Managua en mis Recuerdos

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Aquella managua antes del trágico terremoto del 72

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Managua en Mis Recuerdos - Edición Especial 4

CréditosDirector

Luis Hernández BustamanteProducción:

Dra. Azucena Saballos RamírezPeriodistas:

Helena RamosMarjorie García

Luis Hernández Romero Colaboradores:

Mercedes GordilloFranklin Caldera

Edwin YllescasDiseño:

Abdul R. Sirker AguileraLuis J. Arriola Lara

Guisselle A. Dávila TorresFotografías:

Nicolas López MaltezLuis H. Flores

36 Managua se cayó por la

vulnerabilidad de sus construcciones. Raúl Amador Kühl.

59 Del mito a la realidad.

Ratón Mojica.28 Managua fiestera

y efervescente. Carlos Alemán Ocampo.

47 La Espuela. Samuel Barreto.

6 Managua era un pueblo grande y

sensillo. Mercedes Gordillo.

14 Se acabó la Managua de las

aceras.Carlos Mántica.

12 Foto Lux Un ícono de la

vieja Managua.

18 Los Cines en la vieja Managua

eran fascinantes. Franklin Caldera.

21 Managua era un pueblito con cara

de ciudad. Roger Fischer.

39 Las Cantinas legendarias de

Managua.

63 Pioneros del Béisbol y una gran

empresa. Jonh May.

24 Aquella Managua de los años 40.

Emilio Álvarez Montalbán.

44 La época de oro de la Mundial.

Sofía Montiel.

65 Managua de Fiesta.

La Sonora Matancera.

32 Managua a merced de la Furia.

Juan Noel Noguera.

50 Charles Lindbergh me dio la mano.

Alfredo Cardoza.

54 Primeros años de la televisión en

Nicaragua.

Sumario

Managua en mis Recuerdos 2012 Vol. II Información(505) 2270 0057 lhernandezelpais@gmail.

Copyright © METRASA - Derechos Reservados diciembre 2012.Managua, Nicaragua.

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Managua en Mis Recuerdos - Edición Especial 7Managua en Mis Recuerdos - Edición Especial 6

Managua era un pueblo grande y sencillo

Mercedes GordilloEscritora nicaragüense

Yo nací en la calle 15 de Sep-tiembre, bulliciosa, larga, festiva, llena de zapaterías,

el restaurante El Verdi, el cine Lu-ciérnaga, pulperías, rótulos de: “Se cose”, “Se inyecta”, “Se forran hebi-llas y botones”, “Hay nacatamales”. Durante el parto mi mamá fue aten-dida en su casa por el Dr. Roberto González Dubón, uno de los esca-sos médicos cirujanos de entonces, mientras mi papá, muerto tres años después, rezaba arrodillado ante una imagen de San Ramón Nonnato, pa-trón de las parturientas.

En el invierno bajaban violentas co-rrentadas de agua de las sierras y la ciudad se inundaba. Las lluvias desatadas arrasaban con todo a su paso. Para nosotros los niños esos días eran muy alegres porque las clases se suspendían y nos mojába-mos en las aceras. El mayor deslave de Managua fue en el siglo XIX, lla-mado Aluvión, que arrastró a perso-nas, animales, casas.Managua era un pueblo grande, de gente sencilla y laboriosa. Había rampas de piedra en las avenidas y calles polvorientas, que la gente re-gaba por las tardes para aplacar el calor. A la caída del sol los vecinos sacaban sus mecedoras a las aceras

mercados Central y San Miguel donde se

vendía de todo. Recuer-do las grandes porras enlo-

zadas, llenas de frescos con abundante hielo quebrado con

punzón, los quintales envueltos en aserrín. Uno se tomaba un gran vaso de cebada con pimienta de chapa, había semilla de jícaro, pozol con le-che, tiste, cacao y la infaltable chi-cha rosada. Mi mamá y yo recorríamos el merca-do y nunca vimos a ningún maleante. En ciertas partes se sentía un gran tufo donde tiraban los desperdicios de frutas y otros, fuertes hedores confundi-dos con cueros de tigre, lagarto o venado, yo me tapaba la nariz cuando pasaba por allí. Las vende-doras usaban de-lantales de vuelo y blusas blancas escotadas como de huipil, pregonaban a grito partido: “vení amor, vení marchanti-lla, compráme a mi”.

Managua crecía, ya teníamos hos-pitales donde funcionaba el Pen-sionado, donde iban los que tenían plata, también estaba el Hospital Bautista, sin embargo la gente pre-fería a los curanderos que conocían las propiedades curativas de las plantas. Habían hombres sobado-res, para las zafadas de manos y pies.Las heridas se curaban con cásca-ra de ajo y las picazones con agua de romero. También estaban las

parteras a domicilio. A los niños se

les despa-r a s i t a b a

antes de e n t r a r

a clase con Aceite Castor, Sal de Epson y una chupadita de naranja dulce pelada. Para enfermos graves con Cólico Miserere era mejor estar bien con Dios porque la gente gene-ralmente se moría.Los barrios más habitados eran San Antonio, San Sebastián, El Triunfo, la calle Candelaria, y posteriormente Santo Domingo, en las afueras, o sea en los arrabales como les decían, vi-vía gente pobre llamados artesanos de camisa. Todo el mundo tenia ra-dio y se escuchaban las radionove-las “El derecho de nacer”, también “Tamakún el Vengador Errante” y el popular programa “Barriendo y cantando” de boleros cadenciosos mezclados con anuncios de jabón

para platicar y refrescarse con la bri-sa del lago. Al anochecer se inter-naban en sus viviendas alumbra-das con candelas de cebo. En las esquinas unos hombres se encargaban de encender can-diles de querosín, protegiendo la llama con pedazos de cuero de chancho seco y transparente. La gente se acostaba temprano, a ve-ces sin ir al retrete por puro miedo de cruzar un patio oscuro, donde las sombras inspiraban temor, entonces preferían usar bacinillas.

Los perros y los gatos

Voy a saltarme unos cuantos años cargados de memorias maternas como la luz que llegó en 1903, la instalación de teléfono y correo, el ferrocarril a Chinandega, León, Gra-nada y Corinto donde se tomaba un vapor para viajar al mundo. Coches de caballos cholencos y cocheros con tajonas transportaban a la gente antes de existir los pequeños carros taxis, llamados posteriormente pe-rros y gatos.A los que vivíamos en el centro no nos importaba la cercanía de los

Camay y leche en polvo que decía: “Yo quiero mi leche”. Señoritas o solteronas que vestían santos y op-taban por enseñar primeras letras, las mas famosas de Managua eran Las Osoritos. Poco a poco se inau-guraban colegios femeninos y mas-culinos: La Asunción, frente al lago, de monjas francesas, españolas y algunas nicaragüenses. El himno del colegio era cantado en francés. La Inmaculada, también de monjas, -sobre la Avenida Roosevelt- pero se decía que los de mejor enseñan-za eran Doña Chepita de Aguerri, La Divina Pastora y Renovación, donde se hacían las mejores veladas con disfraces de papel crespón.

Tiempo de los curanderos

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Paco Miller y Don Roque

Casi no habían diversiones, pero en las fiestas de agosto aparecía el Cir-co Ataide, situado en el Caimito, un lugar despoblado por el Cine Trébol, por ahí pasó Paco Miller, ventrílocuo, con un muñeco horrendo llamado Don Roque y Doña Marraqueta, Don Roque decía vulgaridades de doble sentido. El Circo Firuliche se instala-ba en barrios mas alejados. En tercer grado salíamos a las once de la mañana del colegio. Ya en la calle veíamos hacia la izquierda, por-que generalmente una manada de vacas y bueyes pasaban corriendo hacia el matadero, provenían de la estación del ferrocarril. A veces nos alcanzaban en medio de gritos y ca-rreras desesperadas, volábamos los libros buscando refugios, pero eso era alegrísimo. Los domingos íba-mos a matinée con las amigas a los cines: González, Luciérnaga, Darío y otros. Veíamos películas de momias, manos pachonas, vampiros, vaque-ros y musicales. Nos encontrábamos con novios y enamorados que nos abrazábamos para quitarnos el mie-do. Es imposible olvidar el Teatro Sa-lazar, detrás de Catedral, el primero con aire acondicionado, venta de hot dog y palomitas de maíz. A la salida visitábamos El Eskimo, media cuadra a la montaña, donde vendían sorbe-tes con frutas Banana Split, Sundaes, casi nos sentíamos en Hollywood, pero no olvidábamos los deliciosos ladrillos, sorbetes de cuatro colores que hacían en La Hormiga de Oro. En el Salazar se presentaron los Churum-beles de España, famosos en esa época, con el cantante andaluz Juan Legido, apodado el Gitano Señorón, cantaba un memorable estribillo: “ay leré, leré, leré...”, que después se usó para señalar a los del otro lado.

No se sabía quién era Rubén

Íbamos al Parque Infantil a patinar, andar en velocípedo o en patine-ta, después se llamó Parque Darío, allí conocimos la estatua de Don Rubén, vestido con camisón griego, rodeado de cisnes y mujeres lindas llamadas Ninfas, un ángel le salía de la espalda. Nosotros no sabía-mos quien era Rubén Darío, porque para decir verdad en los colegios no nos enseñaban casi nada, íba-mos a jugar, hacíamos reverencia a las monjas y tomábamos algunas ligeras clases de geografía, histo-ria, gramática, ciencia, clases que siempre aprobábamos con buenas notas. Lo más importante era saber hacer una letra puntiaguda y portar-se bien en misa, leer el misal, por-que: “una niña de La Asunción se debe reconocer en cualquier lugar

En la Semana Santa los que no íba-mos al mar asistíamos a las proce-siones, para esa ocasión las mujeres estrenaban ropa, zapatos y carteras. Algunas niñas salíamos de ángel en las carrozas, los chavalos de solda-dos romanos, a mi me escogían para el Santo Entierro, vestida de satín blanco, con alas de pluma de garza que traían los cazadores del lago. Una vez me perdí al bajar de la ca-rroza, era de noche, sonaban los veintiún cañonazos de la Academia Militar, frente a catedral. Por el lado de Tipitapa salía una luna roja llena inolvidable. Era Viernes Santos y no se debía caminar porque Cristo esta-ba en el suelo, decían las fanáticas.

por su porte y distinción”, repetían incansable las monjas. Agradezco a la pobre Madre Alberta, la más humilde del colegio, haber inventa-do una escuela para niñas pobres donde dábamos clases, comidas ropas, lo que podíamos y empeza-mos a distinguir los horrores de la pobreza. El día de la celebración de la San-gre de Cristo, imagen muy venerada en Managua, que antes permanecía en San Antonio, muchas señoras y señoritas, matronas y promesantes, desfilaban en procesión, portando cojines bordados, adornados por ellas mismas. En la navidad se des-ocupaba la sala o alguna pieza que daba a la calle para hacer el naci-miento del Niño Dios. Los árboles de pino y Santa Claus, casi no exis-

El monumento a Rubén Darío, se erigió en 1933. Supervisó la operación doña Rosibel Martínez de Burch, bisnieta del General Tomás Martínez. Relata Eddy Kühl una anécdota: “cuando se instalaban diferentes esculturas, uno de los obreros sacó una delicada estatuilla de Fauno o Pan, el Dios de la ecología. Cuando subía a ponerla en el hombro del gran panida, doña Rosibel le gritó: “Señor, cuidado se le quiebra el Pan”. Alguien del público le contestó: “No se preocupe señora, si se le quiebra se lo repone doña Javiera Murillo”. A la cuadra estaba la panadería Rosa Blanca propiedad de la señora Murillo.

tían. Los nacimientos eran paisajes formados por cajas de cartón, cu-biertos con papeles pintados con anelina, llenos de musgos y pará-sitos del norte frío del país, el resto eran pastores, chivitos, casitas, y montañas, cada familia inventaba corrales, laguitos con espejos que-brados, y hasta cascadas de agua con papel celofán. La gente visitaba los nacimientos casa por casa. La otra ocasión im-portante eran las purísimas con al-tares originales como ahora. Era un alboroto muy alegre con cantos a la Virgen. Una vez recibí un cañazo que me rajó la cabeza, me arreba-taron el paquete mientras lloraba y me capeaba brincando de triquitra-cas, canchiflines, y buscapiés.

Grandes artistas visitaban Managua

Religiosidad de la Semana Santa

Celia Cruz, Pedro Vargas, el inolvi-dable Daniel Santos, Toña la Negra, la rumbera Tongolele, bailaba des-calza, le tenían que barrer el esce-nario del Cine América. Pero acaso la presentación mas importante fue la de Agustín Lara y su orquesta en el Teatro González. Se hospedó en El Gran Hotel, ahí mismo se enamo-ró de Esperanza Sansón, una Maria Felix nicaragüense, a quien Agustín le regaló su reloj de oro. Aunque yo era una niña pequeña me regaló un retrato autografiado. Años más tarde, como escritora le escribí un poema: “Un danzón vertiginoso de noches desveladas”. “Una niña correteaba por los parques escuchando tus bo-leros, todavía no sabia que hacer en tiempos de ojeras borrachas de sol, estremecidas cual pájaro herido ago-nizante”... Su música se escucha-ba en roconolas, en los cines y las

cantinas de Managua. Yo oía hablar de las cantinas famosas, no sabía si eran cantinas o algo más pero en la entrada tenían bujías rojas: Las Deli-cias del Volga, El Gato Abraham, El Nilo Blanco, donde servían conchas negras, La Conga Roja, por el ba-rrio El Infierno. También habían otras como El Baby Doll, o el Versalles y El Lago de los Cisnes, conocido como el Charco de los Patos. En Septiembre los estudiantes mar-chábamos en las calles de la capital. Un mes antes ensayábamos los pa-sos, un brazo adelante era la distan-cia indicada. Para el desfile nos obli-gaban a usar guantes de gamuza en el calorazo de medio día, sudando a chorro debíamos desfilar ante el dic-tador y su gabinete instalados en la Tribuna Monumental rindiendo culto a la bandera.

Lo mas importante era ver a los mu-chachos del Pedagógico La Salle, que llevaban batallones con sus co-mandantes vestidos de casimir azul, franjas blancas y charreteras dora-das, y tenían banda de guerra, ningu-no de ellos nos volvía a ver, allí estu-diaban muchachos de clase media y futuros profesionales, también tenían mucha reputación el colegio Ramírez Goyena, El Bautista y El Darío, sola-mente para hombres. Las fritangas callejeras se encontraban por todo Managua, vendían: vigorón, carne asada, chorizo y ensaladas de tomate y repollo. La más famosa fue la Carne Asada del Gran Hotel. En las calles se veían vendedoras ambulantes de nancite, jocote cocido y tajadas de mango, empacadas en cartuchitos de hoja de plátano verde. También se vendían melcochas casi derretidas y turrones con miel de rapadura, eran pelotas de trigo reventado.

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Personajes de la calle

Los locos formaban parte de Mana-gua, y los vende loterías también, los mas famosos, Isaías, Maximilia-no, La Cocoroca, La Rosa Amelia, que lanzaba fluidos mágicos a los beisboleros en el estadio y la San-tos Lucero que andaba vestida con una cotona de manta y un sombrero de paja. Joaquín Pasos poeta grana-dino de los mejores, residente en la capital, escribió un artículo periodís-tico que decía que en Managua todo el mundo estaba loco y andaban sueltos por las calles mientras que los cuerdos permanecían cautivos en el kilómetro cinco.A las cinco de la tarde la Avenida Roosevelt era un hervidero de gente, se confundían carros, motos, bicicle-tas, muchachas en minifaldas, ven-dedores de periódicos de la tarde, a la salida de las oficinas nos sentába-mos en mesas de las aceras de los restaurantes Papillon, El Colonial y otros que no recuerdo, a ver pasar a todo el mundo. A esa hora vola-ban miles de golondrinas a posarse en los alambres eléctricos frente al Munich, un lugar de bebedera y gui-tarristas para serenatas. A esa hora de animación una amiga mía solía decir impresionada: “Que Managua era mejor que la quinta avenida de Nueva York”, porque aquí nos cono-cíamos todos. Los coyotes o vende-dores de dólares se apostaban en la tienda Carlos Cardenal en la Avenida Roosevelt, la primera que tuvo esca-lera eléctrica, muchos sufrieron ac-cidentes y dicen que hubo hasta un muerto. El grupo de Galería Praxis compues-to por los mejores pintores de Nica-ragua, estaba en la Avenida Bolívar, contiguo al Dr. Conrado Vado. Como pintores modernos, nunca pintaron

chocoyos, loras, casitas de tablas, arbolitos florecidos, que era la cara bonita y provinciana de Managua. Los Praxis pintaban la realidad de la capital y el país, el lago ya no se hizo de azul turístico, pasó a convertirse en su verdadero color, color caca. Anteriormente existían los famosos: Rodrigo Peñalba, fundador de la Escuela de Bellas Artes, Armando Morales, el escultor y poeta Ernesto Cardenal y otros. Nunca pude cele-brar mi fiesta de quince años, tenía todo listo: vestido, música, queque, etc., y todos los bailes comprome-tidos. La noche anterior acaso fui la jóven más feliz de la capital, pero al siguiente día escuchamos una voz alarmada de locutor diciendo: piripi-

Y un día de diciembre en una noche calurosa tembló la tierra, un gigan-tesco terremoto de 7.7 escala de Richter, destruyó esa Managua para siempre, un segundo sismo terminó de botarlo todo, Managua, la bella, cayó vencida, la naturaleza atacó a nuestra capital provinciana y cosmo-polita. En menos de cinco minutos pasé a ser muchacha pobre, porque a mi mamá se le cayeron muchas ca-sas en el centro. La ciudad fue cercada por alambres de púas, orden de Somoza Debayle,

pi,.. piripipi… piripipi…, anunciando el estado de sitio prohibiendo la reu-nión de más de dos personas y no hubo fiesta.Un poeta leonés había matado a Somoza. Años más tarde llegaron las discotecas y bailongos: El Club Juvenil para quinceañeras, tertulias en el lujoso Terraza, algunas eran más populares como El Adlon y El Atlantic. En el Club 113, oí cantar a Olga Guillot, estaba el Plaza y la sicodélica Tortuga Morada, la músi-ca de moda eran canciones de los Beattles, Los Ángeles Negros, y los Hermanos Cortés con la cumbia: “Cuando suenen los tambores Nica-ragua va a temblar…”.

tuvimos que abandonarla, no había agua ni luz. Los saqueadores cayeron como buitres sobre la capital, se lo llevaron todo, hasta pianos de cola. Venían desde los departamentos, a ver que podían llevarse, a un chinito le robaron un ropero con el cadáver de su mamá adentro. Durante mucho tiempo solamente vi-mos escombros, nuestros corazones se partían de dolor al ver toda una vida en el suelo. Pero eso pasó hace 40 años y poco a poco olvidamos el sufrimiento vivido. Managua nunca

se recuperó, pasó a convertirse en una ciudad con bypases de adoqui-nes, construcciones rápidas. Sin embargo nunca olvidaré cuando cruzábamos aceras y calles estrechas, veíamos buses pelones, al hombre del cabrito y aún recuerdo con nostalgia las golondrinas que dormían en la par-te de atrás del Palacio Nacional. Siem-pre tendré la alegría de que en esa fecha conocí a mi futuro esposo Ale-jandro Aróstegui. Me alegra también compartir estas historias incompletas con ustedes. ¡Viva Managua!.

Día del Juicio Final

Edificio de La Mecatera de Juan Sühr Navarro, en la calle de los mercados. Al fondo se aprecia el rótulo horizontal del Cine Tropical.

La populosa Calle 15 de Septiembre estaba llena de comercios y zapaterías.

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Rescate de tesoros

Después del terremoto del 72 sal-varon de los escombros algunos te-soros, como la cámara Amsco, que, debido a su descomunal peso, se montaba sobre una base de hierro colado. Esa cámara, que ahora pue-de parecer poco elegante, tenía un nivel de resolución impresionante y formatos grandes de ocho por diez pulgadas de ancho.Sin embargo, fueron pocas cosas las que pudieron sacar, después del te-rremoto, porque la zona fue cercada, se produjeron incendios y la Guardia

Foto Lux: Un ícono de la vieja Managua

Nacional no dejaba a los propietarios acercarse a sus casas caídas.En aquel desastre se perdió una enorme cantidad de negativos y fo-tos históricas de Managua. Buena parte de la “memoria impresa” de la ciudad, quedó en los escombros y en las llamas. Pérdida muy lamen-table, pues en los años dorados de Foto Lux entre su clientela estaban muchos personajes destacados, in-cluyendo a las reinas de belleza y –¡tamaño contraste!– los cadetes de la GN, que venían a tomarse fotos cuando ingresaban a la Academia Militar y cuando se graduaban.

La historia se preserva y palpita en la memoria de personas que la han vivido. El Dr. Francisco

López Pérez conserva preciosos re-cuerdos sobre la historia de la foto-grafía en Managua, puesto que su abuelo y su padre fueron pioneros de este arte en nuestro país.Por su foto estudio se pasearon grandes celebridades de la belleza, deportistas, familias y personalidades de la vieja Managua. Eran fotografías puras, sin incorporar la “cirugía” del ordenador, como hoy en día. “A mi padre s i e m p r e le fascinó el cuarto oscuro con luz roja y los olores pi-cantes de los q u í m i c o s ” , dijo López.

Refiere que su abuelo Fran-cisco López Narváez en varias ocasiones le tomó foto-grafías a Augusto César Sandino en el Mirador de Catarina.

“Mi abuelo era fotógrafo de esos

de caballito que andaba en todos los pueblos, en fiestas patronales y parques. En los años 30 mi padre Francisco López Argüello trabajó como su ayudante, después se in-dependizó al casarse con mi mamá, Ana María Pérez Vargas, también fotógrafa. En 1940 crearon su propio estudio, Foto Lux, que fun-cionó en la Calle 15 de Septiembre, contiguo al Ministerio de Economía hasta que lo destruyó el terremoto de 1972”.

“Recuerdo que los enviaban única-mente a la Foto Díaz y la Foto Lux, los mejores estudios fotográficos de entonces. Luego salieron la Lumington, la Gala Sport, la Galería del Arte de Nicolás López Maltez, la Kodak, la Foto Mo-derna... Era una comunidad muy sui géneris, muy unida. Cuando mi ma-dre tenía que viajar a Estados Uni-dos y nos tomamos la foto familiar la tomaron las Díaz, hijas de don Fran-cisco Díaz. Y ellas se tomaban sus fotos en nuestro estudio. Era muy recíproco todo”.

Hermoso Vecindario

Entre aquellos personajes que don Francisco López Argüello recordaba estaban Ulises Morales, propietario de una famosa ferretería; Víctor Re-calde, dueño de la Editorial Recalde; Federico Lang, dueño de una de las ferreterías más grandes de la vieja Managua. El Dr. Arturo Lacayo Barillas y su es-posa Marina Lanzas Terán, progeni-tores de Danilo Lacayo Lanzas; Doña Lola Vigil de Argüello, fina modista que hacía vestidos de matrimonio y la Librería Cultural Nicaragüense.

Rosa Alvarado de Cárpenter, fue candidata

a Miss Nicaragua en los años 50.

Francisco López Argüello, fundador de Foto Lux.

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Carlos Mántica: “Se acabó la Managua de las aceras”

Por: Luis Hernández Bustamante

Carlos Mántica Abaunza reúne en sí numerosas facetas que rara vez se combinan: es em-

presario, lingüista, teólogo laico... Y, si bien nació en la ciudad de León, también es un fervoroso admirador de la vieja Managua, a la cual consi-dera inenarrable.“Para aquel que no la haya vivido es difícil concebir cómo era, precisa-mente porque no se parece en nada a la Managua actual. Era una Mana-gua compacta, mientras la de ahora es totalmente dispersa. La de antes tenía aceras donde te podías sentar a platicar; estaba subdividida en ba-rrios y cada uno tenía su identidad propia; había un sentido de barrio. Era una ciudad mucho más visible y mucho más agradable”. “La cosa más normal en esos tiempos era caminar desde el Instituto Pedagógico, ubica-do donde ahora está el Olof Palme, hasta la calle El Triunfo, sin peligro de ninguna clase. Y ese transitar es otra cosa que se olvidó, aquí lo único que uno hace ahora es manejar. Mi padre Felipe Mántica Berio caminaba todos los días del mundo a su oficina que quedaba frente al Banco Nacio-

nal. Los oficinistas tenían bicicletas, salían al mediodía a almorzar en sus casas y regresaban al trabajo”. “Fue una vida mucho más adecuada para la convivencia familiar y las amista-des. Añoro tanto aquella Managua precisamente porque era ciudad en el mejor sentido de la palabra”.

Locos y excéntricos

En cuanto a los pintorescos locos de la vieja Managua, cree que la actual tiene personajes no menos excén-tricos, pero la gente no los conoce. “No tenemos tiempo para detener-nos, fijarnos en ellos, platicar con ellos. Antes uno a veces se sentaba ratos enteros a hablar con gente, y muchos de aquellos locos eran ha-blantines de por sí, excepto los más bravos... Pero lo que nos falta ahora es tiempo, ahora un loco puede pa-sar al lado y uno no se da ni cuen-ta...”.“En la carretera me encuentro a un señor que va dando vueltas como malacate y va caminando hacia no sé dónde. En fin, aún hay locos en Managua pero no les sabemos los

El Templo de la Música, en el Parque Central de Managua, captado en el año 1969.

Carlos Mántica Abaunza

nombres. Tampoco sabemos si son locos de verdad o sencillamente es-tán desesperados. Hay muchos que se hacen los locos”.Sí recuerda perfectamente a uno de los personajes más extravagantes: el casi mítico Víctor de la Traba, cuyo lema era “En cuenta dura a cobrar, con De la Traba hay que hablar”: “Era un hombre de mediana estatu-ra, pelo negro, distinguido... Era una ametralladora escribiendo a máquina y se gozaba mucho de esa habilidad. Sé que él era experto de cobrar a los clientes morosos, pero creo que de-bió haber tenido algún trabajo más o menos fijo porque uno casi siempre lo encontraba en la oficina. De vez en cuando se cruzaba a la oficina de mi papá y le decía cosas como: ‘Don Felipe, tengo un elixir para amar y ser amado’. Siempre tenía esas ocu-rrencias”.

El Indio Pantaleón

Debido a su interés por las diversas manifestaciones culturales, Chale Mántica conoció a numerosos artis-tas. Alberto Ferrey, conocido como

el Indio Pantaleón –papel que in-terpretaba en un programa radial de cuentos transmitido en los años 50 por La Voz de la América Cen-tral, fue uno de ellos. Era originario de Granada y trabajaba en veladas con el atuendo de campesino. “Era muy simpático y muy querendón. Yo le conocí en México, me lo presentó Tino López Guerra y nos fuimos a un par de parrandas, recuerdo que una fue la celebración de un 15 de sep-tiembre en México, y otra de ellas en el Restaurante Capri, en donde cantaba Agustín Lara... Yo había grabado varios de sus programas y cuando el Indio desapareció insistí mucho en que le reviviéramos pero ya era muy difícil...”.

Bienamado Tino

Otro personaje a quien recuerda níti-damente es al compositor Tino López Guerra. “Él se veía como hermano con José Mántica y vivía en la Casa Mán-tica. Mi papá les hizo dos cuartos de solteros en la parte trasera; entonces, yo llegaba allí de metiche y le escuché Tres flores para ti, Un millón de besos y todas sus primeras canciones. Con Tino no había diferencias en las edades, él era amigo de todos, una persona encantadora... Pasé una se-mana entera cusuqueado en el pa-lomar de Tino, en el segundo piso de la Farmacia Ramos, escondido por razones políticas, y ahí lo conocí todavía más en esa intimidad... Me

tuve que esconder porque alguien me acusó ante Luis Somoza de ser el jefe de un movimiento revolucio-nario o de una cosa así, lo cual no era cierto. Pero fue prudente “cusu-quearme”...”.“Tino era vendedor de seguros pero nunca se sentó en una oficina, su ofi-cina era la calle. Y en el platicar era una delicia... Falleció en 1967 y su en-tierro fue de los más apoteósicos que se ha registrado. Recuerdo que más o menos desde el Luciérnaga hasta la Roosevelt las calles estaban atestadas de gente, la mayoría con los radios en-cendidos y cantando y escuchando su música. Tengo un programa grabado en un homenaje a Tino López Guerra como de dos horas”.

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Origen de los Cantares...

“Otra persona que fue como un her-mano para mí era Ervin Krüger. Ha-blar con él era una fuente permanen-te de alegría. Caminar con él en la calle era imposible, porque cada 15 pasos él se detenía a platicar con al-guien... Ervin tenía una imprenta por el Teatro Luciérnaga y fue uno de los pioneros de la publicidad junto con Manuel David “Bin” Morales”.“Fue Tino López quien me presen-tó a Ervin Krüger y a través de éste conocí a Camilo Zapata y a todos los compositores del momento que nos reuníamos una vez por semana en mi casa para guitarrear o para lo que fuera. Y después se nos hizo una costumbre por más de 30 ó 40 años”. Y de ahí nace, dentro de toda esa continuidad, la grabación de Canta-res nicaragüenses; recopilamos mú-sica a lo largo de más de 30 años, recuperamos canciones de César Ramírez Fajardo, de los Bisturices Armónicos, de un montón de gente, y finalmente la publicamos de manera

debida, con manejos más modernos y con lujo de interpretaciones. Y la intención es seguir sacando CD para que todo ese folclore no se pierda”.

De cara al lago

Carlos Mántica presenció las distin-tas etapas de la transformación de la costa del lago Xolotlán: “Al comien-zo era un muelle de donde salían los barcos de vela hacía San Francisco del Carnicero. Tenían un puestecito de policía donde se izaba la bandera; todas las tardes a eso de las seis vos oías el clarín y tenías que detenerte porque se estaba bajando la bande-ra”. “Después don Andrés Murillo cons-truyó el malecón y en una parte de la muralla del mismo estaba un se-gundo muellecito corto, que era el acceso al club Copacabana, que es-taba sobre el agua. Tenía una obra de madera y el ambiente era cantinero. No era de extrema vulgaridad, pero sí era una cantina. Tenían una buena orquesta. No había grandes espec-

táculos sino que una buena música bailable y buenas bocas. Eso era todo”.

Lugares memorables

A diferencia de muchos coetáneos suyos, don Chale no solía asistir a las tertulias del Gran Hotel: “No era demasiado aficionado de este lugar, nunca le vi exactamente la gracia. No se diferenciaba de ningún otro”.“Del Club Social Managua sólo re-cuerdo que era su edificio hermo-sísimo y a los viejos de sombrero, generalmente vestidos de blanco, sentándose a echarse sus cervezas y a politiquear... Recuerdo que los cha-valos llegábamos a robar las papas fritas y esas cosas, pero no teníamos edad para estar en ningún club de entonces. Y el ambiente no era como fue más adelante en el Terraza, era un ambiente más inglés, donde los viejos se sentaban a platicar, y a po-litiquear y tomarse algunos tragos, pero no a picarse. Hasta dónde me acuerdo, no había música”.

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El Malecón de Managua fue construido por el alcalde Andrés Murillo, desde la bajada del colegio La Asunción hasta detrás de la estación del ferrocarril. Había una ancha acera que permitía el tránsito peatonal y varios kioskos ofrecían refrescos, bocadillos y música.

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fascinantes

Pocas personas en el mundo –y tal vez ninguna otra en Ni-caragua– se han dedicado al

estudio de la cinematografía con la pasión, dedicación y generosidad de Franklin Caldera. Abogado de profe-sión y traductor de oficio, se consagra a ver películas y a escribir sobre ellas con una entrega absoluta y gozosa. Es autor de 100 años de historia del cine/Luces, cámara, acción… (Mana-gua. HISPAMER, 1996), la obra más completa sobre el séptimo arte escri-ta por un nica.Su amorosa vocación data de muy temprana edad y está relacionada con su madre, Vera García, hija de padres españoles nacida en Nueva York, que pasó su infancia en Cuba y después volvió a los Estados Unidos. “Cuando ella vino a Nicaragua casada con mi papá, no se encontró a gusto, nunca se identificó con la sociedad nicara-güense. Mi papá se manejaba en los círculos sociales elevados y mi mamá no se sentía bien en ese ambiente. Pero ella era fanática del cine desde

Franklin Caldera

niña y encontró en él refugio de esa falta de identificación y de otras co-sas, como el mal carácter de mi papá. Vivíamos en el Edificio Páiz, enfrente del Teatro González, y mi mamá siem-pre iba al cine conmigo, porque era el mayor, y en la casa siempre se habla-ba de las películas. Para mí, hablar de cine era algo natural, hasta pensaba mientras era pequeño que todo el mundo era fanático del cine”.“La primera película que vi fue Jua-na de Arco, con Ingrid Bergman, en 1951; yo no había cumplido los dos años todavía. A mí me gustaban las películas ‘para gente grande’, como les decían en ese tiempo, y cuando las películas eran prohibidas para me-nores de edad, mi papá conseguía un permiso para que me dejaran entrar. Así pude ver la Los hermanos Kara-mazov, dirigida por Richard Brooks, con Yul Brynner en el papel de Dmitri Karamazov. Este filme estaba prohibi-do aquí porque en él se cuestionaba la existencia de Dios. De niño, iba al cine tres o cuatro veces a la semana.

Había películas que solo las presenta-ban los martes o los miércoles, y en-tonces las íbamos a ver.” Vio en total más de siete mil películas, la mayoría de ellas en video, y nunca se cansa de sus cintas favoritas. Las que más le impresionaron fueron aquellas que vio entre los cuatro y los 11 años de edad, no porque fueron las mejores sino debido a la sensibilidad anímica especial que en ese tiempo poseía. Caldera sabe ser ecuánime con sus adhesiones: “Siempre he dicho que un crítico de cine debe saber distin-guir entre lo que es objetivamente para él una obra maestra y aquellas películas que le gustan por motivos estrictamente personales. A veces, ambas cosas coinciden, por ejemplo, el Ciudadano Kane, dirigida y prota-gonizada por Orson Welles, es para mí una de las películas que más me llegan, pero también adoro películas que no son consideradas clásicas, como Todos los hermanos eran va-lientes de Richard Thorpe; cuando la menciono, me emociono mucho”.

Por: Helena Ramos

Los cines en la vieja Managua eran

Se habla mucho de la magia del cine, ¿qué es? Es crear en la mente del espectador un mundo alternativo. Los críticos de cine insistimos en que las películas sean realistas, nos gustan las pelí-culas que demuestren los problemas sociales, los conflictos, pero la gran mayoría de los espectadores anda buscando caballeros del Medioevo, princesas, astronautas, otros mun-dos. Esa es la magia del cine.

¿Cuáles es la diferencia entre las ma-neras de ver una película de una per-sona común y de un crítico de cine? El espectador no especializado, por llamarle de alguna manera, o sea, la gente que va al cine por distracción se centra en el argumento. La per-sona que tiene espíritu de crítico de cine se fija en todo: el sentido de la película, la fotografía, los personajes, el tratamiento de los personajes con respecto al argumento, el argumento mismo, la música y cómo todos estos elementos se combinan para formar un todo homogéneo, una obra armó-nica. Se hace un esfuerzo intelectual y si se une con la pasión por el cine eso nos da lo que se llama el cinéfilo.

Algunos críticos actualmente opinan que si bien los efectos especiales han tenido un progreso tremendo y siguen mejorando, el cine está en decadencia. ¿Comparte este criterio? El problema con el cine actual es que cada película es una empresa, a dife-rencia de la época de los grandes es-tudios cuando todo se hacía en casa. Los estudios producían 50, 60, 100 películas al año, y podían darse el lujo de que 20 no produjeran ganancias y fueran lo que se llamaba las películas de prestigio. Por ejemplo, en la Metro-Goldwing-Mayer, una película de pres-tigio sería María Antonieta con Norma Shearer, que es una película carísima, muy linda, pero la Metro vivía de las películas con Mickey Rooney y Judy Garland que no le costaban nada y le producían millones. En la actualidad cada película requiere una inversión tan alta que es necesario, imperioso para los productores recuperar la inversión multiplicada varias veces. Entonces, ellos se esfuerzan por llamar la atención al mayor número de espectadores; hay efectos especiales, emoción, aventura, acción y han ido deformando de esa forma incluso el gusto de la audiencia. Los muchachitos de ahora, incluyendo a mis hijos y nietos, no aguantan las pe-lículas de vaqueros o de aventuras que veíamos nosotros y que empezaban

con una trama y con estudios de los personajes, y la parte de acción venía después de media hora o 45 minutos. Ahora los niños esperan acción desde que la película empieza.

En los cines de la vieja Managua se podía ver películas viejas, ahora eso ya no es posible. ¿Qué mató la cos-tumbre de exhibir cintas antiguas?El video ha matado la posibilidad de poder ver las obras maestras en las salas de cine, no solamente por el ta-maño grande de la pantalla, sino por el hecho de verlas con espectadores en una sala de cine, esa es la forma cómo realmente se debe ver la película y cómo realmente se pueden apreciar. El video fue una bendición, pero, por otro lado, anuló la posibilidad de ver las películas clásicas o antiguas en las salas de cine. En la vieja Managua, en los cines de barrios, cuánto más po-bres mejor, uno podía ver películas de hace 20, 30 ó 40 años, era un banque-te: El halcón maltés, 8 ½, La dolce vita, hasta películas mudas, vi El Rey de Reyes, la versión muda de 1927 que hizo Cecil B. DeMille, en el Teatro Ruiz en 1960. El cine en televisión es para mí un premio de consolación. Una vez que la película termina su recorrido en las salas de estreno, volverla a ver en el cine es prácticamente imposible.

La magia del cine

Una imagen para la historia: se registra por primera vez el rugido del león de la Metro para “Sombras blancas”

Los clásicos del cine vienés: Romy Schneider y Karl-Heinz Böhm en “Sissi” 1955

Maria Schell y Yul Brynner en “ Los hermanos Karamazov” 1958

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pueblito con cara de ciudad

Figuras pintorescas

Entre los personajes pintorescos de la vieja Managua Fischer recuerda al cieguito coplero que se sentaba en el suelo en la entrada de dónde ven-dían refrescos y chucherías frente a la tienda Dreyfus. “Si a uno le gustaba una muchacha y la veía pasar, le decía al cieguito: ‘Cántamele una copla a la Rosita’, y aquel se tira-ba una copla, porque tenía prepa-radas como cinco, a las cuales sólo le cambiaba el nombre, era divertidísimo”. “También es-taba Melisandro, un famoso humorista popular... Una vez lo echaron preso y cuando lo llevaron frente al Director de Policía, éste le preguntó: ‘¿Por qué robó usted el disco y el gra-mófono?’. Melisandro respondió: ‘Yo no robé nada.

Róger Fischer, el conocido pu-blicista, no es un managua de nacimiento. Vino a la capital a

los 14 años de edad desde León. Su padre fue Róger Fischer, ciudadano alemán y su madre Zoraida Sánchez de Fischer. A raíz de la II Guerra Mun-dial, Somoza echó preso a su padre y lo mandó a la hacienda Montelimar, donde lo hizo construir el ingenio azu-carero y le quitaron todas sus propie-dades.“Cuando llegué a Managua –dice Fischer- era un pueblón. Tenía pavi-mentadas la avenida Roosevelt, par-te de la 15 de Septiembre, la calle de Santo Domingo, una parte de la calle El Triunfo y la avenida Bolívar. Era la época de los coches de caballo. La mamá de don Julio Martínez era due-ña de 50 coches y él tuvo la idea de modernizar el transporte e introducir los carros”.Dicen que fue el General José Santos Zelaya, quien a comienzos de siglo in-trodujo el primer vehículo que circuló en Managua. Lo trajo de Francia, in-cluso con un conductor francés, úni-co conocedor de su manejo. Fischer señala que el primer vehículo que co-noció en su vida fue el de Margarita Leal. “A ella le regalaron un converti-ble, todos sus amigos nos subíamos en el carro y en cada esquina uno se bajaba para ver si venía un vehículo... Después decía: ‘Margarita, no vienen carros, jala’, y así nos íbamos de cua-dra en cuadra. Luego establecieron

las avenidas como preferencias para evitar los choques porque pitaba uno, pitaban los otros y chocabas en la esquina”. “Managua tenía sólo dos semáforos. Uno estaba ubicado en la avenida Roosevelt y el otro, en la calle 15 de Septiembre. Me acuerdo que en 1950, cuando Anastasio Somoza García y don Emilio Chamorro Benard fueron candidatos a la presidencia, hablaban de que en Nicaragua esta-ban poniendo semáforos como una gran novedad y un acto de progreso”.

Róger Fischer en los años 60.

Managua era un

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La farándula en la vieja Managua

Edificio del Victory Club en la Avenida Roosevelt en 1970.

El disco estaba diciendo: Meli, Meli, Meli, te quiero, Meli, tuya es mi vida, yo lo agarré porque me estaba decla-rando el amor’”. “Otro personaje era Matilde la Cocoroca; si alguien la lla-maba por su apodo, le mencionaba la madre, la abuela, la tatarabuela y toda su familia, en una retahíla im-presionante. Te imponía una rayería verbal. Había una que vendía lotería; era liberal y si le decían la Cachure-ca se indignaba y respondía: ‘Yo soy debaylista, somocista, sacasista’. Se ponía los tres apellidos de los Somo-za, colorada de ira”. “Por donde los coyotes sobre la avenida Roosevelt a las cuatro o cinco de la tarde siempre pasaba lo más granado de Nicara-gua, era la ruta de las mujeres más lindas de Managua. Salíamos a admi-rarlas y a esperar que hubiera viento para que se les levantara la falda. Era como aquella escena memorable con Marilyn Monroe, pero aquí no había necesidad de ponerle el abanico, el abanico de la corriente de aire del lago era suficiente, para ver las pier-nas mas bellas de la época”.

Una radio pionera

“Otro sitio inolvidable de aquella Managua que re-cuerda Fischer fue La Voz de la América

Central, fundada por José Mendoza Osorno en los años 40, la que fue pionera de las radionovelas. “De ahí surgieron Marta Cansino, Sofía Montiel, José Dibb McConell, Sucre Frech; Eduardo López Meza; Julio César Sandoval y Mamerto Martínez Vásquez, un español que se enamoró perdidamente de Nicaragua. “Los mediodías eran fabulosos, cuando presentaban en vivo a gran-des orquestas como la de Julio Max Blanco. También habían concursos pueblerinos, ágiles e inocentes”.“Se hacía correr por las calles a mu-chos chavalos con loras, gallinas o gatos en sus manos, y el que llegara primero a la radio se le daba una en-trada al cine Luciérnaga o el Tropical. También se hacían concursos de rei-nas y novias de colegios e institutos”.

De acuerdo a Fischer, la farándula de aquella época era “simpática y bohe-mia”. Se acuerda especialmente de José Dibb McConnell, extraordinario actor radial y locutor. “Fabio Gadea, que venía del Norte y era muy inge-nuo, en una ocasión le dijo: ‘José, con esa voz tan viril y tan grande, ¿cómo te hiciste homosexual?’, y Dibb McConnell le espetó: ‘Pregun-tando’.Entre los viejos encantos de Mana-gua Fischer recuerda El Petit Café, un bar ubicado frente al costado sur del Parque Candelaria, “sitio al que concurrían intelectuales y periodistas por las tardes y noches para comen-tar sucesos de Nicaragua, declamar poemas, leer artículos y chismear so-bre política y eventos sociales. Ahí no faltaban Manolo Cuadra, Alejandro

Cuadra, el caricaturista Toño Ló-pez; el humorista, Gonza-

lo Rivas Novoa.

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dicionado y establecer los matinés, o sea, funciones los domingos por la mañana. El Margot era el clásico cine de palco protegido contra la lluvia y luneta que no tenía techo. Entonces, cuando llovía las personas se pasa-ban de luneta a palco”. “Alguna vez vino una empresa llama-da Teatro Clámer, que actuaba con gran desparpajo, presentando inclu-so óperas; cantaban como en las ca-ricaturas. Cuando escuché el canto operístico en Europa me di cuenta de que aquello era una payasada, pero divertía a la gente porque había siempre una música muy agradable. También estaba el Teatro Tropical que se destruyó completamente. Se distinguía en presentar muy buenas películas, después que éstas se ex-hibían en los cines caros, a precios muy populares”. “Al Teatro Varieda-des, que existía en 1916, cuando el Partido Conservador estaba en el poder, ya no lo conocí. Fue famoso porque ahí hubo una convención conservadora y los adversarios del grupo que auspiciaba esa reunión

Aquella Managua

de los años 40

El prominente oftalmólogo, po-lítico conservador y ensayista, don Emilio Álvarez Montalbán

repartió sus años de infancia entre tres ciudades. Nació en Managua 1919; inició sus estudios en León, los continuó en el Colegio Centro-américa de Granada y prosiguió, a partir del tercer año de secundaria, en el Instituto Pedagógico capitalino.Recuerda a Managua de la década de los 40 como “una aldea monóto-na y aburrida”, si bien con “algunos recursos de distracción”. Estaba, por ejemplo, el malecón y el muelle, en cuyo extremo se situaba el restau-rante Copacabana, muy frecuenta-do por la muchachada, y donde “los discos de moda eran los de Agustín

Don Emilio Alvarez Montalván, añora aquellos años de la Managua bucólica, cuando se mandaba al mercado con un córdoba.

Además de los placeres de la natu-raleza, estaban los de la ci-

vilización, como los cines. Los más grandes eran el Mar-got y el Sa-lazar. “Este último tenía dos pisos; fue el prime-ro en instalar el aire acon-

Lara y Libertad Lamarque”.“Ya en la playa, se instalaba Mon-chito Bonilla con sus juegos como el toro rabón, la sirenita, los naipes, la chalupa… Sin embargo, el negocio se cerraba a la una de la mañana a más tardar, a esa hora llegaba la po-licía e invitaba a la gente a regresar a sus hogares”.Otro de los esparci-mientos predilectos de la juventud de aquella época era surcar el lago en lanchas de remo, lo cual fue un pasatiempo no exento de peligro. “En una ocasión uno de mis amigos se ahogó. Por eso los padres eran muy estrictos al prohibirnos esa cla-se de diversión. Otra opción eran los termales de Tipitapa”.

Los cines de antaño

Por: Luis Hernández Bustamante

en una parte alta que se llamaba Sa-jonia, ubicada en los alrededores de la Iglesia Perpetuo Socorro, -en las inmediaciones donde actualmente está el edificio del Ministerio de Go-bernación- y el resto vivía “cerca del lago, en la calle Candelaria o por el barrio San Sebastián”.

La Gran Depresión golpeó a Nicaragua

Uno de los recuerdos más intensos y más tristes de la temprana juventud de don Emilio son los estragos que la Gran Depresión de los años 30 causó en nuestro país. Si bien en ese entonces él vivía en Granada y no en Managua, la situación en ambas ciu-dades debió haber sido similar.“Nicaragua para esa época vivía de la exportación de café; entonces, con la reducción de los precios in-ternacionales sobrevino la baja de los sueldos del Gobierno, que era el mejor empleador. Las casas comer-ciales, al ver reducidas sus ventas,

despacharon a la mitad de los em-pleados. Fue algo muy duro. La gen-te de Granada emigró a las fincas. Se iban en busca de leche, huevos, queso, gallinas, verduras, venados y carne de res. Los que se queda-ron en la ciudad tuvieron que vender cualquier cosa para ganarse el sus-tento”. “Mucha gente había hecho préstamos al 2% mensual y mayor aún hipotecando sus casas y ha-ciendas, y debía a pagar ese interés en dólares. Lastimosamente, tuvie-ron que entregar sus propiedades”. “La libra de café valía 6 centavos dó-lar y se mandaba al mercado con un córdoba. Las empleadas ganaban al mes 5 córdobas, y el máximo de energía que se podía consumir eran 4 kilo-vatios. En la noche Granada era muy macilenta, lo cual se agravó cuando la planta eléctrica se dañó por falta de repuestos. Nos defendíamos con lámparas de mano y lámparas tubu-lares. La gente andaba por las calles con las lámparas para poder encon-trar su camino”.

se juntaron en filas y a todo el que iba entrando le pegaban o le daban patadas o lo amenazaban con cu-chillos, y por eso los llamaban ‘los cirujanos’”.

“Era una ciudad muy vigilada”

“Recuerdo que en un extremo de la ciudad estaba la primera fábrica de hielo, instalada por don Victorino Ar-güello, cerca de allí había una fábri-ca de cigarrillos; la gente decía que la dueña era doña María Argüello de Sacasa”.“En el otro extremo había un pues-to de la Guardia Nacional, donde era obligatorio registrarse a la salida dando la dirección donde uno iba y el número de la placa. Era una ciu-dad muy vigilada, aunque no había mayores problemas ya que la gente tenía mucho miedo a los desmanes de Anastasio Somoza García y no se atrevían a protestar saliendo a la ca-lle”. En la Managua de entonces “las personas de altos recursos residían

Al fondo el edificio del Distrito Nacional y a la derecha la oficina del Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua.

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Inolvidables colegios

Entre los mejores centros educacio-nales de la capital estaba el Instituto Pedagógico de los hermanos cristia-nos, que fueron contratados en 1917 por don Adolfo Díaz para establecer una escuela normal de profesores, pues lo bachilleres salían también con el título de maestros. “El Pedagógico –rememoró don Emilio– era un centro de muy alta cultura. Estaba regenta-do por los hermanos cristianos, casi todos franceses. Uno de ellos, Anto-nio Garnier, era un botánico y al mis-mo tiempo un filósofo. También tenía como hobbie recoger plantas, y nos obligaba a todos como parte de nues-tros deberes ir todos los sábados con él a recoger plantas en los alrededo-res de Managua”. “Había un gabinete de química muy bien dotado y otro de física. Eran profesores muy bien for-mados, porque esa congregación fue especialmente dedicada a la educa-ción, de tal manera que ellos no ce-lebraban misa, ni confesaban, lo cual los volvía bastante campechanos y menos formales que los jesuitas”.

“Recuerdo que cuando José María Moncada llegó al poder hizo una modificación muy drástica al pén-sum, porque en los colegios reli-giosos se estudiaba latín y griego, y como esas materias tenían sabor religioso Moncada las prohibió. Me pareció una tontería”. “El otro gran centro educativo era el Ramírez Go-yena. En aquellos años hubo una decisión del Gobierno de que los bachilleres de los colegios privados tenían que rendir exámenes en el Goyena. La gente se corrió, pues-to que los estudiantes pensaron en que no podían exponerse a que los aplazaran allá, porque había una ri-validad solapada. Yo persistí hasta el final y nos graduamos solo cuatro alumnos: Eduardo Odes, Bernardo Avilés, Tomás Urroz y yo”.

Tertulias: amables e informativas

Otro de los atractivos de la Managua vieja eran las tertulias. Emilio Álvarez Montalbán frecuentaba la de don Isi-dro Barrios. “Ahí llegaban personas

de diferente color político, porque no se discutía acaloradamente sino que intercambiaban anécdotas. Llega-ban, entre otros, Luis Manuel Debay-le, Adán Cárdenas, Carlos Molina y Pedro Joaquín Chamorro Zelaya. Yo era aún chavalo pero me gustaba escuchar a los viejos porque ellos estaban contando experiencias que valían la pena conocer. Hacían bro-mas, chistes, y era muy entretenido, pero sobre todo era muy informativo porque la información se pasaba de boca en boca. Ahí se escuchaban noticias que nunca se publicaban”.“La otra tertulia era la de Rómulo Rosales Cabezas, “Romulete”, que quedaba en las cercanías de San Sebastián. Ahí llegaba gente de otro estamento social, los de clase me-dia. Por último estaba la tertulias de las hermanas Patiño, cerca del par-que “11 de Julio”, que era de gente más joven. Había cosas muy tran-quilas donde divertirse”.Las remembranzas de todas estas gratas amenidades todavía le en-cienden la mirada a don Emilio cuan-do habla de la Managua de antes...

El Cuartel de Bomberos de Managua, un año antes del terremoto de 1972 que lo destruyó totalmente.

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Nacido en Diriá y desde su infancia familiarizado con el ambiente mágico de los “pueblos brujos”, el escritor y lingüista Carlos Alemán Ocampo vivió a plenitud a la Managua de finales de los años 60, cuando regresó a Nicaragua después de haber permanecido varios años en México y haberse nutrido de las lecturas de autores latinoamericanos más inte-

resantes de aquella época… Al llegar, se incorporó de inmediato al inigualable ambiente cultural de la capital nica, que vivía una efervescencia incomparable. No está demás decir que Alemán Ocampo agregó a aquel entorno una buena cucharada de su propia sazón, y ahora rememora esa época con una mezcla muy característica de regocijo y añoranza.

Carlos Alemán Ocampo con la poeta Yolanda Blanco.

¿Cómo viviste a la Mangua de entonces? Llegué en 1965. Era alegrísimo. Era todo como una fiesta, por lo menos la Managua que yo viví, en determi-nado momento. Una fiesta que prác-ticamente comenzaba a las 9 de la noche y terminaba en la madrugada. Era la época de las cafeterías, don-de se abrieron muchos restaurantes nuevos, un período de mucho auge y mucho progreso económico en Nica-ragua, porque coincidía con el ¨boom¨ algodonero, el auge de la ganadería. Las políticas económicas del Gobier-

no fueron innovadoras, nunca durante el período de Gobierno de Anastasio Somoza García se había experimen-tado un auge como en esos años.El centro de Managua era una bullir de gente, de artistas, escritores, pin-tores, poetas… Había tres vértices que eran muy importantes: la Escuela de Bellas Artes que quedaba frente al actual Parque Central, La Prensa que quedaba a una cuadra, y a una cua-dra de esas dos estaba la Cafetería La India que era el punto de reunión, un lugar para pasar el día. La conver-sación, la discusión, el análisis, los

planteamientos sobre las cosas nue-vas, sobre el arte, la estética, sobre la búsqueda de nuevos caminos, nue-vos movimientos, eso coincidía para mí con el México en donde yo viví. Yo traía información sobre la nueva literatura hispanoamericana, ya venía con el conocimiento de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Car-los Fuentes que en Nicaragua apenas se estaban conociendo, y ayudé a al-gunos a descubrir para sí a estos au-tores. Al venir a Nicaragua yo caí en el ambiente de los escritores, de los poetas jóvenes y me sentía muy bien.

Managua fiestera y efervescente

Por Helena Ramos

Eso no quiere decir que la ciudad en-tera era así. Los varones entran en éxtasis cuan-do recuerdan cómo los vientos le levantaban las faldas a las mujeres que caminaban por la avenida Roo-sevelt, ¿conservas ese tipo de re-cuerdos? Sí. Era inevitable, porque siempre ha habido una corriente de viento que es muy fuerte. Este viento sube del lago y viene por rachas. Entonces, en la época de las minifaldas y de las fal-das amplias, anchas y plisadas, eso permitía que el viento jugara entre las piernas y levantara la falda.

“Era una generación muy consistente”

Los personajes de La India

¿Qué figuras memorables estaban en el ambiente artístico? Los escritores jóvenes de ese momen-to: Edwin Yllescas, Julio Cabrales, Bel-trán Morales, David Mcfield, pintores Leonel Vanegas y Róger Pérez de la Rocha… Entre las mujeres, las poetas más importantes eran Michèle Najlis, Ana Ilce Gómez y Vidaluz Meneses. La pintora y poeta June Beer estuvo en La India en dos períodos. Primero en los 50, después desapareció de Managua y regresó prácticamente a finales de los años 60, al comenzar los 70. Luego del terremoto se disgregó como todo mundo. Pero no fue parte de la generación de los 60.

¿Qué caracterizaba a esos escritores jóvenes? ¿Qué estados y qué tipo de conducta tenían?Primero, el optimismo por la vida.

¿Incluso Edwin Yllescas, de tempe-ramento tan acerbo, era optimista? Claro que sí. Todos estaban con la idea de hacer la gran obra, de hacer la mejor literatura. Había siempre un acicateo, un afán por leer, por mante-nerse informado y aún más cuando al-guien hablaba y hacía una cita que era falsa o que no venía a tono, inmedia-tamente te caían encima. Eso sucedía porque todo el mundo leía mucho. Era una generación muy intelectual y muy consistente, a diferencia de genera-ciones posteriores que fueron menos lectoras y más bulliciosas.

En esa época cuando llegaba a La India, Edwin Yllescas era un volcán de emociones e intelectualidad, de facilidad de palabras y de erudición.

Era un lector consumadísimo de pri-mer nivel. Era de las personas más capaces y mejor preparadas.También llegaba Roberto Cuadra, uno de los poetas más brillantes de esa gene-ración. Era un tipo de una generosi-dad, de una bondad infinita casi, es decir, daba todo por los amigos, era muy entregado, muy afectuoso, muy cariñoso, con una enorme capacidad intelectual, mucha lectura, muy ins-truido, muy capaz. Es de los poetas que yo recuerdo con más fuerza y con más vigor poético, con el senti-do estético de la vida y de las cosas. Rubí Arana –que luego se casó con Roberto– también era poeta; era una mujer muy bella: alta, rubia, con unos grandes pechos, el cuerpo muy bien formado. Ella fue modelo en Bellas Artes, además de saberse muy bella trataba de mostrar que era bella, que esa es una actitud ante la vida muy importante de autovaloración muy alta, y tenía las cualidades como para creer que ella era así. En cambio, Ana Ilce Gómez –otra be-lleza– jamás se preocupó por si era bella o no era bella, sus preocupacio-nes eran más que todo de orden es-tético y de profundidad esencial del ser. Ana Ilce no era precisamente uno de los personajes de La India, pero era amiga o por lo menos la admira-ban, y las publicaciones de sus poe-mas eran causas de admiración y de análisis en La India. Michèle Najlis sí venía con frecuencia. Desde secun-daria ella tenía participación política, y venía de un colegio de niñas ricas que era la Asunción; entonces, el he-cho de que era blanca, del Colegio la Asunción, de una familia conocida con bienestar económico, ya eso la hacía destacar en los medios como noticia, de que esa muchacha así an-daba en las manifestaciones. Esa fue su principal presentación.

Discuciones de altura

¿Cómo era el ambiente de la Cafetería La India? Quedaba del Palacio de Comunica-ciones media cuadra arriba, pegado

Este era el edificio del diario La Prensa donde convergían los poetas de la vieja Managua, para luego ir a la Cafetería “La India”.

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Sabores inolvidables

Añoran el calor humano

Managua no es la única ciudad que ha sido destruida por un terremoto, pero el nivel de añoranza me pare-ce que supera el término medio que pueda pasar después de un cata-clismo. ¿Por qué ocurrió eso? En primer lugar, creo que como no hubo tiempo para poder despedirnos de la ciudad, quedó en el corazón la presencia de esa ciudad, y no ha ha-bido nada todavía que la pueda bo-rrar. No ha vuelto a existir un centro de Managua, donde vas, caminas, te movés de un lado a otro, vas a una cafetería, a un bar, al cine, sin tener que subir a un vehículo. La Managua antes del terremoto no había llegado ni a los 400 mil habitantes. Entonces, todo mundo se conocía.

Entonces más que la arquitectura, ¿extrañan esa comodidad, esa co-municación comunitaria, ese sen-timiento de pertenencia y de lazos comunitarios? Creo que sí. El terremoto nos generó la sensación de que nos perdimos de entre nosotros mismos.

Otra cosa que recuerdan de la vie-ja Managua, son cantinas, bocas y todo eso. ¿Será porque ahí todo sa-

al Hotel Santa Cruz, ambos negocios eran del mismo dueño. La decoración era muy sencilla, pero las sillas y me-sas eran de calidad: eran de madera. También había una barra con sillas. Alrededor de las 10 de la mañana, empezaban a llegar los poetas. La mayoría éramos estudiantes y no es-tábamos en clases porque las clases eran en la tarde y en la noche. Y des-pués de las clases ya era otra cosa lo que se buscaba. Por ejemplo, yo tra-bajaba en Bellas Artes, me salía de la escuela y me estaba ahí un rato.

¿Y no los corrían? Ahora si uno está en un cafetín y no consume lo sacan. Al principio el dueño de la cafetería como que se sentía un poco molesto por la abundancia de poetas y escrito-res. Pero como uno siempre se man-tenía en discusión la cafetería estaba llena todo el día. Discutíamos sobre el arte, la estética y esas cosas. Mucha gente llegaba a oír las discusiones, y como de pronto alguien terminaba le-yendo su último poema mucha gente llegaba a oír. Eso a mediodía estaba tan lleno que muchas veces no se en-contraban sillas. El dueño del lugar no nos corría porque sabía que ese era lo más atractivo, lo que hizo poste-riormente fue ampliar el local. Un café costaba como un córdoba, y una cer-veza costaba como 1.50 córdobas, eran precios muy bajos. En La Prensa pagaban 50 córdobas por un artículo, el sábado que pagaban llegabas a la cafetería y podías pasarte todo el día consumiendo cerveza o café e invitar a los demás.

bía mejor o porque la juventud tenía mejor sazón? La juventud es como el mar que no duerme ni de día ni de noche. Los sá-bados normalmente que nos íbamos de La India empezábamos a recupe-rar un cierto ambiente de la tradición, de lo popular, de la forma del pueblo y los empleos públicos. Íbamos a donde Cachecho, al guaro verde, a la pece-ra… Había varios bares que eran de mala muerte, donde había una barra, un hombre sirviendo tragos de una botella… Era tomarse el trago y aga-rrar un jocote o un pedacito de caña y ya está. Lo demás era quedarse junto a la barra platicando y si no te apura-bas te estaban apartando, porque ya venía otra gente a echarse un trago. En algunas no habían mesas, en otras sí había y el piso estaba lleno de ase-rrín.

¿Y a eso le encontraban algún ro-manticismo?La idea era esa. Acercarse al pueblo.

Pero también había algunas cantinas con unas bocas deliciosas.Sí. Eran cantinas de mayor nivel, ob-viamente más caras como el Nilo Blanco donde servían bocas muy ri-cas con sopitas, conchas, camarones.

Esos lugares eran como para ir a to-mar un sábado en la tarde, como para quedarse a picarse.

Barrio Santo Domingo, era uno de los entornos del viejo centro de la capital.

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Managua en Mis Recuerdos - Edición Especial Managua en Mis Recuerdos - Edición Especial 32 33

De pronto la armonía se rompe y llega la catástrofe. Terremo-tos, inundaciones, “tsunamis”,

huracanes, erupciones volcánicas. La naturaleza nos castiga, pero nosotros también la agredimos. Ese choque en-tre la naturaleza y los seres humanos lleva siglos. En esa letanía de desgra-cias, una, el 23 de diciembre de 1972 resultó tan brutal que su impacto no dejó a nadie indiferente: un terremoto hacía colapsar la ciudad de Managua

dejando más de diez mil muertos y mi-les de viviendas y edificios destrui-dos. Siendo una ciudad expuesta a múltiples peli-gros y amenazas

naturales, un experto en

seguros señala

q u e

Managuaa merced de la furia

Juan Noel Noguera Pérez, veterano corredor de seguros que trabaja en el ramo desde 1979, explica la importan-cia de estar cubiertos contra terremoto y otros riesgos, para mitigar las con-secuencias de cualquier desastre que esté por venir en la capital. Señaló que para 1972 la mayoría de los seguros que había en Managua no cubría da-ños por terremoto, sino que era contra incendio. Las compañías de seguro no atendieron las pérdidas por terremoto, porque no estaban cubiertos.“Antes esas coberturas se vendían por separado y hoy se venden por un solo bloque. Ahora cuando alguien compra un seguro de incendios este cubre te-rremoto, huracán y pillaje, en un solo bloque. Este debería ser un estímulo para proteger el patrimonio de la ciu-dadanía ante la eventualidad de un desastre”, dijo Noguera.Advirtió que Managua está en una si-tuación sísmica muy crítica. Después del terremoto de 1973 un estudio rea-lizado por los expertos R. D. Brown,

La importancia del seguro

Recordó que cualquier desastre gene-ra pérdidas consecuenciales, es decir, una empresa, por muy bien que esté asegurada, tardaríaa dos o tres meses en reponerse y mientras tanto pierde su mercado. “Entonces, -señaló- los riesgos consecuenciales están cubier-tos paor el mismo seguro. Tenemos seguros en riesgos de construcción, la mayoría de la gen-te asegura los edificios hasta que ya están construidos pero, ¿qué pasa si está a mitad de su construcción y viene un terremoto y se cae? Por eso es importante asegurarse”. Hay per-sonas que creen que por estar ase-gurados tienen seguro contra todo, y no es así. El seguro es un contrato de orden mercantil, ahí se especifican las condiciones del seguro, qué es lo que cubre, cómo y cuándo. Nosotros –los corredores- analizamos junto con el asegurado qué es lo que le corres

ponde”. Con su vasta experiencia como asesor de los asegurados, ¿cuáles son sus recomendaciones cuando llegamos a 40 años del te-rremoto de Managua? En primer lu-gar, considerar un seguro como una necesidad y no como un lujo. Una casa es una parte fundamental del pa-trimonio de cualquier familia, hay que asegurarla. En el caso de un comercio, debe asegurarlo en su valor real, sin tratar de ahorrarse 200 o 300 dólares asegurando la mitad de lo que tenía porque el contrato dice que si uno tie-ne asegurado el 50%, el seguro paga-rá el 50% de las pérdidas que tuviste. Ahí es donde las personas dicen que la compañía les está robando y no es así, es solo que no leen bien el contra-to.El mismo consejo es para la indus-tria. Hay que recordar que por “aho-rrar” unos centavos se puede perder mucho más. Lo barato siempre sale

caro.¿El 40º aniversario del terremo-to hará a la gente reflexionar sobre la necesidad de tener un seguro? El problema es que la mayoría de la po-blación es joven, nacieron en los años 80, y no vivieron ese suceso. Probable-mente piensan que las personas que les cuentan están exagerando. Creo que la única manera de dormir tranquilo a sabiendas que estamos en una zona sísmica es trasladar los riesgos que uno está sufriendo en ese momento a una compañía de seguros que tenga la suficiente capacidad de dar respuesta a la hora de una tragedia.En El Salva-dor se dio un terremoto por fallas en el mar, a los 30 días hubo otro terremoto por un movimiento en los cerros, y los aseguradores tuvieron que pagar. En el 92, con el huracán Andrew se perdie-ron más de 12 mil millones de dólares, y hubo respuesta rápida de parte de las compañías aseguradoras.

Otros beneficios del seguro

todavía hace falta elevar la conciencia del seguro, cuyo mercado ha crecido en los últimos años, pero todavía no alcanza el dinamismo deseado. Para dar una idea de la importancia del seguro, en el terremoto de 1972 las pérdidas se cifraron en más de mil mi-llones de dólares, pero sólo un 10% estaba asegurado contra terremoto.

P.L. Ward y George Plafker, del Centro Nacional de Investigaciones de Men-lo Park, California, no descartaron la posibilidad de un nuevo cataclismo en la capital. “Quiero destacar –dijo Noguera- que no es un problema ex-clusivo para Managua, estamos ha-blando de toda la costa del Pacífico. Antes los temblores no se sentían al lado de Estelí ni de Matagalpa, y ahora se sienten algunos. En la Costa Caribe no hay grandes riesgos de terremotos, pero sí de huracanes y vientos tem-pestuosos, y todo eso ya está inclui-do en la póliza de incendios y líneas aliadas. Esta incluye la cobertura de terremoto, huracán y pillaje”. Recor-demos que cualquier desastre genera pérdidas consecuenciales, es decir, una empresa, por muy bien que esté asegurada, tardaría dos o tres meses en reponerse y mientras tanto pierde su mercado. Entonces, los riesgos consecuenciales están cubiertos por el mismo seguro. Tenemos seguros en riesgos de construcción, la mayoría de la gente asegura los edificios hasta que ya están construidos pero, ¿qué pasa si está a mitad de construido y viene un terremoto y se cae? Por eso es importante asegurarse. Hay per-sonas que creen que por estar ase-gurados tienen seguro contra todo, y no es así. El seguro es un contrato de orden mercantil, ahí se especifican las condiciones del seguro, qué es lo que cubre, cómo y cuándo. Nosotros ana-lizamos junto con el asegurado qué es lo que le corresponde.Juan Noel Noguera

Pérez, veterano corredor de seguros

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El restaurante Plaza colapsó totalmente con el terremoto. La mayoría de sus visitantes murieron aplastados.

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¿Qué piensa del vaticinio que hizo Carlos Santos Berroterán del terre-moto de 1972? Él no alarmaba a la población, no de-cía, habrá un terremoto. Decía que había que tener cuidado exponiendo los antecedentes que tenían las fuer-tes sequías en los movimientos telú-ricos de la capital. Llamaba a la ciu-dadanía a estar lista, preparada. Ese estudio lo llegamos a leer completo tres meses después.

¿Cómo estamos ahora en materia de seguridad en la construcción de nuevos edificios después del terre-moto del 72? Creo que después de aquel sismo

mente diferente, de construcción muy simétrica. Al Banco de América tuvo que hacérsele unos remiendos, pero no quedó como para eliminarlo.

¿Hubo edificios demolidos arbitraria-mente? Todos los edificios que se demolie-ron estaban dañados en su estructura principal. El edificio de La Protectora, por ejemplo, lucía muy dañado, pare-cía que había sido bombardeado. No había manera de repararlo.

Managua se cayópor la vulnerabilidad de sus construcciones

No obstante la larga trayectoria de sacudidas telúricas y una activa historia de vulcanismo

registrada en el área de Managua, la memoria colectiva del desastre se borra rápidamente y la ciudad se re-construye en el mismo sitio sin prever

los efectos de un nue-vo sismo. Haciendo una va-loración t é c n i c a del de-sastre, el Ing. Raúl A m a d o r Kühl, in-dica que la mayoría de

¿Por qué se cayó la mayoría de los edificios en el centro de la vieja Ma-nagua? Formé parte de una comisión en nom-bre de ANIA y de Construcciones Nacionales que era parte del Minis-terio de Fomento y Obras Públicas de aquel tiempo, para determinar los daños que causó el terremoto en los edificios de Managua. Esa instancia la dirigía el Ing. Jorge Hayn. 840 man-zanas de construcciones de Managua fueron destruidas completamente por el sismo. El Gobierno las mandó a cer-car. Los edificios se cayeron por el tipo de construcción. El descuido de la gente de mantener sus estructuras de taquezal: madera, lodo y mor-tero. Cuando hay filtraciones la madera se pudre de forma na-tural. Todas las columnas y las vigas que estaban escondidas en esos morteros estaban co-rroídas o comidas por el come-jén, eso fue lo que falló en el centro de Managua. Todo lo que era de taquezal se cayó, con rarísimas excepciones de viviendas que habían sido recons-truidas; lamentablemente, fueron muy pocas. En cuanto a los edificios gran-des, pudo tratarse de mala construc-ción, malos diseños o la combinación de ambas fallaron ante el terremoto. En el caso del Banco Central, fue mal diseño y mala construcción. Los que llegamos a dictaminar ese caso estu-vimos de acuerdo de que había sido un mal diseño, porque falló completa-mente de la altura del sexto piso para arriba, como que hubo una torsión muy fuerte, y eso destruyó la columna. Enfrente estaba el Banco de América, que fue una construcción completa-

Por qué se cayó Managua

Es mejor prevenir que lamentar

Extensa y desordenada

devastador hubo mucha conciencia sobre el tema, no solo del Gobierno sino que de las principales compa-ñías constructoras de aquel tiem-po, y se establecieron unos lugares donde los maestros de obras llega-ban a capacitarse. Incluso vinieron maestros de obras de Estados Uni-dos que impartieron clases en varios lugares. Después del terremoto del 72 se implementó el Código de la Construcción de Nicaragua. Muchos ingenieros de México, Estados Uni-dos y otros países de América Latina,

participaron en su elaboración. Es bien rígido y los que acatan todas sus recomendaciones no deberían tener mayores proble-mas en caso de un sismo de gran magnitud.

¿Qué opina sobre el desarrollo de Managua después del sis-mo? La ciudad es demasiado exten-sa y sin una verdadera atención

urbanística. Por ejemplo, en el repar-to Schick las calles van por todos lados, se han hecho sin ningún estu-dio. El desorden es tal que a veces se ha frenado la construcción de una carretera, porque no hay dinero para pagar a mucha gente que se mete en lugares inapropiados para habitar. Me preocupa la aglomeración tremenda de vehículos. Muy pronto no se va a poder circular. Hay un estudio de una carretera alterna a Masaya que pasa por Veracruz y otros pobladitos de esa zona. Está planificada desde hace 40 o 50 años, pero no se ha he-cho por falta de recursos .

edificaciones que colapsaron en el área central fue por la vulnerabilidad de las construcciones. Amador Kühl proviene de una distinguida familia de profesionales de Matagalpa y fue miembro de una comisión para dicta-minar las causas por las que se caye-ron varios edificios y casas en la vieja Managua. Es un ardiente defensor de que se reconstruya la vieja Catedral de Managua, edificio que resultó da-ñado con el terremoto de 1972, pero conserva incólume su estructura. Su vocación por la ingeniería la descubrió desde los seis años. A esa edad, su padre empezó a hablarle sobre dife-rentes profesiones. “Me explicó lo que significaba la ingeniería mecánica, y entonces le dije: ‘Papá, voy a ser inge-niero’”, recuerda nuestro entrevistado. A menudo las aspiraciones infantiles no se concretan, pero él permaneció fiel a su tan temprana vocación.

¿Cómo era la Managua que desapareció en el 72?

Era un pueblón, la gente se des-plazaba caminando. Había co-ches y taxis, pero se usaban poco, porque esa muy grato recorrer la ciudad a pie. Hasta llegamos a aprendernos los letreros que tenían los pe-queños negocios.

Recuerdo la cantina de Pe-dro Tuco, aquel restauran-te en San Sebastián que se llamó La Dinamar-

ca, La Chumila, La Hormiga de Oro, una sorbetería donde vendían unos sorbetes deliciosos y una semilla de jícaro muy buena. Estaban Las Cin-co Hermanas, un bar donde vendían mondongo. Después se separaron y les decían “Las Dos y media”, por-que quedaron dos hermanas grandes y una que era chiquita”. Estaba “Tata Lolo” un restaurante inolvidable. Su dueño era el papá de la Caimana, Car-men Aguirre, la dueña de esa cohe-tería que todavía existe en el Gancho de Caminos. Se recuerda que cuando murió, parecía feria, porque llegaron mariachis y tríos a despedirla. Otra de sus hijas fue Chepita Aguirre, que manejó el negocio del Drive Inn Santa Ana y Ángela Aguirre, dueña del Res-taurante Múnich. O sea que estamos ante una familia que se distinguió por desarrollar los negocios de restauran-tes. De San Sebastián recuerdo que eran muy festivos los días de Santa Rosa. Había muchas muchachas con ese nombre y el fiesterío era tremen-do en el barrio. En ese tiempo en Ma-nagua no había grandes mansiones y muy pocos grandes edificios; esta-ba el Palacio Nacional, el Palacio de Comunicaciones, la Catedral. Había casas muy bonitas como la de don Felipe Mántica, que vivía en la calle el Triunfo del tope del Parque Central media cuadra abajo, era elegantísi-ma. Estaban algunos construcciones de tres y cuatro pisos como el edifi-cio Adela, Banco de América, Carlos Cardenal, Banco de Londres, la Casa Pellas, el Club Terraza, la Casa Vargas.Ing. Raúl Amador Kühl.

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L a cantina se llamaba “Melodías de arrabal”, estaba ubicada en el barrio Candelaria, en las in-

mediaciones de la Estación del Fe-rrocarril, pero la gente comenzó a llamarla “Panchito Melodía”, porque su fundador Francisco Rodríguez, era un ardoroso seguidor de la mú-sica de Gardel. Tenía una victrola donde sólo se escuchaba al “Zorzal Criollo, pero además el cantinero cantaba frecuentemente sus tan-gos. Rodríguez provenía de León, una ciudad que se distinguía por las buenas bocas y el buen servicio en sus cantinas. No se trataba de un barman educado y afable, más bien imponía su carácter y no le servía a quien no hiciera una fila, ni al que alzara la voz producto de la ingesta alcohólica. Era una cantina abso-lutamente sobria, de una sencillez pasmosa. Pero aún así se convirtió en uno de los reductos más famo-sos de la vieja Managua. Al fin y al cabo desde su inauguración en los años 30 por ahí pasaron lo más gra-nado del mundo de la literatura, pro-fesionales, políticos y periodistas. Por ahí desfilaron: René Schick, el novelista José Román; Chepe Chico Borgen, autor del libro “Una vida a la orilla de la historia”; Guillermo Edu-viges Arce, padre de Bayardo Arce y autor del libro: “Si yo fuera dicta-dor”; Manolo Cuadra, quien solía quejarse:“¿Cómo es posible que este hombre nos haga hacer fila como mucha-

chitos?”. El horario de la cantina era riguroso: A las 12 del día los clientes se preparaban para recibir el breba-je encantador. Cerraba a las 2 p.m. y reabría de 5 a 9 p.m. Al legendario “Panchito Melodía”, mote que lo irri-taba, se le describió como un tipo fuerte, que se manejaba en camise-ta, perfumado y usando un abanico de palma para el calor. Los tragos de su bar eran exquisitos, filtrados con limón y otras frutas y aderezos que nunca dio a conocer.

Las Cantinas legendarias de Managua

Otro sitio legendario

En la vieja Managua, frente al par-que Candelaria, funcionaba “Le Pe-tit Café” un bar con no más de cua-tro mesas, cuyo propietario fue don José del Carmen García. Entre las paredes de este local se recitaban bellos poemas inéditos, se redac-taron grandes crónicas de periódi-cos y se dieron cita personajes de la vieja Managua. En él disfrutaron empleados bancarios, funcionarios públicos, poetas y destacados pe-riodistas de los años 50 y 60.Entre sus fieles clientes se encon-traban los periodistas: Ignacio Brio-nes Torres, Carlos Flores Cuadra, Manuel Eugarrios, Chepe Chico Borgen, El poeta Castellón, Agus-tín Rivero Luna y Emilio Quintana, que solía llamarlo, “El peñón de los poetas”. También lo frecuentaban el pianista Bruno Evenor Zúniga, el caricaturista Toño López,

Carlos Leclaire, Fernando Tapia Molina, Ariel Luna y Gonzalo Rivas Novoa, GRN, que escribió el libro “Morado”, una parodia de “Azúl” de Rubén Darío.Todos los visitantes daban al bar un tinte novelesco, que lo hicieron en-trar en la historia como una de las cantinas de mayor tradición, con-virtiéndose en poco tiempo en una auténtica institución, no sólo por la larguísima lista de devotos clientes famosos, también por las bocas y la atención al cliente. Se sumaban a ese ámbito Guillermo Arce, Manolo Cuadra, Carlos Martínez Rivas, un alcalde de Nagarote, llamado Lino Ferrey, el coronel Jorge Granera y Juan Aburto, en el que escribieron páginas memorables y participaron en tertulias de nunca acabar. Ahí se configuraron obras exegéticas de la creación periodística, donde se retrataba el alma colectiva de los managuas. Arce tenía una columna que escribía con el seudónimo de “Pánfilo Palomino Pardo” y Cuadra usaba el remoquete de “Gil” y “Fanor Ote-ro”, en el periódico “El Nacional”.En la bajada de Candelaria hacia la Estación, estaba la cantina “El barranco”, en un cuartucho con un estanco y botellas verdes llenas de guaro, envejecidas por el tiem-po. Ahí iban a parar los que por discusión, pleitos u otros motivos, tenían que abandonar “Le Petit Café”.

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“La vieja Maldita”

Un sitio cerca del cine Rosario donde llegaban clientes con ham-bre perpetua y una sed de licor aún mayor era la cantina de Ana Julia Carvajal, muy famosa por el seudónimo de “La vieja maldita”, la que puso de moda la media de ron con dos bocas, por 15 córdo-bas. Carlos Ocón, uno de sus visi-tantes señala que el plato especial era “la carne de pobre”, gallo pinto revuelto con carne desmenuzada.

ces presidente del Congreso Na-cional. Cuando lo llevaron, Paco Carranza, le pidió a Ana Julia que guardara su repertorio de catili-narias explosivas, por respeto al personaje. Una vez con sus tragos adentro, Montenegro preguntó: ¿Y aquí a quién le dicen la vieja Maldita? Y ella contestó: “A mí el muy hijo de puta”.“Ese era el atractivo que tenía este sitio. Oír la boca de Ana Ju-lia. Además el cliente cuando lle-

“Ella se distinguía por tener unas “tapas formidables”, a la boca nadie se le paraba, ni los más pí-caros de Radio Mundial. En una oportunidad llegó un trabajador de la radio y ella le enseñó el menú de las bocas en un carton-cito. Delante de todo el mundo el susodicho le preguntó en alta voz: “¿No tiene carne de caballo”? a lo que ella respondió: “Solo que te mate a vos hijo de la gran p”…. A este lugar solía concurrir Orlando Montenegro Medrano, por enton-

“Pedro Tuco” y las conchitas

Del tope del viejo Hospital Gene-ral cuadra y media abajo estaba la cantina de “Pedro Tuco”. Fue un personaje pintoresco de la capital. Se decía que era analfabeta y las cuentas las llevaba con líneas que trazaba en una hoja de papel que ponía en cada mesa. Era célebre por la abundancia de bocas que ponía. Colocaba rótulos en la mesa que decían: “Cada quien manda en su mesa” y “Aquí se prohíbe hablar de política o de religión”. Lo de “Tuco” era una ironía, se trataba de un hombre grande y fornido. Ser-vía boquitas de conchas negras y otros cocteles, además de boca de pájaro y otros platos exquisitos.En los alrededores de “Pedro Tuco” estaba la cantina de Manuel Villalta, padre del Coronel Orlando Villalta, que fue jefe de la FAN. Preparaba finos encurtidos y cobró celebridad porque había un cabro en su patio y cada vez que iba al fondo, Villalta le tocaba los genitales, por lo que se ganó el mote de “Cabro macho” que marcó de por vida a varias de sus generaciones. Otra cantina de referencia en la vieja Managua fue La Chalía, en la zona

gaba encontraba calor humano, sonrisas, anécdotas. Ese era el gran secreto de este bar donde llegaban la mayoría de actores de Radio Mundial y periodistas de La Prensa. Entre sus clientes figuraban: Jus-to Castillo Collado, Paco Ruiz Za-pata, Francisco Carranza Chamo-rro, Julio Vargas, Manuel Salazar, Carlos Doña, Eugenio Leytón, Ed-gard Castillo –Koriko-“, concluyó Ocón.

occidental, la que fue rebautiza-da por Paco Ruiz Zapata como “Las Poquianchis”, un lupanar de México, cuyas dueñas mataban a mujeres prostitutas y clientes que no pagaban. “Las Poquianchis ma-taron por falta de pago, vos nos vas a matar por ser tan alcahueta con nosotros”, le decía Ruiz Za-pata. Nacho Briones Torres, Ervin Krügger y Juan Velásquez Prieto, destacado poeta, jurista y dueño de la emisora “Voz de Nicaragua”, estaban entre sus clientes. De la Iglesia Santo Domingo 1 cua-dra a la montaña, estaba “El Da-nubio Azúl” donde había billares y estanco. Cerca quedaba la Puerta del Sol y los billares de la Luisa Pin-tada, donde también vendían lija.Una de las cantinas inolvidables fue “Noche Criolla”. Llamaban a su dueño Agustín Lara, por el nombre genial de su bar, pero en realidad él se llamaba Porfirio. En esa canti-na comenzó a estilarse un nombre singular de las bocas: A los riñones

le decía: “colegas”; a la crema con frijoles, “rusos en la nieve”, “ca-marones” a la fruta de mandarina y “zacate” al repollo que cubría el vigorón. Ahí se servían caldos de frijoles, de camarones y de can-grejos. La cantina cerraba hasta la medianoche.Cachecho fue otra cantina de le-yenda. Periodistas como Nacho Briones Torres, Manuel Eugarrios y los poetas Octavio Robleto y Carlos Martínez Rivas, así como el pintor Leonel Vanegas, lo frecuen-taban.En San Sebastián quedaba “La cumbancha” propiedad de don Carlos Vélez. Mientras tanto en el barrio La Bolsa –por donde hoy se levanta la Casa de los Pueblos, es-tuvo “El Mamón”, cantina de guaro lija, mostrador y cajón de aserrín, que era frecuentado por los ferro-carrileros.Se quedan muchos bares famosos, pero será en otra ocasión que nos refiramos a ellos.

Avenida Roosevelt de noche.

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Una panorámica de la Managua de 1970.

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uno de los personajes estelares en la popular novela”, relata Sofía Montiel. Otro de los personajes que conoció en sus más de 7 años de teatro en Nue-va York fue a Libertad Lamarque. “Ella era encantadora, dulce, muy gentil y siempre estaba cantando, aun fuera de las cámaras”, recuerda. En Nueva York conoció a Joe Dimaggio, la gran estrella de los Yankees: “Yo hacía al-gunos anuncios para la televisión en español y en una ocasión me pusieron a hacer un anuncio de detergentes. En uno de esos anuncios aparecí como la esposa de Joe Dimaggio. Era una in-tervención breve dónde solo tenía que decirle qué sucia llevaba la ropa y qué tipo de detergente usar. Pero fue diver-tido compartir con una estrella de esa magnitud...”.

La TV “no deja nada a la imaginación” Su regresó a Nicaragua se dio en 1960. “Venía en el avión con doña Tina Lugo, dueña de la popular tienda de la vieja Managua. Quería ver a mi mamá y al bajar del avión, fui recibida por fo-tógrafos y periodistas. Me entrevista-ron y todo salió en los periódicos. Des-pués de eso llegaron a verme Fabio Gadea Mantilla, José Dibb McConell y Marta Cansino, para pedirme que me incorporara a Radio Mundial”.¿Por qué fascinaron tanto las novelas de la Mundial? Porque la imagina-ción es poderosa para crear imágenes extraordinarias. Decía Félix B. Caig-net que los narradores “venían a ser algo así como el escenógrafo sonoro,

alguien que colabora a que el oyente ponga a trabajar su imaginación. El na-rrador dice, por ejemplo, refiriéndose a un personaje: “Tiene los ojos azules, el pelo castaño, viste de tal manera”, y eso era como ponerle color a la radio con la sola fuerza de la mente.En la televisión ya viene todo hecho. Una ve todo lo que le ofrecen: el color de la ropa, del pelo, los ojos, la belle-za o la fealdad de los personajes, el paisaje, el entorno en que se mueven los actores. Es muy diferente. No deja nada a la imaginación.

Nuestra estrella

¿Por qué El derecho de nacer hizo derramar tantas lágrimas en Nicaragua y América Latina? Dicen que todo comenzó cuando Caignet escribió El derecho de na-cer, luego de sufrir un fuerte trauma personal. Siendo joven su anhelo era casarse y tener un hijo y que éste le diera muchos nietos, pero el único hijo que tuvo lo perdió, porque la madre se practicó un aborto a los seis meses de llevarlo en su seno. Creo que ahí nace la historia de Albertico Limonta, el per-sonaje de la novela lacrimógena que conmovió a todo el mundo. Proba-blemente, Caignet jamás se imaginó hasta dónde llegaría las radionovelas y posteriormente las telenovelas. Estas últimas llegan a más de 1.700 millones de personas en todo el mundo.

¿Cómo era McConell, el inigua-lable Albertico Limonta nica?

Era un amor conmigo. Todo un caballe-ro. Eso sí, tenía sus caprichos y como él había protagonizado El derecho de nacer en Radio Mundial, dijo que quería trabajar con Sofía Montiel que también había actuado en esa obra de teatro en Nueva York. Además, antes habíamos trabajado juntos en La Voz de Nicara-gua en unos libretos que escribía el Dr. Juan Velásquez Prieto.

¿Alguna vez le dijo cómo había cultivado esa voz tan fascinante? No me lo dijo nunca, pero esa voz era muy natural, no era nada de fingido ni nada por el estilo, sino que era un hom-bre que en realidad tenía una voz mara-villosa y mucho arte. Uno de sus deseos fue escribir el guión de la obra de teatro de El derecho de nacer y me pidió que la protagonizáramos juntos. Pero fue en ese entonces cuando lo sorprendió la muerte. Dicen que tomaba medica-mentos para no dormir, mucho café y hasta su whisquito. Aquello fue terrible y provocó una gran consternación en el mundo radial. Se había ido la voz que había cautivado a miles de mujeres en el dial. Ambiente cálido y muy profesional¿Cómo era la atmósfera que se vi-vía en Radio Mundial? Para mí era linda. Era encantadora. Éramos muy simpáticos, nos veíamos como familia. Los musicalizadores tam-bién eran tremendos. Humberto Carrión Meza, Francisco Carranza Chamorro, Otoniel Saballos y Marco Aurelio Mora-les de la Cruz hacían trabajo de filigrana.

Sofía Montielrecuerda la época de oro de la Mundial Sofía Montiel y Marta Cansino, grandes

estrellas de las radionovelas.

Sofía Montiel, notable actriz de Radio Mundial en la década de los 60, que también se destacó en tea-tro en Nueva York, nació en Granada y dio a co-

nocer sus dotes artísticos en el cincuentenario de Azul..., una de las obras cumbres de Rubén Darío. Recitó varios poemas del

gran panida, después de ser aleccionada por Pablo Antonio Cua-dra y el Dr. Francisco Barberena, en su Granada natal. Siendo una

adolescente se vino a Managua y sus actuaciones públicas siguieron consiguiendo adeptos. “No se me olvida que des-

pués me invitaron los Chicos de la Prensa, organización fundada en 1925, los que siempre me dedicaron gran-

des elogios. Recuerdo muy bien una linda crónica de Gonzalo Rivas Novoa, GRN, quien destacó en La Nueva Prensa, de Gabry Rivas, el movimiento de mis ojos cuando estaba actuando... Álex Caldera Escobar, César Vivas y Chilo Barahona escribían los libretos para las veladas de los Chicos de la Prensa. Eso era todo un acontecimiento en aquellos tiempos”, recuerda la actriz. Incursio-nó en la radio por primera vez en 1945, cuando Luis Felipe Hidalgo le sugirió participar en un programa radial auspiciado por el Comité de Ciudadanos dae los Estados Unidos en Ni-caragua, cuando aún no concluía la II Guerra Mundial.

Celebridades

En los años 60 trabajó en Radio Mundial don-de se destacó como protagonista de las radio-

novelas y hasta llegó a ser directora del cuadro dramático. Pero antes viajó a Nueva York donde

tuvo una larga carrera de teatro, compartiendo roles con grandes del cine y de la radio como Enrique Rambal, Roberto Cañedo, Resortes, Sara García y Maricruz Olivier. “Hicimos en teatro la obra de Félix B. Caignet, El derecho de nacer, que fue la pre-cursora de las radionovelas en América Latina. Ahí también tuve la oportunidad de conocer a Jorge Mistral, el actor cubano-español que fue el prime-ro en protagonizar en el cine a Albertico Limonta,

Sofía Montiel, fue directora del Cuadro Dramático de Radio Mundial.

José Dibb McConell, la poetisa cubana Mary Morandeira y José Ortega Chamorro, narrador de novelas de Radio Mundial.

Por: Luis Hernández Bustamante

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“La Espuela”

Si bien la Cafetería La India fue guarida definitiva de los intelectuales de la Managua

pre-terremoto, entre los refugios al-ternativos destacaba La Espuela, que abrió sus puertas a finales de la década de 1960. Situada en el cos-tado norte de la primera calle No-roeste, entre la Avenida Bolívar y la Roosevelt, era un salón cervecero de ambiente muy personal (con puertas basculantes, como en las cantinas del Viejo Oeste), donde, desde el mediodía hasta entrada la tarde, se podía disfrutar de bocas típicas en-tre stains de cerveza.El concepto fue idea del arquitecto y publicista Samuel (Sam) Barreto. La propietaria, a nivel de acciones, era la Cervecería Victoria. Sam se encar-gaba del marketing, pero el mayor recurso promocional del local era su propia presencia. Además de ser sumamente culto, tenía una cualidad muy rara entre sus compatriotas: Sabía escuchar. Era frecuente verlo con cazadora caqui tipo «safari», bo-tines de los Beatles, gafas italianas y pañuelo al cuello. La Compañía Cervecera de Nicara-gua (posteriormente Cerveza Vic-toria) fue fundada el 3 de Marzo de 1926 por Reynaldo Téfel Salomon (padre de Reynaldo Antonio Téfel

Vélez) y Salvador Gue-rrero Montalbán, entre otros. Situada frente al Granero Nacional, tenía dos salones cerveceros, el Central (en sus propias instalaciones) y el De-licias, esquina opuesta al Colegio La Inmaculada. Entre los salones cerveceros destacaba el Gambrinus (situado en la Avenida Bolívar, entre el Edificio Paiz y la Barbería El Esti-lo de Ernesto Esquivel, antigua bar-bería de Julio Gutiérrez), propiedad de Edmundo Delgado (dueño de El Patio). El poeta y cuentista Mario Cajina Vega hizo toda una mitología de las «hojas secas» (hechas con le-gumbres, huevos y jamón) que ser-vían allí.Otros salones del mismo tipo fueron el Rigo’s Bar, contiguo a la Librería Cardenal, y la Casa Vargas, frente a Novedades, favorito de los jóvenes ejecutivos del Banco Nacional (los dueños de la Casa Vargas, junto con su hija, fallecieron en el terremoto del 72 –el autor de esta nota, que se encontraba en el edificio contiguo, frente a la capilla del Instituto Peda-gógico, fue uno de los pocos sobre-vivientes de esa cuadra).Frecuentaban La Espuela, Enrique Vanegas Guevara, gerente comercial de SOVIPE; el Ing. Bayardo Cuadra;

el zoólogo Jaime Villa Rivas; los ra-dioperiodistas Raúl Arana Selva y el -voluminoso- Laszlo Pataky, de ori-gen húngaro; Charles Pierson, direc-tor de la Alianza Francesa -y padre del cineasta Pierre Françoise Pierson Vílchez-Tulio Solórzano Santos -Director de Estudios Económicos del INFONAC- y los abogados Gon-zalo Solórzano Belli, Donaldo Gue-rrero García, Edgard Sotomayor Val-divia -«Penalón» para sus alumnos de Derecho Penal en la UCA- y Gus-tavo Adolfo Vargas Escobar, hijo del Dr. Gustavo Adolfo Vargas López, -fallecido en el terremoto del 72. Por la mañana, como catedrático de De-recho Notarial, había hecho el exa-men final a los alumnos del último año de Derecho de la UCA, entre los que se encontraba el autor de esta nota-.Algunos poetas preferían La Espuela -Cajina Vega, Octavio Robleto, Car-los Perezalonso, Francisco de Asís Fernández, Ana Ilce Gómez-. Pero, como recuerda Edwin Yllescas, los publicistas eran los amos y señores:

Por: Franklin Caldera

Poetas, publicistas y abogados iban a

Samuel Barreto, Arquitecto y publicista

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Jacinto (el Sapo) Ríos, Abel Gutié-rrez, Róger Fischer, María del Pilar (Pilú) Ocampo (editora de la revis-ta NOVA), Isidro Gómez («Chilolo»), Salvador Montenegro, Manuel Da-vid «Bin» Morales, Bosco Parrales y Reynaldo Morales Bermúdez, entre otros. Comenta Edwin: «Si alguien quería ver a un poeta, lo buscaba en La India. Si quería ver a un publicis-ta, lo buscaba en La Espuela». Para el poeta y abogado Juan Velásquez Molieri, en la Espuela no se bebía «en serio», sino para pasar un rato. Muchos managuas preferían El Gua-dalajara, de corte más popular (del Salazar una cuadra al Sur y 15 varas arriba), propiedad de Erlinda Mon-tealegre, o el Zanzíbar, del Teatro Margot media cuadra arriba. En la acera frente a La Espuela, es decir, en el costado sur de la primera calle Noroeste, Sam tenía su agencia de publicidad, Art-Técnica, en el 4to. piso del Edificio Mil, contiguo al al-macén Carlos Cardenal. Hacia abajo estaban el Colonial (restaurante), el 113 -club de llave- y la ca-fetería Evertsz (en el Edi-ficio Somoza García). De la Espuela, hacia arriba, se encontraba Sovipe Co-mercial, en la intersección con la Avenida Roosevelt -cruzando la cual estaba el Banco de América, en la famosa esquina de «los co-yotes», como se denomina-ba a los cambistas-. Hacia abajo, el Almacén Dreyfuss, la Repostería Alemana y el Edificio Guerrero Montalbán. La Espuela fue destruida por el terremoto del 72. Recuer-da la poeta Yolanda Blanco: «El propio día del terremoto, a mediodía, estuve por primera

y única vez en La Espuela. Todo ese tiempo, unas 2 horas, alguien puso y puso y volvió a poner Trigal (de San-dro) en la roconola. Es una escena agridulce e intensa la que se me for-ma en la memoria de ese mediodía».Sam Barreto nació en Matagalpa, en 1927. Hizo su secundaria en el Ins-tituto Pedagógico de Diriamba (de los Hermanos Cristianos de La Sa-lle). Siguiendo recomendaciones de su padre, abandonó sus estudios de pintura en Nueva York para estudiar arquitectura en la Universidad de Illi-nois, donde se graduó. El suyo es el caso típico del joven con talento artístico, perteneciente a una familia adinerada, que, por presiones fami-liares, se ve obligado a estudiar una carrera productiva, dejando en un segundo plano su verdadera voca-ción. Los muchachos con facilidad para el dibujo eran enviados al exte-rior a estudiar arquitectura; los incli-nados hacia las letras, se quedaban

en Nicaragua estudiando derecho. El Dr. Sotomayor Valdivia aseguraba que esto era un error pues el dere-cho es «más matemáticas que lite-ratura».Cierro esta nota con una anécdota ocurrida una tarde en la Espuela. Con apenas 19 años de edad, be-bía yo acompañado de un grupo de amigos, entre los que se encontra-ba Ramiro Argüello (crítico de cine y, posteriormente, médico-siquiatra). Sam nos contó que había regalado dos cuadros pintados por él a un matrimonio amigo. Un día se me-tieron los ladrones en la casa y se llevaron todo, excepto los dos cua-dros. Ramiro comentó: «Los ladro-nes, o tenían buen gusto o tenían mal gusto». (Aportaron información para este artículo, además de otras personas mencionadas en el texto, el Ing. Bayardo Cuadra y Dolores Ar-güello Hurtado).

Esquina de la tienda de Carlos Cardenal

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“Aquélla era una Managua casi bu-cólica, cuyas calles estaban dise-ñadas como a principios del siglo XX. Las calles fueron hechas para carretas y carretones, no para ca-miones o autobuses, menos para el número de vehículos que hoy circu-lan. Las callecitas de Managua eran de seis varas de ancho y había que ser buen chofer para no chocar y buen peatón para que no lo mata-ran. Pero se vivía lindo”.

Santo Domingo

“En Managua hubo tradiciones que se han olvidado y perdido con el

tiem-

po, como, por ejemplo, las celebra-ciones de Santo Domingo. Ahora sólo se celebra con toda pompa a Santo Domingo de Arriba, el de la Iglesia de Las Sierritas. En aquellos tiempos también se celebraba con gran des-pliegue festivo Santo Domingo de en Medio, en esta zona de Bolonia. El santo bajaba de Nejapa, con ambien-te de carnaval, bulliciosos chicheros y gran cantidad de cohetes y bombas.Está también Santo Domingo de Aba-jo, el que sale de San Andrés de la Palanca. Los tres tenían sus corridas de toros, bailes, juegos de azar du-rante los diez días de fiesta.Las corridas de toro de Santo Do-

Ahora Managua se ve tan poco gla-morosa que a veces cuesta creer que nuestra capital ha sido escenario de acontecimientos realmente impresio-nantes. Por ejemplo, el gran aviador estadounidense Charles Lindbergh vi-sitó nuestra ciudad poco tiempo des-pués de su hazaña de haber cruzado el Atlántico en una avioneta. El Dr Car-

mingo de en Medio tenían lugar en el patio del Mercado Bóer y eran inol-vidables. Un toro –el “Saltabarreras”– que no sé si fue traído de una finca de Emiliano Chamorro o Adolfo Díaz, era un animal salvaje. Con todo y jinete saltaba la barrera y lo iban a lazar al atrio de San Sebastián y lo traían con todo y jinete. Ése no se apeaba del toro por nada del mundo porque eran fieros verdaderamente. Otro famoso toro tenía el nombre nada taurino de “Pan Tostado”.“El parque de Santo Domingo fue la barrera de Santo Domingo de Arriba. Cristo del Rosario tenía su barrera de toros, frente a los Parodi, donde ahora están los Talleres Gráficos Pé-rez, allí habían veladas elegantísimas.

Recuerdo que una vez los Cabre-ra presentaron allí un toro de

raza Holstein, se llamaba “El Príncipe” y era im-

portado. Era un animal bravísimo, pinto –blanco

y negro– con una corpulencia espectacular. Los jinetes eran tre-

mendos. No se dejaban botar por el toro y daban demostraciones magis-trales de osadía y temeridad encima de los toros bravos”.

La visita de Lindbergh doza recuerda perfectamente aquella histórica visita. “Yo era un niño cuando Charles Lindbergh, llegó a Nicaragua el 5 de enero de 1928, procedente de Tegucigalpa, Honduras como parte de una gira de buena voluntad por Cen-troamérica y el Caribe. Él andaba de gira por toda Latinoamérica y aterri-zó en el antiguo Aeropuerto Xolotlán, exactamente donde están actual-mente las oficinas del Catastro, unas

cincuenta varas hacia el lago y de ahí mismo despegó. Nicaragua le dio una recepción muy linda, invitaron a todos los colegios para recibirlo, se bajó salu-dando a todo el mundo. Yo fui el último de los alumnos del Colegio de los Her-manos Cristianos en despedirlo y sólo a mí respondió el saludo con la mano. Al día siguiente yo andaba de creído en todo el colegio, comentando lo que pasó”. Para esa fecha estaba fresco

“Charles Lindbergh

Dr. Alfredo Cardoza:

me dio la mano”El Dr. Alfredo Cardoza Solórzano, Médico y Cirujano, managua autóc-tono que ama con todo el corazón a nuestra capital desaparecida, posee el don de darle vida a las cosas que sucedieron. Sus recuerdos nos ayu-dan a entender mejor de dónde veni-mos, lo cual es muy importante para decidir hacia dónde vamos. Y nos permite conectarnos con nuestro pa-sado ya devorado por el tiempo y el olvido, y resucitar las épocas pretéri-tas en todo su esplendor, grandeza o fascinación, según el caso. Destaca que Managua antes era una ciudad que tenía identidad, con sus cosas espantosas y maravillosas. Señala los cambios que imponen la tecnología y las nuevas costumbres que esos cambios van suscitando. “En esos años no se conocía la la-vadora eléctrica, ni la cocina de gas. Buena parte de las mujeres lavaban a mano en Tiscapa y preparaban la comida en fogones. Eran heroínas del trabajo. La sociedad de hoy es de la información y del conocimiento. Todo esto ha cambiado los modos de producir, comerciar e informarnos” A su juicio “la vieja Managua tiene anécdotas e historias inolvidables.

Don Alfredo Cardoza y su esposa Beatriz Amador

Cada barrio era una especie de estampa de colores, lleno de familias muy unidas, donde se cultivaba una amis-tad que trascendía los linderos del sector donde vivías”.“Daba la sensación de que todo el mundo era pariente. Inclusive los que vivían al otro extre-mo de la ciudad te trataban con una gran familiaridad. Esa relación huma-na fraterna entre los vecinos ha des-aparecido totalmente en Managua”.“Creo que el primer impacto a este modelo de relaciones amistosas se sufrió con el terremoto que transformó una ciudad compacta que era la Managua antigua a una ciudad comple-tamente dispersa, con vías sin aceras, sitios muy distantes, donde nada se hace a pie, todo es en bus o en carro”. “También des-aparecieron puntos citadinos donde se encontraban los poetas, escrito-res, periodistas, políticos, en fin todo ese mosaico que forman las socie-

dades. Ya no hay esa Cafetería La India, donde los intelectuales y poe-tas intercambiaban lances literarios. No existe El Gambrinus, otro punto de encuentro de los managuas en la Avenida Bolívar”.

Por: Luis Hernández Romero

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un bombardeo que había realizado la aviación norteamericana en Ocotal, en los más crudo de la lucha de San-dino. Así se explica una caricatura que en ocasión del viaje de Lindbergh publicó el periódico norteamericano Detroit News, el 6 de enero de 1928, donde aparece un avión y ciudada-nos nicaragüenses que huyen des-pavoridos, pero un marino les dice: “Lindy no lleva bombas”. Cardoza re-cuerda que en ese tiempo la pista era una plataforma de tierra forrada con una grama fuerte, porque soportaba el aterrizaje de los aviones militares norteamericanos y algunos aviones comerciales. “Fue recibido con altos honores por el Presidente Adolfo Díaz Resinos, Emiliano Chamorro y todos los yanquis que estaban aquí com-batiendo a Sandino. Se movilizaron

Estampias de correo Chales Lindberg 50 aniversario

miles de personas y grandes vallas humanas cuando se dirigió al Palacio Nacional, donde le dio la bienvenida el ingeniero Andrés Urtecho, en re-presentación del gobierno. El 30 de mayo de 1927, el Spirit of Saint Louis despegó de Long Island (Nueva York) y se lanzó hacia lo desconocido sin apenas ayuda mecánica para el pilo-to. Tanto es así, que se vio obligado a observar el movimiento de las olas durante el día y a través de las nubes, para conocer el sentido de los vien-tos. “Las explosiones del motor van inseparablemente unidas a los latidos de mi corazón. Tengo tanta confianza en las unas como en el otro”, dijo an-tes de lanzarse a la aventura. Lindbergh aterrizó en Bourget (París) 33 horas y 30 minutos después de despegar de Nueva York.

Charles Lindbergh de traje, fue recibido por Emiliano Chamorro y oficiales yanquis cuando ocupaban Nicaragua en 1928.

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los equipos y con ellos fundó el Canal 6, en el Edificio de Novedades, sobre la Avenida Roosevelt. Tras la muerte del dictador, Televisión de Nicaragua S.A. quedó bajo el control de su hijo, Anastasio Somoza Debayale, quien nombró gerente general a Rafael Oli-verio Cano.Los comienzos fueron inciertos de-bido a la carencia de televisores y, consecuentemente, de televidentes. Carlos llegó a la televisión contratado por Luis Felipe Hidalgo, para leer las noticias. Ya trabajaban allí Leonardo Lacayo Ocampo y Miguel Ángel Gar-cía. El primer camarógrafo fue David Molina, asignado a ese puesto por su experiencia como fotógrafo. David renunció cuando la caída de un foco casi le fractura el cráneo.Cano contrató a Rodolfo Silva, -conocido como “Chicho”- que tra-bajaba en la Casa Mántica, como Vi-cegerente General. La parte técnica estaba bajo la supervisión del capitán Jorge Buitrago, que había estudiado comunicaciones en Alemania y era Jefe de Radio GN y Nacional. El Dr. José del Carmen Urbina, esposo de la cantante Irma Álvarez, llegó como director artístico.

La programación de la época

Durante los primeros años de ope-raciones (1957-60), la programación comenzaba a las 5 p.m. con lo mu-ñequitos de Paul Terry, producidos en Estados Unidos en los años 30. A continuación se pasaba el primer “enlatado” transmitido en Nicara-gua, Patrulla de caminos, con el ac-tor Broderick Crawford, seguido por las noticias, leídas por Carlos Pérez Meza. Constantemente se transmi-tían unos videoclips (siempre los mis-mos), entre los que destacaba uno de Nat King Cole cantando “Ansiedad”

en español. Después de las noticias venía una telenovela transmitida en vivo y filmada con una sola cámara, El Monstruo, en la que Pérez Meza interpretaba un personaje siniestro llamado Garfio. Posteriormente se produjo otra tele-novela titulada Viaje a las estrellas, mucho antes de la famosa teleserie estadounidense del mismo nombre, para la que se utilizó la cabina de un avión de la Fuerza Aérea. Carlos era el capitán de la nave. Una vez por semana, a las 8 p.m., los televiden-tes disfrutaban de un espectáculo de variedades (“show”), animado por Carlos Pérez Meza, donde cantaban con regularidad, entre otros, Magda Doña y Luis Méndez. También se te-levisaban los concursos de belleza para seleccionar a la candidata de Miss Universo. Pérez Meza se des-pedía anunciando el largometraje con el que se cerraba la programación del día. Entre las películas transmitidas, recuerdo: Las cuatro plumas, Lo ile-gal, con Edward G. Robinson, El ca-pitán aventurero con José Mojica, El

niño de las monjas, Cuando la tierra tembló, con Arturo de Córdova, y la versión de Don Quintín el amargao producida por Buñuel en España, en 1935 (Buñuel dirigió posteriormente otra versión en México con Fernando Soler). Ignacio Briones Torres definió la televisión de Nicaragua de esos años como “un cuadrito con luz y una foto de Carlos Pérez Meza”. Con el tiempo, la programación se fue ha-ciendo más variada. A Patrulla de ca-minos siguieron Boston Blackie, con Kent Taylor (“Amigo de los que no tienen amigos; enemigo de los que lo han hecho su enemigo”) y El Cisco Kid, con Duncan Renaldo y Leo Ca-rrillo. El profesor Spiro Bassi impartía clases de italiano e inglés. También se daban clases de gramáti-ca y cocina. El Dinámico Rubí hacía los comentarios deportivos, con su céle-bre slogan del ron Flor de Caña: “Hoy lo toma y mañana… cero goma” –dicen que él fue el inventor del slo-gan- y había una mesa redonda en la que se comentaban temas de actualidad, con la participación del

do piso del Edificio Pereira, pasó a Radio Mundial, donde se transmitía la radionovela El Derecho de Nacer. Carlos, interpretó el papel de herma-no de Albertico Limonta -en la voz de Dibb McConnell, reemplazado tem-poralmente por José Castillo Osejo-. Los libretos llegaban directamente de Cuba.

Llega la televisión

Por el año 1956 se inaugura, bajo la gerencia de Luis Felipe Hidalgo, el Canal 6 de televisión. Los equipos habían llegado del extranjero con el propósito de impartir clases audiovi-suales en las escuelas públicas, pero el proyecto no se materializó. Anas-tasio Somoza García se interesó por

Primeros años de la

Por: Franklin Caldera

L legué al hogar de Carlos Pérez Meza en Miami a las 11 de la mañana del sábado 24 de oc-

tubre de 2004 para compartir recuer-dos sobre el primer lustro de la te-levisión en Nicaragua (1956-1961); él como la principal figura de ese medio audiovisual en sus años embriona-rios; yo como un televidente de en-tre 7 y 11 años de edad. Carlos na-ció en Managua en 1934 en el Barrio San Antonio, en la 15 de Septiembre, esquina opuesta al edifico Bendaña. Cuando tenía 6 meses de edad, la fa-milia se trasladó al Barrio Santo Do-mingo, donde transcurrió su niñez. Estudió en el Colegio Rubén Darío. Su carrera en los medios de comu-nicación se inicia cuando tenía 12 años de edad, con su participación

en un sketch escrito por Alberto So-lís, para la Voz de la Victoria, titulado Un sastre en el hormiguero. Después pasó a la Voz de la América Central, de José Mendoza Osorno, donde tra-bajaba su tío Orlando Meza Lira. Allí Rodolfo Arana Sándigo tenía su pro-grama Los sobrinos del Tío Popo, del que formaba parte Martha Cansino. Carlos imitaba a un imitador mexi-cano conocido como el Concripto y adquirió experiencia como locutor. También laboraban en esa estación Zela Lacayo, José Dibb McConnell y Fabio Gadea Mantilla, entre otros.Después de un tiempo como mensa-jero de la primera agencia publicitaria de Nicaragua, Krumo, fundada por Manuel David Morales y Amador (Bin Morales) y Erwin Kruger, en el segun-

TV en Nicaragua

Luis Felipe Hidalgo fue el primer director del Canal 6

Carlos Pérez Meza y su primo Eduardo López Meza.

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Carlos intervino en las dos pelícu-las mexicanas que se filmaron en Nicaragua en la década de 1950: Rapto al sol (1956) de Fernando Méndez (con Evangelina Elizondo, Dagoberto Rodríguez, Flor Silves-tre y los nicaragüenses José Dibb McConnell, Mamerto Martínez Vás-quez, Sidar Cisneros Leiva, Jimmy Leeming, Reginaldo Montcrieff, Bertha de Arana, esposa del Tío Popo, y Carmen Martínez), roda-da en las isletas de Granada (la fachada de la casa del “Señor de las islas” es la casa de Ida Lupone, en la Avenida Bolívar de Managua. El cuadro de la ex esposa del pro-tagonista es el retrato de Angelita Horvilleur pintado por Peñalba); y La llamada de la muerte (1959), de Carlos Orellana, con Carlos López Moctezuma (Moctezuma observa desde la habitación de un hotel a Pérez Meza esperando en una es-quina y piensa que es el sicario en-viado para matarlo. Se tranquiliza cuando ve que se le acerca Magda Doña pidiéndole disculpas por ha-ber llegado tarde a la cita).

La Estación X

Pérez Meza pasó a la radiodifusión de forma definitiva, cuando la televi-sión compró Estación X, a la que le pusieron 50.000 kilos de potencia, la más potente de Centroamérica. Allí tuvo a su cargo un radioperiódi-co con Francisco Villavicencio Tre-jos, llamado El Centroamericano, y luego El Informativo de la Mañana. Trabajó en Estación X hasta que sa-lió al exilio el 18 de julio de 1979. En el avión que lo transportó hacia un destino incierto (un avión esta-dounidense que llevaba alimentos), invitó a los pasajeros a rezar un Pa-

drenuestro. Su último trabajo como periodista fue la transmisión por la Radiodifusora Nacional del acto de traspaso de la banda presidencial a Francisco Urcuyo Maliaño en el Ho-tel Intercontinental, aquella madru-gada del 17 de julio, cuando Somo-za Debayle, junto a su familia y más cercanos colaboradores abandonó el país y el poder. Entre sus haza-ñas periodísticas destaca el reinicio de las transmisiones de Estación X el 23 de diciembre de 1972, unas horas después del terremoto que destruyó la ciudad de Managua, con orientaciones para los damni-ficados.Carlos Pérez Meza fue entrevistado antes de fallecer el 13 de noviem-bre del 2006, de 76 años de edad.

Residía en Miami. Era hermano ma-yor de Bianca Jagger y del pintor Carlos Pérez Macías. Una hermana menor, Indiana, reside en la Florida. El otrora joven de ojos verdes que, hace casi 50 años, animaba todos los programas de televisión, tiene cuatro hijas mujeres, un varón, die-ciséis nietos y cuatro bisnietos, uno en camino. Su esposa Celnia falle-ció en el 2002. Para cortejarla, tenía que trasladarse en tren a las 8 de la mañana de Managua a Masaya, y tomar el último tren de regreso a las 5 de la tarde. El viaje era tan exte-nuante que a la tercera visita le dijo: “O nos casamos o todo termina aquí’”. Ella aceptó. Ambos tenían 17 abrilitos. Nadie le daba al matri-monio más de 6 meses. Estuvieron casados por 51 años.

El Teatro Margot cuando exhibía “Héroes de Barro” con Gary Cooper.

Los concursos del “Tío Popo”

En 1960, Rodolfo Arana Sándigo, el Tío Popo (el primer Pancho Ma-drigal y voz de Terencio Canales en Un matrimonio feliz), creó un pro-grama de cine en el que comentaba las películas de estreno, orientado hacia el cine de qualité (entre los filmes comentados, con amplio material gráfico, recuerdo La Dolce Vita, Hiroshima Mon Amour, Juicio en Nuremberg y Parrish). En cada programa, Arana Sándi-go hacía una pregunta sobre cine, relacionada con la película comen-tada, que los televidentes debían contestar por teléfono para ganar-se una entrada al cine (mi mamá siempre resultaba ganadora).

historiador Sofonías Salvatierra (que se identificaba como masón) y Fray Narciso de Arenis, quien fue Director de Radio Católica, entre otros. Pas-cual Tibio, costarricense, tenía un programa infantil llamado el Abuelito Tolín, en el que contaba cuentos que dibujaba sobre una hoja clavada en la pared. En ese programa declamé (de ocho años) La marcha triunfal y canté Marcelino Pan y Vino en italia-no. Me llamó la atención que la hoja sobre la que Tibio dibujaba con un marcador, ya contenía los dibujos a lápiz, con trazos imperceptibles para la cámara. Para entonces, los estu-dios de televisión habían sido trasla-dados al primer piso de una edifica-ción contigua a Novedades, esquina opuesta al Banco Nacional. (Pascual Tibio cobró celebridad nacional en el

programa radial “Un Matrimonio Fe-liz” de Radio Mundial, donde actuó con Carmen Martínez, que hacía de “Robustiana Roncafuerte”, la mujer que siempre le terminaba pegando por enamorar a las jóvenes).El cua-dro dramático de la televisión estaba formado por el costarricense Gilbert Iglesias y los nicaragüenses Pilar Aguirre, Magda Doña, Alfredo Vales-si y Octavio Ortega, Jr., entre otros. Los teledramas de corta duración se transmitían en vivo. En una ocasión parte del escenario cayó sobre los actores. Cuando se reanudó la trans-misión tuvo que suspenderse varias veces debido a que éstos no podían contener la risa. El matrimonio ar-gentino formado por la bailarina Alci-ra Alonso y Hugo Pascale, intervenía en distintos programas.

El Teatro Gonzalez, uno de los más concurridos de aquella época.

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El Ratón Mojica: del mito a la realidad

Eduardo Ratón Mojica

Eduardo el Ratón Mojica nació en Managua, el 5 de enero de 1939. Sus padres fueron Ju-

lián Antonio Mojica Cuadra y Juana Francisca Rueda Moreira. Para el año 1957 mi familia materna vivía del Cine Bóer media cuadra al lago. Allí escuché hablar por primera vez del Ratón Mojica. Los muchachos en la luneta del Cine Bóer decían que el Ratón le había pegado una soberana turquiza a un tal Carlos Varela. “Eso es verga –dijo un cho-fer que estaba sentado en la mis-ma banca–, a Ítalo Adolfo Cajina lo mandó a las Huellas de Acahualinca. La gente creía que los barrenderos habían llegado a botar un muerto”. “Vago mitómano”, contesté con otra exageración. Pero lo cierto es que en esos años los nombres más fa-mosos de Nicaragua eran Luis So-moza y Eduardo el Ratón Mojica. El asunto me atraía, pero me resultaba tan incomprensible como las cla-ses de filosofía que daba el Punche Relleno– un salvadoreño profesor del Goyena. En 1963, cuando entré a trabajar a La Prensa, me atreví a preguntarle a Edgard Koriko Castillo

Por: Edwin Yllescas Salinas

y a Eugenio el Chino Leytón algunas cosas sobre ese Ratón que malma-taba a toda la gente. Me saturaron de información. La poca que tenían la repetían una y otra vez. Una y otra vez la olvidé. Las únicas imágenes tocadas con la mano y el ojo per-tenecen al 8 de junio de 1968. Esa noche, en pleno Estadio Somoza comprendí qué significaba turquiza. Exactamente eso fue lo que el Ratón Mojica le dio a Chartchai Chionoi.

Un diamante tromponero

Las cosas no fueron fáciles. El Ratón Mojica no fue a la escuela. Las ca-lles de Managua lo habían graduado de valiente con distinción en teme-ridad sin riendas. Las primeras se las puso el Baby Juárez. Le enseñó cómo cruzar al adversario con am-bas manos. Especialmente, cómo centrar el gancho izquierdo en el hí-gado. En 1951 se inscribió en la Es-cuela Nacional de Boxeo ubicada en el Estadio General Somoza. La uni-versidad olía y sigue oliendo a orines y mierda. El rector de la catacumba, Miguel Ángel Rivas, a quien la vida

había convertido en Kid Pambelé, puso su atención en el tromponero de calle. Admitía ajuste y afinado. Pambelé dedicó sus energías a pulir ese raro diamante que el azar había puesto en sus manos. Y cosa de bruja cruzada con sabio –Pambelé era ambas cosas– lo hizo sacando a flote las mejores habilidades del Ratón. Para mediado de los años 50 la piedra preciosa marcada por la vi-ruela y el acné juvenil, ya tenía el as-pecto de una mosca acorazada. Sus 17 peleas como amateur fueron un carrusel de victorias. Ocho cayeron tronchados por un rayo de izquierda en el mentón. “Vea puetilla, el gol-pe entraba por la boca y salía por la nuca”. Esas son las palabras que utilizaba Koriko para describir los jabs del Ratón.Toda historia personal se funda so-bre una realidad con diversas versio-nes. El archivo de Bayardo Cuadra Martínez me ha llevado a ese otro mundo. Al ojo que mira otra realidad en la misma historia. Ahora tengo a la vista siete versiones de la mis-ma historia en otra realidad. Ningu-na dice mentira, pero ninguna dice

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Ratón terminó con la infalibilidad de las clasificaciones deportivas.

El 8 de junio de 1968, el Estadio Somoza lucía un aspecto insólito. El montículo se había transformado en cuadrilátero. El home plate esta-ba cubierto por las sillas de palco. La primera, segunda y tercera base, igual habían desaparecido. En todo caso nunca he visto tanto embasa-do en tercera, primera o segunda. Afuera del estadio los vendedores vendían cualquier cosa. Adentro, la cantidad de hieleras Polar atipuja-das con cerveza y gaseosas supe-

raban la imaginación de Julio Ver-ne. Y si no me acerqué a ellas fue porque andaba con mi novia. Nos sentamos en palco, en el centro del palco. Los boletos me los regalo Koriko. Prácticamente acabé con el maní de Tata Bucho. Seguí con lo que pasara por mi lado. Vi lo que vi. No lo puedo olvidar, y tampoco puedo describirlo.

Del mito a la realidad

“Por favor, no ponga eso de mis 60 peleas ganadas por nocaut. Tampoco escriba sobre mis 14 de-

rrotas. No me avergüenzan. Pero éxitos y fracasos, no sirven para nada. Nunca sirvieron para nada. Estoy igual que Nicaragua”, le dijo el Ratón a alguien que fue a su casa a entrevistarlo. Renuncié a visitarlo. Temía a una contesta-ción similar, pero más temía a mi propia respuesta. No quería decirle que yo tampoco pude ser campeón de nada. En la parada de Monse-ñor Lezcano, frente a la gasolinera donde muchos lo han mirado, un día lo vi subirse a un destartalado bus. El mito salía de la realidad co-tidiana para entrar en su historia.

Una constelación de nocauts

La pasión por el Ratón –según Pa-blo Fletes– comenzó en 1963 en el antiguo Gimnasio Nacional ubicado esquina opuesta a la Casa Esqui-vel, o del Colegio Chepita Toledo de Aguerrí, media cuadra al lago. El 8 de junio de 1968, Chartchai Chio-noi, campeón mundial de la Asocia-ción Mundial de Boxeo (AMB), fue a parar al hospital. Estuvo varios días en cuidados intensivos, pero regresó a su casa con todo y cin-turón. Simplemente, Evelio Areas Mendoza no pudo conseguir la pla-ta necesaria para disputar el cetro. Con Horacio Accavallo, la historia fue diferente. El Ratón no quiso pelear por cua-tro centavos. El muchacho que co-menzó fajándose con “un jodido llamado William Noguera, ahí por donde vivía, cerca del Arbolito”, había barrido con todo el ranking mundial. Por respeto a sí mismo, él valía algo más que una miserable bolsa. Los tiempos en que Evelio Areas Mendoza le dio 2 mil dóla-res por pelear con Bernabé Villa-campo, en Manila, y otros 2 mil por pelear con Suzumo Hanagata, en Tokio, pertenecían al pasado.Eso fue en febrero y noviembre de l970 –y para colmo los jueces le ro-baron la pelea en Manila. Eduardo Mojica comenzó su carrera profe-sional en 1958. Para 1961 su cuen-ta bancaria mostraba 10 nocauts y cero centavo. La luz mortecina so-

bre el encerado jamás le intimidó, pero 1961 se encontró con “Killer” Salomón, hijo de un pirata inglés y una vieja negra. El 21 de enero de ese año Koriko vio en Managua un Ratón meditabundo frente al oscu-ro signo de la derrota.

El 11 de febrero logró revertir los resultados, y Killer tuvo que tragar-se el galeón que lo trajo a Mana-gua. Pero eso nunca fue suficiente. Los platos rotos los pagó Carlos Cruz en Panamá, el primero de julio de 1962. Los panameños todavía recuerdan ese nocaut. Era tiempo de pasar factura, y la deuda Salo-món se la cobró propinando 10 no-cauts más. Y cosa surrealista, an-tes de comerse a Chionoi, el Ratón se había tragado al Dumbo Pérez. El Baby Juárez se lo había dicho. Se lo repitió Pambelé: “El triunfo pasa por la derrota”. Contra todo consejo –por unos dólares más– en 1965, Bobby North le quitó el 33% de la bolsa, y se lo llevó a pelear en Melbourne. El 23 de julio, lo en-frentó a Rocky Gattellari, un ex ca-zador de canguros. Gattellari ganó por decisión.En el camerino –con una humildad digna de la Guadalupana– les dijo a los chicos de la prensa que el Ra-tón era el canguro más difícil de su vida: “Si algo quiero es no volver a encontrármelo jamás en mi vida. Me arruinó el negocio. Gané pero me devolvió al mundo de los caza-dores de canguro”.

Sueño encarnado en puños

El 19 de marzo de 1966 derrotó –atropelló, decía Koriko– a Pedro Carvajal, en 3 rounds; al Fillo Mo-rales lo trituró en 7 asaltos, el 6 de

febrero de 1966; pero como el Fillo quería revancha, el 15 de octubre de ese año, el Ratón le dio más de lo mismo. Ramiro García pensó que la tunda recibida por su paisano podía convertirse en apabullante éxito. Pero lo único apabullante fue el nocaut que se llevó en la dura madre. No ganó un solo round y para el quinto estaban pidiendo la ambulancia de la Cruz Roja.Lo esencial del mito es que nunca se repite. El Ratón ajeno al pensa-miento de Anaximandro, pensaba otra cosa. En 1967 despachó a la Zorrita González por tanda doble. A un gane por decisión, le agregó un nocaut en el noveno asalto. A Héc-tor Griollo, no le fue mejor. Para el octavo estaba contando estrellas. Leytón decía: “Aún sigue contando estrellas. La bandera de Venezue-la tiene 7, Héctor Griollo le agregó todas las que vio esa noche, en la lona”. En la vida y en la muerte, to-dos tienen un turno, es una vieja frase de Sidarta. Pero Tony Barbo-za pudo comprobar su actualidad. Su turno llegó el 28 de octubre de 1967. Los jueces vieron una decisión, sin embargo, Barboza le confesó a El Nacional de Caracas: “Miren caraji-llos, mi único recuerdo es un furgón que me arrolló varias veces”. La confesión de Barboza se publicó el 16 de octubre de 1974, siete años después de la pelea. Las cosas de ahora dejan impávido a Mojica. De modo que nadie sabe por qué razón le aplicó la misma lección a Nelson Hugo Alarcón que andaba alardeando de ser campeón sud-americano. El hecho ocurrió el sá-bado 20 de enero de 1968. Y como el coñito sudamericano era el 5º en el ranking de la AMB, la victoria del

toda la verdad. La reconstrucción del mito siempre es peluda. Y tratar del Ratón es tratar de reconstruir un mito. Lo único posible es armar el rompecabezas.

El “Ratón” Mojica y Alexis Argüello, dos grandes campeones nicaragüenses.

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Con todo el esplendor que provoca un evento novedo-so, se produjo el 24 de julio

de 1891 el primer juego de béisbol en Managua, entre una novena de la capital y un conjunto de Granada, iniciando el despegue de un deporte que desde el siglo antepasado apa-siona a los nicaragüenses. El primer juego se produjo en el trillo de café de Los Fallas, ubicado don-de hoy se levanta el Colegio Bautis-ta. El desafío que pasó a los anales de la historia despertó mucha admi-ración de los capitalinos. A partir de ese juego el béisbol pronto arraigó, creció y se reprodujo en ciudades y comarcas del país, transformándo-se en una fiebre que nos llega has-ta nuestros días. Entre los grandes protagonistas de ese acontecimien-to participó el ciudadano inglés John May, quien se convirtió en el primer manager de la historia del béisbol en el Pacífico. Uno de sus descen-dientes Eduardo Caldera May, sos-tiene: “mi bisabuelo según los histo-riadores y lo que comentan mis tías

John May: pioneros del béisbol y una gran empresa

John May con su esposa y amigos con atuendo típico de comienzos de siglo.

fue uno de los ídolos de esa g e n e r a c i ó n que le dieron al béisbol una inyec-ción vivifica-dora y esti-mulante”. “May y sus c o m p a ñ e -ros de equi-po fueron los pioneros del béisbol en el país y se metieron a fondo en este proyecto, sin dar un paso atrás tratando de llegar a la meta anhelada a todo tren, a todo coraje y barriendo todos los obs-táculos”. Caldera subrayó que “su figura despertó admiración en todo el país tras dirigir el equipo con el que se inician los juegos en la ca-pital y en el Pacífico de Nicaragua, porque ya antes, el ciudadano ale-mán, Adolf Adlesberg, había logra-do celebrar un encuentro de béisbol en Bluefields en 1889”. John May jugó la segunda base, además de fungir como capitán del club. Junto con él pasaron a la his-toria el lanzador Adolfo Cárdenas, hijo del ex presidente Adán Cár-denas; el antesalista Ricardo So-lórzano; el short stop José Angel Robleto; el primera base, Francisco Reñazco; el cátcher Joaquín Mar-tínez; Thomas y Carlos Wheelock

en los jardines junto con Francisco Gutiérrez. El equipo de Granada lo integraron David Arellano como lan-zador y capitán; en la inicial estaba su hermano Narciso; Roberto Mar-tínez Moya, fue el cátcher; Enrique Jacoby, intermedia; Esteban Vargas, antesalista; Francisco Granizo, en las paradas cortas y los jardineros fueron: Filadelfo Chamorro, Juan Jacoby y John Campbell. Otros in-tegrantes de la novena fueron: Cle-mente Mántica, Virgilio Falla y un señor de apellido Casanova. En 1954 se fundó la empresa dis-tribuidora “John May”, importando molinos de viento, molinos de café, soldaduras Hilco, motores CASE y montacargas YALE. Su fundador fue John May Gutiérrez, nieto del pre-cursor del béisbol. La firma fue una de las sobrevivientes del terremoto de 1972.

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La Sonora Matancera, vino a Ma-nagua el 1º. de agosto de 1956, en pleno apogeo de su fama pre-

sentándose en el radioteatro de Radio Mundial y Radio 590 y posteriormente en la Casa del Obrero, El Casino Olím-pico y en el Club Terraza, atrayendo a grandes multitudes de la capital in-teresadas en ver a una de las institu-ciones cubanas de la música tropical con más raigambre de aquella época. También actuaron en León, Chinande-ga, Masaya y Granada, aclamados por el público, que llegaban hasta el delirio coreando sus canciones, cautivados

Sonora MatanceraManagua de fiesta con la

plenamente por un conjunto que es-taba en la cúspide de la popularidad. Sus fundadores fueron Valentín Cané y Pablo Vásquez y su surgimiento tuvo lugar en Matanzas, ciudad al Este de la Habana. Sin embargo su gran sal-to a la fama debe atribuirse a Rogelio Martínez, su director que supo organi-zar el conjunto hasta convertirlos en la enciclopedia viva de la música del Ca-ribe, el orgullo de Cuba. Con la Sonora Matancera llegaron a Managua como cantantes Celia Cruz, cuando era una estrella cargada de mucha leyenda y de culto entre millones de amantes de

la música tropical. Entre las canciones que interpretó y causaron furor en el público estaba “Ese negro está can-sao” y “El pacífico”, reafirmando que era una auténtica diva de la cultura mu-sical caribeña. Ya lo había probado en los más afamados espectáculos televi-sivos de Cuba, Puerto Rico, Perú, Pa-namá y otros países de América Latina. Celia, solía decir: “La suerte mía no se puede comparar, imagínense, empecé con la Sonora, de toda Cuba la más popular”. También vino como vocalista Celio González, “El flaco de oro”, parte de esos verdaderos apóstoles del son,

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Moncho Bonilla trajo a la SonoraQuien trajo a la Sonora Matancera a Nicaragua fue Moncho Bonilla. Julio César Sandoval lo describía como “un hombre bajito, fornido, activo y violento. Vivía al lado norte de la Ta-bacalera, en el barrio San Sebastián. El era el alma y nervio del folklor y del deporte”.Sus espectáculos se inicia-ron en “El Patión”, un improvisado mercado que se formó en un patio extenso que quedaba en la Calle 15 de Septiembre. Para las fiestas de agosto traía a los toros más bravos de Chontales y compraba los dere-chos para poner caballitos y otros juegos infantiles en El Caimito. Tam-bién ponía juegos de azar, y expen-dio de licores donde estaba su ma-yor volumen de negocios. Sandoval señalaba que “En El Caimito se pre-sentaron circo famosos como el Ata-yde y tardes de fiestas bravas con auténticos toreros, banderilleros y ca-potes”. Además Bonilla fue el primero en organizar un maratón de baile en la Voz de la América Central allá por los años 50. En el gobierno de René Schick, colaboró con la Liga Profe-sional de Béisbol, que en los años 60 recibía un subsidio del gobierno de 30 mil dólares.

la guaracha y el bolero. Algunos de sus discos se convirtieron en objeto de cul-to y los asistentes al radioteatro de La Mundial se alborotó cuando interpretó “Humo”, “Total” y aquella canción que dice: “La rumba, tiene algo, que invita a guarachar”. Celio también interpre-tó el bolero “Despego” de Humber-to Jauma, que según el sonorólogo Francisco Gutiérrez Barreto, nunca fue grabado oficialmente por el conjunto antillano.González tenía una malforma-ción invalidante en su mano derecha, y cuando le pedían autógrafos, sonriente respondía: “Para la otra, para la otra” y enseñaba su mano deformada. Se asegura que más de 60 cantantes han pasado por la Sonora Matancera. Uno de ellos, fue el colombiano Nelson Pinedo. Sus éxitos “El Gavilán Colo-rao”, y el cha cha chá “Qué tienes” en-tre otras, provocaron un gran impacto en la concurrencia. La guaracha, el bolero, la rumba, el mambo eran como animalitos que llevaban dentro todos los in-tegrantes de la So-nora Matancera y de los que no se podían librar. Por encima de todo, el son, la mú-sica campesina tam-bién formaba parte de su repertorio. Por muchos años conser-vó la grabación de la presentación de la Sonora Matancera en vivo, el célebre controlista de la 590 Mauricio León Carranza, ya fallecido. Las cintas no fueron debidamente preservadas y al parecer fueron des-truidas por el correr del tiempo. En los archivos de Radio Mundial tampoco se conservan las cintas. Manuel Arana Valle, su propietario hizo destruir todas las grabaciones de las novelas y pre-sentaciones en vivo, ante la amenaza de ser confiscado en los años 80.

Nelson pineda saliendo de la Radio Mundial

Legión de estrellas

Con la Sonora arribaron a Managua procedentes de México, Rogelio Mar-tínez Díaz, director, corista y guitarrista; los trompetistas Pedro Knight y Calix-to Leicea; el ilustre pianista Lino Frías Gómez, quien estuvo la friolera de 35 años en su seno; el contrabajista Javier Elpidio Vásquez; Angel “Yiyo” Furias, en la tumbadora; Simón Domingo Es-quijarrosa, “Mínimo”, en los timbalitos; Carlos Manuel Díaz Alonso, “Caíto”, como maraquero, cantante y corista; Raúl Planas, que hizo de corista en el grupo. Cuando la Sonora Matance-ra se presentó en la Casa del Obrero, grandes bailarines de la época acom-pañado de sus respectivas parejas desfilaron por las calles adyacentes, sumándose al espectáculo tropical de alta alcurnia. El impacto de la Sono-ra Matancera es de tal magnitud que la mayoría de sus integrantes

ya no existen, pero su música siempre suena en la radio y en los bailongos de la capital, siendo el prin-cipal atractivo para jóvenes y adultos.Debe reconocerse

a don Alfredo Martínez –tremendo locutor radial, ya fallecido- el haber mantenido viva la llama de la So-nora Matancera, al iniciar la formación del Club Matancero y amenizar un pro-grama radial de 7 a 8 p.m. con gran-des niveles de audiencia. Hoy su hijo William Martínez, mantiene vivo el pro-grama tropical que ha hecho historia donde tienen cabida géneros como el bolero, el mambo, la rumba, el chacha-chá, parte de las cerca de 4 mil cancio-nes grabadas por el conjunto antillano.

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