MI DINERO: Tu revista de finanzas personales Nro. 22 (Febrero 2013)

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NIÑOS & ADULTOS MÁS Número 22 | Febrero 2013 EDUCACIóN FINANCIERA PARA NIñOS CóMO ENSEñAR A LOS NIñOS EL VALOR DEL TRABAJO PRIMERA REVISTA DIGITAL GRATUITA DE FINANZAS PERSONALES PATIO DE RECREO FINANZAS CON AMIGOS NOVEDADES EMPRESAS ECONOMíA PARA GENTE MADURA ¿ESTUDIAS, TRABAJAS O...VIVES? MI DINERO Tu Revista de Finanzas Personales WWW.REVISTAMIDINERO.COM ISSN 2174-176X ¿CUáNTO VALE EL TRABAJO? E SPECIAL TRABAJO TRABAJADORES (IM)PRODUCTIVOS

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¿Vives para trabajar o trabajas para vivir? Descubrelo con este especial de febrero de tu revista de finanzas personales para toda la familia

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niños & adultos

más

Número 22 | Febrero 2013

educación financiera para niñOS cómo enseñar a los niños el valor del trabajo

primerA revistA digitAl grAtuitA de FiNANzAs persoNAles

patiO de recreO

finanzaS cOn amigOS

nOvedadeS

empresas

ecOnOmía para gente madura¿estudias, trabajas o...vives?

MI DINEROTu Revista de Finanzas Personales

www.reviStamidinerO.cOm

issn 2174-176X

¿cuántO vale

el trabajO?

especialtrabajo

trabajadOreS (im)productivos

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EDITORIAL

Minidocs Tu Editorial® www.minidocs.es

- Alicante - Madrid - Buenos Aires -

Directora Editorial

Verónica Deambrogio

[email protected]

El editor de la revista no necesariamente comparte las opiniones expresadas por co-laboradores y/o autores.

Derechos reservados Minidocs®

Está obra está sujeta a la licencia Reconoci-miento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visitehttp://crea-tivecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/.

(Minidocs®). Reservados todos los derechos. ISSN 2174-176X

Copyright Minidocs® 2011. Minidocs no es propietario de los derechos de las imágenes pero posee la licencia para su utilización otorgada por Clipart.com, y Shutterstock que al igual, prohibe su uso, copia, repro-ducción, y utilización de las mismas, sin su correspondiente autorización por escrito.

¡Hola! Aquí estamos una vez más con el número de febrero, que por primera vez saldrá un jueves. Afortunadamente, este 2013 se ha presentado muy ajetreado y lleno de buenas pers-pectivas laborales para todos los que hacemos la revista, y por eso estamos con las prisas de último momento, escribiendo ar-tículos, maquetando, buscando las mejores fotos y poniendo todo de nuestra parte para seguir ofreciéndote lo mejor, como es nuestro objetivo desde el primer día.

Este mes, el número especial se lo dedicamos al trabajo. Cada uno de nosotros ha aportado su granito de arena para ofrecerte diferentes puntos de vista sobre el tema. María Inés nos ayudará a enseñarles a los niños el valor del trabajo, con los consejos útiles y prácticos a los que nos tiene acostumbrados. Miguel nos cuenta cómo medir la productividad en el trabajo, Cristina contesta varias “preguntas del millón” y yo he dado a mi artículo un toque personal, para que puedas saber un poco más de mí.

También me gustaría pedirte un favor. A todos los que con tanto cariño hacemos esta revista nos gustaría conocer tu opi-nión. ¡Para nosotros es muy importante!

A diferencia de lo que ocurre cuando mantenemos una conversación, cuando uno escribe no sabe lo que la otra per-sona piensa o siente, cómo podemos mejorar o si lo estamos haciendo bien. Vale, es verdad que los datos nos dicen que más de 1.000 personas se descargan la revista cada mes pero, ¿la leen? ¿Les gusta?

Por eso te pido tu ayuda, porque seguramente tengas ideas muy buenas que podrían ser muy valiosas para nosotros, o su-gerencias o criticas que nos permitan mejorar, o porque sim-plemente estás content@ con lo que escribimos para ti y nos quieres enviar unas palabras de aliento.

Por favor, escríbenos a [email protected] o en nues-tro muro de facebook, www.facebook.com/educacionfinan-cieraparatodos. Ayúdanos a mejorar y a llegar a más gente. Muchas gracias y recuerda: “Hoy por mí, mañana por ti”. Aho-ra sí me despido, ¡que tienes mucho por leer! Que disfrutes este número.

Verónica Deambrogio

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ÍNDICEColaboradores

VERONICA DEAMBROGIO (Argentina, 1975)

Empresaria, Consultora en Finanzas Personales, Directora de Addkeen Consulting, Minidocs Tu Edi-torial y del programa educativo Educación Financiera para Todos para España y Europa.

MARÍA INÉS SARMIENTO (Colombia)

Psicóloga, docente universitaria, formadora de for-madores, especialista en educación financiera para niños, reputada autora y conferencista internacio-nal.

MIGUEL MARTÍNEZ CLEMENTE (España, 1973)

Asesor Financiero Personal y Consultor de Gestión Empresarial. Consultor experto en administración y finanzas para pymes y profesionales. Creador del blog www.administracionpyme.com

CRISTINA CARRILLO (España,1966)

Economista, abogada y divulgadora del sentido co-mún financiero. Directora de Addkeen Consulting para Latinoamérica.

MI D

INER

OTu

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s

EDITORIAL 1

Colaboradores 2

Índice 2

¿Cuánto vale el trabajo? 3

Trabajadores (im)productivos 5

¿Estudias, trabajas… o vives? 8

Cómo enseñar a los niños el valor del trabajo 11

El Patio de recreo 15

Indicadores sencillos para las finanzas del hogar 16

Novedades 18

Contacta con nosotros 19

NOS PATROCINA:

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Opinión

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Opinión

Aquí estoy una vez más escribiendo el artículo mensual, pero esta vez lo es-toy haciendo desde mi cama, mientras

espero que llegue la inspiración divina que me permita decir con claridad todo lo que tengo ganas de contar. ¡Y con coherencia!, agregaría mi marido si estuviera leyéndome en estos momentos.

La verdad es que el tema de este mes, el trabajo, es algo que me gusta mucho. ¿Y sa-bes por qué? Porque me apasiona lo que hago y soy una de esas personas afortunadas que, aunque harían su trabajo gratis, ¡encima con-siguen que les paguen por ello! Yo entiendo el trabajo como una prolongación de mi persona, como una manera de mostrar lo que soy a tra-vés de lo que hago. De dejar mi huella en el mundo, por pequeña que sea, y de contribuir con mis actos a lograr un mundo mejor. Para mí el trabajo significa mucho, por eso lo hago con tanto empeño y dedicación pero, ¿cuánto vale el trabajo?

Sinceramente, no creo tener la respuesta, al menos aún, así que permíteme explayarme un poco más, a ver si juntos podemos reflexio-nar y llegar a alguna conclusión.

A mí me gustan las cosas simples. Lo com-plicado es… pues eso, complicado. Por eso tra-to de evitar todos los razonamientos circulares que te llevan siempre al mismo punto de par-tida. Con el tema del trabajo, y para simplificar (y generalizar un poco) yo creo que existen dos clases de personas “trabajadoras”: las que aman su trabajo y las que aman las cosas que pueden hacer gracias a él.

Las primeras buscan un trabajo que les dé un significado, que les apasione, que les apor-

te valor y propósito a sus vidas. En cambio, las segundas buscan un trabajo que les proporcio-ne el dinero suficiente para poder hacer lo que les gusta; también buscan un significado y un propósito y desean agregar valor a sus vidas, pero... después de trabajar.

Ninguna tiene razón ni ninguna está equi-vocada. Son sólo puntos de vista. Para las pri-meras, el lunes es el mejor día, para las segun-das es el peor. Para los que aman sus trabajos, el reloj no existe; para los que no, el reloj es el mejor aliado, sobre todo cuando indica que su jornada laboral está a punto de acabar.

Como te habrás dado cuenta por mi intro-ducción, yo pertenezco al primer grupo. Para mí, el trabajo no representa una carga en lo más mínimo: trabajar es un placer, me siento orgullosa de lo que siembro y disfruto viendo crecer mis proyectos, al igual que un jardinero disfruta viendo crecer sus semillas.

A pesar de que me dedico a la educación financiera y a las finanzas personales, el dinero no es una motivación para mí. Claro que me gusta, claro que lo quiero (y, si viene en grandes cantidades, aún mejor), pero no es mi leitmo-tiv. Para mí, el tiempo que me ocupa el traba-jo tiene que tener un significado, y ese es mi

principal motivo. También debo decir que me siento privilegiada, porque siempre pude deci-dir en qué trabajar. Afortunadamente, nunca tuve dificultades económicas que me llevaran a trabajar por necesidad en lo que fuera, nunca la escasez pudo más que mi deseo y voluntad y, aunque trabajaría en lo que hiciera falta si tuviera que asegurarle el pan a mi hija, nunca me encontré en esa situación.

Esto me lleva al segundo grupo. Esas per-sonas que aman las cosas que el trabajo les permite hacer, más que el trabajo en sí mismo. Y no me refiero a los que trabajan por nece-sidad (creo que coincidiríamos en que, en las peores circunstancias, la mayoría haríamos lo que fuera para sobrevivir o asegurar el sustento a los nuestros): hablo de las personas que tra-bajan para “vivir”, como si el trabajo fuera algo ajeno a sus “vidas”.

Antes creía que yo tenía razón, que era la dueña de la verdad y que la única manera de trabajar “bien” era amando lo que uno hacía. Pensaba que, si el dinero era la única motiva-ción, entonces cualquiera haría lo que fuera por dinero.

Leer las vidas de cientos de emprendedo-res exitosos me confirmaba en mi convicción, y estaba segura de que gran parte de la felicidad de una persona dependía de que lo que hiciera tuviera sentido, “un sentido”.

Sin embargo, la vida me enseñó que estaba equivocada. Cuando fui creciendo, y me gusta creer que lo sigo haciendo, me di cuenta de que el trabajo, aunque me sigue apasionando tanto como cuando empecé, no lo es todo en la vida, ni mucho menos. Abrí mi mente, comencé a es-cuchar a los que pensaban diferente y pude en-

¿Cuánto vale el trabajo?

Educación financiera para todos

Verónica Deambrogio@verodeambrogio

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Opinión

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tender también el concepto de “trabajar por dinero”, por llamarlo de algún modo.

Aprendí que vivimos en una sociedad que nos etiqueta constantemente, que muchas veces nos considera poco intere-santes si nuestra profesión no lo es y que, a veces y sin darnos cuenta, nos olvida-mos de quiénes somos, porque creemos que lo que hacemos nos define.

Con el tiempo entendí que, aunque pasamos el equivalente a 10 años com-pletos de nuestras vidas trabajando, en el lecho de muerte no nos vamos a arre-pentir de haber pasado “demasiado poco tiempo” en la oficina.

Descubrí otros placeres de la vida y me di cuenta que el proyecto más impor-

tante de mi existencia no es ninguna de mis empresas, sino mi hija, y que el tiempo que paso con ella me cunde muchísimo más que cualquier éxito laboral que logre.

Me di cuenta de que las horas impro-ductivas, las de no hacer nada, pueden ser muy productivas si sabemos disfrutarlas. Que se puede vivir sin mirar si se encendió la lucecita roja de la Blackberry y que, a veces, uno no se permite desconectar sim-plemente para no sentirse “desconectado”. Comprendí que amar nuestro trabajo no es necesariamente vivir siempre para él.

Amo mi trabajo. Pero hoy sé que, ya lo hagamos por amor o por dinero, el trabajo es trabajo, y las horas que le dedicamos se las restamos a nuestra familia, a nuestros amigos, al descanso, a nuestros hobbies, etc. Por eso quiero dejarte como mensaje del artículo de hoy que, aunque no sepa el valor del trabajo, sé que tiene que valer la pena. ¿El tuyo lo vale?

Hasta el próximo número!

Verónica Deambrogio

¿Cuánto vale el trabajo?

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Opinión

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Siempre que hablo con un empresario sobre el trabajo o los trabajadores, tar-de o temprano acabamos hablando de

productividad. Me pesa mucho que haya em-presarios que tienen un concepto de la produc-tividad distorsionado. Suelen lamentarse de los altos costes que representan para su negocio los trabajadores y los salarios que tienen que pagar a aquellos que, en realidad (su realidad), no producen ventas y por tanto ingresos. Con este planteamiento, ante “su realidad”, mi res-puesta siempre es la misma: “Despide a todos los trabajadores improductivos”.

Entonces concluimos que eso no se pue-de hacer, porque si despedimos a los admi-nistrativos, ¿quién facturará las ventas, hará las gestiones bancarias, preparará los pagos a proveedores, atenderá las reclamaciones de los clientes y proveedores y nos reportará informa-ción sobre los resultados de la compañía para tomar decisiones acertadas? Y, si despedimos a los chicos de almacén, ¿quién cargará las mer-cancías vendidas, recibirá los pedidos, clasifica-rá las mercancías en el almacén y embalará los artículos para nuestros clientes?

Igual planteamiento podríamos hacer para cualquier otro puesto o departamento de la empresa. Y es que el concepto erróneo está en pensar que la productividad está exclusi-vamente en la venta. Es decir, los empleados productivos de la empresa son los vendedores.

Llegados a este punto, les pregunto qué

vehículo tienen. Se les ilumina la cara cuando

me dicen “un BMV”, “un Mercedes”, “un Audi”… Entonces les pregunto: ¿Qué parte de tu coche estás dispuesto a eliminar: las ruedas, el volan-te, los asientos, el depósito de combustible…

tal vez el motor? Y llegamos a la conclusión de que ninguna parte del vehículo es prescindible porque, sin ruedas, por muy buen motor que tengamos el coche no circula. El volante pue-de ser más o menos bonito, pero es necesario para mantener la dirección. Los asientos no son necesarios para que el vehículo funcione y circule, pero nuestro confort también es im-portante. Igual sucede con el resto de piezas y componentes.

¿Y por qué debería ser diferente una em-presa? Todas las piezas del vehículo son nece-sarias porque, en caso contrario, impedirían su utilidad: lo vemos como un todo, un conjunto.

El error de pensar que en la empresa hay em-pleados productivos e improductivos está ahí, en no verlos como un conjunto, un todo, un equipo, sino como una parte.

Deberíamos comenzar por definir qué es la productividad. Dicho llanamente: es el resul-tado que se obtiene de la realización de una actividad. Aplicado a cualquier empresa, la pro-ductividad es el resultado de lo que cualquiera de ellas hace: comprar, vender, pagar y cobrar. Pero todo eso implica diferentes procesos, los cuales tienen un coste y finalmente un resul-tado, positivo o negativo, que es la producti-vidad (en la que, indudablemente, intervienen los empleados).

Queda claro que la productividad de los empleados no es objetiva si se mide individual-mente, sino que hay que hacerlo en su con-junto.

Trabajadores (im)productivos

Suma y sigue

Miguel Martínez Clemente www.facebook.com/miguelmclemente

es.linkedin.com/in/miguelmartinezclementehttp://administracionpyme.com

Queda claro que la productividad de los empleados no es objetiva si se mide individualmente, sino que hay

que hacerlo en su conjunto.

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Opinión

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Trabajadores (im)productivos

Ahora que tenemos claro este punto, veamos cómo se calcula la productividad de los empleados de una empresa. Qué mejor forma de verlo que con un ejemplo:

Tenemos una empresa que se dedica a la compra y venta de patatas al por mayor. Durante el último año, su cifra de facturación fue de un millón de euros. Tiene una plantilla de trabajadores que le ha costado 150.000 euros. Para calcular la productividad, divi-dimos la cifra de ventas entre los costes salariales y obtenemos el resultado de 6,66 euros, lo que quiere decir que por cada euro pagado de salarios hemos obtenido 6,66 en ventas. No está nada mal: se po-dría decir que los empleados de esta empresa si son productivos, porque generan más ingresos de lo que cuestan.

Claro que, para que se produjeran esas ventas, fue necesario comprar las mercancías primero, así que no sería justo decir que son productivos sin contar con este dato. Como nuestro margen de beneficio por venta es de un 40%, le tenemos que quitar el 60%

que representan los costes de la mercancía, y encon-tramos que por cada euro destinado a salarios se han obtenido ventas por 2,66 euros. No es mal dato, aun-que la bajada ha sido importante desde los 6,66 hasta los 2,66: aún podríamos pagar al empleado 1 euro y todavía la empresa ganaría 1,66.

Pero nos estaríamos engañando si solo tenemos en cuenta como únicos costes las mercancías y los empleados. Para que esas ventas se produzcan tene-mos que tener unos almacenes y unas oficinas, hay que transportar las mercancías hasta los clientes, mantener y reparar las instalaciones y las herramien-tas para desarrollar la actividad, contratar seguros, hacer publicidad, pagar suministros de luz, agua, gas… y toda una serie de costes que, en principio, son necesarios para desarrollar la actividad.

Todos estos costes representan un 15% sobre la cifra de ventas, por lo que los 2,66 euros de pro-ducción por cada euro destinado a salarios ahora son 1,67. Hmmm… Estos empleados no parecen tan productivos. Les pagamos 1 € y nos quedan 0,67 €. Bueno, aún así estaríamos obteniendo beneficio.

Tengamos presente que una empresa es una in-versión. Y, como tal, tiene que amortizarse. O ese debe ser su objetivo. Hemos invertido en maquinaria, vehí-culos, mobiliario, instalaciones, etc. Todo esto pierde valor con el tiempo, se deteriora o se vuelve obsoleto. Es probable que, para hacer esa inversión, no dispu-siéramos del capital suficiente, así que pedimos pres-tado a un banco al que debemos devolver, además del capital prestado, los intereses, que son también un coste de la inversión. Y todo esto representa un 10% de la cifra de ventas.

Llegados a este punto resulta que los 1,67 euros que teníamos de productividad, al aplicar este 10% de la cifra de ventas, se nos quedan en 1 euro. “Oiga, ¿qué ha pasado aquí? Me queda sólo 1 euro: si tengo que pagar a mis trabajadores, no me quedará nada.

Lo comido por lo servido. Estos trabajadores son una ruina… ¡Tengo que despedirlos!”.

¡Calma! Hemos hecho un análisis cuantitativo. Es decir, de cantidades. La productividad de estos traba-jadores, o de esta empresa, que viene a ser lo mismo, es nula. Pero de ahí a decir que estos trabajadores son una ruina y que hay que despedirlos, hay un trecho. Tal vez si haya que optimizar la plantilla porque no se estén aprovechando bien los recursos. Por ello, teniendo presente el análisis cuantitativo, habrá que hacer también un análisis cualitativo.

Es decir, si pensamos que sobran trabajadores, ¿de quién prescindimos? ¿De la chica que hace las factu-ras? ¿Quién las hará entonces? ¿Prescindimos del re-partidor? ¿Quién servirá los pedidos a partir de ahora?

Y, aunque pudiéramos prescindir de parte del personal, no son el único coste, y tal vez el problema sería mayor. ¿Estamos comprando a buenos precios? ¿Podemos reducir o prescindir de algunos costes como seguros, combustibles, suministros, etc.? ¿No estaremos pagando unos intereses demasiado eleva-dos por la financiación?

Una vez más, el análisis cuantitativo sin el análisis cualitativo, y viceversa, no tiene sentido. Pero queda claro que la productividad de los trabajadores no está determinada únicamente por sus costes salariales. La empresa necesita de otros muchos recursos para desarrollar su actividad y ser productiva. En la ma-yoría de casos, la productividad de un trabajador no depende de su desarrollo propiamente dicho, sino de las herramientas y medios que le damos para desem-peñar su tarea.

Saludos cordiales.

Miguel Martínez Clemente

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Pido disculpas por adelantado: el tema de este mes me ha generado tal avalancha de ideas y sentimientos (la mayoría con-

tradictorios) que no he sido capaz de darle una estructura coherente al artículo. Así que, para disimular, he optado por hacerme la original y utilizar un formato que nos re-sulta muy familiar a todos los que “vivimos” en Internet: Preguntas más frecuentes. Que-ridos lectores, aquí están todas mis dudas y auto-contestaciones sobre tan apasionante cuestión. En realidad, el objetivo no es ofrecer respuestas, sino plantear algunas reflexiones sobre esa parcela de nuestra vida a la que tanto tiempo y esfuerzo dedicamos.

• ¿Estudiasotrabajas?

• Eltrabajo,¿esunderechoouna

obligación?

• ¿Existeeltrabajoideal?

• ¿Quénosaportaeltrabajo?

• ¿Esposiblevivirsintrabajar?

• Lajubilación,¿descansoodespre cio?

¿Estudias o trabajas?

Probablemente no exista una frase más tonta para iniciar una conversación, y dudo mucho que alguien la utilice en la vida real. Lo interesante de la fórmula es que trans-mite la idea de que no cabe ninguna otra alternativa aceptable. O estudias o trabajas.

Después de todo, se espera de nosotros que seamos seres productivos, por lo que nuestra edad adulta debemos dedicarla a producir… o a prepararnos para hacerlo. Y cuanto más, mejor.

El periodo de nuestra vida en el que no tenemos más responsabilidad que disfrutar, comer y dormir es, por desgracia, muy corto. Con apenas tres añitos, y sin que nadie nos prepare para procesar tan estresante cambio, pasamos del tibio entorno familiar al despia-dado mundo de… la escuela. A partir de ahí, lo que nos define frente a los demás es nues-tra ocupación y sus resultados: las calificacio-nes que obtenemos, las hazañas deportivas (o la falta de ellas) y los logros en cualquier otra actividad que emprendamos.

El trabajo, ¿es un derecho o una obligación?

Pues depende de lo que entendamos por trabajo. Obviamente, si pensamos en esos empleos insatisfactorios y rutinarios en los que uno siente que es menos valioso para los jefes que las máquinas con las que trabaja, no parece muy lógico considerarlo un derecho. Tampoco se trata estrictamente de una obli-gación, ya que todos tenemos la posibilidad de buscar otras formas de obtener los recur-sos que necesitamos para vivir.

Podríamos decir que el trabajo es una ne-cesidad derivada de la estructura social en la que hemos nacido: si queremos mantenernos dentro de ese esquema (y son muy raras las personas que se plantean no hacerlo) no pa-rece haber otra opción que estudiar, trabajar

¿Estudias, trabajas… o vives?

Economía para gente madura

Economía para gente madura

Cristina Carrillo Rivero@addkeen

@addkeen_engcristinacarrillo.addkeen

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o ambas cosas al tiempo. Lo cual nos deja con muy poco espacio para… vivir. Al me-nos, de una manera que sea significativa para nosotros.

Nuestra relación con el trabajo es tan esquizofrénica que nos quejamos cuando lo tenemos y también cuando nos falta. Cuando lo tenemos, nos plantea proble-mas como la frustración, la rutina, el es-trés, que no nos valoren lo suficiente (en lo profesional y en lo económico), etc. Sin embargo, la mayoría estamos de acuerdo en que es mucho peor no tenerlo, y no sólo por la interrupción de nuestra fuente de ingresos.

Probablemente todos recordamos The Full Monty, una entrañable película de

1997 en la que un grupo de desemplea-dos ingleses organiza un espectáculo de striptease, con el fin de llenar sus muchas horas libres y, de paso, ganar algún dine-ro. La camaradería entre los improvisados strippers provenía de compartir la misma sensación de destierro, de sentirse al mar-gen de un mundo que seguía adelante mientras ellos parecían quedar varados.

El personaje más infeliz de todos, sin embargo, era el ejecutivo que salía todas las mañanas de su casa trajeado como si se dirigiera a la oficina, decidido a evitar que su mujer se enterara de lo que él per-cibía como un humillante fracaso perso-nal; en la oficina de empleo se mantenía apartado del resto del grupo, como si ha-cer vida social con sus compañeros lo si-

tuara automáticamente dentro del grupo de los “excluidos”.

En ocasiones, lo más devastador de perder el empleo no son los problemas financieros, sino el modo en que se tam-balea nuestra identidad social: la forma en la que creemos que nos ven los demás determina en gran medida cómo nos per-cibimos a nosotros mismos. Puesto que dejamos que nuestro valor personal venga definido por la actividad que realizamos, ¿qué queda de nosotros cuando dejamos de desempeñar esa ocupación que nos “etiqueta” y nos acredita como miembros (presuntamente) útiles de la sociedad?

¿Existe el trabajo ideal?

¡Por supuesto que sí! Sólo hay un problema: que el concepto de “ideal” varía mucho de unas personas a otras. Los va-lores, miedos y características personales, unidos a las convenciones sociales impe-rantes en cada tiempo y lugar, generan definiciones de idealidad de lo más vario-pinto. Veamos algunas:

* Es “ideal” trabajar para el Go-bierno: seguro y para toda la vida. Da igual que esté mal pagado o que consista en pegar sellos ocho horas al día.

* Es “ideal” trabajar para una gran empresa que todo el mundo conoz-ca: el brillo de la empresa se te pega auto-máticamente y da lustre a tu curriculum. No importa que tus tareas sean aburridísi-mas o que tus cualidades pasen desaper-

¿Estudias, trabajas… o vives?

cibidas en tan opulenta estructura.

* Es “ideal” trabajar en algo que te permita colgar tus diplomas en la pa-red. Es irrelevante si lo elegiste sólo por tradición familiar o porque se supone que siempre habrá demanda de tal profesión.

Podría llenar varias páginas con va-riantes de las que, de manera harto cues-tionable, están socialmente catalogadas como ocupaciones ideales. En realidad, sí existen trabajos perfectos para cada uno de nosotros: son los que hacen que cada mañana nos levantemos contentos y can-tarines cual enanito de Blancanieves. ¿Te encuentras tú en esa situación?

¿Qué nos aporta el trabajo?

Además de la identidad social que deriva de nuestras actividades públicas, tener una ocupación nos aporta una “identidad familiar” como proveedores de sustento: el trabajo nos proporciona los recursos necesarios para atender a las ne-cesidades materiales de nuestra familia.

Sin embargo, esto no es suficiente: debe ofrecernos el estímulo y el espacio necesarios para que podamos responder también a las exigencias afectivas y emo-cionales de quienes nos rodean. Un tra-bajo muy bien remunerado pero que con-sume todo nuestro tiempo y nos genera ansiedad o frustración puede que cumpla la primera de esas funciones, pero no la segunda.

Comentábamos que uno de los atri-butos generalmente asociados a un buen trabajo es la “seguridad”. No es casualidad que la valoración de esta característica (cada vez más infrecuente, por otra par-te), aumente a medida que nos hacemos mayores. A la hostilidad de un entorno laboral sumamente competitivo se une la acumulación de ataduras y responsabili-dades familiares (niños, hipotecas, planes de jubilación…). En este contexto, la posi-bilidad de elegir el mejor trabajo para no-sotros, el que puede hacernos más felices y dar verdadero sentido a nuestros días, se convierte casi en una quimera. Después de todo, ¡hay responsabilidades y cuentas que pagar todos los meses! La gran pre-gunta es: ¿cuántas de esas necesidades son nuestras y verdaderas, y cuáles nos vienen sugeridas o impuestas desde fue-ra?

¿Es posible vivir sin trabajar?

En la Inglaterra tradicional (y en ge-neral en la vieja Europa), no tener que tra-bajar era señal de nobleza. Los aristócra-tas despreciaban olímpicamente a todos los que, por necesidad o interés, desem-peñaran alguna actividad remunerada. El valor de un caballero venía determinado por la importancia de las rentas anuales que generaban sus inversiones, en espe-cial la explotación de sus tierras. Aque-llos lectores que hayan leído “Orgullo y Prejuicio”, de Jane Austen, recordarán la conmoción que se adueñó de la localidad ante la llegada de dos caballeros, uno de los cuales tenía “¡cinco mil libras anua-

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¿Estudias, trabajas… o vives?

les de renta!”. Lo cual, como es lógico, le convertía en un apetecible partido para las señoritas casaderas. Nuestros lectores ya están familiarizados con la expresión “ingresos pasivos”, ¿verdad? Bien, pues la preeminencia social de los nobles depen-día de la magnitud de sus rentas, es decir, de sus ingresos pasivos.

En realidad, los nobles ingleses sí tra-bajaban, y mucho (al menos, los que no querían verse arruinados): su tarea era vigilar sus inversiones para asegurarse de que se mantenían productivas. Eso impli-caba, para los caballeros más inteligentes y sensatos, cuidar de los arrendatarios, mejorar los cultivos, etc. La sutil diferen-cia es que no “obtenían el dinero de otros” sino que “cuidaban de lo suyo”. Los bur-gueses y la clase trabajadora obtenían el dinero cobrando por los bienes y servicios que ofrecían a los demás, lo cual se consi-deraba… una vulgaridad.

En realidad no era una vulgaridad, pero sí el equivalente a lo que hoy en-tendemos por “trabajo”: prestar nuestras habilidades a otros a cambio de una re-muneración más o menos fija. Si no tra-bajamos, no obtenemos ingresos. Los nobles, por el contrario, trabajaban para sí mismos, estructurando sus inversiones hasta el punto en que su intervención se limitaba a establecer las grandes líneas de acción y supervisar el trabajo que otros realizaban para ellos.

La verdad es que yo, de mayor, ¡quie-ro ser duquesa! Al menos, por lo que se refiere a la forma de obtener mis ingresos.

La jubilación, ¿descanso o desprecio?

Entre las muchas soluciones absurdas que las mentes preclaras del mundo oc-cidental están poniendo en marcha para tratar de enfrentar la crisis, hay una que se lleva la palma: retrasar la edad de jubi-lación. El objetivo inmediato es disminuir el peso de las pensiones en los exhaustos presupuestos nacionales, claro. Las emo-ciones individuales que genera semejante perspectiva dependen, como es lógico, del trabajo que tenga cada uno.

Para los que se sienten atados a un trabajo aburrido e insatisfactorio, es como si a alguien que está a punto de salir de prisión, después de una larguísima conde-na, le dijeran que han cambiado las leyes y que tiene que estarse un par de añitos más en el trullo. Uuuuuf. ¿Es que no nos merecemos un descanso?

Por el lado opuesto, aquellos que desarrollan una ocupación productiva y gratificante pueden percibir la jubilación como una expulsión forzosa del mundo “activo”, con la consiguiente y dolorosa pérdida de la identidad social que comen-tábamos al principio.

Veamos un enfoque alternativo: la jubilación es un momento perfecto para el cambio de actividad. Lo ideal sería que nos “jubiláramos” varias veces a lo largo de nuestra existencia, adaptando nuestros trabajos y ocupaciones a los diferentes ciclos vitales. El objetivo de conseguir un empleo “para toda la vida” es inhumano porque nosotros no somos los mismos du-rante toda la vida. Los sueños, habilidades

y esperanzas son diferentes a los 20, a los 40, a los 60 y a los 80.

No se me ocurre mejor ejemplo para cerrar esta idea y este artículo que la his-toria de Pedro Rodríguez-Ponga, que hace poco me comentaba mi colega Victoria, de la Bolsa de Madrid. Fallecido en Madrid a finales de 2012, con 99 años, fue un pio-nero que fundó y presidió la Federación Internacional de Bolsas de Valores. Alre-dedor de los 70, después de haber ocu-pado innumerables cargos de prestigio, se retiró de sus actividades públicas en los mercados, se puso a estudiar Psicología y pasó consulta hasta su muerte. ¿Quién puede poner etiquetas a una vida así?

¡Hasta el mes que viene!

Cristina Carrillo Rivero

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Quiero comenzar este artículo con lo que dice David Casares Arrangoiz acerca del trabajo1 : “La riqueza y el progreso

humanos se han construido con el trabajo. Sin trabajo el hombre hubiera perecido. Tuvo que construir un techo para protegerse de los peligros de las fieras, de los enemigos y de las inclemencias del tiempo.

Se vio forzado a confeccionar su vestido y sus herramientas para conseguir alimentos y defender su vida. Inició el lenguaje gráfico y escrito para transmitir sus conocimientos y experiencia. El trabajo es connatural a los seres humanos. El hombre está hecho para trabajar, para modificar su entorno y convertirlo en bienestar y riqueza para sí mismo.

Aquellos grupos humanos que no hacen el esfuerzo diario de construir un mejor en-torno y una mejor forma de vida, se quedan paralizados en el tiempo y en niveles de vida superados… El trabajo es la oportunidad para desarrollar las cualidades, para hacer crecer la inteligencia, mejorar la capacidad para resolver problemas y promover la habilidad de relación con los demás”.

En el anterior escrito Casares nos muestra una concepción más amplia del trabajo, dife-rente a las creencias de que el trabajo es un castigo divino, que nos toca trabajar si quere-mos vivir y que la función del trabajo es conse-guir dinero para sobrevivir.

Las creencias que tenemos sobre el trabajo nos llevan a apreciarlo y vivirlo ya sea como algo positivo o como algo negativo, como “un mal necesario”.

1 CASARES ARRANGOIZ, David. Construye tu riqueza. México: Ed.

Limusa, 2009. Pp. 174, 176.

El valor del trabajo va más allá de obtener dinero para usarlo en lo que necesitamos y de-seamos. Con el trabajo aportamos al mundo nuestros talentos, conocimientos y experiencia y transformamos ese mundo en un lugar mejor para vivir.

Al trabajar, sentimos que somos capaces de dar y no sólo de recibir, que somos capaces de contribuir a que este planeta sea un lugar digno y agradable para vivir, no solo para las generaciones actuales sino también para las futuras. En otras palabras, el trabajo nos ayuda a lograr un mundo sostenible.

El tipo de trabajo que el ser humano ha de-sarrollado también ha sufrido modificaciones, de acuerdo con las circunstancias vividas y los avances en conocimientos y tecnología. Así, para satisfacer su hambre, primero el hombre salió a buscar qué comer, a través de la reco-lección de raíces, semillas y frutos de la natu-raleza y a través de la caza (Economía recolec-tora). Después comenzó a producir su propio alimento, mediante el cultivo y domesticación de animales (Economía productora local). Esto le permitió al hombre pasar de ser nómada a ser sedentario, a formar grupos y pueblos y a comerciar con lo que le sobraba. Así se gene-ró el trueque o intercambio de artículos. Para conseguir suficientes cosechas, el hombre aprendió a producir “utensilios técnicos” como azadas, palas, rastrillos y comenzó a almacenar para épocas de escasez. Más adelante, con la revolución industrial, creó maquinaria que le permitió hacer cultivos intensivos y comercia-lizar a nivel nacional sus productos (Economía productora nacional). A finales del siglo pasado y principios del siglo XXI, con la era tecnoló-gica, la microelectrónica, los ordenadores, las telecomunicaciones, la robótica, etc., cambia la

visión de la agricultura: se crean plantas con características diferentes, a través de los culti-vos transgénicos, y las empresas comienzan a comprar y vender en cualquier lugar del mun-do, creándose una economía global y basada en el conocimiento.

Dr. Santiago Malvicino

La economía basada en el conocimien-to añade valor a los productos y servicios en cuyo proceso de creación o transforma-ción participa. En este tipo de economía, las personas, sus ideas, la innovación y la tecnolo-gía, son básicas para el progreso.

Todos estos tipos de economía no son sólo cosa del pasado. Los encontramos actualmen-te y son necesarios y vitales para las personas, familias, empresas, ciudades y países. Por ejem-plo, en el cultivo del café se requiere de perso-nas que recojan los granos. La calidad del café está íntimamente ligada a la forma en que se recolectan los frutos2 . Así como aún existe la economía recolectora, también hay la produc-tora. Lo importante es añadirle conocimiento a estos tipos de economías, para facilitar su de-sarrollo, éxito y competitividad.

Muchas veces, el trabajo que desempeña una persona se relaciona con el que desem-peñaron sus ascendientes. Encontramos así ganaderos hijos de ganaderos, abogados cuyos

2 http://academic.uprm.edu/mmonroig/id19.htm

Cómo enseñar a los niños el valor del trabajo

Educación financiera para niños

María Inés Sarmiento

¿Sabías qué?

María Inés Sarmiento Díaz es también auto-ra de la colección completa digital de edu-cación financiera para niños “Cómo enseñar a los niños sobre el dinero” que encontrarás en www.minidocs.es

“En la era del conocimiento, el prin-cipal factor de producción es de color gris, pesa aproximadamente 1,300 gramos, se aloja en la cabeza y se lla-ma cerebro humano”

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padres fueron abogados, médicos que crecie-ron en un ambiente donde había médicos por doquier, etc.

Si un niño crece con padres que trabajan en una economía recolectora o productora, probablemente va a trabajar en ese mismo tipo de economía. En esta época, es importante guiarlos para que se acerquen a la economía basada en el conocimiento, de tal manera que añadan valor al trabajo que realizan.

Así, el tipo de trabajo que puede llegar a realizar una persona y las creencias que tiene acerca del mismo, en gran parte son aprendi-dos de lo que observan y escuchan.

Imagínate unos niños cuyos padres dicen: “No me gustaría que mi hijo fuera maestro. Con lo mal que les pagan a los docentes y tan desagradecido que es ese trabajo”; o “Ni se te ocurra dedicarte a la medicina. Hay muchos médicos desempleados y es muy difícil poner y mantener un consultorio particular”; o “No sé cómo se me ocurrió estudiar periodismo. No pagan nada y hoy en día es un trabajo peligro-so”; o ”Me encantaría que un hijo mío estudia-ra ingeniería. Eso está muy bien ahora y en el futuro van a requerir muchos ingenieros”; o “Si cuando salgas del colegio decides estudiar psi-cología, vas a tener muchas fuentes de trabajo, pues es una carrera muy versátil. Puedes traba-jar en áreas muy diferentes y además puedes hacerlo desde cualquier lugar del mundo”; o “Cómo se le ocurrió meterse en política? Mu-chos políticos se vuelven corruptos”, etc.

O imagínate otros niños cuyos padres di-cen: “Tengo el síndrome del lunes y no quiero ir a trabajar”; o “Qué pereza, mañana tener que ir a trabajar. Si no fuera porque pagan bien, hace

mucho que habría renunciado”; o escuchan frases como:

□ Mira si será malo el trabajo, que deben pa-garte para que lo hagas (Facundo Cabral).

□ Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida (Confucio).

□ Cuando sientas que tu trabajo no te apa-siona y no tienes nada nuevo que aportar, co-mienza a buscar otro.

□ Trabajar cuesta, pero cuesta más no traba-jar.

□ Cuando el trabajo es un placer, la vida es bella. Pero cuando nos es impuesto, la vida es una esclavitud (Máximo Gorki).

□ El mejor remedio contra todos los males es el trabajo (Charles Baudelaire).

Las frases anteriores reflejan creencias (po-sitivas y negativas) acerca del trabajo.

Es importante que te preguntes: ¿Qué di-ces y piensas acerca del trabajo en general y del que tienes, en particular? Las respuestas que des a estas preguntas se relacionan mucho con lo que les estás transmitiendo a tus hijos(as) acerca del trabajo y con la manera en que ellos apreciarán las labores que realicen.

Los niños, desde pequeños, pueden realizar trabajos en su hogar. De acuerdo con sus ca-pacidades y posibilidades, pueden ayudar con labores como poner la mesa, tender la cama, barrer o aspirar, guardar en su sitio sus perte-nencias, lavar la ropa, lavar los baños, cortar el césped, etc. Lo que decimos sobre estas labo-

res de la casa también influye en sus creencias y actitudes hacia el trabajo, e incluso en las decisiones profesionales que tomen cuando grandes. Por ejemplo, un papá puede decir: “Yo compro los alimentos, pero no los preparo por-que eso es un trabajo típicamente femenino”. Esta frase, además de discriminar por género una labor que es masculina y femenina, trans-mite la creencia de que el trabajo de la cocina no es agradable para los varones y en el futuro puede obstaculizar el deseo de un hijo de ser chef.

O una mamá puede decir: “¿Mecánica au-tomotriz? Yo no sé de eso y me parece abu-rridísimo”. Esta frase, que también discrimina una labor por razón de género, mantiene la creencia de que hay trabajos masculinos abu-rridos para las mujeres y trabajos femeninos aburridos para los hombres. Es probable que, en el futuro, obstaculice el deseo de una hija de estudiar mecánica automotriz.

¿Cómo transmitir a los niños y niñas acti-tudes positivas hacia el trabajo? Veamos algu-nas sugerencias.

- La primera está relacionada con el ejemplo que brindamos los adultos: Ama lo que haces, disfruta el trabajo que realizas, re-salta los aportes que haces al mundo con tu actividad, muestra el valor que tiene para ti el trabajo, más allá de ganar dinero.

- Cuando un niño o niña quiera ha-cer algo por sí mismo, por ejemplo amarrar el cordón de sus zapatos, permítelo y, cuando lo logre, felicítalo por su esfuerzo y perseverancia. Recuérdale que en todo lo que hacemos (entre otras cosas, en nuestro trabajo), valores como esforzarse para lograr una meta, perseverar

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hasta terminar una labor que iniciamos o hacer bien cualquier actividad que deseemos hacer, nos llena de satisfacción y orgullo.

- Si requieres hacer una labor que no conoces, muéstrate entusiasta y busca la forma de aprender a hacerla. Tus hijos aprenderán a ser autodidactas y a actualizarse permanente-mente.

- Dales a tus hijos labores para realizar en la casa, con las cuales disfruten y que con-tengan algo de reto para ellos. Así aprenderán a ponerse retos y a disfrutar con los mismos.

- Paga a tus hijos dinero por hacer aquellos trabajos por los cuales tú pagarías si fuera otra persona quien los hiciera.

- Invítalos a realizar ciertos trabajos sin pagarles. Deben hacerlos porque viven en la casa y es su contribución al bienestar fami-liar. Por ejemplo, como aporte de cada miembro para mantener la vivienda arreglada, cada uno debe tender la cama, sin recibir dinero a cam-bio.

- Cuando un niño o niña se ofrezca a realizar una tarea, acepta su oferta y agra-décele su contribución y ayuda, resaltando su solidaridad.

- Si tu hijo(a) te dice que quiere ganar dinero, invítalo a hacer una lluvia de ideas de trabajos que puede realizar en su casa y fuera de la misma (en el vecindario). No juzgues nin-guna idea. Solo escucha e invítalo a que ano-te todas las ideas (tú puedes aportar las que quieras). Una vez terminada la lluvia de ideas, comienza a analizar con tu hijo(a) las ventajas y desventajas de cada idea y enséñalo a selec-

cionar la que más ventajas y menos desventa-jas ofrece.

- Ayúdale a organizar la labor que quiere hacer (la idea seleccionada), para que la lleve a la realidad.

- Comenta que hay niños que necesi-tan trabajar para ayudar a sus padres a adquirir alimentos y otras cosas. Pregunta a los niños y niñas qué piensan de esta situación. Explícales que un problema que se presenta es que estos niños trabajadores abandonan sus estudios, no se preparan y les va a ser muy difícil cambiar en el futuro su situación de pobreza material. Pida a los niños ideas acerca de qué harían ellos para cambiar esta situación.

- Nárrales cuentos, historietas, anéc-dotas sobre personas que disfrutan su trabajo. Quiero finalizar este artículo con el siguiente relato:

EL JOVEN JARDINERO

En los Estados Unidos es tradicional que la mayoría de las residencias tengan un bello césped en el frente. Y para su mantenimiento existen diversos jardineros independientes que mantienen esos jardines.

Cierto día, un ejecutivo de marketing de una gran empresa norteamericana contrató a uno de esos jardineros. Cuando llegó a su casa, el ejecutivo estaba sorprendido porque vio que había contratado a un muchacho de apenas 13 años de edad.

Cuando el muchacho acabó el manteni-miento, solicitó al ejecutivo permiso para usar el teléfono. El ejecutivo, encantado con la edu-

cación del muchacho, accedió a la petición. El teléfono estaba en altavoz y el ejecutivo no pudo dejar de escuchar la conversación. El mu-chacho había llamado a una señora y le pre-guntó:

- ¿Necesita un jardinero, señora?

- No, ya tengo uno, respondió la señora.

- Pero, además de podar, también tiro la basura.

- Eso también lo hace mi jardinero.

- Limpio y lubrico todas las herramientas después del servicio, dijo el muchacho.

- Eso también lo hace mi jardinero.

- Programo el mantenimiento lo más rá-pido posible.

- Mi jardinero también me atiende con ra-pidez.

- Mi precio es de los mejores

- ¡No, gracias! El precio de mi jardinero también es muy bueno.

Cuando el muchacho colgó el teléfono, el ejecutivo le preguntó:

- Perdiste un cliente, ¿verdad?

- No -, respondió el muchacho -. Yo soy el jardinero de esa señora. Estaba solamente comprobando que ella esté satisfecha con mis servicios.

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Analice con sus hijos e hijas el anterior cuento. Resalte cómo este joven realizaba su trabajo de una manera tan excelente que la señora a la que llamó no quería cambiarlo. Comente que es probable que este joven jardinero realice muy bien cualquier labor y que su actitud hacia el trabajo le abrirá muchas puertas. Enseñe a los niños que, en el trabajo y en cualquier lugar en el que estemos, es importante “dejar las puertas abiertas”, realizando de la mejor manera el trabajo encomendado.

Saludos cordiales.

María Inés Sarmiento

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El Patio de recreo

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Finanzas con amigos

Cada profesional comprometido con la educación financiera aporta a la comuni-dad sus métodos para lograr la eficiencia

en la administración de los recursos financieros.

En mi caso, promuevo la utilización de unos sencillos indicadores para la gestión fi-nanciera del hogar. Nos ayudan a distribuir nuestro ingreso líquido familiar de forma efi-caz y eficiente, focalizando nuestras metas de consumo para satisfacer nuestras necesidades básicas. Estas metas se complementan con un endeudamiento responsable que nos permita mantener un presupuesto equilibrado. Con-seguiremos así avanzar hacia el tan ansiado ahorro.

Cuando nos preparamos para realizar un presupuesto, lo primero que debemos deter-minar es el monto de nuestro ingreso líquido familiar. Por definición, se compone de nuestro ingreso activo + el ingreso pasivo - la hipoteca o arriendo, ya que la caridad parte por casa.

Posteriormente, distribuimos en forma porcentual el ingreso líquido familiar, asignan-do un 75% para gastos con los que satisfacer nuestras necesidades básicas y un 25% para cancelar endeudamientos contraídos con el sistema financiero y/o con las casas comercia-les (retail) a través de tarjetas de crédito, crédi-tos de consumo y otros.

A continuación, vamos a aclarar este mé-todo con un ejemplo. En primer lugar, definire-mos los conceptos:

Ingreso Activo: Es aquel ingreso que se obtiene a través de una actividad económica y que nos demanda parte de nuestro tiempo para conseguirlo. Por ejemplo, el sueldo que

recibimos por el trabajo realizado es un ingreso activo.

Ingreso Pasivo: Es el que se consigue sin necesidad de dedicarle tiempo. Este tipo de ingreso no requiere que usted realice perso-nalmente ninguna actividad. Por ejemplo, son ingresos pasivos los intereses generados por una inversión en depósitos a plazo, fondos mu-tuos, etc., el dinero que se recibe como renta de un inmueble, las utilidades obtenidas por participar en una empresa de la que se es socio o dueño (acciones), los derechos de autor por un libro o el royalty por una patente o licencia, entre otros.

Al realizar el presupuesto, es muy impor-tante considerar que tanto los ingresos activos como los pasivos deben corresponder a todo el grupo familiar: si el papá y la mamá trabajan, deben considerarse ambos.

Y ahora, manos a la obra con nuestro pre-supuesto.

Ingreso Activo: 100.000

Ingreso Pasivo: 50.000

Total: 150.000

Ahora le restaremos la hipoteca o el arrien-do de nuestro hogar, que es de 50.000.

En este punto, ya sabemos que nuestro in-greso líquido familiar es de 100.000.

Llega el momento de utilizar los indicado-res de gestión financiera que les propongo:

* 75% en gastos de consumo para sa-

tisfacer nuestras necesidades básicas. Aplican-do este porcentaje al ingreso líquido familiar, vemos que podemos dedicar 75.000 al consu-mo.

* Cancelación de las deudas que tene-mos con el sistema financiero y/o con las casas comerciales (25% del ingreso líquido familiar): podemos utilizar sólo 25.000 para hacer frente a nuestros compromisos financieros. Si gasta-mos más de 25.000 en pagar deudas, es que estamos sobre endeudados.

Es importante tener cuidado para no dupli-car conceptos. Por ejemplo, el gasto de arriendo

Hoy: Ariel Widogski

Indicadores sencillos para las finanzas del hogar

Reseña del autor

El profesor Ariel Widogski lleva muchos años dedicado a la di-fundir la educación financiera, tanto a través de diversas iniciati-vas sin fines de lucro (www.finanzasdomesticas.cl) como a través de otros proyectos de consultoría privada y de apoyo a diferentes organismos.

Es consultor/ejecutor de programas de educación financiera para el FOSIS (Fondo de Solidaridad e Inversión Social) del Gobierno de Chile, relator en www.educafinanciera.com y miembro voluntario en la Comunidad de Organizaciones Solidarias de Chile, entre otras actividades.

Su especialidad son los programas de educación financiera para personas en situación de pobreza o vulnerabilidad que buscan mejo-rar sus condiciones de vida.

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o hipoteca no debe ser incluido en los 75.000 que destinamos a las necesidades básicas, puesto que ya lo habíamos descontado para determinar nuestro ingreso líquido familiar.

Para ayudarnos con el presupuesto, reco-miendo utilizar una planilla Excel.

Si extremamos los esfuerzos para cumplir con estos sencillos indicadores de gestión fi-nanciera personal, lograremos administrar en forma eficiente nuestros recursos financieros y mejoraremos de forma sustancial nuestra cali-dad de vida.

Ariel Wigodski S.

Gerente de Proyecto

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