Las Viejas Travestis y otras infamias

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    Las viejas travests

    y otras infamias

    Copi

    Traducido por Alberto Cardny Enrique VilaMatas

    Editorial Anagrama, Barcelona, 1978Segunda edicin, 1989

    Ttulo de las ediciones originales:

    Une langouste pour deuxChristian Bourgois diteur, Pars, 1978

    LuruguayenChristian Bourgois diteur, Pars, 1972

    La traduccin de Las viejas travests es

    de Alberto Cardn. La de El uruguayo deEnrique VilaMaras

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    EL UTORRETR TO DE GOY

    La extremada delgadez de la Duquesa de Alba

    le haba ganado entre sus amistades el poco elegan-te mote de La Esqueleta, tanto ms humillante

    para ella, cuanto que su hermana pequea, la Du-

    quesa de Mlaga, era considerada la mujer ms

    bella de todas las Espaas, en quien haban puesto

    sus ojos algunas de las ms importantes testas coro-

    nadas de Europa, hasta el momento en que, alcan-

    zada la mayora de edad, y teniendo que elegir entretres jvenes monarcas decidi imprevistamente en

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    le haba dado el sobrenombre de Conde del Ho-

    rror, por su fealdad extremada. D. Jos Ignacio(que tal era su nombre) lleg incluso a amenazar

    con matarse de un pistoletazo si su hija tomaba los

    hbitos. Pero la Duquesa de Alba sostuvo con te-

    nacidad la vocacin de su hermana, y se pas no-

    ches enteras encerrada con su padre en la bibliote-

    ca del palacio, hablndole, con dulzura, pero con

    firme conviccin, de Dios, y de la voluntad de sumadre difunta, a quien el Seor tena en su Gloria,

    hasta lograr conmover el corazn del viejo, que

    acab por ceder. La Duquesa de Mlaga traspuso

    as las rejas del Carmelo, y la pesada puerta se

    cerr tras ella. El viejo Conde sollozaba convulsi-

    vamente, apoyado en el hombro de su hija mayor,

    a la que una sonrisa beatfica iluminaba su perfilaquilino. Despus de esto, la salud del Conde co-

    menz a declinar, haba perdido el gusto de todo

    y empez a dejarse morir, asistido y tal vez ayudado

    por una negligencia de la Duquesa, que una noche d i d l l b ll d

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    haban acudido todo el Gotha europeo. En el mo-

    mento preciso en que ambas hermanas se disponana ponerse de rodillas para entonar el Te Deum, el

    joven Rey de Espaa, transido de pasin, se arroj

    a los pies de la Duquesa de Mlaga, exclamando:

    Te amo!. La Duquesa, levantndose con pres-

    teza, sali de la iglesia, mont en una carroza, y

    fue a encerrarse, para no salir ya ms, en el con-

    vento.

    Recin cumplidos los veintin aos la Duquesa

    de Alba se encontr duea y seora de cuarenta

    y tres ducados, diecisiete condados, cinco castillos,repartidos por todos los rincones de Espaa y la

    ganadera ms afamada de toda Andaluca, al haber

    hecho su hermana voto perpetuo de pobreza. Du-

    rante un ao se vio obligada a guardar luto por supadre, limitando sus visitas a las de unos pocos

    nobles ntimos a los que ofreca suntuosas cenas

    en las que coma como una energmena, sin llegar

    a sobrepasar, no obstante, su peso de treinta y nue-

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    ms rancio. Poco a poco fue recluyndose en su

    castillo de El Escorial, sin atreverse jams a pa-sear por Madrid a no ser encerrada en su carroza,

    a la que haba hecho poner cristales negros, para

    evitar las burlas de los nios madrileos, inmise-

    ricordes con su fealdad. Los viejos nobles a los que

    reciba en sus salones eran amigos de su difunto

    padre, y tan feos como ella. El viejo Conde de las

    Asturias estaba cubierto de verrugas, y el Duque deCastilla, su padrino, era jorobado.

    El Duque de Castilla haba conocido a un joven

    argentino, campen de tenis, en casa de una de sus

    primas: se decidi a invitarlo a cenar en casa de

    la Duquesa de Alba, al ocurrrsele que su ahijada,

    en realidad, no frecuentaba ms que gentes aburri-

    das, o demasiado viejas. El Prncipe Florencio Go-yete Sols, nacido en Argentina del matrimonio del

    Prncipe Goyete con una descendiente de la no-

    bleza azteca, haba conservado, a pesar de sus cua-

    renta y cinco aos, una sonrisa juvenil, la piel

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    su famosa fealdad, de la que toda la nobleza euro-

    pea se haca lenguas. Florencio penetr en uninmenso patio andaluz en el que la Duquesa se

    mantena en la penumbra, escondida tras una plan-

    ta de jazmn, y el rostro disimulado bajo una gran

    mantilla negra. Pasaron de inmediato al comedor.

    La mesa, abundantemente provista de platos de

    carne a la brasa, se hallaba iluminada por una sola

    vela. Florencio se sent entre el Duque de Asturiasy el Duque de Castilla, la de Alba se situ en el

    extremo opuesto de la mesa. Florencio termin por

    habituarse a la penumbra reinante, lo bastante

    como para poder observar el rostro de la Duquesa

    que, de cuando en cuando, levantaba con rpido

    movimiento la mantilla para introducirse en la

    boca un buen trozo de carne con un tenedor deplata. No fue la fealdad la que, al cabo, impresion

    ms a Florencio en la Duquesa, sino su extremada

    flacura, la piel pegada a los huesos, sus ojos negros

    hundidos en las rbitas, la prominencia de sus dien-i l d l bl i D d

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    discretas bujas iluminaban respectivamente a la

    Maja Desnuda y la Maja Vestida de Goya, losclebres retratos de la clebre Duquesa de Alba, ta-

    tarabuela de la actual, el Conde de Castilla y el

    Conde de Asturias se disculparon de inmediato, se

    pusieron sus capas y partieron en sus carrozas,

    mientras Florencio aceptaba un ltimo jerez para

    quedarse a escuchar la orquesta de la Duquesa,

    treinta guitarras alrededor del patio del palacio.Los dos viejos condes se felicitaron por su iniciati-

    va; haban credo discernir en el comportamiento,

    ligeramente ms parsimonioso que de costumbre,

    de la Duquesa los signos de una cierta turbacin,

    y el muchacho les pareci de lo ms correcto; ya

    que la Duquesa de Alba no poda aspirar a ningu-

    no de los buenos partidos europeos por qu noorientarse hacia la nobleza argentina que, aunque

    un tanto dudosa, se llevaba cada vez ms en Espa-

    a? La Duquesa se envolvi en un mantn de ma-

    nila, rog a su husped tomar asiento en el centrod l i ll d d l

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    lanzar lamentaciones que ponan los pelos de pun-

    ta; as transcurri ms de una hora. El gigol ar-gentino observaba con el rabillo del ojo a la Du-

    quesa, que se mantena tiesa e inmvil bajo la man-

    tilla. Por primera vez en su vida se senta intimi-

    dado ante una mujer.

    Florencio Goyete y Sols haba sido campen de

    tenis de su club, en el barrio sur de Buenos Aires.

    Su precoz notoriedad le vali un ventajoso matri-monio con la hija de un industrial fabricante de ra-

    quetas. Pero ocurri que Pern subi al poder (era

    en el 45), y la familia del industrial qued arrui-

    nada. l se divorci para seguir a Ro a una viuda

    brasilea, luego cambi a una norteamericana, y fi-

    nalmente a una venezolana con la que estuvo diez

    aos, y que lo ech de su yate en Torremolinos conun cheque de mil dlares y sus maletas. De esto

    haca un ao. Haba intentado en este tiempo in-

    troducirse en todos los salones de Espaa; las mu-

    jeres espaolas no eran fciles: o demasiado beatas

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