agresión antijurídica para ser considerada non iure

debe ser calificada como ―injusta‖ en el sentido de no justificada jurídicamente. Según

afirma, ―no ingiusta è l`offesa che sia disapprovata solo moralemente o socialmente,

como potrebbe essere ad esempio il gesto ―offensivo‖ in violazione delle regole di

buena educazione di chi entrando in ascensore no dà il passo ad una persona anziana‖.

Pero, al contrario, cuando ―sia desumibile da singola norme o dai principi 581 IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 481. 582 Ibidem, p. 481. 583 Ibidem, p. 483.

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351

dell`ordinamento una valutazione giuridica negativa, anche a prescindere da

consequenze giuridiche sanzionatorie, il fatto offensivo debe ritenersi ―ingiusto‖ e

dunque impedidile con la legittima difesa‖. 584

Sin embargo, JAKOBS exige no sólo la antijuridicidad de la provocación, sino

que la provocación sea un comportamiento completamente imputable, es decir,

culpable, ―pues de lo contrario la imputación al agresor sería más intensa que la

imputación al provocador, de modo que seguiría siendo adecuada la legítima defensa

con su reparto unilateral de costes‖. 585

Pero esto ya parece demasiadamente exagerado, porque ni la agresión ni la

provocación deben partir de personas capaces de culpabilidad. Para debilitar la idea de

prevención general basta que el comportamiento agresivo o provocativo lesione un bien

jurídico individual por la contrariedad formal y material con la norma. Lo que se exige

de la provocación es que sea antijurídica y lesione o ponga en peligro un bien jurídico-

penal. Nada más. Sólo quien dolosamente realiza una acción antijurídica y, en efecto,

lesiona o pone en peligro el bien jurídico-penal, puede perder la protección del Derecho,

aunque también en este caso de manera parcial.

Otra cuestión muy interesante consiste en extraer de la provocación un deber de

garante derivado de la injerencia. Así, por ejemplo, en la misma línea de los delitos de

omisión, la provocación (por supuesto la manipulada y la dolosa) crearía un deber de

garante frente al provocado. El provocador debería cumplir algunos deberes de

protección del provocado, precisamente porque crea consciente y voluntariamente una

situación de peligro. Pero esta construcción no es correcta. En primer lugar, porque los

deberes de garante son creados por la ley penal y deben responder a una situación muy 584 PALAZZO, Francesco, op. cit., p. 401. 585 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 486.

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352

excepcional en la que se exige el deber de solidaridad. En segundo lugar, el provocado,

con su agresión antijurídica, se pone a sí mismo en peligro de ser víctima de una acción

en legítima defensa. Por último, la analogía no es convincente porque el deber del

garante es un deber de salvación de bien jurídico, mientras el deber del provocador es

una facultad de causar daño.586

De ahí se deduce que las limitaciones ético-sociales en los casos de provocación

dependen de la naturaleza de la provocación: provocación intencionada, dolosa,

imprudente, etc. En general, las limitaciones al derecho de legítima defensa existen en

todos los casos en que la provocación no integre el concepto de agresión o sea

intencionada, porque en estas situaciones ni siquiera es posible hablar de legítima

defensa.

Naturalmente, como resulta obvio, no cabe legítima defensa contra legítima

defensa. En la provocación que posee una antijuridicidad general, el provocador-

agredido mantiene la legítima defensa de forma intacta, pero con limitaciones ético-

sociales: las consideraciones sociales comprenden el acto del provocador-agredido

como una incitación a la violencia y como una violación de los valores defendidos por

el Ordenamiento jurídico.

En situaciones problemáticas como estas, urge que la defensa del provocador-

agredido respete las mismas obligaciones que la víctima de ataques producidos por

personas sin culpabilidad o con capacidad de culpabilidad disminuida.

En primer lugar, el agredido-provocador debe disuadir, en la medida de lo

posible o de lo razonable, la agresión del agresor-provocado, porque la provocación

586 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 645.

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anterior es una autopuesta en peligro del bien jurídico individual. Debe, por tanto, evitar

la defensa mientras sea posible hacer que el provocado-agresor comprenda el error

anterior y, por tanto, desista de la agresión. Por ejemplo, el vecino que provoca al otro

vecino mediante comentarios impertinentes sobre la mujer de éste, no pierde el derecho

de legítima defensa frente a la agresión del marido ofendido, pero debe repeler la

agresión bajo ciertas restricciones ético-sociales. En estos supuestos, el agredido-

provocador no pierde la facultad para defenderse, pero debe evitar poner en peligro al

agresor y esforzarse por apaciguar de otro modo el conflicto.

En segundo lugar, en la hipótesis de que el agredido-provocador no obtenga

éxito en la disuasión de la agresión, este debe intentar huir, solicitar ayuda pública o

acudir en demanda de auxilio de un tercero particular para evitar, por todos los medios,

el conflicto con el agresor-provocado.

Estas actitudes por parte del agredido-provocador no son indignas, porque la

agresión frente a la provocación genera en la población un sentimiento de ―justicia‖ y

―deber cumplido‖. Sólo el deber de buscar ayuda puede contrarrestar la mala impresión

de la provocación.

La ayuda de la autoridad estatal o de un tercero particular, así como la propia

huida para evitar el conflicto, es una actitud de respeto a la subsidiariedad del Derecho

penal y, también, del derecho de legítima defensa. Pues si el conflicto puede ser evitado

sin la existencia de violencia, no se comprende por qué el provocador-agredido debe ser

protegido íntegramente por el Derecho. Así, pues, los actos molestos de un viajero en el

tren, como fumar o beber incluso cuando están expresamente prohibidos, pueden ser

actitudes provocadoras de un conflicto de gravedad considerable. Pero el provocador-

agredido debe repeler estas provocaciones por la disuasión, con la ayuda de otra persona

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354

o incluso cambiándose asiento. Sólo si todas las limitaciones de naturaleza ético-

sociales derivadas de la provocación son superadas, el agredido-provocador recobra la

integralidad del derecho de legítima defensa. Así, pues, si alguien ocupa

antijurídicamente la plaza reservada del teatro y además insulta al propietario por la

calidad burguesa de la propiedad, la provocación no puede justificar una respuesta

violenta sin limitaciones ético-sociales.

La solución más razonable es entender que la agresión del provocado, que

insiste en la defensa de la propiedad atacada, puede justificar la actuación en legítima

defensa del provocador, pero el agredido-provocador, de todos modos, estará limitado

por razones ético-sociales: porque efectivamente el agredido-provocador ha dado

―causa‖ al conflicto mediante una autopuesta en peligro que, además, es antijurídica (no

jurídico-penalmente), lo que explica la imposibilidad de la legítima defensa por parte

del propietario de la plaza. De todos modo, la provocación en si misma configura una

acción contraria al Derecho, es decir, posee la calidad de antijurídica, porque la

propiedad en general es un bien protegido por el derecho, aunque limitadamente.

Como se ha visto, el deber previo de apaciguar la situación y las obligaciones de

huida y ayuda son limitaciones ético-sociales que concretan el derecho de legítima

defensa en los supuestos en que previamente existe una provocación antijurídica no

penalmente relevante. En tales casos, en interés de la afirmación del Derecho debe

negarse, porque el agredido-provocador, bajo ciertas circunstancias, acaba generando en

conflicto social.

Las restricciones al derecho de legítima defensa existen exactamente para que

este conflicto sea el menor posible, es decir, para que funcione como técnica de

disminución de violencia social y, al mismo tiempo, como medio legítimo de protección

Page 355: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

355

del Derecho. Por ello, cuanto más grave es la provocación antijurídica, más severas y

elevadas son las exigencias restrictivas ético-sociales del derecho de legítima defensa.

En definitiva, una vez más se constata que fines político-criminales del Derecho

penal concretan y justifican la existencia de las restricciones ético-sociales también en la

legítima defensa del provocador-agredido. La función de prevención general

proporciona una valoración gradual de la provocación antijurídica, de acuerdo con la

gravedad de ofensa de la orden jurídica. En la medida en que la provocación es banal,

las restricciones no se justifican, porque el provocado debe aprender a tolerar acciones

antisociales sin recurrir a la violencia. Pero en la provocación sustancial, es decir,

aquella razonable desde el punto de vista ex ante de una persona inteligente y prudente,

parece justo que el derecho de legítima defensa del provocador-agredido se mantenga,

pero con las limitaciones ético-sociales necesarias para aminorar el conflicto social, en

la medida en que cumplan los fines preventivos y garantísticos del Derecho penal.

3. La agresión insignificante

La agresión insignificante no justifica la quiebra del principio del monopolio del

poder estatal, es decir, no posibilita el ejercicio del derecho de legítima defensa. Por

mucho que presente una contrariedad formal a la norma, no cumple la exigencia de

ofensa al bien jurídico individual. Si el propio Derecho penal exige para la aplicación de

la pena la antijuridicidad material, realmente sería paradójico que el derecho de legítima

defensa, aún teniendo carácter excepcional, hubiera despreciado tal dato normativo

fundamental. En este tema, por lo tanto, la teoría del bien jurídico-penal aporta

consideraciones relevantes.

Page 356: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

356

Hoy día parece haber un consenso doctrinal que la lesión al bien jurídico-penal,

que justifica el ejercicio del derecho de legítima defensa, debe ser significativa. No

cumplen esta exigencia las lesiones abstractas, las suposiciones del peligro u otras

creencias subjetivas unilaterales de la víctima, ni tampoco las insignificantes.

La agresión ha de comportar una acción desvalorada y también un resultado

desvalorado. Si está ausente el desvalor de la acción, no se trata de una agresión; si está

ausente el desvalor del resultado, tampoco se puede hablar de agresión, porque la

agresión significativa es aquella que lesiona gravemente o coloca en peligro un bien

jurídico-penal protegido.

Esta exigencia material de la agresión permite fundar determinadas restricciones

ético-sociales, pues socialmente no parece justo que el derecho de legítima defensa sea

utilizado para la protección del interés mezquino de una supuesta víctima en situación

de necesidad.

Esto se debe a que el principio del Estado de Derecho, fundamentado

materialmente en la protección de la dignidad humana, configura el Derecho penal (y,

por supuesto, también la legítima defensa) como una orden normativa sistemática de

protección de los valores necesarios e imprescindibles para asegurar la convivencia

social. Un medio de intervención, que por eso mismo debe ser el mínimo y suficiente

para mantener una convivencia social libre.

Pero no es verdad que los casos de derecho de legítima defensa frente a

agresiones insignificantes sean limitados por el requisito de la necesidad. La verdad es

que en los casos de defensa frente a las agresiones insignificantes no se trata de un

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357

problema de necesidad, sino que por razones ético-sociales la legítima defensa no está

permitida.

En la doctrina penal alemana, las limitaciones ético-sociales en las situaciones

de agresiones insignificantes han provocado discusiones muy interesantes y no siempre

coincidentes. Los criterios utilizados por la mayoría de los autores son distintos, pero

casi todos parecen admitir ciertas limitaciones.

WELZEL sostenía que ―la defensa ante meros abusos (p. ej., perturbación de la

tranquilidad nocturna) queda totalmente fuera del instituto de la legítima defensa y es

admisible sólo en el marco de una defensa proporcional‖. 587

En sentido similar STRATENWERTH concreta las restricciones ético-sociales a

partir de la idea de ponderación de bienes y, por tanto, ―aunque el agredido defienda

con su bien simultáneamente también el derecho, la diferencia valorativa entre la lesión

del bien jurídico evitada y la necesaria para la defensa no puede exceder cualquier

medida‖. 588

Por otro lado, MAURACH/ZIPF defienden el principio de la prohibición del

abuso de derecho como estrechamiento de la defensa necesaria cuando existe

desproporción inaceptable entre el bien jurídico agredido y la lesión o el peligro

provocados por la defensa. 589 Lo mismo parece pensar WESSELS: ―una defensa cuyas

consecuencias son extraordinariamente desproporcionadas respecto del daño inminente,

es abusiva y, por tanto, inadmisible‖. 590

587 WELZEL, Hans, Derecho penal alemán, op. cit., p. 104. 588 STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 202. 589 MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 455. 590 WESSELS, Johannes, op. cit., p. 96.

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358

De todos modos, más interesantes son los argumentos de los autores que

fundamentan las restricciones ético-sociales en las situaciones de insignificancia de la

agresión desde el doble fundamento del derecho de legítima defensa, o sea, a partir de la

teoría del bien jurídico y de la necesidad de afirmar los valores sociales del

Ordenamiento jurídico.

JESCHECK afirma que en la legítima defensa no importa la relación de valores

entre el bien jurídico agredido y el menoscabo por la acción defensiva, sino que ―el

interés de autoprotección puede experimentar, al ponerse en relación con la puesta en

peligro del agresor, una extrema aminoración‖, lo que justifica la imposibilidad de

defensa de bienes de escaso valor o frente a agresiones irrelevantes a costa de

importantes lesiones del agresor‖. 591 Además, rechaza la posibilidad de defensa frente a

―meras incorrecciones‖, pues en el ámbito de la insignificancia habría que negar ya la

presencia de la agresión. Pero en los casos en los que la insignificancia también ataca

posiciones jurídicas, debería admitirse legítima defensa, pero en estos casos mediante

una defensa que no ―vaya más allá de la pura repulsa verbal‖.592

En este sentido también BOCKELMANN/VOLK fundamentan una limitación al

derecho de legítima defensa en las situaciones de insignificancia a partir del doble

criterio: el derecho de legítima defensa debe ser suprimido cuando no cumple ninguna

de las funciones que justifican su existencia. Así, pues, los bienes insignificantes no

necesitan ser defendidos porque, además de que es posible evitar el ataque sin

comprometerse, la defensa del ordenamiento es superflua.593

591 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 472. 592 Ibidem, p. 473. 593 BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 117.

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359

ROXIN también defiende algo parecido, que en un Derecho penal preventivo, el

―interés en la defensa del Derecho tiene que disminuir a la medida normal de un

necesidad de protección socialmente conformada‖. Entonces, cuando ni siquiera es

necesaria una sanción penal comparativamente leve, la afirmación del Derecho no es la

―finalidad de la ley‖.594 En otras palabras, en las agresiones irrelevantes o mínimas no se

manifiesta un interés por el prevalecimiento del Derecho, porque, entre otras cosas, los

bienes jurídicos atacados no son protegidos penalmente.

Recientemente, como se ha visto, JAKOBS intenta fundamentar la necesidad de

las restricciones ético-sociales en los casos de agresiones irrelevantes o mínimas desde

el principio de solidaridad mínima: ―el derecho a la legítima defensa sólo se limita

cuando el agredido obligado a sacrificarse con arreglo a los principios de la omisión del

deber de socorro‖. 595 Con este mismo argumento JAKOBS rechaza los casos de meras

impertinencias o desórdenes.596

En España, LUZÓN PEÑA mantiene que los casos de agresiones insignificantes

son solucionados tanto por una interpretación restrictiva del concepto de agresión

ilegítima, como por la necesidad del medio empleado por la defensa (la necesidad

concreta del medio). 597 La interpretación restrictiva del concepto de agresión ilegítima

se restringiría a los casos de agresiones dolosas antijurídicas contra bienes penalmente

protegidos. Por otro lado, la necesidad del medio empleado por la defensa sería el

instrumento menos gravoso para la defensa del bien jurídico individual, lo que

594 ROXIN, Claus, Las “restricciones ético-sociales” al derecho de legítima defensa, op. cit., p. 317; el mismo, Derecho penal, op. cit., p. 646. 595 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 483. 596 Ibidem, p. 484. 597 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Curso de Derecho penal, op. cit., p. 610.

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impediría recurrir al derecho de legítima defensa para repeler acciones insignificantes

como el hurto o las injurias.598

Así afirma LUZÓN PEÑA:

―Pero además, el procedimiento técnicamente preferible por su seguridad es

establecer las restricciones en la agresión; bien mediante interpretación, p. ej.,

excluyendo de la agresión las acciones imprudentes o las conductas atípicas,

bien mediante restricción legal, no considerando agresiones ilegítimas ataques

poco graves a los bienes o a la morada, o bien, cuando no haya base positiva

para la restricción, pidiéndola de lege ferenda, p. ej. la exclusión de las

agresiones no culpables‖. 599

Como se ha visto, para LUZÓN PEÑA la situación de agresión insignificante no

puede ser llamada ―agresión ilegítima‖, lo que convertiría en innecesarias las

limitaciones ético-sociales.

En sentido similar, MUÑOZ CONDE extrae las restricciones por razones ético-

sociales de la exigencia político-criminal de que la agresión sea ―constitutiva del tipo de

injusto de un delito o falta‖, pues solamente así puede tener la ―entidad suficiente como

para justificar la defensa‖. Esta exigencia como requisito de la agresión ilegítima limita,

por razones ético-sociales, el derecho de legítima defensa y, consecuentemente, atiende

al principio de ―prevalencia del Derecho”, “a toda costa frente al agresor injusto, no

permitiendo la legítima defensa nada más que frente a agresiones muy graves a bienes

jurídicos muy importantes‖. De todos modos, MUÑOZ CONDE no descarta la

598 Ibidem. 599 LUZÓN PEÑA, Diego Manuel, Legítima defensa y estado de necesidad defensivo, en Aspectos esenciales de la legítima defensa, op. cit., pp. 562-563.

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361

posibilidad de que estas limitaciones se originen de los requisitos de la necesidad y de la

proporcionalidad del acto de defensa.600

IGLESIAS RÍO advierte de los peligros de la ausencia de limitación ético-

sociales del derecho de legítima defensa frente a las agresiones insignificantes:

―La sociedad asume y se acostumbra a vivir con estos pequeños perjuicios

derivados, a veces, del agresivo ritmo del tráfico humano diario. Por esta razón,

entendemos que la equiparación de este tipo de conductas a la agresión ilegítima

y su inclusión en el ámbito de la justificación, hubiera sancionado fuertes

desajustes ético-jurídicos; la reacción frente a estas situaciones, más que

contribuir al mantenimiento de la paz jurídica, supondría con gran probabilidad,

una escala de violencia entre los particulares, siendo imaginable reacciones o

contradefensas en cadena y, lo que inicialmente se hubiera reducido a un

incidente estúpido, podría desembocar en un tragedia irreparable‖. 601

Por lo demás, IGLESIAS RÍO sigue argumentando sobre el contenido valorativo

del concepto de insignificancia, que más bien sería un principio aceptado por consenso

social. El mensaje lanzado por el principio de insignificancia afectaría la propia

necesidad defensiva. La defensa legítima se restringiría ético-socialmente cuando los

bienes en juego son de escasa importancia, lo que sería lo mismo que afirmar la

ausencia de necesidad defensiva.602

Además, recuerda correctamente IGLESIAS RÍO, también la perspectiva

dogmática que ofrece la moderna teoría de la imputación objetiva, que desde cualquier

600 MUÑOZ CONDE, Francisco, Teoría general del delito, op. cit., p. 118. 601 IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., pp. 106-107. 602 Ibidem, p. 115.

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362

punto de vista, podría exigir que el ataque sea objetivamente peligroso para el bien

jurídico, lo que no existiría en el caso de las agresiones insignificantes o mínimas.

BALDÓ LAVILLA alega que las restricciones ético-sociales al derecho de

legítima defensa en los supuestos de agresiones de bagatela no derivan del concepto

restrictivo de agresión ilegítima, sino más bien de la necesidad concreta de los medio

empleados. Los supuestos de defensa frente a las agresiones de bagatela serían

perfectamente tratados en una ―adecuada interpretación‖ del baremo de la necesidad

racional del medio empleado para impedirla o repelerla. 603 En este sentido señala que

―mas en el bien entendido de que estas restricciones se articulan vía concepto de

―necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla‖ (la agresión) y no

por la vía de restricción del propio concepto de agresión antijurídica‖. 604

Según BALDÓ LAVILLA, la necesidad racional del medio empleado estaría

legitimada por el principio de solidaridad mínima, que operaría en los casos de

desmedida desproporción. La restricción al derecho de legítima defensa, tanto en los

casos de defensa frente a inimputables, como de defensa frente a agresiones de bagatela,

estaría fundamentada en el deber de solidaridad mínima que no compromete intereses

esenciales del agredido. En efecto, el principio de solidaridad integraría un ―criterio de

subsidiariedad mínima‖, en todos casos menos lesivo desde el punto de vista del

agresor.

Finalmente, también MIR PUIG parece admitir la ausencia de necesidad

concreta de la defensa en los casos de defensa que resultaría ―extremamente

desproporcionada‖. A pesar ello, sostiene la restricción del derecho de legítima defensa

mediante la huída ―para evitar tener que lesionar gravemente al agresor‖. Así, ―la huida 603 BALDÓ LAVILLA, Francisco, op. cit., p. 305. 604 Ibidem, p. 324.

Page 363: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

363

puede, pues, ser exigible para evitar una defensa que resultaría extremamente

desproporcionada‖. 605

La doctrina penal italiana moderna, incluso por la expresa norma positiva en este

sentido, soluciona las cuestiones de la agresión insignificante mediante el principio de

proporcionalidad. Así, p. ej., FIANDACA y MUSCO estabilizan el principio de

proporcionalidad en los casos de conflicto entre bienes heterogéneos -que son los

relevantes en el tema de la insignificancia- fuera los casos de jerarquía particularmente

evidente, por la indicación de la ―rilevanza costituzionale del bene‖, ―la valutazione

offerta dal legislatore penale attraverso l`entità della sanzione prevista nel caso di sua

violazione‖ y la ―valutazione operata da norme extrapenali‖. Además, también por ―il

respettivo grado di intensità dell`offesa minacciata dall`agressore e di quella prodotta

dall`aggredito‖. 606

El primer problema que plantea estas doctrinas es aclarar un dato importante en

este punto del estudio: ¿las limitaciones ético-sociales derivan de la insignificancia de la

agresión o, al contrario, de la insignificancia del bien jurídico protegido?

Lo correcto es entender por agresión insignificante o mínima no la ausencia de

la propia agresión, porque sería paradójico: la agresión ilegítima es definida como algo

significativo, entonces nunca sería insignificante, dada la evidente contradicción de los

términos. Pero aquí se podría llamar agresión insignificante, irrelevante o mínima a

aquella que no ofende seriamente un bien jurídico-penal, sino los que son típicamente

relevantes. No es que el bien no necesite de protección o que no sea relevante

penalmente, sino que la agresión, formalmente típica, no ofende el bien jurídico.

605 MIR PUIG, Santiago, Derecho penal, op. cit., p. 431. 606 FIANDACA, Giovanni, MUSCO, Enzo, op. cit., p. 260; PALAZZO, Francesco, op. cit., p. 405; MARINUCCI, Giorgio, DOLCINI, Emilio, op. cit., pp. 166-167.

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364

Así, pues, como al Derecho penal lo que importa es la acción significativa que

pone en peligro o lesión un bien jurídico de elevada importancia, al derecho de legítima

defensa le importa la agresión ilegítima que ponga en peligro o lesión un bien jurídico

penalmente tutelado. Si la pena se restringe a las acciones significativas con poder de

lesión al bien jurídico, la defensa legítima también se limita a las agresiones

significativas con poder de lesión al bien jurídico individual penalmente relevante. Las

situaciones, mutatis mutandis, son semejantes en la causa y en la consecuencia.

Evidentemente, resulta que en los casos en que el bien jurídico ni siquiera es

tutelado penalmente, no tiene sentido hablar de limitaciones al derecho de legítima

defensa, porque no se puede limitar algo que no existe. Las limitaciones ético-sociales

presuponen una situación de necesidad de defensa de un bien jurídicamente tutelado,

por ello es importante la relevancia de la agresión.

BALDÓ LAVILLA percibe esta distinción cuando sostiene que las ―agresiones

de bagatela‖ no son supuestos de ausencia de agresión antijurídica por la acción del

principio de insignificancia, ―sino a supuestos en los que se aboga por una tal restricción

aceptando el carácter típicamente relevante de la agresión. De lo contrario no habría que

cuestionar eventuales restricciones al concepto de agresión antijurídica, sino, en general,

eventuales restricciones al propio concepto de tipo de injusto fundamentador‖. 607

De aquí se deduce que el principio de insignificancia, como criterio

interpretativo derivado del principio del la intervención mínima, actúa fundamentando

materialmente el peligro y la lesión a los bienes jurídicos penalmente protegidos. Pero

en los casos de antijuridicidad formal, en que el bien no es afectado por la acción, el

607 BALDÓ LAVILLA, Francisco, op. cit., p. 305.

Page 365: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

365

principio de insignificancia delimita por medio de la interpretación el ámbito del

injusto, excluyendo la prohibición.

Por otro lado, de forma similar, en el derecho de defensa el principio de

insignificancia, también como fruto del principio de intervención mínima, delimita

interpretativamente el fundamento individual de protección del bien jurídico, pues la

agresión realiza la antijuridicidad formal, pero no material; o realiza la tipicidad formal

de la agresión, pero no llega a la ofensa del bien jurídico. Con ello la agresión sigue

existiendo, porque significativamente es relevante, pero por el hecho de que no afecta

sensiblemente el bien jurídico penalmente tutelado, el derecho de legítima defensa está

limitado por consideraciones de naturaleza social, o más bien por argumentos de

naturaleza ético-social.

La cuestión se refiere, por tanto, al ―posible‖ ataque de bienes relevantes para el

Derecho penal por ser agresiones insignificantes, aunque sean formalmente típicas. La

propiedad es un bien, en general, que puede ser objeto de la legítima defensa, incluso

cuando es atacada de forma insignificante puede que exista una situación de necesidad,

porque la fragilidad de la agresión no afecta a la falta de importancia del bien jurídico.

La propiedad, p. ej., incluso en los casos de valor mínimo, sigue siendo protegida por el

Derecho. El único problema es que la protección no puede ser penal, porque los ataques

a la propiedad en estas condiciones carecen de necesidad preventiva de la pena. Por

ejemplo, es posible defender el botín de poco valor frente al ladrón, por una cuestión de

necesidad, pero esta defensa exige otras restricciones distintas. Porque tanto la

protección individual como la protección del Ordenamiento jurídico son aminoradas en

las agresiones insignificantes.

Page 366: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

366

ROXIN defiende que aunque el prejuicio material sea relevante no afecta en

nada la insignificancia de la agresión y, por ello, el agredido continúa obligado a

atenerse a consideraciones sociales. 608 Y con razón, pues, efectivamente, por más

significante que la propiedad de cinco dólares sea para el agredido, la defensa está

restringida por cuestiones ético-sociales, porque ni el principio de protección individual

ni el principio de prevención general justifican la muerte de una persona para la

protección de la propiedad. Además, el principio del Derecho penal mínimo, fundado en

la lógica del principio de la intervención mínima, exige que, incluso en la protección de

un interés relevante, el ataque represente un peligro o una lesión al bien jurídico

penalmente tutelado. Si la situación de necesidad existe pero no existe un ataque en

serio, entonces la defensa estará restringida.

En realidad, la razón de la restricción en la situación de agresiones

insignificantes se basa en el fundamento preventivo del Derecho penal, que no tiene la

pretensión de intimidar y reforzar la norma frente a la criminalidad irrelevante, porque

el discurso penal democrático conoce la selectividad de las agencias penales y, por

tanto, quiere reducirla y no fomentarla.

De hecho, donde el propio Derecho penal renuncia la criminalización, por

razones preventivas y criminológicas obvias, no sería comprensible que al particular se

le concediese la autorización para producir daños graves o quizás mortales al agresor.

Esto sería algo realmente paradójico, porque si bien el derecho de legítima defensa es

una quiebra del monopolio de la justicia estatal, sigue siendo un problema integrado y

limitado por el discurso penal.609

608 ROXIN, Claus, Las “restricciones ético-sociales” al derecho de legítima defensa, op. cit., p. 317. 609 Cfr. en este sentido, ROXIN, Claus, Las “restricciones ético-sociales” al derecho de legítima defensa, op. cit., p. 317; el mismo, Derecho penal, op. cit., p. 646. También GÓMEZ BENITEZ, José Manuel, op.

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367

En un Derecho penal orientado a las consecuencias, las ideas de prevención y

protección de bienes jurídicos desde luego excluyen cualquier pretensión de permitir el

derecho de legítima defensa frente a la criminalidad menor o frente a actos meramente

inoportunos. En los actos sin relevancia penal, la legítima defensa sería rechazada por la

ausencia de agresión, pues una acción agresiva significativa consiste en una acción

típicamente penal. Además, los meros actos molestos no son relevantes penalmente. Sin

embargo, los demás actos revestidos de tipicidad, no permiten una defensa sin

restricciones ético-sociales, puesto que la finalidad preventiva general no se destina a la

intimidación y el refuerzo de valores insignificantes.

Por otro lado, la función de protección de bienes jurídicos que ejerce el Derecho

penal, en virtud de la función existencial de la propia norma penal, también restringe la

legítima defensa respecto a los actos insignificantes. La teoría del bien jurídico aporta

datos importantes que no sólo limitan el poder punitivo estatal, sino también la violencia

entre particulares. El bien jurídico protegido por la norma penal es, al mismo tiempo, la

razón y el límite de incidencia del poder punitivo. No es un dato normativo

simplemente, sino si un aporte fundamental para dar sentido y límite al poder punitivo

del control social formalizado.

Esta función de protección de bienes jurídicos de la norma penal también limita

el derecho de legítima defensa frente a las agresiones insignificantes, porque ellas no

pueden afectar, ni por peligro ni por lesión, la integridad del bien jurídico. Por ello

mismo se denomina insignificante. A fin de cuentas, contra las insignificancias no debe

cit., pp. 324-325: ―La razón de esta restricción es también de naturaleza ético-social y está vinculada a las exigencias preventivas frente a la criminalidad menor, respecto a la cual renuncia el derecho penal a la ejemplificación mediante la exacerbación de la pena. Si las penas son mínimas e incluso se prescinde, a veces, de la privación de libertad, no se entiende que se le conceda al particular la autorización para poder inferir graves lesiones, poner en peligro la vida, o matar al agresor en tales supuestos de legítima defensa‖.

Page 368: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

368

actuar la rama más represiva del Estado, ni tampoco la excepcionalidad de la violencia

privada, sino otras ramas con mejores y más humanas formas de control social.

Exactamente por estos dos motivos, las necesidades preventivas y las

necesidades garantísticas, es que las restricciones del derecho de legítima defensa se

fundamentan en los postulados del Derecho penal mínimo. El Derecho penal mínimo es

preventivo y, al mismo tiempo, protector de los bienes jurídicos más fundamentales de

la sociedad, porque sabe que el sistema penal tiende siempre a la represión de las capas

sociales más vulnerables. Por tanto, el Derecho penal de la democracia es un Derecho

penal subsidiario, que no sólo controla la violencia estatal, sino principalmente la

particular, como ultima ratio.

Concretamente, las restricciones ético-sociales frente a las agresiones

insignificantes operan en tres puntos: en asuntos-bagatelas, en los delitos privados y en

las contravenciones. En todos estos ámbitos, el derecho de legítima defensa está

limitado por razones ético-sociales, incluso debería, en realidad, ser excluido, dado que

no se cumple la función de intervención mínima que exige el Derecho penal de la

democracia constitucional.

1. Los asuntos-bagatela no afectan un bien jurídico individual y, en los casos que

supuestamente afecten, no deberían ser un hecho tipificado por la ley. Por ejemplo, los

hurtos de frutas o de mercancías en los grandes almacenes, si son cuando considerados

típicos, pueden permitir la reacción bajo el derecho de legítima defensa. Pero es muy

controvertido que estos quédense considerados típicos, porque las acciones sin

capacidad objetiva de incrementar un riesgo al bien jurídico jamás pueden ser

encuadradas como materialmente típicas. Además, la política criminal del Derecho

penal mínimo pretende descriminalizar los asuntos-bagatela, porque, entre otras cosas,

Page 369: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

369

no poseen la función de prevención general, aumentan la selectividad del sistema y

retrasan el funcionamiento correcto de la justicia criminal en los casos que realmente

debe actuar.

Es muy polémica la posibilidad de que el agredido pueda incluso matar el

agresor de un ―delito de bagatela‖. ¿El agredido puede matar el ladrón que huye con el

botín económicamente irrelevante? Si el único medio disponible del que dispone el

agredido para la protección de la propiedad es un medio incluso mortal para el agresor,

¿la legítima defensa está permitida? ¿Estos supuestos son problemas de necesidad o más

bien de permisibilidad?

Esta problemática no es nueva. En Derecho penal romano la autodefensa y la

venganza privada eran supervisionadas para regular dos instituciones jurídicas: el

furtum nec manifestum y el furtum manifestum. El furtum nec manifestum trataba del

robo no flagrante y conducía al proceso judicial y al sistema de reparación amistosa. Por

otro lado, el furtum manifestum correspondía a los casos de robo in fraganti y las

consecuencias penales dependían de la hora de la realización del delito: el fur diurnus

permitía la muerte del ladrón únicamente en los casos en que éste se defendía con armas

(si se telo defendit), mientras que en el fur nocturnus era lícita la muerte del ladrón, pues

había una presunción de necesidad por el peligro de la vida del agredido.610

En el Derecho penal alemán la tesis del ―derecho liberal a la legítima defensa‖

parece dominante. En esta materia, la regla es que el propietario de lo robado puede

matar al ladrón que se fuga con el botín; la excepción es su restricción a los casos de

610 Cfr. MOMMSEN, Theodor, El Derecho penal romano, trad. Pedro Dorado Montero, Pamplona, Jiménez Gil, 1999. Véase recientemente IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Perspectiva histórico-cultural y comparada de la legítima defensa, op. cit., pp. 40-47; SZEGÖ, Alessandra, op. cit., pp. 14-18.

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370

defensa grosera, defensa intolerable o de crasa desproporción entre los bienes defendido

y atacado.611

Históricamente, en el Derecho penal romano, el derecho de legítima defensa

alcanzaba cierta limitación con las contribuciones del Cristianismo (p. ej., moderamen

inculpatae tutelae), mientras que en el Derecho alemán (y también los otros sistemas

continentales), empezó a partir de los intentos filosóficos y jurídicos de la Ilustración

(siglo XVIII).

Un ejemplo de este derecho a la legítima defensa liberal es, en el Derecho

alemán, la doctrina de MAYER: ―Sin importancia es, finalmente -y ello es el espíritu

del Derecho vigente- el valor del bien jurídico que se defiende. Se puede matar de un

tiro al agresor para defender la posesión de un fósforo, en la medida en que esa energía

corresponda a la violencia de la agresión‖. 612

En general, esta concepción ilimitada del derecho de legítima defensa, que

permite incluso la muerte de un ser humano para la protección de bienes patrimoniales,

parte del equivocado fundamento individualista de que ―el Derecho debe triunfar sobre

el injusto‖. Además, esta idea se basa en el argumento de que la defensa cumple una

función preventiva negativa que posibilita -o al menos influye- en la reducción de la

criminalidad, incluso en la criminalidad menor.

Sin embargo, estos argumentos son merecedores de reparos. El Derecho debe ser

estudiado en su conjunto y no sólo como un orden protectora de derechos individuales,

611 Cfr. sobre los intentos de la Ilustración de dotar el derecho liberal de legítima defensa de ciertas limitaciones racionales, en SICILIANO, Domenico, Sobre el homicidio en legítima defensa del patrimonio en el Derecho penal alemán, o bien acerca de la remoción de la Ilustración y de sus consecuencias, op. cit., pp. 432-452, principalmente por las obras de VON GLOBIG Y HUSTER (1782), VON SODEN (1782), GMELIN (1785), WIELAND (1784) y FEUERBACH (1801). 612 Cfr., entre otros, MAYER, Max Ernst, op. cit., p. 349; BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 113.

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371

algunas veces mezquinos. El Derecho es un instrumento de pacificación que lleva en

consideración tanto los derechos individuales como los sociales. La limitación recíproca

entre estos derechos parte de su consideración como derechos fundamentales, que son

vulnerados en una concepción individualista extremada del derecho a la legítima

defensa.

Por otro lado, la función de intimidación que supondría el derecho de legítima

defensa es una creencia muy peligrosa, porque tiende al incremento de la violencia

social. La propia creencia en la función preventiva negativa de la pena muestra el

peligro de la instauración de un orden represivo policial, en clara ofensa a las bases del

Estado de Derecho.

Por estas razones, las limitaciones ético-sociales son fundamentales para el

derecho de legítima defensa. Un ejemplo importante es la sentencia del Tribunal de

Baviera del 10 de noviembre de 1987, en la que se analiza la legitimidad defensa de un

individuo armado contra dos ladrones en fuga, uno de los cuales resulta muerto por los

disparos del agredido.

El caso es narrado así por SILICIANO:

―Saliendo por la puerta de su casa, el acusado A los sorprendió de noche en

torno al automóvil de su hijo. Los ladrones comenzaron la fuga, unos tras otro,

―sin haber sustraído nada‖. A se asustó, en particular, porque uno de ellos, que

estaba inclinado en uno de los laterales del automóvil, se enderezó

imprevistamente antes de comenzar la carrera. En ese momento A inició la

defensa: le ordenó al ladrón en fuga que se detuviera y que alzara las manos. A

había visto también que una de las puertas del automóvil de su hijo estaba

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372

abierta y esto le hizo pensar que el fugitivo ―había sustraído la radio, los

documentos del automóvil o la aseguración ADAC. Por lo tanto, decidió

detenerlo a fin de recuperar lo robado y entregar al sujeto a la policía, para lo

cual intimó: ―Alto o disparo‖. Dado que el fugitivo continuaba su carrera, A

efectuó un disparo para ―impedir la fuga de quien no se había detenido ante el

grito de advertencia. E disparo alcanzó a F, pero éste, aparentemente ileso,

continuó con la fuga. Para detenerlo, A efectuó otro disparo, pero esta vez la

bala no alcanzó a F, sino que hirió mortalmente al otro ladrón, T, al que A no

había visto, pese a que también se estaba fugando‖. 613

El Tribunal de Baviera parece que ha condenado al agredido por lesiones

personales como consecuencia del primer disparo, y tentativa de lesiones peligrosas en

perjuicio de F, en concurso con el homicidio culposo de T. Como fundamento del

rechazo de la legítima defensa, el Tribunal sostuvo la ―crasa insoportable

desproporcionalidad entre el tipo y la magnitud de la ofensa amenazada y la ofensa

causada por el defensor‖. 614

Aunque esta solución sea criticable por la doctrina más conservadora, la

sentencia es correcta, pues en las situaciones de agresiones irrelevantes o

insignificantes, la defensa debe darse con el medio menos grave y, si el único medio es

muy peligro, debe conformarse con medios más benignos, aunque menos seguros. 615 La

limitación ético-social consiste, por tanto, en el deber de soportar la lesión

(insignificante) al bien jurídico, porque la vida del agresor es el interés que prevalece

para el Derecho. Las defensas torpes y desproporcionadas sólo disminuyen la confianza

613 SICILIANO, Domenico, Sobre el homicidio en legítima defensa del patrimonio en el Derecho penal alemán, o bien acerca de la remoción de la Ilustración y de sus consecuencias, op. cit., pp. 429-430. 614 Ibidem, p. 430. 615 Cfr. ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 647.

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373

en el Derecho, porque la colectividad de los ciudadanos se convertiría en una policía de

valores.

Aquí en las agresiones irrelevantes, insignificantes o las llamadas asuntos-

bagatela es posible incluir una diversidad de actos que impiden el ejercicio ilimitado del

derecho de legítima defensa: acciones que causan peligros insignificantes a la

propiedad; acciones toleradas socialmente, como bromas, meros abusos socialmente

tolerables, molestias derivadas del tráfico, perturbaciones inherentes a la mala calidad

de vida en las grandes urbes; lesiones físicas y psíquicas reparables por el sistema de

justicia civil, etc.

Como se ha visto, estas molestias o perturbaciones pueden posibilitar el ejercicio

del derecho de legítima defensa, dentro de la idea de necesidad concreta del medio

empleado. Pero en algunas situaciones más complicadas, por ejemplo en las que el

medio seguro es muy peligroso, aparte de la necesidad concreta de defensa, el Derecho

exige un respeto a los valores sociales defendidos por las Constituciones democráticas,

que protegen al ser humano incluso cuando ha realizado una acción más grave que la

agresión antijurídica, el delito. Por ello no se comprende por qué la persona que realiza

un delito tendría, en principio, más derecho que el agresor que realiza una acción

valorativamente inferior.

Entonces las limitaciones ético-sociales, que obligan a que el agredido, en los

casos de agresiones irrelevantes o insignificantes, conduzca la defensa dentro de ciertos

límites, devienen sobre todo de la función de prevención y del carácter garantístico del

Derecho penal mínimo. La prevención no en el sentido negativo de intimidación, sino

en el aspecto de defensa de los valores fundamentales del ser humano inseridos en las

Constituciones modernas.

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374

El garantismo, por otra parte, como técnica de tutela de estos derechos

fundamentales, no sólo protege la persona objeto de la agresión, sino también la

generalidad del ser humano. Es por eso que el Derecho penal mínimo, que es el único

Derecho penal democrático que posee legitimidad, es un Derecho penal protector de

bienes jurídicos y, al mismo tiempo, un Derecho penal protector de los derechos

fundamentales del delincuente y, en los casos de excepciones del poder punitivo estatal,

que es el protector del agresor antijurídico.616

2. Las mismas razones son válidas para las restricciones en los casos de acciones

tipificadas como delitos privados, salvo en lo que se refiere a los delitos contra la

libertad sexual.

En verdad, las agresiones enmarcadas dentro de las relaciones privadas, o más

bien, las que agreden bienes de naturaleza privada, como los delitos contra el honor,

algunos casos de allanamiento de morada, etc., no deberían ser un asunto penal, pues no

cumplen, en principio, los principios de intervención mínima y legalidad penal. Esto

excluiría la tipicidad y, en consecuencia, el concepto de agresión antijurídica. Pero en la

medida en que se pueda hablar de agresión, debe ser admitido el derecho de legítima

defensa frente a los delitos de naturaleza privada, aunque con restricciones, porque en

éste caso el interés en el prevalecimiento del Derecho es menor. En tales casos es

exigible que el agredido asuma el riesgo de la agresión y, después, busque protección

mediante otra rama del Derecho.

616 Esta idea del Derecho penal como ―protector de los delincuentes‖ es fruto de la racionalidad del Derecho penal ilustrado. No en vano LISZT afirmaba que el Derecho penal es la infranqueable barrera de la política criminal. Cfr. VON LISZT, Fran von, Tratado de derecho penal, op. cit., p. 343. También muy interesante DORADO MONTERO, Pedro, El Derecho protector de los criminales, Pamplona, Analecta, 1999.

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3. Finalmente, las faltas o contravenciones deben desaparecer del Derecho penal

y, a partir de ello, dejar de ser acciones típicamente penales. Luego, no siendo típicas

nunca van caracterizar el concepto de agresión, que exige el derecho de legítima

defensa. Pero mientras esto sucede, las faltas o contravenciones siguen perteneciendo a

la tipicidad penal y, por tanto, son integradas en el concepto de agresión antijurídica,

que justifica, también en principio, el derecho de legítima defensa. Empero, esto no

permite una respuesta defensiva excesiva por parte del agredido, ni si quiera en las

situaciones de necesidad y proporcionalidad. También aquí la defensa debe no

solamente ser restringida por consideraciones de naturaleza social, sino principalmente

por fundamentos preventivos y garantistas, ya que las faltas y contravenciones no

exigen que la prevención general despliegue todo su poder y funciones.

4. La agresión enmarcada dentro de relaciones de garantía. El problema de la

defensa frente a la violencia doméstica

Actualmente, el llamado Estado constitucional, constituido por una sociedad

pluralista y democrática, configura las relaciones vigentes en la familia tanto por el

respeto al principio estructurante de dignidad de la persona humana como por los

principios de libertad y de igualdad.

En dicho modelo de Estado, la dignidad de la persona humana es el fundamento

de la organización y la política. Por lo tanto, los valores constitucionales inciden incluso

en las relaciones sociales de la familia. La familia en sentido amplo, como institución

social fundamental para el desarrollo de la persona, está sometida al principio de

dignidad humana, de modo que todos los miembros poseen intactos los derechos

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376

humanos fundamentales, lo que impide que uno de ellos explote a los demás o les

impida el desarrolo como persona.617

El principio de libertad también incide en las relaciones familiares, para

posibilitar la autonomía de decisión de cada uno de los miembros, pero también para

frenar la incidencia pública en cuestiones privadas como religión, cultura, patrimonio,

etc.

No obstante, el principio de libertad no se agota en la autonomía personal, sino

que debe ser interpretado como construcción de espacios sociales en que los individuos

puedan luchar por la dignidad humana. Pues un principio de libertad fundamentado

solamente en el individualismo abstracto no puede ser un instrumento de lucha contra el

patriarcado.

A su vez, el principio de igualdad configura la forma y el contenido de la

familia. En general, el principio de igualdad no sólo equipara los derechos de los

miembros de la familia, sino también la extende más allá del matrimonio, como en la

―comunidad de vida‖. La igualdad se opone a la ―desigualdad‖ y no, por lo tanto, a la

―diferencia‖.

Esta nueva estructura de la família, determinada por principios democráticos

constitucionales, imprime un deber de solidaridad entre los miembros mucho mayor que

entre los ciudadanos. Si entre estos últimos el deber de solidaridad es mínimo, entre los

integrantes de la familia debe ser por lo menos medio, pues la familia es una institución

de ―afecto‖ que, mucho más que el Estado, sabe perdonar errores eventuales. Así es que

617 Sobre el origen de la familia, sigue siendo un clásico el libro de ENGELS, Friedrich, The Origin of the family, private property, and the state, London, Elecbook, 1884, basado sobre todo en los estudios del antropólogo estadounidense MORGAN, Lewis Henry, Ancient Society, or Researches in the Lines of Human Progress from Savagery through Barbarism to Civilization, London, MacMillan and Co., 1877.

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377

en la familia moderna la tolerancia debe ser mayor cuanto menor sea la individualidad

de cada integrante.

Esta configuración de solidaridad de las relaciones entre familiares, es

fundamental para limitar el derecho de legítima defensa en este ámbito. Pues donde hay

un vínculo de garantía entre las partes, es natural que el poder de uno sobre otro sea

limitado.

No por ninguna otra razón que el CP español, por ejemplo, en la redacción del

artículo 268 afirme: ―1. Están exentos de responsabilidad criminal y sujetos únicamente

a la civil los cónyuges que no estuvieren separados legalmente o de hecho o en proceso

judicial de separación, divorcio o nulidad de su matrimonio y los ascendientes,

descendientes y hermanos por naturaleza o por adopción, así como los afines en primer

grado si viviesen juntos, por los delitos patrimoniales que se causaren entre sí, siempre

que no concurra violencia o intimidación‖.

Esto muestra que las llamadas ―excusas absolutorias‖, vinculadas normalmente a

la persona del autor, son ―exenciones de la pena‖ basadas en aspectos político-

criminales, que se ajustan al conjunto de las normas que disciplinan las relaciones

familiares. Por ende, en tales situaciones no se pueden incluir los actos en los que

concurran violencia o intimidación, ya que ahí se superan los marcos de solidaridad y

soportabilidad de la vida familiar.

La doctrina penal suele admitir el derecho de legítima defensa en estas

relaciones de garantía y existe un consenso en sentido de limitar esta autodefensa

mediante restriciones ético-sociales que exigen al agredido, antes de la provocación de

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un daño grave, el deber de eludir la agresión e incluso soportar eventuales daños de

naturaleza leves y psíquicos.618

Las razones que justifican estas restricciones ético-sociales son distintas. Por un

lado, como se ha visto, en las relaciones familiares, en un sentido amplio, que engloban

comunidades de vida de distintas clases, hay un deber de solidaridad que obliga a evitar

daños a los otros. Este deber proviene del principio estructural de la orden social y

político, que es la dignidad de la persona humana. Pero también deriva de los principios

de libertad e igualdad.

Según esta idea, en la normalidad de la vida conyugal es natural que existan

conflictos y que el agredido conserve intacto el derecho de legítima defensa. Pero como

lo agredido está en una posición de garante con respecto del agresor, por razones de

solidaridad, no puede llevar la legítima defensa al máximo, debe limitar el derecho de la

legítima defensa no sólo al medio menos leve y debe esquivarse o conformarse con los

eventuales daños leves sin causar daños graves al agresor. 619 Por tanto, en la medida de

lo posible el agredido debe evitar un incremento de la violencia, eludir la agresión o

aceptar la lesión.

618 Cfr., por ejemplo, STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., pp. 203-204; ROXIN, Claus, Las “restricciones ético-sociales” al derecho de legítima defensa, op. cit., pp. 311-312; el mismo, Derecho penal, op. cit., pp. 651-654; JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., pp. 488-489; JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 470; ROMANO, Mario, op. cit., p. 479; IGLESIAS RÍO, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa , op. cit., p. 420; BALDÓ LAVILLA, Francisco, op. cit., p. 324; FIGUEIREDO DIAS, Jorge de, op. cit., pp. 405-405; CIRINO DOS SANTOS, Juarez, Direito Penal, op. cit., p. 244. En otro sentido, afirmando que el matrimonio no es una ―zona liberada del Derecho penal‖, véase ZIESCHANG, Frank, ¿Limitación del derecho a la legítima defensa en casos de relaciones personales estrechas?, trad. de Dirk Styma, en RDP, Buenos Aires, Rubinzal/Culzoni, 2007, pp. 731-747. Así también, sin fundamentación, GÓMEZ BENITEZ, José Manuel, op. cit., p. 323. Sobre la jurisprudencia alemana en supuestos de violencia doméstica, cfr. OLMEDO CARDENETE, Miguel, La jurisprudencia del Tribunal Supremo Federal Alemán en los supuestos en los que la víctima de violencia doméstica ataca a su agresor: tratamiento del denominado “haustyrann”, en CPC, núm. 82, 2004, pp. 205-221. 619 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 652.

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379

El vínculo de solidaridad entre estas relaciones humanas, que junto con la idea

de intervención mínima propicia las restricciones ético-sociales, nace siempre de la

estrecha convivencia humana y no necesariamente del matrimonio. La comunidad de

vida no es algo derivado del matrimonio como institución jurídica, sino de la existencia

de un deber de consideración recíproca que limita ético-socialmente el derecho de

legítima defensa. Por ello, como ha dicho ROXIN, no existe en círculos de vida

temporales, como en los casos de una misma empresa, asociación deportiva o

compañeros de colegio, pues allí se trata de relación de garantía definida más por

―presión de competencia y rivalidad‖ que por solidaridad.620

JAKOBS llama a estas obligaciones ―deberes derivados de la responsabilidad

institucional‖. Afirma que en las relaciones de garantía existe una obligación de

sacrificarse mayor frente a la obligación de otra relación. 621 Estas obligaciones serían

más reducidas en las ―instituciones intactas‖. El problema de la legítima defensa en tales

casos estaría no en la ―solidaridad mínima‖, sino en la ―mayor responsabilidad‖. De ahí

que el agredido en los casos de agresión del cónyuge debería ―desviar el ataque en

mayor medida, o aceptar menoscabos leves en sus bienes, antes de lesionar bienes

existenciales del agresor‖. 622

En fin, en estos ―círculos de vida‖ el agredido deberá ―eludir la agresión, elegir,

entre varios medios de defensa a su disposición, el más leve, aunque sea menos seguro,

y renunciar a una defensa que ponga en peligro la vida, mientras no lo amenace a él un

peligro grave‖. 623

620 Ibidem, p. 653. 621 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 488. 622 Ibidem, p. 489. 623 STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 204.

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380

Por otro lado, las restricciones ético-sociales están justificadas por cuestiones

político-criminales, pues en los casos de agresiones enmarcadas dentro de relaciones de

garantía existe una sensible disminución de la función del prevalecimiento del Derecho,

precisamente porque existe la obligación de evitar daños a los otros (relación de

solidaridad).624 Es más, ni siquiera la función de intimidación puede resultar eficaz en el

ámbito de las relaciones de garantía, porque los hechos en general son realizados bajo

descontrol emocional.

Así como en otras situaciones problemáticas de restricciones del derecho de

legítima defensa, el principio de ultima ratio, que fundamenta la noción moderna del

Derecho penal mínimo, controla la violencia privada en las situaciones de necesidad y

proporcionalidad. No toda la violencia en las relaciones de garantía, que fundan una

situación de necesidad, puede legitimar el derecho de legítima defensa, pues la

permisibilidad exige también el cumplimiento de las funciones político-criminales del

Derecho penal. Exige no sólo en respeto a los fines preventivos del Derecho penal, sino

también a los fines garantísticos que justifican el Derecho penal y, en consecuencia, el

derecho de legítima defensa.

También aquí la concreción de la permisibilidad por las limitaciones ético-

sociales responde al principio de intervención mínima, puesto que donde es posible

eludir la agresión o aceptar pequeños daños sin ofensa a la dignidad humana, no se

justifica un incremento de la violencia dentro de las relaciones de garantía. Como se ha

resaltado anteriormente, la legitimidad de la defensa está siempre condicionada por la

disminución de la violencia social.

624 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 651; JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 470.

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381

Sin embargo, esta fundamentación basada en el principio de solidaridad no es

absoluta. También de las relaciones de garantía pueden derivarse situaciones de quiebra

insoportables. Un guía de montaña contratado no es eterno garante de la integridad

física del montañero imprudente, en los casos en que éste asume consciente y

voluntariamente los riegos de seguir la escalada, a pesar de la alerta del guía sobre un

probable y próximo alud. En tales situaciones, en que la víctima asume consciente e

íntegramente el riesgo del resultado lesivo, no se puede seguir manteniendo el deber de

garante anteriormente firmado. Por tanto, el deber jurídico de garantía puede ser objeto

de quiebra.

Tampoco el principio de solidaridad que instituye el deber de garantía en las

relaciones personales, es algo intacto. El principio de solidaridad y, por consiguiente, el

deber de garantía dejan de existir en los casos de daños graves y en los casos de malos

tratos continuos.625 Nadie, por más estrechas que sean las relaciones personales con el

agresor, está obligado a sufrir daños graves que afecten su integridad física o su propia

existencia digna, pues esto no sería ni jurídico ni humano. El principio mayor de

dignidad humana impone siempre la solidaridad dentro de las relaciones sociales de

garantía y, por eso, no es una cláusula abierta y general para justificar la violencia o la

muerte.

Tampoco los malos tratos continuos, de gravedad significante en su conjunto,

pero quizás leves o medianos individualmente, limitan el derecho de legítima defensa,

ni si requiere las limitaciones ético-sociales, pues quien reiteradamente es víctima de

625 Sobre este problema, véase LARRAURI, Elena, Mujeres y sistema penal. Violencia doméstica, Buenos Aires/Montevideo, Editorial B. de F., 2008. También merece atenta lectura los artículos reunidos en BARATTA, Alessandro et alii, Criminologia e Feminismo, Porto Alegre, Sulina, 1999. Recientemente, la problemática legal española en tema de violencia de género viene analizada en diversos artículos publicados por NÚÑEZ CASTAÑO, Elena (dir.), Estudios sobre la tutela penal de la violencia de género, Valencia, Tirant lo Blanch, 2009.

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382

humillaciones y torturas, siempre espera lo peor de la agresión y, por tanto, no pierde el

derecho de ejercer una defensa integral. A su vez, quien agrede en tales condiciones,

debe soportar la defensa total de la víctima.

FLETCHER menciona un ejemplo de la jurisprudencia americana muy

significativo:

―John Norman maltrataba sistemáticamente a su esposa, Judy. Cuando estaba

borracho, la agredía, le arrojaba vasos y botellas, apagaba cigarrillos en su

cuerpo y le aplastaba comida en la cara. Además, la obligaba a prostituirse para

ganar dinero y delante de sus familiares y amigos y en plena calle se burlaba de

ella. Cuando no estaba satisfecho con sus ganancias, le daba una paliza y le

llamaba ―perra‖ y ―puta‖. En algunas ocasiones le obligó a comer la comida de

los perros y a dormir en el suelo. Estas prácticas degradantes se produjeron

ininterrumpidamente casi durante veinte años, hasta que un día, aprovechando

que su marido, después de haberle dado la consabida paliza diaria, dormía

tranquilamente la siesta, Judy le disparó un tiro en la nuca con la pistola que él

mismo guardaba en el cajón de la mesita de noche‖. 626

En vista de estos hechos, Judy Norman fue acusada de cometer el delito de

asesinato, y condenada por el delito de homicidio atenuado. Las apelaciones fueron

rechazadas y la sentencia apelada resultó confirmada por la Corte Suprema del Estado

de Carolina del Norte.627

626 FLETCHER, George P., Las víctimas ante el jurado, trad. de Francisco Muñoz Conde y Fernando Rodríguez Marín, Valencia, Tirant lo Blanch, 1997, p. 186. 627 Cfr. State of North Carolina v. Judy Ann Laws Norman – núm.161PA88 – Supreme Court of North Carolina, Court of Appeals, 89 N.C. App. 384, 366 S.E. 2d 586 (1988). Sobre este caso concreto, véase CHIESA, Luis Ernesto, Mujeres maltratadas y legítima defensa: La experiencia anglosajona, en RP,

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383

De todos modos, este expediente del caso State of North Carolina v. Judy Ann

Laws Norman revela datos suficientemente importantes sobre la quiebra del principio de

solidaridad en los casos de malos tratos continuos. Aparte esto, es paradigmático

analizar no sólo las restricciones ético-sociales del derecho de legítima defensa frente a

los malos tratos continuos, sino también los conceptos de agresión inminente y

necesidad.

Los casos de malos tratos continuos que sufren algunas mujeres, que incluso

padecen el ―síndrome de la mujer maltratada‖, battered women syndrome, destruye las

exigencias de solidaridad derivadas de los principios de dignidad, libertad e igualdad.

En efecto, en tales situaciones, el derecho de legítima defensa se mantiene totalmente

intacto, como regla general, desde que presentes, evidentemente, igual que en casos

similares y normales, los requisitos de la agresión antijurídica inminente, la necesidad y

la proporcionalidad.

En los casos de malos tratos continuos, ya no se puede hablar de limitaciones

basadas en razonamientos ético-sociales, porque las funciones político-criminales del

Derecho penal no son atacadas. En los casos en que generalmente la mujer padece el

síndrome de la mujer maltratada, la afirmación del Derecho es una función político-

criminal que se refuerza más allá de lo normal, pues el valor que se protege es la propia

dignidad del ser humano. En los casos del síndrome de las mujeres maltratadas, el ser

humano se autoinstrumentaliza para servir a la explotación, lo que es inadmisible. La

ley penal debe impedir la venta de la propia descendencia para la muerte y la esclavitud,

voluntaria o involuntariamente.

núm. 20, 2007, pp. 50-57. Cfr. también FLETCHER, P. George, Domination in the theory of justification and excuse, en University of Pittsburgh Law Review, núm. 57, 1996.

Page 384: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

384

También hay un completo respeto por el principio de intervención mínima,

puesto que los ataques reiterados contra la dignidad humana no pueden ser combatidos

eficientemente por otras ramas del Derecho. El control social formal del Derecho penal

es la superficie visible de un ―iceberg‖ de control social y, por tanto, no es un control

exclusivo y único, pues siempre viene acompañado de otras tentativas de protección del

bien jurídico. Ni siquiera es la más importante forma de control. Sólo que como las

otras no están capacitadas suficientemente para la protección del bien jurídico, el

Derecho penal revive toda su legitimidad.

El síndrome de mujer maltratada desarrollado por WALKER consiste en una

forma de ―enajenación mental‖ derivada de un ciclo de procesos violentos: episodios

abusivos (tension building), ejercicio de una gran fuerza física (acute battering incident)

y actos de arrependimiento (loving contrition). 628 Ello explicaría, por ejemplo, aliado a

otros factores económicos y sociales, la permanencia de la mujer maltratada junto al

maltratador.629

Pero la aceptación de estos estudios en Derecho penal, sin matices, puede

conducir a un doble problema: primero, puede estigmatizar a la mujer como una

―enferma mental‖ y, por tanto, posibilitar la aplicación de una medida de seguridad o

tratamiento psiquiátrico; segundo, la aceptación de la tesis presupone, en la práctica,

dejar de conocer la defensa como un acto legítimo, es decir, aceptar la antijuridicidad de

la defensa y ―perdonar‖ o ―atenuar la pena de la mujer‖. Esto puede generar una

situación injusta, porque la víctima reiterada de malos tratos, al final, cuando se puede

defender, es tratada como violadora del Derecho. El peligro es la doble punición: la

628 WALKER, Lenore E. A., The battered woman, New York, Harper & Row, 1979; también, la misma, The battered woman syndrome, 3ª ed., New York, Springer, 2009. 629 Cfr. LARRAURI, Elena, Violencia doméstica y legítima defensa: un caso de aplicación masculina del Derecho, en LARRAURI, Elena, VARONA, Daniel, op. cit., pp. 23-28.

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385

mujer es castigada en vida por el marido y, después, cuando ya no hay más sufrimiento

reiterado, es castigada otra vez por el Estado. Pues someter a la mujer,

compulsoriamente por la norma, a un tratamiento o condenarla con pena atenuada, es

otra forma de mantener la violencia existente.

Pero estos aspectos inherentes a la mujer, como la salud mental, perturbación,

etc., son relevantes sólo en los casos de exclusión absoluta del derecho de legítima

defensa.

La exclusión del derecho de legítima defensa a la mujer en situación de malos

tratos continuos suele afirmarse básicamente por dos argumentos: uno, que no hay

―agresión actual o inminente‖, porque el agresor, en general, está durmiendo o tiene la

capacidad de defensa disminuida (alevosía, p. ej.); dos, que no hay necesidad concreta

de defensa, porque la mujer, en general, utiliza el medio más grave y, por tanto, provoca

un daño de la misma magnitud (la muerte del agresor, p. ej.). Aparte restar intacta la

antijuridicidad de la conducta, el dolo casi siempre es directo de primero grado, ya que

la mujer maltratada no rara veces utiliza un medio peligroso y actúa en situaciones de

alevosía.

El movimiento feminista sostiene que el Derecho penal es sexista, porque posee

normas discriminatorias que criminalizan más severamente a la mujer en los mismos

supuestos de hecho que el hombre. Así, por ejemplo, la acción de la mujer siempre sería

dolosa (dolo directo), mientras que la del hombre maltratador, aunque cause la muerte

de la mujer, podría ser encuadrada en falta de voluntad de matar, pues quien maltrata

reiteradamente muestra que tienes otras finalidades que no es la muerte, ya que ésta

sería fácilmente alcanzable en los actos anteriores. Aparte ello, la mujer siempre

respondería por asesinato (agravante de alevosía), mientras que a los hombres, en

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386

general, se les imputaría cuando mucho el delito de homicidio. Pues como las mujeres

no pueden utilizar eficientemente las manos, el medio de defensa sería siempre un arma

peligrosa.630

Estas son, pues, las razones por las cuales se rechaza la criminalización de las

mujeres maltratadas y se pide la ampliación del poder punitivo contra el maltratador: no

sólo reconocer la legitimidad de la defensa propia, sino también ampliar la represión

hacia el real agresor.

En España, LARRAURI pretende utilizar los estudios de WALKER sobre el

―síndrome de la mujer maltratada‖ no como eximente de enajenación mental, sino en el

ámbito de la eximente de legítima defensa. Argumenta que el carácter cíclico de los

malos tratos continuos crea un ambiente de miedo en que la mujer no puede ―aprender a

prever‖ los episodios violentos. Esto permitiría comprender por qué, a pesar de que el

ataque no sea actual, la mujer sabe que es inminente.631 Además, en virtud del síndrome,

la mujer desarrollaría un sentimiento de ―indefensión aprendida‖ que perjudica la

―percepción de la realidad‖, lo que debería ser relevante no sólo en el ámbito de la

culpabilidad, sino también en el de legítima defensa.632

La tesis de ―indefensión aprendida‖ se estructura a partir de una analogía entre

perros y seres humanos, según entrevistas con mujeres maltratadas. La analogía entre

perros y seres humanos comprobaría que ―los perros de laboratorio, después de ser

sometidas a repetidas sacudidas eléctricas sobre las que ellos no tenían control,

630 Ibidem, pp. 15-22. 631 Ibidem, p. 27. 632 Ibidem, pp. 27-28.

Page 387: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

387

―aprendían‖ que estaban indefensos‖ y cuando tuvieron una oportunidad para escapar,

no lo hicieron‖. 633

Sin embargo, como ha señalado correctamente FLETCHER, ―difícilmente puede

ser un signo de indefensión adquirir un pistola y matar al carcelero psicológico de uno‖.

Además, la informalidad de la metodología utilizada por WALKER en las entrevistas

con mujeres maltratadas, no resiste la crítica que cuestiona la ―neutralidad de su

investigación ―científica‖‖.634

También la problemática que se refiere a la actualidad de la agresión, es una

barrera dogmática difícil de transponer, porque la defensa de la mujer en general suele

ocurrir en momentos de ―tranquilidad‖. Las tesis feministas alegan que esperar la

actualidad de la agresión sería impedir la defensa de la mujer, porque en situaciones de

lucha siempre el hombre tiene más fuerza. Por ello intentan desarrollar un concepto de

agresión ―inminente‖ a partir de los ―conocimientos especiales‖ que sólo la mujer

maltratada tiene.635

Otro planteamiento más convincente es entender la ―inminencia de la agresión‖

desde el peligro al bien jurídico. Si en el delito de malos tratos continuos el bien jurídico

lesionado no es sólo la integridad física sino la seguridad y la libertad de la mujer,

entonces la inminencia de la agresión es ―permanente‖, ―incesante‖, lo que posibilita la

defensa en cualquier momento.636

633 FLETCHER, George P., Las víctimas ante el jurado, op. cit., p. 192. 634 Ibidem, pp. 192-195. Sobre las críticas de las bases científicas de la ―indefensión aprendida‖, véase FAIGMAN, David, The Battered Woman Syndrome and Self-Defense: A Legal and Empirical Dissent, 72, VLR 619 (1986). 635 LARRAURI, Elena, Violencia doméstica y legítima defensa: un caso de aplicación masculina del Derecho, en LARRAURI, Elena, VARONA, Daniel, op. cit., p. 36. 636 Ibidem, pp. 37-40.

Page 388: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

388

De todos modos, la idea de ―permanencia‖ de la ofensa al bien jurídico puede

ser un argumento defendible, pero debe también cumplir el requisito de ultima ratio de

la defensa. El hecho de existir una situación de necesidad no permite legitimar la

defensa privada en las situaciones concretas en que es posible acudir a la autoridad

estatal. Pues en los casos en que la mujer puede huir e incluso llamar la autoridad

policial, no se comprende por qué motivo debe recurrir al medio más grave que es la

muerte del agresor. A fin de cuentas, las normas generales y excepcionales del derecho

de legítima defensa no diferencian en cuanto a la ―calidad‖ de la víctima agredida.

Tampoco es adecuado recurrir a los fundamentos de la eximente de estado de

necesidad para justificar la defensa de la mujer maltratada, en las situaciones en que no

existe la agresión actual o inminente, sino sólo la necesidad de la defensa. Así que los

casos de defensa preventiva no estarían justificados por la eximente de legítima defensa.

Sin embargo, el estado de necesidad justificante estaría permitido. La defensa necesaria

estaría abarcada por las reglas del estado de necesidad defensivo, porque más relevante

que el concepto de agresión actual o inminente sería el concepto mismo de peligro del

bien jurídico.

Sin embargo, este argumento es inadmisible. El estado de necesidad también

presupone la actualidad del peligro desde una perspectiva ex ante, según un observador

inteligente colocado en la situación concreta del sujeto actuante. El derecho de salvar el

bien jurídico mayor en situaciones de peligro existe precisamente porque se está ante la

actualidad del peligro. La eximente del estado de necesidad no es subsidiaria en

relación al derecho de legítima defensa. Además, parece muy peligroso aceptar y

justificar ataques preventivos a partir de la ―especulación‖ de un probable e incierto

peligro futuro.

Page 389: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

389

Hay que recordar que la eximente del estado de necesidad, para justificar la

acción defensiva, presupone también el salvamento de un bien jurídico de valor mayor

(o, como mucho, de uno de valor igual) y, siempre exige la proporcionalidad en sentido

un estricto.637 Así que difícilmente las tentativas de justificar la muerte del maltratador

estarían amparadas por la eximente de estado de necesidad, porque entre malos tratos y

vida no hay una ponderación equivalente. Para lo que sí pueden servir las alteraciones

emocionales de la mujer, la ―indefensión aprendida‖ o el síndrome de la mujer

maltratada, es para reducir el grado de reprobación social de la culpabilidad, pero no la

ilicitud de la acción.

Dogmáticamente parece más correcto que las acciones defensivas realizadas en

ámbitos de sujetos unidos por estrechas relaciones personales (JESCHECK) sean

justificadas solamente en los supuestos en que se respetan las restricciones ético-

sociales al derecho de legítima defensa derivadas de los fines preventivos y garantísticos

del Derecho penal.

Igualmente, en los casos de quebrantamiento del principio de solidaridad entre

personas vinculadas por deberes de garantía, el derecho de legítima defensa permanece

intacto y exige los mismos requisitos generales establecidos por la ley (agresión,

necesidad, actualidad y proporcionalidad).

Por último, en los casos en que existe la necesidad defensiva, la falta de

actualidad y también ―perturbaciones subjetivas profundas en el sujeto agredido‖, el

problema se traslada del ámbito de la antijuridicidad al de la culpabilidad: el agredido

en situaciones de ―indefensión aprendida‖ u otras perturbaciones derivadas del miedo

insuperable, merece una reprobación social de acuerdo con el grado de culpabilidad. Las 637 Cfr., por todos, sobre la eximente del estado de necesidad, MARTÍNEZ CANTÓN, Silvia, La ponderación en el estado de necesidad, León, Universidad de León, Secretariado de Publicaciones, 2006.

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390

mujeres, los niños y también otras personas afectadas por las reiteradas formas de

violencia de la sociedad neoliberal y del patriarcalismo, merecen un grado de

reprobación siempre menor que las capas históricamente favorecidas, pues éstas

generalmente posee ―otras opciones menos graves‖ que la muerte del agresor, por

ejemplo.

Entre tanto, estas otras posibilidades de actuar pueden ser importantes para

concretar las limitaciones ético-sociales del derecho de legítima defensa, pero pueden

también, en situaciones de agresiones antijurídicas sin actualidad, provocar

repercusiones en el ámbito de la culpabilidad. Así, pues, aunque la mujer pobre y

reiteradamente maltratada, que mata al marido maltratador mientras éste duerme en el

sofá, no actúa en legítima defensa por ausencia de inminencia de la agresión, puede

obtener una reducción sensible de la culpabilidad en los casos de ―perturbación

psicológica profunda‖ e infructuosos intentos de obtener ayuda de la autoridad o incluso

huir.

Otro ejemplo de la jurisprudencia americana, el conocido caso de los millonarios

hermanos Menéndez, ocurrido a finales de 1993, es muy representativo de esta

situación: ―A principio no parecía que existiría mucha controversia sobre la culpabilidad

de Lyle y Erik Menéndez, que en el verano de 1989, a las edades de 21 y 18 años,

habían entrado en su propio hogar con armas recién adquiridas en San Diego y habían

disparado 16 cartuchos contra sus padres, José y Kitty Menéndez‖. 638 Además, según

narra FLETCHER, ―los chicos testificarían que cada uno había sido sujeto a años de

abuso sexual por sus padres, que unos pocos días antes de los asesinatos Kitty arrancó el

tupé de la cabeza de Lyle, y que este evento había generado antipatía en Erik, el

638 FLETCHER, George P., Las víctimas ante el jurado, op. cit., p. 196.

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391

hermano más joven, por la vergüenza de Lyle. Según esta versión, Erik entonces le

confesó a Lyle que su padre lo había sodomizado durante los últimos doce años; esta

revelación impulsó a Lyle a dirigirse a su padre e insistirle que cesara el abuso o él lo

haría público. José supuestamente respondió con una amenaza de muerte a los dos

chicos‖. 639

Pues esta historia de maltrato infantil genera el mismo problema del ―síndrome

de la mujer maltratada‖, ya que la inminencia de la agresión no es un dato definido por

la percepción subjetiva del agredido. En este caso, por ejemplo, antes es imprescindible

huir o denunciarlo a la autoridad. El temor del ataque anticipado nunca puede justificar

el adelantamiento de la defensa necesaria, sobre todo porque siempre existen otros

medios para evitar la violencia. Pero aunque no excluya la antijuridicidad de la defensa,

la violencia en la defensa puede ser objeto de un juicio de reproche social disminuido,

ya sea por el eventual problema de imputabilidad, ya sea por errores razonables sobre la

actualidad de la agresión.

De todos modos, no es verdad que esto implique la existencia de un derecho

penal con un ―manifiesto sesgo de género‖. Reconocer la exclusión de la culpabilidad

de las esposas maltratadas no significa ―extender un salvoconducto‖ para que los

maridos sigan maltratándolas. 640 Pues la mujer puede matar al maltratador en casos de

delitos graves o de reiterados malos tratos, siempre y cuando la agresión antijurídica sea

actual y la defensa sea racionalmente necesaria. Pero en ausencia de la inminencia, la

muerte puede ser una causa de exculpación total o parcial, dependiendo del grado de

reprobación. Lo que no se puede admitir es que el ordenamiento jurídico ―apruebe‖ en

general que todas las mujeres maltratas maten al agresor incluso en los casos en que no

639 Ibidem, p. 197. 640 STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 204.

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haya inminencia, porque ello sería, como ha enseñado FLETCHER, ―una

transformación del síndrome de las mujeres maltratadas en una causa de justificación

para la venganza‖. 641

MUÑOZ CONDE también sigue esta línea de pensamiento:

―Parece difícil justificar un homicidio en tales situaciones, sin confrontación,

cuando no existe una amenaza inminente a la vida o integridad física de la mujer

maltratada. Este es particularmente el caso cuando ella tuvo otras alternativas

disponibles, como abandonar y denunciar a su pareja, buscar la ayuda de

instituciones dedicadas a la asistencia de mujeres maltratadas, etc. Por supuesto,

si el estado mental de la mujer en el momento en que mata a su compañero es

anormal, debido, por ejemplo, al llamado ―síndrome de la mujer maltratada‖, es

posible una exculpación total o parcial con fundamento en la demencia, la

coacción, o la capacidad disminuida de culpabilidad. Además, como

consecuencia de la diferencia entre justificación y exculpación, si el compañero

durmiente fuera a despertarse inesperadamente, él estaría justificado en caso de

emplear fuerza para repeler el ataque de la mujer que no pasaría de ser, todo lo

más, exculpado‖.

Entonces, en los casos en que mujeres maltratadas matan a sus parejas en

situaciones en donde no hay enfrentamiento para evitar el ser sometidas a futuros y

reiterados maltratos, se trata solo de ―comparar el acto ejecutado con el estándar

objetivo de razonabilidad y examinar si la conducta ilícita se adecuó o no al estándar‖

(juicio de justificación).

641 FLETCHER, George P., Las víctimas ante el jurado, op. cit., p. 195.

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393

En realidad, lo importante es definir ―la subjetividad del individuo en un intento

para determinar si, no obstante su fracaso para alcanzar los estándares objetivos de

razonabilidad, sus circunstancias personales, de carácter, o su formación psicológica

justifican la exculpación total o parcial, es decir, una exención o una atenuación de la

pena‖ (juicio de culpabilidad). 642

Esta parece la idea dogmática correcta y de acuerdo con el principio de igualdad

en la legítima defensa. Desde el momento en que el Derecho penal respeta la idea de

solidaridad entre los integrantes de la comunidad de vida, en el marco de una familia

constitucionalizada a partir de la dignidad humana, no puede ser tratado de sexista. Hay

que comprender que el Derecho penal mínimo de la democracia no es instrumento

emancipador de las relaciones de dominación, ni tampoco de políticas de afirmación

positivas típicas de otras ramas o movimientos sociales. El Derecho penal, en definitiva,

no es instrumento de cambio y felicidad. Para eso está la política democrática y la

psicología.

5. La agresión mediante amenaza constitutiva de chantaje

La agresión mediante amenaza constitutiva de chantaje es otro ámbito

problemático de incidencia de las llamadas restricciones ético-sociales al derecho de

legítima defensa.

La amenaza constitutiva de chantaje consiste en la amenaza condicional de un

mal constitutivo o no constitutivo de delito. Así, por ejemplo, la amenaza en la que el

chantajista impone una condición como la entrega de una cantidad de dinero a cambio

de su silencio; la amenaza que puede afectar el honor e intimidad del chantajeado; o, en

642 MUÑOZ CONDE, Francisco, Un caso límite entre justificación y exculpación: la legítima defensa putativa, op. cit., p. 32.

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394

fin, la amenaza que consista en revelar o denunciar la comisión de algún delito, son

situaciones abarcadas por la idea de la llamada amenaza constitutiva de chantaje. 643

Estas situaciones típicas son indicadas en el precepto del art. 171,2 del CP

español: ―Si alguien exigiere de otro una cantidad o recompensa bajo la amenaza de

revelar o difundir hechos referentes a su vida privada o relaciones familiares que no

sean públicamente conocidos y puedan afectar a su fama, crédito o interés, será

castigado con la pena de prisión de dos a cuatro años, si ha conseguido la entrega de

todo o parte de lo exigido, y con de cuatro meses a dos años, si no lo consiguiere‖.

Además, si la amenaza consiste en revelar o denunciar la comisión de algún delito, el

CP español, en el apartado 3 del mismo art. 171, concede una especie de ―excusa

absolutoria‖ para el delito de cuya revelación se hubiere amenazado, salvo que éste

tuviera pena de prisión superior a dos años. Esta justificación de la conducta del

chantajeado sirve justamente para facilitar el castigo del chantaje.644

Pero la complejidad de los supuestos de hecho en que se dan el delito de

chantaje, no está resuelta con la mera existencia de la excusa absolutoria mencionada.

Pues aunque exista una opción político-criminal generosa con el chantajeado, la

justificación de su acción, principalmente bajo la categoría de la legítima defensa, debe

atender a limitaciones ético-sociales.

En general, la doctrina afirma que en los casos de agresión mediante amenaza

constitutiva de chantaje, la necesidad de prevalecimiento del Derecho está

considerablemente disminuida, porque si el chantajeado realiza una defensa sin mayores

restricciones, eventual muerte del chantajista aparecería ante el público como un delito

643 Cfr. MUÑOZ CONDE, Francisco, Derecho Penal, Parte Especial, 17ª ed., Valencia, Tirant lo Blanch, 2009, pp. 149-150. 644 Ibidem, p. 150.

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395

cometido por autor anónimo. El problema es que una reacción en estas circunstancias

menoscabaría la sensación general de seguridad jurídica, pues si el chantajeado tiene

algo que ocultar de la opinión pública, efectivamente ya no es la persona apropiada para

salvaguardar el bien jurídico amenazado.645 En otras palabras: la ausencia de límites

ético-sociales al derecho de legítima defensa frente a la agresión mediante amenazas

constitutivas de chantaje justificaría que el chantajeado pudiera matar al chantajista, si

no encuentra otro recurso para rechazar la agresión. 646

ROXIN excluye la violencia contra la persona del chantajista, considerando

inadmisible dar la muerte o causarle lesiones graves. No obstante, admite algunas

justificaciones más limitadas, como ―el allanamiento de morada, los daños, el hurto, la

supresión de documentos y delitos menos graves similares, en la medida en que sirvan

para eliminar el material utilizado para el chantaje‖. 647

También JAKOBS argumenta que en relación con la extorsión deben regir los

siguientes principios: primero, la posibilidad del chantajeado de negarse a realizar la

acción que se pretende conseguir con las coacciones, excluye la necesidad a la defensa;

segundo, si con lo que se amenaza constituye una agresión actual, entonces es posible la

645 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 655. 646 En tal sentido, rechazando las restricciones e incluso sosteniendo la posibilidad de justificar la muerte del chantajista por el chantajeado en supuestos en que hay dominio de la vida de la víctima, ―habiendo reiterado el chantaje en el pasado y existiendo perspectivas de que perdure‖, véase SERRANO GONZÁLEZ DE MURILLO, José Luis, Alcance de la legítima defensa en el delito de chantaje (art. 171, 2 y 3, CP), en RDPC, núm. 1, 2009, pp. 195-197. En tal artículo, p. 192, SERRANO GONZÁLEZ DE MURILLO, después de sostener que en los supuestos del delito de chantaje hay la concurrencia de los requisitos de la legítima defensa (existencia, ilicitud y actualidad del ataque, falta de provocación suficiente y necesidad de defensa), niega las restricciones ético-sociales: ―No obstante, no se entiende por qué los miembros de la comunidad, puesto que nadie es perfecto e irreprochable, no han de estar interesados en que la posibilidad de enfrentarse a una reacción de legítima defensa del chantajeado desempeñe una función preventiva que disuada a potenciales chantajistas. Además, la comunidad es consciente de que, consustancialmente, sólo de manera oculta puede neutralizarse el chantaje y no tiene inconveniente en asumir que así sea, puesto que pocos de sus miembros están libres de verse víctimas de tal situación‖. Pero lo que no se entiende es por qué la función preventiva disuade a potenciales chantajistas en situaciones que no se puede darse a conocer a la generalidad. En la ―lucha en la oscuridad‖, el despliegue de las funciones pedagógicas de ―efecto intimidatorio‖ o ―defensa del ordenamiento jurídico‖ no pasa de una creencia. 647 Ibidem, p. 655.

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legítima defensa, de acuerdo con las reglas generales; tercero, si no hay actualidad, ―se

aplican las reglas de la situación semejante a la legítima defensa‖; finalmente, si hay

solamente presión psíquica o miedo, que siempre son ya actuales, no se permite la

legítima defensa.648

Estos aportes argumentativos, tanto de ROXIN cuanto de JAKOBS, son validos

para racionalizar y limitar en derecho de legítima defensa del chantajeado frente al

chantajista. Sin embargo, no agotan el problema en su conjunto, ni las peculiaridades de

las amenazas que son o no constitutivas de delito, porque por un lado mezclan los

requisitos de necesidad y permisibilidad, mientras que, por otro, crean justificaciones

inexistentes.

La tesis de ROXIN, en el sentido de que permitir al chantajeado realizar una

defensa sin restricciones equivale a la admisión, ante el público, de un delito cometido

por autor anónimo, no merece reparos, pues la clandestinidad en que generalmente se

desarrollan los hechos de extorsión no permite establecer un proceso comunicativo y,

por tanto, no posibilita extraer ningún sentido o significado importantes para fundar la

verdad como consenso.

En realidad, si las circunstancias de los hechos impiden la existencia de un

proceso comunicativo, entonces la muerte del chantajista puede aparecer, ante al

público, como un delito, sin posibilidad de conocimiento de la versión de la víctima, sus

motivaciones y justificaciones. Claro que esto ofende el sentimiento justicia y la defensa

del ordenamiento.

648 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 471.

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Excluir o, por lo menos, limitar el derecho de legítima defensa en circunstancias

clandestinas parece ser la medida más correcta para evitar el ejercicio de violencia sin

control. Si el chantajeado pudiera matar el chantajista en legítima defensa, sería lo

mismo que reconocer la absoluta ineficiencia del poder estatal en reprimir tales delitos.

Esto debilitaría la validez del ordenamiento jurídico porque reconocería la existencia de

poderes punitivos paralelos, en situaciones de clandestinidad, que dificultarían el control

que exige el Estado de Derecho.649

Por otro lado, también la protección unilateral de los intereses del supuesto

chantajeado supondría aceptar el ocultamiento de datos relevantes sobre el conflicto,

pues sin la versión del chantajista, ni siquiera el papel de la víctima es posible que sea

definido.

Hay que tener claro que el ejercicio de la defensa por el chantajeado no garantiza

el secreto de los hechos comprometedores, delictivos o no, ni tampoco permite saber las

razones de cada parte involucrada en el conflicto. Aquí los supuestos trascienden las

meras relaciones chantajista-chantajeado y por ello la comunidad no puede ser excluida

del conflicto.

Además, si la contribución de la víctima en el resultado juega siempre un papel

determinante para definir los contornos del derecho de legítima defensa, no es posible

neutralizarla justamente en las situaciones de ocultamiento, tampoco en otras

649 El caso mencionado por SERRANO GONZÁLEZ DE MURILLO, José Luis, op. cit., p. 189, decidido por el Tribunal Supremo croata, bien ilustra el problema de legitimar la justificación de la legítima defensa del chantajeado sin acudir a la autoridad policial. ―Se trataba de un atracador que había sustraído más de 136.000 marcos en un asalto a un furgón blindado. Su tío se hizo con un diario en que el atracador relataba el asalto y lo utilizó para exigirle el pago de 60.000 marcos, amenazándole con denunciarlo a la policía en caso contrario, así como con volar su casa. El chantajeado fingió plegarse a tales exigencias, pero en vez de ello secuestró al mensajero enviado por su tío para recoger el dinero, con la finalidad de presionar a su tío para obtener la devolución del diario. Ante el giro inesperado de los acontecimientos, el chantajista acudió a la policía, que detuvo al secuestrador. El TS de Croacia le condenó por secuestro, rechazando la invocación de la legítima defensa‖. Este caso demuestra que la legítima defensa no puede darse sin restricciones ético-sociales.

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398

situaciones en que no es posible conocer los intereses -lícitos o ilícitos- que motivan las

partes involucradas.

Por ende, la realidad de la amenaza y la garantía del secreto de los hechos

solamente deben ser controladas por la ayuda estatal, puesto que la legítima defensa, en

tal contexto de ocultamiento, es ineficaz y además muy peligrosa para el propio

chantajeado, en la medida en que éste no podrá, en un proceso penal acusatorio,

demonstrar y probar efectivamente (a) la gravedad de la agresión, (b) la necesidad de la

defensa y (c) la proporcionalidad de la respuesta. Sólo la presencia del Estado en

situaciones como éstas representa el interés general de la comunidad en pro de la

validez del ordenamiento jurídico.

La otra posibilidad, defendible por ROXIN, de admitir otras medidas más

limitadas, como ―el allanamiento de morada, los daños, el hurto, la supresión de

documentos y delitos menos graves similares, en la medida en que sirvan para eliminar

el material utilizado para el chantaje‖, parece más aceptar la ausencia de necesidad, en

la medida en que el chantajeado tiene la opción de reaccionar con una acción que causa

el menor daño posible al chantajista.

En este sentido, parece haber una cierta confusión entre los requisitos de

necesidad y permisibilidad, incluso por parte de ROXIN, que es uno de los penalistas

que más insiste en la diferenciación.

Por lo que se refiere al planteamiento de JAKOBS, que establece cuatro

principios para la resolución de esta problemática, hay que tratar cada uno de ellos por

separado.

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En la primera situación, en la que el chantajeado no realiza el objeto de la

amenaza, por la razón que fuera, realmente se debe excluir la necesidad de la defensa

legítima, porque la libertad de acción defensiva -evidentemente, no en el caso de la vis

absoluta en que no existe libertad- muestra la posibilidad de buscar otro medio racional,

idóneo para proteger el bien jurídico del peligro o de la lesión y menos perjudicial para

la persona del agresor.

Además, habría que ver la proporcionalidad de la amenaza del mal llevado a

cabo por el chantajista y el resultado de la acción del chantajeado. Esto explica también

por qué algunos sistemas positivos, que conceden ―excusas absolutorias‖ al chantajeado,

no lo hacen de manera absoluta –por ejemplo, el CP español, como se ha visto en el

apartado 3 del mismo art. 171, concede una especie de ―excusa absolutoria‖ para el

delito de cuya revelación se hubiere amenazado, salvo que éste tuviera pena de prisión

superior a dos años.

El caso en que la amenaza caracteriza una agresión actual, necesaria y

proporcional, al contrario de lo que afirma JAKOBS, no se debe justificar, sin más

reparos, el derecho de legítima defensa de acuerdo con las reglas generales, salvo si por

―reglas generales‖ también se comprende la posibilidad de incidencia de las

―limitaciones ético-sociales‖. Pues si persiste la situación de ocultamiento de los reales

intereses de cada parte, entonces las limitaciones ético-sociales se hacen más

importantes aún, puesto que son las únicas formas de dictar la excepcionalidad del uso

de la violencia privada. De lo contrario las consecuencias reveladas por ROXIN no

desaparecerían, sino que se perpetuarían, afectando la validez del ordenamiento

jurídico.

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400

El tercero caso, en que no hay actualidad de la agresión y que JAKOBS

recomienda la aplicación de las reglas de la ―situación semejante a la legítima defensa‖,

es todavía más complicado, porque esta ―situación semejante a la legítima defensa‖

sería una especie de ―defensa preventiva‖, en situaciones en las que incluso la autoridad

estatal podría actuar.650

Así, pues, este punto tiene gran interés sobre todo en los casos en que la acción

posterior ciertamente habría sido posible, pero comportaría daños más graves: por

ejemplo, la defensa preventiva mediante la grabación en cinta magnetofónica para

defenderse de las posteriores coacciones.

En supuestos como estos, se trataría, en realidad, de una causa de justificación

que, en analogía con el derecho de legítima defensa, caracterizaría una ―situación

similar a la legítima defensa”.651 Como ejemplos de ello sirven las grabaciones

magnetofónicas destinadas a evitar futuras extorsiones y otras agresiones, la grabada

subrepticiamente para obtener una prueba lícita en un proceso penal o la grabación

clandestina que podría aparecer como la única vía para, p. ej., desvirtuar el falso

testimonio de cargo que ha de temerse de un testigo.

650 Ya MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 448, afirman que en la extorsión falta la actualidad de la agresión. No se trataría, entonces, de ―situaciones análogas a la legítima defensa‖, sino de ―situaciones en que no hay actualidad‖. En sentido contrario, ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 623, afirma que ―la amenaza, aun después de haberse pronunciado, sigue perturbando la libertad de actuación de la voluntad mientras pende como una espada de Damocles sobre la cabeza de la víctima del chantaje‖. Así es que ROXIN centra el problema no en la actualidad, sino que en la necesidad o limitación ético-social: ―La cuestión de si la legítima defensa puede justificar la contraviolencia contra el chantajista no es un problema de la actualidad de la agresión, sino que la necesidad de la defensa y de que esté requerida o indicada‖. Hay que agregar también que si es verdad que siempre en los casos de extorsión falta la actualidad, entonces sería imposible la detención ―flagrans‖ del chantajista, pues la concretización del delito dependería de un evento futuro e incierto. Pero lo que pasa es que estos tipos penales suelen ser formales y, por tanto, el cumplimiento de la amenaza no es exigible para la consumación. 651 Según afirma la doctrina, la expresión más acabada de la tesis de la denominada ―situaciones análogas a la legítima defensa‖ es de SUPPERT, H., Studien zur Notwehr und “notwehrähnlichen Lage”, Bonn, 1973. Véase IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Fundamento y requisitos estructurales de la legítima defensa, op. cit., p. 157. También COSTA ANDRADE, Manuel da, Sobre as proibições de prova em processo penal, Coimbra, Coimbra Editora, 2006, p. 259.

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401

En la doctrina, JAKOBS es partidario de la aceptación de la legítima defensa de

forma limitada, ―subsidiariamente con respecto al auxilio policial, o sólo en el marco de

los principios de proporcionalidad aplicables en el estado de necesidad defensivo‖.652

Por otro lado, STRATENWERTH rechaza la justificación de la acción defensiva como

derecho de legítima defensa, pero acepta un estado de necesidad subsidiario.653

Sin embargo, como se ha dicho en el punto 3.1.1.3.1.1 supra, la defensa

preventiva nunca debe ser tolerada. En la falta de peligro actual, la respuesta solamente

está justificada cuando proviene de la autoridad pública, la única legitimada para actuar

en la defensa planificada. Como enseña FLETCHER, la defensa preventiva se convierte

en agresión actual y, por tanto, debe ser ―castigada como uso ilegal de violencia por su

excesiva precipitación‖. 654

De todos modos, en estos casos no existe el requisito de la actualidad. La

ausencia del elemento actualidad no justifica ninguna intervención anticipada, pues de

lo contrario quebraría el monopolio estatal de la violencia. Si no hay una agresión

antijurídica actual (de injuria, chantaje, amenazas, etc.), tampoco puede haber víctima y,

652 JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., p. 470. 653 Críticamente, afirmando que ―el afectado no se ve amenazado directamente‖ y que entrará en consideración un ―derecho de necesidad subsidiario”, véase STRATENWERTH, Günter, Derecho penal, op. cit., p. 231. Cfr. también MUÑOZ CONDE, Francisco, Sobre el valor probatorio en un proceso penal de grabaciones de conversaciones obtenidas mediante vídeos y relevancia penal de las conversaciones grabadas en ello, en RP, núm. 13, 2004, p. 110, que reconoce la eximente del estado de necesidad en la acción de la víctima que graba la conversación que mantiene con el chantajista que le está extorsionando mediante la exigencia de una retribución. A partir de ahí, en este mismo artículo, MUÑOZ CONDE distingue, con razón, los casos en que la víctima pretende denunciar presuntos delitos y ponerlos en conocimiento de la Administración de Justicia, de otros casos específicos en que la finalidad es ilícita y no hay una causa de justificación de la violación de la norma penal que protege el derecho individual y fundamental a la intimidad. 654 FLETCHER, George P., En defensa propia, op. cit., p. 53. Véase también MUÑOZ CONDE, Francisco, De las prohibiciones probatorias al Derecho procesal penal del enemigo, op. cit., p. 98. Sobre los aspectos procesales penales, véase ROXIN, Claus, La vigilancia acústica del domicilio y el ámbito esencial de configuración de la vida privada, trad. de Francisco Muñoz Conde, en RP, núm. 23, 2009, pp. 172-180; el mismo, La prohibición de autoincriminación y de las escuchas domiciliarias, 1ª ed., trad. de Alejandro Kiss, Gabriela E. Córdoba y Francisco Muñoz Conde, Buenos Aires, Hammurabi, 2008.

Page 402: LAS RESTRICCIONES ÉTICO-SOCIALES DEL

402

por tanto, no está justificada la escucha o grabación ilegal, ni será prueba lícita (más

bien será la realización de un delito).

El último supuesto mencionado por JAKOBS, en que hay solamente presión

psíquica o miedo, aunque exista también actualidad, realmente no se debe permitir la

legítima defensa. La configuración del derecho de legítima defensa no viene

determinada por la percepción unilateral de la supuesta víctima. La presión psíquica o

miedo son sentimientos irrelevantes al derecho de legítima defensa, porque no afectan el

carácter antijurídico de la acción agresiva. En fin, la legítima defensa por desconcierto,

miedo o terror no excluye la antijuridicidad de la acción, sino solamente la culpabilidad

del autor.

Cuando el Derecho penal se fundamenta en criterios exclusivamente subjetivos e

indemostrables -sean del autor, sean de la víctima- el peligro del autoritarismo se hace

todavía más evidente. No hay, por tanto, en este subjetivismo derivado de la concepción

cartesiana de la mente, nada racional, científico o lógico: lo que hay aquí es pura

inseguridad jurídica de los ciudadanos.

La perspectiva más correcta, en todas las situaciones mencionadas, es la

limitación del derecho de legítima defensa de acuerdo con las restricciones éticos-

sociales: eludir o tolerar la agresión es una tarea razonable en los casos en que la lesión

consiste en la muerte del chantajista.

Pero estas limitaciones, como en otras situaciones problemáticas explicadas

anteriormente, deben ser concretizadas a partir del principio de intervención mínima y,

también, de acuerdo con los postulados preventivos limitados que dominan la moderna

dogmática penal.

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El principio de ultima ratio propicia la disminución de la violencia en la

situaciones de amenazas constitutivas de chantaje, pues si el ciudadano debe recurrir

siempre a los servicios planificados de la autoridad estatal, no habrá, en principio,

ninguna muerte sin autor responsable debidamente identificado, ni tampoco aumento de

la cifra negra. 655 Por tanto, la reducción de la violencia privada ya justifica y legitima la

restricción de la defensa por el chantajeado.

Otra cosa es que el principio de intervención mínima también funcione como

―modelo de concientización‖ de las víctimas chantajeadas en relación a los servicios

públicos de seguridad. Si el chantajeado sabe que puede contar con un buen servicio

público de seguridad para proteger todos sus derechos supuestamente violados, la

defensa individual se presenta siempre como una manifestación de venganza y, luego,

sin legitimidad democrática.

Este refuerzo de imagen del poder estatal -que puede ser simbólico pero puede

también ser muy real- evita la existencia de poderes punitivos paralelos u ocultos, de

defensas de intereses ni siempre tutelados por el Derecho. Entonces este principio

cumple aquí una función de protección de la libertad.

El principio de intervención mínima funciona también como limitación de la

violencia y como reafirmación de la validez de la norma. Limita la violencia porque al

impedir el uso del derecho de legítima defensa en situaciones de ocultamiento, hace que

el chantajeado busque la intervención formalizada del Estado y no de los aparatos

represores clandestinos. Cuando el Derecho penal soluciona conflictos poco claros y

655 Al respecto de la cifra negra elevada en el delito de chantaje, véase el prólogo de MUÑOZ CONDE, Francisco, en FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, María Dolores, El chantaje, Barcelona, PPU, 1995. Esta parece ser una de las razones que utiliza SERRANO GONZÁLEZ DE MURILLO, José Luis, op. cit., p. 178, para justificar la aceptación de la legítima defensa -incluso con muerte- frente al delito de chantaje: ―Pues en la medida en que la víctima ve cortado su acceso al auxilio de la autoridad frente a la agresión ilícita, parecería que en ningún otro delito sería más razonable la justificación‖.

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ocultos, lo hace mediante un procedimiento altamente formalizado y, en general,

especializado. El particular, al contrario, cuando intenta la resolución de temas

complejos, como es la amenaza constitutiva de chantaje, termina creando nuevos

conflictos y nuevas formas de violencia, lo que debilita la seguridad jurídica y genera

sensación de anomia. Estos síntomas solamente desaparecen cuando el derecho de

legítima defensa está sometido a las limitaciones ético-sociales, que exigen, por

ejemplo, que el chantajeado recurra a la autoridad pública o que asuma la posibilidad de

sufrir un daño que no sea grave.

Por otro lado, la exigencia de respeto al principio de intervención mínima

confiere un sentido positivo, al declarar expresamente el catálogo de los bienes

susceptibles de defensa por el chantajeado. Así, por ejemplo, los bienes que no sean

típicamente penales -p. ej., la defensa de la moralidad, la defensa de la fidelidad

conyugal, etc.- no pueden ser defendidos por el chantajeado, aunque el daño futuro sea

de naturaleza grave, puesto que el marco de los derechos humanos, que define la

materia de intervención del Derecho penal, también se aplica al derecho de legítima

defensa, principalmente en las relaciones de ocultamiento como son las amenazas

constitutivas de chantaje. Por tanto, también aquí el principio de intervención mínima

cumple una doble función.

Pero las limitaciones ético-sociales no son definidas exclusivamente por el

principio de intervención mínima. Con razón ha dicho WOLTER que ―los límites ético-

sociales de la legítima defensa no pueden determinarse con precisión sin recurrir a una

reflexión sobre las funciones de la pena‖.656 De ahí que en los casos de amenazas

656 WOLTER, Jürgen, Estudio sobre la dogmática y la ordenación de las causas materiales de exclusión, del sobreseimiento del proceso, de la renuncia a la pena y de la atenuación de la misma. Estructuras de un sistema integral que abarque el delito, el proceso y la determinación de la pena, trad.

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405

constitutivas de chantaje el derecho de legítima defensa del chantajeado recibe los

contornos limitativos a partir de las funciones de la pena, de prevención general y

especial.

En general, la prevención general de la pena limita el derecho de legítima

defensa en las situaciones de amenazas constitutivas de chantaje porque el chantajeado

no puede debilitar la confianza en el Derecho. El chantajeado puede actuar en legítima

defensa, pero con restricciones y solo en algunos casos.

El derecho individual del chantajeado de rechazar la agresión del chantajista no

puede destruir la necesidad de fortalecimiento de la vigencia de la norma. Por tanto, si

el chantajeado pretende actuar en la oscuridad de la situación fáctica, el Derecho no

debe justificar la eventual destrucción de bien jurídico significativo del chantajista o de

tercero, porque la sensación de inseguridad jurídica debilitaría las bases del

Ordenamiento jurídico. La propia idea de clandestinidad ya no se muestra compatible

con el interés en que prevalezca el Derecho.

El derecho de legítima defensa del chantajeado se sujeta, por tanto, a las

limitaciones ético-sociales, que exigen que se recurra a la busca de la autoridad pública

o la asunción del daño, principalmente en los casos en que el daño es posible de

reparación por otra rama del Derecho. Las restricciones no sirven para anular la legítima

defensa, sino para dotarla de contenido de justicia.

Además, estas exigencias éticos-sociales que limitan el derecho de legítima

defensa cumplen una función educativa muy importante en la comunidad, en la medida

de Guillermo Benlloch Petit, en WOLTER, Jürgen, FREUND, Georg (ed.), El sistema integral del Derecho penal. Delito, determinación de la pena y proceso penal, Madrid, Marcial Pons, 2004, p. 45.

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406

en que evitan el fortalecimiento de la violencia real e internalizan la vigencia de la

norma.657

657 En otro sentido, completamente distinto, es SERRANO GONZÁLEZ DE MURILLO, José Luis, op. cit., p. 193: ―Por otra parte, desde el punto de vista de la prevención general del delito de chantaje, resulta oportuno que los potenciales autores, que por la propia índole de la agresión antijurídica que llevan a cabo son conscientes de que la víctima no podrá recabar auxilio de la autoridad (por lo contraproducente que se conozcan los hechos deshonrosos o delictivos), no puedan contar con restricciones al ejercicio de la legítima defensa por parte de dicha víctima, derivadas del carácter necesariamente oculto de tal ejercicio, sino que precisamente por la legitimidad de la potencial reacción defensiva se vean disuadidos de cometer el delito‖. El planteamiento cree que la legítima defensa del chantajeado despliega un poder que inhibe los delitos de chantaje. Con todo, la posible influencia sobre el chantajista, sobre ―nuevos chantajistas‖ y sobre ―el cuerpo social‖ mediante el ―refuerzo de validez de la norma‖, es algo dudable y dependiente de conocimientos criminológicos empíricos. Como ha dicho HASSEMER, Winfried, Prevención general y Aplicación de la pena, en NAUCKE, Wolfgang, HASSEMER, Winfried, LÜDERSSEN, Klaus, op. cit., p. 82, cuya lección es válida aquí, ―es legítima la aplicación preventivo-general de la pena hasta aquel momento donde sea posible una valoración precisa, basada en un conocimiento empírico asegurado‖. Además, es un argumento peligroso pretender convertir la legítima defensa en ―prima ratio‖ de la implementación de los medios de solución de conflictos sociales.

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Capítulo 7

DOS SUPUESTAS APORÍAS DERIVADAS DE LAS RESTRICCIONES DE

CARÁCTER ÉTICO-SOCIAL DEL DERECHO A LA LEGÍTIMA DEFENSA

1. La supuesta inconstitucionalidad de las restricciones ético-sociales frente al

principio de legalidad penal

El planteamiento que considera inconstitucional las restricciones ético-sociales

de la legítima defensa se basa en una vulneración del principio de legalidad penal,

porque, sin ley, habría una ampliación de la responsabilidad penal del agredido. El

fundamento parece lógico: restringir el derecho de legítima defensa sería lo mismo que

ampliar el derecho punitivo del Estado, pero sin respeto al principio de legalidad penal,

que exigiría, desde FREUERBACH, el hecho legalmente conminado.658 Por tanto, en

este sentido, la única posibilidad de respeto al principio de legalidad sería exigir que la

ley positiva contemplase los supuestos de hecho que correspondiese a las limitaciones

ético-sociales, ya sea declarando expresamente los bienes jurídicos defendibles, ya sea

esclareciendo concretamente las acciones que debiese tomar el agredido (huída, llamada

de tercero o asunción de daño).659

658 Véase los ―principios primeros del derecho punitivo‖ según lecciones de FEUERBACH, Paul Johann Anselm Ritter von, op. cit., p. 55: ―De aquí surgen, sin excepción alguna, los siguientes principios derivados: I) Toda imposición de pena presupone un ley penal (nulla poena sine lege). Por ende, sólo la conminación del mal por la ley es lo que fundamenta el concepto y la posibilidad jurídica de una pena; II) La imposición de una pena está condicionada a la exigencia de la acción conminada (nulla poena sine crimine). Por ende, es mediante la ley como se vincula la pena al hecho, como presupuesto jurídicamente necesario; III) El hecho legalmente conminado (el presupuesto legal) está condicionado por la pena legal (nullum crimen sine poena legali). Consecuentemente, el mal, como consecuencia jurídica necesaria, se vinculará mediante la ley a una lesión jurídica determinada‖. 659 Esto es, en parte, lo que parece hacer el Código penal de Austria: ―No obra antijurídicamente el que actúa en defensa necesaria (notwendig) para repeler un ataque antijurídico actual o inminente que amenace la vida, salud, integridad corporal, libertad o patrimonio, propios o ajenos, si es evidente (offensichtlich) que simplemente amenaza al agredido un pequeño perjuicio (bloss geringen Nachteils) y que la defensa, especialmente a causa de la gravedad del daño causado al agresor al rechazarla, es inadecuada (unangemessen). Cfr. IGLESIAS RÍO, Miguel Ángel, Perspectiva histórico-cultural y comparada de la legítima defensa, op. cit., p. 185.

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408

La tesis de que las restricciones ético-sociales extienden la punibilidad y, por

tanto, infringen el principio nullum crimen sine lege se apoya, básicamente, en la

premisa de que los derechos de intervención tienen la misma función que los tipos en

sentido estricto. 660 Así, por ejemplo, AMELUNG sostiene que ―es inadmisible limitar

por consideraciones político-criminales principios reguladores subyacentes a una causa

de justificación y, de ese modo, extender el ámbito de lo punible‖.661 Recientemente,

también ENGLÄNDER ha afirmado que todas las limitaciones de la legítima defensa

son inconstitucionales, porque la cláusula normativa del § 32 1 del Código penal alemán

debería expresar la posibilidad de limitación, pero eso no sucede de una forma

suficiente.662

De hecho, si se toma en serio la teoría de los elementos negativos del tipo o la

idea de una antijuridicidad específicamente penal de GÜNTHER, la tesis de la

inconstitucionalidad parece razonable. Pues, dado que las causas de justificación

integrarían el tipo de injusto, en un tipo total de injusto tal como la teoría de los

660 Así, por ejemplo, KRATZSCH, Dietrich, Grenzen der Strafbarkeit im Notwehrrecht, Berlin, De Gruyter, 1968. Cfr., sobre esta problemática, por todos, ROXIN, Claus, Política criminal y sistema de derecho penal, op. cit., p. 82. En España, CORCOY BIDASOLO, Mirentxu, “Restricciones” jurisprudenciales al derecho de defensa: legítima defensa y principio de legalidad, en ADPCP, Tomo XLIV, 1991, p. 920, también sostiene que las restricciones al derecho de defensa no son constitucionales en razón de la ofensa al principio de legalidad: ―la naturaleza específicamente jurídico-penal de las causas de justificación; de su función de límite de la prohibición (indiciariamente prevista en el tipo) -el hecho justificado no es jurídicamente neutro o indiferente, sino jurídicamente positivo-; del significando del principio de legalidad, y del principio de subsidiaridad del Derecho pena, cabe afirmar que las restricciones a la legítima defensa sólo será válidas en tanto en cuanto se mantengan dentro de los límites de la interpretación y no constituyan analogía‖. Según concluye CORCOY BIDASOLO, Mirentxu, op. cit., p. 924, ―las restricciones a la legítima defensa sólo pueden ser válidas cuando, de acuerdo con el principio de legalidad, se realicen, exclusivamente, a través de una interpretación de sus elementos tomando en consideración, al unísono, su doble fundamento‖. También STRUENSEE, Eberhard, Restricciones y límites de la legítima defensa, en CPC, núm. 92, 2007, pp. 127-141, argumenta que las restricciones de la legítima defensa no afectan los principios nullum crimen sine lege scripta y nullum crimen sine lege stricta, siempre que puedan fundamentarse con una interpretación de la necesidad. De lo contrario, sostiene STRUENSEE que sería lo mismo que aceptar un ―misterioso, casi mágico, proceso que permite modificar en la práctica un ley sin realizar ninguna modificación textual‖. 661 Cfr., AMELUNG, Knut, Contribución a la crítica del sistema jurídico-penal de orientación político-criminal de ROXIN, en SCHÜNEMANN, Bernd, El sistema moderno del Derecho penal: Cuestiones fundamentales. Estudios en honor de Claus Roxin en su 50º aniversario, trad. de Jesús-María Silva Sánchez, Madrid, Tecnos, 1991, p. 103. 662 Cfr. ENGLÄNDER, Armin, Grund und Grenzen der Nothilfe, Tübingen, Mohr, Siebeck, 2008, pp. 307-313.

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elementos negativos del tipo, no se comprendería por qué no respetar también el

principio de legalidad, ya que los elementos de justificación no se diferenciarían de los

elementos típicos. Es más: si la antijuridicidad es una antijuridicidad específicamente

penal, también integraría un tipo de injusto y debería, por tanto, atender al llamado del

principio de legalidad. 663 Por tanto, desde estas dos perspectivas, el principio de

legalidad debería regir también el ámbito de las auténticas causas de justificación, entre

éstas, por ejemplo, la legítima defensa.

Entre tanto, esto no parece correcto. Mientras los tipos en sentido estricto son

expresiones del principio de legalidad y, en los derechos de intervención, limitan la

interpretación al tenor literal, las causas de justificación son espacios de solución social

de conflictos y, por tanto, están abiertas a todo ordenamiento jurídico.

Con razón ROXIN afirma que los principios político-criminales sistematizan,

desarrollan y contemplan las concretas categorías del delito (tipicidad, antijuridicidad y

culpabilidad). El tipo en sentido estricto, por ejemplo, realiza el importante principio

político-criminal de legalidad, que exige una ―interpretación restrictiva que actualice la

función de carta magna del Derecho penal y su ―naturaleza fragmentaria‖ de punibilidad

que sea indispensable para la protección del bien jurídico‖ y que atrape

conceptualmente sólo el ámbito de punibilidad que sea indispensable para la protección

del bien jurídico‖. 664

663 Esta consecuencia en la teoría de GÜNTHER sobre antijuridicidad penal y exclusión del injusto penal también es constatada correctamente por AMELUNG, Knut, op. cit., p. 100: ―Dado que ―las causas de exclusión del injusto penal‖ constituyen normas específicamente jurídico-penales y, en última instancia, es una cuestión de mera técnica legislativa el que se consideren autónomamente o en la redacción del tipo penal, el principio de nulla poena sine lege debe aplicarse a estas normas sin limitación alguna. Simplemente debe observarse que la prohibición de analogía se transforma en una prohibición de restricción teleológica‖. 664 ROXIN, Claus, Política criminal y sistema de derecho penal, op. cit., p. 73.

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410

La antijuridicidad, por el contrario, abre espacio para que el principio político-

criminal de la ponderación regule los intereses sociales e individuales en situaciones

conflictivas.

Por último, la culpabilidad tiene que ver no sólo con las circunstancias

personales irregulares o condicionadas, sino también con las consideraciones de

prevención general y especial. La culpabilidad, en síntesis, responde a la cuestión del

poder y no al problema del deber.

Sin embargo, no todas estas categorías son interpretadas como principios

específicamente jurídico-penales. En categorías dogmáticas como la antijuridicidad y la

culpabilidad, la interpretación no es tan restrictiva como en el tipo en sentido estricto,

puesto que una pretende la solución justa de conflictos sociales generales, mientras las

otras buscan excluir el reproche en situaciones conflictivas concretas marcadas por

deficiencias personales o situaciones de necesidad extrema. Por eso, exclusivamente en

la teoría del tipo hay una estricta vinculación con los principios jurídico-penales, ya que,

como se ha dicho en oportunidades anteriores, las causas de justificación proceden de

todo el ámbito jurídico.665

Además, el principio nullum crimen no sólo es una garantía individual frente al

ataque del poder punitivo del Estado, sino que también debe actualizar el principio de

intervención mínima para reducir el ámbito de violencia a la que sea indispensable para

la protección del bien jurídico.

665 ROXIN, Claus, Política criminal y sistema de derecho penal, op. cit., p. 60. MUÑOZ CONDE también reconoce que el principio de regulación social que integra la antijuridicidad no está limitado por el principio de legalidad, ya que los principios que regulan las causas de justificación proceden de todo el ámbito del Derecho, tanto legal como consuetudinario. Cfr. MUÑOZ CONDE, Francisco, Introducción, en ROXIN, Claus, Política criminal y sistema de derecho penal, op. cit., p. 21.

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Ciertamente que esta función la cumple muy bien el tipo en sentido estricto, pero

no exclusivamente. En la reducción de la violencia por el principio de intervención

mínima también operan las causas de justificación, concretamente cuando exigen que el

poder de intervención de un ciudadano sobre el otro sea limitado, de modo a restringir y

controlar la violencia salvaje, la cual no existe solamente en el estado de naturaleza,

sino también en el seno del Estado de Derecho, aunque en este, en general, ocultamente,

como por ejemplo suele suceder con la concesión de un poder ilimitado del derecho de

legítima defensa.

En contextos así, puede ser que el principio de legalidad en el ámbito de las

causas de justificación no cumpla una función de garantía tal como realiza en el ámbito

de la teoría del tipo. De todos modos, lo cierto es que este sentido flexible del principio

de legalidad en el ámbito de las causas de justificación existe justamente para posibilitar

el cumplimiento de la función de la dogmática penal, ofreciendo soluciones político-

criminalmente justas.

Como ha dicho ROXIN, en estos casos, ―hay que admitir las quiebras,

motivadas político-criminalmente, de la regla estricta‖, pues el Derecho penal es un

instrumento de configuración social de alta significación.666 Pues más importante que

una dogmática jurídico-penal basada en fórmulas abstractas positivistas es una decisión

justa de la cuestión de hecho, por eso que el principio de legalidad debe ceder frente al

interés de justicia.

También MUÑOZ CONDE puso de relieve en su ―Introducción” a la traducción

de la monografía de ROXIN, en 1972, que la función politicocriminal del tipo es

666 ROXIN, Claus, Política criminal y sistema de derecho penal, op. cit., p. 37.

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distinta a la de las causas de justificación desde el punto de vista de la función de

motivación, cuando dice:

―La impunidad que supone la legítima defensa no es, por tanto, un estímulo para

matar a nadie. Con la creación del tipo, a través de la descripción de la materia

de prohibición a través de la amenaza penal, quiere el legislador incitar en los

ciudadanos a que se aparten de la comisión de delitos. Con las causas de

justificación permite el legislador excepcionalmente la conducta desvalorada,

pero la impunidad que concede no es un estímulo para el autor y no cumple la

función de motivación del tipo‖. 667

Hasta tal punto la justificación se mueve en un plano menos formalista que la

tipicidad, que, si bien con algunas reservas, se admite por parte de la doctrina la

existencia de las ―causas supralegales de justificación‖, lo que en el ámbito de la

tipicidad sería claramente inconstitucional por infracción del principio de legalidad.

Está claro, por tanto, que el límite del tenor literal que exige el principio de

legalidad no rige en absoluto en las causas de justificación, pues en su mayor parte las

mismas no contienen una materia específicamente penal. Aquí vale lo que ha puesto de

relieve JESCHECK: no hay violación del principio de legalidad en la admisión de las

restricciones ético-sociales pues las mismas se siguen del sentido de la norma y son

compatibles con el tenor literal (interpretación restrictiva).668

La confusión deriva de la mezcla de dos formas de interpretaciones distintas: en

el tipo en sentido estricto, la interpretación es restrictiva y debe efectuarse sobre la base

del ―sentido literal posible‖ de la ley; a la inversa, en las causas de justificación, la 667 MUÑOZ CONDE, Francisco, Introducción, en ROXIN, Claus, Política criminal y sistema de derecho penal, op. cit., p. 26. 668 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 469.

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interpretación debe desarrollarse sobre la base de los principios ordenadores sociales,

según las exigencias del principio de protección, del prevalecimiento del Derecho y del

principio de intervención mínima.

Estas son, básicamente, las razones fundamentales por las cuales las

restricciones ético-sociales a la legítima defensa no infringen el principio de legalidad,

ni la idea misma del Estado de Derecho.

2. El argumento de “erosión de la dogmática de la legítima defensa”

No solamente el problema de la inconstitucionalidad por violación del principio

de legalidad se suscita en los trabajos sobre las restricciones ético-sociales al derecho de

legítima defensa. También se afirma que el ―exceso de limitaciones‖ provoca ―erosión

de la dogmática de la legítima defensa‖, pues el ciudadano atacado no puede más

defenderse como antaño y, ahora, cuando piensa realmente que puede actuar, arriesga la

libertad en una situación jurídica inestable.

Entre tanto, este debilitamiento de la legítima defensa no es fruto de la existencia

de las restricciones ético-sociales. Los resultados insatisfactorios derivan justamente de

la ausencia de orientación dogmática que esclarezca los fundamentos correctos de las

limitaciones. Pues si los fundamentos presentados son vacíos e inseguros, los resultados

obtenidos serán siempre problemáticos, tanto dogmática como materialmente

(justicia).669

669 De ello se da cuenta ROXIN, Claus, Política criminal y sistema de derecho penal, op. cit., p. 85: ―Las numerosas sentencias, que en los últimos 20 años han tenido que tomar postura con respecto a la problemática de la legítima defensa, consideran con razón los puntos de vista aquí esbozados, pero a causa de falta de orientación dogmática tienen que llegar a resultados satisfactorios trabajosamente con consideraciones generales de equidad, con la fórmula vacía de la exigibilidad o con los conceptos, apenas susceptibles de interpretación, de necesidad y exigencia, cuya inseguridad conduce a decisiones contradictorias. De este modo surge la impresión de un debilitamiento del derecho a la legítima defensa,

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414

Además, no es comprensible cómo algo que limita puede, concomitante, destruir

el objeto limitado. Si las limitaciones normales no inutilizan la legítima defensa, por la

misma razón las ético-sociales tampoco lo hacen. Igual que las funciones preventivas de

la pena, que limitan la culpabilidad, no la excluyen, las restricciones ético-sociales no

impiden la legítima defensa.

La verdad es que lo que causa erosión de la dogmática y, por tanto, inseguridad

jurídica, no son las limitaciones generales o ético-sociales, sino justamente el contrario:

lo que es preocupante es el uso equivocado o la ausencia de las limitaciones al poder

privado.

Como se ha visto anteriormente, el uso equivocado de las restricciones sucede

porque la interpretación se basa, en general, en una fórmula vacía, por ejemplo, en los

fundamentos vinculados a las expresiones poco claras como exigibilidad o abuso de

Derecho.

Esta ausencia de precisión en la definición del contenido de las restricciones

tiene como consecuencias la inseguridad jurídica e injusticia de la decisión concreta.

Pero si estas restricciones ético-sociales son basadas en principios político-criminales

concretos, en los mismos moldes que el principio de intervención mínima limita el

poder punitivo, entonces los defectos dogmáticos y de justicia desaparecen o aparecen

disminuidos.

Por otro lado, más peligroso que los errores en la interpretación de los

fundamentos de las restricciones, es la ausencia de cualquier limitación de orden ético-

social. Normalmente esta posición conservadora es sostenida por dos clases de

mientras que el procedimiento aquí recomendado, aplicable análogamente en todas partes, daría unos contornos seguros al extenso campo de las causas de justificación‖.

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415

argumentos relacionados: la idea de que el Derecho no necesita ceder al injusto y la

necesidad de prevalecimiento del Derecho. La primera representa bien cómo la legítima

defensa es una categoría jurídica dominada por aspectos individuales generalmente

egoístas; la segunda, a la inversa, expresa cómo el sistema jurídico se puede sobreponer

al valor individual del ser humano. Un liberalismo excesivo y un funcionalismo

sistémico radical se unen en el rechazo de las limitaciones ético-sociales, lo que es

comprensible, pero no justificable.

El planteamiento que sostiene la erosión de la dogmática de la legítima defensa

en virtud de las restricciones ético-sociales, obviamente pretende una imaginaria

―cohesión‖. Esta unión de los requisitos tradicionales de la legítima defensa, en una

―estructura de valor común‖, sería la única forma de proteger el bien jurídico individual

atacado y, conjuntamente, la validez del Derecho.

Sin embargo, ya está claro que tanto el fundamento individualista como la

perspectiva normativista son insostenibles sin reciprocidad, pues no propician siempre

decisiones adecuadas político-criminalmente. En primer lugar, porque retrotraen a la

venganza privada; en segundo, porque debilitan la importancia del ser humano ante la

valorización excesiva del sistema.

El costo de la coherencia dogmática que pagan los partidarios de la corriente que

ve un único fundamento a la legítima defensa es alto: sacrifican el valor justicia por el

valor del sistema o la coherencia sistemática. Así es que consiguen una aparente

armonía dogmática, pero causan, en realidad, una erosión a los postulados político-

criminales. Una dogmática lógica y un resultado desastroso.

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416

La reducción de la legítima defensa al principio de la autoprotección oscurece la

protección del Estado e impide la limitación de la aplicación de la fuerza en los

conflictos sociales. En definitiva: una perspectiva puramente individualista es

insuficiente para reblandecer el derecho de legítima defensa en situaciones

problemáticas como las de agresiones irrelevantes, inculpables o de crasa

desproporcionalidad.

Por otro lado, el funcionalismo sistémico fundamentado en el principio de

prevalencia del Derecho tampoco es adecuado, pues la dignidad humana queda de este

modo por debajo del interés de validez del sistema.

En este sentido, SCHMIDHÄUSER defiende que el fundamento de la legítima

defensa es únicamente expresado por el principio de prevalencia del Derecho y excluye

del derecho de legítima defensa toda ponderación materialista de bienes. Así, pues, para

SCHMIDHÄUSER la legítima defensa sirve para la ―protección de la vigencia del

ordenamiento jurídico‖ y no está vinculada a los principios de autoprotección y

proporcionalidad.670

Sostiene SCHMIDHÄUSER básicamente la existencia de una estructura de

valor común para las causas de justificación, que parte de la ―validez empírica del

ordenamiento jurídico‖ (empirischen Geltung der Rechtsordnung ausgeht). La legítima

defensa protege la ―validez empírica del ordenamiento jurídico‖ y logra que la

―conciencia de los sujetos jurídicos se tomen en serio‖. Esto conduce a las siguientes

palabras de SCHMIDHÄUSER:

670 Cfr. SCHMIDHÄUSER, Von Eberhard, Über die Wertstruktur der Notwehr, en Festschrift für Richard M. Honig, Gottingen, Verlag Otto Schwartz & CO., 1970, pp. 185-199. Críticamente, véase HIRSCH, Hans Joachim, op. cit., pp. 215-219, que califica el rigorismo de esta concepción -que relativiza, desde el punto de vista del orden jurídico, los bienes jurídicos en juego- de ―alejada de la realidad‖, sobre todo porque tendría que exigir que el agredido, subjetivamente obre con el fin de defender la validez del orden jurídico.

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417

―Otra cosa sería, sin embargo, el caso de un vagabundo adulto sentado en un

árbol: lo advierten con un grito pero él se queda tranquilo robando la fruta, y no

le queda otra posibilidad que la de terminar su obra; de este modo, dejando a un

lado el escaso valor del acto, la legítima defensa queda justificada en el caso de

un ataque a la autonomía ajena que se realice a través de un golpe letal, cuando

no exista otro medio a disposición‖. 671

Sin embargo, esta concepción conduce a resultados inadmisibles: permite

justificar la muerte del agresor en casos de ataques insignificantes (p. ej., el hurto de

frutas), y al mismo tiempo excluye el uso de legítima defensa por parte de personas sin

culpabilidad (p. ej., el loco furioso). Además, no existe ninguno motivo razonable para

excluir la ponderación materialista de bienes dentro de la legítima defensa.672

En estos casos, en que una justificación por legítima defensa es incierta o

contradictoria, las limitaciones ético-sociales cumplen las funciones fundamentales de

disminución de la violencia social y de reafirmación de los valores constitucionales por

encima de los intereses egoístas de la víctima.

A pesar de la fundamentación equivocada de las restricciones, la concepción que

reduce el ámbito de aplicación de la legítima defensa únicamente al principio de

prevalencia del Derecho ya era objeto de rechazo por la jurisprudencia alemana, como

671 Ibidem, p.198. Véase también, con otros fundamentos, VON WEBER, Hellmuth, op. cit., p. 99: ―Es irrelevante la relación valorativa de los intereses colindantes: la salvaguardia del derecho prevalece sobre cualquier interés del agresor; así, por ejemplo, se puede matar al ladrón cuando el hurto no pueda impedirse de otra manera‖. En este sentido también es MAYER, Max Ernst, op. cit., p. 349: ―Se puede matar de un tiro al agresor para defender la posesión de un fósforo, en la medida que esa energía corresponda a la violencia de la agresión‖. 672 Este mismo parágrafo de SCHMIDHÄUSER es criticado por ROXIN, Claus, Política criminal y sistema de derecho penal, op. cit., pp. 86-87: ―Esta concepción conduce a que contra el loco furioso, que –en expresión de Schmidhäuser– no puede atacar la ―vigencia‖ del ordenamiento jurídico, no pueda ejercitarse la legítima defensa, ni siquiera para proteger la propia vida: mientras que, por otro lado, del vagabundo que sustrae frutas cabría defenderse incluso ―con un disparo que ponga en peligro la vida‖ (p. 198), si se cumplen los otros presupuestos de la legítima defensa. Me parece dudoso que esta tesis pueda ser compatible todavía con los fundamentos legales del derecho a la legítima defensa‖.

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se puede observar de la argumentación de KERN: ―El derecho de legítima defensa no

establece fundamentalmente el principio de la valuación de los bienes jurídicos. No

obstante, si el daño a esperar por la defensa (la lesión grave del ladrón) no guarda

proporción con el daño que el ataque amenaza (la pérdida de la fruta), la defensa es

abusiva desde el punto de vista jurídico (TRS de Stuttgart, D.R.Z., 49, 42; TF, N.J.W.,

56, 920)‖. 673

Finalmente, si fuera verdad que las restricciones ético-sociales provocarían una

erosión a la teoría de la legítima defensa, entonces sería difícil explicar la vigencia del

artículo 2º del Convenio Europeo de los Derecho Humanos, que sólo permite la muerte

intencionada (dolo de primer grado) de una persona cuando sea ―absolutamente

necesario‖ el empleo de la violencia para defenderse ante una ―agresión antijurídica

igualmente violenta‖. 674

Pero las cosas no son tan simples así. JESCHECK ha dicho que tal restricción

resulta ―extraña al pensamiento jurídico continental europeo‖ y que ―no puede encontrar

aplicación alguna a las relaciones recíprocas de los particulares‖. 675 Porque la finalidad

de la Convención es de ―impedir los abusos del Estado frente a los particulares, y no la

673 KERN, Eduard, Casos prácticos de Derecho penal, Parte General del Código penal alemán, trad. de Conrado A. Finzi, Buenos Aires, Depalma, 1976, p. 86. En sentido semejante, FLETCHER, George P., En defensa propia, op. cit., p. 58: ―La simple sustracción, como la que realizan los bolsilleros o carteristas, no es un robo y, por tanto, no autoriza el uso de fuerza incluso mortal para prevenir que un carterista pueda salir huyendo una vez que se haya apoderado de la cartera‖. Esta problemática, que no es nueva puesto que desde los siglos XV y XVI los juristas intentan extraer soluciones racionales, sea a partir de las leyes, sea por atención a la jurisprudencia de la Biblia (por ejemplo, Éxodo 22), ya fue desarrollada en el Capítulo 6, punto 3 (La agresión insignificante), motivo por lo cual son innecesarias nuevos argumentos meramente repetitivos. 674 Según el artículo 2º del Convenio Europeo de los Derecho Humanos, firmado en Roma el 4 de noviembre de 1950, el derecho de legítima defensa es así estructurado: ―l. El derecho de toda persona a la vida está protegido por la ley. Nadie podrá ser privado de su vida intencionadamente, salvo en ejecución de una condena que imponga la pena capital dictada por un Tribunal al reo de un delito para el que la ley establece esa pena. 2. La muerte no se considerará como infligida en infracción del presente artículo cuando se produzca como consecuencia de un recurso a la fuerza que sea absolutamente necesario: a) en defensa de una persona contra una agresión ilegítima; b) para detener a una persona conforme a derecho o para impedir la evasión de un preso o detenido legalmente; c) para reprimir, de acuerdo con la ley, una revuelta o insurrección‖. 675 JESCHECK, Hans-Heinrich, op. cit., p. 474.

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de intervenir en la fundada tradición jurídica de una parte de los Estados miembros‖. La

Convención de los Derechos del Hombre, concluye JESCHECK, ―sólo quiere regular

las relaciones entre el poder estatal y los ciudadano.676

Esa solución no es satisfactoria. Como ha dicho con razón ROXIN, ―parece

extraño que al particular en su defensa frente a agresiones se le permita muchísimo más

que a los órganos estatales que tienen encomendada en primera línea esa misión‖. 677 Así

es que nada obstaría la ―irradiación‖ o aplicación analógica de la Convención al derecho

de particular a la legítima defensa, en respeto al principio del prevalecimiento del

Derecho.

De todos modos, no se puede sobrevalorar esta norma de la Convención. Los

resultados prácticos de ella, derivados principalmente en los supuestos de agresiones

irrelevantes, son casi inexistentes y, además, porque son suficientes las restricciones

ético-sociales fundamentas en los principios preventivos y garantísticos del Derecho

penal.678

Lo que sí parece ser muy interesante es que la norma de la Convención funcione

simbólicamente reforzando los valores que el ordenamiento jurídico abre espacio para la

676 Ibidem. Así también, MAURACH, Reinhart, ZIPF, Heinz, op. cit., p. 450; BOCKELMANN, Paul, VOLK, Klaus, op. cit., p. 114; JAKOBS, Günther, Derecho penal, op. cit., pp. 477-478, argumenta que el Convenio no regula la legítima defensa en su entendimiento moderno, porque no menciona un ataque como comportamiento inculpable ni de su carácter actual. Lo que estaría ahí no sería un límite de lo máximo permitido. Así, pues, llega a la conclusión de que ―el Convenio sólo aporta una garantía de contornos difusos para una situación de conflicto singular, determinada ampliamente, entre varias posibles, sobre todo entre las situaciones de conflicto determinables más estrictamente‖. 677 ROXIN, Claus, Derecho penal, op. cit., p. 648. Igualmente STRATENWERTH, Günter, op. cit., p. 203, parece reconocer que ―difícilmente se podrá negar la repercusión sobre el derecho a la legítima defensa privada: ¿le estará permitido al agredido aquello que le estaría prohibido al agente de policía que se halle a su lado?‖. 678 Véase que STRATENWERTH es aséptico cuanto a los resultados de tal norma, puesto que la defensa de meros bienes materiales difícilmente requerirá más que ―poner en peligro la vida del agresor‖, así como queda abierta la cuestión de si también la violencia menos grave puede ser repelida matando al agresor, si no quedara otra salida. También ROXIN no ve ninguna restricción substancial de la legítima defensa frente agresiones a los bienes, pues la norma de la Convención exige el dolo directo y no el dolus eventualis.

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defensa mediante la legítima defesa. Eso tiene un poder de estabilización social

significativo no sólo entre órganos estatales, sino también entre los ciudadanos. Cuándo

las causas de restricciones del derecho de legítima defensa son substanciales y

positivadas de manera clara, se crea un mensaje normativo que sirve para concientizar la

gente del carácter dañino de la defensa. Eso es la tarea de la dogmática penal: crear

dentro del sistema jurídico también una teoría de la justificación que pueda dar cuenta

de los supuestos de hecho más complejos mediante resultados cargados de seguridad y

previsibilidad.

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CONCLUSIONES

1. La premisa de la que parte esta investigación ha sido que las consideraciones

teleológicas del derecho de legítima defensa son fundamentales para solucionar los

problemas que se plantean en respecto a las restricciones ético sociales. La legítima

defensa constituye un orden racional y excepcional de control de la violencia privada,

cuya interpretación se desarrolla a través de un instrumento basado en un saber penal

sistemático-deductivo orientado hacia un conocimiento racional, igualitario y coherente

con la idea de sistema.

2. La legítima defensa tiene un doble fundamento. Por un lado, el jurídico-

individual impide el aumento de la violencia social, porque la legítima defensa no es

una autorización estatal para el ejercicio de actos de policía; por otro lado, el jurídico-

social sitúa la defensa individual en un plano estratégico de la defensa del

Ordenamiento jurídico. Ambas concepciones son los fundamentos de la legítima

defensa.

3. La estructura básica de la legítima defensa es un baremo importante de

limitación de la violencia privada. Sin embargo, como se ha intentado demostrar en esta

investigación, sus presupuestos legales, la agresión antijurídica actual y la respuesta

necesaria proporcional querida, son en sí mismos elementos insuficientes para limitar el

derecho de legítima defensa, sobre todo en situaciones problemáticas, como en los casos

de agresión sin culpabilidad, agresión provocada antijurídicamente por el agredido,

agresión insignificante, agresión enmarcada dentro de relaciones de garantía y agresión

mediante amenaza constitutiva de chantaje. En todos estos casos, los principios más

conocidos (el principio general de necesidad, el concepto restrictivo de agresión

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ilegítima y los principios regulativos generales) son insuficientes o, por lo menos,

discutibles, si no van acompañados por ulteriores criterios de carácter ético-social.

4. El principio de necesidad no es suficiente porque no todo lo que es necesario

está también permitido. No todo lo que es útil y eficaz debe ser aceptado por el

Ordenamiento jurídico. La necesidad debe ser analizada desde una perspectiva

normativa limitada por la idea de permisibilidad de la defensa.

5. Tampoco el concepto restrictivo de agresión puede solucionar todos los casos

en que se exigen limitaciones ético-sociales. Una interpretación de lege lata que

equipare el término ―agresión antijurídica‖ con el de ―agresión antijurídica y culpable‖

puede solucionar satisfactoriamente algunos grupos de casos problemáticos

relacionados a las agresiones sin culpabilidad, pero no explica los demás casos en que

se deben exigir restricciones ético-sociales, como suele suceder, p. ej., en las situaciones

de agresión provocada antijurídicamente por el agredido, en la agresión enmarcada

dentro de relaciones de garantía y en la agresión mediante amenaza constitutiva de

chantaje.

6. Por último, los principios regulativos generales son incapaces por si mismos

de limitar la legítima defensa, ya sea porque algunos están ―vacios de contenido‖, ya sea

porque tampoco despliegan fuerza normativa en todos los supuestos de hecho en los que

se platea la necesidad de ciertas restricciones.

7. Las insuficiencias de estos principios tradicionales para solucionar ciertos

problemas de las restricciones ético-sociales hizo que la presente investigación partiese

de una directriz normativa distinta: los fines garantísticos y preventivos del Derecho

penal democrático. A partir de ahí, se intenta concretar una serie de restricciones de

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423

carácter ético-social como parte de una estrategia mayor, que consiste en buscar reducir

la violencia social.

8. Según se mantiene en la presente investigación, los fines preventivos y

garantísticos del Derecho penal tienen una normatividad suficiente para concretar los

límites ético-sociales del derecho de legítima defensa, en un doble sentido: por un lado,

por la minimización de la violencia a partir de los fines preventivos; por otro lado, por

la tutela de derechos fundamentales individuales a partir del cumplimiento de los fines

de control de los poderes salvajes de la fuerza bruta.

9. Los principios político-criminales (preventivos y garantísticos) recuperan el

valor del agresor como persona moralmente susceptible de reconocimiento y

comprensión de las normas sociales. Consecuentemente, exigen también que la víctima

renuncie a la defensa en situaciones problemáticas, aunque estén presentes los requisitos

básicos de la legítima defensa.

10. Concretamente, este planteamiento de orientación político-criminal de la

restricción ético-social a la legítima defensa soluciona razonablemente las

constelaciones de los casos más importantes, entre los que en la tesis señalase los

siguientes:

a) En la agresión no culpable o con culpabilidad substancialmente disminuida, la

función motivadora de la norma penal impone la consecuencia político-criminal de la

prevención. Luego, la legítima defensa debe ser restringida ético-socialmente. El

reconocimiento del actuar ilícito del inimputable no significa admitir el uso ilimitado de

la legítima defensa. La restricción ético-social se completa con la función preventiva de

la norma motivadora, que exige que el ejercicio de la defensa no sólo proteja el bien

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424

jurídico-penal, sino que fortalezca la vigencia del Derecho. Por ende, en las acciones de

inculpables la función preventiva general es nula o sensiblemente disminuida.

De ahí derivan las obligaciones que el agredido debe tomar en caso de defensa

frente a las acciones de personas sin culpabilidad o con capacidad sustancialmente

menor de lo normal: (a) evitar la defensa con la huida; (b) solicitar la ayuda de la

autoridad; y (c) ofrecer una resistencia disuasoria e incluso soportar el riesgo de

pequeños daños o perjuicios.

b) La agresión provocada antijurídicamente por el agredido también está sujeta a

restricciones ético-sociales. La provocación sustancial no impide la legítima defensa del

provocador-agredido, pero la legítima defensa en este caso requiere limitaciones ético-

sociales, pues de lo contrario no sería posible aminorar el conflicto social y hacer

cumplir los fines preventivos y garantísticos del Derecho penal. El provocador-agredido

debe soportar las consecuencias de la provocación, pero manteniendo la legítima

defensa como ultima ratio: primero, tiene el deber de apaciguar; después, el de huir o

buscar ayuda; por último, el de soportar daños leves.

c) La agresión insignificante no puede ser repelida mediante la legítima defensa.

Las restricciones ético-sociales frente a las agresiones insignificantes operan en tres

puntos: en asuntos-bagatelas, en los delitos privados y en las contravenciones o faltas.

En todos estos ámbitos el derecho de legítima defensa está limitado materialmente por

razones ético-sociales, dado que no se cumple la función de intervención mínima.

d) En las relaciones de garantía (afectivas, familiares, etc.) las restricciones

ético-sociales también cumplen una función importante. La legítima defensa no se

excluye, sino que está limitada por las obligaciones -el deber de eludir la agresión e

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425

incluso soportar eventuales daños de naturaleza leve y psíquica- que se exigen al

agredido para evitar la provocación de un daño grave. En estos ―círculos de vida‖ el

agredido deberá reducir la agresión eligiendo la reacción más leve y renunciar a una

defensa que ponga en peligro la vida. En casos así, las restricciones ético-sociales están

justificadas por cuestiones político-criminales, pues en los casos de agresiones

enmarcadas dentro de relaciones de garantía existe una sensible disminución de la

función del prevalecimiento del Derecho. Además, la función de intimidación puede

resultar ineficaz en el ámbito de las relaciones de garantía, porque los hechos en general

son realizados bajo fuerte presión emocional. Si es posible eludir la agresión o aceptar

pequeños daños sin ofensa a la dignidad humana, no se justifica un incremento de la

violencia dentro de las relaciones de garantía.

e) Por último, como se ha visto detalladamente, la agresión mediante amenaza

constitutiva de chantaje también exige la presencia de las restricciones ético-sociales,

pues la necesidad de prevalecimiento del Derecho está considerablemente disminuida.

Esta limitación responde al fin político-criminal que busca evitar el ejercicio de

violencia sin control. La respuesta del chantajeado sin límites ético-sociales debilita la

vigencia del ordenamiento jurídico, porque reconoce la existencia de poderes punitivos

paralelos, en situaciones de clandestinidad. Por ello, es adecuado mantener el derecho

de legítima defensa, pero con restricciones éticos-sociales: eludir o tolerar la agresión es

una tarea razonable en los casos en que la lesión consiste en la muerte del chantajista,

principalmente en los casos en que el daño es posible de reparación por otra rama del

Derecho. Se trata de una consecuencia natural de los principios garantísticos y

preventivos del Derecho penal moderno.

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