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    LOS INFORTUNIOS DE LA VIRTUD

    De Donatien-Aldonse-François, Marqués de Sade

    Traducción de Isaac Pradel Leal

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    Prólogo de Patrick Rabeony (Filósofo, Profesor de filosofía del Liceo Francés deAlicante)Prólogo de Juana Serna (Filósofa, Catedrática de filosofía)

    Título: Sade, Los infortunios de la virtud

    Autor: Donatien-Aldonse-François, Marqués de Sade© de la traducción: Isaac Pradel Leal© de sus textos: Patrick Rabeony y Juana Serna© de la presente edición: Editorial Club Universitario

    I.S.B.N.: 84-8454-226-2Depósito legal: A-166-2003

    Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 38 45C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante)www.ecu.fm

    Printed in SpainImprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante)[email protected]

    Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de estelibro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedi-miento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, graba-ción magnética o cualquier almacenamiento de información osistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de lostitulares del Copyright.

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    Nota:

    ¿Por qué dos prólogos para una misma obra?- Evidentemente, la traducción de "Los Infortunios de la

    Virtud" de Donatien-Aldonse-François, Marqués de Sade, no hasido tarea fácil. La voluntad de hacer más accesible al públicouna de mis novelas favoritas, además de la de redimir al autor“maldito” por antonomasia, debía además contar con unos pró-logos de excepción, sobretodo teniendo en cuenta la polémicasuscitada entorno al autor y su pensamiento a lo largo de la his-

    toria. Además de los vínculos afectivos que desde hace muchotiempo y por diversas razones me unen tanto a Patrick Rabeonycomo a Juana Serna, que me impulsaban a asociarlos al proyec-to, quería contrastar las opiniones de ambos por diversas razo-nes, y que el público tuviera también oportunidad de hacerlo : porque pese a contar ambos dos con las más altas capacitacionesacadémicas en el ámbito de la Filosofía, existirían no sólodiferencias de opinión y de criterio sobre el autor y su obra

    debido a las diferencias en su formación, sino que puesto quetodo en el mundo del pensamiento es objeto de controversia ydiscusión, por supuesto, o antes al contrario, Sade no escapa alas mismas. En definitiva, un capricho poético inspirado por el principio formulado por otro pensador y revolucionario : “Queeclosionen las mil flores...”.

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    Prólogo

    de Patrick Rabeony

    Ha llegado la hora de reclamar una vez más rotunda yenérgicamente la prohibición de los escritos del Marqués deSade. [«Me dan la vuelta, la bola que me han hecho devolver produceen la vagina un incendio idéntico al que produjo en los lugares queacaba de abandonar; baja, y quema hasta el fondo de la matriz: sinembargo no dejan de atarme boca abajo sobre la pérfida cruz, y partesaún más delicadas son violentadas sobre los nudos que acogen. Car-

    doville penetra la senda prohibida; la perfora mientras que gozan idén-ticamente con él.»].Es la petición iracunda del gran literato Philippe Sollers1 

    quien nos invita a proferir grandes gritos en contra de semejan-tes abominaciones. Su ira es aún más violenta puesto que susescritos están legitimados por un editor de una gran seriedad, enuna colección prestigiosa2, lo que resulta harto revelador sobre«la crisis de nuestra sociedad».

    Le parece obvio que nos hallamos en este caso, más allá de loscrímenes cometidos por el nazismo mientras que los editorestienen el enorme aplomo de afirmar que «sin banalización ni provocación alguna, Sade tiene un lugar en la Bibliothèque de laPléiade».

    Por una especie de doble circunstancialidad simplementeimaginaria nos interpela: o bien dicho libro existe y está porejemplo permitido leer extractos del mismo en la televisión, enla radio, reproducir páginas en la prensa; o bien no existe. Siexiste, ¿por qué esta tolerancia?

    A sus ojos, nada justifica dicha edición puesto que no puede tratarse de una poesía vertiginosa y pura, de una premoni-

     1 in « Libertés du XVIIIe siècle » - Gallimard 1996  2 Sade, Œuvres, Gallimard, « Bibliothèque de la Pléiade » - N.d.T. Muy pres-

    tigiosa colección de grandes clásicos de la literatura en lengua francesa,caracterizada por su lujoso formato. 

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    ción surrealista. Menos aún de un documento para algún médicoo algún universitario de hábitos sospechosos, ocupado en obscu-recer mediante explicaciones tranquilizadoras con el propósito

    de corromper mejor la atmósfera. Sollers-pedagogo piensa enlos miles de estudiantes de bachillerato confrontados a dichas«elucubraciones». Finalmente se pregunta si las palabras no tie-nen ya importancia alguna para añadir de un modo un tanto pér-fido «Si este libro no existe, por qué acabo de ojearlo. ¿Acasosoy yo el único, aquí o en cualquier otro lugar, que no está so-ñando?»

    Practiquemos el soñar despiertos.Cuando Sade se manifiesta sobre sus obras: «la madre

     prescribirá su lectura a su hija», Lautréamont lanza una adver-tencia: «No es bueno que cualquiera lea las páginas que vienen acontinuación: sólo unos pocos saborearán este fruto amargo sin peligro».

    Las emanaciones mortales que podrán impregnar el al-ma, como el agua al azúcar, se convierten en el caso de Sade en

    síntomas que nos excitan en la misma medida en que nos indis- ponen.Comprendemos mejor a un Nietzsche que deseaba dos

     prólogos para la «Gaya Ciencia» puesto que siempre subsistirá,decía, la duda de que alguien por no haber vivido nunca nadaanálogo pueda jamás ser familiarizado mediante prólogos.

    ¿Hay pues que quemar las obras de Sade? Ambivalencia,ambigüedad, duplicidad… el desdoblamiento es permanente.

    Definitivamente salvaje, indefinidamente explorado, así pareceser el universo Sadiano.

    Sin embargo resulta imposible no ceder a la llamada deltexto. Uno no se puede abstraer, se entra en el juego que organi-za. [«subiré sobre el taburete, tú atarás la cuerda, me excitaré duranteun instante, luego en cuanto veas que las cosas toman una especie deconsistencia, quitarás el taburete, y yo me quedaré colgado, y así medejarás hasta que veas o bien la emisión de mi simiente o síntomas de

    dolor;»]

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    Forzando los cerrojos de la moral, Sade se abre grandesvías de aire desde lo más profundo de su cárcel-madriguera. Esallí donde creció Justine en contrapunto o en acompañamiento

    de Donatien hasta vampirizarlo.Sade efectuó tres retornos al tema novelesco: Los Infor-

    tunios de la Virtud (1787) Justine o las desdichas de la Virtud(1791) y la Nueva Justine. Se trata pues de la obra de la imagi-nación novelesca en la que el cuento filosófico es ese instrumen-to demostrativo con un rigor científico de que la virtud es siem- pre castigada y malhechora.

    He aquí dos hermanas, la una muy libertina vive feliz-mente, en la abundancia y la prosperidad, la otra extremadamen-te buena cae en mil trampas que acaban por conducirla a la pér-dida. [«estoy dispuesta a ser desgarrada puesto que nada anuncia aúnel fin de mis males: por mucho que me agote, es inútil; este fin al queespero no será obra sino de su delirio; que una nueva crueldad lo deci-da: mi pecho está a la merced de aquel bruto, lo irrita, clava en él susdientes, el antropófago lo muerde, este exceso determina la crisis, seescapa el incienso. Gritos horribles, terroríficas blasfemias han carac-terizado los arrebatos, y el monje agitado me abandona a Jerónimo.»]

    Acaso hay que recordar que el cuento filosófico perfec-cionado por el S. XVIII es un arma de combate. Un arma cientí-fica puesto que la demostración pertenece al registro de la cien-cia experimental. Es indispensable que el héroe sea, «cándido»,inocente, como el medio estéril de las probetas. La prueba esconcluyente cuando cada fase del experimento puede ser recrea-

    da en condiciones óptimas.La segunda edición no habla ya de «infortunios» sino de«desdichas» puesto que Justine ya no es esa marioneta con laque juega el filósofo libertino. Se convierte en una heroína ro-mántica perseguida por una fuerza de orden superior: el Mal.

    El paso del cuento filosófico a la novela romántica sehalla en la transformación de una ley matemática en un Destino.

    En la primera Justine, se establece una evidencia científi-

    ca: la virtud siempre es castigada. En la segunda versión esta ley

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    se convierte en una fatalidad. Los verdugos son entonces losinstrumentos de ese poder superior que es el Mal. [«Subo a la

     peana, el hombre vil me ata la cuerda al cuello, se coloca frente a mi;

    Suzanne, pese a hallarse en un estado horrible, lo excita con las ma-nos; al cabo de un instante, tira del taburete sobre el que descansanmis pies, pero armada con la hoz, la cuerda es cortada inmediatamentey caigo al suelo sin daño alguno.»]

    Los libertinos se metamorfosean en genios del Mal mien-tras que Justine se convierte en el ángel perseguido.

    De este modo las funciones de los personajes son esca-samente variadas. A penas hay sino la heroína víctima a quien se

    opone una sucesión de agresores que multiplican fechorías y persecuciones. [«tal era la recompensa por todo lo que acababa dehacer por aquel desdichado, y llevando la infamia hasta el final, aquelcanalla después de haber hecho conmigo todo lo que había querido,después de haber abusado de mi de todas las formas, incluso de aque-lla que ultraja en mayor medida a la naturaleza, había cogido mi bol-sa…ese mismo dinero que le había ofrecido generosamente. Habíaroto mis ropas, la mayoría estaba destrozada junto a mí, estaba casi

    desnuda, y magullada en varias partes de mi cuerpo.»]Los personajes son bandidos / víctima, malos / buenos.Pese a la inquietud manifestada por Sollers en lo concer-

    niente a nuestros niños buenos, la obra pedagógica que constitu-ye Justine ¿no es acaso sino un ideal de la razón libertina formu-lado en ámbito de la pura ficción?

    ¿Acaso la geografía novelesca pretende mostrar un teatrode operaciones potencialmente reales?

     No valen de entre los pensamientos antiguos, sino aque-llos que habrán sido reavivados al fuego y a los vientos de lamodernidad. El libertinaje feudal se manifestó en el ámbito deuna crueldad objetivadora: mi deseo es mi placer y el otro no es jamás sino un puro objeto. [«No hay que calcular las cosas sino porla relación que mantienen con nuestros intereses. El cesar de la exis-tencia de cada uno de los seres sacrificados es nulo con relación anosotros mismos.»].

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    La muerte es una presa posible y cuando el héroe Sadia-no apunta a la ejecución a muerte en sus juegos eróticos, es por-que el cadáver es el compañero ideal, sin conciencia, desprovis-

    to de sentimientos, sin libre albedrío, desprovisto de deseo pro- pio.

    El mundo pertenece a los señores que pueden disfrutar deél en todas sus formas y en todo lugar [«Chilpéric el más volup-tuoso de los Reyes de Francia pensaba de igual modo. Decía en vozmuy alta que uno se podía incluso servir de una mujer, pero con lacondición expresa de exterminarla tan pronto como se haya gozado deella.»].

    [«Y durante este diálogo, habiéndome escogido para comen-zar, lo excito con una mano por delante, con la otra por detrás, mien-tras que él palpa a placer todas las partes de mi cuerpo que le son ofre-cidas por mi desnudez.»].

    ¿El cuerpo? Es algo que poseemos, de lo que gozamoscomo si de un bien se tratara, de una propiedad.

    En el catálogo de los derechos del señor sobre sus sier-vos y asimilados (niños, servidumbre...), todo es posible: vampi-rismo, coprofagia, ondinismo, incesto, canibalismo, necrofilia,infanticidio y otros placeres para endurecer.

    Le libertino feudal aplica y retoma en beneficio propio la práctica política de su época que le autoriza a comportarse comoun individuo que no tiene sino derechos. Su único deber es el degozar, aún más y siempre puesto que no hay perjuicios concebi- bles: gozar, sin importar a costa de quien.

    ¿Sade se conforma pues con formular un sistema másrico en ideas de la razón, en hipótesis de trabajo, que en verda-deras invitaciones a encarnarlas?

    ¿Fue acaso por delitos menores que pasó la mayor partede su vida encarcelado?

    ¿El libertino del verbo no es caso sino un buen chico,siendo únicamente desvergonzada su obra?

    Al igual que Kant quien, en su propio registro, se con-

    forma igualmente en formular ficciones ideales, supuestos hipo-

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    téticos, ideales irrealizables por definición, útiles únicamente para mostrar un camino, una vía, Sade sería pues una fiel inver-sión de Kant. Acaso no afirman del mismo modo lo que sería, en

    el caso del primero una ética hedonista radical sublimada en elsolipsismo jubilatorio (resultado evidente de la encarcelación)[«todas estas cosas y su rememoración son aquellas a las quellamo en mi auxilio cuando quiero aturdirme sobre mi situa-ción.»], para el segundo, una moral pura, absoluta, quintaesenciade la intencionalidad desinteresada.

    Los dos imperativos categóricos son ambos dos insoste-nibles, pura ficción.

    ¿Qué expresa el libertinaje Sadiano?Las relaciones en los ámbitos histórico y político entre la

    clase señorial y la de los siervos.Los señores-libertinos tejen el mundo como un inmenso

    territorio de caza proyectando a los unos y los otros sobre elterritorio de la caza, o sobre el de los cazadores. Presa o asesino,no hay otra alternativa.

    Sade es ese gran transformador de seres en cosas, de su- jetos en objetos, hace de la guerra y del teatro metáforas de un juego cruel que designa un verdugo, una víctima.

    ¿Acaso las palabras no tienen ya importancia alguna?La analogía entre la dulce moral Kantiana y el hedonis-

    mo furibundo Sadiano puede aún desarrollarse mediante la ideade la sensación y es estatus de la imaginación.

    Dos rasgos caracterizan la originalidad de Sade: interio-

    riza la reflexión sobre un fenómeno conocido por todos; y, re- pentinamente, descubre relaciones, concatenaciones que se per-cibían mal antes que él. No se halla acaso en la excitación sexualel germen del furor (¿hay alguien que lo ignore?).

    El descubrimiento es la relación entre lo sexual y el des- potismo: «no existe ningún hombre que no quiera ser déspotacuando está empalmado».

    Hasta el siglo XIX, el término despotismo o tiranía ser-

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    vía a designar lo que hoy llamamos sadismo. Sin embargo setrata de una palabra forjada erróneamente por la leyenda equivo-cada de un Sade sádico. Sade-filósofo fue bien el primero en

    estudiar de un modo objetivo, metódico y completo, una de lasgrandes fuerzas morales del hombre. Sade distingue entre lairreflexiva crueldad animal, y la crueldad humana reflexiva. A partir de ahí todo se invierte. Ya no es la energía ciega, bruta,universal de la naturaleza que reina en solitario. Primero se par-ticulariza en los individuos, «uno no se hace a sí mismo», algu-nos tienen gustos singulares. El conflicto entre la Naturaleza, ymi naturaleza es falso. Surge entre mi naturaleza y los falsos principios de la sociedad. El Callicles de Platón en el «Gorgias»no afirmaba otra cosa.

    Y es aquí donde prende la llama de la imaginación y lofísico se torna en moral. Es el aguijón de los placeres. Es de laimaginación de donde provienen las voluptuosidades picantes provistas de un mayor encanto que los gozos reales.

    Se le deben las sensaciones morales más deliciosas. Eri-

    ge su felicidad en las blasfemias puesto que resulta esencial el pronunciar palabras sucias o fuertes en la ebriedad del placer.[«el uno pronunciaba vociferando todo lo que le venía a la boca, elotro contenía sus ímpetus sin que fueran por ello menos activos; esco-gía sus palabras, pero no eran por ello sino aún más sucias e impuras:en una palabra el extravío y la rabia parecían ser el carácter del deliriodel uno, la maldad y la fiereza se dibujaban en el otro.»].

    Mediante la imaginación estremezco la masa de mis ner-

    vios con el impacto más grande posible.Ataco a la sociedad que me encierra, hago saltar sus cár-celes en pedazos. Las voluptuosidades imaginarias han de sercriminales para ser fuertes: «mira amor mío, mira todo lo quehago a la vez: escándalo, seducción, sodomía…»

    De la sensación física hemos pasado a la sensación mo-ral, su simple antónimo.

    Kant nos pide que escuchemos la razón mediante la vo-

    luntad autónoma, Sade revela que la interiorización de la ley le

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    confiere al crimen su atractivo. La sensación moral es ahora propia de la Moral, que para ser negada, pervertida, no deja de pertenecer sin embargo al ámbito de la Moral por la voluntad del

    Mal. No hay pues que equivocarse puesto que la originalidad

    de Sade es haber discernido en las desviaciones sexuales, una«toxicomanía de la emoción» en la que la conclusión el actoimporta menos que el delirio.

    La contestación de la ley se convierte en la cuna de laimaginación emotiva. La des-construcción de la Moral se efec-túa mediante la construcción de la obra.

    Lo que Sade escribió continúa pues imponiendo una es- pera. Eternamente prologuista, aquí suena una advertencia, y pues una llamada.

    Patrick RabeonyProfesor de filosofía

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    Prólogo

    de Juana Serna

    En realidad nunca he sentido auténtica pasión por la obrade Sade. Confieso que a veces he pensado que en el fondo Ág-hata Cristhie podría resultar una novelista más compleja, quizá porque los humanos cuando están vestidos, como ocurre en susobras, parecen bastante más interesantes, variados y problemáti-cos que cuando Sade los presenta desnudos; lo cual no es raro porque el vestido tardó en aparecer en la evolución humana mi-

    les de siglos, que son los que median entre la simplicidad delmamífero bípedo y la complejidad del ser humano.

    Supongo que a los que sienten un reverencial culto porSade debe parecerles una falta de respeto que le compare conesta escritora de novelas policíacas. Pero deben aceptar al menosque bien mirado ambos autores buscan lo mismo: el hallazgo dela naturaleza humana. El uno a través del sexo y la otra a travésdel crimen. Pero ambos buscan un espejo en el que mirarnos para encontrar la imagen de lo que somos. Un espejo que serompió hace siglos en mil pedazos y del que sólo nos queda acada uno de nosotros una simple astilla como recuerdo de lo quefuimos. Quizás por eso, y como dice Rousseau, lo más sensatoes abandonar, por inútil, la búsqueda de una verdadera naturale-za humana.

    Sade se empeña, sin embargo, en buscar la naturaleza delos hombres a través de unos elementos que son repetitivos entoda su obra: el libertinaje, la virtud y el vicio. Y a través deellos nos cuenta su particular percepción del mundo. El hombrees malvado por naturaleza, lo es en el delirio de sus pasiones

    casi tanto como en su descanso, y en cualquier caso los sufri-mientos de su semejante pueden convertirse en execrables gozos

     para él... ¿Qué diferencia hay entre un hombre semejante y el

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    más salvaje de los animales del bosque?  se pregunta en Justine.Aparentemente no hay ninguna. Sade, al menos, no la busca. Elhombre es malo por naturaleza y en su mundo la virtud no tiene

    sentido. Es un mundo corrupto donde lo más seguro es actuarcomo los demás, pues la desgracia persigue siempre a la virtud yla prosperidad acompaña casi siempre al vicio. Y siendo ambascosas iguales a los “ojos de la naturaleza”, vale más tomar parti-do por estar entre el número de los malvados que prosperan queentre los virtuosos que perecen.

    Sade considera que su siglo es “absolutamente corrup-to” y no cabe duda de que su análisis sobre la realidad que élvive es descarnado y brutal. Toda ella es dolor e infortunio por-que “no hay estima por la gente sino por el auxilio o los favoresque de ellos se puede obtener” Un análisis certero, que sin duda podemos aplicar todavía a nuestro siglo, y que al escaparse deun tiempo y un lugar determinados convierte a Sade en un ver-dadero clásico.

    El inconveniente que, sin embargo, encuentro en los aná-lisis de Sade es que los eleva a categoría ética, a modelo a se-guir, a propuesta universal. No en vano es hijo de la Ilustración.Maquiavelo hizo también un análisis de la realidad y del poder profundamente impíos; con unas observaciones que todavía hoysiguen escandalizando a las buenas gentes de nuestra época.Pero Maquiavelo ni juzgó su mundo ni propuso las relaciones de poder como las más verdaderas y acordes con nuestra naturale-

    za. Simplemente, y como sociólogo, narró unos hechos que hoycon diferentes personajes continúan.

    Sade actúa como filósofo y, por tanto, analiza, juzga y propone. Pero esto último lo hace con una ambigüedad calcula-da. Así en  Justine, su obra más valorada y mitificada, se mez-clan análisis y propuestas con tal imprecisión que es difícil dis-tinguir si sólo explica que hay gentes cuyo placer sexual depen-

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    de de los dolores infligidos al otro o si además propone que éstaes la verdadera dimensión a seguir en el ámbito de la sexualidad.Si es un análisis de lo que él encuentra en los conventos, en los

     políticos, en los benefactores y en la sociedad de su tiempo, en-tonces no hay nada que objetar. Esa es su visión. Y sin negarlaen absoluto, confieso sin pudor que para mí la mirada de Voltai-re sobre su tiempo es más rica, más inteligente y más divertida.

    Pero si el sadismo es además una propuesta como formade vida, entonces Sade nos gasta una broma cruel sobre algo quees muy serio y que se ha convertido en una conquista del sigloXXI: la libertad humana en el ámbito de la sexualidad. Porque lalibertad, en primer lugar, parece significar una forma de vivir enla que se respeta al otro. Si Sade refleja en sus obras la crueldadsexual que se producía en su tiempo, podemos sin duda ampliarsus análisis con la crueldad sexual desarrollada en el nuestro.Pero si él propone, no ya la libertad sexual, sino el sadismo, en-tonces su obra me parece más inquietante y les remito a la lectu-

    ra lúcida que sobre Sade hace Fernando Savater, porque misapreciaciones nunca alcanzarían el ingenio de las suyas.

    Su pensamiento aparece en toda su plenitud en Justine o El infortunio de la virtud. Una obra que sigue suscitando interésy polémica. De hecho, su formato, contenido y personajes sondesde la perspectiva actual –si se me permite la expresión- comouna  fotonovela de la Ilustración. Uso esta palabra, en primer

    lugar, como metáfora del sentimiento contradictorio de atraccióny rechazo que las fotonovelas actuales –como las obras de Sade-ejercen sobre sus seguidores. Y, en segundo lugar, porque lamisma vida de la desdichada y desvalida Justine, que ella cuentacomo “el ejemplo más sorprendente de las desdichas de la ino-cencia y de la virtud”,  justifica el uso de esa expresión.

    Al mismo tiempo, en  Justine encontramos la esencia

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    misma del pensamiento sadiano y lo que considera sobre la vidasocial de los humanos. Cuando ella se lamenta con amargura deque “no quede caridad ni buenos sentimientos en el corazón de

    los hombres”, uno de sus interlocutores le explica en qué consis-te el meollo del asunto, el núcleo duro de las relaciones huma-nas: “Hija mía, se ha desechado ya esa manía de obligar a losdemás a cambio de nada; puede que el orgullo fuese por ello

    halagado un breve instante, pero como no existe nada tan qui-mérico ni que se disipe tan pronto como estos placeres (de ayu-

    dar), se han deseado otros más tangibles, y se tiene el

     sentimiento de que con una muchacha como vos, vale

    infinitamente más recoger como fruto de su generosidad todos

    los placeres que el libertinaje puede ofrecer que enorgullecerse

    de haberle dado limosna... os complaceréis, hija mía, de que osauxilie únicamente a cambio de vuestra obediencia a todo

    aquello que me complacerá exigir de vos”

    Lo dicho explica por qué Sade es el escritor maldito por

    antonomasia. Conocido por haber dado nombre a una tendenciasexual que se caracteriza por la obtención del placer imponiendodolor a los otros (sadismo), fue encarcelado y condenado enmúltiples ocasiones por diferentes delitos sexuales. La mayor parte de sus obras, siempre calificadas de obscenas, fue escritaen sus largos periodos de internamiento. Muere en 1814 en elhospital psiquiátrico de Charenton en el que había ingresadotrece años antes a raíz de la publicación de  La filosofía del toca-dor. Durante este internamiento declara la injusticia a la que sesiente sometido: “ ¿Cuándo me liberará el gran Dios de la tum-ba en la que he sido engullido vivo? Nada se puede igualar al

    horror de mi suerte, nada se puede comparar a mi sufrimiento...

    Sí, soy un libertino –afirma Sade- y he concebido todo lo que se

     puede concebir en esta materia, pero no he realizado todo loque he ideado y seguramente no lo haré jamás. Soy un libertino,

     pero no soy un criminal ni un asesino sangriento”

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    ¿Por qué fue tratado, entonces, como tal? Sin duda su pensamiento libertino minaba la moral y las convenciones de su

    tiempo. Amenazaba a todos los poderes y a una sociedad que lemiraba a escondidas con furia, pero también con fascinación.Octavio Paz afirma que para Sade “el hombre es sus instintos yel verdadero nombre de lo que llamamos Dios es el miedo y el

    deseo mutilado” Precisamente es la segunda parte de esta defi-nición la que nos hace admirar a Sade. Él desmitificó la jerar-quía tradicional en la que cada uno encontraba su lugar indiscu-tible ya fuese en relación a Dios o a los monarcas. Él desveló lainjusticia social que el orden teológico mantenía y justificaba. Éldenuncia como una ilusión un pacto social que sólo puedehacerse si los hombres son buenos por naturaleza. Pero para queesta denuncia tenga sentido, Sade se ve obligado no sólo a seña-lar que la naturaleza del hombre es cruel sino también a haceruna reducción simplista del hombre a sus instintos. Esa reduc-ción es lo que considero impropio de su capacidad intelectual.

    Pues Sade tiene 38 años cuando fallecen Voltaire yRousseau. Conoce, por lo tanto, el pensamiento y las propuestasde ambos filósofos ilustrados. Y aunque Sade pueda ser conside-rado también como un moralista que denuncia la hipocresía desu época, como hicieran estos dos pensadores, su percepcióndel ser humano y sus propuestas éticas sobre el mismo estántotalmente alejadas de los principios de racionalidad, libertad e

    igualdad que heredamos de estos filósofos de la Ilustración. Asímientras unos nos han legado los derechos humanos, el otro nosha legado la pornografía. Como herederos actuales de amboslegados podemos debatir hasta el infinito sobre la forma en queéstos han mejorado la vida humana. Pero reconozcamos que,como propuestas de vida, la de la universalidad de los derechoshumanos es la que ha tenido mayores consecuencias éticas y políticas. Y sus actuales efectos sociales son por fortuna un páli-

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    do reflejo de lo que todavía nos cabe esperar de tales derechos.

    Debemos afirmar, sin embargo, que el pensamiento de

    Sade sigue teniendo gancho y generando seducción. Una seduc-ción que trajo por ejemplo momentos muy interesantes para el pensamiento con la aparición del  surrealismo. Vivir sin restric-ciones. Subvertir el orden y la realidad represora. Establecer laimaginación sin límites como instrumento de liberación delhombre, sin cadenas que la coarten. La imaginación como fuentede placer extremo. Estas eran las señas de identidad de los su-rrealistas. Y en ellas estaba siempre presente la obra de Sade.

    Buñuel sintió pasión por el pensamiento de Sade. En su película  La edad de oro, desprendiéndose del lastre daliniano einfluenciado por Breton y demás amigos surrealistas, introdujouna secuencia que remite a la obra de Sade  Las ciento veinte jornadas de Sodoma y que generó una tremenda polémica. Loque más admiraba Buñuel de la filosofía de Sade era el uso ex-

    tremo de la imaginación. De esa admiración tenemos testimo-nios en Viridiana, con la fantasía de violar a una monja sedada; Belle de jour , con su catálogo de perversiones sexuales; o La víalactea, donde retoma a Sade de forma explícita. Buñuel se rebe-la así, a través de Sade, contra el afán del catolicismo por llegara todos los rincones del alma humana.

    Sade es, pues, un filósofo controvertido y generador de polémicas.  Justine  o  Los infortunios de la virtud   es una obra

    clave para la comprensión de su pensamiento. Su presente lectu-ra, que no ha dejado ni dejará indiferente a nadie, nos permiteacceder al mundo de Sade gracias a la muy buena traducción deIsaac Pradel, al que sin temor a equivocarme le auguro muchoéxito en estas tareas.

    Isaac Pradel es, además de traductor, un defensor de lastesis de Sade. Yo que por afecto, dado que le he visto crecer en

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    el Liceo Francés, he aceptado el reto de prologar su traducción,he intentado también y como siempre ser honesta con él, con lalectura de Sade y con los lectores de esta obra. He explicado y

    sugerido, y espero que con fortuna, lo que admiro y lo quedetesto de este filósofo. Admiro su crítica descarnada de lasociedad. Pero su búsqueda de la auténtica “verdad” sobre loshombres a mí no me dice nada. Primero, porque no sé si con suvisión sobre la maldad congénita se identificarían los hombres, pero con esa visión de la naturaleza humana seguro que no nosidentificamos las mujeres. Segundo, porque hoy se consideramás interesante, para nuestras necesidades globales de convi-vencia, propuestas éticas que se olviden de la “auténtica” natura-leza de los hombres y que esbocen desde la racionalidad y lalibertad –sean o no naturales- una buena vida humana.

    Dicho esto, son los propios lectores los que deben su-mergirse en la lectura de Justine para decidir por sí mismos quées lo que aporta el pensamiento y las propuestas de Sade a los

    hombres y mujeres del siglo XXI.

    Juana Serna Masiá

    Catedrática de Filosofía

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    Los infortunios de la virtud

    El triunfo de la filosofía sería arrojar algo de luz sobre laoscuridad de los caminos de los que se sirve la providencia paraalcanzar los fines que dispone para el hombre, y trazar a partirde aquí algún plan de conducta que pudiera dar a conocer a esedesdichado individuo bípedo, perpetuamente zarandeado por loscaprichos de ese ser de quien se dice lo dirige de forma tan des- pótica, hallar, afirmo yo, algunas reglas, que pudieran hacerlecomprender la forma en la que habría de interpretar los secretos

    de dicha providencia sobre él, el camino que ha de seguir para prevenirse de los extraños caprichos de esa fatalidad a la que sedan veinte nombres distintos, sin haber conseguido aún definir-la.

    Porque partiendo de nuestras convenciones sociales, ysin alejarnos nunca del respeto que por ellas nos inculcaron me-diante la educación, ocurre desgraciadamente que por la perver-

    sidad de los otros, no hallamos encontrado jamás sino espinas,mientras que los malvados recogían rosas, gentes débiles y sinun fondo de virtud lo suficientemente contrastado para situarse por encima de las reflexiones provistas por estas tristes circuns-tancias, acaso no alcanzan a calcular, que más vale dejarse llevar por la corriente que resistirse a ella, acaso no afirmarán que lavirtud no importa lo bella que fuere, cuando desgraciadamentese vuelve demasiado débil para luchar contra el vicio, se con-vierte en el peor partido que pueda tomar cualquier ser, y ¿acasoen un siglo tan absolutamente corrupto lo más seguro no seráactuar como los demás? Aquellos algo más instruidos si así sequiere, y abusando de las luces que han adquirido, acaso no di-rán como el ángel Jesrad de Zadig que no hay ningún mal delque no nazca un bien; acaso no añadirán a esto por sí mismosque puesto que se halla en la constitución imperfecta de nuestro

    agitado mundo una suma de males iguales a la del bien, es esen-

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    cial para el mantenimiento del equilibrio que haya igual númerode buenas gentes que de malvadas, y que tal o cual sea preferi- blemente bueno o malvado; que si la desgracia persigue a la

    virtud, y que la prosperidad acompaña casi siempre al vicio,siendo ambas cosas iguales a ojos de la naturaleza, vale infini-tamente más tomar partido entre el número de los malvados que prosperar que entre los virtuosos que perecen.

    Es pues esencial prevenir estos sofismas peligrosos de lafilosofía, esencial mostrar que los ejemplos de virtud desdichada presentados a un alma corrupta en la que sin embargo quedanaún algunos principios de bondad, puede conducir a este almahacia el bien con tanta destreza como si se le hubieran ofrecidoen este camino de virtud las palmas más brillantes y las máshalagadoras recompensas. Es sin duda cruel tener que describirla multitud de desgracias que colman a la mujer dulce y sensible perfectamente respetuosa de la virtud, y por otra parte la más brillante fortuna de aquella que la ha despreciado toda su vida;

     pero si nace sin embargo algún bien del trazo de ambos cuadros,¿habré entonces de reprocharme haberlos ofrecido al público?,¿habré de tener remordimiento alguno por haber establecido unhecho, del que concluirán fructíferamente en aquellos impreg-nados de sabiduría que lo lean una lección tan filosófica sobre lasumisión a las órdenes de la providencia, una parte de cómo sedesarrollan sus enigmas más secretos y la fatídica advertencia deque es a menudo para atraernos hacia nuestros deberes que su

    mano golpea a nuestro lado a los seres que parecen haber cum- plido perfectamente con los suyos?

    Estos son los sentimientos que ponen la pluma en nuestramano, y es considerado su rectitud que le pedimos a nuestroslectores un poco de atención mezclada de interés por los infor-tunios de la triste y miserable Justine, que les vamos a relatar.

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    La señora condesa de Lorsange era una de esas sacerdo-

    tisas de Venus, cuya fortuna era obra de una figura encantadora,de mucha conducta inadecuada y de gran picardía, y cuyos títu-los por muy rimbombantes que resulten no se hallan sino en losarchivos de Citeres, forjados en la impertinencia que los toma ysostenidos por esa necia credibilidad que los otorga. Morena,muy alegre, y de esbelto talle, ojos negros con una expresión prodigiosa, un gran espíritu y sobre todo ese discernimiento tande moda que, prestándole un ápice de sal de más las pasiones,hace hoy por hoy salir en busca de mujer con más cuidado enquien se sospecha que lo es; había no obstante recibido la edu-cación más brillante que se pudiera recibir; hija de un muy grancomerciante de la calle Saint-Honoré, había sido educada junto auna hermana tres años más joven que ella en uno de los mejoresconventos de París, donde, hasta la edad de quince años no se lehabía negado consejo alguno, maestro alguno, ningún buen li-

     bro, ningún talento. En esta época fatídica para la virtud de una joven muchacha, todo le faltó de un día para otro. Una terrible bancarrota precipitó a su padre a una situación tan cruel quetodo lo que puedo hacer para escapar al destino más siniestro fuehuir rápidamente a Inglaterra, abandonando a sus hijas a su es- posa que murió de tristeza ocho días después de la marcha de sumarido. Uno o dos parientes que les quedaban a lo sumo, delibe-raron sobre lo que harían con las jóvenes, y una vez establecidas

    sus partes sumando estas aproximadamente cien escudos cadauna, resolvieron abrirles las puertas, darles lo que les correspon-día y hacerlas únicas dueñas de sus actos.

    La señora de Lorsange que en aquel entonces se llamabaJuliette y cuyo carácter y espíritu estaban casi tan formados co-mo si hubiera tenido treinta años, edad que contaba en el mo-mento en que se desarrolla la anécdota que relatamos, sólo pare-

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    ció sensible al placer de ser libre sin reflexionar tan sólo un ins-tante a las crueles circunstancias que rompían sus cadenas. Encuanto a Justine, su hermana, que acababa de alcanzar su duodé-

    cimo año, de un carácter sombrío y melancólico, dotada de unaternura, de una sensibilidad sorprendente, no tenía, en cambio, elarte y la finura de su hermana, sino una ingenuidad, un candor,una buena fe que debían hacerla caer en gran cantidad de tram- pas, sintió todo el horror de su posición.

    Esta joven muchacha tenía una fisonomía completamentedistinta de la de Juliette; tanto se percibía el artificio, el engaño,la coquetería en los rasgos de una, como se admiraban el pudor,la delicadeza y la timidez en la otra. Un aire de virgen, grandesojos azules llenos de curiosidad, una piel resplandeciente, untalle fino y ligero, una voz de un sonido conmovedor, el almamás bella y el carácter más dulce, dientes de marfil y magníficoscabellos rubios, así es el retrato de una joven encantadora cuyasgracias ingenuas y los deliciosos rasgos son demasiado finos y

    delicados para no escapar al pincel que quisiera plasmarlos.

    Les dieron a una y a otra veinticuatro horas para abando-nar el convento, dejándolas al cuidado de proveerse con sus cienescudos donde les conviniera. Juliette, encantada de ser su pro- pia ama, quiso un instante enjugar las lágrimas de Justine, pero percatándose de no lo conseguiría se puso a reñirla en vez deconsolarla, le dijo que era una necia y que con la edad y las figu-

    ras que tenían, no había ejemplo alguno de muchachas que semurieran de hambre; le citó a la hija de una de las vecinas, quehabiéndose escapado de la casa de su padre, era ahora lujosa-mente mantenida por un recaudador de impuestos y se paseabaen carroza por París. Justine se horrorizó por aquel ejemplo per-nicioso, dijo que preferiría antes morir que seguirlo y se negódecididamente a aceptar alojarse junto a su hermana; tan prontola vio decidida, por el tipo de vida abominable del que Juliette le

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    hablaba con elogios

    Las dos hermanas se separaron entonces sin promesa

    alguna de volverse a ver, puesto que sus intenciones eran tandiferentes. Juliette que iba, así lo pretendía, a convertirse en unagran dama, ¿acaso consentiría en volver a ver a una muchachacuyas inclinaciones virtuosas  y bajas la deshonrarían, y por sulado acaso Justine querría poner en riesgo su conducta asocián-dose a una criatura perversa que iba a convertirse en víctima delvicio y del desenfreno públicos? Entonces cada una buscó susrecursos y abandonó el convento a partir del día siguiente comoestaba convenido.

    Justine acariciada aún siendo una niña por la costurera desu madre, se imaginó que aquella mujer sería sensible a su des-tino. Fue a buscarla, y le contó su desdichada posición, le pidiótrabajo y fue por todo ello rechazada con dureza.

    “¡Oh cielos!, dijo, esta pobre criatura, es necesario que el primer paso que doy en el mundo me tenga que conducir desdeya mismo a la pesadumbre... si esta mujer que antaño me amaba,¿por qué hoy me rechaza?... Desgraciadamente, es que soy huér-fana y pobre... es que no me quedan recursos en este mundo yno hay estima por la gente sino por el auxilio o los favores quede ellos se puede obtener.

    Justine percatándose de ello fue en busca del cura de su parroquia, y le pidió algunos consejos, pero el caritativo ecle-siástico, le respondió que la parroquia estaba sobrecargada, queera imposible que pudiera tomar parte de las limosnas, que sinembargo si ella quisiera servirle, gustosamente la alojaría en sucasa; pero como diciendo esto el santo varón le había pasado lamano por el mentón dándole un beso demasiado mundano paraun hombre de iglesia, Justine que no lo había comprendido sino

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    demasiado bien, se retiró con presteza, diciéndole: “Señor, no le pido limosna, ni plaza como sirviente, no hace mucho que he perdido una condición por encima de la que me puede hacer

    solicitar esas gracias para verme reducida a ello; le pido aquellosconsejos de los que necesitan mi juventud y mi corazón, y ustedquiere que yo los compre mediante el crimen...” El cura indig-nado por este término abrió la puerta, la expulsó con violencia, yJustine, por dos veces rechazada desde el primer día que se en-cuentra condenada a la soledad, entra en una casa en la que veun escrito, alquila una pequeña habitación amueblada, la paga por adelantado y en ella se abandona a gusto a la tristeza que leinspira su estado y la crueldad de las pocas personas con las quesu desdicha le ha obligado a tener que ver.

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    El lector nos permitirá abandonarla un rato en aquel os-

    curo reducto, para volver con Juliette y para mostrarle con lamayor brevedad posible como desde la simple condición desdeque la vemos salir, se convirtió en quince años en una mujer contítulos, poseedora de más de treinta mil libras de rentas, de muy bellas joyas, dos o tres casas tanto en el campo como en París, y por ahora, el corazón, la riqueza y la confianza del Sr. de Corvi-lle, consejero de Estado, hombre que dispone del mayor créditoy en vísperas de entrar en el ministerio... El camino estuvo llenode espinas... no lo dudamos en absoluto, es mediante el aprendi-zaje más vergonzoso y más duro que este tipo de señoritas hacensu camino, y así como se halla hoy en el lecho de un príncipeque quizás lleva aún sobre sí las humillantes marcas de la bruta-lidad de los libertinos depravados, entre cuyas manos la arroja-ron sus comienzos, su juventud y su inexperiencia.

    A la salida del convento, Juliette fue simplemente a bus-car a una mujer que había oído nombrar a esa amiga de su ve-cindario que se había pervertido y de la que recordaba la direc-ción; y allí llegó descaradamente con su paquete bajo el brazo,un vestidito desarreglado, la figura más bonita del mundo, y unaspecto de escolar; le cuenta su historia a aquella mujer, y lesuplica que la proteja como lo había hecho hacía algunos añoscon su antigua amiga.

    - ¿Qué edad tienes?, hija mía Le pregunta Madame Du Buisson.- Tendré quince años en unos días, señora.- ¿Y nunca nadie...?- ¡Oh, no!, señora, os lo juro.- Pero es que a veces en los conventos un capellán... una religio-sa, una compañera..., necesito pruebas seguras.- Procurárselas sólo depende de usted, señora...

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    Y la Du Buisson, habiéndose puesto un par de gafas es-trafalarias y verificando por sí misma el estado exacto de las

    cosas, le dijo a Juliette:

    - Y bien, hija mía, no tenéis sino que quedaros aquí: mucho so-metimiento a mis consejos, un gran fondo de complacenciahacia mis prácticas, limpieza, ser ahorradora, tener buena fe paraconmigo, ser dulce con tus compañeras y desvergonzada con loshombres, dentro de unos años a partir de hoy te pondré en situa-ción de retirarte a una habitación, con una cómoda, una ventanadoble, una sirvienta, y el arte que hayas adquirido en mi casa tedará con qué conseguir lo demás.

    La Sra. Du Buisson cogió el pequeño paquete de Juliettey le preguntó si no tenía algún dinero y ésta habiéndole confesa-do con demasiada franqueza que tenía cien escudos, la queridamamá tomó posesión de ellos asegurándole a su joven discípula

    que invertiría esos pequeños fondos en su provecho, pero que noera oportuno que la muchacha tuviera dinero... que era un mediode hacer el mal y en un siglo tan corrupto, una muchacha buenay bien nacida debía evitar con sumo cuidado todo aquello que pudiera hacerla caer en alguna trampa. Una vez acabado el ser-món, la recién llegada fue presentada a sus compañeras, le indi-caron cual era su habitación en la casa y desde el día siguiente,sus primicias estuvieron en venta; en un plazo de cuatro meses,

    la misma mercancía fue sucesivamente vendida a ochenta per-sonas quienes la pagaron todos como nueva, y no fue sino alcabo de este espinoso seminario que Juliette tomó la patente dehermana conversa. Desde aquel momento fue verdaderamentereconocida como señorita de la casa y compartió sus fatigas li- bidinosas... un nuevo noviciado; si en uno con algunas pocasexcepciones había servido a la naturaleza, olvidó las leyes en elsegundo; cosas criminales, placeres vergonzosos, sórdidos e

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    indecentes desenfrenos, gustos escandalosos y extraños, fantasí-as humillantes, y todo ello fruto de una parte del deseo de gozarsin poner en riesgo la salud, y por otra, de una saciedad perni-

    ciosa que hastiando la imaginación, no le permite regocijarsesino mediante los excesos y satisfacerse sino con desenfrenos...

    Juliette corrompió su conducta por completo en este se-gundo aprendizaje y los triunfos que obtuvo mediante el viciodegradaron por completo su alma; sintió que, nacida para el cri-men, debía al menos dedicarse a ello a lo grande, y renunciar alanguidecer en un estado subalterno que obligándola a cometerlas mismas faltas, y envileciéndola en igual medida, no lereportaba ni de lejos el mismo beneficio. Le gustó a un viejo ynoble señor muy depravado que primero no la había hecho venirsino para una aventura de un cuarto de hora, y tuvo el arte deconseguir hacerse mantener magníficamente por él y se mostró por fin en los espectáculos, en los paseos junto a las másexquisitas de la orden de Citeres; fue vista, la citaban, la

    envidiaban, y a la muy pícara se le dio tan bien que en cuatroaños había arruinado a tres hombres, el más pobre de entre loscuales disponía de cien mil escudos de rentas. No le hizo faltamás que forjarse una reputación; la ceguera de las gentes de estesiglo es tal, que cuanto más ha probado una de estas desdichadassu deshonestidad, más envidia se tiene de hallarse en su lista, parece que el grado de su envilecimiento y de su corrupción seconvierten en la medida de los sentimientos que se atreven a

    mostrar por ella.Juliette acababa de alcanzar su vigésimo año cuando un

    conde de Lorsange, un gentilhombre angevino de unos cuarentaaños de edad, quedó tan prendado de ella que resolvió darle sunombre, no siendo lo bastante rico para mantenerla; le reconociódoce mil libras de rentas, le prometió el resto que ascendía aocho, si ocurría que falleciera antes que ella, le dio una casa,servidumbre, signos de distinción, y una especie de considera-

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    ción en el mundo que consiguió en dos o tres años hacer olvidarsus comienzos. Fue entonces, cuando la desdichada Juliette ol-vidando todos los sentimientos de su nacimiento honrado y de

    su buena educación, pervertida por las malas lecturas y malosconsejos, acuciada por disfrutar sola, por tener un nombre, yninguna cadena, se atrevió a abandonarse al pensamiento culpa- ble de abreviar los días de su esposo... Lo concibió y lo ejecutódesgraciadamente con el suficiente secreto para quedar a salvode persecución, y para enterrar con aquel esposo molesto todorastro de su abominable crimen.

    Habiendo recobrado su libertad y hallándose condesa,Madame de Lorsage volvió a sus antiguas costumbres pero cre-yendo ser algo en el mundo, puso en ello un poco más de decen-cia; ya no era una muchacha mantenida, era una viuda rica quedaba bonitas cenas, en las que la ciudad y la corte no eran sinodemasiado felices de ser admitidas, y que sin embargo se acostaba por doscientos luises y se entregaba por quinientos al mes. Hasta

    los veintiséis años hizo aún brillantes conquistas, arruinó a tresembajadores, a cuatro recaudadores de impuestos, dos obispos ytres caballeros de las órdenes del rey, y como es extraño detenersetras un primer crimen sobre todo cuando ha tenido un feliz desen-lace, Juliette, la desdichada y culpable Juliette, se ennegreció condos nuevos crímenes parecidos al primero, uno de ellos por robara uno de sus amantes que le había confiado una considerable su-ma cuya existencia desconocía toda su familia y que Madame

    Lorsange puedo poner a buen recaudo mediante este odioso cri-men, el otro para conseguir con antelación una herencia de cienmil francos que uno de sus adoradores había incluido en su testa-mento a su favor a nombre de un tercero que debía entregar lasuma a cambio de una pequeña retribución.

    A estos horrores, Madame de Lorsange sumaba dos otres infanticidios; el temor a estropear su bello talle, el deseo de

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    ocultar una doble intriga, todo le hizo tomar la resolución dehacerse abortar en varias ocasiones, y estos crímenes ignoradoscomo los otros no le impidieron a esa hábil y ambiciosa criatura

    encontrar cada día nuevos primos y engordar a cada instante sufortuna a medida que acumulaba crímenes. No es desgraciada-mente sino demasiado cierto que la prosperidad puede acompa-ñar al crimen y que en el mismo seno del desorden y de la co-rrupción más reflexiva, todo lo que los hombres llaman felicidad puede dorar el hilo de la vida; pero que esta cruel y fatídica ver-dad no sea motivo de alarma, que aquella de la que pronto ofre-ceremos como ejemplo, de la desgracia persiguiendo al contrarioa la virtud allá donde se encuentre, no atormente aún más el es- píritu de las gentes honradas. Esta prosperidad del crimen no essino aparente; con independencia de la providencia que debenecesariamente castigar tales éxitos, el culpable alberga en elfondo de su corazón un gusano que le corroe sin cesar, le impidedisfrutar de ese destello de felicidad que le rodea y no le deja ensu lugar sino el recuerdo desgarrador de esos crímenes que se la

    han procurado. Con relación a la desgracia que atormenta a lavirtud, al infortunado al que el destino persigue tiene por con-suelo a su conciencia, y los gozos secretos que obtiene de su pureza pronto le resarcen de la injusticia de los hombres.

    Esta era pues la situación de Madame de Losange cuandoel Sr. de Corville de cincuenta años de edad y gozando del crédi-to que hemos descrito anteriormente, determinó en sacrificarse

     por completo por esta mujer, y la ligó definitivamente a él. Bien por atención, bien por procedimiento, bien por sabiduría por parte de Madame de Lorsange, lo había conseguido y hacía cua-tro años que ya que vivía con ella perfectamente como esposalegítima, cuando una tierra espléndida que acabada de comprarlecerca de Montargis, les había resuelto a ambos ir allí a pasaralgunos meses de verano. Una tarde del mes de junio en la queel buen tiempo les había hecho ir de paseo hasta la ciudad, de-

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    masiado cansados para poder volver de la misma forma, habíanentrado en un albergue en el que para la diligencia de Lyon, conel propósito de enviar desde allí un hombre a caballo a buscarles

    un coche al castillo; descansaban en una sala fresca en la plantaque daba al patio, cuando la diligencia que acabamos de nom- brar llegó a la casa. Es un entretenimiento natural el considerar alos viajeros, no hay nadie quien en un momento de ociosidad nolo llene con esta distracción cuando se presenta. Madame deLorsange se levantó, su amante la siguió y vieron entrar en lafonda a toda la sociedad viajera. Parecía que ya no quedaba na-die en el coche cuando un jinete de gendarmería, bajando delcoche, recogió en sus brazos, de uno de sus compañeros aparen-temente desde dentro del mismo lugar, a una joven de unosveintiséis años, envuelta en una pésima esclavina de algodón yatada como una criminal. Un grito de horror y de asombro se leescapó a Madame de Lorsange, la joven muchacha se volvió, ymostró unos rasgos tan dulces y tan delicados, un talle tan fino ytan desenvuelto que el Sr. de Corville y su concubina no pudie-

    ron evitar interesarse por aquella miserable criatura. El Sr. deCorville se aproxima y le pregunta a uno de los jinetes lo que hahecho aquella desdichada.

    - De hecho, señor, contestó el alguacil, la acusan de tres o cuatrocrímenes horribles, de robo, asesinatos e incendio, pero le con-fieso que mi compañero y yo no hemos conducido jamás a nadiecon tanta repugnancia; es la criatura más dulce y que parece la

    más honrada...

    - ¡Ah, ah!, dijo el Sr. De Corville, ¿no podría tratarse de unas deesas meteduras de pata tan comunes en los tribunales subalter-nos? ¿Y dónde se cometió el delito?

    - En una fonda a tres leguas de Lyon, donde la desdichada inten-taba entrar en el servicio; es en Lyon donde la han juzgado, y va

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    a París para la confirmación de la sentencia, y volverá para serejecutada a Lyon.

    Madame de Lorsange, que se había acercado y escucha- ba el relato, en voz baja le expresó su deseo al Sr. de Corville deoír de boca de aquella muchacha la historia de sus desgracias yel Sr. de Corville que también concebía el mismo deseo hizo parte de ello a los que conducían a aquella muchacha presentán-dose a ellos; estos no se opusieron en absoluto, y decidieron que pasarían la noche en Montargis, pidieron un apartamento confor-table junto al que había para los jinetes. El Sr. de Corville res- pondió por la prisionera, la desataron, y pasó al apartamento delSr. de Corville y de Madame de Lorsange, los guardias cenarony se acostaron cerca de allí, y cuando le hicieron tomar un pocode alimento a aquella desdichada, Madame de Lorsange que no podía evitar tomarse el más vivo interés, y que sin duda se decíaasí misma: "Esta miserable criatura tal vez inocente, es tratadacomo una criminal, mientras que todo es próspero en torno a mí

    - yo que lo soy seguramente mucho más que ella" - Madame deLorsange, como estaba diciendo, desde el momento en que vio aaquella joven algo respuesta, un poco consolada por las cariciasque le hacían y por el interés que parecían tomarse por ella, le pidió que contara por qué suceso se hallaba en circunstancias tanfunestas, con un aspecto tan honrado y tan bueno como el suyo.

    Contarle la historia de mi vida, señora, dijo aquella bella

    desafortunada dirigiéndose a la condesa, es ofrecerle el ejemplomás sorprendente de las desdichas de la inocencia y de la virtud.Es acusar a la providencia, es lamentarse de ella, es una especiede crimen y no me atrevo....

    Cayeron abundantes lágrimas de los ojos de la pobremuchacha, y después de darles curso durante un rato retomó surelato en los siguientes términos.

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    - Señora, me permitirá usted mantener secretos mi nombre y mi

    nacimiento, ya que sin ser ilustre, es honrado, y sin la fatalidadde mi estrella, no me hallaba destinada a la humillación, ni alabandono del que nacieron la mayor parte de mis desgracias.Perdí a mis padres siendo aún muy joven, creí que con los pocosrecursos que me habían dejado podría alcanzar una situaciónhonrada negándome constantemente a aceptar aquellas que no loeran, y me comí, sin percatarme de ello lo poco de lo que dispo-nía; cuanto más me empobrecía, más era despreciada; cuantomás auxilio necesitaba, menos podía esperar obtenerlo o aúnmás indignos e ignominiosos eran los que me proponían.

    De todas las asperezas que experimentaba en esta des-graciada situación, de todas aquellas propuestas horribles queme hicieron, os citaré únicamente lo que me ocurrió en la casade Sr. Dubourg, uno de los más ricos comerciantes de la capital.

    Me habían dirigido a él como a uno de los hombres cuyo créditoy riqueza podían con mayor certeza aliviar mi destino, peroaquellos que me habían dado ese consejo, o quisieron engañar-me, o no conocían la dureza del alma de aquel hombre, ni lodepravado de sus costumbres. Después de haber esperado doshoras en su antecámara, por fin entré; el Sr. Dubourg de unoscuarenta y cinco años, acababa de salir de la cama envuelto enun camisón ancho que apenas ocultaba su enmarañamiento; se

    disponían a peinarlo, hizo salir a su ayudante de cámara, y me preguntó que qué era lo que quería.

    Señor, desgraciadamente -le respondí- soy una pobre huérfanaque aún no ha cumplido catorce años y que ya conoce todos losmatices del infortunio.

    Entonces le conté con detalle mis reveses, las dificulta-

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    des en situarme, la desgracia de haberme comido lo poco que poseía mientras buscaba, los rechazos que había tenido y lasdificultades que tenía para encontrar faena o en una tienda o en

    mi habitación, y las esperanzas que albergaba en que él me faci-litara un medio de sustento. Después de haberme escuchado con bastante atención, el Sr. Dubourg me preguntó si siempre habíasido buena.

    - No sería ni tan pobre, ni estaría en situación tan embarazosa,señor, le dije, si hubiera querido dejar de serlo.

    - Hija mía, me dijo oyendo esto, y ¿por qué motivo pretendeusted que la opulencia alivie su dolor, cuando en nada la sirve?

    - Servir, señor, es lo único que pido.

    - Los servicios de una joven muchacha como vos son un pocoútiles en una casa, no son esos los que espero, no tenéis ni la

    edad, ni el aspecto necesario para colocaros como pedís, pero podéis con un rigor algo menos ridículo aspirar a un destinohonesto en la casa de cualquier libertino. Y es allí donde debéisdirigiros; esa virtud de la que tanta gala hacéis, no sirve paranada en el mundo, por mucho que la exhiba, y no os procurará nitan si quiera un vaso de agua. Las personas como nosotros quetodo lo más que hacemos es dar limosna, es decir, una de lascosas en las que menos nos entregamos y que más nos repugnan,

    aspiran a ser recompensadas por el dinero que se sacan de sus bolsillos, y que es lo que una señorita como vos puede dar encompensación de ese auxilio, ¿si no es el abandono más comple-to a todo aquello que de ella se quiera exigir?

    - ¡Oh, señor!, ¿entonces no queda caridad ni buenos sentimien-tos en el corazón de los hombres?

  • 8/17/2019 Los Infortunios de La Virtud

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     Los infortunios de la virtud  

    - Muy pocos, hija mía, muy pocos, se ha desechado esa maníade obligar a los demás a cambio de nada; puede que el orgullofuese por ello halagado un breve instante, pero como no existe

    nada tan quimérico ni que se disipe tan pronto como estos place-res, se han deseado otros más tangibles, y se tiene el sentimientode que por ejemplo, con una muchacha como vos, vale infinita-mente más recoger como fruto de su generosidad todos los pla-ceres que el libertinaje puede ofrecer que enorgullecerse dehaberle dado limosna. El buen nombre de un hombre liberal,dadivoso, generoso, no vale para mí la más ligera sensación delos placeres que puede usted proporcionarme; sobre lo cual estánde acuerdo casi todos los hombres de mi edad que compartenmis gustos, os complaceréis, hija mía, de que os auxilie única-mente a cambio de vuestra obediencia a todo aquello que mecomplacerá exigir de vos.

    - Cuanta dureza, señor, cuanta dureza ¿y cree usted que el cielono os castigará por ello?

    - Has de aprender, joven neófita, que el cielo es la cosa en elmundo que menos nos puede interesar; lo que hagamos en latierra le complazca o no, es aquello en el mundo que menos nos preocupa; demasiado convencidos de su escaso poder sobre loshombres, le retamos cotidianamente sin temor alguno y nuestras pasiones no se hallan verdaderamente provistas de encanto sinocuando transgreden en mayor medida sus intenciones, o al me-

    nos, lo que los necios nos aseguran que son tales, pero que noson en el fondo sino las cadenas ilusorias con las que la impos-tura ha intentado capturar a los más fuertes.

    - Señor, ¿y con tales principios, no han pues de perecer los des-dichados?

    - ¿Y qué importa?; en Francia hay más sujetos de los necesarios,