LECCION #3 El Disipulado y la Oracion

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Lección 3 para el 18 de enero de 2014

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Lección 3 para el 18 de enero de 2014

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“Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un

amigo. No es que se necesite esto para que Dios sepa lo que

somos, sino a fin de capacitarnos para recibirle. La oración

no baja a Dios hacia nosotros, antes bien nos eleva a Él”E.G.W. (El camino a Cristo, pg. 93)

La oración.

Jesús, nuestro ejemplode oración.

La oración intercesora.

La oración de Daniel.

La oración de Jesús.

El discipulado y la oración.

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La oración vincula, en forma milagrosa, a las almas finitas con su Creador infinito.

El creyente sincero confía en la capacidad de Dios de cumplir sus promesas. Nunca alguien ha planteado un pedido que intimide a Dios.

No obstante, debemos ser conscientes de que:

“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7, 9, 11)

Dios está más dispuesto a darnos lo que pidamos que nuestros propios padres (Mt. 7:7-11)

No debemos usar vanas repeticiones ni palabrería (Mt. 6:7)

No sabemos “pedir como conviene” (Rom. 8:26)

Siempre debemos supeditar nuestros pedidos a la voluntad divina: “Hágase tu voluntad” (Mt. 6:10)

Nuestras peticiones de perdón serán escuchadas solo si estamos dispuestos a perdonar a los demás (Mt. 6:12-15)

Es bueno unirnos para orar juntos (Mt. 18:19)

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“Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Marcos 1:35)

Jesús acostumbraba a orar cada día, buscando lugares tranquilos donde pasar tiempo hablando a solas con Dios (Lc. 5:16).

Además de sus oraciones habituales, en momentos especiales Jesús pasaba toda la noche orando (Lc.6:12)

Jesús, nuestro ejemplo, necesitaba mucho tiempo de oración para estar en comunión con su Padre. ¿Cuánto tiempo paso yo hablando con mi Padre en oración?

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“Para el obrero consagrado es una maravillosa fuente de consuelo el

saber que aun Cristo durante su vida terrenal buscaba a su Padre

diariamente en procura de nuevas provisiones de gracia necesaria; y

de esta comunión con Dios salía para fortalecer y bendecir a otros.

¡Contemplad al Hijo de Dios postrado en oración ante su Padre!

Aunque es el Hijo de Dios, fortalece su fe por la oración, y por la

comunión con el cielo acumula en sí poder para resistir el mal y para

ministrar las necesidades de los hombres. Como Hermano Mayor de

nuestra especie, conoce las necesidades de aquellos que, rodeados de

flaquezas y viviendo en un mundo de pecado y de tentación, desean

todavía servir a Dios. Sabe que los mensajeros a quienes considera

dignos de enviar son hombres débiles y expuestos a

errar; pero a todos aquellos que se entregan

enteramente a su servicio les promete ayuda divina.

Su propio ejemplo es una garantía de que la súplica

ferviente y perseverante a Dios con fe—la fe que

induce a depender enteramente de Dios y a

consagrarse sin reservas a su obra—podrá

proporcionar a los hombres la ayuda del Espíritu

Santo en la batalla contra el pecado”

E.G.W. (Los hechos de los apóstoles, p. 45)

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“hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas… Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudadJerusalén, tu santo monte; porque a causa denuestros pecados, y por la maldad de nuestrospadres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobiode todos en derredor nuestro.Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración detu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostroresplandezca sobre tu santuario asolado,por amor del Señor” (Daniel 9:5, 16-17)

A sus casi 90 años de edad, Daniel no obtenía ningún beneficio personal con el retorno de su pueblo a Jerusalén. No obstante se identificó con los pecados de su pueblo e intercedió intensamente por sus hermanos.

La oración intercesora nos ayuda a olvidarnos de nosotros mismos, a identificarnos con aquellos por los que oramos, y a sentir un deseo cada vez mayor por la salvación de sus almas.

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“pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22:32)

Hacer discípulos hoy requiere más que distribuir publicaciones y argumentar con precisión las enseñanzas bíblicas. Orar con simpatía consciente por la angustia de otra persona, y con un deseo apasionado de aliviar esa angustia, sigue siendo todavía la norma de la oración intercesora en el discipulado efectivo.

“No es suficiente predicar a las

almas; debemos orar con ellas y

por ellas, acercándonos a

ellas, no con frialdad, sino con

la simpatía y el amor que

Cristo mostraba por ellas”E.G.W. (Review and Herald, 24 de marzo de 1903)

Jesús oró personalmente por cada uno de sus discípulos, intercediendo por ellos ante el Padre.

En el capítulo 17 de Juan, se registra la oración más larga de Jesús. En ella intercede, no solo por sus discípulos, “sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (v. 20)

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Imitando el ejemplo de Jesús, los primeros discípulos oraban frecuentemente y por muy diversos motivos.

Por la venida del Consolador(Hch. 1:14)

Por liberación en las dificultades (Hch. 12:6-12)

Por los gobernantes y todos los que están en

eminencia (1Tim. 2:1-2)

Por la salvación de todos los hombres

(1Tim. 2:3-4)

Por la aflicción y la enfermedad (Stg. 5:13-15)

Por la edificación y conservación de la fe y

el amor (Jud. 20-21)

“Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1ª de Pedro 4:7)

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“Cristo insta a su pueblo a orar sin cesar. Esto

no significa que siempre hemos de estar sobre

las rodillas, pero esa oración ha de ser como el

aliento vital. Nuestros pedidos

silenciosos, dondequiera estemos, han de

ascender a Dios, y Jesús nuestro

Abogado, implorará en nuestro favor, llevando

con el incienso de su justicia nuestras súplicas

al Padre”

E.G.W. (Recibiréis poder, 23

de octubre)