Memorias de un maestro rural

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Observación y Práctica Docente IV J. Manuel Lomelí Vázquez 1 MEMORIAS DE UN MAESTRO RURAL INTRODUCCIÓN Al concluir los estudios correspondientes a la carrera de Maestro Rural, en la Escuela Normal Rural, de Cuilapan de Guerrero, Estado de Oaxaca, durante el segundo semestre de 1993, sin ninguna ceremonia de graduación, entre reservados sollozos y visibles lágrimas de emoción, más bien, que de nostalgia, entre apretones de mano y efusivos abrazos, me despedí de cada uno de mis compañeros de generación, hombres y mujeres, retorné a mi pueblo de origen; San Miguel Tlacotepec, de la región mixteca. Pasé las vacaciones al lado de mis padres rodeado de cariño maternal y del calor del hogar sin más preocupaciones que ayudar a las pequeñas tareas del campo y asistir a una que otra fiesta familiar o popular como la Navidad y el Año Nuevo, en compañía de mis amigos de juventud. Recordaba con insistencia las actividades de Extensión Cultural que a mi iniciativa como pasante en vías de práctica, realizamos a nombre de nuestra Normal en los distintos barrios de la población, alfabetizando a los campesinos y presentando programas de carácter literario-musical para solaz del público que nos brindaba como estímulos los aplausos y el aprecio de la comunidad, mientras esto ocurría, a solas pensaba sobre mi futuro, pretendía comprenderlo, captarlo. Formulaba fabulosos planes y proyectos. Me preguntaba a mí mismo cuándo, cómo donde, en fin soñaba. Me enorgullecía que me llamaran maestro mis vecinos sin serlo todavía, pero era una distinción que no podía rechazar. Y así se mantuvo mi relación con ellos. Plaza, categoría, salario, sueldo, términos para mí desconocidos. Quería trabajar, trabajar y nada más. Todo esto, me impulsó a escribir esta MEMORIA en cuyo contenido no hay ni un ápice de invención, figuración o supuesto, sino la estricta realidad. Tengo entendido que habrá otros casos similares a los que aquí relato, aunque en diferentes circunstancias, pero cierto es también que así se inició la educación rural, con centenares de maestros con una elemental preparación pero con una vocación definida que los llevó al campo proletario del país a difundir los elementos de la cultura, convirtiéndolos en guías y líderes de cada comunidad abarcando una prolongada etapa que mereció justamente, el calificativo de Edad de Oro de la Escuela Rural Mexicana. “Forjad a los hombres del futuro, no en la timidez de un desertor sino en el temple noble y puro del espíritu, que luchen con valor conservando su honrosa verticalidad, en la búsqueda de la verdad y justicia”. Profr. Gregorio Sánchez Camacho.

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Me enorgullecía que me llamaran maestro mis vecinos sin serlo todavía, pero era una distinción que no podía rechazar. Y así se mantuvo mi relación con ellos. Plaza, categoría, salario, sueldo, términos para mí desconocidos. Quería trabajar, trabajar y nada más. Todo esto, me impulsó a escribir esta MEMORIA en cuyo contenido no hay ni un ápice de invención, figuración o supuesto, sino la estricta realidad.

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MEMORIAS DE UN MAESTRO RURAL INTRODUCCIÓN Al concluir los estudios correspondientes a la carrera de Maestro Rural, en la Escuela Normal Rural, de Cuilapan de Guerrero, Estado de Oaxaca, durante el segundo semestre de 1993, sin ninguna ceremonia de graduación, entre reservados sollozos y visibles lágrimas de emoción, más bien, que de nostalgia, entre apretones de mano y efusivos abrazos, me despedí de cada uno de mis compañeros de generación, hombres y mujeres, retorné a mi pueblo de origen; San Miguel Tlacotepec, de la región mixteca. Pasé las vacaciones al lado de mis padres rodeado de cariño maternal y del calor del hogar sin más preocupaciones que ayudar a las pequeñas tareas del campo y asistir a una que otra fiesta familiar o popular como la Navidad y el Año Nuevo, en compañía de mis amigos de juventud. Recordaba con insistencia las actividades de Extensión Cultural que a mi iniciativa como pasante en vías de práctica, realizamos a nombre de nuestra Normal en los distintos barrios de la población, alfabetizando a los campesinos y presentando programas de carácter literario-musical para solaz del público que nos brindaba como estímulos los aplausos y el aprecio de la comunidad, mientras esto ocurría, a solas pensaba sobre mi futuro, pretendía comprenderlo, captarlo. Formulaba fabulosos planes y proyectos. Me preguntaba a mí mismo cuándo, cómo donde, en fin soñaba. Me enorgullecía que me llamaran maestro mis vecinos sin serlo todavía, pero era una distinción que no podía rechazar. Y así se mantuvo mi relación con ellos. Plaza, categoría, salario, sueldo, términos para mí desconocidos. Quería trabajar, trabajar y nada más. Todo esto, me impulsó a escribir esta MEMORIA en cuyo contenido no hay ni un ápice de invención, figuración o supuesto, sino la estricta realidad. Tengo entendido que habrá otros casos similares a los que aquí relato, aunque en diferentes circunstancias, pero cierto es también que así se inició la educación rural, con centenares de maestros con una elemental preparación pero con una vocación definida que los llevó al campo proletario del país a difundir los elementos de la cultura, convirtiéndolos en guías y líderes de cada comunidad abarcando una prolongada etapa que mereció justamente, el calificativo de Edad de Oro de la Escuela Rural Mexicana. “Forjad a los hombres del futuro, no en la timidez de un desertor sino en el temple noble y puro del espíritu, que luchen con valor conservando su honrosa verticalidad, en la búsqueda de la verdad y justicia”.

Profr. Gregorio Sánchez Camacho.

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Al inicio del mes de febrero de 1934, recibí las órdenes de la Dirección Federal de Educación en el Estado, para hacerme cargo de la Escuela Rural de nueva creación de San Sebastián del Monte, Municipio de Santo Domingo Tonalá, que a su vez corresponde al Distrito de Huajuapan de León. No tenía la menor idea sobre la ubicación geográfica de este pueblo, pero e sentí emocionado al saber que a partir del día primero de ese mes, quedaba nombrado oficialmente como maestro rural “A”. Al darles esta grata noticia a mis padres, ellos se unieron a mí con idéntica satisfacción y alegría. Hechos los preparativos necesarios de lo que debí llevar, al día siguiente emprendí el viaje a pie en compañía de mi padre. Al término de una jornada de ocho horas, venciendo todas las irregularidades del accidentado geográfico del camino, arribamos a la comunidad indicada a eso de las tres de la tarde. Decepcionante fue la impresión que experimenté al tener a la vista aquella pequeña ranchería incomunicada, monótona y paupérrima. Escondida en una estrecha hondonada que forma una sucesión de lomas pelonas sin señales de vida, de extrema aridez, allí está el pueblo en lo alto de los montes soportando su miseria. Cuando me presenté ante la autoridades manifestándoles que yo era el maestro nombrado por el gobierno federal para atender a la educación de los niños, se colmó mi desaliento porque tanto el señor Agente Municipal como el que lo hacía de su secretario, los hallé totalmente descuidados en sus personas, desde su ropa, manos, caras y cabellos, con olor a bebidas alcohólicas y hablando un defectuoso español, se consultaban uno al otro que hacer. Mientras tanto, les pregunté dónde podríamos conseguir algo para comer, porque mi padre y yo, teníamos la necesidad de satisfacer el hambre. Me contestó el agente: señor maestro; aquí no va usted a conseguir nada, no hay quien venda comida. Todos somos campesinos y cada quién vive como puede. Después de los cuchicheos entre ellos, el agente nos invitó a su casa a comer. Su esposa, una mujer demacrada, de, mirada lánguida y pasos lentos, que no entendía el español, menos hablarlo, nos preparó en molcajete de salsa picosa, nos sirvió un plato de frijoles hervidos y unas tortillas recalentadas, con lo que colmamos con lo que colmamos esa imperiosa necesidad. Al caer la noche, nos llevaron a una casa destartalada con techo de palma y descubierta por los lados, proporcionándonos unos petates mohosos y roídos por los bordes y un lamparita rústica de petróleo para alumbrarnos. El cansancio que sentimos fue excesivo y por lo mismo pronto nos dominó el sueño. Al amanecer del siguiente día, mi padre tomó el camino de regreso dejándome recomendado con esas mismas personas que me ayudaran a resolver favorablemente lo de mi alimentación y hospedaje. Al despedirnos, me sentí abandonado a mi propia suerte pero al mismo tiempo con libertad para enfrentarme a la solución de los problemas de la vida real. Ante esta disyuntiva, pensé por un momento retroceder, acudir ante las autoridades superiores y solicitar la cancelación de mis órdenes y pedir un cambio a otro lugar que contara con mejores condiciones, pero de pronto reflexioné que mi obligación profesional me exigía cumplir con la misión a la que me

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propuse: ayudar, enseñar y sacar de la ignorancia a los pueblos más humildes y por lo mismo marginados. Debo hacer algo por ellos y me quedé. De inmediato recogí referencias de una familia que no era originaria de ese lugar pero avecinada por algún tiempo con un incipiente comercio, recurrí a ella y una vez explicado el motivo de mi entrevista, aceptó proporcionarme los alimentos, En cuanto a hospedaje, me entregaron una casita de techo cónico y de palma, cubierta alrededor por varas de todiche (se obtiene de órganos que llaman gigantes) con muchas rendijas por donde se colaba el viento y el frío. La puerta era de otate con las mismas desventajas, piso de tierra suelta y sin cama de modo que me pasé varios días durmiendo en el suelo igual que los mismos vecinos que no las usaban, Más adelante explicaré el proceso del cambio. Resueltos en un mismo día estos apremiantes casos me entregué en cuerpo y almo a las tareas específicas que me correspondían. Como no hubiera un local exclusivo ni espacio destinado para tal objeto, me instalé en una casa de regulares dimensiones pero de la misma hechura, techo de palma y cercada de acahual, sin mobiliario de ninguna especie; abrí las inscripciones, previo aviso sobre los requisitos que debían cubrir los solicitantes y me encontré con el primer inconveniente que los niños carecían de apellidos y sólo respondían por sus nombres como Juan, José, Pedro de Jesús, Felipe, Miguel, Rosa María Lorenza Inés, etc., y así hasta terminar, Unos trozos de mezquite o de encino, sirvieron de asiento a mis alumnos. Esta fue mi primera escuela. Comencé mi labor docente encontrando un de los mayores obstáculos; el dialecto. Todos los niños hablando el mixteco, su lengua materna. Difícil situación por esta discrepancia del lenguaje y surge la interrogante ¿qué debo hacer? Castellanizarlos. Después vendrá lo demás. Adquirí una pequeña agenda formulando un diccionario Mixteco-Español o viceversa, preguntando y anotando el significado de las palabras más usuales de los mismos niños, es decir, se convirtieron en mis maestros, naciendo entre ellos y yo una gran confianza y estimación logrando poco a poco los mejores resultados; dejaron de hablar su dialecto durante su estancia en el aula. Seguro ya de este logro. Inicié la enseñanza-aprendizaje de la lectura y escritura. Utilice el método silábico o de Rébsamen, aprendizaje de las vocales, consonantes; sílabas, directas, inversas, compuestas; palabras monosílabas, trisílabas, cuatrisílabas; frases, oraciones de acuerdo al grado escolar. También me dio buen resultado el Onomatopéyico, que en ocasiones tuve que emplear. Paralelamente la escritura con la letra pálmer que era la usual, toda esta actividad, a mi manera, con mi propia técnica, lo cierto es que al terminar el curso escolar, todos mis alumnos leían y escribían no con la debida perfección pero sí con un nivel aceptable. Respecto a números adquirieron el conocimiento manejando bien las operaciones fundamentales de acuerdo a su edad y grado. Material didáctico en abundancia de la propia naturaleza, se desconocía lo comercial. Para otras áreas el mismo procedimiento. Quiero destacar aquí la utilidad, el aprendizaje, el aprovechamiento que rinden los juegos organizados, dirigidos desde el principio hasta el final, por el propio maestro. El recreo como ahora se practica, no se daba en aquel entonces, sin embargo, yo jugaba diariamente con mis alumnos

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enseñándoles lo que ere una rueda o circunferencia, una línea recta, una ondulada, paralela, horizontales, verticales, movimientos de rotación, de dirección, de altura, de distancia, etc., éstos más que el pizarrón y el gis, me dieron óptimos resultados. Entre ellos hubo varios muy hábiles para lis cálculos y mecanizaciones numéricos, otros en la escritura, los demás en dibujo y así sucesivamente. Trabajos manuales bien elaborados, cantos escolares, todos imprimían con entusiasmo sus vocecitas bien timbradas, sus caritas alegres y toda su emoción infantil. Nunca los olvidaré. Después de tres meses de impaciente espera, me llegó el aviso para ir a cobrar mis sueldos con radicación en la oficina Subalterna de Hacienda en Huajuapan de León distante a muchas horas de camino del lugar de mi trabajo. Con el apremio requerido me trasladé a aquella ciudad acompañado nuevamente por mi padre para protegerme contra cualquier incidente en el camino porque en esa época no circulaba el papel-moneda sino dinero en efectivo que despertaba sospechas por cualquier motivo y de allí los robos o asaltos que sufrían los portadores en despoblado. Recibí pues la cantidad de ciento sesenta y un pesos, veintidós centavos que me pareció mucho, porque un peón del campo trabajando ocho, diez o hasta doce horas diarias ganaba veinticinco centavos. Satisfecho este cobro, procedí a liquidar mi deuda con aquella familia que sin exigirme, pudo esperarme tanto tiempo. Una tarde que llegué a comer un poco después de la hora acostumbrada, me hallé inesperadamente ante una escena lamentable y penosa; había surgido entre los esposos una terrible riña que llegó al máximo del salvajismo la señora sangraba fuertemente de la nariz con el vestido a manchado en gran parte, dos de sus niños menores colgados de su vestido y el bebé tirado en el suelo levantando pies y manos con la carita enrojecida de tanto llorar sin poder entender el porqué de ese momento de tanta crueldad, por su inocencia. El señor, con un garrote en la mano presta a seguirla golpeando lo que no pudo lograr por mi instantánea presencia. Todavía tuvo la desfachatez de invitarme a pasar, pero apenado por ello sin poder intervenir, me di la media vuelta y regresé a la escuela, quedándome sin comer hasta la noche tomé un café negro en la casa de uno de mis alumnos. Por ese lastimoso cuadro familiar donde me llegué a sentir seguro y protegido muchas veces y cuyo origen nunca supe, opté por dejar aquella asistencia y me decidí a preparar personalmente los alimentos. Adquirí un pequeño brasero de barro, un comal del mismo material y otros enseres de cocina. Contaba con la ayuda de las niñas que me traían el agua y la leña. No fue esta decisión muy acertada porque duplicó mi trabajo, aparte de no saber de condimentos por sencillos que fueran, no debía descuidar la docencia y así con torpeza o desgano, tuve que hacerlo hasta terminar el curso escolar. Ante tanta escasez, tanta insalubridad e indigencia, no se debían formular planes o proyectos a largo plazo, sino su aplicación inmediata. Proyecté la construcción de un aula, superando todos los obstáculos como la localización del terreno, la construcción de adobes con la participación de los vecinos, padres de familia, pero sobre todo, para los niños que la celebraron con algarabía. ¿Cuál no sería para mí?... Un orgullo, un palpable éxito.

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...En cuanto al aseo individual de mis alumnos para ponerlos al nivel de limpieza que reclamaba nuestra aula, organicé la primera excursión al campo con el premeditado propósito de llegar hasta el río distante a unos seis kilómetros. Un día antes les pedí que llevaran jabón, estropajo y toallas (que no las usaban) además sus itacates. La reunión en patio de la escuela. Salida, a las ocho horas. Llegaron puntualmente. Nos acompañaron tres padres de familia. Yo iba provisto de unas tijeras de peluquero, un espejito de pared de mi uso personal, una toalla y lo usual para el baño. ...Cuando llegamos al río los niños se dispersaron como ardillitas, unos trepando los árboles y colgándose de las ramas, otros subiendo sobre las enormes piedras y saltando la arena mullida y suave que acumulaban las grandes corrientes en la época de lluvias. Las niñas permanecían sumisas, silenciosas y cubriéndose las caritas con las manos, más bien como asustadas que no alegres. ...Aquel paraje era maravilloso sintonizado por los gorjeos de los pajarillos que extendían sus alas volando de un árbol a otro, de color claro oscuro por la frondosidad de los elevados árboles y las diminutas plantas que alfombraban los espacios. ...Para que se bañaran en un remanso apropiado que yo mismo localicé y a una distancia regular río abajo otro remanso para las niñas, que al fin se animaron. ...Les ordené que antes de meterse al agua lavaran su ropa y la tendieran sobre las piedras ya calentadas por el sol para que al salir ya estuvieran secas para vestirse, lo que hicieron muy entusiasmados, niños y niñas. ...A continuación me coloqué a la sombra de un corpulento ahuehuete colgué el espejo a una altura conveniente y empecé a cortarles el pelo a los que lo llevaban más crecido, sucio y piojoso. Varios de ellos los dejé rapados. Con los dedos ampollados y doloridos, pero satisfecho por haber alcanzado mi objetivo. ...Llegó la hora del refrigerio, todos en rueda sobre el pasto verde y limpio colocadas las servilletas, niñas y niños con lo que cada quien había podido llevar; cecina, queso, pollo, frijoles, tortillas, sin faltar la salsa y la sal; Con qué apetito consumimos aquellos alimentos. Nadia quedó sin probar un poquito de lo servido aún aquellos que por su extrema pobreza no pudieron llevar algo. ...Cuando iniciamos el camino de regreso me invadió una inmensa alegría al ver a mis alumnos blanquear como copos de algodón por sus ropas lavadas y el pelo recortado. Los padres de familia que nos acompañaron también demostraban sentir lo mismo. ...Al siguiente día surgió lo que no esperaba. Los papás de los niños tapados se sintieron ofendidos por mi acción y asumieron una actitud impetuosa y amenazante en mi contra, me rodearon y trataron de golpearme viéndome vencido e indefenso. La llegada oportuna de las autoridades me libró de ese momento crítico. Su intervención calmó a los inconformes que poco a poco se fueron retirando. Quedó olvidado el disgusto. LA COMUNIDAD: Mi trato constante con los vecinos y las visitas domiciliarias que realizaba, me dieron la oportunidad de conocer a fondo sus costumbres, creencias, supersticiones, ritos, vicios, etc. Contemplado totalmente este panorama social, creí de mí deber desterrar estas lacras, combatirlas a través de mis pláticas y sacar a los habitantes de su estancamiento. ... Para no abundar, relato un breve aspecto ligado con el fanatismo y el alcoholismo.

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...En uno de los extremos de la casa que ocupaban como oficina, había dos cruces de madera de regular tamaño cortadas de algunos árboles que adoptaron esa forma al crecer, que ellos consideraban como un pequeño lugar de adoratorio, por lo que, el que acudía a tratar sus asuntos de carácter administrativo o delictuoso, tenían que santiguarse ante esas cruces y después saludar a las autoridades con reverencia y sumisión... Durante el transcurso de las pláticas, se obsequiaba a ambas partes las primeras copas de aguardiente siguiendo la secuencia según el número de solicitantes hasta que se llegaba a la embriaguez y se perdía todo orden y respeto, lo que repercutía ante los vecinos adultos y niños. ... Sin abandonar mis funciones específicas, aprovechaba, las horas libres para entablar pláticas sobre estas costumbres mal fundadas, como la de confundir las creencia y el consumo del alcohol en plena oficina y que era necesario separar una cosa de la otra. Las cruces, al templo o iglesia y los asuntos civiles en la oficina. Dejar el alcohol que destruye el organismo, trastorna los sentidos, destruye la dignidad y acaba con la salud. ...Escucharon y aceptaron mis recomendaciones. La visita de un sacerdote a la iglesia del lugar, la aproveché para presentarle mi plan y después de dialogar brevemente sobre el tema aprobó mis puntos de vista, procediéndose el traslado de esas cruces a la pequeña iglesia del pueblo. Hecho el desalojo nos dimos a la tarea mis alumnos y yo al aseo y limpieza del local, dejándolo en condiciones agradables, y ordenado. ...Había mucho qué hacer y no convenía dejar pasar el tiempo. ...Esta misma actividad se extendió a la comunidad. Integré varias comisiones con los niños y un sábado nos distribuimos en el pueblo a recoger toda la basura habida en los patios, en los corrales, dejando grandes montones que fueron quemados al amanecer del día siguiente y a la mismo hora, causando asombro entre el vecindario por la gran cantidad de humo que se elevó y que al verlo otras personas del pueblo vecino acudieron presurosos a preguntar qué había pasado, pues de pronto creyeron que se había incendiado el pueblo de San Sebastián del Monte. Pronto se desengañaron que no era eso, sino consecuencia de una higiene comunal realizada por el Maestro Rural de aquella comunidad. Así transcurrieron los primero meses de ese año y la proximidad de las fiestas patrias ya reclamaba otra necesidad. El espacio apropiado para el desfile conmemorativo y la celebración del tradicional grito. Como no había calles en la comunidad, propuse a las autoridades y padres de familia que se trazaran porque era necesario, convencidos de ello, iniciamos el trazo de las mismas enfrentándose a una resistencia fuerte y enojosa por las afectaciones de predios de algunos vecinos, pero se buscó la mejor solución a estas protestas, desde luego muy justificadas, pero por otro lado se dio realce a la festividad cívica patriótica y a la propia comunidad. Todo los vecinos prestaron su colaboración hasta para reconstruir una casa que hubo necesidad de tirar por el trazo de una de las calles, con un verdadero espíritu colectivo aportaron el material necesario dedicándose a la faena como un enjambre de colmenas, hombres, mujeres y niños. ¡Cuánta amargura para tanta satisfacción! Ganada la confianza, acreditada la amistad y asegurado el respeto ante los vecinos, acordaron proporcionarme los alimentos gratuitamente, al grado que durante meses no pagué la alimentación. En agradecimiento a esta espontaneidad, traía de la

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ciudad de Oaxaca, durante mis vacaciones, muchos juguetes que les regalaba a mis alumnos, que los hacían sentirse felices, niños y niñas. 1935.- Otro año más y con el mismo ritmo de trabajo; ya contaba con dos grupos, primero y segundo grados, Era prudente preparar el material y manos a la obra: mi pequeño plan de trabajo, los horarios, las materias académicas, atendiendo a un grupo, dejando tareas al otro y en un mismo salón y en viceversa, yendo de un extremo a otro. En otras actividades la acción era mancomunada: educación física, canto, dibujo, etc. Todo marchaba normalmente. A pesar de ello, no me absorbía el medio, como llega a suceder, para mí era una promesa profesional, el de cumplir y servir sin presiones de autoridad alguna u ordenamiento oficial. Hubo momentos de incertidumbre, de indecisión tal vez hasta de pesimismo, que me orillaron a serias reflexiones, mi estancia en aquel ambiente tan desolador y monótono que espiritual socialmente me oprimían, por suerte, todo fue olvidado. En todas las comunidades, pequeñas o grandes, el maestro encontrará personas afines a sus ideas, a sus propósitos, sus pensamientos, así como muchos en sentido opuesto. Difícilmente, un amigo. Un saludo, una sugerencia, una amena conversación, son sus mejores alicientes. Este pequeño paréntesis, tiene relación con hecho que expongo a continuación: En no de aquellos días de muy escaso ánimo para mí, recuerdo que fue un sábado, intempestivamente, tuve la visita del señor Agente Municipal, don Francisco Albino quien me relató su historia diciendo: “participé en las filas de la revolución y la vida que pasé como soldado raso, me enseñó muchas cosas, buenas y malas. Creo que ya estaba terminando cuando me llevaron.” Le creí, porque al hablar, su voz se entrecortaba y sus ojos se cubrían de un cristalino lagrimeó. Se había tomado sus copas. Interrumpió su plática inicial, interrogándome: “¿Sabes fumar maestro?” –No lo acostumbro señor,- fue mi respuesta. –“¿Tomarte una copa?” Menos. Nunca lo he hecho. Le respondí. Prosiguió. “Debes aprender a fumar, esto es para pasar el rato entre amigos o cuando uno está sólo o preocupado por algo” “A propósito, voy a contarte un cuento ¿quieres?” Claro que sí, le indiqué. Bien.- Este era un joven como tú, de pocos años de edad, que se enamoró de una muchacha y al declararle su amor, ella le dijo: “Te corresponderé, cuando seas hombre”. Esto, puso en apuros al pretendiente, pues no alcanzaba a descifrar el contenido de aquellas palabras. Tiempo después se entrevistó con una señora de su confianza y le pidió que lo sacara de la duda. Con una sonrisa maliciosa, ésta le dijo: ¡Ah, que muchachito! Te preocupas por una cosa tan sencilla. Mora: ve a la tienda y cómprate un marrasito (botella pequeña de aguardiente), una cajetilla de cigarros con sus respectivos cerillos y cuando llegue la hora que siempre la vez, tómate uno o dos traguitos, fúmate un cigarro de modo que el viento lleve hacia ella el olor del tabaco, acércate y dile que te corresponda y verás que no habrá negativa de su parte. Aquel joven más que a prisa puso en práctica lo aconsejado y cuando lo creyó prudente, se le acercó pidiéndole la respuesta, ella le contestó “estás correspondido”, “ahora si hueles a hombre”.- Y entre risas y risas terminó el cuento.

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Continuando con su narración inicial, sacó en seguirá de una bolsita de manta hecha ex profeso que siempre llevaba, una hoja de totomoxtle (hoja muy delgada que sirve de envoltura a la mazorca) recortada al tamaño y humedeciéndola con la punta de la lengua puso sobre ella el tabaco ya triturado que extrajo de la misma bolsa y retorciéndolo hábilmente me lo cedió invitándome a fumar como él lo hacía plácidamente con el suyo que estaba por terminarse. Por curiosidad y por lo ameno de aquella conversación y complaciendo al amigo, le di al cigarro unas cuántas fumadas pero el fuerte olor del tabaco y el humo que alteró mi respiración, me hicieron lacrimoso, causándome mareos y náuseas dejé de fumarlo. El amigo se reía disimuladamente ante mi reacción, pero me infundió confianza y me llené de optimismo para continuar mi labor, contando siempre con su influencia sobre la comunidad y su apoyo personal decidido. Lo recuerdo con mucho afecto porque a pesar de su analfabetismo, su autoridad moral y su visión de líder natural permitieron el avance del pueblo hacia el progreso. Toda persona ajena a la comunidad que acudiera a él en demanda de ayuda, información o queja, supo darle la mano para la solución de sus problemas. En todo el contorno era conocido simplemente por Chico-Albino, pero al levantar el censo le fijé el apellido Álvarez. Supe que su muerte acaeció poco después de mi salida de aquella comunidad. Guardo con respeto su memoria. Sin haberlo solicitado los padres de familia acordaron sembrar de maíz y frijol un terreno como de una hectárea para ayudarme económicamente. Sin que es hablara entonces de parcelas escolares. Levantaron la cosecha y la trasladaron a lomo de bestias hasta mi casa paterna venciendo una larga distancia y áspero camino. Fue el resultado de, mi preocupación por el mejoramiento comunal en sus diferentes aspectos. Para la alfabetización de los adultos, el alumbrado consistía en lámparas improvisadas de petróleo o rajitas de ocote colocadas sobre trípodes de madera que sostenían una piedra plana y nada más. Los interesados acudían gustosos y su empeño les reportó n aprendizaje favorable en la lectura y escritura. Aquí no influyó ningún ordenamiento oficial ni presión de autoridad inmediata superior, sin exclusivamente la voluntad del suscrito. Recuerdo aquel mes de abril como a mediados, estando en clases, vi a muy corta distancia frente a mi escuela, se apeó del caballo un señor bien vestido y confundiéndolo con algún comerciante o sacerdote; sin hacerle caso, seguí trabajando con mis alumnos, hasta que aquel caballero penetró al salón, saludó a los niños, se dirigió a mí, extendió su diestra y dijo: Soy el inspector escolar y vengo a supervisar su trabajo. Le estreché la mano y le di los buenos días. Me quedé frío, atónito, sentí temor y esperé que continuara. Vengo a visitarlo. Que los niños salgan un rato para que platiquemos. Hice lo ordenado. ¿Qué tiempo lleva de trabar aquí? Lo que va del año señor profesor. ¿Cuántos habitantes tiene la comunidad? Cuatrocientos diecisiete. ¿Levantó el censo de población, verdad? Sí. ¿Escolar? No. ¿Su horario de clases? No. Terminado el interrogatorio, vinieron las recomendaciones, las sugerencias, la organización de la escuela, el control de documentación oficial, la organización de los padres de familia, etc., todo cuanto se necesita para un buen resultado. Sin más espera, me dio la mano y las buenas tardes. Volvió a montar en su caballo y desapareció. Cuando pasó mi nerviosismo y volví a la calma, deduje mis apreciaciones sobre aquel personaje como exigente y con eficiencia profesional.

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No me dio oportunidad de ofrecerle algo, algo que justificara mi cortesía. Solamente me quedó clara la idea de que la jerarquía de un Inspector Escolar, imponía respeto no tanto por su persona física, sino por la autoridad que representaba sobre todo en el terreno educativo. Posteriormente, intercambiando pláticas ente los compañeros sobre esta visita sorprendente, tuve referencias de él, que fue injusto, implacable, imponente, desconsiderado y otros epítetos. Para mí fue todo lo contrario. Solo recuerdo su nombre porque jamás lo volví a ver. Se llamaba Simón Rodríguez. Apartándome de lo puramente escolar y considerándolo como un atenuante al cansancio, relato aquí otro acontecimiento. En este mismo año el señor General Lázaro Cárdenas. Siendo ya Presidente de la Republica, visitó el Estado de Oaxaca, en cuyo itinerario quedó incluida la ciudad de Huajuapan de León. Se invitó, más bien se ordenó a todas las autoridades de la Mixteca y su población en general al recibimiento y salutación al señor Presidente. Nos organizamos los de mi comunidad con las otras cercanas integrando un numeroso contingente. Les indiqué que llevaran una gruesa de cohetones de la mejor calidad para quemarlos a la hora de la llegada del señor Presidente. Así lo hicieron. Cuando iniciamos la salida, muy de madrugada se nos agregó un anciano quizá con más de setenta años que quiso acompañarnos. Por más que se trató de convencerlo que era largo y difícil el camino, él insistió y se fue con nosotros. Desde las ocho horas de la mañana se ordenó la colocación de los contingentes para hacer la valla, tocándonos en suerte de quedar no a mucha distancia del Palacio Municipal. Llegó a las diez de la mañana y se movilizó la gente como enloquecida por querer ganar el mejor lugar para obtener cuanto antes las audiencias y estrechar las manos de tan popular y encumbrado personaje. Entre la comitiva presidencial iba un ingeniero agrónomo apellidado Martínez que fue mi maestro en la Escuela Normal que al pasar frente a nosotros al verme me tomó del brazo y me hizo pasar al interior del Palacio Municipal donde se revolvían los más altos personajes de la política nacional y un enjambre de políticos locales caciques y lambiscones que impedían el paso a la gente más humilde. Me presentó con el ingeniero Antonio Villalobos, Jefe del Departamento Agrario quien ordenó que se me anotara en séptimo lugar para pasar a la audiencia. Puse el tanto a mi contingente y cuando se nos anunció pasamos todos a saludar al señor Presidente. En ese, momento empezó la quema de los cohetones en la azotea del edificio, entonces el general levantándose un poco de su asiento y apoyando sus fuertes manos al bordo de la mesa, preguntó ¿qué es eso? Le contesté: Son cohetones señor Presidente, los están quemando en su honor. Hechos por estos campesinos que usted tiene aquí enfrente. Los felicito. ¡Qué estallidos! ¡Que estallidos! Muy buenos, repitió. Salimos del Palacio muy emocionados dando lugar a cientos o quizá miles de personas esperando su turno. Cuando todo pasó, nos dispusimos a regresar (aquí viene la anécdota) nos dimos cuenta que aquel viejecito llevaba el puño de la mano derecha bien cerrada y daba la izquierda al saludar. Alguien le preguntó: señor ¿Qué le pasó a su mano derecha? Nada. Nada. Lo que pasa es que esta mano estrechó la mano de un Presidente de la República, lo que nunca me imaginé y a mis años, y ahora como juramento no la abriré hasta un plazo de quince días para saludar con ella, Fue tanta su emoción, tanto el honor que experimentó que decidió conservar el recuerdo de esa fecha en la forma descrita.

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Volviendo a lo de la educación, diré algo más. Como era necesario ampliar el cupo escolar, me propuse a la construcción de otra aula siguiendo el mismo procedimiento. Se inician los trabajos con el material reunido, unos por compra y otros fabricados pos los mismos vecinos, esta construcción alcanzó una altura de un metro y medio a la redonda que ya no vi terminar porque al finalizar el curso, me separé de la comunidad. Hubiera prolongado mi estancia en ella, pero el afán de superarme profesionalmente, ampliar mi experiencia hacia otros horizontes me decidió a hacerlo. Fue mi despedida ciertamente conmovedora porque mis alumnos al darme el “adiós” todos lloraban, lo que correspondí en igual forma, porque no pude ocultar el mismo sentimiento que dominaba. El arraigo de mi afecto a aquellos niños me quedó grabado para siempre. Año de 1936 Fui adscrito a la Escuela Rural de San Juan Diquivú (pueblo sobre piedra) Municipio de Tezoatlán de Segura y Luna, del mismo Distrito. Aquí los habitantes son bilingües, hablan el mixteco y el español. La escuela tenía varios años de haberse fundado con un edificio en buenas condiciones lo que había creado ya un hábito en los padres de familia de enviar a sus hijos a estudiar, pero existía la costumbre de que al llegar las lluvias, se llevaban a sus hijos para que los ayudaran a cultivar la tierra ocasionando un ausentismo constante de los niños a sus clases y los retrasaba en su aprovechamiento, Los alumnos distribuidos en primero y segundo grados a los que se agregaba un tercer grado con ocho alumnos que debía atender, La escuela era unitaria como todas las escuelas rurales, se trataba más bien de alfabetizar a la población por eso muchos niños que mostraron buen aprovechamiento no concluyeron su instrucción primaria y se incorporaron al grupo de los trabajadores del campo y otros como comerciantes en pequeño. Bajo estas condiciones inicié mis actividades distribuyendo el tiempo debidamente para atender a todos, lo que me reportaba buen cansancio pero también satisfacciones, Mi labor se concentró exclusivamente a la docencia sin abandonar la educación física, trabajos manuales, deportes, etc. Habían transcurrido tres meses de trabajo cuando recibí un citatorio oficial para asistir a los cursos de orientación que impartiría una Misión Cultural que se llevó a cabo en la población de Tezoatlán. El Jefe de la Misión Prof. Adolfo Velasco. El Inspector de la Zona, Prof. Arcadio Lozano. Por los Maestros Misioneros. Prof. Marcelino Reyes. Esta Misión integrada por un personal especializado en cada actividad nos dejó complacidos a todos los asistentes. Concepto General del Socialismo, Historia del Movimiento Obrero, Origen de las Religiones, Cooperativismo, fueron temas que reforzaron mis inquietudes amén de las de orden práctico, como pequeñas industrias, dibujo y pintura, deportes, danzas folklóricas, cantos escolares, etc. La población colaboró en todo con marcado entusiasmo y las autoridades respondieron con creces. Qué época tan maravillosa la de las Misiones Culturales, donde todo fue acción, intercambio social-cultural y un cabal compañerismo. Regresé a la comunidad para continuar mis servicios pero ya no obtuve el resultado que me había planteado en un principio, el alumnado continuó ausentándose. El gobierno del Estado impulsó el mejoramiento de los caminos vecinales para facilitar la comunicación entre los pueblos. Atraído por este programa, reuní a los vecinos y procedimos a ampliar y escombrar el tramo correspondiente a esta comunidad hasta llegar a sus límites

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geográficos con el vecino, a una distancia de sirte u ocho kilómetros, pero la falta de herramientas apropiadas y suficientes desanimó a los pobladores, decayó el interés y la suspensión de la obra. Año de 1937 Mi cambio a la Escuela Rural de Ejido “La Huertilla” Municipio de Mariscal, Distrito de Huajuapan, fue de carácter convencional, es decir, una permuta, para ayudar a un compañero respecto a su pueblo Tezoatlán. Cuestión de distancia. Una pequeña ranchería con escaso alumbrado integrado por primeo y segundo grados. Un edificio escolar en regulares condiciones pero carente de material. Había que empezar por habilitarla de todo. Difícil desde el punto de vista económico, negligencia por parte de los padres de familia. Así era y así será. Pero es el maestro el promotor nato de toda transformación en el medio rural. Mi actividad docente al pie de la letra, mis alumnos felices. Lo cotidiano, que debe hacerse. El clima en este ejido es cálido, un sol quemante y sin agua superficial, tenía que cavar sobre la arena de un arroyo seco para poderme bañar. Al paso de los días y conversando con los padres de familia o con los jóvenes con quienes iba sembrando la amistad, obtuve datos muy importantes del porqué del estancamiento, del descuido, del deterioro de los bienes comunales, sobre todo de la escuela. Opiniones muy diversas y también se culpaba a los maestros que me habían antecedido. Los invitaba a trabajar, a colaborar para su propio bienestar. Me escuchaban con atención y veía que mis propósitos iban prosperando. Por algo se empieza, reflexionaba. Así continué con mi programa de trabajo y con mi horario. Lo que más les gustaba a mis alumnos era el deporte de básquet-bol. Pues me ponía a jugar con ellos desde temprana hora. La verdad era de que entre los ejidatarios de este lugar y los ex hacendados y sus peones acasillados que aún detenían, existía una profunda rivalidad, un ambiente hostil y un propósito de recuperar sus tierras expropiadas, a como diera lugar. Esta zozobra minaba la buena disposición de los ejidatarios y antes que otra cosa, procuraban armarse para su defensa. Así fue en efecto. El día menos pensado se produjo el enfrentamiento a tiros entre ambas partes. Como resultado, una muerte entre los provocadores ex hacendados que escaparon al sentir la superioridad de los ejidatarios. Esta acción dio lugar a una intensa persecución contra los líderes ejidales quienes no huyeron, fueron aprehendidos y encarcelados en los penales de Huajuapan de León, responsabilizándolos de aquella muerte, Fueron liberados, casi cerca de un año de prisión, porque las investigaciones que realizaron no encontraron pruebas suficientes para dictarles una sentencia. Pera eso no fue todo porque el periódico de la región hizo alarde de este hecho publicando en sus reportes que las muertes habían sido varias entre ellas las del maestro rural del ejido, refiriéndose a mi persona. Corrió la noticia como el viento que al llegar a oídos de mi padre, éste tomó el camino hacia aquel ejido, pero al presentarse me encontró trabajando. Los días posteriores inmediatos a este suceso, se reunían conmigo los ejidatarios a comentar y buscar la solución a este intrigante problema y también pensando, por qué no, en la revancha que podría sobrevenir. Las reuniones eran precisamente frente al edificio escolar que ocupaba la parte céntrica del poblado, por lo que, además, me protegían siempre armados. Al terminar el curso, ante esta situación tan insegura y para no causarles mayores preocupaciones a mis padres y para

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mi propia seguridad, opté por cambiarme a otro lugar pero insatisfecho por no haber alcanzado el éxito que me había propuesto. Año de 1938 Fui removido a la Escuela Rural Federal de Santa María Natividad, del Municipio de Ixpantepec Nieves, Distrito de Silacayoapan. La comunidad se encuentra entre dos cerros de gran altura que casi la oprimen pues el espacio que disponen es muy estrecho, solamente hay una entrada al pueblo y es la misma por la que se sale. Los habitantes indígenas en su mayoría y unos que otros hablan el español los que llevan una vida pastoril. De este lugar a mi pueblo de origen solamente hay una distancia de dos horas y media a caballo lo que quiere decir que obtuve una mejoría en cuanto al hogar paterno. Su agricultura se circunscriba a sus pequeños solares, donde siembran maíz, frijol y calabaza que apenas les basta para el consumo familiar durante el año, sin embargo, los cerros les dan buena cantidad de palma por lo que la mayoría, hombres y mujeres, se dedican al tejido de petates sombreros. La escuela fue fundada en 1925 y en cuanto a su categoría no pasó de escuela rural unitaria con primero, segundo y tercer grados que atendí con empeño. El edificio muy bien construido de adobe y techo de tejas, aplanado y piso de solera y un buen corredor. Útiles escolares en regular proporción, pero reducido el espacio en propiedad para el recreo de los niños. En cuanto al aspecto económico de la comunidad, dándome cuenta de la explotación de que eran víctimas por los intermediarios que se disputaban por acaparar sus productos, organicé una pequeña Cooperativa de Sombreros de Palma, de manera improvisada pero que dio buenos resultados porque este artículo ya en cantidad suficiente, fue vendido directamente por los campesinos a la Central Sombrerera ubicada en la población de Huajuapan a mejores precios. Dos años permanecí en esta comunidad para ser removido nuevamente y no volví a saber más de aquella organización. Se me olvidaba decir que en esta pequeña región existen otras comunidades con las mismas características que Natividad cercanas unas de otras lo que nos permitió mantener una estrecha relación entre los que laboramos en cada una de ellas. Como un ejemplo a seguir, los mencionaré: Santiago Asunción, escuela a cargo del compañero Leonardo Ramírez; Santa María Asunción, maestro Fernando Osorio, regular violinista; San Mateo de libres, Elías Velasco Cordero; San Francisco Paztlahuaca, Constancio Cortés e Ixpantepec Nieves, Teodosio Bonilla, quien definitivamente se radicó en esa comunidad. Al finalizar cada curso escolar, se realizaban los exámenes orales, preguntas y respuestas, que hacían los maestros visitantes a los niños ante la presencia de los padres de familia. Lectura, escritura en el pizarrón, mecanizaciones y sencillos problemas que se les formulaban. Acto seguido venían los programas literarios musicales que tanto gustaban a las comunidades. Formulábamos nuestro calendario de fechas para cada lugar de modo que ninguno de nosotros debía de faltar. Cada comunidad se preparaba para recibirnos. Adornadas las escuelas, interior y exterior, amenizadas con bandas de música, verdaderas fiestas escolares. Finalmente asistíamos a alegres convivios que nos obsequiaban las autoridades y padres de familia. En Santa María Asunción hubo

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una banda de música de las mejores de la región y allí era la culminación de estos eventos. Cómo nos gustaba escucharla. Año de 1940 Con mi adscripción a la Escuela Primaria Urbana de Juxrlahuaca, cabecera de Distrito, en calidad de maestro de grupo, cambió radicalmente mi situación porque en los años anteriores siempre fungí como Director y maestro de grupo. Esta escuela estuvo bajo la Dirección del Prof. Luis R. Acosta, de origen norteño, parece que de Durango. Profesionalmente bien preparado. Me discipliné a todas las instrucciones provenientes de su autoridad. Se me asignó el grupo de 4º. Grado con el que laboré muy a gusto, participando en los actos sociales y culturales que me fueron encomendados ya fuera con el grupo o personalmente. Durante el curso, organicé dos excursiones; una a las grutas de San Miguel Cuevas y la otra a la Laguna de Tecomaxtlahuaca, provechosos por el conocimiento geográfico, producción, comunicaciones, etc, adquiridos por los alumnos. Aceptación entusiasta de los padres de familia de este grupo. Lamenté mucho la muerte prematura del profesor Acosta, que según noticias no confirmadas por mí, sucedió en la ciudad de Oaxaca. Inserto en estas páginas un relato de tipo extraescolar, que aparenta una novela pero que en su realidad fue un peligro que me tocó vivir: La tribu TRIQUI habita en una región sumamente montañosa y por consiguiente siempre lluviosa y húmeda, cuyo centro se encuentra en una pequeña planicie que cruza un pequeño río y el único camino de herradura para el tránsito de la arriería en un sentido u otro. Esta tierra es rica en producción de café, frutas en gran variedad, ganado vacuno y porcino. Lógico es que despierte la codicia de comerciantes y políticos, para engañar y estafar a estos indígenas. Lograron sus propósitos, Los dividieron, Se formaron dos grupos antagónicos separados, uno en Río de Venados y el otro en Tilapa, Trataron de dirimir sus conflictos en base a sus armas pero no en grupo sino aisladamente y sin que se supiera jamás quien era el ejecutor, Una cacería misteriosa. Copala, que es el nombre del lugar o centro ya mencionado, existe una pequeña iglesia donde acuden a venerar sus imágenes, de modo que si bajaba un varón con fin religioso a ese lugar era cazado por el grupo contrario lo mismo que si se tratara del otro y solamente podían levantar los cadáveres las mujeres, La escuelita desapareció sin que tuviera noticias la superioridad. Este era el escenario, cuando recibí un oficio de la Dirección de Educación donde se me comisionaba que me trasladara a Copala a hacer la investigación relativa a la escuela y que informara a la mayor brevedad sobre el resultado. A sabiendas de que no era fácil ni propicio el terreno para entrar y menos en vías de investigación, con la incertidumbre, la desconfianza, el temor que sentí, me trasladé a cumplir la orden. Localicé al maestro de aquel lugar y previo acuerdo fijaos nuestra reunión en Agua Fría, porque ir a Copala, imposible. Iríamos a Tilapa, Iniciamos nuestro recorrido a caballo y al encumbrar la montaña nos encontramos con dos triquis armados, que de pronto me infundieron temor, pero al maestro le dijeron que venían en comisión a esperarnos, tomé confianza y continuamos el camino sinuoso y lodoso, Al

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comenzar la bajada, nos alcanzaron otros tres triquis igualmente armados, traían cohetones y quemaron dos para anunciar nuestra proximidad, Me entregaron una red llena de frutas. Llegamos a Tilapa tardeando el día, No había más gente que nuestros acompañantes y los niños, Enseguida se escucharon unos gritos en distintos puntos del bosque y en menos de veinte minutos nos rodearon los habitantes. Unos minutos más, se presentó el jefe de ellos; un hombre corpulento, fuerte, imponente, con su bastón adornado con listones en la parte superior, insignia de su autoridad. Me saludó con cortesía obsequiándome enseguida unas monedas de plata 0.0720. El maestro formó a los alumnos que me aplaudieron Les explicó en dialecto que yo era un profesor que llegaba en representación de la autoridad superior de educación para recabar una información sobre la escuela. Los saludé con la misma atención. Supe que el cambio de la escuela de Copala a Tilapa, se debió a la división existente y para la protección de los niños, además que la mayoría de la tribu se encontraba en este lugar. No había otros motivos. Les indiqué que la escuela continuaría funcionando en este lugar mientras reportaba yo ala superioridad el resultado de mi comisión. Levanté un acta como constancia que firmó el maestro, todos los presentes estamparon sus huellas dactilares. Documento que remití a la Dirección Federal. Al llegar la noche, volvieron a reunirse conmigo y el maestro y me pidieron que les permitiera tonarse una copa l lo que accedí desde luego. Me invitaron a tomar con ellos algo de esa bebida, lo que hice para complacerlos, provocándoles mucha satisfacción. Ellos continuaron libando del garrafón que pasaba de mano en mano. Habían improvisado mi cama bajo de unos platanales de hojas enormes y frondosas donde pasé la noche ya tranquilamente. Al despedirme después de un sabroso almuerzo con carne de res, me colmaron de frutas como regalo que hubo necesidad de que la trasladaran ellos mismos con bestias a mi domicilio. Fueron mis alumnos los beneficiados con aquellos regalos a ellos se les repartió todo. Lo que en un principio me atemorizó se redujo a un verdadero entusiasmo por haber convivido con aquel grupo de triquis que tantas injusticias han sufrido y aún sobreviven. Año de 1941 Después de este curso me pasé a la Escuela Primaria Urbana de Silacayoapan, Distrito de su nombre. Fungía como Director de ella el Profesor Daniel Castillo Jr. Donde, como en el caso anterior mi labor decente se ajustó a los programas respectivos. En este mismo año se realizó en la comunidad de Caligualá otra concentración de maestros promovida por otra Misión Cultural cuya duración no recuerdo, pero con ánimo desbordante de entusiasmo misioneros, maestros y comunidad, dejaron muy gratos antecedentes. Un pueblo de clima cálido ubicado en un pequeño valle con una panorámica atractiva por su vegetación, su río, sus sembradíos y por sus gentes de carácter alegre y franco. Así es Caligualá que yo conocí. El director de esa escuela rural, lo fue el profesor Ramón Mendoza Cortés mi entrañable amigo y compañero quien llegó a la Secretaría General del S N T E de la Sección de Oaxaca, Murió trágicamente en un accidente automovilístico. Año de 1942 Al efectuarse en la ciudad de Querétaro la primera convención nacional del magisterio en 1942 para la unificación del gremio en un solo sindicato, pues en cada Entidad Federativa surgieron en

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forma aislada y local organismos de este tipo. Desempeñando yo el cargo de Secretario General de los maestros de aquella Zona Escolar, correspondiente al Sindicato Único de Trabajadores de la Educación del Estado de Oaxaca, el (SUTEEO), me tocó asistir con la Delegación estatal. Se nos destinó de Ferrocarriles Nacionales un convoy especial que nos trasladó a aquella ciudad en viaje de ida y vuelta. De allí nació el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación (SENTE) con el lema “POR LA EDUCACIÓN AL SERVICIO DEL PUEBLO”. El primer Comité Ejecutivo Nacional, presidido por el Prof. Luis Chávez Orozco. De regreso a la ciudad de México, aproveché la ocasión para quedarme dos o tres días dedicándome a buscar una permita. Mi objetivo era acercarme al Distrito Federa. Encontré lo que buscaba y en entrevista con el solicitante convenimos la permuta y hechos los trámites debidos fue aprobada por la Secretaría. Mi cambio al estado de Hidalgo que no conocía, me sorprendió y desanimó un tanto, por la aridez de sus tierras, el calor sofocante y llanuras sin agua, lo contrario de la región que había dejado. Con las órdenes que llevaba me presenté a la Dirección Federal de Educación y qué impacto inesperado, me encontré con el Secretario Guillermo Allier, el mismo que yo había tratado con el mismo cargo en la ciudad de Oaxaca. Me recibió con la mauro amabilidad y en sus ratos libres, me llevó a conocer la ciudad. Por él supe que el Director era el Prof. J. Concepción San Salvador, que fue Director de la Escuela Normal Rural de Cuilapan de Guerrero, donde realicé mis estudios y contra quien luché con un grupo de compañeros hasta conseguir su salida, por habernos reducido la alimentación y haber retirado la servidumbre de la lavandería y cocina. Es decir me conocía perfectamente. ¿Qué me esperaba yo? Un desquite. Cuando llegó el momento de entrevistarme con él, nos dimos el saludo con la cordialidad de amigos. Ni una palabra sobre lo pasado. Me dijo que por el momento no había un buen lugar para ubicarme, que esperara unos días y mientras me dedicara a conocer la ciudad; me propuso que podía ocupar un cuartito disponible en el propio edificio de la Dirección para evitarme los gastos del hotel lo que acepté por mi raquítico presupuesto. Tomaba los alimentos en el mercado 1º de mayo. Mis recorridos por la ciudad con mi buen amigo Allier quedaron satisfechos, solamente había que esperar. Al fin se me ordenó pasar a la población de Ixmiquilpan, para tomar posesión de la escuela rural de El Maye, barrio adyacente a la ciudad. Abordé el autobús que va sobre la carretera Panamericana que pasa por ese lugar y nuevamente contemplé el terreno más desolador, desértico y hostil, hay que cumplir siempre. Mi adscripción para esa escuela, provocó en los compañeros una actitud de rechazo e inconformidad, exponiendo derechos de antigüedad en la Zona y preparación profesional para ocuparla. Ante esta reclamación muy justa por cierto, les informé a los representantes sindicales, e Inspector Escolar, que yo llegaba de una región muy lejana de mi Estado, acostumbrado a trabajar en los medio rurales, dando a entender que no me interesaba ubicarme en un medio urbano, no quería tampoco motivar un problema de tal naturaleza, que los dejaba en libertad para que gestionaran la cancelación de estas órdenes y se me ubicara en otra escuela, mientras tanto yo tomaba posesión para no salir perjudicado. Pasaron los días y los meses y nunca supe qué trámite le dieron al asunto, yo seguí laborando normalmente en esa escuela. Pronto me atraje la amistad de todos mis

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compañeros incluyendo a los inconformes. El dialecto otomí fue el gran inconveniente que encontré en el desarrollo del trabajo docente y el horario continuo que prevalecía en la Entidad del que no estaba acostumbrado. Se perdía mucho tiempo, las tardes eran para mí tediosas. Los maestros foráneos se entregaban a la vagancia, para los originarios era provechoso, atendían sus intereses personales. Cuando pude darme cuenta de lo que era el Valle del Mezquital en su conjunto, por mis visitas a varios lugares, poblada de gente escuálida por la mala y escasa alimentación, explotada inicuamente por el mestizaje local y hasta extranjero, el caciquismo político deshumanizado de su propia raza en convivencia con las altas autoridades, me causó un profundo desaliento, comparado con la etnia mixteca oaxaqueña de la que ya hice mención en líneas anteriores, Este era lo indecible, injusto hasta el extremo, pero impotente por mi propia situación, nada pude hacer a favor de este pueblo. Describo aquí un solo cuadro de los que pude observar: grupos pequeños de otomíes a la sombra de un mezquite añoso de tronco torcido, ceniciento por el polvo que levanta el viento y se acumula en sus ramas, consumen el pulque en jícaras de acocote de a litro que se pasan de mano en mano y torciendo las fibras del maguey en sus acostumbrados malacates para tejer los ayates con los que cubren las espaldas, hombres y mujeres, morrales, lazos, etc., que expenden en el mercado los días de tianguis a precios irrisorios, Terminado el pulque que contiene la olla o la bota de cuero de cabra que también usan para depositar esa bebida, se dispersan y regresan a sus chozas de pencas, los que se mantienen aún con seguridad de hacerlo y los que no allí mismo se dejan caer hasta que se les pasa el efecto da la borrachera. Me preguntaba: ¿Cómo es posible que este pueblo haya sobrevivido ante tanta miseria, resistido en terreno inhóspito y la indiferencia de las instituciones públicas para acudir en su auxilio?, ¿Mejorar su paupérrima condición, combatiendo su analfabetismo para sacarlo de su marasmo? ¿Acaso no es un componente de nuestra misma nacionalidad y con los mismos derechos a la protección de sus vidas? Así meditaba a solas. Era un desconocido. Preví que vendría el cambio. Presentí que no tardaría mucho y en sustitución de aquellas acciones aberrantes, llegaría una época mejor. Tuve la oportunidad de ver que así sucediera. Se creó el Patrimonio Indígena del Valle del Mezquital, una institución encargada de atender y resolver los problemas ancestrales de ese pueblo, económicos, sociales y políticos. Creo que un 50% se benefició. Más tarde se introdujo el agua de riego fertilizando aquellas paupérrimas tierras convertidas ahora en espacios de producción constante de artículos básicos para la alimentación del pueblo. En ese año de 1942, por decreto del gobierno del Gra. de División Manuel Ávila Camacho, Presidente de la República, se implantó el servicio militar obligatorio para todo ciudadano apto; mis compañeros de esa región y yo fuimos enlistados para recibir la instrucción militar y convertirnos en elementos de reserva del ejército. La entrada de México a la II Guerra Mundial junto a los contingentes de los países aliados, dio lugar a esta disposición. Recuerdo al Escuadrón 201 de la Fuerza Aérea Mexicana que fue enviado a los frentes de batalla. Entusiasmó a muchos de los que nos encontrábamos en la plenitud de nuestras facultades y atemorizó a muchos que quisieron evadir este ordenamiento sin lograrlo. Durante las prácticas

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fuimos seleccionados los que dimos pruebas de eficiencia para fungir como instructores con distintos grados. A mí mi correspondió el de Sargento 1º. De Pelotón y se me responsabilizó de la instrucción de este grupo. Después de haber concluido el tiempo de entrenamiento nos uniformaron igual que el ejército en activo. Fuimos concentrados en la ciudad de Pachuca, capital del Estado y en un campo abierto a manera de estadio. Presentamos prácticamente los conocimientos y habilidades adquiridas, frente a los jefes militares de alta graduación, quienes nos felicitaron eufóricos. Al retornar a nuestra sede, el capitán Mosqueda, nos arengó emocionado felicitándonos por el éxito alcanzado. Año de 1943 Recibí órdenes para trasladarme al Municipio de Tezontepec de Aldama y ocupar la escuela Rural de Tenango distante una hora de la cabecera municipal. No hubo solicitud ni motivo para este cambio, pero tan, poca objeción. Siempre pensé en la posibilidad de mejorar. Adscrito a la escuela primaria “VICENTE GUERRERO” de este pequeño poblado, de tierras de temporal sujetas al fenómeno natural de las lluvias que a veces aportan regulares cosechas como grandes pérdidas. Existe una barranca de por medio que recoge muchísima agua bronca de los cerros del pueblo vecino de Tepeitic, que riega las tierras bajas adyacentes por medio de pequeños canales que rinden buenos productos y sostienen a la comunidad. Estas son propiedades privadas. El ejido tiene una buena extensión, pero la mayor parte es de cerril que sirve de sostén al ganado vacuno, cabrío, caballar y otros que se reponen durante el tiempo de lluvias porque reverdece el pasto; durante el invierno sufren la más dura sequía. El idioma predominante entre los vecinos es el español, lo que facilitó el desempeño de mis labores. Les causó buena impresión mi llegada; les noté interés porque la escuela funcionaba lo que me pareció, propicio a mis inquietudes. El hospedaje y la alimentación fueron pequeños inconvenientes que resolví de acuerdo con mi economía y la buena voluntad de la familia que me los proporcionó. Los alumnos a mi cargo pusieron de manifiesto sus deseos por el aprendizaje en todas las actividades del programa logrando resultados positivos en cada curso escolar. Mi permanencia aquí fue de siete años. En el aspecto social y cultural, pero especialmente en el deportivo, obtuve el mejor resultado, porque el sector juvenil me brindó todo su apoyo. El básquetbol lo practicaron con mucho entusiasmo y disciplina. Me convertí en su improvisado entrenador por mi afición al mismo. Integré dos equipos, primera y segunda fuerzas que después de sus entrenamientos ordinarios, sostuvieron muchos encuentros con otros equipos dentro del Municipio obteniendo buenos éxitos como inesperadas derrotas, pero manteniendo siempre el espíritu deportivo. Los representé y animé siempre aunque no participara formalmente entre los equipos. Este fue mi punto de enlace con todas las comunidades del Municipio y directamente con los profesores que laboramos en cada una de ellas. Fueron verdaderos eventos deportivos, en cada fiesta tradicional de los pueblos en las que el público aficionada alentaba con su “porras” y griterías al equipo de su preferencia. Los basquetbolistas llegaron a ser parte indispensable en cada fiesta escolar. Etapa esta de grata memoria para el que lo escribe, que después de unos ocho años – ya

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para finalizar- se integró un equipo de selección de primera fuerza a nivel municipal, que compitió con los mejores equipos dentro del Estado. Menciono a algunos de sus elementos por sus merecimientos: Guadalupe Ríos Vázquez Tenango Ángel Ríos Vázquez Tenango Galo Cruz Tezontepec Francisco Contreras Tezontepec Miguel Cruz Tezontepec Y otros que no recuerdo. Pachuca, Ciudad Sahagún, Actopan, Progreso de Obregón, Tula, fueron sus campos de acción. Otro aspecto que me preocupó fue el mejoramiento de sus viviendas que muy lentamente se fueron transformando, dejando las de pencas y piedras por las de ladrillo, block y colado. En la actualidad se logró todo lo previsto. La alfabetización de los iletrados no quedó olvidada. La realicé con acendrado interés. Hombres y mujeres acudieron a esta enseñanza entre las 16 y 18 horas en días hábiles. Varios lograron buen aprovechamiento. Años de 1948 a 1949 Por acomodamiento del personal docente, la Inspección Escolar, dispuso mi cambio a la escuela Rural de Mangas del mismo Municipio Una de las más conflictivas y con antecedentes sumamente negativos. Los maestros que laboraron en ellas antes de mí, sufrieron vejaciones, burlas, hipocresías, menosprecios, etc. Mis compañeros y amigos se opusieron a mi cambio, pero los convencí de que mi decisión era firme, que no podía retroceder y me acicateaba el deseo de comprobar hasta dónde eran ciertos los comentarios. Quería conocer ese ambiente. Lo que aceptaron. Me trasladé a la comunidad y me presenté con el Presidente del Comité de Educación que me pareció muy buena persona, muy locuaz y ceremoniosa en su trato con un lenguaje recargado de cortesía y ensalzando la labor de los maestros, en fin, actitudes que no me convencieron no me extrañaron. Llevaba cierta experiencia en mi trato con otras personas a las que por cualquier motivo insignificante se dan su importancia para hacer sentir su autoridad y poder de control sobre los timoratos. Por cierto que este individuo, según informes confidenciales, venía siendo el presidente vitalicio en ese cargo y que nunca rendía cuentas de su administración. Pues bien: a unos cuántos días de haber tomado posesión de la escuela, fui incitado a la casa del señor mas connotado de la localidad, es decir, del que manejaba todo, para bien o para mal en el Municipio y con influencias ante el gobierno Estatal y Federal. Había desempeñado cargos de elección popular, como Diputado Local, Federal y de Senador Suplente, reciente en esos años. Un hombre ya pulido en la política, reservado y astuto, a pesar de sus escasos conocimientos. Era necesario conocerlo y saberlo tratar. Me recibió con adecuada atención y hechas las presentaciones recíprocamente, tomamos asiento en el gran corredor de su casa. Surgió su pregunta como a boca de jarro ¿Usted es el maestro que viene a trabajar en nuestra escuela? Si señor, a sus órdenes, le contesté dándole mi nombre. El me dio el suyo y resultamos ser tocayos. Pues si de veras va usted a cumplir, cuente con nuestro

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apoyo, porque otros que han venido no han sabido responder con su misión y mejor se van por eso no hay adelanto en los niños. Señor, es muy prematuro para mi prometer o decir hasta dónde o cómo podría cumplir y lograr un buen resultado como profesor, pero traigo la intención de servir a la educación con empeño para que los niños de esta comunidad alcancen un buen aprovechamiento, contando con el apoyo de los padres de familia porque todos tenemos la obligación de trabajar unidos. Él respondió: eso es muy cierto, me agradan sus palabras. Si se le ofrece algo, me tiene a sus órdenes, concluyó. Enseguida invitó: ¿Gusta usted tomarse una cervecita conmigo?, ¿Un refresquito o un pulquito? Lo que usted prefiera. Francamente me sentí entre espada y pared. Pensé de inmediato; con la prontitud que exigía el momento. “Si no acepto” dirá que lo desaíro, “si acepto” tal vez sea mejor. Señor, por cortesía, y por tratarse de usted como una persona distinguida y comprensible, me tomaré una cerveza. Esto le causó mucho gusto y una buena impresión de mí y comprendió que fui sincero con él y desde entonces prevaleció entre nosotros una buena amistad. A sus fiestas particulares o de cumpleaños, siempre fui uno de sus invitados. Nunca me presionó para que tomara más de lo que yo estuviera dispuesto. Me dediqué al trabajo escolar apoyado por dos maestros auxiliares pagados por la comunidad. Aspirantes al magisterio y con bastante empeño, Habían cumplido su instrucción primaria. Al transcurso de mi labor docente pude captar que entre mis alumnos mayorcitos había hostilidad, en sus miradas se reflejaban las malas voluntades. Portaban navajas llamadas “colas de gallo” o “charrascas” y cuando surgía entre ellos alguna ligera discusión, intentaban hacer uso de ellas para agredirse. Para evitar el uso de estas pequeñas y peligrosas armas blancas, adquirí un sacapuntas de uso colectivo advirtiéndoles que nadie debería traer navajas porque ya teníamos un sacapuntas para el servicio de todos Procedí a recoger las navajas sin que hubiera resistencia alguna. De esta manera logré desarmarlos armonizando la vida escolar. Se acabaron las reyertas. Por lo que respecta a los adultos la situación era extremosa. Todos andaban armados. Unos las exhibían públicamente, otros en forma oculta. Se ufanaban de su hombría y de ser de tierra de valientes o sea: “La tierra del pistolerismo”. Su fama se extendió en toda la región porque hubo abusos, arbitrariedades e impunidades. En cuanto a mí, trabajé con tranquilidad, porque nadie mi faltó al respeto y cultivé la amistad de todos. Pero quería saber algo más. ¿Por qué en este barrio de Mangas se arraigó el instinto o la intención de armarse e imponerse a los demás barrios del Municipio? Aplicando una encuesta verbal entre las personas de mayor edad y de confiar, encontré el motivo sin confirmar que pueda ser cierto o supuesto. Esta es la historia: Cuentan que un grupo de señores de los más resueltos de la región acordaron agregarse al ejército villista; se dirigieron al norte para ponerse a las órdenes del general Francisco Villa y combatir por la causa que él sostenía. El general los recibió e identificados rigurosamente los consideró como soldados suyos, pero los manifestó que su presencia era extemporáneos porque la revolución había llegado a su final, que regresaran a sus lugares de origen llevándose como garantía el apoyo del divisionario y con facultades para armar a sus

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partidarios. Fue así como al retornar se sintieron villistas armando a su gente y sentando su poderío y con el devenir del tiempo no hubo quién se les enfrentara y finalmente contaron con el apoyo del mismo gobierno. Sus fechorías se hicieron leyes “la del revolver”, lo que más tarde les produjo lamentables consecuencias. Este ambiente de hostilidades, muertes e intrigas de la vida interna de la comunidad, me impidieron ampliar la acción social de la escuela; procuré mantener la simpatía y el respeto que ya había logrado ante los padres de familia. La despistolización dictada por el Gobierno del Estado en esos años, causó los asesinatos de los cabezas de ambos grupos y de muchos de sus partidarios, persecuciones y crímenes manchaban de sangre a este pueblo. Viudas y niños huérfanos sufrieron la tragedia, pero sólo así retorno la paz junto con el progreso. Consigno un solo hecho deplorable que al finalizar mis servicios, sufrí en este lugar: Un grupo de señoritas y jóvenes de la misma localidad, me pidieron espontáneamente que les permitiera participar con un número en el programa que la escuela había preparado, lo que acepté en seguida. Cuando dio inicio el festival y se continuó con el programa y anuncié el turno de aquel grupo, otro grupo numeroso se opuso a esa participación. Traté de explicar el acuerdo pero en ese momento se adelantó un sujeto y me encañonó con su pistola al pecho, ordenando que yo acatara la petición del público. Suspendí el programa y me refugié en La Casa del Maestro. Al día siguiente, me dirigí a mis compañeros de la escuela de la cabecera municipal y les expuse lo ocurrido. Se solidarizaron conmigo y en protesta no me dejaron regresar. Pasados tres días, se presentó mi amigo, el político, dándome las disculpas y que yo regresara a trabajar, él se comprometía a llamarle la atención al que me había ofendido. Mis compañeros se opusieron y fijaron condiciones: Que se cite a una junta general de vecinos y que se presente al malhechor para que públicamente le pida disculpas. Que se levante un acta donde se comprometan los vecinos a responder por la seguridad personal de maestro y que se respete la institución educativa. Regresó el amigo y se llevó a cabo lo acordado. Mis compañeros me acompañaron al acto. Quedó liquidado el incidente. Terminé felizmente el ciclo escolar. En esos años realizaba mis estudios en la ciudad de México, en los cursos orales de la Escuela Anexa a la Nacional de Maestros, cada fin de semana, hasta que me gradué y finalmente logré mi titulación. Llenados todos los requisitos legales y con el título en mi poder, solicité mi cambio a la ciudad de México lo que se me por mediación de los dirigentes sindicales del magisterio del Distrito Federal. Mi estancia en esta ciudad fue muy provechosa profesionalmente porque acrecenté mis experiencias, mejoré mis conocimientos, amplié mis relaciones con los líderes y autoridades de la Secretaría, mas no así en lo económico por las propias exigencias de un medio urbano como es la ciudad capital del país. Mi salario fue insuficiente para cubrir una serie de egresos. Para mejorar mi economía busqué un trabajo extra que tampoco me dio resultado por incompatibilidad del horario. Me di cuenta que en ese medio no existe la fraternidad, la colaboración desinteresada, sino todo lo contrario, todo tiende a obtener una ventaja. La conciencia humana está deshumanizada. Desigualdades económicas muy marcadas, un sector con enormes fortunas, otro en un término medio y el último el que se debate en la miseria. Ante esta situación desesperante, resolví regresar a la provincia, después de cinco años.

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De 1957 en adelante En 1957 llegué a la Comunidad de Presas como maestro de grupo. La dirección de la escuela estaba a cargo del profesor Aurelio Sáenz Soto. En 1960 quedó a cargo del compañero Severiano Arenas López por un curso. En 1961 asumí la dirección, obteniendo poco después la plaza de director efectivo por dictamen escalafonario. Mi responsabilidad moral, aumentó y también mi radio de acción. Con toda decisión y entusiasmo, me dediqué al cumplimiento de mis funciones, dispuesto a vencer toro cuanto se opusiera a mi plan de trabajo de acuerdo con los recursos a conocidos de antemano. En cuanto se supo que me hice cargo de la dirección del plante, los señores más importantes de la localidad me manifestaron su satisfacción y sus deseos porque la escuela se mejorara agregando además los motivos de su estancamiento, lanzándose la culpabilidad unos a otros. Advertí desde la divergencia en el diálogo cuál era el egoísmo político y social de cada uno de ellos. El deseo de ser siempre los únicos guías de la vida comunal. Los habitantes realmente se encontraban en un estado de atraso lamentable. Antes de continuar con esta exposición, diré que la Parcela Escolar, fue por estos años, un anexo que provocó fuertes e intricados problemas entre el Magisterio y Comisarios Ejidales, por la participación económica al personal docente de acuerdo con el Reglamento. Fue aquí precisamente, en este lugar donde, por reclamar esa participación fue asesinado un profesor, por órdenes de un cacique que al ser descubierto abandonó la comunidad, (informes de los propios vecinos). De allí que mi antecesor y o, afrontamos el mismo problema porque el Tesorero de ese organismo, se negó a entregarnos la participación y gracias a la intervención de la autoridad Municipal, nos fue entregada. A partir de entonces, de 1960, quedó finiquitada esta negativa. Hoy se cumple con las disposiciones legales. Volviendo al tema anterior: pasados algunos días, les envié una atenta nota para que se presentaran a la escuela para un intercambio sobre mi plan de trabajo. Asistieron con puntualidad. Se inició el diálogo: señores: ustedes me han manifestado su interés por el adelanto de su pueblo, por el adelanto de sus hijos, por su educación, y yo me uno a ustedes en esos propósitos, siento el mismo interés por lo que creo que nos entenderemos bien. Los invito que hagamos un recorrido al edificio en estos mismos instantes para que observen en qué condiciones se encuentra, lo que aceptaron sin objeción. Cuando penetramos al interior de la primera aula, les pregunté: ¿Les parecen correctas estas paredes? No, señor profesor. ¿Y los techos? Tampoco. ¿Y los pisos, las ventanas y los vidrios? No señor profesor, de ninguna manera, contestaron unos, otros solamente movían las cabezas de un lado al otro. ¿Cuánto tiempo hace que funciona esta escuela? ¿Porque la han mantenido en estas condiciones tan desastrosas? Guardaron silencio, ya no hubo respuesta. Señores: esta aula y las demás que se encuentran en las mismas condiciones necesitan una reparación y un remozamiento inmediato lo que reclama una inversión regular y como ustedes forman el grupo selecto de la comunidad, les propongo que al instante den una cooperación en efectivo y voluntaria para que mañana mismo se hagan los resanes y se traiga pintura; busquen un albañil que lo haga, el remozamiento lo haremos mis alumnos y yo.

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Cada uno queriendo o no, fueron aportando su cooperación reuniéndose la cantidad de quinientos esos con lo que se arregló la primera aula. Para extender la participación comunal en base al convencimiento, invité a otras personas adultas, jóvenes y señoritas, en calidad de padrinos para la inauguración de la aula, quienes llevaron muchos regalos a los niños, principalmente pelotas de básquetbol y voleibol para los equipos deportivos dando origen a la práctica intensiva del deportivismo en la escuela no solamente entre los alumnos, sino entre los jóvenes y señoritas de la localidad. Todas las tardes se reunían en las canchas a jugar, convirtiéndolas en centros de atracción y sola para el vecindario. La escuela llegó a su nivel de organización completa. El primer grupo de sexto grado lo integraron diez alumnos que atendía el profesor Aurelio Sáenz en 1957, es decir cuando llegué a ese lugar. Igualmente se formó una banda de guerra entre los alumnos, que posteriormente pasó a manos de los jóvenes. En una reunión casual entre varios compañeros, acordamos establecer un intercambio entre las escuelas del Municipio para enriquecer nuestros programas culturales y fundamentalmente crear la conciencia de unidad y colaboración entre los padres de familia hacia la escuela, lo que se logró ampliamente y si cabe enfatizar, maravillosamente. ¿Motivación? Desfile conmemorativo de las fiestas patrias. Cinco días consecutivos, con los contingentes bien organizados: bandas de guerra, abanderadas con sus escoltas, autoridades civiles y educativas, alumnos correctamente uniformados ciclistas, asociaciones de charros, carros alegóricos con sus reinas de esta festividad, tractores guadañeros, en fin, un entusiasmo desbordante. Luego los programas alusivos. El esfuerzo cansaba, fatigaba, pero qué satisfacción a la hora del refrigerio: ricas itacatadas, había de todo, para todos. Convivios de cordialidad, de confianza de unidad. Nadie quiso quedar atrás en cada pueblo la misma escena. Finalizaba este evento patriótico en la cabecera municipal. 16 de septiembre. Intercalo aquí una pequeña anécdota consecuencia de esta tradición: El señor Rafael González Pérez, Presidente Municipal por aquellos años y cuyo concepto era: “Solamente de la educación viene el progreso de los pueblos” quizás por eso tenía fe en el magisterio y nos dio todo su apoyo. Como él era el primero que encabezaba los desfiles, nos decía que ya se había acostumbrado porque cuando se levantaba al siguiente día, levantaba las manos en posición de empuñar el asta bandera y preguntaba ¿ahora dónde va a ser el desfile? Cuando la fecha había trascurrido. Lo que daba lugar a alegres comentarios entre nosotros. Esta conmemoración en la forma descrita, abarcó un período de cinco años cuando mucho, porque hubo cambio de autoridades, porque pensamos que habíamos logrado la unidad entre los pobladores del municipio, pero más que eso, porque uno de nuestros compañeros fue golpeado y sangrado pro un sujeto alevoso e inculto y en lugar de castigarlo, la autoridad encarceló al maestro lo que nos irritó terriblemente. Cuando se nos llamó para colaborar respondimos con un “no” definitivo por falta de garantías. Así terminó esta etapa que conservo en mi memoria. En cuanto a la comunidad de Presas seguí trabajando como de costumbre, aportando varias generaciones de alumnos que concluyeron su educación primaria, varios llegaron a profesionistas en distintas carreras, otros en los negocios y los demás en actividades agrícolas.

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De esto, existe constancia en los archivos del plantel que cuantitativamente suma 148 hombres y 123 mujeres, que totalizan 271 graduados. Después de quince años de prestar mis servicios en esta comunidad, fui removido a la Ciudad de Tula, ocupando la Dirección de la Escuela Urbana Federal “BENITO JUÁREZ”, por unos cuántos meses porque en ese año 1971 fui ascendido a la categoría de Inspector Federal de Educación, por dictamen escalafonario de la Comisión Nacional Mixta de Escalafón, ubicándoseme en el mismo Estado de Hidalgo. Gran satisfacción nos causó cuando el C. Profesor Guajardo Salinas, Director General de Educación Primaria en los Estados y Territorios de la Republica nos expresó su felicitación por nuestro ascenso y por sus orientaciones para el desempeño de nuestras funciones en este cargo de gran responsabilidad. Por disposiciones de la Dirección Federal de Educación en la entidad a cargo del C. Prof. Francisco Rivero Nava, fui adscrito a la Zona Escolar No. 19 de Tenango de Doria. Dadas las condiciones geográficas de esta región en su mayor parte inaccesibles, obstruyen con frecuencia una supervisión eficaz al trabajo docente que los maestros realizan en cada comunidad. El recorrido se hace a caballo de un lugar a otro y por varias horas y días. A cambio de ello, uno recibe la atención y el respeto de los pobladores y también sus quejas por incumplimiento del personal. En los lugares que me tocó pernoctar, fueron noches de fiesta y hasta de honroso para los vecinos. En cuanto a los maestros, llevé a cabo varias reuniones de carácter administrativo, pedagógico y cultural. En un Centro de Cooperación Pedagógico realizado en San Bartolo Tutotepec, con la participación Técnica del personal de Mejoramiento Profesional del Magisterio en la Entidad, asistió el C. Prof. Alfredo Arcineaga Monroy, Director Federal de Educación, cuya presencia alentó a los compañeros de la Zona Escolar, visitantes y autoridades locales, quienes le brindaron un emotivo recibimiento. En esta región llueve la mayor parte del año, que llaman ligeras lloviznas o aguas torrenciales, lo que mantiene el terreno siempre húmedo: clima cálido, templado y frío. Durante el invierno hay que protegerse lo mejor posible porque el frío cala duro. Recorrer la sierra ya son otras palabras. Aquí se contemplan bellos paisajes, abundante vegetación, aguas transparentes y se respira el oxígeno saturado de frescura. Mis recorridos fueron arduos, cansados y peligrosos además por pos caminos, pero se imponía el deber y las características del propio trabajo. Me interesó comprobar lo favorable o desfavorable de la labor educativa que enfrentaban mis compañeros y estimularlos con mi apoyo y promover entre los vecinos su cooperación para el avance educativo. Existen en estos dos municipios: Tenango de Doria y San Bartolo Tutotepec, pueblos de habla otomí, procedentes probablemente del Valle del Mezquital, cuyas escuelas son atendidas por maestros bilingües, jóvenes muy empeñosos, hombres y mujeres que recorren la sierra a pie para llegar a sus centros de trabajo, controlados por un instituto Bilingüe. Este sistema depende del Instituto Nacional Indigenista. Cultivé con ellos una estrecha amistad, porque tanto el instructor como yo, tuvimos nuestras oficinas en el mismo local. Las atenciones que me dispensaron los habitantes sin excepción fueron muy satisfactorias, como las autoridades municipales y Comité de Educación, pero viendo afectada mi salud, después de cinco años en esta región solicité mi cambio. Me trasladé a la Zona Escolar Núm. 92 con cabecera en la población de Tlahuelilpan, situada en el Distrito de Riego No. 3 del Valle, cuyas tierras de propiedad mixta, regadas con las aguas negras del

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gran canal de la ciudad de México, han creado una agricultura mecanizada, maquinaria adecuada para cada actividad carreteras asfaltadas, vehículos de transporte de todo tipo, signos de adelanto con un nivel de vida superado, el trabajo educativo se apoya en menores y suficientes recursos y por ende un personal eficiente profesionalmente y responsable, con el que laboré muy a gusto. Sin embargo, no dejaré de insistir que la presencia del maestro en este nivel y quizá en los demás, influye en gran medida pos sus relaciones con todos los factores que se centran en su acción educadora, su interés en el desempeño de sus actividades específicas y en su espíritu de creatividad. A mayores facilidades, mejores rendimientos. En este concepto, traté de proyectar mi Plan de Trabajo, contando siempre con muy buenos compañeros, tanto en aspecto docente como en el socio-cultural. Al poco tiempo me sorprende nuevamente una inesperada y difícil enfermedad que me obligó a internarme en el hospital “20 de Noviembre” el ISSSTE en la ciudad de México. Dado de alta por prescripción médica, volví a la Zona Escolar citada para continuar mis servicios pero en condiciones deprimente. Con el apoyo de os profesores Marcelino Medina y Gregorio Sánchez Ramírez, quienes se encargaron de tramitar la documentación oficial ente las dependencias correspondientes. Salvé mi responsabilidad por lo que afirmo aquí mi agradecimiento para ellos. Posteriormente, con el reacomodo de Supervisores que se presentan en cada curso escolar, logré otro cambio a la Zona Num. 068 del Municipio de Tula, con cede en la propia ciudad. Aquí fue muy diferente mi vida profesional por encontrarme en un medio urbano con toda clase de servicios públicos, una ciudad industrial y comercial, sirios de taxistas, autobuses, que conducen a los pueblos de su periferia, auque las escuelas a mi cargo se catalogaban entre rurales y urbanas, por sus propias condiciones de acuerdo con la comunidad donde funcionaban. Su cercanía con la cabecera de la Zona y un personal Directivo y docente, con un nivel profesional acreditado, permitió la consecución de un trabajo mejor programado y rendimientos positivos. La Zona Escolar, participó en todos los eventos, culturales, folklóricos, deportivos, internos y externos. Concursos de aprovechamiento, de selección, de canto, Himno Nacional, juegos organizados, escoltas, flautas, dibujo, danzas, bailes regionales, etc., amén de la aplicación de pruebas finales de cada curso escolar. Mi permanencia en esta Zona, abarcó diez años consecutivos y con una duración de cincuenta y seis años de servicios ininterrumpidos determiné solicitar mi jubilación, la que me fue concedida a partir del 1º. De enero de 1988. De las autoridades municipales, Delegación Sindical, D-1-54 de la Zona 068, de las Direcciones de las Escuelas “IGNACIO ZARAGOZA” de Zaragoza, “FRANCISCO SARABIA” de Pueblo Nuevo, recibí un reconocimiento como despedida. Las Generaciones de los alumnos de las escuelas “IGNACIO ZARAGOZA”, Lic. “JAVIER ROJO GÓMEZ”, “NARCISO MENDOZA”, “HÉROES DE CHAPULTEPEC”, llevaron mi nombre. Por los 30 y los 50 años de servicio, fui galardonado con las medallas “MAESTRO RAFAEL RAMÍREZ” e "IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO” respectivamente. Con este motivo, el Prof. Hermenegildo Benítez Torres, propuso que se me hiciera un homenaje de despedida por todos los compañeros de la zona, en la comunidad donde inicié mis servicios, que por diversas razones no fue posible, pero hicimos un viaje a aquel lugar el mismo profesor,

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Fernando Ángeles Olvera y Gregorio Sánchez Arteaga, con el fin de entrevistarnos con las autoridades y coordinar este propósito. No hallamos al C. Inspector Escolar, pero al C. Abel Mora, Presidente municipal de Santo Domingo Tonalá, sí, quien nos atendió con mucha cortesía. Nos ofreció apoyarnos para este evento y nos acompañó personalmente para entrevistarnos con el Profesor Pablo Rojas, Director de la escuela de San Sebastián, radicado en un pequeño barrio que lleva por nombre Yetla ubicado en la parte baja de aquel eslabón de cerros. Nos indicó que fijáramos la fecha de nuestro arribo para recibirnos. Retornamos a Tonalá y visitamos un hermoso lugar que los vecinos llaman Chapultepec, por sus enorme ahuehuetes y matas de zapote negro, de donde manan arroyitos de agua limpia y transparente, ahora ya entubada que surte a toda la población. Emprendimos el regreso a la ciudad de Tula. Al transcurrir los días sin haber logrado la sugerencia, me dispuse a visitar aquella comunidad; haciéndome acompañar de mi esposa, mi hijo Rafael y uno de mis nietos. Cincuenta y dos años habían pasado sin que hubiese vuelto a poner un pie sobre aquel terreno, de modo que me invadía el deseo de volverlos a ver. Un individuo, dueño de una camionetita, ofreció llevarnos a ese lugar, por una carretera de terracería y sinuosa, el transporte fue venciendo la subida hasta que al fin llegamos. Grande fue mi sorpresa al encontrar una escuela atendida por diez maestros de grupo y un Director Técnico. En lo alto de la loma aún existe la primera aula que se construyó durante mi estancia, alrededor del patio solitario de aquel entonces, se levantan las aulas que dan el cupo a los niños que asisten a sus clases desde el primero hasta el sexto grados. Pedí al señor Director, después de identificarme como convenía, que me formara a todos los ni{os en el patio, para saludarlos y tomar una fotografía, cada grupo con su respectivo maestro o maestra, lo ordenó, con amabilidad. Hecho el saludo que me propuse y aclarando que fui el primer maestro que trabajo en aquella comunidad, les pedí que a mi nombre saludaran a sus papás. Volvieron a sus aulas. A los de sexto, le dio mucho gusto, cuando les entregué un equipo de voleibol, para su entretenimiento. Dos miembros del Comité de la Asociación de Padres de Familia, estuvieron presentes en esta breve visita; me expresaron su agradecimiento. Al preguntarles de algunos de los que fueron mis alumnos, me informaron que ellos ya habían muerto. Lo que en silencio me conmovió. Cuando ya nos dispusimos a regresar, un niño se me acercó y me entregó una hojita de papel de su cuaderno, en la que encontré escrito lo que aquí trascribo íntegro: “San Sebastián del Monte, Tonalá, Huajuapan, 1º, de Junio de 1989.” “Muchas gracias profesor Gregorio Sánchez, por venir de tan lejos a visitarnos a nosotros los niños; vino a donde trabajaba usted, en el corazón de todos nosotros estará su recuerdo; Cuando vea a un niño alegre no olvide que en San Sebastián del Monte se le guarda un gran respeto y agradecimiento por sembrar la semilla que hoy se cosecha por usted, llévenos en su corazón y recuérdenos en la sonrisa de un niño feliz, formándose en donde su responsabilidad fue ejemplo. Atentamente- Héctor Gerardo Solano Hernández”. Me fue entregada una relación que con gusto anoto:

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“Relación de maestros que laboran en la Escuela Primaria Rural Federal Clave 20DPR1427U de la población de San Sebastián del Monte, Municipio de Santo Domingo Tonalá, Distrito de Huajuapan de León, Estado de Oaxaca.

1. Isabel Ponce Vargas. 2. Alonso Rivas Morales. 3. Sara Pacheco Ramírez. 4. Lilia del Río Moreno. 5. Martín Acevedo Sánchez 6. Guadalupe Zúñiga Candelaria. 7. Raymundo Herrera Mirón. 8. Ignacio Hernández Rivera 9. Ángela Leyva Zúñiga 10. Ramiro Ramírez Galindo.

Contemplé reflexivo y entusiasmado la panorámica de aquella comunidad, de lo que fue y lo que es. Sus casas construidas de tipo moderno, techadas con láminas de asbesto unas, otras con tapas de concreto, sobresaliendo las mismas calles que yo tracé, así como una tienda grande de la CONASUPO de donde de proveen los vecinos de artículos de primera necesidad, que se levantan al centro del poblado ¡Cuantas satisfacción sentí al comprobar este cambio!. Reconocimiento A los Ciudadanos Directores Federales de Educación en el Estado, quienes me brindaron su apoyo tanto en los aspectos, Técnicos, Administrativo y Culturales, en mi desempeño como Supervisor Escolar, mi: RECONOCIMENTO - Prof. FRANCISCO RIVERO NAVA. - Prof. ALFREDO ARCINIEGA MONROY - Prof. MANUEL GALLEGOS ROMERO. - Prof. ALBERTO JIMÉNEZ MONTES, - Prof. HERIBERTO REYNAGA LÓPEZ. Al distinguido PROFR. JUAN DE DIOS RODRÍGUEZ HEREDIA, antecesor de los enlistados, que me brindó no solamente su respaldo sino su amistad en particular. A los ciudadanos Inspectores Escolares a quienes más traté por asuntos del servicio por varios años y de quienes recibí estímulos y experiencias, van mi reconocimiento y gratitud. - Prof. EMILIANO M. PÉREZ ROSAS. - Prof. RAFAEL N SANTA CRUZ - Prof. JACINTO BRITO FERNÁNDEZ - Prof. SALOMÓN HERVER RAMÍREZ. - Prof. IGNACIO MORALES HERNÁNDEZ - Prof. ODÓN ZARAGOZA RUIZ. Esta obra está licenciada bajo una licencia Creative Commons Atribución 2.5 México; para mayor detalle, sírvase visitar el sitio web.