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AÑOS '90 209 1. COMUNICACIÓN: CAMPO ACADÉMICO Y PROYECTO INTELECTUAL "La difícil y nunca consolidada constitución disciplinaria del estudio de la comunicación, que tantas desventajas ha acarreado a sus practicantes, es precisamente la condición de posibilidad de su nuevo desarrollo. No haber tenido la posibilidad en América Latina de haberse convertido en una 'ciencia normal' como diría Kuhn, es lo que ahora propor- ciona la movilidad necesaria para seguir persiguiendo su objeto y generando socialmente sentido sobre la producción social del sentido (...) conservando el impulso crítico y utópico que ha caracterizado a este campo en América Latina". RAÚL FUENTES En el proceso de construcción y apropiación teórica del cam- po de la comunicación en América Latina hubo un tiempo en que la politización condujo a hacer gravitar el campo todo sobre la cuestión de la ideología, convirtiéndola en el dispo- sitivo totalizador de los discursos legítimos. En los últimos años los estudios de comunicación experimentan una tenta- ción análoga al transformar la relación comunicación/cultu- ra en otra forma de totalización. En la conformación de esa tendencia están pesando decisivamente las inercias ideológi- cas y las modas académicas. Se nos hace difícil "vivir" sin las seguridades que ofrecían los grandes paradigmas globa- lizadores, y la tentación sigue siendo aún fuerte de disolver las tensiones enunciadas en los conceptos convirtiendo en un mero tema, neutro y aséptico lo que son conflictivas

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1. COMUNICACIÓN:

CAMPO ACADÉMICO Y PROYECTO INTELECTUAL

"La difícil y nunca consolidada constitución disciplinariadel estudio de la comunicación, que tantas desventajas haacarreado a sus practicantes, es precisamente la condiciónde posibilidad de su nuevo desarrollo. No haber tenido laposibilidad en América Latina de haberse convertido en una'ciencia normal' como diría Kuhn, es lo que ahora propor-ciona la movilidad necesaria para seguir persiguiendo suobjeto y generando socialmente sentido sobre la producción socialdel sentido (...) conservando el impulso crítico y utópico queha caracterizado a este campo en América Latina".

RAÚL FUENTES

En el proceso de construcción y apropiación teórica del cam-po de la comunicación en América Latina hubo un tiempoen que la politización condujo a hacer gravitar el campo todosobre la cuestión de la ideología, convirtiéndola en el dispo-sitivo totalizador de los discursos legítimos. En los últimosaños los estudios de comunicación experimentan una tenta-ción análoga al transformar la relación comunicación/cultu-ra en otra forma de totalización. En la conformación de esatendencia están pesando decisivamente las inercias ideológi-cas y las modas académicas. Se nos hace difícil "vivir" sinlas seguridades que ofrecían los grandes paradigmas globa-lizadores, y la tentación sigue siendo aún fuerte de disolverlas tensiones enunciadas en los conceptos convirtiendo enun mero tema, neutro y aséptico lo que son conflictivas

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pistas de investigación y esfuerzos de conexión con las contra-dicciones sociales.

Los que trabajamos en la doble frontera de la comunica-ción/cultura y de la investigación/docencia nos vemos últi-mamente expuestos a un montón de malentendidos, y a dosespecialmente graves: de un lado, parecería que no hay for-ma de tomarse en serio la cultura sin caer en el culturalismoque deshistoriza y despolitiza los procesos y las prácticasculturales; del otro, pensar la comunicación desde la culturaimplicaría irremediablemente salirse del terreno "propio" dela comunicación, de su ámbito teórico específico. La respues-ta al primer malentendido se halla en la explicitación de lasmediaciones que articulan los procesos de comunicación conlas diferentes dinámicas que estructuran la sociedad desdelas económicas y políticas hasta aquella que estructura elcampo en que se inserta la comunicación, la cultural. Com-prensión que supone la desconstrucción del concepto decultura para develar los entrecruzamientos y cambios desentido —las clandestinas y paradójicas oposiciones y con-vivencias entre concepciones actuales y superadas pero quesobreviven tenazmente aferradas a las más avanzadas—, asícomo también el movimiento de las posiciones y los proyec-tos políticos. Pues "sabemos que la lucha a través de lasmediaciones culturales no da resultados inmediatos y espec-taculares, pero es la única garantía de que no pasemos delsimulacro de la hegemonía al simulacro de la democracia:evitar que una dominación derrotada resurja en los hábitoscómplices que la hegemonía instaló en nuestro modo depensar y relacionarnos" 1 . Sobre el segundo malentendido,retomaré lo escrito hace poco: pensar la comunicación desdela cultura es hacer frente al pensamiento instrumental que hadominado el campo de la comunicación desde su nacimiento,

y que hoy se autolegitima apoyado en el optimismo tecno-lógico al que se halla asociada la expansión del concepto deinformación. Lo que ahí se produce no es entonces un aban-dono del campo de la comunicación sino su desterritoriali-zación, un movimiento de los linderos que han demarcadoese campo, de sus fronteras, sus vecindades y su topografía,para diseñar un nuevo mapa de problemas en el que quepa lacuestión de los sujetos y las temporalidades sociales, esto esla trama de modernidad, discontinuidades y transformacio-nes del sensorium que gravitan sobre los procesos de cons-titución de los discursos y los géneros en que se hace lacomunicación colectiva.

Pero si nos estamos planteando esos malentendidos noes para resolverlos académicamente sino para poder pasardel problema de la legitimidad teórica del campo de la co-municación a una cuestión distinta: la de su legitimidad in-

telectual, esto es la posibilidad de que la comunicación sea unlugar estratégico desde el que pensar la sociedad y de que elcomunicador asuma el rol intelectual. Es ahí adonde apuntaen último término la perspectiva abierta por el paradigmade la mediación y el análisis cultural, a la pregunta por elpeso social de nuestros estudios y nuestras investigaciones, ala exigencia de repensar las relaciones comunicación/socie-dad y de redefinir el papel mismo de los comunicadores. Deno ser así la expansión de los estudios de comunicación eincluso su crecimiento y cualificación teórica pueden estárse-nos convirtiendo hoy en una verdadera coartada: aquellaque nos permite esconder tras el espesor y la densidad delos discursos logrados nuestra incapacidad para acompañarlos procesos y nuestra dimisión moral.

A más de uno le escandalizará la propuesta de que elcomunicador se asuma como intelectual. Después de todo

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el esfuerzo puesto en nuestras escuelas para asumir la di-mensión productiva de la profesión, ¿no estaríamos devol-viéndonos a la época en que se confundía el estudio con ladenuncia? Y bien, no. Lo que estamos proponiendo es queen la medida en que el espacio de la comunicación se tornacada día más estratégico, decisivo para el desarrollo o elbloqueo de nuestras sociedades —como lo revela la espesarelación entre información y violencia, la incidencia de losmedios en la legitimación de los nuevos regímenes autori-tarios, así como en los procesos de transición a la democra-cia, y de las nuevas tecnologías en la reorganización de laestructura productiva, de la administración pública e inclusoen la "estructura" de la deuda externa-- se hace más nítidala demanda social de un comunicador capaz de enfrentar laenvergadura de lo que su trabajo pone en juego y las con-tradicciones que atraviesan su práctica. Y eso es lo que cons-tituye la tarea básica del intelectual: la de luchar contra elacoso del inmediatismo y el fetiche de la actualidad ponien-do contexto histórico y una distancia crítica que le permitacomprender, y hacer comprender a los demás, el sentido yel valor de las transformaciones que estamos viviendo 2 .Frente a la crisis de la conciencia pública y la pérdida derelieve social de ciertas figuras tradicionales del intelectuales necesario que los comunicadores hagan relevo y concien-cia de que en la comunicación se juega de manera decisiva lasuerte de lo público, la supervivencia de la sociedad civil yde la democracia. De lo contrario tendremos que preguntar-nos seriamente en qué medida la enseñanza de la comuni-cación en nuestras facultades no está contribuyendo a fo-mentar un nuevo tipo de monopolio de la información tannefasto como el que concentra la propiedad de los mediosen unas pocas empresas, al contribuir a concentrar el derecho

de la palabra pública en manos de los expertos en comunica-ción, esto es, al convertir un derecho de todos en profesiónde unos pocos.

Nueva configuración del campo

El campo de estudios de la comunicación se forma en AméricaLatina del movimiento cruzado de dos hegemonías: la delparadigma informacional/instrumental procedente de lainvestigación norteamericana, y la de la crítica

ideológico-denuncista en las ciencias sociales latinoamericanas. Entreesas hegemonías, modulándolas, se insertará el estructura-lismo semiótico francés. Hacia fines de los años '60 la mo-dernización desarrollista3 propaga un modelo de sociedadque convierte a la comunicación en el terreno de punta dela "difusión de innovaciones" 4 y en el motor de la transfor-mación social: comunicación identificada con los mediosmasivos, sus dispositivos tecnológicos, sus lenguajes y sussaberes propios. Del lado latinoamericano, la Teoría de laDependencia y la crítica del imperialismo cultural pade-cerán de otro reduccionismo: el que le niega a la comunica-ción especificidad alguna en cuanto espacio de procesos yprácticas de producción simbólica y no sólo de reproducciónideológica. "En América Latina la literatura sobre los mediosmasivos de comunicación está dedicada a demostrar sucalidad, innegable, de instrumentos oligárquico-imperialis-tas de penetración ideológica, pero casi no se ocupa de exa-minar cómo son recibidos sus mensajes y con cuáles efectosconcretos. Es como si fuera condición de ingreso al tópicoque el investigador olvidase las consecuencias no queridas dela acción social para instalarse en un hiperfuncionalismo de

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izquierdas"5 . La confrontación durante los años '70 de esosdos reduccionismos produjo una peligrosa escisión entre sa-beres técnicos y crítica social, y una verdadera esquizofreniaentre posiciones teóricas y prácticas profesionales. La inser-ción del estudio de la comunicación en el ámbito de lasciencias sociales posibilitó en esos años la tematización de lacomplicidad de los medios en los procesos de dominaciónpero significó también la reducción del estudio de los pro-cesos de comunicación a la generalidad de la reproducciónsocial, condenando las tecnologías y sus lenguajes a unirreductible exterior: el de los aparatos y los instrumentos. Deesa amalgama esquizoide no permitieron salir ni los aportesde la Escuela de Frankfurt ni la semiótica. Pues lo que seleyó, especialmente en los textos de Adorno, fueron argu-mentos para denunciar la complicidad intrínseca del de-sarrollo tecnológico con la racionalidad mercantil. Y al iden-tificar las formas del proceso industrial con las lógicas dela acumulación del capital, la crítica legitimó la huida: si laracionalidad de la producción se agota en la del sistema nohabría otro modo de escapar a la reproducción que siendoimproductivos. El sesgo de esa lectura encontró justificaciónen el más importante de sus textos póstumos al afirmar que"en la era de la comunicación de masas el arte permaneceíntegro cuando no participa en la comunicación"6.

Tampoco los aportes de la semiótica permitieron superarla escisión. Al descender de la teoría general de los discursosa las prácticas de análisis, las herramientas semióticas sirvieroncasi siempre al reforzamiento del paradigma ideologista: "laomnipotencia que en la versión funcionalista se atribuía alos medios pasó a depositarse en la ideología, que se volviódispositivo totalizador/ integrador de los discursos. Tanto eldispositivo del efecto, en la versión psicológico-conductista,

como el mensaje o el texto en la semiótico-estructuralista, ter-minaban por referir el sentido de los procesos de comunica-ción a una inmanencia hueca de lo social: la de la inevitablemanipulación o la fatal recuperación por el sistema"'. Lainvestigación de la comunicación en esos años no pudosuperar su depedendencia de los "modelos instrumentales"y de lo que Mabel Piccini 8 ha llamado "la remisión en cade-na a las totalidades", que hacían imposible abordar la comu-nicación como dimensión constitutiva de la cultura y portanto de la producción de lo social.

A mediados de los años '80, la configuración de los es-tudios de comunicación muestra cambios de fondo, que pro-vienen no sólo ni principalmente de deslizamientos internosal propio campo sino de un movimiento general en las cien-cias sociales. El cuestionamiento de la "razón instrumental"no atañirá únicamente al modelo informacional sino quepondrá al descubierto la hegemonía de esa misma razóncomo horizonte político del ideologismo marxista. De otrolado la globalización y la "cuestión trasnacional", desbordarálos alcances teóricos de la teoría del imperialismo obligán-donos a pensar una trama nueva de territorios y de actores,de contradicciones y conflictos. Los desplazamientos con quese buscará rehacer conceptual y metodológicamente el campode la comunicación provendrán tanto de la experiencia delos movimientos sociales como de la reflexión que articulan losestudios culturales. Se inicia entonces un corrimiento delos linderos que demarcaban el campo de la comunicación: lasfronteras, las vecindades y las topografías no son las mismasde hace apenas diez años ni están tan claras. La idea deinformación —asociada a la innovación tecnológica— ganalegitimidad científica y operatividad mientras la de comuni-

cación se desplaza y aloja en campos aledaños: la filosofía,

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la hermenéutica. La brecha entre el optimismo tecnológico yel escepticismo político se agranda emborronando el sentidode la crítica.

Desde América Latina ese corrimiento de los linderos delcampo se traduce en un nuevo modo de relación con y desdelas disciplinas sociales', no exento de recelos y malentendi-dos, pero definido más que por recurrencias temáticas opréstamos metodológicos por apropiaciones: desde la comu-nicación se trabajan procesos y dimensiones que incorporanpreguntas y saberes históricos, antropológicos, estéticos. Almismo tiempo que la sociología, la antropología y la cienciapolítica se empiezan a hacer cargo, ya no de forma marginal,de los medios y de los modos como operan las industriasculturales. De la historia barrial de las culturas cotidianas enlos sectores populares en el Buenos Aires de comienzos desiglo", a la historia de las transformaciones sufridas por lamúsica negra en Brasil en el recorrido que la lleva de lashaciendas esclavistas a la ciudad masificada y su legitima-ción por la radio y el disco como música urbana y nacional".De la antropología que da cuenta de los cambios en el sis-tema de producción y en la economía simbólica de lasartesanías12

a la que indaga permanencias y rupturas en losrituales urbanos del carnaval" o en los juegos del alma y delcuerpo en las prácticas religiosas". De la sociología queinvestiga el lugar que ocupan los medios en las transforma-ciones culturales" a la tematización de los medios en losconsumos y las políticas culturales".

Tan decisivo como la asunción explícita del "tema" delos medios y las industrias culturales por las disciplinassociales resulta la conciencia creciente del estatuto transdis-ciplinar del campo, que hacen evidente la multidimensiona-lidad de los procesos comunicativos y su gravitación cada

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día más fuerte sobre los movimientos de desterritoriali-zación e hibridaciones que la modernidad latinoamericanaproduce17. En esa nueva perspectiva, industria cultural ycomunicaciones masivas son el nombre de los nuevos pro-cesos de producción y circulación de la cultura, que corres-ponden no sólo a innovaciones tecnológicas sino a nuevasformas de la sensibilidad. Y que tienen si no su origen almenos su correlato más decisivo en la nuevas formas desociabilidad con que la gente enfrenta la heterogeneidadsimbólica y la inabarcabilidad de la ciudad. Es desde lasnuevas maneras de juntarse y excluirse, de des-conocer y re-conocerse, que adquiere espesor social y relevancia cognitivalo que pasa en y por los medios y las nuevas tecnologías decomunicación. Pues es desde ahí que los medios han entra-do a constituir lo público, a mediar en la producción de ima-ginarios que en algún modo integran la desgarrada expe-riencia urbana de los ciudadanos": ya sea sustituyendo lateatralidad callejera por la espectacularización televisiva delos rituales de la política o desmaterializando la cultura ydescargándola de su espesor histórico mediante tecnologíasque, como las redes telemáticas o los videojuegos, proponenla hiperrealidad y la discontinuidad como hábitos percep-tivos dominantes.

Transdisciplinariedad en el estudio de la comunicaciónno significa la disolución de sus objetos en los de las disci-plinas sociales sino la construcción de las articulaciones—mediaciones e intertextualidades— que hacen su especifi-cidad". Esa que hoy ni la teoría de la información ni la se-miótica, aun siendo disciplinas "fundantes", pueden cons-truir ya. Como las investigaciones de punta en Europa y enEstados Unidos" también las latinoamericanas presentanuna convergencia cada día mayor con los estudios culturales

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en su capacidad de analizar las industrias comunicacionalesy culturales como matriz de desorganización y reorganiza-ción de la experiencia social21 en el cruce de las desterritoria-lizaciones que acarrean la globalización y las migracionescon la fragmentaciones y relocalizaciones de la vida urbana.Una experiencia que viene a echar por tierra aquella bienmantenida y legitimada separación que identificó la masifi-cación de los bienes culturales con la degradación culturalpermitiendo a la elite adherir fascinadamente a la moderni-zación tecnológica mientras conserva su rechazo a la demo-cratización de los públicos y la socialización de la creativi-dad. Es esa misma experiencia la que está replanteando lasrelaciones entre cultura y política justamente a partir de loque ésta tiene de espesor comunicativo: no sólo por la me-diación decisiva que hoy ejercen los medios en la políticasino por lo que ella tiene de trama de interpelaciones en quese constituyen los actores sociales 22. Lo que a su vez reviertesobre el estudio de la comunicación masiva impidiendo quepueda ser pensada como mero asunto de mercados y consu-mos, exigiendo su análisis como espacio decisivo en la rede-finición de lo público y la reconstrucción de la democracia.

La contradictoria centralidad de la comunicación

Asumir esa nueva mirada implica en primer lugar un mo-vimiento de ruptura con el comunicacionismo, que es la ten-dencia aún bien fuerte a ontologizar la comunicación comoel lugar donde la humanidad revelaría su más secreta esen-cia. O en términos sociológicos, la idea de que la comunica-ción constituye el motor y el contenido último de la inter-acción social. Atención, porque, en un lenguaje o en el otro,

la idea de la centralidad de la comunicación en la sociedad—y la consiguiente evacuación de la cuestión del poder yla desigualdad de las relaciones sociales— está recibiendoahora su legitimación teórica y política del discurso de laracionalidad tecnológica que inspira la llamada "sociedadde la información". Agotado el motor de la lucha de clasesla historia encontraría el recambio en los avatares de la co-municación. Con lo que cambiar la sociedad equivaldría enadelante a cambiar los modos de producción y circulaciónde la información. Una cosa es reconocer el peso decisivo delos procesos y las tecnologías de comunicación en la trans-formación de la sociedad y otra bien distinta afirmar aquellaengañosa centralidad y sus pretensiones de totalización delo social.

El segundo movimiento de ruptura lo es con el mediacen

trismo, que resulta de la identificación de la comunicacióncon los medios, ya sea desde el culturalismo mcluhiano,según el cual los medios hacen la historia, o desde su con-trario, el ideologismo althuseriano que hace de los mediosun mero aparato de Estado. Desde uno u otro comprender lacomunicación es estudiar cómo funcionan las tecnologías o los"aparatos" pues ellos hacen la comunicación, la determinan yle dan su forma. Curioso que, mientras en los países centralesese mediacentrismo está siendo superado por el movimientomismo de la reconversión industrial —que hace perder a losmedios, y en especial a la televisión, su especificidad comu-nicativa al subordinar esa función a su nuevo carácter deelemento integrante de la producción en general— sea ennuestros países donde los medios fagocitan el sentido de lacomunicación relegando a los márgenes del campo de estu-dio la cuestión de las prácticas, las situaciones y los contex-tos, de los usos sociales y los modos de apropiación.

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La centralidad indudable que hoy ocupan los mediosresulta desproporcionada y paradójica en países con necesi-dades básicas insatisfechas en el orden de la educación o lasalud como los nuestros, y en los que el crecimiento de ladesigualdad atomiza nuestras sociedades deteriorando losdispositivos de comunicación, esto es cohesión política y cul-tural. Y, "desgastadas las representaciones simbólicas, no lo-gramos hacernos una imagen del país que queremos, y porende, la política no logra fijar el rumbo de los cambios enmarcha" 23 . De ahí que nuestras gentes puedan con cierta fa-cilidad asimilar las imágenes de la modernización y no po-cos de los cambios tecnológicos pero sólo muy lenta ydolorosamente pueden recomponer sus sistemas de valores,de normas éticas y virtudes cívicas. Todo lo cual nos estáexigiendo continuar el esfuerzo por desentrañar la cada díamás compleja trama de mediaciones que articula la relacióncomunicación / sociedad.

Y un tercer movimiento: superación del marginalismo delo alternativo y su creencia en una "auténtica" comunicaciónque se produciría por fuera de la contaminación tecnológi-co/mercantil de los grandes medios. La metafísica de laautenticidad (o la pureza) se da la mano con la sospecha que,desde los de Frankfurt, ha visto en la industria un instru-mento espeso de deshumanización y en la tecnología unoscuro aliado del capitalismo; y también con un populismonostálgico de la fórmula esencial y originaria, horizontal yparticipativa de comunicación que se conservaría escondidaen el mundo popular. Tramposa negación del mediacen-trismo, siendo como es su mejor complemento, el margina-lismo de lo alternativo resulta la mejor coartada que hayapodido encontrar la visión hegemónica: ¿qué mejor para ellaque la confinación de la búsqueda y la construcción de

alternativas a los márgenes de la sociedad y a las experien-cias microgrupales dejándole libre el "centro" del campo?

El análisis de la inserción de la comunicación en lasprácticas sociales cotidianas se halla aún fuertemente condi-cionado por la diferenciación y especialización que la mo-dernidad introdujo en la organización de lo social: diferen-ciación de las esferas y discursos de la ciencia, la moral y elarte, especialización de los espacios y las instituciones de lopolítico, lo económico, lo cultural. Siguiendo ese modelo,Habermas ha rastreado la inserción de la comunicación enla constitución histórica de la esfera pública, esto es la des-privatización de lo político y su conformación en esfera "delos asuntos generales del pueblo". R. Sennet ha retomado,por su parte, esa perspectiva analizando el papel de la comu-nicación en la progresiva despolitización y disolución de lopúblico24. Ahora bien, un acercamiento a los espacios espe-cializados de las prácticas choca hoy con una multiplicidadde desplazamientos del terreno y de las marcas que lo aco-taban. No obstante, y reconociendo la precariedad actual deesas demarcaciones, puede ser oportuno un mapa a manoalzada que, partiendo de aquéllas, indique el movimientoque desde la comunicación las atraviesa y desterritorializa.

Si pensar las prácticas ha significado prevalentemente lacentralidad de la política, la parte que ahí le ha correspon-dido a la comunicación ha padecido hasta hace poco suconfusión con la propaganda y la publicidad reduciendo sufunción a algo coyuntural sólo importante durante los "tiem-pos fuertes" de las campañas electorales. Hoy sin embargola comunicación aparece constituyendo una escena nueva demediación y reconocimiento social, en la que las imágenes yrepresentaciones de los medios al mismo tiempo que espec-tacularizan y adelgazan lo político lo reconstituyen. Pues lo

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que estamos viviendo no es, como creen los más pesimistasde los profetas-fin-de-milenio, la disolución de la políticasino la reconfiguración de las mediaciones en que se consti-tuyen sus nuevos modos de interpelación de los sujetos y derepresentación de los vínculos que cohesionan la sociedad.Pensar la política desde la comunicación significa poner enprimer plano los ingredientes simbólicos e imaginarios pre-sentes en los procesos de formación del poder. Lo que derivala democratización de la sociedad hacia un trabajo en lapropia trama cultural y comunicativa de las prácticas polí-ticas. Ni la productividad social de la política es separablede las batallas que se libran en el terreno simbólico, ni elcarácter participativo de la democracia es hoy real por fuerade la escena pública que construye la comunicación masiva.Entonces, más que en cuanto objetos de políticas, la comu-nicación y la cultura se convierten en un campo primordial debatalla política: el estratégico escenario que le exige a la po-lítica recuperar su dimensión simbólica —su capacidad derepresentar el vínculo entre los ciudadanos, el sentimientode pertenencia a una comunidad— para enfrentar la erosióndel orden colectivo.

En la esfera económica la comunicación reviste dos fi-guras. Una tradicional: la del vehículo de información parael mercado, esto es, el proceso de circulación del capital ne-cesitando información permanente acerca de todos aquellosfenómenos de la vida social que puedan incidir sobre susflujos y ritmos. Y otra postindustrial: la información comomateria prima de la producción no sólo de las mercancíassino de la vida social. O dicho de otro modo, la economíapasando a ser in-formada25, constituida, por el movimiento dela nueva riqueza que la acumulación y organización de lainformación pone a circular. Lo que implica al menos tres

nuevos modos de inserción y operación: la información y lacomunicación pasan a ser campos prioritarios de la acumu-lación; en segundo lugar, las telecomunicaciones al impulsarla reconversión industrial y protagonizar la convergencia entrevehículos y contenidos, se convierte en espacio del interés pre-ferencial del capital; y tercero, la internacionalización de lasredes de información desafía la configuración de los saberesdesde las nuevas formas de la gestión tanto privada comopública.

En la esfera cultural lo que aparece explícitamente referi-do a la comunicación siguen siendo las prácticas de difusión:la comunicación como vehículo de contenidos culturales ocomo movimiento de propagación y acercamiento de los pú-blicos a las obras. Y coherente con esa reducción del procesoal vehículo, será legitimada también la reducción de los re-ceptores a consumidores y admiradores de la actividad ycreatividad desplegada en la obra. Apenas se comienza aasumir la comunicación como espacio estratégico de creacióny apropiación cultural, de activación de la competencia y laexperiencia creativa de la gente, y de reconocimiento de lasdiferencias, es decir de lo que culturalmente son y hacen losotros, las otras clases, las otras etnias, los otros pueblos, lasotras generaciones.

Aunque los "clásicos" integraron explícitamente la di-mensión lúdica en la cultura, somos más bien herederos deuna concepción ascética que ha condenado el ocio comotiempo del vicio, y de una crítica ideológica que confunde ladiversión con la evasión alienante, especialmente a partir de sumasificación y mercantilización por las industrias culturales.No es fácil distinguir hoy lo que en la sospecha que cubre elespectáculo y la diversión pertenece a aquella negación ascé-tica del goce, de lo que ha introducido la idealista oposición

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entre formas culturales y formatos industriales. Pero lo quesí es claro, es que la posibilidad de reinsertar las prácticaslúdicas en la cultura pasa tanto por la crítica de sus perver-siones como por entender la "doble articulación" que liga, ennuestra sociedad, las demandas y las dinámicas culturales ala lógica del mercado y al mismo tiempo imbrica el apego aunos formatos en la fidelidad a una memoria y la pervivenciade unos géneros, desde los que "funcionan" nuevos modosde percibir y de narrar, de hacer música o de jugar con lasimágenes.

Tocamos así el suelo de la escena tardomoderna y delmovimiento que desterritorializa las identidades y refundael sentido de las temporalidades. La inscripción de la comu-nicación en la cultura ha dejado de ser mero asunto culturalpues son tanto la economía como la política las concernidasdirectamente en lo que ahí se produce. Es lo que ambigua,pero certeramente, dicen expresiones como "sociedad de lainformación" o "cultura política", y de un modo aún másoscuro, pero también cierto, es lo que cuenta la experienciacotidiana de las desarraigadas poblaciones de nuestras ciu-dades. Lo que podría traducirse en dos desterritorializadorasy desconcertantes preguntas: ¿cómo hemos podido pasartanto tiempo intentando comprender el sentido de los cam-bios en la comunicación, incluidos los que pasan por losmedios, sin referirlo a las transformaciones del tejido co-lectivo, a la reorganización de las formas del habitar, deltrabajar y del jugar? Y ¿cómo podríamos transformar el "sis-tema de comunicación" sin asumir su espesor cultural y sinque las políticas busquen activar la competencia comunica-tiva y la experiencia creativa de las gentes, esto es su reco-nocimiento como sujetos sociales?