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VELASCO: EL PENSAMIENTO VIVO DE LA REVOLUCION

rubèn ramos

Agosto, 1975 Diciembre, 2009 Abril, 2012

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In memoriam:

Juan Velasco Alvarado

Carlos Delgado Olivera

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Índice Temático

Dedicatoria 2

Prólogo a la edición 2012 7

Prólogo a la edición 1975 9

Explicación necesaria 13

I. LA REVOLUCIÓN PERUANA 17

Su autonomía conceptual 18

El nuevo ordenamiento económico-político y el modelo societal 20

Democracia, humanismo y revolución 24

Revolución, moral social y conciencia política 26

II. LAS FUERZAS ARMADAS Y LA REVOLUCIÓN 30

El Ejército 31

La Marina 33

La Fuerza Aérea 34

Las Fuerzas Policiales 35

El CAEM 36

III. GOBIERNO, PUEBLO Y FUERZA ARMADA 39

La Fuerza Armada, ¿por qué? 40

Nuestro propósito y compromiso 41

Nuestra segunda independencia 43

Un gobierno para los de abajo 44

Lo que nunca antes se hizo 45

La tarea de gobernar 46

Lo que somos y nuestra legitimidad 47

Un equipo 48

Un nuevo estilo 50

¿Hasta cuándo? 51

El Plan de gobierno 53

Pueblo y Fuerza Armada 56

Civiles y militares 57

IV. DESARROLLO Y REVOLUCIÓN 60

Desarrollo y proceso Revolucionario 61

Desarrollo, crecimiento económico y transformaciones estructurales 62

Desarrollo y Estado 64

Desarrollo y planificación 65

Desarrollo y financiación 66

Desarrollo e industrialización 68

Desarrollo, desocupación y subempleo 72

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V. REFORMA AGRARIA 74

Autenticidad y naturaleza excepcional 75

La Ley 76

Su aplicación 78

Los bonos 79

El tribunal agrario 80

Una nueva fisonomía 80

Reforma agraria y participación 81

Qué queda por hacer 82

Campesinos y técnicos 84

La Confederación Nacional Agraria 85

VI. COMUNIDAD LABORAL, PROPIEDAD SOCIAL Y ESTADO 87

La Comunidad industrial 89

Las Empresas estatales 90

La propiedad social 91

VII. LA REVOLUCIÓN Y EL EJERCICIO DE LA POLÍTICA 94

En lo económico 96

En lo cultural y educativo 100

En nuestras relaciones internacionales 105

VIII. PARTICIPACIÓN, MOVILIZACIÓN SOCIAL Y TRANSFERENCIA DEL

PODER 110

Qué es, para qué, cómo 111

De quiénes 114

El SINAMOS

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IX. PARTIDO, SINDICATOS Y REVOLUCIÓN 120

Pluralismo, militancia y partido 121

Partidos y Revolución 123

Sindicatos y Revolución 125

X. UNIVERSIDAD Y REVOLUCIÓN

La construcción de la libertad 127

Crítica y discrepancia 128

Crisis, nueva ley y participación real 129

Universidad y heterodoxia 131

XI. PRENSA Y REVOLUCIÓN 133

La distorsión de la verdad 134

Hacia una auténtica libertad de expresión 134

XII. MORALIZACIÓN Y MORALIDAD 137

Una naturaleza institucional distinta 138

Una justicia ágil veraz 140

Las autoridades 141

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Los servicios públicos 141

La Contraloría General 142

XIII. LA CONTRAREVOLUCIÓN 143

Su verdadera causa, su estrategia 144

Los argumentos para el ataque 145

Dónde están y quiénes son los enemigos de la revolución 150

Prensa y contrarrevolución 153

La SIP y el intervencionismo 155

Oligarquía y contrarrevolución 157

XIV. ANTIIMPERIALISMO Y REVOLUCIÓN 164

IPC, reivindicación y dignidad 165

200 Millas: soberanía 168

La Cerro: voluntad antiimperialista y emancipadora 169

Anti-imperialismo y recursos naturales 170

Anti-imperialismo y seguridad 172

Perú, tercer mundo y antimperialismo 173

Perú, tercer mundo, antimperialismo e industrialización 178

XV. REVOLUCIÓN, INTEGRACIÓN Y NO ALINEAMIENTO 182

Nuestra vocación unionista 183

Nuestro no alineamiento 188

Nuestra fidelidad al legado de Ayacucho 190

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 195

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Prólogo a la edición 2012

El 3 de octubre de 1968, el general Juan Velasco Alvarado y cuatro coroneles progresistas del ejército peruano, rescataron de manos del gobierno y los partidos políticos representantes del Imperio y de la oligarquía nacional, la dignidad que nos legara, José Gabriel Condorcanqui. Siete años después, el capítulo abierto de profundas transformaciones estructurales y de participación popular, que introdujeron al Perú en la modernidad, se vio trastocado por la felonía de otro general que, de la mano con el FMI y sus ensayos de ajuste de la deuda externa, revirtió todo lo hecho y empezó a “reconstruir” el presente a partir del pasado.

Han transcurrido 44 años del inicio de esa experiencia y las nuevas generaciones apenas saben lo que vivió el Perú entre 1968 y 1975. La derecha peruana a través de sus medios, de sus mensajeros del odio y del control de la institucionalidad que sirve a sus intereses, se ha encargado, sistemáticamente, de estigmatizar el período de cambios que vivió el Perú, atribuyéndole epítetos que sólo dan cuenta de su a-historicidad y mediocridad en la que vegetan.

Este libro, rescatado de la requisa ordenada por el entonces ministro del interior del gobierno de la llamada “segunda fase” tras el “golpe institucional” contra el general Velasco, ha sobrevivido al tiempo y lo seguirá haciendo, como testimonio vivo del aporte que civiles y militares de ese entonces, hicieron a la teoría política de los procesos de cambio.

Hoy, en circunstancias en que pueblos de América del sur viven el hervor de su liberación económica, política, social e ideológica, como Cuba hace más de 50 años, con igual vocación antiimperialista y clara visión integracionista, este libro cobra, no sólo vigencia, sino persistente actualidad. rubén ramos, marzo, 2012.

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P R Ó L O G O (1975)

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Este es un libro que, sin pretender ser final ni definitivo, intenta iniciar la tarea de seguimiento y comprensión de una experiencia revolucionaria que en el campo de la teoría política y en el de la economía se define inédita. Y es que no hay forma valedera de aprehender un hecho, en esencia social, si ella se sustrae a la confrontación entre la teoría y la praxis entre la idea y la acción. No de otra forma puede convenirse la naturaleza dialéctica del cambio.

Mas, el grado de ajuste entre la voluntad política que anima a quienes conducen la Revolución entre nosotros y los hechos en que aquélla se plasma, no podrán jamás deducirse desde la perspectiva de la teoría y la concepción de otros movimientos de liberación surgidos de realidades diferentes a la nuestra. Es decir, desde la perspectiva de voluntades políticas afincadas en maneras diferentes de concebir la relación entre los hombres. Esto es, en maneras diferentes de concebir el derecho al ejercicio del poder.

Sí podremos aproximarnos al entendimiento cabal de lo que entre nosotros sucede desde hace ya casi siete años, cuando enfrentando el reto que supone eludir el facilismo y sin sustraernos al esfuerzo de reconstruir ahora nuestra realidad, aceptemos la verdad de que una revolución se define más cerca o más distante de la libertad y el socialismo, creándola, haciéndola.

Pero una revolución no puede ser vocación creadora en la acción sin serlo en el pensamiento. En el Perú iniciamos ese quehacer hace ya largo rato. Estamos concretando el esfuerzo de construir una nueva posición revolucionaria, reconociendo que para lograrlo tenemos que pensar y actuar política y doctrinariamente con autonomía. Sin embargo, aún nos queda el tiempo de vencer la distancia que separa dimensiones que se quieren consustanciales para garantizar la irreversibilidad del cambio. A su separación contribuye, en no poca medida, el desconocimiento de lo que bien podría llamarse la filosofía de la Revolución Peruana.

Este libro aspira a tocar los límites de ese desconocimiento. También, los de la incomprensión. Pero, al mismo tiempo, quiere ser la posibilidad que nutra el debate, fecunde el diálogo y acerque a la memoria el quehacer constructor de un pueblo que empieza a decidir sobre su propio destino, animado de una sólida voluntad antiimperialista y de lucha consecuente con el mandato de la historia.

Aquí se resume la afirmación vital del carácter creador de un pueblo en la palabra de quien es ya, por derecho propio, su conductor. Se recoge la voluntad que anima el señalamiento de un nuevo camino.

De él habrá de cuidar el pensamiento vigilante, la palabra audaz, la crítica oportuna. A ello obliga, como mandato ineludible, la tarea de gobernar, el ejercicio

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constante de la verdad. No de otra forma se podrán advertir las equivocaciones, los errores, las desviaciones del norte señalado para la gran realización final de la Revolución peruana que partió en su concepción, y aspira a serlo en su práctica, ajena a modelos que, procesos de degradación ideológica, convirtieron en absolutos y dogmáticos.

Grave error de perspectiva histórica. Ocurrencia que incurre en despropósito. Pues si mucho aún persiste con validez universal en la más pura tradición socialista, ello está en el mandato de la propia historia: encontrar caminos propios que conduzcan, finalmente, a un auténtico ideal de justicia y liberación.

Y no se puede concebir el señalamiento de un camino propio como tarea diferible a un futuro impreciso. Suponer tal cosa esconde al más grotesco afán de defensa del statu quo. Por tanto, al espíritu conservador y reaccionario, pero al mismo tiempo, al infantilismo pequeño burgués de quienes saben de hacer una revolución, tanto como Marx sabía de la realidad de las sociedades llamadas hoy del Tercer Mundo.

No nos llamemos pues, más al engaño. Reivindicar el legado de las grandes tradiciones revolucionarias que constituyen fundamento de la concepción ideopolítica de la Revolución peruana, es empezar en el presente la construcción del futuro que se quiere libre del dominio imperialista en una sociedad de igualdad y justicia para todos, en la que a la propiedad social de los medios de producción se una la racionalidad de una economía que privilegie, no la maximización de las ganancias, sino la satisfacción de las necesidades vitales y más sentidas de la sociedad en su conjunto, de sus sectores marginados.

Las grandes transformaciones estructurales son el inicio de este difícil tránsito. Mal haríamos si supusiéramos que ellas son, en sí mismas, metas de arribo de la Revolución. Pretender consolidarlas faltando mucho para hacer generalizables sus beneficios sería, por tanto, asumir la defensa de una utopía reaccionaria.

Recordemos que es en el carácter participatorio de la Revolución Peruana donde se halla implícita la noción de ser, el nuestro, un proceso que tendrá que mantenerse permanentemente como proceso creador, perfectible, en disposición constante de enfrentar y superar renovadas exigencias.

Más aún, la vocación participatoria y abierta de nuestro proceso, no esta sólo al servicio de sus realizaciones concretas. Ella trasciende el campo de las ideas, el terreno de la teoría de la Revolución. No de otra forma libertad y justicia haríanse valores inseparables; ni medios y fines serían elementos que se codeterminan en la construcción de una sociedad superior centrada en el hombre como hacedor social de su historia. De allí que ella implique también una dimensión valorativa antidogmática y permanentemente flexible a la inteligencia de nuevos planteamientos político-teóricos que respondan a la esencia más radical de nuestra realidad.

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De todo esto quiere dar testimonio este libro como parte vital del pensamiento a la causa de la liberación del Perú, de América y del Tercer Mundo.

Sus páginas señalan la constancia de un pensar y un hacer indisolubles, cifrados en la conquista de un destino distinto y mejor para nuestros pueblos.

Quienes repasen en sus páginas lo hecho hasta aquí y lo mucho que aún nos queda por hacer, sabrán que en el Perú hemos iniciado ya el duro aprendizaje de leer en nosotros mismos la historia de la dominación y del entreguismo, y empezado a definir por nosotros mismos nuestro propio camino de liberación. rubèn ramos Agosto, 1975.

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EXPLICACIÓN NECESARIA

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Los textos aquí contenidos han sido estructurados en base a los discursos, mensajes, entrevistas y/o conferencias de prensa del Presidente Velasco. Significan un minucioso trabajo de recopilación, análisis y sistematización de los pronunciamientos ideopolíticos más importantes del conductor de la Revolución Peruana, desde Octubre del 68 hasta Marzo de 1975.

En el apéndice de referencias bibliográficas usted podrá encontrar, de acuerdo al orden de composición, la fecha, la ocasión y la fuente del discurso, la entrevista o el mensaje, extractado, para componer el texto al que alude cada título o subtítulo.

La ocasión, la fuente y el número de página para todos los casos, y en este orden, van encerrados entre paréntesis. En el caso de los extractos tomados de los discursos contenidos en los volúmenes del libro “Velasco: La voz de la Revolución” (VLVR), se indica, además, el tomo respectivo (I ó II).

En los casos en que no figura la fuente, los extractos fueron tomados de discursos o entrevistas, o conferencias de prensa, dados a conocer en el diario oficial El Peruano.

¿Cómo se “hizo” este libro?

Por tanto, cómo proceder a su lectura.

En Octubre de 1968, producido “el golpe” hubo quienes creímos que aquél podía ser el inicio de una experiencia nueva para el Perú.

En ensayo reformista de Belaúnde había fracasado no sin antes enfeudar al poder de las grandes corporaciones transnacionales nuestras principales riquezas naturales y proponer una estrategia de industrialización y “desarrollo” subsidiaria del capital monopolista.

Los partidos políticos de derecha como el APRA y el Odriísta y los eufemísticamente autodenominados de centro -coaligados o en alianza-, habiendo perdido vigencia por su actitud de aquiescencia y avalamiento al entreguismo del ejecutivo belaundista, no tenían alternativa válida que oponer al pronunciamiento armado.

Corno expresión subsidiaria de grupos de poder económico a los que la Revolución declaraba que tendría que enfrentar y derrotar, para dar paso a un nuevo ordenamiento social, la “historia” de aquellos partidos empezaba a concluir.

La atomizada “izquierda”, a fuerza de divisiones y subdivisiones y sin “programa”, para estar en condiciones de proponer alternativas, tenía aún, por delante que cumplir la nada fácil tarea de, según alguno de sus pontífices, proceder a la

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“reorganización” de “sus imágenes”, “sus ideas”, “sus conocimientos”, “sus modos de organización”, “sus modos de comportamiento”.

No obstante, y dentro de este contexto, poco era lo que se tenía entre manos para aventurar un juicio respecto de a dónde querían ir los militares.

Señalar, como se hacía en el Manifiesto del 3 de Octubre, que el movimiento de las Fuerzas Armadas marcaba el inicio de la emancipación definitiva del Perú, y anunciar el propósito de llevar a cabo “básicas reformas estructurales”, era entre nosotros lenguaje desusado, si se tiene en cuenta que tales anuncios provenían de una institución otrora guardián de los intereses de una de las oligarquías más conservadoras de América Latina. Pero había que empezar la tarea de “guardar” todo aquéllo que fuera escrito y dicho por los dirigentes de la Revolución de la Fuerza Armada, y, preferentemente por su conductor.

Seis días después de aparecido el Manifiesto, y precisamente en Talara, donde se había firmado un mes antes el Acta del entreguismo y la claudicación del belaundismo y el apro-odriismo, el Gobierno revolucionario anunciaba la recuperación de la Brea y Pariñas para el Perú. Era el primer hito de una historia de fidelidad al mandato impuesto de superar nuestro estado de subdesarrollo y dependencia del poder económico imperialista y de los grupos de dominación interna.

La Reforma agraria, la reforma de la empresa, la reversión al Estado de nuestras principales riquezas mineras y petrolíferas, la estatización del comercio exterior, de los ferrocarriles, de la industria pesquera, de los mecanismos de financiación, de las telecomunicaciones, la propiedad social, la socialización de la prensa, serían, una a una, conquistas reveladoras del alto grado de coherencia entre lo dicho y lo hecho. Entre lo que se enunciaba como voluntad y lo que se realizaba como realidad.

Hondas y decisivas transformaciones de nuestra estructura económica y social a las que se aparejaba el impulso y desarrollo de un vasto movimiento participatorio desde las bases, generador de organizaciones autónomas de trabajadores, constituían una palpable demostración de transferencia del poder a los propios creadores sociales de la riqueza.

Esto debía conocerlo el pueblo. Saber que quienes conducían los destinos de la Nación no improvisaban ni la acción ni el pensamiento.

Más aún, el pueblo tenía que entender que los errores, las limitaciones y el burocratismo no son parte de la voluntad que anima a la revolución, sino expresión de condicionamientos impuestos unos, por el poder de quienes quieren un Perú y una América al servicio de sus intereses, y heredados, otros, de un sistema deshumanizado y egoísta que tomará tiempo superar definitivamente.

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Fue por eso que se empezó a poner juntas las cosas dichas por el Presidente Velasco y que fueron recogidas desde el inicio del proceso. Pero, en una tarea así, había que pensar en algo diferente a un compendio de citas o a un libro de discursos. ¿Cómo hacerlos un texto temático, donde no se tuviera la sensación de estar leyendo un discurso o una entrevista? Este era el desafío. Se empezó por clasificar, en base a una guía de temas, el material escrito. Luego, se procedió al fichado. Posteriormente se juntaron todas las fichas referidas a un mismo tema y finalmente se “editó” la redacción de tal manera de dar lugar a un texto que pudiera leerse sin advertir que se trataba de extractos tomados de un discurso, o una entrevista, o una conferencia de prensa.

Así nació este libro. Usted encontrará por ello que, por ejemplo, el texto sobre al tema “Autonomía Conceptual” de la Revolución ha sido finalmente compuesto en base a extractos referidos a dicho tema, tomados de discursos dichos en fechas diferentes y para ocasiones diversas, como el Mensaje a la Noción (del 28.7.73), el del Aniversario de la Revolución (del 3.10.73), el pronunciado con ocasión de la visita del Excelentísimo Señor Presidente de Rumanía (el 19.9.73.), el pronunciado en la Conferencia Anual de CADE 70 ( el 15.11.70), y el pronunciado en el almuerzo del Comando Conjunto de la Fuerza Armada (el 29.7.74).

Igual cosa se hizo para estructurar al texto referido al tema “PuebIo y Fuerza Armada”. Aquí se tomaron extractos contenidos en discursos que van desde noviembre del 68 (con ocasión de la entrega del Pabellón Nacional) hasta Octubre del 74 ( con ocasión del día de la Dignidad Nacional). Y así, para cada uno de los temas.

Ahora bien, como se trata de un libro que pretende acercar a la memoria el quehacer de un pueblo en revolución, en los casos en que, por la fecha del discurso, se hablaba de 3, 4, 5 ó 6 años, se ha preferido referir esas fechas a la actualidad. Así, se trata de un libro que recoge el pensamiento de la Revolución a lo largo de estos siete años de aparejar teoría y acción.

No debe perderse de vista, sin embargo, que los planteamientos ideológicos y políticos que aquí se expresan, surgen en el inicio mismo del proceso revolucionario. Mas esto no quiere decir, como bien se señala en el Prólogo, que éste sea un libro final y definitivo. Otros libros seguramente habrán de seguirle. No dudamos de que en ellos mucho de lo aquí expresado se habrá para entonces enriquecido y profundizado.

Y lo creemos así, porque Velasco no es sólo el Presidente del Perú y el conductor de su revolución; es también el juicio anunciador de una nueva conquista, la inteligencia de nuevos aportes a la idea, y el carácter de una serena advertencia.

Por ello, un nuevo discurso, o una entrevista, o acaso una nueva conferencia de prensa, estarán haciendo a esta entrega, una entrega sin tiempo.

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I. LA REVOLUCIÓN PERUANA

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El Proceso Revolucionario que conduce la Fuerza Armada del Perú se

organiza sobre una concepción ideo política, una estrategia nacional de desarrollo y un modelo final de sociedad por entero distintos a los propuestos por los sistemas capitalista y comunista.

El reconocimiento de nuestra privativa historia nacional, la identificación de

nuestras propias tradiciones revolucionarias y la comprensión de nuestra específica realidad económico-social orientan nuestra revolución y permiten definir su sentido esencialmente independiente. Por todo ello, el conjunto de medidas y acciones emprendidas por el pueblo peruano y su Fuerza Armada se orientan a rescatar para el Estado Peruano su perdida capacidad de decisión y a restituir a nuestro pueblo el control sobre la riqueza que su trabajo genera y sobre el poder político, tradicionalmente sustraído a los productores sociales por los grupos dominantes.

La orientación independiente de nuestra revolución permite definir su

carácter esencialmente anti-imperialista y participatorio. Y ello es así, porque sólo es posible construir un Estado nacional enfrentando resueltamente al poder imperialista. Y porque creemos que el cuestionamiento de los sistemas sociales que el Perú recusa puede lograrse a través de un conjunto de instituciones económicas y sociales participatorias.

El carácter anti-imperialista y participatorio de nuestra revolución nos permite

construir progresivamente una democracia social de participación plena basada en lo transferencia del poder político y económico a las organizaciones sociales de trabajadores. Esta es nuestra posición. A ella nos debemos. Y por ella el pueblo y la Fuerza Armada del Perú están dispuestos a enfrentar todos los riesgos implicados en una revolución independiente.

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SU AUTONOMÍA CONCEPTUAL La delimitación ideo política del Proceso Revolucionario Peruano se basa en pronunciamientos teóricos muy claros relacionados, en última instancia, con las ideas cardinales de la propiedad social y de la participación plena. En ellas se funda la esencia de nuestra singularidad como proceso revolucionario diferente y autónomo con respecto a cualquier otro. Pues, sostener la necesidad de organizar la economía prioritariamente en base a la propiedad social de los medios de producción y un sistema político fundado en la gradual pero creciente transferencia de poder a las organizaciones autónomas del pueblo es sostener un planteamiento absolutamente incompatible con los sistemas que privilegian tanto lo propiedad privada como la propiedad estatal. Por lo demás, el encarar la recusación de uno y otro sistema es concorde con el enunciado normativo de seguir una línea nacional independiente, vale decir autónoma. En este sentido, la Revolución Peruana expresó, teóricamente, una alternativa al capitalismo diferente a la alternativa comunista. Y, por partir de una revolución es, en esencia, también una alternativa revolucionaria. La Revolución Peruana recusa el sistema capitalista no desde una posición proclive al comunismo, ni recusa al comunismo desde una posición conservadora y pro-capitalista. Por el contrario, fundamenta esta doble recusación desde una nueva posición de izquierda, nacional y autónoma, profundamente unida al compromiso militante de luchar por la transformación cualitativa e integral de nuestra sociedad.

Pero, el fundamento de nuestra posición no es extraño al contenido mismo de las diversas corrientes del pensamiento revolucionario de nuestra época. Y es en el sentido de la tendencia global de esas corrientes que nuestra revolución se inscribe con toda su probada autonomía conceptual en la tradición más ilustre del pensamiento libertario socialista y humanista. Pensamiento que involucra para nosotros tres conceptos inseparables a una misma tradición.

En todo lo anterior, se afianza nuestra seguridad de representar un camino

revolucionario autónomo y propio del Perú. Tenemos la convicción de nuestro propio camino. Sabemos a dónde queremos ir. Nuestra revolución no será ideológicamente colonizada ni políticamente desviada por ninguna de las tendencias con las que, en realidad, está en pugna.

El rumbo revolucionario del Perú y sus proposiciones de finalidad responden

a una nueva conceptualización teórica, a nuevos criterios de acción, a nuevos planteamientos revolucionarios.

Fuimos, desde el comienzo mismo de nuestra lucha, defensores

intransigentes de uno posición enteramente independiente de cualquier otra surgida en otras latitudes. Y en base ella construimos una alternativa

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revolucionaria profundamente nacional que nada tiene que ver con la experiencia histórica de otros pueblos que han seguido caminos en esencia diferentes al nuestro. Desde esta posición siempre hemos respetado todas las posiciones revolucionarias, en base a la demanda muy clara y muy justa de que la nuestra sea igualmente respetada.

De allí que resulte imposible apelar a los “ismos” actuales en la esperanza de

encontrar uno que refleje la exacta significación del proceso revolucionario peruano y el contenido preciso de sus grandes propósitos y realizaciones. La terminología en boga no permite expresar con propiedad, a nivel de concepción política global, lo naturaleza y las implicaciones de la Revolución Peruana.

Algunos definen nuestro movimiento como socialista, olvidando que, por la

enorme variedad significativa que ha llegado a adquirir esta apelación, ha perdido capacidad de expresar por sí sola fundamentales diferencias de concepción y de práctica política concreta. En efecto, bajo lo denominación “socialista” se cobijan las más variadas formulaciones teóricas y las más plurales realidades político-sociales en el mundo contemporáneo, lo cual torna nebuloso el significado real de lo palabra. Por tanto, al no permitir el trazado de líneas sustantivas de diferenciación, no define una posición política concreta y determinada sino en el más general de los sentidos. En otras palabras, el concepto socialista no define por sí solo la posición total de la Revolución Peruana, pero si está claramente incluido en su más fundamental significado histórico.

Otros nos adjudican un eclecticismo “tercerista” que muy poco agrega a la

comprensión del proceso peruano. Nosotros no sostenemos una simple y banal posición tercerista. No aspiramos a crear un sistema político, social y económico que represente una suerte de mezcla entre el capitalismo y el comunismo. Nosotros nos situamos en un plano enteramente distinto de significación política respecto de la esencia misma de los planteamientos capitalistas y comunistas.

Y otros, nos sitúan en algún punto impreciso de ese amplio espectro que va

desde cualquiera de los movimientos políticos tradicionales del Perú, hasta las formulaciones de la social-democracia y el social-cristianismo europeos de postguerra.

Todas estas apreciaciones contienen dos comunes errores fundamentales.

En primer lugar, tratan de definir la Revolución Peruana no a partir de ella misma, sino de “modelos” externos que varían de acuerdo a la posición o a la simpatía política de cada observador. Y en segundo lugar, reflejan incapacidad para reconocer el hecho sencillo y simple de que este proceso revolucionario es por entero un fenómeno nuevo. Sin que ello implique, naturalmente, desconocer su deuda con la tradición revolucionaria peruana, latinoamericana y mundial, cuyos verdaderos y perdurables aportes constructivos respeta y cuyo acervo enriquece, precisamente, por su declarada autonomía conceptual y política.

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La nuestra es una revolución que jamás encuadrará en ningún esquema tradicional. Fue desde el comienzo una experiencia enteramente atípica. Siempre representó, y siempre habrá de ser, esfuerzo creador en búsqueda y en construcción de un camino propio para el Perú.

La más profunda autenticidad de este proceso radica en su incuestionable

originalidad, en su constante empeño de sólo responder al sentido más hondo de nuestra historia y al testimonio más verificable de nuestra propia realidad. Esta revolución es, pues, un planteamiento teórico y práctico de plena autonomía. Y aquí se fundamenta nuestro reclamo a ser, en todos los sentidos, una auténtica revolución peruana.

El objeto fundamental de la construcción revolucionaria que estamos

desarrollando se orienta a crear en el Perú una democracia social de participación plena Este planteamiento basal de la revolución peruana supone erradicar definitivamente un orden fundado en la predominante propiedad privada de los medios de producción y en la concentración de todas las formas de poder que ella genera. No para trasladar el poder y la riqueza monopolizados al aparato estatal que controla un partido único, sino para transferir el poder y la propiedad de la riqueza a las instituciones autónomas del pueblo organizado.

La alternativa que esta revolución plantea supone iniciar, desde ahora, lo -

construcción de una democracia social de participación. Por tanto, no hemos remitido al futuro el comienzo de esta esencial tarea. Por el contrario, la hemos iniciado gradualmente, conscientes de que el futuro se hace en el presente. E igualmente conscientes de que los medios deciden la esencia de los fines, sostenemos que la única forma de hacer posible una sociedad de participación liberadora demanda indispensablemente el uso de mecanismos y de medios de naturaleza también participacionista.

Esta fundamental orientación ideo política que distingue nítidamente la

nuestra de otras posiciones, sirve de basamento a todas las acciones emprendidas por el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada del Perú.

EL NUEVO ORDENAMIENTO ECONÓMICO, POLÍTICO Y EL MODELO SOCIETAL

Pluralismo económico

y Pluralismo Político

Los dos grandes problemas esenciales de nuestro país, a saber

subdesarrollo y dependencia, se han generado bajo la égida del capitalismo y sería por ello extremadamente ilógico pretender resolverlos conservando el sistema que les ha dado origen. Por eso nuestra revolución se define como no capitalista en el sentido de que el ordenamiento socio-económico que persigue no

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será capitalista. Y por eso nos situamos frente al capitalismo como sistema en una relación de oposición.

Esto naturalmente en forma alguna significa aceptar la alternativa comunista.

La realidad concreta del comunismo como sistema político, económico y social, al cabo de largas décadas de aplicación en otros países, se traduce en sociedades totalitarias y burocratizadas, por entero incapaces de garantizar el desarrollo libre del hombre en todas sus dimensiones. La intolerancia, el totalitarismo y la burocratización son, a la luz irrecusable de la experiencia histórica, fallas estructurales de las sociedades comunistas y no simples deformaciones secundarias. Por eso, tales sociedades no pueden constituir el modelo de nuestra revolución. Y por eso, también frente al comunismo nos situamos en una relación de oposición.

El movimiento peruano se ubica revolucionariamente frente a la falsa

disyuntiva “capitalismo o comunismo”. Estamos rechazando aquel dilema del pensamiento político tradicional para colocar a lo Revolución Peruana en un campo cualitativamente diferente de conceptualización y de praxis revolucionarias. Esta autonomía conceptual y política deriva de la forma en que definimos la problemática central de la sociedad peruana. Para nosotros el subdesarrollo constituye una compleja realidad históricamente determinada y generadora de problemas que en el más profundo de los sentidos son peculiares de cada sociedad. No existe, pues, una sola forma universal de subdesarrollo en tanto realidad económica, política y social concreta. En consecuencia, no existen sociedades subdesarrolladas idénticas.

Cada cuadro peculiar de subdesarrollo es la matriz condicionante de donde

parte el proceso de desarrollo que debe superarlo y que adopta, por esta razón, modalidades específicas que hacen imposible, en este caso también, suponer la existencia de una sola forma universal de desarrollo. En otras palabras, cada escenario histórico-social plantea una problemática diferenciada de subdesarrollo, para cuya cancelación es inevitable considerar un tipo de desarrollo igualmente diferenciado. Vale decir, los procesos de desarrollo se han dado históricamente de acuerdo a diversas opciones político-ideológicas. Su sentido final puede orientarse hacia ordenamientos socio-económicos capitalistas o comunistas. Pero también pueda orientarse, con igual fundamento de validez teórica hacia ordenamientos socio-económicos de carácter no capitalista y no comunista. Y en esta perspectiva se sitúa la revolución nacionalista del Perú.

Queremos una sociedad donde el Estado sirva al hombre y el hombre sirva a

la sociedad en condiciones que posibiliten el desarrollo efectivo de ciudadanos libres cuya más alta responsabilidad se oriente hacia la nación en su conjunto. Queremos un ordenamiento basado en una moral social solidaria, capaz de superar la raíz profundamente egoísta del individualismo, pero sin permitir que el hombre concreto desaparezca bajo el peso de puras entelequias colectivas que fríamente manipula la burocracia estatal de un sistema alienante y deshumanizado. Somos revolucionarios humanistas y por ello rechazamos la

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posición de quienes en nombre de la humanidad desprecian y aplastan a los hombres. Queremos reivindicar al hombre, pero no en el sentido de exaltar un individualismo social y éticamente estéril, sino en el de reivindicarlo como miembro y esencia de una sociedad humanizada por un conjunto de valores que no pueden, por todo lo anterior, ser los mismos que sirven de sustento al capitalismo y al comunismo.

Nuestra revolución, en sumo, trabaja por una sociedad solidaria de

participación plena, de libertad auténtica, vale decir, con justicia social, donde la comunidad trabaja para el hombre y paro ella misma y no para el Estado o para grupos de privilegio y de poder. Vamos hacia un nuevo ordenamiento de la sociedad peruana. Porque el ordenamiento tradicional contra el cual insurgimos estuvo basado en la desigualdad, en la injusticia, en la discriminación, en la dependencia y en el privilegio. Luchamos por reivindicar la auténtica independencia de nuestro país frente a las presiones de cualquier imperialismo, económico o de otro tipo, venga de donde viniera. Y luchamos igualmente para cancelar por siempre los profundos desequilibrios estructurales que hacen de nuestro país una nación subdesarrollada.

Las formas del pasado ya no pueden segur prevaleciendo porque es preciso labrar un camino distinto para un futuro distinto. Esa gran injusticia del ayer en que muchos padecieron miseria y en que pocos disfrutaron holgura, no puede continuar porque la nación entera sólo podrá florecer y ser grande cuando dentro de ella la explotación de los más a manos de los menos haya sido desterrada para siempre; y cuando la riqueza socialmente generada no sea privilegio de unos cuantos, sino derecho y recompensa al esfuerzo de todos. Quienes forjan la riqueza de este país no son únicamente los dueños del dinero. De bien poco valdría ese dinero sin el esfuerzo generoso de los brazos que hacen la riqueza y que deben tener acceso a ella.

Esta no es una posición de extremismo, sino de justicia. El propósito de la

Revolución Nacional no es destruir, sino construir. Pero no construir para los menos, sino para los más. Porque construyendo para los más estaremos en realidad construyendo para todos. Hasta hoy el signo de nuestra vida nacional ha sido: la riqueza concentrada en muy pocas manos, y la miseria cubriendo por entero el mapa de la patria. Eso ya no puede seguir así. Si el Perú quiere mirar victoriosamente hacia el futuro, tiene que ser una nación decidida a superar para siempre los moldes del pasado. Tiene que haber en su pueblo la conciencia de que es imperativo crear un nuevo y distinto ordenamiento social en el que prevalezca la justicia. Y en el Gobierno tiene que haber la inquebrantable decisión de llevar adelante un proceso de cambios que, al transformar el ordenamiento económico y social del país, haga posible superar definitivamente nuestra actual situación de nación subdesarrollada.

El Perú es ya un pueblo maduro para sus grandes transformaciones. Y el

nuestro es un Gobierno decidido a que ese pueblo, al fin, tenga su hora de justicia. Nada debe temer. La revolución reconoce la legitimidad de todos los derechos

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cuyo respeto no signifique perpetuar la injusticia, ni mantener intocada nuestra tradicional situación de país subdesarrollado y dependiente. Porque en una sociedad de grandes injusticias, respetar estos derechos significaría, necesariamente, condenar a la mayoría a una eterna pobreza y garantizar a la minoría el disfrute de una riqueza cuyo exceso es social y moralmente injustificable. Traicionaríamos el sentido más hondo de nuestro movimiento liberador si dejáramos que en el Perú todo siguiera igual. La Fuerza Armada advino al Gobierno precisamente porque eso ya no era posible. Pero ésta es una empresa del pueblo, una tarea de entrega ciudadana, una misión de fe. Necesita una mística y requiere el respaldo valiente y generoso de los que quieran luchar por un Perú mejor. Es por eso, también, una empresa de generosidad y de altruismo de auténtico amor al Perú. Frente a los intereses de la Patria, nada debe ni puede prevalecer. Es preciso dejar de lado para siempre los lastres del pasado. Vivimos en un mundo nuevo y distinto. Tenernos que crear una nueva imagen del Perú. Es tarea grande y difícil, preñada de desengaños y de riesgos. Pero es tarea ineludible. La vamos a realizar. La estamos realizando.

El propósito del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada es construir en el Perú una economía pluralista y diferente de las economías dominadas tanto por el absolutismo de a propiedad privada cuanto por el absolutismo de la propiedad estatal. Dentro de ese pluralismo económico existirán diversos sectores. El más importante y prioritario será de carácter social, donde la propiedad esté en manos de todos los trabajadores de las empresas del sector. El segundo sector económico será el estatal. El tercero será un sector de propiedad privada reformada por la Ley de Comunidad Laboral que habrá de ser en el futuro un sector económico de cogestión.

Finalmente estos tres sectores económicos, que no conforman realidades

estáticas sino que deben ser concebidos como altamente dinámicos y flexibles, se complementarán con un cuarto sector de muy diversa naturaleza integrado por todas las actividades económicas de pequeña escala en el comercio, la industria artesanal y los servicios.

Esa economía pluralista será una economía participatoria, en esencia distinta

a las de los sistemas capitalista y comunista. Su contraparte política deberá ser un ordenamiento institucional también participatorio, basado en la nación de que el poder se transfiere a organizaciones sociales autónomas cuyos integrantes, por tener ya acceso a la riqueza y a la propiedad, acceden también al ejercicio efectivo del poder económico y, consecuentemente, del poder político. De esta manera será posible estructurar en el Perú una democracia social de participación plena, dentro de la cual la capacidad de decisión en lo económico y en lo político será ejercida por las comunidades de base.

Así todas las expresiones del poder surgirán de los fundamentos mismos de

la sociedad, es decir, allí donde piensan, actúan y deciden los hombres y mujeres que con su esfuerzo físico e intelectual crean una riqueza que debe beneficiar a todos los peruanos.

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Esta posición participacionista del humanismo revolucionario implica respetar

la divergencia de opiniones e ideas. Aquí se fundamenta el pluralismo político que nuestra revolución también defiende. Esto significa reconocer el derecho de los demás a pensar y actuar de manera diferente a la nuestra y en consecuencia a organizarse políticamente con toda libertad dentro de una pluralidad de alternativas.

Nuestra Revolución representa una de esas alternativas. Por eso, adherir a

la idea del pluralismo político no quiere decir en forma alguna que la posición ideológico y política de nuestra Revolución, como conjunto de ideas y planteamientos puede ser considerada uno posición contradictoria y heterogénea, dentro de la cual puedan situarse quienes sustenten otros ideologías.

Todo lo contrario. Nuestra posición debe ser entendida como uno posición

ideo-política homogénea, coherente, singular y, por ende distinta de todas las demás. En otras palabras, el pluralismo no significa que no nos distingamos de otros, sino que distinguiéndonos, sepamos respetar el derecho de los demás a escoger su propio camino político.

La concreción de este gran ideal participacionista, esencia misma del

humanismo revolucionario que defendemos, supone el abandono gradual pero definitivo de los comportamientos manipulatorios y de los mecanismos de intermediación que en el pasado arrebataron a los ciudadanos el derecho a intervenir y a decidir en todos los asuntos de la vida social. Y supone, asimismo, la ruptura igualmente gradual pero también definitiva con todos los comportamientos paternalistas autoritarios que ilegítimamente presupone condición de inferioridad en los humildes y en los pobres. Y todo ello, para rescatar y defender la nación fundamental de la dignidad y la preeminencia del hombre, del ser social concreto, como hacedor de la historia y la vida.

Todo ello implica una nueva concepción del Estado, del gobernar, de la

política. El supuesto en que esto se fundamenta es el de la validez de la participación como vía a través de la cual pueda crearse en el Perú una sociedad esencialmente democrática y, por tanto, verdaderamente humanizada. A estos criterios responde Democracia Social de Participación Plena, modelo final de sociedad hacia el cual se enrumba nuestra revolución. DEMOCRACIA, HUMANISMO Y REVOLUCIÓN

Mucho suelen hablar algunos de las bondades de la democracia. Con pocas

palabras se ha comerciado tanto como con esta palabra, democracia, que los politiqueros de este país prostituyeron, hasta convertirla en una vergonzante falsedad. No hay democracia auténtica sin justicia social. No hay democracia auténtica cuando los más son explotados por los menos. No hay democracia auténtica cuando el pueblo continúa en miseria; cuando el campesino no tiene tierra; cuando los poderosos lo dominan todo. La pura democracia formal de los

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votos periódicos con que se negocia a espaldas del pueblo ¡no es democracia!: es el engaño urdido por quienes tratan de que todo siga igual. Nosotros ciertamente estamos contra esta democracia farisea. Queremos una verdadera democracia social con justicia para el pueblo. Una democracia sin las grandes desigualdades de riqueza que este pueblo ha sufrido. Una democracia para la cual justicia y libertad sean inseparables. Una democracia para la cual la libertad sólo pueda existir, de manera efectiva, cuando hayan sido canceladas para siempre la explotación y la miseria de las grandes mayorías.

Hacer posible una democracia así, genuina y con sentido para el pueblo, es

el mandato de la revolución. A ella habrán de contribuir las grandes transformaciones sociales. Su realización servirá para la construcción de un nuevo ordenamiento social de justicia.

En términos de un humanismo revolucionario para el cual la idea del hombre

como hacedor social de la historia es por entero inseparable de la justicia como valor concreto en la vida social, la Revolución Peruana recoge el legado mejor de la tradición cristiana, en lo que ésta tiene de renovador planteamiento social, y representa la confluencia de las vertientes más ilustres del pensamiento revolucionario de nuestra tradición histórica, constituyendo así el punto de partida de una nueva conceptualización político-social en el Perú.

Nuestra revolución surge de la tradición histórica del Perú. Esto no quiere

decir que pretendamos, a todas luces ahistóricamente, reconstituir una realidad político-social desaparecida hace siglos. Ni tampoco que la revolución se vincule directa y sistemáticamente con una determinada concepción religiosa, que, sin embargo, la mayoría de peruanos suscribe.

La Revolución Peruana coincide en sus aspiraciones de justicia,

indesligables de la posición humanista, con el mensaje moral del cristianismo. Pero nunca hemos dicho que nuestra revolución sea cristiana, porque pensamos que ésta es una calificación religiosa y el nuestro es un movimiento político-social. Las transformaciones sociales, los grandes fenómenos políticos de envergadura histórica no pueden ni deben ser descritos en términos de denominaciones religiosas. El hecho de que seamos católicos no nos permite decir que nuestra revolución pertenezca, como tal, a una determinada filiación religiosa.

El humanismo revolucionario que hoy surge en el Perú es, pues, distinto por

esencia de todos los planteamientos puramente abstractos y construye su problemática central en torno a las cuestiones fundamentales y específicas de la justicia y la libertad de los seres humanos concretos que luchan, que sufren, que trabajan, que defienden sus ideales, que rechazan la explotación y que viven los conflictos sociales como miembros de grupos, sectores y clases con intereses distintos dentro de la sociedad.

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REVOLUCIÓN, MORAL SOCIAL Y CONCIENCIA POLÍTICA

Nuestra ambición mayor es contribuir al surgimiento de una nueva moral

social que para siempre destierre del escenario político de nuestra patria la mezquindad, el egoísmo, la bajeza y la falsía. Queremos por eso que esta revolución viva en la conciencia de nuestro pueblo, a fuerza de vivir en la conciencia misma de los hombres que la están construyendo. Y esto sólo podrá lograrse cuando cada uno de nosotros, en su propia vida, ofrezca el testimonio personal que hace sagrado un compromiso fidedigno con la causa del pueblo. Porque una revolución también supone la capacidad de pensar, de sentir y de actuar de modo diferente a como lo hacen quienes no orientan su existencia por un ideal humano y superior. Sólo con desprendimiento y con grandeza podremos los hombres de esta revolución dejar un legado verdaderamente ejemplar a quienes mañana habrán de continuar esta tarea gigantesca que hoy estamos cumpliendo para salvar a nuestra Patria.

Los hombres y mujeres de esta nación tienen ahora una responsabilidad

muy grande que cumplir. Por ello los egoísmos y las vacilaciones deben ser para siempre abandonados; porque está en juego el futuro de esta Patria que es de todos. Con indiferencia y con oportunismo no se hace la historia de los pueblos. Y en el sentido más hondo y verdadero, hoy estamos haciendo la historia del Perú.

La Revolución demanda pensar en el Perú, motivo fundamental de su razón de ser y raíz de la existencia nuestra. Demanda pensar en el Perú que superando un largo abatimiento vuelve a sentir ya un aliento de confianza, un renacer de su seguridad como nación, un nuevo destello de afirmativa esperanza en su futuro.

La esencia moral de una nación y de sus hombres se mancha sin remedio

cuando desde el gobierno se trafica con su dignidad; cuando las instituciones se prostituyen y todo lo corrompe el oro de una riqueza mal habida; cuando frente a un país engañado, en gran parte por obra de una prensa en subasta, se levanta el tinglado de una farsa de la que son actores principales quienes ostentan la representación de los altos poderes del Estado.

Todo esto ocurrió en el Perú. Y nadie debe olvidarlo nunca. Porque un pueblo que olvida sus épocas de oprobio difícilmente pueda

construir un destino luminoso y libre para siempre de todos los estigmas con que le manejaron sus malos gobernantes, sus falsos adalides.

En la medida en que prevalezcan en el Perú la injusticia y la explotación,

todos somos injustos y explotados. La esencia de humanidad que vive en cada

Los ideales revolucionarios sólo podrán perdurar en la medida en que alienten fehacientemente

en cada uno de los actos de nuestra propia vida.

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uno de nosotros se mancha sin remedio cuando nada hacemos por superar la vida que aún viven millones de peruanos. La indiferencia frente a los males de nuestra sociedad nos hace a todos responsables de que ellos continúen. Y mientras no comprendamos esta responsabilidad que a todos nos pertenece, los males profundos del Perú habrán de continuar sin solución definitiva. Tenemos que adquirir conciencia de que la vida y el destino de cada hombre y mujer del Perú nos competen y afectan a todos los demás.

Es la dura verdad que todos debemos conocer y que muchos quisieron que

nunca fuera conocida. La verdad que permanentemente debe vivir en la conciencia de todos los peruanos. La verdad que debe instarnos a dejar para siempre de lado al egoísmo de cualquier indiferencia. Porque todos somos, aunque fuere en pequeña medida, responsables de la ominosa realidad que esa verdad encierra, Y porque todos debemos sentir el imperativo de superarla para siempre.

El valor, el deber, la dignidad, la iniciativa, la disciplina, el honor, la

solidaridad deben ser la base más profunda en la formación moral de todo revolucionario del Perú. Esas son las virtudes que deben formar la arquitectura de nuestro patriotismo, de nuestro enraizado amor al Perú, que nos impela a luchar por su pueblo, por su grandeza, por su más elevado sentido de justicia. Un patriotismo creador, renovador y profundo.

El porvenir del Perú depende de la lucidez con que sepamos comprender el

sentido verdadero de este gran momento de nuestra historia. Y esto, en no menor medida, dependerá a su vez de que seamos capaces de aprender en base a la experiencia de su construcción revolucionaria y a mantener siempre intacta la firme decisión de continuar nuestra lucha sin tregua ni descanso.

La conciencia revolucionaria de un país no se improvisa. En el Perú de hoy

se está formando esa conciencia. Poco a poco se comprenden mejor la esencia y la finalidad de su revolución. Superados el escepticismo y la desconfianza de los primeros tiempos, nuestro pueblo cada vez con mayor claridad comprende que esta revolución se ha hecho para salvarlo, para resolver sus grandes problemas, para forjar en nuestro país uno auténtica democracia social.

Nada de eso podríamos lograr dentro de la moral social de un

individualismo egoísta y estéril que torna a los hombres enemigos de otros hombres y que exalta las formas más extremas y, en verdad, menos humanas de competencia, de rivalidad, de explotación. Pero tampoco lo podríamos lograr dentro de la moral social de un sistema que hunde al hombre en la más ominosa dominación de un estado monopolizador de todas las formas de poder.

Un gobierno revolucionario de la originalidad del nuestro no puede

conducirse con los mismos criterios ni de la misma forma en que se puede conducir un régimen conservador. Una transformación como la que nosotros

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estamos haciendo en el Perú, impone la necesidad de nuevos comportamientos y nuevas actitudes.

En tiempos de alteración profunda de los moldes y realidades tradicionales

de una sociedad es preciso aceptar que todos debemos someter a honda revisión creencias y valores, formas de acción y modos de concebir los cosas. Por tanto, en el Perú de hoy resulta indispensable repensar los problemas del país, pero también mirar con nuevos ojos nuestra propia vida y lo que ella debe significar para una Patria en trance de ser reconstruida.

Aprender a pensar y actuar de manera distinta a como solíamos hacerlo en

el pasado es tarea extremadamente difícil, porque envuelve una dura experiencia de reeducación, a través de la cual aprendemos a cuestionar algunos de los supuestos valores que un día consideramos intangibles. Pero de no lograrlo, sería virtualmente imposible alcanzar el distante propósito de forjar un nuevo hombre para una nueva sociedad en el Perú.

Todo esto demanda nuevos deberes y nuevas exigencias. Porque no debemos olvidar que sobre nosotros pesa el escepticismo y la desconfianza que en el pueblo peruano sembraron los malos gobernantes. Un pueblo mil veces engañado sólo puede recuperar por entero su confianza y su fe cuando sus gobernantes hablan con absoluta honestidad, con franqueza total y descarnada. Sólo así es posible forjar una nueva conciencia política. Sólo así se puede reavivar la gran esperanza colectiva, la fe adormecida de una nación postrada por el engaño de innumerables ídolos de barro.

Sentir nuestro el deber y el compromiso con la revolución, es velar porque

ella sea siempre ejemplo de limpieza, de honradez, de eficiencia, de sacrificio, de entrega generosa. Es crear conciencia de la inmensa tarea que una revolución entraña. Es enmendar día a día los errores que inevitablemente se cometen en el diario quehacer de la revolución. Es asumir la responsabilidad de rectificarlos. Es tener la honestidad, la humildad, la sabiduría y el valor que otros nunca tuvieron para reconocer errores y enmendarlos. Esto, lejos de debilitar a lo revolución, le da mayor fuerza porque le da mayor autoridad moral. Pero es también ser supremamente exigentes con nosotros mismos, aspirar a ser cada día mejores, estimular la crítica honesta que es un aporte invalorable en toda obra de creación Es ser, por sobre todo, siempre leales con ella.

El Perú está aún lejos de haberse librado de aquella vieja siembra de

desconfianza, de resentimiento y de desilusión que como mala herencia le dejaron muy largos años de explotación y desgobierno. Todos deberíamos comprenderlo así. Porque de otro modo sería acaso imposible la entrega generosa de tenacidad y de esfuerzo, de perseverancia y de coraje, que todos debemos dar para poder desterrar definitivamente las lacras del pasado y construir aquí una sociedad más justa, más libre, más humanizada.

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Transformar una sociedad tan compleja como la nuestra, no es tarea sencilla ni de pronta culminación. Esta revolución apenas ha cumplido un tramo de su existencia. Los peligros más grandes aún no han aparecido. Debemos esperar días difíciles. Y crear en nuestro pueblo conciencia responsable de que tendrán inevitablemente que venir días así. A medida que la revolución se afiance y nuevos privilegios sean abolidos para bien del pueblo, la oligarquía y sus felipillos redoblarán esfuerzos para frustrarla.

Todos debemos tener la honestidad de reconocer las grandes y complejas dificultades que una revolución enfrenta. Que nadie pida una revolución sin errores ni fallas. Exigirlo sería mezquindad y falta de honradez. Sobre todo cuando se critico sin aportar contribución alguna al esfuerzo más grande de toda nuestra historia. Nadie tiene derecho o ser un simple espectador pasivo estando en juego el destino del Perú.

Tenemos confianza en el futuro del Perú y fe profunda en la capacidad

creadora de su pueblo. Habrá en el porvenir días difíciles que demandarán sacrificios de todos los peruanos.

No existe verdadera obra de creación exenta de peligros. Todo proceso

revolucionario encierra vicisitudes y durezas. Este es el signo inescapable de todos los grandes movimientos de transformación. Por eso, esta revolución sólo puede fracasar en la medida en que fracasen los agentes históricos de su realización, es decir, el pueblo y la Fuerza Armada que hoy enfrentan unidos el reto más grande de su historia.

Tal es el llamado patriótico para una acción común. Nadie deja a sus hijos

ni a la posteridad una simple herencia material. Todos dejamos también la impalpable huella de una herencia moral, parte vital de ese legado que otros recibirán en el futuro. Que quienes vengan después de nosotros jamás puedan decir que los hombres de hoy no supimos enfrentar con valentía, con honradez, con generosidad y con sacrificio el desafío de esta difícil época que nos ha tocado vivir. Que digan, por el contrario, que supimos dejar para siempre un pasado que no puede volver; y que supimos mirar resueltamente hacia ese futuro que forjaremos en la medida en que sepamos interpretar y comprender el signo fundamental de nuestra época.

Que digan que supimos tener la humilde grandeza de conciencia que los

hombres requieren cuando van a entregar parte de su propia vida y de su propio esfuerzo a la insigne tarea de forjar una nueva nación y un nuevo y más humano sentido de justicia.

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II. LAS FUERZAS ARMADAS Y LA REVOLUCIÓN

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EL EJÉRCITO

Desde hace algo más de seis años el Ejército, como parte de la Fuerza Armada, está cumpliendo una responsabilidad histórica de la que pende el futuro del Perú y que profundamente compromete la conducta y la vida de cada uno de sus miembros.

La transformación nacional en cuya conducción interviene es la contribución

que hace el engrandecimiento del Perú. Representa el esfuerzo de una institución que comprende con lucidez que su mejor destino es servir al pueblo; y significa el reconocimiento de que, como peruanos, sentimos nuestra la responsabilidad de luchar a fin de que el Perú destierre para siempre las grandes injusticias y llegue a ser Patria de hombres libres y nación soberana que ha roto para siempre el dominio extranjero. No todas las instituciones, ni todos los hombres, ni todas las generaciones tienen una oportunidad así. De ella se deriva, sin embargo, una inmensa responsabilidad. Enfrentarla supone el convencimiento de que no existe contradicción alguna entre nuestra condición de soldados y la tarea de dirigir el rumbo de una nación que debe transformarse para de veras realizar la justicia de su pueblo. Porque la dimensión esencial del patriotismo es aquel compromiso permanente con el destino de nuestra colectividad, diario quehacer de lucha de quienes sienten, en todos los instantes de su vida, que no se deben a sí mismo sino a su propio pueblo. Defender a la Patria es, por eso, defender su justicia. Y en esto se resume la esencia de propósitos de nuestra revolución. Por tanto, al realizarla sólo estamos dando contenido concreto a nuestra vocación de patriotismo, a nuestro más profundo amor por el Perú, a nuestra más sentida y honda lealtad con su pueblo.

La obra que estamos realizando, lejos de separarnos de nuestra misión

cómo soldados, nos vuelve al cauce más profundo y verdadero de nuestra tradición institucional como ejército que nació bajo el signo de la lucha por la emancipación de nuestro pueblo. Nadie, por eso, podría decir con honradez que al volver a luchar por ideales de independencia, de libertad y de justicia, estamos abandonando nuestro rol tutelar en el país. Todo lo contrario.

Hoy más que nunca estamos cumpliendo con un deber de patriotismo,

porque estamos luchando por el país, defendiendo sus auténticos intereses y poniendo la espada al servicio de nuestro pueblo. La causa del Perú, la de su revolución, la de su pueblo, la de su Fuerza Armada, son por eso una sola. Es la causa de la Patria. Es nuestra causa, como soldados y como peruanos. Esta es la profunda verdad que algunos quieren ocultar. Mientras seamos conscientes de ella, los enemigos de la Fuerza Armada y de su obra serán siempre derrotados. De allí la decisiva importancia de que quienes integran las filas del Ejército comprendan claramente el significado del gran proceso revolucionario que el Perú está cumpliendo bajo el unido liderazgo institucional de su gloriosa Fuerza Armada. Ellos tienen la responsabilidad de reflejar en todos los

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actos de su vida la nueva orientación del Ejército; el sentido vital de compromiso con la necesidad de resolver definitivamente los grandes problemas del Perú. Esto es la tarea de hoy. Y en ella seguiremos hasta cumplir los grandes objetivos que la Fuerza Armada se ha propuesto alcanzar.

Donde quiera que vayan, los soldados de hoy deben ser los representantes y

los mensajeros de la obra que estamos llevando a cabo en el Perú. Porque como integrantes de una grande y unida institución, todos somos parte de lo que ella realiza. Es preciso por eso que cada uno de nosotros esté siempre dispuesto a cualquier sacrificio para perfeccionar el desenvolvimiento de nuestras tareas normales como miembros del Ejército. Tenemos de ahora en adelante que añadir una nueva cuota de esfuerzo que dé palpable testimonio de solidaridad con la obra que nuestra institución está realizando para garantizar el desarrollo efectivo y el verdadero engrandecimiento de nuestro pueblo.

Inmersa en el sentido más hondo de esos sentimientos, radica la garantía de

la continuidad histórica del Ejército Peruano. Y allí también radica su constante sentido de superación institucional. Porque sólo cuando se es vitalmente leal y sólo cuando verdaderamente se ama a una causa o a una institución, se les puede entregar, sin límites de esfuerzo, esa indispensable porción de nuestra propia vida, de nuestro propio empeño, de nuestra propia fe, que es en verdad indispensable para hacerlas mejor, para asegurar su permanente renovación y, en fin, para lograr que ellas mantengan siempre el vigor, la ductilidad, la verdadera juventud de las causas y de las instituciones que perviven sin agotarse, conservando su significación histórica para las sociedades y los hombres.

Sentido solidario y garantía de continuidad son de este modo parte esencial

de nuestra propia razón de ser.

Por ser nuestra institución una realidad viviente, no puede ser estática. La más alta expresión creadora de su propia existencia radica en su plasticidad, en su dinamismo, en su capacidad de mantenerse siempre alerta al rumbo y al sentido de los tiempos. La renovación es inherente a la verdadera perennidad de las instituciones. Simplemente resistir el paso de los años no equivale a vivir de manera valedera y auténtica. Más aún, sólo en la medida en que las grandes instituciones tienen la sabiduría de evolucionar, es posible decir que tienen también la sabiduría de mantenerse vigorosas y vigentes.

Al fin y al cabo, sólo se puede ser fiel a sí mismo cuando se acepta

profundamente la necesidad de desarrollarse y ser distinto a medida que el mundo y los tiempos son también distintos.

Lo señalado fundamenta en gran parte el por qué del cambio institucional

que ha hecho posible emprender en el Perú la gran tarea de su transformación. Mas, si en verdad hundiéramos los ojos en nuestra propia vida comprenderíamos que las enseñanzas que recibimos no son ni pueden ser extrañas a la inspiración y a la raíz de lo que estamos hoy haciendo para garantizar a nuestra Patria una

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realidad mejor de la que ella tuvo en el pasado. Porque esas enseñanzas, al mismo tiempo que inculcaron en nosotros un acendrado patriotismo, también nos dieron una profunda formación moral basada no en los valores del egoísmo infecundo, sirio en los de una solidaridad para la cual los intereses de la Patria y los de la colectividad son siempre los intereses prevalentes. Nuestra dedicación de hoy a un ideal de lucha que se libra por el Perú tiene, de esta manera, vinculación profunda con aspectos decisivos de nuestra formación en el alma mater del Ejército Peruano. Formamos parte de un Gobierno cuya obra tiene como el más radical sentido de su quehacer histórico, el haber vuelto a unir, al cabo de los años, la acción y la enseñanza, la norma y la conducta.

Los soldados peruanos nunca debemos olvidar el sentido profundo de nuestro origen institucional enraizado en el origen mismo del Perú como nación independiente. Porque de ese sentido arranca la honda convicción de un patriotismo para el cual la causa de su pueblo, vale decir, la causa de su soberanía, de su justicia y de su libertad. Origen revolucionario el nuestro, hoy vuelve a ser emblema que enarbolamos con orgullo, seguros de que al luchar por la definitiva emancipación de nuestra Patria estamos honrando el sentido más puro de nuestra tradición histórica y, al propio tiempo, renovando la gloria y el honor de las armas peruanas.

Todo esto nos permite, por lo tanto, ser ahora los testigos maduros de

nuestra juventud que hoy, de alguna forma, vuelve para el cotejo iluminante de nuestra madurez.

LA MARINA

La historia de la Marina de Guerra se enhebra con la historia de nuestro país desde el momento mismo en que insurgió a la vida independiente por la acción de soldados revolucionarios que lucharon para hacer del Perú un país libre de tutelajes extranjeros.

Pertenecer a una tradición así de ilustre, representa una responsabilidad muy

grande de la que todos los marinos del Perú deben ser siempre claramente conscientes. Porque el legado institucional de nuestra Armada constituye paradigma que jamás debe ser olvidado por quienes asumen la responsabilidad de mantener siempre viva la esencia de una tradición que da grandeza a la Nación Peruana.

Los hombres sólo tienen derecho a invocar las figuras ilustres de su historia en la medida en que en su diaria vida demuestran ser en verdad dignos de ellas. Y esas grandes figuras sólo tienen genuina eternidad en la medida en que el sentido de su vida y de su sacrificio se encarna en el pensamiento y en la acción de otros hombres.

Hoy no se trata solamente de que los hombres de uniforme cumplamos una

misión castrense en el Perú. Hemos aceptado una responsabilidad histórica con

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su pueblo y hemos asumido un compromiso que no podemos eludir. Esta responsabilidad y ese compromiso constituyen el fundamento en que se basa nuestra decisión de llevar adelante la obra que hace seis años empezarnos a realizar en el país. Esta obra posee el carácter unitario de un empeño que realiza toda la Fuerza Armada del Perú. Por tanto, ninguno de nosotros puede ni debe mantenerse al margen de su realización. Unidos iniciamos la revolución que está devolviendo a nuestro pueblo su sentido de orgullo nacional, unidos estamos conduciendo esta gran experiencia peruana que por primera vez plantea y resuelve los problemas fundamentales del país; y unidos culminaremos este esfuerzo que habrá de traducirse en el fortalecimiento y la grandeza de una nación capaz de construir en su seno un orden de justicia fundado en la plena soberanía de su destino nacional.

El aporte de la Armada Peruana a la realización de estos grandes ideales es,

desde cualquier punto de vista, fundamental, al igual que el aporte de los otros Institutos Armados del Perú. LA FUERZA AÉREA

Nuestra aviación militar no sólo representa instrumento esencial para la

defensa del País, sino, hoy más que nunca, herramienta insustituible en el cumplimiento de diversas tareas vinculadas al desarrollo nacional. Nuestra tarea de gobernantes es indesligable de nuestra condición de militares. Nuestra preocupación por la seguridad nacional y nuestra preocupación por los problemas fundamentales de la sociedad peruana no pueden ser preocupaciones separadas. Ambas se encuentran en la base misma de nuestra conducta gobernante. Y ambas se hallan también en la raíz de nuestra vocación revolucionaria, es decir, de nuestra irrevocable decisión de continuar ahondando y perfeccionando el rumbo de las grandes transformaciones sociales y económicas que por primera vez ha sido posible realizar en el Perú bato el liderazgo de un Gobierno que representa la unidad institucional de las armas peruanas.

Por eso es que la tarea y la responsabilidad de esta revolución son tarea y

responsabilidad de todos los hombres de uniforme, unidos en el compromiso de poner nuestras armas al servicio de un antiguo ideal siempre atesorado por un pueblo del cual formamos parte, del que hemos surgido y al cual nos debernos en la misma medida y con la misma dimensión de entrega con que, como soldados, hemos jurado debernos a la Patria. Lejos de incumplir un deber y alejarnos de la senda que nos marca nuestra condición de militares, al haber emprendido una lucha por la verdadera salvación de nuestra Patria, estamos siendo fieles más que nunca al sentido más hondo y verdadero de nuestra misión como soldados del Perú.

Este es el espíritu patriótico y revolucionario, al mismo tiempo, que norma

nuestra conducta como militares y como gobernantes del Perú. Y es el espíritu que debe normar también la conducta de los soldados y oficiales de la Fuerza

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Aérea del Perú. El destino de nuestra nación depende del rumbo victorioso del proceso revolucionario que ella contribuye a conducir. LAS FUERZAS POLICIALES

El nuevo y permanente cuadro político forjado por la revolución plantea la

necesidad impostergable de revalorar el papel que las Fuerzas Policiales deben cumplir en un período histórico como el que hoy vive nuestra Patria. Ellas son parte de los Institutos Armados. Por tanto su acción y su destino están indisolublemente unidos a la acción y el destino de nuestra Fuerza Armada. En consecuencia, la obra transformadora de este Gobierno no puede serles extraña en forma alguna.

Por estas razones, todos los integrantes de las Fuerzas Policiales deben

sentirse profundamente compenetrados con la naturaleza y las finalidades del proceso revolucionario cuya conducción es nuestra responsabilidad ante el país Tal compenetración es absolutamente indispensable para que puedan cumplir su responsabilidad institucional. Esto hoy, más que nunca, depende de que sean capaces de reflejar en su comportamiento la imagen y el carácter de la nueva concepción de lo que significa gobernar cuanto desde el gobierno se orienta y se dirige un vasto proceso de transformaciones profundas en nuestra sociedad, una de cuyas dimensiones esenciales es la lucha constante por la moralización de lo vida pública y por el afianzamiento permanente de una política de absoluta honestidad en la conducción de todas las instituciones del país.

En condiciones como las señaladas, el papel de las Fuerzas Policiales no

puede ser el mismo que el que jugaron antes de que el Perú enrumbara su destino por el camino revolucionario que la Fuerza Armada abrió hace tres años. El concepto tradicional del orden público tiene que ser revisado. El orden público de una sociedad basada en la institucionalización de la injusticia, no puede ser el mismo que el de una sociedad que lucha, precisamente para crear un ordenamiento de justicia social. Por tanto, la forma de concebir su defensa tiene que ser diferente. A diferencia radical del pasado, en el Perú de hoy se trata que las instituciones y la ley no sean empleadas para mantener y perpetuar los atropellos, los privilegios y los abusos. Estamos, justamente, luchando para desterrar definitivamente en nuestro país todas las formas de explotación y de injusticia. Ahora los derechos de los humildes, de los explotados y de los pobres tienen que ser vigorosamente defendidos por las leyes, por las instituciones y por los hombres de la revolución.

Mucho de lo anterior está en la médula misma de lo que significa un proceso

revolucionario que es verdaderamente una empresa colectiva para la realización de la justicia en una sociedad. Nadie puede esperar que esto sea logrado súbitamente. Pero nadie puede aceptar que los cambios concretos de comportamiento se posterguen indefinidamente. Una revolución implica alteraciones importantes en la conducta y en las actitudes de las instituciones y de los hombres. Por eso, todos los que respaldamos esta revolución hemos

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cambiado y debemos seguir cambiando. Porque de otra manera sería imposible cumplir con la responsabilidad y con la obligación de demostrar en nuestros propios actos que hemos hecho profundamente nuestros los grandes ideales de justicia que hace tres años nos llevaron a poner nuestra espada al servicio del pueblo del Perú.

La delicada y fundamental misión que en nuestra sociedad cumplen las

Fuerzas Policiales no puede dejar de obedecer a la orientación normativa que rige la conducta de un Gobierno como el nuestro. De allí la impostergable necesidad de que quienes las integran tengan plena conciencia del nuevo papel y del nuevo comportamiento que deben asumir para poder cumplir verdaderamente esa ilustre misión.

Los cuadros de las Fuerzas Policiales del Perú deben ser los hombres

responsables de mantener los más altos niveles de moralidad y de honradez incorruptible que el país exige de las instituciones encargadas de garantizar el cumplimiento de las leyes con ausencia absoluta de favoritismo y deshonestidad.

Ellos deben así mismo comprender la nueva y grande responsabilidad que

asumen con sus instituciones, con la Fuerza Armada y con el Perú. Representantes de un Gobierno sustancialmente distinto a cualquier otro del pasado, ellos deben sentir que un aspecto fundamental de su quehacer futuro será velar por el respeto verdadero a la justicia y el derecho de los hombres y mujeres del Perú. Deben también sentir y saber en lo más hondo de su conciencia que el esfuerzo del Gobierno del cual son parte tiene como único norte la decisión de luchar indesmayablemente por la grandeza, la felicidad, la justicia, la libertad auténtica y la independencia soberana de nuestro pueblo.

EL CAEM

Hay en la historia de los pueblos y de las instituciones, momentos epocales que marcan al mismo tiempo el principio y el fin de etapas diferentes. Algunas veces se trata de episodios visibles cuya significación es para todos, desde el primer instante, palpable y evidente su ostensible magnitud. Otras veces, sin embargo, la gravitación de un hecho histórico pasa, en cierta manera, desapercibida, aún para sus propios gestores porque la ausencia de contornos dramáticamente visibles tiende a ocultar la significación que ese hecho está llamado a tener en la vida de un pueblo o de una institución.

Sólo el observador prolijo suele tener la perspicacia necesaria para,

correctamente, atribuir peso de significación histórica o los eventos que, teniendo a primera vista apenas una importancia relativa, demuestran ser o la larga los episodios fecundos de donde surgen y en donde se estimulan, con el correr del tiempo, los grandes cambios transformadores de la historia.

Cuando hace más de veinte años se fundó el Centro de Altos Estudios

Militares, aconteció un hecho así, en apariencia rutinario y normal, pero en verdad

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trascendente para el Perú y para sus Institutos Armados. Porque cuando eso ocurrió, empezó a tomar forma consciente e institucional un laborioso y necesario proceso de reformulación del papel que, tradicionalmente, habíamos desempeñado los hombres de uniforme en el Perú.

La realidad del Perú que hoy estamos viviendo, no podría explicarse

satisfactoriamente con prescindencia de ese singular hecho histórico, porque él fue decisivo para el afianzamiento de una renovada y lúcida conciencia de la Patria en quienes más tarde habríamos de asumir la responsabilidad de iniciar el vasto proceso de transformaciones integrales que constituyen el motivo y la esencia de esa victoriosa Revolución Nacionalista que la nueva Fuerza Armada del Perú inició el 3 de octubre de 1968. Por eso, cuando se inscriba la historia de esta época, los historiadores del futuro sin duda señalarán la fundación del CAEM como un punto crucial en el desenvolvimiento de la Fuerza Armada y como un hecho decisivo en el proceso de cambio institucional de nuestro Patria.

En él, por primera vez en forma sistemática, la institución castrense dio comienzo a la impostergable tarea de estudiar realidad del Perú, de manera ordenada y profunda. Y del esfuerzo así orientado no sólo surgió un más cabal conocimiento de los problemas del país, sino también un sentido depurado de nuestra más alta responsabilidad ante las grandes cuestiones nacionales. En él, por tanto, se contribuyó en forma decisiva a labrar la nueva conciencia de la Fuerza Armada del Perú; y, al hacerlo, se le dio a este país la indispensable base institucional desde la cual se hizo luego posible emprender el rumbo venturoso de los grandes cambios políticos, sociales y económicos que nuestro pueblo habrá en vano demandado de sus instituciones y sus hombres considerados representativos.

A lo largo de sus años de fecunda existencia, el CAEM ha perseverado en su

esfuerzo por esclarecer los aspectos fundamentales de la problemática nacional. Pero como suele ocurrir a toda institución de veras forjadora de rumbos, nuevas responsabilidades recaen en sus hombros, precisamente, en momentos de lucha como son los que hoy está viviendo el Perú. Y en circunstancias así, cuando el Perú está comprometido en las etapas iniciales de un duro batallar por su desarrollo y su cabal independencia como nación soberana, el CAEM como institución abocada al estudio de la problemática nacional, tiene ante sí un vasto campo de trabajo en expansión. Las medidas de cambio social que la revolución ha traído consigo, están creando ya y continuarán creando en el futuro, nuevos problemas que afectarán a grandes sectores de nuestro pueblo. Las alteraciones profundas que están ocurriendo en la textura tradicional de la sociedad peruana imponen la necesidad de identificar a tiempo los factores en juego y determinar las fuerzas que, persiguiendo sus propios intereses, tratan de un lado y de otro de frustrar el rumbo de la revolución. Estas son realidades que afectan la naturaleza de nuestro frente interno y que obligan a una radical redefinición del papel del Estado y sus instituciones.

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Y en este esfuerzo de indagación, de preparación y de estudio, el aporte del CAEM es, como fue su contribución en el pasado, de invalorable importancia para la Fuerza Armada y para el Perú. Hoy más que nunca resulta ya evidente que el papel de una gran institución como ésta no puede confinarse a los linderos del campo militar. En el mundo complejo en que vivimos ningún problema básico puede ser unidimensional. Hoy la Fuerza Armada preside y orienta una profunda transformación social. Tal realidad otorga un marco diferente al diario quehacer de una institución como el CAEM, cuyas nuevas responsabilidades dimanan del hacho de que es la Fuerza Armada la que ejerce el Gobierno del Perú. Ella, que contribuyó a forjar nuestra nueva conciencia nacionalista, seguirá contribuyendo a forjar los instrumentos de análisis y las orientaciones que garanticen el permanente éxito en la tarea que la Fuerza Armada ha emprendido por nuestra Patria y por su Pueblo.

Tal la significación del Centro de Altos Estudios Militares en la historia

reciente del Perú y tal su mayor y más crítica responsabilidad.

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III. GOBIERNO, PUEBLO Y FUERZA ARMADA

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LA FUERZA ARMADA ¿POR QUÉ?

La Fuerza Armada de hoy tiene clara conciencia de su responsabilidad con el

Perú. Por eso asumimos el poder. Pare liquidar un injusto sistema sociopolítico, para terminar definitivamente con una oligarquía entreguista y rapaz, para desenmascarar o una camarilla de políticos envilecidos que a espaldas del país se convirtieron también en una verdadera oligarquía partidaria al servicio de los poderosos.

Nuestro propósito nunca fue sumarnos a la lista de los gobernantes que sólo

persiguieron su provecho personal y de grupo por encima de los intereses nacionales. Nuestro propósito es llevar a cabo una profunda y auténtica revolución social. La claudicación y el entreguismo de las viejas dirigencias políticas nos dieron lo certeza de que la Fuerza Armada era la única institución capaz de emprender una acción revolucionaria en el Perú. Jamás debe olvidarse que quienes antes gobernaron tuvieron en sus manos el poder para solucionar los grandes problemas del país. Sin embargo, esto nunca ocurrió. Frente a una verdadera debacle nacional y frente a la traición de quienes engañaron al Perú para servir a sus viejos explotadores, la Fuerza Armada no tuvo otra alternativa que tomar en sus manos las riendas del gobierno para desde allí emprender la transformación de nuestra Patria.

Haber cerrado los ojos ante la denigrante realidad en que vivía el país,

habría sido eludir el más elemental principio de lealtad para con nuestra Patria; habría sido rehuir cobardemente una responsabilidad que como peruanos y como soldados teníamos el imperativo de aceptar. Escudar a la Fuerza Armada detrás de un demagógico constitucionalismo, habría significado colaborar al desquiciamiento de nuestra Patria, comprometiendo gravemente su futuro y el de las generaciones venideras.

Cómoda y agradable, pero cómplice, habría sido una posición marginal de la

Fuerza Armada frente al doloroso drama que vivía la Patria; por ello, interpretando su clamar y su noble sentir, dimos el paso con serenidad y con verdadero sentido de responsabilidad cuando nos convencimos de que no había error, si no plena conciencia del engaño, fraude y traición a los intereses del país; cuando con vergüenza conocimos que políticos corruptos pertenecientes a castas que por siglos detentaron el poder mentían premeditadamente cuando hablaban de igualdad, del derecho soberano del pueblo y de su libertad.

Enfrentar de modo definitivo esta oprobiosa situación significó asumir la responsabilidad de gobernar. No lo hicimos por causales de política tradicional. Lo hicimos por auténtico patriotismo, por deseo de servir a nuestro pueblo, por rechazo o la corrupción de una política decadente y proditora que hundió al Perú en lo más banda de sus crisis morales y económicas.

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La Fuerza Armada ejerce hoy el liderazgo de un movimiento nacional que persigue liberar a nuestro pueblo de la dominación extranjera y de las lacras del subdesarrollo. Este cometido constituye una irrenunciable responsabilidad institucional. La asumimos hace seis años en el total convencimiento de que ninguna institución política del antiguo sistema tenía la decisión o el deseo de cumplirla. La asumimos porque no hacerlo habría significado permanecer indiferentes ante la verdadera bancarrota nacional ocasionada por los gobiernos anteriores. Y la asumimos porque el delicado estudio de los problemas nacionales a lo largo de muchos años, nos hizo ver con claridad que nosotros, como institución, tutelar de la República, teníamos que jugar un papel radicalmente diferente al que por error habíamos cumplido en el pasado.

Más que nadie nosotros, los hombres de uniforme, tenemos la

responsabilidad de esta revolución porque la hemos iniciado y la estamos conduciendo. Y es nuestro deber, para llevarla siempre por rutas de victoria, tener conciencia plena de lo que ella significa, saber que los grandes problemas del Perú demandan soluciones sacrificadas y profundas, estar convencidos de que nuestro camino no puede detenerse, y tener certidumbre de que nuestra revolución es, en final de cuentas, tan sólo la expresión de un fidedigno y enraizado amor a nuestra patria. NUESTRO PROPÓSITO Y COMPROMISO

El punto de partida principal es la propia definición de este Gobierno como

Revolucionario. Esto quiere decir que nosotros no estamos interesados simplemente en mejorar las condiciones del país, sino en cambiarlas; que no estamos en favor de solamente modernizar las relaciones entre los distintos grupos sociales del Perú, sino en transformarlas. Queremos, en una palabra, romper con el pasado y construir una sociedad que en esencia sea diferente a la sociedad tradicional que todos conocimos. Y esto supone alterar la calidad, la naturaleza de las instituciones fundamentales del país. Sabemos que se trata de una obra penosa, lenta, difícil. Pero ya la hemos comenzado. Abandonarle significaría dejar de ser lo que somos. Y esto nadie puede pedir ni esperar de nosotros.

Nunca hemos dejado de expresar esta declarada y abierta posición. Nosotros asumimos la responsabilidad de gobernar en horas muy difíciles para el Perú. No era una época de bonanza. Era un momento de crisis. Al borde mismo de grandes acontecimientos epocales, el país miraba al pasado y el gobierno mantenía sin resolver los grandes problemas de lo nación. El pueblo estaba ausente de las grandes decisiones que sólo se tomaron para favorecer los viejos privilegios y las grandes injusticias. El reclamo de las mayorías nacionales continuaba desoído.

Insurgimos como Gobierno Revolucionario; es decir, como, régimen

fundamentalmente orientado al logro de la transformación integral de nuestra Patria. Esta ha sido lo orientación central de todos nuestros actos de gobierno, en

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representación institucional de la Fuerza Armada. Por tanto, no somos los actores de un golpe militar. Somos los gestores de una revolución. Con nuestro movimiento se inicia una etapa nueva de la vida republicana.

Un orden social injusto como el que aquí existió por largos años, genera

explotación y crea privilegios. Esa explotación afecta a las grandes mayorías ciudadanas. Estos privilegios siempre han sido injusta prerrogativa de unos cuantos. La gran desigualdad que esto origina hizo de nuestra sociedad, una sociedad profundamente enferma. Para algunos todo esto carece de importancia porque ellos fueron, precisamente, los privilegiados. Para otros tiene la más grande importancia, porque ellos fueron justamente quienes siempre vivieron explotados. Cambiar a fondo una situación así constituye la razón de ser de nuestra revolución. Ese es nuestro propósito.

Esto es todo lo que hay implícito en los grandes ideales revolucionarios que

motivan y motivarán siempre la acción de este gobierno. Jamás habremos de apartarnos del sentido profundamente transformador y profundamente nacionalista de esta revolución. Porque si nos apartáramos de él, fracasaríamos. Y si fracasáramos, nuestro Patria inevitablemente se hundiría en el caos, en la violencia y en el desastre. Recordemos que al asumir el gobierno del Perú, casi todas sus instituciones se encontraban en crisis. Ellas no habrían sido capaces de enrumbar al país hacia el futuro. Y con mayor razón aún, no podrían hoy lograrlo. Por eso, la única alternativa verdadera que tiene nuestra Patria es continuar el camino de esta gran revolución transformadora.

La Fuerza Armada sabe que cumplir el compromiso que ella ha contraído

con el país significa, necesariamente, el definitivo abandono del sistema socio- económico imperante hasta el 3 de Octubre de 1968. Sólo así será posible sentar las bases del nuevo ordenamiento social que la revolución se propone construir.

Somos deudores de un pueblo a quien siempre debernos respetar, a quien

siempre debemos honrar, a quien siempre debernos servir por encima de todas las cosas. Aquí se funda la dimensión más impalpable y profunda de nuestro esencial compromiso revolucionario; no se trota de un simple compromiso intelectual, sino de un compromiso que hunde sus raíces en lo más hondo de nuestra propia existencia para de allí surgir vigoroso y renacido como expresión de entrega verdadera. Es todo esto lo que nutre nuestra más radical vocación revolucionaria única garantía de que jamás abandonaremos la lucha que iniciamos hace seis años por reivindicar poro el Perú su esencia de nación soberana y para conducir el batallar de un pueblo que quiere construir su futuro rehaciendo por completo su vida nacional y su pasado. Nadie podría, mejor que nosotros mismos, conocer lo duro y a veces solitario de este esfuerzo. Ni nadie podría conocer mejor las vicisitudes y los desengaños que ello inevitablemente encierra. Pero en esto también se afianza nuestra fortaleza y se vigoriza nuestra serenidad paro comprender y para superar los avatares de esta lucha.

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Creemos estar construyendo decididamente el futuro de esta nación. Hay, detrás nuestro, la fuerza incontrastable de un pueblo que comienza o ver realizados sus ideales de justicia. POR NUESTRA SEGUNDA INDEPENDENCIA

Los militantes peruanos hemos retomado el camino que hace siglo y medio abrieron otros soldados revolucionarios, cuyo esfuerzo y cuyo sacrificio hicieron posible la independencia de nuestro pueblo y la fundación de su República.

La posibilidad liberadora de nuestra emancipación nacional del coloniaje

se vio, sin embargo, en gran parte frustrado en los inicios mismos de nuestra experiencia republicana. Hundieron esa posibilidad, por un lado, los intereses y la corta visión histórica de las oligarquías, herederas del poder colonial, y por otro lado, un poder económico lanzado sobre el mundo sin respetar fronteras que clavó sus garras, al igual que en países de otros continentes, en nuestras inexpertas y débiles repúblicas De aquí derivó el carácter en gran parte ficticio de nuestra soberanía y nuestra independencia. Crecientemente nuestro pueblo se convirtió en vasallo de aquella oligarquía y de ese imperialismo. Herencia de todo esto fue el sistema tradicional de poder contra el cual insurgió nuestra revolución.

Por eso el propósito principal de esta revolución es culminar aquella gesta

emancipadora cuyo triunfo selló en tierras del Perú la sangre generosa de hombres de nuestro Patria y de combatientes latinoamericanos unidos en el ideal común de liberar o nuestro continente del yugo colonial. Complementar y afianzar la auténtica emancipación de nuestra Patria demandaba encarar frontalmente la solución de sus grandes problemas y reconquistar su plena soberanía nacional. Todo esto hizo indispensable romper con el pasado y emprender la transformación sustantiva de toda la realidad social y económica que ese pasado generó.

Al adoptar esta decisión fundamental, la Fuerza Armada del Perú, con el leal

apoyo y la adhesión de las Fuerzas Policiales, asumió conscientemente un claro compromiso revolucionario. Transformar nuestra sociedad para liberarla del subdesarrollo en que vivía y del ominoso dominio extranjero que tornaba ficticia su verdadera independencia, necesariamente implicaba luchar contra el dominio de la oligarquía y al mismo tiempo contra la dominación imperialista.

A esta doble finalidad responde todas las acciones del Gobierno

Revolucionario de la Fuerza Armada. Porque siempre fuimos conscientes de que la auténtica liberación de nuestro pueblo y lo garantía real de su futuro dependían de que desapareciera aquel doble dominio que a lo largo de los años abatió a la nación peruana. Esto suponía vertebrar en el Perú un nuevo ordenamiento social, económico y político. Porque una revolución existe para transformar los sistemas tradicionales y, en consecuencia, para históricamente reemplazarlos por otros que hagan posible la efectiva liberación del hombre. En este sentido, nuestra preocupación fundamental fue desde el primer momento organizar en el Perú una

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sociedad capaz de garantizar la verdadera justicia y la verdadera libertad de todos los peruanos.

Somos, pues, fieles al sentido más hondo de nuestro historia y leales al

ejemplo y al sacrificio de quienes dieron su propia vida para hacernos libres. Nuestro obra en el Perú de hoy representa lo continuidad de un grande y trunco esfuerzo histórico que nosotros debemos completar. El sentido más radical de nuestra lucha es garantizar y dar plenitud a la tarea libertadora comenzada aquí; es alcanzar la independencia económica de nuestro pueblo es lograr el ordenamiento de justicia implícito en la libertad que nos legaron los fundadores de la República; es, en suma, cimentar nuestra segunda independencia.

UN GOBIERNO PARA LOS DE ABAJO Hemos empezado la gran tarea de construir la justicia social en el Perú.

Hemos dado inicio a las grandes reformas sociales y económicas que todos ofrecieron al pueblo peruano y que nadie cumplió. Nosotros no estamos prometiendo una revolución. La estamos realizando desde que asumimos la responsabilidad de gobernar.

Y estamos gobernando no para unos pocos, sino para las grandes

mayorías. Para los campesinos. Para los obreros. Para los empleados. Para los estudiantes. Para los profesionales. Pero antes que nada, para “los de abajo”. Para los pobres. Ese es el rumbo de esta revolución. Y por defender esos intereses, es una auténtica revolución popular. La espada está hoy en el Perú al servicio de los oprimidos. Este gobierno militar está haciendo lo que ningún otro gobierno hizo: transformar el país en beneficio de los más necesitados.

Al fin los pobres y los explotados tienen un gobierno que vela por sus

intereses. Que los defiende de los grandes gamonales. Que ha puesto una barrera al poder político de la oligarquía. Que ha roto el monopolio de los poderosos. Que ha comenzado a organizar la riqueza sobre bases de propiedad social. Y que ya empieza a transformar el sistema capitalista que nos hundió en el subdesarrollo y nos entregó a la voracidad del imperialismo.

Siempre se gobernó para los privilegiados y no para los pobres. En lo que va de vida republicana, el Perú nunca tuvo un Gobierno

tan profunda y genuinamente comprometido a realizar una política de transformaciones sociales y económicas destinadas a servir a su pueblo. Ahora nadie duda del carácter verdaderamente revolucionario de nuestro movimiento y nadie puede negar el inmenso respaldo popular que lo sustentó.

Así empieza el nuevo Perú. Se está gobernando para el pueblo, no

para lo oligarquía. Por primera vez en nuestra historia, los grupos que siempre manejaron al gobierno han perdido todo poder político. La Fuerza Armada nada

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tiene en común con ellos. Nosotros venimos del pueblo y a su causa nos debemos. Nosotros estamos respondiendo al llamado más noble e ilustre que un hombre pueda recibir: el de trabajar con denuedo por el desarrollo de su país, la reconstrucción de su Patria, el auténtico engrandecimiento de su pueblo.

Si bien es cierto que éste es un gobierno para todos los peruanos no es

menos cierto que él debe y tiene que ser, por encima de todo, un gobierno para los más y también para los más necesitados.

Todo lo anterior significa que jamás hemos entendido nuestra

responsabilidad de gobernar en términos de que todo continuará como antes. Hemos hecho precisamente lo contrario. Hemos actuado, justamente, para que las cosas no sigan funcionando como siempre. Porque lo acostumbrado en el Perú siempre fue que todo funcionase en perjuicio del pueblo y de los pobres, pero en beneficio de los ricos y los privilegiados. LO QUE NUNCA ANTES SE HIZO

Estamos transformando al Perú. Estamos haciendo la revolución que todo el pueblo siempre reclamó. La seguiremos haciendo por encima de todos los obstáculos. De poco servirá la campaña organizada por quienes reciben paga de la oligarquía y el imperialismo. Nunca se había siquiera intentado en el Perú la obra que estamos realizando. Jamás se hizo reforma agrario. Jamás se atacó el interés económico de los grupos privilegiados. Jamás se gobernó para el hombre del pueblo. Jamás se condujo al Perú con sentido nacionalista y auténticamente independiente. Jamás se actuó con dignidad en defensa del Perú frente a los grandes intereses extranjeros. Jamás se reconoció al trabajador el derecho a la utilidad, lo dirección y la propiedad de las empresas.

La obra del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada no tiene

parangón en nuestra historia. Aunque hemos cumplido sólo una parte de nuestros planes de gobierno, puede ya decirse, sin temor a error, que lo hasta aquí realizado supera a todo lo que en el Perú se hizo durante el período republicano. Tal comprobación justifica un sentimiento de legítimo orgullo. Más no de vanidad ni de arrogancia. En primer lugar, porque somos conscientes de que hay muchísimo por hacer en nuestro Perú para conquistar su plena independencia económica y realizar la justicia social de nuestro pueblo. Y, en segundo lugar, porque también somos conscientes de que nuestra obra habría sido imposible sin aliento generoso de toda una nación cuyas aspiraciones la revolución interpreta y cuyo lucha heroica la revolución continúa.

Las más serias dificultades de la etapa inicial de nuestra revolución han

sido superadas. Delante de nosotros queda una gran tarea por realizar. Lo conquistado hasta hoy, y la experiencia que ello nos ha permitido acumular, afirma nuestra confianza porque significa que habremos de estar mejor preparados para enfrentar victoriosamente la continuación del proceso revolucionario de nuestra patria.

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LA TAREA DE GOBERNAR Para la Fuerza Armada del Perú la tarea de gobernar no fue entendida nunca como banal ejercicio del poder, sin rumbo ni propósito; ni tampoco fue entendida jamás como acción continuista encaminada a mantener un ordenamiento social básicamente injusto, dentro del cual la mayoría de nuestro pueblo siempre fue mayoría explotada, mayoría en miseria, mayoría desposeída. Nosotros no asumimos el poder político para hacer de él botín y negociado, ni instrumento perpetuador de la injusticia. Todo lo contrario. Nosotros asumimos el poder político para hacer de él herramienta fecunda de la transformación de nuestra Patria. No nos mueve otro propósito. Quisimos darle al Perú un gobierno capaz de emprender con resolución y con coraje la tarea salvadora de su auténtico desarrollo nacional. Fuimos desde el primer momento conscientes de que una empresa así demandaría de todos los peruanos sacrificios y esfuerzo; porque sabíamos que en un país como el Perú, caracterizado por abismales desequilibrios sociales y económicos, la tarea del desarrollo tenía necesariamente que ser una tarea de transformación. Estamos gobernando, vale decir, estamos decidiendo políticamente el destino del Perú. Diariamente nuestros actos y nuestras decisiones están afectando el porvenir de todos los peruanos. Este es una responsabilidad institucional y colectiva. Pero también una responsabilidad personal que no puede ni debe ser eludida jamás por ninguno de nosotros. No estamos haciendo política subalterna. No estamos haciendo proselitismo político en el sentido peyorativo y tradicional de la palabra. Pero sí estamos ejerciendo docencia política, elevada y en función de la Patria. Al asumir la responsabilidad de gobernar, asumimos también inevitablemente una misión política. : Eso está haciendo la Fuerza Armada del Perú; eso es lo que estamos haciendo quienes hoy gobernamos en su nombre. Y al hacerlo, no sólo estamos contribuyendo decisivamente a salvar el porvenir del Perú, sino también, estamos honrando el recuerdo, el ejemplo y la gloria de nuestros antepasados militares que nos señalaron un rumbo y un camino. Nosotros no somos absolutos. Nos nutrimos de simiente sembrada antes de nuestro día. Somos continuadores del esfuerzo por otros desplegado. Mas aún, es preciso tener siempre presente que la Fuerza Armada del Perú no sólo está gobernando, sino también dirigiendo una fundamental revolución socio-económica de inmensa trascendencia histórica para nuestro país y de innegables implicaciones de carácter internacional.

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LO QUE SOMOS Y NUESTA LEGITIMIDAD

La argumentación falaz de que por ser un gobierno de la Fuerza Armada, el

nuestro no puede realizar la transformación socio-económica del Perú, ha sido absolutamente desvirtuada por las reformas de cambio estructural que hasta hoy hemos realizado. La Fuerza Armada que hoy gobierna el Perú es una Fuerza Armada cuya identificación con la causa de las reivindicaciones populares es sincera y profunda. Sabemos muy bien que en el pasado hubo gobiernos militares de muy distinta naturaleza. Pero, sabemos también, que jamás hubo gobierno civil de políticas tradicionales que resolviera ningún problema fundamental en el Perú. No renegamos de nuestra tradición institucional. Hemos superado una etapa de esa tradición. Como institución hemos rescatado el sentido original de la Fuerza Armada peruana que insurgió en sus orígenes bajo la inspiración libertaria de la lucha de nuestro pueblo contra la dominación extranjera.

Los hombres de uniforme tenemos fundamentalmente un origen popular.

Ningún interés nos une a la vieja plutocracia. Iniciamos esta revolución en el convencimiento de que la definitiva emancipación de nuestro pueblo sólo podía lograrse a través de una obra revolucionaria que transformara las viejas estructuras con las cuales el Perú vivió bajo el doble dominio del imperialismo y de un grupo privilegiado de peruanos. No nos movió a asumir la conducción del Estado ningún apetito subalterno de poder, ni tampoco el deseo de cerrarle a nadie el paso. Nos movió el genuino y desinteresado propósito de poner la fuerza de las armas al servicio de un ideal de reivindicación popular y nacional muchas veces traicionado. Es este convencimiento el que sustenta la firme unidad de la Fuerza Armada en torno al gobierno que institucionalmente la representa y en torno a los ideales inabdicables de la revolución.

Somos una Fuerza Armada auténticamente nacional y nacionalista por

nuestro origen, por nuestra vocación, por nuestros propósitos y por nuestros ideales. Hemos asumido un compromiso sagrado con el Perú y nada ni nadie podrá desviarnos del camino de su más fidedigno cumplimiento. Por primera vez nuestro pueblo tiene un gobierno que de veras está luchando por su causa y resolviendo los agudos problemas que jamás fueron encarados por ningún gobernante en el Perú. Por primera vez somos a plenitud un país soberano. Por primera vez estamos dejando de ser un país de subdesarrollo y subordinación al poder extranjero. Por primera vez se está haciendo justicia al campesino. Por primera vez se está gobernando para el pueblo.

El nuestro es un gobierno revolucionario que defiende los intereses de las grandes mayorías y frente al cual resulta imperativa una nueva actitud constructiva y leal.

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La fuente final de nuestra inspiración, ha sido el pueblo; este pueblo al que nos debemos por entero; este pueblo tantas veces engañado; este pueblo que tanto ha sufrido y ha luchado en espera de una justicia que sus gobernantes nunca supieron darle.

Nuestra legitimidad no viene de los votos de un sistema político viciado de

raíz porque nunca sirvió para defender los auténticos intereses del pueblo peruano. Nuestra legitimidad tiene su origen en el hecho incontrovertible de que estamos haciendo la transformación de este país, justamente para defender e interpretar los intereses de ese pueblo al que se engañó con impudicia y por un precio. Esta es la única legitimidad de una revolución auténtica como la nuestra.

Representamos una revolución triunfante, porque la causa de un pueblo y el mandato de su historia son nuestra razón de ser, como gobierno que hoy mira seguro y firme el futuro de la Patria. Más, somos únicamente los iniciadores de una gesta nacional que se proyectará por muchos años en el futuro. Está lejos de nuestro ánimo el reclamo a una perfección que nada ni nadie puede lograr. La nuestra, como toda acción humana, como toda tarea de gobierno, es obra perfectible. A perfeccionarla contribuirán la experiencia y el aporte de la crítica constructiva del pueblo.

En un aspecto fundamental, somos una nueva Fuerza Armada. Y sin

embargo, nunca hemos sido tan leales a la misión que justifica nuestra existencia institucional en el Perú, ni tan consecuentes con la causa del pueblo del cual hemos surgido.

Este convencimiento sirvió para que, con realismo y con auténtico sentido

de la Patria, cambiáramos hondamente nuestra mentalidad y nuestra actitud. Lo hicimos conservando la continuidad de nuestra institución. Y fuimos capaces de lograrlo manteniendo la unión que fundamenta nuestra fuerza. Pocas instituciones en el mundo podrán mostrar una más clara prueba de madurez y de conciencia histórica. También por esto nos sentimos orgullosos.

Hoy la Fuerza Armada representa un sólo pensamiento y una sola actitud

de absoluto identificación con una causa nacional tras de la cual está el respaldo y la solidaridad de todo el Perú. UN EQUIPO

Fue la Fuerza Armada la que hizo posible abrir el comino salvador del Perú

que hoy transita todo nuestro pueblo. Porque ante la bancarrota moral y política de un viejo sistema de oprobio y entreguismo, sólo nuestra institución demostró ser capaz de enrumbar a nuestra Patria paro salvarla. Todo lo realizado en el Perú en estos últimos seis años, ha demostrado con claridad irrecusable que la única manera de llevarlo a cabo era a través de una acción transformadora conducida y respaldada por el unido liderazgo de la Fuerza Armada. Pero para asumir este gran papel histórico fue necesario que rescatáramos los valores más altos de

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nuestra tradición institucional, que volviéramos a nuestras fuentes originarias como el ejército del pueblo y de la libertad, para de allí redefinir nuestra imagen institucional a fin de reconocer que los grandes problemas fundamentales de nuestro pueblo eran también nuestra responsabilidad.

Es preciso relievar la exacta significación que tiene para el país este hecho Porque al Perú siempre le faltó una gran institución nacional que solidariamente cumpliera la impostergable necesidad de transformar sus viejas estructuras y, solidariamente también, emprendiese con determinación la difícil tarea de llevarla a cabo. Este gran vacío que causó nuestra historia ha sido llenado o partir del 3 de Octubre de 1968, por la presencia institucional de la Fuerza Armada del Perú al frente del gobierno, para realizar esa transformación profunda de las estructuras tradicionales del país que nuestro pueblo en vano reclamara en el pasado de sus malos gobernantes.

El nuestro no es un gobierno personalista. Entre nosotros no existen

predestinados ni seres insustituibles; nadie tiene el monopolio de la sabiduría ni del poder. Somos un equipo que está haciendo la revolución que el Perú necesita, esa revolución que otros pregonaron sólo para traicionarlo desde el poder. No constituimos, pues, un movimiento al servicio de un hombre, sino al servicio del país. Pero comprendemos que nada de esto puedan entender quienes, en realidad, no son más que simples caciques de nuevo cuño, extremistas del personalismo, de la vanidad, de la estafa política.

Sabemos muy bien que pensamos de manera distinta a como pudimos hacerlo en la etapa pre-revolucionaria del Perú. Esto distingue hoy a nuestra Fuerza Armada cuya esclarecida y firme posición revolucionaria lejos de representar una contradicción constituye la reafirmación, la continuidad y el respeto a su origen como ejército del pueblo y para la libertad, y, en consecuencia, representa la más alta expresión de lealtad profunda a la esencia misma de su ser.

Sí, nosotros hemos cambiado. Debernos decirlo con claridad. Debemos

tener de ello conciencia. Debemos declararlo con orgullo, con altivez, con certidumbre de haber actuado bien. Porque lo hicimos por el Perú, por su pueblo explotado, por sus hombres y mujeres humildes a quienes jamás se permitió aportar a la causa de la Patria el inmenso caudal de su potencia creadora por todos siempre despreciada y que hoy lo revolución reivindica y respeta.

Unidos iniciamos y unidos estamos conduciendo esta revolución. Nuestra

unidad es nuestra mejor defensa y la garantía mejor del futuro de la revolución que es verdaderamente el futuro del Perú. Este sentido de unidad se basa en la convicción revolucionaria de quienes integramos la Fuerza Armada. Consecuente con lo más ilustre y valedero de su tradición, la nueva Fuerza Armada del Perú percibe con lucidez todo lo que implica la difícil responsabilidad de conducir una revolución.

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Esto supone no sólo respaldar y defender la obra de la revolución. Supone también sentir profundamente nuestra responsabilidad personal en los éxitos y los fracasos de la revolución. Supone también adentrarse en su sentido verdadero, conocer sus logros, comprender sus problemas, dedicarle lo mejor de nuestra propia vida.

En este esfuerzo gigantesco y en el desarrollo de esta misión histórica no

pueden, pues, haber ni pasividades ni indiferencias, porque está en juego el futuro del Perú, motivo sustancial de todos nuestras preocupaciones y esencia misma de nuestra devoción de patriotismo.

UN NUEVO ESTILO Este gobierno concibe su papel en el Perú de modo muy distinto. Por tanto,

sus realizaciones y su conducta no deben ni puedan confundirse con las de regímenes anteriores. Y si bien las formalidades de carácter ceremonial pueden parecer similares, su significación más honda tiene que ser muy diferente.

Nosotros constituimos un gobierno que está transformando la realidad

secular del Perú. Y la transformación de una sociedad no se expresa únicamente en las grandes reformas de su estructura económica. Ella se manifiesta también en todos los niveles de la acción del Estado. Y debe traducirse en un nuevo comportamiento por parte de quienes integran el Estado en todos los niveles de la vida nacional.

Una nueva realidad política, una nueva manera de concebir los problemas

del país y un nuevo comportamiento de los hombres que rigen los destinos de la nación deben significar también un nuevo estilo de acción en todos los hombres que encarnan la actitud y el pensamiento revolucionario en el Perú de hoy. No estamos para ofrecer ni para hablar. Ese es el viejo estilo de los politiqueros que jamás volverán al gobierno del Perú. Porque engañaron deliberadamente a nuestro pueblo. Porque se entregaron a los poderosos. Porque hipotecaron el país a los grandes intereses extranjeros. Porque el suyo fue el gobierno de los privilegios y de la injusticia.

El Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada representa algo

esencialmente diferente. Hablamos sin demagogia y sin engaños. Le decimos al pueblo que la tarea de la revolución es tarea de trabajo, de responsabilidad, de sacrificio, de esfuerzo, de generosidad, de lucha constante, de tesonera superación.

Ninguno de nosotros tiene ambiciones políticas. No nos interesa competir

en la arena electoral. Hemos venido a hacer una revolución. Y si para lograrlo se requiere actuar políticamente, esto no quiere decir que se nos pueda confundir con los políticos criollos que tanto daño le hicieron al país.

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Entre nosotros no caben ni personalismo ni ambiciones. Ya lo hemos demostrado plenamente. Y quien quiera ver signo de desavenencia en la normal renovación de un equipo gobernante, está trágicamente equivocado. Nos mantenemos unidos porque nos une la convicción de luchar sin desmayo, sin egoísmo, sin ambición personal, por la transformación de nuestra Patria. Y si alguien se aporta de este rumbo, queda por sí mismo eliminado. Eso no mella en absoluto la unidad y la fuerza de un gobierno plenamente consciente de su misión histórica y plenamente consciente de que tiene el respaldo de la Fuerza Armada y de un pueblo que al fin ve en sus gobernantes la honradez y el coraje que antes nunca hubo para resolver sus grandes problemas.

Siempre nos consideramos soldados del Perú. Testimonio de una honda

vinculación humana, esta pertenencia común nos hermana y nos aproxima por encima de cualquier diferencia secundaria. Por esto entre nosotros no puede haber trastiendas. Hemos entregado el esfuerzo de toda una existencia a la causa de nuestra Patria y a la causa de nuestra institución. Estas son nuestras dos grandes lealtades normativas. Ante ellas deponemos todo egoísmo y todo sentimiento personal.

Este es para nosotros el sentido de gobernar y dirigir una revolución.

Queremos de los hombres de esta tierra una nueva actitud. Pero somos nosotros, los hombres de uniforme, quienes debemos dar el ejemplo primero en todos nuestros actos. Es preciso desarrollar, por eso, una nueva actitud hacia el pueblo que es también forjador de esta revolución.

HASTA CUANDO Continuamos al frente del país y su revolución hasta cumplir las metas que

nos hemos propuesto y cuya realización el pueblo ha confiado en nuestras manos. Jamás nos desviaremos del deber y la responsabilidad que hemos jurado honrar. Proseguiremos la obra de la revolución sin arriar nunca sus banderas. Al hacerlo sólo estaremos tornando realidad ese amor a la Patria que se nos enseñó como la más sublime de las virtudes del soldado; sólo estaremos cumpliendo lo que la Fuerza Armada prometió al Perú en el momento de asumir la responsabilidad de gobernarlo; sólo estaremos demostrando que somos capaces de luchar con abnegación, con lealtad y con patriotismo para la verdadera causa del Perú que como soldados juramos defender; sólo estaremos siendo fieles al reclamo del pueblo, a nuestra propia historia y al ejemplo de nuestros héroes que, en otra dimensión de lucha, dieron también su vida por nuestra Patria. Hoy más que nunca nos sentimos seguros de la justicia de nuestra causa. Hoy más que nunca nos sentimos solidarios y optimistas. Porque hoy más que nunca estamos convencidos de que nada ni nadie podrá contra una revolución que se sustenta en la alianza indestructible del pueblo y de la Fuerza Armada.

No alentamos propósitos de eternizarnos en el poder. Ni queremos

convertimos en partido político. Asumimos la responsabilidad de gobernar porque comprendimos que teníamos que salvar al Perú del entreguismo y de la

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corrupción, porque comprendimos que nuestro pueblo no podía continuar eternamente bajo el látigo de la explotación y la miseria.

Permaneceremos en el poder hasta que se hayan afianzado definitivamente

las conquistas fundamentales de la revolución. Hasta que estemos seguros de que la claudicación, la burla al pueblo, el tráfico con su libertad, el entreguismo y la corrupción al servicio de los explotadores hayan sido erradicados para siempre del Perú.

Mientras esos objetivos no sean logrados continuaremos desarrollando la

transformación nacional desde el gobierno. No empezamos esta revolución para que quedara trunca. No la iniciamos para dejarla en mitad del camino a merced de sus enemigos. Y no permitiremos que nadie desnaturalice su verdadero sentido de transformación nacionalista que busca hacer del hombre peruano un hombre libre en una sociedad libre. Esta revolución continuará hasta la definitiva conquista de sus metas fundamentales y nada la desviará de su camino. Nada la precipitará y nada hará que disminuya el ritmo de su marcha.

Nosotros le prometimos al Perú una auténtica revolución. Para eso

tomamos el poder. No para eternizamos en él ni envilecernos en su ejercicio. Muy por lo contrario. Aceptarnos la responsabilidad de reformar profundamente nuestra Patria como tarea de lucha, como empeño sacrificado, como auténtica entrega, como genuina expresión de amor a nuestro pueblo.

Nosotros somos personajes transitorios del proceso histórico peruano. Lo

que importa es el triunfo de una revolución que sacará al Perú de su estancamiento y su retraso. Que no se nos confunda. Nosotros vinimos a rescatar a este país de un segundo desastre. Este no es un Gobierno de frivolidad ni de claudicación. Nada pedimos para nosotros. Sólo queremos que esta revolución se consolide, logre sus objetivos y eche raíces en el alma grande y castigada de un pueblo al que el engaño tomó desconfiado y suspicaz, pero que hoy está viendo renacida su fe, porque tiene delante de los ojos la realización de sus aspiraciones de justicia.

Jamás ocultamos los propósitos de la Fuerza Armada del Perú. Desde el

primer instante proclamamos que el objetivo de esta revolución era liquidar el subdesarrollo y la dependencia; es decir, la miseria, la ignorancia, la explotación, las desigualdades, la injusticia social y la subordinación de nuestro país al poder extranjero.

Nada tenemos que ocultar. Nos debemos tan sólo al pueblo del Perú. El es

el motivo cardinal de nuestra preocupación, de nuestro trabajo, de nuestro sacrificio. Nunca hemos hablado de sólo mejorar las condiciones de nuestra Patria. Siempre hablamos de transformarlas para darle justicia, verdadera soberanía, auténtica grandeza, genuina libertad. Nunca hemos hablado tampoco de reemplazar el viejo orden tradicional por otro que perennizara nuevos privilegios, nuevas injusticias, nuevos monopolios de poder. Siempre hablamos,

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más bien, de luchar por una sociedad en esencia distinta a la anterior y por tanto de veras democrática.

A ese espíritu obedeció nuestra reforma agraria. A él, obedeció también la

reforma de las empresas industriales. El está, igualmente, en la base de la concepción de un Sector de Propiedad Social en nuestra economía., Y es ese espíritu que anima todas las grandes reformas de la revolución.

Este gobierno tiene el deber de asegurar la continuidad de la revolución.

Sería pueril e indefendible, que, en el futuro, permitiéramos la destrucción de la obro revolucionaria a manos de un nuevo gobierno conservador, que trabajaría para restablecer ese pasado contra el cual nosotros insurgimos. EL PLAN DE GOBIERNO

El Plan de Gobierno de la revolución expresa el sentir del pueblo y de su Fuerza Armada. Su espíritu fundamenta nuestra indestructible unidad institucional, garantía de la continuidad de este proceso que está salvando a nuestra Patria. Muy por encima de cualquier contingencia secundaria, propia y explicable en todo gran proceso histórico, aquí está la raíz que sustenta la acción mancomunada e indivisible de la Fuerza Armada y de las Fuerzas Policiales del Perú.

No es un rígido conjunto de preceptos dogmáticamente inalterables. Es, por

el contrario, una formulación flexible que orienta el fluido desenvolvimiento de un desarrollo revolucionario imposible de ser planificado en detalle de antemano. Por tanto, como instrumento creador de orientación, el Plan tiene un espíritu y traduce una intención, un propósito, un determinado rumbo, para normar, sin dogmatismo ni rigidez, el desarrollo revolucionario del Perú.

Al contenido mismo de ese Plan responde toda lo política seguida hasta hoy

por el gobierno. El expresa, por tanto, la naturaleza de nuestro compromiso con el pueblo del Perú y define el carácter revolucionario de nuestra acción. La cuidadosa lectura de su texto habrá de revelar con mucha claridad que todo cuanto hemos realizado hasta hoy fue sustantivamente ponderado y decidido como meta de la revolución antes de que asumiéramos el poder. Por ende, esa lectura mostrará hasta qué punto los hombres de la Fuerza Armada hemos sido consecuentes con lo que nos propusimos hacer por el bien de nuestra Patria.

Este Plan de Gobierno, recogió los anhelos y las reivindicaciones del

pueblo peruano en su larga lucha por la justicia social y la conquista de su auténtica soberanía. Contiene una sucinta descripción de la realidad del país en cada uno de sus más importantes aspectos, los objetivos hacia los cuales orientaríamos nuestra acción y las acciones mismas que darían contenido real a esa orientación. El Plan es, por esta razón, un diagnóstico de la realidad, un conjunto de metas y un cuadro de acciones específicas, todo ello destinado a encarar frontalmente los problemas básicos del Perú. Como planteamiento y como realización de gobierno, este plan no tiene precedente en el país. En efecto,

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ningún régimen anterior al nuestro presentó a la nación un Plan de Gobierno que precisara su posición ante el conjunto de los problemas fundamentales del Perú, definiera su compromiso con el pueblo y sirviera de base para ejecutar una política global y coherente.

El Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada que entregó ya al pueblo

peruano este texto fundamental de la revolución, lo hizo en lo convicción de que él debe conocer precisamente el rumbo del proceso que, más que ninguna otra experiencia político-social de nuestra época, está afectando de manera profundo la realidad de su vida y su destino.

El Plan de Gobierno de la revolución constituye una formulación de largo alcance. Su aplicación tiene necesariamente que ser gradual, en función del desarrollo mismo del proceso, de la disponibilidad de recursos económicos y humanos del país y del comportamiento de los distintos factores que, en conjunto articulan la realidad en cada instante del actual desenvolvimiento histórico del Perú. Que nadie tome, pues, ese Plan como algo que compulsivamente tiene que ser ejecutado de inmediato en todos sus aspectos.

Quien estudie ese documento de veras histórico, comprenderá que nuestra

conducta como gobernantes se ha mantenido siempre fiel o nuestra coherente posición revolucionaria. No estamos sorprendiendo a nadie ni improvisando conductas de gobierno. Estamos declarando con absoluta honestidad los propósitos de la revolución. Estamos señalando claramente el rumbo del proceso. Y afirmando, como siempre lo hemos hecho, la naturaleza plenamente autónoma y nacional de la revolución peruana.

El Plan de Gobierno dista aún de haber sido ejecutado en su totalidad. Lo

estamos desarrollando en estricto cumplimento del compromiso institucional que la Fuerza Armada asumió con el país el 3 de octubre de 1968 y que encontró expresión en el Estatuto revolucionario, cuyo artículo tercero textualmente dice: “La Fuerza Armada del Perú, identificada con las aspiraciones del pueblo peruano, y representada por los Comandantes Generales del Ejército, Marina y Fuerza Aérea, constituidos en Junta Revolucionaria, asume el compromiso de cumplir y hacer cumplir decididamente el Estatuto y el Plan de Gobierno Revolucionario”.

No pretendemos que ese Plan constituya una formulación perfecta. Nada

en la vida tiene este atributo. Pero sí sostenemos, con orgullosa convicción, que él garantiza la transformación profunda, y verdadera de una sociedad que seguía viviendo en el pasado, sobre estructuras obsoletas e injustas que era preciso liquidar, para construir en su lugar otra distinta, justa y libre para todos sus hijos. Tal fue nuestro convencimiento al escribirlo hace seis años. Lo sigue siendo hoy, con más intensa firmeza todavía. Porque hoy, acaso más que en aquel ayer, estamos seguros de que la ejecución de este Plan garantiza la real liberación de nuestra Patria.

Pero naturalmente su aplicación demanda el esfuerzo decidido de todos los

peruanos. Necesitamos incrementar nuestra producción en todos los campos de la

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economía. EL Perú tiene asegurado un futuro promisorio. No somos un país en crisis. Por el contrario, somos un país en pleno desarrollo. No hay, pues, justificación para los pesimismos, ni existe base alguna para rumores alarmistas. El Perú vencerá todos los obstáculos. Los hombres y mujeres que impulsan y desarrollan nuestra economía nada tienen que temer de esta revolución, Ella también le pertenece. Porque estamos luchando para que las riquezas del Perú sólo sean de todos los peruanos. Porque esos hombres y mujeres son parte de nuestro pueblo y, como tal, deben ser por igual constructores del nuevo y grande Perú que la Revolución anhela.

Aquel Plan de Gobierno es testimonio inapelable de nuestra sinceridad

revolucionaria, de nuestro auténtico deseo de hacer por el pueblo del Perú lo mejor que nos pudiera permitir nuestro humano coraje y nuestro humano saber. Y es también testimonio del acerado propósito de luchar hasta el límite mismo de nuestras fuerzas por un ideal revolucionario de verdadero patriotismo.

Formulamos el Plan hace seis años en completo y esencial alejamiento del

modo de pensar político tradicional y de todas las ideologías foráneas. Fue, por tanto, escrito con respeto absoluto por nuestra total autonomía ideo política, y en reconocimiento pleno de la sustancial diferencia que políticamente nos separa de todos las formulaciones doctrinarias no surgidas de nuestra realidad y nuestra historia.

Fue escrito con nuestras propias manos, con nuestro propio pensamiento.

Pero al hacerlo así nos guiaron la demanda y la esperanza de todo un pueblo, el paciente y jamás escuchado reclamo de los pobres, el desinteresado y fecundo esfuerzo de los miles de peruanos que a lo largo de toda nuestra historia lucharon por la justicia y por la libertad, y también el sacrificio heroico de quienes por ese ideal, inmarcesible y noble, dejaron muchas veces sus huesos y su vida regados en el polvo de todos los caminos.

Fue el ejemplo de aquel esfuerzo y de ese sacrificio lo que nutrió nuestra

voluntad de luchar por la revolución en el Perú. Fue la segura convicción de que amar a la Patria es amar a sus hijos, la que un día nos llevó a poner nuestra espada al servicio de ese justo y antiguo ideal.

Mas no solamente fue el reclamo acuciante del pasado el que encendió en

nosotros la fe y la convicción de esa lucha generosa. Ni únicamente fue el por igual acuciante reclamo del presente, de ese presente castigado por todas las injusticias y todas las violencias contra un pueblo que era nuestro pueblo lo que nos hizo emprender el camino de la revolución.

No fueron, pues, tan sólo el pasado y el presente, fue también el reclamo

innombrado del futuro, el sentimiento de responsabilidad hacia quienes aún no han visto la luz de la vida en esta tierra, la demanda de justicia callada y terrible que tantas veces vimos en la mirada y en el rostro de todos los niños pobres del Perú. Fue todo esto lo que hizo de nosotros hombres comprometidos con un ideal

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militante de justicia hasta la fibra final de nuestro ser. A este ideal hemos hecho entrega definitiva del acto total de nuestra existencia. Por él no sólo estamos dispuestos a vivir. Por él también estamos dispuestos a morir. Por él seguramente moriremos.

PUEBLO Y FUERZA ARMADA El pronunciamiento institucional del 3 de octubre ha iniciado una revolución

que jamás podrá ser detenida, porque representa la inquebrantable decisión del ansiado binomio Pueblo y Fuerza Armada, para poner fin a la explotación a la ignominia y a los privilegios de unos pocos, sustentados en los intereses colonialistas que hoy repudia el mundo entero.

Hoy somos uno solo, pueblo y gobierno, pueblo y Fuerza Armada. Hoy vive

el Perú la experiencia grandiosa de su transformación. Al fin, pueblo y Fuerza Armada están unidos. Y en esta unión indestructible

se basará la auténtica grandeza de la Patria. En esa unión radica la mejor garantía de la continuidad revolucionaria en el

Perú. Mientras sepamos mantenerla, nada tenemos que temer. Pueblo y Fuerza Armada serán quienes construyan ese nuevo Perú que todos anhelamos, ese nuevo Perú sin oligarquía, sin dominación imperialista, sin explotación, sin latifundios, sin ignorancia y sin miseria. Ese nuevo Perú que será el resultado de nuestro propio esfuerzo, de nuestra tenacidad, de nuestro sacrificio y de nuestra decisión inquebrantable de vencer para siempre a un enemigo que aún no comprende que la historia no puede volver atrás, que el proceso de cambios no puede detenerse, que se ha iniciado ya la obra profunda de la transformación integral de nuestra Patria.

Esta es una revolución del pueblo y de la Fuerza Armada, porque fue la

Fuerza Armada quién la inició, y le dio impulso para beneficio del pueblo peruano. Nada nos separa. Muy por el contrario, todo nos une en el propósito de luchar sin desmayo por lo grandeza de la Patria.

La Revolución que hoy vive el Perú no es únicamente resultado de lo que

hace su Gobierno. Ella es también resultado de lo que hace nuestro pueblo. En las grandes reformas revolucionarias está siempre la impalpable pero

vital presencia del Perú. En ellas se plasman los anhelos de grandes sectores de la nación peruana que siempre quisieron transformar esta Patria para hacerla mejor.

Estaría por completo engañado quien creyese que nos sentimos vanguardia

iluminada cuya única misión es conducir. Servidores de un vasto designio colectivo, en nuestra obra queremos tan sólo ver lo concreción del afán y el

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propósito revolucionario de toda la nación. En el más profundo de todos los sentidos, esta Revolución le pertenece al pueblo del Perú. Somos sus servidores.

En ella están la rebeldía, el reclamo de justicia, la paciente protesta,

la apasionada voluntad de lucha, la vieja sabiduría, el hondo, terco amor por el Perú, el optimismo pertinaz y victorioso que no pudieron matar tantas injusticias, el callado dolor de los humildes, la confiada esperanza que supo vencer todos los abatimientos, la renacida fe de una nación muchas veces engañada, el aliento anónimo, sacrificado y poderoso de quienes antes de nosotros también lucharon por un Perú mejor, el ejemplo de innumerables vidas ejemplares. Y, en fin, el estímulo igualmente poderoso de las primeras conquistas y los primeros triunfos. En suma, en esta revolución se encuentra la esencia misma de lo mejor que somos como nación, de lo mejor que somos como pueblo. Esto es, pues, uno obra del Perú.

La historia dirá que en estos años una nación entera y su Fuerza Armada

emprendieron el rumbo de su liberación definitiva, sentaron las bases de su genuino desarrollo, doblegaron el poder de una oligarquía egoísta y colonial, recuperaron su auténtica soberanía frente a presiones extranjeras, y dieron comienzo a la magna tarea de realizar la justicia social del Perú.

El propósito de nuestros enemigos es romper nuestra sólida unidad y así

abrir una brecha que vuelva a separar al pueblo de la Fuerza Armada. Y todo esto como manera de socavar la base de la revolución; como medio de impedir que se afiancen las conquistas sociales de nuestro gobierno; como forma de frustrar la grande y venturosa experiencia de este proceso transformador del Perú.

Sin el sentimiento de liberación que motivó los afanes y la lucha de

innumerables peruanos no habríamos podido emprender la gesta en la que hoy la Fuerza Armada está comprometida. Por eso, en el más profundo y verdadero de todos los sentidos, el nuestro es ya, y con derecho pleno, un quehacer profundamente unido de Pueblo y Fuerza Armada que aúnan su destino para luchar por un común ideal de justicia social y de grandeza para el Perú, Patria de todos los peruanos.

CIVILES Y MILITARES En un país donde muy pocos supieron ser consecuentes con sus propios

principios, donde muchos se doblegaron ante los halagos o las amenazas, los civiles militantes de esta revolución han dado a todos un ejemplo de coraje al apoyar decididamente una revolución que encarna los ideales nacionalistas y revolucionarios por los cuales ellos, con valor, supieron luchar en el pasado. La Fuerza Armada valora el significado de un gesto así, patriótico y valiente. Y reitera a esos dignos ciudadanos su reconocimiento y su respaldo. El Perú no olvidará el esforzado aporte que ellos están dando a la causa sagrada de su liberación.

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Las grandes conquistas do la revolución no son mérito exclusivo de nuestra gloriosa Fuerza Armada que en hora difícil para el Perú asumió la responsabilidad de conducir su destino. Esas conquistas son también mérito y gloria del pueblo del Perú. Miles de militantes civiles de la revolución hoy impulsan el carro victorioso de la historia que todos estarnos construyendo. Y cientos de miles de peruanos de toda condición, y en todos los rincones de la patria, nos dan aliento y militantemente construyen también la nueva realidad de este país que tanto amamos. Nada de lo que hemos hecho habría sido posible sin eso aliento, sin esa inspiración, sin el mandato y sin la fe que surgen de esta tierra y su pasado, que se levantan del corazón bravío y plural de todos los peruanos.

El gran ideal de la Fuerza Armada es organizar una nueva sociedad justa y

libre en el Perú. Este siempre fue también el verdadero ideal de nuestro pueblo el que defendieron todos los luchadores sociales del Perú. Y por este ideal muchos entregaron el sacrificio de su libertad y la ofrenda de su vida.

Civiles y militares, hermanados en un común propósito, en el común ideal

de luchar con generosidad, con espíritu nuevo, para construir, sin odios ni egoísmos, la justicia social en el Perú, afianzan día a día su unidad. Esta es la garantía principal de nuestra fuerza y del futuro de la revolución.

Nada importa que unos seamos militares y otros civiles. La Patria es una

sola y es de todos. Lo que importa es que se cumpla la transformación social y económica de nuestro país para hacer de él una nación libre, justa y soberana.

Queremos superar para siempre esa vieja separación que dividió en el Perú a militares de civiles. La plutocracia siempre dio aliento a esa separación. Porque sabía que mientras el pueblo y la Fuerza Armada estuvieran distantes el uno de la otra, sería virtualmente imposible cambiar el estado de cosas reinante en nuestro país.

Esos ciudadanos que enfrentan riesgos y peligros por su identificación con

el espíritu revolucionario, merecen de nosotros respeto y gratitud, porque sabemos muy bien con cuánto desprendimiento están trabajando por el Perú. Con ellos nos sentimos solidarios y la revolución, de la cual son parte importante por la calidad del trabajo que realizan, nos defenderá contra todas las amenazas y todos los peligros. Al igual que nosotros, ellos son también soldados de la revolución.

En esta gesta nacional hay un lugar para todos los peruanos que

sinceramente deseen un cambio profundo en nuestro país. Sólo están excluidos de la revolución los que de una manera u otra se sientan comprometidos con la oligarquía o con el pasado de oprobio contra el cual insurgimos. Esta es una minoría del Perú. La inmensa mayoría, los campesinos, los obreros, los empleados, los intelectuales, los hombres de industria, los estudiantes, los profesionales, es decir, el verdadero pueblo del Perú, no tiene por qué sentirse solidario con el pasado, ni por qué defender los intereses de los enemigos de la revolución. Para ellos y con ellos queremos hacer esta revolución. Más, si bien es

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cierto que la obra gigantesca y venturosa de recrear nuestra Patria debe ser tarea de todos los peruanos, también es verdad que los responsables directos de ese ayer que la revolución ha sepultado no pueden ni deben ser parte de la revolución.

La inmensa mayoría de peruanos nada tiene que ver con esos pocos

directos responsables que necesariamente tienen que quedar al margen da este gran proceso transformador del Perú. Ellos no tienen cabida en nuestra revolución. Nada tenemos que decirles. A unos, porque explotaron inicuamente a nuestro pueblo por un insaciable apetito de oro y de poder. Y a otros, porque deliberadamente traicionaron a ese pueblo y al ser traidores fueron también cómplices. Esto no es revanchismo ni discriminación. Es tan sólo el deber de preservar la pureza de una revolución que no puede ni debe ser jamás otro engaño a un país ya tantas veces engañado, es tan sólo el legítimo rechazo al señuelo estéril e inmoral de establecer contacto alguno con los verdaderos enemigos del Perú, de su pueblo, de su revolución.

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IV. DESARROLLO Y REVOLUCIÓN

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DESARROLLO Y PROCESO REVOLUCIONARIO

El gobierno de la Fuerza Armada concibe el desarrollo como un proceso revolucionario y pluridimensional de transformaciones estructurales en las relaciones básicas de poder económico, político, social y cultural.

Desarrollarse es paro nosotros transformar a fondo nuestro imagen nacional como país. Impulsar la guerra de liberación contra la miseria, el hambre y la ignorancia de nuestro pueblo. Supone, por tanto, anular o reducir drásticamente los desequilibrios estructurales en el frente interno y nuestra condición dependiente en el campo internacional, porque en los dos se define la naturaleza básica de nuestro actual ordenamiento social.

Dicho proceso transformador y revolucionario no se cumple en el vacío,

sino que se dan dentro de la matriz misma de la realidad social y conlleva un precio que debe ser pagado y que, en gran parte, consiste en la liquidación de todos los privilegios que los pocos tuvieron a expensas de los muchos. Por esta razón no concebimos los problemas del desarrollo como totalmente ajenos a los puros niveles de la abstracción y los visualizamos como parte concreta de nuestra más concreta realidad. Esto quiero decir que tales problemas no pueden plantearse ni en el vacío político ni en el vacío social. Ellos, por el contrario, están en la entraña misma de la problemática más crucial de nuestro pueblo. De allí que, la batalla por el desarrollo sólo pueda librarse victoriosamente cuando se tiene conciencia clara de sus riesgos o implicaciones políticas tanto en el frente interno cuanto en el externo. Nuestra condición de nociones dependientes es parte básica del cuadro global de una realidad que es imperioso transformar. Sin embargo, una estrategia global de desarrollo no debe ni puede basar su orientación únicamente en la necesidad de incidir sobre el aspecto externo de nuestra realidad. En la medida en que seamos — capaces de transformar profundamente los aspectos centrales del frente interno nacional, seremos también capaces de lograr una auténtica política de desarrollo. Por ello, para nosotros, los conceptos de “desarrollo “, transformaciones estructurales” y proceso revolucionario” son, en realidad, sinónimos. Planificar el desarrollo, en estricta coherencia con esta posición teórica, es planificar el propio proceso revolucionario de nuestro pueblo. No hay, pues, desarrollo sin transformación, sin proceso revolucionario auténtico.

La Fuerza Armada declaró públicamente desde un principio, su firme

decisión de emprender reformas de fondo y no de forma, reformas que afectaran el sistema tradicional de poder económico en el Perú. También desde el principio la Fuerza Armada se pronunció en contra de los sistemas económicos capitalistas y comunistas. Nadie, pues, puede sorprenderse de que las medidas concretas del Gobierno Revolucionario se alejen del sistema capitalista dependiente, responsable del subdesarrollo y del sometimiento a los intereses imperialistas de las grandes potencias. Como nadie puede sorprenderse de que ninguna de las

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medidas de la revolución pueda ser, en conciencia, calificada de inspiración comunista. El rechazo a la alternativa de un imposible desarrollo verdadero dentro del capitalismo, se basa en su recusación fundamental como modo de producción y como sistema social. Por tanto, no aspiramos a un capitalismo dependiente y desarrollado, que sabemos imposible, sino a la creación de un sistema económico de bases totalmente diferentes. Sin embargo, como también hemos rechazado la alternativa comunista de centralización estatal, burocratizada y totalitaria, el camino de la Revolución Peruana se orienta hacia un desarrollo económico expresable en formas de organización empresarial de propiedad no exclusiva pero sí predominantemente social.

El énfasis fundamental del desarrollo económico del futuro Perú se pondrá

en empresas de propiedad social, en formas autogestionarias de producción que respondan al carácter de una sociedad del Tercer Mundo en proceso de transformación revolucionaria. DESARROLLO, CRECIMIENTO ECONÓMICO Y TRANSFORMACIONES ESTRUCTURALES

El Gobierno Revolucionario ha definido el desarrollo como un proceso de

transformaciones orientado a modificar sustancialmente la estructura tradicional de poder en todas sus dimensiones esenciales. Y ha señalado que en el caso concreto del Perú, desarrollo y proceso revolucionario son conceptos equivalentes. De aquí se desprende la prioridad que conferirnos a las transformaciones estructurales con respecto al crecimiento económico, habida cuenta de que el crecimiento puede ocurrir en condiciones de mantenimiento de las estructuras tradicionales o en condiciones de transformación cualitativa de las mismas. Y siendo lo realmente decisivo de nuestro movimiento la transformación estructural de nuestra sociedad, lógicamente resulta inseparable de su naturaleza genuinamente revolucionaria que el crecimiento económico, pese a su grande y no negada significación, tenga un claro carácter subsidiario y referencial con respecto a la necesidad de lograr lo transformación nacional como objetivo supremo de la revolución.

Implícito en lo anterior esta también el reconocimiento del innegable

carácter transitorio de cualquier posible dificultad que para el crecimiento económico del país pudiera derivarse de la aplicación de reformas sustantivas en el sistema económico tradicional. En este sentido, es enteramente explicable que un proceso de cambios socio-político profundo se traduzca temporalmente en alteraciones que afecten de manera adversa al normal desenvolvimiento de algunas actividades económicas. Tal situación no es, como queda anotado, permanente. Por tanto, sería un error fundamental derivar de tal hecho transitorio la errada conclusión de que para garantizar la continuidad del crecimiento económico debe sacrificarse a tal objetivo secundario la finalidad fundamental de remodelar un ordenamiento social injusto e históricamente periclitado.

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El crecimiento económico de una sociedad sólo tiene sentido cuando se admite su naturaleza instrumental, es decir, cuando se reconoce su condición de medio al servicio de finalidades de justicia para la sociedad en su conjunto. Nadie crea riqueza en el vacío. La creación de la riqueza es un hecho social. La sociedad lo hace posible. En consecuencia, desde un punto de vista de finalidades -que los gobernantes responsables no pueden olvidar, sin olvidar la esencia misma de su cometido histórico- la creación do riqueza debe obedecer fundamentalmente a criterios de justicia que tiendan a garantizar el bienestar y la felicidad de todos los hombres. En otras palabras, un verdadero crecimiento económico solo tiene sentido en la medida en que se fundamenta en una concepción más amplia del desarrollo como proceso indesligable de un valor de justicia para todo el conjunto de la sociedad.

Desde una perspectiva de esta naturaleza, la subordinación del crecimiento

económico al proceso de transformaciones sociales como expresión concreta de un orden de justicia, resulta irrecusable. Y resulta también irrecusable concluir que no existe, relación excluyente entre transformaciones de estructura y crecimiento económico.

Si acaso en algún momento del desarrollo de la revolución surgieron

incompatibilidades o contradicciones entre las realidades de ambos fenómenos nosotros no dudaríamos en dar prioridad a la primera. De lo contrario estaríamos dejando de ser un gobierno surgido para realizar la transformación del Perú, vale decir, su verdadero desarrollo.

Aquél no es el peligro fundamental de la revolución. El peligro fundamental

de la revolución en el campo económico radicaría en que no tuviéramos claro con conciencia de que toda revolución verdadera conlleva privaciones y sacrificios y que al no tenerla, no supiéramos enfrentarlos. Y esto nos atañe directamente a nosotros, los hombres de uniforme, que somos los gestores y conductores de esta revolución. Porque sin tal conciencia lúcida correríamos el peligro de no entender verdaderamente lo que hoy sucede en el Perú y de caer en el engaño de quienes sostienen que las dificultades y los problemas demuestran la incompatibilidad entre el desarrollo económico y la transformación estructural. Este es un razonamiento falaz. Las dificultades son superables, los problemas son susceptibles de ser resueltos. Si bien es cierto que ello demanda tiempo, talento, perseverancia, ductilidad de nuestra parte. Pero sobre todo, la convicción de que esas dificultades, que tienen que existir dentro de todo proceso revolucionario, son por entero superables.

Transformaciones estructurales y crecimiento económico resumen la

esencia de nuestra concepción de desarrollo. Pero dentro de esa concepción la prioridad corresponde claramente a la necesidad de realizar cambios sustantivos en el ordenamiento socio económico tradicional.

Se trata, pues, de un nuevo espíritu para encarar los problemas del

desarrollo. Nos interesa como se distribuye la riqueza producida; a quiénes

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beneficia el esfuerzo de los trabajadores; en provecho de quiénes se explotan las riquezas naturales; a quiénes va a beneficiar el petróleo, las minas, los bosques la riqueza de la tierra y el mar.

Si todo esto va a beneficiar a un grupo de privilegiados, seguiríamos igual

que en el pasado. Por tanto, eso no interesa a la revolución. Pero si todo esto va a beneficiar a la inmensa mayoría de peruanos que siempre vivieron en pobreza y explotación, y a quienes en esencia se debe la creación de la riqueza, porque al final de cuentas es su trabajo el que lo genera, entonces esto sí interesa a la revolución.

Porque éste es el auténtico desarrollo, vale decir, crecimiento económico

sin explotación, crecimiento económico con justicia social; mayor producción sin explotadores y, por tanto, sin explotados. DESARROLLO Y ESTADO

Consideramos que para resolver nuestros problemas económicos

fundamentales, el estado debe asumir un papel directo y rector en el proceso productivo y en la orientación y el control de la economía peruana en su conjunto. Debe entenderse con claridad, sin embargo, que no estamos proponiendo una economía estatizada ni una rígida planificación a cargo de un todopoderoso aparato burocrático. Aspiramos a un orden económico en el que gradualmente la propiedad y el control de las decisiones lleguen a estar en manos de todos los que intervienen en el proceso productivo, mediante un creciente apoyo estatal a las formas de propiedad social de los medios de producción y a la organización de instituciones que den a los sectores tradicionalmente marginados una verdadera autonomía económica, cada vez, capaz de garantizar su fecunda y creadora participación en las decisiones nacionales.

Al propio tiempo que hemos concentrado poder económico en el aparato

estatal, porque ello resulta necesario para garantizar una firme y coherente conducción nacional en la lucha contra el subdesarrollo y la dominación económica extranjera, somos conscientes de que tal situación habrá de ser en mucho transitoria. Y prueba de ello radica claramente en la circunstancia de que paralelamente al fortalecimiento del Estado, la Revolución ha dado insospechado impulso a un fundamental proceso de transferencia de poder económico a las organizaciones sociales de base, beneficiarias de las grandes reformas socio- económicas en los campos de la agricultura y de la industria

La intervención rectora del Estado en el campo económico se traduce en la

creación de importantes empresas públicas que concebirnos como instrumentos de producción económica altamente eficiente y capaz de rendir utilidades que permitan financiar en gran parte la realización de las reformas estructurales que la revolución continuará emprendiendo. Lejos de cualquier infecunda concepción de las empresas estatales como verdaderos organismos de subvención al consumo, nosotros sostenemos que ellos deben ser, antes que nada, eficaces instrumentos

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de financiación interna y de desarrollo revolucionario en los campos económico y social.

Si la utilidad es el resultado cuantitativo de la actividad económica, la no

generación de utilidades en una empresa que funciona eficientemente constituye una forma de subvención al mercado. Pero en condiciones como las del Perú, de una persistente desigualdad en la distribución de la riqueza el mercado es, inevitablemente, un mercado de élite, de minoría, inaccesible para importantes sectores de nuestra sociedad. Subvencionar un mercado así equivale, para todo propósito práctico, a intensificar los fenómenos de marginación contra los que, precisamente, estamos luchando. Por eso es que las empresas estatales deben cumplir un papel radicalmente diferente del que les asignan los planteamientos de una ortodoxia pretendidamente revolucionaria pero para nosotros carente de sentido. En tal forma, además, podremos garantizar mejor aún la necesaria y posible compatibilidad entre transformación estructural y crecimiento económico y, durante un período crucial de nuestra actual etapa de desarrollo, complementar el aporte de otras fuentes de financiamiento para eventualmente quizás llegar a constituir la base principal, de la financiación permanente de nuestro desarrollo revolucionario. DESARROLLO Y PLANIFICACIÓN

Es preciso que todos comprendemos la necesidad de planificar el desarrollo del país, a fin de utilizar mejor los limitados recursos que tenernos. Planificar significa ordenar las acciones de un gobierno, racionalizar los esfuerzos, utilizar eficientemente los recursos financieros y técnicos, emplear mejor lo que se tiene para forjar un futuro superior. Se planifica para algo, de la misma manera que se gobierna para algo. En nuestro caso, la revolución gobierna y planifica para construir en el Perú una sociedad de justicia, donde el bienestar material sea compatible con una vida más libre y más humana para todos. Somos un país pobre. Porque nuestras riquezas no han sido plenamente utilizadas. Porque nuestros principales recursos naturales fueron aprovechados en el pasado por las empresas extranjeras que vinieron al país fundamentalmente a explotar, no a construir; a cosechar, no a sembrar. Pero somos también un país pobre porque a nuestro pueblo se le sumió en la incultura y en la ignorancia y por tanto no pudo desarrollar sus grandes capacidades creadoras. Millones de peruanos aún son analfabetos. Millones de peruanos aún viven mal nutridos. Millones de peruanos todavía padecen hambre y sufren enfermedades que debilitan su fuerza física y su fuerza mental. Millones de peruanos aún viven en la miseria. Millones de peruanos todavía no tienen vivienda ni acceso a los beneficios de la cultura. Todo esto hizo de nosotros un país subdesarrollado. Y un país subdesarrollado es un país pobre. Es nuestra obligación, por tanto, cuidar nuestros recursos mientras luchamos por desarrollarnos. Pero cuando hablarnos de recursos no nos referimos únicamente a los recursos naturales que siempre sirvieron para los extranjeros o para los peruanos privilegiados. Nos referimos también a los recursos humanos que representan la fuerza de trabajo, la inteligencia y la capacidad de creación y sacrificio de los millones de peruanos.

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Todo esto constituye, en realidad, la más grande fuente de riqueza que

tiene nuestro país y que nunca ha sido utilizada a plenitud. Porque a quienes nos dominaron, desde el extranjero y desde nuestra propia tierra, no les podía convenir que la inmensa reserva de talento y de esfuerzo creador de nuestro pueblo fuera desarrollado y llegase a ser capaz de construir una nueva vida social basada en la justicia, en la auténtica libertad y en la soberanía de nuestra Patria. Por todo esto, la revolución tiene que pensar muy detenidamente cada uno de sus pasos. Porque, planificar no es solamente concebir una serie de formulaciones normativas, un conjunto de criterios, un cuadro de metas o uno relación de proyectos específicos. Planificar es también un decisivo problema de aplicación. La planificación como resultado conjunto debe suponer el aporte de toda la comunidad, de la administración pública y también la contribución técnica de instituciones y personas ajenas a ella. Si nuestros recursos humanos, técnicos y financieros son limitados, debemos emplearlos muy bien, debemos cuidarlos con esmero. No es cuestión de decir qué es necesario invertir. Debemos invertir sí. Pero debemos hacerlo de acuerdo a una política sensata y coherente dentro de la formulación de una política general de desarrollo. Planificar se opone a improvisar. Y una tarea así toma tiempo. Demanda grandes esfuerzos. Requiere trabajo. Planificar es buscar realizaciones de justicia. Es también una tarea educativa, porque reconstruir la realidad de una nación implica necesariamente un vasto esfuerzo reeducativo que a todos nos debe comprender. Nuestra revolución aspira a construir una sociedad justa y libre para todos los peruanos. Una sociedad sin privilegios y sin explotación. Una sociedad igualitaria en la cual la solidaridad prime sobre el egoísmo. Una sociedad donde los trabajadores, creadores de riqueza, sean los dueños de la riqueza que producen. Una sociedad donde no exista el gran poder económico y la gran miseria lado a lado. En una sociedad así las ciudades no deben vivir o expensas de los campos y los pueblos pequeños, así como la capital no debe vivir o expensas del interior del país. Planificar el desarrollo integral de nuestra sociedad es, por esto, luchar contra el centralismo escala nacional y contra los pequeños centralismos regionales. DESARROLLO Y FINANCIACIÓN

Para el éxito do su política económica, el Pero descansará prioritariamente

en la utilización de recursos internos de financiamiento. No obstante, debernos indicar que los modos financieros no son expresión

privativa del sistema capitalista. Ellos no tienen signo ideológico y son, en realidad, instrumentos cuya naturaleza y finalidad están determinadas por la sociedad que los emplea y que sirven independientemente del contexto ideológico y político en que se desenvuelven, para facilitar el funcionamiento integral del proceso productivo. Es por esta razón enteramente comprensible, que el gobierno peruano propicie la expansión del mercado do capitales y, en particular, del mercado de valores y use, para los fines de su política de desarrollo económico, todos los me dios financieros posibles. En esto no hay incoherencia alguna ni alejamiento de nuestra indesviable posición revolucionaria. Hay, por el contrario, reconocimiento

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realista de las exigencias que plantea la solución de los problemas económicos que el Perú confronta.

El Perú necesita financiación externa para sus programas de desarrollo

económico. Más, el financiamiento externo, no podrá sor utilizado como arma de presión política, ya que en el Perú, como país que ha decidido romper con el pasado para iniciar una política liberadora y nacionalista, sólo aceptamos como norma y designio los propios intereses de nuestro pueblo. Tampoco podrá ser concebido como acto de filantropía.

Pues, si bien nuestro desarrollo necesita capitales extranjeros, a éstos les

conviene venir. Hay, por tanto, una conveniencia reciproca que debe ser clara y justamente normada en beneficio de ambas partes. En consecuencia, los capitales extranjeros que vengan al Perú habrán de desenvolver sus actividades dentro del marco legal del Estado Revolucionario, bajo formas que garanticen la justa participación de nuestro pueblo en la riqueza que sus hombres producen. El Perú no pide regalos; ni rechaza la ayuda de otros pueblos. Sólo quiere y exige se respete su derecho de país soberano de decidir por sí mismo el rumbo que desee seguir. Este es un reclamo de legítima justicia que las políticas de financiamiento de los organismos e instituciones de crédito deben advertirlo para llegar, alguna vez, a merecer nuestra completa e incuestionable confianza. Creemos tener títulos suficientes para plantear esta demanda. El nuestro no puede ser un tiempo de políticas discriminatorias impuestas por socios mayores contra los pueblos que siguen una ruta de cambio revolucionario. Tampoco, de aquéllas que ven en la ayuda financiera la expresión del más odioso paternalismo.

Las instituciones financieras deben convertirse en instituciones que de

veras respalden nuestro desarrollo tal como nosotros lo entendemos y no como pretenden entenderlo los países poderosos de otras regiones del mundo. De no ser así ellas continuarán, en lo fundamental, sirviendo a intereses que no son propiamente los nuestros como ocurre cuando en lugar de orientarse a la afirmación de nuestro desarrollo, se orientan o brindar un campo de acción más amplio y provechoso para las grandes empresas multinacionales de origen extra latino- americano.

La misma orientación de política económica explica la decisión de que el

Estado se convierta en el principal ente financiero del país, decida y controle el manejo de los medios financieros y asuma la responsabilidad de intermediario fundamental en el mercado interno de capitales y, principalmente, en las transacciones financieras externas.

La implementación de esta política ha hecho indispensable iniciar en el país

una profunda, gradual y programada reforma del sistema financiero que se ha traducido hasta el momento en el fortalecimiento de la banca estatal, en la creación de la Comisión Nacional de Valores, como mecanismo de regulación que fundamentalmente actúa a través de una vigorizada Bolsa de Valores, y en la organización de la Corporación Financiera de Desarrollo, como institución

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promotora de inversiones o inversionistas de capital a riesgo y cuya trascendental importancia para el futuro desarrollo económico peruano resulta difícilmente exagerable.

DESARROLLO E INDUSTRIALIZACIÓN

Dentro de la estrategia de desarrollo económico-social del Gobierno

Revolucionario, está contenida la reestructuración de la política industrial del país. Asimismo, las nuevas responsabilidades que el Perú plantea para la política de integración regional y subregional, demandan un vigoroso esfuerzo industrial y un decidido respaldo del Estado revolucionario al proceso de industrialización.

El estancamiento industrial imposibilitaría tanto nuestra real independencia

económica. Pero igual ocurriría de proponernos un seudo desarrollo industrial dependiente del exterior.

El enfoque a los problemas de la industrialización debe encuadrarse dentro

de una perspectiva para la cual la inevitabilidad de cambios profundos sea verdaderamente axiomática. Porque ya ha pasado el momento de juzgar al proceso de industrialización en abstracto, como uno panacea para solucionar todos nuestros problemas. Ahora es imperativo precisar qué tipo de industrialización es la que demanda las necesidades de nuestro pueblo. No queremos una industrialización que tienda a eternizar los defectos y las injusticias de un sistema que ha condenado a la mayoría de nuestros pueblos a la ignorancia, a la miseria y al atraso. Ni tampoco queremos una industrialización que tienda a profundizar lo condición dependiente de nuestro país. Queremos por el contrario una industrialización que contribuya a liberar al hombre y que emancipe a nuestra economía de su tradicional sujeción a centros foráneos de poder.

Lo nueva industrialización que el Perú necesita no tiene por que ser calco y

remedo de ningún esquema de procedencia extra-latinoamericano. Ni puede ser tampoco la simple prolongación del ordenamiento económico tradicional que, si bien ha originado, riqueza excesiva para pocos, ha originado también, pobreza para quienes son la mayoría de nuestras nacionalidades. Queremos, pues, un industrialismo de veras nuevo y de veras justo, un industrialismo imbuido de sentido social y humanista. Y queremos también un industrialismo diversificado y sin monopolios.

Independientemente de lo que cada quien pueda pensar sobre el

significado de los cambios profundos que están ocurriendo en nuestro país, el hecho indubitable es que el Perú ha iniciado ya el proceso irreversible de su transformación estructural. La Revolución Nacionalista que nosotros iniciamos hace poco más de cinco años, está redefiniendo los perfiles centrales de nuestra realidad. No será ya posible desandar el camino de la revolución. El futuro del Perú se moldeará indefectiblemente dentro de los cauces que marque el destino de este vasto proceso transformador.

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Nosotros prometimos modificar de manera profunda las estructuras tradicionales de la sociedad peruana. Esto no fue ni por capricho ni por azar. Ni tampoco fue solamente la respuesta a un clamor ciudadano que sabernos legítimo. Fue también la convicción a que nos llevó el estudio sereno y profundo de nuestra realidad. Luego de comprobar lo caducidad de un sistema institucional demostradamente orientado a perpetuar el atraso, los privilegios y la injusticia social, la Fuerza Armada admitió la responsabilidad de poner en marcha los cambios destinados a forjar una nueva imagen, e iniciamos la revolución. Y con esa misma certeza, hoy afirmamos su estabilidad y su permanencia.

¿Qué significa todo esto para los nuevos empresarios peruanos?

Obviamente, que ellos tendrán que desarrollar sus actividades dentro del contexto de un país en proceso de cambio. Las transformaciones profundas que la revolución está realizando habrán de constituir el nuevo marco dentro del cual surgirá y será floreciente la nueva industria que forjen los modernos empresarios del Perú. Sería iluso suponer que las cosas van a volver a su nivel pre-revolucionario. Una de las grandes virtudes de la llamada “mentalidad empresarial” es el realismo, es decir, la capacidad de percibir la verdadera naturaleza de una determinada situación. Sería profundamente irrealista perderse en la añoranza de los tiempos que ya pasaron definitivamente en el Perú. De hoy en adelante los industriales y empresarios tendrán que comprender que a nada conduce ignorar los cambios que la revolución está produciendo. Y su sabiduría consistirá en darse cuenta de que la revolución es indispensable para lograr el desarrollo industrial de nuestra Patria.

El Perú carecía por entero de futuro industrial dentro de los moldes tradicionales. El subdesarrollo que a este país impusieron los grupos de poder sin sentido de lo historia, tomó imposible la creación de un verdadero aparato industrial. Los desequilibrios del subdesarrollo se tradujeron siempre en la existencia de sectores sociales compuestos por millones de nuestros compatriotas cuyo bajísimo poder adquisitivo nunca les permitió constituir el mercado interno indispensable para el afianzamiento de una industria verdaderamente peruana.

Esta fue, precisamente, una de las motivaciones de la Reforma Agraria. Ella

obedeció no solamente a la necesidad de transformar la desigual e injusta tenencia de la tierra sino también de redistribuir la riqueza para aumentar el poder adquisitivo de ese campesinado que en el futuro debe ser el consumidor de los productos manufacturados de la verdadera industria que nunca hemos tenido.

Dentro de este nuevo Perú que estamos construyendo, todos hemos

enriquecido nuestra visión de las cosas y todos también hemos cambiado. La nueva realidad del Perú -esa nueva realidad irreversible que la revolución está forjando- plantea problemas cuya solución demanda nuevas instituciones, nuevos hombres, nueva mentalidad. Una de las piedras angulares de la transformación estructural que queremos realizar, tiene necesariamente que ser el desarrollo acelerado de la industria. Pero la industrialización de una sociedad en proceso revolucionario de cambio no puede ser una industrialización tradicional.

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El nuevo empresario peruano tiene que comprender la imposibilidad de ser

una excepción. Todo está transformándose en nuestro país. Al cabo de los siglos, el Perú está rompiendo los lastres tradicionales que impedían el desarrollo acelerado de su sociedad y de su economía. El vigoroso respaldo de nuestro pueblo a la tarea transformadora del gobierno, indica muy claramente hasta qué punto ésta es una revolución de Pueblo y Fuerza Armada. Dentro del contexto de una revolución así, es imposible pensar que los empresarios puedan mantener la misma actitud que en el pasado. La tarea que tienen como virtual desafío del futuro es demasiado vasta y compleja para ser acometida de acuerdo a los patrones de comportamiento y de enfoque que un día tuvieron validez. La nueva industria y la nueva empresa tienen que desarrollarse de ahora en adelante dentro del marco de los grandes cambios de la revolución. Con su anticuado aparato industrial, el Perú nunca podría hacer frente a las responsabilidades planteadas por la integración sub-regional andina.

Una industria no es sólo su equipo, su capital y su mercado. Es también -y

centralmente- su mentalidad, su actitud, su perspectiva sicológica. Y en el Perú de hoy no sólo se necesita incrementar capitales, expandir mercados y renovar equipos; sino fundamentalmente, crear una nueva mentalidad industrial.

Desde este punto de vista, es indispensable descartar para siempre la idea

de que sólo se puede hacer industria con factores de incentivación prohibitivos para el país e incompatibles con su desarrollo, en un clima de asfixiante proteccionismo que esteriliza la capacidad de creación, que da márgenes excesivos de ganancia en base a la utilización de equipos obsoletos, de salarios bajos y de técnicas monopolísticas de producción y que saturan los mercados con productos de baja calidad y de alto precio para el consumidor. Con una industria de este tipo -que es la que predominantemente ha existido en nuestro país— no podremos jamás enfrentar victoriosamente el reto que desde ya nos plantea la competencia de otras industrias latinoamericanas que nos disputarán los mercados del Área Sub-Regional Andina.

Y es allí donde debe mirar el nuevo industrialismo peruano. Ese nuevo

industrialismo tampoco será posible mientras se conserve el mito de una confianza basada en el orden tradicionalmente establecido en el Perú, que la Revolución ha descartado para siempre. Ese tipo de “confianza” basada en el privilegio, el subdesarrollo y la injusticia, no existirá mientras nosotros gobernemos. Los nuevos empresarios peruanos deben comprender que las cosas han cambiado radical y permanentemente en el Perú. El nuevo hombre de empresa pertenece al futuro. Él debe ser también uno de los constructores del nuevo Perú, que la revolución está forjando.

Pero quienes gobernamos este país tenernos una responsabilidad que no

podernos ni queremos eludir. Hemos respetado todas nuestras promesas. Hemos reiterado innumerables veces que nuestro deseo de impulsar al máximo posible el desarrollo industrial del país. Sin embargo, nuestra posición debe ser claramente

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entendida. El proceso revolucionario seguirá hasta cumplir sus objetivos. La Revolución necesita de la patriótico y leal cooperación del sector empresarial. Porque el desarrollo del Perú necesita inversiones de capital. Mal hacen quienes no invierten en el país pudiendo hacerlo. El abstencionismo en el campo de las inversiones a nada bueno conduce. EI Gobierno Revolucionario otorga todas las garantías que cualquier inversionista moderno puede necesitar como incentivo legitimo de su trabajo. No obstante, y en salvaguarda de los intereses de nuestro pueblo y de su revolución, el Estado no puede permanecer indiferente ante la retracción de las inversiones que el sector interno de nuestra economía puede y debe realizar en el Perú, porque tiene los recursos y las garantías necesarias y porque debe honrar su reclamo a ser peruano.

Este es el signo de los tiempos. No nos engañemos. Dentro de una nueva

realidad permanente en el Perú y dentro de esta perspectiva industrial, nueva también, el Gobierno Revolucionario abriga la convicción de la necesaria cooperación de los nuevos hombres de empresa peruanos. Esa cooperación, decisiva para el surgimiento de la gran industria peruana del futuro, tendrá que venir como un suceso inevitable del devenir histórico de nuestra patria. Tres son, acaso, los factores que permitirán acelerar el convencimiento de que esa cooperación es inevitable y necesaria: en primer lugar, la certeza de que la revolución ya es una realidad permanente en el Perú; en segundo lugar, la convicción de que la perniciosa “confianza” de viejo estilo ya no puede existir en el Perú de hoy; y en tercer lugar, la seguridad de que dentro de la nueva realidad de la revolución los nuevos empresarios tienen garantías, pueden prosperar más que nunca en el posado y pueden contribuir al esfuerzo nacional de desarrollo.

Pero tal posibilidad de entendimiento y cooperación dejaría de existir si se

basara en una incorrecta apreciación de las convicciones, deseos, expectativas y enfoques que definen nuestra posición en el Perú de hoy. En otras palabras, la garantía de una relación duradera y leal tiene que ser la exacta comprensión de los propósitos, la indubitable certeza de que sea dicha con entera honradez la posición real de cada quien. Sólo de esta manera podremos estar siempre seguros de que no surgirán malos entendidos que más tarde entraben una relación que puede y debe ser fructífera para el Perú. Nuestro propósito es no avasallar la actividad empresarial privada sino, por el contrario, estimularla dentro de un esquema de desarrollo no-capitalista y no-comunista, así también reafirmamos nuestra .declarada convicción de que los industriales no constituirán un nuevo grupo de poder dominante en el Perú.

Nuestra revolución no persigue afianzar en el futuro el poder político-

económico de una nueva oligarquía industrial o burguesa dependiente. Este apresurado y arbitrario razonamiento tradicional es incapaz de percibir la naturaleza procesal del fenómeno revolucionario e ignora de mala fe la declarada direccionalidad del proceso peruano hacia formas de organización socio- económica distante y distinto por igual de aquellas que definen la esencia del capitalismo como sistema y del comunismo estatista como modelo histórico concreto.

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Las transformaciones societales no son fenómenos de improvisación. Son

procesos creadores de larga duración, que generan problemáticas nuevas, al por qué solucionan problemas seculares. Originan nuevas orientaciones socio-económicas y tienden a reconstruir la totalidad del universo valorativo de los pueblos. Imponen, por eso, una nueva moral social y representan, en su conjunto, el quehacer colectivo de una nación que enrumba su camino hacia formas inéditas de estructuración y comportamiento en los campos económico, cultural y político. Si esto es así, y si una revolución representa, por tanto, un fenómeno social total, entonces en el nuevo ordenamiento político-económico hacia el cual se orienta la Revolución Peruana será imposible que el sector industrial, o cualquier otro, ejerza el monopolio del poder. En este sentido, de bien poco serviría esta revolución si tan sólo aspira o modernizar el sistema capitalista tradicional a fin de mantenerlo y sí, por actuar de este modo, pretendiera relegitimar este sistema reemplazando a la vieja oligarquía de origen agrario por un nuevo grupo de poder económico industrial y financiero. DESARROLLO, DESOCUPACIÓN Y SUB-EMPLEO

Las reformas estructurales del proceso revolucionario peruano deben ser

entendidas, también como esfuerzos orientados a superar en el mediano y en el largo plazo la desocupación y el subempleo. En la medida en que seamos capaces de construir un sistema socio-económico cada vez más; justo y cada vez más distinto del sistema tradicional, nos acercamos constantemente al objetivo de solucionar esos problemas. Desde este punto de vista la Reforma Agraria, la Reforma Educacional, y la política de expansión de los servicios sociales y la infraestructura general del país, están en cierta forma encaminadas al objetivo de dar empleo a toda la población económicamente activa del país, utilizando al máximo servicios y técnicas de producción y construcción con alta capacidad de absorción de mano de obra.

De lo anterior se desprende que, para nosotros, la desocupación y el desempleo se explican fundamentalmente por la naturaleza del aparato productivo de nuestra economía y por las condiciones de subdesarrollo en que el Perú siempre ha vivido.

Si los problemas que estamos considerando aquí son fruto de las

deformaciones estructurales que heredó la revolución, resulta obvio que sólo a través de una vigorosa política de desarrollo auténtico podremos darles una solución realista, integral y permanente. El desempleo y el subempleo desaparecerían considerablemente a medida que se afiance el desarrollo real de nuestra economía, a medida que se eleve el nivel educacional de nuestro pueblo y a medida que se expenda el aparato productivo para crecientemente dar acceso a todos los peruanos a disfrutar de la propiedad y la riqueza que genere su trabajo. Nuestra concepción del desarrollo económico enfatiza principalmente el cambio social, pero al lograrlo, el esfuerzo se traslada a la elevación de los niveles de vida, fundamentalmente mediante la creación de nuevos empleos y la utilización

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de tecnologías que no desplacen mano de obra. Sólo de esta manera, a nuestro juicio, la riqueza que cree la sociedad peruana en su conjunto habrá de beneficiar en forma justa a todos los peruanos, y, por tanto, en primer lugar, a las mayorías aún desposeídas. De este modo nos acercaremos al ideal de alcanzar elevados niveles de vida para nuestro pueblo, objetivo central de la Revolución Peruana, tal como señalara el Manifiesto Revolucionario de octubre de 1968.

Cuando nos pronunciamos a favor de tecnologías que no desplacen mano de obra, sino, por el contrario, que permitan su creciente absorción, no estamos hablando de valores absolutos. En consecuencia, es preciso reconocer una limitación a este enunciado. Esa limitación se refiere a la necesidad de compatibilizar esta posición con el reconocimiento de que el factor productividad representa también un objetivo básico del desarrollo que deberá ser tenido en cuenta en todas las instancias del quehacer gubernamental. Ello no obstante, resulta muy claro que en países como el nuestro es muy recuente que por inercia intelectual o profesional se tienda a preferir técnicas, tecnologías y medios de organización procedentes de realidades distintas a la nuestra. Se trata de tecnologías, medios de organización y técnicas productivas que tienen amplia fundamentación dentro de la racionalidad característica de sistemas distintos al nuestro y que operan en condiciones diferentes a las del Perú. De allí que sea preciso tener siempre presente los distingos de realidades y condicionamientos, a fin de estimular nuestra capacidad de creación para desarrollar innovativamente tecnologías y modalidades de organización y producción que, sin desmedro de la productividad, no representen el gran peligro que significarían si ellas acarreasen aumento real de la desocupación y el subempleo y, por ende, sub-utilización del trabajo y la energía creadora de los hombres y mujeres del Perú.

Todo lo anterior requiere, a no dudarlo, el esfuerzo organizado y creador de

lo nación entera. Es dentro de un cauce así que cobrará significación el aporte individual de cada uno de nosotros los peruanos. Porque los creaciones personales, aún las más grandes y luminosas, sólo tienen sentido perdurable cuando forman porte de una tendencia o de un acontecer social y, por ende, indefinible en términos puramente individuales. No es que desconozcamos el insigne valor de las acciones creadoras de cada hombre o de cada mujer. Lo que sostenemos es que esas acciones reciben su impulso y su inspiración de la sociedad misma, de su tradición y de su historia.

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V. REFORMA AGRARIA

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La Reforma Agraria no representa, en esencia, un problema administrativo. Representa por encima de todo un proceso de cambio social profundo que necesariamente significa la transferencia de poder económico de las pocas manos de los latifundistas a las muchas manos de los trabajadores. Y esta transferencia de poder económico de los menos a los más significa, también necesariamente, una transferencia de poder político de la oligarquía a las clases trabajadoras.

Los gobiernos tradicionales del Perú no fueron únicamente gobiernos del

Ejecutivo. También se gobernó desde el Parlamento, ese famoso “Primer Poder del Estado” donde se aprobaron leyes, muchas leyes, durante largos años de democracia formal. De allí salió la anterior ley de reforma agraria. Pero esa ley no dio la tierra al campesino.

La reforma Agraria de la revolución no reconoce excepciones de beneficio

para los grandes hacendados y hace realidad el grito libertario del agrarismo latinoamericano: “La tierra para quién la trabaja”. AUTENTICIDAD Y NATURALEZA CONCEPCIONAL

Aquí en el Perú estarnos haciendo una reforma agraria enteramente nueva

para la cual no existen ejemplos que seguir. Tenemos que encontrar solución para problemas que no han planteados en otras partes del mundo.

En todas sus partes, ella refleja una concepción enteramente nacional y

nacionalista, por completo encuadrada dentro de una perspectiva profundamente peruana del problema. Nuestra concepción de la reforma agraria se nutrió en la historia y en la realidad de este país. No recibimos, ni tomamos, ni aceptamos recetas ni orientaciones extranjeras propias de realidades distintas a las del Perú. La nuestra es una reforma Agraria avanzada y realista que ha concitado interés y respaldo en todos los países del mundo. Orientada a lograr la abolición de las grandes haciendas y del minifundio. Entendida como instrumento de profundos cambios sociales. Concebida como instrumento realizador de justicia social para millones de campesinos a quienes se transfiere poder económico y poder político, dándoles acceso por vez primera a la posesión real de la tierra a través de mecanismos participatorios que hacen de ellos, en cuanto seres sociales concretos, los verdaderos dueños de la riqueza que el trabajo crea, y los verdaderos forjadores de su cultura y su destino dentro de la sociedad peruana. LA LEY

La Ley de la Reforma Agraria del Gobierno Revolucionario de la Fuerza

Armada se orienta a la cancelación de los sistemas de latifundio y minifundio en el agro peruano, planteando su sustitución por un régimen justo de tenencia de la tierra. De otro lado, por ser una ley nacional que contempla todos los problemas

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del agro y que tiende o servir a quien trabaja la tierra, la Ley de Reforma Agraria se aplicará en todo el territorio del país, sin reconocer privilegios ni casos de excepción que favorezcan a determinados grupos de intereses. La ley, por tanto, comprende a todo el sistema agrario en su conjunto, porque sólo de esta manera, será posible desarrollar una política agraria coherente y puesto al servicio del desarrollo nacional.

Al plantear la sustitución del latifundio la ley establece medidas que

aseguran la no fragmentación de la gran propiedad como unidad de producción. Es el régimen de tenencia lo que la ley afecta, más no el concepto de unidad de producción agrícola o pecuaria. Así, en el caso de las empresas agro-industriales, la ley contempla la cooperativización en favor de sus trabajadores, garantizando el funcionamiento de la nueva empresa como una sola unidad. En este sentido, la ley considera a la tierra y a las instalaciones como un todo indivisible de producción sujeta a la reforma agraria. La planta industrial de procesamiento primario de productos del campo está indisolublemente ligada a la tierra. Por tanto, es imposible afectar a ésta y dejar intocada a aquélla. Y así como en el caso del problema petrolero el Estado expropió la totalidad del complejo, afectando los pozos y las refinerías con todas sus instalaciones y servicios, así también en el caso de la gran propiedad agroindustrial, la Ley de Reforma Agrario tenía que afectar, necesariamente, la totalidad de la negociación. La gran propiedad no es dividida ni fragmentada, porque ello se traduciría en un perjudicial descenso de los rendimientos de la tierra. La Ley contempla el mantenimiento de la unidad de producción bajo un distinto y justo régimen de propiedad. Y dentro de las nuevas empresas la ley garantiza estabilidad de trabajo, los niveles de remuneración y todos los derechos sociales de la planta de dirección técnico y administrativo y de todos los actuales servidores abriendo para ellos, además, el acceso a los beneficios y utilidades.

La inspiración social de la nueva ley es, pues, enteramente compatible con

la necesidad de garantizar la continuidad de los altos niveles de rendimiento que la tecnología agraria ha hecho posible.

Al racionalizar el uso y la propiedad de la tierra y al crear los incentivos

derivados del más amplio acceso a esa propiedad, la reforma agraria tiende a formar más y mejores propietarios del agro, es decir, a impulsar una más pujante producción agropecuaria que beneficie no o unos pocos, sino a la sociedad en su conjunto.

En cuanto a la sustitución del minifundio la ley contempla límites de inafectabilidad que salvaguardan el principio normativo de que la tierra debe ser para quien la trabaja, y no para quien derive de ella renta sin labrarla. La tierra debe ser para el campesino, para el pequeño y mediano propietario; para el hombre que hunde en ellas sus manos y crea riqueza para todos; para el hombre, en fin, que lucha y enraíza su propio destino en los surcos fecundos, forjadores de vida. La pequeño y mediana propiedad está así garantizada. Pero dentro de los límites que lo hagan compatible con la irrenunciable función social que ella debe cumplir. Nuestra ley de Reforma Agraria no es, por tanto, una ley de despojo, sino

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una ley de justicia. Habrá por cierto, quienes se sientan afectados en sus intereses; más estos, por respetables que sean, no pueden prevalecer ante los intereses y necesidades de millones de peruanos.

Por todo ello, la Ley de Reforma Agraria, es un instrumento revolucionario

de justicia social que ha modificado de raíz el régimen de propiedad de la tierra. Juntamente con su complemento indispensable, la Ley General de Aguas, que el Gobierno Revolucionario aprobó para terminar con al abuso de un régimen a cuyo amparo se desconoció el derecho de los campesinos a disponer de agua para el cultivo de sus tierras, pone fin, para siempre, a un injusto ordenamiento social que mantuvo en la pobreza y en la iniquidad a los que labraron una tierra siempre negada a millones de campesinos.

Pero la ley obedeció no solamente a la necesidad de transformar la

desigual e injusta tenencia de la tierra sino también a la de redistribuir riqueza para aumentar el poder adquisitivo de ese campesinado que en el futuro debe ser el consumidor de los productos manufacturados de la verdadera industria que nunca hemos tenido. En este sentido sus objetivos fundamentales podrían resumirse: cancelar definitivamente el sistema de latifundio; favorecer decididamente el desarrollo industrial; impulsar las formas colectivas de producción; dar la tierra a quien la trabaje; convertir a los asalariados en beneficiarios de la gran propiedad agroindustrial; contribuir a la efectiva redistribución del ingreso en el campo; garantizar el mantenimiento de altos niveles de producción; y a transformar radicalmente la estructura tradicional del agro peruano sentando las bases para la total reconstrucción económica de nuestra sociedad.

Sus demás Leyes Complementarias; la Ley de Promoción Agropecuaria y

la Ley de Comercialización de Productos Agrícolas y Pecuarios, les aseguran un carácter coherente e integral capaz de garantizar al sector agropecuario un ordenamiento jurídico que a la par que moderniza y simplifica los sistemas de acción, asegura la necesidad de aumentar sus ritmos productivos e incrementar los ingresos reales de quienes trabajan la tierra. A ellas se agregarán la Ley de Comunidades Nativas y de promoción agropecuaria de regiones de selva y ceja de selva. Medidas de fundamental significación, con las que se completó el cuadro de cambios socio-económicos esenciales en el campo. La Ley de Reforma Agraria convirtiese así en instrumento de inapelable acción jurídica, anhelo nacional de justicia por el que tanto se luchó en el Perú. SU APLICACIÓN

Como proceso trascendental para todo el país, la Reforma Agraria tenía

que iniciarse en el norte, en el centro de poder de los latifundistas oligárquicos. Allí, donde las mejores tierras fueron de muy pocos; allí donde miles de campesinos vivieron siempre aplastados por quienes hicieron su fortuna con la miseria ajena; allí, donde los ricos fueron demasiado ricos y los pobres demasiado pobres; donde se prometieron tantas cosas que nunca se cumplieron.

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Pero la reforma agraria en el norte siempre fue entendida como parte del gran proceso de transformación de la clase campesina de todo el Perú, porque el destino del campesinado es uno solo. Por eso quienes han trabajado las haciendas azucareras, la más grande riqueza agrícola del país deben estar siempre listos a extender una mano generosa a los campesinos de otras regiones menos favorecidas del Perú. Sería injusto y antirrevolucionario pretender una posición de privilegio. Por eso el campesino del norte jamás debe olvidar a sus hermanos de clase y de infortunio. A esos otros campesinos del Perú que han tenido una vida más cruda y más injusta que la suya.

Esta es una posición justa. Esta es una posición revolucionaria, ésta es una

posición constructiva. La Ley de Reforma Agraria que empezó a aplicarse en el norte del país, no

se hizo contra ningún partido político ni contra los sindicatos, cualquiera que sea la orientación política de sus dirigentes. La Ley de Reforma Agraria se dio en favor del campesino y en favor del Perú.

Lo Reforma Agraria empezó por las haciendas azucareras porque era allí

donde con más rigor se daba el problema de la asfixiante concentración de la riqueza en perjuicio de los campesinos peruanos.

A partir de allí, liquidado el poder de la oligarquía azucarera, la Reformo

Agraria ha ido creando relaciones de justicia social para los hombres que pueblan nuestros campos. Solo los ilusos y los mal intencionados podrían haber supuesto que un cambio de tal envergadura no acusara defectos, no encontrara problemas. Siempre supimos que habría deficiencias y errores. Nunca ignoramos que habría defectos de aplicación. En unos casos las dificultades son atribuibles a la voracidad de los terratenientes que intentan violar la ley. En otros, ellas se deben a la incomprensión de algunos de los propios funcionarios estatales impreparados para entender el sentido de un gran cambio social como el que la Reforma Agraria supone. Y en otros, a la distorsión y al revanchismo con que algunos intentan tergiversar una medida de justicia para pretender convertirla en instrumento de desquite y de venganza.

Todas estas dificultades están siendo superadas a lo largo del proceso de aplicación de la Reforma Agraria. Pero el señalamiento de los errores jamás puede hacer perder en nada la inmensa significación histórica que en un país como el nuestro tiene el haber atacado al fin los males profundos y ancestrales que hundieron en la miseria y la explotación a millones de peruanos.

Quienes hoy interesadamente levantan polvareda de protesta porque creen

ver afectados de manera objetable los intereses de contadas personas que por añadidura jamás conocieron la pobreza de los hombres del campo, harían muy bien en pensar, por un instante, en cuán infinitamente mayor fue la injusticia y la miseria de millones de peruanos ante la cual guardaron el más cómplice de todos los silencios.

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La Reforma Agraria seguirá adelante en el Perú. Rectificará sus yerros, cualesquiera que sean. Pero será indesviable el propósito de acelerar su marcha para cumplir el objetivo de crear un ordenamiento de justicia dentro del cual la tierra, en todos los ámbitos de nuestra patria, sea de quien efectivamente la trabaja. No desconocemos la pequeña y mediana propiedad. Pero no permitiremos que a través de subterfugios de pretendido formalismo legal se viole el espíritu de la Reforma Agraria y se burle su esencia de medida justiciera.

En los últimos años la reforma agraria ha transformado radicalmente la

estructura de la tenencia de la tierra. Corrigiendo la extremada desigualdad en la distribución de riqueza, destruyendo el poder económico de la vieja oligarquía terrateniente costeña y decretando la desaparición definitiva del latifundio en el Perú. Con esta medida hemos satisfecho la ancestral demanda de nuestro pueblo por un orden de justicia en el campo y, al hacerlo, hemos sentado las bases de nuevas relaciones de poder económico para las grandes mayorías rurales de nuestra población. Medida de tan grande envergadura, en un país donde prácticamente el 50% de su población económicamente activa trabaja la tierra, implica necesariamente la modificación vertebral de la sociedad en su conjunto. Y aquí, precisamente, radica el carácter más profundamente revolucionario de la reforma agraria.

LOS BONOS

Otra tendencia central de la ley, íntimamente vinculada a la naturaleza de las mayores necesidades del país en su conjunto, es el énfasis que ella pone en la reorientación de los recursos de capital hacia la industria, como parte del esfuerzo nacional destinado a colocar al Perú en condiciones ventajosas frente al reto que plantea es esfuerzo de industrialización dentro del sistema de la integración económica latinoamericana.

Desde este punto de vista, es muy importante que se comprenda

cabalmente la significación de la Ley de Reformo Agraria, como instrumento estimulador del proceso de industrialización en nuestro país. La ley, en efecto, abre muy grandes perspectivas a la inversión industrial a través del incentivo que significan nuevas empresas forjadoras de riqueza y creadoras de trabajo. Estas nuevas y amplias perspectivas de desarrollo económico, plantean un reto a la capacidad empresarial y al dinamismo de la joven industria peruana, cuyo futuro será, en gran parte, el resultado del esfuerzo tesonero de quienes a ella dediquen toda su energía y su talento. La industrialización es un aspecto central del proceso de desarrollo económico de nuestro país, y el esfuerzo industrial puede y debe formar parte de la tarea de transformación de las estructuras tradicionales del Perú. Luchar por la industrialización es, por eso, luchar por el porvenir de la nación. Y por ello, el impulso a lo industria constituye uno de los principales objetivos de la política de transformación del Gobierno Revolucionario. A este fin coadyuva la Ley de Reforma Agraria, al estimular el dinamismo del sector industrial mediante la reorientación de los recursos hacia fines de promoción de la industria nacional.

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No se trata, pues, de destruir, sino de racionalizar el empleo de los recursos

nacionales en función de las necesidades principales de toda la sociedad peruana. La convertibilidad de los bonos de la deuda agraria en acciones de

empresas industriales necesarias para el desarrollo del país, representa un enorme paso en el proceso de industrialización al cual el Gobierno Revolucionario brindará todas las garantías que él requiera.

EL TRIBUNAL AGRARIO

Para decidir los posibles interrogantes de carácter legal vinculados a la

aplicación de la reforma, funciona el Tribunal Agrario, cuya principal responsabilidad es, la de absolver esos interrogantes con la mayor celeridad de acuerdo al texto, al espíritu y a la intención revolucionaria de la reforma. Miles de causas han sido resueltas por el fuero agrario en el tiempo que lleva de intensa actividad. Incorruptible guardián de una ponderada pero inflexible aplicación de la Ley, el Tribunal Agrario es el depositario de la fe de los campesinos en la justicia de su revolución. Contra él jamás podrán prevalecer las argucias de quienes traten de burlar la ley. UNA NUEVA FISONOMÍA

Por encima de inevitables errores de aplicación, por encima de ineludibles

fallas secundarias, la reforma significa una conquista social de alto rango histórico a través de la cual, sin violencia y sin sangre, los campesinos del Perú han empezado, al fin, a tener en propiedad la tierra que trabajan. Pero nunca hemos sostenido ni la colectivización ni la estatización del agro. En este sentido, el impulso a las formas asociativas de propiedad y producción de ninguna manera significa rechazo a la propiedad privada de la tierra dentro de la ley. La reforma agraria, inspirada en los principios básicos de nuestra revolución, estimula las formas de propiedad social de la tierra, sin desconocer la pequeña y mediana propiedad. Por eso las grandes haciendas expropiadas son hoy cooperativas o SAIS donde los trabajadores gradualmente asumen a plenitud todos los derechos de propiedad y de gestión empresarial. En una sociedad así la riqueza y el poder no podrán ser privilegio de nadie y, consecuentemente, el poder de decisión, lejos de constituir el monopolio de los privilegiados o del Estado, radicará en cada uno de sus integrantes.

Este es el rumbo que prefiguran las grandes transformaciones que hasta

hoy hemos emprendido en el agro. Ellas, por tanto, son los medios e instrumentos de lograr un objetivo superior cuya conquista definitiva demandará largos años de pacientes esfuerzos, de duro aprendizaje, de reeducación verdadera de gobernantes y gobernados. Por que la significación decisiva de la reforma agraria estriba en que ella hace indispensable nuevas actitudes y nuevos comportamientos.

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La reforma agraria que esta Revolución está realizando crea nuevas instituciones y por primera vez en el Perú introducen modificaciones sustantivas en las relaciones de propiedad y producción en uno de los vitales sectores de nuestra economía.

Todas las expropiaciones y adjudicaciones de tierras que se efectúan en la

actualidad se encuadran dentro de los lineamientos de los Proyectos Integrales de Asentamiento Rural (PIAR), a través de los cuales es posible emprender un conjunto de acciones orientadas al establecimiento organizado de beneficiarios de la reforma agraria en un área delimitada con criterio de unidad socio-económica. Este enfoque original de la reforma agraria peruana impulsa una nueva estructura de organización socio-económica en el agro, fundada básicamente en empresas asociativas que se integran en organizaciones de grado superior, haciendo posible de este modo enfrentar en mejores condiciones el desarrollo rural como proceso que engloba íntegramente la vida de las sociedades campesinas. REFORMA AGRARIA Y PARTICIPACIÓN

Para desarrollar todo el potencial de su verdadero carácter revolucionario,

la reforma agraria debe estimular formas cada vez más amplias de participación campesina en todos los niveles de su aplicación. El objetivo final de la reforma es crear condiciones de justicia social en el campo y desarrollar todas las formas posibles de participación que hayan del campesino un hombre verdaderamente libre. En el desarrollo de este proceso, inevitablemente habrá desajustes y tropiezos. Quienes tienen la responsabilidad de aplicar la reforma deben ser plenamente conscientes de que tales dificultades habrán de presentarse. El deseo de superarlas no debe ser jamás excusa para continuar practicando un paternalismo de nuevo cuño que la revolución rechaza en todas sus manifestaciones.

Lo creación de una nueva sociedad campesina en el Perú debe ser

quehacer y responsabilidad de los propios campesinos. Es preciso desterrar para siempre la noción de que el hombre del campo “no está preparado” para resolver sus problemas y que, por tanto, alguien debe resolverlos por él. Esta fue, justamente, la excusa tras a cual se incubaron en el pasado todas las formas de dominación. Si bien es cierto que existen problemas cuya complejidad no puede superarse sin el aporte de conocimientos técnicos especializados que explicablemente el campesino suele no tener, también es cierto que, en tales casos, lo que se requiere es ayuda y cooperación verdaderas. Y si bien es verdad que el manejo eficiente de una gran empresa agrícola indispensablemente requiere eficiente, racionalidad, tecnificación, disciplina de trabajo y estructura organizativa por todos respetada, es igualmente verdad que todo esto debe, en último análisis, basarse en la libre, consciente y convencida aceptación de los trabajadores.

Como obra revolucionaria que es, la Reforma Agraria indispensablemente

requiere la creciente y libre participación de los campesinos. Para ellos se hizo y

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ellos deben ser los actores principales del proceso. De otra manera esta reforma fundamental de la revolución sería básicamente defectuosa e incompleta.

No queremos únicamente que el campesino peruano mejore sus ingresos y

se convierta en dueño de la tierra. Queremos también que sea un hombre libre cuya dignidad como ser humano se base no sólo en su acceso a la propiedad que económicamente lo libera, sino en su convencimiento de que posee un efectivo e inalienable derecho a decidir en los asuntos que atañen a él, a su familia y a su colectividad. Esta capacidad de auto realización verdadera sólo puede desarrollarse cuando el campesino ejercita de manera libre y permanente su derecho a participar y a decidir. Y todo esto es absolutamente esencial que se respete y estimule en la aplicación de la Reforma Agraria. Porque de otra manera ella no podrá contribuir con toda su posible eficacia a la tarea de construir una- sociedad y un hombre nuevo, objetivo final de la Revolución Peruana.

Mucho del destino de la revolución depende del esfuerzo y responsabilidad

de los campesinos para hacer exitosa la reforma agraria. QUÉ QUEDA POR HACER

La Reforma Agraria, el más vital instrumento de transformación y desarrollo

fue el comienzo de un proceso irreversible que está sentando las bases de la grandeza nacional auténtica, es decir, de una grandeza cimentada en la justicia social y en la participación real del pueblo en la riqueza y en el destino de la patria.

En su más profundo significado retomó el sentido profundo de un esfuerzo

trunco hasta hoy; el de reivindicar al humilde campesino de nuestra Patria, respondiendo a una demanda cuya raíz honda se afinca en nuestra historia y cuya imagen de justicia surge de nuestro propio e inmemorial pasado de pueblo americano.

Los campesinos del Perú han empezado ya a ser dueños del suelo que

trabajan. Para ellos el Perú ya empieza a tener significado distinto y más real por que lejos de seguir siendo peones de una tierra ajena a merced de los grandes gamonales, a partir de la reforma agraria han empezado a ser dueños verdaderos de un pedazo concreto del Perú. Esa justicia de la reforma agraria, sin embargo, no puede ser alcanzada milagrosamente de un día para otro.

Los problemas campesinos no solo son problemas económicos. Lo son

también de educación, de asistencia técnica, de salud, de comunicaciones y de servicios, pero ninguno de ellos podría ser efectivamente resuelto si antes que nada no se resolviera el gran problema de la propiedad de la tierra y del agua. Por eso, la reforma agraria que devuelve la tierra al campesino, no es el único paso que habremos de dar. Fue el primero y el fundamental. Sin embargo, otros pasos también tendrán que darse. Y ello ya empieza a ocurrir en todos los ámbitos del Perú. Al final, no tendremos un campesino desposeído, sino un campesino dueño de la riqueza que su esfuerzo produce; libre, a quien la Patria le reconoce el

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derecho a los frutos de la tierra que trabaja, y un lugar de justicia dentro de nuestra sociedad en la cual ya nunca más será como hasta hoy, ciudadano disminuido, hombre para ser explotado por otro hombre.

Pero la modificación profunda de la estructura tradicional de la propiedad

agraria no puede completarse de la noche a la mañana. Hay un proceso que la ley contempla y que debe ser respetado.

Por eso resulta curioso que quienes dieron una conservadora ley de

reforma agraria en favor de los latifundistas, sean quienes hoy reclaman que todo se haga con una precipitada e irrazonable velocidad que, justamente, haría fracasar esta reforma que es el comienzo de la transformación social de nuestro pueblo.

Seria un acto supremo de irresponsabilidad echar todo a perder por

precipitaciones sin sentido, ahora que la reforma agraria está ya en marcha. Los campesinos hoy no tienen la promesa, sino la realidad de una reforma

agraria verdadera. De una reforma agraria que devuelve la tierra a quienes realmente la trabajan; que destruye el latifundio; que da impulso a las comunidades campesinas.

Los campesinos en nuestro país, han sufrido las más grandes injusticias en

esta tierra que siempre debió ser suya. Con ellos se ensañaron los gamonales, los tinterillos, las autoridades. Se les insultó y se les humilló. Y todo esto mientras en el Perú se hablaba de democracia y libertad.

La vida en el campo ya ha empezado a cambiar. Los campesinos que

murieron defendiendo su tierra no se sacrificaron en vano. Sus luchas no han sido estériles. La reforma agraria responde al clamor de justicia de todos aquellos y el derecho de los más necesitados. La Ley de Reformo Agraria da su respaldo a esa gran masa de campesinos que forman las comunidades indígenas que, hoy abandonando un calificativo de resabios racistas y de prejuicio inaceptable se llaman Comunidades Campesinas.

Hoy los campesinos deben organizarse para hacer oír su voz, su protesta,

sus necesidades. Luchar por lo que ya es suyo. La reforma agraria se ha hecho fundamentalmente para ellos. Nada la debe detener.

Sabemos que aún existen funcionarios que continúan sirviendo a quienes

hasta ayer fueron los únicos dueños de la tierra. Esos funcionarios, esas autoridades, engañan a los campesinos quienes deben ayudarnos a saber quiénes son y dónde están. Porque ellos no tienen cabida en un gobierno que debe mantenerse siempre al servicio del pueblo y jamás volver a ser instrumento de los opresores y de los poderosos.

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CAMPESINOS Y TÉCNICOS Un problema de fondo en el desarrollo de la reforma agraria y, por tanto, en

el desarrollo mismo de la revolución, es el que toca, específicamente, al delicado problema de las relaciones entre los campesinos y obreros agrícolas por un lado, y los administradores y técnicos, por otro.

Sobre su comportamiento suele aún gravitar la forma que sus relaciones

tuvieron en el pasado, cuando el papel de unos y otros tenía un carácter fundamentalmente distinto al que ahora tiene.

Hasta el advenimiento de la reforma agraria, los campesinos y obreros eran

asalariados de una gran empresa que no les pertenecía y frente a la cual, con evidente justicia, se situaban en una explicable relación de oposición y lucha. Los técnicos y administradores, por su parte, eran en realidad también asalariados, pero ocupaban una posición muy diferente en todas las empresas, gozaron de diversas ventajas y privilegios y, frente al campesino y al obrero, aparecían como intermediarios y representantes patronales. Todo esto explica que los campesinos y obreros tendieran a considerarlos, en el fondo erróneamente, como adversarios en su lucha desigual contra el patrón. No es de extrañar, por eso, que entre ambos grupos, generalmente, se dieran formas conflictivas de relación.

La situación que explicablemente originó aquellas relaciones conflictivas, ha

terminado definitivamente con la cooperativización de las antiguas haciendas. Pero, explicablemente también los comportamientos característicos de tales relaciones no pudieron terminar cuando súbitamente desapareció la situación que los originaba. En el comportamiento de los grupos señalados continúa gravitando, aunque en forma progresivamente más débil, la imagen de un conflicto que, sin tener ya base real de existencia tiende a persistir por algún tiempo, como realidad sicológica en la conducta de técnicos y campesinos, de obreros y administradores por igual. Sólo cuando unos y otros comprenden con claridad todo el significado de la nueva situación que ahora vive, se habrá empezado verdaderamente a resolver uno de los problemas más importantes que todavía dificultan el funcionamiento de las nuevas grandes empresas agrícolas.

Lo anterior significa que es falaz la noción de que sólo los campesinos y

obreros deben educarse en la práctica de la reforma agraria. También, y por igual, deben hacerlo los administradores y los técnicos. Más aún, deben asimismo hacerlo los funcionarios estatales quienes tienen la responsabilidad de comprender, acaso mejor que nadie, el verdadero significado de esta reforma como cambio social profundo, constructivo y creador, orientado a remodelar la totalidad de la vida campesina, pero a partir del reconocimiento efectivo de que son los trabajadores quienes deben gradualmente asumir la responsabilidad de decisión sobre todos los problemas de sus empresas.

Tal responsabilidad supone centralmente reconocer que los trabajadores

tienen deberes que no pueden ignorar. En primer lugar, los trabajadores de todos

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los niveles deben comprender que su trabajo es decisivo para el éxito permanente de las empresas agrícolas que ya les pertenecen. En segundo lugar, los trabajadores deben ser conscientes de que sus empresas son obra de esta revolución porque ella las hizo posible recogiendo una demanda de justicia que nosotros hemos cumplido, pero que no quisieron cumplir quienes en el pasado, traicionaron a los campesinos, pactaron con los grandes “barones del azúcar” y los terratenientes, y hoy, en el presente, obedeciendo a la misma actitud proditora y antirrevolucionaria, continúan alentando todas las formas de entorpecimiento al proceso de la reforma agraria En tercer lugar, los trabajadores deben comprender que el destino de la Reforma Agraria está unido al destino de la revolución que las creó. Por eso, su respaldo al proceso revolucionario es, en final de cuentas, respaldo a la Reforma, respaldo a sus propias empresas.

Finalmente, en cuarto lugar, los trabajadores del agro deben reconocer con

claridad todo lo que hay implícito en el hecho de ser hoy propietarios de gran parte de las tierras más ricas de un país, como el nuestro, en el cual viven cientos de miles de otros campesinos en medio de la más grande e injusta pobreza y hacia quienes, por tanto, tienen un deber moral y de justicia que, como peruanos, no pueden ignorar. La reforma agraria, lejos de contribuir a la perpetuación de las diferencias económicas y sociales del campesinado, debe ser un medio para que desaparezcan. LA CONFEDERACIÓN NACIONAL AGRARIA

Constituye la más grande y representativa organización campesina de toda

nuestra historia. Ella deberá contribuir al gran esfuerzo que estamos realizando para lograr la verdadera liberación de los sectores campesinos que han sufrido por siglos el flagelo de la expoliación y la miseria.

Por primera vez en nuestra historia surge una gran organización

representativa de los trabajadores del campo, el sector más numeroso de la nación peruana y el que fuera más profundamente explotado por el sistema injusto contra el cual insurgió nuestra revolución. La creación de la Confederación Nacional Agraria tiene, por todo esto, una gran importancia histórica para el Perú y su Revolución.

Así nuestro pueblo descubre que puede organizarse libremente para ejercer

de manera autónoma y directa su capacidad de decisión sobre problemas y situaciones que afectan su propia vida y su destino. Todos tenemos mucho que aprender en este orden de cosas. Porque ni gobernados ni gobernantes hemos estado acostumbrados nunca a que el pueblo organizado participe para ejercer el poder de decisión. Sólo tenemos en este orden de cosas el ejemplo luminoso de las comunidades campesinas Ellas en efecto, supieron, por encima de la más grande adversidad, conservar el legado inmemorial y extraordinario del viejo imperio incaico y de una más antigua cultura comunal auténticamente democrática y libre.

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Todo esto nos enseña que no es preciso, y que por el contrario sería pernicioso, organizar aparatos intermediarios de control o partidos oficiales que regimenten la vida ciudadana pasa seguir haciendo de la política el ejercicio de la intermediación. Nuestra Revolución aspira, como hemos señalado tantas veces, a crear un ordenamiento social participacionista. Queremos que un día el pueblo del Perú hable directamente por sí mismo. Aspiramos a construir una verdadera democracia social de participación plena, alejada de cuanto han predicado los caudillos de la política tradicional.

El mensaje fundamental de esta Revolución es, de este modo, algo

radicalmente nuevo en el Perú. Estamos realizando un proyecto político-social de alto rango histórico. No lo manchemos con los vestigios de lo que siempre fue la política criolla. Elevémonos a la altura de esta gran responsabilidad histórica de hacer en el Perú una sociedad en verdad nueva para un hombre nuevo. Y tengamos conciencia de que nuestra Revolución plantea nuevos rumbos, crea nuevos ideas, origina nuevas instituciones, Porque en todo esto se encierra una también fundamental dimensión de grandeza de nuestra Revolución. Ella no es, en efecto, tan sólo las conquistas de sus grandes reformas sociales y económicas. Ella es también el conjunto de sus definitorias formulaciones ideo políticas que representa el norte orientador de todo lo que hacemos.

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VI. COMUNIDAD LABORAL, PROPIEDAD SOCIAL Y ESTADO

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El desarrollo de una gran política económica participacionista, expresada primero en la Reforma Agraria y después en la Ley de la Comunidad Laboral, culminó con la creación del Sector de Empresas de Propiedad Social. Aquí se expresa de manera cabal el planteamiento participacionista de la Revolución Peruana en el campo de la economía. Históricamente, esta medida representa el paso tal vez más decisivo de la Revolución. Al iniciarse la organización de este prioritario sector económico, surge un elemento radicalmente nuevo en nuestro país. Por primera vez fuera de la economía agraria, empezarán a existir empresas de propiedad directa de los trabajadores socialmente organizados. Así, a las formas asociativas de propiedad de la tierra y a las formas cogestionarias de propiedad de las empresas no agrícolas, se agrega ahora una nueva institucionalidad económica, las empresas de propiedad plena de sus trabajadores.

Estas tres grandes reformas estructurales obedecen a la misma orientación

de pensamiento económico y social. Y las tres persiguen conquistar un mismo objetivo: la sustitución de la economía capitalista por una economía de participación. Cuando se consolide y avance más aún el desarrollo de estas medulares transformaciones de la Revolución Peruana, la fisonomía de nuestro país habrá cambiado de manera profunda e irreversible. Para entonces, millones de peruanos tendrán lo que nunca tuvieron en el pasado y que desde ahora ya empiezan a tener el disfrute efectivo de la riqueza que su trabajo crea y el acceso al control de los medios de producción. Todo ello ejercido a través de formas de propiedad que estimulen comportamientos solidarios y no individualistas, de acuerdo a un esquema de organización económica radicalmente distinto al que prescriben los modelos estatistas que nuestra revolución rechaza.

Como expresión culminante de esta fundamental orientación

participacionista, el desarrollo del Sector de Propiedad Social demandará readecuaciones y reajustes en todo el aparato del Estado. Desde ese punto de vista, nadie debe olvidar una verdad a todas luces evidente: el Estado tradicional se organizó para servir las necesidades del viejo sistema económico, social y político que la Revolución está transformando de raíz. Es obvio que un Estado de esta naturaleza no pueda satisfacer las necesidades que plantea el reordenamiento profundo e integral de nuestra sociedad, objetivo central de la Revolución. En consecuencia, es absolutamente indispensable reorientar y reestructurar todo el aparato del Estado, tal como fue planteado en el Manifiesto Revolucionario de 1968. Un nuevo ordenamiento socio-económico, un nuevo cuadro de relaciones de poder, un nuevo sistema de propiedad, en suma, una nueva sociedad, requiere un nuevo tipo de estructura estatal.

En el Estado se concreta y vertebra la institucionalidad surgida de la

situación social y económica de un país. Cuando esa situación se transforma es indispensable que las nuevas realidades creadas por esa transformación se

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expresen institucionalmente de manera distinta en un Estado que no puede ser el tradicional. Y todo esto requiere un nuevo orden jurídico y un nuevo derecho en los cuales también halle expresión la nueva realidad que surge de la Revolución y sus grandes transformaciones.

En tanto esa meta fundamental de la Revolución no sea conquistada a

plenitud, el aparato del Estado, desde ya, debe empezar a responder a las exigencias que plantea el desarrollo prioritario del Sector de Propiedad Social. Los sectores estatales vinculados a la creación y al fortalecimiento de las empresas de Propiedad Social, deben reajustar su organización y reorientar sus acciones para servir a este propósito esencial. Ellos son, desde ahora, por tanto, responsables de que ese reajuste y esa reorientación se implementen de manera inmediata.

Esto tiene particular relación con los sectores económicos, responsables

principales de impulsar el desarrollo de las empresas de Propiedad Social. Poco ganaríamos con unas cuantas empresas importantes en el nuevo Sector, y poco también con muchísimas pequeñas empresas sin gravitación económica. Lo esencial es crear y desarrollar el mayor número posible de poderosas empresas del nuevo Sector en los ámbitos más importantes de nuestra economía. Sólo de esta manera el aparato económico en su conjunto será modificado y empezará a tener un carácter verdaderamente participatorio. No se trata, pues, de crear apariencias y desarrollar pequeños o aislados casos ejemplares. Por el contrario, se tata de forjar, con el máximo de celeridad, un poderoso sector que gravite decisivamente en toda la economía nacional. Si queremos una economía no privada ni estatista, sino de participación, tendremos que apoyar con todo nuestro empeño a las empresas de Propiedad Social en las áreas económicas más importantes del país.

Desde otro punto de vista, será también indispensable que los sectores más

directamente comprometidos en esta tarea contribuyan con todo su esfuerzo a la preparación intensiva de nuevos cuadros gerenciales y administrativos que garanticen la eficacia económica de las empresas del nuevo Sector. Aquí se presentarán, sin duda, difíciles problemas. El Perú no cuenta con todo el personal calificado necesario para enfrentar las demandas de su desarrollo económico. De allí que, indispensablemente, una tarea prioritaria de la Administración Pública sea la de capacitar, con eficiencia y prontitud, al mayor número de elementos directivos de alto y medio nivel en las empresas del Sector de Propiedad Social. LA COMUNIDAD INDUSTRIAL

La comunidad industrial es fundamentalmente una institución de

participación, una institución que hace posible la intervención directa de los trabajadores en la vida total de la empresa, en la propiedad, en las decisiones, en el futuro de la riqueza generada por todos; y tiene un significado esencial como elemento básico de lo nueva sociedad industrial que la revolución quiere construir en el Perú.

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En efecto, el Gobierno Revolucionario considera que, en último análisis la

fuente final de la riqueza es el trabajo y que, concretamente, el excedente económico generado en el proceso productivo, se debe conjuntamente a los dos factores de la producción. Desde este punto de vista, el sueldo o el salario representan, además del pago de un servicio, el reconocimiento del derecho del hombre que trabaja a la satisfacción de sus necesidades, pero no la retribución del trabajo en cuanto factor esencial de la producción. De este modo, la participación del trabajo en la riqueza que el proceso productivo genera, debe necesariamente ser un medio de dar acceso, no sólo a un ingreso adicional inmediato y momentáneo, sino, fundamentalmente, a un patrimonio capaz de generar una riqueza adicional de carácter permanente. Por esta razón, las leyes revolucionarias en el sector industrial establecen la Participación del trabajo en las utilidades, en lo dirección y en la propiedad de las empresas. En países pauperizados como el Perú, donde las inmensas mayorías no pueden ahorrar, desconocer este punto de vista y sostener que, el ahorro, y no el trabajo, es el generador de la riqueza, significa mantener indefinidamente la pobreza y el atraso de los grandes sectores sociales marginados y, por ende condenar al país en su conjunto, a una eterna situación de subdesarrollo. En consecuencia, la legislación industrial del Gobierno Revolucionario respeta todas las conclusiones derivadas del principio de reconocer la plenitud de derecho que otorga al trabajo la circunstancia de ser uno de los factores esenciales en la producción de riqueza.

Este es el planteamiento doctrinario que sustenta la idea de la comunidad

industrial.

La comunidad industrial, ha de traducirse en incalculables ventajas de orden económico y social para los trabajadores. Sin embargo, no se trata únicamente de que ellos perciben beneficios económicos a través de la Comunidad Industrial, ni tampoco de que participen en la dirección de la empresa para defender sus beneficios y contribuir a su desarrollo; se trata, principalmente, de estimular la forja do la nueva personalidad que el trabajador irá adquiriendo al no ser ya más un simple asalariado, sino el verdadero creador de una comunidad humana que él pueda sentir verdaderamente suya. LAS EMPESAS ESTATALES

Un campo de potenciales problemas importantes es el que se refiere a la

acción de las grandes empresas estatales. Existe el peligro de que ellas se sigan conduciendo de manera totalmente tradicional.

Los ministerios dentro de cuyos sectores operan estas empresas y los

funcionarios que las dirigen, tienen la fundamental responsabilidad de darles una fisonomía completamente diferente. Si la Revolución suscribe una posición participacionista, en esa posición debe basarse el comportamiento de las empresas del Estado. Su conducción vertical y jerarquizada, que niega la participación real de quienes en ellas trabajan, conduce inevitablemente a la

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excesiva concentración de la capacidad de decidir y a la ausencia de control efectivo en el funcionamiento empresarial.

Todo esto, unido a la perniciosa tendencia hacia las altas remuneraciones,

contribuye necesariamente a profundizar las diferencias entre los propios trabajadores del Estado. La concentración de poder, el carácter no participatorio y el afianzamiento del virtual privilegio de quienes ganan sueldos excesivos, todo esto propicia el surgimiento de intereses creados y refuerza el gran peligro de la burocratización. Al amparo de todo ello se crean condiciones favorables a la inmoralidad y al enriquecimiento de una alta burocracia que medra con grave daño para el Perú. El Gobierno Revolucionario no puede permitir que cristalice una situación de esta naturaleza. Es preciso contrarrestar las tendencias negativas. En esto se juega, en verdad, mucho del destino de nuestra Revolución. Por todo esto, las empresas del Estado deben en nuestro país ser ejemplo de eficiencia, de honradez, de no burocratización y de acción realmente participatoria. De no ser así, estaremos actuando en contra de los propios principios de la Revolución. Tenemos, pues, que ser inflexibles en el propósito de cambiar radicalmente el carácter de las empresas estatales. E inflexibles también en la decisión de castigar ejemplarmente cualquier brote de inmoralidad en la administración pública. LA PROPIEDAD SOCIAL

En la base misma del planteamiento revolucionario está la noción fundamental de que una posición no capitalista y no comunista debe concretarse en empresas económicas basadas en la propiedad directa de los trabajadores y no en la pro piedad privada, propia del capitalismo, ni en la propiedad estatal, propia de los regímenes comunistas. La creación del sector económico de Propiedad Social nos alejará por igual da los regímenes que privilegian dichas formas de propiedad y nos alejará también de los sistemas políticos que se basan en ellos.

En este sentido, la Propiedad Social resulta ser críticamente importante

para nuestra Revolución. Su existencia compromete la esencia misma del proceso revolucionario. Porque la médula de un planteamiento participatorio, vale decir, verdaderamente democrático, como el nuestro, hace indispensable lo creación de formas económicas que sean también democráticas y participatorias. Y esas formas no pueden ser otras que aquéllas en las que se consagra La propiedad de las empresas por parte de sus propios trabajadores.

La Propiedad Social de los medios de producción expresa con fidelidad la

opción política fundamental de la Revolución Peruana. Frente al capitalismo, no tenemos objeciones puramente adjetivas. Nuestra recusación compromete la esencia misma de este sistema. La producción social de la riqueza y su apropiación individual o privada -y aquí radica esencialmente la racionalidad económica del capitalismo- siempre habrá de generar inevitablemente injusticia y desigualdad. Manteniendo un sistema así será imposible eliminar la explotación del hombre por el hombre. Y sería imposible también, en consecuencia, construir

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un ordenamiento de justicia social. El Perú ha experimentado el sistema capitalista durante más de cien años. Y sus resultados están a la vista: subdesarrollo y dominación económica extranjera; concentración monopólica del poder económico y político; marginación de las grandes mayorías nacionales; subordinación a los intereses imperialista. Dentro de él nuestro país nunca podría dejar de ser lo que fue en el pasado, y lo que es aún en el presente.

Más, la sustitución de la propiedad privada por la propiedad estatal no

resuelve, a nuestro juicio, los problemas fundamentales que enrostramos al capitalismo: la concentración de poder se mantiene; la inaccesibilidad de los trabajadores al poder de decisión continúa; la alienación del hombre que no tiene control sobre la riqueza que su trabajo genera, persiste. Y, además, el monopolio del poder económico y político por parte de una burocracia partidaria que controla el Estado se traduce inevitablemente en regimentación e intolerancia. Esto tampoco queremos para el Perú.

¿… porqué prioritario?

El sector de propiedad social será prioritario en la economía peruana en el

sentido de que recibirá preferente atención del Estado en el otorgamiento de apoyo técnico y financiero. La razón de esta prioridad deriva del hecho de que ese sector económico expresa con fidelidad la opción política de nuestra revolución. Más no que la propiedad social represente una forma de estatismo disfrazado. Negral al futuro sector de Propiedad Social esta forma de apoyo efectivo sería, en los hechos, negarle toda posibilidad real de existencia. Sin embargo, los mecanismos financieros del Estado darán únicamente el impulso inicial al Sector de Propiedad Social. Luego las empresas del sector financiarán por si mismas sus actividades. En ningún momento esos organismos financiadores dirigirán las empresas ni serán sus dueños.

...los que se oponen

Sabemos muy bien que no todos los que se oponen a la existencia del

Sector de Propiedad Social son reaccionarios y enemigos de los cambios socio-económicos en el Perú. Como en el caso de toda idea nueva, hay quienes se oponen a esta iniciativa de la Revolución simplemente porque desconocen lo que ella significa y, en consecuencia, no comprenden su extraordinario valor para nuestro pueblo. Pero esto no significa desconocer el hecho de que la oposición política al Sector de Propiedad Social surge de los grupos conservadores cuyos intereses económicos están en juego. En nombre de esos intereses tales grupos defienden la continuidad del sistema capitalista con el mínimo posible de alteraciones. Aquello tampoco significa desconocer el hecho de que esa posición también surge de los grupos comunistas que autoritaria y por lo tanto conservadoramente sostiene que toda la economía del país debe ser controlada por el Estado.

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Lo que muchos detractores de la Propiedad Social no confiesan, es que se oponen a ella para defender sus intereses y los intereses de los grupos nacionales y foráneos que siempre dominaron nuestra Patria, monopolizando sus recursos y llevándose su riqueza al extranjero. Unos y otros para encubrir esta verdad de fondo no vacilan en engañar, en deformar, en tergiversar la realidad y las intenciones del Gobierno Revolucionario. Tampoco vacilan en invocar el legado valorativo y moral del cristianismo y de occidente, como si fuera lícito invocarlo para defender la continuidad de la injusticia, del abuso, de la discriminación; o para impedir que quienes nunca tuvieron acceso a la propiedad empiecen a tenerlo bajo formas solidarias y libres, gratas, justamente, a lo mejor y a lo más perdurable de la tradición histórica de occidente y al mensaje moral del cristianismo.

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VII. LA REVOLUCION Y EL EJERCICIO DE LA POLITICA

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Hacer una revolución, transformar un país, construir el futuro de un pueblo, reivindicar la soberanía de una nación y recobrar la auténtica independencia de una patria, todo esto es político, en el alto e ilustre sentido del vocablo. Eso está haciendo la Fuerza Armada del Perú, eso es lo que estamos haciendo quienes hoy gobernamos en su nombre. No estamos haciendo política subalterna. No estamos haciendo política partidaria. No estamos haciendo proselitismo político en el sentido peyorativo y tradicional del vocablo. Pero sí estamos ejerciendo docencia política, elevada y en función de la Patria.

Al asumir le responsabilidad de gobernar, asumimos también

inevitablemente une misión política. La política de una Revolución implica también el uso de un nuevo lenguaje,

que no es el de la simulación, del eufemismo, del rodeo, sino, por el contrario, un lenguaje directo, limpio, accesible o todos. Que no trate de engañar ni de confundir, sino de esclarecer, de tornar indubitable la posición revolucionaria de quienes gobiernan.

Todo está siendo logrado dentro de un nuevo estilo de acción política que

parte de nuestra filiación humanista y libertaria. Gobernar es también hacer permanente docencia política. Muchas veces puede surgir la tentación de actuar drásticamente imponiendo criterios y obligando a que los demás piensen como nosotros. Tal vez de actuar así se lograrían muchas cosas con mayor rapidez y con menor dificultad. Pero en tal caso a la larga habríamos contribuido a eternizar las formas de conducta política que caracterizaron a todos los regímenes conservadores del pasado. Tenemos que ser siempre pacientes y siempre tolerantes, hasta los propios límites compatibles con la seguridad de la obra que estamos realizando.

Sabemos demasiado bien que muchas veces no es posible alcanzar todo lo

que querernos. Sabemos demasiado bien que a veces es necesario esperar mejores condiciones y mejores momentos para conquistar nuestros objetivos. Pero también sabemos demasiado bien que jamás desviaremos el rumbo nacionalista de nuestra revolución. Ella persigue como meta final de sus esfuerzos, la edificación de un nuevo ordenamiento socio-económico en el Perú, libre de las lacras abominables del subdesarrollo y de la dominación económica extranjera. Y esa meta nunca será perdida de vista por nosotros.

Esa meta final es la que sirve de orientación a la política general del

Gobierno de la Fuerza Armada. Resulta por entero comprensible que aún persistan la incredulidad y el

escepticismo en este país donde tanto se traficó con las promesas y donde la politiquería sustituyó a la política. Aquí precisamente radica una de las grandes culpas y responsabilidades de quienes contribuyeron deliberadamente a la corrupción de nuestras instituciones representativas y de esa democracia en cuyo nombre se comerció con las aspiraciones de un pueblo abnegado cuyo único

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delito fue creer en quienes habrían de engañarlo. Y hoy no estamos haciendo política en el sentido tradicional de la palabra. No estamos bajo la influencia de ningún partido. Pero gobernar y dirigir una revolución es tarea de carácter político, como lo es resolver los problemas económicos y sociales del país y como es, en verdad, asumir una posición valorativa frente a los grandes interrogantes de nuestra compleja realidad. Para superar la profunda crisis en que se debatía nuestra patria fue indispensable asumir el poder político. Y un nuevo concepto respecto de su ejercicio. Conservarlo sigue siendo indispensable para garantizar que nuestros grandes postulados de transformación nacional se realicen en forma integral e irreversible. EN LO ECONÓMICO

Todo el conjunto de realizaciones de la revolución descansa en la básica

solidez de nuestra economía que ya ha logrado su plena activación una vez superados los efectos de largo alcance que produjera la devaluación monetaria de 1967 y, en general, el carácter mismo del manejo de la economía durante toda la etapa pre-revolucionaria.

Ha continuado desarrollándose con éxito la firme política de reorganizar

progresivamente la conducción de las finanzas públicas. El esfuerzo interno ha permitido que, paralelamente con los profundos cambios estructurales y la recomposición gradual de la distribución de la renta nacional, se dé un crecimiento significativo del producto bruto interno. Nada de esto ha afectado la fuerte posición de nuestras reservas internacionales que en la actualidad superan los 500 millones de dólares.

Si bien los recursos financieros externos, en forma de créditos, no nos

llegan de los organismos internacionales de los que somos socios, por razones políticas y por influencias alejadas de la ética de la cooperación internacional, los países acreedores de nuestra deuda externa se han comprometido dentro del Grupo Consultivo del Banco Mundial, organizado para el Perú, a financiar parte importante del costo de proyectos ya preparados o en vías de ser terminados. A esto se suma un aporte considerable de créditos obtenidos en la Unión Soviética, en China y en los países de Europa Oriental que constituyen apreciable refuerzo a nuestra capacidad de desarrollo independiente.

Todo el sistema financiero nacional está hoy en condiciones de cumplir su

función de apoyo a la actividad empresarial estatal, privada, reformada y de propiedad social. A medida que se vayan definiendo los conceptos sobre los nuevos sujetos de crédito en el vasto campo de la propiedad social, nuestro sistema financiero irá cubriendo progresivamente sus necesidades de desarrollo.

Una medida de trascendental importancia en el campo financiero dispuso la

regulación total por el Estado del movimiento de divisas y la obligación de repatriar y vender las tenencias y depósitos de moneda extranjera que poseyeran las personas naturales y jurídicas en el exterior. Esta decisión se adoptó en

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momentos en que la situación de la balanza de pagos, el incremento sustancial de las reservas internacionales, el positivo desenvolvimiento de las finanzas públicas, la liquidez de la economía y la sólida estabilidad de nuestro signo monetario, era circunstancia propicia para regular el mercado de giros sin las repercusiones negativas que, bajo otras condiciones, podrían haberse derivado de una medida de esta naturaleza.

El Gobierno no podía expectar pasivamente la creciente especulación

observada en el mercado de giros ni la salida injustificada de capitales al exterior, porque así se privaba el país de la riqueza generada con el esfuerzo de toda la sociedad y la utilización de recursos nacionales.

Ni podía aceptar que parte del ahorro interno sirviera para sostener economías foráneas, obligando al Perú a buscar estos recursos por lo vía de préstamos que muchas veces se obtienen sólo en condiciones onerosas.

El sistema bancario ha sido también modificado de manera fundamental. La

banca de desarrollo estatal ahora juega un papel preponderante que antes nunca tuvo.

Un paso importante en el desarrollo de la política de peruanización de la

Banca se refleja en el hecho de que sólo el 6% de su capital está en poder de extranjeros y en la circunstancia de que las cuatro sucursales de la banca extranjera existentes en el país no influyen en la captación masiva del ahorro y en cambio están obligados a mantener líneas de crédito en monedas no peruanas, canalizándolas directamente al Banco de la Nación.

Esta medida significa, por un lado, que el movimiento de moneda extranjera

no estará ya sujeto a la especulación ni a los criterios de interés personal o de grupo. Bajo el control del Estado, él servirá sólo para atender las necesidades del desarrollo del país. Y, por otro, que las transacciones internas se harán únicamente utilizando el sol peruano que de este modo ha recobrado su verdadero valor de moneda nacional.

En esta forma, el Banco de la Nación tiene fundamental importancia para

nuestro desarrollo nacional, porque significa que los grandes recursos del Estado ya no continuarán siendo manejados en provecho particular por los dueños de la Banca Privado, sino servirán exclusivamente para beneficio de todos los peruanos representados por el Estado.

Por otra parte, el deber de cautelar los ahorros del público confiados a una

institución bancaria del país y la necesidad de evitar su absorción por la banca extranjera, llevaron al Gobierno Revolucionario a decretar la adquisición, por parte del Banco de la Nación, del 85% del capital accionario del Banco Popular del Perú. Este medida, concordante con la política del Gobierno Revolucionario, amplia y fortalece considerablemente la capacidad operativa de la Banca Estatal. Le otorga un poder mucho mayor para orientar y determinar el sentido de las actividades

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crediticias en el Perú y le proporciona una extendida infraestructura de servicios que permitirá a la Banca del Estado cubrir prácticamente todo el territorio nacional.

La creación de la Corporación Financiera de Desarrollo (COFIDE) tiene

vital importancia para el país, no sólo como un instrumento paro lo reactivación económica sino también para hacer frente al reto de la integración a nivel subregional andina. Vigoriza lo acción empresarial, capta ahorros y los dirige a inversiones prioritarias, a la vez que impulsa la acción financiera empresarial del Estado y coordina las fuentes de recursos internos y externos para la inversión, Como organismo rector de la inversión, financiera participará en proyectos importantes y rentables, tanto del sector público como del sector privado y actuará como cogestor en el accionariado de empresas establecidas o por crearse.

A menos de cuatro años de su creación COFIDE ya ha incursionado en el

terreno de las realizaciones en minería, petroquímica, industria manufacturera y agroindustria.

La comercialización de los minerales y de la harina de pescado es ahora

responsabilidad estatal. Esto da al Perú gran capacidad de financiamiento externo e impide que ganancias y divisas salgan del país en provecho de consorcios extranjeros.

El Estado tiene hoy el monopolio de la refinación del petróleo y de los

minerales y también el monopolio de su comercialización y de la comercialización de casi todos los productos que el Perú exporta. De esta manera es toda la Nación la que ahora se beneficia de una riqueza que antes sirvió tan sólo firmas extranjeras y a grupos nacionales de ellas dependientes.

El Perú entiende que la problemática minera en el mundo de hoy se sitúa

en el área central de las relaciones entre los países que luchan por su desarrollo auténtico y autónomo. Nadie debe ignorar la realidad esencialmente conflictiva de tales relaciones. Porque nadie puede ignorar que ellas ponen de relieve una profunda disparidad de intereses económicos en torno a este problema. Será preciso una nueva visión, alta y esclarecedora, para que todos podamos comprender que sólo criterios de auténtica justicie pueden proporcionar el cuadro normativo que permita dar solución integral y duradera a esa compleja problemática que afecta de manera directa o indirecta a virtualmente todos los países de la tierra.

En nuestro caso, la minería reviste un enorme interés para el país, porque

el desarrollo nacional está íntimamente ligado al desarrollo de la minería. El sector externo de nuestra economía dependerá fundamentalmente de la exportación de metales con el mayor grado de procesamiento que permita nuestro desarrollo industrial. El Gobierno Revolucionario considera indispensable apoyar de manera decidida a la pequeña y mediana minería, hacia la cual estamos canalizando un crédito adecuado y para cuya promoción se dictará una importante ley. Todo esto

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sin descuidar las actividades de la Gran Minería que constituye factor de primordial importancia en la vida económica nacional.

Es preciso por tanto plantear la problemática minera dentro de una

perspectiva histórica y global que permita encararla en términos de hoy, no del pasado.

El Ministerio de Energía y Minas ha sentado las bases para una política

petrolera nacionalista, al reemplazar el sistema de concesiones por el de contratos y al establecer que la refinación y la comercialización del petróleo y sus derivados son de responsabilidad del Estado; la nueva legislación sobre hidrocarburos contiene dispositivos destinados a estimular la concurrencia del capital privado en las etapas de exploración y explotación. La nueva orientación de la política petrolera peruana, aparte de asegurar que las ganancias de la industria del petróleo serán para el país, ya ha empezado a dar frutos. Su sólida situación económica ha permitido bajar el precio de la gasolina, programar ampliaciones y realizar trabajos de prospección y explotación.

Nuestra Empresa Petrolera se denomina “PETRO-PERÚ”, contando con un

capital autorizado de cinco mil millones de soles. “PETRO-PERÚ” ha lanzado ya al mercado su primera línea de lubricantes.

La política nacionalista que en materia petrolera signó desde el primer

momento la acción del gobierno, y cuyo marco normativo se fijó en el Decreto Ley N °-177440, de febrero de 1969, ha hecho posibles los grandes éxitos que en este campo ha tenido le revolución y que culminaron con el hallazgo de petróleo en los pozos perforados por Petroperú. El hallazgo de petróleo no ha sido de ninguna manera fruto del azar, sino resultado de una bien pensada y cuidadosa política establecida en función de los intereses del Perú.

La nueva riqueza petrolífera encontrada en la selva abre posibilidades

insospechadas para nuestra economía y para el desarrollo del nororiente peruano. La concreción de estas posibilidades implica ejecutar la obra ambiciosa y compleja de un oleoducto que debe construirse con el esfuerzo total del país. Encontraremos la financiación necesaria para que ese oleoducto sea nuestro. Utilizaremos en él nuestro acero y todos los materiales que requiera la ejecución de esta obra fundamental para el Perú. Se ha previsto que hacia fines de 1976 el petróleo de la selva peruana llegará a nuestra costa para satisfacer las necesidades del mercado internacional. De esta manera, nuestra economía se fortalecerá con nuevas divisas y, además, con el ahorro que supone poner término a la compra de petróleo en otros países.

En el zócalo continental, frente o Tumbes, se ha terminado la perforación de

un pozo de gran rendimiento que es indicación de la existencia de un nuevo e importante yacimiento.

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Esta política nacionalista no es incompatible con la celebración de contratos para lo explotación parcial que Petroperú aún no se encuentra en condiciones de financiar con sus actuales recursos. Dentro de marcos legales que garantizan la refinación y la comercialización exclusivas por parte del Estado, la explotación por medio de empresas extranjeras, sin riesgo alguno de inversión para el país, representa aporte sustantivo a nuestra economía y fuente de financiación del desarrollo de las grandes reformas sociales y económicas de la revolución en el futuro.

Esta política, basada en el realismo de una revolución que jamás se ha

apartado de los principios que definen su propia esencia, conquistó uno de sus principales objetivos cuando el 22 de mayo de 1972 culminó el trámite legal para la traslación de dominio al Estado de todos los bienes que la Internacional Petroleum poseía en el Perú. La revolución ha cumplido de esta manera con su compromiso de reivindicar a plenitud la soberanía de nuestra Patria frente a la acción ilegal y predatoria de una empresa extranjera.

Esta es una conquista de la Revolución. Si la Revolución no hubiera

ocurrido seguramente la ingente riqueza petrolífera de nuestra amazonia estaría hoy en manos de esa Internacional Petroleum a la cual ardientemente defendieron durante largos años los mismos que hoy atacan o lo Revolución.

La explotación de petróleo por la empresa estatal creada por el Gobierno de

la Fuerza Armada da una enorme seguridad al futuro económico de nuestro país y garantiza la exitosa continuidad del proceso revolucionario. Esto, sin embargo, no debe conducirnos ni a la complacencia ni a la subestimación de nuestros adversarios. Debemos, por tanto, estar constantemente alertas. La mejor seguridad es mantenerse preparados, porque una Revolución jamás deja de tener enemigos.

EN LO CULTURAL Y EDUCATIVO

El logro de una verdadera autonomía económica no sería completo sin la

conquista de una comparablemente importante autonomía cultural. Si el Perú va a ser capaz de forjar y afianzar una personalidad definida y

propia en al mundo de hoy, será preciso desplegar un esfuerzo muy grande en el terreno de la educación y la cultura. Reconocer la significación de nuestros propios valores culturales, artísticos e intelectuales debe constituir el punto inicial de una política comprometida a reivindicar y a engrandecer los méritos y la gran potencialidad creadora del pueblo peruano. Ser auténticamente libre implica, en una dimensión fundamental, poseer una identificable y propia personalidad cultural. Y esto no se logra sin autenticidad, sin hundir las raíces en nuestro propia realidad, en nuestra propia historia, en nuestra propia vida, para de ellas forjar una manera de ser fidedignamente peruana, es decir, una cultura que la sintamos nuestra, ni superior ni inferior, sino diferente a la de otros pueblos que sólo cuando la hayamos conquistado sabrán respetarnos plenamente.

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La inmensa complejidad de este propósito jamás debe arredrarnos. Su

conquista, en verdad, forma parte sustantiva de ese gran ideal de construir un mundo distinto y mejor, del cual con orgullo podamos sentirnos parte en la convicción de que él habrá de ser un mundo verdaderamente nuestro en todas las dimensiones de la vida, del espíritu y de la obra del hombre de esta tierra.

La política cultural de la Revolución Peruana, se enraíza en tal

convencimiento, y tiende su decidido apoyo al estudio de nuestra realidad en sus dimensiones de presente y pasado, a la investigación de las ciencias sociales en su sentido más abarcador y completo, y al análisis de los múltiples problemas que, desde la lingüística hasta la economía, será necesario plantear y resolver para superar definitivamente la intolerable marginación social y cultural que ha sufrido hasta hoy vastos sectores de nuestro pueblo.

Todo esto será preciso hacer, como aspecto esencial del esfuerzo por

crear una nueva sociedad humanizada y justa, libre y desalienante, liberadora y culta.

Todo esto demandará de nuestro pueblo un gigantesco esfuerzo creador, una nueva visión de sus problemas sociales más profundos, una fecunda e imaginativa política cultural que, aparejada a los cambios estructurales hoy en marcha, refuerce la posibilidad de forjar valores de una nueva moral social y de una nueva cultura en el Perú.

De este modo, las ciencias y humanidades habrán de jugar un papel cada vez más significativo en el futuro. Ellas nos ayudarán a descifrar y reivindicar el viejo mensaje de sabiduría y justicia que se encierra en ese gran pasado del Perú aún no totalmente descubierto y de cuya savia más iluminante queremos que se nutra nuestro quehacer de hoy para que siempre responda con autenticidad al destino y al ser más profundo de nuestro pueblo.

Concebimos la problemática peruana cómo totalidad. Esto implica tener una

visión integral e integradora de sus manifestaciones sociales, económicas y culturales. E implica también reconocer que las relaciones estructurales determinan en última instancia la intensidad, la gravitación y la naturaleza de las cuestiones fundamentales que encara nuestro pueblo. Dentro de una perspectiva así, resulta inevitable admitir que es la esencia estructural del ordenamiento socio-económico la que condiciona y determina el modo de ser de los fenómenos fundamentales que afectan a la nación peruana. Y por tanto el punto de partida es para nosotros el reconocimiento lúcido de cuál es el carácter definicional de nuestra sociedad. Este carácter definicional más profundo lo encontramos en la condición del Perú tradicional como país dependiente y subdesarrollado.

Todos los problemas básicos de nuestro pueblo están referidos a esa doble

raíz estructural, cuya cancelación es el objetivo político central del proceso

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revolucionario peruano. Ninguno de los problemas fundamentales del Perú podría haber sido resuelto en ausencia de uno acción nacional encaminada a luchar militantemente contra el subdesarrollo y la secular subordinación del Perú a centros foráneos de poder. Por eso el prerrequisito de cualquier acción solucionadora tenía que ser la puesta en marcha de un proceso transformador que tuviese como objetivo central la superación definitiva del subdesarrollo y la dependencia.

Las reformas básicas del Gobierno Revolucionario del Perú están

orientadas a lograr ese objetivo fundamental. Ellas, así mismo, responden a una concepción de conjunto. Porque estamos convencidos de que ningún problema de magnitud nacional en nuestro país puede ser exitosamente resuelto de manera aislada, sin referencia al contexto global del que necesariamente es parte. En este sentido, precisa recordar que el modo de ser estructural de la sociedad en su conjunto se refleja, por decirlo así, en la realidad parcial de los elementos que la forman.

Este carácter integral e integrador de nuestra política es inseparable de la

naturaleza revolucionaria del gobierno que hoy rige los destinos del Perú. Muchas veces hemos dicho, que no estamos interesados en una política de modernización que introduzca reformas incrementales en el ordenamiento tradicional para, en final de cuentas conservarlo. Estamos, por el contrario, hondamente comprometidos con una posición radicalmente distinta. Nuestro objetivo es transformar las bases de sustentación del sistema socio-económico tradicional. Esto supone modificar sustantivamente las relaciones de poder económico, político y social que prevalecieron hasta el advenimiento del régimen revolucionario. Y supone también poner en marcha un proceso de vastos alcances temporales que nosotros no habremos de culminar y que será una tarea nacional renovada y permanente a lo largo de muchos años. Comprendemos muy bien la inmensa complejidad que conlleva el esfuerzo de rehacer la realidad total de una nación. Conocemos sus riesgos. Reconocemos nuestras limitaciones. Pero por encima de todo esto están la convicción de que esta tarea debe ser realizada y la decisión de emprenderla venciendo todos los obstáculos.

A esta perspectiva obedecen la formulación de la política educacional que

hoy suscribe el Perú y la orientación de la reforma educativa que encarna esa política. El fenómeno educacional no se desenvuelve en el vacío; forma por el contrario, parte de la textura más profunda y vital de nuestra sociedad.

Como cualquiera otro de los sistemas institucionales del país, el educativo

reflejó en su estructura y en su funcionamiento las características definitorias del orden social, económico y político del Perú tradicional. Tal sistema fue en esencia discriminador y selectivo, incapaz de plantear y resolver los problemas educacionales más agudos de la inmensa mayoría de peruanos. No es que careciera de méritos y aciertos, sino que tales méritos y aciertos jamás alcanzaron a cubrir ni cualitativa ni cuantitativamente, las demandas reales de la nación peruana. Y como parte integrante de un ordenamiento socio-económico global, el

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sistema educativo tradicional estuvo diseñado para contribuir al sustento y ala perpetuación de tal ordenamiento. Por eso de él no podía esperarse la solución de nuestros problemas educativos básicos, ni tampoco que se alejara sustantivamente de la orientación que necesariamente le impuso el orden global, del que formaba parte. Por ende, nuestra recusación del sistema educativo tradicional es parte y consecuencia de la recusación que hacemos de ese sistema total de la sociedad peruana que la revolución ha empezado irreversiblemente a superar.

La reforma educacional de la revolución aspira o construir un sistema

educativo que satisfaga las necesidades de toda la nación, que llegue hasta las grandes masas campesinas siempre explotadas y siempre mantenidas deliberadamente en la ignorancia, que cree una nueva conciencia de los problemas básicos de nuestro país en todos los peruanos, y que contribuya a forjar un nuevo tipo de hombre dentro de una nueva moral social que enfatice los valores de la solidaridad, el trabajo, la creación, de la libertad auténtica y de la justicia social como quehacer, responsabilidad y derecho de todos y cada uno de los hombres y mujeres del Perú.

Como toda la obra que estamos realizando, la reforma educativa debe ser

entendida a partir de su esencia procesal. Su éxito será resultado del empeño de toda una nación. En ello deben participar creadoramente los estudiantes, los maestros, la sociedad toda. Porque sólo de esta manera será posible superar definitivamente un deformante y estrecho enfoque pedagógico. Los problemas cruciales de la educación no son, en forma alguna, quehacer exclusivo de la pedagogía. No se trata únicamente de hacer enseñanza, sino fundamentalmente de hacer nuevos hombres. No se trata sólo de modificar las currícula y las formas de organización. Se trata de darle un nuevo contenido a lo educación y de reorientarla para la conquisto de objetivos cualitativamente distintos a los que persiguiera en el pasado un ya obsoleto sistema educativo.

Nuevos contenidos, nuevos valores de orientación, nueva forma

organizativa, nuevas finalidades, en sumo, nueva esencia, es lo que nuestra reforma debe crear en el Perú. Y esto supone necesariamente nueva mentalidad, nuevos actitudes, nuevos comportamientos, es decir, nuevos hombres para conducir un proceso cuyo médula misma tiene que ser su alta capacidad creadora, su flexibilidad, su realismo y el compromiso profundo con su sentido de contribución que desde el campo educativo debe enriquecer y afianzar el proceso total de transformaciones revolucionarias en el Perú de hoy.

Esta reforma educativa, en extremo difícil pero esencial para el éxito de la

labor que estamos realizando en el Perú, ya ha comenzado. Su iniciación se inserta en el conjunto de las grandes tareas contempladas en el Plan Nacional de Desarrollo, toma en cuenta las limitaciones derivadas de la necesidad de emprender programas de crucial importancia en distintos campos del desarrollo económico, y realistamente respeta los límites que fija la disponibilidad de recursos financieros y humanos actualmente al alcance del país. Por su inmensa

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significación, la reforma educativa debe, estar rodeada de las máximas seguridades de éxito. Nuestros esfuerzos deben concentrarse en la aplicación de medidas fundamentales que tiendan a darle a la reforma una base de cimentación sólida, profunda y perdurable. Dentro de esta perspectiva las acciones que la reforma debe permanentemente enfatizar, son las que tocan a los campos de lo reestructuración administrativa y organizacional del sistema, su modificación funcional, en base al concepto de nuclearización, el entrenamiento y reentrenamiento de docentes, el desarrollo de programas experimentales en diferentes partes del país, y la preparación de nuevos currículos y textos educativos.

La gradualidad en la aplicación de la reforma, en manera alguna significa

lentitud en su proceso. El Gobierno Revolucionario comprende muy bien la trascendencia de esta reforma para el presente y el futuro del Perú. Estamos enfrentándola con un indesviable sentido de responsabilidad, con plena conciencia de que no contamos ni jamás contaremos con las condiciones y elementos ideales para su cumplimiento. Nuestra formación revolucionaria nos impide caer en el frágil terreno de las actitudes quiméricas y de los comportamientos de ilusión. Sabemos muy bien cuán difícil habrá de ser mantenernos constantemente próximos, en los hechos, a las postulaciones teóricas de la reforma. Serán inevitables las fallas y vacíos. Nadie puede en conciencia exigir a esperar que este grandioso esfuerzo esté libre de ellos. Pero será indispensable tener todo esto constantemente en el plano más alerta de nuestra conciencia para garantizar que tales fallas y vacíos sean cada vez menores y menos importantes. Y sobre todo, a la vista de la real inmensidad de la obra que hemos acometido, será preciso mantener siempre una actitud de profunda confianza en la respuesta creadora y generosa de un pueblo que, liberado de la múltiple explotación que lo victimó por centurias, será a partir de hoy el estímulo, el vigilante, el ejecutor, el elemento fundamental de su propia transformación. El pueblo en suma, será el dador de la sabiduría que a sus servidores y dirigentes pudiera alguna vez faltarles.

Para nuestra reforma educativa reclamamos el mérito de ser una

formulación autónoma, surgida de nuestra realidad para ser una respuesta a sus más angustiosos problemas. Y en esto ella obedece también al sentido profundo de la Revolución Peruana como proceso de veras nuestro. Lo cual no significa, sin embargo, desconocer nuestro compromiso con el mundo latinoamericano del que formamos parte, ni con ese otro mundo más vasto y problemático, que constituyen hoy todos los pueblos que en diferentes latitudes luchan por reencontrar su destino y afirmar su plena independencia nacional; frente a la presión de las grandes potencias que compiten por la hegemonía económica y política del orbe. Por encima da la singularidad que, respondiendo a nuestra historia y a la naturaleza de nuestra problemática de hoy, marca un rumbo distinto y autónomo al proceso revolucionario del Perú, somos conscientes de compartir con otros hombres y otros pueblos un destino básicamente común en términos de una común oposición a todas las formas de dominio imperialista en los inseparables campos de la economía y la política. En suma, esta revolución

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tiene conciencia de la imposibilidad de ser un fenómeno en total aislamiento y comprende muy bien el significado de lo que ello puede implicar en la experiencia de otros pueblos hermanos. Esto, obvio es decirlo, es consecuencia directa del propósito nacionalista que persigue superar todas las formas de dominio extranjero en salvaguarda de una soberanía por nosotros ya reconquistada e irrenunciable.

Nuestro enfoque de los problemas y de la responsabilidad de la educación

en el Perú no podría, por todo lo anterior; desentenderse de una estimativa más amplia referida a problemática educativa y cultural del continente latinoamericano. Una óptica estrechamente nacional resulta insuficiente para entender los fenómenos más significativos de cada una de nuestras repúblicas. Su comprensión cabal, en consecuencia, depende en gran medida del reconocimiento de la profunda similitud que hace del conjunto de las problemáticas nacionales una grande común problemática continental.

Quienes son responsables de conducir y orientar la política educacional de

nuestras naciones deben contribuir a la realización autónoma de toda la potencialidad creadora del hombre latinoamericano y el desarrollo, autónomo también, de una ciencia y una tecnología propias, capaces de eliminar el peligro que significaría acentuar la creciente dependencia de nuestro continente en este campo virtualmente decisivo en el mundo contemporáneo. EN NUESTRAS RELACIONES INTERNACIONALES

Desde el primer instante, hemos puesto en práctica una ejemplar política

internacional independiente. Ella ha dado a nuestra Patria un prestigio muy alto que antes le fue desconocido. Por primera vez, nuestra diplomacia se decide sin consultar a ningún país poderoso. La prepotencia de los intereses y de los privilegios tiene ya un límite en el Perú.

Nuestras relaciones internacionales continuarán incrementándose

convenientemente de acuerdo con los planteamientos de nuestra política exterior. Los importantes avances de la revolución en su frente interno tienen su

contraparte internacional en el renovado interés que suscita la Revolución Peruana en otras naciones como modelo político concreto para superar el subdesarrollo y luchar contra la dependencia. Día a día se acrecienta el prestigio del proceso revolucionario peruano, particularmente en América Latina y en otras regiones del Tercer Mundo. La voz del Perú se escucha ahora con atención en todos los escenarios internacionales. Y esto, lejos de alentar en nosotros sentimientos de arrogancia, sirve como acicate para cimentar más aún el compromiso que tenemos con nuestro pueblo y nuestra Revolución. Pero, por encima de todo nos hace conscientes de que por vez primera en nuestra historia contemporánea, el Perú no es un país disminuido entre los pueblos de América y del Mundo.

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La inspiración de las reformas sociales y económicas de la revolución se refleja en nuestra nueva política internacional. Al fin el Perú empieza a actuar con verdadera independencia en el campo de las relaciones exteriores. Nunca hemos vacilado en defender, ante ningún país del mundo, los intereses del Perú y su dignidad de nación soberana. Esto también es algo nuevo en la experiencia de nuestro país. La diplomacia tradicional se caracterizó siempre por su obsecuencia ante los pueblos poderosos. Pero eso ya quedó atrás. Se trate de la defensa del petróleo, o de la defensa de nuestra derecho a impedir la contaminación del ambiente por el nocivo efecto de los experimentos nucleares, nuestra actitud será siempre de una firmeza absoluta, basada en la justicia. Y esto es una conquista de la revolución.

En el campo externo, nuestra posición está hoy de acuerdo con la de todos

nuestros hermanos de América; nos acerca un sentimiento de dignidad y rebeldía ante la injusticia nos une, con lazos nunca antes existentes, la esperanza de un mañana promisor, basado en el pleno respeto y la igualdad política de nuestros pueblos. Nuestros países son hoy soberanos y sus actitudes no causan recelos ni deudas, aún cuando ellas se refieran a movimientos de tropas y ejércitos.

Fundamentalmente, hemos recobrado una posición que siempre debió

existir; de total honestidad y espíritu de trabajo interno, de absoluta independencia frente al resto de países del mundo, respetando la soberanía de todos ellos y exigiendo el respeto de la propia. Una actitud de esta naturaleza tiene que ser reconocida como acertada por todos los peruanos, y el respeto y la confianza externa tienen que ser cada día mayor frente a la situación de orden, de trabajo y honestidad que exhibe nuestro país.

Para nosotros las relaciones internacionales se rigen por el respeto

inequívoco a los principios de no intervención y de autodeterminación. Ocultar nuestra verdadera posición por consideraciones de política internacional significaría un inaceptable recorte de nuestra soberanía de Estado independiente.

Todos podemos colaborar dentro de un marco global de respeto por las

decisiones soberanas de cada país. América Latina rechaza toda forma de intervencionismo; y se interviene, o se pretende intervenir, cuando surgen contra nuestro país amenazas de “enmiendas” que, rechazamos categóricamente por ser expresión de actitud imperialista. Como otros factores consustanciales a la naturaleza misma de nuestra revolución nacionalista, la posición internacional del Perú no será abandonada. El nuestro es un deseo de armonía, de paz y de cooperación. Pero, al mismo tiempo, de luchar por el respeto a nuestra soberanía y por nuestro derecho a decidir el destino del Perú de acuerdo a sus intereses dentro de un marco de justicia. Sus normas de orientación son el reflejo de los postulados en que se basa nuestra revolución.

La invariable defensa de nuestra soberanía, la consideración de que sólo

los intereses del Perú deben ser su guía permanente, la lucha por el reconocimiento del legítimo derecho de nuestro país al uso pleno de sus recursos

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naturales, la cooperación en todo los esfuerzos por el mantenimiento de la paz en el mundo, la solidaridad con los pueblos hermanos de América Latina y nuestro pleno respaldo a una política integracionista que de veras cautela los intereses de las economías de lo región, todo esto constituye el fundamento de nuestra política internacional, que permanentemente se manifiesta en todas las acciones de nuestro Cancillería.

La riguroso observación de estos principios se traduce en la posición del

Perú en numerosas e importantes reuniones internacionales sobre problemas del mar en los cuales hemos reiterado la vigorosa defensa de nuestro soberanía sobre las 200 millas; en el apoyo decidido que hemos dado siempre al Pacto Subregional Andino dentro del cual hicimos un aporte decisivo para la fijación de un trato común al capital extranjero; y en la continuada exposición de nuestras relaciones diplomáticas y comerciales con diversos países del mundo dentro de una política de mutuo respeto al principio de no intervención y en cuya virtud el Perú ha empezado ya a lograr una importante ampliación de mercados internacionales para sus productos de exportación.

La definición de nuestra política internacional prescinde para sus

planteamientos y su ejecución, de la posición de cualquier otro país, grande o pequeño, teniendo cómo norte únicamente los intereses del Perú y la orientación principista de su movimiento revolucionario. Y es dentro de esta perspectiva de plena reivindicación del ejercicio de nuestra soberanía, que el Perú planteó hace poco tiempo una revisión de la política hasta entonces seguida en el continente frente a Cuba.

Es obvio para nosotros que ya no existe ni podrá existir consenso en

América Latina con respecto al mantenimiento de una actitud frente a Cuba que ya no puede ser a nuestro juicio mantenida en presencia de condiciones internacionales sustantivamente distintas a las que prevalecieron en el pasado.

Huelga señalar, por todo lo anterior, que ningún país del hemisferio cuya

posición difiera de la nuestra podría considerar esta actitud soberana del Perú como gesto inamistoso. Las diferencias de orientación ideológica entre los gobiernos en forma alguna implican obstáculos justificado para el mantenimiento de relaciones diplomáticas. Si grandes potencias de muy distinta posición política e ideológica mantiene entre sí relaciones y contactos normales, no vemos razón alguna para que algo similar no ocurra entre nuestros países, sobretodo por ser latinoamericanos.

La existencia de relaciones diplomáticas con cualquier país del mundo

no significa para el Perú identidad de propósitos políticos o de orientación doctrinarios. Por esta razón el restablecimiento de relaciones con Cuba no implica compartir su posición en términos político-ideológicos. El Gobierno Revolucionario del Perú sigue un rumbo distinto al de Cuba. Las experiencias de nuestros dos países, son experiencias revolucionarios diferentes. Respetamos la posición de Cuba, en la misma forma en que Cuba ha respetado nuestra posición. Y estamos

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seguros de que ese respeto recíproco continuará en el futuro, como existe con otros pueblos hermanos de América Latina que siguen un rumbo diferente al nuestro. Extendimos la mano fraterna del Perú al pueblo de Cuba seguros de que al hacerlo contribuíamos positivamente al fortalecimiento de la comunidad de pueblos latinoamericanos.

Esta nueva política que ha ganado para el Perú el respeto de todos los

países del mundo se basa en la convicción de que ella debe responder únicamente a los intereses nacionales. Son ellos los que dictan su sentido y su rumbo; son ellos los que definen sus límites y sus objetivos. Dentro de esta perspectiva, el Perú ha ampliado sus contactos diplomáticos, comerciales y culturales con países de fisonomía política distinta a lo nuestra, pero cuyos mercados pueden abrirse a nuestros productos y cuya cooperación técnica y económica nos puede ser muy útil en las tareas del desarrollo nacional. Asimismo, el Gobierno Revolucionario ha impreso un sello distinto a su política exterior en el hemisferio occidental. La doctrina peruana en problemas de cooperación económica, se fundamenta en la necesidad de desterrar para siempre todo tipo de presiones y condicionamientos en el campo de las relaciones internacionales. Esta posición, expuesta y defendida con brillo por nuestra Cancillería ha sido recibida con unánime aplauso por los pueblos de América Latina. Muchos Gobiernos nos han respaldado. Y al hacerlo han demostrado ser solidarios con el Perú en las horas difíciles, hecho que justifica una expresión de reconocimiento por parte del Gobierno Revolucionario.

Es preciso que la ciudadanía tenga noción cabal de la significación

histórica que para nuestro país y para América Latina tiene la nueva y definitiva posición internacional del Gobierno Revolucionario. Sujeto siempre como furgón de cola a las decisiones de grandes potencias extranjeras, el Perú hasta hace cinco años siguió en materia internacional un rumbo dependiente, lesivo a sus intereses. Recuperando a plenitud nuestra soberanía, el Gobierno Revolucionario ha roto la sujeción de otros años y ha iniciado la gesta de la definitiva emancipación económica de nuestra Patria. Hoy somos dueños de decidir el rumbo de nuestra política exterior. Queremos mantener relaciones cordiales con todos los países del mundo, pero dentro de un marco de respeto por la inabdicable soberanía de nuestra patria. Confiamos en que quienes se puedan sentir desconcertados o incómodos ante la nueva posición del Perú, lleguen a comprenderla como la justa e irreversible posición de un pueblo soberano. Cancelar la tradicional dependencia de nuestro país es objetivo fundamental de la revolución nacionalista y meta central del desarrollo pleno del Perú. Esto debe ser reconocido por todos. Por que de ello dependerá en gran medida que las relaciones internacionales en esta parte del mundo se normalicen permanentemente en beneficio de todos los países americanos.

Nuestro movimiento tiene esta inspiración porque comprendemos muy bien

que no podemos aislarnos, ni dejar de reconocer que otros pueblos luchan por ideales nacionalistas y revolucionarios similares a los nuestros. Hoy en el mundo entero se mira con respeto la posición del Perú. Porque el nuestro es un camino

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independiente y autónomo. Esto debe llenarnos de orgullo a todos los peruanos. Y esta es también otra gran conquista de la revolución.

Hemos establecido relaciones con diversos países, teniendo únicamente en

cuenta los intereses del Perú. Porque ya pasaron los días en que solíamos pedir permiso para actuar en la vida internacional. Porque ahora sobemos en qué rumbo se encuentra nuestra Patria. El Perú tiene una causa común con los pueblos latinoamericanos. Y también con los pueblos del Tercer Mundo.

La nueva política internacional independiente iniciada desde el comienzo de

este régimen se basa en los principios nacionalistas y revolucionarios que rigen la acción de este gobierno. Su política internacional ha contribuido decisivamente al logro de una imagen veraz del Perú Revolucionario en América Latina y en el resto del mundo.

Independientemente de las diferencias ideológicas que están en la base

misma de nuestras distintas orientaciones políticas, el Perú suscribe la posición de que las relaciones diplomáticas deben establecerse teniendo sólo en cuenta los intereses concretos de los países.

Si todos fuésemos capaces de desterrar los dogmas y de mirar al mundo

y a la vida sin prejuicios, comprenderíamos que no hay nado ilusorio en pensar de este modo. Algunos de los grandes idealismos del pasado y algunos de sus más deslumbrantes utopías constituyen ahora expresión de un realismo cuyo respeto es vital para la continuidad de la civilización y, acaso, de la especie humana. Ilusorio, por eso, podría ser pensar que los principios sobre los cuales se construyó todo el sistema tradicional de relaciones internacionales pueden mantenerse intocados en medio de las hondas alteraciones que han transformado al mundo en las últimas décadas y que probablemente continuarán transformándolo en el porvenir.

El Perú es amigo de todos los pueblos del mundo y ha ampliado sus

relaciones diplomáticas con numerosos países. Somos respetuosos de los tratados internacionales y la voluntad soberana de las naciones y exigimos se respete el derecho inabdicable a regir nuestro propio destino sin intromisión alguna.

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VIII. PARTICIPACIÓN, MOVILIZACIÓN SOCIAL Y TRANSFERENCIA DEL PODER

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QUÉ ES, PARA QUÉ, CÓMO Los fundamentos de nuestra opción revolucionaria se centran en términos

políticos y económicos, en torno a la noción de la participación como factor de identidad profunda, como piedra angular de toda la formulación ideo-política de la Revolución Peruana. Este es, por ende, el distingo que políticamente nos diferencia, nos individualiza, nos separa de otras posiciones.

En el concepto de participación convergen los contenidos esenciales de las

tradiciones humanista, libertaria, socialista y cristiana a la que nuestra Revolución históricamente se vincula. Aquí es donde reside la significación más radicalmente democrática de nuestro movimiento y también su contenido liberador más importante. En consecuencia, la teoría y la praxis de la participación constituyen el fundamento vital de nuestro humanismo revolucionario, Esta es, pues, una Revolución para la participación, vale decir, una Revolución que tiene como meta construir en el Perú, como lo hemos señalado desde hace varios años, una democracia social de participación plena.

Pero, ¿qué es lo que concretamente implica suscribir una posición

participacionista? Por definirse en torno a la participación la esencia misma de la Revolución Peruana como autónoma posición ideo-política, resulta decisivo comprender claramente la respuesta que para nosotros debe tener esta pregunta. Participar es el ejercicio de la capacidad de decisión y, por tanto tener acceso a las expresiones reales de poder económico, social y político. Se participa para tener inherencia directa y personal en las cosas que afectan nuestra vida, en los asuntos que comprometen nuestro destino individual y colectivo. Se participa para ser a plenitud ciudadano, para ser a plenitud miembro de una sociedad de hombres libres. Y así como ningún hombre puede ser libre siendo esclavo, tampoco puede serlo mientras viva explotado. Así, la justicia y la libertad son, como hemos señalado muchas veces, valores que es imposible separar. Y ambos conceptos son, también consustanciales al de participación. Por tanto, un primer elemento sustantivo de nuestra respuesta a aquel interrogante es el reconocimiento de la íntima vinculación, significativa y de valor, que para nosotros existe entre los conceptos de libertad, justicia y participación.

Un segundo elemento se refiere a la imposibilidad de separar medios y fines, punto de vista cardinal del humanismo revolucionario. Para nosotros la naturaleza de los medios compromete de manera esencial la naturaleza de los fines. Esto significa que es imposible llegar a construir un ordenamiento socio económico participatorio utilizando medios que niegan lo participación. La lejana meta participacionista de nuestra Revolución sólo puede alcanzarse haciendo desde ahora de la participación algo muy real que compromete nuestra diaria conducta política. Una sociedad participatoria se construye participando. Y participando desde ahora. Es decir, abriendo los cauces y creando las condiciones que hagan posible el acceso cada vez mayor de los ciudadanos a todos los niveles de decisión.

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Suscribir una posición participacionista implica, en tercer lugar, reconocer que la participación sólo existe en la medida en que existen instituciones sociales de base a las cuales gradual pero crecientemente la Revolución transfiere capacidad de decisión y acceso a todas las formas de riqueza. Así, de la misma manera que la justicia, la libertad y la participación son, inseparables, también lo son, para nosotros, los conceptos de organización, transferencia de poder y participación. La idea de la participación es, de este modo, el nexo que vincula los valores permanentes y normativos de la libertad y la justicia, con los valores temporales y concretos de la organización y el ejercicio del poder. Así, la participación resulta ser la vía de concreción de la justicia y de la libertad. Lo abstracto, lo teórico, lo ideal, tiende a tornarse tangible, “político”, conductual por medio de la participación.

Ahora bien, si la transferencia de poder significa transferir capacidad de

decisión, resulta muy claro que sólo cuando se tiene libertad para decidir aquella capacidad puede ser en verdad ejercida. En consecuencia, sólo es posible hablar de transferencia efectiva de poder cuando la capacidad de decisión se ejerce en condiciones de autonomía verdadera. De allí que, desde la perspectiva ideo-política de la Revolución Peruana, resulte indispensable la existencia de organizaciones sociales autónomas a las que el poder se transfiera para ser ejercido con plena libertad.

Lo anterior tiene consecuencias directas sobre la manera en que los

militantes de la Revolución Peruana definamos nuestro comportamiento político concreto. Específicamente, ello significa que debemos respetar las decisiones de las instituciones sociales surgidas de la Revolución en tanto sean decisiones autónomas y libres.

No queremos que esas instituciones sean dependencias del Gobierno

Revolucionario ni tampoco dependencias de otros centros de poder político. Queremos que dependan de las decisiones auténticamente libres de sus propios integrantes. En el seno de tales instituciones existen y se expresan distintas tendencias políticas cuya legitimidad reconoce el pluralismo que la Revolución respeta. Con ellas tenemos que luchar políticamente aceptando el veredicto de la mayoría. Sin embargo, cuando la dirección de cualquiera de esas instituciones, independientemente de su posición política, tome manipulatoriamente “en nombre” de su institución decisiones contrarias a ella misma y a la Revolución, resistiremos tales decisiones, justamente en defensa de la propia institución y del proceso revolucionario que la ha hecho posible, pero respetando a la institución en cuanto tal. Nadie podría pedirnos que respetáramos una decisión que, de llevarse a cabo, pondría en peligro la vida misma de una organización popular surgida de la Revolución.

Al competir políticamente con posiciones distintas a la nuestra dentro de las

instituciones sociales, debemos actuar en base a la convicción de que nuestra Revolución representa una alternativa claramente superior a las demás. En consecuencia, debemos aspirar a que nuestra orientación política prime pero no

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se imponga autoritariamente, en las instituciones que día a día surgen del Proceso Revolucionario.

Si tenemos confianza en nuestra posición y en nuestros argumentos,

debemos también tenerla en que prevalecerán sobre otras posiciones y otros argumentos. Todo esto seguramente implica preferir soluciones políticas de mediano y largo alcance. Y está bien que así sea. Porque sólo prefiriéndola evitaremos el gran peligro de sacrificar el futuro por el presente y los fines por los medios.

Pensamos que sólo actuando de este modo será posible dar desde hoy

contenido real a una praxis verdadera de la participación. Sólo así impulsaremos el surgimiento y el desarrollo de instituciones de base realmente autónomas, capaces de ejercer los derechos y cumplir los deberes que implica la transferencia del poder. Sin embargo, debemos ser conscientes de que la tarea que todo lo anterior representa es de gran complejidad. Porque se trata de afianzar en el Perú no sólo una nueva concepción de la política sino un nuevo tipo de comportamiento que encarne los valores revolucionarios y democráticos del participacionismo militante. Todo esto constituye el fundamento normativo de una política nacional de apoyo a la movilización social vía la participación.

La vital importancia que asignamos a la participación está en el fondo

mismo de algunas de las más trascendentales reformas revolucionarias. La Reforma Agraria y la Comunidad Laboral, por ejemplo, son conquistas participacionistas de la Revolución, porque preferencialmente abren el camino a formas asociativas de propiedad a través de las cuales los trabajadores del campo y las ciudades acceden socialmente, no individualistamente, al poder económico y al beneficio de la riqueza que genera su trabajo. Las Leyes de la Reforma Agraria y la Comunidad Laboral son la base indispensable de un grande y decisivo movimiento de organización social para la participación. A este fin también contribuye, en su propio campo, la Ley de Reforma de la Educación, a partir de la cual han empezado a organizarse centenares de Núcleos Educativos Comunales a través de los cuales los padres de familia y la comunidad están ya contribuyendo de manera efectiva en las tareas de la Educación.

Pero los Núcleos Educativos Comunales constituyen tan sólo una expresión

de ese gran movimiento participatorio. Son literalmente miles de cooperativas, sociedades agrícolas de interés social, comunidades laborales, asociaciones de pueblos jóvenes, comunidades campesinas reestructuradas, ligas y federaciones agrarias las que conforman esta vasta experiencia social sin precedentes en el Perú. Y son millones de compatriotas nuestros los que empiezan a dar vida e impulso a estas organizaciones populares y democráticas surgidas de la Revolución, con el respaldo del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social.

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Explicablemente, no muchas personas situadas fuera del ámbito de acción de estas instituciones de base parecen estar al tanto de todo esto y comprenden lo que ello representa. Pero eso en nada resta sidrificación real a este gran proceso de organización popular libre y autónoma. Son los hombres y mujeres del Ande y de la Costa, son los hasta ayer desoídos campesinos humildes, son los habitantes de los olvidados pueblos jóvenes, son los trabajadores de las fábricas y empresas industriales, es en sumo, el Perú profundo el que comienza a articular su voz para dejarse oír por vez primera en la historia de nuestra Patria. La suya es una voz todavía desconfiada, insegura, a veces temerosa. Pero es la voz de un pueblo que al cabo de los siglos empieza a levantarse para hacer su camino. Y esto es lo verdaderamente decisivo.

¿Se pretendía, acaso, que un pueblo secularmente explotado pudiera de

pronto organizarse y mostrar desde el comienzo madurez absoluta, ponderación cabal, certeza a toda prueba para enfrentar los riesgos innumerables de una experiencia nueva? Los que siempre negaron educación y justicia a los humildes ¿tienen acaso derecho alguno para exigirles desde ya equilibrio de juicio, conocimientos y saber sobre todas los cosas? ¿Cómo puede ahora exigírsele esto a un pueblo sobre el cual se ejercieron, con violencia, todas las formas de injusticia?

Todos tendremos que pagar el alto precio que demanda rehacer por entero

un mundo en el que para los pobres jamás hubo la luz de la justicia y la verdad. Todos sufrimos merma en nuestro condición de hombres al haber sido parte de un mundo en el que prevalecieron todas las formas de injusticia, de explotación, de inhumanidad. Que así fue cómo sintió y vivió el dolor de esta Patria la inmensa mayoría de sus hijos. Seamos, pues, conscientes de todo esto antes de levantar una voz de reclamo o denuncio contra un pueblo que comienza a organizarse para empezar a ser el verdadero protagonista de su historia.

Este gran movimiento de organización popular para la participación se

basa y se origina en la modificación estructural de las relaciones de poder derivada, precisamente, de leyes coma las de Reforma Agraria y Comunidad Laboral. Porque no hay participación verdadera sin poder económico, sin el acceso a la propiedad social, al control también social de los medios de producción. En otras palabras, la redistribución estructural del poder económico hace posible la organización popular autónoma para la participación. DE QUIÉNES

Somos claramente conscientes de la absoluta necesidad de que el pueblo

peruano participe de modo real en el proceso de su revolución. En este sentido, el primer paso indispensable es lograr la unidad profunda de pueblo y Fuerza Armada. Es imperativo crear los mecanismos y las instituciones que hagan posible esa participación popular sobre bases permanentes y constructivas a fin de resolver por completo el fundamental problema de la participación efectiva del pueblo en el proceso revolucionario en términos de respaldo popular masivo y

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organizado y no meramente de la simpatía de la mayor parte de los peruanos a nivel individual. Esto último tuvimos desde el instante en que se evidenció el sentido revolucionario de las primeras medidas que ejecutamos en cumplimiento del programa de gobierno de la Fuerza Armada.

A nuestra revolución no le interesa la falsa participación popular defendida

por los políticos tradicionales del viejo sistema. ¿Qué obtuvo el pueblo, de permanente y efectivo, con salir frecuentemente a las calles y plazas para aplaudir a unos y otros líderes cargados de palabras y promesas que nunca fueron cumplidas desde el poder? Esta no es la participación que la Revolución Nacionalista necesita. Nuestra revolución, que ha sabido encontrar hasta ahora sus propias soluciones, está también resolviendo este crucial problema sin emplear recetarios de nadie.

Esta revolución necesita el apoyo constante y la efectiva participación del

pueblo civil, hermanado con el pueblo en armas que la inició hace seis años. El Perú ya no puede seguir siendo el país donde el pueblo fue el gran ausente en la gestión directriz de su destino. Los legítimos derechos de obreros y campesinos recién han empezado a ser reivindicados por la obra de esta Revolución Nacionalista y Popular, al igual que los derechos de los otros olvidados y ausentes de la gestión directriz en el Perú: las mujeres, la juventud, los intelectuales, los científicos, los artistas. Nosotros queremos y estamos haciendo que la mujer peruana participe dinámica y creadoramente en todas las tareas de la transformación nacional. Que la mujer peruana ejercite la responsable y plena libertad a que tiene derecho. Queremos que nadie recorte sus derechos, que nadie olvide su papel decisivo como eje del hogar, que nadie las relegue a segundo plano.

La juventud debe representar la vigilante y creadora conciencia de la Patria. De su energía y su idealismo esta revolución espera un gran aporte. Queremos que nuestros jóvenes, hombres y mujeres, comprendan que el proceso de cambios que hoy vive el Perú debe significar para ellos la gran oportunidad de abrir nuevos caminos y de plasmar en realizaciones muy concretas sus sueños e ideales. No todo será como ellos quieran. Pero el rumbo y el signo de esta revolución responden claramente al sentido de sus expectativas y sus anhelos. Y esto es lo que importa en la historia.

Por la naturaleza misma de su vocación y su trabajo, los artistas, los

científicos y los intelectuales fueron, en general, los críticos por excelencia del orden tradicional en el Perú. Su obra reflejó la realidad del país. Su sensibilidad los llevó o denunciar las lacras del viejo sistema. Muchos de ellos por eso, estuvieron al lado del pueblo en su lucha por la justicia y demandaron la transformación del Perú.

Ahora esa transformación se está llevando a cabo. Y la revolución necesita

de los intelectuales, de los hombres de ciencia y de los artistas. Porque ellos son quienes expresan, fecundan y engrandecen la tradición y la cultura de nuestro

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pueblo, cuya capacidad de creación debe ser reivindicada, defendida, cultivada por la revolución.

Esta revolución nació acaso en el momento en que muchos de nosotros

supimos que no podíamos ni debíamos ser simples testigos indiferentes ante el dolor y la vergüenza. Por eso nuestra revolución se hizo, antes que para nadie, para los humildes y para los explotados. Esta es su esencia de justicia, su verdadera raíz de perennidad y de grandeza.

Poco importa que ignoren su sentido quienes no pueden comprenderla

porque nunca ha vivido la más recóndita verdad del Perú, esa verdad que es la vida misma de nuestro pueblo. Nuestra revolución, por encima del escepticismo de los que saben mucho porque lo ignoran todo, apela a la sabiduría de los que siempre fueron olvidados, porque su sufrimiento les enseño muy bien qué es lo que debe transformarse en nuestra Patria para hacer de ella una patria de justicia. Por eso esta revolución se basa en el respeto al verdadero pueblo del Perú. Y reconoce el legado de vida, de muerte de sus mejores hijos que antes de nosotros lucharon por un Perú mejor.

En el fondo mismo de los grandes procesos que hacen la historia de los

pueblos, hay siempre una verdad esplendorosa y simple que mueve a los hombres y los convierte en ejecutores de un destino colectivo. Estamos en medio de un proceso revolucionario que implica rehacer toda la realidad del mundo en que nacimos. Estamos empeñados en forjar un nuevo Perú. Todos pueden y deben tener un lugar de acción en esta lucha del Perú. Los jóvenes, estudiantes y trabajadores, porque este es un nuevo y creador momento de nuestra historia que abre las puertas a todas los realizaciones de su idealismo. Las madres del Perú, porque esta revolución está labrando un mundo mejor paro sus hijos. Los campesinos y obreros, porque en el Perú de hoy la justicia social al fin empieza a ser un sueño realizado. Los hombres y mujeres de la iglesia, de todas las iglesias, porque por vez primera se esta reivindicando en el Perú a los desheredados, a los que siempre sufrieron hambre y sed de justicia. Los profesionales y empleados, porque no obstante, todos los errores, al fin en el Perú existe la posibilidad de que una profesión y un empleo sean mucho más que una simple manera de ganarse la vida. Los intelectuales, porque por encima de dogmas y de esquemas hoy se ve claramente que estamos ya viviendo la etapa de las transformaciones profundas que muchos de ellos preconizaron. Los nuevos hombres de empresa para quienes la ganancia no es botín, porque ellos deben ser no sólo los forjadores de su riqueza sino de la riqueza de todos los peruanos. Y, en fin, los disconformes que cuestionaron siempre el orden tradicional de nuestra sociedad y los militantes de partidos políticos que sin quererlo fueron engañados, porque esta revolución recibe el legado de su esperanza, la inquietud de su disconformidad, la simiente de su sacrificio y de su muerte para hacer de todo esto la raíz de su autenticidad y de su fe.

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Nuestra misión es construir, no destruir. Nuestra finalidad es la justicia, no la venganza. Nuestra consigna es trabajar por el Perú en los campos, las fábricas, las minas, los talleres, las oficinas, las universidades, las escuelas.

Si queremos un nuevo Perú, todos tenemos que construirlo con nuestro

propio esfuerzo. Con gran sentido de responsabilidad, de disciplina, de trabajo. En esta revolución no tienen cabida los aprovechadores ni quienes pueden creer que ha llegado la hora del desquite. Nuestra Revolución y el revanchismo son incompatibles.

Quienes de veras aman al Perú deben unirse en esta gran tarea de sacrificio y de trabajo que supone nuestra revolución. Que quienes hasta ayer gozaron de privilegios y de ventajas a expensas de un pueblo explotado, comprenden de una vez que el Perú ya no puede vivir como hasta ayer lo hizo; porque la explotación degrada no sólo al explotado, sino el explotador. Que quienes antes de ahora entregaron su fe y su lealtad a los que claramente hicieron burla de ellas, comprendan que por encima de los grupos y partidos está la causa de la nación peruana. Y que quienes en la administración pública sirvieron a otros gobiernos, comprendan que este es un gobierno diferente que obedece a propósitos distintos. En consecuencia, quienes trabajan en él deben ser, antes que nada, servidores del pueblo, no servidores de los poderosos.

La desconfianza de los primeros momentos, el escepticismo de algunos

sectores populares y la verdadera sorpresa de algunos sectores intelectuales, quienes no podrían creer que éste fuera un proceso realmente revolucionario, no tienen más sentido.

Ahora ya nadie puede sensatamente tener duda alguna respecto al carácter

auténticamente revolucionario de nuestro movimiento. Posiblemente no todo lo que estamos haciendo le puede parecer igualmente bueno y positivo a todo el mundo. Las revoluciones sociales no son fenómenos de unanimidad. Son procesos de grandes mayorías. Lo fundamental es que en su conjunto y en su esencia el proceso sea positivo, realista, bien orientado. EL SINAMOS

Las reformas en la estructura económica de una sociedad tienen, como es

lógico, consecuencias decisivas en términos sociales, políticos y culturales, porque grandes sectores de ella empiezan ya a tener acceso a la propiedad de los medios de producción, lo cual amplía considerablemente sus posibilidades reales de desarrollo integral y verdadero.

Un proceso así, puesto en marcha hace cinco años por el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada del Perú, con la promulgación de la reforma agraria está alterando de modo fundamental el panorama político de nuestro país, vale decir, la estructura total de poder en la sociedad peruana. Por ello, las reformas económicas de la revolución deben ser consideradas como medidas de

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movilización social. Sin ellos, cualquier política de participación popular habría sido infructuosa porque habría carecido de la indispensable base de soporte económico sin la cual esa participación es imposible. Por eso las reformas básicas de la estructura económica tenían que ser consideradas como prerrequisito para la iniciación de una política sistemática de apoyo y estímulo a lo participación popular, complemento indispensable para garantizar la intervención de todos los peruanos en los tareas del desarrollo nacional y en el desenvolvimiento del proceso revolucionario.

No es nuestra intención propiciar la formación de un partido político adicto

al Gobierno Revolucionario. Queremos contribuir a crear las condiciones que hagan posible y estimulen la directa, efectiva y permanente participación de todos los peruanos en el desarrollo de la revolución. Tal participación encontrará sus propias modalidades organizativas y sus propios mecanismos de acción enteramente autónoma, más allá del alcance de las corruptas dirigencias políticas tradicionales que, invocando el nombre del pueblo, sólo sirvieron para eternizar el poder de una envilecida oligarquía.

Esta revolución aspira a que los hombres y mujeres de todo el Perú

participen en las decisiones de distinto nivel que las afectan como miembros de una colectividad determinada.

No queremos una participación manipulada, ni por los politiqueros

profesionales que siempre engañaron al país, ni aún por este mismo gobierno que está haciendo realidad esta revolución.

Por estas razones la creación del Sistema Nacional de Apoyo a la

Movilización Social no debe ser considerada como el inicio de un proceso que, en realidad, comenzó desde el instante mismo en que emprendimos las grandes reformas económico-sociales de la revolución, sino como el comienzo de una nueva etapa del desarrollo nacional y del proceso revolucionario, cuya finalidad es estimular la intervención del pueblo peruano, a través de organizaciones autónomas, en todas las tareas encaminadas a resolver los diversos problemas que afectan a los hombres y mujeres del Perú como miembros de una comunidad local y de una colectividad nacional.

Al crear SINAMOS el Gobierno de la Fuerza Armada no tiene el propósito

de formar un partido político. Su creación constituye un paso fundamental, en la política de estimular la participación autónoma y libre del pueblo peruano en el proceso de movilización social, entendido como transformación de la estructura tradicional de poder en el Perú.

SINAMOS es una de las instituciones básicas de la revolución, porque sin la

participación de todos los peruanos en el esfuerzo creador de un nuevo ordenamiento social, económico y político en el país, la revolución no podrá culminar sus propósitos fundamentales. Por eso mismo, SINAMOS deberá mantenerse siempre como un organismo ágil, desburocratizado, en profundo y

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dinámico contacto con los sectores populares del país hacia cuya organización no manipuladora, realmente democrática y libre, debe orientar sus mejores esfuerzos. Todo esto representa una responsabilidad verdaderamente decisiva para el futuro de la Revolución Peruana. Y esa responsabilidad pone sobre sus integrantes el peso de grandes deberes, de grandes obligaciones y de grandes sacrificios. Por todo ello, SINAMOS debe ser también una institución con gran sentido de mística y entrega a la causa del pueblo peruano, capaz de dar el primer ejemplo de los nuevos comportamientos que la revolución exige de sus hombres. Esta tarea debe ser cumplida sobre la base de una íntima coordinación de acciones y propósitos con el resto de la administración pública. Desde este punto de vista, SINAMOS debe representar un apoyo importante a las acciones que los distintos ministerios cumplen en todos los campos de la acción sectorial del Estado.

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IX. PARTIDO, SINDICATOS, Y REVOLUCIÓN

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PLURALISMO, MILITANCIA Y PARTIDO

Entendemos por pluralismo ideológico el reconocimiento del derecho que

asiste a los ciudadanos de este país de organizarse políticamente de manera discordante de nuestra revolución. Y, por lo tanto, el reconocimiento de la legitimidad de la existencia en el Perú de varias organizaciones políticas, llámense o no partidos que ataquen al proceso revolucionario. Eso no significa que, dentro de la revolución se manifiesten diferentes posiciones ideológicos o políticas.

Representamos una posición coherente y singular, tanto en la teoría como

en la práctica. Y esa posición es diferente a la de los partidos y grupos políticos que operan libremente en el Perú, atacando o apoyando a nuestra Revolución, cualquiera que sea el grado o el sentido del ataque o de la defensa. La Revolución Peruana es, por tanto, totalmente independiente de todas las demás posiciones políticas con las cuales inevitablemente, tienen una posición competitiva, aunque no siempre de choque.

Se desprende de ello que es necesario diferenciar con mucha claridad a

aquéllos que militan en nuestra Revolución de aquellos que lo apoyan o dicen apoyarla. Los primeros asumen como suyas las posiciones ideológicas y políticas de nuestra Revolución y se consideran, por lo tanto, ideológica y políticamente aparte de quienes siguen un rumbo diferente. Los segundos, partiendo de fundamentos teóricos distintos y orientando también su acción hacia otras metas, consideran que por varias razones, tácticas o de otra índole, les conviene expresar un determinado grado adhesión al proceso. Igualmente, para quien haya militado políticamente antes de ahora, nuestra posición significa que convertirse en militante de nuestra Revolución implica, necesariamente, abandonar su militancia anterior y su correspondiente ideología. Porque militar en esta Revolución significa no sólo apoyar las reformas que estamos realizando, sino comprender y aceptar la posición ideológica en que ellas se sustentan.

Por tanto, ser su militante implica militar en ella también ideológicamente. Queda claro por esto que, para aquéllos que ya militaron en cualquiera de

los partidos políticos peruanos o pertenezcan a ellos en la actualidad, militar en nuestra Revolución significará, necesariamente, la renuncia a la militancia mantenida hasta ahora, a cambio de una nueva postura ideológica y de un nuevo comportamiento político. Si así no fuese, la militancia en nuestra Revolución se convertiría en un conglomerado de militancias dispares, lo que sin duda constituiría una verdadera aberración teórica y práctica. En otras palabras, la militancia en nuestra Revolución no puede ser la suma de militancias diferentes de la nuestra y deberá ser una militancia diferenciable, autónoma, singular y propia.

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No se infiere de aquí, que para la Revolución Peruana sea inevitable formar un partido o un movimiento con “estructura de partido”. No estamos frente a un “imperativo”.

La esencia de una toma de posición participatoria es incompatible con el

significado real de un partido como institución. Porque un partido político es un instrumento de manipulación y concentración de poder y no un mecanismo apto para transferir ese poder. Y, como nuestra Revolución aspira a incentivar el proceso de transferencia del poder político y económico a las organizaciones sociales de base, su aspiración esencial contradice medularmente el sentido y la finalidad de un partido político, cuyo propósito es, por definición, monopolizar el poder y ejercerlo a través de su burocracia dirigente “en nombre del pueblo”.

La organización de un partido, además, reforzaría las tendencias

autoritarias y burocráticas propias de la sociedad tradicional, acostumbrada a verticalismos dogmáticos que nosotros queremos transformar. No es preciso agregar que todo eso sería contrario al espíritu y a la esencia de humanismo libertario y del participacionismo militante que constituye mucho del fundamento de la Revolución Peruana.

Por otro lado, un partido político conduce inevitablemente al

fraccionamiento y a la división de los sectores populares, a los cuales, en su totalidad, se dirige nuestra Revolución. Ella orienta, efectivamente su trabajo permanente en el sentido de la plena satisfacción de todas las aspiraciones de los sectores mayoritarios y tradicionalmente marginados del Perú. Un fenómeno social de tan amplia cobertura no puede expresarse adecuadamente en una organización política que rompe y separa la unidad de nuestro pueblo, en lucha por la liberación integral que exige cohesión y no ruptura.

Finalmente, si la lejana meta a que aspiramos es completar la transferencia

de todas los dimensiones del poder a las organizaciones autónomas de base que los peruanos crearán para fundamentar una democracia social de participación plena, ¿cómo podríamos perturbar tan ambicioso y todavía lejano propósito mediante la estructura de poder de un partido que, inevitablemente, sería orientado en beneficio de un pequeño número de dirigentes? La propia meta de nuestra Revolución es incompatible con semejante posibilidad. Por eso la Revolución Peruana debe siempre mantenerse alerta ante el peligro que representan la acción y la palabra de quienes quieren desviarla de su ruta, su vocación y su destino verdaderos.

Esta es una Revolución auténticamente peruana, nacional y autónoma. Y

que nada ni nadie logrará modificar su esencia y su camino. En el curso de estos años hemos realizado una tarea fundamental en dos ámbitos igualmente importantes. Uno es el de la efectiva recuperación de nuestra soberanía nacional y la realización de las grandes transformaciones socio- económicas. Y otro, el de la fundamentación teórica que nos separa clara y terminantemente de todas las posiciones políticas tradicionales que corresponden tanto al pro-capitalismo como

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al pro-comunismo. Siempre hemos rechazado estas dos alternativas. Y lo seguiremos haciendo, porque la verdad de nuestra Revolución no está ni en uno ni en otro de esos campos.

La Revolución Peruana no puede hacer concesiones teóricas o prácticas a

esas dos posiciones incompatibles con la nuestra. Por eso siempre hemos rechazado la idea de expresar políticamente a nuestra Revolución en un partido. Esta no es una tesis más. Es una posición fundamental de la Revolución Peruana. Pero como lo hemos señalado muchas veces, esta posición no implica rechazar la idea de una organización política en esencia distinta del partido.

No somos contrarios a la idea de que el respaldo popular a la Revolución

se organice políticamente. Sin embargo, como no toda organización política es un partido, puede encontrarse la manera de estructurar una organización política de carácter no partidario.

La expresión “organización política” puede referirse tanto a una estructura

organizativa en el sentido más restrictivo del concepto, cuanto a una constelación de instituciones políticas surgidas desde la base y que en su conjunto constituyen una nueva forma y una nueva realidad del Estado. De lo primero hay ejemplos históricos. Y de lo segundo, no requiere la intermediación de un partido como eje y centro del poder.

Aquí, en gran parte el problema radica en que mucha gente ha sido

acostumbrada a creer que la única organización política es el partido. Este es un gran error. Por otro lado, todas las exigencias políticas de una Revolución como la nuestra pueden ser satisfechas sin necesidad de un partido. Es posible, por lo tanto, idear formas organizativas capaces de mantener y garantizar el carácter participacionista, esto os, verdaderamente democrático, de nuestro Movimiento; carácter sin el cual perdería su más profunda significación histórica.

Tenemos, así que crear, que encontrar un nuevo camino para resolver ese

problema capital. Que eso sea utópico, que nunca haya ocurrido en el Perú ni en ninguna parte, es verdad. Pero eso nada prueba. Tampoco antes se asistió a un caso comparable: que las Fuerzas Armadas de un país del Tercer Mundo unidas, realizaran pacíficamente una gran transformación social, económica y política. Y, sin embargo, es eso lo que está ocurriendo en el Perú desde hace seis años.

PARTIDOS Y REVOLUCIÓN Así como la Revolución Peruana representa una alternativa al capitalismo

por entero distinta de la alternativa comunista, ella nada tiene en común con los partidos políticos tradicionales del Perú, a los que la tradición de su dirigencia ha llevado a convertir en instrumentos reaccionarios al servicio de la plutocracia y del imperialismo.

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Somos algo sustantivamente nuevo en el escenario político peruano. Nuestra base real de apoyo, nuestra fuente verdadera de respaldo sólo puede encontrarse en los sectores sociales que siempre vivieron económicamente explotados por la derecha y políticamente explotados también por las oligarquías partidarias que fueron los monopolizadores del poder político en el Perú tradicional.

Nuestra Revolución sólo tiene dos bases de sustento: la Fuerza Armada del

Perú, heredera de una gloriosa tradición y de un glorioso origen en el Ejército que nos hizo libres del dominio extranjero en el alba de nuestra vida republicana; y la inmensa mayoría de peruanos que integran las clases y sectores sociales que bien poco o nada tuvieron que ver con la conducción de los destinos del país en el pasado.

Este rumbo es claro. Esta posición es inalterable. Sobre esta base nuestra

revolución ahondará su curso. Lejos de detenerse, avanzará. Pero jamás para servir intereses políticos distintos a los suyos. Ni para verse influida o colonizada por planteamientos ideológicos que no son los nuestros ni mucho menos para servir de paso transitorio a una supuesta revolución en esencia distinta de la que estamos construyendo.

Nuestra revolución mantiene independencia absoluta con respecto a los

partidos y las ideologías del sistema político tradicional. Nada tiene que ver con ninguno de esos partidos ni con ninguna de esas ideologías.

La palmaria caducidad de las organizaciones políticas de viejo cuño es

cada vez más evidente; ella heralda el ocaso definitivo de un sistema político que en el pasado solo sirvió para mantener intocadas las raíces del privilegio y la desigualdad que nutrieron nuestro subdesarrollo y nuestra dependencia, y que hoy resultan en demasía estériles para enfrentar el reto del futuro.

La obsolescencia de las viejas estructuras de la política tradicional ocurre

en un clima de absoluta libertad ciudadana, también sin parangón en nuestra historia. Esas organizaciones políticas, que sirvieron en definitiva a los intereses de los grupos dominantes del país, languidecen y mueren porque, en verdad, no tienen ya razón de ser; porque sus vitalicias argollas dirigentes abandonaron ideales y traicionaron a su propio pueblo; porque se unieron al carro fulgurante y efímero de los poderosos del dinero porque la incontrastable, esplendorosa y permanente realidad de la revolución los torna inevitablemente inútiles.

La obra de la revolución es en parte la que esas dirigencias jamás cumplieron. Es falso que los partidos que gobernaron antes de Octubre de 1968 no pudieron realizar sus programas por interferencia de la Fuerza Armada. Si esos partidos políticos hubieran solucionado los grandes problemas sociales y económicos del Perú, no habríamos intervenido. Lo hicimos para darle al Perú el liderazgo revolucionario capaz de realizar las transformaciones que eran indispensables para resolver sus problemas fundamentales. Hoy se ve con claridad que esa tarea revolucionaria no podía ser realizada por dirigencias

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políticas irremediablemente entregadas a grupos tradicionales de poder. Porque en tanto se conciban las organizaciones políticas como instrumento de poder al servicio de camarillas dirigentes, en tanto esas organizaciones obedezcan a una concepción oligárquica que monopolizan eternamente el poder de decisión en dirigentes no surgidos de las bases populares, y en tanto tales bases no participen de manera real en la conducción y en las decisiones de los movimientos políticos organizados, éstos jamás podrán responder a las necesidades verdaderas del pueblo y continuarán siendo, en realidad, mecanismos de suplantación de la voluntad popular.

SINDICATOS Y REVOLUCIÓN

Las dirigencias sindicales establecidas responden en la mayoría de los

casos a los dictados de dirigencias partidarias que difícilmente podrían mirar con buenos ojos un proceso revolucionario que no responde ni a su orientación ni a su influencia. Los grupos que hasta hoy dominan la estructura tradicional de los organismos sindicales no comprenden, en realidad, el sentido del proceso revolucionario peruano ni comparten su orientación y su filosofía. Frecuentemente, por tanto, actúan como verdaderos agentes provocadores y caen en el juego de los enemigos declarados de la revolución. Son instrumentos en la campaña reaccionaria y pro-imperialista que persigue vulnerar las bases de sustentación económica de cuya solidez y eficiencia depende en gran parte el futuro de la revolución.

Nosotros no estamos contra los sindicatos. Estos continúan y continuarán

existiendo, pero a medida que avance el proceso revolucionario, las relaciones de propiedad y producción irán modificándose de manera tan clara que los trabajadores llegarán a considerar necesaria la redefinición y la reorientación de los sindicatos. Este será un fenómeno gradual pero, a nuestro juicio, inevitable que sin embargo no implica, en forma alguna, la desaparición de las organizaciones sindicales.

El sindicato tiene que convertirse en instrumento constructivo de acción de

los trabajadores, en la conducción de sus centros de trabajo. El sindicato debe canalizar la acción organizada de los trabajadores para participar responsablemente en el éxito de la revolución.

El sindicato tiene que definir un nuevo tipo de existencia y asumir un nuevo

papel en la vida económica del país. Tiene que ser instrumento director de la acción constructiva de los trabaja

dores en el manejo de sus propias empresas. Esto de ninguna manera es mantener una posición antisindical como interesadamente sostienen quienes no comprenden o aparentan no comprender la verdad de las cosas.

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X. UNIVERSIDAD Y REVOLUCIÓN

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA LIBERTAD

Nuestra obra de hoy forma parte entrañable de la tradición libertaria

de nuestro pueblo, de esa tradición a la que nunca han sido en realidad extrañas la juventud y la inteligencia.

La obra truncada de hace siglo y medio debe ser completada, ese es

nuestro compromiso ante el pueblo peruano, por eso, nuestra voz no es la voz mediatizada de la complicidad del poder público con los intereses de quienes siempre nos dominaron como nación. Es la voz alta y firme de un gobierno que ha empezado la transformación total de nuestra sociedad.

La Universidad estuvo presente en la lucha de nuestra primera

independencia, que quiso ser no sólo independencia de la metrópoli española sino también independencia “de cualquier otra nación extranjera”, como reza el texto del Acta que suscribiera en 1821. Y ahora la Universidad no puede estar ausente en la construcción revolucionaria de una sociedad realmente emancipada.

Nada hay en realidad que justifique la separación históricamente

suicida, entre quienes en el fondo buscamos un mismo destino para el Perú; que llegue a ser profunda y verazmente un pueblo emancipado en todas las dimensiones de su vida.

La Universidad ha sido el crisol del que surgieron algunas de las

grandes inquietudes libertarias del Perú que hicieron posible la conquista de su primera independencia. Y hoy ella no puede renegar de lo que está en la médula de su propia tradición. Mucho de la universidad supo mantener siempre fiel a esa vocación de su destino. Pero como institución, no pudo sustraerse el efecto de las tendencias históricas que hicieron de nuestra vida republicana un constante alejarse de los grandes ideales que signaron el primer movimiento independentista de nuestra patria. Y si bien idéntico fue el sino de las demás instituciones republicanas, nadie podría con justicia decir que la inteligencia y la juventud del Perú estuvieron ausentes del quehacer y el anhelo jamás olvidado de nuestro pueblo por su efectiva libertad, de su constante brego en pos de lo justicia.

Y esto empezó a ser más realidad que nunca cuando la universidad

abandonó su viejo carácter oligárquico para convertirse en centro de trabajo intelectual abierto a grupos sociales de extracción popular, cuando llegar a ello dejó en mucho de ser el privilegio de un reducido sector de nuestra juventud. Y cuando, de este modo, el perfil de su composición social cambió radicalmente en el curso de las últimas décadas. Desde este punto de vista crucialmente importante, nuestra universidad ha llegado a ser más auténticamente peruana que en ningún otro momento de su historia. Y esto explica mucho de la rebeldía de su juventud. Porque hoy los universitarios, en su mayoría, vienen de hogares humildes, de las clases explotadas, en una palabra: el pueblo.

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Y este fenómeno forma parte de un vasto cambio institucional en otras esferas de la vida del país que ha contribuido a modificar de manera muy importante nuestra fisonomía como nación.

La juventud y la inteligencia no pueden permanecer al margen de una tarea

así. Nuestro compromiso de luchar por la transformación profunda del Perú no es resultado de la improvisación ni el acaso. Es razonada y genuina convicción. Hemos iniciado un proceso que debe conducir a cancelar todas las formas de dominación interna y la tradicional subordinación del Perú a los intereses económicos foráneos. Y no seguir las pautas de la literatura revolucionaria tradicional, en nada disminuye la autenticidad de nuestra posición.

Como proceso hondamente vital, esta revolución habrá de continuar

perfeccionándose para ser cada día más profunda y mejor. Construirán su curso quiénes la hagan suya, quienes pongan su vida en el diario quehacer que ella reclama y quienes estén dispuestos a muchos sacrificios por su causa. Sabemos que hoy dista mucho de ser realidad procesal, la posibilidad de su constante perfeccionamiento forma porte vital de su significado y su existencia.

CRÍTICA Y DISCREPANCIA

No requerimos ni deseamos una acción obsecuente y ciega. La crítica y la

discrepancia son parte importante de este proceso revolucionario que queremos mantener alejado de todo dogmatismo. Esta revolución quiere hacer y hace docencia política en el esfuerzo diario de su construcción. Hemos desenmascarado la farsa de una democracia liberal al servicio de los poderosos. Hemos abierto al pueblo, por vez primera, el cambio de su propia realización. Rechazamos el caudillismo y rechazamos la sectorización. Queremos contribuir a que sea posible en el Perú la participación auténtica y el verdadero diálogo. Y para lograrlo, hemos empezado las grandes reformas estructurales que permitan afianzar la justicia social, base de la genuina libertad.

Nada de esto es fácil en el terreno concreto de las realizaciones. Es decir,

en la tarea misma de la construcción revolucionaria. No todo puede hacerse repentinamente, ni todo puede resolverse con palabras. El esfuerzo de conducir una revolución y realizarla es extremadamente difícil y complejo. Por eso pedimos la comprensión, la crítica, la cooperación de quienes sientan, al igual que nosotros, que es preciso lograr la transformación de nuestra sociedad. Lo único que nos parece inaceptable es el inmovilismo y la pasividad, la inacción cómplice que enmascara el deseo soterrado de que las cosas sigan igual en el Perú. Una revolución no se hace desde los cafetines, ni a través de la estéril rencilla faccional que sólo puede favorecer a sus adversarios, es decir, a quienes siempre defendieron causas antipopulares.

Queremos una universidad que sea parte vital de la nación peruana, centro

de investigación y de trabajo, que contribuya al verdadero conocimiento del Perú

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y sus problemas, que forme hombres y mujeres capaces de construir el Perú en las fábricas, en el campo, en la industria, en la siderúrgica, en la escuela, en las minas, en el laboratorio, en el taller, y en la propia universidad. El Perú necesita una universidad de esfuerzo y de trabajo, donde la inquietud política, derecho irrenunciable de quien quiere ser libre, jamás sea entendida como sinónimo de ese verbalismo pueril detrás del cual se ocultan a menudo la ineficacia, la irresponsabilidad y el escapismo.

El Perú no necesita aristocracias intelectuales y mucho menos

seudointelectuales. La procacidad y el insulto elevados a la categoría de arma política, no son expresión de inteligencia sino de torpeza; no son recurso de revolucionarios, sino del oscurantismo de personalidades psicopáticas o irremediablemente reaccionarias; ni son, por último, manifestación de valentía y de fortaleza, sino precisamente de todo lo contrario. Nuestro pueblo no debería perder el respeto por su universidad, pero indudablemente esto puede ocurrir si empecinadamente ella continúa viviendo de espaldas al país y creyendo que el mundo gira en su torno.

Es preciso que esta revolución sea constantemente analizada no sólo por el pueblo sino por sus instituciones representativas. Como toda obra de gran aliento histórico, nuestra revolución demanda un tesonero y valeroso esfuerzo permanente de crítica y de examen que garanticen su lozanía y su vigor, su constante aptitud creadora, su libérrima voluntad de mantenerse siempre abierta al análisis y a todos los aportes y las rectificaciones que afiancen su sentido de tarea profundamente transformadora. No de otro modo podría esta revolución ser hoy y siempre hondamente leal a nuestro pueblo, fiel a su esencia libertadora y verdaderamente democrática. De todos los riesgos que encontraremos en el futuro ninguno será mayor que el dejar de ser proceso perpetuamente renovado, obra perfectible de un pueblo, empeño altruista de plasmar un ideal superior de sociedad y de hombre. Los intelectuales y los estudiantes, tienen la palabra, pero frente a lo que decidan hacer, nuestro pueblo tendrá también la suya. Y ella será voz de nuestra historia, inapelable y clara, que a todos nos dirá si fuimos capaces de comprender el significado más profundo del momento que hoy vive nuestra patria. CRISIS, NUEVA LEY Y PARTICIPACIÓN REAL

La crisis de la universidad forma parte de la crisis total del Perú que la

revolución ha empezado a superar. Pero que nadie se oculte tras el engaño de creer que la propia universidad no es paralelamente responsable de ella. Los problemas empiezan a resolverse cuando se reconoce su existencia. Y en este caso, los problemas de la universidad sólo serán resueltos cuando los propios hombres que la integran acepten con madurez y valentía la responsabilidad que les atañe por la continuación de esos problemas.

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Por nuestra parte, reconocemos las limitaciones y fallas de la legislación universitaria que dimos nosotros mismos en un momento inicial del proceso revolucionario. Por saber reconocerlo es que estamos dispuestos a superarlos. Planteada la problemática global de la reforma educativa, todos los aspectos del fenómeno educacional están comprendidos dentro de los alcances de la Ley General de Educación. Esa ley normará también la educación en las universidades.

Mantendremos el más amplio respeto a la autonomía de la Universidad

Peruana, a la libertad de pensamiento y a la misión científica que la universidad debe tener en el Perú. Y consecuentes con la orientación principista de nuestra revolución, que aspira a concretar en el Perú la realidad de una democracia social de participación plena, la nueva Ley General de Educación consagra la participación del estudiantado en todos los niveles de la vida universitaria.

Todo esto habrá de significar para los estudiantes el consciente

adiestramiento de una amplia capacidad de decisión. Intervendrán en todo lo que atañe a la vida de la universidad, en el planteamiento y en la solución de todos sus problemas, en la concepción y en la ejecución de todas sus tareas. Que tal es el sentido verdadero de una auténtica y constructiva política universitaria. El grito y la diatriba, la agresión infecunda y el insulto que nada construye, habrán de ceder paso el ejercicio responsable de una libertad plena para la cual el trabajo, el estudio y la dedicación sean su verdadero fundamento, al par que el fecundo idealismo de esa inconformidad en la que siempre se han nutrido las grandes creaciones de los hombres.

Todo esto es lo que nosotros proponemos como la base de una nueva

relación con la universidad y como el punto de partida para la cooperación y el trabajo conjunto de intelectuales y soldados de la revolución. Huelga decir que aquí no habrá cabida para ninguna manifestación de política represiva. No pretendemos, ni debe pretenderse nunca, que a cada quien sea preciso decirle lo que tiene que hacer. Tal domesticación de la juventud sólo es posible dentro de un totalitarismo reaccionario. Nuestra revolución, absolutamente ajena a cuanto esa posición puede significar, apela a la capacidad creadora, a la voluntad, al esfuerzo de los jóvenes para que participen en la inmensa y difícil tarea de organizar una nueva sociedad en el Perú.

Queremos estudiantes capaces, preparados para contribuir al desarrollo de

las transformaciones sociales y económicas de nuestro pueblo. Jóvenes comprometidos con una doble tarea impostergable: la de sentirse verdaderamente solidarios con el destino de los humildes y la de prepararse para dar a esa solidaridad una continuidad constructiva verdaderamente eficaz. No queremos por tanto ni que los estudiantes se limiten a estudiar sin interesarse por lo que pasa con el pueblo, ni que dejen de estudiar, en la convicción pueril de que la revolución se hace con gritos.

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Los universitarios deben de darse cuenta de la absoluta inseparabilidad de esas dos dimensiones de su compromiso con el Perú, la de percibir su responsabilidad directa por la causa liberadora de nuestro pueblo y la de prepararse para asumirla.

UNIVERSIDAD Y HETERODOXÍA Un proceso de veras revolucionario, implica centralmente la siempre

renovada capacidad de creación en todos los campos del actuar. Y esto supone, necesariamente, capacidad de repensar y cuestionar los enfoques que tuvieron alguna validez y alguna utilidad en el pasado. La revolución recién empezada en el Perú, impone la necesidad de trastocar por entero esquemas de pensamiento y formas de razonar acerca de una realidad que estamos modificando día a día.

Todo esto supone, también necesariamente, capacidad de encontrar nueva

significación en los elementos de esta realidad que la revolución altera de manera sustantiva y que, por lo tanto, plantea nuevos problemas para cuya solución y respuesta las perspectivas de interpretación heredadas del pasado resultan por demás insuficientes. Pero una revolución como la nuestra no solamente implica permanente actitud creadora. Implica también ser capaz de prever y adelantarse a las exigencias y demandas que cada nuevo día traerá consigo.

De aquí que resulte inevitable estudiar e investigar las proyecciones y los

efectos de todo cuanto la revolución realice en el Perú. Porque si de algo debemos tener conciencia, es de que cada obra de la revolución ha de dejar su huella profunda en el porvenir. Cuando se conduce la transformación de una sociedad, es decir, cuando realmente se está haciendo su historia, no hay neutralidad posible, no hay tampoco acciones o inacciones valorativas o históricamente neutras. Porque como en cualquier tarea del hombre, en la revolución las posiciones se fijan por acción o por inacción.

Por eso es que cuanto hagamos o dejemos de hacer ha de tener

consecuencias, buenas o malas, para el Perú que heredarán nuestros hijos. Y sólo teniendo profunda conciencia de esta trascendental responsabilidad de la revolución, podremos en verdad, ser conscientes también de la necesidad de mirar a fondo esta cambiante realidad para encontrar en ella sus nuevas preguntas y en nosotros sus nuevas respuestas.

La comprensión profunda de nuestra revolución social, solo puede lograrse

a partir del conocimiento cabal de los propósitos fundamentales de nuestro movimiento. Y sólo, podremos estar seguros del rumbo que seguimos en la medida en que cada paso nuestro esté basado en el conocimiento que sólo puede surgir de su investigación y de su estudio. Es esa base de conocimiento la que nos permitirá otear con certidumbre el horizonte, prever y adelantarnos en la medida de lo humanamente posible a los grandes acontecimientos del futuro. No existe posibilidad de comprender lo que está ocurriendo en el Perú si no es a partir del reconocimiento explícito, de que comprender un proceso revolucionario implica

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estar dispuesto a modificar sustancialmente los esquemas mentales del pasado. Porque las situaciones radicalmente nuevas sólo pueden ser comprendidas desde perspectivas nuevas también Y esto es algo extremadamente difícil de lograr. Porque sobre cada uno de nosotros gravita la forma tradicional de pensar acerca de los hechos de la realidad y, además, las normas de valor que antes sirvieron para orientar nuestra conducta y nuestras apreciaciones. Por eso es que ante los cambios que toda revolución trae consigo surgen, principalmente en los grupos conservadores de la sociedad, incertidumbres que constituyen terreno propicio para la acción antirrevolucionaria. Porque ésta se orienta a crear un clima de temor en base a la constante distorsión de los hechos de la realidad y de las intenciones de los gobernantes, con esa carga de malevolencia, de resentimiento, de frustración y de cruel egoísmo que va siempre unida a la defensa de los intereses personales y de grupo. Aquí es donde se nutre la acción corrosiva de los grupos reaccionarios cuyos privilegios la revolución necesariamente tiene que afectar si quiere cumplir sus objetivos y ser fiel a sí misma.

El Perú de hoy precisa de una Universidad y una ciencia profundamente

enraizadas en la convicción de que nuestro pueblo necesita, hoy más que, nunca, nuevos horizontes de pensamiento para garantizar mejor los nuevos horizontes de su acción.

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XI. PRENSA Y REVOLUCIÓN

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LA DISTORSIÓN DE LA VERDAD La prédica confusionista de los enemigos de la Revolución ha tenido hasta

hoy, y habría de continuar teniendo, por algún tiempo, la ventaja de actuar en un medio caracterizado no sólo por la desinformación doctrinaria e ideológica de grandes sectores, sino también, por la permanente distorsión de la verdad llevada a cabo por los órganos periodísticos que defienden los intereses económicos de la derecha, hoy afectada por la Revolución. Esos órganos periodísticos han trabado el desarrollo cultural del Perú; han falseado fundamentales cuestiones históricas o ideológicas; han satanizado determinadas expresiones y temáticas que en países más cultos son libremente usadas y discutidas; y han pervertido la semántica política al deformar y ocultar deliberadamente el aporte de ideas y de hombres sin cuya contribución el acervo cultural del mundo no sería tal como lo reconocen los hombres civilizados de otros pueblos.

Esos órganos periodísticos son en gran parte responsables de la

intolerancia, el oscurantismo y el desconocimiento que hoy campean en el trato que públicamente se da en el Perú a temas y conceptos ideológicos y políticos cuya importancia en cruciales momentos de cambio social justificaría que fuesen enfocados y tratados con mucho mayor respeto por la verdad y la honradez. Es precisamente al amparo de esta situación que en .algunos círculos prospera la distorsión que nuestros adversarios hacen de la naturaleza y los fines del proceso revolucionario.

HACIA UNA AUTÉNTICA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

La nueva legislación sobre la prensa escrita sienta las bases permanentes

de la auténtica libertad de expresión en el Perú. Establece un claro distingo entre los diarios de circulación nacional y todos los otros órganos de prensa que se publican en el país. Para estos últimos, no introduce modificaciones sustanciales. Pero para los primeros, es decir, para los seis diarios no estatales que se editan en la capital de la República, plantea una profunda alteración de estatus y régimen de propiedad. Obedeciendo a la letra y al espíritu del Plan de Gobierno de la Fuerza Armada, todos ellos han sido expropiados y su propiedad transferida a los más significativos sectores sociales organizados del país.

De la misma manera que dentro de un esquema pluralista, la Revolución

favorece las formas sociales de propiedad de los medios de producción, ella favorece también el predominio de esas formas en la propiedad de los medios de comunicación masiva.

De otro lado, así como consideramos lesivo para el país el monopolio

privado o estatal del poder económico, también consideramos lesivo un similar monopolio do ese otro poder inmenso que genera el control absoluto de los medios de información.

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Finalmente, del mismo modo que una sociedad de participación sólo puede construirse sobre una economía de participatoria, también una sociedad de participación que es una sociedad de veras democrática sólo puede construirse cuando las formas democráticas y participatorias prevalecen en el ámbito decisivo de la información.

Esta decisiva medida de la Revolución, al igual, que todas sus otras

grandes transformaciones, forma parte del Plan de Gobierno que el país conoce y que la Fuerza Armada, unitaria e institucionalmente, se comprometió a cumplir el 3 de Octubre de 1968.

A partir de ella debe surgir un nuevo periodismo en el Perú. Un periodismo

de veras nacional, defensor de los intereses y la soberanía de nuestra Patria; no de lucro; no de lucro, sino de servicio auténticamente independiente de todo poder que lo desnaturalice o prostituya; firme, pero responsable en su crítica y en el señalamiento de su necesaria y bienvenida discrepancia; forjador de una conciencia nacional de veras libre y culta; abierto a todas las corrientes del pensamiento, de la ciencia y del arte; consciente de su inmensa responsabilidad educacional e informativa: antidogmático, tolerante y ajeno a todos los sectarismos; impulsor permanente del desarrollo cultural de la Nación; constante paradigma de honradez, fiel expresión de lo que siente y piensa nuestro pueblo; defensor de todas sus causas de justicia y guardián infatigable de su verdadera libertad.

Un periodismo así nunca hubo en el Perú. Aquí jamás existió genuina

libertad de prensa. Lo que el país conoció fue apenas libertad de empresa y voceros de familias y grupos; nunca del pueblo, jamás de la Nación. Por eso, hasta las páginas de los grandes diarios no llegó la voz auténtica del pueblo para plantear sus problemas y defender sus reclamos de justicia.

Más aún, esa “prensa grande” casi siempre defendió intereses foráneos.

Las causas populares y los intereses del Perú casi nunca motivaron su principal preocupación. Por eso fue uno de los baluartes del viejo poder tradicional, instrumento político al servicio de grupos nacionales y extranjeros empeñados en detener el desarrollo real de nuestro pueblo.

¿Puede hablarse de verdadera libertad de expresión cuando los grandes

diarios sólo estuvieron en manos de los poderosos, de los mismos que siempre controlaron todo en nuestra Patria?

En el Perú hubo diarios de banqueros. Diarios de exportadores. Diarios de

los grandes comerciantes. Diarios de latifundistas. Diarios de los pesqueros. Y cada uno de ellos sirvió para defender los intereses de sus dueños y grupos dominantes. ¿Puede ser esto libertad de expresión?

¿Puede hablarse de libertad de expresión cuando los campesinos, los

profesionales, los obreros, los educadores, los auténticos empresarios nacionales,

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los intelectuales, los artistas, los empleados, jamás tuvieron manera alguna de exponer sus puntos de vista ante todo el país?

Esta fue la realidad de la prensa y de la libertad de expresión en el Perú.

¿Podemos olvidarlo? Todo esto llega ahora a su fin. Uno de los últimos baluartes de la plutocracia reaccionaria ha sido derribado. Jamás resurgirá.

Lo anterior de ninguna manera significa que esos diarios traten únicamente

los asuntos y problemas directamente vinculados a sectores sociales a quienes se transfieren. Nuevos en su espíritu fundamental, ellos deben ser instrumento de servicio informativo y cultural para toda lo sociedad. En modo alguno, periódicos cerrados a la exclusividad de intereses de ningún grupo por amplio que sea.

Esta reforma estructural contribuirá de manera muy importante a sentar las

bases de una cultura pluralista, democrática y creadora en el Perú. Y e este sentido, somos conscientes de la enorme trascendencia que tiene para este fin el desarrollo de una verdadera libertad de expresión, fundamento vital de esa nueva cultura. Esta libertad es uno de los ideales más altos de la humanidad y una de sus más grandes conquistas históricas. Jamás debe ser sacrificada. Por el contrario, debe ser siempre ampliada y respaldada.

La nueva ley no implica en forma alguna eliminar la discrepancia y así

favorecer la existencia de una prensa cautiva del poder. Sabemos muy bien que la libertad de expresión básicamente entraña respeto por las ideas distintas a las - nuestras. Este respeto es consustancial a la finalidad de la Revolución Peruana que busca forjar una nueva conciencia colectiva participacionista y libre. Por tanto, la crítica y la discrepancia deberán seguir existiendo en el nuevo ordenamiento de la prensa escrita, pero como expresión auténtica de los grandes grupos sociales organizados que constituyen la Nación Peruana. Aquí radica mucho de lo trascendental de la reforma. Ya no serán, entonces la discrepancia y la crítica de cerrados grupos de poder y privilegio, sino la de quienes son, en verdadero análisis el pueblo mismo del Perú voz y conciencia de la Patria.

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XII. MORALIZACIÓN Y MORALIDAD

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La moralización pública es un proceso que necesariamente ha tenido que desenvolverse dentro de cauces legales no siempre propicios para la efectiva aplicación de la justicia.

Fueron innumerables los caminos por los cuales en el pasado se

cometieron actos de inmoralidad en agravio del Estado. En la conciencia ciudadano está muy clara la convicción de que antes no

siempre hubo honradez en las esferas públicas. Virtualmente imposible de ser detectadas y probadas de acuerdo al texto de

la legislación vigente, innumerables delitos, entre ellos los del contrabando, no han recibido el castigo que merecían. Sólo el rechazo y la sanción moral de la ciudadanía han recaído, hasta el momento, sobre quienes defraudaron una confianza que jamás merecieron. Pero hoy otra dimensión de la moralidad que el país por tanto tiempo reclamó: lo honradez de sus gobernantes. Este no es un gobierno de prevaricadores. Y el pueblo lo sabe. Dentro de nosotros quien delinca será sancionado. Sabemos muy bien el gran daño que se hizo a este país al hundirlo en una profunda crisis moral.

Sin embargo, el Perú se recuperó para llegar a ser, por siempre, un país

orgulloso de gobernantes a quienes sienta suyos porque los sabe honrados. No por menos espectacular ésta es tarea menos significativa. Seguiremos

en ella porque la consideramos vital para los intereses del Perú.

UNA NATURALEZA INSTITUCIONAL DISTINTA

Nosotros no estamos interesados simplemente en mejorar las condiciones

del país, sino en cambiarlas; no estamos en favor de solamente modernizar las relaciones entre los distintos grupos sociales del Perú, sino en transformarlas. Queremos en una palabra, romper con el pasado y construir una sociedad que en esencia sea diferente a la sociedad tradicional que todos conocimos. Y esto supone alterar la calidad, la naturaleza de las instituciones del país.

Cada día comprendemos mejor que estamos creando nuevas instituciones

sociales y económicas, que responden solamente a la inspiración de un humanismo revolucionario surgido de las propias entrañas del Perú.

La grandeza de las instituciones depende en gran medida de la entrega

personal de los hombres que las forman, les dan continuidad y las hacen perdurables.

En una situación así la misión de instituciones se hace doblemente difícil.

Toda transformación profunda obliga a redefinir el concepto tradicional del orden

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público porque al reformar las viejas estructuras económicas inevitablemente surgen tensiones y conflictos entre los grupos sociales afectados por los cambios que la revolución introduce en la sociedad.

Para el ordenamiento tradicional del Perú el problema consistía en

mantener la condición de privilegios de los pocos frente a la desventaja de los muchos. En un proceso de transformaciones profundas el problema consiste, por el contrario, en modificar radicalmente aquel ordenamiento para reemplazar una situación de injusticia por otra dentro de la cual desaparezcan todos los privilegios. Si en la primera situación los conceptos de ley, justicia y orden se definieron en provecho de quienes detentaban el monopolio de la riqueza y el poder, en la segunda tales conceptos tienen que ser reinterpretados para reivindicarlos como la esencia normativa de un nuevo tipo de relación social.

Lo anterior demanda la permanente revisión de nuestro comportamiento.

Porque todas las instituciones del país deben ahora servir a un propósito muy diferente de aquél al que sirvieron en el pasado. Ellas ya no deben ser más los instrumentos de defensa de interesas de grupo, sino los instrumentos de garantía para mantener y perfeccionar un orden de justicia. Las leyes revolucionarias que este gobierno ha dado son leyes que, favorecen a las grandes mayorías de peruanos. En la medida en que esto es así tales leyes necesariamente afectan los intereses de quienes siempre tuvieron el control de todos los niveles de poder. Esas leyes están determinando el surgimiento de un nuevo orden social. Y es a ese nuevo orden social que nuestras instituciones deben servir.

Si esta revolución se está haciendo para el pueblo, nuestras instituciones,

por encima de todo, deben servir su causa. Lo anterior no significa que actuemos con arbitrariedad y en ignorancia de

los derechos de ningún peruano. No queremos ni debemos reemplazar la discriminación y la injusticia contra los más por la discriminación y la injusticia contra los menos. Se trata de comprender que un ordenamiento social verdaderamente justo supone necesariamente acabar para siempre con todos los privilegios. Porque perder un privilegio no es perder un derecho. Es restablecer el imperio de una justicia que jamás debió ser violada.

La aplicación de todo lo anterior demanda de nosotros cambios radicales

de comportamiento y de actitud. Sabemos muy bien cuán difícil es lograrlos. En el Perú todos estuvimos acostumbrados a que se pisotearan los derechos de los indefensos y los humildes. Ellos mismo estuvieron también acostumbrados a que eso fuera así. ¿Por qué habríamos de esperar que quienes siempre fueron maltratados comprendieran súbitamente que esto ya ha empezado a dejar de ser cierto? El descubrimiento de una nueva verdad no se improvisa. Pasará mucho tiempo antes de que el pueblo comprenda cabalmente que hay un nuevo Perú en el que los derechos de los humildes empiezan a respetarse. Y pasará mucho tiempo antes de que los poderosos de ayer terminen de comprender también esta verdad. Pero de nosotros depende que este proceso de aprendizaje sea menos

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prolongado. Porque de nuestros actos dependerá en gran parte que unos y otros comprendan que las cosas han cambiado en el Perú, que la justicia ya no es burla para servir a los poderosos y que la ley es una para todos los peruanos.

Si nuestra revolución aspira a crear una sociedad justa de hombres libres,

es preciso que todos aprendamos a reconocer el derecho al desacuerdo y a la crítica. Y nuestras instituciones deben respetar ese derecho, aún a riesgo de que algunos no comprendan esta actitud. Pero también debemos estar preparados para defender la obra que estamos realizando, especialmente ahora cuando frente al avance victorioso de la revolución nuestros adversarios parecieran unirse en el propósito de entorpecer su marcha.

UNA JUSTICIA ÁGIL Y VERÁZ

Uno de los males más enraizados del Perú fue la lenta y defectuosa

administración de justicia. El antiguo Poder Judicial fue verdaderamente el símbolo de la decrepitud y la insensibilidad de todo el orden social establecido. Por eso, y respondiendo a un verdadero clamar de la ciudadanía, el Gobierno Revolucionario decidió iniciar su reforma, a fin de devolver la independencia, la majestad y la limpieza que había perdido.

Nosotros dimos al poder judicial la autonomía que antes nunca tuvo. Sin

embargo, debemos advertir una dificultad. Amparados en esa autonomía, algunos magistrados, en todos los niveles

de la administración de justicia, proceden como antaño. Burlan la ley al retardar su efecto. Burlan su espíritu mediante un cínico y desmesurado respeto por su letra. Apelan a todos los recursos que hacen posible un procedimiento en apariencia legal, pero profundamente inmoral e injusto. El Gobierno Revolucionario no puede tolerar por más tiempo una situación así. Porque la política de moralización no puede avanzar mientras existan magistrados que, en los hechos, protegen la inmoralidad y la verdadera delincuencia de quienes disponen de medios económicos para burlar la justicia. Una revolución, no puede detenerse ante formalidades legalistas.

Nuestro compromiso es con la justicia. No con la leguleyería que muchas

veces permite traficar con las causas justas y proteger las injusticias. La reforma comenzó por la remoción de casi la totalidad de los miembros

de la antigua Corte Suprema, tribunal que una vez reconstituido procedió a la reorganización de los demás tribunales y juzgados de la República. En el futuro la elección de los magistrados es responsabilidad del Consejo Nacional de Justicia independiente de los Poderes del Estado. Así se podrá garantizar no sólo la idoneidad de quienes administren justicia. Ya no será la influencia política sino la capacidad y la honradez los criterios que primen en la selección de los magistrados peruanos.

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La reforma del Poder Judicial debe continuar hasta lograr sus objetivos de moralizar y hacer más eficiente le administración de la justicia en todos sus ni veles y en todo el país.

La Corte Suprema y el Consejo Nacional de Justicia deben cooperar

estrechamente para lograr un renovado Poder Judicial verdaderamente autónomo, libre por entero de todas las presiones y sujeto tan sólo al compromiso de ser la más elevada autoridad de justicia de una sociedad que ha emprendido con firmeza el camino de ser, precisamente, una sociedad justa.

LAS AUTORIDADES La transformación de nuestra sociedad debe ser entendida como el múltiple

diario quehacer de todos sus integrantes, pero en especial de quienes tienen la responsabilidad de ser autoridades. La propia concepción de la autoridad, el propio sentido que ella debe tener, requieren ser vistos a la luz del significado total del proceso revolucionario que vive el Perú. Fundamentalmente, se trata de comprender que los distintos niveles de autoridad son niveles de orientación y de servicio a la sociedad. La legitimación más verdadera de una autoridad revolucionaria, debe surgir de la convicción de que ella sirve y orienta a la colectividad porque está compenetrada de sus problemas y porque está auténticamente identificada con sus aspiraciones.

Es preciso modificar la perspectiva con que siempre se trabajó en los

distintos niveles de gobierno en el Perú. Es preciso que se estimule la participación de las comunidades locales en su propio gobierno. Es preciso que se contribuya a despertar la capacidad creadora de la gente de cada lugar. Es preciso contribuir a despertar la iniciativa de las organizaciones sociales de base. Porque sólo de esta manera podremos empezar el camino que nos lleva a una sociedad en la cual se diversifique la capacidad de decisión y en la que los hombres y mujeres de cada lugar efectivamente intervengan en el planteamiento y la solución de sus propios problemas.

Todo esto es parte de lo que hay implícito en el significado de un auténtico

proceso revolucionario, como el que estamos desarrollando en el Perú. Y es a esta orientación a la que debe corresponder el quehacer de las autoridades.

LOS SERVIDORES PÚBLICOS En al pasado el Gobierno sirvió fundamentalmente para mantener el statu

quo tradicional. Y comprendemos muy bien, por eso, que la vieja administración pública sea inadecuada para los fines de un gobierno que ya no persigue mantener el sistema tradicional sino transformarlo.

Ello explica que muchos servicios públicos de todos los niveles, sean

insensibles a los cambios de la revolución. Más aún, por no comprender que el

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Perú vive una época nueva, muchos de ellos actúan a menudo como saboteadores de la revolución. El Gobierno Revolucionario tendrá que corregir esta situación con medidas enérgicas. La ciudadanía debe también exigir y demandar una nueva actitud y no debe tolerar más la insolencia, la injustificable lentitud y hasta la corrupción de los malos funcionarios. La administración pública de un Estado Revolucionario debe existir para servir a la ciudadanía y no para servirse de ella.

LA CONTRALORÍA GENERAL

Desde el comienzo de su gestión, el gobierno se propuso llevar a cabo una

radical política moralizadora. Siempre supimos la enorme complejidad de una tarea de esta naturaleza, porque sabíamos que los malos hábitos administrativos estaban profundamente enraizados en el Perú. A lo largo de muchas décadas ganaron carta de ciudadanía formas de comportamiento que, en realidad siempre sirvieron como estímulo a la inmoralidad pública. Si bien es cierto que la corrupción administrativa representa un fenómeno universalizado, ello de ninguna manera debe llevarnos a condonar las formas de conducta delictuoso a través de las cuales los dineros del Estado se usan en beneficio de funcionarios inescrupulosos causando así un grave daño, no sólo al erario nacional, sino a la imagen de acrisolada honradez y honestidad que debe siempre ser la imagen de la administración pública.

Somos un país de recursos limitados y aquí la corrupción y el mal uso de

los dineros del Estado constituyen un crimen más execrable que en otras partes. Consecuente con esta posición, el gobierno dispuso la reorganización de la

Contraloría General de la República como organismo encargado de supervisar la ejecución del presupuesto y la gestión de las entidades que recauden o administren rentas o bienes del Estado. Es la primera vez que en el Perú se emprende una política de esta naturaleza. La Contraloría está realizando un diagnóstico de la administración pública en todos sus niveles para establecer pautas y mecanismos de control que permitan reducir al mínimo la posibilidad de continuar las viejas prácticas lesivas a los intereses del país en el manejo de los dineros del Estado.

Esta labor está lejos de haber sido concluida, pero se está llevando a cabo

con el celo y la energía que requiere una tarea tan delicada y necesaria para los intereses públicos. Las primeras acciones emprendidas por la Contraloría General de la República han hecho posible comenzar una vigorosa acción moralizadora en diversas entidades del sector público, lo cual ha permitido, a su vez, que se inicien investigaciones y se impongan sanciones basadas en el criterio de que la justicia y la acción moralizadora deben ser iguales para todos los peruanos sin discriminación de ninguna clase.

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XIII. LA CONTRAREVOLUCIÓN

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SU VERDADERA CAUSA, SU ESTRATEGIA En el fondo se trata de una lucha por la supervivencia de los grupos política

y económicamente privilegiados del pasado por mantenerse como factores de poder. Aquí entran en juego diversos elementos. Pero trátese de la Estatización de la Pesca, de la aceleración de la Reforma Agraria, de la creación de nuevas organizaciones populares, del creciente desarrollo de la conciencia política del pueblo, de la Ley de Propiedad Social o de cualquier otra medida que demuestre la real ampliación de los horizontes revolucionarios del Proceso, siempre se percibirá con claridad una mayor activación política de nuestros adversarios.

¿Cuál es el móvil que alienta esta campaña? ¿Quiénes están detrás?

Incuestionablemente se persigue la detención del Proceso Revolucionario en beneficio de todos los sectores de poder que tuvieron vigencia antes de la Revolución. Los directores y ejecutores de esta estrategia son, por tanto, los desplazados grupos oligárquicos, los representantes de intereses económicos extranjeros afectados, una claudicante dirigencia partidaria y, en estrecha vinculación con esta última, una equivocada izquierda dogmática que en realidad no sabe lo que quiere.

Se trata claramente, sin embargo, de grupos minoritarios. Pero su acción

parece tener mayor envergadura porque la alientan, los periódicos, revistas reaccionarias que siempre se opusieron a cualquier cambio profundo en el Perú. Estos periódicos constantemente magnifican la significación de los grupos opuestos a la Revolución, silencian los aciertos del Gobierno, ignoran los avances del proceso y destacan todo aquello que pueda ser adverso a nuestra causa. Son en la actualidad los voceros principales del extremismo contra revolucionario de derecha y sirven al juego de la llamada ultraizquierda. La insinuación alevosa, el deshonesto silenciamiento de la verdad, la desinformación sistemática, el insincero halado que busca en vano retribución política, el pertinaz propósito de dividir y de engañar, el alarmismo irresponsable y la permanente aunque a veces velada insinuación de que nuestro Proceso Revolucionario está sufriendo influencia extranjera, todo esto constituye el arsenal de ataque de esos periódicos y revistas.

Es posible percibir con nitidez algunos elementos centrales de esta

estrategia. En primer lugar, se busca sembrar la incertidumbre y la inseguridad, apelando a una suerte de terror psicológico que intenta movilizar en contra de la Revolución a los grupos empresariales medios, a los profesionales, a los empleados y a los pequeños y medianos propietarios en los campos de la Agricultura, la Industria, la Minería y el Comercio En segundo lugar, se busca dividir a la Fuerza Armada y aislar a su Gobierno, apelando al estímulo de un ciego sentimiento antimilitarista, hoy a todas luces prejuicioso y ahistórico. En tercer lugar, se busca generar conflictos entre la comunidad industrial y sindicato dentro de las empresas, usando para este efecto a las dirigencias sindicales vinculadas a los grupos políticos de oposición. En cuarto lugar, se utilizó a los

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desubicados dirigentes universitarios de ultra-izquierda y a los dirigentes ultra conservadores de algunos gremios profesionales de clase media. En quinto lugar, se sorprende a los pequeños y medianos agricultores y se les lanza contra los funcionarios de la Reforma Agraria y del SINAMOS En sexto lugar, se busca magnificar los errores del Gobierno, de la burocracia estatal y de la prensa oral y escrita vinculada al Estado.

El pueblo verdadero del Perú nada tiene que ver con este asunto. Se trata,

más bien, de una vasta orquestación de grupos oligárquicos y minoritarios, nacionales y extranjeros, que luchan contra la Revolución por defender intereses económicos o políticos. Y aunque algunos acoso piensan que luchan por causas diferentes todos están, en realidad luchando por lo mismo: por lograr el fin de la Revolución y el derrocamiento de su Gobierno.

Los estrategas de la contra- revolución se ayudan mutuamente. Pero detrás

está la mano poderosa de los intereses extranjeros que alientan a la derecha nacional, subordinada suya, y financian a la ultra-izquierda, aliada táctica de la reacción dentro de la estrategia pro- imperialista.

LOS ARGUMENTOS PARA EL ATAQUE

Siete parecen ser los temas principales que la contrarrevolución utiliza para

apelar a distintos públicos y movilizar distintos sentimientos con el claro propósito de minar el desarrollo de la Revolución: inmediato retorno a la constitucionalidad; necesidad de librar una suerte de tradicional guerra anti-comunista; pretendida ineficacia de la Comunidad Industrial; respeto irrestricto por la libertad de prensa; denuncia de una presunta política gubernamental de colectivización en el agro; necesidad perentoria de establecer las reglas de juego “ en el campo económico y reivindicación absoluta de la libre empresa y, finalmente, presunto carácter burgués, feudal, capitalista y pro- imperialista del Gobierno.

En torno a estos siete tópicos de agitación se mueve prácticamente toda la

campaña contra- revolucionaria. A nadie escapa la heterogeneidad de estos temas de ataque. Ella se debe a que, persiguiendo el mismo propósito político, los distintos grupos de oposición invocan razones diferentes, en parte porque no logran ponerse de acuerdo sobre la naturaleza del proceso y su Gobierno. En efecto evidentemente no podemos ser, al mismo tiempo, cosas opuestas entre sí. Y, sin embargo; esto es precisamente, lo que sostienen los voceros de la contra revolución. No podemos ser, por ejemplo, feudal burgueses y, simultáneamente, partidarios de la colectivización del agro.

Esta gran confusión parece finalmente deberse a que para muchos

conservadores todo proceso revolucionario es sinónimo de comunismo, en tanto que para muchos comunistas todo aquello que escapa a su visión dogmática tiene que ser un fenómeno conservador. Obviamente, ni unos ni otros pueden comprendernos, toda vez que nosotros representamos una posición que es

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revolucionaria sin ser comunista. Así, curiosamente, los exponentes de posiciones de diestra y de siniestra una vez más se dan la mano y muestran coincidencia: unos al afirmar que somos comunistas y otros, que tenemos que serlo, frente a esta maniobra de tenazas igualmente dogmática y absurda, nosotros respondemos simplemente: ni somos comunistas ni tenemos que serlo.

…el retorno a la constitucionalidad.

El inmediato retorno a lo constitucionalidad implicaría necesariamente

liquidar la Revolución, y esto no lo aceptan ni el pueblo ni la Fuerza Armada. Frente a la intangibilidad de una Constitución que, por lo demás, nunca fue respetado, y la urgencia de transformar a nuestra sociedad para hacerla más justa no se nos ocurre vacilar ni un momento en el rumbo a seguir. Y esto, dándonos perfecta cuenta de que a nuestros adversarios sólo les interesa invocar la Constitución en la medida en que ello pueda servir para detener al proceso revolucionario.

Vinculada al tema del retorno a la constitucionalidad figura la demanda de

que la Fuerza Armada entregue el poder y vuelva a sus cuarteles. En las actuales circunstancias esto también significaría el término de la Revolución. Así, en estos dos argumentos de ataque se complementan y concurren al mismo fin.

A esta respecto, se debe tener muy claro lo siguiente: no se trata de un

caso de súbito amor sincero por la Constitución, toda vez que ella siempre fue violada en el pasado para defender a los poderosos y sojuzgar a los humildes, sin que quienes hoy dicen defenderla dijeran una sola palabra de censura o de protesta. Ni tampoco se trata de un súbito y sincero amor por un gobierno civil en cuanto tal, toda vez que quienes hoy reclaman la vuelta de la Fuerza Armada a sus cuarteles en nombre de la “civilidad”, no sólo guardaron silencio frente a gobiernos militares del pasado que no fueron gobiernos revolucionarios, sino que activamente los respaldaron y, más aún, aplaudieron su ascenso al poder y contribuyeron a su sostenimiento.

No es, pues; nuestro carácter militar lo que resulta intolerable a nuestros

opositores. Es nuestro irrenunciable carácter revolucionario lo que ellos no pueden tolerar. Y esto se quiere mantener encubierto, oculto, innombrado. Porque se desea engañar a nuestro pueblo, manteniendo en las sombras los verdaderos propósitos de esta insincera campaña por el retorno a la Constitución y a la “civilidad “. Esto no es lo que la contrarrevolución busca y desea. Lo que busca y desea es la vuelta al pasado, el retorno a la explotación, al entreguismo, a la injusticia, a los privilegios y al dominio oligárquico que fueron el signo del orden pre- revolucionario en el Perú.

La vuelta al orden constitucional, que tanto reclaman nuestros adversarios,

se producirá únicamente cuando se haya garantizado la permanencia de la revolución y su continuidad; únicamente cuando en una nueva Constitución se consagren las conquistas de la revolución; y únicamente cuando no exista

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posibilidad de que el Perú sea otra vez llevado al sistema ominoso que abolimos el 3 de Octubre de 1968. Esa nueva Constitución tendrá que reflejar las características y necesidades de nuestra realidad de hoy, y no las del Perú de hace más de treinta años. Todos los sectores de opinión han señalado la necesidad de actualizar nuestra Carta Fundamental. El Gobierno Revolucionario se propone hacer esto, precisamente, para que quienes nos sucedan en la conducción del país sean elegidos por todo el pueblo del Perú y no por una minoría como ha ocurrido hasta hoy. Los futuros gobiernos deberán desarrollar su actividad dentro de los lineamientos de una nueva Constitución que fielmente refleje los cambios sustanciales que están ocurriendo y que van a ocurrir en nuestra sociedad. Nuevos sectores sociales se incorporarán de manera efectiva al cuadro político real del país. Este hecho trascendental debe encontrar expresión en la nueva Carta Fundamental de la República. Sin ella, la Revolución Nacional quedara trunca, y nuestro pueblo carecería del más importante instrumento jurídico para garantizar la permanencia y la continuidad de la obra transformadora que hemos iniciado; restaurándose esa democracia formal que nuestros adversarios envilecieron hasta convertirla en la gran hipocresía que significó hablarle de libertad a un pueblo victimado por la explotación, por la miseria, por el hambre, por la corrupción, por el entreguismo y la venalidad.

Pero los males de un pueblo no pueden ser eternos. Y los del Perú tenían

que acabar alguna vez. Para darles remedio fue preciso, fue indispensable, romper el orden constitucional. Lo declaramos abiertamente. Porque ese orden constitucional, que hoy tanto defienden quienes de él se aprovecharon sirvió sólo para perpetuar todas las injusticias sufridas por el pueblo.

…la bandera del anti-comunismo.

La supuesta necesidad de librar una guerra bajo las banderas del

anticomunismo, es una vieja estratagema ya usada muchas veces aquí y en otras latitudes. Consiste en atribuir inspiración comunista a toda lucha por cambiar las condiciones actuales de la sociedad. De ahí se pasa a identificar toda posición favorable a los cambios estructurales como propia del comunismo. Y de ahí se sigue a definir como comunista a todo aquel que lucha por la transformación del país, es decir, a todo aquel que tenga una posición revolucionaria.

Emprender una ciega y cerrada política anti-comunista así concebida,

equivale a emprender una política contra la propia Revolución. Por eso es que el anti comunismo como definición de una dogmática posición política ha sido siempre una postura derechista y reaccionaria. En esto, como en lo demás, nuestra posición es sumamente clara. Recusamos el comunismo no desde una posición conservadora de derecha, sino desde una posición revolucionaria de izquierda nacional y autónoma.

Sin embargo, los comunistas coinciden con nosotros e sostener la

necesidad de abandonar el sistema que prevaleció en el Perú hasta 1968. Pero aquí terminan nuestras coincidencias. Y empiezan nuestras insalvables

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divergencias de concepción, de finalidad, de metodología política. Por la certeza de todo lo anterior, no vamos a seguir ni una política pro-comunista, que desvirtuaría nuestra Revolución, ni una política conservadora anti- comunista que significaría un camino regresivo y, por lo tanto, contrario a la Revolución. …la pretendida ineficacia de la comunidad industrial

El ataque centrado en torno a la pretendida ineficacia de la Comunidad

Industrial, se orienta a destruir una de las reformas básicas del proceso revolucionario. Frente a la campaña conservadora que tilda como extremista a la Comunidad Industrial y frente al ataque de los extremistas que la tildan como conservadora, un desapasionado balance de la experiencia de la Comunidad Industrial demuestra su sustantiva validez como medio de hacer posible la participación de los trabajadores en la propiedad y en la dirección de las empresas. …el respeto irrestricto a la libertad de prensa.

Cuando todos los días los periódicos de ultra derecha atacan al Gobierno,

resulta poco menos que irónico escuchar alegatos en favor de una libertad de prensa que nadie ha puesto en peligro. En realidad, en nuestro país existe abuso de esa libertad, no ausencia de ella. Hoy los periódicos y revistas reaccionarios tergiversan y ocultan la verdad, manipulan la información y discriminan la noticia. E incluso trasgreden las normas mínimas de respeto por la honradez que deberían tener los propietarios de esos órganos de prensa. Urge, pues, reformular todo el problema que plantean los medios de comunicación a fin de garantizar que constituyan efectivos canales de libre, veraz y completa información, vehículos verdaderos de cultura y no, órganos de presión al servicio de intereses familiares o de grupo.

... la colectivización del agro.

Ha sido uno de los instrumentos preferidos de la acción

contrarrevolucionaria desde la dación de la Ley de Reforma Agraria. No obstante existir el instrumento legal que garantiza y reconoce la pequeña y mediana propiedad, la Ley no permite el reconocimiento de la propiedad: cuando los propietarios no trabajan directamente la tierra o incumplan las leyes sociales del país.

Es de acuerdo a estos principios que la Reforma Agraria se está llevando a

cabo. Ello de ninguna manera detendrá su marcha, pues constituye mecanismo esencial en el proceso de las transformaciones revolucionarias que la Revolución tiene la responsabilidad de llevar hasta el final.

Cualquier compaña o ataque a la Reforma Agraria, constituye por esto en lo

fundamental ataques contra el Gobierno y contra la realidad de la Revolución.

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...la definición de las reglas del juego. El reclamo a que las “reglas del juego” en el campo económico sean

establecidas, hace pensar en que las muchas veces que tales reglas han sido explicadas en detalle, quienes con más atención debieron haber escuchado no lo han hecho. O que, en su defecto, no se quiere comprender una posición que a todas luces resulta sumamente clara. La Revolución respalda el desarrollo de una verdadera industria nacional. Pero si las reglas de juego esperadas son las que normaban el desenvolvimiento del aparato económico en el Perú antes de la Revolución, la espera será vana. Porque el restablecimiento de esas reglas de juego implicaría el abandono de la Revolución. Y esto, es imposible. Como imposible es también la vuelta de la llamada libre empresa que, en realidad, constituyó la regla de oro del sistema contra el cual insurgió la Revolución en el Perú; o el retorno de la llamada “confianza”. Pues, ¿qué “confianza” pueden reclamar a una Revolución los grandes propietarios del dinero? ¿Una confianza que les permita mantener las gollorías y los privilegios que nada justifica, excepto sus malas costumbres de explotadores inveterados del pueblo peruano? ¿Una confianza como aquélla que se creaba cuando eran los dueños del país? Este tipo de confianza no van a tener mientras nosotros gobernemos. Y no por odio, sino porque estamos convencidos de que este tipo de confianza es la negación total de las posibilidades de transformación en el Perú porque en este tipo de confianza se basaron las injusticias que hundieron en la miseria y en la explotación a la gran mayoría de nuestro pueblo.

La Revolución ha establecido claramente las condiciones de auténtica

confianza para todos aquéllos que comprendan que el dinero debe también cumplir una constructiva responsabilidad social. Hay confianza y respaldo gubernamental para la inversión que promueve el desarrollo económico del país, dentro de un marco de respeto por las justas expectativas del capital y por los legítimos derechos de los trabajadores. Hay confianza, porque en el país existe plena estabilidad política Hay confianza, porque no existe violencia social y porque claramente el pueblo respalda a este gobierno. Hay confianza, porque el país está sentando las bases de su desarrollo integral en beneficio del pueblo y de todos los que intervienen en el proceso de la producción económica.

Hay confianza, porque la inversión privada tiene todas las garantías que

cualquier empresario moderno puede exigir. … nuestro carácter feudal y pro- imperialista.

Se dice que constituimos un régimen de carácter burgués, feudal, capitalista

y pro-imperialista. Si en realidad somos tal cosa por qué la vieja derecha nos ataca diariamente y por qué, entonces, el Perú de hoy sufre el embate de la presión imperialista. Esta es una pregunta que planteamos a nuestros detractores. En tanto, el Gobierno Revolucionario llevará adelante la transformación del Perú siguiendo inalterablemente el rumbo que hasta aquí hemos seguido sin importarnos demasiado la grita interesada de unos y de otros.

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Nuestra Revolución se encuentra en pleno camino. Debemos consolidar las

conquistas logradas hasta hoy. Pero debemos también seguir avanzando, en parte justamente para lograr esa consolidación. Será, pues, indispensable profundizar el cauce de la Revolución. No sólo completando las tareas iniciadas, sino emprendiendo nuevas tareas que amplíen las transformaciones hoy en desarrollo. Paro ello será fundamental el fortalecimiento del flanco político de la Revolución. Y a este fin todos debemos dedicar la máxima atención y el máximo esfuerzo.

¿DÓNDE ESTÁN Y QUIÉNES SON LOS ENEMIGOS DE LA REVOLUCIÓN?

Nuestra Revolución tiene grandes y poderosos enemigos. El Perú ha

sufrido presión económica extranjera a lo largo de estos años. Probablemente habrá de continuar sufriéndola. Este es el precio que un país debe pagar por su soberanía y por su derecho a la libertad y a ser dueño de su destino. Los grandes poderes internacionales que siempre nos dominaron no miran con buenos ojos al Perú. Somos un “mal” ejemplo para otros países. Y temen a ese ejemplo. Por eso no pueden ayudar ni dar estímulo al Perú. No imploramos su estímulo. No imploramos su ayuda. Pero demandamos respeten nuestro derecho a ser nosotros mismos y a construir nuestro propio camino.

Las presiones no nos doblegarán. Sabremos hacer frente a todas las

amenazas. No estamos solos en el mundo de hoy. Otras naciones también están luchando por liberarse de yugos extranjeros.

Entre los países de gran desarrollo industrial ya no existe un poder hegemónico que pueda avasallarlo todo e imponer su voluntad. Nuestros enemigos extranjeros padrón dificultar nuestro camino. Pero nunca podrán impedir el triunfo final de la Revolución Peruana. Porque su causa es la causa de nuestro pueblo y es la causa de la justicia.

Los enemigos externos de la revolución tienen agentes y tiene aliados

dentro de nuestras fronteras. Son todos los que de una manera u otra se han visto afectados por la revolución. No solo son aquéllos que han perdido poder económico. Son también los que han perdido poder político. Unos y otros están ahora, al parecer, unidos. Y unidos luchan contra nuestra revolución. Su objetivo central es derrocar al gobierno.

Esto debemos saberlo todos con absoluta claridad. Los enemigos de la

revolución son una minoría. Pero organizada y con dinero. Sus agentes azuzan descontento, esparcen rumores, difunden calumnias, crean desconciertos Agitan en las universidades. Agitan en el Magisterio. Agitan en los sindicatos.

Y en este país, donde nunca antes nadie había hecho tanto como nosotros

por el pueblo, atizan las ambiciones demagógicas y plantean grandes exigencias, sabiendo perfectamente que no pueden ser satisfechas sin poner en peligro la

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economía del país, sobre cuya firmeza se sustenta toda la política revolucionaria del gobierno. Se busca de esto modo, irresponsablemente y suicidamente hacer fracasar a la revolución, sabotear este hermoso esfuerzo de un pueblo que busca liberarse y hundir nuevamente al Perú en el oprobio del control oligárquico y la dominación imperialista.

Son nuestros adversarios, quienes hasta hace seis años disfrutaron del poder.

Son ellos los que constituyen el sector antirrevolucionario, que se opone a

la transformación del Perú y al afianzamiento de la justicia social en nuestra Patria. No comprenden que esta Revolución ha echado raíces muy profundas y que el Perú ya no puede dar paso atrás. Sueñan con volver a gobernar para seguir engañando y explotando a nuestro pueblo, como lo hicieron siempre en el pasado, pero ese sueño jamás habrá de convertirse en realidad.

El grupo que más sirve a los intereses antirrevolucionarios está constituido

por las dirigencias políticas envejecidas y corruptas que estafaron al pueblo pactando con los grandes gamonales, con los grandes dueños del dinero, y con esa oligarquía a la que dijeron combatir durante treinta años para terminar prosternados a sus pies; cual sirvientes indignos.

Esos verdaderos caciques de la politiquería criolla son los principales

agentes de la derecha reaccionaria, y antipopular. Luego de engañar a los peruanos que honestamente creyeron en una sinceridad que después tuvo un precio, tratan hoy de frustrar esta revolución con innumerables campañas de rumor y calumnia cobarde. Azuzan odios. Atizan desconfianzas. Propalan falsedades. Pero jamás sacan la cara detrás de la ruindad de sus ataques. A todos sus delitos del pasado esos viejos capituleros de nuevo cuño añaden uno más: la cobardía que en política de hombre es siempre un gran delito.

No culpamos a quienes aún les obedecen, porque salvemos que siguen

engañados. Nada tenemos contra quienes todavía creen en un grupo irresponsable de traidores. Pero por esto jamás dialogaremos con quienes son los únicos culpables de haber engañado durante mucho tiempo a nuestro pueblo para después servir a sus explotadores.

Pero los adversarios de la obra que estamos realizando no son sólo

aquellos cuyos intereses se han visto y continuarán viéndose afectados por el desarrollo de la revolución.

También hay otros adversarios acerca de los cuales debemos ser

plenamente conscientes. Son quienes miope y a voces irresponsablemente desarrollan acciones cuyo resultado objetivo es vulnerar la estabilidad del proceso revolucionario Su acción concurre a poner en peligro la base de sustento económico del país afectándola mediante conflictos artificialmente creados, unas veces, por las empresas y, otras, por dirigentes sindicales cuya acción no responde al interés genuino de los trabajadores, sino a las directivas partidarias

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que emanan de grupos políticos cuya posición frente al proceso revolucionario no es de apoyo real ni de identificación.

Sabemos muy bien en qué se funda la acción antirrevolucionaria de quienes

añoran la vuelta de los regímenes conservadores. A conseguir este ya imposible objetivo se orientan por igual los sectores reaccionarios, que históricamente constituyen el principal enemigo de la revolución, y los pequeños grupos alienados de una izquierda dogmática que viven de espaldas al país y que políticamente funcionan como agentes provocadores de la reacción conservadora. La inspiración de estos grupos viene del extranjero y existen fundadas razones para sostener que su principal financiamiento tiene la misma procedencia. Su creciente debilitamiento y su cada día más evidente pérdida de significación política real, los están conduciendo a extremos de verdadero delirio ante los cuales es dable presumir la posibilidad de que adopten formas de comportamiento delictivo en determinadas instituciones. Si tal ocurriera, esos grupos serán drásticamente reprimidos como indispensable medida precautoria. No caeremos en el error de creer que nuestra revolución debe tolerar la conducta delictiva de quienes tras la etiqueto de un fácil e irresponsable izquierdismo verbal, son en realidad instrumentos de la extrema derecha y de organizaciones internacionales antirrevolucionarias financiadas por el imperialismo.

Los jerarcas de la claudicación y del engaño añoran un gobierno

conservador que les devuelva un poder político que usaron para pactar con la oligarquía y el imperialismo, a espaldas de su propia y engañada militancia. Por su parte, los grupos del extremismo oportunista quieren entorpecer esta revolución porque saben que jamás podrán influirla y, además, porque comprenden muy bien que su acción es prácticamente estéril bajo un gobierno revolucionario como el nuestro. A ellos también les conviene un gobierno reaccionario enemigo del pueblo. De esta manera, ambos sectores políticos actúan coaligados como agentes de la anti revolución en el Perú.

Sin embargo, no debe sorprendernos que tal sea el propósito de nuestros adversarios. Tratándose de quienes se trata, lo sorprendente sería que actuaran de otro modo. Pero nada de eso nos exime de la responsabilidad de desenmascarar ante el país a los grupos de la anti revolución. Sus acciones a veces confunden a mucha gente. Porque actúan encaramados en la dirección de diversas organizaciones cuyas bases sin embargo desconocen los verdaderos propósitos de sus propios dirigentes. Desde allí sirven a los intereses anti-populares de la reacción. Y allí la revolución tendrá que combatirlos.

Esto es necesario tener muy claro para contribuir a consolidar en nuestro

pueblo una conciencia lúcida de los riesgos que entrañan toda revolución; pues muchos de nuestros compatriotas no perciben la verdadera finalidad de las fuerzas anti-revolucionaria. Parte del éxito de la revolución dependerá de la madurez y la conciencia revolucionaria de nuestro pueblo. Forjar esa conciencia implica necesariamente que el pueblo del Perú comprenda con claridad cuál es el juego de sus enemigos. Y comprenda también hasta qué punto actúan con

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irresponsabilidad quienes conducen a sus instituciones a un falso enfrentamiento con la revolución.

La revolución continuará cumpliendo su programa en todos los ámbitos de

la vida del país; nuestros enemigos jamás encontrarán indecisión de parte de los hombres de la Fuerza Armada. Tenemos un compromiso y nunca dejaremos de cumplirlo. No permitiremos que esta grande y hermosa tarea de liberar a nuestra Patria de la dominación extranjera y del subdesarrollo se vea frustrada por la acción torpe y suicida de unos cuantos agitadores delirantes.

PRENSA Y CONTRAREVOLUCIÓN

Comprender un proceso revolucionario implica estar dispuesto a modificar

sustancialmente los esquemas mentales del pasado. Porque las situaciones radicalmente nuevas sólo pueden ser comprendidas desde perspectivas nuevas también. Y esto es algo extremadamente difícil de lograr. Porque sobre cada uno de nosotros gravitan la forma tradicional de pensar acerca de los hechos de la realidad y, además, las normas de valor que antes sirvieron para orientar nuestra conducta y nuestras apreciaciones. Por eso es que ante los cambios que toda revolución trae consigo surgen, principalmente en los grupos conservadores de la sociedad, incertidumbres que constituyen terreno propicio para la acción antirrevolucionaria. Porque ésta se orienta a crear un clima de temor en base a la constante distorsión de los hechos de la realidad, y de las intenciones de los gobernantes, con esa carga de malevolencia, de resentimiento, de frustración y de cruel egoísmo que va siempre unida a la defensa de los intereses personales y de grupo. Aquí es donde se nutre la acción corrosiva de los grupos reaccionarios cuyos privilegios la revolución necesariamente tiene que afectar si quiere cumplir sus objetivos y ser fiel a sí misma.

Algo de lo que hoy ocurre en el Perú, y viene ocurriendo, ilustra esto con

mucha claridad. Nuestros enemigos pretenden desconocer la calidad revolucionaria de los planteamientos que permanentemente sirven de sustento a la acción del Gobierno de la Fuerza Armada. Algunos vetustos periódicos de la ultra derecha reaccionaria tratan así de ignorar lo que siempre hemos declarado y que el país entero conoce muy bien, es decir, que nuestro propósito siempre fue realizar la profunda e irreversible transformación estructural de nuestra sociedad. Por esto razón siempre nos definimos como Gobierno Revolucionario, es decir, como gobierno decidido a modificar de manera sustancial las relaciones fundamentales de poder que definían la esencia del sistema imperante antes de octubre de 1968. Mal podríamos habernos definido así si sólo hubiéramos pensado introducir reformas secundarias con el fin de simplemente mejorar los niveles tradicionales de vida en el país.

Sin embargo, esos diarios de la más pura estirpe oligárquica, y por lo tanto

antipopular, fingen sentirse sorprendidos ante la calificación del proceso peruano como proceso orientado a lograr una profunda redefinición de la estructura tradicional de poder en el país. No es dable suponer que quienes así escriben

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ignoren que una revolución auténtica inevitablemente altera de manera esencial la posición de los grupos sociales en la estructura de poder, es decir, en el campo de relaciones y de interés concretos donde se adoptan las decisiones, principalmente económicas y políticas, que afectan al conjunto de la sociedad y que fundamentalmente se refieren a la distribución de todos las formas de riqueza entre sus miembros. La evidencia histórica que avala este punto de vista es demasiado amplia como para pensar que puede ser desconocida. En consecuencia, el aparente olvido de estos hechos por parte de los voceros de la anti revolución, pone de manifiesto, más que ignorancia, una clara intención deshonesta de falsear la realidad de uno posición oficialmente declarada por el Gobierno de la Fuerza Armada del Perú.

Desde otro punto de vista, aparentar sorpresa ante la definición

revolucionaria de nuestro gobierno, al cabo de seis años de política transformadora virtualmente significa acusar a la Fuerza Armada de haber intentado engañar al país cuando, desde el momento mismo que asumimos el gobierno, anunciamos nuestra decisión de emprender la transformación revolucionaria de las estructuras socio-económicas heredadas del pasado. Ocultar este propósito y al mismo tiempo sugerir que la Revolución Peruana nunca ha planteado antes de ahora la necesidad de reemplazar el sistema tradicional por otro en esencia diferente, revela mala fe, deshonestidad política, interesada ignorancia, impudicia intelectual.

En primer lugar, porque en el Estatuto del Gobierno Revolucionario,

documento básico de la Revolución Peruana, declaramos el mismo 3 de octubre de 1968 que uno de nuestros objetivos fundamentales era el de “promover a superiores niveles de vida, compatibles con la dignidad de la persona humana, a los sectores menos favorecidos de la población, realizando la transformación de las estructuras económicas, sociales y culturales del país”. Esto significa que para nosotros la promoción de nuestro pueblo, de los “sectores menos favorecidos de la población”, a “superiores niveles de vida” sólo podía lograrse mediante la transformación, es decir la alteración cualitativa y profunda, de las estructures tradicionales del Perú, En otras palabras, el Estatuto definía tal objetivo como inalcanzable mientras tales estructuras no fueran esencialmente modificadas, que éste y no otro es el significado de la palabra “transformación”.

Y en segundo lugar, porque en múltiples ocasiones los miembros del

Gobierno Revolucionario hemos reiterado que el propósito central da la Revolución Peruana es crear en nuestro país un ordenamiento político, económico y social cualitativamente distinto del sistema capitalista que nos llevó a ser una sociedad subdesarrollada y sometida al imperialismo, es decir, al control económico extranjero. Y sería descender al nivel de nuestros críticos reaccionarios insistir nuevamente en señalar que con igual firmeza hemos rechazado cualquier alternativa de tipo comunista para el Perú, porque los documentos oficiales del Gobierno Revolucionario contienen ya una descripción completa del modelo de sociedad no capitalista y no comunista hacia el cual se orienta nuestra revolución.

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El confusionismo que tratan de crear los órganos de prensa de la ultraderecha conservadora no se circunscribe al ocultamiento y a la distorsión de las posiciones políticas de la Revolución Peruana. Idéntico propósito se manifiesta en la tergiversación y en el falseamiento de las declaraciones públicas emitidas por los miembros del Gobierno Revolucionario. Nuestros enemigos usan y abusan de una libertad de prensa que jamás hemos cuestionado pero cuyo respeto no puede llevarnos a ignorar su constante pisoteamiento por parte de quienes, justamente, hablan en su defensa. Se violan la libertad de prensa cuando los periódicos y revistas de propiedad familiar o de grupos políticos imponen una política periodística basada en la sistemática distorsión de lo que ocurre en el país. La verdadera libertad de prensa es inseparable del sentido de responsabilidad que deben tener quienes de ella hacen uso. Propalar mentiras y ocultar deliberadamente los hechos de la realidad constituye una burla flagrante de aquella libertad.

Los propietarios de esos órganos de expresión familiar y de grupo aún no

comprenden que su opinión interesada ya no puede tener en el Perú de hoy ni siquiera un paso lejanamente comparable al que tuvo cuando nuestro país vivía bajo el oprobio de los regímenes que gobernaron a espalda de la nación. Pueden seguir, por tanto, deslizando en sus críticas, mentiras y calumnias; pueden seguir destilando veneno e insidia, costumbres en las que son maestros insuperados e insuperables; pueden seguir tratando vanamente de sembrar cizaña y rivalidad entre los hombres del gobierno; pueden seguir tratando también en vano de estimular la división en nuestra Fuerza Armada; y puede finalmente continuar en el pueril intento de separar a los militares revolucionarios de los civiles revolucionarios. Pero nada podrán lograr. Su época ha pasado irremediablemente. Carece de toda posibilidad de volver a influir sobre el gobierno o sobre el país.

Pero si esto no fuera suficiente para persuadirlos de que no deben

confundir su legítimo derecho a la discrepancia y a la crítica de nuestra revolución con la práctica de una verdadera delincuencia moral y periodística, entonces deben saber que nuestra paciencia y la del Perú tiene un límite.

LA SIP Y EL INTERVENCIONISMO

Al comprobar que la Revolución continúa indesviablemente, nuestros

enemigos movilizan contra ella todos los recursos posibles. Hay una intensa campaña internacional organizada contra el Perú.

Quienes la mueven son quienes han visto afectados sus intereses por las

reformas de la Revolución. Algunos son peruanos, otros son extranjeros. Pero a todos los une una causa común, comunes intereses.

La Sociedad Interamericana de Prensa, el organismo que reúne no a

periodistas sino a propietarios de órganos de prensa escrita del continente, aparentemente dirige esta campaña. El pretexto es la expropiación de los seis diarios de circulación nacional para ser transferidos a las organizaciones sociales

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más importantes del país. Nosotros sabíamos que esta compaña iba a producirse. Más aún, creíamos que iba a ser más intensa y efectiva. No ha sido así. En diversos lugares del mundo periodistas auténticos han comenzado ya a decir la verdad. Hemos invitado a quienes critican la Reforma de la Prensa escrita para que vengan al Perú y comprueben que aquí existe libertad de expresión. Confiamos en que la verdad de todo esto, continuará abriéndose paso.

Pero allí no está la raíz, la causa del problema. La Sociedad Interamericana

de Prensa as simplemente el vocero de inconfesables intereses económicos que se mantienen en la sombra. Ella es apenas la marioneta movida por los hilos de manos invisibles. Detrás de la SIP están quienes se fugaron del Perú para escapar a la justicia. Pero también están los consocios extranjeros afectados por la Revolución. Más aún, detrás muy bien podría estar la acción corrosiva de tenebrosos aparatos de subversión y espionaje. Estos son los más grandes enemigos de la Revolución Peruana. Tienen recursos. Corrompen conciencias. Compran plumíferos profesionales, periódicos, revistas. Aquí y en otras partes.

Sin embargo, eso no es todo. Sus agentes se infiltran en las organizaciones

populares, en los sindicatos, en las universidades, en los partidos políticos. Agentes provocadores que reciben dinero extranjero trabajan en estos campos. Constantemente difunden noticias alarmistas, manipulan a los trabajadores y a los estudiantes, atizan todos los extremismos y alientan los resentimientos y los rencores. Aprovechan inevitables problemas sociales y económicos que la Revolución está ya resolviendo, para enfrentar a su Gobierno con los trabajadores o con los estudiantes. Desde la sombra maniobran engañando a nuestro pueblo, azuzando descontentos, alentando demandas imposibles y jugando con la explicable irresponsabilidad de mucha gente.

Todo esto está en el fondo de la insensata agitación que persigue frustrar la

aplicación de la Reforma Agraria y paralizar la producción de las minas. Porque a los enemigos internos y externos de la Revolución les conviene que la Reforma Agraria tenga tropiezos y que la economía del país sufra dificultades. Este es el objetivo central de los agentes provocadores a sueldo de la subversión que se financia desde fuera del Perú. A este propósito fundamental de la derecha reaccionaria y legalista sirven, sabiéndolo o sin saberlo, los caudillos de una supuesta izquierda enferma de ambición, engañada con el espejismo de posiciones imposibles, seguidora fanática de esquemas extranjeros, incapaz de comprender por su insalvable esquematismo la nueva realidad del Perú, y hondamente frustrada ante el avance de una Revolución que tampoco comprenden.

Llama ciertamente a sorpresa que de todo esto algunos no quieran darse

cuenta todavía. En especial ahora que con evidencia se conoce en todo el mundo cuáles han sido las actividades de agentes extranjeros en el seno de pueblos hermanos del Perú. Ahora que se sabe cómo intervienen esos agentes en los asuntos internos de países que no son el suyo. Ahora que, se sabe cómo gastan millones tras millones para subvertir el orden público y las instituciones

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en tierras alejadas de la suya. Ahora que se conoce cómo pisotean todos los principios del orden internacional para intervenir criminalmente en asuntos que no les competen.

Nuestro pueblo debería estar permanentemente alerta, como estamos

nosotros, para frustrar el tenebroso propósito de la delincuencia internacional enemiga del Perú, enemiga de los pueblos de América Latina, enemiga de la de la democracia, enemiga de la justicia y enemiga de la libertad.

Los hechos comprobados y admitidos en este orden de cosas tienen para

nosotros, y deberían tener para el mundo una inmensa importancia de peligrosidad. Somos un país que se esfuerza y lucha por construir una vida y un destino mejores para todos sus hijos. Tenemos plenitud de derecho para hacerlo. Y lo tenemos, sin cuestión alguna, para hacer esto de acuerdo a nuestro propio modo, por el camino que nosotros mismos escojamos. Nadie en el mundo puede irrogarse el derecho falaz de intervenir en asuntos que sólo nos competen a nosotros los peruanos. Frente a la prepotencia, al abuso y a la arbitrariedad, que tienen como asidero solamente la fuerza, porque carecen de justicia y de razón, el Perú levanta la voz de su protesta, la voz de su dignada dignidad. Porque somos un país aún en desarrollo, pero digno. Porque somos un país pequeño, pero valeroso.

Queremos vivir en paz. Y vamos a vivir en paz. Pero no podemos guardar

silencio frente al atropello y al abuso. Aceptarlos equivaldría a entronizar en el mundo de nuevo la barbarie. Ya no somos colonia de nadie. Somos un pueblo libre. Somos un país con dignidad y con orgullo. A ningún precio permitiremos que nada de esto sea nunca pisoteado. Ni por el oro ni por la fuerza. Nos sentimos solidarios y hermanos de todos los pueblos. Respetamos a todos los países. Pero el precio de ese respeto es que el Perú sea igualmente respetado. Y esto significa respetar nuestras instituciones, nuestras decisiones, nuestra revolución. En esto está para nosotros de por medio nuestra honra de peruanos, nuestra dignidad de ciudadanos libres de un país libre, nuestro orgullo de revolucionarios y soldados, y nuestro compromiso de patriotismo con el Perú.

OLIGARQUÍA Y CONTRAREVOLUCIÓN Sabemos que frente a la revolución hay una conjura tenebrosa manejada

por elementos externos, que persiguen detener el proceso de cambio en el Perú. Sabemos que los hilos de esa conjura se mueven también con el dinero de la oligarquía y la complicidad cotizable de dirigentes políticos que insurgieron como revolucionarios para después servir a la reacción de ultra derecha.

Las dos estrategias de la oligarquía se mueven al unísono, en perfecto

concierto, desde aquí y desde el extranjero. Cuando el Perú estuvo listo para emprender los caminos salvadores que su pueblo reclamaba, hubo quienes concertaron alianzas y coaliciones con los enemigos tradicionales de los pobres. Esas alianzas y coaliciones tuvieron por objetivo real impedir que se realizaran los

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cambios profundos que hubieran beneficiado al pueblo. Por eso se dio una solución entreguista al problema del petróleo después de cinco años de inconfesables tratos con la empresa extranjera. Por eso se dio una Ley de Reforma Agraria que preservó intacto el Latifundismo y el poder económico y político de la oligarquía. Por eso no se tocaron las grandes haciendas de esos señores a quienes se calificara alguna vez de “barones del azúcar”. A ellos benefició, la reforma agraria del régimen pasado. Esa reforma agraria no benefició al campesino, porque no le dio, ni la tierra ni el agua y porque dejó todo el poder económico en manos de los latifundistas. Quienes así actuaron fueron y son los cómplices de la oligarquía. Por eso la revolución fue también contra ellos. Pero no contra el pueblo, que le siguió y puso en sus manos una fe que jamás mereció ser defraudada. Nosotros no culpamos a ese pueblo, porque, sabemos muy bien que muchos fuimos engañados en el Perú. Pero si estamos contra esa oligarquía, sus aliados de dentro y sus amos de fuera. Ellos son, y serán siempre nuestros adversarios implacables.

A esa oligarquía empecinada en defender la sin razón de su propio

egoísmo y a todos sus agentes declarados o encubiertos, peruanos o extranjeros, no les tememos. La revolución no bajará la guardia. Ella continuará su obra de transformación nacional y seremos implacables en castigar cualquier intento de entorpecer su camino.

Los adversarios irreductibles de nuestro movimiento serán siempre, quienes

sienten vulnerados sus intereses y sus privilegios: la oligarquía. Entre quienes defienden a la oligarquía y al pasado y quienes defendemos

la revolución y el futuro, no hay entendimiento posible. Está es la recóndita razón de sus temores y de su oposición al Gobierno de

la Fuerza Armada: no se resignan a perder el poder, los privilegios, las prebendas. Es que el imperio de la más vieja y astuta oligarquía de América Latina llega a su fin. Y esta comprobación los perturba y los hunde en todos Ios delirios. Por eso se unen los extremos, por eso se distorsiona la realidad, por eso se ocultan los hechos, por eso se viola la verdad.

Por eso se orquesta la inmensa y vil campaña de presentar a este Gobierno

como sujeto a una inventada influencia comunista. Así se persigue desnaturalizar y frustrar el intento más puro y eficaz que se haya emprendido jamás en el Perú para salvar a su pueblo de una situación de oprobio y de vergüenza.

La oligarquía y sus cómplices que gobernaron siempre a nuestra patria, son

los responsables de todos los grandes problemas, las grandes injusticias y la dura miseria del Perú.

Nuestro economía es semi-colonial y el nuestro es un país subdesarrollado,

porque así convenía a esa oligarquía entreguista y apátrida.

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Los señoritos de la oligarquía pensaban que todo estaba muy bien en el Perú. Porque para ellos, efectivamente era así. La pobreza y la ignorancia de los campesinos siempre fue para ellos buen negocio. El subdesarrollo daba buenas ganancias. La oligarquía era la dueña de la riqueza y de la tierra. Y el pueblo era quien producía esa riqueza y trabajaba esa tierra.

La nuestra fue una economía donde a expensas de la inmensa mayoría de

peruanos se enriqueció una casta privilegiada que, además, servía a los intereses de grandes consorcios extranjeros.

Siempre supimos que iniciar una revolución significaría afectar esos

poderosos intereses. Quienes explotaron a este país durante casi toda su vida republicana ahora ven esos intereses en peligro. Por eso están contra nosotros. Y por eso querían destruirnos. Más, la oligarquía debe convencerse que su imperio sobre el Perú ha terminado para siempre.

Los enemigos de la Revolución, que son los enemigos del pueblo y del

Perú, propagan la calumnia cotizable de que este es un gobierno influenciado por ideas extremistas. La oligarquía y sus aliados genuflexos saben muy bien que mienten al lanzar, irresponsablemente una campaña tan baja y sin sentido. En su desesperado intento por detener la transformación necesaria en el Perú y de este modo recapturar el control del país, no han vacilado en organizar una masiva y costosa campaña que desde dentro y desde fuera del Perú trata de deformar la verdadera naturaleza de esta revolución nacionalista que jamás ha importado recetas extranjeras y que busca en el Perú y con los peruanos las soluciones de los grandes problemas del país.

Los enemigos de la revolución creen que la única manera de frustrarla es

derrocando al Gobierno que la está llevando a cabo. Y pretenden lograr este objetivo dividiendo a la Fuerza Armada so pretexto de que en su seno existe influencia extremista. Esta es la esencia del gran complot reaccionario al que hoy se enfrenta la revolución. En su increíble insensatez la oligarquía no comprende que nosotros defenderemos esta revolución en todos los terrenos y hasta las últimas consecuencias; no comprende que si por desgracia para el país alguna vez lograran su propósito de dividirnos, ellos significaría el desastre inevitable de una guerra civil cuyas primeras víctimas tendrían necesariamente que ser la propia oligarquía y sus cómplices de todos los pelajes.

Más, si la oligarquía y los caciques políticos que la sirven, quieren

violencia, habrá violencia en el Perú. Quiénes la desaten no quedarán ilesos. Sobre ellos caerá el castigo ejemplarizador de la revolución.

La Revolución, nada tiene contra las ideologías renovadoras, ni contra las

masas populares de cualesquiera de los partidos políticos del país. A ellas, el Gobierno revolucionario les tiende la mano para defender en común la causa del pueblo. Pero no a los dirigentes que fueron cómplices del gran engaño que significó convertirse en defensores de los enemigos del pueblo del Perú. Con esos

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dirigentes nada tenemos en común. Con ellos no hay entendimiento posible, porque representan el brazo político de la oligarquía antirrevolucionaria. Hablamos sin eufemismos. Abiertamente. No es nuestro el lenguaje sibilino de los políticos criollos.

Los grandes objetivos de la revolución son superar el subdesarrollo y

conquistar la independencia económica del Perú. Su fuerza viene del pueblo cuya causa defendemos y de ese nacionalismo profundo que da impulso a las grandes realizaciones colectivas y que hoy, por primera vez alientan en la conciencia y en el corazón de todos los peruanos. Esta revolución se inició para sacar al Perú de su marasmo y de su atraso. Se hizo poro modificar radicalmente el ordenamiento tradicional de nuestra sociedad. El sino histórico de toda verdadera transformación es enfrentar a los usufructuarios del status quo contrae el cual ella insurge. La nuestra no puede ser una excepción.

Esa oligarquía, sus aliados de dentro y sus amos de fuera son, pues, y

serán siempre nuestros adversarios implacables. Tengamos conciencia de que hemos sido los únicos que en este país han afectado sus intereses. Esta es la primera vez que esa oligarquía carece de influencia política, la primera vez que no gobierna. Por eso, no perdona ni jamás perdonará a quienes se han atrevido a desafiar su poder, su dinero, su fuerza. Ella permanecerá al acecho, aguardando el momento propicio para afrontar una ofensiva frontal contra el Gobierno de la revolución.

No creemos, pues, que el adversario de la revolución ha sido ya vencido

definitivamente. Ha sufrido algunas serias derrotas, pero la guerra no ha concluido aún. Terminará cuando la Revolución Nacional haya afianzado profundamente sus raíces; cuando el pueblo pueda sentirse absolutamente seguro de que esa oligarquía, que, con sus cómplices lo hundió en la pobreza y en el engaño, ya no puede intentar su retorno al control del país. Nosotros no podemos cometer el grande y trágico error de creer que la revolución ha sorteado ya todos los peligros. En realidad, ella recién está comenzando a confrontarlos. Mantengámonos vigilantes, alertas, decididos. Nuestro compromiso no es con un ordenamiento político tradicional, formalista, básicamente inoperante y obsoleto. Nuestro compromiso es con el pueblo y con la revolución que ese pueblo demanda. A nada ni a nadie debemos lealtad sino al Perú, a su causa de justicia social que la revolución encarna y representa.

De la oligarquía y sus soldados, la revolución no espera nada, así como

ellos no deben esperar nada de la revolución. Entre ellos y nosotros las líneas de separación están bien claras. Entre la revolución y la anti revolución no hay compromisos posibles. Pero, muchos critican a la revolución sin ser miembros de esa oligarquía o de sus grupos de complicidad. Creemos que en estos casos se trata de gentes poco avisadas, que hasta hoy no saben percibir el significado profundo de lo que está aconteciendo en nuestro país. O se trata de gentes que no pueden comprender que todos hemos cambiado en el Perú, unos para bien y otros para mal. Estos son los casos de persistencia de prejuicios que deben ser

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superados de lealtades a personas por encima de lealtades a principios. Nosotros esperamos que, quienes así piensen, lleguen a modificar su posición.

Realizar la transformación profunda de las estructuras sociales y

económicas que el pueblo siempre quiso, es la finalidad de esta revolución nacionalista. No es cierto que ella tuviera por objeto cerrar el paso a nadie. Si hubiera sido así, no estaríamos iniciando los cambios más profundos de nuestra historia republicana. Nos habríamos contentado con tomar el poder. Aquí está la mejor prueba que esta revolución nunca fue dirigida contra partido político y muchísimo menos contra ninguna ideología renovadora o contra quienes con ella simpatizan. La revolución se hizo para emprender la transformación socio-económica del Perú y para darle a nuestro pueblo un ordenamiento de efectiva justicia social.

Nosotros estamos contra los grandes acaparadores del dinero y la riqueza,

que son los integrantes de esa oligarquía que siempre dominó la vida económica y política del Perú. Por ello, aún cuando algunos de los representantes del capitalismo dependiente y tradicional declaran estar de acuerdo con la necesidad de hacer cambios fundamentales con la estructura económica y social del Perú, y en los hechos se oponen a esos cambios porque necesariamente alteran sus privilegios y afectan sus intereses, esto no debe conducirnos o confundir nuestra posición. Esas personas que controlan poderosos intereses económicos, casi siempre subordinados o, por lo menos, vinculados a grandes empresas extranjeras, creen poder minar la fuerzo de la revolución. Persiguen paralizar la economía del país, producir la desocupación masiva, estimular la carestía de la vida y así debilitar al Gobierno de la Fuerza Armada y destruir la revolución. Pretenden arrastrar en su maniobra a los industriales y capitalistas verdaderamente peruanos, con quienes casi nada tiene en común.

A ellos nada nos vincula. Junto a la oligarquía que siempre impidió el

surgimiento del verdadero industrialismo peruano están también del lado de los grandes consorcios extranjeros.

Nadie los librará jamás del oprobio de haber sido y ser, los explotadores del

pueblo, vendedores de su soberanía, virtuosos del entreguismo, traficantes de la esperanza popular, corruptores de conciencias, suma y raíz de lo antipatria.

Ellos representan el pasado. Nosotros estamos construyendo el futuro del Perú.

Con motivo de la promulgación de la Ley de Reforma Agraria se han

producido actos orientados a entorpece e impedir su aplicación. Es evidente la campaña organizada que contra esta reforma lanzan los sectores afectados de lo oligarquía, los dirigentes de las agrupaciones políticos que a ellos defienden, y la prensa que sirve a sus intereses. No nos sorprende esta acción concertada de quienes se identifican con los privilegios y las injusticias de un ordenamiento socio-económico ya cancelado para siempre. Lo oligarquía que ha visto afectados

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sus intereses por la Ley de Reforma Agraria, no invierte su dinero en el país. Este es el gran complot de la derecha económica, su gran estrategia antirrevolucionaria, su gran traición a la causa del pueblo peruano. Se persigue de este modo crear una ficticia crisis económica que vulnere la estabilidad del gobierno. La excusa para no invertir, es que no existe en el país un “clima de confianza”. Esta frase manida es el estribillo, pero también el arma sicológica, que día a día utiliza la reacción para cubrir con cortina de humo su verdadera, intención antipatriótica. Frente a ella reafirmamos nuestra decisión de ser inflexible en la aplicación de la reforma. Llegará un momento en que esto oligarquía; esos dirigentes políticos y ese prensa, hoy unidos pero defender lo inconfesable, se convenzan de la inutilidad de sus esfuerzos porque en el empeño revolucionario no estamos solos; nos respaldan en esta tarea campesinos, obreros y estudiantes y la inmensa mayoría de intelectuales, sacerdotes, industriales y profesionales del Perú. La Revolución proseguirá con firmeza su acción transformadora. Los estorbos quedarán a lo largo del camino, como testimonios de lo que hubo que dejar de lado para realizar la justicia social en el Perú.

Uno de sus principales instrumentos es la sincronizada propaganda

deformada de la verdad, que opera a través de ciertas agencias noticiosas extranjeras, de algunas revistas de circulación internacional y de algunos periódicos y revistas que se imprimen en el Perú que representan y defienden los intereses de la oligarquía peruana y sus cómplices foráneos.

En esta insidiosa campaña de mentiras, bien poco o nado tiene que ver la

inmensa mayoría de los periodistas peruanos, que no son responsables de la línea de acción que impone la mayor parte de los propietarios de los medios de prensa. En general, esa inmensa mayoría de periodistas simpatiza realmente con la revolución. Pero quienes controlan y monopolizan la propiedad de esos órganos de prensa son miembros de lo oligarquía enemiga de la transformación que estamos realizando.

Las excepciones son pocas y muy honrosas. Esos diarios y revistas sufren

en carne propia las represalias económicas de la oligarquía a quien se niegan a servir. La honradez de su posición independiente frente al Gobierno Revolucionario los hace acreedores al respeto y a la gratitud del pueblo peruano.

La oligarquía nunca fue solamente la expresión de un poder económico y

político centralizado en la capital del país. Siempre hubo oligarquía en todas nuestras instituciones y en todos los niveles de la vida nacional. Al proponerse transformar la sociedad peruana, nuestra revolución propone en realidad cancelar los distintos privilegios de todas esas pequeñas oligarquías.

Lo que tiene sentido de realidad concreta para los hombres y mujeres de

nuestro pueblo, es la presencia oprobiosa y dominante de estas oligarquías que por generaciones han usufructuado el poder económico y político en todos los niveles de la vida peruana. Por eso, la tarea de la revolución no puede consistir únicamente en reconstruir nuestra sociedad desde “arriba”. Parte fundamental de

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nuestra acción revolucionaria tiene que ser una transformación constructiva desde “abajo”.

Nuestra acción revolucionaria es, pues, muy compleja y difícil .Porque las

obras de transformación deben realizarse en todos los campos de nuestra sociedad. En un sentido muy importante, la realidad de esta revolución sólo podría captarse a plenitud cuando los hombres y mujeres de nuestro país directamente la perciban y realicen a nivel de cada colectividad local.

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XIV. ANTIMPERIALISMO Y REVOLUCIÓN

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Como países secularmente atados al dominio económico extranjero, el

nuestro no puede dejar de ser un camino de lucha antiimperialista. Pero tal comprensión no puede oscurecer la realidad de un problema evidente: la dependencia de nuestros países es un fenómeno multidimensional, aunque su punto de origen sea claramente el dominio de nuestra economía por centros foráneos de poder. El antiimperialismo de una genuina posición revolucionaria en los países subdesarrollados del Tercer Mundo, tiene, por tanto, que admitir una fundamental dimensión supra-económica. La lucha por la auténtica autonomía nacional involucra también, a nuestro juicio, los planos de conceptualización de un nuevo pensamiento revolucionario y de una nueva manera de concebir los problemas de nuestra sociedad y cultura.

Por esto en la esencia misma de nuestra filiación revolucionaria hay una

clara posición anti-imperialista que no puede ser abandonada sino al precio de abandonar también nuestra propia razón de ser Gobierno Revolucionario del pueblo del Perú.

IPC: REIVINDICACIÓN Y DIGNIDAD Lo expulsión de la IPC constituye el primer acto reivindicatorio de la

revolución. Con él se fijó el rumbo de nuestro movimiento, se dio comienzo a un nuevo y luminoso periodo de nuestra historia republicana. El Perú comenzó a rescatar su orgullo nacional y a comprender el inmenso valor de ser por primera vez un país por entero soberano.

El nuevo espíritu nacionalista, hoy presente en todos los rincones de

nuestro Patria, se inició en Talara, junto a los pozos de petróleo, junto a los campamentos, junto a la refinería, en el corazón de los trabajadores petroleros. Ese es el mismo espíritu que guía todos los actos de la revolución. El da sentido a toda la política revolucionaria y a nuestra unidad y nuestra fuerza.

Nuestra posición de la batalla del petróleo ha tenido amplias repercusiones

en el campo internacional. Ha ganado para nuestro país la admiración y el respeto de todas las naciones, inclusive del pueblo norteamericano que ya ha empezado a comprender la verdadera naturaleza del problema con la International Petroleum. La tensión inicial con el gobierno norteamericano ha disminuido, sin que el Perú haya cedido en nada la defensa de una causa que sabe justa. El diálogo con los representantes del Gobierno de Estados Unidos ha servido para explicar y fundamentar ante el mundo la posición del Perú. Y esto ha contribuido de manera muy importante al éxito de nuestro país.

De otro lado, la posición nacionalista en el problema del petróleo ha servido

de orientación normativa a todas las acciones del Perú en el campo internacional. La defensa de nuestra soberanía y de nuestros intereses constituye los

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fundamentos de la nueva diplomacia del Gobierno Revolucionario. Trátese de la ampliación de nuestras relaciones con los países socialistas o trátese de la firme defensa de los derechos del Perú sobre las doscientos millas, el norte de nuestra acción es siempre el mismo: velar por los intereses del Perú, inspirados en una clara y rotunda posición nacionalista.

Al recuperar la Brea y Pariñas y al expulsar a la lnternational Petroleum, el

Perú recuperó también la plenitud de su soberanía y la plenitud de su dignidad como Nación. Hemos pagado por eso el precio de amenazas y presiones. Pero no importa. Hoy somos un país digno y soberano, dueño de su destino.

Esa primera acción señaló el rumbo profundamente nacionalista de

nuestro movimiento. Y demostró con claridad nuestro firme propósito de romper con el pasado para siempre.

La presencia de la International Petroleum en el Perú simbolizó una época

de oprobio. Las instituciones y los hombres que a espaldas de la ley legitimaron el despojo de un pueblo a manos de esa empresa extranjera, tendrán siempre un lugar de vergüenza en nuestra historia. Porque difícilmente la infamia y el cinismo podrían ser mayores de lo que fueran aquí, cuando se dieron mano y maña para defender intereses extraños al Perú en perjuicio de nuestra propia Patria.

Cuanto aquí se hizo para favorecer a la International Petroleum, formó parte

de un patrón de conducta pública, de un estilo de vida política que influyó hondamente en el comportamiento de los partidos gobernantes del régimen pasado, resumen culminante de toda una época de dominio conservador en el Perú. Contra el significado total de esa época insurgió el movimiento revolucionario de la Fuerza Armada en Octubre de 1968. Nuestro propósito no fue remediar situaciones aisladas. Siempre reconocimos el carácter integrado de los diversos aspectos de la problemática sustantiva del Perú. Por tanto, comprendimos que el país requería soluciones de fondo que abarcaran los decisivos fundamentos sociales, económicos y políticos de su ordenamiento tradicional.

Por eso, la recuperación de Talara no fue la meto ni el fin de nuestro

proceso revolucionario, sino apenas su inicio. Aparte de su hondo sentido reivindicatorio y justiciero, quisimos que fuese el símbolo de un nuevo pensamiento y una nueva actitud en el Perú. No se trotó solamente de restablecer lo soberanía de nuestro país sobre sus propias riquezas, sino de que nuestro pueblo comprendiese que una época llegaba a su fin y que otra, distinta y superior, se iniciaba bajo la advocación de un movimiento nacionalista y revolucionario llamado a transformar profundamente todos los órdenes de nuestra sociedad.

Por eso la recuperación del petróleo constituirá un hito en nuestra historia.

Significó la cancelación de un periodo ominoso de la vida nacional. Puso término a un estilo político de genuflexión ante los países poderosos, y dio nacimiento a una

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nueva y vigorosa actitud nacional de orgullo patrio. Una nueva manera de ser en el comportamiento de los gobernantes, nació en este país cuando se puso término a lo ignominia, que representó la usurpación de la International Petroleum Company. Y ese fue el paso inicial, de la afirmación nacionalista que constituye el fundamento de toda la acción de Gobierno Revolucionario y la nota distintiva del nuevo Perú.

Los peruanos nunca debemos olvidar que los llamados poderes del Estado

sancionaron el entreguismo y la tradición en Talara. Quienes actuaron sabían muy bien lo que estaban haciendo. No pueden eludir su responsabilidad tras la máscara de ninguna inocencia, de ningún desconocimiento. La afrenta que se hizo a este país al pretender consagrar en Talara, la pérdida de su soberanía y la admisión de derechos que la International Petroleum nunca tuvo, fue la culminación del largo camino proditor de la oligarquía peruana y de sus cómplices. Y ahora se tiene lo osadía y la desvergüenza de decir que el Gobierno de la revolución se limitó a ejecutar lo que esos enemigos de la Patria habían querido hacer. No. Lo que nosotros hemos hecho no puede compararse con la traición que ellos quisieron perpetrar. Ellos quisieron entregar el país a la International Petroleum, y nosotros hemos arrojado a la International Petroleum del Perú.

No culpamos a las instituciones. Culpamos a los hombres que las

dirigieron. No culpamos a los partidos ni a los militantes de esos partidos. Culpamos a sus dirigentes que son los verdaderos responsables. La complicidad, el miedo, el entreguismo y la paga que muchos recibieron de la empresa extranjera, fueron los verdaderos obstáculos para defender y hacer primar los derechos del Perú. De otra manera no se explican los largos años de regateos políticos, de vacilaciones y de engaños, que culminaron con la ignominia y la vergüenza de la página once. Es mentira que la Fuerza Armada influyera para que el Ejecutivo y el Parlamento del gobierno anterior no plantearan con rotundidad las demandas del Perú. Fue precisamente para que tales demandas fuesen respetadas que la Fuerza Armada intervino y depuso un gobierno demostradamente entreguista e inepto.

Los peruanos tampoco debemos olvidar la ignominia que aquí significó la

usurpación extranjera. Durante mucho tiempo Talara fue, en realidad, un pedazo de suelo extranjero hundido como espina en la tierra y en la conciencia de la Patria. Si bien las formas externas de la segregación fueron después en gran parte abolidas, siempre persistió el trato discriminatorio para el trabajador peruano. Pedazo del Perú ajeno para todos los peruanos, cercado de alambradas, campo de discriminación donde nosotros éramos extranjeros: ¡Eso fue Talara! Y esto no puede borrarse con mejores salarios. La conciencia de un pueblo no puede adormecerse con dinero.

La tarea de reconstrucción nacional tenía que empezar donde más grande

había sido la afrenta infligida al Perú por sus malos gobernantes y por la voracidad de una empresa extranjera sin principios ni ley. Esa tarea tenía que empezar por donde la corrupción y el entreguismo habían sido más intensos y vergonzantes

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para el Perú. Por eso, nuestra primera medida fue recuperar el patrimonio petrolero del país. Por eso, la revolución comenzó por el petróleo.

Desde que el Perú naciera a la vida independiente hasta nuestros días, las

leyes de la República reservaron para el Estado las riquezas naturales del subsuelo, no siendo por tanto otorgable en propiedad a persona natural o jurídica alguna. Sin embargo, la International Petroleum Company mantuvo de hecho la propiedad de nuestro subsuelo en los campos petroleros de la Brea y Pariñas amparándose en el irrito laudo de París, fechado el 24 de Abril de 1922, y declarado nulo, posteriormente por la ley de la República. Cuantos intentos se hicieron por resolver esta inaudita situación fueron quebrantados mediante todo subterfugio imaginable: Un recuerdo reciente te lo constituyen los acontecimientos, que culminaron en la madrugada del 12 de Agosto de 1968, con la claudicante “Acta de Talara” por la que, uno ve más, se trató de engañar al pueblo peruano, al aceptarse la condonación de una cuantiosa deuda al Estado contraria a todo principio constitucional y que condenaba a la Empresa Petrolera Fiscal a ser una simple entidad extractora de petróleo; beneficiando así a la compañía usurpadora.

La Fuerza Armada desde el Gobierno cumplió el anhelo ciudadano y

patriótico de reivindicar una riqueza nacional que ilegítimamente explotaba una empresa extranjera. Así se reparó la dignidad y la soberanía de nuestra patria. Este fue un paso fundamental y decisivo de la revolución. Los irrenunciables derechos del Perú han prevalecido. El petróleo es peruano. La International Petroleum Company ha desaparecido del país. Hemos hecho frente a las presiones extranjeras no con altanería, sino con firmeza. Si el precio de defender esta causa nos convierte en blanco de abominables “enmiendas” que el Perú y el mundo entero han rechazado, estamos dispuestos a pagarlo. Nada modificará esta situación. Los días del entreguismo han llegado a su fin.

El pueblo del Perú debe prepararse para realizar todos los sacrificios

imaginables antes que ceder, y borrar en esta forma la iniquidad que ha representado esta situación. Así lo han hecho otros pueblos cuya conciencia, igual que la nuestra ahora, les enseñó que a los países como a los hombres puede arrebatárseles muchas cosas, menos su dignidad, su honra y la resolución de vivir de pie, erguidos y con la frente en alto. Los países del mundo deben tener la certeza de que mantendremos en alto nuestra bandera de la justa reivindicación y, estoy seguro, que además de comprendernos, harán causa común para definir esta situación, porque el problema del Perú es el de los países llamados subdesarrollados de América Latina y del mundo.

200 MILLAS: SOBERANÍA La tesis de la soberanía del Perú sobre las doscientas millas de nuestro mar

territorial, se funda en irrecusables razones de orden histórico, científico, económico, social y político, de absoluta importancia para nuestro desarrollo nacional. La defensa de nuestro derecho al control y al uso de los inmensos

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recursos de nuestra cuarta región natural constituye, por eso, posición irrenunciable de la Revolución Peruana.

Otros países latinoamericanos comparten el interés y la preocupación del

Perú con referencia a la doctrina de las doscientas millas y han extendido hasta ese límite el ejercicio de su soberanía sobre el mar.

Pues por encima de la singularidad que, respondiendo a nuestra historia y a

la naturaleza de nuestra problemática de hoy, marca un rumbo distintivo y autónomo al proceso revolucionario del Perú, somos conscientes de compartir con otros hombres y otros pueblos un destino básicamente común en términos de una común oposición a todas las formas de dominio imperialista en los inseparables campos de la economía y la política.

La lucha por la soberanía es la lucha contra la dominación extranjera. Y la

lucha por nuestro desarrollo es por eso también un esfuerzo constante por defender nuestras riquezas naturales, la riqueza de nuestro suelo y nuestro mar y el trabajo de nuestros hombres, a fin de que todo ello sirva a una causa de justicia para todos los peruanos y no al interés de quiénes no son nuestros.

Reivindicar los derechos del Perú y conquistar la plenitud de su soberanía

no puede, por ello, ser un simple episodio. Hoy en el país una nueva actitud, una nuevo manera de actuar que responde a una posición esencialmente distinta, frente a los grandes problemas de la nación. LA CERRO: VOLUNTAD ANTIMPERIALISTA Y EMANCIPADORA

La expropiación de la Cerro de Pasco Cooper Corporation, que significó el

símbolo más fehaciente de la presencia imperialista en el Perú, tal cual lo fuera la International Petroleum Company, manifiesta la voluntad libertaria y antiimperialista de la Revolución Peruana. Serenamente, sin retroceder un sólo milímetro, con la enorme fortaleza que otorga ser fiel a sus principios, ella ganó así una nueva batalla moral, económico y política en la guerra por nuestra segunda emancipación.

Hemos cumplido más de seis años como genuina y auténtica Revolución

Peruana. Que somos fuertes, austeramente fuertes, lo muestra el hecho de que seguimos conquistando victorias extranjeras de filiación, estructura y conducta imperialista. Quienes no juegan limpio con el Perú y su pueblo no pueden esperar sino nuestro indignado rechazo.

Con la dignidad y la soberanía esgrimidas como principio esencial de

nuestra filosofía política y de nuestra conducta internacional, el Perú se yergue hoy, otra vez, armado con lo viril integridad revolucionaria de los pueblos que se respetan, que hacen honor a sus antepasados, que saben mirar con lo frente limpia hacia el futuro. Como toda auténtica Revolución la nuestra acrecienta

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su caudal, enriquece su contenido, levanta sus banderas y enrumba sus pasos con la decidida confianza en lo justicia de su causa.

Por ello, con esta medida trascendental, la Revolución Peruana se

afianza y avanza. Y prueba, con la irrefutable claridad de los hechos, su meta y límpida filiación libertaria, dignificante y emancipadora. Es que el imperialismo y la Revolución no caben juntos en el Perú, en una hora de lucha cuya consecuencia principista con el pueblo, nos demandarán las generaciones venideras. Como puente histórico entre el pasado y el porvenir, somos una generación que tiene la responsabilidad de cancelar un sistema y una conducta caducos para dar nacimiento a un nuevo sistema, a una nueva conducta, a una nueva manera de concebir la vida entera de los peruanos y del Perú. Tenemos el derecho y el deber de hacer, pues, la Revolución. Porque no sólo es este el designio final, impalpable de la historia, sino sobre todo, lo voluntad concreta, tangible, palpable, diaria e insobornable del pueblo del Perú.

Con la expropiación de la Cerro de Pasco Cooper Corporation y con la

extirpación de su dominio económico y de su poder político, la Revolución lanza la mejor respuesta a sus enemigos de la reacción y de la ultra-izquierda. A los primeros notificándoles que no sólo no hay ni habrá paso atrás, sino que nuestra marcha es indetenible, cualquiera que sea el costo que haya que pagar por ello. A los segundos, diciéndoles que los hechos son la verdad más pura e irrefutable de una Revolución.

La Cerro de Pasco Corporation desaparece física, real y nominalmente del

país. Queremos erradicarlo para que no quede por oposición, sino en el recuerdo de un pasado que se está borrando del Perú. Por ello, la empresa que hemos recuperado está naciendo a la vida activa de la Nación con un nuevo nombre: “Empresa Minera del Centro del Perú” (CENTROMIN-PERÚ). Ella, es y será en el futuro el símbolo de la minería revolucionaria en el territorio económicamente liberado sobre el cual ejercerá sus actividades. La Revolución y los trabajadores en esta nueva empresa hemos adquirido un serio compromiso con el pueblo del Perú.

Quienes hemos jurado brindar lo mejor de nuestro empeño y de nuestra

existencia por la liberación del Perú, debemos ponernos de pie y renovar nuestro juramento de lucha, haciendo lo posible y lo imposible, por un Perú renacido, libre, justo, digno y soberano.

ANTIMPERIALISMO Y RECURSOS NATURALES Los pueblos del Tercer Mundo luchan por superar definitivamente las

condiciones generales del subdesarrollo que secularmente han hecho de ellos pueblos explotados. Aquí se encierra una causa de justicia que no puede ser ignorada y menos desdeñada. Tenemos plenitud de derecho para construir la realidad de un futuro mejor, más justo y más libre.

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En esta lucha gigantesca nuestros recursos naturales tienen una importancia decisiva. Ceder en ella equivaldría a renunciar a la posibilidad de cancelar definitivamente un pasado ominoso que nos hundió en la miseria y el atraso. Nadie puede pedirnos que actuemos de este modo. Se han abierto ya definitivamente las puertas de una nueva era. En ella no pueden tener cabida las prácticas expoliatorias del pasado. Ser poderoso ya no puede significar impunidad para oprimir a los demás, ni para basar su grandeza en la miseria de los otros. Hay un mundo insurgente en nuestra época que ya no puede ser detenido en su camino. Es el mundo que constituyen los pueblos hasta ayer oprimidos de la tierra. Es nuestro mundo. El mundo de las naciones que han empezado a transformarse para ser libres. Ese es el mundo al cual el Perú pertenece y al cual habrá de pertenecer en el futuro.

Para nosotros no existe posibilidad alguna de construir una sociedad de

justicia si mantenemos la realidad y las normas del pasado. Su transformación inexorablemente significa romper las ataduras que hasta ayer nos supeditaron a los centros de poder extranjero. La lucha por la soberanía nacional está en el corazón mismo de todo esfuerzo revolucionario. Y esa lucha necesariamente entraña restituir a los Estados soberanos el poder de decisión sobre todos sus recursos naturales. Tal restitución decreta el inevitable enfrentamiento con los intereses de la dominación económica extranjera, parte esencial de la realidad que toda revolución nacionalista tiene que cambiar de raíz. Por todo ello el nacionalismo militante que defiende nuestra soberanía tiene, por necesidad que ser de clara e inabdicable naturaleza anti-imperialista.

Sólo comprendiendo la absoluta justificación histórica y la plena razón de

justicia de posiciones como la nuestra, podrán los países poderosos del mundo estar dispuestos a encontrar formas de solución real que garanticen un nuevo trato equilibrado, económico, político y moralmente viable.

Tal es a nuestro juicio el pre-requisito de cualquier solución perdurable a los

innegables problemas que hoy existen entre nuestros países y aquellos que hoy detentan el poder en el mundo. Nadie crea que somos naciones desvalidas. En nuestra riqueza radica potencialmente nuestra fuerza. Pero nuestra unión es el camino para actualizar esa extraordinaria potencialidad. En la medida en que seamos capaces de implementar políticas unitarias, podremos alcanzar relaciones verdaderamente justas y durables.

Una visión realista y generosa del futuro demanda el reconocimiento de que

estamos proponiendo un enfoque sensato a los problemas que encierra nuestra relación con los países que necesitan las materias primas que nosotros producimos. El afán de justicia de los pueblos del Tercer Mundo no podrá ser en adelante sofocado. No se trata, por cierto, de plantear políticas imposibles. Se trata solamente de reconocer necesidades e intereses plurales y distintos. Ello exige redefinir de manera profunda las relaciones desequilibradas e injustas que hasta hoy han prevalecido entre el sector desarrollado del mundo y los pueblos

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emergentes que estamos luchando por nuestra independencia verdadera. Nadie puede desconocer el legítimo derecho que tenemos a defender lo nuestro. Esta es la posición del Perú. Es una posición irrenunciable.

ANTI-IMPERIALISMO Y SEGURIDAD Si la Fuerza Armada tiene la responsabilidad principal de garantizar la

integridad del Perú como territorio, como nación y como Estado, tenemos que ser conscientes de que tal responsabilidad no habría podido ser cumplida cabalmente si nuestro país hubiera seguido manteniendo intocados sus grandes problemas de atraso y de miseria, de explotación y de ignorancia, de marginación social y de sometimiento a las presiones de un poder extranjero que más de una vez hizo tabla rasa de nuestra soberanía nacional.

La efectiva defensa de la Patria sólo es posible en base a la grandeza, el

bienestar y la justicia de todos los peruanos. Mientras fuéramos un país de privilegios, de explotación, de ignorancia, de miseria, de subordinación al extranjero, siempre habríamos sido un país fundamentalmente débil, fundamentalmente vulnerable.

Creernos que nuestro país no puede alcanzar ni seguridad ni grandeza,

manteniendo intocadas sus viejas estructuras de discriminación de las mayorías nacionales.

Desde este punto de vista, es preciso recordar aquí la indesligable relación

que existe entre los problemas de la seguridad nacional y los problemas del desarrollo. Al fortalecer de manera decisiva el frente interno de nuestra nación, mediante las reformas estructurales que para siempre cancelen los desequilibrios y las injusticias que resultaron en el empobrecimiento de las grandes mayorías, el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada está contribuyendo también de modo decisivo a dar una base de solución permanente a los problemas de la seguridad nacional. La acción de un Gobierno de veras consciente de sus responsabilidades es siempre, de necesidad, una acción unitaria. Lo que el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada está realizando habrá de traducirse inevitablemente en el fortalecimiento integral de nuestro país. Nuestra tarea de gobernantes es, de este modo, indesligable de nuestra condición de militares. Nuestra preocupación por la seguridad nacional y nuestra preocupación por los problemas fundamentales de la sociedad peruana no pueden ser preocupaciones separadas. Ambas se encuentran en la base misma de nuestra conducta gobernante. Y ambas se hallan también en la raíz de nuestra vocación revolucionaria, es decir, de nuestra irrevocable decisión de continuar ahondando y perfeccionando el rumbo de las grandes transformaciones sociales y económicas que por primera vez ha sido posible realizar en el Perú bajo el liderazgo de un Gobierno que representa la unidad institucional de las armas peruanas.

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PERÚ, TERCER MUNDO Y ANTI-IMPERIALISMO

Las naciones del Tercer Mundo somos nociones de una antigua tradición

enriquecida a lo largo de siglos. Pero también naciones que a lo largo de siglos han ido acumulando fundamentales problemas irresueltos. De ellos parten las hondas corrientes de cambio que hoy empiezan a brotar con fuerza incontrastable.

La Revolución Peruana es consciente del hondo nexo histórico que une su

destino al destino de los demás países de América Latina y también al destino de- los pueblos que son, como el nuestro, parte del Tercer Mundo; de esa vasta constelación de países que emergen hoy al plano frontal de la realidad contemporánea para reclamar vigorosamente la cancelación definitiva de un orden internacional injusto y discriminatorio que a todos no afecta adversamente.

Es también consciente del sentido radicalmente nuevo del momento que

hoy vive la humanidad. Esto es mucho más que una expresión retórica. Es una comprobable descripción de la realidad. Porque todos deberíamos comprender que el viejo sistema de dominación internacional tiene que ser abandonado. Las categorías que en el pasado sirvieron para expresar la realidad política del mundo tienen que ser redefinidas. Los conceptos de paz, seguridad, “ayuda” y cooperación internacional deben ser, entre otros, profundamente revisados. Y en el sentido más hondo de la expresión, el orden moral que sirvió de sustento a las relaciones internacionales del pasado, tiene que ser alterado también de modo sustantivo.

La imposibilidad virtual de dirimir profundas diferencias por la vía de los

enfrentamientos bélicos masivos, obliga a repensar todos los planteamientos clásicos de la conducta internacional de las grandes potencias. Y esto altera de modo fundamental la perspectiva que antes sirvió para enfocar los problemas internacionales. Porque implica aceptar una considerable reducción de las posibilidades efectivas que las grandes potencias tienen hoy para actuar en las áreas frontales de conflicto; y, consecuentemente, reconocer el desplazamiento de ámbitos neurálgicos de decisión real hacia las zonas del mundo hasta ayer consideradas periféricas.

Esto otorga a los pueblos que habitan las áreas “marginales” de conflictos,

una posible dimensión de poder hasta ayer virtualmente desconocida. Pero ella sólo podría tornarse operativa en la medida en que esos pueblos fueran capaces de comprender lo potencial gravitación política que ahora poseen y el pre-requisito de acción unificada que demanda. Tal situación sugiere la necesidad de ponderar hasta qué punto podría resultar imperativa una profunda redefinición de las relaciones de poder político real en el mundo de hoy. En efecto, las grandes potencias económicas y militares deben reconocer en la actualidad muy importantes limitaciones a su ejercicio efectivo del poder, cerca y lejos de sus fronteras. Y esto inevitablemente significa un correlativo aumento del poder, real

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de países que hasta hace poco tiempo fueron considerados, piezas menores en la estrategia global de las naciones poderosas.

Desde una perspectiva como la nuestra, el futuro de los pueblos del Tercer

Mundo no se aprecia en la forma excesivamente sombría que trasunta la simple enumeración de los datos que muestran las desequilibradas e injustas relaciones entre países desarrollados. Un enfoque esencialmente político, abarcador de todos los factores que constituyen la compleja trama de las relaciones internacionales, permite trazar un cuadro diferente y optimista. No es el Tercer Mundo un conjunto de pueblos irremediablemente perdidos y a merced de los países poderosos. En un sentido fundamental, aunque a veces desapercibido para muchos, de nosotros depende en gran medida el destino final y verdadero de las naciones que hoy tienen a nuestro juicio en forma transitoria, un papel dominante en el mundo.

Independientemente de cualquier otra consideración, el futuro del mundo en

gran medida depende de quienes somos la mayoría de la humanidad. No es cierto que las naciones de alto desarrollo industrial nos muestren el camino de nuestro porvenir, ni que prefiguren en su realidad de hoy lo que necesariamente habrá de ser nuestra futura realidad. Lo importante, lo verdaderamente decisivo, era que emprendiésemos el camino de nuestra liberación. Ya lo hemos empezado. De nosotros -no de otros- dependerá en lo fundamental lo que tenga que ser nuestra historia del futuro. Por eso, debemos abandonar radicalmente todas las formas de obsecuencia y subordinación ante los pueblos y gobiernos que antes ejercieron el control indisputado del mundo. No debernos hablar mediatizadamente. Debemos hacerlo sin arrogancia, pero con firmeza, seguros de que estamos defendiendo un derecho y una razón que no son dádiva de nadie y que nos pertenecen en la medida en que somos y nos sentimos hombres libres y en la medida en que somos y nos sentimos naciones soberanas.

El propio sentido de la historia se orienta hacia la creciente liberación de los

hombres y los pueblos. Las posibilidades de conquistar una auténtica libertad son hoy mucho mayores de lo que nunca fueron en el pasado. Por eso, asumamos la total responsabilidad de llegar a ser plenamente libres. Nuestras miserias y nuestras injusticias son también obra de nosotros mismos. Y poco adelantamos al pretender que otros sean responsables absolutos de que existan. Atribuir a los demás paternidad completa de todo lo que a nosotros nos ocurra es, en el fondo, aceptar una inferioridad que realmente no existe ni jamás ha existido. Sufrir dominación por parte de los poderosos nunca ha significado en la historia del mundo demostración de superioridad intrínseca de hombres ni de pueblos. Los dominadores de hoy fueron ayer con frecuencia dominados.

Hoy surge en lo médula más radical de un pensamiento de veras

contemporaneizado, la interrogante que profundamente cuestiona la supuesta inevitabilidad de dominio de unos pueblos sobre otros.

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Sabemos muy bien la dura realidad de la dominación imperialista que en diferentes grados afecta a todas las naciones del Tercer Mundo y también sabemos todo el significado del neocolonialismo contemporáneo.

Pero nada de esto nos debe conducir a ignorar la posibilidad real de que un

nuevo pensamiento rector de las relaciones internacionales insurgió como resultado de los cambios profundos que hoy vive la humanidad en todos los planos de su existencia. Las etapas históricas que entrañan -como la nuestra- ruptura cualitativa del devenir del hombre, gestan su propio universo normativo, y edifican una nueva teleología social. Por eso, en puridad, no habría razón alguna para suponer que un nuevo pensamiento y una nueva valorativa integral tendrían, necesariamente, que ser similares a sus equivalentes del pasado.

Si todos fuésemos capaces de desterrar los dogmas y de mirar la historia

sin prejuicios, comprenderíamos que no hay nada ilusorio en pensar de este modo. Algunos de los grandes idealismos del pasado y algunos de sus más deslumbrantes utopías constituyen ahora expresión de un realismo cuyo respeto es vital para la continuidad de la civilización y, acaso, de la especie humana. Ilusorio por eso, podría ser pensar que los principios sobre los cuales se construyó todo el sistema tradicional de relaciones internacionales puedan mantenerse intocados en medio de las hondas alteraciones que han transformado al mundo en las últimas décadas y que probablemente continuarán transformándolo en el porvenir.

La estructura política internacional se encuentra en proceso de

recomposición. Nuevos y vigorosos centros de poder han puesto fin a la bipolaridad surgida de la guerra y contribuyen de modo decisivo a reconstituir la realidad del mundo contemporáneo. El pluralismo político que determinan esas nuevas áreas de poder de verdadero alcance mundial, obliga a replantear la perspectiva de análisis que imperó hasta hace pocos años. Hoy se trata de actualizar una visión del mundo que con fidelidad refleje su dinámica realidad del presente.

Frente a esa realidad, las normas y valores de política internacional

basadas en el reconocimiento de una bipolaridad que ya no existe, tienen necesariamente que ser substituidos por otros que reflejen la significación de aquel emergente pluralismo de centro de poder que en mucho caracteriza la escena internacional de nuestros días.

En este momento transicional de la humanidad y ante el conflicto profundo

que entraba las relaciones de las grandes potencias que compiten por ampliar sus áreas de dominación y de influencia, los pueblos del Tercer Mundo tenemos un camino y un designio fundamentalmente comunes. Sin embargo, la propia expresión Tercer Mundo no designa, en rigor, una realidad y una alternativa de carácter político frente a las áreas ordenadas capitalista y comunista que, encarnaron la dualidad de poder que emergió de la última conflagración mundial. Esa expresión designa fundamentalmente una situación económico-social

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dinámica y heterogénea, definida en relación a los países que, independientemente de su signo ideológico, han alcanzado altos niveles de desarrollo industrial. El Tercer Mundo es, por tanto, en esencia, el sector de pueblos subdesarrollados del planeta.

Sin embargo el Tercer Mundo es también, aparte de esto, un estado de

conciencia que gradualmente a todos nos hace comprender que nuestros pueblos tienen una fundamental problemática común frente a las naciones de alto desarrollo. El Tercer Mundo engloba dentro de sí diversos ordenamientos socio-políticos que responden a ideologías diferentes.

El Tercer Mundo presenta, de este modo, acusada disparidad de

tendencias y situaciones políticas basadas en una problemática socio-económica esencialmente similar. Pero sobre la base de esa fundamental similitud se dan entre nosotros además, diferentes intensidades de subdesarrollo. En consecuencia, a la heterogeneidad de sistemas políticos y de orientaciones ideológicas, es preciso añadir esta obra derivada de la distinta intensidad del subdesarrollo en nuestros pueblos. Ello no obstante, la generalización de peculiaridades distintivas no impide definir el perfil de un decisivo denominador común que a todos nos acerca.

Situaciones de sentido comparable también se dan, sin embargo, en los

países industrializados. En efecto, esos países tampoco constituyen una realidad totalmente homogénea. Hay niveles diferenciables de desarrollo industrial y tecnológico y hay, diversidad de situaciones político-ideológicas en las naciones de alto desarrollo. Más aún, algunos de sus más importantes sectores sociales comprenden la problemática fundamental de nuestros pueblos y, en cierta forma, se identifican con la causa nacionalista y revolucionaria del Tercer Mundo contra el sub - desarrollo y la dominación imperialista.

Lejos, por eso, de ignorar nuestras diferencias y nuestra diversidad,

debemos reconocerlas. Los fundamentos y las razones de la esencial comunidad del Tercer Mundo son más fuertes que sus diferencias y su diversidad, pero sólo seremos capaces de unirnos de manera efectiva reconociendo que somos distintos y teniendo conciencia de que únicamente a partir de la realización de nuestra auténtica unidad podremos solucionar los complejos problemas que plantea nuestra relación con el mundo desarrollado. En consecuencia, sólo el doble reconocimiento de su visible heterogeneidad política y de su fundamental similitud de realidad económica, puede proporcionar al Tercer Mundo un punto de partida para estructurar una posición coherente y común.

En un sentido capital, lo anterior implica que nuestras diferencias no deben

desunirnos, porque sólo la unión puede, en verdad, salvarnos. En la medida en que permanezcamos virtualmente atomizados e incapaces de vertebrar una acción de conjunto seremos igualmente incapaces de superar con éxito los conflictos y presiones inevitables en toda relación entre pueblos empobrecidos y naciones de un cada vez mayor poderío económico, tecnológico, militar y político.

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La heterogeneidad de orientaciones ideológicas que hoy se percibe en el Tercer Mundo, probablemente tenderá a disminuir de modo radical a medida que todos comprendamos con mayor lucidez la gravitación incontrastable de las realidades económicas concretas que nos separan de los países de alto desarrollo industrial.

Diferentes y conflictivas realidades económicas, generan diferentes y

conflictivos intereses. Y así como dispares situaciones frente a la economía generan intereses contrapuestos y relaciones de inevitable conflicto entre grupos y clases sociales, algo fundamentalmente similar ocurre en el plano de las relaciones internacionales. La posibilidad real de que pueblos con intereses económicos divergentes compartan permanentemente posiciones comunes es, en el último de todos los análisis, muy limitada. Porque los intereses que surgen de situaciones económicas de clara divergencia tienden inexorablemente a determinar posiciones distintas que tarde o temprano tendrán que ser reconocidas. Aquí está el germen de la profunda unidad que los pueblos del Tercer Mundo debemos alcanzar. El común denominador de carácter ideológico y político que en gran medida hoy no tenemos, podría surgir en base a la conciencia de esa honda comunidad de realidades e intereses económicos concretos que deben fundamentar nuestra unión.

Esa unión debe institucionalizarse para que pueda ser verdaderamente

fructífera. Política y económicamente, no existe otra solución de largo alcance para nuestros más apremiantes problemas. Comprendemos que esto implica un proceso de larga duración. Pero, por eso mismo, debemos comenzarlo sin tardanza. La constitución de organismos permanentes que tornen de veras efectiva una sistemática coordinación de las acciones que emprenden los pueblos del Tercer Mundo es el imperativo de nuestros días.

La dependencia surge fundamentalmente de la naturaleza de las relaciones

económicas, financieras y comerciales de nuestros países con las naciones desarrolladas del mundo. Tales relaciones generan desequilibrios altamente perjudiciales para los países tercermundistas. Se deben introducir modificaciones sustantivas en áreas importantes de la acción internacional. En primer lugar, los términos del intercambio comercial con los países desarrollados, claramente desventajosos para los países subdesarrollados deben ser superados sin demora. En segundo lugar, la estructura del comercio internacional debe ser radicalmente modificada para reducir y cancelar las barreras arancelarias que nuestros productos manufacturados encuentran en el mercado estadounidense. Finalmente, se debe racionalizar la necesaria inversión de capitales extranjeros en nuestros países. La inversión privada extranjera, si bien crea focos de modernización económica, sirve en las actuales condiciones como mecanismo de succión de nuestras riquezas. Paradójicamente, pese a nuestra condición de naciones en vías de desarrollo, somos en realidad exportadores de capitales y financiadores del espectacular desarrollo de los países altamente industrializados. Con la riqueza extraída de nuestros países se dinamiza el desarrollo de otras áreas del mundo que operan como zonas de expansión del industrialismo moderno.

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No obstante todos sabemos muy bien todo esto. Todos sabemos muy bien

cuán justa es nuestra protesta contra un sistema de relaciones internacionales que sólo beneficia a los países desarrollados. Todos conocemos la verdadera naturaleza de una “ayuda” internacional que succiona nuestra riqueza y, paradójicamente, nos convierte en exportadores de capitales con los cuales estamos, en realidad, subsidiando la expansión industrial de los sistemas económicos dominantes hacia las áreas menos desarrolladas del mundo. Pero nada verdaderamente importante vamos a ganar en sólo seguir denunciando lo que ya es bien sabido.

Mientras los pueblos del Tercer Mundo no cambiemos radicalmente de

actitud ante nosotros mismos y ante los demás, nuestros problemas fundamentales continuarán irresueltos. Debemos abandonar el tono denunciatorio y de pedido que siempre ha caracterizado nuestros pronunciamientos. Debemos convencernos de que nadie va a resolver nuestros problemas sino nosotros mismos. Debemos asumir la más alta conciencia de nuestra propia responsabilidad en las grandes cuestiones que afectan a nuestros pueblos. Debemos encarar valerosamente nuestro indelegable papel de hacedores directos de nuestro propio futuro sin responsabilizar a los demás por aquello de lo que somos realmente responsables. Y debemos, finalmente, comprender que, por encima de nuestras inocultables diferencias, hay razones profundas que imponen la necesidad de la unión realista y efectiva de las naciones del Tercer Mundo.

Si no comprendemos la radical divergencia de realidades y de intereses que

nos separan de las grandes potencias dominantes; si no somos capaces de entender que para actuar con real independencia debemos pensar con plena autonomía; si no percibimos que todo esto supone una forma enteramente nueva y propia de conceptualización política y de direccionalidad valorativa, entonces tarde o temprano habremos de encarar la cruda certidumbre del fracaso.

Deberemos entonces admitir que no supimos interpretar el mensaje de la

historia y que, puestos en el umbral de una nueva época, no tuvimos la sabiduría de hacer inteligible nuestro camino. En tal caso, seremos abierta o disfrazadamente vasallos de otros pueblos, repetidores de fórmulas foráneas, seguidores de rutas que no son las nuestras y, en fin, naciones que no han sabido edificar su propia vida y elevarse al plano de eminente conciencia histórica a donde sólo arriban los pueblos que hacen su destino y construyen su mundo.

PERÚ, TERCER MUNDO: ANTI-IMPERIALISMO E INDUSTRIALIZACIÓN Estamos de acuerdo en considerar la industrialización como parte

indispensable del esfuerzo por alcanzar el desarrollo integral de nuestros pueblos. Pero reconocemos que en relación con este vital asunto se plantea un problema de vastas implicaciones teóricas y prácticas en términos de una anchurosa perspectiva histórica.

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En primer lugar, ¿qué forma de industrialización consideramos necesaria?

Negamos la necesidad de un desarrollo industrial hipotecado al extranjero. Rechazamos por falso un desarrollo industrial asentado en la acción predatoria de las grandes corporaciones transnacionales, nueva modalidad de la penetración imperialista. Un desarrollo industrial bajo control foráneo es tan sólo un mecanismo de succión de nuestros recursos para favorecer la expansión de economías dominantes. Queremos, en consecuencia, un desarrollo industrial de pleno autonomía, cuya virtud principal sea beneficiar directamente a nuestros propios países, sin que esto signifique desconocer la necesidad de relaciones económicas que nos vinculen al resto del mundo en legítimas y justas condiciones de igualdad y respeto para todos.

Negamos, asimismo, la deseabilidad de un desarrollo industrial tecnológica

y económicamente tributario de los centros foráneos de poder. Queremos un desarrollo industrial capaz de contribuir a la expansión de todo nuestro sistema económico, a la utilización de todos nuestros recursos humanos y naturales y, consecuentemente, a la realización de todo la potencialidad global de nuestros países.

En segundo lugar, ¿queremos los países del Tercer Mundo alcanzar lo que

hoy se conoce como status de nación industrializada? En torno a esta posibilidad los hombres de la Revolución Peruana planteamos un cuestionamiento fundamental. No es cierto que los grandes países industriales señalen nuestra inexorable imagen de futuro ni que sean espejo de nuestro inevitable porvenir. Es más. No sólo recusamos la inevitabilidad de que eso sea así: sostenemos que ello sería indeseable. La evidencia empírica de que hoy todos disponemos, nos afirma en la convicción de que las sociedades altamente desarrolladas, bajo la orientación de diferentes sistemas ideológicos y dentro de distintos sistemas económicos hoy dominantes, son incapaces de proporcionar condiciones que permitan el verdadero y pleno desarrollo de los hombres.

Sociedades de alienación, en ellas perviven irresueltos fundamentales

problemas que se afincan en la propia naturaleza del ordenamiento social. Nosotros no aspiramos a llegar a una situación así. No queremos encontrarnos mañana en la crítica situación en que hoy se encuentran las naciones que pretenden señalarnos un camino. Pensamos que es necesario plantear el problema en nuevos términos. Nuestro desarrollo industrial debe admitir una teleología diferente. No querernos ser una nación industrializada en el sentido convencional y concreto que esta expresión tiene en el presente. Recusamos los sistemas socio-económicos que finalmente cosifican al hombre y lo tornan instrumento de ciegos mecanismos tecnológicos, empresariales y político-económicos frente a los cuales se encuentra por entero inerme.

No queremos una sociedad deshumanizada basada en una economía de la

deshumanización. En una sociedad así el hombre inevitablemente deviene objeto del anónimo e incontrastable poder de las corporaciones, los mecanismos de

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administración tecnológica, las burocracias y los sistemas de producción y distribución que tan sólo obedecen a consideraciones de eficacia estadística, por entero alejadas de las necesidades palpitantes de los hombres, de sus decisiones, de su participación y de sus sueños.

Una sociedad donde los seres humanos sean cada vez menos y los

instrumentos que aherrojan su libertad y deshumanizan su vida sean cada vez más, no es nuestro ideal para el futuro del Perú. Queremos todo lo contrario: una sociedad regida por las consideraciones supremas que hacen del hombre el referencial más decisivo de la vida social. Y esto jamás será logrado si ilusamente seguimos el camino que marca el desenvolvimiento de las grandes potencias industriales del presente. El fin de ese camino está a la vista. Si no queremos para nosotros ese fin, no debemos tampoco querer para nosotros tal camino.

En consecuencia, uno de los grandes desafíos a nuestra imaginación y al

poder creador de nuestros pueblos, es el que se refiere a la necesidad de diseñar rumbos cualitativamente diferentes para nuestro desarrollo industrial. Industrialización, sí. Pero una industrialización que no culmine con la creación de una sociedad de servidumbre humana. Esto a nuestro entender significa una industrialización de esencia y de finalidades diferentes a la de las naciones hoy desarrolladas.

Desde otro punto de vista, resulta por entero pueril, a nuestro juicio, aceptar

una competencia que sólo puede ser resuelta en forma negativa para nosotros mismos, toda vez que se plantea en términos que no podemos superar en un plano en el que necesariamente gravitan de modo decisivo las diferencias cada vez mayores que nos separan, y continuarán separándonos, de los países de alto desarrollo.

En efecto, el carácter acumulativo del crecimiento económico y tecnológico

de las grandes potencias industriales, torna ilusoria la posibilidad de que alguna vez podamos suprimir las distancias que de manera constante nos alejan a unos de los otros. En esos términos, la competencia real está perdida desde ya para los pueblos del Tercer Mundo. Por tanto, es indispensable modificar la forma en que hasta hoy concebimos aquella relación competitiva. Es urgente, por tanto, desde nuestro punto de vista, redefinir la naturaleza de nuestra relación y nuestra competencia con los países poderosos del mundo.

Pero no es en el terreno de la racionalidad que preside y orienta el

desarrollo de los grandes países industriales que debemos plantear este problema. Es preciso hacer un esfuerzo para escapar a la lógica, a los supuestos, a la teleología de esa racionalidad, porque todo esto es adverso a los intereses y a la causa de los países que conformamos el Tercer Mundo. Los términos de referencia deben ser substantivamente modificados para poder diseñar con lucidez rumbos alternativos, esto es, finalidades diferentes. Es un trágico error que continuemos aceptando la definición de nuestras relaciones y nuestra competencia con aquellos países en el terreno y en las condiciones por ellos

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escogidas de manera virtualmente unilateral. Sólo cuando comprendamos con claridad todo lo que esto significa, estaremos en condiciones de formular la nueva concepción del desarrollo industrial que nuestros pueblos necesitan.

Consecuencia directa de todo lo anterior es reconocer que se debe

abandonar radicalmente y para siempre el tono y la actitud que suelen asumir nuestros países frente a las naciones que económicamente dominan todavía en la escena del mundo. Las diversas formas de dominación económica y política no obedecen a los dictados de una ética afincada en los significados del bien y el mal. No es tampoco a la voluntad individual de nadie que tales formas de dominación responden. Por el contrario, se trata del accionar valorativamente neutro de complejos sistemas y mecanismos que no obedecen a ninguna normatividad moral, sino más bien a la fría necesidad de los intereses económicos, estratégicos y políticos. Son fuerzas por entero impersonales las que se hallan en juego. Mal podemos entonces apelar a consideraciones de justicia y razón para que las demandas de nuestros países encuentren atención y respeto. No podemos enfrentar la lógica del interés y la ventaja con la lógica de la justicia y la moral. Es aquella y no ésta la que orienta el comportamiento de los inmensos factores de poder que los sistemas y los mecanismos de dominación internacional controlan.

Debemos por ello comprender que libramos una dura y desigual batalla por

nuestra integral liberación. Tan solo reclamar, demandar, exigir un trato de razón y de justicia habrá en ella de darnos siempre muy pocos resultados. En consecuencia, los avances en el camino de nuestra liberación habrán tan sólo de deberse siempre a los esfuerzos que nosotros mismos hagamos por luchar unidos y unidos defendernos en base a nuestros propios recursos económicos, a nuestras propias posibilidades políticas, a nuestra propia capacidad de decisión.

La causa de los países del Tercer Mundo es por entero justa. Lo saben los

gobiernos de las naciones demasiado bien. Y, sin embargo, muy pocas cosas han cambiado en nuestro mundo. Por tanto, debemos tratar con aquellos gobiernos, no en base a la reiteración de la justicia de una causa que todos reconocen, sino en base a la concreta realidad de los intereses en juego. Porque jamás debemos olvidar que todas las formas de explotación se basan finalmente en el desconocimiento de los razonamientos de justicia. Por eso, la emancipación verdadera de los pueblos no se hace al fin de cuentas tan sólo con palabras. En consecuencia, emprendamos sin dilación alguna esfuerzos concretos de unidad para enfrentar la dura y difícil tarea de nuestra liberación verdadera, integral y definitiva.

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XV. REVOLUCIÓN, INTEGRACIÓN Y NO ALINEAMIENTO

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NUESTRA VOCACIÓN UNIONISTA

…Pacto Andino e integración La política seguida hasta hoy por los países signatarios del Acuerdo de

Cartagena es expresión adelantada de una posición que constantemente se vigoriza en todo el continente y que nos da fundamento real para esperar que en día no lejano todos los pueblos latinoamericanos emprendan una tarea similar para conjuncionar esfuerzos, para aunar voluntades, para hermanar propósitos. Y todo esto, a fin de desarrollar una política de integración liberadora que lleve a los países hermanos de América Latina a consolidar su verdadera independencia y a lograr un auténtico desarrollo que garantice la solución definitiva de nuestros grandes problemas del pasado.

Al margen de toda consideración retórica, quienes en el Perú luchamos por

una causa salvadora de justicia social e independencia verdadera, estamos convencidos de que estos grandes ideales sólo podrán afianzarse como conquistas históricas irreversibles en la medida en que por ellos se luche y se construya en las demás naciones hermanas de América Latina. Nos estamos uniendo para garantizar nuestra propia libertad. Nos estamos uniendo para defender los intereses de nuestros pueblos. Nos estamos uniendo para cancelar definitivamente una época signada por el subdesarrollo y el dominio extranjero. Y sólo dentro de propósitos así podrá tener efectiva validez el anhelo y la lucha por construir en nuestro suelo un ordenamiento social basado en la justicia. De este modo, luchar por la unidad de nuestros pueblos es para nosotros inseparable del duro batallar en que hoy vivimos por reestructurar de manera profunda y permanente todo el ordenamiento tradicional de nuestra sociedad. Por eso la búsqueda afanosa de formas constructivas de unión con otras repúblicas hermanas representa, en esencia, dimensión inherente a nuestro quehacer revolucionario como soldados de una causa que con certeza representa la auténtica y profunda verdad de nuestro pueblo.

Esta es la razón por la cual el Gobierno Revolucionario del Perú dio desde

el primer momento su respaldo total al planteamiento integracionista que sirve de sustento a la hoy día promisora realidad del Pacto Andino. Tal posición ha sido uno de los pilares más firmes de la política internacional del nuevo Perú que estamos construyendo. Nunca entendimos la integración al margen de su profundo valor instrumental. Desde el primer momento vimos en ella un me dio de lograr el fortalecimiento integral de nuestras naciones, una forma de lucha por afianzar la independencia económica de América Latina y, por tanto, un modo de contribuir o superar la secular subordinación de nuestras economías a los centros de decisión extra latinoamericanos. Instrumento liberador por excelencia, el Pacto Andino debe siempre por eso responder al propósito de cimentar nuestra

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autonomía económica y la creciente capacidad de nuestros pueblos para decidir por ellos mismos su destino.

Tales propósitos exceden con largueza la finalidad de un simple

mejoramiento económico, exterior e intrascendente en términos de las grandes demandas históricas de los pueblos latinoamericanos. No queremos la vistosa irrealidad de una riqueza que en el fondo no es propia. No queremos el engaño de ningún auge económico ficticio. No queremos un crecimiento económico de propiedad extranjera. Querernos la sólida y veraz realidad de un verdadero desarrollo económico indisolublemente unido a objetivos de auténtica justicia social para los hombres de América Latina.

En consecuencia, si los objetivos centrales del Pacto Andino son alcanzar la

máxima velocidad de un desarrollo así entendido y la superación definitiva de la dependencia económica que lo hace posible, resulta fundamental que nuestros países fortalezcan políticas homogéneas diseñadas en función de estas finalidades. Desde este punto de vista, el Perú reitera su decidido respaldo o un régimen común de tratamiento al capital extranjero como aspecto verdaderamente esencial del proceso integracionista. Sólo actuando mancomunadamente en este terreno decisivo podremos aumentar de modo considerable nuestra capacidad de negociación en todo lo referente al uso del capital y la tecnología provenientes de otras partes del mundo.

Y si bien es cierto que el objetivo de llegar a constituir una auténtica

comunidad económica aún no ha sido plenamente alcanzado, el Perú considera que desde ya nuestros países deberían iniciar acciones concretas destinadas a proyectar la integración económica a los aspectos igualmente cruciales de lo social y cultural, particularmente en el dominio de la tecnología. En efecto concebimos el desarrollo como un proceso que indesligablemente encierra factores económicos y socio-culturales, la integración vinculada o tal proceso no puede ser planteada en términos exclusivamente económicos.

Por el contrario, ella debe incorporar en su campo de realizaciones concretas los fundamentales aspectos antes mencionados.

Parte importante de esta tarea es el esfuerzo de las naciones andinas para

viabilizar una salvadora integración que refuerce nuestra lucha contra los males seculares de la dependencia y el subdesarrollo. En este esfuerzo el Perú cifra muy grandes esperanzas. Y aunque sabemos que será muy difícil afianzar, ampliar y concretar todas las posibilidades liberadoras de la política de integración subregional, sabemos también que de su éxito depende una parte vital de nuestro futuro como naciones latinoamericanas. Por esta convicción el Perú seguirá esforzándose para contribuir el triunfo del propósito común que anima a los países signatarios del Acuerdo de Cartagena.

Pues, en el más profundo de los sentidos, el problema que hoy confronta el Perú es un problema latinoamericano.

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La batalla que hoy libramos, es un enfrentamiento desigual en que se juega

mucho del destino de nuestro continente que hoy, más que nunca, eleva al rango de su conciencia más preclara la convicción de que el camino de su unidad es el camino de su salvación definitiva. Y mal harían quienes supusieron que el Perú va a dar paso atrás en el sostenimiento de una causa cuya más honda raíz de justicia responde a un clamor americano. Sabremos prevalecer. Pero, por ser la causa del Perú una expresión veraz de la causa de todo el continente, nosotros esperamos y demandamos la solidaridad de los pueblos fraternos de América Latina. Si hoy cayera el Perú, ningún futuro nacional tendría seguridad en esta parte del mundo. Es de aquí, de donde dimana la responsabilidad del continente latinoamericano frente a un país hermano como el Perú de hoy se juega el destino en defensa de su soberanía nacional en la incruenta lucha por su emancipación económica.

Nosotros continuaremos batallando seguros de nuestra razón que es de

justicia, seguro del respaldo de nuestro pueblo que al fin ha visto restaurada su fe y recuperado su sentido de dignidad nacional, y seguros también de que estamos librando una lucha no sólo por el Perú, sino por toda América Latina cuyo destino histórico hoy vuelve a jugarse en suelo del Perú, como se hizo ayer en los días aurorales de nuestra vida republicana. Por eso, por tener nuestra lucha un sentido y una misión latinoamericana es que demandamos el respaldo y la solidaridad de América Latina, convencidos de que ser solidarios significa mucho más que decirlo.

El reconocimiento de que somos distintos no debe perturbar en absoluto la

paz en nuestro continente. América Latina no puede volver a ser un universo político homogéneo. Han insurgido ya muy poderosas fuerzas de cambio orientadas a sustituir los ordenamientos tradicionales por nuevos ordenamientos de justicia. Nuestras sociedades hoy están en crisis. Y muy probablemente lo seguirán estando en el futuro. Nuevas formas de ordenación económica, política y social han empezado a surgir en nuestro continente al amparo de incontrastables corrientes de la historia. Nadie podrá detenerlas. Nada será capaz de interrumpir su curso definitivamente.

Tales procesos son hasta hoy bastante diferentes y probablemente lo serán

en el futuro. Sólo tienen en común su rechazo a los sistemas de vida política y económica basados en la explotación y en la injusticia. Pero la forma concreta de construir las posibles alternativas al pasado, son distintas. Ello obliga al abandono final de la errada noción de la uniformidad latinoamericana. Pero todos deberíamos tener la suficiente madurez para reconocer las diferencias y las peculiaridades de nuestros países. Respetar divergencias no implica en modo alguno compartir finalidades y propósitos. Es tiempo ya de que todos nos acostumbremos a vivir en paz respetando las posiciones distintas a la nuestra.

Tal reclamo es particularmente importante para el Perú, porque aquí hemos

iniciado hace seis años un rumbo nuevo en la experiencia latinoamericana. Estamos luchando por reconstruir nuestra sociedad de acuerdo a principios que no

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son los principios del sistema capitalista que nos hizo país dependiente y subdesarrollado. Sabemos que el nuestro es un rumbo distinto al escogido por otras naciones. Pero nadie, absolutamente nadie, podría jamás cuestionar el derecho del Perú a seguirlo con absoluta independencia. Y de la misma manera que respetamos a quienes no piensan como nosotros, exigimos que ellos también sepan respetar las decisiones soberanas del Perú. Porque parte muy sustantiva de la lucha por la reivindicación plena de nuestra soberanía se afiance en la noción de que el Perú es enteramente libre para determinar su propio destino.

…interamericanismo.

En esencia, los mismos ideales y propósitos que informan nuestra actitud

frente a la integración fundamentan el sentido de nuestra concepción acerca de lo que deberían ser las relaciones interamericanas. Ya es tiempo de superar la vieja práctica del ocultamiento y el eufemismo. La retórica de la vieja diplomacia pareció preferir siempre eludir el enfoque frontal de los problemas. Tal preferencia formó parte conspicua de un modo de ser y de un estilo político característicamente incompatible con la naturaleza de una posición de veras revolucionaria que implica un nuevo lenguaje y una nueva manera de encarar situaciones y problemas. Por otra parte, nada tenemos que ocultar. Nuestra abierta y confesa posición revolucionaria nos demanda luchar contra todo aquello que constituyó parte y fundamento del orden tradicional de nuestra sociedad. Aspecto importante de este orden fue una particular manera de encarar la problemática internacional de nuestro tiempo. Es más, la diplomacia que hemos abandonado fue en su época la expresión de un determinado modo de entender, de definir y de aceptar las relaciones entre otros países y el nuestro, y en particular entre nuestros países y los países poderosos.

Estas relaciones siempre fueron planteadas en términos de virtual

subordinación del Perú a los centros hegemónicos de poder extranjero. De esa manera se consagró a nivel internacional el predominio de las grandes empresas sobre la economía del Perú. De tal suerte llegamos a ser en el pasado un país de soberanía recortada e ilusoria, justamente por el hecho de constituir una nación de economía sujeta a la influencia de intereses económicos foráneos. Por eso la indeclinable posición nacionalista de la Revolución Peruana y su lucha militante por la reivindicación total de nuestra soberanía, tornan irrenunciable nuestra absoluta fidelidad al propósito de afianzar el carácter nacional de nuestra economía.

Comprendemos muy bien que una posición como la nuestra despierta la

suspicacia, la crítica y el rechazo de aquellos intereses foráneos que la revolución inexorablemente tiene que afectar. Sabemos que tal posición puede conducir a fricciones y conflictos con algunos gobiernos extranjeros. Pero sabemos también que esto sólo puede ocurrir con los gobiernos que cometen el profundo error histórico de creer que la causa de sus pueblos y el interés de sus naciones pueden ser confundidos con la causa y los intereses de empresas cuyas finalidades especificas poco o nada tienen en común con los intereses del Perú

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como nación y, en verdad, con los bien entendidos intereses de sus propios países de origen.

Todos reconocemos en América Latina que la insurgencia de movimientos

nacionalistas y revolucionarios siempre ha planteado situaciones conflictivas de intensidad variable con el Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. La explicación radica fundamentalmente en la circunstancia de que esos movimientos han enfrentado inevitablemente la dura oposición de los intereses económicos de aquellas empresas estadounidenses que llegaron a nuestros países en connivencia con gobiernos conservadores y entreguistas.

Todo este fue lo característico de nuestra historia. Tal era el modo usual de

“gobernar”. Comprendernos que no se trata aquí de encontrar responsabilidades unilaterales. Culpables fueron, tanto o más que las empresas extranjeras, los gobiernos que por uno u otro motivo cedieron a sus presiones y, en condiciones lesivas a nuestros intereses nacionales, entregaron las riquezas, los recursos naturales y el trabajo de nuestras gentes. Pero todo esto pertenece al pasado. Porque por obra de la revolución de nuestra Fuerza Armada, el Perú hace tres años y medio empezó a dejar de ser un país sometido a tutela extranjera. Nada nos apartará de continuar luchando para que la riqueza del Perú sea de modo verdadero riqueza de sólo los peruanos. Y los Estados Unidos deberían comprender y respetar la honda raíz de justicia que hace irrenunciable nuestra causa.

Lo anterior, sin embargo, no debería confundirse con una simplista posición

antinorteamericana. El Perú, seguramente al igual que los demás países de América Latina, nada tiene en contra del pueblo norteamericano, cuya historia y cuya grandeza como nación conocemos y respetamos. Mas si tenemos motivos fundados de rechazo a la acción predatoria y perniciosa de la penetración imperialista. Y nada tenemos en contra del Gobierno de los Estados Unidos, sino en tanto ese gobierno pudiera actuar en base a la errada y anti-histórico noción de que debe situarse al lado de los intereses de algunas empresas fundamentalmente explotadoras y no de parte de la causa de pueblos a los que se llama hermano, ni en verdad, al final de todos los análisis, de parte de la bien entendida causa del propio pueblo norteamericano.

Todos en el hemisferio deberíamos comprender que hemos ya empezado a

vivir una etapa distinta de nuestra historia contemporánea. En esta nueva etapa ya no será posible defender y mantener las viejas hegemonías del pasado. Es imposible será también continuar justificando una presión puesta al servicio de intereses privados en desmedro de pueblos e ideales que se proclama defender y respetar.

Ya en el seno mismo de la gran nación norteamericana, las voces de sus hombres más preclaros han comenzado a levantarse en demanda del abandono permanente de la política discriminatoria y estéril, a todas luces opuesta al rumbo de los tiempos.

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Lo que con más urgencia requieren las relaciones interamericanas son

políticas de pueblo a pueblo, políticas de grandeza, políticas de realismo, políticas de auténtico sentido histórico, situadas por encima de esa innegable pequeñez que supone el definir los vínculos entre naciones en función de los intereses de empresas económicas. Sólo de tal manera podremos construir en esta parte del mundo un sistema internacional basado en el respeto a la soberanía de los pueblos y unido al propósito común de preservar la justicia y la paz verdaderas.

Queremos vivir en paz con los pueblos y gobiernos del hemisferio del cual

formamos parte. Pero en paz auténtica, que para nosotros es inseparable del respeto a la justicia. Es ya centenaria la sentencia inmortal que Benito Juárez, el gran revolucionario mexicano, legara a los pueblos de América Latina: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Así también nosotros lo entendemos. Hoy más que nunca debemos reivindicar la plenitud de ese enunciado. Él significa que la paz verdadera no puede existir cuando existen relaciones de subordinación de unos países a otros. Ni tampoco cuando se desconoce o se cuestiona el derecho de los demás a actuar con libertad.

NUESTRO NO ALINEAMIENTO Nuestra Revolución se dirige a crear una sociedad basada en la

transformación de poder económico y político a las instituciones libres y autónomas del pueblo; en la participación plena de sus hombres y mujeres en todos los asuntos de la vida económica, social y política de la nación: en la predominante, pero no exclusiva, propiedad social de la riqueza; y en la efectiva existencia de una verdadera democracia que surja desde la base popular. Estos son criterios fundamentalmente divergentes de aquellos que constituyen la médula misma de los planteamientos capitalistas o pro-capitalistas, comunistas o pro- comunistas. Por eso siempre fuimos muy claros en señalar nuestra profunda incompatibilidad final con toda forma de capitalismo y también con toda forma propia de los enfoques comunistas.

Corolario sustancial de nuestra posición es la consideración del proceso

peruano como una gran experiencia nacional, conceptual e ideológicamente autónoma, propia de nuestro pueblo y por entero alejada de cualquier influencia originada en centros extranjeros de poder ideológico, político, económico o cultural. Lo que nos permite mantener en el plano internacional una política de veras independiente frente a los intereses de las grandes potencias en pugna. Consecuencia lógica de esta concepción es nuestro ingreso al grupo de Países no Alineados.

En la medida en que seamos capaces de mantener la esencia nacional,

autónoma, independiente y propia de nuestra Revolución, ella continuará triunfante como hasta hoy. Y en esa medida habremos de enfrentar victoriosamente el ataque abierto o encubierto de quienes sostienen posiciones pro-capitalistas o pro-comunistas que son, en esencia contrarias a la Revolución

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Peruana. Pero el esfuerzo que demanda este enfrentamiento decisivo es el precio que el Perú debe pagar para alcanzar los objetivos de su auténtica liberación definitiva. Somos conscientes de todo lo que implica una militante actitud de lucha contra el dominio extranjero. Somos conscientes de que el destino del Perú está indisolublemente unido al destino de América Latina; somos conscientes de nuestra pertenencia fundamental al sector de naciones explotadas y dominadas, poro insurgentes, que integran el Tercer Mundo; y somos conscientes de que nuestros más profundos intereses nacionales se hallan en conflicto inevitable con los intereses económicos y políticos de las grandes potencias que pugnan por la supremacía mundial y que siguen estrategias similares y convergentes de influencia, control y dominio de los países menos fuertes y desarrollados de la tierra.

No hay, pues, un solo imperialismo, sino en el sentido de aludir al

esencialmente unívoco fenómeno de dominación de un país sobre otro. Pero tal ocurre de manera similar a partir de varios centros de poder imperial.

El No Alineamiento del Perú expresa con fidelidad esta realista visión del

panorama actual del mundo y nuestro rechazo a todas las formas de penetración económica, cultural, militar o política en que se manifiesta la posición finalmente imperialista de las grandes potencias, extraña y contraria a los pueblos del Tercer Mundo. Por ende, para nosotros los peruanos, la transformación revolucionaria de los países pobres de la tierra, debe ser obra enteramente nuestra, resultado de un pensamiento y de una praxis totalmente independiente y totalmente autónomos.

Esta revolución continuará su marcha victoriosa, porque el Perú la reclama

y necesita. Hay en nosotros una sentida y profunda vocación de patriotismo. No nos mueve la ambición ni el apetito de poder. Nos mueve únicamente un hondo deseo irrenunciable, el de servir a nuestra Patria. Cada día que pasa, es para nosotros un día de esfuerzo, de laboriosa entrega a este alto ideal del Perú. Es por ello que no vamos a dejar inconclusa esta gran obra de justicia.

Sentirnos día a día, en su esforzada construcción, el propio palpitar de

nuestro pueblo. Es el ancho corazón del Perú el que nos alienta y nos impulsa. Poco a poco estamos dejando para siempre atrás el pasado de esta Patria hasta ayer engañada y hundida en la explotación y en lo injusticia, en la verdadera falta de libertad para su pueblo. En esto está la esencia más radical de nuestro compromiso político y humano. Y a él hemos entregado la propia razón de nuestra vida. Qué importa que algunos no puedan o no quieran comprenderlo. Lo sienten hoy, y más lo sentirán mañana, los hombres y mujeres humildes de esta nación secularmente desgarrada por el desaliento y la pobreza, por la desesperanza y el engaño, por la miseria y la ausencia de fe.

A todo esto quiso y quiere responder nuestra Revolución. Ella representa

algo nuevo en la vida del Perú. No la manchemos con la disensión y la violencia, con la perfidia y con la mezquindad. Sepamos todos situarnos a la altura de esta hora luminosa del Perú. Estamos construyendo un futuro mejor para todos los

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hombres y mujeres de esta tierra que es nuestra vida misma. Estamos humildemente aprendiendo a ser mejores, porque muy bien sabemos que aún quedan en nosotros vestigios y resabios de lo ominoso de nuestra herencia del pasado. Nunca hemos reclamado, por eso, ni perfección ni acierto permanente. Lo que sí reclamamos es tan sólo el honesto reconocimiento de que por vez primera se empieza a construir en el Perú un destino más justo.

Convocamos por ello a lo mejor de nuestro pueblo para impulsar la obra

que estamos realizando. Nadie tiene derecho a malograr este empeño esforzado del Perú. Los hombres de la Fuerza Armada y de las Fuerzas Policiales lo seguiremos defendiendo unidos en la convicción sentida y profunda de que la nuestra es una tarea de justicia. Se la debemos al Perú, a su pueblo, a este duro presente que vivimos y a ese mañana que vivirán, con más libertad y más justicia nuestros hijos, simiente de nuestra eternidad como nación americana.

NUESTRA FIDELIDAD AL LEGADO DE AYACUCHO Hay a lo largo de toda nuestra historia un claro mandato de unidad. El,

halló en Ayacucho una alta y perdurable expresión de gloria. De rumbos distintos y lejanos, pero históricamente, próximos y comunes, vinieron hace siglo y medio, innumerables hermanos de América Latina a luchar por una causa que sabían suya, tan suya como nuestra, porque era la causa de la libertad latinoamericana. Los grandes Capitanes de la Gesta Emancipadora fueron con claridad conscientes del designio unitario, que vive en nuestra historia. Pero también sintieron así seguramente, los luchadores anónimos, que combatieron a sus órdenes aquellos que, dejaron sin nombre, pero con nítida huella perdurable, la herencia de su esforzado sacrificio: que, por igual contribuyó a hacernos libres. Aquella fue por eso gesta de hombres y pueblos que unidos presintieron y tuvieron conciencia, de su pertenecer común a un solo destino colectivo; a una sola historia, a una sola causa de independencia nacional.

Nuestros pueblos, insurgieron a la vida republicana bajo el signo plural de

su unitaria voluntad latinoamericana, de su sentido propósito emancipador, de su clara vocación de libertad; y de su honda adhesión a los principios de justicia. Nuestras repúblicas, así, surgieron a la vida para que en ellas fuesen construidas: sociedades soberanas y justas; patrias emancipadas de hombres libres. Estos grandes ideales fueron la esencia misma de los propósitos y de la fe que alentaron en el corazón y en los sueños de los Próceres de nuestra Independencia. Ellos dieron grandeza singular a su epopeya. Ellos dieron sentido a la esperanza de los miles y miles de hombres y mujeres que recorrieron el suelo de América Latina para abrir el camino de su perdurable libertad.

Su lucha fue, sin ápice de duda, una gran epopeya revolucionaria. Y aquí

radica, la más esclarecida significación de su legado a nuestros pueblos. Porque esos grandes ideales conservan hoy, la plenitud de su valor. Somos consecuentes, de que es aún muchísimo lo que es preciso hacer en América Latina; para dar concreción al sueño de sus libertadores. Por eso, a siglo y medio

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de iniciada la experiencia de nuestra libertad, somos aún deudores de quienes entonces empezaron a labrarla. Porque sabemos, que nuestra común historia republicana no ha conducido hasta hoy a modelar sociedades basadas en la observancia fiel de los principios y de los ideales que fueron la más alta inspiración de la epopeya emancipadora.

Hoy nuestros pueblos sienten palpablemente esta profunda deuda con su

propia historia. Brumosa o claramente el sentimiento de esta responsabilidad está en el fundamento mismo de la vasta insurgencia popular por la justicia que se percibe con nitidez en todas las latitudes de América Latina. Nuevamente los viejos sueños convocan a los pueblos. Otra vez los mismos caminos de la historia llevan el mensaje de un idéntico ideal de unión, de libertad y de justicia. Y la afirmación de nuestro común destino latinoamericano, independiente y soberano, vuelve a impulsar el sentimiento de nuestra indispensable unión. En una hora conturbada y problemática del mundo América Latina empieza a recobrar una presencia singular y autónoma. Nuestros pueblos inician el reencuentro con su historia. Y el sentido más hondo y más ilustre de la heroica gesto libertaria.

Ilumina de nuevo el firmamento latinoamericano. Nuestras naciones sólo

pueden ser libres a plenitud en la medida en que sean, también a plenitud, dueñas de su destino. Lejos de todo afán retórico, esta es una exigencia real y verdadera. Significa decidir el rumbo soberano de nuestros Estados, sin sombra de presión o interferencia extranjera, controlar sin restricciones nuestra propia riqueza, y reconocer nuestra capacidad para construir en cada uno de nuestros países formas sociales, políticas económicas de organización autónomamente decididas por nosotros de acuerdo a nuestra propia realidad y con plena conciencia de que nuestro camino en la vida y en la historia debe ser construido tan solo por nosotros, con nuestra propia inteligencia, con nuestras propias manos, con nuestro propio corazón.

Es esto lo que significa ser una Patria de veras soberana. No podemos ser

políticamente libres si el sustento económico de nuestras sociedades sufre la interferencia o el dominio de cualquier poder extranjero. Porque la independencia y la soberanía son interdependientes valores de totalidad. De allí que nuestra autonomía nacional sólo pueda ser entendida como la plena conjunción de sus dimensiones: política, económica, social y cultural.

Y tampoco podremos ser jamás sociedades verdaderamente libres sino en

la medida en que seamos capaces de ser al mismo tiempo sociedades enteramente justas. Porque la libertad y la justicia son valores inseparables. En tanto exista injusticia social en nuestros pueblos ellos jamás conocerán la verdadera libertad: en tanto grupos de privilegio acaparen riqueza y poder mientras millones de compatriotas nuestros viven en la miseria y en tanto, en fin, los pocos vivan a expensas de los muchos, será ilusorio hablar de libertad y de justicia en nuestro continente. Esas continuarán siendo simples palabras, aunque grandes palabras, desprovistas de contenido real y verdadero para los millones de hombres y mujeres que forman nuestro pueblo, esencia de la Patria

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Latinoamericana. En tales condiciones sólo podríamos aspirar a ser contradictorias democracias señoriales finalmente al servicio de reducidas minorías que viven de espaldas a su pueblo y a su historia.

Concretar los grandes ideales de nuestra primera independencia, significa,

así, luchar contra todas las formas de injusticia, contra todas las formas de discriminación, contra todas las formas de presión extranjera, para que los hombres y mujeres de nuestros pueblos se aproximen cada vez más a ser los forjadores y conductores de su propio destino. Libres como Estados de la dominación foránea y libres como pueblos de la explotación económica y política, las naciones de América Latina, podrán aportar al mundo la voz de una presencia autónoma, que defiende con autenticidad su propia causa y la causa de otras naciones en pugna similar por su liberación total y definitiva. Sólo de esta manera podremos articular una posición de veras nuestra y en consecuencia, situada enteramente, al margen de las presiones y de los intereses de las grandes potencias que disputan, una efímera y pueril supremacía en nuestro mundo.

Crisol de razas, de pueblos y culturas, América Latina debe representar una

presencia militante que proclame la indispensable necesidad de trascender lo que hasta hoy ha sido norma de la política y de la economía en el campo de las relaciones internacionales. La extraordinaria apertura histórica que hoy estamos viviendo nos brinda la oportunidad impar de ser los forjadores de nuevas ideas, y nuevos planteamientos. En un momento en que los grandes sistemas sociales y políticos, hasta hoy dominantes, enfrentan honda crisis en que, se opera una profunda revisión de los viejos valores y de los conocimientos que han modelado; la organización total de las sociedades contemporáneas: y, en que, todo el conjunto de la vida humana, parece confrontar, una honda revaloración y un hondo reajuste; América Latina, debe afianzar el sentido de su propia y plural independencia para forjar, reivindicando los grandes valores de su historia y recogiendo los múltiples aportes que le brinda la experiencia mundial contemporánea su propio y autónomo camino.

Nada de esto podrá, sin embargo, ser logrado, si olvidamos la esencia del

mensaje de Ayacucho. Nuestra unión abrió el camino de nuestra libertad. Al cabo de ciento cincuenta años, nuestra unión, es lo único que puede permitirnos consolidar y ampliar ese legado inapreciable. Nuestros destinos nacionales son interdependientes. Ninguno de nuestros países puede, por separado, culminar, ni preservar por siempre, sus grandes ideales. Únicamente, podremos prevalecer en la medida en que nos mantengamos solidarios y luchemos unidos, por la causa más alta de nuestros pueblos. Sólo de esa manera, podremos pagar, la ingente deuda histórica que nos legó el pasado. Y sólo así podremos culminar la inconclusa tarea de hacer de nuestras naciones, Patrias: de libertad y de justicia.

Grandes y singulares peligros nos asedian en la hora presente. Todos

confrontamos fundamentales problemas irresueltos. El viejo ímpetu de dominación de las grandes potencias, que hemos conocido muy bien a lo largo de nuestra historia, adopta hoy sutiles nuevas formas. Nuestras economías sufren el impacto

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de distintos y refinados mecanismos de penetración y de control. Nuestras ingentes riquezas naturales no son aún explotadas en beneficio directo y cabal de nuestros pueblos. Formas diversas de influencia cultural distorsionan y desdibujan el sentido de nuestra propia tradición; de nuestros valores; de nuestra personalidad histórica. Y al propio tiempo, poderosos intereses internacionales tratan de minar la paz y la unión de nuestros pueblos; estimulando el surgimiento de rivalidades que nos enfrenten a hermanos contra hermanos. El hombre latinoamericano, indaga por su propio rumbo en medio de todas estas múltiples acechanzas y problemas. Y nuestros pueblos buscan en sus Gobiernos y en sus dirigentes, la orientación necesaria y la indispensable decisión para enfrentar resueltamente, esta compleja realidad. Nosotros no podemos desoír esa demanda; ni debemos eludir esa responsabilidad.

Esta es la posición del Perú y de su Gobierno Revolucionario. La

entregamos, al veredicto y a la comprensión de los pueblos hermanos. Al defenderla, somos consecuentes con el antiguo, ilustre, y vigoroso ideal, de nuestros libertadores; de cuya grande, e inacabada obra, somos continuadores. Y al hacerlo, creemos rendir, el más alto testimonio de lealtad, al ejemplo preclaro y perdurable de quienes, al culminar la epopeya que nos hizo libres, entregaron sus vidas por el mismo ideal que nosotros aquí estamos ahora defendiendo.

El requisito para el desarrollo real de nuestros países y la consecución de

los más altos ideales de sus pueblos es, sin duda alguna, el mantenimiento de la paz. Por eso el Perú propuso, como parte principal de la Declaración de Ayacucho, dos planteamientos concordantes con la esencia misma de una posición pacifista. El primero de ellos se refirió a la necesidad de adoptar una política general para limitar la adquisición de armamentos con fines bélicos que permitiera derivar la mayor cantidad posible de recursos al desarrollo económico y social de nuestros países.

El segundo planteamiento consistió en proponer que nuestros países,

actuaran de manera conjunta, ante cualquier situación difícil, que pudiera afectar su convivencia pacífica; y asumieran el compromiso de que, en caso de conflicto entre dos o más de ellos, los gobiernos de las otras naciones, actuaran de manera inmediata y directa, a través de sus Cancilleres y Ministros de Defensa, a fin de restablecer sin dilación alguna el imperio de la paz.

Nuestra profunda adhesión a los ideales de paz y amistad entre nuestros

pueblos inspiró estas propuestas peruanas. Las entregamos a la conciencia de América Latina en la íntima convicción de que al hacerlo servíamos a la causa más alta de sus problemas.

El primero de los planteamientos del Perú ha sido plenamente incorporado

en la Declaración de Ayacucho lo mismo que parte sustantiva del segundo. Los peruanos sentimos alta complacencia porque tal haya sido el resultado de nuestra gestión en torno a problemas que juzgamos fundamentales.

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El Perú considera indispensable concretar lo antes posible, mediante la adopción de medidas específicas, los planteamientos principistas contenidos en la Declaración, particularmente en lo que se relaciona al problema crucial de la limitación de adquisición de armamentos con fines bélicos agresivos.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

SIGLAS Y ABREVIATURAS QUE SE USAN (por orden de aparición)

D : Discurso

CADE : Conferencia Anual de Ejecutivos

VLVR : Velasco: La voz de la Revolución

II : Segundo Tomo

I : Primer Tomo

E : Entrevista

ONI : Oficina Nacional de Información

CAEM : Centro de Altos Estudios Militares

EOFAP : Escuela de Oficiales de la Fuerza Aérea del Perú

FF.AA. : Fuerzas Armadas

CEPAL : Comisión Económica para América Latina

BID : Banco Interamericano de Desarrollo

P. del G.R. : Política del Gobierno Revolucionario

LA : Latino Americano

M. : Mensaje

CNA : Confederación Nacional Agraria

CIECC : Consejo Interamericano p ara la Educación, la Ciencia y la Cultura

CIAA : Consejo Internacional de Americanistas

SIP : Sociedad Interamericana de Prensa

CIMP : Centro de Instrucción Militar del Perú

IPC : Internacional Petroleum Company

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I. LA REVOLUCION PERUANA

D: 21.1.74 ( Visita del General Torrijos ) Su autonomía conceptual D: 28. 7.73 ( Mensaje a la Nación ) D: 3.10.73 ( Aniversario d la Revolución ) D: 19. 9.73 ( Visita del Presidente de Rumana ) D: 15.11.70 ( CADE 70—VLVR. H—11/12 ) D: 29.7.74 ( Almuerzo Comando Conjunto ) El nuevo ordenamiento económico — político y el modelo societal D: 15.11.70 ( CADE 70—VLVR. H—9/14 ) D: 28. 7.69 ( Mensaje a la Nación — VLVR. 1 — 76/77 ) D: 5.74 ( Revista O’Globo —Brasil ) Democracia, humanismo y revolución D: 11.10.69 ( Manifestación de Chiclayo — VLVR. 1 — 142/3) D: 3.10.73 ( Aniversario de la Revolución ) D: 3.74 ( Revista Actualidad Pastoral - Argentina ) Revolución, moral social y conciencia política D: 28. 7.72 ( Mensaje a la Nación. VLVR. II — 369/70 ) D: 17.12.70 ( Solidaridad Institucional — VLVR. II — 48 ) D: 9.10.71 ( Día de la Dignidad —VLVR. II — 261 ) D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución — VLVR. l — 274/5 ) D: 17.12.70 ( Solidaridad Institucional —VLVR. II —49 ) D: 21. 6.71 ( Día del Campesino — VLVR. II — 91 ) D: 1.10.71 ( Manifestación de Tacna : VLVR. II — 219 ) D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 109 ) D: 9.10.71 ( Día de la Dignidad - VLVR. II - 267/8 ) D: 9.12.70 ( Día del Ejercito - VLVR. II - 42 ) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 105/6 ) D: 2.10.71 ( Manifestación de Moquegua - VLVR. II. 228 ) D: 3.10.69 ( Aniversario do la Revolución - VLVR. I - 105 ) D: 28. 7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 229 ) D: 11.10.69 ( Manifestación de Trujillo - VLVR. I - 159 ) D: 26.10.69 ( CADE 69 - VLVR. I - 171 ) D: 19.11.70 ( Apoyo de empresario de la Revolución - VLVR II - 34

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II. LAS FUERZAS ARMADAS Y LA REVOLUCION

El Ejército 21.12.71 ( Revista ONI. Pág. 53 )

La Marina 23.12.71 ( Revista ONI. Pág. 66 )

La Fuerza Aérea 20.12.71 ( Revista ONI. Pág. 67 )

Las Fuerzas Policiales 27.12.71 ( Revista ONI. Pág. 70 )

EL CAEM D: 19.12.69 ( Clausura CAEM - VLVR. I - 181/2 )

III. GOBIERNO, PUEBLO Y FUERZA ARMADA

La fuerza armada, ¿por qué? D: 1.10.71 ( Manifestación de Tacna - VLVR. II. - 214 ) D: 7.11.68 ( Entrega de Pabellón Nacional - VLVR. I - 7 ) D: 23.12.70 ( Clausura EOFAP - VLVR. II. - 60 ) D: 9.10.71 ( Día de la Dignidad - VLVR. 11 - 264 ) D: 28. 7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. 1 - 252 ) Nuestro propósito y compromiso D: 15.11.70 ( CADE 70 - VLVR. II - 8 ) D: 28. 7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. 1 - 60 ) D: 24. 6.69 ( Promulgación Ley de Reformo Agraria - VLVR 1 - 44 ) D: 8.10.69 ( Manifestación de Piura - VLVR. 1 - 115 ) D: 9.10.74 ( Día de la Dignidad ) D: 29. 7.72 ( Almuerzo a las FF.AA. - VLVR. II - 377 ) D: 28.7. 70 ( Mensaje e la Nación - VLVR. I. 222) D: 28. 7.72 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 370 ) D: 6.4. 70 ( VI Congreso LA de Industriales VLVR. I - 215 ) Nuestra segunda independencia D: 29. 7. 74 ( Almuerzo a los Comandos Conjuntos de FF.AA. y P. ) D: 9.12.70 ( Día del Ejercito - VLVR. II - 39 ) D: 8. 9. 70 ( Sesquicentenario desembarco Paracas - VLVR. I. -264)

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Un gobierno para los de abajo D: 27. 9.71 ( Manifestación de Cuzco - VLVR. II - 175/6 ) D: 30. 9.71 ( Manifestación de Puno - VLVR. II - 207/8 ) D: 8.10.69 ( Manifestación de Piura - VLVR. I - 117 ) D: 28. 7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 219 ) D: 8.10.69 ( Manifestación de Piura - VLVR. I. - 115 ) D: 24. 6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I. - 51 ) D: 3.10.71 (Aniversario de la Revolución - VLVR. II. - 243) Lo que nunca antes se hizo D: 30. 9.71 ( Manifestación de Puno - VLVR. II - 207 ) D: 29. 7.72 ( Almuerzo FF.AA.- VLVR. II - 375/6/9 )

La tarea de gobernar D: 24. 6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 44 ) D: 9.12.70 ( Día del Ejercito - VLVR. II. - 43/4 ) D: 17.12.70 ( Solidaridad Institucional - VLVR. II - 50 ) D: 23.12.70 ( Clausura de EOFAP - VLVR. II - 59 )

Lo que somos y nuestra legitimidad D: 28. 7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 140/1 ) D: 21.12.70 ( Clausura Escuela Naval - VLVR. II - 54 ) D: 28. 7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 140 ) D: 24. 6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 46 ) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 93 ) D: 8.10.69 ( Manifestación de Piura VLVR. I - 118) D: 28. 7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I -70 ) D: 9.10.71 ( Día de la Dignidad - VLVR. II - 264 )

Un equipo D: 24. 6.71 ( Día del Campesino - VLVR. II - 91/2 ) D: 3. 4.70 ( Asociación de Oficiales en Retiro VLVR. I - 199 ) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución VLVR. I - 91 ) D: 9.12.70 ( Día del Ejercito VLVR. II - 40/1 ) D: 23. 7.72 ( Día de la Aviación Militar - VLVR. II - 336 ) Un nuevo estilo D: 28. 9.71 ( Municipalidad del Cuzco - VLVR. II - 185 ) D: 27. 9.71 ( Manifestación del Cuzco - VLVR. II - 175 ) D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. - 270 ) D: 3.10.69 ( Aniversario do la Revolución - VLVR. - 92 )

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D: 24 .6.71 ( Día del Campesino - VLVR. II - 103 ) D: 17.12.70 ( Solidaridad Institucional - VLVR. II - 47 ) D: 9.12.70 ( Día del Ejército - VLVR. II - 43 ) Hasta cuándo D: 24. 6.71 ( Día del Campesino - VLVR. II - 104 ) D: 29. 9.71 ( Municipalidad de Juliaca - VLVR. II - 191/2 ) D: 20.3.70 ( Identificación de FF.AA. y P con el Gob. - VLVR. II- 192 ) D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 180 ) D: 20.3.70 ( Identificación de FF.AA. y P con el Gob.- VLVR. I - 192 ) D: 29.7.74 ( Almuerzo Comando Conjunto) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 103 ) El Plan de Gobierno D: 29. 7.74 ( Almuerzo, Comando Conjunto ) D: 28.7.74 ( Mensaje a la Nación ) D: 29. 7.74 ( Almuerzo Comando Conjunto ) D: 28. 7.74 ( Mensaje a la Nación ) Pueblo y Fuerza Armada D: 7.11.68 ( Entrega del Pabellón Nacional -VLVR. I - 9 ) D: 28. 7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 59 ) D: 8.10.69 ( Manifestación de Piura — VLVR. I - 115 ) D: 30.9.71 ( Manifestación de Puno - VLVR. II - 210 ) D: 11.10.69 ( Manifestación de Trujillo VLVR. I - 158 ) D: 11.10.69 ( Manifestación de Chiclayo - VLVR. I - 147 ) D: 9.10.74 ( Aniversario de la Revolución y Día de la Dignidad ) D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 59 ) D: 29.7.72 (Almuerzo a las FF.AA. VLVR. II - 376) Civiles y Militares D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 107 ) D: 9.10.74 ( Aniversario de la Revolución y Día de la Dignidad ) D: 1.10.71 ( Manifestación de Tacna - VLVR. II - 219 ) D: 29.7.72 ( Almuerzo a las FF.AA. - VLVR. II - 378 ) D: 24.6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 54 ) D: 1.10.71 ( Manifestación de Tacna - VLVR. II - 213/4 ) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 106/7 ) D: 28.7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 227/8 )

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IV. DESARROLLO Y REVOLUCIÓN

Desarrollo y Proceso Revolucionario D: 28.10.71 ( II Reunión del Grupo de los 77 - VLVR. II - 282 ) D: 14. 4.69 ( XIII Sesión de la CEPAL -VLVR. I - 35 ) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 104 ) D: 14. 4.69 ( XIII Sesión de la CEPAL - VLVR. I - 35 ) D: 3.10.69 (Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 104 ) D: 14. 4.69 ( XIII Sesión de la CEPAL - VLVR. I - 36 ) D: 22.12.71 ( Clausura CAEM - VLVR. II - 312 ) D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 278 ) D: 22.12.71 ( Clausura del CAEM - VLVR. II - 311 ) D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 120 ) Desarrollo Crecimiento Económico y Transformaciones Estructurales D: 21.11.71 ( CADE 71 - VLVR. II - 294/5/6 ) D: 22.12.71 ( Clausura del CAEM . VLVR. II - 312 ) D: 24.6.71 ( Día del Campesino - VLVR. II - 96/7 ) D: 10.5.71 ( XII Asamblea del BID - VLVR. II - 71 ) D: 30.9.72 ( Manifestación de Pucallpa -VLVR. II - 386 ) Desarrollo y Estado D: 10.5.71 ( XII Asamblea del BID - VLVR. II - 82/3 Desarrollo y Planificación D: 30.9.72 ( Manifestación de Pucallpa - VLVR. II - 388/9 ) D: 30.9.72 ( Manifestación de Pucallpa - VLVR. II - 386 ) D: 30.9.72 ( Manifestación de Pucallpa - VLVR. II - 384 ) Desarrollo y Financiación D: 10.5.71 ( XII Asamblea del BID - VLVR. II - 84/6 ) D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 64/5 ) D: 10.5.71 ( XII Asamblea del BID - VLVR. II - 85/6/7 ) D: 10.5.71 ( XII Asamblea del BID - VLVR. II - 84 ) Desarrollo o Industrialización D: 14. 2.69 ( II Congreso de Industrias Manufactureras, ONI. II - 84 ) D: 6.4.70 ( VI Congreso LÁ. de Industriales VLVR. 1 - 211/2 ) D: 26.10.69 ( CÁDE 69 - VLVR. I - 163/70 ) D: 21.11.71 ( CADE 71 -VLVR. II - 293 ) D: 21.11.71 ( CADE 71 - VLVR. II - 292 /3 )

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Desarrollo, Desocupación y Subempleo D: 19.11.72 (CADE 72 Revista P. del G.R. ONI. X - 104/5 )

V. LA REFORMA AGRARIA

D: 11.10.69 ( Manifestación de Trujillo - VLVR. I - 155 ) D: 11.10.69 ( Manifestación de Chiclayo - VLVR. I - 138 ) D: 11.10.69 ( Manifestación do Chiclayo - VLVR. I - 137 ) Autenticidad y naturaleza concepcional D: 11.10.69 ( Manifestación de Chiclayo - VLVR. I - 143 ) D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 75 ) D: 2.10.71 ( Manifestación de Moquegua VLVR. II - 226 )

La Ley D: 24. 6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 46/7/8 ) D: 24.6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 50 ) D: 3.10.71 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. II - 239 ) D: 24 6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 43) D: 26.10.69 ( CADE 69 - VLVR. I - 165 ) D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 67 ) D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 82 )

Su aplicación D: 11.10.69 ( Manifestación de Chiclayo - VLVR. I - 137/8 ) D: 11.10.69 ( Manifestación de Trujillo - VLVR. I - 157/8 ) D: 11.10.69 ( Manifestación de Chiclayo - VLVR. I - 146 ) D: 11.10.69 ( Manifestación de Chiclayo - VLVR. I - 145 ) D: 11.10.69 ( Manifestación do Trujillo - VLVR. I - 154) D: 24. 6.71 ( Día del Campesino - VLVR. II - 94/5/6 ) D: 28. 7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 110/111 ) Los bonos D: 24. 6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 48/9 ) El Tribunal Agrario D: 28.7.70 (Mensaje a la Nación - VLVR. I - 237/8 )

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Una nueva fisonomía D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 111 ) D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 110 ) D: 28.7.72 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 367 ) Reforma Agraria y Participación D: 28.7.71 (Mensaje a la Nación - VLVR. II - 112/3 ) D: 28.7.70 (Mensaje a la Nación - VLVR. I - 239 ) Lo que queda por hacer D: 24.6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 43 ) D: 24.6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 53 ) D: 2.10.71 ( Manifestación de Moquegua - VLVR. II - 226/7 ) D: 24.6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 43 ) D: 11.10.69 ( Manifestación de Trujillo - VLVR. I - 155/6 ) D: 27.9.71 ( Manifestación del Cuzco - VLVR. II - 176/7 ) D: 24.6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 51/2 ) D: 27.9.71 ( Manifestación del Cuzco - VLVR. II - 176/7 ) Campesinos y Técnicos D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 113/4/5 ) La Confederación Nacional Agraria D: 9.10.74 ( Aniversario de la Revolución y Día de la Dignidad ) M: 28. 9.74 ( Instalación del Congreso de la CNA ) D: 9.10.74 ( Aniversario de la Revolución y Día de la Dignidad )

VI. COMUNIDAD LABORAL, PROPIEDAD SOCIAL Y ESTADO

D: 28.7.74 ( Mensaje a la Nación ) La Comunidad Industrial D: 15.11.70 (CÁDE 70 - VLVR. II - 24 ) D: 15.11.70 (CADE 70 - VLVR. II - 22/3 ) D: 28.7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 249/50 ) Las Empresas Estatales D: 9.10.74 ( Aniversario de la Revolución y Día de la Dignidad )

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La Propiedad Social D: 3.10.73 ( Aniversario de la Revolución ) E: 24.12.73 ( Revista Panorama Internacional - Argentina ) 0: 3.10.73 ( Aniversario de la Revolución ) E: ( Revista Le Monde - Francia ) D: 3.10.73 ( Aniversario de la Revolución )

VII. LA REVOLUCION Y EL EJERCICIO DE LA POLITICA

D: 9.12.70 ( Día del Ejercito - VLVR. II - 44 ) D: 9.12.70 ( Día del Ejercito - VLVR. II - 43 ) D: 26.10.69 ( CADE 69 - VLVR. I - 163 ) D: 9.10.71 ( Día de la Dignidad - VLVR. II - 267 ) D: 2.10.71 ( Manifestación de Moquegua - VLVR. II - 226 ) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 95/6 ) En lo Económico D: 28.7.72 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 367/8 ) D: 28.7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 245/6 ) D: 3.10.71 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. II - 240 ) D: 28. 7.72 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 368 ) D: 28. 7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 246/7 ) D: 28. 7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 127) D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 284 ) D: 3.10.72 ( Manifestación de Iquitos - VLVR. II - 396 ) M: 4.11.74 ( VIII Congreso Mundial de Minería ) D: 28. 7.69 ( Mensaje a la Nación - VIVR. I - 72/3 ) D: 28. 7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 71 ) D: 28. 7.72 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 360/1/ 2 ) D: 9.12 .71 ( Aniversario Batalla de Ayacucho Revista ONI. 20 ) En lo cultural y educativo D: 8.2.71 ( II Reunión del CIECC - VLVR. II - 71 ) D: 8.8.70 ( Clausura del XXXIX CIAA - VLVR. I - 259 ) D: 8.8.70 ( Clausura del XXXIX CIAÁ. VLVR. I - 258/9 ) D: 8.2.71 ( II Reunión del CIECC - VLVR. II - 65/71 ) En nuestras relaciones internacionales D: 3.10.72 ( Manifestación de Iquitos - VLVR. II - 397 ) D: 24.6.69 ( Ley de Reforma Agraria - VLVR. I - 53 ) D: 31.1.69 ( CIMP. VLVR. I - 17 ) D: 28.7.72 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 356 ) D: 3.10.71 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. II - 242/3 )

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204

D: 31.1.69 ( CIMP - VLVR. I - 17/8 ) D: 28.7.72 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 346 ) D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 65 ) D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 123/4 ) D: 20.6.72 ( Inauguración del Edificio del Acuerdo de Cartagena -

VLVR. II - 327/8 ) D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 62/3/4/ ) D: 3.10.71 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. II - 243 ) D: 28.7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 232 ) D: 28.7.72 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II 363 ) D: 28.10.71 ( Sesión Inaugural del Grupo 77 - VLVR. II - 277 ) D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 285 )

VIII. PARTICIPACIÓN, MOVILIZACIÓN SOCIAL Y TRANSFERENCIA DEL

PODER

Qué es, para qué, cómo D: 28. 7.74 ( Mensaje a la Nación )

De quiénes D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 280/1 ) D: 3.10.70 ( Aniversario da la Revolución - VLV. I - 276/7 ) D: 28.7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 250/1/2 ) D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. Í - 286 ) D: 27.9.71 ( Manifestación del Cuzco - VLVR. II - 181 ) D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 279/80 )

El SINAMOS D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 120/1 ) D: 24.6.71 ( Día del Campesino - VLVR. II - 101 ) D: 29.9.71 ( Municipalidad de Juliaca - VLVR. II - 200 ) D: 29.9.71 ( Municipalidad de Juliaca - VLVR. II - 193 ) D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 121 ) D: 28.7.72 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 359/60 )

IX. PARTIDO, SINDICATOS Y REVOLUCIÓN

Pluralismo, militancia y partido E: 25.2.74 ( Revista Visao - Brasil ) D: 28.7.73 ( Mensaje a la Nación ) E: 25.2.74 ( Revista Visao - Brasil )

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Partidos y Revolución D: 7.6.73 ( Mensaje en Reencuentro con el Pueblo ) D: 7.10.71 ( Manifestación Popular de Lima - VLVR. II - 254 ) D: 28.7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 219/20 ) D: 3.10.71 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. II - 235 ) D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 123 ) Sindicatos y Revolución D: 24.6.71 ( Día del Campesino - VLVR. II - 97) D: 11.10.69 ( Manifestación de Chiclayo - VLVR - I - 145 ) D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 117 ) D: 11.10.69 ( Manifestación do Chiclayo - VLVR. I - 145 ) D: 11.10.69 ( Manifestación de Trujillo - VLVR. I - 156 )

X. UNIVERSIDÁD Y REVOLUCIÓN

La construcción de la libertad D: 30.7.71 ( Universidad de San Marcos- VLVR. II - 147/8/9/50) Critica y discrepancia D: 30.7.71 ( Universidad de San Marcos - VLVR. II - 150/1 ) D: 23.7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 221 ) D: 30.7.71 ( Universidad de San Marcos - VLVR. II - 153 ) D: 28.7.72 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 354 )

Crisis, nueva ley y participación real D: 30.7.71 ( Universidad de San Marcos - VLVR. II - 151/2 ) E: 23.2.74 ( Revista Visco - Brasil ) Universidad y heterodoxia D: 19.9.69 ( Clausura CAEM - VLVR. I - 183/4 ) D: 24.6.71 ( Día del Campesino - VLVR. II - 91 ) D: 19.9.69 ( Clausura del CAEM - VLVR. I - 185) D: 22.12.71 ( Clausura del CAEM - VLVR. II - 305/6 ) D: 8.8.70 ( Clausura del XXXIX Congreso CIÁA - VLVR. I - 257 )

XI. PRENSÁ Y REVOLUCIÓN

La distorsión de la verdad D: 28.7.73 ( Mensaje a la Nación )

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Hacia una auténtica libertad de expresión D: 28.7.74 ( Mensaje a la Nación ) D: 29.7.74 ( Almuerzo Comando Conjunto ) D: 28.7.74 ( Mensaje a la Nación )

XII. MORALIZACIÓN Y MORALIDAD

D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 69) Una naturaleza institucional distinta D: 15.11.70 ( CADE 70 VLVR. II - 8 ) D: 24.6.71 ( Día del Campesino - VLVR. II - 94 ) D: 17.12.70 ( Solidaridad Institucional - VLVR. II - 47 ) D: 27.8.71 ( Almuerzo, Fuerzas Policiales -VLVR. II - 158/9/60 ) Una justicia ágil y veraz D: 28.7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR I - 240 ) D: 3.10.71 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. II - 244 ) D: 28.7.70 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 240 ) D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 133)

Las autoridades D: 28.9.71 ( Municipalidad del Cuzco - VLVR. II - 185/6 )

Los servidores públicos D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 277/8 ) La Contraloría General D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II - 131/2/3 )

XIII. LA CONTRAREVOLUCIÖN

Su verdadera causa, su estrategia D: 28.7.73 ( Mensaje a la Nación ) Los Argumentos para el ataque D: 28.7.73 ( Mensaje a la Nación ) D: 3.10.69 ( Aniversario do la Revolución - VLVR. I - 103/4 ) D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 86 ) D: 3.10.59 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I - 92 ) D: 11.10.69 ( Manifestación do Chiclayo - VLVR. I - 139 )

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D: 28.7.73 ( Mensaje a la Nación) D: 3.10.69 ( Aniversario do la Revolución - VLVR. I - 97/8 ) D: 28.7.73 ( Mensaje a la Nación ) Dónde están y quiénes son los enemigos de la revolución D: 3.10.72 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. II - 399/400/1 ) D: 27.9.71 ( Manifestación del Cuzco - VLVR. II - 178/9 ) D: 28.7.71 ( Mensaje a la Nación - VLVR. II- 139 ) D: 27.8.71 ( Almuerzo, Fuerzas Policiales - VLVR. II - 160/1 ) D: 30.9.71 ( Manifestación de Puno - VLVR. II- 206 ) D: 3.10.72 ( Manifestación de Iquitos - VLVR. II 401/2 ) D: 30.9.71 ( Manifestación de Puno - VLVR. II —207 ) Prensa y contrarrevolución D: 22.12.71 ( Clausura del CAEM - VLVR. II - 306/7/8/9/10 ) La SIP y el intervencionismo D: 9.10.74 ( Aniversario de la Revolución y Día da la Dignidad ) Oligarquía y contrarrevolución D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I – 101) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I – 100) D: 11.10.69 ( Manifestación de Trujillo – VLVR. I – 154 ) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I – 102/5 ) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I – 102/4 ) D: 20.3.70 ( Identificación de FF.AA. y P. con el Gobierno - VLVR. I –

192/3 ) D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I – 273 ) D: 11.10.69 ( Manifestación de Trujillo – VLVR. I – 153 ) D: 11.10.69 ( Manifiesto de Chiclayo – VLVR. I – 140 ) D: 3.10.71 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. II – 233 ) D: 8.10.69 ( Manifiesto de Piura – VLVR. I – 115 ) D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I – 269 ) D: 20.3.70 ( Identificación de FF.AA. y P. con el Gobierno - VLVR. I –

193/4 ) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I – 101/2/3 ) D: 8.10.69 ( Manifiesto de Piura – VLVR. I – 114/5 ) D: 9.10.69 ( Día de la Dignidad, Trujillo – VLVR. I – 130 ) D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I – 278/9 ) D: 3.10.70 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I – 273 ) D: 8.10.69 ( Manifiesto de Piura – VLVR. I – 118 ) D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I - 67 ) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I – 96/7) D: 28.7.69 ( Mensaje a la Nación - VLVR. I – 67/8 ) D: 3.10.69 ( Aniversario de la Revolución - VLVR. I – 100 ) D: 29.9.71 (Municipalidad de Juliaca – VLVR. II – 199/200 )

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XIV. ANTI-IMPERIALISMO Y REVOLUCIÓN

D: 1.9.71 (Visita, Salvador Allende – VLVR. II – 165/6 ) D: 20.6.72 (Inauguración del Edificio del Acuerdo de Cartagena – VLVR.

II – 323 ) IPC: Reivindicación y dignidad D: 9.10.69 (Día de la Dignidad – VLVR. I – 132/3 ) D: 9.10.69 (Día de la Dignidad – VLVR. I – 132 ) D: 3.10.72 (Manifestación de Iquitos – VLVR. II – 396 ) D: 9.10.71 (Día de la Dignidad – VLVR. II – 261/2 ) D: 9.10.69 (Día de la Dignidad – VLVR. I – 125/6/7/8 ) D: 9.10.69 (Día de la Dignidad – VLVR. I – 127 ) D: 6.2.69 (Mensaje a la Nación – Cobros IPC. VLVR. I – 25/6 ) D: 28.7.69 (Día de la Dignidad – VLVR. I – 62 ) D: 31.1.69 (CIMP, VLVR. I – 15 ) 200 Millas: Soberanía D: 28.7.70 (Mensaje a la Nación VLVR. I – 234 ) D: 8.2.71 (II Reunión del CIECC – VLVR. II – 70/1 ) D: 20.6.72 (Inauguración del Edificio del Acuerdo de Cartagena – VLVR.

II – 323 ) D: 9.10.69 (Día de la Dignidad – VLVR. I – 125 ) La Cerro: Voluntad anti-imperialista y emancipadora

M: 1.1.74 (Expropiación de la Cerro )

Anti-imperialismo y recursos naturales D: 3.11.74 (VIII Congreso Mundial de Minería ) Anti-imperialismo y seguridad D: 23.12.70 (Clausura EOFAP - VLVR. II – 60 ) D: 9.10.70 (Día de la Dignidad – VLVR. II – 264 ) D: 14.4.69 (XIII Período de Sesiones de la CEPAL– VLVR. I – 37) D: 20.12.71 (Clausura EOFAP - Revista ONI – 64 ) Perú, Tercer Mundo y anti-imperialismo D: 28.10.71 (II Reunión del Grupo de los 77 - VLVR. II –

273/4/5/6/7/8/9/280/287 )

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D: 28.7.69 (Mensaje a la Nación VLVR. I – 64 ) D: 28.10.71 (II Reunión del Grupo de los 77 - VLVR. II – 286/7 ) D: 28.10.71 (II Reunión del Grupo de los 77 - VLVR. II –281 )

XV. REVOLUCIÓN, INTEGRACIÓN Y NO ALINEAMIENTO

Nuestra vocación unionista D: 20.6.72 (Inauguración del Edificio del Acuerdo de Cartagena – VLVR.

II – 319/20/1/2/8 ) D: 14.4.69 (XIII Período de Sesiones de la CEPAL – VLVR. I – 38 ) D: 20.6.72 (Inauguración del Edificio del Acuerdo de Cartagena – VLVR.

II – 326/7 ) D: 20.6.72 (Inauguración del Edificio del Acuerdo de Cartagena – VLVR.

II – 322/3/4/5 ) Nuestro no alineamiento D: 7.7.73 (Mensaje en Reencuentro con el Pueblo ) D: 20.9.73 (Visita del Presidente de Rumanía ) Nuestra fidelidad al legado de Ayacucho D: 9.12.74 (Firma Declaración de Ayacucho )

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