Los demonios de Lutero de su tiempo

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Los demonios de Lutero y de su tiempo TEÓFANES EGIDO Universidad de Valladolid Equivaldría a un elemental vacío de sensibilidad histórica creer que el demonio, desde el príncipe Satán hasta todos sus agentes, ha sido siempre un problema más o menos teórico, fol- klórico o periférico, cual puede serlo hoya pesar de aisladas re- smgencias, clamorosas y aberrantes. Para los no iniciados quizá no esté mal advertir que hubo un tiempo largo durante el que el demonio se constituyó en protagonista de la vida de la cris- tiandad y de la existencia de los cristianos. No había rincón que escapase a su presencia ni momento libre de las acechanzas. Era tan omnipresente como Dios. No es posible adentrarnos en la evolución de un proceso perfectamente comprensible desde la observación histórica. Bas- te con decir que un conjunto de circunstancias cuajaron en que por el siglo XIV se afianzase ya esa «invasión demoníaca» 1, que no comenzaría a debilitarse -y sólo en sectores de élite- hasta el siglo XVIII con las ideas y prácticas desacralizadoras de la Ilustración. Mientras tanto, ambientes selectos y populares, alen- tados por artes plásticas, grabados, teatro popular, sermones apocalípticos y demás medios de «catequesis» para analfabetos; por tratados teológicos, guías de espirituales, manuales de jue- ces e inquisidores de la brujería para los cultos, se encargaron I J. DELUMEAU: La Peur en Oecident (XIVe-XVIlIe siecles). Une eité assiégée, Paris, 1978, p. 233. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 44 (1985), 271-299.

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Los demonios de Lutero y de su tiempo

TEÓFANES EGIDO

Universidad de Valladolid

Equivaldría a un elemental vacío de sensibilidad histórica creer que el demonio, desde el príncipe Satán hasta todos sus agentes, ha sido siempre un problema más o menos teórico, fol­klórico o periférico, cual puede serlo hoya pesar de aisladas re­smgencias, clamorosas y aberrantes. Para los no iniciados quizá no esté mal advertir que hubo un tiempo largo durante el que el demonio se constituyó en protagonista de la vida de la cris­tiandad y de la existencia de los cristianos. No había rincón que escapase a su presencia ni momento libre de las acechanzas. Era tan omnipresente como Dios.

No es posible adentrarnos en la evolución de un proceso perfectamente comprensible desde la observación histórica. Bas­te con decir que un conjunto de circunstancias cuajaron en que por el siglo XIV se afianzase ya esa «invasión demoníaca» 1, que no comenzaría a debilitarse -y sólo en sectores de élite- hasta el siglo XVIII con las ideas y prácticas desacralizadoras de la Ilustración. Mientras tanto, ambientes selectos y populares, alen­tados por artes plásticas, grabados, teatro popular, sermones apocalípticos y demás medios de «catequesis» para analfabetos; por tratados teológicos, guías de espirituales, manuales de jue­ces e inquisidores de la brujería para los cultos, se encargaron

I J. DELUMEAU: La Peur en Oecident (XIVe-XVIlIe siecles). Une eité assiégée, Paris, 1978, p. 233.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 44 (1985), 271-299.

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de acendrar lo que se convirtió en integrante sustantivo no sólo de la espiritualidad, también de las mentalidades colectivas de los europeos 2.

Contra lo que sería de esperar, los humanistas del Renaci­miento no fueron capaces de airear el ambiente de irracionalidad heredado. Su talante crítico, sus afanes reformadores de la espi­ritualidad, de la Iglesia, se frenaron casi siempre ante el fantas­ma real del demonio, que siguió campando a sus anchas y al amparo de rupturas, de amenazas turcas, de movimientos cam­pesinos, de iglesias nuevas, de connivencias y pactos con brujas, de sensaciones milenaristas, de ofensivas apocalípticas de anti­cristos.

1. LUTERO, ENTRE LA TEOLOGÍA Y LA TRADICIÓN POPULAR

Lutero -y todo su entorno- constituye un paradigma ex­presivo de estos comportamientos. Rompió con determinadas estructuras de la vieja cristiandad, con mediaciones frondosas, pero no lo hizo con el demonio, con sus acólitos, sus posesiones y sus brujas. Aunque sea apócrifo el dato de un Lutero a tinte­razo limpio con los demonios de Wartburg 3, no es incorrecta la idea ele su convivencia con este ser (y estos seres), ele sus escara­muzas incesantes, que dieron pábulo a la satanización del refor­mador por parte de los apologetas católicos, así como a curiosas y ahistórÍcas interpretaciones de la posterior psicohistoria 4.

2 Cfr. la síntesis citada de J. DELUMEAU, pp. 232-253. Son interesantes las páginas que a la historia dedica H. HAAG: El diablo. Su existencia como problema, Barcelona, 1978; E. DELARUELLE: La piété populaire au Moyen Age, Torino, 1975; E. vom PETERSDORFF: Diimonologie, München, 1956. Datos numerosos y útiles a pesar de interpretaciones muy discu­tibles: G. ROSKOFF: Geschichte des Teufels, 2 vals., München, 1869 (reeditada en 1965); B. OHSE: Der Teufel zlVischen Sebastian Brant und Luther. Berlin, 1961. Aunque se fije más en problemas marginales al nuestro, cfr. N. COHN: Los demonios familiares de Europa, Madrid, 1980; r. B. RUSSELL: Lucifer. The Devil in (he Middle Ages, Ithaca, 1984. Para España es de sumo interés una obra no demasiado conocida: F. J. FLO­RES ARROYUELO: El diablo y los españoles, Murcia, 1976.

3 A Iguna de las ilustraciones que se encargaron de afianzar esta le­yenda: Luthers Leben in Illustrationen des 18. und 19. 'ahrhunderts, Coburg, 1980, p. 67. Sobre los orígenes de esta tradición y su sentido, W. BRÜCKNER: «Der legendare Luther. Vom Geist der Zeit in popuIaren Geschichtsbildern», en lournal für Geschichte (2 mars 1983), pp. 6-7.

4 Es curiosa la coincidencia de los psicohistoriadores con las obras polémicas de historiadores católicos de hace tiempo al explicar el caso

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Hay que partir de un hecho: la existencia de Lutero -y la de quién no entonces-- está escoltada de demonios, que, para­dójicamente, le prestaron servicios inestimables como instrumen­to de ataque a sus enemigos. Por sus escritos se pasea Satán, con su corte y sus ejércitos, con tanta frecuencia como puede hacer­lo Cristo con su palabra, puesto que rara vez falla la contrapo­sición de éstos ni la asimilación con el demonio de quienes no comparten su idea. Ya se lo echaron en cara los disidentes sui­zos al contrastar el peso cuantitativo que el demonio tenía en su boca y en su pluma 5. Léxicos e índices de sus obras comprueban una realidad que se ve reafirmada por sus «hagiógrafos» al ar­gumentar, cual hace Seebel'g, que hay muchas páginas de los sermones de Lutero en las que 110 nos enconlrarnOli con el de­monio 6. Seeberg, además de contar mal, prueba lo contrario. H. Obendiek, en su monografía más exhaustiva, puede concluir que «el universo de la fe y de la teología de Lutero está acom­pañado por la sombra y las representaciones del demonio» 7.

Con esta contrastada realidad por punto de partida, las preo­cupaciones actuales de los luterólogos se centran en la fijación de los cambios en la actitud de un Lutero de primera hora y lu­chador aguerrido contra las «supersticiones» de la Iglesia papis­ta y el Lutero que, tras 1522 para Bornkamm o de 1525 para Wirth, retornó a posiciones de la antigua religiosidad y a conce­siones «recatolizadoras» 8. Las razones, bastante alérgicas a la

Lutero por anomalías en las que las alucinaciones demoníacas tuvieron decisiva importancia. Entre tanta psicohistoria, cfr. el autor Erik H. ERICKSON, y como muestra su cap. 2, en la obra más divulgada: Luther avant Luther. Psychanalyse et histoire, Paris, 1968, pp. 21 Y ss. Muchos años antes a conclusiones similares había llegado H. GRISAR: Luther, Freiburg Br., 3 vals., 1911-1912, vol. 3, pp. 231-257, 616-632, al que, en esto como en casi todo, actualiza R. GARCÍA VILLOSLADA: Martín Lutero, 2 vals., Madrid, 1973.

5 Lutero se defiende en La Confesión de la Cena del Señor, WA 26, 402. (En adelante citaremos los escritos de Lutero por esta edición crí­tica de Weimar; cuando los textos se correspondan con nuestra edición LUTERO: Obras, Salamanca, 1977, citaremos sólo como Obras).

6 R. SEEBERG: Die Lehre Luthers, Leipzig, 1933, p. 212. 7 H. OBENDIEK: Del' Teufel bei Martín Luther. Eine theologische Un­

tersuchung, Berlin, 1931, que matiza algunas de las posturas de M. RADE: Zum Teufelsglaube Martín Luthers, Gotha, 1931.

8 H. BORNKAMM: Martín Luther in der Mitte seines Lebens, Gottin­gen, 1979, pp. 180-205; J. WIRTH: Lulhel'. Etude d'histoire religieuse, Geneve, 1981.

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historia de las mentalidades, no acaban de convencer, y menos cuando los materiales comparativos suelen extraerse de las Char­las de sobremesa, tan posteriores a las fechas de referencia. La cuestión cronológica, por otra parte, además de inconsistente, puede resultar baladí.

No lo es tanto el interés último por despojar al demonio, a los demonios de Lutero de todo aditamento, para nosotros pin­toresco -que no para los hombres del siglo XVI- pintoresco y accidental, para elevarlo a categoría teológica e integrarlo en el sistema de su pensamiento como pieza fundamental exigida por su cristología o, mejor, por su cristo centrismo 9. Es éste, no hay duda, un intento serio y más coherente, pero expuesto a reduc­cionismos de algo que era mucho más complejo en aquellas men­talidades. Y como los teólogos, en este caso al menos, son in­vulnerables a la historia se corre el riesgo de teologizar en exce­so, de subrayar originalidades que no fueron en tantas ocasiones más que una herencia (no siempre teológica) de la última Edad Media.

y esto es 10 que acontece con Lutero y sus demonios. Al margen de la inevitable referencia cristocéntrica, es deudor de un ambiente denso, anterior y coetáneo, que había cundido en Europa desde antes. A enrarecerlo ha contribiudo, por una par­te, la demonología de las élites del pensamiento con sus trata40s numerosos acerca del diablo. Sus posiciones fueron excepcional­mente críticas, mas, por otra parte y en general, también eran coincidentes con las de la religiosidad popular. Monografías ejemplares comprueban desde diversos puntos de vista la presen­cia creciente de impresos con Satán y su mundo de subalternos por objeto desde la infancia de la imprenta, sobre todo en Ale­mania, con los porcentajes más nutridos de ediciones, algunas tan repetidas y significativas como el Martillo de las brujas 10.

9 H.-M. BARTH: Der Teufel und lesus Christus in der Theologie Mar­tin Luthers, Gi:ittingen, 1967; A. E. BUCHRUCKER: «Die Bedeutung des Teufels für die Theologie Luthers. Nullus diabolus-nullus l'edemptor», en Theologische Zeitschrift, 29 (1973), 385-399.

10 El Malleus maleficarum (compuesto por Sprenger y Kramer hacia 1487) es un punto de referencia de este ambiente. Ha sido traducido al español, Madrid, 1976. Entre la inmensa bibliografía cfr. R. MANDRou: Magistrats et sorciers en France au XVIle siecle. Une analyse de psycho­logie historique, Paris, 1968. F. CARDINI: Magia, bru;ería y superstici6n en el Occidente medieval, Barcelona, 1982. Más directamente relacionado

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Desde la otra ladera, el clásico Veit resaltó el influjo constante de un manuscrito del siglo XIII, redactado por un monje de Heisterbach y muy difundido: refleja las tradiciones orales de origen popular acerca de demonios y prodigios; pues bien, las imágenes, figuras y acciones de estos «personajes» se C01'1'espon­den a la perfección con las reasumidas y transmitidas por Lu­tero y sus contemporáneos 11.

Por este concurso de originalidad y de influjos, selectos y populares, tiene más validez el caso de Lutero como referencia a una mentalidad colectiva, en la que actúan, junto a cierto sentido teológico indiscutible, numerosos ingredientes ambien­tales. Trataremos de rastrear algunas de estas expresiones tal como se reflejan en Lutero, dejándole hablar a él cuando sea posible, y no sin advertir que en ocasiones no todo es miedo, no todo es teología: hay también mucha polémica y notables dosis de humor a tenor del talante y del lenguaje del Refor­mador.

n. EL DEMONIO, REY DE ESTE MUNDO

Conviene recordar el dualismo cordial de Lutero, coinciden­te en esto, como en tantas cosas, con el popular. En él todo se acentúa con el agustinismo profundo, con los fondos maniqueos presentes en su universo mental. Su raigambre medieval, incapaz de superar la ordenación feudal, es otro elemento inseparable en la concepción de la sociedad y de la Iglesia, en las que el señor «malo» se bate por ganar posiciones, botines, vasallos al bueno, como si de engrosar los respectivos señoríos se tratara. Hasta el lenguaje empleado en una de las tesis centrales de su Siervo ar­bitrio refleja este condicionante social arcaico al dejar al hombre inerme entre Dios y Satán; aquél no podrá hacer nada: «Serán ambos caballeros los que entren en lid por apoderarse de la presa humana» 12. No es preciso esperar hasta este año crítico de 1525. Antes, cuando ni la ruptma se había consumado aún, en

con Lutero, E. KLINGNER: Luther und der deutsche Volksaberglaube, Berlin, 1912. De interés las observaciones hechas por J. CARO BAROJA, entre otras obras, en Las brujas y su mundo, Madrid, 1968.

11 L. A. VEIT: Volksfrommes Brauchtum und Kirche im deutschen Mittelalter. Ein Durchblick, Freiburg Br., 1936, p. 72.

12 WA 18,635.

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su precioso Comentario al Padrenuestro, al exponer -y lo repe­tirá luego con insistencia- la segunda petición, 10 hace partien­do del presupuesto de que «existen dos reinos: primero el del diablo; segundo el de Dios», concebidos como lucha constante por engrandecerse a costa del otro 13.

Es cierto que la de Lutero no se c01'1'esponde estrictamente con la visión agustiniana de las dos ciudades, puesto que el de­monio puede señorear en la de Dios, en el seno de la Iglesia, incluso en la Iglesia del Evangelio. Tampoco el dualismo tras­ciende del limitado puesto que si el demonio tiene poder tan extraordinario, lo detenta y ejel'ce con tanta generosidad, sólo puede hacerlo porque y hasta donde Dios se lo permite (lo que le valió acusaciones violentas por parte de MÜl1tzel' al convertir a Dios en autor del mal en última instancia).

Mas, con estos matices y todo, una y otra vez salta el prin­cipado de Satán hasta constituirse esta idea en elemento casi estructural de su pensamiento. Lo reitera machacona mente en escritos de la más diversa índole y de todos los tiempos: «El mundo es el reino del demonio; sangre y carne son sus lacayos»; «Satán es el príncipe de este mundo»; «es el príncipe y Dios de este mundo»; «el mundo está regido por su príncipe el de­monio»; «somos prisioneros del diablo como de nuestro prínci­pe y dios»; «el diablo reina en toda la tie1'1'a e incita a los hom­bres a todos los crímenes posibles»; «el reino del demonio no es otro que este mundo pésimo, servidor obediente e imitador solícito de su señor, el diablo» 14.

De manera explícita resume todo en el Comentario a Gála­tas, auténtico tratado luterano de demonología:

«Es innegable la existencia del demonio y, además, que reina en el mundo entero. Nosotros, con nuestros cuerpos y bienes, estamos sometidos al diablo cual extraños, cual huéspedes, en este mundo del que demonio es príncipe y Dios. El pan que co­memos, lo que bebemos, los vestidos que utilizamos; más aún,

13 WA 2, 74. Cfr. H. R. GERSTENKORN: Weltlich Regime/1t zwischel1 Gottesreich 11l1d Tellfelsmacht, Bonn, 1956.

14 Estas -y ot1'as- tesis pueden verse en incontables lugares de la obra de Lutero: comentando a Isaías, WA 20, 553; a Joel, WA 13, 89; al Génesis, WA 42, 1; sobre todo a Gálatas, WA 40/1, 96, 314, 479-480, etcétera.

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el aire que respiramos, todo lo perteneciente a nuestra vida cor­poral, se halla bajo su imperio}) 15.

Si esto 10 escribía hacia 1538, diez años antes y en su Cate­cismo Mayor (1529), llamado a una divulgación sorprendente y duradera, ya había dicho 10 mismo en otros tonos al comentar las últimas peticiones del Padrenuestro:

«Líbranos del mal, amén. En griego, la breve petición se enun­cia: líbranos, guárdanos del maligno o del malvado, y se pre­senta como si se refiriera exactamente al demonio, como inten­tando reducir esta oración contra el enemigo nuestro que es el principal enemigo. De hecho él es el que obstaculiza cuanto aquí pedimos: el renombre y el honor divinos, el reino y la voluntad de Dios, el pan nuestro de cada día, una conciencia tranquila y alegre, etc. Por esta razón resumimos todo esto al decir: Padre bueno, ayúdanos librándonos de todo mal, comprendiendo el mal que pueda sobrevenimos bajo el reinado del demonio: pobreza, oprobio, muerte; en resumen, todas las incontables miserias, to­dos los sufrimientos amargos que hay sobre la tierra. Porque el demonio no sólo es mentiroso; también es homicida que atenta sin cesar contra nuestra propia vida, y lanza su cólera sobre nos­otros causándonos accidentes y daños corporales. Por eso se ex­plica que a unos desnuque, que enloquezca a otros, a otros aho­gue y a muchos empuje al suicidio y a otras desgracias atroces. Por este motivo, nuestro quehacer único en la tierra no es otro que rogar sin cesar contra el enemigo principal, porque si Dios no nos salva no estaríamos seguros ni un sólo instante}) 16.

Con este dualismo, todo 10 matizado que se quiera, por fon­do, y prescindiendo del interminable debate acerca de los dos reinos con sus implicaciones ideológicas, la manifestación his­tórica del demonio está inevitablemente unida a la cristología luterana. La confrontación activa no 10 es tanto entre Dios y Satán cuanto entre éste y Cristo. El escenario de la lucha es la Iglesia y el objetivo la Palabra. El demonio representa el papel de perturbador del orden divino a través de su acción obstruc­tora, falseadora, de Cristo, es decir, del Evangelio, de la verda­dera Iglesia. «El mundo -dirá en su prólogo a la Exposición del Génesis- está plagado de espíritus y demonios que no ha-

15 Comentario a Gálatas, WA 40/1, 314. 16 WA 30/210-211. Sobre esta causa de todos los males (espirituales

y corporales) vuelve y revuelve Lutero. Cfr. ¡bid., 232, o siempre que le sale al paso esta serie de peticiones (cfl'. Obras, 320-331).

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cen más que combatir a la palabra de Dios para despojarle de su gloria y adorar a Satanás», Y en el Comentario a Gálatas: «El reino del mundo es el reino del pecado, de la muerte, del dia­blo, de la blasfemia, de la desesperación, de la condenación eterna; por el contrario, el de Cristo es el reino de la gracia, de la remisión de los pecados, del consuelo, de la salvación y de la vida eterna» 17,

Desde este punto de vista, el demonio aparece como ele­mento axial e integrador de la teología--menos asistemática de 10 que a veces se creyera- de Lutero. Para éste -es la tesis fundamental de Barth- «el demonio se convierte en lugar teo­lógico concreto, claro, determinado, exigido por el pensamiento global de Lutero, y que al mismo tiempo sirve para aclarar su pensamiento teológico en su totalidad. Lutero encontrará al de­monio dondequiera que halle a Cristo. El demonio, desde la visión cristocéntrica, se torna en el contramediador, en compe­tencia con Cristo y su palabra» lB.

En la tensión mantenida a través de la historia de la salva­ción, el demonio descansa tranquilamente cuando ha conquista­do sus objetivos; se agita siempre que Cristo o su palabra au­téntica irrumpan de nuevo como enemigos a los que acosar con todos los resortes posibles, aunque la táctica sea siempre la mis­ma y no varíen excesivamente las estrategias en una visión que, cual la de Lutero, rebosa de elementos mitológicos 19.

No es éste el lugar adecuado para analizar la concepción lu­terana de la historia de la Iglesia, a la que transfiere su dualismo cósmico. Da la sensación de hallarse en cerco constante desde los trances originarios de Adán o Caín o de la serpiente (con­vencido del cristocentrismo del Viejo Testamento por los méto­dos exegético s que adopta) hasta la coetaneidad de los asaltos del Anticristo de su tiempo. Mas es preciso insistir en los mo­mentos culminantes del asalto incesante, presente en la aparición del Evangelio como estímulo fundamental de la acción diabóli­ca y a tenor del principio: «El Evangelio provoca al demonio» 20.

17 WA 42, 1; 40/I,97. 18 H.-M. BARTH: O. C., 208-209. 19 M. LIENHARD: Luther, témoín de lésus-Christ. Les élapes el {es

themes de la Christologie du Réfo1'lnateur, Paris, 1973, pp. 274-280. 20 En el sermón sobre Le 11, WA 15, 459.

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Cristo ofrece el modelo que se ha de seguir para derrotar al demonio, que actuará a través de formas y agentes diversos a lo largo de la historia de la Iglesia. En su sermón (con las tenta­ciones de Jesús por tema), construido por 1537, es decir, en su enconado momento de Smalkalda, traza de manera sencilla y lineal lo que expusiera una y otra vez a lo largo de sus es­critos 21.

En sus comienzos la Iglesia sufrió los embates del demonio «negro», actuante contra la fe individual y colectiva por medio de las persecuciones, en parte eficaces a través de las apostasías, en mejor parte fallidas por el testimonio de tantos cristianos, más aferrados a la palabra de Dios que al pan, de la época mar tirial. La acción diabólica se centraba en el ataque a los cuer­pos, a la vida.

En la evolución histórica ele la Iglesia el relevo fue tomado por el demonio «en forma de ángel», «vestido de claridad», que se acoge a la Sagrada Escritura mal entendida, como si de la auténtica palabra de Dios se tratara, para seducir a los cristia­nos. Es el demonio de los herejes históricos de los siglos IV

al VI: de los ebionitas, marcionitas, de Anio -el más poderoso y universal del mundo gótico en que piensa Lutero-, y también el demonio que se sirvió de Mahoma y sus sucesores (yen la mente de Lutero asoma la conexión con el imperio otomano). También este demonio de luz fue vencido por los predicadores de la Palabra de Dios, que lograron mantener el dogma de la divinidad y humanidad de Jesucristo.

Estas, a fin de cuentas, fueron las máscaras diabólicas del pasado. Porque la forma de su tiempo, afianzada desde el si­glo VII, es decir, desde que se estableciera la Iglesia del papado, es la del «demonio divino». Se trata de despojar a Dios de su señorío, de arrojarle de su trono para colocar en su lugar al diablo. No es preciso ni insinuar que la Iglesia de la que habla es la de Roma, que ha ocupado el templo de Dios y a la que hay que aprender a desenmascarar y combatir con las anTIas de la predicación del Evangelio, del verdadero Evangelio de Lu­tero.

12 Sermón sobre Mt 4,1-11, WA 45, 25-47.

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III. EL DEMONIO COMO ARMA POLÉMICA

El problema del demonio de Lutero se complica cuando se intenta detectar la mentalidad del Reformador en relación con los acontecimientos de sus días, invadidos por demonios múlti­ples y ante los que se presenta como solitario luchador. Desde esta atalaya la realidad demoníaca se convierte en recurso eficaz de propaganda, en elemento retórico y apologético, dada su con­vicción de que todo aquel -y todo aquello- que no concor­dase con Lutero era el demonio o sus agentes, y dada la eficacia que un resorte de esta Índole despierta en las mentes popula­res, y no sólo en las populares.

1. El papado y el Anticristo

En esta legión de enemigos destaca el papado, como era de esperar en una postura teológica incompatible con la estructura pontificia; en una polémica que desde sus mismos orígenes dis­cm'rió sobre el enfrentamiento radical con Roma y en una so­lución en la que operaron factores complejos y numerosos pero que tuvo como consecuencia irremediable, y la más llamativa, la ruptura con el Papa y el papado.

Por eso no es posible comprender la violencia de la con­frontación si se reduce todo a la teología. Actuaban otros ele­mentos multiformes en aquel anatematizarse los unos y los otros; y entre ellos no son los más deleznables los referidos a menta­lidades colectivas, a lenguajes de época. Huelga, por tanto, ad­vertir que la «demonización» del discordante fue uno de los re­cursos más socorridos a la hora de presentar al adversario. Prescindamos de la sistemática -y explicable- falsificación que de Lutero se realizó en el campo papista para centrarnos, aunque sea de forma somera, en la visión luterana de la Iglesia romana diabolizada, no sin recordar que este capítulo debe in­tegrarse dentro de la polémica de mayor alcance, cual fue la de Lutero-papado 22.

22 Cfr. E. BIZER: Luther und der Papst, München, 1958; R. BAUMER: Martin Luther und der Papst, Münster, 1982; H. STIRNIMANN-L. VISCHER: Papsttum une! Petruse!ienst, Frankfurt, 1975.

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Dentro de la tipología demoníaca trazada por Lutero, el dia­blo que actúa por el Papa es el más temeroso por vestirse de apariencia divina, por erigirse sobre Dios y por suplantar a su Palabra por la «glosa», por las tradiciones, obras «meritorias». El demonio ha reinado durante tanto tiempo y tan tranquilo, que ni necesidad ha tenido de desenvainar su espada hasta que el Evangelio de aquellos días y la predicación de Lutero le han despertado de su letargo y obligado a enfurecerse de nuevo 23.

No es preciso acumular testimonios inacabables. No obstan­te, cuando se refiere al papado como «sinagoga de Satán» 24 se registra un proceso que condujo a esta forma expresiva -con frecuencia retórica- y llena oe matices.

En (;uanto a la evolución, Lutero se mantiene en una acti­tud en cierto modo expectante hasta que le lleguen las noticias ciertas de su condenación, de la amenaza de excomunión por Roma. Aunque en algunos de sus escritos básicos de 1520 se pronuncie su visión inmediata del papado, aún esboza su espe­ranza de retorno a través de condicionales presentes e incluso en el agresivo escrito Sobre el papado de Roma (junio 1520) 25.

Es a partir de este mes y año cuando se rompen todas las com­puertas. El escrito del curialista Prierias es acotado con aposti­llas como «aquí no habla Prierias, sino Satán, el príncipe de los demonios»; «es Satán el que desde 10 más profundo de los infiernos se expresa en este pasaje»; «éste es el Anticristo pre­nunciado por el Apóstol»; «Satán, Satán», etc. 26.

Por octubre responderá a la amenaza de excomunión con su encendida invectiva Contra la bula execrable del Anticristo, al mismo tiempo que comunica a unos y a otros la definitiva demonización del papado. «Me siento ya mucho más liberado al haber llegado, por fin, a la certidumbre de que el Papa es el Anticristo y de que Satán se ha domiciliado en su corazón», es­cribirá a Spalatino en una carta en que manifiesta el deseo de que Carlos V se comprometa en la lucha «contra estos demonios de Roma» 27. Por si hubiere duda, a los pocos meses confesaba

23 La idea en todo el Comentario a Gálatas; cfr. además en sermo-nes sobre Lc 11,21, WA 12,466, WA 15,460.

24 WA 40/1, 112. 2S E. BIZER: O. C., p. 34. 26 WA 6, 328-348. 27 Carta de 11 de octubre de 1520, WA Br 11,195.

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su cambio paladinamente: «Antes afirmé que el Papa era el vicario de Cristo; ahora me retracto, y digo que es el enemigo de Cristo y el apóstol del diablo» 28.

Después ya no cejará en predicar su convicción, más cla­morosa en los momentos de mayores tensiones con el pontifica­do. Tal es el significado del Pasional de Cristo y del Anticris­to (1521); de la frondosa literatura brotada ante la posibilidad de un concilio romano por los años 1536-1537, del ambiente de los Artículos de Smalkalda; en un crescendo que no hará sino subir de tono hasta el final de su vida con la obra, la más virulenta -y escandalosa para muchos-, Sobre el papado de Roma fundado por el demonio (1545). La apoyatura gráfica re­forzará el poder de las invectivas, desde la satírica representa­ción del papado en el Pasional tempranero hasta su nacimiento excrementaría de 1545. En este año final, comentando un gra­bado grosero que del Papa hiciera otra vez Cranach, se queja de que haya recurrido al sexo femenino: «Bien podría haber dibu­jado otras figuras más dignas del Papa y más diabólicas» 29,

Mientras tanto, comentarios y ediciones bíblicos, hojas vol ande­ras, cartas y charlas reiteradas, ilustraciones de la Biblia insis­tirán desde todos los frentes en la misma demonización del pa­pado.

En el proceso acumulativo y reduccionista emerge una ima­gen que, como ha visto Meyer, tiene la virtualidad de concentrar todo lo que implica el rapto de Cristo, de su Palabra, prostitui­dos por la prepotencia «humana» de lo que personifica la críti­ca total -no sólo teológica- contra el Papa y el papado. Me refiero a la imagen del Anticristo, con toda la riqueza de atribu­tos de que le rodeara la tradición medieval. Fijándose en las alusiones bíblicas de Daniel y Tesalonicenses, existía todo un género literario -respaldado por la iconografía, por los sermo­nes, por la imprenta- centrado en este fenómeno perfectamen­te mitificado, con sus orígenes familiares, sus formas, su figura, exaltado hasta el paroxismo por los predicadores apocalípticos e integrante del universo mental de aquella religiosidad 30.

28 Carta a Lang, 29 de marzo de 1521, ibíd., 293. 29 Carta a Amsdorf, 3 de junio de 1545, ibíd., XI, 115. 30 H. MEYER: «Postura de Lutero frente al papado», en Diálogo

Ecuménico, 18 (1983), 499-520; B. H. PREUSS: Die VOl'stellungen vom Antichrist im spiitel'en M ittelalter bie Luther und in del' konfessionellen

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LOS DEMONIOS DE LUTERO Y DE SU TIEMPO 283

No es que el Anticristo deba identificarse con el demonio; pero viene a ser su preponderante monarca terreno, el suplan­tador del único reinado de Cristo y de su Palabra en la concep­ción ecJesiológica y cristológica de Lutero, quien a las alturas de 1520 ya ha forjado la identificación del personaje (o perso­najes) mítico con el Papa y el papado. En el Manifiesto a la no­bleza alemana establece la tesis: los papistas romanos dorman la comunidad del Anticristo y del diablo, de cristianos sólo tie­nen el nombre» 31.

Como en tantas cosas, Lutero no es del todo original: reco­ge una tradición bajomedieval que ha ido sembrando los ele­mentos más o menos dispares. pero conducentes todos a la asi­milación demonio-anticristo, anticristo-papado. La predilección hacia visiones apocalípticas facilitó la aplicación de conceptos, como el de «meretriz» y similares, a realidades concretas del pontificado por parte de joaquimitas, de «fraticelli», de refor­madores o marginales. Los anticristos, de lo que irremisiblemen­te se consideraba como tiempos finales, pululaban ya entre los husitas en sermones, grabados, escritos. con sorprendente capa­cidad de multiplicación desde que la imprenta acelerara su pe­netración en sectores cultos (de los escritos) y en los analfabetos (buenos «lectores» de las imágenes plásticas). Entre estos últi­mos, por la Alemania de aquellos días circulaba con notable éxito la serie impresa Espejo de toda la Cristiandad, contrapo­sición de la Iglesia papal, rica, en forma de diablo con tiara, con su corte de demonios, y de la otra, la pobre de Cristo, con su cortejo de santos y ángeles. Gravier ve en este producto un antecedente inspirador del Pasional de Cristo y del Al1ticristo luterano 32.

El mito, como redoma de la corrupción, debe integrarse en el clima escatológico, apocalíptico, milenarista (que de todo te-

Po[emik. Ein Beitrag zur Theologie Luthers und zur Geschichte del' christlichen Frommigkeit, Leipzig, 1906. También por España, y por aquellos y otros tiempos, penetró profundamente el Anticristo: R. ALBA: Del Anticristo, Madrid, 1982, con reproducciones de sumo interés.

31 WA 6, 415. 32 M. GRAVIER: Luther et l'opinion publique. Essai sur la littérature

satirique el polémique en langue allemande pendan! les (/l1nées décisives de la Réforme (1520-1530), París, 1942, p. 22.

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nía) de aquellos ambientes y en concreto de Wittemberg 33.

Cuando Melanchthon incitaba a los estudiantes a participar en la quema de libros papistas como respuesta a la de los escritos de Lutero, 10 hacía con el estímulo de que «quizá hubiera so­nado la hora de poner en evidencia al Anticristo» 34. A eviden­ciarlo y a combatirlo (que era 10 mismo) se dedicó Lutero con todas -que eran muchas- sus fuerzas.

y fueron también muchos los anticristos del combate de Lu­tero, pródigo en calificaciones. Predominan, no obstante, el del turco y el del papado, que suelen asimilarse en su discurso des­de que -tardíamente- se sensibilizó ante la amenaza otoma­na 35. Contra el turco hay que esgrimir las armas de la oración; pero los que tengan que enrolarse en la guerra, escribe por 1541, luchen convencidos de hacerlo «contra un ejército de demo­nios», como dirá en su arenga y en tonos que recuerdan literal­mente a los esgrimidos contra los campesinos 36.

De todas formas, «el diablo del Papa es mucho más peligro­so que el del turco»; «el diablo ha puesto su sede en Roma; en Constantinopla tiene a su bajá, pero el Papa es peor que el tur­co». Porque «estoy completamente convencido de que el papado es el Anticristo; si se quiere añadir al turco, habría que decir que el Papa es el espíritu del Anticristo y el turco su carne» 37.

Este es el tono constante de la invectiva luterana sin nece­sidad de esperar a fechas tardías. Cuando se hallaba en la «pri­sión» de Wartburg, entre otras obras bellas, escribió los comen­tarios a las epístolas y evangelios de adviento. Algunas alusiones a los signos finales le dieron pie para proclamar en momentos tempranos la asimilación apocalíptica de Papa-diablo-Anticristo­fin del mundo-juicio final en textos antológicos, expresivos y fuertes:

33 T. DELUMEAU: O. e., pp. 197-231; W. PEUCKERT: Die Grosse Wende: das apokalyptisehe Saeeulum und Luther, Hamburg, 1949; N. COHN: En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de /a Edad Media, Barcelona, 1972, pp. 243 Y ss.

" Cfr. T. EGIDa: «Lutero desde la historia», en RE, 42 (1983), 407. 35 El miedo al turco y diferentes reacciones. J. DELUMEAU: O. c.,

262-272. Acerca de la posición de Lutero, nuestra introducción a Obras, pp. 54-55.

3. Exhortación a orar contra el turco, WA 51, 617-620. 37 Obras, 429; Exhortación cit., ibíd., 599. Charlas, n. 330.

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«No quiero forzar a nadie a que me crea. Pero exijo igualmen­te que nadie me obligue a no pensar que el día del juicio está cerca. A esta convicción me llevan estos signos y estas palabras de Cristo. Porque si alguien lee las crónicas, nada encontrará que, en todos los sentidos, pueda asemejarse a nuestro tiempo. [ ... ] No es sólo en lo temporal en lo que se ha alcanzado la cumbre; también en lo referente a lo espiritual. Jamás reinaron en el mundo desde sus principios errores, engaños, pecados tan enor­mes como los de los últimos cien años. El Evangelio fue pública­mente condenado en el concilio de Constanza, han sido recibidas en todo el mundo como leyes las mentiras del papa, que exprime a todos hasta los tuétanos. [ ... ] En resumen: es imposible que puedan darse supercherías tan enormes, errores tan vergonzosos, ceguedad tan terrible, blasfemias tan obstinadas como las que se han apoderado de la cristiandad gracias a los obispos, a los con­ventos, a las universidades, hasta el extremo de que Aristóteles, ese pagano difunto y ciego, enseña y reina más que el mismo Cristo. Además, el papa ha suprimido a Cristo y le ha reempla­zado; y no cabe la menor duda, reina en lugar de Cristo cuando, en realidad, debería ocupar el trono del diablo. [ ... ] Aunque no se registraran otros signos, existe uno del que estoy completa­mente seguro: es el que se basa en las palabras de Cristo, cuan­do afirma que comer y beber, edificar y plantar, comprar y ven­der, casarse y otras preocupaciones de esta vida reinarán antes de su venida. También tengo todas las seguridades acerca de lo que dice en Mateo 24 sobre la abominación de la desolación, del Anticristo, es decir, que bajo su señorío reinarán los errores más groseros, la ceguedad más crasa, los pecados más horribles, exac­tamente como puede percibirse en el reino del papa de la forma más descarada, tiránica y deplorable. Y esto es lo que me obliga a creer con firmeza que Cristo tiene que llegar en seguida. Por­que estos pecados son tan enormes, que el cielo no puede su­frirlos por más tiempo, y están provocando y urgiendo el día del juicio final, y es imprescindible que éste caiga sobre ellos antes de que sea demasiado tarde. Si se tratara únicamente de la im­pudipia, cual la que precedió al diluvio, o de pecados carnales cuales los de Sodoma, no me atrevería a aseverar que, por estos motivos, el juicio final estaría cerca. Pero ellos reniegan, destru­yen, condenan, blasfeman del servicio de Dios, de la palabra de Dios, de los hijos de Dios, de todo lo que es de Dios, y ponen en su lugar al demonio, le adoran, le glorifican, sus mentiras reemplazan a la palabra de Dios. Y esto, estoy segmÍsimo, dará al traste con todo en un abril' y cerrar de ojos. Seguirán creyen­do que el juicio final tardará mil años en llegar, pero, en reali­dad, sonará la noche próxima» ".

38 W A 10/1/2, 95-98.

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Esto 10 escribía Lutero al comienzo de su actividad. En la madurez, allá por 1537, y ante los rumores ya apuntados de un concilio, manifestaba la solidez y permanencia de esta visión del papado. Su pensamiento en esta circunstancia debe encua­drarse en el marco de «concesiones» para el reconocimiento imposible de cierto primado romano:

«Lo dicho demuestra sin lugar a discusión que el papa es el verdadero Anticristo o Cristo final, que se ha colocado y encum­brado sobre y contra Clisto, ya que no está dispuesto a permitir que se salven los cristianos que no estén sometidos a su poder; poder que, por otra parte, nada supone al no haber sido orde­nado y reconocido por Dios. No obran así los turcos ni los tár­taros, por muy enemigos que sean de los cristianos. Se ha colo­cado en plan de igualdad con Cristo, incluso sobre Cristo. En fin, que no es otra cosa que diablería pura. Tengamos en cuenta que en el concilio no compareceremos ante el emperador o ante la autoridad civil como en Augsburg, donde el césar expidió un decreto lleno de gracia y permitió bondadosamente el examen de la cuestión; aquí, por el contrario, tendremos que comparecer ante el papa y ante el propio diablo, quien, sin pensar en oír a las partes, ya ha determinado de antemano la condenación, el asesinato, el forzar a la idolatría. Por eso, no tenemos que be­sarle allí los pies ni dirigirnos a él con el tratamiento de Mi Gra­cioso Señor, sino con las palabras que el ángel dirigió al demo­nio: 'Dios te castigue, Satán'"39.

Es evidente la identificación entre demonio como príncipe, Anticristo cual suplantador, realizada por el papado. En la bre­ga, entre algún desaliento y muchas seguridades, Lutero estará convencido de dar al traste con el reinado del adversario, en re­tirada ante su Evangelio. Son incontables las ocasiones en que se gloría de haber conseguido o estar a punto de conseguir este objetivo. Al final de su vida casi, cuando el demonio se presenta aún con mayor actividad y frecuencia, se despide con las si­guientes significativas palabras de su mirada retrospectiva:

«Adiós, querido lector, y ruega por el triunfo de la Palabra contra Satán, porque es éste poderoso y malvado, y ahora más poderoso aún y enrabiado que jamás, porque sabe que su tiempo se acorta y que el reinado de su papa está en peligro. Pero Dios afianzará 10 que ha cumplido y llevará a la perfección la obra

39 Artículos de Smalkalda, Obras, 343-344.

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que para gloria suya ha comenzado en nosotros. Amén. 5 de marzo de 1545» 40.

La asimilación del papado con el agente más poderoso del demonio trascendió de la polémica de su tiempo. Fue un resorte perdurable en las mentalidades colectivas del luteranismo, como lo sería la respuesta del mundo católico con signo adverso. Esta demonización mutua caló hondo, y no es fácil de desarraigar a pesar de los esfuerzos -loables, píos y a veces ahistóricos- de Jos ecumenistas.

2. tos reformadores radicales, otros demonios

Quizá convenga insistir de nuevo en la facilidad con que Lutero acude al demonio como recurso polémico contra los di­sidentes de primera hora, contra reformas paralelas (ya hemos visto cómo desde Suiza le echaban en cara el recurso) y en su batallar contra los reformadores de izquierda o radicales. En ocasiones estos enemigos de dentro son demonios (o agentes del demonio) peores incluso que los que actúan en Roma o a través del papado. La diferencia estriba en que mientras éstos son una constante en el horizonte de Lutero, los otros son ocasionales, lo que no quiere decir que salieran mejor librados.

Establecida su tesis de que «el Papa, Ecolampadio, Karlstadt son seres diabólicos» 41; de «que Müntzer, Karlstadt y Cam­pano son los mismísimos demonios encarnados»; «Zwinglio y Bucero son los órganos de Satanás» 42, la demonización se acen­tuará a tenor de las circunstancias o de la presencia de la «he­terodoxia» de turno: emisarios de Satán son los perturbadores «iconoclastas» de Wittemberg; portavoces de Satán los profe. tas de Zwickau que andan agitando aquel ambiente de 1521-1522 43

• Y como demonios o agentes suyos serán tratados los «iluminados», los anabaptistas, sacramentarios o antinomistas. Su Comentario a Gálatas, himno a la justificación por la fe, se convierte en sus redacciones espaciadas en el tiempo en el tea-

40 Prólogo a obras latinas, Obras, 371. 41 Cit. por H.-M. BARTH: O. e., p. 87. 42 Charlas n. 84, 140. 43 Carta a Spalatino, 9 de septiember de 1521, y a Melanchthon,

13 de enero de 1522, WA Br n, 387, 424.

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tro de esta suceSlOn de sectarios, demonios, anticristos a veces, sin cuento, frutos todos de las maquinaciones de Satán, de sus horribles convulsiones contra la palabra auténtica, la de Lutero. Si no tarda en enfrentarse con los anabaptistas, «que más que posesos son demonios verdaderos, poseídos a su vez por demo­nios peores que ellos», años más tarde se encrespa contra los antinomistas suscitados por Satán en aquellos días de la última redacción 44.

Los motivos de la demonización del adversario son diáfanos. Estas «sectas», que anhelan arrebatar a Lutero liderazgos, han tenido la osadía de prescindir de la Escritura por el protagonis­mo concedido al Espíritu; han dado argumentos gratuitos al pa pado contra el Evangelio de verdad; han desviado el acento del artículo fundamental de la justificación por la fe, y se han atre­vido a perturbar el orden social y político, intangible para una mente feudal como la de Lutero. Y, 10 peor, han emprendido todo esto en nombre del Evangelio, como ángeles, cuando en realidad son demonios, eso sí, disfrazados de luz y de claridad 45.

Pocos momentos coadunan todos estos resortes como el de 1525, cuando se conjuntan también los motivos sociales y teo­lógicos que se mqvieron en la guerra de los campesinos en la figura de Thomas Müntzer y en el ambiente apocalíptico que revoloteó por la Alemania de aquellos meses asombrados. Los moderados Doce artículos del campesinado de Suabía se dirigen a los numerosos anticristos, al demonio que malinterpreta su re­curso al Evangelio 46. En el violentísimo torneo entablado entre Lutero y Müntzer, éste se revuelve contra el «Doctor mentiras», «dragón venenoso», «miserable adulador de príncipes», «zorro», <<11uevo papa de Wittemberg», «perro del infierno» y, en fin, «verdadero canciller del demonio» 47.

No hay que extrañarse: era lenguaje de los tiempos, salido esta vez de la tragedia de quien estaba prácticamente acorrala-

44 Cfr. diferentes prólogos a Gálatas, WA 40/T, 36-37. 45 A lo largo del comentario cit. a Gálatas pueden encontrarse innu­

merables invectivas contra estas «sectas». 46 Cfr. edición, trad. al francés, en M. SCHAUB: Müntzer contre Luther,

París, 1984, pp. 263 Y ss. 47 En su ataque más furibundo contra Lutero, Refutación justifica­

dísima, Thomas MUNTZER: Schriften und Briefe, edic. G. Franz-P-Kil'l1, Gütersloh, 1968, pp. 321 Y ss.

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do y herido por haber sido tratado como demonio por Lutero. y por los demonios estaban poseídos los campesinos insurgen­tes. La diatriba luterana se convierte en incitación a combatir, a masacrar, a la «liga diabólica de los secuaces del demonio», a «huir de los campesinos como de! mismísimo demonio». Y en el fragor demoníaco sus ataques apuntan especialmente al «a1'­chidiablo que reina en Mühlhausen». Se refiere -no es preciso decirlo- a Müntzer, al que antes había insultado como «ar­chidiablo de Allstiidt» 48.

Ha habido que esperar a análisis históricos desapasionados para reivindicar a la figura y e! significado de Müntzer. Pero su imagen diabólica penetró en los ambientes luteranos sin dificul~

lado Lutero, que la creó, se encal"gafÍa de afianzarla. A escasos días de la matanza de Frankenhausen quiere tranquilizar al amigo: todo se hizo para evitar que Satán realizara cosas peo­res. Por 1533, en sus Charlas de sobremesa, salta con frecuencia el recuerdo: «La muerte de Müntzer pende sobre mí; tuve que obrar de esta suerte porque él quiso asesinar a mi Cristo» 49.

No era e! único: e! humanista Me!anchthon contribuía a popu­larizar la demonización en su divulgada Historia de Thon1as Müntzer, que se abría: «Fue un poseso del diablo que se lla­maba Thomas Müntzer. Era muy versado en la Sagrada Escri­tura pero no siguió el camino de la Escritura porque el demonio le engañó y apartó de esta senda» 50.

IV. LAS TENTACIONES

La visión dualista, el sentido cristológico y eclesial se trasla­da a la dimensión personal y al asedio del demonio con toda su artillería de tentaciones, en consonancia con toda la profunda tradición medieval que matiza las honduras teológicas de Lu­tero. No es fácil andar con distingos entre los clásicos tenta­dores, aunque sus territorios parecen acotarse con criterios de edad y de competencias: la carne, en efecto, acecha más a los jóvenes; e! mundo (desde la envidia hasta el poder) afecta de

48 Cfr. escritos contra los campesinos, Obras, 251-277. 49 Obras, 399; Charlas, n. 446. 50 En Die lutherischen Pamphlete gegen Thomas Müntzer, edit. por

L. Fischer, Tübingen, 1976, p. 28.

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forma más directa a los adultos; el demonio, sin olvidar que anda atizando siempre, en todas partes y personas, tiene predi­lecciones claras por los cristianos fuertes, por sus conciencias y por las tentaciones espirituales 51.

La soberbia, la desesperación, la desconfianza, son las prue­bas más temibles por referirse a todo el complejo correlativo de la justificación por la fe. En una de sus Charlas de sobremesa, por 1531, sintetizaba de alguna manera lo que deambula por toda su obra:

«La tentación más temerosa de Santanás es la que se formula de la manera siguiente: Dios odia a los pecadores; es así que tú eres pecador; luego también a ti te odia Dios. Cada uno siente esta tentación en formas diversas. Pues bien, este silogismo se deshace muy sencillamente negando la premisa mayor, es decir, el presupuesto de que Dios odia a los pecadores. Cuando te argu­mente con Sodoma y otros ejemplos de su ira, propón tú a Cristo, el hijo encarnado: si fuera cierto que aborrece a los pecadores no hubiera mandado a su Hijo por ellos. Sólo odia a los que no quieren justificarse, o sea, a quienes rechazan ser pecadores. Esta clase de tentaciones resulta muy provechosa, y no es tanto ins­trumento de perdición cuanto medio pedagógico para que todo cristiano se dé cuenta de que es imposible aprender a Cristo sin tentaciones. Desde hace unos diez años comencé a sentir esta tentación de la desesperanza y de la ira divina» 52.

Como compañera de las tentaciones (y como tentación en sí misma) contempló siempre Lutero a la tristeza, convertida en uno de los signos más perceptibles de la presencia del demonio: «La tristeza procede sólo de Satanás; todo lo que suene a tris­teza y a muerte es diabólico; Dios no entristece, no asusta, no mata» 53. La psicohistoria ha hallado material abundoso en estos accesos para recomponer su personalidad, nada normal para este género, que tiene poco que ver con la historia a secas. En reali­dad, la sensación de fracaso a veces, las divisiones internas y, más aún, la conciencia de haber roto con estructuras seculares, profundas, le sumieron en depresiones de las que se vieron li-

51 En el Catecismo mayor, WA 30;1, 208-210. 52 Charlas, n. 141. Cfr. H. BEINTKER: Die Vberwindung der Anfech­

tung bei Luther, Berlin, 1954; P. BÜHLER: Die Anfechtung bei Martín Luther, Zürich, 1942.

53 Obras, p. 438.

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bres los otros reformadores, que se encontraron con este camino desbrozado. Y por ahí le atacaban sus demonios:

«Fuiste la causa de que se salieran tantos frailes y monjas». «Con frecuencia me vejaba el demonio susurrando: '¿Quién te mandó hablar contra los monasterios?' O diciendo: 'Antes rei­naba una paz hermosísima, ¿quién te mandó tmbarla?'» ".

La tentación de la tristeza se agudizaba en los momentos ele soledad tan mal llevada, en su secuestro del Wartburg, en su ale­jamiento incómodo de Coburg (<<desde el castillo plagado de demonios» fecha sus cartas de 1530), en coincidencia con la agi­tación más movida y pintoresca de estos enemigos. Y esta ten­tación era tan fuerte para el propio Lutero que tenía la sensa­ción de que la oscuridad, los pensamientos tan tristes le iban a robar a su Cristo 55. Hasta con los antiguos monjes llega a con­cordar por una vez en aquello de que «una cabeza melancólica era como un baño preparado para el demonio» 56.

En las tentaciones personales el resorte diabólico más soco­rrido y eficaz -al igual que en las eclesia1es- es el de su trans­figuración en Dios, tomando del viejo adagio germano la idea del demonio-simio de Dios 57, o el de asumir la apariencia de ángel de luz, o la figura de Cristo, pero de Cristo glorioso, ame­nazante con la ley, y acusador como verdugo asustador:

«Lo mismo aconteció en 1527 a aquel pobre doctor Kraus, de Halle. Se empeñaba en decir que renegaba de Cristo, que, a la derecha del Padre, me está acusando. Cautivo de sus ilusiones diabólicas, penetrado hasta extremos tales por esta idea, era in­capaz de aceptar consejos, el consuelo de las promesas divinas, y se suicidó miserablemente. Todo fue consecuencia de la pura mentira, una seducción del diablo, una definición de un Cristo extraño que no corresponde en nada a la Escritura. En efecto, ella no nos transmite a Cristo como juez, como tentador o acu­sador, sino como quien aplaca la ira de Dios, como un consola­dor, como salvador, como el trono de la gracia. Pero este pobre hombre no se encontraba en condiciones de verlo al aferrarse, en contra de la Escritura, a lo que creía verdad incontestable:

54 Charlas, n. 141, 525. ss WA 40/1, 317. 56 Charlas, n. 455. 57 A. ADAM: «Del' Teufel als Gottes Affe. Vorgeschichte eines Luther­

wortes», en Luther Jahrbuch, 28 (1961), pp. 104 Y ss.

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Cristo te acusa ante el Padre, no te defiende, está contra ti, por tanto date por condenado. Y esta tentación no es de hombres, proviene del demonio, que la hace penetrar con fuerza muy po­derosa en el corazón de los tentados. Para nosotros, que opina­mos de forma contraria, se trata de una mentira vergonzosa y clara y de una ilusión de Satán» 58.

V. Los DEMONIOS DOMÉSTICOS

El demonio anterior, el teológico e histórico, no 10 es todo en aquel mundo de Lutero, pletórico de seres extraños. Así, jun­to al demonio que se disfraza incluso de Cristo glorioso, pertur­bador del Evangelio y de la fe, aparecen acá y acullá sus nume­rosos subordinados, que en muchas ocasiones parecen no tener otro objetivo que incordiar. Son los en castellano llamados «duendes», «trasgos» y tantas cosas más, cuya presencia y ac­ción hay que relacional' más con las mentalidades populares que con las de las élites de la teología y del espíritu. No obstante, no todos los privilegiados se vieron libres de esta herencia me­dieval, y como prueba tenemos a Lutero, trascendentalizado en exceso cuando de resaltar sus originalidades se trata.

Estos demonios menores, pero incómodos, aunque anden por doquier, tienen siempre sus moradas predilectas, coincidentes ri­gurosamente con ciertas tradiciones acotadas en los tratados de demonología anteriores a Lutero:

«Existen muchas regiones -decía a sus comensales- alm en las que habitan los demonios. Prusia está llena de demonios; Laponia, de hechiceros. También en Suiza, cerca de Lucerna; en un monte altísimo, hay un lago que se llama 'alberca de Pilato'; ahí está, furioso, Satanás. Dijo también Lutero que en su patria, en el monte Pubelsberg, hay un lago que, si se le lanza una piedra y se remueve, desencadena una tempestad enorme por toda la región. Son las habitaciones de los demonios que están cau­tivos en ellas» 59.

Como casi todo su mundo, Lutero está convencido de las metamórfosis de los demonios -sin que deje de insistir en el peso de las ilusiones-o Y está convencido de que las formas

58 WA 40/I, 320-321. Con tanto o más vigor, ibíd., 41-42, 92-93. 59 Obras, c49.

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más socorridas son las de los animales: cerdos, perros (negros), jabalíes, reptiles; y, más aún, los loros y papagayos, monos, cer­copitecos, «por esa rara habilidad que tienen para imitar a los humanos» 60.

Estos demonios no son tan peligrosos como el que se trans­muta en ángel de luz o en Cristo amenazador, mas los efectos secundarios pueden llevar al desconcierto, ya que están empe­ñados en sembrar el miedo. Actúan preferentemente durante la noche como autores de los sueños tristes, metiéndose en la cama (a Lutero le pasaba eso en el Wartburg: allí se encontraba con el perro, negro naturalmente -a un hermano de San Juan de la Cruz en Medina del Campo se le aparecía como oso roncan­te-). En la casa del pastor de Suptiz a los demonios les dio por cogerla con la vajilla, y armaban alborotos tales que a la familia no le quedó más remedio que el traslado. También a Conzenio le estuvo fastidiando el demonio con estos ruidos du­rante un año. Al Lutero maduro le inquietaba en aquella cerda negra que no dejaba de hozar por un jardín donde jamás hicie­ran acto de presencia estos porcinos. Incluso en sus tiempos pa­pistas, apenas iniciaba el rezo del breviario, cuando los demonios se ponían a molestar con sus ruidos insoportables detrás de la estufa 61.

En fin, la creencia en estos espíritus y espectros era moneda corriente en aquel tiempo, que los veía como compañeros de la vida. Lutero participa de tales creencias, y partiendo de esa rea­lidad trata de afrontar los peligros que puedan suponer para la fe serena y como medios de inducción a las supersticiones pa­pistas 62.

VI. LAS ARMAS CONTRA EL DEMONIO

La sociedad, sacralizada, llena de miedos y sometida a fuer­zas oscuras, se había fabricado sus sistemas de defensa contra el enemigo de todos. Lutero, que vive dentro de las coordenadas de su tiempo, es un excelente indicador de estos mecanismos,

60 Obras, ibíd. 61 Charlas, nn. 491, 6816, 6817, 508, 3840, 5258. 62 Que es lo que, para Lutero, estaba ocurriendo en los Países Bajos,

Charlas, n. 3745.

8

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Ptloc.~ldentfls en parte de sus posiciones teológicas, en parte de la ;:;:::~:; <ll,ete:ncía:. anterior Y del clima de sus días.

Para combatir al demonio 10 primero que hay que hacer es desenmascarar a quien sabe vestirse de tantos ropajes y actual' a través de tantos agentes. Y como la más peligrosa de sus apa­riencias suele ser la de Cristo, de ahí la importancia sustantiva que en toda su obra hablada y escrita adquiere su discernimien­to. El Cristo auténtico no es el de la gloria, no el juez severo, sino el de la cruz, el justificador, el salvador de consuelo: «Ahí tenéis la razón de mi vehemente insistencia en que aprendáis a definir a Cristo de forma correcta según San Pablo: el que se entregó a sí mismo por nuestro pecado» 63. A este propósito con­taba el siguiente episodio normativo, resumen de tantas páginas, de obras enteras, dedicadas a este problema del discernimiento:

«En una ocasión se encontraba en su habitación orando inten­samente y meditando cómo Cristo había sido crucificado, había padecido y muerto por nuestros pecados, cuando advirtió en la pared un claro resplandor, y en él a Cristo aparecido en majes­tuosa figura, con las cinco llagas. Al verlo creyó el doctor (Lu­tero) que se trataba del mismo Cristo Señor en forma corporal, y, por eso, su primer pensamiento fue que se trataba de algo bueno. Pero en seguida recapacitó, y se dio cuenta de que tenía que ser el espectro del demonio, ya que Cristo se nos revela en su palabra y en forma humilde, abatido, tal como estuvo colgado y humillado en la cruz. Por eso el doctor increpó a la figura: vete de ahí, oprobio del diablo. Yo sólo conozco al Cristo que fue crucificado y que se manifiesta en su palabra. Y al momento desapareció la figura, que no era otra que la del demonio en­carnado» 64.

En efecto, a tal discernimiento sólo puede llegarse por la Palabra, fuerza del combate contra las herejías antiguas, aban­donada durante el reinado del anticristo papal, recuperada en los días de Lutero y en Alemania, «donde nunca se oyó hablar tanto de la Palabra como ahora» 65. Por ella, no por la fuerza de las armas, hay que combatir a la herejía, en idea vertebradora ele su tratado Sobre la autoridad temporal (1523), «porque lu­char contra la herejía es 10 mismo que luchar contra el dia-

63 WA 40/1, 92-93, 317. 64 Obras, p. 450. 65 Obms, p. 218.

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blo que se apodera de los corazones por el error, y es la boca (Isaías 11,4), el instrumento por el que han de desaparecer y convertirse los impíos» 66.

La Palabra no es algo abstracto; hay que aprenderla, predi­carla y vivirla. Si Lutero insiste tanto en la precisión de los ma­gistrados para que atiendan a la erección y financiación de las escuelas de nuevo cuño, no lo hace por mera preocupación hu­manista; pesa más su otro objetivo de preparar por medio de la instrucción contra los ataques del demonio, nervioso porque se da cuenta de que «sus trapisondas se van descubriendo gracias a la palabra de Dios» 67. En cuanto a la predicación, huelga vol­ver sobre la función que los predicadores desempeñaron en la reforma luletana corno piedra angular de todo. De eHos depen­de la actualización de la Palabra, y para que lo utilicen como medio pedagógico escribe su Catecismo Mayor, modelo de pre·· dicación y vivencia en torno a la Escritura y a los Manda­mientos:

«Practicar la palabra de Dios, hablar de ella, meditarla, nos ayudará poderosa, inconmesurablemente, contra el demonio, el mundo, la carne, contra los malos pensamientos. Ningún incien­so, ningún aroma tan eficaz podrás quemar contra el demonio que el de practicar los mandamientos y palabras de Dios si las conviertes en centro de tus charlas, de tus cantares o de tu me­ditación. Ten por seguro que esto es la verdadera agua bendita y la señal auténtica ante la cual huye y por la cual será cazado ... ya que no puede soportar ni escuchar la Palabra de Dios» ".

En la batalla incesante contra el demonio de los enemigos todo depende de aferrarse a la Palabra: antes de 1525 contra el papado; en la década siguiente contra sectarios, iluminados, sa­cramentarios, anabaptistas, antinomistas, agentes también de Sa­tán, como puede verse en el prolijo y revisado comentario a los Gálatas, muestrario de los agentes de Satán que motivaron su edición. En resumen,

«La Palabra es la pieza fundamental. Con ella todo se hace bien, con ella se vence a todos los demonios: a los demonios de las romerías, al demonio de las indulgencias, al demonio de

66 WA 11,269. 67 Obras, pp. 216-217. " WA 30/1, 125-126.

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las bulas, al demonio de las cofradías, al demonio de los santos, al demonio de las misas, al demonio del purgatorio, al demonio de los monasterios y de la clericalla, al demonio de las sectas, al demonio de la subversión, al demonio de los herejes, a todos los demonios del papismo, también al demonio de los antinomis­tas, etc.» 69.

Lo anterior se refiere a las batallas eclesiales. En la guerra más personal, contra los demonios también menos serios y más existenciales, Lutero ofrece todo un entramado de resortes, en parte discol'dantes, en parte coincidentes con los comportamien­tos medievales, incluso con los católicos.

En primer lugar hay que evitar por todos los medios la confrontación directa. «Anda con cuidado, y ante la tentación no entres en discusión con el demonio», puesto que es un exce­lente dialéctico que ganaría en la disputa. «No es doctor gra­duado pero sí muy experto» 70.

Lo que hay que hacer con intensidad es orar como confesión de la bondad justificadora (no como obra meritoria). No pode­mos extendernos en el calor y la asiduidad con que Lutero abor­da el tema de la oración, a la que dedicó hermosos tratados; en este caso concreto está convencido de que luchar «con las pro­pias fuerzas -como dice al explicar la sexta petición del Padre­nuestro- es facilitar las cosas al demonio, que es como una serpiente que se cuela entera en cuanto logra meter la cabeza; pero la oración es el medio de atajarla, de hacerla recular» 71.

Como es fácil de imaginar, nada valen sacramentales que los católicos esgrimían con fervor, cual el agua bendita de Santa Teresa (cuyos demonios, por otra parte, tienen mucho parecido con los de Lutero). Tan poco recomendables son los heroísmos ascéticos de los luchadores legendarios; sería atentar contra el único merecedor, Cristo. Mejor será hacer 10 contrario por pru­dencia y como insulto al demonio. «En los tentados es cien ve­ces peor la abstinencia que el comer y beber». «Por experiencia puedo enseñarte la forma de adiestrar tu alma para vencer las tentaciones. Cuando estés tentado por la tristeza, la desespera­ción u otra aflicción de tu conciencia, entonces come, bebe, bus-

69 En su obra Sobre los concilios y la Iglesia, WA 50, 630. 70 Carta a Weller, julio de 1530, WA Br V, 518. Y dt. por BARTH:

O. c., p. 125. 71 WA 30/1, 210.

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ca conversación. Si puedes recrearte con el pensamiento de una joven, hazlo». Son muchos los casos que aduce para confirmar su teoría, unas veces experiencias personales, otros de oídas 72.

En este contexto de cierta provocación al demonio (y de hu­mildad) hay que situar algunas expresiones que, desgajadas, tan­to escandalizaron. No sólo el consejo al angustiado Weller para que incluso se divirtiese con su mujer (la de Lutero) y cometie­se pecados de importancia en lugar de andar con pecadillos; también la comunicación de la noticia de su boda en estos tér­minos: «Con esta boda me he hecho tan vil y despreciable, que tengo la esperanza de que los ángeles rían y lloren todos los de­monios». O la invitación a Melanchthon: «Pecca fortiter», de raíz agustiniana 73.

No sería correcto deducir la imagen falseada de un Lutero glotón y borracho. «Si yo siguiera mi apetito, nada comería en tres días seguidos». Se adelanta a insistir en que estos medios pueden ser inconvenientes si se adoptan de forma indiscrimina­da: «Bien entendido, que a otros les dará mejor resultado acudir a remedios distintos. A mí me va muy bien la bebida generosa, pero no me atrevería a aconsejársela a los jóvenes para no fo­mentar la libídine» 74.

En 10 que no es preciso imponerse limitaciones es en el re­curso a la música. Y dada la identificación entre tristeza y de­monio, la música será uno de los resortes Íl1l1damenta1es para combatirlos: «Satán es el espíritu de la tristeza; por tanto no puede ocasional' alegría y por ello mismo aborrece tanto a la música». Está Lutero convencido de que este «regalo divino» -que tan buenos oficios le prestó para la expansión y penetra­ción de su Evangelio- alegra a la gente y ahuyenta al demonio, «Después de la teología -escribe al maestro de capilla de Mu­nich- puedo asegurar que no existe arte comparable con la mú­sica. El demonio, autor de las cuitas tristes, de las inquietudes, huye de la música de forma parecida a como 10 hace de la pa­labra de la teología» 75,

72 Charlas, n. 114; Obras, p. 450. 73 Obras, pp. 387, 401; carta dt. en nota 70, pp. 519-520. 74 Obras, p. 450; Charlas, n. 141. 7S Cfr, T. EGIDO: «Introducción a los factores epocales», en Diálogo

Ecuménico, 18 (1983), 281-282,

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y como norma general -yen esto reasume otra vez todas las formas de la tradición medieval-, la manera mejor de li­brarse del demonio tentador y molesto es la del menosprecio: «Con el juego y el desprecio es como hay que combatir a este diablo» 76. Pasando de 10 sublime a 10 «popular», recurre a los exorcismos más expeditivos, ante los que el demonio escapaba avergonzado. Ello ha dado pie para considerar a Lutero como un «grobiniano» señero y sucio; mas no hay que olvidar su sen­tido del humor, la fe que tiene en las virtualidades del lenguaje; ni que recursos, rayanos en 10 «obsceno», pero muy similares, como las dichosas higas, tuvo que esgrimirlos Santa Teresa ante la imposición de consejeros mediocres de Avila. Lo que eran gestos se verbaliza por Lutero. No es fácil de traducir al caste­llano, pero tampoco hay por qué callarlo.

Para evitar rodeos, consiste todo en que una vez identifica­do y desenmascarado el demonio incordiante, tarea nada fácil como hemos visto, se le espeta: «Chúpame el culo», y se va sin remisión el maligno 77. Es pródigo en aducir -yen aconsejar­su irreverente experiencia personal en este sentido:

«Mira lo que hago yo: cuando, por la noche me despierto, ya tengo al demonio encima discutiendo conmigo, hasta que le es­peto: chúpame el culo. A pesar de lo que puedas decir, Dios no se enfada: en la discusión casi siempre nos veremos enreda­dos. Que para eso, gracias a Dios, disponemos del tesoro del lenguaje». En otra ocasión: «el demonio disputaba conmigo, y me acusaba de ser un ladrón por haber expoliado al papa y a tantos monasterios. Pero yo no quería contestarle, y le dije: chú· pame el culo. Entonces se va; por que, si no, no hay forma de que nos deje» 78.

Hay otra variedad rebosante de eficacia. Solía contar Lutero la historia de aquella matrona de Magdeburgo que después de muchos esfuerzos logró poner en fuga al demonio con un pedo. Esta era el arma ofensiva aconsejada -y practicada- por Lu­tero cuando, fracasada la de la oración, allí seguía el demonio disputando y disputando «casi todas las noches» sin admitir que el cristiano es libre y está sobre la ley, la justificación por Cris-

76 Carta cit. a Weller. Charlas, n. 3840. 77 Charlas, n. 83. 78 Ibíd., 248, 491.

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to, la ayuda de la Iglesia, el ministerio de la palabra. «Pues si la oración de este estilo no basta, hay que acudir a otra: a tIrarle un pedo para arrojarle de allí» 79.

Tam bién estas medidas, aunque cueste creerlo, exigen cierta prudencia. Porque es cierto que «Satán es derrotado por el des· precio, mas por el desprecio que nace de la fe, no el de la pre· sunción». Y puede acontecer que lo muy indicado para unos resulte inconveniente para otros: «Es 10 que aconteció con aquel hombre piadoso que gloriándose en el bautismo arrancó un asta al espíritu cornudo de Satanás; mas otro, que 10 quiso imitar por mera presunción, fue matado por Satanás» 80.

Restan capítulos importantes: ilusiones, obsesiones, posesio­nes diabólicas, que eran el pan nuestro de la vida cotidiana de aquellas sociedades, y en las que Lutero creía a pesar de los ma­tices teológicos que introduzca. Y resta el aspecto tan destacado de la brujería, que exigiría muchas páginas para ser abordado. Hay que decir que, contra Jo que era de esperar en su mentali­dad, Lutero no hizo sino afianzar todo aquel sombrío entram8·· do de las brujas de Europa, en otra de las extrañas coincidencias con métodos de casi todos los países católicos.

Para concluir, la historia religiosa y espiritual no hace sino contrastar la realidad de la depuración de muchas adherencias, de numerosas desviaciones durante el Renacimiento. En bucn8 parte esta especie de racionalización se debió a la mentalidad que se fue forjando por los humanistas, por los reformadores. Mas, salvo raras excepciones, tanto unos como otros no hicieron sino profundizar la creencia en la acción omnipresente del de­monio como instrumento universal de todo lo malo. Habría que esperar mucho tiempo todavía para que la espiritualidad se fue­se despojando de estas fuerzas oscuras e irracionales, tan poco enlazadas con la primera tradición cristiana y fruto en tantas circunstancias de miedos colectivos e individuales, de intereses no siempre religiosos.

79 Ibíd., 3814, 469, 122. 80 Ibíd., 3840, 3814.