Lupaprotestante.com-Dime Qu y Cmo Lees y Ya Te Dir 2 Parte

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lupaprotestante.com http://www.lupaprotestante.com/lp/blog/dime-que-y-como-lees-y-ya-te-dire-2a-parte/ Dime qué y cómo lees… y ya te diré (2ª parte) El que lee entienda. (San Marcos 13, 14 RVR60) Sinceramente, no esperábamos que nuestro artículo pasado despertara tantos interrogantes e incluso tanta preocupación en hermanos y amigos de distintas denominaciones. De hecho, durante esta semana hemos estado recibiendo mensajes privados y hasta llamadas telef ónicas en las que personas muy queridas y muy cercanas nos pedían insistentemente ejemplos concretos de cómo poder leer la Biblia para disf rutarla, es decir, sin entrar en cuestiones polémicas. Ello nos ha hecho pensar, y no sin tristeza, que ef ectivamente algo va mal en nuestro acercamiento al texto sagrado, y que no íbamos desencaminados al proponer una lectura más estética, más gozosa, más relajada de lo que prof esamos ser la Palabra de Dios. Quede pues para una posterior ref lexión lo que era nuestro proyecto inicial al redactar el primer artículo (expresar en una segunda entrega algo acerca de la otra literatura cristiana que habitualmente consumimos además de la Biblia). Nos centraremos únicamente en tres ejemplos de lo que llamamos lectura estética, o si lo pref erimos, lectura gozosa de las Sagradas Escrituras, tres modelos paradigmáticos aplicables, mutatis mutandis, al resto. El primero, cómo no, es Génesis 1, o más exactamente, Génesis 1, 1 – 2, 4a, vale decir, el Primer relato de la Creación, que es también el inicio de la Biblia tal como nos ha sido transmitida. Es muy de agradecer que algunas versiones actuales hayan tenido el acierto de presentarlo con una tipograf ía distinta de los relatos puramente narrativos, o sea, como un poema. Realmente es un poema, o mejor dicho, un canto compuesto de f orma que quienes lo escucharan pudieran recordarlo con f acilidad y eventualmente repetirlo. La estructura propia del texto invita a ello; no tenemos más que pensar en las ocasiones en que leemos las f órmulas “sea… y f ue así”, “y f ue la tarde y f ue la mañana, día tal”, o “y lo vio Dios. ¡Qué bueno!” (el “y vio Dios que era bueno” de las versiones más al uso). No vamos muy desencaminados si nos imaginamos un grupo de cantores levitas de la época de la restauración, después del exilio babilónico, entonándolo en alguna f estividad especial del calendario litúrgico hebreo al son de sus instrumentos musicales, y con la correspondiente responsio del público, como si se tratara de un cántico antif onal. En este texto encontramos una de las imágenes más hermosas del Dios de la Biblia, el artista que se deleita con su propia obra, que se queda extasiado ante la belleza y la hermosura de su propia creación, y que pone todo su cuidado, todo su esmero, e incluso todo su cariño, en la f ormación de la especie humana, del varón y la mujer. Es decir, nos topamos con un mensaje sencillo y escueto que podríamos resumir muy bien así: todo lo que Dios ha hecho es bueno, especialmente nosotros los seres humanos (¡¡??). ¿A qué respondía esta tan bien elaborada composición? Sin duda, al paganismo pesimista del Cercano Oriente, en el que el mundo era el producto de un equilibrio muy tenso entre f uerzas caóticas desatadas y la intervención de unas divinidades más o menos poderosas, y en el que el ser humano se presentaba como el residuo de alguna entidad primigenia monstruosa y maligna vencida por una deidad o, todo lo más, como un mero criado de los dioses. Este Primer relato de la Creación transmite, por lo tanto, optimismo y conf ianza, y no es por casualidad que en la ordenación de los escritos que componen la Biblia se haya colocado deliberadamente en primer lugar: la Historia de la Salvación que las Escrituras nos vehiculan es una historia de f e y esperanza, nunca lo olvidemos. De ahí que quienes hasta el día de hoy se empeñan en buscar en este hermoso cántico argumentos paleontológicos contra teorías científ icas, o “evidencias” de la historia geológica de la Tierra, cometan un grave error: por un lado, f uerzan un texto que no se compuso con tal propósito, y por el otro, se privan (y privan a los demás) de la belleza de una obra de arte inigualable. El segundo ejemplo lo encontramos en 1 Samuel, uno de los escritos más ásperos y más duros del Antiguo Testamento, no sólo por su peculiar contenido especialmente belicoso, sino por el estado en que se encuentra su texto, que no es precisamente el mejor si lo comparamos con el de otros libros. El capítulo 17, por centrarnos en uno bien conocido, narra la hazaña de David f rente al gigante f ilisteo, algo que a los niños

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Dime qué y cómo lees… y ya te diré (2ª parte)

El que lee entienda. (San Marcos 13, 14 RVR60)

Sinceramente, no esperábamos que nuestro artículo pasado despertara tantos interrogantes e incluso tantapreocupación en hermanos y amigos de distintas denominaciones. De hecho, durante esta semana hemosestado recibiendo mensajes privados y hasta llamadas telef ónicas en las que personas muy queridas y muycercanas nos pedían insistentemente ejemplos concretos de cómo poder leer la Biblia para disf rutarla, esdecir, sin entrar en cuestiones polémicas. Ello nos ha hecho pensar, y no sin tristeza, que ef ectivamente algova mal en nuestro acercamiento al texto sagrado, y que no íbamos desencaminados al proponer una lecturamás estética, más gozosa, más relajada de lo que prof esamos ser la Palabra de Dios. Quede pues para unaposterior ref lexión lo que era nuestro proyecto inicial al redactar el primer artículo (expresar en una segundaentrega algo acerca de la otra literatura cristiana que habitualmente consumimos además de la Biblia). Noscentraremos únicamente en tres ejemplos de lo que llamamos lectura estética, o si lo pref erimos, lecturagozosa de las Sagradas Escrituras, tres modelos paradigmáticos aplicables, mutatis mutandis, al resto.

El primero, cómo no, es Génesis 1, o más exactamente, Génesis 1, 1 – 2, 4a, vale decir, el Primer relato de laCreación, que es también el inicio de la Biblia tal como nos ha sido transmitida. Es muy de agradecer quealgunas versiones actuales hayan tenido el acierto de presentarlo con una tipograf ía distinta de los relatospuramente narrativos, o sea, como un poema. Realmente es un poema, o mejor dicho, un canto compuesto def orma que quienes lo escucharan pudieran recordarlo con f acilidad y eventualmente repetirlo. La estructurapropia del texto invita a ello; no tenemos más que pensar en las ocasiones en que leemos las f órmulas “sea…y f ue así”, “y f ue la tarde y f ue la mañana, día tal”, o “y lo vio Dios. ¡Qué bueno!” (el “y vio Dios que era bueno”de las versiones más al uso). No vamos muy desencaminados si nos imaginamos un grupo de cantores levitasde la época de la restauración, después del exilio babilónico, entonándolo en alguna f estividad especial delcalendario litúrgico hebreo al son de sus instrumentos musicales, y con la correspondiente responsio delpúblico, como si se tratara de un cántico antif onal. En este texto encontramos una de las imágenes máshermosas del Dios de la Biblia, el artista que se deleita con su propia obra, que se queda extasiado ante labelleza y la hermosura de su propia creación, y que pone todo su cuidado, todo su esmero, e incluso todo sucariño, en la f ormación de la especie humana, del varón y la mujer. Es decir, nos topamos con un mensajesencillo y escueto que podríamos resumir muy bien así: todo lo que Dios ha hecho es bueno, especialmentenosotros los seres humanos (¡¡??). ¿A qué respondía esta tan bien elaborada composición? Sin duda, alpaganismo pesimista del Cercano Oriente, en el que el mundo era el producto de un equilibrio muy tenso entref uerzas caóticas desatadas y la intervención de unas divinidades más o menos poderosas, y en el que el serhumano se presentaba como el residuo de alguna entidad primigenia monstruosa y maligna vencida por unadeidad o, todo lo más, como un mero criado de los dioses. Este Primer relato de la Creación transmite, por lotanto, optimismo y conf ianza, y no es por casualidad que en la ordenación de los escritos que componen laBiblia se haya colocado deliberadamente en primer lugar: la Historia de la Salvación que las Escrituras nosvehiculan es una historia de f e y esperanza, nunca lo olvidemos. De ahí que quienes hasta el día de hoy seempeñan en buscar en este hermoso cántico argumentos paleontológicos contra teorías científ icas, o“evidencias” de la historia geológica de la Tierra, cometan un grave error: por un lado, f uerzan un texto que nose compuso con tal propósito, y por el otro, se privan (y privan a los demás) de la belleza de una obra de arteinigualable.

El segundo ejemplo lo encontramos en 1 Samuel, uno de los escritos más ásperos y más duros del AntiguoTestamento, no sólo por su peculiar contenido especialmente belicoso, sino por el estado en que seencuentra su texto, que no es precisamente el mejor si lo comparamos con el de otros libros. El capítulo 17,por centrarnos en uno bien conocido, narra la hazaña de David f rente al gigante f ilisteo, algo que a los niños

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de las escuelas dominicales de hace cuarenta o cincuenta años les entusiasmaba, pero que hoy a bastantesde aquellos niños, ahora adultos y padres de f amilia, les parece poco conveniente por la agresividad y laviolencia que encierra y lo ven impropio para la educación cristiana. Cada época tiene su propia sensibilidad enla percepción de las cosas, eso está claro. Independientemente de la historicidad del hecho narrado (la victoriade David f rente al campeón enemigo), el texto viene redactado con los rasgos propios de un relato popular, esdecir, oral en un principio y deliberadamente atractivo: se incide en el hecho de que David era a la sazón unmuchacho inexperto en el uso de las armas (debía hacer reír a más de un hebreo la imagen del joven pastorque no sabía moverse con las pesadas armas del cobarde Saúl), pero que derrota a un coloso de cerca de lostres metros de altura, el célebre Goliat, sin duda un pobre sujeto aquejado de gigantismo hipof isario con todassus consecuencias negativas, armado hasta los dientes y bien pertrechado, que, no obstante, es derribado¡por un guijarro lanzado con una honda! Imposible no pensar en la algazara y la hilaridad desatada queprovocaría en un auditorio israelita de aquellos siglos la lectura-recitación de semejante hazaña. Y todo ellopara ilustrar una gran verdad, el leitmotiv de toda la así llamada “historiograf ía deuteronomística”, o si lopref erimos, “libros históricos” del Antiguo Testamento: sólo en el Dios de Israel está la seguridad y la victoriade su pueblo. Algo que siglos más tarde alguien f ormularía con las célebres palabras no con ejército, ni confuerza (Zacarías 4, 6). Los ríos de tinta que se han vertido o las alocuciones académicas que se hanpronunciado en muchos púlpitos para probar de manera irref utable la historicidad de este hecho o paracontrarrestar a quienes la negaban, por muy pertinentes que pudieran parecer, han ensombrecido en realidadlo que no tenía más intención que mostrar cómo el Dios de Israel, que por encima de todo es misericordioso ycompasivo, había escogido a un siervo muy concreto, David, y presentaba todo ello con unos colores muyvivos y muy atractivos para un auditorio hebreo.

El tercero y últ imo, y posiblemente el más complicado, es el libro del Apocalipsis. Podríamos haber señalado ellibro de Daniel o el de Ezequiel, ya que comparten un mismo género literario, pero pref erimos el Apocalipsisporque, al f ormar parte del Nuevo Testamento, es más cercano a nosotros en el t iempo. Nos causa verdaderalástima el comprobar la manipulación a que se ve de continuo sometido en ciertos ambientes o cierta literaturatendenciosa, que hacen de él no lo que realmente es, sino una especie de horóscopo más seguro que los queaparecen en las revistas del corazón o en internet, o un “mapa del f uturo” de tonalidades (¡y nunca mejordicho!) terriblemente apocalípticas. El capítulo 17, por poner un ejemplo, ha desatado las f antasías de loscomentaristas de todos los tiempos. Se trata de una pieza literaria de gran valor, tanto que por su elevadocolorido y sus imágenes impactantes pareciera estar a la altura de las actuales películas de ciencia f icción consus ef ectos especiales más sof isticados: una mujer, al parecer de gran hermosura, pero tremendamentecorrupta (¡ebria de sangre!), y una bestia escarlata antinatural con prof usión de cabezas y cuernos, todo elloen el marco de un desierto en el que no obstante se mencionan aguas y una batalla campal. Quienes se hanempeñado en buscar “aplicaciones históricas” para cada detalle han llegado a encontrar de todo, desdedescripciones del pasado hasta cuadros exactos (?) del f uturo, con sus crisis económicas y guerrasconcomitantes, sin escatimar condenas a diestro y siniestro contra sistemas polít icos y religiosos bienconcretos de todos los tiempos, incluido el nuestro. Un dogmatismo tan grande en la lectura e interpretaciónde un texto y de un libro que tiene como f inalidad vehicular un mensaje muy sencillo y una verdad universal: elCordero es Señor de señores y Rey de reyes (17, 14), únicamente desvía la atención de lo f undamental y llegaa caer en la más aberrante de las lecturas posibles. Parecería, según se escucha de algunos apasionadospredicadores y expositores de este escrito, que nuestro mundo f uera algo así como el campo del diablo, unaespecie de valle tenebroso en el que los poderes de las tinieblas camparan a sus anchas y que sólo al f inal ytras unos combates de la mayor crudeza imaginable Dios f uera a vencer, pero con terribles esf uerzos.Quienes tanto se empeñan en dif undir estas ideas se olvidan de que todo el Nuevo Testamento proclama lavictoria real de Cristo sobre el universo entero, un triunf o que es ya real y que nos da a los creyentes lagarantía de la salvación. El Apocalipsis no sólo no se desmarca del tono general neotestamentario, sino que loremacha con su peculiar estilo. Este libro ref leja el clamor de la Iglesia perseguida de f inales del siglo I, peroque al mismo tiempo conf ía en que ya es más que vencedora en Jesús. Lo que describe el Apocalipsis no esmapas prof éticos de muy discutible interpretación, sino una realidad espiritual ya patente en las comunidades

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johánicas de la época: los poderes humanos, descritos como bestias sanguinarias y monstruosas (más de uncristiano de la época sonreiría en su congregación cuando se leyeran los pasajes correspondientes y pensaraen los gobernantes de turno), por invencibles que crean ser t ienen los días contados. Finalmente, ante la gloriadel Cordero de Dios inmolado, ¿qué son Roma y su imperio o cualquier otro estado polít ico, por muy bienpertrechadas que tengan sus huestes? Y ante el Rey de reyes y Señor de señores, ¿qué son los sistemasreligiosos paganos con todo su boato superf icial?

Concluyamos. Los textos poéticos o los cánticos que hallamos en la Biblia desde el Génesis hasta elApocalipsis ensalzan al Dios todopoderoso cuyas obras son perf ectas (aunque no nos lo parezcan siempredesde nuestra perspectiva humana y restringida). Los relatos de tipo narrativo que llenan el Antiguo y el NuevoTestamento presentan situaciones en las que Dios dirige especialmente los acontecimientos siempre a f avorde su pueblo. Y los textos esencialmente prof éticos, apocalípticos incluidos, envuelven en imágenes y f igurasde a veces elevado sabor literario las estampas más hermosas de la gloria de Dios f rente a la monstruosidadgrotesca de los poderes humanos avocados a su propia destrucción.

Leamos, pues, la Santa Biblia tal como nos ha llegado, tal como nos ha sido transmitida, es decir, para serdisf rutada y saboreada en toda su magnif icencia estética. Experimentémosla como una obra maestra.Remedando lo que decíamos en la ref lexión anterior, será la única f orma de hacer de ella lo que realmenteprof esamos que es: la Palabra Viva del Dios Vivo.