Mexico Las Crisis De 1982 Y 1987

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EL PULSO DE LOS SEXENIOS MIGUEL BAZAÑEZ 20 AÑOS DE CRISIS DEN MEXICO 3. LA CRISIS DE 1982 La tercera crisis bajo análisis, la nacionalización de la banca, ha sido tal vez el hecho más controvertido de los últimos 20 años, que movilizó en favor y en contra a la opinión pública nacional. Motivó y desmotivó al mismo tiempo a distintos segmentos de la población y marcó de manera importante el curso posterior de las acciones, tanto políticas como económicas. En los primeros tres meses se generó una extensa movilización social para apoyar la medida, que poco tiempo después se tornó en otra para culpabilizar. No se debe subestimar la influencia que ejercieron en la formación y evolución de esta crisis, diversas acciones generadas en la relación México Estados Unidos. Después de la ominosa negativa norteamericana en diciembre de 1977 a la compra de gas mexicano ya casi concluida la construcción del gasoducto Cactus Reynosa en diciembre de 1977, los tratos entre los presidentes López Portillo y Cárter no podría decirse que eran inmejorables, como lo acredita la visita que Cárter hizo a la ciudad de México en febrero de 1979. La decisión de no entrar al GATT en marzo de 1980 y la visita a Cuba en septiembre de ese año, adicionadas de la descripción de la política internacional y la reflexión sobre la validez de la propiedad privada que López Portillo hizo con motivo de la IV Reunión de la República en Hermosillo en febrero de 1981 y el comunicado que suscribió con Francia sobre El Salvador en agosto de ese año, deben haber ido incrementando las actitudes de recelo y reserva hacia México en las agencias estratégicas norteamericanas. La reunión Norte Sur de Cancún en diciembre de 1981 y el apoyo a Nicaragua estaban marcando un activismo mexicano en el panorama internacional que resultaba con seguridad crecientemente incómodo para Estados Unidos. En 1982 México vivió una situación económica difícil. Por una parte, las contradicciones generadas en el proceso de desarrollo del país y la inflexibilidad de la política económica para reaccionar con oportunidad a las circunstancias adversas y, por otra, los cambios bruscos en las condiciones económicas internacionales —caída en los precios del petróleo, alza en las tasas de interés, estrechez del financiamiento, fueron los factores que precipitaron la crisis. Los signos del grave desequilibrio de la actividad económica fueron el desmedido déficit público, el alarmante deterioro del sector externo — incluyendo una gran fuga de divisas— la inflación, la caída del producto nacional y una alta desintermediación financiera, entre otros. Para entender la crisis de 1982 es indispensable tener presente, además del marco político bilateral, el hundimiento petrolero que arrastró a gobierno y empresas, así como el proceso de la sucesión presidencial que cada vez más se ha venido revelando como altamente perturbador. En la misma forma que al analizar las dos crisis anteriores, la comprensión completa de ésta necesita incluir las reacciones más fuertes que generó: sin duda la preocupación internacional, así como el arribo, paulatino pero creciente, a niveles de riesgo, de las presiones internas.

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Mexico Las Crisis De 1982 Y 1987 Resumen Jorge Luis Castro Lara, Escuela Libre de Ciencias Políticas y administracion publica de oriente. Becas del 90% a traves del PRI Veracruz Carreras: Lic. Ciencias Políticas y Administracion Publica. Lic. en seguridad publica. Lic. Políticas publicas. Lic. Derecho Gubernamental Contactame casvetech[arroba]hotmail.com Xalapa, Veracruz.

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EL PULSO DE LOS SEXENIOS  ‐ MIGUEL BAZAÑEZ 

20 AÑOS DE CRISIS DEN MEXICO 

3. LA CRISIS DE 1982 

La tercera crisis bajo análisis, la nacionalización de la banca, ha sido tal vez el hecho más controvertido de  los  últimos  20  años,  que movilizó  en  favor  y  en  contra  a  la  opinión  pública  nacional. Motivó  y desmotivó al mismo  tiempo a distintos  segmentos de  la población y marcó de manera  importante el curso posterior de las acciones, tanto políticas como económicas. En los primeros tres meses se generó una extensa movilización social para apoyar la medida, que poco tiempo después se tornó en otra para culpabilizar. 

No se debe subestimar  la  influencia que ejercieron en  la formación y evolución de esta crisis, diversas acciones  generadas  en  la  relación  México  Estados  Unidos.  Después  de  la  ominosa  negativa norteamericana en diciembre de 1977 a la compra de gas mexicano ya casi concluida la construcción del gasoducto Cactus Reynosa en diciembre de 1977, los tratos entre los presidentes López Portillo y Cárter no podría decirse que eran inmejorables, como lo acredita la visita que Cárter hizo a la ciudad de México en febrero de 1979. La decisión de no entrar al GATT en marzo de 1980 y la visita a Cuba en septiembre de ese año, adicionadas de la descripción de la política internacional y la reflexión sobre la validez de la propiedad privada que López Portillo hizo con motivo de la IV Reunión de la República en Hermosillo en febrero de 1981  y el  comunicado que  suscribió  con  Francia  sobre El  Salvador en  agosto de ese  año, deben  haber  ido  incrementando  las  actitudes  de  recelo  y  reserva  hacia  México  en  las  agencias estratégicas  norteamericanas.  La  reunión  Norte  Sur  de  Cancún  en  diciembre  de  1981  y  el  apoyo  a Nicaragua estaban marcando un activismo mexicano en el panorama  internacional que  resultaba  con seguridad crecientemente incómodo para Estados Unidos. 

En 1982 México vivió una situación económica difícil. Por  una parte, las contradicciones generadas en el proceso  de  desarrollo  del  país  y  la  inflexibilidad  de  la  política  económica  para  reaccionar  con oportunidad  a  las  circunstancias  adversas  y,  por  otra,  los  cambios  bruscos  en  las  condiciones económicas  internacionales —caída en  los precios del petróleo, alza en  las  tasas de  interés, estrechez del financiamiento, fueron los factores que precipitaron la crisis. Los signos del grave desequilibrio de la actividad económica fueron el desmedido déficit público, el alarmante deterioro del sector externo —incluyendo  una  gran  fuga  de  divisas—  la  inflación,  la  caída  del  producto  nacional  y  una  alta desintermediación financiera, entre otros. 

Para entender la crisis de 1982 es indispensable tener presente, además del marco político bilateral, el hundimiento  petrolero  que  arrastró  a  gobierno  y  empresas,  así  como  el  proceso  de  la  sucesión presidencial que cada vez más se ha venido revelando como altamente perturbador. En la misma forma que al analizar las dos crisis anteriores, la comprensión completa de ésta necesita incluir las reacciones más  fuertes  que  generó:  sin  duda  la  preocupación  internacional,  así  como  el  arribo,  paulatino  pero creciente, a niveles de riesgo, de las presiones internas. 

 

 

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EL HUNDIMIENTO DEL PETRÓLEO 

La multiplicación de los ingresos petroleros a partir de la segunda ofensiva victoriosa de la OPEP en 1979 y  el  aumento  del  volumen  de  la  extracción  de  crudo  por  parte  de  Pemex,  vinieron  a  trastocar  este tranquilo  y por  lo demás  típico orden de  cosas,  y erigieron  al Estado  como el  gran  sector de  la  vida política y económica nacional, alejando de paso las posibilidades objetivas del sector privado de asumir la  hegemonía  del  país.  El  gobierno  de  López  Portillo  no  parece  haber  encontrado  una  fórmula suficientemente  adecuada para digerir  los nuevos  y  cuantiosos  ingresos petroleros  y buena parte  se desperdició en financiar una tasa de consumo artificialmente alta, tanto de parte del gobierno como de la sociedad en su conjunto. 

Para financiar el desarrollo del sector energético y las importaciones masivas de bienes de capital —que perseguían el mantenimiento de una tasa de crecimiento también anormalmente alta— el país incurrió en un acelerado proceso de endeudamiento externo que a la postre resultaría insostenible y llevaría por igual  a  la  suspensión  del  crédito  externo,  al  deterioro  de  la  confianza  empresarial,  a  la  crisis  de  las finanzas públicas y, finalmente, a la nacionalización de la banca. 

Los  desequilibrios  estructurales  de  la  economía mexicana  pudieron  ser  sobrellevados  y  pospuestos gracias  a  la  bonanza  petrolera.  Sin  embargo,  el  grave  y  creciente  deterioro  hizo  aflorar  dichas contradicciones e hizo evidente la gran fragilidad del esquema de financiamiento del desarrollo basado en el uso de deuda, especialmente externa y de los recursos petroleros. 

Un amplio debate sobre el rumbo global de  la economía se produjo en 1980 en torno a  la decisión de que México  ingresara  al  GATT  y  ampliara  su  plataforma  de  explotación  petrolera,    Es  cierto  que  la discusión se dio en ese año, pero en realidad era sólo una fase manifiesta de un proceso más profundo de  búsqueda  de  rumbo  que  se  había  iniciado  diez  años  antes.  Un  avance  importante  hacia  la redefinición  económica  del período de  reajuste  (1968‐1980)  se hizo  en ocasión del  aniversario de  la expropiación  petrolera  el  18  de  marzo  de  1980.  Primero,  México  no  se  sometió  a  la  presión norteamericana de incrementar la producción petrolera más allá de la plataforma de 2.5 a 2.7 millones de barriles diarios,  sólo un 10% de variación  se aceptaba. Segundo,  la entrada al GATT  se  rechazaba. Tercero, se propuso el Sistema Alimentario Mexicano (SAM) que implicaba una participación más directa del Estado en la producción de alimentos. 

Aunque  éstas  fueron  redefiniciones  parciales,  bastaron  para  producir  varios  cambios  en  el  arreglo interno de  las fuerzas de 1980. Primero, en abril se presentó el plan global de desarrollo que muestra algunas de  las tesis fundamentales propuestas por  los financieros privados, específicamente Banamex. Segundo, en  la gira presidencial por Europa en mayo. Televisa dejó ver  su disgusto al  retirar  toda  su cobertura de la gira. Tercero, de acuerdo con el Banco Federal de Reservas Norteamericano, un monto de más de 4 000 millones de dólares estaba en  los bancos privados para finales de mayo  (Informática 53:18). Un  rasgo algo  separado, pero  relevante en este panorama,  fue el ofrecimiento en  febrero de 1980, de un banquero de Chicago a la Cámara de Comercio de "ayuda militar norteamericana a México a cambio del petróleo" (Informática 50:19). 

Los  trastornos  en  el  precio  internacional  del  petróleo  a  partir  de  junio  de  1981,  parecen  haber provocado en pocas  semanas un  impacto  financiero que afectó a Alfa. En  julio el  consorcio no pudo 

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obtener en Nueva York un préstamo de 200 millones de dólares y un mes después, Bernardo Garza Sada declara que las versiones de despidos y quiebra en Alfa son infundadas, pero para octubre se observa ya un descenso en el valor de  las acciones del grupo y una  suspensión en  sus planes de diversificación. Finalmente, el 1 de noviembre se anuncia que Banobras otorgó un crédito a Alfa por 17 mil millones de pesos; al día  siguiente el Partido  Social Demócrata  (PSD) denuncia  la quiebra  técnica del  consorcio  y demanda  la  nacionalización  de  Alfa.  Garza  Sada  declara  que  no  hay  crisis  ni  quiebra,  pero  corre  la petición en  los medios bursátiles de  congelar  las acciones del Grupo. Con ella  se  congela  también  la viabilidad de un proyecto empresarial como opción del desarrollo del país, al menos por un tiempo. La desmoralización empresarial se hizo presente. 

Al  igual que  en  el  caso de Díaz  Serrano,  las  causas obvias del  rápido  y  estridente deterioro de Alfa, expansionismo, altos gastos y endeudamiento, está rodeado de  incógnitas que matizaron el suceso. La primera incógnita puede referirse a la fuerte rivalidad interna entre Alfa y Visa; la segunda a una posible liga profunda de Visa al Partido Social Demócrata (PSD). En cualquier caso, resta mucho por esclarecer al respecto y sobre todo por establecer la vinculación entre la quiebra de Alfa y la precipitación de la crisis de 1982. 

 

LA SUCESIÓN PRESIDENCIAL 

Si  la  economía  estaba  agitada,  la  política  no  lo  estaba menos.  Es  cierto  que  el  período  de mayor turbulencia política en el sistema mexicano es el de  la transición presidencial, aunque  la preocupación por  el  sucesor  está  presente  prácticamente  en  todo  el  tiempo  del  sexenio.  La  preocupación tradicionalmente  se  intensifica  después  del  IV  Informe  de  Gobierno  y  va  en  aumento  conforme  se aproxima el V. Se provocan así reacomodos y presiones que afectan el comportamiento de la política. 

Sin embargo, dos eventos llamaron la atención en la sucesión de López Portillo: el discurso de Roberto Casillas,  secretario particular del presidente, pronunciado en agosto de 1980 y  la  serie de entrevistas concedidas por Luis Echeverría en abril de 1981 a El Universal. El efecto del discurso de Casillas fue una entrevista televisada del presidente negándose el papel de gran elector y calificándose como fiel de  la balanza. El de  las entrevistas de Echeverría,  fue el enroque efectuado entre el presidente del PRI y el secretario de la Reforma Agraria, ocho días después de la ruptura supersónica del silencio. En estos dos casos, el presidente mostró  la necesidad de  reforzar el control de  la situación política del país, en un ambiente progresivamente inquieto. 

A diferencia de  los acontecimientos anteriores al mes de  junio de 1981,  los posteriores dificultaron el control sobre el proceso de la sucesión. Por una parte, el problema de precios del petróleo que arriba se analizó y que provocó un impacto de importancia a los planes presidenciales. Por otra, la destitución de Díaz  Serrano,  que  pareció  obedecer  no  sólo  al  desacuerdo  en  la  reducción  del  precio  por  barril exportado. En  tercer  término,  las presiones  cruzadas del bloque  industrial encabezado por Alfa y del bloque  financiero,  anunciaban  la  aparición  de  acciones  empresariales  desarticuladas  y  trastornadas, como en efecto resultaron ser los recursos del rumor, la desconfianza y la fuga de capitales. Finalmente las  tres  entrevistas  con  el  presidente  Reagan,  todas  en  territorio  norteamericano  y  sin  mediar reciprocidad.  Son  sugestivos,  por  último,  los  tiempos  y movimientos  de  la  nominación  presidencial 

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durante  la  segunda  quincena  de  septiembre.  El  día  14 Díaz  Serrano  declaró  que  estaba  dispuesto  a volver a  la política. El día 17, López Portillo acudió por tercera vez consecutiva a reunirse con Reagan, esta vez en Grand Rapids, Michigan. Al día siguiente de su regreso, el presidente anuncia en un mitin en Monterrey, que en pocos días el PRI dará a conocer su candidato; en el curso de  la semana trasciende que JDS se iría de embajador a la URSS y el día 25 el PRI da a conocer a su candidato, anticipándose casi un mes  a  la  junta  de  Cancún,  que  era  la  fecha  esperada  del  destape.  Sin  recurrir  a  explicaciones conspiratorias,  será  importante  para  un  futuro  indagar  la  posible  relación  entre  los  elementos aportados: Bush, Alfa, Díaz Serrano, Grand Rapids y la anticipación del destape. 

Cinco semanas después de la renuncia de Díaz Serrano, el presidente ofreció una conferencia de prensa a bordo del avión Quetzalcóatl a su regreso de Guadalajara el 10 de julio. En esa ocasión denunció que se estaba creando un clima de desconfianza: "una carga emocional espesa, indeterminada, fundada en rumores, en chismes. . ."; se pronunció contra la devaluación y el terrorismo informativo. Pidió "llegar a la  junta de Cancún con toda  la fuerza del presidente de  la República" (El Día, 1171981:2). Una semana después, el 17 de julio, López Portillo volvió a referirse al terrorismo informativo contra el peso. Utilizó como foro una conferencia de prensa con los corresponsales extranjeros (Unomásuno, 1871981:1). 

Al parecer, las dos conferencias de prensa ayudaron a calmar relativa y temporalmente los ánimos, que volvieron a caldearse conforme se aproximaba  la celebración de  la V Reunión de  la República el 5 de febrero de 1982. Ese día, el presidente volvió a pedir tranquilidad, confianza, solidaridad: "Defendamos nuestro peso, dijo, para no hacerle el juego a la parte más despreciable de la sociedad, aquellos que se enriquecen  con  la  especulación  y  con  el  fracaso  de  otros"  (Excélsior,  621982:1).  El  efecto  resultó contrario  a  sus propósitos  y el 17 de  febrero  se  anunció el  retiro del Banco de México del mercado cambiario. El peso frente al dólar cambia de 27.06 el día 17 a 47.25 el día 26 (Unomásuno, 2821982:9). La capacidad del sector financiero de desatar un eficaz mecanismo de presión se había comprobado una vez más, pero también puso en evidencia su incapacidad para retomar el control. 

Las condiciones financieras agudizaron el debate económico. Volvieron a primera fila  las proposiciones irreconciliables  de  los  monetaristas  y  estructuralistas;  libertad  cambiaría  y  vinculación  estrecha  al sistema monetario  internacional  frente al control de cambios y autodeterminación  financiera. En este marco se provocó el cambio de los titulares de la Secretaría de Hacienda y el Banco de México el 16 y 17 de marzo de 1982, respectivamente, que fue  interpretado como un paso más en  la transición hacia el nuevo gobierno por  la cercanía de  los designados con el candidato. Hasta ahí,  la corriente monetarista parecía predominar. Al menos así se pensó cuando el director del Banco de México, publicó "un análisis pragmático —no dogmático—  sobre  la  conveniencia" del  control de  cambios, donde  llegó  a  la plena convicción de que en México no podía adoptarse. 

El rumor y el desprestigio continuaban deteriorando la imagen del presidente, en un tiempo político —la transición— ya de  suyo difícil. El 11 de mayo de 1982 López Portillo  formula una extensa explicación televisada en la reunión Veinte Mujeres y un Hombre, donde argumenta que el país tiene problemas de liquidez  financiera, pero niega  la existencia de una  crisis económica. Hace un  llamado a  la  confianza, pero admite  "que goza de menos  credibilidad que un empleado de ventanilla bancaria"  (El Nacional, 12582:1). La salida de capitales continuaba realizándose en proporciones cada vez mayores. Durante el mes de junio y principios de julio, la atención fue acaparada por los cierres de campaña de los partidos 

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políticos y por los comentarios a la alta participación en las elecciones. Pero pasada la euforia electoral, regresaron los rumores. 

La severidad de la situación financiera se expresó el 1 Je agosto en los aumentos al precio de la gasolina, pan y  tortilla, dado el monto considerable de subsidio gubernamental que absorbían; nuevamente  las dificultades  se manifestaron  el  día  5  al  establecerse  la  doble  paridad  cambiaria.  Esta  decisión  fue  el primer paso hacia el control generalizado de cambios decretado el 1 de septiembre. Evidenció que el equilibrio de las fuerzas políticas en la disputa por las opciones del país, estaba rápidamente cambiando. 

 

LA TERCERA CRISIS: LA NACIONALIZACIÓN DE LA BANCA 

El anuncio de la nacionalización de la banca y el control generalizado de cambios durante la lectura del VI  Informe de Gobierno tomó por sorpresa al país. Salvo  los  integrantes del gabinete ampliado que se enteraron esa mañana en el desayuno de Los Pinos, el presidente electo informado la tarde anterior y el reducido  grupo de quienes había  trabajado en  los proyectos  correspondientes, nadie más  conocía  la medida. 

Desde marzo  se  habían  iniciado  consideraciones  generales  sobre  dichos  aspectos  por  colaboradores cercanos al presidente, pero no es  sino hasta  la adopción de  la doble paridad el 5 de agosto, que el proceso parece entrar a un camino sin regreso. En la última semana de julio se revisan los signos vitales de  la  economía mexicana, para  concluir que  a  grandes males,  grandes  remedios.  Se hace manifiesto también que en el mágico  sistema político mexicano,  sólo parecen haber 18  semanas  cada  seis años para tomar las más difíciles decisiones: del 15 de julio al 30 de noviembre del último año de gobierno, 15 días después de la elección del nuevo presidente y un día antes del cambio de gobierno. 

Por el tabú en que se había constituido la libertad cambiaría, verdadero himen financiero, el 5 de agosto pareció  indicar  que  el  presidente  se  había  decidido  a  romper  definitivamente  con  el  pasado.  El matrimonio  celebrado  entre  la  banca  privada  y  el  gobierno  en  1925  se  escindió,  para  disolverse  al parecer definitivamente el 1 de  septiembre.  Los asuntos de  la peculiar pareja  se habían desarrollado aceptablemente por casi 40 años. Una flexible y moderada política fiscal, a cambio de un financiamiento interno para un pequeño déficit público, fue una fórmula feliz por muchos años. 

Un  peligro  importante  que  amenazó  a  la  nacionalización  bancaria,  fue  la  desconfianza  popular  que podría desatarse al  reabrirse  las operaciones bancarias el  lunes 6 de  septiembre. Ese peligro pareció conjurarse con  la primera reglamentación anunciada por Carlos Tello por televisión el sábado 4: dando paridad  fija  a  50  y  70  pesos  por  dólar;  disminución  de  tasas  de  interés;  eliminación  de  cobro  por comisiones  sobre  cuentas  de  cheques,  aumento  de  intereses  en  cuenta  de  ahorros  del  4.5  al  20%; reducción del 23% en créditos para vivienda de  interés social para establecerlo al 11%, entre muchas otras disposiciones. 

La cronología fundamental de las disposiciones partió del 13 de septiembre en que se expiden las reglas generales del control de cambios; el día 21 el presidente envía a la Cámara de Diputados los proyectos de reformas a la Constitución para reservar el servicio bancario y crediticio al Estado, regir las relaciones laborales  por  el  apartado  B  del  artículo  123  y  convertir  al  Banco  de México  en  organismo  público 

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descentralizado; el día 22, solicitan amparo 21 instituciones bancarias y, por último, el día 27 se anuncia la constitución de un  fideicomiso para  la  repatriación  inmobiliaria, al  tiempo que Carlos Tello declara que se firmará un convenio con el FMI. 

La observación principal que puede hacerse a las reacciones que produjo la nacionalización de la banca y el control de cambios, tanto en el país como en el extranjero, es que fueron verdaderamente moderadas frente a la agresividad y oposición que otros eventos habían recibido en la historia reciente de México, particularmente  en  el  sexenio  de  Echeverría  (Basáñez,  1982:57).  Hubo  una  ausencia  notoria  de  la oposición que se esperaba de una fracción de la Iglesia. Se destacó también la desarticulación del sector empresarial y  la heterogeneidad de sus reacciones. Entre  los abogados se dio un debate en torno a  la constitucionalidad de las medidas, pero quedó lejos de lograr un consenso. El movimiento obrero y ios partidos políticos,  con  excepción del  PAN  y PDM,  se pronunciaron  a  favor.  Televisa  se  contuvo  y  las páginas editoriales se dividieron. Los financieros privados y una buena parte de los financieros públicos estuvieron en contra. 

El estado real de la opinión pública mexicana no estaba siendo reflejado en los medios, como lo señala la encuesta  levantada  por  el  autor  en  noviembre  de  1982.'  El  apoyo  al  gobierno  era  del  71%  de  los entrevistados, en un  rango que va  rió del más bajo, 64% de  los empresarios, al más alto, 87% de  los políticos, como se puede observar con mayor detalle eixel cuadro precedente al sumar regular, bien y muy  bien.  / Una  expresión  del  proceso  de maduración  de  la  sociedad  civil  se  puede  observar  en  la heterogénea  influencia de  los partidos políticos en el proceso de formación de opinión pública, Ljue se hizo presente con motivo de la nacionalización. Puede notarse que mientras los simpatizantes del PAN, PDM  y  PARM,  así  como  los  abstencionistas  y  los  sin  opinión,  registraron  el  menor  porcentaje  de respuestas muy bien en niveles del 8 al 13%, los partidarios del PSUM y PMT, por el contrario, registran los porcentajes más altos en niveles del 31%. Los simpatizantes del PRI, PRT y PST se mantienen entre el 21 y 26%. En  sentido opuesto,  las más altas malas opiniones  las expresan  los  simpatizantes del PAN, PDM, abstención, no contestó y PARM. 

A pesar de  la  impresión, generalmente aceptada, de que  los funcionarios supeditaban sus opiniones a los  linchamientos del partido oficial, en  la encuesta bancaria se comprobó que en privado expresaban inclinación  por  los  partidos  de  centroizquierda.  Existe  una minoría  en  el  sector  público  que  puede reclamar  un  papel más  radical  para  el  Estado,  una  posición más  nacionalista  y  un  énfasis mayor  en políticas de beneficio social para  las masas. Esto podría reflejarse en apoyo a  los partidos de oposición que sostengan esas demandas, pero también podría ser signo de la capacidad latente del gobierno para desplazarse  un  poco  más  a  la  izquierda,  con  el  propósito  de  cooptar  a  disidentes.  Por  otro  lado, cualquier medida gubernamental de apoyo neto a la izquierda, probablemente fortalecería a la derecha sostenida por los grupos que menos apoyan al gobierno. fi La crisis de 1982 contiene una particularidad. No fue la 'disidencia, ni el sector privado ni las clases medias, sino precisamente el sector público el que la hizo estallar No obstante, la nacionalización dé la banca fue un factor determinante para reconstituir la legitimidad y el consenso del Estado entre las grandes masas de la población. Las manifestaciones que se  sucedieron  en  septiembre  —y  que  de  hecho  inhibieron  la  reacción  empresarial—  así  parecían comprobarlo,  sin  embargo  el  Tiempo  político  de  López  Portillo  estaba  casi  agotado  y  el  intento  de cambiar toda la enorme estructura de las relaciones financieras en el país, pronto se dio por concluido. 

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LA PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 

El eje  central de  la  respuesta gubernamental a  la  crisis de V 1982  fue definido desde el principio. Se intentaría cumplir escrupulosamente con los compromisos externos del país —específicamente cubrir el servicio de la deuda externa en el orden de los 10 mil millones de dólares (mMd) anuales— y los efectos internos adversos de tal decisión, serían contrarrestados con un amplio respeto a la libre manifestación de las ideas y un fortalecimiento de la reforma política. 

En estas circunstancias, México vio indispensable revalorar la importancia del contexto internacional en la orientación de la economía y adoptar la premisa de cumplir afuera como condición para el desarrollo doméstico\Esto mediante un fuerte ajuste interno v una amplia promoción en la captación nacional de divisas.  En  una  perspectiva  de  ahorro  en  el    uso  público  de  divisas,  reducción  de  importaciones    y aumento de exportaciones específicamente las no petroleras vía la reconversión industrial y la liberación comercial.  Podemos  identificar  dos  periodos  en  la  actitud  del  gobierno mexicano  en  relación  con  el cumplimiento de los compromisos con el exterior: (el primero que va de diciembre de 1982 febrero de 1986, en el que  impera el principio de "cumplimiento a toda costa; y el segundo, que parte de febrero de 1986 y que se caracteriza por una actitud de cumplimiento modificada. La máxima de cumplir a toda costa, emprendida por el gobierno mexicano es explicable tanto por  la composición sociopolítica de  la fracción hegemónica que  arribó  al poder en 1982,  como por  su  visión de  las  adversas  circunstancias externas e  internas por  las que atravesaba el país. Las agencias estratégicas norteamericanas estaban muy  sensibles  a  la  política  exterior  mexicana  y  particularmente  a  la  postura  hacia  Centroamérica. Constantine Menges,  responsable  de  América  Latina  en  la  Agencia  Central  de  Inteligencia  (CÍA)  de Estados  Unidos  al  principio  de  la  nueva  administración  mexicana  1982‐1988,  era  uno  de  los  más preocupados; por una supuesta alianza profunda del gobierno  Mexicano con los de la Unión Soviética y de Cuba,2 donde México apoyo   a Nicaragua y El Salvador, según Menges a cambio de   que  la URSS y Cuba mantuvieran controlada  a la izquierda mexicana. Para dar pruebas tangenciales de que México no avanzaba al  comunismo, ni que existía alianza alguna, el nuevo gobierno mexicano escogió  la vía del escrupuloso,  cumplimiento  con  las  instituciones  financieras  internacionales  de  los  compromisos derivados de la deuda externa. Sin embargo, los esfuerzos y disciplina financiera, eran irrelevantes para las agencias de seguridad norteamericanas. De ahí las constantes campañas de prensa con pretexto del combate al narcotráfico, inseguridad turística o corrupción de los funcionarios mexicanos. 

Es interesante contrastar la opinión gubernamental dominante con la de la sociedad en torno a la deuda externa.3  Como  se  puede  apreciar  en  las  cifras  del  cuadro  siguiente,  los  funcionarios  expresaban  la opinión menos desfavorable  (7% bien y 77% mal),  seguidos por  los campesinos  (6% bien y 56% mal). Pero  en  cualquier  caso,  el  contraste  nacional  entre  las  opiniones  a  favor  y  en  contra  (4%  vs.  78%) demuestra un rechazo abierto de la sociedad a la deuda 

En  agosto  de  1983  México  fue  calificado  por  altos  funcionarios  de  los  organismos  financieros internacionales como país con un programa de  recuperación ejemplar que estaba  siendo  imitado por otros países con dificultades financieras. Esta percepción fue ampliamente argumentada y difundida por revistas y periódicos especializados con gran penetración  internacional, quienes señalaban que ningún país en tiempos modernos había aplicado un ajuste tan radical, rápido, decidido y exitoso como México. 

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En junio_de_J984, el director ejecutivo del FMI giró un comunicado en el que presenta a México como un ejemplo de ajuste para  los países   deudores y de negociación para  los países acreedores, que  fue respaldado por el presidente de la Reserva Federal de Estados Vmdos7 (Crónica Presidencial, 1985:276.) Hasta entonces la opinión internacional sobre México se había transformado de escéptica y adversa en propicia y favorable en torno a la recuperación económica  nacional. Esto significaba que el nuevo grupo gobernante  iba  logrando  recuperar  la  credibilidad  y  la  confianza  de  los  centros  financieros internacionales. No así la de los centros de seguridad estratégica. 

Ante las crecientes inquietudes de adoptar una posición conjunta de fuerza por América Latina frente a la  comunidad  financiera  internacional, expresadas en  las  reuniones de Quito y Cartagena de 1984,  la postura de México de cumplir   a  toda costa seguía  firme. Se rechazó  la posibilidad de participar en  la conformación del denominado club de deudores y México cuestionaba  la viabilidad de  todas aquellas iniciativas de fuerza, ruptura o confrontación ante los centros financieros internacionales. 

El cumplimiento de los compromisos derivó en una serie de impactos en diversas variables económicas y sociales. El déficit público  fue  financiado con  crédito  interno,  lo que  implico un  circulo vicioso que  lo retroalimento, ya que una gran parte del gasto se destino   al pago de  intereses de  la deuda  interna, al incrementarse el financiamiento interno del déficit público, se absorbieron recursos  que de otra forma hubieran sido dirigidos   a  las actividades productivas   formándose además un apretamiento financiero, que  entre  otras  cosas  se  caracterizo  por  una  prácticamente  nula  disponibilidad  de  financiamiento  al sector privado. 

La  caída  de  los  precios    internacionales  del  petróleo  de  1985,  el  crecimiento  de  la  inflación,  la disminución de la producción industrial y las consecuencias de los sismos de septiembre, a pesar de las medidas  fiscales,  cambiarías  y  comerciales  de  emergencia  instrumentadas,  no  lograron  relajar  las crecientes  dificultades  para  cumplir  con  el  exterior.  En  estas  circunstancias  se  dio  el  discurso presidencial del 21 de  febrero de 1986, que  indicaba un viraje en  la política de cumplir a  toda costa. Desde mediados  de  1985  empezó  a  notarse  una  variación  en  el  discurso  gubernamental  sobre  este tema.  Tanto para  el  gobierno  como para  la  sociedad, parecía  evidente que  la política de  contención económica  iniciada  con  el  Programa  Inmediato  de  Recuperación  Económica  (PIRE)  y  reforzar  con  la astringencia  crediticia de ese año, no podría  continuar  vigente por mucho  tiempo más,  sin  riesgo de causar daños a  las estructuras de  la planta  industrial. Los acreedores externos se habían concretado a cobrar  el  servicio  de  la  deuda  mexicana,  otorgando  concesiones  menores  a  través  de  las reestructuraciones, pero desde 1984 ei país no había recibido crédito adicional. En esas condiciones  la descapitalización progresiva del país era una tentativa poco alentadora (Excélsior, 2221986:1). 

Miguel de  la Madrid se dirigió ese 21 de  febrero de 1986 a  ja comunidad nacional y a  los acreedores externos a través de  los medios masivos de comunicación, para subrayar que su administración ya no estaba dispuesta a seguir sacrificando los niveles de vida de las clases mayoritarias para exportar, por la vía  del  servicio  de  la  deuda  externa,  recursos  generados  internamente, mientras  que  los  flujos  de financiamiento  externo seguían virtualmente cancelados y los ingresos petroleros se habían reducido a menos  de  la mitad. Dos meses  después,  al  inaugurar  el  XXI  período  de  sesiones  de  la  CEPAL, De  la Madrid declaró que la situación imperante ya no podía continuar: 

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Hemos  llegado al  límite de poder sostener  la transferencia de capitales al resto del mundo y nuestros pueblos nos exigen  la superación de esta crisis que cada día es menos  tolerante.  .  .  (Por ello) México demanda  urgentemente  la  reestructuración  de  las  relaciones  económicas  mundiales  que  abarque, conjuntamente  con  la deuda,  los problemas de  finanzas  y moneda,  flujos  comerciales  y  términos de intercambio, apoyo tecnológico y cooperación internacional (Excélsior, 2241986:1.) 

El  subsecretario  de  Hacienda  Suárez  Dávila,  advirtió  a  finales  de  abril  que  México  podría  adoptar posiciones unilaterales en materia de deuda externa, como sería una reducción de intereses al margen de  la aprobación de  los acreedores, a fin de colocar  los réditos que se pagan, solamente a dos puntos por  encima  del  promedio  de  la  inflación  internacional.  El  entonces  secretario  de Hacienda  y  Crédito Público, Jesús Silva Herzog, también llegó a insinuar la posibilidad de una moratoria unilateral. 

En mayo en el consejo nacional extraordinario del PRI y en  junio en Hermosillo, Sonora,  insistió De  la Madrid  en  estos planteamientos  rompiendo  la máxima de  cumplir. A mediados de  junio de 1985,  la opinión  pública  nacional  recibió  con  sorpresa  la  noticia  de  la  renuncia  de  Jesús  Silva  Herzog  y  su sustitución  por  el  basta  entonces  director  general  de Nafinsa, Gustavo  Petricioli. Muchas  conjeturas provocó este cambio, algunas ciertamente contradictorias entre sí. Para algunos analistas,  la  renuncia estuvo motivada por sus radicales declaraciones de los últimos meses, que habían incluido la posibilidad de moratoria. Para otros,  la renuncia era obligada, si realmente se deseaba cambiar hacia una política más  firme  frente a  los acreedores externos. Otros más,  la ubicaban en  los preámbulos de  la sucesión presidencial (£7 Nacional, 2461986.). 

La estrategia mexicana para lograr mejores condiciones de pago de la deuda externa rindió sus primeros frutos en  julio de 1986. A pesar de  las condiciones  favorables para México del convenio,  los analistas independientes  no  dejaron  de  señalar  el  hecho  de  que  otras  importantes  demandas  del  gobierno mexicano,  como  la de modificar  sustancialmente  los  términos de pagos,  concesiones  respecto de  las tasas de interés y de los plazos, no fueron aceptadas por el FMI. 

Las condiciones pactadas con los centros financieros internacionales y el repunte del precio del petróleo, que  se  inició  en  octubre  de  1986,  generaron  cierta  flexibilidad  en  el  programa  de  ajuste  interno  y fortaleció el objetivo de diversificar nuestras exportaciones, así como de aumentar la captación nacional de divisas. 

 

LAS PRESIONES INTERNAS 

Tres  tipos de presiones  internas pueden distinguirse como producto de  la decisión de  responder a  la crisis  de  1982  con  el  Cumplimiento  escrupuloso  de  los  compromisos  financieros  internacionales  de México: las presiones de las bases populares obreras y campesinas; las de las organizaciones y partidos de izquierda, y las de las organizaciones y partidos de derecha. 

Por  lo que toca a  las presiones populares, podemos decir que desde  la puesta en práctica del PIRE en diciembre  de  1982,  los  obreros  externaron  sus  inconformidades  con  la  política  económica instrumentada  por  el  gobierno  de Miguel  dé  la Madrid,  centrándose  particularmente    en  la  política salarial y e! control de precios. La creciente oposición a ¡as medidas de contención salarial, elevación de 

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precios y tarifas públicas, reducción y eliminación de subsidios y  liberación de controles de precios de algunos  productos  de  consumo  generalizado,  había  sido  desarrollada  por  todas  las  organizaciones obreras del país, tanto independientes como las inscritas en el Congreso del Trabajo. 

El  crecimiento  intensivo  y  extensivo  de  las  presiones  de  los  obreros mexicanos  se  fue manifestando desde  finales  de  1982,  mediante  el  incremento  inusitado  de  propuestas  alternativas  a  la  política económica, el número de emplazamientos y estallamientos de huelga, el cuestionamiento del manejo económico  gubernamental  ante  la  opinión  pública,  las  diversas movilizaciones  de  inconformidad,  así como_eI crecimiento de sus demandas. De hecho, los principales funcionarios gubernamentales habían reconocido el costo social que la crisis y la política económica estaban causando en la clase trabajadora. 

Tanto la CTM, como el CT, formularon programas alterna/tivos de política económica y social y utilizaron el  emplaza/ miento  a  huelga,  incluso  generalizado,  como  recursos  de  I  fuerza  en  la  defensa  de  sus reivindicaciones corporativas. Sin embargo, el movimiento obrero organizado desarrolló principalmente presiones discursivas de  reprobación y  l oposión a  los programas, medidas y políticas que en materia ^económica  ejercía  el  sector  público.  Ha  cuestionado  también  la  fidelidad  de  los  diagnósticos  y  la viabilidad de los pronósticos gubernamentales e incluso la capacidad de algunos funcionarios públicos. 

El sindicalismo independiente, que había venido organizándose en grandes agrupaciones como la Mesa de Concertación Sindical es el que ha impulsado el mayor número de huelgas y movilizaciones en contra de  la  llamada política de austeridad, es quien más combativamente ha  luchado por el  incremento de salarios,  empleo  y  control  de  precios  y  el  que mayor  oposición ha  generado  respecto  a  los  diversos elementos  de  la  política  económica  gubernamental,  v  í  Entre  las  principales movilizaciones  obreras registradas encontramos en 1983  las huelgas de  los    sindicatos    y universitarios; el emplazamiento a huelga general de la CTM al que se sumaron algunos sindicatos independientes (mayo); el estallamiento de la tracción de Uramex del SUTIN y el paro de 176 000 empleados de la SARH (junio); el conflicto en la Escuela Normal Superior  (julio); el abandono de moderación en el marco del pacto de  solidaridad del movimiento obrero (noviembre)." En 1984 las movilizaciones de los maestros chiapanecos y oaxaqueños (febrero);  las  manifestaciones  de  descontento  en  el  desfile  obrero  (mayo);  las  10  propuestas  del Congreso  del  Trabajo  para  proteger  el  consumo  básico  popular  y  la  respuesta  presidencial  de  "no aceptar presiones"  (junio);  la  requisa de Teléfonos de México y el enfrentamiento entre  trabajadores (septiembre). 

En  1985  la  huelga  de  1  300 mineros  (febrero);  los movimientos  tortuguistas  de  los  empleados  de Mexicana de Aviación (julio); la huelga de la sección de la Siderúrgica de Lázaro Cárdenas en Michoacán (agosto); las manifestaciones de descontento por los despidos masivos de empleados públicos (julio); los conflictos en  instituciones educación superior en   el país, entre ellos el Colmex y  la UAM  (agosto);  las demandas  de médicos  del  Hospital  General  y  del  Juárez  (octubre).  En  1986.  la  advertencia  de  los petroleros en él saludo al presidente (enero);  la manifestación de 100 000 sindicalistas  independientes (finales de  enero);  la huelga de Dina  (febrero);  las manifestaciones de más  de  100  000  trabajadores (marzo y  julio);  las críticas del CT y  la CTM a  la política económica  (julio);  las movilizaciones obreras y estudiantiles convocadas con motivo del conflicto en la UNAM por el CEU /noviembre). 

El movimiento  campesino  también  ha  protagonizado  algunas  presiones  en  el  transcurso  del  actual sexenio.  A  diferencia  del  movimiento  obrero,  cuyas  luchas  y  movilizaciones  tienen  por  escenario  

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habitual  los  espacios urbanos —y por  tanto  reciben una  amplia  cobertura de  la prensa—,  las  luchas campesinas se  libran en  lugares apartados o  incluso en el propio campo, por  lo que de su magnitud y alcances se conocen mucho menos que en el caso de  los obreros. No obstante, ciertas movilizaciones han trascendido más o menos ampliamente a la opinión pública nacional, entre las que cabe mencionar las siguientes: 

El  conflicto  de  tierras  en  Ocoyoacan,  México  (enero  de  1983);  la  movilización  de  campesinos chiapanecos de la CÍOAC (octubre de 1983); marchas de campesinos del valle de Toluca y del norte del estado  de  México  a  la  ciudad  de  México  (febrero  de  1984);  la  caravana  de  solidaridad  nacional campesina,  con destino  final  también  en  la  ciudad de México  (marzo de 1984);  la movilización de  la Coordinadora  Nacional  Plan  de  Ayala  (CNPA)  (marzo  de  1984);  el  violento  enfrentamiento  entre miembros de  la CNC y  la CIOAC en el municipio de Venustiano Carranza, Chiapas (octubre de 1984); el desalojo campesino de Tequixquiac, estado de México  (abril de 1984);  la  reunión de contingentes de diversas organizaciones campesinas independientes en la ciudad de México (abril de 1984); el conflicto entre el sindicato de Ruta 100 y campesinos por la posesión de un predio en Acolman, estado de México (febrero  de  1985);  los  nuevos  enfrentamientos  armados  entre  campesinos  de  la  CNC  y  de  la  CIOAC (agosto de 1986); la unión del movimiento campesino independiente de la CNPA al movimiento urbano popular independiente, agrupado en la Conasupo, para realizar una marcha conjunta hacia el Zócalo del D.F., en ocasión del aniversario del natalicio de Emiliano Zapata. /Las causas de las principales demandas y presiones de  los  campesinos  son  las  alzas en  los bienes de  consumo básico  y  j  / el  transporte,  los precios  de  garantía,  los  apoyos,  estímulos  r  y  subsidios  a  la  producción  agrícola,  la  ineficiencia  y corrupción de los funcionarios agrarios, los rezagos de los expedientes agrarios, la dotación, tenencia y restitución de tierras, la sindicalización de jornaleros y la represión en el >^campo. 

Por  lo que   hace a  las presiones de  la  izquierda cabe destacar que el presidente Miguel de  la Madrid continuó la línea de apertura y tolerancia impulsada por sus dos predecesores inmediatos. Nuevamente, la  legalización  de  las  organizaciones  de  izquierda  e  incluso  la  canalización  de  fondos  oficiales  a  los partidos registrados, fueron un contrapeso político tanto al malestar generado en  la población por  las drásticas medidas de austeridad adoptadas para combatir la crisis, como también, en otro sentido, para contrarrestar el avance de las corrientes de la derecha. 

En el terreno de la economía, los partidos de izquierda sostenían una crítica permanente a la política de ajuste contenida en el PIRE, aduciendo que en la práctica, semejante política no ha hecho sino depositar en las clases trabajadoras todo el peso de la crisis y que ha contribuido a empeorar tanto la situación del empleo  como  la  distribución  del  ingreso,  al  favorecer  exclusivamente  a  los  grandes  monopolios  y ¿oligopolios. 

Los  partidos de izquierda han levantado, entre otras, las   siguientes demandas al régimen de Miguel de la Madrid:  impulsar una profunda  reforma  fiscal que grave a  las utilidades del capital; derogación del impuesto al  valor agregado; eliminar los subsidios a las empresas privadas; establecer severos controles a  la  inversión extranjera; romper con el FMI y declarar  la moratoria; establecer el control generalizado de  cambios;  nacionalizar  las  industrias  alimentaria,  químico  Farmacéutica  y  el  comerció  exterior; incrementar  las participaciones destinadas a educación. Salud, vivienda y demás    renglones del gasto social; 

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Reformar la estructura institucional y jurídica del gobierno, democratizar el Distrito Federal, a través de la  elección  popular  del  gobierno  capitalino;  el  saneamiento  del  poder  judicial  y  la  elección  de  los ministros  y  jueces que  constituyen  tal poder;  la desaparición del presidencialismo;  la  creación de un organismo  calificador  de  los  resultados  electorales  que mantenga  absoluta  independencia  del  poder ejecutivo;  la  liberación  de  los  presos  políticos  y  la  presentación  de  los  desaparecidos  por motivos también  políticos;  respeto  estricto  a  la  democracia  sindical;  el  alto  a  la  política  de  despidos;  la derogación de  la  requisa y  la  facultad de declarar  inexistentes  las huelgas;  la escala móvil de salarios; diversas reformas a la Ley Federal del  Trabajo para favorecer a los sindicatos; el salario remunerador y la semana  laboral de 40 horas con pago de 56; ¡a derogación del amparo agrario;  la sindicalización   de los  jornaleros  y  peones  agrícolas;  la  reducción  de  los  Límites  de  la  pequeña  propiedad  agrícola  y ganadera y  la constitución d é ejidos colectivos;   fijación de precios de garantía remuneradores para el trabajo  de  los  campesinos;  la  canalización  de  créditos  a  ejidatarios,  comuneros  y  campesinos organizados; una ley inquilinaria; la reducción de las rentas y su congelación definitiva; la realización de una reforma urbana radical; el otorgamiento de vivienda digna para los trabajadores; la preservación del medio ambiente y la protección a la ecología. 

El apoyo de  sus demandas  los partidos políticos  y organizaciones de  izquierda promueven  con  cierta frecuencia  plantones  frente  a  las  sedes  de  las  autoridades  competentes,  manifestaciones,  mítines, bloqueos de carreteras y otras formas de movilización popular. En Tas manifestaciones que la izquierda organiza  periódicamente,  los  partidarios  de  esta  tendencia  suelen  marchar  al  lado  de  sindicatos independientes, colonos, grupos de estudiantes y a veces también de campesinos. 

Los  momentos  de  mayor  presión  de  la  izquierda  son  las  campañas  electorales,  especialmente municipales. Destacan  la  de  agosto  de  1983  en Oaxaca,  cuando  el  PRI  recuperó  el  ayuntamiento  de Juchitán y  la COCEI  instaló un ayuntamiento paralelo que  fue  finalmente desalojado del recinto oficial por  la  fuerza pública. Tres años después, en agosto de 1986, el PRI proclamó su  triunfo en  Juchitán y nuevamente  la  COCEI  denunció  maniobras  fraudulentas  y  otra  vez  demandó  la  anulación  de  los comicios. 

Después  de  las  elecciones  locales  de  Chihuahua  y  Oaxaca,  celebradas  en  julio  y  agosto  de  1986, respectivamente, la izquierda dio un nuevo giro en su política de alianzas, al anunciar la integración de un foro por el sufragio efectivo con los partidos y organizaciones de derecha para defender el respeto al voto y recorrer el país para denunciar los presuntos fraudes electorales cometidos en ambas entidades. Los partidos de  izquierda próximos al PRI —PPS y PST—  impugnaron  la decisión del PSUM, PMT y PRT para  luchar al  lado del PAN y el PDM en defensa del voto. Además,  los partidos de  izquierda  llevaron adelante nuevos  intentos de  fusión o por  lo menos de  alianza  electoral.  La política de  fusiones  y de alianzas entre la izquierda parecía tender a superar su dispersión, que tan adversa había resultado para las organizaciones individuales en el terreno electoral. 

Las relaciones entre el gobierno de Miguel de la Madrid y los intelectuales disidentes en general fueron estables. No obstante, atravesaron por dos momentos difíciles: el suscitado a raíz de la tipificación en el código  civil  del  delito  de  daño  moral,  en  diciembre  de  1982  y  el  provocado  por  el  asesinato  del periodista, Manuel Buendía. Otro motivo de preocupación en el gremio periodístico fue la protesta por 

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la  inclusión en  la  ley de  responsabilidades de  los  servidores públicos del delito de deslealtad, en que podría incurrir un funcionario que circulara información puesta bajo su custodia. 

Por  su  lado,  la  comunidad  intelectual  ha  mostrado  un  mayor  grado  de  interés  y  disposición  a involucrarse en  la discusión de  los  temas políticos y de  los  resultados electorales de  los últimos años. Luego  de  las  elecciones  de  1986  en  Chihuahua  y Oaxaca,  ante  las  reiteradas  denuncias  del  Partido Acción  Nacional —apoyadas  por  los  partidos  de  izquierda—  en  el  sentido  de  que  hubo  un  fraude mayúsculo para  favorecer al PRI, un grupo de 20 connotados  intelectuales demandaron públicamente en las dos ocasiones la anulación de esas elec dones (La Jomada, 247 y 3081986:5 y 4.) 

Por lo que hace a ias presiones de las organizaciones y partidos de derecha, debe observarse que a partir de 1982 se ha centrado fundamentalmente en sistemáticas presiones y cuestionamientos a la dirección y capacidad política‐económica del gobierno para manejar  la crisis; a  la representatividad del  liderazgo político nacional; a las formas y procedimientos de la democracia en el sistema político mexicano; y a la seguridad, paz y libertad que existen en México. 

En esta perspectiva, los grupos conservadores mexicanos se homogenizan, articulan y funden dinámica y orgánicamente  entre  sí  y  establecen  alianzas  tácitas  con  algunos  grupos  norteamericanos,  con asociaciones  y  agrupaciones  del  sector  privado  y  con  algunas  universidades  y  medios  masivos  de comunicación. En un marco de desobediencia civil,  la derecha ha  intensificado su campaña de presión utilizando  como  móviles  de  convocatoria  la  crisis,  la  corrupción,  el  fraude  y  el  autoritarismo gubernamentales. También ha sido notable el incremento de la actividad política y partidista de la Iglesia que participa abierta o veladamente en favor de  la derecha en el norte del país y de  la  izquierda en el sur y en oposición discreta al sector público. 

Desde 1982 han venido aumentando  las  impugnaciones e  inconformidades alrededor de  los procesos electorales. Las más frecuentes críticas son emitidas por  los partidos opositores al PRi y prácticamente todas radican en acusaciones de alguna modalidad de fraudes en el proceso electoral. 

Las impugnaciones cada vez en mayor medida están siendo acompañadas de movilizaciones políticas, en forma de plantones y manifestaciones frente a edificios públicos, amenazas de desobediencia cívica —particularmente en el pago de  impuestos— huelgas de hambre, ocupaciones de palacios municipales y estatales, así como de carreteras, puentes y avenidas  importantes. A su vez, estas movilizaciones, son eventualmente  el  antecedente  de  violentos  enfrentamientos  entre  partidarios  en  conflicto,  o  entre éstos  y  las  fuerzas  públicas.  Así  lo  ilustran  algunos  enfrentamientos municipales  en  los  estados  de Oaxaca  (agosto  de  1983),  Sinaloa  (septiembre  de  1984),  Chiapas  (febrero  de  1985),  San  Luis  Potosí (enero de 1986), Puebla (abril de 1986), Chihuahua (julio de 1986) y Durango (agosto de 1986). 

El  avance  electoral  que  en  1983  obtuvo  el  PAN,  que  llegó  a  sumar  31 municipios —entre  los  que destacaban algunas capitales  importantes como Chihuahua, Durango, Hermosi11o y San Luis Potosí— demuestra que  la ofensiva derechista centró su atención y  recursos en plazas grandes e  importantes, principalmente del norte del país, donde encuentra mayor apoyo de' grupos empresariales y  la Iglesia. De hecho, la estrategia del PAN parecía radicar en postular como candidatos a empresarios destacados regionalmente y que de alguna manera son disidentes del gobierno, los ejemplos más claros de esto lo encontramos en Puebla, Sonora y Baja California. 

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Las elecciones de diputados  federales de  julio de 1985, en su carácter de  intermedias en el horizonte sexenal, causaron particular  inquietud y reflexión política, ya que se convertían en  la prueba de fuerza del PAN, la izquierda y el PRI, así como en indicadores de la estabilidad del sistema político nacional. Los más copiosos análisis se referían al ascenso electoral del PAN,  la militancia y apoyo de  los empresarios derechistas  a  este  partido,  la  participación  de  la  Iglesia  en  política,  las  intervenciones  de  fuerzas norteamericanas en favor del PAN, el descenso del PRI y la des‐unificación de la izquierda. 

Él proceso de politización empresarial y su incursión en los partidos políticos era vista por algunos como una  decisión  con  vistas  a  obtener  reconocimiento  como  actor  político,  con  una  presencia  pública legítima  y organizada,  así  como posiciones específicamente políticas que  contribuían  a  garantizar  tos mecanismos de consulta existentes, a ampliar los canales de participación empresarial en las máxi^ mas decisiones y, en general, a asegurar el  ingreso a nuevos espacios político‐ideológicos que sirvieran de base a la promoción de su hegemonía. 

Aun cuando los conservadores mexicanos carecen de un proyecto nacional propio y articulado (Basáñez, 1981:109), tienen, sin embargo, un punto de vista privado sobre el funcionamiento de la sociedad, con el que defienden abiertamente  la  libre empresa, actuando así también en defensa de  los  intereses del capital. El objetivo, por ende, es  tomar  la dirección del proyecto económico nacional, utilizando entre otros medios la retracción de la inversión y la fuga de capitales, así como el desprestigio de la capacidad de dirección del Estado. 

Algunos planteamientos de  la derecha son: promover el  incremento y ampliación del capital nacional, como alternativa real para superar la crisis y garantizar la supervivencia de la unidad nacional; eliminar las  barreras  al  libre  flujo  del  comercio  y  el  capital;  liberalizar  o  privatizar  las  empresas  públicas; condicionar y delimitar  la  intervención económica productiva del sector público; excluir y desorganizar políticamente  a  la  izquierda;  articular  y  contener  las  demandas  de  reivindicación  social  de  los trabajadores. 

Algunos ex banqueros privados habían planteado que el Estado mexicano era  incapaz de salir adelante en el logro del desarrollo nacional. Ante esto, sus ideólogos proponían la diseminación de una ideología neoliberal para hacer la transformación gradual del sistema político mexicano en un sistema bipartidista entre PRI y PAN que evitara al aparato estatal funcionar de manera monolítica. En consecuencia! no era casual la réplica que desarrollaba el sector privado, ya que estaba sustentada en las causas, condiciones y efectos de  las  crisis de  los últimos  casi 20 años y estructuralmente  respondía a  la participación del sector  público  en  ciertas  áreas  económico  productivas,  de  servicios  y  asistenciales  en  una  economía mixta que condicionaba su enriquecimiento 

 

 

  

 

 

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EL PULSO DE LOS SEXENIOS  ‐ MIGUEL BAZAÑEZ 

20 AÑOS DE CRISIS DEN MEXICO 

 

4. LA CRISIS DE 1987 

La crisis de 1987 —el desplome de la Bolsa Mexicana de Valores a partir del 5 de octubre— es tal vez la que con mayor claridad ilustra, por una parte, la estrecha vinculación que existe entre la economía y la política  y,  por  la  otra,  el  papel  fundamental  que  juega  la  percepción,  la  subjetividad,  la  toma  de conciencia,  en  la  presentación  y  ocurrencia  de  las  crisis  y,  por  lo  tanto,  en  la  transformación  de  la realidad.  Pero  adicionalmente  y  a  diferencia  de  las  tres  crisis  anteriores,  la  de  1987  deja  ver  que  la influencia de las percepciones no es ya sólo la de los pocos actores de la dirigencia nacional, sino la que se dio en círculos más amplios, al menos de los 375 000 jugadores de la Bolsa Mexicana de Valores. Es decir, parecería que  se presencia el estreno en el escenario político mexicano de un viejo y en otros países muy conocido actor: el fenómeno de formación de opinión pública. 

En octubre de 1987 no hubo modificaciones  reales en  la economía o en  la  sociedad, a diferencia de febrero o de septiembre de 1986 en donde, por la caída del precio internacional del petróleo o por los sismos  de  la  ciudad  de México,  sí  hubo  bases materiales  de  deterioro  que  hubieran  justificado  la propuesta de existencia de una  crisis  severa.  Sin embargo, ni el desplome petrolero ni  los  sismos  se conceptuaron  como  crisis  porque  en  ningún momento  fueron  percibidos  como  tales,  sino más  bien como  situaciones  anormales  y  de  emergencia  que  movilizaron  amplios  mecanismos  sociales  para enfrentarlas. 

El auge bursátil que se inició en 1983 tuvo un sentido inverso al comportamiento real de la economía, es decir,  el  índice  de  la  Bolsa  crecía mientras  la  producción  se  hundía.  La  política  gubernamental  daba claras señales de aliento al capital y de sujeción y control de los obreros, conformando una percepción positiva del futuro en los empresarios e inversionistas, motivándolos a arriesgar capital, no en industrias pero sí en acciones. El auge de la Bolsa se detuvo y revirtió sin más base real que la culminación de un proceso  sucesorio  presidencial,  salpicado  si  acaso  de  algunas  novedades  importantes,  pero  que  al multiplicar las señales del desplome se convirtió en un fenómeno de opinión pública y adquirió la fuerza y capacidad de arrastrar, entonces sí, variables reales e  importantes de  la economía: precio del dólar, tasa de  interés, demandas  salariales, precios y  tarifas del  sector público, entre otras, generando esta cuarta crisis. 

Así, euforia bursátil y sucesión presidencial son los dos ejes centrales para entender la formación de esta cuarta  crisis.  Las  reacciones  inmediatas  como  el  pacto  de  solidaridad  económica,  deben  explorarse provisionalmente para completar el análisis, a reserva de un par de años más adelante y una vez que se terminen de conformar  las pautas de respuestas relevantes, se pueda revisar y profundizar el análisis. Mientras tanto y para ayudar a clarificar algunos de  los rasgos de esta crisis, es  importante realizar un repaso del contexto económico donde se dio el desplome. 

 

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LA EUFORIA BURSÁTIL 

La Bolsa Mexicana de Valores (BMV) inició un ascenso permanente desde 1983, que no se detuvo hasta el desplome de octubre de 1987. La evolución de su índice general nos da una idea de este avance: en 1982  terminó en 676 puntos, con un  retroceso de 271 puntos  frente al último día de 1981. Como  se recuerda,  la Bolsa había  sufrido una abrupta  caída en  junio de 1979, de  la que no había  conseguido recuperarse a pesar del auge petrolero que determinó la bonanza económica de los dos años siguientes. Al finalizar 1983 y a pesar de que la economía sufrió en aquel año una drástica contracción al caer el PIB 5.3 puntos, el  índice de  la BMV se había multiplicado por cuatro, al crecer a 2 451 puntos. En 1984 el avance prosiguió,  y  al  finalizar  ese  año  el  índice  alcanzaba  ya 4 038 puntos.  En 1985  saltó  a 11 197 puntos  (177% de crecimiento) y en 1986 se disparó a 47 101 puntos  (320% de  incremento). Como se observa, había una total falta de correspondencia entre la evolución del sector bursátil y la economía en general. El crecimiento más notable se registró en los dos años más difíciles para el sector real (1983 y 1986)  y  fue  menor  —aunque  también  importante—  en  los  años  en  que  la  producción  registró incrementos: 1984 y 1985. 

Con  todo,  el  crecimiento  de  1986  quedó  totalmente  opacado  por  lo  que  ocurrió  en  1987, particularmente en el tercer trimestre de ese año. En el primer semestre de 1987 el  índice creció 114 586 puntos. Entre 1983 y junio de 1987 el precio total de las acciones en circulación aumentó 9 541 por ciento, al pasar de 436 mil millones a 42 billones 26 mil 600 millones de pesos, prácticamente sin que variara el número de acciones. De 161 668 puntos que el índice había alcanzado al 30 de junio de 1987, en  los tres meses siguientes  la cifra creció a 343 544 un aumento de 181 876 puntos, mayor al que  la Bolsa había acumulado en sus 93 años de existencia (Zúñiga, 1988). 

En forma paralela al índice de precios creció el número de inversionistas en la BMV; éste pasó de 84 476 en 1983 a 186 023 en 1986 y a 373 822 en agosto de 1987, para  repartirse entre sí prácticamente el mismo número de acciones. Asimismo,  las casas de bolsa erigieron sucursales en  las mayores ciudades de provincia cubriendo todas las plazas importantes de Ciudad Juárez a Mérida. Al finalizar septiembre, la BMV  se hallaba en el cénit de  su vigor y prestigio y  su meteórico crecimiento provocaba que  se  le viera  con más  entusiasmo  y  optimismo  que  a  los  enormes,  burocráticos  y  poco  rentables  (para  los inversionistas) bancos nacionalizados. ¿Cómo pudo crecer  la RMV tanto en tan poco tiempo? Entre  las razones que explican este auge hay que incluir, en lugar preponderante, al apoyo gubernamental. ^>— 

El gobierno intentó recuperar la confianza empresarial perdida con la nacionalización bancaria desde el mismo día de  la  toma de posesión de Miguel de  la Madrid anunciando  la  reprivatización del 34% del capital  de  los  bancos  nacionalizados  tres  meses  antes.  Meses  después,  se  completó  y  comenzó  a ejecutar un  generoso plan de  indemnizaciones para  los ex banqueros expropiados, decisión  a  la que siguió otra quizá más importante: la reprivatización de las empresas propiedad de los bancos, otorgando preferencias a  los ex banqueros para adquirirlas. Entre  tales empresas  figuraban  la casas de bolsa,  las compañías  de  seguros  y  el  resto  de  los  denominados  intermediarios  financieros  no  bancarios.  Sin embargo, todo esto aún no era suficiente. La fracción financiera de la dirigencia empresarial había sido despojada de sus medios de acumulación, los bancos. Aun cuando les habían sido devueltas las casas de bolsa,  éstas  eran  raquíticas  instituciones  incapaces  de  servir  siquiera  como  sucedáneos  a  los  bancos 

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nacionalizados.  Era  imprescindible  alentar un proceso de  acelerado  crecimiento que  convirtiera  a  las pequeñas y casi insignificantes casas de bolsa en poderosos instrumentos de acumulación de capital. 

El mecanismo más efectivo que el gobierno federal adoptó para impulsar el crecimiento de las casas de bolsa fue la colocación a través de ellas de volúmenes crecientes de valores gubernamentales. El Banco de México —institución  clave en  todo el proceso de  recuperación de  la confianza pérdida propició  la triangulación  del  endeudamiento  interno  del  gobierno  federal,  en  favor  de  los  intermediarios  no bancarios al  limitar el acceso gubernamental al que en el pasado  fue  la tradicional  fuente de recursos internos: el encaje legal. De manera un tanto contradictoria, si se considera que las tasas del encaje legal son más  reducidas  que  las  que  se  pagan  en  el mercado  de  capitales,  el  Banco  de México  alentó  la emisión  de  certificados  de  la  Tesorería  y  otros  valores  gubernamentales  de  renta  fija  (pagares, petrobonos, etc.) que  serían colocados precisamente a  través de  las casas de Bolsa. Con este cambio fundamental de por medio, empezaron a fluir hacia el mercado de valores volúmenes cada vez mayores de capitales y también de inversionistas. Empezó así a hablarse de la existencia de una banca paralela. 

El  Estado  reforzó  esta  estrategia  de  consolidar  a  los  intermediarios  financieros  no  bancarios  al promulgar una nueva legislación bancada que, entre otras cosas, prohibía a los bancos poseer casas de bolsa,  dejando  el manejo  del mercado  bursátil  en manos  exclusivamente  privadas  y  al  limitar  a  un monto anual prefijado el máximo de financiamiento que el Banco de México podía conceder al gobierno federal. De esta manera quedaba institucionalizada la intermediación privada del financiamiento interno del  sector  público,  A  ios  bancos  se  les  prohibió  incluso  el  derecho  de  manejar  por  sí  mismos  la intermediación de sus sociedades de inversión de renta fija. Al piso de remates de la Bolsa Mexicana de Valores sólo tendrían acceso las casas de bolsa, cuyos agentes serían los únicos habilitados para comprar o vender acciones y valores bursátiles. 

Al mismo tiempo, la política crediticia dictada por el Banco Central contribuyó a alentar el auge bursátil. Desde julio de 1985 fue decretado un congelamiento virtualmente total del crédito bancario, que en la práctica canceló temporalmente  la tradicional  función de  intermediarios entre el ahorro y  la  inversión de  los bancos. Las empresas empezaron a ver al mercado bursátil como una alternativa para obtener financiamiento, lo que reforzó el papel de los intermediarios financieros no bancarios. Pero sobre todo, los  bancos  fueron  sujetos  a  una  política  de  tasas  de  interés  que  objetivamente  favorecía  al  sector bursátil,  toda  vez  que  las  tasas  bancarias  se  mantenían  considerablemente  por  debajo  de  los rendimientos de  los  certificados de  la Tesorería, negociados  en  las  casas de bolsa. De  este modo,  la captación bancaria, que había mostrado un moderado  repunte en 1984  y parte de 1985,  comenzó a decrecer al final de ese segundo año y se mantuvo desde entonces a la baja. 

El auge del mercado accionario  tuvo  como punto de partida  y base de  sostenimiento al mercado de renta  fija, particularmente el de  los certificados de  la  tesorería, CETES. Los atractivos rendimientos de estos  instrumentos,  aunados  a  una  política  cambiaría  que  ofrecía  una  evolución  estable  del deslizamiento  del  peso  frente  al  dólar,  alentó  el  retorno  de  una  parte  considerable  de  los  capitales fugados que se volcaron en masa al floreciente mercado bursátil donde provocaron el boom de 1986 y 1987.  El mercado  de  renta  fija  fue  incapaz  de  absorberlos  y  un  hábil manejo  de  las  sociedades  de inversión (cuyas carteras normalmente  incluyen una fracción de valores de renta fija con otra de renta 

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variable) propició el repunte de las acciones de las empresas cotizadas en la Bolsa. Empezó así el disparo del mercado accionario que no concluiría hasta el mes de octubre de 1987. 

Fue  indudable que  incluso  las acciones de empresas con evidentes problemas de producción y ventas  por ejemplo, el grupo Pliana en 1986— subieran como si se tratara de valores de corporaciones en pleno auge. Entre el valor real de las acciones y su valor en Bolsa se abrió una brecha que fue ensanchándose más  y más merced a  la afluencia de nuevos  contingentes de  inversionistas que  llegaban a  la Bolsa a comprar prácticamente lo que fuera. 

Entre los puntales del auge bursátil debe contarse la intensa campaña de publicidad que se encargó de convencer,  mediante  la  amplia  difusión  de  los  montos  de  las  utilidades,  a  un  flujo  creciente  de inversionistas.  A  los  medios  formales  de  publicación  se  sumó  el  entusiasmo  de  los  columnistas financieros de diversos periódicos, que con contadas excepciones alentaban a los lectores a correr hacia la Bolsa. La razón principal del crecimiento bursátil —la especulación con  los precios de  las acciones— era cuidadosamente velada y explicada en términos de  las favorables perspectivas de  la economía del país, o bien de la confianza de los inversionistas en la política económica del régimen. Se puede aceptar que la confianza era en efecto un factor esencial para explicar el auge bursátil, pero no la confianza en general  como  se  puede  apreciar  en  la  gráfica  siguiente,1  ni  siquiera  la  de  los  inversionistas  que  se dirigían  al  mercado  bursátil.  Se  trataba  de  la  confianza  de  la  fracción  financiera  de  la  dirigencia empresarial,  pacientemente  reconstruida  por  el  Estado  después  de  que  volara  en  pedazos  el  1  de septiembre de 1982. 

El  gobierno  propició  el  auge  bursátil,  como  hemos  visto,  y  no  sólo  eso  sino  que  mantuvo  una desregulación casi completa del mercado, a pesar del notorio crecimiento del mismo como receptor y administrador del ahorro de muchos mexicanos. Tal desregulación, como se probó después, propició la ejecución de  la gigantesca maniobra especulativa que precipitó el desplome de octubre y,  también,  la comisión    de  abusos  y  actos  fraudulentos  en  algunas  casas  de  bolsa  contra  los  inversionistas.  Sin embargo,  todo ello  se  subordinaba al objetivo de  recomponer en  los hechos  la alianza en  la cúspide, imprescindible para mantener la hegemonía tradicional del Estado mexicano. 

1 Para  la encuesta de 1983, véase nota 3 del  capítulo 3.  La de  julio de 1987 es de 9 032 entrevistas anónimas realizada en 70 localidades del país en las 32 entidades federativas conforme a los datos del censo de la población mayor de 18 años, seleccionados por el método de cuotas, de conformidad con los datos disponibles y proyecciones del último censo de población. 

El desplome bursátil mismo y su secuela inmediata de dolarización, fuga de capitales y devaluación, no deben contemplarse como  la pérdida de  la confianza  recuperada, sino más bien como el costo de  tal recuperación.  La  toma  de  utilidades  que  desencadenó  la  caída,  habría  consolidado  en  definitiva  al capital financiero privado y habría subrayado, a la vez, un punto sin retorno en el camino de restituirle su viejo poder de decisión sobre los circuitos financieros en México. Cinco años después, el país contaba nuevamente con una sólida e  influyente fracción financiera de  la clase dominante, reconciliada por fin con el gobierno mexicano. 

 

 

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LA SUCESIÓN PRESIDENCIAL 

Los gobiernos municipales en las capitales estatales ganados por el PAN después de 1982, las elecciones federales para diputados en 1985 que atrajeron  la atención académica2 y sobre todo  las elecciones de 1986 en Chihuahua, abrieron un debate sobre  las perspectivas de democratización del sistema político mexicano  que  se  extendió  a  todo  di  período  previo  a  la  nominación  del  candidato  de!  PRI  a  la. Presidencia  de  la  República.  Ciertas  voces  de  prominentes  priistas  se  alzaron  para  pedir  la democratización  interna, como  la del ex presidente del PRI, Porfirio Muñoz Ledo,  la del ex gobernador de Michoacán,  Cuauhtemoc  Cárdenas,  hijo  de  Lázaro  Cárdenas,  la  del  ex  secretario  general  del  PRI también y entonces embajador en España, Rodolfo González Guevara. Desde agosto de 1986 se anunció la  formación  de  una  corriente  democratizadora  que  demandaba  cambios  de  fondo  tanto  en  la estructura  y procedimientos  internos  como una  reorientación  global de  la política  gubernamental en favor de los intereses populares. Sin embargo, la corriente democratizadora no era la única demandante de  cambios  profundos  en  el  interior  del  sistema  político.  Diversos  observadores  e  intelectuales  en algunas revistas y periódicos como Vuelta, Nexos y La Jornada especulaban sobre la conveniencia de que se ampliara un  tanto el  círculo donde  se decidía el nombre de quien ocuparía  la  candidatura priista, círculo que se presumía sólo incluía entonces al presidente de la República. 

Al mismo tiempo, se daba por un hecho que la sucesión, —incluido el proceso electoral— sería diferente de lo que fue en las anteriores cinco o seis ocasiones, dado el peso determinante que en el mundo de las relaciones  políticas  ejercía  la  crisis  económica.  No  se  descartaba  la  posibilidad  de  algún  género  de apertura del sistema para responder al malestar generado por la crisis. Además, la disidencia interna del PRI no dejaba de denunciar  los vicios y  lastres que  impedían una participación  real de  las bases en el proceso de toma de decisiones. 

En este contexto tuvieron lugar en septiembre de 1986, las comparecencias ante el Congreso de tres de los aspirantes que con mayor  insistencia eran citados por  la prensa nacional: Manuel Bartlett, Alfredo del Mazo y Carlos Salinas. Un mes después el presidente del PRI en el Distrito Federal, Salazar Toledano dijo  que  los  precandidatos  eran  cuatro:  los  tres  anteriores  y Miguel  González  Ayelar,  secretario  de Educación. El pronunciamiento hecho ante un grupo de mujeres periodistas, tuvo un marcado  impacto en la opinión pública. De hecho rememoraba la lista revelada en 1974 por Rovirosa Wade, secretario de Recursos Hidráulicos de Echeverría. 

2 Veinte investigadores participaron en la elaboración de Las elecciones en México coordinados por González Casanova ese año, con uso abundante de material histórico y datos empíricos. En otra vertiente, cf. el pronóstico electoral realizado por Basáñez en Nexos 91, julio de 1985. 

 

En los meses siguientes y por conducto de la dirección nacional del PRI, otros nombres fueron agregados a la lista de Salazar Toledano: los de Sergio García Ramírez, procurador general de la República, y Ramón Aguirre, jefe del Departamento del Distrito Federal. Esta media docena de aspirantes llenó por entonces los  comentarios  de  todos  los  periódicos.  Se  sabía  que  uno  de  ellos  sería  el  próximo  presidente  de México, aunque nunca dejó de especularse con la posibilidad de un caballo negro, como denominan los periodistas políticos la posibilidad de un candidato distinto de los seis aspirantes y que podría ser incluso un miembro ajeno al gabinete. Destacó como tal el ex secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog. 

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El sistema político fue receptivo a  las demandas de cambios en el proceso de sucesión presidencial. A finales de  junio  convocó  a  los  seis distinguidos priistas que  con mayor  insistencia  eran mencionados como  probables  candidatos,  a  comparecer  ante  la  dirección  de  su  partido  para  exponer,  en  actos televisados, su visión sobre  los grandes problemas nacionales. Las comparecencias tuvieron  lugar en el mes de  julio y  sentaron un precedente. Por primera vez, en  la etapa poscardenista,  los aspirantes  se atrevían a reconocer su condición de tales ante la opinión pública sin que para ello tuvieran que incurrir en indisciplinas; al contrario, su propio partido los invitaba a manifestarse como tales. Esto provocó una sobrestimulación  de  la  opinión  pública,  sobre  todo  de  la  clase media,  que  se  empezó  a  reflejar  en abundantes encuestas de opinión.3 

La comparecencia de los seis aspirantes provocó comentarios de todo tipo en la prensa nacional, que a pesar  de  su  diversidad  pueden  clasificarse  en  tres  grupos:  las  consabidas  apologías,  que  intentaban presentarlas como pruebas irrefutables de la prevalencia de los procedimientos democráticos en el PRI; los comentarios negativos, que presentaban a las comparecencias como una maniobra legitimadora sin contenido real y las posiciones intermedias, que aunque  anotaban que no se trataba de un indicador de democratización  efectiva,  aceptaban  las  comparecencias  como  un  indicio  saludable  de  mayor disposición a  la apertura en  la cúpula del poder, que andando el tiempo podría dar pie a cambios más profundos. 

Llegó así el momento de  la postulación,  sin que hubiera ocurrido ningún  acontecimiento  fuera de  lo previsto. En  los dos meses que antecedieron a  la fecha elegida, la dirección nacional del PRI  insistió en que  los  tiempos  fijados  en  su  XIII  Asamblea  Nacional,  celebrada  en  marzo  del  mismo  año,  serían respetados. El 4 de octubre, día de  la nominación,  los  representantes de  los  tres sectores del partido atestiguaron el discurso del presidente del mismo Jorge de  la Vega en el que dio a conocer el nombre del precandidato del PRI Carlos Salinas. Por la mañana de ese mismo día hubo un extraño malentendido que provocó que varios políticos prominentes dieran por hecho erróneamente la postulación de Sergio García Ramírez. Salvo este incidente que hizo más evidente la intervención presidencial, la primera fase de  la  sucesión  presidencial  —para  muchos,  la  más  difícil—  concluyó  con  arreglo  a  los  patrones establecidos. 

3 Destacan en particular las de Adip Sabag (Excélsior, 18, 19 y 20 de septiembre de 1986, p. 4, y El Universal, 25 de marzo y 4 de junio de 1987, p. 1) y las de El Norte (11, 12 y 13 de septiembre de 1987). 

 

LA CUARTA CRISIS: EL DESPLOME DE LA BOLSA 

Podemos ubicar el inicio de la crisis de 1987 en el cierre del mercado bursátil decretado a instancias de las  autoridades  financieras  el  lunes  5  de  octubre.  Los  tradicionales  voceros  periodísticos  del  capital financiero —Luis E. Mercado y José Pérez Stuart, entre otros— externaron el descontento que la medida generó entre  los  intermediarios financieros no bancarios. El Estado se había atrevido a  interferir en un mercado que en  teoría debía  funcionar con  la  sola  regulación de  la  ley de  la oferta y  la demanda. El gobierno federal había puesto el pie en una parcela que el mismo se había comprometido a reservar al capital financiero, a manera de compensación ya de suyo insuficiente por la nacionalización de la banca. 

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Los  intermediarios no bancarios respondieron a  la medida  intervencionista propiciando una baja en el mercado bursátil. La baja —que originalmente se planteaba a niveles moderados— no sólo habría de subrayar  el  descontento  de  los  intermediarios  sino  que  cumpliría  la  tarea  de  depurar  la  cartera  de inversionistas, presionando a los pequeños a marcharse de las casas de bolsa. Sin embargo, al reforzarse diez días después  con el desplome bursátil de Wall Street y otras plazas de Occidente en  la  segunda quincena de octubre,  la baja bursátil mexicana  adquirió una dinámica propia e  independiente de  los cálculos de los intermediarios, que precipitó el índice de cotizaciones a niveles no previstos.4 

La  caída  de  las  cotizaciones  bursátiles  espoleó  la  fuga  de  capitales. Una  fracción  importante  de  los capitales que habían retornado en  los últimos dos años volvió a salir del país, ante  la evidencia de que había concluido la etapa de grandes rendimientos en el mercado de valores mexicano. Existen versiones distintas y contradictorias del monto que alcanzó la fuga de capitales en la primera quincena de octubre. Expertos neoyorkinos calcularon la cifra en más de mil millones de dólares, los ejecutivos de finanzas la situaron en ochenta millones de dólares diarios a lo largo del mes que antecedió a la devaluación (2 400 millones de dólares en total); fuentes vinculadas al Banco de México situaron el monto de la fuga en 3 000 millones de dólares. 

José  Ángel  Gurría,  alto  funcionario  de  la  Secretaria  de  Hacienda,  afirmó  que  entre  los  factores  que precipitaron la salida de divisas destacó la ola de prepagos de empresas endeudadas en el exterior, que habrían  presionado  excesivamente  sobre  las  reservas  monetarias  al  retirar  importantes  sumas  de dólares  controlados  para  efectuar  tales  prepagos.  En  realidad,  la  figura  de  los  prepagos  puede considerarse un eufemismo para designar la especulación con divisas controladas. Existen evidencias de que  tales  empresas  adquirieron  dólares  controlados  no  para  pagar  anticipadamente  sino  para negociarlos en  las casas de cambio privadas (vinculadas directamente a  las casas de bolsa), a costa, en efecto,  de  las  reservas  del  Banco  de  México  .  La  especulación  con  dólares  controlados  habría completado el circuito necesario para la fuga de capitales. Las casas de cambio privadas fungieron como correa de transmisión de  la fuga, al comprar tales dólares a cuenta de sus clientes para situarlos en el extranjero. Así, la Bolsa caía conforme los recursos eran drenados hacia bancos del exterior. 

En tales circunstancias, el Banco de México no tuvo más alternativa que retirarse del mercado libre, para salvaguardar, al menos de ese canal de especulación, sus reservas monetarias. Una primera conclusión que es preciso derivar de este proceso es que a pesar de la nueva legislación del Banco Central y a pesar del  carácter  estatizado de  la banca,  el  capital  financiero  logró  encontrar  los mecanismos  apropiados para reconstituir su capacidad de situar capitales en el extranjero. La rectoría económica del Estado, que pareció fortalecerse con la nacionalización bancaria, había demostrado sus límites frente a la acción de los  intermediarios financieros privados. Éstos fueron otra vez capaces de organizar  la fuga de capitales en gran escala y provocar otra devaluación monetaria. 

 

4 Para  futuras  investigaciones  resultará  importante  tratar de establecer  cuál puede haber  sido el  impacto de  la señal  al mercado  bursátil  internacional,  no  económico  pero  psicológico,  de  la  caída  de  la  Bolsa Mexicana  de Valores. 

 

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Si bien el Banco Central logró salvar una parte de sus reservas, el costo económico, político y social de la devaluación fue grande. Al retiro del mercado cambiario libre, el Banco de México sumó otra medida —criticada duramente por el director de Bancomer, Ernesto Fernández Hurtado— de corte ortodoxo: el incremento a niveles sin precedente de las tasas de interés, con el objetivo expreso de alentar el ahorro interno.  El Banco de México  se había opuesto  reiteradamente  a  la  instauración de  cualquier  tipo de controles cambiados y había hecho de la elevación de las tasas de interés su principal instrumento para enfrentar la especulación y la fuga de capitales. La elevación de las tasas de interés, de casi 20 puntos en sólo  tres  semanas,  introduciría  serios  trastornos  a  la  estrategia  económica  planteada  para  1983,  al provocar el disparo del servicio de  la deuda pública  interna y por  tanto del déficit gubernamental, así como imprimir un imso de largo alcance a la inflación. 

La  devaluación  del  tipo  de  cambio  libre,  concretada  el  18  de  noviembre  con  el  retiro  del  Banco  de México del mercado libre cambiario, provocó una ola de especulación con los precios que se tradujo en un repunte de la inflación. A pesar de que no existe una relación directa entre el tipo de cambio libre y los bienes y servicios producidos internamente, en las cuatro semanas siguientes se desató un proceso de reetiquetación de mercancías que en algunos casos provocó aumentos de precios hasta del 50%. La Secretaría de Comercio aplicó sanciones económicas y cierres temporales de comercios que se negaban a  respetar  precios  vigentes  o  bien  ocultaban  mercancías  —que  no  excluyó  a  grandes  empresas comerciales como Sears y Aurrerá— que sin embargo no sirvió de mucho ante la magnitud de la oleada especulativa.  La  reetiquetación  se  convertía,  así,  en  un  factor  que  acercaba  al  país  al  borde  de  la hiperinflación y,  sobre  todo, que exacerbaba el malestar obrero ante  la merma de  su  salario  real. Se hacía aún más urgente contener el desbordamiento de la inflación. 

Al mismo  tiempo,  la devaluación del  tipo de cambio  libre hacía virtualmente  inevitable  la devaluación del  tipo  de  cambio  controlado,  a  efecto  de  cerrar  la  brecha  cambiaría  a  favor  del  primero,  que objetivamente  alentaba  la  especulación  con  dólares  controlados,  tanto  con  los  captados  por  los exportadores  como  con  los  facilitados  por  el  Banco  de México  a  las  empresas  endeudadas  para  el cumplimiento de sus compromisos externos. La devaluación del tipo de cambio controlado era además demandada por  los exportadores desde antes de  la crisis de octubre, dado que el crecimiento de  los precios internos a lo largo del año superaba considerablemente el porcentaje de deslizamiento del peso frente  al  dólar,  lo  que  hacía  perder  competitividad  a  los  productos  mexicanos  en  el  exterior.  La devaluación  del  tipo  de  cambio  libre  fue  también,  desde  luego,  ün  factor  que  alentó  más  aún  la inflación. 

 

 

EL PACTO DE SOLIDARIDAD ECONÓMICA 

El  rápido  crecimiento  de  los  precios  internos  no  sólo  había  afectado  a  la  competitividad  de  las exportaciones sino también a las finanzas públicas: los precios y tarifas del sector público se rezagaron a lo largo del año frente a la evolución del índice general de inflación, hecho que a finales de 1987 estaba incidiendo negativamente en la definición del balance operativo del sector público. A pesar del impulso 

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adicional a la inflación que el ajuste de los precios y tarifas públicos significarían, éste era indispensable si se deseaban evitar desequilibrios mayores. 

Así pues, eran varios los factores que obligaban a la adopción de un programa antiinflacionario urgente y radical.  Había  que  responder  a  los  reclamos  obreros,  a  las  exigencias  de  los  exportadores,  a  la agudización  del  déficit  público  y  al  encarecimiento  del  servicio  de  las  deudas  interna  y  externa provocado por la devaluación del tipo de cambio controlado y el disparo de las tasas internas de interés, concretado  para  evitar  la  dolarización  y  la  fuga  de  capitales  en  un  contexto  de  creciente  inflación interna.  A  todo  ello  respondió  el  gobierno  federal,  dentro  del  marco  de  no  tocar  las  definiciones financieras relativas al pago de  la deuda externa, con  la  f adopción e  instrumentación del así  llamado Pacto de Solidaridad Económica. 

El Pacto se presentó como producto de  la concertación en/  tre el gobierno  federal y  los  tres sectores principales de  la  sociedad, mexicana,  cuya meta  esencial  sería  lograr el  abatimiento de  la  inflación.5 Representaba el fin formal del Programa de Aliento y Crecimiento y de toda intención de recuperar en el corto plazo el  crecimiento económico.  La meta de abatir  la  inflación  fue antepuesta a  cualquier otro objeto de orden económico. En el orden práctico, el Pacto —anunciado la noche del 15 de diciembre— estipulaba  las  siguientes medidas: 1) Aumento  salarial de emergencia del 15%  tanto para  los  salarios mínimos como para los contractuales. El tradicional aumento de enero para los mínimos sería de 20% y no  se  haría  extensivo  a  los  contractuales;  2)  incrementos  del  85%  a  los  precios  de  gasolina,  gas doméstico, teléfonos y electricidad, con el compromiso de no aumentar  los precios y tarifas del sector público durante los meses de enero y febrero y hacerlo a partir de marzo en un porcentaje igual al de la inflación prevista para cada mes; 3) evolución estable de la paridad pesodólar, que de hecho no cambió en enero y en febrero lo hizo en márgenes muy moderados, a razón de un deslizamiento diario de tres pesos,  con  la  perspectiva  de  que  anclar  esta  magnitud  reduciría  las  presiones  inflacionarias,  y  4) aceleramiento del programa de liberación comercial. 

  

5 Los tres sectores  involucrados fueron  los empresarios, obreros y campesinos y se sustituyó al sector popular del PRI por las empresarios 

Se creó una comisión de seguimiento y evaluación del Pacto, con  la participación de  las secretarías de Comercio, Trabajo y Hacienda y representaciones de los sectores privado obrero y campesino y se inició un amplio programa de difusión y apoyo publicitario tendiente a convencer a la población en general de que  su  éxito  era  indispensable  para  asegurar  la  buena marcha  posterior  de  la  economía.  A  fin  de contrarrestar el malestar obrero  frente a  la evidente disparidad entre el  incremento del  salario y  los aumentos de precios  y  tarifas  tanto públicos  como privados, en  los últimos días  ael  año  el  gobierno federal anunció una  canasta de productos básicos  cuyos precios  serían  indexados —lo mismo que el salario mínimo— a partir de marzo. 

La opinión pública no reaccionó desfavorablemente a las campañas de publicidad del pacto conforme a una encuesta6 al calificarlo de bien y muy bien un 26%, mal y muy mal un 21%, regular un 46% y 7% sin opinión. Sin embargo, la percepción de los individuos respecto del comportamiento de los precios y sus expectativas futuras, no eran muy alentadoras. Un 49% respondió que sintió que  los precios en marzo 

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habían sido mayores que en febrero, mientras que sólo un 18% dijo que habían sido menores. En forma similar, un 43% opinó que en abril el aumento de  los precios sería mayor que en marzo y sólo un 20% dijo que sería menor. Es  importante sin embargo  tener presente que  la percepción de  los precios por parte de  la opinión pública  se  restringe principalmente" a  los bienes de  consumo más  inmediatos —alimentación y vestido— mientras que los que integran el indicador de la inflación son muchos más. Por otra parte, la opinión pública calificó como principales beneficiarios del Pacto al gobierno (46%), a todos (20%), a  los  trabajadores  (11%), a nadie  (6%), empresarios  (6%), Estados Unidos  (5%) y a quién  sabe (6%), mientras que señaló como principales perjudicados por el Pacto a  los  trabajadores  (30%),  todos (23%), empresarios (14%), nadie (13%), gobierno (6%), Estados Unidos (6%) y quién sabe (8%). 

 

 

 

" El perfil de La Jornada, México, 31 de mayo de 1988, p. V. 

LA ECONOMÍA REAL 

Tomando en consideración que  la función de  la economía dentro de  la sociedad es  la de satisfacer  las necesidades materiales de bienes  y  servicios de  la población en  su  conjunto  y no  sólo de  la  fracción financiera, la forma tal vez más exacta, aunque no más sencilla, de medir su desempeño es a través de identificar el nivel en que  logra precisamente satisfacer dichas necesidades:  la distribución del  ingreso. Otra  forma menos  exacta  pero más  práctica,  es medir  los  resultados  que  logra  la  economía  en  la producción: el crecimiento del producto interno bruto (PIB). 

En relación con la producción doméstica encontramos que en 1982 el PIB registró un decrecimiento del 0.6%. Para 1983  la  caída  fue a —4.16%,  casi dos puntos más de  lo previsto originalmente en el Plan Nacional de Desarrollo, que contemplaba un decrecimiento de entre 2 y 4 puntos para ese año. En 1984 el  PIB  experimentó  una  evolución  favorable,  al  crecer  3.57  puntos  porcentuales;  la  recuperación continuó en 1985 —más exactamente, en el primer semestre— y al finalizar el año el PIB había crecido 2.6 por ciento. 

Los desequilibrios que incluso este moderado crecimiento provocó en la balanza de pagos y las finanzas públicas,  indujeron  a  las  autoridades  económicas  a  promover  una  nueva  desaceleración,  por  lo  que durante 1986 el PIB cayó a —3.99% en términos reales con relación al año anterior. A lo largo de 1986 se agudizaron  gradualmente  los  efectos  del  choque  petrolero  afectando  a  la  baja  todos  ios  agregados rnacroeconómicos.' Para 1987 se logró un ligero repunte al alcanzarse un 1.4% de crecimiento. 

Durante el período 19821987, el PIB se redujo a una tasa media anual de 0.9%, por  lo que su nivel en 1987 fue, en términos reales, menor en 2.8% al de 1982. La evolución descrita es resultado de dos caídas importantes del producto en 1983 y 1986, en tanto que los demás años registran aumentos, aunque de menor proporción. 

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El análisis de  las relaciones comerciales de México con el resto del mundo en  los años de 1982 a 1987 muestra, entre 

 

SHCP, 1987. p. 72; Banco de México, 1985, p. 65; y 1986, p. 22. 

sus  aspectos  más  destacados,  un  crecimiento  promedio  anual  ¿e  {9.6%  en  las  exportaciones  de productos no petroleros, sobresaliendo notablemente el incremento de 41.1% en el último año. De esta manera,  las exportaciones de mercancías no petroleras se duplicaron durante estos años al pasar de 4 753 millones de dólares en 1982 a 9 724 millones de dólares en 1986.8 

El valor de las exportaciones de productos petroleros se redujo entre los años de 1982 y 1986 en 10 200 millones de dólares, al pasar de casi 16 500 millones de dólares en el primer año, a sólo 6 300 millones de dólares  en  el  segundo,  siendo  este último  año  el que  registró  la mayor  caída  (8  500 millones de dólares).9 El desajuste del mercado  internacional de hidrocarburos  implicó  la disminución en el precio implícito de venta de los crudos mexicanos, que pasó de 29.24 dólares por barril (d/b) en 1982 a 24.02 (d/b) en 1985 y 11.84 (d/b) en 1986. 

De 1983 a 1986 el valor de  las  importaciones de mercancías (11 112 millones de dólares de promedio anual)  fue sustancialmente menor al  registrado en el período 19801982  (19 066 millones de dólares). Esta reducción se debió, entre otras causas, al descenso de la actividad económica del país, así como a la política cambiaría que encareció los productos del exterior e incentivó la sustitución de importaciones. 

Las  importaciones de mercancías han reflejado fielmente  la evolución del PIB, registrando al  igual que éste reducciones en 1983 y 1986 e incrementos en 1984 y 1985. Este comportamiento se observó en el total  de  importaciones  y  en  sus  tres  agregados  principales:  bienes  de  consumo,  bienes  de  uso intermedio  y  bienes  de  capital.  Sin  embargo,  en  el  período,  las  reducciones  acumuladas  de  1986 respecto  a  1982  fueron  muy  diferentes:  44.1%,  —8.2%  y  36.6%  para  cada  uno  de  los  rubros mencionados, respectivamente. 

Como resultado de lo anterior, el saldo de la balanza comercial, tradicionalmente deficitario hasta 1981, fue  superavitario de 1983 a 1986,  sin embargo,  la  reducción de  las exportaciones petroleras propició que el saldo positivo de la balanza 

 

8 SHCP, 1985, p. 75, y SHCP, 1987, pp. 26 v 28. »Ibid., pp. 75. 26 y 28. 

comercial se redujera en cada uno de  los años del período pasando de 13 761 millones de dólares en 1983 a 4 599 millones de dólares en 1986.10 

La  tasa  de  crecimiento  real  de  la  inversión  pública  entre  1978  y  1981  fue  del  20%  anual,  cifra  que contrasta con el promedio negativo registrado entre 1982 y 1985, que fue del 10.95%. Por su parte,  la inversión  privada  registró  promedios  negativos  tanto  en  1982  como  en  1983;  para  1984  registró  un crecimiento real del 8.8%, que aumenta en poco más de 4 puntos porcentuales para 1985 al  lograr un 

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crecimiento del 13.1%. Así, la recuperación de 1985 se debió más bien a la mayor inversión privada, en tanto que el volumen real de la inversión pública permaneció prácticamente invariado. 

En cuanto a los resultados sectoriales de la producción puede señalarse que en el período 19821986, la situación  afectó  severamente  a  todos  los  renglones  de  las  actividades  productivas,  a  excepción  de algunos  del  sector  agropecuario,  silvícola  y  pesquero.  Igualmente  afectó  a  los  rubros  de  comercio  y servicios, con la excepción destacada del de servicios financieros. El resultado global de estos impactos originó un estancamiento en  la evolución de  la estructura productiva, que en decenios anteriores  se buscaba que evolucionara en favor del sector secundario, como motor básico de  la economía, que a  la vez  originara  impulsos  de  crecimiento  en  el  sector  terciario.  Esta  dinámica  se  perdió  en  el  período 19821986,  dando  lugar  a  movimientos  irregulares  y  en  sentido  contrario  a  la  tendencia  antes mencionada. De todas formas la tendencia de largo plazo medida en términos de la población ocupada en los tres sectores, no es tan impresionante como lo muestra la gráfica de ocupación de la población, ya  que  la  industria  ha  sido  incapaz  de  absorber  más  de  una  quinta  parte  de  la  población económicamente activa, mientras que  la disminución en  la población ocupada en  la agricultura  se ha trasladado a los servicios." 

El  producto  interno  bruto  industrial  se  redujo  a  una  tasa media  anual  de  1.2%  entre  1982  y  1986. Anualmente tuvo un comportamiento similar al de la economía nacional en su 

 

,0SHCP, 1987, p. 73. 

11 Nafinsa. 1981, y Nafinsa, 1986 p. 20. 

  

conjunto:  abrupta  caída  en  1983  (8.1%);  recuperación  importante  entre  1984  y  1985  (4.4%  y  4.8% respectivamente) y fuerte recaída en 1986 (5.5%). Esta última no sólo contrarrestó el avance logrado en 1984 y 1985, sino que contrajo el PIB industrial a un nivel inferior en 5.0% al de 1982.  

En  términos  de  sus  componentes,  este  comportamiento  estuvo  determinado  por  el  de  la  industria manufacturera, renglón que aporta al igual que el comercio, casi una cuarta parte del PIB, y que redujo su producto a una tasa media anual de 0.7% en el período. Así en 1983, el PIB de este renglón se redujo en 7.3% respecto a 1982; en 1984 y 1985 creció al 4.8% y 5.8%, respectivamente; y en 1986, se volvió a contraer en 5.6%. Con esta última caída, el PIB manufacturero se ubicó 2.9% por debajo de su nivel en 1982. Este comportamiento  fue prácticamente general para todas  las ramas de manufacturas, aunque los ritmos de variación reflejan diferencias importantes entre ellas.'3 

OCUPACIÓN DE LA POBLACIÓN 

70,   

  

 

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LAS 0PINI0NES 

  

 

templativa  y  que  normalmente  no  es  percibida  por  quienes  como  nosotros  —lectores,  escritores, intelectuales, universitarios, empresarios, políticos o burócratas— miembros de  la cultura dominante y de  la  clase  dirigente,  tenemos  poca  oportunidad  de  experimentar  una. Una  subcultura  que  también pareciera contradecir  los valores dominantes de  las clases medias. Bien ha dicho Carlos Monsiváis que esta democratización desde abajo: 

 

Es una de  las explicaciones  convenientes para  la multiplicidad de  fenómenos que  van de  la  toma de alcaldías a Rigo Tovar, del "igualitarismo" estudiantil a Juan Gabriel, de las manifestaciones de liberación homosexual a los cinco millones de discos que el conjunto Acapulco Tropical vendió en sólo un año, de la vida de las colonias populares al millón y medio de abortos anuales, del abstencionismo electoral a la vigorización del sindicalismo independiente, del fútbol a la telenovela. 

Y la ausencia o la debilidad de organizaciones partidistas le confiere a esta democratización su torpeza, suespontaneísmo y —ni modo— su vitalidad desesperada. ¿Qué le ven a Rigo Tovar? ¿Qué oyen en Juan Gabriel?  ¿Por  qué  persisten  en  aficiones  probadamente  vulgares?  ¿Por  qué  se  reproducen  con  tal vehemencia? La masificación tiene razones que las así llamadas élites no captan.21 

El  ascenso  de  esta  subcultura  está  presente  en  el  respeto  por  el  turno  en  las  filas  de  espera  en  las paradas de autobuses, en las tortillerías, en las taquillas de ios cines, en la participación en deportes de equipo  como  el  fútbol,  en  el  que  una  ciudad  popular  como  Nezahualcóyotl  con  dos  millones  de habitantes tiene registrados más de once mil equipos. ¿Estará un río cultural subterráneo corriendo ya caudalosa y vertiginosamente en  las mentes de  los obreros, campesinos y marginados mexicanos? No debemos olvidar que en estos grupos de  la base de  la pirámide  social  sí hay un potencial ordenador social —necesario, pero insuficiente para generalizarlo— del que la clase media carece. Recordemos que "las mayorías mexicanas no  sufren crisis de  identidad ni  se definen negativamente, en oposición a  lo norteamericano".22 

 

CONCLUSIONES 

En  la  introducción  se  dijo  que  esta  investigación  trataba  de  responder  a  cuatro  hipótesis  centrales. Primera, que  la  respuesta a cada una de  las  tres crisis de  los últimos 20 años ha creado  la  siguiente, porque se han atacado principalmente los efectos aparentes y no las causas profundas, produciendo un encadenamiento  histórico  pernicioso,  particularmente  a  través  de  la  institución  presidencial,  que  ha profundizado  los  problemas  de México.  Segunda,  que  no  obstante  lo  anterior,  el  país  ha mejorado, ligeramente  y  de manera  accidentada,  a  partir  de  la  década  de  los  cuarenta,  debido  a  una  relativa 

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autonomía  en  el  comportamiento  de  los  planos  político,  social  y  económico,  que  neutralizan  y contrarrestan sus excesos unos a otros. Tercera, que se ha hecho evidente con las crisis que existe una gran heterogeneidad estructural en la sociedad que le otorga una importante capacidad de resistencia a las situaciones adversas por la diversidad de percepciones a una misma realidad. Y cuarta, que el plano superestructural  (las percepciones,  los  valores,  la  comunicación masiva,  la  cultura)  es  el que  vincula, transmite y propaga los fenómenos que ocurren en los otros tres y, por tanto, las percepciones son tan importantes como la realidad. 

La  primera  hipótesis  parece  comprobarse  al  encontrar  en  México  en  los  últimos  20  años  un encadenamiento de causas y efectos, de precondiciones y sobre determinaciones, que  influyen de un sexenio  a  otro,  precisamente  a  través  de  la  fuerza  del  presidencialismo.  El  enorme  poder  político  y económico que tradicionalmente había tenido la Presidencia de la República frente a una sociedad civil débil, aunque no equivalía a poder de transformación social, sí había tenido la capacidad de arrastrar los acontecimientos del país, al menos desde Díaz Ordaz hasta De la Madrid. La centralización presidencial parecía inhibir y opacar el surgimiento y acción de otras instituciones sociales. 

Lo  que  no  parece  comprobarse  es  que  los  problemas  del  país  se  hayan  profundizado.  Como  puede observarse  en  la  segunda  parte  —las  cifras—  el  comportamiento  global  de  México  muestra  un estancamiento desde  la mitad de  los sesenta, donde puede situarse el  inicio de  la transición. Queda  la impresión de que  las sociedades avanzan a pesar de sus gobiernos y en  las ocasiones que surgen muy malos o muy buenos dirigentes su avance se retrasa o acelera, pero no más. 

El  estrechamiento  de  la  mitad  de  los  sesenta,  originado  en  las  inequidades  económicas  y  el autoritarismo político para una cada vez más robusta clase media, parece haber producido el conflicto estudiantil de 1968,  como una expresión de  rebeldía  y protesta,  alentada por un estado mundial de ánimo. La represión de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, constituye la primera crisis bajo análisis que, al generar un efecto deslegitimador del Estado a  los ojos de una parte de  la clase media, determinó el hilo conductor del sexenio echeverriista: regañar a esas clases medias, particularmente a través de  los jóvenes. 

Echeverría adoptó el lenguaje de los estudiantes, incorporó a muchos jóvenes a su gobierno, ayudó a los intelectuales y  las universidades y avanzó paulatinamente en  su propósito  relegitimador. No hubo en realidad modificaciones en el fondo, puesto que  los beneficios del desarrollo siguieron canalizándose a la cúspide de  la pirámide social, pero sí  los hubo en cuanto a  las formas, que se descuidaron para dar paso a un enfrentamiento al parecer estéril, pero perturbador. 

Los  estadunidenses  se molestaron  con  el  lenguaje  y  acciones  tercermundistas de  Echeverría.  Tal  vez también creyeron ver avanzar el comunismo internacional en México y se sintieron obligados a tratar de detenerlo.  La  incomprensión  del  gobierno  de  Nixon  al  sistema  político  mexicano  se  hizo  así  muy evidente en el gobierno echeverriista. No hubo conflicto en  la primera mitad del sexenio, a pesar del aliento  norteamericano,  por  el  papel  central  que  jugó  Eugenio  Garza  Sada  desde Monterrey,  quien entendía las reglas y coadyuvó a mantener la calma de los empresarios más jóvenes e inquietos. 

Fue necesaria  la muerte de Garza Sada para que pudiera articularse una creciente desconfianza de  la cúspide  empresarial  en  el  gobierno,  que  habría  de  culminar  en  un  segundo momento  de  crisis:  la 

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devaluación del 31 de agosto de 1976. Ahí se constituye el hilo conductor del sexenio petrolero: reganar la confianza de los empresarios. López Portillo cautivó y reanimó al país con la magia presidencial en su discurso de toma de posesión. 

Este hilo conductor explica la Alianza para la Producción, la solución somos todos y la enorme confianza que para mitad de su administración había logrado a través de la reactivación petrolera. Pero la fiesta de la abundancia no  llegó muy  lejos. La desfavorable combinación de una economía  sobrecalentada  con una  abrupta  mini  caída  de  dos  dólares  en  los  precios  internacionales  del  petróleo,  precipitó  los acontecimientos del fin de ese sexenio, que no se expresó en enfrentamiento, sino en aceleración de la fuga de divisas ya de suyo importante y que no logra frenarse ni con la devaluación ni con el control de cambios y  se arribó  finalmente a  la nacionalización de  la banca,  la  tercera  crisis bajo análisis en esta investigación. 

Para este estudio es  secundario explorar qué consideraciones  llevaron a  la decisión que constituyó el tercer momento de crisis —la nacionalización de la banca— el primero de septiembre de 1982. Para la fracción hegemónica del nuevo grupo gobernante a  tres meses de  tornar el poder,  la nacionalización constituyó una ruptura abrupta, inesperada e injustificada, que podría desencadenar perjuicios mayores para el país que los que estaba tratando de evitar. Entraron en juego consideraciones sobre la seguridad estratégica  continental  y  la  reafirmación  a  los  centros  internacionales  financieros  de  la  voluntad  de cumplir  escrupulosamente  los  compromisos  de México.  Esta  voluntad  presidencial  de Miguel  de  la Madrid  constituye el hilo  rector que explica  los acontecimientos de  los últimos años  y  corroboran  la línea de encadenamiento causal de  los acontecimientos en  los últimos 20 años a  través precisamente como se mencionó de la voluntad presidencial. 

Miguel  de  la Madrid  propuso  un  Programa  Inmediato  de Reordenación  Económica  (PIRE);  inició  una intensa  actividad  para  reestructurar  la  deuda  mexicana;  reforzó  lazos  con  la  banca  extranjera  y promovió el ingreso al GATT y la inversión extranjera, así como la orientación de la planta y el esfuerzo productivo nacional a las exportaciones; propició la liberación paulatina de los precios; la eliminación de subsidios;  la  venta de empresas del Estado; el  control de  salarios  y  la  reducción del déficit  fiscal. En suma, cumplió escrupulosamente las condiciones exigidas por nuestros acreedores y avanzó congruente y  sólidamente  en  el propósito  rector de  su  administración. Pero  ese  cometido  sexenal  tuvo  también como los dos anteriores de Echeverría y López Portillo, un precio alto que pagar. El delamadridista fue el descontento de los estratos medios y populares por las dificultades económicas internas que impuso el cumplimiento de los compromisos con el exterior. 

Recapitulando, Echeverría se propuso y logró regañar a las clases medias, pero el precio que pagó fue la desconfianza de la cúspide empresarial. López Portillo se propuso y logró la confianza empresarial, pero la  volvió  a  perder.  Y  adicionada,  según  algunos,  de  la  desconfianza  de  las  agencias  de  seguridad estratégica internacionales por la nacionalización bancaria, aunque hubiera ganado respaldo popular. De la Madrid se propuso y logró cumplir con la comunidad internacional y el precio que le tocó pagar fue el escepticismo de las masas. 

El próximo sexenio, siguiendo esta lógica, debería regañar a las masas, pero entraría en conflicto con las clases medias,  por  lo menos.  Lo  que  no  es  tan  claro  es  que  existan  entonces  las  condiciones  para suponer que el sistema de alianzas siga operando como en  ios últimos 60 años, ni que  los consensos 

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tradicionales  respondan  a  las  nuevas  circunstancias.  No  debe  olvidarse,  primero,  que  el  consenso económico  voló  en  pedazos  con  el  Banco  de México  al  cambiarse  su  constitución  legal  de  sociedad anónima a organismo público descentralizado en noviembre de 1982 y excluir a los socios privados que formaban su consejo de administración desde su creación en 1925. Segundo, que el consenso ideológico naufraga con la UNAM, como lo ilustra el informe del rector al consejo universitario.1 Y, tercero, que el consenso político  tradicional se desteje con el Partido de  la Revolución  Institucionalizada, como  lo ha sugerido  Garrido  en  su  investigación  que  lleva  precisamente  ese  título,  así  como  lo  expresa  el movimiento encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, Corriente Democratizadora, que se propagó con una gran velocidad a partir de agosto de 1986. Parece que se desdibujan tanto el acuerdo como las partes que debieran suscribirlo. 

Se planteó en la segunda hipótesis que no obstante el encadenamiento pernicioso de 1968, 1976, 1982 y 1987, el país había mejorado ligeramente a partir de la década de los cuarenta. Después de revisar los resultados del ejercicio de medición que  se desarrolla en  la  segunda parte, es posible afirmar que el mejoramiento se da en forma sostenida entre 1940 y 1968, año este último en que se alcanza el valor más alto del período, pero de ahí en adelante hay un estancamiento que sólo se rebasa temporalmente de 1983 a 1985, incluso con un valor superior al de 1968. 

La  tercera  hipótesis  afirma que  se  ha  hecho  evidente  con  las  últimas  tres  crisis que  existe una  gran heterogeneidad  estructural,  que  le  da  a  la  sociedad  una  capacidad  de  resistencia  a  las  situaciones adversas, por la diversidad de percepciones a una misma realidad. 

Luego  de  comparar  los  resultados  regionales  para  las  ocho  Variables  consideradas,  fue  posible reconocer  diferencias  ideológicas  y  políticas  entre  las  tres  regiones  bajo  análisis.  El  norte  es,  en conjunto, algo más derechista que el centro y el sur. El sur se revela un poco más izquierdista y también más afín al régimen. El respaldo al gobierno y al PRI y el consenso frente a determinadas conquistas y tradiciones históricas, como el derecho de huelga o la no participación de los militares en la política, son definitivamente menores en el norte. El apoyo a la intervención de los militares y el clero en la política es mayor en el sur que en el centro. 

En la pirámide social subyace una sensible heterogeneidad política e ideológica que es preciso añadir a la heterogeneidad regional antes comentada. Los resultados del análisis arrojaron la conclusión de que el consenso social actual es marcadamente inferior en los estratos populares que en los medios y desde luego que en la cúspide. Es razonable suponer que tal hecho pudiera deberse al impacto relativamente mayor de las últimas crisis de la difícil situación económica que se ha mantenido constante por lo menos desde  1982.  Los  obreros,  campesinos  y  marginados  han  visto  descender  sus  niveles  de  vida  en porcentajes sin lugar a dudas mayores que los estratos medios y altos. La difícil situación económica que para un profesionista pudo significar una disminución en sus índices de consumo, o para un empresario una merma en sus utilidades, para núcleos  importantes de obreros ha representado el desempleo con su secuela de marginación y de inseguridad económica y social, aunque ha expandido el universo de las economías informales. 

La  identificación  de  claras  diferencias  políticas  y  socioculturales  entre  las  regiones  y  los  estratos considerados, permitía inferir que el cruce de ambas series arrojaría resultados significativos. En efecto, el cruce reveló notables variaciones en las apreciaciones de cada estrato con sus homólogos de las otras 

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regiones. También demostró que  las diferencias entre  los distintos estratos no son uniformes en cada una de las regiones, tendiendo en ocasiones a atenuarse y en otras a polarizarse. 

En  síntesis,  el  desarrollo  de  la  tercera  parte  confirma  también  la  hipótesis  planteada.  Las  claras diferencias entre los nueve estratos de población y entre las tres regiones del país, permite afirmar que el  impacto de  las crisis se propagó a velocidades distintas, alcanzó profundidades muy diferentes y se extendió en magnitudes también muy variadas, tanto de la sociedad como de la geografía del país. 

Se puede afirmar que  los estratos populares estuvieron ausentes como autores y actores de  las crisis, mas no como receptores, de manera que hay una mayor concentración de la percepción y participación en la cúspide de la pirámide social, con excepción de 1968 que descendió hasta los estratos medios. En los tres casos también, al menos de  inicio,  los autores y actores han estado concentrados en el centro del país y específicamente en el Distrito Federal, ante  la gran ausencia espectadora del resto del país. Por otra parte, en países con sociedades relativamente más homogéneas que  la mexicana y donde  los impactos de la crisis y los procesos de comunicación colectiva se propagan con mayor rapidez, parecería menor la capacidad de resistencia y mayor la vulnerabilidad ante situaciones adversas. 

La cuarta hipótesis está  íntimamente  ligada a  la anterior y propone que el plano superestructural  (las percepciones, los valores, la comunicación, la cultura) es el que vincula, matiza, transmite y propaga los fenómenos que ocurren en  los otros  tres y, por  tanto,  las percepciones  son  tan  importantes como  la realidad.  El  capítulo de  la  influencia de  la  cultura parte de  la propuesta de  sociedades  combativas  y contemplativas, para explorar  tres raíces religioso‐culturales profundas del comportamiento  individual en la economía, la sociedad y la política —trabajo, prójimo y crítica, respectivamente— y arriba así a tres cuestiones  importantes  hoy  en  México,  por  razones  no  siempre  coincidentes  entre  todos  los participantes del debate: corrupción, capitalismo y democracia. 

Se ilustran los dos grandes troncos culturales cuando se busca la explicación causal y la comprensión del sentido del estilo de vida  latinoamericano, su doble código de conducta y su predominio hacia valores de  liderazgo  público.  Al  rechazar  el  etnocentrismo  anglosajón  y  la  exclusividad  que  atribuye  a  su capitalismo y a su democracia como únicos modos de existencia ligados a la racionalización económica, se  está  apuntando  a  la  conveniencia  de  estar  conscientes  de  las  profundas  diferencias  entre  ambas tradiciones  y  de  la  necesidad  de  ser más  cautos  en  la  prescripción  y  adopción  de  prácticas"  tal  vez válidas  en  otros  países,  pero  que  pueden  por  ello  perder  eficacia  y  aplicabilidad,  se  refieran  a  la sociedad, a la economía o la política. 

Por  ello  los  rasgos  culturales  que  derivan  del  concepto  de  prójimo  —impuntualidad,  mentiras, deshonestidades—  tienen  una  connotación  benevolente  de  intercambio,  de  relacionamiento  y  de regateo,  a  los  que  la  tradición  latina  concede  distinta  importancia  que  los  anglosajones.  Las  clases medias  resumen  su  imitación  anglosajona,  en  el  repudio  al  síndrome  corrupción,  importante  por  el deseo creciente de participación que subyace en la identificación de ese símbolo que las aglutina. 

En  forma  similar,  las  prácticas  económicas  que  derivan  del  concepto  contemplativo  de  trabajo,  han llevado a la construcción de un sistema que está muy lejos de parecerse 

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—sin que esto sea una argumentación a que debiera de ser  lo— al que existe en  los  lugares de donde llegan  las  teorías  cursos,  códigos,  manuales,  diagnósticos,  prescripciones,  sugerencias  y recomendaciones.  Lo  mismo  sucede,  dado  el  rechazo  tradicional  latino  a  la  crítica,  con  nuestra democracia ahora convertida en estandarte partidista de  izquierdas y derechas. Pero pensar y hacer  la democracia  es  un  ejercicio  que  rebasa  los  planteamientos  de  la  prensa  doctrinal  o  de  la  estrategia militante. 

Sin embargo, autores y actores sociales y políticos vienen progresivamente coincidiendo en  torno a  la necesidad  de  ampliar  y  profundizar  la  democracia  mexicana.  Y  no  necesariamente  en  defensa  de principios,  sino  por  razones  prácticas:  el  pensamiento  creativo  desde  la  base  de  la  pirámide  puede enriquecer  y  destrabar  situaciones  que  para  la  cúspide  son  ajenas.  Ésta  es  una  interpelación  nueva, urbana e industrial, que está presente en las condiciones actuales del país. La interpelación democrática es  distinta  a  las  cuatro  tradicionales,  rurales  y  provincianas  —tierra,  sindicalismo,  educación  y  no reelección—  que  se  originaron  en  la  Revolución.  Este  impulso  social  real  es  el  que  está  debajo  de fenómenos como Corriente Democratizadora. 

En México, los dirigentes reales del sector privado —no los presidentes de cámaras y organismos— han abandonado el pacto tradicional porque han envejecido, o fueron eliminados de la competencia como el Grupo Monterrey,  o  fueron  desplazados  por  la  nacionalización  de  la  banca  y  están  en  contra.  Las coaliciones  populares  amplias  que  refuercen  el  liderazgo  institucional  del  gobierno  sobre  toda  la sociedad  en  forma  armónica,  parecen  estar  en  desuso.  Los  grandes  pensadores  que  amalgamen corrientes  de  construcción  nacional,  desaparecieron  por  varios  años  con muy  contadas  excepciones, pero empiezan ya a despuntar unas cuantas mentes lúcidas con algunas propuestas. Así, pues, la cúspide económica, política e intelectual de antaño, vino perdiendo progresivamente su cohesión, coherencia y proyecto desde 1968 y dos actores  sociales con perspectivas diferentes  reclaman  la ampliación de  su orden: clases medias y clases populares. 

REFLEXIONES FINALES 

Se ve promisorio el futuro de México porque el agotamiento de  la dirigencia nacional que se  inició en 1968 y que se fue profundizando en el curso de estos casi 20 años, parece llegar a su fin. Durante esta transición se debilitó  la dirigencia, se debilitó el clausulado del proyecto y se debilitó  la cohesión de  la sociedad. 

El  encadenamiento  histórico  de  los  últimos  20  años  parece  explicarse  también  por  la  ausencia  de impulsos  globales  externos  poderosos  en  un  ciclo más  largo.  En  1891  el  régimen  de  Porfirio  Díaz reprimió un extenso movimiento estudiantil que aportó los jóvenes que en el curso de los siguientes 20 años  maduraron  sus  inquietudes  y  al  combinarse  con  las  condiciones  del  país  culminaron  en  la Revolución de 1910. Ésta, a su vez, coincidió con  la primera guerra mundial extendiéndose el conflicto interno hasta 1917, para producir así ese amplio proceso revolucionario que marcaría la estructuración del Estado mexicano. 

Parecería que el  impulso histórico que  constituyó  la Revolución de 1910 y  la primera guerra mundial duró hasta la década de los treinta, permitiendo así que los acontecimientos domésticos se orientaran y avanzaran precisamente conforme a ese rumbo mundial. Una segunda oleada poderosa se produjo en la 

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década de los cuarenta con la segunda guerra mundial y sus efectos parecieron perdurar hasta la década de los sesenta para cuando se estaba requiriendo ya un tercer impulso que no llegó. Parecería haber una cadencia en la historia y sus ciclos largos. 

El tercer impulso, oleada mundial, histórica, poderosa, que ayudara a dar rumbo a los acontecimientos internos, no se presentó ni en los setenta ni en los ochenta. Así, la pérdida del rumbo externo se asoció al agotamiento biológico de  la dirigencia nacional, produciendo que en  las últimas dos décadas el país atravesara por un período de transición, donde el debilitamiento de  la dirigencia y consecuentemente del pacto social, se sumaba a  la exacerbación de  las contradicciones, conforme maduraba  la sociedad civil  y  se  derrumbaba  la  falsa  conciencia  resquebrajada  por  1968.  En  este  sentido  el  movimiento estudiantil tiene dos aportaciones para el país: por una parte, haber actuado como concientizador de la naturaleza contradictoria del Estado mexicano y, por la otra, como catalizador para la formación de una generación fundamental.2 

La  súbita producción de  ideas y profusión de estudios  sobre  la  transición o  las crisis en  sus múltiples acepciones,  se  vincula  al  concepto de  generación  de Ortega  y Gasset.3 Así, parece  surgir una nueva generación  a  finales  de  los  años  sesenta, marcada  por  el  inicio  de  una  fase  de  transición  que  está asumiendo el papel dirigente al aproximarse a los 45 años de edad. Encuentra sus principios rectores en el fin del auge económico de la posguerra y en ciertos movimientos sociales que llamaron la atención dé los  países  occidentales,  especialmente  la  revuelta  estudiantil  francesa  y,  en  el  caso  mexicano,  el movimiento  de  1968. Así,  las décadas de  los  sesenta  y ochenta han presentado un  comportamiento errático de la política y la economía que insinúan esa transición. 

La generación de  intelectuales —concretamente, de  científicos  sociales— que empezó a  contribuir al desarrollo de  la  teoría en  los  años  setenta, ha encontrado en el  tema de  la  transición el  tópico más recurrido de cuantos ocupan su atención. Si la transición define a nuestra época, había que emprender su  estudio  a  fondo. No  es  difícil  demostrar  que  la  crisis  o  las  crisis,  según  el  caso,  han  sido  el  hilo conductor de los trabajos de toda una generación de científicos sociales. El conjunto de autores que han enfocado sus análisis en esta dirección así lo demuestra. 

Así,  al  cierre  de  los  ochenta  luchan  en México  dos  tendencias  históricas  fundamentales:  las  inercias tradicionales  del  Estado  autoritario  corporativo  y  la  nueva  sociedad  modernizante,  cuestionadora, democratizadora.  Sin  embargo,  el  futuro  aunque  con  riesgos  se  puede  ver  con  optimismo  porque después de casi 20 años de conflictos internos en la dirigencia nacional y de debilitamiento de sus lazos internos de unión y de  los de ella con  la base de  la pirámide social, se hace cada vez más evidente  la necesidad de restablecer el pacto social y fortalecer la cohesión. En este marco, la rearticulación de los signatarios y la concertación del clausulado del nuevo pacto, adquiere relevancia. 

 

 

 Rodcric Camp, "Generaciones políticas en México", Vuelta, núm. 119, octubre de 1986, p. 30. 

' "Entre toilas las generaciones que en un momento dado existen, generaciones contemporáneas mas no coetáneas, sobresalen dos en particular:  la de  los hombres  jóvenes de 30 a 45 años aproximadamente, que  luchan por construir un nuevo perfil del 

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mundo y la generación que se ha entronizado en la dirección del propio mundo y ha impreso en éste su visión de las cosas: los hombres que oscilan entre los 45 y los 60 años. Antes de los 30, en general, los hombres son aún proyectos en ciernes, sin haber abrazado aún o comprometido  con una causa. Después de  los 60 años,  los hombres  sólo esporádicamente  intervienen en  la historia." En ionio a (¡titileo: Esquema Je Ui.s crisis. 

Para  reconocer el proceso anterior, es  importante atender  tanto al proceso de  renovación de  las  tres vertientes de  la dirigencia nacional —es decir,  la dirigencia política, económica e  intelectual— como a los vínculos que las cohesionan. Mientras que la dirigencia ideológica tiene una velocidad de renovación relativamente  alta, por  el  carácter más o menos  abierto para  la  integración de  sus  componentes,  la dirigencia económica, por el  contrario,  tiene una velocidad de  renovación  relativamente  lenta, por el carácter hereditario de transmisión de la propiedad de las empresas, es decir, del poder económico. La velocidad de renovación de la dirigencia política, en cambio, se mantiene en un nivel medio, porque no es  totalmente  abierta  ni  totalmente  hereditaria:  el  nombre  y  prestigio  familiar  son  una  ayuda  en  el escalamiento político, pero no son definitorios. 

Por  otra  parte,  mientras  que  la  pirámide  empresarial  tiene  corno  vínculo  de  cohesión  el  interés económico  y  la  pirámide  política  el  interés  de  escalamiento,  el  vínculo  de  cohesión  de  la  pirámide intelectual, es la afinidad de las ideas. Es importante la diferencia entre los tres cohesionadores porque los  económicos  y  políticos  son más  concretos  y  tangibles  que  los  ideológicos,  pero  en  contrapartida estos últimos tienen un alcance y penetración mayor que  los otros. Así, cohesionadores y velocidad de renovación, aunados al impacto de 1968, al embarnecimiento de la clase media, al fortalecimiento de la sociedad civil y a la velocidad de comunicación de hoy en día, vienen produciendo la formación de una nueva pirámide invisible a la inercia tradicional que es el ejército ideológico. 

Este ejército se constituye de tres instancias: primera, un pequeño estado mayor de un par de docenas de lúcidos intelectuales mexicanos, en su mayoría de generaciones posteriores a la estudiantil de 1968; segunda,  una  oficialidad  intermedia  que  la  forman  los  investigadores  académicos,  los  profesores universitarios,  los asesores en  las dependencias oficiales,  los responsables de  las unidades de estudios económicos  en  las  empresas  y  que  pueden  ascender  en  términos  estimados  a  100 mil  personas;  y tercera,  la  infantería  ideológica  constituida principalmente por  los más  jóvenes —alumnos,  analistas, auxiliares—  que  interactúan  con  la  oficialidad  mencionada  y  que  en  términos  estimados  pudiera ascender a más de un millón de personas. 

Esta pirámide  tiene  también una diferenciación en  la estructura de edades que vincula a  los mayores con los jóvenes y así la acción de esta pirámide ideológica penetra en las pirámides política y económica en un sentido de abajo hacia arriba que está por lo tanto invadiendo desde la formación educativa a los futuros dirigentes de la economía y de la política mexicana. La fuerza del estado mayor ideológico radica en su capacidad y  lucidez para  leer  la realidad social, formularla en planteamientos claros y fácilmente comunicables y posteriormente ser reforzada con credibilidad, prestigio y autoridad moral, mismas que la dirigencia económica y la política pierden a favor de la dirigencia ideológica. 

En adición a  lo anterior y en beneficio de esta pirámide  intelectual, parece que en este momento en México el gran conector de los acontecimientos que ocurren en los planos social, económico y político, es  precisamente  el  hecho  superestructural,  el  hecho  cultural,  es  decir  la  toma  de  conciencia,  la percepción que los individuos tienen de su realidad, filtrada a través de los valores en cualquiera de los 

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otros  tres planos.  Esto  trae nuevamente  a  la  escena del  análisis  la  importancia de  la  cultura para  el entendimiento de la realidad y percepciones. Por ello el marco cultural en el que se ve la percepción de la economía, de la política y de la sociedad, van a influir poderosamente en el comportamiento de los in > dividuos y por tanto de los tres planos. 

Una tendencia que seguramente atraerá  la atención de académicos y empíricos será  la reconstrucción del  consenso que después de 50 años empezó a  romperse en 1968. El  consenso que  convoque a  las distintas capas de  la sociedad mexicana del último cuarto del siglo. No parece que será  tarea para un solo hombre ni para un solo equipo, ni tal vez para un solo partido. Se ve más bien como tarea de una generación, que de  realizarse en  lo que  resta de este  siglo,  corresponderá  a aquellos estudiantes de 1968 que ahora, 20 años después, empiezan a arribar al poder social, económico y político de México. 

Hay signos favorables a esa posibilidad generacional, como son  la apertura política de  los últimos tres presidentes,  la ebullición participadora de  la  sociedad civil que  se expresa en múltiples  formas, entre ellas  la  corriente  democratizadora,  la  renovación  del  liderazgo  en  la  CTM  la  próxima  década,  las movilizaciones  electorales  ciudadanas  para  presidencias  municipales  y  algunas  gubernaturas,  entre muchas otras. 

De emprenderse esa  tarea habrá que  revisar, en el ámbito de  la  cultura,  cómo pueden  construirse y difundirse  nuevos  conceptos  de  prójimo,  trabajo  y  crítica;  cómo  pueden  esos  nuevos  conceptos reforzarse en el derecho, la religión, la educación, los medios, el discurso, la moral y la ética; si hay que restablecer las relaciones con la iglesia, fundar una nueva religión o nacionalizar la actual; si revolucionar o expropiar la educación y los medios de comunicación o entregarlos a Televisa o a la iglesia; si romper o reforzar el discurso político; si revisar desde sus oimientos el derecho o mantenerlo en la tradición y la costumbre. 

En  la  economía  habrá  que  revisar  si  entregar  a  los  estados  y municipios  con  sus  nuevas  funciones, también  sus  fuentes  fiscales  de  recaudación  o  reforzar  aún  más  su  dependencia  financiera  de  la federación; si se prosigue con una reforma fiscal profunda,  impuestos patrimoniales y cualquier figura posible o conveniente, o si se impiden a toda costa; si se fijan rangos sociales de ingresos en relación con edad,  preparación  y  año  de  trabajo,  pudiera  decirse,  salario máximo,  de  una  a  veinticinco  veces  el salario mínimo, o si continúa con la creciente inequidad social; si el esfuerzo productivo debe orientarse, primero, a ganar mercados exteriores en la competencia internacional o, por el contrario a satisfacer la demanda interna y aprovechar los recursos naturales renovables del país. 

En  la política habrá que  revisar  si  reducir a  cuatro o aumentar a  treinta  las  Secretarías de Estado;  si reducir a tres o aumentar a quince  los partidos políticos; si modificar  los calendarios electorales de  los estados  para  hacer  gobernadores más  fuertes  y  secretarios más  débiles  o  viceversa;  si  se  aceptarán gobernadores de partidos minoritarios, cuándo o nunca; si se deberán reforzar o se romperán y cómo las posiciones  sectoriales partidistas;  si  se hace efectiva a  toda  costa  la exigencia de  respeto al voto. Estas revisiones y muchas otras más son tarea por realizar, aún no clara. Lo que sí es claro es que  los intereses  creados  y  la  correlación  de  las  fuerzas  no  se  modifican  fácilmente  con  palabras,  ideas, argumentos, ni discursos, por más sólidos y convincentes que puedan parecer. 

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Una  cuestión  parece  quedar  clara.  El  proyecto  global,  cultural,  de  nación  que  las  generaciones  de principios de siglo cimentaron, responde cada vez menos a las circunstancias actuales. De hecho tal vez el  efecto  más  claro  de  la  transición  es  que  el  gobierno  no  porta  ya  un  proyecto  suficientemente coherente, propositivo, lúcido, integrador. ¿Se concretará el potencial transformador de los agregadores y comunicadores de opinión; de  los que vinculan  las condiciones objetivas a  las subjetivas; de  los que dan coherencia y significado a estructura y superestructura; de los que pueden proponer los elementos de un proyecto nacional; de los intelectuales orgánicos?. 

Bien lo dijo Octavio Paz: 

Hoy estamos ante el peligro de otro estallido, más terrible y mortífero que el de 1968. En cuanto a  la fractura,  el movimiento  juvenil mostró  que  nuestra  sociedad  no  era  un  todo  homogéneo  y  que  el sistema  político mexicano  no  correspondía  ya  a  la  realidad  social  y  cultural  de  nuestro  país. México había crecido y se había diversificado; el régimen le quedaba chico a la nación y la rigidez del sistema la ahogaba. (La Jornada, 10 de agosto de 1988). 

  

APÉNDICE 1 

 

CÁLCULOS DEL CAPÍTULO 8 

Las  siguientes  52  tablas  presentan  los  cálculos  para  construir  los  índices  compuestos  a  partir  de  los pesos que resultan anualmente para cada uno de los 52 indicadores. La primera columna muestra el año de que se trata. La segunda, el valor que corresponde a dicho año y es el mismo que se presenta en cada una de  las gráficas en cada capítulo. La tercera, el porcentaje que el valor de  la columna 2 representa, como  variación  dentro  del  rango  asignado  al  indicador, mismo  que  puede  consultarse  en  el  cuadro "Pesos  y  rangos  de  los  indicadores"  del  capítulo  8.  La  cuarta  columna,  es  el  resultado  de  aplicar  el porcentaje de  la columna 3 al peso correspondiente al  indicador, mismo que puede consultarse en el cuadro "Pesos y rangos de los indicadores" del capítulo 8. 

Los pesos de los indicadores fueron obtenidos de un análisis factorial multivariado. La asignación de los rangos partió de una observación  caso por  caso  según  su  comportamiento histórico  y  las  reflexiones correspondientes se expresan en el texto del documento. Por ejemplo, el  indicador 1 "Origen Popular" tiene un rango positivo ( +) de 0 a 75. Lo anterior significa que una proporción de dirigentes de origen popular  entre  0  y  75%,  tiene  un  impacto  positivo  en  la  pluralidad  del  liderazgo,  tópico  al  que  ese indicador pertenece, equivalente al valor que para cada año corresponda. Veamos el caso en detalle. Para 1940 (columna 1) el valor de este  indicador fue de 36 (columna 2). El porcentaje de  la columna 3 resulta de dividir 36 entre 75, que es igual a 48. En la columna 4 se aplica el 48% al peso del indicador de 1.94 y da como resultado 0.93. 

Para otros  casos donde el  sentido es negativo  (—)  y el  rango no parte de  "0"  como es el que arriba revisamos,  debe  introducirse  una  pequeña  variación.  Veamos  el  indicador  número  4  "Estudios universitarios" que tiene en el cuadro "Pesos y rangos de los indicadores" del capítulo 8 un rango de 25 a 

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75 con sentido negativo (—) y un peso de 0.85. Para 1940 (columna 1) el valor de este indicador fue de 68 (columna 2). El porcentaje de la columna 3 resulta de los siguientes cálculos. El peso negativo indica que debe obtenerse la cifra complementaria del valor del rango máximo, es decir de 68 a 75, o sea 7. El 7 debe dividirse entre el valor neto del rango o sea 50 (7225 = 50), lo que da como resultado 14. En la columna 4 se aplica el 14% al peso del indicador de 0.85 y da como resultado 0.12. 

 

En síntesis, durante el sexenio de López Portillo, el hilo conductor de las decisiones fue la economía, lo cual es entendible dado que la estabilidad política y la legitimidad había sido el legado principal dejado por Echeverría, mientras que el desequilibrio económico estaba requiriendo atención urgente. La actitud conciliatoria  del  nuevo  régimen  y  las  condiciones  impuestas  por  el  Fondo Monetario  Internacional pueden  haber  llevado  a Monterrey  a  considerar  que,  independientemente  de  no  haber  ganado  el liderazgo político, ellos debían tener una participación fundamental en las decisiones importantes. Y en verdad, la primera mitad del sexenio lopez‐portillista (19761980) parecía dominado porj un discurso pro empresarial.