Los Limites de La Cultura Cap 1 Alejandro Grimson

19
5/27/2018 LosLimitesdeLaCulturaCap1AlejandroGrimson-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/los-limites-de-la-cultura-cap-1-alejandro-grimson 1/19 1. Dialctica del culturalismo La diversidad cultural ha ingresado al centr bates tericos acompaando los procesos de crec xin global y la multiplicacin de las relaciones in la cotidianidad del mundo contemporneo. Much celebrarla en declaraciones pblicas antes que pa Otras veces para denostar, menospreciar o aniqui En cierto sentido, la percepcin de la diversidad c blema o un mal tiene un origen bblico. Recordemo deldiluviouniversallatierrafueunnicoidio similares. Fue entonces cuando los hombres i menzaron a construir la torre de Babel. Dios desc lo que construan y les dijo: Si como un solo p idioma nico para todos han comenzado a compo tonces nada de lo que se propongan hacer les ser im cho esto, Dios confundi los idiomas para que n diera el lenguaje del prjimo. Por eso se la denom portal de Dios. En el relato bblico Dios castiga la arrogancia e naza latente de los seres humanos que intentan ll una torre. La amenaza sera una mancomunin que po lostanpoderososcomodioses.Elcastigocon impedirquepuedancomprenderseunosaotros.Esd origendeladiversidadlingsticayculturalenelG tigo divino ante la comunidad de la comunicacin dad es poderosa y eficaz. La inconducente heterogen tado propiamente humano, distante de lo divino. HahabidoinfinitasinterpretacionessobreBa lor bblico de la diversidad. Dado que no es nuest

Transcript of Los Limites de La Cultura Cap 1 Alejandro Grimson

  • 1. Dialctica del culturalismo

    La diversidad cultural ha ingresado al centro de los de-bates tericos acompaando los procesos de creciente intercone-xin global y la multiplicacin de las relaciones interculturales enla cotidianidad del mundo contemporneo. Muchas veces paracelebrarla en declaraciones pblicas antes que para vivir en ella.Otras veces para denostar, menospreciar o aniquilar la diferencia.En cierto sentido, la percepcin de la diversidad como un pro-blema o un mal tiene un origen bblico. Recordemos que despusdel diluvio universal la tierra fue un nico idioma y de palabrassimilares. Fue entonces cuando los hombres imaginaron y co-menzaron a construir la torre de Babel. Dios descendi a observarlo que construan y les dijo: Si como un solo pueblo y con unidioma nico para todos han comenzado a comportarse as, en-tonces nada de lo que se propongan hacer les ser imposible. Di-cho esto, Dios confundi los idiomas para que nadie compren-diera el lenguaje del prjimo. Por eso se la denomin Babel: elportal de Dios.

    En el relato bblico Dios castiga la arrogancia excesiva o la ame-naza latente de los seres humanos que intentan llegar al cielo conuna torre. La amenaza sera una mancomunin que podra volver-los tan poderosos como dioses. El castigo consiste en dividirlos eimpedir que puedan comprenderse unos a otros. Es decir que elorigen de la diversidad lingstica y cultural en el Gnesis es el cas-tigo divino ante la comunidad de la comunicacin. La homogenei-dad es poderosa y eficaz. La inconducente heterogeneidad es el es-tado propiamente humano, distante de lo divino.

    Ha habido infinitas interpretaciones sobre Babel y sobre el va-lor bblico de la diversidad. Dado que no es nuestro objeto de

  • dialctica del culturalismo 55

    La incomprensin mutua entre los seres humanos, la imposibili-dad de la convivencia en la diferencia, se entiende como un cas-tigo divino.

    Los modos en que se ha conceptualizado la diversidad se en-cuentran imbricados con las formas en que se han imaginado lasrelaciones entre nosotros y los otros. Ahora bien, en el planodel debate terico, tanto la visin progresista de la defensa de ladiversidad como la alarma conservadora ante el choque de civi-lizaciones, pasando por las denuncias de que toda diferencia seexplica por una desigualdad social, simplifican o a veces descono-cen la historia terica del concepto de cultura. Tambin, comose ver ms adelante, la historia de la nocin de identidad. Msan, estas visiones muchas veces ignoran las reflexiones ms sofis-ticadas que, desde el propio ncleo antropolgico, se han reali-zado sobre las complejas relaciones entre esos dos trminos.

    Los conceptos de cultura e identidad ocupan desde hacetiempo el centro de los debates tericos de la antropologa y lasciencias sociales. Las crticas al esencialismo se han puesto tan demoda que se han tornado repetitivas. Al mismo tiempo, no siem-pre resulta claro cmo se pensaban la cultura y la identidad desdeel esencialismo, y qu es, con precisin, aquello que se le critica.Como propuse en la introduccin, una perspectiva distanciadatanto del esencialismo como del posmodernismo resulta interpre-tativa y polticamente imprescindible. Comenzaremos este cap-tulo considerando brevemente la historia del concepto antropol-gico de cultura y sus implicancias tico-polticas, para despusabordar la cuestin de la diversidad.

    cultura: un concepto antropolgico con implicancias polticas

    En la tradicin antropolgica el concepto de cultura se asociabaa una cierta intervencin tico-poltica, adems de tener fuertesconsecuencias epistemolgicas y metodolgicas. El primer con-cepto antropolgico de cultura se opuso a la idea de que hay

    54 los lmites de la cultura

    anlisis, ni podra serlo, diremos simplemente que una de las in-terpretaciones ms recientes de Babel la que realizara Saramagoen su novela Can tambin seala que hay un significado de pu-nicin en el acto fundador de la diversidad. En su reescritura delas historias del Antiguo Testamento, Can llega a Babel cuandoDios acaba de castigarlos:

    A medida que se aproximaba, el ruido de las voces, pri-mero tenue, iba creciendo hasta transformarse en per-fecta algaraza. Parecen locos, locos de atar, pens Can.S, estaban locos de desesperacin porque hablaban yno conseguan entenderse, como si estuviesen sordos, ygritasen cada vez ms alto, intilmente. Hablaban len-guas diferentes y en algunos casos se rean y burlabanunos de otros como si la lengua de cada uno fuera msarmoniosa y ms bella que la de los dems. Lo curiosodel caso, y eso todava no lo saba Can, es que ningunade esas lenguas exista antes en el mundo, todos losque all se encontraban tenan un solo idioma de ori-gen y se comprendan sin la menor dificultad [...]. Quguirigay es ste, pregunt Can, y el hombre le respon-di, Cuando vinimos de Oriente para asentarnos aquhablbamos todos la misma lengua. Y cmo se llamaba,quiso saber Can. Como era la nica que haba no ne-cesitaba tener un nombre, era la lengua, nada ms. [...]Luego decidimos construir una ciudad con una grantorre, esa que ves ah, una torre que llegase al cielo [...]el seor vino a inspeccionar y no le gust [...] dijo quedespus de habernos puesto a hacer la torre ya nadienos podra impedir que hiciramos lo que quisiramos,por eso nos confundi las lenguas y a partir de ese ins-tante, como ves, dejamos de entendernos. Y ahora, pre-gunt Can. Ahora no habr ciudad, la torre no se terminar y nosotros, cada uno con su lengua, no po-dremos vivir juntos como hasta ahora (Saramago, 2009:94-96).

  • 56 los lmites de la cultura

    gente con cultura y gente sin cultura, de que el mundo se di-vide entre personas cultas e incultas. Ya en 1871 Tylor habaplanteado un concepto de cultura asociado a los conocimientos,creencias y hbitos que el ser humano adquiere como miembrode la sociedad. Esta nocin contrastaba con la idea de que la cul-tura se restringa a la llamada alta cultura, a la perfeccin espiri-tual de la msica clsica o las artes plsticas consagradas. Todas lasactividades y pensamientos humanos son aspectos de la cultura.Hay diferentes culturas, pero todos los seres humanos tienen encomn el hecho de ser seres culturales.

    Esta idea contina siendo importante, dado que todava sonmuchas las personas e instituciones que clasifican a los seres hu-manos como cultos e incultos, sin percibir que al hacerlo eva-lan a grupos que tienen una cultura distinta desde un punto devista particular. Y en esta evaluacin, lo diferente es considerado(implcita o explcitamente) como inferior, lejos de entenderlocomo un desafo al conocimiento y la comprensin. Ahora bien,despus del evolucionismo de Tylor, la idea de relativismo sloapareci desarrollada por Boas algunas dcadas ms tarde. En Eu-ropa y los Estados Unidos predominaban las ideas racialistas.Frente a esas concepciones, la antropologa explic y demostr lacompleta autonoma entre lo fsico y lo cultural. Ninguna cues-tin gentica puede explicar las diferentes cosmovisiones, mitos,celebraciones, ideologas y rituales de la humanidad. Esa hetero-geneidad es cultural, y la cultura no se lleva en la sangre. Seaprende en la vida social.

    Mientras la idea de raza clasificaba a los seres humanos desde labiologa, la inmutabilidad y la jerarqua, el concepto de cultura,aplicado ahora a las diferentes culturas, pasaba a clasificarlosdesde la vida social y la historicidad e implicaba, por lo tanto, unplanteo relativista. Boas introdujo la idea de pluralidad cultural,segn la cual no slo era importante la cultura en singular sinotambin el estudio de culturas especficas. En su perspectiva,una cultura particular slo es comprensible a partir de su historia.Una creencia o un hbito cultural slo pueden ser comprendidosen el marco de un universo especfico de sentido. Pretender eva-luar las creencias o las prcticas diferentes de las nuestras fuera de

    dialctica del culturalismo 57

    sus contextos, a la luz de nuestros propios valores, no slo implicadesconocer la diversidad humana, sino tambin actuar de modoetnocntrico.

    Durante mucho tiempo el etnocentrismo cientfico fue con-temporneo del colonialismo. La suposicin de que los pueblosno occidentales eran inferiores constitua un argumento que legi-timaba el poder colonial. En ese sentido, antroplogos como Ma-linowski promovieron una crtica de la concepcin racionalistadel hombre dominante en Occidente. Sostuvieron que, lejos deser salvajes e ilgicos, los pueblos no occidentales tenan unestilo de vida distintivo, racional y legtimo que deba ser valo-rado. Esta tesis entra en tensin con la proclamada misin civiliza-dora del proyecto colonial europeo.

    Para poder comprender una cultura es necesario comprendera los otros en sus propios trminos, sin proyectar nuestras propiascategoras de modo etnocntrico. Al mismo tiempo, resulta im-prescindible tomar distancia de nuestra propia sociedad para po-der estudiarla y comprenderla: hacer antropologa es realizar esatransformacin de lo familiar en lo extico y de lo extico en lofamiliar (DaMatta, 1987: 14). As, la nocin de cultura pretendadar una respuesta y ofrecer un abordaje para entender la unidady la diversidad del gnero humano. Si la cultura era aquello queestableca la distincin universal de los seres humanos con res-pecto a la naturaleza, era a su vez la base de las diferencias. Si to-dos los seres humanos son seres culturales, se afirmaba, cada cul-tura es en consecuencia particular y diferente de las otras.

    Despus del Holocausto, las concepciones racialistas quedarondesacreditadas. A medida que se deslegitimaban los criterios bio-lgicos, comenzaron a explorarse otros modos de clasificacin.Despus de 1945, con el abandono del concepto de raza para legi-timar legislaciones o polticas pblicas, aument sostenidamenteel uso social y poltico del concepto de cultura.

  • 58 los lmites de la cultura

    el archipilago cultural y sus problemas

    La expansin del concepto implic nuevos problemas. Como he-mos mencionado, el relativismo y la crtica al racismo tuvieron unenorme potencial democratizador. Aunque fuera difcil de perci-bir en aquella poca, ambas cuestiones cumplieron un papel muyrelevante en diferentes momentos del siglo XX. La idea de queno hay jerarquas entre los grupos humanos, de que las diferen-cias son sociales y no naturales, y de que esas diferencias debencomprenderse a partir de la historia y la especificidad de cadagrupo son argumentos a favor de la diversidad humana.

    Sin embargo, la sustitucin de la imagen de un mundo divididoen razas por la de un mundo dividido en culturas o reas cultura-les es tambin fuertemente problemtica. Si, por ejemplo, preten-diramos pintar un mapamundi con un color diferente para cadalengua, nos encontraramos con que ya no hay coincidencia entreidioma y territorio. Dado que hay hispanohablantes residentes enlos Estados Unidos, turcos en Alemania y coreanos en varios pa-ses latinoamericanos, ya no existen grandes ciudades donde slose hable una lengua. Si abarcamos tambin la msica, los ritualesy la gastronoma o alguno de los elementos cruciales de cualquierdefinicin de cultura, rpidamente advertiremos que cada ciudades Babel y que la diversidad no est distribuida en el espacio, sinoms bien puesta en juego en cada espacio.

    Sin embargo, si en la forma de imaginar la poblacin mundiala fines del siglo XIX los colores de piel parecan ocupar un papelcentral, la idea de que el globo es un archipilago de culturas di-versas resulta muy potente en la actualidad. Es interesante notarque algunas de las regiones donde se desarroll la antropologasocial y cultural a inicios del siglo XX, como Melanesia, eran fci-les de percibir como archipilagos de culturas. Un conjunto de is-las donde en la actualidad conviven unas setecientas lenguaspuede ser una raz potente para la pervivencia de la metfora delarchipilago.

    As, durante una larga etapa de la teora antropolgica tendi aaceptarse que cada comunidad, grupo o sociedad era portadorade una cultura especfica. Los estudios se consagraron, por lo

    dialctica del culturalismo 59

    tanto, a describir y comprender una cultura particular o reas cul-turales. Dado que esa descripcin se concentraba fundamental-mente en los valores o costumbres compartidos por los miembrosde una sociedad, se pona nfasis en la uniformidad de cada unode los grupos.

    Ahora bien, las fronteras pueden concebirse de modo fijo tantoentre razas como entre culturas, as como la afirmacin de las di-ferencias entre esas culturas puede traducirse aunque no sea laintencin en la legitimacin de una jerarquizacin, cuando noen un instrumento clave para el dominio efectivo de esos gruposo personas.

    crisis de la metfora insular

    Tres fenmenos sociales resquebrajaron la imagen del archipi-lago. Si para construir una idea de homogeneidad cultural en unasociedad colonial era necesario hacer como si no hubiera presen-cia occidental, los procesos de independencia en Asia y frica tor-naron inverosmil la idea de uniformidad o de pureza preser-vada de esas sociedades. Las presencias imperiales fueron y sonelocuentes respecto de la heterogeneidad y la desigualdad en cier-tos territorios. En segundo lugar, las migraciones que en muchospases centrales son consideradas, incluso por intelectuales, un fe-nmeno de fines del siglo XX demostraron que, si alguna vezhubo islas culturales, las personas no obstante hace tiempo semueven desde una isla hacia otra. En realidad, las migraciones ylas convivencias interculturales son al menos tan antiguas comolos registros escritos de la humanidad. Lo que algunos autoresque viven en Europa o en los Estados Unidos perciben como unnovedoso fenmeno migratorio alude empricamente al hecho deque, en las ltimas dcadas, las migraciones desde el TercerMundo hacia sus pases de residencia aumentaron cualitativa-mente. Ni el colonialismo ni los procesos migratorios desde Eu-ropa hacia otras regiones del mundo forman parte de sus anlisissobre el contacto intercultural. En Buenos Aires, por ejemplo,donde a inicios del siglo XX cuatro de cada cinco trabajadores ha-

  • 60 los lmites de la cultura

    ban nacido en Europa, la inmigracin no podra considerarse unfenmeno de fines de ese siglo. Si pensamos en tiempos ms lar-gos, en varios siglos, slo podra creerse que las migraciones sonuna novedad si se entienden como migracin no todos los des-plazamientos humanos, sino slo los movimientos de personas en-tre Estados nacionales. Ese naciocentrismo que consiste en redu-cir las migraciones a las migraciones internacionales es muyfrecuente (vase Caggiano, 2010). En tercer lugar, la transforma-cin de las tecnologas de la comunicacin plante un horizontenuevo en el que aunque la mayora de las personas no se trasla-den los smbolos y los mensajes se desplazan generando una con-ciencia de contemporaneidad. As, la heterogeneidad cultural enun mismo espacio es menos novedosa que su visibilidad.

    Esa visibilidad produjo un impacto sobre el concepto de cul-tura. Hannerz (1996) afirma que, a pesar de la diversidad de losconceptos de cultura, la antropologa intent combinar tres su-puestos: 1) la cultura se aprende en la vida social; 2) la culturaest integrada de alguna manera; 3) la cultura es un sistema designificados diferente en cada grupo, y los grupos pertenecen aun territorio. Sin embargo, dice Hannerz, podemos considerarhoy a la cultura como algo integrado y coherente? Podemos con-siderarla como un fenmeno territorial? El segundo supuesto,vinculado a la integracin que la cultura implica, fue cuestionadohace ya muchos aos por antroplogos como Turner, Barth e in-cluso Geertz. El tercer supuesto se ha visto cada vez ms afectadopor la creciente interconexin espacial.

    Para autores como Hannerz o Appadurai, esa interconexinest vinculada bsicamente a las migraciones y los medios. Hannerz seala que a medida que las personas se desplazan consus significados, y a medida que los significados encuentran for-mas de desplazarse aunque las personas no se muevan, los territo-rios ya no pueden ser realmente contenedores de una cultura(1996: 24). Cabe introducir un matiz: las personas, especialmentecuando migran, se desplazan portando significados que luego rearman y transforman de modos diversos en las regiones dondese asientan o circulan. Por otra parte, los medios masivos difun-den significantes y textos globales que permiten negociar y dispu-

    dialctica del culturalismo 61

    tar los significados en niveles no slo locales o nacionales. Enotras palabras, si como dice Hannerz ya no podemos asociar cul-tura y territorialidad de modo simplista, no es porque los signifi-cados se desplacen sino porque son reorganizados, negociados ydisputados en los procesos de interconexin.

    El debate sobre la cultura muchas veces opone la idea de ho-mogeneidad a la opcin de abandonarla en los basurales de losconceptos tericos vetustos. La reificacin o la deconstruccin dela cultura abren una cinaga en la que las retricas de la biodiver-sidad se entrecruzan riesgosamente con los profetas del clash of ci-vilizations.

    El concepto de cultura, entendido como conjunto de elemen-tos simblicos o bien como costumbres y valores de una comuni-dad asentada en un territorio, es problemtico en trminos teri-cos y en trminos tico-polticos. Las principales dificultadestericas que presenta surgen de que tiende a considerar a los gru-pos humanos como unidades discretas clasificables en funcin desu cultura, como en otras pocas lo eran en funcin de la raza;sustenta la clasificacin en el supuesto de que esas unidades tie-nen similitudes internas y diferencias con su exterior; y disea unmapa de culturas o reas culturales con fronteras claras, fundadoen la idea del mundo como archipilago de culturas.

    Los supuestos que equiparan grupos humanos a conjuntos deli-mitables por valores o smbolos son equivocados porque tiendena pasar por alto que dentro de todo grupo humano existen ml-tiples desigualdades, diferencias y conflictos entre generaciones,clases y gneros, que dan lugar a su vez a una gran diversidad deinterpretaciones; que los grupos tienen historia y que sus smbo-los, valores y prcticas son recreados y reinventados en funcin decontextos relacionales y disputas polticas diversas; que las fronte-ras entre los grupos son mucho ms porosas que la imagen de unmundo dividido el mundo se encuentra interconectado y existenpersonas y grupos con interconexiones regionales o transnaciona-les diversas; y que, por lo tanto, las personas y los smbolos nopueden asociarse de modo simplista a un territorio determinado.

  • 62 los lmites de la cultura

    la politizacin de un concepto polmico

    Como dijimos al comienzo, los conceptos de cultura de Tylor,Boas y Malinowsky tuvieron consecuencias tico-polticas (Wright,1997). A medida que esos conceptos se impusieron y naturaliza-ron como sentido comn, los antroplogos cuestionaron el gestosimplificador de identificar un grupo con una cultura. Sin em-bargo, esa idea de la cultura como esencia se convirti poco apoco en un nuevo eje de la intervencin poltica.

    Los procesos de distincin social, desde la nobleza hasta las for-mas de discriminacin, requieren cierto grado de legitimidad so-cial. Puede haber contextos de amplio consenso, como el que severific hasta el siglo XIX respecto de la esclavitud, o luego contralos gitanos, los judos y muchos otros grupos. Tambin puede ha-ber contextos culturales con fuertes disputas sobre la legitimidadde la distincin y de sus implicancias. Sin embargo, ninguna dis-tincin se impone como hegemnica por la fuerza sino, como en-se Gramsci, por la persuasin. Generalmente, ese proceso deconvencimiento est asociado a la naturalizacin de las diferencia-ciones.

    La experiencia de la Segunda Guerra Mundial erosion la legi-timidad social del racismo clsico. Si bien las crticas al racismohaban comenzado en el siglo XIX, slo encontraban repercusinen mbitos cientficos e intelectuales. Despus de la aplicacinmasiva de los principios del racismo por parte del Estado alemny de la derrota militar, poltica e ideolgica de ese proyecto, lasformas de distincin clsicas comenzaron a desdibujarse.

    Sorprendentemente, la cultura pas a desempear la funcinde categora clasificatoria que la raza ya no poda cumplir, y cobrlegitimidad como argumento. En este desplazamiento que la llevdesde su potencial democratizador hasta su funcin segregadora,la cultura evidentemente ha dejado de ser lo que era. Para deve-nir base del fundamentalismo, la cultura dej de ser historia y setransform en naturaleza, dej de ser procesual pas a establecerfronteras fijas. Si bien el papel de la cultura se ha expandido deuna manera sin precedentes al mbito poltico y econmico, [...]las nociones convencionales de cultura han sido considerable-

    dialctica del culturalismo 63

    mente vaciadas, afirma Ydice (2002: 26), aludiendo a un fen-meno ms abarcativo que el fundamentalismo cultural.

    La antropologa ha realizado esfuerzos sistemticos, tericos ypolticos, para enfrentar el racismo y la discriminacin. La para-doja es que en el intento de recuperar el concepto que ms se ha-ba contrapuesto a la idea de raza, la utilizacin clasificatoria decultura para explicar la diversidad humana, identificando acada sociedad con una cultura determinada, hizo que en muchoscasos el concepto funcionara en el mundo contemporneo demanera homloga al de raza.

    Otra paradoja es que los sectores que promueven la discrimina-cin muchas veces se apropiaron de los argumentos a favor de ladiversidad y el relativismo, ya que pretendan sostener la necesi-dad de conservar las culturas puras sin contacto y sin mezcla. Sien las visiones racialistas el mestizaje apareca muchas veces comola tragedia que deba evitarse, en el nuevo fundamentalismo cul-tural se considera necesario que cada cultura permanezca en sulugar. Nos referimos a la tesis huntingtoniana del choque de civi-lizaciones. El mundo de los clivajes ideolgicos y polticos de laGuerra Fra habra quedado definitivamente atrs. Ante nosotros,el siglo XXI estara desplegando nuevos clivajes culturales y reli-giosos: una guerra entre culturas.

    Si buscamos ejemplos de este uso de la cultura como recurso po-ltico, encontraremos situaciones muy diferentes: desde la defensadel ser nacional como parte de las retricas de la discriminacinculturalista en Europa, hasta los fundamentalismos culturales cadavez ms presentes en la geopoltica internacional. Tambin es ne-cesario considerar la culturalizacin de los movimientos y los recla-mos de grupos subalternos, como asimismo los logros legales desectores histricamente discriminados en Amrica Latina. Se ver,entonces, que el recurso poltico de la cultura no tiene un signonico, sino que diferentes sectores pugnan por apropiarse de l.Se ver, tambin, que ineludiblemente esa generalizacin de lacultura tiene efectos polticos especficos y delimitables.

    La dialctica del culturalismo requiere varios trastrocamientos dela teora antropolgica. El ms absurdo tericamente y ruinoso

  • 64 los lmites de la cultura

    polticamente consiste en equiparar cultura e identidad. Cada cul-tura, al codificar las ideas, prcticas, rituales e instituciones de unpueblo o algo similar, tendra una identidad. Al menos desde Leach y Barth, la teora antropolgica ha mostrado que los proce-sos de la cultura no coinciden necesariamente con los procesosidentitarios. Lderes indgenas que visten jeans o viven en las gran-des ciudades, movilizaciones contra los Estados Unidos en las quese consume Coca-Cola, militantes de derechos humanos o ecolo-gistas que no necesitan hablar la misma lengua para identificarsemutuamente, son ejemplos sencillos. Pero slo los fundamentalis-tas querran, como la dictadura militar argentina durante la gue-rra de Malvinas que prohibi a los Beatles porque considerabaque escuchar msica britnica era una posicin blica, hacercoincidir las fronteras de la cultura con las de la identidad. Lastransformaciones lingsticas, culinarias, en la indumentaria, enlas formas de produccin y en muchas otras rutinas que se consta-tan en los procesos migratorios muestran de manera elocuenteque el borramiento de las identificaciones culturales y polticas nose da necesariamente. Es por eso que, como mostramos en el ca-ptulo 2, las culturas son ms hbridas que las identificaciones.

    fundamentalismo cultural

    El fundamentalismo cultural, al igual que el racismo, consiste enuna estructura conceptual y en acciones que distinguen y jerarqui-zan a los seres y grupos humanos segn condiciones supuesta-mente inherentes a ellos, naturales. El racismo clsico implicaideas y prcticas de menosprecio y odio hacia personas de rasgosfenotpicos diferentes. Se basa en una ideologa que presuponeque la humanidad se divide en razas, que hay una continuidad en-tre lo fsico y lo moral, que los grupos humanos son homogneos,que existe una jerarqua nica de valores y que es necesaria unapoltica fundada en el saber (vase Todorov, 1991). En cambio, elfundamentalismo cultural implica ideas y prcticas de menospre-cio y odio hacia personas presuntamente portadoras de una cul-tura diferente. Las nociones racistas se sustituyen por otras equiva-

    dialctica del culturalismo 65

    lentes: la humanidad se divide en culturas; hay continuidad entreel territorio, la cultura y lo moral; las culturas son homogneas ymutuamente inconmensurables; existe una jerarqua nica de va-lores y es necesaria una poltica basada en la propia cultura. En sn-tesis, el racismo justifica el sometimiento de la alteridad por su su-puesta inferioridad, mientras que el fundamentalismo culturaljustifica la segregacin del otro en funcin de las diferencias cultu-rales y de su manera de conceptualizarlas. El racismo se elogia a smismo como civilizador; el fundamentalismo cultural se autoexaltacomo preservador de la diversidad, y especialmente de nuestrapureza.

    La nocin de fundamentalismo cultural fue utilizada por pri-mera vez por la antroploga Verena Stolcke para conceptualizaruna retrica de exclusin que exalta la identidad nacional fun-dada en el exclusivismo cultural (Stolcke, 1999). Stolcke analizla nueva retrica de la exclusin en Europa basndose en supropio estudio de las formas de discriminacin hacia los inmi-grantes en las dcadas de 1980 y 1990. Cabe sealar que el funda-mentalismo cultural es un procedimiento de diferenciacin ge-nuinamente distinto del racismo tradicional. La especificidad delfundamentalismo cultural es su cosificacin de la cultura, a la queconcibe como un todo compacto y territorializado. A su vez, la xe-nofobia (como odio y hostilidad hacia los extranjeros) se postulacomo una actitud inherente a la naturaleza humana. Al conside-rar la nacionalidad como cultura, las culturas como inconmesura-bles y la nacionalidad como un prerrequisito de ciudadana, estefundamentalismo construye una barrera infranqueable para losinmigrantes.

    Segn Stolcke, desde fines de la dcada de 1970 ha surgido unaretrica de la inclusin y de la exclusin que subraya las diferen-cias de identidad cultural, tradiciones y herencia entre los grupos,y acepta la delimitacin cultural basada en el territorio. En esosaos los conservadores britnicos sostenan que los seres huma-nos, por naturaleza, prefieren vivir entre sus semejantes antes queen una sociedad heterognea. La llegada de grandes cantidadesde inmigrantes destruira la homogeneidad de la nacin, harapeligrar los valores y la cultura de la mayora, y desatara un con-

  • 66 los lmites de la cultura

    flicto social. En ese sentido, sealaba Stolcke, la paradoja es queel fundamentalismo cultural invoca una concepcin de la culturainspirada tanto en la tradicin universalista de la Ilustracin comoen el romanticismo alemn que caracteriz casi todo el debate na-cionalista del siglo XIX (1999). Y es a travs de esa concepcinde la cultura que la opinin ciudadana europea culpa cada vezms a los inmigrantes, que no tienen nuestra moral y nuestrosvalores culturales, de todas las desgracias socioeconmicas pro-ducto de la recesin y de los reajustes capitalistas. [...] En otras pa-labras, el problema no somos nosotros, sino ellos. Nosotrossimbolizamos la buena vida que ellos amenazan con socavar, yesto se debe a que ellos son extranjeros y culturalmente diferen-tes. Este vnculo entre cultura y economa, sealado por Stolcke,implica que es cada vez ms comn que aparezca un discurso cul-turalista precisamente all donde existen malestares vinculados alos intereses.

    Mientras el racismo ordena los grupos jerrquicamente, demodo vertical y estableciendo relaciones de superioridad/inferio-ridad, el fundamentalismo cultural los ordena espacial y horizon-talmente, reforzando las separaciones. El fundamentalismo cultu-ral puede en algunos casos aceptar ciertos discursos sobre ladiversidad e incluso utilizarlos, pero con una condicin y una fi-nalidad. La condicin es que esa diversidad se considere un datoinmutable; la finalidad es justificar el apartamiento o segregacinde un grupo.

    El concepto de fundamentalismo cultural puede aplicarsehoy a muchos otros fenmenos sociales y polticos. Actualmente,la inmigracin es escenario y captulo clave del fundamentalismo,aunque ste se exprese en, y domine, muchos otros terrenos.Constituye un argumento clave para la reorganizacin de la geo-poltica internacional y para la codificacin de diversos conflictossociales y blicos.

    El silogismo es sencillo. Si las culturas son inconmensurables, sino puede haber comunicacin, si la xenofobia es inherente a lanaturaleza humana, la nica manera de evitar los conflictos y laguerra entre culturas es garantizar que stas no entren en con-tacto. Si el contacto no puede evitarse, debe reducirse al mnimo.

    dialctica del culturalismo 67

    La diversidad naturalizada es aqu un valor supremo que debepreservarse. Para lograrlo, los grupos deben mantenerse separa-dos. De lo contrario, inevitablemente se producir un choque decivilizaciones.

    la nueva geopoltica de la diferencia

    Samuel Huntington afirma que para pensar seriamente sobre elmundo, y actuar eficazmente en l, necesitamos un mapa simplifi-cado de la realidad (2004a: 30). En qu consiste esa simplifica-cin? El mundo dividido en ideologas polticas y sistemas socioe-conmicos ha quedado atrs, dice Huntington. Ahora, la culturaes una fuerza divisora y al mismo tiempo unificadora. Si despusde la Segunda Guerra Europa qued dividida por el teln deacero, esa lnea se ha desplazado varios cientos de kilmetroshacia el este, separando a los pueblos cristianos occidentales,por un lado, de los pueblos musulmanes y ortodoxos, por el otro(2004a: 23). El mundo actual se dividira, entonces, en civilizacio-nes. Las principales civilizaciones contemporneas seran: occi-dental, latinoamericana, africana, islmica, snica, hind, orto-doxa, budista y japonesa. En la poca que est surgiendo, loschoques de civilizaciones son la mayor amenaza para la paz mun-dial, y un orden internacional basado en las civilizaciones es laproteccin ms segura contra la guerra mundial (2004a: 386).

    Huntington postulaba que este mapa simplificado no slo ser-vira para pensar el mundo, sino para actuar en l. Desde unaperspectiva antropolgica y acadmica, la divisin entre estas ci-vilizaciones es un dislate que no tiene mayor sentido. Pero susentido radica en otra dimensin: su performatividad y su eficaciapoltica. Las diversas imgenes de los otros que construyen losintelectuales de cada sociedad tienen consecuencias polticas sig-nificativas. Los agentes sociales actan en el mundo en funcin decmo lo conciben. Una porcin sustancial de la accin poltica in-ternacional se sustenta en la idea de que existe un mundo occi-dental y un mundo oriental. De hecho, no slo se afirm que el

  • 68 los lmites de la cultura

    atentado del 11 de septiembre era un ataque al estilo de vida oc-cidental, sino tambin que las alianzas poltico-militares busca-ron construirse desde esa identidad.

    A travs de una serie de procesos histricos, intelectuales y pol-ticos, Europa y ms tarde los Estados Unidos orientalizaroncomo mostr Edward Said (2004) a Oriente. Occidente cuenta,desde hace mucho tiempo, con una enorme produccin artstica yacadmica sobre Oriente, y tambin con instituciones aptas paradominar, reestructurar y tener autoridad sobre l. Said analiz esosdiscursos orientalistas para comprender cmo la cultura europeaconsigui administrar y producir su propio Oriente en trminospolticos, sociolgicos, ideolgicos, imaginativos y cientficos.

    Oriente y Occidente, como bien ha demostrado Said, no sonun dato objetivo sino el resultado de una compleja construccinsocial. Las identidades siempre implican relaciones de poder, es-tablecimiento de jerarquas. A travs de esos contrastes y esas je-rarquas, las identidades sustancializadas imaginan fronteras fijasy delimitadas que separan mundos homogneos en su interior. Laconstruccin de la idea de un mundo oriental interiormentehomogneo, tan actualizada a comienzos de este milenio, es partede la propia construccin de la idea de Occidente. Esa uniformi-dad imaginaria que a su vez sustenta la accin poltica basada enidentidades esencializadas no slo pasa por alto las diferenciasinternas de los otros sino tambin las desigualdades y las hetero-geneidades del nosotros. En 1995, Said deca que esas identida-des fijas que luchan permanentemente divididas son rechazadaspor l en Orientalismo, al mismo tiempo que el libro, paradjica-mente, las presupone y depende de ellas (2004: 441).

    El ataque terrorista a las Torres Gemelas y la respuesta esta-dounidense generaron un escenario que actualiz estas imge-nes ya profundamente arraigadas. La antigua oposicin entre ci-vilizacin y barbarie recuper, exacerbados, sus bros religiosos.Despus del atentado, el discurso del presidente de los EstadosUnidos identific su accionar poltico-militar con la accin di-vina. De all que inicialmente se haya bautizado a la operacinmilitar como Justicia infinita; de all tambin la afirmacin:Sabemos que Dios no es neutral. Si Dios haba tomado par-

    dialctica del culturalismo 69

    tido, todas las naciones del mundo deban imitarlo: O estncon nosotros o estn con los terroristas. Y los terroristas tam-bin fueron incluidos en la narrativa religiosa: Bush defini losatentados como actos de terror diablico. Al considerarlos dia-blicos, se oscureca o se rechazaba toda posibilidad de reflexio-nar sobre las condiciones histricas que hicieron posible la co-misin de un crimen semejante. Por lo tanto, cualquierpretensin de analizar y explicar lo sucedido conllevaba la pre-tensin de justificar la accin criminal.

    Al definir su respuesta a los atentados del 11-9 como una nuevacruzada, Bush ubicaba a los otros como un mal derivado deuna cultura y una religin: el Islam. Entre muchos otros, el histo-riador conservador ingls Paul Johnson intent ofrecer basescientficas para la accin estadounidense. Para ello afirm endeclaracones a varios medios de comunicacin: Las fuentes delantinorteamericanismo exhibido en el ataque al World TradeCenter y al Pentgono estn sin duda ligadas a la naturaleza de lareligin islmica. Y agreg: Cuando hablamos de fundamenta-lismo islmico, en realidad estamos usando una expresin enga-osa. Todo el Islam es fundamentalista en esencia. Es una carac-terstica congnita. se fue el argumento fundamentalistaoccidental para lanzar las cruzadas anunciadas por Bush: el en-frentamiento que pretende construirse segn sus palabrascomo una lucha entre el Bien y el Mal. Mediante esta estrategia,Paul Johnson anulaba la historia de las relaciones de poder entreEuropa y los Estados Unidos en el Cercano y Medio Oriente.Adems, se tendi a negar la pluralidad o diversidad de cualquiermundo cultural. No hay un Islam, hay muchos, as como no hayuna nica forma de pensar o actuar en los Estados Unidos.

    Al procesar el horror a travs de una retrica cultural y religiosaenceguecedora puede generarse un horror anlogo o, como suce-di, ampliamente potenciado. La equivalencia entre los contrin-cantes tambin se expres en el terreno discursivo mediante dosdimensiones articuladas: las permanentes alusiones religiosas queexplicaban y daban sentido a la propia accin ponan de mani-fiesto que se trataba de un enfrentamiento absoluto entre nosotrosy los otros.

  • 70 los lmites de la cultura

    La homologa de la retrica mesinica de Bin Laden es clavepara comprender la situacin. Bin Laden utiliz, como Bush, no-ciones ligadas a la cultura especialmente religiosas para soste-ner posiciones que no slo implicaban una homogeneizacin delotro sino un llamado a eliminarlo. Bin Laden reafirm la idea decruzada lanzada por Bush porque le resultaba til para homoge-neizar a Occidente y mostrarlo como una amenaza al Islam quejustificaba la guerra santa. En algunas ocasiones aludi especfi-camente a la cruzada juda y en general sostuvo que el mundose divida en dos: los creyentes y los infieles.

    Las coincidencias retricas entre ambos discursos llegaron a serabrumadoras. Ambos sostenan que haban emprendido una cru-zada, que el mundo estaba divido en dos partes opuestas y queuna encarnaba el Bien y la otra el Mal, y que ellos mismos o losgrupos que representaban actuaban en nombre de Dios. Pero estaretrica de la polarizacin absoluta signific un lmite, para am-bos bandos, a la hora de desarrollar alianzas. Entonces, tantoBush como Bin Laden intentaron relativizar la conformacin delos campos enemigos.6 Sin embargo, ms all de las tcticas ret-ricas y de los cambios de marketing blico, el culturalismo semanifiesta cada vez ms como una forma contempornea de dis-criminacin. Estas retricas polticas de la cultura fueron utiliza-das por los dos sectores para justificar de modo fundamentalistasus diferencias y sus contrastes. Por ello mismo ambas argumenta-

    dialctica del culturalismo 71

    ciones se inscriben, en este aspecto, en una misma lgica, en unaconcepcin similar de la accin poltica y de la construccin desus alteridades. En suma, en esa dimensin ambos pertenecen auna misma configuracin de la cultura poltica. Cuando dos gru-pos enfrentados imaginan de manera anloga las relaciones entreel nosotros y los otros, los fundamentos de su accin y hasta lasformas de actuar, podemos sospechar que, en lugar de presenciaruna guerra entre culturas, estamos asistiendo a la aparicin deuna peculiar configuracin cultural de la guerra en el centro delescenario mundial.

    la nacin como identidad cultural transracial y transtnica

    Cuando, hace ms de una dcada, Stolcke analiz los discursos delos conservadores europeos que, para defender su cultura, argu-mentaban en contra de la inmigracin, probablemente no podaimaginar que esas retricas de la exclusin encontraran discursoscon fuerte pretensin cientfica. Despus de 2001, estas nuevasretricas de la exclusin, caracterizadas como fundamentalismocultural, adquirieron un impulso renovado en la nueva geopol-tica de la diferencia. En su libro Quines somos? Desafos de la iden-tidad cultural estadounidense que contina su Choque de civilizacio-nes, Huntington diagnostica que, hacia fines del siglo XX, lasidentidades nacionales estaban siendo debilitadas por otras for-mas de identificacin, desde las tnicas hasta las de gnero, aun-que en los Estados Unidos haba habido un fuerte renacer de laidentidad nacional a partir de 2001.

    Deca Huntington que el multiculturalismo, la globalizacin, elsubnacionalismo, el cosmopolitismo y el antinacionalismo habanhecho que, al llegar el ao 2000, los Estados Unidos fueran menosnacin que durante todo el siglo precedente. A ello haban contri-buido, en cierta medida, la migracin masiva de hispanos, quie-nes haban mantenido lealtades y nacionalidades duales, y la incertidumbre sobre la unidad lingstica que este fenmeno ins-

    6 Despus hubo intentos de revertir la acusacin inicial generalizada almundo islmico. Cuando se comprob que el llamado a las cruzadasno era eficaz, la propaganda pas de afirmar la justicia infinita abuscar la libertad duradera. Si la intencin era generar un amplioconsenso a favor de los Estados Unidos que incluyera pases rabes ymusulmanes, cualquier acusacin al Islam restaba mucho ms de loque sumaba. Por eso, el propio Osama Bin Laden insista en que setrataba de una cruzada de los infieles en general, y juda enparticular. A su vez afirmaba que hay mucha gente buena e inocenteen Occidente y que la gente de corazn protesta contra los ataquesnorteamericanos porque la naturaleza humana detesta la injusticia.Pero, tras la breve alusin universalista, retomaba sus afirmaciones deque el lobby judo tom como rehn a los Estados Unidos yOccidente.

  • 72 los lmites de la cultura

    talaba; y, por otro lado, el hecho de que los ejecutivos y los profe-sionales propugnaran identidades cosmopolitas, la insuficienteenseanza de la historia nacional, y el crecimiento de la historiatnica y racial. Y agregaba: Del nfasis en lo que los norteameri-canos tienen en comn se pas a la celebracin de la diversidad(2004b: 27).

    Huntington establece una distincin entre lo que llama la pro-minencia de la identidad nacional y la sustancia de la identidadnacional. La prominencia sera variable, en el sentido de que lagente es ms o menos nacionalista segn el momento. Despus delos atentados del 11 de septiembre la bajsima prominencia pasa ser altsima. Aunque la sustancia cambie, se conforma lenta-mente, no muta de un da para el otro. De hecho, Huntingtonpretende intervenir en la definicin de esa sustancia desde el t-tulo mismo de su libro: Quines somos?.

    Por qu sera relevante la pregunta por la identidad? Res-ponde Huntington: A definiciones diferentes de la identidad na-cional, diferentes intereses nacionales y prioridades polticas. Lasvisiones confrontadas sobre lo que deberamos hacer en el ex-tranjero tienen su raz en las visiones confrontadas sobre quinessomos en el mbito interno (2004b: 33). Pero adems los Esta-dos Unidos, al igual que la ex Unin Sovitica y el Reino Unido,estn compuestos por entidades reunidas a travs de procesos defederacin y conquista. Segn Huntington, pocos previeron la di-solucin de la Unin Sovitica, y el Reino Unido tambin podradesaparecer:

    [...]son pocos los estadounidenses que se atreven a pre-ver actualmente cambios fundamentales (o una disolu-cin) en los Estados Unidos. Pero el final de la GuerraFra, el desmoronamiento de la Unin Sovitica, la crisiseconmica asitica de la dcada de 1990 y el 11 de sep-tiembre nos recuerdan que la historia est cargada desorpresas. Pudiera ser que lo realmente sorprendentefuese que Estados Unidos siguiera siendo en 2025 el pasque era en 2000 en vez de un pas (o de una serie de pa-ses) muy diferentes con una serie de concepciones de s

    dialctica del culturalismo 73

    mismo y de su identidad muy distintas de las que tenaun cuarto de siglo antes (2004b: 33-34).

    Huntington se constituye as en adivino: desliza cun sorpren-dente fue el 11-9, aunque es probable que sus lectores lo leanpor creer que l mismo lo predijo. Ahora est prediciendo algo que nadie se atreve a insinuar siquiera: que los Estados Uni-dos pueden desaparecer. Podra haber alguna razn ms pode-rosa para que todos aquellos que despus del 11 de septiembrecompraron masivamente banderas norteamericanas estn aler-tas?

    Pero, por qu podra desaparecer el gran coloso del norte? Larespuesta alude a los cambios en el contexto y a las amenazas decambio en la sustancia de la identidad estadounidense. El finalde la Guerra Fra priv a los Estados Unidos del imperio del malcontra el que poda definirse a s mismo (2004b: 34). Ningunasociedad es inmortal [...], los Estados Unidos sufrirn la suerte deEsparta, Roma y otras comunidades humanas (p. 35). Como seve, Huntington aplica la nocin elemental de la teora de la iden-tidad, segn la cual cualquier definicin de un nosotros se haceen relacin con un ellos. Una vez desaparecido ese ellos deci-sivo del siglo XX, cmo mantener vivo el sentimiento de perte-nencia? Evidentemente, se trata de reinventar la alteridad. Comose sabe, para concretar estas reinvenciones hay que bucear afondo en la historia social y cultural de los pases. Y desde all ela-bora Huntington su propuesta.

    Histricamente, dice, la sustancia de la identidad estadouni-dense ha estado formada por cuatro componentes clave: la raza,la etnia, la cultura (la lengua y la religin, sobre todo) y la ideolo-ga. La cuestin racial y tnica pas a la historia. El Estados Uni-dos cultural se encuentra sometido a un autntico asedio. Y, comobien ilustra la experiencia sovitica, la ideologa es un aglutinantedemasiado dbil para mantener unidas a las personas que carecende fuentes raciales, tnicas o culturales de comunidad (2004b:34-35). Ciertas sociedades, al ver desafiada su existencia misma,son capaces de posponer la cada final renovando su concienciade identidad nacional. Los estadounidenses lo hicieron despus

  • 74 los lmites de la cultura

    del 11-9; pero el desafo es seguir hacindolo cuando no haya ata-ques tan espectaculares y dramticos.

    Segn Huntington existen cuatro posibilidades, o bien unacombinacin de ellas: que la nacin ya no se base en una culturao religin sino en un nuevo contrato fundamentado en el credoindependentista de los Estados Unidos y en su compromiso conla libertad y la democracia; que se consolide un pas bilinge yculturalmente bifurcado; que los blancos protestantes reaccio-nen de manera violenta ante esta situacin y se desarrolle unacreciente intolerancia; o que y esto es evidentemente lo queHuntington desea todos los estadounidenses, con independen-cia de su raza o etnia, [traten] de revigorizar su cultura central.Eso implicara una nueva forma de compromiso con los EstadosUnidos, concebido como pas profundamente religioso y predo-minantemente cristiano, capaz de abarcar minoras religiosas,adherido a los valores protestantes, anglohablante, preservadorde su herencia europea y comprometido con los principios delcredo (2004b: 43).

    Esa sustancia, argumenta Huntington, no es tnica ni racial.Los componentes tnicos se debilitaron como consecuencia de lamigracin. Los componentes raciales decayeron por la guerra desecesin y el movimiento de los derechos civiles. Es, ante todo,una cuestin cultural con una dimensin religiosa central. Cmoconstruir un nosotros religioso, cultural? Huntington lo sabe:construyendo alteridades con esos mismos criterios.

    Huntington postula una identidad entre religin y sociedad y,como muestra Lomnitz, realiza una operacin ideolgica similara las adquisiciones corporativas ventajistas: con slo un 16% de lasacciones, los angloprotestantes consiguen ser los Estados Unidos.Si alguien piensa que ser estadounidense significa la posibilidadde creer en lo que cada quien quiera creer, est equivocado: lagente podr creer en cualquier cosa, es verdad, pero slo graciasa que comparte la cultura angloprotestante (Lomnitz, 2004: 15).

    En ese marco, Huntington propone el concepto de seguridadsocietal. Si la seguridad nacional refera a la soberana, esteotro concepto alude a la capacidad de un pueblo para mantenersu cultura, sus instituciones y su estilo de vida.

    dialctica del culturalismo 75

    Huntington es performativo. En la medida en que el gobiernode los Estados Unidos interpela con sus acciones en trminos cul-turales, efectivamente instituye una culturalizacin del conflicto.No se trata de la cuestin del huevo y la gallina. Como sucede enla pelcula Antes de la lluvia, cuyas historias de amor transcurrenentre el nacionalismo y la guerra de los Balcances, la causa delconflicto blico no son las diferencias culturales. La guerra ge-nera la percepcin de diferencias culturales que antes no se con-sideraban tales y transforma el sentido de cualquier distincin.

    los presupuestos tericos de huntington

    Analicemos los presupuestos tericos de Huntington. La identi-dad, dice, es relacional porque presupone un otro. Su argu-mento, justamente, es que habiendo desaparecido el otro cen-tral del siglo XX la URSS existe el riesgo de que los EstadosUnidos tambin desaparezcan. De all la necesidad de definir (ocrear) nuevas alteridades. Cmo crear? S; Huntington partedel supuesto de que las identidades son una construccin social(2004b: 46). De hecho, no slo es un constructivista terico, sinoque adems propone construir las identidades estadounidensesde un modo determinado. Y, por otra parte, supone que hay iden-tidades mltiples.

    Dado que la identidad se procesa en la interaccin, la cues-tin del reconocimiento es clave. Si un grupo es estigmatizadopor la mayora de la sociedad y por el Estado, puede interiorizardicha discriminacin. La identidad, por ltimo, es situacional.Sera equivocado creer que para Huntington hay una esencia inmutable; constantemente afirma que las identidades cambiany encuentra en ello un riesgo y un fundamento para su pro-puesta.

    Sus consideraciones conceptuales sobre la identidad llevan apensar que Huntington asume la teora contempornea y, de ma-nera antiesencialista, plantea la historicidad, la relacionalidad yla situacionalidad. El pensamiento huntingtoniano muestra que

  • 76 los lmites de la cultura

    la teora constructivista de las identificaciones sociales puede uti-lizarse para proyectos tericos y tico-polticos completamentediferentes. Por eso es tan importante preguntarse cules son loselementos tericos ausentes en la perspectiva de Huntington, en-tendiendo que estos elementos estarn ausentes de cualquier ela-boracin conceptual acerca del fundamentalismo cultural. Loscuatro elementos principales que brillan por su ausencia en lapropuesta huntingtoniana son: la desigual distribucin de poderentre personas y grupos, los procesos de sedimentacin y estruc-turacin, la heterogeneidad cultural de los grupos que constru-yen identidades homogneas, y la distribucin socioeconmica.

    Todos estos elementos son centrales para una teora antropol-gica contempornea sobre la cultura y las identificaciones. Justa-mente porque no figuran en el concepto huntingtoniano: En elpresente libro, cultura significa algo diferente. Hace referenciaa la lengua, a las creencias religiosas y a los valores sociales y pol-ticos de un pueblo, as como a sus concepciones de lo que estbien y lo que est mal, de lo apropiado y lo inapropiado, y a lasinstituciones objetivas y las pautas de comportamiento que refle-jan esos elementos subjetivos (2004b: 55). No caben dudas deque Huntington es la expresin conceptual ms acabada de la dia-lctica del culturalismo.

    el culturalismo como configuracin poltica

    Sin embargo, el culturalismo no tiene un signo ideolgico prede-finido. Sera equivocado creer que el fundamentalismo cultural esuna retrica exclusiva de los conservadores de los pases centrales.Suponer que una persona adopta necesariamente valores y prcti-cas compartidos homogneamente por la comunidad en la queha crecido equivale en cierto modo a suponer la uniformidad ps-quica, intelectual, moral y conductual de esa persona y su comu-nidad. Esta visin puede sustentarse en posiciones tico-polticasfavorables a los pueblos discriminados. De hecho, la mayora delos antroplogos culturalistas eran tolerantes con los otros e, in-

    dialctica del culturalismo 77

    cluso, en algunos casos, tendieron a idealizar patrones culturalesno occidentales como un modo de desarrollar una crtica a su so-ciedad. Sin embargo, incluso con esa actitud ms generosa, el po-tencial tico-poltico de los estereotipos que producan escapabaa su control.

    En las ltimas dcadas, acompaando el desarrollo de los nue-vos movimientos sociales y en contraposicin a las polticas de dis-criminacin, asimilacin y homogeneizacin, las polticas multi-culturalistas comenzaron a imponerse en el mundo acadmico yen algunas reas de la gestin pblica. Se trata de establecer, encontra de las polticas de exclusin, polticas de reconocimientode grupos o colectividades subordinados o despreciados, como lospueblos originarios, los afro, los inmigrantes excluidos, los gays,las lesbianas y los transexuales, entre muchos otros. La pretensindel multiculturalismo en algunas formulaciones era invertir o mo-dificar la valoracin habitual de estos grupos y reivindicar, entresus derechos civiles, su derecho a la diferencia.

    No obstante, podra ser paradjico que esta pretensin de in-vertir la valoracin se inscribiera, como a veces sucede, en unaextensin de la lgica de la discriminacin. Es decir, si la diferen-cia cultural se concibiera como un dato inmutable, con fronterasfijas que separan a ciertos grupos de otros. En esos casos, tantoquienes discriminan como quienes pretenden reconocer a esosgrupos comparten el supuesto de que el mundo est dividido enculturas con identidades cristalizadas. Mientras tanto, las perso-nas, los grupos y los smbolos atraviesan las fronteras. Desde lasartesanas hasta los productos de la industria cultural viajan pordiferentes zonas del mundo, y esa circulacin revela paisajes detrnsitos hbridos antes que mapas con colores delimitados e in-contaminados.

    La diferencia cultural, entonces, puede utilizarse tanto para in-tentar subordinar y dominar a los grupos subalternos como parareivindicar los derechos colectivos de esos grupos. Por ello, el re-conocimiento de las diferencias culturales no tiene un valor tico-poltico esencial y su sentido ltimo depende de la situacin so-cial. El problema surge cuando distintos sectores entablan unadisputa sobre las valoraciones y consecuencias de ciertas diferen-

  • 78 los lmites de la cultura

    cias que se consideran autoevidentes. Sin embargo, la diversidadno debe comprenderse como un mapa esencializado y trascen-dente de las diferencias sino como un proceso abierto y dinmico,un proceso relacional vinculado a las desigualdades y las relacio-nes de poder.

    En estas luchas por establecer el valor tico-poltico de la diver-sidad, los distintos sectores pueden tender a enfatizar sus diferen-cias (supuestas o no) de manera creciente, perdiendo de vista laimportancia de las luchas por la igualdad o la justicia. Las diferen-cias construidas en situaciones de contraste especficas y en con-textos polticos concretos pueden reificarse hasta el punto de con-vencernos de lo radicalmente distintos que somos nosotros delos otros.

    Ante estos dilemas, algunos intelectuales especialmente sensi-bles a la tarea de registrar y comprender los movimientos del Ter-cer y el Cuarto Mundo han planteado que la aceptacin de las di-ferencias culturales tiene un valor poltico positivo, ya que variospueblos del planeta estn oponiendo su cultura a las fuerzas de ladominacin occidental que los viene afectando desde hace tantotiempo. Cuando los pueblos la utilizan como una herramientapara retomar el control de su destino, la cultura adquiere un valorpoltico positivo.

    Si el respeto por la diversidad es un patrimonio ideolgico quedebe ser defendido frente a todas las variantes del etnocentrismo,la comprensin del carcter histrico y poltico de esa diversidadpuede permitirnos adquirir una visin ms compleja. La construc-cin de homogeneidad cultural en los pases perifricos es ambi-valente. Como no se trata realmente de sociedades homogneas,puede suceder que detrs de la idea justa y necesaria de que lospueblos retomen el control de su destino, un grupo local o na-cional tome en sus manos la suerte de miles de hombres y mujeresque continan viviendo situaciones de explotacin, exclusin odiscriminacin.

    En nuestro continente, en contextos de incremento cualitativode la desigualdad social, ha habido propuestas de constituir elmapa de la sociedad como un mapa de culturas, de grupos diver-

    dialctica del culturalismo 79

    sos con derechos particulares, en lugar de postular la igualdad dederechos incluido el derecho a la diferencia. En otras palabras,la cultura ha pasado a ser una nueva narrativa de legitimacin.Por eso, como propone Ydice, es necesario ser prudentes al ce-lebrar la agencia cultural (2002: 14-15); porque, si se la analizadesapasionadamente, quedar claro que la expresin culturalper se no basta, y que ayuda a participar en la lucha cuando unoconoce cabalmente las complejas maquinaciones implcitas enapoyar una agenda a travs de una variedad de instancias inter-medias.

    Cuando los escenarios del conflicto social se constituyen comoescenarios de conflicto cultural en el discurso de sus protagonis-tas, la antropologa debe tomar distancia del discurso de esos ac-tores sociales. Sin dejar por ello de reconocer, cuando corres-ponda, la existencia de las diferencias culturales. En el mundoactual se multiplican los conflictos que, segn los actores, son pro-vocados por identidades que reflejan abismos culturales. Los con-trincantes tienden a afirmar que la comunicacin entre ellos esimposible. Sin embargo, al compartir este nfasis excesivo en lasdiferencias entre culturas, las fronteras entre culturas parecendesdibujarse mientras se exacerban las fronteras entre identida-des. El absolutismo resulta as una forma de comunicacin que ca-racteriza a ambos interlocutores.

    polticas pblicas: multiculturalismo y neoliberalismo

    En Amrica Latina, durante los aos noventa y en pleno auge delneoliberalismo, muchas Constituciones nacionales fueron refor-madas e incorporaron a su letra el reconocimiento de la diversi-dad cultural del pas, a veces del bi o el multilingismo, y de losderechos de los pueblos indgenas. Incluso se desarrollaron pro-gramas de apoyo a grupos indgenas con el auspicio del BancoMundial y otras agencias internacionales.

    Es decir que, mientras otros clivajes sociales entraban en deca-dencia, como los sindicales y los ideolgicos, el multiculturalismo

  • 80 los lmites de la cultura

    tenda a asumirse como una poltica general para el mundo, msall de las tradiciones y especificidades nacionales.

    Podramos formular una hiptesis. Durante los aos noventa,buena parte de las demandas sociales se formulaban en los trmi-nos que el poder haba autorizado. Por lo tanto, las antiguas de-mandas acalladas durantes siglos o dcadas y que haban acumu-lado fuerzas en los ltimos aos como las reivindicaciones de losafrodescendientes y de las poblaciones indgenas encontraronun escenario ms propicio para intervenir en la arena pblica. Enese marco, de hecho, la cantidad y proporcin de personas que seconsideran a s mismas indgenas creci y contina creciendo ennumerosos pases de Amrica Latina. Otros sectores, como losgrupos migrantes y los que responden a las diferencias de gnero,tambin encontraron una posibilidad de expresar sus demandasen trminos de respeto a los derechos humanos, a la pluralidad ya la diversidad.

    Los gobiernos neoliberales no desalentaron esos procesos, perointentaron restringirlos al plano de los valores al no aceptar ni pro-mover los reclamos de tierras ni el control de recursos (Hale, 2005).Buscaron dar con la cultura aquello que quitaban con la economa.En varios pases de Amrica Latina se produjeron articulacionescomplejas entre neoliberalismo y multiculturalismo. Ydice lo sinte-tiza de este modo: La cultura pas a ser el terreno donde se forja-ron las nuevas narrativas de legitimacin con el objeto de naturali-zar el desidertum neoliberal de expurgar al gobierno de lo social(2002: 19). Un caso digno de nota fue el del primer aymara quelleg a la vicepresidencia de Bolivia, un reconocido intelectual ind-gena que ocup ese cargo en alianza con un candidato neoliberal.

    En este contexto, diversos autores han desarrollado una crticatico-poltica de la pretensin de universalidad del multicultura-lismo. Por una parte, se vincula esa pretensin a la globalizacinimpuesta del modelo de sociedad estadounidense (Segato,1998). Por otra, se afirma que las luchas en pos del reconoci-miento cultural llevan a un callejn sin salida si no van acompa-adas por luchas en pos de una mayor distribucin econmica ysocial. Las polticas de reconocimiento deben combinarse, en-tonces, con polticas de redistribucin (Fraser, 1998).

    dialctica del culturalismo 81

    Esto implicara recuperar las historias de los movimientos sindi-cales, culturales y polticos de pases muy heterogneos de Am-rica Latina: Podemos desarrollar una lucha unitaria todos losoprimidos del campo, pero respetando la diversidad de nuestraslenguas, culturas, tradiciones histricas y formas de organizaciny de trabajo. Debemos decir basta a una falsa integracin y homo-geneizacin forzosa () No puede haber una verdadera libera-cin si no se respeta la diversidad plurinacional de nuestro pas ylas diversas formas de autogobierno de nuestros pueblos, soste-na la Central Campesina Boliviana (CSUTCB) a principios de losaos ochenta (citado en Alb, 1993).

    el riesgo de argumentos fundamentalistas en los movimientos sociales y las polticas democrticas

    El xito de un proyecto hegemnico no se establece segn su ca-pacidad de anular la oposicin o el conflicto, sino segn su capa-cidad de instituir el lenguaje en el cual el conflicto (inevitable)deber desarrollarse.

    La convocatoria que algunos lderes indgenas bolivianos hicie-ron a sus pueblos para que no leyeran ms libros por considerar-los coloniales no es otra cosa que una forma de fundamentalismosubalterno. Es el tipo de reaccin perfecta para el tipo de interpe-lacin cultural-civilizatoria que propone Huntington. La geopol-tica de la diferencia es idntica e invertida; las retricas de la segu-ridad tambin lo son. Otros lderes indgenas, por el contrario,desarrollan sus reclamos y luchas oralmente y por escrito o bienpermitiendo que otros escriban sobre ellos.

    All donde se rechaza la escritura o se desea imponer una ense-anza monolinge a una sociedad bilinge ya sea en la lenguadominante o en la subalterna hay elementos fundamentalistas.Aceptar la interculturalidad y promover que sin imposiciones ycon poder propio y libertad los diferentes grupos puedan gene-rar cambios culturales e incorporar aspectos capaces de favorecer-los es un acto contra el fundamentalismo. Sobre todo si implica

  • 82 los lmites de la cultura

    reconocer que la diversidad cultural no es valiosa en abstracto,sino que hay ideas, procedimientos y tradiciones que son valiosospara distintos grupos en diversas historias culturales. Desde estaperspectiva, la convivencia no sera preservacin y la diversidadpodra procesarse democrticamente en la interaccin.

    El etnocentrismo occidental y civilizador consideraba histri-camente la diversidad como un problema, como la expresindel atraso de algunas sociedades, como un obstculo al desarro-llo. En la medida en que la ideologa evolucionista traduca sunocin de unidad del gnero humano a una lnea temporalnica, donde las diferencias eran necesariamente diferenciasevolutivas, la diversidad era concebida bsicamente como unaexpresin cultural del desarrollo desigual o asincrnico de lassociedades. As, los horizontes de desarrollo y de igualdad se aso-ciaban a la reduccin de la diversidad, a la creciente homogenei-dad cultural. Desde esa perspectiva, la integracin socioecon-mica y la asimilacin cultural son procesos necesariamenteconvergentes.

    Empricamente puede afirmarse que, en el largo plazo, nohubo convergencia entre el desarrollo econmico-social y la re-duccin de la diversidad. Algunas sociedades que lograron unfuerte desarrollo y expansin pudieron reimponer la enseanzaoficial de su lengua (como fue el caso de Catalua), mientras queotras, frgiles y dominadas, vieron desdibujarse su organizacinsocial y cultural al entrar en contacto muchas veces brutal, siem-pre desigual con la sociedad occidental.

    Hace pocas dcadas, invirtiendo ese desarrollismo clsico yacompaando el proceso respecto de la cultura, tambin la di-versidad comenz a ser cada vez ms valorada. Se plante unaconvergencia entre la falta de legitimidad de las consideracionesraciales, las crisis de las divisiones ideolgicas y la emergencia demovimientos sociales vinculados a las luchas por el reconoci-miento. A raz de la crisis de la perspectiva universalista asociada ala redistribucin, el escenario qued dominado por perspectivasparticularistas que enfatizan el valor y los derechos de cada grupo.Ciertamente, la diversidad puede defenderse y de hecho se de-fiende desde perspectivas universalistas (que enfatizan la rela-

    dialctica del culturalismo 83

    cin entre diversidad e igualdad), pero esta visin es por el mo-mento la menos desarrollada en el contexto actual.

    Por lo tanto, si las luchas por los derechos a la diferencia se li-mitan a subrayar que la diferencia justifica derechos especficos,vern desdibujado su enorme potencial democrtico en un nuevohorizonte plagado de elementos autoritarios y hasta fundamenta-listas (vase Benhabib, 2006: 10). Esto es as en la medida en queun reclamo de justicia no puede basarse en derechos diferencia-les. Pensar la justicia desde la particularidad implica tender a uncorporativismo tnico o religioso o cultural. El crculo se cierracuando ese corporativismo se traduce en una modalidad polticanormalizada: los actores sociales y las polticas pblicas tiendencada vez ms a etnicizarse.

    En este debate se corre el riesgo, nada desdeable, de que paradesechar el fundamentalismo se abandonen los avances en el re-conocimiento cultural y en la conceptualizacin de la heteroge-neidad cultural. Para evitarlo, debemos analizar el reconoci-miento, la diferencia, la diversidad y el particularismo en suespecificidad y en su contexto.7

    una diversidad situada

    Algunos antroplogos creen conveniente descartar el conceptode cultura en tanto implica la existencia de fronteras fijas y presu-pone coherencia, estabilidad y estructura, mientras las investiga-

    7 Fraser ha propuesto el concepto de comunidades bivalentes parareferir a distintos grupos menospreciados en el plano de los valores yafectados econmicamente en trminos distributivos. Segn Fraser, eldebate acerca de si la pobreza de los indgenas es producto de ladiscriminacin que padecen o si, por el contrario, su discriminacines una expresin simblica de la desigualdad de clases, no es ms queun intento reduccionista de subsumir lo econmico a lo cultural yviceversa. En rigor, la desigualdad de gnero se expresa tanto en elterreno de los valores como en el distributivo, y lo mismo sucede conlas dimensiones tnicas u otras.

  • 84 los lmites de la cultura

    ciones muestran que la realidad social se caracteriza por la varia-bilidad, la inconsistencia, el conflicto, el cambio y la agencia.Friedman (1994) afirma que la nocin de cultura consiste entransformar diferencias en esencias. Cultura genera una esenciali-zacin del mundo. Por su parte, Abu-Lughod (1991) aduce quea pesar de sus pretensiones antiesencialistas, el concepto de cul-tura retiene algunas de las tendencias de congelamiento de las di-ferencias que posee el concepto de raza. Y contina diciendoque el concepto de cultura establece distinciones que siempreconllevan jerarquas entre nosotros y ellos.

    Habra que definir si el problema radica en el concepto de cul-tura o bien en los marcos conceptuales dentro de los cuales esanocin funcion de un modo peculiar. Frente a esa pregunta hansurgido dos posturas que, siguiendo a Hannerz (1999), podranetiquetarse esquemticamente como abolicionista y refor-mista. Es decir, adems de aquellos que sostienen que lo msconveniente es dejar de utilizar el concepto, otros antroplogosproponen sofisticar y redefinir la cultura conservando la produc-tividad del trmino.

    En definitiva, aunque existe un amplio consenso en cuanto aque los seres humanos somos seres culturales, resulta problem-tico considerar que cada uno pertenece a una cultura especfica,distinguible de modo claro y tajante de todas las dems. Esa supo-sicin muchas veces est vinculada con la intencin poltica deproducir una identidad o una alteridad cristalizada antes que conuna descripcin de la compleja y cambiante realidad.

    El dilema sera entonces el siguiente: cmo lograr que lacomprensin de la naturaleza de las diferencias culturales no re-caiga en el mecanismo por el cual el contraste como medio deconocimiento tal como dice Sahlins (1997) se convierte en co-nocimiento como medio de contraste? Y ese contraste es relativojustamente porque en un mundo interconectado como el nues-tro resulta por dems evidente que las sociedades no son homo-gneas.

    Cmo redefinir, entonces, nuestra idea de cultura? Antetodo sealemos que este libro pretende articular y desarrollaraportes en ese sentido, buscando establecer conceptos que nos

    dialctica del culturalismo 85

    permitan leer distintos contextos de translocalidad, interculturali-dad y fundamentalismo. La respuesta a esa pregunta lo atraviesa,por lo tanto, desde distintos puntos de vista. Pero no olvidemosque el significado de un concepto interesa poco en s mismo si nose conocen los marcos generales donde opera. Como seala Wim-mer (1999), los problemas de sustancializacin y reificacin quesealan los crticos refieren a concepciones tericas antes que aun concepto especfico. En ese sentido, repensar las nociones decultura debe necesariamente conllevar la problematizacin deaquello que algunos conceptos anteriores daban por supuesto,por ejemplo, la homogeneidad y la territorialidad. Como diceHannerz (1996), enfatizar la dimensin de cultura identificn-dola con las prcticas y los significados adquiridos en la vida sociales una muestra del potencial de la diversidad humana y ayuda acomprender cmo condiciones diferentes pueden conducir acambios mayores o menores en el tiempo, a fronteras ms o me-nos borrosas, y a distintas variaciones en mayor o menor grado detodo aquello que consideremos una unidad de poblacin. Porello, dice Hannerz, el concepto de cultura no debe servir paraafirmar sino para problematizar las cuestiones de fronteras y demixturas, de variaciones internas, de cambio y de estabilidad en eltiempo.

    Esta heterogeneidad de todo grupo presupone que las distin-ciones no funcionan como absolutos. sa es la primera condicinpara deslindar la nocin de cultura de los eventuales usos polti-cos que se hagan de ella con el propsito de fundamentar dife-rencias irreductibles o naturales. La naturaleza social de la cul-tura consiste, en el mundo contemporneo, en hacer evidentecomo hace tiempo afirm Barth (1976) que las retricas y lasacciones identitarias no son un derivado de ningn conjunto decreencias y prcticas que permitan distinguir objetivamente gru-pos humanos.

    Junto a esto, es imprescindible reintroducir la cuestin del po-der en el centro de la cuestin de la cultura. El anlisis cultu-ral debe entrelazarse con el anlisis de eventos y procesos socia-les y polticos. Cuando el anlisis cultural se vincula a lasdimensiones histricas y sociopolticas es siempre un anlisis de

  • 86 los lmites de la cultura

    lucha y de cambio, un anlisis en el cual los agentes se sitan demaneras diferentes respecto del poder y tienen intenciones dis-tintas. En ese marco conceptual, dice Ortner (1999), culturasignifica comprender el mundo imaginativo donde operanesos actores, las formas de poder y agencia que son capaces deconstruir, los tipos de deseos que pueden crear. La nocin decultura, sostiene esta autora, alude tanto al fundamento de la ac-cin como a aquello que la accin arriesga. Por eso es impor-tante poner nfasis en la construccin de significados (segnGeertz y otros) contra la nocin de sistemas culturales (tambinpresente en Geertz, 1987). La cuestin de la fabricacin de sig-nificados es central para el anlisis del poder y sus efectos, preci-samente porque la identidad integra all donde la cultura, an-tes que un sistema integrado, es una combinacin peculiar. As,aunque ya no podamos (si es que alguna vez debimos) distinguirconjuntos consistentes y estticos, el supuesto fundamental esque la gente siempre busca hacer sentido de su vida, que siem-pre fabrica tramas de significados y que adems lo hace de ma-neras diferentes.

    No se trata slo de que haya una lucha cultural o de que todalucha social tenga una dimensin cultural, sino de que la culturase encuentra en la base del conflicto poltico en un sentido dife-rente. El enfrentamiento, abierto o sutil, no es entre la llamadacultura oficial y la cultura asistemtica de los grupos subalternos.La configuracin cultural trmino que prefiero para enfatizarla heterogeneidad y el poder refiere ms bien a los modos espe-cficos en que los actores se enfrentan, se alan o negocian. Por lotanto, no slo hay una dimensin poltica en el encuentro entreagentes con formas culturales distintas; los diferentes actores queparticipan de una disputa pueden insertar adems sus acciones enuna lgica compartida y de ese modo pertenecer, al menos par-cialmente, a mundos imaginativos similares. En este sentido, elanlisis de la cultura no slo sirve para contrastar sino tambinpara vislumbrar si hay algo compartido entre actores aparente-mente tan dismiles que afirman diferencias ideolgicas con suscontrincantes o que, como ocurre ltimamente, sostienen que unabismo cultural los separa de manera irreductible.

    dialctica del culturalismo 87

    Por ello, al comps de los procesos de desterritorializacin y re-territorializacin, la diversidad parece tener las dos caras de Jano.Es simultneamente condicin humana, requisito de democraciay pluralidad, y recurso poltico con signos ambiguos. Desesencia-lizar la diversidad, recuperarla como proceso abierto y como pro-ceso poltico, es una apuesta a la imaginacin social, a la capaci-dad de crear otras clasificaciones que permitan articular lasreafirmaciones y las exploraciones de la diferencia con las ilusio-nes de la igualdad.

    Cuando deseamos saber algo acerca de la historia semntica delos trminos clave, los diccionarios son inscripciones reveladoras.El proyecto de Raymond Williams en su Keywords (1983) consistaen componer una historia de los significados, mostrando cmo lahistoria social y la historia de las ideas sedimentan en sentidoscambiantes. Si rastreramos el recorrido de la expresin diversi-dad cultural, constataramos que, hasta hace pocos aos, la diver-sidad era un problema no slo especficamente antropolgico,sino incluso restringido a cierto tipo de antropologa. En el Diccio-nario de ciencias sociales y polticas, compilado en 1989 por TorcuatoDi Tella y otros, publicado en la Argentina, el trmino diversi-dad no aparece como entrada en sus ms de seiscientas cin-cuenta pginas. Podra considerarse, hipotticamente, que elpeso especficamente bajo de la antropologa social entre las cien-cias sociales en el pas, por razones mencionadas en la introduc-cin, incidi en esa ausencia significativa. Sin embargo, ofreceuna pista adicional la constatacin de que, en 2002, diversidadcultural tampoco es una entrada en las setecientas cincuenta p-ginas compiladas por Michael Payne en su Diccionario de teora cr-tica y estudios culturales. Ms an si tampoco est entre las Keywordsclsicas de Raymond Williams, ni en los Trminos crticos de sociolo-ga de la cultura, obra dirigida por Carlos Altamirano.

    Concluiremos entonces este captulo mencionando cmo in-gres la diversidad cultural en el Key Concepts in Post-Colonial Stu-dies, compilado por Ashcroft, Griffiths y Tiffin (1999). La entradadel diccionario se titula cultural diversity/cultural difference. La pa-radoja radica en que, cuando la diversidad cultural ingresa en los

  • 88 los lmites de la cultura

    diccionarios tericos, el desarrollo que se hace all siguiendo aHomi Bhabha (2002) es invitarla a salir nuevamente. En la con-traposicin entre diversidad y diferencia, segn esta visin, se con-densara la contraposicin entre pureza e impureza, entre sistemay proceso, entre exotizacin y ambivalencia. Nuevamente, la solu-cin propuesta para la perversin implcita en aquella dialcticadel culturalismo es de carcter quirrgico y culmina en su ampu-tacin.

    La diversidad cultural se encuentra atravesada por los dilemascentrales de una serie de conceptos tericos. All donde la diversi-dad es reificada, naturalizada, comienzan los postulados sobre laplena inconmensurabilidad entre las culturas, sobre la incomuni-cacin constitutiva, teleolgica. All donde se presupone que la di-versidad sera un mero fuego de artificio, una mise en scne, una estrategia puramente poltica, un disfraz que esconde una racio-nalidad comn al alcance de la mano, una falsa conciencia, co-mienzan los postulados de la plena conmensurabilidad entre losseres humanos, la teleologa de la comunicacin transparente.

    Como todas las construcciones humanas, voluntarias e involun-tarias, conscientes e inconscientes, la diversidad existe. No es uncastigo divino, pero tampoco una gracia de Dios. Como toda natu-raleza humana, es histrica y poltica, situada, conflictiva y proce-sual. La pretensin de conservar o preservar la diversidad noderiva de los hechos contrastables. Constituye una poltica, ycomo tal no puede derivarse de realidades empricas sino de valo-res. Los valores que sustentan polticas de intervencin transfor-man realidades. Por ello, reconocer y respetar las diversidades cul-turales, paradjicamente, implica la inexorable transformacin delos procesos histricos y de las relaciones de poder. Implica, enotras palabras, transformar las diversidades existentes e instituirotras relaciones y vnculos entre las partes. E incluso, estar abier-tos a que esas partes se definan a s mismas de modos cambiantes.

    Si el preservacionismo es sustituido por una concepcin quebusque reconocer las diversidades autopostuladas en marcos ten-dientes a la igualdad, quizs llegar un da en que algunas catego-ras identitarias de origen estigmatizante sean rechazadas por laspersonas a las que pretendan interpelar. Esto ya sucedi en varios

    dialctica del culturalismo 89

    pases con el trmino negro, y tambin con muchos otros. No setrata de reemplazarlos por eufemismos correctos, ms bien setrata de comprender cmo funciona contextualmente el poderclasificatorio de una hegemona y cmo puede contribuirse a so-cavarlo. En parte, ser ampliando los espacios donde sea posibleidentificar, identificarse y postular la diversidad de modos no sedi-mentados por el lenguaje y el poder.