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1 FRATERNIDAD MISIONERA DE LA CRUZ “MI CRISTO VIVO EN LA CRUZ” P. Nicolás Nicolaes Misionero de la Cruz 1ª edición: Noviembre. 1956 2ª edición: Julio 1980 3ª edición: Junio 1984

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FRATERNIDAD MISIONERA DE LA CRUZ

“MI CRISTO VIVO EN LA CRUZ”

P. Nicolás Nicolaes Misionero de la Cruz

1ª edición: Noviembre. 1956 2ª edición: Julio 1980 3ª edición: Junio 1984

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Querido Miembro de la Fraternidad Misionera de la Cruz

El Directorio Espiritual que te ofrezco es a la vez el fruto de la gracia de Dios, de las experiencias logradas a través de la práctica de la vida comprometida y de las lecturas. El Directorio ha sido escrito para los Miembros de la Fraternidad Misionera de la Cruz y de Nuestra Señora de los Dolores, es decir, en relación con la misión especial, confiada a ellos por Dios en estos momentos. El espíritu del Directorio se adapta a tu misión misionera del mundo moderno, que es manifestar a través de la vida moderna, tan sencilla y ordinaria como la de cualquier otro cristiano, el valor sobrenatural de tu vida. Tú eres cristiano de modo absoluto, en donde quieras que estés o trabajes. Representas a Cristo en su Santa Cruz, cuando voluntariamente ofrece su vida divino-humana a Dios para dar testimonio de la vida sobrenatural y para salvarnos. Jesús lo dio todo para traer la vida de Dios entre los hombres; es la luz máxima sobre el valor y el fin de la vida humana. Tú quieres unirte a Jesús ofreciéndolo todo a Dios para dirigirte hacia la verdadera vida de aguas eternas, siempre frescas. Quieres, con Jesús, ser luz de la vida sobrenatural, la única verdadera para los hombres. Y puedes ser esta luz, en todas partes, en todos los trabajos y en todos los distintos estados de la vida misionera comprometida. Debo hacer unas observaciones: 1. El Directorio Espiritual no es sino una orientación práctica del Evangelio, que

es la luz máxima y la que siempre se ha de seguir.

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2. El Directorio Espiritual sirve para enseñarte con qué espíritu debes cumplir tus obligaciones, para iluminarlas siempre con un pensamiento sobrenatural.

3. Mientras el Evangelio se dirige a todos los Miembros de la Fraternidad de

modo general, el Directorio Espiritual se dirige a ti en particular. El Directorio penetra en lo íntimo de tu alma para mostrarte los sentimientos con los cuales debes vivificar tus obras y para indicarte las virtudes que debes practicar en una relación más íntima con Nuestro Señor.

La Obra se divide en capítulos muy cortos. Ellos contienen unos principios que te ayudan a formular resoluciones prácticas. El objetivo es colaborar con cada Miembro de la Fraternidad en el logro del fin de su vida misionera, facilitándole el modo de conquistar las virtudes necesarias a este efecto y el modo de deshacerse de sus defectos en oposición con este ideal. El libro quiere realizar en cada Miembro la vida de Jesús, según su espíritu, según el espíritu de “En tus manos”, porque sin la consecución de este fin no valen las más bellas consideraciones. El Directorio se divide en tres partes: - La primera parte trata sobre los principios básicos del espíritu de la Fraternidad

Misionera de la Cruz. - La segunda parte te habla de las virtudes. - La tercera parte trata de los medios para santificarte según las normas de la

vida de perfección que has aceptado y que te facilitarán tu ideal de vida, es decir, el cambio en Cristo.

Por fin, a través de todo el Directorio aprenderás a vivir tu vida comprometida según el espíritu sobrenatural, según el espíritu de Dios. Muy probablemente te sorprenderá la repetición de pensamientos básicos y aparentemente te parecerán inútiles, sin embargo, analizándolos con mayor cuidado te revelarán nuevos aspectos de tu don a Dios y de la riqueza de tu espíritu misionero. Que Jesús en su Santa Cruz y Nuestra Madre en sus Dolores bendigan estas pobres líneas y las hagan útiles a ti, Miembro comprometido de la Fraternidad Misionera de la Cruz, con el fin de realizar plenamente la santidad a que has sido llamado, como imitador de la perfección ideal de Jesús.

P. Nicolás Nicolaes

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PRIMERA PARTE

Los principios

El espíritu de la Fraternidad Misionera de la Cruz y de nuestra Señora de los Dolores

Reconociendo la gran imperfección de este Directorio, podemos sin embargo darnos cuenta, como irradia de sus páginas un espíritu bien propio a la Fraternidad Misionera de la Cruz: la unión de los Miembros en su espíritu y corazón con el Espíritu y Corazón de Jesús en la Santa Cruz, como con la Virgen de los Dolores. Y de verdad el espíritu de la Fraternidad se caracteriza por esta unión íntima con Jesús en la Santa Cruz y con la Virgen al pie de la Cruz. Los Miembros de la Fraternidad deben apropiarse del espíritu de Jesús Crucificado y de la Madre Dolorosa. Los dos les enseñarán sus amores y les darán sus virtudes y santidad, porque los amores de los Miembros de la Fraternidad Misionera de la Cruz se confunden con los de Jesús y María. El amor de cada Miembro va primeramente hacia Jesús y a todo lo que Él ama de modo infinito, para identificarse con Él. Jesús es verdaderamente el centro del culto y del espíritu de la Fraternidad Misionera de la Cruz. ¿Qué quiere decir esto? Cada Miembro de la Fraternidad se identifica con Jesús en su amor a su Padre, al Espíritu divino, a su Madre María y a las almas, es decir, a la Iglesia. En realidad el espíritu de la Fraternidad Misionera se resume en estos grandes amores de Jesús: amores que son también tan propios a la Santísima Virgen. Porque, ¿qué es lo que Jesús amó más en este mundo y especialmente desde lo alto de su Santa Cruz, sino a su Padre Celestial, a su Madre y a su Iglesia? Y

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¿qué es lo que amó María por encima de todo, sino a su Hijo y en unión con Él, al Padre y al Espíritu Santo y a todas las almas? El Espíritu de la Fraternidad Misionera consiste en estos dos grandes amores: vivir la vida de Cristo, de Nuestra Madre la Santísima Virgen y de la Iglesia. Amando a Jesús, a María y a la Iglesia de modo perfecto, se formará el verdadero Miembro de la Fraternidad Misionera de la Cruz. El Directorio tiene como objetivo facilitar a cada Miembro de la Fraternidad la perfección de vida según el espíritu de estos amores. Cada Miembro de la Fraternidad Misionera debe apropiarse de modo perfecto del amor a Jesús, a María y a la Iglesia. Ningún Miembro puede admitir otros afectos, si no, nunca será un verdadero Miembro de la Fraternidad Misionera. Cada Miembro de la Fraternidad Misionera debe leer con espíritu de fe las pocas páginas del Directorio y tratar con calma y coraje de penetrarse de su espíritu. No hay duda posible de que este espíritu de la Fraternidad le conducirá a la unión perfecta con Jesús en la Santa Cruz y con María al pie de la Cruz. Poco a poco Jesús y María se formarán en el espíritu y corazón de cada Miembro de la Fraternidad Misionera de la Cruz, con la belleza y la fecundidad de sus virtudes. Gracias a la identificación con Ellos, cada Miembro se capacitará para realizar en sí mismo su sacrificio supremo: “En tus manos”. El camino hacia este ideal supremo será más o menos largo según el grado de la generosidad de cada uno de los Miembros. El ideal de cada Miembro debe ser el anhelo de una gran generosidad con el fin de gozar pronto con Jesús y María de la felicidad de haberlo dado todo a Dios y a los hombres por amor a Jesús: “En tus manos, oh Padre”. Granos de oro ¿Estoy listo para vivir mi vida comprometida con este espíritu? ¿Tengo fe en que este espíritu me conducirá a la plenitud de la santidad?

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Por la Cruz a la Luz El texto se explica generalmente en un sentido personal, es decir, por medio del sufrimiento; por mi sufrimiento, yo llego a la Luz. En un sentido ascético cristiano, este texto es más claro, por lo menos si lo entendemos en el espíritu de San Pablo, como una unión con el sufrimiento de Jesús, como un complemento de la pasión de Jesús. El sufrimiento aceptado así es ciertamente una fuente de purificación y de santificación y la base de las virtudes cristianas más sublimes, como son la sumisión humilde a la voluntad de Dios, la generosidad, la fortaleza, la confianza absoluta y ciega en Dios, el abandono a Él; en una palabra, el sufrimiento es por excelencia el sello de la imitación de Jesús, como nos lo explica Tomás de Kempis con su claridad solar. Naturalmente uno puede engañarse porque no todo el sufrimiento conduce a la Luz de Dios. Para muchos, especialmente para el hombre moderno, el sufrimiento es un escándalo; hasta un motivo de separación de Dios. El hombre moderno busca un cielo en la tierra y lo que parece ser el obstáculo más grande en contra de su sueño de felicidad es el sufrimiento. Su ideal es un gozar completo, y más especialmente un gozar materialista, que se limita a las fronteras del reino de la tierra. Este pensamiento penetró en lo más hondo de los espíritus y de los corazones, se propagó entre las masas y perjudicó inmensamente la fe y el sentimiento cristiano. Nos encontramos como San Pablo con un templo de incredulidad, en el cual se adora a un “dios desconocido”, porque el hombre actual se somete ciegamente a una especie de idolatría, que consiste en personificar valores humanos y terrestres, y considerarlos como valores absolutos, como verdaderos ídolos; tales son el progreso, la ciencia, el placer, el libertinaje y más especialmente la voluntad personal, el egoísmo bajo todas las formas. Frente a eso predicamos, en unión con San Pablo, que este Dios desconocido no es otro sino Jesús, el Jesús crucificado, locura para los griegos, escándalo para los judíos, pero la Sabiduría y la Luz para los que creen en El. Así alcanzamos el sentido más profundo del lema “Por la cruz a la luz”. Para nosotros la Cruz, no es sino Jesús Crucificado, Dios-Hombre verdadero, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

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Por medio de Él, llegamos a la Luz, que para nosotros es Dios mismo, el Ser Absoluto, origen de todo lo que existe y más especialmente del hombre. El Crucificado es para nosotros especialmente Luz, porque Jesús, por su Santa Cruz, redimió al mundo y nos trajo otra vez la Luz verdadera, la amistad con Dios, la vida de la gracia, la posesión eterna de Dios; en una palabra toda la felicidad sobrenatural. Jesús en su Santa Cruz confirma así de modo espléndido su doctrina de Luz, dándose totalmente a Dios y a los hombres, única y totalmente entregado a la misión de sobrenaturalizar al hombre en esta tierra. ¿No debe parecernos entonces muy natural, que en una época de aversión a la Cruz de Jesús con su fuerza salvadora, en una época de felicidad materialista, con aversión y desprecio del sufrimiento, nosotros queramos plantar la Cruz de Jesús, en un sitio cada vez más alto? Jesús Crucificado es la Luz, porque en la Cruz de Jesús, podemos contemplar el modo perfecto de vivir las virtudes cristianas, que nos conducirán a la luz y nos facilitarán la vida en la Luz. En la Encarnación de Jesús, encontramos todas las virtudes sobrenaturales y divinas, sin hablar de las virtudes humanas, purificadas y perfeccionadas por el esplendor sobrenatural de su Persona Divina. Pero en la Santa Cruz brillan todas estas virtudes de un modo tal, que iluminan al mundo y a la eternidad con mayor fuerza, que miles de soles. Así Jesús Crucificado es para nosotros, por excelencia, la fuente de toda la vida espiritual, porque nos encontramos en presencia de la última perfección de todas las virtudes divinas, morales y simplemente humanas. En la Cruz de Jesús podemos llegar a nuestra perfección espiritual, como en la fuente máxima y más rica de toda vida sobrenatural. Nuestras relaciones con Dios y con el prójimo, como con nosotros mismos, no pueden ser ilustradas con mayor precisión y claridad que en la Cruz; por esto debe ser otra vez la Cruz de Jesús, tanto para nosotros como para el mundo, un foco de luz poderosa. Nosotros debemos aceptar esta vocación, vivirla y realizarla. Debemos hacernos focos de luz de Jesús Crucificado: la verdadera Luz, que ilumina al mundo y que por esto brilla con tanta fuerza y tanta atracción por encima del mundo. ¿Cómo es posible que el mundo no vea esta Luz? Y sin embargo es una Luz única, que brilla por encima de la noche del mundo. Es la Luz más poderosa que ha iluminado al mundo y sin embargo el mundo no ve esta Luz.

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¿Cómo es posible que el hombre no vea esta Luz única en medio de la noche oscura y más aún, cuando esa Luz es tan fuerte? ¿Cómo explicar que el mundo no vea la Luz de Jesús? Esa Luz inmensamente poderosa, que brilla como una Luz única, una luz divina sobre el mundo. Ciertamente esa Luz brilla siempre con la misma fuerza sobre los hombres. La Luz de Jesús ilumina siempre, con la misma fuerza, al mundo, tal como brillaba en Jesús sobre la Cruz en el Gólgota. Pero la verdad del Evangelio de San Juan es siempre actual: “Los hombres no han querido recibir la Luz”…. Sin embargo nosotros debemos esforzarnos porque la Luz de Jesús brille por medio de nosotros sobre todo el mundo. Nuestro amor a la Cruz, “Por la cruz a la luz”, es el amor hacia Jesús y su Redención, en la irradiación máxima de la Luz de Jesús, en su Santa Cruz. Que para nosotros y por medio de nosotros para muchas almas, sea otra vez verdad: “La salvación por medio de la Cruz de Jesús”. Granos de oro ¿He captado bien por qué Cristo en la Cruz es la Luz por excelencia de la vida espiritual misionera? ¿Me doy cuenta de que el cambio en Cristo es para nosotros el principio por excelencia de la Evangelización?

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La Santísima Trinidad El espíritu de la Obra de Dios toma su luz y fuerza de la fuente de toda la vida sobrenatural: Jesús Crucificado. Nosotros queremos como centro de nuestra vida espiritual el amor a Jesús, a Jesús en su Santa Cruz. ¿Por qué pende Jesús en su Santa Cruz? ¿Y en medio de los dolores más fuertes? La causa no es otra sino el fuego de amor que le consume y que se alimenta del foco por esencia de todo amor, es decir, de la unión por naturaleza con Dios mismo. El amor nace en el corazón paterno de Dios y da origen a una tercera Persona, al Espíritu Santo, que personifica el amor entre el Padre y el Hijo, en el seno de la Trinidad. Por esto, primero debemos contemplar en la Cruz de Jesús, el amor indecible del Hijo al Padre y del Padre al Hijo, en la unión por esencia de amor, es decir el Espíritu Santo. El misterio del Amor divino es para nosotros incomprensible y para muchos un escándalo. De modo que se realiza verdaderamente lo que dice la Sagrada Escritura: lo que es locura para los hombres es sabiduría para Dios. Primeramente podemos gozar por medio de la Cruz de Jesús, como de una chispa, de un reflejo del amor mutuo de las tres Personas Divinas. La razón por medio de la cual, el amor de Dios viene a nosotros bajo forma de sufrimientos inhumanos y sobrenaturales, es para nosotros una luz aún más grande de la sabiduría divina. La razón que nos explica por qué Dios viene a nosotros bajo la forma de sufrimientos inhumanos y sobrehumanos, para manifestarnos su amor dentro de sí y hacia nosotros, nos muestra una luz nueva y muy grande de la Sabiduría divina, cual es la adaptación de Dios a la naturaleza de sus criaturas. El hombre entiende la bondad y el amor de una persona, muy especialmente cuando esta bondad y este amor provienen de un corazón profundamente

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compasivo, capaz de entregarse hasta en lo último de sus posibilidades y hasta la muerte, para el bienestar y la felicidad del prójimo. (Juan 15,13). Es así como Jesús mismo dice: “Un amigo que da la vida por su amado es verdaderamente y en pleno sentido de la palabra, un amigo sincero y leal, es amor”. Así Dios nos regaló en Jesús una chispa de su amor en el seno de la Santísima Trinidad. Jesús en su Santa Cruz ama primeramente a su Padre, por medio del lazo del Amor de Dios, es decir, por medio del Espíritu Santo. Si Dios se ama de tal modo, es muy natural preguntar: ¿De qué grandeza y fuerza debe ser el amor de Dios en sí mismo y por el mismo hecho hacia nosotros? Por esto no debemos considerar el sufrimiento con los ojos del hombre moderno, quien mira el sufrimiento únicamente como la medida de una mayor o menor felicidad; se puede decir que es el termómetro de su felicidad. Jesús vino a este mundo para ofrecerse y sufrir libremente; este elemento de la libertad es de la mayor importancia y debemos conservarlos muy hondamente en nuestro espíritu y en nuestro corazón. Jesús se dio libremente al sufrimiento como máxima expresión de su Amor a Dios; y lo hizo a nombre de los hombres, porque El vino, para sufrir pero como hombre, porque el hombre se rebeló contra Dios por el pecado, por la negación voluntaria y libre de su amor a Dios. Jesús se ofreció a su Padre, como Dios-Hombre, uniendo las dos naturalezas, la divina y la humana en su Persona, que no es otra sino la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Él estaba en presencia de Dios como su Semejante, por la naturaleza divina y a la vez como hombre, por su naturaleza humana, creada. Él se entregó a Dios en su Santa Cruz, en un don completo y perfecto, ofreciéndose libre y espontáneamente, total y completamente, en su posesión única y más grande, la de su existencia y vida, para dar todo a Dios como la expresión máxima de sumisión y reparación, obediente hasta la muerte, y también como manifestación de su amor inmenso a Dios. El hombre satisfizo más que suficiente la ira justificada de Dios, por la obediencia, la sumisión del Dios-Hombre y por el amor de Jesús: Dios con nosotros, Emmanuel. “Oh feliz culpa”, dice San Agustín, que reconquistó de modo tan perfecto y más perfectamente que nunca, la amistad divina para los hombres y que puso otra vez

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al hombre en la presencia de Dios con una aureola de esplendor, de amor y de luz divina. A la luz de la Cruz de Jesús, podemos entender mejor el amor mutuo de Dios, en la Santísima Trinidad y a la vez el amor de Jesús, como Dios-Hombre hacia Dios, en un amor de reparación. De esto podemos deducir varias conclusiones. Entre ellas la importancia de la santidad que se realiza en el amor más perfecto posible a Dios. Jesús, como Dios-Hombre, es el ejemplo máximo, la luz perenne e inmensamente fuerte de Dios en esta tierra, para los hombres. Lo más alto que el hombre debe perseguir en esta tierra es, según el ejemplo de Jesús, el amor absoluto de Dios, dándose sin ninguna disminución, sin reserva, en un don total, en obediencia y amor a Dios, a la Santísima Trinidad. Esta ofrenda libre y completa de sí mismo no puede realizarse de modo perfectamente igual a la ofrenda de Jesús, pero sí puede, a ejemplo de Jesús, hacerse de un modo semejante. Jesús vino a la tierra con plena libertad, porque lo quiso: “Yo he venido para hacer la voluntad de mi Padre”. Jesús se entregó a los verdugos libremente, en ofrenda pura y totalmente desinteresada. Por esto el amor de Jesús tiene un valor inmensamente más grande que el nuestro. Pero nuestro amor puede imitar el amor de Jesús sometiéndonos libremente a Dios, en todas las circunstancias de la vida, con la intención de servirle con toda sinceridad y rectitud. Esta identificación con Cristo es fuente de gracias inefables, como la reparación de nuestros pecados, una mayor unión con Dios, en la búsqueda de su voluntad en nosotros, lo que crea en nosotros una decisión mayor de glorificarlo por toda clase de obras. Esta modalidad de vivir facilitará la convivencia con Él, en su Reino de los Cielos, porque estaremos inclinados a conocerlo y amarlo siempre más y más, sin límites y durante toda la eternidad. Dios, en su amor, quiere esta felicidad para cada uno de sus elegidos. Nuestra presencia al pie de la Cruz, en unión con María, se explica por nuestra voluntad de unión con Jesús en su don total a Dios, causa de su glorificación, con el fin de gozar un día con Él, de su misma felicidad.

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Granos de oro ¿Me doy cuenta de que el amor de Cristo proviene, como de su fuente, de su vida personal en el seno de la Santísima Trinidad? ¿Cómo puedo imitar el amor de Cristo?

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El amor al Espíritu Santo ¿En qué consiste el amor al Espíritu Santo? Es la pregunta más importante en la santificación de las almas, porque el Espíritu Santo es el Maestro de la santidad, de la práctica de las virtudes. ¿Por qué en realidad Jesús prometió a sus Apóstoles y Discípulos el envío de su Espíritu? Ciertamente por razón de su gran importancia. El reconoció que el Espíritu Santo enseñaría a sus Apóstoles el sentido preciso sobre su persona, su mensaje y su doctrina. Y de veras, al bajar el Espíritu Santo sobre los apóstoles podemos comprobar la plena realización de las promesas de Jesús. Pedro bajó de la Sala Alta e inmediatamente empezó a hablar de Cristo en la forma más ortodoxa, interpretando la Sagrada Escritura como un auténtico maestro. Además se revistió de poderes y de fortaleza en oposición radical con su miedo, debilidad y cobardía demostrados anteriormente. Él se sintió listo para la gran misión de predicar a Cristo en el mundo entero en medio de los obstáculos, feliz de poder sufrir por Nuestro Señor. Cada Miembro de la Fraternidad Misionera de la Cruz sentirá la necesidad de recibir al Espíritu Santo, porque por medio de El descubrirá plenamente a Jesús y el modo de seguirlo y de comunicarlo a los demás. ¿En qué consistirá el amor al Espíritu Santo? El Espíritu Santo es la personificación del amor entre el Padre y el Hijo. Por esto nos enseña cómo se debe amar al Padre y al Hijo. El amor al Espíritu Santo consistirá en la identificación con El, con su modo de pensar, querer, obrar y sentir; con sus planes, sus propósitos, ambiciones y deseos. Identificándonos con El, nos entregaremos al Padre, a Jesús y a los hombres por amor. El fuego del amor divino alimentará continuamente el amor a Cristo, al Padre y a los hombres, especialmente en el misterio de su salvación. Este amor al Espíritu Santo tiene sus grandes ventajas. Primeramente suscita una oposición radical al pecado, como al enemigo número uno de Dios en el hombre. El pecado es un desvío hacia al mal, de los bienes inefables que Dios creó en el hombre. Algo que va totalmente contra la perfección de Dios. Por esto Jesús dice claramente: “¿Quién me convence de pecado?”

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El Espíritu Santo invitará a su amante a volver continuamente sobre sí mismo para pedir perdón de toda falta, sea pequeña o grande. Su objetivo es la santidad, la perfección en el bien obrar, sentir y ser. El segundo beneficio es un progreso continuo en la práctica de las virtudes, especialmente en el amor a Dios y al prójimo. El amante del Espíritu Santo recibe luces claras y bien definidas sobre el misterio de Dios en él y energías suficientes para seguir adelante en el servicio total del Señor y de sus obras en el mundo. Esta identificación con el Espíritu Santo es una fuente continua y rica en el desarrollo de la persona por medio del amor sea a Dios o al prójimo. Cada persona con base en el Espíritu Santo vivirá una vida personal en su don amoroso a Dios y al prójimo y se distinguirá de los demás por su grado de amor. Cada Miembro Misionero debe anhelar el envío del Espíritu Santo por el Señor. Él es el secreto de la santidad, de la entrega total y de la felicidad de vivir con base en el amor de Dios. No importa el precio. Es posible que este amor al Espíritu Santo sea una fuente de padecimientos pero la felicidad en el amante es total. Los Apóstoles sufrieron inmensamente por amor a Cristo, pero fueron felices. El secreto de la felicidad está en este amor propio al Espíritu Santo en cada Miembro Misionero. Cada Miembro de la Fraternidad no debe aburrirse sino perseverar con humildad, con confianza y abandono al Espíritu Santo. El amor hacia Él resuelve no solamente los problemas sino que inspira la línea precisa para una vida abundante y superabundante. Jesús vivió y aún vive la plenitud del Espíritu Santo, lo cual inflama su corazón con un amor capaz de dejarse clavar en la Cruz y de morir en ella. Este amor de Cristo anima a los amantes del Espíritu Santo. Él les incendia con su amor infinito y les transforma en fuegos de ardor en el servicio del Padre, de Jesús, de la Iglesia y de las almas. Que cada Miembro Misionero se confíe al Espíritu Santo como su amante sincero y recto. Granos de oro ¿Estamos convencidos de la necesidad del amor al Espíritu Santo? ¿Por qué? ¿En qué consiste el amor al Espíritu Santo? ¿Es una fuente de gracias y de bienes inefables para cada uno, la Fraternidad Misionera de la Cruz y las obras? ¿El Espíritu Santo es capaz de crear en nosotros el don total? ¿Por qué?

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El Cristo Vivo Para el Miembro Misionero y su misión en el mundo, el ideal misionero es el cambio en Cristo. Para lograr este cambio debe hacerse al conocimiento de que este Cristo vive en él y en los demás hombres. La Santísima Virgen tuvo esta luz sobre el Cristo vivo en Ella, por medio de la Encarnación. Ella sintió crecer este Cristo en Ella corporal y espiritualmente. San Pablo descubrió a Cristo vivo en sus miembros, en el camino hacia Damasco: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9,4). Para Pablo fue el momento decisivo de encontrarse con el Cristo vivo, quien le cambió plenamente en sus ideas, costumbres y objetivos de vida. En lugar de perseguir a Cristo se transformó en un instrumento de predilección para El. La voz de Cristo fue para él, el signo de su presencia vivencial: ya no estaba muerto sino vivo. Cada Misionero debe obtener el conocimiento de que este Cristo está en él. ¿Cómo? Puede ser por gracia de Dios, por el Espíritu Santo que crea en las personas este conocimiento, al estilo de los Apóstoles, en el día de Pentecostés. Ellos volvieron a vivir con el Cristo vivo en ellos, con quien habían tratado de persona a persona durante varios años. Esta luz sobre el Cristo auténtico les lanzó a la conquista del mundo para el Reino de Jesús. Cristo puede dejarse conocer como Cristo vivo por el estudio, porque Cristo es una personalidad única en el mundo. No hay otro Cristo en la historia ni lo habrá hasta el final de los tiempos. Puede ser por la fe. La fe habla continuamente sobre el Cristo vivo en sus amigos: “Es Cristo que vive en mí” (Gálatas 2,20). Una vez en posesión del conocimiento de Cristo vivo en sí mismo, empieza el cambio en El. Desde este momento nace el hombre nuevo, listo para todos los cambios en el Señor. El Miembro Misionero se revestirá de los poderes de Cristo y les utilizará para su misión evangelizadora. El gozará de la paz de Cristo, no en forma sentimental, sino con base en su personalidad divino-humana. Se sentirá en posesión del Autor de su personalidad y del mundo entero. Nada en él o fuera de él escapará al poder de este Jesús vivo en él. Ya no conocerá la soledad y se sentirá capaz de obras mayores que las que Cristo realizó en su vida temporal. El será el hombre más feliz del mundo y luchará para que los demás conozcan a este Cristo y se transformen Él.

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Por fin tomará conciencia de su misión propia de dar viva y nueva vida al hombre de hoy y de mañana. El irá madurando en su vida misionera y dará frutos abundantes y superabundantes. Se sentirá verdaderamente Misionero de la Cruz y de la Virgen en sus Dolores y entonces habrá nacido a la plenitud de su vida de ser fuente de la vida de Dios en muchas almas. Granos de oro ¿Me esfuerzo diariamente para que nazca en mí este Cristo vivo? ¿Me siento con energía suficiente para entregarme a Cristo vivo, sin volver jamás sobre mí mismo? ¿Fiel con Cristo hasta la Cruz?

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La Cruz de Jesús y mi alma Jesús en la Santa Cruz es para nosotros el Cristo perfecto, es Jesús en la plenitud de su vocación y de sus virtudes. La Resurrección no hace sino rodear a Jesús con todo el esplendor debido a su Cruz en el Calvario. Es la coronación de su sacrificio completo en la Santa Cruz. Nuestro ideal, y nuestro ideal perfecto es Jesús Crucificado, es la contemplación y admiración de Jesús en todas sus perfecciones y sus virtudes elevadas a su máxima perfección en la Santa Cruz. El Rey de amor de mis sueños, es Jesús en la Santa Cruz. Allá está en su mayor belleza y amabilidad, coronada de piedras preciosas, Rey de los Cielos y de la tierra, antes de su glorificación. ¿Qué es lo que Jesús nos enseña desde su Santa Cruz? Ya hemos considerado cómo Jesús en la Santa Cruz es el ejemplo del valor absoluto de nuestra vida, que consiste en ofrecernos a Jesús para, en unión con El y por medio de Él, ofrecernos total y libremente a la Santísima Trinidad. En Jesús, en su Santa Cruz vemos realizado el ideal de nuestro sueño, de nuestra vida comprometida. Por esto debemos ir a Jesús allí donde está en su belleza más espléndida para nosotros, en su amor perfecto a Dios y a los hombres, en la Santa Cruz. Por el mismo hecho Jesús crucificado vendrá a vivir en nosotros, con todas sus virtudes, sentimientos y deseos y más particularmente con su amor a Dios y a los hombres. La Cruz de Jesús, Jesús Crucificado, se cambia para nosotros en la Luz Divina para nuestra alma y para los hombres. ¿Cómo se realizará la vida de Jesús en nuestra vida? Porque es este el ideal de nuestra vida misionera.

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Jesús Crucificado vendrá a vivir en nosotros, copiando en nosotros mismos su imagen, su imitación perfecta como Crucificado, como el tesoro máximo de nuestra vida: “Donde está tu tesoro, allí también está tu corazón”. (Mateo 6,21). Nuestro corazón debe estar en Jesús. Debemos vivir en la presencia de Jesús, como en presencia del Amigo, del Amigo Divino, pero no en una forma pasiva. Nuestra presencia es la de un total interés. Queremos conocer a Nuestro Amigo en su doctrina, sus misterios y sus acciones. Queremos estar con Jesús, para identificarnos con El. Debemos seguir los pasos de Jesús desde su nacimiento, a través de su vida pública, hasta sus últimas palabras en la Santa Cruz, que son para nosotros el testamento de su herencia espiritual. Nuestra vida no es sino un esforzarnos para reproducir en nosotros la imagen de Jesús Crucificado. Es en la Santa Cruz donde encontramos a Jesús en su expresión más bella, más sublime y más divina. Allá escuchamos sus últimos deseos, que dominan toda su vida y doctrina, como son el amor a los hombres, a todos los hombres, también a sus enemigos, su amor a su Madre, su amor a su Padre. De la Santa Cruz nos vienen los principios por excelencia de nuestra vida espiritual: el amor a los hombres, el amor a María, a quien aceptamos como nuestra madre y el amor a nuestro Padre Celestial. “En tus manos” son las últimas palabras de Jesús. Ellas contienen de modo perfecto su testamento espiritual. Ellas son para nosotros la coronación de nuestra vida espiritual, el objetivo de nuestro ser y de nuestra vida espiritual. Todas nuestras fuerzas deben dirigirse a la realización del contenido de estas palabras: “En tus manos”. Ellas forman la característica de nuestro espíritu, características que deben reflejarse dentro y fuera de nosotros y deben diferenciarnos o distinguirnos de los miembros de otras organizaciones. Nuestro espíritu, es decir, nuestro modo de pensar y sentir consiste en este abandona filial de nosotros mismos, con todo lo que somos y poseemos, individualmente o en conjunto, en las manos del Padre, libres de nosotros mismos, en el mundo y de todo lo que no es de Dios, sea en nosotros o alrededor de nosotros. He ahí lo que es Jesús en la Santa Cruz para nosotros. Él es la imagen ejemplar de nuestra santificación, de nuestra identificación con Él, de nuestra perfección espiritual en la tierra.

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Debemos estar al pie de la Cruz con María, es decir, muertos a nosotros mismos, al mundo y a lo que no es de Dios. Muerte que es principio de toda vida sobrenatural verdadera y eterna, es decir, de la vida de don total e incondicional a Dios Padre, en la Santísima Trinidad. “En tus manos”… somos tus hijos, pequeños y confiados, reconociéndote nuestro Dios, como Padre y amándote como hijos muy amantes, con la libertad de la muerte, a todo lo que no es de Dios. “En tus manos”… En la vida y la muerte, en alegrías y tristezas, en éxitos y contratiempos: “En tus manos”. Somos tuyos, oh Dios, y así nos sentimos contentos y plenamente satisfechos. Granos de oro ¿He descubierto a Jesucristo en mí? Jesús en su “Yo” personal maneja todas las riquezas de su ser divino y de la creación. ¿Vivo con este “Yo” de Jesús o con base en sentimientos míos?

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La Madre de los Dolores

Nos llamamos hijos de la Madre de los Dolores, porque para nosotros la Virgen María es, en sus Dolores, más especialmente al pie de la Cruz la Madre de Dios y de los hombres en la más alta perfección de sus virtudes y libertad, lo más íntimamente unida con la perfección de las virtudes de Jesús en la Santa Cruz. En la Inmaculada Concepción contemplamos a la Virgen María adornada con todas las virtudes, las más variadas en número y en cualidad, pero al pie de la Cruz podemos admirar a la Virgen con todas sus virtudes desarrolladas en plena perfección y madurez, lo que explica nuestro amor, principalmente en estos tiempos, hacia María, Madre de los Dolores. Nuestra época necesita más que nunca de luz, fuerza y perfección. Por esto debemos ir a las fuentes más profundas de la Luz de Dios sobre la tierra. María es, al lado de Jesús y por medio de Él, la luz más fuerte y el reflejo más puro de la luz celestial de Dios sobre la tierra. Por esto María, como Madre de los Dolores, es por excelencia, la Maestra de nuestra perfección espiritual. “María estaba al pie de la Cruz”. ¡Con cuánta realidad pudo la Virgen apropiarse de las últimas palabras de Jesús! Más que nunca quiso la Virgen unirse con su Hijo, que proclamaba, en unas pocas palabras, su ideal de vida por encima de los presentes. Jesús supo que la única persona que le entendía totalmente y que le imitaría era su Madre y Nuestra Madre, María. Ella procuraba vivir en su vida, del modo más absoluto los ideales y los motivos de vida de su Hijo: amor a los hombres, amor a su Hijo, Jesús, amor al Padre: “En tus manos”. Ella realizaba, como no lo ha hecho nunca nadie, este abandono incondicional al Padre, ahora que su Hijo, su Hijo Divino, iba a ser quitado a su afecto.

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¿Quién podría reemplazar a tal Hijo? Ciertamente no un hijo de los hombres, ni aún San Juan, el amigo íntimo de Jesús, porque no era sino un hombre de sangre y carne, así como nosotros. ¿Quién podrá comprender a María, sentir y vivir con Ella, su vida tan infinitamente superior a todo lo humano? Nadie. Ella tendrá que dirigirse a Dios, para encontrar otra vez a su Hijo y para poder amarle como antes y no sentirse sola en su grandeza sobre esta tierra. Ella es ahora del modo más absoluto la Hija de Dios, libre de la tierra, libre de los hombres, libre de todo lo que no es Dios. ¡Soy tuyo, oh Padre y solamente tuyo! Para llegar a esta grandeza sublime tenía que pasar, así como su Hijo, por el Sacrificio del Calvario. El Calvario fue para Ella la ofrenda, el holocausto perfecto de su ser a Dios. Para ello tuvo que desprenderse de sí misma y del Ser que valía para Ella infinitamente más que su propia vida, de su Hijo, de su Jesús. Por esto María al pie de la Cruz es para nosotros la luz más bella y más irradiante de Dios sobre la tierra, después de Jesús, Hijo de Dios. Ella escogió infinitamente por encima de su propia voluntad y ser, la santa y adorable voluntad de Dios. Soy tuyo, Padre y solamente tuyo: “En tus manos”. Libre de todo el mundo y de todo, libre del Hijo suyo, para encontrarle de nuevo en la adorable Trinidad. Esta doctrina es la que vale para nosotros en la Madre de los Dolores, porque muestra a María como ejemplar completo y perfecto, con Jesús, de nuestro ideal secular misionero y santificador. Debemos ser hijos de Dios, a ejemplo de María, “En tus manos”, totalmente abandonados en las manos del Padre Celestial. Interpretando las palabras de Jesús a su Madre y Madre nuestra al pie de su Cruz, podemos darnos cuenta de una lección muy profunda para nosotros los hijos de modo especial de Nuestra Madre de los Dolores. Jesús da su Madre a San Juan al pie de la Cruz, es decir, como Madre de los Dolores o Madre por excelencia del amor divino, porque tuvo que practicar el amor de Dios y de los hombres en grado sumo, al estilo de Jesús su Hijo. En estos momentos la Virgen es asociada a Dios como fuente principal, con Jesús, de todo amor sobrenatural a Dios y a los hombres, porque es en la Cruz de Jesús y al pie de la Cruz, donde florece otra vez el árbol de la vida.

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Jesús nos dio a su Madre como Madre de la vida sobrenatural de la gracia. No podemos dudar un instante de este hecho y por esto queremos a la Virgen María como a nuestra Madre, como Madre de nuestra vida sobrenatural de la gracia. Jesús nos dio a su Madre, en San Juan, con esta intención y voluntad. Debemos entender bien esta última voluntad de Jesús. María nos ha sido dada como Madre y San Juan fue dado a María como hijo, quien reaccionó como hijo bueno y noble aceptando a María bajo su techo y cuidando de Ella, como de su Madre. María, muy seguramente, cumple actualmente con su maternidad espiritual y con la perfección de una Madre divina; importa, pues, ver si nosotros hemos cumplido con el oficio de San Juan. ¿Hemos recibido a María y la hemos tratado como a nuestra verdadera Madre? ¿Le hemos dado posada en nosotros, en nuestro corazón y la hemos cuidado con piedad filial? ¿Nos hemos entregado a Ella con todo nuestro amor? Esta pregunta resuelve probablemente el problema de nuestro amor a María y por el mismo hecho nuestro amor filial a Dios. Introduciendo a María en nuestra alma y vida seremos sus hijos verdaderos, hijos del Padre, hermanos de Jesús, en su Santa Cruz: “En tus manos”. Seremos totalmente del Padre Celestial, capaces de levantarnos por encima de nuestra pequeñez humana y de atraer a los hombres al amor del Padre. Con toda facilidad nos uniremos a Jesús, en su don al Padre: “En tus manos”. Meditemos sobre estos hechos. ¿María ha tomado posesión de mí? ¿Yo la he dejado entrar en mi corazón? ¿Me he santificado por Ella, para sus intereses y felicidad? Naturalmente iremos a los demás hombres, porque las preocupaciones de nuestra Madre son para todos los hombres, pues todos son en su Hijo, hijos de Dios y por el mismo hechos hijos suyos. El fuego de nuestro amor apostólico se incendiará en las llamas del amor apostólico de nuestra Madre de los Cielos, porque al pie de la Cruz María fue constituida Madre de todos los hombres, por medio del sacrificio sublime de su hijo. ¿Y qué desea María, sino que todos los hombres se salven? Comprendamos esta profunda realidad y seamos hijos, verdaderamente misioneros de la Madre de los Dolores, engendrados en el corazón de María al pie de la Cruz de Jesús, así como lo son todos los hombres que piden redención y eternidad.

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Por estas razones es María, Madre de los Dolores, el modelo perfecto con Jesús de nuestro espíritu y perfección: “En tus manos”, como también la Madre de nuestra vida evangelizadora. Debemos querer tomarla en nuestro corazón y alma, es decir vivirla en nuestra vida, así como San Juan y por medio de nosotros queramos darla a las almas, porque somos verdaderos Misioneros, reconociendo en las almas, a María, de la cual queremos cuidar como de nuestra mejor y más amable Madre de los Cielos. Granos de oro ¿Considero a María, como Madre de Jesús, de la Iglesia y de las almas? ¿Tengo una verdadera devoción hacia Ella?

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Estoy Crucificado con Jesús en su Cruz Es el lema de nuestra obra, la obra de Dios. Es de la mayor importancia para nosotros entender bien y de modo profundo el sentido de nuestro lema. Podemos estar clavados con Jesús en la Santa Cruz, por las circunstancias, las penas, los contratiempos de la vida y alguna vez hasta por el martirio, que no es imposible en nuestros tiempos. Lo que vale para la vida eterna no es el sufrimiento, ni la tristeza, ni las dificultades, sino “sufrir con Jesús”. ¡Cuántos hombres sufren sin méritos y hasta con mala voluntad! Nosotros sufrimos con Jesús: estamos clavados en la Cruz con Jesús. Lo más importante para nosotros es identificar nuestro corazón con el corazón de Jesús en la Santa Cruz. De allí el alma de nuestro lema: “En tus manos”. Queremos apropiarnos de los deseos y de los sentimientos de Jesús en su Santa Cruz. Jesús sufre y muere en la Cruz como expresión máxima de la vida humana y del ser humano en presencia de Dios. La vida de Jesús es su vida de acción de gracias, súplica, adoración y expiación. Queremos penetrar en las disposiciones de Jesús en su Santa Cruz, para identificarnos con ellas. “Crucificado”… En esta identificación ha de consistir mi crucifixión con Jesús y mi voluntad de colocar mis manos en las manos de Jesús, mis pies en los pies de Jesús, mi corazón en el corazón de Jesús.

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Queremos dar a Jesús nuestro espíritu y nuestra voluntad para permitirle renovar su vida de Crucificado en nuestra vida. Su vida, “En tus manos”, de abandono total al Padre en expiación, acción de gracias, adoración y súplica. Queremos concretar esta vida de Jesús en nuestra vida, en las acciones de cada día, de cada momento, así como Jesús vivificó su vida desde el primer instante hasta el último en la Santa Cruz, con sus pensamientos, sentimientos y deseos. Como para Jesús se van fortaleciendo y enriqueciendo los motivos de la vida de Jesús en nuestra vida. Jesús dio la máxima plenitud de vida a estos motivos de adoración, expiación, súplica y acción de gracias al morir en la Santa Cruz: “En tus manos”. Necesariamente, si queremos ser verdaderos Miembros Misioneros de la Cruz, debemos llegar a la misma meta de Jesús: “En tus manos”. Yo me doy al Padre en adoración, expiación, súplica y acción de gracias, hasta el don total de mí mismo. “En tus manos”, ya por medio de una vida tranquila y silenciosa, como para una Santa Teresa del Niño Jesús, ya por medio de una vida de dolores y sufrimientos o por el martirio. Dios nos ayudará a realizar nuestro ideal de vida: “En tus manos”. Él nos despojará de nosotros mismos. Él nos guiará hasta la muerte de nosotros mismos en imitación de Jesús, para ofrecerlo todo a Él en un holocausto perfecto de expiación, acción de gracias, adoración y súplica. Por esto queremos renovar los sentimientos profundos de Jesús en la Santa Cruz y hacer de nuestra vida un perpetuo: “En tus manos” de felicidad, alegría, silencio, tranquilidad y equilibrio, porque nuestra vida refleja de modo perfecto las razones profundas de nuestra existencia humana en la tierra y se identifica plenamente con la vida de Jesús y los motivos de su vida en la tierra. Podemos gozar con Jesús de la misma felicidad en este mundo, porque estamos totalmente identificados con El. Unidos con Jesús nos será fácil vivir según el espíritu de sus sentimientos en la Santa Cruz. Hemos de practicar la expiación, también en nuestra carne, en nuestras mortificaciones; hemos de adorar a Dios en nuestra vida de oración, buscando y hallando el tiempo para rezar y utilizando nuestra vida de oración reglamentaria para unirnos con Jesús en la adoración, la súplica, la expiación y la acción de gracias al Padre de los cielos.

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He aquí la esencia de nuestra vida espiritual: unidos con Jesús Crucificado, participando interiormente de sus pensamientos y sentimientos, ofreciéndole todo a Jesús; lo poco o lo mucho que somos o podemos: “En tus manos”. Este es el alma de nuestra vida personal y también el lema de nuestra vida evangelizadora porque por medio de la unión íntima con Jesús Crucificado atraeremos, lo mismo que El, el prójimo a nosotros; para algunos este hecho se realizará ya en su vida, pero para todos, será después de esta vida. Nuestra vida de evangelización se forma como en la fuente de su existencia, en esta vida de crucifixión de Jesús, porque se alimenta con el amor de Jesús en su Santa Cruz, amor a Dios y a los hombres. Jesús se ofrece a su Padre, pero a la vez en nombre de los hombres, por ellos. No solamente Jesús se dio a los hombres en su vida mortal, sino que El, según San Pablo, vive en los Cielos intercediendo por los hombres, mostrando a Dios sus heridas, como voz de auxilio y de gracia en pro de los hombres. Nosotros también nos ofrecemos con Jesús, a Dios, Santísima Trinidad, en nombre y en beneficio de los hombres, por amor de Dios y de los hombres, bajo cualquiera forma y del modo más adaptado a las necesidades de los tiempos actuales. El amor de Jesús Crucificado nos llama a idéntico amor, para entregarnos al Padre y a los hombres, por amor al Padre, porque es voluntad de Nuestro Padre que está en los cielos, facilitar a todos los hombres la redención y la salvación por medio de la vida y muerte de su Hijo, como también por medio de nuestra vida. Es este el sentido auténtico de nuestro lema; “Estoy clavado con Cristo en la Cruz”. Granos de oro ¿Me dejo formar por Jesús en la Cruz? ¿He logrado la paz, el amor de Jesús en la Cruz?

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La Santa Iglesia ¿Qué es la Iglesia? La Iglesia es la prolongación de la vida de Jesús, de su existencia en el mundo, en el purgatorio y en el cielo. Es la vida de la gracia de Jesús que vivifica las almas de los bautizados, las almas de buena voluntad. Es Jesús que continúa su vida en sus miembros. La Iglesia es por excelencia el fruto, el fruto maduro de la pasión y de la muerte de Jesús en la Santa Cruz. Jesús ofreció para Ella todo lo que pudo darle como Dios-Hombre: su vida, su existencia bajo la forma de un amor infinito e inconmensurable. El amor de Jesús produjo una inundación del amor de Dios sobre los hombres de buena voluntad, en las almas más favorecidas con la amistad divina y con su vida. Jesús murió por todos los hombres. Jesús dio su sangre para regalar la vida divina a todos los hombres, de todos los tiempos. El corazón de Jesús traspasado por la lanza sangró sangre y agua, como símbolo de la vida nueva, que nació del corazón de Jesús, por medio de las aguas del bautismo y los canales del sacrificio sangriento de Jesús. Para nosotros, la Iglesia es Jesús, pero Jesús en la Santa Cruz, donde se sacrificó totalmente a su Padre, por la salvación de las almas, en medio de los sufrimientos más dolorosos e incomprensibles. Por esto podemos amar tanto a las almas, porque son el fruto de la Cruz de Jesús, porque vemos en las almas el costado traspasado de Jesús, es decir, su corazón que sangró hasta la muerte por amor. Queremos a las almas con el amor apasionado de Jesús en su Cruz, amor que habló un lenguaje de toda claridad y fuerza. Si amamos a Jesús en su Santa Cruz, si queremos llevarlo en nuestros corazones, por pequeños y débiles que sean, debe arder en nuestras almas, así como arde en el corazón de Jesús, un amor infinitamente grande hacia las almas, capaz de dejarse traspasar con la lanza del dolor o de la muerte por la salvación y la redención de las almas.

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Por esto no debemos sorprendernos como Miembros Misioneros de la Cruz y de Nuestra Señora de los Dolores, de sentir y experimentar en carne viva la lanza que traspasará también nuestras almas, para que salga agua con sangre, como medios por excelencia de gracia y de redención. Esta transfixión de la lanza será moralmente auténtica y verdadera para todos los miembros de la Obra de Dios, pero se producirá en unión con Jesús, por los mismos fines de glorificación de Dios, por y en nosotros para redención nuestra y de los hombres. Las circunstancias de la vida de cada uno de los Miembros Misioneros los conducirán al don total de sí mismos, sobre la Santa Cruz, por lo menos cuando lleguen a vivir según el espíritu de la Cruz de Jesús, animados con su espíritu y su voluntad, en imitación perfecta de Nuestro Señor. También nos enseña Jesús desde las alturas de su Cruz, como debemos amar a la Iglesia en el silencio, en la paciencia y a veces en el combate, pero siempre con dignidad, nobleza y equilibrio, porque nuestra fuerza nos viene de quien es nuestro ser y nuestra vida. Estamos ofrecidos con Jesús en todos nuestros miembros, en nuestras facultades espirituales y sentimentales, para vivir con los pensamientos y la voluntad de Jesús en su Santa Cruz, de modo que nada se pierda de nuestros actos, por insignificantes que sean. Todo lo que somos se une en el sacrificio supremo de Jesús: “En tus manos”. Luchamos, sufrimos, trabajamos, descansamos y rezamos con esta paz eterna de la voluntad de Dios: “En tus manos”. Todo es Tuyo y para Ti, Jesús. Mi voluntad es obrar siempre en Jesús y por Él, porque es el Único plenamente agradable a Dios, imagen auténtica de nuestra filiación divina. Queremos vivir en Ti, oh Jesús, para la Iglesia, identificados con tus sentimientos hacia Ella. Amamos a todas las almas, pero más especialmente a las almas más alejadas de Ti, por sus pecados, por circunstancias de lugar y tiempo, de pobreza o de riqueza, de ciencia o de ignorancia. Queremos acompañarte hacia las masas abandonadas, que necesitan siempre de tu compasión: “Tengo misericordia con la multitud”. Sabemos que siempre estás buscando, oh Jesús, a las masas que van sin pastor o bajo la conducción de pastores malos. Nuestro amor va hacia las almas, que Te buscan y no Te encuentran porque se desviaron de la ruta de la verdad, o hasta ahora nunca Te habían buscado.

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Nuestra predilección va hacia las almas de las masas de nuestras ciudades y pueblos, más especialmente de nuestros barrios abandonados de las grandes ciudades y de los pueblos, por todo el mundo. Donde haya necesidad, allá queremos estar presentes. La necesidad de la Iglesia nos encontrará siempre listos para ir donde se nos pida ir, aunque no nos agrade mucho tal o cual trabajo. Somos Misioneros, trabajadores de la viña del Señor, que vamos donde se nos llame, pero nuestro afecto más grande será para las almas abandonadas, dispersas en el mundo entero que tienen hambre y sed de amor de Jesús, tanto en su cuerpo como en su alma. Iremos donde se nos llame porque somos una fuerza de combate al servicio activo de la Iglesia de Jesús. La actividad externa al servicio de la Iglesia debe estar rodeada de una vida de oración profunda en unión con Jesús. Es la vigilia de Getsemaní. Vigilamos con Jesús en su oración de Getsemaní, oración que precedió al Viacrucis y que hizo posible el camino hacia el Calvario. Jesús rezó en el Jardín de los Olivos para obtener de su Padre la fuerza de ánimo en el cumplimiento de la voluntad del Padre, y por medio de la oración fervorosa de todo su Corazón, Jesús recibió el consuelo, la fortaleza, la voluntad y la resignación para empezar su viacrucis y coronarlo con su sacrificio del Calvario. Del mismo modo estamos en el servicio de la Cruz de Jesús, rezando con Jesús en el Jardín de los Olivos para que Dios nos de fuerzas y perseverancia en nuestro sacrificio de la Cruz y fortalezca a todos los Misioneros y los haga capaces de llevar la Cruz de Jesús a través del mundo, para plantar el Reino de Dios y salvar las almas. El oficio de oración y de penitencia será más especialmente la obligación de los Miembros contemplativos, que se separarán más del mundo, para vivir la vida de Jesús Crucificado en las casas de convivencia, para que ellos mismos reflejen en su vida a Jesús Crucificado y para que los activos vivan de la misma vida de Jesús en la Santa Cruz y para que las almas, y más especialmente las más abandonadas ya en el mundo o en el purgatorio, gocen un día de los frutos de la vida de Jesús en su Santa Cruz. Debemos fomentar un gran amor hacia las almas de los difuntos y más particularmente hacia las almas más abandonadas del purgatorio. En estas almas queremos también amar a Jesús en su Santa Cruz, y de verdad el primer acto de Jesús después de morir, fue visitar a los justos del Antiguo Testamento que esperaban la redención en el Limbo.

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Y así, en unión con Jesús, bajamos diariamente al lugar de sufrimiento, el purgatorio, donde los justos sufren para expiar las culpas de sus pecados y sus faltas leves, con el fin de consolarlos, fortalecerlos, sostenerlos y salvarlos con nuestra oración y sacrificio; y ciertamente estas almas se complacerán en nosotros, felices de ayudarnos en la redención y la salvación de las almas más abandonadas. Nuestra voluntad es estar íntimamente unidos con la Iglesia de Jesús en la tierra, el purgatorio y los cielos. Jesús goza infinitamente de su Amor en la Santa Cruz, por la presencia de los redimidos en los Cielos. Ellos son la coronación de su Obra, su consuelo, su alegría y felicidad. Su vida florecerá eternamente en los espíritus y los corazones de los escogidos. Nosotros queremos vivir la vida de la Cruz de Jesús, pero con el consuelo de los cielos. Viviendo con Jesús estamos seguros de triunfar con Jesús en los Cielos. Estamos con Jesús en medio de los escogidos, nos regocijamos con El y estamos convencidos que Jesús nos oirá por medio de los Santos. Por tanto nuestra devoción a los Santos. Son ellos el gozo y la felicidad de Jesús y por esta razón son todopoderosos sobre su corazón. Los santos deben atraernos hacia Jesús porque nos convencen de la verdad de los ideales de Jesús y de la vida con Jesús. Jesús en la Santa Cruz nos enseña la única vida verdadera en este mundo, por medio de la cual, encontramos la paz y un día la eterna felicidad. La devoción a los Santos debe movernos a imitarlos y fortalecernos en nuestro amor a Jesús Crucificado, para salvarnos nosotros mismos y salvar a las almas. Obrando así nos consolará Jesús, como hizo con el Buen Ladrón: “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”. (Lucas 23, 43) La Cruz de Jesús es para nosotros, Jesús en su Cruz, con su corazón, su mirada e ideales de amor. Con el pensamiento y el corazón de Jesús consideraremos a los hombres de hoy y del mañana. Con las miradas de Jesús, en su Santa Cruz contemplaremos a los hombres en la presencia de Dios y frente a la eternidad, en el cielo, el purgatorio y esta tierra, con Dios o contra Dios; y les amaremos más especialmente con el corazón de la Iglesia, que representa a Jesús entre los hombres.

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Amaremos a la Iglesia con Jesús como Él la amó desde las alturas de la Cruz con el don total de nosotros mismos, puestos al servicio de la Iglesia. Queremos amar y sacrificarnos de modo especial por los que representan a Jesús de modo más inmediato: por el Papa, cabeza de toda la Iglesia; los Obispos, padres de las Iglesias particulares; los sacerdotes con sus Iglesias locales, y en fin por todos los miembros de la Iglesia, en este mundo, o en el purgatorio. ¿Mi amor es verdaderamente idéntico al amor de Jesús para las almas de todos los hombres y para su Iglesia? ¿Amo a las almas, a la Iglesia en unión perfecta con Jesús Crucificado, es decir estoy listo para ofrecerlo todo, también mi vida, a la Iglesia de Jesús, como me lo pida la santa Obediencia? ¿Mi amor es igual al amor de Jesús, es decir, calmado, abnegado, alegre, fuerte, como holocausto al Padre, a la Santísima Trinidad, a la gloria de Dios y como medio de mi salvación y de las almas? Debo imitar el amor de Jesús, pronto al combate, hasta la muerte, pero: “En tus manos, Señor”. Granos de oro ¿Me siento feliz de pertenecer a la familia de Dios, que es su Iglesia? ¿Me siento responsable con Ella de la salvación de las almas?

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Las Almas abandonadas en la Fraternidad Misionera de la Cruz

En el mundo La Obra Misionera se dirige especialmente a las almas abandonadas. Nuestro Señor sufrió inmensamente del abandono de su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?” (Mc. 15,34). Las almas abandonadas en el mundo de Dios Nos preguntamos: ¿quiénes son las almas abandonadas? No siempre son las que nosotros pensamos. ¿Quién iba a pensar que Jesús se había sentido un alma abandonada por parte de su Padre? Este hecho es supremamente importante para discernir las diversas categorías de las almas abandonadas. Normalmente son las almas más cercanas a Dios, que se sienten más abandonadas, porque Dios permite que experimenten la soledad de su Hijo en la Cruz. San Pablo no sabía qué hacer en medio de sus tormentos. El Apóstol solicitó al Señor su intervención para liberarle de sus tribulaciones terribles. Pero el Señor le contestó: “Bástate mi gracia, porque el poder mío brilla y consigue su fin por medio de la flaqueza” (2 Co 12, 7-9). Así se pueden nombrar miles de santos y todos tuvieron sus pruebas de infinita soledad. Dios se deja conocer lentamente por los santos en medio de los problemas, hasta que por fin descubren su amor infinito a través de las dificultades atroces y empiezan una vida de una fecundidad espiritual muy excepcional. Estas almas se encuentran en los ambientes, que nos parecen totalmente libres, de esta clase de experiencias, como son los sacerdotes, los religiosos y laicos que buscan sinceramente a Dios. Son personas que merecen toda nuestra atención y hacen parte de nuestra familia de almas abandonadas. Ellas tendrán que encontrar en nuestra Fraternidad paz, consuelo y luz orientadora, porque en la Cruz descubrirán a Cristo en su infinito amor, capaz de entregarse al Padre y a los hombres, hasta en su íntimo suspiro. “En tus manos”.

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Por esto la Fraternidad abre sus puertas a todas estas personas necesitadas del calor de Cristo en la Cruz. Las almas abandonadas alejadas de Dios Después consideramos como las almas abandonadas a aquellas conscientes de su estado pecaminoso, pero de quienes nadie se ocupa. Ellas no saben qué camino escoger y fácilmente se desvían hacia toda clase de invitaciones por parte de sistemas, religiones, sectas, etc. Ellas nos pertenecen y exigen un personal capaz de detectarlas, con el fin de introducirlas en el seno maternal de nuestra Iglesia Católica, con mucho amor, ofreciéndoles el amor infinito de Jesús, siempre listo para perdonar, consolar y llevarlas hacia su Padre. Las almas abandonadas sin Dios Por fin existe la gran masa de las almas abandonadas que ni tienen idea de su estado de soledad, de abandono y de miseria espiritual. Nadie se interesa en ellas, ni se preocupa por buscarlas. Ellas son nuestra herencia por excelencia. Son las más difíciles para conducir al Señor y para salvarlas. Inconscientes de su estado, son fácilmente un peligro para los mismos evangelizadores. Esta circunstancia supone un carácter muy unido al Señor y a su Iglesia. Estas diversas categorías exigen espíritus y corazones de fe preocupados de cumplir una misión redentora con mucha responsabilidad. Este hecho obliga a todos los Miembros de la Fraternidad a una vida sincera, recta y verdaderamente unida a la voluntad salvífica de Jesús. Jesús se ocupará de ellos y les formará en su escuela como “Discípulos” auténticos, conocedores del camino a seguir. El camino es Jesús con su vida de amor, de oración, de sacrificio y de penitencia. Nadie puede cambiar este “Camino” por otro. Sin embargo, los frutos no tardarán. Jesús mismo nos toma de la mano. “Si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (Jn. 15, 20). No será tan fácil la tarea de guiar a las almas abandonadas al rebaño del Señor. “Pero para Dios, nada es imposible” (Lc. 1, 37). Las almas abandonadas en el Purgatorio La Iglesia Católica enseña claramente que después de esta vida hay un lugar de purificación para las almas que mueren en gracia de Dios, pero sin estar listas a entrar en convivencia con Dios. Las almas que se convierten a Dios, no gozan inmediatamente de una perfección de virtud, que las capacitan para evitar cualquier falta y practicar todas las virtudes. La persona pecaminosa se purifica

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lentamente después de convertirse y poco a poco logra practicar las virtudes a la perfección. El purgatorio es un lugar de purificación que prepara a las personas a una vida digna de la santidad de Dios. Las almas no pueden merecer para ellas mismas pero pueden ser socorridas por la Iglesia y sus feligreses en este mundo. Por esto la preocupación de la Fraternidad Misionera de la Cruz de ir al encuentro de las almas más abandonadas del purgatorio. Ellas son las mejores intercesoras en pro de las almas abandonadas de este mundo. Cada casa de la Fraternidad ofrece cada mes una Misa por las almas abandonadas de este mundo y otra por las almas abandonadas del purgatorio. Todos los miembros de la Fraternidad ofrecen cada mes la Sagrada Comunión, una vez por las almas abandonadas en el mundo y otra por las almas abandonadas en el purgatorio. Estas costumbres mantienen el espíritu de amor y de fervor en la Fraternidad Misionera, hacia las almas abandonadas, que pertenecen a nuestra familia espiritual por derecho propio. Granos de oro ¿Nos damos cuenta de que las almas abandonadas nos facilitan una vida de unión íntima con el Señor por la llama y el ardor del amor? ¿Hemos discernido bien cuál es el camino preciso en la conquista de las almas abandonadas?

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El Espíritu de la Evangelización Lo que anima la evangelización es la manifestación del Cristo vivo, el Cristo de la Cruz y de la Resurrección, el Autor de la nueva vida. Cristo realizó la obra completa de la salvación de las almas. Él se entregó a su Padre hasta la Cruz y envió a su Espíritu, con el fin de salvar al hombre del pecado, de la muerte y ofrecerle con el perdón del pecado, la herencia propia de la filiación divina. La vida de Cristo llegó a su plenitud en su amor de la Cruz, aceptada para dar al hombre la nueva vida de la gracia, de la posesión de Dios. Cristo, en unión con el Padre, quiso la redención del hombre: por esto la Cruz y la Evangelización. El porqué de la Cruz y de la Evangelización es la salvación de las almas. El espíritu que anima, desarrolla e inflama la evangelización es la salvación de las almas. El papel principal de la Fraternidad Misionera de la Cruz es volver a la Iglesia el amor a las almas. La evangelización incluye al hombre integral, cuerpo y alma, individuo, sociedad y familia, pero bajo la luz poderosa de la salvación de las almas. El hombre puede hacerse a una vida de bienes inmensos en este mundo: profesión, carro, casa y chequera con millones, pero si pierde su alma. ¿Para qué? Nuestra misión es lograr que el hombre viva el Cristo vivo, quien le transformará en hijo de Dios, con opción sobre su herencia. La evangelización influirá nuestra santificación y viceversa. Ella formará Miembros Misioneros de alta calidad, que se inspiren en el amor de Cristo en la Cruz. Su amor a la Cruz no corresponde a un amor sentimental, ni puramente humano, ya que es un amor inspirado por su Padre, capaz de los sufrimientos de la Cruz con el fin de obtener de Él el perdón y la salvación de las almas. Jesús acepta a su Padre en su amor al hombre, y al hombre en posesión del amor de su Padre, que es el origen de la herencia divina. Esta visión estimula al Cristo de la Cruz, al Cristo vivo, preocupado de la vida nueva del hombre en el seno de la filiación divina. El Misionero de la Cruz que obtiene de Jesús esta visión sobre su corazón amante, ya no muere en su amor a Jesús y a las almas. El crecerá continuamente en amor, que lo capacita para vencer los obstáculos más grandes en su amor a Cristo y a las almas. El amor de Cristo en la Cruz le inflamará, le incendiará y

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fortalecerá hasta entregarse en un don total y perfecto al Señor y a su Obra redentora. El espíritu de la Cruz aumentará en él la sed de las almas y le inspirará una vida de amor incomparable, listo para unirse con Cristo hasta en el abandono del Padre. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc. 15, 34). La evangelización es por excelencia la atracción de la Vida Misionera, porque es el principio, la luz, el desarrollo de su misión misionera. Ella es su arma por excelencia para salvar las almas y para santificarse en pro de su salvación personal. Él se salvará salvando a los demás. En este amor a Cristo y a las almas, él gozará de la felicidad de los apóstoles: felices de poder sufrir por Jesús (Hechos 5, 41). El penetrará este Cristo vivo que quiere vivir su vida en cada Miembro Misionero con sus deseos, combates, propósitos, penas y alegrías. El en su amor a Él y a las almas, se abrirá a este Cristo vivo, viviendo con El los secretos de su corazón. Descubrirá en sí mismo, a este Cristo vivo, que se le entrega desde lo más íntimo de su corazón, suplicándole no abandonarlo, sino revestirse de Él para vivir de su amor al Padre y a la salvación de las almas. Cada uno de los Miembros Misioneros de la Cruz debe descubrir a este Cristo vivo quien lo invita, lo estimula y lo envía a las almas. El Espíritu Santo reveló este secreto del Cristo vivo a los Apóstoles, a San Pablo y a tantas almas y les transformó en fuegos de ardor en el servicio del Señor. La fuente de la Vida Misionera está escondida en el misterio de la evangelización: “Ay de mí si no evangelizare” (1 Co. 9, 16). Sea ella el alma de la Vida Misionera y de su misión a cumplir. Granos de oro ¿Me siento lleno de este Cristo vivo, que me solicita mi corazón para comunicarse conmigo? ¿Estoy decidido a entregarme plenamente a la evangelización para la salvación de las almas?

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El deseo de perfección Desde la cima de la Cruz de Jesús puedo fácilmente darme cuenta y conocer de modo seguro el camino, la ruta que me llevará a la perfección. Jesús fue clavado a la Cruz y murió en ella. Podemos afirmar que las perfecciones de Jesús en la Santa Cruz son la coronación de todas sus perfecciones, practicadas desde el primer instante de su Encarnación. El deseo de Jesús de ser perfecto, como su Padre de los Cielos es perfecto, se realizó en su vida desde el pesebre hasta la Santa Cruz. El “En tus manos, oh Padre”, refleja tan profunda y exactamente el secreto del alma de Jesús, con todas sus perfecciones. Las últimas palabras de Jesús, “En tus manos”, son como el eco de la perfección eterna de Jesús, en el seno de su Padre. Ellas hablan tan claramente del amor de Jesús hacia su Padre; ellas encierran la más total sumisión a la voluntad de su Padre como fue el caso de Jesús, antes de la Encarnación. Ya desde su Encarnación se presenta Jesús a su Padre con los mismos sentimientos filiales: “Padre, me diste una libre voluntad para servirte, y ¿Qué he de desear sino emplear mi voluntad en cumplir tu voluntad? Estoy aquí para obedecerte” (Hechos 10, 7). “En tus manos”, subraya con divino poder, esta voluntad de Jesús, para hacer la voluntad del Padre, hasta el madero de su Cruz, en medio de los tormentos más terribles. En las últimas palabras de Jesús se reúnen como en un solo has, todas las perfecciones del alma de Jesús, porque manifiestan el acto supremo de amor de Jesús hacia el Padre y hacia los hombres: “En tus manos”. En la Santa Cruz y más especialmente en el último acto de amor de Jesús, “En tus manos”, podemos, admirar todas las virtudes y todas las riquezas espirituales

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de Jesús, Dios-Hombre: su obediencia, su humildad, su amor desinteresado, su espíritu de paciencia y de abnegación, su abandono, su espíritu de perdón, su fortaleza, su desprendimiento, su paz y su amor infinito a Dios y a los hombres. La Cruz de Jesús irradia del modo más claro y brillante todas las perfecciones espirituales de Jesús. Por esto podemos mirarnos en la Cruz de Jesús, como en el más cumplido modelo de nuestro deseo de santidad y perfección. Nuestro amor a Jesús Crucificado debe ser primera y principalmente un amor de imitación e identificación con El. Cuando amamos a una persona queremos unirnos a ella, identificarnos con ella; lo mismo cuando nos gusta una cosa, nuestro propósito es poseerla o conseguirla. Si Jesús es para nosotros nuestro Amado, nuestra máxima riqueza, entonces deseamos unirnos con El y queremos conquistar su riqueza, por la unión con El, en todas sus perfecciones. Podremos acercarnos a las perfecciones de Jesús, pero jamás superarlas, y por esto siempre hemos de crecer en el deseo de poseer a Jesús, de modo más profundo y más amplio. El deseo de las perfecciones de Jesús debe animarnos cada día más. La voluntad de Jesús es totalmente desinteresada. Él viene a nuestras almas para dejarnos participar de sus riquezas y su felicidad eterna. Jesús desea nuestra perfección con todo su corazón para favorecernos en nuestra más alta felicidad. El amor de Jesús es verdaderamente desinteresado. Los padres de familia desean la perfección de sus hijos para favorecer y aumentar su felicidad; así debemos entender el deseo de Jesús de nuestra perfección espiritual. Jesús quiere regalarnos los tesoros de su Padre, que son infinitamente superiores a todas las riquezas y bellezas creadas, porque todo lo creado no es sino un reflejo muy débil de las infinitas realidades divinas. Procuremos buscar en Jesús nuestra perfección personal, identificándonos con la perfección espiritual de Jesús en su Santa Cruz, donde Él nos enseña su deseo de nuestra perfección, a través de la gran realidad de su vida de Crucificado: “En tus manos”. Este don perfecto de Jesús a Dios y a los hombres, “En tus manos”, debe ser para nosotros la invitación más convincente a procurar nuestra perfección, la identificación de nuestra voluntad con la voluntad de Dios.

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Estas palabras nos impulsan a darnos siempre y en todo, a las manos de Dios. Esta es la luz infinitamente fuerte de las últimas palabras de Jesús. Este es el Testamento y la última voluntad de Jesús. Las últimas palabras de Jesús significan para nosotros el holocausto de todo lo que somos, a Dios, Santísima Trinidad, buscando y cumpliendo hasta el último suspiro la voluntad de Dios, porque en las manos del Padre, estamos siempre bien. Nuestra perfección está en las manos del Padre. Aceptemos la invitación de Jesús a considerar la voluntad del Padre, como nuestra verdadera perfección y felicidad y procuremos vivir el mensaje supremo de Jesús: “En tus manos”. Al lado de Jesús está María, que nos anima con su presencia al pie de la Cruz, a imitar a su Hijo. La exhortación de María nos viene a través de su ejemplo y de su tesoro de virtudes. La Madre de los Dolores nos enseña cómo podemos apropiarnos de las perfecciones de Jesús. Las perfecciones de Jesús brillan y nos iluminan a través de la perfección infinita de su divinidad, mientras que en María, podemos contemplar su riqueza de virtudes a través de la debilidad humana, aunque esta flaqueza humana sea reforzada de modo especial por la bondad divina. María es un ser humano como nosotros y puede por lo mismo consolarnos, sostenernos y animarnos en nuestro camino hacia Dios, con un gran espíritu humilde y segura confianza. Las perfecciones de María, como las vemos florecer en su corazón traspasado, nos fortalecen para reproducir en nuestro corazón las mismas virtudes de Nuestra Madre, porque las perfecciones de María son el reflejo más bello y la imitación más perfecta de las perfecciones de Jesús. Por esto podemos ir a María con plena confianza, seguros de ser agradables a Jesús y de poder identificarnos con Jesús del modo más íntimo. María en sus Dolores ha vivido del modo más sublime todas las perfecciones espirituales. Ella puede al pie de la Cruz unirse lo más fielmente posible a las palabras de Jesús: “En tus manos”. El holocausto de la Virgen en la ofrenda de su Hijo es el don más concreto y el abandono más absoluto de su voluntad propia y personal a la voluntad del Padre: “En tus manos, oh Padre”.

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Pidamos a la Virgen que nos sostenga en la subida hacia nuestro ideal de vida: “En tus manos”. En medio de todo, en todas partes y siempre quiero entregarme al Padre: ¡en medio de las dificultades y alegrías, en los éxitos y contratiempos, en mi egoísmo y en mis cobardías, siempre quiero progresar en mi don total a Ti, oh Padre! Por la victoria sobre mí mismo para ser verdaderamente tuyo. Quiero liberarme de mi propia voluntad, de todos y de todo, para ser tuyo, con Jesús y María. “En tus manos”… ¡Permaneceré y descansaré en tus manos, oh Padre! Mi anhelo y deseo es ser perfecto, como Tú, ¡oh Padre! Así como me lo pide Jesús: ¡”Sed perfectos, como mi Padre es perfecto”! (Mateo 5, 48). Granos de oro ¿Tengo el deseo de la perfección? ¿Vivo de la esperanza de la conquista de la perfección?

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SEGUNDA PARTE

Las Virtudes

La fe La fe es una virtud divina y sobrenatural por medio de la cual aceptamos todas las verdades que la Iglesia nos manda creer, en razón de la autoridad de Dios, que nos reveló estas verdades sobrenaturales, por sus representantes legítimos. El representante más importante de Dios es Jesucristo que es, en un sentido, el fundador y creador perfecto de esta fe. La fe nos da a conocer a Dios tal como es, en su esencia y ser sobrenatural, en sus perfecciones y atributos sobrenaturales. La razón humana puede describirnos a un Dios tal como se deja conocer por medio de las criaturas, pero es incapaz de revelarnos algo sobre su vida personal, interior. La fe nos habla sobre Dios en su vida más íntima y propia. Jesús como Verbo de Dios viene a regalarnos su luz, tal como El conoce a Dios, por medio de su vida en el seno mismo de Él. En las palabras, en los conceptos y en la doctrina de Jesús, nos damos cuenta de la vida misma de Dios, tal como Él se conoce y se ama en sí mismo, de un modo infinitamente superior a la luz que podemos recibir a través de las criaturas, sobre Dios. La fe nos permite penetrar en la vida personal, el pensamiento, el sentimiento y el amor de Dios y abre a nuestro corazón la vida de Dios, de modo que podemos poco a poco, por medio de la oración y del sacrificio, vivir en conformidad o en unión estrecha con el pensamiento, el sentimiento y la voluntad de Dios.

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Por esta razón la fe es para nosotros el tesoro más grande, que nos eleva por encima del mundo y de lo temporal y nos incorpora a la vida de Dios, en lo eterno y en lo sobrenatural. Para nosotros, Misioneros de la Cruz y de los Dolores de la Virgen, la fe es el fruto de la Cruz de Jesús. Jesús nos regaló su luz, por medio de su ejemplo y doctrina, pero la entrada a los tesoros de revelación de Jesús nos fue abierta por la Cruz del amor de Jesús. La Cruz de Jesús es verdaderamente la puerta del cielo. Por el amor a Jesús en su Santa Cruz, nace un gran amor a la fe para realizarla en nuestra vida y en el mundo. La Cruz de Jesús es verdaderamente el símbolo de la fe, porque en Ella consideramos la redención. Este misterio maravilloso lo conocemos por medio de la fe en Jesús y en su revelación. Nosotros somos los portadores de la Cruz de Jesús; cruz que no solamente llevamos en nuestro corazón, sino que la vivimos profundamente en él, para nuestra felicidad personal y la salvación de muchos hombres. La Cruz de Jesús es nuestro tesoro de amor por excelencia, porque encontramos en Ella para nosotros y para los hombres, la máxima felicidad, la paz más profunda en la posesión de los bienes eternos, que no podemos conocer y poseer sino en y por medio de la fe. Jesús vive como Hombre-Dios en la luz plena de las verdades sobrenaturales, pero podemos gozar de ellas, por medio de la fe en El. Nuestro modelo por excelencia de la fe es nuestra Madre del Cielo, María. Ella aceptó a Jesús en su corazón con una fe profunda y humilde y le sacrificó como Madre de los Dolores al pie de la Cruz. Nuestra Madre aceptó la fe en la palabra de Dios para la salvación y la redención de todos los hombres. Así como Eva, por el desprecio de la palabra de Dios, fue el origen de toda condenación y rechazo, María debe ser para nosotros el ejemplo de nuestra fe. No debemos dejarnos engañar por la “luz” del mundo, aunque aparentemente pueda aparecer muy racional y sabia. Sabemos que la sabiduría de los hombres es para Dios locura y que El avergüenza y humilla a los hombres con su locura aparente. No nos dejemos engañar; la palabra de Dios ni se oscurece, ni desaparece. Ella brillará eternamente por encima de los tiempos. Por esto debemos ser portadores de la Cruz, de la fe en la Cruz de Jesús, en su doctrina, su ejemplo y sus promesas. Seamos en el sentido pleno de la palabra: Miembros Misioneros de la Cruz y de la Madre de los Dolores, porque en la Cruz de Jesús y en los Dolores de nuestra Madre, reconocemos el cumplimiento de las promesas

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de los tiempos, la realización de los planes de Dios y de su voluntad para con los hombres para hacerlos, otra vez, perfectamente felices. La Cruz de Jesús es para nosotros el estandarte de nuestra marcha de combate a través de los tiempos y de los caminos del mundo. Por esto debemos plantar la Cruz de Jesús en nuestro corazón de modo inquebrantable. Seamos hombres de una fe profunda, convencidos y fuertes en el valor de la Cruz de Jesús y en sus tesoros. Nadie puede quebrantar o hacernos dudar de una u otra verdad de nuestra fe. Debemos ser de verdad absolutamente adictos a nuestra fe en la Cruz de Jesús. Sólo en este requisito podemos ser Miembros Misioneros de la Cruz, especialmente en nuestro tiempo, que tanto necesita fuerzas y caracteres convencidos y absolutos. Su debilidad y cobardía, su falta total de seguridad y convicción en la vida, reclaman la luz y la fuerza de una vida de fe decidida. Nosotros debemos penetrarnos de las verdades de la fe y sacrificarnos por ellas, en unión con Jesús en su Santa Cruz. Nosotros la tenemos fuertemente en nuestras manos, la llevamos en nuestro corazón, la mostramos por encima de nuestra cabeza, como faro único de la felicidad verdadera, profunda y eterna. “La redención está en la Cruz”. Granos de oro ¿Procuro fortalecer mi fe? ¿Mi vida se inspira en la fe? ¿Gozo de la felicidad de esta vida?

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La humildad La virtud más indispensable para el Miembro Misionero, es la humildad. Más que cualquiera otra persona estamos expuestos a buscarnos a nosotros mismos, aún en el poco o en el mucho bien que podamos realizar en nuestra vida, en este mundo. El orgullo nos conduce tan fácilmente hacia la satisfacción personal y la gloria propia. Nos sentimos felices porque hemos hecho algo bien y nos complacemos demasiado en este bien, sin dar a Dios toda la gloria. Trabajamos por interés personal, por egoísmo, y no nos damos cuenta de que ya recibimos nuestra recompensa, porque nos buscamos a nosotros mismos y no a Dios. Debemos luchar contra nosotros mismos, especialmente en el ejercicio del bien, para trabajar exclusivamente por amor a Dios y no por amor y en pro de nosotros. Una de las razones más importantes por la cual Dios nos manda pruebas es ciertamente la de librarnos de nosotros mismos y dejarnos así el mérito de nuestras obras en un ciento por ciento. La humildad nos facilitará la obediencia. Nos sentimos demasiado pequeños, incapaces de mandarnos a nosotros mismos, de dirigirnos por nosotros solos y entonces sabemos que por la obediencia somos siempre agradables a Dios y seremos llamados a obras que nosotros por nuestra cuenta propia, jamás habríamos aceptado realizar. La humildad nos ayudará a ser leales, sinceros y abiertos con nuestros directores. Es útil y necesario que se den cuenta de nuestro modo de pensar y de vivir nuestra vida misionera. Jamás debemos olvidar el objetivo de nuestra vida misionera: el cambio en Cristo en pro de nuestro bien personal y de nuestra misión en medio del hombre moderno. Los Directores tienen obligación de ayudarnos y de orientarnos en este sentido, aunque los sacerdotes son los llamados a dirigirnos en lo interior de nuestra conciencia hacia este fin. Cada Miembro de la Fraternidad, según su compromiso con Ella, aceptará con humildad el espíritu misionero que tendrá que animar toda su vida. Todos nuestros trabajos y actividades no se cumplirán primeramente como medio para sostenernos en la vida, o de enriquecernos o de realizar toda

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clase de obras en pro de nuestro bienestar. Tendremos que hacernos a la voluntad de Cristo, que consideró su vida bajo la voluntad de su Padre, que mandó a su hijo al mundo para la redención del hombre. Jesús consideró siempre en su vida, este aspecto divino y procuró ofrecer todas sus actividades al Padre, bajo la luz de la redención del hombre. La intención fundamental de nuestra vida tendrá que identificarse con la de Cristo: la salvación del hombre de hoy y del mañana. Esta orientación nos liberará más y más de nosotros mismos y nos someterá a la voluntad del Padre, que nos conducirá poco a poco a una mayor perfección y santificación. Nuestro “Yo” morirá lentamente a sus caprichos y deseos. Seremos capaces de callar sobre nosotros mismos, sobre los defectos del prójimo, y de llevar nuestras cruces con ánimo y amor. La humildad nos conducirá hasta el desprecio de nosotros mismos y hacia el amor del prójimo. Veremos a Dios en el prójimo, por encima de nosotros mismos y nos consagraremos a él. La humildad es el alma de nuestra santificación. San Agustín dice claramente que adoraremos a Dios, despreciándonos a nosotros mismos o que nos adoraremos a nosotros, despreciando a Dios. Para reconocernos como nada en presencia de Dios, para adorarle como el Todo nuestro, necesitamos de la humildad. Para practicar esta virtud debemos mirar, más que en cualquier otra virtud, hacia Jesús en su Santa Cruz. No debemos mirar tanto hacia la Cruz material y sus humillaciones, sino hacia Jesús en la Santa Cruz. Debemos penetrar en el porqué de la Cruz de madera y de desprecio. Y encontraremos la contestación en el espíritu y el corazón de Jesús. Todo lo anterior no es sino un reflejo muy débil de la voluntad de Jesús, de ser nada, de mostrarse como nada en presencia de su Padre, como expiación de los pecados de los hombres; pecados que deben su maldad, desde el primer pecado de Adán y Eva hasta el último del último ser humano, al espíritu de rebeldía y de orgullo en presencia de Dios. Más que nunca irradia la luz de Jesús, a través de su Cruz, sobre nuestras vidas humanas, Cruz que es el reflejo de la voluntad de dependencia de Jesús, hacia al Padre. Nosotros debemos vivir en nuestra alma esta humildad de Jesús. “En tus manos”: por medio de todas nuestras humillaciones, queremos realizar el lema de nuestra vida: ser del Padre y de Él solo.

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En este objetivo está el alma de toda nuestra humildad y de toda la riqueza de nuestras virtudes: ser totalmente la cosa del Padre en la nada de nosotros mismos, lo que queremos concretar por la aceptación humilde de nuestra pequeña vida. “En tus manos”: con todos los aspectos humillantes del objetivo por conquistar, con la muerte a mi propia voluntad y a mi “Yo” personal. Meditemos a menudo en las humillaciones de Jesús, para convencernos de lo que Dios puede pedirnos a nosotros, para afirmar en nuestras almas, el Todo de Él y la nada de nosotros. Seamos, Miembros Misioneros en el sentido pleno de la palabra: más que nunca queremos proclamar por medio de la Cruz de Jesús, que Dios es Todo y que nosotros somos nada. En esto ha de consistir, para nosotros, nuestra máxima evangelización, porque el hombre moderno está lleno de sí mismo, y por el mismo hecho se opone a Dios. Nuestra vida más rica y más fecunda no está en muchas y grandes obras, no; nuestra riqueza está escondida misteriosamente en nuestra propia vida. Ese es el apostolado nuestro en cualquier parte que trabajemos en la viña del Señor. Nosotros mismos, como comprometidos somos y formamos el llamamiento más fuerte hacia Dios. Ser Miembros Misionero debe ser la máxima aspiración de nuestra vida y únicamente entonces podremos decir con Jesús: “En tus manos”. He cumplido mi misión. Me ofrecí totalmente al Padre en dependencia total y humilde. He glorificado a Dios. Me salvé y ¿de este modo he sido con Jesús una fuerza de atracción para muchas almas? Yo debo estar colgado con Jesús de la Cruz y atraer almas hacia Él; no debo olvidar este hecho. El sentido de mi vida es el mismo que para Jesús: debo olvidarme totalmente, por darme a Dios y a las almas. Debo morir totalmente a mí mismo, muerte que quizá no realizaré sino en el momento de expirar. Por lo menos que mi muerte sea, como para Jesús, la expresión de mi don total al Padre: “En tus manos””, entonces puedo estar seguro de que en el silencio de la eternidad, traeré a las almas hacia el Padre. Granos de oro ¿Me doy cuenta de la necesidad de mi actitud de humildad misionera en medio de este mundo tan lleno de sí mismo? ¿Me siento capaz de vivir para Jesús y las almas en un mundo tan alejado de Dios, por puro orgullo?

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El espíritu de obediencia Cada Miembro de la Fraternidad tendrá que vivir la obediencia, según el compromiso con ella. Lo importante es entender el porqué del espíritu de obediencia. El espíritu de pobreza o de la castidad nos entregan parcialmente al Padre, en los bienes de este mundo, en los bienes del cuerpo, mientras que el espíritu de obediencia nos transforma como algo del Padre por la ofrenda de la libertad. El Padre se siente más libre de disponer de nosotros mismos, es decir, de nuestro propio “Yo”. Gracias al espíritu de obediencia podemos contemplar muy especialmente a Jesús en la Cruz: “Obediente hasta la Cruz”. Él está presente en la Cruz por libre voluntad y nos enseña, en medio de los tormentos más duros, a estar siempre listos para cumplir la voluntad del Padre. ¿Por qué esta actitud de Cristo? Porque el Padre ha sido para Jesús su máximo y único Bien. La obediencia de Jesús en la Cruz nos abre el corazón sobre la vida de Jesús en el seno de su Padre. Como Hijo de Dios, quiso desde siempre cumplir a la perfección, los deseos y la voluntad de su Padre. Esa voluntad del Padre, despreciada por los hombres, encontró en Jesús su más vigoroso defensor. El baja a la tierra con la voluntad de cumplir la voluntad de su Padre y restablecer su honor: “Mi pan es hacer la voluntad de mi Padre” (Juan 4,34). La voluntad y la autoridad del Padre es para Jesús todo y no retrocede en el jardín de los Olivos, antes bien hace plenamente suya esta voluntad: “No mi voluntad se haga sino la tuya” (Lucas 22, 42). San Pablo insiste sobre esa voluntad de Jesús de obedecer hasta la muerte de la Cruz. Por esto puede Jesús pronunciar sus últimas palabras con tanta veracidad: “En tus manos”. En efecto, todo lo mío es tuyo y muy especialmente mi último suspiro, en ofrenda espontánea y libre de mi vida. De este don nació la fuente de la vida nueva y eterna, que será la propiedad de todos los que sepan obedecer a la voluntad de Dios, aceptando la invitación de Jesús de darse al Padre de los cielos: “En tus manos, oh Padre”. Todo lo damos a Ti, Padre y en todo y a través de todo, buscaremos primeramente tu voluntad y tus deseos.

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La obediencia en la Vida Misionera consagra toda nuestra vida con un sello especial. La obediencia nos permite imitar perfectamente el sacrificio libre de Jesús. Cada acción de Jesús, por medio del sacrificio libre de su voluntad en la obediencia, es una ofrenda libre hecha a su Padre. Así nosotros también, por medio de la obediencia, podemos darnos a Jesús y por amor a Él al Padre, en ofrenda libre de cada uno de nuestros actos, aún los de mínima importancia. Nosotros descansamos en la voluntad del Padre buscando en cada momento lo que es más de su agrado. Lo que importa es el espíritu, con el cual cumplimos cada una de nuestras obligaciones. Este hecho tendrá que cambiarnos hondamente en nuestro modo de pensar, sentir y obrar, en cada circunstancia. Por ejemplo cuando se trata de nuestra familia juzgaremos rápidamente lo que conviene más para su paz, su satisfacción y desarrollo. Lo mismo pasa con el trabajo, con los grupos y toda clase de obras. La vida diaria, vivida al estilo misionero nos cambiará en hombres nuevos, bondadosos, gentiles, serviciales, atractivos y llenos de dinamismo. En realidad la obediencia así como para Jesús, es el camino más recto y corto hacia el desprendimiento de todo lo que no es Dios en nuestro modo de ser y de comportarnos. Jesús ha sido obediente hasta la muerte y la muerte de Cruz porque el Padre lo sometió a tal suplicio. Su total aceptación de los designios de su Padre le conquistó el corazón del Padre y le transformó en Salvador de todos los hombres. Este ejemplo de Jesús es orientador para cada Miembro de la Fraternidad. El espíritu de obediencia facilitará inmensamente la misión salvadora de cada uno de los Miembros Misioneros. La Cruz de Cristo no debe crear un ambiente de repulsa, sino de derrotero de luz, porque nos abre los ojos sobre las razones más profundas de nuestra vida comprometida. Nuestro lema de vida debe ser: aceptar las circunstancias de la vida, al estilo de Jesús, de modo suave, calmado, seguro y decidido porque sabemos hacia dónde nos conduce el espíritu de obediencia, es decir, hacia los brazos del Padre celestial, en los cuales nos sentimos tranquilos, felices, alegres y seguros. Granos de oro ¿He reflexionado sobre la riqueza del espíritu de obediencia misionera? ¿He purificado mi intención con base en las razones sobrenaturales de mi vida por medio del espíritu de obediencia?

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La Esperanza Por la esperanza como virtud teologal, deseamos a Dios como bien supremo nuestro y confiamos firmemente, fundados en la bondad y en la omnipotencia divina, alcanzar la bienaventuranza eterna y los medios para ello. La esperanza nació con la venida de Jesús en este mundo y se confirmó plenamente en el momento de morir Jesús en la Santa Cruz. Jesús en la Santa Cruz es la floración de la santa esperanza. Jesús nos abre a nosotros y a todos los hombres la puerta de los cielos y obtiene del Padre todas las gracias necesarias para la salvación de todos los hombres y de cada uno en particular. La Cruz de Jesús es el áncora de redención para todos nosotros. La Cruz de Jesús es la dulce esperanza de nuestros corazones, porque nos revela y nos regala la bondad y el amor del corazón de Dios. En la sombra de la Cruz nos sentimos seguros, tranquilos y alegres, porque sabemos que el Padre no puede negar nada a su Hijo, que muere en medio de los dolores más espantosos de la Cruz por amor al Padre y a los hombres. La Cruz de Jesús es por esto nuestra esperanza más firme en nuestra vida personal, en la vida de nuestro apostolado y en la vida de la comunidad eclesial. La fuente de gracias del Corazón Divino está abierta en un ciento por ciento, de modo que podamos conseguir de Dios, todo lo que deseemos porque sabemos que para El todo es posible y que Él no nos niega nada. La esperanza es para nosotros una paz muy profunda y una exhortación para entregarnos a Jesús de modo incondicional. ¿Dónde podremos estar felices y seguros si no es con Jesús en su Santa Cruz? En la Santa Cruz encontramos a Jesús con todo su amor, su grandeza, su belleza, totalmente de Dios y totalmente de nosotros.

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Jesús no pudo manifestar mejor que en la Santa Cruz su voluntad de ser de Dios y de los hombres, porque se sacrificó en ella hasta la última gota de su sangre. Jesús nos muestra su corazón y su bondad, en tal forma que necesariamente nos atrae hacia sí. Jesús en la Santa Cruz nos lo dio todo. Nuestra esperanza está perfectamente anclada en la Cruz de Jesús, porque no podemos esperar algo mejor ni algo más que lo que Jesús nos regaló en su Santa Cruz. Jesús es verdaderamente todo para nosotros en la Santa Cruz. Por eso debemos estar tranquilos y felices, mirando a Jesús en la Santa Cruz. Jesús en la Santa Cruz es nuestro consuelo, nuestra fuerza, nuestra paciencia y también nuestro ejemplo para darlo todo con Él al Padre y a los hombres, seguros de recibirlo todo de Dios. La Cruz de Jesús es el árbol de la vida en el cual nacen las flores de la más bella esperanza, porque de Jesús recibimos todo lo necesario para nuestra santificación, nuestra evangelización, nuestros seres queridos, la Iglesia y para todas las necesidades. La Cruz de Jesús es la fuente por excelencia de toda esperanza y confianza; de todo bien, porque Jesús está en su Cruz lo más cerca posible de nosotros por su amor ilimitado y Dios Padre se acerca a nosotros con todo el afecto que tiene hacia su Hijo, porque El, en los momentos de la Cruz, conquistó a su Padre en su amor y compasión hacia los hombres, y por medio de Él, nuestro Padre celestial, es todo para nosotros. ¡Oh Cruz, esperanza de los cristianos, en la cual nos sentimos felices y tranquilos! Ninguna necesidad puede inquietarnos, ningún sufrimiento desanimarnos, ninguna prueba desorientarnos, porque en la Cruz de Jesús está la esperanza de la salvación y de la solución de todas nuestras penas y problemas. Nuestro Padre celestial se inclina sobre la Cruz, y por medio de la Cruz de su Hijo, sobre nosotros. Nuestro Padre quiere hacerse totalmente nuestro, desde las alturas de la Cruz de su Hijo. Él nos ve, nos protege, nos defiende y nos ayuda. Él está con y en medio de nosotros y por esto no podemos dudar o inquietarnos, porque Dios es totalmente nuestro. Jesús por medio de su Cruz obtuvo la amistad y la presencia de Dios en medio de nosotros, con todos los derechos inherentes a una amistad sincera y noble.

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Nosotros, los Misioneros de la Cruz, debemos vivir la esperanza de la Cruz. Debemos despojarnos de toda impaciencia, de todo desánimo, de toda mala voluntad y de todo lo que es propio de los hombres que viven sin esperanza, sin confianza, sin participación de los méritos y de los privilegios de la Cruz de Jesús. Nuestro espíritu es el espíritu de la Santa Cruz de Jesús y por medio de este espíritu debemos identificarnos con Jesús en la Cruz. Debemos ser desprendidos, resignados, fuertes y flexibles, amables, tranquilos y seguros, porque vivimos de las riquezas de la Cruz de Jesús, en la esperanza propia de la Cruz de Nuestro Señor. Las riquezas de la Cruz de Jesús, nos deben ser muy caras y especialmente el tesoro de la gracia, que es el máximo regalo de Jesús en la Cruz. La gracia es la vida de amor de Dios en nosotros y por esto podemos estar tan unidos con Dios y esperarlo todo de Él. El mundo moderno desprecia a Jesús y a sus dones y desconoce a Jesús con sus gracias conquistadas en la Cruz; nosotros por el contrario nos damos totalmente a Jesús y no queremos vivir sino para Él y para las riquezas de su Santa Cruz. El hombre moderno no coloca sus esperanzas en los tesoros infinitamente preciosos de la Cruz de Jesús. Los hombres no quieren oír hablar de la Cruz, de sufrimiento, de dolores y no contemplan en la Cruz a Jesús, el tesoro más bello y sublime con todas las riquezas inherentes a este tesoro, es decir, a Jesús mismo. El mundo no espera nada de la Cruz abominable ni menos de un condenado a la Cruz; pero para nosotros, hoy más que nunca, es la Cruz de Jesús la esperanza de todos los hombres, como individuos y como naciones. Siempre, toda esperanza viene de la Cruz de Jesús. “En tus manos”, en las manos de su Padre colocó Jesús, todo el valor de su ser y esperanza, para así obtener a través de las manos de su Padre bondadoso, todo lo que da felicidad, alegría y paz a nosotros, pequeños hombres, amigos e hijos de Dios. Somos de Jesús y en El hallamos la riqueza de nuestra esperanza; con todos sus tesoros, es decir, la vida celestial, la felicidad, la paz, el amor, la tranquilidad, para nosotros y para todos los hombres, hermanos y hermanas de Jesús, hermanos y hermanas nuestros, hijos de Nuestro Padre celestial: “En tus manos”.

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Granos de oro ¿La esperanza nos anima con la plenitud de sus bienes? ¿Estamos convencidos de que la esperanza es la fuente de nuestra santificación y de todas nuestras obras?

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La Oración La oración es la elevación del alma hacia Dios, para unirnos en íntimo contacto con El con el fin de exponerle las necesidades de nuestra alma y obtener de Él sus favores, como también agradecerle, alabarle y expiar, tanto por nosotros mismos como por todos los hombres. La vida de oración es por excelencia nuestra vida, porque vivimos totalmente de Dios y para El y porque lo sobrenatural nos sobrepasa tan infinitamente, que sin Dios no podemos hacer absolutamente nada. Dios solo es Dueño y Maestro en este dominio y ejerce su poder únicamente por su buena voluntad, que no podemos conmover sino por una oración fervorosa, humilde y confiada. Dios es nuestro Padre, muy cierto, pero nos deja en nuestra libertad, creada por El; nos quiere ayudar y socorrer, siempre y cuando le pidamos ayuda y socorro. Antes de seguir hablando de la oración conviene insistir que en ella, más que en cualquier otro dominio, debemos mirar hacia Jesús en la Santa Cruz. Jesús muere en medio de los más intensos sufrimientos, preparándose al último acto de su vida, “En tus manos”, con sentimientos de una perfecta oración. La vida de Jesús en la Santa Cruz y su muerte es sobre todo una vida de oración, que consiste en adorar a su Padre, agradecerle, suplicarle y expiar. Estas pocas palabras resumen sin embargo nuestra identificación, nuestra vida de sacrificio con Jesús en su Santa Cruz. Este pensamiento de oración, esta vida de oración es el alma, la flor, la madurez y el fruto de nuestra vida consagrada, es el espíritu de nuestro ser consagrado, la respiración por medio de la cual vivimos. Nuestra vida de oración ha de ser idéntica a la vida de oración de Jesús en la Santa Cruz. Los motivos son los mismos que los de Jesús, los objetivos son los mismos y los efectos son los mismos, tanto para nosotros como para los demás hombres. Esta vida de oración nos guiará finalmente hacia la idea básica de la vida de Jesús: “En tus manos, oh Padre”.

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La oración de Jesús en el jardín de los Olivos es la misma que la de su Cruz: “Que se haga tu voluntad, oh Padre y no la mía” (Lucas 22, 42). Esta idea básica de la vida de Jesús, que debe también ser nuestra, nos hace tan conformes con los planes de Dios sobre los hombres, tal como Jesús nos lo dice, a la vez de modo magistral y sencillo en el Padre Nuestro: “Padre Nuestro, que estás en los Cielos, hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo…”. Rezamos primeramente para que Dios cumpla sus planes sobre nosotros mismos, que ciertamente son los mejores para nosotros porque vienen de un Padre divino, que nos aceptó como sus hijos. Con un espíritu de amor agradecemos al Padre por todos los beneficios, tanto naturales como sobrenaturales. De modo especial nos uniremos con Jesús en su oración de penitencia y de expiación no solamente para expiar nuestras faltas sino para pedir por las almas más abandonadas, por los enemigos de Dios según el espíritu de Jesús en su Santa Cruz: “¡Padre, perdónales porque no saben lo que hacen!” (Lucas 23, 34). Debemos preguntarnos, ¿si hemos pensado de verdad en los enemigos de Dios y de la fe? Debemos rezar y ofrecernos por ellos; así nos acercamos del modo íntimo a Jesús, que se ofreció por nosotros, sus enemigos, y que nos perdonó. No debemos jamás olvidar esta característica de la vida de amor de Jesús Crucificado. Jesús dio su sangre por sus propios enemigos y verdugos. Por esto debemos rezar por los enemigos de Dios y de la Iglesia y de modo más especial por cuantos están ciertamente entre el número de las almas más necesitadas, que son para nosotros las almas más queridas. Debemos rezar por nuestros enemigos personales. Dios bendice ampliamente estas disposiciones de bondad y de misericordia. Nuestra oración se cambia así en un factor primordial hacia nuestra perfección, hacia la unión total de nuestra vida, con la vida de Jesús en la Santa Cruz: “En tus manos”. En tus manos estoy Padre, y amo contigo a todos los hombres, porque Tú das a todos los hombres, buenos y malos tu sol, tu luz, tu gracia, tu fecundidad. Quiero con los brazos de Jesús abrazar a todos los hombres, desde lo alto de su Santa Cruz.

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Unidos con la oración de Jesús en su Santa Cruz estamos seguros de que todo lo bueno, todos los intereses de Jesús y de la Iglesia, los de nosotros mismos y de todos los hombres encontrarán en nuestros corazones y en nuestros espíritus un lugar de predilección. Así Jesús vendrá a vivir en mi alma como recompensa y coronación de mi vida de oración, porque nace entre ambos un íntimo contacto de vida que es como un presagio de la intimidad entre Dios y el alma durante la eternidad. Debemos siempre anhelar este contacto más consciente del alma y de Dios, por medio de la vida de oración. La vida de oración en el espíritu de “En tus manos” dará al alma comprometida esta paz tranquila, fuerte, dulce y equilibrada que nos hace sentir de verdad como Jesús, María y los Santos, entre los brazos de Dios. La oración así entendida no se alimenta de impresiones, sino de la convicción profunda de que el abandono en los brazos de Dios, es para nosotros la más segura tranquilidad. El alma conquista su paz y felicidad, de la que habló San Agustín: “El alma llega a la paz cuando descansa en Dios”. Esta es la verdadera recompensa del alma que vive de la oración. Ella se siente tranquila y feliz en la posesión de Dios, porque se siente fuerte con El, llena de amor, feliz con su felicidad, aunque no cesen los sufrimientos, como no cesaron para Jesús en su Santa Cruz. Sin embargo el alma encuentra la paz porque se sabe totalmente de Dios y El de ella y, ¿qué es lo que un ser humano puede desear más sobre esta tierra, para ser tranquilo y feliz, sino a Dios Mismo? La última oración de Jesús fue: “En tus manos” y esta es la oración de mi vida. Granos de oro ¿La oración se inspira en la presencia del “Yo” de Jesús en mi vida? ¿Estoy convencido de su poder ilimitado?

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El espíritu de pobreza Para vivir del Espíritu de Pobreza, los Miembros de la Fraternidad y Misionera de la Cruz deben tener en cuenta, el compromiso de cada uno con la Fraternidad Misionera de la Cruz. La diferencia del Discípulo comprometido y del Socio Comprometido es enorme. El Discípulo Comprometido vigilará todos sus bienes y sus gastos con una mentalidad de pobre, pensando en el Cristo Vivo, que no tuvo una piedra en la cual reclinar la cabeza, mientras que el Socio Comprometido vive de la Pobreza, es decir, depende de ella, en su vida diaria, porque no tiene nada en propiedad. No hay duda que el Espíritu de la Pobreza, como la vida de Pobreza conduce al Miembro Misionero hacia la unión con Cristo en su don total al Padre y a los hombres. No podemos olvidar que Jesús muere en la Cruz, sin poseer absolutamente nada en propiedad ni en la Cruz, en la cual se ofrece a su Padre y a los hombres. Y sin embargo Él era el Rey de la creación. ¿Es posible imaginar una pobreza más perfecta que la de Jesús? No hay que mirar tanto a la no posesión de bienes cuanto a la distancia infinita entre lo que es Jesús, Dios Creador y su modo de vivir en la Santa Cruz, sin ser dueño ni de la Cruz en que muere. Meditemos en este desprendimiento perfecto y absoluto de Jesús en la Santa Cruz y veremos hasta dónde debe ir nuestro desprendimiento como Miembro Misionero de la Cruz. El mundo moderno no ama sino las riquezas. Por esto la necesidad absoluta para nosotros de imitar a Jesús, de mostrarlo a Él, siguiendo su ejemplo en su desprendimiento más perfecto en la Santa Cruz, que nos da a entender plenamente que lo que vale es la eternidad, la posesión de los bienes espirituales, la posesión de Dios. Jesús da el ejemplo perfecto de toda su doctrina. Él lo da todo, todo en la Santa Cruz, “En tus manos”, para conquistar el Reino de los Cielos. Se puede decir que nuestra máxima riqueza es nuestra verdadera pobreza. Esto es, nuestra riqueza consiste en un desprendimiento completo a todo lo terreno, a todo lo material. Cuanto más desprendidos, más cerca estaremos del ideal soñado por Jesús, de ofrecerlo todo para poseer a Dios. Por esto encontramos en la pobreza una riqueza, porque ella nos regala la posesión de Dios:

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“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 5, 3). El texto debe explicarse en el desprendimiento total de los bienes terrestres. Por nuestra consagración debemos sostener en nuestras almas, este espíritu de desprendimiento, porque muy fácilmente vuelve el demonio de las riquezas y nos apegamos a cosas a veces hasta de mínima importancia, como son vestidos, sombreros, objetos que nos recuerdan la familia, los seres más queridos y amados, tantas cosas que ocupan nuestro corazón y por fin impiden la unión con Dios. Por medio del desprendimiento completo no consideramos sino a Dios como riqueza absoluta y capaz de llenar nuestro corazón en sus deseos de paz, tranquilidad y felicidad. Basta que nos apeguemos a una cosa creada y limitada para que ya nos separemos necesariamente de lo no creado y de lo infinito de Dios; por esto debemos conservar una libertad absoluta del alma, lo mismo que Jesús, quien desde su nacimiento en una gruta de Belén, hasta la Santa Cruz y a través de toda su vida pública en que no tenía ni una piedra en donde descansar su cabeza, nos enseña con su ejemplo y a la vez con su doctrina, la libertad total del alma, en presencia de Dios, libre de todos los bienes temporales. Por esto debemos aplicarnos a buscar la pobreza. No mirar los bienes terrestres como un fin en sí. Ellos deben ser para nosotros medios para desarrollar mejor nuestra vida de amor a Dios y al prójimo. El Discípulo Comprometido como el Socio Aspirante y Socio Misionero, tiene derecho a poseer bienes materiales absolutamente necesarios para su sostén personal, el de su familia, para sus empresas y toda clase de compromisos. El compromiso con la Fraternidad, no impide esta libertad, pero el Miembro sincero gozará de privilegios extraordinarios por la vivencia misionera de la Pobreza. Él se enriquecerá en forma extraordinaria en todo el sentido, tanto en lo espiritual como en lo material. El sabrá utilizar casa instante con el máximo rendimiento. El considerará sus bienes materiales como bienes de la Providencia, que se pueden utilizar para un bien mayor pero no para gozarlos por puro capricho o locura de grandeza. Los bienes o capitales crecerán pero el corazón no se dejará vencer por ellos; se mantendrá libre y facilitará al Miembro Misionero, una libertad maravillosa para hacer el bien a muchas personas necesitadas. Lo que es verdad para los bienes materiales, lo es también para los bienes culturales, profesionales, de influencias, etc. El Miembro Misionero crecerá en la mentalidad de Cristo y vivirá una superabundancia de vida, pero con base en el Señor. Esta libertad interior es supremamente importante en los Miembros Misioneros de la Fraternidad Misionera, porque el mundo, la carne, el demonio penetran tan rápidamente en las almas apegadas a las cosas del mundo. Sobre todo el demonio tiene como un poder especial sobre los bienes temporales, de los que se sirvió para seducir a nuestros padres, Adán y Eva, y sigue utilizando este mismo poder para seducir a miles de personas hacia lo pecaminoso por la

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posesión de los bienes temporales. Mantengamos la convicción de que la Divina Providencia no se deja vencer en generosidad. Los Miembros de la Fraternidad Misionera, que viven según el Espíritu de la Pobreza gozarán de la generosidad divina en una forma jamás soñada. Ciertamente, se realizará para ellos, ya en este mundo la recompensa del ciento por uno. No les faltará nada y hasta recibirán bienes tanto temporales como espirituales, que les permitirán cumplir una misión maravillosa en este mundo. Este es el secreto de Dios que por el don de lo propio de cualquier índole que sea, nos recompensa con bienes celestiales y totalmente gratuitos. Un factor importantísimo en la vivencia del Espíritu de la Pobreza es el trabajo. Cada Miembro de la Fraternidad Misionera tendrá que apreciar en sumo grado el valor del trabajo. El trabajo nos une a los pobres, que tienen que someterse a cualquier trabajo, para sostenerse en la vida. El trabajo dignifica, desarrolla personalidad, es principio de toda clase de iniciativas y forja caracteres capaces de todos los sacrificios en pro del servicio del Señor, de las almas y de la misma Iglesia. El trabajo es fuente de virtudes y la defensa por excelencia contra todas las tentaciones. Por esto debemos procurar servirnos bien de los trabajos con un espíritu sobrenatural y sin perder el tiempo porque este es la mayor riqueza con que puedo “negociar” mi Cielo. Si pierdo mi tiempo y el de los demás, falto a la pobreza, daño las riquezas de la Fraternidad Misionera a la cual pertenezco y me perjudico en la preparación al Cielo. Lo que ciertamente puede animarnos más a ser pobres con Jesús es su ejemplo. Pensemos y meditemos en Jesús sobre su Santa Cruz. ¡Qué pobreza! ¡Qué desprendimiento! ¡Qué don total de sí mismo a Dios! Jesús en la Santa Cruz es el ejemplo de mi lucha tenaz de ser pobre de espíritu. Todo lo mío es de Dios y de sus amigos, los pobres. Este don de lo mío a los demás es el secreto del don personal de Dios a mí. Él se revelará a mi espíritu y a mi corazón y me facilitará una fecundidad y abundancia de vida sorprendente, que nadie podrá explicarse. Esta vida de bien es el presagio de la plenitud de vida, en compañía de nuestro Padre de los Cielos. “En tus manos, oh Padre”. Granos de oro ¿Me siento libre de los bienes temporales; les considero como bienes de que dispongo para vivir con mayor amplitud mi desprendimiento a ellos? ¿Están mis bienes al servicio de mis ambiciones Misioneras?

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El amor El amor es por excelencia la característica de los Miembros de la Fraternidad Misionera de la Cruz y de Nuestra Señora de los Dolores. ¿Por qué? Porque Dios es amor, lo que nos obliga a amar al prójimo en nombre de Dios, es decir en forma desinteresada buscando siempre y en todas las circunstancias se verdadero bien, sin engaños ni doblez de intenciones. En lo pequeño, en lo grande es este mismo amor de Dios que debe orientarnos. Hemos escogido el nombre de la Cruz, únicamente en razón del pensamiento de amor, de la vida de amor, manifestada tan claramente en la Cruz de Jesús y en los Dolores de la Santísima Virgen. Toda la vida de Jesús y de la Virgen María es una vida de amor perfecto hacia Dios y hacia los hombres, pero este lenguaje del amor se traduce del modo más evidente y claro en la Cruz de Jesús y en los Dolores de la Virgen; por esto hemos escogido nuestro nombre y nuestro espíritu en una relación más estrecha con la Cruz de Jesús y los Dolores de la Virgen. Cada vocación que viene a nosotros ha de conocer desde un principio que el camino que se abre a sus pasos es un camino de amor especial a Jesús en la Santa Cruz y a María en sus Dolores y, por medio de Ellos, a Dios Padre y a los hombres, con el fin de amar a Dios y a los hombres como Jesús y María les amaron, a lo largo de su viacrucis y de sus dolores. Para nosotros es este el camino de la perfección y más especialmente de nuestra perfección como comprometidos; es el camino de amor de Jesús y de María. ¿Qué es lo que Jesús y María nos enseñan más claramente a través de su Cruz y de sus Dolores? La respuesta es más clara que la luz del día: ser todo para Dios y para el prójimo a través de nuestra vida, a través también de una vida llena de penas y dificultades, de una vida de crucecitas y de sacrificios, de alegrías y de lágrimas, hasta la muerte espiritual y corporal de nosotros mismos. Ese es el objetivo claramente definido de nuestra vida cristiana y más particularmente de nuestra Vida Comprometida. Debemos ofrecernos del modo más absoluto a Dios y a los hombres en imitación de la Cruz de Jesús y de la vida de dolores de nuestra Madre, contemplando no tanto los accidentes exteriores que acompañaban esta vida de Cruz y de Dolores, sino las disposiciones interiores

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que superaban infinitamente en amor, fuerza y fervor todas las manifestaciones exteriores de una vida de don a Dios y a los hombres. Lo exterior revela en la vida de Jesús y de María la vida de amor interior y las disposiciones del alma. Esa vida interior, secreta y misteriosa es la que debemos imitar y vivir. Debemos identificarnos con la vida íntima y sincera de amor a Dios y a los hombres, de Jesús y de María. La primera experiencia es ciertamente darnos cuenta de que la vida de amor a Dios y a los hombres, como para Jesús y María, no tiene límites en nuestra vida. El amor puede crecer siempre más e inflamarnos cada momento con mayor intensidad. El amor debe progresar siempre en integridad, es decir que el amor de Dios y del prójimo debe transformarse en nuestro único amor, vida y ocupación. No debemos admitir otros amores aunque parezcan pequeños o insignificantes. Ningún ser, ninguna persona puede manchar o ensombrecer este amor casto y absoluto. Este amor debe ser libre, total y desprendido: amor de Dios solo y en Dios para todos los hombres. Este esfuerzo por realizar en nosotros el amor único y absoluto nos conducirá necesariamente a la victoria final de Jesús sobre nosotros mismos, sobre el mundo y sobre el diablo: “En tus manos” ¡Somos sólo y totalmente tuyos, oh Padre! Por esto, el mismo Dios se dará a nosotros y con El somos fuertes, poderosos y generosos para amar a nuestro prójimo. Este amor es el amor de Jesús en nuestro corazón, en nuestro espíritu y en nuestros sentimientos. Este combate exige dureza en sostenerlo y por esto hay que combatir pacientemente. La gracia es una vida que se desarrolla a los largo del camino de la vida silenciosa. La gracia no quiebra las distancias caprichosamente; la gracia nos lleva de la mano, como a niños que crecen, hasta llegar a la madurez. Las conversiones por la gracia especial son más bien poco numerosas.

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Este crecimiento normal de la vida de la gracia debe penetrar profundamente nuestro concepto sobre la vida de Dios en nosotros; la convicción contraria podría ser causa de muchos sufrimientos y desilusiones. Nos damos cuenta muy fácilmente del triunfo y de las victorias de los santos, pero olvidamos su ascenso duro y dificultoso hacia la meta final. El llamamiento de Jesús: “En tus manos”, expresión de su ofrenda perfecta al Padre, fue la coronación final de una vida dirigida totalmente hacia la posesión de Dios. Sólo Dios fue el deseo y el objetivo de Jesús desde el momento de su Encarnación. Jesús creció como niño, joven y adulto con este mismo pensamiento y esta voluntad del don total de sí mismo a Dios, de modo que las últimas palabras de Jesús pronunciadas en medio de los más grandes dolores, coronaron una vida consagrada totalmente a Dios sólo. Debemos estar convencidos de que nuestra vida de amor de Dios crecerá continuamente hasta nuestro último suspiro: “En tus manos”. El amor de Dios en este sentido no llega nunca a su plena madurez, porque puede crecer siempre más y normalmente aumentará hasta el término de nuestra vida. Debemos convencernos de esta realidad misteriosa y sublime y mantenernos siempre listos para progresar en el amor de Dios por medio de nuevas posibilidades, sea por los trabajos y realizaciones de la juventud, sea por el silencio de nuestra vejez cuando ya no podremos trabajar y seremos incapaces de todo. Debemos estar siempre listos para darnos a Dios, en nosotros mismos, en lo que somos, con nuestros deseos y capacidades. Solamente así concretaremos en nuestra vida, el ideal de nuestra vida de cruz: “En tus manos”. Nuestra voluntad crecerá así cada vez más hasta las alturas de la voluntad de Dios y será más idéntica a la voluntad de Dios sobre nosotros. Ella se hará a la anchura de la voluntad de Dios, a la fuerza, a la tranquilidad, a la paz y a la felicidad de la voluntad de Dios sobre nosotros; es la coronación de nuestra vida de Dios en la vida consagrada. Hasta ahora no hemos dicho ninguna palabra de nuestro amor al prójimo. Debemos mirar con San Juan hacia la Cruz de Jesús y concluir con el Apóstol del amor: “No vemos a Dios, son los hombres que representan a Dios, y con la medida que amemos a los hombres, con esta misma medida amaremos a Dios”.

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El amor al prójimo puede exigirnos todo. Sin embargo debemos vigilarnos en nuestro amor total a los hombres, evitando una caricatura del amor. El amor a los hombres es tan idéntico al amor de Dios, y el amor de Dios tan igual al amor de los hombres que Jesús hizo de los dos amores un solo e idéntico mandamiento. Esto es para nosotros una luz poderosa en nuestros anhelos de amor de Dios y de los hombres. Hemos hablado de caricatura de amor; puede que la palabra no sea muy exacta, sin embargo debemos prevenirnos contra un amor sólo de apariencia. El amor al prójimo es entendido a menudo demasiado estrecho. Se reduce a préstamos de servicios de caridad como dar limosnas, facilitar toda especie de bienes y servicios. Todas estas pruebas de amor son buenas y verdaderas y sin embargo debemos defendernos contra un concepto demasiado estrecho del amor al prójimo. No hay persona que haya amado tanto a los hombres, después de Jesús, como la Santísima Virgen María, y sin embargo no poseemos sino unos pocos casos de amor al prójimo, bajo la forma de servicios prestados. Nuestro amor al prójimo es mucho más amplio y consiste en el don de nosotros mismos como personas, como vidas a Dios y a los hombres, bajo cualquier forma en que se realice concretamente este acto de amor total. No importa lo que haga cada Miembro en su vida: ya trabaje en la cocina, en la oficina, en la fábrica, en obras sociales o de beneficencia; lo que vale es sacrificarse en su vida misma por amor a Dios y a los hombres, en unión con Jesús en la Santa Cruz. Esta es por excelencia nuestra fórmula de amor, y así no se reduce tan fácilmente nuestro amor a una caricatura del amor lleno de egoísmos en una época que hace el bien tan fácilmente por espíritu y vanidad, de honor, de amor propio y que bien merece los reproches de San Pablo sobre el amor vacío, como vasos vacíos; porque no basta con efusiones de amor o darlo todo hasta la propia vida; es necesario darse por amor a Dios, en unión con El. Nuestro amor al prójimo consiste en el sacrificio desinteresado de nosotros mismos a Dios y al prójimo, a través de toda nuestra vida y no bajo la forma de tal o cual acto de caridad, que a veces se inspira más en el amor propio. Dios nos quiere en donde nos mande a trabajar la Divina Providencia y allí nos encontramos en el terreno para practicar nuestro amor al prójimo y a Dios. Los padres de familia en su ambiente familiar, rodeados de sus hijos, con sus miles de problemas que exigen todo su amor. Los profesionales, los comerciantes, los trabajadores, los novios, los socios comprometidos tendrán que darse al prójimo en nombre de Dios, buscando con rectitud de intención y de corazón el verdadero y máximo bien del otro.

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Esto no excluye la bondad, expresada en servicios y obras buenas hacia nuestro prójimo, por el contrario, esta bondad ha de sernos como natural cuando amamos así a Dios y al prójimo. Nos serviremos ampliamente de la caridad y de sus obras exteriores para llevar a Dios a los hombres y los hombres a Dios. La vida pública de Jesús se caracteriza por su bondad a los hombres, manifestada bajo tantas formas. Nosotros también estaremos con Jesús en medio de los hombres, bajo las formas más diversas de amor al prójimo en lo material y en lo espiritual. Nos daremos a las obras de ayuda social y familiar, a las obras de amor espiritual, como de oración y de penitencia y de instrucción religiosa. La prueba de nuestro amor a Dios y al prójimo no está limitada a una forma unilateral de vida de apostolado o de trabajo; nosotros estamos en servicio de un gran ideal: “En tus manos”, queremos ser de Dios y de los hombres por amor a Él. Procuremos entender el amor de Dios y de los hombres en esta forma y seguramente seguiremos los pasos de Jesús y llegaremos al término de la vida de amor de Jesús: “En tus manos”. El amor entendido en esta forma, nos hace ver claramente que lo mejor para cada Miembro Misionero es sacrificarse por Dios y por el prójimo en el espíritu de “En tus manos”. Yo soy enteramente tuyo, oh Padre, a través de toda mi vida. No hemos hablado de los varios aspectos del amor, como el amor a María, nuestra Madre celestial, de nuestro amor a la Iglesia, al Sumo Pontífice, a los Obispos, Sacerdotes y a todos los miembros de la Iglesia; tampoco de un amor especial a nuestra amada Fraternidad Misionera de la Cruz. Nos hemos limitado a un concepto general del amor, cómo queremos vivir el amor en nuestra vida de la Fraternidad Misionera de la Cruz. Si vivimos el amor según el espíritu de nuestra Fraternidad, cumpliremos con el amor según sus diversos aspectos, porque las mismas obligaciones de nuestra vida de comprometidos nos conducen a la perfección del amor bajo todas estas formas. El amor será para nosotros siempre, el centro por excelencia de nuestra vida secular, porque la Cruz de Jesús y los Dolores de la Virgen nos llaman a igual amor: “En tus manos”. Somos totalmente tuyos, Padre, y en Ti, totalmente para el prójimo. Granos de oro ¿Mi amor abarca toda mi vida? ¿La utilizo plenamente al servicio de Dios y del prójimo? ¿He comprendido que el amor se interesa por el conjunto de la persona, de Dios y del prójimo?

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Espíritu de Penitencia El llamamiento de Jesús en su Santa Cruz, tan profundamente incluido en sus últimos palabras, “En tus manos”, es una invitación a subir con Él hacia las alturas más sublimes del espíritu. La conquista de las cimas de las montañas exige de los aficionados muchos esfuerzos, espíritu de sacrificio, desprendimiento de todo confort, y a veces hasta la pérdida de uno u otro miembro o de la vida. La escalada de las montañas no es sino una imagen débil de la subida interior del alma, hacia la montaña de Dios, que es la montaña del Calvario. Allí pende de la Cruz el Divino Guía que nos encamina hacia las cimas de la vida humana en este mundo, por su vida de unión y de identificación con Dios. Él nos enseña por la luz de su doctrina y su ejemplo divino, hasta dónde alcanzan las alturas de estas montañas del alma; ellas se levantan mucho más allá de la inteligencia, la voluntad y el ser humano; ellas llegan hasta las cimas de Dios, es decir, hasta la voluntad de Dios con la cual debemos identificarnos: “En tus manos, oh Señor”. Este ideal nos pide morir a nuestra propia voluntad y querer abandonarnos a la voluntad y a los deseos de nuestro Creador, Dios Padre. Para llegar a este término se necesita una fuerza muy particular de la que sólo los santos fueron capaces de modo perfecto. Ellos se dieron a Dios con el empuje de su espíritu combativo y con el vigor de sus pasiones y realizaron el reino de Dios en sus almas, por la unión más íntima de su voluntad y espíritu con la voluntad y el espíritu de Dios. Nosotros, Miembros Misioneros, tenemos la misma obligación que ellos de dirigirnos hacia esta misma meta final, única digna de nuestras aspiraciones y deseos de unión con Jesús en la Santa Cruz: “En tus manos”. Queremos subir hacia la cima de la Cruz, es decir, de la unión más estrecha con Jesús y María, en la cima del Calvario. La máxima manifestación de la vida humana en este mundo consiste en esta más perfecta unión con Jesús y María, en el don total de sí mismo al Padre, más

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especialmente cuando hay que sacrificarse como Jesús en medio de las más dolorosas circunstancias. Para nosotros Miembros Misioneros, la travesía de este mundo nos conduce a este fin por obligación. Para concretar este ideal soñado en nuestra vida, debemos desprendernos de todo lo que no es Dios, nuestros gustos propios, nuestra voluntad personal, nuestros sentimientos y deseos, nuestras ambiciones, nuestros intereses y comodidades. Todo lo debemos sacrificar para subir a la montaña santa. No podemos realizar estos trabajos tan pesados en un día, en un año, ni aún en una vida. Este objetivo supone disciplina, adaptación, paciencia, perseverancia, y poco a poco, como para Jesús, se nos pedirá todo. Debemos prepararnos para subir a la cumbre de la montaña de Dios y dejarnos acompañar por un maestro en el arte de subir, por un guía experimentado; debemos llevar fuertes cuerdas que nos faciliten el paso sobre los abismos; y ¿quién será este maestro y guía, que ha de proporcionarnos las cuerdas fuertes? Nadie más que el espíritu de penitencia. El espíritu de penitencia no se limita a tal o cual práctica de penitencia, porque así no podríamos jamás alcanzar el fin propuesto; el espíritu de penitencia abarca todos los sacrificios, que hemos de cumplir para llegar hasta las cimas de la montaña de Dios. Debemos ser Miembros Misioneros bien decididos a lograr el objetivo por el cual entramos en la vida misionera. Por esto debemos armarnos con los medios útiles y necesarios a la conquista de nuestro ideal. El espíritu de penitencia nos es absolutamente necesario para este fin; debemos estar listos como Jesús a sacrificarlo todo, a dejarlo todo, a hacerlo todo, hasta lograr formar la imagen perfecta de Jesús en la Santa Cruz: “En tus manos”. La invitación para acompañar a Jesús, en el camino de la Cruz, hacia las cumbres de la vida del alma en este mundo, nos viene cada día en el Sacrificio de la Misa, renovación del Sacrificio de la Cruz. Jesús está en medio de nosotros tan bello y grande como en las alturas del Calvario, pero cada día más solo, rodeado como está cada día de más enemigos o indiferentes. Oímos sin embargo muy claramente las palabras de combate de Jesús: “En tus manos”. Para nosotros, como para todos los hombres, no hay otro camino hacia este fin, no existe otra ruta en este mundo que esas divinas palabras del Maestro; si no las seguimos nos perderemos en los abismos bajo los aludes y pereceremos.

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La subida hacia Dios debe siempre encontrarnos listos a sacrificarlo todo, en un desprendimiento perfecto, con el fin de llegar a la cima de la vida del alma humana: “En tus manos, oh Padre”. Granos de oro El hombre moderno quiere prescindir de penitencias u orientar solamente a la conquista de los bienes terrestres. ¿Nosotros las utilizamos para los bienes sobrenaturales? ¿Somos felices de practicarlas, como fuentes de gracias y de poderes para la salvación de las almas?

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La Pureza ¿Dónde podemos hablar más acertadamente de la virtud angélica que nos permite ver a Dios, si no es desde lo alto de la Cruz de Jesús? ¿Habrá en este mundo algo más puro que la mirada de Jesús desde la Cruz? Jesús ya no está ligado a nada ni a nadie, ni a su Madre, ni a sus discípulos tan íntimamente amados, ni a las mujeres que lo acompañaban para servirle en sus misiones apostólicas, ni a los niños tantas veces bendecidos, ni a los enfermos curados en tan gran número, ni al lago u otros lugares. Él es totalmente libre, desprendido hasta de todo lo que un corazón humano bien nacido puede amar legítimamente en esta tierra. Jesús está clavado en la Cruz, alzado entre cielo y tierra; en su actitud exterior ya se siente libre y feliz de todo y de todos, pero en su alma vive infinitamente más allá de todo lo temporal y terrestre. Su corazón es libre de modo perfecto de todo lo que no es Dios, y Él ama a los suyos y todos nosotros únicamente por amor a Dios. Jamás en la vida de Jesús se habló, ni en lo más mínimo, de sus buenas costumbres, ni aun cuando trataba a solas, contra las costumbres judías, con una Samaritana. Jesús era puro y casto en todas sus obras, pensamientos y sentimientos y en sus relaciones con todo el mundo. Jesús irradiaba la pureza y claridad de su Ser Divino, porque en Dios no existe ni la mínima posibilidad de impureza, porque Él no es de carne, ni conoce los contactos carnales. Como Dios, Jesús dominaba del modo más perfecto su cuerpo, en dependencia total de su Ser Divino y sobrenatural. Esta pureza, inherente a su naturaleza en razón de su Ser Divino, inclina el sentimiento de Jesús hacia todos los que Él ama más especialmente y hacia los que quieren amarlo más particularmente. Jesús amaba a su Madre con tanta delicadeza y plenitud, porque le dio la vida en pureza y porque era totalmente pura desde su Inmaculada Concepción. Jesús

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amaba tanto San Juan, porque era virgen y siguió a Jesús con una pureza a imagen de la suya. Jesús desea también de nosotros una pureza tan perfecta como sea posible, ya sea que siempre la hayamos conservado o que la hayamos reconquistado por la penitencia. Como Miembro Misionero de la Fraternidad Misionera, debemos desear con todo nuestro corazón, la pureza más idéntica posible a la de Jesús en su Santa Cruz y a la de la Virgen en sus Dolores. Queremos vivir por encima de lo terrestre en nuestro corazón y en nuestro espíritu, en unión estrecha con Jesús. Esta lucha del desprendimiento total es ardua; nos damos cuenta de su vigor y de sus alturas, contemplando a Jesús en su Santa Cruz y a la Virgen en sus Dolores. Este combate un día u otro ha de darse y también en medio de los más íntimos dolores. Nadie puede llegar a las alturas de la Cruz de Jesús sin los duros golpes que clavan nuestros pies y nuestras manos, en los pies y las manos de Jesús en la Santa Cruz. Debemos convencernos de esta realidad y no vivir de sueños. Las almas que quieran hacerse Misioneros de la Cruz deben estar decididas a entregarse al combate, sin mirar atrás. Seremos puros en la medida de nuestra unión con Jesús por medio de nuestra voluntad, de nuestra vida de oración. Nuestra vida de evangelización nos conduce tan fácilmente hacia las llanuras, hacia los campos y vergeles de las tierras del Señor. Entonces en nuestro corazón debemos quedar clavados en la Cruz de Jesús, sobre el Calvario. Sin esta pureza no podremos acercarnos a Dios ni invitar a las almas a ir a Dios. El combate debe dirigirse a Dios y nos conducirá a Él. Es muy natural que se produzca en las almas una lucha y es posible que haya derrotas. Cuando la lucha es personal e interior, no debemos dejar ningún momento de rezar a Dios y a la Virgen para que nos den la paz interior o nos la devuelvan, porque Dios es Todopoderoso en su infinita bondad.

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Dios puede ayudarnos, sostenernos y librarnos de nosotros mismos. Sin embargo, cada uno tiene una responsabilidad en la vivencia de la sexualidad según su estado de vida. Los casados como los célibes deben primeramente convencerse de que la sexualidad es un asunto de fe. Lo importante es que el hombre logre captar que es por medio de la fe que mantiene en sí, es decir, en su espíritu y en su corazón, la imagen perfecta de Jesucristo. La aceptación de la fe, facilita a cada uno la defensa de la personalidad de Cristo, contra sí mismo, sus ideas, sus sentimientos, sus impresiones. La fe conserva a Cristo, en la plenitud de su personalidad en el espíritu y en el corazón de cada uno. Esta pérdida de la noción precisa de Cristo es más común entre los que abusan de la sexualidad y la aceptación de Cristo es más factible entre los que tienen orden en su uso. La sexualidad tiene muchas implicaciones, no solamente en la vida individual, sino en la vida social. Por esto los Directores, respetando un gran amor a las personas tendrán que intervenir en casos particulares, con las medidas las más indicadas para conservar el bien general de la Fraternidad. Los Directores deben intervenir con responsabilidad pero a la vez con comprensión y bondad ayudando a los Miembros a ellos confiados a sostener una lucha a veces dura, pero no perdida. Siempre deben buscar la mejor solución para su tranquilidad de conciencia y su felicidad. En los casos de escándalo público, se debe intervenir pronto y enérgicamente con toda bondad para la persona y a la vez con decidida severidad para la culpa. Los Miembros de la Fraternidad Misionera serán puros y fuertes en su corazón en la medida en que lo sepan rodear con las espinas de la corona de Jesús y de los Dolores de la Santísima Virgen. Solamente al pie de la Cruz obtendrán las fuerzas para ofrecer a Dios este acto de amor, de dar a Dios la carne y sus deseos. El compromiso de ser castos protegerá y fortalecerá la virtud de la castidad y la virtud de la castidad facilitará a los Miembros de la Fraternidad, la observancia de la castidad y la práctica de la misma. Exhortamos a los Misioneros a no jugar con la Santa Virtud, sea por imprudencia o por concesiones a la carne y a sus deseos, bajo cualquier forma que sea. Muy fácilmente nos dejamos seducir por la fuerza atractiva de la carne, que es tan profundamente nuestra. Pureza en nuestra actitud, en nuestras miradas, en nuestro modo de vestirnos, en nuestras palabras y en nuestro contacto con los demás. La chispa de la impureza provoca tan fácilmente el incendio, que se levanta instantáneamente y nos seduce. Las armas de la lucha son la oración, la mortificación, una devoción profunda a la Santa Eucaristía, educadora de almas puras, el amor a la Santísima Virgen, Madre

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de la Pureza, y no menos la sinceridad para hablar a nuestro confesor y a nuestros directores. La impureza, especialmente al principio, se combate y se vence más fácilmente, por una voluntad firme de vivir puro y para esto es necesario una sincera y total lealtad. Nuestra evangelización nos conduce a las masas. Por esto debemos mantenernos fuertes y rodeados de todos los medios para no caer personalmente, para no escandalizar al prójimo y para no comprometer a la Fraternidad. Al comienzo de las dificultades en contra de la sexualidad podemos nosotros mismos ayudarnos tan fácilmente, si somos abiertos con nuestro director espiritual o con el director local de la Fraternidad. Normalmente por una primera seducción nos sentimos emocionados, en nuestro “yo”. No debemos descuidar de servirnos de la gracia, que a veces no vuelve después. El director, una vez informado, puede aconsejarnos, sostenernos, fortalecernos y defendernos contra nosotros mismos, la seducción, el mundo y el diablo. El hecho de no sentirnos solos es ya una fuerza y una tranquilidad. Si hemos aceptado la seducción, crece el peligro, que ya es grande, para nosotros. Y si el director normalmente no fuera informado por nosotros, y sabe de nuestra debilidad por una tercera persona, nos sentiremos muy aburrido y fácilmente podremos hasta perder nuestra vocación. Los directores deberán vigilar hasta lo sumo este particular de la pureza y han de ser prudentes antes de aceptar a un aspirante misionero. Antes de entrar en la Fraternidad, cada vocación debe ser probada por la seriedad de su personalidad, de su prudencia y fuerza de alma; si no, conduciríamos la vocación a su perdición en lugar de facilitarle el camino al Calvario, para allí ofrecerse totalmente a Dios y ser solamente de Él: “En tus manos”. No debemos mirar el número de vocaciones sino únicamente el objetivo que cada una debe realizar en su vida: “En tus manos”. Esta consideración será la única valedera para recibir vocaciones en nuestra Fraternidad. En estos tiempos modernos sobre todo, no podemos jugar con las vocaciones. Obrando con este espíritu, estaremos casi seguros de que las vocaciones no se pierdan, dañándose en sus propios intereses, y perjudicando a la Iglesia y a la Fraternidad.

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Debemos tratar a los Miembros de la Fraternidad con un gran respeto, porque tienen un derecho sagrado de poder realizar su vocación: “En tus manos”, ser un día totalmente del Padre; y nada hay tan perjudicial como las vocaciones que se pierden por imprudencias en las buenas costumbres. El mundo de la carne es contrario al mundo del espíritu y cuerpo y alma se condenan tan fácilmente por las imprudencias en este terreno. Nuestra vida comprometida debe bajo todos los aspectos, respirar una atmósfera de pureza y claridad. La misma presentación exterior de nuestras casas deben llamar la atención sobre el espíritu de pureza, todo debe ser un llamamiento hacia las alturas, hacia la pureza y la claridad de Jesús y María. Seamos puros y veremos a Dios, como dice Nuestro Señor. Ver a Dios gozar de Él y ser feliz con Él, es decir con el afecto y con el amor de su Corazón. Con San Juan nos inclinaremos sobre el pecho de Jesús, participando de sus secretos de amor hacia nosotros. Con Jesús entenderemos los misterios del amor de nuestro Padre de los Cielos y nos consagraremos totalmente a Dios-Padre, libres de todo lo terrestre y carnal, de todo lo que no es Dios: “En tus manos”, seremos tuyos, oh Padre nuestro, totalmente en tus manos. Granos de oro ¿Cómo considerar la pureza? ¿Únicamente bajo el punto de vista de la honestidad al estilo de la gente del mundo, o como un signo de nuestra alianza con Jesús en el amor? ¿La pureza contiene el dinamismo total de nuestro amor, con el interés, la preocupación, la ambición por Jesús y su Obra Redentora, al estilo de los Apóstoles que supieron seguir a Cristo hasta el martirio, organizando sus vidas en función del Señor?

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La Penitencia Ya hemos hablado sobre el espíritu de penitencia y sin embargo queremos tratar otra vez el tema de la penitencia, como medio insustituible de la unión e identificación con Dios. Podemos preguntarnos, ¿Cuáles son las penitencias de nuestra vida misionera? No podemos pensar exclusivamente en tal o cual práctica de penitencia, porque no hay ninguna, capaz de penetrar toda nuestra vida con el espíritu de penitencia. Nuestra primera y máxima penitencia es el don de nosotros mismos, de nuestra vida. No hemos desprendido de nosotros mismos y de nuestra vida, cuando entramos en la Fraternidad Misionera de la Cruz. No debemos preocuparnos si nuestra vida será corta o larga. Si estaremos enfermos o con salud, si la Fraternidad se sirve de nuestra vida según nuestros deseos o no. Hemos ofrecido a Dios nuestra vida. Cada uno según su estado de vida, ofrece a Dios, el don mejor que posee: el de su vida. Por esto debemos dejar a Dios la libertad de servirse de nosotros según su voluntad, sin discutir en cada momento el regalo que le dimos. Dios nos habla claramente por su Providencia y la obediencia. Aceptando los designios de Dios, con una confianza ciega en su bondad paternal, a través de las circunstancias, nos formamos en la gran escuela de los hombres y mujeres de Dios, que se capacitaron en el servicio del Señor, hasta cumplir hazañas extraordinarias en pro de la redención y la salvación del hombre. Lo mismo se puede decir de la obediencia, a los legítimos representantes de la Fraternidad. Esta obediencia nos libera de nosotros mismos y nos pone totalmente en las manos de Dios para servirle. Esta obediencia es de una fecundidad excepcional y se practica según la categoría, a la cual cada Miembro pertenece. Esta riqueza es de tanta trascendencia en la vida de cada uno, porque produce un acto de amor total a Dios, en unión con el don de Cristo en su Santa Cruz. Todos nuestros esfuerzos deben ser dirigidos hacia tal fin y el medio por excelencia para conseguirlo es someternos a Dios en su Providencia y a través de la obediencia. Esta actitud conduce a la santa indiferencia, de tanto agrado al Señor y consolidando la paz, la seguridad y la vitalidad de los Miembros de la Fraternidad, exige una vigilancia continua.

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¡Cuántas veces no nos preocuparnos por nuestra salud corporal o espiritual, por nuestras capacidades, preparación idónea, edad, etc.! Todo esto no tiene importancia en presencia de nuestro don a Dios. Por ser el mayor don que podemos dar a Dios, el de nosotros mismos, encuentra en nuestro camino los mayores obstáculos, que provienen de nuestros egoísmos, pasiones, orgullo, etc., del mundo con todos sus atractivos, como las riquezas, placeres, renombre, ciencia y del mismo demonio. Estos obstáculos no desaparecen automáticamente y necesitan de ayuda, fuera de nosotros, para vencerlos. En estos casos podemos apoyarnos sobre los directores de la misma Fraternidad, sobre nuestro director espiritual, sobre la gracia de Dios, por la oración, la confianza en Él, la generosidad en ayudar al prójimo, etc. ¿Por qué esta lucha tenaz para liberarnos de nosotros mismos? Porque una vez muertos con Jesús en la Santa Cruz, a todo lo que no es Dios, podremos atraer las almas en unión con Cristo, al gozo y a la posesión de Dios. Todos estos esfuerzos suponen un verdadero espíritu de penitencia, que se practica en la vida ordinaria y sencilla de cada día. A los padres de familia no les faltan miles de oportunidades para practicar todas las virtudes a través de su vida en el hogar. Lo mismo pasa en el ambiente del trabajador, profesional, industrial, del campo, etc. Los estudiantes, todos los jóvenes, hasta los niños necesitan de una fe profunda e inquebrantable para vivir una vida del agrado de Dios. Lo que es agradable a Dios es el sacrificio de nosotros mismos, de nuestra voluntad personal, porque tan fácilmente nos complacemos en nosotros mismos, lo que se opone al verdadero amor de Dios. Estas normas son absolutamente necesarias para la paz y el equilibrio del alma y del cuerpo. No olvidemos la misma táctica de Jesús. Él nos precede en el camino de Dios con su luz divina en su pasión y muerte en la cruz. No debemos equivocarnos; aceptemos con firmeza los métodos de combate de Jesús. El que no lleva la cruz, no es digno de Jesús. Estemos acorazados contra el mundo, la carne, la adulación del “Yo” propio, para seducirnos. Revistámonos con las disposiciones de Jesús, listos a abandonarlo todo, hasta “la túnica sin costura” para ser y perseverar totalmente en las manos de Dios. “En tus manos, oh Padre”. Granos de oro ¿Estamos convencidos de que la vida penitente es de un poder extraordinario sobre el corazón de Dios? ¿Renuevo la ofrenda de mi vida, como un acto de penitencia agradable a Dios?

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El Celo en el Apostolado Mi amor hacia las almas está muy íntimamente ligado al corazón y a la vida de Jesús en su Santa Cruz. En la Santa Cruz podemos entender el valor de un alma para Jesús y por el mismo hecho para nosotros, y también todo lo que Dios puede pedirnos, como a Jesús, para la salvación de las almas. La mirada de amor de Jesús en la Santa Cruz hacia las almas debe traspasar nuestros corazones e identificarnos con Él para entregarnos a las almas en peligro, con el mismo deseo y la misma voluntad de Jesús. La meditación de la vida de Jesús y particularmente de su pasión y de su Cruz nos penetrará del amor de Jesús hacia las almas y del precio infinito de ellas. Nuestro amor debe ser semejante al amor de Jesús y así mismo poseer las mismas cualidades del amor de Jesús. El amor de Jesús fue total, sacrificándose hasta los límites de su ser divino-humano. El amor de Jesús fue un amor de olvido personal y por eso lleno de humildad, de paciencia, de perdón y de perseverancia. El amor de Jesús fue un amor universal, que incluía a todas las almas, las de los pecadores y de los justos, de los indiferentes, de los pobres y de los ricos, de los enemigos y de los amigos. Debemos revestirnos con las cualidades del amor de Cristo, porque el amor a las almas necesita de estas cualidades, para ayudarlas en su subida a Dios, para convertirlas y salvarlas. Debemos convencernos de que el ejemplo y la doctrina de Jesús son el único camino para la salvación y la redención de las almas. Jesús es el gran Maestro de quien tenemos que aprender todo lo relacionado con el reino de las almas. Por la meditación y el estudio de la vida y de las palabras de Jesús nos formamos poco a poco como “pescadores de hombres.

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Debemos ser prudentes en nuestra vida de evangelizadores y aceptar una dirección fuerte a través de la sabiduría y experiencia de los Miembros Misioneros responsables de nuestros trabajos apostólicos, como también de los consejos e indicaciones de nuestros directores. No nos imaginemos que nosotros vamos a empezar la verdadera evangelización o que vayamos a reformarla, por el contrario, debemos ser humildes en recibir las indicaciones de nuestros directores y seguramente encontraremos los medios y métodos plenamente adaptados para salvar las almas. El método principal y más importante es siempre aquel del que se sirvió Jesús en la Santa Cruz, es decir, sacrificarnos en unión con Él del modo más perfecto a Dios y a los hombres por amor. La conversión de las almas se debe a las disposiciones interiores de nuestros corazones, a nuestra vida de oración, a nuestro espíritu de penitencia, a nuestro abandono en las manos de Dios: “En tus manos”. Naturalmente es útil adaptarnos a las circunstancias exteriores y nuestra Fraternidad se aplicará, con prudencia pero a la vez con decisión, a obrar según las nuevas necesidades y posibilidades de la evangelización moderna. La esencia de nuestra misión evangelizadora es la de predicar a Cristo como principio del cambio de la persona y de la sociedad. Procuraremos vivir libres en nuestro apostolado, es decir, no apegarnos a las personas, ni a las obras, ni tampoco nuestra fraternidad. Trabajemos con Jesús en los terrenos del apostolado, según el espíritu de Jesús, “En tus manos”. Lo único importante para nosotros es vivir con este espíritu de: “En tus manos”. La unión con Jesús en la Santa Cruz debe ser siempre el objetivo principal de todos nuestros esfuerzos, porque entonces conservaremos la paz, la tranquilidad y el equilibrio del alma y podremos estar seguros de santificarnos y de salvar a las almas. Porque así estaremos listos para ofrecerlo todo al Padre y a la almas, “En tus manos”, en la oración, el sacrificio y en el apostolado. El apostolado no es sino un eslabón en la cadena, que nos conduce a la Gloria de Dios, a la salvación de las almas, por medio de nuestra santificación personal. Fuera de este principio no existen sino errores y falsedades. Jamás debemos olvidar lo que Dios quiere de nosotros: que seamos como Jesús y María y como todos los santos: “En tus manos”, totalmente dados al Padre, por amor a Dios y a los hombres.

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Es la condición de nuestra perfección y salvación personal, como también de la redención de los hombres. Seamos como apóstoles, verdaderos imitadores de Jesús: “En tus manos”. ¡Somos tuyos, oh Padre, y para todos los hombres por amor de Ti! La fuerza de atracción en la conversión de las almas está ante todo en nuestra vida. Padre, enséñanos, en unión con Jesús y María, a ser verdaderos apóstoles, libres de todo lo que no sea tuyo, libres de todos y de todo. Por este sacrificio de nosotros mismos, bajo cualquier forma que se realice y en cualquiera ocupación o trabajo, seremos con y como Jesús: una causa de salvación para muchas almas: “En tus manos”. Granos de oro ¿Estamos convencidos de que nuestra santificación es una fuente de salvación para las almas y que nuestro apostolado tiene que ser una fuente de santificación? ¿La salvación de las almas abandonadas es la mayor de nuestras preocupaciones?

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TERCERA PARTE

Los medios de santificación

El Espíritu de la Fraternidad Misionera de la Cruz en los medios de santificación

Cada Asociación vive su vida con base en sus objetivos propios, por esto la importancia de su espíritu y sus normas de vida. El espíritu de cada Asociación y sus normas se conciben con bases en su vida y sus objetivos. La Fraternidad Misionera de la Cruz se fundó con una visión sobre la vida de fe en los ambientes modernos. ¡Cuántas personas abandonan cada día la fe o no saben absolutamente nada sobre el misterio de Dios por medio de la fe! ¿Quién se ocupa de estas almas? Podemos decir que son almas abandonadas y que necesitan de personas compasivas y bondadosas, capaces de comprenderlas en su soledad y de acercarse a ellas con el fin de orientarlas hacia su destino único y verdadero en este mundo: la vida de unión con Dios en el mundo y durante la eternidad. Esta misión propia de la Fraternidad Misionera de la Cruz, no es fácil, muy especialmente porque el hombre en los ambientes modernos es rodeado de miles de ideas, de sistemas filosóficos y de toda clase de religiones que complican supremamente la aceptación de la fe. Los Miembros de la Fraternidad deben revestirse de un amor a toda prueba, si quieren cumplir su misión redentora y salvadora. Por esto se escogió el amor de Cristo en la Cruz, como espiritualidad de la Fraternidad. El Miembro Misionero que penetre en el corazón de Jesús Crucificado será el único capaz de vencer los obstáculos para ir al encuentro del hombre moderno y llevarle el secreto de la felicidad de Cristo.

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Queremos ir al hombre moderno con medios aptos a este fin, como son los medios de comunicación moderna, el contacto de persona a persona, la formación de evangelizadores, etc., pero la esencia de nuestra evangelización consistirá en la predicación de Jesús vivo. Ofreciendo al hombre moderno este Cristo vivo, gozará de una vida nueva, abundante y superabundante. El aceptará a Cristo, se dejará cambiar en Él y por Él vivirá una vida feliz, de gracia, de seguridad y de servicio al prójimo. El sembrará la prosperidad en su familia y en la sociedad en la cual vive sin perder por esto su tesoro por excelencia: la vida de la gracia, de la posesión de Dios, que es garantía de su vida feliz y fecunda en el mundo y en la eternidad con Dios. La Fraternidad Misionera de la Cruz ideó sus Constituciones con este fin, por esto la importancia de observar con celo su espíritu y sus normas de vida. Tanto el espíritu de la Fraternidad como sus estatutos persiguen por encima de todo, el bien personal de cada miembro Misionero. El fin principal es imitar a Jesús en su espíritu y en su corazón, viviendo plenamente su consagración al Señor, con base en la vivencia del espíritu de las bienaventuranzas. El espíritu de la Fraternidad y sus estatutos son medios para facilitar a cada Miembro Misionero, la vida de perfección según Jesús. La contemplación de Jesús en la Santa Cruz imprimirá a cada Miembro Misionero un carácter especial, que le acompañará en su amor a Dios y al prójimo. Necesariamente se reflejará en él el espíritu de adoración, súplica, acción de gracias y reparación, tan propio a Cristo en su vida de la Cruz. Él se identificará con las virtudes fundamentales de Jesús en la cruz, un amor capaz de resistir a todas las pruebas, una esperanza en medio de la desesperanza, una fe por encima de las contradicciones, negaciones y sarcasmos del racionalismo moderno. Él se mantendrá seguro, firme, paciente y dinámico. Él se cambiará en Jesús preparándose a una misión auténticamente evangelizadora: Su vida, como para San Pablo, consistirá en vivir la vida de Jesús. Él sentirá la presencia de Jesús a través de obras, en que jamás había soñado. Tanto el espíritu como los estatutos de la Fraternidad gozan ampliamente del secreto de los poderes del Espíritu Santo. Granos de oro ¿Me doy cuenta de que mi vida concreta tiene que inspirarse en el espíritu misionero y sus normas? ¿Me dejo cambiar en y por Cristo a través de este espíritu?

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Los Directores Los directores son responsables de los miembros, de los bienes y de las obras de la Fraternidad Misionera. Su misión principal, sin embargo, consiste en que sus Miembros Misioneros, vivan las bienaventuranzas y sepan utilizar los medios de santificación según el espíritu de la Fraternidad. Por esto la importancia de que ellos mismos sean ejemplo vivos de una vida conforme al espíritu misionero. El mejor tesoro de la Fraternidad Misionera es la vida de cada uno de sus Miembros Misioneros. Las obras se desarrollarán en dependencia de la vida de cada Miembro Misionero. Es más fácil construir casas y organizar clínicas, colegios, hasta universidades y otras obras que ocuparse con todo interés y amor de los Miembros Misioneros de la Fraternidad. Este hecho ilustra cómo cada Director tendrá que vivir con su preocupación más importante: la santificación de los Miembros de la Fraternidad. A este efecto se necesita de mucho tacto, prudencia, fortaleza por encima de todo de un amor verdaderamente sobrenatural. ¿Por qué? Porque el amor buscará ayudar y servir en todas las circunstancias hasta encontrar la solución de cualquier problema. No es fácil introducir las almas en los secretos del don total “En tus manos”. Este hecho es posible por una entrega total con Cristo al Padre y a las almas, en las actividades y detalles de la vida diaria, propios a la misión de cada uno de los Miembros. Es importantísimo que cada Miembro Misionero encuentre la plenitud de su vida abundante, en su vida personal, sin mirar siempre en los jardines del otro. Cada uno goza plenamente de Dios en su propio “Yo”. La identificación con Cristo en su Cruz se debe a un esfuerzo continuo, de mantenerse en presencia de su Padre y de nuestro Padre, lo que supone la seguridad de la presencia de Dios y la práctica de varias virtudes, como la paciencia, la perseverancia, el silencio, el espíritu de perdón y de un amor auténtico. Cada Miembro tendrá que convencerse de que la formación de Cristo en su espíritu y en su corazón no depende de una circunstancia fortuita, sino de una orientación firme y sólida hacia este objetivo. A este fin el Director tendrá que mantener el ideal de la vivencia del Cristo vivo, lo que excluye necesariamente la preocupación por la añadidura. Las almas se mueren cuando empiezan a considerar como elemento más importante la “añadidura”. La añadidura se identifica con los bienes materiales, el honor, la grandeza, el poder, el prestigio, las obras, etc.

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Estos consejos dejan ver claramente que cada director tendrá que ser un colaborador con el Espíritu Santo y con cada Miembro en particular. El Espíritu Santo enseña el camino del amor, en el servicio de Jesucristo, como lo hizo con los Apóstoles en el día de Pentecostés. El facilitará al director, la luz suficiente, para colaborar con los Miembros Misioneros en su voluntad de amar a Jesús, haciéndoles entender el modo personal de servir a Jesús, en la forma más efectiva posible. Su papel es de servicio y no de dictadura de imposición; es una misión de luz. Los Miembros Misioneros procurarán dar libremente su confianza a los directores, facilitándoles inmensamente la dirección de ellos y de las obras bajo su responsabilidad. Los directores deben ganar la confianza de sus súbditos por su bondad, prudencia, ejemplo, vida de oración, espíritu sobrenatural y amor desinteresado. La responsabilidad de la dirección no tiene nada de apetecible, humanamente hablando, por esto la única solución para aceptarla es el espíritu de obediencia. Esta actitud es siempre bendecida por Dios y conduce a la persona al desprendimiento de sí misma, como principio de verdadera santidad. Este espíritu de obediencia de los directores favorece el espíritu de obediencia de los Miembros Misioneros, porque para ellos, como para los directores, la obediencia es un factor primordial para lograr identificarse con Cristo, en su obediencia hasta la cruz. Este respeto mutuo, con base en la obediencia, producirá una unión admirable de espíritu y de corazones tan necesaria para una vida feliz, sin tensiones y por encima de todo llena de obras extraordinarias, porque la unión hace la fuerza, en las obras y en la santidad. La luz de Cristo, por su obediencia hasta la cruz, es para cada uno de los Miembros Misioneros de una atracción irresistible. ¿Por qué? Porque sobre el Calvario nació la vida nueva de la gracia, de la paz y de la felicidad. Una de las características de los Miembros Misioneros tendrá que ser su espíritu de obediencia y de sumisión. Esta vida no es fácil. Por esto la vida de fe nos librará de nosotros mismos y nos identificará con Cristo en su “En tus manos, oh Padre”. Granos de oro ¿Los directores son conscientes de su misión? ¿Consideran esta responsabilidad para vivir más y mejor su “En tus manos”?

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El silencio El silencio es un factor importantísimo en la vida humana, especialmente en sus relaciones con Dios. Cada hombre tendrá que crear en sí mismo como un lugar de silencio, en donde puede encontrarse consigo mismo y con Dios, aun en medio de las masas tumultuosas de las ciudades modernas, con sus ruidos insoportables. El silencio material es un factor muy propicio para facilitar el silencio interior. Tanto el silencio exterior como el silencio interior no son espontáneos, ni propios a la naturaleza humana. Los dos exigen reflexión con razones básicas fundamentales sobre sus grandes ventajas y beneficios y sobre los grandes desastres debidos a su ausencia. El silencio más necesario es el silencio interior porque crea un orden perfecto, en toda la persona, lo que permite llegar sin muchos obstáculos al amor fecundo de Dios y del prójimo. Lo difícil es silenciar nuestro “Yo” con todas sus exigencias, quereres, deseos, caprichos, que no siempre estimulan el amor de Dios y al prójimo. Este silencio es una sumisión positiva y total a Dios, en un acto de supremo amor. El silencio no es algo negativo; es el don de nuestra propia voluntad a la voluntad de Dios, porque queremos identificar nuestra nada, con el todo del Ser de Dios, por la unión del amor, en la unión de los dos corazones. Este silencio interior pide de nosotros una vida de oración continua, para identificarnos un día con los objetivos de la vida de Jesús en la Santa Cruz. Esta vida de oración interior necesita del silencio exterior. No siempre podremos gozar del silencio exterior porque estaremos en medio de las actividades externas, pero entonces, que felicidad sería no perder de vista la presencia de Dios, imitando la vida de los santos. Ellos contemplaron a Dios y vivían con Él, aún en medio de sus trabajos. Debemos desear este contacto con Dios y buscar la soledad y el silencio, para estar solos, a solas con Él. Dios no está en el ruido, por esto debemos rodearnos libremente del silencio, tanto alrededor de nosotros como en nuestro interior. Esto no quiere decir que no

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podamos darnos totalmente al prójimo, por el contrario, en nuestros prójimos podemos ver a Dios presente, lo que nos fortalecerá más y nos ayudará a progresar porque en ellos servimos a Dios. Los hombres serían fácilmente una causa de perdición y de retroceso espiritual, si fuésemos a ellos por razones personales, como serían el interés propio, la comodidad, el egoísmo, el placer; entonces no encontraríamos a Dios en ellos, sino a nosotros mismos. Si amamos a Dios en el prójimo, nos acercaremos a Dios; si nos buscamos a nosotros mismos en los hombres, nos alejaremos de Dios. Este hecho es aún más cierto para nosotros, Miembros de la Fraternidad Misionera de la Cruz, porque nos sacrificamos a Jesús, clavado en su Cruz, con el fin de unirnos mejor con Él en la Cruz, donde se inmoló por nosotros. Queremos inmolarnos con Jesús en nuestro egoísmo, en nuestro “Yo”, en y por la Cruz, es decir en los disgustos, en las adversidades, en la lucha. Por esto queremos con los santos, buscar el silencio del “Yo” personal y también el silencio exterior, porque así encontraremos más fácilmente a Dios para contemplarle y vivir con Él en el silencio de la oración y de la vida interior. “En tus manos” Para favorecer esta vida de amor y de oración interior, haremos cada mes un retiro de medio día, y cada año unos retiros de seis días completos. Granos de oro ¿Me gusta el silencio? ¿Me sirvo de él en pro de una entrega más total a Jesús y a las almas?

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El levantarse El levantarse suscitará espontáneamente en nuestro espíritu, el principio fundamental de toda nuestra vida: Estar con Cristo a la disposición del Padre. ¡Somos totalmente tuyos, oh Padre, en pensamiento, palabras y obras durante todo el día, en medio de las penas y de las desilusiones! Estamos al pie de la Cruz, con la Madre María y vemos levantarse la luz de la vida nueva, que cada día debe iluminarnos más por medio de la oración y del abandono. Jesús es verdaderamente la aurora de esa vida nueva, que debe implementarse en nosotros por la unión con Jesús en la Santa Cruz, por medio de María. Estamos al comienzo de un día, desconocido para nosotros, sin embargo en posesión nuestra, si nos entregamos al Padre, por María, con Jesús: “En tus manos”. Todo nos viene del Padre y todo lo ponemos en tus manos por una confianza profunda y absoluta. Debemos levantarnos de la cama, sin vacilación a la hora convenida, según nuestras condiciones de trabajo. El primer instante del día debe corresponder al espíritu de la Obra de Dios: “En tus manos”. No buscamos nuestro placer, nuestros caprichos, nuestra complacencia, sino lo que es del Padre: “En tus manos”. El primer momento del día debe encontrarnos al pie de la Cruz, con las miradas dirigidas hacia la luz del último suspiro de Jesús: “En tus manos”. La participación en la vida de Dios es bajo esta condición. Granos de oro ¿Me levanto siempre a la hora convenida? ¿Vivo este momento con Cristo?

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La Vida interior Nuestro ideal de vida es identificarnos con Jesús: “En tus manos”. Estas palabras concluyen la vida de Jesús y la resumen porque toda la vida de Jesús fue una vida de “En tus manos”. Ellas contienen en plenitud toda la vida interior de Jesús, de toda su vida. La vida de Jesús, “En tus manos” nos revela de modo humano su vida en el seno de la Santísima Trinidad, donde Él era el Hijo de Dios-Padre, íntimamente unido con el Padre y el Espíritu Santo, por medio de la naturaleza divina. Las últimas palabras de la Cruz proyectan una luz fuerte sobre toda la vida de Jesús, porque nos manifiestan esta unión total de Jesús con su Padre, en su doctrina, en sus obras y en su abandono absoluto al Padre. Únicamente así podremos entender a Jesús en su vida terrestre, desde el primer instante hasta el último. “Yo vengo para hacer tu voluntad, oh Padre, porque para esto me diste una libre voluntad”; estas palabras que abren la vida de Jesús en este mundo se identifican tan perfectamente con sus últimas palabras en la Santa Cruz: “En tus manos”. Jesús en la Cruz no hace sino coronar con el don de su vida y de su existencia divino-humana, su voluntad de ser única y totalmente del Padre. Jesús realizó esta unión con su Padre, a través de los actos de la vida diaria, hasta los extremos más dolorosos de la Pasión y de la Cruz. Nuestro ideal de unión con Jesús, “En tus manos” debe inspirarse en el pensamiento de la vida y el ejemplo de Jesús. ¡Qué luz para nosotros! Jesús se desprendió de todo voluntariamente para ser del Padre. Nosotros debemos esforzarnos, en unión con Jesús, por ser totalmente del Padre y escoger libremente la voluntad del Padre.

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Esta libre elección debe facilitarnos el desprendimiento de todo lo que somos, para ser de Dios y a la vez para aceptar las circunstancias que Dios nos manda para colaborar con nosotros en la conquista del ideal: “En tus manos”. Esta obra no es tan fácil de concretar en nuestra vida y por esto debemos mirar a Jesús. Dios nos pedirá poco a poco, todo lo que somos. Él nos pide el sacrificio de los sentimientos, de nuestros ojos, del oído, de la palabra, de nuestras idas y venidas, de nuestras manos, de todo lo corporal con sus sentimientos e imaginación. Por fin Dios penetrará más profundamente en nuestra vida y nos exigirá para Él solo nuestra inteligencia, para pensar en Él y trabajar por Él; como también tomará posesión de nuestra voluntad para Él solo, con todos los deseos del alma, a fin de no desear ni querer sino a Él solo. Dios quiere para Él solo todo nuestro ser, para que Él sea el único dueño y Señor de nosotros: “En tus manos”. Esta lucha es tremenda. El ejemplo de Jesús que nace en un pesebre y muere en la cruz, es la mejor iluminación sobre el itinerario de esta vida de Dios en las almas. Este combate es totalmente opuesto a las inclinaciones de la naturaleza, que nos llama al exterior, hacia lo corporal y material, para apegarnos a todo lo terrestre. La lucha de Dios, por el contrario, no es posible, sino por un gran espíritu de sacrificio, que nos conduce a una muerte espiritual; muerte a todo lo propio y personal para ser de Dios, para desear y querer lo que Dios desea y quiere. Todo esto no es tan fácil, como lo muestra el ejemplo personal de Jesús; ejemplo que se refleja con toda claridad en la vida de los santos, que nos hablan en sus doctrinas y en sus obras de todo lo que precede y exige la muerte a nosotros para vivir solamente la vida de Dios, libres de nosotros mismos y de todo lo que no es Dios. Pero una vez unidos perfectamente a Dios, los santos se presentan como revestidos con lo divino, con su poder, su bondad y su fecundidad, y hacen obras que superan sus capacidades naturales. Ya no viven sus intereses personales, sino por Dios, y es natural que Dios se sirva de ellos para realizar sus obras divinas. Esto explica la fecundidad excepcional de la vida de los santos. Aparentemente los santos están muertos a todo, pero en verdad, resucitan como revestidos de Jesús, para mostrar al mundo su bondad y su poder.

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La vida interior debe conducirnos hacia la muerte con Jesús, en la Santa Cruz “En tus manos”. No debemos olvidar las palabras de Jesús: “Una vez en la cruz atraeré a todos hacia mí”. Y nada más normal. Porque en la Santa Cruz Jesús nos mostró su amor más sublime y perfecto al cual nadie puede resistir, porque muriendo en la cruz nos dio el Bien Máximo, Dios mismo, en la Santísima Trinidad. Nuestra recompensa será la misma. Dios vendrá a vivir en nosotros y por medio de nosotros, en muchas almas, por lo menos si nos sacrificamos a Jesús y por Él, al Padre: “En tus manos”. Granos de oro ¿Me sirvo de la vida interior para vivir en lo secreto con Cristo? ¿Tengo fe en mi coloquio con Él?

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La Santa Misa El momento más indicado para pronunciar con Jesús el don total de mí mismo: “En tus manos”, es la Santa Misa. La Santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio de Jesús en la Santa Cruz, sobre el Calvario. Jesús baja todos los días sobre nuestros altares, como el Crucificado del Calvario, con los mismos sentimientos y la misma voluntad del don total de sí mismo. Podemos contemplar a Jesús en la Santa Misa, como María, en el Calvario, al pie de la Cruz. Por esto debemos apropiarnos de los sentimientos de María, identificarnos con Jesús en espíritu y voluntad. Jesús viene sobre nuestros altares, como sacrificio de adoración, expiación, súplica y acción de gracias. Jesús se hace presente con la práctica, en grado sumo, de todas las virtudes cristianas de las que queremos apropiarnos. La Misa es el momento por excelencia de unión con Jesús, para ofrecerle nuestra vida como sacrificio de adoración, expiación, súplica y agradecimiento. Nuestra vida como Miembros Misioneros, está por esto tan vinculada con la vida de Jesús en la Santa Cruz y por el mismo hecho, con la vida renovada de su Santa Cruz en la Santa Misa. La Misa es el momento para renovar al Padre, con todo nuestro corazón y espíritu, nuestra ofrenda: “En tus manos”, y suplicarle la gracia de revivir, del modo más perfecto la vida de Jesús en la Cruz, en nuestra vida, especialmente, de este día: “En tus manos”. Granos de oro ¿Me uno en la Santa Misa a Cristo en su don total al Padre? ¿Me inspira la decisión de sacrificarme por Él?

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La Sagrada Comunión ¿Dónde mejor que en la Sagrada Comunión podemos unirnos con Jesús Crucificado? Allí recibimos a Jesús Crucificado. ¿Dónde poder descubrirlo mejor en sus sentimientos y pensamientos de la Santa Cruz, que en la Sagrada Comunión? Por esto debemos unirnos perfectamente con Jesús en la Santa Comunión, con una fe viva y un amor sincero. La Sagrada Comunión, como la Santa Misa de la que forma parte esencial, deben transformarnos a nuestro ideal claramente definido: “En tus manos”. Debemos recibir a Jesús íntimamente porque viene a nosotros como la víctima crucificada de la Consagración. La Santa Comunión hace relación a la consagración y existe, para identificarnos con el sacrificio de Jesús en ofrenda perfecta al Padre. No olvidemos nunca el pensamiento central de nuestra vida, cuando comulgamos: “En tus manos”. Esto es lo que Jesús viene a enseñarnos principalmente en la Sagrada Comunión: a identificarnos con Él, en su Santa Cruz. Nuestro deseo no puede ser sino transformarnos en Él, tomando sus mismos sentimientos, pensamientos y obras. La Comunión nos iluminará y nos fortalecerá en esta forma a través de todos nuestros actos del día. Nos daremos a nuestro deber con entusiasmo, ánimo, llenos de convicción y deseos de perfección, para estar unidos con Jesús, y adorar al Padre: expiar, agradecer y suplicar en nombre de todos los hombres. La Santa Comunión es la luz del Gólgota sobre nuestra vida. Jesús ha sido crucificado para ser la fuente de una vida nueva de Dios y de una nueva conciencia de vida. Nuestro propósito es el mismo. Queremos vivir para salvarnos y con nosotros a muchas otras almas. Por esto debemos comulgar con mucho fervor, porque sin este fervor la Comunión no tendrá estos efectos.

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Debemos acercarnos a Jesús con una fe profunda y una confianza inmensa y podremos entonces estar seguros de vivir con Jesús, dentro de nuestra vida, de cada momento y de cada día su “En tus manos”. Granos de oro ¿La Comunión es para mí un momento de unión consciente con el “Yo” de Jesús? ¿Comprendo mejor el “Yo” de Cristo que tiene en sus manos todo lo divino y lo creado?

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La Oración La oración es un combate con Dios. El alma entra en contacto directo con Dios y se siente invitada por Él, para unirse totalmente con Él. En estos momentos empieza la lucha entre Dios y las almas. Dios llama al alma. El alma desea a Dios, pero se siente incapaz de unirse con Él, en razón de su impureza y de su imperfección. Dios purifica al alma fiel, la hace más sencilla y le devuelve la primitiva semejanza con Él. Esta transformación del alma es acompañada de las pruebas más grandes tanto interiores como exteriores. Al parecer Dios no tiene compasión de estas almas; pero Él conoce el término y las conduce con bondad paternal y decisión fuerte hacia el fin perseguido. El alma debe permanecer tranquila, equilibrada y llena de confianza en medio de estas pruebas. Todo se arreglará, porque Dios es infinitamente poderoso y bondadoso. Estemos muy confiados. La oración no consiste en gozar de modo egoísta ni de nosotros, ni de Dios. Él nos invita a una participación de su Ser y de su naturaleza, aunque sea de modo accidental. Jesús nos dice claramente que su Padre es siempre activo y no puede jamás ser pasivo. La oración, como acercamiento a Dios, es una exhortación a imitar y a identificarnos con Él; de otro modo, estaremos engañados en nuestra vida de oración. La vida de oración desarrolla en nosotros una actividad divina, de imitación de Jesús, de los santos, para apropiarnos de sus virtudes y obras. La oración en su grado máximo, nos permite participar en alguna forma, de la actividad divina en nosotros y nos hace capaces de realizar obras, de las que

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somos incapaces de modo humano y que están por encima de nuestras posibilidades naturales. Esto explica cómo los santos, con una salud quebrantada, por ejemplo, fundaron obras muy grandes o desarrollaron obras con muchos éxitos. Nuestra vida debe ser primordialmente una vida de oración. Como Miembros Misioneros, queremos vivir la vida de Jesús en su Santa Cruz y la de la Virgen en sus Dolores. Para ambos fueron estos momentos los más significativos de su vida. Queremos identificarnos con la vida de Jesús en la Cruz y con María en sus Dolores. Por esto debemos esperar que Jesús y María nos concederán gracias especiales, para vivir su vida. Vida de abandono total al Padre, en adoración, expiación, súplica y acción de gracias. La vida de oración es por esto una vida de acción, de vida interior, necesariamente con la manifestación de obras santas y buenas, de virtudes y de abandono total. La vida de oración no consiste en gozar pasivamente de Dios, en medio del egoísmo y la satisfacción personal. Esto sería favorecer el apego a nosotros mismos, en lugar de desprendernos: “En tus manos”. Dios es acción y la unión con Dios nos lleva necesariamente a la acción, sea interior o exterior. Pero la pasividad, en el sentido de pereza, negligencia, egoísmo, satisfacción personal, no se puede imaginar en una verdadera vida de oración. Seamos prudentes para no dejarnos engañar por una falsa mística, o un concepto inexacto de la vida de oración. “En tus manos”. Estas palabras nos llevan hacia la actitud máxima de Jesús; la de su entrega total y libre a Dios. Esta es la oración que debe animarnos profundamente, “En tus manos”; ella nos pondrá en las manos de Dios y nos transformará en verdaderos hijos de Dios, identificados con el alma, el espíritu, el corazón y el amor a Jesús, Dios-Hombre. Granos de oro ¿Para qué rezo y para quién? ¿Mi oración me conduce al cambio en el Señor?

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El Trabajo El trabajo es un punto esencial en la obra de Dios y no puede dar sus frutos sino cuando se vive según el espíritu de la Obra de Dios. El espíritu de la Obra de Dios, “En tus manos”, puede aplicarse muy fácilmente al trabajo y es únicamente así, viviendo según el espíritu de “En tus manos”, como el trabajo cumplirá su papel providencial de conducirnos más cerca de Dios y de salvar a los hombres. Debemos renovar en nosotros y más especialmente en nuestro trabajo, esta confianza absoluta de Jesús en su Padre, este abandono total a la bondad y al poder de su Padre. Jesús con la riqueza de sus dones, se da al Padre, con plena confianza, como un niño: “En tus manos”. Debemos contemplar la vida de Jesús y también la nuestra desde las alturas de la Cruz. Jesús entrega su vida al Padre con una sencillez filial: “En tus manos”. Jesús no duda de la bondad y del poder de su Padre, para confiarle su máximo bien, su vida, con sencillez y confianza filial. Ante el Padre se desarrolla todo con plena sabiduría, sinceridad y eficacia. Este espíritu de abandono total y de confianza nos es necesario de modo particular en el trabajo, que casi constituye nuestra vida por excelencia y que pedirá nuestras fuerzas continuamente. Si no podemos trabajar seremos como inútiles a nosotros mismos, al mundo y a la sociedad. Este espíritu de abandono a Jesús en la Santa Cruz, “En tus manos”, con el don total de su vida al Padre, entregado de modo libre y consciente, debe también animarnos en nuestro trabajo. Damos a Dios nuestro trabajo “En tus manos”, con la confianza ciega de que el Padre lo aceptará, así como recibió el último suspiro de Jesús y que Él bendecirá con frutos de santificación y de redención de los hombres. Por medio de nuestro trabajo nos daremos al Padre, unidos con Jesús, en una vida de adoración, súplica, expiación y acción de gracias.

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Este es el objetivo principal y único de nuestro trabajo: vivir según el espíritu de “En tus manos”, en las manos del Padre, adorado, expiando, suplicando y dando gracias, totalmente unidos con Jesús en la Santa Cruz. No debe importarnos en qué trabajo nos ocupemos; lo importante es vivir nuestro trabajo con el espíritu de la Obra de Dios. Este pensamiento debe fijarse profundamente en la vida de todos los Miembros Misioneros. Este espíritu de abandono al Padre, como hijos de un mismo Padre, debe ser la característica fundamental de cada Miembro Misionero. No debe preocuparnos lo que hacemos. Cuando nos ocupamos en trabajos que merecen reconocimiento, honor y gloria, debemos vigilarnos muy especialmente para quedar libres en nuestro corazón “En tus manos”. Trabajamos para Ti solo, Padre, no para nosotros ni menos aún para los hombres. Debemos convencernos profundamente de que ofrecemos nuestro trabajo al Padre, quien lo recibe, lo bendice y lo recompensa, así como Él aceptó la vida de Jesús en su último suspiro con todas las bendiciones inherentes a este don. Recibiremos como de Dios todos los trabajos por humildes que sean, y los cumpliremos con toda la perfección posible. El trabajo en esta forma, nos santificará plenamente, nos desprenderá de nosotros mismos y nos unirá con Jesús, a quien queremos imitar, para vivir su vida en nuestra vida, coronando su vida, con el don máximo de su propia vida de Dios. Si trabajamos en el espíritu de Jesús Crucificado, con abandono al Padre, en un espíritu de adoración, expiación, súplica y acción de gracias, nos santificaremos prontamente. El trabajo de Jesús se dirigió siempre hacia la Cruz. Su trabajo, como su sacrificio en la Cruz, fue adorar, agradecer, expiar y suplicar. Así debemos trabajar y entonces seremos felices, alegres, seguros de recibir la recompensa del sacrificio de Jesús en la Santa Cruz: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. “En tus manos”. Granos de oro ¿Estoy convencido de que el trabajo es el momento más decisivo en mi progreso hacia Dios? ¿Pienso en mi misión misionera entre los trabajadores del mundo?

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Las Comidas “En tus manos”. Desde lo alto de la Cruz debemos contemplar todo lo relacionado con nuestra vida y por el mismo hecho debemos ocuparnos de lo necesario para nuestro sustento. La comida es un gran factor en nuestro sostén. Ella se relaciona directamente con la carne y por el mismo hecho sirve fácilmente para acariciar la carne, con la lógica consecuencia de que puede disminuir la fuerza de resistencia de lo espiritual en nosotros. ¿Qué es lo que debemos comer o cómo debemos comer? Miremos a Jesús. Él nos enseña todo, sin palabras, desde su Santa Cruz. Nuestro fin es “En tus manos”. Queremos ser del Padre y cumplir todo lo que es agradable al Padre, todo lo que es la voluntad del Padre. Por esto debemos comer para poder cumplir con nuestros deberes y nuestra misión como comprometidos. Todo lo demás es ya un ataque al fervor de nuestra vida misionera y en contradicción con nuestro amor a la Cruz. Jesús en la Cruz nos habla claramente el lenguaje que debemos practicar: el del sacrificio, la penitencia y un santo idealismo, para ser totalmente del Padre y de los hombres, libres de todo, principalmente libres de la carne y de todo lo que puede excitar la carne en sus concupiscencias. La mortificación en la comida ha sido para Jesús y para los santos, el primer paso al desprendimiento total de sí mismos, desprendimiento del mundo y de todo lo que no es Dios. Jesús ayunó cuarenta días, San Juan Bautista se retiró al desierto para ayunar y mortificarse; y ¿quién entre los Santos no se ha mortificado en la comida? Para San Bernardo el comedor fue el lugar de suplicios. Debemos estar animados con el mismo espíritu. El demonio seduce fácilmente a los hombres por la comida: Adán se perdió por la manzana. Después de su ayuno, Jesús fue tentado por el diablo, con la invitación a comer. Así sostiene el diablo, en gran parte, sus compañas contra las almas por la seducción de la bebida y de las comidas sabrosas.

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La medida en las comidas está claramente definida: comer para servir en la Obra de Dios y nada más. Debemos mortificarnos según el espíritu de las privaciones de Jesús en la Santa Cruz, quien no quiso aceptar la copa con alguna bebida lenitiva, en medio de sus dolores espantosos y que provocaron su grito: “Tengo sed”. En las visitas de cortesía debemos ser prudentes y delicados en relación con las comidas. Nuestra vida será en y a través de todo: “En tus manos”. Siempre debemos considerar todos nuestros actos y nuestra vida bajo la luz radiante de “En tus manos”. Granos de oro ¿Sé aprovechar las comidas en pro de la unión con Dios? ¿Son momentos de acercamiento al prójimo?

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Los momentos de esparcimiento El arco no puede estar siempre tendido. Debe haber alegría, diversión y verdadera distracción. Lo importante es gozar de estos tiempos según el espíritu misionero. También para esto debemos mirar hacia Jesús y meditar en su “En tus manos”. Jesús se da al Padre en todos los instantes de su vida y en cualquier circunstancia que sea. Por esto Él es tan sencillo y humano y goza de su misión en la boda de Canaán o en los banquetes en su honor como en los momentos difíciles de la Pasión y de la Cruz. Él se da a su Padre y a los hombres por puro amor y lleno de desinterés, con el fin de sembrar felicidad, abundancia y superabundancia de vida. Este mismo espíritu lo debemos vivir en los momentos de esparcimiento. Normalmente son momentos en los cuales se puede practicar el espíritu de don total al prójimo y a Dios. Se necesita desprendimiento, espíritu de servicio e iniciativa para crear un ambiente de sana alegría y paz. Los Miembros Misioneros son personas ocupadas y necesitan descansar, refrescarse, calmarse y tomar fuerzas para los próximos trabajos y obligaciones. Especialmente si los Miembros Misioneros viven juntos debe existir un momento de esparcimiento, en un ambiente de sincera y profunda hermandad. Aún en estos momentos no faltan las oportunidades para desarrollar el desprendimiento y la unión misteriosa con Cristo en la Cruz: “En tus manos”. A veces nos sentimos muy unidos a tal Miembro Misionero o a tal grupo. Puede que sea la oportunidad para luchar con nosotros mismos para conquistar por fin la santa libertad de los hijos de Dios, con el fin de entregarnos plenamente al Señor y a nadie más.

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Entendidos en este sentido se transforman los momentos de esparcimiento en tiempos de felicidad desinteresada, de paz, de alegría y de acercamiento seguro a Dios: “En tus manos, oh Padre”. Granos de oro ¿Soy consciente de que los momentos de esparcimiento son momentos claves en mi verdadera unión con Dios? ¿En los momentos de esparcimiento me intereso por lo demás o me pienso sólo, a quien hay que servir incondicionalmente?

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Las relaciones con el prójimo Los Miembros de la Fraternidad tienen necesariamente relaciones con el prójimo por su misión específica, la de la Evangelización. Cada uno sentirá la necesidad de apoyarse sobre Dios personalmente, como principio del verdadero amor. El amor divino tiene sus grandes ventajas porque favorece en la persona bien intencionada, cualidades dinámicas y poco conocidas en el mundo. La ventaja más importante es el bien que se persigue. La persona que vive del amor de Dios perseguirá con todo interés y generosidad el bien mayor del prójimo que en este caso es el del conocimiento y la posesión de Dios, que depende de este conocimiento. La Evangelización resume estos dos aspectos: es un conocer y gozar de Dios. Dios ama al hombre de todos los tiempos a través de su Hijo Jesús y quiere mostrarse digno de la confianza que el hombre depone en Él. Esto explica la bondad de Dios para con los que se confían en Él. Jesús explica claramente que la condición fundamental de los beneficios de Dios es la fidelidad a sus mandatos. “Si observaréis mis preceptos perseveraréis en mi amor, así como yo también he guardado los preceptos de mi Padre y persevero en su amor. Estas cosas os he dicho a fin de que os gocéis con el gozo mío, y vuestro gozo sea completo” (Juan 15, 10-11). Este gozo del Señor no es cualquier gozo de este mundo y tiene que ver con el amor a Dios y al prójimo. Este amor a Dios es la glorificación de Dios, por los muchos frutos que los verdaderos discípulos de Jesús producirán (Juan 15, 8). Este amor es fuente por excelencia de toda clase de bienes: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que quisierais y se os otorgará” (Juan 15, 7). Estos bienes inefables propios a la observancia de los mandamientos son la luz mayor para que los Miembros de la Fraternidad se dejen guiar por esta luz, especialmente en sus relaciones con el prójimo. Esta vida recta y sincera con Dios y con el prójimo no siempre será tan fácil porque las tentaciones no faltarán y nos asaltarán por un lado en que jamás habíamos pensado. El mismo fervor de los Miembros de la Fraternidad hace que las personas se busquen, se unan y se ingenien otras fórmulas en pro del desarrollo de las obras de la Fraternidad y sin

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jamás pensarlo, se presentan dificultades, a veces sin salida, humanamente hablando. Este hecho manifiesta, cómo los Miembros deben supervigilarse en relación con los mandatos del Señor para poder servir a Dios y al prójimo, con efectividad y dando frutos abundantes. La expansión de la Fraternidad es el fruto de la expansión interior de sus miembros. Esta expansión interior jamás permite receso y exige la revisión continua de la conciencia frente al bien, por parte de los deseos, pensamientos y obras de uno. Nadie puede descuidarse en este sentido y tendrá que rodearse de los medios sobrenaturales de la fe, con el fin de mantenerse en unión estrecha con el Señor que nos conducirá con mucha seguridad a Dios y a su servicio en medio de los hombres. La Fraternidad Misionera de la Cruz, procurará facilitar a sus Miembros, servicios de formación y de orientación con el fin de que cada Miembro encuentre en Ella luz y fortaleza para seguir a Cristo en plena paz y con abundancia de frutos en pro de su santificación y de su misión de salvación en medio del hombre moderno. Los Directores tendrán un papel muy feliz a cumplir en este sentido. Ellos sabrán apoyarse sobre el Señor con abandono y confianza porque para Dios, nada es imposible (Lucas 1, 38). Granos de oro ¿Pido a Jesús el envío de su Espíritu para que me ilumine en mi misión maravillosa de evangelizar y salvar al hombre moderno? ¿Estoy convencido de que mi misión es medio de los hombres supone una revisión atenta de mi vida interior?

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Las lecturas espirituales Las lecturas espirituales deben acercarnos a nuestro fin, “En tus manos”, de ser totalmente de Dios. Nuestra inteligencia debe ser iluminada y nuestra voluntad fortalecida para entregarnos cada vez más en las manos de Dios. Las lecturas espirituales son medios a este efecto. En la oración hablo a Dios y en la lectura espiritual Dios me habla. ¡Cuántas conversiones se deben a la lectura de un libro bueno! Por esto debemos hacer nuestras lecturas espirituales con un gran espíritu de desprendimiento a nuestro propio parecer, para poder entender lo que Dios quiere manifestarnos. Para no equivocarnos sobre la voz que nos habla, es necesario someternos a un director espiritual experimentado. Seamos sobrenaturales en nuestras lecturas espirituales, sencillos, evitando un espíritu crítico, aceptando por ejemplo, libros de nuestro director, como también escuchando a Dios y cumpliendo lo que Él nos pide. Procuremos no buscar otra cosa en los libros espirituales, sino luces y fuerzas para dirigirnos hacia nuestro fin, con equilibrio, paz y decisión, realizando en nuestra vida, todo lo que Jesús quiso dejarnos en sus últimas palabras: “En tus manos”. Para Jesús, como para nosotros, el término de nuestra perfección en este mundo es ser todo del Padre, darlo todo al Padre, en adoración, expiación, acción de gracias y súplicas. ¡En tus manos, oh Padre! Granos de oro ¿Estoy convencido de que Dios me habla en mis lecturas espirituales? ¿Cumplo con esta lectura con un deseo de progreso espiritual?

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El Santo Rosario Un medio por excelencia para llegar a nuestro objetivo es el rezo del Santo Rosario. María nuestra Madre es venerada del modo más sublime en el Santo Rosario; y es por medio de María, la Madre de la perfección cristiana, como únicamente podremos realizar en nuestra vida, el ideal soñado de “En tus manos”. El rezo del Santo Rosario es para nosotros la oración por excelencia, para ir a María. Escogemos el Santo Rosario entre todas las oraciones en honor de la Virgen. Deberíamos rezar siempre y en todas partes el Santo Rosario, si el tiempo y las circunstancias lo permiten; por esto rezaremos cada día el Rosario y en cuanto nos sea posible, rezaremos el Rosario completo. Esta oración parece sencilla y monótona, y sin embargo, no existe oración más bella para honrar a la Virgen María, porque nos viene del Cielo mismo, en una de las partes más importantes, como es el “Dios te salve, María”. María quiere mucho esta oración y siempre pide en las apariciones, directa o indirectamente, el rezo del Santo Rosario. Debemos amar con grande fervor el Santo Rosario, para santificarnos y salvar a las almas, particularmente a las almas más abandonadas. Los Misterios del Santo Rosario nos conducen a través del ciclo de toda la vida de Jesús y despiertan en nosotros, los mismos sentimientos de Jesús y de María, hacia Dios Padre y las almas. Debemos penetrarnos del espíritu del Santo Rosario que nos acerca tan íntimamente a Jesús, a María y por lo mismo a Dios. El Santo Rosario es nuestra arma por excelencia en estos tiempos, y donde María combate no hay ejército, por poderoso que sea, capaz de resistir.

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La Obra de Dios se debe en gran parte al Santo Rosario. El fervor en el rezo del Santo Rosario será el factor decisivo que hará de nuestra Fraternidad una gran amante de Jesús y de María para establecer su Reino en nosotros y alrededor de nosotros y para defenderlo, propagarlo y mantenerlo. Granos de oro ¿Me siento feliz rezando el Santo Rosario? ¿Tengo confianza en la presencia de María?

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El Santo Oficio La inmensa mayoría de los Miembros de la Fraternidad no tendrá obligación de rezar el Santo Oficio. Los únicos serán los Diáconos y los Sacerdotes. Los Miembros comprometidos lo rezarán por devoción, lo que puede ser el caso de otros Miembros de la Fraternidad. En cualquier forma, es fructífero para todos los Miembros de la Fraternidad entender el sentido que anima al rezo del Santo Oficio. El Santo Oficio nos acerca a la Cruz de Jesús de modo muy especial. Nos unimos íntimamente con su vida en la Cruz, porque en el Santo Oficio vivimos más conscientemente la vida de Jesús en la Santa Cruz, que fue una vida de don total a su Padre, en alma y cuerpo, en corazón y espíritu. La Cruz de Jesús es por excelencia su vida en esta tierra, vida de amor al Padre y a los hombres. La vida interior de Jesús en los momentos de la Cruz, fue infinitamente grandiosa y todo lo exterior no refleja sino débilmente la vida de amor indescriptible a su Padre. Jesús vive en la Santa Cruz solamente para su Padre, en un sacrificio de adoración, expiación, súplica y agradecimiento. Esta es la vida de Jesús en estos momentos sublimes. Por este fin se sacrifica a su Padre en su ser de modo total. No hay pensamiento que pueda expresar la visión de la vida de Jesús, en su Santa Cruz. El Santo Oficio perpetúa a través del día el sacrificio de la Cruz, que se renueva diariamente de modo incruento, sobre nuestros altares. El Santo Oficio prolonga el Sacrificio de la Misa, durante todo el día con los mismos fines de la Santa Misa y del Sacrificio de la Cruz.

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Cuando rezamos el oficio acompañamos íntimamente a Jesús en su camino de Calvario y estamos unos momentos con Él al pie de la Cruz, también padeciendo porque el Santo Oficio es a menudo un trabajo duro y a veces aburridor, para vivir con Él de modo más especial, su vida de la Cruz. Nos dirigimos al Padre en nombre de Jesús y de la Iglesia, en un sacrificio de adoración, agradecimiento, expiación y súplica, por las necesidades y la redención de todos los hombres, identificados con Jesús, por la oración y los deseos. El Santo Oficio es por excelencia, la unión con la vida de Jesús en su Santa Cruz, con su vida interior en la Cruz, que no se refleja sino débilmente en lo exterior. El Santo Oficio es para nosotros un sacrificio de expiación, como oración y como ejercicio, porque el Oficio nos pide un gran esfuerzo. El rezo mismo es ya una fatiga especialmente cuando hemos trabajado y volvemos muy cansados a la casa. El Oficio nos pide un esfuerzo duro pero nos permite una unión muy especial con el corazón de Jesús, que expía en su Cruz, por nosotros y por todos los hombres, en medio de los dolores más espantosos. Nos unimos también con la Iglesia que expía, que sufre en todos sus miembros dispersos sobre el mundo entero. Adoramos a Dios, con la adoración personal de Jesús en la Santa Cruz y en su Iglesia. Suplicamos y agradecemos en el Santo Oficio, unidos con la vida de Jesús en la Cruz y en la Iglesia. El Santo Oficio es así por excelencia, nuestra vida de la Cruz, identificados con Jesús en la Santa Cruz: “En tus manos”. El Oficio es profundamente la vida de Jesús, llevada hasta su más alta perfección. Por esto debemos amar el Oficio y estar listos a sacrificarlo todo por él, porque en estos momentos, así como en el Sacrificio de la Misa, podemos vivir intensamente la vida de Jesús: “En tus manos”. El Oficio entendido en este sentido permite a Jesús renovar su vida de la Cruz en nosotros, para que en nombre de la Iglesia y de todos los hombres agradezcamos a Dios, le supliquemos, expiemos y le adoremos, como a ser Supremo de todo lo que existe.

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El Santo Oficio es así una fuente de felicidad, de paz, de equilibrio y de gracias para nosotros y para todos los hombres, y de modo especial, para las almas más abandonadas, por las cuales nos queremos sacrificar más particularmente. Granos de oro ¿Rezo mi Oficio con una convicción interior de hablar a Dios? ¿Sé que rezo el Oficio divino como miembro activo de la Iglesia?

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Al acostarse Nos acostamos con Jesús en la Santa Cruz como si fuéramos a morir. Esto permite una unión muy estrecha, con Jesús en la Santa Cruz. Por esto podemos decir al Padre, como identificados con Jesús: “En tus manos”. Nos entregamos totalmente al Padre, conscientes y libres, como un sacrificio de expiación, adoración, súplica y acción de gracias. Nuestro sueño prolonga a través de la noche nuestra vida de la Cruz. Granos de oro ¿Pienso en mi sueño con un espíritu de ofrenda a Dios? ¿Pierdo mi tiempo cuando sufro insomnio?

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El examen particular Nos ponemos en presencia de Jesús en su Santa Cruz. Queremos identificarnos con la vida de Jesús en la Santa Cruz y, para lograrlo, queremos conocer y por fin vivir la vida de Jesús en la Santa Cruz. Este es el objetivo del examen particular, unirnos poco a poco con la vida de Jesús en la Cruz, hasta llegar a la meta deseada: “En tus manos”. El examen particular debe ayudarnos a extirpar nuestros defectos, para revestirnos con las virtudes de Jesús en la Santa Cruz, hasta realizar la plenitud de nuestra vida espiritual: “En tus manos”. Desprendidos de todo y de todos, somos de Dios solo. ¿Tengo ánimos y fuerzas suficientes para este fin? Vivamos con Jesús en la Santa Cruz. En sus dolores Jesús nos revela hasta dónde llega Dios. Hasta pedírnoslo todo a nosotros, por amor a Él y a los hombres. Estemos llenos de confianza, aún en medio de los combates más fuertes, lo mismo en las penas que en los sacrificios. Poco a poco nos conducirán al ideal soñado: “En tus manos”. Granos de oro ¿Me preocupo de mi progreso espiritual? ¿Me sirvo del examen particular para este fin?

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La Confesión Uno de los medios más aptos para ir a Dios es la confesión. La confesión nos obliga a ponernos en la presencia de la Cruz de Jesús. La Cruz de Jesús es la fuente de la vida nueva, de las gracias del nacimiento para Dios y de la renovación de la vida de Dios, del perdón de los pecados. ¿Cómo aumenta la confesión en nosotros la vida de amor a Jesús Crucificado? La vida de Jesús Crucificado es la que nos da la paz, la tranquilidad y el perdón de nuestros pecados. Al pie de la Cruz de Jesús podremos hacer una santa confesión. Contemplando a Jesús en la Santa Cruz crecerá en nosotros la fe en el perdón de los pecados y nos acercaremos al confesionario con mayor confianza, humildad y abandono. Los inmensos dolores de Jesús nos darán fuerzas para vencernos en nuestro amor propio, en nuestro respeto humano y en nuestro orgullo, para confesar sinceramente nuestras faltas más grandes, nuestros defectos más escondidos, nuestras recaídas. Jesús, crucificado por condenación pública y muriendo a la faz de todos los presentes como prueba de su culpabilidad, nos dará el ánimo para confesar todas nuestras faltas, en el secreto del confesionario y para imponernos los sacrificios necesarios para extirpar nuestros defectos. En la contemplación de los dolores de Jesús Crucificado podemos tan fácilmente arrepentirnos de nuestros pecados. Jesús quiso sufrir su pasión y su muerte en la Cruz libremente, por mi amor. ¡Cuánta culpabilidad, pues, en el pecado! ¡Cuáles sus consecuencias! ¡Cómo debe ofender a Dios este pecado! ¡Cuán grande es el amor de Dios y de Jesús hacia nosotros!

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Debemos confiarnos ciegamente a este amor, porque nos lleva al seno de Dios como a sus hijos. Los sufrimientos de Jesús en la Santa Cruz pueden tan fácilmente inspirarnos un acto perfecto de contrición, para vivir por amor a Dios, en medio de todas nuestras actividades y para evitar el pecado por amor a Él. Al pie de la Cruz encontramos tan fácilmente fuerza para cumplir la penitencia impuesta. ¿Qué vale una penitencia, por grande que sea, en presencia de todas las expiaciones de Jesús en la Santa Cruz? Jesús sufrió por nosotros, por nuestros pecados: ¡Cómo debemos desear expiar nuestras faltas con penitencias personales! Nos uniremos con el espíritu de penitencia de Jesús, en la Santa Cruz, para obtener el perdón de Dios sobre nuestros pecados. El sacrificio de Jesús en la Santa Cruz nos lleva a Dios, por medio del perdón de los pecados; aumenta el deseo de vivir del amor de Jesús en la Santa Cruz, fuente de todas las gracias y nos transformará poco a poco en Jesús Crucificado con sus sentimientos, pensamientos y virtudes. La confesión nos perdona, pero a la vez nos da fuerzas y luz para acompañar a Jesús en el Camino del Calvario. Debemos por esto servirnos de la confesión con un profundo espíritu de fe, para ir con Jesús al Padre “En tus manos”. Granos de oro ¿Tengo fe en la confesión? ¿Creo en su poder santificador?

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El contacto con los Directores El contacto regular con los Directores debe ser uno de los medios más importantes para progresar en la vida de amor de la Cruz y de abandono al Padre. El Director es el representante de Dios y por lo tanto es la persona providencial para conducirme en el camino de Dios, trazado por la vida comprometida. Por esto debo ir a mi Director con un gran espíritu de fe, convencido de que Dios se servirá de su intervención para acercarme al ideal soñado: “En tus manos”. Debo confiar en que el Director legítimamente constituido, me ayudará siempre a progresar en el camino de Dios: “En tus manos”. Cuántas veces, Dios se ha servido de hombres pequeños y débiles para llevar a los santos a las alturas más grandes de unión con Él. Debo permanecer profundamente unido a Jesús en mi fe y confianza en la autoridad, convencido de que ésta me conducirá siempre a Dios; del mismo modo que la autoridad judía y romana llevó a Jesús, a través de todas las injusticias, a su ideal eterno: “En tus manos”. Debemos ser abiertos con el Director. Si somos verdaderamente leales con los Directores, podremos estar seguros de que no solamente evitaremos las faltas, sino que trabajaremos con mayor fecundidad y llegaremos muy pronto a nuestro fin: “En tus manos”. Debemos tratar con los Directores sobre el modo de entender y de vivir nuestra vida comprometida, sobre nuestro apostolado y nuestros trabajos. Esta sinceridad es muy importante para nosotros, porque la vida en el mundo nos expone tan fácilmente a equivocarnos, a errores y por mismo hecho a faltas. El Director consciente de su responsabilidad, sabrá iluminar, aconsejar y sostener a sus comprometidos.

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El diablo, así como nuestro egoísmo, buscan el silencio. Solos, somos los más débiles, pero unidos, especialmente con nuestro Director, somos más fuertes que todos los demonios del infierno. Seamos breves y claros. Los Directores tienen sus trabajos y también la responsabilidad de los otros comprometidos. Podemos hablar con los Directores sobre nuestros trabajos, nuestros planes, la comprensión de nuestra vida comprometida y nuestro modo de vivir la vida comprometida. Dios bendecirá todo, si tratamos de todo esto con los Directores en un espíritu de humildad, lealtad y amor. El ejercicio de contacto con mis Directores me obligará aún más a practicar el espíritu de mi vida comprometida. “En tus manos”. Me desprendo totalmente de mí mismo para ser del Padre. Este espíritu debe conducirnos a través de todos los ejercicios piadosos hacia la perfección final de la vida de Jesús y más especialmente de la vida de Jesús en la Santa Cruz: “En tus manos”. Granos de oro ¿He descubierto es mis Directores un camino fácil para morir a mí mismo? ¿Soy capaz de ver en ellos un reflejo de la luz misteriosa de Dios?

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La revisión de vida Jesús pende en la Cruz como un acusado público y condenado a la muerte. Esta imagen debe inspirarme en el ejercicio de la acusación de mis faltas diarias y externas, en la presencia de mi Director. Jesús se dejó acusar libremente y condenar a la muerte y a la muerte de la Cruz. ¿No sería yo capaz de acusarme libremente de faltas leves contra el reglamento? No puedo, como Jesús, dejarme condenar injustamente a penas máximas, pero sí puedo, con el espíritu de Jesús, dejarme condenar a castigos que se oponen directamente a mi orgullo, mi egoísmo, mi vanidad, para que viva en mí Jesús Crucificado: “En tus manos”, para ser, con Jesús totalmente del Padre. Debo perseguir firmemente este objetivo, y por el mismo hecho, procuraré conocerme para cambiarme en mi querer, mis pensamientos, mis sentimientos, para desprenderme de todo lo mío y revestirme con la vida de Jesús: “En tus manos”. Jesús en la Santa Cruz es para nosotros un ejemplo perfecto. Jesús se desprende de todos y de todo, interior y hasta exteriormente para hacerse totalmente la cosa del Padre: “En tus manos”. La oración de Jesús en Getsemaní se cambia en la Cruz en grandiosa realidad: “No mi voluntad, sino la tuya, oh Padre”. Animado con estos sentimientos aceptaré muy fácilmente las humillaciones y los consejos que reciba a través de mi vida comprometida. Veré a través de todo, el camino recto por excelencia para ir al Padre, desprendido totalmente de mí mismo. Tengo que encontrar el camino y tomarlo para llegar al término. No será fácil.

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En estos tiempos de realizaciones materiales me impresionaré tan fácilmente por la importancia de las obras exteriores: ¡Soy bueno y siervo en la medida en que realizo tal y tal obra! Tan fácilmente me complaceré en mis trabajos, la vanagloria y el renombre; me sentiré satisfecho de mí mismo y olvidaré que el principio de mí subida a Dios es el espíritu de desprendimiento a todo lo mío, a mis obras, a mi influencia personal, a mi renombre y veneración. Y sin embargo, un día tendré que descubrir este camino y servirme de él para deshacerme de mi voluntad y gustos propios, para ser de Dios solo: “En tus manos”. Esta libertad interior me dará la felicidad y me conducirá normalmente hasta la unión perfecta con Dios: “En tus manos”. La revisión de vida debe enseñarme el desprendimiento de mí mismo y liberarme de mí mismo para ser de Dios. Debo servirme de la revisión de vida en este sentido, como Jesús se sirvió de todas las acusaciones exteriores, hasta la condenación de la Cruz, para ser del Padre solo: “En tus manos”. Granos de oro ¿Voy a mi Director para acusar o excusarme? ¿Me siento decidido en el camino hacia Dios?

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El estudio Cada Miembro Misionero debe darse cuenta de que Jesús fue la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo, la Inteligencia, el pensamiento del Padre, la Fuente de toda sabiduría y la Imagen original de todo lo que existe. Jesús reflejó en su vida temporal la riqueza maravillosa de su ciencia divina a través de todo su mensaje. Lo que interesa a Jesús es su misión de Maestro Divino, de revelar a su Padre con todo amor, con la máxima precisión y en la forma más adaptada a su auditorio. A veces su auditorio se limita a los letrados pero casi siempre está constituido por la masa más diversificada entre la gente sencilla del campo, con grupos de escribas, fariseos, publicanos y de otras profesiones. Su lenguaje es esencialmente religioso y jamás desvía hacia temas profanos. Jesús es un personaje verdaderamente divino y no se pierde en objetivos temporales. Jamás Jesús se ocupa de la ciencia de este mundo, por el progreso y la evolución de la civilización. No encontramos nombres de personajes ilustres en la doctrina de Jesús. Jesús se inspira en la literatura revelada del Antiguo Testamento con el propósito de perfeccionar su contenido. Esta orientación de Jesús es supremamente importante para la Fraternidad Misionera de la Cruz y para todos sus Miembros, desde la niñez hasta las edades más avanzadas. El primer objetivo del “Estudio Misionero” El mayor objetivo del Estudio Misionero es la vida de Dios en nosotros. Este objetivo exige un conocimiento preciso de Dios y del camino que conduce a Él. Este es Jesucristo personalmente. Este conjunto de conocimientos es la base sólida de la vida interior de cada Miembro Misionero, que debe crear en sí mismo, una vida interior ideal, lo que constituye en él una luz excepcional de oposición radical a todo lo que no corresponde a esta vida ideal que nos hemos creado, a la luz divina de Nuestro Señor.

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Para la creación de esta vida interior, necesitamos y podemos sin error posible seguir a Jesucristo. El conoce perfectamente a su Padre en su personalidad divina, en sus deseos, sus propósitos, sus exigencias y está plenamente capacitado para orientarnos en nuestra vida de unión con la voluntad del Padre. Esta voluntad del Padre tiene relación con toda nuestra vida personal, familiar, de trabajo o de otra índole. El Padre no puede cambiar en sus principios que dirigen toda su vida dentro de sí mismo, en su creación o en la redención. El hombre tendrá que respetar estos principios en todos los aspectos de su vida. El estudio de los medios de salvación y de santificación. La vida interior de todo Miembro jamás podrá permitir en su vida lo pecaminoso. Jesús estaba plenamente convencido de esta norma y afirmó “¿Quién podrá convencerme de pecado?” (Juan 8, 46). Esta lucha contra lo pecaminoso incluye todo un arsenal apto para defenderse contra lo pecaminoso y los factores que conducen al pecado. Este arsenal se encarna en la práctica de las virtudes cristianas, que son diferentes a las del mundo. Todo eso supone un estudio apropiado con el fin de lograr la verdadera santificación y salvación. Fuera de estos medios están los sacramentos, la oración, la penitencia, la devoción a la Santísima Virgen y a tantos otros que hemos estudiado en el mismo Directorio. El estudio de todo lo relacionado con la evangelización Cada uno según su responsabilidad y su capacidad tendrá que perfeccionarse en sus conocimientos religiosos para poder cumplir con su misión evangelizadora. Cada Miembro debe aspirar a compenetrarse en la forma más perfecta posible de todo lo relacionado con Jesús, la Iglesia, la Santísima Virgen y el hombre. Los más dotados de los Miembros de la Fraternidad deben promoverse hasta lograr ser especialistas en los asuntos de Dios, de la Iglesia, de la Virgen y del hombre en relación con el misterio de su salvación. Es un esfuerzo absolutamente necesario para el progreso efectivo de la Fraternidad Misionera, en su misión evangelizadora y salvadora. Cada Miembro Misionero por competente que sea en los asuntos humanos, debe siempre considerarse como un principiante en las cosas de Dios. En este sentido

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no solamente el mismo se salvará, sino que será la fuente inagotable de salvación para innumerables almas, especialmente de las más abandonadas. Granos de oro ¿Me doy cuenta de la necesidad de crear en mi conciencia una vida interior ideal, que me una lo más íntimamente posible con la vida interior de Jesús? ¿Estoy convencido de empaparme cada vez más de mi obligación de conocer mejor a Jesucristo, a la Iglesia, a María y al hombre, con el fin de poder evangelizar y salvar las almas abandonadas?

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CONCLUSIÓN Cristo vivo para el Miembro Misionero es por encima de todo el Cristo amante. ¿Por qué? Porque Cristo vive en él, no al estilo de una presencia material, sino consciente y libremente. Él está presente porque lo quiere para darnos seguridad, firmeza, abundancia y superabundancia de vida, felicidad y alegría, lo cual es signo de su inmenso amor. Cristo tiene interés en ayudar, servir, santificar y dar fecundidad a cada Miembro Misionero. Todo esto es signo de amor. Además vivimos con un Cristo amante dentro de nosotros. El esposo y la esposa se aman, pero con un amor externo a cada uno de los dos, amor que nace y puede desaparecer. Esto no es el caso de Cristo y nosotros. Él es el Eterno Amante, fiel, consolador y afectuoso. Él vive su amor con nosotros y dentro de nosotros. Nadie es capaz de separarnos de este Cristo vivo. Por el mismo hecho se desarrolla un amor ilimitado hacia El en cada uno de nosotros. Un amor cada vez más consciente del Cristo amante que crecerá progresivamente con el descubrimiento de su personalidad y de su misión cumplida. La meta del “Cristo vivo”, que evoluciona a través de toda nuestra espiritualidad desde la altura del amor de la Cruz, no es otra sino la de despertarnos frente a un Cristo amante. Una vez que hemos encontrado al Cristo Amor y Amor hacia mí personalmente, ya hemos conquistado el cielo en la tierra y nada nos parecerá difícil o imposible en el servicio del Señor. Él nos colmará de su gozo y nos sentiremos Miembros Misioneros muy felices. Granos de oro Pedir diariamente al Señor su luz propia y su Espíritu que es amor, para tomar plena conciencia de su amor hacia nosotros, que nos abre el corazón hacia su Padre y hacia las almas más abandonadas y necesitadas de Dios y de nosotros. Volver continuamente sobre este deseo de conocer a este Cristo vivo amante. Él nos transformará en Miembros Misioneros auténticos.

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INDICE Querido Miembro de la Fraternidad Misionera de la Cruz 2 PRIMERA PARTE Los principios El espíritu de la Fraternidad Misionera de la Cruz y de Nuestra Señora de los Dolores……..……………………………….. 4 Por la Cruz a la Luz…………………………………………………….. 6 La Santísima Trinidad………………………………………………… 9 El amor al Espíritu Santo…………………………………………….. El Cristo vivo…………………………………………………………… 15 La Cruz de Jesús y mi alma…………………………………………. 17 La Madre de los Dolores……………………………………………. 20 Estoy crucificado con Jesús en la Cruz …………………………… 24 La Santa Iglesia……………………………………………………… 27 Las almas abandonadas en la Fraternidad Misionera de la Cruz…………………………………………………. 32 El espíritu de la Evangelización……………………………………. 35 El deseo de perfección ……………………………………………… 37 SEGUNDA PARTE Las virtudes La fe …………………………………………………………………… 41 La humildad…………………………………………………………… 44 El espíritu de obediencia……………………………………………. 47 La esperanza …………………………………………………………. 49 La oración……………………………………………………………... 53 El espíritu de pobreza………………………………………………… 56 El amor…………………………………………………………………. 59 El espíritu de penitencia ………………………………………………. 64 La pureza………………………………………………………………. 67 La penitencia …………………………………………………………… 72 El celo en el apostolado ………………………………………………. 74

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TERCERA PARTE Los medios de santificación El espíritu de la Fraternidad Misionera de la Cruz en los medios de santificación……………………………………………… 77 Los directores………………………………………………………… 79 El silencio……………………………………………………………… 81 El levantarse ………………………………………………………….. 83 La vida interior………………………………………………………… 84 La Santa Misa ………………………………………………………… 87 La Sagrada Comunión ……………………………………………….. 88 La oración……………………………………………………………… 90 El trabajo………………………………………………………………. 92 Las comidas …………………………………………………………… 95 Los momentos de esparcimiento…………………………………… 96 Las relaciones con el prójimo………………………………………. 98 Las lecturas espirituales…………………………………………….. 100 El Santo Rosario……………………………………………………… 101 El Santo Oficio ………………………………………………………… 103 El acostarse …………………………………………………………… 106 El examen particular…………………………………………………. 107 La confesión…………………………………………………………… 108 El contacto con los Directores ……………………………………….. 110 La revisión de vida……………………………………………………… 112 El estudio………………………………………………………………… 114 Conclusión……………………………………………………………….. 117 INDICE