Los ecos mediáticos de la historia reciente

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45 Los ecos Los ecos mediáticos de la mediáticos de la historia reciente historia reciente A propósito de la difusión del A propósito de la difusión del filme “La noche de los filme “La noche de los lápices” de Héctor Olivera lápices” de Héctor Olivera en colegios secundarios en colegios secundarios Derechos humanos Jorge D. Falcone

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Los ecosLos ecosmediáticos de lamediáticos de lahistoria recientehistoria recienteA propósito de la difusión delA propósito de la difusión delfilme “La noche de losfilme “La noche de loslápices” de Héctor Oliveralápices” de Héctor Oliveraen colegios secundariosen colegios secundarios

Derechos humanos

Jor g e D. Fal cone

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Introducción: para romperla inercia en el tratamientodel tema

Durante la última primavera, encalidad de hermano de una de lasvíctimas de la llamada “Noche delos Lápices” y ex docente delEMEM Nº 7 de nuestra capital, tu-ve el priviliegio -en tanto sobrevi-viente y analista atento de la ex-periencia de los ‘70- de asistir auna jornada interdisciplinaria detrabajo y evocación en torno deaquellos hechos, protagonizadapor todos los claustros del men-cionado establecimiento. En sutranscurso, más allá de integrar-me a un panel-debate compuestopor miembros de organismos dederechos humanos así como delámbito educativo, presencié unade las tantas dramatizaciones queacostumbran poner en escena losestudiantes intentando aproximar-se a la vida cotidiana y militanciade aquellos jóvenes que un cuartode siglo atrás conquistaron con sulucha el Boleto Estudiantil Secun-dario, a la vez que tuve acceso ala opinión grabada de un conjuntosignificativo de chicas y chicosque expresaban su parecer conrespecto a la elección del nombrede dicho colegio, recientementedesignado “María Claudia Falco-ne”.

Al cabo de quince años de inten-tar, en cada septiembre, ofreceruna nueva “vuelta de tuerca” refle-xiva al asunto para así ir contribu-yendo humildemente a la recons-

trucción de la memoria y la tramasolidaria entre los argentinos, qui-zá movido por el enorme recono-cimiento que el Movimiento Estu-diantil Secundario viene manifes-tando hacia la figura de mi herma-na, me sentí particularmente sa-cudido por dos hechos. El primerofue la teatralización del acontecerdoméstico en mi hogar natal -yano producida por actores profesio-nales como aquellos que nos ani-maran en el filme de Héctor Olive-ra, sino por pibes de la edad quenosotros teníamos en aquel en-tonces, tan distinto a este-; y elsegundo, el testimonio de un estu-diante que -según expresó- hubie-ra encontrado más ecuánime de-signar al colegio como “Mártiresde la Noche de los Lápices” enhonor a todos los pibes. Desdeaquella oportunidad no dejo depensar en ambas cosas, y tal vezhaya llegado la oportunidad deensayar (y compartir) algunas re-flexiones al respecto.

El contexto de aquellafilmación: reconstruyendola memoria en la Argentinade la impunidad

Propios y ajenos a la historia queel filme que Olivera cuenta sole-mos coincidir en que su abordajede los hechos es -cuanto menos-un tanto “light”, si no decididamen-te favorable a una política de es-carmiento para con las “osadías”setentistas. Revisar someramentelas condiciones histórico-políticas

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que rodearon su rodaje acasoeche un poco de luz respecto delresultado obtenido.

La retirada del autodenominadoProceso de Reorganización Na-cional -tras ocho años de sosteneruna política de entrega apoyadaen el genocidio- precipitada por lalucha de los trabajadores y la de-nuncia incansable de los organis-mos de derechos humanos (he-chos estos a los que se sumó ladebacle de Malvinas), dejaría -pe-se a la aparente euforia que el ad-venimiento de la democracia pusode manifiesto- una profunda se-cuela de terror en las zonas másprofundas de la sociedad argenti-na. Durante aquella transición seprodujo -por ejemplo la brusca in-terrupción de una conferencia deprensa ofrecida en Córdoba porex detenidos-desaparecidos en elTercer Cuerpo de Ejército debidoa la repentina irrupción de dos su-jetos “sospechosos”, que vestíantraje oscuro y lucían pelo corto,portando anteojos espejados. Lasecuestrada Cecilia Viñas aún da-ba señales telefónicas de vida asus familiares desde algun lugarinsondable de la Argentina. Y elhijo del ortodoncista de mi herma-na le negaba a mi madre el acce-so a los moldes de su dentadurapara no agravar con dicha moles-tia la fragil salud de su padre.

A mediados de 1985 llegaron aLa Plata los autores del libro quedocumenta la tragedia de nues-tros estudiantes secundarios. A fi-nes del mismo año, los integran-

tes del equipo de filmación. Demodo que existió primero un en-sayo periodístico, y luego unguión cinematográfico que lo tomócomo base. Cuando concurrí anteel escribano comisionado por laproductora a fin de autorizar eluso de mi legítimo apellido en elfilm, dicho anciano manifestó -sinque nadie solicitara su opinión-que, según entendía, a los chicosde ‘La Noche de los Lápices’ “ha-bría que haberlos fusilado en unaplaza pública”. Tal fue el humanís-tico aporte de aquel ciudadanobienpensante por entonces. Peroese no sería el único signo de lavigencia de cierto ideario proce-sista que habríamos de padecerdurante el rodaje. La confronta-ción ficticia de policías y estudian-tes reales en la explanada del Mi-nisterio de Obras Públicas platen-se -donde casi una década atrásse lograra la reivindicación del Bo-leto Estudiantil Secundario- se tor-naba cada vez más cruenta, has-ta que el director resolvió -enacuerdo con las autoridades perti-nentes- trasladar el rodaje de lasescenas de pugilato y forcejeo alas inmediaciones de la ciudad pa-ra no correr tantos riesgos. El lu-gar escogido fue la Escuela Supe-rior de Policía “Juan Vucetich”, si-ta en las adyacencias del caminoCentenario, zona del Parque Pe-reyra Iraola. Hoy sabemos que di-cho lugar albergó -durante la dic-tadura- detenidos clandestinos.Sus cadetes de aquel momentorepresentaron, pues, a estudian-tes y represores. Y al cabo de rea-

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lizadas las tomas de rigor, finaliza-da la jornada de trabajo, vivaron -ante el equipo en pleno de rodaje-el nombre del general RamónCamps, factótum de la masacreque el film pretende denunciar.Esto no es todo. Ya en los Estu-dios Baires de Don Torcuato, don-de se reconstruyeron las instala-ciones del llamado “Pozo” de Ban-field, destino final de las víctimas,y tras una ardua jornada en la quese revivieron los tormentos inflin-gidos durante su interrogatorio alex detenido-desaparecido PabloDíaz, el custodio del estableci-miento -que nos pedía a diario losdocumentos para autorizar nues-tro ingreso- manifestó visiblemen-te contrariado ante el actor Alber-to Busaid que “así no gritaban losverdaderos subversivos”, sino que“a veces se la aguantaban hastael final, los hijos de puta... aunquele diéramos con todo”.

Para muestra hay más de un bo-tón. Nos falta un realizador intimi-dado por el rigor de los hechosque decidió reconstruir, con hijosen edad escolar. Y dos asesoreshistóricos con visiones no siempreconvergentes: desde el corazónde los hechos, Pablo Díaz, únicotestimoniante de la masacre (co-mo se sabe, también sobrevivie-ron guardando silencio EmilceMoller y Patricia Miranda), y des-de su entorno inmediato, quienescribe, hermano de María Clau-dia. Nuestros aportes, general-mente acotados por el director, tu-vieron más incidencia durante elrodaje realizado en La Plata. En

los estudios de Capital, Oliverasólo hizo su voluntad.

Consumiendo versiones dela historia

En una sociedad hipermediatiza-da como la que habitamos es fre-cuente escuchar que, entre un he-cho y sus múltiples versiones,suelen abundar los intermedia-rios. El que venimos abordandotambién los tuvo. Y fueron mu-chos. La primera versión públicade carácter orgánico sobre “LaNoche de los Lápices” fue a co-mienzos de 1984, el testimoniodel citado Pablo Díaz ante el fiscalStrassera, en el transcurso delJuicio a la Junta de Comandantes.En aquel momento se hallaban enel recinto la investigadora perio-dística María Seoane (“Todo oNada”, “El burgués maldito”) quienya entreveía la posibilidad de es-cribir un libro profundizando en eltema (cosa que luego hizo en coautoría con Héctor Ruiz Núñez).Esa sería -a su vez- la base utili-zada por el guionista Daniel Kon(“Los chicos de la guerra”) para lapelícula de Héctor Olivera. Tantoel libro como el filme contaronoportunamente con el testimoniode familiares de las víctimas, cadauno en su correspondiente esta-dio de elaboración, ora más cercadel orgullo, ora más cerca del do-lor. Hasta aquí el periplo de los“emisores”. Los “receptores” pre-ferenciales han venido siendo losjóvenes, y es sabido que -de un

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tiempo a esta parte- estos prefie-ren los filmes a los libros.

Podemos concluir, quizá simplifi-cando nuestro análisis, que “el re-lato Noche de los Lápices” -al me-nos para la mayoría de los pibes-viene siendo construido a expen-sas de su filme homónimo. Y elhecho de que se contara con ase-sores históricos involucrados di-rectamente en el tema, no sirvió-sin embargo- de barrera a unabordaje melodramático justifica-do por “necesidades del traslado ala ficción” (que muchos interpreta-mos como un “Love Story” del ho-rror). El contagio de este últimoaspecto reaparece en múltiplesrepresentaciones dramáticas lle-vadas a cabo en colegios de todoel país, acaso edulcorando invo-luntariamente una historia que tu-vo matices aún no debidamenteinvestigados.

Damnificaciones necesarias

En este punto desearía referirmeal menos a dos ideas-fuerza que-alternativamente- han venido in-clinando el tratamiento del tema,en un principio hacia la “inocenciaabsoluta” de los involucrados, yluego hacia el heroísmo ilimitado.El caso de mi hermana es para-digmático ya que guionista y di-rector parecen haber convenidoconvertirla en protagonista princi-pal de aquellas jornadas, lo cual-digámoslo de una vez por todas-no hace honor a la verdad históri-ca y “tapona” el conocimiento de

la lucha de los demás pibes. Elmito de los “perejiles” (militantesde bajo compromiso) fomentadopor el filme de Olivera, no hacemás que expresar cierta voluntadde “rescate” del desaparecido me-nor de edad (supuestamente inca-paz de asumir responsabilidadesdecisivas) en detrimento del de-saparecido adulto (condenado du-rante un lapso prolongado de lahistoria reciente por su posible ad-hesión a soluciones violentas, ca-so en el cual su destino final esta-ría justificado). Igualmente impro-pia resulta esa imagen de “Clau-dia Azurduy” que aparece -conrespetable lógica- en muchas ma-nifestaciones artísticas de carác-ter juvenil. Pensamos que ni louno ni lo otro conducen a un abor-daje edificante de dicha experien-cia, que permita soldar un puenteentre aquella generación y la queprotagoniza las luchas del presen-te. Más bien cabría recalcar queaquellos chicos no fueron ni mejo-res ni peores que los de la actua-lidad, sino iguales a la época queles tocó vivir.

Humildes recomendaciones

No más que como militante po-pular, padre y docente de jóvenes,y especialista en comunicaciónaudiovisual, sentiría mi concienciamás tranquila si expresara que norecomiendo la exhibición acríti-ca del filme aludido en esteaporte (a la manera de un “chupe-te electrónico” con que sortear

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descomprometidamente la fechacorrespondiente del calendarioescolar). Mas bien propongo eldebate posterior en presencia-de ser posible- de familiares delas víctimas, miembros de orga-nismos de derechos humanos, oal menos -obviamente- el docentea cargo de la conmemoración. Ala vez, se halla en marcha la reali-zación de un producto más noble(a cargo del director platenseEduardo Viola) que aún admite laintervención del sector docente aefectos de una mejor implementa-

ción futura.

Por último, evitar la necrológicapara reforzar en cada septiembrela gestación de espacios de tra-bajo solidario parecería ser elmejor homenaje que merecennuestros 30.000 héroes y mártiresahora que, a distancia prudencialde las secuelas del terrorismo deestado, parece factible llamar alas cosas por su nombre.

Febrero 2000