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LOCURA
Tania Cerqueira
Locura
-Desde pequeña, desde niña, siempre había querido ser delgada pero, al igual
que cualquier niña, las cosas se te olvidan rápido, te ofrecen un helado y sin pensar lo aceptas con ansias, aunque no tengas hambre, te lo llevas a la boca
igual. Fui una niña con muñecas, con Barbie’s . Nunca he visto una muñeca
gorda, exceptuando a la Barbie embarazada. ‘Cuando empecé en la universidad, todo me iba muy bien. Era buena
estudiante y la verdad no tenía problema con los chicos a lo que se refiere a ligar. Todo lo contrario. Pero un día llego un chico nuevo al campus, Diego,
me enamoré al instante. Empecé a sentarme cerca de él en las clases. Me
gustaba en secreto. Un día, en una conversación con un amigo, oí que le gustaban las chicas delgadas. Empecé a comer menos, lo poco que comía, era
por obligación de las cocineras del comedor escolar. Pero esa única comida
del día para mi, se convertía en el primer vomito del día. Después de dos semanas, cuando ya se notaban los cambios, Diego, me pidió salir. ‘Eres muy
guapa’ me dijo ‘Pero tienes que adelgazar más’ Estaba enamorada, le hice caso. Hice caso a ese cabrón.
Un día, dado mi estado después de dos semanas más, me desmayé en clase
de álgebra cosa que odie muchísimo porque me encanta. Me di un fuerte golpe en la cabeza contra la mesa, por lo que me llevaron al hospital. Allí, en
aquel día de diciembre, me detectaron desnutrición, bulimia y anorexia. Le había jodido pero bien las navidades a mi madre.
-Solo haces más que llamar la atención, ¿no sabes hacer nada más? –me dijo
gritando. Me tapé las manos con los oídos, asustada. Mis manos estaban tan delgadas
que el sonido de los gritos de mi madre, las traspasaba con facilidad llegando
a mi cerebro y luego a mi corazón como cuchillas. Como aquellas cuchillas que había usado la última vez que había comido demasiado. Me hacía un auto
castigo: Comía mucho? Me cortaba en las piernas. Estaba sentada en la cama del hospital. Con las rodillas huesudas clavándose
en mis costillas.
Una mujer alta, de cabellos dorados perfectamente peinados en una coleta, irrumpió en la habitación, asomándose por el umbral de la puerta.
-Puede hacer el favor de parar de gritar a mi paciente?
Me asomé entre las rodillas, sacando las manos de las orejas. Mi madre salió de la habitación.
-Se acabó –susurro. Mi madre no vino los días siguientes. A día de hoy aun no ha venido. Respiro
aliviada, aunque a veces tengo miedo a que vuelva.
Maira me miró de arriba abajo. Sonrió, supongo que para darme confianza. Me la dio.
-Esa era tu madre? –pregunto sentándose al borde de la cama.
Asentí con timidez. -Bueno no te preocupes, dudo que vuelva –eso me hizo sonreír.- Que te parece
si te pesamos? –me preguntó con una sonrisa. Me señaló una báscula.-
Vamos? Me dirigí a la báscula, en compañía de ella. Trague saliva y me subí.
Esos segundos se me hicieron eternos, hasta que un número se reflejó en la
pantalla. -Treinta y dos quilos…’