MANO TENDIDA A LA VIEJA LITURGIA TRIDENTINA · orden (art. 29-31), al Breviario romano Año 2007, 7...

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PLIEGO JOSé MANUEL BERNAL LLORENTE Liturgista MANO TENDIDA A LA VIEJA LITURGIA TRIDENTINA 2.757. 11-17 de junio de 2011

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PLIEGO

José Manuel Bernal llorenteliturgista

MANO TENDIDAA LA VIEJA LITURGIA

TRIDENTINA

2.757. 11-17 de junio de 2011

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El Vaticano II, en entredichouna valoración crítica de la solución por la que ha optado la santa sede para resolver el conflicto.

I. ACTUACIONES DE LA SANTA SEDE

las intervenciones de la santa sede para resolver el problema planteado en la Iglesia por los tradicionalistas de monseñor Marcel Lefebvre han venido apareciendo paulatinamente durante varios años. estas intervenciones se han centrado siempre en la defensa y salvaguarda de la nueva liturgia restaurada y renovada a raíz del Concilio Vaticano II.

Año 1980: consulta de Juan Pablo II a los obispos

en esta consulta se invitaba a todos los obispos del mundo a informar sobre el modo en que los sacerdotes habían acogido el nuevo misal romano promulgado en 1970 por el papa Pablo VI. en ese informe debían señalar también las dificultades con que se habían encontrado los responsables de la pastoral para poner en práctica las nuevas disposiciones litúrgicas y la resistencia ofrecida por los grupos más reaccionarios y opuestos a la reforma. los resultados de la consulta fueron publicados posteriormente en la revista Notitiae (n. 185, diciembre, 1981), editada por la Congregación para el Culto Divino. en principio, las respuestas de los obispos no reflejaban situaciones conflictivas extremas.

Año 1984, 3 de octubre: Quattuor abhinc annos

se trataba de una carta circular enviada por la Congregación para el Culto Divino a los presidentes de las diferentes conferencias episcopales del mundo, publicada en L’Osservatore Romano del 22 de octubre de 1984. en este escrito se anuncia ya, por deseo expreso

del santo Padre, la posibilidad de que quienes así lo deseen y soliciten puedan celebrar la misa con el viejo misal tridentino, concretamente con el editado en 1962 por el papa Juan XXIII. no obstante, el documento se preocupa de advertir de que el uso de este indulto no debe significar en absoluto menoscabo o duda alguna respecto a la legitimidad y pureza doctrinal del nuevo misal reformado y promulgado por Pablo VI. De esta forma, se deseaba satisfacer los deseos de aquellos grupos que, reacios a aceptar los nuevos cambios litúrgicos, manifestaban insistentemente su añoranza por los viejos usos de la liturgia tridentina. este fue, sin duda, el primer paso hacia la condescendencia.

Año 1988, 2 de julio: Ecclesia Dei afflicta

es una carta apostólica promulgada por Juan Pablo II en forma de Motu Proprio. Hay que señalar como motivo ocasional de la carta la ordenación episcopal de cuatro obispos llevada a cabo ilegítimamente por el arzobispo Marcel lefebvre el 30 de junio de 1988 en el marco de la Fraternidad sacerdotal san Pío X. este gesto es calificado por el documento “como un acto cismático” (n. 4) y “como una desobediencia al romano Pontífice en materia gravísima y de capital importancia para la unidad de la Iglesia” (n. 3). todo ello conlleva, como consecuencia, la declaración de que tanto el arzobispo lefebvre como los cuatro obispos ordenados ilegítimamente “han incurrido en la grave pena de excomunión prevista por la disciplina eclesiástica” (n. 3).

el documento decide la creación de una comisión con el fin de “facilitar la plena comunión eclesial de los sacerdotes, seminaristas, comunidades, religiosos o religiosas” (n. 6) vinculados de forma más o menos directa a los movimientos tradicionalistas liderados por el arzobispo lefebvre. esta comisión, llamada en adelante Ecclesia Dei, quedará vinculada a la

las últimos pasos dados por el Papa, aprobando nuevas normas que amplían y concretan el uso

del rito litúrgico tridentino, me han causado una profunda tristeza. Me hago cargo perfectamente de la enorme carga de benevolencia y buena voluntad que han inspirado estas decisiones de Benedicto XVI, hondamente preocupado por salvaguardar a toda costa la unidad de la Iglesia. Pero debo confesar que quienes hemos dedicado muchas horas y gastado muchas energías en animar la renovación litúrgica; quienes hemos sido testigos directos de los esfuerzos y sudores de los padres conciliares del Vaticano II para sacar a flote el documento trascendental de la constitución litúrgica (Sacrosanctum Concilium), con sus importantes logros y decisiones; quienes hemos seguido muy de cerca la reforma de los libros litúrgicos, llevada a cabo por los equipos de trabajo del Consilium después de promulgada esa constitución sobre la sagrada liturgia, empezando por el misal y siguiendo luego con los rituales y el breviario; quienes hemos vivido todos estos acontecimientos casi como protagonistas estamos profundamente asombrados, sin palabras y perplejos, al tomar contacto con estos escritos del actual Pontífice.

en las páginas que siguen voy a intentar una aproximación leal y cuidadosa al fondo que subyace en estos documentos, unos de Benedicto XVI y otros, los primeros, de Juan Pablo II. Deseo que este acercamiento crítico sea, al mismo tiempo, respetuoso y leal, libre y responsable. Después de señalar los diferentes documentos que han ido jalonando el desarrollo de los distintos acontecimientos, intentaré interpretarlos en el contexto histórico peculiar que los ha provocado y ofreceré

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Curia romana y estará presidida por un cardenal. su principal cometido consistirá en facilitar el camino a los disidentes para su vuelta a la comunión eclesial; para ello, el escrito promete “una amplia y generosa aplicación de las normas emanadas hace algún tiempo por la sede apostólica, para el uso del Misal romano según la edición típica de 1962” (n. 6). Debo señalar que este talante generoso y condescendiente, aplicado a los tradicionalistas disidentes, junto con una valoración tolerante y permisiva de los hechos, será el estilo que caracterizará en adelante a las actuaciones de la santa sede.

Año 2007, 7 de julio: Motu Proprio Summorum Pontificum

se trata de un escrito promulgado por el papa Benedicto XVI. es este uno de los documentos más significativos de todo el proceso, y representa la decisión

más importante y, sin duda, la más grave de la santa sede de cara a los movimientos y grupos tradicionalistas que han venido desarrollándose ampliamente en la Iglesia a lo largo de estos últimos años.

el Papa resalta la importante labor del Concilio Vaticano II en la renovación y reforma de la liturgia, llevada a cabo mediante una profunda revisión y adaptación de sus textos, sus estructuras y sus libros. no obstante, a pesar de “haber sido acogidos de buen grado los nuevos libros litúrgicos por los obispos, sacerdotes y fieles”, el Papa no deja de señalar que “en algunas regiones, no pocos fieles se adhirieron y siguen adhiriéndose con mucho amor y afecto a las anteriores formas litúrgicas, que habían embebido tan profundamente su cultura y su espíritu”. la constatación de este hecho, referido a la existencia de

grupos tradicionalistas en la Iglesia, encarnizados defensores de la vieja liturgia tridentina y fuertemente reacios a la introducción de los nuevos ritos litúrgicos, ha sido el punto de partida, el motivo decisivo, que ha impulsado tanto a Juan Pablo II como a Benedicto XVI a tomar las graves decisiones que se recogen en estos documentos.

sin entrar ahora en valoraciones críticas, sí que deseo señalar algunos de los puntos, a mi juicio más significativos, contenidos en el motu proprio. en primer lugar, hay que anotar una importante distinción introducida por el Papa para poder justificar el uso de los libros litúrgicos anteriores a la reforma del Vaticano II, entre los cuales se menciona de manera destacada el Misal romano ampliamente revisado y editado por el papa Juan XXIII en el año 1962. se trataría de la última edición del viejo misal romano tridentino,

El pasado 13 de mayo, la Santa Sede hacía pública la instrucción Universae Ecclesiae, detallando la aplicación del Motu Proprio del 7 de julio de 2007 Summorum Pontificum sobre la nueva reglamentación para el uso de la liturgia romana vigente en 1962. Benedicto XVI confirmaba y ampliaba así la apertura que ya en 1988 (Ecclesia Dei afflicta) Juan Pablo II había concedido a los fieles que desearan seguir los ritos previos a las reformas del Concilio Vaticano II. Estas páginas tratan de ser una aproximación crítica pero respetuosa al fondo que subyace en estos documentos: un intento sincero por devolver a ciertos grupos tradicionalistas al camino de la unidad que, sin embargo, no solo supone una peligrosa mano tendida a la vieja liturgia tridentina, sino un grave conflicto doctrinal.

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posteriormente se presentó como un conjunto de grupos cada vez más numerosos, vinculados generalmente a los posicionamientos tradicionalistas del arzobispo lefebvre. el talante comprensivo, benevolente y conciliador de los papas frente a estos grupos tradicionalistas y opuestos a la reforma litúrgica, se percibe claramente en las expresiones utilizadas para definir la actitud de esos grupos: “legítima aspiración”, “justas aspiraciones”, “legítimos deseos”. a uno no se le escapa el alto coeficiente de simpatía con que, tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI, miraban a estos grupos.

Año 2011, 30 de abril: Instrucción Universae Ecclesiae

en este caso, se trata de un documento emitido por la Comisión Pontificia Ecclesia Dei sobre la aplicación del Motu Proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI. este escrito intenta hacerse eco de las observaciones remitidas a roma por los obispos a raíz de los tres años de experiencia que han sucedido a la entrada en vigor del motu proprio. no hay decisiones nuevas, pero sí que se consolidan algunas apreciaciones expuestas anteriormente.

uno de los puntos tratados en el documento y que ha suscitado mayor revuelo en la opinión pública es el que se refiere al uso del latín en la liturgia (art. 24-28). en principio, el documento dispone que quienes optan por seguir el rito antiguo deben ajustarse a las condiciones y características de la liturgia preconciliar. entre ellas, hay que destacar la vigencia de la lengua latina tal como se utiliza en esos libros. es lógico. solo abre la mano parcialmente para poder utilizar la lengua vernácula para proclamar las lecturas en la misa privada o para doblarla, después de haberla leído en latín, en las misas con asamblea. no deja de sorprender que uno pueda usar la lengua vernácula cuando celebra solo la misa y, en cambio, tenga que usar el latín en las misas celebradas con asistencia de fieles.

termina el documento detallando algunas disposiciones referidas a diversas celebraciones: respecto a la Confirmación y al sacramento del orden (art. 29-31), al Breviario romano

Año 2007, 7 de julio: Carta de Benedicto XVI a los Obispos

esta carta se la dirige el Papa a los obispos acompañando el texto del documento Summorum Pontificum, a fin de aclarar y subrayar algunos puntos importantes contenidos en el motu proprio.

Comienza el Pontífice advirtiéndoles a los obispos de que la forma normal, la ordinaria, de celebrar la liturgia eucarística es la ofrecida en el Misal romano de 1970 promulgado por Pablo VI. advierte a continuación que el Misal romano de 1962, reeditado por Juan XXIII, ofrece la posibilidad de celebrar la misa en su expresión extraordinaria. no son dos ritos, dice Benedicto XVI, sino más bien un doble uso del mismo y único rito. en todo caso, me sorprende el interés que se percibe en el documento por centrar marcadamente en el misal la adhesión a uno u otro rito, a una u otra liturgia, como si toda una tradición litúrgica se redujera al misal, a la celebración de la eucaristía. no dudo de que, en este caso, se trata de un reduccionismo intencionado, como si la nostalgia por la vieja liturgia preconciliar y el indulto para poder celebrarla quedaran polarizados únicamente en el uso del misal.

otra vez se resalta el constante crecimiento de los grupos de fieles que, dentro de la Iglesia, se manifiestan deseosos de seguir celebrando la liturgia tal como se hacía antes de la reforma conciliar. lo que en un primer momento se consideró un grupo insignificante, escasamente representativo,

promulgado inicialmente por el papa san Pío V en 1570. Distingue Benedicto XVI una “expresión ordinaria” del rito romano, que estaría representada por el misal de Pablo VI y los demás libros litúrgicos reformados, y otra “expresión extraordinaria” del mismo rito romano, representada en este caso por el misal romano tridentino y los demás libros litúrgicos anteriores al Vaticano II. subraya el Papa que no se trata de dos ritos romanos diferentes, sino de uno solo y único rito susceptible de ser celebrado en su expresión ordinaria o en su expresión extraordinaria. Culmina esta reflexión con una afirmación muy cabal, que a mí no deja de sorprenderme, al afirmar que el viejo misal romano reeditado en 1962 por Juan XXIII no fue abrogado nunca (art. 1).

Desde al artículo 2 hasta el final, el documento establece la normativa que deberá regir el uso del Misal romano de 1962. llama la atención la generosa amplitud que rezuma la normativa y las sorprendentes facilidades que se otorgan para poder acceder sin cortapisas al uso, no solo del misal, sino de toda la liturgia preconciliar. uno tendría la impresión, incluso, de que, en el fondo, se oculta un secreto deseo de revalorizar la vieja liturgia. sorprenden, por otra parte, las amplias facultades otorgadas a párrocos y sacerdotes en general para poder decidir libremente el uso de la liturgia tridentina, al margen del dictamen del obispo local, a quien, en definitiva, la doctrina conciliar del Vaticano II considera el vigilante y el moderador supremo de la liturgia en su Iglesia (Sacrosanctum Concilium, 22). en la carta que acompaña a este documento, se afirma taxativamente: “Cada obispo, en efecto, es el moderador de la liturgia en la propia diócesis”.

sin embargo, el motu proprio es así de claro y así de tajante: “Para dicha celebración de la liturgia, siguiendo uno u otro misal, el sacerdote no necesita ningún permiso, ni de la sede apostólica ni de su ordinario” (art. 2). Con una cierta ironía no exenta de cinismo, se advierte que “estas normas pretenden precisamente liberar a los obispos de tener que valorar siempre los hechos y responder a las diversas situaciones”.

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(art. 32), al triduo Pascual (art. 33), a los ritos particulares de las Órenes religiosas (art. 34) y al Pontifical romano y los rituales (art. 35). no voy a hacer comentarios a estas disposiciones. en cambio, deseo insistir en una apreciación que manifesté algo más arriba. este indulto, del que hablamos, no va referido exclusivamente al uso del misal. esta fue la impresión inicial cuando solo se hacía referencia al Misal romano de 1962, revisado y reeditado por Juan XXIII. era una impresión equivocada. ahora tenemos la seguridad de que el indulto promovido por la santa sede es mucho más amplio, más comprometedor y de consecuencias mucho más graves.

II. LOS GRUPOS TRADICIONALISTAS DISIDENTES DE MONSEÑOR LEFEBVRE

He manifestado anteriormente mi convencimiento de que el motivo clave que ha originado las diferentes decisiones de la santa sede, acaecidas de manera progresiva, durante los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, hay que fijarlo claramente en la existencia de grupos tradicionalistas, vinculados en gran medida al liderazgo de monseñor lefebvre, rabiosamente opuestos a las reformas litúrgicas emanadas del Concilio Vaticano II y profundamente disconformes con la doctrina teológica que está en la base e inspiró las decisiones del mismo Concilio. no tengo duda de que el temor a dolorosas escisiones en la Iglesia, y el deseo profundo y leal de los papas de facilitar vías de entendimiento y de reconciliación, han resultado determinantes en el momento de conceder este indulto y de facilitar el uso de la antigua liturgia preconciliar. Con ello se ha intentado acallar resentimientos y allanar el camino hacia la unidad. sin embargo, tengo el presentimiento de que este intento, realmente sincero, no es lo más adecuado; me parece que, en vez de resolver los problemas, provoca otros más agudos. Para justificar mi postura, debo aclarar primero la naturaleza y el verdadero perfil de de estos grupos tradicionalistas.

El arzobispo Marcel LefebvreHay que definir primero los rasgos

y el carácter singular del arzobispo Marcel lefebvre, el artífice y la figura emblemática de este movimiento anticonciliar. nace en Francia, en la ciudad de tourcoing, el 29 de noviembre de 1905. Después de haber cursado sus estudios eclesiásticos en la universidad Gregoriana de roma y haberse incorporado a la francesa Congregación del espíritu santo, ejerció su ministerio sacerdotal como misionero en Gabón (África) hasta que, en 1948, Pío XII lo nombra obispo de Dakar, elevándolo posteriormente al rango de arzobispo y designándolo legado apostólico para toda el África francófona. a causa seguramente de sus ya incipientes posicionamientos tradicionalistas, no gozó de las simpatías de los obispos franceses, los cuales, a su vuelta de África, no vieron con buenos ojos su incorporación al episcopado francés ni su participación en la asamblea de cardenales y arzobispos franceses.

Participó en el Concilio Vaticano II, pero pronto manifestó sus reticencias doctrinales y su disconformidad con el sesgo ideológico que fue tomando progresivamente la gran asamblea conciliar. Durante su estancia en el Concilio, colaboró en la creación del Coetus Internationalis Patrum,

organismo creado para defender en el aula conciliar los grandes valores de la tradición católica. este hecho le valió la oposición y la enemistad de los obispos franceses y germanos.

en 1971, una vez terminado el Concilio, funda la Fraternidad sacerdotal san Pío X y, casi a continuación, establece la casa de formación para sus seminaristas en el seminario de ecône, en suiza, que se convertirá desde entonces en el centro neurálgico y de irradiación de la Fraternidad.

la disidencia de monseñor lefebvre no se limitó a la aceptación o no de la nueva liturgia reformada por el Concilio. su posicionamiento doctrinal disidente es mucho más amplio y de mayor envergadura. en principio, creo que el problema planteado por los tradicionalistas no es solo litúrgico; es mucho más hondo, de mayor calado, más grave y comprometedor. Por eso vuelvo a expresar mis dudas de que el conflicto pueda ser resuelto en clave estrictamente litúrgica.

en julio de 1988, monseñor lefebvre fue excomulgado pública y formalmente por el papa Juan Pablo II. Falleció el 25 de marzo de 1991 en Martigny a los 85 años de edad y sus restos reposan en el seminario de ecône. los cuatro obispos ordenados por lefebvre permanecieron excomulgados hasta el 24 de enero de 2009, fecha en que Benedicto XVI les levantó la excomunión.

La Fraternidad Sacerdotal San Pío Xla Fraternidad sacerdotal san Pío

X es una sociedad internacional de sacerdotes católicos romanos, por supuesto tradicionalistas, a la que se vinculan también otros miembros religiosos en calidad de hermanos, hermanas, oblatos y terciarios. una de las señas de identidad que esta sociedad sacerdotal ha tomado como bandera es la defensa de la misa tradicional de rito romano, tal como quedó fijada en el misal reeditado en 1962 por Juan XXIII. afirman que pretenden mantenerse fieles a la teología basada en el tomismo y en la tradición milenaria de la Iglesia, frente a los errores modernos, el liberalismo y otras doctrinas anticatólicas; cuestionan sorprendentemente la autoridad del

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introducidas por la reforma, como la significativa distribución de espacios, constituidos por la sede del sacerdote, el ambón desde el que se proclaman las lecturas y el altar donde se desenvuelve la liturgia del banquete eucarístico. el sacerdote vuelve a dar la espalda al pueblo, y el perfil del ministerio sacerdotal promovido por el Vaticano II queda peligrosamente lesionado y comprometido. Y, finalmente, algo de suma importancia: se silencia la gran riqueza de los nuevos textos litúrgicos, cuidadosamente elaborados por los expertos; algunos recuperados de entre los viejos sacramentarios y otros de nueva creación. Particularmente, creo que no acabaremos nunca de lamentar la vuelta al único canon misae, cargado por supuesto de tradición y de solera, y el olvido del rico repertorio eucológico constituido por las nuevas plegarias eucarísticas, auténticos tesoros en los que se concentra y expresa la más rica tradición teológica en torno a la eucaristía. lo repito: el recurso al viejo misal no es una decisión banal, intrascendente; lo que va en juego es de un valor incalculable, difícil de calibrar en este momento.

Indudablemente, el problema que aquí se está ventilando es de carácter litúrgico, con implicaciones de una importancia insoslayable. Pero no es solo un problema litúrgico. Hay de por medio, seguramente en su raíz más profunda, un serio conflicto doctrinal. Porque las reticencias a aceptar la nueva liturgia son solo la cresta del iceberg. el problema real es mucho más hondo, mucho más grave.

sin embargo, analizando los documentos sucesivos dictados por la santa sede, se percibe claramente que el problema no se reduce a la forma de celebrar la misa, sino que afecta a toda la liturgia reformada por el Concilio.

a nadie se le escapa, además, que la utilización del viejo misal para celebrar la eucaristía no es una cosa banal, un gesto superficial, intrascendente. ni se puede decir, sin más, que ambos misales son esencialmente iguales. ni puede resolverse el problema, como parece insinuarse de manera un tanto ingenua, introduciendo en el viejo misal algunos de los nuevos prefacios o incorporando al calendario las fiestas de los nuevos santos. el hecho reviste una gran trascendencia e implica una gravedad de imprevisibles consecuencias. la utilización del viejo misal de 1962 conlleva una estructura diferente de la misa, en la que no se menciona la homilía, ni la oración de los fieles, ni la procesión de ofrendas, ni el abrazo de paz, ni la posibilidad de comulgar bajo las dos especies. en realidad, la normativa del viejo misal en ningún momento se hace eco de la asamblea. el sistema de lecturas se presenta clamorosamente empobrecido, con solo dos lecturas en la misa y con un solo ciclo. lo de menos es la obligación de proclamar las lecturas en latín; lo más grave es la pobreza de su repertorio. la liturgia de la Palabra pierde así la relevancia y la riqueza que quiso darle el Concilio. la preocupación por la participación activa de los fieles resulta prácticamente inexistente. Quedan congeladas las grandes innovaciones

romano Pontífice en la recepción de la doctrina del Concilio Vaticano II.

la Fraternidad fue erigida inicialmente como pía unión según las normas del Derecho Canónico por monseñor Charrière, obispo del lugar; aunque en 1975 le fue retirada esta condición por monseñor Mamie, obispo de Friburgo, en cuya jurisdicción había sido erigida canónicamente la Fraternidad, a instancias de la santa sede.

en la actualidad, la Fraternidad cuenta con medio millar de sacerdotes, con más de doscientos seminaristas, a los que hay que añadir otros tantos hermanos y hermanas. están repartidos en varios países de europa y américa y están presentes en media docena de seminarios en suiza, alemania, Francia, australia, los estados unidos y argentina.

Para ofrecer una visión más ajustada a la realidad, debo incorporar a este informe otros datos complementarios. sabemos que en europa y los estados unidos ya existen florecientes parroquias donde se celebra la misa según el viejo rito tradicional y donde los sacramentos son administrados de acuerdo a los libros litúrgicos anteriores al Concilio. este es particularmente el caso de las parroquias encomendadas a la Fraternidad de san Pedro o al Instituto de Cristo rey. es destacable, además, la licencia concedida por la santa sede a los monasterios benedictinos franceses de santa María de Fontgombault y de le Barroux para usar de modo exclusivo los libros litúrgicos en vigor hasta 1962.

III. ¿UN PROBLEMA LITÚRGICO O UN CONFLICTO DOCTRINAL?

lo he señalado varias veces en las páginas anteriores. en un primer momento, el conflicto fue presentado como un problema litúrgico, como un rechazo a la liturgia reformada por el Concilio; más en concreto y de manera más especial, como un rechazo al nuevo misal romano de Pablo VI y a la nueva forma de celebrar la eucaristía instaurada por el Concilio. Parece ser que todas las furias desatadas en contra de las reformas conciliares quedaban concentradas en el misal.

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Ya he comentado anteriormente que la postura intransigente de los tradicionalistas de lefebvre había quedado polarizada en su gesto de oposición a la liturgia reformada por el Concilio y, más en concreto, por su rechazo del nuevo misal de Pablo VI. este ha sido, sin duda, el gesto emblemático. Pero el problema real no se circunscribe a este rechazo. Para entender ese gesto en toda su dimensión, hay que tener en cuenta las declaraciones de lefebvre en su manifiesto: “nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir la roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y, después del Concilio, en todas las reformas que de este salieron. […] Habiendo nacido esta reforma del liberalismo y del modernismo, está totalmente envenenada; sale de la herejía y desemboca en la herejía, incluso si todos sus actos no son formalmente heréticos”. estas duras palabras reflejan realmente el marco en que surge la oposición a la nueva liturgia y el contexto real en que deben interpretarse. Hay por parte de lefebvre una sospecha de que el Concilio Vaticano II ha caído en las redes del liberalismo, del modernismo, del protestantismo y de lo que él llama conciliarismo.

en realidad, está claro que, por parte del movimiento lefebvriano, hay un rechazo frontal del Concilio Vaticano II, de su doctrina, de sus mensajes y de sus reformas. ese es el entorno en el que se debe situar su aversión a la nueva liturgia. respondiendo ya, de una vez, a la pregunta inicial, debo decir que el conflicto que hay planteado hoy día en la Iglesia es, al mismo tiempo, litúrgico y, sobre todo, doctrinal. Por tanto, hay que ver ahora si las medidas que está tomando la jerarquía de la Iglesia para resolverlo son las más adecuadas.

IV. LA CONDESCENDENCIA DEL VATICANO

Debo insistir una vez más en el pleno convencimiento que tengo de la honda preocupación que, desde años, atormenta a la santa sede, de la tristeza que produce en el ánimo de

los papas, de la búsqueda incansable de caminos de encuentro para poner fin a la situación de ruptura provocada por la actitud reaccionaria de monseñor Marcel lefebvre. Ya hemos visto anteriormente los pasos que se dieron y los permanentes intentos de acercamiento impulsados por el Vaticano. todo fue inútil, y lefebvre permaneció impertérrito en su enfeudamiento de ecône. esta actitud se ha transmitido posteriormente a los grupos.

ante esta situación, el Vaticano ha ido adoptando un tratamiento cada vez más indulgente, más permisivo. ante la solicitud insistente de los grupos tradicionalistas reclamando la posibilidad de utilizar la liturgia preconciliar, la santa sede ha calificado esa reclamación de “legítima aspiración”, o “justas aspiraciones”, o “legítimos deseos”. no se han escatimado elogios en el momento de subrayar la riqueza que encierra y el alto valor espiritual contenido en la vieja liturgia. ella ha sido la fuente que, en el pasado, ha imbuido la vida y la piedad de tantos fieles y personas consagradas. todo esto es cierto, y no seré yo quien ponga en duda el valor incalculable de una liturgia avalada por la tradición y por la larga experiencia de la Iglesia. en todo caso, no deja de sorprenderme la fijación por parte de roma al plantear el conflicto en clave litúrgica, como si de un problema exclusivamente litúrgico se tratara, y se dejen de lado los graves problemas doctrinales que están en la

base del enfrentamiento. la cuestión no es misal de Pablo VI sí o misal de Pío V no: el conflicto real, por el contrario, se cifra en Concilio Vaticano sí, Concilio Vaticano no.

Yo entiendo que el santo Padre intente por todos los medios resolver el problema poniendo término al enfrentamiento. eso es justo y urgente. Pero también debo decir, con el máximo respeto hacia él, que el conflicto no puede resolverse a cualquier precio. a mi juicio, no puede ponerse en peligro toda la labor del Concilio y la ilusión de tantos cristianos católicos, obispos, sacerdotes, pastores, teólogos y fieles. en mi opinión, hay mucho en juego en la decisión de la santa sede.

el documento pontificio afirma con contundencia que no hay contradicción alguna entre el misal de Pablo VI y el que fue reeditado por Juan XXIII en 1962. “los textos del Misal romano del papa Pablo VI y del Misal que se remonta a la última edición del papa Juan XXIII –comenta la Carta del Papa– son dos formas de la liturgia romana, definidas como ordinaria y extraordinaria: son dos usos del único rito romano, que se colocan uno al lado del otro. ambas formas son expresión de la misma lex orandi de la Iglesia”. si con todo esto se quiere decir que ambos misales expresan la misma fe de la Iglesia, estamos de acuerdo; si con ello se quiere decir que con ambos misales se celebra la misma eucaristía, la misma fe de los apóstoles y el mismo misterio pascual de Cristo, también estamos de acuerdo; en cambio, si con ello se pretende afirmar que ambas ediciones del misal ofrecen la misma claridad y pureza en la estructura de la misa, la misma riqueza en la selección de las lecturas, la misma fuerza doctrinal y teológica como soporte de los textos de oración, la misma preocupación pastoral al regular la función de los ministros, al impulsar la participación de los fieles, al potenciar la fuerza de los símbolos y la grandeza de los gestos comunitarios; cuando se tienen presentes todos estos aspectos, resulta muy difícil aceptar la pretendida identidad de ambos misales. ambos misales son expresión del mismo rito romano; el primero, una expresión venerable pero envejecida, desfasada, cargada de las impurezas y defectos

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Habría que valorar con detenimiento la afirmación tan rotunda y taxativa, repetida en los documentos estudiados, de que el misal romano reeditado en 1962 por Juan XXIII nunca fue abrogado jurídicamente; es decir, ha seguido siempre en vigor. Quiere esto decir que durante muchos años, después del Concilio, habrían coexistido en la Iglesia simultáneamente dos misales con normativas tan singulares y hasta opuestas. ¿Cómo podría un sacerdote celebrar la eucaristía, al mismo tiempo, de cara y de espalda a la asamblea? ¿Cómo podría un sacerdote presidir la liturgia de la Palabra desde la sede y desde el altar al mismo tiempo? ¿Cómo podrían los responsables de la pastoral litúrgica, en el momento de preparar las celebraciones dominicales, permanecer fieles, al mismo tiempo, a la normativa de uno y otro misal?

seguramente, habrá que buscar caminos distintos para resolver el problema de los tradicionalistas disidentes. el acceso fácil a los viejos libros litúrgicos no lo va a resolver. Hay que educar a los que ponen en duda la legitimidad de la nueva liturgia, aclarándoles las razones y el sentido de los cambios introducidos, la oportunidad de las nuevas disposiciones y de los nuevos enfoques pastorales, la conveniencia de las nuevas reformas para adaptar las formas litúrgicas a las exigencias de nuestro tiempo y de nuestra cultura. este me parece que es el camino adecuado, sin ceder a exigencias improcedentes y manteniendo vivo el espíritu del Vaticano II.

Hay que terminar esta nota. No me gus-taría que fuera interpretada como oscuro presagio de fatales consecuencias. Ha sido redactada con la mejor intención del mundo, señalando lealmente las lagunas y los lados oscuros que, a mi juicio, con-tienen las sucesivas disposiciones de la Santa Sede. No hay el más mínimo intento de lesionar la autoridad de las enseñan-zas del magisterio romano. He deseado, sin embargo, hacer uso del margen de libertad que la autoridad de la Iglesia, sin duda, nos reconoce. Por encima de todo, hay que confesar la presencia del Espíritu que anima siempre a su Iglesia y a sus pastores en medio de las adversidades.

la de antes del Concilio, son cada vez más numerosos. este hecho, evidentemente, puede hacernos variar notablemente nuestro juicio de valor sobre las disposiciones de la santa sede. el carácter generoso y tolerante que distingue al indulto papal podía quedar sin repercusiones importantes, dado el escaso número de solicitudes previstas; ahora ya no pensamos lo mismo. Hasta es posible que el uso fácil del indulto haya podido estimular, en ambientes tradicionalistas y poco formados, el deseo de volver a los viejos usos litúrgicos. en todo caso, lo más grave de la situación, a mi juicio, es la indeterminación de los límites que puedan establecer un marco a la extensión futura del indulto. Dada la amplitud indefinida del permiso para celebrar con los libros antiguos, abierto a cualquier sacerdote y a todo tipo de comunidades, puede hacer

pensar de cara al futuro en un volumen incontrolado de cultivadores de la vieja liturgia, imposible de calcular en este momento. este presentimiento sería con toda seguridad motivo de graves y serias repercusiones para la vida de la Iglesia.

Me deja sin palabras la diferencia del trato ofrecido a los tradicionalistas, a los que miran hacia atrás, cargado de comprensión y tolerancia; y el ofrecido a los grupos y comunidades progresistas, a los que alteran las celebraciones litúrgicas mirando para adelante. Hay, sin duda, dos varas de medir.

Hay que tomar buena nota también del escaso margen que se ha dejado a los obispos, a los altos moderadores de la liturgia en la Iglesia local. todas las graves disposiciones que se han ido adoptando en estos años sobre el uso de la vieja liturgia se han tomado de forma directa y exclusiva en lo más alto de la jerarquía eclesiástica, al margen de los obispos locales.

que ha podido acarrear el paso de los siglos; el segundo misal, el de Pablo VI, es una expresión también del mismo rito romano, pero renovada, revisada, perfeccionada y, al mismo tiempo, respetuosa con la tradición.

Cuando existen sospechas tan fundadas y evidentes del posicionamiento doctrinal de los grupos tradicionalistas, especialmente de los más estrechamente vinculados a lefebvre, sobre su rechazo de las enseñanzas del Concilio Vaticano II; cuando aparece de forma patente su rechazo a la colegialidad episcopal, acusando a la Iglesia de “conciliarismo”; cuando se percibe una actitud radicalmente contraria al espíritu ecuménico y se le acusa de “neoprotestantismo”; cuando presenciamos una actitud de desobediencia cabal y de no reconocimiento de la autoridad del romano pontífice y de su magisterio; cuando se critica frontalmente cómo entiende la Iglesia del Concilio su actividad misionera y su respeto de la libertad religiosa; cuando uno toma en consideración todo el soporte doctrinal que sustenta la actitud reaccionaria de los grupos tradicionalistas y su profundo distanciamiento de los grandes valores y apoyos doctrinales que dan vida a la Iglesia del postconcilio, resulta muy difícil entender una posibilidad de comunión en la fe y de su expresión comunitaria en la liturgia de la Iglesia. Habría ahí, para decirlo llanamente, un desajuste entre la fe que se celebra y la fe que se cree.

los documentos pontificios, al menos en los primeros tiempos, dan por supuesto que los grupos deseosos de seguir celebrando la liturgia con los viejos libros litúrgicos iban a ser con toda seguridad grupos minoritarios e insignificantes. también era esa misma la opinión más generalizada en los medios eclesiásticos. nunca se pensó que iban a ser grandes sectores de Iglesia los que fueran a solicitar la posibilidad de seguir utilizando el misal reeditado por Juan XXIII. la evolución de los hechos, sin embargo, está demostrando lo contrario. los grupos y comunidades que reclaman poder celebrar la liturgia tridentina,

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