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DOUGLAS HYDE 1964 2 Imprímase DR. BUENAVENTURA DIEZ Y DIEZ Vicario General Burgos 14 de abril de 1964 Por mandato de Su Sria. Ilma. el Vicario General Da. MARIANO BARRIOCANAL Canciller Secretario 3 4 Yo he sido comunista 5 Idénticas convicciones en todas partes 6

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DOUGLAS HYDE

LECCIONES QUE HEMOS DE APRENDER DE

LA EXPERIENCIA COMUNISTA

1964

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Nihil Obstat

LIC. PABLO DEL OLMO

Censor

Imprímase

DR. BUENAVENTURA DIEZ Y DIEZ

Vicario General

Burgos 14 de abril de 1964

Por mandato de Su Sria. Ilma. el Vicario General

Da. MARIANO BARRIOCANAL

Canciller Secretario

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INTRODUCCIÓN

Mr. Douglas Hyde, nació en el protestantismo, y llegó a pensar en marchar como misionero a la India. Pero, atraído por los propósitos de tipo social del partido comunista, ingresó en él a los diecisiete años. Propagandista ardiente y experimentado, fue nom-brado, en 1940, miembro del Secretariado Central de Londres y redactor del periódico comunista inglés, «The Daily Worker».

En mayo de 1948, el temor a un proceso de difamación por parte de un grupo de escritores católicos, le indujo a estudiar la doctrina de la Iglesia y se convirtió al catolicismo. Entre otros libros es autor de «Respuesta al Comunismo».

En el mes de abril de 1960 pronunció en Roma una serie de conferencias en diversas instituciones docentes. Este folleto repro-duce una de ellas, tomada en cinta magnetofónica para la revista internacional «Cristo al Mundo», que la publicó en el nº 3 del año 1960 de su edición española.

El texto recogido fue revisado por el propio autor, que dice a este propósito: «Una cuidadosa revisión de los conceptos e ideas vertidos en la conferencia, hubiera supuesto un ímprobo trabajo. He hecho cuanto ha sido posible en el escaso tiempo de que he dispuesto, ya que dentro de un par de días salgo de viaje para Asia. Han de tener en cuenta, por otra parte, que el tono de una conferencia improvisada ha de diferenciarse forzosamente del de un artículo esmeradamente preparado. Como escritor, me hago cargo de ello. Pero no cabe duda, sin embargo, de que la espon-taneidad de mi conferencia suplirá con creces lo que se encontraría en un artículo acabado».

Agradecemos a «Cristo al Mundo» la amable y desinteresada prontitud con que accedió a nuestra solicitud de permiso para la edición de este folleto, que esperamos haya de prestar buen servi-cio a la causa de la Iglesia.

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Yo he sido comunista

No quiero cansaros con muchos detalles biográficos. Pero sí creo conveniente deciros que entré en el Partido Comunista en 1928, poco antes de cumplir los dieciocho años, y que abandoné dicho Partido en 1948, es decir, veinte años después. Por tanto, he pasado entre los comunistas los últimos años de mi adolescencia y los primeros de mi edad adulta. Durante este período he hecho por los comunistas y por el comunismo cuanto humanamente es posi-ble hacer. El comunismo ha llenado mi vida toda. He vivido para él. He trabajado primero como responsable local, luego como respon-sable de distrito y finalmente como miembro del secretariado londi-nense del Partido Comunista británico. Como escritor, fui además redactor encargado de la sección de información del órgano nacio-nal del Partido Comunista, el Daily Worker.

Un estímulo y aliciente para nosotros, los cristianos

Cuando abandoné el Partido Comunista, hace doce años, en 1948, el comunismo me parecía ya un auténtico mal. De ello me convencí por propia experiencia y observando la vida y conducta de quienes me rodeaban. Pero también he reconocido igualmente que nosotros podemos aprender mucho de los comunistas, y me alejé de ellos con la convicción de que nos seria muy útil, si no necesario, no solamente un mejor conocimiento del comunismo como teoría, sino más todavía: el comprender a los comunistas como hombres. A mi juicio, es imposible que comprendáis los éxitos que los comunistas han conseguido en estos últimos cuaren-ta años, a no ser que lleguéis a comprender también a los hombres que llevan a cabo las consignas comunistas. Pero, también a mi juicio, los comunistas son un ejemplo, un estímulo para los cristia-nos en su forma de actuar, y desde este punto de vista los hemos de considerar principalmente.

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Una lucha internacional por el alma de los hombres

Los comunistas ven el Universo como un mundo en que cada país se halla ligado a los demás, en el que existe una relación de dependencia mutua entre todos los países y en el que la Huma-nidad entera es un tejido de interdependencias. Es cierto que este conjunto lo dividen ellos en clases, haciendo en realidad de su pretendido internacionalismo un contrasentido. A pesar de todo, esta concepción del mundo, esta visión que ellos tienen de la interdependencia de los pueblos, tiene un gran valor, y en este punto debiéramos nosotros rivalizar con ellos. Creo asimismo que ellos están en lo cierto cuando afirman que se está librando sobre la Tierra una lucha sin cuartel en todos los órdenes de vida, que tal lucha abarca a la Humanidad entera y que, en definitiva, se trata de una lucha por los corazones, los espíritus y las almas.

Idénticas convicciones en todas partes

Según tengo experimentado, en cualquier parte a que uno se dirija hallará a los comunistas perfectamente compenetrados entre sí e identificados plenamente en sus convicciones. Después de mi alejamiento del Partido he trabajado como corresponsal de Prensa en casi todas las partes del mundo: Asia, África, América Latina, América del Norte y en casi todos los países de Europa. Y he tenido la posibilidad, en el transcurso de estos años, de mantener contacto con el comunismo y con los comunistas. Mi opinión es que, en la mayoría de los casos, lo que aquí atrae a un individuo hacia el comunismo coincide plenamente con lo que en otro punto, en el polo opuesto del planeta, es motivo de atracción para otra persona.

Hace ya algún tiempo, tuve ocasión de permanecer largamen-te en compañía de un jefe de partisanos comunistas en Filipinas. Se trataba del jefe de los Hukbalahap, los guerrilleros comunistas. Estaba encarcelado y pedí al Gobierno filipino tuviese la amabilidad de meterme preso también a mí, con el fin de compartir las condi-ciones de vida del jefe rebelde y tratar de calar en su espíritu. Pasé dieciséis horas diarias en su celda, desde las seis de la mañana

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hasta las diez de la noche. Conversé y discutí con él, y llegué poco a poco a conseguir renegara del comunismo y volviera a encontrar la fe de su infancia.

Todos cortados por el mismo patrón

Desde nuestra primera conversación comprendí que nuestros espíritus podrían llegar a compenetrarse y a fundirse nuestras almas, aun siendo él un jefe comunista de origen asiático y yo uno que se precia de intelectual formado en Occidente y ex-comunista. Habíamos sido cortados, sin embargo, por el mismo patrón y habíamos tenido una parecida evolución. Las causas que le habían arrastrado al Partido Comunista eran notoriamente las mismas que me habían conducido a mí al comunismo cuando todavía era un muchacho de diecisiete años. Las malas condiciones de vida y las injusticias sociales que a él le había tocado sufrir, las había yo también observado y soportado. Estos problemas que afectan a la Humanidad entera le habían, como a mí, llevado al comunismo.

Hace tres semanas hablaba yo con un grupo de seis comba-tientes de la jungla birmana. Conseguí que estos hombres que habían servido con los comunistas en las junglas de Birmania, accediesen a una entrevista conmigo. Con ellos tuve exactamente la misma experiencia. Hablábamos el mismo lenguaje, puesto que nuestras ideas como comunistas habían sido muy semejantes. De modo que, en adelante, cuando os hable de comunistas, no os hablaré de una variedad o de una clase especial del comunista británico, sino de un tipo de comunista que encontraréis en cual-quier parte del mundo libre.

Hemos de tratar de comprender a los comunistas convencidos

Quisiera que penetraseis, por así decirlo, en el interior del alma de un comunista, para que pudierais verlo tal como aparece a los ojos de los miembros del Partido Huelga decir que el comu-nismo tiene un aspecto completamente distinto visto por un comu-nista o desde el campo contrario. Fue en el campo comunista donde conocí a mi esposa. Presidía ésta una manifestación en la

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que yo figuraba como principal orador. Sucedió un día primero de mayo, hace ya bastantes años. Fue, por tanto, literalmente sobre un estrado comunista donde tuvimos nuestro primer encuentro. Cuando ambos abandonamos el Partido, tratamos de reconstruir la historia típica de quienes habían sido nuestros amigos y camara-das, con el objeto de descubrir los motivos que les habían arrastra-do al comunismo y les habían retenido en el mismo durante tantos años. Pudimos comprobar que, así como el comunismo había lle-nado mi vida y la de mi esposa, así también había sido para ellos el ideal de su existencia. De ello hemos sacado un buen número de conclusiones.

El ideal soñado de una sociedad perfecta

Hemos llegado a la conclusión de que para la inmensa mayoría de los comunistas (1) el comunismo es sobre todo y ante todo un ideal, el ideal soñado de una sociedad perfecta. En sí, nada tiene de reprobable aspirar a la perfección de la sociedad y soñar en una sociedad perfecta. Ha habido santos en la Iglesia que tuvieron ese ideal. Casi todos los que abrazan el comunismo son jóvenes. Ahora bien: la juventud es, en efecto, la edad en que flore-cen todos los idealismos. Más tarde, a medida que vamos avan-

1 Douglas Hyde se refiere principalmente a los comunistas convencidos que viven en los países libres. La experiencia nos ha demostrado que detrás del "telón de acero" hay numerosas clases de comunistas: los sinceros y convencidos, los oportunistas, los arrivistas y advenedizos, los ambiciosos; los revanchistas, que pretenden vengarse de enemigos personales, de fami-lia o de clase; los que se hacen comunistas para salvarse de la ruina a sí mismos o a sus familiares, para librarse de la opresión, de la explotación, de las represalias que el Partido toma contra quienes no le son propicios o le han sido enemigos; los desengañados y disgustados de lo que han visto en el régimen: hipocresía, ilegalidades, Injusticias, crueldades, explotación de las masas, etc.; los que no pueden librarse, aunque quieran, de su dominio y tiranía; los que han perdido la fe en el Partido, pero consideran que no les queda otro remedio que continuar en el mismo, porque el mismo va a con-quistar al mundo: Hyde trata aquí de quienes han creído sinceramente los dogmas de la propaganda comunista y se han consagrado de lleno al Parti-do, como en su caso particular, antes de que se diese cuenta de las mentiras y la perversidad de su sistema.

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zando en años y nuestras arterias comienzan a endurecerse, es cuando el idealismo de la juventud nos llega a intranquilizar. La realidad es que dondequiera que haya jóvenes, habrá idealistas, ya que así los hizo Dios. No es ninguna cosa mala, a mi juicio, el que los jóvenes sueñen en una sociedad mejor. Si no tuvieran tal ilusión en la época de la juventud, ¡qué horribles viejos materialistas llega-rían a ser más tarde! Lo que verdaderamente deploro es que, con demasiada frecuencia, el idealismo de los jóvenes sea censurado por los adultos con cierto aire de superioridad. Los comunistas sa-can de ese idealismo de la juventud una fuerza vital y hacen que sirva a sus propios fines. Con harta frecuencia hacemos nosotros caso omiso de esta energía, en lugar de aprovechamos de ella. Los comunistas, sin embargo, han sabido utilizarla para sus detestables fines.

Una rebeldía contra los males sociales

En segundo lugar, para el comunista su comunismo es una rebeldía. Pero no una rebeldía contra males imaginarios, sino una rebeldía contra males reales. Vivimos en un mundo muy imperfec-to, lleno de hombres plagados de imperfecciones. Lo que hace suponer que en el mismo habrá siempre males que deplorar. Por tanto, las injusticias sociales y raciales contra las que lucha el comunismo son reales. Con mucha frecuencia podría definirse al bien convencido, como un individuo rebelde por naturaleza, un hombre de conciencia social impresionable que no puede dejar de exteriorizar su indignación desde que se apercibe del mal. Hasta aquí tampoco diría yo que hay nada de malo en dirigirse contra la injusticia desde el momento en que uno se apercibe de ella. Los comunistas explotan la inclinación natural de la juventud a la rebeldía y la utilizan para sus propios fines. Así sucede que el mayor porcentaje de gentes que llegan a engrosar las filas del Partido Comunista en todo el mundo, lo dan los jóvenes idealistas y rebeldes por naturaleza, que se sienten impacientes por transfor-mar el mundo, por poner fin a la injusticia, convencidos de que nadie más que ellos se preocupa de los miserables, de los pobres,

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de los despreciados y abandonados de la sociedad. He aquí una materia de reflexión para nuestras conciencias de cristianos (2).

La pertenencia a una organización mundial

En tercer lugar, para el comunista su comunismo significa for-mar parte de una organización mundial, una organización que tras-ciende las estrechas fronteras actuales y persigue en todas partes el mismo fin basándose en la misma filosofía. Una organización en la que todas las experiencias se ponen en común y a la que se da cuenta incluso de las faltas cometidas por sus miembros y errores apercibidos.

Esta consideración proporciona a quienes se enrolan en el Partido Comunista el sentimiento de que forman parte de un gran movimiento internacional que sabe a dónde se dirige y cómo conseguir lo que pretende. De ello se deriva una sensación de unión y de fuerza incomparables. Un psiquiatra os diría que hay en el mundo en que actualmente vivimos demasiadas personas que, por el contrario, tienen la sensación de no hallarse ligadas a ideal determinado alguno ni pertenecer a nada. Los que ingresan en el Partido Comunista se sienten sostenidos por este movimiento internacional y se consideran como partes integrantes del mismo al cual se deben. Es un tanto curioso, pero podría decirse que el internacionalismo del sistema comunista es algo parecido a la cato-licidad de la Iglesia en cuanto se relaciona con este deseo de her-mandad entre todos los hombres, sin tener en cuenta su raza o nación, y unión de todos en una fe común orientada a un fin tam-bién común que abarca la totalidad del Universo.

2 Por otra parte, Douglas Hyde nos demuestra bien a las claras en "Respuesta al Comunismo" que el comunismo no es en principio y, sobre todo, un problema social y político sino un problema espiritual... Si el mismo no fuese solamente producto más que de la pobreza y de las malas condiciones sociales, sería el partido de los más pobres y éstos formarían la mayoría de sus miembros. Sin embargo, en el Partido no se encuentra por decirlo así, ningún individuo de los de más baja calidad social, de los verdaderamente pobres.

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Odio y destrucción

Pero la mayor tragedia consiste en que el objetivo final del comunismo es el trastrocamiento y cambio radical de todo lo que ha hecho la civilización en el pasado desde hace dos mil años. Y conste que no exagero nada. Lo entiendo así en el más estricto sentido de la frase, ya que el comunismo cree que no se puede injertar la planta comunista en una sociedad capitalista. Es por tanto necesario destruir de antemano y completamente el orden social existente, incluidas sus superestructuras ideológicas, su cultura, sus ideales, en fin, todo lo que con dicho orden social se relacione, antes de poder construir la sociedad comunista. Pode-mos, pues, decir con toda verdad que el objetivo final de los comu-nistas es el cambio radical de cuanto la civilización consiguió durante los últimos dos mil años.

Ateísmo militante y filosofía perversa

La filosofía en que se funda es una filosofía atea militante: una filosofía que afirma no solamente la inexistencia de Dios, sino también que este mundo es puramente material, que el mismo hombre es una creatura puramente material. Dicha filosofía sostie-ne asimismo que toda alusión o recuerdo del nombre de Dios debe ser borrado antes de que el comunismo pueda establecerse. He aquí otro aspecto del drama comunista: el hecho de que jóvenes sinceros, que acuden al Partido Comunista con el deseo de refor-mar el mundo, acepten una filosofía fundamentalmente perversa que termina fatalmente pervirtiendo también sus vidas.

Todo se sacrifica a la idea comunista

En todas partes, para el comunista su comunismo es una auténtica religión. Se dirá que no, puesto que blasona de ser enemigo de toda religión, cualquiera que ésta sea. Pero, a mi manera de ver, no puede explicarse la vida y forma de actuar de los comunistas si no se les mira como gentes hambrientas de espi-ritualidad. En efecto, sacrifican todo a su comunismo. Le entregan todo lo que en otros tiempos y circunstancias ofrecen los hombres

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a Dios. Viven para el comunismo y, si es necesario, se hallan dispuestos incluso a morir por él. Hacen en realidad de su comu-nismo una religión supletoria. Además, los mismos comunistas tienden hoy día a expresarse de esta forma.

Una buena aspiración desviada hacia un mal fin

No hace mucho tiempo, el Partido Comunista británico anun-ciaba una serie de conferencias en el Daily Worker bajo el título general: «Una fe para el hombre moderno». Esto es precisamente, a mi juicio, lo que los comunistas pretenden hacer de su comunis-mo. Y tanto sus propias vidas como su movimiento internacional son una prueba de que, cuando se priva a los hombres de la verda-dera fe, van en busca de la falsa a la que todo lo sacrifican. Mien-tras tanto, nosotros, en esta hace tanto tiempo llamada cristiandad, hemos producido una generación de la que vastos sectores no tienen ninguna fe, ni nada que les ayude a vivir, nada por lo que valga la pena morir. No se cree prácticamente en Dios; no se tiene fe tampoco en sí mismo. La vida no tiene objeto alguno. Es fatal, pues, que en tal situación otros se revuelvan contra este estado de cosas y traten de hallar un sustitutivo a la fe de que carecen. Esta es, según creo, la razón de que las personas a quienes el comunis-mo seduce con más fuerza no sean las de más baja condición social ni los talentos que emplea, los menos privilegiados. Muy por el contrario se sirve de los mejores, se apodera de las inteligencias más nobles y las utiliza para sus perniciosos fines, sirviéndose muchas veces para su causa del espíritu de lealtad, de dedicación total y del sacrificio y otras cualidades semejantes.

El secreto de su fuerza

En todas partes se sigue el mismo método, los mismos procedimientos, y ello ha contribuido a dar al movimiento comunista una fuerza interna muy considerable. Explota tanto lo bueno como lo malo de los hombres: el odio hacia una sociedad que quizá les ha engañado o que engañó a otros; sus sentimientos, su amargura, sus deseos de venganza contra una comunidad que les ha defrau-

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dado, negándoles las posibilidades que de la misma esperaron. Utiliza para sus fines tanto lo bueno como lo malo.

Entrega a una causa

He dicho antes que he podido comprobar que algunos comunistas se hallan dispuestos a vivir y, si es necesario, a morir por su causa. Y confirmo lo dicho. ¡Cuantas veces los comunistas, con su celo y su entusiasmo, su dedicación a la causa y su espíritu de sacrificio, nos avergüenzan a nosotros que nos llamamos cristianos! Permitidme que os cuente el caso de mi propia mujer, por la sencilla razón de que la conozco bien. Me refiero a la época en que nos conocimos. Ella se levantaba todas las mañanas muy temprano y recorría en bicicleta una larga distancia para ir a vender el Daily Worker, de que entonces era yo redactor, a los obreros de una fábrica a la hora en que éstos llegaban al trabajo. No conse-guía vender más que un pequeño número de ejemplares. Era aquella una época en que el comunismo era todavía muy poco popular. Sin embargo, mi esposa se hallaba allí todos los días, mostrando bien alto el periódico, y dando patentes pruebas de su convencimiento en sus ideas comunistas, afrontando obscenidades e insultos y aguantando incluso a veces los salivazos de alguno de los obreros, y todo por la causa del comunismo.

Espíritu de sacrificio. Un ejemplo en Malasia

He afirmado que hay quienes se hallan dispuestos a dar su vida por el comunismo. No hace mucho recorría yo en avión las junglas de Malasia. Había llegado a un territorio que se halla toda-vía bajo el control comunista, en manos de los partisanos. A mi llegada, pregunté por un grupo de nueve hombres que yo había conocido unos años antes. Eran éstos, jefes del Partido Comunista malasio. Tenían sus diplomas y todos ellos se hallaban en pose-sión de títulos cuyas profesiones habían sin duda ejercido. Sin embargo, cuando llegaron de la Gran Bretaña a Malasia, se habían alistado en el «maquis» como combatientes comunistas. En lugar, pues, de proseguir ejerciendo sus carreras y profesiones y de

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asegurarse con ello una buena situación y un buen puesto en la sociedad, aceptaron y prefirieron los azares de la vida y de la guerra en la selva. Cuando me interesé por sus vidas, se me con-testó que quedaba uno sólo de ellos con vida. Este andaba errante entre las fronteras de Malasia y de Tailandia, perseguido como un animal, puesta a precio su cabeza. Su salud era precaria, ya que se veía obligado a vivir en una zona en que la jungla era tan espesa que apenas podía recibir algunos rayos de sol. Los ocho restantes habían muerto. Para la policía que los había matado eran simples terroristas comunistas, esto es, el enemigo. Pero para la gran masa comunista del mundo entero, eran unos mártires, unos hombres que habían aceptado la muerte por la causa comunista.

Comprenderéis que me sobra razón al deciros que muchas veces los comunistas nos avergüenzan a quienes nos preciamos de cristianos. Es trágico que estos hombres se hallen dispuestos a hacer tanto y a entregarse tan de lleno a una causa tan reprobable. Por otra parte, son de ordinario los pequeños sacrificios consen-tidos de cada día los que más cuestan y los que constituyen el mejor testimonio. Ahora bien: también esto lo he podido constatar muchas veces, y lo he experimentado en mi vida de comunista.

Mentalidad de apóstoles

Recuerdo por ejemplo, que en los tiempos en que trabajaba con otros comunistas para el Daily Worker, tratábamos de extender y propagar nuestro comunismo en las inmediaciones del inmueble de nuestro periódico. Existía ya un grupo del Partido en todas las fábricas de nuestro distrito. La única gran concentración de em-pleados que no tenía constituida, ni célula, ni grupo comunista, era un gran hospital inmediato. Decidimos que era preciso intentar establecer en el mismo un grupo del Partido. Los comunistas son siempre lo que yo llamaría «convertidores». Están siempre al atisbo de la ocasión propicia para conseguir adeptos.

Donantes voluntarios de sangre

Era yo el jefe del grupo comunista del Daily Worker. Mis indagaciones me demostraron que ninguno de los miembros de

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nuestro personal tenía contacto con el interior del hospital. Convo-qué, pues, una reunión del Partido y pedí se presentaran sugeren-cias sobre la forma de poder introducimos en dicho hospital. Uno de nosotros tuvo una buena idea. Era aquella la época en que Lon-dres era bombardeado casi a diario, por lo cual los hospitales pedían con insistencia y urgencia sangre para las transfusiones. «¿Por qué —dijo nuestro camarada— no nos ofrecemos a dar sangre? Ello nos permitiría ir de vez en cuando a este hospital, reunimos con los doctores y enfermeros —como así sucedió— y haciendo amistad con ellos, reclutar adeptos». Muy conforme con esta idea, pregunté en seguida quiénes querían ofrecerse volun-tarios. El personal del Daily Worker se componía de doscientos individuos. Se me ofrecieron los doscientos. Mi personal hizo cola ante el hospital innumerables veces. De tal forma, que cuando yo quería enviar a veces un reportero a una dirección convenida, era corriente tener que enviar a buscarlo entre los que formaban cola como voluntarios donantes de sangre a la puerta del hospital. Me vi al fin precisado a poner fin a esta operación a raíz del siguiente suceso: una noche, en el momento en que se ponía en prensa la última edición, el técnico responsable sufrió un sincope. El médico comunista encargado del personal, que fue llamado para examinar al enfermo, declaró este hombre ha dado tanta sangre que se encuentra prácticamente exhausto. Y ello lo había realizado a impulsos de su ardiente celo por ganar adeptos para la causa comunista.

Efectos de la entrega de sí mismo

Este hecho que acabo de narrar tuvo dos consecuencias: la primera, que pudimos establecer nuestros primeros contactos con el interior del hospital. Han transcurrido desde entonces veinte años y todavía hoy sigue establecido en el mismo un grupo del Partido Comunista, compuesto de doctores y enfermeras. Ello es debido totalmente a la labor realizada por el personal comunista del Daily Worker en 1940.

La segunda consecuencia fue que, cuando unos años más tarde, Mao Tse Tung estableció contacto con el Partido Comunista británico y pidió le fuera enviado un periodista experimentado que

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estuviese bien al corriente de las relaciones públicas y fuese ade-más un comunista de sólidas convicciones, para acompañarle a su cuartel general y dar a conocer el espíritu occidental a la camarilla de Mao y propagara el espíritu y las ideas de éste en Occidente, se me encargó escoger el hombre que debiera acometer tal empresa. Elegí al camarada que se había desvanecido en pleno trabajo, puesto que estaba plenamente convencido de su total entrega al Partido. Era, además, buen periodista, comunista de entera con-fianza y plena convicción y el más indicado para una misión tan delicada. Inmediatamente fue enviado a reunirse con Mao Tse Tung.

Drama motivado por la malignidad del comunismo

Más tarde, cuando se produjo la guerra de Corea —en tanto Mao y su camarilla se habían convertido en los amos de la China—, este hombre acompañó a las fuerzas expedicionarias chinas a Corea. Fue uno de los que contribuyeron al adoctrinamiento comu-nista y marxista de los prisioneros de habla inglesa: americanos, británicos, etcétera. La consecuencia de ello fue que en la Cámara de los Comunes se pidió la condena de este hombre como traidor. Ello os dará una idea de la magnitud del drama y de la maldad del comunismo. Por una parte, vemos cómo un hombre generoso llega a entregar su sangre, hasta desvanecerse, por la causa que defien-de. Por otra, el triste destino de quien no se atreve a volver a su propia patria, por haber sido condenado como traidor a la misma.

Cuando mucho se pide, mucho se obtiene

Los comunistas son de criterio de que, a mayor demanda y más exigencia en los ideales del Partido, más se consigue de sus adeptos, y si a los mismos se les exige mucho, será también mucho lo que de los mismos se consiga. Diríamos que a una demanda de heroísmo, se da también una respuesta heroica. En lo que a mí respecta, en mi vida de escritor católico, durante los doce últimos años, he podido comprobar exactamente lo mismo entre los

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católicos. La entrega de sí mismo y el espíritu de sacrificio no son en manera alguna monopolio del comunismo. Nuestros cristianos son también y en mayor escala capaces del heroísmo, siempre y en cuantas ocasiones les sea exigido.

Adiestramiento constante para la lucha

Los comunistas saben también que no es suficiente disponer de individuos entusiastas y entregados al ideal. Para que resulten eficaces tienen además necesidad de una formación adecuada. La vida de todo comunista, de todo comunista empedernido, se forma a base de una constante preparación y renovada instrucción. Tal formación está siempre en consonancia con la lucha entablada en nuestro tiempo, con el combate en que se halla empeñado el comunismo. Las cosas que aprende tienen para él el valor de verdadera munición de que se sirve en la lucha.

Importancia de la formación de los jefes

He aquí, a mi juicio, un punto importante que merece ser destacado. Los comunistas piensan que harán de sus miembros, instrumentos mucho más eficientes si los adiestran en las técnicas de mando. Incluso cada uno de ellos se considera a sí mismo como un jefe. Prueba esta afirmación el hecho de que suelen ser sufi-cientes dos o tres comunistas para llevar a cabo una empresa de enorme magnitud en una fábrica o en toda una población.

Opinan los comunistas que a quienquiera que de buena volun-tad llegue a engrosar sus filas se le puede instruir en el mando y convertirlo en un valioso jefe. Yo mismo tuve la ocasión de compro-barlo cuando pertenecía a las filas comunistas al dar unos cursos de formación.

Un caso típico

En cierta ocasión, a principios de la segunda guerra mundial, terminaba yo una serie de conferencias acerca del mando y decía

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que el Partido Comunista era capas de instruir, convirtiéndolo en un auténtico jefe, a cualquiera de sus afiliados, quienquiera que éste fuese. Terminada la lección, alguien esperaba que me iba a poner en el mayor compromiso de mi vida. Me había cogido la palabra. Quería ser un jefe y estaba claro que su deseo era patéticamente serio. Más, ¡ay!, no se había mostrado, en verdad, la Naturaleza demasiado generosa con su persona. Nada más verle pensé: «En mi vida he visto una persona menos predispuesta para el mando». Era de pequeña estatura y grotescamente obeso. Tenía un sem-blante fláccido y pálido, con un ojo que le bizqueaba. Y para colmo de desdichas, se veía afectado de una tartamudez lo más descora-zonadora que imaginarse puede. No lo digo en plan de mofa de aquel pobre hombre, pero he aquí lo que me dijo: «Ca-ca-camarada, yo-yo qui-qui-siera que usted se encarga-gara de hacerme un je-jefes. Yo le miraba fijamente y me preguntaba de qué forma podría conseguirlo. Luego, pensé: «Está bien; ¿es que no acabo de decir en mi conferencia que nosotros los comunistas aceptamos a todo individuo de buena voluntad para instruirlo en el mando y convertirlo en un jefe? Y éste, Jim, a quien tengo yo delante, está rabiosamente ansioso de convertirse en uno de ellos». Y puse manos a la obra.

Infundir fe y confianza en algo

Según el sistema comunista, lo primero que hay que hacer para preparar a un individuo para jefe, es inspirarle confianza en sí mismo. Lo segundo es darle algo en que pueda depositar su fe. Este mundo está, en efecto, lleno de gentes que tienen una dosis superabundante de confianza en sí mismos, pero nada en que fun-damentar esta confianza. Mirando al pobre Jim, me decía yo «He aquí a un hombre que no ha recibido mucho que pueda inspirarle confianza». Nosotros teníamos, por tanto, que inspirarle esa con-fianza en sí mismo. Dije a Jim: «Si deseas seguir nuestros cursos y aprender cuanto nosotros te enseñaremos, hallarás la respuesta a todos los grandes problemas que agitan el espíritu del hombre moderno. Nosotros te daremos cumplida explicación del Universo; te enseñaremos cuanto el hombre ha experimentado en el trans-curso de los tiempos; te demostraremos que la Historia ha tenido

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su sentido, y verás que toda ella ha laborado por la revolución y por la victoria del comunismo. Te demostraremos asimismo que las mismas leyes fundamentales del Universo están de nuestro lado. Es precisamente la esencia del materialismo dialéctico el que dichas leyes del Universo están en favor del comunismo, en parti-cular la ley que pretende que todo progreso es el resultado de un conflicto previo. Luego, tarde o temprano, se te podrá clasificar entre el selecto grupo de gentes que han llegado a comprender la naturaleza de los cambios y mutaciones históricas del Universo. Y cuando llegue el momento, podrás contarte entre el número de quienes, por ello mismo, serán capaces de subvertir desde sus cimientos este viejo mundo corrompido en que vivimos y construir en su lugar el gran mundo nuevo».

Confianza en sí mismo

He aquí que le hemos dado ya algo en qué creer y le hemos ayudado a tener confianza en sí mismo; y yo os diré que, a pesar del complejo de inferioridad de que se veía aquejado cuando vino a entrevistarse conmigo por primera vez, no fue preciso mucho tiem-po para infundirle, en su lugar, un complejo mesiánico. Habíamos conseguido hacerle confiar en sí mismo y, desde entonces, su personalidad comenzó a desarrollarse y hubiera querido que vierais de qué manera y a que ritmo acelerado. Al cabo de algunos meses de instrucción, le dije que podía ya dedicarse, a su vez, a enseñar. Al oír esto, aterrorizado, exclamó «¿Co-co-cómo? ¿Yo-yo?» «Sí, tú —le respondí—. Cuando viniste por primera vez a verme, hace ya unos meses, desconocías completamente el comunismo. Viniste a afiliarte al Partido como consecuencia de una campaña de propaganda, sin saber nada de la teoría comunista. La mayoría de los que engrosan las filas del comunismo vienen así. Pero tú has aprendido ya mucho en estos últimos meses y las gentes que hoy día se enrolan en las filas comunistas saben tan poco como tú sabías en aquel primer momento. Todo el arte de la enseñanza se reduce a saber un poco más que aquellos a quienes se debe instruir. Si tú tienes ese poco más de bagaje científico, tienes más que suficiente».

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Hacer que la gente sencilla sepa enseñar

Luego le dije: «Tú debes dedicarte ahora a enseñar. Si te plantean cuestiones o te hacen preguntas a las cuales no sabes qué responder, vuelve a buscar la solución en tus manuales. De esta forma podrás tú mismo instruirte y dar las respuestas ade-cuadas». Se le hizo luego instructor de un pequeño grupo. Era ésta una faceta esencial en su formación, ya que ello le obligaría a poner orden en sus propias ideas. Debía aprender a expresarlas y aplicarlas, inculcándolas en los demás con un lenguaje sencillo, primero a un pequeño grupo, y luego a otro de más importancia. Más tarde le hicimos seguir un curso de formación en la oratoria.

Resultado de esta formación

No lo transformamos precisamente en un gran orador, pero sí hicimos de él un agitador y un propagandista verdaderamente efi-caz. Y de paso, he de hacer constar que, aunque no conseguimos curarle el estrabismo de su ojo, el hecho de haber tomado confian-za en sí mismo hizo que hasta el defecto del ojo se le corrigiera notablemente. También le enviamos a tomar parte en reuniones sindicales, una vez instruido de la forma de comportarse en las mismas: cómo presidir un mitin, forma de presentación de una resolución o una enmienda, etc. Luego lo enrolamos en el mo-vimiento sindical. Y hoy en día es uno de los dirigentes del único sindicato comunista británico y, en verdad, uno de los más eficientes.

El secreto del éxito obtenido

El Partido Comunista sabe así, continuamente, aprovecharse del elemento humano, poco prometedor con resultados plenamente satisfactorios. He aquí el secreto de nuestro éxito en lo que al caso de Jim respecta: No le dijimos, puesto que se trataba de un obrero, que se preparase a enseñar la dialéctica materialista a especia-listas de física nuclear. Sencillamente le enseñamos a exponer unas ideas sencillas a gentes asimismo sencillas, y esto es lo que

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yo creo debiéramos hacer también los cristianos. Nosotros también podríamos servirnos con eficacia de toda clase de personas, siem-pre que les asignemos una tarea que guarde relación con la capacidad de cada cual en un medio apropiado para el desempeño de su misión. Esta táctica de formar jefes, empleada con éxito por los comunistas, es la que les pone en disposición de ejercer una influencia tan grande en la vida y en el pensamiento de nuestro tiempo.

Aspecto trágico de esta formación

Pero lo más trágico de este sistema de formación es que exis-te una corriente continua que arrastra hacia el Partido Comunista a gente joven idealista e inquieta, del tipo del individuo de que más arriba he hablado, a la cual se instruye y adoctrina. La consecuen-cia de ello es que, en poco tiempo, adquieren una concepción ente-ramente nueva del mundo: en adelante lo contemplarán como fermento de lucha. Se harán a la idea de que van a combatir por el comunismo como si se tratase de un combate bélico; que deben adquirir práctica en las artes de la guerra y sus técnicas y tácticas; que han de estar siempre a disposición de poder penetrar en las filas del enemigo para destruirlo en su propia casa, infiltrándose para ello en los organismos de todo género. Se les enseña que deben buscar aliados y utilizarlos durante todo el tiempo que pue-dan servir a los fines del comunismo, para a continuación volverse contra ellos, desecharlos y destruirlos si es preciso.

Un ejemplo de la táctica comunista

Recuerdo que en 1928, poco después de mi ingreso en el Partido Comunista, fue aprobada por el cuartel general del Partido una nueva línea de conducta, sobre la actitud a adoptar en relación con el ala izquierda socialista. Hasta entonces la habíamos atacado sistemáticamente. Ahora, la nueva consigna era que debíamos tratar, por el contrario, de hacemos sus aliados. La sección del Partido a la que yo pertenecía no quiso aceptar en principio esta nueva directriz. Estimábamos que era mucho mejor atacarles como enemigos que hacernos sus amigos. En vista de lo cual uno de los

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jefes de la dirección del Partido vino para tratar de convencernos de la justificación de la nueva política. La discusión se prolongaba y parecía que no iba a terminarse nunca. Entonces se le ocurrió una idea luminosa: «Camaradas —dijo—, debemos estar dispuestos a estrechar la mano de esas gentes, para estrujarles luego el gazna-te. Este razonamiento era tan evidentemente justo y tan claro en la línea de conducta marxista, que terminamos por aceptar sin más discusión esta nueva directriz y pasarnos en seguida a otro tema del orden del día. ¡Cuántas veces, en los años siguientes, he escu-chado la misma cosa: «Hemos de estar dispuestos a darles la mano, para poder luego cogerlos por el gaznate»!

El porqué de esta política de mano tendida

Creo que será útil llamar la atención sobre este punto, ya que en los próximos años muchos comunistas, abierta o disimula-damente, han de procurar aliarse con toda clase de gentes y con todo género de organizaciones. Para ello les dirán: «Veis que esta-mos de acuerdo con vosotros respecto a los objetivos inmediatos. Olvidad los objetivos finales; todos queremos la paz; laboremos, pues, todos unidos, por la justicia social. ¿Por qué no hemos de trabajar codo a codo, aunando nuestros esfuerzos»? Es preciso recordar en esas ocasiones que, cuando el comunista os toma de la mano, espera que, andando el tiempo, estará en condiciones de saltar sobre vuestra garganta.

Trabajar por la conquista del mundo

El objetivo de los comunistas es un mundo comunista, y están convencidos de que podrán conseguirlo al cabo de una generación. Se proponen conquistar el mundo entero. Stalin decía: «Estamos en la época de la revolución y de la dictadura del proletariado». Lo que, traducido al lenguaje corriente, quiere decir que en esta época en que vivimos, y en los días de nuestra existencia, llegaremos a ver la dictadura del proletariado y la victoria del comunismo en el mundo entero. Todo comunista cree que si trabaja lo suficiente, y los demás comunistas ponen el mismo empeño y saben aprove-

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char el momento favorable, cuando éste se presente, sobrevendrá irremediablemente la victoria del comunismo en todo el mundo. La estrategia comunista se apoya siempre en esta creencia, a saber que el mundo comunista es realizable en la época actual.

Asia, África y América Latina

La creencia actual de los comunistas es que ha de ser posible, en los años próximos inmediatos, la expansión del comunismo en Asia, en África y en la América Latina. Que estos tres Continentes los tienen asegurados. Que los mismos se hallan en muy buena disposición para abrirse de par en par a la expansión comunista y que, si el comunismo tiene la suerte de apoderarse de estas tres grandes zonas subdesarrolladas, ganará la batalla a Occidente y habrá conseguido que la mayor parte de la Humanidad se encuen-tre bajo el régimen comunista. También es cierto que los comunis-tas creen que tarde o temprano ha de producirse una crisis econó-mica en los países de Occidente, como ocurrió en los años 19-20 y en el año 30. Que esta crisis ha de comenzar en América, siguién-dose reacciones en cadena en los demás países capitalistas, y que terminarán al fin por romperse los eslabones de la cadena capita-lista occidental. Piensan también que muchos otros países correrán la misma suerte en otras partes del mundo. Pero, de momento, toda la estrategia comunista se basa en que la expansión es más posible en Asia, África y en la América Latina y que, con toda probabilidad, el éxito más notable se obtendrá en la América Lati-na. Su mayor esperanza de una próxima victoria se funda en el Continente latinoamericano.

Motivo de la coexistencia pacífica

Su estrategia actual consiste evidentemente en adaptarse a un período de relajada tensión. Los comunistas creen que estamos llegando al final de la guerra fría y que va a sobrevenir un periodo de coexistencia pacífica que se prolongará por muchos años. En su mentalidad, la paz debe servir a los fines del comunismo. Herry Pollitt, jefe del Partido Comunista inglés, ha dicho: «Necesitarnos de la paz para edificar el comunismos. Ello está suficientemente

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claro para un comunista como él y, como tal, es también natural tenga esas miras. Pero he aquí lo que a mí me inquieta: si es cierto que entramos en este momento en un periodo de paz, no es menos cierto que la mayoría de nosotros no tenemos ni la menor idea de cómo aprovecharla ni de nuestra misión en dicho período de paz que se avecina. Ellos, los comunistas, saben, sin embargo, lo que quieren y cómo pueden conseguirlo. Nosotros tenemos un montón de ideas confusas y contradictorias, pero ninguna imagen clara de lo que pudiéramos hacer en este periodo de coexistencia pacífica ante el cual quizás nos encontremos.

El porqué de los frentes nacionales y populares

Los comunistas creen que la creación de frentes nacionales y frentes populares les permitirá conseguir el apoyo decidido de mu-chos. De ahí su interés en descubrir las causas populares suscep-tibles de darles el mayor apoyo posible. Si aciertan a descubrir tales causas se asegurarán, gracias a ello, el modo de atraerse a una masa de simpatizantes y de hacer un gran número de nuevos adeptos. Así sucedió en los años 19 al 30, cuando se crearon los frentes populares en toda Europa, que tantos nuevos adeptos proporcionaron. Y quisiera recordaros, de paso, que la cosecha de traiciones que conocimos en los años que siguieron al 1940 y 1950 fue sembrada en los años siguientes al 1930, cuando los comunis-tas, mediante sus frentes populares, reclutaban en todas partes jóvenes estudiantes de las Universidades de Europa y de América del Norte.

Construir el Partido Comunista

También creen que deben utilizar este período de paz para robustecer el Partido mismo. Pretenden formar jefes nuevos y jóve-nes. Están continuamente a la busca de posibles jefes. Ahora bien: el período preliminar de paz, el periodo de los frentes populares exige un tipo especial de dirigentes del Partido: el del hombre culti-vado. Si la batalla por el comunismo hubiese de librarse a cañona-zos, el labrador o el obrero incultos podrían convertirse en jefes tan

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valiosos como el hombre culto. Pero en una época en que se libra la batalla de las ideas y las doctrinas, es preciso valerse de hom-bres de cultura.

Los estudiantes, blanco de sus tiros

Por esta razón son precisamente los estudiantes, en todas las partes del mundo, el principal blanco de sus tiros. Esto lo he podido constatar en todos los puntos del Globo a través de mis viajes. No hay lugar a dudas de que sobre la población estudiantil se dirigen los esfuerzos concentrados del comunismo internacional. Los comunistas tratan de robustecer el Partido reforzándolo con sólidos cimientos de gentes de buena cultura. Y para conseguirlo están dispuestos a no tomarse un momento de respiro empleando todo el tiempo que sea preciso para ello. En el mes de julio último pasé tres semanas en una prisión celular en compañía de catorce estu-diantes emigrados chinos. Habían sido arrestados y encarcelados por haber formado parte de un «grupo de discusión o estudio comunista».

Método empleado con los estudiantes

Hablando con dichos estudiantes encarcelados pude enterar-me de la forma en que los comunistas habían logrado influir sobre ellos y atraérselos. Se trataba de un país en que la inmensa mayo-ría de los jefes comunistas se hallan en prisión, bien por haber sido descubiertos y detenidos o por haber sido hechos prisioneros durante alguna rebelión armada. A falta, pues, de otros jefes, fueron destacados tres individuos, a quienes se señaló como cam-po de acción el ambiente estudiantil, enviándolos a la Universidad.

A dichos tres individuos se les dio como consigna el procurar atraerse al Partido Comunista por todos los medios a su alcance a sólo un pequeño grupo de catorce muchachos, todos ellos muy jóvenes. Para ello se les daba un plazo de tres años. La más pequeña del grupo, llamada Olga, contaba trece años cuando fue invitada a formar parte del mismo. La mayor no tenía más de vein-tiún años. Los tres jefes aludidos se ocuparon de los catorce com-ponentes del «grupo de estudio» durante los tres años conse-

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cutivos, conquistándolos y atrayéndoselos poco a poco, mediante una acción continuada y tenaz. Empezaron por leerles unos poe-mas de Pearl Buck que hicieron que el grupo sintiese curiosidad por las cosas de China. Luego consiguieron despertar el interés del grupo por la literatura y la cultura de su país de origen, para termi-nar convirtiéndose dicha tertulia o grupo de discusión y estudio comunista en centro de discusiones políticas secretas. Apenas habían comenzado, sin embargo, a tomar tal cariz político dichas discusiones, al cabo de tres años de iniciadas, cuando los agentes de los servicios secretos de seguridad les sorprendieron, arrestán-dolos y metiéndolos en la cárcel, en la que se encuentran desde entonces. Para mí este hecho es una prueba terriblemente con-vincente del gran sentido de la contemporización que anima actu-almente a los comunistas. Antes les acuciaba la idea de la rapidez y urgencia en el obrar. Hoy, sin embargo, parece evidente que se hallan convencidos de que el tiempo está de su lado y que su deber ahora es trabajar despacio y con tacto y prudencia para ganarse para su causa a las gentes y pueblos de nivel de vida poco desarrollado que luchan por mejorar sus condiciones de vida, reclu-tando de esta forma también entre ellos para jefes a los que creen mejor dispuestos.

Atracción que dichos grupos de discusión ejercen en los estudiantes

En el caso concreto a que acabo de referirme, quiero poner de relieve que dicho pequeño grupo de discusión fue constituido y convertido luego en una célula comunista, gracias a la astucia empleada por los tres jefes aludidos, ya que ninguno de los catorce componentes del mismo supusieron en absoluto que dichos jefes fueran comunistas. Estas pobres víctimas son las que mayor com-pasión inspiran. Hace cinco años que fueron detenidos y todavía se hallan en prisión. Yo he hecho por mi parte cuanto he podido por sacarlos de la cárcel, una vez haber logrado convencerles de su error y hecho que desaparezca por completo su antigua simpatía hacia el comunismo.

Los grupos de discusión o de estudio constituyen un medio que los comunistas explotan al máximun para atraer hacia el comu-

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nismo a gentes corno nuestros estudiantes chinos. Y este medio de atracción lleva, a mi juicio, camino de extenderse y propagarse en el futuro.

Apoyo a las causas populares

Los comunistas, esto es evidente, tratan siempre y en todas partes de inquirir las causas, intereses y aspiraciones del pueblo, para, haciéndolas suyas y apareciendo como sus más genuinos representantes, encauzarlas y defenderlas, especialmente en los países poco desarrollados. Además, tratan siempre de identificar con la causa comunista las reivindicaciones de los desheredados de la fortuna, de los sin tierra, y toda clase de demandas de refor-mas agrarias y sociales.

Nos han lanzado un terrible desafío

Con su forma de proceder, y al desarrollar tal género de actividades, creo que los comunistas nos han lanzado un terrible desafío. Sus éxitos guardan proporción con nuestros fracasos. Ya que todo aquello a que los mismos han declarado la guerra es con frecuencia lo mismo que debiéramos nosotros haber sabido combatir, y de que teníamos que habernos ocupado nosotros. Los comunistas chinos no lograron la victoria enseñando el mate-rialismo dialéctico a los campesinos, ni metiéndoles a embudo la teoría completa del comunismo. Les bastó solamente con ofrecer-les cuatro cosas bien sencillas: el cooperativismo en la producción, el fin de la opresión de los prestamistas, de los terratenientes y de los mercaderes, que fueron los dueños de sus vidas y destinos durante muchas generaciones. Estas sencillas promesas fueron suficientes para lograr el apoyo a la causa comunista (3).

3 Es cierto que las promesas hechas por el Partido Comunista chino, de entregar la tierra a quienes la cultivan y de librarlos así de la explotación de los terratenientes han contribuido un tanto al éxito por el mismo obtenido. Sin embargo, al día siguiente de su victoria, reconocían los mismos comunistas que su llegada al Poder había sido posible, ante todo, gracias a la actividad de las guerrillas y a sus campañas militares. No consiguieron nunca el apoyo de la gran mayoría del pueblo. Por otra parte, es cierto que después de

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Aplicar la doctrina social de la Iglesia

Todas estas reformas sociales pudieran muy bien ser nuestras. Es verdad que en muchas partes se ha llevado ya a la práctica la doctrina social de la Iglesia. En los medios rurales lo ha sido por medio de cooperativas de producción, de Cajas Rurales y de Crédito Agrícola, de reformas agrarias, así como también desarrollando una creciente actividad educadora para enseñar a los jóvenes a valerse por sí mismos. Pienso, sin embargo, que debiéramos prestar todavía mucha más atención a esta clase de actividades doquiera que sean posibles.

En las regiones subdesarrolladas

Yo creo que en la actualidad el objetivo inmediato y el blanco de los tiros del comunismo internacional son los países poco desa-rrollados. He aquí un buen campo de acción también para noso-tros. En la edad Media se consideraba como la cosa más natural la obligación moral que el rico tenía de ayudar al pobre. Es cierto que no siempre cumplía el rico con esta obligación, pero en tal caso sabía por lo menos que obraba en contra de los dictados de su conciencia y que faltaba y dejaba de cumplir una de sus primordia-les obligaciones. Ahora, sin embargo, en el siglo XX, creo yo que tal obligación recae sobre las naciones ricas en su deber de ayudar a otras pobres y poco desarrolladas. Esta obligación no debe redu-cirse, sin embargo, a la distribución de bienes y socorros, útiles, si, como medidas de urgencia y que tranquilizan en cierto modo las conciencias de quienes las realizan, sino que exige sobre todo que las naciones ricas ayuden a los pueblos de los países menos favo-

haber repartido las tierras entre los campesinos, se las han quitado de nuevo para reunirlas en polígonos de cultivo común y granjas colectivas o "comunas", habiendo sido de esta forma sustituida la antigua tiranía y explo-tación de los grandes terratenientes por la explotación y tiranía, no menos implacable y absoluta, del Partido Comunista y de sus órganos. SI bien es verdad que los miembros del Partido y sus órganos filiales han visto conside-rablemente mejoradas sus condiciones de vida, no es menos cierto que la gran mayoría del pueblo continúa viviendo en la miseria y condenada a trabajos forzados, que pretende justificar el Partido presentándolos como una medida provisional de austeridad, necesaria y previa al advenimiento del paraíso comunista. (Ed.)

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recidos a desenvolverse por sí mismos. Si acertamos nosotros a obrar de esta forma, yo creo que entre un comunista y un cristiano que trata de llevar a la práctica su cristianismo en la sociedad, todo el mundo escogería a este último. Desgraciadamente, y con harta frecuencia, son preferidos los comunistas por creer que éstos son los únicos que se preocupan de ellos.

Enseñar la doctrina social de la Iglesia

Recuerdo que en mis conversaciones con Luis Taruk, el jefe rebelde filipino, cuando le exponía la doctrina social católica, su primera reacción fue ésta: «¿Por qué no se me habló así cuando era todavía joven? Yo no sabía nada de esto. Cuando iba a la Iglesia de mi pueblo veía a un lado del pórtico de entrada a San José, y al otro, San Isidro, pero a nadie se le ocurrió nunca expli-carme el significado social que tales Santos representan para los cristianos. Si yo hubiera tenido alguna noción de todo esto que usted me explica cuando era un mozalbete, habría trabajado de seguro por hacer realidad tales enseñanzas de la Iglesia. Pero cuando ingresé en el Partido Comunista creía que la Iglesia no tenía absolutamente nada que decir sobre la cuestión social.»

Formar verdaderos jefes

Es trágico esto, pero, ¿no es cierto que ha ocurrido muchas veces? No debiera, sin embargo, ocurrir. Y a nosotros nos corres-ponde el procurar que eso no suceda. Creo que es de excepcional importancia el que tratemos de escoger, tanto entre los sacerdotes como entre los seglares, a personas capacitadas para la misión de jefes, individuos que estén en disposición de poder dirigir a los demás, capaces de transmitir todo lo bueno que nosotros posee-mos y que puedan a su vez formar nuevos jefes. Estas personas deben poseer la técnica del mando y la presencia de ánimo y carácter que constituyen el secreto del mismo. Yo diría que la formación de tal carácter y presencia de ánimo es de lo más importante.

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Seminarios y Universidades para formación de jefes

Es posible haber pasado años en un Seminario o en una Uni-versidad sin darse uno cuenta para qué puedan servir en la prácti-ca las enseñanzas y disciplinas de dichos centros de estudio y preparación. Y os habrá ocurrido pensar a veces: Todo esto, ¿para qué va a servirme luego? Con mi bagage de conocimientos, ¿puedo servir de guía a los demás y serles útil? Nosotros forma-remos, sí, profesionales competentes, pero no jefes, mientras no les demos una preparación y adiestramiento especial en relación directa con la aplicación de las doctrinas de la Iglesia a la sociedad de la que los mismos forman parte y en medio de la cual han de vivir, en la profesión que han de ejercer, en cada aspecto y género de vida en que han de desenvolverse. He aquí la clase de jefes que necesitamos. Si conseguimos formar hombres y mujeres de acción y de mando, habremos conseguido ganarnos al pueblo, tanto mejor todavía que los jefes comunistas, y seremos nosotros quienes guie-mos al mundo.

El hombre necesita ser dirigido

Yo creo que el hombre de hoy tiene verdadera necesidad y se encuentra hambriento de dirección. En todo el mundo el hombre se formula preguntas y se plantea cuestiones cuya respuesta y solu-ción pretende, buscando lo que nosotros hemos hace tantos años recibido. Millones de hombres en estos últimos años han sido materialmente arrancados de sus pueblos y desarraigados de sus ambientes de vida tradicionales y arrojados al torbellino de las grandes ciudades, convirtiéndose en proletarios y gentes desorien-tadas y de incierto porvenir y destino. Sus vidas no tienen ningún sentido ni ningún fin determinado a que destinarlas, ni dirección al-gima en que orientarse. Tal clase de gentes se volverá hacia cual-quiera que se ofrezca a dirigirlas. Si los comunistas les ofrecen esa dirección, los seguirán sin duda. Esto es lo que ha ocurrido con demasiada frecuencia en la India, en Indonesia, en China, en la América Latina, en Europa y en el mundo entero.

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Procuremos nosotros dar esta dirección

Somos nosotros quienes debemos procurar al mundo esta dirección y tenemos los medios de poder hacerlo. Creo que tene-mos en la actualidad una necesidad extrema de dirigentes segla-res, de hombres dispuestos a considerar que su deber no se redu-ce a cristianizarse a sí mismos (y bien sabe Dios que hoy aun esto resulta difícil), sino que deben también cristianizar a la sociedad en que viven, a todas sus instituciones, profesiones a que pertenecen, y hasta el mismo trabajo que realizan. Que todo lo hagan esforzán-dose en llevar a Cristo a toda la Humanidad, cooperando con la Iglesia y con la gracia de Dios.

Una situación trágica

¿No es trágico que sea arrastrada hacia el comunismo tanta gente por la creencia de que son solamente los comunistas quie-nes se preocupan de las injusticias sociales y raciales? Este hecho ha contribuido a crear una situación explosiva. De un lado nos es dado contemplar la pobreza en el seno de la abundancia, naciones pobres que van empobreciéndose más y más en tanto que otras se enriquecen de día en día. Y al lado de esto existe un sector de gen-tes sin fe que llevan una vida espiritual prácticamente nula y que debe ser reavivada. Tal mezcla puede compararse a una carga de dinamita con todos los ingredientes a punto para la explosión. Hemos de tratar de que ésta no se produzca jamás.

Formar cristianos llenos de amor al prójimo

No debemos en forma alguna contentamos con esa clase de cristianos que conocen, sí, el primer mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios», pero que desconocen casi por completo el segun-do: «Y al prójimo como a ti mismo». Es precisamente en el momento en que los cristianos comienzan a practicar el segundo, cuando empiezan a desempeñar de verdad y de forma auténtica su misión en la lucha de nuestro tiempo.

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La victoria o la derrota del comunismo está en nuestras manos

Yo considero en realidad posible el que el comunismo se extienda por toda la tierra. Los comunistas, desde luego, así lo creen. Y es evidente que esto puede ocurrir. Pero es necesario que tal cosa no suceda. Y en definitiva el que ello pueda o no suceder dependerá de gentes como vosotros, si os halláis prestos a asumir las responsabilidades que la Historia pone sobre vuestros hombros. Si rechazáis y hacéis caso omiso de tales responsabilidades u os desentendéis de la lucha en que nos vemos comprometidos, el comunismo puede tragarnos a todos. Pero si hacéis frente al comu-nismo y lográis derrotarlo, no solamente habréis puesto fin a la gra-ve amenaza que pesa sobre la Iglesia, sino que vosotros mismos y la sociedad entera saldréis de este titánico combate más firmes en la fe y más purificados en la lucha.

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