Anfibios y Reptiles de Mexico Claves Ilustradas (Gustavo Casas Andreu, 1987)
Mexico Las Crisis De 1982 Y 1987
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EL PULSO DE LOS SEXENIOS ‐ MIGUEL BAZAÑEZ
20 AÑOS DE CRISIS DEN MEXICO
3. LA CRISIS DE 1982
La tercera crisis bajo análisis, la nacionalización de la banca, ha sido tal vez el hecho más controvertido de los últimos 20 años, que movilizó en favor y en contra a la opinión pública nacional. Motivó y desmotivó al mismo tiempo a distintos segmentos de la población y marcó de manera importante el curso posterior de las acciones, tanto políticas como económicas. En los primeros tres meses se generó una extensa movilización social para apoyar la medida, que poco tiempo después se tornó en otra para culpabilizar.
No se debe subestimar la influencia que ejercieron en la formación y evolución de esta crisis, diversas acciones generadas en la relación México Estados Unidos. Después de la ominosa negativa norteamericana en diciembre de 1977 a la compra de gas mexicano ya casi concluida la construcción del gasoducto Cactus Reynosa en diciembre de 1977, los tratos entre los presidentes López Portillo y Cárter no podría decirse que eran inmejorables, como lo acredita la visita que Cárter hizo a la ciudad de México en febrero de 1979. La decisión de no entrar al GATT en marzo de 1980 y la visita a Cuba en septiembre de ese año, adicionadas de la descripción de la política internacional y la reflexión sobre la validez de la propiedad privada que López Portillo hizo con motivo de la IV Reunión de la República en Hermosillo en febrero de 1981 y el comunicado que suscribió con Francia sobre El Salvador en agosto de ese año, deben haber ido incrementando las actitudes de recelo y reserva hacia México en las agencias estratégicas norteamericanas. La reunión Norte Sur de Cancún en diciembre de 1981 y el apoyo a Nicaragua estaban marcando un activismo mexicano en el panorama internacional que resultaba con seguridad crecientemente incómodo para Estados Unidos.
En 1982 México vivió una situación económica difícil. Por una parte, las contradicciones generadas en el proceso de desarrollo del país y la inflexibilidad de la política económica para reaccionar con oportunidad a las circunstancias adversas y, por otra, los cambios bruscos en las condiciones económicas internacionales —caída en los precios del petróleo, alza en las tasas de interés, estrechez del financiamiento, fueron los factores que precipitaron la crisis. Los signos del grave desequilibrio de la actividad económica fueron el desmedido déficit público, el alarmante deterioro del sector externo —incluyendo una gran fuga de divisas— la inflación, la caída del producto nacional y una alta desintermediación financiera, entre otros.
Para entender la crisis de 1982 es indispensable tener presente, además del marco político bilateral, el hundimiento petrolero que arrastró a gobierno y empresas, así como el proceso de la sucesión presidencial que cada vez más se ha venido revelando como altamente perturbador. En la misma forma que al analizar las dos crisis anteriores, la comprensión completa de ésta necesita incluir las reacciones más fuertes que generó: sin duda la preocupación internacional, así como el arribo, paulatino pero creciente, a niveles de riesgo, de las presiones internas.
EL HUNDIMIENTO DEL PETRÓLEO
La multiplicación de los ingresos petroleros a partir de la segunda ofensiva victoriosa de la OPEP en 1979 y el aumento del volumen de la extracción de crudo por parte de Pemex, vinieron a trastocar este tranquilo y por lo demás típico orden de cosas, y erigieron al Estado como el gran sector de la vida política y económica nacional, alejando de paso las posibilidades objetivas del sector privado de asumir la hegemonía del país. El gobierno de López Portillo no parece haber encontrado una fórmula suficientemente adecuada para digerir los nuevos y cuantiosos ingresos petroleros y buena parte se desperdició en financiar una tasa de consumo artificialmente alta, tanto de parte del gobierno como de la sociedad en su conjunto.
Para financiar el desarrollo del sector energético y las importaciones masivas de bienes de capital —que perseguían el mantenimiento de una tasa de crecimiento también anormalmente alta— el país incurrió en un acelerado proceso de endeudamiento externo que a la postre resultaría insostenible y llevaría por igual a la suspensión del crédito externo, al deterioro de la confianza empresarial, a la crisis de las finanzas públicas y, finalmente, a la nacionalización de la banca.
Los desequilibrios estructurales de la economía mexicana pudieron ser sobrellevados y pospuestos gracias a la bonanza petrolera. Sin embargo, el grave y creciente deterioro hizo aflorar dichas contradicciones e hizo evidente la gran fragilidad del esquema de financiamiento del desarrollo basado en el uso de deuda, especialmente externa y de los recursos petroleros.
Un amplio debate sobre el rumbo global de la economía se produjo en 1980 en torno a la decisión de que México ingresara al GATT y ampliara su plataforma de explotación petrolera, Es cierto que la discusión se dio en ese año, pero en realidad era sólo una fase manifiesta de un proceso más profundo de búsqueda de rumbo que se había iniciado diez años antes. Un avance importante hacia la redefinición económica del período de reajuste (1968‐1980) se hizo en ocasión del aniversario de la expropiación petrolera el 18 de marzo de 1980. Primero, México no se sometió a la presión norteamericana de incrementar la producción petrolera más allá de la plataforma de 2.5 a 2.7 millones de barriles diarios, sólo un 10% de variación se aceptaba. Segundo, la entrada al GATT se rechazaba. Tercero, se propuso el Sistema Alimentario Mexicano (SAM) que implicaba una participación más directa del Estado en la producción de alimentos.
Aunque éstas fueron redefiniciones parciales, bastaron para producir varios cambios en el arreglo interno de las fuerzas de 1980. Primero, en abril se presentó el plan global de desarrollo que muestra algunas de las tesis fundamentales propuestas por los financieros privados, específicamente Banamex. Segundo, en la gira presidencial por Europa en mayo. Televisa dejó ver su disgusto al retirar toda su cobertura de la gira. Tercero, de acuerdo con el Banco Federal de Reservas Norteamericano, un monto de más de 4 000 millones de dólares estaba en los bancos privados para finales de mayo (Informática 53:18). Un rasgo algo separado, pero relevante en este panorama, fue el ofrecimiento en febrero de 1980, de un banquero de Chicago a la Cámara de Comercio de "ayuda militar norteamericana a México a cambio del petróleo" (Informática 50:19).
Los trastornos en el precio internacional del petróleo a partir de junio de 1981, parecen haber provocado en pocas semanas un impacto financiero que afectó a Alfa. En julio el consorcio no pudo
obtener en Nueva York un préstamo de 200 millones de dólares y un mes después, Bernardo Garza Sada declara que las versiones de despidos y quiebra en Alfa son infundadas, pero para octubre se observa ya un descenso en el valor de las acciones del grupo y una suspensión en sus planes de diversificación. Finalmente, el 1 de noviembre se anuncia que Banobras otorgó un crédito a Alfa por 17 mil millones de pesos; al día siguiente el Partido Social Demócrata (PSD) denuncia la quiebra técnica del consorcio y demanda la nacionalización de Alfa. Garza Sada declara que no hay crisis ni quiebra, pero corre la petición en los medios bursátiles de congelar las acciones del Grupo. Con ella se congela también la viabilidad de un proyecto empresarial como opción del desarrollo del país, al menos por un tiempo. La desmoralización empresarial se hizo presente.
Al igual que en el caso de Díaz Serrano, las causas obvias del rápido y estridente deterioro de Alfa, expansionismo, altos gastos y endeudamiento, está rodeado de incógnitas que matizaron el suceso. La primera incógnita puede referirse a la fuerte rivalidad interna entre Alfa y Visa; la segunda a una posible liga profunda de Visa al Partido Social Demócrata (PSD). En cualquier caso, resta mucho por esclarecer al respecto y sobre todo por establecer la vinculación entre la quiebra de Alfa y la precipitación de la crisis de 1982.
LA SUCESIÓN PRESIDENCIAL
Si la economía estaba agitada, la política no lo estaba menos. Es cierto que el período de mayor turbulencia política en el sistema mexicano es el de la transición presidencial, aunque la preocupación por el sucesor está presente prácticamente en todo el tiempo del sexenio. La preocupación tradicionalmente se intensifica después del IV Informe de Gobierno y va en aumento conforme se aproxima el V. Se provocan así reacomodos y presiones que afectan el comportamiento de la política.
Sin embargo, dos eventos llamaron la atención en la sucesión de López Portillo: el discurso de Roberto Casillas, secretario particular del presidente, pronunciado en agosto de 1980 y la serie de entrevistas concedidas por Luis Echeverría en abril de 1981 a El Universal. El efecto del discurso de Casillas fue una entrevista televisada del presidente negándose el papel de gran elector y calificándose como fiel de la balanza. El de las entrevistas de Echeverría, fue el enroque efectuado entre el presidente del PRI y el secretario de la Reforma Agraria, ocho días después de la ruptura supersónica del silencio. En estos dos casos, el presidente mostró la necesidad de reforzar el control de la situación política del país, en un ambiente progresivamente inquieto.
A diferencia de los acontecimientos anteriores al mes de junio de 1981, los posteriores dificultaron el control sobre el proceso de la sucesión. Por una parte, el problema de precios del petróleo que arriba se analizó y que provocó un impacto de importancia a los planes presidenciales. Por otra, la destitución de Díaz Serrano, que pareció obedecer no sólo al desacuerdo en la reducción del precio por barril exportado. En tercer término, las presiones cruzadas del bloque industrial encabezado por Alfa y del bloque financiero, anunciaban la aparición de acciones empresariales desarticuladas y trastornadas, como en efecto resultaron ser los recursos del rumor, la desconfianza y la fuga de capitales. Finalmente las tres entrevistas con el presidente Reagan, todas en territorio norteamericano y sin mediar reciprocidad. Son sugestivos, por último, los tiempos y movimientos de la nominación presidencial
durante la segunda quincena de septiembre. El día 14 Díaz Serrano declaró que estaba dispuesto a volver a la política. El día 17, López Portillo acudió por tercera vez consecutiva a reunirse con Reagan, esta vez en Grand Rapids, Michigan. Al día siguiente de su regreso, el presidente anuncia en un mitin en Monterrey, que en pocos días el PRI dará a conocer su candidato; en el curso de la semana trasciende que JDS se iría de embajador a la URSS y el día 25 el PRI da a conocer a su candidato, anticipándose casi un mes a la junta de Cancún, que era la fecha esperada del destape. Sin recurrir a explicaciones conspiratorias, será importante para un futuro indagar la posible relación entre los elementos aportados: Bush, Alfa, Díaz Serrano, Grand Rapids y la anticipación del destape.
Cinco semanas después de la renuncia de Díaz Serrano, el presidente ofreció una conferencia de prensa a bordo del avión Quetzalcóatl a su regreso de Guadalajara el 10 de julio. En esa ocasión denunció que se estaba creando un clima de desconfianza: "una carga emocional espesa, indeterminada, fundada en rumores, en chismes. . ."; se pronunció contra la devaluación y el terrorismo informativo. Pidió "llegar a la junta de Cancún con toda la fuerza del presidente de la República" (El Día, 1171981:2). Una semana después, el 17 de julio, López Portillo volvió a referirse al terrorismo informativo contra el peso. Utilizó como foro una conferencia de prensa con los corresponsales extranjeros (Unomásuno, 1871981:1).
Al parecer, las dos conferencias de prensa ayudaron a calmar relativa y temporalmente los ánimos, que volvieron a caldearse conforme se aproximaba la celebración de la V Reunión de la República el 5 de febrero de 1982. Ese día, el presidente volvió a pedir tranquilidad, confianza, solidaridad: "Defendamos nuestro peso, dijo, para no hacerle el juego a la parte más despreciable de la sociedad, aquellos que se enriquecen con la especulación y con el fracaso de otros" (Excélsior, 621982:1). El efecto resultó contrario a sus propósitos y el 17 de febrero se anunció el retiro del Banco de México del mercado cambiario. El peso frente al dólar cambia de 27.06 el día 17 a 47.25 el día 26 (Unomásuno, 2821982:9). La capacidad del sector financiero de desatar un eficaz mecanismo de presión se había comprobado una vez más, pero también puso en evidencia su incapacidad para retomar el control.
Las condiciones financieras agudizaron el debate económico. Volvieron a primera fila las proposiciones irreconciliables de los monetaristas y estructuralistas; libertad cambiaría y vinculación estrecha al sistema monetario internacional frente al control de cambios y autodeterminación financiera. En este marco se provocó el cambio de los titulares de la Secretaría de Hacienda y el Banco de México el 16 y 17 de marzo de 1982, respectivamente, que fue interpretado como un paso más en la transición hacia el nuevo gobierno por la cercanía de los designados con el candidato. Hasta ahí, la corriente monetarista parecía predominar. Al menos así se pensó cuando el director del Banco de México, publicó "un análisis pragmático —no dogmático— sobre la conveniencia" del control de cambios, donde llegó a la plena convicción de que en México no podía adoptarse.
El rumor y el desprestigio continuaban deteriorando la imagen del presidente, en un tiempo político —la transición— ya de suyo difícil. El 11 de mayo de 1982 López Portillo formula una extensa explicación televisada en la reunión Veinte Mujeres y un Hombre, donde argumenta que el país tiene problemas de liquidez financiera, pero niega la existencia de una crisis económica. Hace un llamado a la confianza, pero admite "que goza de menos credibilidad que un empleado de ventanilla bancaria" (El Nacional, 12582:1). La salida de capitales continuaba realizándose en proporciones cada vez mayores. Durante el mes de junio y principios de julio, la atención fue acaparada por los cierres de campaña de los partidos
políticos y por los comentarios a la alta participación en las elecciones. Pero pasada la euforia electoral, regresaron los rumores.
La severidad de la situación financiera se expresó el 1 Je agosto en los aumentos al precio de la gasolina, pan y tortilla, dado el monto considerable de subsidio gubernamental que absorbían; nuevamente las dificultades se manifestaron el día 5 al establecerse la doble paridad cambiaria. Esta decisión fue el primer paso hacia el control generalizado de cambios decretado el 1 de septiembre. Evidenció que el equilibrio de las fuerzas políticas en la disputa por las opciones del país, estaba rápidamente cambiando.
LA TERCERA CRISIS: LA NACIONALIZACIÓN DE LA BANCA
El anuncio de la nacionalización de la banca y el control generalizado de cambios durante la lectura del VI Informe de Gobierno tomó por sorpresa al país. Salvo los integrantes del gabinete ampliado que se enteraron esa mañana en el desayuno de Los Pinos, el presidente electo informado la tarde anterior y el reducido grupo de quienes había trabajado en los proyectos correspondientes, nadie más conocía la medida.
Desde marzo se habían iniciado consideraciones generales sobre dichos aspectos por colaboradores cercanos al presidente, pero no es sino hasta la adopción de la doble paridad el 5 de agosto, que el proceso parece entrar a un camino sin regreso. En la última semana de julio se revisan los signos vitales de la economía mexicana, para concluir que a grandes males, grandes remedios. Se hace manifiesto también que en el mágico sistema político mexicano, sólo parecen haber 18 semanas cada seis años para tomar las más difíciles decisiones: del 15 de julio al 30 de noviembre del último año de gobierno, 15 días después de la elección del nuevo presidente y un día antes del cambio de gobierno.
Por el tabú en que se había constituido la libertad cambiaría, verdadero himen financiero, el 5 de agosto pareció indicar que el presidente se había decidido a romper definitivamente con el pasado. El matrimonio celebrado entre la banca privada y el gobierno en 1925 se escindió, para disolverse al parecer definitivamente el 1 de septiembre. Los asuntos de la peculiar pareja se habían desarrollado aceptablemente por casi 40 años. Una flexible y moderada política fiscal, a cambio de un financiamiento interno para un pequeño déficit público, fue una fórmula feliz por muchos años.
Un peligro importante que amenazó a la nacionalización bancaria, fue la desconfianza popular que podría desatarse al reabrirse las operaciones bancarias el lunes 6 de septiembre. Ese peligro pareció conjurarse con la primera reglamentación anunciada por Carlos Tello por televisión el sábado 4: dando paridad fija a 50 y 70 pesos por dólar; disminución de tasas de interés; eliminación de cobro por comisiones sobre cuentas de cheques, aumento de intereses en cuenta de ahorros del 4.5 al 20%; reducción del 23% en créditos para vivienda de interés social para establecerlo al 11%, entre muchas otras disposiciones.
La cronología fundamental de las disposiciones partió del 13 de septiembre en que se expiden las reglas generales del control de cambios; el día 21 el presidente envía a la Cámara de Diputados los proyectos de reformas a la Constitución para reservar el servicio bancario y crediticio al Estado, regir las relaciones laborales por el apartado B del artículo 123 y convertir al Banco de México en organismo público
descentralizado; el día 22, solicitan amparo 21 instituciones bancarias y, por último, el día 27 se anuncia la constitución de un fideicomiso para la repatriación inmobiliaria, al tiempo que Carlos Tello declara que se firmará un convenio con el FMI.
La observación principal que puede hacerse a las reacciones que produjo la nacionalización de la banca y el control de cambios, tanto en el país como en el extranjero, es que fueron verdaderamente moderadas frente a la agresividad y oposición que otros eventos habían recibido en la historia reciente de México, particularmente en el sexenio de Echeverría (Basáñez, 1982:57). Hubo una ausencia notoria de la oposición que se esperaba de una fracción de la Iglesia. Se destacó también la desarticulación del sector empresarial y la heterogeneidad de sus reacciones. Entre los abogados se dio un debate en torno a la constitucionalidad de las medidas, pero quedó lejos de lograr un consenso. El movimiento obrero y ios partidos políticos, con excepción del PAN y PDM, se pronunciaron a favor. Televisa se contuvo y las páginas editoriales se dividieron. Los financieros privados y una buena parte de los financieros públicos estuvieron en contra.
El estado real de la opinión pública mexicana no estaba siendo reflejado en los medios, como lo señala la encuesta levantada por el autor en noviembre de 1982.' El apoyo al gobierno era del 71% de los entrevistados, en un rango que va rió del más bajo, 64% de los empresarios, al más alto, 87% de los políticos, como se puede observar con mayor detalle eixel cuadro precedente al sumar regular, bien y muy bien. / Una expresión del proceso de maduración de la sociedad civil se puede observar en la heterogénea influencia de los partidos políticos en el proceso de formación de opinión pública, Ljue se hizo presente con motivo de la nacionalización. Puede notarse que mientras los simpatizantes del PAN, PDM y PARM, así como los abstencionistas y los sin opinión, registraron el menor porcentaje de respuestas muy bien en niveles del 8 al 13%, los partidarios del PSUM y PMT, por el contrario, registran los porcentajes más altos en niveles del 31%. Los simpatizantes del PRI, PRT y PST se mantienen entre el 21 y 26%. En sentido opuesto, las más altas malas opiniones las expresan los simpatizantes del PAN, PDM, abstención, no contestó y PARM.
A pesar de la impresión, generalmente aceptada, de que los funcionarios supeditaban sus opiniones a los linchamientos del partido oficial, en la encuesta bancaria se comprobó que en privado expresaban inclinación por los partidos de centroizquierda. Existe una minoría en el sector público que puede reclamar un papel más radical para el Estado, una posición más nacionalista y un énfasis mayor en políticas de beneficio social para las masas. Esto podría reflejarse en apoyo a los partidos de oposición que sostengan esas demandas, pero también podría ser signo de la capacidad latente del gobierno para desplazarse un poco más a la izquierda, con el propósito de cooptar a disidentes. Por otro lado, cualquier medida gubernamental de apoyo neto a la izquierda, probablemente fortalecería a la derecha sostenida por los grupos que menos apoyan al gobierno. fi La crisis de 1982 contiene una particularidad. No fue la 'disidencia, ni el sector privado ni las clases medias, sino precisamente el sector público el que la hizo estallar No obstante, la nacionalización dé la banca fue un factor determinante para reconstituir la legitimidad y el consenso del Estado entre las grandes masas de la población. Las manifestaciones que se sucedieron en septiembre —y que de hecho inhibieron la reacción empresarial— así parecían comprobarlo, sin embargo el Tiempo político de López Portillo estaba casi agotado y el intento de cambiar toda la enorme estructura de las relaciones financieras en el país, pronto se dio por concluido.
LA PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL
El eje central de la respuesta gubernamental a la crisis de V 1982 fue definido desde el principio. Se intentaría cumplir escrupulosamente con los compromisos externos del país —específicamente cubrir el servicio de la deuda externa en el orden de los 10 mil millones de dólares (mMd) anuales— y los efectos internos adversos de tal decisión, serían contrarrestados con un amplio respeto a la libre manifestación de las ideas y un fortalecimiento de la reforma política.
En estas circunstancias, México vio indispensable revalorar la importancia del contexto internacional en la orientación de la economía y adoptar la premisa de cumplir afuera como condición para el desarrollo doméstico\Esto mediante un fuerte ajuste interno v una amplia promoción en la captación nacional de divisas. En una perspectiva de ahorro en el uso público de divisas, reducción de importaciones y aumento de exportaciones específicamente las no petroleras vía la reconversión industrial y la liberación comercial. Podemos identificar dos periodos en la actitud del gobierno mexicano en relación con el cumplimiento de los compromisos con el exterior: (el primero que va de diciembre de 1982 febrero de 1986, en el que impera el principio de "cumplimiento a toda costa; y el segundo, que parte de febrero de 1986 y que se caracteriza por una actitud de cumplimiento modificada. La máxima de cumplir a toda costa, emprendida por el gobierno mexicano es explicable tanto por la composición sociopolítica de la fracción hegemónica que arribó al poder en 1982, como por su visión de las adversas circunstancias externas e internas por las que atravesaba el país. Las agencias estratégicas norteamericanas estaban muy sensibles a la política exterior mexicana y particularmente a la postura hacia Centroamérica. Constantine Menges, responsable de América Latina en la Agencia Central de Inteligencia (CÍA) de Estados Unidos al principio de la nueva administración mexicana 1982‐1988, era uno de los más preocupados; por una supuesta alianza profunda del gobierno Mexicano con los de la Unión Soviética y de Cuba,2 donde México apoyo a Nicaragua y El Salvador, según Menges a cambio de que la URSS y Cuba mantuvieran controlada a la izquierda mexicana. Para dar pruebas tangenciales de que México no avanzaba al comunismo, ni que existía alianza alguna, el nuevo gobierno mexicano escogió la vía del escrupuloso, cumplimiento con las instituciones financieras internacionales de los compromisos derivados de la deuda externa. Sin embargo, los esfuerzos y disciplina financiera, eran irrelevantes para las agencias de seguridad norteamericanas. De ahí las constantes campañas de prensa con pretexto del combate al narcotráfico, inseguridad turística o corrupción de los funcionarios mexicanos.
Es interesante contrastar la opinión gubernamental dominante con la de la sociedad en torno a la deuda externa.3 Como se puede apreciar en las cifras del cuadro siguiente, los funcionarios expresaban la opinión menos desfavorable (7% bien y 77% mal), seguidos por los campesinos (6% bien y 56% mal). Pero en cualquier caso, el contraste nacional entre las opiniones a favor y en contra (4% vs. 78%) demuestra un rechazo abierto de la sociedad a la deuda
En agosto de 1983 México fue calificado por altos funcionarios de los organismos financieros internacionales como país con un programa de recuperación ejemplar que estaba siendo imitado por otros países con dificultades financieras. Esta percepción fue ampliamente argumentada y difundida por revistas y periódicos especializados con gran penetración internacional, quienes señalaban que ningún país en tiempos modernos había aplicado un ajuste tan radical, rápido, decidido y exitoso como México.
En junio_de_J984, el director ejecutivo del FMI giró un comunicado en el que presenta a México como un ejemplo de ajuste para los países deudores y de negociación para los países acreedores, que fue respaldado por el presidente de la Reserva Federal de Estados Vmdos7 (Crónica Presidencial, 1985:276.) Hasta entonces la opinión internacional sobre México se había transformado de escéptica y adversa en propicia y favorable en torno a la recuperación económica nacional. Esto significaba que el nuevo grupo gobernante iba logrando recuperar la credibilidad y la confianza de los centros financieros internacionales. No así la de los centros de seguridad estratégica.
Ante las crecientes inquietudes de adoptar una posición conjunta de fuerza por América Latina frente a la comunidad financiera internacional, expresadas en las reuniones de Quito y Cartagena de 1984, la postura de México de cumplir a toda costa seguía firme. Se rechazó la posibilidad de participar en la conformación del denominado club de deudores y México cuestionaba la viabilidad de todas aquellas iniciativas de fuerza, ruptura o confrontación ante los centros financieros internacionales.
El cumplimiento de los compromisos derivó en una serie de impactos en diversas variables económicas y sociales. El déficit público fue financiado con crédito interno, lo que implico un circulo vicioso que lo retroalimento, ya que una gran parte del gasto se destino al pago de intereses de la deuda interna, al incrementarse el financiamiento interno del déficit público, se absorbieron recursos que de otra forma hubieran sido dirigidos a las actividades productivas formándose además un apretamiento financiero, que entre otras cosas se caracterizo por una prácticamente nula disponibilidad de financiamiento al sector privado.
La caída de los precios internacionales del petróleo de 1985, el crecimiento de la inflación, la disminución de la producción industrial y las consecuencias de los sismos de septiembre, a pesar de las medidas fiscales, cambiarías y comerciales de emergencia instrumentadas, no lograron relajar las crecientes dificultades para cumplir con el exterior. En estas circunstancias se dio el discurso presidencial del 21 de febrero de 1986, que indicaba un viraje en la política de cumplir a toda costa. Desde mediados de 1985 empezó a notarse una variación en el discurso gubernamental sobre este tema. Tanto para el gobierno como para la sociedad, parecía evidente que la política de contención económica iniciada con el Programa Inmediato de Recuperación Económica (PIRE) y reforzar con la astringencia crediticia de ese año, no podría continuar vigente por mucho tiempo más, sin riesgo de causar daños a las estructuras de la planta industrial. Los acreedores externos se habían concretado a cobrar el servicio de la deuda mexicana, otorgando concesiones menores a través de las reestructuraciones, pero desde 1984 ei país no había recibido crédito adicional. En esas condiciones la descapitalización progresiva del país era una tentativa poco alentadora (Excélsior, 2221986:1).
Miguel de la Madrid se dirigió ese 21 de febrero de 1986 a ja comunidad nacional y a los acreedores externos a través de los medios masivos de comunicación, para subrayar que su administración ya no estaba dispuesta a seguir sacrificando los niveles de vida de las clases mayoritarias para exportar, por la vía del servicio de la deuda externa, recursos generados internamente, mientras que los flujos de financiamiento externo seguían virtualmente cancelados y los ingresos petroleros se habían reducido a menos de la mitad. Dos meses después, al inaugurar el XXI período de sesiones de la CEPAL, De la Madrid declaró que la situación imperante ya no podía continuar:
Hemos llegado al límite de poder sostener la transferencia de capitales al resto del mundo y nuestros pueblos nos exigen la superación de esta crisis que cada día es menos tolerante. . . (Por ello) México demanda urgentemente la reestructuración de las relaciones económicas mundiales que abarque, conjuntamente con la deuda, los problemas de finanzas y moneda, flujos comerciales y términos de intercambio, apoyo tecnológico y cooperación internacional (Excélsior, 2241986:1.)
El subsecretario de Hacienda Suárez Dávila, advirtió a finales de abril que México podría adoptar posiciones unilaterales en materia de deuda externa, como sería una reducción de intereses al margen de la aprobación de los acreedores, a fin de colocar los réditos que se pagan, solamente a dos puntos por encima del promedio de la inflación internacional. El entonces secretario de Hacienda y Crédito Público, Jesús Silva Herzog, también llegó a insinuar la posibilidad de una moratoria unilateral.
En mayo en el consejo nacional extraordinario del PRI y en junio en Hermosillo, Sonora, insistió De la Madrid en estos planteamientos rompiendo la máxima de cumplir. A mediados de junio de 1985, la opinión pública nacional recibió con sorpresa la noticia de la renuncia de Jesús Silva Herzog y su sustitución por el basta entonces director general de Nafinsa, Gustavo Petricioli. Muchas conjeturas provocó este cambio, algunas ciertamente contradictorias entre sí. Para algunos analistas, la renuncia estuvo motivada por sus radicales declaraciones de los últimos meses, que habían incluido la posibilidad de moratoria. Para otros, la renuncia era obligada, si realmente se deseaba cambiar hacia una política más firme frente a los acreedores externos. Otros más, la ubicaban en los preámbulos de la sucesión presidencial (£7 Nacional, 2461986.).
La estrategia mexicana para lograr mejores condiciones de pago de la deuda externa rindió sus primeros frutos en julio de 1986. A pesar de las condiciones favorables para México del convenio, los analistas independientes no dejaron de señalar el hecho de que otras importantes demandas del gobierno mexicano, como la de modificar sustancialmente los términos de pagos, concesiones respecto de las tasas de interés y de los plazos, no fueron aceptadas por el FMI.
Las condiciones pactadas con los centros financieros internacionales y el repunte del precio del petróleo, que se inició en octubre de 1986, generaron cierta flexibilidad en el programa de ajuste interno y fortaleció el objetivo de diversificar nuestras exportaciones, así como de aumentar la captación nacional de divisas.
LAS PRESIONES INTERNAS
Tres tipos de presiones internas pueden distinguirse como producto de la decisión de responder a la crisis de 1982 con el Cumplimiento escrupuloso de los compromisos financieros internacionales de México: las presiones de las bases populares obreras y campesinas; las de las organizaciones y partidos de izquierda, y las de las organizaciones y partidos de derecha.
Por lo que toca a las presiones populares, podemos decir que desde la puesta en práctica del PIRE en diciembre de 1982, los obreros externaron sus inconformidades con la política económica instrumentada por el gobierno de Miguel dé la Madrid, centrándose particularmente en la política salarial y e! control de precios. La creciente oposición a ¡as medidas de contención salarial, elevación de
precios y tarifas públicas, reducción y eliminación de subsidios y liberación de controles de precios de algunos productos de consumo generalizado, había sido desarrollada por todas las organizaciones obreras del país, tanto independientes como las inscritas en el Congreso del Trabajo.
El crecimiento intensivo y extensivo de las presiones de los obreros mexicanos se fue manifestando desde finales de 1982, mediante el incremento inusitado de propuestas alternativas a la política económica, el número de emplazamientos y estallamientos de huelga, el cuestionamiento del manejo económico gubernamental ante la opinión pública, las diversas movilizaciones de inconformidad, así como_eI crecimiento de sus demandas. De hecho, los principales funcionarios gubernamentales habían reconocido el costo social que la crisis y la política económica estaban causando en la clase trabajadora.
Tanto la CTM, como el CT, formularon programas alterna/tivos de política económica y social y utilizaron el emplaza/ miento a huelga, incluso generalizado, como recursos de I fuerza en la defensa de sus reivindicaciones corporativas. Sin embargo, el movimiento obrero organizado desarrolló principalmente presiones discursivas de reprobación y l oposión a los programas, medidas y políticas que en materia ^económica ejercía el sector público. Ha cuestionado también la fidelidad de los diagnósticos y la viabilidad de los pronósticos gubernamentales e incluso la capacidad de algunos funcionarios públicos.
El sindicalismo independiente, que había venido organizándose en grandes agrupaciones como la Mesa de Concertación Sindical es el que ha impulsado el mayor número de huelgas y movilizaciones en contra de la llamada política de austeridad, es quien más combativamente ha luchado por el incremento de salarios, empleo y control de precios y el que mayor oposición ha generado respecto a los diversos elementos de la política económica gubernamental, v í Entre las principales movilizaciones obreras registradas encontramos en 1983 las huelgas de los sindicatos y universitarios; el emplazamiento a huelga general de la CTM al que se sumaron algunos sindicatos independientes (mayo); el estallamiento de la tracción de Uramex del SUTIN y el paro de 176 000 empleados de la SARH (junio); el conflicto en la Escuela Normal Superior (julio); el abandono de moderación en el marco del pacto de solidaridad del movimiento obrero (noviembre)." En 1984 las movilizaciones de los maestros chiapanecos y oaxaqueños (febrero); las manifestaciones de descontento en el desfile obrero (mayo); las 10 propuestas del Congreso del Trabajo para proteger el consumo básico popular y la respuesta presidencial de "no aceptar presiones" (junio); la requisa de Teléfonos de México y el enfrentamiento entre trabajadores (septiembre).
En 1985 la huelga de 1 300 mineros (febrero); los movimientos tortuguistas de los empleados de Mexicana de Aviación (julio); la huelga de la sección de la Siderúrgica de Lázaro Cárdenas en Michoacán (agosto); las manifestaciones de descontento por los despidos masivos de empleados públicos (julio); los conflictos en instituciones educación superior en el país, entre ellos el Colmex y la UAM (agosto); las demandas de médicos del Hospital General y del Juárez (octubre). En 1986. la advertencia de los petroleros en él saludo al presidente (enero); la manifestación de 100 000 sindicalistas independientes (finales de enero); la huelga de Dina (febrero); las manifestaciones de más de 100 000 trabajadores (marzo y julio); las críticas del CT y la CTM a la política económica (julio); las movilizaciones obreras y estudiantiles convocadas con motivo del conflicto en la UNAM por el CEU /noviembre).
El movimiento campesino también ha protagonizado algunas presiones en el transcurso del actual sexenio. A diferencia del movimiento obrero, cuyas luchas y movilizaciones tienen por escenario
habitual los espacios urbanos —y por tanto reciben una amplia cobertura de la prensa—, las luchas campesinas se libran en lugares apartados o incluso en el propio campo, por lo que de su magnitud y alcances se conocen mucho menos que en el caso de los obreros. No obstante, ciertas movilizaciones han trascendido más o menos ampliamente a la opinión pública nacional, entre las que cabe mencionar las siguientes:
El conflicto de tierras en Ocoyoacan, México (enero de 1983); la movilización de campesinos chiapanecos de la CÍOAC (octubre de 1983); marchas de campesinos del valle de Toluca y del norte del estado de México a la ciudad de México (febrero de 1984); la caravana de solidaridad nacional campesina, con destino final también en la ciudad de México (marzo de 1984); la movilización de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA) (marzo de 1984); el violento enfrentamiento entre miembros de la CNC y la CIOAC en el municipio de Venustiano Carranza, Chiapas (octubre de 1984); el desalojo campesino de Tequixquiac, estado de México (abril de 1984); la reunión de contingentes de diversas organizaciones campesinas independientes en la ciudad de México (abril de 1984); el conflicto entre el sindicato de Ruta 100 y campesinos por la posesión de un predio en Acolman, estado de México (febrero de 1985); los nuevos enfrentamientos armados entre campesinos de la CNC y de la CIOAC (agosto de 1986); la unión del movimiento campesino independiente de la CNPA al movimiento urbano popular independiente, agrupado en la Conasupo, para realizar una marcha conjunta hacia el Zócalo del D.F., en ocasión del aniversario del natalicio de Emiliano Zapata. /Las causas de las principales demandas y presiones de los campesinos son las alzas en los bienes de consumo básico y j / el transporte, los precios de garantía, los apoyos, estímulos r y subsidios a la producción agrícola, la ineficiencia y corrupción de los funcionarios agrarios, los rezagos de los expedientes agrarios, la dotación, tenencia y restitución de tierras, la sindicalización de jornaleros y la represión en el >^campo.
Por lo que hace a las presiones de la izquierda cabe destacar que el presidente Miguel de la Madrid continuó la línea de apertura y tolerancia impulsada por sus dos predecesores inmediatos. Nuevamente, la legalización de las organizaciones de izquierda e incluso la canalización de fondos oficiales a los partidos registrados, fueron un contrapeso político tanto al malestar generado en la población por las drásticas medidas de austeridad adoptadas para combatir la crisis, como también, en otro sentido, para contrarrestar el avance de las corrientes de la derecha.
En el terreno de la economía, los partidos de izquierda sostenían una crítica permanente a la política de ajuste contenida en el PIRE, aduciendo que en la práctica, semejante política no ha hecho sino depositar en las clases trabajadoras todo el peso de la crisis y que ha contribuido a empeorar tanto la situación del empleo como la distribución del ingreso, al favorecer exclusivamente a los grandes monopolios y ¿oligopolios.
Los partidos de izquierda han levantado, entre otras, las siguientes demandas al régimen de Miguel de la Madrid: impulsar una profunda reforma fiscal que grave a las utilidades del capital; derogación del impuesto al valor agregado; eliminar los subsidios a las empresas privadas; establecer severos controles a la inversión extranjera; romper con el FMI y declarar la moratoria; establecer el control generalizado de cambios; nacionalizar las industrias alimentaria, químico Farmacéutica y el comerció exterior; incrementar las participaciones destinadas a educación. Salud, vivienda y demás renglones del gasto social;
Reformar la estructura institucional y jurídica del gobierno, democratizar el Distrito Federal, a través de la elección popular del gobierno capitalino; el saneamiento del poder judicial y la elección de los ministros y jueces que constituyen tal poder; la desaparición del presidencialismo; la creación de un organismo calificador de los resultados electorales que mantenga absoluta independencia del poder ejecutivo; la liberación de los presos políticos y la presentación de los desaparecidos por motivos también políticos; respeto estricto a la democracia sindical; el alto a la política de despidos; la derogación de la requisa y la facultad de declarar inexistentes las huelgas; la escala móvil de salarios; diversas reformas a la Ley Federal del Trabajo para favorecer a los sindicatos; el salario remunerador y la semana laboral de 40 horas con pago de 56; ¡a derogación del amparo agrario; la sindicalización de los jornaleros y peones agrícolas; la reducción de los Límites de la pequeña propiedad agrícola y ganadera y la constitución d é ejidos colectivos; fijación de precios de garantía remuneradores para el trabajo de los campesinos; la canalización de créditos a ejidatarios, comuneros y campesinos organizados; una ley inquilinaria; la reducción de las rentas y su congelación definitiva; la realización de una reforma urbana radical; el otorgamiento de vivienda digna para los trabajadores; la preservación del medio ambiente y la protección a la ecología.
El apoyo de sus demandas los partidos políticos y organizaciones de izquierda promueven con cierta frecuencia plantones frente a las sedes de las autoridades competentes, manifestaciones, mítines, bloqueos de carreteras y otras formas de movilización popular. En Tas manifestaciones que la izquierda organiza periódicamente, los partidarios de esta tendencia suelen marchar al lado de sindicatos independientes, colonos, grupos de estudiantes y a veces también de campesinos.
Los momentos de mayor presión de la izquierda son las campañas electorales, especialmente municipales. Destacan la de agosto de 1983 en Oaxaca, cuando el PRI recuperó el ayuntamiento de Juchitán y la COCEI instaló un ayuntamiento paralelo que fue finalmente desalojado del recinto oficial por la fuerza pública. Tres años después, en agosto de 1986, el PRI proclamó su triunfo en Juchitán y nuevamente la COCEI denunció maniobras fraudulentas y otra vez demandó la anulación de los comicios.
Después de las elecciones locales de Chihuahua y Oaxaca, celebradas en julio y agosto de 1986, respectivamente, la izquierda dio un nuevo giro en su política de alianzas, al anunciar la integración de un foro por el sufragio efectivo con los partidos y organizaciones de derecha para defender el respeto al voto y recorrer el país para denunciar los presuntos fraudes electorales cometidos en ambas entidades. Los partidos de izquierda próximos al PRI —PPS y PST— impugnaron la decisión del PSUM, PMT y PRT para luchar al lado del PAN y el PDM en defensa del voto. Además, los partidos de izquierda llevaron adelante nuevos intentos de fusión o por lo menos de alianza electoral. La política de fusiones y de alianzas entre la izquierda parecía tender a superar su dispersión, que tan adversa había resultado para las organizaciones individuales en el terreno electoral.
Las relaciones entre el gobierno de Miguel de la Madrid y los intelectuales disidentes en general fueron estables. No obstante, atravesaron por dos momentos difíciles: el suscitado a raíz de la tipificación en el código civil del delito de daño moral, en diciembre de 1982 y el provocado por el asesinato del periodista, Manuel Buendía. Otro motivo de preocupación en el gremio periodístico fue la protesta por
la inclusión en la ley de responsabilidades de los servidores públicos del delito de deslealtad, en que podría incurrir un funcionario que circulara información puesta bajo su custodia.
Por su lado, la comunidad intelectual ha mostrado un mayor grado de interés y disposición a involucrarse en la discusión de los temas políticos y de los resultados electorales de los últimos años. Luego de las elecciones de 1986 en Chihuahua y Oaxaca, ante las reiteradas denuncias del Partido Acción Nacional —apoyadas por los partidos de izquierda— en el sentido de que hubo un fraude mayúsculo para favorecer al PRI, un grupo de 20 connotados intelectuales demandaron públicamente en las dos ocasiones la anulación de esas elec dones (La Jomada, 247 y 3081986:5 y 4.)
Por lo que hace a ias presiones de las organizaciones y partidos de derecha, debe observarse que a partir de 1982 se ha centrado fundamentalmente en sistemáticas presiones y cuestionamientos a la dirección y capacidad política‐económica del gobierno para manejar la crisis; a la representatividad del liderazgo político nacional; a las formas y procedimientos de la democracia en el sistema político mexicano; y a la seguridad, paz y libertad que existen en México.
En esta perspectiva, los grupos conservadores mexicanos se homogenizan, articulan y funden dinámica y orgánicamente entre sí y establecen alianzas tácitas con algunos grupos norteamericanos, con asociaciones y agrupaciones del sector privado y con algunas universidades y medios masivos de comunicación. En un marco de desobediencia civil, la derecha ha intensificado su campaña de presión utilizando como móviles de convocatoria la crisis, la corrupción, el fraude y el autoritarismo gubernamentales. También ha sido notable el incremento de la actividad política y partidista de la Iglesia que participa abierta o veladamente en favor de la derecha en el norte del país y de la izquierda en el sur y en oposición discreta al sector público.
Desde 1982 han venido aumentando las impugnaciones e inconformidades alrededor de los procesos electorales. Las más frecuentes críticas son emitidas por los partidos opositores al PRi y prácticamente todas radican en acusaciones de alguna modalidad de fraudes en el proceso electoral.
Las impugnaciones cada vez en mayor medida están siendo acompañadas de movilizaciones políticas, en forma de plantones y manifestaciones frente a edificios públicos, amenazas de desobediencia cívica —particularmente en el pago de impuestos— huelgas de hambre, ocupaciones de palacios municipales y estatales, así como de carreteras, puentes y avenidas importantes. A su vez, estas movilizaciones, son eventualmente el antecedente de violentos enfrentamientos entre partidarios en conflicto, o entre éstos y las fuerzas públicas. Así lo ilustran algunos enfrentamientos municipales en los estados de Oaxaca (agosto de 1983), Sinaloa (septiembre de 1984), Chiapas (febrero de 1985), San Luis Potosí (enero de 1986), Puebla (abril de 1986), Chihuahua (julio de 1986) y Durango (agosto de 1986).
El avance electoral que en 1983 obtuvo el PAN, que llegó a sumar 31 municipios —entre los que destacaban algunas capitales importantes como Chihuahua, Durango, Hermosi11o y San Luis Potosí— demuestra que la ofensiva derechista centró su atención y recursos en plazas grandes e importantes, principalmente del norte del país, donde encuentra mayor apoyo de' grupos empresariales y la Iglesia. De hecho, la estrategia del PAN parecía radicar en postular como candidatos a empresarios destacados regionalmente y que de alguna manera son disidentes del gobierno, los ejemplos más claros de esto lo encontramos en Puebla, Sonora y Baja California.
Las elecciones de diputados federales de julio de 1985, en su carácter de intermedias en el horizonte sexenal, causaron particular inquietud y reflexión política, ya que se convertían en la prueba de fuerza del PAN, la izquierda y el PRI, así como en indicadores de la estabilidad del sistema político nacional. Los más copiosos análisis se referían al ascenso electoral del PAN, la militancia y apoyo de los empresarios derechistas a este partido, la participación de la Iglesia en política, las intervenciones de fuerzas norteamericanas en favor del PAN, el descenso del PRI y la des‐unificación de la izquierda.
Él proceso de politización empresarial y su incursión en los partidos políticos era vista por algunos como una decisión con vistas a obtener reconocimiento como actor político, con una presencia pública legítima y organizada, así como posiciones específicamente políticas que contribuían a garantizar tos mecanismos de consulta existentes, a ampliar los canales de participación empresarial en las máxi^ mas decisiones y, en general, a asegurar el ingreso a nuevos espacios político‐ideológicos que sirvieran de base a la promoción de su hegemonía.
Aun cuando los conservadores mexicanos carecen de un proyecto nacional propio y articulado (Basáñez, 1981:109), tienen, sin embargo, un punto de vista privado sobre el funcionamiento de la sociedad, con el que defienden abiertamente la libre empresa, actuando así también en defensa de los intereses del capital. El objetivo, por ende, es tomar la dirección del proyecto económico nacional, utilizando entre otros medios la retracción de la inversión y la fuga de capitales, así como el desprestigio de la capacidad de dirección del Estado.
Algunos planteamientos de la derecha son: promover el incremento y ampliación del capital nacional, como alternativa real para superar la crisis y garantizar la supervivencia de la unidad nacional; eliminar las barreras al libre flujo del comercio y el capital; liberalizar o privatizar las empresas públicas; condicionar y delimitar la intervención económica productiva del sector público; excluir y desorganizar políticamente a la izquierda; articular y contener las demandas de reivindicación social de los trabajadores.
Algunos ex banqueros privados habían planteado que el Estado mexicano era incapaz de salir adelante en el logro del desarrollo nacional. Ante esto, sus ideólogos proponían la diseminación de una ideología neoliberal para hacer la transformación gradual del sistema político mexicano en un sistema bipartidista entre PRI y PAN que evitara al aparato estatal funcionar de manera monolítica. En consecuencia! no era casual la réplica que desarrollaba el sector privado, ya que estaba sustentada en las causas, condiciones y efectos de las crisis de los últimos casi 20 años y estructuralmente respondía a la participación del sector público en ciertas áreas económico productivas, de servicios y asistenciales en una economía mixta que condicionaba su enriquecimiento
EL PULSO DE LOS SEXENIOS ‐ MIGUEL BAZAÑEZ
20 AÑOS DE CRISIS DEN MEXICO
4. LA CRISIS DE 1987
La crisis de 1987 —el desplome de la Bolsa Mexicana de Valores a partir del 5 de octubre— es tal vez la que con mayor claridad ilustra, por una parte, la estrecha vinculación que existe entre la economía y la política y, por la otra, el papel fundamental que juega la percepción, la subjetividad, la toma de conciencia, en la presentación y ocurrencia de las crisis y, por lo tanto, en la transformación de la realidad. Pero adicionalmente y a diferencia de las tres crisis anteriores, la de 1987 deja ver que la influencia de las percepciones no es ya sólo la de los pocos actores de la dirigencia nacional, sino la que se dio en círculos más amplios, al menos de los 375 000 jugadores de la Bolsa Mexicana de Valores. Es decir, parecería que se presencia el estreno en el escenario político mexicano de un viejo y en otros países muy conocido actor: el fenómeno de formación de opinión pública.
En octubre de 1987 no hubo modificaciones reales en la economía o en la sociedad, a diferencia de febrero o de septiembre de 1986 en donde, por la caída del precio internacional del petróleo o por los sismos de la ciudad de México, sí hubo bases materiales de deterioro que hubieran justificado la propuesta de existencia de una crisis severa. Sin embargo, ni el desplome petrolero ni los sismos se conceptuaron como crisis porque en ningún momento fueron percibidos como tales, sino más bien como situaciones anormales y de emergencia que movilizaron amplios mecanismos sociales para enfrentarlas.
El auge bursátil que se inició en 1983 tuvo un sentido inverso al comportamiento real de la economía, es decir, el índice de la Bolsa crecía mientras la producción se hundía. La política gubernamental daba claras señales de aliento al capital y de sujeción y control de los obreros, conformando una percepción positiva del futuro en los empresarios e inversionistas, motivándolos a arriesgar capital, no en industrias pero sí en acciones. El auge de la Bolsa se detuvo y revirtió sin más base real que la culminación de un proceso sucesorio presidencial, salpicado si acaso de algunas novedades importantes, pero que al multiplicar las señales del desplome se convirtió en un fenómeno de opinión pública y adquirió la fuerza y capacidad de arrastrar, entonces sí, variables reales e importantes de la economía: precio del dólar, tasa de interés, demandas salariales, precios y tarifas del sector público, entre otras, generando esta cuarta crisis.
Así, euforia bursátil y sucesión presidencial son los dos ejes centrales para entender la formación de esta cuarta crisis. Las reacciones inmediatas como el pacto de solidaridad económica, deben explorarse provisionalmente para completar el análisis, a reserva de un par de años más adelante y una vez que se terminen de conformar las pautas de respuestas relevantes, se pueda revisar y profundizar el análisis. Mientras tanto y para ayudar a clarificar algunos de los rasgos de esta crisis, es importante realizar un repaso del contexto económico donde se dio el desplome.
LA EUFORIA BURSÁTIL
La Bolsa Mexicana de Valores (BMV) inició un ascenso permanente desde 1983, que no se detuvo hasta el desplome de octubre de 1987. La evolución de su índice general nos da una idea de este avance: en 1982 terminó en 676 puntos, con un retroceso de 271 puntos frente al último día de 1981. Como se recuerda, la Bolsa había sufrido una abrupta caída en junio de 1979, de la que no había conseguido recuperarse a pesar del auge petrolero que determinó la bonanza económica de los dos años siguientes. Al finalizar 1983 y a pesar de que la economía sufrió en aquel año una drástica contracción al caer el PIB 5.3 puntos, el índice de la BMV se había multiplicado por cuatro, al crecer a 2 451 puntos. En 1984 el avance prosiguió, y al finalizar ese año el índice alcanzaba ya 4 038 puntos. En 1985 saltó a 11 197 puntos (177% de crecimiento) y en 1986 se disparó a 47 101 puntos (320% de incremento). Como se observa, había una total falta de correspondencia entre la evolución del sector bursátil y la economía en general. El crecimiento más notable se registró en los dos años más difíciles para el sector real (1983 y 1986) y fue menor —aunque también importante— en los años en que la producción registró incrementos: 1984 y 1985.
Con todo, el crecimiento de 1986 quedó totalmente opacado por lo que ocurrió en 1987, particularmente en el tercer trimestre de ese año. En el primer semestre de 1987 el índice creció 114 586 puntos. Entre 1983 y junio de 1987 el precio total de las acciones en circulación aumentó 9 541 por ciento, al pasar de 436 mil millones a 42 billones 26 mil 600 millones de pesos, prácticamente sin que variara el número de acciones. De 161 668 puntos que el índice había alcanzado al 30 de junio de 1987, en los tres meses siguientes la cifra creció a 343 544 un aumento de 181 876 puntos, mayor al que la Bolsa había acumulado en sus 93 años de existencia (Zúñiga, 1988).
En forma paralela al índice de precios creció el número de inversionistas en la BMV; éste pasó de 84 476 en 1983 a 186 023 en 1986 y a 373 822 en agosto de 1987, para repartirse entre sí prácticamente el mismo número de acciones. Asimismo, las casas de bolsa erigieron sucursales en las mayores ciudades de provincia cubriendo todas las plazas importantes de Ciudad Juárez a Mérida. Al finalizar septiembre, la BMV se hallaba en el cénit de su vigor y prestigio y su meteórico crecimiento provocaba que se le viera con más entusiasmo y optimismo que a los enormes, burocráticos y poco rentables (para los inversionistas) bancos nacionalizados. ¿Cómo pudo crecer la RMV tanto en tan poco tiempo? Entre las razones que explican este auge hay que incluir, en lugar preponderante, al apoyo gubernamental. ^>—
El gobierno intentó recuperar la confianza empresarial perdida con la nacionalización bancaria desde el mismo día de la toma de posesión de Miguel de la Madrid anunciando la reprivatización del 34% del capital de los bancos nacionalizados tres meses antes. Meses después, se completó y comenzó a ejecutar un generoso plan de indemnizaciones para los ex banqueros expropiados, decisión a la que siguió otra quizá más importante: la reprivatización de las empresas propiedad de los bancos, otorgando preferencias a los ex banqueros para adquirirlas. Entre tales empresas figuraban la casas de bolsa, las compañías de seguros y el resto de los denominados intermediarios financieros no bancarios. Sin embargo, todo esto aún no era suficiente. La fracción financiera de la dirigencia empresarial había sido despojada de sus medios de acumulación, los bancos. Aun cuando les habían sido devueltas las casas de bolsa, éstas eran raquíticas instituciones incapaces de servir siquiera como sucedáneos a los bancos
nacionalizados. Era imprescindible alentar un proceso de acelerado crecimiento que convirtiera a las pequeñas y casi insignificantes casas de bolsa en poderosos instrumentos de acumulación de capital.
El mecanismo más efectivo que el gobierno federal adoptó para impulsar el crecimiento de las casas de bolsa fue la colocación a través de ellas de volúmenes crecientes de valores gubernamentales. El Banco de México —institución clave en todo el proceso de recuperación de la confianza pérdida propició la triangulación del endeudamiento interno del gobierno federal, en favor de los intermediarios no bancarios al limitar el acceso gubernamental al que en el pasado fue la tradicional fuente de recursos internos: el encaje legal. De manera un tanto contradictoria, si se considera que las tasas del encaje legal son más reducidas que las que se pagan en el mercado de capitales, el Banco de México alentó la emisión de certificados de la Tesorería y otros valores gubernamentales de renta fija (pagares, petrobonos, etc.) que serían colocados precisamente a través de las casas de Bolsa. Con este cambio fundamental de por medio, empezaron a fluir hacia el mercado de valores volúmenes cada vez mayores de capitales y también de inversionistas. Empezó así a hablarse de la existencia de una banca paralela.
El Estado reforzó esta estrategia de consolidar a los intermediarios financieros no bancarios al promulgar una nueva legislación bancada que, entre otras cosas, prohibía a los bancos poseer casas de bolsa, dejando el manejo del mercado bursátil en manos exclusivamente privadas y al limitar a un monto anual prefijado el máximo de financiamiento que el Banco de México podía conceder al gobierno federal. De esta manera quedaba institucionalizada la intermediación privada del financiamiento interno del sector público, A ios bancos se les prohibió incluso el derecho de manejar por sí mismos la intermediación de sus sociedades de inversión de renta fija. Al piso de remates de la Bolsa Mexicana de Valores sólo tendrían acceso las casas de bolsa, cuyos agentes serían los únicos habilitados para comprar o vender acciones y valores bursátiles.
Al mismo tiempo, la política crediticia dictada por el Banco Central contribuyó a alentar el auge bursátil. Desde julio de 1985 fue decretado un congelamiento virtualmente total del crédito bancario, que en la práctica canceló temporalmente la tradicional función de intermediarios entre el ahorro y la inversión de los bancos. Las empresas empezaron a ver al mercado bursátil como una alternativa para obtener financiamiento, lo que reforzó el papel de los intermediarios financieros no bancarios. Pero sobre todo, los bancos fueron sujetos a una política de tasas de interés que objetivamente favorecía al sector bursátil, toda vez que las tasas bancarias se mantenían considerablemente por debajo de los rendimientos de los certificados de la Tesorería, negociados en las casas de bolsa. De este modo, la captación bancaria, que había mostrado un moderado repunte en 1984 y parte de 1985, comenzó a decrecer al final de ese segundo año y se mantuvo desde entonces a la baja.
El auge del mercado accionario tuvo como punto de partida y base de sostenimiento al mercado de renta fija, particularmente el de los certificados de la tesorería, CETES. Los atractivos rendimientos de estos instrumentos, aunados a una política cambiaría que ofrecía una evolución estable del deslizamiento del peso frente al dólar, alentó el retorno de una parte considerable de los capitales fugados que se volcaron en masa al floreciente mercado bursátil donde provocaron el boom de 1986 y 1987. El mercado de renta fija fue incapaz de absorberlos y un hábil manejo de las sociedades de inversión (cuyas carteras normalmente incluyen una fracción de valores de renta fija con otra de renta
variable) propició el repunte de las acciones de las empresas cotizadas en la Bolsa. Empezó así el disparo del mercado accionario que no concluiría hasta el mes de octubre de 1987.
Fue indudable que incluso las acciones de empresas con evidentes problemas de producción y ventas por ejemplo, el grupo Pliana en 1986— subieran como si se tratara de valores de corporaciones en pleno auge. Entre el valor real de las acciones y su valor en Bolsa se abrió una brecha que fue ensanchándose más y más merced a la afluencia de nuevos contingentes de inversionistas que llegaban a la Bolsa a comprar prácticamente lo que fuera.
Entre los puntales del auge bursátil debe contarse la intensa campaña de publicidad que se encargó de convencer, mediante la amplia difusión de los montos de las utilidades, a un flujo creciente de inversionistas. A los medios formales de publicación se sumó el entusiasmo de los columnistas financieros de diversos periódicos, que con contadas excepciones alentaban a los lectores a correr hacia la Bolsa. La razón principal del crecimiento bursátil —la especulación con los precios de las acciones— era cuidadosamente velada y explicada en términos de las favorables perspectivas de la economía del país, o bien de la confianza de los inversionistas en la política económica del régimen. Se puede aceptar que la confianza era en efecto un factor esencial para explicar el auge bursátil, pero no la confianza en general como se puede apreciar en la gráfica siguiente,1 ni siquiera la de los inversionistas que se dirigían al mercado bursátil. Se trataba de la confianza de la fracción financiera de la dirigencia empresarial, pacientemente reconstruida por el Estado después de que volara en pedazos el 1 de septiembre de 1982.
El gobierno propició el auge bursátil, como hemos visto, y no sólo eso sino que mantuvo una desregulación casi completa del mercado, a pesar del notorio crecimiento del mismo como receptor y administrador del ahorro de muchos mexicanos. Tal desregulación, como se probó después, propició la ejecución de la gigantesca maniobra especulativa que precipitó el desplome de octubre y, también, la comisión de abusos y actos fraudulentos en algunas casas de bolsa contra los inversionistas. Sin embargo, todo ello se subordinaba al objetivo de recomponer en los hechos la alianza en la cúspide, imprescindible para mantener la hegemonía tradicional del Estado mexicano.
1 Para la encuesta de 1983, véase nota 3 del capítulo 3. La de julio de 1987 es de 9 032 entrevistas anónimas realizada en 70 localidades del país en las 32 entidades federativas conforme a los datos del censo de la población mayor de 18 años, seleccionados por el método de cuotas, de conformidad con los datos disponibles y proyecciones del último censo de población.
El desplome bursátil mismo y su secuela inmediata de dolarización, fuga de capitales y devaluación, no deben contemplarse como la pérdida de la confianza recuperada, sino más bien como el costo de tal recuperación. La toma de utilidades que desencadenó la caída, habría consolidado en definitiva al capital financiero privado y habría subrayado, a la vez, un punto sin retorno en el camino de restituirle su viejo poder de decisión sobre los circuitos financieros en México. Cinco años después, el país contaba nuevamente con una sólida e influyente fracción financiera de la clase dominante, reconciliada por fin con el gobierno mexicano.
LA SUCESIÓN PRESIDENCIAL
Los gobiernos municipales en las capitales estatales ganados por el PAN después de 1982, las elecciones federales para diputados en 1985 que atrajeron la atención académica2 y sobre todo las elecciones de 1986 en Chihuahua, abrieron un debate sobre las perspectivas de democratización del sistema político mexicano que se extendió a todo di período previo a la nominación del candidato de! PRI a la. Presidencia de la República. Ciertas voces de prominentes priistas se alzaron para pedir la democratización interna, como la del ex presidente del PRI, Porfirio Muñoz Ledo, la del ex gobernador de Michoacán, Cuauhtemoc Cárdenas, hijo de Lázaro Cárdenas, la del ex secretario general del PRI también y entonces embajador en España, Rodolfo González Guevara. Desde agosto de 1986 se anunció la formación de una corriente democratizadora que demandaba cambios de fondo tanto en la estructura y procedimientos internos como una reorientación global de la política gubernamental en favor de los intereses populares. Sin embargo, la corriente democratizadora no era la única demandante de cambios profundos en el interior del sistema político. Diversos observadores e intelectuales en algunas revistas y periódicos como Vuelta, Nexos y La Jornada especulaban sobre la conveniencia de que se ampliara un tanto el círculo donde se decidía el nombre de quien ocuparía la candidatura priista, círculo que se presumía sólo incluía entonces al presidente de la República.
Al mismo tiempo, se daba por un hecho que la sucesión, —incluido el proceso electoral— sería diferente de lo que fue en las anteriores cinco o seis ocasiones, dado el peso determinante que en el mundo de las relaciones políticas ejercía la crisis económica. No se descartaba la posibilidad de algún género de apertura del sistema para responder al malestar generado por la crisis. Además, la disidencia interna del PRI no dejaba de denunciar los vicios y lastres que impedían una participación real de las bases en el proceso de toma de decisiones.
En este contexto tuvieron lugar en septiembre de 1986, las comparecencias ante el Congreso de tres de los aspirantes que con mayor insistencia eran citados por la prensa nacional: Manuel Bartlett, Alfredo del Mazo y Carlos Salinas. Un mes después el presidente del PRI en el Distrito Federal, Salazar Toledano dijo que los precandidatos eran cuatro: los tres anteriores y Miguel González Ayelar, secretario de Educación. El pronunciamiento hecho ante un grupo de mujeres periodistas, tuvo un marcado impacto en la opinión pública. De hecho rememoraba la lista revelada en 1974 por Rovirosa Wade, secretario de Recursos Hidráulicos de Echeverría.
2 Veinte investigadores participaron en la elaboración de Las elecciones en México coordinados por González Casanova ese año, con uso abundante de material histórico y datos empíricos. En otra vertiente, cf. el pronóstico electoral realizado por Basáñez en Nexos 91, julio de 1985.
En los meses siguientes y por conducto de la dirección nacional del PRI, otros nombres fueron agregados a la lista de Salazar Toledano: los de Sergio García Ramírez, procurador general de la República, y Ramón Aguirre, jefe del Departamento del Distrito Federal. Esta media docena de aspirantes llenó por entonces los comentarios de todos los periódicos. Se sabía que uno de ellos sería el próximo presidente de México, aunque nunca dejó de especularse con la posibilidad de un caballo negro, como denominan los periodistas políticos la posibilidad de un candidato distinto de los seis aspirantes y que podría ser incluso un miembro ajeno al gabinete. Destacó como tal el ex secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog.
El sistema político fue receptivo a las demandas de cambios en el proceso de sucesión presidencial. A finales de junio convocó a los seis distinguidos priistas que con mayor insistencia eran mencionados como probables candidatos, a comparecer ante la dirección de su partido para exponer, en actos televisados, su visión sobre los grandes problemas nacionales. Las comparecencias tuvieron lugar en el mes de julio y sentaron un precedente. Por primera vez, en la etapa poscardenista, los aspirantes se atrevían a reconocer su condición de tales ante la opinión pública sin que para ello tuvieran que incurrir en indisciplinas; al contrario, su propio partido los invitaba a manifestarse como tales. Esto provocó una sobrestimulación de la opinión pública, sobre todo de la clase media, que se empezó a reflejar en abundantes encuestas de opinión.3
La comparecencia de los seis aspirantes provocó comentarios de todo tipo en la prensa nacional, que a pesar de su diversidad pueden clasificarse en tres grupos: las consabidas apologías, que intentaban presentarlas como pruebas irrefutables de la prevalencia de los procedimientos democráticos en el PRI; los comentarios negativos, que presentaban a las comparecencias como una maniobra legitimadora sin contenido real y las posiciones intermedias, que aunque anotaban que no se trataba de un indicador de democratización efectiva, aceptaban las comparecencias como un indicio saludable de mayor disposición a la apertura en la cúpula del poder, que andando el tiempo podría dar pie a cambios más profundos.
Llegó así el momento de la postulación, sin que hubiera ocurrido ningún acontecimiento fuera de lo previsto. En los dos meses que antecedieron a la fecha elegida, la dirección nacional del PRI insistió en que los tiempos fijados en su XIII Asamblea Nacional, celebrada en marzo del mismo año, serían respetados. El 4 de octubre, día de la nominación, los representantes de los tres sectores del partido atestiguaron el discurso del presidente del mismo Jorge de la Vega en el que dio a conocer el nombre del precandidato del PRI Carlos Salinas. Por la mañana de ese mismo día hubo un extraño malentendido que provocó que varios políticos prominentes dieran por hecho erróneamente la postulación de Sergio García Ramírez. Salvo este incidente que hizo más evidente la intervención presidencial, la primera fase de la sucesión presidencial —para muchos, la más difícil— concluyó con arreglo a los patrones establecidos.
3 Destacan en particular las de Adip Sabag (Excélsior, 18, 19 y 20 de septiembre de 1986, p. 4, y El Universal, 25 de marzo y 4 de junio de 1987, p. 1) y las de El Norte (11, 12 y 13 de septiembre de 1987).
LA CUARTA CRISIS: EL DESPLOME DE LA BOLSA
Podemos ubicar el inicio de la crisis de 1987 en el cierre del mercado bursátil decretado a instancias de las autoridades financieras el lunes 5 de octubre. Los tradicionales voceros periodísticos del capital financiero —Luis E. Mercado y José Pérez Stuart, entre otros— externaron el descontento que la medida generó entre los intermediarios financieros no bancarios. El Estado se había atrevido a interferir en un mercado que en teoría debía funcionar con la sola regulación de la ley de la oferta y la demanda. El gobierno federal había puesto el pie en una parcela que el mismo se había comprometido a reservar al capital financiero, a manera de compensación ya de suyo insuficiente por la nacionalización de la banca.
Los intermediarios no bancarios respondieron a la medida intervencionista propiciando una baja en el mercado bursátil. La baja —que originalmente se planteaba a niveles moderados— no sólo habría de subrayar el descontento de los intermediarios sino que cumpliría la tarea de depurar la cartera de inversionistas, presionando a los pequeños a marcharse de las casas de bolsa. Sin embargo, al reforzarse diez días después con el desplome bursátil de Wall Street y otras plazas de Occidente en la segunda quincena de octubre, la baja bursátil mexicana adquirió una dinámica propia e independiente de los cálculos de los intermediarios, que precipitó el índice de cotizaciones a niveles no previstos.4
La caída de las cotizaciones bursátiles espoleó la fuga de capitales. Una fracción importante de los capitales que habían retornado en los últimos dos años volvió a salir del país, ante la evidencia de que había concluido la etapa de grandes rendimientos en el mercado de valores mexicano. Existen versiones distintas y contradictorias del monto que alcanzó la fuga de capitales en la primera quincena de octubre. Expertos neoyorkinos calcularon la cifra en más de mil millones de dólares, los ejecutivos de finanzas la situaron en ochenta millones de dólares diarios a lo largo del mes que antecedió a la devaluación (2 400 millones de dólares en total); fuentes vinculadas al Banco de México situaron el monto de la fuga en 3 000 millones de dólares.
José Ángel Gurría, alto funcionario de la Secretaria de Hacienda, afirmó que entre los factores que precipitaron la salida de divisas destacó la ola de prepagos de empresas endeudadas en el exterior, que habrían presionado excesivamente sobre las reservas monetarias al retirar importantes sumas de dólares controlados para efectuar tales prepagos. En realidad, la figura de los prepagos puede considerarse un eufemismo para designar la especulación con divisas controladas. Existen evidencias de que tales empresas adquirieron dólares controlados no para pagar anticipadamente sino para negociarlos en las casas de cambio privadas (vinculadas directamente a las casas de bolsa), a costa, en efecto, de las reservas del Banco de México . La especulación con dólares controlados habría completado el circuito necesario para la fuga de capitales. Las casas de cambio privadas fungieron como correa de transmisión de la fuga, al comprar tales dólares a cuenta de sus clientes para situarlos en el extranjero. Así, la Bolsa caía conforme los recursos eran drenados hacia bancos del exterior.
En tales circunstancias, el Banco de México no tuvo más alternativa que retirarse del mercado libre, para salvaguardar, al menos de ese canal de especulación, sus reservas monetarias. Una primera conclusión que es preciso derivar de este proceso es que a pesar de la nueva legislación del Banco Central y a pesar del carácter estatizado de la banca, el capital financiero logró encontrar los mecanismos apropiados para reconstituir su capacidad de situar capitales en el extranjero. La rectoría económica del Estado, que pareció fortalecerse con la nacionalización bancaria, había demostrado sus límites frente a la acción de los intermediarios financieros privados. Éstos fueron otra vez capaces de organizar la fuga de capitales en gran escala y provocar otra devaluación monetaria.
4 Para futuras investigaciones resultará importante tratar de establecer cuál puede haber sido el impacto de la señal al mercado bursátil internacional, no económico pero psicológico, de la caída de la Bolsa Mexicana de Valores.
Si bien el Banco Central logró salvar una parte de sus reservas, el costo económico, político y social de la devaluación fue grande. Al retiro del mercado cambiario libre, el Banco de México sumó otra medida —criticada duramente por el director de Bancomer, Ernesto Fernández Hurtado— de corte ortodoxo: el incremento a niveles sin precedente de las tasas de interés, con el objetivo expreso de alentar el ahorro interno. El Banco de México se había opuesto reiteradamente a la instauración de cualquier tipo de controles cambiados y había hecho de la elevación de las tasas de interés su principal instrumento para enfrentar la especulación y la fuga de capitales. La elevación de las tasas de interés, de casi 20 puntos en sólo tres semanas, introduciría serios trastornos a la estrategia económica planteada para 1983, al provocar el disparo del servicio de la deuda pública interna y por tanto del déficit gubernamental, así como imprimir un imso de largo alcance a la inflación.
La devaluación del tipo de cambio libre, concretada el 18 de noviembre con el retiro del Banco de México del mercado libre cambiario, provocó una ola de especulación con los precios que se tradujo en un repunte de la inflación. A pesar de que no existe una relación directa entre el tipo de cambio libre y los bienes y servicios producidos internamente, en las cuatro semanas siguientes se desató un proceso de reetiquetación de mercancías que en algunos casos provocó aumentos de precios hasta del 50%. La Secretaría de Comercio aplicó sanciones económicas y cierres temporales de comercios que se negaban a respetar precios vigentes o bien ocultaban mercancías —que no excluyó a grandes empresas comerciales como Sears y Aurrerá— que sin embargo no sirvió de mucho ante la magnitud de la oleada especulativa. La reetiquetación se convertía, así, en un factor que acercaba al país al borde de la hiperinflación y, sobre todo, que exacerbaba el malestar obrero ante la merma de su salario real. Se hacía aún más urgente contener el desbordamiento de la inflación.
Al mismo tiempo, la devaluación del tipo de cambio libre hacía virtualmente inevitable la devaluación del tipo de cambio controlado, a efecto de cerrar la brecha cambiaría a favor del primero, que objetivamente alentaba la especulación con dólares controlados, tanto con los captados por los exportadores como con los facilitados por el Banco de México a las empresas endeudadas para el cumplimiento de sus compromisos externos. La devaluación del tipo de cambio controlado era además demandada por los exportadores desde antes de la crisis de octubre, dado que el crecimiento de los precios internos a lo largo del año superaba considerablemente el porcentaje de deslizamiento del peso frente al dólar, lo que hacía perder competitividad a los productos mexicanos en el exterior. La devaluación del tipo de cambio libre fue también, desde luego, ün factor que alentó más aún la inflación.
EL PACTO DE SOLIDARIDAD ECONÓMICA
El rápido crecimiento de los precios internos no sólo había afectado a la competitividad de las exportaciones sino también a las finanzas públicas: los precios y tarifas del sector público se rezagaron a lo largo del año frente a la evolución del índice general de inflación, hecho que a finales de 1987 estaba incidiendo negativamente en la definición del balance operativo del sector público. A pesar del impulso
adicional a la inflación que el ajuste de los precios y tarifas públicos significarían, éste era indispensable si se deseaban evitar desequilibrios mayores.
Así pues, eran varios los factores que obligaban a la adopción de un programa antiinflacionario urgente y radical. Había que responder a los reclamos obreros, a las exigencias de los exportadores, a la agudización del déficit público y al encarecimiento del servicio de las deudas interna y externa provocado por la devaluación del tipo de cambio controlado y el disparo de las tasas internas de interés, concretado para evitar la dolarización y la fuga de capitales en un contexto de creciente inflación interna. A todo ello respondió el gobierno federal, dentro del marco de no tocar las definiciones financieras relativas al pago de la deuda externa, con la f adopción e instrumentación del así llamado Pacto de Solidaridad Económica.
El Pacto se presentó como producto de la concertación en/ tre el gobierno federal y los tres sectores principales de la sociedad, mexicana, cuya meta esencial sería lograr el abatimiento de la inflación.5 Representaba el fin formal del Programa de Aliento y Crecimiento y de toda intención de recuperar en el corto plazo el crecimiento económico. La meta de abatir la inflación fue antepuesta a cualquier otro objeto de orden económico. En el orden práctico, el Pacto —anunciado la noche del 15 de diciembre— estipulaba las siguientes medidas: 1) Aumento salarial de emergencia del 15% tanto para los salarios mínimos como para los contractuales. El tradicional aumento de enero para los mínimos sería de 20% y no se haría extensivo a los contractuales; 2) incrementos del 85% a los precios de gasolina, gas doméstico, teléfonos y electricidad, con el compromiso de no aumentar los precios y tarifas del sector público durante los meses de enero y febrero y hacerlo a partir de marzo en un porcentaje igual al de la inflación prevista para cada mes; 3) evolución estable de la paridad pesodólar, que de hecho no cambió en enero y en febrero lo hizo en márgenes muy moderados, a razón de un deslizamiento diario de tres pesos, con la perspectiva de que anclar esta magnitud reduciría las presiones inflacionarias, y 4) aceleramiento del programa de liberación comercial.
5 Los tres sectores involucrados fueron los empresarios, obreros y campesinos y se sustituyó al sector popular del PRI por las empresarios
Se creó una comisión de seguimiento y evaluación del Pacto, con la participación de las secretarías de Comercio, Trabajo y Hacienda y representaciones de los sectores privado obrero y campesino y se inició un amplio programa de difusión y apoyo publicitario tendiente a convencer a la población en general de que su éxito era indispensable para asegurar la buena marcha posterior de la economía. A fin de contrarrestar el malestar obrero frente a la evidente disparidad entre el incremento del salario y los aumentos de precios y tarifas tanto públicos como privados, en los últimos días ael año el gobierno federal anunció una canasta de productos básicos cuyos precios serían indexados —lo mismo que el salario mínimo— a partir de marzo.
La opinión pública no reaccionó desfavorablemente a las campañas de publicidad del pacto conforme a una encuesta6 al calificarlo de bien y muy bien un 26%, mal y muy mal un 21%, regular un 46% y 7% sin opinión. Sin embargo, la percepción de los individuos respecto del comportamiento de los precios y sus expectativas futuras, no eran muy alentadoras. Un 49% respondió que sintió que los precios en marzo
habían sido mayores que en febrero, mientras que sólo un 18% dijo que habían sido menores. En forma similar, un 43% opinó que en abril el aumento de los precios sería mayor que en marzo y sólo un 20% dijo que sería menor. Es importante sin embargo tener presente que la percepción de los precios por parte de la opinión pública se restringe principalmente" a los bienes de consumo más inmediatos —alimentación y vestido— mientras que los que integran el indicador de la inflación son muchos más. Por otra parte, la opinión pública calificó como principales beneficiarios del Pacto al gobierno (46%), a todos (20%), a los trabajadores (11%), a nadie (6%), empresarios (6%), Estados Unidos (5%) y a quién sabe (6%), mientras que señaló como principales perjudicados por el Pacto a los trabajadores (30%), todos (23%), empresarios (14%), nadie (13%), gobierno (6%), Estados Unidos (6%) y quién sabe (8%).
" El perfil de La Jornada, México, 31 de mayo de 1988, p. V.
LA ECONOMÍA REAL
Tomando en consideración que la función de la economía dentro de la sociedad es la de satisfacer las necesidades materiales de bienes y servicios de la población en su conjunto y no sólo de la fracción financiera, la forma tal vez más exacta, aunque no más sencilla, de medir su desempeño es a través de identificar el nivel en que logra precisamente satisfacer dichas necesidades: la distribución del ingreso. Otra forma menos exacta pero más práctica, es medir los resultados que logra la economía en la producción: el crecimiento del producto interno bruto (PIB).
En relación con la producción doméstica encontramos que en 1982 el PIB registró un decrecimiento del 0.6%. Para 1983 la caída fue a —4.16%, casi dos puntos más de lo previsto originalmente en el Plan Nacional de Desarrollo, que contemplaba un decrecimiento de entre 2 y 4 puntos para ese año. En 1984 el PIB experimentó una evolución favorable, al crecer 3.57 puntos porcentuales; la recuperación continuó en 1985 —más exactamente, en el primer semestre— y al finalizar el año el PIB había crecido 2.6 por ciento.
Los desequilibrios que incluso este moderado crecimiento provocó en la balanza de pagos y las finanzas públicas, indujeron a las autoridades económicas a promover una nueva desaceleración, por lo que durante 1986 el PIB cayó a —3.99% en términos reales con relación al año anterior. A lo largo de 1986 se agudizaron gradualmente los efectos del choque petrolero afectando a la baja todos ios agregados rnacroeconómicos.' Para 1987 se logró un ligero repunte al alcanzarse un 1.4% de crecimiento.
Durante el período 19821987, el PIB se redujo a una tasa media anual de 0.9%, por lo que su nivel en 1987 fue, en términos reales, menor en 2.8% al de 1982. La evolución descrita es resultado de dos caídas importantes del producto en 1983 y 1986, en tanto que los demás años registran aumentos, aunque de menor proporción.
El análisis de las relaciones comerciales de México con el resto del mundo en los años de 1982 a 1987 muestra, entre
SHCP, 1987. p. 72; Banco de México, 1985, p. 65; y 1986, p. 22.
sus aspectos más destacados, un crecimiento promedio anual ¿e {9.6% en las exportaciones de productos no petroleros, sobresaliendo notablemente el incremento de 41.1% en el último año. De esta manera, las exportaciones de mercancías no petroleras se duplicaron durante estos años al pasar de 4 753 millones de dólares en 1982 a 9 724 millones de dólares en 1986.8
El valor de las exportaciones de productos petroleros se redujo entre los años de 1982 y 1986 en 10 200 millones de dólares, al pasar de casi 16 500 millones de dólares en el primer año, a sólo 6 300 millones de dólares en el segundo, siendo este último año el que registró la mayor caída (8 500 millones de dólares).9 El desajuste del mercado internacional de hidrocarburos implicó la disminución en el precio implícito de venta de los crudos mexicanos, que pasó de 29.24 dólares por barril (d/b) en 1982 a 24.02 (d/b) en 1985 y 11.84 (d/b) en 1986.
De 1983 a 1986 el valor de las importaciones de mercancías (11 112 millones de dólares de promedio anual) fue sustancialmente menor al registrado en el período 19801982 (19 066 millones de dólares). Esta reducción se debió, entre otras causas, al descenso de la actividad económica del país, así como a la política cambiaría que encareció los productos del exterior e incentivó la sustitución de importaciones.
Las importaciones de mercancías han reflejado fielmente la evolución del PIB, registrando al igual que éste reducciones en 1983 y 1986 e incrementos en 1984 y 1985. Este comportamiento se observó en el total de importaciones y en sus tres agregados principales: bienes de consumo, bienes de uso intermedio y bienes de capital. Sin embargo, en el período, las reducciones acumuladas de 1986 respecto a 1982 fueron muy diferentes: 44.1%, —8.2% y 36.6% para cada uno de los rubros mencionados, respectivamente.
Como resultado de lo anterior, el saldo de la balanza comercial, tradicionalmente deficitario hasta 1981, fue superavitario de 1983 a 1986, sin embargo, la reducción de las exportaciones petroleras propició que el saldo positivo de la balanza
8 SHCP, 1985, p. 75, y SHCP, 1987, pp. 26 v 28. »Ibid., pp. 75. 26 y 28.
comercial se redujera en cada uno de los años del período pasando de 13 761 millones de dólares en 1983 a 4 599 millones de dólares en 1986.10
La tasa de crecimiento real de la inversión pública entre 1978 y 1981 fue del 20% anual, cifra que contrasta con el promedio negativo registrado entre 1982 y 1985, que fue del 10.95%. Por su parte, la inversión privada registró promedios negativos tanto en 1982 como en 1983; para 1984 registró un crecimiento real del 8.8%, que aumenta en poco más de 4 puntos porcentuales para 1985 al lograr un
crecimiento del 13.1%. Así, la recuperación de 1985 se debió más bien a la mayor inversión privada, en tanto que el volumen real de la inversión pública permaneció prácticamente invariado.
En cuanto a los resultados sectoriales de la producción puede señalarse que en el período 19821986, la situación afectó severamente a todos los renglones de las actividades productivas, a excepción de algunos del sector agropecuario, silvícola y pesquero. Igualmente afectó a los rubros de comercio y servicios, con la excepción destacada del de servicios financieros. El resultado global de estos impactos originó un estancamiento en la evolución de la estructura productiva, que en decenios anteriores se buscaba que evolucionara en favor del sector secundario, como motor básico de la economía, que a la vez originara impulsos de crecimiento en el sector terciario. Esta dinámica se perdió en el período 19821986, dando lugar a movimientos irregulares y en sentido contrario a la tendencia antes mencionada. De todas formas la tendencia de largo plazo medida en términos de la población ocupada en los tres sectores, no es tan impresionante como lo muestra la gráfica de ocupación de la población, ya que la industria ha sido incapaz de absorber más de una quinta parte de la población económicamente activa, mientras que la disminución en la población ocupada en la agricultura se ha trasladado a los servicios."
El producto interno bruto industrial se redujo a una tasa media anual de 1.2% entre 1982 y 1986. Anualmente tuvo un comportamiento similar al de la economía nacional en su
,0SHCP, 1987, p. 73.
11 Nafinsa. 1981, y Nafinsa, 1986 p. 20.
conjunto: abrupta caída en 1983 (8.1%); recuperación importante entre 1984 y 1985 (4.4% y 4.8% respectivamente) y fuerte recaída en 1986 (5.5%). Esta última no sólo contrarrestó el avance logrado en 1984 y 1985, sino que contrajo el PIB industrial a un nivel inferior en 5.0% al de 1982.
En términos de sus componentes, este comportamiento estuvo determinado por el de la industria manufacturera, renglón que aporta al igual que el comercio, casi una cuarta parte del PIB, y que redujo su producto a una tasa media anual de 0.7% en el período. Así en 1983, el PIB de este renglón se redujo en 7.3% respecto a 1982; en 1984 y 1985 creció al 4.8% y 5.8%, respectivamente; y en 1986, se volvió a contraer en 5.6%. Con esta última caída, el PIB manufacturero se ubicó 2.9% por debajo de su nivel en 1982. Este comportamiento fue prácticamente general para todas las ramas de manufacturas, aunque los ritmos de variación reflejan diferencias importantes entre ellas.'3
OCUPACIÓN DE LA POBLACIÓN
70,
LAS 0PINI0NES
templativa y que normalmente no es percibida por quienes como nosotros —lectores, escritores, intelectuales, universitarios, empresarios, políticos o burócratas— miembros de la cultura dominante y de la clase dirigente, tenemos poca oportunidad de experimentar una. Una subcultura que también pareciera contradecir los valores dominantes de las clases medias. Bien ha dicho Carlos Monsiváis que esta democratización desde abajo:
Es una de las explicaciones convenientes para la multiplicidad de fenómenos que van de la toma de alcaldías a Rigo Tovar, del "igualitarismo" estudiantil a Juan Gabriel, de las manifestaciones de liberación homosexual a los cinco millones de discos que el conjunto Acapulco Tropical vendió en sólo un año, de la vida de las colonias populares al millón y medio de abortos anuales, del abstencionismo electoral a la vigorización del sindicalismo independiente, del fútbol a la telenovela.
Y la ausencia o la debilidad de organizaciones partidistas le confiere a esta democratización su torpeza, suespontaneísmo y —ni modo— su vitalidad desesperada. ¿Qué le ven a Rigo Tovar? ¿Qué oyen en Juan Gabriel? ¿Por qué persisten en aficiones probadamente vulgares? ¿Por qué se reproducen con tal vehemencia? La masificación tiene razones que las así llamadas élites no captan.21
El ascenso de esta subcultura está presente en el respeto por el turno en las filas de espera en las paradas de autobuses, en las tortillerías, en las taquillas de ios cines, en la participación en deportes de equipo como el fútbol, en el que una ciudad popular como Nezahualcóyotl con dos millones de habitantes tiene registrados más de once mil equipos. ¿Estará un río cultural subterráneo corriendo ya caudalosa y vertiginosamente en las mentes de los obreros, campesinos y marginados mexicanos? No debemos olvidar que en estos grupos de la base de la pirámide social sí hay un potencial ordenador social —necesario, pero insuficiente para generalizarlo— del que la clase media carece. Recordemos que "las mayorías mexicanas no sufren crisis de identidad ni se definen negativamente, en oposición a lo norteamericano".22
CONCLUSIONES
En la introducción se dijo que esta investigación trataba de responder a cuatro hipótesis centrales. Primera, que la respuesta a cada una de las tres crisis de los últimos 20 años ha creado la siguiente, porque se han atacado principalmente los efectos aparentes y no las causas profundas, produciendo un encadenamiento histórico pernicioso, particularmente a través de la institución presidencial, que ha profundizado los problemas de México. Segunda, que no obstante lo anterior, el país ha mejorado, ligeramente y de manera accidentada, a partir de la década de los cuarenta, debido a una relativa
autonomía en el comportamiento de los planos político, social y económico, que neutralizan y contrarrestan sus excesos unos a otros. Tercera, que se ha hecho evidente con las crisis que existe una gran heterogeneidad estructural en la sociedad que le otorga una importante capacidad de resistencia a las situaciones adversas por la diversidad de percepciones a una misma realidad. Y cuarta, que el plano superestructural (las percepciones, los valores, la comunicación masiva, la cultura) es el que vincula, transmite y propaga los fenómenos que ocurren en los otros tres y, por tanto, las percepciones son tan importantes como la realidad.
La primera hipótesis parece comprobarse al encontrar en México en los últimos 20 años un encadenamiento de causas y efectos, de precondiciones y sobre determinaciones, que influyen de un sexenio a otro, precisamente a través de la fuerza del presidencialismo. El enorme poder político y económico que tradicionalmente había tenido la Presidencia de la República frente a una sociedad civil débil, aunque no equivalía a poder de transformación social, sí había tenido la capacidad de arrastrar los acontecimientos del país, al menos desde Díaz Ordaz hasta De la Madrid. La centralización presidencial parecía inhibir y opacar el surgimiento y acción de otras instituciones sociales.
Lo que no parece comprobarse es que los problemas del país se hayan profundizado. Como puede observarse en la segunda parte —las cifras— el comportamiento global de México muestra un estancamiento desde la mitad de los sesenta, donde puede situarse el inicio de la transición. Queda la impresión de que las sociedades avanzan a pesar de sus gobiernos y en las ocasiones que surgen muy malos o muy buenos dirigentes su avance se retrasa o acelera, pero no más.
El estrechamiento de la mitad de los sesenta, originado en las inequidades económicas y el autoritarismo político para una cada vez más robusta clase media, parece haber producido el conflicto estudiantil de 1968, como una expresión de rebeldía y protesta, alentada por un estado mundial de ánimo. La represión de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, constituye la primera crisis bajo análisis que, al generar un efecto deslegitimador del Estado a los ojos de una parte de la clase media, determinó el hilo conductor del sexenio echeverriista: regañar a esas clases medias, particularmente a través de los jóvenes.
Echeverría adoptó el lenguaje de los estudiantes, incorporó a muchos jóvenes a su gobierno, ayudó a los intelectuales y las universidades y avanzó paulatinamente en su propósito relegitimador. No hubo en realidad modificaciones en el fondo, puesto que los beneficios del desarrollo siguieron canalizándose a la cúspide de la pirámide social, pero sí los hubo en cuanto a las formas, que se descuidaron para dar paso a un enfrentamiento al parecer estéril, pero perturbador.
Los estadunidenses se molestaron con el lenguaje y acciones tercermundistas de Echeverría. Tal vez también creyeron ver avanzar el comunismo internacional en México y se sintieron obligados a tratar de detenerlo. La incomprensión del gobierno de Nixon al sistema político mexicano se hizo así muy evidente en el gobierno echeverriista. No hubo conflicto en la primera mitad del sexenio, a pesar del aliento norteamericano, por el papel central que jugó Eugenio Garza Sada desde Monterrey, quien entendía las reglas y coadyuvó a mantener la calma de los empresarios más jóvenes e inquietos.
Fue necesaria la muerte de Garza Sada para que pudiera articularse una creciente desconfianza de la cúspide empresarial en el gobierno, que habría de culminar en un segundo momento de crisis: la
devaluación del 31 de agosto de 1976. Ahí se constituye el hilo conductor del sexenio petrolero: reganar la confianza de los empresarios. López Portillo cautivó y reanimó al país con la magia presidencial en su discurso de toma de posesión.
Este hilo conductor explica la Alianza para la Producción, la solución somos todos y la enorme confianza que para mitad de su administración había logrado a través de la reactivación petrolera. Pero la fiesta de la abundancia no llegó muy lejos. La desfavorable combinación de una economía sobrecalentada con una abrupta mini caída de dos dólares en los precios internacionales del petróleo, precipitó los acontecimientos del fin de ese sexenio, que no se expresó en enfrentamiento, sino en aceleración de la fuga de divisas ya de suyo importante y que no logra frenarse ni con la devaluación ni con el control de cambios y se arribó finalmente a la nacionalización de la banca, la tercera crisis bajo análisis en esta investigación.
Para este estudio es secundario explorar qué consideraciones llevaron a la decisión que constituyó el tercer momento de crisis —la nacionalización de la banca— el primero de septiembre de 1982. Para la fracción hegemónica del nuevo grupo gobernante a tres meses de tornar el poder, la nacionalización constituyó una ruptura abrupta, inesperada e injustificada, que podría desencadenar perjuicios mayores para el país que los que estaba tratando de evitar. Entraron en juego consideraciones sobre la seguridad estratégica continental y la reafirmación a los centros internacionales financieros de la voluntad de cumplir escrupulosamente los compromisos de México. Esta voluntad presidencial de Miguel de la Madrid constituye el hilo rector que explica los acontecimientos de los últimos años y corroboran la línea de encadenamiento causal de los acontecimientos en los últimos 20 años a través precisamente como se mencionó de la voluntad presidencial.
Miguel de la Madrid propuso un Programa Inmediato de Reordenación Económica (PIRE); inició una intensa actividad para reestructurar la deuda mexicana; reforzó lazos con la banca extranjera y promovió el ingreso al GATT y la inversión extranjera, así como la orientación de la planta y el esfuerzo productivo nacional a las exportaciones; propició la liberación paulatina de los precios; la eliminación de subsidios; la venta de empresas del Estado; el control de salarios y la reducción del déficit fiscal. En suma, cumplió escrupulosamente las condiciones exigidas por nuestros acreedores y avanzó congruente y sólidamente en el propósito rector de su administración. Pero ese cometido sexenal tuvo también como los dos anteriores de Echeverría y López Portillo, un precio alto que pagar. El delamadridista fue el descontento de los estratos medios y populares por las dificultades económicas internas que impuso el cumplimiento de los compromisos con el exterior.
Recapitulando, Echeverría se propuso y logró regañar a las clases medias, pero el precio que pagó fue la desconfianza de la cúspide empresarial. López Portillo se propuso y logró la confianza empresarial, pero la volvió a perder. Y adicionada, según algunos, de la desconfianza de las agencias de seguridad estratégica internacionales por la nacionalización bancaria, aunque hubiera ganado respaldo popular. De la Madrid se propuso y logró cumplir con la comunidad internacional y el precio que le tocó pagar fue el escepticismo de las masas.
El próximo sexenio, siguiendo esta lógica, debería regañar a las masas, pero entraría en conflicto con las clases medias, por lo menos. Lo que no es tan claro es que existan entonces las condiciones para suponer que el sistema de alianzas siga operando como en ios últimos 60 años, ni que los consensos
tradicionales respondan a las nuevas circunstancias. No debe olvidarse, primero, que el consenso económico voló en pedazos con el Banco de México al cambiarse su constitución legal de sociedad anónima a organismo público descentralizado en noviembre de 1982 y excluir a los socios privados que formaban su consejo de administración desde su creación en 1925. Segundo, que el consenso ideológico naufraga con la UNAM, como lo ilustra el informe del rector al consejo universitario.1 Y, tercero, que el consenso político tradicional se desteje con el Partido de la Revolución Institucionalizada, como lo ha sugerido Garrido en su investigación que lleva precisamente ese título, así como lo expresa el movimiento encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, Corriente Democratizadora, que se propagó con una gran velocidad a partir de agosto de 1986. Parece que se desdibujan tanto el acuerdo como las partes que debieran suscribirlo.
Se planteó en la segunda hipótesis que no obstante el encadenamiento pernicioso de 1968, 1976, 1982 y 1987, el país había mejorado ligeramente a partir de la década de los cuarenta. Después de revisar los resultados del ejercicio de medición que se desarrolla en la segunda parte, es posible afirmar que el mejoramiento se da en forma sostenida entre 1940 y 1968, año este último en que se alcanza el valor más alto del período, pero de ahí en adelante hay un estancamiento que sólo se rebasa temporalmente de 1983 a 1985, incluso con un valor superior al de 1968.
La tercera hipótesis afirma que se ha hecho evidente con las últimas tres crisis que existe una gran heterogeneidad estructural, que le da a la sociedad una capacidad de resistencia a las situaciones adversas, por la diversidad de percepciones a una misma realidad.
Luego de comparar los resultados regionales para las ocho Variables consideradas, fue posible reconocer diferencias ideológicas y políticas entre las tres regiones bajo análisis. El norte es, en conjunto, algo más derechista que el centro y el sur. El sur se revela un poco más izquierdista y también más afín al régimen. El respaldo al gobierno y al PRI y el consenso frente a determinadas conquistas y tradiciones históricas, como el derecho de huelga o la no participación de los militares en la política, son definitivamente menores en el norte. El apoyo a la intervención de los militares y el clero en la política es mayor en el sur que en el centro.
En la pirámide social subyace una sensible heterogeneidad política e ideológica que es preciso añadir a la heterogeneidad regional antes comentada. Los resultados del análisis arrojaron la conclusión de que el consenso social actual es marcadamente inferior en los estratos populares que en los medios y desde luego que en la cúspide. Es razonable suponer que tal hecho pudiera deberse al impacto relativamente mayor de las últimas crisis de la difícil situación económica que se ha mantenido constante por lo menos desde 1982. Los obreros, campesinos y marginados han visto descender sus niveles de vida en porcentajes sin lugar a dudas mayores que los estratos medios y altos. La difícil situación económica que para un profesionista pudo significar una disminución en sus índices de consumo, o para un empresario una merma en sus utilidades, para núcleos importantes de obreros ha representado el desempleo con su secuela de marginación y de inseguridad económica y social, aunque ha expandido el universo de las economías informales.
La identificación de claras diferencias políticas y socioculturales entre las regiones y los estratos considerados, permitía inferir que el cruce de ambas series arrojaría resultados significativos. En efecto, el cruce reveló notables variaciones en las apreciaciones de cada estrato con sus homólogos de las otras
regiones. También demostró que las diferencias entre los distintos estratos no son uniformes en cada una de las regiones, tendiendo en ocasiones a atenuarse y en otras a polarizarse.
En síntesis, el desarrollo de la tercera parte confirma también la hipótesis planteada. Las claras diferencias entre los nueve estratos de población y entre las tres regiones del país, permite afirmar que el impacto de las crisis se propagó a velocidades distintas, alcanzó profundidades muy diferentes y se extendió en magnitudes también muy variadas, tanto de la sociedad como de la geografía del país.
Se puede afirmar que los estratos populares estuvieron ausentes como autores y actores de las crisis, mas no como receptores, de manera que hay una mayor concentración de la percepción y participación en la cúspide de la pirámide social, con excepción de 1968 que descendió hasta los estratos medios. En los tres casos también, al menos de inicio, los autores y actores han estado concentrados en el centro del país y específicamente en el Distrito Federal, ante la gran ausencia espectadora del resto del país. Por otra parte, en países con sociedades relativamente más homogéneas que la mexicana y donde los impactos de la crisis y los procesos de comunicación colectiva se propagan con mayor rapidez, parecería menor la capacidad de resistencia y mayor la vulnerabilidad ante situaciones adversas.
La cuarta hipótesis está íntimamente ligada a la anterior y propone que el plano superestructural (las percepciones, los valores, la comunicación, la cultura) es el que vincula, matiza, transmite y propaga los fenómenos que ocurren en los otros tres y, por tanto, las percepciones son tan importantes como la realidad. El capítulo de la influencia de la cultura parte de la propuesta de sociedades combativas y contemplativas, para explorar tres raíces religioso‐culturales profundas del comportamiento individual en la economía, la sociedad y la política —trabajo, prójimo y crítica, respectivamente— y arriba así a tres cuestiones importantes hoy en México, por razones no siempre coincidentes entre todos los participantes del debate: corrupción, capitalismo y democracia.
Se ilustran los dos grandes troncos culturales cuando se busca la explicación causal y la comprensión del sentido del estilo de vida latinoamericano, su doble código de conducta y su predominio hacia valores de liderazgo público. Al rechazar el etnocentrismo anglosajón y la exclusividad que atribuye a su capitalismo y a su democracia como únicos modos de existencia ligados a la racionalización económica, se está apuntando a la conveniencia de estar conscientes de las profundas diferencias entre ambas tradiciones y de la necesidad de ser más cautos en la prescripción y adopción de prácticas" tal vez válidas en otros países, pero que pueden por ello perder eficacia y aplicabilidad, se refieran a la sociedad, a la economía o la política.
Por ello los rasgos culturales que derivan del concepto de prójimo —impuntualidad, mentiras, deshonestidades— tienen una connotación benevolente de intercambio, de relacionamiento y de regateo, a los que la tradición latina concede distinta importancia que los anglosajones. Las clases medias resumen su imitación anglosajona, en el repudio al síndrome corrupción, importante por el deseo creciente de participación que subyace en la identificación de ese símbolo que las aglutina.
En forma similar, las prácticas económicas que derivan del concepto contemplativo de trabajo, han llevado a la construcción de un sistema que está muy lejos de parecerse
—sin que esto sea una argumentación a que debiera de ser lo— al que existe en los lugares de donde llegan las teorías cursos, códigos, manuales, diagnósticos, prescripciones, sugerencias y recomendaciones. Lo mismo sucede, dado el rechazo tradicional latino a la crítica, con nuestra democracia ahora convertida en estandarte partidista de izquierdas y derechas. Pero pensar y hacer la democracia es un ejercicio que rebasa los planteamientos de la prensa doctrinal o de la estrategia militante.
Sin embargo, autores y actores sociales y políticos vienen progresivamente coincidiendo en torno a la necesidad de ampliar y profundizar la democracia mexicana. Y no necesariamente en defensa de principios, sino por razones prácticas: el pensamiento creativo desde la base de la pirámide puede enriquecer y destrabar situaciones que para la cúspide son ajenas. Ésta es una interpelación nueva, urbana e industrial, que está presente en las condiciones actuales del país. La interpelación democrática es distinta a las cuatro tradicionales, rurales y provincianas —tierra, sindicalismo, educación y no reelección— que se originaron en la Revolución. Este impulso social real es el que está debajo de fenómenos como Corriente Democratizadora.
En México, los dirigentes reales del sector privado —no los presidentes de cámaras y organismos— han abandonado el pacto tradicional porque han envejecido, o fueron eliminados de la competencia como el Grupo Monterrey, o fueron desplazados por la nacionalización de la banca y están en contra. Las coaliciones populares amplias que refuercen el liderazgo institucional del gobierno sobre toda la sociedad en forma armónica, parecen estar en desuso. Los grandes pensadores que amalgamen corrientes de construcción nacional, desaparecieron por varios años con muy contadas excepciones, pero empiezan ya a despuntar unas cuantas mentes lúcidas con algunas propuestas. Así, pues, la cúspide económica, política e intelectual de antaño, vino perdiendo progresivamente su cohesión, coherencia y proyecto desde 1968 y dos actores sociales con perspectivas diferentes reclaman la ampliación de su orden: clases medias y clases populares.
REFLEXIONES FINALES
Se ve promisorio el futuro de México porque el agotamiento de la dirigencia nacional que se inició en 1968 y que se fue profundizando en el curso de estos casi 20 años, parece llegar a su fin. Durante esta transición se debilitó la dirigencia, se debilitó el clausulado del proyecto y se debilitó la cohesión de la sociedad.
El encadenamiento histórico de los últimos 20 años parece explicarse también por la ausencia de impulsos globales externos poderosos en un ciclo más largo. En 1891 el régimen de Porfirio Díaz reprimió un extenso movimiento estudiantil que aportó los jóvenes que en el curso de los siguientes 20 años maduraron sus inquietudes y al combinarse con las condiciones del país culminaron en la Revolución de 1910. Ésta, a su vez, coincidió con la primera guerra mundial extendiéndose el conflicto interno hasta 1917, para producir así ese amplio proceso revolucionario que marcaría la estructuración del Estado mexicano.
Parecería que el impulso histórico que constituyó la Revolución de 1910 y la primera guerra mundial duró hasta la década de los treinta, permitiendo así que los acontecimientos domésticos se orientaran y avanzaran precisamente conforme a ese rumbo mundial. Una segunda oleada poderosa se produjo en la
década de los cuarenta con la segunda guerra mundial y sus efectos parecieron perdurar hasta la década de los sesenta para cuando se estaba requiriendo ya un tercer impulso que no llegó. Parecería haber una cadencia en la historia y sus ciclos largos.
El tercer impulso, oleada mundial, histórica, poderosa, que ayudara a dar rumbo a los acontecimientos internos, no se presentó ni en los setenta ni en los ochenta. Así, la pérdida del rumbo externo se asoció al agotamiento biológico de la dirigencia nacional, produciendo que en las últimas dos décadas el país atravesara por un período de transición, donde el debilitamiento de la dirigencia y consecuentemente del pacto social, se sumaba a la exacerbación de las contradicciones, conforme maduraba la sociedad civil y se derrumbaba la falsa conciencia resquebrajada por 1968. En este sentido el movimiento estudiantil tiene dos aportaciones para el país: por una parte, haber actuado como concientizador de la naturaleza contradictoria del Estado mexicano y, por la otra, como catalizador para la formación de una generación fundamental.2
La súbita producción de ideas y profusión de estudios sobre la transición o las crisis en sus múltiples acepciones, se vincula al concepto de generación de Ortega y Gasset.3 Así, parece surgir una nueva generación a finales de los años sesenta, marcada por el inicio de una fase de transición que está asumiendo el papel dirigente al aproximarse a los 45 años de edad. Encuentra sus principios rectores en el fin del auge económico de la posguerra y en ciertos movimientos sociales que llamaron la atención dé los países occidentales, especialmente la revuelta estudiantil francesa y, en el caso mexicano, el movimiento de 1968. Así, las décadas de los sesenta y ochenta han presentado un comportamiento errático de la política y la economía que insinúan esa transición.
La generación de intelectuales —concretamente, de científicos sociales— que empezó a contribuir al desarrollo de la teoría en los años setenta, ha encontrado en el tema de la transición el tópico más recurrido de cuantos ocupan su atención. Si la transición define a nuestra época, había que emprender su estudio a fondo. No es difícil demostrar que la crisis o las crisis, según el caso, han sido el hilo conductor de los trabajos de toda una generación de científicos sociales. El conjunto de autores que han enfocado sus análisis en esta dirección así lo demuestra.
Así, al cierre de los ochenta luchan en México dos tendencias históricas fundamentales: las inercias tradicionales del Estado autoritario corporativo y la nueva sociedad modernizante, cuestionadora, democratizadora. Sin embargo, el futuro aunque con riesgos se puede ver con optimismo porque después de casi 20 años de conflictos internos en la dirigencia nacional y de debilitamiento de sus lazos internos de unión y de los de ella con la base de la pirámide social, se hace cada vez más evidente la necesidad de restablecer el pacto social y fortalecer la cohesión. En este marco, la rearticulación de los signatarios y la concertación del clausulado del nuevo pacto, adquiere relevancia.
Rodcric Camp, "Generaciones políticas en México", Vuelta, núm. 119, octubre de 1986, p. 30.
' "Entre toilas las generaciones que en un momento dado existen, generaciones contemporáneas mas no coetáneas, sobresalen dos en particular: la de los hombres jóvenes de 30 a 45 años aproximadamente, que luchan por construir un nuevo perfil del
mundo y la generación que se ha entronizado en la dirección del propio mundo y ha impreso en éste su visión de las cosas: los hombres que oscilan entre los 45 y los 60 años. Antes de los 30, en general, los hombres son aún proyectos en ciernes, sin haber abrazado aún o comprometido con una causa. Después de los 60 años, los hombres sólo esporádicamente intervienen en la historia." En ionio a (¡titileo: Esquema Je Ui.s crisis.
Para reconocer el proceso anterior, es importante atender tanto al proceso de renovación de las tres vertientes de la dirigencia nacional —es decir, la dirigencia política, económica e intelectual— como a los vínculos que las cohesionan. Mientras que la dirigencia ideológica tiene una velocidad de renovación relativamente alta, por el carácter más o menos abierto para la integración de sus componentes, la dirigencia económica, por el contrario, tiene una velocidad de renovación relativamente lenta, por el carácter hereditario de transmisión de la propiedad de las empresas, es decir, del poder económico. La velocidad de renovación de la dirigencia política, en cambio, se mantiene en un nivel medio, porque no es totalmente abierta ni totalmente hereditaria: el nombre y prestigio familiar son una ayuda en el escalamiento político, pero no son definitorios.
Por otra parte, mientras que la pirámide empresarial tiene corno vínculo de cohesión el interés económico y la pirámide política el interés de escalamiento, el vínculo de cohesión de la pirámide intelectual, es la afinidad de las ideas. Es importante la diferencia entre los tres cohesionadores porque los económicos y políticos son más concretos y tangibles que los ideológicos, pero en contrapartida estos últimos tienen un alcance y penetración mayor que los otros. Así, cohesionadores y velocidad de renovación, aunados al impacto de 1968, al embarnecimiento de la clase media, al fortalecimiento de la sociedad civil y a la velocidad de comunicación de hoy en día, vienen produciendo la formación de una nueva pirámide invisible a la inercia tradicional que es el ejército ideológico.
Este ejército se constituye de tres instancias: primera, un pequeño estado mayor de un par de docenas de lúcidos intelectuales mexicanos, en su mayoría de generaciones posteriores a la estudiantil de 1968; segunda, una oficialidad intermedia que la forman los investigadores académicos, los profesores universitarios, los asesores en las dependencias oficiales, los responsables de las unidades de estudios económicos en las empresas y que pueden ascender en términos estimados a 100 mil personas; y tercera, la infantería ideológica constituida principalmente por los más jóvenes —alumnos, analistas, auxiliares— que interactúan con la oficialidad mencionada y que en términos estimados pudiera ascender a más de un millón de personas.
Esta pirámide tiene también una diferenciación en la estructura de edades que vincula a los mayores con los jóvenes y así la acción de esta pirámide ideológica penetra en las pirámides política y económica en un sentido de abajo hacia arriba que está por lo tanto invadiendo desde la formación educativa a los futuros dirigentes de la economía y de la política mexicana. La fuerza del estado mayor ideológico radica en su capacidad y lucidez para leer la realidad social, formularla en planteamientos claros y fácilmente comunicables y posteriormente ser reforzada con credibilidad, prestigio y autoridad moral, mismas que la dirigencia económica y la política pierden a favor de la dirigencia ideológica.
En adición a lo anterior y en beneficio de esta pirámide intelectual, parece que en este momento en México el gran conector de los acontecimientos que ocurren en los planos social, económico y político, es precisamente el hecho superestructural, el hecho cultural, es decir la toma de conciencia, la percepción que los individuos tienen de su realidad, filtrada a través de los valores en cualquiera de los
otros tres planos. Esto trae nuevamente a la escena del análisis la importancia de la cultura para el entendimiento de la realidad y percepciones. Por ello el marco cultural en el que se ve la percepción de la economía, de la política y de la sociedad, van a influir poderosamente en el comportamiento de los in > dividuos y por tanto de los tres planos.
Una tendencia que seguramente atraerá la atención de académicos y empíricos será la reconstrucción del consenso que después de 50 años empezó a romperse en 1968. El consenso que convoque a las distintas capas de la sociedad mexicana del último cuarto del siglo. No parece que será tarea para un solo hombre ni para un solo equipo, ni tal vez para un solo partido. Se ve más bien como tarea de una generación, que de realizarse en lo que resta de este siglo, corresponderá a aquellos estudiantes de 1968 que ahora, 20 años después, empiezan a arribar al poder social, económico y político de México.
Hay signos favorables a esa posibilidad generacional, como son la apertura política de los últimos tres presidentes, la ebullición participadora de la sociedad civil que se expresa en múltiples formas, entre ellas la corriente democratizadora, la renovación del liderazgo en la CTM la próxima década, las movilizaciones electorales ciudadanas para presidencias municipales y algunas gubernaturas, entre muchas otras.
De emprenderse esa tarea habrá que revisar, en el ámbito de la cultura, cómo pueden construirse y difundirse nuevos conceptos de prójimo, trabajo y crítica; cómo pueden esos nuevos conceptos reforzarse en el derecho, la religión, la educación, los medios, el discurso, la moral y la ética; si hay que restablecer las relaciones con la iglesia, fundar una nueva religión o nacionalizar la actual; si revolucionar o expropiar la educación y los medios de comunicación o entregarlos a Televisa o a la iglesia; si romper o reforzar el discurso político; si revisar desde sus oimientos el derecho o mantenerlo en la tradición y la costumbre.
En la economía habrá que revisar si entregar a los estados y municipios con sus nuevas funciones, también sus fuentes fiscales de recaudación o reforzar aún más su dependencia financiera de la federación; si se prosigue con una reforma fiscal profunda, impuestos patrimoniales y cualquier figura posible o conveniente, o si se impiden a toda costa; si se fijan rangos sociales de ingresos en relación con edad, preparación y año de trabajo, pudiera decirse, salario máximo, de una a veinticinco veces el salario mínimo, o si continúa con la creciente inequidad social; si el esfuerzo productivo debe orientarse, primero, a ganar mercados exteriores en la competencia internacional o, por el contrario a satisfacer la demanda interna y aprovechar los recursos naturales renovables del país.
En la política habrá que revisar si reducir a cuatro o aumentar a treinta las Secretarías de Estado; si reducir a tres o aumentar a quince los partidos políticos; si modificar los calendarios electorales de los estados para hacer gobernadores más fuertes y secretarios más débiles o viceversa; si se aceptarán gobernadores de partidos minoritarios, cuándo o nunca; si se deberán reforzar o se romperán y cómo las posiciones sectoriales partidistas; si se hace efectiva a toda costa la exigencia de respeto al voto. Estas revisiones y muchas otras más son tarea por realizar, aún no clara. Lo que sí es claro es que los intereses creados y la correlación de las fuerzas no se modifican fácilmente con palabras, ideas, argumentos, ni discursos, por más sólidos y convincentes que puedan parecer.
Una cuestión parece quedar clara. El proyecto global, cultural, de nación que las generaciones de principios de siglo cimentaron, responde cada vez menos a las circunstancias actuales. De hecho tal vez el efecto más claro de la transición es que el gobierno no porta ya un proyecto suficientemente coherente, propositivo, lúcido, integrador. ¿Se concretará el potencial transformador de los agregadores y comunicadores de opinión; de los que vinculan las condiciones objetivas a las subjetivas; de los que dan coherencia y significado a estructura y superestructura; de los que pueden proponer los elementos de un proyecto nacional; de los intelectuales orgánicos?.
Bien lo dijo Octavio Paz:
Hoy estamos ante el peligro de otro estallido, más terrible y mortífero que el de 1968. En cuanto a la fractura, el movimiento juvenil mostró que nuestra sociedad no era un todo homogéneo y que el sistema político mexicano no correspondía ya a la realidad social y cultural de nuestro país. México había crecido y se había diversificado; el régimen le quedaba chico a la nación y la rigidez del sistema la ahogaba. (La Jornada, 10 de agosto de 1988).
APÉNDICE 1
CÁLCULOS DEL CAPÍTULO 8
Las siguientes 52 tablas presentan los cálculos para construir los índices compuestos a partir de los pesos que resultan anualmente para cada uno de los 52 indicadores. La primera columna muestra el año de que se trata. La segunda, el valor que corresponde a dicho año y es el mismo que se presenta en cada una de las gráficas en cada capítulo. La tercera, el porcentaje que el valor de la columna 2 representa, como variación dentro del rango asignado al indicador, mismo que puede consultarse en el cuadro "Pesos y rangos de los indicadores" del capítulo 8. La cuarta columna, es el resultado de aplicar el porcentaje de la columna 3 al peso correspondiente al indicador, mismo que puede consultarse en el cuadro "Pesos y rangos de los indicadores" del capítulo 8.
Los pesos de los indicadores fueron obtenidos de un análisis factorial multivariado. La asignación de los rangos partió de una observación caso por caso según su comportamiento histórico y las reflexiones correspondientes se expresan en el texto del documento. Por ejemplo, el indicador 1 "Origen Popular" tiene un rango positivo ( +) de 0 a 75. Lo anterior significa que una proporción de dirigentes de origen popular entre 0 y 75%, tiene un impacto positivo en la pluralidad del liderazgo, tópico al que ese indicador pertenece, equivalente al valor que para cada año corresponda. Veamos el caso en detalle. Para 1940 (columna 1) el valor de este indicador fue de 36 (columna 2). El porcentaje de la columna 3 resulta de dividir 36 entre 75, que es igual a 48. En la columna 4 se aplica el 48% al peso del indicador de 1.94 y da como resultado 0.93.
Para otros casos donde el sentido es negativo (—) y el rango no parte de "0" como es el que arriba revisamos, debe introducirse una pequeña variación. Veamos el indicador número 4 "Estudios universitarios" que tiene en el cuadro "Pesos y rangos de los indicadores" del capítulo 8 un rango de 25 a
75 con sentido negativo (—) y un peso de 0.85. Para 1940 (columna 1) el valor de este indicador fue de 68 (columna 2). El porcentaje de la columna 3 resulta de los siguientes cálculos. El peso negativo indica que debe obtenerse la cifra complementaria del valor del rango máximo, es decir de 68 a 75, o sea 7. El 7 debe dividirse entre el valor neto del rango o sea 50 (7225 = 50), lo que da como resultado 14. En la columna 4 se aplica el 14% al peso del indicador de 0.85 y da como resultado 0.12.
En síntesis, durante el sexenio de López Portillo, el hilo conductor de las decisiones fue la economía, lo cual es entendible dado que la estabilidad política y la legitimidad había sido el legado principal dejado por Echeverría, mientras que el desequilibrio económico estaba requiriendo atención urgente. La actitud conciliatoria del nuevo régimen y las condiciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional pueden haber llevado a Monterrey a considerar que, independientemente de no haber ganado el liderazgo político, ellos debían tener una participación fundamental en las decisiones importantes. Y en verdad, la primera mitad del sexenio lopez‐portillista (19761980) parecía dominado porj un discurso pro empresarial.