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  • Publicados por primera vez en espaol, este libro recoge cuarenta y dosrelatos escogidos por el propio autor, historias que posteriormente seconvertiran en algunas de sus ms destacadas novelas, cuentos que evocanel mtico territorio de Yoknapatawpha, pero tambin Beverly Hills y laFrancia de la Primera Guerra Mundial. Una aproximacin a la crueldad,brutalidad y ternura del ser humano, una muestra ms de la genialidad deWilliam Faulkner, un maestro indiscutible de la literatura modernanorteamericana.

  • William FaulknerCuentos reunidos

  • Introduccin

    En agosto de 1950, dos meses antes de recibir la buena nueva de Estocolmo,William Faulkner public esta coleccin de relatos, sus Cuentos reunidos, tal ycomo l quiso disponerlos de acuerdo con una divisin concienzuda de toda suproduccin cuentstica, que no recogi ntegramente. Con anterioridad habapublicado tres volmenes de cuentos: These 13 y Doctor Martino, que formanparte de ste en su totalidad, aunque en un orden muy distinto, y Gambito decaballo, que qued expresamente fuera de esta seleccin personal por ser msbien producto de una serie de descartes en la configuracin de este volumen,pues contiene los cuentos ms detectivescos. En esta minuciosa y armnicaseleccin tampoco reuni por cierto aquellos cuentos recogidos en un volumenque el lector hispanohablante acaso conozca, y que lleva un ttulo un tantoengaoso, Relatos, pues son en verdad los Uncollected Stories, no reunidos hastamucho despus de su muerte, hasta 1979, por mediacin de su bigrafo, JosephBlottner, y de acuerdo con su hija y heredera, Jill Faulkner. Adems de los norecogidos en volumen y algunos inditos, esa recopilacin pstuma contiene loscuentos que pasaron a formar parte (o estn tomados) de novelas comoDesciende, Moiss y Los invictos entre otras. Fuera de todo ello an queda unagavilla de inditos y raros, adems de los inacabados, que se han ido publicandode forma aislada.

    As se explica que este volumen no contenga los cuentos completos delprodigioso William Faulkner, titnico en su produccin, revolucionario en lascotas alcanzadas en tantas ocasiones. Sus cuentos completos precisaran tal vez detres volmenes como ste.

    Pero es que nunca fue sa la intencin que anim a su editor, Robert Haas,que es quien propuso al autor un primer ndice puramente provisional en marzode 1948, que Faulkner fue completando con infinito esmero a lo largo de un parde aos, con la asesora de un crtico de la talla de Malcolm Cowley que en1946 ya diera a luz, de comn acuerdo con el autor, una antologa proverbial,titulada The Portable Faulkner y con el concurso de otro editor y buen amigode Faulkner, Saxe Commins. De todo ello hallar cumplida cuenta el lector en las

  • presentaciones que dan noticia de cada uno de los relatos aqu reunidos, al finalde este volumen, y que anteceden a las notas propiamente aclaratorias. Se haquerido reducir al mnimo indispensable este elemental aparato crtico, ademsde presentarlo de la forma ms discreta, con el menor grado de injerencia en eldisfrute del lector.

    El volumen resultante de la iniciativa editorial de Robert Haas, que tiene ellector en las manos, fue galardonado en 1951, cuando Faulkner ya trabajaba sindescanso en Rquiem por una monja, con el National Book Award. Pero estereconocimiento le lleg, en efecto, despus del Nobel, distincin que guarda uncurioso parentesco con esta coleccin de relatos, como se expone ms abajo alamparo de una hermosa conjetura de Malcolm Cowley, que es desde el punto devista crtico la persona que ms conoci y mejor entendi el funcionamiento dela mquina Faulkner.

    A la propuesta inicial de Robert Haas respondi Faulkner con una carta y a enseptiembre de 1948 al parecer, extravi la carta primera de Haas, diciendoque deseaba meditar la idea y tratar de dar a este volumen una formaintegrada que le sea propia, como en el libro de Moiss si es posible . Variassemanas despus escribi a Haas una larga carta, una de las ms intrigantes queFaulkner escribi nunca, por contener una muy precisa valoracin de muchos desus relatos, descartando unos y reafirmando la necesidad de que otros seincluyeran en el volumen proyectado. El criterio fundamental que manejaFaulkner es la aspiracin a que la coleccin sea muy extensa y comprendatodos los relatos previamente publicados, salvo aqullos ya asignados a una seriede volmenes futuros . Adems de la extraordinaria percepcin crtica de supropia obra, Faulkner iba en busca de un ordenamiento del material que diera alvolumen la modulacin que hubiese llegado a tener una novela, una entidadpropia, una integracin en forma de contrapunto, tendente a un nico fin, a unasola finalidad (segn seal l mismo en otra carta semejante, pero escrita aCowley el 1 de noviembre de 1948, en la que realiza una primera tentativa deordenacin de un material amplsimo y dispar). Y es apasionante comprobar,aunque detallarlo sera largo, cmo de la lista de relatos que propuso Haas aFaulkner no se cay ninguno, si bien Faulkner fue defendiendo la inclusin deotros a veces con gran vehemencia, como es el caso de Alln , y aun de otrosincluidos en la ltima de las partes del volumen, adems de cambiar de ubicacinalgunos, en pos de esa tensin dinmica que permitiera leer el volumenprecisamente como Desciende, Moiss, una novela formada por una serie derelatos dotados de plena independencia, o Las palmeras salvajes (novela a la quehabra que dar su verdadero ttulo, Si yo te olvidara, Jerusaln), compuesta pordos narraciones autnomas que se van alternando.

    Apunta Michael Millgate que los Cuentos reunidos son un tomo que ocupaun lugar muy importante entre las grandes obras de Faulkner , con lo que rebate

  • la extendida idea de que los cuentos son un producto menor de un novelistamayor donde los haya. Es cierto prosigue Millgate en The Achievement ofWilliam Faulkner, p. 390 que los cuarenta y dos cuentos y a haban sidopublicados con anterioridad, aunque diecisiete se reunan por vez primera. () Elmero hecho de reunir los relatos por primera vez hizo posible un examen de loslogros de Faulkner en el gnero del relato breve, y su organizacin de los cuentosen seis secciones diferenciadas, cada una con su ttulo [y sus remisiones internas,sus factores de cohesin, sus disonancias, sus modulaciones anmicas, sumuestrario de tcnicas], hizo que fuera necesario leerlos en un nuevo contexto .

    Es cierto y no es menos conocido que Faulkner escribi una cantidad ingentede relatos por pura necesidad pecuniaria. Durante toda su tray ectoria, elmercado de las revistas de circulacin ms o menos masiva en nada se pareca ala depauperada situacin que hoy presenta. El universo lector era mucho msconcurrido, y en l haba sitio para toda clase de esfuerzos: los escritores deentonces podan entregar un libro cuando lo tuvieran listo, pero entre tanto eraposible que pagaran sus facturas dando salida a sus textos por medio de lapublicacin en revistas populares y especializadas en obras de ficcin. Este hechoda a los relatos de Faulkner en muchos casos un grado de asequibilidad queno tienen algunas de sus novelas, por lo que los Cuentos reunidos son una puertade acceso perfecta al universo Faulkner, al tiempo que son muy a menudo perlasde especial rareza para el conocedor de ese ancho mundo que se centra en elcondado de Yoknapatawpha, pero que muchas veces se extiende ms all de lasfronteras de ese terruo del tamao, segn dijo l mismo, de un sello decorreos . En muchas ocasiones, los relatos estn directamente emparentadoscon las novelas, e incluso algunos tendrn una futura versin en otro contextonarrativo, as como mantienen vnculos de hermandad entre s.

    Estos Cuentos reunidos son como una antologa que hubiera hecho porejemplo Bob Dy lan a partir de toda su produccin, pero no confeccionada por sudiscogrfica, sino hecha ntegramente por el artista, si bien de pleno acuerdo ypor peticin expresa de uno de sus editores, y en tres CDs, naturalmente. Laconfeccin del repertorio obedece a la bsqueda de una armona en la que talespiezas no descuellen, no desentonen, alternando en su naturaleza representativa ycohesionada. No es lo mejor de s lo que el artista recoge: recoge lo que es, y esuno de los mejores, uno de los ms grandes. Y lo que se pretende es realzar cadauna de las canciones por contigidad con otras, tal como a Faulkner le interesabaante todo urdir un buen cuento, dejndose de cronologas y de dictados didcticossobre su propia obra. Claro est que una antologa as se puede leer como unacrnica.

    En la composicin de este muestrario de su arte narrativa, engarzando cuentoa cuento y engastando parte a parte en un todo que ms suma que la suma de suspartes, Faulkner antes del reconocimiento mundial que iba a llegar a los pocos

  • meses desde ese imn y emisora para grandes escritores que es Estocolmo enoctubre ensambl los pedacitos que componen su mundo, ese universo que,con inevitables excursiones a la ciudad de Nueva York, o a Hollywood, o al golfode Mxico, o a la Primera Guerra Mundial, y a la Segunda, pero sin salir delterruo, presenta un compendio geogrfico y temtico que es cifra y seal delpequeo mundo del hombre, en el que los engarces entre los relatos porcontigidad, la colocacin de cada uno en un lugar estratgico de cada una de laspartes, el funcionamiento de las mismas, son determinantes en la hechura de unlibro que poco se parece a otros por el estilo. Fruto de la frtil colaboracin entrela partera o comadrona y la madre que con ayuda de la primera y con sustrabajos y dolores de parto da a sus hijos al mundo ancho y hostil fcil no esque el escritor alumbre sin el concurso o la traccin de su editor, los Cuentosreunidos de Faulkner son en su totalidad un homenaje al concurso del ser humanocon el ser humano y una constatacin clara del dctum de Pablo de Tarso: sin tino soy nada. Pero esto es algo que aclaran mejor los propios participantes en laelaboracin de un libro capital en el canon faulkneriano.

    Es de ley resear que Faulkner anunci a Cowley en la carta antes citada(The Faulkner-Cowley File, Letters and Memoirs, 1944-1962, pp. 119-120) suintencin de anteponer un prefacio a sus Cuentos reunidos. El propio Cowleyconsigna su decepcin al ver que [Faulkner] haba abandonado la idea deescribir dicho prefacio, a resultas de lo cual el tema sobre el que podra haberversado dicho texto, si lo hubiera escrito, qued en el cajn, disponible para otrosusos .

    Faulkner, que acaba de pasar una breve temporada con Cowley, le escribenada ms llegar a su casa de Oxford, Mississippi, y le describe el lento viajehacia el sur en un avin que hizo escala en infinidad de lugares intermedios:

    No me aburr demasiado, porque pas el tiempo pensando en la coleccinde relatos, y cuanto ms pienso en ella ms me gusta. El nico prefacio querecuerdo es uno que le cuando tena diecisis aos, en un libro de Sienkiewiczdonde deca, aunque no con estas palabras, algo as como que este libro hasido escrito con esfuerzo (podra haber dicho agona o sacrificio) paraenaltecer el corazn de los hombres . Y sa me parece que es la nicafinalidad meritoria de un libro, de modo que tambin en una coleccin derelatos la forma y la integracin son tan importantes como en una novela.

    Y contina Cowley diciendo que estoy casi seguro de que hay ecos de esafrase, amplificada y remota como un trueno en los montes, al comienzo y alfinal del discurso de recepcin del Premio Nobel que pronunci Faulkner . Alprincipio de ese brevsimo texto dice Faulkner que entiendo que este premio nose me otorga a m en persona, sino a mi obra, que es producto de una vida vivida

  • en la agona y el esfuerzo del espritu humano. () Por tanto, este premio slo esmo en depsito . Y al final apunta que es privilegio del escritor ayudar alhombre a resistir mediante el enaltecimiento de su corazn, recordndole lavalenta y el honor y la esperanza y el orgullo y la compasin y la piedad y elsacrificio que han sido gloria de su pasado . Y es que en Faulkner, segn se diceen Rquiem por una monja, es imprescindible tener presente que el pasado noha muerto: ni siquiera ha pasado .

    MIGUEL MARTNEZ-LAGEPamplona, 8 de septiembre de 2009

  • IEL CAMPO

  • Incendiar establos

    El almacn en el que tuvo lugar la vista celebrada por el juez de paz apestababastante a queso. El chiquillo, acuclillado sobre el barril de los clavos, al fondo deun local atestado de gente, era sabedor de que ola a queso, y a unas cuantascosas ms: desde el asiento al que se haba encaramado alcanzaba a ver lasestanteras alineadas en las que se apilaban bien apretadas las formas slidas,chaparras, dinmicas, de aquellas latas cuyas etiquetas ley con el estmago, sinrecurrir a unos rtulos que para su caletre nada significaban, fijndose en cambioen los diablos rojos y en la curvatura argentina de los peces,[1] todo lo cual, elqueso de cuyo olor era consciente y la carne hermtica, enlatada, cuy o olorcrean percibir sus intestinos, le llegaba en rachas intermitentes y efmeras enmedio de un constante efluvio, el olor y la sensacin de tener un poco de miedo,ms que nada por la desesperanza y por la tristeza, la vieja y feroz pulsin de lasangre. No alcanzaba a ver la mesa tras la que se haba sentado el juez, frente alcual se encontraban de pie su padre y el enemigo de su padre ( nuestro enemigopens con la misma desesperanza, nuestro de los dos! Tan suyo como mo!Es mi padre! ), aunque s los oa, u oy ms bien a los dos, porque su padre anno haba dicho ni palabra:

    Y qu pruebas tiene, seor Harris?Ya se lo he dicho. El cochino se me meti en el maizal. Le ech el guante y

    se lo mand. No tena l una cerca con la que tenerlo bien sujeto. Yo y a se lodije, ya iba avisado. La siguiente vez met al cochino en mi corral. Cuando vino arecogerlo, le di alambre de sobra para que cercase bien su corral. A la vezsiguiente, recog al cochino y lo met en mi corral. Fui a caballo hasta su casa yvi todo el alambre que le haba dado yo enrollado y arrinconado en su parcela.Le dije que poda pasar a llevarse el cochino cuando me pagase una tasa de undlar.[2] Esa misma noche vino un negro con un dlar y se llev el cochino. Eraun negro un poco raro. Forastero, a lo mejor. Va y me dice: Dice que le digaque la madera con el heno arde fcil . Cmo dices?, le digo yo. Pues eso, quemadicho que le diga que la madera con el heno arde fcil. Esa misma nocheme pegaron fuego al establo. Pude sacar lo que tena dentro, aperos y animales,

  • pero perd el establo.Qu ha sido del negro? No le ha echado el guante?Era un negro un poco raro, y a le digo. No s qu habr sido de l.Pero eso no prueba nada. No entiende que eso no es una prueba?Que venga el chiquillo. l s que lo sabe durante unos instantes, el

    chiquillo pens que el hombre se refera a su hermano mayor, hasta que Harrisdijo: No, se no. El pequeo. El chiquillo y, acuclillado como estaba,pequeajo para su edad como era, menudo y nervudo como su padre, con unosvaqueros descoloridos y remendados, demasiado pequeos incluso para l, con elcabello castao, lacio, sin peinar, y los ojos grises, despavoridos como nubes detormenta, vio separarse a los hombres que se interponan entre aquella mesa y l,y los vio convertirse en una calleja de rostros malencarados, al fondo de la cualacert a ver al juez, un hombre desaliado, sin cuello de camisa, canoso, congafas, que le haca gestos para que se acercara. No sinti el suelo bajo las plantasde los pies, le pareci que caminase bajo el peso palpable de los rostrosmalencarados que se iban volviendo a su paso. Su padre, envarado, con la levitanegra que slo se pona los domingos, y que no se haba puesto por el juicio, sinopor la mudanza, ni siquiera le mir. l lo que quiere es que mienta pens, yvolvi a sentir el mismo frenes de tristeza y desesperanza. Y voy a tener quehacerlo .

    Cmo te llamas, chico? dijo el juez.Coronel Sartoris Snopes murmur el chico.Eh? dijo el juez. Habla ms alto, anda. Coronel Sartoris, dices? Pues

    digo yo que todo el que en este condado lleve el nombre del Coronel Sartoris a lafuerza tiene que decir la verdad, no? el chiquillo no dijo nada. Enemigo!Enemigo! , pens; hubo un instante en el que ni siquiera acert a ver nada, y nopudo ver que el juez lo miraba con semblante amable, ni acert a discernir queinterpel con voz contrariada al hombre que llamaban Harris: Deseainterrogar a este chiquillo?

    En cambio, s acert a or, y oy , durante los largos segundos que siguieron,mientras no se oy absolutamente nada ms en el reducido espacio del almacn,atestado como estaba de gente, el sonido de un respirar reposado y atento, tanquedo que fue como si se hubiera columpiado al extremo de la cuerda, en lo msalto de un barranco, sujeto a los zarcillos de una parra, y como si en el punto mselevado del arco que trazaba el columpio quedase atrapado en un detenidoinstante de hipntica gravitacin, ingrvido en el tiempo.[3]

    No! dijo Harris con violencia, con explosiva exasperacin.Condena! Mndelo fuera de aqu!

    El tiempo, el mundo de la fluidez, apret entonces su discurrir de nuevo bajosus pies, y las voces volvieron a llegarle claras, confusas, en medio del olor aqueso y a carne sellada, en medio del miedo y la desesperanza y la antigua

  • tristeza de la sangre:Se desestima el caso. Nada puedo probar en contra de usted, Snopes, pero

    s puedo y debo darle un consejo. Mrchese del condado y no se le ocurra volver.Tom la palabra su padre por vez primera, con voz fra y spera, sin

    alterarse, sin cargar las tintas.sa es mi intencin. No se me ocurrira quedarme en un condado, entre

    gentuza que y dijo algo que no es posible poner por impreso, algo vil yrastrero, que no dirigi a nadie en particular.

    Con eso es ms que suficiente dijo el juez. Tome su carreta y lrguesedel condado antes de que anochezca. Se desestima la demanda.

    Su padre se volvi en redondo y l sigui la levita envarada, la figura nervudaque caminaba con rigidez debido a la bala de mosquete con que le alcanz unconfederado, uno de los hombres del sheriff, nada ms robar un caballo, ms detreinta aos antes, y sigui ms bien las dos espaldas, puesto que su hermanomayor acababa de aparecer en medio del gento, no ms alto que el padre, peros ms grueso, mascando tabaco sin descanso, entre las dos hileras de individuosmalencarados que formaban la calle que desembocaba en salida del almacn,para atravesar el porche desgastado y bajar los peldaos combados y pasar entrelos perros y los chicos que se haban juntado en medio de la polvareda de unmayo ya caluroso, por donde oy al pasar un susurro mascullado:

    Quemaestablos!Tampoco acert a ver nada, pese a volverse sobre los talones; haba una cara

    en medio de una bruma roja, como el halo de la luna, mayor que la luna llena,cuyo dueo de nuevo tena la mitad de su tamao, y salt en medio de la brumaroja hacia ese rostro y no sinti el golpe, no sinti nada al darse de cabeza contrala tierra, levantndose veloz, de un salto, sin sentir tampoco entonces el golpe, sinsentir el sabor de la sangre en la boca, levantndose veloz, justo a tiempo de veral otro muchacho, que se dio a la fuga a la vez que emprenda l la persecucin ytoparse con que la mano de su padre le impeda el paso, la voz fra, spera,resonante por encima de l.

    Anda y sube a la carreta.La carreta estaba en medio de las acacias y las moreras, al otro lado de la

    calle. Sus dos hermanas, grandullonas, endomingadas, as como su madre y lahermana de su madre, con sus vestidos de percal y sus capotas para guarecersedel sol, esperaban sentadas en la carreta, entre los penosos residuos de la docenade mudanzas, o acaso ms, que hasta el chiquillo recordaba; el fogndestartalado, las camas y las sillas medio rotas, el reloj con incrustaciones demadreperla, que no funcionaba, parado a unos catorce minutos despus de lasdos de un da y una poca apagados, olvidados, que form parte de la dote de sumadre. La madre lloraba, aunque en el momento en que lo vio se pas la mangasobre la cara y empez a bajar de la carreta.

  • Estate quieta dijo el padre.Se ha lastimado. Tengo que ir a por agua para lavarleHe dicho que te quedes quieta en la carreta dijo el padre. Tambin l

    subi, pero pasando por la trasera. Su padre se encaram al pescante, en dondesu hermano mayor y a estaba instalado, y arre a las mulas flacas un par defustazos salvajes con una vara de sauce pelada, aunque sin encono. Ni siquierafue sdico; lo hizo exactamente con esa misma cualidad que en aos venideroshabra de provocar que sus descendientes revolucionasen el motor en excesoantes de poner el coche en marcha, acelerando y frenando al mismo tiempo.Arranc la carreta mientras todos los presentes en el almacn, callados, salierona mirar malencarados su partida y pronto quedaron atrs, hasta que los ocultuna curva del camino. Para siempre pens. A lo mejor ahora se da porcontento, ahora que y a ha e interrumpi el pensamiento, que no lleg aformular del todo ni siquiera para sus adentros. Not la mano de su madre en elhombro.

    Te duele? le dijo.No, no es nada dijo l. Djame en paz.Anda, lmpiate un poco la sangre antes de que se seque.Ya me lavar por la noche dijo. Djame en paz. No es nada, en serio.La carreta segua la marcha. El chiquillo no saba adnde se dirigan. Ninguno

    de ellos lo supo nunca, ni lo pregunt, siempre al final una casa, por llamarla dealgn modo, que los esperaba al cabo de uno, dos e incluso tres das de viaje. Eraprobable que su padre ya hubiera acordado un empleo de aparcero en otrapropiedad antes de Tuvo que interrumpirse de nuevo. l (el padre) siempreobraba igual. Algo tena en su independencia e incluso en su valenta lobuna, almenos cuando la situacin era si acaso paritaria, e incluso neutral, algo queimpresionaba a los desconocidos, como si de su latente ferocidad de vorazdepredador extrajeran no tanto una sensacin de confianza cuanto, ms bien, lapercepcin de que su feroz conviccin en la rectitud de sus propios actos haba deser ventajosa para todo el que concurriese con sus intereses.

    Acamparon esa noche en una arboleda, entre robles y hayas, por dondecorra un arroy o. Las noches an eran frescas y armaron una fogata paradefenderse del fro, con una barandilla arrancada de una cerca que vieron en lasinmediaciones y que cortaron en dos tramos, para armar una fogata pequea,precisa, casi cicatera, una fogata ladina; esas fogatas eran las que su padre tenapor hbito y costumbre armar siempre, incluso cuando ms inclemente era elfro. De haber sido may or, el chiquillo podra haber reparado en ello y habersepreguntado por qu no armaba una fogata ms grande, por qu un hombre queno slo haba presenciado el despilfarro y la extravagancia de la guerra, sino quetambin llevaba en la sangre una prodigalidad voraz e inherente a todo lo quefuera material, mxime si no era de su propiedad, no haba echado al fuego todo

  • lo que tuviera a la vista. Luego podra haber ido un paso ms all y haberpensado que sa era la razn, que esa hoguera msera era el fruto viviente de lasnoches que haba pasado al raso durante aquellos cuatro aos, en los bosques,escondindose de todos los hombres por igual, los de uniforme gris y los deuniforme azul, con sus reatas de caballos (caballos capturados, los llamaba l). Yde haber sido an may or acaso hubiese adivinado la razn: que el elemento delfuego hablaba y llegaba a tocar en lo ms vivo algn resorte ubicado en lo msprofundo del ser de su padre, tal como el elemento del acero o de la plvorahablaba y llegaba a otros hombres, por ser el arma para la preservacin de laintegridad, sin la cual no valdra la pena seguir respirando, conservar el aliento, yque por tanto era preciso contemplar con respeto y utilizar con discrecin.

    Pero en esto no pensaba en esos momentos; haba visto esas mseras fogatasdurante toda su vida. Se limit a zamparse la cena junto al fuego y casi se habaadormilado ante la escudilla de peltre cuando su padre lo llam y una vez mshubo de seguir la espalda envarada, la cojera implacable y envarada, y subir porla cuesta y llegar al camino que iluminaban las estrellas, donde al darse la vueltavio la silueta de su padre recortada sobre las estrellas, sin rostro, sin profundidad,una silueta negra, plana, sin sangre en las venas, como si estuviese recortada enhojalata en los pliegues de hierro de la levita que no se haba hecho para l,spera la voz como la hojalata y sin calor ninguno, como la hojalata:

    A punto estuviste de soltarlo delante de todos ellos. A punto estuviste dedecrselo l no contest. Su padre le solt un sopapo con la palma de la manoen toda la mejilla, con fuerza, pero sin acalorarse, exactamente igual que habagolpeado a las dos mulas delante del almacn, exactamente igual que golpeara acualquiera de las dos para matar o espantar a una mosca, la voz spera como lahojalata, y sin calor, como la hojalata: Te ests haciendo un hombre. Tienesque ir aprendiendo. Has de aprender a ser fiel a los tuy os, a la sangre, porque sino te quedars sin sangre a la que ser fiel. T crees que alguno de ellos, algunode los hombres que estaban all esta maana, es fiel a su sangre? No te dascuenta de que lo nico que queran era tener la posibilidad de pillarme, porque yales haba ganado y o por la mano? No te enteras, o qu? ms adelante, veinteaos ms adelante, habra de decirse: De haberle dicho y o que slo queranjusticia, que slo queran saber la verdad, me hubiera vuelto a abofetear . Perono dijo nada. Ni siquiera llor. Se qued en donde estaba. Contstame dijo supadre.

    S murmur. Su padre se dio la vuelta.Vete a la cama. Maana llegamos.Y al da siguiente llegaron. A primera hora de la tarde, la carreta se detuvo

    ante una casa de dos habitaciones, sin pintar por fuera ni por dentro, casi idnticaa la docena de casas en las que se haban detenido antes, en los diez aos de vidaque tena el chiquillo, y una vez ms, como en esa docena de ocasiones, su

  • madre y su ta bajaron y comenzaron a descargar la carreta, aunque las doshermanas, como el padre y el hermano, no se haban movido.

    Seguramente, ni para criar cochinos vale dijo una de las hermanas.Da igual dijo su padre. T la pones como debe estar, y ya veras cmo

    crecen los cochinos y hasta termina por gustarte. Sacad las sillas, ayudad avuestra madre a descargar las cosas.

    Bajaron las dos hermanas, grandullonas, bovinas, un remolino de adornos ycintas baratos; una de las dos sac de la desordenada trasera de la carreta unfarol abollado, y la otra una escoba vieja. Su padre dio las riendas al hijo mayory comenz a subir envarado a la rueda de la carreta.

    Cuando hayan descargado, te llevas a las mulas al establo y les das el henoy sigui hablando, y al principio el chiquillo pens que hablaba con su hermano. Ven conmigo.

    Yo? dijo.S dijo su padre. T.Abner dijo su madre. Su padre se detuvo y se volvi a mirarla con ojos

    duros, planos, bajo las cejas boscosas, canosas, irascibles.Me parece que voy a tener que hablar un momento con el hombre que a

    partir de maana, y durante ocho meses, va a ser dueo y seor de mi cuerpo yde mi alma.

    Echaron a andar por el camino. Una semana antes, o en todo caso antes de lanoche anterior, claro, le hubiera preguntado adnde iban, pero en ese momentono se lo pregunt. Su padre le haba abofeteado con anterioridad, pero nunca, enninguna ocasin se par a explicarle el porqu. Era como si la bofetada y la vozque la sucedi en calma, aunque irritada, todava resonasen, como si anrepercutiesen, por ms que a l no le hablase de nada ms que de la desventajade ser joven, del peso escaso de sus pocos aos, peso a lo sumo suficiente paraimpedir que volase y se librase del mundo, pero no tanto que le diese un slidoarraigo en ese mismo mundo, un lugar donde resistirse al mundo, donde fueraposible empearse en cambiar fuera como fuese el curso de los acontecimientos.

    Vio entonces el robledal y los pocos cedros y los otros rboles en flor, losmatojos tras los cuales habra de estar la casa, aunque la casa an no la vio.Caminaban junto a un lado de la cerca, al otro lado de la cual se apiaban lamadreselva y las rosas silvestres, y as llegaron a una cancela abierta, entre dospilares de ladrillo, y al cabo de una corta avenida vio por vez primera la casa, yen ese instante olvid a su padre y olvid a la vez el terror y la desesperanza, y nisiquiera al acordarse otra vez de su padre (que no se haba parado) volvieron ahacer mella en l el terror y la desesperanza. Y es que a lo largo de las docemudanzas previas haban residido en tierras pobres, en tierras de cultivos escasos,de campos pequeos, con pocos sembrados, pocas casas, y jams haba vistouna casa como aqulla. Es ms grande que un juzgado , pens en silencio, con

  • un repunte de paz, de alegra, cuya razn nunca hubiera sido capaz de traducir enpalabras, pues era demasiado joven: Estn a salvo de l. Las gentes cuyas vidasformen parte de esta paz, de esta dignidad, estn fuera de su alcance; no pasarde ser l ms que una avispa zumbona: capaz como mucho de picar un momento,pero nada ms; el embrujo de esta paz y de esta dignidad da incluso a losgraneros, a los establos, a los pesebres, algo que los proteger de todas lasmalvadas llamas que sea l capaz de prender todo lo cual, la paz, la alegra, sedifumin un instante cuando volvi a mirar la espalda envarada, la cojeraenvarada e implacable de la figura que no se haba empequeecido ante la casa,por la sencilla razn de que tampoco haba sido mayor en ninguna otra parte,recortada sobre el fondo de las columnas serenas, y que ahora ms que nuncatena la cualidad inmune de algo cortado de forma despiadada en un trozo dehojalata, algo carente de hondura, como si, de costado al sol, ni siquiera sombraproyectase. Vindolo, el chiquillo repar en el rumbo absolutamente preciso quehaba tomado su padre, y vio su pie envarado plantarse en una bosta reciente, uncagalln que un caballo haba dejado en la avenida, y que su padre podra haberesquivado con un simple cambio de paso. Pero se difumin tan slo un momento,por ms que eso tampoco pudiera haberlo formulado l con palabras, aladentrarse en el embrujo de la casa, que pudo codiciar slo sin envidia, sin pesar,nunca, desde luego, con esa ira rabiosa y celosa que, sin que l la conociera,caminaba enfundada en la levita negra, frrea, que avanzaba pocos pasos pordelante de l: Es posible que a l tambin le llegue. Es posible que ahoracambie y deje de ser el que tal vez no puede no ser .

    Cruzaron el prtico de entrada. Oy entonces los pasos envarados de supadre, sus pisadas sobre la tarima, con una determinacin de reloj , con unaresonancia despareja de toda proporcin con el desplazamiento del cuerpo queportaban, y que tampoco se empequeecieron ante la puerta blanca que tenadelante, como si hubiese alcanzado una suerte de mnimo emponzoado yrabioso, la resolucin de no empequeecerse jams ante nada, el sombreroplano, de ala ancha, negro, la levita de pao que fue negra una vez, pero que y atena esos visos lustrados por la friccin, verdosos, que asoman en los cuerpos delas moscas comunes, la manga recogida, demasiado larga, la mano en alto,como una garra curvada. Se abri la puerta tan pronto que el chiquillocomprendi que el negro seguramente los estuvo mirando en todo momento, unnegro y a mayor, con el cabello crespo, bien cortado, con una chaqueta de lino,que les impeda el paso plantado en la puerta.

    Lmpiense los zapatos, seores blancos, antes de entrar. El comandanteahora no est en la casa para nada.

    Qutate de en medio, negro dijo su padre sin acalorarse, abriendo lapuerta del todo, apartando al negro, entrando, sin haberse quitado el sombrero. Yel chiquillo vio entonces las huellas que haba dejado el pie cojo del padre junto a

  • la jamba y las vio reaparecer en la plida alfombra de la entrada, tras lamaquinal resolucin del pie, que pareca soportar (o transmitir) el doble del pesoque desplazaba el cuerpo. El negro se puso a gritar a sus espaldas.

    Seorita Lula! Seorita Lula!Y entonces el chiquillo, como si lo inundase del todo una clida acometida, la

    suave curvatura de una escalera alfombrada, el rebrillo de las araas quecolgaban del techo, el relumbre opaco de los marcos dorados, oy la agilidad delos pasos y tambin la vio, una seora como tal vez jams hubiese visto,enfundada en un vestido gris, liso, con encajes en el cuello, y un delantal atado ala cintura, remangada, limpindose las manos de los restos de masa pastelera,con un trapo, a la vez que entraba en el vestbulo, sin mirar a su padre, atenta eincrdula a las huellas que haba dejado en la rubia alfombra, con una expresinde asombro, de incredulidad.

    Trat de impedirle exclam el negro. Ya le dije que noTendr usted la bondad de marcharse? dijo ella con voz temblorosa.

    El comandante De Spain no se encuentra en la casa. Quiere hacer el favor demarcharse?

    Su padre no haba vuelto a decir nada. No volvi a decir nada. Ni siquiera lamir. Se qued envarado en medio de la alfombra, con el sombrero puesto, lascejas boscosas, entrecanas, levemente agitadas sobre los ojos de color guijarro,al tiempo que pareca examinar la casa con breve determinacin. Con esamisma determinacin se dio la vuelta; el chiquillo lo vio girar en redondo sobre supierna buena y vio el pie cojo trazar el arco del giro, dejando un ltimo ydesdibujado manchurrn en la alfombra. Su padre no lo lleg a mirar, no bajnunca los ojos a la alfombra.

    El negro sostuvo la puerta abierta. Se cerr tras ellos, sobre el histrico,indistinguible gemido de la mujer. Su padre se plant en el primero de lospeldaos, contra el canto del cual se limpi las suelas de las botas. En la cancelapar de nuevo. Se qued quieto un momento, plantado, envarado, sobre el piecojo, y mir a la casa.

    Qu blanquita, qu bonita, no te parece? dijo. Eso s es sudar. Sudar denegro, claro. A lo mejor todava no es todo lo blanca que l quisiera. A lo mejor,lo que quiere es aadirle a la mezcla un poco de sudor de blanco.

    Dos horas despus, el chico estaba cortando lea detrs de la casa en la quesu madre y su ta y las dos hermanas (la madre y la ta, no las dos hermanas; deeso estaba seguro; incluso a tanta distancia, y asordinadas por las paredes, lasvoces altas, llanas, de las dos chicas diseminaban la incorregible inercia de lapereza) estaban atizando el fogn para preparar una cena, y entonces oy elruido de los cascos y vio al hombre del traje de lino, que lleg a lomos de unayegua esplndida, alazana, y al cual reconoci antes de ver incluso la alfombraenrollada delante del negro joven que lo segua en un caballo pinto, de tiro, un

  • rostro colrico y colorado que se fue desvaneciendo a galope tendido al doblar laesquina de la casa en la que su padre y su hermano se haban sentado en las dossillas cojas; pasado un instante, sin tiempo siquiera para dejar el hacha en elsuelo, oy de nuevo los cascos y vio a la y egua alazana salir del terreno, denuevo a galope tendido. Su padre llam entonces por su nombre de pila a una delas hermanas, que en ese momento sali de espaldas por la puerta de la cocina,arrastrando la alfombra enrollada por el suelo, tirando de una punta, mientras laotra hermana caminaba tras ella.

    Si no me vas a echar una mano, ve a poner la perola para lavar dijo laprimera.

    Eh, Sarty ! dijo la segunda. Ve a poner la perola para lavar!Su padre apareci en la puerta, enmarcado por todo ese desalio, tal como lo

    estuvo con la perfeccin blanda de la otra puerta, e impermeable a una y a laotra, la cara de la madre asomada, ansiosa, por encima de su hombro.

    Ve dijo el padre. Recgela.Las dos hermanas se quedaron quietas, anchas las dos, aletargadas;

    agachndose, presentaron a sus ojos una increble superficie de tela plida, unaleteo de cintas de dudoso gusto.

    Si tuviera yo en tanta estima una alfombra y la hubiera trado desdeFrancia, no la pondra all donde todo el mundo tiene que pisotearla dijo laprimera. Levantaron la alfombra entre las dos.

    Abner dijo la madre. Deja que yo me ocupe.T vete a preparar la cena dijo su padre. De esto me ocupo yo.Desde donde se amontonaba la lea los mir el chiquillo durante el resto de la

    tarde, la alfombra extendida sobre el polvo, junto a la perola en la que herva elagua para lavar, las dos hermanas traj inando alrededor del fuego con esaprofunda, aletargada reticencia, mientras el padre se acercaba a la una y a laotra, implacable y malencarado, instndolas a que cumplieran la faenapendiente, aunque sin levantar nunca la voz. Le llegaba el olor de la tosca lej acasera que estaban empleando; vio a su madre salir a la puerta una vez, la viomirarlas con una expresin no de angustia, aunque muy cercana a ladesesperanza; vio a su padre darse la vuelta, y volvi a empuar el hacha y porel rabillo del ojo vio a su padre tomar del suelo un fragmento plano de unapiedra, lo vio examinarla y regresar a la perola, y esta vez fue su madre la quehabl:

    Abner. Abner. Por favor, no lo hagas. Por favor te lo pido, Abner.Y termin entonces su cometido. Haba empezado a anochecer; haban

    empezado a trinar los chotacabras. Le lleg el olor del caf desde la habitacinen la que poco despus iban a terminarse los restos fros de lo que haban comidoa media tarde, aunque cuando entr en la casa se dio cuenta de que estabantomando caf otra vez seguramente porque haba un fuego en el hogar, un fuego

  • ante el cual estaba extendida la alfombra sobre los respaldos de las dos sillas.Haban desaparecido las huellas que dej su padre. En su lugar eran visibles unasexcoriaciones largas, como nubes de tormenta, que recordaban el tray ectoespordico de una segadora liliputiense.

    Sigui all colgada mientras despacharon los restos de comida fra, y cuandose fueron a la cama, dispersndose sin orden ni concierto por las doshabitaciones, su madre tendida en una de las camas, en la que haba de dormirms tarde su padre, el hermano mayor en la otra, y la ta, las hermanas y lmismo repartidos en jergones, en el suelo. Pero su padre an no se habaacostado. Lo ltimo que iba a recordar el chiquillo era la silueta sin hondura,tosca, con el sombrero y la levita, inclinndose sobre la alfombra, y le parecique no haba cerrado siquiera los ojos cuando la silueta se situ por encima de l,el fuego casi del todo apagado a su espalda, el pie envarado, azuzndole para quedespertara.

    Ve a buscar la mula dijo su padre.Cuando volvi con el animal su padre estaba de pie en medio de la puerta a

    oscuras, la alfombra enrollada al hombro.No piensas montar? dijo.No. Dame el pie.Dobl la rodilla colocndola en la mano de su padre, y la fuerza nervuda,

    sorprendente, fluy sin estorbos, alzndose y alzndose l con ella, hasta caersobre el lomo sin ensillar de la mula (una vez tuvieron una silla de montar; elchiquillo lo recordaba bien, aunque no recordase ni cundo ni dnde), y con lamisma fuerza, sin mayor esfuerzo, su padre ech la alfombra delante de l. A laluz de las estrellas volvieron sobre los pasos que haban dado por la tarde, por unasenda polvorienta y repleta de madreselvas, hasta atravesar la cancela y enfilarel negro tnel de la avenida que conduca a la casa sin iluminar, donde, ahorcajadas de la mula, percibi la spera curvatura de la alfombra pasar sobresus muslos y desaparecer.

    No quieres que te eche una mano? susurr. Su padre no respondi nada,y l oy en ese momento los pasos envarados y secos en la oquedad del prtico,los oy resonar con esa intencionalidad de madera, como un reloj , la insultanteexageracin del peso que portaba. La alfombra, dejada caer a plomo, pero noarrojada de cualquier manera (el chiquillo se dio cuenta de que fue as a pesar dela oscuridad), cay del hombro de su padre y golpe el ngulo que formaban lapared y el suelo haciendo un ruido increblemente atronador, ensordecedor, yluego oy de nuevo los pasos, pasos sin prisa, descomunales; se encendi una luzen la casa y el chiquillo permaneci en tensin, respirando agitado, en silencio,presuroso, aunque no fue en aumento el ritmo de los pasos al descender ahora lospeldaos, que fue cuando el chiquillo lo vio.

    No quieres montar ahora? susurr. Ahora podemos montar los dos

  • y la luz de la casa se alter, ganando intensidad primero, mermando despus. Ahora est bajando las escaleras , pens. Ya haba llegado con la mula hastapasar el poyo donde se ataban los caballos; en ese momento su padre se encontrtras l y dobl las riendas para azotar a la mula en el cuello, pero antes de que elanimal pudiera arrancarse a trotar apareci tras l un brazo delgado, duro, unamano dura, nudosa, que sofren a la mula para que fuese al paso.

    Con los primeros rayos roj izos del sol estaban y a en la parcela, enjaezandocon los aperos de labrar a las mulas. Esta vez la yegua alazana lleg antes de quela oy ese, el j inete sin cuello de la camisa e incluso sin sombrero, tembloroso,hablando con una voz estremecida, como hizo la mujer de la casa, mientras supadre se limitaba a mirarlo una sola vez antes de inclinarse de nuevo sobre lacollera de la mula que estaba sujetando, de modo que el hombre montado en layegua le habl a la espalda:

    Ms le vale entender que ha echado a perder esa alfombra. Es que nohaba aqu nadie, ninguna de sus mujeres, que? pero call, tembloroso an,mientras el chiquillo lo miraba y el hermano mayor se apoyaba en el quicio dela puerta del establo, mascando tabaco, parpadeando despacio, sin cesar, sinmirar aparentemente nada de lo que tuviera delante. Cost cien dlares. Perousted jams ha tenido cien dlares juntos. Jams los tendr. Por eso le voy acobrar veinte fanegas sobre lo que coseche. Lo aadir a su contrato, y cuandose llegue al almacn a comprar sus cosas ya lo firmar. No creo que sirva paraque se tranquilice del todo la seora De Spain, pero a lo mejor as aprende usteda limpiarse los zapatos antes de entrar en su casa.

    Y se march. El chiquillo mir a su padre, que an no haba dicho ni palabra,tal como tampoco se volvi a mirar al otro, mientras segua ajustando las correasen la collera.

    Pap dijo. Su padre lo mir con rostro inescrutable, las cejas boscosasbajo las que brillaban con frialdad los ojos grises. De pronto, el chiquillo fuehacia l muy deprisa, detenindose con la misma brusquedad con que arranc.Lo hiciste lo mejor que podas! exclam. Si quera que se hiciera de otraforma, por qu no esper a decirte cmo tena que ser? No se va a llevar veintefanegas! No se va a llevar ninguna! Cuando cosechemos, lo escondemos! Yomontar guardia para

    Has puesto el tajo en el arado tal como te dije?No, seor dijo.Pues ve a hacerlo ahora.Eso fue el mircoles. Durante el resto de la semana trabaj sin descanso en

    todo lo que estaba a su alcance y en algunas tareas a las que no alcanzaba, ytrabaj con tanto afn que no fue menester azuzarle ni darle las rdenes dosveces; era algo que haba heredado de su madre, con la sola diferencia de que almenos parte de lo que haca s le agradaba hacerlo, como era cortar la lea con

  • el hacha de tamao reducido que su madre y su ta le haban regalado porNavidad tras ahorrar el dinero a saber cmo o ganarlo de alguna manera. Encompaa de las dos mujeres mayores (y una de las tardes tambin con una delas hermanas), construy corrales para el lechn y la vaca que se les habancedido de acuerdo con las estipulaciones del contrato que tena su padre con eldueo de las tierras, y una tarde en que estaba ausente su padre, que se habamarchado a alguna parte con una de las mulas, fue incluso al sembrado.

    Estaban arando una franja de contencin en el medio del sembrado, suhermano con el arado vertical mientras l llevaba las riendas y caminaba junto ala mula, que tiraba con fuerza del apero, la tierra negra, frtil, fresca y hmedaen los tobillos, que llevaba sin proteger, y entonces pens: A lo mejor esto es elfinal. A lo mejor hasta esas veinte fanegas que parecen un precio excesivo poruna simple alfombra, y difciles de ganar adems, sean poca cosa si sirven paraque l deje de ser de una vez por todas lo que ha sido hasta ahora ; pensaba,soaba, tanto que su hermano tuvo que llamarle la atencin desde detrs de lamula, para que no se distrajera: A lo mejor ni siquiera recoge esas veintefanegas. A lo mejor todo se suma y todo cuadra y termina por no contar: el maz,la alfombra, el fuego; el terror y el pesar, el andar desgarrado por un lado y porotro, como si tirasen por su cuenta dos y untas a lo mejor desaparece todo ytodo acaba de una vez por todas .

    Lleg entonces el sbado; mir desde detrs de la mula que tena aparejada yvio a su padre con la levita negra y el sombrero.

    No, sa no dijo su padre. Los aparejos de la carreta.Y dos horas ms tarde, sentado en la carreta a espaldas de su padre y de su

    hermano, que iban en el pescante, vio a las mulas trazar una ltima curva y vio elalmacn maltratado por el tiempo, de madera sin pintar, con sus cartelesandrajosos, anuncios de medicamentos, de tabaco, y las carretas y los animalesensillados y atados ante el porche. Subi los carcomidos peldaos detrs de supadre y su hermano y volvi a encontrarse con la calle que formaban los rostroscallados y atentos, la calle por la cual tuvieron que caminar los tres. Vio alhombre de las gafas sentado ante una mesa sin desbastar y no tuvo necesidad deque nadie le dijera que era el juez de paz; dedic una mirada desafiante, feroz,exultante, enconada, al hombre que esta vez vesta con cuello duro y corbata delazo, el hombre al que haba visto tan slo dos veces en toda su vida, y al quemontaba un caballo al galope, que ahora apareca con una expresin no de rabia,sino de pasmada incredulidad, del cual jams pudiera haber sabido el chiquilloque se encontraba en la inverosmil situacin de verse denunciado por uno de susarrendatarios, y se plant junto a su padre antes de gritarle a la cara al juez:

    l no ha sido! l no ha quemado!Vuelve a la carreta dijo su padre.Quemar? dijo el juez. Debo entender que la alfombra tambin se

  • quem?Hay alguien aqu que lo afirme? dijo su padre. Vuelve a la carreta.Pero no lo hizo, y tan slo se retir a la parte posterior del almacn, tan

    atestado de gente como lo estuvo en su da aquel otro, slo que esta vez no sesent, prefiriendo en cambio permanecer de pie entre los cuerpos inmviles delos presentes, atento a las voces:

    Y afirma usted que veinte fanegas de maz son un precio demasiadoelevado por los daos que caus usted en esa alfombra?

    l me trajo la alfombra y dijo que quera que lavara las huellas. Yo lavlas huellas y le devolv la alfombra.

    Pero no le llev la alfombra en las mismas condiciones en que seencontraba antes de ensuciarla con sus huellas.

    Su padre no respondi, y acaso durante medio minuto no se oy un solo ruido,salvo las respiraciones, algn suspiro tenue, de total y absoluta atencin.

    Declina usted responder a esto ltimo, seor Snopes?Su padre tampoco contest.Encontrar pruebas que lo condenen, seor Snopes. Encontrar lo que haga

    falta para demostrar que es usted responsable de los destrozos causados en laalfombra del comandante De Spain, y que debe usted responder de esosperjuicios. Pero entiendo que veinte fanegas de maz son un precio algo excesivosi lo ha de pagar un hombre que se encuentre en sus circunstancias. Elcomandante De Spain afirma que la alfombra cost cien dlares. El mazcosechado en octubre tendr un valor en torno a los cincuenta centavos.Considero que si el comandante De Spain es capaz de afrontar la prdida denoventa y cinco dlares por algo que pag en dinero contante y sonante, usted escapaz de afrontar una prdida de cinco dlares que todava no ha ganado. Letengo a usted por causante de los perjuicios sufridos por el comandante De Spainy le condeno a pagar la cantidad de diez fanegas de maz por encima de lacantidad estipulada en el contrato que a usted lo vincula con l, y que dichacantidad se le abone en la poca de la cosecha. Se aplaza la vista.

    La verdad es que apenas haba transcurrido el tiempo, la maana casi nisiquiera haba empezado. Pens que iban a regresar a la casa y tal vez a laparcela, puesto que iban bastante atrasados, muy por detrs de otros agricultoresen las faenas propias de la estacin. Pero su padre en cambio pas por detrs dela carreta, indicando con un solo gesto de la mano que el hermano mayor losiguiera, y cruz la calle para ir a la herrera de enfrente, y l fue detrs de supadre, lo alcanz y le habl dirigindose al semblante spero, en calma, bajo elsombrero ajado por la intemperie:

    Tampoco se quedar con las diez fanegas. Ni siquiera con una se quedar.Ya vers hasta que su padre lo mir durante un instante, el rostroabsolutamente en calma, las cejas boscosas y enmaraadas sobre los ojos fros,

  • la voz casi agradable, casi amable:A ti te lo parece? Bueno. De todos modos, habr que esperar a octubre.La cuestin de la carreta haba que reparar un par de radios y haba que

    reforzar alguna de las llantas tampoco llev apenas tiempo; el asunto de lasllantas se resolvi llevando la carreta a la fuente que haba detrs de la herrera ydejndola all mientras las mulas hocicaban el agua de cuando en cuando y elchiquillo permaneca en el pescante con las riendas en la mano, mirando larampa de ascenso y el tnel lleno de holln del cobertizo, en el que resonaba ellento martillar del herrero, sentado su padre en un tocn de ciprs, charlando oescuchando, sentado an cuando el chiquillo sac la carreta empapada de lafuente y la detuvo ante la puerta.

    Llvate a las mulas a la sombra y las amarras dijo su padre.l as lo hizo y regres con l. Su padre, el herrero y un tercer hombre

    estaban acuclillados al otro lado de la puerta y hablaban de cosechas y animales;el chiquillo, acuclillado tambin sobre el polvo que desprenda un olor aamonaco, entre los recortes de los cascos al herrar y las escamas de herrumbre,oy a su padre contar una larga historia, sin ninguna prisa, sobre los tiemposanteriores a que naciera el hermano mayor, antes incluso de la poca en que fuetratante profesional de caballos. Y entonces su padre se acerc a donde estaba lsentado, bajo un andrajoso cartel que anunciaba el circo del ao anterior, al otrolado del almacn, mirando embelesado los caballos de color escarlata, lasincrebles poses y evoluciones de muslos y tules, las muecas pintarrajeadas delos payasos.

    Es hora de comer le dijo.Pero no haba de ser en casa. Sentado junto a su hermano, contra la pared de

    la entrada, vio a su padre salir del almacn con una bolsa de papel y sacar de ellaun trozo de queso que con ay uda de su navaja de bolsillo dividi condetenimiento, con todo cuidado, en tres partes; despus, sac unas galletas saladasde la misma bolsa. Los tres tomaron asiento en el porche y comieron despacio,sin hablar de nada; de vuelta al almacn bebieron con una taza de peltre un aguatibia que ola a la madera de cedro del pozal y a los abedules. Y tampocoentonces emprendieron el camino de vuelta a la casa. Esta vez acudieron a uncercado donde haba unos caballos, una cerca alta, a lo largo de la cual loshombres estaban o de pie o sentados, y por cuya cancela iban sacando uno a unolos caballos para que anduvieran primero al paso y luego al trote, y despus conun trote largo por el camino, mientras se sucedan despacio los regateos y lascompraventas y el sol comenzaba a caer sesgado por el oeste, atentos los tres a loque estaba ocurriendo, el hermano mayor con los ojos enturbiados y la constantemasticacin con el tabaco en la boca, el padre comentando de cuando en cuandoalgn detalle sobre alguno de los animales, aunque sin dirigirse a nadie enparticular.

  • Fue despus de ponerse el sol cuando llegaron a la casa. Se tomaron la cena ala luz de un farol, y sentndose despus en el quicio de la puerta el chiquillocontempl cmo llegaba la noche a su plenitud sin dejar de escuchar los trinos delos chotacabras y el croar de las ranas, cuando de pronto oy la voz de su madre:

    Abner! No! No! Oh, Dios mo Dios mo Abner! y se puso enpie, se volvi en redondo y vio la luz alterada por la puerta, en donde el cabo deuna vela arda en el cuello de una botella, sobre la mesa, y su padre, todava conla levita y el sombrero, a un tiempo serio y burln, como si se hubiera vestidocon todo esmero para la comisin de un acto de violencia tan torpe comoceremonial, vaciaba el resto del combustible del farol en la lata de queroseno, decinco galones, con la cual lo haba llenado, al tiempo que la madre le tiraba delbrazo y l se cambi el farol de mano y la apart de un empelln, no conmaldad, no con encono, slo con fuerza, contra la pared, donde fue a dar con lasmanos bien separadas para paliar el golpe y no perder el equilibrio, la bocaabierta, en el rostro la misma expresin de desesperanza que haba resonado ensu hilillo de voz. Entonces su padre lo vio de pie en la puerta.

    Ve al establo y vuelve con esa lata de aceite con la que engrasamos lacarreta dijo. El chiquillo no se movi. Tard unos segundos en sentirse capaz dehablar.

    Qu? grit. Qu ests pens?He dicho que vayas a buscar esa lata de aceite dijo su padre. Ahora

    mismo.Y empez a moverse, ech a correr, alejndose de la casa, hacia el establo:

    por puro hbito contrado desde antiguo, por la sangre que desde antiguo corrapor sus venas y que nunca se le permiti elegir, la sangre que le fue legada velisnolis, y que durante tantos aos haba corrido (y a saber por dnde, cebndose asaber cmo y en qu ultrajes, salvajadas y lujurias) antes de llegar a l. Podraseguir adelante pens. Podra seguir corriendo y no dejar de correr y nuncams volver a mirar atrs y no verle la cara jams. Slo que no puedo. Nopuedo , ya con la lata oxidada en la mano, menendose el lquido en su interiorcuando volvi corriendo a la casa y entr, se encontr con el soniquete de lossollozos de su madre en la habitacin de al lado, y entreg la lata a su padre.

    Y ni siquiera vas a mandar a un negro? exclam. Al menos la ltimavez mandaste a un negro!

    Esta vez su padre no le solt una bofetada. La mano lleg an antes queaquella bofetada, la misma mano con la que haba dejado la lata en la mesa conun cuidado casi exquisito, que en un visto y no visto vol de la lata hacia l, tanveloz que ni siquiera la sigui, sujetndolo por el pescuezo, por el cuello de lacamisa, y ponindolo de puntillas antes de que le viese dejar la lata, el rostroinclinado sobre l con una ferocidad helada, sin aliento, la voz fra, muerta,hablando por encima de l con el hermano mayor, que estaba apoyado sobre la

  • mesa, mascando tabaco con ese curioso movimiento constante y lateral con querumian las vacas:

    Vierte lo que hay en la lata grande y vmonos. Yo te alcanzo.Mejor sera atarlo a los pies de la cama dijo el hermano.Haz lo que te he dicho dijo el padre.El chiquillo empez a moverse entonces, la camisa arrugada y la mano dura

    y huesuda entre las paletillas, rozando el suelo con los pies al atravesar lahabitacin y entrar en la otra, pasando por delante de las hermanas que estabansentadas con los muslos robustos y gruesos, y bien separados, en las dos sillas,frente al hogar donde se haba enfriado la ceniza, y llegar a donde estaban lamadre y la ta sentadas una junto a la otra, en la cama, la ta rodeando conambos brazos los hombros de la madre.

    Sujtalo dijo el padre. La ta hizo un gesto de sobresalto. T no dijoel padre. Sujtalo t, Lennie. Que no se mueva. Quiero que lo sujetes ahoramismo su madre lo tom por la mueca. No, as no. Tiene que estar muchomejor sujeto. Si se suelta, no sabes lo que va a hacer? Seguro que va para all y seal con un gesto de la cabeza la senda de la casa. A lo mejor ms mevale atarlo.

    Yo lo sujeto susurr su madre.Pues que y o te vea hacerlo.El padre desapareci acto seguido, la pierna envarada en la que cargaba todo

    su peso y ms incluso en los tablones de la entrada, hasta que por fin ces. lcomenz a resistirse. Su madre lo cogi con ambos brazos mientras l se debatay se resista. Al final terminara por ser ms fuerte l, eso lo saba de sobra, perotampoco tena tiempo que perder esperando al final.

    Sultame! grit. No me obligues a pegarte!Sultalo dijo la ta. Si no va l, por Dios te juro que terminar yendo

    yo.No ves que no puedo? exclam su madre. Sarty ! Sarty ! No! No!

    Aydame, Lizzie!Y se solt en ese momento. La ta lo sujet en el ltimo instante, pero ya era

    demasiado tarde. Se volvi en redondo, inici la carrera, su madre trastabill ycay de rodillas delante de l, gritando a la hermana ms cercana de las dos:

    Pllalo, Net! No dejes que se vaya!Pero tambin eso lleg demasiado tarde, pues la hermana (las dos hermanas

    eran gemelas, haban nacido a la vez, aunque ninguna de las dos dio en esemomento la impresin de serlo, pues abarcaban tanta carne viviente, tantovolumen, tanto peso como cualesquiera otros dos miembros de la familia) nisiquiera haba empezado a levantarse de la silla, la cabeza, la cara tan slo vueltahacia all, atenta a l en ese fugaz instante de asombro y presentndole unaasombrosa amplitud de rasgos de juventud y de mujero, impertrritos ante

  • cualquier sorpresa, con una expresin a lo sumo de inters bovino por lo queaconteca. As sali de la habitacin y sali de la casa, en medio del polvo y delcalor escaso de la senda que iluminaban las estrellas, en la pesadumbre con quemaduraba la madreselva, la plida cinta del camino devanndose con terriblelentitud bajo sus pies veloces, hasta alcanzar por fin la cancela y entrar veloz, atodo correr, con el martilleo de la cabeza y de los pulmones, por la avenida queconduca a la casa iluminada, a la puerta iluminada. No llam, sino que entr desopetn, jadeando y sin aliento, incapaz de decir nada; vio la cara del negro de lachaqueta de lino, sus rasgos en los que se pintaba el asombro, sin saber siquieraen qu momento haba entrado el negro.

    De Spain! grit jadeando. Dnde es? y vio que el blanco sala alvestbulo por una puerta blanca. El establo! grit. El establo!

    Cmo? dijo el blanco. El establo?S! exclam el chiquillo. El establo!Atrpalo! grit el blanco.Pero tambin esta vez fue demasiado tarde. El negro lo sujet por la camisa,

    pero la manga entera, podrida de tantos lavados, se desprendi del todo y salipor la puerta y se encontr de nuevo en la avenida, y en realidad nunca dej decorrer, ni siquiera cuando se hart de gritarle a la cara al blanco.

    A su espalda oy los gritos del blanco:Mi caballo! Que me traigan el caballo! y por un instante pens en

    alcorzar por la parcela y saltar la cerca para salir a la senda, pero desconocacmo era la parcela, desconoca si la cerca, con toda la maleza que se hubieseacumulado, podra tener una altura asequible, y no quiso correr el riesgo. Aspues, ech a correr por la avenida, oyendo el rugir constante de su sangre, de surespiracin; lleg entonces a la senda, aunque no acert a verla. Tampoco oynada: la yegua al galope lo alcanz antes de que la oyese, y a pesar de todomantuvo el rumbo de su carrera, como si la urgencia misma de su pena y sunecesidad desbocadas en cualquier momento pudiera darle alas, esperando hastael ultimsimo instante para hacerse a un lado y lanzarse a la cuneta, llena dezarzas, cuando el caballo pas atronador a su lado y sigui de largo, silueteadodurante un solo momento sobre las estrellas, el tranquilo cielo de comienzos delverano en plena noche, que antes incluso de que se desvanecieran del todo laforma del caballo y su j inete se manch bruscamente, violentamente, haciaarriba: un rugido prolongado, arremolinado, increble, insonoro, que tap del todolas estrellas cuando l salt de nuevo a la senda y ech a correr de nuevo,sabedor de que ya era demasiado tarde, si bien sigui corriendo, hasta despusincluso de haber odo el disparo y, al cabo de un momento, otros dos disparos,detenindose entonces sin saber si haba parado o no.

    Pap! Pap! grit echando a correr de nuevo antes de saber si habaechado a correr o no, tropezando con algo, levantndose a duras penas,

  • reanudando la carrera que no haba interrumpido, mirando atrs, por encima delhombro, hacia el resplandor, corriendo como un poseso entre los rbolesinvisibles, entre jadeos, entre sollozos. Padre! Padre!

    A medianoche estaba sentado en la loma de un cerro. No supo que eramedianoche y no supo hasta dnde haba llegado. Pero ya no haba ningnresplandor tras l, y se sent de espaldas hacia aquello que haba llamado suhogar desde cuatro das antes, la cara vuelta hacia la oscuridad del bosque en elque iba a adentrarse cuando recobrase el aliento, menudo, tembloroso en la fraoscuridad, abrazndose al resto de su camisa fina, podrida, la tristeza y ladesesperanza ya sin ser terror ni miedo, slo tristeza y desesperanza. Padre. Mipadre , pens.

    Era un valiente! exclam de pronto en voz alta, pero apenas poco msque un susurro: Era un valiente! Estuvo en la guerra! Estuvo con lacaballera del coronel Sartoris! sin saber que su padre haba ido a aquellaguerra en calidad de soldado particular, en el viejo y hermoso sentido que lapalabra tena en Europa, sin llevar uniforme, sin admitir autoridad ninguna, sinprestar lealtad a nadie, ni ejrcito ni bandera, y endo a la guerra como fueMambr, pues el botn nada significaba para l, as fuera arrancado al enemigo osuyo.

    Las lentas constelaciones giraban segn su curso. Haba de amanecer y anhaba de ascender el sol y tendra hambre. Pero eso sera al da siguiente, y enese momento tan slo tena fro, y apretar a caminar sera buen remedio. Surespiracin era ms sosegada, y decidi ponerse en pie y seguir adelante, ydescubri entonces que se haba dormido, porque supo que pronto iba a rayar elalba, ya casi terminada la noche. Lo supo por el trino de los chotacabras. Se lesoa por doquier entre los rboles oscuros, abajo, constantes y sin flexiones y sindescanso, de manera que, al acercarse el instante en que cederan ante las avesdiurnas, ya no haba intervalos entre los trinos. Se puso en pie. Estabaentumecido, pero apretar a caminar sera buen remedio, como lo sera para elfro, y pronto habra de salir el sol. Baj por la cuesta hacia la oscuridad delbosque dentro de la cual las voces lquidas y argentinas de las aves llamaban sincesar al rpido y apremiante palpitar de la maana en el corazn apremiante ycoral de la noche de primavera que y a terminaba. No volvi la vista atrs.[*]

  • Un tejado para la casa del Seor

    Pap se levant ms de una hora antes de que fuese de da y agarr la mula ybaj hasta casa de Killegrew a pedirle prestado el escoplo y el mazo. Tendra quehaber estado de vuelta, con todo, en tres cuartos de hora. Pero haba salido el soly ya haba ordeado yo a las vacas y les haba echado el pienso y me estabadesayunando cuando l volvi, con la mula no slo babeando espuma, sino apunto de derrengarse.

    La caza del zorro dijo. La dichosa caza del zorro, hay que ver. Unhombre de setenta aos, con los dos pies metidos en la tumba, y una de las dospiernas hasta el corvejn, que va y se pasa la noche entera acuclillado en elmonte y haciendo como que de lejos oye las carreras de los dems en pos de unzorro que no acertara a or a menos que se plantasen justo en el mismo tronco enque estuviera sentado y se lo dijeran a gritos por la trompetilla. Anda, dame eldesayuno le dijo a mam. Whitfield est ah plantado justo ahora mismo, ahorcajadas del rbol que han talado para hacer tablones y tejas, con el reloj en lamano.

    Y vaya si estaba. Pasamos de largo por delante de la iglesia y no slo estabaaparcado el autobs del colegio que conduca Solon Quick, sino tambin la yeguavieja del reverendo Whitfield. Amarramos la mula a un retoo y colgamos lalonchera de una rama, y mientras pap llevaba el escoplo y el mazo y las cuasde Killegrew y yo llevaba el hacha, bajamos hasta el rbol talado para hacertablones o tejas, donde Solon y Homer Bookwright, con los escoplos y los mazosy las cuas, se haban sentado en dos tocones, y Whitfield estaba all plantadocomo un pasmarote, ya lo dijo pap, con la camisa almidonada, el sombreronegro, los pantalones negros, la corbata negra, con el reloj en la mano. Era unreloj de oro, y con el sol de la maana pareca grande como un calabacnmaduro.

    Llegas tarde dijo.As que pap volvi a contar que el Viejo Killegrew se haba pasado la noche

    entera liado con lo de la caza del zorro, y que no encontr en su casa a nadie quele prestara el escoplo, pues slo estaban la seora Killegrew y la cocinera. Comoes natural, la cocinera no quiso prestarle ninguna de las herramientas de

  • Killegrew, y la seora Killegrew estaba an ms sorda que el Viejo Killegrew. Siuno entrase a todo correr y le dijera que arda la casa, se quedara como estaba,en la mecedora, y dira que ya se lo pareca a ella, a menos que le diera porhartarse a pegar gritos a la cocinera para que soltase a los perros sin dartesiquiera tiempo de abrir la boca.

    Podras haber ido ayer a pedir prestado el escoplo dijo Whitfield.Sabes desde hace ms de un mes que nos tienes prometido este da, un da entodo el verano, para poner el tejado nuevo en la casa del Seor.

    Pero si no llegamos ni con dos horas de retraso dijo pap. Digo yoque el Seor podr perdonrnoslo. Al Seor, adems, el tiempo no le importa. Loque le importa es la salvacin.

    Whitfield ni siquiera esper a que pap terminase. A m me pareci que depronto era ms alto aun cuando se dirigi a pap con voz atronadora, como unanube de tormenta que acabara de descargar.

    Al Seor no le interesa ni lo uno ni lo otro, hombre! Cmo le iban ainteresar, eh, si resulta que ya es dueo de las dos cosas? Y por qu tendr queandar de ac para all tras las almas de los pobres hombres, de los miserables, delos que ni siquiera saben pedir a tiempo una herramienta para cambiar las tejasde Su iglesia? Eso a m no me lo preguntes. A lo mejor es porque l los hacreado. A lo mejor se dijo: Yo los he creado, y no s por qu. Pero como Yo loshe creado, por Dios bendito que me voy a remangar con tal de llevarlos a lagloria eterna, tanto si quieren como si no! .

    Pero esto no vino al caso en ese momento, y a m me parece que l se diocuenta, tal como se daba cuenta de que no pasara nada en absoluto mientrassiguiera all plantado. As que se guard el reloj en el chaleco e indic a Solon y aHomer que se acercasen, y todos nos quitamos el sombrero, menos l, allplantado de cara al sol, con los ojos cerrados, y las cejas como si fuesen unaenorme oruga gris al borde de un precipicio.

    Seor dijo, haz que las tejas y tablones de este rbol salgan bienderechos, haz que se laminen fcil, que son para Ti y para Tu casa y abri losojos y nos volvi a mirar, sobre todo a pap, y fue a desatar su yegua y montdespacio, envarado, como hacen los viejos, antes de ponerla al paso y marchar.

    Pap dej el escoplo y el mazo en el suelo, con las tres cuas en fila, paraempuar el hacha.

    En fin, seores dijo, manos a la obra, que ya va siendo tarde.Para m y para Homer no es tarde dijo Solon. Que por algo estbamos

    aqu esperando.Esta vez, Homer y l no se sentaron en los tocones. Se acuclillaron. Vi

    entonces que Homer sacaba punta a un palo. Antes no me haba dado cuenta.Creo que son dos horas, poco ms o menos dijo Solon.Pap an estaba medio agachado, con el hacha en la mano.

  • Ms bien ser una dijo. Pero digamos que son dos, no vay amos adiscutir. Y qu?

    Discutir? Por qu vamos a discutir? dijo Homer.De acuerdo dijo pap. Sean dos horas. Y qu?En total salen tres unidades por hombre y hora, multiplicado por dos horas

    dijo Solon. Es decir, un total de seis unidades de trabajo.Cuando la Administracin del Progreso de las Obras Pblicas se instal en el

    condado de Yoknapatawpha y comenz a dar trabajo a la gente, y comida, ycolchones, Solon fue a Jefferson a meter la cuchara en el lo. Todas las maanasse pona al volante del autobs del colegio y recorra las veintids millas quehaba hasta la ciudad, y volva de noche. Lo estuvo haciendo durante casi todauna semana antes de descubrir no slo que iba a tener que poner su parcela anombre de otro, sino que ni siquiera podra ser el dueo y conductor del autobsdel colegio, que l mismo haba construido. As que aquella noche volvi y y a nose le ocurri ir a meter la cuchara nunca ms, y desde entonces a nadie se leocurra ni hablar de la Administracin del Progreso de las Obras Pblicas delantede l, a no ser que pretendiera armar una trifulca, aunque a l de vez en cuandose le ocurran esos clculos, en horas de trabajo por hombre, como acababa dehacer en ese momento.

    Nos faltan seis unidades.Cuatro de las cuales ya las podais haber trabajado Homer y t mientras

    me estabais esperando mano sobre mano dijo pap.Pero no lo hicimos dijo Solon. Prometimos a Whitfield dos unidades

    de doce horas de tres unidades cada una para poner las tejas nuevas en el tejadode la iglesia. Aqu estamos desde que amaneci, esperando a que aparezca latercera unidad. Por eso no podamos empezar. Pero t me parece que no tienesmuy en cuenta estas ideas, estas moderneces sobre el trabajo, que han inundadoy han enaltecido el campo en estos ltimos aos.

    Pero qu moderneces ni qu nio muerto? dijo pap. No saba yoque hubiera ms que una idea cuando es cosa de trabajo, y es que mientras no seacaba no est hecho, y cuando se acaba hecho est.

    Homer sac otra viruta alargada del palo que estaba afilando. La navajacortaba ms que una navaja de barbero.

    Solon sac la caj ita del rape y llen la tapa y se volc el rape en el labioinferior y le pas la caj ita a Homer, que neg con un gesto, y Solon volvi aponer la tapa y se guard la caj ita en el bolsillo.

    Total dijo pap, que como tuve que esperar un par de horas a que unanciano de setenta aos volviese de su dichosa caza del zorro, en la que no se lehaba perdido nada, y menos para pasar la noche en vela en el bosque, tal comotampoco se le habra perdido nada en un tugurio de carretera, nosotros tresvamos a tener que volver maana a terminar lo que t y Homer

  • Yo no dijo Solon. De Homer no s nada. Yo a Whitfield le promet unda. Y aqu estaba para ponerme manos a la obra cuando sali el sol. Cuando seponga el sol, dar por supuesto que he terminado.

    Entiendo dijo pap, entiendo. Voy a tener que volver yo maana. Pormi cuenta. Voy a tener que meterme una maana entera entre pecho y espaldapara compensar las dos horas que Homer y t habis pasado tumbados a labartola. Voy a tener que echar maana otras dos horas para compensar por lasdos horas en las que ni Homer ni t habis dado un palo al agua.

    Va a ser cosa de meterse ms de una maana dijo Solon. Va a sercomo echarla a perder. Quedan an seis unidades. Seis unidades por hora yhombre. A lo mejor t eres capaz de trabajar el doble que Homer y yo juntospara terminar con esto en cuatro horas, pero no creo que puedas trabajar el tripley terminar slo en dos.

    Pap se haba puesto en pie. Jadeaba. Lo oamos.Vay a dijo. Vay a blandi el hacha e hinc la hoja en uno de los

    tajos, agarrndolo por el extremo plano, que estaba a punto de partirse. As quese me va a penalizar con medio da de mi propio tiempo, del trabajo que ahoramismo me espera en casa, para que haga otras seis horas ms que vosotros dos,y todo porque os han faltado dos horas que habis pasado sin dar palo al agua, lisay llanamente porque slo soy un agricultor medio, que trabaja de firme y queintenta hacer las cosas lo mejor que puede, en vez de ser un millonario queencima es dueo de las herramientas y para colmo se apellida Quick oBookwright.

    Se pusieron entonces manos a la obra, cortando los tajos en tacos y partiendolos tacos en lminas con las que hacer las tejas, para que Tull y Snopes y todoslos dems, los que haban prometido echar una mano al da siguiente, empezasena clavar las tejas en el tejado de la iglesia en cuanto acabasen de arrancar lastejas viejas. Se sentaron en el suelo formando una especie de corro, con laspiernas estiradas a cada lado del taco que haban puesto de pie, Solon y Homer ala ligera, como si tal cosa, con la facilidad de dos relojes que marcan las horas,mientras pap calzaba cada golpe de hacha como si quisiera asegurarse de habermatado a una serpiente de mocasn. Si diese con el mazo a la mitad de velocidady con menos fuerza, habra sacado del taco tantas tejas como Solon y Homerjuntos, levantando el mazo bien por encima de la cabeza y sujetndolo durante loque a veces pareca un minuto entero antes de descargarlo en el escoplo, y sinque saliera disparada cada teja, puesto que el escoplo lo encajaba contra el sueloy lo meta hasta la mitad de la hoja, y pap faenaba despacio, tan despacio y tanfuerte como si quisiera encajar el escoplo en una raz, o en una piedra, y que allse quedase hincado.

    Venga, vamos dijo Solon. Si no vas con cuidado te vas a quedar sinnada que hacer durante esas seis unidades adicionales de trabajo. Nada, claro,

  • que no sea descansar.Pap ni siquiera levant los ojos.Sal de ah en medio dijo.Y Solon le hizo caso. Si no hubiese cambiado de sitio el pozal del agua, pap

    tambin lo habra partido en dos, seguro, encima de su taco, y esa vez toda la tejasali volando y pas muy cerca de una de las canillas de Solon, como si fuera lahoja de una guadaa.

    T lo que tienes que hacer es contratar a alguien para que te haga eltrabajo en las unidades adicionales dijo Solon.

    Con qu? dijo pap. Yo no he tenido experiencia con laAdministracin del Progreso de las Obras Pblicas, y menos en cuestioneslaborales. Anda, sal de ah en medio.

    Pero esta vez Solon ya se haba apartado. Pap habra tenido que cambiar deposicin por completo, o bien la siguiente lmina le habra salido curva. As quesa tampoco dio en Solon, y pap tard en soltar el escoplo del taco, hacindolodespacio, con fuerza, para sacarlo del suelo.

    A lo mejor alguna cosa ms puedes hacer. No slo con el dinero secomercia dijo Solon. Podras aprovechar ese perro que t sabes.

    Ah fue donde pap se par del todo. Yo ni me di cuenta, pero lo entendmucho antes que Solon. Pap se qued parado con el mazo encima de la cabezay la hoja del escoplo apoyada en el tajo, para desprender la siguiente lmina,mirando a Solon.

    El perro? dijo.Era una especie de perdiguero, un mestizo de mil razas, con algo de lebrel y

    algo de collie y a lo mejor algo, no s, una parte considerable de casi cualquierotra, pero que saba ventear una presa por el bosque sin hacer ruido, como unfantasma, y daba con el rastro de una ardilla por el suelo y ladraba una sola vez,nada ms, a no ser que supiera que estaba uno en donde poda verla bien, yentonces segua el rastro como un hombre y no volva a hacer ningn ruido hastaque la ardilla se encaramaba al rbol, y slo entonces, cuando supiera que nohaba seguido uno el recorrido del animal con la vista, ladraba una vez. Era depap y de Vernon Tull, lo tenan a medias. Will Varner se lo dio a Tull cuando eraun cachorro, y pap lo cri porque s; entre l y yo lo adiestramos, y el perrodorma en mi cama hasta que se hizo tan grande que mam termin por echarlode la casa, y durante los ltimos seis meses Solon se haba empeado encomprrselo. Ya se haba puesto de acuerdo con Tull, a quien pagara dos dlarespor la mitad que le perteneca, pero Solon y pap an estaban a seis dlares deacordar el precio de nuestra mitad, porque pap deca que bien vala diez dlares,pagase quien pagase, y si Tull no pensaba quedarse con su mitad, l mismo lacobrara por l.

    As que sas tenemos dijo pap. As que la cosa no est en unidades de

  • trabajo, qu va. Est en unidades de perro.No era ms que una sugerencia dijo Solon. Una oferta amistosa para

    evitar que estas tejas te echen a perder tus asuntos particulares maana por lamaana, durante seis horas. T me vendes tu parte de ese chucho grandulln yy o te termino las tejas encantado.

    Naturalmente, incluyendo seis unidades adicionales de un dlar cada unadijo pap.

    No, no dijo Solon. Yo te pago los dos dlares por tu mitad del perro, lomismo que hemos acordado Tull y y o por su mitad. Maana por la maanavienes aqu mismo con el perro y te puedes ir a casa, o a tus asuntos particularesms urgentes, y olvidarte del tejado de la iglesia.

    Durante otros diez segundos pap se qued como estaba, con el mazo en alto,mirando a Solon. Luego, durante tres segundos ms y a no miraba a Solon ni anada. Luego mir de nuevo a Solon. Fue como si exactamente al cabo de dossegundos y nueve dcimas se diese cuenta de que no estaba mirando a Solon, asque volvi a mirarlo tan deprisa como pudo.

    Ja dijo. Y se ech a rer. Fue una risa con todas las de la ley, porque se lequed la boca abierta y aquello que sali de su boca son a risa. Pero no lleg a irms all de sus dientes y ni siquiera creo que le alcanzase a los ojos. Y tampocoesta vez dijo Anda con cuidado . Cambi rpidamente de postura, unmovimiento de cadera, y asest un mazazo en el escoplo, que y a tena clavadoen el taco, y lo dej hincado en el suelo cuando la teja sali volando hastaalcanzar a Solon en la canilla.

    Entonces volvieron al tajo. Hasta ese momento supe distinguir los golpes quedaba pap de los que daban Solon y Homer incluso vuelto de espaldas, no porquefuesen ms sonoros, ni ms secos, porque Solon y Homer tambin trabajaban defirme, y el escoplo no haca un ruido especial al hincarse en el suelo, sino porquelos golpes que ellos daban eran ms infrecuentes; se oan cinco o seis golpecitoscorteses, los que daban Solon o Homer, abriendo la veta del taco, antes de or elgolpe seco que daba pap en el escoplo zac! y darte cuenta de que otra tejahaba salido volando a saber adnde. Pero a partir de ese momento los golpes depap empezaron a sonar tan livianos y veloces y corteses como los de Solon o losde Homer, y si acaso un poquitn ms rpidos, amontonndose las tejas tandeprisa que ni tiempo me daba casi a ponerlas en una pila; iban a juntarse tejasms que de sobra para que Tull y los dems retecharan la iglesia al da siguiente,a medioda, cuando omos entonces la campana de la granja de Armstid y Solondej en el suelo el mazo y el escoplo y consult su reloj . Y y o no estabademasiado lejos, pero para el momento en que alcanc a pap ya tena la muladesatada del retoo y ya se haba montado. Y a lo mejor Solon y Homercrey eron que haban podido con pap, y a lo mejor tambin y o lo pens duranteun minuto, aunque ojal le hubiesen visto la cara. Alcanz la lonchera de la rama

  • y me la pas a m.Anda, ve a comer algo dijo. No me esperes. Mira que ese liante y sus

    unidades de trabajo Si le da por preguntar adnde he ido, le dices que se meolvid algo y que he ido a casa a buscarlo. Dile que he tenido que ir a por un parde cucharas para que comamos los dos. No, no le digas eso. Si se entera de quehe ido a donde sea, en busca de algo que me hace falta, aunque sea un utensiliopara comer, no se querr creer que slo he ido a casa, porque all no tengo nadaque no pueda pedir prestado volvi la grupa de la mula y le hinc los talones enlos flancos. Y la sujet por las riendas. Y cuando vuelva yo, igual da lo que y odiga, t no prestes ninguna atencin. Pase lo que pase, t no digas nada. Ni se teocurra abrir la boca. Me has entendido?

    Entonces se march y yo volv a donde estaban Solon y Homer, sentados y aen el estribo del autobs del colegio que tena Solon, comiendo, y va y resulta queSolon dice exactamente lo que dijo pap que iba a decir.

    Su optimismo es de admirar, pero est en un error. Si lo que necesita esalgo con lo que no pueda servirse de sus manos y sus pies, seguro que ha ido aotra parte, no a su casa.

    Habamos vuelto a las tejas cuando pap regres en la mula y la amarr alretoo y vino y empu el hacha y meti la hoja en el tajo siguiente.

    En fin, seores dijo. He estado pensndolo. Sigo pensando que no es locorrecto, pero de momento no se me ha ocurrido qu hacer. Claro que alguientendr que compensar las dos horas durante las que ninguno de los dos disteis unpalo al agua esta maana, y como se da el caso de que los dos estis contra m,me parece que tendr que ser y o quien las compense. Pero es que maana meespera trabajo en casa. El maz me est llamando a gritos. O a lo mejor eso esmentira. A lo mejor todo es mentira, no me importa reconocer aqu en privadoque entre los dos me ganis de largo, pero a m que me cuelguen: ser un perro simaana me planto aqu y lo reconozco en pblico. Sea como sea, de perro notengo un pelo. As que har un trato contigo, Solon. Te puedes quedar con elperro.

    Solon mir a pap.No s yo si ahora me apetece hacer el trato dijo.Entiendo dijo pap. El hacha an estaba clavada en el tajo. Empez a

    moverla de arriba abajo para extraerla de la madera.Un momento dijo Solon. Deja en paz esa maldita hacha.Pero pap sostuvo el hacha en alto, para descargarla sobre el tajo, mirando a

    Solon y esperando.Me quieres cambiar medio perro por medio da de trabajo dijo Solon.

    Tu mitad del perro por medio da de trabajo, y eso que todava debes todas estastejas.

    Y los dos dlares dijo pap. Es lo acordado entre Tull y t. Te vendo la

  • mitad del perro por dos dlares y t vienes aqu maana a terminar con las tejas.Los dos dlares me los das ahora, y maana por la maana te veo aqu mismocon el perro. Y entonces ya me ensears el recibo de Tull por su mitad delperro.

    Tull y y o y a estamos de acuerdo dijo Solon.De acuerdo dijo pap. Pues entonces le pagas a Tull sus dos dlares y

    te traes maana el recibo. No creo que sea mucha molestia.Tull maana estar en la iglesia colocando las tejas dijo Solon.De acuerdo dijo pap. Pues seguro que no es molestia que te extienda

    un recibo. Psate por la iglesia cuando vengas. Tull no se apellida Grier, comoyo. No tendr necesidad de ir a ninguna parte a pedir prestada una palanqueta.

    As que Solon sac la cartera y le pag a pap los dos dlares y volvieron aponerse manos a la obra. Y entonces pareci que s que intentaban terminar atoda costa aquella tarde, no slo Solon, sino tambin Homer, que era como si todole diese lo mismo, y pap, que ya haba cambiado la mitad de un perro paraahorrarse todo el trabajo que dijera Solon que iba a quedarse an por terminar.Dej de estar pendiente de ellos; tuve que ir apilando todas las tejas.

    Solon al cabo dej el escoplo y el mazo.En fin, seores dijo. Yo no s qu pensaris, pero para m que la

    jornada ha terminado.De acuerdo dijo pap. Eres t quien decide cundo lo dejamos, y a

    que las unidades de tajo que consideres que an faltan para maana te van atocar todas a ti.

    Eso es as dijo Solon. Y como resulta que voy a dar yo un da y mediode mi trabajo a la iglesia, y no slo un da, que es lo que pensbamos al principio,digo yo que lo mejor ser ir a casa a ocuparme un poco de mis quehaceres.

    Recogi el escoplo, el mazo y el hacha, y fue a su autobs, y esper a queHomer fuese con l.

    Maana por la maana vengo con el perro dijo pap.Seguro dijo Solon. Lo dijo como si se hubiese olvidado del perro, o como

    si y a no tuviera la menor importancia. Pero se qued en donde estaba y mirdurante un segundo a pap, lo mir fijamente. Y con un documento queautorice la venta de la mitad del perro que pertenece a Tull. Ya lo dices t, noser molestia ninguna conseguirlo.

    Homer y l se montaron en el autobs y arranc el motor. Imposible saberqu pasaba. Fue casi como si Solon quisiera darse prisa para que pap no pudieratener ninguna excusa para hacer o no hacer nada.

    Siempre he tenido entendido que el rayo no ha de caer dos veces en elmismo sitio, y que por eso le llaman ray o. As que a cualquiera le puede ocurrir,es un error comprensible que a uno le parta un rayo. El error que por lo visto hecometido yo es no haberme dado cuenta a tiempo de que estaba viendo una nube

  • de tormenta. Maana por la maana te veo.Con el perro dijo pap.Desde luego dijo Solon, otra vez como si se le hubiese olvidado por

    completo. Con el perro.Homer y l se marcharon. Pap se levant.Cmo? dije. Cmo puede ser? Le has cambiado tu mitad del perro

    de Tull por medio da de trabajo? Cmo has podido?S dijo pap. Slo que antes ya le haba cambiado a Tull medio da de

    trabajo, arrancando las tejas viejas del tejado maana mismo, por la mitad deese perro. Slo que no vamos a esperar a maana. Vamos a arrancar las tejasviejas esta misma noche, y sin ms jaleo del que haga falta. Maana no piensohacer otra cosa que mirar al seor Solon Unidad de Trabajo Quickempearse en conseguir un justificante de la venta por dos dlares, o por diezdlares, igual me da que me da lo mismo, que le autorice a ser dueo de la otramitad de ese perro. Y lo haremos esta misma noche. No quiero que maanacuando salga el sol se entere de que se le ha hecho tarde. Quiero que entonces seentere de que cuando se acost esta noche y a era demasiado tarde.

    As que volvimos a casa y me ocup yo de ordear y dar pienso a las vacasmientras pap bajaba a casa de Killegrew a devolver el escoplo y el mazo y apedir prestada una palanqueta. Pero de todos los rincones del mundo y de todo loque se puede hacer bajo el sol result que el Viejo Killegrew haba ido a perderla palanqueta cuando se le cay de una barca en un sitio con doce metros defondo. Y pap dijo que haba estado a punto de ir a ver a Solon para pedirleprestada la palanqueta, aunque fuera por pura justicia potica, slo que Solonentonces se habra olido la tostada. As que pap fue a ver a Armstid y le pidiprestada la suy a y lleg a tiempo de cenar y limpiamos y llenamos el farolmientras mam segua sin entender qu se traa entre manos y por qu no podaesperar a la maana.

    La dejamos hablando por los codos, y eso que nos sigui hasta la cerca de laentrada, y volvimos a la iglesia esta vez a pie, con una cuerda y la palanqueta yun martillo para m, con el farol an apagado. Whitfield y Snopes estabandescargando una escalera del camin de Snopes cuando pasamos por delante dela iglesia al ir a casa antes de que se hiciera de noche, as que nos bastara concolocarla pegada a la pared de la iglesia. Entonces pap subi al tejado con elfarol y fue retirando las tejas viejas hasta que pudo colgar el farol dentro de lacubierta, desde donde le iluminaba las rendijas de las vigas, aunque no sealcanzaba a ver desde ningn sitio, a menos que uno pasara por la carretera, y aesas horas cualquiera ya nos habra odo. Sub y o con la cuerda y pap la paspor debajo de la cubierta y la enlaz en una viga para atarnos luego los dosextremos alrededor de la cintura, y nos pusimos manos a la obra. De lleno. Lastejas viejas empezaron a caer a puados, arrancndolas yo con el martillo de

  • cabeza ganchuda y pap con la palanqueta, metiendo la barra entera bajo unahilera de tejas y, de una sola vez, apoyndose en la palanqueta con todo su peso,de un tirn o, caso de que la palanqueta se encontrase tan slo un segundo conuna resistencia inesperada, cargaba con toda el alma llevndose por delante eltecho entero, como si fuese la tapadera de una caja sujeta con bisagras.

    Eso es exactamente lo que hizo al final. Carg todo su peso en la palanqueta,y esa vez encontr un buen punto de apoyo. No slo se llev las tejas de un buentrecho de tejado, sino que se llev toda una seccin de la cubierta, de forma quecuando tir para atrs arranc toda la seccin de la cubierta en la que seencontraba sujeto el farol, igual que se arranca una mazorca a medio madurar.El farol colgaba de un clavo. Ni siquiera se movi el clavo, pues arranc el tablnde cubierta en el que estaba, de modo que fue como si durante un minuto enteroviese yo el farol y la palanqueta, suspendidos en el aire, en medio del desordende las tejas que flotaban sueltas, con el clavo vaco que asomaba por el asa delfarol, antes de que todo aquello cayese de golpe al interior de la iglesia. Diocontra el suelo y rebot en el acto. Volvi a dar contra el suelo, y esta vez laiglesia entera revent en un pozo de fuego amarillo que salt al mismo tiempo,pap y y o colgados del brocal de ese pozo con dos cuerdas.

    No tengo ni idea de qu se hizo de la cuerda, no tengo ni idea de cmosalimos de semejante embrollo. No recuerdo que nos descolgsemos. Slorecuerdo que pap daba alaridos detrs de m y me iba empujando a mitad de laescalera segn bajbamos, y que el resto de la escalera lo baj a resultas de unempujn, aunque me sujet por el pantaln de peto, y que entonces acabamoslos dos en el suelo, corriendo a la par a por el barril del agua. Estaba de costadodonde la fuente, y all estaba Armstid; por casualidad sali de su parcela una horaantes y vio el farol en el tejado de la iglesia, y aquello no se le fue de la cabezahasta que resolvi ir a ver qu estaba pasando, con tanta suerte que lleg a tiempode ponerse a dar alaridos con pap, uno a cada lado del barril del agua. Y sigocreyendo que lo podramos haber apagado. Pap se dio la vuelta y se acuclillcargando todo su peso contra el barril y se lo ech al hombro y se puso en piecon el barril en alto, y eso que estaba casi lleno, y volvi a todo correr y dobl laesquina y subi los peldaos de la entrada de la iglesia y plant un pie en elltimo escaln y dej caer el barril, o quizs se le cay y ech a rodar y lo dejsin sentido.

    As que antes que nada tuvimos que sacarlo a rastras, y all y a estaba mam,y