Magazine Ciudad Viva Diciembre 2008

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el magazínseparata

Por Óscar Domínguez

El Niño Dios tuvo niñez, infan-cia, adolescencia. Y fue el primer yupi. A los 33 años se las sabía to-

das. Papá Noel, como don Fulgencio, el de las tiras cómicas, prefirió ahorrarse la infancia. Nació veterano de una vez. Se saltó varias vidas. Allí está la clave de su espléndida generosidad.

El Niño Dios y Papá Noel no nacie-ron para pedir, sino para regalar, para darse, un oficio que deberían enseñar en la escuela. Jesús fue hijo único con las arandelas que ello implica. Papá Noel ha sido único en su especie.

Ambos han tenido buena pren-sa. El Niño Dios tuvo cuatro reporte-ros —evangelistas— que cubrieron su nacimiento... a posteriori. Papá Noel siempre será noticia de primera página en el corazón de los bípedos implumes que lo admiran.

Los dos tienen once meses para no existir. Como que apagan la luz de sí mismos en diciembre y desaparecen. ¿Para dónde se va la luz cuando se va? ¿Para dónde se van Jesús y Papá Noel cuando se les acaba su cuarto de hora decembrino? Eso no lo sabe ni el om-nisapiente Google. Del Niño Dios ofre-ce 5.330.000 entradas. De Papá Noel, 2.480.000. Dios es Dios.

De Niño, Jesús, o Chucho, para en-trar en confianza, hacía de todo, como cualquier muchacho de su edad. Eso sí, a todo le metía teología, para ir hacien-do la tarea que le fue encomendada. Papá Noel, con caminado de agnósti-co, nunca se ha complicado la vida. Se dedica a ser papá ficticio. Y adiós.

Para un niño, el Niño Dios es un co-lega más. Desde su mundo, el menudo asume que el Niño Dios y él son igua-les. Papá Noel no se complica con la religión. Se limita a tener en los niños la razón de su sinrazón de existir.

Al Niño Dios primero lo anunciaron los profetas. Todo salió como estaba escrito. No faltó ni la estrella que hizo las veces de linterna para alumbrar a

los tres Reyes Magos. Los historiadores decembrinos ven en San Nicolás, obis-po de Bari, o de Myra, ciudad del Asia Menor, el antecedente más antiguo de Papá Noel.

San Nicolás, nacido a finales del siglo III y cuyo día se celebra el 6 de diciembre, tenía el palito para regalar. Nadie que le pidiera un «catorce» se iba con las manos vacías. Se le conoce como la cuota inicial de Papá Noel.

Todo el mundo conoce hasta el nom-bre de los padres del Niño Dios: Jesús, buena persona pero mal carpintero como todos los de su gremio, y sim-plemente María. Papá Noel nació por generación espontánea.

El Niño Dios es el Niño Dios y pun-to. Papá Noel, en cambio, es creación de un teólogo y un caricaturista. El teólogo, doctor Clement C. Moore, es-cribió en 1822 un poema titulado «Una

El Niño Dios versus Papá Noel: vidas paralelas

Merry Old Santa ClauS de thOMaS naSt, 1881 tOMadO del harper’S Weekly.

visita de San Nicolás». Allí describía el personaje —Papá Noel— al cual le da-ría vida el caricaturista Thomas Nast, del periódico Harper’s Weekly. Publi-cadas décadas antes de la Guerra Civil Norteamericana, sus ilustraciones pe-garon y... habemus Papá Noel.

Papá Noel, con su barba como la del presidente del Polo Democrático, Carlos Gaviria, y su pinta roja y blanca, puso desde un principio las cartas so-bre la mesa: Ego sum qui sum, se iden-tificó de una vez por todas, y listo.

Nació el Niño y los tres Reyes Ma-gos le llevaron oro, incienso y mirra. Era lo que Fenalco de la época sugería regalar. Papá Noel ofrece un menú de regalos más variado. Cuando irrumpió Jesús, en medio de «pobres y humildes pajas», ya existía la costumbre romana de regalar. Si lo dice el historiador Sueto-nio póngale la firma.

El arte de regalar le lleva tres años a cualquier lote de engorde bogotano. Entre los romanos también regalaban miel, frutas, faroles y monedas de oro. Tad Tuleja, Suetonio de nuestros días, en sus Costumbres curiosas asegura que la tradición de regalar que llegó con Papá Noel se remonta al siglo XVIII.

Antes de ser Niño, Dios se hacía llamar Jehová, Yavé y similares. Papá Noel no se quedó atrás y desde que irrumpió le dicen Père Noel en Fran-cia, Father Christmas en Inglaterra, Santa Claus en Estados Unidos.

Muchos niños perdimos la virgini-dad teológica cuando el más listo de la cuadra proclamaba urbi et orbi en la mañana del 25 de diciembre: el Niño Dios es papá. Hoy hasta el Papa de Romá sabe quién es Papá Noel.

En el principio, el sitio obligado para dejar los regalos era debajo de la almohada. Nos dormíamos con un ojo abierto a la espera del amanecer que llegaba con regalo. Hoy la almohada sólo se utiliza como psiquiatra noctur-no. ¡Cómo cambian los tiempos! Feliz Navidad y muchos regalos.

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Por Belisario Betancur

La lírica de Barba Jacob está limitada siempre por el aliento de la muer-

te, por la inminente rosa vencida de la desintegración vital y por el pavor del encaramiento de la Divinidad. Todo en ese verso es violento, con el temblor pávido de los placeres que custodian al hombre de delicia o lo agobian de congoja: en él se siente el regusto del plácido cuerpo femenino trenzado so-bre el ánima; la desazón adviene tras la total posesión ante su efímera esencia; el frenético deseo de tenerlo todo y el hastío de haberlo conquistado todo; la constante obsesión de superar el fes-tín pretérito por no dejar un instante de sosiego al corazón, todo en Porfirio es tremante, catarata que golpea, lla-marada que inunda, látigo de pasión que hiere.

Al tramonto de una dorada colina porfi-riana, fluyen los manantiales de la niñez y se encrespa entre el follaje, risa vegetal, la sombra de Dios. Barba lo supo todo en su poesía. El conocimiento intuitivo de sus versos ratifica a Bergson: ángeles in-tactos vuelan por su cielo y Dios llovizna sobre los hombres en dulces enlaces que atan y enajenan. La enamorada cande-la divina trina en su trino con denuedo formidable. La travesía de su canto es un exacto tratado biográfico del hombre.

He hallado un seguro paralelo psi-cológico entre san Agustín y Barba: las mismas conmociones, los mismos vuelcos, similares precipicios enamo-rados, fogatas de pasión iguales, pares incendios de sexo. San Agustín vació en las Confesiones el arrume estreme-cido de su fuego interior; Barba colmó

Acaba de aparecer un CD, con carátula de Fernando Botero, di-rigido por Bernardo Hoyos y edi-tado por la emisora cultural de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, 106.9 FM, a manera de celebra-ción de sus 25 años.

Es una antología de voces colombianas leyendo la poesía de Porfirio Barba Jacob, santa-rrosano nacido en 1883 y falle-cido en México en 1942. En esta antología hay de todo: un ex pre-sidente, varios poetas, críticos de literatura, actores, cantantes, novelistas, hombres de radio y de televisión. Algunos de ellos ya han desaparecido.

Barba Jacob en 27 voces colombianas

la cristalina dimensión del poema con sus alaridos, por los cuales iba acer-cándose a Dios, pura la voz, fértil el corazón, sollozante el pecho.

Sólo que el santo planteó primero en su vida la ecuación de un destino cifrado en las volcánicas humaredas de la carne sin que, antes de que la luz lo poseyera, viera la luz definitiva de Dios; en tanto que, en la lírica porfi-riana, se sabe que a cada paso Dios está más cercano. Esta lírica edifica su encanto sobre frágiles flores, aromas de romero, cámbulos, higuerones y mortiños. Los guayacanes de infancia iluminan de amarillos el paisaje. El hombre agita al cielo los brazos como un trágico espantapájaros de sí mis-mo. Humo de vinos fogosos asciende aire adelante. El vino del Anáhuac se añeja en los viejos odres: todo esfuer-zo será vano, todo perece, todo con-cluye, porque estamos, el corazón y el ánimo, en el imperio de lo transitorio: «Pero si el corazón es brasa transito-ria...» Barba Jacob se estremece, cata-das todas las sensaciones del ámbito a la altura de la emoción, con el solo pensamiento de su condición de tran-sitoriedad: «¡Ah de la vida parva, que no nos da sus mieles / sino con cierto ritmo y en cierta proporción!». Porfi-rio no encaró, frente a frente, el pro-blema de la muerte. Pero ni Rilke con sus delicados avisos sobre la muerte, ni siquiera Quevedo con su tremendo sueño, que es el verdadero antece-dente de la ontología kierkegaardiana, contaron en la ecuación de sus poemas. En la lírica porfiriana, sobremodo en la «Balada de la loca alegría», la muerte no es el vigilante que llevamos con nosotros, ni ese vestigio rilkeano, ni la piel vegetal sobre la humana carnadu-ra de la fruta en sazón, sino que llega de afuera, de la intemperie, de lo abso-luto extrahumano: «La Muerte viene, todo será polvo / bajo su imperio: Pol-vo de Pericles, / polvo de Codro, polvo de Cimón!».

Polvo serás, mas polvo enamorado. Hay un raro parecido, un entronque intuicional entre el poeta castellano y Porfirio. La misma emoción, el mismo pánico ante la muerte, iguales con-cepciones, idénticos alaridos. Barba no habla en ninguno de sus capítu-los biográficos de la llegada de doña Muerte a la comarca quevediana. No es de suponer que haya conocido el sueño donde aparece enraizada la concepción del angustismo. Lo que sí aparece claro es que hubo similitud

Porfirio Barba Jacob

de caracteres en los poetas y que en no pocos instantes dramáticos de sus vi-das chocaron, por así decir, las aristas de sus aconteceres vitales.

No creo que haya en la poesía ame-ricana quien se haya estremecido como Porfirio. Bloy habría visto en él, de ha-berlo conocido, uno de aquellos seres destinados a sangrar, por la desola-ción del temblor que viaja en su poesía. Temblar, decía el desesperanzado y desesperado Caín Marchenoir, eso es lo esencial. Y más temblor dónde que en estos trémulos versos: «...te hablo en la triste vanidad del verso: / tú en la Muer-te rendido, yo en la Muerte / ni un grito apenas del afán del mundo / podrá ha-llar eco en la oquedad vacía... / El polvo reina, EL POLVO, EL IRACUNDO!».

El retorno de Porfirio a la Divinidad fue un regresar jubiloso a las comarcas que sirvieran de contorno a sus anodi-nos traveseos infantiles. Música primeri-za del bambuco que sonara en sus ratos adolescentes en Antioquia y que volvió a aureolar sus peripecias vitales cuando se entregaba a ese total abandono en los brazos de Dios. [1944]

Santa rOSa de OSOS viSta pOr el fOtógrafO albertO agurre

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Por Germán Izquierdo Manrique

La Castilla, así se llamaba el barco de guerra en el que José Celestino

Mutis partió de Cádiz en septiembre de 1760. Allí mismo, en aquella em-barcación que tardó cerca de dos me-ses para llegar a Cartagena de Indias, entre el vaivén del Océano Atlántico, empezó la historia del científico en la España americana. Las vicisitudes de aquella travesía están consignadas en el Diario de navegación de La Castilla, una de las 132 piezas que forman par-te de la exposición del Museo Nacio-nal: «Mutis al natural, ciencia y arte en el Nuevo Reino de Granada». En la muestra, que empieza el día 2 de ene-ro, podrán verse retratos poco cono-cidos del científico, instrumentos de medicina de la época, dibujos, libros, cartas, mapas, y sobre todo 25 lámi-nas y 10 perfiles geográficos origina-les de la Real Expedición Botánica.

Las láminas pertenecen al Archi-vo Real del Jardín Botánico de Madrid y fueron seleccionadas de acuerdo con varios criterios: obras no exhibidas, obras realizadas por destacados pin-tores, obras inconclusas para dar a conocer su proceso de elaboración, y obras de especies importantes para José Celestino Mutis, como el té de Bogotá (Symplocos alstonia), que tie-ne una curiosa historia.

Mutis creyó haber encontrado una planta tanto o más aromática que el té de China. El gaditano se lo hizo saber al virrey Caballero y Góngora, a quien se le iluminaron los ojos ante seme-jante descubrimiento. En una rela-ción de mando, Caballero y Góngora escribió a su sucesor, Francisco Gil y Lemos: «Pero en mi concepto lo que hace el principal ornamento y gloria de la Expedición Botánica es el té de Bogotá [...]. Siempre es cierto que [...] puede ponerse mejor y acaso más ba-rato en Europa que el de China [...]. Aunque ha sobrado para hacer muy abundantes remisiones, he cuidado de que no se hagan sino en unas ca-jitas curiosas con sus frascos y botes de la posible decencia». Todo fue un

temperatura de 20 grados y una ilu-minación carente de rayos ultraviole-ta, entre otras cosas.

Pero como ya se anotó, la mues-tra se caracteriza por su variedad, y muchas son las piezas que llaman la atención. Entre ellas un retrato al óleo de Mutis que definió para siem-pre su aspecto físico en la iconogra-fía, elaborado a partir de un grabado de Alexander von Humboldt. Junto

Mutis: cuando el té de Bogotá se evaporó

castillo en el aire; el tal té bogotano no era la mina de oro que imaginaba el virrey, y el ambicioso proyecto de comercialización se evaporó.

La adecuación del espacio para ex-poner las láminas originales de Mutis en el Museo Nacional fue todo un reto. Dada su fragilidad, es necesario controlar las condiciones ambienta-les, pues la preservación de las piezas requiere una humedad del 55%, una

con varios retratos de Mutis, que por vez primera se exhiben en conjunto, podrán observarse cuadros de otros personajes decisivos en la ambiciosa empresa. Uno de ellos es el sacerdote Juan Eloy Valenzuela, subdirector de la Expedición durante algún tiempo. Nacido en Girón, Santander, fue el pri-mero en estudiar detalladamente las plantas gramíneas. Su Herbario de gra-míneas, que conserva el Museo Fran-cisco José de Caldas, forma parte de la exhibición del Museo Nacional.

Precisamente de Francisco José de Caldas se mostrarán, aparte de sus re-tratos, los perfiles geográficos de los Andes que dibujó con gran maestría, dando cuenta de su diversidad de cli-mas y riqueza natural. En su famosa obra Del influjo del clima sobre los seres organizados, Caldas expresa: «Estas montañas, las más célebres del uni-verso, sostienen pueblos numerosos a niveles extremadamente diferentes. La temperatura, la densidad del aire, los meteoros, los frutos, los animales, los usos, el ingenio, las costumbres, las facciones, el color, las virtudes, los vi-cios, todo varía con el nivel».

Las pinturas que se expondrán suman veinte e incluyen tres minia-turas, así como retratos de Linneo, Cavanilles, Jorge Tadeo Lozano y Pa-blo Antonio García del Campo. Entre los libros destaca Plantas equinoccia-les de Humboldt. Se abrirá un espacio para mostrar los objetos de medici-na y cirugía pertenecientes a Mutis, como lancetas y extractores de bala, además de instrumentos de medición. Hay curiosidades como un recipiente para guardar la quina: se trata de una caja fabricada en madera, bellamente decorada con una pintura mostrando un atardecer cubierto de árboles, pro-piedad de la Universidad Compluten-se de Madrid.

Los objetos que hacen parte de la exposición pertenecen a las colecciones del Real Jardín Botánico de Madrid, la Biblioteca Nacional de España, el Mu-seo Nacional de Ciencia y Tecnología de Madrid, La Real Academia de la Histo-ria de Madrid y el Museo de las Cortes de Cádiz, entre otras entidades.

La exposición es un recorrido por una empresa que, a la par, dejó una huella científica y artística. Cada dibu-jo, cada retrato, cada trazo, cada ano-tación corresponden a ese encuentro con aquel mundo nuevo que aún hoy no se ha acabado de descifrar.

Según Francisco José de Caldas, el sabio Mutis —muerto hace 200 años en Bogotá— es el español más importante de la Colonia. Pero la Expedición Botánica no fue una tarea personal; por eso en la importantísima y completa exposición titulada «Mutis al natural», abierta a partir del próximo 2 de enero en el Museo Nacional, también se les rinde home-naje a muchos de sus colaboradores, con los cuales a veces la historia ha sido avara.

retratO de elOy valenzuela pOr MefiStO iriarte. óleO SObre lienzO, Sin feCha. COleCCión partiCular, bOgOtá.

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Agradecemos a doñaMaría Victoria de Robayo

directora del Museo Nacional de Colombiapor facilitar el material gráfico que

aparece en estas páginas.

De don José Celestino Mutis dijo Caldas que era «el español más prominente que nos dio la Colonia». Luis López de Mesa lo llamó «el primer prócer de la Independencia». Doscientos años después, la Expedición Botánica sigue viva.

Caja en Madera para guardar quina. inSCripCión “quina q.” SiglO Xviii MuSeO de la farMaCia hiSpana, univerSidad COMplutenSe de Madrid.

eStaMpa del ObServatOriO aStrOnóMiCO de San fernandO, que Mandó COnStruir jOSé CeleStinO MutiS. aguada en griSeS. real aCadeMia de la hiStOria (Madrid, eSpaña).

herbariO de graMíneaS, elabOradO a finaleS del SiglO Xviii pOr el padre elOy valenzuela y Mantilla, bOtániCO y MieMbrO iMpOrtante de la eXpediCión bOtániCa. Material OrgániCO SObre papel, MuSeO franCiSCO jOSé de CaldaS, bOgOtá.

geOgrafía de laS plantaS CerCa del eCuadOr. aleXander vOn huMbOldt (1803). aCuarela SObre papel. (huMbOldt y bOnpland SubierOn haSta bOgOtá SólO para COnOCer a MutiS.)

dOn jOSé CeleStinO MutiS bOSiO, pOr jOaquín Manuel fernández Cruza-dOS (1828). óleO SObre lienzO, MuSeO de laS COrteS de Cádiz.

planta de quina O CinChOna pubeSCenS, Según iCOnO de la eXpediCión bOtániCa.

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De don José Celestino Mutis dijo Caldas que era «el español más prominente que nos dio la Colonia». Luis López de Mesa lo llamó «el primer prócer de la Independencia». Doscientos años después, la Expedición Botánica sigue viva.

enunCiadO y reSOluCión de variOS prObleMaS de álgebra. al Margen, dibujO a lápiz y tinta de un ave elabOradO pOr

jOSé CeleStinO MutiS, entre 1760 y 1808.arChivO real del jardín bOtániCO de Madrid.

eStaMpa del ObServatOriO aStrOnóMiCO de San fernandO, que Mandó COnStruir jOSé CeleStinO MutiS. aguada en griSeS. real aCadeMia de la hiStOria (Madrid, eSpaña).

CarlOS linnO pOr MagnuS hallMan (1774). óleO SObre tela.

CarlOS iii, quién autOrizó la eXpediCión bOtániCa del nuevO reinO de granada. óleO SObre tela de pablO antOniO garCía del CaMpO (1770).

herbariO de graMíneaS, elabOradO a finaleS del SiglO Xviii pOr el padre elOy valenzuela y Mantilla, bOtániCO y MieMbrO iMpOrtante de la eXpediCión bOtániCa. Material OrgániCO SObre papel, MuSeO franCiSCO jOSé de CaldaS, bOgOtá.

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Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora mismo como artista,

como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico,

como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente.César Vallejo

en «Voy a hablar de la esperanza»

Por Harold Alvarado Tenorio

Fotos costesía de la revista El Malpensante

En su tesis de grado El romanticismo en la poe-sía castellana (1954) para optar al título de ba-chiller en letras de la Universidad de Trujillo,

en 1915, César Vallejo destaca, del romanticismo ale-mán, «el pensamiento sereno, el vuelo metafísico, las interrogaciones al infinito y el soplo de cristianismo que impregnan esta poesía, junto con el idealismo, las nebulosidades del Norte y el sincero sentimiento de la limitación de la vida», concluyendo que: «Hoy en el Perú, desgraciadamente, no hay ya el entusias-mo de otros tiempos por el romanticismo; y digo desgraciadamente porque, siendo todo sinceridad en esta escuela, es de lamentar que ahora nuestros poetas olviden esta gran cualidad que debe tener todo buen artista». Vuelo metafísico, interrogaciones al infinito, soplo de cristianismo, sentimiento de la li-mitación de la vida y sinceridad: he aquí algunas de las constantes de su poesía.

César Abraham Vallejo Mendoza (1892-1938) nació en Santiago de Chuco, una pequeña aldea de los Andes peruanos, a 3.115 metros sobre el nivel del mar, en el seno de una extensa familia de mestizos descendientes de dos sacerdotes españoles y dos indígenas peruanas. Sus padres quisieron hacerle

«César Vallejo ha muerto...»sacerdote. Durante un tiempo enseñó en el Colegio Nacional de San Juan, publicando sus poemas en pe-riódicos y revistas de Lima y otras partes. Era un jo-ven apasionado e infeliz en el amor, incluso intentó suicidarse. En 1918 ingresó a la Universidad de San Marcos para hacer un año de estudios de abogacía, formó parte del grupo vanguardista Colónida y pu-blicó su primera colección de poemas, Los heraldos negros (1918). En 1920, mientras visitaba a su madre en Santiago de Chuco, fue arrestado y puesto en pri-sión por 112 días, acusado de incendiario. En la cár-cel escribió constantemente, y esos poemas y otros fueron reunidos en Trilce (1922), cuya publicación fue financiada con el dinero de un premio que había ganado en un concurso de cuento.

En 1923, al reabrirse el proceso en su contra, de-solado por la muerte de su madre y la fría recepción dada a Trilce, sin dinero alguno partió para Francia. Vallejo ingresó al partido comunista, visitó la Unión Soviética en 1928 y regresó un año después con su joven esposa bretona Georgette Philippart, luego de haber conocido a Maiakovski y otros artistas sovié-ticos. Expulsado de Francia en 1930 por razones po-líticas, se mudó a Madrid, donde escribió Rusia en 1931, reflexiones al pie del Kremlin (1931). Volvió a Francia en 1932, pero con el estallido de la Guerra Ci-vil Española (1936-1939) se sintió obligado a regresar a España y allí escribió en 1937 los poemas reunidos luego de su muerte bajo la seña de España, aparta de mí este cáliz (1940). Enfermo de gravedad va rá-pidamente a Francia, donde murió al año siguiente a la edad de 46 años, en la clínica del bulevar Aragó. La causa de su muerte fue diagnosticada como una mezcla de tuberculosis, infección intestinal y mala-ria, pero lo cierto es que murió de hambre.

Trilce (1922) hizo trizas la tradición e inició una nueva época en la poesía. Sus 77 poemas, que como título llevan apenas números romanos, aparecie-ron tres años antes de Tentativa del hombre infinito (1925) de Neruda, inventando el surrealismo antes del Surrealismo. Con una riqueza sin fin, que pare-ciera surgir del fondo mismo de la lengua, usa ar-caísmos, tecnicismos, neologismos, adverbios que se hacen verbos, exclamaciones que se sustantivan para transmitir sus nuevas visiones. Aunque inde-pendiente de escuela alguna, es absolutamente con-temporáneo en sus expresiones herméticas e irracio-nales y, desechando la lógica tradicional, intenta dar nueva vida a las palabras a través de temas donde busca amor, y otros valores, en un mundo absurdo. Una angustiosa crisis de conciencia que produce la arbitrariedad del mundo y de los signos lingüísticos. La amarga ironía y el humor negro ofrecen un senti-do de inmediatez y urgencia; la sintaxis refleja una violenta lucha interior por aislar, con la ayuda del lenguaje, los últimos recursos espirituales del hom-bre. Vallejo abandona el simbolismo y los tonos mo-dernistas como rechazo a las supersticiones en boga sobre «lo bello» y la pretensión de una poesía como catarsis.

El amor preside Trilce. Unas veces como sexo, otras como sensaciones, sentimientos, refugio ante la soledad, o como expresión de fracaso, de remor-

dimiento, de lo aberrante. La mítica presencia de la madre está en el horizonte inalcanzable del amor fi-lial y del pasado, vivido como una inmediata realidad que no termina. Las mujeres amadas en la niñez y la adolescencia son presencias inmediatas o sombras simbólicas donde reposa el frustrante deseo de co-munión:

XVEn el rincón aquel, donde dormimos juntostantas noches, ahora me he sentadoa caminar. La cuja de los novios difuntosfue sacada, o tal vez qué habrá pasado.

Has venido temprano a otros asuntosy ya no estás. Es el rincóndonde a tu lado, leí una noche,entre tus tiernos puntos,un cuento de Daudet. Es el rincónamado. No lo equivoques.

Me he puesto a recordar los díasde verano idos, tu entrar y salir,poca y harta y pálida por los cuartos.

En esta noche pluviosa,ya lejos de ambos dos, salto de pronto...Son dos puertas abriéndose cerrándose,dos puertas que al viento van y vienensombra a sombra.

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dOMingO CórdOba COn CéSar vallejO. Madrid, 1927

el herManO del pOeta, néStOr, COn CéSar

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En Poemas humanos (1939) el hombre aparece visita-do por un doble; aspira a la unidad pero está conde-nado a una dualidad que termina en la destrucción y desintegración del ser. En estos poemas, de gran variedad técnica y virtuosismo, estamos sometidos no sólo a múltiples fragmentaciones sino a la multi-plicación de ellas. Vivimos en el inicio de un proceso que parece no tener fin: aplastados por la vida, ob-sedidos por el horror a la muerte, la experiencia es apenas una progresiva desmoralización de nuestra personalidad.

Dieciséis años separan a Trilce de Poemas huma-nos. En ese período Vallejo vivió en París en condi-ciones penosas, pobre y enfermo, al tiempo que se fue sumergiendo —con la ayuda de su nada saluda-ble esposa— en el marxismo y las alucinantes ofertas de amor universal que debieron recordar al poeta los ofrecimientos de hermandad cristiana oídos en la niñez de boca de sus padres y los sacerdotes. Vallejo, más que un rebelde de partido, fue un escritor sub-versivo como muchos otros artistas latinoame-ricanos de hoy, como Cortázar, Fuentes o García Márquez. Su lucha frontal fue contra la pobreza de la tradición de la lengua y logró romper sus tejidos anacrónicos. Sus protestas fueron siempre desinte-resadas y los viajes que hizo a la Rusia de Stalin los costeó él mismo. La vida en París no fue en vano. El París de Vallejo no fue el de los placeres mundanos y la frivolidad, sino la capital del sufrimiento y el dolor de los hombres de entre guerras.

La Guerra Civil Española sacudió a Vallejo, quien tomó parte en varios comités antifascistas y viajó a España en dos ocasiones durante la contienda. En la última visita decidió redactar un libro sobre la trage-dia, España, aparta de mí este cáliz, poemas publi-cados inicialmente en la revista Hora de España, en noviembre de 1938 y a raíz del fallecimiento del poe-ta. Son 17 textos, algunos extensos, otros discursivos; los más, breves y alucinados gritando a voz en cuello su dolor por los sucesos. En uno de ellos —el III— traslada al poema el habla de un hombre del pueblo, Pedro Rojas, con las palabras plenas de errores orto-gráficos y la vida cotidiana dando alma: Pedro Rojas escribía en el aire, con el dedo, su grito y su firma, pero por ser casi analfabeto se equivocaba: ¡Viban los compañeros!, decía y escribía. Afectado por la sospecha del paulatino fracaso de la causa de Espa-ña, Vallejo cayó en cama unas seis semanas antes de morir. Al agonizar deliraba con España. Sus últimas palabras fueron: «España, me voy a España».

Fue el más raro e inimitable de los poetas lati-noamericanos del siglo XX.

Los heraldos negrosHay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,la resaca de todo lo sufridose empozara en el alma... ¡Yo no sé! Son pocos; pero son... Abren zanjas oscurasen el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,de alguna fe adorable que el Destino blasfema.Esos golpes sangrientos son las crepitacionesde algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, comocuando por sobre el hombro nos llama una palmada;vuelve los ojos locos, y todo lo vividose empoza, como un charco de culpa, en la mirada. Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

Piedra negra sobre una piedra blancaMe moriré en París con aguacero,un día del cual tengo ya el recuerdo.Me moriré en París —y no me corro—tal vez un jueves, como es hoy de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que prosoestos versos, los húmeros me he puesto a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegabantodos sin que él les haga nada;le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigoslos días jueves y los huesos húmeros,la soledad, la lluvia, los caminos...

XIIMasaAl fin de la batalla,y muerto el combatiente, vino hacia él un hombrey le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la

muerte!»Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,con un ruego común: «¡Quédate, hermano!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierrale rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporose lentamente,abrazó al primer hombre; echose a andar...

[10 de noviembre de 1937]

vallejO. verSalleS, 1929

CéSar vallejO en el CaMpO

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Por Mauricio Laurens

Diez son los largometrajes nacionales que han sido estrenados comercial-

mente en el presente año. Cuatro corres-ponden a directores debutantes: More-no, Campo, Lizarazo y Stathoulopoulos. Tres provienen de veteranos cineastas: Nieto Roa, Duque Naranjo, Loboguerre-ro. Dos segundas incursiones para Brand y Dorado, y una coproducción realizada por el mexicano Rafa Lara. Sin olvidar los créditos otorgados al actor Robinson Díaz como codirector.

Bogotá encabeza la preferencia de las recreaciones urbanas en tres de estas cintas, mientras que hay dos películas bastante caleñas. Desde San Juan del Ce-sar (Guajira) hasta Villeta y una hacienda cundinamarquesa, también se vieron imprecisos interiores de alcoba en En-tre sábanas y locaciones «selváticas» con el objeto de ambientar secuestros o pescas milagrosas. Nueva York aparece igualmente como el obligado destino del consabido colombian dream, después de un viaje lleno de percances.

¿Se manifiesta alguna tendencia? Dicen que la violencia es incontenible y que los temas del narcotráfico y el con-flicto armado no dan tregua en nuestro medio. Semejantes asuntos de la mayor trascendencia han debilitado nuestras voluntades, pero son los artistas e in-telectuales —novelistas, teatreros y ci-neastas— quienes están llamados a ex-traer, de lo más profundo de sus almas, casos desgarradores y situaciones la-mentables del drama nacional, históri-co y contemporáneo por antonomasia.

¿Cuáles son sus dificultades econó-micas? Si exactamente un dólar deja el espectador en taquilla cada vez que asiste a una película colombiana, y el promedio de los costos se aproxima al millón de dólares, hay que traspasar la

2008: miradas vacilantes al cine colombiano

barrera de las 500.000 entradas para no dejar pérdidas considerables. Los demás agregados son estímulos para-fiscales de la Ley de Cine, fondos mix-tos y franquicias nacionales e interna-cionales. El promedio de espectadores de una película colombiana fue de 240.500 durante 2007.

El estreno más emotivo del año fue sin duda alguna Perro come perro, por cuanto desplegó las calidades poco habituales de un novel autor con «ga-rra» y lenguaje propio, como Carlos Moreno. Porque lo violento dejó de ser un acto gratuito de sensacionalismo criminal, para ahondar en una secuen-cia rítmica de voracidades, traiciones y ajustes de cuenta.

Aunque Paraíso Travel fue vista por casi un millón de espectadores, su contenido causó polémica, pues la búsqueda desesperada de un amor perdido en la Gran Manzana no se ve

En cuanto a Los actores del conflicto, posee un sentido del humor mucho más maduro y menos obvio, hasta lle-gar a convertir nuestra pesadilla na-cional de guerrilleros y paramilitares en un juego bien ingenioso, gracias al remedo o la pantomima de sus tres re-buscadores de oficio.

Quedan dos títulos pendientes cu-yos consecutivos resultados en taqui-lla se desconocen debido a su estreno hace pocos días: PVC-1 y Nochebuena. Si la previa figuración internacional de una primera producción realmente in-dependiente destaca el dramatismo de un collar-bomba en su plano-secuencia de 80 minutos, la publicidad del diverti-mento familiar cuyo colapso despierta suspicacias se acompaña de la senten-cia que dice: a todo marrano le llega...

como tal, y el drama de los inmigrantes ilegales no alcanza a reflejar la eviden-te trascendencia suicida o peligrosa de sus actos.

Yo soy otro es el ejemplo palpable de cómo se desperdicia un talento de trayectoria documental, que rastrea archivos de noticieros e impresionan-tes visiones callejeras para, enseguida, desencadenar un agobiante montaje de llagas sociales que se ciernen sobre un individuo en particular.

La Milagrosa, una débil coproduc-ción con México, recrea de manera esquemática el conflicto armado de nuestro país, con la reconstrucción no muy convincente del plagio sobrelle-vado por un joven bogotano de clase alta y su previsible rescate militar, bajo los dones concedidos por una medalla de María Auxiliadora.

Con personajes y músicos vallenatos, El ángel del acordeón se quedó en las pullas familiares que lanzan dos me-nudos músicos tras el amor de una chiquilla. Es tan «blanca» (sin sexo ni violencia) que no caló en el público, por ser demasiado local o provinciana; con escenas barnizadas de sentimen-talismo y un romance ingenuo sin la química requerida.

Te amo, Ana Elisa mezcla situacio-nes penosas o violentas con chistes flojos y caricaturas en medio de lo pa-tético. Esta tragicomedia sufrida por una pueblerina, estudiante de medici-na, está matizada por notas agresivas y excesos picarescos, o más bien bur-delescos, que ahogan la seriedad de su trama.

detráS de CáMaraS de la pelíCula perrO COMe perrO