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CUENTAQUILPUE Lautaro Ramos Quilpué - Chile 2.001 ediciones imágenes literarias 1

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CUENTAQUILPUELautaro Ramos Quilpué - Chile 2.001ediciones imágenes literarias

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EDICIONES IMÁGENES LITERARIASFONO 721747 - FAX 826471QUILPUÉ - V REGION - CHILE

C U E N T A Q U I L P U E Lautaro Ramos

Inscripcion 97-10847Santiago de Chile

Editado en ediciones Imágenes LiterariasPje. 12-casa 1036 Pob. Pat. Lynch , Belloto Norte ,

QuilpuéSegunda edición,300 ejemplares

Printed in Chile –Editado en Chile

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CuentaQuilpué contiene los siguientes relatos : 1.- La última noche de Simón Martinez , Pag. 5 2.- Una caja vieja y misteriosa Pag.11 3.-La anciana tejedora Pag.19 4.-La ciudad que guarda el infinito Pag. 25 5.- Pablo , treinta años después Pag. 33

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Con la palabra rescatamos la memoria ,

con la palabra hacemos la historia.

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LA ULTIMA NOCHE DESIMON MARTINEZ

¡Indio! -Eso eres! -Un indio!Palabras que permanecen como musgos de piedras en el conjunto de cosas

que suele recordar Simón Martínez mientras trabaja en la criadora de cerdos del fundo Los Quillayes.

Fue hace mucho. Estaba en la escuela rural aprendiendo a leer y escribir; y los números, tan útiles para su próxima vida de trabajador. Había ido a comprarle pan amasado a la señorita Nora, su profesora rural .

Fue alegremente corriendo a casa de doña Panchita . Al volver por el sendero de los parronales vio a la hermosa niña rubia, se le antojó que su cabello era como los trigales del fundo.

Entonces, el pequeño Simón tuvo esa desventurada idea: tocarlela cabellera . Rozar con sus dedos ese lindo pelo de choclo tierno.

El mundo se detuvo en ese instante. La mano acarició muy levemente. La niña sonrió, luego arrancó velozmente. Eso fue todo.

Al otro día, el infierno se desató sobre Simón Martínez en el patio de lapequeña escuela rural.

-¿Qué quisiste hacer ayer , degenerado ?- La boca de la profesora emanaba untorrente de palabras duras, desconocidas. Degenerado, aprendiz de violador. ¿ Viola? ¿.Qué era eso?

Seguramente algo muy terrible, instuía Simón.Cansada de hablar -mejor dicho gritar- la profesora le dio un fuerte tirón

de orejas que al niño no le dolió tanto.

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Y la maldita frase:- ¡Indio! -¡Eres un indio ¡

Le suscitó un extraño dolor. Sintióse triste ,pero se las aguantó , ya eraun pequeño hombre , él lo sabía . Desde ese momento Simón dividió el mundo en dos partes: Los patrones y los demás. Blanco y negro.

Fue en un partido de fútbol , la ocasión en que sufrió el otro gran golpe. Sucedió hace poco. Deportes Quillayes , el querido club de la comunidad jugaba con Criadora Los Quillayes, conformado por los patrones. De este modo lo simplificaba Simón, aunque la cosa no era tan así. En la Criadora jugaban los trabajadores que venían día a día a laborar desde la ciudad. Pero también jugaba el hijo del patrón -"el patrón chico” le llamaban- y eso bastaba para Simón, era el equipo de los patrones.

Simón Martínez entró a la cancha a golear y ganar. Después de tantos años seguían sus dedos acariciando el cabello de la niña aquella ,y esas palabras : ¡Indio! Eres un indio!

Este partido era, entonces , una especie de revancha, golear a los patrones que no le pueden ni tocar el pelo a sus niñitas. Un desquite personal.

Fue al promediar el segundo tiempo. Cuando los guapos del fútbol sienten que se le doblan las piernas, especialmente si pierden uno a cero contra el equipo de los patrones.

Corner para Deportes Quillayes.El negro Riquelme la mete como 1e gusta a Simón : elevada , apretada,

pasando el segundo palo. Como un toro enfurecido llega Simón ,seguro de cabecearla . . . y meterla en el arco.

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Y también llega "el patrón chico" que hace de portero. Arriesgado , el guarda-palos no duda en alejar la pelota con el puño . Golpea fuertemente con su mano enguantada que da de lleno en Simón . La preciada pelota desvía su elipse y entra por fin en el arco contrario.

Nadie gritó el gol .

En el suelo quedó insconciente Simón , el goleador. "El patrón chico" imploraba al cielo que no fuese nada grave.

Ño Ceferino , que para estos casos está medido, se le acercó con una toalla empapada en agua y le refrescó el seso. Pronto el hombre recobró el conocimiento.

Terminado el partido "el patrón chico" insistió en llevarlo en su camioneta al hospital. Simón se opuso terminantemente, se escabulló de la ramada donde ya empezaba la fiesta y se fue caminando lentamente a casa. Se acostó a dormir. Era lo único que quería. Dormir. Para que se fuese el terrible dolor de cabeza.

Entonces, empezaron los sueños aquellos.

Sueña que es un indio, un indio picunche dedicado a la agricultura. Papas, porotos, choclos. El estero Marga-Marga es un magnífico caudal de aguas cristálicas y límpidas.

El indio picunche gusta de recorrer la zona, internarse en las quebradas, llegar a veces hasta e1 lejano mar.

Suele ir de caza, guanacos y llamas se esparcen por el valle.Llegan los españoles.

Hinluche -así se llama el indio- supo de manera abrupta que esos hombres encarnaban la profecía de los viejos picunches ... y llegarán los hombres brillantes desde el norte, sedientos del cabello del padre sol que guarda el lecho del estero . . .

Simón sueña. Noche tras noche, sueña y reconstruye la misteriosa vida de Hinluche. Despierta agotado, muy cansado como si en su propio cuerpo llevara el cansancio del indio que trabaja para los españoles. Oro y más oro extraído del estero para saciar el apetito de los conquistadores.

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Un día llegó un español diferente.

Vestía un pedazo de género oscuro y colgaba un madero pequeño en su pecho.

Les habló de cosas bonitas. Especialmente de la maravillosa vida que vivirían después de muertos.

Un indio, deseoso de alcanzar esa vida eterna y tan llena de placeres le propuso suicidarse. -Así me iré más pronto al paraíso, el lugar que usted nos ofrece, padrecito –dijo el inocente indio.

El padre Juan se indignó... ¿Cómo se le ocurría a este indio la idea de matarse para irse más rápido al cielo?

De nuevo la palabra indio.No aquella que llevaba Hinluche , esa verdadera palabra que lucía a destajo

en increíble simbiosis con la naturaleza. Era esa palabra dicha en tono de discriminación, de marginación humana la que dolía.

Hinluche aceptó al Dios del padre Juan.Le pareció un Dios bueno, quizás les ayudaría a suavizar el trabajo en los

lavaderos de oro. Por supuesto que él -como todos los indios del valle- no dejaría así por así a 1a Pachamama. Era la diosa preferida, la única que les daba abundancia en las cosechas y en el ganado, magnífica herencia incaica en estos lares .

La última noche de Simón Martínéz estaba estrellada , hacía frío, calaba los huesos, los hombres pasaban cantando rumbo al baile que se iniciaba en el club.

Fin de semana en el campo.

Simón fue a ver a su novia, la negra Violeta. Se conocían desde siempre, sería ella una buena esposa, tranquila, diligente, bonita, caderas anchas que prego-naban una prolífica maternidad.

Violeta , muy compungida le preguntó por el dolor de cabeza.

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-No se me quiere pasar , quizás se me termine cuando sepa la verdad sobre el indio -dijo Simón.

- ¿Qué indio? - interrogó Violeta, mujer preocupada por su hombre.

-¿Cómo que qué indio? ¿Ya te olvidaste cuando la señorita Nora me dijo que yo era un indio? - respondió con inusitada rabia Simón , siguió hablando :- Somos indios, esa es la verdad, pero a muchos les da vergüenza reconocerlo . .

El hombre prosiguió derramando su lava interior. Incluso se dio cuenta que lastimaba a Violeta, pero no podía evitarlo . Por fin era capaz de hablar y no cesaría de vomitar. De tristeza se envolvió Violeta. Por primera vez aceptaba la posibilidad de que Simón estuviese enfermo. No obstante se despidió con el acostumbrado beso. Una extraña sensación quedó en los labios de Violeta. ¿ Sería ese el último beso, la despedida?

Simón sintió mucho frío. Entró a la sede del club. El baile ya comenzaba. Pidió una piscola y se la sirvió. Nadie se le acercó, a lo más lo saludaron de lejos. Un extraño en su misma tierra. Se despidió, un frenético ruido de salsa y cumbias le borró las últimas palabras , nunca más lo vería ser humano alguno.

Volvió a casa , se quedó dormido y soñó: Nuevamente Hinluche , el indio que gustaba de caminar por el valle.

Quedó abismado. Una hermosa española pasó cabalgando con su cabellera al viento. Su rubia cabellera más bien semejaba una confusión de rayos solares.

Hinluche quedó abismado. Tuvo un deseo. Acariciar ese cabello. Dejar correr sus dedos por esa infinita suavidad.

Una tarde de octubre la vio a orillas del estero. Descansaba la bella mujer, observó su rostro, su cabello suelto invitando a la

caricia. Ella vio la imagen del indio, pero no se asustó. Fue cautivada por la guapeza de Hinluche , sus ojos, sus líneas geométricas, un rostro tallado a cincel.

Ambos se encontraron . Se amaron . Sinfonía -la española- y el indio Hinluche. Se miraron en el espejo del estero, se besaron en un despliegue de ternura.

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Sinfonía por fin había encontrado sentido al interminable viaje que hiciera desde la península ibérica para acompañar a su padre a estas lejanas y salvajes tierras.

Más , la maldición de los energúmenos acechaba en el estero , en todo el valle.-Indio! -¡ Indio maldito! -le gritaron a Hinluche la ocasión en que los españoles descubrieron el amor secreto. Ambos fueron apresados .

Pronto tomaron resoluciones. Sinfonía sería enviada a Santiago de la Nueva Extremadura. El indio sería ajusticiado al amanecer.

Hinluche corre por los montes . Por la noche escapó de su prisión . Corre en busca de la Poza Azul , allí en sus profundidades terminará su vida terrenal, probará en sí mismo la oferta de vida eterna del padre Juan. Ya no está Sinfonía , ni sus besos, su cabello, la sedosidad de sus cabellos amarillos como los suspiros del padre sol .

Al llegar a la poza Azul siente su presencia.- Hinluche , sabía que vendrías aquí - le dice la voz enamorada de Sinfonía .

Se abrazan en la eternidad. Se desnudan y sus ropas quedan flotando en las aguas del estero.

Así, con esa desnudez tan propia de los humanos, con las manos férreamente entrelazadas, los amantes desaparecieron en la noche.

Los españoles estimaron que se habían suicidado.

Y la mentada Poza Azul fue , desde entonces , llamada Como La Poza de los enamorados, o la Poza de los ahogados.

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Son muchas las personas que juran haber visto en la noche correr desnudos a una hermosa mujer rubia y a un fornido indio.

Otros quillayinos dicen que el indio no es tal , que es Simón Martínez , el atormentado, el hombre del dolor de cabeza que dejara como recuerdo únicamente su ropa navegando en las aguas tan contaminadas del estero Marga-Marga.

UNA CAJA VIEJA Y MISTERIOSA

El hombre golpeó casi tímidamente, quizás algo avergonzado, la puerta de mi casa. Era el “maestro" Collao , de baja estatura, aún fornido pese a sus cin-cuentitantos años, moreno, sus bigotes no alcanzaron a esconder una débil sonrisa , su rostro delataba un halo de tristeza y un cansancio acumulado por meses.

- Buenos días -habló en susurros el "maestro" Collao. - Buenos días -le repetí dejando vacío el aire para que él lo rellenara pronto con el propósito de esa visita imprevista en un domingo por la mañana. - ¿Cómo está? –me consultó el hombre. - Bien ¿Y usted? -le respondí volviendo a cederle la palabra. - Más o menos, no muy bien que digamos . . . es que ya sabe, la patrona está enferma . . . Eso ya lo sabía.

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Como también que el "maestro" Collao había vendido sus animales: dos vacas, un ternero, algunas cabras y hasta una vieja mula . Enfermarse es algo muy caro , una maldición, pero hay que hacerle frente, es algo inherente a la vida misma .

Lo hice pasar al comedor, le ofrecí un vaso de naranjada y dejé que hablara ...que desahogara sus sentimientos.

Su relato fue algo parecido a lo siguiente:

La tarde aquella de invierno, la Angela, su señora desde hace treinta años, se tambale6 y cayó al suelo tomándose la cabeza con las dos manos.

Collao , que estaba cerca trabajando en la fragua corrió hacia ella, la tomó en sus brazos y la llevó rápidamente al dormitorio . Llamó con urgencia a René , su hijo menor que frisa los 16 años y le pidió una toalla mojada que le puso en la frente a la desesperada mujer.

Nervioso, el hombre buscó aspirinas en un estante. Encontrándolas le administró varias a la mujer. En la penumbra de la pieza esperó que la Angela volviera a restablecerse .

Cuando abrió los ojos se le vino el alma al cuerpo al "maestro" Collao . Su querida, su inestimable Angela estaba con él , todo lo demás en el mundo encajaba bien.

Pero, no fue tan así.Fue el comienzo de un camino difícil y pedregoso.

Al otro día llevó a su señora al hospital Fricke de Viña del Mar. Exámenes y más exámenes . Al final un diagnóstico . Su Angela tenía un tumor cerebral y había que operar prontamente. La internaron . Realizaron la operación , pero no salió bien.

El “maestro Collao “ salía por las tardes a recorrer su hijuela , allí a orillas del estero Marga – Marga. Gruesas lágrimas le corrían por sus ojos , sentía que su

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Angela se le iba y con ella todo el mundo construido conjuntamente. Vendió los animales , fue lo primero que hizo. Con las diligencias y las idas a Viña del Mar no había tiempo para trabajar . Pronto la chacra se le llenó de matorrales , la casa desordenada lucía triste y lúgubre , faltaba esa mano femenina que todo lo pone en su rincón.

Eran días de perro. Días hediondos que transitaban empaquetados de a siete , días de fatiga y ansiedad. La Angela siguió en el hospital . Se le veía pálida , demacrada y muy , pero muy flaca. Había bajado más de veinte kilos , apenas llegaba a pesar los cuarenta y cinco.

Y claro, quien conociera en plena salud a la señora Angela se daría cuenta de la penosa transformación , ella era vigorosa en todo sentido, en cuerpo y en su quehacer diario. Derrochaba vida hasta por los poros.

.El "maestro" Collao le llevaba aliento , una cazuelita escondida, una

sonrisa y ... promesas, que el doctor tal había dicho que con otra operación quedaría renovada, como nueva. Palabras huecas que resonaban en las paredes y se hundían en el vacío.

La verdad fue que le dieron muy pocas esperanzas. En Santiago había un hospital donde se aplicaba una novedosa técnica para esteTipo de operaciones . Quizás ,podría ser.

El hombre no dudó un instante. Removió cielo y tierra hasta que se consiguió un cupo en el hospital de la capital,

Calvo Mackenna ,le dicen.

Y como seguía escaseando el billete, se consiguió un préstamo en un banco, para ello debió hipotecar su querida hijuela , su tierra , allí donde él había nacido, herencia de sus abuelos que ya en el siglo pasado se habían afincado a orillas del estero Marga – Marga .

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Le dolió hasta el alma , sabía que tarde o temprano iba a perder su pedazo de tierra , pero en esos momentos lo único que deseaba era recuperar a. su Angela, treinta años juntos, seguiría haciendo cualquier cosa por tenerla a su lado.

Pero , la estadía de Angela en Santiago, una nueva operación, promesas vagas de los doctores, mermaron sus recursos económicos y tuvo que seguir vendiendo lo que le quedaba en casa : herramientas, muebles, etc. De "maestro", mote ganado con honor por su excelencia en el trabajo agrícola, de fraguas, carpintería, etc. sólo quedaba él, sus queridas herramientas se habían volatizado. Ya no podía utilizar su famosa frase : "Dime qué herramientas usas y te diré quién eres".

Y ahora estaba aquí.

En mi casa tomándose una naranjada , desde su llegada me percaté que andaba con una caja no muy grande en sus manos. Me pareció conocida.

¿Y eso? – le consulté , animándole a que se explayara, ya que con toda seguridad en esa caja se escondía el motivo de su visita.-Es mi cofre de antigüedades -me- dijo- casi con vergüenza , pero disimulando undolor infinito por alguna decisión tomada.

Era una caja vieja y misteriosa , tal como la había visto la primera vez.En esa ocasión andaba yo vagabundeando por el estero Marga - Marga. Hasta saqué algunas fotos , en especial a un buscador de oro. Este estero,

definitivamente era una caja de sorpresas . Después de más de 500 años de explotación todavía tenía oro escondido en sus arenales.

Recuerdo que esa vez llegué a pedir agua a la hijuela del “maestro" Collao .-¿Sabía usted que aquí estuvieron los incas antes que llegaran los españoles –leconsulté intentando que el lugareño apreciara su habitat . Más , la respuesta me dejó pasmado.

- Sí, pero antes de los incas vivían acá los picunches - me respondió con una sonrisa en sus labios, el hombre de campo, enseguida mirando el paisaje siguió hablando entusiasmado:

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-Y pensar que aquí hubieron manadas de llamas y guanacos .

Entonces me dí cuenta que aquel hombre no era nada de común . Desde ya se había ganado con merecimientos el apelativo de "maestro" Collao . Su paciencia, su capacidad para enfrentar diversos trabajos le daban lustre al mote de maestro.

Por otro lado ,era evidente que el "maestro" Collao sabía mucho del estero.

Me invitó a pasar a su casa.Allí respiré frescura y tranquilidad . En un lugar destacado estaba esa caja

vieja y misteriosa que el hombre puso delante de mí . Tenía un candado que pronto abrió.

Allí pude observar un pedazo de historia del estero Marga - Marga recolectado por este lugareño . Habían varias flechas hechas de piedra, una pipa, también diseñada de piedra , un hueso de cráneo con algunos cabellos, dos piedras planas con dibujos hechos en ellas y un esbozo de cabeza hecho en una piedra especial , no conocida en estos lares.

-Seguramente trajeron la piedra de otros lados, a lo mejor fueron los incas, porqueme dijeron que es piedra volcánica –me dijo el hombre ,feliz de compartir su preciado tesoro .- ¿Y de dónde sacó todo ésto ? –le consulté.Por aquí, por allá, si toda mi vida la he vivido en el estero- me respondió conmodestia.

Así estuvimos un buen rato . En verdad, el “maestro" Collao era un erudito en la materia . Al final le comenté :- Lo único que le falta es una piedra tacita .-Venga , acompáñeme al jardín - me dijo con una sonrisa pícara en su rostro.

Allí estaba la piedra tacita escondiendo quizás qué misterios, prueba palpable de una cultura indígena extinguida en la zona . Con cierta melancolía me alejé de la hijuela del “maestro" Collao.

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Y ahora estaba esa caja vieja y misteriosa en mi casa. Sin decir nada me la abrió.

Volví a admirar los elementos que conformaban pedazos de historia del estero Marga - Marga . -¿Y ésto ? - le interrogué viendo otro objeto que no estaba el día que vi la caja en su casa. - Es un cuchillo de piedra, lo encontró el Juan Rivanera que todavía anda "chayando" oro por el estero.

-¡Se lo vendo ! - me dijo de improviso con voz ronca y decidida , luego con máscalma agregó:Es que tengo que ir a Santiago a visitar a la Angela y estoy sin un peso .

Observé al hombre, su cabello moreno blanqueaba rápidamente , sus ojos denotaban el sufrimiento de muchísimas noches en vela pensando en la enfermedad de su amada Angela.

-¿Y cómo está ella? -le inquirí casi inconcientemente , sorprendiéndome de mipropia voz . -Allá está , la operación no salió buena , pero el doctor Medrazzo dice que en unasegunda operación habrá éxito .

- ¿ Lo qué tiene es un tumor? - hablé despacio, con timidez , con miedo de irrumpir en una intimidad que sólo a él correspondía .Sí, en el cerebro , pero dice el doctor que hay muchas posibilidades de extirparlocompletamente.

Quedamos en silencio un rato.

Un hombre a caballo pasó frente a mi casa , una gallina cacaraqueaba a lo lejos .

Al final, enfrenté el momento , le pasé diez mil pesos al "maestro" Collao y le dije:

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-Es todo lo que tengo , ojalá le alcance .

-Sí , sí ,me iré de inmediato a Santiago a ver a mi Angela . . . ella me necesita –me respondió el hombre moreno, me pareció que sus ojos se achicaban, pugnaba por no llorar .

Me paré y le pasé la mano por la espalda y de pronto me sorprendí diciéndole: Fe, "maestro" Collao , fe, estas son pruebas de Dios, él le ayudará .

El hombre intentó sonreir y se despidió . Yo le recordé:-Maestro Collao, la caja, llévesela :

- Pero, si se la vendí - me respondió.

- No, no, llévesela , es suya, los diez mil pesos considérelos en calidad de préstamo -le aclaré .

Es que en estos momentos no sé como devolvérselos –me respondió el hombre con toda dignidad.

- Dios proveerá , Dios proveerá - le repetí .

El hombre sonrió levemente, tomó la caja vieja y misteriosa y se alejó rápidamente. Es que tenía que viajar lo más pronto a Santiago. Allí le espera su amada Angela

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LA ANCIANA TEJEDORA

La historia comienza entre tejidos y mates. El lugar llamado Los Quillayes ubicado en el valle Marga- Marga reúne

a un par de centenares de habitantes que deja transcurrir la vida sin prisa alguna.

Formé , allí , un taller de tejidos, que pronto fue integrado por cerca de 15 mujeres. Nos reuníamos una vez a la semana a tejer , a bordar . . . y a conversar de todo.

Doña Grafira , tejedora innata, lo hacía casi de memoria pues la vista le fallaba un montón y no había manera de que usara lentes. Fanática chupadora del mate y dueña de una exquisita gracia para contar relatos y leyendas que han sucedido en estas tierras. La historia que quiero compartir es una de las que más me impactaron.

Llevé una grabadora y le pedí a doña Grafira que nos relatara la historia del finado Fuentes.

Sonrió mostrando su desdentada boca. Se concentró , al parecer en su tejido , y comentó:

...Esta historia me la contó mi abuelo Tránsito ,que en paz descanse. Decía él que eran tiempos anteriores a la Revolución. La que echó a Balmaceda. Cosas de los ricachones, lo que cuento fue tan cierto como que

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me lo confió el abuelo Tránsito. Raúl Fuentes fue un hombre que vivió siempre en el valle,

especialmente en el estero. Nació en Los Molles en el siglo pasado cuando aún no pasaba el ferrocarril por Quilpué . Fue inscrito en el Registro Civil que por esos tiempos estaba en Los Perales.

Cuenta mi abuelo que el Raúl ni siquiera fue a la escuela, esa

que los curas Franciscanos pusieron para los niños campesinos del valle.

Creció en el estero. Se pasaba todo el día bañándose ,nadando en las exquisitas aguas del estero , así que se hizo conocido en la comarca por su habilidad para lanzarse al agua en la Poza Azul. Claro, en esos tiempos laPoza Azul era una verdadera laguna. En su costado, donde están los roqueríos aún permanecían las inscripciones de los indios que vinieron del norte.

Decía mi abuelo Tránsito que él vio cuando vinie ron unos alemanes que estaban haciendo mediciones para pasar el tren de Santiago a Valparaíso , sacaron las piedras y se las llevaron en carretas.

-¡Están locos! -exclamaban todos.

Pero locos o cuerdos, los ingenieros se llevaron esas inscripciones con piedras y todo. Decían que eran reliquias arqueológicas.

Raúl se convirtió en un apuesto joven y se prendó de Lupita, una morena que producía escalofríos al verla pasar , según decía el pícaro de mi abuelo...

En eso ,la anciana tejedora dejó de hablar , se puso alerta y se limitó a decir :-Don Cupa. Era el bus rural de don Cupertino Olguín que atraviesa este lindo valle todos los atardeceres ; los escasos habitantes esperan con expectación el paso diario del vehículo , es algo así como el nexo con la gran urbe , la ciudad.

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Tuve que dejar de grabar el relato porque la anciana contadora de cuentos se volvió a encerrar en su tejidos. La historia quedaba para otro día.

-Ya pues , niñas , sigamos con la historia del Raúl Fuentes- fue el grato saludo con que me sorprendió doña Grafira en la siguiente reunión. Con cara compungida agregó :-Una nunca sabe cuánto le queda de vida .

La señora Rosa se acercó a mí ,una robusta mujer , y me consoló diciéndomeque doña Grafira solía decir lo mismo cuando deseaba lograr algo.

Así que , ni tonta ni perezosa , puse la grabadora y dictaminé:-Ya , señora Grafira , continúe con su relato.

... Decía que Raúl Fuentes se prendó de la bella Lupita. Fue a hablar con sus padres como se estilaba en esos tiempos. Los padres de Lupita le pidieron una dote especial . Y aquí viene lo bueno .El joven Fuentes que era un haragán consumado , volviósorpresivamente a casa de sus futuros suegros con diez vacas , cincuenta corderos y varias telas finas traídas de París. Así empezó la leyenda . Unos decían que el hombre tenía pacto con el diablo , otros afirmaban que se iba a robar al puerto de Valparaíso , o mas lejos aún , a la capital. Lo cierto es que Raúl Fuentes , analfabeto , sin oficio , flojo hasta los huesos compró una linda hijuela a orillas del estero y allí se instaló con la Lupita , su gran amor.

Su vida transcurría entre puras delicias , fundó su propio y particular paraíso.

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De su casa iba a la de don Calixto a jugar rayuela y dominó.Volvía a su hijuela y salía a cabalgar en su elegante caballo blanco...

-Siga , siga , doña Grafira –le rogó la Rosaura , que era coja ,pero muy alegre yestaba entusiasmada con el relato . No hubo caso. La anciana volvió a encerrarse en su pequeño universo. Al próximo taller de tejido me aseguré de llevar mi grabadora, esperaba que doña Grafira terminara por fin con su relato sobre Raúl Fuentes.

La anciana contadora de historias del valle de Marga – Marga parecía inmutable , prosiguió con su faena ,teje que teje , de vez en cuando chupando su infaltable mate.

-Raúl Fuentes nunca trabajó – habló por fin la dama , tan natural como si hubieserecomenzado una narración interrumpida hace cinco minutos.

....Contaba mi abuelo que Raúl Fuentes se puso con el tiempo gordo y más flojo aún. Tan bueno para el trago , como para las comidas y las mujeres.

Una noche llegó a casa del abuelo con una botella de ron , andaba angustiado. Lo que les cuento , señoras , les juro que es lo mismito que me contara el abuelo Tránsito , que en paz descanse. A poco de seguir bebiendo el angustiado hombre le confesó a mi abuelo que estaba muriendo, que agonizaba. Mi abuelo creyendo que estaba enfermo lo consoló diciéndole que ya pasaría. Raúl, le respondió que la vejez no pasaba , sino que aumentaba quedándose como espeso manto de angustia.

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Mi abuelo se puso a reir a todo dar, pero Fuentes lo interrumpió y le confidenció la más extraordinaria historia.

Le confesó a mi abuelo que siendo joven , potrillo , se encontró con un mulato moribundo quien le narró que en la Poza Azul había un foso subterráneo donde el oro se sacaba a manos llenas. Raúl Fuentes le creyó , fue y se lanzó al fondo de la Poza Azul. Pero nada encontró. Anduvo muchos días rumiando el problema, estaba seguro de que el indio no mentía. Un bendito día en que fue a misa ,de esas que hacía el santo padrecito Juan , allí encontró la clave del misterio ...

La anciana tejedora calló. Tomó su mate y se concentró en el ritual. Todas nosotras reclamamos, pero la terca veterana se negaba a terminar el relato. La Micaela, una pequeña morenita dio en el clavo:

- Abuelita Grafira, si usted termina la historia le daré este rico chocolate.La vieja cantadora de historias no pudo resistirse a la tentación del

chocolate y tosiendo, tosiendo se fue concentrando en el final:

. . . El padrecito Juan contó que en lejanas tierras habían unos indios que se ganaban la vida sacando perlas de las ostras. Y para lograr ésto , es decir llegar a las profundidades del mar se amarraban unas piedras a sus tobillos.

Ahí estaba la clave. Raúl fue de noche a la Poza Azul, se amarró una piedra en sus tobillos y se lanzó a las profundidades de las aguas del estero . Encontró la cueva subterránea y extrajo el reluciente oro. Se cortó la soga y volvió a la superficie.

Así fue como Raúl Fuentes mantenía una regia vida.

Volviendo a la ocasión en que Raúl Fuentes entregó el secreto a mi abuelo Tránsito, éste sonriente le preguntó:-¿Y de qué te preocupas hombre?-Que estoy envejeciendo, estoy engordando y me sofoco mucho cuando bajo –le

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respondió.

Era evidente que plata ya no le quedaba, por eso rezongaba que le había llegado la vejez.

Mi abuelo Tránsito, que en paz descanse le aconsejó que estuviera un par de meses cuidándose y que posteriormente se lanzara a sacar el suficiente oro para la vejez. Algo así como la última vez.

Pero , la desesperación seguramente cundió en Fuentes porque a los dos o tres días desapareció.

Cuando en el valle dieron la alarma del desaparecimiento de Fuentes mi abuelo nada dijo, se fue derecho a la Poza Azul. Entre los matorrales ubicó su ropa y sus zapatos.

Doña Grafira retomó su viejo mate de plata y volvió a su ritual. Había terminado. Yo iba a apagar la grabadora cuando la locuaz Rosaura le consultó :- Y su abuelo ¿nada intentó?-¿Mi abuelo? ja, ja, ja, él era un viejo desinteresado ...aunque nunca tanto...

Bajando el tono de la voz, la anciana tejedora nos susurró: "El abuelo Tránsito que en paz descanse encontró entre la ropa de Raúl Fuentes, un puñado de oro, con eso vivió el restó de su vida. Fijo que el Fuentes fue por más oro y se sofocó en las profundidades.....

Apagué la grabadora y volví a casa. El valle me pareció más misterioso que nunca.

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LA CIUDAD QUE GUARDAEL INFINITO

Aunque vivió todos sus juveniles años a escasas dos horas de distancia -en bus- de la capital , ésta siempre le semejó una ciudad que guarda algo impredecible, fantasmagórico, quizás el infinito.

Muy diferente a Quilpué.Grata, tierna, tibia, la pequeña y desordenada ciudad construida al costado

del estero Marga-Marga es su propia cotidianeidad , por eso la joven ama su ciudad ,porque simplemente le pertenece.

La joven quilpueína subió al bus.No lograba dominar sus nervios a pesar de haber tomado un tranquilizante

en la mañana.Miró a su alrededor, hombres, mujeres, niños acostumbrados a viajar a la

capital. Para calmarse optó por practicar su deporte favorito: recordar.

Su padre se fue a la capital y no volvió.

Edelmira , su madre envejeció antes de tiempo esperándolo. Mientras tanto se ganaba la vida lavando y planchando. Y por las noches ,cual moderna pero modesta Penélope hacía y requetehacía bolsitas de papel que al próximo día la Edita se encargaría de vender en el mercado.

Edita las vendía todas.Vendía bolsitas de papel y soñaba con su papá que se había ido a la capital

en busca de dinero. Soñaba que algún día llegaría sonriente -siempre lo soñaba sonriente - y con su bigotazo semejando un pequeño bosque de gruesos palos negros.

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Le traería una muñeca linda, o mejor aún , un collar de esos que usa la hija de la vecina del frente. Pero Edita era muy realista y se conformaba con que su padre le traería un único, tierno y grandote beso.

Cuando el bus pasó frente a Lo Vásquez Edita se santiguó y se empeñó a la virgen para que le diese valor en su viaje a la capital.

Ella iba temerosa y decidida a la vez en busca de su padre. Aunque la capital se le antojase como un gran monstruo que guarda el infinito, Edita se atrevía a invadir sus dominios. Su padre estaba allí en ese torbellino de casas, autos y seres histéricos , pero ella había tomado una decisión: Iba a buscarlo y a vencer su propio miedo.

Sucedió un día de su niñez.Dos o tres años que el padre no volvía de la capital. Edita crecía y seguía

soñando con esos bigotes, la sonrisa y el beso.

Una tía, la infaltable tía , vino desde Coquimbo , se instaló por un mesa sus anchas en la casita a medio levantar , ahí en Peyronet , un poco más arriba delhospital..

-A tu padre se lo tragó la capital –sentenció la tía , pollerona, comilona y campeona para el monólogo , porque cuando de hablar se trataba , ella rellenaba el aire , la pieza y todo con su perorata. Ni siquiera se escuchaba a sí misma.

Insistió en la maldita frase, le parecía tan simpática y original que la repitió una y otra vez los exactos 31 días que estuvo en casa: “ A tu padre se lo tragó la capital".

Desde entonces cambiaron los sueños por espantosas pesadillas .

La capital fue un enorme tornado que tragaba edificios, calles, y gentes y a su padre que ya no reía, sino que reflejaba un enorme dolor en su agrietado rostro.

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El bus ya había atravesado el túnel Lo Prado y comenzaba el disciplinado desfilar de casas cercanas a la capital .

A Edita le pareció extraño el paisaje , hasta le agradó. Algo campesino permanecía ahí afuera de la ventanilla del bus. Era la periferia del infinito.

-¿Baja en Las Rejas? -le consultó un joven, el auxiliar del bus. Le respondió que no, en el terminal sí. Cuando llegó a él reeditó sus antiguas pesadillas. Un descomunal ruido le aturdió, hileras interminables de vehículos, casas y casonas, edificios inmensos. Por las calles el gentío, un tráfago de personas tensas, rápidas, deseosas de llegar a ninguna parte.

Pero , ya tenía más de 20 años y habíase hecho una promesa. Encontraría a papá. Para eso traía una pista . Un partido de fútbol : Colo-Colo v/s Boca Juniors de Argentina. Fabuloso match histórico. La verdad es que a Edita no le interesa para nada el fútbol . Lo encuentra aburrido, insípido ,tonto ,en cambio la hipnotiza aquella atrayente foto de la barra del popular equipo chileno gritando efervorizada un gol . El delirio, la locura. De improviso, como asomando desde hace quince años , la sonrisa de un bigote inolvidable resaltando en el conjunto de energúmenos. Era él, no cabía duda alguna. Esa famosa sonrisa que conquistara a la joven Edelmira .

Nada dijo Edita.Guardó el preciado recorte de diario y decidió el viaje a la capital . Con

toda seguridad guardaba el infinito, y dentro de ese infinito, un punto geométrico, un ser humano, su Padre.

Mamá Edelmira no estaba nada de bien. Había envejecido prematuramente en sus cuarentitantos años , la artritis hacía presa de sus manos . Ya no podía lavar ajeno, pero por las noches seguía haciendo bolsitas de papel que a la mañana ella misma se encargaba de vender. Edita ya era una guapa joven y no era menester que hiciera ese tipo de trabajo. Mientras voceaba sus bolsas en las afueras del mercado , al igual que su hija , se dedicaba a un recurrente deporte : recordar.

Evocaba esas noches porteñas , ahí en Valparaíso , mágicas luces flotando en el cielo, rebotando en el mar. La playa de Los Placeres, esas caminatas infatigables

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de enamorados. Los apasionados besos, la primera entrega natural, deseada, compartida y esas inolvidables palabras:

-Edelmira, ¿Nos casamos?

Se fueron a vivir a Quilpué. Los terrenos eran tan baratos por esos años. Levantarían su casa, llegarían los hijos. Un proyecto muy común , pero no por ello menos hermoso.

Edelmira, vieja adelantada, constructora de bolsitas de papel , aún esperaba a su Renato , su amado Renato. También maldecía la frase de su cuñada , al Renato, su amado se lo tragó la capital.

Pero en sus pesadillas veía la gran urbe de manera diferente a Edita. Aparecían horribles hombres, mujeres, homosexuales, prostitutas, gordas, flacas, lascivas que devoraban a su Renato , y su Renato que ya no reía, sino que intentaba huir, pero lo jalaban y más lo hundían. En verdad la capital guardaba algo infinito. Quizás era el infinito mismo.

Edita caminó largas cuadras por la Alameda. Sentía temor de bajar al metro que corre bajo tierra , prefirió andar. Para eso ella era excelente. Gustaba mucho de caminar por Quilpué , salirse de la ciudad , meterse en el silencio del campo , una delicia. Pronto ubicó la calle Cienfuegos , la sede de Colo - Colo y preguntó por el Jefe de la Barra, "La Garra Blanca".

Edita tenía un plan . La sonrisa y el bigote estaban grabados entremedio de esa fanática barra. Por lo tanto , era muy posible que el que mandaba a los energúmenos supiese algo. Sabía que la empresa era incierta , riesgosa , pero su decisión de hija le impelía a introducirse en el infinito.

-El Atila vendrá aquí por la tarde , como a las cinco , le informó una amable señorita. Tal parece que era así , no disimulaba .

-Te van a escupir los santiaguinos, son como la mierda – le habían prevenido sus escasos amigos .

Pero esta secretaria no era así. Muy gentil , le ofreció una sala de estar por si quería quedarse a esperar .

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Aceptó. No quería riesgos , estaba ya dentro de la capital , así que era preferible quedarse allí.

Desfilaron jugadores ,dirigentes , hinchas , vendedores ambulantes , en fin , el mundo del fútbol . Todos vieron al pasar una joven provinciana sentada en una silla , parecía un objeto de adorno .Con un Jazmín en sus manos . No la flor , claro está , sino esas revistas folletinescas del amor que ella devoraba con fruición. - ¿Tú me buscas? -inquirió una voz fuerte, dominante , que Edita la percibió además como muy cálida.

Levantó la vista. Un joven de cabello extremadamente largo , amarrado atrás con una cinta le sonreía .

Edita le confió al hombre la misión que la traía a la capital. Precisabaubicar al hombre sonriente , de grandes bigotes . Le mostró la foto . El joven semostró evasivo. Dijo que tal vez pudiera ubicarlo, tendría que consultarlo con losotros socios de la barra . Era sabido que por ahí pasaban muchos fanáticos, algu-nos desesperados que se destapaban en esa selva de cánticos y gritos y que nuncamás volvían. Una masa humana en perpetuo movimiento.

Atila, así era conocido en ese mundo, era un robusto joven que se ganaba la vida en La Vega , esa zona humana de la capital donde llega la alimentación agraria que precisa el gran monstruo para subsistir . La invitó a comer algo.

Edita aceptó la invitación. Fueron a una fuente de Soda a comerse unos Hot-dogs, Quilpué se le alejaba. ¿Sería la capital que todo lo traga?

Le gustó Atila . Es más , sintió una clara atracción por él . Caminaron por algunas calles apartadas del centro de la capital. Edita se dejaba llevar como una hojarasca en un temporal. La capital tragaba el infinito ¿O sería al revés?

Esa noche , la avejentada Edelmira durmió sola en casa. Su hija no volvió. Una comadre de esas que no faltan en cualquier población le contó la verdad. La pobre madre únicamente atinó a expresar:- ¿Edita en Santiago ? se la tragará la capital.

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Estuvo hasta avanzadas horas de la noche haciendo sus bolsitas de papel . Necesitaba hacer algo para convivir con su tristeza de madre. El pánico golpeaba su puerta.

Suavemente, como un suspiro recordó cuando tuvo a su niña -se llamará Edith Alba - dijo con resolución. Por esa época ella gustaba de leer a Corín Tellado y ese nombre le parecía fantásticamente romántico . Pronto el Alba quedó en un rincón de los recuerdos y en el certificado de nacimiento . Fue Edita para todos .

La mujer lloró.Ya no lagrimeaba por Renato , la capital se lo había tragado hacía tanto

tiempo , siglos , la eternidad .Lloró por su Edita que esa noche estaba metida en el infinito de la maldita

capital .

Edita sintió el corazón enamorado.El Atila la hiza suya en un santiamén . El Hotdog , el paseo , el metro -no

tuvo miedo de bajar y entrar en esa gran bóveda de cemento y fierro , Atila la protegía - la micro hacia Macul , unas calles semidobladas formando caprichosas curvas , unos muchachos que saludaban alegremente al Atila.Una pequeña casa , un café , un huevo frito , el amor , el amor, esos besos fuertes, vigorosos y el sol que penetró en ella haciéndola mujer.

Se sintió confundida .Despertó a las seis de la mañana , como era su costumbre allá en Quilpué , su

pequeña ciudad , pero el Atila ya no estaba . Un papel pegado a un pedazo de espejo le decía : -Vuelvo a las cuatro .

Claro , el Atila se iba a media noche a la Vega , su trabajo era así , hasta las dos o tres de la tarde .

Entonces, sólo entonces Edita pensó horrorizada que la capital es infinita, tremendamente voluptuosa , traga todo lo que recibe . No tenía como salir de allí, dependía completamente del Atila y estaba enamorada de él . Aunque dolorida , se

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percató que esperaba con ardor la vuelta del muchacho, anhelaba repetir lo de la noche anterior.

Lejos, lejísimo quedaba Quilpué . Una mujer avejentada antes de tiempo proseguía fabricando bolsitas de papel en la noche y vendiéndolas por el día en el mercado .

Y en el intertanto murmuraba algo así como que el monstruo se traga el infinito. Claro , no faltaron los chascarreros que la apodaron como la loca de las bolsas.

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PABLO, TREINTA AÑOS DESPUES

El diario es un ser inerte, ausente de humanidad, tecnológico, sin embargo, es un gran comunicador. Gracias a la palabra escrita que produce la magia de vitalizar su fuerte olor a tinta, la debilidad manifiesta de sus hojas delgadísimas atrae como un misterioso imán.

Entre noticias de guerras y hambrunas, entre seductoras fotos de jóvenes bañándose en minúsculos trajes de baño, y la infaltable fotografía del gol de fin de semana en El diario de la tarde "La Estrella de Valparaíso" es posible leer en cada edición una sección que nos lleva a los inolvidables años sesenta: 30 AÑOS NO ES NADA. Las noticias que ocurrieron hace treinta años en un día como hoy. Como si los sucesos pudiesen calcarse, como si los días fuesen copiados. Como si el tiempo fuese una espiral infinita que vuelve una y otra vez a la misma temática.

La sección aquella es atrayente, remueve algún resorte interno que nos hace suspirar por el pretérito que vuela rumbo a la historia ,ya sea personal o colectiva. O bien que se pierde en una montonera de recuerdos intrascendentes.Treinta años no es nada, parodiando a Gardel, el legendario cantante de tangos, nos regala un poco de la realidad temporal, esa misma que nos hace sentir el dolor de una vejez que nos pertenece a todos, sin excepción alguna.

Mezclado con el apresto de los yanquis para pisar por primera vez la luna, con la revolución de las flores de los hippies. ¿Qué fue de ellos? ¿Son los que dirigen el mundo ahora ?, la minifalda que enloqueció a los hombres, los trasplantes de corazón y la aparición de las píldoras anticonceptivas, se lee un suceso breve y escaso en datos. Es cierto. El conciso resumen de la información ocurrida hace treinta años, más bien trata de motivar la lectura por medio del impacto, del sensasionalismo, pantano dulce al cual acude, en frenético afán , el periodismo de

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hoy. Es la época de la energía liberada, sin pecar de excesivo, vivimos en un mundo amenazado por nuestras propias energías.

PEQUEÑO ALUMNO SE SUICIDA EN ESCUELAQUILPUE (29 de Octubre de 1967) Conmoción causó en este pueblo, aledaño a Viña del Mar, el suicidio del pequeño alumno Pablo Enríquez, de ocho años de edad, en la Escuela "Alto El Yugo" en el día de ayer. Se ignora los motivos que llevaron al pequeño alumno a tomar tan drástica decisión.

Según nos informó el director de la escuela, el pequeño Pablo se subió al techo de la cocina y se lanzó al vacío. Murió en el patio de la escuela, después de agonizar dos o tres minutos.

Esa es toda la información condensada en unas cuantas líneas. Pero ¿qué fue lo que ocurrió exactamente en ese fatídico día 27 de octubre que llevó a Pablo a lanzarse desde el techo de la cocina de la escuela? ¿Por qué cortar el camino a tan temprana edad? La información que, quizás pase inadvertida para algunos, para otros no lo será. Se quedarán meditando en esas cincuenta palabras que pretenden relatar lo ocurrido hace 30 años a un niño llamado Pablo. Por supuesto que un hecho humano, terriblemente humano, genera morbosidades incomprensibles.

27 de Octubre, día de primavera en América del Sur, la tradición dice que aumentan los suicidios. Aunque no faltan los investigadores que, con estadísticas en mano, contradicen ésto, argumentando que los indicadores estadísticos no suben en primavera, que cualquier estación es buena para auto-eliminarse.

Lo cierto es que los medios de comunicación suelen tener un aumento de informaciones relacionadas con quienes atentan contra sus vidas. Son los que se declaran a sí mismos, y ante los demás , perdedores de esa fantástica lucha por la vida .

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Pablo Enríquez, una biografía a medio escribir, escasamente escrita, terminada así, rápida, impactante, con la soledad pegada a su piel, mientras todo su cuerpo grita un llamado atroz que nadie pareciera ser capaz de descifrar.

LOS DIARIOS DE LA EPOCA

Entre inmensos fardos de diarios guardando la historia de cien años del periódico “ La Estrella” de Valparaíso asoma el paquete correspondiente al mes de Octubre de 1967. Es un típico olor a polvo de tierra mezclado con el impregnante olor a tinta lo que conforma el ambiente de la inmensa bodega que mantiene dentro de sí los 20 mil y más ejemplares de este diario porteño que sale en las tardes, desde hace más 90 años, a excepción de los domingos ... y de los años nuevos.

Es un ambiente de respeto, tal vez de un temor no aflorado ante lo desconocido, lo que fue y ya no será, lo que induce a remover las páginas con sumo cuidado. Incluso a hablar despacio, como si cualquier voz fuerte pudiera rajar el papel amarillento y reseco.

Una foto con un círculo. Un niño recostado dentro del círculo y una leyenda: Allí cayó el pequeño Pablo de ocho años de edad. Se lanzó desde el techo de la cocina de la escuela ; aproximadamente cinco metros de altura.

Es la foto, la imagen, lo primero que atrae. Basta un segundo vistazo a la fotografía para darse cuenta que ese niño recostado en el patio de la escuela no es Pablo, pues es un niño que sonríe. ¿Por qué Pablo no pudo terminar sonriéndole a la vida de mierda de la cual recién se escapaba y a la cual renunciaba con decisión?

El niño de la foto no sangra, además tiene levantada su mano derecha en actitud de saludo al público que lo observa. Es un niño que el ladino fotógrafo puso allí para mostrar el sitio exacto en que cayó Pablo. Por lo demás el propósito del niño no fue saltar al vacío para que lo fotografiasen. También está la policía, ellos no permitirían convertir el suicidio en un suceso digno de retratar. ¿O sí?

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Ahondando en la información que sale a cinco columnas, ocupa, lógicamente, todo el ancho de la página, nos encontramos con mayor cantidad de datos sobre la repentina muerte de Pablo (como si las muertes no fuesen repentinas)

"... eran las once de la mañana. Estaba nublado aquí en Quilpué, a pesar de que casi estamos llegando ya a Noviembre estaba nublado, con una neblina que llegaba a mojar. Los niños, todos en clases. Yo, desde mi oficina podía sentir el murmullo de las clases. Cuando siento un ruido. Fuerte, seco, como si algo se hubiese quebrado. Casi inmediatamente después unos gritos espantosos. Corrí a ver lo que pasaba. Era Pablo que se subió al techo de la cocina y se lanzó al patio. Evidentemente el pequeño se lanzó del techo para matarse. Eso es todo lo que le puedo decir, señor periodista. Existen algunos detalles, importantes por cierto, que me está prohibido relatarlos. Secreto del sumario ...". Así declaró el director de la escuela. ¿Secreto del sumario? ¿La muerte es secreto de sumario?

Por su parte el periodista, no hallando mejor cosa que hacer, se puso a entrevistar a los alumnos, compañeros de escuela de Pablo. Todos fueron breves y se movieron alrededor de la palabra "Horrible". El que más se explayó fue un niño de nombre Raúl que dijo que Pablo era muy buen amigo y que ahora iba a faltarles un jugador en el equipo de fútbol.Una niña no identificada declaró que Pablo se había tirado del techo porque el papá le pegaba mucho. Fue la frase que más se acercó a describir las causas que indujeron a tomar la decisión del pequeño suicida. El resto de la extensa crónica se limitó a mostrar el estado anímico de las personas que trabajaban en esa escuela, lo cual lógicamente no era muy bueno que digamos.

¿Quiso el periodista buscar las causas que indujeron o empujaron al niño de ocho años a quitarse la vida?

Tal vez lo intentó hacer pero chocó con el silencio que suscita un acto humano semejante. El miedo burocrático. "No digas nada que te pueda comprometer", "Te pueden llamar a declarar", "Por lo demás ,Pablo se mató y nadie le va a devolver la vida", son juicios corrientes que se manejan en estas ocasiones. Y también el

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miedo humano. Aquel temor a la muerte que nos lleva a evitar el tema, a hacerlo a un lado para buscar los sabores o sinsabores de la vida.

Pero ya había un antecedente que el periodista a lo mejor puso así como al pasar, solapadamente, como algo que resbala en un río inmenso de palabras: el papá le daba mala vida a Pablo. Es lo que se desprende de lo que dijo la niña que no quiso identificarse. Ella lo sabía y lo afirmó tajantemente, con la increíble dureza de los niños que viven sus propios esquemas.

EN LA ESCUELA

La escuela permanece idéntica, fiel, invariable, a las fotos que la describían hace 30 años. Saliendo de Quilpué por un camino cercano a la ciudad, de improviso se nos presenta la escuela "Alto El Yugo". Son tres locales de un piso que resguarda a un puñado de alumnos, hijos de campesinos la mayoría, donde reina la alegría y el bullicio habitual de una escuela, como en cualquier escuela del mundo. La vida sigue su rumbo sin desviarse aparentemente antes de tiempo, como sucediera hace treinta años, cuando Pablo, un niño de ocho años decidiera dar término a su miserable recorrido, buscando quizás algo mejor, menos duro, del sendero que a él le tocara en esta pelota vagabunda llamada tierra.

Absolutamente nada hay que recuerde lo de Pablo. A lo menos esa es la primera impresión, aunque aún muy superficial.

Los profesores actuales no vivieron esa experiencia, para ellos es una historia más, casi una leyenda que se va esfumando con el tiempo miserable que todo lo borra. Es algo tan difuso que, incluso, dudan que haya ocurrido.

-Yo sé lo mismo que Ud. - dice el actual director de la escuela, un bonachónhombre cercano a los cincuenta años. Sonríe. Quién sabe cuantas veces le haninterrogado sobre lo mismo. La muerte de un niño es un tema tan pleno demorbosidad que atrae, que interesa.

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Enseguida agrega:

Cuando llegué hace tres años a esta escuela venía con tremendas ganas de trabajaren una escuela para la vida, ese es mi concepto filosófico de la educación: enseñarpara caminar en la vida. Por eso me molestó, al principio, profundamente, lo del niñoque se había suicidado en este local escolar, pronto en la ciudad me dijeron: "Así quetú eres el director de la escuela donde se mató un alumno". Me interesé por loacaecido. Tal vez no quería aceptar una realidad que heredé y que no podía cambiaren el historial de mi nueva escuela. Leí los diarios de la época, igual que Ud.conversé sobre el tema con los vecinos de la escuela, en fin hice todas lasaveriguaciones que pude hacer, pero muy poco logré saber.

Lo que sí está claro es que todos coinciden en que el papá del niño lo golpeaba mucho. Le decían "El Bala", por lo rápido para ordeñarle la leche a las vacas. Era un obrero agrícola que cuidaba, al parecer, una parcela. De ahí que a Pablo mientras estuvo en la escuela le hayan puesto el mismo apodo: "El Bala". Después, muerto el niño, el papá se fue de esta zona. Nadie supo nada de él. Se perdió en los pueblos del sur. Algunos vecinos de la época aseguran que el hombre era muy bueno para el trago. Pero eso es tan común en estas zonas campesinas que a nadie sorprende.

- ¿Y la mamá?- Ellos vivían solos. No tengo la más mínima idea sobre la mamá del niño.

El libro de registro escolar así lo atestigua. Revisamos este libro que contiene nombres, datos estadísticos y referencias acerca de la escuela a través de toda su vida. Es rarísimo tener entre las manos un conjunto de hojas que reflejan la "memoria", digámoslo así, de una escuela. Rarísimo porque todo lo que queda de un niño que ha dejado parte de su vida entre las paredes de una institución educativa son solamente palabras, palabras que no logran interpretar el ritmo de la vida.

El director de la escuela vuelve a sonreir. Algunos niños se le acercan para pedirle una pelota. Es hora de la "pichanga" de fútbol , los niños están ansiosos por comenzar. El les encarga que no se ensucien la

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ropa, les recuerda que solamente es recreo, que cuiden los zapatos, que no es la clase de educación física, que después andan todos sucios y tienen que volver a clases. Los niños hacen toda clase de promesas que seguramente al primer lanzamiento de la pelota olvidarán.

Felices, porque van a tener una reñida "pichanga", los niños corretean por el patio que rodea el lado sur de la cocina. Una y otra vez pasan por el mismo lugar donde terminara su vida Pablo. La foto publicada por "La Estrella de Valparaíso" en 1967 muestra el sitio con exactitud.

Nada ha cambiado. Arriba el mismo techo que recibiera los decididos pasos de Pablo. Abajo la misma tierra que se humedeció con la sangre esparcida. Aquí llegó el difícil itinerario terrestre de Pablo, aquí donde ahora los niños se esfuerzan por pegarle a la pelota.

Es imposible dejar de pensar en lo efímero que es la vida. Incluso para quienes la cortan bruscamente como Pablo. Son numerosos los sicólogos que afirman que los suicidas lo que hacen es un último y desesperado llamado de atención. Pablo lo realizó, hizo su grito lastimero. Pero a treinta años de su acto nada hay que lo recuerde. Solamente unos cuantos datos en el libro de registro escolar, en los cuales no aparecen los de la mamá. ¿Habría muerto? En ese caso tendría que aparecer en el casillero de madre la palabra fallecida. Y el nombre de ella. En cambio, un vacío evidente me repleta los ojos. Da la sensación que ese vacío escondiera una intención de la persona que entregó los datos, en este caso el padre, llamado Hernán Enríquez. ¿Por qué se habrá negado a entregar los datos de ella, su esposa? Si esa negación fue una realidad, seguramente dolorosa, el hombre le tendría prohibido a Pablo hablar de su madre.

De pronto, como si irrumpiera violentamente del pasado, un viejo libro de lectura llega a mis manos. Es algo mágico, como jugar con el tiempo. Es un libro usado, con sus hojas sueltas. Con un forro hecho de papel de bolsa de cemento.

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- Es el libro de Pablo. Es todo lo que pude encontrar de él - me dice el director de la escuela.

Sonríe estúpidamente, me parece con fanfarronería, alargándome el silabario que dice ser de Pablo. ¿Y cómo lo sabe? Claro, el Señor Sonrisas me explica como adivinando mi pensar que ese año utilizaron ese libro para los niños de primer año. Que abra la segunda página. Que allí encontraré la respuesta.

Allí, aferrado al tiempo, están las primeras líneas de un niño que logra juntar las letras suficientes para escribir su nombre: Pablo Enríquez. Es un tipo de letra grande con un trazo seguro y firme. Claro que hay que considerar que Pablo hacía su primer año por segunda vez. Así que ya tenía experiencia en el manejo del lápiz. Es un explícito intento por afirmar su identidad. Pablo, niño desposeído, se maravilla con su libro, descubre que hay algo que le pertenece y le pone su aliento, su marca, su nombre.

Mientras el director sale a formar a sus alumnos para que vuelvan a clases, que se limpien la ropa, que están sedientos después de la disputada partida de fútbol, y que no olviden de lustrar sus zapatos en sus casas, etc; etc; no puedo dejar de oler el libro que el director guarda como reliquia de una batalla pasada o, tal vez, como trofeo de un suceso misterioso, y sin embargo atrayente, para todo ser humano. Es un olor a grasa, o a mantequilla el que me llega. Podría jurar que eso es. Treinta años no han logrado disipar ese penetrante olor, típico de los niños pobres que meten sus panes embetunados con mantequilla o algo similar entre sus cuadernos, sus libros, y sus lápices. El forro hecho con papel de bolsas de cemento aún muestra las manchas grasosas que ennegrecen el color amarillento original.

La imaginación vuela ocupando espacio propio en ese instante. Pablo comiendo a escondidas de su profesor, sacándole migas al pan disimulado entre las hojas de su libro de lectura. Las migas confundiéndose con las vocales. Y Pablo que ríe porque está burlando las instrucciones de su profesor, "no comas pan en la sala, Pablo". El Bala chico. ¿Sería un balazo para ordeñar las vacas igual que su padre? ¿Por qué escogió la escuela para suicidarse ?

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CON LA COCINERAEl camino de tierra es el mismo por el cual transitó Pablo hace treinta

años, es un camino construido entre los montes que dibujan el valle Marga-Marga. La diferencia está en que ahora ,además de los antiguos Ford y los Chevrolet de esos años, ocupan el laberinto que recorre el valle otras marcas de vehículos, tales como los Zusuky, Dahiatsu, Honda, todos japoneses, de la asiática y lejana isla nipona. Pequeños utilitarios y multicolores, estos vehículos se han adueñado con increíble rapidez de los caminos sudamericanos.

Aún se respira la paz que la naturaleza otorga en este valle llamado Marga-Marga por los incas, ellos, antes que llegaran los españoles a América, explotaban lavaderos de oro aquí. A dos kilómetros de la escuela, se divisa a mano derecha un sendero estrecho que bifurca hacia un monte no muy grande. Al final de él, una casa modesta. Unos cuantos perros salen invariablemente a recibir al visitante. Allí vive doña Albertina, antigua cocinera de la escuela "Alto El Yugo", hoy retirada de esos menesteres.

Con su pelo entrecano, disfrazando sus más de setenta años vividos, y su dentadura ausente no vacila en recordar cuando se fue Pablo.

- Ah, cuando Pablito se fue, una tragedia tan espantosa nos envolvió a todos. Venían los reporteros a la escuela. Hasta de la televisión vinieron. Y eso que recién comenzaba la tele por esos años. Estábamos todos requete asustados. El director nos dijo ¡ cuidadito con andar hablando tonteras¡ porque nos podía costar el puesto. Y tanto que me había costado conseguir el trabajo. Así que calladitos el loro, nomás, puh. Algunas mamás sacaron los niños de la escuela porque decían que lo que hizo Pablito traería mala suerte.

Doña Albertina silencia su relato. Ya nadie le dice que calle. No hay amenazas sobre ella. Han pasado treinta años. Pero le cuesta explayarse sobre el dolor que lleva. Jamás ha podido explicarse la razón por la cual Pablito tuvo que elegir justo su territorio, la cocina, para irse. Hasta estuvo por algunos años con un

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cierto rencor por Pablito. No por lo que hizo, sino donde lo hizo. Justo en mi cocina. Y yo que lo apreciaba tanto. Cuántas veces le repetía el plato de comida porque sabía que Pablito pasaba hambre con el loco del papá que se gastaba. ¿Sabe Ud. que él fue el verdadero culpable de la ida de Pablito?

Claro que conocí al papá de Pablito. El Nano. Llegó por acá de Casablanca. Los dos solos. Le decían "el Bala" por lo bueno para ordeñar las vacas. Parece que era lo único que sabía hacer bien el desgraciado, además, claro está, de tomar como condenado. Le hacía demasiado al trago. Era de esos que toman hasta quedar botados. Lo poco y nada que ganaba cuidando y ordeñando las vacas lo gastaba en vino.

Daba la sensación que él sí que buscaba la muerte, pero en el trago. En los dos años que estuvo por estos lados, jamás se le supo de mujeres, ni de otros familiares. Cuando se le preguntaba sobre eso siempre respondía que eso era asunto personal. Y se encerraba en un silencio profundo.

Y sigue hablando doña Albertina, como si abriera una válvula de escape. Con una tremenda y terrible necesidad de contar a alguien todo lo que sabe de Pablito. Eso es lo que ha quedado de él. El recuerdo violento de los que vivieron su partida. La molestia extrema de conjugar la vida con la muerte.

Doña Albertina suelta, deja escapar un larguísimo monólogo que es como un diálogo consigo misma. Insiste en que ella le repetía el plato de comida a Pablito y se pregunta una y otra vez por qué él tenía que elegir justamente el techo de su cocina.

- Si en todos los años que trabajé, más de veinticinco, jamás me ocurrió nada malo. Siempre fui cumplidora y cuidadosa de mis deberes. Es que yo enviudé joven ¿sabe Ud.? Y me quedé con dos críos. Había que darle educación, que crecieran sanitos. Así que cuando encontré la pega de manipuladora de alimentos de la escuela me propuse trabajar con tanto cuidado que no hubiera jamás un motivo alguno en contra mía.

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Así fue como laboré los veintitantos años de manipuladora en la escuela. Nunca una falla, un atraso, nada de nada. Excepto esa mancha en mi hoja de vida: la ida de Pablito.

Son muchas las personas que me dijeron que no tenía nada que ver lo de Pablito. Que si él eligió el techo de mi cocina fue por mera casualidad , nada más. Pero yo nunca he creído eso. Por algo Pablo se fue desde el techo de mi cocina. ¿Por qué? Ya no lo sabré. Ha pasado tanto tiempo desde entonces.

La robusta señora ha dicho todo lo que tenía que decir. Quizás a tientas, busca calmar su molestia de años. Jamás podrá explicarse lo de Pablo, tampoco intenta hacerlo, simplemente reclama. Por momentos un dejo de tristeza asoma en su rostro que se niega a envejecer. Su rostro ceñudo explica alguna pena que roe su alma. Más, ella es firmemente positiva y se repone prontamente con una sonrisa. Por algo ha sido capaz de sobreponerse a la muerte de su hombre. Y fue capaz, también de darle la educación correspondiente a sus dos hijos.

BUSCANDO AL AUXILIAR DE LA ESCUELA

Don Ramiro Alemparte se perdió entre los cerros de Valparaíso. La búsqueda ha sido inútil. Estéril. ¿Se habrá ido tras Pablo? Dicen que tres meses después de lo sucedido, Don Ramiro abandonó su trabajo como auxiliar de la escuela y cayó en el vicio del licor por varias semanas. Claro que en honor de la verdad Don Ramiro siempre fue bueno para el cañón. De chiquitito, jamás le hizo asco a un trago, ya sea del blanco o del tinto, porque el hombre fue un adicto vinero y nada más que vinero.

El fue uno de los dos testigos que vieron al niño lanzarse del techo de la cocina. Cuando lo llevaron al hospital de Quilpué para ponerle un calmante temblaba de espanto. Una enfermera, que asegura haberlo atendido en esa oportunidad, dice que el hombre era un estropajo humano. "Si todos en el hospital lo conocimos de memoria, venía bastante seguido a ponerse algún calmante. No podía dormir en la noche. Lo perseguía el rostro sonriente de Pablo mientras saltaba al vacío. Siempre dijo eso, que el niño sonreía al saltar. El doctor Fuica, que estaba

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recién llegado al hospital, directo de la facultad de medicina, opinaba tajantemente que era la esquizofrenia producto del alcoholismo. Nosotras las enfermeras sabíamos que no era eso.Que era mucho más , el alcoholismo era producto de la locura de vida que le tocó ".

Cansados de la infructuosa búsqueda, llegamos a don Néstor. En la zona de Alto El Yugo todos conocen a don Néstor, es el dueño del clandestino donde se reúnen a diario los borrachines. Aunque es de mañana, hay varios de ellos componiendo el cuerpo. Con un vaso grande en sus manos le dan el bajo al oscuro vino tinto. Jamás vino blanco, me dice uno de ellos, explicando que el blanco vuelve loquitos a los que lo toman. Un timbre de tristeza rebota en cada uno de los rostros. Son los derrotados por la vida, los que se engañan con un vaso de vino tinto en un vano intento por disfrazar la mierda que los rodea. Y ellos lo saben. Para ellos no existe el mañana. Solamente el tener unas cuantas monedas en el bolsillo , y con ellos pagar el vaso que les compondrá el cuerpo. Esperan la muerte en cada botella, mientras tanto desmenuzan interminables conversaciones.

Don Ramiro Alemparte fue uno de ellos. El dueño del clandestino lo corrobora. Se acuerda de todos sus clientes. Ramirito era tan callado, muy buena persona, empeñoso, alegre, un poco retraído, pero muy buena persona, repite don Néstor, pero lo del chiquillo estúpido ese lo dejó muy alterado. Parece que se le rayaron los alambres del seso. Decía que por la noche venía el chiquillo a buscarlo. Que en todo momento lo veía riendo, igualito como cuando se lanzó el imbécil. Un día desapareció. Dicen que se fue a Valparaíso, al cerro Los Placeres. Nunca más volvió por aquí.

Don Néstor, hombre moreno, fornido, muy cuidadoso de su pequeño bigote, no tiene el menor interés en criticar su trabajo. El les vende vino a los borrachitos, porque si no lo hace él lo hará otro. Además, no los obliga. Así que está acostumbrado a escuchar relatos como los que viviera Ramiro Alemparte. Hay muchos de ellos embutidos en temáticas similares. Y seguirán habiéndolos.

Don Néstor sonríe satisfecho de la vida. Sobre todo de haberse puesto en el lado fácil de la vida.

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- Ese que está ahí estudió con el chiquillo... - susurra don Néstor como revelando un gran secreto. Se refiere, sin duda posible al más silencioso de los contertulios. Es un hombre delgado cuarentón , envejecido prematuramente por el trago. Delgado, con una barba de varios días sin afeitar. Los ojos enrojecidos, una chaqueta desgastada completan la imagen de quien ha elegido (o ha sido empujado por montones de situaciones incontrolables, fuerzas terrestres que amarran y desatan con abismantes facilidades) el sendero sin futuro, el de los triples perdedores. Perdedores con la familia, con la sociedad ... y consigo mismo, sobre todo consigo mismo. Se llama Ruperto Santana , al principio no quiere hablar de lo que ocurrió hace treinta años, en realidad no quiere hablar con un extraño. Más, basta pagar una botella del buen tinto para que diga lo que tiene que decir. Es como un trabajo: yo hablo, tú pagas.- Me acuerdo muy bien del Pablo porque era tremendo para la pelota, a pesar que estaba en los cursos chicos, yo estaba en quinto, entre los más crecidos, lo poníamos en el equipo. Tenía un olfato único para los goles. Y los celebraba con tanta alegría.

El día que se mató yo no fui a la escuela. Recuerdo que con el Pezuña Cabrera hicimos la chancha. Estaba muy nublado, me acuerdo muy bien ya que nos habíamos ido a la Poza Larga a bañarnos y hacía un frío de los mil demonios. Claro, si estábamos a fin de año, ya era tiempo de ir a las pozas. Eso era mucho más agradable que estar aburridos en clases.

Cuando volvíamos a casa, nos encontramos con otros compañeros de escuela. Los habían mandado a casa más temprano que de costumbre. Uno de ellos, el Jorge, nos gritó: ¿A qué no adivinan la mansa cagadita que quedó en la escuela? Y nosotros reasustados, pues creíamos que nos habían soplado con el director lo de la chancha, pero no, era que el Pablo se había subido al techo de la cocina y se había lanzado hacia el lado del patio de abajo que es más alto. Se había matado el bruto. Entonces yo me puse a temblar, era como un miedo grandote que se me entró al cuerpo, un montón de pulgas que me hacían cosquillas por dentro. Hasta me dieron ganas de vomitar, y no era para menos. El día anterior, en la última pichanga, el Pablo se lo llevaba mirando para el techo de la cocina, como si esperase a alguien. Metió un gol re bonito de cabeza. Entonces fue cuando dijo que ese era el último gol, que ya no jugaría más con nosotros, que luego lo vendrían a buscar...

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Ruperto dejó de hablar. La botella vacía indicaba que necesitaba otra para atiborrarse de alcohol, para escapar así de una vida miserable que cada vez lo apretaba más, con una fuerza bruta, cósmica, imposible de eludir. Una maldita recreación de la tragedia griega, que se repite una y otra vez entre nosotros.

El cerro Los Placeres inventa cada día un multicolor de casas humanas que se desgranan por sus laderas. Es un abierto desafío a las leyes de gravitación. Casas que se descuelgan de las nubes para aferrarse a una tierra pródiga en seres humanos que rellenan los espacios con sus trapos secándose al sol.

Investigué de bar en bar, incluyendo, por supuesto, los clandestinos. Ya me había asimilado a sus características tan singulares, disimulados tras una puerta que me lleva por largos pasillos, piezas oscuras, y el agrio olor al vino que se me entromete en las narices y me carraspea la garganta. Hasta que en uno de ellos, escondido en una estrecha callejuela me dijeron que habían conocido al "Loco Ramiro". Me confirmaron que no cejaba de hablar de un niño que se había quitado la vida, que él lo había visto lanzarse al vacío, que el niño lo venía a buscar en la noche.

- Vivía de lo que se pudiera. Lo suficiente para pagar un plato de comida y el trago. Estuvo por estos lados como dos años. Poco antes de la elección del 70 desapareció. Me dijo que se iba al sur, buscando olvidar lo del niño. Me rogó que le cuidase esta foto ... son obsesiones de curado, pero como soy muy respetuoso de ellos, siempre guardo lo que me encargan.

De repente , como surgiendo de un misterioso laberinto del tiempo ,una foto. Allí está Pablo, sonriente, vital, con su pelo desordenado y un diente ausente que denuncia sus escasos ocho años. Viste una polera blanca y un gorro marinero de cartón. Está acompañado de tres compañeros vestidos también de marineros. No cabe duda alguna que fue algún espectáculo realizado para el 21 de mayo, ocasión en que todo Chile celebra a sus héroes navales.¿Estaría planeando ya su muerte? ¿O habrá sido la gesta de Prat, el valiente capitán que se arrojara al abordaje a la cubierta

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del Huascar? ¿Habrá sido ese ejemplo el que lo llevó más tarde, a hacer lo que hizo cinco meses después de haberse sacado esa foto?

Es irónica la manera como se revuelve la vida en una opereta descomunal. Pablo el pequeño suicida sonríe junto a una foto del Dios del fútbol, Diego Armando Maradona. Más allá, una desgastada foto muestra el generoso cuerpo de Marilyn Monroe, la estupenda rubia de oro (¿Qué motivos juntaron a los dos suicidas en un maloliente clandestino de un cerro de Valparaíso?)

En el medio de las fotos resalta otra , en ella el brillante color negro de la piel de Pelé, el otro dios del fútbol. Pasa un borracho, poniendo sus sucios dedos en las nalgas de Marilyn, me comenta:- Esta si que es hembra, las demás son puras porquerías.

VOLVIENDO A LA ESCUELA

Ya no es la misma escuela. Todo parece recordar a Pablo. La sonrisa de los niños, los juegos, las primeras letras a leer, el mágico misterio de los números, el griterío, y hasta el silencio de los patios en las horas de clases. Todo lleva la sonrisa de Pablo. El está aquí. Me confundo un poco, pues me doy cuenta que espero encontrarme con él. Sin embargo, días atrás para mí no existía. Nació cuando leí la noticia de su trágica muerte ocurrida treinta años atrás en la sección del diario "La Estrella" que nos invita a reinventar el pasado. De a poco, lentamente, casi imperceptiblemente fue tomando forma el niño que no quiso seguir siéndolo, Pablo fugitivo.

Impresiona saber que en medio de ese bullicio y alegría natural de los niños, dueños de una energía interminable, ansiosos por vivir, hubo uno de ellos que no resistió más la presión que su padre le imponía día tras día, momento tras momento, y quizás qué otras fuerzas desconocidas que negaban el derecho de transitar sin apremio, decidió que la vida no era digna de ser vivida, que irse, escapar, enfrentar el oscuro sendero de la muerte , era posible y necesario hacerlo.

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Mientras recorro una y otra vez el patio donde Pablo jugaba al fútbol en los recreos, donde quedó agónico, o tal vez muerto instantáneamente, pienso en la posibilidad de que lo que sucedió hubiese sido un accidente. Que Pablo se hubiera subido al techo, como por ejemplo, a sacar una pelota, resbaló y cayó al suelo. Es una hipótesis posible que pudo haber ocurrido. Más, hay dos testigos que aseguran lo contrario. Uno de ellos, el viejo Ramiro Alemparte. El otro, Roberto, el niño amigo de Pablo ¿Dónde estará? ¿En qué profundidad lo habrá marcado la acción de su mejor amigo de la infancia?

-¡No hay duda que se mató! Incluso escogió el momento en que todos estuviesenconcentrados en clases para salir. Además lo había dicho a algunos, como todos lossuicidas, anunció previamente su último acto -me habla una voz burlonadevolviéndome a la realidad. Es el director de la escuela que se acerca. Sigue hablando, con la certeza de que está siendo escuchado, es su profesión de educador lo que le da ese aire de actor magnífico, que se dirige a su público, entusiasta y dócil.

- Quiero pedirle un favor. No se vaya a sentir, pero trate de no volver más por aquí. Esta es una escuela para la vida y no queremos que los niños se preocupen por la estupidez esa. Pasó hace treinta años y ya está olvidado. No es conveniente que a los alumnos se les cuenten asuntos tan, digamos, tan desagradables, mejor dicho, anti-naturales. Además, los niños son muy impresionables, y contarles una historia así les puede afectar mucho.

- No es mi propósito el molestar ni menos el producir problema alguno - le respondo contrariado por la solicitud, aunque hay una parte de mí que lo acepta, que recibe con generosidad lo pedido.-¡Es que eso es morboso! - me grita el director enrojeciendo su rostro redondeado yentrecerrando los ojos, está airado, furioso. Por mi parte sonrío, complaciente. En un abrir y cerrar de ojos los papeles se han invertido. La fotográfica sonrisa del director de la escuela se ha trocado por una

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mirada enrabiada. Quizás producto de la costumbre de ser obedecido en el acto por la comunidad escolar.

Cuando se está en territorio ajeno y no es grata la presencia personal, entonces lo mejor, lo más aconsejable es retirarse. Es como los grandes generales que saben terminar la batalla en el momento preciso. Además, claro está, el director de la escuela tiene su dosis de razón. ¿Para qué resucitar lo de Pablo?

Antes de retirarme voy al baño escolar. Un niño de no más de diez años, flaco, ojos café bailando con picardía en sus cuencas me mira y me habla resueltamente:

- ¿Ud. es el que viene a ver donde se lanzó el finaito Pablo?- Este, sí ... - le respondo perplejo por la consulta. Suponía que nadie más, fuera del director, estaba en conocimiento de mi investigación. Aunque en verdad más que investigación es solamente una curiosidad algo morbosa, eso sí, lo reconozco.

- Nosotros queríamos hacerle una gruta para ponerle velitas, pero el director se enoja cuando hablamos del finaito, se pone furioso y nos amenaza con suspendernos de clases - el niño interrumpe su confesión y comienza a alejarse del baño, para volver a su sala de clases. Lo observo. Está lleno de vida, le brota energía por todo su pequeño cuerpo, sin duda que debe ser el líder de grupo. Fue el encargado de hacerme saber que los niños conocen lo de Pablo.

- Oye, cuéntame ¿los demás niños saben lo de Pablo?- Claro que sí, todos nos encomendamos al finaito cuando tenemos alguna prueba difícil. Es re milagroso.

"Nos encomendamos al finaito", el eco de la voz aguda del niño queda rebotando en mi oído. Así que Pablo es conocido por todos los niños de la escuela. Aún treinta años después. Su historia, trágica, humana, desgraciada, se ha convertido en leyenda. Los niños le piden a él que les ayude a sacarse buenas notas en las pruebas difíciles. Es el otro mundo, el que no se ve, el mundo de los niños.

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Pablo vive. Aunque totalmente distinto al Pablo original, vive el mito, la leyenda . Es tan evidente que me sobresalta tener tan claro que el mundo de los niños así lo ha decidido, por mucho que los adultos - y más aún, la autoridad máxima de la escuela, se opongan a ello.

EL RELATO DEL PROFESOR

Pasaron los días, rigurosamente desfilando unos tras otros. La rutina se apoderó una vez más de mis andanzas, de mi tosco intento de reconstrucción humana. Nada nuevo se agregaba a la historia (o leyenda, da lo mismo) de Pablo. Más, todas las informaciones recolectadas se han ido ordenando como un juego magistral de naipes. Ahora, con nitidez se delinea la figura de Pablo. Casi puedo percibir su sufrimiento, su acto final, el llanto de algunas mujeres, que sin ser familiares de él, lo velaron en la pequeña capilla del sector, en fin, el mundo de Pablo, desplomado por una decisión personal, angustiosa, pero que gracias a esa decisión logra sobrevivir en los recuerdos de muchos. Incluyendo los niños actuales de su escuela. Ellos lo recuerdan, lo dibujan a su manera y lo veneran. Para ellos es el "finaito milagroso".

Todavía hay cabos sueltos. Y muy poderosos que impiden un

bosquejo más fino y preciso de la figura de Pablo. ¿Cuáles fueron esas fuerzas terribles, humanas, sobrehumanas, que lo arrinconaron de tal modo que Pablo hizo lo que hizo? ¿O fue todo un sinnúmero de detalles que impulsaron al niño al suicidio?.

Su profesor debe tener la respuesta. He pensado firmemente que él fue la persona que más cerca estuvo de Pablo. Aparentemente. El debe tener mucho que decir sobre lo ocurrido cuando ya se terminaban los inolvidables años 60. Pero ha sido difícil encontrarlo. Algunos dicen que se fue del país. Otros dicen que, al igual que el auxiliar de la escuela "El loco Ramiro", también se hundió en el trago. Que dejó de trabajar en lo suyo, traumatizado por la inesperada, siempre inesperada, acción del pequeño.

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Lo cierto es que el joven profesor de esa época, Luis Ramírez, apenas alcanzó a terminar el año de la tragedia en la escuela "Alto El Yugo", pidiendo traslado para alejarse de ese lugar que le causaba tanto escozor. La solicitud fue, con toda certeza, aceptada, dada la naturaleza de los hechos que lo agobiaban. Incluso, cabe la posibilidad de que las mismas autoridades educacionales hayan ordenado ese traslado.

La primera vez que lo vi fue en la televisión. Sí, en la T.V. Tuve la intuición de que era él. Una nota breve, en no más de treinta segundos, anunciaba que el profesor universitario Luis Ramírez volvía de Europa, después de haber participado en una importante conferencia internacional sobre "La Educación para el desarrollo de los países pobres" auspiciada por la UNESCO. Agregaba la afirmación algo referente a que el profesor Ramírez había tenido una relevante participación en la conferencia mencionada.

Puede ser alcance de nombre. Además ignoro el segundo apellido, sus rasgos físicos de hace treinta años. Un montón de circunstancias que aconsejan que la intuición, es solamente eso, intuición. Nada de razonamiento lógico, científico, metódico, etc. Pero, la intuición fue tan intensa y sobre todo permanente, pues después de 2 o 3 días seguía pensando lo mismo, que me convencí de la necesidad de indagar, buscar datos en la fuente misma de la información. Me entrevistaría con el profesor universitario Luis Ramírez.

Al otro día, muy temprano, llegué a la universidad. Tuve que esperar media mañana, pues el emérito profesor Ramírez había ido a reunirse con el señor rector de la universidad. Seguro que le estaba informando de su viaje al continente europeo y de otros asuntos académicos de alta relevancia. Y yo esperaba en los pasillos para preguntarle por un niño que hace treinta años se suicidó en una escuela del pueblo de Quilpué. Me parecía una verdadera disonancia, pero algo dentro de mí me impelía a seguir adelante, a esperar, a salir de la abominable duda.

Aunque la vida es una permanente paradoja, cuesta establecer alguna relación entre lo acaecido con Pablo y este inmenso recinto universitario. Cientos de estudiantes transitan por sus pasillos, deben ser miles. Unos se preparan para ser eficaces abogados, otros para ser excelentes constructores civiles. También los hay

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aquellos que aspiran a ser formidables profesores. Todos jóvenes, dispuestos a conquistar el mundo, a atraparlo en el puño de sus manos.

-¿Pablo Enríquez? - dijo, ¿Pablo Enríquez? –El hombre se sobresalta ante la insólitapregunta, luego añade : -El sigue viviendo dentro de mí, lo llevo a todas partes- Me responde el señorRamírez, mirándome con un rostro sereno y afable que invita a las confidencias, danunas tremendas ganas de ser su amigo . A pesar de tener cerca de los sesenta años,demuestra una juventud arraigada firmemente en su interior . Su cabello largo y encrespado le entrega un aire de vitalidad y energía que lo transmite por susbrillantes ojos. Es un hombre vital, un triunfador en su campo, debe ser el mejor. Loadmiro sin saber nada de él, es una persona con ángel, de esos con los cuales uno nose encuentra todos los días.

- Sí, ¿lo conoció? - le vuelvo a consultar, impactado por la afirmación del profesor universitario, aunque comprendo que mi interrogante está de más, es ridícula, inoficiosa. Caminamos por extensos pasillos. Me lleva a su oficina. De un estante recoge un libro que le pertenece, abre una página y me lo entrega diciéndome:

Lea ese párrafo: " Todo profesor debe tener sobre todo muy desarrollada la capacidad de escuchar. Saber escuchar es una cualidad absolutamente necesaria para el educador. Saber escuchar, si bien no es un don, es una cualidad que se puede adquirir, una cualidad inapreciable que se usará toda la vida. Muchas veces, la mayoría de ellas, el niño necesita comunicar algo, no siempre lo hace de un modo lineal, como uno lo espera, es decir, mediante una información verbal. En un gran porcentaje de casos el niño utiliza métodos singulares, tal vez extraños a los adultos, pero como desea comunicarse envía señales. Son llamados, gritos de alerta que a uno le dicen: ¡Hola, aquí estoy, soy un ser humano igual que tú, hazme cariño! Dime que existo, que soy importante para tí. Que no suceda lo de Pablo, un pequeño alumno de escasos ocho años que envió señales ansiosas, desesperadas a todos quienes le rodeábamos, y como no recibió respuestas, decidió llevar a cabo el último gran llamado de atención : se quitó la vida en su propia escuela..."

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Rápidos circuitos eléctricos recorren mi cerebro. Estoy ante el desenlace de un drama extraordinario, la cita leída pertenece a la vida real. Este hombre dedicado enteramente a su profesión y al análisis y estudio de la condición humana, tiene la respuesta a la acción de Pablo. Eso es seguro. A lo menos el profesor Ramírez debe tener su propia versión elaborada a la luz de lo vivido y lo estudiado sobre la acción del niño que se quitó la vida hace 30 años. Además, lo hecho por Pablo afectó tanto al joven profesor rural de hace tres décadas, removió enteramente toda su estructura lanzándola hacia senderos eminentemente positivos y de compromiso con la humanidad, que gracias a Pablo, podríamos decirlo con entera propiedad si es que cabe una frase así en las trayectorias humanas, ya que es inverosímil afirmar con tanta ligereza que una muerte puede llevar a la grandeza intelectual a otro ser humano, gracias a Pablo es lo que es hoy en día Luis Ramírez, un profesor universitario, un académico de alto prestigio, un ser humano que ha encontrado su vocación ahondando en la complicada red que hace actuar a los seres humanos. Un compromiso con la vida, un hombre cuyo horizonte es servir a los demás.

Observo su oficina, es bastante sombría. En la pared cuelga Juan Pablo Segundo, el viajero de la paz, con esa sonrisa fácil, cautivadora, pura, que invita a la calma espiritual. La segunda foto es de Pablo... una ampliación de un niño, también sonriente, con esa sonrisa de un niño, completa y plena de futuros, unos inmensos ojos café, y un cabello moreno cortado en chasquillas, es Pablo Enríquez que sonríe a una vida esquiva desde hace más de treinta años. No puedo dejar de recordar que otra foto de Pablo yace en Valparaíso, pero en un recinto muy diferente a éste, en un bar. Es aquella foto que el viejo Ramiro dejó como postrero recuerdo del tormento que lo perseguía, incapaz de deshacerse de él, o de trocarlo en vigorosas energías que lo impulsaran hacia otras latitudes, como le sucediera al Profesor Ramírez ¿Qué fue del viejo Ramiro? Al dejar la foto en aquel clandestino ¿logró zafarse de Pablo que lo perseguía entre nublados días de alcohólico consumado?

- ¿Un café? - la voz del profesor Ramírez me envuelve en un ambiente de confidencias, un ambiente de seguridad y de respeto que el hombre sabe manejar muy bien. Quizás tenga un par de minutos de tiempo para atenderme, pero da la impresión que en ese momento el tiempo se ha detenido dentro de la oficina.

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EL RELATO:

Cuando conocí a Pablo iniciaba mi quinto año escolar laborando en una escuela rural. Ya comenzaba a molestarme mi actividad. Mi ego me decía que yo debía enseñar en alguna institución más importante que en esa pequeña escuela rural, la encontraba sin interés y monótona. Actuaba con tanta soberbia como si yo conociera toda la ciencia de la educación, como si el ser humano no tuviera secretos para mí. Estaba convencido que mi futuro no era ese, que yo estaba predestinado para hacer cosas grandes, pero ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Sería posible hacer algo trascendente trabajando en una anónima escuela rural? Las respuestas negativas azotaban mi espíritu y me producían una gran perturbación.

Cuando Pablo se suicidó, más que una impresión externa que se introducía en mí, tuve una explosión interna total, me remeció hasta la última fibra, me pasé toda la película de mis estúpidas ambiciones y desagrados millones de veces. El impacto de la muerte de Pablo fue mi gran detonante. Me cuestioné mi manera de actuar, mis ideas tontas, incluso estuve mucho tiempo con la culpabilidad encima. Me repetía mañana, tarde y noche que si yo no hubiese sido tan fatuo, tan imbécil, habría recepcionado las señales de Pablo. Me achaqué la muerte de Pablo por no saber responder a su desesperación, a la búsqueda de algo en que afirmarse en su rápida caída.

Indudablemente Pablo envió señales, antes de llevar a cabo su acto, su último acto en la vida, en contra de la vida. Y yo, pretencioso, vanidoso, pretendía dar terminantes explicaciones a las acciones del niño. Como ejemplo, le puedo citar una que considero fue la más importante hecha en el borde de la desesperación:

- Cierta mañana en que, como casi siempre, Pablo no trajo tarea lo castigué expulsándolo de la sala por una hora de clases. Como si eso fuera un castigo muy adecuado para un niño que tenía problemas inmensurablemente más importantes, más relevantes que hacer una cotidiana tarea escolar. Pasó aproximadamente media hora cuando un niño que había pedido permiso para ir al baño volvió corriendo para

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decirle que Pablo se había subido al techo de la cocina. Salí de la sala y lo hice bajar, yo estaba indignado, este niño se sale completamente de mi esquema pensé, buscando afanosamente en mi particular razonamiento como volverlo al, para mí, cauce normal. Me dijo que se había subido a buscar una pelota. Jamás vi balón alguno en el techo. No supe indagar, extraer informaciones de lo que veía. Con mi super egolatría personal supuse y dí por terminado el asunto, que el pequeño molestoso se había subido al techo solamente para fastidiarme y lograr que yo lo volviera a la sala.

¿Entiende Ud. que todos los actos humanos tienen que tener una explicación? Lo difícil es encontrar la respuesta al enigma humano. Pablito lanzó muchas otras señales, no solamente a mí, sino que a todos los que le rodeábamos pero era yo, quien estaba más cerca de él, la persona que tenía que responderle. Yo pude evitar esa muerte y no lo hice.

- Señor Ramírez ¡por favor! Ud. no puede autoacusarse de algo que sucedió hace treinta años y que con toda seguridad tenía otras variables imposibles de controlar - le interrumpí viéndolo por momentos con una tristeza profunda, que inundaba el pequeño espacio de su oficina.

- No, no crea que me autorrecrimino, ni me siento culpable, ya no siento eso. Eso sí que analizo los hechos como son, o como fueron. Llevo treinta años viviendo con una realidad y he aprendido a soportarla tal como es, a compartir esa dureza con mi profunda convicción de que el ser humano está antes que todo. El es el centro del quehacer de la sociedad, del mundo. Por eso cuelgo la foto de Pablo en mi oficina. Es para recordar permanentemente que siempre hay un ser humano que nos necesita y que no podemos defraudarlo, especialmente si somos profesores. Es para recordar a cada instante que la soberbia y el fanatismo, ya sea personal o colectivo, nos pierde irremisiblemente en un túnel sin regreso.

A duras penas terminé el año escolar 1967. Por suerte faltaban solamente unas cuantas semanas para que concluyera. Al llegar al año nuevo salí de vacaciones, reuní mis objetos personales y nunca más volví. Salí en una búsqueda singular, dolorosa y apasionante. Buscaba mi destino, mi sendero, aquel que me

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correspondía transitar en la vida, a pesar de todas las bifurcaciones que se presentasen.

Estuve un año completo sin ejercer la profesión, para la cual me había preparado. Me fui lo más lejos que pude. En Antofagasta, en pleno desierto abrazado al mar tibio y sugerente de otras visiones, trabajé durante todo ese año en la pesca. Sí, como lo escucha Ud. fui un pescador más dentro de un equipo de 7 hombres que navegábamos en un falucho pesquero. Aún recuerdo su nombre: ALCATRAZ III. Esos hombres me hicieron ver que existían otros modos de ver la vida. Que algunos de mis valores eran espacios vacíos en un mar de sentimientos reales y a flor de piel. Fue una terapia excelente. Un trabajo rudo, sacrificado, pero lleno de recompensas para alguien atormentado como yo en esos tiempos. Mientras nos hacíamos a la mar y buscábamos los cardúmenes de peces tuve una montonera de horas para pensar y requetepensar. Así fue como me replanteé mi ubicación en la vida. Comprendí, por fin, que iba por un camino ciego, totalmente equivocado, que mi soberbia impidió distinguir los gritos que lanzara Pablito mucho antes de arrojarse al vacío. Y seguramente tampoco había escuchado los llamados de muchos otros Pablitos a los cuales yo les había hecho clases durante mis primeros cinco años de docencia. Solamente que ninguno de ellos se había atrevido a dar el gran salto que dio Pablito.

Volví a reingresar al servicio magisterial. Pedí que se me enviara a cualquier escuela rural del país. Quería reiniciar el sendero justo donde yo lo había dejado, donde antiguamente pensaba, con la cabeza repleta de vanidad, que eso era muy poco para mí. Me enviaron a la escuela Valle Escondido, ubicada entre los montes y quebradas al interior de la Serena.

Fueron siete años fructíferos en esa escuela. Allí maduré todas mis concepciones educacionales que hoy las planteo en foros internacionales. Allí encontré el justo equilibrio. Allí aprendí a dudar, a dudar siempre, esa es mi premisa para los profesores y en general para todos, para todos que me quieran escuchar. Dudar es sano, las personas que educan deben saber del beneficio de dudar. Que

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nada es definitivo. De lo contrario se corre el riesgo de dogmatizarse, de ahí al fanatismo existe una distancia breve. Porque la percepción de los hechos y de las cosas son completamente diferentes a como son en realidad. La realidad es un prisma de miles de aristas, eso hay que tenerlo en cuenta en cada decisión relacionada con seres humanos.

Me perfeccioné lo que más pude. Leí todo lo que llegó a mis manos, reflexioné teniendo como telón de fondo mis nuevas concepciones. Sabía que tenía que hacer algo para evitar que muchos profesores dejaran de escuchar los alertas, las señales que muchos Pablitos siguen enviando para que los tomen en cuenta tales como son. Singularidades dentro de un universo que es como es, obra de un ser superior.

Al fin, producto de toda esa inquietud escribí un libro que se llamó justamente "Sobre las señales y sus respuestas en la educación". Fue el abrelatas que me abrió las puertas de la universidad. Lo demás es ya historia conocida.

Esa es la herencia de Pablo. Por eso al comienzo de nuestra conversación yo le dije que Pablo vive en mí. El vive en mí para permitir que muchos otros vivan mediante una atención más íntima, personal, intensa del niño. Ud. habrá escuchado que se habla mucho de la escuela centrada en el ser humano.

El profesor Ramírez detiene su exposición para atender el teléfono. Yo medito en sus palabras. Me doy cuenta que él solamente ha narrado su universo que lleva a cuestas, nada ha hablado de Pablo. Y yo venía a buscar informaciones sobre su muerte, sobre las razones que establecieron en el niño la conveniencia de llevar a cabo el último grito. El profesor ha tenido 30 años para meditar en dichas razones, su opinión debe ser muy interesante, quizás la que más se acerque a la verdad en la muerte de Pablo.

Sin embargo, hay otros mundos derivados desde el alejamiento del pequeño alumno, hace treinta años. Es el impacto del hecho violento que transformó la vida de quienes estaban cerca de él. De este gran profesor universitario, por ejemplo ¿Habría emprendido el camino que emprendió sin Pablo y su lanzamiento al vacío? Es difícil saberlo. Lo que sí es una evidencia concreta es que lo de Pablo

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fue el detonante que impulsó al señor Ramírez a viajar al interior de si mismo, a cuestionarse todo su esquema de vida. Apresuró la búsqueda de su destino y lo encontró razonando en la trágica determinación del niño.

Y es increíble como este hombre logró conocerse más a sí mismo, encontró la ansiada paz entre los pescadores de Antofagasta, mientras el país ardía en desatados odios sin que ese medio ambiente lo influyera de tal manera que hubiese encaminado su búsqueda hacia otros senderos. En 1969 se realizaba la campaña política más intensa que vivió Chile. Se hablaba en un idioma primitivo, o estás con nosotros o estás contra nosotros, hermanos contra hermanos. En toda Sudamérica se encendían los ánimos de los pueblos. Todos alzaban su voz en defensa del pueblo. El desgaste político continental era evidente. Chile asistía al preludio de un largo tránsito entre penurias y penumbras. Era el final de la década de los sesenta. Violenta, inolvidable, importante. La década de los sesenta con su música rock, y las protestas estudiantiles, la guerra de Viet-Nam y todo un montón de violencia, inundando el mundo ... Y en medio de toda esta vorágine un hombre, un profesor que se hace a la mar, metido entre las redes y los garabatos habituales y dialogantes de los pescadores encuentra la anhelada paz interior. Encuentra su razón de ser encima de este planeta. Y desde allí se proyecta en un trabajo de entrega incansable que lo lleva a un respetado sitial en el concierto académico nacional e internacional.

Comprendo que el profesor es un hombre muy ocupado, así que me despido de él y de Pablo, o mejor dicho de los dos Pablos que cuelgan sonrientes en la oficina. Camino por los pasillos de la universidad con la certeza de que el niño que se mató lanzándose del techo de la cocina de su escuela dejó una huella imborrable. Pablo vive en cada profesor, en cada estudiante que lee las enseñanzas de Luis Ramírez, profesor rural hace 30 años, hoy un importante catedrático universitario.

ALGUNOS APUNTES SOBRE LA BIOGRAFIA DE PABLO

A los tres días me llegó una carta tamaño oficio. Como es mi costumbre la estudié detenidamente antes de abrirla. El sobre traía el membrete de la universidad del profesor Ramírez. Adentro venían algunas hojas reunidas bajo el

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título de "Algunos apuntes sobre la biografía de Pablo". Además, venía un mensaje escrito a mano en la cual el profesor Ramírez me autorizaba para utilizar dichos apuntes, ya que él estimaba que ayudaría en algo mi investigación sobre Pablo. Ahora sé que la morbosidad que me ha acompañado en mi intento de escarbar en el suceso de hace 30 años tiene también un interés distinto. Es el conocer los senderos que se bifurcan, (eso lo dijo el escritor ciego Borges que murió en un mundo iluminado por él mismo sin haber recibido el premio Nobel) de tal manera que pueden llevar a un pequeño que recién vive a renunciar a la vida. El documento en cuestión lo reproduzco a continuación, sin agregarle, ni quitarle absolutamente nada:

Pablo René Enríquez Soiza, nació en Limache el 15 de Septiembre de 1960, hijo de la empleada doméstica María Angélica Soiza. El padre de Pablo fue algún varón que engolosinó a la empleadita doméstica las tardes libres de los Miércoles en Viña del Mar, donde ella trabajaba. María Angélica jamás pronunció alguna palabra que se refiriera al padre de Pablo. Seguramente el dolor del desengaño al verse cobardemente abandonada por aquel hombre la llevó a cerrar ese capítulo con fiereza y para siempre.

Pablo fue muy mal recibido, antes de nacer ya producía problemas, pues la joven empleada doméstica perdió su trabajo apenas la dueña de casa supo que estaba embarazada. Quedó sin trabajo y sin poder llegar a su modesta vivienda de la población, allá en el tranquilo pueblo de Limache ; no podía llevarle la vergüenza a la familia. Ella estaba segura que su madre armaría un tremendo escándalo y que sus hermanos le insultarían matiné, vermouth y noche.

Así que Angélica tuvo que estar más de siete meses de allegada en el hogar de una amiga ubicado en la Población Gabriela Mistral, en las alturas de Forestal, cerros humildes de Viña del Mar, porque Viña del Mar no es solamente belleza y turismo, también es pobre, de casas ligeras amontonadas en sus disimulados cerros.

Fue allí donde conoció a Hernán Enríquez quien la cortejó sin tapujos. El joven se prendó de ella apenas la vio. A la tercera vez que salieron juntos

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" a dar una vuelta por el tranque", Hernán le propuso que podrían vivir juntos, que con lo que él ganaba como obrero de la construcción bastaría para los tres.

La verdad es que Angélica no sentía nada por Hernán, pero la oferta era tan buena que aceptó encantada. Hernán no era ningún galán de teleseries, como los que soñaba la joven madre, pero no podía desaprovechar la oportunidad, más todavía si Hernán estuvo dispuesto a darle el apellido al recién nacido. Su galán de teleserie que tendría que llamarse algo así como José Francisco o Marco Antonio, ya tendría tiempo de llegar a su vida. Por lo pronto este Hernán era como caído del cielo.

Hernán Enríquez, en esa época tendría 22 a 23 años, de estatura regular, más bien chico, delgado, pero musculoso, de origen campesino. Nació en el pequeño pueblo campesino de Casablanca. Pelo liso trigueño, tez blanca denunciando sus ancestros españoles mezclados con mapuches, criado en los potreros aledaños al pueblo del poeta Galaz ( aquel del “trompo de siete colores ..”), supo trabajar la tierra desde chiquitito. Fue en esos años cuando se ganó merecidamente el apodo de "El Bala", por su habilidad para ordeñar las vacas. Estudió tres a cuatro años en la escuela rural de Casablanca y después se puso a trabajar. No tenía caso estudiar más, si ya sabía leer y escribir y tenía completo dominio de la técnica de ordeñar vacas.

Tendría recién la mayoría de edad cuando decidió ir a probar suerte a la ciudad. Le atraía la ciudad con sus luces, sus calles y sus semáforos. Y sobre todo tanta mujer bonita circulando por sus calles. Fue así como se estableció en los altos de Forestal, en la ciudad jardín de Viña del Mar, donde la pobreza se esconde en sus cerros con la humildad característica del chileno de pueblo.

El hombre se enamoró hasta los tuétanos de Angélica. Vivía para su casa y para ella, a quien idolatraba. Pronto se compró un terrenito donde comenzó a levantar su hogar con mucho cariño, empeño y alegría. Con el vigor que únicamente nos regala la juventud.

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Su gran error fue haber llevado a su compadre Luchín Carrasco a vivir a su casa ."Por unos días no más, en una de esas me encuentro una buena pega y me arriendo una pieza para mí solito", le dijo el compadre Luchín. Luis Carrasco , el alma del club del barrio y de las fiestas, simpático por naturaleza, pero sumamente flojo, no tardó en tener amoríos con la Angélica, mujer indecisa y disconforme, soñadora y traga teleseries, encontró en el Luchín el galán que esperaba. Mientras el Nano salía a trabajar ella lo engañaba con su amigo, allegado "por algunos días no más", pero que pasaron los meses y no mostraba intención de irse ni de buscar trabajo.

Por supuesto que pronto lo supo todo , Hernán. Los amigos del club deportivo se encargaron de ponerlo al día.

Lo cometido por su mujer Angélica y su amigo Luchín fue garrotazo para Hernán del cual nunca pudo mejorarse, amén de la explosión que reventó en su hogar. El escándalo fue de los grandotes. Aún recuerdan los vecinos de la “pobla”, allá en la Gabriela Mistral, los pormenores. Tuvieron que ir carabineros y llevárselo preso. Le dió tal paliza a su mujer que ella no debe haberlo olvidado por el resto de su vida.

Se salvó porque alcanzó a arrancar y esconderse en la casa de alguna vecina caritativa que arriesgó el reto de su hombre por aceptarla. Todo el barrio comentaba que mientras mejor se portaba el hombre peor lo hacía la mujer. Hernán destrozó todo cuanto pudo destrozar. Aún estaba descargando su furia rompiendo lo que encontraba a mano cuando los carabineros se lo llevaron detenido.

A los tres días lo dejaron libre, previo pago de una multa, jamás volvió a la población Gabriela Mistral. Se fue a Casablanca. Se acordó de su terruño y buscó consuelo en esos parajes.

Por su parte Pablo fue creciendo como pudo. Sobreviviendo a duras penas entre tanta miseria humana. La Angélica se enredó con el Luchín y comenzaron a vivir juntos. Y como el hombre era harto flojo, ella tuvo que salir a trabajar en lo único que sabía hacer: como empleada doméstica .

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Pablo , el pequeño Pablito se quedaba en casa. Comía cuando podía, o cuando al Luchín le daban ganas de tirarle algo. "Guacho de mierda" era el apelativo más suave aludiendo a su condición de hijo de padre desconocido.

Pablo era golpeado constantemente, ya sea por su madre después de discutir con el Luchín, o bien por éste desquitándose porque la Angélica no traía plata a la casa. O bien porque el niño metía bulla mientras el Luchín intentaba dormir. Pablo no supo lo que es recibir cariño de una madre. Tampoco de un padre.

Al cumplir los cuatro años, su madre se lo envió al Nano con una nota en que le explicaba que a ellos no les alcanzaba para alimentar al cabro y que lo hiciera él, que por algo le había dado el apellido. Simplista razonamiento, pero que dió fruto ya que Hernán Enríquez lo adoptó como hijo, aunque de malas ganas.

Así fue cumpliéndose el maldito destino sobre un niño que no conoció el amor ni la caricia de una mano generosa. En ninguna parte encontró salida a su vida. Es increíble pensar como así y todo, pese a su mal vivir, el niño sabía sonreír. Sonreía con los pájaros que inundan la mañana campesina de Casablanca, sonreía con la lluvia empapando sus raídas ropas mientras corría alegre en pleno invierno.

El Nano le daba muy mala vida, le pegaba, lo hacía pasar hambre, lo dejaba solo días enteros. Fue lo más sabroso que conoció en sus escasos ocho años. Como al Nano le dió por entregarse de cuerpo entero al trago, lo cual es otra forma de suicidio pero más lenta, llegaba a casa solamente a dormir en la noche ... si es que llegaba, Pablo aprendió a cocinar su propia comida y a guardar un plato al borracho que llegaría en busca de su cama.

El resto del tiempo lo usaba en vagar. Vagaba libremente como el viento. Se hizo amigo del estero y de los pájaros. Y no había pichanga de fútbol que se perdiera.Era fanático por jugar y correr tras la pelota. Verlo jugar era pensar que la alegría de ese niño se encerraba en el balón que golpeaba con tanto empeño.

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Pablo hacía frente a la vida calurosamente. Le pegaba al balón no con furia sino con la habilidad necesaria para meter el gol. Lo poco que tenía de su auto-estima con toda seguridad lo obtuvo cuando era felicitado por sus compañeros de equipo. El gol era para Pablo el sabor de la vida.

Cumplía seis años Pablo cuando a su padre se le ocurrió irse a vivir a "Alto El Yugo", en las afueras de Quilpué. Allí necesitaban un ordeñador y cuidador de vacas. Un trabajo a la medida de "El Bala" como le decían a Hernán. Además, que en Casablanca ya nadie quería darle trabajo por lo campeón para el trago. En los boliches de Casablanca, ya era una leyenda a pesar que aún no pisaba los treinta años de edad.

Fue el último destello de luz de Hernán Enríquez. Matriculó a Pablo en la escuela cercana en primer año y se propuso tener una mejor vida con el niño. Tal vez algo de cariño le tendría pero era tanto el odio que sentía por la madre del chico que no se atrevía a demostrárselo. Le compró ropa. Y para el también se compró una ropita en la tienda americana, de ropa usada. Dejó de tomar demasiado y se dedicó a cumplir con su trabajo. Incluso alcanzó a asistir a algunas reuniones del Centro de Padres de la escuela.

No se sabe a ciencia cierta que fue lo que terminó por destruirlo. Si fue el mismo trago que lo tenía aprisionado entre sus tentáculos quien apretó más aún a su víctima, o si fue el amor cruelmente pisoteado por Angélica que nunca se apagó, lo único que se sabe es que cayó nuevamente en su lenta auto-eliminación hinchándose de alcohol. Apenas ordeñaba las vacas y ya estaba bebiendo lo que sea. Volvió a beber con más ahínco que nunca, hundiéndose en la interminable noche del alcohólico irreversible, ese que ya es incapaz de volver sobre sus pasos porque se les perdieron , no los reconoce.

Empezó a castigar a Pablo todos los días, especialmente en las noches. En sus accesos de furia solía gritarle todas las groserías que tenía guardadas en su bilis para Angélica.

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Todo el odio acumulado hacia la mujer lo descargaba cruelmente en Pablo. El pequeño resistía, aparentemente, en gran forma. Seguía sonriendo, haciéndose su propia comida, y participando en cuanta pichanga de fútbol encontrase por esos lados.

Por supuesto que Pablo repitió el curso aquel año. Iba solamente de vez en cuando a clases. Al próximo año volvió a primero. Según los niños que fueron compañeros de Pablo, aseguran que fue posteriormente al último 21 de mayo vivido, en que adquirió la idea de marcharse. En ningún momento dijo que se mataría, sino que repitió innumerables veces que se iría muy lejos, igual que Arturo Prat cuando se lanzó al abordaje desde La Esmeralda. Los niños no le entendieron lo que quería decir. El profesor tampoco. Pensó que el borracho del padre planeaba irse a otra ciudad. Quizás a Iquique, donde en el siglo pasado se inmolara el Capitán Prat en la gesta naval que sorprendiera al mundo entero.

El 28 de Octubre de 1967, día del fatídico momento, Pablo llegó como siempre a la escuela, atrasado y sin las tareas hechas. El profesor ya nada le dijo , había resignado a que Pablo no trajera sus deberes escolares. Además, sabía de la mala vida que llevaba con el borracho de su padre.

Pablo regaló su más preciado tesoro a su mejor amigo. A Roberto le regaló su honda hecha de huesos. El Beto lo miró extrañado al principio, pero pronto se iluminó ante la perspectiva de adueñarse de la excelente honda de pájaros. Qué gran amigo es "El Bala" , pensó Roberto.

Pablo pidió permiso para ir al baño, cosa habitual en él, y se dirigió al techo de la cocina. Resueltamente, se subió dispuesto a terminar con todo. A irse a otro lado, o a ningún lado.

Alcanzó a agonizar no más de cinco minutos. Su pequeño cuerpo estaba quebrado en varias partes y sangraba profusamente. A pesar de los dolores murió con una bella sonrisa en los labios. En su mano derecha apretaba un botón de rosa arrancada del jardín de la escuela ".

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LA CONFESION DE ROBERTO

Si bien ya está delineada la mísera vida de Pablo faltan algunos detalles para completar la figura extraída de un diario que recuerda las noticias de hace treinta años. Pablo ha tomado su propia fisonomía después de su ida, su ausencia nos delata la presencia de fuerzas salvajes difíciles de controlar, pero que sin embargo convivimos con ellas. Pablo se ha proyectado a través de los años hacia el futuro por medio del profesor Ramírez, quien utilizó el impacto de la muerte del niño para sacar afuera todas sus potencialidades.

Pero faltan las palabras de Roberto, su mejor amigo, para completar el cuadro. Para unir el rompecabezas y tener la mejor aproximación a una muerte no esperada, pero buscada valientemente por su autor.

Fue sumamente fácil ubicar a Roberto Ulloa , 37 años, uno menos de los que tendría Pablo de seguir con vida, alto ,más de un metro ochenta, rubio, aunque de pelo crespo, ojos celestes plomizos, Roberto da la sensación de ser un hombre serio, profundo, que tiene que tener un momento muy especial en sus menesteres para sonreir.

-¿Para qué escarbar en lo que ocurrió hace treinta años? –interroga Roberto Ulloaeludiendo el tema. Sus ojos plomizos celestes observan por breves segundos a suinterlocutor. Su rostro permanece inalterable.

No se puede adivinar lo que piensa, o lo que desea. Ni por un momento ha dejado su tarea cotidiana. Sigue usando sus herramientas de experimentado mecánico.

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Estamos en su garaje, en lo que él siempre quiso ser, un experto en vehículos. Desde pequeño, cuando fue amigo de Pablo, le fascinaron los autos, camiones, todo lo que tuviese ruedas.

Es el mejor taller mecánico de Quilpué. Pero el maestro Ulloa es tan re idiota, si no aguanta ni una talla, dicen sus clientes, acostumbrados ya a su modo de ser, pero echando de menos lo chabacano y hasta grosero que caracteriza a los garajes de Chile, país donde la broma , la talla fuerte y de doble sentido es una institución nacional.

- Piense que hay muchos Pablos en estos momentos. Lo que le pasó a su amigo podría servir para evitar muchos otros dolores - le digo a Roberto, tratando de parodiar al señor Ramírez. No estoy muy seguro de entenderlo, pero sí totalmente convencido que este hombre tiene algo fundamental que contar. Algo que escapó a la policía de la época, a los periodistas. Incluso a la inconclusa pesquisa hecha por el profesor Ramírez. Es posible que al profesor le haya faltado valor para penetrar más a fondo en un conjunto de circunstancias que lo comprometen a él. O, tal vez haya estimado que es mejor rasgar la piel hasta cierta profundidad, no más. La prueba está que el pedagogo no ha completado la biografía de Pablo. A pesar de los años transcurridos. Y de su cercanía a las fuentes de información.

- ¿Y Ud. qué piensa hacer con la investigación?-Pues, pienso publicar un texto, para los profesores, para los padres ytambién paralos niños y jóvenes. Para todos quienes quieran leerlo. Para reflexionar sobre laimportancia de que los hombres mantengamos una rica comunicación, vital y plena –me sorprendo respondiendo algo que no tenía pensado.

Es como descubrir , en mí , senderos ocultos. Hasta el momento únicamente existía algo, morbosidad, curiosidad, indagación humana, llámese como quiera llamársele. Eso era todo, pero ahora aparece mi Quijote para proponer lo insospechado: publicar un libro sobre lo recolectado de Pablo. Y lo dije con tanta precisión que el hombre levantó la cabeza por segunda vez, sus ojos acerados me recorrieron en una breve eternidad y dejando por primera vez sus herramientas me habló con una voz ronca, concentrada, bien timbrada que no pude dejar de pensar que este hombre de no ser mecánico bien podría ser un excelente locutor en F.M.

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- Es que hay un problema, lo que pueda decirle no es ... digamos, no es creíble a primeras, pero es cierto, completamente cierto.- Yo lo creeré.- ¿Me lo promete?- Se lo prometo.- Esta bien, vamos a mi casa ¡García, ya vuelvo!

Entramos a su casa, construida, o mejor dicho, aún construyéndose, al fondo del garaje. Al mismo tiempo que su señora me sirve un exquisito café en grano, el mecánico aprovecha de lavarse las manos. Al llegar a mí me alarga una honda hecha con goma de cámara de neumático y con una cacha de hueso. La tomo en la mano evocando mis tiempos infantiles. Sin duda que es una excelente honda.

- ¿Qué sabe de esta honda? - me consulta, probando así mi afirmación de que había hablado con el Profesor Ramírez, con la Sra. Albertina, en fin, toda la indagatoria hecha hasta el momento. El hombre era muy precavido.

- ¿Será la honda que Pablo le regaló ese día?

-Exactamente. Es mi amuleto. Es algo muy personal que conservaré, si Dios quiere,hasta el día de mi muerte. Harán unos años atrás vino a verme el profesor que noshizo clases. El señor Ramírez. A él se la mostré. Pero no le conté la verdad porquetuve miedo de que no me creería. Podría haber pensado que mi versión es cosa delocos.

- Incluso, a pesar que Ud. me dio su promesa , temo que no me crea lo que voy acontar. Más, es realmente necesario que cuente lo que viví, no solamente en el momento preciso de la muerte de Pablo, sino antes y después. Han sido treinta años difíciles de convivir con un secreto. Más bien, ¿cómo le podría decir? Más bien con una visión difícil de entender, pero que está aquí, en mi retina. Me refiero a laescena del lanzamiento de Pablo. Pero, déjeme explicarle las cosas a mi modo, tratede no interrumpirme.

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Conocí a Pablo a comienzos del año 1967. Entramos los dos a primer año. Yo por primera vez, él por segundo año en el mismo curso, pues había repetido. Nos hicimos amigos inmediatamente. Yo lo admiraba, era mi ídolo, ya que él sabía un montón de cosas que a mí ni se me pasaban por la cabeza. Era mucho más crecido que mí, parecía ser un pequeño hombre en miniatura.

Recuerdo que las cosas empezaron a ir mal como a mediados de año. El desgraciado de su padre aumentó los castigos. Pablo disminuyó su asistencia a clases. Ya no reía como antes, su risa era triste, muy triste. Cuando el profesor hablaba de las mamás y cuanto debemos quererlas, Pablo bajaba la cabeza y se ponía muy triste. Un día le pregunté si su mamá se había muerto, me respondió que peor que eso, que se había convertido en una puta.

Pablo aún estaría vivo si el mal nacido de su padre no hubiera hecho lo más ruin que un hombre puede hacer a un niño. Una semana antes de la desgracia final, Pablo me confió un secreto. La noche anterior, como siempre, el borracho lo castigó, pero no contento con eso, además lo violó. Eso mismo, lo violó. El no pudo soportar esa hediondez, fue su destrucción total, fue en esos momentos cuando decidió irse de aquí. Recuerdo que me dijo que después que el infame cometiera su despreciable acción, él pasó despierto toda la noche. Dijo que lloró y lloró muchas horas. Se sintió muy mal. Entonces, se le había aparecido una linda señorita que le invitaba a irse con ella. La señorita le contó que adonde se irían era muy hermoso y todos eran felices. Pablo estaba decidido a irse. No tenía otro camino.

Aparentemente siguió siendo el mismo Pablo, pero yo sabía que no era así. Yo no tenía mucha idea lo que era violación. Lo único que me figuraba que era algo maligno, tremendo, asqueroso. Pablo resistía todas las golpizas, también los insultos, ya que el hombre trastornado por el trago, mientras lo golpeaba le insultaba confundiéndolo con Angélica, su madre, pero lo de la violación lo había destrozado.

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Faltarían tres o cuatro días para el desenlace fatal, cuando me acerqué al profesor Ramírez y le conté que Pablo estaba muy mal y que pensaba arrancarse, irse muy lejos, pues la historia de la hermosa señorita yo no me la tragaba. No sabía de qué se trataba , pero no creía en la existencia de la señorita.

Lamentablemente el profesor Ramírez no me escuchó. Es la pura verdad. Me dijo que Pablo tenía sus problemas, pero que ya los solucionaría. Que yo no me preocupara tanto, que ya pasaría todo, que Pablo era también harto porfiado, en fin puras estupideces. Si me hubiera escuchado. No supe a quien acudir. Además yo era demasiado pequeño para discurrir en algo mejor. Así, que quedé sin hacer nada más. Como por esos años mi mamá, que en paz descanse, me estaba enseñando a rezar, por las noches yo le pedía a Dios que cuidase mucho a mi mejor amigo.

El día de la tragedia Pablo llegó atrasado. Lo encontré muy tranquilo, casi diría feliz. Estaba entusiasmado por algo que yo desconocía, pero sospeché que ese día quería irse.

Muy feliz quedé yo cuando me pasó la honda bajo la mesa y guiñándome un ojo me susurró despacio: es tuya, yo ya no la necesito, me voy con la señorita linda. ¿Qué? le pregunté con el miedo a lo desconocido. A lo mejor Pablo pensaba irse con los gitanos, o se escondería en los bosques igual que Tarzán, que sé yo, pensé puras tonteras de cabro chico. El profesor nos hizo callar y nos pidió las tareas.

Como tenía ganas de orinar, pedí permiso para ir al baño. Además la clase estaba bastante aburrida, el profesor andaba un poco enojado. Me entretuve como cinco minutos, o más, apretando el chorro de agua de la llave para que salga más fuerte. Era algo que me gustaba mucho hacer. Voy saliendo del baño cuando los vi. Es una visión que aún recuerdo en todos los detalles.

Sí, los vi a ellos. Pablo caminaba por el techo de la cocina de la mano de una hermosísima mujer. Juro que lo que le digo es completamente cierto. Fuera de mi señora, Ud. es la primera persona a quien le confío lo que vi ese día.

Le puedo describir perfectamente como si hubiera sido hoy, recién: Vestido azul, muy azul, largo, pero no tanto, le llegaba como entre las rodillas y la pantorrilla.

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Cabello recogido y amarrado en forma de tomate arriba de la cabeza. Pies descalzos, alta, caminaba suavemente como flotando. Yo miraba la escena fascinado. Y me dije : así que es verdad que Pablo tiene una amiga que se lo va a llevar. Hasta me alegré un poquito.

Entonces ambos dieron un paso en el aire, como si más allá existiese un camino que yo no veía. Parecía que Pablo flotaba, en el aire, de manos de la señorita. Fue solo una fracción de segundos. Luego Pablo cayó rápidamente con sus manos moviéndose como alas, quizás pretendiendo sujetarse de la nada. La señorita se desvaneció en el aire. Desapareció de un suspiro. Se sintió un terrible golpe en el suelo. La sangre estalló salpicando el suelo. Sentí que mi cabeza reventaba , no sé si me desmayé, pero creo que estuve un buen rato inmóvil, espantado con la escena de Pablo hecho añicos, destrozado en el suelo.

Nunca tendré mi propia respuesta sobre lo que vi. Tampoco he tenido la interpretación o ayuda de alguna persona porque no se lo dije a nadie lo de aquel día. Lo guardé por muchísimos años. Desde ese día me convertí en un viejo. Dejé de jugar y me alejé de la sonrisa . Me ha costado sobreponerme a la desgracia.

Por más de diez años tuve pesadillas con Pablo y la señorita; soñaba que me venían a buscar. Yo no quería ir, tenía miedo. Pablo me decía que vivía muy bien con ella, que ahora estaba en un lugar muy bello. Hasta que comprendí que lo que hizo Pablo era conveniente para él, que si él eligió irse con la señorita, así tenía que ser. Algo así como que estaba destinado que sucediera eso.

No importa lo que hubiese visto, lo importante es que mi amigo sufría mucho, especialmente cuando el desgraciado de su padre se lo violó. Y si encontró la paz en otro lugar en buena hora será.

- ¿Aún se encuentra afectado por la muerte de Pablo?

- Esa es una pregunta absurda señor. He vivido con la muerte de mi mejor amigo y

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creo que eso me acompañará toda la vida. Ya le dije que después de eso me convertí en una persona callada, silenciosa, taciturna .Todavía lo soy. Me cuesta reir. Hace poco me he dado cuenta de ésto, y todo gracias a mi esposa que me ha ayudado mucho. Por largos años arrastré la amargura de la pérdida de mi pequeño amigo. Me había convertido en un solitario amargado, viejo en el sentido de no gozar lo poco que nos da la vida.

Incluso, soñaba con encontrarme con el padre de Pablo y hacerle pagar su inmundicia. Ya joven pensé en buscarlo para matarlo. Pero, después decidí que era mejor que el hombre pagara en vida sus pecados. Dicen que aún está vivo.

Total ¿Quién soy yo para tomar justicia en mis manos? Existe un Dios, un ser todo poderoso que es quien decide lo malo y lo bueno. Aunque nosotros lo sabemos, es él quien solamente puede castigar a ese animal.

VISITANDO A PABLO

Salí del hogar de Roberto sin saber si caminaba o volaba, si habría soñado la narración, o si realmente la había escuchado tal cual la relató. Esa es la historia que tenía guardada el mejor amigo del niño que se lanzó de la cocina de la escuela hace treinta años. No me he puesto a analizar, ni menos a cuestionar la verdad de Roberto. Creo que nunca lo haré. Es lo que es y punto. Y si yo he servido para que el hombre se descargara de un secreto que le restaba energías para enfrentar su propia cotidianeidad, así sea .

He venido hasta aquí, Pablo, para decirte que tuve la oportunidad de conocerte después de treinta años. Que tu acción no se perdió en el tiempo. Aunque pienso que lo que hiciste fue solamente para arrancar de tu miserable vida. Lo que hiciste ha servido, aunque sea doloroso, para ejemplo de muchos.

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Se que dicen que tú no estás aquí, en el cementerio. Que solamente yacen tus restos, tus huesos resecos por más de treinta años, que tu alma se habrá ido a los cielos. Pero, sé , tengo la esperanza que algo de tí me escucha. No te voy a decir que tu sacrificio no fue en vano.

Esas palabras estúpidas pertenecen al repertorio de los discursos. Y lo que hiciste está por sobre esas miserias humanas. Dentro de tu inocencia de tus siete años, pensaste más allá de la frontera donde nos atrevemos a pensar, y si bien ese era el único camino que te quedaba, hiciste lo que hiciste como un grito desesperado que debe servir como modelo para que no se repita en otros niños lo que a tí te pasó.

El profesor Ramírez tiene una idea similar y ha hecho mucho en ese sentido. En el mundo hay muchos Pablitos y es absolutamente indispensable escuchar sus señales y darles algunas respuestas. Chao Pablito, ah, se me olvidaba, dale saludos a tu amiga, la señorita.

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