Maria Vega - Volver a Creer

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Volver a creer

María Vega

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© Volver a Creer, Marzo 2014.Autora: María Vega. Diseño de cubierta: morgueFile free

photo. By Frenchbyte.Volver a creer, 1.a ed. 2014.ISBN-13: 978-1495946417ISBN-10: 149594641X 1. Narrativa. 2. Novela Romántica.Impreso en USA. Todos los derechos reservados. Esta

publicación no puede ser reproducida, en todoni en parte, ni registrada en o transmitida por unsistema de recuperación de información, enninguna forma ni por ningún medio seamecánico, fotoquímica, electrónico, magnético

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electroóptico, por fotocopia o cualquier otrosin el permiso previo del autor.

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Este libro está dedicado a mi familia, tanto a laque está a mi lado como a la que ya no lo está.

En primer lugar se lo dedico a mi maridoe hijos por aguantarme cada día. A mis padres ya mi hermana Virginia, por su paciencia paraconmigo y por su confianza depositada entodos y cada uno de mis proyectos. Os quiero.

A mi querida suegra Esperanza y a micuñada Macarena, por sus palabras de ánimo yla ilusión que siempre ha volcado en mí desdeel primer día. Muchas gracias.

En especial a mis amigas DoloresDomínguez y Raquel Campos por su ayudaprestada, pues sin ella, este libro no seríaposible. Gracias AMIGAS.

Sería imperdonable por mi parteolvidarme de dedicarte este libro a ti. A ti que

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has apostado por este mi libro. Por ello tengoque darte las gracias de corazón y deseo quedisfrutes leyéndolo tanto como yoescribiéndolo.

Gracias.

María Vega

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Agradecimientos

Tengo que agradecer sin lugar a dudas amis queridas y adoras amigas:

Raquel Campos, DoloresDomínguez, Caridad Barba Romero,Samy S. Lynn, Connie Jet, BárbaraPadrón Santana, Aurora Salas, LaidyTurquesa, Camila Winter, Soraya Piru,Esperanza Fernández T., AlisonMacGregor, María Border Cuentos, ShiaWechsler, Amaya Evans, CitujuÁlvarez, Isabel C. Acuña Caballero,Karen Delorbe, Isabel Keats, MimiRomanz, Laura Cuenca, Raquel

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Antúnez,... y much@s, pero much@smás... el que este libro sea una realidad.Sois tantos y tantas que no cabéis enestas páginas.

Gracias por vuestro apoyoincondicional, por vuestras palabras deánimo y por vuestra amistad. Gracias aello hoy este libro es posible. Os adoro.

Así como también se lo tengo queagradecer a todos y cada uno de losmiembros de mi grupo Facebook:¿ESCRIBIMOS...?, del cual soy su muyorgullosa creadora y administradora.

Gracias a todos por vuestrasconstantes palabras de ánimo eincansables muestras de cariño. Asícomo por vuestra persistente insistenciapara ver publicado uno de mis trabajos.

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Gracias chicos/as. Os adoro. Gracias.

María Vega

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PRÓLOGO

Londres. Inglaterra1832

Cerró la puerta de su alcoba tras de sí.Tan sólo allí, en aquella habitación sesentía del todo segura,inquebrantablemente segura.

Tomó aire y trató de llenar su

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alma de la serenidad que leproporcionaba el sentirse al fin libre.Pues al fin ya lo era.

Fue entonces, en ese precisomomento, cuando consiguió sosegar sucorazón. Dado que todo se habíaterminado.

Por fin podía comenzar adisfrutar de su soñada y anhelada vida,aquella que siempre imaginó que sería.La que aspiró en lo más profundo de suya maltratada alma. Por no olvidar losdaños obrados contra su cuerpo y hastacontra su propia voluntad.

Pero tras días de cansancioacumulado, tras interminables horas delágrimas y emociones fingidas. Todo

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concluyó ese mismo día.Ya no habría porque hacer

pública más lágrimas que ocultaran laverdad de su enorme satisfacción. Lamisma satisfacción que leproporcionaba el término de todo aquelmal que contra ella se formó, además detodo el sufrimiento que tuvo que padecerdurante tanto tiempo y en el máscompleto de los silencios... Su silencio.

De lo que sí estaba segura, erade que no sentía ningún tipo dearrepentimiento por lo que había hecho.De lo único de lo que se podíaarrepentir era de no haber llevado acabo antes aquel acto de desesperación,aquel acto de rebeldía contra aquellos

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que la dañaron sin más. Acto con el quese liberó de tres largos años de maltrato,tanto en su piel como en su mente. Dedesprecios continuos, de engaños ymentiras a medias… De la mismaprivación de ser la mujer que era y quedeseaba ser, la que esperaba habersido…

Pero todo al fin terminó esemismo día.

Así, desde ese momento, ellapasaba a convertirse en la doliente yrespetuosa viuda de Lord Serge McKay;hijo éste de un acaudalado Lord inglés,dedicado al comercio de vinos ypropietario de una enorme mansión en elcentro de Londres. Se convertía así, en

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su única heredera. Pues su matrimoniono gozó del regalo de los hijos.

Gracias a Dios.

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1 CAPÍTULO

Sanlúcar de Barrameda -Cádiz, España 1829

Aquella cálida mañana de abril, el señorPalacios se presentó en su casaacompañado por Sir Serge McKay; hijode Lord Alfred McKay. Un acaudaladocomerciante inglés dedicado a laadquisición de vinos para la corteinglesa, la cual era gran entusiasta de los

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vinos de la comarca de Cádiz.Desde hacía años, el señor

Palacios ejercía de mediador entre losproductores de vinos y licores delmarco de Sanlúcar de Barrameda yJerez, y los McKay. Los cuáles eran losproveedores directos de la misma cortede S.M. el rey Guillermo IV.

El joven Serge había llegadohasta aquellas soleadas tierras de Cádizen nombre de su padre, para acopiar susnaves con el nuevo cargamento. El cualcon anterioridad, ya había sido pactadomeses atrás por el viejo McKay.

Se trataba de un cargamentorepleto de vinos y licores procedentesde esas soleadas tierras andaluzas y que

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abastecerían la corte de su S.M. durantealgunos meses.

El viejo McKay tuvo queencomendar; a duras penas, toda suconfianza en su joven e inexperto hijo, ybien sabía que el encargo podíaquedarle grande a Serge, dado que ésteno era precisamente el hombre denegocios que él esperaba. Sencillamenteno era para nada el hombre que éldeseaba que hubiera sido Pero en esosmomentos, y hallándose él enfermo ypostrado en una cama, Serge era a loúnico que podía aferrarse en talescircunstancias, puesto que ya él seencontraba demasiado cansado comopara llevar a cabo esos quehaceres.

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El elegante semblante de Sergeno pasó desapercibido para la joven hijadel señor Palacios.

Éste joven era alto, con uncuerpo que parecía haber sido cinceladopor los mismos ángeles. Sus cabellos,elegantemente peinado hacia atrás, erandorados como el trigo en sus atardeceresen los campos. Sus ojos eran azules, tanazules como el cielo de una cálidamañana de verano a los pies de lasorillas de la playa de la Jara. Su pielpálida y tan... tan cremosa, podría llegara empalagar a cualquier mujer. Incluso aella.

Aunque su dulce aspecto noconcordaba para nada con su carácter;

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que era más bien agrio, seco, un tantoarrogante y gris.

Pero esto para nada logróapartar la admiración que Beatriz sentíahacia él.

Si es que..., hasta la forma quetenía de elevar el mentón; hecho quedejaba en claro su altivez señorial,como el acerado y trágico brillo de susojos que capaz sería de amedrentar almás valiente de los hombres..., a ella ladejaban absorta y maravillada.

Pero tanta soberbia junta en unsolo hombre no debía ser buena.

Beatriz en cambio estabacompletamente entregada a él, cegadapor sus refinados modales ingleses.

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Hipnotizada por su sola existencia yelegancia.

En pocas palabras..., todo en élla cautivó.

«Para ser un triste inglés, es unhombre muy atractivo. Eso sí, unos añosmayor que yo... pero, ¿a quién le importaeso? A mí no desde luego, no… »,pensaba una y otra vez.

Pero hasta eso lo hacía muchomás interesante a sus jóvenes einexpertos ojos.

Aquel día, después de lapertinente presentación, Serge seaproximó a ella y tras depositar un

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suave beso en su mano, la obsequió conpequeñas palabras que lograronruborizaron en demasía.

—Buenos días señoritaPalacios. Encantado de conoceros. ¡PorDios señor Palacios¡ —Le señalófijando su mirada en él—. No me hizousted mención alguna de que vuestra hijafuera tan hermosa —esta vez toda suatención fue destinada a ella. Lo que lallevó a ruborizarse un poco más.

—Buenos días milord... —esasfueron las únicas palabras que podíamediar. Ni una palabra más ni unamenos. Su garganta no la dejaba emitirsonido alguno. El rubor de sus mejillasno solo sonrojó éstas, sino que la

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quemaba por dentro, hasta el punto quele dejó la garganta seca. Solo podíaasentir con el leve movimiento de sucabeza así como de su abanico.

—Tengo que reconocer milordque tiene usted razón. Mi hija es una delas más hermosas casaderas de Sanlúcary de toda la provincia de Cádiz.

—Eso es más que evidente buenamigo... Además, veo que hablaperfectamente mi lengua materna.

—Lo cierto sir Serge, es que midifunta esposa fue educada en la másrigurosa doctrina inglesa, dado que sumadre era natural de Preston. Y claroestá, mi hija siguió las directrices que suabuela materna marcó. De hecho, le

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puedo decir... Jejejee... —rió—, quehasta yo mismo tuve que aprender abalbucear un poco de inglés para poderpretender a mi esposa... Jejejeee... —volvió a reír—. De lo contrario, misuegra se hubiera negado a que lacortejara. Ya ve. Pero lo cierto es queahora es de agradecer el conocimientoque tengo de su lengua, pues soy elúnico intermediario de estas tierras quehabla más o menos correctamente elinglés.

—Ya veo, ya veo... Bueno,señorita Palacios. Ha sido un verdaderoplacer para mí haberos conocido. Perotemo que nos va a tener que disculpar,pues ahora tenemos asuntos aburridos de

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hombres que tratar. Espero y deseovolver a veros, al igual que confío quedicho deseo no sea demasiadoprolongado en el tiempo —aquellasonrisa que acompañó sus palabras ladevoró por completo. Se sintió perdida,y no tuvo otra opción que buscar elamparo de su abanico.

Tras decir esto, McKay volvió abesar la pequeña mano de Beatriz, queno pudo impedir que los colores de susmejillas volvieran a florecer como unahermosa rosa roja.

Los dos hombres se retiraronpara concretar los asuntos referentes alnuevo cargamento de vinos y licores quedebía partir para la corte de su majestad

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cuanto antes.Serge tras ser indicado por el

señor Palacios, encaminó sus pasos aldespacho que éste poseía en susalmacenes aledaños a su casa. Justoantes de cruzar el umbral de la puerta,dirigió su celeste mirada a la jovenseñorita Palacios, que no logró evitarvolver a sonrojarse.

Durante la conversación queambos hombres mantuvieron, el jovenSerge sacó a la luz la impresión que lajoven Beatriz había causado en supersona. Reafirmó que nunca antes unajoven había obrado en él algo así.

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Admitió haberse sentidoprendado desde el primer momento enque posó sus ojos sobre la jovensanluqueña. Quedando rendido del todoante la inocente belleza de la única hijaque Juan Palacios poseía, y sin reparoalguno así se lo hizo ver a su padre.Hecho que le resultó del todo grato aJuan Palacios.

Serge halagó la esbelta bellezade Beatriz, así como lo sublime de suslargos y ondulados cabellos castaños, enlos que confluían dorados mechones quese enredaban en una perfecta armonía dediferentes intensidades de luz. Hechoque hacían más profundo el color verdeesmeralda de sus ojos. Halagó también

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su pequeña nariz y la perfectasimplicidad que hallaba en la armoníade su rostro, divinizada por aquelloscarnosos labios de una boca color fresa.Boca que de seguro; según su opiniónmás íntima, escondería infinidad dedulces besos capaces de estremecer acualquier hombre.

Elogió lo dulce de su piel,pacientemente bronceada por los rayosde sol que brillaban en aquellas tierras.Hasta sus manos; delicadas al igual quelas alas de una mariposa, eran tanexquisitas como sus maneras.

Juan Palacios comprendió quetodo en su hija era un deleite para eljoven McKay. Volvió a sentirse tan

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orgulloso como halagado.Serge admitió que para sus

diecinueve años recién cumplidos,Beatriz Palacios era toda una mujer deinsinuantes curvas. Capaz de llevar a lalocura a cualquier hombre. Por lo que lesugirió al señor Palacios la necesidadde otorgarle con prontitud un buenesposo, que la apartara y salvaguardarade los pecaminosos pensamientos quesobre su joven persona, hombres infielespodrían verter.

Para Juan Palacios era deesperar; dado las palabras que SergeMcKay pronunció a favor de su hija, quelas visitas de éste a su hogarcomenzarían a hacerse mucho más

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asiduas. Confirmando con ello su claraintención de pretender a Beatriz. Hechoque le quedó en claro desde el primerdía en que el joven McKay posó susojos en ella.

Esto lo agradó en gran medida, ymás cuando veía como los años yaestaban dejando su pesada huella en sudolorido cuerpo, así como en su ánimo.Por otro lado, dicho matrimonio suponíano sólo la salvación para su familia,sino que podría ser además un buensalvoconducto para ella, su bien amadahija.

Las cosas comenzaban a ir malen aquellos momentos para susnegocios, los cuales ya no eran lo que

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fueron. Estos habían bajado y mucho, ycomo consecuencia de esto, lasganancias ya no eran como antes. Lafamilia Palacios comenzaba a acumulary a arrastrar grandes deudas debido a lacompetencia desleal de algún que otroamigo.

Por otro lado, no cabía duda deque también sería muy lícito para supropia hija aquel enlace. Porque existíala gran probabilidad de que algún día loperdiera a él al igual que perdió a sumadre varios años atrás. Y lo cierto esque esa posibilidad, a don Juan loatormentaba cada noche. Así que estematrimonio se presentaba como unagarantía en muchos aspectos.

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Por su parte, Beatriz siempreestuvo al corriente de cuáles fueron lospensamientos que albergaba su padredesde el momento en que McKayconvirtió en asidua sus visitas a su casa.Comprendía que para la mentalidad deaquellos tiempos, el matrimonio era elfin de toda señorita decente, la mejorinversión para muchas familias, como lasuya. Así que entendía que esa fuera laúnica voluntad que su padre, comocualquier patriarca de toda familiarespetuosa, deseaba para sus hijas. Y enel caso de su padre, eso no iba a sermenos.

Pero ese matrimonio conllevabauna doble carga para ella.

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Por un lado no sólo sepresentaba como la salvación de sufamilia, sino como la opción másadecuada en aquellos difícilesmomentos por los que atravesaban, y delos cuales ella era del todo consciente.Y dada la difícil situación quefranqueaba su familia, el enlace debíallevarse a cabo cuanto antes. Antes deque Serge partiera para Londres.

Por otro lado, existía elcreciente miedo; que sabía que su padretenía, a poder dejarla sola y en la mássevera pobreza.

Beatriz, a sus escasosdiecinueve años, alcanzaba acomprender que de acceder a casarse

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con Serge, viviría en una sociedad conuna mentalidad puramente machista,donde el fin único de su matrimoniosería el de asentar las relaciones entre ély ella para concebir una familia, asícomo la servidumbre de ella comomujer para su esposo.

Pero..., habría que preguntarsesi eso era lo más idóneo para inculcar alas niñas desde tan temprana edad, sobretodo a ella. A una niña que creció librede pensamiento y de acto.

Es más..., ¿cómo podría afrontarella; de darse el caso, que su esposofuera el poseedor de toda su dignidad,que fuera el protector de su honra, de sufortuna y hasta de sus propios

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pensamientos y actos como imponía ladura sociedad inglesa? ¿Cómo podríaofrecerle a su marido su completaobediencia, su respeto y su totaldevoción quedando ella en un segundoplano? Eso sin lugar a dudas lesupondría una sumisión absoluta y unsometimiento total hacia él. Pero suamor era tal, qué bien valía la penaperder su propia esencia como mujer.

En definitiva, sabía y entendíaque podría verse doblegada a unahumillación y a un servilismo que...quizás a duras penas podría convivircon su carácter tan espontáneo eindependiente como era el suyo. Ydesde luego, de tratarse de otro hombre,

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pudiera ser que ella no estuvieradispuesta a ello. No, ella no. Pues susaspiraciones en la vida eran otras.

Pero Serge era diferente, suamor hacia él todo lo podría... y de esoestaba completamente segura.

Desde luego que estaba por lalabor de casarse algún día, sí. Pero dehacerlo, sería cuando el amor tocara asu puerta y cuando el matrimonio fuerauna consecuencia del amor y del respetomutuo. De la admiración, del aprecio ydel afecto entre ella y el hombreelegido. En definitiva, del amor. Comoel amor que entre ellos había nacido.

Ella se veía por él capaz detodo.

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De todo...Pero de no tratarse de él, sino

de otro..., ella no se podría permitir ellujo de olvidarse de la difícil coyunturapor la que estaba atravesando su familia.Por lo que se veía comprometida aaceptar. Pues al fin y al cabo,simplemente era el más valioso tesoroque su padre poseía en ese precisomomento, y sin lugar a dudas, este debíaser bien empleado. Ya fuera por mediodel matrimonio con la casa McKaycomo con otra buena familia bienacomodada.

Beatriz sabía; y claro estáentendía, que esto suponía tener queaceptar dicha imposición sin rechistar,

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pero contaba a su favor con que Serge leagradó desde el primer momento, y pocoa poco éste fue ganándose a su joven einexperto corazón. Tampoco podíaolvidarse de que su padre la amaba conlocura, por encima de todo y de todos, yque intentaría encontrar la manera deprocurarle la felicidad a su única hijafuera como fuera. Y si accedió a lapetición de Serge, es porque sin lugar adudas, lo veía como el mejor de loshombres.

La boda se concertó en pocotiempo, pues Serge debía arribar cuantoantes hacia tierras inglesas, dado que suestancia en Sanlúcar se había alargado

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ya demasiado en el tiempo. Así que trasdos semanas de cortejo, dichomatrimonio acabó siendo todo un hecho,una realidad.

El más preciado regalo que lavida le podía proporcionar a ella, a lajoven y risueña Beatriz Palacios,tomaría forma ese día. El día de suboda.

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2 CAPÍTULO

Beatriz decidió llevar para aquel día tanespecial, el que fuera el traje de noviaque su madre lució el día que contrajomatrimonio con su padre.

Cuando vio su reflejo en elespejo de su alcoba, no pudo evitar quela imagen de su madre se fijara en sumente. Aunque los únicos recuerdos que

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tenía de ella, eran los de una mujersumamente delicada, siempre enferma.Enfermedad que al parecer se acrecentótras quedarse embarazada de ella,viéndose dañada su fragilidad hasta elpunto que pocas veces podía salir de surecámara, y tras el parto, de su mismacama.

Beatriz sabía que sin duda, a sumadre le hubiera encantado poder verlavestida de novia, pero la muerte se laarrebató antes de lo esperado. Por eso,contempló la idea que desde algúnrinconcito del cielo, ella pudiera estarviéndola en todo su esplendor el día enque se vestía de novia y pasaba a ser lamujer de..., del hombre de sus sueños.

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Para su padre, no cabía duda deque estaba realmente resplandeciente.Tanto por fuera como por dentro. PorqueBeatriz rebosaba alegría, y eso sereflejaba en el brillo de sus ojos, en lasonrisa que continuamente se dibujabaen sus labios. Hasta en la inquietud desu espera y en el temblor de sus manosal tomarlas.

La ceremonia tuvo lugar de lamañana, y al caer la tarde, el jovenmatrimonio ya se había puesto enmarcha hacia Londres. Dado que Sergedebía entregar cuanto antes la preciadamercancía que reposaba en las bodegasde sus barcos a la corte inglesa. Sinolvidar que hallaba preocupado y

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mucho, por el estado en el que se podríaencontrar al viejo McKay.

Un tanto extraño; en todos lossentidos, le estaba resultando a Beatrizsu viaje a Londres. Su marido no seestaba comportando como tal. Nocompartió cama con ella en ningúnmomento. Ni tampoco la trató como erade esperar en un enamorado y reciénesposo.

Pensó que todo debía deberse ala preocupación que Serge sentía por elestado de su padre. «Sus pensamientos,así como su cabeza, deben estar deseguro junto al lecho de aquel pobre

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viejo», así es como solía referirse a élsu esposo.

A su llegada a la mansiónMcKay ese día; ya entrada la noche,todo comenzó a tener mucho menossentido para la joven esposa.

Serge le pidió que loacompañara a visitar a su padre, el cualpermanecía en cama desde hacía yalargo tiempo. Y lo cierto es que advirtióque su esposo ansiaba en darle deprimera mano la grata noticia de sureciente enlace a su anciano padre.

Al acceder a aquella habitación,Beatriz la halló sumida en una totalpenumbra, solo iluminada por latintineante luz de diversas velas. Lord

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McKay estaba recostado en su inmensacama. El ambiente que lo rodeaba estabatan cargado, que costaba digerirlo al serrespirado. Contempló como lord McKayera un hombre extremadamente pálido,con largos cabellos blancos. Parecía elfantasma del hombre que fue, el habríasido años atrás. Ahora se veía como unhombre devorado por la enfermedad quelo tenía postrado desde largo tiempo ensu cama.

Le extrañó y mucho no percibiren el rostro de su esposo preocupaciónalguna por lo desmejorado que éstehabía encontrado a su padre, a causa dela dureza de su enfermedad. En esesentir, no andaba nada desencaminada.

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El viejo McKay, al serconsciente de la presencia de la jovenesposa de su hijo tras seradecuadamente informado por éste, lepidió a la joven lady McKay que seacercara, pues su vista ya no era la deantaño.

La tomó de las manos con lotembloroso de las suyas y le dio labienvenida a su nuevo hogar. Tras esto,con la brusquedad que lo caracterizaba,le ordenó a la joven que los dejarasolos, pues tenía algunos asuntos derelevada importancia que tratar con suhijo, a lo que Serge la tomó del brazo yde mala manera la despidió de su padre.Tras esto, le ordenó que volviera al

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salón y que aguardara allí su regreso.Así lo hizo la joven esposa, sin apenasrechistar dejando a padre e hijo solos.

Desde el lugar en el que seencontraba, Beatriz podía oír la azarosaconversación que padre e hijomantuvieron. Y tras más o menos mediahora, Serge apareció con el rostrodesencajado por lo que parecía ser undescomunal enojo.

Tras él, y como surgida de lanada, apareció una mujer que apenasreparó en su presencia, al igual que lohiciera Serge.

Se trataba de una mujer algogruesa, con el cabello recogido en unalto moño. Vestía con pesadas telas

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oscuras que acentuaban más si cabe lapalidez de su piel sí como la densidadde sus curvas. No era muy agraciada, nien su rostro ni en sus formas y muchomenos en sus modales para con ella.Aquella mujer tendría unos cuarentaaños más o menos.

Se fijó en como ésta se acercó aSerge y como lo tomaba entre sus brazoscon gran afecto. Un afecto que sin más,le llegó a erizar la piel...

—Oh... ¿Qué ocurre querido?¿A qué venían esas voces...? Por dios midulce niño, ¿a qué viene esa cara? —lamujer acarició el rostro del joven comosolo ella; su esposa, podría hacerlo. Denuevo sintió esa extraña sensación que

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comenzó a enraizarse poco a poco enella.

—Ese estúpido viejo… ¡Esemaldito demonio! Tan solo nos haceentrega de la mansión de SweettRose.¡Maldita sea! ¡¡Maldito hijo de perra!!Espero que se muera pronto… —gritósin medida—. ¡¡Pero que antes dehacerlo, deseo que se retuerza de dolor!!—Serge estaba como loco, fuera de sí.Beatriz nunca abrigó en su ser que elhombre con el que se había casadotuviera semejante semblante, y muchomenos cuando el progenitor de ésteestaba a los pies de la muerte, a tan solounos metros por encima de su cabeza.

—¡Maldito sea! ¡¡Maldito sea

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una y mil veces!! —Blasfemó aquellamujer llena de ira—. Cuanto nos odiaese maldito perro… ¿Pero cuánto odioalberga en sus sucias entrañas parahaceros esto? Solo espero que la muertevenga pronto por él… —diciendo esto,apretó sus manos con fuerza en un gestode ira—. Shsss... Tranquilo, tranquilomi niño. Tranquilo mi amor... Ahora loimportante es… —suspiróprofundamente—, es que nos calmemos.Y sobre el título, ¿qué te ha dicho?

—Ese asunto lo dejé zanjadohace tiempo, no hay problemas, el títuloes nuestro. Eso sí, espero que llegue trassu muerte. Porque de lo contrario, deenterarse de mí arreglo..., puede que

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todo se vaya a...—Shsssss... Tranquilo mi niño,

todo llegará… —lo interrumpió ella—.Todo llegará. Así como espero conansia que Dios Nuestro Señor llamepronto a la puerta de ese perro parallevarlo a su lado. Por ahora loimportante es lo otro...

Beatriz quedó completamenteparalizada al oír aquellas palabras.Nunca antes había escuchado a nadiehablar con tanto desprecio de otrapersona, y menos cuando ésta yacíaenfermo en una cama un piso más arriba.

—Sí —apostilló él—, pero eseasunto ya tiene fecha de expiración.

Fue entonces cuando ambos

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repararon en su presencia tras una leveindicación de cabeza que Serge le hizo ala dama.

Beatriz observó como su esposointentaba reponerse y calmar su ánimorecomponiendo sus cabellos, paradespués acercársele y tomarla fríamentede la mano, y como si de unadesconocida se tratara, la acercó a lamujer que con sumo deleite lo seguíacon sus orondos ojos.

—Lady Ross..., permíteme quete presente a la mujer que... —aquellasonrisa en el rostro de su esposo no hizootra cosa que volver a erizar su doradapiel—, dará forma a nuestros deseos. Ospresento a Beatriz Palacios. Perdón...

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Jejejee... Es la falta de costumbre —afirmó—, a Beatriz McKay, mi esposa.Beatriz querida, os presento a LadyRoss, la hermana de mi madre, así comomi nodriza desde que apenas era unniño. Ella y solo ella, se encargo de micrianza y educación, pues mi madre erade severas y despegadas costumbres. Aella le debo no solo la vida, sino laleche que me amamantó y el hombre quesoy ahora... —Serge depositó unprofundo beso en el rostro de aquellamujer que lo recibió con ansia.

—Ya veo... Señora ... —apuntóBeatriz.

Antes de de dejarlas solas,Serge le solicitó algo a lady Ross casi al

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oído:—Querida Ross, encargaos de

que la acomoden en la habitación parainvitados y luego ven al despacho,necesito que sigamos hablando.

Serge se giró y dejó sola a lasdos mujeres una frente a la otra. Ni unadiós, ni un hasta luego, ni un efímerobeso... nada, absolutamente nada.Completa indiferencia hacia ella.

—¡Sígueme! —Le dictó condureza aquella mujer, que ni siquiera leotorgó un simple saludo de bienvenida—. Voy a llevarte a la que será tuaposento dentro de esta casa. Beatriz nolograba a entender nada. ¿Es que acasono compartiría lecho y alcoba con su

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esposo como era de esperar...? —Supongo que estarás cansada del largoviaje y desearás descansar así comorefrescarte. Ordenaré que te suban algopara cenar —Pero..., ¿iba a cenar solaen aquella habitación, no compartiríacena con su esposo...? Difícilespreguntas con calladas como respuestas.

Beatriz siguió a la mujer hasta lahabitación para invitados donde fuealojada. Un extraño desgarro se abriópaso en ella sin más desde aquelmomento.

Tras acomodarla en aquellapequeña estancia, lady Ross la dejó asolas en aquella fría habitación que olíacomo si hubiera estado durante años

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cerrada a cal y canto. Así lo asimiló ensu garganta al saborear el incipientesabor a polvo que la rodeaba.

No llegaba a entender cuál erael motivo o la razón que llevaba a sumarido a confinarla en aquellahabitación, desamparándola del cobijode sus caricias y de sus besos, loscuales hasta el momento le eran del tododesconocidos. ¿Tendría que dormir unanoche más en una habitación alejada desu esposo y por propia decisión de éste?

Difícil le costaba encontrar larazón a tal resolución.

¿Nuevamente no compartiríalecho con el que era su esposo, con elhombre al que tanto amaba y al que

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eligió de propia fe para compartir elandar de su vida...? Estos pensamientoslograron que un precipitado llanto sealojara en su dulce rostro e inundara nosólo su garganta sino su alma y su rostro.

Durante toda la noche lo estuvoesperando. En silencio, con ansia... consumo complacencia. Esperó y esperó aque la pasión avivara en el corazón deSerge, pero éste no apareció, ni esanoche ni las restantes.

Pensó que quizás todo podríadeberse a que en cierta medida, él sesentiría incómodo dormitando en lamisma cama con su esposa, copulandobajo el mismo techo que compartía consu pobre padre enfermo. Beatriz asimiló

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y justificó que quizás el hecho de laangustia que Serge podría sentir a causade la enfermedad de su padre, leoriginaba tal retraimiento hacia supersona. Pero pronto esta idea comenzóa disiparse como la luz del día cuandola noche hace acto de presencia. Puesestaba del todo claro que poco leimportaba a su esposo la vida de supadre, y sobre todo la suya, la de suamante esposa.

Pues así lo comprobó el mismodía que llegó a aquella casa y los días ynoches previas a su llegada.

Una mañana, Lady Ross

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apareció en su alcoba sin previo aviso.El fin de su atropellada entrada

residía en que quería hacerle partícipede la pronta salida que hacia SwettRoseharían. Le exigió que preparara suequipaje puesto que esa misma tarde setrasladarían a la villa de SwettRose, laresidencia de verano de la familia. Unapequeña propiedad en la hermosa islade Wight.

Beatriz tuvo que ser ella mismaquien preparara sus baúles de viaje.Pues nadie del servicio de la casaMcKay subió para ayudarla.

Durante el viaje de traslado a su

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nuevo hogar, no sólo reparó en lohermoso del paisaje, sino en la estrechacomplicidad que existía entre su esposoy Lady Ross. Complicidad que ellaexcusó si se paraba a pensar que fueronmuchos los años que ambos habíanconvivido y compartido como mucama einfante. Pero en ese trato que seotorgaban había algo…, algo diferenteal trato familiar que de por sí debíaexistir entre ellos.

Serge se acomodó sin más juntoa lady Ross, y no a su lado como era deesperar. Entre ambos se establecieronentretenidos palabreos y murmullos, alos que ella en todo momento fue ajena.Apenas le dirigieron palabra alguna. La

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excluyeron de todo. Es más, no sólo sesentía desplaza sino un tanto incómoda.Incomodes que duró todo lo largo deltrayecto.

A su llegada a SweetRose,Beatriz comprobó lo fastuoso de aquellugar.

Se trataba de una preciosa casade campo a las afueras Cowes. Una casaconstruida en dos plantas. Decorada estacon el fulgor que hiedra le otorgaba a lafrialdad de la piedra que la recubría, loque hacía de ella una casa de cuento dehadas.

Se encontraba rodeada degrandes extensiones de prados tanverdes como solo en sueños uno puede

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esperar que esos lugares puedan ser.Un precioso jardín bordeaba

todo su contorno, y en la parte trasera dela misma descubriría; con posterioridad,un bonito huerto cercano a la cocina.

La villa disponía de una cuadracon fantásticos caballos así como de unpequeño lago artificial con preciososlirios de agua y engalanados peces deresplandecientes colores traídos detierras lejanas. Lo que acrecentaban aúnmás la idea de casa de cuento.

Al bajar del carruaje, el entornoque la rodeaba olía a fresco, a unamezcla entre el dulce aroma de las rosasy el verde frescor de la gran vegetaciónque rodeaba la casa.

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De nuevo, y sin explicaciónalguna, fue alojada una habitaciónalejada del centro vital de la casa.Alejada de él. En el ala norte de lamisma. La más sombría y fría de toda lacasa. Pero al menos contaba con lacercanía a las habitaciones del servicio,el cual en todo momento la trató conrespeto y cariño, porque su dulce rostroasí como lo dulce de su persona sólopodía promover eso.

Una vez más, Beatriz noalcanzaba a comprender y mucho menosentender el por qué de aquella situación,y porque esta se volvía se repetía una yotra vez sin justificación alguna de ello.Se preguntaba sin cesar y descanso, ¿por

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qué la desterraba de su lecho y laaislaba de aquella manera? ¿Cuál era elmotivo que había para ello...? Y dehaberlo, ¿qué le llevaba a tal cosa? ¿Laamaba, realmente la amaba? Comenzó asentirse en un segundo plano, por lomenos así se lo hacían sentir. Lo mástriste de todo es que ella era la señoralegítima de la casa, de la compañía y delas noches de él. Pero parecía que deese hecho él se había olvidado osimplemente lo obviaba.

Fueron pasados los días ycomprobó como su vida transcurría en lamás completa soledad y olvido. Aisladaen aquella habitación, hallándose

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completamente sola y abandonada. Sóloasistida por las visitas de personal delservicio, así como por sus salidas; todasellas custodiadas y autorizadas a losjardines y al huerto. No más.

Todo esto la llevó a desearvolver su casa, a la que verdaderamentesentía como suya. A su hogar. Al que lavio nacer y crecer junto a sus padres ysu adorada abuela paterna; su nana,como ella la llamaba.

Beatriz no pudo evitar que laslágrimas se le escaparan de sus yatristes ojos verdes, los cuales se fueronmarchitando poco a poco por lasequedad a la que la tenía sometidaaquel que decía llamarse su esposo.

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Veía como por momentos sus preciososojos verde esmeralda se fueronapagando y volviéndose cada vez másmarchitos, como su corazón. Como surostro. Como su vida...

No podía dejar de pensar en supobre padre por más que trataba de nohacerlo. ¿Cómo se sentiría si supiera desu desdicha? Si supiera de la verdad desu matrimonio, eso lo hubiera matado.Pues ella lo era todo para él, y máscuando, su adorada esposa se marchópara entrar en el reino de Dios tanpronto y tan joven, dejándole el encargode buscar y facilitar la felicidad a suhija.

Noche tras noche Beatriz trataba

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de calmarse, deambulando por la alcobade un lado a otro como un pequeñoanimal herido y enjaulado. Pero cuantomás intentaba calmarse, más se agitabasu corazón y su alma, y terminaba derodillas en el suelo llorandodesconsoladamente como cuando eraniña.

—Nuevamente, una noche más... Unanoche más dormiré sola... En el másirremediable de tus olvidos... ¿Porqué..., por qué me haces esto, por qué...?—sollozaba y se repetía sin descanso.

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3 CAPÍTULO

Fueron varias las noches en las que sulecho recopiló la ausencia de su esposo,noches en las que durmió sola en aquellaoscura y fría habitación, albergando ensu ser la ofensa y la desesperación desentirse rechazada como mujer por elhombre al que amaba por encima detodo. Porque aunque sonara a unacompleta estupidez, ella seguíaamándolo, como el primer día.

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Pero aquella madrugada, cuandoel sueño la tenía rendida en susdominios, Serge irrumpió como unatormenta en su alcoba. El sobresalto desu precipitada entrada la hizo brincar ensu lecho.

Beatriz comprobó que conpreocupación que Serge estabaligeramente ebrio. Y en el brilloacerado que desprendían sus ojos, pudover algo que consiguió erizarle la piel yalojar el miedo en su respiración.

Los ojos de éste quedaron fijosen ella mientras sus torpes pasos loaproximaron hasta su lecho, paraestacionarse con total rudeza sobre sucuerpo. Acto seguido, y sin mediar

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palabra, comenzó a despojarla de sucamisón con tanta furia que llegó ahacerlo trizas, a arañarla en su violentaacción.

Beatriz trato de huir, trató deliberarse de las garras de un hombre quepretendía robarle su honra a la fuerza.

Esa forma de entregarse a élpara nada era la que ella tantas y tantasveces había soñado en la soledad de susnoches.

Tras sus continuas negativas ysus forcejeos para liberarse, Beatrizexperimentó sobre su dulce piel losgolpes que repetidas veces Sergeejerció sobre ella, hasta lograrsometerla a su voluntad. Hasta lograr

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doblegarla sin más.—¡No! ¡¡No...!! ¡Por Dios! —

trató de gritar desesperadamente, peronadie atendió a sus gritos, los mismosque murieron en su boca.

Serge la obligó a tumbarse en lacama una y otra vez. Pero cuando laagarró por el cuello, por su delicadocuello, el silencio no sólo se alojó en sugarganta, sino el propio miedo. La forzóa enmudecer sus gritos de pánicoimpidiendo que estos se elevaran, paradespués..., hurgar entre sus piernas yforzarla con extrema violencia a que lasabriera para él.

Por más que trato de librarse,por más que trató de patalear, la presión

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sobre su garganta redujo su combate y seresignó a que la poseyera como solo unanimal podía hacerlo, mientras laslágrimas decoraban su rostro comobrillantes diamantes, roto por el miedo yel dolor.

—¡Oh...! —gruñó aquel cuandose adentró en ella. Serge comprobó concompleta satisfacción como el espantose perfilaba el rostro de su esposa comoel placer más exquisito—. ¿Me tienesmiedo, verdad...? ¿Por qué esaexpresión de desagrado en tu rostro miamor? Mírame. ¡¡Mírame maldita zorra!!¿A caso no era esto lo que tantodeseabas..., no era por esto por lo quetanto suplicabas?

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—No... ¡¡Noooo...!! —sollozóella. Mientras él la poseía sin descanso.

Beatriz sintió como ladesgarraba por dentro, y como el fluirde sus lágrimas se acoplaba con el dolorque sentía en su interior. Resistió elviolento embate sobre su esposo comopudo, aguantándose las ganas deescapar, de chillar...

No sólo se le impedía disfrutardel que debía ser el momento más felizde su vida, sino que además se leimpedía huir, escapar. Tan solo podíatratar de evadirse hasta que todo cesara,clavándose la uñas en su propia piel,como punto de huida, incluso de castigo.¿Pero por qué? ¿Por qué?

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Sentía que Serge no solo seestaba adueñando de su voluntad, de suhonra, sino que sentía como era el dueñode su vida, la cual la tenía entre susmanos en ese preciso momento.

Una vez terminó, Serge seapartó de ella bruscamente para tomarsus vestiduras y sin más se marchó tal ycomo llegó. Pero antes de salir, sevolteó para mirarla. En sus ojos nohabía recelo alguno por lo que habíaobrado con aquella pobre niña.

Beatriz vio como una horriblesonrisa se alojó en la comisura de suslabios cuando cerró la puerta y giró lallave. Una vez más la dejó sola,devastada y derrocada en aquella cama,

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asustada como una niña. Rota de dolortanto dentro como por fuera.

Podía sentir como la cálidasangre de su interior fluía por susmuslos empapando las sábanas de sulecho. Nunca imaginó que su primeraexperiencia de amor fuera así, y muchomenos con el hombre que había elegidocomo compañero de viaje, con elhombre al que amaba. Ahoracomprendía que ese amor estabacompletamente desgarrado por el mismouso que de el..., Serge había hecho.

Entre los leves ecos que elsilencio traía, Beatriz pudo apreciarcomo los pasos de Serge se dirigíanhacia la planta superior. Pasos que se

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detuvieron para ser auxiliados en laentrada en una estancia, queposteriormente fue cerrada con un golpeseco que resonó en toda la casa.

—¿Qué te sucede mi amor...?¿Pero a qué viene esa cara de disgusto?

—Es como hacerle el amor auna muerta... ¡Maldita zorra! —tomó labotella de licor que con anterioridadhabía abandonado en el suelo junto a sulecho, para acto seguido recostarse ybeber un gran sorbo de aquella.

—Oh... mi niño... Mi dulceniño... —se acercó a él y lo besó—, noseas tan ingenuo. Sabes bien que esta

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desagradable acción es necesaria... ¿Losabes, verdad?

—¡¡Sí, lo sé!! Pero me resultarepugnante el tener que poseerla. Noquiero que me lo vuelvas a pedir...

—Oh... Lo sé, lo sé... —respondió ella—. Pero sólo será hastaque quede en cinta. Es necesario que ladejes preñada, sino todo lo que hemoslogrado hasta ahora se derrumbará, noservirá para nada. Ya lo sabes.

—¡Lo sé! Pero esa mujer me daasco... —gruñó él entre tragos de licor.

Las visitas clandestinas queSerge hacía a la alcoba de Beatriz, se

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repitieron algunas noches. Noches en lasque Beatriz temía su llegada como si delmismo demonio se tratara, pues paraella era como si el mismísimo Satanásfuera a visitarla para poseerla.

Tras su precipitada entrada, éstela poseía de una manera casi brutal, sinmiramiento alguno. Sin amor... Pero unanoche, Serge cesó por un momento susembates, haciendo que el silencio seabriera paso entre ellos, y durante eseescaso instante, la miró a los ojostomando su rostro entre sus manos parasencillamente contemplar la rota bellezade la mujer que tenía bajo su cuerpo.

Le retiró algunos mechones delrostro y besó sus labios, rindiéndose sin

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quererlo a la suavidad de estos, a ladulzura de sus senos, los que fuerondevorados con tal violencia, que Beatrizsentía las dentelladas que Serge leproporcionaba llevado por la turbacióndel momento.

Beatriz cerró los ojos y seentregó completamente a su voluntad, ala de él. Hecho del cual él se percató ycomprendió que de seguir tocándola,saboreándola de aquella forma, nopodría volver a resistirse a lo dulce deaquellos labios, a la juventud de sucuerpo... Terminaría haciendo el amorcon ella, y eso no era para nada su fin.Entre ellos no había amor.

—¡Zorra! —la golpeó con

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fuerza y de sus labios de fresa brotaronpequeñas gotas de sangre—. ¡No! Novuelvas a hacer eso... No vuelvas amirarme así, no quiero que goces de...—volvió a golpearla una y otra vez,levantándose y huyendo de aquellaestancia. De ella.

Tras horas de insomnioprovocado por el temblor y por el dolorno solo de su cuerpo, sino de su propiocorazón, Beatriz solo oía el rumor de lospájaros que anunciaban el nuevo día, asícomo el susurro del pequeño arroyo quefluía próximo a la casa.

Y tal como empezó todo, prontoterminó.

Así, de nuevo volvió a

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encontrarse sola, abandonada y olvidadapor el que fuera su amado esposo.Nuevamente volvió a sentirse seguraentre aquellas cuatro paredes. Quedandoforzosamente atada a su dolor, a sumiedo y a su infelicidad...

El paso lento de los días;demasiado lento para su gusto, laobligaban a la soledad que le fueimpuesta. Llegando a encontrarse mássola que nunca, sobre todo cuandollegaron noticias de su hogar, noticiasque la informaban de la muerte repentinade su padre, justo un par de mes despuésde fallecer su adorada nana.

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La noticia no sólo la desoló, lahundió en la más tremenda y profundatristeza. Ahora más que nunca seencontraba sola en el mundo, en unastierras que no era las suyas, en una casaque no sentía como suya, y dentro de unmatrimonio que tampoco le pertenecía.

Lo único que le quedaba deellos era esa carta y aquel viejo libro,aquel gran libro forrado de terciopeloverde que acompañaba a un pequeñocofre, el cual se abría con la pequeñallave de plata que le fue entregada porsu nana el mismo día que partió paraLondres. Solo ella conocía los secretosque ambos escondían en su interior.

Aquella tremenda soledad se

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arraigó en su alma, provocando queBeatriz viera como día a día, en suespíritu creciera una terrible oscuridadque poco a poco la iba devorando tantopor dentro como por fuera. Unaoscuridad señora de la soledad en la quese veía inmersa. Sintiéndosecompletamente aislada de la realidad enla que vivía. En cierta manera era mejorasí…, pues esa era su única salida, laúnica forma que halló de escapar de lavida que le fue impuesta. Una vida queno le gustaba y que la estaba ahogandoliteralmente, que la estaba matando enpoco a poco en vida.

A su pesar, los días continuaronsu andadura y fueron dando paso a

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semanas, y estas a eternos meses queconfluyeron en años, en los que sucorazón comenzó a hospedar una rabiaque la carcomía por dentro día tras día.Rabia que dio como fruto un negro ydoliente odio.

Pero fue aquella noche, aquellaterrible noche, en la que la falta desueño la hizo deambular a escondidaspor la casa como un fantasma tras undescuido de sus carceleros que obviaroncerrar su puerta, las que la llevaron adescubrir el fin de su mal.

Recorrió cada esquinaamparada por las sombras y alumbrandocada una de ellas con la etérea luz delcandil que portaba. En el silencio de la

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noche, aéreos gemidos de desconocidaprocedencia, se cruzaron en su rondadirigiéndola a la procedencia de losmismos. Mientras se encaminaba hacíael nacimiento de tales suspiros, cada unode sus pasos eran tanteadorigurosamente por sus verdes ojos.

Atendiendo en un principio a losjadeos y a la voz que su esposoentrelazaba con la de una mujer, llevósus pasos al origen de tales ahogos. Ysin dudar un solo momento, decidióechar un vistazo al interior de aquellaalcoba, iluminada esta por el dócilresplandor de unas pocas velas, cuyasllamas tintineaban como pequeñasbailarinas. Y allí, tras aquella puerta...

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descubrió a su esposo retozando conLady Ross en la alcoba que debía habersido su habitación marital.

Algo en ella se terminó derasgar, de romper..., derramando asítodo su odio. Aquel que por tanto habíacontenido.

La pasión que los saltó, losllevó a cometer el terrible error de dejarla puerta entreabierta.

Beatriz tuvo que tapar su bocapara evitar que de ella emergiera elespanto de lo descubrió, pues a sus ojos,ambos parecían animales en celo,yaciendo como infames bestiasimpulsadas por sus más bajas pasionescarnales.

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Un profundo quejido se originóen sus entrañas, pero antes de que esteresonara en su garganta, volvió a taparsu boca y cerró los ojos quedandoinmóvil tras la puerta. Acto seguido,corrió escaleras abajo como unaaparición, tratando de no hacer ruido ensu escapada.

Necesitaba huir de aquellahorrible escena que tuvo quecontemplar. Corrió así a refugiarse en laserenidad de su aposento, en la que leotorgaban sus salinas lágrimas.

Al principio no fue capaz dedescifrar el sentido de todo aquello.Pero el deambular de sus pasos y elrecordar una y otra vez a Serge

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poseyendo a esa mujer..., al evocar a lafurtiva pareja dando rienda suelta a sumás desquiciada lujuria, todo fuecobrando sentido en su mente.

Ahora comenzaba a verlo todoclaro.

Fue entonces cuando locomprendió todo, cuando al fin todo sepresentó ante ella con completaclaridad. Al fin el puzle tenía todas suspiezas y estas encajaban perfectamente.Aunque seguía sin entender cómo podíaser…

—¡Por Dios! ¡Esa mujer es sutía! La hermana de su madre. La mismamujer que lo ha cuidado desde pequeñocomo si fuera su propio hijo. Pero...

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pero si incluso lo ha amamantado comoél misma me dijo… Eso, eso es... Es deltodo inmoral, impúdico... Eso es deltodo pecaminoso. ¡¡Se trataba de incestodios mío!! —Cayó de rodillas al suelo,ahogando sus lagrimas y su pavor conlas telas de su camisón—. ¡No! No...¿Por qué me ha hecho esto...? Señor...¿Por qué a mí? —sollozó acurrucadacomo una niña asustada—. ¿Qué será demí ahora...? ¿Por qué..., por que se casóconmigo sino me amaba? ¿Por qué...?

A la mañana siguiente, elsilencio reinaba en toda la casa.

Mientras el servicio trajinaba en

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sus quehaceres y lady Ross había bajadoal pueblo para abastecer la despensa.Serge se encontraba en los establospreparando su caballo para como decostumbre cada mañana, salir a dar unavuelta por los alrededores de la villa,para comprobar los avances en loscultivos.

Con paso tembloroso, Beatriz seencaminó a los establos; aprovechandoque su habitación continuaba abierta.

Mientras se trasladaba hastaallí, buscó en su interior el valorsuficiente para enfrentar a Serge. Y unavez lo tuvo enfrente, sin darle tregua, seabalanzó como una loba herida y le echóen cara su comportamiento tan amoral.

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Le exigió una explicación a cada ofensasufrida, al destierro de su lecho, a loviolento de sus entregas... Pero Serge noactuó de la manera que ella esperaba.Éste se giró bruscamente hacia ella paratomarla del cuello y arrastrarla con totalsaña contra la pared, ejecutando un durogolpe contra ella.

—¡¡Maldita zorra española!!Como te atreves a hablarme así…¿Quién demonios te has creído? —Trasesto, comenzó a golpearla con violencia.Primero con la fusta que portaba en sumano, para después hacerlo con supropia mano. Haciendo que la jovenlady McKay cayera al suelo rota en unamargo llanto, mientras su cuerpo

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dejaba escapar numerosas gotas depurpúrea sangre. Serge la contemplabaenloquecido, con los ojos fuera de sí—.¡Maldita bastarda! No te atrevas avolver a inmiscuirte en mi vida... Noquiero volver a ver tu sucia caraespañola por mi casa —se agachó yclavó sus dedos en el rostro de unamujer marcada por el pavor y el dolor—. Permanecerás encerrada en tualcoba... Sólo saldrás cuando se tediga… ¿Me oyes?

—Sí, si… —las palabrasapenas afloraban de su garganta.

—¡¿Me has entendido zorra?! —Beatriz asintió con un leve gesto de suconsternado rostro—. ¡Maldita zorra

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española! —Volvió a repetirle mientrasle propinaba una fuerte patada que fue aparar a su estómago, haciendo que lajoven se doblara de dolor y se tragarasus propios quejidos—. Espero que apartir de ahora seas más respetuosa conlos señores de esta casa... Que no se teolvide maldita perra española… ¡Noquiero que vuelvas a insultarme con tupresencia! ¡¡¿Me oyes?!! Ni siquierasirves para darme un hijo… ¡Zorra!

Serge, se subió a su caballo y laabandonó allí, tirada en aquel suciosuelo, muerta de miedo y dolorida.

El joven encargado de lascaballerizas fue el primero en acudir ensu ayuda, y al verla, no dudó en pedir

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auxilio llamando varias de lassirvientas, pero tan sólo Cris; una de lassirvientas más jóvenes se decidió aacudir. La joven apenas se imaginaba loque la aguardaba en aquellos establos.

Cierto es que los gritos desúplica Beatriz se clavaron en la mentede todos, mientras su esposo lagolpeaba, pero nadie se atrevió asocórrela, ni siquiera a asomarse.

—¡Por Dios Señora! ¿Osencontráis bien…? Dios santo… ¿Cómole ha podido hacer esto? —Cris sehorrorizó al verla tirada en el suelocomo un animal malherido, encogidacomo una niña asustada.

Beatriz estaba manchada con su

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propia sangre, la cual le cubría todo elrostro, aquel rostro angelical. No podíadejar de sollozar tanto de dolor como devergüenza. La vergüenza a lahumillación a la que había sidosometida.

—Por favor… Por favor.Lleva… llévame a mi alcoba... Porfavor… —las palabras apenas salías desu garganta—. Por favor…, no quieroque comentes esto… No quiero quenadie me vea así... te lo suplico —sudébil voz fue acallada por las de Cris.

—Señora, todos en la casahemos oído lo ocurrido, todos somosconscientes de lo que ocurre. Pero...pero todos tememos al señor, y sobre

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todo a la señora Ross... Esa mujer es laperversión en persona. Pero tranquilaseñora. Aquí nos tiene, aunque aescondidas, pero nos tiene... —estaspalabras se clavaron en el corazón deBeatriz y la apenaron aún más. Nuncalas olvidaría, como nunca olvidaría eltrato recibido por su marido.

«¡Qué vergüenza! ¡¡Quésinvergüenza!! », pensaba una y otra vez.

Cris la ayudó a levantarse, y condébil y pausado caminar, la acompañóhasta su dormitorio. Pronto se presentóallí la buena de Anett; la cocinera, quellevaba un pequeño barreño con aguatibia y unas gasas. Beatriz permaneciómuda, sin decir ni una sola palabra o

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quejido, pues el miedo y la vergüenza selo impedía.

Pero por desgracia esa no fue nila primera ni la última vez que Serge lelevantó la mano e hizo uso de ella paragolpearla.

Siempre había un motivo paraello. De eso ya se encargaba la mismalady Ross, la cual disfrutabahumillándola, y cualquier motivo erarazón suficiente para calentar los ánimosde Serge en contra de su esposa.Motivando que las palizas fueran unaconstante en su día a día.

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4 CAPÍTULO

Poco a poco se fue agriando su carácter,así como sus sentimientos. Y cada díaque pasaba en aquella cárcel a la que lahabían sometido, se sentía más y másseca por dentro.

Beatriz fue creando para sí unacoraza guarnecida con cada uno de lossentimientos de odio que de ella nacían

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día a día hacía aquel hombre.Sentimientos que se convirtieron en untremendo e irrefrenable aborrecimientoy rencor hacia el hombre con el que secasó y del cual estaba tan enamorada.

—¡Qué equivocada estaba!Pobre estúpida pueblerina... ¡Estúpida!¡¡Estúpida!! —Se decía así misma enesas horas de soledad una y otra vez.

Ese resentimiento la quemabacada día más y más, llevándola a lalocura por tanto maltrato, por tantadeshonra e humillación recibidas. Perolo peor llegó cuando tras elempeoramiento del viejo lord McKay,de nuevo regresaron a Londres. A lacárcel de las sombras y de los fantasmas

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de los recuerdos de su amor.Allí, las humillaciones y

vejaciones que sufría fueron mucho máscontinuas. Ya apenas la dejaban salir desu habitación, tan solo cuando en lamansión tenía lugar algún tipo de eventoo festejo. En los que debían guardar lasapariencias y morderse la lengua parano gritar alto y claro su desdicha. Nuncase veía capaz de pedir ayuda, de pedirsocorro. Sencillamente no se atrevía aello. Tenía miedo a las posiblesrepresalias que podrían derivar de suarrojo. Además, ¿quién iba a creer a unaespañola en tierras inglesas? Sabía queestaba en clara desventaja y ese motivoera más que suficiente para abatirla.

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Pocas veces comía acompañadade su esposo y de Lady Ross. Esto sólosolía ocurrir de tanto en tanto, y lo ciertoes que muy raramente ellos recurrían asu presencia. Y mucho menos o nunca,Beatriz los acompañaba a lasrecepciones que tenían lugar en la cortey a las cuales eran invitados. Para suprolongada y dilatada ausencia, siempreexistía la escusa perfecta.

Beatriz prefería con diferenciala compañía del servicio de la casaantes que la de Serge y Ross. Pues entreellos, ella se sentía feliz, sin miedo a lasformas y a los ademanes, dado quedichas personas; en la sencillez de sucuna, le tenían un gran aprecio y así se

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lo demostraban.No sólo la admiraban en menor

o mayor medida por la postura tanelegante y valiente que tenía ante lasituación que estaba viviendo siendo tanjoven, sino por su fuerza y su valor decontinuar abrazando el nacer de unnuevo día.

Allí, frente al fulgor de lasllamas de la chimenea, una noche más...,su cuerpo desnudo desvelaba el maltratorecibido, el que había acogido en cadapalmo de su delicada piel de porcelana.El sol de su tierra se había desvanecidode su piel a causa del lo sombrío de su

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encierro.Con doliente caminar, dirigió

sus pasos hacia su lecho y tomó aquelrecio camisón para cubrir susvergüenzas, las que conformaban elmapa de su piel.

Pudo advertir los diligentespasos de su verdugo y comprendió queuna nueva y tormentosa nochecomparecería ante ella sin otorgarletregua alguna. Y así fue. Serge descargósobre ella toda su frustración, así comotoda la maldad hecha acción y voluntaden lady Ross.

Cuando nuevamente se topabacon su dolorosa soledad, tras acomodarsu atormentado cuerpo entre los pliegues

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de la cama, buscó el valor suficientepara enfrentarse a la verdad de sumatrimonio. Matrimonio que sin dudaalguna le sirvió a Serge de perfectatapadera para ocultar su indecenterelación con Lady Ross; una mujer unosonce años mayor que él y que loamamantó tras nacer, abandonando alolvido al hijo que nació muerto de susentrañas.

Un matrimonio tan falso como elamor que le profesó delante de Dios ydelante de su padre... Eso era sin lugar adudas lo que más le dolía. Una atrozmentira que servía para salvaguardar larelación de vida conyugal plena que conesa mujer tenía. Ocultándola así ante los

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ojos de los demás, de todos. No así antelos suyos. Los que le desvelaron aquellanoche la quimera de su vida, de su amor.

Pero además tenía que soportary sobrellevar de buena gana el queSerge le otorgara todos los derechoscomo señora de la casa a su amanteLady Ross. Arrebatándoselo a ella, lalegítima dueña. Desplazándola a unturbulento segundo plano tanto en sulecho como en su vida.

Llegó a arrepentirse tanto, perotanto..., por haber creído en sus dulcespalabras de amor aquellos días. Entodas las promesas que él le hizo... y quele hizo a su pobre padre. ¡Si él lohubiera sabido...!

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Beatriz sabía que nunca deberíade dejar de soñar con un porvenir másfructuosos y feliz que el que hasta elmomento había disfrutado; porque dehacerlo, caería irrefrenablemente en laperversión de la locura y del dolor nosolo carnal, sino de aquel que habíaninfringido a su propia alma. Y sobretodo... ¿Cómo pudo ser tan ingenua…?¿Cómo no vio la verdad en aquellosojos tan fríos…? Cierto es que muchosfueron los que la pusieron sobre aviso,pero su inexperto corazón hizo casoomiso a todos.

Es que..., no podía ni queríallegar a entender como Serge podíaencontrarse tan atraído y ensimismado

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por una mujer como aquella, como eralady Ross. Una mujer de casi once añosmayor que él, una mujer que era muchomás que su tía, más que su propia madre,pues ella y sólo ella lo había acogidoentre sus brazos y lo había amamantadoincluso llegado a desempeñar el papelque su propia madre rechazó.

Más que evidente era que LadyRoss no era precisamente una mujeragraciada en ninguno de los sentidos. Nien su rostro ni en su cuerpo, y muchomenos en las proporciones de este.Además, claramente estaban presentesen su rostro el pasar de los años, loscuales ya habían hecho buena mella enel; y a mala fe. Por lo que para Beatriz,

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era del todo contradictorio que élsintiera deseos carnales en una mujercomo lady Ross cuando podría disfrutarde un cuerpo y una vitalidad tan frescacomo la suya. Pero lo que menoslograba entender era como una mujerque habiendo sido la mucama de Sergedesde que éste era niño, acabara en sualcoba como su amante.

Pero lo más sorprendente paraBeatriz, fue el hecho de que fuese lamisma lady Ross quien le impusiera a sujoven amante un matrimonio ficticiopara poder ocultar su romance, parapoder salir de la casa familiar y asívivir libremente su amor. Para así darrienda suelta a su indecente pasión sin

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tener que ocultarla en la oscuridad quele proporcionaba cada esquina de lagran casa familiar. Sin olvidar que fueella misma la que le insinuó más de unavez sus ansias por poseer toda lasriquezas y posesiones de la familiaMcKay. Las mismas que disfrutó suhermana y de las cuales a su parecer,nunca debió ser beneficiaria. Puesatendía que aquella; su hermana, lehabía robado su vida, la que ella aspiróen la figura de lord McKay.

Estas ideas no paraban de darvueltas en su cabeza una y otra vez.Atormentándola día tras día y noche trasnoche. Logrando estremecerla con cadarecuerdo que le robaba a sus días.

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Beatriz no podía evitar recordarentre lágrimas como tras instalarse enSwettRose, los amantes no sólo pasarona compartir alcoba, sino a compartir susvidas como cualquier matrimonio.Relegándola a ella a un segundo plano,quedando confinada en la parte opuestade la casa, en la zona más sombría deesta. En el mismo olvido.

Pero tras su regreso a Londres,las circunstancias volvieron a repetirsey con mucha más violencia si cabía. Ynuevamente la mantuvieron alejada de lavida cotidiana. Apenas se podía moverpor la casa, solo por el ala norte de lamisma; como ya lo hicieran enSwettRose, siendo esta también la zona

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más fría y triste de la casa.Pero al menos en SwettRose

podía disfrutar de la evasión que lesuponía acceder al jardín trasero que seencontraba tras su alcoba, al cualaccedía por la cocina.

Esa pequeña parcela de tierraque en un principio se había habilitadocomo huerto, ella lo convirtió en sujardín privado, en su propio edén.Donde podía evadirse de sudesesperada realidad. Así, su vida enSwettRose se limitó a pequeñas cosas aligual que sucedía en la gran casa deLondres. Pero a diferencia deSwettRose, su movilidad en la mansiónde Londres, esta estaba mucho más

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limitada y controlada.

La puerta de la habitación delord McKay fue abierta por su doncellapersonal. Como cualquier otra noche,ésta le traía la cena y tras dejarla junto ala mesita de noche para acomodarlo:

—Cof, cof, cof... —lapersistente tos de lord McKay apenas lodejaba descansar y mucho menos hablar—. ¿Qué demonios pasa esta... cof, cof,cof... esta noche en esta maldita casa?—preguntó con su usual talante.

—¿Por qué preguntáis esomilord?

—Esta casa parece... cof, cof...

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una maldita tumba... Cof, cof... ¿Dóndediablos están todos? Cof, cof, cof, cof,cof...

—Por dios milord, ese genio nole hace nada bien. Tome. Trate de beberun poco de agua...

—¡¡Maldita sea!! ¡No me tratescomo si fuera un niño! Cof, cof...¡Maldita tos de los demonios! Cof, cof...—tras beber un buen trago de agua, lordMcKay volvió a preguntar por elsilencio reinante en su casa.

—Sir Serge y lady Ross han idoal teatro milord... —la mujer trató deescapar de la posible pregunta quedesencadenaría su respuesta,resguardando su escusa en acomodar la

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cama de su señor.—¿Y lady McKay...? Por qué

hasta lo que sé, en esta casa hay... cof,cof... una lady McKay. Cof, cof...

—Milady está en suhabitación... No se encuentra bien.

—Cof, coff... ¿Cómo...? cof,cof... Ya veo. Como de costumbre,¿no...? Hazla llamar... cof, cof... Quierohablar con ella.

—Milord, no creo que el señordeba... Debéis descansar y...

—¡¡Maldita sea mujer!! ¿Quiéndemonios... cof, cof... da las órdenes...—suspiró profundamente para proseguircon su queja echa pregunta—, en esta

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maldita casa? Cof, cof... ¡¡Llámala deuna maldita vez mujer y dile que lordAlfred McKay desea hablar con ella!!Cof, cof, cof...

—Sí milord. Ahora mismo.La mujer bajó las escaleras a

toda prisa, mascullando entre dientes loque podría originar tal encuentro.

Para Beatriz la sorpresa fuemayúscula. Nunca imaginó que el viejolord McKay pudiera solicitarle unencuentro.

Dudó en subir en darle la carauna y otra vez, y sobre todo después dela última visita que Serge le hizo lapasada noche. Pero tras la nerviosainsistencia de la doncella, Beatriz

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dirigió sus pausados pasos hacia elirrebatible señor de aquella casa. Puesaunque lady Ross no lo quisiera, él ysólo él era el único señor de aquellacasa.

—¿Milord...? —lo tenue voz deBeatriz acompañó la leve llamada queejecutó en la puerta de aquellahabitación.

—Adelante... cof, cof... Pasaquerida... Adelante. Cof, cof, cof...Pasa...

Beatriz trató de ampararse bajola oscuridad que aquella estancia leproporcionaba. Así se sentía mucho mássegura, pero las continuas insistenciasde cercanía del lord, consiguió

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quebrantar aún más su ya maltrechoánimo.

Acercó sus pasos tratando demantener entre las sombras lassentencias ejecutadas sobre su rostro.

—Milord... ¿Deseabais hablarconmigo?

—¡¡Pero acercaos niña!!Sentaos... cof, cof... Aquí, a mi lado...cof, cof... —al hacerlo, lord McKayevidenció el maltrato que contra ella sehabía ejecutado—. ¡¡Por Dios!! Dejadque os mire... ¡Dios santo! ¡¡Malditobastardo!! Cof, cof... ¿Cómo ha... comoha podido obrar así contra vos? Cof,cof... —ella sólo pudo bajar su rostro yocultar así las lágrimas que comenzaban

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a aflorar de sus ojos—. Os ruego perdónen mi nombre y en el de ese... de... deese maldito bastardo que dice ser mihijo... Cof, cof, cof... —la molesta tosque acusaba, se interponía en la decisiónque había tomado y que deseaba hacerexistente.

—Milord... no hace falta que...—pero el viejo McKay le cesó suspalabras.

—¡¡Cálla!! Deseo hablar sin serinterrumpido... Cof, cof, cof... Lamentoque dejarais la seguridad de vuestrohogar... cof, cof... para entregaros a esamala bestia que dice llamarse hombre...Cof, cof, cof... —la persistente tos quelo atosigaba, apenas le dejaba hablar—.

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No es hombre aquel que atenta asícontra una mujer... Cof, cof... Sí.Desgraciadamente soy conocedor detodo, los muros de esta casa no son losuficientemente gruesos para acallar susactos y vuestros lamentos... Cof, cof...Lamento de veras no estar en... cof,cof... —volvió a suspirarprofundamente, echando atrás su abatidocuerpo—. Lamento no estar endisposición de poder defenderos comosería mi deseo... Cof, cof, cof... paraalzar mi mano contra ese mal nacido...Cof, cof, cof, cof, cof...

—¡Milord! Debéis tranquilizaospor Dios... Este estado no os hace nadabien —pero lord McKay depuso la

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actuación de Beatriz.—¡¡Déjame hablar maldita sea!!

Os lo ruego querida... Cof, cof... —volvió a beber para tratar de acallar sufastidiosa tos—. Os juro por dios que...que de una forma u otra, trataré de ponerremedio a todo el mal que contra vos seha volcado tan injustamente. Cof, cof...Desde que esa maldita perra llegó a micasa, mi hogar se ha convertido en uninfierno. Cuidaros de ella niña, esamujer es el mismo demonio... Cof, cof...Nunca debí dejar que se encargara de mihijo... cof, cof... Pero ahora ya es tardepara lamentarse... Solo os puedo decirque vuestra salvación parte del fin de talmal... ¿Me entendéis querida...? Cof,

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cof... Espero que sí. Lamento de verasno poder levantarme de esta cama, perocomo bien veis... cof, cof, cof...Tranquila, estoy bien... Escuchadmequerida... —dijo lord McKay al ver lacreciente preocupación de su jovennuera en su rostro—. Como bienobserváis, la muerte me pisa lostalones... Pero no me iré sin antesejercer mi ley. Cof, cof... Ahora... cof,cof... os riego que regreséis a vuestroaposento... Espero que entendáis queesta conversación cof, cof... nunca,nunca cof, cof... a existido... Cof, cof,cof... Cof, cof, cof...

Con el gesto de su mano, lordMcKay se despidió de Beatriz y le rogó

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que abandonara su habitación. Éstaregresó a su lecho, para derramar sobreeste las lágrimas que volvieron aahogarla una vez más.

Más que nunca sintió vergüenza.La vergüenza por saber que todosaquellos improperios y vejaciones quese habían forjado sobre su persona, erandel todo conocidos y oídos por el viejolord. Pero al menos contaba a su favorcon el afecto que ese hombre le rendía, yeso, a pesar de ser muy poco, llegó areconfortar su maltrecha alma.

El dolor comenzó a germinar ensu mente como un oscuro pensamiento, y

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más tras aquella conversación con elviejo lord.

En su cabeza no paraba de darvueltas aquella frase que lord McKay ledijo: “Solo os puedo decir que vuestrasalvación parte del fin de tal mal...”. Ylo cierto es que así era. Lord McKay lehabían otorgado la escapatoria hacia sufelicidad. La cual partía sin duda algunadel fin de alejarse tanto de Serge comode Ross. Solo así alcanzaría la felicidadabsoluta de una vez por todas. Y estehecho partía fundamentalmente deaquellas palabras del viejo McKay, desu planteamiento: la felicidad tras el finde aquellos que la dañaban.

Ese pensamiento la mortificaba

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a la vez que la motivaba a concluir consu condena. Una condena que giraba entorno a la figura de un hombre al que yano amaba, por el que ya no sentía nada,absolutamente nada. Tan sólo sentía undesprecio atroz. Pues ese hombre lamaltrataba, la humillaba y la vejaba sinmás. Hombre que le imponía su ley bajola dureza de su mano, llevándola inclusoa que ella misma se despreciase comomujer.

Todo aquello comenzaba ahacer que viera a Serge como un hombrediferente, del todo desconocido a susojos. Ahora lo veía como un verdaderomonstruo. Un ser al que estabaaprendiendo a odiar día tras día, a

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despreciar e incluso a aborrecer.Llegando incluso a maldecirlo tanto a élcomo a su estúpida decisión de aceptarsu petición de matrimonio, alejándosecon ello de su amada familia y de sutierra natal. Pero recordó que cuandotomó esa decisión, ella estaba muyenamorada. O al menos eso es lo quecreía...

Esa desesperación en la que sevio irrefrenablemente envuelta; por nodecir sumergida y arrastrada, fue la quela llevó a plantearse terminar de raízcon su toda miseria. Miseriarepresentada en la figura de Serge y dela misma lady Ross.

Ya ni capaz se veía de llamarlo

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esposo. Porque sencillamente nunca lofue.

«¡Sí! Él debe desaparecer, y asícon él desapareciera mi continuosufrimiento».

Así fue como decidió optar porllevar a cabo ese oscuro plan. Aquel quefue trazado en la soledad de las oscurasnoches de tormentosas y lastimeraspasiones, y entre el ir y venir de laspalabras que el viejo McKay le procesóaquella noche.

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5 CAPÍTULO

El propósito de “ese plan” era sin lugara dudas el de acabar con su esposo sinllegar a levantar sospecha alguna sobresu persona.

Beatriz sólo podía evidenciar talsalida para su dolor. Y sobre tododespués de que tras la muerte de lordMcKay, oyera de boca de una de lasdoncellas de la casa, las palabras que suesposo esbozó sobre ella. Palabras que

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atendían a liquidar su desdichadomatrimonio de una forma definitiva. Ysegún palabras de él: «pasaré a dar fin asu miserable existencia aunque sea conmis propias manos».

Al parecer y según había oído,tras la lectura del testamento; el cual pormotivos de salud del notario se veríaaplazada, Serge pretendía dar fin a sumatrimonio desencadenando la partidasin retorno de “su joven y amadaesposa”.

«Y si hubiera o se presentara laindeseable existencia de un heredero detal matrimonio, el paso a seguir será darfin a madre e hijo... Una vez se asientenlas bases del testamento...»

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Al ser conocedora de esto,Beatriz sintió como el odio se convertíaen la oscura sangre que insuflaba vida asu alma. Por lo que tras varios díasconfinada en sus propios pensamientos,y tras ser conocedora del fin que sobreella habían trazado aquellosindeseables, decidió elaborardetalladamente aquel plan. Pero sabía yentendía que este a su vez debía sersencillamente perfecto en todos lossentidos.

No había cabida para el másmínimo de los errores o de las dudas enlo que iba obrar.

Entendía que era del todoimportante llevarlo a cabo cuanto antes,

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pues ya se veía del todo incapaz desoportar y aguantar aquella situaciónmucho más. Ya no podía sobrellevar esavida sumida en el olvido, sumida en unatriste soledad no sólo impuesta, sinoacompañada de continuos desprecios ymaltratos a los que era sometida sinmás. Y tampoco deseaba terminar susdías bajo la soberanía de aquellasbestias.

El punto de partida de aquelplan, recayó en el hecho de que con lallegada del buen tiempo, sin dudaregresarían a la villa de SwettRose parapasar la temporada estival.

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Contaba además a su favor conque Serge solía salir cada mañana apasear por sus tierras a caballo. Y esole proporcionaba diversas posibilidadesa tener muy en cuenta. Este hecho laproveía de la oportunidad perfecta paraprovocar un pequeño accidente acaballo. El cual sin duda alguna era elpunto o la coyuntura perfecta para darrienda suelta al resto de su plan. A partirde ahí, todo se desenvolvería solo. Almenos eso es lo que esperaba... Lo quedeseaba.

Un accidente que en un principiono debía suponer ningún tipo decomplicación, le ofrecía la oportunidadde provocar supuestas secuelas.

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Secuelas que como consecuencia de talaccidente, más tarde o más tempranodarían la cara. Y cuando lo hicieran, yasería demasiado tarde para ponerremedio a tal mal.

—No sería la primera vez queun accidente de ese tipo; sin relativaimportancia, puede esconder o conllevarun mal mayor. Muchos de estos males sedesenvuelven en el más completosilencio y desconocimiento hasta que yaes demasiado tarde... —concibió parasí.

Beatriz sabía bien que contaba asu favor con los grandes conocimientosque poseía en lo referente a plantasmedicinales como a remedios caseros y

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naturales. Todo aprendido de su nana enlos años que vivió en la casa de suspadres. Pues su nana la instruyó en todolo relacionado con este tipo detratamientos, así como en remedioscaseros y potentes venenos sin remedioalguno.

Poner el plan en marcha cuantoantes era su principal objetivo, por esoera importante poner en práctica cuantoantes dichas nociones.

Debía buscar en su memoriacual sería la planta más adecuada paraello, la más adecuada para su fin.Aquella que provocara un malestar detipo común, el más cercano al posibledaño que le originaría dicha caída.

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Síntomas que serían las señalesinequívocas de que algo no iba bien.Pero lo suficientemente sutiles comopara no levantar sospechas nidesconfianzas. Sobre todo en supersona.

SwettRose, Condado de Cowes,Inglaterra 1832

Tormentosos días dieron pasos

a otros algo más soleados, originandoque el día escogido para causar elaccidente, fuera justamente un díadespués de una noche de intensa lluvia.Dicha lluvia le otorgaría al terreno la

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suficiente y propicia inestabilidad quenecesitaba. El pavimento se volvería untanto resbaladizo e inestable para dar encierta manera credibilidad a unaccidente fortuito. Esto sin lugar a dudasle facilitaría las cosas.

Pero primero debía dirigir suatención al caballo, tenía que sedarlo oaturdirlo en la medida que fuera posiblepara que el animal estuviera algoinestable, que perdiera el equilibrio porasí decirlo. Y para ello, lo idóneo seríadisolver en el agua del animal unasgotas del remedio que el Doctor Lacerle había recetado para sus continuasnoches de insomnio. Insomnioprovocado por el continuo estado de

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ansiedad en el que se encontraba sumidadiariamente.

Calculó que unas trece gotasserían suficientes para provocar en elanimal un estado de sopor o torpeza,pero sin causarle daño alguno, pues esepara nada era su fin. ¡Por dios, pobreanimal! Para nada pretendía atentarcontra el animal o causarle algún tipo dedaño.

Así, el día apropiado…, sepresentó antes de lo que esperaba. Loque dibujó una sonrisa en sus labios, ysintió como los nervios la comenzaban adevorar. Creyó que no podría mantenerla calma, ni verse con el valor necesariopara llevar a cabo su plan.

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Hizo memoria y repasó cada unode los detalles del mismo. Y justo antesde que amaneciera, se levantó yencaminó sus pasos con totaldeterminación hacia las cuadras. Asíque..., mientras ella deambulaba entrelas sombras que las horas previas a lasalida del sol le otorgaban, el resto de lacasa aún se encontraba en los brazos deMorfeo.

Era imprescindible noencontrarse con nadie de la casa en sucamino hacia los establos. Por suerte,desde hacía ya algunos días, suhabitación no era cerrada con llave,dado que ella misma había dejado enclaro que ya no era una amenaza para

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ellos. Para su relación.¡Pobres ilusos!A su llegada a los establos, y

tras salvar la distancia que lo separabade la casa, entró en ellos en un estado deansiedad que a duras penas podíacontrolar. Y tras una exaltada senda, enla que trataba de cerciorarse a cadapaso que daba de que nadie la habíavisto, mirando de un lado a otro paraevidenciar que no había sido avistadapor nadie de la casa..., decidió poner enmarcha su designio. El principio de suplan.

Aquella sonrisa nerviosa paso aser una pequeña carcajada cuando cayóen la cuenta de que esa mañana se había

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presentado fría, muy fría. Tanto, que nopodía evitar tiritar y verse a sí mismaluchando por centrase en su objetivo,por no volverse atrás, ya fuera por elfrío o por el miedo que le recorría todoel cuerpo.

Ya en los establos, se volvió aasegurar de que no había sido vista niseguida por nadie. Vaciló un poco antesde dirigirse al boxee del caballo deSerge con su poción...

Miró de un lado a otro antes dedar un paso y cuando comprobó queestaba sola, completamente sola, sacódel bolsillo derecho de su bata unpequeño frasco de cristal de colorámbar. Llenó un cubo de agua y abrió

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con sumo cuidado el frasco, depositandoen el cubo del animal las gotaspertinentes. Tras ello, le dio de bebercon sumo cuidado al animal, evitandoque éste pudiera tirarle el preparado alejercer un movimiento brusco.

Tan pronto como el caballobebió el agua suficiente para obtener losresultados esperados, se deshizo delagua sobrante tirándola en el mismoboxee del animal. Depositó el cubo en elmismo lugar de donde lo tomó para quenadie llegara a notar ningún tipo decambio. ¿Pero sería esto posible? ¿Ibana estar pendientes de donde dejaban uninsignificante cubo? Pues sí... Serge eramuy meticuloso en todo lo relacionado

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con el orden de las cosas, del lugar quecada objeto desde su criterio debíaocupar.

Cuando Beatriz comprobó queno había nadie por los alrededores,volvió a dirigirse lo más rápido quepudo a su aposento retrocediendo en susprimeros pasos, siendo lo más cautelosaposible. Limpiando cada húmeda huellaque había dejado con su propia bata.Pues nadie podía verla levantada a esashoras y menos rondando por la casa. Deser vista en tal actitud y en esas horas, ysin previo permiso, eso podría dar quepensar…, y mucho. Sobre todo en lapersona de lady Ross.

Beatriz sabía bien que a pesar

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de que ya no estaba presa y ni bajollave, tenía limitada ciertas zonas de lacasa y a ciertas horas.

Suspiró tranquila una vez que sesintió segura dentro del único refugioque tenía dentro de aquella casa, susombría alcoba. Guardó su remedio enel cajoncito donde siempre solía tenerlo.Y corrió a meterse en la cama despuésde deshacerse de su bata arrojándola alsuelo, impregnado esta por la humedadréinate ese día. Trató de dormir algomientras esperaba la deseada noticia.

Eso..., si conseguíatranquilizarse o relajarse.

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Las cavilaciones dentro de sucabeza iban y venían sin cesar. Sobretodo las referentes a que nadie en lacasa debía saber nunca nada acerca desus conocimientos en remedios ybrebajes. Es más..., ni debíanimaginárselo. Pues de lo contrario,Beatriz sabía que estaría del todoperdida. Sin olvidar que dichas técnicaseran consideras prohibidas por unasociedad muy temerosa de la mano de laIglesia y no de Dios.

Siempre tuvo que mantenerdichos conocimientos bajo el másabsoluto secreto, y ahora más que nunca.Ahora los debería guardar bajo llave.Como ya lo hiciera y le aconsejara su

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nana.Resultaba del todo peligroso dar

a conocer sus dominios en dichastécnicas. Pues los ignorantes podríantomarlas como prácticas prohibidas oincluso como brujería. Y viniendo estasde manos de una mujer, más aún. Por loque Beatriz comprendía que no debíatentar a la suerte y mucho menos a lanegada de Ross. Era conocedora de queseguía viviendo en una sociedadcompletamente machista e ignorante, deltodo recelosa de la Santa Madre Iglesia.

Entre todos esos conocimientosestaba el saber y el reconocer, así comoel empleo y uso de ciertas plantas, lascuales se podían destinar a remedios

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para infinidad de dolencias o males,pero también había sido instruida en elhecho de que ciertas sustanciasempleadas de forma inadecuada o engrandes cantidades, podían acarrearmolestias e incluso la muerte a loshombres.

Su nana la educó en elconocimiento y el uso de plantas conpropiedades medicinales, pero tambiénla instruyó en el empleo de muchas deestas plantas en fines no tan adecuados.Donde dosis; no tan elevadas de algunasde esas plantas y sustancias, podíancausar daños serios. Pudiendo llegar aser letales, e incluso muchas de ellascarecían de remedio alguno. Lo que las

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convertía en un arma letal en sus manos.Algunas de estas plantas y

hierbas, escondían tras su bellainocencia un espíritu que podíanprovocar serios trastornos. Algunaspodían llegar incluso a parar un corazón,a amedrentar el cuerpo más sano yrobusto, a torcer un embarazo... eincluso podrían provocar la muerte másdolorosa y horrible.

Pero lo más formidable de todo,era que se trataba de plantas tansencillas y tan comunes que se podíanencontrar en cualquier jardín o camino.Plantas meramente ornamentales quelograban encontrarse fácilmente en elborde de los caminos, entre los campos

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de cultivos, en los jardines máselegantes. Plantas meramente sencillasen apariencia, pero que escondían unveneno mortal y desconocido paramuchos en la simplicidad de su belleza yforma.

Pero ese no era el caso deBeatriz McKay.

Ella mejor que nadie sabía elpoder tenía entre sus manos, y conocíacomo nadie como usarlo, y sobre todocomo procesar dichas plantas parasacarles el mayor partido. Pues desdeniña fue instruida en ello y para ello.

Ese fue el hecho que la llevó aencargarse del cuidado del pequeñohuerto que se hallaba detrás de la cocina

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en SwettRose.Lo que en un principio fue una

mera forma de escapar del abatimiento yla pesadumbre que le producía aquellacasa y sus verdugos, pasaba aconvertirse en el sustento de susabismos y en el remedio siempre amano, para sus problemas y cicatrices.

En el jardín cultivó granvariedad de aquellas plantas, las cualesen gran parte partían de las semillas quesu nana le había dejado en un cofre juntocon brebajes y demás compuestos sinolvidar aquel libro. Aquel maravillosolibro escrito de su puño y letra, al igualque lo hiciera su bisabuela. Y claro está,le resultaba del todo natural tanto

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cultivarlas como tenerlas a mano. Losumamente erróneo hubiera sido nohaberlo hecho.

Beatriz no las temía, no.Sencillamente formaban parte de

su vida, tanto así que… nunca podíasaber cuándo podría precisar y recurrirde su inestimable ayuda.

Los pensamientos volvieron afluir en su cabeza una vez se levantó dela cama. Estos iban y venían sin más...

Por más que trató, no pudoconciliar el sueño en lo que quedaba depreludio del nuevo día, y nuevamenteconmemoraba aquel momento. Aquel en

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el que iba hacer uso de susconocimientos. Conocimientos centradosen las posibles secuelas del pequeñoincidente que tenía que producirse enpocas horas.

Un accidente inofensivoaparentemente, pero con grandesposibilidades para ella. La inocente ydulce Beatriz. «La pusilánimeespañolita», como solía llamarla Serge.

Beatriz comprendió que ya nohabía posibilidad de vuelta atrás. Yatodo estaba en marcha. Ya no debíanexistir quejas o miedo alguno por suparte, ya no. Pues..., porque de intentarevitar lo inevitable, podrían caer sobreella un halo de desconfianza y de

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posible culpabilidad. Además, susituación había llegado a extremos deltodo inaguantables, y las opciones quese le presentaban eran tan claras comoque Serge y Ross deseaban acabar consu vida. Eso si ella antes no poníaremedio a tal fin.

Se trataba sin más de un juegodonde el más fuerte o el más inteligenteganaría la partida. Se trataba de su vidao la de aquél...

Aquel que se la estaba robandopoco a poco..., día a día... sin más.

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6 CAPÍTULO

Tras los cristales del pequeño ventanalde su alcoba, Beatriz vio como Sergemontaba su caballo al igual que lohiciera cada día tras la salida del sol. Elanimal parecía estar del todo normal, yretozaba con ansia sus cascos delanterosen el embarrado terreno del tododeseoso de emprender su paseo como

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cada mañana.Al verlos, la sangre a Beatriz

comenzó a hervirle bajo la piel, y elpulso se le aceleró al igual que lohiciera su respiración.

Ese día no debía ser diferentedel resto. «¿Por qué debía serlo?»,pensó.

«La diferencia de este a otrosdías... simplemente está en que loscaminos hoy pueden llegar a ser un tantoinseguros por lo resbaladizo delterreno... Quizás el transitar por ellossea un poco arriesgado... mi queridoe s p o s o . Ahora, ahora sólo deboaguardar a que el preparado haga efecto.A que obre mi tan ansiado y esperado

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resultado. El cual puede tener lugar alcabo de más o menos... unos pocosminutos. Una media hora a lo sumo.Tiempo más que suficiente para queSerge se aleje lo bastante para que así,nadie, absolutamente nadie, puedaacudir de inmediato en su ayuda...»,murmuró para sí.

Serge ajeno a todo, partió comode costumbre. Como solía hacer cadamañana a la misma hora, para regresarun par de horas después. Nadie notóningún cambio ni en el jinete ni en elanimal. Todo era normal. Pero al cabode algo más de una media hora; ni a lamitad de su paseo, Serge notó como sucaballo comenzaba vacilar a cada paso

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que daba.El animal comenzó a

encontrarse un tanto inquieto e inseguro.Esa inseguridad se estableció no solo ensu caminar sino en su estabilidad,logrando que sus pasos se hicieran pocoa poco más inestables y del todoinseguros. Ese estado de titubeo se fuehaciendo cada vez más latente yevidente, tanto..., que el animal entró enun estado de agitación al no podercontrolar sus movimiento así como suequilibrio. Lo que lo llevó a acusargrandes sacudidas seguidas de violentosmovimientos en un terreno dondeparecía pisar en falso.

Serge intentó sosegar al caballo

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para que éste no perdiera la calma, perotodos sus esfuerzos cayeron en sacoroto.

Una y otra vez sus intentos deapaciguar el estado del animal no fueronútiles. Bien sabía que de no lograrhacerle perecer en sus furtivos empeños,la agitación en el que se encontraba sucaballo lo llevaría sin lugar a dudas aperder el equilibrio, y con ello a éltambién.

—¡Soooo...! Tranquilo chico.¿Pero qué te sucede hoy? ¡¡Sooo...!! —Agarró firmemente las riendas a la vezque tiró con fuerza de ellas en un intentovano de tranquilizar al animal así comode dominarlo—. Tranquilo. ¡Sooo…!

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¡¡Me vas a acabar tirando al suelomaldita bestia!!

El animal ante la fuerza que eljinete estaba ejerciendo con las riendassobre él, sumado a la inseguridad de sucuerpo sobre aquel barral, se sacudióviolentamente elevándose sobre suspatas traseras consiguiendo que ambosacabaron en el húmedo suelo. Cayendoel uno sobre el otro.

El caballo se desplomó sobre sucostado derecho después de acometeruna fuerte sacudida que lo elevó y lohizo tambalear tanto a él como a sujinete.

Serge atribuyó el estado deinseguridad del animal a la inestabilidad

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del terreno bajo sus cascos. ¿Qué otracosa podía haber sido? No cabía otraposibilidad para ello.

Sin más, se encontró atrapadobajo el peso de su caballo. El cual loaprisionaba por su pierna derecha yparte de su abdomen. Un fuerte dolor lesacudió casi llevándolo a perder laconciencia, pero debía seguir despierto,y después de varios intentos dedeshacerse de la prisión a la que lo teníasometido el peso de la bestia, consiguióque este se levantara con la ayuda de lafusta.

Logró motivarlo, o más bienasustarlo, para que volviera a losestablos donde se encontraría seguro.

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Dando así el aviso de que algo no ibabien.

—¡¡Corre maldita sea!! Ve acasa… —Sentía como poco a poco lasfuerzas comenzaban a flaquearle—. ¡PorDios corre, correee...! Avisa a todos demi desafortunada caída. ¿A quién se leocurriría salir a caballo un día comoeste? Sólo a mí... — protestó.

Serge permaneció algo más deuna hora tumbado en aquel lugar hastaque varios sirvientes tras ver regresar alanimal sin su jinete, se temieron lo peory salieron a su busca.

—Vamos... ¡¡Estúpidos!! ¿A qué

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esperáis para levantarme? —Sergeestaba tan dolorido que era incapaz demoverse, pero también había quereconocer que frente a cualquier tipo dedolor, ese hombre era el más cobardesobre la tierra.

—¡Si señor! —respondieron sussirvientes a lo unísono.

—¡¡Tened cuidado por Dios!!¡Que no soy una bestia a las que estáisacostumbrados a tratar! —Gruñó.

El señor de la casa regresó algoentrada la mañana, dolorido y muycansado.

Beatriz desde el ventanal de suhabitación observó su llegada, y trastranquilizarse y convertir su ansiedad y

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su temor por ser descubierta enpreocupación por lo ocurrido a sumarido, bajó a recibirlo.

Lady Ross; por suerte, no seencontraba en la casa en ese momento.Así que fue ella misma la encargada deatenderlo en primer momento, dando asíla orden de avisar al médico del pueblo,un buen amigo de la familia; el viejodoctor irlandés Perry Lacer.

Tras revisarloconcienzudamente, dentro de sus escasosy ya anticuados conocimientos, el doctorLacer le diagnosticó un pequeño traumaen su pierna derecha así como su encostado derecho, donde se apreciaba unfeo moratón debido al peso del animal y

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la presión que este ejerció sobe sucuerpo. A su parecer, Serge sólorequería de varios días de reposo y depoco más.

—Deben de aplicárseles pañosfríos para bajar la inflamación milady.También es aconsejable que durantevarios días la comida que se lesuministre sea ligera. Que esté basadaen sopas y cremas, para así evitar lasdigestiones pesadas. Ese moratón quetenéis en el abdomen no tiene buenapinta milord, no me gusta mucho..., perono creo que sea grave. De todas maneraslady McKay, cercioraos de que repose yde que evite las comidas pesadas —dijoLacer mientras cerraba su maletín—.

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Esto será lo mejor por ahora —sedirigió entonces al dolorido Serge, ymirándolo directamente a los ojos ledijo—: No le otorgó mayor importanciamilord, pero insisto en que sería muyrecomendable que descanséis, y sobretodo que se os vigile y mucho. Puesnunca se sabe que puede acarrear esastontas caídas, y menos aún lo que puedeesconder ese feo moratón. Estoy segurode que mejoraréis con el paso de losdías, y sobre todo tras los cuidados desu amante esposa.

—No debe preocuparse por miviejo, se cuidarme —esbozó con suhabitual proceder Serge.

—Sí, ya veo, ya veo...

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—Le acompaño hasta la salidadoctor —Beatriz estaba deseando irsede aquella habitación. Desvincularse deaquella cercanía que tantas nauseas leproducía.

—No hace falta milady que meacompañéis, conozco bien la salida. Yya sabéis... Por ahora que tome cosassuaves, nada de pesadas y copiosascomidas, no sería adecuado. Debéisvigilarlo. Si os deja claro está..., puescreo que milord es tan cabezota o másque lo fue su padre. Ante cualquierempeoramiento solo debéis avisarme.Que no os apure el hacerlo. Estaré avuestro servicio.

—Por supuesto doctor. Yo

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misma trataré de ocuparme... Aunquecreo que lady Ross insistirá en ser ellala que se encargue de todo. Ya sabéiscuánto lo quiere... —aquella sonrisa queBeatriz forjó sin más, no podía ser mássarcástica y maliciosa.

—Lo sé bien milady, lo sé... Sebien que esa mujer puede llegar a ser...demasiado protectora con todo unmozalbete como es vuestro esposo.Cuidaos milord, cuidaos y déjese cuidarpor Dios.

—Si doctor, no le quepa lamenor duda —le respondió Sergemientras atravesaba con su mirada a sumujer, la cual sintió en sus propiascarnes el peso y la furia de la mirada

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que su amado esposo le regaló—. No lequede duda doctor... No le quede duda.

—Eso espero milord, esoespero... Pues ya conoce el fataldesenlace de los descuidos de su padre.

Beatriz insistió en acompañar aldoctor, pues no resistiría ni un minuto asolas con su Serge.

Puso como escusa para ello elque le fuera recomendado algún tipo depoción o mejunje para el dolor comopara la posible fiebre que pudierapresentarse. El viejo Lacer antes decerrar la puerta del carruaje que lo trajoa la casa de campo de los McKay, sedirigió por última vez a la joven yapagada esposa.

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—Milady, se que vuestroesposo puede llegar a ser bastante...¿Cómo decirlo...? Tosco. Sí, tosco yrudo. Y porque no decirlo: bastantedesagradecido milady. Lo sé bien... Perono debéis dejar que esa mujer osarrebate lo que es vuestro por derecho,no la dejéis milady. Si me lo permitís, ysolo por curiosidad... ¿Continúa siendotan maternal con ese hombre comosiempre...? —Beatriz simplemente callóy bajó la mirada, confirmando laspalabras del doctor—. Ya veo... ¡PorDios! ¿Cómo puede ser así esa mujer?Lo dicho, ya sabéis... Estoy a vuestracompleta disposición. Sea cual sea esta.

Aquel comentario por parte del

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doctor, la dejó completamente desolada,no sabía el porqué de esa advertencia nitampoco que respuesta debíaconcederle. ¿A caso este hombre sabíaalgo? ¿Tanto se notaba la frialdad queentre los dos reinaba, tanto se notaba latristeza y lo gris de su vida...?

—Descuide doctor. Pero nopuedo evitar que lady Ross sea así comoes con él. Además, lo peor será tenerque ponerla al corriente de lo sucedido.Por lo que veo, usted mejor que nadiesabe cómo puede llegar a ser esa mujer.Ella se encarga especialmente de todo loreferente a mi marido, y la comida entreotros asuntos es una de sus prioridades...Sin olvidar otros tantos quehaceres... de

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los que sin duda podría escandalizar aun hombre como usted... —mientrasdecía eso, no pudo evitar dibujar en surostro una expresión de cierta vergüenza—. Es una manía que tiene... Quizásadquirida con el paso de los años. Hayque entender que lo ha cuidado desdepequeño. Para ella Serge es como suhijo... Más que su hijo, diría yo —Beatriz volvió a dibujar esa incómodasonrisa en su rostro—. De nuevo lerepito que no debe preocuparse por nadadoctor... —le indicó mientras sedespedía—. Gracias. «Me ha concedidousted sin saberlo..., mi granoportunidad. Mi salvación...Gracias...» —murmuró entre dientes.

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—Lo siento milady. Siento deveras lo de su esposo, y ya sabéis, estoypara lo que necesitéis, sea lo que sea.¿Lo entendéis...? Sea lo que sea... Así seme dejó encargado... —estas fueron lasúltimas palabras que el viejo le dedicó,palabras que nuevamente se quedaronmarcadas en su mente, como si de unaquemadura en su piel se tratara.

El doctor Lacer le habíaotorgado la escusa perfecta paracomenzar a administrar a su amadoesposo la pócima milagrosa, aquellaque desencadenaría los síntomas másapropiados y más comunes a losposibles daños que podría haber sufridoen su abdomen. Síntomas que irían

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aumentando en relación al aumentoprogresivo de la dosis.

Pero fue aquel comentario quele hizo el doctor el que originó en ellatal impresión, que este rodaba por sucabeza en un ir y venir constante: «¿Loentendéis...? Sea lo que sea... Así se medejó encargado...». ¿Qué se le dejóencargado..., y sobre todo quién se loencargó?

Su cabeza trató de desechar esaidea, porque en ese preciso momento loprimordial era establecer el comienzode todo. Pero sobre todo, debía meditarpausadamente la idea de no apresurarseen su afán. Sabía que debía tomarse susatisfacción con pausada calma. Pues de

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hacerlo, de acelerar su resarcimiento,esto podría llevarla a cometer unimperdonable error. Además, el finestaba cerca, muy cerca. Y de dar unsolo paso en falso por apresurarlo todo,podría llegar a costarle caro, demasiadocaro. Así que tan sólo quedaba esperar.Esperar un tiempo prudencial. Lo justopara que el pequeño incidente de lacaída incurriera en cierta medida en elolvido, con lo que se aseguraría el queuna vez que los primeros síntomas delveneno comenzaran a hacerse visibles,todos en la casa los achacarían a lo queel doctor ya había informado que podríaocurrir.

Ahora tan sólo le quedaba ver

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como comenzar a suministrarle elveneno; sobre todo de una maneracontinua y sosegada. Pero antes teníaque resolver cual sería el más adecuado.Aquel que reprodujera los síntomasesperados: los que reprodujeran losdaños típicos de tal caída. Daños frutode los posibles estragos internos que elpeso del animal pudiera haber infringióen su cuerpo. Pero sobre todo debíaprocurar que nadie se diera cuenta.Sobre todo Ross.

Por supuesto la respuesta a taldilema la hallaría en aquel libro.

Mientras veía como el carruaje

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del doctor Lacer desaparecía en elcamino, el de lady Ross hacía acto depresencia.

Así que asumió que lo mejorsería desaparecer y dejar que tododiscurriera por sí solo. Para nada leapetecía enfrentarla y mucho menostener que aguantar su retahíla dereproches. Por lo que solo le quedabaesperar. Esperar a que fueradebidamente informada del desdichadoaccidente que su queridísimo Sergehabía sufrido de boca de alguna de lasdoncellas de la casa. Era de suponer quese alteraría a más no poder. Y así fue.

Los gritos de Ross se elevaronhasta su aposento. Y sus reclamos la

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hicieron presentarse ante ella.Beatriz se atrevió a mirarla con

frío y desafiante semblante. Y esafrialdad en su mirada; la cual nuncaantes se había atrevido a dirigir y menosa Ross, causó cierto estupor en la mujer.Pero su pedantería era superior a lasospecha que aquella mirada pudieralevantar.

—¡Maldita sea! No se te puededejar sola. ¿Cómo no se me ha avisadoantes? —La tosca voz de Ross resonópor toda la casa.

—Shsssss... No elevéis la voz...Mi esposo ahora duerme y no creo quefuera propicio despertarlo con talesalaridos. Por otra parte, no son nada

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adecuados en una dama como vos,milady tales bramidos... Y si no se osavisó antes, fue porque la señora no seencontraba en la casa... Por otro lado, yono soy la mucama del señor. ¿Verdad?—su respuesta dejó del todo paralizadaa la lady Ross, que para nada esperabaun contestación como aquella, y menosde boca de ella. De la simple de Beatriz.

—¡Maldita insolente! Te voy apartir esa sucia boca de...

Beatriz le agarró fuertemente lamano por la muñeca evitando así queRoss le procurara tremenda unabofetada.

—¡Esta vez no querida! Esta vezno. No te atrevas porque te puede salir

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caro, muy caro... Te lo puedo asegurar—una sonrisa malévola se dibujó en suspreciosos labios de fresa.

—¡Maldita zorra! Cuando miquerido Serge se entere de tu osadía... teva... Te va a... Te va ha hacer padecercomo nunca. Hará que te tragues cadauna de tus palabras por medio de susmanos y puños. ¡Oh siii...! Ya lo verás.Serge te arrancará esa audacia de la quehaces alarde ahora. Sí, ya lo verás...Hará que la arrogancia que ahoramuestras ante mí, se te atragante... Y yodisfrutaré viendo como erige contra ti unsufrimiento y un martirio inimaginable...¡Te lo juro!

—¡¡Tú no tenéis ni idea de que

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es el sufrimiento!! ¡Ni puñetera idea!Además, aquel que dice ser mi esposo...¡Ja! Poco va a poder hacer en el estadoen que se encuentra. Subid, subid... Nosea que vuestro bebé añore vuestrosmimos y caricias... No sea que lleguéistarde... Y que no se os olvide: soy sumujer y esta es mi casa. Y muy pronto loveréis con vuestros propios ojos...¡Subid! ¿A qué esperáis? —fue laprimera vez que palabras como aquellassalieron de su boca. La primera vez quefueron insinuadas por una mujer antessumisa y atemorizada como lo era ella.

Quedando completamentedesconcertada y sin poder dar respuestaa tal osadía; pues estaba acostumbrada

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al silencio por respuesta de esa mujer,lady Ross pudo advertir que algo enBeatriz era diferente, algo en esa jovenhabía cambiado y eso no le gustaba...No. Pero lo primordial para ella en esemomento era Serge.

Así que sin más preámbulo, ladyRoss subió los pocos peldaños que laseparaban de la primera planta, no sinantes girarse para regalar una últimamirada desafiante a la joven Beatriz, lacual que no dudó en responder con otramucho más implacable.

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7 CAPÍTULO

A Beatriz le resultó del todo imposibleconciliar el sueño aquella noche, pueslos recuerdos no encontraban salida ycirculaban por su cabeza una y otra vez.

Los hechos acontecidos ese díase entremezclaban con los que tuvieronlugar tiempo atrás.

Se levantó de la cama y sedirigió al lugar donde guardaba aquelviejo libro verde. Se arrodilló frente a

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su lecho y buscó la losa de mármol quese encontraba bajo este. Aquella losaveteada que ocultaba bajo su peso ungran hueco rectangular que vio la luznuevamente cuando fue levantada.

Se agachó un poco, lo suficientepara poder introducir su delgada manoderecha y comenzar a palpar con susdedos la suavidad del secreto que allí seescondía. Sustrajo de dicho agujero eltan ansiado premio que su alma anhelabavolver a ver. Obró así la libertad deaquel gran libro verde. Aquel queregresaba una vez más a las manos de suactual dueña, la cual haría un buen usode él. Nuevamente...

Acarició el suave y ya

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desgastado terciopelo verde que lorecubría. Lo acariciaba una y otra vezcomo si de un animalito se tratara.

Sentada en el frío suelo lo abriócon sumo cuidado y desplegó suspáginas sobre su regazo, acariciándolasuna a una mientras las iba pasando. Antesus ojos apareció la oportunidad que laliberaría de una vez por todas de su yaextendida condena. La que le facilitaríala elaboración de su tan ansiado fin.

Le resultó del todo fácil laelección de la misma. Sin duda alguna,aquella planta sería la más idónea.

La bella e inofensiva adelfa; taninocente para los incultos, se presentabacomo la opción perfecta para elaborar

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su plan.Para los desconocedores de

dichas cualidades, esta simple planta erasolo eso, una hermosa e inofensivaplanta de jardín. Así es como todos lasveían, como una mera planta decorativa,muy común en los jardines y parques detoda Inglaterra. Al igual que en sujardín, en el mismo que ella se agencióen SweettRose. Pero sus conocimientosiban más allá del cuidado de lasmismas. No. Ese no era su caso. Ellamejor que nadie conocía bien el uso ylas posibles aplicaciones que dichaplanta poseía.

Conocía bien el secreto que estaplanta escondía en la simplicidad de sus

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formas y en su elegante belleza. Puesbajo su sencilla humildad y su pasivabelleza, las adelfas encubrían sustanciaspotentemente dañinas, que si se sabíanemplear y administrar de la formaadecuada; como sólo ella sabía, bienpodrían ocasionar una terrible ydolorosa muerte. Motivo por el cual sunana le advirtió infinidad de veces:«Todas..., recuérdalo bien. Todas laspartes de esta plata son venenosas. Y laingesta de cualquiera de ellas... puedeprovocar una muerte sin remedio...»

La nana la previno una y otravez de la alta toxicidad que la adelfaposeía, tanto para los hombres comopara los animales. Y ella misma en su

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niñez fue espectadora de lo que tantas ytantas veces se le había advertido. Asílo vivió en la pequeña persona deAndrés, el hijo de unos vecinos de suSanlúcar natal y su compañero dejuegos.

El niño; como cualquier niño desu edad, no sólo disfrutaba jugando entrelos arbustos de adelfas que había en sujardín, sino que un día llevado por la suinocente curiosidad mordisqueó variashojas y comió algunas de las sugerentesflores, ocasionándose con ello una fuerteintoxicación que le provocaronconvulsivas náuseas y fuertes dolores deestómago que terminaron en agitadosvómitos que llegaron incluso a volverse

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sanguinolentos. Y por más que su nanatrató y trató de salvarlo, nada se pudohacer por él...

Este recuerdo la llevó a evocaralgunas de las historias que su nana lenarraba sobre las adelfas. Sobre elimportante papel que esta desempeñó enantiguas tradiciones íberas. Pues entiempos antiguos, los hombres solíanmasticar hojas de adelfa mezcladas conmiel como método infalible paracombatir la sarna y otras enfermedadesde la piel. Remedio que los marroquíesseguían empleando para la cura yprevención de la temida sarna. Tambiénse creía que era del todo eficaz contralas mordeduras de serpiente, dado que

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se pensaba que entre sus cualidadesestaba la de reforzar el corazón. Echoque su nana se encargó de desmentirle,pues nadie mejor que ella conocía lasbuenas y no tan buenas propiedades dedicha planta.

Es más, Beatriz recordó comosu nana empleaba las hojas de adelfascomo remedio natural para combatiralgunas dolencias digestivas de sumadre, pero además también empleabael jugo que obtenía de machacar dichashojas como un potente raticida.

—Aquí estás vieja amiga... —insinuó—. No sabes cuánto te agradezcola ayuda que me vas prestar. De verasque no te puedes imaginar cuan

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agradecida te estoy... —mientras decíaesto, acariciaba el dibujo de dichasflores en las amarillentas hojas de aquelvelado libro.

Beatriz sabía que deadministrarle a Serge tal veneno, este leprovocaría los síntomas que ya conanterioridad el doctor Lacer habíaprescrito. Síntomas tales como continuosvómitos, convulsiones, fuertes doloresestomacales así como una fuerte diarreaque podrían conducir incluso a unapersistente hemorragia interna. Sinolvidar que todo ello provocaría un totaldesasosiego general en el aquejado.Además del aumento del ritmo de sucorazón, lo que podría llevarlo incluso a

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la muerte.Barajó las dos posibilidades

que tenía: la primera, la intoxicación porconsumir la miel que las abejas elaborana partir del néctar de las flores deadelfas. Miel muy venenosa para elhombre, pero no así para las mismasabejas. Y la segunda: el envenenamientopor la ingesta del néctar de las flores opor las hojas de la adelfa o cualquierade sus partes, incluyendo sus semillas yraíces.

En un primer momento, Beatrizpensó en el empleo de miel. ¿Quién ibaa sospechar de una simple miel? Nadie.Pero resultaba bastante complicado, porno decir que era una tarea imposible el

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obtenerla. Sin olvidar que de hacerlo,esta tarea se alargaría demasiado en eltiempo. Y eso es algo con lo que ella nodeseaba contar: tiempo.

Aunque se había provisto deubicar algunos arbustos en una zonaapropiada de la finca; zona parcialmenteretirada de la casa y donde los arbustosde azaleas se desarrollaríanperfectamente dado la cercanía delarroyo. El obtener la tan ansiad miel eraotro cantar mucho más difícil de lograr.Por lo que desechó esa primera opción.

A su mente llegó aquellahistoria que le narró su nana. Historia enla que se contaba como algunosvaqueros de la serranía habían

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resultaron intoxicados e incluso algunoshabían muerto, cuando usaron unas varasde adelfas para ensartar y asar al fuegolos conejos que habían cazado.

Por otro lado, entendió e intuyó,que los efectos así serían muy rápidos.Algo muy ventajoso dado el caso.

Los síntomas comenzarían aapreciarse desde el primer momento enque le administrara a Serge su remedio.«Tales afecciones serán visibles entre...,cuatro o doce horas más o menos...»,pensó. «Por lo que tengo que tener muyclaro que debo ser muy cautelosa. Sobretodo en lo referente al tiempo que debetranscurrir entre el accidente y laaparición de los primeros síntomas.

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Síntomas que..., como ya dejó advertidoel doctor, podrían aparecer a largo ocorto plazo...», repasó. «Aunque másbien debe ser corto que largo».

Comenzó a leer lo que en ellibro se indicaba...

—Veamos... Los síntomasatenderán a: convulsionesgastrointestinales que iríanacompañadas de fuertes náuseas yvómitos, a lo que seguirían deposicionesdiarreicas que terminarían siendosanguinolentas si la ingesta es muy alta.Bien... Y desde luego que lo será. Perodebo procurar que nadie sospeche nada.Veamos. Tras estos síntomas..., ygracias a la ayuda prestada por el doctor

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Lacer en su diagnóstico, sobrevendrá unestado de vértigo que sin lugar a dudaslo hundirá sin remedio. Pues él es así.Este estado de nerviosismo hará que sufrío corazón se acelere más de lo quedebiera y de lo que está acostumbrado—rió—, y tras esto... tras estosobrevendrá mi ansiado fin: su muerte.Pero lo que me desconcierta es sabercómo darle tal preparado... Cómohacérselo llegar sin levantar sospechas.Cómo suministrárselo a Serge sinlevantar recelo alguno de esa rata deRoss.

Pasó algunos días y nochespensando en cómo comenzar a

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suministrarle a Serge tal remedio.Pero Beatriz intuía que el

tiempo comenzaba ya a jugar en sucontra, pues ya hacía algo más de unasemana del accidente a caballo queSerge sufrió. Y éste poco a pococomenzaba a mejorar. Así que, trasdarle muchas vueltas a la cabeza,decidió dar el paso aquella mismanoche.

Contaba a su favor no sólo contener el veneno en su estado puro; losarbustos de adelfas de su jardín, sinocon el poderoso concentrado de lamisma planta que encontraba en unpequeño frasco dentro de aquel cofre; elmismo que ella bien custodiaba en el

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pequeño escondrijo de su habitación.Tomó de entre el canalillo de

sus pechos la pequeña cadena de plataque colgaba de su cuello, la misma queabrigaba una pequeña llave también dereluciente plata. Tiró de la cadena consuavidad, logrando que aquella pequeñallave llegara a sus delicados dedos.

Tras tomarla, la colocó frente asus ojos desvelando sus brillantesreflejos a la luz de las velas. Se levantóde un salto de la cama y volvió ainclinarse frente el cobijo que seencontraba bajo su cama. Una vez másintrodujo su mano en aquel escondrijoobligándola a llegar hasta el pequeñocofre.

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Muchas de las esencias quecontenía dicho cofre, habían sidoelaboradas por su nana años atrás. Puessegún decía su nana: “Una nunca sabecuánto de precavida hay que ser en estavida mi niña”. «Tenía más razón que unsanto», se dijo así misma.

Abrió el cofre con sumocuidado. Contempló con admiración suprecioso contenido. Varios frascos asícomo pequeños saquitos de tela quecontenían semillas, hojas, raíces, etc.Paso sus delicados dedos por ellos, ycomprobó bajo su piel, cuantosrecuerdos se habían acumulados en esecofre.

Acariciaba una y otra vez

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aquellos preciados tesoros, deleitándosecon su tacto, con la frialdad del cristal yla rugosidad de la tela con la que fueronconfeccionados dichos saquitos. Asípasó varios minutos completamente enéxtasis, sin apenas ser consciente deello. Estaba como hipnotizada ymaravillada al mismo tiempo, no solopor lo que sus ojos contemplaban y susmanos acariciaban, sino por losrecuerdos y la fuerza que en ellos seocultaban.

Esa mañana, Beatriz sintió comonunca el deambular del tiempo entre susmanos. Este comenzaba a esfumáesele.Por lo que necesitaba más que nunca

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hallar la forma de hacerlo. De darcomienzo a la segunda parte de su plan.

Y fue esa mañana, cuando lacocinera; la señora Anett, trascomprobar que no tenía hojas de laurelpara preparar la consomé a su señor,cuando Beatriz halló la gran oportunidadque por tanto esperaba.

—No te preocupes. Yo mismasalgo a buscar algunas hojas... —raudadirigió sus pasos en busca del arbustode adelfas y seleccionó algunas hojascercanas en tamaño y aspecto a las delpequeño laurel que había sembrado enel huerto—. Aquí las tienes.

—Gracias milady. No sé dondetengo la cabeza estos días... —la señora

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Anett apenas prestó atención a las hojasque le fueron entregadas. ¿Por qué dudarde la mano que se las había entregado?Así que tras enjuagarlas, las añadió a laolla.

Beatriz suspiró profundamenteal veras caer en la olla, y más cuandosabía que ese consomé eraexclusivamente para Serge. Y lo quemás le agradó fue el saber que laencargada de que se preparara fue lamisma lady Ross. Además de ser ellamisma quien se lo subiera a lahabitación, y claro está, quien se lodiera a tomar de su propia mano y acto.

—Hoy el tiempo me pisa lospies milady. Y para colmo, aún no he

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matado la gallina con la que preparar elasado del señor —se quejó la cocinera.

—No me importaría ayudarte enlo que fuera posible...

—¿De veras milady...? ¡Oh!Pero... —se acercó hasta Beatriz paracasi susurrarle al oído—, pero… Esosería toda una osadía por mi partemilady. Además, si la señora Rossllegara a enterarse de que vos...

—Mi boca está completamentecerrada —sonrió mientras se remangabalas mangas de su blusa.

—Está bien milady. Voy..., voya tratar de dar caza a la pobre la gallinaasignada para tal fin. Vos mientraspodéis amasar y dar forma a los

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panecillos. No os olvidéis milady deespolvorearlos con las semillas deamapola. Ya sabéis que a vuestroesposo... —titubeó ante sus palabras—,que a milord le gustan así.

—Despreocúpese Anett, yo meencargo. Por otro lado... podríaspreparar la carne ensartándola en unospalos y haciéndola a la brasa. No sé...de seguro que eso te facilitaría en sumael trabajo. Y podrías acompañarla conesa exquisita salsa que sólo tú sabeshacer...

—¡Por Dios milady! Tenéisrazón. Gracias. Lo cierto es que...Dios... Si ese hombre supiera apreciarel valor que vos...

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—Dejémoslo estar Anett .Yasabes cómo son las cosas. Apúratevenga.

Mientras la cocinera se afanabaen dar caza y muerte a la desdichadagallina, Beatriz se las ingenió paraobtener unos palos de adelfas y algunassemillas, que tras ser límpidas de lapelusilla que estas poseían, las añadió ala masa tras previamente haberlasmachacado.

Minutos después, Beatriz viocomo la misma Ross le subía la comidaa su adorado Serge.

Escondida entre las sombras,veía como su ansiado plan comenzaba atrazar las primeras líneas en su avance.

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Todo se estaba desarrollandoadecuadamente.

Nadie podría llegar a sospecharde ella. Nadie... ¿Por qué iban ahacerlo? Además, Serge hacía algunosdías que se aquejaba de dolores deestómago. Pero de ocurrir aquello, deser descubierta..., Beatriz sabía queestaría del todo perdida.

Su plan estaba resultandoperfecto en todo, y decidió llevarlo acabo sin titubear día tras día, sinremordimiento alguno. Ese era un lujoque no se podía permitirse: elarrepentirse. Y mucho menos con aquel

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demonio. El benefactor de la vida queestaba llevando.

Pero aquella fría noche, tras unnuevo desencuentro con lady Ross, ytras lograr levantarse del frío suelodonde fue derribada; esta vez por lamisma mano de Ross, Beatriz decidióexpedir de forma más elevada las dosisa Serge.

Su corazón al igual que sudolorido cuerpo, ansiaba dar fin a todocuanto antes.

Con el cuerpo golpeado y sudignidad por los suelos, se recostó en lacama con la mirada fija en el techo, perosu mente estaba fija en el punto departida de su tan clamado fin.

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Tuvo problemas para poderconciliar el sueño esa noche, pues tantosu corazón como su mente estabandivagando en cómo seguir suministrarleel veneno nuevamente a él, a aqueldemonio hecho carne.

Pensaba una y otra vez en hallarlos momentos propicios, en la necesidadde aprovechar cada oportunidad que eldestino le brindara. Y siempre de lamanera más sutil posible. Sobre todotenía que cuidarse de no levantar ningúntipo de sospecha en la sucia de Ross.Pues estaba claro que esa mujer era muyminuciosa en lo referente a lo que supequeño tomaba.

Todo debía seguir como hasta el

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momento: perfecto. Todo tenía que estary ser servido como a Serge le gustabaque fuera, y como Ross ordenaba quedebía ser. Nadie mejor que ella sabíaagradarlo, pues en eso ella sin lugar adudas era toda una experta, dado que eramuy quisquillosa en lo que se refería atodo lo relacionado con la elaboración ytratamiento de la comida de su adoradoSerge. Y más cuando su adorado Sergeprecisaba una dieta especial.

Tendría que esquivar a la arpíade Ross, y añadir su remedio sin queésta pudiera intuir lo más mínimo. Se lastenía que ingeniar para hacerlo, y locierto es que el destino estuvo más deuna vez a su favor.

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Precisaba de la sutileza y de laaudacia, de la misma que nunca pensóque llegaría a tener.

Tenía que dominar cadamomento, estar siempre preparada paradar el siguiente paso, y luego elsiguiente, y el siguiente...

Para ella todo era como unapartida de ajedrez. Tenía que estarsiempre a la conquista del jaque mate ala reina, para así acabar con el rey.

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8 CAPÍTULO

En aquella habitación, en la que yapodía considerar su casa, se sintió porprimera vez tan segura como dichosa.Tan plena como feliz. Pero su alma nopudo obviar el principio de todo susufrimiento, de su martirio al lado queaquel hombre. De aquella mala bestia.

Se sentó en la cama y miró susmanos. Estas seguían temblando, al igual

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que el resto de su cuerpo. Lo cierto esque se encontraba completamenteagotada. Tanto por el cansancioacumulado aquellos días, como por elresentimiento que durante tanto tiempoguardó en su interior al igual que lohiciera en su propia alma.

Beatriz trató de ausentarse deaquel lugar y de aquel momento. Tratóde centrarse en lo verdaderamenteprimordial en ese preciso momento.Trató de refugiarse, de alejarse más alláde todo lo que la rodeaba. Pero suafligida alma ya no podía más, y alsentirse libre como hacía tiempo que nose sentía, estalló en un llanto tandesconsolado, que sintió cientos de

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lágrimas brotar de sus de sus ya resecosojos verdes.

Las dejó transitar libremente porsu rostro, con el único fin de aliviartanto la ira de su corazón como la rabiade sus entrañas. Sentimientos que seentrelazaban sin más entre las cientos delágrimas que se divulgaban por suagotada faz.

Logró así descargar todo eseresentimiento que durante tanto tiempoacopló en su cuerpo. El mismo que portantos días fue pisoteado y vilipendiadosin razón o motivo justo.

Todo ese rencor que la fuecorroyendo por dentro durante esos treslargos años de consentido martirio, al

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fin salía a fuera de ella.Al fin estaba fuera de

ella... Se levantó de la cama y

comenzó a despojarse despacio de suspesados y negros atavíos, tan negroscomo el corazón de aquel que la renegóal dolor y a la más terrible de lasvejaciones y humillaciones. Mientrastrataba de deshacerse del elegantevestido de delicado raso negro que ellamisma eligió, mientras este resbalabapor su níveo cuerpo hasta llegar alsuelo, aceptó el hecho; por así decirlo,de que la ceremonia fue muy hermosaasí como emotiva. Sobre todo paraRoss.

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Un poco teatral todo bajo supunto de vista. Hasta ella misma resultóser un tanto teatral.

Deshizo su elaborado recogidopara dejar caer su larga cabelleratostada sobre sus hombros desnudos. Yante el gran espejo que la contemplaba,Beatriz se descubrió a sí misma...

Allí frente a ella, veía el reflejode una mujer joven y hermosa. Unajoven de más o menos veintidós años.Una mujer de grandes ojos verdes queahora aparentaban estar secos y un tantooscuros. Una mujer de dulce rostroangelical que poco a poco fue perfilandola perversión de sus deseos bajo esapiel de ángel. Ocultando así su

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verdadero ser…, el que le obligaron aser. Pero ahora, ahora tenía ante ella auna mujer decidida, a una mujer fuerte.Una mujer que tomó las riendas de suvida y que decidió dar fin a la vida quele concedieron, para lograr así su tancodiciado fin: su plena felicidad. Sulibertad.

Frente al espejo comenzaba avislumbrar poco a poco a la mujer quefue y que siempre deseó ser. Esa mujerfuerte, valiente... dispuesta a todo.Dispuesta a terminar y a cambiar sumundo, a vivir, a sentirse una mujerplena en todos los sentidos de la palabramujer...

Se contempló durante un largo

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tiempo hasta que al fin, en un pequeñoresquicio de su reflejo, vio a Beatriz,ésa que tanto ansiaba ver y sobretodoser. Aquella dolida mujer que se ocultabajo las penumbras del dolor y bajoaquella máscara que le fue impuesta.

Cubrió su rostro con sus manos,horrorizada por lo que era, por lo que laobligaron a ser. Derribó las lágrimas desu rostro con sus manos aúntemblorosas, y en un acto de purosimbolismo, se arrancó esa máscara quepor tanto tiempo tuvo que llevar. Unamáscara cincelada día a día con elsufrimiento y con cada una de lasvejaciones que le fueron impuestas.

Con esa acción, dejó libre por

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fin a aquella mujer que se ocultaba trasesa fría máscara.

Por fin la tenía ante sí...Por fin dejaba de ser aquella

mujer que no quería ser...Por fin la reconocía...Por fin se reconocía a sí misma.Esa sí era ella..., esa sí era

Beatriz Palacios.

Mientras se distraía peinando sularga melena, hecho la vista atrás ypensó en todos y cada uno de los queallí la vieron, de los que lavislumbraron tan sumamente

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desconsolada, tan desamparada comoapesadumbrada.

«Pobres ilusos...», pensó.Sin duda, todos se habrían

condolido de ella, de la pobre viuda.Así como de las cientos de lágrimas quederramó, del presente dolor en su tanjoven corazón... «Ingenuos...», balbuceóentre nuevas lágrimas.

Ninguno de los presentes sepodía imaginar ni alcanzaban asospechar, cual era la realidad de tantollanto, de tanto desconsuelo... Nadie.Sólo ella. Y esa circunstancia le otorgóel valor suficiente para dar rienda sueltaa todo su dolor. No por aquelmiserable..., sino por ella misma. Pues

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junto con él se enterraba días depadecimiento, de dolor y de silencio.

Beatriz a duras penas pudodisimular su alegría. La tremendafelicidad que la inundaba. Aquella quese entremezclada una y otra vez con laplena efervescencia que le produjo laextenuación que suponía tener queaparentar dolor por aquel infeliz. Tenerque fingir un llanto que no le nacía. Puessu llanto procedía de la felicidad desentirse al fin libre. Una felicidad que lainvadía por lo acontecido horas atrás.En cambio, para todos los allí presentes,tanto su conducta tan inquieta y nerviosa,así como sus cambios de humor y suestado de ansiedad, eran del todo

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propias en una joven esposa que habíaperdido de manera tan trágica a “suamado esposo”.

—Irónico resultaba pensar quemi llanto y mi actitud han sidoentendidas como algo normal. Jajajaaa...Nadie conoce la realidad de los hechos,ni alcanzaba a imaginársela... Nadiep ue d e figurarse cuál es la verdadprocedencia de mis lágrimas. De seguro,todos habrán pensado que tales lágrimasse corresponden a las largas horas quehabré pasado en vela cuidando a mipobre esposo enfermo, a aquel pobrehombre. Pobres ilusos... Bajo sucreencia está mi gozo. Mi esposo... ¡Ja!Me resulta del todo indigno llamarlo así,

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y más cuando realmente nunca seconsideró como tal... ¿Amado…?¡Jajaja…! Fue un sinvergüenza en todaregla. Un sucio perro que me despreciócomo mujer, que me maltrató hastacansarse, que me humillaba hasta con suindiferencia. Que me arrastró a la locuramás delirante con el tórrido romanceque mantuvo con esa maldita perra... Lamisma que decía ser su mucama.¡¡Sinvergüenzas!! —Se elaboró unatrenza y vistió su cuerpo con el camisónque reposaba sobre su cama—. Deseguro que todos me habrán imaginadovelando entre lloros el cuerpo acabadode Serge. Y nada menos que dos días...¡Por Dios! Y todo atendiendo así a esasestúpidas y viejas costumbres sociales

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inglesas... —ante todas aquellas miradasque todos los presentes en el sepelio lededicaron, Beatriz se sentíacompletamente agotada, agotada poraparentar lo que nunca fue, lo que nuncasintió. Pero sabía bien que no debíadecaer. No. Tenía que aparentar antetodos aquellos el gran dolor que lesuponía la pérdida de su amado esposo.

Recordó como por peticiónsuya, el entierro de Serge tuvo lugar enel mismo camposanto que la familiaMcKay poseía en SwettRose.

Durante el sepelio, Beatrizobservó como a dicho evento acudiógran parte de la nobleza inglesa, puestoque Serge McKay era un joven muy

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apreciado entre sus convecinos. No portratarse de un buen hombre, nada de eso;al contrario. Quizás todo se debiera a suacomodada posición social y claro está;económica. Pues en aquella absurdasociedad donde la doble moral asentabasu reino, lo más valorado; por no decirlo único relevante, era medir a laspersonas por sus riquezas y posesiones,así como por sus títulos nobiliarios.

Pero no había que olvidar lasestrechas relaciones que la familiaMcKay mantenía con la corte de su S.M.el rey Guillermo. Algo muy apreciado yvalorado para muchos infames queapelaban a ser lo que no alcanzaban alograr por méritos propios.

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Pero por fin, y gracias a Dios,todo había terminado.

Ahora por fin se sentía libre, sesentía del todo segura. Y por fin, enaquel apartado lugar, allí, donde todocomenzó en cierta medida, todo quedóenterrado. Allí donde su pesadilla cobróvida…, él ahora descansaría en paz porsiempre y para siempre, como el viejolord McKay le vaticinó que ocurriríahoras previas a su muerte.

Y allí…, al fin yacía aquel.Bajo esa tierra. La misma tierra quetanto ansió poseer y que ahora loalbergaba a él en su interior parasiempre. Lejos de ella.

«Por fin...», suspiró.

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Beatriz cerró la ventana y seencaminó a la cama, y mientras tratabade acomodarse entre suavesalmohadones y las agradables mantasque cubrían su cama, valoró el hecho deque ella pasaba a ser en ese precisomomento una mujer libre en todos losaspectos, así como la única dueña yseñora de la casa. Al igual que de todasy cada una de las posesiones de losMcKay.

Esa idea dibujó una elevadasonrisa entre las comisuras de suslabios.

Tanteó cual sería sin lugar adudas su primera decisión en el nuevocargo que desempeñaría. Sin ningún tipo

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de dudas, el deshacerse lo antes posiblede los servicios de la supuesta ama del laves de la casa McKay, sería suprimer deseo hecho orden.

—La intachable y respetableLady Ross abandonará mañana a mástardar esta mi casa... Intachable... ¡Ja!Pero eso es sólo a los ojos de todos losdemás, de todos esos incautos. No así alos míos. Yo sé bien quien es... Peropara darme el gusto, deberé esperarhasta a mañana. Esperaré a que regresedel camposanto tras finalizar sulloradera. Pues de seguro que habría unasegunda parte. Deseo pillarladesprevenida y por sorpresa. Ésa nuncase va a olvidar de ese día... Jajajaaa...

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No creo que se le olvide nunca de mí.Al igual que mi piel conservará porsiempre las marcas de su crueldad y superversión que sin más desplomó sobremí persona.

El día después a sepelio, sepresentó del todo desapacible. Unafuerte lluvia se precipitó sobre Cowes.

Ross cruzó el umbral de lapuerta de entrada tan empapada por laimpetuosa lluvia, como por las cientosde lágrimas que derramó por su adoradoSerge.

Al levantar la vista se encontrócon la joven viuda en lo alto de la

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escalera. Esta llevaba instaurado en susemblante una actitud sumamente altiva.Como nunca antes la había visto.

Beatriz, sin mediar ni darconcesión a palabra alguna por parte deRoss...

—Quiero que abandones micasa de inmediato. ¡¡¿Me oyes...?!!Quiero que desaparezcas de mi vidapara siempre. No quiero volver a verteen mí casa, ni que te cruces en micamino... Porque, porque de hacerlo...¡hoooo...! Te aseguro que no responderéde mis actos hacia tu persona. ¡Esta esahora mi casa y quiero que eso te quedemuy claro!

—¡¡Maldita zorra!!

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—¡¡Mide tus palabras paraconmigo!! Ya no soy esa pobre ilusa a laque mandabas golpear... NO. Ahora soyyo quien dará el último golpe.

—Eres una maldita rata... Una,una...

—Mira bien este rostro —ledijo Beatriz mientras tomaba con saña aRoss por la barbilla, obligándola amirarla—. ¡Mírame! ¡¡Qué me mires!!Te aseguro que será la última vez queme veas en tu vida... ¡¡¿Me oyes?!! —Ross no pudo articular palabra alguna,simplemente se quedó plantada frente aella, mirándola. Clavando sus avispadosojos en los de Beatriz—. Tienes menosde media hora para recoger tus cosas,

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pues es lo único que vas a conseguirsacar de esta casa —soltó el rostro de lamujer y se dirigió nuevamente a lasescaleras—. Por cierto… Se me olvidócomunicaros que hace unos días llegó unmensaje de la corte... —Ross palideciócomo el mismo mármol—. Al parecer sumajestad el rey, concede a la casaMcKay el título de Marquesado por susservicios prestados a la corona... —elrostro de Ross se descompuso entre larabia y el odio que sentía por aquellajoven.

Beatriz comprobó como Rossquedó seriamente afectada por talnoticia.

Por cuánto tiempo ella y Serge

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habían esperado esa noticia. Cuanto lahabían anhelado y deseado. Y ahora,ante ella..., sin más, tenía a la flamante yorgullosa viuda del Marqués de Blair.

Tras ella, al girarse, Rosscomprobó como el cochero de la casaMcKay subía un gran baúl al carruaje.

—¡Señor Less! — Citó Beatriz.—Sí milady —respondió aquel.—Acompañe a la señora Ross

hasta donde ella misma le indique y nomás...

—Sí milady.—Y procure que sea lo más

lejos posible de esta casa.—Ahora mismo. Lo que ordene

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milady... —esas palabras se clavaron enRoss como ardientes dagas.

—No puedes hacer esto... Tú noeres… ¡¡¡Tú no eres NADIE!!!

—¡¡Calla!! ¡¡¿Cómo te atreves ahablar a sí a la marquesa de Blair?!! —Ross quedó muda—. Voy a tratar de serun tanto benévola contigo, no más de loque te mereces. No. No más de lo que túfuiste conmigo —mientras pronunciabaestas palabras, Beatriz mantenía su vistafija en la derrotada Ross, la cual sinmás... sin mediar ni protestar, comenzó adirigirse a la puerta de salida—. Biensabes que no estás en disposición dequeja o reproche alguno—, Rosssimplemente bajó su mirada al igual que

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su rostro y cedió sus pasos a las órdenesimpuestas por la indiscutible señora dela casa—, pues bien conocedora soy delo deshonroso de lo tuyo con miesposo... ¡Mírame! ¡¡¡Qué me mires!!!—le gritó—. Solo deseo que la vida tedevuelva cada golpe, cada llaga, cadaquebranto que sin más has obraste sobremí. Y ya no solamente por el dolor queme has causado, sino por casi lograr queme sintiera la peor de las mujeres...Cuando realmente lo eras tú.

Con gran deleite, Beatrizcomprobó como Ross no se atrevió adiscutirle nada, pues conocía bien lo quela joven lady McKay; ahora marquesade Blair, sentía por ella, y ante cualquier

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protesta, ante la más mínima, ésta nodudaría en poner en conocimiento de lapuritana sociedad en la que se hallaban,el tórrido romance que mantuvo con elque fuera su protegido, su ahijado. Unhombre casado ante los ojos de Dios, yque ante esos mismos ojos, era el hijode su hermana. El que ella crió como asu propio hijo. Al que amamantó con laleche de sus pechos.

De saberse algo como eso, tantoBeatriz como la misma Ross, sabían queel castigo que se le impondría sería deltodo horrible.

—Señora Ross. Acompáñemepor favor... —le indicó el cochero.

Ross sin más, tomó sus faldas y

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abandonó la casa que compartió conSerge. Una casa que creyó suya hastaese preciso momento, hasta de la muertede Serge. Pero ahora, sin el amparo queéste le otorgaba, se encontraba ante ladura realidad. La suya.

Tuvo que abandonar lo que tantoansió poseer. Tenía que dejarlo todo sinmás en manos de aquella mujer. Unamujer a la que ella misma humilló ymandó golpear repetidamente por meradistracción y deleite.

Pero la mujer que tenía frente aella, era del todo diferente a aquelladulce niña. Ésta era una mujer queterminó por cansarse de desempeñar elpapel de esposa sumisa, de mártir;

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porque simplemente eso es lo que habíasido… Se cansó de su pesadarepresentación, del papel que ante ellostuvo que tomar. Papel como aquel quefirmó al recibir los votos delmatrimonio.

La arrogante mujer en la que sehabía convertido Beatriz y que ahora sintemor alguno miraba con un orgullosodesprecio a sus ojos... no le gustó. Hastasintió temor al verse reflejada enaquellos fríos ojos. Ojos que la mirabande la misma forma con la que lo hizo laprimera vez que la desafió. Una miradaque nunca antes había visto tan dura yenérgica. Pero lo más humillante paraella sin duda alguna, fue que ante su

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precipitada salida de aquella casa, todoslos que en ella trabajaban, aplaudieronsu marcha rompiendo así el sonadosilencio que dejó atrás.

Cuando Ross desapareció de suvista, Beatriz respiró aliviada.

Pero disfrutó al comprobar deprimera mano como Ross se negó aderramar una sola lágrima ante ella.

«Por fin la bruja de se fue parano volver más..., al igual que él...»,proclamó para sí misma.

Tras levantarse de la cama; puesel sueño se negaba a regalarle su suavebeso aquella noche, se acercó a la

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chimenea de su nueva gran habitación.Una habitación de invitados mucho másluminosa y amplia que la que disfrutódurante tanto tiempo.

Se acercó a la chimenea parauna vez por todas, arrojar aquel pañueloen el que recogió cada una de laslágrimas que vertió en aquel perpetuoentierro.

Lágrimas no sólo de dolorfingido por su verdugo, sino de plenafelicidad. Esas lágrimas para nada eranpor la pérdida representada, sino todo locontrario. Esas las lágrimas eran frutode esos tres largos años de sufrimiento,tiempo que fue lo que duró sumatrimonio con aquel horrible hombre.

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Mientras el pañuelo eraconsumido por las llamas, Beatriz sentíacomo su alma se liberaba.

En su mente fueron ordenándoseágilmente los grandes cambios que sellevarían a cabo en aquella ahora sucasa, aunque el más importante ya habíasido ejecutado: el deshacerse de una vezy para siempre de Ross.

Y mientras se perdía entre loscentelleos de la llamas, su mente volvióla vista atrás para recordar comoperpetró aquel plan perfecto. Plan quetras finalizar la llevó sin más aencontrarse por fin a gusto no soloconsigo misma, sino en aquella casa.Casa, la cual nunca sintió como suya.

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Pero ahora se sentía más que bien. Porfin dejaba de ser aquella que leobligaron a ser para ser ella misma, ydeseó que esa sensación continuara asípor siempre.

Al fin estaba sola, realmente ycompletamente sola, y eso la hacía feliz,más de lo que nunca hubiera imaginado.Pero esta vez se trataba de una soledadbuscada y no impuesta.

Por primera vez se sentía seguray serena en aquella casa.

Beatriz se acercó a la ventanapara contemplar la inmensidad de laoscuridad que la rodeaba, perociertamente esta la atraída, porque sabíaque cuando la luz del día irrumpiera de

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nuevo en su habitación…, también loharía en su nueva vida. Y eso lareconfortaba.

Abrigó esa oscuridad como elcomienzo a una vida nueva tras el albade un insólito día. Pues así sería su vidadesde ese momento: insólita, nueva,extraordinariamente inaudita y sugestiva.

Volvió la mirada hacía la cama.Sintió unas ganas irrefrenables

de acostarse, pues esa sería la primeravez desde hacía mucho tiempo quedormiría tranquila, como cuando era unaniña.

Apagó la luz de la única velaque la acompañaba y acto seguido semetió en su mullida cama. Se acomodó

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en ella amoldando el cojín bajo sucabeza, dejándose llevar por latranquilidad que la rodeaba.

De nuevo, su cabeza volvió lamirada a los hechos acontecidossemanas atrás y sintió el aflorar de laslágrimas.

Inspiró profundamente y se tragócada una de esas lágrimas.

—Ni una lágrima más... ¿Meoyes? —Se dijo así misma—. Ni unasola lágrima más... ¡Ya está! Seterminó...

A la mañana siguiente decidiódar un paseo por los alrededores de

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SweettRose. Estaba decidida aalquilarla o quizás venderla. Le dabaexactamente igual una cosa que la otra.Lo que quería fervientemente eradeshacerse de todas y cada una de laspropiedades que tanto ambicionó SergeMcKay. Pues para ella sólo significabandolor. Mucho dolor.

Su afán en ese momento era elde destruir todo aquello que lerecordara a Serge McKay.

—Lo que no se ve no existe... —eso es lo que pensó y lo que anhelaba.Que todo aquello dejara de existir comoya lo había hecho Serge… su esposo.

La soledad en aquella casa decampo y la tranquilidad que la rodeaba,

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y de la que desfrutaba esos días previosa su marcha a Londres, le traíarecuerdos de su querida nana, de suinfancia en aquella casa familiar en suadorara Sanlúcar.

Recordó a la vieja nana con laque tan buenos momentos compartió yque tanto le enseñó.

No dejó caer en el olvido todoel amor que le brindó aquella mujer demanera completamente desinteresada,como solo una madre o una abuelapodían hacer.

La nana era una mujer devigorosa esencia. Estaba en su familiadesde que ella nació, pues nunca seapartó del lado de su hija; su madre,

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dado lo enfermizo de ésta. Ese fue elmotivo que la llevó a encargarse debuena parte de su educación, así decompartir gran parte de su vida.

Su madre siempre pensó quequien mejor que ella; la nana; para ello.Por lo que prolongó toda su confianzadepositando en la vieja nana el cuidadoy educación de su única hija.

Recordó aquellas largas tardesde verano cuando sentada en la cocinaacompañaba a su nana mientras éstacocinaba y ella se entretenía ojeandoaquel gran libro de remedios; del cualaprendió todo lo referente a esaspócimas, ungüentos y preparados que laayudaron ya desde temprana edad.

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—Presta atención niña… —lesolía decir al comienzo de sus relatos—.Espero que el entendimiento de todoesto puede dar luz a muchas dudas entu vida. Puede ser la aclaración yrespuesta a tus males…

—Puede que si nana… puedeque sí, pero lo que no entiendo esporque me cuentas esto, y por quéahora.

—Todo tendrá su aclaraciónllegado el momento. Todo. Pero pornada del mundo debes dudar de estoque te digo, pues puede que llegado esemomento tengas que recordar quiéneres pequeña... —recordó como la nanala tomaba de la mano mientras ella la

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miraba con sumo asombro, porque nosabía a cuento de qué venían esashistorias. La cual no era muy diferente alas que le solía contar ya desde sutemprana infancia.

—Ellas serán para ti lapersonificación de la venganza y delantiguo concepto del castigo —continuó—, no lo olvides mi niña, puessu misión no sólo es la de sanar, sinola de castigar, pero claro..., ¿qué puedeser para ti el mal? Lo más parecidoque tú conoces... es cuando el viejoLuis mata a algún conejo para lacomida.

—¿Acaso eso no es uncrimen...? Para mí por supuesto que

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sí... —alegaba ella entre quejas—. Eldía menos pensado los suelto a todos yya verás…

—Jajajajaaa... —Reía la nana—. Mi niña, espero que no le vayas adecir nada de esto a tu padre, porquepuede que la próxima vez te mande a tia escoger al próximo, ya lo sabes... —Beatriz interrumpió a la nana.

—¡No me digas nada más nana!Sabes que esto no me hace nada degracia, así que olvidemos el tema ydéjame seguir con mi lectura, —Beatrizse veía a ella misma ojeando el viejolibro mientras la nana seguía con sutrajín en la cocina.

—Sabes que no me gusta que

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ese libro esté en esta cocina, tu padrepodría verte algún día con él y no creoque le hiciera mucha gracia, sabes muybien que no le agrada mucho estostemas, nunca sea fiado de mí en eseaspecto... Ya sabes cómo piensa.

—Pues sería el único… —aclaró la niña.

Beatriz se veía a sí mismamirando a su nana y con un solo gesto deésta cerró el pesado libro y lo llevó sulugar de costumbre, el lugar donde debíapermanecer oculto a los ojos yconocimiento de su padre.

—Ya está guardado dondesiempre. ¡Jooo...!

Beatriz no pudo evitar

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emocionarse al recordar a su adoradanana.

Le dolió tanto haberse alejadode ella para acabar en las garras de unpérfido que le prometió amor eterno,fidelidad y felicidad.

Que equivocada estuvo.Que tonta fue al creer en sus

palabras…¿Dónde se habían quedado esas

ansias de libertad, de creencias en queel matrimonio sería una consecuenciadel respeto mutuo, de la admiración, elaprecio y sobre todo el afecto…, endefinitiva del amor?

Ahora se encontraba maltratada

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tanto en su cuerpo como en su esencia demujer.

Volvió recordar cómo le fueronimpuestas desde pequeña unas creenciasy tareas supuestamente apropiadas parauna chica de su edad y de su estatussocial. Tareas y creencias que muchasveces la sacaban de sus casillas, quechocaban con su espíritu libre Dado quesus aspiraciones en la vida eran otras,fuera de la monotonía que la sociedadactual les imponía a las mujeres comoella.

—Qué ilusa fui... —pensómientras acomodaba su almohadón unavez más.

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9 CAPÍTULO

Durham, condado de Durham.Inglaterra, Marzo de 1833

En la mansión Volen, un grito seco bajopor las escaleras e inundó el salón deuna casa que hasta ese momento sehallaba en el más completo de lossilencios. Silencio interrumpido solo de

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vez en cuando por el continuo abrir ycerrar del abanico de la señorita Abie.

Aquel grito desgarrador resonóentre las paredes de aquella inmensaestancia, la cual se estremeció ante talferoz expresión de dolor.

El señor Volen sintió como lasmiradas de todos los allí presentes seclavaron en él, pues todos esperaban unareacción de aquel hombre quepermaneció fijo e inmóvil frente a lasescaleras, agarrando con gran fuerza lacopa de coñac que portaba en sutemblorosa mano derecha.

Casi sin darse cuenta, la copa seescapó de entre sus fornidos dedos, tanfríos y rígidos así como insensibles al

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tacto por la tensión en la que seencontraba sumido todo su cuerpo.Sobre todo cuando vio aparecer entrelas sombras que se alargaban enaquellas escaleras, el serio semblantedoctor Lawler. Dicha copa, la mismaque le había servido su fiel amigo elseñor Becher, estalló contra el suelo encientos de fragmentos que cual lágrimas,se dispersaron por aquel oscuro suelode piedra.

De inmediato Betty; la jovensirvienta de la casa Volen, se apresuró arecoger cada uno de los trozos de cristaly colocarlos en su delantal, pero cuandofijó su mirada en el doctor, pudocomprobar con horror como éste se

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afanaba en limpiar sus manos, las cualesaun continuaban manchadas de sangre.Un escalofrió recorrió el cuerpo de lajoven; tanto así…, que uno de esospequeños y puntiagudos trozos de cristalse incrustó en uno de sus finos dedosprovocándole un pequeño y sangrantecorte.

Allí, en aquella sala seencontraba junto al dueño de la casa suya mencionado amigo el señor Becher;un caza fortunas sin fortuna alguna. Laseñorita Abie; una joven sumamentedelicada que se iba alterando pormomentos. El ama de llaves de lamansión la señora Potts, la joven MissCorinna O'Connell cuñada de Volen. A

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ellos se unió el doctor Lawler, que sinapartar la mirada de su afamado intentopor liberarse de la sangre de sus manos,con la frialdad que le caracterizaba, sedirigió al inmóvil de Víctor Volen,señor de aquella casa.

—Sólo dispones de unos pocosminutos amigo... Tan solo eso, unosminutos... Así que apresúrate si quieresdespedirte de ella… —esas palabras nosolo se clavaron en la mente de VíctorVolen, sino en la de todos los allípresentes, pero mucho más en laseñorita Corinna, que cayó de rodillas alsuelo, al igual que Abie; que sin más sedesvaneció.

Lawler; que se encontraba junto

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a Abie, pudo frenar su precipitada caíday consiguió sentarla con la ayudaprestada por Becher en uno de losenormes sillones que se encontrabancerca de la robusta chimenea de piedra.

Volen subió la escalera agrandes zancadas sin darse cuenta queen su violento caminar se cruzó con susuegra lady Agnes O'Connell, y tampocoreparó en el pequeño bulto que éstaportaba entre sus brazos. Un pequeñobulto envuelto en sabanas manchadas deesa misma sangre carmesí que el doctorpersistía una y otra vez en eliminar desus huesudas manos.

—¡Estúpida! Lo estasmanchando todo… ¿A caso no te has

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percatado de ello? —la señora Pottsrompió el silencio de la sala y solo lamirada de la lady Agnes pudo acallar suirritante voz.

—Lo siento señora... —se quejóentre lágrimas la joven doncella—. Losiento de veras... No fue mi intención...

—¡¡Silencio!! —Gruñó ladyAgnes—. Recoge y limpia esto deinmediato... —le exigió a la joven quetemblaba de arriba abajo. Después posósus grises ojos en el doctor—. Doctor,¿desea que le sirvan una copa?

—Muchas gracias milady. Locierto es que no estaría nada mal podertomarse una copa de coñac para asícalmar y calentar el alma... Usted tan

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atenta como siempre milady.—Enseguida se la sirvo —le

respondió la señora Potts, tan apremiaday fría como de costumbre.

El pequeño bulto que conanterioridad había sido depositadosobre la gran mesa del comedor porLady Agnes O'Connell, permanecía allí,bajo la doliente mirada de todos lospresentes. Entre ellos Abie, que no pudocontener por más tiempo las lágrimas.Pues la imagen de ese pequeño bultoencima de la mesa no solo heló susangre, sino que casi la dejó sinrespiración, al igual que a de todos.

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Menos la señora Potts, que ni siquieraquiso reparar en él. Simplemente loignoró.

—Venga Abie..., trata decalmarte —le sugirió con su dulce vozCorinna mientras tomaba posición juntoa ella. Corinna a su vez, trataba de nollevar sus ojos hacia aquel pequeñobulto, pretendiendo con ello remediar lacaída de sus lágrimas. Pero todos susintentos fueron en vano. Pues la mujerque se debatía entre la vida y la muerteen aquella habitación no era otra que suhermana.

—¡¡Por Dios! ¿Tú tambiénCorinna...? —se quejó lady O'Connell—. La verdad es que no sois de gran

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ayuda en..., en estos momentos tan...tan... —el llanto entrecortó sus palabras.

—¿Qué hacemos con…? —a laseñora Potts no le dio tiempo terminar lafrase cuando Flora; otra de lasdoncellas, apareció en la sala como unfrío aliento espectral.

—Yo me encargo de todomilady. No os preocupéis por ello... —ydiciendo esto, tomó entre sus manosaquel bulto cariñosamente envuelto enaquella sábana ensangrentada.

Sin darle la mayor importanciaque aquel se merecía, Flora salió de lasala ante la atónita mirada de la jovenAbie y Corinna, la cual no podía dejarde llorar, al igual que su amiga.

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Flora abandonó la casa por lapuerta trasera de la cocina en direccióna los establos. Tan sólo permanecióunos minutos allí dentro, y tras salir... elsilencio de la noche fue interrumpidopor los gritos frenéticos de los cerdos...

El silencio reinó de nuevo en lagran sala.

Apenas interrumpido este porlos quejidos y los llantos tanto de Abiecomo de Corinna y la misma ladyO'Connell. Los cuales comenzaban ya aatormentar el desolado ánimo del jovenBecher.

—¡¡Traten de calmarseseñoras!! ¡Por todos los santos! ¡¡Diosmío!! Me vas a volver loco con tanto

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sollozo y quejido... Con sus lloros noayudas a nada... Milady, trate dereponerse. Vos sin lugar a dudas sois elpilar que debe sustentar esta casa ahoraque los cimientos han sido removidos...

—Tiene usted razón queridoBecher... ¡Señora Potts!

—Sí milady...—Haga el favor de prepárale

una tisana bien cargada tanto a mi hijacomo a la joven Abie. A ver si asíconseguimos acallarlas de un vez portodas. Porque creo que lo necesitan aligual que yo. En estos momentosnecesito mantener la calma, porque de locontrario... creo que me voy a volverloca sin remedio. Sírvame una copa de

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coñac.—Yo mismo se la serviré

milady —le indicó Becher.—Enseguida milady. ¿Desea

algo más la señora...?—No gracias... Puede retirarse.

Pero no se olvide de esas malditastisanas...

—No milady, por supuesto queno.

Víctor abrió despacio la puertade su alcoba. Realmente temíaadentrarse en aquella habitación.Aventurarse en la horrible verdad quesobre él se cernía sin piedad.

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Su mujer se encontrabarecostada entre los enormesalmohadones de la cama. Estabacompletamente pálida, pero aún así,conservaba su hermosa belleza. Ahoratan efímera como su propio aliento. Aligual que ese ligero rubor que seencontraba ubicado entre sus labios.

Se sentó junto a ella y le tomó lamano con la dulzura con la que solíahacerlo cada día, pero esta vez eracompletamente diferente.

Su amada Denisse lo miró comonunca antes lo había hecho. Frente a ellauna vez más tenía a ese hombre..., tanrudo pero tan frágil a la vez... tomándolelas manos con las suyas. Denisse pudo

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observar como las lágrimas afloraban deesos hermosos ojos castaños.

—«Qué hermoso es… » —pensó para sí. La tenue luz procedentede lámparas de aceite, iluminabandelicadamente la habitación acentuandocon ello los fuertes y viriles rasgos desu rostro, ahora un tanto lánguido ycansado por el sufrimiento. Mientras lomiraba, se fijó en aquellos alocadosmechones azabaches de su cabello; elcual nunca llevó recogido, caían ahorasin más sobre sus hombros, esoscorpulentos hombros que secompensaban con el resto de la robustezde su cuerpo—. Ha sido un niño... unniño mi amor... Cof, cof cof... un niño...

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Pero... cof, cof... —su voz seentrecortaba por el llanto que laahogaba, por el cansancio y por unapersistente y dificultosa tos—. Un niño...como tanto anhelábamos... cof, cof...

—No hables mi amor... Trata dedescansar. Ahora tienes que dormir,necesitas reponer fuerzas... Te necesitofuerte a mi lado, como siempre —peroella le tapó la boca con sus ya fríosdedos.

—No me queda mucho tiempo...cof, cof... Y lo sabes. No dispongo detiempo suficiente para decirte cuanto lolamento todo.. El no haber podido... Yasabes... Sólo espero que sepasperdonarme por todo... —comenzó a

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llorar, pero se tragó el dolor junto consus lágrimas. Necesitaba ser fuerte enese momento..., sobre todo por él—.Dale a las niñas un beso de su madreque tanto las ama... cof, cof cof... Porfavor... —las lágrimas se aferraron a suya maltrecha voz—, despídete de ellaspor mí... Sé que será duro pero... cof,cof... pre... —suspiró profundamente—,prefiero que lo hagas tú... ¡No! No meinterrumpas por favor. Cof, cof... —lerogó sellando sus labios con sus fríosdedos—. No sé cuanto más Dios medejará a tu lado... Cuida de ellas pormí... cof, cof cof... No las regañestanto... y por favor, por favor... ya sabescómo pienso... Y por favor... cof, cof,cof... vuelve a rehacer tu vida... Cof,

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cof... La tuya no se termina aquí... —unsuspiro llenó su pecho y quiso continuarpero Víctor la interrumpió.

—No debes hablar... ¡Por Dios!Ahora te conviene descansar...

Y dándole un beso en sudelicada mano, se inclinó hacía ellapara besar su frente, percibiendo así ensus labios como la vida habíaabandonado ya aquel cansado cuerpo.

El pánico lo fue devorando pocoa poco y cuando logró incorporarse,comprobó con horror como la mujer quetanto amaba estaba sin vida, del todovacía. Denisse quedo tendida sobreaquella cama..., en una cama que a partirde aquel momento quedaría vacía y fría

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sin ella para él.—¡Denisse! ¡¡Denisse...!! —

Gritó su nombre, pero no hallórespuesta. Sus gritos se quedo a mediavoz por al fluir de sus lágrimas. Víctorsintió morir su corazón—. Sin ti no mequeda nada… ¡¡NADAAA…!!¡¡VUELVE A MÍ... TE NECESITOOO...¡¡SIN TI NO SOY NADAAAA…!!¡¡Denisse!!

Víctor se aferró al su cuerpo desu esposa, llorando como solo un niñopodía hacerlo, pero su amor ya no lerespondía. Ya no estaba allí con él. Sehabía ido lejos, lejos de su lado parasiempre. Esa enorme sensación de vacíolo llevó a maldecir al mismo Dios una y

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mil veces.Largos minutos después, se

levantó de la cama y arrasó con todo loque se encontró a su paso. Obrando consu desesperación que sus rodillastemblaran bajo la fuerte violencia de suira, logrando declinar todo el peso de sucuerpo contra un frío y duro suelo en ungolpe seco. Enfadado con todo y sinencontrar salida a su dolor, comenzó agolpear una y otra vez con sus desnudospuños el suelo hasta ensangrentarlo consu purpúrea sangre.

Cuando al fin logró calmar surabia y ahogar su desesperación, selevantó para tomar unas gasas que allí seencontraban y envolver con ellas sus

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manos. Acto seguido, de nuevoencaminó sus pasos y todo su amor haciaella, posando con toda la delicadeza quela intimidad le otorgaba; aquella que susfuertes dedos le escondían para ella, unasutil caricia sobre los ojos de aquellaque fue su amada. Se los cerrósuavemente y se acercó a su fría bocacomo lo hiciera la misma muerte,dejando caer en ellos un cálido beso. Elúltimo de todos lo que les teníareservado.

Los gritos de dolor de nuevoretumbaron en toda la casa, pero estavez procedían de él, de un hombredesesperado, lleno de rabia y dolor. Deun hombre roto por un dolor que lo

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estaba devorando no solo por dentro.Todos los presente en el gran

salón, fijaron su mirada a la planta desuperior, como si esperaran el desenlacede aquella noche. Y aquella incansablecontemplación obtuvo la respuestaesperada.

Víctor bajó por las escalerascon la mirada del todo perdida. Unatremenda furia se podía advertir entodos y cada uno de sus movimientos ypasos. Se acercó a la chimenea, seapoyó sobre la repisa de esta paracontemplar las llamas en silencio bajola mirada de todos.

—Milady..., ya puede ustedsubir con la señora Potts... La señora de

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la casa... ya... ya... Suban y hagan lo quecorresponda.

—Sí hijo... —sollozó ladyO'Connell—. Señora Potts,acompáñeme, y tu Flora... —la cual yase había personado de nuevo en el salón—, prepara agua caliente y súbelacuanto antes la alcoba de los señores —dicho esto, ambas mujeres subieron lasescaleras con pausado paso.

—Sí milady... —respondió lajoven Flora.

El silencio se hizo de nuevo enla mansión Volen. Nadie sabía que decirni que hacer.

Abie fue la única de los allípresente que no pudo contenerse más y

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abandonó el salón seguida de Corinna.Lawler se acercó a Víctor, y tras

dar un pequeño golpe en el hombro desu amigo salió tras ellas. El doctorcontinuó saboreando su copa de coñac,pues para él era otra alma perdida más.Una de tantas que sin más se escapabande entre sus dedos. Cuantas no se lehabían escapado ya... Pero para él, Diosy sólo Dios era el que disponía de lavida sobre la tierra. Sus manos eranmeros instrumentos. Y mucho más lasmanos de un médico tan experto como loera él. Él no podía hacer nada ante losdesignios del todo poderoso en aquelloscasos. De ahí la templanza de su ánimo.

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En un día tan lluvioso como lofue el de esa mañana; día que presidiótal dolorosa pérdida, se llevó a cabo elsepelio de la hermosa lady DenisseVolen. Triste día el elegido para que losrestos de la señora de la casa Volenfueran a reposar en el lugar designadopor su esposo.

Una pequeña parcela de terrenodesignada para albergar al pequeñocementerio familiar, un lugar apartadode la casa y cercano al pequeñoriachuelo que por aquellos parajes fluía.Un lugar donde siempre ambos desearondescansar llegado el momento. Aunqueese momento llegó antes de lo esperado,

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y en la persona menos esperada.Fue ella, su gran amor la

primera en convertir aquellas tierras entierra santa.

Sir Víctor Volen, permanecióhasta que el ataúd de su esposa reposóen el fondo de aquel profundo hoyoescavado en sus tierras. Tras ello, y sinmediar palabra alguna con los allípresentes, tomo de las manos a sus doshijas y se dirigió con paso firme deregreso a su casa, mientras las niñas noparaban de mirar hacia atrás y preguntarpor su madre.

—Papi, papi… ¿Dónde estámamá? —Preguntó la pequeña Marie deapenas cuatro años, mientras trataba una

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y otra vez de clavar sus pies en el barropara impedir así el arrastre que su padreejercía en ella—. Papi... papi...

—¡Vamos niñas! —se quejóVíctor mientras tiraba de ellas. Pero loúnico que logró fue avivar el llanto ensus hijas.

—¡¡Mami, mami...!! —sollozabala pequeña Marie bajo los acuosos ojosno solo de su hermana, sino también delos de su propio padre y de su abuelamaterna.

—¡¡Cállate Marie!! —le gritóAnne, la mayor de seis años.

Pero Víctor ante las quejas desus hijas hizo oídos sordos, tanto a susllantos como a sus ruegos, y trató de

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poner distancia entre ellas y esedesgarrador hecho. Por su parte, ladyO'Connell trató de terminar con aquelsufrido tormento.

—Madre... ¿puedo?—Sí. Ve con ellas. Ve anda... —

lady O'Connell no dudó en aceptar lapropuesta que su hija Corinna lesolicitó. Sin más, sin mediar palabraalguna, Corinna fue en ayudara no sólode las niñas, sino del propio Víctor.Acto seguido, lady O’Connell apuró laspalabras del padre Stuard para dar fin atodo aquello—. Por favor padre, terminepronto con la liturgia... Que nos estamosempapando hasta los mismísimoshuesos. De todas maneras, ya no sirve

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para nada. Poco hacemos aquí... Ella yano siente ni padece. Tampoco es que miquerida hija fuera muy creyente, ni creoque tampoco el Señor desee acogerla ensu seno, después de todo lo que ella...—prefirió morderse los labios antes decontinuar hablando—. Termine padre.Por favor.

Dichas palabras dejaron a Abietan helada como a al mismo Becher, queno tuvo otra que bajar la mirada yclavarla en el mismo barro.

Lady Agnes se remangó laspesadas faldas de su vestido y siguió lospasos de su yerno hacia la casa una vez

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terminó todo. Tras de ella quedaronAbie, el padre Stuard, el doctor Lawler,el joven Becher.

En una perfecta y correctadistancia se encontraba la señorita IrinaMorgan, que trató de no perder detallede todo lo que allí aconteció. Junto aella se encontraba la joven Jody, quetrataba por todos los medios interponeralgo de conducta en su amiga, pero Irinaseguía empeñada en no perder laoportunidad de asegurarse de que ladyDenisse Volan al fin descansaría bajotierra.

Tan sólo el ama de llaves siguiólos pasos acelerados de la lady Agnes,que mientras caminaba no dejaba de

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mostrar su disgusto por haberpermanecido allí parada, empapándosehasta los huesos. Su conducta resultó untanto extraña e inesperada, más cuandose trataba del sepelio de su primogénita.

Ninguno de los presentesadvirtió la oculta presencia del jovenPeter Evans, el cual se encontraba nosolo sumido en la humedad que lorodeaba, sino en la de sus propiaslágrimas. Pero no cayó en el fatal errorque tras él se encontraba. Irina fueespectadora de todo, y ésta sin más,dibujó una sonrisa en la comisura de suslabios.

Antes de ser descubierto; puesse creía libre de toda sospecha, Peter se

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retiró en el más completo sigilo parahoras después regresar junto al fríolecho terrenal de lady Denisse Volen.

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10 CAPÍTULO

A su regreso a la cocina, la señora Pottsse encontró con Flora e Irma, cocinerade la mansión Volen; que se afanaba enpreparar el té para los que se quedarontras el funeral.

Lo cierto es que no fueronmuchos los que dieron el último adiós ala señora Volen. Algo del todo normal,

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pues Víctor así lo dispuso y lo exigió.Flora permaneció bajo un estado

del todo delirante. Esperando yesperando el momento más apropiadopara poder acercarse al sir Víctor yofrecerle no sólo sus condolencias, sinosus más reservados servicios. Fuerancuales fueran estos. Pero ese momentono se presentó ese día, dado que sirVíctor Volen tras dejar a sus hijas alcuidado de su cuñada Corinna, seadentró en la sombría clandestinidadque su despacho le ofrecía. Allípermaneció hasta bien entrada la noche,ignorando no sólo a los pocos asistentesal entierro de su amada Denisse, sino atodos.

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Por su parte lady O'Connell,trató de asistir a los improvisadosinvitados de una reunión un tantoinverosímil, invitándolos a una buena ehumeante taza de buen té.

—Gracias... —dijo ladyO'Connell al ser servida por la señoraPotts.

—Gracias señora Potts, essuficiente. Por cierto… ¿dónde estáVíctor milady? —preguntó Becher trasbeber algunos sorbos del fragante té deIndia.

—Muchas gracias señora Potts.Ya se puede retirar. Oh... mi queridoseñor Becher. Creo que en estosmomentos se encuentra encerrado en su

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despacho, y por el momento es mejordejarlo estar ahí. Mi bien amado Víctorse siente del todo desdichado eindispuesto... Del todo natural, claroestá. Ya conocéis la rudeza y la faltade... no sabría cómo definirlo, laverdad. Lo cierto es que era de esperaruna reacción así en un hombre como esél. La verdad es que..., nunca meimaginé que un hombre como él sederrumbara como lo ha hecho... ¡Pordios!

—Milady, es del todocomprensible —señaló Lawler trasbeber—. La muerte de un ser queridopuede tambalear al hombre más fuerte yrecio. Yo mismo he sido espectador de

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este hecho muchas veces en todos losaños que llevo de profesión.

—Pero a mi parecer, tal vez..., ysolo tal vez... —la dulce voz de Abieinterrumpió en la sala—, solo tal vez...¿No sería peligroso el dejarlo solo? Yocreo que sería un grave error el hacerlo.No sé... Pienso yo.

—Yo pienso igual que vos miquerida Abie. Es mejor no dejarlo solo.Pues sólo Dios sabe qué locura estarátrazando en su atormentada mente, con laque dar fin a su estado de luto cuantoantes... —apuntó Becher tomandoasiento junto a Abie.

—¡¡Por Dios señor Becher!!¿Qué locura es esa que decís? —

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protestó lady O’Connell.—Pero... —insistió Abie.—¡Pero nada! —se quejó lady

O'Connell—. Mi querido señor Becher,porque no me hacéis el gran favor deacompañar a la señorita Abie a suhogar. Creo que ya es momento de darfin a este terrible día.

—Por supuesto milady.Entiendo que esto que me pedís es lomás acertado ahora mismo —Becherdirigió su atención así como su mano ala joven Abie, que bajo la inquisidoramirada de lady O'Connell no tuvo otraopción que aceptar el ofrecimiento deBecher.

—Hasta la vista querida.

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Buenas tardes... —se despidió ladyO'Connell sin ni siquiera posar sumirada en una joven que esperaba unadespedida algo más afectuosa. Pero alno obtenerla, simplemente bajó lamirada y buscó el amparo en la mano deBecher.

—Buenas tardes milady, buenastardes señores —se despidió la jovenAbie Gordon.

—Buenas tardes señorita Abie—respondieron a lo unísono lospresentes en la gran salón.

Miss Corinna O'Connell fue laencargada de preparar a las dos niñas

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para acostarlas.Para las pequeñas sin duda

alguna, ese había sido un día un tantoagotador e insólito. Sobre todo para lapequeña Anne, que con apenas seisaños, sabía bien que nunca más volveríaa ver la sonrisa de su dulce madrecuando se hiciera daño jugando en eljardín con su hermana Marie, la pequeñade la casa con tan solo cuatro años en suhaber.

—Venga... Así , muy bien. Bientapaditas. Esta noche se presenta muyfría. Y no queremos que las niñas deesta casa se enfríen, ¿verdad? Por esohay que arroparlas muy bien. Porque sino se arropan bien, se pueden enfermar.

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—¿Cómo mi mami...? —preguntó Marie.

—Oh... mi cielo... No. Tu mamise enfermó por otra razón... Venga.Cierra los ojitos. A dormir. Ya es tarde.

—Tía... ¿Dónde está mimami...? Mi papi no me lo quieredecir... ¿Me lo dices tú tía?, por favor...—le solicitó la pequeña Marieenvolviendo su inocente pregunta bajo elbrillo irrisorio de las frágiles lágrimasque acompañaron su ruego. Lágrimasque fueron acompañadas por su hermanay hasta por la propia Corinna, que tratóde apartar la mirada para así evitarmostrar en su rostro las lágrimas que unavez más volvían a aflorar de sus azules

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ojos.—Hay mi cielo... —Corinna

trató de hallar las palabras oportunascon las que dar confianza y fuerzas a sussobrinas—. Mi cielo... Tu mami está...,está en el cielo. Volando con los ángelesque Dios Nuestro Señor posee en suhermosos reino. Allí. Muy, muy alto,sobre las nubes...

—¡No! —Protestó Anne—. Ellaestá ahí fuera, bajo ese sucio yasqueroso barro... ¡¡No le mientas!! ¡¡Nolo hagas!! —Las palabras de Anne noobraron otra cosa que vivificar el llantode su hermana pequeña.

—¡¡Nooo...!! ¡¡Eso es mentira,eres una mentirosa!! ¡¡Mentirosaaaa!!

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¡¡Eres una estúpida mentirosa Anne!!¡Mentirosa! ¡¡Mentirosaaaa...!! —lloróMarie entre los brazos de su tía que laacogió en el silencio de sus lágrimas.

—¡Oh no, no mi niña! No... Nollores más... Tu mami está en el cielojunto con los ángeles. No le hagas caso atu hermana. Ella... ella está enfadada...Muy enfadada y no sabe lo que dice...¿Verdad Anne? ¡¡¿Verdad?!!

—¿Con mi mami...? Tía, ¿Anneestá enfadada con mi mami...? —preguntó Marie.

—¡¡No!! ¡Eso es mentira... todoes mentira! ¡Nos estás mintiendo! —protestó Anne mientras se arremolinabaentre las mantas de su cama.

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—¡Para Anne! ¡¡Para ya!! ¿Esque no ves que estás haciendo llorar a tuhermana... y que además la estásasustando? Para por favor. Ya estábien... ¡Ya! —Corinna trató deacomodar de nuevo en la cama a lapequeña—. Oh... mi dulce Marie. No mivida, no... Anne solo está enfadada contodo lo que ha ocurrido. Ahora quieroque cerréis vuestros ojitos y que tratéisde dormir. ¡Las dos! ¿Me has oídoAnne?

—Pero...—¡¿Me has oído Anne?!—Sí tía... Sí —respondió la

niña mientras se ocultaba entre susmantas.

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—Venga. A dormir las dos... Eldía de hoy ha sido demasiado largo paraunas niñas tan pequeñas como vosotras.Mañana hablaremos con más calma «Sies posible»—, pensó —¡No Anne!¡Mañana! Será mañana... —le gritóCorinna a la mayor de sus sobrinas alver la nueva protesta que ésta iba alanzar sin ton ni son—. ¡Basta Anne!Basta ya —le pidió o más bien le rogóuna vez se acomodó de rodillas junto aella—. Ahora a dormir mi niña...Comprendo perfectamente tu dolor y tuenfado. Es del todo natural. Yo... yotambién estoy muy, pero que muyenfadada con todo esto. Pero Marie esmuy pequeña, y entre las dos debemos

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cuidarla. ¿Me entiendes cielo? Ahoraestamos tú y yo solas para cuidar deella. ¿Me entiendes no?

—Sí tía... —sollozó Anne.—Venga mi reina. No llores

más y trata de dormir. Buenas noches mipreciosa princesa. El paso del tiempo locura todo... Ya lo verás. El tiempo todolo cura, y te hará olvidar.

—Pero... pero... yo no quieroolvidarla tía... —lloró Anne.

—Eso nunca va a ocurrir mivida... Todos trataremos de que eso noocurra. No tengas miedo por eso...—Corinna besó a su sobrina paradespués ocultar tras la puerta de lahabitación de las pequeñas, el llanto

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desconsolado que logró derrumbarla enel frío suelo.

Minutos después, trató derecomponer tanto sus ojos como susemblante para bajar a reunirse contodos. Difícil labor.

—¿Dónde están todos madre?—preguntó al ver a su madre solasentada en aquella inmensa sala junto alhogar de la chimenea.

—Se han marchado... Al fintodo ha terminado. Gracias a Dios yatodo terminó.

—Vaya. Esperaba hablar con eldoctor.

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—¿Y eso? —preguntó ladyO'Connell dejando sobre la mesita quese hallaba junto a ella, su taza de té.

—Verás madre... Anne está muyafectada por lo acontecido. La veo muyentristecida, muy impresionada... y creo,no sé, que sería preciso que el doctor...

—Bah. Son cosas de niña. Esoes del todo normal querida. Pero lo másapropiado en estos momentos y lo másnatural, es ampararlas con nuestrocariño y no dejarlas solas.

—Lo sé madre. Pero sepa queesto supone todo un reto para ella... Y laveo tan pequeña que... Que me da miedoque pueda volverse una pequeñainsociable, una amargada. Ya sabes a

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qué me refiero. Te hablo de...—¡¡Corinna!! Sabes que no está

permitido pronunciar su nombre. Ella...ella fue una... una pobre alma perdidaque... ¡Hay dios! —suspiróprofundamente lady O'Connell.

—Sí. Pero también era mihermana. ¡Es mi hermana madre!

—¡¡Basta Corinna!! Basta. Te loimploro. Pero llego a comprender quetienes razón en eso que tanto temes. Soloespero que sólo sean bobadas de niña.

—Madre... Ahora más quenunca hay que estar encima de ellas.Espero que lo entendáis.

—Sí. Claro que lo sé. Pero

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dejémoslo estar por hoy.—Está bien madre, pero

decidme, ¿Abie también se hamarchado?

—Sí. Gracias a dios. Le tuveque solicitar a Becher que se la llevara.Esa jovencita me iba a volver loca contanta lloradera.

—Por dios madre... ¿Cómopuede ser así? Ya sabe cuánto Abiequería mi hermana.

—¡Y también sé cuanto se cayó!—protestó enérgicamente ladyO'Connell.

Corinna corrió al lado de sumadre para literalmente arrojarse de

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rodillas frente a ella.—¡¡Por dios madre!! Que Víctor

la puedes escuchar decir eso... ¿Y qué lerespondería usted si él le preguntara?¿Dígame...?

—¡La verdad!—¿¡Qué verdad madre?! —

Corinna se levantó para acercarse a unode los ventanales y comprobar cómo traslos cristales, en el exterior, la lluviacontinuaba cayendo incesantemente—.Por favor... callad.

—Sí. Es lo mejor. ¡HaySeñor...! ¿Cómo mi hija pudo llegar aeso? ¿Cómo pudo?

—Solo ella era la responsable

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de revelárselo a Víctor, no usted. Sóloella se lo debía haber dicho... solo ella.Ahora debemos procurar sanar el almano solo de las niñas, sino también la deVíctor. Y por amor de Dios madre...,trate de no volver a hacer comentarioscomo ese...

—Es que... Es que cada vez queme acuerdo de todo. Por más quequiero..., no puedo... No puedo ni deboperdonarla... Pero tienes razón. Trataréde morderme la lengua. Pero, pero… —lloró lady O'Connell, tratando de mitigarsu llanto entre sus arrugadas manos.

—Lo sé madre, lo sé... ¿Vospartiréis mañana para Londres no?

—Sí. Creo que será lo mejor —

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respondió tras secar sus lágrimas con elpañuelo que le entregó su hija—. Sóloespero que tú decidas permanecer poralgún tiempo más en esta casa. Tenecesitan y lo sabes querida.

—De eso no se preocupe madre.No debe preocuparse por eso...

Los días fueron dando paso asemanas. Eternas semanas donde lashoras se hicieron perpetuas en el quietopasar de la vida en la mansión Volen.Una vida en la que nunca antes en esacasa se había asentado el reino delsilencio, y donde la distancia entre lasrelaciones de los habitantes de dicha

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morada siempre fue continua.Víctor no sólo permanecía

encerrado en sí mismo, sino en sutrabajo como profesor en la en laUniversidad de Durham; la cual pocosaños atrás fue fundada por orden delParlamento del Reino Unido, sinoademás en su propio despacho donde seencontraba rodeado de todos susrecuerdos. Allí, en la soledad y elsilencio de aquella habitación, allí entrelos recuerdos de su feliz pasado, esdonde se encontraba dichoso y tranquilo.

Víctor permanecía largas horasaferrado a la dulce evocación de suesposa mientras miraba su retrato, aquelque reposaba sobre la chimenea de su

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despacho, ignorando con ello en granparte a sus dos hijas, las cualescomenzaron a extrañar sus largasausencias, acusándola ya en su día a día.

Espectadora de todo aquello yen el más forzado de los silencios, seencontraba sin duda alguna miss CorinnaO'Connell.

Todo aquello la llevó a que sinmás alargara en el tiempo su ya dilatadaestancia en la mansión Volen. Pues loque en un principio iban a ser unaspocas semanas, fueron tres largos meses.Meses en los que persistió una y otravez en que su cuñado abriera de una vezpor todas su corazón a sus hijas, dejandoatrás todo ese dolor, toda esa tenebrosa

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soledad que lo atrapaba cuandorealmente se encontraba tan acompañadoy querido.

Las continuas protestas einsistencias de Corinna pronto obraronsu fin en Víctor, el cual; cansado ya detanto reproche por parte de su cuñada,una tarde sin más, uso fin a las continuasquejas que joven Corinna vertía sobreél...

—¡¡Por favor Víctor!! Se tratade tus hijas. Y créeme que te necesitantanto o más que tú a ellas... Te necesitanmás que nunca. No puedes... es que nodebes alejarlas de ti sin más.

—¡Maldita sea Corinna! ¿Es queno te cansas de repetir lo mismo una y

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otra vez?—No. Lo lamento pero no.—¿Es que acaso crees ya me he

olvidado así porque sí de ella, de miesposa...? Porque déjame que te digaque sencillamente no puedo... ¡¡Nopuedo!! No puedo... ¡¡No puedo hacerlomaldita sea!! —lloró—. No puedosentarme delante de mis hijas como sinada hubiera pasado... Sencillamente nopuedo...

—Lo sé Víctor, lo sé. Pero tenecesitan. Necesitan a su padre... Sóloson unas niñas…

—Lo sé ¡Lo sé maldita sea!¿Crees que no lo sé? Pero es que... —laspalabras se le atragantaban—, es que no

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puedo sentarme delante de ellas sinpoder poner freno a este dolor... a estedolor que me desgarra cada día pordentro... y no quiero... no quiero quevean a su padre así... No quiero...

—Víctor... Por dios...—¡¡No puedo!!—Víctor. Te ruego que trates de

quedarte con lo bueno. Con los gratosrecuerdos, con los días de felicidad y derisas... Trata de compartirlos con tushijas. Les hará bien tanto a ellas como ati —se sentó junto a él y le tomó lasmanos. Las suyas eran tan pequeñasentre aquellas forzudas manos—.Créeme que ellas te lo sabránagradecer... Así, y solo así, puede que

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mantengáis vivo su recuerdo...¿Sabes...? Anne tiene miedo a olvidarsede ella... de su madre.

Víctor la miró a los ojos.—¿Qué has dicho?—Lo que has oído. Teme

olvidarse de su madre..., de sus besos,de su aroma, de su sonrisa... De surostro... —Víctor Volen se levantó de suasiento para dirigiese hacia la ventana.Tras ella vio a sus pequeñas jugar entrelas flores del jardín.

—¿De veras que Anne...?—Sí. Tienen un miedo atroz a

olvidarse de su madre... Yolamentablemente debo partir para

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Londres. No sólo porque mi madre menecesita, ya la conocéis. Sino porquenecesito retomar mi vida.... Esa de lacual tanto os quejáis... la que tanto osescandaliza —sonrió. Ambos lohicieron—. Vaya... Me parece ver unasonrisita. Víctor. Mírame por favor... —dejó de lado el protocolo—. Es triste ydolorosa la vida que te ha tocado vivir,pero no hay otra. No hay vuelta atrás. Esasí y ya está. Todos debemos continuarcon nuestras vidas. Denisse así lohubiera querido. Y lo sabes.

—Corinna por favor...Podríais…

—Sí...—Podríais quedaros al menos

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un par de días más. Os lo ruego... Lonecesito, de veras que lo necesito.

—Está bien Víctor, pero solopor un par de días. Luego me marcho.Y... y si me quedo es porque..., porquetose quiero como a un hermano. Ya losabéis. Y sobre todo porque adoro aesas niñas más que a mi propia vida. Lacual ya sé que os parece un tantofrívola…

—¿Un tanto sólo...?—Jejejee… —rió Corinna.—Gracias.—No tienes porque dármelas.

Siempre habéis estado ahí cuando os henecesitado. Incondicionalmente y sin

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preguntar. Ya sabéis cuánto os quiero...Ahora tratad de serenaros, y por favor,bajad a cenar conmigo y con las niñas.Todas os necesitamos.

—Está bien. Concédeme tansólo un par de minutos.

—Por supuesto.Víctor aspiró profundamente.Tras despedirse del retrato de

su esposa, y tras despejar de su rostrosus lágrimas, encaminó sus pasos alencuentro de sus hijas. Éstas al verloentrar en el comedor saltaron de sussillas y se lanzaron a sus brazos, puesextrañaban su compañía desde hacíadías.

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—¡¡Papi, papi, papiiiii...!! —gritó la pequeña Marie.

—Hola mi vida.—Oh papi... Has bajado. ¿Ya no

estás enfadado? Dime... —le preguntóAnne mientras se lanzaba a sus brazos.

—No mi amor —respondióCorinna mientras les solicitaba a lasniñas que volvieran a tomar asiento—.Papi sigue un poco... triste. Peronecesita de la compañía de sus hermosasy valientes niñas. Necesita dejar atrás latristeza y el dolor... ¿Verdad Víctor?

—Sí. Es cierto. ¡Oh mi dulceAnne! Sois tan hermosa como lo era tumadre... y tú, Marie... sois tan inquieta y

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risueña como lo era ella —las niñas semiraron y sonrieron—. Marie mi amor,tratad de sentaros correctamente oterminaréis en el suelo... —Víctor Volendecidió dar un paso más en la búsquedade su serenidad y de su felicidad. Tragósaliva bañada de lágrimas en ello—.¿Os acordáis de aquel día... —no puedoevitar dibujar una gran sonrisa en surostro—, cuando vuestra madre se sentócomo vos lo hacéis ahora dulce Marie...y se desplomó en el suelo arrastrandocon ella todo lo que había sobre elmantel de la mesa? Jajajaa... Como nosreímos, ¿verdad?

—¡¡Sí, sí...!! ¡Yo me acuerdo!Se agarró del mantel jejejeeee... y lo tiró

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todo. Jejejeee...—Oh.... Yo no me acuerdo ... —

se quejó la pequeña Marie.—Verás cielo... —añadió

Corinna—, Papi se sabe un sinfín dedivertidas historias y cuentos muy, peroque muy divertidos y graciosos sobrevuestra madre. ¿Verdad...? —sus ojosbuscaron la complicidad de los ojos deVíctor.

—Sí. Es Cierto.—¿Y sabéis lo mejor...?—¡¡Nooo...!! —respondieron a

lo unísono las niñas.—Pues que creo que vuestro

papi estaría encantado de contaros todas

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y cada una de esas historias. ¿Seríadivertido verdad? Recordar a mamáasí... ¿no?

—¡¡Sí papi!! Síííí... Cuéntanosmás cosas sobre mamá por favor —lerogó Marie.

—Oh si papi... ¿Te acuerdascuando... —repuso muy contenta Anne—, cuando aquella enorme rana delestanque saltó sobre su falda? Jejejeee...

—Sí que me acuerdo... —sonrióvoluntariamente y sin esfuerzo algunoVíctor Volen.

—Sí, sí... —repuso Marie—.¡De eso si que me acuerdo! Fue muygracioso. Jajajaaa...

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—Gracias. Muchas gracias... —murmuró Víctor a su cuñada.

—De nada... —le respondióésta con la mudez de sus labios .

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11 CAPÍTULO

Corinna decidió marcharse trascumplirse el par de días que le fuesolicitado por Víctor. Se marchaba algomás tranquila al verlo más repuesto yentregado a sus hijas. Pero seguíaapreciando en los ojos de aquel hombrelas sombras del dolor. Estas seguían deltodo presentes y se había hecho dueñano solo de la expresión de sus ojos, sinode su alma. Hasta de su corazón.

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Antes de abandonar Durham,Corinna le solicitó al cochero que laacercase a la casa de la señorita AbieGordon, pues precisa hablar con ella.

A su llegada a la mansión de lafamilia Gordon, las intenciones de lajoven Corinna estaban ya asentadas. Ysin dudarlo, así se lo hizo ver a lamisma Abie, revelándole los susurros desu saber...

—Hola querida... ¿Cómo vospor aquí?

—Hola Abie. Mi vista serábreve querida. Y vos, ¿cómo estáis?

—Bien... Ahora algo mejor.—La verdad es que... Veréis

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Abie, no sólo vengo a despedirme sino...—¿Y eso...? ¿Os marcháis ya...?—Sí. Creo que ya es hora.

Víctor se las puede desempeñarperfectamente ya sin mí. Además, mimadre me aguarda en Londres así comoalgún que otro enamorado... —trazóaquella sonrisa—, pero mi visita sedebe en gran medida a que...

—¡Oh! Por supuesto...Jejejeee... Eso no lo dudo. Perodecidme... ¿Qué os trae aquí?

—Pues... ¿Cómo podríaempezar...? Mi visita se debe a quenecesitaba hablar con vos.

—Hablar conmigo, ¿y de qué?

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—preguntó Abie.—Por amor de Dios Abie... —

estaba decidida, y fue directa en sudecisión—. Aceptad de una vez portodas la propuesta de matrimonio de esedesdichado de enamorado de Becher. Esque no veis que lo vais a matar desufrimiento. Va a terminar cansándoseese pobre hombre. Y puede incluso queal final os arrepintáis de vuestrainseguridad.

—Oh...—Solo espero que podáis

manteneros firme y contemplad comouna completa absurdez la idea que tantoanheláis sobre la persona de Víctor...¿Es qué no lo veis?

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—No sé... No... no sé a qué osreferís querida con eso que decís.

— No os hagáis la tonta Abie,que ya no somos unas niñas.

—Oh... Claro que no lo somos.Por supuesto que no lo somos... Pero nologro entenderos Corinna. No. De verasque no.

—Sí que lo sabéis Abie. Sí...Ya es hora de que renunciéis a la ideaque aspiráis para con Víctor. Tenéis queentender de una vez por todas que esehombre no es para vos. Eliminad a esehombre de vuestros pensamientos.Sencillamente borradlo. Os irá mejor.Conozco muy bien vuestras aspiracionespara con él. No soy tonta Abie... No.

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Pero bien sabéis al igual que yo, queVíctor tardará en buscar esposa, y quede hacerlo algún día..., creedme que vosno estaréis dentro de sus aspiraciones...No. Vos no. Bien sabéis que no. Pero nivos, ni esa insulsa y desvergonzada deIrina Morgan... Esa furcia nunca llegaráa más que compartir su lecho en lasnoches de desenfreno que él buscará enella, como cualquier otro hombre —elrostro de Abie se desencajó porcompleto—. Sí, lo sé Abie. Conozcobien las andancias de Víctor con esamujerzuela. Por una parte es deentender, pero... Por otra, no logrocomprender por qué hallar consuelocarnal en una mujer como esa. ¡PorDios! Cuan tonto hay que ser para eso.

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Pero entiendo que el deseo carnal en unhombre como él es sumamente fuerte, ymás... cuando por tanto tiempo debeestar alejado del calor del cuerpo de suesposa enferma. No es que lo disculpe.No. Pero bueno... En fin... —tomó lasmanos de su amiga—. Ya tengo quemarcharme. No quiero que la noche seme venga encima durante el viaje. Porotro lado, ya es hora de poner fin a estadesafortunada aventura. Cuidaos Abie, yponed rumbo de una vez por todas envuestra vida. Víctor nunca, oídme bien...¡Nunca! Nunca os va a hacer feliz... Peroni a vos ni a ninguna otra mujer. Ambaslo sabemos.

Abie agachó su rostro y trató de

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evitar el llorar.—Cuidaos amiga.

Con el pasar de los días y de losmeses, al igual que de un prolongadoaño, Víctor no dudó en regresar a losbrazos de Irina Morgan; la dueña delburdel que se encontraba a las afuerasde Durham, en más de una ocasión, enmás de una noche de soledad.

La hermosa Irina lo acogiócomo ya lo hiciera aquella noche cuandoarrastrado por la desesperación y por eldolor de verse sin mujer; teniendo unaen su propio lecho, Víctor se entregara alo dulce de sus brazos y a lo delicioso

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de sus caricias. Sin duda alguna, Irinaera una mujer del todo experta en el artedel amor. Y con ella, Víctor daba riendasuelta a sus deseos más carnales yoscuros.

Pero las aspiraciones de estamujer para con él, siempre cayeron ensaco roto. Aunque ella sutilmenteinsistía una y otra vez en querer ser nosolo la dueña de sus noches de pasión,sino de las restantes nochescompartiendo aquella inmensa cama enla mansión Volen.

Irina aspiraba a convertirse enla nueva lady Volen. La esposa delilustrísimo baronet de Volen.Desconocedora del odio que sobre tal

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título él profesaba.

Durham, Inglaterra. 19Diciembre 1834

La distancia entre Víctor Volen

y Londres se extendió no sólo en eltiempo, sino mucho más allá cuando losdías previos a la navidad comenzaban aaproximarse poco a poco.

Lady O'Connell dejó pasar laanterior navidad, dado que pensó quesería del todo oportuno que padre ehijas pasaran solos aquella primeranavidad. Pero ella también extrañaba lacercanía de sus nietas. Al igual que

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Corinna, que al no obtener respuesta alas cartas que le envió a Víctor, decidiópresentarse sin dudarlo una vez más enDurham.

Para todos en la mansión Volen,la inesperada llegada de miss CorinnaO'Connell fue del todo una dichosavisita. No así para sir Víctor, queconocía bien las intenciones que habíanllevado a su cuñada hasta su casa...

—Las niñas necesitan volver arelacionarse con el resto del mundo. ¡Nolas puedes mantener al margen de todo!Perdón por olvidar mis modales, peroya sabes que cuando me enfado... Víctor.Necesitan tratar más a su abuela, la cualla extrañas a más no poder... Víctor,

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necesitan a su abuela, al igual que ellalas necesita y lo sabes bien. Es por esoque no logro entender tu negación a estoque se te pide una y otra vez. No logrohallar el por qué de tus continuasnegativas.

—Sí..., lo sé. ¡Maldita sea! Losé. Pero no era necesario que ostrasladaras hasta aquí para obtener unarespuesta.

—Yo creo que sí era necesarioque regresara... —le respondió Corinnamientras tomaba posturas frente a esehombre al que siempre consideró unterco consumado, al que por enojoolvidada sus modales—. Si no lohubiera hecho..., si no me hubiera

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decidido a venir, aún estaría esperandotanto una respuesta por tu parte como tuincierta llegada. ¿O es que acaso meequivoco? Dime...

—¡Va...! Tonterías...—Tonterías... ¡Si no vengo, si

no me hubiera decidido, aún estaríaesperando tu respuesta! ¿Cierto? —Víctor calló—. Que no se te olvide queno son de tu propiedad... ¡Son missobrinas también! Víctor Volen... Mimadre las necesita y yo también. Son elrecuerdo más vivo que podemos tenerde... de... de Denisse.

—¡¡Lo sé maldita sea!! Lo sé...Pero es que...

—¡Es que nada! No haces nada

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para poner remedio a esta malditadistancia a la que nos sometes tanto aellas como a nosotras. Las extrañamos...Pero tú no haces nada para remediarlo,para poner fin a todo esto. Y sabes biena que me refiero cuando digo todo esto.Solo sabes poner excusas y más excusasal tiempo, así como la distancia que nossepara.

—Lo sé, lo sé...—Pues parece que no es así...

¡Por dios! Ha pasado ya demasiadotiempo desde su muerte. Y veo que tú...tú continúas aferrándote a los fantasmasde tu dolor, de su recuerdo. ¿Cuánto másVíctor..., por cuanto más te vas a negarla dicha de ser feliz? Y tus hijas..., ¿no

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piensas en ellas? Dime... ¿Acaso haspensado en ellas..., en su felicidad, ensus necesidades? Creo que no.

—¡Bas ta Corinna! Basta. Sébien que es lo que pretendéis. Se bien adonde me va a llevar vuestro discurso.Siempre es lo mismo... ¡siempre! ¿No oscansáis...?

—No. Lo cierto es que no. Esque... ¡¡Dios!! ¿Ni si quiera te hasplanteado que tus hijas necesitan unamadre? Por dios Víctor... Porquenecesitar, necesitan una madre y losabes.

—¡¡Maldita sea Corinna!! —golpeó con fuerza en la mesa—. ¡¿Cómopodéis decirme eso..., cómo podéis

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pedirme eso?! —le proclamó Volen envoz alta. Para nada entraba dentro de susfuturas concepciones el volver acontraer matrimonio. Y mucho menos atan poco tiempo de su dolor.

—Te lo digo porque así losiento..., y porque aunque te quejes,aunque te niegues y te enfades, esa es laverdad. Víctor... Las niñas crecen, ynecesitarán una figura femenina. Y pordios, no me vengas con que su mucamaes lo más parecido a una madre, porquesencillamente sabes que no lo es.Necesitan una madre. El tiempo no pasaen vano, y ellas pronto acusaran lanecesidad de la intimidad femenina.¿Serías tú capaz de dar respuesta a esas

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preguntas...?, dime. Es injusto. Del todoinjusto, y el tiempo se pasa volando.Créeme. Y puede que si no ponesremedio ahora que puedes..., algún díaellas te lo reprocharán, de una forma uotra, pero lo harán —Víctor tomóasiento junto a la chimenea tras servirsesenda copa de coñac. Mientrasescuchaba a Corinna, hacía girar la copaentre sus dedos logrando que el ámbarde la bebida reflejara el fulgor de lasllamas—. Verás... Por muy gentil einstruida que sea su mucama, no es elmejor ejemplo para tus hijas, y muchomenos esa tal Flora... ¿A caso crees queno sé de tus correrías con esasdesvergonzadas? Lo sé todo. De verasque no logro entenderte... es que...

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¿Cómo puedes mantenerla en esta casa?—Corinna... ¡¡Basta!! No me

gusta que se inmiscuyan en mi vida ymucho menos como tan descaradamenteTÚ sueles hacerlo.

—¡No Víctor, no! No. ¡¡Basta yatú!!

—¡No os voy a permitir que mehabléis así y mucho menos en mi casa!Que no se os olvide quien soy y dóndeestáis...

—Está bien... Lo que te he dichoes lo que sentía en estos momentos... Yalo solté. Y lo siento... —Corinna semordió los labios—. Pero lo que sítengo que hacer es terminar de decirte

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que... —Corinna temía aventurar suspalabras ante el exacerbado talante desu cuñado—, no me importa lo que medigas y como lo digas..., pero si callo, sicallo reviento... Está bien que no quierasmanchar la memoria de tu esposa, mihermana, y que por ese motivo te veasobligado a rechazar esa idea. La delmatrimonio. Bien. Pero..., ¿acaso no laensucias cada vez que retozas con esasvulgares fulanas? —La expresióndesencajado del rostro de Víctor eratodo un poema—. Acaso creías que nolo sabía... Parece que cuando buscas elcalor de sus cuerpos, la memoria deDenisse no se ve manchada, ¿verdad?Claro que no. Porque atiendes a lallamada de tu virilidad, a la absurda

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virilidad masculina. ¡Sí! Pero claro, síque la deshonrarías si te casaras... ¿no?Eres un... un necio estúpido. ¡¡Por Dios!!Esas mujeres son... son... una vulgaresfulanas... Sobre todo esa tal Irina.

—¡¡Basta Corinna!! ¡Basta! —gruñó Volen.

—¡¡No Víctor, no!! ¡Basta tú!¡Por todos los demonios! Ves ... Ya mehas hecho blasfemar. ¡¡Dios!! Noquieres ceder ni un ápice para con tushijas, pero sin embargo... tú, tú... ¿Esque acaso no quieres la felicidad paratus hijas? Porque sí que la buscas paratu cuerpo... ¡¡Dime!!

—¡¡Calla!! ¡¡Ya está bien!! Noquiero oíros más... Os ruego que me

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dejéis solo. ¡¡Ya!!—¡¡No pienso hacerlo!!

Entiendo que no desees que nadiesuplante la figura en tu corazón deDenisse..., pero por Dios... Las niñasnecesitan una madre por mucho que teniegues a aceptarlo y tú lo sabes al igualque yo lo sé. No te pido que sea mañanamismo. No, no es eso, no... Ni siquieradentro de un mes, o de dos. Pero sólo tepido que... tan sólo te ruego que reparesen esa idea. Que pienses en lo que te hedicho.

—Basta Corinna. Se terminó.Basta ya por favor.

—¡Ha...! —Suspiró la joven—.Va l e . Ya me callo. Ahora déjame

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hacerte llegar el llamamiento de mimadre. Te ruega, te suplica que accedasa asistir a la cena de navidad. Créeme...,os necesitamos, a los tres. De veras.

—Está bien. ¡¡Maldita sea!! Siasí logro que os vayáis y que os calléisme daré por satisfecho. Sí. Asistiremos.

—¿De... de veras? —aquellasonrisa que se dibujó en el rostro deCorinna era radiante, como el brillo desus ojos.

—Sí. Y ahora os agradeceríaque me dejarais solo. Necesito silencio.Me duele la cabeza a más no poder.Sólo vos conseguís desesperarme comonadie. Dejadme solo de una malditavez...

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—¡Oh! Claro que sí... desdeluego —diciendo esto, Corinna se lanzóa los brazos de Víctor Volen—. Gracias,gracias... Me voy a ver a las niñas, queandan locas por verme... Gracias,gracias, gracias...

—Marchaos... Y callaos de unavez. Por Dios.

—Eso es del todo imposiblequerido cuñado. Créeme... Jejejeee... —rió abiertamente la joven mientras salíacomo un fresco torbellino en direcciónal jardín, donde la aguardaban sussobrinas.

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12 CAPÍTULO

Londres, 24 Diciembre 1834

Los días previos a la cena de navidad,la lluvia hizo acto de presencia enLondres, y esta se negaba en rotundo amarcharse. Y justo esa misma nochebuena, los pocos invitados a la casaO'Connell tuvieron que salvaguardar suselegantes vestiduras de las sucias aguasque bajan por los riachuelos que se

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habían formado en las calles.Entre los invitados aquella

noche se encontraban el matrimonioformado por el señor y la señoraWilson; unos comerciantes muycercanos a la casa real, al igual que lordy lady Hall; familiares directos de ladyy miss O'Connell. Así como sir AaronReed, un joven tunante que hacía lasveces de embajador del corazón de lafrívola miss Corinna O'Connell. Por noolvidar a la señorita Angee Grant, unabuena amiga de lady O'Connell.

Corinna por su parte ausentabala llegada de una invitada, la cual ya seestaba tardando. Dudó de que al final lajoven marquesa aceptara su invitación,

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dado que en años anteriores las habíarehusado o escusado con banalidadesimposibles de creer.

Para sorpresa de la misma ladyO'Connell, Víctor Volen se presentó ensu casa, justo cuando ya creía que no ibaa ser posible volver a abrazar a susnietas. Éstas hicieron acto de presenciaen el gran salón de manos de su flamantepadre.

—¡¡Oh...!! ¡¡Mis dos ángeles!!¡¡Habéis venido!! ¡¡¡Doy gracias a Diospor este regalo!!!

—¡¡Abuela!! —gritaron a lounísono las pequeñas al verla.

—¡Qué sorpresa tan grande! Nome puedo creer que estéis aquí... ¡¡Dios

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es grande!! ¡¡Es grande y milagroso!! —exclamó lady O'Connell al abrazar a susnietas.

—Feliz navidad milady —leindicó Víctor bajo la atenta yemocionada mirada tanto de ladyO’Connell como de la misma Corinna,que tuvo que tapar su boca paraesconder la mueca de llanto que suslabios trazaron.

—¡¡Feliz navidad hijo mío!!Feliz navidad. Gracias, gracias portraérmelas... Gracias, gracias... por esteregalo que me hacéis.

—No tenéis porqué dármelas.Aunque más bien..., deberíais dárselas ala tozuda de vuestra hija... —rió

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sutilmente.

Cuando todos los comensalesestaban ya ubicados en suscorrespondientes lugares de asientofrente a la gran y elegante mesa, ycuando los primeros aperitivosempezaban a ser servidos, una tenuellamada sonó en la puerta de entrada dela mansión O'Connell. Llamadas quefueron atendidas por el mayordomo dela casa. El señor Nelson.

—Buenas noches y feliz navidadmilady.

—Buenas noches y feliz navidadseñor Nelson. Parece que esta noche va

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a continuar un tanto desapacible.—Eso parece milady. ¿Me da su

abrigo por favor?—Oh, sí. Tome. Gracias. ¿Ya

han llegados todos los invitados?—Sí milady.—Vaya por dios. Peor se me

pone el cuerpo ahora —aquella sonrisaencajada entre las comisuras de suslabios eran un claro ejemplo de sunervios.

—Sígame por favor milady.Todos los invitados ya se encuentransentados en la mesa, y lamento tener quedecirle que se la espera desde hacetiempo.

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—Pues vaya... Me imagino queCorinna estará encantada de verme.Pero..., Dios, no puedo evitar estarnerviosa. ¡Uffff...! —suspiró.

—No ha de preocuparse milady.—Eso espero... «Lo cierto es

que Corinna insistió y mucho para queasistiera a esta cena. ¿No sé cuál es elmotivo de su insistencia? Pero bueno.Ya veremos que me tienereservado...»—, pensó—. Jejejeee... —rió sutilmente la joven lady.

En su llana complicidad con elmayordomo de la casa O'Connell, sepodía apreciar lo estimada que era endicha casa.

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—Pero por favor, pase, pase...—Está bien. «Allá vamos» —

susurró.Con pausado caminar; pues se

sentía un tanto avergonzada no solo porsu demora, sino por encontrarse antepersonas a las que apenas conocía, lajoven marquesa se adentró en aquel gransalón donde todos los presentes frenaronsu plácida conversación para acomodartoda su atención en la joven marquesa deBlair. Sobre todo sir Víctor Volen, queno pudo evitar el volver a girar suatención hacía aquella mujer depersistentes ojos verdes, la cual fuesituada frente a él después de que lascorrespondientes presentaciones fueran

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hechas.—¡No me lo puedo creer! De

veras no me creo que estéis aquí... —ledijo Corinna tomándole la mano yacercándosela a su pecho como muestrade cariño; dado que la sentó a su lado.Fue ella quien solicitó que Beatriz fuerasentada expresamente junto a ella yfrente a su cuñado. Oponiéndose a laspretensiones de su madre.

—Gracias... Pero os tengo quedecir que poco me ha faltado para noaceptar vuestra invitación amiga —lesusurró Beatriz a Corinna, acercándosea ella con extrema cautela, pues variosde los ojos de los allí presentesapuntaban a su persona. Lo que la hacía

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sentirse un tanto incómoda. Situaciónque no era de su agrado.

—Bueno señores... Ya es horade pedir que no sirvan la cena, ¿no esasí? —indicó lady O'Connell.

—Cómo vos gustéis milady. Porcierto... —apuntó lord Hall—. No meimaginé tener entre nosotros a tanilustrísima dama. Es un verdaderoplacer compartir mesa con vos ladyBlair.

—Gracias, pero no tenéisporque. El placer sin lugar a dudas esmío.

—Lo cierto mi querido lord, esque aquí... la marquesa de Blair, se hahecho derogar más de una vez —rió

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Corinna—. Pero por fin esta noche Diosha querido que nos acompañe mi muyquerida amiga. Porque si no lo saben,lady Blair es una de mis mejoresamigas. Y todo a ello fruto de su totalintrepidez al obrar que un carruaje nolograra segar mi vida. Sí, sí... Como looyen. Lady Blair no se lo pensó dosveces cuando se lanzó sobre mí...jejejeee... cual zorro sobre su presa...jejejeee... Y perdonen la odiosacomparación... Jejejeee... Pues con suosadía, impidió librarme de las garrasde una muerte segura.

—¡Válgame Dios! —exclamó laseñora Wilson tapando su prominenteboca con su servilleta.

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—Desde ese momento,comprenderán, que se trazó entre ambasuna estrecha amistad. Dado que no sólole debo mi vida, sino muchas veces mipropio juicio. Jejejejeee...

—Vaya... Cabía esperar algo asíde vos, querida Corinna —apuntó Víctormientras tomaba su copa.

—¿Cómo que cabía esperar algoasí? ¿Os podéis explicar queridocuñado? Verás amiga... Aquí donde loves, este caballero se jacta de decir quesoy una completa descabezada, una locadesquiciada. ¡Ja! Yo. ¿Te lo puedescreer? —Beatriz se limitó a sonreírbajando su mirada, pues la solapresencia de aquel hombre que tenía

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frente a ella, ya la intimidaba losuficiente como para atreverse aperderse en sus ojos—. ¡Pero no osquedéis callada! ¡Defendedme...! ¡¡Noos riais!!

—Poca defensa hay amiga mía,cuando sólo dicen la verdad... —selimitó a decir Beatriz elevando porencima de su pequeña nariz, la miradahacia aquellos ojos. Comprobó conpavor como su peculiar sentido delhumor esbozó una sonrisa en aquelloslabios tan varoniles como sugestivos.

—Vaya, vaya... Y yo quepensaba que vos erais mi amiga —selamentó entre risas Corinna.

—Y lo soy. Pero eso no me hace

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ni ciega ni tonta. Querida amiga —aquella contestación consiguió queVíctor elevara sin ningún tipo dedificultad una gran carcajada. Hacíatiempo que no reía así.

—Querida... —apuntó ladyO’Connell acercándose a miss Angee.

—Sí milady.—Debéis tratar de ser algo más

avispada querida... Creo que meentendéis... ¿no? —la joven se limitó aclavar sus ojos en Víctor para despuéshacerlo en Beatriz. La cual poco a pococomenzaba a hablar de una forma másfluida y plácida con sir Víctor Volen. Aligual que lo hiciera él con la jovenmarquesa Blair.

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La cena transcurrió dentro de lamás cordial serenidad. Lasconversaciones fluían de una manerajovial y placentera, hasta que missAngge Grant sin más, acometió de unaforma un tanto descarada y cínica; porno decir que llegó a rozar la petulancia yla grosería, contra el atuendo; a suparecer, que lucía una viuda como lo erala marquesa de Blair. La cual ostentabasobre su refinada y estilizada figura unprecioso vestido de seda en un elegantey airoso color borgoña, que revelabafastuosamente las cambiantestonalidades y los bellos matices deaquella seda, la cual iba del rojo

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oscuros a efímeras tonalidadestornasoladas de un tono purpúreo conligeras escalas en tonos castaños. Comoel color de un buen vino de Borgoña.Color que resaltaba la refulgenciacobriza de sus propios cabellos.

Tonalidad que no hacía otracosa que resaltar el dorado tono de supiel y el fresco verdor de sus ojos.

—¡Oh...! Mi querida marquesa...—le refirió con su característico tono devoz Angee Grant—. No sabéis cuántolamento la terrible pérdida de vuestroesposo. Debió ser terrible para vosperderlo tan pronto y de aquellaespantosa manera. Ver morir así a unhombre tan joven y vigoroso como era

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vuestro esposo... ¡Dios! Debió serhorrible. Me puedo llegar a imaginar lotremendamente terrible que debió ser...

—No lo creo miss Grant. Nocreo que nadie se pueda llegar aimaginar mi dolor. Lo terrible de todo loque viví.

—¿Un poco más de vinoBeatriz? —Corinna trató por todo losmedios que tal conversación no fuera amayores, pues bien conocía lossentimientos que aquellas palabrasmovían en el interior de su amiga. Claroestá, Beatriz la ignoró, dado quecomentarios como ese le eran del todohirientes.

—Pues..., por lo que veo... Ese

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desconsuelo no ha debido de ser tan...tan doloroso y terrible, por loinapropiado del color de vuestrovestido. Vamos..., pienso yo desde mihumilde opinión. ¿No? ¿No lo creéis asílady O’Connell?

—¡Angee, por Dios querida! —le reclamó lady O’Connell tratando deocultar una pícara sonrisa tras suservilleta.

—¿Deseáis un poco más deasado señor Wilson? —persistió en supujanza Corinna en un vano intento decalmar los ánimos.

—No, gracias querida. Pero unpoco más de ese exquisito vino españolsí que no estaría mal... —respondió el

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señor Wilson.—¿De veras creéis que es del

todo inapropiado el color de mivestido? ¿Por qué? ¿Me lo podéis decirmiss Grant?

—Pues... Porque es usted unaviuda muy reciente querida... Peroclaro... Quizás sus costumbres seanotras..., dado que es usted española y noinglesa. Y quizás nuestras estrictasreglas en lo referente a la etiqueta delluto y el duelo..., le sean del todoindiferentes. ¡Perdón! Quería decir:diferentes —el tono de su voz se fuehaciendo cada vez más irónico, punzantee hiriente.

—Sé bien lo que queríais decir.

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Ya veo... Pero permítame que os digaseñorita Grant, que el hecho de serespañola no presupone mi falta deinstrucción en las pautas y lascostumbres inglesas, pues si no losabéis, y creo acertadamente que asíes..., sois del todo desconocedora deque mi abuela materna era inglesa, y queella misma se encargó de educarme enlos más estrictos cánones británicos...—Beatriz soltó sus cubiertos yentrelazando sus nerviosos dedos,activando con eso todas sus defensas—.Necesariamente, nuestras costumbres noson las mismas gracias a Dios. Perovuelvo hacer hincapié en que nadiepuede entender, ni quiero que así sea,cuál fue mi dolor... Ni la causa del

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mismo.—Su osadía milady, va en

contra de todas las reglas y de todos losprotocolos litúrgicos que establece elperiodo de luto británico. Pero claro,todo depende del amor y de la devociónque vos tuvierais para con vuestroesposo. Como es de esperar en unabuena esposa. Es más... Creo, y por loque he sabido, ni siquiera os dignasteisa celebrar una misa en su nombre... Esoes del todo intolerable.

—¡Señoras por favor! —Solicitó lady O'Connell sin mucho éxito.Y más cuando comprobó que ladiscusión entre ambas mujeres pasaba ymucho, de ser entretenida.

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Víctor, sencillamente seguíaatento a la conversación mientrasposaba muy de en cuando en cuando susojos sobre Beatriz, que comenzaba asentirse fuera de lugar en aquellareunión

—Entiendo... Vos señoritaGrant, sois de las que creen que unamujer debe devoción absoluta a suesposo, ¿no?

—¡¡Por supuesto querida!! Es lomenos que su esposo el marqués deBlair se merecía. ¿No creéis? A él ledebéis quién sois ahora... Vuestro títuloy vuestra...

—¡¡A ese!! A ese yo no le debonada. Ni siquiera ni una de mis

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atenciones. Pues él nunca las tuvo paraconmigo. Señorita Grant.

—¡Oh! ¡¡Por Dios!! ¿Cómopodéis hablar así? Yo conocía bien avuestro esposo, al igual que a vuestrosuegro. Y para nada creo acertado nicorrecto el cómo os referís a él. A unlord inglés. ¡Es usted una..., unadesagradecida maleducada! Una..., unadesvergonzada sin principios ni moral...

—¡Por favor! Señoras... Porfavor Angee, por favor. Beatriz..., porfavor. Este no es lugar ni el momentopara esto... —solicitó Corinna bajo laatenta mirada de Víctor.

—¡¡No me pidas que me calleCorinna!! No ahora... Estoy cansada de

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comentarios y miradas como esas. Nadiese puede imaginar cómo padecí al ladode... de esa maldita bestia. Por si no losabéis señorita Grant, ya que tan biendecís que lo conocíais, ese malditobastardo me maltrató hasta cansarse,hasta la saciedad... Fustigó no solo micuerpo, sino mi propia esencia comomujer. Me humilló no solo con cada unade sus palabras y golpes, sino con esasucia relación que mantenía con la quefuera su mucama desde niño... ¡¡Sí...!! Laintachable y distinguida lady Ross...¡¡ERA SU AMANTE!!

—¡¡Por Dios!! ¡¿Cómo osatrevéis a decir algo así?! —Lemanifestó la señora Wilson del todo

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escandalizada—. Me es del todoimposible creer en vuestras palabras.No creo que lord McKay lo hubierapermitido.

—No me creéis... ¿Y si osmostrara las rúbricas que con su propiamano dejó sobre mi piel? ¿Me creeríaisasí? Creo que sí... Ese hombre al quetanto parece que honráis, era una malabestia que disfrutaba pegándome yprofanando no solo mi cuerpo, sino mipropia alma. ¡¿Por qué debería llevarluto por él..., por que debería rememorarsu recuerdo...?! ¡¡¿Por qué?!! Por otrolado, déjeme decirle señora Wilson, yseñorita Grant... que sir Serge McKaynunca sustentó el título de marqués de

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Blair, y mucho menos el de lord. Puesdicho título me fue otorgado a mí, a unasimple española aunque les pese. Lacarta que así lo proclamaba llegó díasdespués de su muerte, y fue mi suegrolord McKay quien así lo dispuso.Desheredando no solo en lo referente ariquezas, sino en título y en afecto pormano y obra de su propio padre. Pues él,lord McKay era conocedor de mipadecer... Y antes de morir, quiso ponerremedio a tal daño... —al ser conscientede sus palabras, del efecto que estashabían causado no solo en la señoraWilson, sino en el resto de comensales,Beatriz se levantó de su asiento y tratóde disculparse de los allí presentes asícomo de sus anfitrionas—. Lamento lo

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inoportuno de esta discusión... De verasque lo lamento. Creo que sería del todooportuno y acertado por mi parte elmarcharme. Lamento lo ocurrido ladyO'Connell. Señoras..., señores. Convuestro permiso, prefiero retirarmeahora. Ya les he incomodado demasiadopor esta noche. Y lo lamento.

—¡Oh... no! Por favor Beatrizno os vayáis. Te lo ruego... —le suplicórepetidas veces Corinna.

—Creo que sería lo másapropiado ahora mismo. Además, no meencuentro con ganas de continuar...Buenas noches.

—Querida... No tenéis porquemarcharos. Todo, todo ha sido una

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mera... confusión —le solicitó ladyO’Connell.

—Cierto —asintió lady Hall,que hasta el momento habíapermanecido en silencio, como el restode comensales.

Pero Beatriz estaba tan decididacomo avergonzada, y sin más, trasdespedirse oportunamente se dirigióhacia la puerta para tomar su abrigo.

—Espere milady... —al girarse,Beatriz comprobó como sir Víctor Volenextendía sus deseos de acompañarlahasta su hogar, no sin antes rogarlerepetidas veces que regresara a lareunión.

—Lamento tener que negarle su

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petición sir Víctor.—Por favor, llámeme Víctor. Al

igual que a vos, por lo que he logradoapreciar, ese título me incomoda.

—De acuerdo. Víctor. Perocreed que sería del todo inapropiadopor mi parte el reincorporarme a talreunión. Creo que..., que ya heincomodado más de lo que debiera. Mesería del todo imposible regresar. Mesiento un tanto incómoda, por no decir...avergonzada tras lo ocurrido. Esperoque me entendáis.

—Os entiendo perfectamente.No tiene porqué disculparse ante mí. Niante Corinna, ni ante la misma ladyO'Connell. Estáis del todo disculpada.

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Pero...—Por favor... ¡Qué vergüenza!—¿Vergüenza por qué?—Pues por haber permitido que

esa... Que esa horrible mujercita,lograra sacarme de quicio. ¿Cómo no medi cuenta desde el principio cuáles eransus pretensiones? Pero lo que máslamento, y lo que más me avergüenza, estener que haber obrado que usted estéaquí ahora, bajo petición de missCorinna seguramente, o de la mismalady O'Connell. Que se haya tomado lamolestia de...

—Despreocúpese. No han sidoellas las que me han solicitado queviniera a hablar con vos. Y molestia

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ninguna por mi parte.—¿No? —Beatriz sintió como

sus mejillas comenzaban a ruborizarsesin petición por su parte.

—No.Fue la primera vez desde hace

algo más de una año, que Beatrizlograba perderse en la inmensidadserena de los ojos de un hombre comoaquel.

—Oh. Gracias... ¿Por qué lohabéis hecho entonces?

—¿Hacer el qué?—Esto. Abandonar la reunión

para venir a..., a tratar de socorrerme,por así decirlo —sonrió tibiamente

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tratando de esconder el rubor que aquelhombre había perpetrado en susmejillas.

—Quizás por que... No sé.Porque creo que en cada una de vuestraspalabras hay tanto dolor, quizás inclusomás que el que yo albergo en micorazón. Porque en cierta medida, nosé... —Víctor titubeó en proseguir consu alegato de excusas. Ciertamente esamujer parecía haber despertado en éluna extraña fascinación que lo movía aprotegerla—. Por otro lado, creo que noes correcto dejaros marchar sola.Además..., no sería un caballero si lohiciera —expuso mientras seacomodaba su pesado abrigo negro.

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—Gracias. Pero no tenéisporque hacerlo.

—No tenéis porque dármelas.¿No vamos? —diciendo esto, Víctor leofreció su brazo, el cual fue gratamenteacogido por la ruborizada marquesa deBlair.

Durante el trayecto, amboshablaron de todo y de nada, y a lallegada al final del recorrido, Beatriztemió la despedida.

—De nuevo, muchas gracias portodo.

—No creo ser merecedoras deella.

—Oh. Por supuesto que lo sois.

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Os agradezco en suma vuestro detallepara con mi persona. Espero que podáisdisculparme con todos.

—No tenéis porqué pedirlo —Beatriz sonrió.

—Bueno..., buenas noches y...Feliz Navidad.

—¡Por Dios! Es cierto. FelizNavidad, Beatriz.

Ambos se despidieron con unsimple apretón de manos y un recatadobeso en las mejillas.

Mientras el coche doblaba laesquina, Víctor le preguntó al cocheropor la dirección de aquella casa.Mientras obtenía la codiciada respuesta,

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sus ojos permanecían fijos en la refinadafigura de la marquesa de Blair hasta queésta desapareció de su vista.

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13 CAPÍTULO

—De veras que no logro entender porqué te niegas a ello... —se quejó una vezmás Charlotte—. Vas a lograr quetermine aquejándome de una histeria...

—¡¡Jajajaaaa...!! Charlotte porfavor, que cosas dices. Además,sencillamente no se me apetece asistir auna de esas estúpidas espectáculosdonde todos aparentan ser lo que enrealidad no son —le indicó Beatriz.

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—¡Dios! Veo que me va a costary mucho, tratar de convencerte para queme acompañes.

—No. No te va a costar nadaporque mi negativa es rotunda.

—¡¡Haaaaggg…!! —Charlottese derrumbó sobre el sillón—. Beatriz.Definitivamente consigues desquiciarmecon tu testarudez. Venga... por favor, porfavor, por favor, por favor... Dime quesí, que me acompañarás. Por favor, porfavor, por favor...

—¡Por Dios! Charlotte. Tú síque consigues desquiciarme. Basta ya.Pareces una niña.

—Por favor, por favor, por

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favor, por favor... Di que sí, di quesíííííí... Por favor, por favor, por favor...Además, aseguran que para grandisgusto del rey Guillermo, la hija delpríncipe Eduardo duque de Kent,asistirá a tal evento. La princesaVictoria irá acompañada como es deesperar de su inseparable madre laduquesa de Kent, y como no, de sir JohnConroy..., ese mayordomo tan petulanteque siempre las acompaña como cualperro faldero. Sobre todo a la duquesa...Shsssss... —Charlotte se reclinó parahacerle tal confesión—. Jejejeee...Según las malas lenguas, al parecer sirConroy es el amante de la duquesa.Jejejeee... ¿Te lo puedes imaginar?

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—Imaginar. ¿Imaginar el qué...?—Pues el es estar allí. Ser

espectadora de todo. ¡¡Haaaa...!! —Suspiró Charlotte, volviendo adesplomarse sobre el confortable sillónde elegante damasco—. Además, se diceque a ese evento asistirán los hombresmás ricos de toda Inglaterra. Puede queincluso su mismísima majestad.

—Eso lo dudo. Ya que es deltodo conocida la aberración que sientepor esa cría, Victoria.

—Pues yo creo que sí queasistirá. Será un evento único el de esteaño.

—¿Y?

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—¡Y...! ¿Cómo que: y...? Puesque es una gran oportunidad para pillarmarido. ¡¡Por Dios Beatriz!! Reacciona.Se te va a escapar la juventud sin que tedes cuenta de ello. ¿Dejarás pasar elamor?

—A caso, ¿a caso crees que esome importa? —Beatriz se levantó paracolocarse frente a la venta. Con un sutilgesto, apartó los visillos para fijar todasu atención en los viandantes, los cualesapresuraban su paso pues el díaamenazaba nuevamente con lluvia—.Deja de soñar Charlotte. El amor es algomuy efímero, casi inexistente. La vidame ha enseñado lo duro que puederesultar el cegarse por amor. Solo los

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tontos y los idiotas hacen caso a susefímeras melodías.

—Oh... amiga. Que hayastropezado una vez en tu vida, nosignifica que lo vuelvas a hacer. El amorpuede aguardarte en el hombre menosinesperado. Puede que...

—¡Puede que nada!—Lainterrumpió Beatriz girándose hacia ella—. Mi corazón está a buen recaudo.Nada ni nadie podrá jamás tener accesoa él.

—Oh sí claro, como no... Se mehabía olvidado que habías construidouna mazmorra dentro de tus entrañaspara esconderlo. ¡Por Dios! No entiendocómo puedes hablar así. Mírame a mí.

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Casada por obligación con un viejoroñoso, feo y miserable a más no poder.Seis largos años tuve que soportarlo.Pero crees que a mis espléndidosveintiséis años —Charlotte se levantóhaciendo alegato de su semblante—, voya renegar a la posibilidad de encontrarel gran amor de mi vida. ¡¡Eso nunca!!

—Eres una ingenua. Sóloconseguirás que te vuelvan a hacer daño—se lamentó Beatriz.

—Puede que estés en lo cierto.Pero es una aventura que no me piensoperder. Y tú tampoco deberías hacerlo.Beatriz, que ese hombre del que teenamoraste fuera una mala bestia, noquiere decir que...

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—¡No quiero hablar de esetema!

—¡¡Pues me vas a escuchar!!Porque si no te dijera lo que pienso,¿qué clase de amiga sería?

—Una mucho más sensata ymuda.

—¡¡Ja, ja!! Que graciosa. Nocreo que la vida te depare mássufrimiento. Pero si sigues negándote aconocer el amor, el verdadero amor,serás una mujer vacía. El tiempo teconsumirá al igual que lo hará lasoledad. Y por otro lado, no creo quequieras eso, ¿no?

—¿Qué no quiera el qué?

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—Volverte una vieja huraña yfea —mientras Charlotte decía esto,dirigir sus pasos hacia Beatriz paraabalanzarse sobre ella con la claraintención de obrar alguna que otracosquilla en su amiga—. Jejejeee...¿Verdad que no?

—¡¡Suéltame!! Eresincorregible.

—Por eso me adoras. Jejejeee...Pero no seas mala, y di que sí. Acepta aacompañarme a ese baile. Por favor, porfavor, por favor, por favor... Di que sí,di que sí... por favor, por favor...

—Hay... Dios. Está bien, iré. Teacompañaré. A ver si así consigo que nome atormentes más.

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—¡¡Gracias, gracias, gracias!!Te adoro —Charlotte comenzó a besar aBeatriz a lo que ella se debatió porquitársela de encima con la misma tretade las cosquillas.

—Además. Quien sabe... puedeque allí algún elegante noble logrederribar los muros que les has puesto atu pobre corazón.

—Lo dudo. Te puedo asegurarque ningún hombre será capaz dederribarlos y mucho menos franquearlos.Puedes estar completamente segura de loque te digo amiga.

—Alguno habrá. Dime... ¿Acaso crees que en este mundo no vas ahallar a un solo hombre capaz de tal

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hazaña? Claro que sí. Incluso quizás lologre sin proponérselo.

—No te entiendo.—Es sencillo. Hay veces que

aquellos que creemos que son másinofensivos, aquellos a los que nomiramos con lascivia...

— ¡Charlotte!—Jejejeeee... Puede que esos

sean los más peligrosos. Los másaventurados. Todos los hombres no sonmalos —le indicó esta vez con seriosemblante.

Beatriz se encaminó hacia lachimenea para calentar sus manos. Traspermanecer un par de minutos en

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completo silencio, se giró en dirección aCharlotte.

—Claro que no. Desde luegoque no. Incluso puede... y sólo es unsuponer. Pero puede que...

—¡¡¿Qué?!!—Que aquel caballero... sir,

sir... No recuerdo bien su nombre —Beatriz trató de disimular ante su amiga—. Sir... sir Víctor Volen. Sea uno deesos hombres de los que hablas. Nopienses mal... Por lo que sé, y no esmucho, al parecer la vida también le hagolpeado fuerte. Y al igual que yo, éltambién tiene el corazón roto y bajollave. ¿Sabes...? Escuchar su dolor de supropia boca me entristeció y mucho.

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—¡¡Dios!! ¡Ahí lo tienes! —exclamó Charlotte dando un gran brincoque la llevó a ponerse de pie frente a suamiga.

—¿Qué demonios dices? ¿A quéte refieres? —le preguntó Beatriz.

—Pues que ahí tienes a tucaballero de brillante armadura. Él quepuede que derribe ese muro.

—¡¡Jajajaaa...!! —aquella risanerviosa la delató—. ¡Qué cosas se teocurren! De veras que eres increíble.

—¡Ahí está! Jejejeeee... Esasonrisa nerviosa te delata amiga.Jejejeeee... Te has delatado.

—De veras que... —Dos

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llamadas en la puerta del salóninterrumpió a las damas —. ¿Sí?Adelante — manifestó Beatriz.

—Milady.—Sí señora Perry.—Perdone que la moleste

milady, pero han traído esta carta parausted.

Beatriz tomó aquella carta. Aprimera vista no reconocía la letra, perocuando giró el sobre y vio el nombre delremitente, todo su cuerpo experimentóun escalofrío.

—Dios, que cara has puesto.¿Qué sucede, quién te ha escrito? Por lacara que has puesto debe ser...

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—Es de él... —la interrumpióBeatriz, tomando asiento. Precisabasentarse dado que todo su cuerpotemblaba.

—¿De él...? ¿Pero quién es él?Beatriz hizo caso omiso a su

amiga y abrió el sobre. Saco contemblorosa mano aquel trozo de papel ylo desdobló bajo la mirada desesperadade Charlotte. Sin más, comenzó a leerpara sí...

Durham, 02 de Febrero de

1835Estimada Beatriz.Me atrevo a escribiros

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estas pocas líneas dado queaquella noche, y tras lo acontecidoen la mansión O'Connell, sentí unvínculo especial hacia vuestrapersona. No me preguntéis elporqué, porque ni yo mismo sabríaqué respuesta daros.

Lo cierto es que osconozco desde hace muy poco, y séque es un atrevimiento por miparte el escribiros, además detoda una osadía. Puede ser. Peroespero que no toméis estas líneasque os escribo de mi puño y letracomo una ofensa, sino como unamuestra de amistad, y nunca másallá de esa hermosa palabra.

Espero que os encontréis

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bien.Aquí en Durham, el tiempo

sigue estando un tanto inestable.Lo mismo llueve que sale el sol.

No sé porqué, pero me vien la necesidad de escribiros. Locierto es que no sé porque me heatrevido a hacerlo, pero tenía estanecesidad desde hace días. Esperoy deseo que sepáis perdonar miosadía. Desde luego no espero unarespuesta por vuestra parte.

Sir Víctor Volen.Beatriz leyó y releyó la carta

una y otra vez. Hasta que la mismaCharlotte consiguió arrebatársela.

—¡¡Dios!! No me lo puedo

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creer. ¡Se atrevido a escribirte! Esehombre ha comenzado a picar fuerte.Jejejeeee... Está decidido a tirar tumuro. Jejejeeee...

—¡Por Dios Charlotte! No seasilusa. Y devuélveme esa carta.

—Dime, ¿qué piensas hacer?¿Le vas a responder?

—¡Por supuesto que no! —sequejó Beatriz tomando de nuevo la carta,para guardarla en uno de los bolsillos desu vestido —. Claro que no —volvió ainsistir.

—Pues yo lo haría.—¡Claro que lo harías!—Venga... no seas tonta.

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Además, él sólo quiere tu amistad.«Como si eso fuera posible»—, dijopara sus adentros—. Venga... Yo te dirécomo debes responderle. Será divertido.Jejejeeee...

—No seas insolente CharlotteO’Donell. Ya te he dicho que no piensoresponder a tal osadía. Porque es eso loque es esta carta... Una... una tremendainsolencia.

—Sí... claro. Querida amiga,infinidad de veces te he dicho que lavida pude depararte grandes sorpresas,y ahora que tienes delante una, vas y...¿actúas así? No te entiendo, de verasque no te entiendo. El amor no es esagran bestia que pretender devorarte. Al

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menos no como tú esperas, gracias aDios —señaló Charlotte tomando suabrigo.

—Habla por ti. Bien sabescómo pienso.

—Eso es lo malo queridaamiga... que piensas demasiado —Charlotte la miró a los ojos—. No todoen la vida tiene porqué repetirse. Yahora sí que sí me voy. Cuídate. Besos...

Al sentirse sola y segura,Beatriz sacó aquella carta para volver aleerla. Sus ojos centellearon al hacerlo,pero aún no era del todo consciente deello. Al leerla, se detuvo una vez más en

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aquella frase:“... sentí un vínculo

especial hacia vuestra persona. Nome preguntéis el porqué porque niyo mismo sabría que deciros”.

Beatriz sonrió y tuvo lasensación de que aquello que iba acometer era toda una insensatez, unacompleta temeridad. Y sin pensarlo, sesentó delante del escritorio y comenzó aredactar aquella carta. Mientras laescribía, una improvisada sonrisa seposó en sus labios. Labios que searquearon con cada trazo, con cadapalabra.

Cuando cerró el sobre, paseó sumirada por el nombre de aquel a quien

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iba dirigida. Lo imaginó leyéndola y esofue lo que la llevó a guardarla. Cerró losojos y se recostó en el sillón delescritorio para acto seguido inspirarprofundamente.

—¡Oh..., Dios mío! —murmuró—. Esto es una locura. Pero... quédemonios me pasa. ¡Oohh! —Podíasentir el galopar de su corazón—. ¡Oh,Bea querida¡ ¿Qué demonios te sucede?—De un salto se levantó de la silla y seencaminó hacia la ventana. La lluvia yahabía hecho acto de presencia. Tornó lavista hacia aquella carta, la misma quehabía dejado sobre el escritorio—.¡¡Señora Perry!! —llamó al ama dellaves.

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—Sí milady.—Hágame el favor de enviar

esta carta.—Sí milady.—¡¡Espere!!—Sí, milady…—¡Oh! No, no, nada, nada… —

Beatriz sentía el tronar de su corazóndentro de su pecho. Así como el pulsoacelerado y el ardiente fulgor de susmejillas.

Durham, 10 Febrero 1835 —¡¡Señor!! —gritó la señora

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Potts.—Sí señora Potts.—Perdone que lo aborde de esta

manera. Sé que tiene mucha prisa, peroesta mañana llegó esta carta. Como elseñor ha estado fuera todo el día, no hetenido oportunidad de…

—No ha de preocuparse señoraPotts. Démela. Ya cuando pueda laleeré. Gracias.

Víctor la tomó sin prestarledemasiada atención. ¿Por qué iba ahacerlo? Recibía varias cartas cadasemana tanto de sus alumnos como de launiversidad. Cuando la tomó entreambas manos para doblarla y asíguardarla en el bolsillo interno de su

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chaqueta vio aquel nombre: Beatriz.Algo paralizó sus pasos e incluso supropia respiración, así como sudirección. Su mente se quedó en blanco.Tan sólo había cabida en ese momentopara aquel nombre.

—¡¡Señor Loe!! —gritó.—Sí, sir —respondió el

cochero.—Puede usted desenganchar los

caballos del coche, esta noche no voy asalir. Gracias.

—Como usted ordene sir.Con paso raudo, Víctor se

encaminó hacia su habitación mientrasse entretenía en certificar que aquella

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carta era de ella.—¿El señor no va a salir esta

noche? —le interpuso la señora Potts alverlo regresar.

—¡Oh! No. No, no señoraPotts... Al final he preferido quedarmeen casa.

—¿Desea el señor que le subaalgo de cenar a su habitación?

—No. No… Gracias señoraPotts. No tengo hambre. Gracias. Puederetirarse, pueden retirarse todos. Buenasnoches. Hasta mañana.

—Buenas noches señor.Víctor aceleró sus pasos para

salvaguardarse en su alcoba. Cerró la

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puerta tras de sí, tiró su chaqueta sobrela cama y tras acomodarse en su sillón ydesatar su corbata así como el cuello desu camisa, comenzó a leer la perfumadacarta.

Londres, 10 de Febrero de

1835 Mi muy apreciado Sir

Víctor Volen.Os agradezco las palabras

que me habéis dedicado.Realmente no esperaba vuestracarta. Ha sido una grata sorpresa.Aunque tengo que ser del todosincera con vos. Me sorprendió y

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mucho, dado que no esperaba algoasí de vos.

Permitidme que os digaque no sólo me ha gustadorecibirla, sino que yo tambiéncomparto con vos aquellaspalabras que entrelazamos aquellanoche tras mi terrible metedura depata. Aún me sonrojo y meavergüenzo de ello al recordarlo.Espero que no os llevarais unamala impresión sobre mi persona.Normalmente no suelocomportarme así.

Si me lo permitís, os tengoque decir que me sentí muycómoda hablando con vos. Y locierto es que es hermosa esa

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palabra de la cual hacéismención: amistad.

¿Podría ser posible unaamistad entre vos y yo?

Aquí el tiempo en Londrestampoco es decir que sea muyagradable. Lo mismo llueve sincesar que de repente sale el sol.Difícil aventurar el prever cuandosalir a pasear.

Deberíais conocer mitierra natal, Sanlúcar deBarrameda en Cádiz. Allí el solluce cada mañana sin descanso, ytanto los amaneceres como losatardeceres, pueden llegar acortar la respiración de aquel que

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los observa. Tanto las puestas desol como los amaneceres son casiun regalo de Dios Nuestro Señor,cuando son contempladas a lasorillas de la playa de Bajo deGuía, en la misma desembocaduradel río Guadalquivir.

Tomaréis como una osadíael deciros que espero y deseovuestra respuesta a esta mi carta.

Yo por mi parte os prometoresponder cada una de las que meenviéis.

Afectuosamente,Beatriz.

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—¡Oohh querida…! —suspirótras volver a leerla una vez más.

Se levantó del sillón y se sirvióuna copa de brandy. De nuevo regresó alos versos de aquellos trazos hechospalabras, con el fin de volver aembelesarse con lo que con ellos se ledecía.

Parecía que el fuego habíaregresado a su maltrecho corazón.

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14 CAPÍTULO

Dos contundentes llamadas sonaron enuna puerta que ambicionaba la llegadade de aquel al que por tantos minutos seansiaba.

Cuando Jody abrió la puertadespués de sus repetidas llamadas, seencontró con Irina fuera de sí. Éstadeambulaba por la habitación como lobaenjaulada.

—¡Irina! En nombre de Dios,

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¿qué demonios te pasa’ ¿A caso no hasoído mis llamadas en esa malditapuerta? Me duele la mano solo degolpearla. Es preciso que bajes deinmediato al salón, pues ese viejodesvergonzado del señor William, estávolviendo a hacer de las suyas. Tiene atodas las chicas revueltas… Pero, ¿quésucede? ¿Ha pasado algo?

—¡¡Sí!! ¡Sí y no!! ¡¡Demonios!!Puede que pase.

Jody adelantó algunos pasos, yal hacerlo vio las llamas en los ojos desu amiga y dueña del burdel “Le Petit”

—¿Pero que te sucede? —repitió Jody.

—¡Sucede que ese maldito

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hombre se atrevido a darme platón unavez más! ¡No ha venido! ¡¡No se hapresentado!! Llevo más de una horaesperándolo. ¡¡Haaggg…!! Maldito seauna y mil veces…

—Entiendo…—Entiendes…, ¿cómo que

entiendes?—¡Oh, querida! Acaso piensas

que entre tú y él hay algo más que bis abis. Abre los ojos de una vez y reconoceque él sólo te utiliza como todos y cadauno de esos cerdos. Como todos y cadaunos de esos bastardos que están ahíabajo, hacen con mujeres como nosotras.

—¡¡Yo no soy cómo ellas!!

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Sencillamente… nos soy como ¡TÚ!Hace tiempo que dejé de serlo —protestó rotundamente Irina mientrascomenzaba a servirse una copa decoñac.

—¡Oh, claro que sí querida!Puede que no lo seas a los ojos de todoslos demás hombres que frecuentan estasanta casa, pero sí a los suyos. Para élno dejas de ser…, de ser eso… lo queen definitiva somos todas y cada una denosotras.

—No te equivoques Jody. Yo nole cobro por…

—¿Por acostarte con él…?Claro que no. Esa estupidez sólo puedellevar tu firma. Esa estupidez sólo se te

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puede ocurrir a ti. Pero el que no lecobres no significa que a fin de cuentasno le des lo que busca. Lo que buscantodos y cada uno de ellos. Porque hastadonde sé, él sólo se presenta y terequiere para lo mismo que los otros mebuscan a mí. ¿Verdad que nunca te hainvitado a pasear por las calles tomadode su brazo, a cenar en su casa…? Cómoiba a hacerlo… Es más, ten por seguroque nunca podrás disfrutar de ir por lascalles tomada de su brazo, comocualquier otra mujer. Eso no es paramujeres como tú y yo. Porque ni tú,aunque te niegues, ni yo… somos comoellas. Hace tiempo que dejamos deserlo.

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—¡Habla así por ti Jody! Hablaasí por ti. Yo estoy por encima de todasy cada una de vosotras. Además, estoysegura de que algún día él…

—¡Por Dios Irina! Baja de lasnubes de una maldita vez y abre losojos. Todas y cada una de las nochesque sir Víctor Volen te visita, es porquebusca con extrema urgencia llevarte a lacama y saciar así sus ansias de carne.No es porque te ame. No. Que va…Puede que…, puede que incluso nunca tehaya hecho el amor de manera tansensual y apasionada, que… quesencillamente el tiempo se extiendaentre cada caricia, en cada segundo.Para él el tiempo no se para entre tus

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brazos, simplemente corre. Es más, nocreo que alargue esos placeres por másde una hora, ¿verdad? ¿A caso meequivoco? Veo por el gesto que haces,que tengo razón.

Irina sintió como se le secaba laboca, así que se sirvió otra copa decoñac, la cual; al igual que la primera,se la bebió de un solo trago.

—Estás equivocada. ¡Malditasea! ¡¡Estás muy equivocada!! —Leindicó mientras arremetía contra labotella de coñac una vez más—. Víctorcumplirá su palabra. Ya lo verás. Yentonces seré yo quien…

—Espero que así sea amiga. Deveras que lo deseo. Pues de no hacerlo,

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la única que sufrirá serás tú. Lo puedestener por seguro. Y no será la primeravez, ¿verdad? Quizás tengas querecordarte el porqué estás aquí, elporqué de esta… tu vida.

—¡¡Calla!! Cállate —Irina lanzócontra Jody aquella copa, la cual estallócontra la pared, tras ser esquivada porla mujer.

—¡Estás loca! Casi me das…—¡Qué pena!—Pero… ¿qué demonio

pretendías?—¡Vete! Quiero estar sola. No

quiero que se me moleste más. ¡¡Vete!!—gritó Irina con suma melancolía.

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—Está bien, ¿pero qué hago conese maldito de Williams? Ese viejo meva a volver loca.

—Mándalo sacar con loschicos, y que le dejen claro de unamaldita vez que esta es una casahonrada. Que debe respetarla quizás másque a la suya propia. Pero dile a loschicos que no se pasen. Ese hombre yatiene una edad. No quiero másproblemas de los que tengo con laspuritanas de Durham. Ahora vete.Déjame sola. ¡Quiero estar sola!

Jody cerró la puerta, peropermaneció tras esta el tiempo suficientepara poder oír como Irina sederrumbaba en un llanto desconsolado.

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Quiso volver a llamar, pero bien sabíacómo se las gastaba su amiga. Así queprefirió seguir las indicaciones deaquella que permanecía encerrada nosolo en su habitación, sino en unaestúpida quimera.

De nuevo, dos fuertes golpessonaron en aquella puerta.

—¡Demonios! ¿Es que acaso nohas entendido que quiero estar sola?¡¡Quiero estar sola maldita sea!! —seabalanzó sobre la puerta, y al abrirla —¿Tú…?

—Hola querida. Veo que siguessiendo la misma leona que años atrás.Veo que conservas ese fuertetemperamento que tanto me gusta.

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—¿Tú…?—Parece que no te alegraras de

verme… Dime, ¿puede un viejo amigoinvitarte a una copa del mejor brandyespañol que existe? —le dijo mientrasmostraba la botella que portaba. Irinasonrió y limpió sus lágrimas.

—Claro que sí. Sabes quesiempre tengo tiempo para ti. Pero pasa,pasa…

Londres, 07 Marzo 1835Pocas horas después de que el

sol se hubiera puesto, y poco después decenar, Beatriz se encaminó hacia suhabitación. Allí, tumbada sobre su

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lecho, Beatriz sentía el fluir de su vidaentre las páginas de “Los últimos díasde Pompeya”, la novela escrita un añoatrás por Edward Bulwer Lytton. Con eldiscurrir de cada una de las páginas, suimaginación la arrastró a vivir aquellosúltimos días de Pompeya, así como lasúltimas horas de unos pocos habitantesde aquel lejano lugar antes de que laciudad fuera devastada por la furia delVesubio.

Llevada por el romanticismo detal novela, Beatriz hizo suyo el penarque en entre aquellas páginas sedetallaba. Sin motivo aparente, a suparecer, comenzó a llorar.

Cerró el libro y fijó su mirada

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en el silencioso vacío que la rodeaba.Por fin se sentía completa dueña

de su vida, de su tiempo. Hasta de sussentidos. Pero ese vació también habíahecho lecho en su corazón, lo que lallevó a suspirar profundamente.

—¡Oh…! ¿Dónde estarás amor?¿Dónde estás…, donde te ocultas? —depositó el libro sobre la mesita denoche y de un ligero soplo apagó la velaque la acompañaba. Cerró los ojos y unavez más dejó volar su imaginación entrelágrimas.

Seguía negándose a reconocerque en un pequeño resquicio de sucorazón, la ausencia del amor era tangrande, que muchas veces esta; como en

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esa ocasión, afloraba sin más. Pero ellatrataba de mitigarla y devastarlareviviendo lo que por amor tuvo quesufrir. Aunque… como bien le repetíaCharlotte, no tenía porque repetirse.

Beatriz anhelaba el volver acreer en el amor, pues una mujer comoella tan sumamente romántica,necesitaba volver a creer en él. Pues,¿qué sentido tendría su vida sincontemplar esa oportunidad por pequeñaque fuera?

En el transcurso del mes demarzo y parte del acaecido mes defebrero, la ausencia de Víctor hecha

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carta fue tan evidente como pesada. Yaunque a duras penas trataba dedisimular frente Charlotte elnerviosismo que le producía el no tenerrespuesta a su carta por parte de Víctor,Beatriz no cesaba en ambicionar talrespuesta.

Pero a finales del mes de marzola tan ansiada carta llegó a sus manos.En ella Víctor le habría su corazón y lenarraba con su propia letra el penar desu alma. Aquellas palabras lograron queBeatriz hiciera lo mismo.

En su respuesta, Beatriz detallósu pasada vida. Los días de dicha yfelicidad junto a su padre y su nana, elsurgir del amor y la decadencia hecha

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dolor y sangre del mismo.Así, durante los meses

siguientes, se estuvieron carteandoasiduamente. Cada semana compartíantanto el penar de sus corazones como elmismo padecer de sus almas. Y sinmiedo y sin vergüenza; pues lasconfidencias en la lejanía es lo quetiene, poco a poco se fueron abriendo eluno al otro. Se fueron confesando eltemor que los afligía y la tristeza hechasoledad que los devastaba. Pero derepente, por parte de Víctor hubo unlargo vacío en el tiempo hecho espera enBeatriz. La última carta que le envió noobtuvo respuesta por parte de Víctor.Simplemente dejó de escribirle sin

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razón aparente o motivo alguno.En aquel esperar, Beatriz revisó

sin cesar cada una de las confidenciasque en ella le decía. No había nada porlo que temer, nada que le dañara. Y eseno saber, fue lo que comenzó adesesperarla. No sabía si volvería asaber de él. Así que solo le quedabaesperar… De nuevo la oscuridad seaposentó en su corazón sin ella saberlo.

Pero dicho esperar cesó tresmeses después de la última carta queBeatriz le enviara.

Con temblorosa mano Beatriz latomó de manos de la señora Perry. Laabrió despacio, y despacio leyó lo queella se le decía tumbada sobre su cama

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en la seguridad que su alcoba.

Durham, 29 de Junio de1835

Querida Beatriz. Espero y

deseo que os encontréis bien.Debo disculparme por no

dar respuesta a la última cartaque me enviasteis. Por dejar deescribiros sin más. Pero algo mefrenó a hacerlo.

Os preguntaréis el porquéde ello, el porqué de de talnegativa. Pero creo que en laspalabras que os dedico en estacarta hallaréis la respuesta a esa

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pregunta.Lo cierto es que os

conozco desde hace muy poco,apenas unas pocas horas, las quecompartimos en aquella cena.Pero en las sucesivas cartas quenos hemos escrito, he llegaros nosólo a conoceros, sino a estimarosy a apreciaros. Y mucho.

Sé que puede sonar oparecer una completa locura o unainsolencia si os digo que recibícon gran deseo vuestra últimacarta. Tanto, que hasta yo mismome asusté de ello. De lassensaciones y sentimientos quecomenzaban a nacer de mi haciavuestra persona. Ese fue el motivo

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que me llevó a dejar de escribiros.En un principio rehusé la

idea de contestaros, pero hoy, hoyla necesidad de hablaros eramayor que mi propia razón.

Me podéis llamar loco eincluso osado. Sí. Pero lo cierto esque en este preciso momentoestabais en mis pensamientos, ysentí la irrefrenable necesidad deescribiros. De confesarme antevos.

Sí, confesarme.Soy del todo conocedor de

vuestro dolor y hasta de vuestradesconfianza para cualquierhombre que pretenda rondaros.

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Pero vos también sabéis de mipadecer, de mi dolor y de mi tristepesar. Así como de mi rotundanegativa a hacer mía una nuevailusión hecha mujer.

Pero cuando pienso envos, cuando acerco a mi mentevuestra imagen, siento como micorazón se acelera, como meinvade una indescriptiblefelicidad. Porque eso es lo quesois para mí: una tremendafelicidad que me invade cada vezque mi mente se fija en vuestraexistencia. Felicidad que meinvade cada vez que os escribo,que os recuerdo y os pienso.

Al volver a recordar

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vuestra verde mirada clavada enmis ojos, al volver sentirla, meestremecí como nunca pensé quepodría volverme a ocurrir. Algomaravilloso me invade cuando larecuerdo.

Os mentiría si os dijeraque la he olvidado. Me niego aello. Pues no he logrado olvidarla,ni a vos misma.

Quisiera poder llamarosmi amor, pero aún no me nace,pues el recuerdo del pasado pesa,y mucho. Pero no puedo dejar depensar en lo que vos y solo voshabéis logrado en mí. Habéisobrado dar un giro inesperado ami vida. Y quizás en un futuro

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pueda dedicaros ese tan preciadotítulo: mi amor.

Confieso que cada uno demis días es más esperado que elpasado, más hermoso si pienso envos, al igual que cada una de susnoches, pues su sola llegada es elpresagio de vuestro recuerdo, elque me reconforta y me abriga enmi soledad.

Habéis logrado darle unmotivo a mi existencia, a mi vida.Os habéis hecho dueña de cadauno de mis pensamientos, de mipropio y triste corazón. Habéislogrado abatir las negras nubesque sobre él se cernían. Y todo esgracias a vos. Sólo espero que

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sepáis perdonar mi osadía, y tengofe en que cuando leáis esta carta,también vos compartáis esto queyo siento. Tengo plena confianzaen vos y en lo que hasta elmomento hemos compartido sinsaberlo.

Dejad que os diga quetodo en mi vida gira ahora entorno a: ti. Sí, en torno a ti.Perdonar mi audacia al hablarosasí. Pero eres parte de mi propiaexistencia. Pues ya no hallo laforma de pensar en vivir sin quealgún día estés conmigo. En quecompartas cada uno de mis días.

Tuyo por siempre, de almay corazón.

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Víctor. Beatriz necesitó volver a leer y

releer aquella carta, pues no dabacrédito a lo que en ella se decía.Mientras lo hacía, no pudo evitarderramar algunas lágrimas de plenafelicidad.

—¡Oh! Víctor —suspiró.Sin esperar a que aquella

emoción que la invadía se disiparacomo los últimos rayos del sol al caer latarde, Beatriz comenzó a redactar surespuesta hecha carta.

Londres, 11 de Julio de

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1835. Mi querido Víctor.Si os aflige el saber si

estoy enfada o si no os heperdonado por tal ausencia,debéis saber que no.

Cómo iba a hacerlo. Si enmí, la duda de seguir con estaamistad también ha sido tanevidente como pesada.

Tengo que reconocer queen un principio me extrañó notener respuesta por vuestra parte.Luego me olvidé, luego pasé asentirme culpable por quizáshaberos molestado con algunas de

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mis declaraciones. Pero al finalañoré el no sabe de vos, llegandoincluso a desesperarme, y…,porque no decirlo, a enfadarmecon vos por tal olvido cometidocontra mi persona. Pero sería unanecia si para con vos tuvieraalgún tipo de reproche.

Yo también... te deboconfesar que cada momento quepasa, que cada día, al pensar enTI… y en la que será tu futuracarta, la emoción me invade ysiento como las cosas se vuelvenmás bellas a mi alrededor. Hastala más simple de las vivencias demi día a día se vuelve máshermosa y grata.

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El conocer a una personacomo tú ha sido para mí un regalo.Y cierto es que, en el poco tiempoque llevamos conociéndonos, entrelos dos ha surgido algo mágico. Ypermíteme que piense que fuedesde el primer momento en quenos vimos. Al menos así lo sientoyo.

Sin haberlo pedido, me hasdejado ver más allá de tus ojos, ycon total claridad he comprendidocomo eres, y me fascina como temuestras ante mí.

Con el solo saber queexistes, mi corazón ya se ilusiona.Lo que obra en mi el milagro dedesear despertar cada.

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Para amar y ser amado…el tiempo no es del todo preciso ynecesario. Sólo hay que tenerganas y apostar por ello, sólo hayque dejar que el corazón se liberede sus cadenas y destierre el dolory el penar. Que vuele libre comocual mariposa en una cálida brisade primavera.

Cierto es que la razón nopude con el amor, pues muchasveces nuestra razón puede ser deltodo mezquina y cruel, dado quenos puede obligar a retroceder ycon ello nos lleva a una tortura sinsentido alguno. Es justo padecersu injusta voluntad.

Yo soy incapaz de

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comprender mi vida sin amor, perotras los varapalos sufridos, elmiedo es evidente como tambiéncreo que lo es en ti. Pero el amores algo mágico, no lo dudesVíctor. El amor puede llegar a serun remanso de felicidad yestabilidad cuando es compartido.Y tanto la necesidad de buscarlocomo el dolor de perderlo, nospuede llevar a desesperarnos.Pero ya ves como es de insólito eldestino, que nos presenta en elmomento menos esperado taloportunidad.

El saber que ambossentimos esto, que ambos nosextrañamos en la distancia, me

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llena de felicidad. Felicidad hechadicha que me invade cuando séque en la lejanía, al igual que yo,tú también buscas justificaciones eincluso excusas para escribirme,para estar en cierta medida juntos.Parece que ya nada nos importa,ya nada nos duele y nos hacedaño.

Cada momento de misoledad es para ti, para escribirosy para leeros. Ya no me sientosola. Ya no. Ahora sé que existes, yeso me hacer ser más dichosa yfeliz. Y hasta en mis horas decompañía, la gente que me rodease simplemente desaparece, puesmi mente y mi corazón te busca en

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mi memoria.Que egoístas seríamos si

nos negáramos a esto que nos une.No quiero por más ser la carcelerade mi corazón. Ya no. Ya no deseoseguir siendo el guardián yverdugo de mis sentimientos. Aligual que creo que tú los eres de tutormento.

Ahora sólo quiero que conuna leve sonrisa todos entiendanque ya no estoy sola.

No deseo seguir anhelandolo imposible. No quiero seguiraferrada a ese mal recuerdo y nodeseo que tú continúes con esepadecer. Ahora, y tras leer esta tu

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carta, he comprendido que ambospodemos conseguir lo queanhelamos, lo que deseamos.Quizás algo entre nosotros sepodría dar, podría funcionar.

N o te pido que me améis,pero sí que contemples la idea deapreciarme cada día un poco más.

Puede sonar a una locura,pero necesito confesarte quequizás nadie, quizás y sólo quizás,nadie te pueda aspirar más que yo.

Difícil resulta otorgartepor ahora ese título del que mehablas, por ahora me atrevo ahablarte de tú. Pero no te puedonegar que al leer tu carta, he

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comprendido que yo… que yo teamo. Y eso nada ni nadie lo puedecambiar.

Solo quiero que sepas queeste amor nace de ti mismo, y quesi realmente no fueras para mi, sitú no pudieras corresponderme, yopreferiría que dejaras esta cartaen el olvido, y que buscaras lafelicidad aunque sea lejos de mí.

Tuya por siempre.Beatriz.

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15 CAPÍTULO

Durham. 18 de Julio de1835

Mi muy querida Beatriz.Nunca podré olvidar esas

palabras que me has dedicado, ysobre todo ese mágico momentoque fue el día que te vi por vezprimera.

Como olvidarlo. Imposible

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del todo.Te confieso que todo mi

ser se estremeció, al igual que lohizo mi propia alma. Y sobre todo,mi corazón, el cual sin saberlo, nollegaba a comprender que todoaquel sobresalto era porque tú ysólo tú eras el amor tan anheladoy esperado.

Comprendo perfectamenteque esto, lo nuestro, ha sido deltodo inesperado. Que ni tú ni yomismo, ambicionábamos que algoasí nos podría volver a ocurrir.Pero como bien dices, el destino esdel todo incierto y juega connuestras vidas a su antojo. Nuncaimaginé que en tan poco tiempo y

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teniendo a la distancia comoespectadora, me podría sentircautivado por otra mujer. Pero yaves, así es la vida. Nos puedesorprender cuando menos loesperamos y deseamos.

Tras recibir tu últimacarta no dude en escribirte, puesasí me lo grita el alma, ya que micorazón no pude hacerlo, porqueestá completamente atravesadopor tú sola existencia.

Desde luego que compartocontigo el miedo que nos invade alpensar en un posible futuro juntos.

Es del todo normal tenermiedo cuando la vida misma ha

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sido tan injusta con ambos. Perocon tus palabras has logradollenar mi vida de ilusión, delquerer vivir momentos únicos,sobre todo si es a tu lado. Por esoespero y deseo, que no cambiesnunca de pensar, de sentir conrespecto a mi persona. Que sigaspensando en mí, en nosotros comohasta este preciso momento. De lamisma en la que yo pienso en ti.

Mi querida y bien amadaBeatriz, pues ya puedo confesar, eincluso a mí mismo, el que os amo.

Sin más, te confieso queme estoy enamorando de ti.

Te amo.

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Dios, Beatriz. Deboconfesarte que en cierta medidaduele hacer esta confesión. Esperoque puedas llegar acomprenderme. Al igual queespero que esta confesión por miparte no logre espantarte, y quepuede al igual que a mí, hacertesentir mucho más segura conrespecto a lo que por ti siento.

Esperaré con ansia turespuesta a estas mis palabras.

Quiero que sepas, quesiempre estaré feliz de recibir unacarta tuya. Pero también tengoque confesarte que ya mi corazóncomienza a añorar tu dulce voz, elperfume con el que envuelves tu

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serena presencia, así como elverde fulgor de tus ojos.Necesitaba decírtelo, pues ya nopuedo callar por más tiempo.

Te deseo el más feliz de losdías mi querida Beatriz.

No olvides que eres paramí la luz de mis mañanas, la llaveque guarda mi corazón.

Siempre tuyo, Víctor .

Londres. 25 de Julio de1835

Mi querido Víctor.Con solo leer tu carta, mi

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corazón ha encontrado la paz quetanto ansiaba. Pues los eternosdías de espera se disiparon consólo sostenerla entre mistemblorosas manos.

Tanto la soledad de mivida como el dolor, son ahora cosadel pasado. Y aunque creamos ycaigamos en el error de que todolo vivido nos hace más fuerte, yosólo he comprendido que me hahecho más débil al igual quedesconfiada. No es que estadesconfianza verse en tu persona,para nada. Ella apela a mi propiaesencia, pues como bien sabes, eldaño que me han hecho ha sidomucho. Sin embargo, es cierto que

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en todo este tiempo en el quehemos compartidos algo más quemeras palabras, a mí me validopara valorarme más como mujer,como persona. Me ha ayudado aaventurarme en ese locura que aambos nos invade.

Debo confesarte que hoymi corazón ya está preparado paraaceptar la bondad de tu alma, asícomo el afecto que hacia mipersona promulgas.

Has obrado en mí elmilagro de querer ser quien quiseser un día. Y sólo te puedo dargracias por ello.

Todos los días que pasan,

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todos y cada uno de ellos, mesuponen una tortura pues…porque sencillamente me estoyenamorando de ti sin moderaciónalguna.

Cierto es que el destinonos ofrece una nueva oportunidad,pero debemos de ser recelosos e irpoco a poco. Pues sin quererlo, ysin que te sirva de motivo dedesconfianza, el miedo a un nuevofracaso está muy presente en mimente, en mi corazón. Miedo queversa en esa razón a la que terefieres cuando dices que debemosobviarla. Pero, ¿cómo hacerlocuando el dolor y el penar handejado su marca?

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No es que estéretrocediendo con respecto a missentimientos hacia ti, en absoluto.Sólo que todo esto me ha tomadode improviso, y hasta mi granamiga Charlotte; de la que algunaque otra vez te he hablado, no dacrédito al cambio que has obradoen mis persona estando tan lejos.

Perdonarme, pero noquiero dar ni un paso incierto. Yaunque lo que siento por ti es real,tan real como lo soy yo misma, aligual que tus pretensiones; puesasí las entiendo, son del todofirmes propósitos, debemos ir concautela y no apresurarnos. Estoque ha florecido entre nosotros

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debe crecer de una forma lenta,pausada, sensata y serena. Puessólo así será tan hermosa comobella y duradera.

Aunque tenemos pocotiempo de relación, ¿si podemosllamarlo así?, créeme que al igualque a ti te sucede, siempre,siempre se me viene a la mente esaprimera vez que te vi. Y hoy, hoytras ser del todo sincera conmigomisma como nunca antes lo hesido, hoy te puedo decir que estoyprofundamente enamorado de ti.

Te amo Víctor. Te amocomo nunca creí poder hacerlo.Como nunca pensé que podríavolver a hacerlo. Sólo espero que

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esto no sea una quimera. Pues eldolor sería tan feroz comodevastador. Y yo no creo queresistiría un nuevo varapalo en mivida.

Al igual que tú, yo tambiénesperaré con ansia tu respuesta aestas mis palabras. Que son las demi corazón. Las de mi alma.

Para mí no sólo eres la luzque ilumina mis mañanas. No.Eres el aliento que me lleva adesear que esas mañanas existan,y que den paso la una a la otra.Con el sólo fin de que algún día,pronto, podamos estar el unofrente al otro.

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Espero muy pronto saber

de ti.

Vuestra siempre,Beatriz.

Durham, 05 de Agosto de1835

Amada mía.Nunca debes tener miedo

mi amor por esto que sentimos.Para nada daremos pasos

inciertos, y sí que ese miedo estambién tan latente en mi corazón

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como lo es en el tuyo. Perodebemos alejarnos de él, pues sólonos puede herir.

Oh mi amada Beatriz. Consólo saber que existes, mi corazónse ilusiona día a día. Ansío elpoder tenerte a mi lado, volver arespirar el mismo aire que turespiráis, envolverme con lafragancia de tu sola presencia.Sentir que cada día será diferentey mejor al ya vivido.

No veo la hora de vertepronto, de tenerte frente a mí,para poder así abrazarte,estrecharte entre mis brazos ysentir tu cuerpo atado al mío. Misojos recelan el momento de volver

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a verte, de volver a contemplartecomo ya lo hicieran aquella noche.

Tanto te anhelo, que deseoque seas sólo para mí. Sólo mía.

De veras que no veo lahora de verte. De poder abrazarte.Oh Dios, cuan larga se me va ahacer esta distancia que nossepara, esta lejanía que nos une.

Pronto estaremos juntos. Yjuntos afrontaremos la vida, eldestino que nos toque vivir. Quepor supuesto ha de ser el másdichoso de todos.

Ya les he hablado a mishijas de ti, de la posibilidad deque tú y yo... He tratado de ser lo

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más delicado posible en loreferente a tu llegada a nuestrasvidas, pero espero que lleguespronto. No podría caber en mí otraidea que no fuera la de no tenerteaquí.

De veras que me estoyenamorando de ti. Te amo sin más,pero quiero llegar amarte contoda mi alma, con todo mi ser.Quiero que seas mi mujer. Por esodeseo que estés segura de lo quepor ti yo siento.

Quizás pienses que soy untruhán, un bellaco o qué sé yo,pero te prometo que cuandoestemos juntos, te abrazaré hastael cansancio. Y así, abrazado a ti,

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te besaré sin censura. Espero con ansia saber de

ti mi amada.Os amo. Víctor.

Londres. 16 de Agosto de1835

Querido mío. Amado

Víctor.Estás tan cerca y a la vez

estás lejos de mí, que cada día quepasa se convierte en todo un retoque afrontar con la mayor de lasesperanzas.

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A decir verdad, aspiro queesta nuestra relación nosbrindarle la paz que ambos tantoaspiramos alcanzar. Es cierto quepara ello debemos hacer nacer laconfianza el uno en el otro. Perocon cada una de tus palabrashacia mi persona, has logradodespejar el miedo así como esasnegras nubes que amenazaban mivida. Tu confianza, tu seguridad ytus palabras de aliento y de amorson más que motivos suficientespara que yo desee seguir adelantecon este hermoso propósito quealgún día, no muy lejano, nosunirá.

Motivos más que suficiente

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fueron tus palabras para lograrque yo, pobre mortal herida demuerte por un tirano, ahoraanhele y desee ser del todo tuya.

Te juro que hoy estoy en lamás completa de las certezas deque puedo llegar a amaros sinpremisas. Que te puedo amar sintener reserva alguna.

Que te amo. Sencillamente.Quiero y deseo hacerte

feliz, al igual que espero que tú mepuedas hacer feliz a mí.

Ansío por estar a tu lado.Soy del todo conocedora

que en toda relación que se precie,existen recelos y reservas. Días de

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sol y de lluvia, y es ahí, en esosmomentos, en esos precisosmomentos, donde nuestro amorserá puesto a prueba. Pero creoque el saber que nos otorga lasexperiencias vividas, nos ayudaráa solventar cualquier dificultad,siempre y cuando sepamos cuantonos amamos.

Debo hacerte saber que nosoy mujer servil, ni débil. No nacípara servir a mi pareja o dado elcaso, mi esposo. Ni para estarbajo su sombra ni su yugo, sinopara amarlo y honrarlo al igualque espero que él haga con mipersona. No soy mujer que sedoblegue ante la más hostil de las

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humillaciones masculinas, ni alservilismo; antes mencionado.Pues ya lo he sufrido y no deseovolver a probar lo amargo de esacrueldad.

Espero que entiendas quesoy una mujer con un marcadocarácter tan espontáneo como independiente. Ya he pasado por loque ninguna mujer debe pasar ysufrir, y mucho menos conocer. Asíque no esperes de mí, lo que ya osniego desde un principio. Misaspiraciones en la vida son otras.

No deseo que estas, misp a l a b r a s te asusten o queamedrenten los sentimientos quepara conmigo tenéis. No es esa la

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intención. Solamente deseo queentiendas a la mujer a la que…amas.

Sólo espero el respetomutuo, el acertado trato, no comoservil esposa o esclava de tusdeseos. No. Sino como compañera,amiga y; porque no decirlo, comoconfidente de todas y cada una detus incertidumbres, miedos yanhelos.

Espero que me cuidesmucho más de lo que lo han hecho,pues sencillamente, nadie hasabido hacerlo hasta el momento.

Yo trataré de cuidartecada uno de los días que contigo

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comparta. Espero y sobre tododeseo, que sepas hallar la luz delsol en esos días nublados por lasefímeras discusiones y roces quepueden ser el resultado del vivirdiario.

Cuan dura es esta lejaníami amor.

Cuan triste es la espera, yque dulce es la recompensa desaber qué piensas en mi, en quetienes un momento paradedicármelo en cuerpo y almacuando me escribes.

Sólo me queda enviarte unsin fin de besos. Y decirte que teamo.

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Te amo Víctor Volen.

Vuestra parasiempre. Beatriz.

Las cartas entre ambos se fueroncontinuas. Y en los dos mesesvenideros, siguieron carteándose hastavarias veces en un mes. Pero la lejaníade la querencia hecha letra, fue tanpesada tanto en uno como en otro.Motivo por el cual, Víctor, llegando elfinal de Agosto y disfrutando de dossemanas de vacaciones, decidiótrasladarse a la mansión O’Connell trasprevia petición a lady O’Connell, lacual aceptó encantada. No sólo por

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poder disfrutar de la compañía de susnietas por dos largas semanas, sino porla nueva buena.

La relación entre Víctor yBeatriz, fue toda una realidad una vezque el mismo Víctor informódebidamente a sus hijas.

La pequeña Marie fue muchomás receptiva a la gran noticia del felizcompromiso con la marquesa de Blair,no así lo fue Anne. Ella fue algo menosreceptiva a la aceptación de talcompromiso. Pero el trato afable y ladulzura con que Beatriz la trataba y elinterés que ponía en conocerlas, tanto aellas como a su propia madre, hizo quepoco a poco Anne dejara de verla como

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una enemiga o usurpadora. Al contrario,vio en Beatriz una gran amiga, inclusouna confidente.

Los días dieron paso al fin deesas dos semanas, y antes de su regresoa Durham, la propuesta de matrimoniode Víctor hacia Beatriz era ya un hechofirme.

Algo que llenó de gozo no sóloa las niñas, sino a la misma lady y missO’Connell. Nadie mejor como la dulce,elegante y noble; en todos los aspectos,marquesa de Blair, para el cuidado delas pequeñas, así como compañera parasir Víctor Volen.

Beatriz dentro de su gran dicha,escondía un tremendo miedo al fracaso,

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lo que en un principio la llevó a aplazarel deseo de Víctor de hacerla su esposaen el tiempo. Aplazamiento que fue demala gana acogido pero sí comprendidopor éste. Y de nuevo como remedio a ladistancia entre ellos, las cartas fueron laforma de estar en cierta medida juntossin estarlo. Pues Beatriz se negaba enrotundo a trasladarse a la mansión sinser antes la señora de la casa; su razón ysus principios, al igual que su educaciónasí se lo impedían.

Pero un día, tras una terriblepesadilla, y tras recibir la última cartade amor que Víctor le había escrito,Beatriz decidió establecer el silencioentre ambos.

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Sin más motivo que su propiorecelo y sus dudas hechas miedos,Beatriz dejó de escribir, de darrespuesta a tal demostración de amor.

—¿Te sientes mejor? —lepreguntó Charlotte una vez queconsiguió acallar el desmedido llantodel que Beatriz se vio presa.

—Sí. Gracias… Sí. Me sientoalgo mejor —pero sus ojos; espejos desu alma, desvelaron que mentía. Hechoque no pasó desapercibido a su amiga.

Charlotte se sentó junto a ellapara tomarle las manos, las cuales aúntemblaban, además de estar heladas.

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—No entiendo el porqué de estemiedo ahora. ¡Vaya tontería! Si tú mismalo deseas, yo podría acompañarte aDurham. Sí. Quizás la cercanía deVíctor logre mitigar ese temor que teasola ahora.

—No te preocupes… No seránecesario. La decisión ya está tomada.No voy a aceptar la petición dematrimonio de Víctor. Regreso aSanlúcar…

—Pero… ¡¡Estás loca!! ¡¿Cómopuedes decir algo así?! Pero… Así, asísin más. ¿Piensas regresar a España sindecirle nada…? —cargó contra ellaCharlotte.

—Créeme. Es mejor así. Pero

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desde luego que pienso despedirme deél. Le escribiré una carta en la quedetalle todas mis angustias, y el porquéde tal decisión. Es mejor así. No quierovolver a sufrir Charlotte. No quiero…—se lamentó Beatriz mientras sus ojos;cual esmeraldas, se rompieron en unllanto del todo irrefrenable.

—De veras que no logrocomprenderte amiga. Ese…, ese hombrete ama. Más de lo que ningún otropodría hacerlo. Os lo ha demostradohasta la saciedad. Y tú… ¿Tú ahorapretendes abandonarlo sin motivoalguno? De veras que no logroentenderte. Dios te pone frente al quepude ser el gran amor de tu vida, con el

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que toda mujer sueña… y túsencillamente le das la espalda… ¿Peropor qué? ¿Por miedo, por temor? ¿Peroa qué…?

—¡¡A equivocarme de nuevo!!—gritó entre llanto Beatriz—. Temo queme puedan volver a hacer daño… ¡¡Noquiero sufrir!!

—Pero no tiene por qué ser asíesta vez… —apeló Charlotte volviendoa tomarle las manos.

—¡¡Dime!! ¡¿Quién no me diceque él sigue enamorado de su difuntaesposa… ¿Y si yo sólo soy un meroparche en su vida, la madre que buscapara sus hijas, la compañera de susnoches…? Puede que en mí sólo vea una

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balsa de aceite a la que aferrarse. Lasolución a sus problemas. No sé, no sécómo explicarme… Pero…

—¡¡Pero…!! Pero nada Beatriz.¡Nada! —Charlotte se levantó paraponer punto y final a tal discusión, lacual; conociendo a Beatriz, no lasllevaría a ninguna parte—. Estás loca…¡Eres una estúpida! Me marcho… Puessé bien que nada puedo ni hacer ni decirpara que cambies de parecer. Perodéjame que te diga que si yo fuera tú…¡Por Dios que no dudaría ni un solosegundo! No de unir, sino de atar mivida a ese hombre.

—Charlotte… por Diosespera… ¡Charlotte! El matrimonio es

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un paso muy importante que no hay quetomarse a la ligera. Y lo sabes.

—¡Sí, por supuesto! ¿Y?—¡¡Que tengo miedo!!

Sencillamente es eso. ¡Qué temo que éltambién lleve puesta una máscara!

Beatriz calló de rodillas alsuelo. Charlotte corrió a su lado y laabrazó con fuerza.

—Oh… amiga.

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16 CAPÍTULO

Durham, 23 de Noviembre de1835.

Oh, mi amor: Llevo demasiados días sin

saber de ti. Sin conocer el sentir de tucorazón. Quiero que sepas que laespera se ha convertido en unaverdadera desesperación.

Por boca de Corinna he sabidoque estás bien, pero no logro entender

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que es lo que te está pasando. Qué haocurrido entre ambos para tal ausenciade vuestras cartas. De tus respuestas,de tus palabras.

Debes de saber que elplanteamiento de un matrimonio, parados almas tan sufridas como son lasnuestras, es algo muy difícil de asumir,pero no imposible. Una relación comola nuestra es merecedora de talhermoso fin. Creo que son yademasiadas las veces que hemoshablado de esto. Por lo que no entiendoque vuelvas a recaer en tal pesar, enesos miedos.

Debemos poner fin de una vez aesta distancia que nos une y nos separa

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a la vez. Sólo estamos unidos pormedio de cartas, de fríos trozos depapel que no dejan de ser eso. Papel.Papel manchado con los deseos denuestros corazones, pero sé, y estoy deltodo seguro de ello, que tú estástemerosa de algo. Me lo dice elcorazón. De ahí tu ausencia hechasilencio.

Siempre he sido lo más claro ysincero contigo, así que no entiendo aqué se debe tu silencio para con mipersona. No creo ser merecedor de talcastigo. Porque esto a lo que mesometes con tu silencio es un castigo.

Los últimos días que pasécontigo en Londres, te noté un poco

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distante y porque no decirlo, un tantoinsegura. El motivo, lo desconozco.Pero ardo en saber qué es lo que ossucede para que me condenes sin más atu silencio, que por cierto se estáalargando en demasía.

¿Qué te ocurre mi amor?Si de veras quieres seguir con

esto, si de veras has hecho tuya mipropuesta de matrimonio, debemos serconsecuentes el uno con el otro. ¿No locrees? Como infinidad de veces túmisma me has solicitado. Mi amor,debemos ser sinceros, no abrigar másel temor o la indecisión, incluso si estaes mínima. Pues son esas pequeñascosas las que pueden llegar a hacer el

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más terrible de los daños.Tras este tu silencio, no sé si

soy yo el causante de algún tipo dedaño o de agravio en tu persona. No sési te ha herido algo que he dicho uhecho. No sé si algunas de mispalabras no fueron las que deseasteoír, si no fueron las que esperabas, sihe quebrantado alguna promesa osilenciado algún sentimiento. No sé quédaño he podido haberle infringido a tucorazón para que sin motivo aparente,a mi parecer, dañes de esta forma elmío. De ser así, de ser yo el culpablede tu silencio, espero y deseo quesepáis perdonarme. Pero por amor deDios, no silencies más tu distancia par

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con mi persona.Desde este momento te pido

perdón, y te lo pediré un millón deveces de ser necesario. Aunque locierto es que todo depende de ti misma.

S i tu respuesta fuera un no,creeré que no soy merecedor de ti. Pero el dolor que me causarás seráterrible. Ya que para mí lo eres todo.Eres una gran parte de mi vida y creoque en esos días que hemoscompartido, así te lo he demostrado.Pues me he cuidado de respetarte y conello esperar nuestra tan ansiada nochede bodas.

Hoy te escribo con el alma enla mano, pues mi pobre corazón no

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para de llorar tu nombre. Os quiero, osamo.

Mi intención no es ni la deapresurar tu respuesta ni de provocaren ti intranquilidad, ni la de forzarte atomar una decisión que no deseas. Y sinecesitas más tiempo para que así nosconozcamos mejor, no dudes que lotendrás. Muy a mi pesar mío, pues esosignificará estar por más tiempoalejado de ti. Pero debo aprender aresignarme. De eso se trata el amor,no. La comprensión y el respeto mutuo.

Te concederé un poco más detiempo para que logres hallar laserenidad y la firmeza de saber que soyyo lo que tú deseas.

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Mi querida y bien amadaBeatriz, espero tener en breverespuesta tuya. Sea cual sea esta.

No dudéis nunca que te amo.Víctor Volen.

Durham. 27 Noviembre 1835Víctor se excusó de sus alumnos

cuando el profesor Simmons lo requirió.—Lamento molestaros profesor

Volen, pero ha llegado esta misiva paravos desde Londres.

—Gracias—, dijo al tomarla.Miró el nombre del remitente y no setrataba de otra persona que de Corinna.Le extrañó recibir tal mensaje—.

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¿Podéis sustituirme por unos minutos?—le solicitó al profesor Simmons.

—Por supuesto colega. Tomarosel tiempo que preciséis. Sólo espero queesta carta no sea portadora de malasnoticias.

—Eso espero. Gracias profesor.Mientras Víctor leía aquella

nota, la expresión de su rostro fuecambiando por momentos.

Víctor,Es preciso que de inmediato

regreséis a Londres. Beatriz tiene laintención de no aceptar el compromisoy regresar a España. No os puedo decirel por qué de tal decisión, pero ha sidoella misma quién me lo ha comunicadohace cuestión de unos días.

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Está muy mal. Muy afectada yno hallo sentido a sus temores. Sóloespero y deseo que para vuestrollegada, ella aún siga en Londres.

Miss Corinna O’Connell.Víctor abandonó la universidad

de inmediato tras solicitar el permisopertinente. A la mayor brevedad seencaminó hacia Londres. A punto estuvode reventar a los caballos.

Su salida de Durham fue tanprecipitada que ni tiempo tuvo deinterponer un argumento acertado a suapresurada marcha. Las niñas; como decostumbre, quedarían bajo el cuidado deFlora. La mansión Volen por su parte,estaría en manos de la señora Potts.

A su llegada a Londres, Víctor

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no dudó en dirigirse de inmediato a lamansión Blair.

Londres, 28 Noviembre 1835Cuando la señora Perry anunció

la presencia de Víctor a Beatriz, éstasintió como todo su cuerpo y como tantosu respiración así como su pulso, sevieron afectados. Aunque trató en vanode excusarse, Víctor se reafirmó en sudeseo de verla.

—¡¡Beatriz!! ¡Beatriz! —gritóuna y otra vez.

—¡Víctor! ¡Por Dios! ¿Quéhaces aquí? No, no te esperaba… —Sindar paso a ni una sola palabra más,

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Víctor trató de sonsacarle el porqué desu negativa, de su huida. Pero Beatriz alverse acorralada; sin estarlo, sederrumbó entre sus brazos—.¡Perdonadme…! No es por ti… es pormí. No sé si seré capaz de creer en…en… nosotros en lo nuestro. En timismo…

—Pero, pero dime… ¿ha pasadoalgo malo, he cometido algún error o tehe dañado en algo? ¡Dime por Dios!

—No. No eres tú, te lo repito.Soy yo… Tú eres un regalo para mí,pero el miedo me ha hecho presa… sinmás —lloró Beatriz.

—Oh mi amor… Yo tambiénestoy asustado, te lo aseguro. Pero no

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por ello pienso renunciar a esta nuevaoportunidad que me brinda la vida —Beatriz pudo ver; al levantar su rostro,como los ojos de Víctor centelleaban—.Aunque no creo que ese sea el principalmotivo por el cual hayas pensado enrehusar mi propuesta de matrimonio.¿Hay algo más verdad? A caso…¿desconfías de mi amor hacia ti?

Los verdes ojos de Beatriz seinundaron de cientos de lágrimas que sederramaron por su piel de porcelana.

—¡Por Dios Víctor! ¿Cómopuedes pensar eso?

—Ese podría ser el únicomotivo que encuentro… aunque tambiénpuede que hayas dejado de amarme. ¿Es

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eso?—¡No por Dios, no! Sólo que no

sé, no sé qué me pasa… Tengo mildudas e incertidumbres… tengo miedo avolver a equivocarme. Tengo miedo alpensar que te amo, a creer que tú meamas… ¡Tengo miedo! Tengo celoshasta de aquella que fue tu esposa…Pensarás que estoy loca…

—Mi amor… —sonrió Víctor,apretándola con fuerza y atándola consus brazos a su pecho; en el cual Beatrizpodía oír el tronar del corazón de Víctor—. Ese miedo debes disiparlo, porqueamar, te amo… Y no dudes que ellaquedó atrás, en mi pasado. No te puedonegar que su recuerdo aún me conmueve,

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pero sólo es eso… pasado.Beatriz alzó la mirada para

contemplarse en los dos hermososespejos que Víctor tenía por ojos.Mientras lo hacía, Víctor le apartabaalgunos mechones de su rostro para actoseguido besarla como nunca antes lohabía hecho. Como nunca antes la habíanbesado.

En el deambular por lossentimientos que Víctor fue despertandoen ella, Beatriz fue espectadora de supropio dogma, aquel que la hizo creerque tras la coraza con la que habíaenvuelto su corazón; al igual que lohiciera con sus sentimientos, no cabríaen ella ni la más mínima posibilidad de

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volver a enamorarse y sobre todo devolver a creer en el amor así como enlas palabras de un hombre. Pero ahíestaba ella, llevada en volandas por unhombre que no hacía más queestremecerla de arriba abajo. Un hombreque en la más completa de la mudez deuna sola de sus miradas, derribó losmuros de contención que ella habíalevantado a favor de su pobre corazón.

Para cuando quisieron darsecuenta, ambos se encontraban el unofrente al otro en el dormitorio deBeatriz.

A los primeros besos siguieronlas primeras caricias. Caricias quefueron en aumento cuando Víctor sentía

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el palpitar de la piel de Beatriz entre susfornidas manos. Manos que se aferrarona su cuerpo para no dejarla escapar.

Beatriz sintió como todo sucuerpo se rendía a las continuaspeticiones hechas caricias y besos deVíctor, el cual la atrapada entre susbrazos y su cuerpo, impidiendo con elloque lograra escapar. Víctor bebió de sualiento como si del más dulce de losbrebajes se tratara. Inundó su cuerpo contodas y cada una de las sensaciones queesa mujer le provocaba. Se dejó llevarpor el delicado perfume que emanaba deaquel cuerpo tan femenino comodelicado, por el profundo deseo quenacía en él y que se extendía en caricias

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hacia ella.Beatriz por su parte, se dejó

llevar, pues nunca en su vida habíasentido así. Nunca. Motivo por el cual,aquella oleada de deseo que nacía de suinterior, comenzó a devorarla, aprovocarle pequeñas oleadas de calorque fueron en aumento cuando Víctordeshizo la lazada de la blusa quellevaba puesta, para con suaves ycálidos besos alagar sus pechos una vezaccedió a ellos.

El frenesí en el que entraron losllevó a derrumbarse sobre la cama.Víctor deslizó con sumo mimo su manoizquierda bajo efímeras telas quecubrían las piernas de Beatriz. Palpó la

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suavidad de la cálida y aterciopeladapiel de Beatriz y ella al sentirlo no pudoevitar que aquel sutil gemido seescapara de su boca. Ambos temblaba eluno contra el otro, y cuando la pasión sedesbocó ninguno supo poner remedio atal frenesí.

Víctor terminó por deshacersede sus ropas, e hizo lo mismo con elsencillo vestir que Beatriz llevabapuesto, al igual que lo hiciera con suropa interior. Así, desnudos seencontraron el uno junto al otro,devorándose a besos y marcando a fuegocada rincón de su piel con un sin fin decaricias que se regalaban el uno al otro.

—Estoy tan enamorado de ti…

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—le dijo Víctor frenando sus besos—.Te amo mi dulce niña… Ardo por ti,pero… Pero creo que será mejor frenaresto. Sí. Parar ahora sería lo mejor.Debo respetarte y hacerte mía cuando yaseas mi esposa.

—¡¡No!! No. Yo también estoyardiendo por ti… ¡Quiero que me hagastuya ahora! Quiero que formes parte demi cuerpo como yo deseo serlo del tuyo.¡Te amo! —diciendo esto, Beatriz loagarró con fuerza por el cuello paravolver a beber de su boca.

—¿Estás segura mi amor? Aúnno es tarde para frenar esto…

—¡No! No… ¡Por favor! —Imploró Beatriz volviendo a atraerlo

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hacia su boca y envolviéndolo con suslargas piernas.

Víctor apreció como el cuerpode Beatriz temblaba bajo el suyo, lo quelo llevó a con suma delicadeza alargarsus besos y sus caricias, y cuando laerección fue tan dolorosa como latente,comprendió que ya no había vuelta atrás.Continuo agasajándola hasta queambicionó el adentrarse en ella comouna templada ola lo hace en una playavirgen. Y al hacerlo, Víctor advirtiócomo aquella mujer que se derretía bajosu cuerpo, reaccionó con dolientequejido. Como todo su cuerpo se tensóimpidiendo que pudiera tomarla yadentrarse en ella. Vio como el miedo se

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hizo evidente no sólo en su rostro sinoen sus ojos, y hasta en su propio cuerpo.Que se cerró impidiendo que sumiembro accediera a los húmedossecretos de Beatriz.

—Mi amor… ¿qué sucede? Acaso… ¿te hago daño? —le preguntóapartándose ligeramente de ella—.Dime…

—No… Solo que… que no mesiento cómoda. No puedo evitar que micuerpo reaccione así. Pero créemecuando te digo que ardo en deseos deque me tomes. Sólo te pido que lo hagasdespacio. Mi cuerpo no está muyacostumbrado a esto… Ya meentiendes… Siempre me han amado por

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la fuerza, y sin quererlo… Podría decirque soy completamente inexperta en losquehaceres del amor.

—¡Oh mi amor! Ya entiendo…—Víctor recordó las palabras deBeatriz a la hora de describir comoaquella mala bestia la hacía suya—. Notemas, yo sabré acallar tus miedos. Sólopídeme que frene cuando sientas que tehago daño. Ahora relájate… déjameamarte —la besó varias veces hasta queconsiguió que Beatriz se calmara. Serelajara.

Ella se limitó a cerrar los ojospara así tratar de serenarse, de relajarcada uno de sus músculos con el fin depermitir que Víctor entrara en ella. Lo

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dejó hacer, mientras en su cabezaresonaba una y otra vez: «¡Relájate, tratade relajarte...!».

Poco a poco Víctor se fueabriendo paso, con suaves caricias, coneternos mimos y con dulces y sugerentespalabras susurradas al oído, lograndocon ello adentrarse no sólo en el cuerpode Beatriz, sino en su alma.

Al hacerlo, al lograr relajar aBeatriz, la tomarla, el cuerpo de éstaligeramente se tensó, lo que le dificultóel poder moverse. Pero una vez que elmiedo y el dolor se disipó y dio paso alas oleadas de pasión en ella; Víctorsintió como nunca antes lo había sentido,el húmedo calor que de ella afloraba.

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Comprobó como con cada una de susembestidas, Beatriz se mordía los labiosy se aferraba a su cuerpo. Víctor hizosuya la terrible realidad vivida por esamujer con aquel hombre que la desposópor primera vez, y la destrozó con suamor. Hecho del todo palpable cuandosintió el temblar de Beatriz, a la vez quesus ojos vertían brillantes y salinaslágrimas, las misma que él recogió ensus labios por medio los besos que leprocuró.

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17 CAPÍTULO

Durham, 3 Diciembre 1835.

Días posteriores al carnal encuentroentre Víctor y Beatriz, ésta se trasladó ala mansión Volen para ultimar así losdetalles de su boda. La cual tendríalugar el mismo día en que Anne; la hijamayor de Víctor, cumpliría años.

Para la niña, el que la boda desu padre se celebrara el mismo día de su

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cumpleaños era sin duda, el mejor delos regalos que tanto Beatriz como supadre le podían hacer. No sólo luciríacomo la más hermosa de las damas dehonor, sino que además su padre leprometió que el primer baile: aquel conel cual los novios solían abrir el baile,se lo concedería a ella.

Poco a poco todo comenzaba aestar casi listo para tal evento, tan sóloalgunos detalles quedaban por resolver,tales como los últimos arreglos quedeberían realizársele al vestido de noviaque Beatriz luciría, así como ultimar losarreglos florares de las mesas y pocomás.

Los días se fueron interponiendo

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unos a otros, y Beatriz a duras penaspodía controlar sus deseos por sernuevamente tomada por Víctor. Lahuella que aquel día él dejó sobre supiel comenzaba a quemar, y mucho. Ymás cuando teniéndolo tan cerca debíacondenarlo a su lejanía. Condenándoseella a su vez al frío de su cama y a lasequedad de unos labios que ardían endeseos de volver a beber de aquellosotros.

Por otro lado, su trato para conlas niñas era del todo inmejorable.Llegaron a apreciarla en suma. Laspequeñas vieron en Beatriz no a lausurpadora de su madre, sino a unaamiga y confidente de travesuras; pues a

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fin de cuentas Beatriz también era comouna niña. Compartían interminableshoras de juegos, largos paseos porDurham, divertidas meriendas a orillasdel río Wear bajo el amparo de lasmurallas del castillo de Durham.

En cambio, con parte delservicio de la casa no tuvo tanta suerte.Sobre todo en la persona de Flora. Lacual cometió la gran imprudencia deenfrentarla cuando tras una petición deBeatriz, Flora la saltó con la arroganciay la mala fe de la que siempre hacía aalarde, para sin miramiento alguno,negarse en rotundo tal petición. Paraella, para Flora, Beatriz no era nada ycomo nada, se negaba a obedecerla.

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Para ella sólo las órdenes de su señorVíctor eran dignas de ser escuchadas yatendidas.

Beatriz trató de no alterarse lomás mínimo; su experiencia así se lohacía ver, y al oír la desfachatez echagrosería en aquella mujer, simplementese limitó a sonreír, a tomar sus faldas yencaminar sus pasos en busca del mismoVíctor, al cual le presentó en forma desosegada queja, el descaro y laimpertinencia de Flora para con supersona.

Víctor supo remediardebidamente en tal conflicto, pero muyinteligentemente dejó la sentencia enmanos de su futura esposa, reforzando

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con ello tanto la autoridad como lasatribuciones de la que en breve sería ladueña de la casa Volen.

Flora, por expresa petición deBeatriz, fue relegada a las labores delimpieza. Desvinculándola por completode la que era su jerarquía dentro de lamansión.

—Una sola imprudencia máspor tu parte, y yo misma me encargaréde echarte de esta casa. Huesos másduros que tú he tenido que roer. Te loaseguro… ¿Me has entendido?

—Sí.—¡Sí Qué!—Sí, milady —afirmó Flora,

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sintiéndose completamente destronada.Pero pronto su lengua viperina hizonuevamente de las suyas y terminó porser cesados sus servicios en la mansiónVolen.

El motivo de tal cese, no fueotro que el de aventurarse a tratar deponer a las niñas en contra de Beatriz.Mal asunto ese.

—Milady, el vestido os sientacomo un guante —le dijo la modista aBeatriz mientras terminaba de plisar laelegante cola que la falda lucía.

—Es cierto querida. Parecéis unverdadero ángel —indicó Corinna

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mientras buscaba la pequeña tiara con laque coronaría. Charlotte permanecía enmudo silencio—. ¡Oh… Dios Mío!Estás preciosa. Esa tiara es un regalo demi abuela paterna. Y no veo nadie mejorque tú para llevarla.

La campanita de la puerta deentrada sonó, y Clarisse la modista; lamejor modista de todo Durham, las dejópara asistir a los nuevos clientes.

—¿De veras que estoy bien? Noquisiera estar demasiado, demasiado…¿cómo decirlo? Demasiado opulenta,exagerada. Ya me entiendes. TantoVíctor como yo somos; por así decirlo,recientes viudos. No busco destacar nihacer de esta boda el evento del año.

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Solo quiero encontrarme a gusto yhermosa… para él.

—¡Por supuesto que estáshermosa! Y para nada debes pensar eneso otro. Ya ves, yo… yo soy, o era lahermana de la… “la otra”, por llamarlode alguna manera. Y sí, es toy del todode acuerdo contigo. La opulencia nodice nada bueno, pero de nadie. No hasde preocuparte amiga. Estássencillamente perfecta. Y yo estoy feliz.Inmensamente feliz de que Víctor de unavez por todas, me haya no sólo oído; queya es un milagro… —Corinna soltó unagran carcajada—, sino que tras hacerlo,decidiera tomarte a ti como esposa.Beatriz… de veras que no veo mujer

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mejor para él que tú amiga, y mejormadrastra… jejejeee… para missobrinas. Porque eso es lo que serás.Jejejeee…

—Madrastra… ¡Por Dios quemal suena! Jejejeee…

—Despreocúpate. Ya no debesporque temer nada. Todo pasó, y lopasado es sólo eso… pasado. Ahora tetoca vivir. Os toca vivir el mejor de losfinales. ¡¡Hay Dios!! Que tonta soy. Noque me estoy emocionando y todo…¡Hayyy…! Que no quiero llorar… —Corinna hizo algunas que otras muecaspara evitar el fruir de sus lágrimas sinlograrlo.

—¡Dios! Al final me vas a hacer

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llorar a mí también.Ambas fijaron sus miradas en

Charlotte; que durante todo el tiempoestuvo sumida en el más profundo de lossilencios. Pero al fijar sus miradas enella, ambas comprobaron como ésta nohacía otra cosa que llorar y sonarse suya enrojecida nariz. Todas rieron a lounísono. Unas risas regadas por algunasque otras lágrimas.

—Buenos días señorita Morgan.Señorita Foster —saludó la modista trasabrir la puerta.

—Buenos días. Vengo a recogerlos dos vestidos que te encargué y la

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enagua. Por cierto, ¿te llegaron lossombreros? Aquellos de los que mehablaste —expuso Irina mientras sedespojaba de sus guantes.

—¡Oh sí! Claro que sí. Ademásde unos preciosos botines. Vuestrosvestidos al igual que la enagua estánterminados. Si me disculpan unmomento, voy a terminar de atender auna clienta y enseguida estoy con vos.Será cuestión de un par de minutos.

—Por supuesto. No tengo prisa.Mientras, estaré echando un vistazo poraquí.

—Muy bien. Ahí mismo puedenver los botines de los que le he hablado.Son muy suaves además de ser muy

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cómodos... Ahora, si me disculpan.Clarisse se adentró en la salita

que conformaba el probador paraultimar los últimos detalles pertinentesde aquel vestido. Esta se encontrabasituada al fondo de la pequeña tienda.Al hacerlo; al correr las cortinas, Irinapudo reconocer a una de las damas queallí se encontraban. Se trataba sin dudaalguna de Corinna O’Connell, la cuñadade su amado Víctor. El cual ya seausentaba de su lecho; sin justificaciónalguna, por algo más de nueve largosmeses. Cierto es que ella tampoco lereclamó ni pidió explicación alguna,porqué… ¿para qué hacerlo? ¿A casoconseguiría algo con ello? Nada.

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Absolutamente nada. De eso estabasegura.

Irina esperó impaciente la salidade aquellas damas, y cuando estaspasaron por su lado, tan sólo Beatriz yCharlotte se dignaron a saludarla, no asíCorinna, que prefirió excusar o escondersu proceder en un mero chiste.

Por su parte, Irina no pudoevitar fijarse en una de aquellas damas,la más alta, la más elegante a su parecer;pues de eso ella sabía y mucho. Leresultó del todo una mujer muydistinguida. Se fijó en lo elegante de suandar, en lo refinado de susmovimientos y en la airosa belleza nosolo de su rostro, sino de la misma que

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emanaba de ella como cual halo divino.Su curiosidad fue mucho más

rápida que su razón, y cuando las tresdamas apenas habían cruzado el umbralde la puerta, Irina no dudó enpreguntarle a Clarisse por laprocedencia y la identidad de talesdamas. Aquellas que acompañaban amiss O’Connel. Clarisse portaba en susmanos lo que parecía un vestido denovia, y dejándolo sobre el mostrador,se inclinó bajo este para sacar trescajas.

—Su encargo señorita Morgan—le dijo.

—Sí. Gracias. Pero… dime,¿quién son esas dos damas que

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acompañan a miss O’Connel? ¿No sonde por aquí, verdad? —insistió en susaber.

—No señorita Morgan. No, nolo son. Esas damas que acompañan amiss O’Connell son la marquesa deBlair y la señorita Charlotte Dimas. Deellas, la más elegante y alta, es lamarquesa de Blair, quien será en brevela nueva esposa de sir Víctor Volen. Esaboda…, a pesar de que será llevada enla más estricta intimidad, será el eventodel año en lo referente a los cotilleos.No lo duden.

Aquellas palabras se clavaroncomo dagas ardientes en el corazón deIrina.

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—¡¿Cómo?! ¡¡¿Qué demonioshabéis dicho?!! —gruñó Irina sinmedida alguna mientras golpeaba sobreel mostrador, cayendo en la presencia deaquel vestido.

—Pues… Sencillamente lo quehabéis oído. Que sir Víctor Volen va acontraer matrimonio con…

Los ojos de Irina se inyectaronde sangre. Su respiración se alteró hastatal punto, que empezó a sentir como elaire comenzaba a no llegar a suspulmones. Jody trató de calmarla, desosegar su ánimo, pues bien conocía losestados de arrebato de su amiga.

—¡Por Dios Irina! Trata sesosegarte… —le susurró al oído—.

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Será mejor que regresemos otro día…¿no crees?

—¡¡Maldito bastardo!! ¿Lo hasoído Jody? ¡¿Lo has oído?!

—Sí, si. Shssss… baja la voz yreduce el ánimo. Es mejor que nosmarchemos. No creo conveniente quemontes aquí un numerito de los tuyos.Bien te conozco Irina Morgan. Vamos —volvió a solicitarle l oído.

—Se va a casar… ¡¡Se va acasar!! Y yo, yo…

—¿Sucede algo señoritaMorgan? —preguntó Clarisse.

—¡Oh! No, nada. Gracias. Soloque… que… Por favor, ¿nos puedes

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traer los sombreros? —trató deexcusarse Jody.

—Por supuesto. Ahora mismo.Si me disculpan.

—¡Oh, claro que sí! —de nuevodirigió toda su atención a su amiga—.¡Irina! ¡Por favor! Espero que sepascontrolarte. Dado que este no es ni ellugar ni el momento para uno de tusberrinches.

—¡Berrinches! ¿Berrinchesdices? ¿Tú no sabes lo que es unberrinche? Yo te voy a mostrar lo que esuno de mis arrebatos… de misberrinches —sin que Jody pudieraaventurar nada, Irina se abalanzó comouna gata sobre aquel vestido de novia y

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comenzó a desgarrarlo. A sencillamenteafilarse las uñas en el.

—¡¡Por Dios Irina!! ¡Estás loca!Suéltalo… Nos vas a meter en un lío…—trató de arrebatárselo una y otra vez,pero le fue del todo imposible. Irinaestaba cegada por la ira.

—¡Mira! ¡¡Mira!! ¡Mira lo quehago yo con este…, con este malditovestido! ¡¡Aaahhgggg…!! ¡¿Se quierecasar, no…?! Pues este es mi regalo…¡¡Aaaahhhrrggg!! Espero que lodisfrute… ¡¡Aaahhgggg…!!

—¡¡Señorita Morgan!! ¡¿PorDios que hacéis?! —Clarisse logróarrebatarle el vestido de un tirón—.¡¡Dios mío!! Lo… lo habéis

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destrozado… Me podéis… ¿me podéisexplicar el por qué de esto? ¿Cómo…,como se supone que voy a entregarmañana este vestido? ¡Estáis loca!¡¡Loca!! ¡Dios mío!

Irina sin mediar palabraabandonó la tienda echa un mar denervios y furia.

—Lo siento, de veras que losiento… —trató de excusarse Jody—.No sé, no sé que le ha podido pasarle…No tienes por qué preocuparte de nada.Se te pagarán los arreglos y todo…Dime cuanto es… cuánto va a costararreglarlo para que esté a tiempo.

—Pues mucho. ¡Mucho! ¡PorDios! Mirad lo que ha hecho… Voy a

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tener que dejar de lado otros pedidospara ponerme de lleno con este desastre.¡Por Dios! ¿Qué demonios le ha pasado?¡Dios santo! Lo ha destrozado.

—Ni yo misma podría decirlo laverdad… De veras que lo siento.

—Sí, lo sentiréis mucho… peroeso no me va a ayudar en nada.

Jody sacó del monedero queportaba una bolsita con una considerablecantidad de dinero.

—¿Será esto suficiente parasolventar el daño ocasionado? —Clarisse tomó la bolsa y miró en suinterior. Tras contar el dinero…

—En parte. Pero dígale a la

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señorita Morgan que mande mañana aalguien para que retire lo que meencargó. Tras el previo pago de todo,claro está. Y dígale además quesintiéndolo mucho, deberá prescindir enun futuro de mi trabajo.

—Por supuesto. Mil perdones ygracias. Mañana mandaré a recoger susvestidos y se reenviará el dinero parasaldar la cuenta. De nuevo gracias.Muchas gracias. Y de veras que losiento… Lo siento.

Tras salir de la tienda, Jodycorrió en busca de Irina, la cual conaligerado paso se encaminaba a su casa.Jody apresuró los suyos y tomándola confuerza del brazo derecho la hizo

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detenerse y girarse.—¡¡¿Pero qué demonios te ha

pasado ahí dentro?!! ¿Estás loca?¡Dime! ¿Por qué has hecho eso?

—Simplemente necesitaba…¡¡Dios!! Me enfurecí sin más. Tampocoes que haya sido para tanto.

—¡¿Cómo?! ¿Cómo que no hasido para tanto? Literalmente hasdestrozado ese vestido.

—Lo que debí es hacerlo trizas.¿Por qué…, por qué me ha hecho esto?Yo, yo que creí en sus promesas, encada una de sus palabras… ¡No! No.Sencillamente me niego a aceptarlo.Nunca, ¿me oyes? ¡¡Nunca leperdonaré!! —gritó.

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—¡Por amor de Dios! Shsssss…Baja la voz. ¡Dios! Me pregunto cuándovas a entender que nunca hubo talespromesas. Fuiste tú quien le impusoabsurdas condiciones que élsencillamente aceptó para así llevarte ala cama. ¿Por qué…, por qué te niegas aver la verdad?

—Porque, porque de hacerlo…tendré que aceptar que mi vida es…

—¡Es como es, y ya está! No tehagas más daño Irina Morgan. Él nuncate amo. A las mujeres como nosotras seles niega el amor. Ese es un manjar delque nunca podremos disfrutar.

—¡Pero yo… yo no soy como

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vosotras! Me niego a serlo… me niego aaceptarlo —sollozó Irina emprendiendosu caminar.

—¡Debes hacerlo y lo harás! Note queda otra —la tomó de la mano paravolver a frenarla, pero Irina logródeshacerse del agarre y reanudo sumarcha.

—Irina… ¡Irina! Espérame porDios. ¡Irina!

A la mañana siguiente, Beatriztrataba de sosegar los nervios típicos deuna novia. Nervios previos a su próximaboda.

Los ojos de Anne, al igual que

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los de Charlotte y los de la propiaCorinna, se llenaron de lágrimas al ver aBeatriz vestida de novia.

Clarisse; con la excusa deajustar un poco más el talle así comoverificar el largo, se desplazó nada másromper el alba hasta la mansión Volenpara comprobar que el vestido estabadel todo correcto. Que aquel desastreejecutado por mano y obra de la señoritaMorgan, había sido del todo solventadopor sus diestras manos tras toda unanoche cosiendo sin parar, ni para comery mucho menos para dormir.

—¡Beatriz! Estas tan hermosa…—le dijo Anne.

—¡Oohh! —Exclamó la pequeña

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Marie al verla cuando se adentró en lahabitación—. Sí… Pareces, pareces unángel.

—¡Oh mis niñas! Gracias… —Beatriz se quedó sin palabras alescuchar los dulces elogios que lasniñas le dedicaban. Elogios llenos dedulzura y amor—. Me vais a hacerllorar.

—¿Habéis terminado señoritaClarisse? —preguntó lady O’Connellcon su torunda voz, irrumpiendo el tanafligido y feliz ambiente.

—Sí milady. Sólo preciso de ununos segundos más y… ¡Ya está! Estáispreciosa milady.

—Gracias. Milady —dijo

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Beatriz dirigiéndose a lady O’Connell—. ¿Sucede algo? —le preguntó Beatriz.Percibió algo en el semblante de aquellarecia mujer.

—Oh no querida. Tan sólo queme gustaría hablar a solas con vos. Soloeso. Pero no debéis preocuparos.Cuando terminéis, os estaré esperandoen mis aposentos. Procurar no tardarmucho. Soy mujer de antiguascostumbres, así que me gusta almorzarpronto para recostarme un poco.Señoritas, niñas… —se despidió ladyO’Connell.

—Enseguida estaré con vosmilady —apuntó Beatriz mientrasClarisse; con detallado cuidado,

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comenzaba a desabrocharle el vestido.—Por mi parte todo está listo

milady —apuntó la modista—. Ahoratan solo queda plancharlo y prepararlo.Mañana mismo, a primera hora del día,lo tendréis aquí.

—Muy bien. Muchas gracias.Niñas, sería conveniente que fuerais aprepararos para el almuerzo. Vuestropadre está por llegar. ¡Corinna!Espera… Me gustaría hablar contigo.

Anne y Marie asintieron, y traslas oportunas despedidas y besos, fueronacompañadas por Betty a sus aposentos.

—Ahora que estamos a solas,deseo hablarte, hacerte una pregunta —le indicó Beatriz a Corinna.

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—Dime, ¿qué es eso que teaflige amiga?

Beatriz se acercó para en bajavoz platearle la duda que la asaltaba.

—¿Qué será lo que tú madredesea hablar conmigo?

—¡Dios! Me habías asustado…No tengo ni la más remota idea.Quizás… puede que sea algo referente aalgunos detalles previos a la ceremonia.¿Qué se yo? Esa mujer es muchas vecesun pozo de secretos también para mí,aunque no lo creas.

—Vaya… Muchas gracias. Puessí que me dejas más tranquila.

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18 CAPÍTULO

Beatriz llamó por dos veces a la puerta,y tras oír la indicación de lady AgnesO’Connel para que entrara, tomó elpomo y lo giró.

—Pero pasa querida, no tequedes ahí. Siéntate. Tenemos quehablar. Pero no pongas esa cara porDios, que no es nada malo lo que quierodecirte.

—Lo siento —se disculpó

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Beatriz mientras conseguía respirar untanto más aliviada.

—El asunto que quiero tratarcon vos no es otro que mi posición enesta casa tras vuestro enlace con Víctor,que es además, si me lo permitís… miyerno. Así lo sigo considerando aunquemi hija falte.

—Lo entiendo milady. Por miparte no…

—¡Dejadme hablar por favor!No me interrumpáis. Esperad a quetermine lo que os quiero decir —Beatrizse limitó a hacer una pequeño gesto deafirmación—. Pues bien… Tras vuestraboda, pues así lo siento, creo que misituación en esta casa es un tanto

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incómoda … ¡No me interrumpáis! —Exclamó lady O’Connell al ver enBeatriz una nueva mueca de respuesta—.La antigua señora de esta casa comobien sabéis era mi adorada hija Denisse,la muerte me la arrebató antes de lodebido, pero así son los designios deDios Nuestro Señor. Y contra ellos nadapodemos hacer… Cierto es que en elpoco tiempo que os he tratado, hellegado a apreciaros y mucho, pues hecomprobado que sois una mujer defirmes valores. Pero eso no evita que yome encuentre en una difícil situaciónfrente a vos. En vida de mi hija, yo heentrado y salido de esta casa como biense me ha venido en gana. Y tras suausencia he asumido parte de la carga de

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esta casa, la que sigo considerandocomo mía. Por otro lado están las niñas,bien conocéis de primera mano el lazoque nos une… Sin darle más vuelta alasunto… Os pido que me permitáis estaren esta casa, que se me permita poderdisfrutar de la que es mi habitación asíde mis visitas para con mis nietas.Además, si me lo autorizáis, me gustaríadaros una pequeña indicación… la cual,a lo sumo, supongo que os será de granayuda… Esta casa se rige por unasnormas que fueron establecidas porDenisse. Todos en la casa se deben aellas, y no veo acertado, a mi parecerclaro está…, el realizar grandescambios que puedan alterar en suma la

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armonía de la casa. ¿No sé si me heexplicado correctamente? Podéis hablarahora querida.

—Gracias milady. Sí, claro queos comprendo milady.

—No es que yo quieradesmereceros como dueña y ama de estasanta casa. ¡No por Dios! Esa no es miintención. ¡Dios me libre!

—Eso no se me ha pasado porla cabeza milady. En cuanto a lo demás,no debéis preocuparos por nada milady.Estoy de acuerdo con todo lo que mehabéis dicho, y por supuesto esta seguirásiendo vuestra casa. Podéis venir a ellacuando lo deseéis. Pero os pediría queen lo referente a las normas… Estoy de

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acuerdo en que por el momento sean lasque son, ninguna me desagrada la verdadsea dicha; al contrario. Pero llegado elmomento y la necesidad, las míasdeberán contar con vuestro apoyo yaprobación.

—¡Por supuesto querida! —Afirmó lady O’Connell, quelevantándose de su sillón daba porterminada la conversación. Pero Beatrizle hizo una pequeña indicación de quehabía algo más. Lady O’Connell volvióa sentarse.

—En lo referente a la educaciónde las niñas, yo ya he hablado conVíctor respecto a este tema, y amboscoincidimos que esta recaerá en mis

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manos. Pero yo os solicito vuestrainigualable ayuda. No soy madre comobien sabéis, y creo que vos mejor quenadie podéis aconsejarme. Vuestrosconsejos serán del todo bienvenidos —aquella sonrisa en el rostro de ladyO’Connell lo dijo todo.

—Podéis contar con ellosquerida. Ahora si me disculpáis y mehacéis el favor. Quisiera descansar.¿Podéis pedir que me suban el almuerzoaquí a mi habitación? Me encuentro algocansada. Y de nuevo gracias ybienvenida.

A la mañana siguiente, antes de

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que se rompiera el alba, Beatriz ya seencontraba levantada. Había pedido quele fuera preparado un baño, el cual ellaperfumó con las más exquisitas esenciasque en aquel cofre guardaba.

Charlotte fue la encargada deacicalar su larga cabellera, la cual lucíamás esplendorosa que nunca. La mismaCorinna con la ayuda de Anne, laayudaron a vestirse y a calzarse loselegantes botines de refinado cueroblanco que lady O’Connell le regalócomo presente de boda.

Los nervios no sólo eranvivibles en la novia, sino en todas lasdamas que la acompañaban. Al igual queen la misma lady O’Connell y en gran

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parte del servicio. Sin olvidar al mismoVíctor que casi se subía por las paredesde su alcoba, la que a pocas horas trasla ceremonia, compartiría con ella. Ésteapenas atinaba a vestirse.

De entre todas las ausencias,pocas en suma, la más destacable paraVíctor era sin lugar a dudas la de su granamigo Becher y la de su por fin flamanteesposa la señorita Abie. Ausenciamotivada por la partida de ambos díasdespués a su enlace, para tierrasasiáticas. Tierras donde Becher trataríade probar suerte en el mercadeo tan enauge como era el del opio.

Una vez todo estuvo previsto,Beatriz se dirigió hacia la pequeña

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capilla que la familia Volen poseía en lamanzión. Allí, en la intimidad de aquelpequeño oratorio tendría lugar el enlace.

Dentro de la capilla seencontraban sólo la familia más allegadaasí como las amistades más cercanas. Enaquel reducido espacio, tan solemnecomo severo, y dado el rigor delmomento a vivir, provocó que todos losinvitados comenzaran a impacientarseesperando la ya tardía llegada de laflamante novia. Pero cuando ésta hizoacto de presencia, el silencio lo invadiótodo.

La ceremonia duró lo justo. Nimás ni menos que lo justo.

Esta fue celebrada, por así

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decirlo, en un abrir y cerrar de ojos. Porpetición del mismo Víctor. Que veía untanto imprudente llevar a cabo una largamisa cuando él hacía poco más de undos, había enviudado, al igual que su yaesposa.

T r a s tal escueta ceremonia,todos se dirigieron a los jardines dondetendría lugar la sencilla; pero no porello menos exquisita recepción.

Todos ocuparon sus respectivosasientos y una vez estaban ya sentados,la misma lady O’Connell fue laencargada de dar la orden para que lasdiferentes viandas fueran servidas.

El banquete transcurrió en lamás sosegada calma. Se conversaba

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plácidamente mientras el servicio seocupaba de que ninguno de los presentesadvirtiera la ausencia de vino en su copao comida en su plato. Todo transcurriócon serena y discernida calma hasta queel repentino levantamiento de la mesapor parte de lady O’Connell, señaló quealgo no iba bien. Pues en su serio y nomenos duro semblante, Beatriz advirtióla sombra que anunciaba el que algo noiba bien. Ni la misma mujer pudodisimular su disgusto.

Corinna también se percató deaquel malestar que de improvisto asolóla serena y relajada calma de su madre.Al girar la cabeza tras de sí, comprendióla razón de aquel disgusto hecho mueca.

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Con pausada calma y pasandototalmente inadvertida así comodisculpada, Corinna siguió los diligentespasos de su madre. Ella mejor que nadiecomprendía lo que estaba por llegar,pues ella a fin de cuentas era lapromulgadora de tal disgusto…

—¡¿Qué demonios haces túaquí?! —Inquirió lady O’Connell a lamujer que con total rabia tomó del brazopara zarandearla—. ¿Me lo puedesexplicar? Creo que aquel día te dejémuy claro que nunca más quería volver a verte…

—¡¡Madre!! —Exclamó Corinnaapresurando sus pasos—. ¡Madre!Espere… Fui yo quien la invitó.

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—¡¡¿Tú…?!! ¿Y quién narices tecrees que eres para desobedecerme? —inquirió lady O’Connell girándose endirección a su hija.

—Vuestra hija, al igual que loes ella. Bienvenida Judith. Te veo muybien.

—Me alegro de volver a vertehermana —respondió aquella.

—¿Cómo es eso que te alegrasde volver a verla? ¿A caso asdesobedecido mis órdenes Corinna? ¡Note dejé muy claro que no quería quemantuviera ningún tipo de…!

—¡¡Madre!! Madre… Ya está.Ni vos ni nadie pude prohibirme el que

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yo ve o perdiera mantener el contactocon mi hermana. Pues aunque vos osneguéis a reconocerlo, Judith es mihermana, incluso más de lo que nunca lofue la misma Denisse.

—¿Cómo te atreves a blasfemarde esa manera? Eres…, eres igual queella… ¡Sois las peores hijas que unamadre puede desear!

—¡Os equivocáis madre! —Interpeló Judith—. La única injusta entodo esto siempre habéis sido vos. Ni yoni mi hermana aquí presente, además deser la única que puedo llamar así, nuncaos hemos fallado. Nunca hemos obradomal ni contra vos, ni contra la mismaDenisse. Dado que nos era del todo

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imposible. Pues siempre estuvimos bajosu yugo… Y que vos os neguéis aún areconocer lo injusta y cruel que fuevuestra adorada hija con nosotras, noresta que no lo fuera. ¡Porque lo fue, ymucho! Más de lo que cualquier personapudiera soportar.

—Me parece increíble quehables así de ella ahora que no estáentre nosotros. Y más cuando ellasiempre…

—Siempre miró por ella y paraella… ¡¡Por Dios madre!! ¿Cuándo vaisa reconocer que vuestra adoradaDenisse esa una víbora con piel decordero? Incluso a vos misma ostraicionó cuando más la necesitabas…

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Os abandonó. Nos abandonó en el peorde los momentos para vivir su amor conaquel que nos arruinó la vida. Aquel quellevó a nuestro padre, y con ello anuestra familia… a la mayor de laspenurias. ¡Decidme! ¿Aún la excusáis?

—¡Eso es mentira! Y bien losabéis. Ella se sacrificó por nosotros,por todos nosotros… —clamó llena derabia lady O’Connell.

—¡¡Madre!! Escuchadla —gritóCorinna.

—Sí madre —Judith tomándoladel brazo la obligó a que la mirara—.¿Qué sacrificio hay en escapar con elhombre que arruinó a nuestro padre?¿Dónde está ese sacrificio del que

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habláis cuando ella disfrutó de todo loque ese hombre nos robó? Porque yonunca vi mejoras en nuestras vidas unavez que ella se fue con él. Al contario.Nunca nos envió nada, ni nada hizo pornosotros… Simplemente se olvidó denosotras y de nuestro pobre padre. ¿Acaso os habéis olvidado lo que obró ladesesperación en él? Porque yo no. Pordesgracia aún me despierto en lasnoches con aquella terrible imagen. Aúnlo veo ahí, sin vida…

—¿Sucede algo Corinna? —lavoz de Beatriz irrumpió en el silencioque de repente se abrió entre madre ehijas.

—¡Oh! Nada querida. Déjame

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que te presente a mi hermana Judith. Mihermana mayor. Judith es… Ella es lamujer de la cual ya te he hablado algunaque otra vez. Judith, ella es Beatriz. Lanueva esposa de Víctor.

—Encantada de conoceros, yque decir queda de que sois bienvenida—apuntó Beatriz extendiendo sus manosen señal de saludo.

—Gracias. Permitidme que seayo quien haga las presentaciones ahora—diciendo esto, Judith reclamó lapresencia de un hombre que permanecióen todo momento alejado de las damas.Entre las sombras. En sus manos portabaun pequeño de apenas tres año de vida—. Milady, os presento a mi esposo y a

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mi hijo. Sir Thomas Guest y Matt, mihijo.

—Bienvenido sir Thomas —acercándose al pequeño, Beatriz nopudo evitar hacerle un arrumaco, a loque el niño respondió con una hermosasonrisa—. Por dios, sí que es hermoso ysimpático. Pero por favor, uniros a lacelebración. Sois del todo bienvenidos.

—Gracias milady —dijo elelegante caballero, depositando alpequeño en manos de su madre. Unamujer en apariencia y aspecto muysemejante a lady O’Connell.

—Madre, os presento a miesposo. Y éste que veis tan risueño esvuestro nieto—. Lady O’Connell se

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limitó a mirarlos, para después enimpávido silencio, marcharse—. Pareceque vuestra madre sigue igual quesiempre —indicó Judith a su hermana.

—Ya sabéis que ella es mujerde fijas costumbres —rió Corinnatratando de quitar importancia a loocurrido—. Pero venga, uniros a lafiesta. Víctor y las niñas estaránencantados de volver a veros.

En el trascurso de la velada,Beatriz aprovechó el momento másoportuno para tomar a Corinna del brazoy pedirle que le explicara loanteriormente ocurrido. El porqué del

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malestar de su madre para con Judith,así como la ausencia de su madre en lavelada.

Corinna tomó del bazo deBeatriz, y le pidió que dieran un paseopor el hermoso jardín que bordeaba todala casa, y que se abría paso hasta elmismo camino de acceso a esta,confundiéndose con la exuberantevegetación del bosque aledaño a lafinca.

En su intento de buscar la formamás breve y la más sencilla posible paradetallarle los entresijos de su vida,Corinna sentía el acelerar de su pulso.Difícil resultaba afrontar los secretosque su familia escondía por forzosa

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exigencia de su madre.—Veréis querida… Ante todo

debo pedirte perdón.—¿Pedirme perdón a mí…,

porqué? No lo entiendo.—¡Hay amiga…! —Suspiró

Corinna—. Te pido perdón por invitar aesta que es ahora tu casa a la que fuerael primer amor de Víctor. Sí. Judith fueel primer amor del que es ahora tuesposo. Llegaron a comprometerse ytodo. Pero cuando Denisse irrumpió denuevo en nuestras vidas…, cuandoregresó a ellas tras años alejadas denuestras desdichas y miserias vidas…,lo hizo para entrometerse entre la felizpareja —la expresión en el rostro de

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Beatriz fue cambiando por momentos—.Denisse siempre fue una niña demasiadomimada y caprichosa, y Víctor a fin decuentas era una de sus tantos caprichos.De no a ver sido por que contó desde elprimer momento con el apoyoincondicional y la aprobación de mimadre, su capricho no hubiera llegado amayores… Mi madre fue cómplice entodo momento de todo, y no tuvo reparoalguno en amparar sus pretensiones paracon el prometido de su hermana. A finde cuentas… Denisse siempre fue laniña mimada de mi madre. Su ojitoderecho. Aunque más bien…, creo queera los dos. Jejejejeee… Lo cierto esque yo nunca aposté por esa relación…,pero ya ves, me equivoqué. Pero sólo en

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parte…—¿Sólo en parte…? No te

entiendo. Cómo tampoco logro entenderel porqué del disgusto y enfado de tumadre para con Judith.

—Verás… Es bien sencillo, a lavez que triste…, y porque no decirlo…doloroso. El disgusto de mi madre paracon mi hermana reza en que como es deesperar, Judith se negó a las exigenciasde Denisse. Amaba demasiado a Víctorpara perderlo. Como era de esperar,Judith no quiso conformarse conquedarse a un lado…, así que decidióluchar por recuperar el amor de Víctor.Una guerra del todo perdida. Dado queVíctor quedó prendado de Denisse

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desde el primer momento en que posósus ojos en ella. Logró deslumbrarlo…Nadie como ella para eso. Es un don queDenisse tenía… —Beatriz advirtió tantoen la en las palabras y en el tonoempleado por Corinna cierto reprochehacia su hermana—. Tozuda como ellasola. Judith hizo acto de presencia el díade la boda de Víctor y Denisse paramontar tremendo número. Mi madre,como era de esperar, la echó no sólo dela iglesia, sino de nuestras vidas. Ladespreció incluso como hija ante lamirada de todos los presentes, amigos yfamiliares… Mi pobre hermana se vioobligada a no sólo abandonar al amor desu vida, sino a su hermana… a mí. A suvida, a su casa… a sus recuerdos. A su

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futuro… A todo. Sencillamente a todopor capricho de una de sus hermanas.

—Cuanto lo siento… Pero, loque no logro entender, es como tu madreamparó todo eso. ¿Cómo permitió queDenisse…?

—¡Pues porque era Denisse! Ya ella no se le podía decir que no.Muchas veces pensé, y hasta he creído,que quizás mi madre en realidad le teníamiedo. Pero… ¿miedo por qué? Ni yomisma lo sé. ¡¡Hayyy… Dios! Venga.Debemos regresar, puede que el esposoextrañe a su esposa. Beatriz…

—Sí. Dime.—Espero que no te incomode la

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presencia de Judith aquí, en tu boda. Ymás cuando ella…

—¡Por Dios Corinna!Despreocúpate amiga.

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19 CAPÍTULO

Con la casa completamente vacía, ladyO’Connell deambulaba por el salóncomo una loba herida tras eldesafortunado encuentro. Pero para ellala presencia de Judith no sería la únicasorpresa desagradable aquel día.

Como cual espectro, ladyO’Connell vio a Peter Evansescabullirse entre las sombras, para conágil paso adentrarse en el despacho de

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Víctor una vez abrió la cerradura con laayuda de una ganzúa.

Ya del todo alterada tras elinesperado encuentro con suprimogénita, lady O’Connell se dirigiócon paso firme al despacho, al encuentrode tal truhán. Cuál fue su sorpresa, alsorprender a Peter de rodillas frente alretrato de Denisse roto por un llantoinimaginable en un hombretón como él.Apreció en el joven el disipado carizque otorga el alcohol a sus víctimas.

—¡¿Cómo te atreves apresentarte en esta casa?! ¡¡Marchaosahora mismo!!

—Milady… yo, yo…—¡¡Eres un maldito

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desvergonzado!! Un sinvergüenza. ¿Aqué has venido? ¿A burlarte de ella unavez más? —le gritó a baja voz, pues laprudencia debía ser extrema.

—Nunca, me oís… Yo, yonunca… nunca me he burlado deDenisse… Nunca… Yo, yo la… laamaba… —sollozó—. La amaba inclusomás que… que a mi propia vida… Yo laamaba.

—¿Amor dices? ¡¡Mira donde laha llevado tu sucio amor!! Maldito malnacido.

—Yo no soy culpable de nada…¡¡De nada!! Yo no, yo no… Nunca leharía daño… yo la amaba.

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—¡¡Pues fue tu sucia semilla laque la llevó a la tumba!! —gruñó lamujer.

—No… ¡¡¡No digáis eso!!! ¡¡Noos quiero oírlo decir!! Basta. ¡¡Basta!!Yo… yo la amaba… al igual que ella amí... Teníamos pensado fugarnos…marcharnos lejos una vez el niñonaciera… Ella deseaba abandonarlotodo… Sólo seríamos ella y yo… Yo yellaaaa…

—¡¡Cómo te atreves a decireso!! —lady O’Connell no pudo resistirmás y terminó por abofetear duramente aPeter repetidas veces—. Mi hija… ¿Meoyes? Mi hija nunca hubiera abandonadoa su marido, a sus hijas. Nunca hubiera

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abandonado la estabilidad de esta casapara fugarse con un… un… Undesgraciado como tú. Un muerto dehambre sin futuro y sin beneficio alguno.

—¡Sí! ¡¡Sí que lo iba a hacer!!¡Ella estaba cansada de esta vida!¡¡¡Sí…!!! Quería volver a sentirseviva… pues me decía que se sentíaasfixiada, muerta entre estas cuatroparedes… Hasta entre los mismos losbrazos de su esposo. Y yo no soy unmuerto de… de hambre milady.

—Eso… eso que decís es unasucia… injuria. Estás mintiendo malditobastardo.

—Vos mejor que nadie laconocíais, sabíais de sus caprichos… de

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sus continuos devaneos…—Quiero que os marchéis

inmediatamente de esta casa, y quenunca más vuelva a saber de vos…Porque de hacerlo…, de hacerlo… osaseguro que os daré el peor de los fines.¡¡Apartaos de una vez por todas de mifamilia!! Ya nos habéis hechodemasiado daño. ¡Ya todo se terminó!¡¡Denisse está muerta…!! ¿Me habéisoído? ¡¡Muerta!!

Peter se enjuagó las lágrimas, seincorporó para en completo silencioabandonar la estancia, no sin antesdedicarle una última mirada a aquelretrato, donde una Denisse desafiante, locontemplaba en estático silencio desde

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el lugar que ocupaba su retrato. Biensabía que ya nada más podía hacer. LadyO’Connell tenía razón. Ya todo habíaterminado. Sin ella, ya nada le quedabaen la vida. Ni su propia vida teníasentido para él sin ella.

Cruzó el umbral de la puertaarrastrando no solo sus pasos, sino elamor que por aquella mujer sintió.

Lady O’Connell siguió el batidocaminar de aquel joven y sintió en supecho un profundo dolor que la llevó ala necesidad de tomar asiento. Elevó lavista y se vio reflejada en aquellosimpávidos ojos de Denisse que lamiraban desde el lugar que ocupaban enaquella estancia.

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Cuando al fin se encontraronnuevamente el uno frente al otro en lasoledad que les otorgaba su alcobaconyugal, Beatriz sintió como se lacomían las ganas de besarlo, de tomarloentre sus brazos para no volver asoltarlo.

Con el tembloroso padecer desus manos, Beatriz comenzó a desnudara Víctor, pues ardía en deseos de sernuevamente tomada por él. Víctor hizolo mismo con el vestido de novia deBeatriz, así como con el resto de lasprendas que cubrían su dulce piel.

Cuando concibió sobre su piel

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las caricias con las que Víctor laagasajaban de nuevo, sintió su cuerpoarder, creyó morir.

En el amparo de su alcoba lapasión se fue abriendo paso en ella ytras ese primer beso, Beatriz aventuró elque su lengua con un sutil toque rozaralos blancos dientes de Víctor, obrandoque éste diera paso a que entre ellos lapasión se desbordara. Sus lenguas seentrelazaron como cobras de fuegodurante el tiempo suficiente para que lasllamas entre ambos se inflamara.

La tendió sobre la cama y trasperfilar con sus dedos cada curva, cadaresquicio de aquel cuerpo, comenzó abesarla, a halagar con su boca cada

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centímetro de aquella sedosa piel.Tumbada boca arriba como se

encontraba, Beatriz entreabrió laspiernas sutilmente, incitando a Víctor aque la tomara, pues ardía en deseos deque así fuera. Él, sin pensarlo, se tumbósobre ella, y al percibir la calidez quesu cuerpo desprendía así como aquelsutil y delicado aroma que la envolvía,sintió el doliente palpitar de su miembroentre sus piernas.

Colocó sus manos alrededor dela cabeza de Beatriz, adulándola entre elir venir de continuos besos, a lo que ellacorrespondió alineando sus manosalrededor de las caderas de él, con laúnica intención de que se adentrara en

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ella. Cuando al fin lo sintió dentro,Beatriz comenzó a mover suavementesus caderas en suaves y pausadosmovimientos circulares, dando paso aque entre ellos se estableciera desde esepreciso momento una promesa mutua deamor, sellada por las huellas a fuego quese forjaron sobre su piel.

A tales gráciles movimientos,siguieron otros más enérgicos; los deVíctor, que intuitivamente ibaconcediendo los deseos hechos gemidosde su ya esposa.

Beatriz se mordía los labiosmientras elevaba sus caderas una y otravez, mientras se aferraba con fuerza alvigoroso cuerpo de su esposo, clavando

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sus uñas en él. Los espasmos de placerdieron paso al estremecimiento de todosu cuerpo, a llamaradas que llegaronincluso a ahogarla. Lo que la llevó abuscar con ansia su boca. Precisaba debeber de ella, acabar con su sed. Dealimentarse de su aliento, de llenar suspulmones con el aroma de aquel hombreque comenzaba a llevarla a la máscompleta de las locuras con cada una delas embestidas que contra ellaperpetraba. Pero Beatriz ansiaba más ymás.

Elevó sus caderas con el únicofin de que aquel vigoroso y gruesomiembro se adentrara más y más en ella.Al sentir el grácil pinchazo dentro de su

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vagina, aquel que dio paso al totalfrenesí, Beatriz curvó más aún suscaderas y se agarró con fuerza al cuellode Víctor para susurrarle que no parase,que no cediera al agotamiento.

—¡Por favor! No pares… Sigue,sigue… Quiero sentirte más adentro. Nopares… No, no… Sigue, sigue…¡Haaa…! —aquella petición desató lalocura en aquel hombre, que embistiócon total frenesí hasta alcanzar la locura.

—¡Dios mío mi amor, ya nopuedo esperar más! —Víctor se derramóa la vez que ella, llegando ambos al másperfecto de los orgasmos—. ¡¡OoohhhDios…!! Te amo. Te amo… —le dijo aloído antes de desplomarse justo a su

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lado.—No más que yo —le

respondió Beatriz girándose paraabrazarlo y reposar su cabeza sobre elagitado pecho de su esposo. Pero no pormucho tiempo. Pues tras recobrar elaliento, Beatriz se subió sobre aquellavigorosa montura para cabalgar una vezmás hasta los confines de la locura,logrando con ello que todo su cuerpocayera preso del armonioso frenesí desus enérgicos movimientos.

Víctor creyó morir una vez más.

Los días que siguieron a laboda, fueron de lo más ocupados para

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Beatriz. No sólo debía ubicar todas suspertenencias en su nueva residencia y sualcoba, sino algunos de los muebles quese trajo de la que fuera su casa. Casaque se cerró pero que quedó al cuidadode la señora Perry y de su esposo.

Los días pasaron en completoreposo y felicidad. La misma queBeatriz nunca imaginó que podríaalcanzar, y más cuando volvía la miradaatrás. No sólo estaba enamorada, sinoque el hombre del cual lo estaba lacorrespondía sin medida. Así se lodemostraba cada día al levantarse yacostarse del lecho que compartían.Aquel que fue espectador mudo de todala pasión que uno al otro se entregaban

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sin más motivo que el amor que entreellos existía.

Con respecto a las niñas,Beatriz ejerció más de amiga que demadre, algo que las niñas; sobre todoAnne la mayor, valoraba y mucho. Surelación con las pequeñas no podía sermás perfecta y afectiva. Entre ellashabía una especie de adhesión más alláde lo que nadie pudiera imaginarse.Compartían la gran parte de las horasdel día. Hasta la misma Beatriz ejercióde instructora en las enseñanzas que laspequeñas desarrollaban en su casa porpetición de la misma Denisse. ConAnne, Beatriz compartía la devoción porla lectura así como por la pintura.

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Pasaban largas horas leyendo o pintandobajo el gran y viejo ciprés; aquel queera incluso más alto que la mismamansión. En aquellos momentos desolitario complicidad, ambas se dejabanenvolver por olores del heno y de losazahares que las rodeaban en sus largospaseos. Disfrutando a su vez de laromanza de los petirrojos y vencejos,así como de las perdices pardas querecorrían los campos de heno. Y delcantarín rumor de los arroyuelos,mientras… tumbadas sobre el acaecidoverdor de las praderas, disfrutaban detardes serenas y casi eternas.

Una de esas tardes, al despuntarlas primeras gotas que conformaban la

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despedida del otoño. Una visitainesperada se presentó en la mansiónVolen. Víctor se encontraba como decostumbre sumergido en corregir losnumerosos exámenes que sobre su mesanreposaban, mientras, Beatriz y las niñashabían bajado al pueblo para haceracopio de algunos víveres, dado que eltiempo presagiaba la llegada de unafuerte tormenta que amenazaba con díasde reposado refugio.

—Buenas tardes. ¿El señor seencuentra en la casa?

—Sí señora —respondió laseñora Potts a la mujer que conelegantes indumentaria se encontrabafrente a ella.

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—Señorita, por favor —apuntóla dama.

—Perdón. Pero creo que elseñor… ahora mismo no desea visitas.Si lo deseáis puedo…

—Hágale el favor de informarlede que su vieja amiga, la señoritaMorgan desea hablar con urgencia conél. ¡Vamos! ¡No se queda ahí paradamujer y vaya a avisarlo! Que nodispongo de todo el tiempo del mundo.¡¡Venga!!

—Sí señorita.La señora Potts fue en busca de

Víctor, y al hacerle saber que en laentrada de la puerta de su casa se

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encontraba aquella…, aquella que seconvirtió en su amante en los días deenfermedad de Denisse y en sus días dedesesperación, Víctor sintió un granpeso en la garganta que apenas le dejabarespirar y aún menos hablar.

—¿Le ha… le ha dicho laseñorita Morgan que es lo que desea…?—logró al fin articular.

—No señor. Sólo que le urgehablar con vos.

—Está bien, hágala pasar. Larecibiré.

—¡Hola querido! Cuanto tiemposin vernos… ¿Verdad? ¿Me puedo

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sentar, sí, verdad…? Gracias —Irinatomó descaradamente asiento sin serinvitada a ello. Actuó en plenaconfianza, lo que desconcertó en suma aVíctor frente a la señora Potts.

—¡Cof, cof…! —tosió Víctor—. Señora Potts, se puede retirar. Nodeseamos nada.

—¡Yo sí! —indicó Irina—. Megustaría tomar una copa de… coñac.¿Puede ser? Gracias…

—¿Me puedes decir quédemonios haces en mi casa? ¡Estásloca!, ¿o qué? —le reclamó Víctortomándola del brazo una vez seencontraron solos.

—Me haces daño querido. ¿Me

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sueltas…? Gracias. Mi visita se debe aque dado que no fui invitada a tu boda…yo misma he decidido venir a felicitar ala feliz pareja. La pena es que por lo queveo la señora de la casa se ha ausentadoprecisamente hoy… ¡Qué pena!

La señora Potts tocó a la puertay le entregó a Irina su copa.

—Gracias querida, muyamable… —Irina esperó a estarnuevamente a solas con él, con aquelque la había arrojado de su vida sinmás, para continuar con su frío alegato—. ¿Cómo pudiste desaparecer así,cómo pudiste deshacerte de esa formatan ruin de mí? Yo no soy una de esaszorras que trabajan para mí.

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—De veras que no entiendo quevengas hasta aquí para esto… ¿Qué es loque buscas en verdad Irina? ¿Dime?

—¡Verte la cara! Mirarte a losojos para que me digas que yo no fuinada en tu vida.

—Pues déjame decirte que hasperdido tu tiempo. Eso es algo quesiempre te dejé bien en claro. Ahoravete.

—¡Eres un… un malditobastardo!

—¡Cuida tus palabras IrinaMorgan! Que no estás en tu casa. No tevoy a permitir ni una sola de tusinsolencias.

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—De eso no me queda dudaalguna. Esta no es mi casa, aunque lodeseé con todas mis fuerzas. ¡¡Haaa…!!—suspiró—. Pero qué le vamos a hacer.Aunque…, yo diría que… —Irina miró asu alrededor y contempló la pesadapresencia de Denisse en aquel lugar—,que la actual señora Volen, tampoco esque esté en su casa por lo que veo. ¿No?Jajajajaaa…

—¡¡¿Qué demonios pretendesinsinuar?!!

—Es bien sencillo querido. Asícomo del todo evidente por lo que veoen esta estancia. Estoy del todo seguraque a ella le impides la entrada en este“santo sanctórum” que te has montado.

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¿Me equivoco a caso? Yo creo que no.Es más…, me jugaría el cuello a que aúnsigues apegado al recuerdo de tu difuntaesposa… —el gesto de Víctor cambiópor completo, hecho del cual Irina fueconsciente—. ¡Dios! No me lo puedocreer… Sigues atado a ella, a surecuerdo… Jajajaaa… ¿A su fantasma?Jajajaaaa… Pobre ilusa con la que tehas casado. Pero no me pongas esa caraquerido… Conociéndote como osconozco, porque te conozco y muy bien,estoy completamente segura de quesigues aferrado al recuerdo de tu esposaDenisse. Es más, me apuesto a que todaesta boda ha sido una invención parapoder ampararte en tus sentimientos.Quizás esa pobre ilusa no sepa que es

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una simple representación de lo que enrealidad ambicionas tener.

—¡¡Qué estupidez estásdiciendo!!

—Estupidez ninguna querido,pues vuestros ojos te delatan, y mucho.Estoy convencida de que simplemente laestás utilizando, y que proyectas en ellatu delirio por la que fue tu mujer. Esapobre infeliz no es otra cosa que unpaño de lágrimas hecho carne. Y no mevengas con eso de que lo primero para tiera buscar una buena madre para tushijas…, porque sencillamente no me locreo. No te creo querido.

—Quiero que te marchesinmediatamente de mi casa… o si no…,

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me veré obligado a…—¿A qué? Dime… Ves.

Jajajaaa… ¡¡Dios, tengo razón!! Te hasdelatado tú mismo… En verdad eres unpobre infeliz. De veras. Estás utilizandoa esa mujer como representación deDenisse. Me das pena… y asco.

—¡¡Márchate inmediatamente demi casa!! ¡¡Estás loca!! No quierovolver a oír tus…

De repente la puerta se abrió.—¿Mi amor sucede algo? —

Preguntó Beatriz al abrir la puerta—.Me ha parecido oír gritos.

—¡Oh…, no mi amor! No pasanada.

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—Vaya… Pero si está aquí laflamante esposa. Buenas tardes querida.Soy Irina Morgan la…

—La señorita Morgan… —seadelantó Víctor, necesitó tragar salivapara bajar el nudo que se había formadoen su garganta—, ella era una buenaamiga de mi espo… de Denisse —rectificó Víctor—. De Denisse. Havenido a felicitarnos por nuestro enlace.

—¡Oh! Vaya, muchas gracias.Encantada. Mi nombre es Beatriz. Osgustaría quedaros a…

—Lo siento mi amor, pero ya seiba. Tenía cierta prisa… ¿Verdadseñorita Morgan?

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—Sí. Es cierto. Ya me iba. Osfelicito querida. Os habéis casado conun gran hombre… —diciendo esto, Irinadesvió su mirada hacia un hombre quese encontraba totalmente descubierto,pálido—. Puedo aseguraros que os harámuy… pero que muy feliz.

—Gracias. Encantada deconoceros. Si me disculpáis, voy a tratarde que las niñas se aseen. Podéis venir aesta casa cuando lo deseéis. Buenastardes. Mi amor…

—Sí. Gracias querida. ¿Mepermites un consejo? —le señaló Irina.

—Sí. Por supuesto. Gracias,sois muy amable.

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—No te vistas con la piel de unfantasma.

—¿Perdón? Pero no entiendo…—¡Oh! No te preocupes

querida… Es un dicho, sólo eso.—Lo tendré en cuenta.

Gracias…Beatriz cerró la puerta y se

encaminó a buscar a las niñas—Lo dicho… —apuntó Irina—,

pobre ilusa. No sabe la mentira que laenvuelve. ¿Verdad? —dijo posando susojos en los de Víctor, los cuales estabancomo platos.

Sin mediar una sola palabra másentre ellos, Víctor se abalanzó sobre

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Irina para con fuerza tomarla del brazo yobligarla a abandonar su casa.

—No quiero que vuelvas. Estásloca. ¡¡¿Cómo te has atrevido?!!

—Puede que lo estuviera. Loca.Pero no más que tú, querido. Pero eltiempo me dará la razón. Ya lo verás.De eso estoy del todo segura. AdiósVíctor. Adiós.

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20 CAPÍTULO

Esa misma tarde, ya entrada la noche,Flora se presentó en aquella casa demala muerte por la puerta trasera.Deseaba hablar con la dueña. Expusopara ello que a ésta le sería de graninterés conocerla. Jody trató de enviarlade nuevo a la calle, pero cuando Florapronunció las palabras mágicas:

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mansión Volen, Irina no rehusó enrecibirla.

—De modo que dices que hastrabajado para Víctor Volen, ¿no?

—Sí señora.—Señorita, por favor —apuntó

Irina.—Perdón, señorita. Sí. He

trabajado para ellos varios años. Desdeel primer día en que la misma ladyVolen; Denisse Volen, pisó aquellacasa. Yo fui su doncella de compañía, suconfidente… Se pude decir que eso eslo que fui para ella.

—Vaya, vaya… Muyinteresante. Y dime… ¿Qué me puedes

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decir de la nueva señora Volen?—De ella bien poco señorita

Morgan. Apenas a su llegada fuidespedida. Esa maldita zorra españolase creyó la muy, muy…

—¡¡Jajajaaa…!! Vaya. Veo queno congeniasteis muy bien.

—No. Lo cierto es que no.Aunque tampoco con la otra. A la señoraDenisse simplemente la aguantaba…tanto a ella como a sus libertinoscaprichos.

—¡¡¿Cómo dices?!! —los ojosde Irina centellearon.

Flora se acercó a ella para envoz baja hacerla partícipe de más de un

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secreto de la distinguida lady DenisseVolen, así como de la misma casa. Irinaquedó del todo complacida con aquellasrevelaciones. Nunca llegó a imaginarque la distinguida y refinada Denisse,ocultara secretos como aquellos.

—¡Dios! Ella, la gran señora.La que miraba a todas las demás porencima del hombro, era la más lujuriosay libidinosa de todas… Jajajaaaa…Increíble. ¡¡Increíble!! Y además con unjoven pupilo de su esposo… Jajajaaa…Y ese pobre imbécil ha forjado en lafigura de su actual esposa un nuevoboceto de aquella… Jajajaaa. Esto esdel todo increíble. Jajajajajaaa… Meenanta. ¡¡Me encanta!! Jajajajaaaa…

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—No os comprendo señoritaMorgan —señaló Flora—. Entonces…¿puedo quedarme en vuestra casa?

—Por supuesto querida. Os lohabéis ganado. Jajajaaaa… Pero ahoraen serio. Os advierto que el trabajo quevais a realizar para nada es tan, ¿cómodecirlo? Tan…, tan fácil como puedasllegar a creer. Te puedo asegurar quemás de una vez desearás cerrar los ojosy sencillamente… ¡¡Puff!! Desaparecer.

—No debéis preocuparos pormí. Conozco bien las artes de esta casa.

—Vaya… Pero por lo que mehas contado, te será fácil. ¡¡Jody!!

—Sí, Irina.

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—Acompaña a esta jovencita ala que será su nueva habitación. Dale lade Susan. Trata de explicarle las normasde esta casa. A ver si de una vez portodas al menos una las logra llevarlas abuen fin. Que se asee y se vista. Mañanaserá su presentación. Creo que más deuno de esos imbéciles estará más queencantado de conocerla.

—Gracias señorita Morgan —manifestó Flora antes de marcharse encompañía de Jody.

Irina se sirvió senda copa decoñac.

—Vaya, vaya… con la recataday distinguida de Denisse Volen.Jajajaaaa… Y por lo que veo, ésta

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pobre infeliz también se vio atrapadapor ti querido. Y al igual que a mí,también la utilizaste para apagar tusdeseos. Lo malo es que a esa pobredesdichada le bastó sólo una noche bajotu cuerpo para amaros. Para creersedueña y señora de tus sentimientos.¡¡Jajajaaa!! —Dio un gran trago a lacopa, con el fin de enguadar y tragarselas lágrimas que comenzaron a fluir desus ojos—. También quedó marcada portu fuego, por la tinta de tu cuerpo. Sólouna noche necesitó para quedar atada ati. ¡Brindo por tu felicidad queridaBeatriz Volen! —dijo alzando su copa—. Si es que algún día llegas adisfrutarla al lado de ese hombre…

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La navidad hizo acto depresencia mucho antes de que pudierandarse cuenta. Como era de esperar, ladyO’Connell se presentó en la mansiónVolen colmada de regalos y diferentespresentes. Así como de gran variedad deviandas.

En una de sus visitas al quefuera el dormitorio que su hija Denissecompartía con Víctor en vida,dormitorio que fue cerrado a cal y canto,y al cual tan sólo ella como el propioVíctor tenían llave y acceso, comprobócon estupor como todos los hermosostrajes, así como los perfumes y demásde Denisse, iban siendo devorados tanto

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por el olvido como por el polvo, asícomo por el mismo tiempo. En sucabeza, la idea de que todo aquellopermaneciera allí entre el polvo y lassombras, la devastó por dentro. A ellodebía sumar que llegado el momento, lamisma Beatriz; con todo el derecho,porque lo tenía, pudiera decidirentregarlos a la beneficencia, hirió demuerte su corazón. Así que decidióactuar ante aquel drama.

—No sé si os importaráquerida. No creo que tenga la mayorimportancia. A fin de cuentas…, es unaverdadera pena que permanezcan ahí, enolvido. Estropeándose. Cuando vosmisma podríais darle buen uso. A fin de

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cuentas son solo telas y demás. ¿No…?—Sí, pero… —Beatriz miró

primero a su esposo. En sus ojos vio uncierto destello que le erizó la piel, perocuando posó su mirada en los ojos delas niñas, comprendió queverdaderamente solo eran eso: unosvestidos y poco más—. ¿Si a Víctor nole importa, si… no le incomoda vermecon ellos? Yo… podría…

—Por supuesto que no meimporta querida. Como bien dice ladyO’Connell, son meros trajes. Telas.Cierto es que sería una pena que seecharan a perder. Vos los luciríais muybien. Sois semejantes en talla —aquellasutil comparación provocó en Beatriz un

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escalofrío.—¡Sí Beatriz! Ponte los

vestidos de mi mami. Será como tenerlaa ti y a ella juntas. Venga, di que sí.

Beatriz a duras penas pudodibujar aquella mueca en su boca,aquella sonrisa.

Era una mera tontería si lopensaba bien. Pero tampoco es que leagradara mucho ponerse los vestidos yel perfume que la misma Denisseempleaba en vida. De hacerlo, ¿dóndequedaría ella, su esencia…, su propioaroma? Su personalidad… Pero comonegarse a las niñas. No le importaríautilizarlos alguna que otra vez, encontadas ocasiones. Por supuesto que

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no.Tenía claro que e lla no era

Denisse, ni deseaba que los demás;sobre todo Víctor, la creyeran serlo. Nila vieran como a ella. Beatriz era unamujer completamente diferente a la quefue Denisse. Eso lo tenía muy claro.Pero… ¿y Víctor? El que no se negara a ello, no le agradó, y mucho. Esperaba almenos que él pusiera algún tipo deoposición. Pero nada. Es más, alcontrario de lo que esperaba, Víctorparecía estar encantado con ladisparatada idea de lady O’Connell.

Hasta la misma Corinna no dabacrédito a la ocurrencia de su madrecuando la misma Beatriz se la expuso.

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Pero menos crédito le daba aque ella hubiera accedido y que Víctorno se opusiera a ello, puesconociéndolo…

Algo a Corinna no le cuadrómucho, no le agradó. Sobre todo en loreferente a la persona de su cuñado.

Aquella noche, Beatriz comenzóa distinguir en su esposo ciertaambigüedad, tanto en la forma detratarla como de acceder a su cuerpo. Entoda su vida, Beatriz nunca imaginóalcanzar la felicidad que junto conVíctor estaba disfrutando. Pero algo enél había cambiado, algo muy pequeño,

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pero lo suficientemente perceptible paraella.

Trató de alejar de su cabezacualquier duda o recelo, trató de apartary alejarse de una preocupación sinfundamento alguno. Quiso asentar laseguridad no sólo en su mente sino en sucorazón. Intentó mantenerse felizmenteajena a todos aquellos sentimientos quesin más afloraban de ella. Pero lossucesos se acaecieron mucho más rápidode lo que hasta ella misma hubieradeseado.

Fue la misma Nochebuenacuando todo comenzó a tener; en ciertamedida, sentido para ella. Y aunqueCorinna en un principio se mantuvo en

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un discreto margen, también se percatóde algo demasiado insólito; por asídecirlo. Sobre todo en el proceder y enel comportamiento de Víctor para con suesposa Beatriz.

Para esa noche, Beatriz pensóllevar; bajo tutela de lady O’Connell yde las niñas, el vestido de seda colorchampagne de Denisse. Aquel conelegantes y refinadas aplicaciones en unsuave color marfíl. Las niñas por suparte le pidieron que se pusiera un pocode ese perfume que tanto les gustaba desu madre.

Beatriz al olerlo, rápidamentedistinguió las notas salientes debergamota, una esencia que no le

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agradaba demasiado. Por otro lado, si separaba en pensar en las connotacionesque dicha esencia tenía en susconocimientos, le resultó del todoextraño que una mujer como Denisse sedecantara por un perfume donde labergamota era la base. No entendíacomo elegir una esencia tan cítrica comoperfume. Para ella, para sus creencias,la bergamota estaba relacionada conpócimas de control. Con ellas, se tratabade controlar o dirigir a las personas.Cuestión por la cual era muy empleadaen la elaboración filtros cuya finalidadera la dominar a otra persona.

Ella siempre se sintió a gustocon perfumes con una base más floral,

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más pura y humilde. Con notas de floresblancas como el jazmín, la gardenia y lafresia. Así es como se sentía ella.Pero… ¿por qué una mujer comoDenisse iba a recurrir a esa esenciatan… tan…?

Al final, terminó por ceder ycuando se vio frente al espejo, lo quevio no le agradó mucho.

Cierto era el hecho de que sólose trataba de un simple e inocentevestido. Pero llevar sobre su piel elperfume de aquella mujer, la esencia quedistinguía a Denisse del resto demujeres y que hacía que su esposo; elque ahora fuera el suyo, la deseara…, aBeatriz le quemaba la piel. Se sintió

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disfrazada de Denisse.Así es como apreció que la

veían todos cuando bajó las escaleras.Como la miraban los ojos de Víctor, suesposo. Y de nuevo halló en su miradaaquel extraño fulgor que tanto laincomodaba y erizaba la piel. En pocaspalabras, se sintió que llevaba puesta lapiel de Denisse. Por lo que deseaba quela noche cediera paso al retiro, paraasí… despojarse no sólo de aquelvestido, sino del estupor que este causóen él. Pues él era el más hechizado detodos.

Así que en la soledad de sualcoba, y deseando despojarse deaquella atavío con el que encubrió su

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propia personalidad, Beatriz comprobócomo Víctor, llevado por el ardor másexaltado, la tomó como nunca antes lohabía hecho. Y mientras se mecía dentrode su cuerpo, mientras le hacía el amor,Beatriz lo notó ausente pero a la mismavez anexo a ella.

La forma en que aquella nochele hizo el amor, se diferenciaba y muchoa sus otros encuentros. Víctor estabademasiado excitado, ni siquierademandaba intervención por su parte. Élfue quien en todo momento llevó lasriendas y el ritmo de los movimientos,logrando incluso que Beatrizreemplazara sus gemidos de placer poruna pequeña queja de dolor.

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Al terminar, Beatriz halló en elrostro de su esposo cierto enojo, ciertarabia. Sin más, Víctor tomó sus atavíosasí como sus botas y su pesada bata delana, para encaminarse hacia sudespacho donde pasó gran parte de lanoche. Noche que se repitió más de lodeseado por Beatriz. Noches que sefueron interponiendo unas a otras. Asícomo los sentimientos encontrados de lamisma Beatriz.

En la soledad que le fueconcedida, Beatriz atrajo a su mente elrecuerdo de aquel dicho que comoconsejo le fue dado por la señoritaMorgan: “No te vistas con la piel de unfantasma”. Aquellas palabras

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comenzaban a tener sentido para ella.Pero ahora, no parecían ser un meroconsejo. Más bien sonaban a unapeculiar advertencia. A fin de cuentas,se había vestido con las ropas de unadifunta, había llevado incluso superfume… «¿La piel de unfantasma…?», pensó.

Durante los dos mesessiguientes, Víctor pasó de la fogosidadmás absoluta para con ella, a la frialdadmás distante y dolorosa. Incluso hasta ensu propio lecho.

Ya no reclamaba tantos susbesos, la cercanía y la humedad de su

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cuerpo. Llegó incluso a evitar más deuna vez la cercanía de su piel así comolas demandas hechas deseos carnales desu esposa. Llegó incluso a evitar ellecho que compartían.

Víctor se pasaba largas horasencerrado en su despacho, sumergido ensu trabajo. Al menos esa era su excusa.Y todo se acentuó aquel día, aquel en elque el dormitorio que compartiera conDenisse, diera paso a su hija mayorAnne.

Anne precisaba ya de tener supropia habitación y ella misma eligióaquella que fue la de su madre.

A eso, Víctor debía sumar elque Beatriz le mostrara su deseo de

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dejar de vestirse con los vestidos deDenisse. La escusa elegida por Beatrizfue la de dejarlos reservados para sushijas. «¡Qué mejor que ellas parallevarlos! Sería una verdadera penaestropearlos. Prefiero que sean paraellas. Además, en breve la mima Anneserá capaz de lucirlos dado lo hermosa ygrande que está…»le expuso.

Víctor en un principio pareciócomplacido con su propuesta, pero pocoa poco advirtió en él un cambio. Éste sefue encerrando más si cabe en sí mismo,en aquel despacho al cual ella no teníaacceso. Lo cierto es que nunca lo tomóen cuenta. Pensó que en lo referente a sutrabajo, sencillamente era un tanto

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quisquilloso. Pero dado losacontecimientos, su necesidad deadentrarse en aquel lugar fue creciendo,llegando incluso a desesperarla.

Víctor no sólo paso de evitarlaen la cama, de refugiarse en su trabajo,sino que además comenzó a parecerestar ciertamente molesto con ella sinuna razón aparente. Todo le molestaba, ytodo en ella parecía sacarlo de quicio.

Beatriz se veía poco a poco almargen de la vida de su esposo. Éste ladelegaba a otros quehaceres que nadatenían que ver con sus deseos carnales.

Trató de hacerse creer a símisma que todo quizás debía tratarse alestrés, y al excesivo trabajo que sobre

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él, el rector de la universidad habíavolcado. Hasta pensó que los grandescambios sufridos podrían ser parte de suestrés, así como la cercanía delaniversario de la muerte de Denisse.

Pero aquella noche, cuando laspalabras entre ellos llegaron a mayores.Cuando Víctor incluso le gritó y llegó atachar de incómoda su presencia por unamera y sutil insistencia por parte de ellapara hacer el amor… Beatriz se viodevorada por la imperiosa necesidad deir al encuentro de aquella mujer, de laseñorita Morgan. Aquella que encubrióuna aviso en un consejo.

Pero la cuestión era… ¿dóndehallarla? ¿A quién preguntar por su

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paradero? Desde luego a Corinna no,dado que la atosigaría a preguntas.

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21 CAPÍTULO

Cuando Víctor recibió aquella misiva enla que se requería de inmediato supresencia en la mansión, éste advirtióque algo no iba bien.

A su apresurada llegada a lamansión, Víctor se encontró con eldoctor Lawler, el cual le informódebidamente de todo. Acto seguido,

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Víctor subió de dos en dos los escalonespara encaminarse a la habitación de lapequeña Marie.

Ésta se encontraba en su cama,empapada en sudor, con el rostro tandescompuesto como pálido. Parecíaagotada, tan marchita como una florprevia al fin de sus esplendorosos díasde primavera. Se acercó despacio a sucama, y despacio se sentó en ella paratomarle la mano. Junto a ella seencontraba Beatriz, que refrescaba devez en cuando el paño que sobre laardiente frente de Marie reposaba.

—Mi amor… ¿Qué te sucede?—repreguntó tras besar su pequeñamano. Al hacerlo, Víctor comprobó la

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elevada fiebre que tenía su pequeña.Entonces miró a Beatriz—. ¿Qué lepasa?

—El doctor dice que puedeser… tifus.

—¡¡¿Tifus?!! Pero, pero…¿cómo es posible? El tifus es… es unaenfermedad de pobres. Se da en losbarrios más harapientos y sucios… ¡Noaquí en mi casa! ¿Cómo puede ser quemi hija esté enferma de tifus?

—¡¡No lo sé!! —ProtestóBeatriz al verse acusada—. No lo sé…El doctor dice que es propia de estasfechas invernales… Pero de veras queno sé cómo ha podido enfermarse. Puedeque todo se deba a que hace días Marie

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asistió en la calle a una pequeñamendiga que se calló, pero por Dios queno creo que… ¡Ya sabéis como es!¡Dios mío! —lloró Beatriz.

—¿Y qué dice el doctor? —leinquirió Víctor tomándola con fuerza delbrazo y apartándola del lecho de Marie.

—Dice que hay que tratar debajarle la fiebre, pues esta puede llegara ser muy alta así como peligrosa.También me ha indicado que le mireconstantemente las palmas de las manosy los pies. Si estas se ponen rojas…¡Dios! Se puede… Víctor… —lloró—,se puede… se puede quedar sorda,incluso puede que degenere en unadificultad para hablar, para levantarse,

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para andar… Y si empeorara…, si lohiciera…

—¡¡Si lo hiciera!! ¡Si lo hicieraqué maldita sea!

—Puede morir Víctor. ¡¡Sepuede morir!!

Víctor agarró con extremaviolencia a Beatriz por los hombros y lazarandeó.

—¿Cómo has permitido que lesuceda esto a mi niña? ¿Cómo hasdejado que le pase esto? —Le gruñó,para después arrogarla al suelo y correral lado de su niña—. ¡Vete! ¡¡Vete!! Noquiero verte…

—Víctor… por amor de Dios…

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Yo no tengo la culpa de esto… ¿Cómopuedes pensar eso? ¡Cómo puedesacusarme!

—¡¡Que te vayas!! ¡¡Veteeee…!!

La fiebre fue aumentandoprogresivamente, y durante algo más decinco días Marie estuvo padeciendofuertes dolores de cabeza, además deuna persistente tos acompañada devómitos y úlceras en el paladar que nole facilitaban en nada el que sealimentara. Beatriz a muy pesar de laoposición de Víctor, y tras buscar yrebuscar en su libro, halló algunosremedios para bajar la fiebre, así como

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para paliar la molesta tos y demásdolencias propias del tifus.

E n su libro, en el…, su nanaaconsejaba para paliar la sed queprovocaba la elevada fiebre, un remedioconsistente en una cocción de gajos decebolla, unos gramos de tilo, así comounos pedacitos de alcanfor. Todo ellococido en un litro más o menos de agua.Lo debía dejar hervir durante al menosuno cuarto de hora, para cada mediahora; tras la cocción, darle unacucharada. En unos ocho días deberíapercibirse algún tipo de mejora.

Elaboró además una infusión dehojas frescas de salvia, miel además dejugo limón. A pequeños sorbos se la

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hacía beber a la pequeña para bajarle lafiebre. Además de aplicarle paños deagua fresca en la frente y en lasmuñecas, tobillos y en el cuello. Tanpronto se calentaban estos, losrefrescaba para volver a aplicárselos.Así paso más de cinco largos días consus respetivas noches. Días en los queapenas comió, y noches en la que apenasdurmió. Trató de que todos en lamansión se apartaran de la habitación deMarie con el fin de que no fueraninfectados. Ella misma se encargaba dela limpieza y aseo de la habitación, asícomo de quemar todas las prendas ytrapos en la misma estufa de dichaestancia.

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Aquella mañana, cuando elsueño la tenía completamente rendida,sintió la tibia y débil voz de Mariepidiendo un poco de agua. Beatrizempapó una gasa y se la colocó en loslabios. La pequeña bebió un poco, losuficiente para refrescar su garganta.Beatriz comprendió que la batalla aúnno estaba perdida.

Allí mismo, en el rescoldo de lachimenea, preparó una nueva infusión,pero esta vez empleó escaramujo con unpoco de té de hibisco. La animó paraque bebiera. Y a pequeños sorbos,Marie fue bebiendo aquel remedio queBeatriz endulzó con un poco de miel yun poquito de limón. Ese toque que a

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Marie tanto le gustaba.Para la tos, Beatriz preparó un

jarabe hecho con la ralladura de unrábano, a la que le añadió dosabundantes cucharadas de miel deromero y esencia pura de hojas dehiedra. Dejó reposar la mezcla variashoras antes de dársela. Con esto, esapersistente tos, poco a poco se fuereduciendo y logrando que la pequeñapasara las horas de sueño algo másdescansada. Le repetía la toma variasveces al día y poco a poco Mariepasaba algo más de tiempo despierta.

Su remedio para el dolor decabeza fue de lo más sencillo, unacucharada de miel con unas gotas de

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jugo de ajo.Marie se fue recuperando

pausadamente, eso sí, pero la mejoría seiba haciendo evidente.

Una noche, mientras elcansancio y la fatiga ya habían hechomella no sólo en el cuerpo sino en lafortaleza de Beatriz, Marie la llamó parasolicitarle un poco de sopa.

—De esa tan rica que hace laseñora Potts…

—¡¡Mi niña!! —lloró Beatrizderrumbándose en el suelo, de rodillas junto a la pequeña.

—Hola Beatriz…—Hola… hola preciosa…

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¡Hola mi vida! —lloró—. Víctor… —apenas le salía la voz—. ¡Víctor!¡¡¡Víctor!!! —Consiguió al fin gritar.

—¡¿Qué sucede?!—Se queda… se queda con

nosotros —lloró.—¡¡Dios mío… gracias!! —

Diciendo esto, Víctor se derrumbó juntoa su pequeña, a la cual tomó de la manopara besarla sin cesar—. Mi niña, mipreciosa princesa…

Beatriz llamó a la señora Potts,y le pidió un poco de su sopa paraMarie. Sin dudarlo, el ama de llaves sepuso manos a ello, poco le importó lahora que era. Por petición de Beatriz, laseñora Potts incluyó en la bandeja, unas

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rodajas de tomate crudo, ligeramentesalpimentados. «El enfermo de tifus»;según su nana, «debe tomar abundantetomate crudo».

—Aquí está todo señora… —dijo la señora Potts mostrando a Beatrizla bandeja.

—Muy bien… —le indicó convoz cansada Beatriz. Acérquesela.

—Sí señora… Por cierto, ¿seencuentra bien?

—Sí sólo estoy un pococansada… Han sido… —suspiróprofundamente—, han sido muchas horasde…

—¡Señora! ¡¡Señora!! ¡Señor!

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¡Lady Volen se ha desmayado!Víctor corrió a socorrerla.

Beatriz cayó al suelo como un saco depatatas. Estaba completamente pálida,del todo agotada… sus ojos estabancompletamente ausentes.

—Beatriz… ¡Beatriz! —le decíamientras trataba de despertarla, pero elcansancio y la fatiga provocados pordías de no dormir y apenas comer, hizodura huella en Beatriz.

Todos en un principio temieronde también ella pudiera habersecontagiado de tifus, pero el doctorLawer lo descartó por completo.Descanso, sosiego y una buena sopareconstituyente fue su remedio. Pero la

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fiebre la mantuvo dos noches al amparode los cuidados del mismo Víctor.

En su afán de atender así comode velar la débil salud de Marie, Beatrizencargó a la señora Potts que le fueraadministrada una dieta; la cual se debíaseguir a raja tabla.

En ayunas, debían darle;disuelto en medio vaso de agua tibia, elzumo de medio limón exprimido. Trasesto y en el desayuno, Marie debíatomar una taza de avena con leche tibia,la cual debían rebajar en un poco deagua. Si se despertaba con hambre,podía tomar una buena tostada con un

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poco de aceite o mantequilla, unas gotasde limón y sendas rodajas de tomatemaduro.

Antes de la comida principal,Marie debía comer una buena ensaladade tomate, el mejor remedio para eltifus; según su nana. Además de sendoszumos de zanahorias con tomate o denaranja. Para la comida bastaría con unasopa de vegetales, o un buen caldo depollo o pescado con un poco de arroz.

Recomendó darle además en lacomida un pedacito de diente de ajo conun vaso de agua tibia. Pero conociendolos gustos de Marie, Beatriz recomendómachacar el ajo y ponerle unas gotitasde limón.

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Para la cena, de nuevo una tazade avena o si lo prefería, un buen caldode verduras con arroz. Y si el hambrehacía de las suyas, una ensalada demanzana y zanahoria sería perfecta. Esosí, aderezada con unas gotitas de limón.

—Señora Potts.—Sí señora.—Antes de dormir, trate de que

se tome el pedacito de diente de ajo consus respectivas gotas de limón.

—Sí señora. ¿Algo más?—Sí. Para cuando tenga sed,

tenga siempre a mano un zumo dezanahoria fresco. Que beba mucho agua.Si se presentara diarrea, añada al agua

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un poco de azúcar y sal. Y no se olvidedel limón. Ya sabe cuánto le gusta.

—Sí señora. No se preocupe.Ahora trate de descansar. ¿Desea algomás la señora?

—No, gracias. Te puedesretirar. No me la dejes desatendida…Te lo ruego.

—Por supuesto que no señora.Descuide.

—¡Señora Potts! Espere…—Sí señora —respondió ésta

retrocediendo sus pasos.—Y… ¿y el señor? ¿Está en la

casa?—Sí, señora. El señor está en la

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casa —Beatriz advirtió en el gesto de lamujer cierta consternación—. Está en sudespacho, como de costumbre. Yasabe…, el trabajo —trató de justificarlosin conseguirlo—. ¿Quiere la señora quelo llame?

—¡Oh no! Gracias. Sólo erapor… por preguntar. No lo moleste. Noes necesario. Se puede retirar. Gracias.

Las ausencias de Víctor se fueronhaciendo cada vez más pesadas a la vezque dolorosas e injustificadas para suesposa.

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22 CAPÍTULO

Beatriz decidió por unas horasabandonar la mansión para bajar alpueblo. Necesitaba alejarse, aunquesólo fuera por unas míseras horas, de lospesados juicios que en su cabeza seformulaban una y otra vez con respecto asu fría relación con su esposo.

Durante aquella mañana deimprovisadas compras por el pueblo. Alalzar la mirada, Beatriz vio aparecer

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ante sus ojos inesperadamente la figurade esa mujer: la señorita Morgan. Sintiócomo su corazón daba un tremendovuelco cuando sin pensarlo dos veces desu boca fluyó su nombre. Decidió cruzarla calle y aventurarse a hablar con ella.Irina trató de hacer como que no la haoído, pero la insistencia de lady Volenconsiguió que detuviera sus pasos ydirigiera su atención a quién tanefusivamente se la reclamaba.

—¡Buenos y fríos días milady!Qué gusto volver a veros —pronuncióirónicamente Irina mientras le tendió sumano en señal de saludo.

—Necesito hablar con vos —Beatriz no dudó en tomarla del brazo y

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arrastrarla en un silencioso caminar.Ambas mujeres caminaron por la calletomadas del brazo. Irina llegó a sentirseun tanto incómoda tras cruzar miradascon los viandantes que con ellas secruzaban—. ¿Dónde podemos hablar?¿En vuestra casa? —preguntócrédulamente Beatriz.

—Dudo que en mi casa seaposible querida… Siempre está repletade gente. Además, no creo que osconvenga que os vean entrar en ella. Esmás, no creo ni que fuera convenienteque os vean conmigo. ¿Ya sabéis a quéme refiero?

—No. Lo cierto es que no.—¡Oh querida! ¡Válgame Dios!

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¿A caso nadie os ha informado de mí?¿No sabéis quién soy? Del todoincreíble.

—Lamento no saberlo. Sólo sélo que vos misma y mi esposo…

—Querida… —Irina se acercóa Beatriz para susurrarle al oído—, soyla dueña del burdel. La despreciable ydepravada dueña de un antro deperdición.

—¡Oh!—Sí. ¡Oh! Así que no sé si

ahora precisáis con tanta urgencia hablarconmigo.

—Sí. Lo cierto es que lonecesito. No me importa si tuvierais o

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no algún tipo de relación en el pasadocon mi esposo. No me importa. Ahoranecesito que me aclaréis el porqué devuestro consejo. Aunque más bien fueuna advertencia en toda regla, ¿no?

Irina frenó sus pasos.—Vaya… Parece que me

equivoqué con vos. No sois tan… comoesperaba que fuerais. Pero está bien,hablemos. Pero hagámoslo dentro de esacantina. Al menos estaremos máscómodas.

Tras acomodarse en una mesa alfondo de dicha cantina, Beatriz no dudóen exigir una aclaración. Necesitabasaber todo lo que esa mujer podíacontarle acerca de su esposo y la que

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fuera su primera esposa.Irina trató de encubrir o

reservarse algún que otro detalle. Noera su intención ser morbosa ni causarledaño. No. Inexplicablemente no entendíael porqué de ello. Beatriz le agrada, ymás de lo que ella misma pudieradesear. Así que trató de contarle todo,desde su primer encuentro casual conVíctor aquella noche que borracho nosólo por el alcohol sino por el dolor,reclamaba clemencia no tanto al mismoDios como a la misma vida. Le habló dela total obsesión de Víctor por Denisse.Incluso rotuló una fascinación o algúntipo de embrujamiento fuera de todalógica. Para Irina, Víctor parecía

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dominado por esa mujer en todos lossentidos.

«La bergamota…» pensóBeatriz. «¿Sería posible eso, el queDenisse hubiera recurrido a talesartes?». Pero tras oír una a una lasaclaraciones de Irina con respecto a loque el mismo Víctor decía de su esposa,Beatriz no tuvo duda de ello.

Recordó el incidente de ladyO’Connell con su hija Judith, y lasaclaraciones que la misma Corinnainterpuso. Incluso para la mismaCorinna, Denisse era una caprichosa, tanvoluble como inestable y pueril. Unamujer que sabía de sus artes y que noduda en tomar lo que deseaba. Sin

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olvidar que también era; en parte, unamujer de mundo, y en muchos aspectosal parecer. No era de extrañar entoncesesa enajenación repentina de Víctor porella. Ese amor tan súbito e inesperadopor una mujer a la que apenas conocía,obviando a la que fue su primer amor:Judith.

«Quizás también elembelesamiento de la misma ladyO’Connell de debiera a ello…»,especuló.

—No sé si has llegado a ser tumisma consciente de la gran turbaciónque vuestro esposo siente por la personade Denisse. Creedme cuando os digoque esa mujer era el mismo diablo… —

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el rostro de Beatriz empalideció pormomentos. No daba crédito ni a lo queoía ni a lo que poco a poco fueestimando—. Sólo os puedo decirquerida, que estéis pendiente de cadauno de sus pasos. Con respecto a mipersona podéis estar del todo tranquila.Del todo segura querida. Pues trasvuestra aparición, dolorosamente dejéde recibir sus visitas —Irina apreció enBeatriz la certeza de sus palabras, algoque le gustó.

—Estáis pretendiendo decirmeque…

Irina se adelantó y tomó lasmanos de Beatriz, la cual no las apartó,al contrario, aceptó ese gesto con

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agrado. Sencillamente lo necesitaba.—Puede que estéis viviendo en

una gran mentira. Abrid bien vuestrosojos. No seáis tonta. Lo sé… ¡Haaa…!Y ahora, ahora lamentándolo y mucho eldejaros…, pero debo marcharme. Tengoun negocio; por así llamarlo, que llevara buen puerto.

A la salida de la cantina, fue lapropia Beatriz quien ofreció su mano enseñal de agradecimiento. Irina quedoconfundida. Debía odiar a esa mujer,pero increíblemente sentía cierto afectopor ella.

—Muchas gracias. De veras quehabéis sido muy amable. Os loagradezco de corazón —un corazón que

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comenzaba a teñirse con el gris de lassombras de dudas y del mismo miedo.Miedo a perderlo, a ser cierto lo quepor su mente rondaba—. Si algún día menecesitáis…, ya sabéis dondelocalizarme. Al menos eso espero.

Irina se sintió mal al ver elpesar en aquellos ojos verdes.

—No debí, no creo que fueraconveniente que hubiéramos hablado.Ahora no puedo evitar sentirme mal.

—¿Mal vos? No. No tenéisporque. Despreocupaos. Yo tambiéndebo marcharme. Puede que me echen enfalta. Nuevamente gracias —Beatrizvolvió a ofrecerle su mano. La cual fuedoblemente acogida por las de Irina

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Morgan—. Tenéis las puertas de mi casaabiertas, así como mi amistad.

Irina quedó fija al suelo.Nunca esperó algo así de nadie,

y mucho menos de ella. El que esa mujerle ofrecía su amistad.

Su corazón sintió el quebrantode la añoranza de afectos tandesinteresados como aquel que Beatrizle había ofrecido.

Sintió el frío del peregrinar desus lágrimas por su rostro.

Una amiga… Por cuanto habíadeseado tener una amiga fuera deaquellas cuatro paredes de perdición.Una amiga que la devolviera a ser Irina

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Morgan. Aquella niña soñadora, aquellajovencita con ganas de comerse elmundo.

Una amiga que la alejara de lasmiserias que la rodeaban cada día, quela abrigara en el amparo de un mundo alque solo accedía en sueños.

El peregrinar de sus lágrimaspor su rostro se hizo más intenso, aligual que el calor en su corazón.

Beatriz vio cernirse sobre ellapoco a poco aquellas negras nubes queen su día logró disipar.

En la soledad de sus horas,comenzó a especular una y otra vez en lo

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injustificable del comportamiento deVíctor para con ella.

—No hay razón o motivo algunopara ello… —se repetía una y otra vez.

No podía evitar pensar en todolo que Irina le dijo, en aquellas susúltimas palabras.

Desolada, Beatriz accedió sinmás a la desesperación más absolutahecha silencio, a la espera y a lasoledad. Vio su regreso a los profundosabismos en los que Serge un día lasumergió.

Poco a poco, y tras meditar yobservar cada detalle, cada gesto, cadapalabra y acción en Víctor… estos, lallevaron a sentir el miedo que había

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creído borrado. No sólo de su mente,sino de su corazón y hasta de su propiaalma. De su piel.

Desde su conversación conIrina, Beatriz comenzó a observar másdetalladamente el comportamiento deVíctor. Tanto es así, que llegó incluso aobsesionarse, a dejar de lado hasta supropio existir.

Todo en él iba cobrando de unamanera u otra sentido. Todo parecíaestar en consonancia con lo que lamisma Irina le dijo aquel día.

Vencida tanto por el miedo aperderlo como al daño sufrido y laofensa perpetrada sobre su persona,Beatriz no hallaba consuelo, no

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conseguía soportar ni un minuto más, loque para ella eran los continuosdesplantes de su esposo. Llevada por ladesesperación y por toda esa angustiaretenida día tras día, dominada así porel miedo que se había, sencillamentealojado en su ya dolorido y maltrechocorazón, Beatriz estalló una noche.

Esto la llevó a obrar contraVíctor cientos de reproches queterminaron por conformar una broncamonumental entre ellos. Y más cuando elnombre de Irina salió a la luz por bocade la misma Beatriz.

—¡Estás loca! De veras queestás loca… ¿Qué estupideces son esasque dices? ¡¡¿Qué demonios me

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reclamas?!! Y por qué ahora me hablasde esa mujer… ¿Qué demonios tieneella que ver con todo esto?

—Eres… eres un malditobastardo. Cómo… ¿Cómo pude creercada una de tus mentiras? —Alegó llenade ira—. ¡Qué ciega he estado diosmío… que ciega!

—¡Maldita sea mujer! Me vas avolver loco… ¿De qué demonios se meacusa? ¿De trabajar demasiado, de tratarde levantar esta casa…? ¡¡Dime!!

—Bien sabes a qué me refiero.No trates de hacerme parecer lo que nosoy. No soy tan ingenua ni estúpidacomo piensas…

—¡Dios! —Gruñó Víctor.

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—Atrévete a negarme que todoentre nosotros es una vil farsa, unamentira…

—Pero… ¿de qué mentira mehablas mujer?

—Bien lo sabes… —le dijoBeatriz mientras arremetía contra éllanzándole los almohadones quedecoraban su lecho conyugal. El mismoque durante largas y eternas noches nocompartían—. Nunca has estadoenamorado de mí. Sólo he sido tu salida,tu bálsamo… Has buscado en mí lamadre perfecta para tus hijas, pero…por lo que he visto, en estos últimos díasni eso soy ya. ¿Verdad? —le gritómientras arremetía con un nuevo

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almohadón.—¡Dios! ¿Cuántos almohadones

tiene esa cama?—¡¡Haaaaa…!! ¡Cerdo! —

Beatriz corrió hacia él con la claraintención de afilarse las uñas en su cara.Víctor la agarró por las muñecas yconsiguió retener su ataque. Para actoseguido, tumbarla sobre la cama yejercer por medio de su propio cuerpofuerza sobre el de Beatriz, que noparaba de retorcerse como una culebra—. ¡¡Haaaaa..!! ¡Suéltame!!

—¡No! —Protestó Víctorejerciendo mayor fuerza tanto en lasmuñecas como sobre el cuerpo de suesposa, la cual continuaba en su debatir

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para tratar de librarse de él—. Dime…—habló con pausada calma. Lanecesaria en ese momento—. ¿A qué sedebe tu enojo, a que temes? Habla confranqueza.

Beatriz volteó su rostro paratratar de ocultar las lágrimas quecomenzaron a brotar de sus ojos. Víctorle soltó una de las manos y le tomó elrostro con suavidad para girárselo endirección a sus ojos.

Beatriz sentía como las palabrasse hacían un nudo en su garganta.

—¿Me amas? —preguntó.—Como el primer día. Más aún.—No te creo. Sencillamente, no

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te creo… —sollozó tratando de girar sucabeza. Pero Víctor se lo impidió paraclavar nuevamente sus ojos en los de suesposa.

—Mi amor. Bien sabes queúltimamente, y dado que el rector adelegado en mí gran parte de suconfianza… esto supone más trabajo,más responsabilidad. Lo que conlleva asu vez que esté más estresado de lonormal. Mi amor… ¿Cómo no te voy aamar? Sólo es que estoy… enfadado conel mundo. Pero tú nada tienes que ver enello. Si he descargado parte de mifrustración contigo…, es porque eres enpocas palabras, mi pañuelo de lágrimas.Bien sabes que en todo matrimonio hay

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altibajos. ¿No?—Ya no me miráis como antes,

ya no me deseas… Te soy inclusomolesta. Esas fueron vuestras palabras.Más o menos. Pero… —calló, teníamiedo de hacer palabras sus verdaderosmiedos.

—¿Pero qué…? —preguntó él.—Siento que…—¿Qué…? Dime.—Que me has visto como la

mera sustituta o la encarnación de…—¡Sí!Titubeó en pronunciar su

nombre.—De… de Denisse. Así me he

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sentido en alguna que otra ocasión…Muchas veces pensé que la veías a ellay no a mí. Que le hacías el amor a ellacuando realmente estabas dentro de micuerpo… —Víctor la soltó liberándolade su cautiverio.

—¡Dios! Cómo… ¿Cómopuedes llegar a pensar en eso…, que teha llevado a…? ¡Dios!

—Así me he sentido. Así escomo me he visto reflejada en vuestrosojos. Y después… después vino lasoledad, el desprecio. La ausencia detodo…

—¡Dios mío! —Se giró paradarle la espalda—. Sabía que no debíaceptar que llevaras esos… ¡Esos

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malditos vestidos! Pero…, pero como alas niñas les hacía tanta ilusión, hasta ala misma Agnes… —volvió a hundirseen aquellos mares, tan verdes como unapradera de heno en sus primeros días—.Lo siento… de veras que lamento que…—la tomó entre sus brazos y la abrazócon fuerza, tanta que Beatriz volvió asentir el latir a lo unísono de suscorazones—. Reconozco que me viaturdido, llevado por los recuerdos…que me sentí culpable y que puede queincluso os llegara a culpar de… Pero…,pero de ahí a pensar que yo… ¡Por DiosBeatriz! Aleja esas ideas de tu cabeza yde tu corazón. Yo os amo. No soy elmejor esposo del mundo, creo que nuncalo he sido… pero de que os amo…, de

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eso puedes estar segura mi vida.El tono de su voz cambió, así

como su trato.Víctor hundió sus labios en los

de su esposa y la arrastró hasta el lechodonde la tumbó, para con cálidos besosy caricias conspirar contra el reciocamisón que ésta portaba.

Hicieron el amor como hacíatiempo que no lo hacían. Y entre cadauna de las embestidas de Víctor sobre sucuerpo, Beatriz trataba de apartar de sucorazón las sombras de aquellas negrasnubes.

Abrazada al corpulento pechode su esposo; el cual aún no había

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recobrado el aliento, Beatriz procuródejar en el olvido todos sus miedos ytemores.

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23 CAPÍTULO

Durante el transcurso de la velada quetuvo lugar en la mansión Lawrence, enconmemoración del cumpleaños de lahija menor del matrimonio formado porEdgar y Susan Lawrence, Víctor sintiócomo los celos lo devoran al ver comotodos los hombres presentes se batían enelogios para con su esposa. Agasajandono sólo su belleza, sino su bien estar ysu soltura en diferentes materias.

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Mientras regresan a su hogar,Víctor se mantuvo del todo mudo, no asíBeatriz, que disfruta del momento. Leencanta verlo celoso. El silencio y elmutismo pasó a convertirse en la másirrefrenable de las pasiones. Sin más,Víctor se abalanzó sobre ella como lobohambriento, lo que hizo las delicias deun mujer que se sentía nuevamentedeseada.

Beatriz lo sentía entrar y salircon una pasión incontrolada, apenaspodía corresponder sus demandas, ytodo su cuerpo se estremeció cuandocomenzó a rozar las delgadas lazadas dela locura. En ese estado de frenesí, elgruñir gutural de Víctor se confundió

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con un nombre que en un principio nofue articulado fielmente. Pero cuando alos oídos de Beatriz llegó aquel nombre,todo su cuerpo se tensó.

Trato de escaparse de la prisióndel cuerpo de Víctor, apartarse de él.Desecharlo de su cuerpo.

—Denisse… —apeló él una vezmás llevado por el frenesí que lodesbordaba.

—¡¡¿Cómo me has llamado?!!—¿Qué…? —le preguntó aquel

tapando sus vergüenzas aún erguidas porla excitación.

—¿Cómo demonios me hasllamado?

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—¡No sé! Pero, ¿qué pasaahora?

—¡¡Denisse!! Me has llamadoDenisse… ¡¡¡Denisse!!! ¿En quédemonios estabas pensando, eh…?¡Dime! ¡¡Dime!!

—No es posible. Estásequivocada…

—Lo que no estoy es sorda…Me has llamado por su nombre… ¿Leestabas haciendo el amor a ella? ¡¡Aella…!! —rompió a llorar—. Asapelado su nombre mientras estabasdentro de mi cuerpo… ¡¡Dentro de mí!!¡Te odio! ¿Me oyes? ¡¡Te odio!!

—Por Dios, trata de bajar la voz

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y serénate. Te digo que es imposible.—Ni tú mismo te has dado

cuenta. Eres… eres un cerdo —laslágrimas fluían libres por el quebradorostro de una mujer herida de muerte—.Siempre la has amado a ella… ¡¡A ella!!

—¡Basta Beatriz, basta!—¿Cómo has… como has

podido hacerme esto? Me siento sucia…me siento vacía… Te odio. ¡¡¡Te odio!!!—se abalanzó sobre Víctorcompletamente cegada por la ira y elpunzante dolor que se había desatado ensu corazón. Trató de abofetearlo una yotra vez, de arañarlo.

—Te he pedido que pares…¡Para de una maldita vez!

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Frustrada y ciega por el dolor, yal verse incapaz de poder arremetercontra él, Beatriz arremetió contra todolo que se le puso a su paso, mientraslanzaba cientos de insultos al hombrecon el que minutos antes habíacompartido la cálida humedad de sucuerpo.

—Irina tenía razón. Me hasutilizado desde el primer día. Sólo soypara ti el espejo donde la ves reflejada aella. A esa… a esa maldita zorraembustera. A esa malcriadacaprichosa… que… que tuvo incluso ladesfachatez de robarle el amor a supropia hermana.

—¡¡Cállate!! —le reclamó

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Víctor, una y otra vez, pero las palabrasy reproches de Beatriz fueron enaumento, al igual que su ira—.¡¡Cállate!! No quiero que ensucies sunombre… ¡¡Cállate maldita sea!!

Aquella bofetada fue la másdolorosa de todas las que en su vidaBeatriz había recibido.

Derribada en el suelo y con ellabio inferior roto, Beatriz lo vioabandonar la habitación como el vilcobarde que era. Pudo oír el tronar desus pasos al bajar las escaleras y elportazo que ejecutó en su despacho. Allípermaneció encerrado toda la noche y elresto del día siguiente. Al igual que elresto de los dos días que siguieron.

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Suerte que las niñas seencontraban en esos momentos pasandounos días en casa de su abuela ladyO’Connell, pues una escena comoaquella, sería bien difícil de justificarpor ambos.

Llevada por la ira, por una furiaque la desquició por completo, yaprovechando tanto la ausencia deVíctor como de las niñas, Beatrizsolicitó que le fueran abiertas laspuertas del despacho. Deseaba, aunquemás bien, necesitaba ver con sus propiosojos aquel lugar que le servía de cobijo.Aquel donde él buscaba el amparo lejosde ella.

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Nadie pudo abrirle la puerta,dado que el único poseedor de lasllaves de aquellas puertas era el mismoVíctor y nadie más.

Deambuló por el recibidor conla mirada perdida, con la sensación deque le faltaba el aire. Ante ella aquellasólida estatuilla de bronce se presentócomo su mejor opción.

La tomó con ambas manos y sinpensarlo, comenzó a golpear con todaslas fuerzas que podía, aquel picaporte.Necesitó varios intentó y variasrenuncias para obrar su deseo. Al oír ysentir como aquella cerradura cedía antela atónita mirada tanto de la señoraPotts; como de parte del servicio de la

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casa, Beatriz dejó caer la estatuilla alsuelo. Justo a sus pies. Al caer, estasonó con un rotundo y pesado eco.

—Señora… por favor. Sabéisque no debéis… —interpeló una vezmás el ama de llaves.

—Señora Potts, por favor… Noquisiera ser descortés con usted. Déjemesola, se lo ruego —cerró las puertas trasde sí y al alzar la mirada, la vio allífrente a ella. Del todo desafiante.

Allí no sólo estaba aquelretrato, siempre acompañado de floresfrescas, sino el mismo sillón donde ellacompartía sus horas de labores con élmientras él trabajaba. Aún podíadistinguirse la huella de su cuerpo sobre

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los cojines de aquel sillón. Allí estabasu chal, el que la cobijaba cuando el fríola sorprendía. Allí estaba aquel pequeñofrasco de perfume que sin másdesapareció de su aposento. Suspañuelos, su cepillo conservando entresus cedras algún que otro cabello.

Beatriz calló de rodillas alsuelo mientras su visión era cegada porsus lágrimas.

De pronto, frente a ella, allísobre la mesa vio un pequeño grupo decartas atadas con un delicado lazo deraso carmesí. Se levantó. Titubeo másde una vez en tomarlas. Cuando al findeshizo la lazada y abrió una deaquellas cartas, las llamas de la ira

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prendieron dentro de ella la hoguera defuria y el dolor.

Leyó una a una cada una deaquellas cartas. Las reconocía. Eran lasmismas que él un día le envió. Cadapalabra, cada frase… cadasentimiento… Pero el remitente era otro:Denisse O’Connell.

Cuando quiso darse cuenta, lashabía hecho trizas. Todas. No se libró niuna sola de ellas.

Deambuló de un lado a otro dela habitación mientras aullaba comoloba herida de muerte. Las lágrimas y eldolor formaron un fuerte nudo en sugarganta difícil de solventar. Y sinpensarlo, tomó uno de los candelabros

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que sobre la mesita de lectura reposaba,y comenzó a remeter sin perdón contodo. Todo lo que en aquella habitaciónse encontraba sufrió su rabia.

Al volver al alzar la vista, lasonrisa en los labios de Denisse leresultó del toso desafiante, burlona…Arremetió con fuerza contra ella, contanta violencia que ni siquiera fueconsciente de las sangrantes heridas desus manos.

—¡¡Basta!! ¡Basta! ¿Quédemonios has hecho? —la contundentevoz de Víctor irrumpió de repente.Beatriz simplemente soltó el candelabro.En sus ojos solo había dolor, rabia…Puro resentimiento—. ¿Por qué has

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hecho esto? ¡¡Dios!! Cómo te hasatrevido a…

Beatriz permaneció muda,sumida en su dolor.

—Sencillamente… porque osodio. ¡¡A los dos!!

—¡Estás loca! ¡¡Loca!! —completamente ofuscado. Víctorarremetió contra ella no sólo en palabra,sino en acto—. ¡¡Loca!! ¡¡Estás loca!! —Palabras que derivan en una completaconfesión. Le revela la verdad, suverdad. Aquella que Beatriz siempretemió concebir, aquella que él ya negó.

—¡¡Señora Potts!! —el ama dellaves irrumpió en el despacho tras oírlos gritos hechos demandas de su señor

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—. ¡¡Sáquela de aquí!! ¡Llévesela!Porque si no… me veo dispuesto a… —gruñó, para acto seguido volver aencerarse en sus recuerdos.

Corinna, al ser debidamenteinformada de lo sucedido, se trasladó atoda prisa a Durham. A su llegada, seencontró con una Beatriz completamentehundida. Con una mujer sumida en unmar de lágrimas. Una mujer sombría yllena de rencor. El mismo que reflejansus apagados ojos. Una vez, semejantesen belleza a las esmeraldas.

—Beatriz… ¡Beatriz! ¡Háblamepor Dios! Beatriz…

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Ante ella tenía a una mujer nosólo negada a hablar, a dar unaconfesión, sino a una mujer dolorida nosolo por la mano y obra de su propioesposo, sino por las palabras y accionesejecutadas por éste, el hombre al ellaamaba. En el que creyó.

—Quedaos con ella Betty.Necesito hablar con el señor Volen…¿Se encuentra en la casa?

—Sí señorita. Está en sudespacho. Como de costumbre.

Bajó con total determinacióncada uno de los peldaños de aquellaempinada escalera, y mientras lo hacía,en su cabeza iba confabulando una a unatodas las improperios que le iba a

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lanzar.Cuando lo tuvo frente a frente,

Corinna respiró hondo antes de cerrar lapuerta tras de sí.

— Ve t e Corinna… no tengoganas de hablar. Y mucho menos deescuchar uno de tus sermones. Además,no tienes derecho a…

—¿Cómo te has atrevido? —loabofeteó con tanta fuerza que sintió eldolor en su mano—. ¿Cómo has… comole has podido levantar un solo dedo? Aella… ¡¡A ella!! La misma que se vistiócon la piel de Denisse para darte elgusto. Ella…, que casi dio su vida parasalvar la de tu hija. A ella… A la únicamujer que puede que te halla amado de

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verdad en este mundo. ¡¡¡CÁLLATE!!!—Le gritó al verlo tratar de replicar—.¿Cómo te has atrevido? Eres… eres unmaldito bastardo. No se te puede llamarhombre por lo que has hecho.

—¡No quiero hablar Corinna!Te lo ruego. No tengo ganas de… No meimporta nada. Ya no.

—¡¡Maldita sea Víctor!! ¿Cómohas podido hacerle eso…, como te hashecho eso? ¡¡Dios mío!! Abre los ojosde una jodida vez. Denisse no semerecía ni un solo de tus recuerdos.

—¡¡Basta Corinna!! Vete.—¡No! No lo haré sin que antes

me escuches todo lo que durante tantotiempo he callado… —Corinna se giró y

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vio el maltrecho retrato de Denisse. Seacerco hasta el retrato y la miró condesprecio —. Y todo por ella… por unamujer que no merecía la pena… que novalía nada.

—¡¡Cállate Corinne!! ¡Noquiero escuchar ni una sola palabra más!

—¡Pues me vas a escucharmaldita sea! —Corinna se despachó agusto. Le reveló todo lo que por tantotiempo guardaba en su corazón. La malafe de Denisse para con la propia Judith,sus escarceos amorosos con unos yotros, su flirteo con Peter Evans; con elque pensaba fugarse. Confesión que elmismo Peter le hizo horas antes dequitarse la vida… —Por Dios Víctor…

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Tu mismo has sabido de sus devaneos.De su mala fe. ¡Dios! Si incluso llegabaa molestarle sus propias hijas… Cuantasveces las has tenido que aparatar de sulado antes de que ella dejara caer sumano… Era una maldita farsante. Dime.¿Por cuánto más vas a amparar cada unode sus desplantes? Esa mujer no teamaba, y tú mejor que nadie lo sabes…

—¡Cállate Corinna por Dios!No quiero… no quiero seguir oyéndote.

—¿Te das cuenta del daño quele has hecho, del daño que te has hecho?¡Qué pena me das! Pobre de ti…—Corinna suspiró profundamente antesde volver a remeter contra él. Contra unhombre que poco a poco vio todas su

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defensas por los suelos—. Me preguntocómo debe sentirse Beatriz al saber quesólo fue un mero títere para ti. Pobrediablo. Cuando al fin encuentras a lamujer perfecta, a la madre perfecta, auna verdadera compañera… tú vas y…¿Y qué has hecho? Nada. Humillarla,alzar tu mano y dejar caer tu puño sobreella. Me das pena Víctor Volen. Peromás pena siento por ella. Por esta otra…—dijo mirando el derrumbado retrato deDenisse—, por esta sólo siento… asco—el rostro de Víctor empalideció—.Fue una maldita zorra embustera que sevalió de sus sucias artes para su propiobeneficio. Por qué a fin de cuentas esoes lo único que le importaba: ella y sóloella. ¿Y sabes lo más triste? Que tú lo

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sabías… ¿Tienes acaso idea de lo quehas hecho? Sinceramente creo que no.Sólo espero que Beatriz puedaperdonarte algún día. Nadie mejor quetú sabe lo que esa pobre mujer hasufrido cuando apenas era una niña enmanos de esa bestia. Y tú ahora… ¡Quépena me das!

Diciendo esto, Corinnaabandonó el despacho dejando que lafuria y la ira se entrelazaran en unhombre que se derrumbó ante lasevidencias que trató una y otra vez deocultarse a sí mismo.

Al cabo de un par de días,

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Beatriz mandó recoger todas y cada unade sus pertenencias.

La expresión en el rostro deCorinna; que decidió quedarse alcuidado de su amiga, se terció del todosombría, al igual que las sombras quedeambulaban por los ojos de Beatriz.

—¿Estás segura de la decisiónque has tomado? —le preguntó mientrasla veía deambular de un lado de lahabitación a otro recogiendo esto yaquello.

—Sí.—¿Y las niñas Beatriz? ¿Qué le

dirás a las niñas?—Las niñas podrán visitarme

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cuando lo deseen. Las puertas de micasa siempre estarán abiertas para ellas.Ya lo sabes.

—Pero… Quizás… No sé.Pienso que…

—Ahórrate tus palabrasCorinna. No pienso retroceder un solopaso. La decisión que he tomado esfirme. Ya nada me ata ya a esta casa.

—Sí. Pero…—Pero nada. Por favor —se

paró en su ajetreado ir y venir paramirar a los ojos a su amiga. Los suyosestaban aún hinchados por las largashoras de llanto—. Corinna de veras, noquiero discutir contigo. Ya no mequedan fuerzas. Ya no.

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—Está bien. Tienes motivosmás que suficientes para dejarlo todo yrenunciar al que quizás pueda ser el granamor de tu vida.

—Corinna…—Está bien. Me callo —pero

poco le duró su silencio—. ¡Dios!Beatriz. De veras que no vas a intentarhablar ahora con más calma.

—Basta Corinna. Se terminó.¡Señora Potts! —Exclamó.

—Dígame señora.—Mande bajar mi equipaje. ¿El

coche ya está listo?—Sí señora.

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—Bien… ¿Me acompañas o teva a quedar ahí parada? —le preguntó aCorinna mientras tomaba su bolso demano.

Antes de salir de aquellahabitación, Beatriz decidió echar unúltimo vistazo. No con la intención deretener recuerdos, sino con la dedejarlos allí, para así olvidarlos.

—Beatriz, ¿te sientes bien? Derepente te has puesto blanca —señalóCorinna tomándola de la mano—. ¡Dios!Pero si estás helada.

—Sí, estoy bien. Es… es… essolo cansancio. Sólo eso. Vámonos.

Comenzaron a descender uno a

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uno los peldaños de aquella escalera.Beatriz sintió de nuevo ese dolorpunzante, pero esta vez algo más intensoque la vez anterior. Trato de reponerse yaparentar normalidad, pero cuando dioel siguiente paso, el dolor fue muchomás agudo. Sin que Corinna o la mismaseñora Potts se percataran de ello,Beatriz flaqueó al sentir de nuevo esedolor. Todo su cuerpo cedió y terminódescendiendo escaleras abajo ante elestupor de Corinna y la señora Potts.

—¡¡Dios mío!! ¡Beatriz, Beatriz!¡¡Socorro, socorro…!! —gritó Corinnaal tomarla entre sus brazos—. ¡¡Beatriz!!¿Qué te pasa? ¡¡Socorro!! ¡¡¡Socorro!!!

Ambas mujeres vieron como se

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aquejaba del vientre antes de desvanecerse.

—¡¡Por Dios!! ¡¡Pide ayuda…!!—¿Qué sucede? ¡Beatriz! Dios

mío… ¿Qué ha pasado? —preguntóVíctor tomándola entre sus brazos.

—No lo sé, no lo sé…Simplemente se desvaneció y ha caídopor las escaleras. No… no hemospodido hacer nada —sollozó Corinnaaferrada a la mano de su amiga —.¡Beatrizzzz…!

Víctor trató de reanimarla peroal no conseguirlo, decidió llevarla hastala habitación. Al levantarla, la señoraPotts descubrió algo que hizo palidecersu rollizo rostro.

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—¡Señorita O’Connell! Mire…¡Por Dios! —la señora Potts le indicó aCorinna la tremenda mancha de sangreque había en el suelo, así como en laparte posterior de la delicada falda deraso que Beatriz lleva puesta.

Víctor mando avisar de urgenciaal doctor Lawler, que se presentó en lacasa casi de inmediato.

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24 CAPÍTULO

Tras casi más de media horareconociéndola, al fin el doctor Lawlerabandonó la habitación y dirigió suspasos al encuentro tanto de Víctor comode Corinna, que esperan con ansias sudiagnóstico.

—Me temo que no tengo buenasnoticias amigo… —el rostro de Víctor

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se desmoronó—, lamento decirle que suesposa a sufrido una terrible pérdida.Ha perdido a la criatura que llevaba ensu vientre. De ahí la hemorragia. Suerteque estaba de muy poco tiempo… de nohaber sido así, estaríamos ante algomucho más delicado.

Los ojos de Víctor se inundaronde lágrimas, su boca se torció dado quesintió como se le quebró la voz.

—¡Dios! —Suspiró Corinna—.¿Cómo está ella?

—Ahora está algo sedada, hasido conveniente hacerlo. Al serconsciente de lo sucedido ha entrado enun estado de nerviosismo que no le es denada bueno en estos momentos. Lo que

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necesita ahora es descansar. Reposo,tranquilidad y muchos mimos. Sobretodo eso. Hay que pensar que era suprimer embarazo. Pero tranquilo amigo.Es una mujer fuerte. En unos mesesestará recuperada y dispuesta aengendrar de nuevo. Pero por ahora,descanso y poco más. Por cierto…

—Sí doctor… —dijo Corinna,pues Víctor seguía sumido en un totalmutismo. Estaba como ido.

—La señora Volen, ¿ha sufridoalgún tipo de disgusto o tiene algúnproblema?

—¿Por qué lo pregunta doctor?—se anticipó Corinna al mismo Víctor.

—La he notado muy

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desmejorada, muy pálida y desganada.Puede que incluso la caída no haya sidola que…

Víctor se levantó y raudo subiólas escaleras.

Con temor tomó el pomo de lapuerta para abrirla despacio. Beatriz seencontraba en la cama, con la miradafija en la nada. Ni si quiera se molestó ohizo gesto alguno al verlo entrar.Simplemente volteó la cabeza paraposar su mirada en la ventana ydesvincularla de él.

De rodillas, Víctor le tomó lamano, a lo que Beatriz se la retiró.

—Perdóname… perdóname. Te

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lo suplico. ¡Perdóname! He sido unmaldito necio… un cabrón en toda regla.Pero no te puedes imaginar cuanto tequiero…

—Mentira…—Nunca en la vida pensé que

ella fuera mejor que tú… nunca. Comonunca traté de revivirla en ti… ¡Dios!Cuando te vi con ese vestido… creíverla a ella, y pagué contigo todo elrencor que ella engendró en mí. Cuandocomprendí… que sin quererlo, y sinhaberlo querido… te, te hice daño…traté de alejarme de ti… Para no herirtemás… Pero cuanto más, cuanto mástraba de alejarme… más te deseaba, máste necesitaba… ¡Perdóname! Perdóname

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por ser un cobarde, por no habermeenfrentado a mis fantasmas como tú lohiciste… Te juro, te juro… que nunca,¿me oyes? Nunca traté de que fuerasella. Me equivoqué… y te hice pensar loque no era… ¡Por Dios mi amor! Túpensaste que yo pretendía revivirla aella en tu persona… pero no es así, te lorepito. Mi cobardía recae en que… enque mi amor por ti, fue lo que me abriólos ojos, pues nunca me sentí tan amadocomo lo era contigo… Pero cuando surecuerdo renació… cuando me di cuentaque… ¡Dios! Sin saberlo, nuevamenteme dejé arrastrar por ella… el miedo, eltemor a… a hacerte daño, me llevó aapartarme de ti. Fue un error, lo sé…pero pensé que sólo alejándote de mi no

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te dañaría… Me equivoqué…¡Perdóname! —sollozó como un niñotratando de tomar la mano que se lenegaba una y otra vez—. ¡Perdóname!Te amo… te amo…

—Ya es tarde…

Tras tres largas semanas sumidaentre aquellas cuatro paredes, tras horasentre las sombras, ocultándose a la luzdel día. Tratando de hacer pasar lashoras del reloj entre el deambular delsueño. Beatriz se negó incluso a lasvisitas, a ingerir alimento alguno. Perouna mañana… Beatriz sin más se levantóde la cama y pidió que le fuera

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preparado un baño.Su rostro era la viva imagen de

la desolación, de la tristeza hecha mujer.Ni las continuas demandas de las niñas;que la extrañaban en demasía, lograronreconfortarla.

Apenas había comido en esosdías, tan sólo quería estar a solas,dormir y dejar pasar los días para tratarde olvidar. Difícil cuestión cuando lamarca del dolor seguía impresa en lapiel y sentía el vacío en su vientre

Lo cierto es que para todos en lacasa fue una buena noticia que al fin selevantara de la cama, pero debido a suestado de debilidad, Beatriz permaneciócasi una semana más entre aquellas

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cuatro paredes. Sola. Sin más compañíaque sus lágrimas.

P e r o esa mañana, cuandodemandó que le fuera preparado unbaño, todo iba a ser completamentediferente. Así mismo lo percibió lamisma señora Potts en el semblante desu joven señora.

Horas más tarde, Beatriz bajóacompañada de su equipaje. Todos,incluso las niñas y hasta la misma ladyO’Connell fijaron su mirada en Víctor,el cual, simplemente decidió callar pararegresar a el que fuera su cobijo.

—Recordar que os quiero… ymucho. Ya sabéis que no hace falta queaviséis. Podéis visitarme cuando os

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venga en gana. Os va a encantarSanlúcar. Allí el sol luce casi todos losdías. Y lo mejor es que podremos bajara la playa a buscar conchas, a cogercamarones, cangrejos…

—No te vayas… —sollozóMarie, luciendo su gran mella.

—Ya no nos quieres, es eso…es eso ¿verdad? —protestó Annetratando en vano de no llorar.

—Claro que os quiero… Soismis niñas. Las únicas que tengo…¿Cómo no os voy a querer? Pero si osadoro —las besó sin descanso—. Estono es una despedida, es… es un hastaluego. Un… ¡Nos vemos pronto!

Se acercó a la señora Potts; que

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lloraba a más no poder, y la abrazó paraasombro y dicha de la mujer. Lo mismohizo con Betty. Tras esto se acercó alady Agnes O’connell. Aquella mujer, alver a sus nietas rotas por el dolor deperderla, rompió llorando su perdón. Nila misma Corinna daba crédito a lo queveía.

—No tienes porque marchartequerida… Todo ha sido un error, unterrible error en el que yo tengo granparte de culpa.

—Hasta la vista milady. Lodicho, seréis del todo bien recibida enmi casa. Corinna… ¡Por favor, nollores!

—Cómo que no quieres que

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llore… si se va mi mejor amiga. Y justoahora… Cuando ya he enganchado a untonto que se quiere casar conmigo…¿Con quién lo voy a poner verde?

—Corinna… Vendré a tu boda.Si es que ese pobre hombre te aguanta ollega vivo a la iglesia…

—¡Por favor… no te vayas! —Anne se aferró a su cintura, lo que diopie a que la misma Marie hiciera lomismo.

Corinna cogió a las niñas de lasmanos. Así, la vieron subirse al coche.

Anne, en un arrebato, corrióhasta la puerta del despacho y trasabrirla comenzó a gritarle a su padre, alo que la siguió Marie.

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—¡Dile que no se vaya!¡¡Díselo!! Sólo tú puedes hacer que sequede… ¡¡Díselo!! ¡¿Por qué te quedasahí?! ¡¡Te odio!! ¿Me oyes? ¡¡TEODIO!!

—Papi… no quiero que sevaya… —lloró Marie agarrada delbrazo de su hermana.

Víctor estaba completamenteparalizado pero cuando Anne pronuncióaquella palabra:

—¡¡¡Papá, pídele a mi madreque no se vaya, que se quede a nuestrolado!!! La necesito… ¡¡Dile a mi madreque no se vaya!!

—¡Dios mío Víctor!

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¡¡Reacciona!! Ve a buscarla —le gritóCorinna—. ¿Vas a dejar que se vaya sinmás? ¿Es que no piensas pelear por ella,por su amor? ¡¿Estás muerto o qué?!¡¡Corre maldita sea!! Olvídate de unavez por todas del pasado, deja atrás tustemores. Defiende con uñas y dientes loque amas. Porque yo sé que la amas.

—Escucha a mi hija Víctor,porque sólo tendrás esta oportunidad derecuperarla. Ni el tiempo ni la distanciason buenos consejeros en cuestiones delcorazón. Pídele, exígele que te de unasegunda oportunidad. Trata de reconocertus errores, pues de nada te va a servirarrastrarlos. Y te lo dice alguien que haaprendido demasiado tarde de los suyos.

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Víctor miró a una mujer y a otra,para después clavar su mirada en loscentelleantes ojos de sus hijas.

—¡Qué preparen mi coche!

Ya en el puerto, Víctor buscóincansable la figura de Beatriz entre eltumulto. Pero sólo el destinó obró elfavor de que pudiera verla pasar a unospocos metros de él.

—Beatriz. ¡¡Beatriz!!—Pero… ¿Qué haces aquí?—No quiero que te vayas… Te

amo, te necesito… Las niñas quieren asu madre. No ye vayas por favor.Quédate a mi lado. Te quiero…

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—No. ¡¡No!!—Perdóname… te lo ruego.

Perdóname.—Ya es tarde Víctor. No hemos

hecho mucho daño… Ya no puedo más.—Yo te he hecho daño. Tú, tú

sólo me has amado… por eso te pido, teruego que me des una segundaoportunidad… Vuelve a creer, vuelve acreer en mí…

—No. No puedo. Lo siento. Elbarco va a partir. Lo siento…

—Beatriz… ¡Mi amor!—Lo siento.

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Ya en el barco, mientras veíacomo Víctor seguía en el muelle,esperándola…, una elegante anciana secolocó a su lado.

—¿Estás segura querida?—¡Perdón!—Te pregunto que si estás

segura de la decisión que has tomado.—Perdone, pero no la entiendo.—Esas lágrimas en tus ojos te

delatan querida. Hace años yo… yotambién fui tan orgullosa como tú lo eresahora. Sí, sí que lo fui. Y lo único queconseguí fueron cientos de lágrimas,miles de recuerdos y una tremendasoledad que me vació por dentro. Que

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me secó hasta el alma —mientras lamujer hablaba, Beatriz la mirabaperpleja, no entendía el porqué de aquelalegato de su vida—. Tras esadespedida…, nunca más fui capaz deencontrar el amor. Nunca llegué aconfiar en ningún hombre. Y créeme, mearrepiento de eso cada día. Sé sinceracontigo misma. Mira dentro de tucorazón… Y dime ahora… ¿lo amas?

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—Sí. Pero…—Pues ya sabes.—Pero… nos hemos hecho

mucho daño y yo, yo no puedo…La tomó de las manos con las

suyas ya arrugadas y vencidas por laedad para decirle:

—Escucha querida. En esta vidahay dos clases de personas: lasorgullosas, y las que desean que la vidales dé una segunda oportunidad. ¿Cuálde ellas eres tú?

De repente, la estridentecampana del barco anunció su partida.

—Espere… ¡¡Espereeee…!!

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¡Paren el barco! ¡¡Por Dios!! Que pareneste maldito barco… ¡Me quiero bajar!

—Señora por Dios, mantenga lacompostura. Estamos a punto de zarpar.El barco no se va a parar —le dijo unode los marineros.

—¡Claro que va usted a detenerel barco! —Añadió la anciana mientraslo golpea en la cabeza con su bastón—.Jovencito, pida inmediatamente queparen este maldito barco. Ya ha oído aesta mujer.

—¡Señoras por favor! —Pero algirarse hacia la anciana, la cual seguíaazuzándolo con el bastón—. ¡¡¡Milady!!!¡Por supuesto! Ahora mismo ¡¡PARENEL BARCO!!

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—¡¡Paren el barco!!—¡¡Paren el barco!!—¡¡Paren el barco!!La orden iba de boca en boca.

—¡Señor, señor! Mire… mire—le indicó el cochero a Víctor,pidiéndole que se girase.

—¡¿Qué…?! —Al hacerlo,Víctor la vio ahí de pie, parada frente aél, a unos pocos pasos. Buscando consus verdes ojos cobijarse en los suyos.

—¡¡Mi amor!! —le gritó paracorrer a su lado.

Al tomarla entre sus brazos ellale declaró:

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—Quiero creer…

FIN

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Sobre el autorRegla María Pérez García nació en Jerez de laFrontera un 3 de Julio de 1975, aunque esnatural de Sanlúcar de Barrameda, Cádiz. EstáDiplomada en psicopedagogía terapéutica porla Universidad de Huelva. Aunque no ejerce enla actualidad.

*Es la creadora y administradora delgrupo de Facebook ¿ESCRIBIMOS...? así comodel blog del mismo nombre.

*Es una de los autores que colaboradentro del proyecto Libro A (Escribe a diezbandas) perteneciente a la página web El Relatodel mes, y cuya finalidad no es otra que la deescribir un libro entre varios participantes. Dosde sus capítulos propuestos para tal proyecto,han sido seleccionados: capítulo 2 y 4.

*Es una de las autoras que componen

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la antología “150 Rosas” de DivalentisEditorial, con dos relatos publicados en lamisma antología y que se encuentran recogidosen las páginas 88 y 160 de la misma antología.

*En el primer trimestre de 2014saldrá a la venta su primera novela “Tú, mi vida”bajo el sello de Ediciones Ortiz.

*Es una de las autoras que colaboranen la antología solidaria “Corazón de Hierro”que saldrá en el tercer trimestre de 2014 y estádestinada a ayudar al niño Diego Redondo; quesufre graves daños cerebrales.

*Ha colaborado con la revista digitalLa liga humana 3.0, en la revista EscribeRomántica y en la revista “Letras enlazadas”.

*Es uno de los autores que formanparte del libro de relatos eróticos de EditorialEdisi: “EXPLORADORES DEL PLACER”.

*Es la Ganadora del Primer ConcursoLiterario de la Revista Letras Enlazadas~2014,

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con su relato: “La interpretadora de Quimeras”.*Es la Primera Finalista en el

Concurso Literario de Relatos Navideños deEdiciones Ortiz~2014, con su relato:“Cuestiones del Alma”.