Los Cuentos de Mis Hijos (Ilustrado)

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    LOS CUENTOS DE MIS HIJOSHORACIO QUIROGA

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    1Perros de monte

    Para la vida un de u cazador de monte, nada le es indispensable en surancho. Puede no tener gallinas, ni vacas, ni siquiera qu comer. Lo nicoque necesita son perros

    Sentados a la vista del fuego, en verano, o arrollados alrededor delfogn, en invierno, se ven siempre cuatro o cinco perros en el rancho de uncazador de monte.

    Estn flacos como esqueletos y, al levantarse, se tambalean, como si

    sufrieran de las caderas. Nada anuncia en esos perrros su gloriosa calidadde cazadores de tigres Siempre estn reumticos, siempre se hallan tristes yhuraos. Parece imposible, al verlos, que cazar siquiera un miserable rat

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    El destino deestos perros, sinembargo, -esperseguir a lostigres hasta elfondo, mismo de lasmalezas. Casi todosmueren en tierra,entre las garras deltigre, o en el aire,adonde son lanzadosde una manotada dela fiera, con lasentraas abiertas.

    Al menorapronte de caceraen el rancho, ya los

    perros reumticosestn de pie, con losojos brillantes y

    ladrando'Sbitamente, setransforman en loque son de verdad:animales deinmenso valor, de

    resistenciaincalculable para

    correr un da enterotras el rastro de unanimal.

    (A veces, enplena corrida trasun ciervo o un tapir,los perros de montese detienenbruscamente; erizanlos pelos del lomo,

    hunden el raboentre las piernas y, lanzando un lgubre aullido, anuncian de este modo lapista fresca de un tigre. Los cazadores acuden y desde este instante lacacera prosigue con infinitas precauciones

    De pronto, un ronco y largo bramido responde al aullido de los perros.Es el tigre, que se ha detenido por fin en su fuga.

    Hay tigres valientes y tigres cobardes. Los valientes esperan a loscazadores y sus perros, agazapados en lo ms profundo de la maleza. Loscobardes trepan a los rboles, donde esperan el ataque.

    Ya estn los perros prximos al tigre que persiguen. Qu destino es elsuyo? Les espera una fiera dispuesta a vender muy cara su vida o un tigre

    cobarde agazapado en la primera horqueta de un rbol?

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    2De caza

    Una vez tuve en mi vida mucho ms miedo que las otras. HastaJuancito lo sinti, transparente a pesar de su inexpresin de indio. Ninguno

    dijo nada esa noche, pero tampoco ninguno dej un momento de fumar.Cazbamos desde esa maana en el Palometa, Juancito, un pen y yo.

    El monte, sin duda, haba sido batido con poca anterioridad, pues la cazafaltaba y los machetazos abundaban; apenas si de ocho a diez nosdestrozamos las piernas en el caraguat tras de un coat. A las once llegaronlos perros. Descansaron un rato y se internaron de nuevo. Como no poda-mos hacer nada, nos quedamos sentados. Pasaron tres horas. Entonces, alas dos, ms o menos, nos lleg el grito de alerta de un perro. Dejamos dehablar, prestando odo. Sigui otro grito y, en seguida, los ladridos de rastrocaliente. Me volv a Juancito, interrogndolo con los ojos. Sacudi la cabezasin mirarme.

    La corrida pareca acercarse, pero oblicuando a oeste. Cesaron un rato;y ya habamos perdido toda esperanza cuando, de pronto, los sentimoscerca, creciendo en direccin nuestra. Nos levantamos de golpe,tendindonos en guerrilla, parapetados tras de un rbol, precaucin msque necesaria, tratndose de una posible y terrible piara, todo en uno.

    Los ladridos eran, momento a momento, ms claros. Fuera lo que fuera,el animal vena derecho a estrellarse contra nosotros.

    He cazado algunas veces; sin embargo, el winchester me temblaba enlas manos con ese ataque precipitado en lnea recta, sin poder ver ms allde diez metros. Por otra parte, jams he observado un horizonte cerrado de

    malezas con ms fijeza y angustia que en esa ocasin.La corrida estaba ya encima nuestro, cuando de pronto el ladrido ces

    bruscamente, como cortado de golpe por la mitad. Los veinte segundossubsiguientes fueron fuertes; pero el animal no apareci y el perro no ladrms. Nos miramos asombrados. Tal vez hubiera perdido el rastro; ms, porlo menos, deba estar ya al lado nuestro, con las llamadas de Juan-cito.

    Al rato son otro ladrido, esta vez a nuestra izquierda.-No es Black -murmur mirn dolo sorprendido. Y el ladrido se cort de

    golpe, exactamente como el anterior.La cosa era un poco fuerte ya y, de golpe, nos estremecimos todos a la

    misma idea. Esa madrugada, de viaje, Juancito nos haba enterado de lostigres siniestros del Palometa (era la primera vez que yo cazaba con l).Apenas uno de ellos siente los perros, se agazapa sigilosamente tras untronco, en su propio rastro o el de un anta, gama o augar, si le es posible.Al pasar el perro corriendo, de una manotada le quita de golpe vida yladrido. En seguida va al otro y as con todos. De modo que, al anochecer, elcazador se encuentra sin perros en un monte de tigres siclogos. Lo demses cuestin de tiempo.

    Lo que haba pasado con nuestros perros era demasiado parecido aaquello para que no se nos apretara un poco la garganta. Juancito los llam,con uno de esos aullidos largos de los cazadores de monte. Escuchamosatentos. Al sur esta vez, pero lejos, un perro respondi. Ladr de nuevo alrato, aproximndose visiblemente. Nuestra conciencia angustiada estabaahora toda entera en ese ladrido para que no se cortara. Y otra vez el grito

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    tronchado de golpe. Tres perros muertos! Nos quedaba an otro, pero a seno lo vimos nuncams.

    Ya eran lascuatro, el montecomenzaba a

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    nosotros, haba unacierva muerta.Nos acostamos

    alrededor de la fogata,precaucin queafirmaban la nochefresca y los cuatroperros muertos. Juan-cito qued de guardia.

    A las dos medespert. La nocheestaba oscura ynublada. El monte alt-simo al lado nuestroreforzaba la oscuridadcon su masa negra. Meincorpor en un codo ymir a todos lados.Anselmo dorma.Juancito continuabasentado al lado del

    fuego, alimentndolo despacio. Mir otra vez el monte rumoroso y me dorm.A la media hora me despert de golpe; haba sentido un rugido lejano,sordo y prolongado. Me sent en la cama y mir a Anselmo; estaba despierto,mirndome a su vez. Me volv a Juancito.

    -Toro? -le pregunt, en una duda tan legtima como atormentadora.-Tigre.Nos levantamos y nos sentamos al lado del fuego. Los mugidos se

    reanudaron. Qu bamos a hacer? Desde ese instante, no dejamos unmomento de fumar, -apretando el cigarrillo entre los dedos con sobradafuerza. Durante media hora, talvez, los mugidos cesaron. Y empezaron denuevo, mucho ms cerca, a intervalos rtmicos. En la espera angustiosa decada grito del animal, el monte nos pareca desierto en un vasto silencio; nooamos nada, con el corazn en suspenso, hasta que nos llegaba la pesadillasonora de ese mugido obstinado rastreando a ras del suelo.

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    Tras una nueva suspensin, tan terrible como lo contrario,recomenzaron en direccin distinta, precipitados esta vez.

    -Est sobre nuestro rastro -dijo Juancito. Bajamos la cabeza y no nosmiramos hasta que fue de da. Durante una hora, los mugidos continuaron,a intervalos fijos, dolorosos, ahogados, sin que una vez se interrumpiera esamonotona terrible de angustia errante. Pareca desorientado, no s cmo, yaseguro que fue cruel esa noche que pasamos al lado del fuego sin hablaruna palabra, envenenndonos con el cigarro, sin dejar de or el mugido deltigre que nos haba muerto todos los perros y estaba sobre nuestro rastro.

    Una hora antes de amanecer, cesaron y no los omos ms. Cuando fuede da, nos levantamos; Juancito y Anselmo tenan la cara terrosa, cruzadade pequeas arrugas. Yo deba estar lo mismo. Llevamos al riacho a lospobres caballos, en un continuo desasosiego toda la noche.

    Vimos la cierva muerta, pero ahora despedazada y comida.Durante la hora en que no lo omos, el tigre se haba acercado en

    silencio, por el rastro caliente; nos haba observado sin cesar, contndonosuno a uno, a quince metros de nosotros. Esa indecisin -caracterstica detodos modos en el tigre nos salv, pero comi la cierva. Cuando pensamosque una hora seguida nos haba acechado en silencio, nos sonreamos, mi-rndonos; ya era de da, por lo menos.

    3El agut y el ciervo

    El amor a la caza es tal vez la pasin que ms liga al hombre moderno

    con su remoto pasado. En la infancia es, sobre todo, cuando se manifiestams ciego este anhelo de acechar, perseguir y matar a los pjaros, crueldadque sorprende en criaturas de corazn de oro. Con los aos, esta pasin seaduerme; pero basta a veces una ligera circunstancia para que ella resurjacon violencia extraordinaria.

    Yo sufr una de estas crisis hace tres aos, cuando haca ya diez aosque no cazaba.

    Una madrugada de verano fui arrancado del estudio de mis plantas porel aullido de una jaura de perros de caza que atronaban el monte, muycerca de casa. Mi tentacin fue grande, pues yo sabia que los perros de

    monte no allan sino cuando han visto ya a la bestia que persiguen alrastro.

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    Durante largorato, logr conte-nerme. Al fin no pudems y, machete enmano, me lanc trasel latir de la jaura.

    En un instanteestuve al lado de losperros, que tratabanen vano de trepar aun rbol. Dicho rboltena un hueco queascenda hasta lasprimeras ramas y,aqu dentro, se habarefugiado un animal.

    Durante una

    hora busqu en vanocmo alcanzar a labestia, que gruacon violencia. Al findistingu una grietaen el tronco, pordonde vi una pielspera y cerdosa.Enloquecido por elansia de la caza y elladrar sostenido de

    los perros, queparecan animarme,hund por dos vecesel machete dentro delrbol.

    Volv a casaprofundamentedisgustado de mmismo. En el instantede matar a la bestia

    roncante, yo sabaque no se trataba de un jabal ni cosa parecida. Era un agut, el animal msinofensivo de toda la creacin. Pero, como hemos dicho, yo estabaenloquecido por el ansia de la caza, como los cazadores.

    Pasaron dos meses. En esa poca nos regalaron un ciervito que apenascontara siete das de edad. Mi hija, an nia, lo criaba con mamadera. Enbreve tiempo, el ciervito aprendi a conocer las horas de su comida y surgaentonces del fondo de los bambus a lamer el borde del delantal de mi chica,mientras gema con honda y penetrante dulzura. Era el mimado de casa y detodos nosotros. Nadie, en verdad, lo ha merecido como l.

    Tiempo despus regresamos a Buenos Aires y trajimos al ciervito connosotros. Lo llambamos Dick. Al llegar al chalet que tomamos en Vicente

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    Lpez, resbal en el piso de mosaico, con tan poca suerte que horas despusrengueaba an.

    Muy abatido, fue a echarse entre el macizo de caas de la quinta, quedeban recordarle vivamente sus selvosos bambes de Misiones. Lo dejamosall tranquilo, pues el tejido de alambre alrededor de la quinta garanta supermanencia en casa.

    Ese atardecer llovi, como haba llovido persistentemente los dasanteriores y, cuando de noche regres del centro, me dijeron en casa que elciervito no estaba ms.

    La sirvienta cont que, al caer la noche, creyeron sentir chillidos afuera.Inquietos, mis chicos haban recorrido la quinta con la linterna elctrica, sinhallar a Dick.

    Nadie durmi en casa tranquilo esa noche. A la maana siguiente, muytemprano, segua en la quinta el rastro de las pisadas del ciervito, que mellevaron hasta el portn. All comprend por dnde haba escapado Dick,pues las puertas de hierro ajustaban mal en su parte inferior. Afuera, en lavereda de tierra, las huellas de sus uas persistan durante un trecho, para

    perderse luego en el barro de la calle, trilladsimo por el paso de las vacas.La maana era muy fra y lloviznaba. Hall al lechero de casa, quien no

    haba visto a Dick. Fui hasta el almacn, con igual resultado. Mir,entonces, a todos lados en la maana desierta: nadie a quien pedir informesde nuestro ciervito.

    Buscando a la ventura, lo hall, por fin, tendido contra el alambrado deun terreno baldo. Pero estaba muerto de dos balazos en la cabeza.

    Es menester haber criado con extrema solicitud -hijo, animal o planta-para apreciar el dolor de ver concluir en el barro de un callejn de pueblo auna dulce criatura de monte, toda vida y esperanza. Haba sido muerta dedos tiros en la cabeza. Y para hacer esto se necesita...

    Bruscamente me acord de la interminable serie de dulces seres aquienes yo haba quitado la vida. Y record al agut de tres meses atrs, taninocente como nuestro ciervito. Record mis caceras de muchacho; me viretratado en el chico de la vecindad, que la noche anterior, a pesar de susbalidos, y ebrio de caza, le haba apoyado por dos veces en la frente su pis-tola matagatos.

    Ese chico, como yo a su edad, tambin tena el corazn de oro...Ah! Es cosa fcil quitar cachorros a sus madres! Nada cuesta cortar

    bruscamente su paz sin desconfianza, su tranquilo latir! Y cuando un chicoanimoso mata en la noche a un ciervito, duele el corazn horriblemente,

    porque el ciervito es nuestro...Mientras lo retornaba en brazos a casa, apreci por primera vez en toda

    su hondura lo que es apropiarse de una existencia. Y comprend el valor deuna vida ajena cuando llor su prdida en el corazn.

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    4El cuend

    Existe en el nordeste de la repblica un animal curiossimo con aspecto depuerco espn y erizo a la vez, cubierto con ,largusimas pas de sombra fama.

    Dcese de l que, al ser atacado, lanza sus flechas contra su enemigocon la velocidad deuna bala, y esto desdeocho a diez metros.Dichas pas, segn lamisma popularcreencia, sonvenenossimas y no sepueden arrancar msde la carne. A talmonstruo se le llamacuend.

    Es animalbastante raro, queapenas se encuentrauna que otra vez en loms sombro delbosque.

    Quiso la suerteun da que un pobla-dor me trajera un

    cuend recin cazadoy que estabafuriossimo, segn l.

    El animal venadentro de una bolsa yla bolsa dentro de uncajn de querosene.Con gran dificultad,sacamos al monstruode su caja, pues,erizado como estaba ams no poder,resistase, apo yandosus mil pas contra latela, como otrastantas palancas.

    Logramos al finarrancarlo por su cola

    prensil y lo colocamos en una jaula, donde pude, por fin, observarlo a misabor.

    Lo ms admirable de aquel monstruo era la dulzura de sus grandesojos saltones; dulzura de pobre ser inofensivo y tmido, como lo es en efectoel cuend.

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    Cuando no se le asusta, mantiene adheridas al cuerpo sus largusimaspas y parece entonces que llevara a la rastra una gran capa verdosa dehilos longitudinales.

    Pero, a la menor alarma, levanta sobre el cuero sus cerdas rgidas,dejando al descubierto sobre el lomo una fina pelusa blanca. Pasada lainquietud, la capa cae lentamente y el cuend reanuda su pasito un tantocojo.

    Yo no estaba seguro de mantener vivo a mi cuend, pues estos sereshuraos resstense a alimentarse en domesticidad.

    No pas as, por suerte, y al da siguiente de cazado le vi comercscaras de naranjas y roer maz, sentado sobre las patas traseras,sosteniendo delicadamente con sus dos manos el grano de maz, como unobjeto precioso.

    Lleg a conocerme en poco tiempo y se apoderaba de mi mano, dedotras dedo, con temerosa lentitud, para concluir siempre por llevarse un dedoa la boca, por ver a qu saba.

    Como es un animal nocturno y la luz le ofende mucho, mi cuendpasaba las horas de gran sol de espaldas a la luz, frente a la pared del fondode la jaula con la cara entre las manos.

    Permaneca en esa actitud de penitencia horas enteras sin moverse. Sinos acercbamos al tejido de alambre, l se aproximaba a su vez, por verqu le llevbamos; pero, por poco que no tuviera apetito, tornabasilenciosamente a su rincn a hacer penitencia.

    Muchas veces lo vi, asimismo, de madrugada, dormir sentado sobre laspatas traseras en igual actitud, con las manos sobre los ojos. Para hacerlems llevadera su cautividad, lo instal en una glorieta cubierta, en compaade dos halcones y una urraca. Pero no pudo acostumbrarse ni a los saltos dela urraca ni a los chillidos de los halcones.

    Cuando tuve que venirme, pens que mi cuend no dejara de serinteresante en nuestro jardn zoolgico, por su doble carcter de animalindgena y de monstruo de leyenda. Trjelo conmigo y lo puse en manos deOnelli, entonces su director.

    5El tigre

    Nunca vimos en los animales de casa orgullo mayor que el que sintinuestra gata cuando le dimos a amamantar una tigrecita recin nacida.

    La olfate largos minutos por todas partes, hasta volverla de vientre; y,por ms largo rato an, la lami, l alis y la pein sin parar mientes en elronquido de la fierecilla, que, comparado con la queja maullante de los otrosgatitos, semejaba un trueno.

    Desde ese instante y durante los nueve das en que la gata amamant ala fiera, no tuvo ojos ms que para aquella esplndida y robusta hija llovidadel cielo.

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    Todo el campo mamario perteneca de hecho y derecho a la roncanteprincesa. A uno y otro lado de sus tensas patas, opuestas como vallasinfranqueables, los gatitos legtimos aullaban de hambre.

    La tigre abri,por fin, los ojos y,desde ese momento,entr a nuestrocuidado. Pero, qu

    cuidado!Mamaderas enti-biadas, dosificadasy vigiladas conatencin extrema;imposibilidad para

    incorporarnoslibremente, pues latigrecilla estaba

    siempre entrenuestros pies.Noches en vela, mstarde, para atenderlos dolores devientre de nuestrapupila, que se revol-caba con atrocescalambres ysacuda las patascon una violencia

    que pareca iba aromperlas. Y, alfinal, sus largosquejidos de

    extenuacin,absolutamente

    humanos. Y lospaos calientes; yaquellos minutos demirada atnita y

    velada por elaplastamiento, durante los cuales no nos reconoca.No es de extraar, as, que la salvaje criatura sintiera por nosotros toda

    la predileccin que un animal siente por lo nico que desde nacer se vio a sulado.

    Nos segua por los caminos, entre los perros y un coat, ocupandosiempre el centro de la calle.

    Caminaba con la cabeza baja, sin parecer ver a nadie, y menos todavaa los peones, estupefactos ante su presencia bien inslita en una carreterapblica.

    Y, mientras los perros y el coat se revolvan por las profundas cunetasdel camino, ella, la real fiera de dos meses, segua gravemente a tres metrosdetrs de nosotros, con su gran lazo celeste al cuello y sus ojos del mismocolor.

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    Con los animales de presa se suscita, tarde o temprano, el problema dela alimentacin con carne viva. Nuestro problema, retardado por unaconstante vigilancia, estall un da, llevndose la vida de nuestra predilectacon l.

    La joven tigre no coma sino carne cocida. Jams haba probado otracosa. Aun ms; desdeaba la carne cruda, segn lo verificamos una y otravez. Nunca le notamos inters alguno por las ratas de campo que de nochecruzaban el patio y, menos an, por las gallinas, rodeadas entonces depollos.

    Una gallina nuestra, gran preferida de la casa, criada al lado de lastazas de caf con leche, sac en esos das pollitos. Corno madre, era aquellagallina nica; no perda jams un pollo. La casa pues, estaba de parabienes.

    Un medioda de sos omos en el patio los estertores de agona denuestra gallina, exactamente como si la estrangularan. Salt afuera y vi anuestra tigre, erizada y espumando sangre por la boca, prendida con garrasy dientes del cuello de la gallina.

    Ms nervioso de lo que yo hubiera querido estar, cog a la fierecilla por

    el cuello y la arroj rodando por el piso de arena del patio y sin intencin dehacerle dao.Pero no tuve suerte. En un costado del mismo patio, entre dos

    palmeras, habaese da una piedra. Jams haba estado all. Era en casa unrgido dogma el que no hubiera nunca piedras en el patio. Girando sobre smisma, nuestra tigre alcanz hasta la piedra y golpe contra ella la cabeza.La fatalidad procede a veces as.

    Dos horas despus nuestra pupila mora. No fue esa tarde un da felizpara nosotros.

    Cuatro aos ms tarde, hall entre los bambus de casa, pero no en elsuelo, sino a varios metros de altura, mi cuchillo de monte con que mischicos haban cavado la fosa para la tigrecita y que ellos haban olvidado derecoger despus del entierro.

    Haba quedado, sin duda, sujeto entre los gajos nacientes de algnpequeo bamb. Y, con su crecimiento de cuatro aos, la caa habaarrastrado mi cuchillo hasta all.

    6La serpiente de cascabel

    La serpiente de cascabel es un animal bastante tonto y ciego. Ve apenasy a muy corta distancia. Es pesada, somnolienta, sin iniciativa alguna parael ataque; de modo que nada ms fcil que evitar sus mordeduras, a pesardel terrible veneno que la asiste .Los peones correntinos, que bien laconocen, suelen divertirse a su costa, hostigndola con el dedo que dirigenrpidamente a uno y otro lado de la cabeza. La serpiente se vuelve sin cesarhacia donde siente la acometida, rabiosa. Si el hombre no la mata,permanece varias horas erguida, atenta al menor ruido.

    Su defensa es a veces bastante rara. Cierto da, un boyero me dijo queen el hueco de un lapacho quemado -a media cuadra de casa- haba una

    enorme. Fui a verla: dorma profundamente. Apoy un palo en medio de sucuerpo y la apret todo lo que pude contra el fondo de su hueco. En seguidasacudi el cascabel, seirgui y tir tres rpidos mordiscos al tronco, no a mi

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    vara que la oprima, sino a un punto cualquiera del lapacho. Cmo no sedio cuenta de que su enemigo, a quien deba atacar, era el palo que le estabarompiendo las vrtebras? Tena 1,45 metros. Aunque grande, no eraexcesiva; pero como estos animales son extraordinariamente gruesos, elboyerito, que la vio arrollada, tuvo una idea enorme de su tamao.

    Otra de las rarezas, en lo que se refiere a esta serpiente, es el ruido de

    su cascabel. A pesar de las zoologas y los naturalistas ms o menos deodas, el ruido aqul no se parece absolutamente al de un cascabel: es unavibracin opaca y precipitada, muy igual a la que produce un despertadorcuya campanilla se aprieta con la mano o, mejor an, a un escape de cuerdade reloj. Esto del escape de cuerda suscita uno de los porvenires ms turbiosque haya tenido y fue origen de la muerte de uno de mis aguars.

    La cosa fue as: una tarde de septiembre, en el interior del Chaco, fui alarroyo a sacar algunas vistas fotogrficas. Haca mucho calor. El agua, tersapor la calma del atardecer, reflejaba inmviles las palmeras. Llevaba en unamano la maquinaria y en la otra el winchester, pues los yacars comenzabana revivir con la primavera. Mi compaero llevaba el machete.

    El pajonal, quemado y maltrecho en la orilla, facilitaba mi campaafotogrfica. Me alej buscando un punto de vista, lo hall y, al afirmar eltrpode, sent un ruido estridente, como el que producen en verano ciertaslangostitas verdes. Mir alrededor: no hall nada. El suelo estaba yabastante oscuro. Como el ruido segua, fijndome bien vi detrs mo, a unmetro, una tortuga enorme. Como me pareciraro el ruido que haca, meinclin sobre ella; no era tortuga sino una serpiente de cascabel, a cuyacabeza levantada, pronta para morder, haba acercado curiosamente la cara.

    Era la primera vezque vea tal animal ymenos aun tena idea deesa vibracin seca, a noser el bonito cascabeleoque nos cuentan lasHistorias Naturales. Di unsalto atrs y le atraves elcuello de un balazo. Micompaero, lejos, me pre-

    gunt a gritos qu era.-Una vbora de

    cascabel! --grit a mi vez.Y un poco brutalmentesegu haciendo fuegosobre ella hastadeshacerle la cabeza.

    Yo tena entoncesideas muy positivas sobrela bravura y acometidasde esa culebra; si a esto se

    aade la sacudida que acababa de tener, se comprender mi ensaamiento.Meda 1,60 metros, terminado en ocho cascabeles, es decir, ocho piezs.ste parece ser el nmero comn, no obstante decirse que cada ao el

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    animal adquiere un nuevo disco.Mi compaero lleg: gozaba de un fuerte espanto tropical. Atamos la

    serpiente al can del winchester y marchamos a casa. Ya era de noche. Latendimos en el suelo y los peones, que vinieron a verla, me enteraron de losiguiente: si uno mata una vbora de cascabel, la compaera lo sigue a unohasta vengarse.

    -Te sigue, che, patrn.Los peones evitan por su parte esta dantesca persecucin, no

    incurriendo casi nunca en el agravio de matar vboras.Fui a lavarme las manos. Mi compaero entr en el rancho a dejar la

    mquina en un rincn y en seguida o su voz.

    -Qu tiene el obturador? -Qu cosa? -le respond desde fuera.-El obturador. Est dando vueltas el resorte.Preste odo y sent, como una pesadilla, la misma vibracin estridente y

    seca que acababa de or en el arroyo.-Cuidado! -le grit tirando el jabn--. Es una vbora de cascabel! -Corr

    porque saba de sobra que el animal cascabelea solamente cuando siente elenemigo al lado. Pero ya mi compaero haba tirado mquina y todo, y salade adentro con los ojos de fuera.

    En esa poca el rancho no estaba concluido y a guisa de paredhabamos recostado contra la cumbrera sur dos o tres chapas de cinc. Entrestas y el banco de carpintero deba estar el animal. Ya no se mova ms. Diuna patada en el cinc y el cascabel son de nuevo. Por dentro era imposibleatacarla, pues el banco nos cerraba el camino. Descolgu cautelosamente laescopeta del rincn oscuro, mi compaero encendi el farol a viento y dimosvuelta al rancho. Hicimos saltar el puntal que sostena las chapas y stascayeron hacia atrs. Instantneamente, sobre el fondo oscuro, apareci la

    cabeza iluminada de la serpiente, en alto y mirndonos. Mi compaero secoloc detrs mo, con el farol alzado para poder apuntar, e hice fuego. El cartuchotena 9 balines; le llevaron la cabeza.

    Sabida es la fama del Chaco en cuanto a vboras. Haba llegado elinvierno sin hallar una. Y he aqu que el primer da de calor, en el intervalode quince minutos, dos fatales serpientes de cascabel, y una de ellas dentrode la casa...

    Esa noche dorm mal, con el constante escape de cuerda en el odo. Alda siguiente, el calor continu. De maana, al saltar el alambrado de lachacra, tropec con otra: vuelta a los tiros, esta vez de revlver.

    A la siesta, las gallinas gritaron y sent los aullidos de un aguar. Saltafuera y encontr el pobre animalito tetanizado ya por dos profundasmordeduras y una nube azulada en los ojos. Tena apenas veinte das. A diezmetros, sobre la greda resquebrajada, se arrastraba la cuarta serpiente en18 horas. Pero esta vez us un palo, arma ms expresiva y obvia que laescopeta.

    Durante dos meses y en pleno verano, no vi otra vbora ms. Despuss; pero, para lenitivo de la intranquilidad pasada, no con la turbadorafrecuencia del principio.

    7Anaconda

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    En una noche oscura y tempestuosa, Cruzada, una grande y hermosavbora de la cruz, avanzaba por un sendero del monte. La yarar iba de caza.Cuatro horas haban pasado ya sin encontrar un animal de que hacer presa,cuando oy fuertes pisadas. Un instante despus un hombre pasaba a sulado y se alejaba, sin que la vbora hubiera vuelto en s de su sorpresa.

    Un hombre! Preciso es concebir por un momento las ideas de unanimal salvaje y, particularmente, las de una vbora, para apreciar lo queesta palabra, hombre, significaba para los habitantes de la selva.

    Hasta eseinstante, la regin debosque que habitabanCruzada y sus compa-eras haba sidovirgen: es decir, que elhombre no haba idotodava a vivir en ella.Desde el momento en

    que l se instalabaall, un terrible peligrose cerna sobre losanimales salvajes. Lasserpientes eran, sinembargo, las que msdeberan sufrir, enrazn de la eterna ysangrienta enemistadque reina entrehombres y vboras. Elpeligro era gravsimo.A la noche siguientelas vboras, avisadascon toda urgencia porCruzada, se reunanen una caverna a deli-berar.

    Cambironse cienopiniones y setrazaron diez planes

    de campaa distintos.Pero triunf el parecerde Cruzada, quien dijoque nada podahacerse sin averiguarantes cuntos eran los hombres, dnde vivan y qu hacan.

    Cruzada se ofreci a ir esa misma tarde a explorar el terreno para trazardespus, de acuerdo con lo que viera, un plan de guerra contra susenemigos. Fue otra vez aceptada la proposicin de Cruzada, cosa no extraasi se consideran la inteligencia y el valor de esta gran yarar.

    Cruzada acababa de resolver el sacrificio de su vida, ofrecindose a iren pleno da al encuentro de los hombres y a ser muerta, como era lo msprobable.

    Pero no fue muerta sino cazada con una lazo corredizo por un hombre

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    que, acompaado por tres negros, la haba descubierto en el umbral delchalet. Llevndola colgando, el hombre la arroj dentro de una jaula cerradacon tejido de alambre. En una jaula ms pequea, Cruzada vio una enormevbora con el cuello mons- truosamente hinchado, que le habl as:

    -yeme, pequea yarar! T no me conoces. Mi patria est muy lejos

    de aqu, en el cotinente asitico, en la India. Mi nombre es Cobra CapeloReal. Soy la ms grande, la ms fuerte y la ms venenosa de todas lasvboras, y donde pongo mis colmillos pongo el sello de la muerte. Sabes loque hacemos nosotras aqu y por qu te han hecho prisionera en vez dematarte? Te lo voy a decir: estamos aqu para que los hombres del chalet,sabios naturalistas, nos extraigan el veneno cada quince o veinte das, parapreparar luego con l un suero contra nuestras mordeduras. Concibes algoms horrible? Oye ahora cul es mi plan para fugarnos.

    Cruzada se acerc hasta rozar con la cabeza el tejido de alambre y lagran vbora asitica comenz a hablarle en voz baja.

    El plan de fuga era de muy difcil ejecucin y se confiaba para llevarlo a

    cabo en la gran resistencia que tienen las vboras a envenenarse con supropio veneno o el de sus semejantes.

    Deban proceder as: Cruzada se dejara morder por la Cobra CapeloReal. Si el veneno poderossimo de la cobra alcanzaba a matarla, el planhaba fracasado. Si la yarar resista a la mordedura, quedara comomuerta. Los peones del chalet, al hallarla as, la tiraran fuera de la jaulagrande, por intil ya. Acto continuo,los mismos peones llevaran a la cobrareal al chalet para extraerle el veneno, pues se era el da indicado para ello.Si mientras los hombres apretaban las mandbulas de la gran cobra paraque vertiera su veneno en un vidrio de reloj, Cruzada haba tenido tiempo de

    volver en s y entraba en el laboratorio del chalet, la cobra y Cruzada sehaban salvado, porque la yarar clavara sus colmillos en el pie del hombreque sujetaba a la asitica. El hombre, entonces, al abrir las manos por eldolor de la mordedura, dejara escapar a la gran cobra. En seguida, las dosvboras, aprovechndose de la confusin producida, huiran a toda carrera.

    Punto por punto y tal como lo hemos detallado, el plan se realiz: lamordedura de la cobra a la yarar, el desmayo de sta, la recoleccin deveneno, el ataque de Cruzada al hombre y la fuga final de las dos vboras.

    Esa misma noche, Cruzada se presentaba en la caverna acompaadade una gran serpiente que nadie conoca. En un momento, Cruzada enter asus hermanas de la milagrosa huida, que se deba en gran parte a lainteligencia de la serpiente extranjera.

    Pero, desde el primer momento, el orgullo y la mirada oblicua de lacobra real haban impresionado mal a las vboras. Evidentemente, la cobradesprecia ha a

    las vboras del pas, pues ninguna de ellas poda medirse en tamao,fuerza e inteligencia con la gran cobra. Este desprecio lo notaron tantoCruzada como sus compaeras y la situacin amenazaba tornarse tirante,cuando una joven serpiente de cerca de tres metros de largo entr en lacaverna, cambiando al pasar una guiada de inteligencia con Cruzada.

    Quin era esa intrusa y qu haca all, pues la asamblea reuna

    exclusivamente a las serpientes venenosas?Era Anaconda, la ms grande y fuerte de todas las serpientes

    conocidas. La recin llegada era todava muy joven a pesar de su tamao,

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    pues, al llegar a todo su desarrollo, las anacondas pueden alcanzar hastadiez metros de largo. Pero, cachorro y todo, su fuerza era tan grande quepoda atreverse a sostener una lucha cuerpo a cuerpo con la venenossimaCobra Capelo Real, que meda cuatro metros.

    Ya sabemos quin era la intrusa. Pero por qu estaba all, entre susprimas hermanas, las vboras?

    Porque esa misma tarde, horas despus de la fuga, Cruzada habacontado el incidente a su gran amiga Anaconda, explicndole al mismotiempo las dudas que abrigaba sobre el prfido carcter de la serpienteasitica. Dudas de las que, como acabamos de verlo, haban participado sushermanas.

    -Qu me aconsejas, Anaconda? -le haba preguntado ansiosamenteCruzada.

    -Deja por mi cuenta, prima, a la seora asitica -concluy alegrementeAnaconda-. Esta noche ir a hacerles una visita.

    Y, como acabamos de ver, Anaconda haba cumplido su palabra.Aquella sesin del congreso de las vboras fue muy tormentosa. La

    cobra real, que tena tambin sumo inters en luchar contra los naturalistasdel chalet, haba propuesto un plan de campaa que consista en ir esamisma noche a matar a los hombres.

    -Tal vez no alcancemos a matar a dos dijo-, pero los que quedenhuirn al da siguiente.

    -Ni alcanzaremos a matar a ninguno, ni los hombres huirn -repusoAnaconda-. Ese plan es insensato. Los hombres son demasiado inteligentespara que podamos vencerlos en seguida. Busquemos unos das ms el modode luchar contra ellos. Si nos apresuramos y los atacamos esta mismanoche, estamos perdidas. Maana mismo no quedar una de nosotras,vboras y serpientes.

    -Esta culebreja habla as porque tiene miedo! -exclam con despreciola cobra real.

    -Miedo yo! -repuso Anacondairguindose, mientras sus ojos brillaban como ascuas.-Paz, paz! -clamaron todas las vboras, interviniendo-. Sigamos el con-

    sejo de nuestra husped, la cobra real. Si su plan fracasa, seguiremos el deAnaconda.

    -Lo que prueba -respondi Anaconda- que todas ustedes se dejan impo-ner por el gran cuello hinchado de esta seorita de la India. Oigan bien loque les digo: Si van ustedes esta misma noche a matar a los hombres,

    maana a medioda no queda una de ustedes viva!-Y bien, iremos aunque muramos todas! clamaron las vboras-. Si t

    tienes miedo de ir, te quedas.-En otra ocasin -contest Anaconda con desprecio-, hubiera hecho tra-

    gar esas palabras a la que acaba de hablar. Pero ustedes estn enloquecidaspor esta seora y no ven su traicin. Con ella me he de entender yo despus.Ahora, a matar a los hombres, encantadoras primas! Y la que quede quecuente el cuento!

    Una hora ms tarde, todas las vboras de la regin, convocadas apresu-radamente, luchaban en la oscuridad con los perros negros que haban vistoAnaconda y Cruzada y que, por estar inmunizados contra el veneno de lasvboras, podan resistir el ataque de decenas de vboras.

    Al cabo de un rato de lucha en la oscuridad cuatro focos de luz

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    deslumbradora surgieron entre los combatientes: eran linternas elctricas delos hombres del chalet que, despertados por los ladridos de los perros,hacan irrupcin entre las vboras, quebrando espinazos a diestra y siniestracon sus varas duras y flexibles.

    En un instante la situacin cambi. Las vboras se lanzaban contra loshombres, pero eran deshechas por los dientes de los perros y partidas por elmedio, de un golpe de vara. Adems, la luz viva de los focos elctricosencegueca a las yarars. De modo que la voz: Huyamos! Huyamos!Slvese quien pueda! cundi entre la filas de las vboras.

    Por el sendero que llevaba al bosque huan las vboras derrotadas,manchadas de sangre, con las escamas rotas y llenas de tierra. A lo lejos seoa ladrar roncamente a los perros que les seguan el rastro.

    Los hombres las perseguan.Anaconda y Cruzada, una al lado de la otra, cambiaban algunas

    palabras mientras huan a escape entre la banda de vboras.-Tenas razn, Anaconda! -deca amargamente Cruzada-. Podra jurar

    ahora que la cobra maldita nos ha trado exprofeso al exterminio.

    -Djala por mi cuenta! -repusoAnaconda-. T puedes escaparte si quieres, Cruzada.-Y t qu haces, Anaconda?-Yo? -repuso Anaconda-. Por estpidas que se hayan mostrado en esta

    ocasin tus hermanas, van ahora a hacerse matar valientemente frente a sucaverna. Me sacrifico con ellas por la raza. Pero antes voy a arreglar unapequea cuenta con la Cobra Capelo.

    -Bien, Anaconda! --sonri con orgullo Cruzada-. Te reconozco en esterasgo. Morir contigo!

    Ya haba llegado a la caverna la tropa de vboras derrotadas. Peroninguna quiso buscar en sus lbregos refugios una salvacin problemtica.

    -Compaeras! -se alz en el trgico silencio la voz vibrante de Ana-conda-. Dentro de cinco minutos, como tuve el honor de advertirlo estanoche misma, ninguna de nosotras existir. Yo entr por amistad con unade ustedes en un asunto que no era mo y l me cuesta la vida. No me quejoni me arrepiento. Pero me arrepentira, en cambio, hasta tornar execrable elnombre de Anaconda hasta el final de los siglos si no pidiera cuentas estre-chas a esa intrusa asitica de la tremenda hecatombe a que las haarrastrado a ustedes. S, a ti me refiero, mal bicho asitico, que tratas ahorade esconderte! -concluy Anaconda volvindose a la cobra real.

    Y, lanzndose al encuentro de la cobra, los 92 dientes de Anaconda

    hicieron presa en el lomo de la gran Cobra Capelo Real. La cobra devolvi elataque y sus mandbulas se cerraron sobre el cuello de Anaconda.

    Durante un rato, la lucha estuvo casi entera de parte de la cobra.Anaconda senta crujir los huesos del cuello. Si no lograba envolver a lacobra en los potentes anillos de su cuerpo estaba perdida. Poco a poco, sinembargo, logr hacerlo y, aunque ya envenenada y con horribles dolores,comenz a ceir a la gran cobra en su mortal abrazo.

    Ya hemos dicho que la fuerza muscular de Anaconda es inmensa. Comoestrujada en un torno infernal, la cobra abri la boca, asfixiada, mientras suenemiga se acercaba cada vez ms con los dientes a la cabeza de la serpientedel Asia. Sus dientes alcanzaron el capuchn, ascendieron ms todava y secerraron por fin sobre la cabeza de la cobra, triturndole lentamente loshuesos.

    Anaconda desci los anillos de su cuerpo y la gran cobra cay al suelo

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    como una masa inerte: estaba muerta. Un instante despus, Anaconda caatambin y quedaba inmvil.

    El duelo acababa de terminar cuando los hombres y sus perros caansobre las vboras. En vano todas las que quedaban,

    indemnes o heridas, se lanzaron sobre los hombres. Entre los dientesde los perros, que retorcan en un segundo el cuello de las vboras, y las

    varas de los hombres, que partan por el medio a las yarays, las vboras,orgullo y terror de la selva virgen, fueron cayendo frente a la caverna. Caye-ron valientemente una por una, sin pedir tregua ni perdn, y una de lasltimas en caer fue la valiente Cruzada.

    Cuando los hombres recogieron a todas las vboras muertas paraquemarlas en un solo montn, el jefe de ellos not que Anaconda vivatodava.

    Qu hara aqu esta serpientese pregunt entre estas malas bestias venenosas? Llevmosla al

    chalet, para que se acostumbre a vivir entre nosotros.Llevaron, en efecto, con ellos a Anaconda, que, a pesar de estar muy

    envenenada, pudo salvarse. Vivi domesticada algo ms de un ao con loshombres, hasta que un da remont nadando el ro Paran hasta la selva dedonde haba venido.

    8El hombre sitiado por los tigres

    Haba una vez un hombre que viva solo en el monte, en compaa deun perro y un loro. Haba tambin muchos tigres que todas las noches

    rugan en la otra orilla del ro; a veces lo cruzaban a nado. Pero esto pasabapocas veces, porque el hombre era un buen cazador y los tena a raya. Elhombre pasaba el ao cuidando una plantacin de caa de azcar y la cui-daba tambin de noche, cuando haba luna. Pero en las noches lluviosasvenan los chanchos salvajes y le pisoteaban y devoraban su plantacin. Porlo cual el hombre estaba desesperado.

    Se decidi, entonces, una noche, a ir a la orilla del ro a hablar con lostigres para que cuidaran su caa. Desde haca un tiempo, l haba notadoque entre los rugidos de los tigres haba uno que era distinto de los dems.Este tigre que ruge as -se dijo el hombre mientras cargaba su escopeta-debe ser un tigre que los hombres han cazado y que ha vivido mucho tiempo enuna jaula, donde ha aprendido a entender nuestro lenguaje. Yo comprendo tambinun poco el idioma de los tigres y voy, por consiguiente, a entenderme con l.

    Y, en efecto, mientras del otro lado del ro la costa se llenaba a todo lolargo de rugidos, el hombre lanz un gran grito e instantneamente lostigres callaron. Entonces, el hombre grit:

    -Tigres! Quiero hablar con uno de ustedes!Durante un rato los tigres permanecieron en silencio, como si

    estuvieran discutiendo entre ellos, hasta que por fin un tigre lanz un largorugido y el hombre comprendi lo que deca.

    -Con cul de nosotros? -haba dicho el rugido.

    -Contigo! Con el que est hablando!--Est bien; podemos hablar -contest el tigre-. Y dnde?-Aqu, en esta isla que est en medio del ro agreg el hombre-. Yo

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    voy a ir nadando y t puedes hacer lo mismo. Pero cuidado con los otros,porque, si veo que otros tigres pasan a la isla, le pongo a cada uno una balaen medio de la frente. Entendido?

    As dijo el hombre. Y el tigre respondi:-No va a pasar ninguno. Pero, por las dudas, seor hombre, sera mejor

    que usted dejara el winchester en la costa.Cualquier da! -respondi el hombre rindose, porque haba compren-

    dido la pillera del tigre-. Yo s bien en cuntos pedacitos se entretienenustedes en deshacer a un hombre cuando lo encuentran desarmado. Nadade bromas, entonces!

    -Bueno, bueno... -repuso el tigre-. Convenido.-Vamos, entonces -concluy el hombre.Y ambos se lanzaron a nado hacia la isla. El tigre lleg primero, porque

    el hombre nadaba de costado, con un solo brazo, pues el otro lo llevabalevantado fuera del agua con la escopeta. Y as tuvo lugar la conferencia,mientras el tigre, echado, mova lentamente la cola y el hombre, de pie, seapartaba de la frente el pelo mojado.

    -Pues bien -comenz el hombre-. Lo primero que te propongo es esto: yotengo una plantacin de caa de azcar y los chanchos salvajes no me dejanuna planta en pie...

    -Y, quin tiene la culpa sino usted? -le interrumpi el tigre gruendo-.Cuando usted no haba venido todava a vivir aqu, nosotros nos encar-

    gbamos de los jabales y los venados, y los hombres podan plantar loque queran.

    -S, y ustedes se coman los terneros y los potrillos de los hombres,porque ellos no eran cazadores. Muchas gracias. Y adems -agreg-, lo quedicen son mentiras de tigre: ustedes saben bien que les tienen miedo a los

    jabales.-Cuando la bandada es grande, s les tenemos miedo; pero ustedes

    tambin, los hombres, se suben a un rbol cuando encuentran a unabandada de trescientos jabales.

    -Tambin es cierto -confes el hombre-. Pero acabemos; lo que yo pro-pongo es esto: ustedes podrn pasar el ro cuantas veces quieran y vivir eneste monte. El monte est lleno de venados y jabales y se pondrn gordos.Lo nico que exijo es que no vengan sino un tigre por vez. No quiero tenervecinos de uas largas como ustedes. Pueden turnarse: venir hoy uno,maana otro, al da siguiente otro; pero siempre uno solo. Les conviene?

    -Muy bien -respondi el tigre-. Acepto por todos mis compaeros. Estoes todo?

    -No. Falta algo ms. Primero, quiero que no me toquen para nada elperro; si llega a pasar la menor cosa, hago un escarmiento entre ustedes, delque se van a acordar los pocos que queden vivos. Y, segundo, como yo no mefo de palabras de tigre, quiero que cada noche el tigre que venga ac seponga este anillo de bronce en el dedo pulgar de la pata izquierda: asconocer por el rastro si ha pasado un solo tigre. Les conviene tambinesto?

    Claro est, a los tigres no les convena este anillo, que, adems, dedenunciarlos, era una vergenza para ellos. Pero tambin era cierto que

    estaban flacos y que en el monte del hombre podran cazar cuantos venadosquisieran. Por lo cual, aunque rezongando, acept.

    -Acepto -dijo.

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    -Muy bien -concluy entonces el hombre-. Tenemos un compromisoformal. Cuando yo les encuentre en el monte, har como que no los veo. Peromucho cuidado, vuelvo a repetirte, con tocarme a mi perro, porque entoncesvamos a tener un baile a tiros que va a durar hasta que no quede tigre vivo,ni para contarles el cuento a los cuervos.

    -Pierda cuidado, pierda cuidado! -dijo el tigre. Y, saludando al hombrecon un rugidito carioso, pero que el hombre comprendi que era de granhipocresa, el tigre se lanz a nado en la oscuridad, llevando el anillo decompromiso en un colmillo.

    Tal como se haba planeado el contrato, se llev a cabo. Desde la nochesiguiente, los tigres cruzaron el ro por turno e hicieron tal destrozo entre losvenados y los chanchos salvajes que la caa de azcar del hombre pudorebrotar que daba gusto. El tigre, como es costumbre en l, segua a laspiaras de chanchos escondindose para que no lo vieran y los cazaba uno auno cuando se quedaban detrs. Haca as porque no hay animal ningunocapaz de hacer frente a una bandada entera de chanchos salvajes.

    El hombre estaba contento con los tigres, que cumplan fielmente su

    compromiso, y nunca hall sino rastros que tenan marcado el anillo que lostigres se ponan en el dedo pero, a pesar de todo, siempre llevaba la escopetao el winchester. A veces encontraba al tigre y haca como que no lo vea. Eltigre, por su parte, abra la boca y bufaba despacio, como hacen los gatos, ycontinuaba con la boca abierta hasta que dejaba de ver al hombre. Pero ellostambin cumplan su palabra.

    Entonces sucedi que en muchsimos das no cay una sola gota deagua y los arroyos de secaron. Los animales del monte se fueron a vivir allado del ro para poder tomar agua y abundaron tanto, que los tigresestaban hartos de cazar y comer. Es decir, quienes estaban hartos eran los

    tigres que estaban de turno en el monte del hombre; porque los otros queestaban del otro lado del ro estaban flacos y muertos de hambre y trotabanrugiendo por la costa.

    Visto lo cual, el tigre que entenda el lenguaje de los hombres y que erams inteligente aunque ms traicionero que los otros, reuni una noche asus compaeros y les habl as:

    -Hermanos tigres: el hombre nos ha engaado una vez ms y vamos amorir de hambre. Si no pasamos todos juntos el ro, vamos a morir aqu deflacos. Yo he pensado mucho en esto y he hallado un medio para ponernosgordos y matar al hombre.

    Al or esto, todos los tigres rugieron: -Cuidado con el hombre! A lalarga siempre es l el que gana!

    -Esta vez no hay cuidado -continu el tigre traicionero-. Yo los conozcoa los hombres mejor que ustedes, porque viv en una jaula mucho tiempo ys que toda su inteligencia proviene de las armas que tienen para matarnos.Si no tienen escopeta, son menos inteligentes que un tat. Acrquense bien,porque, si algn animal nos oye, estamos perdidos.

    Todos los tigres se agacharon entonces rodendolo y en las tinieblasbrillaban sus ojos como vidrios verdes, y hasta muy

    lejos se senta el mal aliento de tantos tigres reunidos.

    Qu les dijo el tigre? Cul era su plan, que tena por objeto arrancarlela vida al cazador? En seguida lo veremos por los acontecimientos que sesucedieron.

    En efecto, al llegar la madrugada de esa misma noche, el tigre cruz el

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    ro y fue a araar la cscara de un gran rbol hueco. Ara siete vecesseguidas y despus sopl suavemente por la abertura. Era una seal.

    En el agujero asom la cabeza de una rata de monte y los dos hablaronas:

    -Buenas noches, amiga rata! -dijo el tigre-. Yo estoy bien de salud,muchas gracias. Pero no se trata de esto, sino de pedirte que ustedes lasratas me devuelvan el servicio que les hice la vez pasada cuando aquellagran vbora las persegua a ustedes.

    -S, s, seor tigre! -exclam la rata asustada-. Todo lo que ustedquiera. Qu debemos hacer?

    -Ustedes harn esto -dijo el tigre-. Vayan maana, que es la primeranoche de luna, a la casa del hombre; el hombre va a salir con el perro. Yo los. Entren y deshagan todos los cartuchos y las balas, destryanlo todo.Entiendes, rata? Que no quede ni un granito de plvora ni de plomo; nada,nada. El hombre quedar desarmado y nosotros lo mataremos a l. Si nohacen esto, voy en seguida a ver a la vbora...

    ___No, no seor tigre! ---grit la rata, chillando de miedo-. En seguida

    voy a ir! Voy ahora mismo a buscar a todas las compaeras. Pero no hagaeso que dijo, seor tigre!

    Pierde cuidado; no lo voy a hacer si ustedes se portan bien. Estoysatisfecho de ustedes, rata. Hasta luego, pues.

    -Hasta cuando guste, seor!Pues bien: tal como lo prometi la rata, lo hicieron. Apenas se levant la

    .luna, las ratas, que estaban todas esperando a la orilla del monte,atravesaron corriendo el pedazo de monte y entraron como un ejrcito en lacasa. Eran tantas que se atropellaban en la puerta y algunas quedaron conlas patas rotas. Haba ms de treinta mil ratas. En un momento deshicieron

    los cartuchos, rompieron el cartn, desparramaron la plvora y se comieronlas balas.Las ratas del monte son muy amigas de comer el plomo de las balas.

    Primero lo muerden, despus lo roen y acaban por comerlo. Y en estoconsista la pillera del tigre, al confiar a las ratas del monte la tarea dedesarmar al hombre, pues ningn otro animal ni nadie poda haberlo hecho.Para mayor desgracia, esa tarde el hombre haba dejado sus armas conquerosene para limpiarlas bien, y estaban sin balas, por consiguiente. Peroesto tambin lo haba supuesto el tigre por ser sbado, da en que el hombresola hacer eso. De modo que al hombre no le quedaba ms que el machete.

    Y, cuando el hombre volvi esa noche, nada not en la oscuridad y sedurmi en seguida. Pero el perro haba sentido el olor de las ratas y,siguiendo el rastro, entr en el monte. Y, apenas haba asomado la cabeza,cuando el tigre, que lo esperaba agachado tras un tronco, lo aplast de unmanotn. Un solo zarpazo del tigre abre el vientre de un toro de extremo aextremo. Hay que figurarse, pues, cmo quedara el pobre perrito.

    A la madrugada siguiente, el hombre, no hallando a su perro, sigui surastro hacia el monte, con profunda angustia. Y lo vio muerto, deshecho, ala misma entrada del monte. El hombre conoci en seguida quin era elculpable. Y, plido de rabia, mir a todas partes buscando al asesino. Y lovio all arriba en un rbol, acostado sobre una gruesa rama, runruneandohipcritamente, como si no hubiera hecho nada. Pero el tigre saba bien queel hombre no tena sino el machete y por esto estaba tranquilo.

    -Por fin has hecho una de las tuyas, tigre! -le grit el hombre apenas lo

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    vio-. La culpa la tengo yo por haber credo una sola vez en mi vida enpalabrade tigre, que son todos gatos del monte, hijos de gato y nietos degatos sarnosos.

    Miente! -rugi el tigre, rabioso, porque no hay insulto mayor para untigre que llamarlo gato del monte.

    -S. Gato y tres mil veces gato! --repiti el hombre-. Por qu no bajas

    ac, en vez de limpiarte los bigotes all arriba? Baja un momento y verscmo te los peino en un momento con el machete, gato manchado! Oesprate quieto ah arriba a que vuelva con el winchester...

    Entonces el tigre se ech a rer.-Para qu? dijo-. Estoy muy cmodo aqu. Y adems...-Adems qu?-Nada -continu el tigre mirn-dolo de reojo. Nada ms sino que las

    ratas se comieron anoche todos los cartuchos y las balas...Al or esto, el hombre comprendi que, si una gran casualidad no lo

    salvaba, estaba perdido.

    -Es cierto lo que dices? - e pregunt-. Te animas a no engaar poruna sola vez en tu vida?

    -Tan cierto -respondi el tigre como que yo no soy gato, ni sarnoso, yque usted es un pobre hombre que antes nos daba miedo y ahora no sirvepara nada. Hasta pronto. Ahora voy a mandar noticias suyas a loscompaeros.

    Y el tigre, hundiendo el diente, comenz a rugir, primero despacio,despus ms fuerte. Y desde la otra costa del ro los dems tigres lerespondieron rugiendo, porque aqulla era una seal para que se lanzaranen seguida al ro y vinieran a matar al hombre. Pero el hombre, sin apu-

    rarse, se fue a su casa y, despus de buscar por todas partes si no lequedaba una miserable bala de revlver siquiera, reforz las puertas yventanas y esper.

    No esper mucho, sin embargo, porqu antes de media hora sinti a lostigres que se abalanzaban rugiendo contra las paredes de su casa paradeshacerla. Bramaban locos de rabia al ver que no podan entrar. Rondaban,araaban en los rincones buscando un hueco, se suban al techo. Otrostomaban distancia, venan corriendo y, de un salto, se estrellaban contra lapuerta, que cruja de arriba abajo. Y todo entre un furioso conjunto derugidos.

    As pasaron tres das. Los tigres iban a cazar por turno, pero siempre

    quedaban cuarenta o cincuenta tratando de romper la casa. A veces, el tigretraicionero se arrimaba a la puerta y deca, burlndose:

    -Qu tal, seor hombre? Por qu no sale un momento a ver si tengosarna?

    Entonces venan los dems y le gritaban de todo a travs de la puerta:-Perro sin pelo! Pescador de mojarras! Mata gallinas! Comedor de

    yuyos! Rana con pantalones!Pero el hombre, distrado, apenas los oa, porque da y noche estaba

    pensando en la manera de salvarse. Escaparse era imposible, pues los tigresestaban dispuestos a mantener el sitio hasta que pudieran matarlo. Y cmopoder avisar a los hombres? Los tigres saban a su vez que un da u otrocaera entre sus dientes y la tardanza los enfureca. Noche y da volvan aestrellarse contra las paredes de madera para deshacerlas. La casa enteraretumbaba con los golpes y los rugidos de los cien tigres eran tan fuertes

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    bandadas de loros se juntan al atardecer para ir a dormir lejos del naranjal,todos los loros que haba en el pas aprendieron las palabras. Los cuales selas ensearon a otras bandadas que llegaban de paso. De modo que al salirdel sol y al atardecer, todo el cielo, a diez leguas a la redonda, tronaba con la vozde los loros que decan: Estoy sitiado en el monte por los tigres en el ro de Oro.

    Esto era lo que el hombre haba esperado y, como cada da nuevos loros

    aprendan la leccin, era imposible que algn hombre no llegara a or elpedido de auxilio que repetan los loros.

    As pas en efecto. Y para gran casualidad, fue un amigo mismo delhombre el primero que oy a los loros. Este amigo, que viajaba en aeroplano,al pasar volando por encima del monte atraves por el medio de unainmensa bandada de loros que iban a dormir. Y con gran sorpresa oy lo quedecan y comprendi que se trataba de su amigo que viva solo en el ro deOro. Cambi en seguida de direccin con un largo viraje y, dos horas des-pus, comenz a or el rugido de los tigres. En un instante, baj desde lasnubes y, mientras los tigres, desesperados de rabia, daban inmensos saltospara alcanzar la hlice con las uas, el amigo del hombre pasaba y repasabavolando encima de ellos a toda velocidad y los mataba a tiros.

    Ni un tigre quiso huir; todos fueron cayendo uno a uno, y aun en laagona se arrastraban, todava rugiendo, hasta la puerta del hombre paramatarlo. Pero el hombre, que al or el lejano ronquido del aeroplano habacomprendido de lo que se trataba, ayudaba tambin al exterminio desusimplacables enemigos con un revlver que le haba tirado el aviador.

    As concluy la lucha a muerte entre el hombre y los tigres. El hombrehaba recibido muchas heridas en la lucha, que no eran de gravedad. Y,como deseaba descansar por un tiempo, ese mismo atardecer se fue con suamigo en aeroplano. Y durante un rato pasaron por en medio de grandes

    bandadas de loros que se retiraban a dormir y que iban pidiendo auxiliotodava. Los dos amigos se rieron, pero el hombre no se olvid nunca delservicio que sin querer le haban prestado los loros.

    9El diablo con un solo cuerno

    En el pas de frica, cerca de un gran ro, haba un lugar donde nadie

    quera vivir, porque todos tenan miedo. Alrededor de ese lugar vivanmuchos negros que plantaban mandioca y bananos. Pero en aquel lugar nohaba nadie: ni bananos, ni mandioca, ni negros, ni nada. Todos los negrostenan miedo de aquel lugar, porque all viva un animal enorme que rompalas plantas, atropellaba los ranchos, deshacindolos en cien mil pedazos, ymataba adems a todos los negros que encontraba. Los negros, a su vez,haban querido matar al terrible animal, pero no tenan sino flechas y lasflechas no entraban en el lomo ni en los costados, porque all el cuero essumamente grueso y duro. En la barriga, s, entran las flechas, pero es muydifcil apuntar bien.

    Una vez, un negro muy inteligente fue hasta cerca del mar y compruna escopeta que le cost cinco colmillos de elefante. Con esa escopeta quisomatar al animal; pero las balas de plomo se achataban contra la piel yentonces aqul mat al negro con escopeta y todo, rompindole la cabeza de

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    una patada como si fuera un coco.

    Pero qu animal era se, tan malo y con tanta fuerza? Era unrinoceronte, que es el animal ms rabioso del mundo y tiene casi tantafuerza como un elefante. ste es el motivo por el cual ningn negro quera niacercarse al lugar donde viva el rinoceronte.

    Pero he aqu que una vez llegaron al pas tres viajeros, tres hombres

    blancos, y quisieron vivir all, para estudiar los animales, las plantas y laspiedras del pas, porque eran naturalistas. Estos tres hombres eran jvenesy muy amigos, y se fueron a hacer una casa en el lugar donde viva elrinoceronte. Pero los negros les rogaron que no fueran all; se arrodillabandelante de ellos y lloraban, asegurando a los tres amigos que el diablo-con-uncuerno los iba a matar. Los hombres se echaron a rer, mostrndoles losfusiles que llevaban y las balas, que tenan como una camisa de acerodursimo y que tienen tanta fuerza que atraviesan el mismo fierro como sifuera queso. Pero los negros lloriqueaban y decan:

    -No hace nada... Bala... no entra... No entra ninguna bala en su cuero...Diablo-con-un-solo-cuerno no puede morir...

    Los hombres blancos se rieron de nuevo, por que no hay animal algunoque resista a una bala en punta con camisa de acero, por ms diablo conuno, dos o tres cuernos que sea (porque hay rinocerontes que tienen ms deun cuerno).

    Y, como ningn negro quera ir a ayudarlos, ellos mismos se fueron consu carreta y construyeron un rancho muy fuerte, con una puerta de trespulgadas de grueso.

    Como iban a pasar mucho tiempo all, plantaron rboles en todo elrededor, muchos rboles que regaban, al principio todos los das y despuscada semana.

    De da caminaban, juntaban bichitos y yuyos con flores y partanpiedras con un martillo y un cortafierro que llevaban colgando del cinturn,como si fuera un machete. De noche estudiaban lo que haban reunido en elda y lean. Pas mucho tiempo sin que nada los inquietara y estaban apunto de creer que el famoso Diablo con-un-solo-cuerno era un cuento delos negros para asustarlos a ellos, cuando una noche de gran tormenta,mientras afuera llova a torrentes y los tres amigos estaban leyendo dentrodel rancho, muy contentos porque tenan una gran lmpara y tenan caf ycigarros, uno de ellos levant de pronto la cabeza y qued inmvil.

    -Qu hay? -le preguntaron los otros-. Qu has sentido?

    -Me parece haber odo ruido - dijo el primero-. Oigan, a ver!Los otros quedaron tambin quietos y oyeron as un ruido sordo y

    hondo: ton-ton-ton, como s una cosa muy pesada caminara e hicieraretemblar la tierra.

    Los hombres, muy sorprendidos, se miraron unos a los otros yexclamaron:

    -Qu ser? -Haba que ver qu era eso. Encendieron, en consecuencia,el farol de viento y salieron afuera.

    Llova tanto, que en un momento estuvieron hechos sopa y el agua lescorra por abajo de la camiseta; pero a ellos no les importaba. Recorrieron laquinta sin hallar nada; hasta que uno de los. hombres, que se habaagachado, exclam:

    -Fjense! Todos los arbolitos estn descascarados! Y hay rastros! Sonde un animal grandsimo!

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    Todos se agacharon entonces con el farol y pudieron ver una huellaprofunda, el rastro de una pata de tres dedos, y tan grande como un plato.Estaban casi todas llenas de agua, porque continuaba lloviendo a torrentes.

    Y no era eso slo: a dos cuadras del rancho haba un rbol inmenso,cuyo tronco no lo podran rodear diez hombres abrazados a l y dndose lasmanos; tan grueso era. Pues bien, toda la cscara de ese rbol, a la altura delcinturn de un hombre, estaba arrancada, deshecha como tiras de trapo. Cuandolos tres amigos vieron esto, dijeron al mismo tiempo:

    -Es un rinoceronte; no cabe duda. No hay en el mundo otro animalcapaz de hacer esto. Es el Diablo-con-un-solocuerno.

    En consecuencia, al da siguiente aprontaron sus armas. Las limpiaronprimero con querosene y despus con vaselina. Y al final las frotaron con untrapo bien seco. Esa noche no estudiaron. Tomaron caf, en silencio, paraor mejor el menor ruido que se sintiera de afuera. Y efectivamente, pocoantes de las nueve, oyeron el mismo ruido profundo de la noche anterior:ton-ton-ton...

    El Diablo-con-un-solo-cuerno! -dijeron en voz muy baja-. Ah est!

    Y, tomando cada cual su fusil, salieron caminando muy despacio yagachados.

    Ellos eran naturalistas y no cazadores; porque si hubieran sidocazadores, habran comprendido que no se cazan rinocerontes con la mismafacilidad con que se mata un gato. Y esto casi les cuesta la vida.

    Avanzaban agachados, pues, al encuentro del rinoceronte, llenos deconfianza en las balas que tenan. De repente, de la oscuridad de la noche,surgi una sombra monstruosa y los tres hombres, que estaban apenas aveinte metros del animal, creyeron que haba llegado el momento, searrodillaron los tres, apuntaron los tres a la cabeza de la bestia y los tresdispararon al mismo tiempo.

    Las tres balas cnicas dieron en el blanco, pero ninguna en el lugardeseado. Una peg en un costado del cuerpo y le hizo saltar una astilla; otraatraves las enormes arrugas que tiene el rinoceronte en el pescuezo; y latercera bala le entr por un costado del pecho, fue corriendo por debajo delcuero y sali por la cola.

    Ahora bien: cuando el rinoceronte se siente atacado y herido es elanimal ms temible que hay. Se precipita furioso contra su enemigo y, si sele ha tirado de cerca, no hay tiempo de tirar de nuevo. No queda msremedio que disparar, disparar a todo escape, disparar como si lo corriera auno un Diablo-con-trescientos-millonesde-cuernos. Y es lo que hicieron los

    tres amigos: corrieron hacia el rancho con toda la velocidad que les dabanlas piernas, y el rinoceronte detrs. La tierra temblaba con aquella carrera.Los hombres volaban, parecindoles a cada momento que sentan el cuernodel rinoceronte levantndolos de atrs por el pantaln. Cada vez estaba mscerca de ellos, pero tambin cada vez estaban ms cerca del rancho. Hastaque, por fin, llegaron y apenas tuvieron tiempo de cerrar la puerta, cuando:tror-r-r-rm!, sintieron un horrible golpe que sacudi el rancho de arribaabajo: era el rinoceronte, que, con la cabeza baja, se haba estrellado contrala puerta.

    La puerta resisti, porque era de tres pulgadas de grueso; pero, en

    cambio, el cuerno la haba atravesado como si fuera de manteca, y allestaba; profundamente clavado, saliendo todo por la parte de adentro,mientras el animal, desde afuera, bramaba y pateaba, haciendo tremendosesfuerzos para sacar su cuerno.

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    Ahora bien: la primera idea de los tres amigos haba sido abrir laventana y matarlo a tiros antes de que se escapara. Pero, cuando vieron quepor ms fuerza que haca el rinoceronte no lograba sacar su cuerno, dejaronde ser cazadores para ser otra vez naturalistas y sintieron deseos locos deagarrar al rinoceronte vivo. Cmo podran estudiarlo bien, tenindolo allcerca de ellos! Pero cmo hacer, antes que concluyera por sacar su cuerno,de tanto forcejear?

    -Ya est! -grit de pronto uno de ellos-. Ya s cmo vamos a hacer!Vamos a agujerear el cuerno por la parte de adentro y pasar un fierro depulgada por el agujero. Que haga fuerza despus para sacarlo!

    -Bravo! Bravo! -gritaron a coro los otros, porque la idea era excelente.Corrieron en seguida a buscar el taladro y,con una mecha de pulgada, sepusieron a agujerear el cuerno. Les daba algn trabajo, pues el cuerno semova sin cesar de arriba abajo y de costado a costado; pero lo agujerearonpor fin y metieron inmeditamente en el agujero un fierro de una pulgada.

    Ya estaba! Por ms grande que fuera la fuerza del rinoceronte, nunca,nunca podra salir de all. A la maana siguiente, le enlazaran las patas y lo

    tendran preso hasta que se amansara, porque los rinocerontes son as.Pero, entretanto y mientras no llegaba el da, el animal forcejeaba y

    forcejeaba por sacar su cuerno; pero un fierro de pulgada, cuando es corto,tiene ms fuerza que diez rinocerontes y los tres hombres estabantranquilos, seguros de que no se escapara. Como estaban muy fatigados ysudando, se dieron un bao y volvieron al cuarto, descansados y frescos, ypasaron la noche tomando caf. Estaban sentados alrededor del cuerno y,para divertirse, le hacan cosquillas con una pluma.

    10El diablito colorado

    Haba una vez un chico que se llamaba ngel y que viva en la cordillerade los Andes, a orillas de un gran lago. Viva con tina ta enferma; y Angelhaba sido tambin enfermo, cuando viva en Buenos Aires, donde estaba sufamilia. Pero all en la cordillera, con el ejercicio y la vida al aire libre, sehaba curado del todo. Era, as, un muchacho de buen corazn y amigo delos juegos violentos, como suelen ser los chicos que ms tarde sern

    hombres enrgicos.Una tarde que ngel corra por los valles, el cielo de pronto se pusoamarillo y las vacas comenzaron a trotar, mugiendo de espanto. Los rbolesy las montaas mismas se balancearon y, a los pies de ngel, el suelo seraj como un vidrio en mil pedazos. El chico qued blanco de susto ante elterremoto, cuando en la profunda grieta que haba a sus pies vio algocomouna cosita colorada que trepaba por las paredes de la grieta. En ese mismomomento, la gran rajadura se cerraba de nuevo y Angel oy un gritosumamente dbil. Se agach con curiosidad y vio entonces la cosa mssorprendente del mundo: vio un diablito, ni ms ni menos que un diablitocolorado, tan chiquito que no era mayor que el dedo de una criatura de seis

    meses. Y el diablito chillaba de dolor, porque la grieta al cerrarse le habaapretado una mano, y saltaba y miraba a ngel, con su linda carita dediablo.

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    El muchacho lo agarr despus por la punta de la cola y lo sac de all,sostenindolo colgado cabeza abajo. Y, despus de mirarlo bien por todos loslados, le dijo:

    -Oye, diablito: si eres un diablo bueno (pues hay diablos buenos), te voya llevar a casa y te dar de comer; pero si eres un diablo daino, te voy arevolear en seguida de la cola y te arrojar al medio del lago.

    Al or lo cual, el diablito se ech a rer:-Qu esperanza! -dijo-. Yo soy amigo de los hombres. Nadie los quiere

    como yo. Yo vivo en el centro de la tierra y del fuego. Pero estaba aburrido depasear siempre por los volcanes y quise salir afuera. Quiero tener un amigocon quien jugar. Quieres que yo sea tu amigo?

    -Con mucho gusto! -repuso ngel, parando al diablito en la palma de lamano-. Pero no me hars dao nunca? Cuidado, porque, si no, te va apesar, diablito de los demonios!

    -Qu esperanza! -torn a contestar el diablo, dndole la mano-. Ami-gos, y para toda la vida! Ya vers!

    Y he aqu como ngel y el diablito trabaron amistad, vivieron comohermanos y corrieron juntos aventuras sorprendentes.El diablito, claro est, saba hacer de todo y jugar a todo, pero su gran

    aficin era la mecnica. En una esquina de la mesa donde ngel estudiabade noche sus lecciones, el diablito haba instalado su herrera: fierros,herramientas, fragua y un fuelle para soplar el fuego. Pero todo tandiminuto, que el taller entero no ocupaba ms espacio que una moneda dedos centavos, y haba all de todo, sin embargo, y all fabricaba el diablito losdelicadsimos instrumentos que necesitaba. Y mientras el muchachoestudiaba a la luz de la lmpara, el diablito trabajaba en la sombra de lapantalla y martillaba y soplaba que era un contento.

    Qu haca el diablito? Qu era lo que fabricaba? ngel no lo saba.Era tan chiquito todo aquello!

    Pero lo ms sorprendente de esta historia es que el diablo era invisibleparatodos menos para ngel. Slo su amigo lo vea; las dems personas nopodan verlo. Mas el diablito rojo exista realmente, como pronto lo hizo ver.

    Una tarde hubo un concurso de honda entre los muchachos de laescuela. La goma de la honda de ngel se rompi al primer tiro y, cuando yase daba por vencido, vio al diablito trepado a su dedo pulgar.

    -No te aflijas, primo! -le deca el diablito-. Abre el pulgar y el ndicepara que yo pueda sujetarme de ellos y trame fuerte de la cola: vers cmo

    nunca has tenido una honda igual.Y, en efecto, ngel hizo lo que el diablito le deca, enrosc una piedra enla cola y estir, estir hasta que no pudo ms; y la piedra sali silbando, contanta fuerza que se la oy silbar un largo rato. E intil es decir que Angelgan el concurso.

    Notemos tambin que el diablito haba llamado primo a Angel. Y es que,en efecto, los hombres son primos; y aun hay otros parientes ms raros,como pronto lo veremos.

    En otra ocasin, el maestro ret injustamente a ngel y tantas cosasdesagradables le dijo, que esa noche, mientras el diablito trabajaba en sufragua, ngel, en vez de estudiar, lloraba sobre la mesa. El diablito lo vio y

    dijo riendo:No te aflijas, primo! Voy a arreglar las cuentas a tu maestro. Ya vers

    maana.

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    Y golpeando a toda prisa en el yunque, fabric un instrumento raro,con el que sali corriendo. Corriendo siempre lleg a la casa del maestro,que estaba durmiendo y roncaba; y metindose con mucho cuidado dentrode su boca, le coloc el instrumento detrs de la lengua.

    Qu bisagra o qu resorte extrao era aquella cosa? Nunca se supo.Pero lo cierto es que, al dar clase al da siguiente, el maestro estabatartamudo, como si tuviera un resorte en la lengua. Quiso decir: Alumnongel!, y slo dijo: A... lu... lu... Y cuanto ms se enojaba porque no podahablar de corrido, ms se le trababa la lengua con su a... lu... lu... Y losmuchachos saltaban entre los bancos de contento y le gritaban:

    -Seor Alulul! Seor Alulul!Otra vez lleg al pueblo un hombre malsimo y con un sombrero tan

    cado sobre los ojos que no se le vea ms que la boca y la punta de la nariz.Y el asesino dijo a todo el mundo que iba a matar a Angel en cuanto salierade su casa porque le haba robado una gallina.

    Era una gran mentira; pero esa noche, cuando Angel lloraba de codossobre la mesa, el diablito, que trabajaba en su fragua, le grit riendo:

    -No te aflijas, primo! Vers cmonos divertimos maana con esehombrn.Y, despus de

    forjar un instrumentosobre el yunque,como la vez anterior,el diablito fuecorriendo a la casadel hombre dormido,trep sobre su frentey, con el taladro que

    haba construido, leagujere la cabeza.

    Pensemos quchiquito deba de seraquel agujero; pero aldiablito le bastaba,porque, quemndosecon un fsforo lapunta de la cola, echadentro la ceniza, que

    tena la facultad dedar la locura. Con loque el hombre al dasiguiente se levantloco y, en vez dematar a ngel, corramuerto de contentopor la calle diciendoque era gallinaPlymot-Rock; y entodas las esquinas

    quera poner unhuevo y despus seagachaba y se abra el

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    saco, cacareando.Ya se ve si el diablito tena poder para hacer cosas. Lo nico que lo

    molestaba un poco era el calor y se baaba ocho o diez veces al da en unacopa.

    En su fragua haba hecho un peine-cito de oro y, cruzado de piernas enel borde de la copa, se peinaba despacio, mientras jugaba en el agua con lapunta de la cola.

    Muchos ms servicios prest el diablito a su primo ngel. Pero el msgrande de todos fue el que le hizo salvando de la muerte a su hermanita, queviva en Buenos Aires. Cuando ngel supo la noticia de la enfermedad sedesconsol tanto que no quera levantarse de la cama y, si se levantaba, sevolva a tirar vestido a llorar. Pero el diablito lo anim tanto que sedecidieron ir a Buenos Aires, a pie, pues no tenan dinero y, aunque noconocan el camino, el diablito se gui por las grietas casi invisibles quedejan los temblores de tierra, grietas que nadie puede ver, pero que l vea,porque haba nacido con los volcanes en el centro de la tierra.

    Sera sumamente largo contar las aventuras que les pasaron en unviaje a pie de cuatrocientas leguas. Lo cierto es que una maana llegaronpor fin a Buenos Aires y llegaron cuando la hermanita de ngel estabadesahuciada y se iba a morir de un momento a otro.

    El diablito comprendi al verla que la lucha iba a ser mucho ms difcilque la que haba tenido con el maestro tartamudo y el hombre loco, puestoque ahora deba luchar contra la Enfermedad; y la Enfermedad es la hijapredilecta de la Muerte. Y l, qu era, sino un pobre diablito? Pero enseguida veremos si era tan pobre como l deca.

    La Enfermedad, hemos dicho, es la hija predilecta de la Muerte; y lams inteligente de sus hijas, aunque sea tambin la ms callada, delgada y

    plida. Cuando la Muerte quiere llevarse consigo a una persona cualquieradel mundo, recurre a los descarrilamientos, naufragios, choques deautomviles y, en general, a las muertes por sorpresa.

    Pero cuando las personas elegidas por la Muerte son personas muydesconfiadas, que se quedan encerradas en casa, entonces la Muerte enva asu hija ms callada e inteligente, y la Enfermedad entonces abre despacio lapuerta y entra.

    Explicado esto, comprendemos que la Enfermedad que desde dos mesesatrs quera llevarse a Divina (as se llamaba la hermanita de ngel) no

    abandonara casi nunca el cuarto de la enferma. La Enfermedad entraba alcaer la tarde, sin que nadie la viera. Dejaba el sombrero y los guantes sobreel velador; se soltaba el pelo y se acostaba al lado de Divina, mantenindoseabrazada a ella. La enferma se agravaba entonces: tena fiebre y delirio. A lasocho de la maana, la Enfermedad se levantaba, se peinaba otra vez y seretiraba. Al atardecer, volva de nuevo; y nadie la vea entrar y salir.

    Pues bien: apenas acababan de entrar en el cuarto Angel y el diablito,cuando la Enfermedad lleg. Quitse con pausa el sombrero y los guantes y,en el momento en que corra la sbana para acostarse, el diablito, rpidocomo el rayo, at al tobillo de la Enfermedad una finsima cadena dediamante que haba fabricado y sujet la otra punta a la pata de lacama. Y,cuando la Enfermedad quiso acostarse, no pudo y qued con la piernaestirada.

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    La Enfermedad, muy sorprendida, volvi la cabeza y vio al diablitosentado, cruzado de piernas en el borde de una silla, que se rea despacio,con un dedo en la boca.

    -Ja, ja! No te esperabas esto, prima! -deca el diablito. Y le deca tam-bin prima a la Enfermedad porque los Hombres, los Diablos y laEnfermedad son primos entre s.

    Pero la Enfermedad haba fruncido el ceo, porque estaba vencida. Niintentaba siquiera sacudir la pierna, porque las cadenas de diamante quefabrican los diablos son irrompibles. El diablito haba sido ms fuerte queella y estaba vencida. No poda acostarse y abrazar ms a Divina, y laenferma reaccionara en seguida. Por lo cual dijo al diablito:

    -Muy bien, primo. Has podido ms que yo y me rindo. Sultame.-Un poco de paciencia, prima!Se ri el diablito, jugando con la cola entre las manos-. Qu apuro

    tienes! No te soltar si no me juras que no vas a incomodar ms a Divina,que es hermana de mi primo ngel, a quien quiero como a m mismo. Lojuras?

    Te lo juro -respondi la Enfermedad; y acto seguido, el diablito la solt.Pero, en vez de desatar la cadena, la cort entre los dientes.

    Mas cuando la Enfermedad se vio libre, se sonri de un modo extraomientras volva a peinarse y dijo al diablito:

    -Me has vencido, primo. Pero t sabes que el que se opone, como t, alos designios de mi madre la Muerte, pierde la vida l mismo? Has salvado aesa criatura, pero t mismo morirs, por ms diablito inmortal que seas.Me oyes?

    -S, te oigo! Te oigo, prima!-repuso el diablito. S que voy a morir,

    pero no me importa tanto como crees. Y ahora, prima plida y flaca, hazmeel favor de irte.As dijo el diablito. Y quince das despus, Divina haba recobrado

    completamente su salud y las rosas de la vida coloreaban sus mejillas. Peroel diablito se mora; no hablaba, no se mova y estabasimplemente en el jardn. En la casa, sin embargo, no se saba que la saludde Divina era debida al diablito, que haba sacrificado su propia vida parasalvarla. Nadie, a excepcin de Angel; y Angel, sentado en la arena, lloraba allado del diablito moribundo y le peda que se dejara ver por su hermanita,para que Divina pudiera agradecerle, por lo menos, lo que haba hechopor ella. Pues no olvidemos que el diablito era invisible para todos menos

    para ngel.El diablito, que se senta morir, consinti por fin y ngel sali corriendo a buscar a

    su hermana, y volvi con Divina, la cual, al ver a aquel gracioso diablito tanbueno e inteligente, que se mora hecho un ovillito sobre la arena, sintiprofunda compasin por l y, agachndose, bes en la frente al diablito. Yapenas sinti el beso, el diablito se transform instantneamente en unhombre joven y buen mozo que se levant sonriendo de un salto y dijo:

    -Gracias, prima!Quin haba de imaginarse tal prodigio? Mas todo se explica, sin

    embargo, al saber que la hermanita de Angel no tena ocho ao sino

    diecisiete, siendo, por lo tanto, una hermossima joven. Y, desde que elmundo es mundo, el beso de una hermosa muchacha ha tenido la virtud detransformar a un diablo en hombre, o viceversa; pero esta reflexin es msbien para personas mayores.

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    El diablito deba morir como diablo, ms no como hombre; y he aqupor qu burl una vez ms a la Enfermedad.

    De ms est decir que Divina y su nuevo buen mozo primo se amaronenseguida. En cuanto a Angel, pasados algunos aos se hallaba una tardesentado en el jardn, pensando con tristeza que ya no

    tendra como antes un diablito para ayudarlo en la vida. Cuando pensabaas, sinti al ex diablito, su primo y cuado, que le pona la mano en elhombro y le deca sonriendo:

    -No te aflijas, primo! Ahora no precisas ayuda de nadie, sino de timismo. Mientras fuiste una criatura, yo te ayud, pues an no tenasfuerzas para luchar por la vida. Ahora eres un hombre; y la energa decarcter y corazn, primo, son los diablitos que te ayudarn.