Los Cuentos de QB

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1 EL UNICORNIO Y LA NIÑA É rase una vez un unicornio violeta. El pequeño potro se llamaba Valur. Ya desde pequeño jamás consintió que nadie le montara. Estos animales ancestra- les sólo suben a varones. La manada estaba desolada porque Valur no admitía a nadie, ni siquiera a hombres. Él era diferente. Algo en su interior le de- cía que no debía montar a nadie. Pero un día apareció una niña adorable, tanto, que Valur quedó prendado de su delicadeza. La niñita aca- riciaba como nadie los pétalos de los girasoles, cantaba cerca del ria- chuelo y pintaba en la arena del cenagal. Valur relinchaba suavemente mientras describía alejados círculos alrededor de la pequeña. La dulce doncella, llamada L., se asustó y corrió hacia su casita. Valur estuvo triste toda la semana, y el paso del tiempo no aminoraba su anhelo hacia aquel ser al que, por primera vez, sí quiso subir a su lomo. La niña seguía yendo por los mismos lugares a jugar por las tardes. Sin embargo, hubo un atardecer que no avisó a sus atareados pensamientos, cuando pintaba barcos cerca de la ribera del río. Y ocurrió algo terrible. Un gigante oso negro en la oscuridad planeaba su ataque para convertir a la preciosa criatura en su cena. Valur, que seguía atento en la leja- nía los pasos de su añorada, se percató de lo que iba a pasar. El unicornio violeta empren-

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Primer libro de cuentos infantiles de Quique Baeza

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EL UNICORNIO Y LA NIÑA

É rase una vez un unicornio violeta. El pequeño potro se llamaba Valur. Ya desde pequeño jamás consintió

que nadie le montara. Estos animales ancestra-les sólo suben a varones.

La manada estaba desolada porque Valur no admitía a nadie, ni siquiera a hombres. Él era diferente. Algo en su interior le de-cía que no debía montar a nadie. Pero un día apareció una niña adorable, tanto, que Valur quedó prendado de su delicadeza. La niñita aca-riciaba como nadie los pétalos de los girasoles, cantaba cerca del ria-chuelo y pintaba en la arena del cenagal. Valur relinchaba suavemente mientras describía alejados círculos alrededor de la pequeña. La dulce doncella, llamada L., se asustó y corrió hacia su casita. Valur estuvo triste toda la semana, y el paso del tiempo no aminoraba su anhelo hacia aquel ser al que, por primera vez, sí quiso subir a su lomo.

La niña seguía yendo por los mismos lugares a jugar por las tardes. Sin embargo, hubo un atardecer que no avisó a sus atareados pensamientos, cuando pintaba barcos cerca de la ribera del río. Y ocurrió algo terrible. Un gigante oso negro en la oscuridad planeaba su ataque para convertir a la preciosa criatura en su cena. Valur, que seguía atento en la leja-nía los pasos de su añorada, se percató de lo que iba a pasar. El unicornio violeta empren-

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dió el galope como nunca lo había hecho y la tierra tremoló a su paso. La chiquilla oyó el rugido del oso y el relinche de Valur y empezó a llorar, a la vez que en un giro convertía su dibujo en polvo. Por primera vez Valur rociaba su cuerno de sangre.

El unicornio que antes era violeta se convirtió en un flamante pegaso blanco. Sólo cuando un unicornio alcanza un grado de divinidad, merced a un acto de gran valía, se convierte en un caballo alado. Valur venció al oso, salvó a la menuda deidad, y así fue como se transformó en un pegaso. Aquella niña era una diosa nacida humana, algo que nadie sabía en su pueblo.

Valur galopó a través de los vientos del mundo mientras L. se agarraba a sus crines plateadas. El ahora pegaso Valur confirmó al mundo de las almas que su amor por la niña era verdadero, puro y sentido. Por ello consiguió ligar su alma a la de ella y así los dos jamás dejaron de estar juntos. Ellos jugaron en grandes bosques y se bañaron en gigantes lagos. Nunca se separaron.

Cuenta la leyenda que ambos se han reencarnado en nuestro mundo. Ahora sólo falta buscarles y recordarles lo que pasó para que nunca olviden que en las estrellas se juraron amor eterno y que su pasión titila en forma de astros en los confines del universo.

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LUBI Y SUS MISTERIOSOS DIBUJOS

E ran las dos de la tarde y un enjambre de niños invadía el patio del colegio. Habían

acabado las clases y sus padres les iban a recoger. Una niña con grandes rizos y una sonrisa de suficiencia salía contenta al encuentro de su madre. Lubi, que así se llamaba, cogió rápidamente la mano de su mamá y tiró de ella con fuerza.

- ¿Qué te pasa? ¿Es que te haces pipi, Lubi? - preguntó su madre.

- No mami. Es que quiero ir a casa para se-guir pintando - contestó su hija.

Lubi y su madre montaron en el coche y fueron a su nueva casa. El padre de Lubi tra-bajaba en una empresa muy importante y cambiaron de casa porque destinaron a su papi a una ciudad más grande donde sería el jefe de la nueva sede. Lubi llevaba viviendo un mes en la nueva casita que sus padres habían comprado. Tras su primer día de cole lo primero que hizo al llegar a su hogar fue dejar la mochila y sentarse a pintar, que era lo que más le gustaba del mundo.

Su madre al verla dibujar esbozó una tierna sonrisa y le dio un beso en la mejilla a Lubi. Su madre, que fue bautizada con el nombre de Úrsula, se fue disparada hacia la co-

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cina para preparar la comida a su hija pequeña y su buen marido.Lubi era una niña muy lista. Después de estrenarse en su nueva clase ella pensaba que

lo más normal hubiera sido hacer por lo menos una amiga. Pero no fue así. Sus compañe-ros se conocían desde los cuatro años y ella era como una extranjera. Tampoco quiso pen-sar mucho en ello porque fue el primer día de muchos que se le avecinaban en la escuela. Eso sí, su profesora, Raquel, era muy simpática.

Llegó el segundo día en el cole y Lubi decidió aprovechar los ratos libres entre ejerci-cio y ejercicio para dibujar en un folio. Los niños que se sentaban en su mesa miraban de reojo el papel en el que pintaba Lubi mientras hacían multiplicaciones en sus cuadernos.

- ¿Qué estás pintando? - le preguntó un niño pelirrojo con pecas.- Es un secreto, no te lo puedo decir - le comentó Lubi.Las palabras de la niña de los rizos provocaron más curiosidad entre sus compañeros

de pupitre. No quisieron seguir con las preguntas y permanecieron haciendo sus deberes, atendiendo a la profesora y de vez en cuando echando miradas al dibujo de Lubi.

Fueron pasando los días y los niños no entendían lo que estaba pintando Lubi. Empe-zaron a burlarse de ella, diciéndole que estaba loca y que no tenía sentido lo que pintaba en aquellos folios en blanco que cada día rellenaba de diferentes colores. Los niños espe-raban ver una casa, un cielo, personas jugando, animales o cualquier otra cosa. Pero sólo veían colores y manchas de naranja, rojo y amarillo.

Lubi, que era una niña muy inteligente, lo que hacía era jugar en los recreos con los niños y niñas de otras clases. Los rumores de que estaba chiflada no corrieron con la ve-locidad que lo hacen los chismes de los chavales mayores. Por ello Lubi no se sentía sola.

El problema vino cuando su profesora Raquel la pilló pintando cuando terminaba los ejercicios comunes. Su señorita se inquietó un poco. Raquel llamó a la mamá de Lubi. Úr-sula fue al colegio porque la seño de Lubi la llamó para hablar con ella. Las dos se cayeron muy bien y charlaron de muchas cosas. Raquel le contó a Úrsula que Lubi hacía dibujos un poco raros, que no tenían explicación ni sentido alguno.

- Verá Úrsula, es que Lubi pinta cosas extrañas, rellena folios enteros de colores pero

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no con formas ni animales ni nada, sólo color - explicó la profesora de Lubi.- Pues en casa sí que dibuja casas, a mí, el sol, la luna, el cielo, de todo vamos. Es un

poco raro.- Mire no se preocupe, mejor no le diga nada a Lubi, lo que haré será hacer un ejercicio

que sea salir a la pizarra y explicar los dibujos que hayan hecho durante el curso, que los niños enseñen el que más les gusta de su colección y nos cuenten de qué va - relató Raquel.

- Sí, me parece perfecto, así sabremos por qué está pintando esas cosas que usted no entiende - añadió la madre de Lubi.

- OK, porque me hubiera encantado enseñárselos pero su hija se los lleva - dijo Raquel.- Para que no sospeche no le diré nada a Lubi - señaló Úrsula.Lubi esperaba a su madre en clase cuando de repente apareció.- Ya he terminado cariño, nos podemos ir a casa - dijo Úrsula.- Bien, yujuuuuuú - gritó Lubi.El papá de Lubi era muy bueno con ella y su mamá. Era muy alto y tenía barba. Todas

las noches le contaba un cuento a Lubi, que adoraba aquel momento de la noche. Nada que echaran en la tele le gustaba más que las historias que cada noche su padre le contaba animadamente al pie de su cama.

Un miércoles la profesora Raquel les dijo a sus alumnos que tendrían que salir a la pizarra y delante de toda la clase explicar de qué iba su dibujo. Tras escuchar a la señorita todos los niños pensaron en qué sería lo que diría Lubi de sus dibujos. La niña de los pelos rizados no se movió ni puso mala cara, todo lo contrario, se emocionó.

Los niños que no entendían a Lubi ya estaban pensando qué tipos de insultos o bromas le iban a soltar a Lubi cuando la niña mostrara sus incalificables dibujos. Incluso la profe-sora pensó que había sido mala idea al ver las caras de los críos y las sonrisas maliciosas cuando entre ellos comentaban cosas en voz baja que ella no acertaba a descifrar. Pero algo le decía a Raquel que era necesario desvelar el misterio.

Llegó el día. Todos los niños estaban expectantes, esperaban que llegara el apellido de Lubi para ni siquiera pestañear. Los niños fueron explicando de qué iban sus dibujos. Va-

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rios niños dibujaron a su héroe favorito, a su familia, a princesas y príncipes, a dragones, otros al futbolista que más les gustaba, etc.

Cuando le tocó el turno a Lubi todo el mundo se calló. Raquel, la profesora, la llamó y Lubi salió muy orgullosa a la pizarra. Llevaba una carpeta y entonces la abrió. Puso su dibujo en la pizarra. Era un folio de color naranja oscuro en una parte y de un naranja más claro en la otra. Los niños estallaron en risas, la señalaron y le dijeron muchas cosas feas. La profesora mandó callar a toda la clase y los niños se asustaron de verla tan enfadada.

- ¡Queréis hacer el favor de dejar que Lubi lo explique! - chilló Raquel.Todas las miradas pasaron de Raquel hacia Lubi, que estaba de pie al lado de su dibujo

colgado en la gran pizarra. Entonces Lubi no habló. Lo que hizo fue sacar otro folio de la carpeta que había traído hasta la mesa de la profesora. De ella fue sacando folios y más folios. Hasta que la pizarra entera estaba cubierta de papel. Los niños no podían creer lo que veían sus ojos.

¡Ooooooh! ¡Guau! ¡Vaya! ¡Euuuu! - exclamaba la clase entera.Lo que había en la pizarra era un puzzle de papel que representaba un precioso paisa-

je, las montañas que desde el pupitre de Lubi se veían a los lejos tras la ventana que tenía enfrente. Lubi había hecho un dibujo muy grande y bonito. Era una maravilla contemplar-lo. Raquel su profesora se puso a aplaudir y los demás niños también. Lubi estaba muy contenta y sonreía.

Desde aquel día todos los niños la respetaron e hizo muchos amigos y amigas en aquella clase que con tanto recelo y dudas la había recibido. En cuanto sonó la campana y pudieron salir al patio, todos fueron a contarle a sus madres y a la de Lubi lo bonito que era el dibujo y aprendieron la lección de que no todas las cosas son lo que parecen.

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SUCHI, LA ETERNA LUCHADORA

S uchi era la estrella de mar más linda y lista de todo el Mediterráneo.

Todos los seres vivos del mar tenían que trabajar duro para formar parte del ejército del Dios de los Mares, puesto que se avecinaba una gran batalla contra la contaminación. Los barcos de todo el mundo estaban intoxicando demasiado las aguas, los pescadores no tenían piedad con los peces y era el momento de que Poseidón diera un aviso a los humanos.

Los generales de los océanos estaban eligiendo a los más capaces de cada especie para la guerra contra la suciedad que cubría las playas del planeta. Suchi era de las mejores estrellitas de mar, la que más resplandecía de todas ellas para guiar en la noche a los ba-tallones de pulpos. Suchi lo tenía todo: entusiasmo, capacidad de trabajo, valor, coraje e inteligencia. Además, era la más preciosa de todas las estrellitas.

Había varias estrellas de mar menos hábiles que nuestra protagonista, sin embargo fueron elegidas para la guerra antes que ella. Suchi se sintió tan triste que dejó de brillar aquel día, cuando supo que no contaban con ella, cuando conoció que Reki había sido la elegida y no ella. Reki era una estrella de mar menos valiosa que Suchi y muy tramposa. La impostora tenía un padre muy importante en la comunidad de estrellas mediterráneas y

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él se encargó de que su hija estuviera en la guerra contra el hombre. El papi de Suchi era un gran pintor de corales que vivía en el pueblo de Ituec pero no gozaba de las simpatías de los reyes de estrellolandia de la región de Canteali. Toda la familia de Suchi lloró con ella por la injusticia sufrida. Al pasar unos días, sus familiares decidieron secar sus lágri-mas y rezar por un futuro mejor para Suchi.

Pero había algo en el interior de Suchi que le predijo que en futuros combates no volvería a pasar algo así y que al final la verdad y la justicia se impondrían. Ella estaba destinada a relucir más que ninguna otra estrella de mar y a que su padre la viera mientras pintaba sus corales, siguiendo el destello de su hija, que guiaría al ejército del gran Po-seidón en la próxima guerra por los mares limpios. El corazón de Suchi sabía que tarde o temprano triunfaría el sentido común y hubo un día que ocurrió. Así lo cuentan las sirenas del Mediterráneo a todos los marineros, que sueñan con la historia de Suchi todas las no-ches mientras duermen en sus camarotes. Cuando los tripulantes de los barcos despiertan, le piden a la brisa marina que esos sueños inspiren a sus hijos.

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YURI y LA MADERA

E l fuego crepitaba. Ese sonido era el único que acompa-

ñaba a Yuri mientras jugaba con sus muñequitos. Sus juguetes eran de madera. La leña que ro-baba de la chimenea se convirtió en una fuente inagotable de en-tretenimiento para él. Yuri pulía la madera con una pequeña na-vaja que Viktor le regaló y así moldeaba sus muñecos.

Yuri vivía con Viktor, un leñador de los Urales que le adoptó cuando sus padres mu-rieron. Viktor tenía cierta amistad con el papá de Yuri y por razones desconocidas aceptó acogerlo cuando quedó huérfano. Los familiares de Yuri vivían en otra zona de Rusia muy lejana y al final nadie requirió al niño cuando se supo la desgraciada noticia del falleci-miento de Vladimir e Irina.

Yuri no tenía amigos, la zona en donde vivía Viktor estaba poblada en su mayoría por gente mayor y era algo realmente extraño ver jugar a niños por aquel lugar cuando el tiempo lo permitía. Los Urales son uno de los lugares del mundo en los que más frío hace.

Un día Yuri jugaba con sus muñecos de madera cuando Viktor irrumpió de forma ira-cunda en la casa. Sus ojos estaban encendidos y envenenados de cólera, había bebido mu-cho alcohol para mitigar el gélido viento que sopló aquella mañana en los montes. Estaba terriblemente enfadado sin razón alguna y fue directo a pisotear los juguetes del pobre

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Yuri, que se apartó y se pegó a la pared visiblemente afligido por lo que sus ojos estaban presenciando. Todos sus juguetes quedaron hechos pedazos… fue un día muy triste para Yuri. Viktor no era amable con él, ni con nadie en el pueblo, pero le cuidaba lo mejor que sabía. Aquel capítulo no era muy usual en la convivencia entre Yuri y Viktor, los meses de más frío eran los más proclives para que se diera una situación así de desagradable. Yuri era un niño muy obediente y que se preocupaba mucho de no crearle problemas al huraño Viktor.

Mientras Viktor aniquilaba los juguetitos de Yuri, Evgueni, sobrecogido, contempló la escena. Evgueni era un artista que vivía enfrente de la casa de Viktor. Era una persona muy sensible y con muchas inquietudes, se ganaba la vida pintando bellos cuadros que la nobleza le compraba a muy buenos precios. Aquel día Evgueni estaba trabajando con arci-lla y su idea era crear un jarrón. Mientras sufría viendo cómo Viktor rompía los muñecos de Yuri, Evgueni empezó a llorar desconsoladamente y sus lágrimas bañaron el jarrón que estaba modelando. Cuando el pintor observó que Viktor se calmó y que Yuri se fue a la cama a dormir, se percató de que el jarrón resplandecía levemente, a ráfagas muy rápidas. Evgueni limpió sus gafas empañadas y restó importancia al suceso.

En la casa de Viktor, Yuri respiró tranquilo porque el leñador de los montes ya no daba muestras de volver a encolerizarse y romper cualquier otra cosa. Yuri iba camino de su cama cuando en el lugar en el que sus juguetes quedaron hechos añicos una especie de fuego dibujó velozmente en el suelo una firma ininteligible en un alfabeto desconocido… parecía una especie de sello que quedó invisiblemente grabado en aquel lugar… Yuri se ex-trañó muchísimo y al principio sintió miedo, pero cuando sus pequeñas manos palparon el suelo, en el que había desaparecido aquel fino fueguecito, un mágico calor recorrió su cuer-po. Yuri nunca había vivido una sensación así de cálida y reconfortante, una inmensa paz le tranquilizaba cuando pasaba por el lugar en el que Viktor descompuso sus marionetas.

Aquella noche Yuri tuvo sueños lindos en los que era sumamente feliz y Evgueni tam-bién. El pintor se levantó a mitad de la noche al escuchar unos sonidos armónicos que nun-ca en su vida había oído, era una canción preciosa que miles de diminutas pero melifluas

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voces cantaban en una lengua desconocida. Evgueni se levantó de la cama y notó que un resplandor inusual bañaba el suelo de su pasillo… Cualquiera en su lugar habría sentido miedo o temor, no obstante ninguno de aquellos sentimientos acompañó a Evgueni en el trayecto de su habitación al comedor de su hogar. Júbilo y alegría revoloteaban como mariposas en su corazón. El pintor vio cómo de su jarrón nacía un ser humano, una figura que crecía desde el suelo y que se transformó en ¡un hombre!

Viktor dormía profundamente después de la borrachera y unos golpes fuertes en la puerta de la entrada le despertaron ¿Quién sería a esas horas de la madrugada?, se pregun-tó el leñador. Evgueni quería que Yuri fuera a su casa y Viktor no entendía nada, Evgueni no podía apenas hablar de la emoción y Viktor notó en sus ojos que algo muy grande y bueno estaba ocurriendo, la felicidad del pintor era casi contagiosa. Yuri escuchó la con-versación y olvidó la prudencia y fue corriendo a los brazos de Evgueni. Ambos se cono-cían pero no eran amigos, sin embargo se sentían en comunión, como si una alianza les ligara y sus corazones parecían entenderse sin que hubiera una sola palabra de por medio.

Viktor, que no comprendía bien lo que estaba pasando, les siguió de camino a la casa de Evgueni. Allí les esperaba la luminosa figura de aquel hombre que brotó del jarrón que el día anterior había moldeado Evgueni. Yuri se quedó de piedra al verlo, paralizado. Ev-gueni estaba frenético y contento a la vez y Viktor entrecerraba los ojos por la fuerza de aquella luz que emanaba de ese hombre, que examinaba con una bella mirada de ternura los ojos de Yuri.

El hombre de la luz cogió la mano de Yuri, tiró de él, abrió una ventana y salió volan-do con Yuri por el oscuro cielo de Los Urales… Yuri y el ser luminoso dejaron una estela de colores que dejó un mensaje en el cielo que Evgueni y Viktor estudiaron emocionados. A pesar de no entender aquellas letras extrañas sus mentes las descifraron mientras llora-ban de alegría: “Yuri pertenece al mundo de las estrellas, donde lo reclaman sus padres, porque él es luz y no puede vivir en vuestro mundo de sol y noche, en vuestra tierra de fuego y hielo. No os preocupéis, el niño será feliz y vivirá en un universo donde sólo cabe el bien y la ternura”.

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Estos cuentos se los dedico a mis sobrinas/os y a todos los padres que quieran dormir a sus hijos con bellas historias. Mi amada Laura es mi musa, ella ha inspirado los cuentos. A Laura, la mujer más especial que he conocido en mi vida, la quiero con toda mi alma y también quiero dedicarle cada una de las mágicas letras que se hallan en este modesto libro de cuentos infantiles.

Quique Baeza González