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LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA 2º Bachillerato. Comentario de Texto Los textos que se proponen en los exámenes PAU de Lengua Castellana, Literatura y Comentario de texto corresponden eminentemente a autores del canon literario, periodístico y ensayístico representativos de las diferentes épocas del siglo XX. Tipología de las preguntas: 1. La ponencia recomienda las siguientes obras. a. El árbol de la ciencia, Pío Baroja. b. Luces de Bohemia, Ramón Mª del Valle Inclán. c. Los girasoles ciegos, Alberto Méndez. d. Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez. e. Antología de poetas del 27 (A. Machado, J.R. Jiménez, entre otros.) 2. Características de las distintas tendencias de ………… señalando autores y obras más representativos. a) La lírica del S. XX hasta 1939. b) La lírica desde 1940 a los años 70 c) La lírica desde los años 70 a nuestros días. d) La narrativa del S. XX hasta 1939. e) La narrativa desde 1940 a los años 70. f) La narrativa desde los años 70 a nuestros días. g) El teatro del S. XX hasta 1939. h) El teatro desde 1940 a nuestros días. i) La novela y el cuento hispanoamericanos en la segunda mitad del s. XX 3. Describir las principales características de género de: a) La poesía lírica. b) El teatro. c) La novela. d) Los principales subgéneros periodísticos (información, opinión y mixtos). e) El lenguaje periodístico. Características principales. f) El ensayo José A. R.P 1

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LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA 2º Bachillerato. Comentario de Texto

Los textos que se proponen en los exámenes PAU de Lengua Castellana, Literatura y Comentario de texto corresponden eminentemente a autores del canon literario, periodístico y ensayístico representativos de las diferentes épocas del siglo XX.

Tipología de las preguntas:

1. La ponencia recomienda las siguientes obras. a. El árbol de la ciencia, Pío Baroja.b. Luces de Bohemia, Ramón Mª del Valle Inclán.c. Los girasoles ciegos, Alberto Méndez.d. Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez.e. Antología de poetas del 27 (A. Machado, J.R. Jiménez, entre

otros.)

2. Características de las distintas tendencias de ………… señalando autores y obras más representativos. a) La lírica del S. XX hasta 1939.b) La lírica desde 1940 a los años 70c) La lírica desde los años 70 a nuestros días.d) La narrativa del S. XX hasta 1939.e) La narrativa desde 1940 a los años 70.f) La narrativa desde los años 70 a nuestros días. g) El teatro del S. XX hasta 1939. h) El teatro desde 1940 a nuestros días.i) La novela y el cuento hispanoamericanos en la segunda mitad del

s. XX

3. Describir las principales características de género de: a) La poesía lírica.b) El teatro. c) La novela. d) Los principales subgéneros periodísticos (información, opinión y

mixtos).e) El lenguaje periodístico. Características principales. f) El ensayo

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1 Primea parte. Capítulo II. Los estudiantes. La acción de la cultura europea en España era realmente restringida, y localizada a cuestiones técnicas, los periódicos daban una idea incompleta de todo; la tendencia general era hacer creer que lo grande de España podía ser pequeño fuera de ella y al contrario, por una especie de mala fe internacional. Si en Francia o en Alemania no hablaban de las cosas de España, o hablaban de ellas en broma, era porque nos odiaban; teníamos aquí grandes hombres que producían la envidia de otros países: Castelar,

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Cánovas, Echegaray… España entera, y Madrid sobre todo, vivía en un ambiente de optimismo absurdo. Todo lo español era lo mejor. Esa tendencia natural a la mentira, a la ilusión del país pobre que se aísla, contribuía al estancamiento, a la fosilificación de las ideas. Aquel ambiente de inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las cátedras. Andrés Hurtado pudo comprobarlo al comenzar a estudiar Medicina. Los profesores del año preparatorio eran viejísimos; había algunos que llevaban cerca de cincuenta años explicando. Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil. Sobre todo, aquella clase de Química de la antigua capilla del Instituto de San Isidro era escandalosa. El viejo profesor recordaba las conferencias del Instituto de Francia, de célebres químicos, y creía, sin duda, que explicando la obtención del nitrógeno y del cloro estaba haciendo un descubrimiento, y le gustaba que le aplaudieran. Satisfacía su pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para la conclusión de la clase con el fin de retirarse entre aplausos como un prestidigitador. Los estudiantes le aplaudían, riendo a carcajadas. A veces, en medio de la clase, a alguno de los alumnos se le ocurría marcharse, se levantaba y se iba. Al bajar por la escalera de la gradería los pasos del fugitivo producían gran estrépito, y los demás muchachos sentados llevaban el compás golpeando con los pies y con los bastones. En la clase se hablaba, se fumaba, se leían novelas, nadie seguía la explicación; alguno llegó a presentarse con una corneta (…).2 Segunda parte. Capítulo II. Una cachupinada. Siguió el baile con animación creciente y Andrés permaneció sin hablar al lado de Lulú. —Me hace usted mucha gracia —dijo ella de pronto, riéndose, con una risa que le daba la expresión de una alimaña. — ¿Por qué? —preguntó Andrés, enrojeciendo súbitamente. — ¿No le ha dicho a usted Julio que se entienda conmigo? ¿Sí, verdad? — No, no me ha dicho nada. — Sí, diga usted que sí. Ahora, que usted es demasiado delicado para confesarlo. A él le parece eso muy natural. Se tiene una novia pobre, una señorita cursi como nosotras para entretenerse, y después se busca una mujer que tenga algún dinero para casarse. — No creo que ésa sea su intención. — ¿Que no? ¡Ya lo creo! ¿Usted se figura que no va a abandonar a Niní? En seguida que acabe la carrera. Yo le conozco mucho a Julio. Es un egoísta y un canallita. Está engañando a mi madre y a mi hermana… y total, ¿para qué? — No sé lo que hará Julio…, yo sé que no lo haría. — Usted no, porque usted es de otra manera… Además, en usted no hay caso, porque no se va a enamorar usted de mí ni aun para divertirse. — ¿Por qué no? — Porque no. Ella comprendía que no gustara a los hombres. A ella misma le gustaban más las chicas, y no es que tuviera instintos viciosos; pero la verdad era que no le hacían impresión los hombres.3. Segunda parte. Capítulo IX. La crueldad universal. Poco después salía Iturrioz a la azotea. — ¿Qué, te pasa algo? —le dijo a su sobrino al verle. — Nada; venía a charlar un rato con usted. — Muy bien, siéntate; yo voy a regar mis tiestos. Iturrioz abrió la fuente que tenía en un ángulo de la terraza, llenó de agua una cuba y comenzó con un cacharro a echar agua en las plantas. Andrés habló de la gente de la vecindad de Lulú, de las escenas del hospital; como casos extraños, dignos de un comentario; de Manolo el Chafandín, del tío Miserias, de don Cleto, de Doña Virginia… — ¿Qué consecuencia puede sacarse de todas estas vidas? —preguntó Andrés al final. — Para mí la consecuencia es fácil —contestó Iturrioz con el bote de agua en la mano—. Que la vida es una lucha constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando los unos a los otros. Plantas, microbios, animales. — Sí, yo también he pensado en eso —repuso Andrés—; pero voy abandonando la idea. (…) — Entonces ¿para usted no hay lucha, ni hay justicia? — En un sentido absoluto, no; en un sentido relativo, sí. Todo lo que vive tiene un proceso para apoderarse primero del espacio, ocupar un lugar, luego para crecer y multiplicarse; este proceso de la energía de un vivo contra los obstáculos del medio, es lo que llamamos lucha. Respecto a la justicia, yo creo que lo justo en el fondo es lo que nos conviene. (…). A pesar de que en el fondo no haya más que esto, un interés utilitario ¿quién duda que la idea de justicia y de equidad es una tendencia que existe en nosotros? ¿Pero cómo la vamos a realizar? — Eso es lo que yo me pregunto: ¿cómo realizarla?

4 Quinta parte. Capítulo V. Alcolea del Campo.

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Muchas veces a Hurtado le parecía Alcolea una ciudad en estado de sitio. El sitiador era la moral, la moral católica. Allí no había nada que no estuviera almacenado y recogido: las mujeres en sus casas, el dinero en las carpetas, el vino en las tinajas. Andrés se preguntaba: ¿Qué hacen estas mujeres? ¿En qué piensan? ¿Cómo pasan las horas de sus días? Difícil era averiguarlo. Con aquel régimen de guardarlo todo, Alcolea gozaba de un orden admirable; sólo un cementerio bien cuidado podía sobrepasar tal perfección. Esta perfección se conseguía haciendo que el más inepto fuera el que gobernara. La ley de selección en pueblos como aquél se cumplía al revés. El cedazo iba separando el grano de la paja, luego se recogía la paja y se desperdiciaba el grano. Algún burlón hubiera dicho que este aprovechamiento de la paja entre españoles no era raro. Por aquella selección a la inversa, resultaba que los más aptos allí eran precisamente los más ineptos. En Alcolea había pocos robos y delitos de sangre: en cierta época los había habido entre jugadores y matones; la gente pobre no se movía, vivía en una pasividad lánguida; en cambio los ricos se agitaban, y la usura  iba sorbiendo toda la vida de la ciudad. El labrador, de humilde pasar, que durante mucho tiempo tenía una casa con cuatro o cinco parejas de mulas, de pronto aparecía con diez, luego con veinte; sus tierras se extendían cada vez más, y él se colocaba entre los ricos. La política de Alcolea respondía perfectamente al estado de inercia y desconfianza del pueblo. Era una política de caciquismo, una lucha entre dos bandos contrarios, que se llamaban el de los Ratones y el de los Mochuelos; los Ratones eran liberales, y los Mochuelos conservadores.5 Sexta parte. Capítulo I. Comentario a lo pasado.

Andrés siguió los preparativos de la guerra con una emoción intensa. Los periódicos traían cálculos completamente falsos. Andrés llegó a creer que había alguna razón para los optimismos. Días antes de la derrota encontró a Iturrioz en la calle. — ¿Qué le parece a usted esto? —le preguntó. — Estamos perdidos. — ¿Pero si dicen que estamos preparados? — Sí, preparados para la derrota. Sólo a ese chino, que los españoles consideramos como el colmo de la candidez, se le pueden decir las cosas que nos están diciendo los periódicos. — Hombre, yo no veo eso. — Pues no hay más que tener ojos en la cara y comparar la fuerza de las escuadras. Tú, fíjate; nosotros tenemos en Santiago de Cuba seis barcos viejos, malos y de poca velocidad; ellos tienen veintiuno, casi todos nuevos, bien acorazados y de mayor velocidad. Los seis nuestros, en conjunto, desplazan aproximadamente veintiocho mil toneladas; los seis primeros suyos sesenta mil. Con dos de sus barcos pueden echar a pique toda nuestra escuadra; con veintiuno no van a tener sitio dónde apuntar. — ¿De manera que usted cree que vamos a la derrota? — No a la derrota, a una cacería. Si alguno de nuestros barcos puede salvarse será una gran cosa. Andrés pensó que Iturrioz podía engañarse; pero pronto los acontecimientos le dieron la razón. El desastre había sido como decía él; una cacería, una cosa ridícula. A Andrés le indignó la indiferencia de la gente al saber la noticia. Al menos él había creído que el español, inepto para la ciencia y para la civilización, era un patriota exaltado y se encontraba que no; después del desastre de las dos pequeñas escuadras españolas en Cuba y en Filipinas, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo; aquellas manifestaciones y gritos habían sido espuma, humo de paja, nada.6.

— (…) Lo que hace a la sociedad malvada es el egoísmo del hombre, y el egoísmo es algo natural, es una necesidad de la vida. ¿Es que supones que el hombre de hoy es menos egoísta y cruel que el de ayer? Pues te engañas. ¡Si nos dejaran!; el cazador que persigue zorras y conejos cazaría hombres si pudiera. (…) ¿Es que tú crees que el egoísmo va a desaparecer? Desaparecería la Humanidad. ¿Es que supones, como algunos sociólogos ingleses y los anarquistas, que se identificará el amor de uno mismo con el amor de los demás? —No; yo supongo que hay formas de agrupación social, unas mejores que otras, y que se deben ir dejando las malas y tomando las buenas. —Esto me parece muy vago. A una colectividad no se la moverá jamás diciéndole: Puede haber una forma social mejor. Es como si a una mujer se le dijera: Si nos unimos, quizá vivamos de una manera soportable. No; a la mujer y a la colectividad hay que prometerles el paraíso; (…) En todas partes y en todas épocas los conductores de hombres son prometedores de paraísos. —Sí, quizá; pero alguna vez tenemos que dejar de ser niños; alguna vez tenemos que mirar a nuestro alrededor con serenidad. ¡Cuántos terrores no nos ha quitado de encima el análisis! Ya no hay monstruos en el seno de la noche, ya nadie nos acecha. Con nuestras fuerzas vamos siendo dueños del mundo.

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Hurtado no podía soportar la bestialidad de aquel idiota de las patillas blancas. Aracil se reía de las indignaciones de su amigo. Una vez Hurtado decidió no volver más por allá. Había una mujer que guardaba constantemente en el regazo un gato blanco. Era una mujer que debió haber sido muy bella, con ojos negros, grandes, sombreados, la nariz algo corva y el tipo egipcio. El gato era, sin duda, lo único que le quedaba de un pasado mejor. Al entrar el médico, la enferma solía bajar disimuladamente al gato de la cama y dejarlo en el suelo; el animal se quedaba escondido, asustado, al ver entrar al médico con sus alumnos; pero uno de los días el médico le vio y comenzó a darle patadas. —Coged a ese gato y matarlo —dijo el idiota de las patillas blancas al practicante. El practicante y una enfermera comenzaron a perseguir al animal por toda la sala; la enferma miraba angustiada esta persecución. —Y a esta tía llevadla a la guardilla —añadió el médico. La enferma seguía la caza con la mirada, y cuando vio que cogían a su gato, dos lágrimas gruesas corrieron por sus mejillas pálidas. —¡Canalla! ¡Idiota! —exclamó Hurtado, acercándose al médico con el puño levantado. —No seas estúpido! —dijo Aracil—. Si no quieres venir aquí, márchate. —Sí, me voy, no tengas cuidado; por no patearle las tripas a ese idiota miserable. Desde aquel día ya no quiso volver más a San Juan de Dios.

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En aquel momento dominaban los Mochuelos. El Mochuelo principal era el alcalde, un hombre delgado, vestido de negro, muy clerical, cacique de formas suaves, que suavemente iba llevándose todo lo que podía del municipio. El cacique liberal del partido de los Ratones era don Juan, un tipo bárbaro y despótico, corpulento y forzudo, con unas manos de gigante, hombre que, cuando entraba a mandar, trataba al pueblo en conquistador. Este gran Ratón no disimulaba como el Mochuelo; se quedaba con todo lo que podía, sin tomarse el trabajo de ocultar decorosamente sus robos. Alcolea se había acostumbrado a los Mochuelos y a los Ratones, y los consideraba necesarios. Aquellos bandidos eran los sostenes de la sociedad; se repartían el botín; tenían unos para otros un “tabú especial”. Andrés podía estudiar en Alcolea todas aquellas manifestaciones del árbol de la vida, y de la vida áspera manchega: la expansión del egoísmo, de la envidia, de la crueldad, del orgullo. A veces pensaba que todo esto era necesario; pensaba también que se podía llegar, en la indiferencia intelectualista, hasta disfrutar contemplando estas expansiones, formas violentas de la vida.

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Tenía Andrés cierta ilusión por el nuevo curso; iba a estudiar Fisiología, y creía que el estudio de las funciones de la vida le interesaría tanto o más que una novela; pero se engañó; no fue así. Primeramente, el libro de texto era un libro estúpido, hecho con recortes de obras francesas y escrito sin claridad y sin entusiasmo; leyéndolo no se podía formar una idea clara del mecanismo de la vida; el hombre parecía, según el autor, como un armario con una serie de aparatos dentro, completamente separados los unos de los otros, como los negociados de un ministerio. Luego, el catedrático era un hombre sin ninguna afición a lo que explicaba, un señor senador, de esos latosos, que se pasaba las tardes en el Senado discutiendo tonterías y provocando el sueño de los abuelos de la Patria. Era imposible que con aquel texto y aquel profesor llegara nadie a sentir el deseo de penetrar en la ciencia de la vida. La Fisiología, cursándola así, parecía una cosa estólida y deslavazada, sin problemas de interés ni ningún atractivo. Hurtado tuvo una verdadera decepción. Era indispensable tomar la Fisiología, como todo lo demás, sin entusiasmo, como uno de los obstáculos que salvar para concluir la carrera. Esta idea, de una serie de obstáculos, era la idea de Aracil. Él consideraba una locura el pensar que habían de encontrar un estudio agradable. Julio, en esto, y en casi todo, acertaba. Su gran sentido de la realidad le engañaba pocas veces.

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-¿Hay que indignarse porque una araña mate a una mosca? -siguió diciendo Iturrioz-. Bueno. Indignémonos. ¿Qué vamos a hacer? ¿Matarla? Matémosla Eso no impedirá que sigan las arañas comiéndose a las moscas. ¿Vamos a quitarle al hombre esos instintos fieros que te repugnan? ¿Vamos a borrar esa sentencia del poeta latino: Homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre? Está bien. En cuatro o cinco mil años lo podremos conseguir. El hombre ha hecho de un carnívoro como el chacal, un omnívoro como el perro; pero se necesitan muchos siglos para eso. No sé si habrás leído que Spallanzani había acostumbrado a una paloma a comer carne y a un águila a comer y digerir pan. Ahí

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tienes el caso de esos grandes apóstoles religiosos y laicos; son águilas que se alimentan de pan en vez de alimentarse de carnes palpitantes; son lobos vegetarianos. Ahí tienes el caso del hermano Juan… -Ese no creo que sea un águila, ni un lobo. -Será un mochuelo o una garduña; pero de instintos perturbados. -Sí, es muy posible -repuso Andrés- ; pero creo que nos hemos desviado de la cuestión; no veo la consecuencia. -La consecuencia a la que yo iba era ésta: que ante la vida no hay más que dos soluciones prácticas para el hombre sereno: o la abstención y la contemplación indiferente de todo, o la acción limitándose a un círculo pequeño. Es decir, que se puede tener el quijotismo contra una anomalía; pero tenerlo contra una regla general, es absurdo. -De manera que, según usted, el que quiera hacer algo tiene que restringir su acción justiciera a un medio pequeño. -Claro, a un medio pequeño; tú puedes abarcar en tu contemplación la casa, el pueblo, el país, la sociedad, el mundo, todo lo vivo y todo lo muerto; pero si intentas realizar una acción, y una acción justiciera, tendrás que restringirte hasta el punto de que todo te vendrá ancho, quizá hasta la misma conciencia. -Es lo que tiene de bueno la filosofía -dijo Andrés con amargura- ; le convence a uno de que lo mejor es no hacer nada.

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1 ESCENA TERCERA

La Taberna de PICA LAGARTOS: Luz de acetileno: Mostrador de cinc: Zaguán oscuro con mesas y banquillos: Jugadores de mus: Borrosos diálogos. - MÁXIMO ESTRELLA y DON LATINO DE HISPALIS, sombras en las sombras de un rincón, se regalan con sendos quinces de morapio.

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EL CHICO DE LA TABERNA: Don Max, ha venido buscándole la Marquesa del Tango.UN BORRACHO: ¡Miau!MAX: No conozco a esa dama.EL CHICO DE LA TABERNA: Enriqueta la Pisa-Bien.DON LATINO: ¿Y desde cuándo titula esa golfa?EL CHICO DE LA TABERNA: Desde que heredó del finado difunto de su papá, que entodavía vive.DON LATINO: ¡Mala sombra!MAX: ¿Ha dicho si volvería?EL CHICO DE LA TABERNA: Entró, miró, preguntó y se fue rebotada, torciendo la gaita. ¡Ya la tiene usted en la puerta!

ENRIQUETA LA PISA-BIEN, una mozuela golfa, revenida de un ojo, periodista y florista, levantaba el cortinillo de verde sarga, sobre su endrina cabeza, adornada de peines gitanos.

LA PISA-BIEN: ¡La vara de nardos! ¡La vara de nardos! Don Max, traigo para usted un memorial de mi mamá: Está enferma y necesita la luz del décimo que le ha fiado.MAX: Le devuelves el décimo y le dices que se vaya al infierno.LA PISA-BIEN: De su parte, caballero. ¿Manda usted algo más?

El ciego saca una vieja cartera, y tanteando los papeles con aire vago, extrae el décimo de la lotería y lo arroja sobre la mesa: Queda abierto entre los vasos de vino, mostrando el número bajo el parpadeo azul del acetileno. LA PISA-BIEN se apresura a echarle la zarpa.

DON LATINO: ¡Ese número sale premiado!LA PISA-BIEN: Don Max desprecia el dinero.EL CHICO DE LA TABERNA: No le deje usted irse, Don Max.MAX: Niño, yo hago lo que me da la gana. Pídele para mí la petaca al amo.EL CHICO DE LA TABERNA: Don Max, es un capicúa de sietes y cincos.LA PISA-BIEN: ¡Que tiene premio, no falla! Pero es menester apoquinar tres melopeas, y este caballero está afónico. Caballero, me retiro saludándole. Si quiere usted un nardo, se lo regalo.MAX: Estate ahí.LA PISA-BIEN: Me espera un cabrito viudo.MAX: Que se aguante. Niño, ve a colgarme la capa.LA PISA-BIEN: Por esa pañosa no dan ni los buenos días. Pídale usted las tres beatas a Pica Lagartos.EL CHICO DE LA TABERNA: Si usted le da coba, las tiene en la mano. Dice que es usted segundo Castelar.MAX: Dobla la capa, y ahueca.EL CHICO DE LA TABERNA: ¿Qué pido?MAX: Toma lo que quieran darte.LA PISA-BIEN: ¡Si no la reciben!DON LATINO: Calla, mala sombra.MAX: Niño, huye veloz.EL CHICO DE LA TABERNA: Como la corza herida, Don Max.MAX: Eres un clásico.LA PISA-BIEN: Si no te admiten la prenda, dices que es de un poeta.DON LATINO: El primer poeta de España.EL BORRACHO: ¡Cráneo previlegiado!MAX: Yo nunca tuve talento. ¡He vivido siempre de un modo absurdo!DON LATINO: No has tenido el talento de saber vivir.MAX: Mañana me muero, y mi mujer y mi hija se quedan haciendo cruces en la boca.

Tosió cavernoso, con las barbas estremecidas, y en los ojos ciegos un vidriado triste, de alcohol y de fiebre.

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Rinconada en costanilla y una iglesia barroca por fondo. Sobre las campanas negras, la luna clara. DON LATINO y MAX ESTRELLA filosofan sentados en el quicio de una puerta. A lo largo de su coloquio, se torna lívido el cielo. En el alero de la iglesia pían algunos pájaros. Remotos albores de amanecida. Ya se han ido los serenos, pero aún están las puertas cerradas. Despiertan las porteras.

MAX: ¿Debe estar amaneciendo? DON LATINO: Así es. MAX: ¡Y qué frío! DON LATINO: Vamos a dar unos pasos. MAX: Ayúdame, que no puedo levantarme. ¡Estoy aterido! DON LATINO: ¡Mira que haber empeñado la capa! MAX: Préstame tu carrik, Latino. DON LATINO: ¡Max, eres fantástico! MAX: Ayúdame a ponerme en pie. DON LATINO: ¡Arriba, carcunda!

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MAX: ¡No me tengo! DON LATINO: ¡Qué tuno eres! MAX: ¡Idiota! DON LATINO: ¡La verdad es que tienes una fisonomía algo rara! MAX: ¡Don Latino de Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré en una novela! DON LATINO: Una tragedia, Max. MAX: La tragedia nuestra no es tragedia. DON LATINO: ¡Pues algo será! MAX: El Esperpento. DON LATINO: No tuerzas la boca, Max. MAX: ¡Me estoy helando! DON LATINO: Levántate. Vamos a caminar. MAX: No puedo. DON LATINO: Deja esa farsa. Vamos a caminar. MAX: Échame el aliento. ¿Adónde te has ido, Latino? DON LATINO: Estoy a tu lado. MAX: Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apis. Lo torearemos.DON LATINO: Me estás asustando. Debías dejar esa broma. MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato. DON LATINO: ¡Estás completamente curda! MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando! MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea. DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo. MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas. DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato. MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas. DON LATINO: ¿Y dónde está el espejo? MAX: En el fondo del vaso. DON LATINO: ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo! MAX: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España. DON LATINO: Nos mudaremos al callejón del Gato. MAX: Vamos a ver qué palacio está desalquilado. Arrímame a la pared. ¡Sacúdeme! DON LATINO: No tuerzas la boca. MAX: Es nervioso. ¡Ni me entero! DON LATINO: ¡Te traes una guasa! MAX: Préstame tu carrik. DON LATINO: ¡Mira cómo me he quedado de un aire! MAX: No me siento las manos y me duelen las uñas. ¡Estoy muy malo! DON LATINO: Quieres conmoverme, para luego tomarme la coleta.MAX: Idiota, llévame a la puerta de mi casa y déjame morir en paz. DON LATINO: La verdad sea dicha, no madrugan en nuestro barrio. MAX: Llama.

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ESCENA UNDÉCIMA.EL RETIRADO.- El Principio de Autoridad es inexorable.EL ALBAÑIL.- Con los pobres. Se ha matado, por defender al comercio, que nos chupa la sangre.EL TABERNERO.- Y que paga sus contribuciones, no hay que olvidarlo.EL EMPEÑISTA.- El comercio honrado no chupa la sangre de nadie.LA PORTERA.- ¡Nos quejamos de vicio!EL ALBAÑIL.- La vida del proletario no representa nada para el Gobierno.MAX.- Latino, sácame de este círculo infernal.

Llega un tableteo de fusilada. El grupo se mueve en confusa y medrosa alerta. Descuella el grito ronco de la mujer, que al ruido de las descargas, aprieta a su niño muerto en los brazos.

LA MADRE DEL NIÑO.- ¡Negros fusiles, matadme también con vuestros plomos!MAX.- Esa voz me traspasa.LA MADRE DEL NIÑO.- ¡Que tan fría, boca de nardo!

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MAX.- ¡Jamás oí voz con esa cólera trágica'DON LATINO.- Hay mucho de teatro.MAX.- ¡Imbécil!

El farol, el chuzo, la caperuza del SERENO, bajan con un trote de madreñas por la acera.

EL EMPEÑISTA.- ¿Qué ha sido, sereno?EL SERENO.- Un preso que ha intentado fugarse.MAX.- Latino, Ya no Puedo gritar... ¡Me muero de rabia!... Estoy mascando ortigas. Ese muerto sabía su fin... No le asustaba, pero temía el tormento... La Leyenda Negra en estos días menguados es la Historia de España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza. Me muero de hambre, satisfecho de no haber llevado una triste velilla en la trágica mojiganga. ¿Has oído los comentarios de esa gente, viejo canalla? Tú eres como ellos. Peor que ellos, porque no tienes una peseta y propagas la mala literatura por entregas. Latino, vi] corredor de aventuras insulsas, llévame al Viaducto. Te invito a regenerarte con un vuelo.DON LATINO.- ¡Max , no te pongas estupendo!

4 Luces de Bohemia. Escena onceEL RETIRADO.-El Principio de Autoridad es inexorable.EL ALBAÑIL.-Con los pobres. Se ha matado por defender el comercio, que nos chupa la sangre.EL TABERNERO.-Y que paga sus contribuciones, no hay que olvidarlo.EL EMPEÑISTA.-El comercio honrado no chupa la sangre de nadie.LA PORTERA.- ¡Nos quejamos de vicio!EL ALBAÑIL.-La vida del proletario no representa nada para el Gobierno.MAX.-Latino, sácame de este círculo infernal.Llega un tableteo de fusilada. El grupo se mueve en confusa y medrosa alerta. Descuella el gritoronco de la mujer, que al ruido de las descargas aprieta a su niño muerto en los brazos.LA MADRE DEL NIÑO.- ¡Negros fusiles, matadme también con vuestros plomos!MÁX.-Esa voz me traspasa.LA MADRE DEL NIÑO.- ¡Qué tan fría, boca de nardo!MAX.- ¡Jamás oí voz con esa cólera trágica!DON LATINO.-Hay mucho de teatro.MAX.- ¡Imbécil!El farol, el chuzo, la caperuza del sereno, bajan con un trote de madreñas por la acera.EL EMPEÑISTA.- ¿Qué ha sido, sereno?EL SERENO.-Un preso que ha intentado fugarse.MAX.-Latino, ya no puedo gritar... ¡Me muero de rabia!... Estoy mascando ortigas. Ese muerto sabía su fin...No le asustaba, pero temía al tormento... La Leyenda Negra, en esos días menguados, es la Historia deEspaña. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza. Me muero de hambre, satisfecho de nohaber llevado una triste velilla en la trágica mojiganga. ¿Has oído los comentarios de esa gente, viejocanalla? Tú eres como ellos. Peor que ellos, porque no tienes una peseta y propagas; la mala literatura, porentregas. Latino, vil corredor de aventuras insulsas, llévame al Viaducto. Te invito a regenerarte con unvuelo.DON LATINO.- ¡Max, no te pongas estupendo!

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MAX.—España, en su concepción religiosa, es una tribu del Centro de África.

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LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA 2º Bachillerato. Comentario de Texto

DON GAY.—Maestro, tenemos que rehacer el concepto religioso, en el arquetipo del Hombre Dios. Hacer la Revolución Cristiana, con todas las exageraciones del Evangelio.

DON LATINO.—Son más que las del compañero Lenin.

ZARATUSTRA. —Sin religión no puede haber buena fe en el comercio.

DON GAY.—Maestro, hay que fundar la Iglesia Española Independiente.

MAX.—Y la Sede Vaticana, El Escorial.

DON GAY.—¡Magnífica Sede! MAX.— Berroqueña.

DON LATINO.—Ustedes acabarán profesando en la Gran Secta Teosófica. Haciéndose iniciados de la sublime doctrina.

MAX.—Hay que resucitar a Cristo.

DON GAY.—He caminado por todos los caminos del mundo, y he aprendido que los pueblos más grandes no se constituyeron sin una Iglesia Nacional. La creación política es ineficaz si falta una conciencia religiosa con su ética superior a las leyes que escriben los hombres.

MAX.—Ilustre Don Gay, de acuerdo. La miseria del pueblo español, la gran miseria moral, está en su chabacana sensibilidad ante los enigmas de la vida y de la muerte. La Vida es un magro puchero; la Muerte, una carantoña ensabanada que enseña los dientes; el Infierno, un calderón de aceite albando1 donde los pecadores se achicharran como boquerones; el Cielo, una kermés sin obscenidades, a donde, con permiso del párroco, pueden asistir las Hijas de María. Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere.

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Ante el mostrador, los tres visitantes, reunidos como tres pájaros en una rama, ilusionados y tristes, divierten sus penas en un coloquio de motivos literarios. Divagan ajenos al tropel de polizontes, al viva el pelón, al gañidos del perro y al comentario apesadumbrado del fantoche que los explota. eran intelectuales sin dos pesetas.

DON GAY: Es preciso reconocerlo. No hay país comparable a Inglaterra. Allí el sentimiento religioso tiene tal decoro, tal dignidad, que indudablemente las más honorables familias son las más religiosas. Si España alcanzase un más alto concepto religioso, se salvaba.

MAX: ¡Recémosle un Réquiem! Aquí los puritanos de conducta son los demagogos de la extrema izquierda. Acaso nuevos cristianos, pero todavía sin saberlo.

DON GAY:  Señores míos, en Inglaterra me he convertido al dogma iconoclasta, al cristianismo de oraciones y cánticos, limpio de imágenes milagreras. 'Y ver la idolatría de este pueblo!

MAX: España, en su concepción religiosa, es una tribu del centro de África.

DON GAY: Maestro, tenemos que rehacer el concepto religioso en el arquetipo del Hombre-Dios. Hacer la Revolución Cristiana, con todas las exageraciones del Evangelio.

DON LATINO: son más que las del compañero Lenin.

ZARATUSTRA: Sin religión no puede haber buena fe en el comercio.

DON GAY: Maestro, hay que fundar la Iglesia Española Independiente.

MAX: Y la Sede Vaticana, El Escorial.

DON GAY: ¡Magnífica Sede!

MAX: Berroqueña

DON LATINO: Ustedes acabarán profesando en la Gran Secta Teosófica. Haciéndose iniciados de la sublime doctrina.

MAX: Hay que resucitar a Cristo.

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DON GAY: He caminado por todos los caminos del mundo y he aprendido que los pueblos más grandes no se constituyeron sin una Iglesia Nacional. La creación política es ineficaz si falta una conciencia religiosa con su ética superior a las leyes que escriben los hombres.

MAX: Ilustre Don Gay, de acuerdo. La miseria del pueblo español, la gran miseria moral, está en su chabacana sensibilidad ante los enigmas de la vida y la muerte. La vida es un magro puchero: La muerte, una carantoña ensabanada que enseña los dientes: El Infierno, una calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran como boquerones: El Cielo, una kermés sin obscenidades adonde, con permiso del párroco, pueden asistir las Hijas de María. Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere.

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El calabozo. Sótano mal alumbrado por una candileja. En la sombra se mueve el bulto de un hombre.

Blusa, tapabocas y alpargatas. Pasea hablando solo. Repentinamente se abre la puerta. MAX ESTRELLA,

empujado y trompicando, rueda al fondo del calabozo. Se cierra de golpe la puerta.

MAX:¡Canallasl. ¡Asalariados! ¡Cobardes!

VOZ FUERA: ¡Aún vas a llevar mancuerna!

MAX: ¡Esbirro!

Sale de la tiniebla el bulto del hombre morador del calabozo. Bajo la luz se le ve esposado, con la cara llena de sangre.

EL PRESO: ¡Buenas noches!

MAX: ¿No estoy solo?

EL PRESO: Así parece.

MAX: ¿Quién eres, compañero?

EL PRESO: Un paria.

MAX: ¿Catalán?

EL PRESO: De todas partes.

MAX: ¡Paria!... Solamente los obreros catalanes aguijan su rebeldía con ese denigrante epíteto. Paria, en bocas como la tuya, es una espuela. Pronto llegará vuestra hora.

EL PRESO: Tiene usted luces que no todos tienen. Barcelona alimenta una hoguera de odio, soy obrero barcelonés, y a orgullo lo tengo.

MAX: ¿Eres anarquista?

EL PRESO: Soy lo que me han hecho las Leyes.

MAX: Pertenecemos a la misma Iglesia.

EL PRESO: Usted lleva chalina.

MAX: ¡El dogal de la más horrible servidumbre! Me lo arrancaré, para que hablemos.

EL PRESO: Usted no es proletario.

MAX: Yo soy el dolor de un mal sueño.

EL PRESO: Parece usted hombre de luces. Su hablar es como de otros tiempos.

MAX: Yo soy un poeta ciego.

EL PRESO: ¡No es pequeña desgracia!... En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero.

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LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA 2º Bachillerato. Comentario de Texto

MAX: Hay que establecer la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol.

EL PRESO: No basta. El ideal revolucionario tiene que ser la destrucción de la riqueza, como en Rusia. No es suficiente la degollación de todos los ricos. Siempre aparecerá un heredero, y aun cuando se suprima la herencia, no podrá evitarse que los despojados conspiren para recobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consigue destruyendo la riqueza. Barcelona industrial tiene que hundirse para renacer de sus escombros con otro concepto de la propiedad y del trabajo. En Europa, el patrono de más negra entraña es el catalán, y no digo del mundo porque existen las Colonias Españolas de América. ¡Barcelona solamente se salva pereciendo!

7MAX.- ¡Don Latino de Híspalis, grotesco personaje, te inmortalizaré en una novela!DON LATINO.- Una tragedia, Max.MAX.- La tragedia nuestra no es tragedia.DON LATINO.- ¡Pues algo será!MAX.- El Esperpento.DON LATINO.- No tuerzas la boca, Max. [...]MAX.- Échame el aliento. ¿Adónde te has ido, Latino?DON LATINO.- Estoy a tu lado.MAX.- Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apís. Le torearemos.DON LATINO.- Me estás asustando. Debías dejar esa broma.MAX.- Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.DON LATINO.- ¡Estás completamente curda!MAX.- Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.DON LATINO.- ¡Miau! ¡Te estás contagiando!MAX.- España es una deformación grotesca de la civilización europea.DON LATINO.- ¡Pudiera! Yo me inhibo.MAX.- Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.DON LATINO.- Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.MAX.- Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.DON LATINO.- ¿Y dónde está el espejo?MAX.- En el fondo del vaso.DON LATINO.- ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!MAX.- Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vidamiserable de España.

8LOS SEPULTUREROS acabada de apisonar la tierra, uno tras otro beben a chorro de un mismo botijo. Sobre el muro de lápidas blancas, las dos figuras acentúan su contorno negro. RUBÉN DARÍO Y EL MARQUÉS DE BRADOMÍN se detienen ante la mancha oscura de tierra removida.RUBÉN.– Marqués, ¿cómo ha llegado usted a ser amigo de Máximo Estrella?EL MARQUÉS.– Max era hijo de un capitán carlista que murió a mi lado en la guerra. ¿Él contaba otra cosa?RUBÉN.– Contaba que ustedes se habían batido juntos en una revolución, allá en Méjico.EL MARQUÉS.– ¡Qué fantasía! Max nació treinta años después de mi viaje a Méjico. ¿Sabe usted la edad que yo tengo? Me falta muy poco para llevar un siglo a cuestas. Pronto acabaré, querido poeta.RUBÉN.– ¡Usted es eterno, Marqués!EL MARQUÉS.– ¡Eso me temo, pero paciencia! Las sombras negras de LOS SEPULTUREROS –al hombro las azadas lucientes- se acercan por la calle de las tumbas. Se acercan.EL MARQUÉS.– ¿Serán filósofos, como los de Ofelia?RUBÉN.– ¿Ha conocido usted alguna Ofelia, Marqués?EL MARQUÉS.– En la edad del pavo, todas la niñas son Ofelias. Era muy pava, aquella criatura, querido Rubén. ¡Y el príncipe, como todos los príncipes, un babieca!RUBÉN.– ¿No ama usted al divino William?EL MARQUÉS.– En el tiempo de mis veleidades literarias, lo elegía por maestro. ¡Es admirable! Con un filósofo tímido y una niña boba en fuerza de inocencia, ha realizado el prodigio de crear la más bella tragedia. Querido Rubén, Hamlet y Ofelia, en nuestra dramática española, serían dos tipos regocijados. ¡Un tímido y una niña boba! ¡Lo que hubieran hecho los gloriosos hermanos Quintero!RUBÉN.– Todos tenemos algo de Hamletos.

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Sigue escribiendo. EL CONSERJE sale, y queda batiente la verde mampara, que proyecta un recuerdo de garitos y naipes. Entra el cotarro modernista, greñas, pipas, gabanes repelados, y alguna capa. El periodista calvo levanta los anteojos a la frente, requiere el cigarro y se da importancia.DON FILIBERTO: ¡Caballeros y hombres buenos, adelante! ¿Ustedes me dirán lo que desean de mí y del Journal?DON LATINO: ¡Venimos a protestar contra un indigno atropello de la Policía! Max Estrella, el granpoeta, aun cuando muchos se nieguen a reconocerlo, acaba de ser detenido y maltratado brutalmente en un sótano del Ministerio de la Desgobernación.DORIO DE GADEX: En España sigue reinando Carlos II.DON FILIBERTO: ¡Válgame un santo de palo! ¿Nuestro gran poeta estaría curda?DON LATINO: Una copa de más no justifica esa violación de los derechos individuales.DON FILIBERTO: Max Estrella también es amigo nuestro. ¡Válgame un santo de palo! El Señor Director, cuando a esta hora falta, ya no viene... Ustedes conocen cómo se hace un periódico. ¡El Director es siempre un tirano!... Yo, sin consultarle, no me decido a recoger en nuestras columnas la protesta de ustedes. Desconozco la política del periódico con la Dirección de Seguridad... Y el relato de ustedes, francamente, me parece un poco exagerado.

10EL MINISTRO: ¡No has cambiado!... Max, yo no quiero herir tu delicadeza, pero en tanto dure aquí,puedo darte un sueldo.MAX: ¡Gracias!EL MINISTRO: ¿Aceptas?MAX: ¡Qué remedio!EL MINISTRO: Tome usted nota, Dieguito. ¿Dónde vives, Max?MAX: Dispóngase usted a escribir largo, joven maestro: -Bastardillos, veintitrés, duplicado, Escalerainterior, Guardilla B-. Nota. Si en este laberinto hiciese falta un hilo para guiarse, no se le pida a laportera, porque muerde.EL MINISTRO: ¡Cómo te envidio el humor!MAX: El mundo es mío, todo me sonríe, soy un hombre sin penas.EL MINISTRO: ¡Te envidio!MAX: ¡Paco, no seas majadero!EL MINISTRO: Max, todos los meses te llevarán el haber a tu casa. ¡Ahora, adiós! ¡Dame un abrazo!MAX: Toma un dedo, y no te enternezcas.EL MINISTRO: ¡Adiós, Genio y Desorden!MAX: Conste que he venido a pedir un desagravio para mi dignidad, y un castigo para unoscanallas. Conste que no alcanzo ninguna de las dos cosas, y que me das dinero, y que lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo sin haber tocado alguna vez el fondo de los Reptiles. ¡Me he ganado los brazos de Su Excelencia!MÁXIMO ESTRELLA, con los brazos abiertos en cruz, la cabeza erguida, los ojos parados, trágicos en su ciega quietud, avanza como un fantasma. Su Excelencia, tripudo, repintado, mantecoso, responde con un arranque de cómico viejo, en el buen melodrama francés. Se abrazan los dos. Su Excelencia, al separarse, tiene una lágrima detenida en los párpados. Estrecha la mano del bohemio, y deja en ella algunos billetes.

11DORIO DE GADEX.- ¡Padre y Maestro Mágico, salud!MAX.- ¡Salud, Don Dorio!DORIO DE GADEX.- ¡Maestro, usted no ha temido el rebuzno libertario del honrado pueblo!MAX.- ¡El épico rugido del mar! ¡Yo me siento pueblo!DORIO DE GADEX.- ¡Yo, no!MAX.- ¡Porque eres un botarate!DORIO DE GADEX.- ¡Maestro, pongámonos el traje de luces de la cortesía! ¡Maestro, usted tampoco se siente pueblo! Usted es un poeta, y los poetas somos aristocracia. Como dice Ibsen, las multitudes y las montañas se unen siempre por la base.MAX.- ¡No me aburras con Ibsen!PÉREZ.- ¿Se ha hecho usted crítico de teatros, Don Max?DORIO DE GADEX.- ¡Calla, Pérez!DON LATINO.- Aquí sólo hablan los genios.MAX.- Yo me siento pueblo. Yo había nacido para ser tribuno de la plebe y me acanallé perpetrandotraducciones y haciendo versos. ¡Eso sí, mejores que los hacéis los modernistas!DORIO DE GADEX.- Maestro, preséntese usted a un sillón de la Academia.MAX.- No lo digas en burla, idiota. ¡Me sobran méritos! Pero esa prensa miserable me boicotea. Odian mi rebeldía y odian mi talento. Para medrar hay que ser agradador de todos los Segismundos. ¡El Buey Apis me despide como a un criado! ¡La Academia me ignora! ¡Y soy el primer poeta de España! ¡El primero! ¡El primero! ¡Y ayuno! ¡Y no me humillo pidiendo limosna! ¡Y no me parte un rayo! ¡Yo soy el verdadero inmortal, y no esos cabrones del cotarro académico! ¡Muera Maura!

12ZARATUSTRA entra y sale en la trastienda, con una vela encendida. La palmatoria pringosa tiembla en la mano del fantoche. Camina sin ruido, con andar entrapado. La mano, calzada con mitón negro, pasea la luz por los estantes de libros. Media cara en reflejo y media en sombra. Parece que la nariz se le dobla sobre una oreja. El ¡oro ha puesto el pico bajo el ala. Un retén de polizontes pasa con un hombre maniatado. Sale alborotando el barrio un chico pelón montado en una caña, con una bandera.EL PELÓN.- ¡Vi-va-Es-pa-ña!El CAN.- ¡Guau! ¡Guau!

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ZARATUSTRA.- ¡Está buena España!DON GAY.- Es preciso reconocerlo. No hay país comparable a Inglaterra. Allí el sentimiento religioso tiene tal decoro, tal dignidad que indudablemente las más honorables familias son las más religiosas. Si España alcanzase un más alto concepto religioso, se salvaba.MAX .- ¡Recémosle un Réquiem! Aquí los puritanos de conducta son los demagogos de la extrema izquierda. Acaso nuevos cristianos, pero todavía sin saberlo.DON GAY.-Señores míos, en Inglaterra me he convertido al dogma iconoclasta, al cristianismo de oraciones y cánticos, limpio de imágenes milagreras. ¡Y ver la idolatría de este pueblo!MAX .- España, en su concepción religiosa, es una tribu del Centro de África.DON GAY.- Maestro, tenemos que rehacer el concepto religioso en el arquetipo del Hombre-Dios. Hacer la Revolución Cristiana con todas las exageraciones del Evangelio.DON LATINO.- Son más que las del compañero Lenin.ZARATUSTRA.- Sin religión no puede haber buena fe en el comercio.DON GAY.- Maestro, hay que fundar la Iglesia Española Independiente. [...]MAX .- Hay que resucitar a Cristo.DON GAY.-He caminado por todos los caminos del mundo y he aprendido que los pueblos más grandes no se constituyeron sin una Iglesia Nacional. La creación política es ineficaz si falta una conciencia religiosa con su ética superior a las leyes que escriben los hombres.MAX .- Ilustre Don Gay, de acuerdo. La miseria del pueblo español, la gran miseria moral, está en su chabacana sensibilidad ante los enigmas de la vida y de la muerte. La Vida es un magro puchero: La Muerte, una carantoña ensabanada que enseña los dientes: El Infierno, un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran como boquerones: El Cielo, una kermés sin obscenidades a donde, con permiso del párroco, pueden asistir las Hijas de María. Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere.

13MAX .- ¿Quién eres, compañero?EL PRESO.-Un paria.MAX .- ¿Catalán?EL PRESO.- De todas partes.MAX .- ¡Paria!... Solamente los obreros catalanes aguijan su rebeldía con ese denigrante epíteto. Paria, en bocas como la tuya, es una espuela. Pronto llegará vuestra hora.EL PRESO.- Tiene usted luces que no todos tienen. Barcelona alimenta una hoguera de odio, soy obrero barcelonés y a orgullo lo tengo.MAX .- ¿Eres anarquista?EL PRESO.- Soy lo que me han hecho las Leyes.MAX .- Pertenecemos a la misma Iglesia.EL PRESO.- Usted lleva chalina.MAX .- ¡El dogal de la más horrible servidumbre! Me lo arrancaré, para que hablemos.EL PRESO.- Usted no es proletario.MAX .- Yo soy el dolor de un mal sueño.EL PRESO.- Parece usted hombre de luces. Su hablar es como de otros tiempos.MAX .- Yo soy un poeta ciego.EL PRESO.- ¡No es pequeña desgracia...! En España el trabajo y la inteligencia siempre se han vistomenospreciados. Aquí todo lo manda el dinero.MAX .- Hay que establecer la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol.EL PRESO.- No basta. El ideal revolucionario tiene que ser la destrucción de la riqueza, como en Rusia. No es suficiente la degollación de todos los ricos: Siempre aparecerá un heredero, y aun cuando se suprima la herencia, no podrá evitarse que los despojados conspiren para recobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consigue destruyendo la riqueza. Barcelona industrial tiene que hundirse para renacer de sus escombros con otro concepto de la propiedad y del trabajo. En Europa, el patrono de más negra entraña es el catalán, y no digo del mundo porque existen las Colonias Españolas de América. ¡Barcelona solamente sesalva pereciendo!

14EL RETIRADO.- El Principio de Autoridad es inexorable.EL ALBAÑIL.- Con los pobres. Se ha matado, por defender al comercio, que nos chupa la sangre.EL TABERNERO.- Y que paga sus contribuciones, no hay que olvidarlo.EL EMPEÑISTA.- El comercio honrado no chupa la sangre de nadie.LA PORTERA.- ¡Nos quejamos de vicio!EL ALBAÑIL.- La vida del proletario no representa nada para el Gobierno.MAX.- Latino, sácame de este círculo infernal.Llega un tableteo de fusilada. El grupo se mueve en confusa y medrosa alerta. Descuella el grito ronco de la mujer, que al ruido de las descargas, aprieta a su niño muerto en los brazos.LA MADRE DEL NIÑO.- ¡Negros fusiles, matadme también con vuestros plomos!MAX.- Esa voz me traspasa.LA MADRE DEL NIÑO.-¡Que tan fría, boca de nardo!MAX.- ¡Jamás oí voz con esa cólera trágica!DON LATINO.- Hay mucho de teatro.MAX.- ¡Imbécil!El farol, el chuzo, la caperuza del SERENO, bajan con un trote de madreñas por la acera.EL EMPEÑISTA.- ¿Qué ha sido, sereno?EL SERENO.- Un preso que ha intentado fugarse.

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MAX.- Latino, Ya no Puedo gritar... ¡Me muero de rabia!... Estoy mascando ortigas. Ese muerto sabía su fin... No le asustaba, pero temía el tormento... La Leyenda Negra en estos días menguados es la Historia de España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza. Me muero de hambre, satisfecho de no haber llevado una triste velilla en la trágica mojiganga. ¿Has oído los comentarios de esa gente, viejo canalla? Tú eres como ellos. Peor que ellos, porque no tienes una peseta y propagas la mala literatura por entregas. Latino, vil corredor de aventuras insulsas, llévame al Viaducto. Te invito a regenerarte con un vuelo.

15DON LATINO.- Yo era el redactor financiero. En París nos tuteábamos, Rubén.RUBÉN.- Lo había olvidado.MAX.- ¡Si no has estado nunca en París!DON LATINO.- Querido Max, vuelvo a decirte que no te pongas estupendo. Siéntate e invítanos a cenar. ¡Rubén, hoy este gran poeta, nuestro amigo, se llama Estrella Resplandeciente!RUBÉN.-¡Admirable! ¡Max, es preciso huir de la bohemia!DON LATINO.- ¡Está opulento! ¡Guarda dos pápiros de piel de contribuyente!MAX.- ¡Esta tarde tuve que empeñar la capa y esta noche te convido a cenar! ¡A cenar con el rubio Champaña, Rubén!RUBÉN.- ¡Admirable! Como Martín de Tours, partes conmigo la capa, transmudada en cena. ¡Admirable!DON LATINO.- ¡Mozo, la carta! Me parece un poco exagerado pedir vinos franceses ¡Hay que pensar en el mañana, caballeros!MAX.- ¡No pensemos!DON LATINO.- Compartiría tu opinión, si con el café, la copa y el puro nos tomásemos un veneno.MAX.- ¡Miserable burgués!DON LATINO.- Querido MAX, hagamos un trato. Yo me bebo modestamente una chica de cerveza y tú me apoquinas en pasta lo que me había de costar la bebecua.RUBÉN.- No te apartes de los buenos ejemplos, Don Latino.DON LATINO.- Servidor no es un poeta. Yo me gano la vida con más trabajo que haciendo versos.RUBÉN.-Yo también estudio las matemáticas celestes.DON LATINO.- ¡Perdón entonces! Pues sí, señor, aun cuando me veo reducido al extremo de venderentregas, soy un adepto de la Gnosis y la Magia.RUBÉN.-¡Yo lo mismo! [...]MAX.- ¿Tú eres creyente, Rubén?RUBÉN.- ¡Yo creo!MAX.- ¿En Dios?RUBÉN.-¡Y en el Cristo!MAX.- ¿Y en las llamas del Infierno?RUBÉN.-¡Y más todavía en las músicas del Cielo!MAX.- ¡Eres un farsante, Rubén!RUBÉN.- ¡Seré ingenuo!MAX.- ¿No estás posando?RUBÉN.-¡No!MAX.- Para mí, no hay nada tras la última mueca. Si hay algo, vendré a decírtelo.RUBÉN.-¡Calla, Max, no quebrantemos los humanos sellos!MAX.- Rubén, acuérdate de esta cena. Y ahora mezclemos el vino con las rosas de tus versos. Te escuchamos.RUBÉN se recoge estremecido, el gesto de ídolo, evocador de terrores y misterios. MAX. ESTRELLA, un poco enfático, le alarga la mano. Llena los vasos DON LATINO. RUBÉN sale de su meditación con la tristeza vasta y enorme esculpida en los ídolos aztecas.RUBÉN.- Veré si recuerdo una peregrinación a Compostela... Son mis últimos versos.MAX.- ¿Se han publicado? Si se han publicado, me los habrán leído, pero en tu boca serán nuevos.RUBÉN.- Posiblemente no me acordaré. [...]RUBÉN asiente con un gesto sacerdotal y, tras de humedecer los labios en la copa, recita lento y cadencioso, como en sopor, y destaca su esfuerzo por distinguir de eses y cedas.RUBÉN.- ¡¡¡La ruta tocaba a su fin. /Y en el rincón de un quicio oscuro, / nos repartimos un pan duro /conel Marqués de Bradomín!!!

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Los girasoles ciegos Alberto Méndez

Los girasoles ciegosAlberto Méndez

1He observado atentamente el rostro blanco de Elena. Su palidez ya no es tan macilenta como en

el momento de la muerte. Sencillamente ha perdido todos los colores. Quizás la muerte sea

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transparente. Y heladora. Durante las primeras horas he sentido la necesidad de mantener su mano entre las mías, pero poco a poco me he encontrado unos dedos sin caricias y he sentido miedo de que fuera ése el recuerdo que quedara grabado en mi piel insatisfecha. Llevo varias horas sin tocarla y ya no soy capaz de reposar junto a su cuerpo. El niño sí. Ahora yace exhausto acurrucado junto a su madre. Por un momento he pensado que pretendía devolver el calor al cuerpo inerte que le sirvió de refugio mientras duró el zumbido de la guerra.

Sí. Hemos perdido una guerra y dejarnos atrapar por los fascistas sería lo mismo que regalarles otra vez otra victoria. Elena ha querido seguirme y ahora sabemos que nuestra decisión ha sido errónea. Quiero pensar que jamás se cometió un error tan generoso.

Debimos hacer caso a sus padres, a los que pido perdón por permitir que Elena me acompañase en mi huida.

Que te quedes, no te harán daño, le dije. Que te sigo. Que me matan. Que me muero. Hablábamos de la muerte para dejar la vida al descubierto. Pero nos equivocábamos. Nunca debimos emprender un viaje tan interminable estando ella de ocho meses. El niño no vivirá y yo me dejaré caer en los pastos que cubrirá la nieve para que de las cuencas de mis ojos nazcan flores que irriten a quienes prefirieron la muerte a la poesía.

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Este texto fue encontrado en 1940 en una braña de los altos de Somiedo, donde se enfrentan Asturias y León. Se encontraron un esqueleto adulto y el cuerpo desnudo de un niño de pecho sorprendentemente conservado sobre unos sacos de arpillera tendidos en un jergón; una piel de lobo y lana de cabra montesa, pelos de jabalí y unos helechos secos les cobijaban. Los dos cuerpos estaban juntos y envueltos en una colcha blanca, «como formando un nido»… En 1952, buscando otros documentos en el Archivo General de la Guardia Civil, encontré un sobre amarillo clasificado como DD (difunto desconocido). Dentro había un cuaderno con pastas de hule, de pocas páginas y cuadriculado, cuyo contenido transcribo… No había más señal de vida, pero el informe sí recoge –y eso es lo que me indujo a leer el manuscrito– que, en la pared, había una frase que rezaba: «Infame turba de nocturnas aves». El texto es éste:

PÁGINA 1 Elena ha muerto durante el parto. No he sido capaz de mantenerla a este lado de la vida. Sorprendentemente, el niño está vivo. Ahí está, desmadejado y convulsivo sobre un lienzo limpio al lado de su madre muerta. Y yo no sé qué hacer. No me atrevo a tocarlo. Seguramente le dejaré morir junto a su madre, que sabrá cuidar de un alma niña y le enseñará a reír, si es que hay un sitio para que las almas rían. Ya no huiremos a Francia. Sin Elena no quiero llegar hasta el fin del camino. Sin Elena no hay camino. ¿Cómo se corrige el error de estar vivo? ¡He visto muchos muertos pero no he aprendido cómo se muere uno!

PÁGINA 2 No es justo que comience la muerte tan temprano, ahora que aún no ha habido tiempo para que la vida se diera por nacida. He dejado todo como estaba. Nadie podrá decir que he intervenido. La madre muerta, el niño agitadamente vivo y yo inmóvil por el miedo. Es gris el color de la huida y triste el rumor de la derrota…

3

Por fin, llegó [el capitán Alegría] a Somosierra, un pueblo de granito y pizarra que necesita el paisaje para ser hermoso. Llegó al atardecer, con un sol oblicuo y denso a sus espaldas que le permitió acercarse a la caseta del fielato* donde los guardianes del camino habían instalado sus reales. Allí estaban los soldados del ejército que había ganado la última batalla, con los uniformes, las botas, los tabardos y las armas que él había administrado tantos años. No sintió ni nostalgia ni arrepentimiento, pero sí melancolía.

Les observó tras su difusa miopía durante horas, incluso cuando la noche se echó encima y los soldados tuvieron que encender hogueras para iluminar el camino y calentarse. Observó la parodia de un cambio de guardia, hecho al buen tuntún y con una desgana que reflejaba más hastío que victoria.

Debió de ser entonces cuando nació la reflexión que recogió en unas notas encontradas en su bolsillo el día de su segunda muerte, la real, que tuvo lugar más tarde, cuando se levantó la tapa de la vida con un fusil arrebatado a sus guardianes.

«¿Son estos soldados que veo lánguidos y hastiados los que han ganado la guerra? No, ellos quieren regresar a sus hogares adonde no llegarán como militares victoriosos sino como extraños de la vida, como ausentes de lo propio, y se convertirán, poco a poco, en carne de vencidos. Se amalgamarán con quienes han sido derrotados, de los que sólo se diferenciarán por el estigma de sus rencores contrapuestos. Terminarán temiendo, como el vencido, al vencedor real, que venció al ejército enemigo y al propio. Sólo algunos muertos serán considerados protagonistas de la guerra.»

Todos los pensamientos y con ellos la memoria debieron de quedar sepultados bajo la fiebre, bajo el hambre, bajo el asco que sentía de sí mismo, porque haciendo acopio de la poca fuerza que aún le quedaba, arrastrándose ya, pues ni siquiera incorporarse pudo en el último momento, se aproximó al

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cuerpo de guardia lentamente, sin importarle el asombro y la repulsión que sintieron los soldados al ver arrastrarse esos despojos.

Cuando el llanto se lo permitió, dijo:–Soy de los vuestros.

4

El niño está enfermo. Casi no se mueve. He matado la vaca y le estoy dando su sangre. Pero apenas logra tragar algo. He hervido trozos de carne y huesos hasta hacer un caldo espeso y oscuro. Se lo estoy dando disuelto en agua de nieve. Todo huele, otra vez, a muerte. Está muy caliente. Ahora escribo con él en mi regazo y duerme. ¡Cuánto le quiero! Le he cantado una canción triste de Federico.

Llanto de una calaveraque espera un beso de oro.(Fuera viento sombríoy estrellas turbias).

Ya no recuerdo los poemas que recitaba a los soldados. Con el hambre lo primero que se muere es la memoria. No logro escribir un solo verso y, sin embargo, en mi cabeza resuenan mil nanas para mi hijo. Todas tienen la misma letra: ¡Elena! Hoy le he besado. Por primera vez le he besado. Se me habían olvidado mis labios de no usarlos. ¿Qué habrá sentido él ante el primer contacto con el frío? Es terrible, pero debe de tener ya tres o cuatro meses y nadie le había besado hasta hoy. Él y yo sabemos qué largo es el tiempo sin un beso y ahora, probablemente, no nos quede suficiente para resarcirnos. El miedo, el frío, el hambre, la rabia y la soledad desalojan la ternura. Sólo regresa como un cuervo cuando olisquea el amor y la muerte. Y ahora ha regresado confundida. Olfatea ambas cosas. ¿Hay ternuras blancas y ternuras negras? Elena, ¿de qué color era tu ternura? Ya no lo recuerdo, ni siquiera sé si lo que siento es pena. Pero le he besado sin tratar de suplantarte.

5

Juan observó sus manos, incapaces de devastar aquella pelambrera llena de piojos. ¿Cómo pudieron alguna vez recorrer con precisión el glisando tras el que se ocultaba Bach? Ahora los sabañones habían eliminado cualquier destreza. Ya sólo eran hábiles para la lendrera. Aun así intentó un gesto de ternura sobre la coronilla del muchacho imberbe, que no hizo nada por eludirle. Charlaron.

Se llamaba Eugenio Paz, tenía dieciséis años y había nacido en Brunete. Su tío era el propietario del único bar del pueblo, donde servía su madre, que, aun siendo la hermana del propietario, recibía un trato humillante a pesar de su abnegada dedicación a la cocina y a la limpieza del local. Como el campo la nieve tenía que tenerlo. ¡En un pueblucho de mierda! Cuando estalló la guerra esperó a que su tío tomara partido para tomar él el contrario. Fue así como proclamó su fidelidad a la República.

Tenía el aspecto de un niño incapaz de envejecer. Como si la sombra desarrapada de aquella prisión no le afectara, no había en su rostro atezado nada rectilíneo, nada angular, porque la severidad y la tristeza también le estaban negadas. Rechoncho y de mediana estatura, hablaba siempre frunciendo los labios, como si se arrepintiese de decir lo que decía. Pero no era así, porque sus ojos azules miraban fijamente los de su interlocutor convirtiendo cualquier banalidad en verdades como puños. Algo amigable y tierno se desprendía de cada una de sus frases, que, inevitablemente, trufaba de casticismos y sucedáneos de blasfemias.

Participó en la guerra como quien juega, sólo para que no ganara el adversario, sin ideales, sin pensar en las razones de su toma de postura. Y, como en un juego, cumplió las reglas hasta el final, disparando como francotirador cuando las tropas de Franco entraron en Madrid llevándose por delante a todos los que se encontraban a su paso.

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- ¿Y de qué hablaban?  

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 Juan Senra se volvió al presidente del tribunal pidiendo autorización para contestar y esperó a que un gesto condescendiente le permitiera hacerlo. El coronel le autorizó a responder. Juan estaba siendo juzgado como criminal de lesa patria y se enfrentaba al dolor de la madre de un asesino convicto y a punto estuvo de tomar partido por ella.          No sé, de todo un poco, dijo. De su infancia, de sus padres… De las cosas de la cárcel. A veces de la guerra. Y con estas vaguedades Juan Senra comenzó una mentira prolongada y densa que, surgida de un instante de piedad, se convirtió en el estribo de la vida.      Aquella mujer oscura, recortada sobre la luz del ventanal que estaba a sus espaldas,agarrada a su bolso como si quisiera evitar que se fuera volando, formulaba sus preguntas con una severidad que nada tenía que ver con la severidad de los jueces. Ella no quería condenar ni absolver, sólo discernir entre lo verdadero y lo falso. Quizás saber. De sus labios inmóviles, incoloros y tensos, brotaban las preguntas sin angustia, sin interés por la respuesta.      Severa, prematuramente encanecida y sin la ternura de las madres, enlutada y triste, parecía un remedo del dolor posando para alguien que retratara la venganza. Y, sin embargo, la ansiedad de su mirada, la indiferencia por todo lo que distrajera la memoria de su hijo, la perversidad con la que buscaba la mentira, la convertían en algo muy parecido a una madre destrozada.

7— ¿Y de qué hablaban?

Juan Senra se volvió al presidente del tribunal pidiendo autorización para contestar y esperó a que un gesto condescendiente le permitiera hacerlo. El coronel le autorizó a responder. Juan estaba siendo juzgado como criminal de lesa patria y se enfrentaba al dolor de la madre de un asesino convicto y a punto estuvo de tomar partido por ella.

No sé, de todo un poco, dijo. De su infancia, de sus padres… De las cosas de la cárcel. A veces de la guerra. Y con estas vaguedades Juan Senra comenzó una mentira prolongada y densa que, surgida de un instante de piedad, se convirtió en el estribo de la vida.

Aquella mujer oscura, recortada sobre la luz del ventanal que estaba a sus espaldas, agarrada a su bolso como si quisiera evitar que se fuera volando, formulaba sus preguntas con una severidad que nada tenía que ver con la severidad de los jueces. Ella no quería condenar ni absolver, sólo discernir entre lo verdadero y lo falso. Quizás saber. De sus labios inmóviles, incoloros y tensos, brotaban las preguntas sin angustia, sin interés por la respuesta.

Severa, prematuramente encanecida y sin la ternura de las madres, enlutada y triste, parecía un remedo del dolor posando para alguien que retratara la venganza. Y, sin embargo, la ansiedad de su mirada, la indiferencia por todo lo que distrajera la memoria de su hijo, la perversidad con la que buscaba la mentira, la convertían en algo muy parecido a una madre destrozada.

— Tenía una marca de quemadura que se hizo siendo niño con aceite hirviendo ¿Dónde?— En el muslo derecho, en la parte interior. Tuve que inyectarle sedantes después de la operación.

Por eso lo sé.— ¿Qué operación?Juan sustituyó el bieldo del hijo del ovejero por una peritonitis, o algo así. Cuando llegó a Porlier

estaba prácticamente curado, aunque convaleciente.Y otra vez, con la esperanza de hallar el sortilegio, buscó el abracadabra:— Era un buen paciente.

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Yo procuraba no invitar a nadie a casa, para que mi padre no tuviera que encerrarse en el armario, pero mi madre, quizás por amor, quizás por estrategia, establecía un ritmo de reuniones con mis amigos en nuestro piso. Cuando esto ocurría, mi padre se encerraba en su armario con un candil de carburo y unos libros hasta que todos se habían marchado. Afortunadamente, la portera, mal encarada y grosera, y su marido, Casto, un albañil silicótico y macilento, montaban en cólera siempre que veían pasar a algún niño que no fuera vecino de la casa que tan celosamente guardaban. Esto, además de añadir un miedo más a nuestras visitas evitaba las imprevistas de mis amigos y los sobresaltos que siempre producían los timbrazos.

No podré olvidar nunca que en una ocasión en que la reunión tuvo lugar en nuestra casa, mi padre se sintió enfermo y tuvo que  ir al cuarto de baño perentoriamente. A pesar de que teníamos la puerta del comedor cerrada, a través de los cristales y de los visillos que la adornaban alguien entrevió una sombra recorriendo el pasillo.

Para salir del paso, mi madre resolvió la situación hablando de un fantasma que de vez en cuando venía a visitarnos. Naturalmente, la explicación heló la sangre de todos los presentes, pero estábamos tan hechos al miedo, tan acostumbrados a las imágenes del Infierno, conocíamos tan bien lo aciago y sus horribles moradores, que todos dieron por buena la explicación. Seguimos jugando al parchís y al cabo del rato se oyó el ruido de la cisterna del retrete que, al llenarse, producía un traqueteo que terminaba en un silbido parecido al ulular del viento. El estupor y el miedo les paralizó, pero mi madre se limitó a comentar con naturalidad:

    -Siempre hace lo mismo este fantasma. Tira de la cadena y se marcha.

    Una sensación de alivio se derramó sobre mis amigos y continuamos jugando".

9— No bebas más, Ricardo, te estás matando. — ¿Beber es lo que me está matando? No digas bobadas. — Necesitamos estar lúcidos para... — Para vivir como si no existiéramos, ¿es eso? — No, para seguir juntos, para resistir todo el tiempo necesario. No me gusta que Lorenzo te vea tan deshecho. Por favor...

Con un gesto rápido retiró la botella de la mesa y fue a la cocina a guardarla en la fresquera. La casa estaba a oscuras y la tenue luz del pasillo sólo insinuaba los perfiles de las cosas. Aun conociendo la casa como la palma de la mano, había momentos en los que tenía que caminar a tientas. Cuando Elena regresó al comedor, la luz estaba encendida y su marido asomado a la ventana abierta de par en par. Pese al frío, casi todas las ventanas estaban abiertas para que el olor a manteca quemada y a coliflor revenida no impregnara su pobreza. Serían las diez de la noche y Lorenzo hacía tiempo que dormía.

Como si quisiera protegerle de una lengua de fuego, se precipitó sobre Ricardo con tal vehemencia que le hizo caer al suelo. Así permanecieron, arrebujándole con su cuerpo, hasta que comprobaron que otras voces y otros silencios daban los hechos por no ocurridos. Nada alteraba el frío.

Casi inmóviles, fueron desplazando suavemente con sus cuerpos el aire que mediaba entre sus cuerpos, entrelazándose hasta guarecerse mutuamente de la noche y sus miradas. Escondidos el uno en el otro hablaron del miedo, de Lorenzo y su entereza cómplice, de Elena huida, de la necesidad de no caer en el desánimo.

— No es eso, Elena, es estupor. No por haber perdido una guerra que ya estaba perdida el día en que empezó, es otra cosa.

— ¿El qué?

— Que alguien quiera matarme no por lo que he hecho, sino por lo que pienso... y, lo que es peor, si quiero pensar lo que pienso, tendré que desear que mueran otros por lo que piensan ellos. Yo no quiero que nuestros hijos tengan que matar o morir por lo que piensan.

Rompió en un lamento sofocado, gutural y sordo, que su mujer fue rebañando con los labios, buscando con su lengua los ojos de su esposo y apretando sus labios contra el llanto. Gota a gota, fue sorbiendo el dolor de su marido. Y también su rabia.

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La primera vez que el capitán Alegría estuvo cerca del riesgo fue, precisamente, el día que comienza esta historia. Su decisión no fue la de unirse al enemigo sino rendirse, entregarse prisionero. Un desertor es un enemigo que ha dejado de serlo; un rendido es un enemigo derrotado, pero sigue siendo un enemigo. Alegría insistió varias veces sobre ello cuando fue acusado de traición. Pero eso ocurrió más tarde.

En una confidencia inoportuna que días más tarde utilizaría el fiscal militar para pedir su muerte con ignominia, Alegría confesó a un suboficial intachable que los defensores de la República, hubieran humillado más al ejército de Franco rindiéndose el primer día de la guerra que resistiendo tenazmente, porque cada muerto de esa guerra, fuera del bando que fuera, había servido sólo para glorificar al que mataba. Sin muertos, dijo, no habría gloria, y sin gloria, sólo habría derrotados.

Aunque se unió al ejército sublevado en julio de 1936, al principio estuvo bajo la indecisión de sus mandos, que no veían en aquel alférez provisional las cualidades de un guerrero y que destinaron finalmente a Intendencia, donde su rectitud y su formación serían más útiles que en el campo de batalla. Sin embargo, sabemos por los comentarios a sus compañeros de armas que un cansancio sumergido y el pasar de los muertos le transformó, según sus propias palabras, en un vivo rutinario. Aun así, a finales de 1938, fue ascendido al grado de capitán para premiar su celo.

Soy un rendido.Es probable que el tipógrafo armado con un fusil que desplazó el várgano de la alambrada para

hacerse cargo de un capitán del ejército sublevado nunca llegara a saber que así comenzaba otro caos que sólo tangencialmente tenía algo que ver con esa guerra.Nadie disparó. Cuando llegó al borde de una trinchera republicana, varios hombres vestidos de paisano le apuntaron con sus armas asustados y amenazantes. Obedeciendo una orden, saltó al interior de la trinchera y alguien en la oscuridad le despojó de la pistola que llevaba al cinto. No opuso resistencia. El arma estaba limpia, brillante y engatillada; jamás había disparado. Para el capitán Alegría desprenderse de ella hubiera sido contravenir las ordenanzas. Se rendía, es cierto, pero en perfecto estado de revista

11

He encontrado una cabra montés medio comida por los lobos. Todavía quedaban restos abundantes y hoy comeremos sus despojos. Con los huesos y las vísceras he logrado hacer una sopa muy suave que el niño acepta bien.

(Aquí se produce un significativo cambio de la caligrafía. Aunque la pulcritud de la escritura se mantiene, los trazos son algo más apresurados. O, cuando menos, más indecisos. Probablemente ha transcurrido bastante tiempo.)

¿Me reconocerían mis padres si me vieran? No puedo verme pero me siento sucio y degradado porque, en realidad, ya soy hijo de esa guerra que ellos pretendieron ignorar pero que inundó de miedo sus establos, sus vacas famélicas y sus sembrados. Recuerdo mi aldea silenciosa y pobre ajena a todo menos al miedo que cerró sus ojos cuando mataron a don Servando, mi maestro, quemaron todos sus libros y desterraron para siempre a todos los poetas que él conocía de memoria.

He perdido. Pero pudiera haber vencido. ¿Habría otro en mi lugar? Voy a contarle a mi hijo, que me mira como si me comprendiera, que yo no hubiera dejado que mis enemigos huyeran desvalidos, que yo no hubiera condenado a nadie por ser sólo un poeta. Con un lápiz y un papel me lancé al campo de batalla y de mi cuerpo surgieron palabras a borbotones que consolaron a los heridos y del consuelo que yo dibujaba salieron generales bestiales que justificaron los heridos. Heridos, generales, generales, heridos. Y yo, en medio, con mi poesía. Cómplice. Y, además, los muertos.12

Todos hablaban a menudo de sus padres. Uno de ellos, Tino, con aspecto de cachorro grande y que tenía cada ojo de un color, estaba orgulloso de su padre porque era picador de toros además de oficinista. Disfrutábamos cuando el enorme coche de cuadrillas que funcionaba con gasógeno iba a recogerle y él aparecía, espigado y grave, en el portal con su espectacular traje de luces. Otro de los integrantes del grupo de la esquina, Pepe Amigo, se ufanaba de que su padre cazaba pájaros los domingos en Paracuellos del Jarama: con redes en primavera y con liga durante el invierno. Tenía su casa, diminuta y pobre, llena de jaulas con jilgueros que cubrían por las noches para que descansaran de su agitación durante el día. Al padre de Pepe Amigo le admirábamos porque tenía una motocicleta Gilera con el cambio de marchas en el depósito de gasolina, de forma que, fuera a la velocidad que fuera, tenía que soltar una mano del manillar para cambiar de marcha y eso nos parecía una proeza. Y ello a pesar de que era cojo y llevaba un alza enorme en el zapato derecho.

También recuerdo a los dos hermanos Chaburre, que tenían doce vacas en el patio interior del edificio y abastecían de leche a la vecindad, que acudía a comprarles con las lecheras de aluminio. Su

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padre las ordenaba y, en las raras ocasiones en que nos dejaban pasar a verlas, todos pensábamos en el valor que implicaba ordeñar aquellas bestias tan enormes y tan hoscas.

Podría enumerar las razones por las cuales todos admirábamos a los padres de los habitantes de la manzana. Ésta fue la única compensación que tuve el día en que se hizo público que el mío no sólo no había muerto sino que estaba en casa cuidándome desde el interior de un armario.

Crónica de una muerte

anunciada

Gabriel García

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Crónica de una muerte anunciadaGabriel García Márquez

1

Era tal la perplejidad del juez instructor ante la falta de pruebas contra Santiago Nasar, que su buena labor parece por momentos desvirtuada por la desilusión. En el folio 416, de su puño y letra y con la tinta roja del boticario, escribió una nota marginal: Dadme un prejuicio y moveré el mundo. Debajo de esa paráfrasis de desaliento, con un trazo feliz de la misma tinta de sangre, dibujó un corazón atravesado por una flecha. Para él, como para los amigos más cercanos de Santiago Nasar, el propio comportamiento de éste en las últimas horas fue una prueba terminante de su inocencia.

La mañana de su muerte, en efecto, Santiago Nasar no había tenido un instante de duda, a pesar de que sabía muy bien cuál hubiera sido el precio de la injuria que le imputaban. Conocía la índole mojigata de su mundo, y debía saber que la naturaleza simple de los gemelos no era capaz de resistir al escarnio, Nadie conocía bien a Bayardo San Román, pero Santiago Nasar lo conocía bastante para saber que debajo de sus ínfulas mundanas estaba tan subordinado como cualquier otro a sus prejuicios de origen. De manera que su despreocupación conciente hubiera sido suicida. Además, cuando supo por fin en el último instante que los hermanos Vicario lo estaban esperando para matarlo, su reacción no fue de pánico, como tanto se ha dicho, sino que fue más bien el desconcierto de la inocencia.

Mi impresión personal es que murió sin entender su muerte.

2

Ángela Vicario era la hija menor de una familia de recursos escasos. Su padre, Poncio Vicario, era orfebre de pobres, y la vista se le acabó de tanto hacer primores de oro para mantener el honor de la casa. Purísima del Carmen, su madre, había sido maestra de escuela hasta que se casó para siempre. Su aspecto manso y un tanto afligido disimulaba muy bien el rigor de su carácter. «Parecía una monja», recuerda Mercedes. Se consagró con tal espíritu de sacrificio a la atención del esposo y a la crianza de los hijos que a uno se le olvidaba a veces que seguía existiendo. Las dos hijas mayores se habían casado muy tarde. Además de los gemelos, tuvieron una hija intermedia que había muerto de fiebres crepusculares, y dos años después seguían guardándole un luto aliviado dentro de la casa, pero riguroso en la calle. Los hermanos fueron criados para ser hombres. Ellas habían sido educadas para casarse. Sabían bordar con bastidor, coser a máquina, tejer encaje de bolillo, lavar y planchar, hacer flores artificiales y dulces de fantasía, y redactar esquelas de compromiso. A diferencia de las muchachas de la época, que habían descuidado el culto de la muerte, las cuatro eran maestras en la ciencia antigua de velar a los enfermos, confortar a los moribundos y amortajar a los muertos. Lo único que mi madre les reprochaba era la costumbre de peinarse antes de dormir. «Muchachas —les decía—: no se peinen de noche que se retrasan los navegantes.» Salvo por eso, pensaba que no había hijas mejor educadas. «Son perfectas —le oía decir con frecuencia—. Cualquier hombre será feliz con ellas, porque han sido criadas para sufrir.

3

Llevaba un traje de lienzo color de trigo, botines de cordobán con los cordones cruzados, y unos espejuelos de oro prendidos con pinzas en la cruz de la nariz y sostenidos con una leontina en el ojal del chaleco. Llevaba la medalla del valor en la solapa y un bastón con el escudo nacional esculpido en el pomo. Fue el primero que se bajó del automóvil, cubierto por completo por el polvo ardiente de nuestros malos caminos, y no tuvo más que aparecer en el pescante para que todo el mundo se diera cuenta de que Bayardo San Román se iba a casar con quien quisiera.Era Ángela Vicario quien no quería casarse con él. «Me parecía demasiado hombre para mí», me dijo. Además, Bayardo San Román no había intentado siquiera seducirla a ella, sino que hechizó a la familia con sus encantos. Ángela Vicario no olvidó nunca el horror de la noche en que sus padres y sus hermanas mayores con sus maridos, reunidos en la sala de la casa, le impusieron la obligación de casarse con un hombre que apenas había visto. Los gemelos se mantuvieron al margen. «Nos pareció que eran vainas de mujeres», me dijo Pablo Vicario. El argumento decisivo de los padres fue que

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una familia dignifica da por la modestia no tenía derecho a despreciar aquel premio del destino. Ángela Vicario se atrevió apenas a insinuar el inconveniente de la falta de amor, pero su madre lo demolió con una sola frase:-También el amor se aprende.A diferencia de los noviazgos de la época, que eran largos y vigilados, el de ellos fue de sólo cuatro meses por las urgencias de Bayardo San Román. No fue más corto porque Pura Vicario exigió esperar a que terminara el luto de la familia. Pero el tiempo alcanzó sin angustias por la manera irresistible con que Bayardo San Román arreglaba las cosas.«Una noche me preguntó cuál era la casa que más me gustaba -me contó Ángela Vicario-. Y yo le contesté, sin saber para qué era, que la más bonita del pueblo era la quinta del viudo de Xius». Yo hubiera dicho lo mismo. Estaba en una colina barrida por los vientos, y desde la terraza se veía el paraíso sin limite de las ciénagas cubiertas de anémonas moradas, y en los días claros del verano se alcanzaba a ver el horizonte nítido del Caribe, y los trasatlánticos de turistas de Cartagena de Indias. Bayardo San Román fue esa misma noche al Club Social y se sentó a la mesa del viudo de Xius a jugar una partida de dominó.

-Viudo -le dijo-: le compro su casa.-No está a la venta -dijo el viudo.-Se la compro con todo lo que tiene dentro.

4

Nadie hubiera pensado, ni lo dijo nadie, que Ángela Vicario no fuera virgen. No se le había conocido ningún novio anterior y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de una madre de hierro. Aun cuando le faltaban menos de dos meses para casarse, Pura Vicario no permitió que fuera sola con Bayardo San Román a conocer la casa en que iban a vivir, sino que ella y el padre ciego la acompañaron para custodiarle la honra.«Lo único que le rogaba a Dios es que me diera valor para matarme -me dijo Ángela Vicario-. Pero no me lo dio». Tan aturdida estaba que había resuelto contarle la verdad a su madre para librarse de aquel martirio, cuando sus dos únicas confidentes, que la ayudaban a hacer flores de trapo junto a la ventana, la disuadieron de su buena intención. «Les obedecí a ciegas -me dijo- porque me habían hecho creer que eran expertas en chanchullos de hombres». Le aseguraron que casi todas las mujeres perdían la virginidad en accidentes de la infancia. Le insistieron en que aun los maridos más difíciles se resignaban a cualquier cosa siempre que nadie lo supiera. La convencieron, en fin, de que la mayoría de los hombres llegaban tan asustados a la noche de bodas, que eran incapaces de hacer nada sin la ayuda de la mujer, y a la hora de la verdad no podían responder de sus propios actos. «Lo único que creen es lo que vean en la sábana», le dijeron. De modo que le enseñaron artimañas de comadronas para fingir sus prendas perdidas, y para que pudiera exhibir en su primera mañana de recién casada, abierta al sol en el patio de su casa, la sábana de hilo con la mancha del honor.5

Pedro Vicario, según declaración propia, fue el que tomó la decisión de matar a Santiago Nasar, y al principio su hermano no hizo más que seguirlo. Pero también fue él quien pareció dar por cumplido el compromiso cuando los desarmó el alcalde, y entonces fue Pablo Vicario quien asumió el mando. Ninguno de los dos mencionó este desacuerdo en sus declaraciones separadas ante el instructor. Pero Pablo Vicario me confirmó varias veces que no le fue fácil convencer al hermano de la resolución final. Tal vez no fuera en realidad sino una ráfaga de pánico, pero el hecho es que Pablo Vicario entró solo en la pocilga a buscar los otros dos cuchillos, mientras el hermano agonizaba gota a gota tratando de orinar bajo los tamarindos. «Mi hermano no supo nunca lo que es eso -me dijo Pedro Vicario en nuestra única entrevista-. Era como orinar vidriomolido». Pablo Vicario lo encontró todavía abrazado del árbol cuando volvió con los cuchillos. «Estaba sudando frío del dolor -me dijo- y trató de decir que me fuera yo solo porque él no estaba en condiciones de matar a nadie». Se sentó en uno de los mesones de carpintero que habían puesto bajo los árboles para el almuerzo de la boda, y se bajó los pantalones hasta las rodillas. «Estuvo como media hora cambiándose la gasa con que llevaba envuelta la pinga», me dijo Pablo Vicario. En realidad no se demoró más de diez minutos, pero fue algo tan difícil, y tan enigmático para Pablo Vicario, que lo interpretó como una nueva artimaña del hermano para perder el tiempo hasta el amanecer. De modo que le puso el cuchillo en la mano y se lo llevó casi por la fuerza a buscar la honra perdida de la hermana.-Esto no tiene remedio -le dijo-: es como si ya nos hubiera sucedido

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LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA 2º Bachillerato. Comentario de Texto

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Habíamos estado juntos en la casa de María Alejandrina Cervantes hasta pasadas las tres, cuando ella misma despachó a los músicos y apagó las luces del patio de baile para que sus mulatas de placer se acostaran solas a descansar. Hacía tres días con sus noches que trabajaban sin reposo, primero atendiendo en secreto a los invitados de honor, y después destrampadas a puertas abiertas con los que nos quedamos incompletos con la parranda de la boda. María Alejandrina Cervantes, de quien decíamos que sólo había de dormir una vez para morir, fue la mujer más elegante y la más tierna que conocí jamás, y la más servicial en la cama, pero también la más severa. Había nacido y crecido aquí, y aquí vivía, en una casa de puertas abiertas con varios cuartos de alquiler y un enorme patio de baile con calabazos de luz comprados en los bazares chinos de Paramaribo. Fue ella quien arrasó con la virginidad de mi generación. Nos enseñó mucho más de lo que debíamos aprender, pero nos enseñó sobre todo que ningún lugar de la vida es más triste que una canoa vacía. Santiago Nasar perdió el sentido desde que la vio por primera vez. Yo lo previne: Halcón que se atreve con garza guerrera, peligros espera. Pero él no me oyó, aturdido por los silbos quiméricos de María Alejandrina Cervantes. Ella fue su pasión desquiciada, su maestra de lágrimas a los 15 años, hasta que Ibrahim Nasar se lo quitó de la cama a correazos y lo encerró más de un año en El Divino Rostro. Desde entonces siguieron vinculados por un afecto serio, pero sin el desorden del amor, y ella le tenía tanto respeto que no volvió a acostarse con nadie si él estaba presente.

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Para la inmensa mayoría sólo hubo una víctima: Bayardo San Román. Suponían que los otros protagonistas de la tragedia habían cumplido con dignidad, y hasta con cierta grandeza, la parte de favor que la vida les tenía señalada. Santiago Nasa, había expiado la injuria, los hermanos Vicario habían probado su condición de hombres, y la hermana burlada estaba otra vez en posesión de su honor. El único que lo había perdido todo era Bayardo San Román. «El pobre Bayardo», como se le recordó durante años. Sin embargo, nadie se había acordado de él hasta después del eclipse de luna, el sábado siguiente, cuando el viudo de Mus le contó al alcalde que había visto un pájaro fosforescente aleteando sobre su antigua casa, y pensaba que era el ánima de su esposa que andaba reclamando lo suyo. El alcalde se dio en la frente una palmada que no tenía nada que ver con la visión del viudo.

-¡Carajo! -gritó-. ¡Se me había olvidado ese pobre hombre!Subió a la colina con una patrulla, y encontró el automóvil descubierto frente a la quinta, y vio una luz solitaria en el dormitorio, pero nadie respondió a sus llamados. Así que forzaron una puerta lateral y recorrieron los cuartos iluminados por los rescoldos del eclipse. «Las cosas parecían debajo del agua», me contó el alcalde. Bayardo San Román estaba inconsciente en la cama, todavía como lo había visto Pura Vicario en la madrugada del lunes con el pantalón de fantasía y la camisa de seda, pero sin los zapatos. Había botellas vacías por el suelo, y muchas más sin abrir junto a la cama, pero ni un rastro de comida. «Estaba en el último grado de intoxicación etílica», me dijo el doctor Dionisio Iguarán, que lo había atendido de emergencia.

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Dueña por primera vez de su destino, Ángela Vicario descubrió entonces que el odio y el amor son pasiones recíprocas. Cuantas más cartas mandaba, más encendía las brasas de su fiebre, pero más calentaba también el rencor feliz que sentía contra su madre. «Se me revolvían las tripas de sólo verla -me dijo-, pero no podía verla sin acordarme de él.»

Su vida de casada devuelta seguía siendo tan simple como la de soltera, siempre  bordando a máquina con sus amigas como antes hizo tulipanes de trapo y pájaros de papel, pero cuando su madre se acostaba permanecía en el cuarto escribiendo cartas sin porvenir hasta la madrugada. Se volvió lúcida, imperiosa, maestra de su albedrío, y volvió a ser virgen sólo para él, y no reconoció otra autoridad que la suya ni más servidumbre que la de su obsesión.

Escribió una carta semanal durante media vida. «A veces no se me ocurría qué decir -me dijo muerta de risa-, pero me bastaba con saber que él las estaba recibiendo.» Al principio fueron esquelas de

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Page 28: LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA 2º Bachillerato. …€¦  · Web viewPrimeramente, el libro de texto era un libro estúpido, hecho con recortes de obras francesas y escrito sin

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compromiso, después fueron papelitos de amante furtiva, billetes perfumados de novia fugaz, memoriales de negocios, documentos de amor, y por último fueron las cartas indignas de una esposa abandonada que se inventaba enfermedades crueles para obligarlo a volver. Una noche de buen humor se le derramó el tintero sobre la carta terminada, y en vez de romperla le agregó una posdata: «En prueba de mi amor te envío mis lágrimas». En ocasiones, cansada de llorar, se burlaba de su propia locura. Seis veces cambiaron la empleada del correo, y seis veces consiguió su complicidad. Lo único que no se le ocurrió fue renunciar. Sin embargo, él parecía insensible a su delirio: era como escribirle a nadie.

Una madrugada de vientos, por el año décimo, la despertó la certidumbre de que él estaba desnudo en su cama. Le escribió entonces una carta febril de veinte pliegos en la que soltó sin pudor las verdades amargas que llevaba podridas en el corazón desde su noche funesta. Le habló de las lacras eternas que él había dejado en su cuerpo, de la sal de su lengua, de la trilla de fuego de su verga africana. Se la entregó a la empleada del correo, que iba los viernes en la tarde a bordar con ella para llevarse las cartas, y se quedó convencida de que aquel desahogo terminal sería el último de su agonía. Pero no hubo respuesta. A partir de entonces ya no era consciente de lo que escribía, ni a quién le escribía a ciencia cierta, pero siguió escribiendo sin cuartel durante diecisiete años.

Un medio día de agosto, mientras bordaba con sus amigas, sintió que alguien llegaba a la puerta. No tuvo que mirar para saber quién era. «Estaba gordo y se le empezaba a caer el pelo, y ya necesitaba espejuelos para ver de cerca -me dijo-. ¡Pero era él, carajo, era él!» Se asustó, porque sabía que él la estaba viendo tan disminuida como ella lo estaba viendo a él, y no creía que tuviera dentro tanto amor como ella para soportarlo. Tenía la camisa empapada de sudor, como lo había visto la primera vez en la feria, y llevaba la misma correa y las mismas alforjas de cuero descosido con adornos de plata. Bayardo San Román dio un paso adelante, sin ocuparse de las otras bordadoras atónitas, y puso las alforjas en la máquina de coser.

-Bueno -dijo-, aquí estoy.

Llevaba la maleta de la ropa para quedarse, y otra maleta igual con casi dos mil cartas que ella le había escrito. Estaban ordenadas por sus fechas, en paquetes cosidos con cintas de colores, y todas sin abrir.

9Sin embargo, lo que más le había alarmado al final de su diligencia excesiva fue no haber encontrado un solo indicio, ni siquiera el menos verosímil, de que Santiago Nasar hubiera sido en realidad el causante del agravio. Las amigas de Ángela Vicario que habían sido sus cómplices en el engaño siguieron contando durante mucho tiempo que ella las había hecho partícipes de su secreto desde antes de la boda, pero no les había revelado ningún nombre. En el sumario declararon: «Nos dijo el milagro pero no el santo». Ángela Vicario, por su parte, se mantuvo en su sitio. Cuando el juez instructor le preguntó con su estilo lateral si sabía quién era el difunto Santiago Nasar, ella le contestó impasible:

-Fue mi autor.

Así consta en el sumario, pero sin ninguna otra precisión de modo ni de lugar.

Durante el juicio, que sólo duró tres días, el representante de la parte civil puso su mayor empeño en la debilidad de ese cargo. Era tal la perplejidad del juez instructor ante la falta de pruebas contra Santiago Nasar, que su buena labor parece por momentos desvirtuada por la desilusión. En el folio 416, de su puño y letra y con la tinta roja del boticario, escribió una nota marginal: Dadme un prejuicio y moveré el mundo. Debajo de esa paráfrasis de desaliento, con un trozo feliz de la misma tinta de sangre, dibujó un corazón atravesado por una flecha. Para él, como para los amigos más cercanos de Santiago Nasar, el propio comportamiento de éste en las últimas horas fue una prueba terminante de su inocencia.

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