Mann, Thomas - Voluntad de Vivir

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THOMAS MANN

VOLUNTAD DE VIVIR

El viejo Hofmann haba hecho fortuna como propietario de una plantacin en Sudamrica. All contrajo matrimonio con una nativa de buena familia y poco despus se traslad con ella al norte de Alemania, su patria. Vivan en mi ciudad natal, donde resida tambin el resto de su familia. Aqu naci Paolo.Por lo dems, no llegu a conocer personalmente a los padres. En todo caso, Paolo era el vivo retrato de su madre. Cuando le vi por primera vez, es decir, cuando nuestros padres nos llevaron por primera vez a la escuela, era un muchacho delgado de tez amarillenta. Llevaba su cabello negro en largos rizos, que caan revueltos sobre el cuello de su traje de marinero, y enmarcaba una carita delgada.Como en casa nunca nos falt nada, nos sentamos bien lejos de estar satisfechos ante el nuevo ambiente - los desnudos muros de la clase -, y sobre todo ante aquel hombre mezquino, de barba roja, que se empezaba en ensearnos el abecedario. Yo me agarr llorando a la chaqueta de mi padre, cuando ste comenz a alejarse, mientras que Paolo adopt una actitud completamente pasiva. Se apoyaba con indolencia en la pared, apretando sus delgados labios y mirando con sus grandes ojos llenos de lgrimas a toda aquella prometedora juventud, que se daban unos a otros con los codos y se burlaban de todo con una falta absoluta de sentimiento.Rodeados por aquellas mscaras sardnicas, nos sentamos en seguida atrados el uno hacia el otro, y nos alegramos de que el barbudo pedagogo nos sealara asientos vecinos. Desde entonces estuvimos siempre unidos, formamos en comn la base de nuestra cultura y cada da practicbamos l intercambio de nuestros almuerzos.Recuerdo que ya entonces era bastante enfermizo. De vez en cuando deba faltar a la escuela por largos perodos, cuando volva, sus sienes y sus mejillas dejaban ver an ms las lneas azul plido de las venas, lo cual es frecuente observarlo en personas morenas de constitucin delicada. Fue lo primero que me llam la atencin al volvernos a ver en Munich, y tambin ms tarde en Roma.Nuestra camaradera dur todos los aos que fuimos a la escuela, y ms o menos por el mismo motivo que dio lugar a su iniciacin. Era el "patetismo del distanciamiento" frente a la mayor parte de nuestros condiscpulos, sensacin que conoce todo aquel que a los quince aos lee a Heine en secreto y en quinto curso tiene formado un criterio definido sobre el mundo y los seres humanos.bamos tambin juntos a la clase de baile - tendramos unos diecisis aos, creo -, y, en consecuencia, vivimos al mismo tiempo nuestro primer amor.Su amor, hacia una pequea rubia de carcter alegre, se manifestaba con un ardor melanclico que era algo extraordinario para su edad, y que a m incluso llegaba a parecerme algo siniestro, a veces.Recuerdo en particular una de aquellas reuniones. La muchacha dedic a otro dos cotillones casi seguidos, y a l ninguno. Yo le observaba lleno de temor. Estaba a mi lado, apoyado en la pared, mirando fijamente sus zapatos de charol, y de sbito cay al suelo sin sentido. Le llevaron a casa, y estuvo ocho das enfermo. En esa ocasin se descubri que su corazn no estaba bien.Ya antes de este perodo manifestaba aficin al dibujo, en lo que evidenciaba gran talento. Conservo una hoja en la que esboz con el carboncillo los rasgos de aquella muchacha, con bastante parecido, y con la inscripcin: "Eres como una flor - Paolo Holmann fecit".No recuerdo con exactitud cundo, pero nos hallbamos ya en los cursos superiores cuando sus padres dejaron la ciudad para trasladarse a Karlsruhe, lugar donde el viejo Hofmann tena muchas relaciones. Para que Paolo no tuviese que dejar la escuela, se qued a pensin con un viejo profesor.De todos modos, esta situacin no dur mucho. Aunque quiz lo que se refiere a continuacin no fuese el motivo de que Paolo se reuniese cierto da con sus padres en Karlsruhe, sin duda que contribuy a ello.Ocurri que durante la clase de religin, el profesor correspondiente se dirigi de sbito hacia l, clavndole una mirada paralizadora, y sac de debajo del Antiguo Testamento que tena Paolo sobre la mesa una hoja en la que se representaba una figura muy femenina, a la que slo faltaba un pie para quedar totalmente terminada y que se exhiba sin pudor alguno a las miradas.Tras aquel incidente Paolo se fue a Karlsruhe, y de cuando en cuando nos envibamos postales, comunicacin que con el tiempo fue abandonada.Haban pasado unos cinco aos desde nuestra separacin, cuando volv a encontrarle en Munich. En una hermosa maana de primavera, bajaba yo por la Amalienstrasse y me fij en uno que bajaba la escalinata de la Academia, y ya de lejos pareca un modelo italiano. Cuando me acerqu vi que era l.De mediana estatura, delgado, con el sombrero echado hacia atrs sobre el espeso cabello negro, la tez amarillenta y cruzada de venillas azules, vestido con elegancia algo descuidada - llevaba desabrochados algunos botones del chaleco, por ejemplo - y algo atusado el breve bigote, se acerc a m con paso mesurado, indolente. Nos reconocimos casi al mismo tiempo, y nuestro saluda fue muy cordial. Me pareci - mientras nos hacamos mutuamente preguntar sobre lo ocurrido durante aquellos aos; parados delante del caf Minerva - que estaba de un humor muy jovial, casi exaltado. Sus ojos brillaban, y sus gestos eran vivos y amplios. A pesar de ello, su aspecto era muy malo; pareca verdaderamente enfermo. Claro que ahora es fcil decirlo, pero de hecho me llam la atencin as se lo dije.- De veras, todava me encuentras con mal aspecto? - dijo -. S, lo creo. He estado muy mal. El ao pasado estuve gravemente enfermo. El mal est aqu.Indic su pecho con la mano izquierda. - El corazn. Siempre es lo mismo... Pero hace algn tiempo que me encuentro muy bien. Puedo decir que me hallo completamente sano. Por lo dems, a los veintitrs aos... sera triste.Desde luego estaba de muy buen humor. Me describi con gracia y viveza su vida desde nuestra separacin. Poco despus de sta, consigui que sus padres le autorizaran a pintar; haca nueve meses que haba terminado la carrera en la Academia - por la que acababa de pasar casualmente -, haba pasado cierto tiempo viajando, vivi en Pars y desde haca cinco meses se encontraba en Munich:- Probablemente por mucho tiempo, quin sabe? Quiz para siempre...- De veras? - pregunt. - Por qu no? La ciudad me gusta, me gusta mucho. Ese ambiente... verdad? Y la gente, y, cosa que no deja de tener su importancia, la situacin social de un pintor, aunque sea desconocido, es aqu excelente, mejor que en parte alguna...- Has hecho amistades agradables?- S. Pocas, pero muy buenas. Debo recomendarte una familia, por ejemplo... Los conoc en Carnaval... El Carnaval de aqu es formidable! Se llaman Stein. Barn Stein, adems.- De qu clase de nobleza?- Es lo que se llama la nobleza del dinero. El barn negociaba en la Bolsa, desempe un gran papel en Viena, tratando a todos los prncipes y dems... Luego cay en decadencia, se sali del negocio retirndose con un milln - dicen -, y ahora vive aqu, sin lujos, pero con distincin.- Judo?- l, me parece que no. Su mujer, posiblemente. No puedo decir ms sino que se trata de personas muy finas y agradables.- Tienen... hijos?- No. Es decir... una hija de diecinueve aos. Los padres son muy amables...Pareci confuso un momento, y luego agreg:- Te propongo seriamente que me acompaes, para que te presente. Sera un placer para m. No quieres?- Desde luego que s. Te lo agradecer. Aunque no sea ms que para conocer a esa hija de diecinueve aos...Me lanz una mirada de soslayo, y dijo luego:- Bien, pues. No lo aplacemos demasiado. Si te conviene, pasar maana a buscarte, hacia la una o una y media. Viven en Theresienstrasse, 25, primero. Me alegrar de presentarles a un amigo de la escuela. Trato hecho.En efecto, hacia medioda del da siguiente llambamos al primer piso de una casa elegante de la Theresienstrasse. Junto a la campanilla se lea, en grandes letras negras: "Barn de Stein".Durante todo el camino, Paolo haba estado excitado y haba dado muestras de una alegra casi desbordante; mas ahora, mientras esperbamos que abrieran la puerta, percib en l un extrao cambio. Mientras se hallaba en pie a mi lado, pareca completamente tranquilo, salvo un temblor nervioso de los prpados: una tranquilidad forzada, llena de tensin. Adelantaba tan poco la cabeza. La piel de su frente estaba tensa. Casi se asemejaba a un animal que aguza con atencin los odos y escucha con todos los msculos en tensin.El criado que se llev nuestras tarjetas volvi para rogarnos que nos acomodsemos un momento, pues la seora baronesa saldra en seguida, y nos abri la puerta de una habitacin medianamente grande y amueblada en tonos oscuros. Al entrar nosotros apareci en la galera, que daba a la calle, una joven vestida de color claro - vesta con sencilla elegancia -, quien se detuvo un momento y nos mir con expresin inquisitiva. "La hija de diecinueve aos", pens, mientras lanzaba una mirada involuntario a mi acompaante, quien me susurr.- La baronesa Ada!Su figura era elegante, aun cuando sus formas eran demasiado maduras para su edad, y con sus movimientos muy blandos y casi insolentes no pareca una muchacha tan joven. Su cabello, peinado en dos ondas sobre las sienes, era de un negro muy brillante, y formaba un verdadero contraste con la blancura mate de su cutis. El rostro, aunque de labios llenos y hmedos, de nariz carnosa y de ojos negros y almendrados, sobre los que se arqueaban suavemente las negras cejas, no dejaba lugar a dudas sobre su adolescencia, en parte al menos; era indiscutiblemente de extraordinaria belleza.- Ah! Hay visita? - inquiri, mientras avanzaba dos pasos hacia nosotros. Su voz sonaba ligeramente velada. Se llev una mano a la frente, como para vernos mejor, mientras apoyaba la otra en el piano de cola que se encontraba junto a la pared.- Y una visita muy bien venida, por cierto... - prosigui en el mismo tono, como si hasta ese momento no hubiese reconocido a mi amigo; luego me dirigi una mirada interrogante.Paolo avanz hacia ella y se inclin con la lentitud casi de somnolencia con que nos movemos al saborear un placer exquisito, sobre la mano que ella le tenda, sin pronunciar palabra.- Baronesa - dijo luego -, me permito presentarle a un amigo mo, un compaero de escuela, con quien aprend las primeras letras...Me tendi tambin la mano, una mano blanda, como sin huesos, y que no ostentaba ninguna joya.- Es un placer - dijo, mientras fijaba en m su mirada, que tena un leve temblor especial -. Y lo ser tambin para mis padres, pues espero que se les haya comunicado...Tom asiento en la otomana, y nosotros nos sentamos frente a ella, en unas sillas. Sus manos blancas, sin fuerza, descansaban en su regazo al hablar. Las vaporosas mangas no llegaban mucho ms abajo del codo. Me fij en la blandura de la forma de sus muecas.Al cabo de un par de minutos, se abri la puerta de la habitacin contigua, y entraron los padres. El barn era un seor elegante, macizo, calvo y con una barba gris en punta; tena una manera inimitable de sacudir sobre la manga la gruesa cadena de oro que llevaba en la mueca. No era posible determinar con seguridad si habra sacrificado a su barona alguna slaba de su nombre; por el contrario, su mujer era sin duda una juda, bajita y fea, que llevaba un vestido gris de mal gusto. Ostentaba grandes pendientes de brillantes.Fui presentado y me saludaron con la mayor amabilidad, a mi acompaante le dieron la mano como a un buen amigo de la casa.Despus de algunas preguntas y respuestas sobre mi origen y persona, la conversacin vers sobre una exposicin en la que Paolo presentaba un cuadro, un desnudo femenino.- Un trabajo muy fino, en verdad! - dijo el barn, No hace mucho pas media hora contemplndolo. La tonalidad de la carne sobre la alfombra roja est lograda en grado eminente. Vaya, vaya, seor Hofmann! - palme el hombro de Paolo en actitud condescendiente -: Pero nada de exceso de trabajo, mi joven amigo, por el amor de Dios. Debe usted cuidarse. Qu tal se halla usted de salud?Mientras yo daba a los seores la necesaria informacin sobre mi persona, Paolo haba cambiado unas palabras en voz baja con la baronesa, pues estaba sentado delante y muy junto a ella. Aquella tranquilidad extraamente tensa que yo haba observado antes no haba cedido en modo alguno. Sin que pueda decir exactamente por que me daba la impresin de un felino dispuesto a saltar. Sus ojos oscuros, en el rostro amarillento y enjuto, tenan un brillo tan enfermizo, que experiment casi un estremecimiento cuando contest a la pregunta del barn, en un tono muy decidido:- Oh, magnficamente! Agradezco su inters. Me encuentro muy bien!Transcurrido un cuarto de hora nos levantamos, y la baronesa record a mi amigo que slo faltaban dos das para el jueves, y que tuviera presente su Five o'clock tea, me rog tambin a m que tuviese a bien recordar esa fecha, etctera.En la calle, Paolo encendi un cigarrillo.- Bien - dijo -. Qu me dices?- Oh, son gente muy agradable! - me apresur a contestar -. La hija de diecinueve aos hasta me ha impresionado.- Impresionado?Lanz una breve carcajada, desviando la mirada hacia el lado opuesto.-S, rete! - dije -. En cambio, ah arriba me pareci a veces que enturbiaba tu mirada un anhelo oculto. Pero, quiz me equivoco?Guard silencio durante un momento. Luego movi lentamente la cabeza.- Me gustara saber cmo t...- Por favor! La nica duda para m est en saber si tambin la baronesa Ada...De nuevo permaneci un instante callado, mirando ante s. Luego dijo en voz baja y con acento confiado:- Creo que ser feliz. Me separ de l estrechndole la mano con cordialidad, aunque no pude impedir que surgiera en m algo de duda.Pasaron algunas semanas; durante las cuales sola frecuentar los ts en el saln del barn. Se reuna all un crculo reducido, aunque muy agradable: una joven actriz de la Corte, un mdico, un oficial - no recuerdo bien a todos.Nada nuevo pude observar en la conducta de Paolo. Por lo general, y a pesar de su aspecto, que infunda preocupacin, se hallaba de humor animado y alegre, y siempre que se encontraba cerca de la baronesa mostraba aquella tranquilidad extraa que percib la primera vez.Cierto da - casualmente haca dos das que no vea a Paolo - me encontr en la Ludwigstrasse al barn von Stein. Iba a caballo, y se detuvo y me dio la mano desde la silla.- Me alegro de verle! Espero que maana por la tarde nos visitar usted.- Desde luego, si usted me lo permite, seor barn. Aunque no es seguro que mi amigo Hofmann pase a buscarme como cada jueves...- Hofmann? Pero, no sabe usted que se ha ido de viaje? Cre que le habra informado.- No me ha dicho ni una sola palabra.- Y as, completamente bton rompu... Un verdadero antojo de artista... Hasta maana por la tarde, pues!Espole a su cabalgadura, y me dej sumido en el mayor asombro.Corr a casa de Paolo.- Lo sentimos, el seor Hofmann se halla ausente. No dej ninguna direccin.Estaba claro que el barn saba algo ms sobre aquel "antojo de artista". Su propia hija me confirm luego lo que yo estaba seguro de adivinar.Ello ocurri durante un paseo por el valle del Isar, al cual me invitaron. La partida fue a una hora bastante avanzada de la tarde, y a la vuelta, al anochecer, ocurri que la baronesa y yo nos quedamos los ltimos en la comitiva.Yo no haba podido advertir ningn cambio en ella desde la desaparicin de Paolo. Conserv por completo la calma y hasta entonces no se refiri a mi amigo en absoluto, mientras que sus padres se excedan en sus manifestaciones de sentimiento por su brusca marcha.Ahora pasebamos ambos por uno de los ms bellos lugares de los alrededores de Munich; la luz de la luna se filtraba entre las ramas, y durante algn tiempo escuchamos en silencio la conversacin de nuestros compaeros, que era tan montona como el rumor del agua que corra cerca de nosotros.Entonces comenz a hablar de Paolo, en tono muy tranquilo y con gran seguridad.- Son amigos desde su primera juventud?- S, baronesa.- Comparte usted sus secretos?- Creo que conozco el ms importante de ellos, aunque no me lo haya comunicado.- Luego puedo confiar en usted?- Espero que no tenga ninguna duda acerca de ello, seorita Ada.- Pues bien - dijo, alzando la cabeza en un movimiento de decisin -. l solicit mi mano, y mis padres se la negaron. Me dijeron que estaba enfermo, muy enfermo, pero, sea como fuere: yo le quiero. Me permite que le hable a usted as, verdad? Yo...Pareci un instante confusa y luego prosigui, con la misma decisin:- No s dnde se encuentra; pero le autorizo a usted a repetirle estas palabras, que l ya ha odo de mi propia boca, en cuanto le vea, o a comunicrselas por escrito, en cuanto llegue a conocimiento de usted su direccin: jams conceder mi mano a otro hombre que a l. Ah! Veremos!En esta ltima exclamacin, junto al desafo y la decisin, se encerraba tanto dolor inerme, que sin poder evitarlo cog su mano para estrecharla en silencio.Por aquel entonces me dirig por carta a los padres de Hofmann, rogndoles que me comunicasen la direccin de su hijo. Recib una direccin del sur del Tirol, pero la carta que envi me fue devuelta con la notificacin de que su destinatario haba abandonado ya el lugar, sin indicar la meta de su viaje.No quera ser molestado por nadie, haba huido de todo el mundo para morir solo. Para morir, indudablemente, pues despus de todo llegu a tener la triste seguridad de que no volvera a verle.No estaba claro que aquel hombre, enfermo sin esperanza, amaba a aquella joven con una pasin silenciosa, volcnica, de ardiente sensualidad, como corresponda a las parecidas reacciones de su primera juventud? El instinto egosta del enfermo haba hecho florecer en l la salud, al mismo tiempo que el deseo de posesin; ahora, este ardor, al no ser satisfecho, no devorara rpidamente sus ltimas reservas vitales?Y pasaron cinco aos sin recibir seal de vida por su parte, pero tambin sin que me llegase la noticia de su muerte.El ao pasado me encontraba en Italia, por Roma y sus alrededores. Pas los meses de esto en los montes, volv a fines de septiembre a la ciudad. Era una noche calurosa, estaba ante una taza de t, en el Caf Aranjo; hojeaba mi peridico y miraba distrado la variada actividad del amplio y luminoso local. Los clientes llegaban o se iban, los camareros iban y venan, y algunas veces se oan, gracias a las puertas ampliamente abiertas, los prolongados voceos de los chicos que vendan diarios afuera.De repente veo a un seor de mi edad, que se mueve lentamente entre las mesas, dirigindose hacia la salida... Ese modo de andar... Pero ya se vuelve hacia m, alza las cejas y se me acerca con un "Ah!" entre alegre y asombrado.- T aqu? - exclamamos ambos a la vez, y l me dice:- Luego vivimos ambas todava!Su mirada se apart un poco al decirlo. Apenas si haba cambiado en esos cinco aos; slo quiz su rostro se haba hecho bastante ms delgado, sus ojos se haban hundida ms en sus cuencas. De vez en cuando respiraba profundamente.- Hace mucho que ests en Roma? - pregunt.- En la ciudad, no mucho; estuve unas meses en la provincia. Y t?- Hasta hace una semana, he estado junto al mar. Ya sabes que siempre lo prefer a la montaa... S, desde que no nos hemos visto, he conocido gran cantidad de pases.Mientras se tomaba un sorbete, comenz a contarme cmo haba pasado aquellos aos: de viaje, siempre de viaje. Recorri las montaas del Tirol, viaj despacio por toda Italia, pas de Sicilia a frica y hablaba de Argel, Tnez y Egipto.- Estuve adems algn tiempo en Alemania - dijo -, en Karlsruhe; mis padres deseaban verme con urgencia, y no queran dejarme marchar. He vuelto a Italia hace tres meses. En el Sur me siento como en mi hogar, sabes? !Roma me agrada sobremanera!Por mi parte, an no le haba preguntado acerca de su estado de salud, por lo cual dije:- De todo esto, debo deducir que te encuentras muy fortalecido, no?Me mir un momento con expresin interrogante; luego Respondi:- Quieres decir, porque viajo tan activamente? Pues te dir:. es una necesidad muy natural. Qu quieres? Me han prohibido fumar, beber y amar... luego necesito alguna especie de narctico, comprendes?Como yo callaba, agreg:- Muy necesario... desde hace cinco aos.Habamos llegado al punto que hasta aquel instante evitbamos, y la pausa que se produjo expres la confusin de ambos. Se recost contra el respaldo de terciopelo y mir hacia el candelabro del techo. Luego dijo sbitamente:- Sobre todo, me perdonas que haya estado tanto tiempo sin darte noticias mas? Lo comprendes? - Desde luego.- Sabes algo acerca de mis aventuras de Munich? - prosigui en tono casi de dureza.-S. Durante todo este tiempo he guardado un mensaje para ti. Un mensaje de una mujer.Sus ojos cansados llamearon brevemente. Luego dijo en el mismo tono seco y cortante de antes: - Sepamos si se trata de alguna novedad.- Novedad, no creo; slo una confirmacin de lo que t mismo supiste por ella...Y le repet, inmersos ambos en aquella multitud que charlaba y gesticulaba, las palabras que aquella noche me confi la baronesa.l escuchaba pasndose la mano por la frente, y al fin dijo, sin dar seales de estar conmovido: - Gracias.Su tono comenz a hacerme dudar.- Cierto que sobre esas palabras han pasado los aos - dije -, cinco largos aos que ella y t habis vivido... miles de nuevas impresiones, sensaciones, pensamientos, deseos...Me interrump, pues l se irgui y dijo con voz en la que vibraba nuevamente la pasin que por un momento cre apagada:- Yo... me atengo a esas palabras!En ese momento reconoc en su rostro y en toda su actitud la expresin que observ en l aquella vez, cuando conoc a la baronesa: aquella tranquilidad forzada, aquella tensin dominada que muestra la fiera antes de saltar.Desvi la conversacin, y volvimos a hablar de sus viajes, de los estudios realizados durante ellos; no parecan ser muchos, y habl de ellos con bastante indiferencia.Poco despus de medianoche se levant.-Necesito dormir o ms bien estar solo... Maana por la maana puedes encontrarme en la Galleria Doria. Estoy copiando a Saraceni; me he enamorado del ngel msico. S bueno y ven. Me he alegrado de encontrarte aqu, Buenas noches.Dicho esto sali, despacio, tranquilo, con movimientos cansados, indolentes.Durante todo el mes siguiente recorr la ciudad con l; Roma, ese museo rebosante de todas las artes, la moderna metrpoli del sur, una ciudad llena de vida ruidosa, rpida, ardiente, sensual, en la que el viento clido pone una nota de indolencia oriental.El comportamiento de Paolo fue siempre el mismo. Por lo general era serio y callado, y a veces caa en un cansado relajamiento, del cual sola recuperarse repentinamente, con un relampagueo en sus ojos, para continuar con ardor una conversacin anteriormente abandonada.Debo mencionar un da en que hizo algunas observaciones, cuyo verdadero sentido no he podido comprender hasta ahora.Era un domingo. Habamos aprovechado la maravillosa maana de fines del esto para dar un paseo por la Va Appia y descansbamos, despus de haber seguido durante largo trecho la antigua ruta, en aquella pequea colina rodeada de cipreses, desde la que se disfruta una estupenda vista sobre la soleada Campagna, con el gran acueducto, y al fondo los montes Albanos, envueltos en una delicada niebla.Paolo descansaba medio echado sobre el clido suelo cubierto de hierba, con la barbilla apoyada en la mano, y mirando a lo lejos con ojos cansados, velados. Cuando se dirigi a m fue uno de aquellos despertares de su completa apata, tan repentinos:- El ambiente! Todo este efecto se debe al ambientes!Murmur alguna afirmacin, y hubo un silencio. Luego, sin transicin, me dijo, volviendo hacia m el rostro, con cierto nfasis:- Dime, no te ha sorprendido, en el fondo, encontrarme an con vida?Guard silencio, sorprendido, y l volvi a mirar la lejana con expresin pensativa.- A m... s - prosigui lentamente- . En realidad, cada da me maravillo de ello. Sabes cmo me encuentro, de hecho? El mdico francs de Argel me deca. "El diablo me lleve si comprendo cmo puede viajar todava! Le aconsejo que se vuelva a su casa y se meta en la cama!"Tena confianza conmigo porque cada noche nos reunamos a jugar al domin."Todava estoy vivo. Casi cada da estoy en las ltimas. Por la noche, acostado en la oscuridad - sobre el lado derecho, se entiende! - el corazn me palpita hasta el cuello, siento vrtigo hasta tal punto que me brota un sudor de angustia, y luego, de improviso, siento como si la Muerte me estuviera tocando. Por un instante todo se detiene en mi interior, los latidos del corazn cesan, la respiracin falla. Me incorporo, enciendo la luz, respiro hondo y devoro con la mirada los objetos que me rodean. Luego bebo un sorbo de agua y me echo, siempre sobre el costado derecho, y poco a poco vuelvo a dormirme."Duermo mucho y con un sueo muy profundo, pues en realidad siempre estoy agotado. Sabes, que si quisiera, podra tenderme ahora aqu mismo y morirme? As es de sencillo."Creo que durante estos aos habr visto mil veces la muerte cara a cara. No he muerto. Algo me sostiene... Me levanto, pienso algo, me aferro a una frase, que repito hasta veinte veces, mientras mis ojos absorben vidamente toda la luz y la vida que hallan a mi alrededor... Me comprendes?Permaneci inmvil, echado, y apenas pareca esperar una respuesta. Ya no s lo que contest; pero nunca olvidar la impresin que me causaron sus palabras.Y luego, aquel da... !Oh!, siento como si lo hubiera vivido ayer mismo.Era uno de los primeros das de otoo, aquellos das grises, extraamente clidos, en los que el viento hmedo opresivo de frica barre las calles, y por la noche cruzan el cielo, uno tras otro, los relmpagos.Por la maana entr en la habitacin de Paolo, para salir con l. Su maleta grande estaba en medio de la estancia, y tena el armario y la cmoda abiertos de par en par; sus apuntes a la acuarela de Oriente y el vaciado en yeso de la cabeza de Juno del Vaticano estaban an en sus respectivos lugares.l estaba de pie junto a la ventana, muy erguido, y no dej de mirar hacia fuera cuando me detuve, lanzando una exclamacin de asombro. Luego se volvi brevemente, alargndome una carta, y sin decir ms que:- Lee.Le mir. En aquel rostro delgado y amarillo de enfermo, con los ojos negros y febriles, haba una expresin como la que por lo comn slo puede producir la muerte, de una inmensa seriedad, que me hizo bajar los ojos hacia la carta, que haba cogido. Y le:

"Muy apreciado seor Hofmann:A la amabilidad de sus seores padres, a quienes me dirig, debo el conocimiento de su direccin, y espero ahora que acoja usted amistosamente estas lneas.Permtame asegurarle, estimado seor Hofmann, que durante estos cinco aos le he recordado siempre con el sentimiento de una sincera amistad. Si hubiera de creer que su repentina marcha, en aquel da tan doloroso para usted y tambin para m, significaba enemistad hacia m y los mos, ello me entristecera an ms profundamente, de lo que me asust y sorprendi la peticin hecha por su parte de la mano de mi hija.En aquella ocasin le habl a usted de hombre a hombre, comunicndole con sinceridad y arriesgndome a parecer brutal, el motivo por el cual deba negar la mano de mi hija a un hombre, lo repito, tan apreciado por m en todos los conceptos; y le habl tambin como padre, preocupado por una felicidad estable de su nica hija, y que hubiera evitado el nacimiento de los afanes que usted sabe, si tan slo hubiera podido pensar en esta posibilidad.En esta misma calidad, apreciado seor Hofmann, me dirijo hoy a usted: como amigo y como padre. Han pasado cinco aos desde su marcha, y si hasta ahora no he tenido ocasin de darme cuenta de la profundidad de la inclinacin que supo usted inspirar a m hija, recientemente ocurri un hecho que hubo de abrirme por completo los ojos. Por qu iba a ocultarle a usted que mi hija rechaz por usted la peticin formal de un hombre excelente, peticin que yo como padre tena numerosos motivos para apoyar? El paso de los aos no ha podido modificar los sentimientos y anhelos de mi hija, y si en el caso de usted - le pregunto sincera y francamente - ocurriera lo mismo, declaro aqu que como padre no deseo constituir obstculo a la felicidad de mi hija.En espera de su contestacin, por la cual, cualquiera que ella sea, le quedo profundamente reconocido, y sin ms que agregar a estas lneas, salvo manifestarle mi ms distinguida consideracin, le saludo atentamente,

Oskar, barn de Stein."

Alc los ojos. Tena las manos a la espalda y se haba vuelto de nuevo hacia la ventana. Dije solamente.- Te vas?Sin mirarme, l contest:- Maana por la maana han de quedar dispuestas mis cosas.El da pas, ocupado en diligencias y en hacer maletas, en lo que le ayud, y al anochecer le propuse que diramos un ltimo paseo por las calles de la ciudad.Haca an un bochorno insoportable, y el cielo brillaba a cada segundo en sbitos resplandores fosfricos. Paolo pareca tranquilo y cansado, pero su respiracin era honda y pesada.Durante cerca de una hora paseamos en silencio o hablando de cosas indiferentes, y nos detuvimos luego ante la Fontana de Trevi, aquella famosa fuente que muestra el carro del dios marino.Una vez ms, contemplamos largamente y con admiracin ese magnfico grupo que, iluminado constantemente por azulados relmpagos, produca una impresin casi mgica. Mi acompaante dijo:- Desde luego, Bernini me maravilla an en las obras de sus discpulos. No comprendo a sus enemigos. Cierto que si el Juicio Final es ms escultura que pintura, todas las obras de Bernini son ms bien pinturas que esculturas. Pero, dnde hallaremos un decorador ms grande?- Conoces la leyenda de esta fuente? Dicen que quien al marcharse de Roma bebe aqu, vuelve siempre. Aqu tienes mi vaso - y lo llen en uno de los surtidores volvers a ver tu Roma!Tom el vaso y se lo llev a los labios. En este instante todo el cielo llame en un relmpago deslumbrante y prolongado, y el delicado recipiente se hizo pedazos en el borde ptreo de la fuente, con un sonido argentino. Con su pauelo, Paolo se sec el agua de su traje.- Soy nervioso y torpe - dijo -. Vmonos, Espero que el vaso no tuviera mucho valor.Al da siguiente el tiempo haba despejado. Un cielo de verano, radiante y luminoso, rea sobre nosotros mientras nos dirigamos a la estacin.La despedida fue breve. Paolo me estrech la mano en silencio cuando le dese felicidad, mucha felicidad.Permanec mirndole largo rato, mientras se alejaba, muy erguido junto a la amplia ventanilla. En sus ojos haba una gran seriedad... y una expresin de triunfo.Qu ms voy a decir? Muri: en la maana siguiente a su noche de bodas... casi en la misma noche de bodas.As haba de ser. No fue la voluntad, nicamente la voluntad de ser feliz, lo que le hizo vencer tanto tiempo a la muerte? Hubo de morir, sin lucha y sin resistencias, una vez satisfecha esa voluntad; ya no tena motivo para seguir viviendo.Me he preguntado si obr mal, si hizo mal conscientemente a aqulla con quien se una. Mas yo la vi en el entierro, de pie a la cabecera de su atad, y vi tambin en su rostro la expresin que descubr en el suyo: la solemne y fuerte seriedad del triunfo.FINTraduccin: J. A. Bravo y F Fontcuberta.3ra edicin, 1991.Luis de Caralt Editor S. A.Espaa.===