Meditación del cuadro de los Mártires Amigonianos

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MEDITACIÓN DEL CUADRO AGRIPINO GONZÁLEZ, T.C.

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Editado en Valencia, España en el 2002 por el padre Agripino González.

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MEDITACIÓN DEL CUADROAGRIPINO GONZÁLEZ, T.C.

Licenciado en teología por El Angeli-cum de Roma, posee también el máster en la Congregación para las Causas de los Santos.

En 1977 es nombrado Vicepostulador de la Causa de Beatificación de Luis Amigó. Y en 1889 Postulador General de su Congregación.

Ha conseguido la beatificación de 23 Mártires de la Familia Amigoniana, así como también llevar la causa de Luis Amigó hasta su tramo final.

De su pluma han salido 17 libros y opúsculos, algunos en colaboración, y ha dirigido la Hoja Informativa del Venerable Luis Amigó en los últimos cien números.

Ha impartido asimismo numerosas semanas de renovación, a religiosos y religiosas, y es fiscal en varias causas de canonización de la Diócesis de Valencia.

ALGUNAS DE SUS OBRAS

P. Luis Amigó. Biografía ■

Mons. Luis Amigó. Obras Completas (en colaboración) ■

Yo, Fray Luis de Masamagrell ■

Venerable Luis Amigó. Rasgos Espirituales ■

Diálogos sobre el martirio ■

Martirologio Amigoniano ■

Postulador General de los Terciarios Capu-chinos, nace en Salazar de Amaya, Burgos, en 1942.

En 1961 ingresa en religión y en 1971 es

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MEDITACIÓN DEL CUADRO

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MEDITACIÓN DEL CUADROAGRIPINO GONZÁLEZ, T.C.

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Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente,sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados

© Agripino González Alcalde, T.C.

Primera edición: diciembre de 2002

Depósito Legal: V-4440-2002

Maquetación e impresión: Martín Impresores, S.L. - Valencia

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Presentación............................................................................................................. 9

Prólogo ............................................................................................................................... 13

01. El cuadro, visión panorámica ........................................ 17

02. Fondo de palmas.................................................................................. 23

03. El convento de Monte Sión ................................................. 29

04. El convento de Masamagrell............................................. 35

05. Cúpula de San Pedro.................................................................... 41

06. La cruz.................................................................................................................. 47

07. El cortejo ........................................................................................................... 53

08. Tres vidas… Un testimonio ................................................ 59

09. Del color de las alondras........................................................ 65

10. Vicente Cabanes, corifeo de la causa ................ 71

11. Domingo de Alboraya, el artista de la mi-sión............................................................................................................................. 77

12. Gabriel de Benifayó, una florecilla fran-ciscana ................................................................................................................. 85

13. Carmen García, Cooperadora Parroquial ... 91

14. Rosario, madre atenta y solícita................................. 97

15. Francisco, el pedagogo de la obra ........................... 103

16. Valentín, el cantaor de la pedagogía.................... 109

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ÍNDICE

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17. Serafina de Ochovi, la mujer fuerte ..................... 115

18. Laureano, Bernardino y Benito................................... 121

19. Tres de Madrid........................................................................................ 127

20. Del amor y la gratitud................................................................. 135

21. Bienvenido seas, hijo mío ..................................................... 141

22. Los de Torrente....................................................................................... 147

23. La virgen de la huerta ................................................................. 153

24. José, Florentín y Urbano........................................................ 161

Epílogo............................................................................................................................... 169

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Por su naturaleza, la meditación –cristiana-mente entendida– tiene, como una de suscaracterísticas esenciales, la de ir transpor-

tando a la persona de lo inmanente a lo trascen-dente, de la contemplación de las criaturas a laadoración del Espíritu que les da vida y color. Ytodo ello, mediante la transformación del propioagente de la meditación que, de forma progresiva ycasi imperceptible para él mismo, va pasando deser un ser pensante a ser un ser amante, de pre-tender entender con la razón a acabar sintiendocon el corazón.

Y algo de lo anterior es lo que podrá ir encon-trando el lector en las páginas que siguen. Enellas, el padre Agripino González –Postulador delos mártires amigonianos, que acompañó, desdeun lugar privilegiado y como actor, el Proceso quellevó a su beatificación el 11 de marzo de 2001–hace un nuevo recorrido por la vida de éstos y seadentra otra vez en su testimonio martirial, par-tiendo de la contemplación del cuadro que presidesu despacho. Un cuadro que se había ido habi-tuando a ver todos los días, pero que en un mo-

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PRESENTACIÓN

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mento determinado le fue transportando a esadimensión que surge, cuando se empiezan a mirarlas cosas con los ojos del corazón y con la miradade la fe y se acaba descubriendo en ellas –y parti-cularmente en las personas– la mano y el Espíritudel Señor.

Comienza su meditación, el padre Agripino,contemplando la panorámica del propio cuadro–en la que poco a poco descubre distintos deta-lles– y su fondo de palmeras, que le habla funda-mentalmente de paz, de vida y, en definitiva, devictoria martirial.

Se detiene después a profundizar, desde el sen-timiento enriquecido por la fe, en los lugares queaparecen en el lienzo. Unos lugares que, dentrodel clima meditativo, adquieren caracteres teológi-cos y se van transformando desde su inmanenciaen reflejo y asiento de la trascendencia. Primerocontempla, desentraña e ilumina el significado delos dos lugares amigonianos que en él aparecen:Monte-Sión y Masamagrell. Después, el que repre-senta la unidad y centro de nuestra fe católica:San Pedro del Vaticano.

En un tercer momento su reflexión se detieneen los dos grandes símbolos que descubre en lapintura, que aún sigue contemplando desde suconjunto: la cruz, que aparece en un primer plano,y el cortejo de hermanos y hermanas que confor-man el centro de la estampa.

A continuación –y dejada ya la perspectiva deglobalidad–, el padre Agripino centra su medita-ción en detalles más particulares.

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Inmerso en esa dinámica de lo más concreto, vadistinguiendo, en un primer momento dentro delgran cortejo, dos grupos bien definidos que –aunqueconjuntados en la pintura y hermanados por elcarisma amigoniano– tiene peculiaridades que losdistinguen con identidad propia: el de las Hermanas–Tres vidas… un testimonio– y el de los Hermanos,al que describe Del color de las alondras.

Posteriormente –y acercándose más todavía a lapintura y centrándose en rasgos más singulares– vaidentificando y adentrándose en la personalidad deVicente, de Domingo, de Gabriel, de Carmen, deRosario, de Francisco, de Valentín, de Serafina, deBienvenido y de Francisca Javier, y va resaltando eltestimonio que ofrecen en su conjunto dos gruposmartiriales en Torrent, otros dos en Madrid y unquinto en Benaguacil.

En su conjunto, no cabe duda, la obra consiguelo que pretende al introducir al lector en ese climade meditación y oración, que es el único desde elque puede ser leída en profundidad la vida de losTestigos de la fe, que son, por excelencia, losMártires.

EPLA, 17 de noviembre de 2002

Juan Antonio Vives Aguilella

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Ante la mesa de mi despacho pende el cua-dro Mártires de la Familia Amigoniana.Cada vez que levanto mi vista del libro de

lectura, o de las cuartillas en que estoy escribien-do, siempre, necesariamente siempre, me topo conel cuadro. Lo he dotado de un marco sobrio, comose puede apreciar, pero elegante. Y lo he colocadoa la cabecera de mi estudio. Él me sirve de recor-datorio. Y al mismo tiempo, y siempre si es posi-ble, espero que los mártires me otorguen subenévola protección.

Frecuentemente, como digo, contemplo el cua-dro. Lo miro detenida, despaciosamente. Y estoyen condiciones de afirmar con Ortega que cual-quier cosa se vuelve interesante en cuanto lamiramos despacio. Y de tal modo ha sido así, queel cuadro ha merecido los honores de este librito,fruto de mi observación y del amor a mis buenoshermanos.

Al escribir el libro, mi propósito ha sido el derecordar los Mártires de la Familia Amigoniana. Nopodía permitir yo que cayesen pronto en el olvido,apenas concluidas las ceremonias de su beatifica-

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PRÓLOGO

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ción. Pues, si no me acuerdo yo de ellos, que lestengo en la cabecera de mi estudio ¡quién se va arecordar! Y he creído que un libro es una buenaforma para conseguirlo o, al menos, para intentar-lo. Por mí parte no va a quedar.

Y, ¿cómo conseguirlo o, al menos, intentarlo?

Pues tratando de lograr que el lector vea, anali-ce y medite el cuadro juntamente conmigo. Si lacrítica literaria consiste simplemente en detener elcorazón sobre la página, como una abeja sobre untulipán, como diría Ortega, la visión de un cuadroestá en enseñar a ver el lienzo adaptando los ojosdel espectador a la intención del pintor. Mi técni-ca, pues, ha consistido en momentos de silenciomeditativo, contemplativo, como de espectadorpaciente, tratando de descubrir la intención ocul-ta del artista.

Por otro lado he titulado el libro Meditación delCuadro. Siempre una meditación ofrece ampliocampo para reflexionar sobre la vida y obra de mishermanas y hermanos en religión. La meditación,como la imaginación, es un todoterreno con múlti-ples prestaciones para circular por cualquier sen-dero, cañada o vericueto por más intransitableque se presente. La meditación es una reflexióncon autorización para seguir por donde uno quie-ra, sin tener que ajustarse a un orden lógico, ymenos aún cronológico, de capítulos. De tal mane-ra que éstos se pueden leer, meditar, y hasta orde-nar de forma diferente.

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Por otra parte con el pretexto de la meditaciónhe ido vertiendo al libro briznas, o chispitas, defilosofía y de religión, de arte y de historia, menosconocidas pero que tal vez ayuden a mantenerpresente el recuerdo de los Mártires de la FamiliaAmigoniana. Y hasta en alguna ocasión me he per-mitido ocuparme de la meteorología, aunque nofuera más que para poner punto final a un deter-minado capítulo.

En fin, el libro, como digo, tiene un doble obje-tivo: el de mantener vivo el recuerdo de mis her-manos mártires, por una parte. Y por otra, la depresentar algunos detalles suyos tal vez insólitos yno demasiado conocidos. Ambas realidades las hevertido en un estilo literario y una veste tipográfi-ca que, espero, haga amable y atractiva la lecturadel libro.

Que así sea.

Fr. Agripino G.

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Miguel Quesada es el autor del cuadro.Más bien se trata de dos cuadros en uno.El primero recoge la estampa de dieci-

nueve Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora delos Dolores, mártires, y de una cooperadora parro-quial, laica. Y el segundo, las tres mártiresTerciarias Capuchinas de la Sagrada Familia. Yuna mano maestra, amorosa, femenina, delicada-mente femenina diría yo, ha conseguido ensamblarambas telas, ha logrado la perfección del cuadro.Eso sí, ambas telas, armadas sobre un fondo dora-do de palmas imperiales, integran el lienzo, el cua-dro, al que prestan unidad y dan una rica armoníamartirial. Son los bienaventurados mártires de laFamilia Amigoniana, beatificados por Su SantidadJuan Pablo II el 11 de marzo del 2001.

Ambos lienzos constituyen, en sí mismos y porseparado, una apoteosis del martirio. En un sololienzo, en conjunto, la glorificación y apoteosis delos hijos espirituales del Venerable Luis Amigó.

Cuando don Miguel Quesada me entregó ellienzo, ya pintado, no pude por menos de acordar-me interiormente del gran Ortega y Gasset, y de

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1. EL CUADRO,VISIÓN PANORÁMICA

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su deliciosa meditación del marco. “Un cuadro,sin marco, tiene el aire de un hombre expoliado ydesnudo, asegura el filósofo. Su contenido parecederramarse por los cuatro lados del lienzo y des-hacerse en la atmósfera”.

Por lo mismo enseguida me apresuré a encua-drar el lienzo, a enmarcar el cuadro. Lo fijé en unmarco noble, sencillo. Que no dijera mucho, laverdad; pero que tampoco desdijera demasiado. Yque mucho menos distrajera, pues creo que elmarco tiene como finalidad primordial centrar elcuadro y la frecuentemente voluble atención delespectador. Entonces, y sólo entonces, pudedarme cuenta, como ya en su día lo hizo Ortega,de que el marco postula constantemente un cua-dro para su interior, hasta el punto de que, cuan-do le falta, tiende a convertirse en cuadro cuantose ve a su través.

La composición del cuadro que nos ocupa estáorganizada a lo largo de dos diagonales contra-puestas y tratada dentro de un apacible y aprecia-ble equilibrio de formas y volúmenes. Y don MiguelQuesada ha conseguido dar unidad al cuadro,imprimir armonía a unos héroes anónimos, des-perdigados, personales, en un cortejo amigoniano.

El cuadro está tratado diagonalmente en unanoble ascensión de personas y de edificaciones, alos que sirve de nexo de unión una cruz esbelta,desnuda, sobresaliente, a la que prestan apoyatu-ra unos signos: el humilde convento franciscanode Massamagrell y el alcantarino de NuestraSeñora de Monte Sión, a los que unas nubes

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ingrávidas, algodonosas, blancas, cirros con pro-pensión de cúmulos, separan de la grandiosacúpula de San Pedro del Vaticano.

Centra el cuadro, como digo, una delicada cruzprocesional, sencilla, esbelta, que apunta hacia loalto. Arranca del suelo y se clava en el cielo. Sobrelas cabezas de los mártires ofrece seguridad, fir-meza y fortaleza. ¡Siempre el patíbulo de la cruzsuperó la grandeza de los crucificados! A la delica-da cruz que centra el nuevo lienzo, y como seña-lando el lugar donde vio la luz el cabeza de losmártires, padre Vicente Cabanes, acompañan nodos ciriales, como pareciera lo más lógico y natu-ral, sino dos palmas martiriales.

Rematan el cuadro las tres mártires terciariascapuchinas. Atisban desde lo alto del matroneomás hermoso. Observan con intuitiva detenciónfemenina, sobre el convento de Massamagrell. Deél partieron un día para el suplicio, como sobre lapalma del martirio parecen partir, serenas, pacífi-cas, tranquilas, camino de la segura beatitud, sinduda morada ya de su buen Padre y Fundador.

El lienzo, iluminado de agradables tonos rojizos,ocres y sienas, habla ya de amanecer de eternidad.Al fondo, en lo alto, tonos delicados preludian bie-nestar de eternidad. El cuadro recoge admirable-mente la teología y espiritualidad del martirio, almismo tiempo que reúne, sintetiza y resume laespiritualidad y misión de la Familia Amigoniana.

En primer término la cruz desnuda del Mártirdel Calvario a quien siguen en solemne procesión

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los que han lavado y blanqueado sus vestidurasen la sangre del Cordero. Seguimiento amoroso,religioso y martirial. Al fondo, en lo alto, la cúpulade San Pedro, como el regazo gigante, inmenso yacogedor de una madre del ejército de los márti-res. Parten de un convento pobre, humilde, alcan-tarino, estos hijos de la Iglesia, como un día nolejano partieron para el martirio.

Las hermanas, en un plano superior, como quedesean e intentan unirse a la procesión, a la imita-ción, al seguimiento. Y todo el coro de bienaventu-rados, partiendo de conventos sobrios, cantarines,franciscanos, peregrinos trashumantes de unapatria nueva, sin nombre, en pos del Libro y delCordero.

Hábitos franciscanos, franciscanas son barbasy capuchas, el cordón es franciscano, y el estiloperegrinante, devoto y recogido, es asimismo fran-ciscano. Y hasta franciscanos son también loscorazones que sobre el pecho luce el majestuosocortejo. Franciscano es el corazón que religiosos yreligiosas lucen sobre el pecho. Pero, eso sí, el delos mártires es el corazón maternal, dolorido, de laVirgen de los Dolores, la Reina de los Mártires,traspasado por siete espadas. Es el corazón deNuestra Señora del Dolor que la mañana del sába-do santo desciende a Jerusalén –con serenidad yternura, llevando consigo los signos de la Pasión–por la falda del Calvario.

El corazón que ante el pecho ostentan las her-manas es, como el de los mártires, un corazón asi-mismo amoroso, ardiente, materno, y también

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rodeado de la corona de espinas, pero en el casoque nos ocupa sustentado en el abrazo fraterno,cordial, franciscano de la impresión de las llagasen lo alto del Alvernia.

El lienzo, en una primera visión panorámica delcuadro, recoge esa espiritualidad profundamentecristocéntrica, mariana y franciscana, hecha deseguimiento, ecumenismo y eclesialidad, pobre ydesprendida, peregrinante y consoladora. Espiri-tualidad que avivó el ser y el hacer de religiosos yreligiosas en la noble misión de ir en pos de laoveja descarriada hasta devolverla al aprisco delBuen Pastor.

El decreto de beatificación de los hermanos asílo indica: “Zagales de Cristo Buen Pastor, VicenteCabanes y 18 religiosos terciarios capuchinos…gastaron su vida en el servicio de Dios y en la recu-peración de los jóvenes extraviados, movidos por lacaridad e ilusionados siempre por el ideal de quecada joven que se reeduca es una generación quese salva… La misma suerte corrió Carmen GarcíaMoyon, laica amigoniana, quien con los TerciariosCapuchinos compartía ideales apostólicos, traba-jando con ellos por el Reino de los Cielos”.

El decreto de beatificación de las hermanas már-tires, por su parte, asegura que gastaron sus vidasen su ministerio específico de atender hospitales yorfelinatos, misiones y escuelas de correcciónpaternal, es decir, en visitar al hermano enfermo,recoger al indigente y atender al necesitado.

Cuando se leen estas expresiones a uno se leagrupan las preguntas en la mente y se siente

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impotente, incapaz de darles cumplida respuesta.¿Cómo pueden haber sido martirizados quienesinmolaron sus vidas en el ministerio misericordio-so de enseñar al que no sabe, corregir al que yerrao dar buen consejo a quien lo ha menester?¿Cómo se puede inmolar a quienes, en seguimien-to del Cristo del Calvario, dedicaron sus vidas acurar al enfermo, visitar al preso o enterrar a losmuertos? ¡Incomprensible!, ¿verdad? Y es que eltestimonio del martirio, el holocausto martirial,tan sólo tiene sentido dentro de un contexto de fe,en el seguimiento literal de una persona, y en elexacto cumplimiento de unos ideales apostólicos.

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Cuando contemplo el cielo, obra de tusmanos… El salmista prorrumpe en uncanto de admiración contenida y en un

elogio completo al Creador. Idéntica sensaciónpercibo yo en mí cuando contemplo el cuadroMártires de la Familia Amigoniana. Pero especial-mente cuando remanso mi vista, y concentro micontemplación, sobre ese fondo de palmas dora-das que sirven de soporte y cañamazo al mismo.Son las palmas, el color de las palmas, el tono delas palmas, el que proporciona un clima de calorque armoniza y unifica el cuadro.

Palmas…, fondo de palmas…, fondo de palmasdoradas… No puede por menos de acudir a mimente el romancillo de Gerardo Diego: Si la palme-ra pudiera / volverse tan niña, niña / como cuandoera una niña / con cintura de pulsera / para que elNiño la viera…/ Si la palmera supiera / que suspalmas algún día…/ Si la palmera pudiera…

Gerardo Diego seguramente insinúa, deja adivi-nar, tiene mucho más presentes las palmas delMártir del Calvario, que no las palmas de quienesle acompañaron desde Betfagé a Jerusalén la

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2. FONDO DE PALMAS

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mañana del Domingo de Ramos. Un no sé qué demelancolía y dolor parecen invadir el romancillodel poeta montañés.

Ante las palmas de fondo mi imaginación vuelaasimismo al Siglo de Oro Español, a la Santa deÁvila, a la inquieta y andariega Teresa de Jesús.Escribía la mística abulense: De la cruz, dice laEsposa, / a su Querido / que es una palma precio-sa / donde ha subido, / y su fruto le ha sabido / aDios del cielo. / Y ella sólo es el camino / para elcielo.

Fondo de palmas… La palmera cruz, la palmeraárbol de la vida, la palmera en el centro del paraí-so, la palmera en los oasis del desierto… Tal vezde ahí haya venido a convertirse la palma en elsigno más evidente y elocuente del martirio. Talvez de ahí arranca el símbolo más claro para quie-nes entregaron su vida por la fe.

Lo cierto es que la palma ha constituido siem-pre el signo del Israel bíblico, el símbolo más típicoy también el más popular de la Patria de Jesús. Yque la primitiva iglesia de Jerusalén relacionó lapalma con el martirio, como símbolo de vida.

La palma siempre va asociada al desierto y aloasis. Y mi imaginación también aquí vuelve aMachado: La palmera es el desierto, / el sol y lalejanía: / la sed; una fuente fría / soñada en elcampo yerto. El paraíso terrenal fue un oasis en eldesierto. Y en el centro del paraíso estaba el árbolde la vida. Lo cierto es que la palmera ha sido

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siempre el árbol de vida del Israel bíblico, el mástípico y el más popular, como digo.

En la Patria de Jesús la palmera ha tenido ytiene un especial relieve en la fuente de Eliseo. Enderredor de la fuente se ha desarrollado el oasisde Jericó, la ciudad más antiguas del mundoconocido. Jericó es la Ciudad de las Rosas. Jericóes la Ciudad de las Palmeras. Y Jerusalén es unoasis de paz, más que por hallarse en el desierto,por abundar en provisiones de pan y de agua, yallí poder disfrutar de los frutos de la palmera.

¿Qué puede significar el que Betfagé esté situa-da en la vertiente oriental del Monte Olivete, pordonde pasaba el antiguo camino de Jericó? Losniños tomaron ramos de palmera en sus manos ysalieron al encuentro de Jesús gritando: “Hosannaal Hijo de David”. ¡Qué bien se percibe en Jeru-salén y en Jericó el eco de las palabras de Job!:“Prolongaré mis días como la palmera; se extende-rán mis raíces hasta las aguas y de noche caerásobre mis ramas el rocío”.

¡Palmas…, fondo de palmas, palmas doradas queme traéis a la mente la idea del martirio, que metraéis la idea de triunfo, de victoria y de paz! La pal-mera, como la encina, es un árbol sobrio, de desa-rrollo lento, llega generalmente a longevo. Machadoles cantaba así: ¡Encinares castellanos / en laderasy altozanos, / serrijones y colinas / llenos de oscuramaleza, / encinas, pardas encinas; / humildad yfortaleza!

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Por esto en la antigua Israel se recibía a los via-jeros a la sombra de la palmera o de la encina; yallí, a la entrada de la tienda, se cerraban los con-tratos y se impartía justicia. Abraham recibe a lostres viajeros a la sombra de la encina de Mambré.Y Débora imparte justicia bajo la palmera entreRamá y Bétel.

En tiempo de los Macabeos los hijos de Israelvan con palmas a purificar el templo, o bien enví-an una corona de oro y una palma al rey Demetriopara hacer la paz, para sellar la paz entre ambospueblos. Y en la misma época los israelitas hacenla entrada triunfal y victoriosa con palmas, címba-los y arpas porque el enemigo ha sido vencido yexpulsado de Israel. El pueblo ha vencido y yapuede vivir en paz.

No otro es el significado de la entrada triunfalde Jesús en Jerusalén, el Domingo de Ramos, o lavisión del Apóstol Juan en el Apocalipsis: Vi unamuchedumbre grande que nadie podía contar, detoda nación, tribu, pueblo y lengua que estabandelante del trono y del Cordero, vestidos de túnicasblancas y con palmas en sus manos. Es el cantode los mártires. Es grupo de los vencedores que, através de la sangre, han llegado a la Jerusalénceleste, la ciudad amurallada de la luz y de la paz.

Sigo contemplando el cuadro. Con profundadevoción y con gran interés por mi parte. Deseoimpregnarme bien de su profundo significado. Meacerco al cuadro con la devoción con la que meacerco a la Palabra Bíblica. Mi cercanía quiereseguir las mismas etapas de la oración monástica:

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lectio, meditatio, contemplatio. O como me acerco ala Palabra de Dios: meditar lo que se lee; hacer felo que se medita; predicar lo que se cree.

Palmas…, fondo de palmas, palmas cenicientasy doradas; palmas de Jerusalén y de Jericó; pal-mas del Monte de los Olivos y del Monte Calvario;palmas de este lado del Jordán, palmas de Israel…Palmas que simbolizáis el principio de la vida reno-vada y fecunda; palmas que me habláis de paz,triunfo y victoria; palmas que adornáis monumen-tos o coronáis arcos de triunfo; palmas que indi-cáis tumbas de mártires o cipos funerarios; palmasque ornáis molduras y lápidas fúnebres; palmassobrias, espigadas, longevas. Vosotras me habláisde triunfo, del triunfo de los mártires del cristianis-mo, del triunfo callado, lento, de cada uno consigomismo. Palmas del Oriente, yo os venero. Palmasde mis hermanos en religión, palmas del heroísmo,palmas del martirio. Como diría el poeta de los ála-mos del río: ¡Palmas de martirio, sí, conmigo vais,mi corazón os lleva!

Palmas…, fondo de palmas; palmas blancas ypalmas doradas que servís de fondo al cuadro. Quecoronáis las tumbas de los mártires. Los primerosmártires del cristianismo eran conocidos por elpequeño arquito, el arcosolio, que se elevaba sobresu tumba. Era el arco de triunfo de los vencedores.La palma sobre la que vienen triunfantes mis her-manos, es la palma del martirio, es decir, la palmadel triunfo de quienes han muerto por la fe y des-cansan ya en la paz de los vencedores.

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Palmas…, fondo de palmas, fondo de palmasdoradas. ¡Vosotras prestáis calor al cuadro y unifi-cáis el mismo! ¡Palmas de los vencedores quehabláis de paz, de victoria, y de martirio! ¡Yo ossaludo!

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Ocupa el centro del cuadro el conventito deNuestra Señora de Monte Sión, de Torren-te. No el actual, sino el primitivo, el anti-

guo, maravilla de la reforma alcantarina. Es, era elconvento, pequeñito, humilde, recoleto, francisca-no, realizado en pobres materiales de mamposteríay según los cánones de la estricta observancia de lareforma de San Pedro de Alcántara.

El núcleo de la edificación lo constituye la igle-sia monacal, con sus cupulillas forradas de cerá-mica azul cielo y coronadas por la cruz. Con suespadaña al viento y su campanita cantarina. Ycompleta la estampa del convento el calvario yunos cipreses irregularmente distribuidos por laexplanada del mismo. Al fondo, una mata de ver-dor insinúa el jardín que un día no lejano, antesde la exclaustración de 1835, perteneció al con-vento, dorada en el cuadro con los colores de unotoño anticipado.

Una clara luz del mediodía levantino ilumina lafachada principal.

El convento fue levantado por los frailes de lareforma alcantarina sobre una leve colina o altoza-

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3. EL CONVENTO DEMONTE SIÓN

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no del terreno, sobre un alcor. Y en él se vivieron,vivieron sus moradores los frailes, gozosas fiestasde convento. Fiestas religiosas con sermón decanónigo y motetes sacros, con mucho incienso yabundancia de revestidos, como un día dije.Tardes de domingo interminables, pero eterna-mente bellas y populares. Tardes en que, en lasbóvedas del convento, sonaron las músicas ale-gres e inspiradas de Domingo de Alboraya, uno delos mártires ya beatificados.

He de confesar que siempre he sentido debili-dad y una devoción especial hacia este conventode Nuestra Señora de Monte Sión, de Torrente.Pero particularmente la siento cada día, al caer dela tarde en que, en la capilla de mi convento, con-templo el cuadro y en el centro observo el conven-to alcantarino, místico, recoleto, orificado por laúltima claridad del día que se ausenta como ahurtadillas.

Y, ¿por qué siento yo esa devoción? ¿Por quéesa mi especial debilidad hacia el convento deNuestra Señora de Monte Sión?

Es verdad que el convento no era algo grande ysingular. No era nada del otro mundo. Pero en suclaustro pasearon la totalidad de los MártiresAmigonianos. En sus escuelitas de pobre se for-maron en humildad. En la capilla conventual ele-varon sus plegarias a un Dios misericordioso yacogedor. Dentro de sus muros crearon fraterni-dad. Y en la llamada Capilla de los Mártires repo-san sus venerables restos mortales.

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También en dicha capilla se encuentran los res-tos de Carmen García Moyon, la cooperadoraparroquial amigoniana. Ella, a la sombra del con-vento alcantarino, fue recibiendo ese espíritu fran-ciscano, hecho de fraternidad y de minoridad, desencillez y de humildad, de piedad y de gozo, ycuyo mejor símbolo es la estampa misma del con-vento.

El convento, testigo mudo de tantas y de tandiversas efemérides populares, en los días anterio-res a la persecución religiosa se vio molestado porlos hijos de la impiedad. Apenas proclamada laSegunda República, faltó tiempo a los enemigos dela religión para subir al convento y prepararse aderruir los casalicios del franciscano calvario.Fueron las jóvenes antonianas, con CarmenGarcía Moyon a la cabeza, quienes harían frente alas demoledoras piquetas y lo impedirían. ¡El cal-vario era la presencia y el mejor tributo que ladevoción popular levantó en honor del primermártir cristiano en la colina de Monte Sión! ¡Y lasantonianas no iban a permitir que fuera derruido!¡Y no lo permitieron!

En los días sucesivos al levantamiento militarno se pudo ya evitar. Al amanecer del domingo, 20de julio de 1936, un nutrido grupo de milicianossube al convento. Desean hacer desaparecer susencilla imagen del cerrillo de Monte Sión. Y leprenden fuego. Y encarcelan a sus moradores, loshumildes hijos de San Francisco. Entre ellos secuenta Ambrosio, Valentín, Recaredo y Modesto deTorrente, hijos también todos del pueblo. ¿Su

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pecado mayor? Seguir la vida monacal fieles a lavoz de la campana, atender al ministerio de la igle-sia monástica, impartir la catequesis dominical,enseñar en la escuelita parroquial, atender a lajuventud antoniana…

Ante el místico convento alcantarino no puedopor menos de interrogarme: ¿Por qué tanta prisapor apagar la luz que brilla sobre el monte? ¿Porqué eliminar los pararrayos de la justicia divina,como diría Luis Amigó? ¿Por qué? Y viene a mimemoria, y se agolpa en mi mente, el nombre deaquel hijo del gran Lope de Vega que eleva plega-rias por su padre, aquí en el convento, como lohacía también Marcela cuando la comitiva fúnebrepasó por delante del convento en que hacía peni-tencia, mientras conducían el féretro de su proge-nitor a su última morada.

El convento cayó a tierra derribado. No sepodrá ya recuperar. Pero consuela saber que pre-cedentemente el P. Valentín había retirado el San-tísimo. Sin embargo los versos del claustro alto,monástico, verdadera maravilla transida de piedady de unción, recordatorios de virtud, perecieronpara siempre. Juntaban sabiduría humana y divi-na espiritualidad, agudeza terrena y hálito celes-tial. Y, junto a No fíes de amor humano / pues elque más fino es / busca su propio interés, halla-mos versos como estos otros: Viva fe e íntimo amor/ son las alas con que el vuelo / se ha de levantaral cielo. Y junto a: Nunca digas del ausente/ aque-llo que no dijeras/ si presente lo tuvieras ó tambiénSi quieres en esta vida/ vivir con paz y sosiego/

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hazte sordo, mudo y ciego, encontramos estosotros: Si quieres volar al cielo,/ sabe que las alasson;/ penitencia y oración.

Pero más que la fábrica conventual, equilibradacatequesis de sencillez y de paz, contemplación yfranciscana hospitalidad, me impresiona la cali-dad religiosa de sus moradores. Aquí se prepara-ron los primeros religiosos amigonianos a suministerio pastoral. ¡Con qué fervorosas pláticas elpadre José de Sedaví les aleccionaba por lasnoches, reunidos todos cabe el altar mayor, en lasque les daba a conocer los tesoros inagotables delSagrado Corazón de Jesús, su devoción predilecta!¡Qué imán tan poderoso eran sus palabras decelo, ilustradas muchísimas veces con lágrimas dedevoción y encendido fervor!

Aquí se prepararon para el sacerdocio, y luegorecibieron el orden sacerdotal, los cuatro primerossacerdotes de la Familia Amigoniana.

Aquí se prepararon para el ministerio pastoral,y de aquí partieron para la misión específica en laEscuela de Reforma de Santa Rita, en Madrid, losprimeros hermanos.

De aquí, al comenzar la semana, y a través delos campos de Aldaya, Quart de Poblet, Manises yPaterna, se trasladaban los primeros hermanospara preparar la casa madre de Godella, roturarlos campos, plantar higueras y olivos, y viña demoscatel…

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De aquí partieron los novicios a la nueva casamadre a continuar su preparación religiosa, peda-gógica y pastoral.

Pero, sobre todo, del monástico convento parti-rían cuatro hermanos en religión, primero a suscasas familiares, camino de la prisión después, y,finalmente, camino del martirio. Son sus nom-bres: Ambrosio, Valentín, Recaredo y Modesto, alos que la Divina Providencia vino a sumar otroscuatro amigonianos más: los hermanos Laureanoy Benito de Burriana, Bernardino de Andújar yFrancisco de Torrente.

El convento habla de vida religiosa, de oración yde piedad; piedad, oración y vida religiosa queproseguirían en la cárcel del pueblo llamada LaTorre. Constituía toda su vida espiritual. Alterna-ban himnos y cánticos espirituales, salmodia ycanto, que en apretado silencio les acompañaríacamino del martirio.

El convento alcantarino de Monte Sión deTorrente, sencillo, recoleto y popular, orificado porlos últimos rayos del sol del otoño levantino, mien-tras sus moradores recitan o cantan la salmodiavesperal, siempre fue la imagen más bella de laalabanza divina proclamada y cantada por lenguahumana. Así recordado, el convento recoge losanhelos más profundos a que el monje puedeaspirar como ideal.

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Mira que habré visitado veces la casa demis hermanas en Massamagrell! Sí, laque se asoma al cuadro por la derecha,

como de puntillas, como pidiendo permiso conpudor. La que semeja, en su rostro color siena, elde una joven a quien hay que empujar amable-mente para que se una al grupo y poder así apare-cer en la foto.

¡Mira que he visitado veces la llamada Casa delCastillo! Sí, la que el cuadro envuelve en dos pal-mas martiriales, humilde, sencilla, franciscana,relicario de los restos mortales del Venerable LuisAmigó. Relicario asimismo de su hija más ilustre,la beata Francisca Javier de Rafelbuñol, mártir.

¡Mira que habré franqueado veces su puerta deingreso! Esa portonera de madera, sobria, con olora limpio y a nuevo. Y la religiosa que tantas vecesme ha facilitado el acceso. Y que cada día siguefacilitándoselo al peregrino que, a cualquier horadel día, se llega a caer de hinojos ante el sepulcrodel Venerable Luis Amigó.

¡Mira que el pavimento de la plaza de la iglesiaconoce el caminar de mis pasos! Y, sin embargo,

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4. EL CONVENTO DEMASSAMAGRELL

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tengo que confesar que nunca, nunca, me haparecido la casa, el convento, tan elegante, amabley bello como el que se recoge en el lienzo. Nunca,como en el cuadro, he percibido esa su dimensiónde casa cimiento, casa síntesis de las más purasesencias franciscanas y amigonianas, es decir,como casa madre.

Si de la casa noviciado de San José de Godella,Valencia, a la muerte de Luis Amigó pudo escribirMons. Javier Lauzurica: “La casa-noviciado me haparecido desde entonces como una gran abadíamedieval”. El convento de Massamagrell, relicariode sus restos mortales, allí, a la derecha del cua-dro, me parece cada vez más santuario amigonia-no, casa martirial y mansión de paz.

El convento, que todavía insinúa en lo alto desus remates las almenillas del antiguo castillo,arranca de la palma del martirio, que parece pres-tarle solidez, y otra palma del martirio recorta enel cielo su silueta y corona sus almenas: es lapalma del triunfo, la palma de los vencedores.

Por otro lado, a la altura del puerta y a su dere-cha, se aprecia en mármol negro la lápida, testigomudo de las tres primeras religiosas, mártires de lacaridad, en el cólera asiático de 1885. Cincuentaaños más tarde, en 1936, otras tres hermanas cru-zarían este umbral, vereda del amable refugio pri-mero, camino del martirio después. El convento deMassamagrell también a mí me ha parecido siem-pre, y me sigue recordando todavía hoy, allí, a laderecha del cuadro, la bella imagen de una gran

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abadía medieval, casa madre y santuario gloriosoen mañana de resurrección.

El convento, así esbozado, me recuerda los díasprimeros de su inicial fundación. Sí, días aquellosen que el Venerable Luis Amigó y la hermanaÁngela de Pego, única superviviente del holocaustopor amor de 1885, recorrían las calles de la pobla-ción. Días en que –samaritanos ambos de niñosinocentes y ancianos malheridos– recogían ropas yenseres para dotar de lo necesario la obra del Asilode Massamagrell, que apenas comenzaba.

Y también me recuerda la humilde vivienda dedon José Moliner, el vicario parroquial, quien lacedería a su ingreso en la cartuja del Puig con losamigonianos, al momento de tomar el hábito y,con él, el nombre de Francisco de Sueras.

Y asimismo viene a mi mente ese interés delVenerable Padre Luis por imaginar planes, medirlos terrenos y cultivar ilusiones para levantar delimosna un templo a la Sagrada Familia, con sudelicioso matroneo y su impostación neogótica.

Y me trae a la memoria ese ir y venir apresura-do de las hermanas en el capítulo general de laCongregación en 1932, presente el VenerablePadre Luis. O ese sacro y piadoso recogimiento detantas y tantas promociones de novicias, gozo desu buen padre fundador y esperanza de la jovenCongregación. O los últimos días en que el PadreLuis, enfermo y achacoso ya, se retira a casa desus hijas en un intento supremo por recobrar suquebrantada salud. O bien cuando bajaba a des-

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pedir a sus religiosas que partían para las Misio-nes del Orinoco, o del Kansu Oriental en el cora-zón de la China.

Y, entre unos y otros hechos, no puedo olvidarese entretejer de las efemérides festivas delFundador, como fueron sus bodas de plata episco-pales, o sus bodas de oro sacerdotales, o funda-cionales de la Congregación, o de la zozobra vividaen el convento con ocasión de la proclamación dela IIª República en 1931.

Pero, especialmente, la casa me recuerda losfunerales del Venerable Padre Luis en 1934 y laexpulsión de sus religiosas durante el verano de1936. Como piezazo gigante sobre indefenso hor-miguero, así sonó la orden de expulsión de lasreligiosas. Luego…, luego ir y venir frenético dehermanas, nerviosismo y atolondramiento juvenil,traslado de objetos y enseres a casa del tío Chuan,en la huerta…Luego, con el declinar de la tarde,cayó también la noche y con ella, el silencio.

A las hermanas se les obligó a sacar los objetosreligiosos más queridos a la plaza de la iglesiapara avivar la pira allí levantada. Allí, sin duda,entre otras ardieron las bellas imágenes delCristo, su quitapenas, y de la Inmaculada…

El convento del cuadro me trae a la mente latristeza de la dispersión y de la dolorosa partida.Pero especialmente, porque así me lo insinúa yrevela el cuadro, la partida de las tres mártires:Rosario, Serafina y Francisca. Y un fondo de pal-mas martiriales.

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En lo alto un cielo cuajado de negros y oscurosnubarrones. Sobre la huerta valenciana se hundeun sol bobo, abotagado y bermejo. Y las primerascasas del pueblo que luchan para que no lesenvuelva la noche. Y también con un fondo de pal-mas martiriales.

Las tres mártires se me presentan como atis-bando, desde lo alto del matroneo de la capilla neo-gótica, en un intento por presenciar el paso firme yseguro de sus hermanos, como si fueran a ofren-dar juntos su sacrificio ante la tumba de su buenpadre, que allí, en el trasagrario de la iglesia con-ventual, espera el día gozoso de la resurrección. Yasimismo sobre un fondo de palmas martiriales.

En el rostro de las tres hermanas se apreciaserenidad y fortaleza, a la vez que su mirada se di-rige al infinito, como oteando ya días de eternidad.

La casa –sobre palmas, coronada de palmas,envuelta en palmas martiriales– proclama en sulenguaje mudo y simbólico las glorias del martirio.Su silueta, lugar donde reposan los restos morta-les del Venerable Padre Luis, de la beata FranciscaJavier de Rafelbuñol, lugar que hollaron los piesde las mártires de amor de 1885, proclama muchomejor que ninguna otra realidad, la fortaleza, lasolidez del cimiento, la seguridad de la construc-ción. Un día no lejano fue morada de mártires;otro día no lejano, esperamos, ha de ser semilla devocaciones.

La casa de Masamagrell, la del cuadro, me pa-rece templo y santuario, relicario y cimiento, pero

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aún más percibo el calor de lar, hogar o focolarcentral de casa solariega. Y es ara y es altar mayorde donde brotan aires de honradez, de santidad yde paz. Y es columna y es fundamento, y es Na-zareth y es Belén, y es lugar de meditación, silen-cio y oración; y es lugar de trabajo y de reflexión…sobre un fondo de palmas martiriales.

La casa de Masamagrell, la del lienzo, comoaquella otra casita sobre la sacra colina deMontiel, la casa de la Madre, me habla con el len-guaje de su presencia con mayor fuerza persuasi-va que ninguna otra, y me habla de sencillez yhumildad, de seguridad y fortaleza, de raíz ycimiento, de raigambre y solidez, de estabilidad ypermanencia,… Me habla…, de totalidad.

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El cuadro –fácilmente se puede apreciar, yasí lo escribí ya– está tratado diagonalmen-te en una noble ascensión de personas y de

edificaciones. Y es verdad. Hemos contempladocon mirada amable, ensoñadora, espiritualmente,la casa de Masamagrell y el convento alcantarinode Torrente. Vamos a centrar ahora nuestra mira-da meditativa, contemplativa, inquisitiva, sobre laúltima de las construcciones. Vamos a evocar, arememorar, seguidamente la cúpula de San Pedrodel Vaticano.

En un primer momento podemos apreciar queuna amable vereda parece unir los tres edificios.Parte de una palma martirial y se va elevandolenta, progresivamente. A través del túnel deltiempo, se eleva hasta alcanzar un cielo inmortaldonde todo es cúpula, todo es redondez, todo esplenitud. “Es el redondeamiento del esplendor”,como diría el poeta.

El camino martirial, camino que recorrió laFamilia Amigoniana, parte de una palma. Y seeleva hasta la cúpula, inmensa bóveda, claveteadade puntos de luz sobre la tumba de Pedro, primer

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5. CÚPULA DE SAN PEDRO

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Vicario del Mártir del Calvario. Y es que el mártir,todos los mártires, parten por el camino de lavida, en un lento proceso ascensional, hastaalcanzar lo más alto de la cúpula, donde todo escenit, todo es mediodía, todo es majestad, todo esluz. Donde todo es centro, todo es adoración, todoes perfección. Donde todo es acción de gracias,todo es alabanza, todo son laudes… Donde todo esbóveda, donde todo es completo porque todo esinmensidad, la inmensidad del Anciano y delCordero.

“Todo sube en afán contemplativo, como a tra-vés de transparencia angélica, y lo más puro quehay en mí despierta, sorbido por vorágine de altu-ra”. Es el recuerdo de un himno de laudes. Es elrecuerdo de la gloria del Bernini desplazada a lainmensidad de la linterna de la bóveda que se yer-gue majestuosa sobre el crucero.

Muchas veces he contemplado la cúpula de SanPedro. Pero nunca me ha parecido tan bella,jamás tan hermosa y majestuosa como en loscomienzos de marzo. Es el preludio de la primave-ra entrante. Los primeros soles de la primaverametalizan su imponente dorso. Abajo, continuohormigueo de gentes que pasan o pasean por lainmensa plaza. La enorme cúpula, en estasfechas, siempre me ha parecido el manto enorme,gigante, protector del más amante de todos lospadres.

Es el 11 de marzo del 2001. A la sombra de lainmensa cúpula nos reunimos o más bien noscobijamos una inmensidad de fieles de toda raza,

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lengua, pueblo y nación. Es día de beatificaciones.Su Santidad elevará al honor de los altares a ungrupo de 233 mártires españoles. Entre ellos 23miembros de la Familia Amigoniana. Me dispongoa seguir la ceremonia con recogimiento y piedad, yrecuerdo:

A la falda del Janícolo, en San Pietro in Mon-torio, fue martirizado el apóstol. Sus fieles segui-dores le dieron sepultura aquí, al pie del MonteVaticano, leve espolón de Monte Mario, en el circode Nerón. Pedro es tumba y es cimiento, es fe y esdevoción, es seguridad y es fortaleza.

La tumba del apóstol Pedro, como la del funda-dor en las familias patriarcales, es cimiento y escripta, es columna y es fundamento, que culminaen la solemne cúpula que, cual inmensa tiara,simboliza los poderes pontificios y recoge las ple-garias de los fieles. ¡Que piadosas oleadas deincienso se elevan hacia lo alto en solemne actitudde adoración!

El tabernáculo de la Capilla de la Comunión enla basílica de San Pedro, es copia reducida del tem-plete que Bramante elevó al Pescador de Galilea,en el lugar en que éste fue crucificado. También enel templete del Bramante todo es cúpula, todo encenit, todo es mediodía, todo es elevación. En laCapilla del Santísimo asimismo, en San Pedro delVaticano, todo es centro, todo es perfección, todoes adoración; todo es acción de gracias, todo esalabanza, todo es oración.

A la cúpula del Bramante, a la cúpula de la Ca-pilla de la Comunión, a la cúpula de Miguel Ángel,

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sube ingrávida la nube de incienso, suben las ple-garias de los fieles, avivadas en la fe de Pedro, avi-vadas en la fortaleza de Pedro, avivadas en el arade Pedro… ¿No es esto lo que evoca la cúpula dePedro, incienso, oración, inmensidad, eternidad?

¡Cuántas veces he contemplado la cúpula deSan Pedro, como la contemplo ahora en el Cuadrode los Mártires, con mirada extasiada, contemplati-va! ¡Qué bien luce la cúpula ahí, en lo alto del cua-dro de Miguel Quesada! Ahí en lo alto es, si cabe,más cúpula, más redondeamiento, más comunión.

¡Qué bien luce la cúpula de San Pedro comocoronamiento de la basílica!

El ejemplo de los mártires y de los santos esuna invitación a la plena comunión entre los dis-cípulos de Cristo. “No lo dudéis, la sangre de losmártires es en la Iglesia fuerza de renovación y deunidad”, decía Su Santidad Juan Pablo II. Y enotra ocasión: “El ecumenismo de los santos, de losmártires, es tal vez el más convincente. La comu-nión de los santos habla con una voz más fuerteque los elementos de división”.

La cúpula de San Pedro me parece la más bellaimagen de unidad y de comunión de los cristia-nos. Los mártires de la Familia Amigoniana, losmás fieles representantes de la unidad de la fami-lia espiritual del Venerable Luis Amigó.

¡Qué bien luce la cúpula de San Pedro comocoronamiento basilical! Y sigo rememorando.

Asegura Su Santidad Juan Pablo II que, procla-mando y venerando la santidad de sus hijos e

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hijas, la Iglesia rinde máximo honor a Dios mismo;en los mártires venera a Cristo, que está al origende su martirio y de su santidad.

Y en otra ocasión: “Nunca hubiera podido ga-rantizar un desarrollo de la Iglesia como el verifica-do en el primer milenio, si no hubiera sido poraquella siembra de mártires y por aquel patrimoniode santidad que caracterizaron a las primerasgeneraciones cristianas”.

¡Ah!, y su martirio posiblemente sea la explica-ción más creíble y veraz, o al menos la más lógicay natural, a los grandes misterios del dolor huma-no, de la reparación vicaria y de la solidaridaduniversal; y la expresión más clara y evidente dela santidad de la Iglesia.

¡Que bien luce la cúpula de San Pedro comocoronamiento de la basílica! Y sigo pensando.

Y contemplo, uno a uno, los mártires de laFamilia Amigoniana junto a la cúpula, cobijadospor la cúpula. Y me doy perfecta cuenta de que losmártires constituyen el grupo más perfecto y com-pacto de seguidores e imitadores del Mártir delCalvario. Su sacrificio, completo y total, nos hablacon el lenguaje convincente de los hechos, del sen-tido católico, ecuménico y eclesial del martirio.

¡Qué bien luce la cúpula de San Pedro comocoronamiento de la basílica! Y concluyo:

Unidad, santidad, catolicidad, apostolicidad…Me recuerdan las notas de la Iglesia. Sobre latumba de Pedro, el altar de Cristo, sobre el altar lacúpula, sobre la cúpula un cielo de ángeles bendi-

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tos, de los mártires que lavaron sus vestiduras enla sangre del Cordero.

¡Qué bien ha representado Miguel Quesada lacúpula de San Pedro! Con sobriedad de rasgos,con pobreza de colores, con matices franciscanos,ha conseguido representar la obediencia al SeñorPapa, el “Francisco, repara mi Iglesia”, la humil-dad franciscana amparada bajo el manto acogedorde la gran cúpula.

Aquí sí que todo es cúpula, todo es mediodía,todo es plenitud. Aquí todo es centro, todo es ado-ración, todo es perfección. Aquí todo es acción degracias, todo es alabanza, todo son laudes… Todoes bóveda, todo es completo, todo es inmensidad,la inmensidad que corona desde lo alto el altar dela confesión, del Mártir del Calvario, de Pedro,Vicario del primer mártir… y de los Mártires de laFamilia Amigoniana! Aquí todo es perfección.

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El primer plano del cuadro de Miguel Quesa-da lo llena la cruz. El centro del cuadro loocupa la cruz. Centra el cuadro, lo enmar-

ca, la cruz. Una cruz sobria, sencilla, lineal, esbel-ta, estilizada y elegante. Una cruz que, surgiendode la tierra, alcanza un cielo que le corona de luz.Una cruz que enarbolan los mártires como signo yestandarte. Una cruz que llevan gozosos y quesiguen triunfantes. Una cruz…

La cruz es el signo del cristiano y su mejor idealde perfección. La cruz es centro y es altar, es sínte-sis y resumen y compendio, es ideal y es modelo,es motivo de seguimiento y signo de contradicción.La cruz recoge el dolor del mundo y reparte piado-so consuelo. Para el fiel la cruz… es todo.

Frente al cuadro, que tan admirablemente en-cuadra la cruz, yo me pregunto: ¿Qué sentido tienela cruz? ¿Qué sentido tiene que un grupo de már-tires, en actitud procesional, sigan los pasos de lacruz? ¿Qué significado tiene el cortejo de la cruz?

Indudablemente, y para mí, quien centra elcuadro e imprime sentido al mismo, es la cruz. La

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6. LA CRUZ

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cruz es el distintivo propio del Crucificado y elsigno más elocuente del martirio. Es el patíbulodel Mártir del Calvario. Y, ¿el mártir? ¿Acaso no esel mártir el seguidor más cercano e imitador másperfecto de quien un día fuera crucificado en elCalvario? Y el suyo, su martirio, ¿no recoge yencierra un dolor vicario, participativo, comple-mentario a la pasión del Crucificado?

De todos modos, y mientras piadosamente con-templo y admiro el cuadro, no puedo por menosde interrogarme una vez más: ¿Qué sentido tienela cruz? ¿Qué explicación se puede dar al dolor,especialmente al de los inocentes? ¿Por qué elsufrimiento del Hijo de Dios? ¿Por qué el dolor delos mártires? ¿Ayudará, acaso, a completar lo quefalta a la pasión de Cristo? ¿No habrá sido el suyoun sufrir piadoso, expiatorio, por sus hermanos?¿Habrá sido su morir un poner un punto finalmientras, zagales vigilantes del rebaño del BuenPastor, trataban de salvar la oveja perdida, eljoven extraviado?

Yo no puedo por menos de confesar mi admira-ción por el cuadro pero, sobre todo, por los márti-res. No puedo por menos de admirar la calidez desu amor desinteresado, eucarístico. No puedo pormenos de contemplar el carácter de su sufrimien-to que, mejor que ninguno otro, me habla de lainterrelación y de la fraternidad universales.

La cruz… “Quien quiera seguirme tome su cruzcada día y me siga”, dice el Señor, mientras seencamina a Jerusalén, donde le espera precisa-mente la cruz. Y san Pablo: “¡Líbreme Dios de glo-

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riarme si no es en la cruz de Cristo y Cristo cruci-ficado!” Y del seráfico padre San Francisco decía elbueno de Tomás de Celano: “Toda la vida de estepobrecillo de Cristo se cifraba en seguir el caminode la cruz, en gustar las dulzuras de la cruz y enpredicar la gloria de la cruz”. Y añadía: “CristoJesús crucificado moraba de continuo, como hace-cillo de mirra, en la mente y corazón de Francisco”.

Y el Venerable Luis Amigó, por su parte, si-guiendo la tradición franciscano capuchina, escri-bía a sus hijos: “Acojamos y estrechemos bien estatabla de salvación, la santa cruz, que ella nos lle-vará por entre el mar tempestuoso de este mundoal puerto seguro de nuestra salvación eterna”. Yobservó en vida la práctica del piadoso acompaña-miento a Jesús y María camino del Calvario.Ordenó a sus religiosos que diariamente tuviesenla meditación de la Pasión del Señor. Y diariamen-te también, él mismo realizaba el piadoso ejerciciodel vía crucis.

“¡Cuán bellos son sobre los montes los pies delmensajero que anuncia la paz, que trae la buenanueva, que pregona la salvación!”, decía Isaías. Elamable cortejo de hermanos que viene de lo alto,que trae palmas en sus manos, que pisa las pal-mas del camino, que sigue la cruz, es un cortejotriunfante, vencedor. “Al ir iban llorando, echandola semilla, al volver vuelven cantando, trayendolas gavillas”. Vuelven triunfantes después de librarla más encarnizada de las batallas por salvar laoveja descarriada. Vuelven triunfantes, mártiresde la propia misión.

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El centro del cuadro lo ocupa la cruz. La cruzdota de equilibrio y proporción al cuadro deMiguel Quesada. Redimensiona el cuadro. Y, a lavez, tira de la mirada del espectador hacia lo másalto del mismo. La cruz es el reclamo más podero-so del Más Allá. La cruz, al igual que el ciprés deSilos de Gerardo Diego, “que acongojas al cielo contu lanza,/ flecha de fe, saeta de esperanza,/ ejem-plo de delirios verticales”.

La cruz es estandarte, es bandera, y es palmaque indica el camino. Así lo entendió Santa Teresade Ávila. “La cruz dice la Esposa/ a su Querido/que es una palma preciosa/ donde ha subido,/ ysu fruto le ha sabido/ a Dios del cielo,/ y ella solaes el camino/ para el cielo”.

Por eso la misma santa escribirá a sus monjas:“Abracemos bien la cruz/ y sigamos a Jesús,/quees nuestro camino y luz, lleno de todo consuelo,Monjas del Carmelo”. Y que el Venerable LuisAmigó traducía así: “Acojamos, amados hijos, yestrechemos bien esta tabla de salvación, la santacruz, que ella nos llevará por entre el mar tempes-tuoso de este mundo al puerto seguro de nuestrasalvación eterna”.

El Venerable Luis Amigó, quien había asegura-do ya que no dudaba de que sus hijos tuvieranpasta de mártires, si a tanto llegase la persecu-ción, les había formado muy bien en el difícil artede abrazarse a la cruz. Ya en otra ocasión leshabía escrito: “Amemos la cruz, amados hijos,como tabla de salvación que nos ha de librar del

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naufragio en el mar proceloso de este mundo yconducirnos al puerto de la salvación eterna”.

Por otra parte sabía muy bien su fundador queunos a otros nos hemos de servir de cruz, pues asílo dispone el Señor para nuestra santificación, yhemos de llevarla con resignación y hasta con ale-gría, pues con ella hemos de ir al cielo, pues lascrucecitas que unos a otros nos ofrecemosmuchas veces, sin quererlo ni pensarlo, son losmedios de que el Señor se vale para labrar nuestrasantificación, pues nos quiere el Señor mártires alos religiosos, con martirio lento que unos a otrosnos damos, y por lo regular sin quererlo ni pen-sarlo. ¡Sea Dios bendito por todo!

Los Mártires Amigonianos se apiñan en derre-dor de la cruz. Progresan en pos de la cruz. Sabenque el camino de la cruz es camino de vida, cami-no de esperanza, camino de santificación. Saben,y saben muy bien, que la cruz de Jesús no puedesepararse de la resurrección, de la esperanza, delgozo de la vida eterna. Los Mártires Amigonianos,portando la cruz gloriosa, triunfadora, tienen carade resurrección. Se presentan cristificados, trans-figurados. ¡Oh, cruz gloriosa! La cabeza en el cieloy en la tierra los pies…

Nuestro Señor Jesús, que sube con la cruzhacia el Calvario, es paradigma y clave de inter-pretación de la existencia de todo hombre. LosMártires Amigonianos, estrechando la cruz, abra-zados a la cruz, en pos de la cruz del Señor, sonmodelos de identificación, como zagales del BuenPastor, en el ejercicio del propio ministerio.

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La cruz, signo del cristiano e ideal de perfec-ción. La cruz, centro y altar, ejemplar y modelo. Lacruz, motivo de seguimiento y signo de contradic-ción, La cruz es síntesis y compendio del segui-miento más perfecto del Mártir del Calvario. ConPablo de Tarso y Francisco de Asís, permítemeque también yo proclame: “¡Líbreme Dios de glo-riarme sino es en la cruz de Cristo, y Cristo cruci-ficado, por quien el mundo está crucificado paramí y yo para el mundo!”.

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Acerquémonos una vez más al cuadro. Ob-servemos el cuadro. Contemplemos el cua-dro.

¡Ya viene el cortejo!

¡Ya viene el cortejo!

Ante la comitiva de mártires que avanza lenta,pausadamente, pero con paso firme, sereno el sem-blante, me dan ganas de cantar con Rubén Darío,el poeta nicaragüense:

“¡Ya viene el cortejo!

¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clari-nes…”

Pero no es éste un cortejo de vencedores al modohumano. Ni cruza bajo los arcos ornados de blan-cas Minervas y Martes. Ni saludan con voces debronce las trompas de guerra que tocan la marchatriunfal. Es un séquito más modesto, más humilde,más sencillo. Pero su triunfo nunca es tan efímero.Es más definitivo. Es el triunfo de la fe. Es el triun-fo de la cruz.

En la comitiva se aprecia diversidad de caracte-res, pero una misma fe. Diversidad de estilos, pero

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7. EL CORTEJO

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una misma misión. Diversidad de dones, pero unmismo triunfo final. En el grupo se distinguenjóvenes y ancianos. Se aprecian varones y muje-res. Destacan sacerdotes y hermanos coadjutores.Hay gentes de la Andalucía feliz, del sobrio Aragóno de la bulliciosa Comunidad Valenciana.

Todos ellos caminan unánimes, concordes, fra-ternalmente unidos. Les une una misma fe. Lesune una misma espiritualidad. Les une unamisma misión. Les une un mismo fundador. Lesune un mismo espíritu. Les une la misma sangrederramada como arras de un mismo testimonio demartirio.

Provienen de diversas fraternidades amigonia-nas: De Amurrio, Torrente, Godella, Santa Rita,Caldeiro… Pero la intuición me asegura la unidaden la diversidad. Una misma fe. Una misma for-mación religiosa. Una misma casa madre. Unamisma estameña franciscana. Un mismo interéspor el joven con problemas, extraviado…Unamisma fraternidad.

Acerquémonos una vez más al lienzo. Fijémo-nos en el cuadro. Veamos el cuadro.

¡Ya viene el cortejo!

¡Ya viene el cortejo! Ya se escuchan los clarosclarines…

Este volver de los mártires, en pos del lábaro dela cruz, me recuerda indudablemente el retornarde la Virgen de los Dolores, la mañana del SábadoSanto. Desciende María de las cumbres del Cal-

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vario a la llanada del templo. Atraviesa las callejue-las de Jerusalén.

María, nuestra Madre del Dolor, desciende tran-quila, pausada, serenamente. Desciende con laserenidad y firmeza con que permaneció, impertur-bable, al pie de la cruz. Los cuadros primitivostodavía nos permiten divisar la perspectiva delCalvario. En lontananza las siluetas de las tres cru-ces desnudas. Campean en lo alto del Monte Santo.Están clavadas tres cruces… Y desciende serena,firme, segura, tranquila. Contra su regazo abrazalos signos del crucificado. Acerquémonos, herma-nos… Trae consigo los clavos, la corona de espinas,el corazón traspasado por las siete espadas…Alguna que otra lagrimilla, contenida, casi imper-ceptible, desciende de sus ojos. Y ella desciende aJerusalén lenta, meditativa, pausadamente.

El cortejo de los mártires amigonianos nostransmite idéntica sensación. Muestra el mismopiadoso efecto. La mayoría de ellos recorrió, sere-na, piadosamente, su vía sacra particular. DeTorrente a Montserrat, subieron la Puchà d´Alt, asu calvario particular. “Al ir, iban llorando, echan-do la semilla; al volver vuelven cantando trayendosus gavillas”. Parecen descender procesionalmen-te de un calvario lejano, invisible. Y el cortejo tam-bién desciende lenta, silenciosamente. Desciendeasimismo con paso firme, seguro, tranquilo, abra-zados al lábaro de la cruz. Llevan consigo los sig-nos visibles del sacrificio y de la victoria. Llevanlas palmas del martirio.

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En perspectiva, al fondo, es verdad, no se divi-san las tras cruces desnudas, sino la cúpula delVaticano. Es el símbolo tangible de la Jerusalénceleste. Es el motivo visible y último de la esperan-za cristiana. Los mártires parecen querer ser lacopia más lograda y mejor del Mártir del Calvario.Son la Virgen de los Dolores que desciende aJerusalén la mañana del Sábado Santo.Descienden luego de dar tierra al Hijo Amado.Descienden luego de haber sido tronchadas todassus ilusiones. Y, para muchos de ellos, tronchadasen flor. Y traen consigo las reliquias, signos de lapasión clavados en corazón maternal.

Hasta el corazón traspasado que los mártiresamigonianos lucen sobre el pecho recuerda sutotal oblación. Su total asociación al sufrimientode la Virgen de los Dolores. Constituyen los signosmás valiosos adquiridos en su ministerio pastoral.Constituyen las reliquias conquistadas en pos dela juventud extraviada. A ello les destinó su buenpadre y fundador.

Acerquémonos todavía al cuadro. Exploremos elcuadro. Examinemos el cuadro, el lienzo de MiguelQuesada.

“¡Ya viene el cortejo!

¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.

La espada se anuncia con vivo reflejo;ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines”.

Los generales romanos vencedores llegan aRoma. Ya suenan los claros clarines, timbales ytrompas de guerra. Los cascos de los caballos

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enjaezados hieren las piedras por las vías consula-res. Ya alcanzan los Foros Imperiales. Ya enfilan laVía Sacra. El silencio se hace contemplación. Yhasta el tiempo hace un alto y se reposa en sucarrera. Ya alcanzan la cima del Capitolio sobrelas cumbres del Palatino. Y el corazón de la RomaImperial, toda la Ciudad Eterna, se hace un in-menso clamor. Y las águilas romanas, los estan-dartes imperiales cubren la plaza. El júbilo estallapor los cuatro costados de la Ciudad Eterna hastaalcanzar el coliseo y los foros. Es la unánime acla-mación a las tropas vencedoras. Es la apoteosisgloriosa del general triunfador.

En aquellos gloriosos años en la Roma Imperial,por los foros, también transitaron grupos de cris-tianos señalados con la cruz del martirio. Muchosde ellos subieron las gradas basilicales hastaalcanzar la sala de justicia del emperador. Y luegohubieron de descender hacia los foros imperiales,y atravesar su vía sacra particular, hasta alcanzarel lugar del suplicio, el teatro del martirio, su par-ticular teatro del martirio.

Las gentes no les comprenden. Las gentes tam-poco les aplaude. No son las tropas vencedoras.Mas bien, pólice verso, piden sumaria ejecución.El cortejo desciende tras el lábaro de la cruz. Lacomitiva desciende tranquila, despaciosamente,como quienes se dirigen al lugar del martirio.Luego sus cuerpos quedan abandonados, esparci-dos, mutilados. El cortejo se disuelve. En el mejorde los casos alguna piadosa matrona romanarecoge de noche sus cuerpos y les da cristiana

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sepultura en alguna catacumba, a lo largo de lasvías consulares. Fuera de la ciudad.

Pero los mártires nunca se ven privados de susarcos de triunfo. Para los hombres de fe es claroque son auténticos vencedores. Y cubren sussepulcros con el arcosolio. Son vencedores. Sonmártires. Son testigos cualificados de la fe.

Contemplemos una vez más el cuadro. Miremospor última vez el cuadro.

El cortejo, la comitiva, de los mártires amigo-nianos sigue el lábaro de la cruz. No desciende delCalvario. No desciende de la sala de justicia. Llevasu vía sacra particular. Luego, la dispersión y lamuerte martirial. De algunos de ellos ni aparecie-ron sus cuerpos mortales. Sus restos mortalesconstituyen para sus devotos preciosas reliquias.Ninguno de ellos quedará en el anonimato. No per-mitiré que su memoria perezca. Su memoria seráeterna. Su recuerdo será perpetuo. Brillarán eter-namente, de edad en edad, como estrellas en elfirmamento. Y de lo hondo del corazón me brotaun cántico nuevo:

“¡Ya viene el cortejo!

¡Ya llega el cortejo! Ya se oyen los claros clari-nes”…

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T res vidas…Desde luego, no me canso de mirar el cua-dro, de observar la ejemplar composición del

cuadro. Pero, de modo especial, no me canso decontemplar el grupo de las tres hermanas mártires.Elevadas sobre la palma del martirio se presentancomo transfiguradas, elevadas, inmateriales, levi-tantes. Pero, a la vez, serenamente graciosas. Conuna serenidad que realza su pacífica grandeza.Como elevadas sobre la suave ala de la misericordiadivina, que de la palma reciben leve apoyo.

El fondo de la composición, inicialmente cuaja-do de negros nubarrones amenazantes, ha sidosustituido por una graciosa celosía de fina palmaque filtra la apenas insinuada claridad, la primeraluz del nuevo día. Una luz tenue, imperceptible,naciente, que quiere iluminar tejados y azoteas dellevantino pueblo de Massamagrell. Parece insi-nuar el comienzo de una nueva vida, más plena ymás feliz. El pintor parece querer señalar el pasode las tres mártires de los torvos días de la perse-cución religiosa a las celestes moradas de laregión de la luz y de la paz.

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8. TRES VIDAS…,UN TESTIMONIO

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La casa solariega del cuadro, patriarcal y ma-triarcal a un mismo tiempo, casa madre de lashermanas, es apoyo y pedestal, es peana de osten-sorio y pie de relicario, es soporte de mártires. Essíntesis de las más bellas esencias franciscanas yamigonianas.

¿He dicho casa solariega, patriarcal y matriar-cal al mismo tiempo? Pues sí, ya que en loscimientos de la misma reposan los restos mortalesde su buen padre y fundador. Y también los restosde Francisca Javier de Rafelbunyol, la religiosamás joven de las tres mártires.

Por otra parte al ingreso del convento, allí a laderecha, en mármol negro luculano, están graba-dos los nombres de las tres primeras hermanasdel Instituto. Ellas, en una eclosión de amor sacri-ficado, en los días fundacionales, ya lejanos,ofrendaron sus vidas en servicio de los apestadosdel cólera de 1885. Mártires de la caridad.Sellaron y rubricaron con su sangre el ministeriopastoral que apenas iniciaban.

Tres mártires de la caridad. Tres mártires de lafe. Tres sacrificios…, y una misión, un compromi-so, un testimonio. Un testimonio que rubrica deforma especial y decisiva esa su función de casamadre del instituto religioso.

Tres vidas… Un compromiso.

Sí, tres vidas y un compromiso. Tres vida y unapromesa común. Una promesa sobre el sepulcrodel fundador, sobre la solidez de una tumba, con la

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solidaridad de unas promesas fraternales. Com-pro-mittere es comprometer, es juramentarse con otros,es prometer con las hermanas y apoyadas en lafraternidad. Y toda promesa es solidez y solidari-dad. Es compromiso para una misión apostólica.

De la casa paterna partían grupos de herma-nas, fraternalmente unidas, fraternalmente com-prometidas, para una misión apostólica. Ante elVenerable Padre Luis tuvieron la despedida y elenvío, el 8 de febrero de 1905, las hermanas parala misión de Ríohacha, al otro lado de la Ciénaga,en Colombia. Y luego la Sierrita de Santa Marta,para después pasar a los guajiros y motilones. Yen el envío estuvo presente la Madre Serafina deOchovi, y el Venerable Padre Luis Amigó.

Comprometidas, fraternalmente unidas, a fina-les de 1927, tuvieron el envío y despedida de lasmisioneras para la región del Kansu Oriental, lazona más pobre e inhóspita de la China continen-tal. Y allí estuvieron presentes las Madres Serafinay Rosario, Y allí estuvo también presente elVenerable Padre Luis Amigó, despidiendo a quie-nes partían para la misión, al Oriente.

Y el 3 de noviembre de 1929, también en Massa-magrell, tuvieron el envío y despedida las misione-ras que partían para las misiones del Bajo Orinoco,en Venezuela. Y estuvieron presentes Serafina,Rosario y Francisca, las tres. Fraternalmente uni-das las tres. Y en el envío y despedida también es-tuvo presente el Venerable Padre Luis Amigó.

Cuando al atardecer del 26 de julio de 1936 lafraternidad de Massamagrell hubo de abandonar

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la casa paterna, se dispersó la fraternidad.. Y tam-bién ellas estuvieron allí presentes, pero no paradespedir la fraternidad, sino para despedirse. Y nopara partir a las misiones, sino para buscar leverefugio cerquita, muy cerca del convento. Ahorano se abría una puerta a la esperanza, sino unaventana al dolor. Era la antesala del sacrificio. Ylas tres se preparaban en silencio al martirio. Allíquedaron los restos de su Padre Fundador. Unasola fe, una sola vocación, una sola misión, unsolo padre, un solo compromiso.

Tres vidas…, un compromiso. El compromisoque les unía en el amor a la misma finalidad a queles destinara su buen Padre y Fundador. Compro-meter compromete, asegura, decide, arriesga. Peroes la única formula, totalmente cristiana, de pasarde la región de la tiniebla al lugar de la luz y de lapaz.

Tres vidas. Un compromiso… Un testimonio.

Tres vidas. Un compromiso…, un martirio.¡Cómo cuesta decirlo! ¡Cómo nos resistimos adecirlo! ¡No quisiéramos decirlo! No obstante laversión más exacta de la palabra testimonio es lade martirio. Tres vidas, un martirio. No, ya sé queno fueron sacrificadas juntas, ni siquiera en elmismo día, pero su sacrificio no podía florecersino en martirio. Las circunstancias fueron diver-sas, sí, pero el final fue el mismo. El marco, lasconnotaciones, fueron otras, pero el espíritu que

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les inspiró fue el mismo. Y el mismo fue tambiénsu testimonio.

Cuando la madre de Francisca Javier deRafelbunyol, en horas precedentes a la muerte, ledecía a su hija:

–“Y, cuando te pregunten, ¿tú qué les dirás?”Ella respondía:

–“No se preocupe, madre, que el Espíritu Santohablará por mí”. Y en el momento supremo no fuenecesario que le preguntaran nada, sino queespontáneamente, instintivamente, exclamó:

–“Que Dios os perdone como yo os perdono”.

Cuando Rosario y Serafina partieron para elmartirio también llevaban grabado un compromi-so. Y en el momento supremo de entregar su vida,todavía tuvieron valor para decir, con la entrega desu anillo: “Toma, te lo entrego en señal de mi per-dón”. Como Saturo, uno de los mártires deCartago, estas vírgenes cristianas otorgan el per-dón y con él el anillo bañada en sangre comorecuerdo y memorial de su pasión.

Tres vidas. Un testimonio. Juntas vivieron suformación. Unidas se prepararon para un ministe-rio. Unidas, y bajo un mismo techo, sufrieron per-secución. Unidas sufrieron su testimonio. Unidassufrieron el martirio. Ante la grandeza de sumuerte pudiéramos decir con los primeros apolo-gistas cristianos: “Quienes ante la muerte mani-fiestan una tal grandeza de ánimo, no puedenestar en el error. Quienes pagan con su propiavida, no pueden engañar. Quienes rubrican con el

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martirio su existencia, no es posible que enga-ñen”. Seguramente que en este contexto históricotiene pleno sentido el dicho de Tertuliano: “Lasangre de los mártires es semilla de nuevos cris-tianos”. Y hasta tal vez la eclosión de novicias enla casa madre, luego de cesar la persecución reli-giosa, sea la mejor confirmación del dicho del apo-logista cartaginés.

En alguna ocasión escribí: “No sé si murieronde perfil, como las heroínas de Federico GarcíaLorca. Ni sé si fue por el frío acero de una bala.Sólo sé que murieron de pie, como mueren losvalientes, como mueren los buenos”. Su actitud,de frente, serenas, unánimes y ecuánimes a lavez, así lo proclama. Su serena grandeza así lotestimonia.

Tres vidas. Un compromiso… Un testimonio.

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En todo lienzo, en toda obra pictórica, elcolor y la luz constituyen como el ambien-te del que aflora el cuadro. Forman como

el microclima que da relieve y anima la escena pic-tórica. Componen el modo de ser de la pintura a laque prestan vida y realismo mágico.

Ante el lienzo de D. Miguel Quesada, inmedia-tamente uno se da cuenta de lo acertado de la luzy el color del cuadro. El pintor ha colocado el cor-tejo amigoniano, y lo mismo el grupito de las her-manas mártires, bajo un prisma de luz y un colorfranciscanos. La luz es una luz cenital, que incidede lo alto, que ilumina de lo alto. El color es uncolor café, castaño, típicamente franciscano. Colorque incluso llegan a reflejar las mismas palmasdel martirio. Además el pintor ha estado acertadocon los tonos.

Contemplemos primeramente el cortejo de loshermanos. Avanzan juntos, fraternalmente uni-dos. Avanzan como por una vereda apenas insi-nuada, terrosa, como lo es el color de las alondras,las humildes avecillas de Francisco de Asís. Lucen

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9. DEL COLOR DELAS ALONDRAS

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el sayal franciscano, orificados con los años.Muestran sus oros antañones.

Contemplemos ahora el grupo de las tres reli-giosas –pardo y castaño sobre blanco– semejanajimeces de ensueño de un convento lejano en eltiempo y en el espacio. Da la impresión, pero sólola impresión, de que su rostro se ve levemente ilu-minado en un intento supremo por presentarlascomo transfiguradas, iluminadas.

Pasemos, a continuación, a observar los ama-bles conventos del cuadro. Lucen su color, a vecesocre, a veces siena, pero siempre terroso como loes el color de las alondras. Sus azules cupulillasbizantinas, como bandada de palomas que seapiña sobre el convento, invaden azoteas y terra-dos. Añaden, ponen una nota de color al cuadro.

Veamos, finalmente, la cúpula de San Pedro delVaticano. Cuando la hiere un sol fuerte brilla contonos, irisaciones metálicas. En cambio bajo lospinceles del autor toma en el cuadro el color de lasalondras. Es el reflejo del artista. Es el color basede la obra pictórica.

“El hábito deberá recordar a los Religiosos–decía Luis Amigó– que han muerto al mundo, asus pompas y vanidades, y que, por lo mismo,deben ya tan sólo ocuparse en adornar su alma,creada a imagen y semejanza de Dios y rescatadacon su sangre, con el atavío de las virtudes”.

“La túnica será de sayal y de color castaño,como lo usan los PP. Capuchinos, y cortada enforma de cruz. La túnica será de paño pardo y la

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cuerda de lana blanca, con tres nudos, que repre-sentan los tres votos. Al escapulario irá pegado uncapucho del mismo color que aquél, decía elVenerable Padre Luis, para que todo en ellas pre-dique pobreza y desprendimiento del mundo”.

¡Qué bien ha recogido el pintor el ideal francis-cano! El hábito castaño, color café, con su capu-cha, como el que usan los PP. Capuchinos, me traeel recuerdo la devoción que el Seráfico Padre SanFrancisco profesaba por las humildes alondras.

“La tarde del sábado, después de vísperas yantes de anochecer, hora en que el bienaventura-do Francisco voló al cielo, una banda de estas ave-cillas llamadas alondras se vino sobre el techo dela celda donde yacía y, volando un poco, giraban,describiendo círculos en torno al techo, y cantan-do dulcemente parecían alabar al Señor”.

El Seráfico Padre San Francisco había dicho:“Nuestra hermana la alondra tiene capucho comolos religiosos y es humilde. Su vestido, es decir, suplumaje, es de color tierra, y da ejemplo a los reli-giosos para que no se vistan de telas elegantes yde colores, sino viles por el valor y el color, asícomo la tierra es más vil que otros elementos”.

No ignoraba Francisco de Asís que el color lespermite a las alondras mimetizarse en los surcosterrales, en los rastrojos labrantíos y tras losterrones de los barbechos. El color del hábito haceal humilde franciscano el fraile más común y que-rido de las gentes, el más popular, el más cercanoy el más humano.

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Además el hábito cortado en forma de cruz. Estole indicaba a Francisco que, “lo mismo él que suscompañeros, habían sido llamados y elegidos porDios para llevar la cruz de Cristo en el corazón y enlas obras y predicarla con la lengua. Parecían, y loeran, hombres crucificados en su manera de vestir,en la austeridad de vida, en sus acciones y en susobras”, como aseguran las Florecillas.

¡Que bien ha recogido Miguel Quesada, el pin-tor, la luz y el ambiente! La luz incide sobre el cua-dro de manera tenue. Viene filtrada, tamizada, porel entramado de palmeras, pérgola de flores, yvuelve el color de los hábitos como más sobrio ymás neto. Tan sólo la cruz, sencilla y majestuosa,muestra su brillo metálico.

No sé por qué pero, contemplando el cuadro,tengo la impresión de que el hábito, el color basedel cuadro, unifica. Visto en su conjunto el hábitounifica, y los religiosos y asimismo las hermanas,dan la impresión de que tienen más claro su modode ser y su estilo de vida. Tienen identidad. Se lesnota claros, decididos, convencidos, unidos, api-ñados, no ya sólo en el cuadro, sino en su espírituy su misión.

Ese color de las alondras, que constituye elcolor base del lienzo, une, amalgama e imprimeseguridad a las figuras. Los hermanos se mues-tran decididos. Tienen una ilusión y una meta. Seles ve como protendidos hacia lo alto. Tienen unaidentidad. Están bien definidos: son religiosos yson santos.

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Recuerdo haber leído que Henry Heine en pre-sencia de la catedral, creo que la de Amberes, sen-tenció: “En aquel tiempo tenían fe. Nosotrostenemos opiniones, y con opiniones sólo no se edi-fican catedrales”. Presenciando el cuadro me inva-de idéntico pensamiento: Mis hermanos tenían fe,evidentemente; nosotros tenemos opiniones, y conopiniones sólo no se edifican catedrales. El sersiempre sale a flote. Mis hermanos no sólo teníanopiniones, sino convicciones, y el pintor magistral-mente ha sabido extraerlas y hacérnoslas intuir.Tenían identidad y tenían densidad.

Todos los mártires, y cada uno a su estilo ymanera, proyectan su mirada en una mismadirección. Todos, prácticamente todos, miran a lacruz, dirigen su mirada a la cruz. Quien, a la partesuperior, quien más abajo. Pero todos fijan sumirada en la cruz. Mucho más que el color de lasalondras lo que unifica a todos es la cruz, lo queda sentido a la misión de todos es la cruz. Lo queimprime sentido y presta densidad a sus vidas,como religiosos y como mártires, es la cruz. Esacruz que es centro del lienzo y centra también elser y el quehacer de los hermanos.

En todo cuadro siempre hay un objeto, un deta-lle, un algo que es centro de las miradas, y tornoal cual el artista distribuye los demás objetos esté-ticamente. Y siempre también en todo cuadro hayun color base, predominante, príncipe, protago-nista, que define el tono del cuadro. Hay coloresfríos y colores cálidos; hay colores que atraen ycolores que distraen; hay colores que centran y

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colores que dispersan. En el cuadro de MiguelQuesada el objeto es la cruz; el tono, franciscano,como lo es el color de las alondras.

El Código de Derecho Canónico dice que “losreligiosos deben llevar el hábito de su institutocomo signo de su consagración y testimonio de supobreza”. Mis hermanos y hermanas en elVenerable Padre Luis Amigó, mi buen padre fun-dador, llevan el hábito, y lo llevan con gallardía,naturalmente, como lo han llevado siempre, habi-tualmente, que de ahí le vino el nombre. La esta-meña franciscana es lo que da tono al cuadro,predica consagración y predica pobreza, e identifi-ca a los seguidores de Luis Amigó y del SeráficoPadre San Francisco.

El tono no es esencial. El signo no es esencial.El color no es esencial. Pero sin estos accidenteslas esencias se volatilizan, se caen y se pierden,como esencias sin soporte. El tono, la luz, el color,el tiempo, el lugar son accidentes, pero imprescin-dibles para fijar hechos, acontecimientos, senti-dos, ideales,… esencias.

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El joven serio, y al parecer lampiño, queocupa el centro del lienzo es el beatoVicente Cabanes. Se trata del corifeo, por-

taestandarte, abanderado o titular de la causa. Esel que lleva la cruz. Es el que precede y abre elpiadoso cortejo de amigonianos. A mí me trae a lamente la imagen fiel del Bautista de algunos cua-dros renacentistas italianos. En dichos lienzos sanJuan camina llevando y agitando el vesillo comosigno de identidad, y con el escrito: “Ecce AgnusDei…” (“he aquí el Cordero de Dios que quita lospecados del mundo”). En el lienzo, a la vista está,es un religioso joven, dinámico y muy, pero quemuy, simpático.

Pero, ¿por qué ha sido elevado Vicente Cabanesa la categoría de corifeo? ¿Por qué fue elegido por-taestandarte, abanderado o titular de la causa?¿Cuáles han sido las razones? ¿Por qué?

Sencillamente, porque nos ha parecido siemprela imagen más consumada de identidad amigonia-na. Y lo ha sido, tanto por su forma de vida, comopor el desarrollo de la misión específica y de modoespecial por su martirio. Visto así, sobre el lienzo,

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10. VICENTE CABANES,CORIFEO DE LA CAUSA

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a mí me parece la encarnación más fiel y la másdepurada imagen del joven de la Grecia clásica, laGrecia del siglo quinto de Pericles. No me cabe lamenor duda de que da la talla del joven justo, belloy bueno. Del joven corifeo capaz de llevar al grupoa la victoria en cualquier competición, agonística,atlética o religiosa que fuera. Evidentemente es unjoven muy bien dotado a nivel humano.

Y a nivel de cusa de canonización, ¿por qué hasido elegido? Pues, por varias razones. Primera-mente porque en Roma quieren que toda causa debeatificación y canonización lleve el nombre deuna persona singular. Es el titular y corifeo de lamisma. Si integran la causa varias personas más,como en este caso, a éstas –en término latino dedifícil traducción al castellano– se les incluye bajola denominación de socii. Es decir, compañeros,colaboradores, colegas, personas que tienen ocorren una misma suerte o fortuna con el protago-nista.

Por otra parte el caso del beato Vicente Caba-nes es todo un modelo, prototipo y ejemplar delmártir cristiano. Lo mismo que la muerte del pia-doso Esteban fue una copia fiel de la pasión ymuerte de Cristo, el martirio del beato VicenteCabanes es el modelo más fiel de que disponemos,y la copia más literal, del Mártir del Calvario. En élse congregan y aglutinan las características deidentidad más representativas del verdaderoseguidor de Cristo. Es perseguido, martirizado,perdonó…, no delató.

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Por otro lado es el mejor modelo de identidad delreligioso terciario capuchino. Y lo es en sus face-tas, tanto de director espiritual de la fraternidad,como de pedagogo, amante del joven extraviado. Ylo es como permanente renovador de técnicas parael mejor desarrollo de la misión específica. A más,naturalmente, de su vida profundamente sobria,sencilla, franciscana y religiosa.

De pie ante el cuadro de Miguel Quesada, refle-xivo y meditativo como nunca, centro mi admira-ción y dirijo mi consideración, al personaje central.Visto así, agarrado a la cruz, me parece la copia fieldel Cristo de Miguel Ángel de la romana iglesia deSanta María de la Minerva. Visto así, abrazado a lacruz, ofrece la fortaleza de un líder, bien prepara-do, en los campos de la psicología y de la religión.Y yo certifico que fue así. Sé que fue así.

Desde los primeros años, que pasó junto alconvento de Monte Sión de Torrente, siempreestuvo en contacto con los religiosos amigonianos,con su espíritu, con su religiosidad –entonces decarácter conventual– y con su misión específica dela reforma de la juventud extraviada. Y allí entróen contacto con la misión específica. Fue elegido,como lo fue el apóstol Matías, “de entre los hom-bres que anduvieron con nosotros… para ser tes-tigo,…” como a continuación se verá.

Nace el Torrente, en el llamado Huerto deTrenor, del que su padre era el casero, tapia pormedio del conventito de Nuestra Señora de MonteSión y del sencillo vía crucis del convento. Duranteel buen tiempo, en el rellano del vía crucis, ante la

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puerta del convento y entre casalicios de pobremampostería, compartió sus juegos juveniles consus hermanos José María y Fernando. Y allí pasa-ba ratos perdidos hasta que su buena madreCarmen, ya al caer la tarde y luego de recogidas lasaves, llamaba a sus pequeños para la cena.

“Un jueves por la tarde –así narran la anécdotasus biógrafos– los novicios salieron a dar su habi-tual paseo vesperal por la vía del ferrocarril quelleva a Valencia. Vicente, atraído y cautivado por elsimpático modo de pasear de sus amigos los frai-les, que marchaban de tres en tres, empezó acaminar silencioso tras ellos, imitando sus formasde andar e intentando cubrir con rápidos pasos eltrecho que sus amigos cubrían con una sola zan-cada. Abstraído con lo que hacía –como suele suce-der a los niños– nuestro protagonista se alejó tantode sus lugares conocidos y frecuentados que,cuando quiso darse cuenta, ya no sabía dóndeestaba y el instinto mismo le dictó que lo másseguro era continuar pisando las huellas de quie-nes le precedían. Mientras tanto también los novi-cios se percataron de que el pequeño les seguía y loacogieron gustosos en su compañía. Pero al llegaral puente de hierro de Paiporta, que tenía que cru-zarse por unas estrechas tablas, sintió vértigo ymiedo. Y entonces, uno de los novicios, tomándoloen sus brazos, lo pasó a la otra parte”.

Su biógrafo, siguiendo el relato, nos refiere quecuando son trasladados sus restos mortales deBilbao a Torrente, al pasar por el mismo lugar,recordando la anécdota, exclamará emocionado:

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“En este puente recibió Vicente el primer abra-zo de la Congregación y ahora recibe el definitivo”.

Contemplando el cuadro, no puedo por menosde imaginar que en aquel conventito, el que asi-mismo aparece dorado de colores antañones sobrela comitiva, el beato Vicente recibe la primeracomunión, y luego ingresará en la Real Pía Uniónde San Antonio de Padua, y en la escuela apostó-lica de los frailes realizará sus primeros estudios.Las máximas, de que claustros y corredores se venilustrados, serán básicas en su formación huma-na, religiosa y moral.

Y en el mismo convento de Nuestra Señora deMonte Sión, en el cerro del calvario, tendrá su pri-mera misa cantada. El joven Vicente Matías, queéste es su verdadero nombre, da comienzo así asu ministerio apostólico. Es ya sacerdote y, a suedad, es capaz de ejercitar su ministerio apostóli-co de guía espiritual de los hermanos. Durante elverano suele acudir a Bélgica, a la Escuela deObservación de Moll, para estudiar con MonsieurRouvroy sicología experimental, tan necesariapara el progreso y desarrollo de la propia misión.

También lo recuerdo perfeccionando estudiosen la Universidad de Valencia y en el Instituto deEstudios Penales. Una vida orientada al perfeccio-namiento humano, religioso y sacerdotal, para unmejor servicio de la juventud extraviada a que hasido destinada la Congregación.

Posteriormente dirigirá la revista AdolescensSurge, revista de sicología experimental y dedicada,según el pensamiento del Venerable P. Fundador,

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“para fomento de la grande obra de la reforma dela juventud que el Señor ha encomendado a nues-tra Congregación”.

Me gusta contemplarlo así, en sus facetas dereligioso, sacerdote y formador. Como se le ve enel cuadro, como nos le delinean sus compañeros,como sabemos que fue. En su faceta de religiosofue un constante ascender por el camino de laperfección. Fue sencillo, amable, franciscano.

En su faceta de sacerdote, fue un verdaderodirector espiritual de la fraternidad. Por su talan-te juvenil fue alma y vida de las fraternidades enque estuvo. Fue cohesión entre los hermanos, fac-tor de fraternidad. Escribió su buen PadreFundador: “Los sacerdotes se ocuparán de ladirección espiritual y de auxiliar a los moribun-dos”. Y así lo realizó también Vicente.

Como psicólogo no cesó de perfeccionarse ensus técnicas, de visitar centros de observación, deprepararse para ejercitar su ministerio con losjóvenes con problemas. Y como mártir, en pocosdías llenó muchos años, como dice el autor sagra-do. Como mártir fue modelo de serenidad, deentrega, de paciencia, de fortaleza y de perdón.

En la vida hay demasiadas situaciones en lasque se puede improvisar, y hasta hay demasiadascosas de las que no tenemos necesidad. El beatoVicente no improvisó, pues que el martirio no seimprovisa, fue sencillamente la rúbrica a una vidade perfección, selecta, santa. Su fiel imagen asíme lo hace intuir, es la fiel imagen del zagal delBuen Pastor que da la vida por sus ovejas.

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El beato Vicente Cabanes, con cinco religio-sos amigonianos más, comparte los hono-res de primera fila. En ella hay sacerdotes y

hermanos coadjutores, misioneros y amantes de lapaz conventual. En ella podemos ver religiosos deValencia, de Andalucía y de Aragón. En ella distin-guimos hermanos en actitud de caminar, religiososque embrazan la cruz y abrazan el evangelio o lasconstituciones. Pero sobre todo –se les ve– haygentes seguras, con ilusión, caminantes… Es lamejor síntesis paulina de la diversidad de dones,pero un mismo espíritu, de la diversidad de gra-cias, pero un mismo ministerio apostólico. Es lamejor síntesis amigoniana de la unidad dentro deun gran marco de bellas individualidades.

Vedlos cómo caminan en solemne cortejo y apre-tado haz. En el grupo podemos distinguir paladi-nes de la ciencia sagrada del espíritu, de lavivencia franciscana de la fraternidad y de la cien-cia del corazón. Es la mejor síntesis de una congre-gación, apenas nacida, pero pletórica de ilusión,con miras universales, con talante católico, con elinmenso, el gran amor, de sentirse zagales delBuen Pastor.

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11. DOMINGO DE ALBORAYA,EL ARTISTA DE LA MISIÓN

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Centremos ahora la mirada en esta primera fila.Acerquémonos a ella de puntillas. Aproximémonoscomo quienes desean no molestar. Y observemosel primero de la izquierda, el que va tocado con elberretino oscuro, con el solideo clerical de laépoca. El que lleva la mirada baja. Es el beatoAgustín Hurtado Soler. El Padre Domingo Maríade Alboraya, para sus hermanos en religión. Es,fue, un gran orador, un músico acreditado y uninspirado poeta, como lo han confirmado sus her-manos; pero, sobre todo, fue un gran religioso yun gran santo.

Ve la luz primera en el pueblo valenciano deAlboraya, junto a la mar salinera, que diría elpoeta. En el centro del pueblo, en señorial mora-da, a la sombra de la iglesia parroquial de NuestraSeñora de la Asunción. Y viene al mundo en elseno de una familia cultivada, de artistas. Unafamilia que sabe bien que la belleza es el esplen-dor del arte. Y viene unos años antes de quenaciera la congregación de Terciarios Capuchinosde Nuestra Señora de los Dolores. Pero para estasfechas, con motivo de la Orden Tercera, ya elVenerable Luis Amigó frecuentemente visitabaAlboraya, sus ricas huertas y frescas barracas,con su pozo, su higuera, su emparrado y su fila demoreras.

Los primeros estudios los realiza en la escuelitadel pueblo, para completarlos en la vecina Ciudaddel Turia. Yo quiero recordarlo, como lo recuerdaél con cariño, en los días de la Pascua Florida. Enlas tardes de placer y de mona, cuando los jóvenes

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salen al Barranc del Carraixet, junto a la Ermititadels Peixets, donde desemboca en la Mar Medi-terránea.

Las mujeres extienden sus amplios pañuelos,deliciosas taraceas de cuadrito menudo, en laribera. En él van colocando exquisitos manjares. Yallí se juega hasta la puesta del sol, y festejan losjóvenes. Y los más menudos suben regato arribahasta alcanzar el Clot de Trechina. Y allí zahierena sus vecinos de Almácera.

–¡Sapos!

–¡¡Raboses!!

Y se motejan mutuamente como para calentarel espíritu antes de iniciar la batalla campal con-tra otros niños de las barracas y pueblos vecinos.

Luego ya se fue haciendo mayor. La familia setraslada a Valencia y Domingo de Alboraya diaria-mente acude al seminario conciliar. Estudia latíny humanidades primero, y filosofía después. ¡Ah!completa su formación con clases de música, yobras prácticas de misericordia, lo que le lleva aingresar en la Familia Amigoniana apenas percibeque los terciarios capuchinos habitan la cercanacartuja de Ara Christi, del Puig.

En los amplios claustros de Cartuja de AraChristi resoleó su espíritu de silencio cartujano,de pobreza y piedad franciscanas. Los duros díasde la cartuja templaron su espíritu para la misióna que estaba destinado. Días hubo en que a susmoradores les faltaba vaso o taza en que beber elagua, empleando para ello cortezas de naranja.

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Todo les faltaba, menos la buena voluntad y fervo-roso entusiasmo en proseguir su ideal religioso.¡Cuánto puede un ideal avivado por el fuego de lajuventud!

En los años sucesivos se traslada a Torrent, alconvento alcantarino de Nuestra Señora de MonteSión. En él pudo gozar de las tardes tranquilas dela huerta levantina, de la vegetación ubérrima desus huertos. En este amable ambiente, de levanteen calma, concluye sus estudios de sagrada teo-logía.

Luego pasa a desempeñar el cargo de prior delReal Monasterio de Yuste, en la soledad de Cuacos,en la Extremadura, para principiar luego su mi-sión específica en la Escuela de Reforma de SantaRita, en Madrid. Aquí da comienzo propiamente ala misión de reeducador de la juventud extraviada,alejada del camino de la verdad y del bien.

Pero, acerquémonos de nuevo al cuadro. Acer-quémonos al religioso del berretino oscuro. Acer-quémonos a la figura de Domingo de Alboraya.Comprenderemos mejor que la Cartuja de AraChristi, el convento alcantarino de Monte Sión y elReal Monasterio de Yuste son tres monasterios quehablan al espíritu, que impregnan todo espíritureligioso, de arte, de silencio y de Dios. El ambientefrecuentemente tiene un lenguaje más penetranteque el de catedráticos de universidades. Pero siga-mos adelante. Mejor dicho, prosigamos.

La Santa Sede, queriendo recompensar losméritos y trabajos de sus hijos en la Escuela de

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Reforma de Santa Rita, elevó a su buen PadreFundador a la alta dignidad del episcopado, encuya elección tomó parte activa el beato Domingode Alboraya. Esto fue motivo de no pocos sinsabo-res y disgustos con el entonces superior general.

Por otro lado fue amigo de Su Alteza Real, lainfanta Isabel de Borbón, popularmente conocidacomo La Chata, gran amante de la música y delfolklore. El Padre Domingo de Alboraya siempre seescogía las amistades, no para disfrute personal,sino para un mayor servicio a Dios y a sus mu-chos de la Escuela de Reforma.

En mayo de 1909 viaja con el Venerable PadreLuis Amigó a Roma, con motivo de la canonizaciónde San José Oriol. Luego recorre Italia, Francia,Bélgica e Inglaterra para ver distintos reformato-rios del extranjero y poder potenciar la obra en lasEscuelas de Reforma que regía la Congregación. Alaño siguiente realiza asimismo un viaje de estu-dios por Europa, en el intento de dar base científi-ca a los métodos psicopedagógicos de su institutoreligioso.

Durante 1916, y para atender a su madre enfer-ma, pide un año de exclaustración. La gracia le fueotorgada por Roma. Pero por obra y gracia de susSuperiores Mayores se le fue alargando el tiempopedido, pues consiguen no se reintegre al Institutohasta bien entrado 1922. Son éstos años de incom-prensión y de dolor, en que el Padre Domingo pidepor misericordia lo que se le debía por justicia.Verdaderamente, como zagal del Buen Pastor, tam-bién humillándose aprendió a obedecer.

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Acerquémonos una vez más al cuadro. Como siquisiéramos ver mejor la nitidez de alguna de suspinceladas. Si observamos bien el lienzo, el retratodel beato Domingo de Alboraya es seguramente deesta época. Se nos presenta como el religiosohumilde y humillado. Desde luego, las fotos de pai-sano de estas fechas a mí siempre me recuerdan,por el parecido de su físico, por el estilo de sucarácter, y por la semejanza de su figura, la imagende don Vicente Blasco Ibáñez, pero a lo religioso.

¡Hombre humilde hasta las lágrimas! En supetición al Sr. Cardenal, para que se le reintegre alInstituto, llega a escribir a modo de conclusión:“Vamos, que nací para fraile y no se ser otra cosa”.Durante estos años viajó a Uruguay y a Argentina,en el intento de agenciar y ofrecer a la Congrega-ción una obra de la propia misión, que pudiera li-mar roces con los Superiores Mayores. Y, segúnapunta, “les escribí sendas cartas capaces de mo-ver una montaña, pero ellos ni me han acusadorecibo”.

Prácticamente los últimos diez años de su vidalos pasó recluido en Dos Hermanas, Sevilla. “Aquísigo, según él escribe, con mi vida de cartujo eneste feliz desierto entre naranjos, oyendo cantarlos pájaros, ladrar los perros, mugir las vacas,rebuznar los burros, etc. etc.”

En sus últimos años, escribe el religioso sacris-tán, “yo le ayudaba diariamente en el SantoSacrificio. Celebraba con tal devoción, que todo elcánon de la misa lo pasaba llorando. Fue ejemplode resignación para todos”. Escribió numerosas

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poesías y prosas de gran valía y sumamentedidácticas para la formación de los educandos. Enellas desgrana la gracia andaluza dentro del estilovalenciano de la popular zarzuela.

En 1935 fue destinado, finalmente, a la Escuelade Reforma de Santa Rita, de Madrid, la institu-ción de sus primeros amores. Pero, ¡cosas de laProvidencia Divina!, donde inicia su apostoladocomo artista de la misión específica, viene a regary a rubricar con su sangre los surcos de la arada.

Cuando lo prenden en casa de su amigo, elabogado Pastor, tan sólo pudo decir: ¡Paciencia, yhágase lo que Dios quiera! “Que mi voluntad estáconforme con la divina para todo”.

Murió así, de perfil, como mueren los valientes,como lo recoge el cuadro de Miguel Quesada. ¡Quehondura de bondad y compasión para los jóvenes!¡Qué finura de modales y qué abundancia de ideasen sus sermones! ¡Qué bien, sufriendo, aprendió aobedecer! ¡Qué maestro en sus músicas aladas…!¡Qué artista de la misión específica! Si la belleza esel esplendor del arte, ¡qué genio de la poesía, de lamúsica y de la oratoria! Hombre poliédrico, degran corazón, misericordioso, eminente…, emi-nente en todo.

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Todo cuadro hay que contemplarlo con amorpara que deleite. Y es preciso examinarlodetenidamente, meditarlo, para que pro-

duzca entusiasmo y gozo estético. Cada vez quecon estas premisas me acerco al cuadro de losMártires de la Familia Amigoniana descubro nue-vos matices y me lleva a nuevas intuiciones que,frecuentemente, se traducen en sensaciones nue-vas, vivas, nítidas, atrayentes.

Muchas veces me he preguntado, ¿por qué nose puede leer un cuadro con la misma facilidadcon la que leemos un libro? ¿por qué producemayor dificultad interpretar un lienzo que leer unlibro o ver un documental cinematográfico? Larazón tal vez esté en que para descifrar un cuadrose pide una facultad superior al simplemente ver oleer, es decir, se exige meditar.

Cuando contemplo el cuadro de don MiguelQuesada no sabría qué admirar más en él, si lafidelidad con la que los hermanos coadjutores enél representados copiaron el ideal franciscano ó laprecisión con la que el autor los trasladó al lienzo.

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12. GABRIEL DE BENIFAYÓ,UNA FLORECILLA

FRANCISCANA

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Siempre me ha admirado la fidelidad con la queestos hermanos míos de la primera época supieroncopiar con notable precisión la vocación francisca-na. Eran pobres, sencillos, humildes, misericordio-sos. Su misma vida estimula a la mansedumbre,paz, concordia y benignidad. Conocían muy bien elministerio apostólico, para el que fueron elegidos,de curar a los heridos, vendar a los perniquebra-dos y devolver al recto camino a los extraviados.Tanto es así que cada uno de ellos, parodiando aFrancisco de Asís, pudiera decir de su vocación:“Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco,esto es lo que en lo más íntimo del corazón anheloponer en práctica”. Y ciertamente así lo hicieroncon el talante simple y gozoso del más feliz de losfranciscanos.

El autor del cuadro ha trasladado admirable-mente a la tela todas y cada una de estas cualida-des. Ha distribuido discretamente a los religiosospor el lienzo. Nos les ha presentado como modelosde paz y de serenidad. Pero, acerquémonos piado-samente a uno cualquiera de ellos. Acerquémonossin prevenciones, sin recelos, sin prejuicios. Porejemplo, al segundo, de izquierda a derecha, de laprimera fila. El que el pintor ha colocado entreDomingo de Alboraya y el abanderado de la cruz,beato Vicente Cabanes. Contemplemos al humildereligioso que levanta gozoso entre sus manos lapalma del martirio. Se trata de Gabriel María deBenifayó.

Como los amigonianos de la primera épocaintercala entre su nombre, y pueblo de nacimien-

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to, el de María. Esto le traerá a su recuerdo ladevoción que deberá profesar a la Señora. Ingresóen el Instituto de edad madura. Había ejercido yadurante varios años el oficio de carpintero. Cono-cía perfectamente el mandado de San Francisco:“Los hermanos trabajen en algún oficio compatiblecon la decencia. Y los que no lo saben que loaprendan”.

Gabriel María de Benifayó ya sabía un oficio.Ingresó en los terciarios capuchinos el año mismode la fundación. E ingresó en los días difíciles dela Cartuja del Puig de Santa María, Valencia. For-mó parte del grupito que al año siguiente, el día deSan Rafael de 1890, pasa a Madrid a formar partede la Escuela de Reforma de Santa Rita. En ella,en tiempos fundacionales, hubo de desempeñarespecialmente su oficio de maestro carpintero.

Don Miguel Quesada, el autor del cuadro, nosha dejado impresa en el lienzo la amable figura deGabriel de Benifayó como el más paciente de loshermanos coadjutores. Nos le ha retratado conrostro sonrosado, barbita bien cuidada, y esa posede serenidad que se refleja en su rostro curtidopor largos años de privaciones y trabajos. ¡Ah! elpintor ni siquiera ha querido ahorrarle ese su levedefecto físico en su ojo izquierdo, sin duda recibi-do en alguno de sus lances con la madera. Pues,en sus trabajos de carpintería era un virtuoso delcepillo, la escuadra, la garlopa y las azuelas.

En años sucesivos su vida, como la de cual-quier otro religioso, se desarrolla en diversas fra-ternidades de su Instituto. Primeramente en la

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comunidad de Santa Rita, de Madrid; luego en elReal Monasterio de Yuste; seguidamente en elColegio Fundación Caldeiro, en el Madrid moder-no; más tarde en el convento de Nuestra Señorade Monte Sión, de Torrente; posteriormente en laColonia San Hermenegildo, Dos Hermanas-Sevillay San Nicolás de Bari, Teruel; finalmente en lacasa Noviciado de San José de Godella y en laFraternidad de Zaragoza. En dichas institucionesGabriel de Benifayó sabe compaginar admirable-mente sus trabajos de ebanistería con los deadministrador de las fraternidades.

El pintor seguramente no sabe, a parte de noser fácil poder trasladar una idea al lienzo, perofray Gabriel, como administrador en tiempos difí-ciles y de vacas flacas, sabía, siempre que le eraimposible otorgar cuanto se le había pedido, dejarcontentos a los hermanos con una buena palabra,envuelta en una amplia sonrisa. Pues, el beatoGabriel de Benifayó siempre fue amplio y espontá-neo tanto en alabanzas como en encomios.

En sus últimos años, y en los días navideños,solía trasladarse a Valencia acompañado de algúnjoven aspirante, para comprar alguna garrafita deanís y de vino moscatel, que luego escanciaba enbotellas. Después, con una botellita de cada claseen sus manos, era capaz de repartir a los cientotreinta de la casa y dejarlos contentos a todos.Dejaba caer unas gotitas más de licor y decía:“¡Ché, ya se m´a escapat!” (¡ché ya me he pasado!).Y con el turrón: “¡Ché quin trós!” (ché, ¡que trozo

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más grande!). Daba gozo verle repartir a los jóve-nes y ¡cómo disfrutaba a sus años!

El beato Gabriel María de Benifayó, con suhábito franciscano y su beatífico mirar, me recuer-da siempre la devoción que tanto Francisco deAsís como los primeros hermanos profesaron a lossacerdotes. Siempre manifestaron hacia éstos unaactitud reverente, piadosa y confiada.

Los hermanos, cuando se desplazaban por lallanada de Asís, por las montañas de la Umbría, opor la provincia de Francia, donde quiera encon-traban un sacerdote, fuese éste rico o pobre, dignoo indigno, se inclinaban y reverentemente lo salu-daban como les había enseñado el bienaventuradoFrancisco.

Asimismo de San Antonio Abad dice San Atana-sio que era tal su veneración al estado sacerdotalque, en viendo un sacerdote, se hincaba de rodillasy no se levantaba hasta besar su mano y pedir subendición. Era la actitud que guardaba el beatoGabriel de Benifayó cuando un presbítero se despe-día de los hermanos camino de una nueva fraterni-dad, especialmente cuando partían para América.

Seguramente que para el verano de 1936 elbeato Grabriel María de Benifayó se encontraba yaen sazón. Tal cual se le puede apreciar al contem-plar el cuadro. Tal vez hasta con la palma del mar-tirio en la mano, que bien pudiera haber sidoantes laurel. Sea como fuere, lo cierto es que seencontraba en la fraternidad de la casa noviciadode San José, de Godella (Valencia).

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El día 25 de julio, luego de varios simulacros defusilamiento, los milicianos lo dejan finalmentelibre. Por la tarde parte para su pueblo natal, parala casa paterna. Lo recibe su sobrina María. Peroel 14 de agosto un piquete nuevamente lo recoge ylo recluye luego en la cárcel del pueblo. Antes delamanecer del 16, juntamente con otros cincosacerdotes más del pueblo, recibirá la palma delmartirio. El beato Gabriel María de Benifayó escoronado finalmente con la palma del martirio. LaIglesia así lo ha reconocido el 11 de marzo del año2001. Ha pasado a engrosar el numeroso ejércitode los mártires. Verdaderamente Gabriel María deBenifayó fue siempre un auténtico franciscano.

Viendo en el lienzo la amable figura de GabrielMaría de Benifayó me recuerda al religioso de unasola pieza, al franciscano auténtico. Es decir, merecuerda al religioso coadjutor de primera época.A uno de aquellos religiosos que mostraron siem-pre un extraño equilibrio y una clara coherenciaentre su ser y su hacer. Me recuerda al religiosocabal, pleno, íntegro, auténtico, modelo de identi-dad para religiosos coadjutores.

Su gran sabiduría seguramente estuvo en lacoherencia de sus palabras y de sus obras, de suser con su hacer religioso. Y murió como lo fue suexistencia toda, en un acto de fidelidad y oblaciónde su vida toda a la voluntad de su Señor. ¡Sea porel amor de Dios!

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Mártires de la Familia Amigoniana. Y Car-men García Moyon en el centro. Mirandola cruz. Observando la cruz. Contem-

plando la cruz. Cuando me acerco al cuadro y veoa Carmen de pie, junto a la cruz, un único senti-miento invade todo mi ser: el del holocausto.Holocausto de su vida cristiana, toda ella consu-mida en servicio del Convento de Nuestra Señorade Monte Sión de Torrente, Valencia. Y holocaustocomo rúbrica final de la misma consumida por elfuego purificador. De Carmen las llamas tan sólorespetaron unas leves reliquias de su cuerpo, elrosario y el cilicio. Es el testimonio más elocuentede su holocausto. Por su martirio y por el fuego, labeata Carmen fue doblemente purificada.

¡Ah!, ¿que por qué una mujer en un grupo tannumeroso de religiosos y religiosas? Cuando Goyapinta La Familia de Carlos IV, la reina Margaritade Parma lo llama El cuadro de todos juntos, esdecir, el cuadro de toda la familia. Ese es tambiénel mensaje que me transmite el cuadro Mártires dela Familia Amigoniana. Carmen pone en el cuadrola nota del seglar. Carmen es quien confiere al

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13. CARMEN GARCÍA,COOPERADORA PARROQUIAL

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cuadro esa su dimensión de familia, de totalidad.Ella ha participado de la misma espiritualidad yha compartido una misma misión. Primero con lasterciarias capuchinas, luego con los religiosos deNuestra Señora de Monte Sión de Torrente. Supresencia proporciona al lienzo, traslada al cua-dro, esa dimensión de unidad. Habla de un espíri-tu y de una vocación universales.

Desde luego reconozco que no resulta fácil hil-vanar una ligera reflexión sobre la beata Carmen,sobre su vida, su ministerio y su testimonio. Ymucho menos en una época en que prevalece lomanual sobre lo intelectual, lo técnico y prácticosobre lo espiritual e interior. Por eso contemplar lavida de Carmen, mediante la reflexión intelectual,a más de ser extremamente difícil, es también unacto arriesgado.

De todos modos, y siempre con la mirada pues-ta en el cuadro, trataré de hilar en mi mente unasleves reflexiones que me permitan comprendermejor la figura de la beata Carmen García. Deseoabocetar, con cuatro pinceladas, su silueta espiri-tual y moral. Deseo conservar, para mi reflexiónpersonal, cuál fue su vocación apostólica, cuál sulegado espiritual y cuál su amable figura, tantopara la parroquia de Nuestra Señora de MonteSión de Torrent, como para la Real Pía Unión deSan Antonio de Padua.

Desde luego una cosa es cierta. La vocación, elideal, el martirio, no son realidades que se puedanimprovisar. La vocación responde a toda una exis-tencia humana, los ideales le prestan ilusión y

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color, y el martirio es la rúbrica final, el sello queimprime carácter a la misma, y es gracia.

Al contemplar el cuadro de los mártires, yadvertir en él a Carmen García Moyon, me doycuenta de lo acertada que resulta la frase atribuidaa Napoleón: “La educación comienza veinte añosantes de nacer”. Carmen es el mejor certificado deeste aserto. Su buen padre, don José García, fueun carlistón de mucho cuidado, de armas traer. Ode armas tomar, como se decía entonces. Y me hanasegurado que también lo fue el padre de su padre,don Raimundo García. Y apuestan a que tambiénlo fue su abuela doña Gregoria Jiménez, que ¡decasta le viene al galgo…!

En el caso de Carmen también su vena patrióti-ca, su acendrada religiosidad, su ideal de Dios,Patria y Rey, y su amor misericordioso le nace,pues, desde su más temprana edad. Le vienediluida en los genes. Vamos, se puede afirmar queCarmen fue una carlista de toda la vida.

Y Carmen finalizará sus días en la Asociaciónde las Margaritas, como miembro de la juntadirectiva de la agrupación. Dios, Patria y Rey seráel lema de toda su vida. Un lema tan caro tambiénal Venerable Luis Amigó, su buen padre y funda-dor. Tanto es así que muere al grito de ¡Viva CristoRey! Así al menos, dicen, se fue consumiendo sucuerpo envuelto en llamas.

Otro segundo pensamiento que se agrupa en mimente, mientras contemplo en cuadro, es sutalante de propagandista de su fe y religión, inclu-so de promotora vocacional. Su espíritu inquieto y

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andariego le lleva con Asunción, su amiga insepa-rable, a ingresar en la Congregación de las Ter-ciarias Capuchinas de la Sagrada Familia. Y esemismo espíritu inquieto y andariego, tres añosmás tarde, le encamina a salir al mundo en buscade horizontes más amplios, aunque también máscomprometedores.

Instaladas ambas amigas en Torrente, lo prime-ro que hacen es acercarse a los Terciarios Capu-chinos que ocupaban el convento del cerrillo deNuestra Señora de Monte Sión. Confiaban, a lasombra protectora del convento, dar rienda sueltaa sus afanes apostólicos: Primero sería la limpiezamaterial de la iglesia y el cuidado de las ropaslitúrgicas, luego, la catequesis parroquial y, final-mente, todo cuanto fuera para mayor gloria deDios y honra de la religión.

Pero Carmen considera que no es esto suficien-te, por lo que en su casa instala un taller de cris-tiandad donde, a la vez que imparte a las jóvenesdel pueblo rudimentos de corte y confección, lesenseña las verdades básicas de la religión. Ellaserá quien, en los años de la República, con ungrupito de compañeras, impedirá que sean derrui-dos por la piqueta los casalicios del vía crucis delconvento. Sin duda hubieron de derrochar fortale-za y decisión.

Mientras observo el cuadro Mártires de laFamilia Amigoniana, acude a mi mente una terce-ra consideración. El relato que en tantas y tantasocasiones he oído contar de labios del señor curapárroco de Montroy (Valencia), e hijo de su amiga

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Asunción. Recuerda con gozo don Salvador Barberque, en días en que su madre pasaba vendiendochocolate en los pueblos vecinos, lo dejaba al cui-dado de Carmen. Ésta tomaba una silla de enea,de esas con respaldo curvado; cubría éste con sutoquilla, y colocaba al niño de pie sobre el asiento,incitándole a que diera rienda suelta a su venaoratoria. Ella se constituía en toda la audienciapara el niño. ¿No serán estos los gérmenes de mivocación sacerdotal? se ha preguntado luegomuchas veces don Salvador.

Pero lo que colmó toda sus ansias apostólicas–y ésta es la cuarta y última observación– fue, sinduda alguna, su ingreso en la Real Pía Unión deSan Antonio de Padua, del convento de NuestraSeñora de Monte Sión, de Torrent. La asociaciónproporcionaba a sus ansias apostólicas un ampliocampo en que desarrollarlas, el apoyo de una ins-titución religiosa, y la organización que asegurabala continuidad necesaria para su desarrollo. De laReal Pía Unión Carmen será uno de los miembrosfundadores de la rama femenina, en la que desem-peñará asimismo el cargo de tesorera de la misma.

En los últimos, y más fructuosos años de su vi-da, se desenvolverá como una verdadera catequis-ta, trabajadora social y cooperadora parroquial.Precisamente en el ejercicio de su apostolado socialtomarán pretexto su perseguidores para llevarla almartirio, que sufrirá en forma de holocausto.

Apenas entrado el 1937, una chica del puebloacude a Carmen para que le ayude a confeccionarsu vestido de novia. La boda, naturalmente, no

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podía ser sino por lo civil. A Carmen no se le ocu-rre sino aconsejar a la joven: “Espera un poco aque se aclare esta situación de persecución y tecasas por la Iglesia”.

Faltó tiempo a la chica para referir el hecho asu novio, el novio al Comité, y venir los del Comitécon dos coches a casa de Carmen parra darle elpaseillo.

Al anochecer del día 30 de enero de 1937 –quelas cosas detestables nunca se hacen a la luz deldía– dos coches se pararon en la calle de SantaAna, 35. Llamaron a la casa de Carmen. Ésta, quellevaba de la mano al pequeño Salvador, hijo de suamiga, es conminada a subir a uno de los coches.Carmen instantáneamente se supuso que erapara el consabido paseillo sin retorno. Por lodemás ya había asegurado ella muchas veces a lasAntonianas en los años precedentes a la guerra:“A nosotras será a las primeras que nos arregla-rán, porque somos católicas de cuerpo entero”.

De todos modos, y mientras contemplo el cua-dro, y en él a la beata Carmen con ese estilo demujer sencilla, con esa mirada pacífica hacia lolejos, con ese su semblante tranquilo, se memuestra como una digna hija espiritual delVenerable Luis Amigó. Participó de su espirituali-dad, colaboró en su misión y rubricó con su san-gre su apostolado. Es la mujer fuerte de la Biblia.La heroína de la Familia Amigoniana. De quienmuy bien se pudiera cantar: “Tú eres el orgullo deJerusalén; tú, la gloria de Israel; tú, el honor denuestro pueblo”.

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En el cuadro, objeto de esta meditación,Rosario es la de arriba, la mayor, la másencumbrada. La más empingorotada, es-

cribiría Clarín. Cuando contemplo el lienzo, y diri-jo mi vista al grupito de las tres religiosas, nopuedo por menos de preguntarme ¿cómo fue posi-ble martirizar a mis hermanas? ¿Por qué quitaronla vida a quienes se desvivían por los demás?¿Qué pecado cometieron quienes dedicaban susvidas a toda clase de obras de misericordia?

A esta primera pregunta siguen otras, y otras, yotras muchas más. ¿Por qué tratar de la persecu-ción religiosa como un accidente más de las cala-midades de la guerra civil? ¿Por qué intentarocultar la persecución en el triste marco de unacontienda fratricida? ¿Y por qué se dio aquelfunesto bando de octubre de 1936 ordenando ladestrucción de todo objeto religioso bajo pena demuerte?

Viendo el cuadro, me pregunto, ¿cómo fue posi-ble asesinar a seres indefensos, a religiosas aquienes ni conocían los mismos asesinos, ni lasgentes del pueblo, y decir que no hubo persecu-

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14. ROSARIO, MADREATENTA Y SOLÍCITA

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ción? Pueblo hubo en el que murieron catorce per-sonas, de ellas el vicario y nueve religiosas más dediversos conventos de clausura, ¿y no hubo perse-cución religiosa? Pueblos hubo en los que fuemartirizado el clero en masa, reclutando a lossacerdotes hijos del pueblo de los más lejanoslugares, para que no quedase ni simiente. ¿Cómoafirmar que no hubo persecución religiosa?

Pero, contemplando el grupito de mis tres her-manas, lo que mayormente me hace reflexionar esla valentía de Rosario para rogar a quien se dispo-nía a ejecutarla: “Toma mi anillo, acéptalo enseñal de mi perdón”. Luego su cuerpo quedaríainsepulto varios días. Nadie lo recogía. Nadie laconocía. Nadie lo enterraba. Era el cuerpo de unahermana mía en religión. Seguramente sus restosmortales reposen en Puzol, Valencia, en lugar des-conocido del cementerio. ¡Entonces también habíabuenos samaritanos, improvisados hermanosfosores!

Yo no sé si murió de perfil, como las heroínasde García Lorca. Ni sé si fue por el frío acero deuna bala asesina. No lo sé. Sólo sé que el asesinono la conocía y que en el acto supremo del marti-rio ella le perdonó. Eso sí, murió al amanecer del23 de agosto de 1936. Murió en el Camino deTránsitos, junto a Mas Maciá, en Puzol. Al menosallí apareció luego su cadáver. Y, seguramente,murió de pie. Como mueren los valientes. Comomueren los buenos.

Los pintores, que suelen pasar por diversas eta-pas de la vida, como todo mortal, a veces tienen

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una etapa tenebrista, otras veces pasan por unaetapa rosa, o por una etapa azul, como fue el casode Picasso. Personalmente hubiera deseado queRosario hubiese sido pintada en tonos rojos, rojosencendidos, rojos intensos de misericordia y deperdón, rojos de martirio. Yo, al menos, en su díala recordaré con el rojo litúrgico, intenso, encendi-do, de los mártires.

De todos modos, y contemplándola en el cuadroserena, tranquila, con aire de protectora providen-cia, en mi retina siempre quedará como Rosario deSoano, la madre atenta y solícita.

Refieren las Actas Martiriales que Rosario deSoano –para sus familiares siempre será Victoria–quedó huérfana con sus tres hermanos menoresFeliciana, Juan y Eleuterio, a sus apenas trece ocatorce años. Y verdaderamente se mostró como lamadre de sus hermanos y la ayuda y consuelo desu padre.

Asimismo relatan dichas Actas Martiriales queen casa eran pobres labradores que vivían delcampo y de las pocas vacas que podían tener, quetenía que atender al servicio del padre y de sushermanos, y que se sacrificaba con cariño por supadre a quien ayudaba en todo, y por sus herma-nos, para quienes hacía de madre. Tanto es asíque asegura un testigo, al referirse al ingreso deRosario en religión, haber oído decir repetidasveces a los tres hermanos: ¡Hemos perdido nues-tra madrecita!

Efectivamente, contemplando su figura, ya cer-cana a los días del martirio, como la recoge el pin-

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tor en el cuadro, y atendiendo, más que a las pin-celadas del artista, a la lectura de las Actas Mar-tiriales, yo me figuro a Rosario como una personagruesa, lúcida, de carácter muy agradable y detrato acogedor, en una palabra, una madre atentay solícita, como son las madres en su madurez.

Y es que el sentido maternal no se improvisa. Yen el caso de Rosario le nace ya en los primerosdías de su adolescencia. La palabra madre sabe deentrega, servicio, responsabilidad. Y ser responsa-ble exige ser mujer de vida interior, juiciosa, refle-xiva, ponderada, no precipitada ni en el pensar nien el obrar.

Se ignora por qué ingresa en religión con lasHermanas Terciarias Capuchinas de la SagradaFamilia. ¿Fue porque escuchó en su pueblo natalla predicación del Padre Luis Amigó el segundo díade Pascua de 1880 ó 1881? ¿O fue tal vez paraseguir ejercitando su instinto maternal con lasniñas pobres y asiladas? ¿O tal vez fue por ambosmotivos? No lo sé. Pero lo que sí es cierto es que,apenas elegida consejera general de su Congre-gación, es encargada de las obras de caridad,entonces de hospitales y hospicios. En L´Ollería(Valencia), así consta, se mostró una madre solíci-ta, abnegada y cariñosa para con los pobresancianos y enfermos del hospital.

Con el cuadro ante la vista, fácilmente se adivinapor qué en dos sexenios seguidos fue elegida para elcargo de superiora general de la Congregación, esdecir, para regir los destinos del Instituto. “La Su-periora General es la cabeza y guía de toda la Con-

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gregación –se leía en las Constituciones–; y, sobretodo, la Madre de todas las Religiosas… Deberáestar dotada de un gran corazón, de un espíriturecto, de una voluntad firme, de mucha suavidaden el trato y, sobre todo, de una exquisita circuns-pección y prudencia”. Y la Madre Rosario estabadotada, y muy bien dotada, de tales condicionespara servir al Instituto desde la cúpula del mismo.

Las condiciones exigidas me llevan a considerarla actitud maternal de la Madre Rosario de Soanopara con las religiosas de Colombia con quienesmantenía una constante comunicación por cartascordiales y llenas de calor maternal y profundaespiritualidad. Así se lo reconoce quien fuerasucesora suya en el cargo de superiora general. Dehecho, “como general, solucionó muchos proble-mas de la Congregación, especialmente enColombia, en donde pacificó y unió a las herma-nas con todas las demás de la Congregación”,según afirman las mismas Actas Martiriales.

De todas las maneras, y leyendo más en dichasActas que en las rasgos pictóricos que nos trans-miten su fisonomía, su instinto maternal brillósobre manera en los días de la persecución religio-sa. No abandonó la casa religiosa hasta que nologró colocar y poner a salvo a sus hermanas enreligión. “En manera alguna podía abandonar–como escribe a su sobrina María Luisa– las trein-ta casas de religiosas que tenía a su cargo, ni a lasmuchas religiosas que en ellas había”.

En sus últimos momentos prodigó cuidadosmaternales a las hermanas. Las fue situando en

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casas particulares. Fue la última en abandonar lacasa religiosa de Masamagrell. Verdaderamentefue madre atenta y solícita.

En sus últimos momentos, en los momentos delmartirio, en un acto supremo de desprendimientoy de amor maternal, sólo pudo decir al asesino:“Toma mi anillo, acéptalo en señal de mi perdón”.Y es que una madre, una madre atenta y solícitacomo lo era la Madre Rosario de Soano, siempreespera, y siempre también perdona.

Pero lo que me llena de consuelo es saber quehabía pedido permiso a su director espiritual paraofrecerse como víctima de expiación por los peca-dores, por la Iglesia y por la Congregación y morirmártir, si llegara el caso. Su director espiritual selo concedió y el Señor aceptó su sacrificio martirial.

El artista ha dotado su figura de paz, bondad einstinto maternal. Le ha dotado de rasgos mater-nales. Verdaderamente Rosario de Soano fue unamadre cariñosa, atenta y solícita.

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Del color de las alondras” he titulado unade mis anteriores meditaciones sobre elcuadro. Y así es. Si los cuadros de Sorolla

se distinguen por su blanca luminosidad medite-rránea, este cuadro, el de Miguel Quesada, secaracteriza por esos tonos ocres, terrosos, colorcastaño, pajizos cual es el color de las alondras.Es la tonalidad que recogen, y a la vez reflejan enel lienzo, tantos hábitos franciscanos.

Pero seguramente que uno de los que mejorreflejan, no diré ya el color, sino ese talante y esti-lo franciscanos, es el beato Francisco María deTorrent. Se trata del religioso amigoniano, el pri-mero de la segunda fila por la izquierda, del cua-dro. El pintor le ha dotado de tales rasgos quedifícilmente nadie puede dudar de que se trata delreligioso sencillo, humilde y sacrificado, un tantoretraído y algo tímido. Vamos, como si tuviera ver-güenza de salir en el lienzo.

Es la nítida imagen que de él me ha quedado enel fondo de mi espíritu al recorrer sus ActasMartiriales. Me parece el franciscano más francis-cano de todos, tanto por su estilo de vida, como

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15. FRANCISCO,EL PEDAGOGO DE LA OBRA

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por sus actitudes llenas de seráfica belleza. Pues,franciscanos fueron sus padres, franciscana suprimera formación religiosa, franciscanas lasesencias de los tiempos fundacionales, francisca-na la estameña que endosaría en su toma de hábi-to, Francisco el nombre que recibiría en suprofesión, y hasta franciscana su devoción aMaría Inmaculada, rosa fragante del jardín fran-ciscano, que añadiría a su nombre de religión.

Escriben sus biógrafos que “sus padres perte-necían a la Venerable Orden Tercera de San Fran-cisco de Asís”. Repasando las Actas Martiriales delos beatificados por Juan Pablo II el 11 de marzodel 2001, salta a la vista el impresionante númerode religiosos, religiosas y seglares martirizadospertenecientes a las Órdenes Terceras de SanFrancisco.

La Huerta Valenciana de siglos se ha visto espe-cialmente iluminada por la claridad de dos santua-rios directamente relacionados con el VenerablePadre Luis Amigó y sus terciarios capuchinos. Enla Huerta Norte, el amable convento capuchino deLa Magdalena, en Masamagrell. Y en la HuertaSur, el convento alcantarino de Nuestra Señora deMonte Sión, en Torrente, desde el lejano 1889morada de los terciarios capuchinos. Y en uno yotro ese potente foco de espiritualidad de la OrdenTercera para impartir por la huerta luz y calor.Ambos conventos han proporcionado varias con-gregaciones religiosas, numerosas vocaciones devida consagrada y gran número de mártires beati-ficados ya o en camino de beatificación.

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Al observar el cuadro, en una primera visión, seadvierte el gran acierto de don Miguel Quesada.No representa ya la Huerta Valenciana con la tra-dicional tonalidad verde intenso, moteado de lainfinidad de globitos amarillos de sus naranjales,sino con el color terroso, castaño, de sus monaste-rios, de sus hábitos franciscanos y hasta de suspalmas martiriales. Ocres boreales intensos, ocrescelestes y terrestres que se funden jubilosos bajola luminosidad mediterránea.

Contemplando ya el lienzo con mayor detenciónresulta impresionante el número de mártires rela-cionados con la Orden Tercera. Terciario fue el bea-to Francisco y sus padres, lo mismo que Franciscade Rafelbunyol y los suyos; o Fray Modesto Mª deTorrente y los suyos, o el Padre Vicente Cabanes.Es decir, terciarios son todos y cada uno de losrecogidos en el lienzo, pues todos ellos se honrancon el nombre de terciarios, y en la Orden Tercerade Penitencia tienen su origen.

El mismo peregrinante cortejo me recuerda elconstante peregrinar los cuartos domingos de mesal convento de la Magdalena o al cerrillo de Nues-tra Señora de Monte Sión en Torrente, para delei-tarse en el gozo de la fraternidad avivado por elfuego de la espiritualidad netamente franciscana.¡Qué delicia de espiritualidad y de hábitos francis-canos por los caminos de la huerta!

De todos modos no quisiera que estas divaga-ciones mías del cuadro me distrajeran de las opor-tunas observaciones sobre el mismo. Pues no

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desearía me sucediera como a los músicos deLumpiaque, que se pasaron la noche templando.

La visión directa del cuadro me ayuda a avivarmuchos de mis recuerdos sobre el beatoFrancisco. En mi mente e imaginación yo lo veoprimeramente correteando en sus días juvenilesbajo las arcadas del claustro del convento deMonte Sión. Fray Rafael María de Onteniente lesigue con su mirada atenta y compasiva. Es unniño, más bien ya joven, de tez morena, inquieto,vivaracho y un tanto juguetón.

Y en mi imaginación lo veo luego, ya religioso,en las tierras cacereñas del Real Monasterio deYuste. Se está recuperando de una grave neumo-nía. La enfermedad, juntamente con la soledad deCuacos, lo van volviendo más reflexivo, silenciosoy pacífico. De aquellas soledades de Jarandilla yCuacos escribía D. Miguel de Unamuno “se nosdespliega allende la abertura de la soledad delmonte,… y su paisaje es una delicia de fresco ver-dor”. En el monasterio Fray Francisco se dedica asocio del maestro de novicios. Además emplea eltiempo restante en los múltiples quehaceres pro-pios de todo monasterio. Asimismo se dedica a supropia formación humanística y religiosa, adqui-riendo por su cuenta los rudimentos de culturageneral. Y, en la escuelita del monasterio, se leofrece la oportunidad de mostrar sus dotes natu-rales de pedagogo de la obra.

Posteriormente, y en lo más profundo de miespíritu así lo recuerdo, lo veo en Madrid, en elColegio Fundación Caldeiro, en cuyo ministerio de

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la enseñanza gastará los 25 últimos años de suexistencia. Siempre fiel al espíritu fundacionaldedicará su trabajo a la instrucción y moralizaciónde los jóvenes a él encomendados. Intuitiva, ima-ginativamente me gusta recordarlo en su escuela,con la Ortografía Rimada del Padre Domingo deAlboraya en su mano, o también con la Ortografíapara todos, de Fray Rafael María de Onteniente,sobre la mesa.

La ortografía del primero enseña deleitando; ladel segundo, instruye moralizando. “¡Cuántamoral, cuánta religión, cuánta piedad puede verteren el corazón de un alumno un maestro por mediode los ejemplos, de los ejercicios prácticos, del ver-bigracia de las teorías… como en esta Ortografíapara todos!”, leemos en el prólogo. Y fray Fran-cisco, a estas alturas hombre ya de poco hablar,religioso sobrio, sencillo y claro, sabía verterla amanos llenas en quienes no saben, en el corazón yla mente de los niños más necesitados.

Más adelante –así me agrada figurármelo– granpedagogo, busca fórmulas para hacer agradablesy comprensibles las materias de cualquier asigna-tura en cada una de sus clases. Obtiene muy bue-nos resultados. Es admirable por lo bien queprepara a los alumnos para los exámenes. Sabebien por qué ingreso en la Congregación.

Es un religioso fervoroso, entregado a la forma-ción de los alumnos que le ha designado la obe-diencia, amante de prepararse con tiempo lasclases de cultura y de formación religiosa; enmuchas ocasiones acuden a su clase profesores

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para felicitar a quien tan bien prepara a los alum-nos. Todo esto lo presenta como maestro insigne yel referente más claro del pedagogo de la obra.

Finalmente quiero contemplarlo en los últimosdías de su vida, ya en plena madurez humana yreligiosa. Ha ido depurando su pedagogía. Se havuelto más sencillo, sobrio y ordenado. Ha depu-rado su arte de enseñar. Los helenos de la Greciaclásica entendían la belleza como el esplendor delorden. Y los medievales la distribuyeron en tresvectores: esplendor de la realidad, esplendor de laverdad y esplendor de la forma. Asimismo venera-ban un aforismo: nunca demasiado.

Jean Gitton siempre escribía con la papelera allado. Cortaba, pulía y depuraba. Sabía muy bienque la medida y la proporción producen la armo-nía. Sabía que medida y proporción transparentanla obra artística. Hacen que el arte desprenda subelleza y luminosidad características.

Fray Francisco, como pedagogo de la obra, eraun clásico. A sus educandos les atraía, convencía,modelaba, educaba. Esto le ha convertido en elpedagogo de la obra, en el artista del modeladopsicológico.

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Así define el P. Juan Antonio Vives al beatoValentín María de Torrente, el cantaor de lapedagogía. Y cantaor de la pedagogía ree-

ducativa fue durante toda su vida, hasta el mo-mento supremo de su canto final. Valentín laantevíspera de su martirio cantó los Dolores de laVirgen.

–“¿Queréis oír cantar los Dolores de la Virgen alPadre Valentín? Se le oye perfectamente en toda laplaza”.

Y la última tarde de su vida mortal, momentosantes de partir para el martirio, asimismo cantóen La Torre las Llagas del Seráfico Padre SanFrancisco.

–“¡Caramba, –le dice el carcelero a Amparo–cómo se ha lucido hoy tu hermano, cantando lasLlagas de San Francisco!”

Sin duda fue éste último su canto del cisne. Sinduda fue éste su canto final.

“¡El arte! ¡El arte! ¡Nada más bello que esta rea-lidad!”, escribía Gustav Flaubert. Y añadía: “Sisobre la tierra y en medio de la nada hay algo que

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16. VALENTÍN, EL CANTAORDE LA PEDAGOGÍA

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se pueda adorar, si hay una cosa santa, pura ysublime, algo que nos lleve a ese deseo inmodera-do e impreciso de infinito que llamamos alma, esel arte”.

El artista es seguramente la persona más pre-parada ante el destino. Y Valentín era un artista.Cuando el cisne presiente su muerte ya cercanaentonces, dicen, lanza su canto final, ese cantoarmonioso y melancólica, tierno y melodioso, queexhala al morir. Y el Padre Valentín, con el cantode los Dolores de la Virgen y el de las Llagas deSan Francisco, concluyó su vida terrena como elgran cantaor, cantaor religioso, de la pedagogíareeducativa,

¡Ah!, ¿qué quién es el padre Valentín Mª deTorrente en el lienzo? Pues, de la primera fila, elreligioso que abraza el libro contra su corazón.¿Es el Breviario? ¿Es el libro de la Regla yConstituciones? ¿Son los Santos Evangelios?Nunca lo sabremos. Tal vez ni siquiera el pintor losabía. Pero lo que sí sabemos es que Valentín esese religioso templado, de no gran estatura física,que transparenta rasgos de una recia personali-dad, y el más fiel zagal del Buen Pastor. El padreValentín es, fue, todo corazón.

El beato Valentín es el cantaor de la pedagogíareeducativa, pero en sentido amplio de la palabra.Religioso de cuidada preparación cultural, le apli-camos el calificativo de cantaor de la pedagogíareeducativa por sus brillantes pláticas y conferen-cias, por sus fervorines y sermones, y por susescritos de corte pedagógico.

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Enamorado de la Congregación, y dotado degran celo apostólico, su figura es tal cual apareceen el cuadro: más bien bajito, pero robusto, ydotado de gran personalidad. De temperamentoardiente, vivía en constante lucha por ser bueno ypor hacer el bien. Era alegre, dicharachero, opti-mista. Estaba siempre contento y de buen humor.

Siento que mi ángel me arrebata de mi lugar yque me traslada ahora a contemplar al beatoValentín en la Escuela de Reforma de San Vicente,en Burjasot (Valencia). Y también en el lejano yquerido Asilo de San Antonio, de Bogotá. Y, final-mente, en la Escuela de Reforma de Santa Rita, deMadrid, “la más importante fundación de laCongregación”.

En estas escuelas de reforma y de protecciónpaternal el beato Valentín siempre se manifiestacomo un padre, y padre amoroso y solícito, paracon los hermanos de la fraternidad y para losalumnos de la institución. Más que como superiorse desempeña como un experto director espiritual.Cada día en la misa –así lo han reconocido los máscualificados testigos en las Actas Martiriales– diri-gía la palabra a la comunidad y a los alumnos.Cada día tenía con ellos la hora de familia. Y cadadía también se preocupaba por la propia formacióncientífica y religiosa para el mejor desempeño de suministerio apostólico y pastoral. “No olvides,Valentín, –se decía él a sí mismo– aquella palabrade Apeles, pintor famoso, que no dejaba pasar díasin trazar una línea. Y si algún día se le pasó, decíaamargamente: “Hoy no he trazado línea alguna”.

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Refiriéndose a la formación de los niños de lasinstituciones el beato Valentín aseguraba que “todala labor del Inspector debe tener como blanco ymeta la educación moral. He aquí el punto culmi-nante de la educación, la reforma del corazón”. Esdecir, blanco y meta de la educación es la morali-zación, elemento bastante más importante, serio,empeñativo y completo que no la simple resociali-zación. Para el padre Valentín, el fin de la educa-ción no puede ser únicamente integrarlo en lasociedad, volver al niño sociable, sino el ir hacien-do que cada día crezca en ciencia y santidad, pro-curando esculpir profundamente en su corazón laimagen de Jesucristo para que, ni el vendaval delas pasiones, ni los torbellinos seductores del siglo,puedan luego desarraigarla o desvanecerla.

Llegados a este punto el beato Valentín se pre-guntaba:

–“La Congregación necesita apóstoles, necesitasantos, para tocar el corazón de los jóvenes extra-viados, ¿quién lo duda?”

Y para escultor del corazón se preparó Valentínestudiando las ciencias del espíritu. Y por ellohabla con tanto entusiasmo de la pedagogía comociencia y como arte, de organizar el sistema peda-gógico propio, de la necesidad siempre de unorden, de la formación integral de la persona, dela ley de la armonía, de la formación del carác-ter,… para la reforma del corazón, centro y metade toda verdadera reforma.

Ahora percibo que mi ángel me conduce como dela mano al norte. Me traslada al Seminario Seráfico

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de San Antonio, en Pamplona, primero. Despuésme transportará al Seminario de San José, deGodella (Valencia). Y en ambos centros encontraréal beato Valentín en la noble tarea de atraer voca-ciones religiosas y de prepararlas adecuadamentepara la noble tarea de ir en pos de la oveja desca-rriada hasta devolverla al aprisco del Buen Pastor.

No cabe duda de que el beato Valentín deseauna formación completa y específica para los reli-giosos: No cabe el menor género de duda de que,la completa formación de los estudiantes en sustres aspectos, moral, intelectual y religioso, ha deser el deseo más ardiente del Padre General, deseoque asimismo hace suyo.

–“Ahora bien, estos apóstoles, estos santos,asegura, no nacen como los hongos en el monte,sin industria humana, luego hay que plantarlos,hay que criarlos y formarlos, con atinada direc-ción y exquisito cuidado, tanto mayor cuanto másnumerosos son los enemigos que a su paso se pre-sentarán y más ardua la batalla que consigomismo han de librar”.

Finalmente mi ángel me conduce al interior demí mismo, me constriñe a una mirada retrospecti-va, y me obliga a una síntesis, breve y dolorosapor incompleta, como lo son siempre las síntesis.Y me presenta la imagen –imperceptible en el cua-dro– de un Valentín religioso plenamente identifi-cado con el ideal amigoniano, tanto por suformación religiosa, espiritual y técnica, como porsu espiritualidad, y por el desempeño de sumisión específica.

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El beato Valentín, muy piadoso siempre, de pre-dicación sencilla y atrayente, devoto de la celebra-ción eucarística, profesó una gran devoción aNuestra Madre de los Dolores y a nuestro PadreSan Francisco, a quienes reconocía como susSantos Patronos y Titulares.

Todavía, antes de retirar mi mirada de la con-templación del cuadro, dirijo por última vez mivista al padre Valentín. Y he de reconocer que esverdad: religioso sencillo, de una profunda espiri-tualidad franciscana, fue un gran acogedor y for-mador de vocaciones religiosas, pero sobresaleespecialmente por ser el cantaor de la pedagogíareeducativa y uno de los más fieles zagales delBuen Pastor.

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Un amigo mío, pintor por más señas, measegura que para estudiar críticamenteun cuadro se requieren, al menos, dos

condiciones previas: sensibilidad artística e inde-pendencia de criterio.

–¡Aimé!, le respondo. Pues diosa fortuna deambas cualidades no se mostró excesivamenteespléndida hacia mi persona, que digamos.

–¿Entonces?

–Entonces…, como ocurre siempre, únicamentepor vía de amor se consigue superar tales contra-tiempos. Es la única salida que me permite diosafortuna. Es la vía que he tenido que elegir.

Indudablemente la crítica de un cuadro requie-re gran sensibilidad artística, capacidad de inte-riorización, detenida observación del lienzo,habilidad para sentir su belleza, y sintonía parapoder percibir las más leves vibraciones de la obrade arte en el fondo del alma. Y arte, orden, belleza,armonía…, tan sólo se perciben si vibran en pla-nos directamente conectados con una gran sensi-bilidad.

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17. SERAFINA DE OCHOVI,LA MUJER FUERTE

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Por otra parte –y me refiero a la segunda de lascondiciones requeridas, según mi amigo– ¿cómome pudo manifestar imparcial ante el cuadro demis hermanos mártires, y hermanos muy queri-dos en religión?

–¿Sabes que en 1936 seis de ellos formabanparte de la fraternidad, de la que desde hacemuchos años formo parte también yo?

–Entonces…

–Entonces… lo tengo difícil, ¿no?

–Indudablemente lo tienes difícil, responde miamigo. No te arriendo las ganancias.

Efectivamente, no me va a resultar nada fácilanalizar el cuadro con independencia de criterio,con criterio de imparcialidad. De todos los modostrataré de llevarlo a cabo lo mejor que sepa ypueda. ¡Y sea todo por el amor de Dios, como diríael Venerable Luis Amigó,… y de los mártires, mishermanos!

Comenzaré hoy mi reflexión por Serafina deOchovi.

Serafina –así la recoge el pintor en el lienzo– esla religiosa que parece querer envolver el conventi-to de Monte Sión bajo un amplio abrazo maternal.Mírenla seria, sobria, franca, mujer de una solapieza. Parece la mujer fuerte de la Biblia. Es lafigura femenina más cercana a la cruz. ¿Por quéserá que la cruz es siempre el punto de referenciaen el Cuadro de los Mártires? ¿Por qué será que la

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cruz es siempre la imagen preferida del mártir ydel cristiano?

Serafina de Ochovi vio la luz en el pueblecillonavarro de su mismo nombre. En el valle de Iza. Enla cuenca de Pamplona. Su familia era de cristianosviejos, como se decía entonces. Fueron ocho robus-tos vástagos, ocho hijos. Cuatro hijos y cuatrohijas. La campana de la iglesia marcaba el ritmo devida de la aldea. Y su párroco, don Máximo Rodicio,que lo fue de la aldea por más de 57 años, acomo-daba el horario de misa y rosario a las necesidadesde la feligresía. Don Máximo con el tiempo consi-guió hacer de Ochovi un pueblo levítico.

Don Hilarión y Juana Francisca dedicaron alSeñor la mitad de su prole. Dos de sus hijos, Otóny Bernardo, y otras dos de sus hijas, Petra Este-fanía y Manuela Justa, se consagraron a Dios den-tro de la Familia Franciscana. Ingresaron primerolos varones, en los capuchinos de Pamplona extra-muros. E ingresaron como hermanos legos o coad-jutores. Otón partiría pronto para las misiones delarchipiélago de las Carolinas. Bernardo sería quientiraría de sus hermanas hacia el convento. Que loscapuchinos de Navarra siempre han sido los pri-meros promotores vocacionales para las hijas espi-rituales del Venerable Luis Amigó.

Lo cierto es que Manuela Justa, a sus quinceaños de edad y mediada ya la primavera en tierrasnavarras, concretamente el 8 de mayor de 1887 sedirige al Santuario de Nuestra Señora de Montielen Benaguacil, Valencia, donde hará su noviciadoy emitirá sus primeros votos religiosos.

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Luego de un quinquenio de votos temporalesemite los perpetuos en 1896. En este tiempo semostraba ya como una religiosa piadosa, obser-vante, y muy amante de la oración y de la pobreza.Era, por su mismo carácter, una religiosa formal,seria y responsable. Tal seriedad mostraba en suformación, y madurez en su vida religiosa, que enel tercer capítulo general de la Congregación, teni-do en 1902, fue elegida consejera general, cargopara el que sería reelegida en los capítulos genera-les sucesivos hasta su martirio en la huerta levan-tina. En su vida simultaneó el cargo de consejerageneral, con el de superiora de las casas, la postu-lación o los servicios más humildes.

Contemplando el cuadro yo percibo a Serafinade Ochovi en cuatro rasgos fundamentales queconstituyen como el cañamazo de su vida religio-sa. Que son como la silueta espiritual de Serafina:Su sentido contemplativo, su actitud penitencial,su espíritu de minoridad y su amor fraterno.

En cuanto al sentido contemplativo ya su vene-rable Padre Fundador les había escrito en lasConstituciones: “Deben las religiosas anteponereste santo ejercicio de la oración a todos losdemás, y a él dedicar todo el tiempo que puedandisponer”. Y la Madre Serafina así lo hacía. LasActas del Martirio así lo certifican: “La MadreSerafina, con la Madre Rosario, hacían todos losdías el ejercicio del vía crucis. Si no se le encon-traba en otra parte, estaba en la capilla orandoante el Santísimo”.

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Y era tal su fe en la presencia del Señor en laEucaristía que cuando alguna de sus hermanas lereclamaba algo que materialmente le era imposi-ble otorgárselo, le decía: “Ande, hermana, vaya alSagrario y dígale a Nuestro Señor lo que nos hacefalta”.

Su actitud penitencial la tenía bien grabada porsu origen franciscano de la Venerable Orden Ter-cera de Penitencia. Conocía muy bien que proveníade los Penitentes de Asís. Por lo demás también subuen padre fundador se lo había inculcado: “Peni-tencia y oración –les había escrito el VenerablePadre Luis Amigó–. Ved aquí, amados hijos, las dosalas con que nos hemos de remontar hasta el tronode la misericordia de Dios, para implorar el perdónde nuestros pecados y de los del mundo, con laseguridad de conseguirlo”.

Su espíritu de minoridad, es decir, de hermanamenor, seguramente que lo pudo apreciar muybien y lo bebió de sus hermanos capuchinos enPamplona en el convento de San Pedro extramu-ros. Los capuchinos, y los hermanos coadjutoresde modo especial, sabían bien por la práctica loque supone esto. Es desapropio total de cosas, decasas, de personas y aún de la propia voluntad.

¿Y qué decir de su amor fraterno? Se llamaránhermanos, decía Francisco de Asís. Todos los cre-yentes vivían unidos y lo tenían todo en común,aseguran los Hechos de los Apóstoles. Tenían unsolo corazón y una sola alma. Vivían la fe en lafraternidad los primeros cristianos. Y así lo cono-cía y practicaba Serafina.

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Contemplando el lienzo, y conociendo un pocola vida de Serafina, se puede decir que en la casapaterna fue educada en la honradez y santo temorde Dios. En religión fue formada para el deber, conescasez de medios, dentro de un espíritu muyfranciscano, sobrio, pobre, sencillo y sacrificado.

Serafina trabajó desde muy temprano. A suingreso en religión se unió su sino de mujer con elvoto de pobreza y obediencia, lo que le transformóen un espíritu exigente, penetrado del deber,pobre, sencillo, humilde y obediente.

“Carne de yugo ha nacido/ más humillado quebello,/ con el cuello perseguido/ por el yugo para elcuello”, escribiría Miguel Hernández. Cuarteta quefácilmente se puede aplicar a Serafina. Desde susprimeros años juveniles, fue uncida al yugo parael trabajo. Y murió en el surco abierto con dolorpor el amor.

Transcurrió su vida en servicio y sacrificio.Murió lejos de su tierra. Murió lejos de su casasolariega. Murió entre naranjos, cuando todavíaverdeaba su fruto. Murió en los arrabales de unpueblo levantino, cuando aún no había nacido eldía. Murió entregando todo lo que poseía al morir.Murió virgen, entregando su anillo de desposadade Cristo a su asesino. Y murió perdonando.Murió en paz.

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Dispersos por el cuadro se encuentran losbeatos Laureano, Bernardino y Benito.Fueron martirizados en las primeras

horas del 16 de septiembre de 1936. Y fueronmartirizados en la Masía de Calabarra, en términode Turís, Valencia. Allí, al pinar de entrada a lahacienda, junto a la carretera, fueron conducidosen dos coches. Y allí, con la complicidad de lanoche y de los milicianos de la alquería, fueronfusilados los tres.

Cuando en el cuadro me topo con alguno desus rostros, siempre me invade el mismo pensa-miento. Me recuerdan los Diálogos de Carmelitas,de Georges Bernanos. Las mártires del Carmelo deCompiègne en seguida intuyeron su martirio.Avanzaron hacia el patíbulo alentadas y prepara-das por su priora Teresa de San Agustín. Ante laguillotina renovaron sus promesas del bautismo ylos votos. Luego subieron al cadalso cantandohimnos sagrados, la Salve Regina y el Veni Creatordespués. Y fueron martirizadas apenas concluidala solemnidad de su patrona, la Santísima Virgendel Monte Carmelo. Era al amanecer del 17 dejulio de 1794.

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18. LAUREANO, BERNARDINOY BENITO

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Laureano, Bernardino y Benito también presin-tieron enseguida que habían de ser martirizados.Por eso, ya en casa de doña Trinidad Navarro, enque habían hallado piadosa acogida, se prepara-ban al martirio con la lectura del Libro de Job.

–“Descuida, contestaba el beato Laureano a ladueña de la casa, que todavía no es llegada lahora. Estoy preparándome leyendo el Libro de Job”.

También se disponían al martirio con el rezofrecuentísimo del Santo Rosario.

–“Hay que obligar a la Santísima Virgen, puesen esta octava habrá grandes cosas”, asegurabaBenito, hermano de sangre y religión de Laureano.

Ya en la cárcel del pueblo el 15 de septiembre,festividad de Nuestra Señora de los Dolores, se loscantaron a la Santísima Virgen, patrona delInstituto. Bien entrada la noche fueron sacados dela cárcel del pueblo. Descendían las escaleras deLa Torre despacio, lentamente, con la seguridad dequienes se van acercando al suplicio. Bajaban lasescaleras con paso firme, sostenidos por su firmefe. No bajaban atados. Y a la madrugada, antesdel amanecer, fueron sacrificados en la masía deCalabarra. Lo mismo ocurriría dos días despuéscon otros cinco amigonianos. También fueronsacrificados antes de ser de día. También fueronmartirizados al amanecer, luego de haber cantadola tarde anterior las Llagas de San Francisco, en lafestividad de la Impresión de las Llagas. Los már-tires de Rafelbunyol –la beata Francisca Javierentre ellos– fueron asimismo martirizados al díasiguiente de la Virgen del Milagro, patrona del

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pueblo. Y también los Mártires de Benifayó –entrelos cuales el beato Fray Gabriel– fueron rematadosa las primeras horas del 16 de agosto de 1936, aldía siguiente de la festividad de Nuestra Señora,en plenas fiestas patronales del pueblo.

Es curioso observar que, quienes entre las tesisde su programa político tenían la demolición de laIglesia, elegían con mimo hasta la fecha de ejecu-ción de sus víctimas. Y cuando se desciende cui-dadosamente a detalles tan nimios vamos, creoyo, no es admisible poner en duda el hecho de lapersecución religiosa.

Escribía J.J. Sender en Réquiem por un campe-sino español: “El que se muere, rico o pobre, siem-pre está solo aunque vayan los demás a verlo. Lavida es así y Dios que la ha hecho sabe por qué”.Las Carmelitas de Compiègne subieron al cadalsoen presencia de una gran multitud de curiosos.Condenadas a muerte, fueron expuestas al públi-co espectáculo de ángeles y hombres. Laureano,Bernardino y Benito en cambio fueron ejecutadosen la soledad de la noche. Y lo mismo FranciscaJavier de Rafelbunyol, y el beato Fray Gabriel deBenifayó,… Pero, como dice J.J. Sender, “el quemuere, rico o pobre, siempre está solo aunquevayan los demás a verlo”.

De todos modos es muy común la muerte de losmártires en despoblado y en parajes solitarios, enel centro de la noche, antes de ser de día o al ama-necer. Seguramente que el acto de quitar una vidanunca es un acto agradable. Aún más. La mayoríade las veces seguramente abochorna a los mismos

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asesinos, por más que luego se gloríen de susactos. Tal vez por esto escriba Bernanos: “Des-pués de todo son pocas las madres de los santosmártires que están en el calendario”.

Contemplando el cuadro, meditando el martiriode Laureano, Bernardino y Benito, uno se da per-fecta cuenta de la escasa importancia de cualquieracción humana ante el dueño de la historia. Aescasos tres años de estos hechos, también losasesinos serían ejecutados al amanecer de un díacualquiera. Lo irrelevante de los hechos humanosme recuerda la historia sagrada. El Señor elige aAsur, vara de su ira y bastón de su furor, paracastigar a su pueblo Israel. Pero, ¿Se envanece elhacha contra quien la blande? ¿Se gloría la sierracontra quien la maneja?, se pregunta el Señor.

Y recuerdo las palabras del salmista “El queplantó el oído, ¿no va a oír? El que formó el ojo,¿no va a ver? El que educa a los pueblos, ¿no va acastigar? El que instruye al hombre, ¿no va asaber? La fe en la providencia divina, y la lecturade la historia sagrada de Israel, permiten redimen-sionar las acciones humanas; certifican y avalanque lo único interesante para toda persona huma-na es obrar siempre el bien.

Es verdad, seguramente las acciones humanashumanamente hablando tienen escasa importan-cia. Sin embargo, desde el punto de vista de la fe,adquieren una trascendencia cósmica. El martiriode Laureano, Bernardino y Benito coopera a loque falta a la pasión de Cristo y colaboran a enri-quecer el caudal de gracias de la redención.

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Pero, a más de lo dicho, nos han dejado elmagisterio de su martirio. Como cordero que nobala fueron conducidos al matadero. La providen-cia divina paulatinamente les fue privando detodo. Finalmente los asesinos les privaron de loúnico que ya poseían, es decir, de su propia vida.Pero nos han legado el testimonio de su ejemplo,en la grandeza de su tránsito.

El padre Laureano nos dejó el testimonio de sucorazón quasi maternal. Cuando en 1931 losJesuitas fueron expulsados de España él se pre-sentó en la casa profesa de Valencia:

–“Padre, vengo a llevarme a uno de los religio-sos ancianos de la comunidad. Nosotros cuidare-mos de él”.

Los mismos amorosos cuidados prodigaría a suVenerable P. Fundador durante la enfermedad de1926. También lo atendería personalmente en suúltimos momentos prodigándole atenciones quasimaternales de amor. El padre Laureano, de carác-ter afable, apacible y bondadoso, durante su vidafue la imagen fiel del Buen Samaritano.

El beato Laureano era bajo de estatura. Decarácter complaciente y afable. Jamás se le vioairado o irritado. Muy caritativo. Se preocupabamucho de los enfermos y demás necesidades delos miembros de la fraternidad.

Por otra parte su buen hermano, de sangre yreligión, Benito nos ha transmitido el testimoniode una vida sobria, discreta y religiosa. Su presen-cia transmitía bondad; su figura, fraternidad; su

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amplia sonrisa, humildad y disposición para lostrabajos más humildes. Fue un religioso sencillo,austero, de poca palabra, y muy devoto de laEucaristía y de la Virgen de los Dolores.

Del beato Bernardino de Andújar cabe decirque era de carácter tranquilo, reposado, piadoso ypacífico; y, de un espíritu muy proclive al silencio,al trabajo reposado y a la oración. Desde sus añosjuveniles manifestó una especial devoción a la Eu-caristía, a la Virgen de los Dolores y al PatriarcaSan Francisco, la que manifestaba bien a las cla-ras en sus largos años desempeñando el oficio desacristán.

Físicamente era bajito, llenito de carnes, decarácter apacible y acogedor, de temperamentosanguíneo y con su gracejo andaluz, no exento dela natural gracia de las gentes del sur. Era la ima-gen del franciscano más orondo que, doquiera seencontraba, era portador de paz y bien y hacíafácil la convivencia y fraternidad conventuales.

De todos modos el testimonio más elocuenteque nos han brindado Laureano, Bernardino yBenito, fue sin duda el de su martirio. Su vidasencilla, clara, trasparente, fue rubricada con elderramamiento de su sangre. Este es el sello máselocuente con que la persona humana puederematar su fe y sus días terrenales.

Don Miguel Quesada así les ha recogido yrepartido por el cuadro. Como fueron en vida: sen-cillos, amantes, piadosos y siempre muy herma-nos y amigonianos.

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Aseguraba Ortega que cualquier cosa sevuelve interesante en cuanto la miramosdespacio, en cuanto la meditamos. Y así

es. A medida que voy observando el cuadro, hastalos rasgos más nimios del mismo se me vuelvenfascinantes. Me acrecientan el amor hacia mishermanos. Les valoro más. Tal vez tuviera razónVíctor Hugo cuando escribía que uno vale más sisabe que le miran.

De todos modos, ¡cuánto se acrecentaría la fra-ternidad si valorásemos a los presentes como valo-ramos a los que ya se han ido! ¡Cuánto ganaría lafraternidad si mirásemos a los hermanos terrena-les con el amor con el que tratamos a los santosdel cielo! La dificultad tal vez estribe en que lossantos han resultado siempre más molestos envida que luego, a conclusión de la misma, por unaparte. Y por otra, porque gozan ya del Señor Jesúsallá lejos, muy lejos, en un cielo infinito de infini-tos colores y tonalidades. Esto les da un mayoratractivo y les hace más dignos de nuestro amor.Sea como fuere, lo cierto es que de tanto contem-plar a mis hermanos en el cuadro de Miguel

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19. TRES DE MADRID

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Quesada he logrado cada vez quererlos más yamarlos más.

De Domingo hablé ya en una de las meditacio-nes precedentes. Es el cantor del apostolado conlos jóvenes extraviados. Es el artista de la propiamisión. Timoteo y Crescencio son los currantes dela misma, es decir, simples zagales del BuenPastor. Los tres sufrieron martirio en los alrededo-res de Madrid. Allí, en la capital de España, ejercí-an su apostolado. Y allí, en la capital de España,los tres siguieron parecido camino martirial.

Domingo fue apresado juntamente con su amigo,el abogado Francisco Pastor, en casa de éste.Ambos fueron llevados a la Dirección General deSeguridad, es decir, el Comité Provincial de Investi-gación Pública, situada entonces en el Círculo deBellas Artes, en la calle Alcalá 40, en el que –segúnAgustín de Foxá– “funciona la gran checa roja”.

Crescencio, por su parte, fue detenido mientrascaminaba por la calle de La Montera. Se encontra-ba solo e indocumentado. Él mismo exigió –¡quégran error!– que lo condujeran a la DirecciónGeneral de Seguridad, todavía situada entoncesen los bajos del Palacete de Bellas Artes.

A Timoteo, en cambio, lo detuvieron en casa desu hermano Roberto. Lo llevaron primero a lacheca de Alberto Lista 65, y luego a la de Fomento9. A esta última, en las fechas de que tratamos,había sido ya trasladada la Dirección General deSeguridad, mejor dicho, Comité Provincial deInvestigación Pública.

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Precisar hoy mayores pormenores, y más cui-dados detalles, sobre los últimos momentos denuestros tres mártires es prácticamente imposi-ble. Lo que sí es cierto, según escribe TorcuatoLuca de Tena en sus Memorias, es que Rafael“Alberti formó parte de los tribunales populares enla checa de intelectuales establecida en el Palaciode Bellas Artes de Madrid, que mandó al paredóna tanta gente”. De esta “cheka de intelectuales ins-talada en Bellas Artes, donde dictaba las senten-cias de muerte el dulce poeta Rafael Alberti”,seguramente que el vate gaditano hubiera podidoaportar mayores detalles y más precisas indicacio-nes sobre los últimos momentos de los mártiresamigonianos.

Durante las fechas en que fueron sacrificadoslos terciarios capuchinos –según escribió tambiénTorcuato Luca de Tena– “Santiago Carrillo era elencargado de seleccionar los presos que habían detrocar la cárcel por el paredón”. Seguramente quetambién él, si le acompañara algo más una memo-ria excesivamente lábil, pudiera aportar tambiénmayores detalles e indicaciones más precisassobre el martirio de mis tres hermanos.

Evidentemente, como me aseguraba el padreJosé Lozano, los religiosos y sacerdotes que éra-mos juzgados y encarcelados todavía albergába-mos alguna esperanza de poder seguir viviendo.Quienes pasaban por Bellas Artes o Fomento, esdecir, por la Dirección General de Seguridad, notenían ninguna. Los mártires amigonianos que

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tuvieron la desgracia de pasar por los Tribunalesde Inspección Pública así lo prueban.

Pero volvamos al cuadro, objeto de nuestrasreflexiones. Contemplemos una vez más el lienzo.Domingo y Timoteo ocupan respectivamente losextremos de la primera fila. Con Valentín, Bienve-nido y Vicente constituyen los abanderados de lamisión específica. Crescencio, en cambio, es elmártir joven y animoso situado en tercera fila,junto a la cruz. Los tres transcurren largas jorna-das con sus chicos en la Escuela de Reforma deSanta Rita de Madrid. “Con ellos conviven, comoindica el P. Domingo María de Alboraya, con elloscomen y de la misma olla, con ellos trabajan y conellos se solazan tomando parte en sus mismosjuegos… y velan por turno su sueño”.

Domingo, Timoteo y Crescencio, tres de losmártires de Madrid, siguieron un mismo itinerariocamino del martirio. Ejercían la misión específicaen la misma Escuela de Reforma de Santa Rita, enMadrid, y servían con un mismo carácter y estiloalegre, desenfadado y festivo a los alumnos.

Los niños de las escuelas de reforma suelentener escasa memoria de los hechos pasados y dela trascendencia de sus acciones. No guardan ren-cor. Tampoco tiene una clara perspectiva del futu-ro. Esto les hace vivir solo, y casi solo, delpresente. Seguramente que es esta realidad la queles hace ser presas fáciles para la caída, a la vezque les suele facilitar una más fácil recuperación.Con lo poco que tienen viven felices en su ambien-te. Son felices en su medio. Y un poco de seguri-

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dad en el centro, un poco de comprensión haciasu situación, y otro poco de cariño por parte deprofesores y encargados hacia ellos y sus familias,les hace sentirse felices y les vuelve sumamenteagradecidos. Las numerosas cartas de gratitud deantiguos alumnos a sus educadores así lo corro-boran, o al menos así parecen corroborarlo.

El padre Domingo conocía perfectamente lasicología de sus muchachos de reforma. Y por esoescribe: “Desde el momento que ingresa el corri-gendo, y mientras permanece en el Establecimien-to, es objeto de cuantas atenciones necesita ynunca se le escatima el cariño”. “A los niños se lesama y quiere, pero siempre noble y dignamente,ordenando todo este amor y sus solicitudes a lareforma del alumno y para su provecho. De aquíque no haya nunca tirantez de relación entreReligiosos y alumnos, y éstos gocen de esa tran-quilidad y alegría tan provechosas para adelantaren su recta formación”.

Cariño, tranquilidad, alegría… tres notas im-prescindibles de la pedagogía amigoniana y dequienes ejercen su ministerio en la recuperaciónde la juventud extraviada, entre los cuales losmártires Domingo, Timoteo y Crescencio.

Pero, volvamos una vez más al cuadro. Contem-plemos ahora al mártir Timoteo Valero. Salió depequeñín de su pueblo. Un pueblo, como hecho asu medida, pequeñín también. Y vino a morir en elgran Madrid. Pero en el anonimato más completo.Para pasar todavía más desapercibido fue enterra-do en fosa común. Bueno, que prácticamente ni

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casi vivió. Que no existió, a no ser para sus ami-gos. ¡Menos mal que un discípulo suyo nos hadejado de él este retrato!: “De Timoteo Valero Pérezyo destacaría la obediencia, el cumplimiento de sumisión sacerdotal y su fe”. Sino ni lo conocemos.

Tanto que sus biógrafos le hemos tenido quecortar un traje de beatificación casi a ojo de buencubero. De ahí las dificultades para la beatifica-ción de uno prácticamente desconocido: la de cor-tarle un traje de fiesta. De todos modos todavíapude preguntar a un religioso, amigo suyo y mío,es decir, amigo de entrambos, quien me confesóque el padre Timoteo era guapo y de aspecto agra-dable. Carácter alegre, jovial y bromista. Realizóuna gran labor con la juventud, sobre la que teníaun especial ascendiente. Fiel cumplidor de susdeberes religiosos.

Eso sí, en la foto ha salido con la belleza de susapenas veinte años, pero un tantico serio para elcarácter que, según dicen, tenía el padre Timoteo.Claro que, por lo visto, mi amigo, el pintor MiguelQuesada, le estiró demasiado las carrilleras. Talvez pensó que no estaba bien que un santo lucie-ra tan sonriente en la foto de grupo. ¡Váyate porDios, hombre!

Volvamos finalmente al cuadro para observar alpadre Crescencio.

En alguna ocasión escribí que había nacido enel pueblecillo turolense de Celadas. Los celadinosenseguida se me echaron encima diciéndome queCeladas es un pueblo grande. Corrijo, grande sí,

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pero en provincia en que los pueblos son pequeñi-tos. De todos modos ¡Sea por el amor de Dios!,como decíamos antes cuando nos corregían algu-na errata de lectura. Que los celadinos segura-mente tienen razón.

Tampoco los biógrafos son amplios a la hora deseñalar los trazos más sobresalientes de la perso-nalidad del padre Cresencio. Un discípulo suyo, yprofesor mío, nos ha dejado el siguiente perfil bio-gráfico: “notas destacadas de su carácter fueron lasimpatía, la alegría, el agrado, la entrega total alos jóvenes y el interés por conocer todos los avan-ces de la psicología y pedagogía para el tratamien-to de los alumnos desadaptados. El talanteeducador lo basó el padre Crescencio en la liber-tad, la confianza y la amistad”.

Y hasta aquí llegó la reflexión por hoy.

Los antiguos monjes tenían la diaria meditaciónmatutina dividida en tres partes: lectio, meditatio ycontemplatio. Es decir, lectura, meditación, con-templación. Si la lectura, caro lector, te ha llevadohasta aquí, has andado ya la primera parte. Y tehas colocado frente a la segunda y tercera. Hashecho ya una buena jornada de camino. Confío note extravíes en lo que queda por andar. Y ahora sí,pido disculpas, hago mutis por el foro y, hoy porhoy, me retiro. Voy de mi corazón a mis asuntos,como diría Miguel Hernández.

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21 de septiembre. Día de San Mateo.Comienzo del otoño que, en Valencia, esdelicioso por demás. No hace ya calor, la

verdad. Claro que estamos en las primeras horasde la mañana. Tomo asiento en mi estudio. Y,como de costumbre, alzo la mirada al cuadro delos Mártires de la Familia Amigoniana. Y musitouna plegaria a mis ángeles de la guarda. Son ellosmis ángeles de la guarda, qué duda cabe. Ycomienzo.

Recuerdo que escribí ayer que un poco de cari-ño por parte de profesores y encargados hacia losniños de reforma y sus familias les hace sentirsefelices y les vuelve sumamente agradecidos.

–¿De verdad?

–De verdad. Yo al menos así lo pienso. Así locreo. Y así lo digo en mi anterior meditación. Y tales así que la presente reflexión matutina muy bienpudiera titularse León, Bienvenido y Francisco ó eldrama del amor y la gratitud.

–¿Y cómo puede ser eso?

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20. DEL AMOR Y LAGRATITUD

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–Muy fácil. Mire usted. En los primeros días dela persecución religiosa de 1936 fue disuelta lafraternidad de la Escuela de Reforma de SantaRita, de Madrid. Los religiosos fueron expulsadosde la institución. Pero hallaron piadosa acogida enlas casas de sus alumnos. En el capítulo anteriorlo vimos. Éstos ofrecieron refugio a sus maestroscomo deber de gratitud. Las difíciles circunstan-cias de la persecución les dieron la oportunidad demostrarse agradecidos. Y a fe que lo fueron.

–Me llamaron por teléfono:

–¿Quiere tener en su casa al padre Domingo?

–Sí, con mucho gusto, les contesté.

Y enseguida me lo trajeron.

El padre Domingo de Alboraya se cobijó en casade su alumno Francisco Pastor. Juntos fueronapresados y juntos también arriesgaron sus vidasen Bellas Artes, si bien con resultado bien diverso,por cierto.

–¿Aceptaría alojar en su casa tres jóvenes reli-giosos para que no se pierdan esas vocaciones?,pregunta el padre León.

–Sin inconveniente de ninguna clase. Con la mejorvoluntad, le contestó don Edelmiro Felíu. Y conidéntica mejor voluntad aceptaría posteriormentealojar, en lugar de dichos tres jóvenes prometidos,a los padres León, Bienvenido y Francisco. Así fue.Hallaron piadosa protección en casa del alumnoEdelmiro Felíu en Fernández de la Hoz, 5. El padreBienvenido nunca llegaría al refugio prometido.

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Al atardecer del día 2 de agosto el padre Fran-cisco Tomás llamó al alcalde de Carabanchel, inte-resándose por su superior.

–Usted me aseguró que al padre Bienvenido nole pasaría nada. ¿Dónde está? Dígamelo.

–No lo sé. Le aseguro que no lo sé.

–¡No es cierto! ¡No es cierto! Voy a ir ahí inmedia-tamente y le voy a exigir que me diga qué es lo queha pasado.

–No venga, por Dios, no venga. Sería una locura.Yo no sé nada.

El padre Francisco colgó el teléfono. Pero a lamañana siguiente bien temprano se marchó aCarabanchel Bajo. El padre Francisco Tomás, enun acto supremo de amor y gratitud hacia susuperior, marchó en su busca. Pero no retornó.

Y fue fusilado. Y fue mártir. Pero más que unmártir de la fe, lo fue de amor y gratitud hacia suamado padre Bienvenido, a quien él no podíaabandonar.

¡Ay!, se me olvidaba. Don Edelmiro Felíu, luegode una fogosa defensa del padre León de Alaquásdurante varias horas, ante los milicianos, fue mar-tirizado con el padre. Fue martirizado simplemen-te por haberlo recibido en su casa. Por lo mismosu señora, María Cruz Gutiérrez, fue llevada treceveces ante el pelotón de ejecución. La última deellas le pregunta el juez:

–Y, a usted, ¿de qué se le acusa?

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–De nada grave, que yo sepa.

–Pues váyase a su casa. Y a su casa volvió. Asísalvó la vida.

Luego, doña María Cruz Gutiérrez, antes detrasladar los restos mortales de su esposo delcementerio de Fuencarral a la Sacramental de SanJusto, durante años acude a limpiar la tumba desu marido, y del otro cadáver, a los que ponía flo-res. El amor a su esposo, y la gratitud hacia elprofesor de su hijo, le llevó a ser mártir en vida yagradecida hasta su muerte.

Levanto mi vista de las cuartillas. Una vez másobservo despaciosamente el cuadro. Y observo queotros varios de los mártires fueron arrancados dela morada de sus bienhechores para conducirlesal martirio. La gratitud de aquellos reclama grati-tud por parte nuestra. A quienes estaremos eter-namente agradecidos.

Durante la persecución religiosa fueron mu-chos los religiosos acogidos por familias particula-res. Muchos de ellos deben a sus benefactores elhaber salvado la propia vida. Los religiosos hanmostrado a sus bienhechores profunda gratitud,traducida en amistad, hasta su muerte y aún des-pués de ella. Se han profesado mutuo amor porsiempre.

Indudablemente es en los momentos de perse-cución, cuando corre peligro la propia vida, cuan-do se entretejen los vínculos de amistad mayores ymás duraderos. Luego se traducen en gratitud.Dice un autor que agradecer es un acto creativo,

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que crea una relación de benevolencia. Dice que loque propiamente se agradece no es tanto el donrecibido cuanto el amor dispensado. Dice que lagratitud presupone la existencia de alguien que nosólo da sino que se da.

–No sólo da sino que se da.

–El padre Francisco Tomás, Edelmiro Feliu,María Cruz Gutiérrez,… no sólo dieron refugio,sino que se dieron en persona, que ofrecieron susvidas, es decir, que ofrecieron todo lo que tenían.

En mis frecuentes meditaciones del cuadro hellegado a pensar que quienes entregan sus propiasvidas manifiestan un amor superior incluso alamor maternal, pues mayor es la tensión por per-manecer en vida que por transmitirla. Por lodemás así parece confirmarlo el Señor cuandoasegura que nadie tiene amor más grande quequien da su vida por sus amigos.

Los avatares de la guerra hicieron a profesoresy alumnos de Santa Rita dramáticamente solida-rios. El amable apego a la vida une a los huma-nos, hace a los hombres hermanos. A talesextremos les llevó la gratitud.

Un pañuelo, grabado con las iniciales P.L. ycinco cuentas de rosario, fue lo que delató alpadre León como religioso. Este fue el cuerpo deldelito. Y éste fue el motivo de su condena. Cuandoel padre León partía de casa de sus bienhechorespara el martirio, la señora de la casa, doña MaríaCruz Gutiérrez en funciones de improvisada Veró-nica, intenta darle un pañuelo limpio:

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–Tome este pañuelo.

A lo que un bestia de aquellos –según ella escri-bió– le contesta:

–No te preocupes. No le va a hacer falta.

Efectivamente. No le iba a hacer falta. No lehizo falta. Tampoco al Mártir del Calvario le hacíafalta el pañuelo de la Verónica. Pero el Señor dejóimpreso en él su rostro. Fue un acto de gratitudde parte del Señor. Por mi parte yo deseo dejarconstancia del hecho como mi mejor acto de grati-tud a la familia Feliu Gutiérrez, tan perseguida yen tan difíciles circunstancias.

Cuando en los días dolorosos de la IIª Repúbli-ca las Hnas. Terciarias Capuchinas hubieron deabandonar el convento de Masamagrell, variasnovicias hallaron piadosa acogida en Rafelbunyol,en la familia Fenollosa Alcaina. A pesar de serpobres labriegos, a ratos jornaleros, y tener quealimentar una numerosa familia, no dudaron enrecoger en su humilde morada a las religiosas. Porello tres miembros de la familia sufrirían martirio.A dicha familia asimismo también deseo manifes-tar mi eterna gratitud.

¡Ay!, ¡que me estoy yendo del tema!

Levanto mi vista nuevamente al cuadro. Lo con-templo una vez más, lenta, despaciosamente, yabandono el estudio. De todos modos no me cabela menor duda de que, más que una meditaciónsobre el cuadro, la presente es un amable elogiodel amor y de la gratitud.

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El cuadro Mártires de la Familia Amigonianaes la encarnación del ideal inmediato y con-creto. Cada uno de mis hermanos y herma-

nas representan un ideal próximo y cercano, comosolidificado. Su común anhelo vital se ha concreti-zado en una sencilla cruz y unas palmas. Mejor,sólo en la cruz, de la que las palmas constituyenuna simple aproximación. Es una mera apoyaturaexterna y constituye el fondo del cuadro.

Decía Ortega que hemos recibido una culturaenferma de presbicia, una cultura que sólo percibelo distante. La Humanidad, la Internacionalidad, laCiencia, la Justicia, la Sociedad, son los valoresque se nos proponen. En tiempos de Ortega la afir-mación pudiera ser verdadera. Hoy, en la era de losordenadores, no lo creo así.

El cuadro Mártires de la Familia Amigoniana esuna buena prueba de ello. Representa un idealconcreto. Es un canto a los ideales de proximidady evidencia, a la inmediatez. La palma del martirioy la cruz son la síntesis de la vida teologal. Es la fey es el amor. Es la esperanza cristiana. Así de sen-cillo, concreto y preciso.

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21. BIENVENIDO SEAS,HIJO MÍO

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De todos modos una de las figuras que mayor-mente nos contagia ese ideal próximo, inmediato yevidente es Bienvenido María de Dos Hermanas.Su persona siempre trasmite a los hermanosseguridad, solidez, ponderación. Es decir, autori-dad en el sentido etimológico del vocablo. De auc-toritas, no de imperium.

En el lienzo el artista nos ha colocado al beatoBienvenido en el punto más cercano a la cruz. Loha situado junto a la cruz. ¿Por qué será que es lacruz siempre el punto de referencia? Bienvenido esel que mantiene la palma del martirio con las dosmanos. De él aseguran sus mejores biógrafos quehubiera sido un buen general –que lo fue–, no yasólo para quinientos frailes, sino para cinco mil.

Yo, la verdad, no lo puedo remediar. Oír hablarde Bienvenido María de Dos Hermanas y acudir ami mente la amable figura de Buenaventura deBañorea es todo uno. Naturalmente, con las debi-das proporciones y distancias, con las salvedadesde tiempo, formación y relieve eclesial. Puesambos fueron predestinados, en cierta manera yadesde la infancia, por la Providencia Divina.Ambos, andando el tiempo, profesarían la Regla yVida Franciscanas. Ambos serían elegidos minis-tros generales y, ambos también, elevados alhonor de los altares. Y ambos proporcionaríansolidez al instituto, que gobernaron desde lacúpula de la orden, y formación científica y religio-sa a sus hermanos en religión.

Se ha dicho que Juan de Fidanza –así se llama-ba Buenaventura– en su niñez estuvo gravemente

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enfermo. Y que la atribulada madre lo encomendóy consagró a Francisco de Asís. Recuperada mila-grosamente la salud, a su ingreso en la OrdenFranciscana, Juan recibirá el nombre de Buena-ventura de Bañorea. Era la premonición y deseode que llegaría a ser algo grande en la orden. Erael preanuncio de lo que había de ser su vida en lofuturo. Y Buenaventura hizo honor al nombre quese le impuso en religión.

Por su parte el joven José de Miguel Arahal, alser presentado para su ingreso al noviciado al fun-dador, Venerable Luis Amigó, éste lo recibe conestas palabras: Bienvenido seas, hijo mío. Y Bien-venido será en lo sucesivo su nombre de religión.Era una constatación de lo que ya prometía ser. Ycon Bienvenido María de Dos Hermanas pasará ala historia, y también al Martirologio Romano.

Pero, observemos una vez más el cuadro. Trate-mos de encontrar al beato Bienvenido. Veamos suactitud y posición en el lienzo. Con el tiempo, omás bien en un corto período de tiempo, lograráescalar los primeros puestos del Instituto. Acce-derá a la cúpula del mismo, desde la que le dirigi-rá como superior general. También Buenaventurade Bañorea desde la cúpula de la Orden gober-nará a los Hermanos Menores.

Durante su generalato el beato Bienvenido po-tencia la instrucción en los centros de formación,e impulsa la formación científica de los religiosospara el ejercicio de su ministerio apostólico. Pro-grama semanas pedagógicas, reuniones de educa-dores y proyecta viajes de estudios por Europa.

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Buenaventura de Bañorea, por su parte, dedicaocho años a la formación de sus hermanos. Im-parte clases en el estudio general de París. A con-tinuación accede a la cúpula de la Orden. Y sigueenviando hermanos al Estudio General de París.Pero deja bien claro a los Hermanos Ministros que“si envían alguno que fuere notoriamente indigno,los consejeros que informaron mal deberán sercastigados, durante tres días, a un riguroso ayunode pan y agua”. Por otra parte insistía el santo enla necesidad de la disciplina para la formación.Aseguraba que dum disciplina neglígitur, insolen-tiae crescunt, es decir, donde se deja de lado ladisciplina, el mundo se torno insolente.

Durante los viajes de formación pedagógica porEuropa, los hermanos supieron aprovechar bien eltiempo. Y, a su vuelta, rindieron cuentas detalla-damente por escrito de lo apreciado en las diver-sas instituciones. Luego se dedicarían a aplicar ensus Escuelas de Reforma lo aprendido en lasdiversas instituciones. Supieron aprovechar losviajes de estudios para formarse muy bien. Desdeluego lo que sí es seguro es que no hay constanciade que a consejero alguno se le aplicase el durocorrectivo de que habla san Buenaventura.

Por otro lado el beato Bienvenido, hombre rectoy de una sola pieza, gozaba del don de la autori-dad en el sentido etimológico de la palabra. Lahabía recibido como don, y no por imperativo desu elección para el cargo de superior general. Y laaplicaba para la formación religiosa y científica delos religiosos.

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Estudio General de París, disciplina, formaciónpedagógica,… son otras tantas formas de que sevalió san Buenaventura para cimentar y organizarla Orden de Menores que sufría de falta de siste-matización y estructuración científica y religiosa.De tal manera lo consiguió que se le llega a consi-derar como organizador de la Orden y su segundoFundador.

Reuniones de educadores, viajes de estudios,disciplina, formación religiosa y pedagógica que elbeato Bienvenido María de dos Hermanas progra-ma entre sus prioridades para dotar de mayorsolidez y cimiento al Instituto.

Por eso, en su discurso a la segunda conferenciapedagógica, en noviembre de 1930 en Madrid,decía: “En estas reuniones no hacemos sino poneren práctica los consejos de Su Santidad. Nos con-gregamos para perfeccionarnos, con celo y cons-tancia, en la que san Gregorio Nacianceno llamaarte de las artes y ciencias de las ciencias, de regiry formar la juventud. Es, además, necesario vigilarla educación del joven, blando como la cera paradoblegarse al vicio”, según el sentir de Horacio.

Pero volvamos otra vez la vista al cuadro. Pene-tremos en él. Internémonos por entre ese bosquede hábitos franciscanos hasta llegar al beatoBienvenido. Le encontramos vestido con su santohábito. Lleva el corazón traspasado por siete es-padas. Y abraza la palma del martirio. Así fuesiempre: hombre religioso, piadoso, mortificado,sacrificado. Nunca se quitó el hábito, ni siquiera

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en los días difíciles de persecución de la Repúblicay de la Guerra Civil.

San Buenaventura falleció en el Concilio deLyón, al que acudió como representante del Papa.Murió con el hábito franciscano. Bienvenido murióen Madrid, pero murió con el hábito puesto. Varónsacrificado, no se ahorró sacrificio alguno con talde hacer más llevadera la vida religiosa de sushermanos. Como hombre íntegro, de una solapieza, plenamente identificado con la Obra deMenores, de porte religioso y piadoso siempre, yque nunca se despojó de su hábito. Así lo recoge elcuadro. Y su amable figura así ha quedado y per-manece entre sus hermanos de religión.

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Aalguien –no sé a quién– se le ocurrió decirque las vocaciones religiosas y sacerdota-les, como los hongos, nacen en grupos y se

multiplican en terreno bien abonado, con abun-dancia de luz y calor. Algo así parece ser que ocu-rrió en los comienzos fundacionales de laCongregación de Terciarios Capuchinos en tornoal convento alcantarino de Nuestra Señora deMonte Sión, de Torrente, Valencia. En derredor delconvento, y a lo largo de años y aún siglos, se fueformando una especie de mantillo o microclimaespiritual en el que brotaron numerosas vocacio-nes a la vida sacerdotal y religiosa. Muchas deellas alcanzarán la santidad por vía del martirio.Seis hijos del pueblo, y la antoniana CarmenGarcía Moyon, son buena prueba de ello.

Pero veamos una vez más el cuadro. Cami-nemos hacia el delicioso convento de las cúpulasazules y de los verdes cipreses. Acerquémonos a sufachada principal, blanca, enjalbegada, orientadaal sol del mediodía. Ingresemos por su puerta prin-cipal. Pasemos, con permiso de los frailes, al claus-tro conventual. Rememoremos hechos.

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22. LOS DE TORRENTE

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El convento de Monte Sión fue levantado por losfranciscanos alcantarinos a finales del siglo XVI.Lo edificaron sobre la parte alta del casco urbano.Y fue consagrado en 1605. Durante bastante másde dos siglos floreció en él la vida religiosa. Losfranciscanos, por medio de la Orden Tercera, cre-aron en torno al monasterio y en sus claustros unclima de franciscana espiritualidad. En el conven-to se gozaron días de relativa calma y estabilidad.Esto posibilitó la forja de grandes personalidades.Y atrajo asimismo numerosas vocaciones religio-sas a la vida conventual.

Con la exclaustración de 1837 en el convento,como en tantos otros núcleos de espiritualidad, sefue agostando la vida claustral, y el monasterioterminó dedicado a fines sociales. Pero, mediantela Orden Tercera, todavía se pudo mantener elrescoldo espiritual durante cinco largas décadas.

Al llegar los terciarios capuchinos en 1889, yocupar nuevamente el convento, nuevo aire frescoremovió el rescoldo y descubrió las ascuas, toda-vía vivas, de la espiritualidad del Serafín de Asís.Muy pronto se instaló en él la Real Pía Unión desan Antonio de Padua. Nuevamente se abrió elconvento a la juventud del barrio. Se hicieronescuelas y, andando el tiempo, el seminario seráfi-co en el que se formó una buena remesa de losMártires Amigonianos. El convento, las tardes dedomingo, nuevamente pululaba de gentes de todaclase que paseaba por la plazoleta del Calvario,entraba en el claustro donde se detenía a leer losdeliciosos tercetos religiosos, o se acomodaba en

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la recogida iglesia conventual para el rezo de lasvísperas.

Acerquémonos nuevamente al cuadro. Veamosahora el grupo de amigonianos. Observemos unmomento su estameña franciscana. Penetremospor entre el cortejo. Hagamos ademán de cruzar endirección al convento, a la fachada principal.Podemos observar que en cuadro hay seis hijos deTorrente. Esta pequeña muestra me permite imagi-nar a tantos otros religiosos y seglares que, entorno al convento, bebieron la misma espirituali-dad, pertenecieron a la Orden Tercera o a la PíaUnión de san Antonio de Padua, y sufrieron el mis-mo martirio. ¡Cuánto lamento que no hayan sidoagraciados con el mismo honor de los altares!

Las vocaciones, como los hongos, nacen agru-padas y se multiplican en terreno bien abonado,con abundancia de luz y calor. Y es verdad. Enderredor del convento se ha desarrollado una pro-funda espiritualidad franciscana. De los 52 asesi-nados en la ciudad de Torrente en la persecuciónreligiosa de 1936-1939, pertenecían a la Real PíaUnión de San Antonio nada menos que 26 deellos, de los que seis sacerdotes y religiosos, asícomo también Carmen García Moyon, han sido yaoficialmente proclamados beatos.

“Y entramos en 1936 –así lo dice una vieja cró-nica del convento– y la Pía Unión sigue su cursonormal en la catequesis muy concurrida, escuelasnocturnas, las representaciones teatrales muyconcurridas de público y las misas de comuniónmensuales con gran asistencia de niños y jóvenes,

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llegando muchas veces a los cuatrocientos los quese acercaban al comulgatorio”.

Pero centremos una vez más nuestra atenciónen el cuadro. Crucemos el calvario, con sus casa-licios de pobre mampostería. Lleguémonos hastala cancela. Pero, por esta vez, no podremos entrar.Renunciamos a entrar. El recoleto convento alcan-tarino ha sido derruido. Alguien compró la made-ra de sus techumbres. Ha sido derruido hasta suscimientos. Ha sido convertido en solar. Donde élse levantaba, modesto pero simpático, discurrehoy una amplia avenida. A su vera ha sido levan-tado el nuevo complejo conventual.

Concluida la guerra los sobrevivientes de laReal Pía Unión de San Antonio, del convento deMonte Sión, y familiares de las víctimas, se dieronal reconocimiento de los cadáveres de sus asocia-dos. Y el 5 de noviembre de 1939, luego de unaemotiva celebración litúrgica, se les dio cristianasepultura en la cripta de la iglesia arciprestal deNuestra Señora de la Asunción, de Torrente.

En seguida los Antonianos se dieron a la res-tauración y reconstrucción de la iglesia del con-vento, así como de las celdas conventuales.Voluntaria y gratuitamente prestaron sus aperosde labranza, así como también sobre todo sus per-sonas, para levantar su querido convento. Almodo de nuevos Franciscos de Asís para la res-tauración de San Damián, “quien me diere unapiedra, recibirá una bendición; quien me dieredos, dos bendiciones tendrá; quien me diere tres,otras tantas recibirá”, los buenos torrentinos con-

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siguieron levantar nuevamente el convento. Ensus comienzos pobre, sobrio y franciscano, comolo fue el primero. Con el tiempo amplio y espléndi-do, como lo es el actual. En él, y torno a NuestraSeñora de Monte Sión, se avivó de nuevo la cate-quesis, las funciones litúrgicas se fueron haciendosolemnes, el teatro hogar recobró vida nueva, losdeportes, escuelas nocturnas, peregrinaciones…

Durante muchos años han mantenido la fe enel reconocimiento de sus mártires. Ya han sidoelevados al honor de los altares seis miembros,entre ellos Fray Recaredo María de Torrente,director en varias ocasiones de la Asociación, yCarmen García Moyon, vocal del grupo, así comotambién de la Asociación de las Margaritas. ¡Cómohubiéramos gozados todos si se hubiese promovi-do la beatificación de los 26 antonianos!

Veamos una vez más en el cuadro. Entremosmentalmente en la iglesia del nuevo convento. Su-bamos al camarín de la Virgen de Monte Sión. Enél se ha adecentado una bella capilla, denominadaCapilla de los Mártires. En ella reposan los restosmortales de los Mártires de la Familia Amigonianaque hasta hoy ha sido posible recuperar.

En la Capilla de los Mártires se reúne mensual-mente la Real Pía Unión de San Antonio para forta-lecer su espíritu con el testimonio de fe, fidelidad yfortaleza de quienes entregaron su vida por la fe ylos ideales que profesaron.

El Venerable P. Luis Amigó, presidente honora-rio de la Real Pía Unión de San Antonio de Padua,

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dejó escrito en Apuntes sobre mi vida: “Salió laComunidad de la Cartuja del Puig, para posesio-narse del convento de Torrente, acompañándolesyo, el día 31 de octubre del mismo año 1889, yfuimos recibidos por el pueblo con grandesdemostraciones de afecto y regocijo, del que entodo tiempo ha dado inequívocas pruebas aquellapoblación, a la que estaremos eternamente agra-decidos”.

Afecto y regocijo, por parte del pueblo. Gratitudeterna, por parte de los religiosos. Simbiosis queha durado por más de un siglo y que no dudo,como manifestaba Luis Amigó, será eterna. Elnuevo complejo conventual se levanta, no ya sobreantiguos cimientos conventuales, sino sobre lasangre y reliquias de los Mártires, que en el anti-guo convento se formaron, y luego pasaron a serpiedras vivas del nuevo.

La Capilla de los Mártires es centro y altar ma-yor del nuevo complejo conventual y Alma Materde la vida religiosa del centro. Los mártires –eleve-mos nuevamente nuestra mirada al lienzo– mode-los de identidad e identificación; símbolos de fe,fidelidad y fortaleza; estímulos de vida espiritual yejemplos vivientes puestos por Dios sobre el alto-zano de Monte Sión para prestar, al convento y ala ciudad, nueva luz y calor.

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Morir nunca es agradable. Morir sola, como mueren los mártires,todavía menos.

Pero morir a los 35 años, apenas la edad deCristo, lo es mucho menos aún, aunque luego sufigura e imagen dé bien en los cuadros. Es la edaden que murió Francisca J. de Rafelbuñol.

“El que muere, rico o pobre, siempre está soloaunque vayan los demás a verlo. La vida es así yDios que la ha hecho sobre el por qué”, decíamosén Millán en Réquiem por un campesino espa-ñol. Pero si quien muere ha sido condenada a salirde este mundo al amanecer, la soledad aún esmayor. Y si quien muere ha sido condenada amorir a la medianoche, con cinco inculpados más,el dolor debe de ser inmenso, la soledad espanto-sa, y la muerte, un sinsentido.

Así murió Francisca J. de Rafelbuñol, comodigo, antes de llegar a ser de día, el 28 de septiem-bre de 1936. Así murió una mártir. Así murió unasanta. Así murió la más joven de las religiosas. Laque parece tener vergüenza de aparecer, por la

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23. LA VIRGEN DELA HUERTA

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derecha, en el cuadro. La más bonita de todas. Lavirgen de la huerta levantina.

¡A los 35 años nadie quiere morir! ¡De ningunamanera es agradable morir!, por más que quienesaman los dioses, dicen, mueren jóvenes.

Yo me deleito en contemplar a Francisca, la vir-gen de la huerta. Viéndola en el cuadro, mi re-cuerdo y mi imaginación vuela hasta Rafelbuñol,delicioso pueblo de la huerta levantina, alineadosobre antigua calzada romana. Y mi imaginaciónvuela hasta la casa paterna, donde Franciscanació, vivió y salió para el martirio.

¡Cuántas veces he recorrido el camino, he pase-ado por el pueblo, me he detenido en la callemayor, frente al número 23, antes de llegarme a laparroquia de San Antonio Abad. La casita es sen-cilla, pobre, todavía enjalbegada de blanco, conirisaciones azulosas al primer sol de levante. Seconserva igual que la tarde de fiesta en que Fran-cisca, con su hermano el canónigo don José, y sutío don Juan Bautista, fundador del Patronato,partieron para el martirio. Al final de la calle sedivisa aún el Patronato, como testigo mudo ysigno fehaciente del martirio de su fundador.

Mientras contemplo el cuadro, siempre con laimaginación, paseo por el pueblo. Es un puebloedificado a cuadrícula sobre la huerta. Calles lar-gas y paralelas. Pueblo rico y muy piadoso.Todavía parece percibirse en él ese típico olor fran-ciscano. Eso olor que, durante luengos años, le havenido proporcionando el cercano convento capu-

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chino de La Magdalena. Pueblo, antes, rico envocaciones. En que floreció la Orden Tercera,como en ninguno otro de la huerta. Pueblo siem-pre muy cuidado humana, espiritual y religiosa-mente.

La casa en que nació Francisca, la casa de losFenollosa-Alcaina, era y sigue siéndolo hoy –seve–, una casa pobre pero, sobre todo, de francisca-na religiosidad. Los padres, ambos de la OrdenTercera, tuvieron doce vástagos, de los que dos deellos murieron en temprana edad, quedando almatrimonio cinco hijos y cinco hijas. La mayor,María; Francisca en religión.

En la familia, al volver el padre de las faenas delcampo, y luego de echar pienso a las caballerías,se recitaba el rosario en común, mientras doñaRosa estaba atenta a los pequeños y a la cena. Elpadre trabajaba las pocas fincas que poseía e ibade jornalero para otras haciendas. También lamadre hacía algún trabajo fuera, para ayudar asacar adelante la numerosa familia. ¡Eso sí! Teníatambién a su cargo el mantener limpia la iglesiaparroquial del pueblo.

Los domingos y fiestas de guardar, como decíaentonces el catecismo, doña Rosa vestía de limpiomarido e hijos y, en familia, cruzaban la callemayor y acudían a la misa de diez.

Contemplo el cuadro. Y en el cuadro, a María. Yrecuerdo que su madre doña Rosa siempre seopuso a que María ingresara en religión. Era sumejor ayuda en la atención a la familia. Hasta

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que, el cumplir sus 21 años, y llegar a la mayoríade edad, María ingresó en las Terciarias Capu-chinas de Masamagrell. Fue al atardecer del do-mingo tercero de octubre de 1921. La tarde lucíasus mejores galas del otoño de la huerta levantina.Doña Rosa, al fin, cedió gustosa a la decisión desu hija.

María pasó los primeros años de religiosa con lailusión y la rapidez con que se pasan los mejoresaños de la juventud. Era una religiosa sencilla, ale-gre, jovial y buena. Una morena simpática. Huma-na y religiosamente se formó muy bien. Según loscánones franciscanos. Se formó musicalmente.Tenía una voz preciosa. Y, entre las jovencitas, caíamuy bien.

Desempeñó su ministerio en las fraternidadesde Altura (Castellón), Meliana, Benaguacil y Masa-magrell, de la provincia de Valencia. La hermanaFrancisca J. de Rafelbuñol tenía una gran habili-dad. Mostraba verdadera vocación en la atención yeducación de las niñas internas. Servicial en lamesa y a cuanto fuese necesario acudir. Servíapara todo. Siempre contenta y afable. Era buenade veras.

Pero la felicidad nunca es completa en la casadel pobre. O, en todo caso, nunca es duradera. El14 de abril de 1931 se proclama la IIª República. Yen seguida comenzó la quema de conventos. Lasreligiosas de Masamagrell abandonaron el suyo. YFrancisca, con un grupito de novicias, halló cobijoen la casa paterna. En la mesa de todo terciariofranciscano siempre hay reservado un puesto para

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el peregrino que se acerca a su puerta. El matri-monio Fenollosa-Alcaina era maravilloso paraafrontar dificultades. Siempre el pobre, quesufriendo aprendió a obedecer, ayuda a hacersoportable el sufrimiento de los hermanos. Huboque alargar la mesa.

Pero María no se encontraba a gusto en la casapaterna. Tenía ansias de volver al convento. No sela veía contenta, como de ordinario. Por esta vez, alos pocos días, pudo retornar al convento con lasnovicias. Y el gozo volvió nuevamente a su espírituy a su rostro.

Pero, volvamos la vista al cuadro una vez más.Contemplemos a María en el lienzo. En su rostrose aprecia un gozo contenido. Es plenamente feliz.¿Lo sería en sus últimos momentos?

En la casa paterna, tanto María como su her-mano don José, diariamente acudían al local delSindicato para prestar los servicios que les pedíanlos milicianos. María se empleaba en limpiar,barrer, fregar, cocinar y volvía a comer a la casapaterna. El 27 de septiembre, que en condicionesnormales era la Virgen del Remedio, Patrona delpueblo, María había comido ya. Estaba fregandola vajilla.

Su tío don Juan Bautista y sus hermanos donJosé y Salvador, aún estaban de sobremesa.Entran unos milicianos –serían las cuatro de latarde– para avisarles que vuelvan al local delSindicato. Fueron encarcelados. Sobre la mesaredonda, un tapete verde con flecos. Sobre el tape-

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te quedó un encendedor de mecha gorda, y unapetaca. Fue su última comida. La casa quedó ensoledad.

Bien entrada ya la noche unos camiones y doscochecitos pasan raudos por el camino hondo; deabajo, dicen los huertanos. Los cuatro hermanospequeños, por un roto que tenía la madera de laventana, todavía pueden divisar cómo pasan sushermanos atados en los camiones y cochecitos. Elsacrificio sería frente a las tapias del cementeriode Gilet y de Sagunto casi al amanecer.

Morir nunca es agradable.

Morir sola, como mueren los héroes, todavíamenos.

Morir a los 35 años, apenas alcanzada la edadde Cristo, lo es mucho menos aún. Pero murióperdonando, como mueren los buenos, como mue-ren los mártires. No sé por qué pero, contemplan-do a Francisca en el cuadro, pienso que lahermana no sólo emitió sus votos de pobreza, cas-tidad y obediencia, virtudes por lo demás mera-mente humanas. Seguramente que tambiénprofesó las virtudes teologales de fe, esperanza ycaridad, características de todo fiel cristiano y reli-gioso. Pues, en el último momento de su vida, enel momento más solemne, fiel a la enseñanza deSan Pablo de creer sin límites, esperar sin límitesy amar sin límites, vivió la vida teologal de quien“todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todolo soporta”.

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Francisca J. de Rafelbuñol, la virgen de la huer-ta levantina, murió de frente. Y murió perdonan-do. Murió como mueren las heroínas, comomueren los buenos, como mueren los santos.

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Los tres forman el llamado grupo de Bena-guacil. Los tres hallaron piadoso refugio en dicho

pueblo.

Y, en los alrededores de la población, hallaronel martirio los tres. Fueron religiosos humildes,sencillos. El mismo pintor, en su intuición, les hasituado en el lugar más apropiado del cuadro. Elverles con su semblante humilde le ha llevado asituarles en los últimos lugares del lienzo. Cierranel cortejo. Fueron fieles a su vocación de zagalesdel Buen Pastor. Y fueron fieles a la llamada mar-tirial a que el Señor les eligió. Fueron fieles alEspíritu de Dios. Fueron mártires. Fueron santos.

–“¿Los humildes no tienen una misión?” pre-gunta Mitterrand a Jean Guitton en su libro MiTestamento Filosófico.

A lo que le responde el gran maestro:

–“Cada hombre tiene su misión, ya sea humil-de, ya sea gloriosa. El más grande no es el másalto, es el más fiel al Espíritu de Dios. Los ambi-ciosos vulgares han traicionado su humilde mi-

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24. JOSÉ, FLORENTÍN YURBANO

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sión y se han metido sin vocación en ideas degrandeza”.

Cierro el libro. Elevo la mirada al cuadro colga-do en mi despacho. Está frente a mi mesa de tra-bajo. Observo. Contemplo. Medito.

–¡Cuánta razón tiene el maestro Guitton! ¡Nohay nada tan peligroso como una idea amplia enun cerebro estrecho! ¡Cuántos, aspirando a minis-terios superiores a su propia capacidad, han ter-minado por desestabilizar todo a su alrededor! ¡Nifueron fieles ni comunicaron fidelidad! ¡Ni fueronapacibles, ni transmitieron serenidad! ¡Ni fueronfelices, ni contagiaron felicidad!

Los tres religiosos de que tratamos fueron dehumilde cuna. Vivieron la humildad franciscana.Fueron fieles a su vocación religiosa, es decir, a lavoluntad de Dios. Fueron felices. Alcanzaron lasantidad. Fueron santos.

Fray José Llosá era natural de Benaguacil,Valencia. Y se fue muy joven con los hijos espiri-tuales de Luis Amigó. Su buena mamá, Francisca,lo quería para sacerdote. Lo quería para retor,según decían en el pueblo. Y hasta las puertas delsacerdocio llegó el bueno de José. Pero no quiso ono se atrevió a cruzar el umbral presbiteral.

La mañana del 16 de septiembre de 1928 ama-neció tibia, como lo son todas las mañanas definales de verano en Valencia. Era día de fiesta. ElVenerable Padre Luis Amigó había acudido presu-roso a Godella. Iba a otorgar el orden sacerdotal a

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algunos de sus hijos espirituales. En el reloj de laiglesia daban las diez. Era la hora fijada paracomenzar la ceremonia. Las familias de los orde-nandos ocupaban ya los primeros bancos de laiglesia conventual. Vestían de limpio. Vestían defiesta. Pero José Llosá no acude a la llamada.Mientras tanto, por la puerta de abajo, se ha mar-chado al convento de Monte Sión de Torrente. Nodesea ser ordenado sacerdote.

“Al no creerse digno para el sacerdocio, cuandoya estaba preparado todo, incluido él en la lista, senegó a ser ordenado”. Así lo aseguran sus parien-tes, y confirman algunas crónicas.

¿Cobardía? ¿Indecisión? ¿Falta de vocaciónpara asumir las obligaciones propias del sacerdo-cio? Seguramente que el Señor no le había llama-do a la vocación sacerdotal, a la que le animabasu madre. Le llamaría más tarde a la vocaciónmartirial. En esta ocasión fray José no dudará. YJosé Llosá aceptó y no negó.

Quienes en vida le conocieron bien nos handicho que era un espíritu sensible, muy amantede la familia y sumamente cordial. Sus hermanosen religión le han caracterizado de tímido y pusilá-nime. Pero en sus últimos momentos consiguiósuperar sus temores e inseguridades dejándonosuna muestra suprema de su profunda fe y sereni-dad ante el martirio. Las Actas Martiriales, en losmomentos precedentes a su muerte, nos lo pre-sentan dotado de una bellísima fe y admirableconformidad con la voluntad de Dios. Y su marti-

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rio constituye, sin duda, una de las páginas másbellas del Martirologio Amigoniano.

“El más grande no es el más alto, sino el másfiel al Espíritu de Dios”. Y José fue modelo de fide-lidad al Señor. Fue un mártir. Fue un santo.

Una vez más contemplo el cuadro. Florentínocupa el antepenúltimo lugar en el cortejo amigo-niano. Casi pasa desapercibido. ¡Él era así!

Florentín Pérez Romero vio la luz en Valdecuen-ca, de la diócesis de Albarracín y provincia deTeruel. Apenas quedó huérfano de padre, fue inter-nado en el Asilo de San Nicolás de Bari, de Teruel,regentado por los terciarios capuchinos. Con ellosaprendería las primeras letras, con ellos hará laprimera comunión y comenzará la vida religiosa,que culminará con el sacerdocio ministerial.

Los primeros años de apostolado ejercita suministerio sacerdotal con chicos de protecciónpaternal, jóvenes seminaristas y niños de escueli-tas populares. Enseña matemáticas y música. Noocupará grandes puestos en el escalafón de laenseñanza. Y tampoco escalará altos puestos en elinstituto a que pertenece. Pero es un religiososiempre disponible para ocupar cargos sin espe-cial relieve, pieza de recambio para que encaje elpuzle de cualquier fraternidad. Religioso de escasorelieve, poco brillante.

Pero era un religioso de carácter alegre, bonda-doso, sin hiel ni malicia, que se ganaba con facili-dad la simpatía y afecto de todos. Espíritu muy

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sensible, de artista. Inocente y candoroso, senci-llo, amable y acogedor. ¡Era una criatura de Dios!

Luego de tantos años de su muerte un alumnosuyo le ha costeado la estatua y el altar en el pue-blo originario del beato Florentín. ¡De los Mártiresde la Familia Amigoniana es el primero a quien sededica un altar y se erige una estatua! Dicho alum-no, quien confiesa que al P. Florentín él le debetodo cuanto él es, con sólo hablar del beato seemocionada visiblemente hasta derramar lágrimas.

El P. Florentín fue un religioso de escaso relie-ve, poco brillante.

Pero, “el más grande no es el más alto, sino elmás fiel al Espíritu de Dios”.

Sabía muy bien, además, que el Señor no dis-tingue a las criaturas por la grandeza de susministerios, sino por la de sus obras. Así lo habíaescrito su buen padre fundador.

El beato Florentín, por religioso, por humano ypor santo, constituye un cimiento robusto de laedificación de la Familia Amigoniana. También fuemártir. También es santo.

Una vez más levanto mi vista al cuadro deMiguel Quesada. Observo que cierra el cortejo elbeato Urbano Gil. También él ha encontrado supuesto. Es otro hermano de escaso relieve, pocobrillante. ¡Pero es santo!

Urbano Gil también era turolense. Nació en unamasada a la entrada de Bronchales, a la izquier-

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da. Enseguida quedó huérfano. Su buena madrelo interna, con su hermano menor Pedro, en elAsilo de San Nicolás de Bari, de Teruel. Con losreligiosos terciarios capuchinos hará la primeracomunión y todos los estudios primarios y secun-darios. Bueno, todos…, todos, no. Pues se encon-traba iniciando la teología cuando le sorprendió lapersecución religiosa. Ambos hermanos murieronlos días de la persecución. Eran hijos de unamujer viuda, como el caso de Sarepta de Sidón.

En alguna ocasión Urbano pidió se le permitie-ra iniciar los estudios sacerdotales. Pero los supe-riores mayores del instituto le denegaron elpermiso. No obstante Urbano siguió desempeñan-do sus oficios con los niños en dificultad. Su vidase puede interpretar perfectamente –según uno desus biógrafos– bajo el lema de la compasión evan-gélica.

Por su jovialidad era la alegría de la fraternidad,a que pertenecía de familia, y de los alumnos quereeducaba. Contagiaba su alegría espontánea ysincera. Su buen decir le daba un encanto espe-cial. Sobresalía en su faceta de educador y peda-gogo. Fue un religioso coadjutor instruido, culto yservicial.

Murió lejos e su tierra natal, en la oscuridad deuna noche cualquiera, a los 35 años. Edad en queno es agradable morir, como dije. Los tres murie-ron rozando, o apenas alcanzados, sus 35 años.

También Urbano sabía que “el más grande noes el más alto, sino el más fiel al Espíritu de Dios”.

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“Que no distingue el Señor a las criaturas por lagrandeza de sus ministerios, sino de sus obras”.“Que el que quiera ser el mayor, se haga el menorde todos”, como leía en los Evangelios. “Que elmayor no es el más brillante, sino el más sencilloy servicial”, que así lo aprendió también él de suSeráfico Padre San Francisco.

Los tres, como Francisca J. de Rafelbuñol, mu-rieron a los 35 años. Los tres murieron al amane-cer. Los tres llevaron una vida de escaso relieve,poco brillante, pero edificaban fraternidad. Los tresestán en los cimientos de la Familia Amigoniana.Los tres son santos.

¿ Quién será el más grande en el Reino de losCielos? “Si no os volviereis y os hiciereis comoniños…” El que no se hace como uno de estospequeños, no entrará en el Reino de los Cielos. Elpuesto en el cuadro lo otorga el pintor. “El puestoen el cielo, no es a Mí a quien corresponde otor-garlo sino a mi Padre celestial”. ¡Bienaventuradoslos pobres, los manso, los misericordiosos, lospacíficos…, porque de ellos es el Reino de losCielos!

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Antes de poner punto final al libro contem-plemos una vez más el cuadro. Examiné-moslo con la vista ligeramente entornada,

como en un intento supremo por apreciar el lienzoen su conjunto. Veámoslo como si intentáramosdifuminar los edificios, las figuras y los entornos.Contemplémoslo como quisiéramos que aparecie-ra en la imaginación, en el subconsciente, luegode pasados algunos años. Posiblemente sea éstauna de las formas más interesantes para apreciarun cuadro en su conjunto. Quizás sea la mejorforma de verlo en su totalidad, de contemplarlo enuna visión final, de observador que tiene el deberde proseguir su camino.

Esta forma de observar el cuadro me lleva in-sensiblemente, como de la mano, a volver mi aten-ción a los mártires de Madrid. En el momento enque los religiosos son encerrados en la direcciónde la Escuela de Reforma de Santa Rita. En el pre-ciso instante en el que los milicianos cierran lahabitación con llave. La habitación tiene el piso demadera y los milicianos les amenazan con pren-derla fuego. Uno de los religiosos encerrados evocaasí el crítico instante:

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EPÍLOGO

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En ese momento hicimos un acto de contriccióncolectivo.Nos dimos mutuamente la absolución.Siguió un silencio profundo. Y quiero subrayarlos siguiente:Estábamos todos serenos y tranquilos.Ni un solo gemido o suspiroNi un solo gesto de intentar huir

Yo creo que es este el instante que recoge yplasma el pintor en el cuadro: Unos mártires de laFamilia Amigoniana en actitud fraterna, caminan-tes, cada uno de ellos y todos juntos en pos de lacruz, pero con semblante tranquilo, sereno, hu-mano, muy humano. Pues les sostiene firmes unamisma fe, les mantiene unidos una misma espiri-tualidad, les mantiene agrupados el hecho dehaber trabajado en idéntica misión.

Cuando Doménico Theothocopuli pinta el Marti-rio de San Mauricio y Compañeros, más que uncuadro de mártires parece plasmar el pintor unahecho de armas. Cuando el Caravaggio lleva allienzo La Degollación de Juan Bautista lo que im-presiona, por sus contrastes de luces y sombras,no es el martirio sino el rostro del verdugo.Cuando uno contempla El Martirio de los Inocen-tes, en las más diversas versiones, lo que sobreco-ge el ánimo del espectador atento es el rostrolívido, de unas madres en pavorosa huida con susinfantes en los brazos maternos. En cambio,cuando uno dirige la mirada, aunque sólo sea porúltima vez y de pasada, al cuadro de Mártires de la

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Familia Amigoniana, aprecia que los pinceles delartista han sabido plasmar en el lienzo, reflejar enel cuadro, unos rostros serenos, tranquilos, reli-giosos. El pintor ha sabido plasmar rasgos de hu-manidad.

Por otra parte la hagiografía de todos los tiem-pos –trátese de mártires o no– ha rodeado lascabezas de los santos de una variedad casi infini-ta de aureolas, diademas, nimbos y coronas. En lapintura hagiográfica hallamos finos arillos metáli-cos que, a guisa de corona, circundan las grácilestestas de las madonnas con niño del renacimientoitaliano. O nos encontramos con coronas, cuaja-das de pedrería, luz y calados, que ciñen las sienesde los santos del barroco español. O nos topamoscon las cabezas nimbadas de mágico resplandorde la imaginería religiosa veneciana. O hallamosesa especie de platos dorados sobre los que repo-san la cabeza los santos de los primitivos italianoso de los iconos bizantinos de la imaginería rusa detodos los tiempos. El pintor, siguiendo el gusto dela época, del mecenas que sufragaba la obra o dela nación para la que pintaba, empeñaba sus pin-celes en el intento de convertir a los santos, sinoen dioses, al menos en personas a mitad de cami-no entre Dios y el hombre, es decir, les ha conver-tido en héroes, en gigantes.

En el cuadro Mártires de la Familia Amigoniana,no. El pintor se ha permitido la libertad de supri-mir de la testa de cada uno de los mártires esehalo, aureola o corona indicativos de su santidad.

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En una palabra, les ha pintado serenos, tranqui-los, humanos, sumamente humanos.

Y éste es otro de los detalles que mayormenteme ha agradado de mi amigo Miguel Quesada.Que es un pintor realista, sin descender a detallesnimios que lo avalen. Que ha pintado a los religio-sos, franciscanos, fraternales, peregrinantes. Queles ha pintado sirviéndole la cruz de origen, guía ymeta del cuadro. Que les ha pintado sin fenóme-nos místicos exteriores, pero mártires. Que les hapintado situándoles dentro de un contexto marti-rial, pero santos.

Por otro lado, de un fondo martirial emergen losbeatos con un sentido congregacional y eclesialque le otorgan los edificios en su adecuada distri-bución. El cuadro, dentro de un ambiente marti-rial, respira sobriedad y elegancia por la sabiadistribución de los elementos pictóricos y el acer-tado color de fondo que rebaja y amalgama lasdiversas tonalidades. Y de ellas tira hacia lo alto.Es un signo revelador, y condición en las repre-sentaciones hagiográficas, que los diversos ele-mentos del cuadro tiren hacia arriba del espíritudel observador atento. Y a fe, que el artista lo con-sigue plenamente en este cuadro.

Finalmente, el marco. No es fácil enmarcar uncuadro. Yo he recorrido más de un museo con lanoble intención de observar marcos. He de confe-sar que casi siempre me han decepcionado. Losmejores cuadros suelen lucir los marcos másdecepcionantes. Y me he preguntado con frecuen-cia, ¿por qué? He llegado a la conclusión de que

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debe de ser así. El marco no es lo esencial. Foca-liza, recoge lo esencial, que es el cuadro. El marcono puede ser objeto de distracción, sino de con-centración. El marco no debe robar protagonismoal cuadro. El marco no puede sacar del cuadro,sino centrar en él. Por esto el marco debiera seruna pieza sencilla, sobria, insignificante; una pie-za nula, neutra, que no dijera o desdijera, ni porcarta de más, ni tampoco por carta de menos. Elmarco debiera ser un objeto neutro, aislador, quesepara el cuadro de la realidad circundante.

Cuando el pintor, don Miguel Quesada, me hizoentrega del lienzo, me dijo: “Veta a la casa tal, quesabe enmarcar muy bien”. En este momento medio una razón más de su valía y categoría artísti-ca. Cuida hasta el detalle. Cuida incluso del mar-co. Obviamente, no en el cuadro de portada dellibro, sino en el lienzo original, el marco es senci-llo, sobrio, insignificante, como lo requiere el cua-dro Mártires de la Familia Amigoniana. El cuadroque pende de la pared de mi despacho, en cambio,que es el que trae la portada, luce un marco dora-do, floreado tal vez en demasía, que conduce lamirada hacia el centro. Tampoco me desagrada,pero tal vez peque de un tanto elegante.

Decía Ortega que el marco no atrae sobre sí lamirada; que, en vez de atraer sobre sí la mirada, elmarco se limita a condensarla y verterla luego enel cuadro. También yo creo que debe de ser así. Elmarco, nulo o neutro, como lo es para el lienzooriginal, o dorado, como luce en la foto de portada,no puede robar protagonismo alguno al cuadro, ni

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al artista creador del mismo, ni al paciente obser-vador. También en esto el pintor don MiguelQuesada, estuvo artista, sumamente artista. Ytambién por esto, por su buen sentido, le estoy yestaré siempre agradecido.

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MEDITACIÓN DEL CUADROAGRIPINO GONZÁLEZ, T.C.

Licenciado en teología por El Angeli-cum de Roma, posee también el máster en la Congregación para las Causas de los Santos.

En 1977 es nombrado Vicepostulador de la Causa de Beatificación de Luis Amigó. Y en 1889 Postulador General de su Congregación.

Ha conseguido la beatificación de 23 Mártires de la Familia Amigoniana, así como también llevar la causa de Luis Amigó hasta su tramo final.

De su pluma han salido 17 libros y opúsculos, algunos en colaboración, y ha dirigido la Hoja Informativa del Venerable Luis Amigó en los últimos cien números.

Ha impartido asimismo numerosas semanas de renovación, a religiosos y religiosas, y es fiscal en varias causas de canonización de la Diócesis de Valencia.

ALGUNAS DE SUS OBRAS

P. Luis Amigó. Biografía ■

Mons. Luis Amigó. Obras Completas (en colaboración) ■

Yo, Fray Luis de Masamagrell ■

Venerable Luis Amigó. Rasgos Espirituales ■

Diálogos sobre el martirio ■

Martirologio Amigoniano ■

Postulador General de los Terciarios Capu-chinos, nace en Salazar de Amaya, Burgos, en 1942.

En 1961 ingresa en religión y en 1971 es

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