Lo que sea de cada quien Desencuentro con Kapu´ci ski s ´n · riodista polaco. Nacido en...

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90 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO —¿Quieres conocer a Kapu ci ski? — ¿Capuchinsqui, Capuchinsqui? —pre- gunté a la manera de Garibay— ¿El periodis- ta Capuchinsqui? — Está en México. Vamos a cenar con él. Quien me hablaba por teléfono era Mi- chael Rowe, miembro de mi taller literario de los jueves. Eran las doce y treinta de la no- che y me había tenido que levantar de la cama para contestar. Estaba en piyama, sorpren- dido de que Michael conociera al famoso pe- riodista polaco. Nacido en Australia, delgado y frágil co- mo un canario, Michael tenía más de diez años de vivir en México. Sorprendía su fa- cilidad, no sólo para hablar en español, sino para escribirlo con académica corrección. Había estudiado en el Centro de Capacita- ción Cinematográfica donde se diplomó con un guión titulado Naturaleza muerta y aho - ra trabajaba en otro, muy audaz, muy difí- cil de llevar a la pantalla, que años más tarde convirtió por fin en Año bisiesto, una pelícu- la que seleccionó el Festival de Cannes 2010 y con la que ganó —para asombro y exul- tación de quienes lo conocíamos— el gran premio Cámara de Oro, y aquí en México el Ariel a la mejor ópera prima de 2011. Pero eso fue después. Antes de la fama repentina que le llegó como lluvia de vera- no a refrescar su vida, Michael estaba casa- do con Ana Ávila, una talentosa periodista que conoció a Kapu´sci´nski cuando éste im- partió un seminario de periodismo en Ve - nezuela y otro en la Fundación Nuevo Pe - riodismo Independiente. Ana Ávila volvió a encontrarse con Ka- pu ci ski en 2002. El periodista polaco ha - bía sido invitado por la editorial Anagrama para presentar en México su libro más re- ciente: Los cínicos no sirven para este oficio. A los representantes de la editorial, sabe- dores de que su autor huía de fervorosos e intelectuales, se les ocurrió ocultarlo en el Flamingos, un hotel de Tacubaya en ave- nida Revolución. El primer desconcertado fue el polaco: él conocía el México de los sesenta cuando viajó aquí como reportero sin fama, y ahora se preguntaba ¿dónde es- toy?, porque salía del Flamingos y sólo en- contraba misceláneas y vulcanizadoras. Su antigua alumna Ana Ávila llegó en su auxilio —la edecán de Anagrama se de- sapareció de repente— y lo llevó a recorrer la Cuauhtémoc, la Roma, la Zona Rosa con- vertida ya en un mercado sexual de desma- dres y narcomenudeo. Nada se parecía a los rumbos que recorrió Kapu´sci´nski cuando vino a reportear a la Ciudad de México. Aquel jueves a las doce y treinta de la no - che, Ana y Michael Rowe planearon llevar al periodista a cenar tacos al pastor —que él añoraba tanto— y fue cuando Michael me telefoneó para ofrecerme el privilegio de conocerlo. Lo dudé unos instantes. Estaba adormi - lado y tendría que vestirme, sacar el auto, manejar hasta una taquería de Álvaro Obre- gón a zamparme cuatro o cinco tacos al pas- tor que ni siquiera me gustan. —Me encantaría conocer a Capuchinsqui —le respondí al fin—, pero no, Michael, a estas horas no, me da una pereza infinita. Me arrepentí después, por supuesto. Y fueron Michael y Ana quienes oyeron al polaco lamentarse de deterioro sufrido por nuestra ciudad cuarenta años después, quienes lo escucharon en exclusiva despo- tricar contra el presidente Bush, y exponer aquella teoría de que el ataque a las Torres Gemelas no fue realizado por los talibanes de Osama Bin Laden, sino por una célula musulmana independiente que se inmoló y se consumió a sí misma en el terrible epi- sodio. Bush lo sabía con certeza —según las fuentes políticas que informaron a Kapu´s - ci´nski— pero utilizó el hecho, aprovechó la oportunidad para su brutal asalto al Me- dio Oriente con miras al negocio familiar petrolero. —¿Eso te dijo Capuchinsqui, Michael? —Eso me dijo. —¿Cómo que una célula musulmana in- dependiente? ¿No te explicó más? —No le pregunté. —¿Y le preguntaste si era cierto que ha- bía conocido en persona al Che Guevara? Ahora hay quien dice que eso fue periodis- mo ficción, que nunca habló con él. —No, no le pregunté. —¿Le preguntaste qué tanto se vale uti- lizar la ficción en el periodismo? —¡Nada de eso le pregunté! —se exal- tó Michael—. Tú tienes la culpa por no ha- ber ido a los tacos. Lo que sea de cada quien Desencuentro con Kapu ci ski Vicente Leñero Ryszard Kapu´sci´nski ´ s ´n ´ s ´n

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90 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

—¿Quieres conocer a Kapu�ci� ski?— ¿Capuchinsqui, Capuchinsqui? —pre -

gunté a la manera de Garibay— ¿El periodis -ta Capuchinsqui?

— Está en México. Vamos a cenar con él.Quien me hablaba por teléfono era Mi -

chael Rowe, miembro de mi taller literariode los jueves. Eran las doce y treinta de la no -che y me había tenido que levantar de la camapara contestar. Estaba en piyama, sorpren-dido de que Michael conociera al famoso pe -riodista polaco.

Nacido en Australia, delgado y frágil co -mo un canario, Michael tenía más de diezaños de vivir en México. Sorprendía su fa -cilidad, no sólo para hablar en español, sinopara escribirlo con académica corrección.Ha bía estudiado en el Centro de Capacita -ción Cinematográfica donde se diplomó conun guión titulado Naturaleza muerta y aho -ra trabajaba en otro, muy audaz, muy difí-cil de llevar a la pantalla, que años más tardeconvirtió por fin en Año bisiesto, una pelícu -la que seleccionó el Festival de Cannes 2010y con la que ganó —para asombro y exul-tación de quienes lo conocíamos— el granpremio Cámara de Oro, y aquí en Méxicoel Ariel a la mejor ópera prima de 2011.

Pero eso fue después. Antes de la famarepentina que le llegó como lluvia de vera-no a refrescar su vida, Michael estaba casa-do con Ana Ávila, una talentosa periodistaque conoció a Kapus�cin� ski cuando éste im -partió un seminario de periodismo en Ve -nezuela y otro en la Fundación Nuevo Pe -riodismo Independiente.

Ana Ávila volvió a encontrarse con Ka -pu�ci� ski en 2002. El periodista polaco ha -bía sido invitado por la editorial Anagramapara presentar en México su libro más re -ciente: Los cínicos no sirven para este oficio.A los representantes de la editorial, sabe-

dores de que su autor huía de fervorosos eintelectuales, se les ocurrió ocultarlo en elFlamingos, un hotel de Tacubaya en ave-nida Revolución. El primer desconcertadofue el polaco: él conocía el México de lossesenta cuando viajó aquí como reporterosin fama, y ahora se preguntaba ¿dónde es -toy?, porque salía del Flamingos y sólo en -contraba misceláneas y vulcanizadoras.

Su antigua alumna Ana Ávila llegó ensu auxilio —la edecán de Anagrama se de -sapareció de repente— y lo llevó a recorrerla Cuauhtémoc, la Roma, la Zona Rosa con -vertida ya en un mercado sexual de desma -dres y narcomenudeo. Nada se parecía a losrumbos que recorrió Kapus�cin� ski cuandovi no a reportear a la Ciudad de México.

Aquel jueves a las doce y treinta de la no -che, Ana y Michael Rowe planearon llevaral periodista a cenar tacos al pastor —queél añoraba tanto— y fue cuando Michael

me telefoneó para ofrecerme el privilegio deconocerlo.

Lo dudé unos instantes. Estaba adormi -lado y tendría que vestirme, sacar el auto,manejar hasta una taquería de Álvaro Obre -gón a zamparme cuatro o cinco tacos al pas -tor que ni siquiera me gustan.

—Me encantaría conocer a Capuchins qui—le respondí al fin—, pero no, Mi chael, aestas horas no, me da una pereza infinita.

Me arrepentí después, por supuesto.Y fueron Michael y Ana quienes oyeron

al polaco lamentarse de deterioro sufridopor nuestra ciudad cuarenta años después,quienes lo escucharon en exclusiva despo-tricar contra el presidente Bush, y exponeraquella teoría de que el ataque a las TorresGemelas no fue realizado por los talibanesde Osama Bin Laden, sino por una célulamusulmana independiente que se inmolóy se consumió a sí misma en el terrible epi-sodio. Bush lo sabía con certeza —según lasfuentes políticas que informaron a Ka pus� -cin� ski— pero utilizó el hecho, apro vechó laoportunidad para su brutal asalto al Me -dio Oriente con miras al negocio familiarpetrolero.

—¿Eso te dijo Capuchinsqui, Michael?—Eso me dijo.—¿Cómo que una célula musulmana in -

dependiente? ¿No te explicó más?—No le pregunté.—¿Y le preguntaste si era cierto que ha -

bía conocido en persona al Che Guevara?Ahora hay quien dice que eso fue periodis-mo ficción, que nunca habló con él.

—No, no le pregunté.—¿Le preguntaste qué tanto se vale uti -

lizar la ficción en el periodismo?—¡Nada de eso le pregunté! —se exal-

tó Michael—. Tú tienes la culpa por no ha -ber ido a los tacos.

Lo que sea de cada quienDesencuentro con Kapu�ci skiVicente Leñero

Ryszard Kapuscinski

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