LAS VOCES DEL MIEDO

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ECHEVERRÍA, OlgaLas voces del miedo. Los intelectuales autoritarios argentinos en las primeras décadas del Siglo XX,Prohistoria Ediciones, Rosario, 2009, 288 pp.Colección Historia Argentina, 5Las primeras décadas del siglo XX en Argentina fueron particularmente intensas y plenas de transformaciones. Para buena parte de la elite social y cultural, la nueva realidad fue inquietante. Deseosos de un orden diferente, atribulados y pesimistas, algunos intelectuales comenzaron a definir una identidad que, al menos en términos discursivos, contenía una carga explícita de violencia.Individualistas, arrogantes e inexpertos no alcanzaron a conformar un grupo con verdadero peso político, pero sintiéndose parte de una misma cosmovisión antidemocrática contribuyeron a la sistematización de los idearios autoritarios, antiplebeyos y antifemeninos que tendrían larga vida en la historia del país. Olga Echeverría es Profesora y Licenciada en Historia por Universidad Nacional del Centro y Doctora en Historia por el Doctorado Interuniversitario en Historia. Se desempeña como docente del Departamento de Historia en la Facultad de Ciencias Humanas (UNICEN). Es Investigadora de Carrera del CONICET e integra el Programa de Investigación “Actores, ideas y Proyectos Políticos de la Argentina Contemporánea”, Instituto de Estudios Históricos-Sociales “Profesor Juan Carlos Grosso” (IEHS-UNICEN). Ha presentado ponencias en jornadas y congresos nacionales e internacionales y ha publicado artículos en revistas argentinas y del extranjero.

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Las voces del miedoLos intelectuales autoritarios argentinosen las primeras décadas del siglo XX

Olga EcheverríaRosario, 2009

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Echeverría, Olga InésLas voces del miedo: los intelectuales autoritarios argentinos en las primerasdécadas del siglo XX1a ed. - Rosario: Prohistoria Ediciones, 2009.284 p.; 23x16 cm.

ISBN 978-987-1304-35-6

1. Sociología de la Cultura. I. TítuloCDD 306

Fecha de catalogación: 23/03/2009

Colección Historia Argentina - 5

Composición y diseño: estudio·milanoEdición: Prohistoria EdicionesDiseño de Tapa: Zucculini

Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por reco-nocidos especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales.

TODOS LOS DERECHOS REGISTRADOSHECHO EL DEPÓSTIO QUE MARCA LA LEY 11723© Olga Echeverría -Tucumán 2253, (S2002JVA) - ROSARIO, Argentina

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido su diseño tipográfico y deportada, en cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin expresaautorización del editor.

Este libro se terminó de imprimir en Rosario, en el mes de agosto de 2009.Tirada: 500 ejemplares.

Impreso en la Argentina

ISBN 978-987-1304-35-6

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Índice

Agradecimientos ........................................................................................... 9

Puntos de partida........................................................................................... 11

Primera parteLa experiencia trastocada: la constitución de un pensamiento autoritario

CAPÍTULO ILeopoldo Lugones. El disruptivo “movimiento” de un hombresolo y angustiado ......................................................................................... 29

CAPÍTULO IICarlos Ibarguren. La reacción ante una promesa frustrada ......................... 63

CAPÍTULO IIILos intelectuales católicos hasta 1930.Entre la apelación moral y las propuestas estético-ideológicasde base católica ............................................................................................ 95

CAPÍTULO IVAnte el espejo de la generación del ochenta.Una generación republicana antidemocrática ............................................... 129

Segunda parteAnhelos y realidades tras el golpe de Estado de 1930

CAPÍTULO ITiempos de intentos y frustración. Leopoldo Lugones y Carlos Ibarguren.En busca del liderazgo y el proyecto de nación .......................................... 159

CAPÍTULO IIAsumir el fracaso. La ruptura de La Nueva Repúblicacon el uriburismo y el “encuentro con el pueblo”.Entre la decepción y la búsqueda de un espacio político ............................. 193

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CAPÍTULO IIIAsumir el fracaso. La inevitable necesidad de pensar en el pueblo.Los católicos y Criterio como instrumento cohesionado ............................ 235

Epílogo .......................................................................................................... 265

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Agradecimientos

Pensar al autoritarismo ha sido para mí mucho más que una preocupación histo-riográfica. Se ha tratado, fundamentalmente, de una necesidad vital. Por ello,hoy que decido ponerle punto final a este libro, quiero agradecer a todos aque-

llos que me acompañaron en este largo e intenso recorrido.En primer lugar y con especial énfasis, mi gratitud con la profesora Susana Bianchi,mi directora. Su impulso, su lucidez y su generosidad intelectual fueron y son inva-lorables y han contribuido enormemente con las mejores páginas de este libro y conmi formación como historiadora.

A las autoridades del Instituto de Estudios Históricos Sociales “Profesor Juan Car-los Grosso” de la Universidad Nacional del Centro, por el apoyo constante y por lavaliosa colaboración para que este libro fuera posible.

A mis colegas del IEHS (muchos de ellos fueron los docentes que me transmitie-ron la pasión por la Historia) y en particular a mis compañeros/as del programa“Actores, Ideas y Proyectos Políticos de la Argentina Contemporánea” que con suscomentarios y sus propias investigaciones me ayudaron a realizar nuevas preguntas ya profundizar la mirada.

A la Dra. Lucía Lionetti, interlocutora comprometida cuyos sus aportes merecenser subrayados tanto como su afecto.

A todos cuantos leyeron y comentaron mis avances en la investigación y en espe-cial al jurado de mi tesis doctoral, Doctoras Dora Barrancos, Marta Bonaudo y EstelaSpinelli. Sus sugerencias han servido para que este trabajo diera sus mejores frutos.

A los empleados de las bibliotecas y archivos, por su cordialidad y buena disposición.Al CONICET y a la Fundación Antorchas, por el financiamiento de la investigación.

Amis alumnos/as y a quienes confiaron en mi guía para iniciarse en la investigación.A Silvina Mondragón, quien me brinda su talento, su agudeza para pensar los

grandes problemas de la Historia y, por sobre todas las cosas, su amistad incondicio-nal y la libertad de ser y expresarme sin temores ni censuras.

A mis amigos/as no historiadores, quienes por inquietud intelectual pero princi-palmente por esas cosas del querer siempre estuvieron –y están– dispuestos a escu-charme hablar de estos temas y a leer cada página que les acerco. Son ellos, AnalíaLa Banca, con quien he hablado tanto del autoritarismo como de las experienciasde vivir; Eduardo Yturrioz por el estímulo inquebrantable y la certeza de la compa-ñía; Gisela Giamberardino; Daniel Gómez y Juani Berestain, lectores sensibles yminuciosos.

A mis padres, a mis hermanos y sus familias, por estar siempre presentes, mate-rial e inmaterialmente.

A Iñaki y a Juani, por la seguridad que ofrecen con cada sonrisa.Y por supuesto a Apo, por sus “ojos que derriban fronteras”, por todos estos años

de amor y complicidad. Es decir, por la historia y los sueños compartidos.

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Finalmente, quiero expresar que todo este trabajo estuvo custodiado por el recuer-do permanente y emocionado de Juan Carlos Grosso. Juan Carlos fue el maestro de misprimeros pasos en la investigación, fue –y es– ejemplo de intelectual tanto como dehombre de bien. Su partida se vuelve cada día más dolorosa, su ausencia más evidente.

A todos y a todas, sinceramente, ¡gracias!

Tandil, febrero de 2009

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Puntos de partida

Este libro es una reelaboración de la primera parte de mi tesis doctoral “‘Unainteligencia disciplinada y disciplinante’. Los intelectuales autoritarios dederechas: su concepción estética ideológica, la política y la representación de

la sociedad. Argentina, primeras décadas del siglo XX”, realizada bajo la dirección dela Profesora Susana Bianchi.1

Las páginas que siguen están pensadas para un lector interesado, pero no necesa-riamente experto en la problemática que abordan. Sin embargo, no prescinden decierta carga erudita necesaria para aquellos que también quieran ahondar en el proce-so de la investigación.

Desde el título mismo, es una invitación a reflexionar sobre las razones por lascuales un determinado grupo de escritores expresó, en la primeras décadas del sigloXX, una voluntad autoritaria que buscaba respuestas contundentes a sus incertidum-bres, angustias y frustraciones no sólo políticas, sino también sociales, culturales ypersonales. Como puede advertirse, este libro transita una problemática abordada poralgunas obras previas, pero lo hace desde una perspectiva claramente diferente y aten-diendo a cuestiones que no habían sido aún analizadas.

Las realidades políticas, sociales y culturales fueron (y son) intrincadas y dedifícil aprehensión. Se trata de una problemática enorme y multidimensional. Estelibro sólo pretende aproximarse a un fragmento de esa complejidad, interrogándo-se sobre las razones, aspiraciones, angustias, frustraciones y necesidades que lleva-ron a algunos escritores con distintos grados de reconocimiento público e intelec-tual y desmedidamente confiados en su propia fuerza a tratar de constituirse comouna “vanguardia” que volviera las cosas a su lugar; que barriera los obstáculos a un“destino de grandeza” abortado, según entendían, por la perversidad de un sistemapolítico y por el desenfreno e ignorancia característica y estructurante de la identi-dad de las mayorías.

Ellos, los actores de este libro, eran escritores que consideraban que sus perspec-tivas y propuestas no sólo eran un desafío intelectual, puesto que para todos ellos elpensamiento era una forma de acción política y ésta era inherente a la propia calidadde artista o pensador. Por ello, todas las figuras sociales que conformaban este laxocolectivo intelectual autoritario desarrollaron su actividad atendiendo a una dobledimensión. Por un lado, buscaron generarse un espacio sobresaliente en el campo dela política. Pero, por otro lado, debieron emprender una “batalla” que les permitierainstalarse en el campo intelectual. De tal modo, los protagonistas de este texto cons-

1 Tesis que fue presentada en el marco del Doctorado Interuniversitario en Historia y aprobada ante unjurado compuesto por las Doctoras Marta Bonaudo, Dora Barrancos y María Estela Spinelli.

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2 BOURDIEU, Pierre “L’Illusion Biographique”, en Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 62/63,1986, pp. 62-63.

3 LEVI, Giovanni “Les usages de la biographie”, en Annales. E.S.C., 44, 1989 [Sur la biographie collec-tive], p. 1327.

4 FOUCAULT, Michel “Niezstche, la genealogía, la historia”, en Microfísica del poder, La Piqueta,Madrid, 1980, pp. 7-8.

tituyen un conjunto, no muy numeroso, de escritores, siendo los principales protago-nistas Leopoldo Lugones, Carlos Ibarguren, Manuel Gálvez, los hermanos Rodolfo yJulio Irazusta, Ernesto Palacio, monseñor Gustavo Fransceschi y algunos otros escri-tores y pensadores que entran en escena de manera más esporádica o cuya actuacióntuvo una menor trascendencia que el accionar de los anteriormente citados.

Como puede advertirse, he prestado particular importancia a las trayectorias per-sonales, en un intento de aproximación a la relación compleja e intersicial entre elindividuo y la sociedad, y para tratar de captar aquellos fenómenos que no pueden serpercibidos por los análisis macros. En este sentido, parto de la premisa de que la uti-lidad de un estudio que tiene en cuenta la dimensión biográfica requiere una miradacontextuada, porque una vida individual sólo cobra sentido, como ha dicho Bour-dieu,2 cuando se atiende la superficie social sobre la cual actúa el individuo en unapluralidad de campos en todo momento. A través del análisis de los derroteros segui-dos por unos pocos intelectuales que se definieron a favor del autoritarismo he bus-cado aproximarme a las razones por las cuales muchos miembros de una sociedadasumen esa perspectiva política, más o menos explícitamente, pues entiendo que–como señala Giovanni Levi3– en última instancia la biografía no es de una personasingular, sino que de algún modo es la de un individuo que concentra en su personacaracterísticas de un grupo más amplio.

Fundamentalmente, he tratado de devolverles a los actores estudiados su propiasubjetividad, navegando por sus contradicciones, intentando desentrañar sus interesesmás profundos, sus ansiedades, sin imponerles un modelo (siempre ficticio) de cohe-rencia integral, a través de la reconstrucción de las diferentes escenas donde han juga-do diferentes papeles.

Por lo tanto, he tenido presente que existen dimensiones como los sentimientos,las frustraciones, la conciencia y hasta las pulsiones que colaboran con los rumbostomados y las perspectivas configuradas. De tal modo, la reflexión sobre lo biográfi-co ha ayudado a captar la complejidad de los actores, sus múltiples ámbitos de accióny, en definitiva, las múltiples subjetividades construidas, aunque se trate de una solapersona, ya que, como dice Foucault,4 cada identidad está sistemáticamente disocia-da, habitada por el plural, con numerosas almas que se pelean entre sí.

A la complejidad de cada sujeto ha sido necesario sumar las tensiones y ambigüe-dades del colectivo. Tan así que podría discutirse fuertemente si pueden ser conside-rados parte de una misma tendencia. No obstante esta salvedad, la definición esque-mática de un enemigo, un otro opuesto, los ayudó a construir una identidad que, aun-

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que precaria e inestable, los acercaba y les permitía considerarse parte de un colecti-vo impreciso pero autodesignado portador de “la verdad”. Los unía la certeza de com-partir una cosmovisión sobre el presente y el futuro del país y de ellos como actoresdestacados. El vínculo surgía de una “afinidad ideológica y sentimental”, de una“estructura del sentir” –según la expresión de Williams5– que con relaciones internasespecíficas, entrelazadas y a la vez en tensión, les permitía pensarse como parte deuna experiencia social que todavía se hallaba en proceso. Esa articulación primordialla obtenían englobando sus intereses (en el sentido más amplio del término) bajo losabstractos e imprecisos conceptos de nación-nacionalismo, orden y jerarquía (aunqueno significaban lo mismo para todos) que abarcaban idearios complejos con los quepretendían organizar la política y la sociedad.

El nacionalismo ha tenido un supuesto carácter definitorio en la identidad de laderecha argentina, no sólo para sus protagonistas sino también para la mayoría de susestudiosos. Sin embargo, esta asimilación tan extendida entre derecha y nacionalismodebe, desde mi perspectiva, ser replanteada ya que el nacionalismo era un elemento,entre muchos otros, que ayudaba a configurar la identidad de esta tendencia estético-ideológica, política y cultural en tanto tenía una función importante como denomina-ción autorreferencial y porque podía ser utilizada como recurso e instrumento senti-mentalizado destinado a desactivar y deslegitimar conflictos, críticas y acusacionesprovenientes de otras arenas ideológicas y políticas.

De tal modo fue un elemento válido para alcanzar cierta unidad ante la heteroge-neidad y ante voluntades tan férreamente individualistas. Sirvió como referenciaaglutinante, porque más allá de las diferencias ciertas y notorias, permitía a estossujetos pensarse como un nosotros, “los nacionalistas”, que implicaba alusionesmutuas, contactos públicos y privados e incluso debates que, más allá de las perspec-tivas muchas veces opuestas y rivales, era legitimante de esa precaria identidad. Elpropio concepto “nacionalismo” generó discusiones intensas y ofuscadas, sin embar-go, claramente se trataba de controversias entre intelectuales que se considerabanpares hermanados por un parentesco ideológico y político, que formaban parte de unmismo campo y que establecían combates para alcanzar posiciones dominantes eimponer sus enfoques individuales al conjunto.

Esto, además, era posible porque compartían una experiencia, en tanto se hallabaninvolucrados en un mismo proceso de definición y creación de objetos de interés ypasión, con deseos similares y necesidades también conllevadas de defenderse de lasangustias presentes. La experiencia, según Peter Gay,6 más que un deseo conciso ouna percepción casual, es una organización de exigencias apasionadas, de modos per-sistentes de mirar y de realidades objetivas tanto como un encuentro de la mente con

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5 WILLIAMS, Raymond Marxismo y literatura, Península, Barcelona, 1980, pp. 154-155.6 GAY, Peter La experiencia burguesa. De Victoria a Freud Tomo 1: La Educación de los sentidos, FCE,

México, 1992, p. 18.

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el mundo, un encuentro del pasado con el presente, de las aspiraciones elaboradas enrelación con ese pasado y de las realidades emergentes del presente. Es, por lo tanto,producto de la lucha y de la colaboración entre la reflexión y las necesidades, de unacolaboración difícil entre percepciones equívocas generadas por las angustias y corre-gidas por la razón y la experimentación.

Esa experiencia compartida no era repentina ni azarosa. Procesos históricos quese venían desarrollando desde bastante tiempo atrás, realidades públicas, políticas ypersonales tanto como productos intelectuales que analizaban la sociedad confluye-ron para que esa experiencia autoritaria fuera factible de constitución y tratara de arti-cularse como propuesta política e ideológica.

Ya tempranamente algunos hombres de la elite habían elaborado miradas nostál-gicas –que entrado al siglo XX ganarían fuerza y se constituirían en instrumento demovilización política– para cuestionar los resultados del progreso. En todos los casosse realizaba una reconstrucción idealizada del pasado que se oponía a un presenteconsiderado caótico y desvalorizado. En los argumentos esgrimidos la cuestión de laidentidad nacional pasaría a ocupar un papel cada vez más relevante, vinculada direc-tamente con la necesidad de nacionalizar a las masas inmigratorias. Para casi todos,la nacionalidad era cuestión central para la constitución de una sociedad homogéneay gobernable. Se iniciaba, así, el camino para la constitución de un nacionalismo cul-tural que tuvo una de sus primeras expresiones en el libro de Joaquín V. González, Latradición nacional, publicado en 1888. Estos argumentos fueron luego redimensiona-dos por el “espíritu del Centenario” hasta llevarlos al centro de la escena intelectualpero también de la política.

Evidentemente, la toma de conciencia sobre la existencia de una “cuestión nacio-nal” estuvo marcada por los efectos multiplicados del proceso inmigratorio, es decirpor la “cuestión social”, por lo cual se apeló a la educación pública como herramien-ta privilegiada de una necesaria pedagogía cívica. Se trataba de un proceso de conso-lidación de una matriz ideológica nacionalista que operó, en principio, en la funda-ción de instituciones educativas y planes de estudio, con leyes, mitos y valores paraconstruir una argentina que se pretendía auténtica. Paulatinamente, aquellos idearioscobraron cuerpo doctrinario para llegar a la acción política concreta. Pero resulta muydifícil diferenciar los movimientos políticos nacionalistas de aquellos movimientosculturales que apuntaban a un nacionalismo identitario y nativista.7

En parte, esa complejidad fue resultado del encuentro de planteos críticos queapelaban a –y partían de– cuestiones culturales, políticas e ideológicas. Así, por ejem-plo, el movimiento literario modernista se erigió como parte de la amplia reacciónantipositivista instalada en Europa desde fines del siglo XIX. Pero también era unatendencia estético-ideológica y una corriente defensiva, tanto como ofensiva, ante unorden burgués que se percibía como mediocre y vulgar y al que había que aniquilar.

7 RUBIONE, Alfredo En torno al criollismo. Textos y Polémicas, Capítulo, Buenos Aires, 1983, p. 10.

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Arturo Ardao ha ido más allá y sostiene que el modernismo debería encuadrarse enuna problemática mucho mayor, que podría ser pensada como la reacción ante la faltade respuestas de la ciencia positivista a la situación existencial del hombre.8

En este contexto, en el inicio del siglo XX se publicó un libro señero por su ampliarecepción y por la temprana referencia a cuestiones que más tarde serían puntos cen-trales del debate político-intelectual. Se trata del Ariel, de José Enrique Rodó quedelineaba y reclamaba una identidad de carácter hispanoamericano y esencialmenteespiritualista, en oposición a la identidad norteamericana entendida como el triunfodel ánimo práctico. Constituía un llamado a la juventud, suelo generoso para el espi-ritualismo, para que abrieran sus conciencias a la voluntad de transformación espiri-tual de un continente que era, en sí mismo, futuro. Sin embargo no se trataba de unainvocación masiva, sino que reclamaba el aislamiento de unos pocos, de aquellos quese podían ubicar en una “sala de estudio serena” y disponían de un “gusto delicado ysevero”. Pero no se trataba solamente de una demanda al alma individual sino quetambién apelaba a la construcción de un ánimo colectivo, un llamado que podría vin-cularse con el clasicismo, en cuanto compartía la confianza por la capacidad creado-ra, festiva y civilizadora de la juventud.

La posición intelectual de Rodó, caracterizada por la diversidad de autores y pos-turas citados con adhesión y sin conflicto, permitía una amplia recepción y ponía enevidencia el complejo eclecticismo que dominaba en los debates de Latinoamérica,mientras en Europa el decadentismo se contraponía al vaciamiento espiritual positi-vista, en la obra de Rodó aparecen mencionados y conviviendo pacíficamente Spen-cer y Baudelaire. Pero no sólo el modernismo expresaba complejidad. Todo el perío-do, en términos culturales, implicó, como ha señalado Oscar Terán,9 un compuesto deteorías y estéticas donde convivía el romanticismo tardío con concepciones católicasy hasta con algunos presupuestos izquierdistas. Con esto, no se soslayan los matices,confrontaciones internas y entrecruzamientos externos, pero la delimitación parecemás clara en los centros europeos que en los escritos del uruguayo y de los intelec-tuales argentinos que se emparentaron estética, intelectual e ideológicamente con él.Tal vez, el hecho de no estar en el seno de las confrontaciones intelectuales permitíauna ubicación menos restringida a los cánones de una escuela determinada, a lo quehabría que sumar las diferentes circunstancias históricas de ambos continentes: enEuropa se vivía, al menos en ciertos círculos, en el fin de una etapa, mientras enAmé-rica había una convicción de que todo estaba por hacerse. Quizás por la conciencia deello, el esteticismo de Rodó y de otros escritores latinoamericanos no era el de los

8 ARDAO, Arturo Positivismo y Espiritualismo en Uruguay, CEAL, Montevideo, 1968, p. 37.9 TERÁN, Oscar “El pensamiento finisecular, 1880-1916”, en LOBATO, Mirta –directora– El progreso,la modernización y sus límites, Tomo V de SURIANO, Juan –director general– Nueva Historia Argen-tina, Sudamericana, Buenos Aires, 2000; “Ernesto Quesada o cómo mezclar sin mezclarse”, en Pris-mas, núm. 3, UNQ, 1999 y Vida Intelectual en Buenos Aires, FCE, Buenos Aires, 2000.

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decadentistas franceses, sino vehículo de transformación de la realidad. En todo caso,compartían la estructura de sentimientos estetizantes, sensualistas y hedonistas y laconciencia de estar frente a un momento límite de la historia.

Muchos jóvenes e incipientes intelectuales argentinos se conmovieron ante elreclamo de heroicidad individual que hacía Rodó y, particularmente, ante la caracte-rización del ámbito artístico e intelectual como el suelo más propicio para que flore-ciera ese espíritu digno y viril. Muchos de estos jóvenes escritores comenzaron adeleitarse con la idea de que eran las minorías espirituales superiores las que dabancarácter a un pueblo y no las mayorías, por lo que en aquellas debía recaer la direc-ción moral de los pueblos. De este modo el artista/intelectual, cuya libertad había sidoconquistada en su aislamiento interior, se reintegraba a la arena pública, como el reyfilósofo platónico, con una misión que cumplir. Probablemente, como señala JoséLuis Romero,10 algunos espíritus refinados, hijos sensibles de padres poderosos,renunciaron al ejercicio directo de la política y transfirieron sus sentimientos aristo-cráticos a las actividades del espíritu. Otros, más proclives a la política y deseosos deocupar espacios de poder, comenzaron a esbozar un ideario pleno de elitismo y revan-cha. Para ellos, tanto como para Rodó, la democracia encarnaba un peligro esencial,esto es el predominio del igualitarismo, “…en la forma mansa de la tendencia a lo uti-litario y lo vulgar, puede ser un objeto real de acusación contra la democracia delsiglo XIX”. Una democracia que, por falta de distinción y de jerarquías, sólo podíagenerar insatisfacción, vacío, un inmediatismo egoísta que impedía la formación deuna verdadera conciencia nacional progresiva y mediata del hombre.

El modernismo y el ensayismo de Rodó no fueron los únicos sustratos ideológi-cos y estéticos que aportaron visiones y postulados en los orígenes de la derecha auto-ritaria argentina. Muchos de los hombres que constituirían esta tendencia –aunque notodos– manifestaron un vínculo fuerte con el llamado hispanismo. En España, y pro-ducto de la falta de respuestas del régimen de la Restauración a cuestiones políticasy sociales, y fundamentalmente tras el desastre colonial que se hizo evidente con lapérdida de Cuba en 1898, surgió el debate en torno a la identidad nacional española.Sin embargo, no puede pensarse que el movimiento emergente y las reflexiones emi-tidas estuvieran encaminadas monolíticamente hacia una cosmovisión común. Por elcontrario, los intelectuales españoles se agruparon en dos tendencias centrales: unaque rescataba el valor del pasado, que con una fuerte impronta del catolicismo seconstituía en un movimiento tradicionalista, en tanto que otro grupo (con mayoresvínculos con el regeneracionismo)11 pretendía alcanzar una mirada más crítica, si se

10 ROMERO, José Luis El pensamiento político de la derecha latinoamericana, Paidós, Buenos Aires,1970, p. 120.

11 El regeneracionismo fue un movimiento intelectual de fines del siglo XIX y principios del XX que sededicó a analizar las causas de la decadencia española. Costa y otros pensadores que le dieron forma aesta tendencia entendían que la historia española había sufrido una nefasta desviación hasta construiruna nación frustrada.

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quiere científica. Esta doble perspectiva se manifestó también dentro de la llamada“generación del 98”. Surgieron entonces, dos “nacionalismos”: uno claramente con-servador y otro con fuertes vínculos con el liberalismo. Sin embargo, ambos grupossostenían la existencia de una comunidad espiritual determinada por la raíz castella-na e inclusiva deAmérica,12 en tanto una prolongación del propio proyecto de nación.Para el sector más claramente conservador, la revalorización histórica de una “Edadde Oro” fue un sostén importante, una estrategia de legitimación. La nación fueentonces, más que un territorio o una estructura política, una actitud, una moral y unespíritu. La misión evangelizadora fue presentada como la gran y providencial obraque España ofreció a la humanidad.

Marcelino Menéndez y Pelayo fue quien sentó las bases del hispanismo iberoa-mericano. Para él, América era el producto histórico del catolicismo español y la“desastrosa” independencia de las colonias se debía exclusivamente a la prácticadisolvente del liberalismo y de todos los principios inspirados en la Revolución Fran-cesa de 1789. Su aporte a la construcción de la hispanidad vino desde el análisis lite-rario; sus estudios marcaban, una y otra vez, la importancia de la herencia españolaen las letras de los americanos al tiempo que descalificaba y rechazaba toda valideza la tradición cultural indígena.

El tema americano estaba presente en la conciencia española tanto como Españaempezó a estar presente desde fines del siglo XIX y principios del XX a este lado delAtlántico. La construcción de esta identidad iberoamericana se edificó con las refe-rencias, testimonios y reflexiones de los viajeros, que aquí y allá desgranaban viven-cias y análisis que tendían a mostrar la unión cultural de España y sus colonias.

Sin duda, la llegada de Primo de Rivera al poder con toda su ideología autoritariaimplicó una ofensiva de la hispanidad que intentaba, de esta manera, hacer resurgir laalicaída imagen española en el contexto europeo. Esta dictadura selló su alianza conel catolicismo y la idea de una nación hispánica y católica cobró fuerza. Esto se mani-festó abiertamente en la intensa embajada cultural española dedicada a incrementarlas relaciones entre ambas partes de la hispanidad y a demostrar las ventajas insupe-rables de esta unidad superior de orden espiritual. Basados en el ideario “pelayista”reconstruyeron una historia de base católica, donde España representaba su destinoprovidencial y “verdadero”. La conciencia y la fuerza de la nación se encontrabanunidas por la fe en el catolicismo, y por la misión única y eterna de evangelizar almundo y derrotar al protestantismo y otros males modernos que Francia e Inglaterraestaban obstinadas en expandir. España se convirtió entonces en portadora y campe-

12 Una América que se presentaba como “un mito compensatorio” de las debilidades y de los obstáculosa superar para lograr la edificación de los distintos proyectos nacionales. TABANERAGARCÍA, Nuria“El horizonte americano en el imaginario español”, en Estudios Interdisciplinarios de América Latinay el Caribe, Vol. 8, núm. 2, julio-diciembre de 1992, pp. 69-70.

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ona de los valores de la tradición y el espíritu del Occidente frente a la amenaza delAnticristo, encarnado entre otras cosas en el comunismo internacional. La mentalidadde cruzada inspiró todo este movimiento intelectual y político. Como puede advertir-se, para estos hispanos-tradicionalistas América no era un estímulo para la moderni-zación como lo había sido para los liberales regeneracionistas, sino que por el contra-rio era un objeto de definición nacionalista española, un recuerdo de su grandezapasada y un espejo de su propia identidad. América y España, en palabras de Ramirode Maeztu, formaban parte de una misma comunidad de hermanos, “…aunque distin-guía a los hermanos mayores de los menores; porque el español no negó nunca la evi-dencia de las desigualdades”.

Sin embargo, estos contactos no deben ser pensados unidireccionalmente. Los víncu-los fueron el resultado de una búsqueda de identidad, de ámbitos de desarrollo y partici-pación que se daba en ambos continentes y que sólo puede ser entendido en el marco dela agitada dinámica cultural y política del período. Asimismo, resulta evidente que losintelectuales hispanistas, más allá de su lugar de nacimiento, se pensaban mutuamentecomo esferas culturales conexas y respetables. El período finisecular fue un momentoespecialmente brillante en el reconocimiento de las capacidades y potencialidades de lasculturas periféricas. Así, España comenzó a vivir un proceso bifurcado. Por un lado seprestó especial atención a las manifestaciones artísticas y del pensamiento de las diferen-tes regiones de la península al tiempo que, por otro lado, comenzó a repararse en los movi-mientos culturales americanos y establecer ciertos criterios de paternidad sobre ellos.

En América, y en Argentina en particular, algunos pensadores recuperaron tem-pranamente la tradición española como garantía de orden y respeto a las jerarquías, altiempo que apostaban al catolicismo como garante de ese orden e instrumento de dis-ciplinamiento social. Asimismo, la herencia hispano-católica era pensada como ins-trumento para limitar la desnaturalización cultural, lingüística e histórica generadapor la inmigración masiva y por el olvido de los valores tradicionales.

Como puede advertirse, los impulsos a la crítica intelectual de la realidad prove-nían de frentes diversos y no siempre coincidentes. Pero lograron una delicada arti-culación en un corpus complejo y no exento de contradicciones, en una experienciadisconforme, en una identidad dispuesta a dar batalla a las transformaciones impues-tas por la modernidad o algunos de sus efectos.

Resulta interesante que junto a los jóvenes de la elite que no encontraban el lugarprometido reaccionaran también los miembros de la vieja elite que se sentían despla-zados por el nuevo orden, quizás se trate en esos casos de la última ofensiva de losintelectuales gentleman según la acertada definición de David Viñas.13

Estas preocupaciones intelectuales e ideológicas se vieron plasmadas, al menos enparte y desde los tiempos del Centenario, en una literatura que daba respuesta a la

13 VIÑAS, David Apogeo de la oligarquía, Ediciones Siglo XX, Buenos Aires, 1975.

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necesidad de afianzar una conciencia “nacional” en momentos en los que las clasesdominantes consideraban que su hegemonía política comenzaba a ser sacudida.14 Setrataba de fundar una literatura argentina que reconociera una tradición nacional, esta-blecida por la poesía gauchesca o más específicamente aún, por el poema gauchescode José Hernández. De ese modo, la lectura y la interpretación que se realizaba delMartín Fierro no sólo recuperaba, por parte de la crítica, a la obra de Hernández, sinoque además le asignaba el valor de verdadero monumento de la literatura nacionalargentina. Semejante desplazamiento en las valoraciones críticas del libro, que habíasido denostado por los juicios de su época, no resultaba inocente en términos políti-cos, puesto que esa recuperación de sentido y de valores nacionales iba de la mano,en el caso de Lugones, de la necesidad de exorcizar la presencia de las masas inmi-grantes en la escena de la cultura local. Se tendía a excluir a las multitudes de origenforáneo de su programa y de su espacio de realización. Para ello apelaba a la idea deque el espíritu del pueblo y el alma de la raza se expresaban naturalmente a través delos versos gauchescos y que la poesía gauchesca, al igual que las antiguas poesías épi-cas de Europa, no hacía más que representar el devenir histórico de nuestra naciona-lidad. Según esa ecuación, podía admitirse sin demasiadas dudas la existencia de unaNaciónArgentina y de una Literatura Nacional (circunscripta por razones no sólo lite-rarias, a la gauchesca), según un vínculo que establecía un orden de prelaciones, dedeterminaciones y de causalidad: porque había un sustrato nacional que funcionabacomo origen y causa del vínculo.

Por su parte, la ya evidente crisis del liberalismo internacional se expresaba en lacrítica de ciertos intelectuales y en los movimientos vanguardistas que se considera-ban a sí mismos como miembros de una elite cultural llamada a provocar desde el arteuna renovación profunda de la sociedad. Personajes como Strindberg y Nietzsche pre-dicaban ya desde el ocaso del siglo XIX las virtudes del fuerte frente a los necios ymezquinos demócratas. La crítica se potenciaba, se transformaba y, en muchos casos,se volvió desazón cuando estalló la Primera Guerra Mundial que, por otra parte, eratambién ella resultante de la crisis política de la Europa imperialista. Han sostenidomuchos autores que la Gran Guerra marcó un quiebre imposible de desconocer en lahistoria occidental. Luego de la guerra el mundo fue otro, más escéptico.

En el marco de una crisis global, la crisis política se manifestó con particular viru-lencia en el período de entreguerras. La profunda puesta en cuestión al orden estableci-do era muy evidente hacia los años 1920, es decir, en un momento en que Europa habíarecobrado estabilidad y prosperidad pero que, como ha escrito Halperin Donghi,15

14 Ese proceso se desarrolló en la época del Centenario y estuvo representado por algunos acontecimien-tos altamente significativos, como la creación de la primera cátedra universitaria de Literatura Argenti-na que hubo en el país –en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, a cargode Ricardo Rojas– o la serie de conferencias que pronunciara Lugones en el teatro Odeón sobre el Mar-tín Fierro en 1913, que fueron recogidas, ampliadas y editadas en 1916 bajo el título El Payador.

15 HALPERIN DONGHI, Tulio La Argentina y la tormenta del mundo, Siglo XXI, Buenos Aires, 2003.

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había dejado de creer que la democracia era un destino. En definitiva, el largo sigloXIX fue un siglo de optimismo, crecimiento y confianza absoluta en el poder resolu-tivo del liberalismo y de sus hombres. Pero con la Gran Guerra surgió un mundo dis-tinto, fundado en transformaciones que se venían produciendo desde un largo tiempoatrás y que eran resultado de la competencia entre las naciones y los imperios, las ten-siones internas de cada uno de ellos, el culto a la guerra, por la exacerbación de losagravios pendientes y por la pérdida del optimismo en la omnipotencia del liberalis-mo. En este sentido la primera posguerra fue un período de crisis generalizada, eco-nómica, social, política, cultural y del equilibrio internacional. Pero, sobre todo, pare-ce haberse expresado como una crisis de conciencia. Y, a partir de ella, la democra-cia no fue un valor irrefutable. Los principios que venía sustentando el liberalismoparlamentario ya habían sido cuestionados desde los años previos al desencadena-miento de la guerra. Después de la guerra el ataque fue fuerte e involucró dos fren-tes. Desde la izquierda, y con la euforia provocada por la triunfante revolución de1917, se puso en debate –e hizo entrar en crisis la socialdemocracia– la democraciaburguesa. Desde la derecha, con sus críticas al corrompido sistema liberal, su nacio-nalismo extremo y sus propuestas de representación orgánica o corporativa, se tendióa desestabilizar los modelos de representación pluralista.

Esas críticas, que golpeaban muy duramente al sistema de representación y endefinitiva a la legitimidad del régimen, ganaron posiciones cuanto más ineficaces seevidenciaron los gobiernos y parlamentos en la resolución de la crisis global.

De tal modo, la confluencia de los efectos de la Gran Guerra y la instauración dela democracia en Argentina y la incorporación de nuevos actores, nuevos protagonis-tas, nuevas formas de participación que drenaban la centralidad del parlamento y delas tradicionales estructuras políticas contribuyeron, desde mi punto de vista, al pasoprogresivo de movimientos culturales hacia posturas políticas más concretas y pensa-das como formas de acción. Es decir, de alguna manera fueron impulsadas por la cri-sis del liberalismo occidental y en Argentina por la irrupción de las clases medias enla política, la estructura del Estado, las profesiones liberales y las aulas universitarias.

Por lo tanto, la Gran Guerra, pero no sólo ella, fue percibida como la señal más autén-tica del quiebre de la civilización occidental y un llamado a volver las cosas a su lugar.En el mismo sentido, la Revolución Rusa de 1917 implicó extendidas consecuenciaspolíticas y culturales que redefinieron el escenario mundial. Ambos procesos se hicieronsentir en las conciencias argentinas y se articularon, en el nivel de los dilemas y temores,con el arribo de Hipólito Yrigoyen a la presidencia. Todos esos sucesos enlazados signi-ficaron la percepción del fin de una época, de una etapa política, de una forma de domi-nio y de una experiencia reconocida. Poco después, la Reforma Universitaria y su rápi-da expansión aportó un nuevo elemento a la evidente transformación no sólo políticasino también cultural. Además, es necesario recordar que todas esas vivencias se asenta-ban sobre un fondo ya inestable de crisis de la conciencia de la época.

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Las incertidumbres se acentuaron y resignificaron una actitud que se venía desarro-llando desde bastante tiempo atrás, como lo habían expresado las perspectivas espiri-tualistas que convivían con una cultura científica. Todo ello se exteriorizó bajo laforma de un “malestar de la cultura”16 particularmente notorio, del reconocimientodel fin de una experiencia y del reclamo de nuevos instrumentos para interpelar unasituación también nueva. Esos procesos históricos actuaron como articuladores de laspercepciones y de los sentimientos de perturbación.

En julio de 1916 José Ortega y Gasset visitó Buenos Aires para dictar una serie deconferencias. El éxito obtenido no deja de llamar la atención, ya que las repercusio-nes de esas charlas (larga y sistemáticamente recordadas) ponen en evidencia queOrtega y Gasset, provocador y erudito, exacerbó los ánimos de un campo cultural ypolítico ya disconforme y en búsqueda de nuevas interpretaciones que le permitieracomprender y, en alguna medida, calmar sus angustias e inseguridades. Pero, además,el filósofo había hecho hincapié en una cuestión que rondaba por la cabeza de muchosde los que constituyeron su auditorio. Una nación, había sostenido, no podía sobrevi-vir sin una fuerte minoría pensante y crítica que asumiera una nueva forma de domi-nio, tanto intelectual como moral.

El sustrato era fértil y estaba ávido de este tipo de idearios. A partir de allí, y pau-latinamente, se fue avanzando por un camino que llevaba de lo cultural a lo culturaly lo político. En ese sentido, las conferencias de Ortega y Gasset operaron como estí-mulo a la acción en una doble dimensión, tanto intelectual como política, es decir, unanueva y más compleja forma de combate intelectual.

Resumiendo, el interés principal de este libro radica en el abordaje de las tensio-nes y preocupaciones de los intelectuales que dieron un paso hacia el autoritarismo,tanto como en las respuestas que ensayaron. En ese sentido, es una búsqueda porcomprender la lógica subyacente en las perspectivas y representaciones y sus efectosen la construcción de las identidades de la derecha jerárquica y elitista como un fenó-meno social y cultural.

Se trata de un intento por analizar a las figuras sociales (y sus grupos inmediatos),atendiendo a sus elementos estructurantes, las identidades construidas, sus discursosy sus propuestas, tanto como su historicidad, pero sin perder nunca de vista al con-junto. En ese sentido, he realizado un segundo nivel de análisis que busca poner enevidencia los acuerdos, pero también los puntos de conflicto y las diferentes posicio-nes con los que cada uno de ellos fue asumiendo las transformaciones que mostrabala realidad política, social y cultural de la Argentina y del mundo occidental. Se trata,

16 Sigmund Freud publicó en 1930 El malestar de la Cultura y se preguntaba: “¿Qué es eso que los hombresesperan de la vida, qué pretenden alcanzar en ella?”. Sin vacilación respondía: “La Felicidad” para luegoavanzar en las fuentes del sufrimiento, es decir en la incapacidad humana para alcanzar la felicidad. Paradecirlo brevemente, Freud entendía que las pulsiones personales de vida y de muerte –Eros y Thanatos– eranpulsiones presentes en las sociedades, que creaban instituciones pero también desencadenaban las guerras.

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entonces, de una perspectiva que pretende analizar las parcialidades pero sin perdernunca el marco referencial del colectivo.

El interés de este trabajo por abordar los temas que preocupaban a los intelectua-les autoritarios y la forma en que se acercaron a ellos, tanto como las respuestas queensayaron, implica comprender la lógica subyacente en las perspectivas y representa-ciones y sus efectos en la construcción de las identidades de la derecha jerárquica.Exige, por lo tanto, un análisis en donde los discursos ocupen un lugar central, peroatendiendo a la temporalidad y significado de las palabras y la disonancia en las refle-xiones y diagnósticos con que se expresaron públicamente. Resulta imprescindible,entonces, rastrear su génesis y su resignificación en el marco del contexto históricoabordado,17 indagar sus acuerdos y puntos conflictivos, los debates y cruces discur-sivos en los que participaron tratando de aproximarse a la influencia ejercida por losmismos sobre las prácticas.18 Como señala Arlette Farge, se ha tratado de realizar unabúsqueda a través de las palabras, del lenguaje, escrutando las pertinencias.19

Asimismo, siempre ha sido una premisa no ceder ante la tentación de darle abso-luto protagonismo a las producciones mentales, como han hecho las historias de lasideas más tradicionales,20 y prestar principal atención a la actividad humana –en susentido más completo– en este caso productora de las ideas y de las representaciones.

Como resulta de lo expuesto hasta aquí, mi trabajo aborda desde una perspectivadiferente un proceso que ya ha sido analizado por otros autores. El contraste resideno sólo en la perspectiva de análisis sino también en la consideración de los aspectosque confluían en la conformación de la identidad autoritaria.

Tanto los ensayos políticos y testimonios de época como las investigaciones historio-gráficas publicadas hasta este momento se centran fundamentalmente en el análisis de loque sus autores consideran su elemento determinante y caracterizador: el nacionalismo.21

17 Sobre esta cuestión sugiero remitirse a: SKINNER, Quentin “Language and political change”, enBALL, Terence y FARR, James –editores– Political innovation and conceptual change, CUP, Cambrid-ge, 1989; POCOCK, John G. A. The Machiavellian moment, Princenton University Press, New Jersey,1975 y CLAVERO, Bartolomé Tantas personas como estados. Por una antropología política de la His-toria europea, Tecnos, Madrid, 1986.

18 Sobre la relación entre normatividad y prácticas puede verse CERUTTI, Simona “Normes et practi-ques”, en LAPETIT, Bernard Les formes de l’experience. Une autre histoire sociales, Albin Michel,Paris, 1995, p. 134.

19 FARGE, Arlette Le goût de l’archive, Seuil, Paris, 1989.20 Al respecto puede verse: COLLINI, Stefan “¿Qué es la Historia Intelectual?”, en Debats, núm. 16,

Alfons el Magnànim, 1986.21 BARBERO, María Inés y DEVOTO, Fernando Los nacionalistas, CEAL, Buenos Aires, 1983; BUCH-

RUCKER, Cristian Nacionalismo y peronismo. La Argentina en la crisis mundial, 1927-1955, Sudame-ricana, Buenos Aires, 1987; CÁRDENAS, Eduardo y PAYÁ, Carlos El primer nacionalismo argentino,Peña Lillo, Buenos Aires, 1978, MC GEE DEUTSCH, Sandra Counterrevolution in Argentina, 1900-1932: The Argentine Patriotic League, University of Nebraska Press, Lincoln, 1986, NAVARROGERASSI, Marysa Los Nacionalistas, Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1969; RAPALO, María Ester “LaIglesia Católica y el autoritarismo político: la revista Criterio, 1928-1931”, en Anuario IEHS, núm. 5,Tandil, 1990; ROCK, David “Intellectual Precursors of Conservative Nationalism in Argentina, 1900-

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En la mayoría de los trabajos hay un aspecto sobresaliente que gira en torno a lasposibles vinculaciones del “nacionalismo” argentino con el movimiento fascista o almenos abordan la discusión de potenciales puntos de contacto de ambos fenómenos.Dentro de esta perspectiva podemos distinguir dos corrientes, Navarro Gerassi, Devo-to y Zuleta Álvarez relativizan los puntos de contacto entre ambos fenómenos y pri-vilegian los componentes originarios del “nacionalismo”. Por su parte, Buchruckerenfatiza dicha relación a la vez que separa a los dos modelos políticos del peronismo.

Pero no es menos cierto, como señalan Béjar y Barletta, que muchos de los traba-jos sobre “nacionalismo” “…aparecen vinculados con el afán de explicar los orígenesy la naturaleza del peronismo y con el interés de comprender la militarización delescenario político”.22 Lo cual lleva, según mi criterio, a perder de vista la dimensiónespecífica de esta identidad autoritaria23 y, en un punto, reducir a mero espacio pre-parativo de lo que vendría a una tendencia que, más allá de las concreciones efecti-vas, contribuyó a la conformación de un ideario, una concepción política e ideológi-ca en el imaginario social de la Argentina contemporánea.

Igualmente, y más allá de estos comentarios, reconozco que los autores realizanun aporte interesante y significativo al estudio de tema. Ahora bien, es innegable quese debe buscar la especificidad del fenómeno apuntando a la complejidad y heteroge-neidad de la corriente autoritaria argentina sin descuidar, claro está, sus vínculos conotros movimientos y con un clima de ideas existente en la época. Una perspectivasimilar es la que evidencia Loris Zanatta.24 No puede negarse el importante trabajode fuentes que realiza el autor, pero tampoco puede soslayarse que su intento porexplicar el peronismo desde los sucesos de los años previos lo lleva a perder de vistala propia dimensión y dinámica de la derecha argentina pre-peronismo.

Por su parte, los trabajos de Barbero-Devoto, Fernando Devoto y Cárdenas-Payárealizan una profunda labor documental que permite eliminar ambigüedades y gene-ralizaciones habituales en el análisis de este tema. Estas obras son muy útiles paraconocer los orígenes del nacionalismo argentino y por la información documental queanexan. Asimismo, aportan una visión más compleja del fenómeno atendiendo nosolo a los vínculos internos y externos sino que también dirigen su mirada hacia lascontradicciones interiores. Considero esencial rescatar este elemento y por ello lo

1927”, en Hispanic American Historical Review, 67-2, mayo de 1987; La Argentina autoritaria. Losnacionalistas, su historia y su influencia en la vida pública, Ariel, Buenos Aires, 1993. DEVOTO, Fer-nando Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna, Siglo XXI, Buenos Aires,2002.

22 BARLETTA,Ana María y BÉJAR, María Dolores “Nacionalismos, nacionalistas... ¿un debate historio-gráfico?”, en Anuario IEHS, núm. 3, Tandil, 1988, p. 357.

23 Sobre la construcción de la identidad puede verse, entre otros, ARFUCH, Leonor –compiladora– Iden-tidades, sujetos, subjetividades, Prometeo , Buenos Aires, 2005; HALL, Stuart “Who needs identity”en HALL, Stuart y DU GAY, Paul Questions of cultural identity, Gage, London, 1996.

24 ZANATTA, Loris Del Estado Liberal a la Nación Católica, Iglesia y ejército en los orígenes del pero-nismo. 1930-1943, Universidad Nacional de Quilmes, 1996.

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enfatizo en mi trabajo. Por esta razón, no puedo dejar de mencionar que FernandoDevoto asume al “nacionalismo” argentino como un movimiento complejo y hetero-géneo y con amplias y variadas manifestaciones. Sin duda, la larga experiencia delautor, y su considerable formación intelectual, llevan a que su libro implique un abor-daje muy sugerente, matizado y disparador de muchas reflexiones.

Me he detenido, también, en los trabajos de David Rock. Este autor, en su artícu-lo “Intellectual Precursors of conservative nationalism in Argentina, 1900-1927”,enfatiza el impacto producido por la Primera Guerra Mundial y como esta, vinculadacon la compleja situación argentina (a los conflictos de clase se han sumado losenfrentamientos surgidos a partir de tan caudaloso movimiento inmigratorio), ayudóal nacimiento de un pensamiento nacionalista, que tuvo más características intelec-tuales que políticas. Lamentablemente, su último trabajo, La Argentina autoritaria.Los nacionalistas, su historia y su influencia en la vida pública, aparecido en 1993,por sus excesivas generalizaciones y su escaso trabajo documental no logra superarun título ambicioso y provocativo que, en buena medida, constituye una sistematiza-ción de cuestiones ya trabajadas

Por otro lado, Sandra Mcgee Deustch realiza un muy interesante análisis sobre la orga-nización y actividades de la Liga PatrióticaArgentina que, a criterio de la autora, fue el pri-mer grupo contrarrevolucionario de la Argentina del siglo XX. Desde su perspectiva, laLiga Patriótica era una respuesta radical burguesa a los desafíos de una izquierda conside-rada extranjera, más que como un arma de las clases altas frentes a las clases medias. Estetrabajo resulta interesante porque, por un lado, logra establecer las formas de organizacióny los valores de una organización concreta y, por otro, porque indaga en las coincidenciasy divergencias con otros grupos políticos “nacionalistas”. También he trabajado sobre sulibro The Argentine Right. Its History and intellectual Origins, 1910 to the present,25 com-pilado conjuntamente con Ronald H. Dolkart, donde se presenta una serie de trabajos espe-cíficos sobre el tema. Si bien el libro pone mucho énfasis en tratar de comprender las cir-cunstancias que hicieron posible una derecha fuerte en la segunda mitad del siglo XX, hayun conjunto de artículos que trata el período en cuestión. Así, “Antecedents of the Argen-tine Right” por David Rock, a través de un artículo con fuertes delimitaciones temáticas,analiza los orígenes intelectuales de la derecha argentina a la que caracteriza como dogmá-ticamente contrarrevolucionaria y marcada por un fuerte contenido de clase. Al igual queen sus trabajos anteriores, el autor remarca el sentido más intelectual que político de estatendencia. Por su parte, Mcgee Deutsch, en “The Right under Radicalism, 1916-30”, buscaexplicar el accionar de la Liga Patriótica Argentina en términos similares a los de su libroanterior y sus puntos de contacto y disidencias con otras organizaciones como la Legión de

25 MCGEE DEUTSCH, Sandra y DOLKART, Ronald The Argentine Right, Scholarly Resources Inc.,Delaware, 1993. Una edición en español, parcialmente diferente, incorpora artículos interesantes como elde Daniel Lvovich sobre el antisemitismo y el de María Ester Rapalo sobre los vínculos entre empresaria-do y catolicismo. MC GEE DEUTSCH, Sandra et ál. La derecha Argentina, Vergara, BuenosAires, 2001.

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26 Este último actor ha sido analizado a través de dos tendencias que reflejan una particular vinculación conla estructura eclesiástica. Por un lado, la revista Criterio, un actor orgánico colectivo de la institución y, porotro lado, un escritor, Manuel Gálvez, definido por su catolicismo pero con una perspectiva más autónoma

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Mayo. Dolkart en “The right in the Década Infame” estudia la tensión entre los viejos con-servadores y la nueva derecha encarnada por los “nacionalistas”, analizando la década de1930 a partir de la dinámica y debates generados por la derecha, teniendo en cuenta el climade ideas generado por los movimientos nazi-fascistas.

Por mi parte, pretendo analizar a cada figura social atendiendo a sus elementosestructurantes, las identidades construidas, sus discursos y sus propuestas, tanto como suhistoricidad, pero sin perder nunca de vista al conjunto. En ese sentido, he realizado unsegundo nivel de análisis que busca poner en evidencia los acuerdos, pero también lospuntos de conflicto y las diferentes posiciones con los que cada uno de ellos fue asumien-do las transformaciones que mostraba la realidad política, social y cultural de la Argen-tina y del mundo occidental. Se trata, entonces, de una perspectiva que pretende analizarlas parcialidades pero sin perder nunca el marco referencial del colectivo. Pero, induda-blemente, mi trabajo se diferencia de todos los anteriormente citados por la importanciadada a la cuestión intelectual, entendida en un sentido amplio y no sólo por el carácterprofesional de los fundadores de la derecha autoritaria argentina. Todo ello me ha lleva-do, a la hora de pensar en algunas definiciones, a interpretar a esta tendencia como a unamanifestación plural y multiforme que buscaba fundar propuestas estético ideológicasorganizativas de toda la vida social.

La estructura del libro esta constituida por dos partes y un epílogo. En la primeraparte, que llega hasta las vísperas del golpe de Estado, he presentado a los actores (Leo-poldo Lugones, Carlos Ibarguren, los hermanos Irazusta y sus colaboradores en la expe-riencia de La Nueva República y el sector católico autoritario26) haciendo hincapié en lasinstancias (públicas, personales y políticas) de definición, las problemáticas abordadas ylas definiciones políticas, estéticas e ideológicas.

La segunda parte aborda las redefiniciones, el “descubrimiento” del pueblo y losdebates internos de esta tendencia emergente, fundamentalmente a partir de la frustra-ción provocada por el rumbo tomado por el gobierno tras el golpe de Estado y, especial-mente, por el reconocimiento forzoso de una situación de debilidad en relación con lasotras fuerzas políticas participantes en la asonada cívico-militar. Este período marca lafrustración de estos intelectuales con pretensiones políticas. Pero, al mismo tiempo, yproducto de la urgencia por lograr una inserción efectiva, es una instancia de mayor defi-nición y de elaboración de representaciones más acabadas. Además, entiendo que pro-longar el período de análisis más allá de 1932 (fecha límite de muchas de las investiga-ciones previas) permite comprender, a través del recorrido seguido, la forma de hacer yentender la política que ellos asumieron, tanto como la autopercepción de sus fuerzas ycapitales políticos. Es decir, que la dinámica de la década de 1930 nos permite aproxi-marnos a las identidades construidas por estos intelectuales, sus anhelos, sus frustracio-nes, sus incertidumbres y sus temores.

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El epílogo, finalmente, busca completar la cosmovisión de la derecha autoritariaargentina, mostrando las articulaciones y conflictos entre los diferentes actores en losdiversos temas que los movilizaron.

Asimismo, he tratado de poner en evidencia la forma en que estos intelectuales seconcibieron a sí mismos y a su tarea, tanto como las bases simbólicas en que estos escri-tores elitistas fundamentan su “distinción” frente a un universo “plebeyo” del que “nadabueno podía esperarse”.

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CAPÍTULO IV

Ante el espejo de la generación del ochentaUna generación republicana antidemocrática

En 1927 escritores que rondaban los treinta años, encabezados por los hermanosJulio y Rodolfo Irazusta, Ernesto Palacio y Juan E. Carulla, pusieron en circu-lación una publicación política que surgía, al parecer, después de una serie de

reuniones entre personas de diferente procedencia que se hallaban conmovidos por laefervescencia despertada por la segunda elección presidencial de Yrigoyen. Así, elperiódico La Nueva República, cuyo subtítulo era Semanario Nacionalista1 fue la pri-mera respuesta de esos jóvenes que en el caudillo radical encontraban el enemigo yel impulso que los aglutinaba y los convocaba a la acción. Según declaraban, el grupoera heterogéneo y “…los propósitos de unos y otros dispares…”, tanto como que reu-nía a católicos tradicionales y otros recién llegados a la fe, maurrasianos conservado-res, radicales antipersonalistas, nacionalistas de actuación flamante y empíricospuros.2 Entre los nombres que conformaban la variada comunidad figuraban CésarPico, Tomás D. Casares, Lisardo Zía, Mario Lassaga yAlberto Ezcurra Medrano. Ini-cialmente, fue de la partida un periodista de más edad y reconocida trayectoria,Roberto de Laferrere, quien sin embargo abandonó el proyecto por disidencias polí-ticas que quedaban reflejadas en el título del periódico, que un “maurrasiano” orto-doxo como él no podía aceptar.

Sin duda, Rodolfo Irazusta era el cabecilla principal de la agrupación. Habíanacido en la provincia de Entre Ríos en 1897, en una familia terrateniente. Supadre, Cándido Irazusta, se había volcado a la actividad política y era un activomilitante –y fundador– de la Unión Cívica Radical de aquella provincia, llegando aocupar diversos cargos secundarios: intendente de Gualeguaychú, representanteprovincial en las instancias nacionales del radicalismo y jefe de policía de Concep-ción del Uruguay. Los primeros pasos políticos del primogénito se vincularon conla actividad política del padre y por ende se desarrollaron en el ámbito de la UCRentrerriana. Una vez instalado Yrigoyen en el poder, padre e hijo se sumaron a lasfilas del radicalismo antiyrigoyenista.

Estuvo vinculado con los ámbitos políticos y literarios porteños desde adolescen-te ya que buena parte de sus estudios los realizó en la ciudad de Buenos Aires sin lle-

1 Los primeros números aparecieron bajo el subtítulo de “órgano nacionalista”.2 IRAZUSTA, JulioMemorias, historia de un historiador a la fuerza, Ministerio de Cultura y Educación,

Buenos Aires, 1975, p. 176.

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gar a completar una educación superior formal.3 Asumió la militancia con mayorvehemencia y dedicación que buena parte de sus compañeros de acción y de pensa-miento. Conrado Nalé Roxlo lo recordaba como un personaje muy serio, adusto, defigura y palabra impostada que parecía mayor al resto de sus amigos políticos y lite-rarios contemporáneos. Por esa razón, su entorno lo denominaba “el coronel” en clarareferencia a su sobriedad, pero también a su voluntad de mando.4 Su iniciativa y acti-tud directiva se reflejaron claramente en la publicación y en la búsqueda de contac-tos políticos que superaban al estrecho universo de los autodenominados nacionalis-tas. El liderazgo, al menos en los primeros tiempos de La Nueva República, le corres-pondió y sólo un poco más tarde lo acompañó en la tarea –y quizás, en parte, se ladisputó– Ernesto Palacio.

Como la mayoría de los jóvenes intelectuales de su entorno socio-económico, rea-lizó en 1923 un prolongado viaje iniciático a Europa (permaneció allí hasta 1927) yentabló contactos políticos e intelectuales con escritores franceses, españoles e italia-nos. Los contactos con el pensamiento de Charles Maurras (y con el propio escritorsegún señala Zuleta Álvarez) le dieron cohesión ideológica a su concepción antide-mocrática que, seguramente, había comenzado a gestarse tímidamente cuando adhi-rió al antipersonalismo. No se trataba, claro, de una asimilación mecánica de los ide-arios de la Acción Francesa sino que, como siempre sucede, seleccionó, recortó y rea-daptó aquellas propuestas que, desde su perspectiva, eran coherentes con su propiaideología y con la realidad en la que planeaba actuar. De allí que sus especulacionesse orientaron hacia una versión republicana del “nacionalismo integral” de Maurras.Su concepción política articulaba contenidos de laAcción Francesa con elementos delpensamiento clásico y de autores latinos contemporáneos, sobre todo españoles. Esdecir que, como muchos otros, organizó un corpus complejo donde se entrelazabanvarias de las perspectivas analíticas que emergían a partir de la llamada crisis de lasdemocracias liberales.

Ernesto Palacio había nacido en Buenos Aires en 1900, poseía una profunda for-mación literaria y un talento especial para la escritura. Había iniciado su trayectoriaintelectual en la revista Martín Fierro, donde la búsqueda de un espacio de desarro-llo estuvo marcada por una fuerte opción estetizante y antiplebeya. Si bien había obte-nido el título de abogado, su interés por las cuestiones literarias lo llevaron a mante-ner un permanente contacto con el círculo de la facultad de Filosofía y Letras de laUniversidad de Buenos Aires. Hacia 1925 su participación en la revista citada se hizomás esporádica, al tiempo que se produjo su murmurada conversión al catolicismo.Si bien siempre mantuvo una inquietud estética que lo llevó por caminos de cierta

3 Ingresó en la Facultad de Derecho, pero abandonó muy pronto los estudios para dedicarse de lleno a laactividad política

4 NALÉ ROXLO, Conrado “Borrador de Memorias: un banquete histórico”, en El Mundo, Buenos Aires, 6de septiembre de 1959, citado por ZULETA ÁLVAREZ, Enrique El nacionalismo argentino, cit., p. 206.

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autonomía intelectual, su vinculación con la religión y su paulatina definición ideo-lógica hicieron que su pensamiento se volviese más esquemático y cerrado. De allíque juzgase a la experiencia vanguardista que había iniciado en 1924 como un inten-to ilusorio y fracasado.5 Su concepto de la política y del arte fue el resultado de unapotente combinación de la filosofía tomista con el pensamiento de Maurras,6 Massisy Maritain, autores que al mismo tiempo marcaron su concepción de la acción y de lafunción de la religión.

Julio Irazusta, nacido en 1889 y con una trayectoria educacional muy similar a la desu hermano Rodolfo, no mostró inicialmente un interés tan fuerte por la política comopor la literatura y la crítica literaria donde desarrolló una tarea que mereció elogios desus coetáneos. En 1923 partió a Europa, donde profundizó sus conocimientos de litera-tura ya que, como él mismo señalaba, era su preocupación intelectual casi exclusiva.Sin duda, el ámbito cultural británico colmó buena parte de sus aspiraciones eruditas yle abrió un espacio de desarrollo que estuvo tentado de no abandonar y de hecho nuncaabandonó.7 Pero, además, el realismo político de autores como Edmund Burke se con-virtió en un eje articulador de su pensamiento político. También resultó de gran utilidadpara la conformación de un proyecto político-ideológico el fluido contacto que mantu-vo con el hispano-norteamericano Jorge de Santayana. En Buenos Aires tuvo una par-ticipación frecuente en la revista Nosotros y más esporádica enMartín Fierro. Como esprevisible, su participación en La Nueva República fue menos determinante que la desu hermano o la de Ernesto Palacio y sus contribuciones se encontraron mayoritaria-mente en el plano del debate cultural y literario. Contrariamente, como analizaré másadelante, su figura y su presencia política crecieron después de 1930 con un perfil y unprotagonismo que hubieran sido difícil de imaginar en 1927.

Juan Emiliano Carulla, uno de los primeros “nacionalistas” argentinos, habíapublicado durante ocho meses de 1925 el primer periódico definido como nacionalis-ta del país: La Voz Nacional, de escasa difusión, constituyó el primer intento de arti-cular un grupo político en torno a la redacción de una publicación. Carulla era médi-co y durante la Gran Guerra se había alistado en el ejército francés, desde donde secontactó con el pensamiento de la Acción Francesa.

Diferente fue el perfil de Cesar Pico y Tomás Casares, que provenían de unaactiva participación en organizaciones católicas. Ambos se desenvolvieron en lafilosofía tomista aun cuando sus carreras de origen eran la medicina y la abogacía,respectivamente.

5 PALACIO, Ernesto “Carta a un poeta joven”, en La inspiración y la gracia, Gleizer, Buenos Aires,1929, pp. 143-144.

6 En este aspecto Devoto disiente con Zuleta Álvarez por cuanto encuentra que Palacio era coincidente enalgunos aspectos con el pensamiento del fundador de la Acción Francesa, en tanto que Zuleta Álvarezlo considera un enemigo acérrimo de Maurras.

7 IRAZUSTA, Julio “De la crítica literaria a la historia, a través de la política”, en Boletín de la Acade-mia Nacional de la Historia, Vol. XLIV, Buenos Aires, 1971, p. 9.

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Pues bien, estos fueron los principales referentes de este naciente identidad polí-tica –laxa, multiforme y muchas veces contradictoria– que dio sus primeros pasos apartir de una publicación, cuyo número inicial apareció el 1º de diciembre de 1927.Sin embargo, La Nueva República significó mucho más que una revista política, fuetambién un intento de articular una experiencia antidemocrática dispuesta a asumir laforma de una organización.

La identificación generacional del grupo es un aspecto que merece ser subrayado,ya que ellos mismos calificaron al periódico como “…un órgano generacional…”8 yresulta evidente que fue la expresión de un grupo de intelectuales que, marcando lapotencialidad de su juventud, buscaban un espacio de inserción no sólo política sinotambién intelectual. De tal modo, a lo largo de las páginas de La Nueva República seencuentran numerosas referencias sobre la cohesión etaria de los integrantes delgrupo, sobre la misión de la juventud argentina “llamada” a superar los errores polí-ticos de las generaciones pasadas y sobre el papel que les cabía a los “mejores jóve-nes del país” en la renovación estética-intelectual.

La Nueva República se presentaba a la sociedad como una propuesta generacio-nal que aseguraba tener un diagnóstico claro sobre la situación del país y los instru-mentos ideológicos que hicieran posible esa transformación que juzgaban “…urgen-te y necesaria…”. Así, y no sin ambigüedades y contradicciones, se pararon frente alespejo de la “generación organizadora” reconociendo el “…genio político y el buensentido superior de quienes realizaron la organización del país, no obstante los erro-res intelectuales que profesaban…”.9

¿Cuáles eran esos errores que achacaban a la generación del ochenta? Sin dema-siado énfasis señalaban los inconvenientes producidos por las políticas secularizado-ras. Con más contundencia subrayaban la incapacidad de los gobiernos liberales pre-existentes en advertir que muchos elementos “no controlados” derivaban fatalmenteen el caos. Así, lejos de ser originales, achacaban al liberalismo el surgimiento demovimientos revolucionarios, la excesiva tolerancia hacia las manifestaciones “vio-lentas” del proletariado –fuertemente influenciada por aquellas ideologías de izquier-da– y la sanción de la reforma electoral en 1912 que había abierto las puertas a la par-ticipación desmedida de las masas. Pero las críticas al liberalismo argentino en tantosistema político no iban más allá. Ya que, como puede verse a lo largo de las páginasde la publicación, no pretendían ni impulsaban un cambio de las instituciones o lainvalidación completa de la Constitución. Muy por el contrario, insistían en la nece-sidad de volver a la vida republicana y en la necesidad de consolidar el orden políti-co y jurídico que establecía la Carta de 1853. Las instituciones prescriptas por losorganizadores de la nación gozaban, según el programa neorrepublicano, de una “rara

8 IRAZUSTA, Julio Memorias…, cit., p. 177.9 PALACIO, Ernesto “Organicemos la contrarrevolución”, en La Nueva República, 1º de diciembre de

1927, p. 2.

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solidez”. A partir de allí, de ese reconocimiento, sentaban la legitimidad y legalidadde su propuesta, al tiempo que la misma lógica era utilizada para recusar al sistemademocrático. El Estado previo al voto universal masculino estaba sometido al dere-cho, aquel que se comportaba conforme al principio de legalidad, y para organizarsey refrendar su actuación acudía a la ley fundamental que en “…los ciento y tantosartículos [...] ni una sola vez se habla de democracia…”. Y continuaban diciendo quede las tres palabras que definían la forma de gobierno, ninguna de ellas era insepara-ble del concepto de democracia y dos eran francamente hostiles ya que la elección nopodía dar una representación fiel sino se operaba entre hombres de la misma condi-ción social o profesional. Para los neorrepublicanos la democracia destruía todarepresentación con el sufragio universal.10

Es decir, la democracia era presentada como una desnaturalización del régimenconstitucional, una desviación sustentada e impuesta por un sistema de revancha y derencor. Sostenían, asimismo, que igualdad y libertad sin restricciones eran elementoscontrarios a toda organización social, ya que implicaban la desaparición de toda jerar-quía. La única representación que ofrecía verdadera legitimidad era aquella que reco-nocía la capacidad y “…las diferencias establecidas por la naturaleza en el organismosocial, es respeto por las superioridades de la posición, de la cultura…”.11

Entendían que el funcionamiento del sistema político post ley Sáenz Peña implica-ba la desintegración de la tradición republicana, pues contenía en su propia definiciónuna “…torpe demagogia que amenaza arrasar hasta con los más firmes pilares delmonumento levantado por la cordura de nuestros constituyentes…”.12 Pero, ciertamen-te, lo que realmente los perturbaba era la democracia yrigoyenista, en tanto que no lesgeneraba el mismo rechazo el gobierno del “aristócrata radical” Marcelo T. De Alvear–cuyos funcionarios también eran más encumbrados socialmente que los de Yrigoyen.Que el presidente elegido en 1916 (y a punto de ser reelecto cuando comenzaron a vin-cularse) no perteneciera a las elites, no era un elemento menor y fueron numerosas lasreferencias a esta cuestión, siendo lo más señalado la falta de atributos culturales y de“virtudes espirituales”. Pero también los irritaba la inserción de nuevos sectores socia-les en los puestos burocráticos del Estado, en los ámbitos educativos y en las aulas uni-versitarias. Es decir que, en términos concretos, inquietaba que personas sin linaje –ysegún ellos sin una educación digna– ocuparan espacios que tradicionalmente habíansido ejercidos por los miembros de las clases distinguidas. Es decir, que la “reacción”tenía dos fuentes complementarias: el desplazamiento de los hombres de la elite, “losmejores”, del poder político, hecho indiscutible si se atendía que sólo 31% de los dipu-tados radicales que se desempeñaron entre de 1916 y 1930 pertenecían a las clases másprivilegiadas, en tanto que ese sector aportaba el 53% de los diputados del Partido

10 IRAZUSTA, Rodolfo “La política”, en La Nueva República, 28 de abril de 1928, p. 1.11 IRAZUSTA, Rodolfo “República y democracia”, en La Nueva República, 15 de marzo de 1928, p. 1.12 PALACIO, Ernesto “Organicemos la contrarrevolución”, cit., p. 2.

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Demócrata Progresista y el 73% de los Conservadores.13 Pero también se producía, enel mismo sentido, un recambio de los miembros subordinados de la clase dirigente–juristas, intelectuales, funcionarios estatales, etc.– de los espacios que les eran propios.En este sentido, más que anti-radical, La Nueva República era anti-yrigoyenista.14

En términos argumentales las críticas eran coincidentes con las de buena parte del arcopolítico, ya que se denunciaba la impericia, la senilidad y la certeza de que el segundogobierno implicaría un recrudecimiento del clientelismo, la desorganización administrati-va y el exacerbado personalismo del caudillo radical. Sandra McGee Deutsch señala quelos neorrepublicanos pretendían implantar un gobierno que tomara la forma de una“democracia funcional” o de sistema corporativista, basado en las fuerzas vitales de socie-dad en lugar de las fuerzas políticas corruptas. Coincido en que la funcionalidad o el prag-matismo político fue uno de los elementos sobresalientes del pensamiento de varios de loseditores de la publicación; sin embargo, entiendo que la democracia –a no ser aquellareducida a espacios comunales y de pequeña dimensión–15 no era pensada en la etapa pre-via al golpe militar,16 en tanto que un Estado corporativo también era visto como unaalternativa factible sólo unos cuantos años después. En esta etapa fundacional el rechazoa la democracia (en tanto sistema emergente de la participación de las masas) era deter-minante y casi único argumento de articulación y definición identitaria. Argumentabanretóricamente que esa impugnación se sustentaba en la ruptura ya no política, sino filosó-fica y moral que había implicado la modernidad, aunque es necesario hacer notar que estaperspectiva era más fuerte y explícita en los hombres que manifestaban una clara adscrip-ción al catolicismo.17 La democracia mayoritaria, decía César Pico, era resultado delescepticismo, un emergente político de la indiferencia filosófica “…ante la verdad y elerror que ha recibido el nombre de Tolerancia…”.18 Es decir, la democracia basada en elsufragio universal era “Otro triste fruto del subjetivismo…” que había llegado al absurdo

13 MCGEE DEUTSCH, Sandra Counterrevolution in Argentina, 1900-1932. The Argentine Patriotic Lea-gue, University of Nebraska, Lincoln, 1986, p. 190.

14 En las críticas que realizaban a Hipólito Yrigoyen no se diferenciaban en esencia, aunque sí en estilo, conlas injurias y afrentas que publicaba insistentemente La Fronda. Sin embargo, entre ambas publicaciones seencontraba, al menos hasta 1929, una diferencia concreta, ya que el periódico de Pancho Uriburu no rene-gaba aún de la democracia misma, pero sostenía que la Ley Sáenz Peña había sido apresurada dada la incul-tura política de los votantes. Sin duda, los neorrepublicanos encarnaban, en este sentido, una postura másradicalizada –al tiempo que argumentada con mayor precisión– que otros grupos “reaccionarios”. Para unanálisis más profundo del diario La Fronda, puede verse TATO, María Inés Viento de Fronda, Siglo XXI,Buenos Aires, 2004.

15 Esta postura era coincidente con las bases “maurrasianas” que admitían que ciertas formas democráti-cas podían ser viables en espacios menores, con dimensiones más reducidas.

16 Por este período, los neorrepublicanos se mostraban seducidos por una dictadura como régimen excep-cional y de transición que reorganizara el sistema político y ordenara a la sociedad. La rehabilitación dela democracia sería, según entiendo, un resultado de la frustración del “proyecto revolucionario” deltreinta. Me explayaré sobre esto en el capítulo correspondiente de la segunda parte.

17 Cuestión que evidenciaba la pluralidad de esta naciente identidad autoritaria “neorrepublicana”.18 PICO, César “Inteligencia y Revolución”, en La Nueva República, 28 de diciembre de 1927, p. 1.

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de identificar la verdad y la justicia pública con el número de sufragios y a desconocer laexistencia misma del derecho natural.19

La ideología estética de la “purificación”: la belleza de “lo real” y del ordenSin embargo, no hay que pensar que esas eran las únicas críticas al sistema democrá-tico, sino que estas figuras sociales con una apuesta tan fuerte dentro del campo cul-tural denunciaban una ruptura mucho más sutil, al mismo tiempo más profunda, y queera resultante de las transformaciones culturales, estéticas y sociales que la democra-tización implicaba. Para los hombres de esta corriente la verdad sólo podía expresar-se a través de la belleza, y en las propuestas mayoritarias y en los movimientos deizquierda no había sino desproporción, indignidad e imperfección. Por ello, se decí-an reaccionarios intelectuales que buscaban el remedio a la vulgaridad en la primacíadel espíritu y la inteligencia.20 Es decir, desde un hondo elitismo y una convicciónprofunda de su superioridad intelectual, expresaron su recelo para con las manifesta-ciones estéticas que las corrientes liberal-democráticas articulaban y modelaban a lasociedad emergente. Fue, en este punto, donde se evidenció una ruptura de mayoramplitud con el liberalismo en tanto sistema de pensamiento. Es decir, al menos enestos primeros años, tal quiebre no fue específicamente ni centralmente político sinoque fue, en buena medida, un cuestionamiento filosófico.

“Primero hay una batalla en los aires dice Chesterton, antes de queel conflicto estalle sobre la tierra. Y una doctrina disolvente lleva,por su dialéctica interna, a producir consecuencias dañosas de todaíndole [...] trae como consecuencia ineluctable el delirio contempo-ráneo. [...] El predominio de la inteligencia que caracteriza a la cul-tura implica, a veces, un estado de violencia e intolerancia en elorden de las ideas. [...] Por esoAquel que dijo ser el Camino, La ver-dad y la Vida, manifestó que no venía a traer la paz, sino la espada.Porque la verdad no puede tolerar fusión y transacciones; impulsa ala conquista de los espíritus y sueña con una paz que dimane de launidad universal, es decir, católica”.21

En este sentido, este grupo exponía, con una vehemencia insoslayable, una concep-ción estética ideológica que se encontraba en el origen –como reglas y cánones– perotambién como fin. Los valores estéticos (lo que entendían por bello, elegante, hermo-so, claro, armonioso y sublime) y los juicios de valor correspondientes estaban pre-sentes en todos sus planteos políticos e ideológicos, no sólo en los momentos en los

19 PICO, César “El problema de Oriente y Occidente”, en La Nación, domingo 25 de diciembre de 1927.20 PICO, César “Inteligencia y revolución”, en La Nueva República, 1º de enero de 1928, p. 1.21 PICO, César “El problema de Oriente y Occidente”, en La Nación, 25 de diciembre de 1927. Reflexio-

nes del mismo orden publicó en la revista Criterio.

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que atendían a las que llamadas obras de arte, sino también en las concepciones másgenerales de la vida y el pensamiento. La filosofía estética del liberalismo y, aun más,la concepción estética de la izquierda fueron juzgadas como contradictorias y vacilan-tes. Por el contrario, su propia filosofía se asentaba en la certeza acrítica de la estabi-lidad de la categoría de lo estético en tanto era considerado como el resultado “…delorden y la primacía de valores espirituales…” inmutables y trascendentes. La retóricaestética de los neorrepublicanos operaba entonces como una verdad absoluta, ideolo-gizada y defensiva, una estética de la “purificación”, que debía hacer frente a una cos-mología fundada en lo instintivo, lo sentimental, que relegaba “…los elementos realesde la belleza…” y que, insisto sobre todo para Pico y Casares, era desenlace obligadode la ruptura religiosa que había iniciado Lutero y del quebrantamiento metafísico deDescartes.

El universo filosófico de la modernidad se sustentaba, según señalaban, en unvacío intelectual que apostaba a lo material y al poder de una sugestión sentimental ycolectiva. Así concebida, su ideología estética asumía una concepción objetivista, quesubrayaba sus componentes representativos y objetivos (al tiempo que subordinaba,o quizás más claramente descalificaba, lo subjetivo), capaces de apelar al conjuntosocial poniendo como criterio de valor el carácter supuestamente universal y superiorde su filosofía realista, greco-latina y católica. Lo bello se identificaba con lo consi-derado bueno; la belleza se asentaba entonces no tanto en la ética, como en los rigo-res de la moral católica, como resultado de un orden social, político y, por supuesto,compositivo y simbólico. En definitiva la estética, en tanto perfección, sólo era inhe-rente a Dios. Para los hermanos Irazusta, cuyo catolicismo era más laxo, la bellezaera también pragmatismo y reflejo de la superioridad de algunos sobre las mayorías.Sin embargo, también ellos adherían a esa concepción estética de raíz católica. Talvez podría pensarse que la densidad y solidez del pensamiento filosófico del catoli-cismo brindaba un argumento seguro, estable y consolidado a un pensamiento auninmaduro y víctima de una profunda perturbación e incertidumbre.

La ideología estética era, entonces, “adecuada” al rol que el sistema filosófico eideológico propuesto le reclamaba. Éste se sustentaba en un principio trascendental,sublime e inapelable. En cambio, como queda dicho, la estética democratizadoraimplicaba una “apoteosis de la improvisación y la incultura”,22 denotaba un abando-no del culto a lo bello y su sustitución por una apología de la civilización técnica yaplicada, lo cual obedecía a una inversión del predominio del espíritu sobre la mate-ria. De este modo, el desorden contemporáneo no era otra cosa que una desviación enel orden gnoseológico y criteriológico: “…el subjetivismo reemplazando al objetivis-mo, el parecer predominando sobre el ser…”.23

22 PALACIO, Ernesto “Organicemos la contrarrevolución”, cit., p. 1.23 PICO, César “El problema de Oriente y Occidente”, cit.

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No obstante, los neorrepublicanos expresaban una concepción estética másamplia que los actores orgánicos de la jerarquía eclesiástica o quizás sea mejordecir que estaban más atentos a los requerimientos, normas y prácticas del campocultural. Esto se manifestaba en el reconocimiento de calidad artística en obras quecensuraban desde la perspectiva moral y en la constante demostración de conoci-miento de todas las producciones, particularmente literarias, pero también filosó-ficas, plásticas y científicas. En buena medida, la batalla librada en esta etapa deconstitución de una identidad se desarrolló con los instrumentos y formas estable-cidas por el campo intelectual.

Entre Maurras, el realismo político y la tradición clásica:el nacionalismo republicanoComo puede advertirse, el núcleo reunido en torno a La Nueva República eramucho más que un grupo de redactores de un medio de prensa marginal. Fue,como ya he dicho, uno de los primeros intentos de organización de un grupo polí-tico-ideológico autoritario con intenciones de conformarse en un actor político,que discursivamente se presentaba bajo las banderas de un supuesto espíritu reac-cionario24 y de un proyecto abarcador “nacionalista”. Este concepto involucraba,según Ernesto Palacio, la voluntad de elevación de la nación, “…de la colectivi-dad humana organizada…” y requería de una subordinación necesaria de los inte-reses individuales al interés de dicha colectividad y de los derechos individualesal derecho del Estado.25

Frente a la democracia, práctica “…demagógica y disolvente…”, el nacionalismoencarnaba las “verdades fundamentales” que eran el origen y la grandeza de lasnaciones, esto es: el orden, la autoridad y la jerarquía. Estos principios, decía Palacio,se fundaban en la razón y en la experiencia. En este orden, el estudio de las formaspolíticas que se fueron sucediendo en la historia se convirtió, desde el principio, enun instrumento político indispensable que se reflejaba, asimismo, en la recurrencia alos autores clásicos y contemporáneos, utilizados además a manera de sustento y legi-timación ideológica e intelectual.

Al tiempo de las adscripciones ideológicas, he señalado la fuerte persuasiónque había ejercido el pensamiento de Charles Maurras y de su Action Française.De hecho esto fue evidente y así lo he sostenido oportunamente, pero no puedeafirmarse, bajo ningún concepto, que esta fuera una asimilación mecánica, un pro-ceso de trasplante ideológico y programático acrítico. El pensamiento de los her-manos Irazusta y su grupo implicaba una interesante articulación de tendenciasteóricas y políticas. Con Maurras, compartían la idea de que la cohesión socialsólo podía darse a través de los marcos sólidos de contención institucional que

24 En los primeros años de la publicación, hasta 1930, gustaban definirse como “reaccionarios”.25 PALACIO, Ernesto “Nacionalismo y democracia”, en La Nueva República, 5 de mayo de 1928, p. 1.

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encarnaba la propuesta “nacionalista”26 y que provenían de una armadura doctri-nal y una organización en la unidad. Este supuesto se fundaba sobre una visiónpesimista de la evolución histórica y de la naturaleza humana y se basaba en la cer-teza de la decadencia y la obsesión por proteger, fortificar e inmunizar la identi-dad colectiva contra todos los agentes de corrupción.27 La nación era concebidacomo la representación en términos abstractos de una realidad natural, sanguíneae histórica. Pragmáticos desde lo político, los hermanos Irazusta apostaban a lautilidad de los instrumentos de orden como la Iglesia, la familia y un derecho sin“exageraciones igualitarias”. Todo esto cohesionado y redimensionado en un dis-curso de exaltación patriótica, que entendía por patria a una entidad concreta cons-truida sobre lazos de sangre, de tierra y de historia. En palabras maurrasianas,“…la nación ocupa la cumbre en la jerarquía de las ideas políticas. De esas fuer-tes realidades, es la más fuerte [...] la nación está antes que todos los grupos de lanación. La defensa el todo e impone las partes…”.28 En algún sentido, ante la cate-górica inmigración que llegaba a la Argentina y, sobre todo, se radicaba en Bue-nos Aires, pero fundamentalmente por las transformaciones culturales, sociales ypolíticas que la modernización venía acarreando, los “maurrasianos” argentinosactuaron, al parecer, con conciencia de su minoría numérica, pero con la confian-za de que se podía reconstruir un Estado –y una nación– donde su propia ideolo-gía fuese mayoritaria. Esto era, reestructurar profundamente la esfera política demanera que las mayorías –a las que percibían peligrosamente cerca de los ámbitosde decisión– debieran acatar la voluntad de un grupo más reducido, pero “esclare-cido”. La correspondencia con los postulados de la Acción Francesa fue en estepunto muy estrecha ya que, como Maurras, sostenían que el nivel organizativodebía estar en manos “…de seres bien diferentes, del puñadito de los jefes: funda-dores, directivos, organizadores…”.29 La nación aparecía así como una “comuni-dad anhelada”, integrada jerárquicamente por un colectivo de individuos que sedeben vincular entre sí –e identificarse– en función de valores y principios rígidosy generalmente independientes de la coyuntura e incluso más allá de la materiali-dad del territorio (aunque el patriotismo, entendido como amor a ese suelo, estabasiempre presente en las retóricas discursivas). El nacionalismo fue entendido sobretodo como la defensa, la salvaguarda, de la herencia moral y espiritual. De allí quecualquier amenaza a esos valores fuera juzgada como una injerencia extranjera,aun cuando no existiera el más mínimo atisbo de invasión territorial.26 Nacionalismo es un concepto relativamente nuevo y que desde el período finisecular fue utilizado para

designar una tendencia política de derecha y de extrema derecha. Su introducción, según señala Girar-det, parece deberse a un artículo de Maurice Barrés en Le Figaro, publicado en 1892. GIRARDET,Raoul Le nationalisme français, 1871-1914, Du Seuil, París, 1983, pp. 8-9.

27 WINOCK, Michel Nationalisme, antisémitisme et fascisme en France, Du Seuil, París, 1990, pp. 7-8.28 MAURRAS, Charles “La Nación”, enMis ideas políticas, Huemul, BuenosAires, 1962, p. 266. Traduc-

ción de Julio Irazusta.29 MAURRAS, Charles “El hombre y su nacionalidad”, en Mis ideas políticas, cit., p. 269.

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De tal manera, la nación era entendida como una construcción o una recreaciónque debía realizarse de acuerdo con intereses “superiores” y a partir de un colectivodefinido ideológicamente (y esto incluía los enunciados étnicos, culturales y religio-sos) con existencia “objetiva” y legitimación histórica. El nacionalismo, así entendi-do, implicaba una propuesta de identidad colectiva férreamente jerarquizada en losocial y por lo tanto minoritaria en los niveles dirigenciales. Se tendía a la cimenta-ción de un gobierno excluyente y, en algún sentido, asentado en discursos e identida-des políticas pre-modernas o incluso pre-políticas. La prosecución de ese proyecto,llamado nacionalista, se realizaba mediante métodos de agitación y propagandasocio-política y cultural, que pretendían difundir –quizás sea más pertinente decirimponer– la conciencia “nacional”, es decir su proyecto político. Pero se trataba deuna propuesta amplia y por lo mismo fundante, es decir, que no se reducía exclusiva-mente a la dimensión política más estricta o evidente, sino que buscaba extenderse aotras esferas sociales, a través de organizaciones e iniciativas culturales que pudieranhacer frente –iluminar– a la “…desorientación espiritual que no permite ver el des-quiciamiento del estado…”.30

Considero que buena parte de este exhorto nacionalista pudo haber estado moti-vado por una frustración relativa. Es decir, desarrollada a partir de la conciencia deun grupo de intelectuales, con orígenes y trayectorias comunes, que experimentabala insatisfacción de sus expectativas (no sólo en términos personales e inmediatas,sino también sociales, ideológicas y políticas). De tal manera, la proclama neorre-publicana partió de un uso instrumental del concepto de nación: una demanda alconjunto de la sociedad para mejor defender y tratar de imponer sus proyectos y rei-vindicaciones. En este sentido, este movimiento podría encuadrarse –adscripciónque debe realizarse en términos muy laxos– en el modelo teórico desarrollado porA. D. Smith que se asienta en la valoración de la intelectualidad (usando el térmi-no en un sentido amplio y abarcativo) como promotora de movimientos nacionalis-tas y así constituir un resguardo ante las formas que asumía el desarrollo del cien-tificismo moderno y el temor a la pérdida de sus privilegios, pero también comomedio para situarse como clase dirigente.31

Asimismo, como sostiene Xosé M. Núñez Seixas, un contexto de cambio ydisolución de un orden social y político contribuía favorablemente al surgimientode este tipo de movimientos autodenominados nacionalistas. Para su desarrollo eracondición necesaria –aunque no suficiente– que las posiciones de algunos gruposse vieran amenazadas o marginadas o que al menos así fueran percibidaa.32 Esdecir, que se trataba de realizar una operación por la cual un núcleo de interesescomunes, pero restringidos a un grupo, se aceptaran como intereses colectivos.

30 Palabras del programa de La Nueva República, 1º de diciembre de 1927, p. 1.31 SMITH, Anthony David Nationalist movement, Macmillan, Londres, 1976.32 NÚÑEZ SEIXAS, Xosé M.Movimientos nacionalistas en Europa. Siglo XX, Síntesis, Madrid, 1998, p. 15.

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Este grupo político e intelectual, que compartía una experiencia de desencanto,planteaba su conflicto, como si fuera de orden nacional, que afectaba al conjunto delpaís y se lo definía como objetivo, lo que Hroch llama un “conflicto nacional relevan-te”.33 Es decir, un conflicto interpretable en clave de afrenta colectiva de índolesocial, cultural y política. Por lo tanto, los valores y creencias “nacionales” fueronesgrimidos como instrumentos de cohesión a través de un pretendido adoctrinamien-to, mediante la acción y por la dimensión simbólica-ritual. Los símbolos fueron pen-sados como herramientas de conexión entre el círculo más restringido y el contextonacional, ya que uno de los problemas que cualquier identidad incipiente tenía queenfrentar era el de la integración de la actividad periférica a la del más alto –y cen-tral– nivel, el de la organización. La identificación podía lograrse a través del uso desímbolos que conectaban, mientras hermanaban a estos dos ámbitos o esferas. Perono sólo debían servir para hacer que individuos diferentes pudieran sentirse parte deun proyecto excluyente, sino que también debían permitir interpretar las acciones degrupos o personas, con algunas diferencias más o menos substanciales, como parte deuna misma organización, una misma identidad, de un mismo grupo político y de unmismo proyecto socio-político y cultural;34 esto fue particularmente importante enmovimientos cuya infraestructura política era débil y la posibilidad de disoluciónconstante: “…frente a esta conspiración de fuerzas enemigas, debemos emprender sindemora una labor constante y metódica, en nombre de la salvación nacional. [...] Noscorresponde iniciar la contrarrevolución de los espíritus…”.35

Ahora bien, bajo esta proclama y como señala Enrique Zuleta Álvarez, los auto-denominados nacionalistas argentinos no ofrecieron una contrapartida política con-creta al sistema democrático. Con mayor o menor despliegue retórico se limitaron areclamar el retorno a las formas republicanas de gobierno. Sin embargo, no puededesconocerse que la reflexión teórica sobre la política estuvo siempre presente yocupó una centralidad que no tuvieron otros referentes de esta naciente derecha auto-ritaria. Así como los aportes de Pico fueron esenciales en la cuestión filosófica, los dePalacio en la crítica cultural y en la definición de elementos articuladores y los deRodolfo Irazusta en la praxis política, Julio Irazusta tributó al grupo una profundaevaluación de la política, sobre todo de las formas de gobierno, que se expresó soli-damente desde su juventud, aunque en los primeros años al menos, no fue una cues-tión resuelta, definida de manera cerrada.

En su estancia en Europa, Julio Irazusta entró en contacto con los pensamientosteóricos del momento, profundizó sus conocimientos sobre el pensamiento clásico yestableció vínculos personales con algunos intelectuales, teniendo especial importan-

33 HROCH, Miroslav Social preconditions for national revival in Europe, Cambridge, UK, 1985.34 Sobre este tema puede verse el sugerente libro de KERTZER, David I. Riti e simboli del potere, Later-

za, Roma-Bari, 1989 [Ritual, Politics, and Power, Yale University Press, New Haven and London,1988].

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cia, como ya he dicho, sus encuentros con el filósofo hispano-norteamericano JorgeRuiz de Santayana.36 A juzgar por algunos de los tópicos posteriores del pensamien-to de Irazusta, Santayana parece haberlo marcado profundamente con su teoría delrealismo político y en su acercamiento a los historiadores latinos.

Julio Irazusta perseguía, a través de ese conglomerado heterogéneo aunque nocontradictorio, un nivel de reflexión e interpretación de la realidad. Es decir, en elestudio de las obras clásicas y contemporáneas del pensamiento político buscabaideas seminales para pensar sobre los problemas de su presente, como origen para sudesarrollo, su formalización y su comprobación empírica. Con el mismo rumbo loguiaron las lecturas que realizó de Croce, Maurras,37 Burke y Rivarol.38 Sin duda,estos pensadores (en una compleja articulación) fueron particularmente importantesen la formación y definición ideológica de Julio Irazusta: “Croce en Italia, Santayanaen el mundo anglosajón, restauran las nociones del realismo político. [...] Pero si yoconocí sus obras antes que las de Maurras, este se les adelantó en la tarea de restau-rar las verdades eternas acerca de la política…”.39

Con este bagaje político-intelectual, a partir de una elaboración original queimplicó adaptaciones y relecturas, Julio Irazusta comenzó a reflexionar sobre la polí-tica. Pero su concepción del hecho político estaba estrechamente ligada a su particu-lar visión de la historia. El estudio del pasado se convirtió en algo imprescindible entanto implicaba rastrear el eje articulador de las acciones políticas y brindaba la prue-ba más irrefutable sobre las conveniencias e incomodidades de las diferentes formasde gobierno en relación con la realidad argentina.

Así, desde una preocupación esencialmente intelectual, es decir filosófica y teóri-ca, se acercó a la experiencia de una acción política que pretendía ser práctica. Peroentiendo que llegaba a ese intento de praxis forzadamente, impulsado por la conside-

35 PALACIO, Ernesto “Organicemos la Contrarrevolución”, cit., p. 2.36 Al respecto puede verse IRAZUSTA, Julio Memorias…, cit., p. 150 y Políticos y literatos del mundoanglosajón, Dictio, Buenos Aires, 1978, pp. 211-236.

37 Al respecto, Barbero y Devoto consideran que la influencia deMaurras en el pensamiento de Julio Irazusta fuemuchomenor que en el de otros nacionalistas argentinos, por ejemplo en Rodolfo Irazusta. BARBERO,MaríaInés y DEVOTO, Fernando Los nacionalistas, CEAL, Buenos Aires, 1983. Sin embargo, en trabajos másrecientes Devoto ha reconocido la conexión intelectual y política de Julio Irazusta con Maurras. Pero no esmenos cierto que no fue una influencia exclusiva, sino que Irazusta abrevó en diversas fuentes filosóficas, his-tóricas y políticas tal como lo he explicitado en el cuerpo de esta capítulo; en este sentido, coincido con la visiónde Enrique Zuleta Álvarez, quien considera que la influencia de Charles Maurras fue decisiva en la formaciónpolítica de Irazusta: “...su gran maestro en el método de observación crítica de la realidad política”. ZULETAÁLVAREZ, Enrique “Presencia de Irazusta en la Argentina Contemporánea”, en ZULETAÁLVAREZ, Enri-que; DÍAZARAUJO, Enrique y SARAVI, Mario Homenaje a Julio Irazusta, Mendoza, 1992, p. 13.

38 Al respecto pueden verse Políticos y literatos del mundo anglosajón. Actores y Espectadores, Sur, 1937;“Burke” y “Rivarol” en separatas de la Revista de Estudios Franceses, Facultad de Filosofía y Letras, Men-doza, 1951.

39 IRAZUSTA, Julio Estudios histórico-políticos. El liberalismo, el socialismo y otros ensayos económi-cos, Dictio, Buenos Aires, 1973, p. 184.

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ración de que tal como estaban funcionando la sociedad y la política no podría desarro-llarse como pretendía y como la experiencia de las generaciones pasadas le había pro-metido. Quizás, por eso mismo, lo que desde una perspectiva política podría pensarsecomo un fracaso, desde una representación intelectual puede ser considerado como unéxito. Si en algún campo Julio Irazusta alcanzó reconocimiento y alguna influencia, esefue el intelectual. Y a diferencia de lo que han supuesto otros estudios, conjeturo queese era el plano en el que Julio Irazusta ambicionó realizarse. Lo cual no implicaba undesinterés por la política. Por el contrario, para él la actividad intelectual era esencial,aunque subordinada, a la acción de gobierno.

Por otro lado, su pragmatismo manifiesto lo llevó a atender las circunstancias par-ticulares y a sostener que las formas de gobierno debían ser respuesta a dichas even-tualidades y que, por lo tanto, no podían establecerse con modelos prefijados de ante-mano. Un buen gobierno, según Irazusta, podía durar cinco o seis años o décadas,siempre y cuando se apartara del “totalitarismo democrático” y purgara los excesosdel liberalismo. En este sentido, las páginas de La Nueva Repúblicamostraban la con-fianza expresada en torno a las ventajas de un gobierno personalista, que además con-sideraban fuertemente arraigado en la tradición nacional.40 Para Irazusta, el gobiernoera mando y este era más eficiente si era unitario, concentrado en una sola persona.

Su preocupación por las formas de gobierno y su convencimiento de que estas debí-an ser resultado de un análisis detallado y preciso de las circunstancias específicas decada nación, lo llevó a decir que las mismas debían ser producto de la experiencia his-tórica de las naciones. Así, por ejemplo, la historia demostraba que la mayoría de lospueblos no estaban capacitados para el autogobierno, por lo tanto, la democracia nopodía ser pensada como una solución política de validez universal, sino muy restringi-da. De tal modo, salió a buscar enseñanzas en cuanto a modos de gobierno a través delestudio de la historia. La historiografía se volvió entonces el instrumento primario de suacción política. Y en este sentido entiendo que él observaba su práctica política y lohacía distanciarse de la definición de ideólogo que había elaborado. La historia era paraJulio Irazusta una vocación forzada por el presente (recuérdese el subtítulo de susmemorias: “historia de un historiador a la fuerza”). Pensaba a la historia como presen-te. Por lo tanto, el estudio de la historia era una forma de hacer política, una prácticaindispensable para el ejercicio político. La historia no era percibida como simple espe-culación, era análisis, elaboración y sostén de la decisión política.

La religión como instrumento políticoEl triunfo del liberalismo, entendido como concepción del mundo más que como par-ticular corriente política, había implicado un desplazamiento de la cosmovisión reli-giosa. La industrialización, donde fuese que avanzaba, contenía un paulatino retroce-so de la religiosidad. A partir de esto la Iglesia católica comenzó a asumir una postu-

40 IRAZUSTA, Julio “Apostilla”, en La Nueva República, 1º de diciembre de 1927, p. 3.

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ra defensiva y más tarde a conformar, según expresé en el capítulo anterior, una polí-tica ofensiva. Pero más allá de las propuestas institucionales, la religión entendidacomo instrumento de obediencia ocupó un importante espacio en las definiciones yen los rasgos identitarios de los nacientes grupos antidemocráticos. En este orden, losjóvenes neorrepublicanos, con vínculos ciertos, aunque no exentos de tensiones, conla jerarquía eclesiástica, apostaron al catolicismo por su costado disciplinador ydefensor de las jerarquías naturales.

Ante el estado de las cosas, que calificaban como caótica y generadora de perver-siones tales como la pornografía,41 sostenían que solo quedaba “reaccionar”. La cri-sis era entendida fundamentalmente como espiritual, por lo tanto la solución tambiéndebía buscarse desde el plano de la moral. Los referentes más claramente vinculadoscon la Iglesia como Tomás Casares afirmaban que: “La solución política no puede serdistinta de la solución moral; más aún deberá subordinársele…”.42

Sin duda, tanto Casares como Pico se encontraban cercanos a las posturas del inte-grismo católico, es decir, concebían que todos los aspectos de la vida política y socialdebían ser planteados y concretados sobre la base de principios inmutables de la doc-trina católica. Esta tendencia había alcanzado posiciones de mayor poder durante elpapado de Pío X y era una respuesta a la creciente influencia política e intelectual delas ideologías de izquierda. Ante las “debilidades” del Papa Pío XI los integristas sehabían acercado en Francia a la Action Française43 y repudiaban las manifestacionesdel “modernismo religioso”44 que en lo político se expresaba a través de la Democra-cia Cristiana. El integrismo y sus aliados proponían una vuelta al rigor moral y reli-gioso contra toda debilidad y laxitud del pensamiento católico.

Sin embargo, “maurrasianos” al fin, la mayoría de los miembros del grupo quecomandaba Rodolfo Irazusta sostenía que la política era lo primero y con esa lógicaasumieron a la religión como un criterio utilitario. De allí, el importante papel asig-nado a la religión y a la Iglesia en la imposición y sostenimiento de un modelo socialjerárquico y autoritario.45 Los editores de La Nueva República, como la mayor parte

41 Al respecto, en el segundo número del periódico, Juan E Carulla, confeso admirador de la Acción Fran-cesa de Charles Maurras, advertía sobre la relación de la democracia y la pornografía diciendo que:“…sería un adelanto más de para el haber de la democracia de este comienzo de siglo [...] tal fenóme-no es en gran parte una consecuencia de las doctrinas naturalistas y de los ideales de democracia abso-luta del ‘siglo estúpido’. [...] conviene hacer notar que este proceso de degeneración intelectual fuesimultáneo con la consagración del sufragio universal y demás pamplinas finiseculares”. La NuevaRepública, 15 de diciembre de 1927, p. 1.

42 CASARES, Tomás La Nueva República, 15 de enero de 1928, p. 2.43 El distanciamiento entre estos grupos se produjo con la condena a la Acción Francesa y la excomunión

de Maurras en 1926. Sin embargo, más allá de las rupturas políticas, los continuó uniendo una concep-ción ideológica común.

44 El modernismo religioso se desarrolló desde fines del siglo XIX y en los primeros tiempos del siglo XXe involucró tanto a religiosos como a laicos que aspiraban a reformar el fondo doctrinario del catolicis-mo y asimilar los avances de la ciencia moderna y las nacientes manifestaciones sociales de masas.

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de los autoritarios argentinos, se enrolaron –o al menos, mostraron simpatías– con eldiscurso católico. Así, Ernesto Palacio, Juan Emiliano Carulla, Julio y Rodolfo Ira-zusta entre otros, se desempeñaron como colaboradores de la revista Criterio.46 Apa-reció como fundamental el intento de las distintas agrupaciones de conformar unaidentidad, en tanto fuerza, que reuniera a los sectores intelectuales que rechazaban elnuevo orden político y social de la democracia mayoritaria. En este sentido, todossentían que la democracia no era capaz de hacerle frente a las amenazas sociales ypolíticas, sino que por el contrario era el instrumento que las había generado y queprovocaba un desborde aun mayor.

Pero, como ya he expresado, el encuentro de sujetos tan diversos estuvo lejos deser una confluencia armónica y manifestó permanentes conflictos resultantes de losintereses particulares y de las concepciones que los diferentes núcleos representaban.La intención de conformarse como actores políticos autónomos y la búsqueda de lahegemonía llevaron a distanciamientos más o menos trascendentes.

Sin embargo y a pesar de las tensiones, estos católicos no institucionalizados, nosometidos plenamente a la autoridad de la Iglesia y particularmente no estructuradosideológicamente por el dogma y la doctrina del catolicismo, nunca dejaron de reco-nocer el servicio de una Iglesia “…que logró el milagro de la armonía estricta de lomoral y lo político en el esplendor de la Edad Media…”.47 Es decir, lo que realmen-te interesaba a estos intelectuales antidemocráticos era la “faceta terrenal” de la reli-gión, como herramienta sostenedora del orden, la propiedad y las jerarquías sociales.Así, ya en su proclama inicial se apelaba a la religión para obtener “…el milagro dela obediencia…”.48

En esta línea, la unidad de la Iglesia y del Estado –que permitiría al catolicismotransformarse en el “contenido ético” del orden estatal– era percibida como la garan-tía de la civilización, ya que un “…estado sin religión es solo posible en aglomera-ciones heterogéneas e incultas, viviendo en condiciones sociales de disolución, y quepor esas condiciones no puede ser sino efímero…”.49

En particular, consideraban que la acción de la Iglesia era fundamental en cues-tiones vinculadas con la familia y la educación, elementos fundantes del orden socialque, entendían, era atacados por las fuerzas disolventes, por ejemplo el anticlericalis-

45 Juan de Balmés (1810-1848) sostenía que no es la política la que salva la religión, sino que es la reli-gión la encargada de salvar a la política. Un análisis de este tema se puede encontrar en HERMES, GuyLos católicos en la España franquista, Siglo XXI, Madrid, 1985, Tomo 1, p. 87.

46 Ernesto Palacio en su Historia de la Argentinamencionaba los estrechos contactos que existían entre loseditores de La Nueva República, Criterio y La Fronda. Consideraba que se daba por el momento un inte-resante resurgimiento de la intelectualidad católica y la necesidad que tenían todas estas publicacionesy grupos de hacerle frente al diario Crítica que, según Palacio, “…estaba siempre en el otro bando…”.

47 CASARES, Tomás “Política y moral”, en La Nueva República, 15 de enero de 1928. p. 2.48 “Nuestro Programa”, en La Nueva República, 1 de diciembre de 1927, p. 1.49 La Nueva República, 5 de mayo de 1928, p. 1.

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mo. Por ello era imprescindible inculcar a los jóvenes el respeto por los valores y nor-mas de la Iglesia “…en problemas como el de la libertad de enseñanza y el divorcio,para los cuales ella tiene solución conocida.”

Ciertamente el peligro de la desintegración de los valores tradicionales de la fami-lia cristiana era un tema que preocupaba a estos jóvenes elitistas, pues considerabanque era el germen de la desintegración social y del irrespeto a las jerarquías. Así, porejemplo, muy preocupados por aspectos no sólo espirituales sino también “muy terre-nales” reaccionaron con fuerza contra el régimen de herencia, que calificaron como“exageradamente igualitario” y con la política (según ellos demagógica) de aumentarlos impuestos a los sucesores. Aparecía allí, y de manera explícita el carácter conser-vador de su propuesta.

Una “inteligencia disciplinada” para una Nueva RepúblicaEl discurso de los neorrepublicanos estaba claramente dirigido a las clases propieta-rias, pero más específicamente a una elite intelectual joven, a “los mejores”, los úni-cos poseedores de la capacidad superior y la energía que permitía diseñar proyectos,al tiempo que decidir los fines y los medios. Requería, por lo tanto, del concurso yprotagonismo de los jóvenes universitarios, pero solo de aquellos que avalaran elmodelo propuesto: “…la juventud argentina digna de este nombre…”. Seguros y con-vencidos expresaban que:

“…la generación a que pertenecemos tiene ya bien definida sumisión en la historia de la cultura argentina. Al revisar su patrimo-nio, nuestra juventud (la que cuenta) ha podido comprobar la vacie-dad de las ideologías democráticas y liberales con que se nutrieronsus antecesores inmediatos. Reconoce, en consecuencia, la necesi-dad de reaccionar contra ellas”.50

Se entiende entonces la importancia dedicada en La Nueva República a las cuestio-nes universitarias, no sólo como ámbito para reclutar adherentes y militantes, sinotambién por la necesidad de formar una clase dirigente acorde con sus intereses auto-ritarios. Así, La Nueva República tenía una comisión permanente de jóvenes univer-sitarios que conectaban al grupo con la realidad de los claustros51 y que militaban enellos. En las páginas del periódico repudiaban enérgicamente las ideas que predomi-naban en las aulas universitarias, pues entendían que ya no se transmitía un conoci-miento profundo sino una mala imitación del pensamiento europeo. Pero, además,compartían con el resto de la tendencia su condena a lo que consideraban una exce-

50 PALACIO, Ernesto “Organicemos la contrarrevolución”, cit., p. 1. El destacado es mío.51 La Nueva República hacía referencia y elaboraba programas para la “gran política” en el artículo deno-

minado “Nuestro programa” en el número 1 de la publicación, hubo insistentes referencias a la decaden-cia del mundo universitario.

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siva (por influencia del radicalismo y por la paulatina incorporación de los ideariosde izquierda) politización de la vida académica. Las universidades, sostenían, a tra-vés de los sofismas del romanticismo y la Revolución Francesa, habían emponzoña-do “…toda la actividad pensante de varias generaciones argentinas…” y obstaculiza-do el crecimiento político del país. Ello había llevado a la apoteosis de la improvisa-ción y la incultura y los estragos de la escuela laica y el sectarismo de la enseñanzauniversitaria, unido a la prédica disolvente de los partidos avanzados y a la propagan-da de la prensa populachera, contribuían a temer por el futuro del país. Por lo tanto,decían, les correspondía iniciar “…la contrarrevolución en los espíritus…” comen-zando por “…la destrucción paulatina de los sofismas democráticos y liberales conque se envenena a nuestra juventud desde la cátedra, el periódico y el libro...”.52

En ese orden atacaban duramente a la figura de José Ingenieros, “…una perso-na indeseable y funesta…”. Sobre todo por lo que llamaban su carácter “agitador”y por la enorme influencia que había alcanzado en los ámbitos estudiantiles y cul-turales del país. No hubo mala causa, decían, que no lo hubiera contado en sudefensa. El “apóstol” del desorden, como pensador –continuaban señalando– nohabía hecho más que vulgarizar copiosamente los peores sofismas del siglo XIX,“…poniéndolos al alcance de las más torpes inteligencias…”. Pero, se lamentaban,lo más peligroso era su permanencia como referente de las nuevas generaciones.53A través de Ingenieros y de otros escritores vinculados con el socialismo, manifes-taban una de sus contradicciones más arraigadas: la caracterización del “izquierdis-mo” como un pensamiento anacrónico, “un dinosaurio” y sin capacidad de movili-zar a la sociedad pero al que, por otro lado, no podían dejar de temerle y de reco-nocerle influencia y, en algunos casos, incluso méritos intelectuales. Esto fue par-ticularmente evidente en las referencias a Juan B. Justo, a quien reconocían eldominio de la argumentación y dotes intelectuales nada despreciables, aunquepuestas al servicio del error materialista y no al de la verdad, “…así se explican losestragos de su acción entre universitarios semicultos y plebe analfabeta (tanto dauna cosa como la otra). [...] Algunos estudiantes universitarios, casi todos de origenjudío ceden al contagio que amenaza con hacerse general…”.54

La alusión de Tomás Casares a los estudiantes de origen judío, constituye una delas no muy abundantes referencias de La Nueva República hacia la colectividadhebrea. Aunque es reveladora del incipiente antisemitismo que los católicos integris-tas aportaron a La Nueva República, señalaba, en mi opinión, un prejuicio ideológico

52 PALACIO, Ernesto “Organicemos la contrarrevolución”, cit., p. 1.53 PALACIO, Ernesto “Un homenaje a Ingenieros”, en La Nueva República, 15 de diciembre de 1927, p. 2.54 CASARES, Tomás D. “La muerte de Juan B. Justo. mitología socialista”, en La Nueva República, 15 de

enero de 1928. Existen otros artículos donde se realizan críticas a otros políticos vinculados con la vidaacadémica: Alfredo Palacios y Carlos Sánchez Viamonte, a quienes se desautorizaba por, en el caso dePalacios, su militancia socialista y a Sánchez Viamonte por sus vínculos con la Reforma Universitariade 1918; La Nueva República, 14 y 21 de abril de 1928 respectivamente.

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más que una consideración esencialmente racista.55 De un modo u otro, el tema cen-tral era, en este caso y algunos otros, desprestigiar las ideas socialistas pues represen-taban una amenaza cierta, aunque se la pretendiera “exorcizar” a través de su negación.Es decir, que no sólo les inquietaba la masificación de la educación, sino que tambiénera considerado un problema fundamental las ideas que circulaban por los ámbitosacadémicos y la presencia de maestros y profesores socialistas y anarquistas.

Todas estas consideraciones y cosmovisiones estaban enmarcadas en un incipien-te debate que giraba en torno al lugar que debía ocupar la cultura en un mundo en cri-sis. Desde las distintas perspectivas surgían interrogantes y respuestas vinculadas conla incipiente masificación cultural. Obviamente, también se discutía sobre el lugarque debía ocupar el tradicional portador de la cultura, el intelectual. Todos los secto-res opinaban, todos tenían propuestas. Así, los sectores que consideraban representarlos valores “superiores”, entre ellos los jóvenes neorrepublicanos, abordaron el temade la cultura y la intelectualidad desde un punto de vista esencialmente elitista, opo-niéndose a la masificación de los estudios universitarios. Sostenían que sólo los socia-listas podían satisfacerse con la proletarización y democratización de la Universi-dad,56 al tiempo que remarcaron los efectos perturbadores de la reforma universitariade 1918. Carlos Ibarguren desde sus cátedras, los católicos desde Criterio y ciertosintelectuales y periodistas desde La Nueva República y La Fronda fueron claros ycontundentes, consideraban que buena parte de los problemas que aquejaban a la uni-versidad era resultado de la Reforma de 1918, en la medida en que la introducción delas prácticas electivas conducía a la destrucción de las jerarquías y tenían efectoscorruptores entre los jóvenes que se formaban en esos principios, como “…entre per-sonalidades ya formadas como los que integran las academias y cuerpos colegiadosde toda especie, por selectos que sean…”. Esas prácticas, insistían, sólo podían cau-sar estragos inevitables y se reproducirían como hongos en la tierra húmeda.

Por un lado, estos intelectuales autoritarios consideraban a los estudiantes-militan-tes de la FUA como “peligrosos agentes subversivos”;57 y por otro lado, paradójica-mente, juzgaban a esos mismos jóvenes universitarios como personalidades débiles einfluenciables. Les preocupaban los jóvenes que no descendían de familias privilegia-das, que no tenían “una buena educación familiar” pero comenzaban a ocupar los espa-cios que tradicionalmente habían estado en poder de una elite intelectual de apellidosprestigiosos. Sin embargo, la inquietud era más extendida, porque eran concientes de

55 Por su parte, María Ester Rapalo, analizando la revista Criterio, señala que el término judío –por juegode equivalencias– pasó a definir el enemigo de clase y una concepción conspirativa de la historia.RAPALO, María Ester “La Iglesia católica argentina…”, cit., p. 66. Sobre la presencia de la cuestiónjudía en la derecha argentina puede verse: LVOVICH, Daniel Nacionalismo y antisemitismo en laArgentina, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 2003.

56 Artículo de Julio Irazusta referido a la postura de Alfredo Palacios con respecto a las universidades. LaNueva República, 14 de abril de 1928, p. 3.

57 CIRIA,Alberto y SANGUINETTI, Horacio La reforma Universitaria, CEAL, BuenosAires, 1983, p. 81.

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que la difusión de las ideas socialistas en los ámbitos superiores de la educación impli-caba un riesgo aun mayor, ya que también podía encontrar cabida en las mentes “débi-les e influenciables” de jóvenes pertenecientes a las familias acomodadas.

Obviamente, las apreciaciones que realizaron sobre el mundo de la cultura y la edu-cación estuvieron en un todo de acuerdo con el conservadurismo manifiesto en otroscampos de la vida: “...la cultura implica continuidad [...] la cultura significa tradición[...] la cultura exige el predominio de la inteligencia [...] inteligencia disciplinada”.58

Como se advierte, disponían de una clara conciencia sobre el lugar que debían ocu-par los intelectuales en la configuración de un nuevo proyecto de nación. Jorge A. War-ley afirma que frente al avance de las ideas nacionalistas y de derecha hubo un punto deintersección básico entre las revistas liberales y las de izquierda que consistía en la pre-servación del espacio de la inteligencia, ligado a la concepción del nuevo tipo de intelec-tual que se proclamaba.59 Esto demostraría la importancia que iban ganando estas expre-siones en la dinámica del campo intelectual argentino y las luchas, que se considerabanfundamentales, por alcanzar una posición dominante dentro del campo.

Publicaciones como La Nueva República o Criterio se habían convertido enmedios privilegiados de propaganda de los sectores antidemocráticos, pero ademáshabían alcanzado ya un grado de legitimidad que las empezaba a volver competi-doras significativas para los que ocupaban las posiciones dominantes en el univer-so cultural porteño.

“Organicemos la contrarrevolución”Quizás impulsados por sus propias necesidades de reafirmación y de legitimacióncomo propuesta radicalmente opuesta al orden vigente, estos jóvenes escritores ape-laron, al momento de fundamentar su llamado político, a un discurso mucho más dis-ruptivo que el que exigía su identidad y las perspectivas de sus propuestas. Así, decí-an “reaccionar” contra las vacías ideologías democráticas y liberales y con un lengua-je muy típico de aquellos tiempos modernos, utilizando incluso un discurso biologis-ta. Ernesto Palacio por ejemplo, denunciaba a la demagogia como el elemento desor-ganizador de un cuerpo social armónico al que era necesario rescatar, pues:

“La infección demagógica conspira hoy más fuertemente que nuncacontra la salud de nuestro organismo social y se propaga de tal modoque apenas queda institución en el país completamente libre de conta-gio. [...] Frente a esta vasta conspiración de fuerzas enemigas debe-mos emprender sin demora una labor constante y metódica, en nom-bre de la salvación nacional. [...] La tarea que nos incumbe tiene undoble aspecto. Uno puramente intelectual, que consistirá en la destruc-

58 PALACIO, Ernesto “La cultura frente a la universidad” (comentario al libro de C. Sánchez Viamonte),en La Nueva República, 21 de abril de 1928. El destacado es mío.

59 WARLEY, Jorge A. Vida cultural e intelectuales en la década de 1930, CEAL, Buenos Aires, 1986, p. 35.

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ción paulatina de los sofismas democráticos y liberales [...] El otro–político– será la lucha sin cuartel contra los adversarios de lanacionalidad y el orden, contra la coalición de la canalla revolucio-naria cada vez más insolente y envalentonada. [...] Frente a quienesproclaman la dictadura del populacho como una necesidad impues-ta por presuntas leyes de la economía y la historia y se regocijan ose resignan ante ese monstruoso destino, opongamos el ejemplo con-fortador –historia viva– de Italia y España, donde se nos demuestraque más puede la voluntad inteligente de los hombres que las fuer-zas ciegas del azar. Organicemos pues la contrarrevolución”.60

En la misma línea, Rodolfo Irazusta, señalaba que el país atravesaba una desorienta-ción espiritual sin precedentes, donde la demagogia y la perversidad del sistema elec-toral eran algunas de sus manifestaciones.61 Expresaba sin ambages que habían sidolas prácticas instauradas en el país desde la “nefasta” ley Sáenz peña, las que al darel poder a los partidos políticos habían quitado prestigio y autoridad al gobierno.62 Apesar de que sus propuestas volvían a un pasado inmediato, apenas superado, desdelo discursivo planteaban la necesidad de una vuelta a un pasado mítico, inventado,que ignoraba las transformaciones surgidas a partir de la Revolución Francesa y lesdevolvía a las clases propietarias el poder y el prestigio del que gozaran otrora. Esdecir, que se presentaban como reaccionando contra las transformaciones de lamodernidad idealizando el modelo medieval como símbolo del orden, de respeto a lasjerarquías sociales y una supuesta subordinación a la Iglesia católica.63

Así, negaban a las masas ya no sólo el libre ejercicio de la soberanía, sino inclu-so toda pretensión de autonomía. Desde esa mirada despreciativa de lo popular, des-conocían las ideologías obreras que se estaban manifestando y organizando desdehacía algunos años. Eran contundentes y muy claros en su argumento legitimador:había que organizar la contrarrevolución a la democracia, sistema considerado fun-dante y promotor de una sociedad que llegaba incluso a solventar la pornografía,64que se manifestaba a través del desorden de las jerarquías y negación u olvido de losvalores y principios “tradicionales”, pero que además había demostrado que era inca-paz de ponerle límites a la movilidad social. Evidentemente, La Nueva República pre-

60 PALACIO, Ernesto “Organicemos la contrarrevolución”, cit., p. 1. El destacado es mío.61 IRAZUSTA, Rodolfo y Julio “Nuestro Programa”, en La Nueva República, 1º de diciembre de 1927, p. 1.62 IRAZUSTA, Rodolfo “La política”, en La Nueva República, 1º de marzo de 1928, p. 1.63 Para comprender la recurrencia al modelo cristiano feudal como sustento de la doctrina reaccionaria

puede verse el ya clásico trabajo de ROMERO, José Luis La revolución burguesa en el mundo feudal,Siglo XXI, México, 1979, en especial “La ecumenicidad del orden cristiano feudal”.

64 CARULLA, Juan E. La Nueva República, 15 diciembre de 1927. “He aquí un hecho reciente: la difu-sión de la pornografía. sería un adelanto más para el haber de la democracia absoluta de este comienzode siglo. [...] Puede agregarse que tal fenómeno es en gran parte una consecuencia de las doctrinas natu-ralistas y los ideales de democracia absoluta del ‘siglo estúpido’”.

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sentaba batalla, desde sus mismos inicios, a los sectores dirigentes del liberal-conser-vadurismo, es decir, se integraba al conflicto interno de las clases dominantes, hacien-do referencia a la lucha clasista con el proletariado, como un mal relativamente menorderivado del fracaso del sistema demoliberal. Consideraban, en definitiva, que elsocialismo no era más que “…el partido extremo de la democracia…”, pero el verda-dero problema, el más urgente, se encontraba en la ideología democrática vigente, yaque ella implicaba:

“…en el orden especulativo, desconocimiento de las jerarquías espi-rituales. Significa una defección de la inteligencia ante el sentimien-to o la experiencia sensible [...] El romanticismo político, a su vez,significa desconocimiento de las jerarquías naturales. Su expresióncategórica es el dogma de la soberanía del pueblo, frente a casi todoslos errores doctrinarios que hacen del siglo pasado uno de los másfunestos en la historia del pensamiento universal. [...] Negación dela jerarquía sobrenatural de la Iglesia de Cristo, negación de la jerar-quía natural del Estado. Predominio del arbitrio individual y de lasensibilidad revolucionaria.”65

Una vez superada la democracia, el socialismo caería por la falta de un orden que lepermitiera su desarrollo. En el mismo sentido y sin otorgarle ninguna peligrosidad,Ernesto Palacio también despidió al socialismo,66 considerando que “…muerto eldoctor Juan B. Justo. Ha muerto con él, el socialismo argentino…”. A diferencia delos sectores católicos orgánicos que paulatinamente iban mostrando mayor preocupa-ción por el fenómeno izquierdista, para este dirigente neorrepublicano era innegableel fracaso ruidoso de la ideología socialista, fracaso no solo nacional sino mundial.67Asimismo, es interesante señalar que en ningún momento expresaron preocupaciónni atendieron a la experiencia anarquista. Todo parecería indicar que no les interesa-ba o quizás no podían advertir una expresión política que se manejaba más allá de losjuegos del electoralismo. Seguramente, el Estado autoritario que anhelaban dispon-dría de herramientas que permitiera eliminar a esos movimientos y tendencias verda-deramente antisistémicas.

La gran preocupación, el objetivo más inmediato, el elemento unificador, era nopermitir una segunda presidencia del viejo caudillo radical. Yrigoyen aún no habíaasumido su segunda presidencia, pero los jóvenes de La Nueva República y losotros escritores afines estaban trabajando para destituirlo. La conspiración estabaen marcha. Desde 1928, con Yrigoyen nuevamente en el gobierno, se advirtió unaclara intención del grupo de La Nueva República y sus aliados de intervenir más fir-

65 PALACIO, Ernesto “Organicemos la contrarrevolución”, cit., p. 2.66 Quizás otra hubiera sido la política asumida de haber mediado conflictos obreros como los ocurridos en

1919-21 o los que sucederían algunos años más tarde, en 1935-36.

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memente en la lucha política. La conjura se había iniciado, los contactos con elgeneral Uriburu también. El propio Julio Irazusta hizo alguna referencia a los con-tactos de su hermano Rodolfo con Uriburu. Reuniones que, según sostenía, habríainiciado el propio militar. Más allá de que esto fuera cierto o no, resulta evidenteque a los neorrepublicanos les servía, fundamentalmente, para legitimarse, parasubrayar su protagonismo político en un período trascendente –o que pretendióserlo– de la política argentina.

“Cuando el director de La Nueva República hablaba de las manifes-taciones de apoyo y simpatía que se recibían a diario, no podía con-tar con la que daría al periódico el general Uriburu ese mismo díaprimero de diciembre, por la tarde, cuando la hoja estaba impresa.Suena el teléfono. Y atiende Rodolfo Irazusta. Terminada la conver-sación, el director refiere que quién había llamado era dicho general,para decir que nos había seguido con su aprobación desde que apa-recimos; y que si no lo había manifestado antes, era porque no habíapodido, mientras estaba en actividad militar”.68

Según el mismo relato, la noche de ese 1º de diciembre se realizó la cena aniversariodel periódico, a la que asistió el mencionado militar acompañado de un grupo de per-sonas de las que Julio Irazusta no daba más datos. A la hora de los discursos, Rodol-fo Irazusta habría sostenido que “Este hombre va a ser el futuro presidente de laRepública…”, intentando quizás posicionarse como el promotor de un movimientoque tenía muchas otros fundadores. Lo cierto fue que el vínculo con el general Uri-buru significó, según sus propios protagonistas, un cambio de rumbo para La NuevaRepública. A partir de ese momento, señalaban, crecieron sus intenciones de partici-par en la lucha política. Entiendo que este objetivo nunca estuvo ajeno a los objetivosdel grupo; sin embargo, la “llegada” de Uriburu alentó las posibilidades y permitiósuponer una resolución más inmediata de la que los “neorrepublicanos” sospechaban,pero fundamentalmente lo percibieron como una legitimación de su campaña, unreconocimiento de su madurez política. Un estado de ánimo exultante parecía haber-se apoderado entonces de los Irazusta y sus allegados, aunque en ningún momentodejaron de afirmar que la percepción del caos, de la desnaturalización de la sociedad,era sólo evidente para aquella minoría que tenía una mirada superior:

“La república pasa un momento de vergüenza. Desde hacía muchosaños, desde mucho antes que tuviéramos uso de razón, no sufría elpaís un gobierno tan deprimente y tan indigno de su alta misión.

67 PALACIO, Ernesto “La muerte de Juan B. Justo, mitología”, en La Nueva República, 15 de enero de1928, p. 3.

68 IRAZUSTA, Julio El pensamiento político…, cit., p. 179.

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Asombra, sin embargo, ver como los abusos de este gobierno noprovocan reacción alguna en el espíritu público [...] Ninguna vozprestigiosa se alza para dejar a salvo la dignidad del país ante losdesmanes de sus indignos gobernantes [...] ningún partido adversolo combate [...] la conducta del gobierno es detestable; se concretaen el abuso, el prevaricato y el atropello”.69

De esta manera, desde su propio discurso, La Nueva República habría sido un nexoesencial en la constitución de una triple alianza que tuvo larga vida en la políticaargentina. A la sociedad ya conformada entre intelectuales autoritarios y sectores delcatolicismo se sumaron entonces los militares. Así, como la Iglesia era consideradaútil para establecer un tipo de obediencia, fundada en una subordinación “espiritual”,el Ejército debía asegurar, mediante la coacción, la obediencia a las jerarquías y alorden que ellas determinasen.70

El año 1929 marcó una época de activa militancia para los redactores de La NuevaRepública. Resueltos a contribuir con derrocamiento del gobierno radical, la publica-ción desapareció de la escena, entre marzo de 1929 y junio de 1930,71 pero no se tra-taba de un desmembramiento del grupo, sino como señalaba Julio Irazusta, la tareaperiodística había quedado relegada por las urgencias de la acción.72

Por ese entonces y en un clima de eufórica agitación, el grupo conspirador comen-zaba a ampliarse, estrechando los vínculos y contactos entre los distintos sectores, através de reuniones celebradas en La Fronda, periódico de tendencias conservadorasque dirigía Francisco Uriburu, primo del militar. Ante la inminencia de una acción ypartiendo de una experiencia compartida y de unos objetivos que, definidos laxamen-te, parecían coincidentes, la interrelación, la constitución de una identidad unificada,pareció posible.73 De tal modo, por ejemplo, intentaron componer una organizaciónpro-corporativa que, paradójicamente, llamaron “Liga Republicana”.

La primera acción –muy modesta por cierto– que llevó adelante la Liga se desarro-lló el 9 de julio de 1929, cuando fueron detenidos Rodolfo Irazusta y Mario Lassaga porhaber ofendido al presidente al grito de: “Viva la patria, abajo el mal gobierno”. La Liga

69 IRAZUSTA, Rodolfo La Nueva República, 2 de marzo de 1929.70 En este sentido adherían a la postura del diplomático español Juan Donoso Cortés quien propugnaba la

unificación entre la cruz y la espada para dar vida a una dictadura política que pusiera fin al caos.71 La Nueva República reapareció el 18 de junio de 1930; su director Ernesto Palacio dijo al respecto de

esta desaparición temporal: “Nada podía conseguir, a todas luces, la propaganda de La Nueva Repúbli-ca en aquel ambiente abyecto. La opinión sorda, muda, acorazada de corcho se mostraba incapaz dehacer eco a ninguna voz inteligente, suspendimos pues nuestra publicación, a la espera de hechos nue-vos que no tardarían en producirse”.

72 IRAZUSTA, Julio El pensamiento político…, cit., p. 19.73 Es necesario recordar que el aislamiento nunca fue total. Hubo en todo momento una permanente cola-

boración e intercambio de redactores. Incluso hubo vínculos con el más independiente e individualistade los autoritarios del momento, Leopoldo Lugones.

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Republicana que, según sus protagonistas desarrollaba una intensa actividad callejera,elaboró un programa de acción para enfrentar lo que consideraba una corrupción polí-tica intolerable. Se autodefinieron como una milicia voluntaria para luchar contra losenemigos interiores del país y “…resistir mediante la prédica oral y escrita, a la accióndirecta según los casos, al predominio de la política demagógica…”. Afirmaban quedicha acción era reclamada por la sociedad e impuesta por la ausencia de todo progra-ma orgánico de gobierno que consultara las necesidades nacionales; por la subordina-ción de los gobernantes a las exigencias de los comités; por la complicidad del PoderEjecutivo en la promoción de los conflictos obreros y la adulación de las muchedum-bres, cuya tendencia instintiva al desorden estimulaba al presidente Yrigoyen.74

El espíritu de la proclama fue de denuncia a los males supuestamente inherentesal sistema democrático. Pero fueron más allá y elaboraron un plan de acción que per-mitiera ir organizando y extendiendo la conspiración: disposición de un servicio deinteligencia, comisiones de prensa y propaganda callejera y finalmente la formaciónde milicias armadas. Sus líderes eran: Rodolfo Irazusta, Juan Emiliano Carulla y sufundador Roberto de Laferrere. Sin embargo, la Liga no tuvo larga vida y los avata-res de las elecciones legislativas de 1930 perturbaron y desacreditaron a la nacienteorganización. Según sus propios protagonistas, la importancia alcanzada por la orga-nización no era menor, lo cual implicó que muchos opositores al gobierno comenza-ran a disputarse el apoyo de la Liga Republicana. El acercamiento más profundo sedio con los disidentes socialistas, que ya contaban con el apoyo del Partido Conser-vador. El sector que lideraba Rodolfo Irazusta propuso integrar conjuntamente las lis-tas de candidatos o incluso ir más allá y presentar candidatos de gran peso políticocomo Manuel Carlés y Leopoldo Lugones. Esta propuesta fracasó y el director de LaNueva República abandonó el triunvirato dirigente y la Liga misma. Los otros “neo-rrepublicanos” siguieron sus pasos, alejándose definitivamente del juego electoral.

A pesar de la ausencia de La Nueva República, durante estos meses, la campa-ña de agitación de los Irazusta tuvo un costado periodístico a través de su colabo-ración con La Fronda, Criterio y El Baluarte.75 Sin embargo, eso implicaba unaperdida de protagonismo y decidieron reeditar su propia y autónoma experienciaperiodístico-política.

El 18 de junio de 1930 y con frecuencia semanal reapareció La Nueva República(segunda época). La dirección recayó entonces en Ernesto Palacio quien afirmaba al

74 Bases y programa de acción de la Liga Republicana, en IRAZUSTA, Julio El pensamiento político…,cit., pp. 25-28.

75 A excepción de Criterio, que era el órgano de prensa de los sectores católicos integristas, La Fronda, LaNueva República y El Baluarte parecen haber representado a tres generaciones de autoritarios elitistas.Sabemos que el grupo de los hermanos Irazusta reunía a jóvenes de alrededor de treinta años, la redac-ción de La Fronda habría aglutinado a hombres un poco mayores con una clara definición conservado-ra, en tanto que El Baluarte fue un periódico de jóvenes estudiantes universitarios, estrechamente vin-culados con los editores de La Nueva República.

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asumir esa función que ellos habían sido, prácticamente, los únicos que habían per-manecido incorruptibles. Aun sabedores de que su fuerza y su protagonismo eranmucho menores de lo que habían supuesto y anhelado, continuaron con su vehemen-te discurso antidemocrático, defendiendo la idea de un gobierno autoritario y jerár-quico, a la espera del momento oportuno, en actitud de expectativa militante y con unperfil ya definidamente crítico hacia la “clase política”: “La salvación de un país solopuede venir de un movimiento de opinión contra el régimen, y del establecimiento,en la casa Rosada, de un gobierno nacional no partidario. Arrancar la patria de lasmanos rapaces de los profesionales de la política, esto es lo que importa…”.76

Según sus testimonios, fue entonces cuando empezaron a recibir adhesiones desdedistintos lugares del país y a ver crecer paulatinamente sus filas, incluso sin propo-nérselo. Pero, sin duda, fue en la ciudad de Buenos Aires donde tuvieron una presen-cia mayor, sumaron a otros jóvenes de similar condición y le dieron a su organizaciónun contenido, que en palabras de Gálvez tenía una definición clasista:

“Pero la masa revolucionaria, si puede darse ese nombre a una mul-titud de pequeños grupos, muchos de ellos sin organización [...] estáformada por los jóvenes de las familias distinguidas, muchos deellos influidos por las ideas fascistas; en cada casa hay uno o dosrevolucionarios [...] es una revolución de clase la que preparan [...]la actividad se concreta en los clubes aristocráticos, en los centrosmilitares y en las casas del barrio norte, en donde vive la sociedaddistinguida…”.77

Queda claro que el reclutamiento estuvo estrictamente limitado a esas minorías selec-tas, miembros de las familias “decentes” que estaban dispuestos a asumir que el siste-ma de ideas cuya aplicación había producido el estado social vigente, era necesaria-mente falso. Ellos eran, “…por consiguiente, miembros naturales de nuestra mili-cia…”. Orgullosos de ese carácter elitista proclamaron permanentemente, desde undiscurso que subrayaba la valentía viril, ser la reserva moral e inteligente de la patria:

“La Nueva República representa en el país una minoría. No debe-mos, no podemos, ni queremos ser sino una minoría [...] pero somosuna minoría que representa la voluntad de vivir de la República. Ennosotros se debate la patria misma contra las potencias de muerte,representadas por la perversión intelectual del liberalismo, por lacorrupción moral de la democracia, por la descomposición de lasinstituciones, por la propaganda del periodismo necrófilo, que

76 PALACIO, Ernesto “Recapitulación”, en La Nueva República, 18 de junio de 1930, p. 1.77 Manuel Gálvez citado por CLEMENTI, Hebe Juventud y política en Argentina, Siglo XXI, Buenos

Aires, 1982, pp. 67-68.

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acompaña la agonía de la nación [...] Aspiramos en consecuencia, aimponer el orden y la disciplina al caos, la inteligencia al liberalis-mo, el culto del honor a los sensuales, el culto del heroísmo a lacobardía democrática”.78

Como resulta evidente, el carácter minoritario no era impedimento, más bien todo locontrario, para llevar adelante su proyecto. ¿Para qué querría ser mayoría una organi-zación que suponía que la democracia y el liberalismo se desbarataban con un cente-nar de hombres? Las posibilidades, decían, eran dos: la continuación rutinaria delrégimen que conducía a la catástrofe definitiva “…o la reacción violenta contra elrégimen…”. Y con un discurso absolutamente despreciativo, continuaban diciendo:

“Nosotros hemos optado. [...] La masa popular nos seguirá, como haocurrido siempre, porque la masa en todos los movimientos de la his-toria, ofrece una analogía patente con el coro de la tragedia clásica,que se limitaba a glosar las palabras de los agonistas…”.

Había llegado el tiempo de revancha y aquellos, “la turba democrática”, los “energú-menos” deberían acompañar y celebrar sus mentes iluminadas. Evidentemente, laprédica antidemocrática era profunda y tendía a mantener un estado jerárquico y ver-ticalista, que despreciaba y rechazaba enérgicamente la búsqueda y las manifestacio-nes de independencia por parte de la sociedad. Insistían en que los argentinos necesi-taban un estado dictatorial que los reordenara. Y fue con esa lógica que las fuerzasarmadas fueron presentadas como los inmaculados salvadores de la patria. Debíanactuar con la firmeza y precisión necesaria, para poner un punto final –definitivo– alcaos electoral:

“El país puede confiar en sus Ejércitos de Mar y Tierra, pues sonquizás las únicas instituciones del estado que la podredumbre de ésteno ha podido descomponer. Se puede confiar en los militares porquesu carácter y su formación constituyen el valor más sólido con quecuenta nuestra sociedad. [...] Que asuma el ejército todos los pode-res del estado, en buena hora. Pero que sea por lo menos para plan-tear, después de una depuración profunda de los vicios colectivos, lareorganización nacional”.79

La dictadura era indudablemente autoritaria por naturaleza pero ellos, decían, sólo larequerían provisionalmente, “…para salvar al país del caos actual…”. Lo que real-mente reivindicaban era una “…una república jerárquica que responda a las diferen-cias efectivas de la sociedad, en cuanto a la función social de esas diferencias…”.80

78 PALACIO, Ernesto “Sobre el deber militar”, en La Nueva República, 28 de junio de 1930, p. 1.79 IRAZUSTA, Rodolfo “La política”, en La Nueva República, 2 de mayo de 1929, p 1.

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Los editores de La Nueva República, según indicaron, mantuvieron reuniones conel conspirador Uriburu hasta dos o tres días antes del golpe. Pero, ya con el presiden-te Uriburu,81 el encuentro presagió la frustración: se plantearon entonces una colabo-ración crítica y muy condicionada con el gobierno. Entendieron que los nuevos con-ductores del Estado no los habían tenido en cuenta a la hora de formar gabinete y queel régimen se acercaba, más de lo que esperaban, a los sectores políticos tradiciona-les. Hablaron, además, de posibles influencias estadounidenses.82 Pero lo cierto esque las críticas no dejaron de ser ambiguas, tan vagas como impreciso era su proyec-to político, sí es que así pueden denominarse los postulados que aparecían bajo laforma declamativa en las páginas de La Nueva República. Por ello, el lamento queexpresaron evidenciaba su perplejidad y la abrupta toma de conciencia de su escasafortaleza: “El cambio de gobierno operado en el país, [...] ha sido una de las cosasmás absurdas que darse puedan. Preparado y efectuado por los reaccionarios, es usu-fructuado abiertamente por los liberales…”.83

80 IRAZUSTA, Rodolfo “Editorial”, en La Nueva República, 30 de agosto de 1930, p. 1.81 Cuenta Julio Irazusta que: “Cuando triunfante la revolución [...] fueron a saludar al flamante presiden-

tes [Rodolfo Irazusta y Carulla] éste le presentó a sus ministros como ‘amigos personales’, mientras alos redactores de la Nueva república les presentaba sus ministros como ‘mis amigos políticos’. Tal erael trastueque de valores que se había introducido en el movimiento. [...] como es de suponer los jóvenesescritores sintiéronse decepcionados con el resultado de sus esfuerzos”. IRAZUSTA, Julio El pensa-miento político…, cit., p. 110.

82 Irazusta citaba al escritor francés André Tardieu que había calificado al gobierno de Uriburu por el “olora petróleo” en alusión a la injerencia de los Estados Unidos en esa cuestión. IRAZUSTA, Julio El pen-samiento político…, cit., p. 111.

83 Texto de Rodolfo y Julio Irazusta, 1º de octubre de 1930, en IRAZUSTA, Julio El pensamiento políti-co…, cit., p. 111.

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