Libertad modernidad y antropologia en Juan Pablo II

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Libertad, modernidad y antropología en el magisterio de Juan Pablo II. por Daniel Pacheco H

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Libertad, modernidad y antropología en el magisterio de Juan Pablo II. Mag. Daniel Pacheco Hernández Agosto de 2007

Introducción.

Tocaremos el tema de la libertad humana en el contexto actual desde el

pensamiento de Juan Pablo II.

Me parece que es una tarea extremadamente compleja abarcar todo el

pensamiento antropológico de Juan Pablo II, o tan siquiera una vertiente de su

pensamiento, por ejemplo las catequesis sobre el matrimonio y la sexualidad, tema ya

de por sí bastante profundo.

Para efectos del presente ensayo el énfasis no estará en lo que se refiere a la

parte corporal del ser humano desde el riquísimo magisterio de Juan Pablo II, si no mas

bien en lo que éste papa refiere sobre el trabajo, la soledad, la angustia, y otros asuntos

que, según mi parecer, son efectos negativos de la forma de pensar de la sociedad

moderna sobre el ser humano.

Recordemos que para efectos de conceptualización histórica y social,

Modernidad es concebido como una época del pensamiento humano que se puede decir

que viene desde Descartes, y que se basa en la confianza en la razón humana sobre

cualquier otro parámetro, de modo que surgen nuevas formas de opresión hacia los

propios seres humanos surgidos de esos “metarrelatos” o convicciones políticas e

ideológicas. Karol Wojtyla sufrió con mucha fuerza durante su juventud los efectos

negativos de uno de estos grandes metarrelatos del siglo XX, a saber, la opresión

política e ideológica del socialismo polaco. Por eso es que este gran autor puede

responder con fuerza y propiedad a esas ideas que pretenden ser universales dejando de

lado al ser humano, ya sea el socialismo hace unas pocas décadas, o el capitalismo

salvaje en la actualidad: “Nuestro siglo ha sido hasta ahora un siglo de grandes

calamidades para el hombre, grandes devastaciones, no solo materiales si no también

morales…” (Cf. Redemptor Hominis 17)

Básicamente me centraré en el análisis de los elementos más importantes de las

encíclicas “Redemptor hominis” (en adelante RH) y “Centesimus annus” (en adelante

CA), documentos que manifiestan varias respuestas que el papa da a los problemas de

este mundo actual.

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La Redemptor Hominis y la visión del ser humano en el mundo actual.

Esta es la primera encíclica del magisterio de Juan Pablo II y es escrita a finales

de los 70, cuando las condiciones sociales, políticas y económicas en el mundo eran

particularmente complicadas por las circunstancias históricas que son ya conocidas.

Esta encíclica es en gran parte continuidad y profundización de las reflexiones

de la Gaudium et Spes, particularmente en el punto Cristológico-antropocéntrico del

número 22 de esta constitución. (Lorda 1996:140) De acá surge lo que se puede llamar

la antropología de la redención, donde la clave para comprender al ser humano es

Cristo.

Entonces, si fuera necesario responder a la pregunta ¿Qué es el ser humano? La

respuesta clara y directa desde este documento de Juan Pablo II sería:

Cristo Redentor, revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es –si se puede expresar así- la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propio de su humanidad. En el misterio de la redención el hombre es “confirmado” y en cierto modo nuevamente creado. ¡Él es creado de nuevo! “Ya no es judío ni griego, ya no es esclavo ni libre, no es hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28) (Cf. RH 10)

La respuesta de qué es el ser humano se encuentra en Cristo, el ser humano es

una criatura grande, digna y valiosa, tal como Jesús lo ha demostrado, siendo Dios y

haciéndose hombre. Pero este ser humano en la actualidad enfrenta varios problemas.

Juan Pablo II dice que esta comprensión del ser humano desde Cristo se encuentra

limitada hoy día por otras visiones salidas de sí mismo:

El hombre quiere comprenderse hasta el fondo de sí mismo –no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes, -debe, con su inquietud, incertidumbre, e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y su muerte, acercarse a Cristo. (Cf. RH 10) ¿Cuáles son esos criterios inmediatos, parciales, superficiales, aparentes a los

que hace referencia Juan Pablo II? Pues a mi parecer el Papa hace clara referencia a las

ilusiones de la razón humana, la ciencia, la técnica, el progreso, la economía, la política

y la producción que intentan dar una visión de ser humano pero que en el proceso

terminan siendo una distorsión que no ofrece la dignidad total del ser humano. Si

pensamos al ser humano desde la perspectiva de Cristo, es inaudito pensar que las

personas son extraviadas, explotadas y muertas por un sistema creado por los mismos

hombres. Si el ser humano nuevo es uno en Cristo, entonces éste ser humano es lo más

valioso y no es posible que sea explotado y minimizado por la producción, o la

ideología política. Esto se desarrolla más específicamente un poco más adelante en el

documento.

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Juan Pablo II hace una referencia clara al concepto de libertad, que he ubicado

como eje en el presente ensayo. ¿Cuál es la verdadera libertad? Según el documento

pontificio la clave viene desde Pablo:

“Conoceréis la verdad y la verdad os liberará” (Jn 8,32) estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundice en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. También hoy, después de dos mil años, Cristo se nos presenta como aquel que trae al hombre la libertad basada en la verdad. (Cf. RH 12) De nuevo hay que preguntarse ¿cuál viene a ser esa libertad aparente, unilateral

y superficial? Dejando de lado un poco el contexto histórico en el que surge este

documento, podemos traer estas preguntas al contexto actual y decir sin duda que estas

libertades falsas vienen de ilusiones tales como el consumo, la sexualidad rápida y sin

compromiso, la violencia, la acumulación de capital. Hilando un poco más fino, sin

duda alguna una libertad aparente nos viene de un sistema político que asegure la

libertad, pero que trae opresión y pobreza estructural. Pero esto se verá un poco más

adelante con el análisis de la Centesimus Annus.

Al igual que la Gaudium et Spes, y de acuerdo con sus primeras palabras al ser

elegido “no tengáis miedo”, Juan Pablo II dedica el apartado número 15 de la

Redemptor Hominis a los miedos, angustias y problemas del ser humano en la época

contemporánea. La clave es que el ser humano ha vuelto su propio ingenio, sus

productos, contra sí mismo, produciendo amenazas contra todo el género humano.

El hombre actual parece estar siempre amenazado por lo que produce, es decir, por el resultado del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento, de las tendencias de su voluntad. Los frutos de esta múltiple actividad del hombre se traducen muy pronto y de manera imprevisible en objeto de “alienación”, es decir, son pura y simplemente arrebatados a quien los ha producido; pero al menos parcialmente, en la línea indirecta de sus efectos, esos frutos se vuelven contra el mismo hombre; ellos están dirigidos o pueden ser dirigidos contra él. (Cf. RH 15)

Los conceptos y el tono de este fragmento suenan muy similares a los

fundamentos de la teoría marxista. Y es que Juan Pablo II coincide con muchos grandes

pensadores de los últimos siglos al decir que el ser humano con la industrialización se

ha vuelto inferior a la mercancía, a los capitales, y también a las ideas políticas e

ideológicas que muchas veces dicen estar al servicio del bien de las mayorías.

En la continuación de esta parte del documento, el Papa hace clara referencia a

la Guerra Fría que era en ese momento una clara amenaza a la auto-destrucción que el

ser humano genera por causa de su propia producción material. Vale la pena pensar qué

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elementos hoy día amenazan a la humanidad entera una vez pasada la guerra oriente-

occidente. Creo que la respuesta está unas pocas líneas más adelante:

El desarrollo de la técnica no controlado ni encuadrado en un plan a escala universal y auténticamente humanista, llevan muchas veces consigo la amenaza del ambiente natural del hombre, lo enajenan en sus relaciones con la naturaleza y lo apartan de ella. (Cf. RH 15) Creo que en la actualidad la amenaza permanente que afecta a la humanidad es

el calentamiento global, que al igual que hace unas décadas con la guerra fría, parece ser

ignorado por las potencias, y lleva a sumir a pueblos enteros a la pobreza y la miseria.

Todo esto es producto del desarrollo y la producción humana descontrolada. Las

amenazas de ayer y las de hoy encuentran su raíz por igual en esta forma de

pensamiento de los hombres que lleva a la destrucción del hombre mismo.

¿Este progreso, cuyo autor y fautor es el hombre, hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos “más humana”?; ¿la hace “más digna del hombre”? no puede dudarse de que, bajo muchos aspectos, lo haga así. No obstante, esta pregunta vuelve a plantearse obstinadamente por lo que se refiere a lo verdaderamente esencial: si el hombre, en cuanto hombre, en el contexto de ese progreso, se hace de veras mejor. (Cf. RH 15) La respuesta a esta pregunta es la misma que se viene dando desde un principio:

Cristo, como eje y como modelo de humanidad debe ser la clave para pensar al ser

humano, la producción, de forma ética, justa y de forma que el ser humano no se

destruya a sí mismo:

Esta es la pregunta que deben hacerse los cristianos, precisamente porque Jesucristo los ha sensibilizado así universalmente en torno al problema del hombre. La misma pregunta deben formularse además todos los hombres. (Cf. RH 15)

La Centesimus Annus y los problemas del capitalismo actual.

Cien años después de que León XIII escribiera su encíclica Renum Novarum,

que implicó un aporte gigante a la doctrina social de la Iglesia, y en general a la lectura

de la misma de la realidad moderna; Juan Pablo II publica la encíclica Centesimus

Annus, que básicamente responde al hecho de el capitalismo ha quedado como gran

sistema único económico en el mundo, pero esto no significa mejores condiciones para

los pueblos de la tierra.

El trabajo humano debe ser considerado como medio de producción valioso para

el desarrollo de todo el género humano, y al ser el trabajo un don de Dios, es

inconcebible pensar que con ese trabajo y con la acumulación se explote a otros al punto

que no se les permita acceder a los bienes básicos. Esta idea presente en muchas

filosofías humanistas y expuesta con toda claridad por León XIII en la Renum

Novarum, es contextualizada y reafirmada por Juan Pablo II, con los nuevos problemas

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asociados al viejo tema de la explotación de los que poseen más recursos contra los que

poseen menos:

Ante estos casos, se puede hablar hoy día, como en tiempos de la Rerum novarum, de una explotación inhumana. A pesar de los grandes cambios acaecidos en las sociedades más avanzadas, las carencias humanas del capitalismo, con el consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, están lejos de haber desaparecido; es más, para los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido la del saber y de conocimientos, que les impide salir del estado de humillante dependencia. Por desgracia, la gran mayoría de los habitantes del Tercer Mundo vive aún en esas condiciones. (Cf. CA 33)

La crítica al capitalismo salvaje de la actualidad es clara en este fragmento de

documento. La desigualdad que surge de una acumulación de capital sin sentido es la

raíz de los problemas humanos de gran parte de la humanidad hoy en día. Ante esto el

Papa exige controles fuertes por parte de los estados que aseguren la igualdad, y ofrecer

crédito accesible a los países en desarrollo. En la actualidad, la tendencia de debilitar al

Estado y la cuota de poder cada vez mayor que poseen las empresas parecen confirmar

que las palabras del Papa en ese sentido no fueron escuchadas, y al mismo tiempo son

una exigencia para los cristianos de hoy.

Un problema claro a nivel personal que surge de este pensamiento capitalista es

el del consumo individual y egoísta, que ofrece falsa libertad a las personas:

Al dirigirse directamente a sus instintos, prescindiendo en uno u otro modo de su realidad personal, consciente y libre, se pueden crear hábitos de consumo y estilos de vida objetivamente ilícitos y con frecuencia incluso perjudiciales para su salud física y espiritual. El sistema económico no posee en sí mismo criterios que permitan distinguir correctamente las nuevas y más elevadas formas de satisfacción de las nuevas necesidades humanas, que son un obstáculo para la formación de una personalidad madura… Un ejemplo llamativo de consumismo, contrario a la salud y a la dignidad del hombre y que ciertamente no es fácil controlar, es el de la droga. (Cf. CA 36)

En la actualidad las personas se crean necesidades para consumir placer de

forma egoísta, todo esto va más allá de la simple satisfacción de necesidades y pasa a

ser algo completamente negativo para el conjunto de la humanidad. Contrario a lo que

dice la teoría clásica de la economía, el consumo desmedido e individualizado no ha

producido mucho bienestar en las sociedades actuales, más bien produce aislamiento,

vacío, soledad, angustia; y por otro lado falta de solidaridad con los que menos tienen,

las personas que no pueden consumir por la falta de solidaridad de otros son

considerados sencillamente escoria o residuos criminalizados del proceso. El

consumismo egoísta es pues un mal social y personal, que en la actualidad es

considerado como un gran beneficio para la economía.

Otro gran tema que advierte la encíclica papal es lo referente al lo ecológico, lo

cual no es mencionado en el documento de León XIII cien años atrás.

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El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida… El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de «crear» el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él. (Cf. CA 37) Hoy en los primeros años del siglo XXI confirmamos que esta problemática

ecológica se ha agravado. De nuevo, éste es un factor en el cual los gobiernos del

mundo desoyen las palabras del Papa.

Todos estos elementos fundamentales y muy pertinentes para nuestra sociedad

actual no parecen ser una novedad: científicos de distintos campos y pensadores de

distintas épocas ya los han señalado. ¿Cuál es la novedad o diferencia de la propuesta

del Papa? Pues que la clave y la respuesta surgen del “antropocentrismo cristológico”,

es decir, de la noción de que la respuesta surge del mismo ser humanos que vale por ser

la criatura más importante de Dios en la Tierra. La respuesta del Papa a todos estos

antiguos problemas no está en ideas políticas o alternativas económicas, si no en

actitudes subjetivas de los humanos y las comunidades para cambiar estas realidades.

Una propuesta-exigencia que hace Juan Pablo II dentro de la encíclica, y la cual

es un tema recurrente dentro de su catequesis, es la importancia de la familia como

fuente del amor que permite que todos los demás problemas sociales cambien:

Para superar la mentalidad individualista, hoy día tan difundida, se requiere un compromiso concreto de solidaridad y caridad, que comienza dentro de la familia con la mutua ayuda de los esposos y, luego, con las atenciones que las generaciones se prestan entre sí. De este modo la familia se cualifica como comunidad de trabajo y de solidaridad… Es urgente, entonces, promover iniciativas políticas no sólo en favor de la familia, sino también políticas sociales que tengan como objetivo principal a la familia misma, ayudándola mediante la asignación de recursos adecuados e instrumentos eficaces de ayuda, bien sea para la educación de los hijos, bien sea para la atención de los ancianos, evitando su alejamiento del núcleo familiar y consolidando las relaciones entre las generaciones (Cf. CA 49)

De nuevo, una respuesta surgida de lo más profundo y valioso del ser humano,

una alternativa completamente viable y que reivindica al ser humano por sí y no desde

lo político.

Reflexiones finales.

Como conclusión se puede decir que la propuesta de Juan Pablo II en su

antropología teológica está en la confianza del ser humano, en su propia solidaridad y la

vivencia del amor entre los pueblos.

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La situación del hombre en el mundo contemporáneo parece distanciarse tanto de las exigencias objetivas del orden moral, como de las exigencias de la justicia o más aún del amor social… nos encontramos ante un grave drama que no puede dejarnos indiferentes: el sujeto que, por un lado, trata de sacar el máximo provecho y el que, por otro lado, sufre los daños y las injurias es siempre el hombre. Drama exacerbado aún más por la proximidad de grupos sociales privilegiados y de los países ricos que acumulan de manera excesiva bienes, cuya riqueza se convierte, de modo abusivo, en causa de diversos males. (Cf. RH 16) La confianza en las acciones humanas subjetivas, específicamente el amor y la

solidaridad, son la clave que propone el papa. Este amor no es una actitud política, no es

una ideología o método de praxis. El amor es una forma de vivir subjetivamente que

incide en estructuras sociales, basándose en la comunión entre los humanos. J. L. Lorda

dice los siguiente basándose en las reflexiones de las catequesis sobre el cuerpo de las

audiencias del Papa: “En efecto la comunión no llega a su plenitud espontáneamente,

sino porque exige dedicación, una donación, que es lo propio del amor entre personas…

la perfección del amor requiere donación. Paradójicamente, el hombre cree en el ser

cuando da.” (Lorda 1996: 159-160)

Juan Pablo II propone una forma de mejorar la realidad humana sin proponer

una praxis concreta. Ese puede ser un limitante. Los problemas antropológicos del ser

humano, la libertad humana mal aprovechada que lleva a la pobreza, la destrucción

ambiental, la soledad, la angustia, todo esto es señalado certera y pertinentemente por el

Papa. Pero el camino propuesto no es claro ni concreto en cuanto a prácticas políticas.

Esto ocurre porque el pontífice no se propone hacer política, si no proponer formas de

pensamiento antropocéntricas. Definitivamente en el contexto de la modernidad, sea en

el siglo XIX con la industrialización europea, o sea en la actualidad con la modernidad

rápida, volátil, que se desarrolla en Internet, el ser humano corre el riesgo de pasar a

segundo plano después de la técnica, la política y la economía. Llamado de Juan Pablo

II, y la verdad de la esperanza que nos viene de la Gaudium et Spes, es una respuesta de

fondo, que parte de cada ser humano para responder a los problemas del mundo actual.

La tarea no es imposible. El principio de solidaridad, en sentido amplio, debe inspirar la búsqueda eficaz de instituciones y de mecanismos adecuados, tanto en el orden de intercambios, donde hay que dejarse guiar por las leyes de una sana competencia, como en el orden de una más amplia y más inmediata repartición de las riquezas y de los controles sobre las mismas. (Cf. RH 16) La misión que le queda a los teólogos y en general a la comunidad eclesial es

encontrar la forma efectiva de que estos cambios lleguen a toda la humanidad, e influir

de verdad en las formas de desarrollo de las sociedades actuales. Si el ser humano se

siente solo, abandonado en este contexto actual, la Iglesia ofrece una clara respuesta,

pero lo que está pendiente es contextualizar estas enseñanzas, decirle al ser humano que

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de verdad la respuesta a los problemas está dentro de las mismas personas, y se basa en

la solidaridad y la comunión del amor.

Bibliografía.

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