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Actas XIV Congreso AIH (Vol. III). José TERUEL. Los años norteamericanos de Luis Cemuda: M... - Los años norteamericanos de Luis Cemuda: Middlebury College, verano del 48 José Teruel UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID LA PRESENTE ENTREGA SE enmarca dentro de un proyecto que se propone la reconstruc- ción biográfica de los años norteamericanos de Luis Cemuda, entre la fecha de su llegada a los EE.UU. en septiembre de 1947 y su muerte en México en noviembre de 1963, a través del testimonio y de la relación epistolar con sus contemporáneos, así como de su propia obra. Si el disfraz, la doblez y el mutismo fueron constantes en su vida, la locuacidad fue la compensación y rectificación que supuso su obra. Un episodio de especial interés dentro de dicho período será su estancia en la Escuela de Español de Middlebury College, durante el verano del 48, ya que allí se reencontrará con su antiguo profesor de la Universidad de Sevilla, Pedro Salinas, y con otras figuras del exilio republicano español. Después de casi once años de ausencia de España, y con la perspectiva de un largo exilio, este encuentro no será un lugar para la nostalgia cemudiana, sino que abrirá la vieja herida de la recepción de Perfil de Aire y del difícil acomodo de su obra entre los presupuestos de su generación y, al unísono, de su persona entre las actitudes y afectos de sus contemporáneos. La Escuela de Español de Middlebury College fue un lugar de encuentro, un suelo provisional en la dispersión del exilio español republicano en los EE.UU. durante la década de los años 40 y 50, por allí pasó parte de la vanguardia estética de la llamada generación del 27 (Pedro Salinas, Jorge Guillén, Luis Cemuda) y la vanguardia crítica del Centro de Estudios Históricos o ese impresionante esfuerzo de renovación de la filología española que dispersó, como tantos otros, nuestra guerra civil. En Middlebury College estuvieron, también, Américo Castro, Joaquín Casalduero, Tomás Navarro Tomás, José F. Montesinos, hasta el punto de recibir el nostálgico apelativo, por parte de Salinas, de La Segunda Magdalena, en relación con la sede de los cursos de verano de la Universidad Internacional de Santander. En verano de 1948, Luis Cemuda fue invitado por Juan Centeno para impartir dos cursos, Modern and Contemporary Poetry y The Essay in Modern Spanish Literature, sustituyendo a Jorge Guillén, hospitalizado ese verano en Nueva York. Y allí se encontrará o se reencontrará, entre otros, con Tomás Navarro Tomás, Joaquín Casalduero, Isabel García Lorca, Pilar de Madariaga, María Díez de Oñate, Emilio González López, Juan A. Marichal, Joaquina Navarro, Sofía Novoa y Eugenio Florit. 577 -t .. Centro Virtual Cervantes

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Los años norteamericanos de Luis Cemuda: Middlebury College, verano del 48

José Teruel UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID

LA PRESENTE ENTREGA SE enmarca dentro de un proyecto que se propone la reconstruc-ción biográfica de los años norteamericanos de Luis Cemuda, entre la fecha de su llegada a los EE.UU. en septiembre de 1947 y su muerte en México en noviembre de 1963, a través del testimonio y de la relación epistolar con sus contemporáneos, así como de su propia obra. Si el disfraz, la doblez y el mutismo fueron constantes en su vida, la locuacidad fue la compensación y rectificación que supuso su obra. Un episodio de especial interés dentro de dicho período será su estancia en la Escuela de Español de Middlebury College, durante el verano del 48, ya que allí se reencontrará con su antiguo profesor de la Universidad de Sevilla, Pedro Salinas, y con otras figuras del exilio republicano español. Después de casi once años de ausencia de España, y con la perspectiva de un largo exilio, este encuentro no será un lugar para la nostalgia cemudiana, sino que abrirá la vieja herida de la recepción de Perfil de Aire y del difícil acomodo de su obra entre los presupuestos de su generación y, al unísono, de su persona entre las actitudes y afectos de sus contemporáneos.

La Escuela de Español de Middlebury College fue un lugar de encuentro, un suelo provisional en la dispersión del exilio español republicano en los EE.UU. durante la década de los años 40 y 50, por allí pasó parte de la vanguardia estética de la llamada generación del 27 (Pedro Salinas, Jorge Guillén, Luis Cemuda) y la vanguardia crítica del Centro de Estudios Históricos o ese impresionante esfuerzo de renovación de la filología española que dispersó, como tantos otros, nuestra guerra civil. En Middlebury College estuvieron, también, Américo Castro, Joaquín Casalduero, Tomás Navarro Tomás, José F. Montesinos, hasta el punto de recibir el nostálgico apelativo, por parte de Salinas, de La Segunda Magdalena, en relación con la sede de los cursos de verano de la Universidad Internacional de Santander.

En verano de 1948, Luis Cemuda fue invitado por Juan Centeno para impartir dos cursos, Modern and Contemporary Poetry y The Essay in Modern Spanish Literature, sustituyendo a Jorge Guillén, hospitalizado ese verano en Nueva York. Y allí se encontrará o se reencontrará, entre otros, con Tomás Navarro Tomás, Joaquín Casalduero, Isabel García Lorca, Pilar de Madariaga, María Díez de Oñate, Emilio González López, Juan A. Marichal, Joaquina Navarro, Sofía Novoa y Eugenio Florit.

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Pero, sin duda, será el encuentro con Pedro Salinas el más emblemático, teniendo en cuenta su decisivo papel en las primeras tentativas literarias de Luis Cemuda.

Las cartas previas a este reencuentro anuncian ya el clima que lo envolverá: en Cemuda pervive el resentimiento; en Salinas, la nostalgia no exenta de prejuicios. Si Luis Cemuda, unos meses antes, comenta a José Luis Cano que las palabras que le dedica Salinas, en la edición de 1941 de Literatura española siglo XX, están escritas con buena intención pero «no me parece, sin embargo, que se dé cuenta de lo que dicen mis versos» 1

• Es decir, si Cemudallega aMiddlebury, pasados ya veinte años, con la misma obsesión juvenil de no haber sido suficientemente entendido ni valorado por su maestro (añádase el retrato de «Licenciado Vidriera»2 con que Salinas dibujó, tres años antes para la antología de Eleonor Tumbull, la fragilidad de Cemuda en el trato humano). Pedro Salinas, en cambio, imbuido de nostalgia, tras haber recibido de Juan Guerrero una fotografía de sus compañeros de generación en 1927 y en las Cibeles, escribe a Jorge Guillén: «Nosotros ya estamos soñando con el viaje a Middlebury [ ... ].Tengo ganas de ver al joven Cernuda»3

.

Pero la auténtica apostilla de este encuentro, ya cargado de prejuicios, será la lectura de Cernuda en la Biblioteca de Middlebury College4 del artículo de Dámaso Alonso, «Una generación poética (1920-1936)», que desencadenará su «Carta abierta a Dámaso Alonso» y será a su vez acicate del diálogo: «El Crítico, el Amigo y el Poeta». Una carta enviada a Edward Wilson pone en su contexto el origen de dichos textos críticos: «¿Ve usted Ínsula? En uno de los números pasados dieron una carta mía a Dámaso Alonso, rectificando ciertos puntos de un estudio sobre <Una generación poética>, del mismo Alonso. El verano pasado, estando en Middlebury College, vi a Salinas, a quien hacía unos doce años que no veía. Había allí otros españoles, entre ellos Isabel García Lorca, a quien usted supongo que no conoce»5

. Lo escueto de sus comentarios es ya un indicio del escaso entusiasmo que le provocó el encuentro.

Pese al ambiente cordial y risueño que quieren trasmitirnos las fotografías del Middlebury College Bulletin (por cierto, Luis Cernuda no posó, como era de esperar, en la ritual fotografía del Spanish School Faculty); pese al amable testimonio de su compañero de habitación, Ermilo Abreu Gómez6

; e incluso, pese a la sensación que tuvo Salinas de haber roto el hielo7

, eran muchos los fantasmas que para la hiperestesia

1 José Luis Cano, ed., Epistolario del 27, Madrid: Versal, 1992, p. 76. 2 Pedro Salinas, «Nueve o Diez Poetas», Eleonor L. Tumbull (ed.), Contemporary Spanish

Poetr¡,, Baltimore: The Johns Hopkins Press, 1945, pp. 14-16. - Pedro Salinas/ Jorge Guillén, Correspondencia ( 1923-1951), ed. de Andrés Soria Olmedo,

Barcelona: Tusquets, 1992, p. 447. 4 LC escribe desde Middlebury (5 agosto, 1948) a J. L. Cano: «He leído un trabajo de D.

Dámaso Alonso sobre los poetas de mi «generación». Se me ocurre responder a varios puntos del mismo, y si tengo espacio tal vez lo haga. Pero ¿dónde publicar mis observaciones? Creo que ahí tenéis a dicho señor por una gran figura literaria, y para mí es, como siempre, una pomposa nulidad» (Epistolario, p. 79).

5 Rafael Martínez N adal, Españoles en la Gran Bretaña. LC. El hombre y sus temas, Madrid: Hiperión, 1983, p. 187.

6 «LC», El Nacional (México D. F.), 869 (24-XI-1963), p.l. 7 Léase esta carta de Pedro Salinas a Jorge Guillén, fechada en los últimos días del curso de

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cemudiana flotaban por Gifford Hall, tal como dejan traslucir sus dos escritos críticos de 1948. Se abrió la vieja herida de Perfil del Aire y a través de ella, otras. Entre los principales fantasmas de sus desengaños literarios que flotaban por allí, caben destacar: Pedro Salinas, a quien, en el fondo, Cemuda siempre reprochó su indiferencia con respecto a sus asuntos y el favor que dispensaba a sus contemporáneos, especialmente a Jorge Guillén. Además, no podemos olvidar que la opinión de que la mejor poesía de su generación procedía de Guillén, seguía ganando terreno en cierto sector de la crítica de finales de los cuarenta, de ello era perfectamente consciente Cemuda y en Middlebury estaba Joaquín Casalduero que acababa de publicar su libro sobre Cántico8

Y en tercer lugar, Dámaso Alonso, que había pasado el semestre de primavera del 48 en Y ale, como Visiting Professor, y que acababa de encontrarse en Baltimore con Salinas9,

también sería tema de conversación entre los asistentes, así como su artículo que después se analizará en la respuesta abierta de Cemuda. Finalmente, otra de las fobias cemudianas, latentes en verano de Middlebury College, será la reciente publicación de la Historia de la Literatura Española de Ángel del Río, como seguidamente comentare-mos.

El artículo de Dámaso, «Una generación poética (1920-1936)» 10, tenía fundamental-

mente un carácter de crónica sentimental y de revisión de su propia generación desde las posiciones rehumanizadoras y neorrománticas que se habían instalado en la crítica y la creación literaria peninsular en el segundo lustro de los cuarenta, donde la herejía eran «los puros goces de la belleza» y «el estéril esteticismo» (p. 203). Sin embargo, sea cual fuere la intencionalidad de Dámaso, Luis Cemuda se sintió insultado, algo que no

verano, porque en su breve evaluación contiene-una vez más-un certero retrato de nuestro poeta. Pedro Salinas sí conoció y apreció a LC, pero éste no soportó que le pospusiera a Jorge Guillén: «De gente, los de siempre, Casalduero, Abreu, González López, María, lsabelita, Sofía, y Cemuda. Le he encontrado muy bien. Lo mismo que siempre, pero crecido. Con su apariencia de elegante, aquí vestido con estudiada sencillez, muy curtido--porque toma el sol varias horas-y a pesar de todas sus frases más o menos desdeñosas, de sus salidas, sin malicia. Qué diferencia entre el hablar mal, o despectivamente de ciertas personas, y éste, de Cemuda. Para mí sigue siendo el mismo muchacho, en carácter, tímido, afectuoso, de pronto, un rato, luego resguardándose en sus pinchos, que no hieren. Conmigo se rompió el hielo, aunque antes nos entendíamos bien, al final de mi conferencia, cuando se me acercó, muy emocionado, y me dijo con voz temblorosa: <Está visto que sólo los poetas deben hablar de los poetas>. Sobre sus cursos se dicen muchas cosas. Y yo digo a todos lo mismo: habla con juicios de poeta, desde su posición, a veces intransigente, a veces injusta, pero en su sitio. ¡Qué le vamos a hacer si tiene que hacer de profesor!» (Correspondencia, p. 452).

8 Además del libro de Joaquín Casalduero, «Cántico» de J. G., Santiago de Chile: Cruz del ~ur, 1946, entre otras publicaciones de aquellos años podríamos,mencionar: el homenaje en Insula, 26 (febrero 1948); Amado Alonso, «JG poeta esencial», Insula, 45 (octubre 1949); y Ricardo Gullón y José Manuel Blecua, La poesía de JG. Dos ensayos, Zaragoza: Colección Estudios Literarios, 1949.

9 En cambio, no tenemos ninguna noticia del encuentro entre Cemuda y Dámaso Alonso, quien también fue invitado a Mount Holyoke College en abril del 48 a impartir una conferencia bajo el título de «La Musa de Garcilaso». Sospechamos que Cemuda evitó el encuentro (vid. el informe firmado por la entonces jefa del Departamento de Español: Ruth Sedgwick, en Mount Holyoke College. Spanish Department. Records Department Reports, junio 1948).

10 Finisterre, 35 (marzo 1948), pp. 193-220. A partir de aquí indico tras la cita el número de página.

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era nada difícil. También es necesario recordar la vieja rivalidad entre ambos poetas con motivo del cargo de lector de español en Oxford University, durante el curso 1931-32, que había interesado a Cemuda, pero que terminará siendo para Dámaso Alonso, tras haberlo desempeñado Jorge Guillén 11

• La carta de Cemuda es una defensa de su poesía y de su persona, siempre al unísono en nuestro poeta, contra una «vulgar opinión» 12

,

nacida «en ciertos medios literarios hacia 1927» y que se reduce a dos tópicos: Perfil del Aire no representa su arte maduro y la influencia de Cántico sobre dicho libro. De este segundo tópico dará cuenta en «El Crítico, el Amigo y el Poeta» que es también una respuesta al artículo de Dámaso. Con respecto al primer punto, nudo de la cuestión en esta carta, responde Cemuda: «Usted quiere aceptar al poeta que acaso soy, rechazando al que acaso fui. Pero ¿no pudieran ambos ser uno solo? [ ... ] Prefiero algunos de dichos versos no maduros a otros míos ulteriores». Luis Cemuda no aceptaba ningún elogio que reconociera que era cada vez «más y mejor poeta», porque implicaba un rechazo de su primer libro. Lo significativo de esta suspicacia cemudiana es que deja deslizar posibles rumores que llegaron a su atento radar en el verano del 48. Dámaso Alonso no dice abiertamente nada al respecto, en el fondo Cemuda está respondiendo a algo que pudo oír en el encuentro de Middlebury College: Mi «silencio ya no es posible, ni justo, cuando aquellas mismas cosas las oigo repetidas por una persona como usted» (subrayado nuestro). Cemuda no puede dividirse en un antes y en un ahora, y cualquier halago podía invertirse inesperadamente en un insulto, no sólo por su aversión a cualquier inepcia entusiasta, sino porque, en el fondo, necesitara tanto la estima.

En este sentido, esta carta, además de denunciar la inercia de la crítica literaria, es fundamentalmente una señal de que Cemuda está reclamando reconocimiento. Dámaso Alonso, aunque lo incluye--en las primeras páginas--en la nómina principal de los poetas de su generación, relega su figura en favor de Lorca y Alberti, de Diego y Salinas, y, sobre todo, de Guillén. Lo que supone nuevamente reavivar la llama: «Ningún influjo sobre los más jóvenes es tan evidente como el de Jorge Guillén (aun antes de aparecer Cántico)» (p. 207). Además, especifica enfáticamente su proceso de composición, desde la temprana fecha de 1919 hasta 1928, y cómo todas las revistas literarias se llenaron de décimas: recuérdense las que publicó Cemuda en 1925 en Revista de Occidente. A estas afirmaciones contestará Luis Cemuda en el diálogo: «El Crítico, el Amigo y el Poeta».

Cemuda se siente apartado de sus contemporáneos, más favorecidos-según él-por el éxito. Y ante este desvío responde con una fe, que se nos antoja ejemplar, en el alcance futuro de su obra poética: «Hay quienes al llegar encuentran nacido su público y quienes deben aguardar que su público nazca, siendo de estos últimos tú». Se vislumbra ya la autocomplacencia cemudiana en su propia leyenda, donde desafección y olvido, incomprensión y desconocimiento, y fe en un público futuro, serán los

11 Vid. Derek Harris, «Cartas de LC a JG», Ínsula, 324 (noviembre 1973), pp. 1-4; y recuérdese el poema de Desolación de la Quimera dedicado a Dámaso: «Otra vez con sentimiento».

12 «Carta abierta a Dámaso Alonso», Ínsula, 35 (noviembre 1948), p. 3. A partir de aquí no será necesario citar el número de página tras cada cita.

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primeros ingredientes de su reacción. Por otro lado y en defensa de su destino solitario, literariamente tampoco podía ser de gusto cernudiano el relato crítico de una generación que no rompía con nada, y que queda descrita por Dámaso desde su continuidad con el modernismo. Por ello Cernuda comienza reaccionando contra «cierta generación poética en la cual quiere considerarme incluso», aunque, en este caso, no quiere entrar en desacuerdo «con las afirmaciones generales allí expresadas», sus intereses obedecen sólo «a cuestiones que a mi persona y trabajo atañen».

Si la recepción de su primer libro agudizó su desamparo, si Cernuda considera que se sigue propagando aquel estado de opinión y además a sus espaldas, dada su condición de exiliado, en el momento en que se produce el encuentro físico y mental con aquella opinión, nuestro poeta decide reaccionar contra todos los prejuicios y equívocos que cayeron sobre su obra, y su reacción levantó ampollas 13

• Léase, entre otros testimonios que pudiéramos citar, la siguiente carta de Jorge Guillén a Pedro Salinas, fechada en Wellesley, el 8 de marzo de 1949, que corrobora que sí existía la leyenda. Las últimas palabras de Guillén también nos avisan de lo peligroso que es convertir una afirmación de una carta en una opinión genérica, válida e intercambiable para cualquier contexto; pero, a su vez, también pueden justificar el resentimiento cernudiano contra la sociedad de la que civilmente formaba parte 14

:

Y a propósito: ¿no te pareció impertinente la carta de Cernuda en Ínsula? Puesto ya a ser exquisito y elegante, más elegante habría sido sin protestar, sin quejarse en ese terreno. Sobre lo mismo-la supuesta influencia en Perfil del aire-vuelve Bleiberg 15 en la última Ínsula. Cernuda y los cernudistas no toleran semejante imputación. Cernuda es cada día mejor poeta, pero como persona sigue siendo el mismo adolescente de Sevilla[ ... ] Almorcé el otro día con Concha de Albornoz [ ... ]y sin darme cuenta, se me escaparon mis confidencias de abuelo. Y Concha, simpática, y casi ruborizada, me dijo: «¡No puede ser usted más diferente de Cernuda! No sé siquiera cómo pueden ustedes hablarse». Yo concluí mentalmente; sí, somos muy distintos. ¿Qué tenemos que ver tú y yo con un marica? Como yo te escribo a ti y no a la posteridad-«¿ para quién se escribe una carta?»-, me permito expresarme en el lenguaje de la conversación16

Luis Cernuda, después de su estancia en Middlebury y tras un breve período de

13 Disgustó seriamente a Dámaso, según testimonio de J. L. Cano (Epistolario, p. 80), y a E. Wilson que no respondió nunca a la carta de Cernuda anteriormente transcrita (Españoles en la Gran Bretaña, p. 187). Además, este t~xto junto a «El Crítico, el Amigo y el Poeta» los incluyó Cernuda en el proyecto de edición para Insula de Poesía y Literatura, pero Enrique Canito puso como condición para su publicación la supresión de ambos.

14 Cf. Philip W. Silver, LC: el pqeta en su leyenda, Madrid: Castalia, 1995, pp. 31-32. 15 Germán Bleiberg, «Ocnos», lnsula, 37 (enero 1949), pp. 4-5. Suponemos que Cernuda

había argumentado ya esa defensa entre amigos, ya que Bleiberg defiende literalmente el mismo criterio que leemos en «El Amigo, el Crítico y el Poeta», que, escrito entre octubre y noviembre de 1948, no será publicado hasta seis años después.

16 Correspondencia, p. 488.

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descanso en Cape Cod, vuelve a South Hadley donde comenzará a escribir: «El Crítico, el Amigo y el Poeta. Diálogo ejemplar» 17

. En él hará una nueva defensa de su Perfil del Aire, a través de la figura del doble y del procedimiento cervantino de un diálogo que le remitió un amigo que representará la dimensión comunicativa del poeta. En el fondo, lo más significativo del artificio de este diálogo ejemplar será-como ya señaló Luis Maristany-«recalcar la indefensión del autor que ni siquiera aparece físicamente frente al crítico profesional que habla de oídas» 18 y que intenta descubrir el secreto de un autor al margen de su obra. El crítico de oídas será, en este caso, Ángel del Río, un habitual de la Escuela de Español, aunque en aquel verano del 48 no estuvo en Middlebury College, y que acababa de publicar en su Historia de la Literatura Española la siguiente consideración: «LC es poeta intelectual, muy influido por Guillén en sus comienzos, pero en el cual el intelectualismo se complica con un fondo romántico» 19

• Ángel del Río se convertirá en Ángel del Arroyo en el diálogo cemudiano y será-como en el caso Dámaso-cabeza visible de una retahíla de críticos, cuyos nombres fueron incluidos en la primera edición de dicho texto en la revista Orígenes (A. F. G. Bell, G. Díaz Plaja, F. Sáinz de Robles, A. Valbuena Prat) y que repetirán el mismo tópico de manual: Cemuda imitó a Guillén.

Luis Cemuda hace una minucioso recorrido por el proceso de composición de Perfil del Aire (1927) y Cántico (1928), para demostrar que la producción publicada por Guillén antes de 1924, fecha del inicio de su libro, era de escasa importancia para influir en él. En realidad, es un debate artificial y farragoso, pues Cemuda no niega que ambos libros tuvieran algo en común, ya que ambos participan de esa atmósfera que flotaba en el ambiente literario europeo, que era la pureza literaria; lo que sí niega es que la causa fuera el influjo de Guillén. La verdadera causa-según el Amigo-fue «la influencia de un tercer poeta, Mallarmé, que actuó sobre ambos, indirectamente sobre Guillén y directamente sobre Cemuda» (p. 616). Mallarmé influyó en Guillén a través de Paul Valéry, por quien Cemuda no muestra ninguna simpatía, ya que lo asociaba con Juan Ramón Jiménez y con su traductor al español, el propio Jorge Guillén20

• El poeta «de quien Cemuda aprendió ascetismo poético es Pierre Reverdy» (p. 619), por tanto, nuestro poeta quiere vincularse con otra familia dentro de la tradición de la poesía pura para así justificar su diferencia. Entiendo que Perfil del Aire, antes de ser Primeras Poesías en La Realidad y el Deseo, más que un libro guilleniano, participa como Cántico en los emblemas de la nueva poesía: Mallarmé y Góngora, fundamentalmente; aunque ya se vislumbran mundos personales en poemas como: «El amor mueve al mundo», «Los muros, nada más», «La noche a la ventana» y «La soledad. No se siente».

Aunque Cemuda tuviera sus motivos y sepamos cómo contrarió a Guillén que se

17 Orígenes, IX, 35 (1954), pp. 18-30. Citamos por Luis Cemuda, Prosa/, ed. de D. Harris y L. Maristany, Madrid: Siruela, 1994, vol. U, pp. 607-624. A partir de aquí indico tras la cita el número de página de esta edición.

18 «El ensayo literario de Luis Cemuda», Prosa/, cit., p. 62. 19 Nueva York: The Dryden Press, 1948, t. II, p. 262. 20 Cfr. Emilio Barón, Odi et amo. LCy la literatura francesa, Sevilla: Alfar, 2000, pp. 24-30.

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anticipase la publicación de Perfil del Aire a la de Cántico21, es estéril todo este esfuerzo

de rememoración. Cemuda se excede, en esta continua actitud defensiva, hasta cierto punto infantil, de su originalidad. Lo verdaderamente significativo es considerar el desplazamiento entre crítica literaria y autobiografía, ya que la defensa última ante el mal entendimiento de su obra provoca la revelación, por parte del propio Cemuda, de una serie de fantasmas autobiográficos, tales como: su frialdad, su capacidad de apasionarse y su ilusión en un lector futuro. Por tanto, la defensa última de su obra vendrá a través de su propia vida, aunque a veces vaya en detrimento de su persona pública. En esta línea, aboga por su frialdad como la cualidad propia del hombre que quiere hacerse y entenderse en sus versos, por ello la definirá como «el pudor de los sentimientos» (p. 622), ya que la verdadera emoción es la que no se exhibe. Las implicaciones poéticas de tal defensa vital son claras en el caso Cemuda, piénsese en su uso del monólogo dramático y en el análisis crítico de la experiencia humana que caracterizará toda su singladura poética. Por otro lado, mantiene que su capacidad de apasionarse, «excesiva en él hasta el ridículo» (p. 622), ha sido el único acicate para sobrevivir, y sin ella-se pregunta el Amigo-: «¿Cree usted que hubiera continuado escribiendo por más de veintitantos años, sin estímulo exterior amontonando en cartapacios unos papeles que no tenía manera de publicar?» (p. 622) o la única ilusión que cabe rastrear en el poeta y en el hombre Luis Cemuda: su esperanza en un lector futuro. En este sentido, si los trabajos críticos que hemos analizado se cierran sobre el pasado, sobre una herida que no logrará cicatrizar nunca, al mismo tiempo proyectarán su obra sobre el futuro, sobre la conciencia de un público que estaba por nacer.

Y a hemos dicho cómo la figura del doble en el diálogo representa la dimensión comunicativa y vecinal del poeta. Me parece, en esa línea, sumamente revelador este comentario del Amigo al plantearse su forma de actuar ante el Crítico, por todo lo que invierte con respecto a la lógica de nuestras reacciones. Este comentario puede expresar también una autoevaluación de su estado comunicativo en el encuentro de Middlebury: «Su visita me sorprendía en buen momento para él y malo para mí. Me sentía comunicativo y bien intencionado; y traicionando un viejo precepto de conducta, que me advierte desconfíe de la primera reacción, porque es la buena, fui al estante de mis libros, donde tomando dos, se los presenté» (p. 610) y comenzó el diálogo. Un momento malo para Cemuda era sentirse comunicativo y bien intencionado. Manifestarse comunicativo fue su primera reacción, y de ella había que desconfiar, aunque sea el criterio de cierta lógica popular, él prefería reaccionar atendiendo a una segunda reacción, aquella que coarta su espontaneidad y que explica su tendencia defensiva y agresiva al disfraz.

Pese a que hayamos señalado las circunstancias que le llevaron a desenterrar un asunto «demasiado inactual y demasiado personal» (p. 607), el diálogo fue publicado en revista seis años más tarde de su composición22

, e incluido en Poesía y Literatura

21 Cf Correspondencia, pp. 69-70. 22 Además al año siguiente LC publica su furibundo artículo contra los que él denominaba

poetas burgueses: «Salinas y Guillén», México en la Cultura, 329 (1 O-VII-55), p. 3, cuya segunda parte dedicada a Guillén fue suprimida en la primera edición de Estudios sobe poesía española

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( 1960), luego su asunto siguió manteniendo vigencia hasta el final, como leemos en uno de sus últimos poemas: «Malentendu». Era su leyenda. Lo importante es anotar la señal de autoconciencia en el exceso, aunque sea la autoconciencia del eterno adolescente, del culto a la insatisfacción. Nuestro poeta es consciente de su exceso hasta el ridículo, hasta el punto de quien hizo de la poesía su única tarea, su única justificación, su auténtica autobiografía. Luis Cemuda manifestó en múltiples ocasiones su rechazo a ser biografiado, a que la mirada ajena reparara en su vida. Su vida sólo podía ser objeto de autobiografía. Historial de un libro y su propia obra poética responden a este rechazo.

De igual modo, sospechamos que su obra sólo podía ser objeto de autocrítica. Así a la pregunta del Crítico sobre qué pensaba Cemuda de su primer libro, responde el Amigo: «Un autor, si es sincero y no le niega la vanidad, nunca o raramente piensa bien de un libro suyo anterior[ ... ] Porque un libro no es como el autor lo figuraba» (p. 623).

contemporánea.

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