Lunes... navegar hacia un lugar seguro

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Navegar hacia un lugar seguro En septiembre de 1965, yo tenía nueve años. Mi hermano mayor estaba por terminar la universidad y mi hermana ya empezaba la escuela secundaria. Yo era el hermano menor, por lo tanto, toda la familia me trataba como si fuera un niñito. Nadie me dejaba hacer nada solo, y me estaba cansando de esa situación. Por mucho tiempo, le había suplicado a mi padre que me llevara a pescar. Realmente quería pasar un momento a solas con él. Quería que viera que yo ya no era una criaturita. Luego, una tarde, mi padre se acercó a mi habitación y me sorprendió.

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Navegar hacia un lugar seguro En septiembre de 1965, yo tenía nueve años.

Mi hermano mayor estaba por terminar la universidad y mi hermana ya empezaba la escuela secundaria. Yo era el hermano menor, por lo tanto, toda la familia me trataba como si fuera un niñito. Nadie me dejaba hacer nada solo, y me estaba cansando de esa situación. Por mucho tiempo, le había

suplicado a mi padre que me llevara a pescar. Realmente quería pasar un momento a solas con él. Quería que viera que yo ya no era una criaturita. Luego, una tarde, mi padre se acercó a mi habitación y me sorprendió.

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—Miguel, ¿qué tienes planeado para mañana? —me preguntó, con un brillo en sus ojos.—Nada —le respondí ansiosamente.—¿Qué te parece si salimos a pescar?—¿De verdad? —pregunté dando un salto en mi cama.—Estaremos solo nosotros dos —continuó papá—. Partiremos temprano.—Duerme bien, porque necesitarás mucha energía —agregó luego. Finalmente, podría probarme a mí mismo ante mi padre. Quizá después alguien me dejaría hacer algo interesante en la casa. Nunca ningún niño se sintió tan entusiasmado ante la posibilidad de que le permitieran cortar el césped. Alrededor de las seis de la mañana del día siguiente estábamos listos para partir hacia el muelle.

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—Será mejor que nos apuremos —dijo papá mientras recogía la nevera portátil—. Es posible que el mar se ponga un tanto turbulento. El meteorólogo anunció que se está formando un huracán en la costa.—¿Un huracán? —pregunté casi sin aliento.—No te preocupes —agregó—. Va con rumbo norte. No se dirigirá a ninguna zona cerca del sur de Florida. Desempacamos todas nuestras carnadas, aparejos y cañas de pescar del automóvil y llevamos todo al bote. Nuestro bote era una verdadera belleza. No era como todos los botes que se ven ahora navegando a toda prisa por el agua. La mayoría de ellos se han construido con un material llamado fibra de vidrio. Mi abuelo había construido nuestro bote con una hermosa madera oscura.

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Desempacamos todas nuestras carnadas, aparejos y cañas de pescar del automóvil y llevamos todo al bote. Nuestro bote era una verdadera belleza. No era como todos los botes que se ven ahora navegando a toda prisa por el agua. La mayoría de ellos se han construido con un material llamado fibra de vidrio. Mi abuelo había construido nuestro bote con una hermosa madera oscura. Al cabo de una hora, llegamos a la zona de pesca favorita de papá. Saqué nuestro equipo mientras papá trataba de sintonizar la radio. Siempre le gustaba escuchar música o las noticias.—Mejor pon tu caña de pescar en el agua, papá —bromeé—. ¡Te perderás los peces! Papá no me estaba escuchando. Tenía la vista clavada en la radio.

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—El huracán Betsy cambió de rumbo —dijo de repente—. Será mejor que regresemos. Todavía recuerdo la desilusión que sentí. ¿Cuán peligroso podía ser un huracán? No sabía lo suficiente como para estar demasiado asustado todavía. Papá enseguida empezó a guardar las pocas pertenencias que habíamos traído. Se veía realmente nervioso, y yo ya podía sentir un cambio en el viento. Se hacía cada vez más fuerte. De pronto, los pies de papá volaron por el aire. Después escuché un golpe seco cuando su brazo impactó contra el costado de nuestro bote. Corrí a su lado en un instante. —¡Papá! ¿Estás bien? ¿Qué puedo hacer? —dije. No podía parar de hacer preguntas.

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Me daba cuenta de que papá estaba tratando de ser fuerte frente a mí, pero su rostro estaba enrojecido por el dolor. Después de unos minutos, se levantó. —Vamos, Miguel, tendrás que llevarnos de regreso a la costa. Estoy casi seguro de que me quebré el brazo —me dijo. Mientras hablaba, noté que el cielo estaba mucho más oscuro y las olas eran más altas. Empecé a sentir miedo. Si el huracán nos alcanzaba, las olas volcarían el bote. Terminaríasiendo parte de las ruinas en la costa. Papá me explicó cómo atar las velas y después me explicó cómo arrancar el motor.—Tendrás que ser el capitán —me dijo—.Yo te guiaré. Enmudecí.De tanto en tanto, el locutor de la radio nos daba noticias de último momento sobre el huracán Betsy. Ahora venía en nuestra dirección.Noté que papá estaba preocupado. Estábamos por lo menos a kilómetro y medio de la costa.

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Si una tormenta gigantesca como Betsy tocaba el sur de Florida, estábamos en graves problemas, había dicho mi papá. Si el ojo del huracán tocaba la costa, aplastaría todo. Quería esconderme en la cabina, pero sabía que tenía que cumplir con mi tarea. —Mira la brújula. Asegúrate de navegar hacia el suroeste —dijo papá. Estaba aterrado, pero aferrado al timón y guiando el bote me sentía un adulto. Las olas eran cada vez más altas y llovía a cántaros sobre la cubierta. Papá y yo no habíamos traído equipo de lluvia y nos estábamos empapando. Me mordí los labios en un intentopor no llorar. Debía ser fuerte frente a papá.—¡Sigue así! —me alentó—. ¡Lo estás haciendo muy bien! Estoy muy orgulloso de ti. Sus palabras me hicieron sentir mejor durante un breve minuto, pero sabía que todavía estábamos muy lejos de casa.

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Las enormes olas sacudían el bote de un lado a otro, pero me sujeté fuerte. Después de lo que pareció una eternidad, finalmente llegamos al muelle. El viento había arrojado escombros por todo el lugar. Atamos rápidamente el bote. Luego corrimos a un galpón para botes cercano, donde nos quedamos hasta que se alejó el huracán. Papá me miró y me guiñó un ojo.—Eres todo un marinero, Miguel —dijo. Le sonreí, orgulloso. —Gracias, papá.