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MEDIOS DE… ¿INFORMACIÓN? Por Kevin Boss Nielsen EL PAPEL DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y LA RESPONSABILIDAD DE LA POBLACIÓN AL RECEPTAR LA INFORMACIÓN. No pretender originalidad: E s innegable que hablar sobre los medios de difusión no es un acto vanguardista, pocos son los temas que ostentan semejante perma- nencia en la esfera del debate a lo largo de los lustros como el que hoy decidí tratar. Cientos de autores, decenas de pensa- dores, desde sus más variadas perspectivas y conforme a las limitaciones de su marco teó- rico, han intentado abordar el fenómeno de la exposición de información y sus efectos en la población. Sería un acto de insoportable soberbia pretender, en un trabajo tan escueto, echar luz sobre el tema. Otro coto material con el que tengo que lidiar es la pasmosa amplitud de la materia. El medio de comunicación, la prensa, o como se lo quiera denominar es un fenómeno plu- riabarcativo; es decir, que tiene incidencia en todo un espectro de procesos sociales, como ser: las relaciones de poder, la cultura, la con- formación de valores y su actitud consecuen- te, la elaboración de estereotipos, la opinión pública, el impulso de leyes, los prejuicios, los ideales de felicidad, los programas de vida etc. Innumerables son las áreas de la existencia en sociedad donde hoy día resultaría ingenuo negar que la prensa detenta una marcada in- tervención. No por nada le ha valido el mote de “cuarto poder”. Pero, esa ya es harina de otro costal. Por todo lo dicho anteriormente, es que en- tendí que la mejor forma de afrontar la cues- tión, más no excusarme de tratarla, es la es- pecificidad. Y por tal me refiero a centrarme en un solo aspecto, que es el mecanismo me- diante el cuál captamos y procesamos la in- formación. Para ello es que decidí, en primer término, (con un criterio puramente discrecional) es- tribar sobre las palabras de la psicología mo- derna, que a mi parecer, es la que logra una explicación más acabada del proceso. “La era de la información”: Nos encontramos ante una realidad palpable, los avances tecnológicos y la globalización ha- cen que en la actualidad exista un caudal de datos inconmensurable. Se estima que en un solo día se entrecruza el equivalente a todo el conocimiento humano existente, empleando únicamente la fibra óptica. Vivimos inmersos en una verdadera vorágine Al decidir exponer sobre el tópico “medios de comunicación/información”, consideré necesario atenerme una serie de limi- taciones o pautas para una mejor labor investigativa:

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Medios de Información - El papel de los medios de comunicación y la responsabilidad de la población al receptar la información. Autor: Kevin Boss Nielsen.

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MEDIOS DE… ¿INFORMACIÓN?Por Kevin Boss Nielsen

EL PAPEL DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y LA RESPONSABILIDAD DE LA POBLACIÓN AL RECEPTAR LA INFORMACIÓN.

No pretender originalidad:

Es innegable que hablar sobre los medios de difusión no es un acto vanguardista, pocos son los temas que ostentan semejante perma-nencia en la esfera del debate a lo

largo de los lustros como el que hoy decidí tratar. Cientos de autores, decenas de pensa-dores, desde sus más variadas perspectivas y conforme a las limitaciones de su marco teó-rico, han intentado abordar el fenómeno de la exposición de información y sus efectos en la población. Sería un acto de insoportable soberbia pretender, en un trabajo tan escueto, echar luz sobre el tema.

Otro coto material con el que tengo que lidiar es la pasmosa amplitud de la materia.El medio de comunicación, la prensa, o como

se lo quiera denominar es un fenómeno plu-riabarcativo; es decir, que tiene incidencia en todo un espectro de procesos sociales, como ser: las relaciones de poder, la cultura, la con-formación de valores y su actitud consecuen-te, la elaboración de estereotipos, la opinión pública, el impulso de leyes, los prejuicios, los ideales de felicidad, los programas de vida etc. Innumerables son las áreas de la existencia en sociedad donde hoy día resultaría ingenuo negar que la prensa detenta una marcada in-tervención. No por nada le ha valido el mote de “cuarto poder”. Pero, esa ya es harina de otro costal.

Por todo lo dicho anteriormente, es que en-tendí que la mejor forma de afrontar la cues-tión, más no excusarme de tratarla, es la es-pecificidad. Y por tal me refiero a centrarme en un solo aspecto, que es el mecanismo me-

diante el cuál captamos y procesamos la in-formación.

Para ello es que decidí, en primer término, (con un criterio puramente discrecional) es-tribar sobre las palabras de la psicología mo-derna, que a mi parecer, es la que logra una explicación más acabada del proceso.

“La era de la información”:

Nos encontramos ante una realidad palpable, los avances tecnológicos y la globalización ha-cen que en la actualidad exista un caudal de datos inconmensurable. Se estima que en un solo día se entrecruza el equivalente a todo el conocimiento humano existente, empleando únicamente la fibra óptica. Vivimos inmersos en una verdadera vorágine

Al decidir exponer sobre el tópico “medios de comunicación/información”, consideré necesario atenerme una serie de limi-taciones o pautas para una mejor labor investigativa:

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informativa. Estamos expuestos de manera permanente a estímulos televisivos y audio-visuales de la más variada índole, que hacen que nos sintamos casi bombardeados con in-formación de todo tipo.La globalización y el avance tecnológico produjo dos efectos dignos de señalar: la re-ducción o desaparición de las distancias y la ampliación de la esfera de incumbencia del ciudadano; ya no solo interesa lo que sucede en mi barrio o en mi ciudad, hoy quiero estar “al tanto” de lo que pasa en mi Provincia, en mi País y en el mundo. Debido a este cam-bio radical en el anhelo de omnisapiencia del publico, la exposición del hecho noticioso

sufrió una transformación que será deter-minante en cuanto a la manera en que nos relacionamos con la prensa; el acotamiento material.

Acotamiento Material:

Las presiones del sistema consumista y el rit-mo de vida histriónico hacen que tengamos que racionalizar al máximo el tiempo dispo-nible, debemos conciliar la actividad laboral y familiar con el tiempo de ocio, y a su vez a este último subdividirlo según nuestros in-tereses y proyectos, todo esto sin estar “des-conectados del mundo” y ser etiquetados de

“irresponsables” o “no enterados”. Ya sea por ese imperativo social, o por algún tácito convencimiento, suponemos que lo que está sucediendo a dos mil kilómetros de distancia tiene relevancia alguna para nues-tra humilde existencia, y que va trastocar de algún modo nuestro modus vivendi.

El problema radica, como dije anteriormen-te, en que para informarnos de los aconte-cimientos externos utilizamos parte, y solo parte, de nuestro tiempo ocioso. El resto lo dedicamos a las cosas que nos interesan real-mente, por más o menos banales que sean. Es decir que el tiempo en que nos informa-

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mos parte de un tiempo de ocio que ya de por sí es limitado, que además está sobre-cargado, y que como si fuera poco nos en-cuentra con un nivel bajo de energía por el itinerario laboral precedente. Todos estos factores contribuyen y generan un caldo de cultivo ideal para el adoctrina-miento mediático. Los medios de comunicación se arrogan la representación de la opinión pública, como si de un mandato se tratara, como si tuvie-ran comunicación directa y bilateral con el ciudadano, como si lo que exponen resulta-ra de un proceso dialéctico con la audiencia. La realidad empero, demuestra lo contrario. Mediante el monopolio del discurso, la se-

lección discrecional de qué mostrar, cómo, cuándo y de qué manera (aunque reserván-dose siempre el para qué) son auténticos segmentadotes de la realidad.

Razonamiento no tan racional:

Nuestro ego natural nos invita a asumir que somos pensantes, críticos, alzamos la ban-dera del pensamiento racional como aquel que define nuestra esencia humana y nos separa del reino animal. Sin embargo el fe-nómeno psicológico y la forma de digerir los estímulos distan mucho de este precepto.Timothy Wilson en “Stranges to Ourselves” acuña el termino “inconsciente adaptativo”

para explicar el proceso de comprensión de la realidad y el actuar subsiguiente. Advierte que no debe confundirse a este con el in-consciente del que hablaba Sigmund Freud, este último se refiere, según Wilson, a “un lugar oscuro y tenebroso, ocupado por de-seos, recuerdos y fantasías tan perturbado-ras que no podemos pensar conscientemen-te en ellos”, de ahí la denominación sub.El Inconsciente adaptativo en cambio, a decir de Malcolm Galdwell es como “una especie de gigantesca computadora, que procesa rápida y silenciosamente muchos de los datos que necesitamos para continuar actuando como seres humanos”. Este ultimo autor ilustra la noción con un ejemplo hipo-

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tético de la vida cotidiana: “Cuando empeza-mos a cruzar la calle y de repente nos damos cuenta que un camión se nos viene encima ¿tenemos tiempo para pensar en todas las op-ciones posibles?”. Continua aseverando que si los seres humanos hemos logrado sobrevivir tanto tiempo como especie ha sido gracias a que hemos desarrollado “otra clase de aparato de decisión” capaz de elaborar juicios muy rá-pidos a partir de muy poca información.Wilson afirma que la mente actúa con mayor eficacia relegando al inconsciente gran canti-dad de pensamientos elaborados de alto nivel, “igual que un reactor moderno vuela sirvién-dose del piloto automático, con escasa o nula intervención del piloto humano consciente”. “El inconsciente adaptativo se las arregla es-tupendamente para hacerse una comprensión del lugar, del contexto, de lo que nos rodea y advertirnos de los peligros, establecer metas e incitar acciones de forma elaborada y eficaz.” Siguiendo con esta línea, dice que el ser hu-mano cambia entre los modos consciente e inconsciente de pensar en función de la situa-ción. Y la activación de este ultimo mecanis-mo se “enciende” cuando tenemos que tomar decisiones rápidamente y estamos sometidos a estrés, en síntesis, cuando reaccionamos ante una idea nueva. Galdwell afirma que, por naturaleza, descon-fiamos de esta clase de cognición rápida. Vivi-mos en un mundo que da por sentado que la calidad de una decisión esta directamente re-lacionada con el tiempo y el esfuerzo. Pero en definitiva, y mal que nos pese, la mayor parte de las decisiones que consideramos relevantes, como con quién compartir nuestro tiempo, o a quien votar en las próximas elecciones se dan bajo este esquema emocional (…)

Si bien las conclusiones de esta corriente pue-den ser debatidas (y peligrosas), y prima facie denotan una suerte de legitimación del prejui-cio y una subestimación del generis humani, lo cierto es, que encontramos en la vida diaria ejemplos sobrados de que desde hace tiempo, tanto los aparatos de publicidad masiva como los medios de comunicación, funcionan bajo su premisa. El estilo publicitario busca constantemente generar estímulos, con sonidos estridentes, colores y apelaciones sentimentalistas, todos ellos no están de ninguna manera dirigidos a nuestro pensamiento crítico, no anhelan per-suadir con razones, buscan en cambio la diana emocional del individuo para generar así una determinada conducta. En el caso de la publi-cidad, la compra de un producto, en el caso del medio de comunicación, el establecimien-to de líneas de acción con mayor trascenden-cia social.

Dentro de los críticos más radicales al género periodístico contemporáneo, y específicamen-te a la televisión, encontramos a Giovanni Sar-tori, con su ensayo “Homo videns. Televisione e post-pensiero” (1997) y a Pierre Bordieu con

“Sur la télévision” (1996). En términos generales hay coincidencia entre ambos. Para Bordieu “la televisión es lo opues-to a la capacidad de pensar”, en tanto que Sar-tori desarrolla la tesis de que el homo sapiens se está degradando hacia un homo videns, por efecto de una cultura de puras imágenes. Afir-ma que la comunicación por imágenes, nece-sariamente se refiere a cosas concretas, puesto que esto es lo único que pueden mostrar las imágenes y, en consecuencia, el receptor de esa comunicación es constantemente instado al pensamiento concreto, lo que en lugar de ejercitar y fortalecer su pensamiento abstrac-to, mas bien lo debilita…

Sin embargo, en ese sentido, me permito di-sentir con el investigador florentino. Lo que atenta contra el raciocinio del receptor, a mi parecer no es la mera exposición de imáge-nes, sino por el contrario, la yuxtaposición de la noticia propiamente dicha con la opinión personal del periodista en algunos casos y la opinión corporativa del empresario mediático en otros, que utiliza al primero como agente reproductor, prevaleciéndose de su relación de dependencia. ¿Por qué? Porque la simple exposición de imágenes (si bien aún así hay posibilidad de sesgo), permitiría al espectador, mal que mal, sacar sus propias conclusiones con respecto al acontecimiento expuesto. Sin embargo, esto no se da en la realidad, toda presentación de un hecho está invariablemente teñida de la interpretación subjetiva del comunicador, que con un lenguaje certero, y bien dirigido, busca la formación (¿emulación?) de su opinión en el público. La imagen, a menudo ni siquiera necesita so-nido: rememoremos los acontecimientos del 11 de septiembre del año 2001. La imagen era muda, no había ruido, gritos, nada, solo la in-terpretación del comentador, que le señalaba al destinatario indefenso qué es lo que está viendo. Aquél 11 de septiembre, el intermediario fue el que nos dijo qué estaba sucediendo, nos aclaró que se trataba de un atentado, y hasta nos señaló de qué sección del globo terráqueo provenía… La imagen no habla, habla el intér-prete, erigiéndose en un verdadero exégeta de esa porción de realidad que decidió mostrar.Por otro lado, tampoco informa mucho, por-que la televisión hace suceder imágenes sin contextualizarlas, es como si nos cortaran pedazos de películas y los mostraran prescin-diendo del resto del filme. Vemos, pero no en-tendemos nada.El estilo discursivo de ese interprete llamado periodista, además de estar cargado de conno-taciones emocionales, se vale de un lenguaje empobrecido. Según estimaciones, la televisión no utiliza más que unas mil palabras, cuando en la len-gua castellana podemos llegar a usar más de treinta mil. Aunque esto último no está proba-do y puede ser resultado de una exageración.

Si bien, abocado a la cuestión criminal y a la construcción de estereotipos peyorativos por parte de los medios de comunicación, Zaffa-roni en “La palabra de los muertos” expone de manera magistral lo que él denomina y acuña como “espacios de explicitación” y que se puede hacer extensivo a todo el fenómeno periodístico: “La interpretación a veces tiene contenidos implícitos, porque hay espacios de explicita-ción cuya dimensión social no permite que sea más o menos explicita. Así, el espacio de explicitación del racismo está hoy cultural-mente limitado por todo lo que no es polí-ticamente correcto. En esos casos mucho se insinúa, dando la impresión estudiada de que se deja ver, cuestión que de cierta forma hala-ga la inteligencia del destinatario, quien cree que deduce el contenido implícito, cuando en realidad es victima de una verdadera alevosía comunicacional…”

Escaso margen de contrastación:

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A todo lo mencionado hay que agregar un factor fundamental.

La distancia geográfica real de los aconteci-mientos canalizados por el aparato noticioso, hace que la posibilidad de contrastación o fal-seabilidad se reduzca drásticamente.Así, al receptor que está en la otra punta del País, no le queda otra que aceptar de plano, apelando a la buena fe y ética del comunica-dor, lo que éste le dice que está pasando.El receptor distante, el provinciano, se en-cuentra en una posición de extrema fragili-dad, no tiene posibilidad de verificar lo que le dice el medio de comunicación que está pa-sando, por ejemplo, en la capital, sitio donde están asentadas las autoridades Nacionales. Esta circunstancia se agrava aún más en el caso de la noticia internacional. Se produce una suerte de regresión histórica y la prensa se asemeja al mensajero real, que tenia que recorrer largas distancias para comunicar lo que acontecía en otro reino, al cual los que lo escuchaban le depositaban confianza ciega y adaptaban la toma de decisiones en base a ese

mensaje.

Potencialidad destituyente:

Esto conlleva a otorgar a los difusores un po-der casi absoluto. Si en un hipotético (extremo, pero no por eso imposible), todos los medios de comuni-cación de determinada sociedad se coaligan para hacer creer a la población que está su-cediendo un determinado evento (desde la renuncia de un presidente hasta una guerra civil). Las posibilidades de que la gente crea lo contrario son muy limitadas.Si bien este riesgo se vio morigerado en los últimos años con el avance de Internet, las re-des sociales y la telefonía, no se eliminó por completo. Es cierto que estos últimos instrumentos po-sibilitarían el eventual intercambio under-ground de información verídica, que aborta-ría la alucinación colectiva. Empero, no hay que olvidar que tales tecnologías, al igual que los medios de comunicación, generalmente

comparten la característica de estar en manos oligopólicas, y que además, no conllevaría un gran dispendio humano anular su funciona-miento para el que se encuentra verdadera-mente motivado a hacerlo…

El escenario descrito anteriormente es ex-tremo, de difícil concreción, es cierto, y con condimentos cuasi-apocalípticos para algún lector escéptico. No obstante, no es por nada que los Estados, previendo su factibilidad, idearon mecanismos normativos y sancio-natorios ante este tipo de tentativas con fines destituyentes.

Esta situación sin embargo, se da de manera cotidiana, aunque a una escala mucho menor. Día a día repetimos que “tal” político hizo “tal cosa”, lo declamamos con extraordinaria vehemencia, lo aseguramos con asombrosa liviandad. Damos por descontado que es así. Sin indagar en la veracidad, acompañados solo con la referencia periodística como ar-gumento, y a veces inclusive sin ella, tan solo recurriendo al rumor público. No exigimos pruebas, tampoco las vamos a

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buscar, claro, estamos impedidos de hacerlo, se entiende, pero en lugar de asumir la po-sición de individuos pensantes, es decir de individuos al fin, optamos por la vía de aquel ente que se obstina en ser pensado, que re-nuncia a todo esfuerzo cognitivo y se guarda en el bolsillo ese manto de duda racional con el que debería cubrirse del frió invernal de la ignorancia.

Es ésta la forma en la que se socava, gota a gota, el sistema constitucional, así como no son meramente coactivas, las dictaduras tam-poco son intempestivas. No. Serían perennes. En la antesala de ellas se encuentra la opinión pública en constante hipertrofia, alimentada por la calumnia incontrastable, derivando fi-nalmente no solo en un rechazo a las autori-dades coyunturales, sino también al sistema democrático en sí (in totum). A este fenóme-no la sociología lo denominó la “anti política” y es el caldo de cultivo que se abona gradual-mente antes de la incursión de un régimen totalitario.

No es el objetivo de esta breve exposición adentrarme en el interesante fenómeno del sentimiento de rechazo hacia las autoridades y de qué manera se construye, tal cometido amerita un trabajo más extenso, sino sola-mente remarcar el papel preponderante que ostentan en ese proceso los formadores de opinión por antonomasia.

Impunidad informativa:

Finalmente, como si fuera poco, es menester señalar un hábito que llama poderosamente la atención, pero del que poco se ha hablado. Y tiene intima relación con el punto anterior.

Pusimos énfasis en la dificultad por parte del receptor de contrastar las afirmaciones e im-putaciones del periodista. Esta dificultad obe-dece a varios factores, como dijimos la dis-tancia geográfica es uno de ellos, pero no es el único, también podemos mencionar otros como ser: la carencia de medios, presupuesto, contactos, tiempo, recursos humanos y téc-nicos. Toda una serie de herramientas que le permitirían eventualmente al receptor suspi-caz proceder a la verificación empírica de la noticia, pero con las cuales el “ciudadano de a pié” no cuenta.

Ante esta situación, sería racional que el onus probandi recaiga sobre el medio de comu-nicación, que se cargue sobre sus espaldas el rigor informativo, de manera tal que si bien no se elimina la subjetividad natural del co-municador, se la relega a un rincón, ya que debe ser transmitida expresa o tácitamente en forma de comentario. Pero siempre sobre una base expositiva clara y con sustento.

En este sentido, tanto dentro de las legislacio-nes internas, como la internacional se pro-

pugnaron una serie de normas y mecanismos para contrarrestar la situación, pero que tie-nen claras limitaciones, a saber:

Delimitación a la afectación/daño individual y eficacia meramente resarcitoria:

Tanto el derecho a réplica, como la acción ci-vil y la querella criminal por calumnias e in-jurias (instrumentos jurídicos adoptados por la mayoría de los estados occidentales), como la acción civil de daños y perjuicios ante in-jerencias arbitrarias, tienen dos limitaciones tajantes. La primera es que se centran sola-mente en la protección de bienes jurídicos individuales, más precisamente el honor y la intimidad, soslayando las implicancias o efec-tos colectivos. La segunda es que ostentan efi-cacia meramente resarcitoria (con excepción de la vía penal, en la cual ni siquiera puede afirmarse tal consecuencia).

Es decir que el injuriado, calumniado, difa-mado y acusado injustamente es a menudo indemnizado, de manera pecuniaria por el daño sufrido, pero el daño ya se produjo, no hay vuelta atrás. La noticia ya fue emitida. Ya suscitó efectos sociales y fue estampada de manera indeleble en el imaginario colectivo. La población rara vez toma conocimiento de la batalla judicial subyacente.

La reglamentación del derecho a réplica reco-nocido en el Art. 14.1 del Pacto de San José de Rica, sigue siendo una asignatura pendiente en nuestra región. Aunque soy escéptico con respecto a su efectividad des-estigmatizante, constituiría un razonable esfuerzo para tratar de revertir este tipo de situaciones.

Un rasgo que caracteriza de antaño a la dis-ciplina de la información es que la naturaleza propia de su actividad está amparada por un derecho fundamental, e invariablemente, ante cualquier intento de regular razonablemente este derecho, para hacerlo conciliar con otros propios de la vida democrática (no hay dere-chos absolutos), levantan ellos la bandera de la libertad de expresión. No la conciben como tal, sino como libertinaje de expresión, como si de un derecho divino se tratara que no puede ser limitado, ni siquiera por otros de su misma entidad, no, ellos asumen la primacía del derecho periodístico por sobre todos los demás, sean colectivos e individuales, este es el mecanismo de victimización mediática que no duda en tachar de “censura” cualquier tipo de intervención. La jurisprudencia intentó imponer un coto a la desinformación y a la calumnia, al exigir elementos como la citación de fuentes, pero al mismo tiempo otorgó al periodista un re-curso peligroso, que se popularizó a tal punto de convertirse en moneda corriente en la ac-

tividad mediática. Este elemento que ya lejos de ser excusante se transformó en un verdadero vil de impu-nidad periodística es el denominado “verbo potencial”.

“Habría” – “Según dicen” – “Su-puestamente” – “Según trascendi-dos”...

El verbo potencial no es más que una argucia del lenguaje. So pretexto de la protección de las fuentes el comunicador puede espetar con craza impunidad cualquier tipo de sentencias y declaraciones, sin asumir personalmente la responsabilidad, ni delegarla en otro. Es como tirar la piedra y esconder la mano, pero esa piedra no es cualquiera, tiene efectos so-ciales… más que ninguna otra. Va a ser asida y vuelta a arrojar hasta el cansancio en mesas de café, en reuniones familiares y en mítines políticos… Esa piedra decide el voto, implan-ta miedos, construye demagogias, cercena derechos.

Conclusión:

Para concluir, quiero hacer la salvedad de que no es mi intención demonizar al medio de comunicación, sino propugnar a la toma plena de consciencia en cuanto a su signifi-cancia, y hacer reconocer el doble filo de su hoja. Para comprender que así como desem-peña un rol inescindible con la vida demo-crática, puede socavarla profundamente.

Intento que nos percatemos de que los pro-blemas que denominamos culturales no se resuelven en la escuela institucionalizada a la que mandamos a nuestros hijos unas ho-ras al día, sino en esa escuela permanente que abruma nuestros sentidos las 24 horas del día, y donde a diferencia de la anterior, no está presente la nota de coactividad, sino el deleite en su estado puro. Mi intención no es coartar la libertad de expresión sino sim-plemente incitar al pensamiento crítico en la población, que es la que finalmente… tiene la última palabra.

Considero asimismo, obligación de toda sociedad democrática que se precie de tal, declarar la guerra a la asunción de verdades apriorísticas, a los prejuicios y a los dogmas, de todo tipo, sea cual fuera su origen, para devolver finalmente el status de persona a los integrantes la comunidad, disolver a las huestes de la homogeneidad y propugnar por la recuperación del individuo pensante, libre y responsable. Solo de esta forma po-dremos empezar a superar muchos de los pesares que nos aquejan como Nación, como humanidad.

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