LO MALO DE LO BUENO

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LO MALO DE LO BUENO PAUL WATZLAWICK LO MALO DE LO BUENO 0 LAS SOLUCIONES DE HÉGATE EDITORIAL HERDER BARCELONA Versión castellana de XAVIER MOLL, de la obra de PAUL WATZLAIVICK, Vam Schlechien des Guten oder Hekates Ltisungen, K. Piper & C:o. Verlag, Munich-Zurich 1956 Cuarta edición 1995 C 1986 Paul Platzlau4ck © 1987 Editorial Herder S.A., Barcelona ISBN 84-254-1596-9 ES PROPIEDAD DEPOSITO LEGAL: B. 42.333-1995 PKINTED IN SPAIN LIBERGIcAF S.L. - BARCELONA Índice Prólogo ..................................................... ........... 7 La confianza es el mayor enemigo de los mortales .................................................... ....... 15 Dos veces lo mismo es el doble de bueno .......... 25 Lo malo de lo bueno ............................................ 33 Lo tercero que está (supuestamente) excluido . 47 ¿Una ~reacción en cadena» del bien? ................ 55 Juegos de sumas a no cero ................................. 63 Un bonito mundo digitalizado ............................ 75 Sé exactamente lo que piensas ........................... 87 Desorden y orden ................................................103 Humanidad, divinidad, bestialidad ....................109 Triste domingo .................................................... 115 ~esto lo que busco? ........................................ 123

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Libro de Paul Watzlawick

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LO MALO DE LO BUENOPAUL WATZLAWICKLO MALO DE LO BUENO0LAS SOLUCIONES DE HÉGATEEDITORIAL HERDER BARCELONAVersión castellana de XAVIER MOLL, de la obra de PAUL WATZLAIVICK, Vam Schlechien des Guten oder Hekates Ltisungen, K. Piper & C:o. Verlag, Munich-Zurich 1956Cuarta edición 1995C 1986 Paul Platzlau4ck © 1987 Editorial Herder S.A., BarcelonaISBN 84-254-1596-9ES PROPIEDAD DEPOSITO LEGAL: B. 42.333-1995 PKINTED IN SPAINLIBERGIcAF S.L. - BARCELONAÍndicePrólogo ................................................................ 7 La confianza es el mayor enemigo de losmortales ........................................................... 15Dos veces lo mismo es el doble de bueno .......... 25Lo malo de lo bueno ............................................ 33Lo tercero que está (supuestamente) excluido . 47¿Una ~reacción en cadena» del bien? ................ 55Juegos de sumas a no cero ................................. 63Un bonito mundo digitalizado ............................ 75Sé exactamente lo que piensas ........................... 87Desorden y orden ................................................ 103Humanidad, divinidad, bestialidad .................... 109Triste domingo .................................................... 115~esto lo que busco? ........................................ 123In Ice bibliográfico ............................................. 1335PrólogoQuerido lector:Hay ciertas soluciones que todavía no tienen un nombre apropiado y que quizás podrían llamarse soluciones clarif nantes.ldsta palabra no es ninguna falta de imprenta, sino el intento de reunir dos conceptos en un solo término: todo el mundo sabe lo que es una solución clara. En cambio, sólo nosotros, los europeos más viejos, sabemos aún lo que se quería decir Con el término horripilante de solución fnffi•. Así, pues, una solución clarifnante cría una combinación de los dos concepWe, esto es, una solución que no sólo elimina el problema, sino también todo lo ,!qte está relacionado con él; algo así como'S~lón flnal (Endlósung). Eufemismo usado en Alemania por ICn nazis para significar su programa de exterminación de los judiM (n.d.t).7lo que se dice en el chiste conocido: la operación ha sido un éxito, el paciente ha muerto.Sólo el término es nuevo; la hybris que se quiere significar con él, se conoce desde tiempos inmemoriales. Séame permiti do perfilar este concepto a partir de la tragedia Macbeth.

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Comparado con el carácter profundo y enigmático de muchos personajes de la obra de Shakespeare, el papel de las tres brujas en Macbeth parece ser claro hasta un cierto punto. Su jefa, la diosa tenebrosa del destino, Hécate, les dio el encargo de provocar la caída de Macbeth profetizándole un futuro grandioso, que Macbeth creyó con mucho gusto, pues estaba muy a tono con sus ansias ilimitadas de poder. Al intentar poner en práctica la profecía, Macbeth se hunde sin remedio.Por qué Hécate tuvo interés en la caída de Macbeth (y, como veremos, de muchos otros seres humanos), no se puede averi guar por mucho que queramos. Sobre el hecho de que Hécate desea su caída y que al fin lo consigue, Shakespeare no deja ningún lugar a dudas. Cómo Hécate escenifica esta solución clarifnante, será el tema del relato detallado que sigue, y que no sólo se refiere a Macbeth, sino también a muchos otros incidentes más actuales.En el caso de que Usted, querido lector, todavía no lo sepa, las actividades subversivas del club de Hécate no se limitan en modo alguno a lo que experimentó Macbeth en el siglo xi; Hécate y sus satélites son más bien atemporales, con la diferencia notable de que hoy, nueve siglos más tarde, disponen de unas técnicas infinitamente más finas. Pero su principio fundamental ya se puede derivar del caso Macbeth.¿De qué le sirve a Hécate que las brujas hayan llevado a Macbeth hasta un punto en que ya no tendría ningún sentido una conversión («He ido tan lejos en el lago de la sangre, que, si no avanzara más, el retroceder sería tan difícil como el ganar la otra orilla»)? En «la extraña ilusión» que se ha «forjado» le atormenta «un miedo novel que desaparecerá con la práctica» (111/4); por lo tanto, la preparación para su caída es deficiente y podría todavía salirse del embrollo. Hécate se siente postergada por sus subalternas y por esto se ve obligada a tomar las riendas:89«¿No tengo razón, brujas como sois, insolentes y audaces? ¿Cómo habéis osado comerciar y traficar con Macbeth en enigmas y asuntos de muerte, y yo, la dueña de vuestros encantamientos, el agente secreto de todos los males, nunca he sido llamada a participar o a manifestar la gloria de nuestro arte? »(111/5).¿Y cómo consigue Hécate que Macbeth no lo piense mejor, que no intente reparar las atrocidades cometidas, y salvar lo que todavía podría salvarse? Ella no lo incita a atreverse más a perpetrar horrores, a confiar en su suerte y a otras persuasiones tibias. Más bien da a las brujas el encargo de embaucarlo en la seguridad:«Despreciará al hado, se mofará de la muerte y llevará sus esperanzas por encima de la sabiduría, la piedad y el temor. Y vosotras lo sabéis: la confianza es el mayor enemigo de los mortales» (111/5) .Las brujas le vaticinan que puede estar plenamente confiado en esta seguridad mientras no acontezca, primero:«¡Sé sanguinario, valiente y atrevido! ¡Búrlate del poder del hombre, pues ninguno dado a luz por mujer puede dañar a Macbeth!y segundo:«Macbeth no será nunca vencido hasta que el gran bosque de Birnam suba marchando para combatirle a la alta colina de Dunsinan»(IV/1)*.Como las dos condiciones parecen a Macbeth imposibles, éste se siente seguro y dispuesto para perpetrar los crímenes que convengan. Su desgracia es que, sin duda, no muy experto en obstetricia fue asesinado por Macduff que había nacido por operación cesárea, mientras

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que el ejército enemigo camuflado con ramajes, a semejanza de un bosque avanza hacia el castillo de Dunsinan.Naturalmente, Macbeth no es más que un caso -si bien, quizás, el más famosode la práctica de Hécate. Sus tejemanejes remontan a la época dionisíaca de la anti- Las citas de Macbeth están tomadas de la versión castellana de Luis Astrana Marín.10güedad, y, en el sentido contrario, yo mismo he conocido toda una serie de casos esencialmente nuevos en los que Hécate aplicó sus soluciones claríftnantes para traer la desgracia al mundo. Un estudio detallado de estos casos, que me ha costado muchos años, me pone en condiciones de dar indicaciones concretas sobre sus tácticas específicas. Hay dos puntos que advertir en este contexto: ya se entiende que el secreto profesional me impone reserva en nombrar las fuentes de mi información; por este motivo todos los nombres de personas y lugares los he modificado sin excepción. El segundo se refiere a que Hécate hoy ya no sale con tres brazos, rodeada de perros que ladran, señora de apariciones de espectros y embrujos. La verdad es que hoy día vive en una torre lujosa en la costa mediterránea que desde fuera tiene un aspecto tan poco desastroso como sus métodos que aprovechan conquistas aparentemente inofensivas y generales de la vida moderna.Empezaré este libro con la descripción de un caso y luego, al final, volveré de nuevo sobre el mismo. El nombre fingido más acertado para nuestro protagonista seríaJedermann (un hombre cualquiera), pero, por desgracia, Hugo von Hofmannsthal ya lo usó primero. Para que no se nos acuse de plagio, le llamaremos simplemente «nuestro hombre».1213La confianza es el mayor enemigo de los mortalesHabía una vez un hombre que vivía feliz y satisfecho, hasta que un día, quizás por curiosidad vana, quizás por pura impru dencia, se planteó la pregunta de si la vida tenía sus propias normas. Con esto no se refería al hecho evidente de que en todo el mundo hay códigos de leyes, de que en algunas regiones eructar después de la comida se tiene por mala educación y en otras por un cumplido al ama de casa o de que no hay que garrapatear inscripciones obscenas en la pared si uno no sabe las reglas de ortografía. No, no se trataba de esto; no le importaban mucho estas normas hechas por los hombres y para los hombres.Lo que de verdad nuestro hombre ahora quería saber era la respuesta a la pregunta sobre si la vida, independientemen1Ste de nosotros, los mortales, tiene su normativa propia.Mejor le hubiera sido no dar con esta pregunta funesta, pues con ella se arruinó su felicidad y satisfacción. Le pasó algo muy parecido a lo del famoso ciempiés, al que la cucaracha preguntó inocentemente, cómo conseguía mover a la vez tantas piernas con tanta elegancia y armonía. El ciempiés reflexionó sobre el asunto, y desde aquel momento fue incapaz de dar un paso más.Dicho de un modo menos trivial, a nuestro hombre le pasó como a san Pedro que saltó de la barca para ir hacia Cristo que caminaba sobre las aguas, hasta que de repente se le ocurrió que este suceso milagroso era imposible y de súbito se hundió en las aguas y poco le faltó para ahogarse. (Es de todos conocido que con frecuencia los pescadores y los marineros no saben nadar.)

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Nuestro hombre era un pensador correcto -esto ya era una parte de su problema-. Por esto se decía que el proble ma del orden en el mundo era al mismo tiempo el problema de su seguridad (de la del mundo y de la suya), y que la respuestano podía ser más que sí o no. Si fuera que no... en este punto nuestro hombre ya se quedaba atascado. ¿Es posible un mundo sin normas, una vida sin orden? Y si esto es así, ¿cómo había vivido hasta ahora, según qué principios había tomado sus decisiones? En este caso la seguridad apacible de su vida pasada y de sus acciones había sido absurda e ilusoria. Por decirlo así, ahora había comido del fruto del árbol del conocimiento, pero sólo para darse cuenta de su falta de conocimiento. Y en vez de hundirse en las aguas del lago de Genezaret se precipitó en aquel tabuco desde el que ya el antiprotagonista de Dostoievski pronunció sus invectivas interminables contra el mundo luminoso de arriba:«Señores míos: les juro que saber demasiado es una enfermedad, una verdadera y auténtica enfermedad. (...) Pues el fru to directo, normal, inmediato del conocimiento es la pereza, esto es, el cruzarse de manos adrede. »No, nuestro hombre no quería convertirse en un individuo de tabuco. Quizás los pesimistas se inclinarían por pensar que1617todavía no lo era, pues todavía quería llegar al fondo de las cosas. Como de antemano no podía admitir el no como respuesta a su pregunta, se puso a buscar argumentos a favor del sí. Para estar seguro del todo, quiso escuchar este sí de boca de la autoridad más competente, es decir, de un representante de la reina de las ciencias.Así, pues, nuestro hombre fue a ver a un matemático. ¡Más le valiera no haber ido! Aquí no podemos reproducir el diálo go en toda su extensión; desaconseja que lo hagamos el simple hecho de que aquel matemático, como la mayoría de los representantes de aquella ciencia cristalina, pensaba hablar en los términos más simples y evidentes, sin darse cuenta de que nuestro hombre no le entendía nada. Varias veces interrumpió cortésmente el hombre al erudito y le dijo que lo que a él le interesaba no era demostrar que hay una multitud infinita de números primos, sino más bien de saber si las matemáticas ofrecen reglas claras e inequívocas para unas decisiones correctas en los problemas vitales o leyes seguras para predecir los acontecimientos futuros. El especialis

ta creyó haber entendido finalmente lo que pretendía su visitante. Evidentemente, respondió el científico, hay un capítulo en el campo de las matemáticas que tiene respuestas claras para estas cuestiones, esto es, la teoría de la probabilidad y la ciencia de la estadística que se funda en ella. Así, por ejemplo, sobre la base de investigaciones llevadas a cabo a lo largo de decenios se puede afirmar con una probabilidad que linda con la seguridad que el uso del avión es un medio de transporte completamente seguro para un 99.92% de los pasajeros, pero, en cambio, que un 0.08% mueren de accidente. Cuando nuestro hombre insinuó que quería saber a cuál de estos porcentajes pertenecía él personalmente, el matemático perdió la paciencia y lo puso de patitas en la calle.No hay motivo de explicar ahora el camino de amargura largo y valioso que llevó a nuestro hombre a pasar por las estacio nes de la filosoha, lógica, sociología, teología, algunos cultos y otras explicaciones del mundo de segunda categoría. El resultado siempre fue esencialmente el mismo que el del diálogo con el matemático: siempre parecía que cada una de estas18

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19ciencias tenía la solución verdadera, pero siempre salía inesperadamente algún inconveniente o alguna complicación que, cuando parecía que la seguridad ya estaba al alcance de la mano, la alejaba a gran distancia, por ejemplo, hasta el fin del tiempo, hasta la consecución de algún determinado estado de espíritu extraordinario o hasta llegar a unas condiciones que, por desgracia, sólo tenían validez, cuando de hecho ocurrían.El efecto sólido de esta búsqueda de certeza fue únicamente algo que llamó rnenos la atención de nuestro hombre que de sus semejantes. Si antes, como ya hemos dicho, había vivido con confianza ciega e inocencia infantil, ahora estaba poseído por la seguridad. Algunas veces llegaba incluso a preguntarse cómo había sido posible vivir tanto tiempo seguro y satisfecho, cuando no se le ocurría nunca pensar sobre la seguridad y la certeza; cómo era posible sentirse ahora siempre más inseguro, cuando, además de sus investigaciones, tomaba medidas concretas de seguridad para desterrar los peligros que se podían constatar siempre con mayor frecuencia.20Precisamente eran estas medidas lo que llamaban la atención de los otros, pues se trataba ciertamente de ocurrencias extrañas. Sería inútil describirlo ahora con detalle. En general eran modos determinados de conducta que se distinguían de los actos supersticiosos únicamente en el punto de que éstos, como veremos en seguida, no son del todo eficaces en desterrar el suceso temido, en cambio, estos modos de conducta siempre y en todo caso tienen el efecto protector que se espera de ellos. La seguridad absoluta reside en el hecho de que el peligro que se quiere evitar no existe; por ejemplo, el peligro de malaria en Groenlandia o, como se dice en un chiste conocido, conseguir que los elefantes salvajes se hagan invisibles en los bosques europeos palmoteando regularmente. Naturalmente sólo se evita con esto un peligro que seguramente no amenaza mucho. Piénsese en los muchos peligros contra los que sus precauciones no le protegieron. Y no sólo esto; nuestro hombre tuvo que comprobar que sus semejantes empezaron a comportarse con él de un modo progresivamente problemático, cuanto más contribuía a la seguridad ge21neral del mundo. Los ciudadanos evitaban encontrarse con él en la calle, las mamas alejaban de él a sus niños, a su espalda se burlaba y cuchicheaba. Esto le molestaba, aumentaba su ínseguríciad y le sugería que por su parte tenía que protegerse contra esas gentes. Cuanto más se guardaba, tanto más creía tener que guardarse.Pero la vida de nuestro hombre se hizo cada vez más peligrosa también en el terreno en el que no intervenía la otra gente. Así, por ejemplo, empezó a prestar atencíón al horóscopo de los periódicos. Sus predicciones buenas o felices se cumplían o no se cumplían. Si no se cumplían, se sentía frustrado, pero ello no representaba ningún peligro especial. En cambio, los pronósticos de amenazas en cierta manera parecían ser más dignos de crédito. Así, por ejemplo, leyó una mañana, durante el desayuno, que aquel día se aconsejaba ser particularmente prudente, pues los nacidos bajo su signo del Zodíaco (unos 350 millones) estaban amenazados por algún accidente. En un primer momento se espantó tanto que vertió el café sobre la mesa. Pero, como le pareció que verter el café no bastaba para un accidente serio, a fin22de poner otra vez el mundo en orden, decidió no tomar el autobús aquel día, sino ir al trabajo a pie. Ir a pie es sin duda más seguro que ir en coche, pero, como se sabe, cada paso 13 es peligroso, no hablemos de cada peldaño 13 de una escalera. Pero al querer saltar este

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peldaño en un paso subterráneo para peatones, tropezó y se excorió la rodilla. Así, pues, el horóscopo había tenido razón. Nuestro hombre ejercía un oficio técnico y por esto no tenía una formación clásico-humanística. No se había sometido tampoco todavía a ningún psicoanálisis. Por este motivo no tenía noticia de haber tenido un antepasado famoso: el rey Edipo, a cuyos padres, como se sabe, el oráculo profetizó que mataría al padre y se casaría con la madre. Todo lo que los padres y el mismo Edipo emprendían para huir de esta maldición, les llevaba inevitablemente al cumplimiento del oráculo. (Naturalmente nos resulta muy fácil decir a posteriori que los padres habrían podido evitar toda la desgracia, si hubiesen hecho las narices a la pitonisa.)Volvamos a nuestro hombre. Los años pasaron, pero no su problema. Su problema se hizo cada vez más sutil y dominante,23en cierto sentido también más respetable. ya no se trataba simplemente de una seguridad vulgar, sino de una postura más amplia frente al mundo y a la vida; su anhelo sólo se designaba con conceptos tan ambiguos, como felicidad, armonía, afinación, solución; o era un anhelo que en momentos extraños le hacía experimentar una emoción incomprensible escuchando música o en ocasiones aparentemente triviales. En este punto dejamos provisionalmente a nuestro hombre, para volver sobre él al final del libro. Para comprenderlo mejor, tenemos primero que investigar una serie de soluciones clarif nantes.24Dos veces lo mismo es el doble de bueno«El Dr. Xylmurbafi entiende realmente en su materia», dijo el señor Ipocon con satisfacción a su mujer. «Hace solamente un día que tomo este medicamento y ya me encuentro mucho mejor.» Tenía motivos para alegrarse, pues sus médicos no habían conseguido hasta entonces curar sus males. Y ¿quién va a extrañarse de que mirara con impaciencia su curación iniciada e intentara acelerarla? Lo que no resulta tan claro es que así se convirtió en una víctima condescendiente una de las sugestiones más triviales y rancias de Hécate, esto es, de la convicción de que más de lo mismo tenía que ser mejor. Así, pues, tomó el doble de dosis del medicamento y tuvo que ser ingresado el jueves pasado en el hospital municipal con síntomas de intoxicación.25Bueno ¿,y qué?, preguntará el lector, ¿es esto tan digno de mención? Habría que responder que es precisamente esta postura la que nos priva de ver este peligro. Por lo que hace a un medicamento, la mayoría de nosotros seguramente nos comportaremos con más sensatez que el señor Ipocon. Pero en otros campos de la vida ya no es igual, y muchos de los que practican el ofico de solucionar los problemas de los otros, lo saben de sobra; pero se trata de una sabiduría que sólo se aprende con el fracaso.Tomemos el ejemplo de la manía de la ampliación. ¿Acaso no es muy lógico, si una vez hallada una solución y repetida mente probada, que ésta, debidamente multiplicada, se aplique para solucionar problemas siempre mayores? Cien veces es igual a cien veces, pero esto es sólo así en las matemáticas puras. La artimaña que Hécate ha incorporado a estas situaciones y que lleva a los contratiempos más inesperados, consiste en hacer pasar en el momento más decisivo las cosas del ámbito de la cantidad al de la cualidad y hacer que este paso llegue cuando el sentido común menos lo espera.26Comer cada día pasteles hace que uno se harte de los pasteles; esto salta a la vista. El más profano entiende que el vano de un puente tiene un límite máximo. Llega un punto que ya

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es justamente demasiado, trátese de lo que se trate. Demasiado es demasiado, dice la gente. Pero, preguntará alguno, ¿qué tiene esto que ver con la cualidad, esto es, con «lo distinto»? Unos ejemplos nos darán la respuesta:Muchas empresas grandes que no se contentan con producir mercancías que ya se hallan en el mercado, sino que también tratan de desarrollar unos productos nuevos o mejores y por esto también se dedican a la investigación, dan monótonamente unas vueltas que se repiten siempre igual y que tienen que ver con este problema de la ingenuidad del querer aumentar las cosas. Con frecuencia pasa esto así: los científicos de la sección de investigación y desarrollo, después de un trabajo largo y costoso, han construido el prototipo de un nuevo producto fabuloso, lo han examinado detenidamente y ufanos lo pasan a los ingenieros de la sección de producción para que emprendan su producción masiva. Pero en manos de los que trabajan en la27producción se delata que el nuevo producto es sumamente defectuoso e inseguro. Y aquí empiezan las dos secciones a hacerse la guerra: «Realmente no es pedir demasiado coger este compensador paralelo macro-micro, que funciona a las mil maravillas, tal como lo tenéis sobre la mesa y traducirlo exactamente en una producción masiva», dicen los investigadores. «A las mil maravillas quizás funciona dentro de vuestras cabezas sabiondas, pero no es así en el mundo real; aquí tenéis los 500 primeros ejemplares construidos exactamente según vuestro modelo, y no sirven más que para echar a la basura», protestan los de la producción. Lo divertido de la situación para Hécate es que ambos partidos tienen razón y a la vez no la tienen. Los 500 compensadores no sólo son más que el uno original, sino distintos. En uno de estos casos, por ejemplo, se vió que los investigadores para producir una emulsión determinada se habían servido de un centrifugador pequeño de laboratorio, los ingenieros, en cambio, para hacer lo mismo habían construido una mezcladora cúbica gigantesca para el amasado. Lo que salía de este depósito, no tenía la mismaconsistencia que la mezcla del centrifugador. Una empresa como ésta quizás intenta, como solución clarif nante, salvar lo salvable y permuta la producción de compensadores por otra de pastas alimenticias.¿Es todo esto demasiado teórico y demasiado poco convincente? Está bien. Ahí van dos casos más:Es considerablemente menos rentable transportar una cantidad determinada de petróleo en dos barcos cisternas pequeños que en uno con doble capacidad de carga. Así, el doble o, si se quiere, el quíntuplo del tonelaje se convierte en una solución evidente del tipo «más de lo mismo». Pero, ante la consternación de los especialistas, «más de lo mismo» demuestra que no es «lo mismo»: a partir de un determinado desplazamiento, estos gigantes proceden de un modo distinto, es decir, son más imprevisibles que sus antecesores más pequeños. Una serie de catástrofes de petroleros en los últimos decenios acaecidos en plena luz del día y en aguas tranquilas, se han de atribuir a la terquedad de estos buques. Además tienen una tendencia extraña a explotar en el momento más insospechado, es decir, cuando se dirigen sin2829carga a los puertos petroleros, y la tripulación se dedica a lavar estos depósitos gigantescos con agua del mar.

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El segundo caso es todavía más instructivo. Para proteger los enormes cohetes interplanetarios, antes de su despegue, de influencias meteorológicas, principalmente de la lluvia y de los rayos, las autoridades americanas para la astronáutica decidieron construir un hangar con las proporciones del caso. No es ninguna novedad edificar hangares; es algo que conocemos desde hace muchos arios. Así, pues, se pusieron tan campantes, manos a la obra, a multiplicar por diez los planos del hangar más grande construido hasta el momento. Como ya menciona John Gall en su libro sumamente interesante Systemantics (4) °, se comprobó, seguramente otra vez para estupor de los expertos, que un espacio vacío de esta magnitud (se trata del edificio más grande del mundo) tiene su propio clima interior, es decir, nubes, lluvia y descargas de electricidad estática; precisamente produce, pues, aquello de lo que se pretendía proteger.Los numeros que van entre corchetes rerniten al indice bibliografico al final del libro.Una solución ciarif nante en el fondo idéntica se produjo en el caso del matrimonio Machin del departamento francés del los Alpes Marítimos, lo que demuestra, que la solución funciona no sólo en los casos sonados, sino también en los pequeños y modestos. El matrimonio no deseaba nada con más ardor que a un niño, pero los años pasaban y su deseo continuaba sin cumplirse. Cuando ya habián perdido la esperanza, se realizó el milagro; la mujer quedó encinta y parió finalmente un niñito. Los dos tuvieron una alegría indescriptible y quisieron que el nombre del niño la expresara permanentemente. Después de mucho buscar, al fin se pusieron de acuerdo en llamarle Formidable. Pero, como pronto se demostró, este nombre extravagante era aún más desafortunado, pues el niño se quedó pequeño y flaco, lo que, también de adulto, le valió ser el blanco de burlas insípidas que se referían siempre a la contradicción que había entre su nombre y su constitución física. Monsieur Machin sufrió pacientemente esta cruz durante toda su vida; pero cuando yacía en el lecho de muerte, dijo a su mujer: «Toda mi vida he tenido que resignarme a3031este nombre estúpido; ahora no quiero que éste se perpetúe todavía en mi lápida. Escribe lo que quieras, pero no menciones mi nombre de pila.» La mujer lo prometió; el hombre se murió; y como su vida de matrimonio había sido realmente armoniosa y pacífica, después de mucho pensar, la mujer encargó una lápida con la siguiente inscripción: «Aquí yace un hombre que siempre amó y permaneció fiel a su esposa.» Y todos los que pasaban y leían el epitafio, decían: «Tiens, c'est formidable!»Quien haya experimentado alguna vez en su propia carne las vicisitudes imprevistas e imprevisibles de algún intento de solución en el sentido de la problemática del «más de lo mismo», fácilmente sacará la falsa conclusión y caerá de bruces en otra solución ciarifenante que parece ser exactamente lo contrario de lo que acabamos de escribir. Será el tema del capítulo siguiente.Lo malo de lo buenoSi algo es malo, su contrario será bueno. Esto parece ser todavía más lógico que confiar en que dos veces lo mismo sea el doble de bueno. Según dicen, no se sabe con certeza quién fue el primero en el mundo en tener la idea, pero los filósofos y los historiadores de la religión se inclinan a echarle el mochuelo a Mani. Mani (216276), como se sabe, fue el fundador de una religión gnóstica universal, el maniqueísmo, cuya difusión fue tan rápida y espectacular que por un tiempo casi llegó a suplantar al cristianismo. Defendía un dualismo radical, una oposición irreconciliable entre luz y tinieblas, espíritu y materia, Dios y

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Satanás; una oposición que sólo puede ser salvada mediante una victoria absoluta del bien. De todos modos es discutible que nuestros antepasados tuviesen3233que esperar la llegada de Mani, para separar el mundo en pares opuestos. Al fin y al cabo Adán y Eva, muchos años antes de Mani, ya comieron el fruto del árbol llamado del conocimiento y así aprendieron a distinguir el bien del mal; y además parece que incluso los animales se adaptan muy bien a esta filosofía: comer es bueno, tener hambre es malo, ser comido lo es mucho más. Así es el mundo, y para entender esto, no se necesita ser filósofo. Clarísimo, ¿no es verdad?Por desgracia o por suerte, según los gustos de cada uno, no es esto tan fácil como parece. Y para examinarlo con deta lle, vamos a repasar ante los ojos las peripecias de la vida de un hombre, que sólo en apariencia es invención nuestra; de un hombre que intentó vivir en serio de acuerdo con la filosofía de las alternativas. Digo que no es «invención nuestra», pues el lector recordará en seguida los nombres de muchos personajes de todos los tiempos y latitudes. Le llamaremos por el nombre exótico de Ide Olog. No hay mucho que narrar de los años tempranos de Olog, si no es que fue un niño sensible, a pesar de que (o quizás precisamente porque) suniñez estuvo particularmente libre de situaciones desagradables, renuncias y desengaños, y nunca nadie le exigió demasiados esfuerzos. Tenía, por tanto, una preparación pésima para afrontar lo que le esperaba, cuando abandonó la casa de sus padres. La calamidad que le sobrevino recuerda la expulsión bíblica de nuestros primeros padres del paraíso. También él descubrió entonces que nuestro mundo se repartía en un lado bueno y otro malo. Lo que le distinguía esencialmente de nuestros primeros padres era que, según la información que tenemos, Adán y Eva se resignaron de alguna manera a la nueva situación, en cambio, el joven Olog estaba indignado de que de repente el mundo que estaba a su alrededor no cumpliese para con él sus obligaciones evidentes. El mundo estaba desquiciado, y, a diferencia de Hamlet, se encariñó con la idea de pensar que había nacido para poner el mundo de nuevo en orden.Pero así se colocaba a sí mismo en la lista de los candidatos de las brujas. Pues, de la misma manera que los agentes de los servicios secretos siempre están al acecho de borrachos, desfalcadores de bancos y3435mujeriegos, que fácilmente se dejan poner en apuros, Hécate y sus comparsas sienten una cierta predilección por los hombres que, no sólo quieren arreglar el mundo, sino, de ser posible, hacerlo feliz.«El joven Olog es realmente un joven que promete», dijo la bruja que le estaba observando desde hacía tiempo. «Ima ginaos que hoy tuvo un ataque de furia, porque en la oficina de correos se le dijo con malos modos que hiciese el favor de ponerse a la cola como los otros. Ahora está en casa y no logra recuperarse de la reacción.»«¡Ajá!, me gustan los reactores, sobre todo los rápidos», dijo la bruja segunda, «con ellos se adelanta que es un primor.»Hécate se interesó por el caso y dejó que se le hicieran propuestas. Al fin se pusieron de acuerdo en ir paso por paso. He aquí, en resumen, su desarrollo y resultado.

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Por primera providencia se infundió en Olog la certeza indiscutible de que su visión del mundo era la única acertada. No fue difícil conseguirlo, pues el horizonte intelectual de nuestro personaje tenía aproximadamente las dimensiones de unapantalla de televisión y quedaba fuera de su alcance el reconocimiento sobrio de que las soluciones geniales que aparecen frescas y lozanas en Oriente, inevitablemente ya habían desaparecido hace al menos 40 años debajo del horizonte occidental, ya que se comprobaron inútiles, y las había engullido la alcantarilla de las ideas.El segundo paso consiguió un resultado casi instantáneo. Le asaltó a Olog la pregunta, por qué sólo él veía tan claro los males del mundo, mientras los otros vegetaban apáticos y resignados con la situación. Sin duda algún poder tenebroso andaba suelto en el asunto y... Un momento, por favor. Sí, ya lo tengo: un poder tenebroso que mistificaba la humanidad. Y ahora el fenómeno tenía un nombre y, como tenía un nombre, era un fenómeno real cuya existencia se podía comprobar. ¿O es que acaso piensa Usted que hay nombres sin las cosas correspondientes que denominan? ¿Nombres sin sustancia, como los angelitos de las pinturas barrocas, que sólo tienen una cabeza y dos alitas, pero sin cuerpo? ¡En modo alguno!, el descubrimiento de un nombre es el descubrimiento de una cosa. Si no fuera así, mal nos iría.áz~ á° ó3637¿Qué haríamos, si no, sin éter, sin flogisto, sin radiación terrestre, sin influjos de los planetas, sin esquizofrenia, frenología, caracteriología, numerología? ¿Y cree Usted que fue una pura casualidad, si al fin el nombre y apellido de nuestro héroe se fusionaron en el concepto de ideología? Pero ahora ya nos adelantamos a los acontecimientos.¿Quién mistifica? Sin duda, sólo aquel que tiene interés en abandonar las masas con su resignación apática a la imperfec ción de este mundo. Esto es, gente que pone obstáculos a la marcha de la humanidad hacia el paraíso terrenal. ¿Quién obra así y dónde se le puede encontrar? Como se sabe, es difícil encontrar a alguien, si no se tiene la menor idea de su paradero. Por esto le pareció a Olog que era mucho más sencillo ir directamente a la gente, movilizarla, abrirle los ojos a la verdad. Ya ve Usted de qué manera Olog dominaba el arte de pensar en pares de opuestos: verdadero y falso, feliz e infeliz, activo y pasivo, libre y esclavo y, sobre todo, bueno y malo.Que no se me interprete mal, por favor: Olog era un simple iluso; quería conseguirel bien y la felicidad y lo quería para todos, también para aquellos que todavía no lo habían comprendido. Pero con esto había llegado al punto a partir del cual el desarrollo ulterior de las cosas toman su propia dinámica, de manera que entre Olog y Macbeth ya no había ninguna diferencia digna de consideración. Naturalmente Olog (todavía) no se abría paso en medio de sangre, mientras que Macbeth, al parecer, no tenía convicción alguna de haber sido «elegido»: Macbeth no era ningún ideólogo, sino «sólo» un tirano hambriento de poder y seguridad.Pero, ¿cómo es posible que Olog llegara tan lejos en su convicción de tener una misión que cumplir en este mundo que hasta colocó una bomba con un mecanismo de relojería en el restaurante repleto de gente de una estación de tren y que al explotar causó varios muertos y muchos heridos?En este punto es preciso que incluya en mis consideraciones un elemento que hasta ahora no había mencionado para nada. Puede que el lector tenga la impresión de que Hécate administra sus tenebrosas soluciones clarifnantes a un mundo desam

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3839parado e indefenso que recapacita sobre sus propias catástrofes, cuando ya es demasiado tarde. (En El hombre honrado y los incendiarios, Max Frisch llama a esto «estupidez, ahora inextinguible, se torna en destino».) Hay individuos que se las arreglan para ver las cartas que juega Hécate y que intentan desbaratar su juego. En el curso de mis informes sobre casos ya vamos a conocer muchos de estos lobos con pieles de ovejas. Uno de ellos, por ejemplo, es Hermann Lübbe que identificó el mecanismo por el que uno se autoriza a sí mismo a hacer uso de la violencia (10). Él nos hace más comprensible el acto terrorista de Olog que era por amor a la humanidad. En efecto, el que primero se siente «afectado por la palidez del pensamiento», inepto para reunir un auditorio en el desierto, tarde o temprano se imagina desempeñando el papel del cirujano, al que la providencia ha llamado para que aplique el bisturí salvador en favor de una humanidad necesitada, pero también confundida. Habría que mencionar también que lo único que a Olog le pareció incomprensible en el desenlace de su acción, era que ésta en vez de desestabilizar el orden40rnistificador forzoso, hacía que el horror y la indignación por la matanza reuniera a hombres de las más distintas creencias y los hiciera clamar por más del mismo orden. Es evidente que ante esto Olog se sintió instado a cometer más actos de semejante desvarío.Hasta aquí el caso de Ide Olog, el ideólogo. Quizás el lector le juzgue de otra manera. Yo sólo informo y me abstengo de tomar posición. Es verdad que Heraclito ya avisó que las posturas extremas no llevan a eliminar la oposición, sino más bien a fortalecer lo contrario. Pero, ¿quién se preocupa todavía de Heraclito? Es mucho más noble y heroico consagrarse sin límites y sin reservas a una idea magnífica, aun cuando uno se ensucie las manos, y pronto el destino toque a su puerta (pum-pumpum-pomm...).De todas maneras las brujas se felicitaron de buen grado. De nuevo habían conseguido que su artimaña, en el fondo ridí cula, aprovechara en interés suyo lo malo de lo bueno. Al fin llego a lo esencial del asunto: en el capítulo pasado vimos que dos veces de lo mismo no siempre es el doble de bueno. Ahora se asoma la sospecha de que lo contrario de malo no es necesariamente bueno, sino que puede ser más malo aún. En la música marmórea más espiritualizada de los templos griegos irrumpió el caótico, nocturno Dioniso; la veneración exaltada de lo femenino en el culto mariano y en el servicio de los trovadores tuvo por compañero cruel de camino las cremaciones de brujas; la religión del amor se extravió en inquisición; los ideales de la revolución francesa hicieron necesaria la introducción de la guillotina; al Sha le sucedió el Ayatolah; a los Somozas los Sandinistas; y en Saigón la gente se pregunta perpleja, seguramente desde hace tiempo, quiénes eran peores: los libertadores de USA o los de Hanoi.¿Por qué? Porque la suposición de que lo contrario de lo malo es lo bueno, en cierta manera es inexacta. No porque lo bueno no es suficientemente bueno o porque su contrario no ha sido exterminado de raíz.«Me he confundido con mis propias afirmaciones, y mi conclusión contradice directamente la idea original de la que he partido. Partiendo de una libertad sin lími42tes, acabo en un despotismo también sin límites. Pero añado que fuera de mi solución de la fórmula social no puede haber otra. »Así se expresa Shigalyov, el personaje de Los demonios de Dostoievski, que pretende llevar la felicidad al mundo. Y su

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biógrafo Berdiaev escribe algo parecido sobre la libertad:«La libertad no puede identificarse con el bien, con la verdad, con la perfección. (...) Y cada confusión e identificación de lalibertad con el bien y la perfección es una negación de la libertad, es una declaración a favor de la violencia y de la coacción. El bien que se impone por la fuerza, ya no es bien, se convierte en mal» (2) .«Sire, el esfuerzo por llegar a la perfección es una de las enfermedades más peligrosas que puede contraer el espíritu humano», se lee en un discurso del senado francés a Napoleón i. «Todo extremo psicológico contiene en secreto su contrario o se relaciona próxima y esencialmente con él de un modo u otro», escribe G.G.43Jung(7). Y con gran claridad describe Laotsé, hace ya dos milenios y medio, la llegada del mal mediante una vuelta hacia el bien:«Se abandonó el gran sentido y vino la moralidad y el deber. Entró la prudencia y el conocimiento y se produjeron grandes mentiras. Se enemistaron los hermanosy apareció el deber y amor filial.Se alborotaron y perturbaron los Estados y surgieron los servidores fieles.»Esto no explica nada, pero describe claramente una característica de nuestro mundo: El que quiere el summum bonum, introduce también con esto el summum malum.El esfuerzo sin concesiones por conseguir el bien supremo ya se trate de seguridad, patria, paz, libertad, felicidad o lo que sea- es una solución clarifnante, o (con permiso, Señor Consejero privado Goethe) un ímpetu que quiere siempre el bien y siempre hace el mal.Pero, si vive Usted en ciertos países, guarde, por favor, el secreto, pues, de lo44contrario acabaría Usted en un «campo de transescolarización» o los guerrilleros de la paz le romperán a Usted la crisma...45Lo tercero que está (supuestamente) excluidoQuizás exagero, y en realidad la cuestión no es tan peligrosa como parece. Pero no hay duda de que el mundo maniqueo, el mundo de las alternativas caería en graves apuros, si existiesen más personas del temple de Franzl Wokurka de Steinhof, un pueblo de Austria. Las tribulaciones del joven Franzl, que aquí sólo vamos a mencionar brevemente, llegaron a su punto culminante cuando, siendo un colegial de trece años, descubrió al borde de un jardín público un letrero que decía: Prohibido pisar el césped. Los infractores serán multados. Esto le planteó un problema que se había asomado repetidamente en el curso de los últimos años. La situación sólo dejaba dos posibilidades abiertas y las dos eran inaceptables: afirmar su libertad frente a esta represión de las autoridades y47pisotear el césped y las flores con el riesgo de ser sorprendido y castigado, o dejar de hacerlo. Pero el solo pensamiento de tener que obedecer a un miserable letrero le encendía de ira por la cobardía de tal sumisión. Estuvo parado largo tiempo, indeciso, perplejo, hasta que de repente, tal vez porque nunca antes se le había ocurrido mirar las flores, se le ocurrió pensar en algo completamente distinto: Las flores son realmente bonitas.Querido lector, ¿encuentra Usted que la historia es trivial? A esto sólo podría responder diciendo que el joven Wokurka no pensaba así. Este pensamiento cayó sobre él como la rompiente de una ola que inmediatamente después le sube a uno como si fuera ingrávido.

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De repente se dio cuenta de la posibilidad de que la visión del mundo que había tenido hasta entonces podía tener otro sentido. Quiero las flores como son; yo quiero esta belleza; soy mi propia ley, mi propia autoridad, decía Wokurka una y otra vez en su interior. Súbitamente el letrero de la prohibición ya no tenía importancia alguna; el dilema maniqueo «sumisión o rebelión» se había diluido en la nada. Naturalmente, el entusiasmo duró48poco, pero algo había cambiado de raíz en él; era como una melodía suave dentro de él, muchas veces casi imperceptible, pero que oía lo bastante fuerte en los momantos en que parecía que el mundo iba a hu hdirse de nuevo en el lodo de la alternativa. Así, por ejemplo, cuando aprendió a conducir, se acostumbró a ponerse siembre el cinturón de seguridad, porque él hab>L a decidido que era una medida razonatJle. y cuando luego se encendió una polca mica apasionada sobre si el Estado tenía derecho de obligar a los ciudadanos a hacer uso del cinturón de seguridad, todos los pros y contras de la discusión públkca le dejaban sin cuidado. Él estaba al mQrgen de todo esto.Más tarde empezó a dedicarse cpn seriedad y sistema al estudio de esta filpsofía de la vida. Demos rienda suelta a nt-iestra fantasía y veamos como de repente él es incapaz de comprender la simple lógica de la palabra: «Quien no está conmigo, está contra mí.» Guando nuestro hombre Se ponía a reflexionar sobre esto, se sentía como aquel acusado al que el juez presunta: «¿Ha cesado Usted de una vez de nrlaltratar a su mujer, sí o no?», y suplemerltaria49mente le amenaza con un castigo, porque el acusado no puede responder ni «sí» ni «no», sencillamente porque nunca ha pegado a su mujer. Quizás estas situaciones le parecieron como una pesadilla, y la comparación es acertada, pues, como se sabe, cuando uno tiene una pesadilla, lo que intenta es escaparse, esconderse, defenderse, pero esto no le libera de su sueño. Uno se escapa de una pesadilla sólo al despertarse, pero adviértase que el despertar ya no forma parte del sueño, sino que es algo fundamentalmente distinto y fuera del sueño.Fue en la universidad donde Franzl descubrió que este algo distinto hace de las suyas en la lógica formal. De un modo semejante al caso de la palabra bíblica antes citada, en la lógica formal se empieza por postular que cada proposición es verdadera o falsa y que no se da una tercera posibilidad (tertium non datur). Pero entonces se presenta aquel enfant terrible, el clásico mentiroso que decía: «yo miento». Si realmente mentía, decía la verdad; pero entonces mentía, si decía: «yo miento.» ¿Y qué piensa Usted hoy, miles de años más tarde, de la afirmación: «El reySOde Francia es calvo»? ¿,Es verdadera o falsa?«Gente como Wokurka le quitan a una las ganas de trabajar», despotricó la bruja segunda. «Te esfuerzas y pierdes el tiempo construyendo una situación en la que sólo se dan dos posibilidades, siendo las dos soluciones clarifinantes, y el muy taimado encuentra una tercera y se sale del embrollo. Le propongo elegir, por ejemplo, entre cobardía y una audacia disparatada, y él elige fortaleza; intento provocar en él desgana, para que se ponga a correr tras el deseo, y a él tanto le da una cosa como la otra. últimamente incité a otros a que le obligaran a declarar rotundamente si creía en Dios o no. Él se encogió de hombros y citó a Kant, Gomte y Spencer (en su casa les conocen), según los cuales, si existe Dios, no es posible conocerle en su esencia. Por esto -así decía Wokurka-, la eterna disputa entre

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creyentes y ateos era para él un problema falso; él dijo ser agnóstico. Y me acuerdo todavía de que en 1942, ya daba rienda suelta a sus astucias malévolas. Ya sabéis que en aquel entonces el Señor Hitler, nuestro enviado de Dios e idolatrado heraldo de la solución fiS1nal, empezaba a arriesgar el pellejo y por esto hizo fijar estos bonitos carteles: ¿Nacionalsocialismo o caos bolchevique? La idea era excelente, pues el más tonto tenía que ver claro que se trataba de decidirse entre lo bueno noble y lo malo diabólico. ¿Y qué hizo Wokurka? Pegó unos papelitos junto a los carteles con la inscripción: ¿Alubias o judías? ¡Santo Dios! ¡Cómo se enfadaron los apóstoles del reino milenario de que alguien pusiera en ridículo su definición oficial y definitiva de la realidad! Naturalmente la broma no estaba exenta de peligro, pero creo que este Wokurka ni siquiera serviría como candidato a suicida. Sería capaz de encontrar todavía un tertium quid entre el seguir viviendo o suicidarse. Este hombre es peligroso. Hay que ponerlo en la lista negra.»«Si así lo quieres», dijo Hécate. «Pero parece que te olvidas de que hace ya mucho tiempo que nos desvivimos por culpa de tipos como éste. Recuérdate cómo en 1334 se nos escapó el castellano de Hochosterwitz, a nosotras y a Margareta Maultasch que sitiaba el castillo. Sólo les quedaba un buey y un saco de cebada, y en vez de elegir entre capitulación y morir de52hambre, ¿qué hizo el bribón? Cualquier niño lo sabe: hizo degollar el buey, rellenar su vientre de cebada y echarlo todo murallas abajo al campamento de Margareta. Ésta cuando lo vio, dijo: ¿Qué sentido tiene que sigamos sitiando, si tienen tanto de comer que pueden compartirlo con nosotros? Y levantó el sitio. Y en el castillo hubo gran regocijo. Naturalmente todos eran austríacos, como Franzl Wokurka. Para ellos la situación es siempre desesperada, pero no seria.»Así, pues, según parece, el tercero excluido se da. Pero está oculto a la sombra del sentido común, para el cual el mundo se divide clara y exactamente en oposiciones irreconciliables. Laotsé a esto no lo llama el tercero, sino el sentido eterno. Pero por desgracia también este nombre cayó preso del mundo maniqueo, pues también tiene su contrario en el eterno sinsentido. ¿Es ésta la razón por la cual en algunas religiones no se permite nombrar a Dios?53¿Una «reacción en cadena» del bien?Como Usted puede ver, querido lector, las brujas no son muy versadas ni en lógica ni en metafísica y por esto les ocurren con tratiempos de vez en cuando. También en terrenos menos esotéricos con frecuencia sus planes más bonitos naufragan en escollos insospechados.Un caso de éstos, que puede citarse en representación de muchos otros, es el extraño cambio radical en la vida de Amadeo Cacciavillani de la pequeña ciudad de Fin¡mondo, bastante lejos de Florencia en dirección sudeste.El signore Amadeo Cacciavillani encarnaba lo que en términos de la teoría matemática del juego se llamaría un juga dor de sumas a cero. Esto no tenía directamente nada que ver con su condición de italiano, pues jugadores de sumas a cero55los hay incluso en la Casa Blanca y en el Kremlin.(El concepto dejuegos de sumas a cero se refiere a situaciones de juego cuyo ejemplo más sencillo es una apuesta entre dos personas. Lo que una pierda, por ejemplo 50 pesetas,

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representa la ganancia de la otra. Ganancia (+50) y pérdida (-50) dan por resultado cero. Ganancia y pérdida están por tanto relacionadas indisolublemente; una sin la otra sería impensable.)Ser jugador de sumas a cero significa haberse comprometido hasta los tuétanos con la tesis maniquea de que en todas las situaciones de la vida sólo se dan dos posibilidades: ganar o perder; no existe una tercera posibilidad. Esta filosofía se enseña desde tiempos inmemoriales en academias militares y otras instituciones parecidas; si bien habría que puntualizar en honor a la verdad que incluso allí se hicieron excepciones hasta hace unos doscientos años, como, por ejemplo, que la palabra de honor del general enemigo se tenía por absolutamente digna de crédito. (Entre tanto ya nos hemos librado de ideas supersticiosas como ésta.)Hécate se dedicó celosamente y de las formas más variadas a programar a los jóvenes para hacer de ellos jugadores de su mas a cero. Ya hemos mencionado brevemente el caso inestimable de los militares. También merecen un recuerdo elogioso los entrenadores deportivos con su insistencia en la importancia suprema del ganar (y con esto también del actuar rápido que de nuevo no conviene que esté «afectado por la palidez del pensamiento»), y en la vergüenza del perder. No hace falta que mencionemos especialmente el efecto ennoblecedor de los medios de comunicación, completamente orientados hacia todo lo que signifique victoria.Todo esto concurría en Cacciavillani de una forma particularmente pura. Vivía para ganar en todos, absolutamente todos los sentidos, y por esto en un miedo constante de perder. Con esto su filosofía era simple pero incómoda, pues tener que vivir de continuo con un ojo avizor puede crispar los nervios de los más valientes. Basta que mencionemos de paso que a causa de este miedo permanente era propenso a alegrarse con los infortunios de los demás. Además hay que añadir algo que le obcecaba.5657Su postura constante de ataque y defensa producía con frecuencia situaciones contra las que creía tener que escudarse y a su vez le demostraba que era correcta su idea de la vida como lucha tenaz. No se puede vivir en paz, si esto no le gusta a su vecino malvado: el poder del juego de sumas a cero está en que impone de forma prácticamente inevitable sus reglas a otros hombres, tanto si éstos quieren jugar a sumas a cero como si no quieren.Hasta aquí la descripción de la situación. Hace aproximadamente un año y medio, en una mañana gris de invierno, el sig nore Gacciavillani aparcó su coche en una calle lateral bastante lejos de su oficina. Después de haber caminado a pie unos 200 metros, oyó unos pasos rápidos que le seguían y luego la voz de un desconocido: «Usted ha dejado encendidas las luces de su coche.» Y acto seguido el desconocido dio media vuelta y desapareció.La primera reacción de Gacciavillani fue naturalmente la pregunta: Éste quiere tomarme el pelo. ¿Qué es lo que intenta? Pero no parecía que el hombre tuviese otras intenciones, pues ya había desaparecido entre la gente que en la calle se dirigíaa toda prisa al trabajo. Gacciavillani estaba perplejo o, mejor dicho, se sentía quizás como un gran investigador en el momento de descubrir algo que en el telescopio, microscopio o en la probeta estuviese en crasa contradicción con lo que los científicos habían creído hasta ahora. «¿Qué gana este hombre con correr detrás de mí, un desconocido, para decirme que no he apagado las luces del coche?» Y a continuación se acordó de que él otras veces había visto coches aparcados con las luces encendidas por descuido y que pensar en la rabia del

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propietario cuando por la noche se encontrara con la batería descargada, le había encendido una chispa de alegría maliciosa en su existencia ya por lo demás tan poco alegre.Lo que Gacciavillani en este momento no sabía aún era que la honradez de aquel desconocido le había impuesto las reglas de un juego completamente distinto. Guando se dirigió pensativo al coche para apagar las luces, experimentó un sentimiento confuso de obligación hacia otros hombres que se encontraran en una situación semejante. Por el momento este sentimiento permaneció latente. El aconte5859cimiento realmente decisivo se produjo meses más tarde. Halló un monedero, evidentemente conteniendo la paga de una semana, y ya se frotaba las manos de alegría por esta ganancia inesperada, cuando de imprevisto se acordó del desconocido que había corrido detrás de él, y de repente se le truncaron sus sentimientos de regocijo. Se quedó parado mirando el dinero, la carta d'identitá del propietario y un par de fotos tronadas, y he aquí que lo recogió todo, subió a su coche y se dirigió al otro extremo de Finimondo. El propietario del monedero vivía en una casa miserable, solo, y de momento creía tener visiones y no confiaba en su fortuna, cuando Gacciavillani le entregó el monedero, le explicó dónde lo había encontrado y por añadidura tuvo el gusto de renunciar a la gratificación que el otro (sin gran entusiasmo) le quería pagar.Se dio la coincidencia de que el propietario de aquel monedero era él mismo un jugador de sumas a cero. «Fantástico», se d jo a sí mismo cuando Gacciavillani se hubo ido, «nunca hubiese pensado recuperar mi monedero en un par de horas. Pero, dicho con franqueza, uno tiene que sertonto de remate para devolver dinero encontrado». En esto se equivocaba el hombre, pues, sin saberlo él, Gacciavillani le había impuesto por su parte las reglas de aquel juego extraño, y cuando la próxima vez en su vida se encontró en una situación parecida, él también se comportó como un «tonto de remate».¿Cuál es la moraleja de la historia? El desconocido había desatado sin duda una reacción en cadena, pues el asunto no pa ró en Gacciavillani y en el hombre del monedero, sino que, a pesar de muchas reincidencias de los dos, se reprodujo más y más.Amadeo Gacciavillani llegó hasta el punto de encontrar divertida esta forma de ganar y el «poder» que da sobre los otros.Sólo las brujas se irritaron.6061Juegos de sumas a no ceroEl club de Hécate tenía motivos para irritarse. Una y otra vez sucede que los jugadores más empedernidos de sumas a cero se hartan de su ideología y se pasan al enemigo. Los casos que hemos mencionado no son los peores ni mucho menos. Ya vimos que Gacciavillani seguía todavía sumando a cero, por ejemplo, cuando se divertía «imponiendo» a los otros el poder que acababa de descubrir y se sentía en el fondo vencedor. Pero en este punto Gacciavillani representa un caso bastante esporádico, pues a la mayoría de las personas que se han enredado en una reacción en cadena del bien, no se les ocurre tal cosa. A un conductor que quiere colarse por la derecha en una caravana de coches avanzando con dificultad, le hacen sitio con gestos de que se coloque en la cola,63

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sin que les pase por la cabeza que esto (en el sentido de un juego de sumas a cero) es una derrota.Por si alguien no se fía de los casos descritos, quisiera ahora disipar sus dudas con ejemplos históricamente garantizados y de una magnitud mucho mayor:A más tardar hasta Hiroshima, la guerra se tenía también por un juego de sumas a cero, pues los territorios que perdía un Estado representaban la ganancia del «vencedor». El hecho de que en la operación millones de hombres perdiesen la vida, no entraba en consideración, ya que al fin y al cabo se trataba de una muerte heroica (dulce et decorum est pro patria moro) y los mismos caudillos de la guerra generalmente no morían haciendo la guerra, sino en condición de jubilados. En cuanto a la muerte heroica, ésta no es cosa de todo el mundo, y esto no sólo cuando se trata de la muerte propia, sino también cuando se trata de ocasionar este honor a un semejante, aun cuando éste lleve otro uniforme. En Flandes, como es sabido, un punto neurálgico de las luchas más encarnizadas de la primera guerra mundial, en medio de lodo, desesperación, gases tóxicos, sangre y muerte, se formó en algunos casos espontáneamente y sin intención humana lo que el historiador Ashworth(1) denomina «sistema dei vivir y dejar vivir» ,y que describe con detalle. Según este sistema no funcionaba la ambición de ganar en uno y otro lado. Precisamente el hecho de que cada uno se sentía a sí mismo igual al «enemigo», no sólo metido por voluntad ajena en condiciones inhumanas, sino teniendo que contribuir en ellas todavía por voluntad propia, paralizaba el pensar en categorías de sumas a cero que debiera inspirar a un soldado valiente. No era raro que las trincheras enemigas estuviesen a 15 metros de las propias, y habría sido muy fácil diezmarse recíprocamente echándose granadas de mano sin interrupción. Pero no sucedía así con frecuencia durante semanas enteras, hasta el punto de desarrollarse entre los dos bandos sentimientos francamente amistosos, por ejemplo, en las navidades. Muchas veces reinaba en largos trechos del frente una calma absoluta, y se llegaron a establecer poco a poco unos rituales de no atacar, respetados espontáneamente por ambas partes, por ejemplo, ignoran6465do recíprocamente las patrullas enemigas que en sus recorridos nocturnos por el terreno de nadie casi tropezaban una con la otra. Es fácil de imaginar la reacción de los comandos del ejército ante esta decadencia de la moral. En Febrero de 1917, por ejemplo, el comandante de la división de infantería británica número 16 se sintió obligado a hacer algo para poner coto a esta epidemia. En una Orden del Día determinó que estaba «terminantemente prohibida toda complicidad con el enemigo. Nadie puede entrar en contacto con él, y todo intento en este sentido por parte del enemigo tiene que ser inmediatamente reprimido. Se abrirá un procedimiento disciplinario contra los infractores».La ironía de este intento de solución clarifnante está en que el principio del «vivir y dejar vivir» se propagó a su alrede dor y en cierta manera aproximó en un plano superior incluso a los comandos de los dos ejércitos (al menos teóricamente) en su preocupación común. Es de suponer que si el comandante de la división alemana que estaba en frente de la división número 16 hubiese tenido conocimiento de aquella orden del día, habría aprobado asu colega británico con todo su corazón. Dicho de otra manera: se produjo la situación absurda que propiamente habría hecho razonable un trabajo en equipo para tomar medidas en conjunto contra este mal. Naturalmente no se llegó tan lejos. Pero como se ve, los enredos estrambóticos de estos problemas casi no tienen límites.

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El segundo contratiempo de este intento de solución no es menos interesante. Mediante la prohibición del principio de «vivir y dejar vivir», la gente en las trincheras se vieron metidos en un dilema maniqueo. O cumplían las órdenes de la superioridad y disparaban al enemigo siempre que se pusiera a la vista, pero entonces se exponían a la represalia inmediata por esta violación del pacto tácito de no atacar, o respetaban el armisticio no oficial arriesgándose a tener que comparecer ante un tribunal de guerra.El tertium que resultó espontáneamente de este dilema fue el redescubrimiento de una receta acreditada en los tiempos del imperio español, cuando en las colonias de ultramar se reaccionaba ante las órdenes, con frecuencia descabelladas,6667que venían del Escorial según la receta: «Se obedece, pero no se cumple.» En Flandes, tres siglos más tarde, pasó lo mismo: obedecieron la orden de disparar, pero dispararon en el aire; y el enemigo agradecido hizo otro tanto.Tenemos un ejemplo semejante en el resultado provisional de un estudio de gran envergadura que se está llevando a cabo actualmente en USA, Europa e Israel. En 1981 empezaron dos psicólogas[3) una encuesta a los no judíos que con el más serio peligro de sus propias vidas salvaron de la «solución final» de los nazis a judíos que muchas veces ni siquiera conocían personalmente. A la pregunta, por qué habían hecho esto, los encuestadores se encontraban siempre de nuevo con la pregunta perpleja de los encuestados: «,Qué quiere Usted decir?», y, ante la insistencia de la pregunta, se encontraban con explicaciones desconcertadas, como: «Pues, ,qué tenía que haber hecho, si no?», o: «no hice rnás que lo que, una persona hace en favor de otra.»De acuerdo, éstas eran situaciones (y también personas) desacostumbradas, pero no son de ninguna manera una rareza. Se pueden encontrar por todas partes: entre casados, en la vida pública, hasta en grandes empresas y, por muy improbable que aparezca a primera vista, también en la política exterior. Uno de los conceptos de la teoría matemática del juego es el de juegos de sumas a no cero, es decir, en las relaciones con el socio o con el compañero la pérdida de uno no equivale a la pérdida de otro, sino que ambos pueden ganar o perder. Una guerra atómica podría alegarse como el ejemplo por excelencia de un juego de sumas a no cero en el que todos perderían. Pero el caso contrario también es posible, esto es, el pensar que mediante la transigencia y disposición a hacer concesiones (que para jugadores de sumas a cero naturalmente serían «derrotas») puedan producirse ventajas para todos los participantes.Los ideólogos íntegros y firmemente comprometidos con sus planes de felicidad para el mundo entero están, claro es tá, inmunizados contra este peligro. Lo están incluso doblemente. Pues, por una parte, atisban fácilmente toda transigencia del adversario como argucia con la que éste quiere embaucarles con más seguri6968dad, o también como señal de la debilidad que hay que aprovechar inmediatamente para fortalecer la propia posición de poder. El hecho de que por consiguiente el enemigo tome muchas veces de nuevo el rumbo inicial de la confrontación, es entonces una prueba clara de que la sospecha estaba justificada. Por otra parte, todo condescender a un juego de sumas a no cero sería una traición a la ideología excelsa al precio indigno de un plato de lentejas. En el caso de la política exterior, JeanFranc,ois Revel ha expuesto el tema en detalle mucho mejor de lo que yo habría podido hacerlo. Si bien se sirve de otra

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terminología, parece que también él (sobre todo en su conferencia pronunciada en Bonn el 25 de octubre de 1984 (16) y en su libro Cómo terminan las democracias (15)) cree que la diferencia fundamental entre la política exterior de los sistemas de Estado democráticos y totalitarios está en la disposición a negociar de los primeros y en el pensamiento de sumas a cero de los últimos. En las democracias la política exterior está determinada por la política interior, y su deseo fundamental es la seguridad y bienestar del ciudadano; en palabras de Revel, en su política exterior buscan «sobre todo un equilibrio que corresponda a su equilibrio interno». El totalitarismo, en cambio, se construye sobre una ideología, sobre una definición oficial definitiva y por esto obligatoria para todos de la realidad humana, social y hasta científica. En consecuencia y cito otra vez a Revel- «para él la simple existencia de otros sistemas es irreconciliable con su seguridad». Y por esto, podría añadirse, para la política exterior de estos sistemas sólo hay un objetivo, a saber, la victoria definitiva sin concesiones sobre una base mundial, pues sólo una victoria final como ésta puede acabar el juego de sumas a cero del poder puro e introducir el paraíso en la tierra. Es evidente que esto no excluye un proceder con táctica, por ejemplo, no excluye negociaciones de las que, sin embargo, «no ha de resultar un acuerdo duradero, sino una debilitación del adversario, para disponerle a otras concesiones dejándole en la creencia enternecedora de que estas concesiones serán realmente las últimas y le aportarán estabilidad, seguridad y tranquilidad». (Sin saber exactamente por qué a uno le viene a la memoria7071Munich junto con el nombre de Helsinki...) Las democracias modernas, por el contrario, se inclinan a avenirse en casos de conflicto o competencia. Revel lo expresa con más elegancia; según él éstas buscan «siempre pactar nuevos compromisos cuyo promedio sea el denominador común que aporte el mayor número de ventajas para todos. (...) Así, pues, toda diplomacia democrática parte del principio de que vale la pena hacer concesiones, porque la otra parte contratante -de la que se supone que sea razonable y moderada- es inducida a tener en cuenta la prestación aportada y a hacer en correspondencia una concesión a título de contraprestación, para que el compromiso sea duradero».¿Música celestial? De ninguna manera. Actualidad viviente siempre que unos jugadores de sumas a no cero consiguen compromisos estables en vez de soluciones clarif nantes. La generación más joven tendrá por sumamente increíble que a nosotros, los más viejos, se nos inculcara en la escuela el «hecho» indiscutible e inevitable de que Alemania y Francia eran y serían siempre enemigos encarnizados, yque por esto era una necesidad fatal que al menos cada 30 años se produjeran horribles guerras entre las dos. Y nosotros lo creíamos de igual modo que hoy se cree en la enemistad «inevitable» entre los Estados árabes e Israel o en el absurdo derramamiento de sangre en Irlanda del Norte. Y, figúrese Usted, el 22 de enero de 1963, dos jefes de Estado, que por otra parte no eran particularmente agraciados, consiguieron en París firmar un tratado de amistad que ponía un punto final a un cambio de raíz en las relaciones entre la República Federal y Francia producido en un tiempo, mirado con criterios históricos, sorprendentemente breve. Y si alguien todavía hoy voceara el canto patriótico Die Wacht am Rhein (La guardia del Rhin), podría concursar como candidato al título de dinosaurio patriótico.7273

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Un bonito mundo digitalizado«Imagínate», dice un antropólogo a su colega, «se ha descubierto finalmente el eslabón que faltaba entre el mono y el ho mo sapiens.» -«¡Fantástico! ¿Y qué es», quiere saber el otro. Y el primero responde: «El hombre.»Querido lector, no se desanime. Es cierto lo que dice este chiste, pero ya estamos sobre la pista de hallar cómo subsa nar este defecto. Nos espera un futuro magnífico, una solución clarif nante en la que nos podremos deslizar con toda seguridad sin dolor, sin derramamiento de sangre y con toda comodidad.Aun el observador más superficial de la historia de la humanidad está capacitado para atribuir sin lugar a dudas todo el mal a la insensatez del hombre. Locura, delirio, obcecación, envidia, miedo, afán,75ambición y otras pasiones de toda especie son las causas que condicionan siempre de nuevo que el mundo sea tan desagradable como es. ¿Por qué no han de ser todos tan razonables como yo?El problema por desgracia es que los otros, igual que yo, tienen un cerebro en el que las estructuras competentes (el cór tex) para la lógica (la «ciencia del recto pensar») y la razón lamentablemente están situadas por encima del sistema llamado límbico que procede todavía de nuestros antepasados reptílicos y en el que no domina el pensamiento, sino los crudos sentimientos e instintos. Éste es el motivo que explica por qué no hemos conseguido todavía llegar del todo al nivel del homo sapiens.Pero, como ya hemos insinuado, esta anomalía se enmendará pronto. No son seres extraterrestres los que trabajan para llevar nuestro planeta a la lógica y a la razón, sino creaciones de la mano del hombre infalibles, libres de prejuicios y emociones.La utopía no es nueva; en su forma literaria ya fue postulada antes de 1950 por el escritor rumano Virgil Gheorgiu en su no76vela Hora 25 (5J. Allí dice el poeta Trajano acerca de la humanidad del futuro:«Una sociedad compuesta de millones de millones de esclavos mecánicos y sólo dos mil millones de hombres tendrá las propiedades de su mayoría proletaria, aun cuando esta sociedad esté dominada por hombres. (...) Los esclavos mecánicos de nuestra civilización conservan estas propiedades y viven de acuerdo con las leyes de su naturaleza. (...) Para poder utilizar sus esclavos mecánicos, el hombre tiene que aprender a entenderlos e imitar sus hábitos y regularidades. (...) Los conquistadores, cuando son menos numerosos que los conquistados, adoptan la lengua y las costumbres de la nación dominada, ya sea para simplificar, ya sea por otras razones prácticas, y esto a pesar de que ellos son los señores. El mismo proceso se ha puesto en marcha en nuestra propia sociedad, aun cuando no queramos reconocerlo. Aprendemos las regularidades y la jerga de nuestros esclavos, para poder transmitirles nuestros mandatos. Poco a poco y sin notarlo renunciamos a nuestras propiedades y leyes humanas. Nos deshuma77nizamos adoptando los hábitos de vida de nuestros esclavos. El primer síntoma visible de esta deshumanización es el desprecio de lo humano.»Bueno, podría objetarse hoy, éstas son palabras de un poeta que salen de la pluma de un escritor y por tanto difícilmente expresan una opinión libre de prejuicios. Para esta gente la racionalidad significa poco; se sienten a sus anchas en su mundo vago, lleno de emociones y contradicciones, cuyas reglas arcaicas han resistido frente a toda medida razonable y

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comprensión objetiva. Guando Gheorgiu escribió su novela, el computer, el esclavo mecánico que más parecido tiene con su descripción, seguramente era todavía un secreto militar. Gheorgiu pensaba quizás más en general en términos de una influencia recíproca entre los instrumentos y los hombres que los hacen y usan. Los trabajadores del ramo de la metalurgia tenderán más bien a abordar con vigor los problemas sindicales en vez de jugar con abalorios; el número de directores de banco londinenses que dedican todavía su tiempo libre a traducir los poemas de Homero a un inglés impecable, puede que prácticamente sea cero; y según tengo entendido, Dvorak fue el único aprendiz de carnicero que pasó a ser compositor de sinfonías inmortales.Pero en los últimos 40 años el computer no sólo ha sido aplicado en el mundo de la ciencia, sino que también ha invadi do la vida de cada día. Sobre todo aumenta astronómicamente nuestra capacidad de manipular números. Antes, docenas de hombres necesitaban meses para calcular problemas que hoy literalmente se solucionan en fracciones de segundos. Sólo un ejemplo que podría ilustrar este salto de los cuantos: en 1946 al conectarse en la universidad de Pensilvania el primer gran computer (con el (bonito) nombre de EIYIAG), se duplicó la capacidad de cálculo de nuestro planeta. Y en comparación con los ordenadores que existen hoy día, EIYIAG era un dinosaurio.Seguramente no digo nada nuevo, si indico que el ordenador no sólo sirve para calcular. Tiene mucha importancia su vir tud de poder manipular también símbolos lógicos, a saber, de sacar conclusiones lógicas con exactitud matemática. El único7879caso en el que fallan sus soluciones se da cuando se han almacenado falsas informaciones a causa de errores humanos. Para esta complicación se usa el acróstico inglés LIGO, que significa garbage in, garbage out (traducido literalmente: basura adentro, basura afuera), por tanto, de una falsa información se obtienen falsos resultados. Esto salta a la vista aun de los menos entendidos en la materia. Ya hace tiempo que se da a GIGO una segunda interpretación: gospel in, gospel out, es decir, Biblia (en el sentido de verdades bíblicas) adentro, las mismas verdades afuera. En otras palabras: lo que uno tiene por correcto, a través del ordenador se convierte en verdad eterna. Todo lo demás acontece luego con fatalidad independientemente de los hombres. (Más sobre ello en (9).)La palabra mágica, sobre la que se basa la esperanza de una comprensión definitiva e independiente de los hombres y del mundo en su totalidad, es la digitalización. Para acomodar la información correspondiente al gusto del camarada ordenador, la información ha de haber sido antes traducida a un lenguaje matemático, llamado digital (del inglés digit, cifra). La idea de tal comprensión científica de la realidad real procede seguramente de Lord Kelvin que acuñó la expresión de oro: Everything that exists, exists in a quantity and therefore can be measured (todo cuanto existe, existe en una cantidad y por ende puede ser medido).Sin querer profundizar en ello, recuérdese que hay también otro «lenguaje»: el lenguaje de la analogía. Ya se sabe que la analogía no es ningún valor de medida, por tanto no es cuantitativamente idéntica con lo representado por ella, sino que expresa su cualidad (por lo demás aumentan las voces de alerta, también en la ciencia, que advierten que la cantidad sólo es una propiedad de la cualidad). A esta diferencia la hemos designado ya en el capítulo 2 como la que hay entre «más de lo mismo» y «lo distinto». Ahí está el busilis: ciertos datos de nuestro mundo se resisten (al menos por ahora) tercamente a ser

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digitalizados, es decir, a dejarse comprender de un modo racional y sensato, por ejemplo, las percepciones y sentimientos que ya hemos mencionado, lo simbólico y por ello mismo todo este mundo desaliñado, órfico, desva8081riado, oscuro, insensato, indefinible de los colores y del perfume, de lo completamente inefable o de lo que poetas y artistas parecen poder transmitir de alguna manera, o la visión de una puesta de sol, los ojos de un gato o los sonidos de una sinfonía. Todo esto y mucho más tiene que ser digitalizado, para que finalmente pueda irrumpir la era del nuevo mundo hermoso «de ceros y unos» (8), aquella hora 25 dichosa.Además, qué fácil es entablar una relación firme con un ordenador. Conseguir una relación semejante con otro hombre es mucho más difícil. El ordenador no es lunático, es absolutamente honrado, no se equivoca nunca, uno no necesita discutir con él. Como contraprestación el ordenador sólo pide una razón clara como el cristal, pero su recompensa es generosa: basta haber experimentado la situación kafkiana de los aprendices de programación de datos, que, sentados en largas hileras ante sus pantallas, maldicen desesperados cuando la respuesta no sale, y se regocijan cuando la esfinge que todo lo sabe les imparte la absolución, porque han apretado el botón correcto. ¿Quién va a tomarlesa mal si suspiran hasta que llegue el tiempo en el que se eliminará definitivamente lo análogo y todo lo humano obedecerá finalmente a unas leyes digitales?Mientras esperamos que suene la hora 25 de Gheorgiu, nos queda el consuelo y la ayuda de transición del primo hermanodel ordenador, la otra maravilla de la digitalización, a saber, la televisión. Sorprendentemente Gicerón ya barruntó acerca de ella y de sus efectos. En el año 80 a.C. escribe:«Si en todo momento tenemos que ver y oír sucesos crueles, a la larga perdemos, incluso los más sensibles por naturaleza, todo sentido de humanidad por la serie ininterrumpida de impresiones de atrocidades» (Amer. 53, 154).Naturalmente, este efecto se oculta tras una máscara de sonriente estupidez. Sobre la posibilidad de divertirnos hasta reventar Neil Postman (13) ya ha dicho lo más importante. Así, pues, léase, por favor.Como suplemento a las explicaciones de Postman habría que mencionar al so8283ciólogo francés Jean Baudrillard que, menos brioso y, sin duda, mucho menos divertido, investiga en sus conferencias la obscenidad de la televisión y de esta manera se acerca esencialmente más a la preocupación de Cicerón. No se quiere decir lo que corrientemente se entiende con la palabra obsceno, sino más bien el efecto embrutecedor de las carnicerías, víctimas de accidentes de circulación y actos de violencia que se enseña cada noche en las noticias, y sobre todo las tomas de gran tamaño que sin el más mínimo respeto y vergüenza muestran a los hombres en situaciones desesperadas y trágicas: la madre ante el cadáver de su hijo, la cara de un moribundo, las preguntas imbéciles dirigidas a alguien que ha salvado su vida por un pelo, y que lo que más necesita es poder estar solo y pensar. Esta denigración voyeurística, la falta del menor destello de respeto por el sufrimiento humano, bien merece el calificativo de obsceno (sobre todo si en el segundo siguiente es reemplazada por la musiquilla alegre de una propaganda de cigarrillos). Naturalmente sabemos y respetamos que los medios de comunicación social de un modo altruista

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intenten así cumplir con su obligación honorable, social y sobre todo democrática de ilustrar a los ciudadanos ...Y por esto toda la «escena» -como se dice de un modo tan conspicuo- sirve a las mil maravillas para sugerir soluciones clarifinantes a millones de hombres.8485Sé exactamente lo que piensas«Si no fuese una bruja, diría que todo está embrujado», se quejó Hécate en ocasión de una breve entrevista tenida en su torre de la costa mediterránea para discutir la situación. «Desarrollamos un trabajo minucioso, agotador, para que los hombres lleguen a estar ciegamente convencidos de que no hay más que una manera correcta de ver la realidad, a saber, la propia de cada uno; los hipnotizamos, para que estén absolutamente persuadidos de saber lo que pasa por la cabeza de los otros, hasta el punto de hacer innecesaria toda comprobación ulterior, y luego se salen de tono y lo echan todo a perder.»La verdad es que tenía toda la razón. Por esto conviene que ahora tratemos sobre el arte de leer los pensamientos de los otros y sobre la insidia de los que se salen87de tono. Empecemos fijándonos cómo Mr. McNab de Santa Cupertina en el Sillyclone Valley de la Fornicalia se metió en un atolladero. Mr. Mc1Yab era físico y un día tuvo una idea brillante de la que, a causa de mi ignorancia total, soy incapaz de dar una descripción ni siquiera aproximada. Ya desde su tierna infancia había tenido ideas desacostumbradas con cierta frecuencia. Esta vez, por decirlo así, le tocó la lotería: la nueva idea no sólo se quedó en idea, sino que le llevó a construir literalmente en su garage el instrumento correspondiente, comprobar su funcionamiento y lanzarlo al mercado. El éxito superó todas las expectativas; llovían los pedidos. ¡Ya!, el lector pensará que ahora le quiero echar otra vez el sermón de que dos veces lo mismo no equivale al doble de bueno. Pues, no. Mr. Mc1Yab salvó este escollo muy requetebién gracias a su habilidad técnica que era realmente insólita. Su desgracia era de otra especie: junto con los muy halagüeños pedidos crecieron naturalmente también los problemas y las cargas de tipo técnico-administrativo y financiero, la necesidad de atender a una correspondencia abundante, la contabilidad, la fijación deun presupuesto razonable, etc., etc. Hasta ahora Mr. McNab se había ocupado de esto sólo de paso, en su tiempo libre, entre la una y las tres de la madrugada. Sin duda era necesario contratar algún jefe administratívo que se hiciese cargo de este maremágnum. Y encontró a uno que era incluso muy bueno. Con esta solución empezó la decadencia.La razón del mal fue que precisamente el señor Muckerzann, el nuevo administrador, en su especialidad era tan extraordi naríamente experto y ducho que pronto surgieron conflictos entre los dos hombres. Mr. McNab, el inventor genial cuyo éxito se basaba en que (sin saber cómo) sabía liberarse de unos esquemas de pensamiento desgastados y por esto sabía ver nuevas posibilidades, era una personalidad «de hemisferio derecho», como se dice en la investigación actual del cerebro (19). Y ahora tenía que estar en contacto con un hombre cuyo mundo estaba constituido necesariamente por pequeños detalles exactos unidos en un mosaico exacto. «Este Muckerzann me vuelve loco», gritaba furioso Mr. McNab en casa a su mujer que le escuchaba con paciencia. «¿Cómo8889

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puede un hombre perderse en tales pequeñeces? Los árboles no le permiten ver el bosque, le falta el sentido para captar lo importante y se aferra a números y párrafos, y, en cambio, lo que constituye el busilis del asunto: me tiene por irresponsable y peligroso para el avance de la empresa; ¡a mí que he levantado todo el negocio de la nada! »Al mismo tiempo vociferaba el señor Muckerzann en su casa: «Pronto no aguantaré más. A este Mc1Yab habría que digita lizarlo. Para él no existen los hechos más simples. Ahora lo ve así y mañana lo ve asá. No tengo la menor idea de cómo lo hace para tomar decisiones. Y luego espera que todo lo que él hace me parezca evidente y magnífico, y sobre todo que yo dé luego a sus decisiones una forma concreta. Su genio no quiere ocuparse de lo trivial y cotidiano, para esto existen los pedantes estrechos de miras como yo ... » Como se ve, el señor Muckerzann era una personalidad de «hemisferio izquierdo». Y lo único que ambos tenían en común era su incapacidad total de poder meterse en el pensamiento del otro. Los dos, cada uno por su lado, tenían razón y de este modoaplicaron los dos la solución clarifinante del «querer tener más razón» hasta que la empresa se declaró en quiebra.Los problemas entre marido y mujer se desarrollan frecuentemente del mismo modo. Conservo un recuerdo agradecido de mi profesor que acostumbraba usar la siguiente analogía: el hombre, así lo explicaba, es comparable con una elipse. Como se sabe, la elipse tiene dos focos; a uno de los dos le llamaba logos, y quería significar con ello no sólo lo espiritual, sino también lo objetivo, la profesión, eventualmente la ciencia, en todo caso, lo que existe prácticamente, lo que está enfrente (objectus). Al otro foco de la naturaleza elíptica masculina le llamaba eros, a saber, la relación con el otro sujeto humano. En cada momento dado el hombre puede estar sólo en uno de los dos focos. Para el hombre esto no representa problema alguno. Pasa de un foco al otro según convenga.La mujer, en cambio, es comparable con un círculo, y un círculo puede considerarse un caso especial de la elipse en el sentido de que en él los dos focos coinciden en un punto. Así, pues, la mujer está al mismo tiempo y sin esfuerzo en el logos y9091en el eros. El problema es que ni ella ni el hombre tienen la menor razón de suponer ni por un instante que posiblemente el consorte tenga otra disposición y que, por tanto, sus acciones y reacciones vayan a ser distintas de las que uno mismo tiene. Pero precisamente esto es lo que hace el consorte con frecuencia. Como ejemplo reproducimos una disputa tomada de una grabación de las brujas hecha con toda su malicia:Mujer: Mucho me temo que el pastel sea un fracaso; la pasta no sube.Marido: Quizás no has puesto bastante levadura. ¿Qué dice la receta?Mujer: Otra vez con tus ocurrencias típicas.Marido: ¿Qué ocurrencias típicas? Mujer: Eso de la levadura.Marido: ¿Qué es eso de la levadura? Mujer: Tú sabes muy bien lo que quiero decir. Siempre haces lo mismo, y sabes que esto me crispa los nervios.Marido: ¡Santo cielo! ¿De qué me hablas? Dices que el pastel no sube; te digo que lo único que puede pasar es que hayas puesto demasiado poca levadura; y de repente esto ya no tiene nada que ver con la levadura, sino que es un defecto de mi carácter o ¿qué sé yo?Mujer: Naturalmente, para ti la levadura es más importante que yo. Que el pastel no suba por falta de levadura, ya me lo po día imaginar; pero a ti te es indiferente que quiera darte una alegría inesperada con el pastel.

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Marido: Esto no lo niego en absoluto y me alegra mucho. Yo hablé sólo de levadura, no de ti.Mujer: Los hombres os las arregláis de tal manera para hacer distinciones en todo, que una mujer se pone a temblar.Marido: No, querida, el problema es cómo os las arregláis las mujeres para hacer de la levadura la medida del amor. (etc., etc. )«¿Por qué una mujer no puede parecerse más a un hombre?», pregunta el profesor Higgins desesperado en Pygmalionde Bernard Shaw. Sobre el caso contrario, esto es, referido a los hombres, no sé por desgracia ninguna cita clásica; pero uno puede fácilmente imaginarse cómo sería: Sólo soy importante para ti, si me adapto a9293tu idea, y en aquel momento tienes tiempo para mí.En este contexto podría citarse todavía otra trampa en la que acostumbran caer hombres y mujeres en sus discusiones. Pe ro esto no quiere decir que la trampa no pueda ocultarse en cualquier otro contexto interpersonal. Se trata de la distinción entre los conceptos «comprender» y «estar de acuerdo». Su confusión candorosa conduce a los altercados más elegantes. Pues es perfectamente posible que uno comprenda el punto de vista del otro sin tener la misma opinión, es decir, sin estar de acuerdo con él.Con frecuencia se afirma que mujeres y hombres hablan lenguas distintas. Pero esto habría que entenderlo más bien en el sentido que Oscar Wilde decía con tanta elegancia a propósito de ingleses y americanos: que una misma lengua los separa. Dicho con otras palabras, precisamente la misma lengua produce la ilusión de que el consorte tiene que ver evidentemente la realidad, tal como es, es decir, tal como yo la veo. Y si pasa que no lo ve así, entonces es que está chalado o que es malévolo.De un artículo del profesor Ernst Leiside la Universidad de Zurich, conozco un ejemplo histórico divertido, que él ha tomado del Ensayo sobre el entendimiento humano de John Locke:«En una reunión de médicos ingleses muy eruditos se discutió durante largo tiempo, si en el sistema nervioso fluye un liquor. Las opiniones divergían, se propusieron los argumentos más diversos y parecía imposible llegar a un acuerdo. Entonces Locke pidió la palabra y preguntó simplemente, si todos sabían con exactitud lo que entendían por la palabra liquor. La primera impresión fue de sorpresa: ninguno de los asistentes creía no saber en detalle lo que decía y tomaron la pregunta de Locke casi por frívola. Pero luego se aceptó su propuesta, se ocuparon en fijar la definición del término, y pronto se descubrió que el debate se basaba en el significado de la palabra. Un partido entendía por liquor un líquido real (como agua o sangre) y por esto negaba que en los nervios fluyera algo así. El otro partido interpretaba la palabra en un sentido de fluido (una energía como, por ejemplo, la electricidad) y en consecuencia estaba convencido de que por los nervios fluye un liquor.9495Después de haber explicado las dos definiciones y de haberse puesto de acuerdo en elegir la segunda, en breve tiempo finalizó el debate con un sí unánime» (91.Como en este episodio de Locke, muchos llevan ad absurdum discusiones altamente científicas sin el menor respeto. Na turalmente también hay soluciones clarifnantes que hacen al caso. Moliére estaba enterado de esto. En una de sus comedias un grupo de

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doctores ilustrados intenta averiguar por qué el opio adormece. Después de mucho ir y venir en el asunto llegaron a la conclusión de que produce sueño porque contiene un principio dormitivo.Volvamos a la receta: «sé exactamente lo que piensas». Sobre esto se puede citar al lógico austro-canadiense, Anatol Rapo port, que ya en 1960 en su libro Fights, Games and Debates (111 recomendaba -si bien sólo de paso- una técnica interesante para solucionar problemas. En el caso de un conflicto en vez de pedir que cada partido dé su propia definición del problema, Rapoport propone que el partido A exponga la opinión del partido B en presencia de éste, y que lo haga de un mo96do exacto y detallado hasta el punto de que el partido B acepte esta exposición y la declare correcta. Luego le toca al partido B definir la opinión del partido A de un modo satisfactorio a éste. Rapoport supone que esta técnica de negociaciones puede conducir en gran parte a quitar acritud al problema entre dos partes, antes de que se ponga sobre el tapete la discusión del problema propiamente dicho. Su suposición es exacta; aplicando esta técnica sucede no pocas veces que una de las dos partes en litigio con asombro diga a la otra: «Nunca hubiese pensado que Usted pensase que yo piense así», lo que supone haber dado ya un paso más allá de la convicción ingenua: «Sé exactamente ...»Con independencia de Rapoport la psiquiatra milanesa, Mara Selvini-Palazzoli, y sus colaboradores desarrollaron una es trategia semejante, que llamaron encuesta circular. Consiste propiamente en buscar información sobre una relación entre dos personas, no de una de estas dos, sino de una tercera. Selvini se refiere, por ejemplo, a una situación de tratamiento en la que al terapeuta familiar le pareció necesario esclarecer la relación que había entre el pa97Qa~a ~w0u~ > U~Zs 0ó~óNz ceW!g uzdre y la hija más pequeña. En vez de preguntar individual y directamente a los dos afectados, pidió a la hija mayor que le diera su punto de vista sobre la relación entre su padre y su hermana. Selvini explica:«... supongamos (...) que ésta se pronuncia de un modo crítico sobre unas maneras determinadas de comportarse el pa dre con respecto a la hermana. Por lo que hace al contenido de información sobre la relación triádica (es decir, incluida la persona encuestada) no es en modo alguno lo mismo, si las otras dos personas se muestran desconcertadas o si las dos reaccionan igual o si sólo el padre protesta furioso, mientras que la hermana lo mira sin parpadear o acaso hace un gesto claro de hostilidad y desprecio»(18).Sería sumamente interesante aplicar también esta técnica a los conflictos internacionales. Uno no puede menos que pen sar que en un nivel internacional las cosas no son substancialmente distintas de lo que son en un matrimonio rico en conflictos. Las dos

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superpotencias no constituyen precisamente ninguna excepción. La misma convicción de saber exactamentelo que la otra piensa e intenta, impide abandonar el juego de sumas a cero. Además, aquí no hay un «terapeuta». Y finalmente la posibilidad de que entre EE.UU. y URSS se llegue a entablar conversaciones según el método «Rapoport» es muy escasa, porque para Hécate todo cambio de actitud no podría más que retrasar la solución atómica final y en este sentido sería desfavorable. Al contrario, en los últimos años hay que agradecer a los esfuerzos de las brujas que los puntos de vista de los dos gallos de pelea se hayan radicalizado considerablemente. El proceso se ha llevado a efecto como sigue:A los americanos se les hizo creer que la amenaza del Este era estrictamente militar. Esto les parece tanto más obvio, cuanto que el Este, si se prescinde de los ejércitos del pacto de Varsovia y de los cohetes soviéticos, no representa para el Oeste ningún peligro especial. A partir de aquí se concentran, pues, en Washington con mayor fervor en tener en jaque al Este con las maravillas técnicas militares cada vez más sutiles.El mando supremo soviético, en cambio, fue seducido de un modo mucho más9899elegante. Se le sugirió que el Oeste representa para ellos un triple peligro: en primer término, naturalmente el peligro militar del que sólo se pueden defender a condición de poner en juego casi la totalidad de su potencial económico y científico si quieren alcanzar a los americanos. Que la operación suponga quedarse cortos en otras necesidades importantes de política interna y requiera de los Estados socialistas satélites sacrificios todavía más grandes, es un efecto por desgracia inevitable. En segundo término, el Oeste es una amenaza ideológica. En este sentido el problema es totalmente unilateral, pues parece que el sistema corrupto y capitalista del Oeste es de alguna manera ideológicamente inmune. En el Oeste no les pasaría por la cabeza la idea de interferir emisoras comunistas. Las toneladas de material de propaganda comunista que se pueden descargar tranquilamente en Occidente, no hacen más que provocar bostezos. Nuestra gente, en cambio, no es inmune; de algún modo la ideología occidental de la no ideología produce en Oriente un efecto irresistible y fascinador, y uno se imagina qué pasaría, si en la estela de una distensión militar ya no resultara tan convincente la necesidad de cerrar herméticamente la patria a influencias externas, y si escritos tan peligrosos como, por ejemplo, el «Times» de Londres o la «Neue Zürcher Zeitung» les estuviesen más fácilmente al alcance de la mano. Y en tercer término, el Oeste representa una seria amenaza económica. En este aspecto el Este no tiene prácticamente ninguna contrapartida. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si se hiciese cada vez más necesario recurrir a las industrias petrolíficas occidentales con sus métodos supermodernos de explotación para perforar los depósitos de petróleo bajo el Mar del Norte siberiano, y la estructura económica del bloque oriental se viera expuesta a una penetración radical capitalista? Es mucho mejor entonces para el Este que se mantenga la amenaza militar que estos efectos de la decadencia occidental. Pues, ¿qué sería de la mentalidad heroica de asedio que da estabilidad a la política interna? ¿Qué sería de la defensa de la patria sagrada que a todos obliga? ¿Qué sería de la permanencia del principio básico bidimensional: «Quien no está conmigo, está contra mí»?100Desorden y ordenPodría discutirse indefinidamente la razón de que sea tan fácil obstinarse en soluciones erróneas, tanto en las de poca monta como en las más importantes, e intentar siempre «más

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de lo mismo», hasta que la muerte, la gran mantenedora del orden, se hace cargo de la solución final. Para la física clásica la explicación se hallaba en el axioma segundo de la termodinámica, a saber, en la tendencia de todos los procesos vitales de pasar del orden al desorden. Este proceso se llama entropía. Para ser honestos hay que añadir, sin embargo, que tanto el científico como el aficionado conocen también el proceso contrario, es decir, el desarrollo que se da por todas partes y que va de unos ordenamientos más simples a otros más elaborados, llamado en la ciencia negentropía.103eLlegados a este punto, el tema puede ser interesante para quien quiera resolver problemas, pues los cabos sueltos que dejamos pendientes en los capítulos anteriores, ahora empiezan a entretejerse y a perfilar un modelo.Volvamos de nuevo al caso de las luchas de trincheras en Flandes. Sobre todo hemos de tener presente que el principio del «vivir y dejar vivir» no fue el fruto de un acuerdo entre las partes contendientes, sino que se desarrolló espontáneamente. Se formó «de alguna manera» y creó así su propia realidad concreta; una realidad que era tanto más asombrosa cuanto que el contexto de donde salía, era un contexto intencionadamente entrópico, y desde arriba se habían tomado todas las medidas para garantizar la muerte y la destrucción. Naturalmente, Hólderlin ya sabía que donde amenaza el peligro crece también la salvación. Pero con esto Hólderlin no hace más que dar una expresión poética al fenómeno. Pero, ¿cómo se llega a este punto?A esta pregunta no tenemos de momento más que respuestas provisionales. Todavía permanece incomprensible lacomplejidad de los procesos que llevan del desorden al orden. En los buenos tiempos pasados la respuesta era sencilla: se tenía por evidente que los poderes supremos lo dominaban todo. Pero esto recuerda fatalmente el principio dormitivo de Moliére.Hoy no habría nada que alegar contra la suposición de un principio determinado, sólo que, evidentemente, éste no viene de arriba, sino, por decirlo así, de dentro y de abajo, y que no obstante demuestra ser más y distinto que la base de donde procede. Sobre esto ya hablamos en el capítulo segundo. Pero aquí ya no nos ocupamos más de los problemas del «más de lo mismo», sino de los resultados de las influencias recíprocas entre los diversos elementos.Para no parecer que nos ocupamos de teorías demasiado vagas, aquí van un par de ejemplos prácticos: dos átomos de hi drógeno y un átomo de oxígeno, si entran en contacto, dan por resultado, como es sabido, una sustancia, H2O, cuyas propiedades no son reducibles a las de los elementos H y O. El agua es algo distinto y no la suma de unas propiedades individuales determinadas. Todo intento de reduccióna sus elementos constitutivos sería un absurdo. Pero nosotros cometemos precisamente este absurdo una y otra vez. Tomemos el caso simple de una relación entre dos sujetos, no a un nivel molecular, sino humano. Ya hemos insinuado repetidas veces que dos personas en caso de conflicto se inclinan a ver la culpa en el otro. Las dos están convencidas de que por su parte contribuyen a la solución del conflicto y que, si el problema permanece, es por culpa del otro, pues ¿qué otra explicación habría? No parece haber un tercero cuando se trata de dos personas. Sin embargo lo hay, pues toda relación, ya sea entre átomos, células, órganos, personas, naciones, etc., es más y distinta que la suma de los elementos que las partes en relación aportan, es más bien una calidad emergente (como se dice ya hace tiempo en biología) superpersonal o una pauta (Gestalt en el sentido psicológico).

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Por esto el principio del «vivir y dejar vivir» en Flandes no fue la iniciativa de un bando ni del otro ni tampoco de un indivi duo, sino algo que resultó de la situación. Quien haya agudizado su vista para esta clase de calidades emergentes podrá constatar que son decisivas para nuestra vida. Pero en este punto el asunto se hace inaceptable para los perfeccionistas. Pues se ve claro que este nuevo orden sólo puede resultar allí donde hay un cierto desorden. De W. Ross Ashby, uno de los fundadores de la cibernética, procede el ejemplo obvio siguiente: un funámbulo puede mantener el equilibrio, si hace sin parar movimientos irregulares con su tiento. (Lo mismo vale para los movimientos que se hacen con el manillar de la bicicleta.) Si uno quisiese perfeccionar el estilo del equilibrista impidiendo estas fluctuaciones desordenadas y exigiendo que el tiento se mantuviese fijo, el funámbulo perdería de inmediato el equilibrio y se caería. Evidente, ¿no es verdad? Sí, pero sólo en el caso de equilibristas y ciclistas. En casi todos los otros ámbitos de la vida estamos muy lejos de reconocer que un orden desmesurado se convierta en enemigo mortal del desorden, porque ahogue toda posibilidad de un desarrollo ulterior. Cualquier perito industrial, del que se espera que establezca un orden perfecto, podría decir mucho sobre esta solución clarifnante. Esto no quiere decir que el desorden sea siempre106107bueno, sino que lo nuevo precisa una calidad emergente, y ésta, a su vez, precisa un cierto grado de desorden. Pero resulta mucho más convincente arremeter contra los males del desorden que contra los del orden.Humanidad, divinidad, bestialidad«He who would do good must do so in minute particulars; the general good is the plea of patriots, politicians and knaves» (quien quiera obrar el bien que lo haga en pasos minúsculos; el bien de todos es la excusa de patriotas, políticos y maleantes) dijo, al parecer, el satírico inglés Samuel Butler.La naturaleza parece darle la razón. Todo lo que se desarrolla, crece y florece, procede por «pasos cortos», los grandes cambios son catastróficos. Lo que pasa es que los pasos pequeños dihcilmente despiertan entusiasmo, las promesas utópicas, en cambio, encienden a las masas y las ponen en movimiento. Además son tan «evidentes», que sólo un idiota o un malvado podría oponerse a ellas.Probablemente la solución clari}lnante108109más clásica de todos los problemas del bien común procede de Platón. Para él el filósofo ya no es el buscador (socrático) de la verdad, sino que tiene la verdad. En otras palabras, el filósofo es el vidente del orden divino que está oculto a la masa del vulgo. ¿Quién podrá sentirse más llamado que él a dominar sobre el destino de los hombres y del Estado? Como acentúa Karl Popper con frecuencia en sus escritos (11], Platón no deja lugar a dudas de que se imaginaba estar en posesión de la verdad.Lo que se sigue de aquí es de una lógica inevitable que Platón ha expuesto sin reparos en la República y en las Leyes. Por ejemplo, no basta con que el sabio tenga conocimiento de la verdad eterna; ésta tiene que ser transmitida al ignorante, y si es necesario, aun contra su voluntad. Ello autoriza al filósofo-rey a poner hasta las falsedades al servicio de la verdad. Toda interpretación individual de la verdad tiene que ser reprimida (Platón recomienda para esto que se establezcan unas instituciones que corresponden del todo a la inquisición y a los campos de concentración). Hay que criar una raza de hombres que siga incon

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dicionalmente al caudillo, al filósofo-rey. Donde se acepilla, vuelan las virutas, dice la apología totalitaria de las consecuencias inhumanas de esta solución final, cuyas etapas el poeta Grillparzer ha esbozado con una concisión insuperable con las palabras «humanidad, divinidad, bestialidad».Lo horrible del caso es que las aberraciones que aquí hemos insinuado sólo superficialmente, no son desviaciones de la doctrina inmaculada o faltas de lógica, sino que resultan lógicamente de la tesis convincente de que en beneficio de todos tendría que dominar sin límites el más sabio. -Pero ya la elección del más sabio provoca una paradoja: ¿quién decide quién es el más sabio? ¿Un supersabio? Pero si hay un supersabio, entonces éste debería dominar por encima del sabio. ¿O tendrían que decidir los menos sabios que precisamente a causa de su sabiduría imperfecta no llegarían nunca a un acuerdo sobre quién es el más sabio de ellos?O bien ¿qué persona honrada no apoyaría del todo una tal solución ideal de todos los problemas sociales, como, por ejemplo, la que dice: «Dar a cada uno loque necesite y pedir de cada uno lo que pueda dar»? Magnífico, ¿no es verdad? El mal es que esta «solución» presupone una abundancia de bienes y la presencia de algunos sabios que, de alguna manera y (evidentemente) con una autoridad obligatoria para todos, deciden qué es lo que cada cual necesita y qué es lo que cada uno puede dar. En efecto, si el sujeto en cuestión, o mejor dicho, el sujeto afectado no piensa lo mismo, entonces algo no funciona en él, y no en la verdad establecida una vez para siempre de la ideología.Frente a estas palabras claras y electrificantes las voces de algunos pocos amonestadores tienen pocas probabilidades de éxito. Un ejemplo de ello es Karl Popper, quien sostiene una política de «pasos cortos», que precisamente por ser cortos, aparecen demasiado mezquinos para las ideas de grandes vuelos que prometen una felicidad universal. Imagínese una república cuyos representantes pretenden fundar, no el paraíso terrenal, sino que se preguntan con Karl Popper: «¿Cómo podríamos organizar nuestras instituciones políticas de tal modo que no causasen grandes daños ni siquiera en manos de potentados incapaces y desleales?» (12). Demasiado humano, ¿no es verdad?Pero volvamos al punto de partida de este capítulo: lo grande está escondido en lo pequeño. Que esta idea no pueda pre tender ser original, y que ya en tiempos antiguos se reconoció el valor de lo pequeño, se demuestra con un amable cuento oriental:El místico Shibli de Bagdad murió en 945. Después de su muerte le vio en sueños uno de sus amigos y le preguntó: «¿Cómo te ha tratado Dios?» Éste dijo: «Me hizo presentar ante él y me preguntó: "Abu Bakr, ¿sabes por qué te he perdonado?" Le dije: "Por mis buenas obras." Me respondió: "No." Le dije: "Porque fui sincero en mi adoración." Me dijo: "No." Le dije: "Por mis peregrinaciones y ayunos y por el cumplimiento de mis oraciones." Me dijo: "No, no es por esto que te he perdonado." Le dije: "Por mis viajes en búsqueda de sabiduría y porque fui a visitar a los piadosos." Me dijo: "No." Le dije: "Oh Señor, éstas son las obras que llevan a la salvación que para mí tenían la preferencia sobre todo lo demás y por las que siempre pensé que tú me perdonarías." Me dijo: "Sin embargo no te he perdonado por todas estas obras." Le dije: "Señor, ¿por qué, entonces?" Me dijo: "Te acuerdas que un día ibas por las calles de Bagdad y encontraste un gatito que ya estaba muy extenuado por el frío y que iba de una pared a otra en búsqueda de abrigo contra el frío y la nieve, y que tú, por compasión, lo cogiste y abrigaste con tu capa y lo llevaste y protegiste del tormento del frío?" Le dije: "Sí, zne acuerdo." Me dijo: "Porque tuviste compasión de aquel gatito, yo también me compadecí de ti"» C17).

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Triste domingoLástima que la historia de Abu Bakry el gatito no nos diga nada sobre si y en qué sentido su bondad se extendía sobre sí mismo. Pues el caso es que hay personas que se excluyen de su propia bondad. Puede que esta afirmación cause extrañeza a primera vista. La Biblia misma parece señalar en sentido contrario, cuando nos pide que amemos al prójimo (al menos) como a nosotros mismos.Precisamente esto no se daba en el caso de János Jankó de la pequeña ciudad húngara Varumnyiháza. Bueno, János no era ningún filántropo declarado, pero, caso poco frecuente, prácticamente no tenía ningún enemigo. Su edad le permitía haber vivido las catástrofes de su país desde los años treinta. En 1956 consiguió emigrar y en los años que siguieron llegó aI E I 1amoldarse bastante bien al nuevo país a donde había ido a parar. Dicho con más precisión y para usar una expresión algo contradictoria, vivía allí desde hacía años en una soledad confortable. Esta situación cambió de raíz, cuando el día de su 55 aniversario se despertó por la mañana -probablemente arrojado de un sueño al mundo real- con la melodía melancólica del canto gitano, Triste domingo, en los oídos que persistió horas y más horas sin que el hombre pudiese deshacerse de ella. Es posible que mis lectores no sepan que la melancolía de esta canción, en la juventud de Janká, fue según parece causa de una ola de suicidios en su patria que para este tipo de soluciones clarifnantes desde siempre ha tenido una cierta debilidad, y que incluso la canción fue oficialmente prohibida. Es fácil de comprender que esta medida de las autoridades contribuyó a hacer el Triste domingo todavía más popular.Ahora no discutimos, si fue la melodía únicamente o si también el hecho de que Jankó aquella mañana de su cumpleaños se creyó en la obligación de hacer un balance de su vida. El resultado fue, en todo caso, que de repente se sintió insatisfechoconsigo mismo. Fue como si se declarase que la paz de la que había gozado hasta entonces, no fuese más que un armisticio, como si siempre hubiese habido un conflicto latente, que ahora estallaba. Si desde fuera se hubiese podido penetrar con la mirada en su interior, quizás hubiese dado la impresión de que se trataba de un conflicto perverso entre dos personas: entre un potentado medieval cruel y su víctima desamparada, a la que el potentado mantiene prendida, amenaza de continuo, le hace padecer hambre y le quita el sueño. János Jankó no lo veía así. Sólo experimentó un sentimiento de vacío y una enemistad creciente contra sí mismo con una fuerza que nunca antes había sentido para con otras personas. El hecho de que se sintiese amenazado de un modo impreciso, que adelgazase y padeciese insomnio, no eran más que efectos concomitantes sin explicación para él. En todo caso, su médico no halló causa física alguna.Pasaron los meses, pero no el frío y vacío del mundo. Con esto y ello constituía todavía para él una fuente de reproches todas sus modestas necesidades materiales estaban satisfechas, conservaba todavía la salud y las circunstancias concretas de su vida eran en cierta manera aceptables. Y sin embargo todo era insoportable. Si la vida no tiene sentido alguno, ¿qué sentido tendrá vivir?Justamente en este estado de ánimo le vino a la memoria después de muchos años, de un modo inesperado como el Triste domingo, Los demonios de Dostoievski, sobre todo aquella escena en la que Kiriloff declara que la muerte de Cristo manifiesta lo absurdo del mundo. Buscó el pasaje y leyó:

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«Oye: este hombre fue el más sublime de toda la tierra, fue la encarnación de lo que constituía el motivo de vivir de la tie rra. Todo el planeta con todo lo que contiene, sin este hombre no es nada más que un absurdo. Ni antes ni después de él no ha habido nada semejante, nunca, hasta el punto de que esto mismo ya constituye un milagro. Precisamente el milagro está en que antes de él no hubo nadie que le igualara, y después de él no lo habrá. Pero si esto es así, si las leyes de la naturaleza no perdonan ni siquiera a este único, si no han tenido compasión con su propia obramaestra y le han obligado también a vivir en medio de la mentira y a morir por culpa de la mentira, entonces es que todo el planeta es mentira y se basa sobre la mentira y el escarnio insensato. Entonces las mismas leyes del planeta son también mentira y un vaudeville del diablo. ¿Para qué vivir? Responde, si eres hombre.»Un físico habría dicho que Kiriloff sólo veía la entropía del acontecer mundial. Lo mismo podría decirse de János Jankó. De todas maneras, ya estaba decidido. La solución era la muerte, y, como para Kiriloff, la pistola era su realización. O, al menos, así le parecía. Visto desde fuera habría podido decirse que el potentado se había decidido a ejecutar a su víctima. Sea como fuere, lo determinante fue que Jankó llegó a un propósito firme y que con esto un simple estado de ánimo se convirtió en un hecho que ya estaba al caer. Y de repente se le hizo claro que en su vida ya había estado dos veces en este mismo umbral.La primera vez había sido hacía algunos años, cuando le pareció que un poder desconocido le daba una extraña lección. Como la mayor parte de nosotros, despuésde mucho cavilar sobre la vejez y la muerte, Jankó había llegado al propósito firme y formidable de que en caso de una enfermedad incurable primero empezaría por soportarla, por someterse, por respeto a la propia vida, a los tratamientos que pareciesen razonables, pero que, al sobrevenír los estadios insoportables de la enfermedad, se reservaría el derecho de quitarse la vida. Así, pues, un día se dio la sospecha de que tenía un tumor y que debería someterse a su investigación. Tuvo que esperar 48 horas a que los patólogos le comunicaran su veredicto. Y con esto se dio al traste con su decisión fría. De repente la muerte ya no era ninguna alternativa, sólo contaba la vida, seguramente no por inmadurez cobarde, y esto era lo que le sorprendía más que nada. La simple proximidad de la muerte le inspiró respeto ante la vida. Y nada cambió la situación, cuando se le comunicó que no tenía ningún motivo de preocuparse. Con el paso del tiempo fue desapareciendo esta impresión.La otra experiencia la tuvo mucho antes; en aquellos años en que él y muchos otros no sólo carecían de lo más ne cesario para la vida, sino que la supervívencia estaba amenazada díabólícamente en tres sentidos: por los ocupantes y la «solución final» que practicaban, por sus enemigos que siempre estaban más cerca, y por las alfombras de bombas de cada noche de las que sólo podía esperarse la salvación para un mundo libre y sano. Entonces ya tenía una pistola; pero se dio cuenta de que en aquellos meses de hambre y de miedo elemental ni una sola vez había pensado que el mundo fuese absurdo, sino únicamente en sobrevivir. Era lo que George Orwell quería decir, cuando escribía en uno de sus ensayos: «Las personas con el estómago vacío no desesperan nunca del universo, ni siquiera piensan en ello.»Guando le vinieron a la memoria estos recuerdos, se le hizo claro que también ahora, a pesar de su desesperación y has tío, no tenía el menor deseo de convertirse en cadáver. Lo que quería y deseaba con todo el alma, era algo fundamentalmente nuevo, era un cambio radical. Y así rechazó la solución clarif nante de la pistola y, en este momento, entró en el

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servicio de la negentropía. Dicho con términos menos científicos: salió de la alternativa «vacie120dad de la vida o vaciedad de la muerte» y se puso en los caminos tortuosos de la búsqueda.122¿Es esto lo que busco?Los caminos errados se declaran como tales cuando uno los pasa. Esta perogrullada coincide con uno de los axiomas del lla mado constructivismo, ciencia que investiga la manera como los hombres creamos nuestra propia realidad. Según este axioma de la realidad «real» (en caso de que ésta exista) sólo podemos conocer lo que no es. Uno de los representantes principales del constructivismo radical, el psicólogo Ernst von Glasersfeld, escribe sobre esto:«El organismo viviente construye el saber para ordenar, en la medida de lo posible, el río informe del vivir en unas viven cias repetibles y en unas relaciones mutuas entre dichas vivencias que sean relativamente seguras. Las posibilidades123de construir un ordenamiento tal están siempre determinadas por los pasos que han precedido en el curso de la construcción. Esto quiere decir que el mundo «real» se revela exclusivamente allí donde nuestras construcciones fracasan. Pero como únicamente podemos describir y explicar el fracaso precisamente con aquellos conceptos que hemos usado para la construcción de las estructuras que han fracasado, nunca se nos puede transmitir una imagen del mundo que podamos hacer responsable del fracaso»[6).Esta perspectiva tiene la ventaja -al menos así lo espero- de introducir un denominador común en el barullo de solu ciones y desaciertos de los que se compone este libro. Quizás en un acceso de megalomanía, quisiera añadir todavía aquella cita del Tractatus de Wittgenstein (6.54) en el que, por decirlo así, también él habla de «extravíos»:«Mis proposiciones se explican por el hecho de que el que me entiende al final las reconoce por absurdas, si va más allá a través de ellas, encima de ellas, sobre'ellas. (Por decirlo así, tiene que volcar la escalera, después de haber subido en ella.) »En este punto y después de todas estas proposiciones, ha llegado el momento de volver a «nuestro hombre» que dejamos al final del capítulo primero. Supongamos, para facilitar, que fue él quien salió en búsqueda de seguridad, certeza, plenitud y por eso mismo de una felicidad definitiva a través de todos los extravíos que hemos descrito aquí y de muchos otros que no hemos descrito. Pero tan pronto como leyó a IYovalis y se encontró con el símbolo de la flor azul, que florece ocultamente en alguna parte y cuyo hallazgo constituía para el romanticismo el cumplimiento del anhelo más profundo, se entendió a sí mismo como buscador. Hasta aquel entonces este motivo conductor de su vida había permanecido desconocido para él, precisamente porque estaba plenamente inmerso en él. A esta razón siguió pronto una segunda que procedía de la primera, pero que también se convirtió en problema. Los románticos parecían saber lo que buscaban; «nuestro hombre» buscaba sin125ssaber qué. No sólo no sabía dónde encontrar lo que buscaba, sino que tampoco sabía qué buscaba. Y sin embargo entendía ahora que en todo momento de su vida mediante cada una de sus acciones, aun las más insignificantes, preguntaba al mundo: ¿Es esto lo que busco? ¿Cómo, si no, podría uno buscar aquello de lo que está sediento «como el ciervo por el

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agua» y de lo que ni siquiera conoce el nombre? Por desgracia no había leído el Tao Te King, pues allí habría encontrado la respuesta:«El sentido que se puede pensar, no es el sentido eterno.El nombre que se puede nombrar, no es el nombre eterno. »Para nuestro hombre la búsqueda de sentido y nombre tuvo un efecto parecido al que experimentó Fausto: recorrió el mundo entero, cogió por los pelos todo asomo de felicidad, prestó atención y preguntó insistentemente: «¿Es esto lo que busco?», y siempre tuvo que responder la pregunta con: «No lo es.» En otras palabras, tuvo que experimentar en carne propia lo que Omar Khayyam ya expresa en su Rubaiyat: «... recorres el universo, vuelves al rincón de la celda, y todo es nada, nada, nada.»Siempre se quedaba con las manos vacías, pero siempre deducía de ello que la única conclusión posible era que cada vez esto que hallaba no era lo que buscaba, que todavía no había dado con el nombre correcto de esto y que no lo había buscado en el lugar correcto. A veces le daba a la promesa el nombre de objetivos determinados que con frecuencia le exigían un esfuerzo de años, que le capacitaron para llevar a cabo tareas desacostumbradas, que le ocasionaron la admiración de los que le rodeaban, pero que luego, al momento de llegar, no cumplían lo que habían prometido; un desengaño tratado por Shakespeare en uno de sus sonetos: «... dicha en el intento, y, una vez intentado, no más que tortura; esperado con alegría, sombras después.» Y en casos como éste pasa como con un espejismo engañoso que desaparece cuando uno se le acerca y se convierte otra vez en apetecible tan pronto como uno se aleja de él o lo pierde. Así, pues, nuestro hombre anhelaba con frecuencia126127ciudades y paisajes lejanos y suponía firmemente (él mismo no sabía explicarse cómo llegaba a estas suposiciones) que su consecución le depararía un sentido plenamente nuevo de su propio yo, pero retenían este cumplimiento tan pronto como llegaba. Los recorría desengañado; él, él mismo, el de siempre, no más rico, en nada distinto. Y luego, poco tiempo después de su partida desalentada, aparecía de nuevo el anhelo por aquel lugar luminoso y prometedor, como si precisamente no acabase de experimentar que dicho lugar no era «esto» que buscaba. Y seguía adelante con esta desilusión. Muchas veces se trataba de mujeres que, antes de entregársele, se convertían en encarnación de todo su anhelo, y después no eran más que un cuerpo distinto del suyo. Luego venía la separación amarga, y con ella la vuelta de la ilusión, pero ahora hecha más luminosa por el sentimiento del paraíso perdido. Y le seguía de nuevo el vacío. Nuestro hombre se sentía traicionado, engañado, marginado. Si hubiese creído en Dios, le hubiese acusado de no dejarlo volver a su regazo. Pero como era ateo jugaba ocasionalmente con el pensamiento de la solución clarif nante del suicidio, pues su clesesperación crecía desmesuradamente 1hasta el punto de parecer que lo iba a sofocar todo. ¿Para qué seguir viviendo?Visto desde fuera, su problervla epa bien trivial. Cada vez ponía en duda splo el opte tivo buscado, pero no, en cambio, 14 búsqueda misma. Así nuestro hombre buscaba sin reposo, pues los posibles lugares de hallazgos son infinitos. En lo que el romanticismo no había tenido en cuenta era en la posibilidad trivial de que no existe la flor azul, en vez de considerar la Posibílí~lad de

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que el buscador sin duda no había puscado en el lugar debido. Por esto parecía que sólo se daba la alternativa maníciuea de encontrar y no encontrar, y nuestro nombre se hallaba prendido consigo rni5rno en este juego de sumas a cero.Es muy diflcil explicar cob claridad ,y sobre todo de una manera convífIcente, cómo nuestro hombre se salvó de esta prisión. Sin duda le ayudó el hecho de que el destino casi nunca le negó que llegara al fin propuesto. Ya hemos visto que tno hay nada que desilusione tanto como una esperanza cumplida y nada tan engafioso como una esperanza rehusada.128129Así, pues, había llegado al punto de tener plena conciencia de su búsqueda, y con esto de su pregunta eterna a todos los contenidos y aspectos del mundo: ¿,Es esto lo que busco? Y sucedió que un día se produjo un cambio pequeño; uno de estos cambios que son tan pequeños que arrastran cambios grandes. Cesó de preguntarse si por fin había alcanzado el objeto de sus anhelos y se dio cuenta de que ningún esto podía ser más que un nombre dado a algo que estaba dentro de su ser y no fuera en el mundo, y los nombres no son más que un eco, humo. En este momento se esfumó la separación entre él y esto, entre sujeto y objeto, como dirían los filósofos. Nada de lo que buscaba podía ser esto. Lo que el mundo no contiene, tampoco lo puede retener, se decía a sí mismo para su propio asombro; y aun las palabras que extrañamente le sonaban llenas de sentido: Yo soy más yo que yo. De repente vio claro que la búsqueda era la única razón de no haber hallado hasta entonces; que en el mundo exterior no se puede encontrar, y por lo tanto no tener, lo que uno es desde siempre.Así se cumplió en él la palabra del Apocalipsis que dice que ya no habrá más tiempo, y se precipitó sobre la plenitud intemporal del momento presente.Pero sólo por una fracción de segundo se mantuvo en esta intemporalidad, pues para conservarla cayó en seguida en la solución clarif nante de dar un nombre a esta vivencia y de buscar su repetición...130Índice bibliográfico1. Ashworth, Tony, Trench Warfare 1914-1918; The Liue and Let Liue System, Holmes 6F Meier Publishers, Nueva York 1980.2. Berdiaev, Nikolas, Die Weltanschauung DostojewskjCs, C.H. Becksche Verlagsbuchhandlung, Munich 1925.3. Fogelmann, Eva, y Valerie L. Wiener, The Few, the Braue and the Noble, en « Psychology Today», agosto 1985.. Gall, John, Systemantics, Pocket Books, Nueva York 1978.5. Gheorgiu, C. Virgil, La hora 25, Orbis, Barcelona 1984.6. Glasersfeld, Ernst von, Einführung in den radikalen Konstruktiuismus, en Watzlawick, Paul (dir.), Die erfunderie Wirklichkeit, Piper, Munich 1981.7. Jung, Carl G., Símbolos de transformación, Paidós Ibérica, 1982.8. Kreuzer, Franz (dir.), Neue Welt aus Null und Eins, Franz Deuticke, Viena 1985.9. Leisi, Ernst, Falsche Daten hochprdzis uerarbei133tet, en «IYeue Zürcher Zeitung», n.' 301, 28129.12.1985.10. Lübbe, Hermann, Ideologische Selbstermáchtigung zur Gewalt, en «ñeue Zürcher Zeitung», n.° 251, 28/29.10.1978.

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