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SENDEROS DE LIBERTAD “Mientras existauna claseinferior, perteneceré a ella. Mientras haya un elemento criminal, estaré hecho de él. Mientras permanezcaun alma en prisión,no seré libre.”

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SENDEROS DE LIBERTAD“Mientras exista una clase inferior, perteneceré a ella.Mientras haya un elemento criminal, estaré hecho de él.Mientras permanezca un alma en prisión, no seré libre.”

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FÉLIX GARCÍA MORIYÓN

SENDEROSDE LIBERTAD

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CAPÍTULO 1

INTRODUCCIÓN: ACCIÓN SOCIAL, ACCIÓN SINDICAL

1. Del pensamiento único y el fatalismo históricoHay algo que los poderosos han pretendido siempre: hacer creer

a los oprimidos que la historia sigue un curso regido por leyesfijas contra las cuales nada pueden hacer las acciones humanas.De nada sirve intentar llevar a la práctica soluciones alternativas,pues todo lo que va ocurriendo es inevitable; se trata, por tanto,de ir aceptando lo irremediable con la vana esperanza de quequede un cierto margen para adaptarse y sobrevivir. Al mismotiempo, la complejidad de los fenómenos sociales en general(económicos, políticos, culturales) es tanta que desbordan nuestracapacidad de intervención. Lo único que nos queda es, por tanto,no hacer nada sino dejar que las propias leyes inherentes a esacomplejidad social vayan marcando el camino a seguir. Los plan-teamientos neoliberales actualmente vigentes no dejan de ser unavariante de ese enfoque: hay que dejar la máxima libertad deactuación no tanto porque se confíe en la capacidad humana paraincidir en la organización social, cuanto porque de ese modo sepuede manifestar mejor la “mano oculta del sistema” que, alfinal, es la más beneficiosa. Con esta calculada combinación dedeterminismo y fatalismo se puede conseguir la difusión de cier-ta pasividad y resignación que favorezca la aceptación de situa-ciones que de otro modo no se aceptarían. Del mismo modo quelos seres humanos no tendemos a rebelarnos porque las inclemen-cias temporales inflijan daños importantes en nuestras vidas dadoque consideramos que escapa de nuestras manos el control delclima, no nos rebelaremos cuando una hambruna diezme unapoblación. Pasará desapercibido el dato interesante de que lasinclemencias ocurren en todos los países, pero no en todos causanlos mismos daños pues éstos dependen de la calidad de lasinfraestructuras y de los servicios básicos; tampoco nos daremoscuenta de que las hambrunas sólo ocurren en países que no gozande los requisitos mínimos de una sociedad democratica.

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para garantizar una aceptación consciente de la realidad socialexistente, dicho de otro modo, para aceptar la servidumbre volun-taria. En este orden de cosas, la invitación al fatalismo es un claroindicador del esfuerzo por mantener el control de la cultura,siguiendo aquello de que la cultura de una sociedad es la culturade su clase dominante. Se trata en este caso de que esa manera dever la historia y la sociedad humana que el bloque que ejerce elpoder mantiene se trasmita a todo el mundo de tal modo que todosterminemos pensando como ellos, lo que hará posible que el puroy crudo poder se convierta en poder legitimado. El pensamientoúnico no es algo nuevo y tampoco es algo que surge espontánea-mente en una sociedad; es más bien el resultado de enormesesfuerzos de propaganda encaminados a conseguir que todo elmundo piense de la forma correcta, que no es otra que la de aque-llos que están situados en las posiciones de poder. Es posible queuna de las características específicas de la época en la que esta-mos viviendo sea el hecho de que se ha producido una concentra-ción de todos los poderes en unas pocas manos en un grado queno tiene precedentes históricos. Nunca la elite dominante de unpaís —en este caso, Estados Unidos— había acaparado el podereconómico, político, militar, cultural, tecnológico y científico;apoyados por las elites de los otros países que participanen menormedida en el control de todos esos poderes y legitimados por losvotos otorgados por sus propias poblaciones que se beneficiandirectamente, aunque en menor medida, claro está, de ese controlde la situación, avanzan cual elefantes en cacharrería imponiendosu presencia y arrasando con todo lo que encuentran. Baste elejemplo de la deuda externa para apoyar esta perspectiva.

Que los poderosos lo intenten no es extraño; están en su papel ydefienden a capa y espada sus intereses concretos para mantener-se de forma permanente, ellos y sus descendientes, en el lugar queles interesa. Tampoco es sorprendente que colaboren en este pro-yecto de dominación tan bien planificado todos los grupos domi-nantes, incluido los que pertenecen a los países más empobreci-dos por el sistema actual. Si nos alejamos del núcleo del poder através de diversos círculos que participan cada vez en menormedida de los privilegios, se puede entender el apoyo que recibende las poblaciones de los países en los que ejercen formalmenteel poder, aunque en este nivel ya nos encontramos con amplios

No hace falta ser muy perspicaz, por tanto, para darse cuenta deque ese determinismo fatalista pregonado por quienes tienen lasclaves de la información, oculte a duras penas que esas mismaspersonas no dejan de elaborar proyectos específicos de interven-ción para hacer posible que la historia siga el curso que ellos quie-ren que siga. Ellos son muy conscientes de que la historia de losseres humanos la escriben los seres humanos, como no podía sermenos, aunque su acción esté siempre condicionada por circuns-tancias diversas que hacen que no sea posible abordar algunastareas porque escapan de nuestra capacidad de intervención. Unejemplo ostentoso de esta actitud podemos encontrarlo en lareciente conferencia de la Organización Mundial del Comercio, lainstitución que lidera la libertad absoluta en el comercio mundialpara conseguir que sean las fuerzas del mercado las que regulen,para bien de todos, la producción y el comercio mundial.Mientras los delegados de todos los países apenas guardaban lasapariencias de un debate democráticoen sesiones plenarias, en lossalones verdes de la sede de la conferencia se reunían a puertacerrada los representantes de unos treinta países para alcanzaracuerdos sobre las decisiones realmente importantes.Posiblemente sea cierto que la mundialización constituye un pro-ceso imparable, pero es tan cierto o más que lo anterior el que elmodelo concreto de mundialización que vaya a consolidarse nodepende de ninguna ley inexorable sino de decisiones muy con-cretas que toman personas con nombre y apellidos, guiándose porlos intereses de grupos a los que también se puede mencionar porsu nombre propio. Decir esto no supone apuntarse a ninguna teo-ría conspiratoria de la historia, pero desde luego existen conspira-dores que procuran tomar decisiones en secreto para moldear elcurso de los acontecimientos a su gusto y conveniencia.

Sus denodados esfuerzos por reconducir la historia suelen apo-yarse, por un lado, en el control de la fuerza que, llegado elmomento de la verdad, garantizará que se hace lo que ellos quie-ren. No olvidemos que a lo largo de la historia todos los imperiosdominantes se han basado en poseer los ejércitos más eficaces,algo que se sigue cumpliendo en estos momentos. La fuerza noes, sin embargo, suficiente en la medida en que el poder sustenta-do sobre la pura fuerza termina siendo excesivamente frágil; esnecesario ejercer también un dominio en el ámbito de las ideas

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buena prueba de ello la ofrecen los ingentes recursos humanos yeconómicos que tienen que invertir en los medios de control ideo-lógico y político. Del mismo modo, siempre ha habido grupos eindividuos que se han negado a aceptar el papel de objetos pasivosen los proyectos de otros y se han empecinado en ejercer de suje-tos de su propia historia, conscientes de que la historia (el pasado,el presente y el futuro) no están nunca definitivamente escritas yque su configuración depende de la intervención activa de quienesquieren ser protagonistas de lo que ocurre.

Basta, por tanto, con mirar alrededor sin las anteojeras que nosponen los grandes medios de comunicación antisocial para darsecuenta de que el pensamiento único no lo es tanto y de que sonmuchas las luchas que se están dando en el mundo, luchas carga-das de un futuro mejor al mostrar que también el presente puedeser distinto. El objetivo de este texto, así como de la exposicióna la que sirve de presentación, es dejar patente la pluralidad deacciones encaminadas a alterar las relaciones de dominación quese están dando en todos los rincones del planeta. Son accionesque se centran en muchos y diversos objetivos, con frecuenciabastante específicos, y que están expresando el deseo de una vidadistinta en campos tan variados como la ecología, la escuela, lafamilia, el trabajo o la vida política. Conviene dejarlo bien clarodesde el principio, sobre todo para despejar cualquier posibletendencia al pesimismo o la pasividad. Obsesionados con elpoder de las multinacionales, tendemos a olvidar que existenexperiencias concretas de acciones sociales que consiguen pararsu poder y su desmedido deseo de acaparamiento de recursos.Cuando Al Gore, representando los intereses de las multinacio-nales farmacéuticas, exigió al gobierno de Sudáfrica que dejarade producir los genéricos que ayudaría a frenar la devastadoraplaga de SIDA que está destrozando el país, la intervención cons-tante de grupos de activistas de Estados Unidos, quienes acosa-ban a Gore en todas las ocasiones posibles y sacaban a la luzpública lo que estaba haciendo, consiguió frenar las amenazaspermitiendo la fabricación de esos medicamentos a precios sen-siblemente inferiores. Los ejemplos se pueden multiplicar.

Es difícil encontrar un denominador común bajo el que puedanencajar todas esas acciones que pretenden incidir en la configu-ración de un mundo distinto. Basta, por ejemplo, con fijarse un

sectores que no llegan a dar ningún tipo de apoyo explícito, sibien es posible que guarden silencio para poder seguir disfrutan-do de su significativa cuota en el reparto sin padecer accesos demala conciencia. Más preocupante es que los oprimidos y explo-tados del mundo se lo crean, cayendo así en una pasividad desani-mada y en un conformismo adocenante, sobre todo cuando losdatos muestran con cierto empecinamiento que aquí y ahora seestá provocando un progresivo empobrecimiento de un númerocreciente de personas y no sólo en los países empobrecidos. Elabismo entre quienes poseen y quienes se encuentran bajo losumbrales de la pobreza o de la miseria está creciendo en los últi-mos años y puede ser que siga creciendo en años sucesivos de nomodificarse la tendencia.Al mismo tiempo crece el número de losque apenas disfrutan de los grandes beneficios que están al alcan-ce de la mano en la actualidad y podemos fijarnos en un caso tandramático como la imposibilidad de distribuir los medicamentosadecuados entre la población afectada por el SIDA en los paísesdel África subsahariana dados los altos precios impuestos por lasmultinacionales farmacéuticas.

2. La acción social contra el sistemaCierto es que a lo largo de la historia de la humanidad siempre ha

habido altibajos en las luchas encaminadas a transformar la socie-dad para alcanzar niveles más altos de libertad y solidaridad; eigualmente cierto es que ese tipo de luchas pasa ahora por una fasede aparente debilidad. Momentos ha habido en los que los podero-sos imponían su ley sin ninguna resistencia eficaz por parte de losoprimidos, mientras que estos últimosfueroncapacesde conseguiren otras ocasiones unas relaciones sociales más ajustadas, es decir,con mayores niveles de libertad y mejor reparto de la riqueza exis-tente. Lo importante en todo caso es recordar que nunca los blo-ques han sido monolíticos, nunca el dominio ha sido total y nuncala historia ha estado decidida ni por leyes sociales inexorables nipor proyectos bien elaborados de dominación. Dentro del bloquehegemónico han existido siempre fisuras provocadas por interesescontrapuestos o por discrepancias respecto de las estrategias ade-cuadas para llevar a la práctica los proyectos de dominación.Tampoco el dominio cultural y político alcanza en ningún casounos niveles tales que acaben con toda capacidad de disidencia, y

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Todos esos rasgos han formado parte sustancial e incluso handefinido el modo de entender y practicar la lucha social ejercidopor el movimiento libertario desde sus orígenes. En algunos deesos grupos, el aire libertario tiene una expresión explícita ypuede rastrearse claramente en sus orígenes y en su historia pos-terior. En otros grupos no se trata tanto de una vinculación explí-cita, cuanto de la actualización de formas de entender la acciónsocial que coinciden con las que habitualmente practicó la ramamás libertaria del socialismo, características que, por otra parte,provocaron un alejamiento de otras formas de llevar a la prácticala transformación social. No se trata de un intento de usurpaciónintrusista de todo aquello que guarda algún parecido con lo queuno está defendiendo; muy al contrario, por respeto a quienesestán dando la cara en esos grupos, es imprescindible aceptar yvalorar positivamente la autonomía de todos y cada uno de ellos.Es decir, constatamos la proximidad de tácticas y objetivos, peroen ningún caso lo hacemos con ánimo de apropiarnos de movi-mientos, intervenciones o propuestas de trabajo que tienen oríge-nes e historias distintas, algunas de ellas alejadas del movimientolibertario y con mucha mayor vitalidad y pertinencia que lasacciones que proceden de quienes sí se reclaman como represen-tantes cualificados de la tradición libertaria. Por otra parte, tam-poco podemos olvidar que en la historia del movimiento liberta-rio ha habido una cierta pluralidad de modelos de organización yacción social, algunos de los cuales encajan bastante menos conlas características que hemos señalado en gran parte de estos gru-pos. El hecho, no obstante, es que se da esa coincidencia, y ella esla que abre interesantes posibilidades de colaboración. Por otrolado —y esto sí parece especialmente importante— la vitalidadde esos grupos y su capacidad de convocatoria son una señal bas-tante clara de la vitalidad y actualidad de los principios básicosdel movimiento libertario. Constantemente criticado por falta deuna propuesta coherente de intervención en la sociedad, dado pormuerto en diversas ocasiones debido a su atribuida inoperancia, elenfoque libertario aparece una vez tras otra y sigue exhibiendouna sugerente capacidad de convocatoria y de incidencia.Quienes nos sentimos parte de la tradición libertaria —o anar-quista— no formamos parte, por tanto, de una concepción de lasociedad y la acción humana trasnochada, obsoleta y minoritaria.

poco en lo ocurrido en Seattle con motivo de la reunión de laOrganización Mundial del Comercio para darse cuenta de lapluralidad de orígenes, intereses y propuestas de todos esos gru-pos. Desde luego hay al menos dos cosas en las que todos coin-ciden: no les gusta en absoluto el estilo que está adquiriendo elproceso de globalización en el que todos estamos inmersos enestos momentos y consideran que es posible y necesario haceralgo para modificar ese estilo consiguiendo que la mundializa-ción adquiera un rostro más humano. Las que hemos elegidopara exponer el grado de implicación de las personas en la trans-formación de la sociedad comparten un aire de familia quecaracteriza el tipo de acción que están llevando adelante.

Son grupos y organizaciones que dan gran importancia a la parti-cipación y el protagonismo de los implicados, evitando la monopo-lizacióno dirección del movimiento por unasminoríasmás o menosclarividentes y activas; buscan, además, como forma de interven-ción la acción directa, procurando que su rechazo y sus propuestasse concreten en acciones claramente ejemplares y directamente vin-culadas con el área o problema que pretenden modificar; muestranformas organizativas de tipoasambleario y autogestionario,precisa-mente para garantizar la implicación más profunda y generalizadade los protagonistas, o para que la gente pueda recuperar ese prota-gonismo y ese papel de sujetos activos de la historia que con fre-cuencia les es arrebatado; su acción se dirige contra toda forma deopresión y explotación, lo que los lleva a intervenir en muchos ymuy diversos ámbitos, algunos tan generales y abarcadores como elecologismo y el feminismo, y otros más locales y próximos, comolas luchas por la recuperación de la calidad de vida en barrios mar-ginados; el apoyo mutuo y la solidaridad dan cierta homogeneidada esos diversos objetivos o temas abordados, de tal modo que, seacual sea el ámbito que se pretende modificar, se tiene el convenci-miento de que el objetivo es alcanzar un mundo más solidario, loquese conseguirá gracias a la colaboracióny cooperaciónde las per-sonas implicadas; eso es parte de un planteamiento de la interven-ción en el que la coherencia entre los fines buscados y los mediosempleados resulta igualmente importante, evitandofalsos atajos queterminanno llevando a ningún sitio; por último, todos ellos compar-ten la ilusión y el convencimiento profundo de que, aunque sea difí-cil, es posible una vida distinta y sensiblemente mejor.

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ni se admite una pretensión monopolizadora de ningún colecti-vo, sea cual sea la forma que adopte esa apropiación: desde elentrismo encaminado a hacerse con los cargos o puestos quemarcan las líneas de actuación de un grupo hasta la exigencia deautodisolución para pasar a engrosar un colectivo mayor apelan-do a la eficacia. En la misma línea, el planteamiento debe partirde un sentido profundo de la riqueza que proporciona la diversi-dad de enfoques y programas; el hecho de que existan numero-sos grupos distintos no es, en ningún caso, una prueba de debili-dad ni una situación transitoria que debe ser superada consi-guiendo la fusión posterior de esos grupos. En algunos casospodrá ser deseable llegar a niveles más altos de implicación ocoordinación, pero no es un objetivo prioritario.

La colaboración debe centrarse en planes de trabajo bien defini-dos en los que puedan implicarse todos los grupos presentes; nose trata de que un determinado grupo busque la colaboración delos demás para alcanzar objetivos específicos que ellos mismos seplantean, sino más bien de que, sin renunciar a esos objetivos másconcretos, se busquen en determinados momentos otros másgenerales en los que todos colaboren aportando cada uno su pro-pia forma de hacer frente al tema y procurando que las interven-ciones de todos se sumen para dar más fuerza a la lucha. Un buenejemplo de lo que estamos diciendo son proyectos como la mar-cha contra la desocupación o el referéndum para la condonaciónde la deuda externa, y más todavía el que se plasma en las sema-nas de lucha social. Para que eso sea posible, se necesitan dosniveles de coordinación, uno más fluido, pero estable, en el quecon una periodicidad amplia, todos los grupos se reúnan paradebatir las cuestionesde interés y los posibles temas sobre los quehace falta trabajar. Otro más sólido, pero también más limitado enel tiempo, en el que se trabaje rigurosamente la planificación deun específicoplan de trabajo, es decir, el conjunto de acciones quese van a llevar a cabo para obtener determinados objetivos.

Es, en cierto sentido, un planteamiento renovado de la tradiciónclásica del sindicalismo revolucionario y del anarcosindicalismo,pues también en dicha tradición, además de y junto a la acciónpropiamente sindical, eran muchas las iniciativas que funciona-ban en ámbitos muy diversos de la vida social. No existía unadivisión del trabajo similar a la de otros sindicatos de clase, es

3. Las incipientes redes de acción socialQueremos ir un poco más allá de la simple constatación de la

vitalidad de unos principios y del reconocimiento gratificante deque son muchas las personas y grupos que mantienen bien alto eldeseo de cambio en esta sociedad; si de transformar la sociedad, ode hacer presente un modo diferente de ver, juzgar y actuar setrata, conviene alcanzar la mayor eficacia posible y eso exige cier-tos nivelesde colaboración y coordinación.Ahora bien, ese aire defamilia compartido, esa forma parecida de abordar la intervenciónen la sociedad, es la que permite una mayor coordinación entretanta lucha dispersa y local. No se trata tan sólo de una posibilidadsino de algo necesario si de verdad queremos avanzar hacia esasociedad que deseamos. El sistema dominante puede encajar concierta facilidad las acciones locales, minimizando su apuesta trans-formadora; si bien todas esas acciones poseen un cierto denomina-dor común, como he mencionado anteriormente, su coherencia ycapacidad de coordinar los medios adecuados para alcanzar losfines previstos está muy lejos de la que muestran sus ‘enemigos’sociales, la clase dominante y las elites que la representan. Esto loescribo justo durante los días que se celebra el foro de Davos, reu-nión quizá demasiado escorada hacia el autobombo complaciente,pero prueba inequívoca de esa coordinación planificada de quie-nes controlan la sociedad en todas sus dimensiones. Esa insultan-te euforia, ajena a los sufrimientos de miles de millones de perso-nas, parece indicar que o bien no se inmutaron demasiado por losacontecimientos de Seattle o bien consideran que no han afectadomucho a sus proyectos de dominación, algo que se puede verigualmente en la conferencia sobre los alimentos transgénicos, quese celebra también en estos momentos en Montreal.

Por eso es tan importante generar una red fluida y dinámica quehaga posible mecanismos de apoyo entre grupos dispersos yamplifique el impacto de sus propuestas. Debe ser una red, porun lado lo suficientemente sólida y estable como para no necesi-tar reconstruirse a cada nuevo acontecimiento al que se quieraoponer una alternativa, y por otra parte bastante flexible parapoder adaptarse a la flexibilidad y movilidad que muestra enestos momentos el sistema. Varias son las características quedeben estar presentes en la propuesta red, siendo la primera deellas el que sea una coordinación en la que nadie fagocita a nadie

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ellos son la tenuidad de sus estructuras burocráticas y su dedi-cación a objetivos concretos de gran impacto en la vida social.Eso hace que puedan mostrar enorme fuerza y capacidad deconvocatoria en un momento determinado y pasar poco despuésa una vida latente, garantizando la continuidad a la espera deuna nueva movilización. Es posible que algunos ya estén des-arrollando un aparato organizativo cada vez más sólido, lo queles hará perder alguna de las características más significativasaproximándose a organizaciones políticas o sindicales más tra-dicionales. Al mismo tiempo, esa acción social fragmentada opolimorfa está ideológicamente reforzada por toda la reflexióncultural reciente acerca de la imposibilidad de desarrollar unacrítica social, teórica y práctica, con pretensiones de globalidad.Perdida la confianza en los “grandes relatos”, en visiones delmundo globales y donadoras de sentido, sólo nos queda la inter-vención descentrada, localizada y fragmentaria, con el riesgoque eso conlleva de escisión y desintegración.

Otro aspecto que debe hacernos más cautos en la valoración detodas estas nuevas formas de acción social es su ambigua com-prensión de la reivindicación de la sociedad civil. No deja de sersignificativo el hecho de que en los recientes incidentes de ElEjido, de inequívocos rasgos xenófobos y reaccionarios, algunaspintadas y carteles hablen de que el levantamiento popular es unamanifestación de la vitalidad recuperada de la sociedad civil.Reivindicar la participación ciudadana es sin duda algo positivo yelemento de una democracia radical o de una sociedad que deseaarticular modelos organizativos autogestionarios. Sin embargo,sólo en la medida en que esa participación ciudadana vaya unidaa otros rasgos identificadores, como la tolerancia y la solidaridad,podemos ver en ellos elementos de transformación social prome-tedores de una sociedad más libre y más equitativa. De no ser asíperdemos la capacidad de distinguir entre movimientos populis-tas de clara orientación reaccionaria y movimientos ciudadanoscentrados en la denuncia de la miseria existente y orientados en lacreación de redes alternativas de solidaridad.

Por otra parte, en muchos casos se está desarrollando esa tenden-cia a la agrupación con fines sociales como forma solapada de des-montar todas las estructuras del estadosocialdel bienestar,ponién-dolas a disposición de la iniciativa privada, a la que, además de

decir, no se dejaba en manos de un partido político la intervenciónen los problemas de carácter general propios de una comunidadpolítica.Tampoco se pensaba que la acción sindical agotara los pro-blemas que planteaba la transformación de la sociedad a la que seaspiraba, aunque los sindicatos tenían un protagonismo evidente.Enfocada así la acción social era lógico potenciar o crear otrasagrupaciones que se hicieran cargo de esas tareas garantizando deformas diversas, y no siempre fáciles ni fluidas, la relación entretodas ellas. Llegado el momento, el hecho de que existieran habi-tualmente esas relaciones constantes entre los variados y heterogé-neos grupos, algunas veces garantizadas por la presencia de lasmismas personas en más de uno de ellos, era posible realizar accio-nes conjuntas de gran capacidad de incidencia. Si ésa era la expe-riencia clásica, en la actualidadposiblementeprimala incidenciadelos pequeños grupos y se ha debilitado la presencia de los sindica-tos; el espíritu de la transformación radical de la sociedad anidaconmás vitalidad en los primeros que en los segundos, lo que los llevaa tener una mayor capacidad de atracción entre las nuevas genera-ciones que retoman el esfuerzo colectivo de avanzar hacia unasociedad distinta, más solidaria y más libre. Proliferan, por tanto,las pequeñas organizaciones y agrupaciones que buscan actuarlocalmente, aun pensando globalmente, y que no quieren excederlas dimensiones del pequeño gran grupo en el que las posibilidadesde conjurar las degeneraciones burocráticas son mayores.

De todas formas, no es prudente hacer una valoración de esosgru-pos que vaya más allá de la constatación de su proliferación, pueshay de todo en ese mundo, desde el minúsculo chiringuito pensadocomo agencia de obtención de fondos públicos para mantener inte-reses privados, hasta grupos radicales seriamente comprometidoscon la transformación social y otros a punto de convertirse en mul-tinacionalesde la defensa del ecologismo o de la solidaridad con lospaíses empobrecidos. En conjunto parecen responder a una tenden-cia que tiene profundas raíces en la historia pasada, pero que se haacentuado en las sociedades contemporáneas y no sólo en las occi-dentales adquiriendo un cierto protagonismo en la configuración dela vida social y política. Los sociólogos y politólogos se refieren aesta forma de participación ciudadana como movimientos sociales,en los que habitualmente incluyen a ecologistas, pacifistas y femi-nistas como los más destacados. Dos rasgos que comparten todos

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sus propios intereses que los de aquellos a quienes dicen represen-tar. Al mismo tiempo, dependiendo económicamente de los presu-puestos generales del Estado, su capacidad de intervención y rei-vindicación se ve duramente maniatada hasta el punto de que másparece que acuden a recoger las migajas que el poder les concedeque a imponer las legítimas exigencias de los trabajadores.

Esa evolución ha modificado profundamente la acción sindical,provocando entre otras cosas la progresiva pérdida de afiliados,unida a la disminución constante de la intervención de éstos en lavida sindical. Pocas veces acuden a las reuniones sindicales, lo quefacilita la dinámica perversa de la representación en lugar de lagenuina delegación o el mandato sindical, al mismo tiempo quejustifica la conversiónde los “líderes” sindicalesen gestores distan-tes de los intereses reales de las personas que están asalariadas. Yamás recientemente, esa evolución se agrava por la agresiva políticasocial y económica de las elites en el poder que pretenden desmon-tar todas las regulaciones a favor de los trabajadores y restaurarcondiciones laborales dominadas por la flexibilidad y precariedadmás absolutas. En definitiva, y en contra de lo que algunas perso-nas puedan decir, se tratade recuperar la tasa de extracciónde plus-valía, es decir, de mantener la situación de explotación pura y durano sóloen los países dependientes sino en el mismocorazón del sis-tema. Una desocupación endémica y la importación masiva de tra-bajadores extranjeros en condiciones laborales brutales ayudan amantener a raya las posibles reivindicaciones. A eso debemos aña-dir que en una economía globalizada como la actual, el trabajo asa-lariado no sólo no está disminuyendo, sino que está aumentando entodoel mundo; cadavez hay más asalariados, que tienen una mayorproductividad pero con unas condiciones peores de trabajo. Esoocurre en Estados Unidos, el centro del centro del sistema actual,en España y en Corea. Estos datos por sí solos bastaría probable-mente para convencernos de que la acción sindical siguesiendo tanabsolutamente imprescindible como siempre; sin negar por otraparte la importancia de las luchas canalizadas por todos los movi-mientos sociales de los que antes he hablado, la lucha estrictamen-te sindical, la que da prioridad al fin de la explotación económica yla opresión en el proceso de producción, tiene una importancia deprimer orden. Con mayor razón, si consideramos el aumento delnúmero de asalariados y empeoran las condiciones laborales.

reconocerle su capacidad de intervención, se le reconoce igual-mente la capacidad de hacer negocio. Por tanto, una vez más debe-mos señalar que reivindicar la participación ciudadana debe seruna forma de revitalizar y controlar esas instituciones políticas quehan ido configurando un modelo de sociedades más solidarias.Desde luego en España no sobran servicios públicos, más bien fal-tan y es necesaria una mayor participaciónciudadana en los que yafuncionan. Lo contrario es apelar a la clásica reivindicación de lasubsidiariedad que, releída por los neoliberales actuales, significadesmontar todos los sistemas de servicios públicos, desmantela-miento que se suele justificar diciendo que se trata de devolver ala sociedad civil la capacidad de intervención que le ha sido expro-piada por la legión de expertos del bienestar que ocupan las inope-rantes oficinas gubernamentales.

4. La acción sindicalPor todo esto resulta todavíamás importante mantener una visión

global de la acción social, devolviendo a los sindicatos el papelque les debe corresponder en estos casos. Frente a quienes consi-deran que el sindicalismo está periclitado y que las grandes centra-les sindicales son más parte del problema que caminos de solu-ción, frente a quienes auguran una disminución de la importanciade los trabajadores asalariados y sus luchas contra la opresión yexplotación en las fábricas, reivindicamos la importancia de laacción sindical. Es cierto que, después del gran pacto social euro-peo realizado tras la Segunda Guerra Mundial —en España, en lospactos de la Moncloa—, el sindicalismo clásico consiguió que seinstitucionalizaran y convirtieran en leyes de obligado cumpli-miento muchas de las reivindicaciones que habían animado lasmás duras luchas sindicales de los decenios anteriores. Sin duda setrataba de una importante conquista, pero, cual caballo de Troya,encerraba un enemigoen su interior.En los años siguientes, el gransindicalismo fue derivando hacia una enorme agencia paraestatal,con frecuencia subvencionada a cargo de los presupuestos genera-les del Estado, desde la que una potente burocracia gestionaba laredistribución de la riqueza y mediaba en las luchas sociales paraque no se produjeran rupturas o enfrentamientos nocivos paratodos. En cierta medida, el resultado final es una plétora de jerar-cas y asalariados sindicales que terminan defendiendo más bien

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hacer posteriormente es conseguir una mayor militancia en los sin-dicatos quienes están trabajando. Mientras sean muy pocas las per-sonasque militen, poco será lo que los sindicatospuedan hacer.Esoexige campañas específicas de concientización, haciendo ver lanecesidad de estarunidos parahacer frente a las agresionesde quie-nes mantienen el poder económico y político. Ello supone romperdefinitivamente con una espiral perversa y autodestructiva que haido reduciendo el activismo sindical y obligando a quienes allí per-manecen a buscar formas de acción más simbólicas que reales y aencontrar formas de financiación que terminan siendo pesadascadenas que impiden un real enfrentamiento con la patronal. Claroestá que para incrementar la militancia hace falta también ganar lacredibilidad que en parte se ha ido perdiendo en los últimos dece-nios por esa evolución histórica antes comentada.

Incrementada la militancia, parece imprescindible incrementarigualmente el activismo y la participación; hay que acabar conmodelos de sindicalismo por delegación en los que unos pocos ter-minan tomando casi todas las decisiones y otros está a la espera delas indicaciones que de esos dirigentes proceden. Es cierto que lagente nunca ha mostrado deseos excesivos de participar y que atodos nos puede resultar interesante y gratificante delegar en algu-nos o muchos aspectos de nuestra vida. No obstante, el problemase agrava en el momento que, en lugar de actuar en contra de eseabsentismo generalizado, se aprovecha más bien para consolidarprocesos endogámicos de apoltronamiento burocrático de quienesterminan haciendo del sindicalismo un modo de vida. La posibili-dad actual de conseguir liberaciones sindicales se ha convertido eneste contexto en un arma de doble filo, pues éstos terminan des-viándose con el paso de los años de liberación hacia una prácticabastante alejada de la lucha más específicamente sindical. La rota-ción en todos los cargos fue siempre una exigencia muy saludableen las organizaciones que dan valor a la participación de sus miem-bros.Un arma de doble filo lo es también todo el mecanismo actualde financiación del sindicalismo, pues ha favorecido el olvido deque sólo con la cuotas de los afiliados y con los fondos que ellosmismos sean capaces de generar se podrá llevar adelante unenfrentemiento claro con el sistema de explotación y opresiónvigente. Incrementando la afiliación y la participación será másfactible abordar métodos de acción que incrementen igualmente la

Menos sencillo resulta, sin embargo, encontrar las formas deorganización y los métodos de lucha que hagan más eficaz laacción sindical. No debemos olvidar que en estos momentos elbloque hegemónico lleva ventaja y está imponiendo sus condicio-nes con facilidad en el campo de la economía, que se ha conver-tido en el eje de articulación de la vida social y política. Estasituación de ventaja patronal se basa, en parte, en esa devaluacióndel sindicalismo ya mencionada, auspiciada claro está por los quese benefician de la reconversión de los sindicatos en agencias decontrol de la paz social. Pero la responsabilidad básica y funda-mental recae sobre quienes realmente controlan las empresas ypor los políticos que ponen el aparato del Estado al servicio de loque dictan esos intereses patronales. El instrumento decisivo queha venido empleando en los últimos años de ataque bien organi-zado y orquestado es el de la fragmentación de la clase obrera;amparados en una supuestamente incuestionable competitividad,han ido consiguiendo la desaparición de una de las conquistasbásicas del sindicalismo histórico: la estabilidad en el empleo.Arropados por una inmisericorde flexibilidad laboral, han conver-tido a la mayor parte de las personas que trabajan en precariaspermanentes, que pueden ser despedidas sin ningún coste empre-sarial cuando baja la tasa de beneficios o cuando se incrementanlas reivindicaciones conflictivas. Al mismo tiempo, la fragmenta-ción hace que resulte difícil la acción unitaria de los trabajadoresy que cada colectivo se centre en la defensa de sus intereses másinmediatos o más próximos a su específica situación laboral.

Todo ello contribuye también a generar una pérdida de la con-ciencia de clase y del protagonismo social que le correspondíalegítimamente a los trabajadores. La situación es bastante dura,aunque no está nada claro que sea percibida así por las personasque la padecen, en quienes parece calar más el mensaje de que lascosas van bien y de que los defectos son insuperables. Los col-chones de asistencia social, por otra parte, permiten que el males-tar no crezca a niveles en los que el orden social estaría seriamen-te amenazado. En todo caso, se dan condiciones objetivas pararecuperar una lucha sindical creciente y enérgica, lo que nos llevaa recuperar la validez de los planteamientos que en su día ofrecióel sindicalismo revolucionario.

Desde luego un paso prioritario y previo a todo lo que se pueda

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empresarios. Más complicado puede ser diseñar tácticas adecuadaspara hacer frente a la nueva configuración del mercado laboral, enla que la fragmentación y la precariedad son la norma, así como laglobalización. La capacidad de aglutinar a grupos de trabajadoresque apenas mantienen relacionesestables entreellos, o de potenciarlas reivindicaciones del conjunto de los desocupados es, en estecaso, decisiva, del mismo modo que resulta fundamental conseguirque las luchas concretas tengan un impacto social, no sólo laboral,que refuerce la capacidad de las personas asalariadas para concien-ciarse de la injusticia de sus condiciones laboralesy pongade mani-fiesto el auténtico rostro de la explotación actual. Eso lleva igual-mente a la necesidad de incrementar la proyección internacional dela acción sindical reivindicativa, que poco o nada tiene que ver conla labor habitualmente desarrollada por organismos oficiales en losque están presentes las grandes centrales sindicales.

Como continuación de esto último, y relacionado también con loexpuesto anteriormente, el segundo nivel de intervención es el quepodemos llamar horizontal. Un problema del sindicalismo recienteha sido el desarrollar una elevada capacidad de hacerse valer en lasnegociaciones colectivas que afectaban a numerosos trabajadoresde una misma empresa o de un conjunto de empresas claramentedelimitado. Ahora parece necesario recuperar e insistir en la capa-cidad de coordinar las luchas en un nivel horizontal, vinculando losenfrentamientos en un sector con los que puedan darse en otros yfavoreciendo que los trabajadores trasciendan el estrecho marco desus reivindicaciones corporativas o el limitado horizonte de su sec-ción sindical. Esto supone, en principio, algunas modificaciones enla práctica sindical. Si bien es cierto que la mejor aportación quepuede hacer un sindicato a la transformación social es la de hacerbien su labor sindical, no es menos cierto que deben incluir en susplataformas reivindicativas aquellos objetivos que constituyen elcentro de atención de los movimientos sociales antes mencionados.La sensibilidad ante los problemas ecológicos o ante la persistentee insidiosa discriminación de la mujer no deben ser meros adornosen el conjunto de aspiraciones que movilizan a quienes llevan ade-lante las luchas sindicales. Una segunda modificación que puedemarcar las diferencias es la que constituyeen gran parteel hilo con-ductor de toda esta aportación. Es urgente e imprescindible encon-trar formas de organización estables y eficaces con todos aquellos

eficacia sindical, lo que sin duda se convertirá en el comienzo deun proceso creciente de retroalimentación: a mayor militancia,mayor capacidad e intervención que provocará posiblemente unincremento de activismo y participación, y así sucesivamente.

Lo que hace falta a continuación es desarrollar adecuadas cam-pañas de imagen que permitan convertir a los sindicatos en suje-tos de acción social que sean tenidos en cuenta. Eso es algo quehan sabido hacer muy bien, por ejemplo, las personas que han for-mado el Frente Zapatista de Liberación Nacional. En una socie-dad en la que el papel de los medios de comunicación social hacrecido desmesuradamente y en la que la producción de informa-ción está acaparando un elevado porcentaje de la riqueza (y elpoder) generado en estos tiempos, es ineludible hacerse un huecoen ese ámbito. De ese modo se consigue ser tenidos en cuenta porquienes buscan activamente el debilitamiento de la acción sindi-cal y ser también apreciados por quienes están buscando formasefectivas de oponerse a la opresión que cotidianamente soportan.Las dificultades en este ámbito son notables, dado el estricto con-trol que existe sobre los medios de comunicación y su imbrica-ción profunda con los centros de poder, en gran parte porque ellosmismos se han erigido en uno de los principales centros de poder.No obstante, experiencias de prensa centrada en la denuncia sis-temática del sistema vigente y sus perversiones pueden resultaralentadoras, y quizás el caso más claro sea el de Le MondeDiplomatique. Igualmente alentadoras son las posibilidadesabiertas por las comunicaciones electrónicas, un medio novedosoal que hay que prestar especial atención y no sólo como potenteinstrumento de comunicación. Ahí se están librando en estosmomentos importantes batallas y se librarán más en el próximofuturo, lo que exigirá tanto una cierta reorganización de la mismaestructura sindical al quedar obsoletos los marcos patronalesrecientes, como una reflexión profunda sobre el modo de incor-porar esos nuevos medios en las luchas sindicales.

A partir de estas líneas generales, se plantean dos niveles de inter-vención. Uno es, por descontado, el que va directamente relaciona-do a hacer frente a la degradación de las condiciones laborales enlas empresas, para lo que es necesario y valioso recurrir a todos losmedios tradicionales que han sido utilizados para alcanzar objeti-vos específicos en las negociaciones y enfrentamientos con los

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CAPÍTULO 2

EL MOVIMIENTO LIBERTARIO: UN AIRE DE FAMILIA

1. Un enfoque abiertoDesde que Kropotkin escribiera el artículo para la Enciclopedia

Británica, es posible hablar del movimiento libertario utilizandodos enfoques diferentes. El primer enfoque —que denominaréenfoque abierto— consiste en considerar que los principios bási-cos defendidos por los libertarios constituyen una constante de losseres humanos que se puede rastrear en todas las épocas y entodas las culturas. Eso nos permite, por ejemplo, mencionar aZenón en Grecia o a LaoTse en China, y los ejemplos se podríanmultiplicar. En todos esos autores o movimientos se daría lamisma aspiración por la libertad y el apoyo mutuo y se comparti-ría una crítica similar de los complejos y variados mecanismos deopresión. Desde este enfoque, podríamos decir que el anarquis-mo, que aparece técnicamente con Proudhon, es la manifestaciónconcreta del movimiento libertario en la época del nacimiento delas luchas sociales en la sociedad capitalista. El otro enfoque —elrestrictivo— delimita con mas precisión el tema y prefiere centrarel movimiento libertario en los últimos 150 años; Proudhon seríael punto de partida y el movimiento pasaría por diferentes fases,algunas de gran impacto social, y otras menos relevantes.Formaría parte de una familia más amplia, la socialista, aunquemanteniendo claras diferencias con las otras formas de socialis-mo; el sindicalismo revolucionario y, más en concreto, el anarco-sindicalismo sería, posiblemente, la aportación más relevante delmovimiento libertario a las luchas del movimiento obrero paraalcanzar su emancipación. En este segundo enfoque es más posi-ble y frecuente utilizar el nombre de anarquismo; en todo caso, eneste trabajo utilizaré ambos nombres (movimiento libertario yanarquismo) como sinónimos, sin entrar en los detalles que per-miten percibir las diferencias entre ambos o sin utilizar el térmi-no anarquismo en un sentido restrictivo o excluyente.

Lo que aquí se defiende es un enfoque intermedio, pero no por

movimientos que se enfrentan al sistema en ámbitos específicosy limitados del mismo. Sólo de ese modo será posible que lanecesaria fragmentación y descentramiento de los esfuerzos rea-lizados por quienes desean cambiar el sistema social supere laslimitaciones que esa misma dispersión provoca. Son necesarioslos acuerdos, que no tienen por qué implicar consensos ni unifi-caciones excesivas, para diseñar estrategias conjuntas, parapotenciar la capacidad de forzar cambios en el sistema y paramantener una cierta conciencia de que los problemas tienen raí-ces comunes y exigen, por tanto, respuestas que no pierdan elsentido de la totalidad o la globalidad.

Buscamos una acción sindical alternativa articulada en torno detodos esos rasgos distintivos; un sindicalismo capaz de engarzarsus luchas laborales en el amplio marco de una lucha global contrael desorden establecido, y por eso mismo, capaz de contribuir deforma decisiva a la coordinación y potenciación de las múltiplesluchas que se están desarrollando en todos los ámbitos de la vidade los seres humanos. Ilusionados, sin ser ilusos, la exposición pre-tende recordar a todo el mundo que lo importante no es saber si latransformación social que buscamos está más o menos próxima.Lo realmente primordial es convencernos cada uno de nosotros dela posibilidad de incidir en el sistema social y la urgencia de res-ponder a una pregunta básica: ¿en un mundo desgarrado por abru-madoras injusticias, tú de qué lado estás? Glosando a Bakunin, enun mundode opresores y oprimidos hay que estar en uno de los doslados. Y glosando a Thoreau, la verdadera revolución se da cuan-do alguien dice no y se niega a colaborar con el sistema.

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libertario, pudiendo así sentar las bases de una coordinación másestricta. Del mismo modo, el enfoque abierto nos da algunas pis-tas para establecer un diálogo fecundo e integrador con plantea-mientos que proceden de mentalidades muy alejadas de la occi-dental, sin que por eso dejen de ser sensibles a las mismas ideasde libertad y apoyo mutuo, de autonomía y autogestión, que for-maban parte de ese núcleo en parte intemporal del movimientolibertario. Basta fijarse con algún detalle en el movimiento zapa-tista o en de las comunidades indígenas ecuatorianas, para darsecuenta de las posibilidades integradoras del enfoque abierto. Lamentalidad indígena, muy presente en ambos, da un estilo propioe inconfundible a esos movimientos, pero no les impide sintoni-zar con la misma exigencia de libertad y apoyo mutuo y mante-ner la misma crítica radical de la opresión y el poder.

2. Un aire de familiaA favor del enfoque abierto está sin duda el hecho de que no

resulta nada sencillo dar una definición precisa de qué sea eso delanarquismo. En gran parte, por definición, el movimiento liberta-rio no se ha dejado nunca encerrar en el marco de una definiciónque haga posible saber con precisión qué forma parte de esemovimiento y qué quedaría fuera. Enfrentados desde el primermomento contra toda pretensión de uniformidad o de control, esincoherentecon todo lo libertario plantear una especie de señas deidentidad que pudieran distinguir los “auténticos” libertarios delos “falsos”. Al mismo tiempo, la aceptación en general de unaconcepción de la realidad como algo denso, complejo y en cons-tante proceso de transformación exige renunciar a una única inter-pretación de la misma por lo que son verosímiles diversos puntosde vista o perspectivas, todas ellas valiosas sin que ninguna alcan-ce el estatuto de ser la más correcta y mucho menos de ser lacorrecta sin más. Proudhon ya señalaba en contra de Hegel y tam-bién de Marx que era imposible hablar de una dialéctica en la quese alcanzaba una síntesis final reconciliadora, fuera ésta el Estadoburgués o la sociedad sin clases del comunismo.

La pluralidad es, por tanto, una de las señas de identidad másclara del movimiento libertario. Pluralidad, por una parte, de ela-boraciones de una teoría libertaria de la realidad, lo que lleva aque, por ejemplo, podamos contar con planteamientosque insisten

querer contentar a todo el mundo. En el siglo pasado surge unaforma muy concreta de lucha social contra el sistema capitalistaque tiene a la clase obrera como protagonista principal pero noúnico, y que se enfrenta a la explotación y opresión de la mayo-ría por la minoría; el análisis de la explotación económica reali-zado básicamente por Marx y el análisis de los mecanismos deopresión aportado por los anarquistas son piezas fundamentalesen esas luchas sociales. Más de un siglo después, el sistema capi-talista sigue igual en el fondo, aunque con importantes cambios,por lo que no han variado en lo esencial las exigencias de con-frontación con dicho sistema. Las luchas sindicales deben seguirdesempeñando un papel importante, incluso central en cierto sen-tido, dado que las condiciones laborales están degradándose ypueden seguir empeorando. El hecho de que a partir de laSegunda Guerra Mundial el sindicalismo en general haya perdidola fuerza transformadora que tuvo (en parte debido a importantesconquistas sociales recogidas en el estado social de derecho) nosobliga a replantearnos con seriedad el tipo de sindicalismo queahora hace falta, pero no invalida en absoluto la lucha sindical,sino que la hace tan urgente como antes. Desde este enfoque seentiende bien que, para hablar de movimiento libertario, sea pre-ferible partir de la obra de Proudhon y la I Internacional, prescin-diendo de los más antiguos antecedentes históricos.

Ahora bien, recurrir a la visión más amplia del movimientolibertario tiene algunas ventajas notables para poder hacer frentea los problemas actuales, muchos de ellos bastante nuevos, y a losprocesos de globalización en los que estamos metidos.A partir delos años 50 han cobrado especial relevancia otros movimientossociales que han conseguido importantes avances en la sociedad.Uno de ellos, con raíces en la misma Revolución Francesa, es elfeminista, que ha contribuido a una de las transformaciones másprofundas que ha experimentado la humanidad, si bien todavía lequeda mucho por alcanzar. Otro movimiento importante es elpacifismo y el antimilitarismo, espoleado en especial por las gra-ves consecuencias del consorcio realizado entre la industria y losmilitares. El tercero y último, por el momento, es el ecologista.De los tres hablaré más adelante con algún detalle. Sólo desde unaconcepción abierta del anarquismo podemos ver en algunos deesos movimientos los rasgos que caracterizan al movimiento

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dominación que dañan irremediablemente a las personas queparticipan de ellas; es obvio que a los que más perjudica es aquienes padecen la opresión, pero es igualmente destructivo paraquienes ejercen el poder, pues esas personas se cierran la puertaa unas relaciones interpersonales y sociales fecundas y creativas.El liberalismo ilustrado intentó conjurar el problema de la opre-sión buscando la separación de los poderes, que quedaron dividi-dos en tres ámbitos con controles recíprocos. Para el anarquismo,este planteamiento era completamente insuficiente, y la democra-cia parlamentaría en la que unos delegados se arrogaban la capa-cidad de tomar decisiones no alteraba sustancialmente la situa-ción de opresión para la mayoría a la que, a lo sumo, se llamabaa elegir cada cierto tiempo a quienes iban a ejercer de hecho todoel poder. Otras corrientes del socialismo, por su parte, considera-ron el poder como una consecuencia de la explotación económi-ca y la extracción de plusvalía por quienes poseían los medios deproducción; por eso el primer paso para controlar el poder con-sistiría en la apropiación de los medios de producción por los pro-pios trabajadores y en la conquista del Estado para, desde allí,preparar su disolución y el comienzo de una sociedad comunista.Para los anarquistas, era éste un planteamiento ingenuo dado quequienes ocuparan el Estado se convertirían en los futuros opreso-res, y la expropiación económica, con ser muy importante, noconstituía el núcleo del problema.

Ésos son dos aspectos decisivos para los libertarios. Por un lado,el origen de las desigualdades no se encuentra en la posesión delos medios de producción o de la riqueza económica. Más bien elorigen se sitúa en la búsqueda del poder para asegurar la propiaafirmación individual y de grupo. Ese poder se garantizarámediante la posesión de la riqueza o por otros procedimientos queprotejan igualmente una posición de dominio. De ahí que el ene-migo fundamental no sea tanto el empresario (o los capitalistas,haciendo un uso poco preciso de la palabra) cuanto el Estado yquienes lo controlan. Por otro lado, resulta totalmente ingenuopretender hacer un buen uso de esas estructuras de poder, puesson ellas las que terminan indefectiblemente apoderándose de losque se introducen en ellas. Es cierto que puede darse un deseo dedominio en personas concretas que las lleva a utilizar cuantosmecanismos conocen para ejercer dicho dominio; pero el poder es

de forma clara y radical en el individualismo más firme, rechazan-do cualquier tipo de organización que vaya más allá de acuerdosmínimos y siempre revisables y del pequeño grupo de afinidad;otros,por el contrario, son defensores acérrimos de edificar formasorganizativas más complejas, sin renunciar a principios básicos, yseñalan además que el apoyo mutuo o la solidaridad desempeñanun papel fundamental en la defensa del individuo. Eso permitequesea fácil ponernos de acuerdo en la consideración de Bakunin,Kropotkin, Mella o Malatesta como autores anarquistas, mientrasque puede haber más discusión en la aceptación en la familia liber-taria de pensadores como Stirner o Ferrer Guardia. La pluralidadalcanza, como acabo de mencionar, a la manera de concebir laorganización y las tácticas de enfrentamiento con el sistema, y semantiene incluso después de aceptar formar parte de un mismomodelo organizativo, como puede ser el sindicalismo revoluciona-rio. Esa pluralidad abarca también la diversidad de intereses quemanifestaron los libertarios en su historia, lo que los llevó a serpioneros en luchas tan diversas como la ecológica o la feminista,y a mostrar un interés por temas muy variados, como la educación,la divulgación científica o el naturismo. Por eso, entre otras cosas,las publicaciones anarquistas son muy numerosas y resultanmucho más atractivas, por la variedad de temas, que las de otrascorrientes del movimiento obrero.Toda esta diversidad, no obstan-te, no nos impide señalar algunos criterios que permiten decidir enqué medida una persona o una organización o un movimientosocial se aproximan a los planteamientos básicos de la visión delmundo libertario; los que figuran a continuación son los que con-sidero más significativos, aunque sería plausible incluir otros. Loque en ningúncaso debemoshacer es, a continuación,elaborar unaespecie de lista en la que figuren esas personas que consideramoslibertarias; no se trata de conceder certificados de homologación anadie, sino de exponer ideas y hechos que pueden ejemplificar elanarquismo, sin apropiárselo ni agotarlo.

3. La denuncia del poderEl poder corrompe indefectiblemente. Priva a los seres huma-

nos de la posibilidad de ser dueños de su propia vida y generainjustas relaciones de humillación y dependencia. El poder políti-co, y el Estado como su máxima expresión, genera estructuras de

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aquellas en la que sigue siendo la genuina expresión del poder yla opresión, el intento de legitimar que unos seres humanos opri-man a otros. Por eso la distancia respecto de la crítica liberal oneoliberal es total: para éstos, lo que hay que preservar en manosdel Estado es casi exclusivamente el ejército y la policía; para loslibertarios son precisamente el ejército y las cárceles las institu-ciones que antes deben ser debilitadas hasta conseguir su defini-tiva abolición. Es más, si nos fijamos en lo que está pasando en elejemplo del neoliberalismo mundial, Estados Unidos, podremosver que incluso están dispuestos a privatizar las cárceles, la poli-cía e incluso el ejército. Las primeras se convierten en lucrativosnegocios cuando se llega a tener la población carcelaria más gran-de que ha habido en la historia de la humanidad (hay más presosen Estados Unidos actualmente de los que hubo en la dictadurasoviética de Stalin). La policía se convierte en cuerpos de seguri-dad privados, con asalariados sometidos a muchos menos contro-les que la propia policía; y el ejército se convierte en policía inter-nacional, en la que los más pobres constituyen la tropa de choquey los más ricos de todo el mundo occidental financian el pago através de la deuda externa del país (la más grande del mundoactualmente) y de fondos extraordinarios.

Ahora bien, el poder no es algo producido sólo por las grandesinstituciones como son el Estado, el ejército, la policía... Va unidoindisolublemente a la búsqueda de la propia identidad personal, ala necesidad de afirmarnos a nosotros mismos y reivindicar nues-tra propia manera de ver el mundo, y en ese sentido la voluntadde poder, la capacidad de desarrollar el poder que todas las perso-nas necesitan para ser ellas mismas, es una reivindicación básicade los libertarios. El problema es que la frontera entre la voluntadde poder como dinamismo de la afirmación personal y la volun-tad de poder como opresión y dominación es bastante borrosa.Buscamos ser nosotros mismos y no dejarnos nunca dominar pornadie; nos negamos a doblegarnoso rendir pleitesía, a someternoso dejarnos controlar; mantenemos que no estamos en este mundopara obedecer a nadie sino para cooperar con todos. Sin embargo,con frecuencia convertimos la afirmación personal en un ejerci-cio de imposición y dominación sobre las otras personas con lasque nos relacionamos y buscamos afirmar nuestra identidad nocon ellas sino a costa de ellas. Por eso mismo, el poder anida en

algo configurado y perpetuado por determinadas estructuras,basadas en una fuerte jerarquización, en las que no se puede par-ticipar para destruirlas desde dentro. Éste es el núcleo de la apor-tación anarquista del que toma, además, el nombre, incluida lavariante libertaria pues el ejercicio de la libertad es una negaciónde todo intento de imposición por parte de quienes son dueños dela fuerza y el poder. Al mismo tiempo, la experiencia de este últi-mo siglo en el que tanto el liberalismo ilustrado como el socialis-mo autoritario han tenido ocasión de incidir en la organizaciónsocial, tiende más bien a mostrar el acierto de los análisis liberta-rios sobre el poder. El socialismo real terminó hundiéndose, víc-tima de su propia obsesión por el control estatal, cumpliendo lospronósticos que ya hicieran los libertarios en 1918. La democra-cia representativa vive permanentemente acechada por la corrup-ción de quienes acceden a puestos de poder, al mismo tiempo quepodemos ver cómo los representantes elegidos dejan de servir asus electores para dedicarse íntegramente a cumplir las reglasinternas de la vida política. Eso sin entrar por el momento en lasgraves consecuencias que en este ámbito plantea el liberalismomás radical; éste, que aparente comparte con los libertarios la crí-tica radical del Estado por atentar contra las libertades individua-les, entrega la sociedad a oscuros grupos de presión y de poderque incrementan hasta niveles intolerables la capacidad de unospocos de imponer su voluntad a la mayoría de la población.

El Estado es, por tanto, para los anarquistas el blanco principalde sus críticas, junto con las dos instituciones que mejor ejempli-fican la fuerza bruta del mismo: el ejército y las prisiones. En elmomento en el que, presionado por las luchas sociales en especiallas del movimiento obrero, el Estado desarrolla amplios mecanis-mos de protección social y redistribución de la riqueza, la críticaal Estado debe ser modificada. Es imprescindible seguir pidiendola desaparición del Estado en lo que tiene de jerarquización y con-trol del poder, pero eso no significa en absoluto la desaparición delos servicios públicos gracias a los cuales todo el mundo puededisfrutar de unos mínimos necesarios. La clásica petición de abo-lición del Estado realizada por el anarquismo debe ser matizada:por un lado están funciones del Estado que han contribuido a rea-lizar una redistribución de la riqueza e institucionalizar la solida-ridad (sanidad, educación, servicios sociales...), y por otro lado

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conseguir que nadie termine resultando indispensable para el fun-cionamiento de un grupo social. Fragmentación, participación yrotación son, por tanto, ejes básicos de una eficaz lucha contra laopresión, aunque no son suficientes por sí mismas y necesitan iracompañadas de otras propuestas que esbozamos a continuación.

4. La búsqueda de la libertadSi acabo de mencionar que la denuncia del poder ha dado uno

de los dos nombres que caracterizan este movimiento, el de anar-quismo, la búsqueda incansable de la libertad es el que le propor-ciona el segundo, el de movimiento libertario. Hasta cierto punto,podemos decir que ambos aspectos son las dos caras de unamisma moneda: se critica con dureza la dimensión opresora delpoder y de la fuerza porque se ve en ella un atentado contra lalibertad inherente a todo ser humano; se exalta la libertad porquesin ella el individuo termina asfixiado por las redes sofocantes delpoder o se deja llevar por las opiniones y actividades de la mayo-ría silenciosa o la minoría manipuladora. “Que nadie decida porti” es uno de los lemas recurrentes en los que el anarcosindicalis-mo recoge la influencia de las ideas libertarias en su modo deentender la acción sindical; es decir, que nadie se arrogue el dere-cho de hablar y decidir en tu nombre, ni siquiera en el supuestode que haya sido votada para llevar las decisiones de un grupo depersonas a órganos superiores de coordinación en los que hay quetomar decisiones. La contrapartida es quizás algo más exigente:“Decide tú mismo”, es decir, ejerce tu propia libertad, sacúdete elmiedo y la pereza y atrévete a tomar decisiones sin pedir permisoa nadie ni esperar de nadie respuesta.

De este modo, los anarquistas recogen el desafío que los ilustra-dos lanzaron al poder absoluto que ejercía el rey en la sociedadestamental. Lo recogen y lo llevan hasta el final, al considerar quelos modelos de democracia censitaria con los que comienzan lasdos revoluciones que inauguran el mundo contemporáneo soninsuficientes. Ni siquiera el sufragio universal bastaría para satis-facer esa necesidad de que nadie decida por uno mismo, pues éstetermina convirtiéndose en un expedientecon el que unos pocos seencuentran “legitimados” para tomar sus propias decisionesdefendiendo intereses que nada tienen que ver con los que tienenquienes los votaron. La persona individual es el último punto de

todos y cada uno de nosotros y se manifiesta en casi todas nues-tras actividades, incluidas las más cotidianas. Algunas de susmanifestaciones son especialmente nocivas por el arraigo profun-do que tienen en la sociedad y por el obstáculo que suponen paraavanzar hacia una sociedad más libre. El patriarcado, reforzadopor el machismo, es sin duda una de las más insidiosas y negati-vas, por más que a lo largo del siglo XX hayan sido importanteslos avances del movimiento feminista. El racismo y la xenofobiapueden entenderse también como esa tendencia negativa a afir-mar el grupo al que pertenecemos a costa de otros grupos, a pre-servar el “nosotros” a costa de “ellos”, inclinación muy agravadaen tiempos de acelerada globalización. Una tercera manifestaciónes la dominación que se ejerce sobre los menores, sobre los niños,a los que se sigue tratando como seres con los que podemos ydebemos hacer lo que estimamos oportuno, inoculando así, en losprimeros pasos de la socialización de un ser humano, el aprendi-zaje de la sumisión y la obediencia.

No hay remedio definitivo contra el poder opresor en ninguno delos ámbitos en los que aparece; sólo podemos mantener una per-manente lucha, estando muy atentos para que no termine siendo laguía de nuestra actividad. La tradición libertaria propone algunosmecanismos que son imprescindibles, para que esa superación dela opresión pueda avanzar de forma real. La educación es uno delos medios imprescindibles, dado que la ignorancia ha sido siem-pre el alimento de la esclavitud. El apoyo mutuo es el modo depotenciar aquellas soluciones en las que las otras personas son vis-tas como colaboradoras irreemplazables en la consecución denuestros objetivos, de tal modo que su libertad nunca es un límitepara nuestra libertad sino más bien su condición de posibilidad. Sinos centramos de forma más directa en las estructuras de organi-zación política, tres son las claves sobre las que pivota la propues-ta libertaria: la fragmentación y descentralización del poder favo-recerá siempre el control del mismo por parte de las personas inte-resadas; la participación de todo el mundo en las tareas del gobier-no, hecha posible por esa fragmentación y por la educación, evita-rá la aparición de esos delegados que terminan usurpando lavoluntad general; la rotación en todos los cargos, incluso si éstosse reducen al papel de mandatarios o de ejecutores de decisionestomadas en asambleas abiertas a todo el mundo, será el modo de

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otra concepción limitada, e igualmente pequeño burguesa, de lalibertad. Para algunos ilustrados, y para la mayor parte de las per-sonas en la sociedad actual, mi libertad comienza justo donde ter-mina la libertad de los demás. Los seres humanos son concebidoscomo individuos egoístas y posesivos que defienden constante-mente su pequeña parcela de poder, viendo en todos los sereshumanos que los rodean unos competidores que amenazan eseespacio de libertad. Poner límites, garantizar la protección de unespacio de intimidad y privacidad se convierte en objetivo priori-tario de las personas y de las leyes. Sin negar la necesidad de dis-poner de ese ámbito personal innegociable, eso nos situaría en elmejor de los casos en una versión bastante pobre de la libertad.Más allá de las ficticias fronteras de mi pequeña parcela, lo querealmente me hace libre es la libertad de los demás: sólo soy librecuando los seres humanosque me rodean son también libres, entreotras cosas porque mi libertad, para serlo, debe ser reconocida porotras personas que también sean libres, que sean mis iguales. Deahí que sea necesario adoptar una actitud activa de ejercicio yreconocimiento de la libertad de todas las personas; la toleranciano consiste sólo en aceptar que hay otras personas, con otros esti-los de vida y otras ideas, que debo soportar (vive y deja vivir), sinoen favorecer la existencia de esos estilos diferentes de vida, ejerci-dos por personas libres, que enriquecen con su genuina e irrepeti-ble aportación mi propia vida (vive y ayuda a vivir).

Esto último nos lleva a un aspecto que en principio puede pareceralgo alejado del tema de la libertad, pero que constituye un ingre-diente básico de la misma. Sólo hay libertad allá donde los sereshumanos confían los unos en los otros. Cuando las personas dejande confiar en las otras personas, cuando se establece una clara fron-tera entre el ellos y el nosotros, reservando nuestras mejores actitu-des para el grupo que formamos nosotros, la libertad se desvanecepoco a poco. Instalada la desconfianza, considerando a los demássereshumanos como enemigos potenciales permanentes, proliferanagentes de seguridad,puertas blindadas,cuerpos de policía y cárce-les, es decir, prolifera todoese caldode cultivo en el que difícilmen-te puede crecer la libertad. No se trata de defender una concepcióndel ser humano como una persona buena de nacimiento, maleadaposteriormente por la sociedad, pues no parece que eso responda ala realidad; se trata más bien de recordar que la libertad sólo se

referencia en cualquier ámbito en el que nos movamos. No debe-mos dejarnos guiar ni controlar por ningún tipo de procedimientoo estructuras que anulen nuestra inalienable soberanía personal.Las personas, al vivir en sociedad, aceptan organizarse mediantepactos que libremente acuerdan y de los que pueden librementesalirse cuando estiman que ya no responden a su forma de ver lascosas. Ése es el corazón del principio federativo sobre el que debepivotar toda forma de organización social que no quiera reprodu-cir de una manera u otra los mecanismos de anulación de la liber-tad. Modelos de organización social como la democracia repre-sentativa, el centralismodemocráticoo las democracias popularesno pasan de ser distintas formas de garantizar que la mayoría dela población sólo puede ejercer su libertad de forma limitada y enámbitos restringidos de su vida cotidiana.

La libertad no es, por tanto, un prejuicio pequeño burgués, sinouna condición necesaria para poder ser una persona. Lo que puedeser pequeño burgués es la concepción y, sobre todo, la prácticalimitada de dicha libertad. Es limitada siempre que no se garanti-zan las condiciones materiales de existencia que hagan posible larelación entre iguales sin la cual no somos libres. Mientras en elmundo haya amos, habrá esclavos; es decir, mientras unos pocoscontrolen el poder en todas o alguna de sus dimensiones, el restono podrá tomar decisiones en libertad. Eso es lo que ocurre, porejemplo, cuando un obrero debe buscar trabajo y firmar un con-trato con el propietario de la fábrica o la empresa para la que va atrabajar, mucho más si esta empresa es una E.T.T. Lo mismo pasacuando alguien quiere ejercer la libertad de expresión y comprue-ba que ese ejercicio sólo es asequible a una minoría que ejerce unférreo control sobre los medios de comunicación social. Por esomismo, las leyes que permiten y favorecen la acumulación deriqueza en unas pocas manos, mientras se incrementa el númerode quienes poco o nada poseen, no son leyes que garanticen lalibertad de actuación, sino leyes que perpetúan las condiciones deopresión en las que vive la mayoría de la población, que queda deese modo excluida de la posibilidad de intervenir en la vidasocial. El libre mercado es cualquier cosa menos una forma depotenciar la libertad real de las personas.

Parte de ese problema de la exigencia de unas bases igualitariasque hagan posible la aparición de la libertad real viene dado por

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a reforzar la fraternidad y en parte la igualdad, pero olvidando lalibertad. Para un libertario, el problema consiste en que en elmomento en que dejamos de cultivar una de esas tres dimensiones,las otras dos se debilitan de inmediato hasta llegar a desaparecer.Las sociedades comunistas vieron florecer la jerarquización y laopresión hasta límites que probablemente hubieran dejado atónitosa quienes iniciaron aquellas revoluciones; las sociedades liberalesson una fuente inagotable de desigualdad y exclusión insolidariallegando a extremos que sonrojarían del mismo modo a quieneslucharon contra la sociedad estamental, proclamando la igualdad detodos los seres humanos y la fraternidad universal.

El apoyo mutuo plantea en primer lugar el innegable hecho deque, contra lo que algunas corrientes parecen querer señalar, lafuerza más potente de la evolución de los seres humanos, y detodas las especies que nos han precedido y que nos acompañan enestos momentos, es la cooperación y en ningún caso la competi-ción. No prevalecen los más fuertes, los que mejor saben defendersu presencia frente a quienes no son más que sus competidores enla lucha por la supervivencia, sino que descuellan quienes mejorsaben cooperar para hacer frente a las dificultades que la vida coti-diana nos plantea. No deja de ser sorprendente el arraigo social dela “competición”o “competencia”como pivote sobre el que puedearticularse una adecuada política de crecimiento y desarrollosocial, cuandola evidencia no hace más que confirmar una vez trasotra que, salvo circunstancias muy específicas y en períodos muylimitados, la competición no resulta una estrategia adaptativa muyfavorable. Es cierto que en un primer momento la exigencia decooperación se centra en el marco del pequeño grupo, de la aso-ciación “tribal” con la que nos sentimos profundamente vincula-dos y que nos permite delimitar el territorio preciso en el que nosidentificamos como grupo con fuertes lazos de unión. Ese grupoque definimos como “nosotros” consolida su unidad distinguién-dose claramente de quienes están fuera, “ellos”, que aparecen almismo tiempo como enemigos potenciales o reales. Es más, en unprimer momento, las relaciones entre nosotros y ellos se percibencomo relaciones de suma cero, es decir, aquellas en las que lo queyo gano el otro lo pierde y viceversa.

La fuerza de este sentimiento de pertenencia excluyente es tanpotente que ha sido innumerables veces aprovechada a favor de

educa y se desarrolla con la práctica de la libertad. Justo lo contra-rio de aquellos que piensan que, mientras la gente no demuestremadurez, no se les puede permitir actuar libremente. Para quienespiensan así, vigilar y castigar se convierten en estrategias habitua-les con las que hacemos frente a los problemas sociales, dejandoarrinconadas las estrategias basadas en cooperar y corregir. Cierranpuertas y ventanas, pues todo soplo de aire fresco parece ser unaposibilidad de contraer enfermedades y no una ocasión de renovarun ambiente que tiende a hacerse sofocante. Y entonces florece lacensura, impuesta o asumida, y la gente renuncia a someter susideas nuevas y distintas al escrutinio de coacciones y mezquinda-des de todo tipo. Y asustados por la libertad, a la que sobre todotemen, se entregan en manos de líderes carismáticos que les preser-varán de todos los peligros exteriores e interiores.

5. El apoyo mutuoAl mencionar la concepción anarquista de la libertad ya he seña-

lado que su exaltación radical del individuo que jamás debe some-terse ante nada ni nadie va indisolublemente unida a la afirmaciónde su dimensión societaria o comunitaria. No sólo me preocupadefender mi propia libertad frente a cualquier intromisión externa,sino que no soporto ver que a mi lado se comete una injusticia o seoprime a alguien. El destino de quienes me rodean no me es ajenoe inmediatamente me veo llevado a intervenir en defensa de lalibertad de todas y cada una de las personas. Se trata de algo másque del reconocimiento expreso de que la única manera de hacerfrente a los opresores es luchando unidos en el marco de organiza-ciones obreras o de otro tipo. Lo que se plantea es que mi propiarealización plena como persona individual está estrechamente vin-culada con la realización plena de quienes viven a mi alrededor,entendiendo esto con una amplitud creciente: desde el pequeñogrupo familiar o tribal, hasta llegar a ser ciudadanos del mundo ysolidarios, por tanto, de toda la humanidad. Podemos decir que losanarquistas son quienes se toman en serio los ideales de laRevolución Francesa y se proponen mantener siempre unidos lostres objetivos que se proclaman como lema revolucionario: liber-tad, igualdad y fraternidad. Si los partidos burgueses han tendido adefender la libertad, menoscabando la igualdad y sobre todo la fra-ternidad, los partidos afines al socialismo “autoritario” han tendido

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situaciones de escasez de recursos es fácil que la gente puedadejarse llevar por la falsa apariencia de que sólo el radical egoís-mo pude dar satisfacción a mis propias necesidades. No dejaría deser, en todo caso, una estrategia válida tan sólo a corto plazo, peroabocada al fracaso más estrepitoso a medio y largo plazo.

En situaciones de abundancia, como la que actualmente caracte-riza a las sociedades humanas, resulta desolador observar la can-tidad de miseria que está provocando una concepción de la vidasocial que lo fía todo a la competencia más radical y que aceptaingenuamente que los intereses egoístas individuales provocarán,por arte de magia, el bienestar colectivo. La fábula de las abejas,con la que Mandeville ofrecía un modelo de la sociedad capitalis-ta naciente, no pasa de ser un mito sin ningún tipo de apoyo en loque realmente ocurre en la sociedad. Casi todas las actividadesque realizamos cotidianamente son posibles porque hay muchaspersonas cooperando, cada una con una contribución determina-da. Cuando queremos abordar una tarea compleja, como lo soncasi todas, es necesario llevar adelante formas de organizacióncooperativas sin las que será muy difícil hacer gran cosa. Cuantamás cooperación consciente y voluntariamente asumida alcance-mos más elevadas serán las posibilidades de que termine bien loque hemos emprendido; es ése un principio sencillo que se veri-fica una vez tras otra en casi todas las actividades y que permitea las personas implicadas centrarse en la correcta realización deltrabajo iniciado, algo que no ocurre precisamente cuando el obje-tivo es competir para obtener un primer puesto o uno de los pri-meros. La práctica desmiente más bien la célebre expresión deque lo importante es participar y no ganar; en la competición, loimportante es ganar, no participar; si no existe el deseo de ganaruno mismo y de derrotar, por tanto, a los rivales, no existe com-petición y por eso se sanciona a los equipos o personas que no semuestran claramente ofensivos o agresivos en su juego.

6. Participación y autogestiónSi reivindicamos la libertad y la cooperación, las únicas formas

de organización social en las que debemos poner nuestra atencióne interésson aquellas en las que se planteacomo componente bási-co la participación de todas las personas implicadas y la gestiónpor uno mismo de aquellos asuntos que nos afectan. La crítica a la

quienes controlan el poder para mantener su situación de dominioy ha llegadoa convertirse en un dogma más allá de toda duda razo-nable. Su expresión más lamentable es el patriotismo, en cuyonombre se han perpetrado atroces matanzas; manifestación menosnociva, pero igualmente perversa, es el nacionalismo excluyente(y casi todos los nacionalismos terminan discriminando y recha-zando) y junto a ellos la xenofobia, el racismo y todo tipo de plan-teamientos que potencian la diferencia excluyente. La humanidadpuede caracterizarse, sin embargo, como la especie que ha sidocapaz de ir ampliando progresivamente el círculo de las personasque podemos considerar incluidas en ese “nosotros” que nos con-figura, hasta conseguir abarcar a toda la humanidad. Somos ciuda-danos del mundo y, como tales, nos sentimos solidarios de todos ycada uno de quienes configuran la especie humana. La orientacióninternacionalista es inherente al movimiento libertario, de talmodo que la pregunta básica deja de ser cómo preservamos laidentidad de nuestro grupo inicial de referencia, y se convierte enla búsqueda de la mejor contribución que, desde esa pertenenciainicial, puedo hacer a la construcción de una humanidad solidaria.

Cooperar en todos los niveles y con todo tipo de personas es, portanto, el modo fundamental de llevar adelante nuestra propia viday de hacer que florezca lo que llevamos dentro. Intentar estable-cer algún tipo de contradicción entre la defensa de mi identidadindividual y la de los demás, entre mis intereses y los de los otros,es una tarea condenada al fracaso y viciada por una insuficientecomprensión de lo que caracteriza a una persona. Lo que a mi mebeneficia no supone una pérdida para nadie y yo no necesito satis-facer mis necesidades a costa de las necesidades de otros; en algu-nos casos extremos pudiera darse un planteamiento de tipo exclu-yente en el que no es posible atender al mismo tiempo dos deman-das; son pocos casos e incluso, cuando se dan, la mejor manera deabordarlos es cooperando en su solución, aunque ésta impliqueque alguien va a quedar fuera. Las estrategias cooperativas poten-cian notablemente mi capacidad de satisfacer mis propias necesi-dades que, por descontado, no tienen por qué ser las mismas quelas que otras personas tienen. Cooperar no significa homogenei-zar ni obligar a que todo el mundo haga o tenga lo mismo; somosdiversos y diferentes y por eso necesitamos que esa especificidadindividual encuentre su espacio de realización y despliegue. En

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quieren siempre participar en la gestión de los asuntos y prefierenque otras personas asuman la responsabilidad de tomar decisio-nes. Esto es más cierto todavía si nos fijamos en la cantidad deámbitos en los que nos movemos, y lo difícil que sería estar impli-cados en los procesos de decisión que son necesarios en todos ycada uno de esos ámbitos. Por eso delegamos en algunas cosas,para poder disponer de más tiempo e implicarnos más en otras.Nada hay de objetable en esa asignación de nuestro tiempo ynuestras energías, siempre que apliquemos la adecuada jerarquíaen la selección de los ámbitos en los que nos implicamos, de talforma que nuestra presencia no falte en aquellos que son másimportantes para la convivencia social y la propia realización per-sonal; tampoco podemos ausentarnos en los ámbitos en los que sedesarrolla nuestra vida cotidiana, en especial los más próximos,en sucesivos círculos concéntricos de alcance progresivamentecreciente: familia, trabajo, barrio, municipio, comunidad, Estadoy organizaciones de dimensión mundial. Seleccionados aquellosámbitos en los que nuestra participación será más intensa, en elloslo importante es garantizar que nuestra participación está orienta-da hacia formas cada vez más libres y solidarias de organizacióny funcionamiento y que lo que allí hacemos es coherente con unproyecto más amplio de transformación social. Se trata de conse-guir que, aunque la acción sea local, la orientación sea global,aceptando el lema ya clásico de “actúa localmente, piensa global-mente”. Por otra parte, en aquellos ámbitos en los que estamos,pero en los que hemos decidido participar menos, no podemosabandonar la exigencia de estar lo suficientemente informadoscomo para evitar que se generen situaciones claramente nocivaspara los objetivos que nos guían en todo lo demás.

La participación, tal y como es entendida por los libertarios, searticula en torno de unas cuantas ideas fundamentales: transparen-cia, asambleas, debates más que decisiones, libre vinculación,mandatarios, rotaciones. La transparenciaes, posiblemente,uno delos requisitos básicos de todo modelo participativo; la informaciónes poder, sobre todo cuando se oculta a la mayoría y se controlapor una minoría que luego la utiliza para tomar decisiones conventaja. Ninguna propuesta con aspiraciones de convertirse enrealmente democrática puede obviar la exigencia de que la infor-mación circule libremente y desaparezcan los temas considerados

democracia parlamentaria estábasada, precisamente, en el hechodeque ésta favorece la inhibición y pasividad de los ciudadanos, a losque sólo se dejaparticipar de formaefectiva cadaciertos años en laselecciones; el restodel tiempo, el poder es ejercido —y usurpado—por los representantes que no se sienten vinculados por las prome-sas electorales. Por lo que se refiere al mundo laboral, la situaciónes todavía más clara, en especial en los modelos de organizaciónindustrial basados en la cadena de montaje. Las personas que traba-jan carecen de cualquier capacidadde incidir en la orientación de loque se produce y de cómo se produce; son sistemas cerrados, en losque no se da ninguna transparencia en el proceso de toma de deci-siones y en los que se exige la aceptación sin discusión de las órde-nes emanadas de los niveles con capacidad ejecutiva.

Es cierto que el primer obstáculo que debemos afrontar es el queplantean los propios interesados. Los anarquistas siempre denun-ciaron las maniobras de quienes oprimen para mantenerse en susitio, pero al mismo tiempo llamaron la atención sobre la compli-cidad con la que los sometidos aceptan esas situaciones de domi-nación y opresión. No deja de ser llamativo lo que La Boetie lla-maba servidumbre voluntaria, como resulta igualmente chocantela frecuencia con la que los seres humanos estamos dispuestos arenunciar al ejercicio de nuestra propia libertad. Dicho de unmodo algo más panfletario, si bien es cierto que en este mundohay esclavos porque hay amos, también se puede decir que hayamos porque hay esclavos. Los seres humanos, en opinión de loslibertarios, no nacemos ni buenos ni malos y estamos más bienabiertos a que nuestra personalidad se configure de acuerdo conlas influencias que recibimos del ambiente. La predisposición a laobediencia a la autoridad establecida es algo aprendido en los pri-meros años de la vida, en la familia y hoy día también en la escue-la, de tal modo que, cuando uno llega a adulto, ya no hace faltamás que recordar a la gente cuáles son las reglas: unos pocos deci-den y otros muchos ejecutan las decisionesque ellos no han toma-do. Quien desee salirse de dichas reglas, pagará un alto precio.Pero no todo se puede explicar por el aprendizaje recibido, aun-que sea en ese ámbito donde más debemos fijarnos dado que esahí donde podemos ejercer alguna influencia para que la gente seacostumbre a participar en lugar de a delegar y obedecer.

Algo de cierto hay en la presunción de que las personas no

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que también pueda ser imprescindible en casos excepcionales y enesos momentos deberá ser garantizada la anómala singularidad delsistemade delegación y la pronta vueltaal modelo de mandatarios.El mandato es, por tanto, una característica central y garantiza lafragmentacióndel poder del mismo modo que evita la aparición devanguardias, minorías o elites dirigentes.

Junto a lo anterior, existen otros dos mecanismos básicos enca-minados a garantizar lo que se pretende. Uno de ellos es la rendi-ción de cuentas de la gestión realizada ante la asamblea cuyasdecisiones se han ejecutado o se han defendido en consejos supe-riores de gestión. Consiste en hacer ver que se ha respetado loacordado y que no se ha manipulado el proceso para terminar lle-gando a decisiones diferentes, incluso contradictorias. El otro es elde la rotación, un procedimiento ya empleado en la democraciaclásicaateniense con ciertoéxito. El fundamento es doble: se trata,en primer lugar, de garantizar que nadie termina apoderándose delas posiciones en las que hay que ejercer una función específica decoordinación o mandato, y las experiencias sobre las consecuen-cias negativas de no ejercer una decidida rotación son muy impor-tantes; en segundo lugar, se potencia el que todo el mundo asumaen algún momento todo lo que supone ejercer ese tipo de tareas, locual repercutirá positivamente en el desarrollo de la propia perso-na y en el de la comunidad a la que se pertenece. La rotación nodebería aplicarse solamente en el mundo de la vida social y políti-ca, sino también el ámbito de la vida económica, esto es de lasempresas y el trabajo. Es posible admitiruna cierta especializaciónbasada en las capacidades, preferencias o formación de las perso-nas, pero eso no impide ni mucho menos el potenciar una mayorrotación en los puestos de trabajo, diluyendo de este modo el ries-go que conlleva la aparición de los expertos o las posiciones depoder que suelen disfrutar los cargos ejecutivos.

Un modelo que insiste decididamente en la participación, comoes el que ha propuesto siempre la tradición libertaria, opta, claroestá, por procesos más lentos en todos los ámbitos afectados.Cuando se pretende que todo el mundo, o una mayoría de perso-nas, se implique y participe en el arduo y complejo mundo de latoma de decisiones, se va necesariamente más despacio porque seabordan más y más complicadas tareas. Se pretende resolver losproblemas específicos planteados en las asambleas, pero también

como secretos o como inadecuados para que todo el mundo losconozca. Sólo la transparencia permitirá que se celebre con rigor ycalidad el órgano básico de participación: la asamblea librey abier-ta en la que tienen voz y voto todas las personas implicadas en lostemas que se están debatiendo. Las asambleas son lugares en losque, sobre todo,se debate y, cuando es necesario, se vota,procuran-do que las decisiones se tomen por mayoría cualificada, y a serposible por unanimidad. Las votaciones deben, en principio, serpúblicas, pues se trata de discutir y decidir sobre temas de interéspúblicos y de ejercer como ciudadanos o miembros de una comu-nidad; la necesidad en algunos casos de mantener el voto secretoparaevitar presiones negativas no deja de ser algo que sólo debe seraceptado provisionalmente, como mal menor a la espera de que seden condiciones en las que el voto pueda ser público y al mismotiempo libre. El resultado de las votaciones no tendrá que ser nece-sariamente vinculante, en la medida en que se debe dejar un mar-gen para que quienes participan en la discusión consideren funda-mental preservar su propia forma de abordar los problemas. Eso,claro está, puede parecer dar puerta abierta a cierto caos o senti-miento de inutilidad del proceso de discusión y de debate; no es deltodo correcto, dado que, el sentido de apoyo mutuo y de solidari-dad que orienta la acción política hace más por la aceptación de losacuerdos que cualquier imposición de tipo reglamentario.

De las asambleas salen elegidos los mandatarios, quienes seránencargados o bien de llevar a ejecución lo que se haya decidido ode hacer valer esas decisiones en órganos más generales de discu-sión, lo que es imprescindible cuando se tratan temas que afectana comunidades mucho más amplias, como son, por ejemplo, lasque incluyen a todos los trabajadores de un sectorde la produccióno a todas las personas que viven en una comunidad o un Estado.La autogestión y la democracia participativa exige organizar unsistema de órganos de coordinación que cada vez van teniendo uncampo de acciónmás amplio,procurando al mismo tiempono per-der el sentido fundamental: garantizar que el modelo de discusiónde los temas sujetos a debate y el modelo de decisión va siemprede abajo hacia arriba,y nunca al contrario, de tal modo que ningúnórgano termine teniendo capacidades de decisión que favorezcanla consolidación de una minoría dirigente en el peor sentido de lapalabra. La delegación, por tanto, no es el método adecuado, aun-

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dos. Sólo aquellos que resulten coherentes con lo que pretende-mos conseguir terminarán, si otras circunstancias se dan, lleván-donos a la meta prevista. Es más, hay medios que pueden resultarcontradictorios y alejarnos todavía más de lo que andamos bus-cando. El ejemplo más clásico, al que ya he hecho alusión ante-riormente, es el de la conquista de los aparatos del Estado parainstaurar una sociedad comunista en la que el Estado haya des-aparecido. Uno de los fundamentos del enfrentamiento históricoentre los socialistas libertarios y los autoritarios es esta distintavisión acerca de las posibilidades revolucionarias de la conquistade las instituciones y aparatos del Estado. El medio —el Estado—es tan contradictorio del fin —la sociedad sin opresión— que ter-mina haciendo imposible avanzar hacia esa meta; el medio devo-ra los fines que desaparecenen un horizonte futuro que nunca seráalcanzado. Lo que se presentaba como medida sumamente eficazpara conseguir algo, se convierte en algo completamente contra-producente. La experiencia del último siglo parece haber dado larazón a esta convicción tan arraigada en los libertarios.

Hay además un convencimiento profundo en las implicaciones“pedagógicas” de nuestra acción. Lo que hacemos es lo que ter-minamos siendo y resulta bastante candoroso pensar que puedocomportarme hoy de una forma para pasar mañana a comportar-me de otra completamente distinta. Si aceptamos, por ejemplo,pautas de acción sindical y social en las que están ausentes pro-cesos de deliberación abiertos, participación de todas las perso-nas implicadas, libre aceptación de los acuerdos alcanzados ytodas aquellos rasgos que consideramos que deben ser los quedefinan la sociedad que pretendemos construir, si aceptamosesas pautas, será posible que vayamos acercándonos cada vezmás a lo que buscamos. Si, por el contrario, llevado por las pri-sas o por cierta visión estrecha de la eficacia a corto plazo, acep-tamos “medidas excepcionales”, es bastante probable que nuncalogremos avanzar hacia esa nueva sociedad. El tipo de organi-zación del que se dota el sindicalismo autogestionario, anarco-sindicalista o revolucionario tiene que ser una prefiguración dela sociedad en la que queremos vivir. Sólo así las personasvamos interiorizando un modo distinto de vivir y de actuar que,llegado el momento, dará sus frutos. Al mismo tiempo, rompe-mos con la perversa escisión que suele producirse entre lo que

se pretende el desarrollo personal de todas y cada una de las per-sonas que se ven afectadas. La tarea es, cuando menos, doble y ledebemos dedicar más tiempo. Es frecuente que los seres humanoscrean que ir muy deprisa es prueba evidente de que se avanzahacia algún sitio, pero en muchas ocasiones la velocidad, como leocurría al el personaje del cuento de Alicia en el País de lasMaravillas, no nos lleve a ninguna parte. Se pretende, del mismomodo, que nadie se quede en el camino no sólo por mantener unaopción solidaria de la vida social, sino también porque es bastan-te seguro que todo proyecto mejorará cuando se consigan máscontribuciones de más personas, cada una con una perspectivaparcialmente diferente; asimismo, los resultados son mejorescuanto más personas hayan participado en su preparación y eje-cución. Muchos rasgos de la sociedad actual pueden servir biende ejemplo de esa paradoja denunciada por los libertarios una veztras otras: cambios acelerados, avances técnicos sorprendentes eincremento notable de la riqueza van unidos a una creciente des-igualdad que está dejando en la pobreza a cientos o miles demillones de personas en el planeta.

7. Medios y finesTodo lo que acabo de mencionar sobre la participación guarda

una relación muy estrecha con otra de las grandes aportacionesdel movimiento libertario a la comprensión de la convivenciapolítica y de la acción social. Vuelve a ser frecuente que las per-sonas practiquen una versión peculiar de la norma de acción atri-buida a Maquiavelo “el fin justifica los medios”, que se traduceen la práctica a una especie de “todo vale” siempre y cuando,claro está, al final se alcancen los objetivos previstos. Es el triun-fo previsible, avalado por esa especie de patente de corso que esaceptada como garantía del éxito definitivo,el que encubre o hacellevadero todo lo que vayamos haciendo, incluso las mayores bar-baridades. La acción política se convierte en un problema estric-tamente técnico del que está excluida cualquier reflexión ética.

El anarquismo se sitúa, sin embargo, en el polo opuesto de estaopción, reivindicando que no todo vale, que no todos los mediosson legítimos y que el camino es tan importante como la meta. Laprimera refutación se basa en el hecho de que no es cierto quetodos los medios son válidos para alcanzar unos fines determina-

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8. La transformación integralPara entender mejor lo que acabo de exponer, es necesario

recordar el sentido profundo de la transformación social propues-ta por los libertarios, algo que, por otra parte, ya se puede intuir apartir de lo expuesto en los apartados anteriores. La denuncia dela opresión, en primer lugar, y de la explotación económica, ensegundo lugar, son el punto de partida del movimiento libertarioen el siglo XIX y a la modificación radical de las mismas se dirigedesde el primer momento todo el esfuerzo de intervención social,política y económica. Las líneas básicas de la transformación delas relaciones de producción son compartidas por todos los socia-listas (autoritarios y libertarios), aunque en el detalle pueda haberdivergencias, algunas importantes, como las que hubo entrecolectivistas y comunistas dentro del mismo anarquismo,en espe-cial en España. Se trata siempre de acabar con la propiedad priva-da de los medios de producción, organizando la economía bajo elprincipio básico de la satisfacción de las necesidades reales de losseres humanos: a cada uno según su necesidad y de cada unosegún su capacidad. Por otra parte, la confianza en la capacidadde las personas, así como en las aportaciones del desarrollo cien-tífico y tecnológico, les hacía pensar que sería posible un modelode producción económica que erradicara definitivamente lapobreza y las carencias de toda la población de la Tierra. La exis-tencia de enormes desigualdades y la pobreza e incluso miseria deuna gran parte de la humanidad no son consecuencia de la inca-pacidad de producir bienes para todos, sino de una organizaciónde la economía puesta al servicio de una minoría que se apropiano sólo de los excedentes sino de mucho más, privando a otros delo mínimo necesario. Las prospecciones más optimistas plantea-ban que en una sociedad bien organizada se podría practicar unaespecie de “toma del montón”. Además, aunque de modo inci-piente todavía, la organización económica buscada por los liber-tarios apuntaba ya a unas relaciones diferentes con la naturalezaaportando sugerentes ideas para iniciar una posición ecológica endefensa de un desarrollo sostenible que no convierta toda la natu-raleza en mercancía destinada a la extracción de plusvalía.

No basta, sin embargo, con modificar las relaciones económicaspara dar paso a una sociedad diferente, libre y solidaria. Las rela-ciones de dominación, concretadas en estructuras bien definidas de

ocurre aquí y ahora y lo que sucederá el día de mañana, despuésde que se haya producido la gran transformación. Al poner enpráctica ya medios coherentes con nuestros objetivos, estamosmostrando no sólo lo que queremos, sino que es posible hacer-lo sin dejarlo para un mañana que jamás llegará.

La actitud frente a la violencia como medio de transformaciónsocial depende en gran parte de lo que acabo de mencionar.Desgraciadamente, por causas muy diversas, el anarquismo osocialismo libertario ha calado en la imaginación popular, inclu-so en la de sus propios partidarios, como un movimiento extre-madamente violento. Sin negar lo que hay en ello de cierto ni lacantidad de acciones que se plantearon en la época en la que sedefendía la propaganda por el hecho, hay que reivindicar que laposición mayoritaria era más bien la contraria, la que proponíaser muy duros con las instituciones y las estructuras de opresión,pero muy pacíficos y tolerantes con las personas que estaban enesas instituciones, incluso colaborando con ellas. La propuestalibertaria insiste mucho en la educación porque está convencidade que se trata de convencer, no de vencer; buscamos atraer aotras personas a un modo de vida personal y social más rico y cre-ativo, no de imponerles por la fuerza algo que no aceptan. Escierto que ante la brutal violencia ejercida cotidianamente por eldesorden establecido, parapetado tras ejércitos, policías, cuerposde seguridad y prisiones, sea fácil comprender la violencia que aveces acompaña a la rebelión de los oprimidos, pero comprenderno significa justificar. También es cierto que no podemos ser tancínicos como para rasgarnos las vestiduras cuando se producenesas manifestaciones de violencia, cerrando los ojos a la quetodos los días se produce para mantener en pie un sistema básica-mente perverso. Sin llegar al pacifismo radical —que, por otraparte, muchos libertarios asumieron y contribuyeron decisiva-mente a difundir—, no cabe la menor duda de que la actitud anteel recurso a la violencia entendida como legítima defensa debe sercuidadosamente restringido, hasta el punto de que prácticamenteno se recurra a él. No existen atajos en el camino hacia una nuevasociedad ni tampoco procedimientos expeditivos que consiganimponer por real decreto revolucionario un modo alternativo deorganización social.

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sus hijos, sino en la relación libre que hace posible que la nuevageneración aprenda a ser libre ejerciendo desde el principio sulibertad. Lo mismo se debe decir de otro de los campos decisivosde la acción transformadora del movimiento libertario: la educa-ción. En las escuelas es la cooperación y la libertad lo que debeprimar, nunca el adoctrinamiento ni la imposición;además la edu-cación no es algo que se limita al período de escolarización obli-gatoria, sino que debe abarcar toda la vida de los seres humanos.Conscientes de que el saber es poder y de que la ignorancia es elalimento de la esclavitud, el movimiento libertario se dedicó condenuedo a la tarea de educación permanente y de adultos a travésde innumerables ateneos y publicaciones de todo tipo.

Estamos, por tanto, en una concepción de la transformación socialque sólo puede entenderse como integral y eso en un triple sentido:abarca la dimensión personal y social del ser humano; no deja paramañana lo que puede ser percibidoya aquíy ahora; se plantea comotarea inacabada, en un proceso asintótico de realización. Hay quecambiar las estructuras,de eso no cabe la menor duda, perosin olvi-dar que es igualmente necesario cambiar a las personasque viven enel marco de dichas estructuras. El cambio exige una especie de espi-ral en constante avance, pues ninguno de los dos cambios se puededar sin el otro. Si nos limitamos a cambiar las estructuras, pero laspersonas se mantienen con los mismos hábitos de comportamientoadquiridos en la situación anterior, al poco tiempo se reproduciránlas situaciones de dominación y explotación. Del mismo modo,resulta ingenuo pensar que las personas pueden aprender a vivir deforma libre, igual y solidaria si las redes sociales de las que formanparte están configuradas por principios de dominación, desigualdady competición.El influjo de la sociedaden nuestro desarrollo perso-nal es tal que terminamos interiorizando las pautas de comporta-miento contra las que, en principio, queremos luchar; de ese modocolaboramos sin quererlo y muchas veces sin darnos cuenta conquienes nos explotan y oprimen. Además, como se trata de pautasprofundas, se manifiestan en todos los ámbitos sociales en los quese desenvuelve nuestra vida: en las relaciones familiares, en el con-tacto con los amigos, en las asociaciones (sindicatos u otras) de lasque formamos parte, en el trabajo que ejercemos... Hace falta, portanto, una doble y simultánea transformación; es necesario formarpersonas nuevas en una nueva sociedad.

poder, hacen igualmente imposible el pleno desarrollo de los sereshumanos, por lo que es imprescindible acabar definitivamente conesas estructuras gracias a las cuales hay algunas personas, más bienpocas, con capacidad de decisión que ejercen de sujetos activos dela vida social dando órdenes e imponiendo sus propios intereses.Juntoa ellas, la inmensa mayoría quedaobligada al pasivo papeldeobedecer, sin dejar por eso de generar con su propio esfuerzo todoaquello que los poderosos necesitan para llevar adelante sus pro-yectos. La transformación social radical exige la fragmentación ydisolución de esas estructuras, una de las cuales, la más importan-te, es el Estado, con todos los cuerpos represivos que colaborandirectamente con el sostenimiento de la perversa situación de opre-sión. El poder, las estructuras de poder, no son algo con un purovalor instrumental que pueden ser utilizados para fines que nadatengan que ver con la opresión; de ahí procede la denuncia de todointento de cambio social que pretenda imponerse mediante la con-quista del aparato estatal, pues el resultado será justo el contrariodel deseado: se conseguirá perpetuar la estructura de poder y sólocambiarán los nombres de las personas que lo detentan.

Al poner el poder en el centro de sus ataques, por delante y porencima de la producción económica, los anarquistas estabanyendo mucho más allá de una simple transformación de las rela-ciones políticas y económicas. Por utilizar una expresión másreciente, la microfísica del poder se manifiesta en otros ámbitosde la vida de los seres humanos y penetra toda la vida social. Semanifiestan de forma muy clara en las relaciones interpersonales,en especial en las que se dan entre los dos sexos y mucho más enla vida familiar. El patriarcado, en cuanto específica configura-ción de la vida familiar, es expresión omnipresente de la opresiónque termina afectando a más de la mitad de la población. El amorlibre, entendido como vínculo establecido por dos personas encondiciones de igualdad y sin aceptación de ningún tipo de impo-sición legal o social, constituye para los anarquistas una exigen-cia ineludible en una sociedad sin opresión; a partir de ahí sepodrá articular una organización familiar alternativa a la vigenteen la sociedad que se denuncia. Igualmente carentes de prácticasde dominación deben estar configuradas las relaciones que seestablecen entre adultos y niños y jóvenes; la familia, en primerlugar, no debe basarse en la imposición del padre y la madre sobre

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Buscamos una humanidad reconciliada consigo misma y con lanaturaleza de la que forma parte, pero somos conscientes de quela consecución definitiva de esa reconciliación no se alcanzará.Cada problema resuelto planteará nuevos e inesperados proble-mas a los que habrá que hacer de nuevo frente, siendo factible elcometer errores que llevarán consigo la posible reproducción desituaciones de opresión y explotación. En nosotros mismos, ade-más, probablemente permanezca para siempre un riesgo de inten-tar satisfacer nuestras necesidades de crecimiento personal nojunto con las otras personas, sino a costa de esas otras personas.No hay meta en nuestro camino, pues tras cada cima conquistadaaparecerá una nueva cima de la que en estos momentos nadasabemos. Eso, no obstante, ni nos preocupa ni nos inquieta unavez que nos hemos dado cuenta de que nuestro objetivo no es lameta sino el camino y es en él donde podemos y debemos hacerestallar la fecundidad creativa de una existencia alternativa.

Sugerencias bibliográficasLos clásicos son siempre insustituibles, en especial los grandes

fundadores como Proudhon, Bakunin, Kropotkin y Malatesta, alos que hay que añadir los españoles Ricardo Mella y Abad deSantillán. CARLOS DÍAZ, El anarquismo como fenómeno políticomoral (Madrid: Zero, 1977). FÉLIX GARCÍA MORIYÓN, Del socia-lismo utópico al anarquismo (Madrid: Cincel, 1985). PETER

MARSHALL, Demanding the impossible. A history of Anarchism.(London: Fontana Press, 1993). ÁLVAREZ JUNCO, Ideología políti-ca del anarquismo español (Madrid: Siglo XXI, 1991). IRVING L.HOROWITZ, Los anarquistas: la teoría y la práctica (Madrid:alianza, 1990, 2 vol.) y HENRI ARVON, El anarquismo del siglo XX

(Taurus: Madrid, 1981).

Por eso mismo carece totalmente de sentido pensar que hay unaespecie de corte en el proceso temporal de la historia social. Noes posible que se dé ningún acontecimiento singular extraordina-rio que provoque la transformación radical de la sociedad de undía para otro, ni siquiera de un año para otro. Hay, eso es cierto,fases en las que parece que los cambios se producen a mayor rapi-dez y los seres humanos nos vemos sometidos a un considerableesfuerzo de innovación y adaptación, pero lo normal es que losprocesos sean más lentos con modificaciones poco perceptibles.De ahí la ingenuidad de quienes piensan que en tiempos de revo-lución se pueden utilizar medios excepcionales que después seolvidarán o abandonarán en cuanto se haya conseguido esa drás-tica mutación social que se pretende. Pero igualmente nocivaresulta la tendencia a aplazar para mañana la puesta en práctica demodos de vida alternativos. El mañana, por definición, nuncaexiste y aplazar para mañana lo que puede hacerse hoy no deja deser una forma sutil de condenar a la humanidad a la postergaciónindefinida del ideal anhelado, aceptando como contrapartida unavida en el momento presente plagada de renuncias y sacrificios.Lo que está en juego es hacer presente aquí y ahora, en el únicomundo en el que vivimos, el actual, formas claramente alternati-vas de existencia. Éste es el objetivo prioritario de la intervenciónsocial: desvelar con toda su crudeza la miseria del desorden esta-blecido, haciendo ver que no pasa de ser una imposición arbitra-ria de quienes se benefician de ese desbarajuste. Al mismo tiem-po provocar que la gente se dé cuenta de que es posible vivir deotra manera, sembrar en sus corazones la semilla de una nuevasociedad, confiando en que, una vez probada la alternativa, no seconformarán con menos. Ése es el sentido más profundo de unlema que se hizo clásico en los movimientos estudiantiles de lossesenta, rabiosamente impregnados de talante libertario: “seamosrealistas, pidamos lo imposible”. Lo queremos todo y lo quere-mos en estos momentos. No estamos dispuestos a dejar paramañana lo que se puede hacer hoy.

Claro está que eso implica igualmente embarcarse en un proyec-to indefinido de evoluciones y revoluciones. El mundo nuevo quellevamos en nuestros corazones se erige en criterio que orientanuestra actuación cotidiana; es el faro que nos permite ir entre lasbrumas del caos presente sin perder el norte de nuestro camino.

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CAPÍTULO 3

SINDICALISMO, SINDICALISMOREVOLUCIONARIO, ANARCOSINDICALISMO

A lo largo de la historia de la humanidad han sido permanentesy tenaces los esfuerzos realizados por los seres humanos paraconseguir alcanzar unas condiciones de vida sostenibles, logran-do satisfacer todas las necesidades básicas. Junto al innegablehecho de que el apoyo mutuo ha sido la estrategia más constantey eficaz para hacer frente a los problemas de subsistencia que elmedio ambiente, muchas veces hostil, planteaba, es igualmentecierto que a partir del momento en el que se supera el límite de lapura subsistencia ha existido desde siempre la tendencia de deter-minados grupos a obtener posiciones de privilegio, basadas en eldominio ejercido sobre otros seres humanos. En algunas ocasio-nes, graves problemas de escasez de recursos han provocadosoluciones drásticas que se llevaban adelante a costa de algunosmiembros del grupo o de miembros de grupos próximos pero aje-nos. Mucho más habitual, sin embargo, ha sido el hecho de quealgunas personas o grupos sociales lograran imponer por la fuer-za una desigual distribución de los recursos, provocando con ellouna situación completamente anómala: incluso existiendo lascondiciones objetivas para poder atender las necesidades de todasy cada una de las personas que formaban parte de una sociedad,el acaparamiento de poder y riqueza por esos grupos se realizabaa costa de otros sectores de la sociedad que eran condenados avivir en la carencia más absoluta e incluso a morir por inanición.

Esa injusta distribución de los recursos de todo tipo no ha sidonunca —excepto en esas contadas ocasiones de penuria extre-ma— el resultado de los límites que la naturaleza pudiera impo-ner a los seres humanos, sino consecuencia de decisiones políti-cas, económicas y sociales muy concretas que mostraban unavoluntad explícita de acaparamiento o cuando menos una faltaabsoluta de interés por analizar la situación y las posibles alterna-tivas. Hasta bien entrado el siglo XVIII, la opresión y explotación

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La aparición del capitalismo, que va creciendo a partir de loscomienzos del siglo XVIII, implicael desarrollo de un nuevo mode-lo de opresión y explotación Suele asociarse el nacimiento delcapitalismo, como modo específico de producción, con la revolu-ción inglesa de 1648. Aceptando esa cronología, los movimientosde resistencia frente a las relaciones sociales introducidas por elcapitalismo aparecen desde el primer momento. Winstanley, los“digger” y los “leveller” son, probablemente, los representantesdeesos primeros movimientos que, aun guardando parecido con lasclásicas revueltas campesinas medievales, ya están introduciendouna aguda crítica del sistema que está surgiendo. La crítica de lapropiedad privada y de la jerarquización social forman parte de suprograma, pero más interesante todavía es el hecho de que se pre-tenda una organización de los oprimidos para actuar contra el sis-tema establecido y conseguir un orden social más justo; hay cier-ta conciencia incipiente de que no basta con levantarse contra lospoderosos en un momento preciso, sino que es necesario un mode-lo organizativo que permita una actividad más a largo plazo. Noconsiguen cuajar como movimientos organizados, pero ya hansupuesto una ruptura con anteriores revueltas campesinas y conteóricas propuestas utópicas de reconstrucción social.

La progresiva modificación de las estructuras sociales y econó-micas sigue su ritmo imparable a lo largo del siglo XVIII, másadelantada en algunos países, como es el caso de Inglaterra.Siguen apareciendo movimientos de protesta social protagoniza-dos por aquellos que más directamente padecían en su carne losefectos negativos de esa transformación. A pesar de ello, no alcan-zan todavía una gran coherencia, aunque van asociando ya la libe-ración de los trabajadores sometidos a duras condiciones de traba-jo con la abolición de la propiedad privada y al establecimiento deestructuras comunitarias o comunistas de producción y de convi-vencia. Hay, por tanto, una creciente conciencia de que su situa-ción es consecuencia de una estructura económica basadaen el sis-tema del salario, es decir, de la propiedad privada de los medios deproducción asociada con la venta de la fuerza de trabajo, lo únicoque posee el trabajador. Se va abandonando el modelo anterior queveía en los estamentos algo natural e inmutable que había queaceptar; en este sentido, las críticas que proceden de los trabajado-res van paralelas a las que la burguesía en esos momentos está

de amplias capas de la sociedad se realizaba mediante un podero-so aparato ideológico que justificaba esa muy injusta distribuciónde bienes y poder y mediante la pura imposición física apoyadaen el empleo de las armas. Eran las mesnadas del señor feudal lasque garantizaban que su despensa nunca estaría vacía, por másque los campesinos que le proporcionaban el sustento estuvieranpadeciendo una intensa miseria. Al mismo tiempo, un potenteaparato ideológico que hacía pasar por natural e inevitable la rígi-da jerarquización estamental de la sociedad, acompañada delrecurso a una específica concepción de la religión, servía parafavorecer la sumisión paciente de quienes poco o nada tenían, yse veían obligados a entregar los productos de su esfuerzo a losseñores que, teóricamente, les proporcionaban paz y seguridad.Modelos similares de explotación y opresión se daban en otrasculturas y, al menos en Europa, el modelo funcionó bastante bienpara los opresores hasta que a finales del XVIII empezó a configu-rarse un nuevo modelo de sociedad.

Al decir que funcionaba bastante bien, no me refiero en absolu-to a que los señores consiguieran la aceptación de ese modelosocial sin tensiones y sin tener que recurrir con frecuencia alempleo desmedido de la fuerza. Las revueltas campesinas duran-te la Edad Media europea fueron frecuentes y encontraron una res-puesta contundente por parte de los señores; en aquel contexto erafrecuente que los que se alzaban contra los señores apelabana fun-damentos ideológicos próximos a los que apuntalaban el ordenestablecido, pero haciendo una lectura diferente: la religión nopredicaba, según los campesinos, la aceptación de la miseria y laresignación a la espera de una vida futura, sino el reparto comuni-tario de bienes y la desaparición de las diferencias entre los sereshumanos. En todo caso, los levantamientos populares solían tenerescaso éxito y el peso de la balanza se inclinaba prácticamentesiempre hacia el lado de los señores feudales. Pequeñas conquis-tas encaminadas a la instauración de un orden más justo son lasque se dieron con la aparición de instituciones, como las cortesgenerales o las ciudades libres basadas en una cierta democratiza-ción. La aparición de los gremios supuso también un incipientemodelo de apoyo entre las personas que ejercían la misma profe-sión, con mecanismos de protección social bien establecidos, y unmodelo de control y mejora de las condiciones de trabajo.

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No obstante, la ruptura claraentre la burguesía revolucionaria y elmovimiento obrero tardará todavía un tiempo en producirse, de-pendiendo en gran parte de las condiciones económicas y políticasde cada país. En Inglaterra, que en estos momentos va por delante,aparecen las primeras cajas de ayuda mutua y las asociaciones parala formación de los trabajadores. El derecho a la formación desindicatos se alcanza en 1824, siendo los intereses que éstosdefien-den muy diferentes de los intereses de los empresarios. A partir delas revoluciones de 1848, Marx y Engels en Alemanía, o Proudhonen Francia, se dan perfecta cuenta de que el movimiento obrerodebe teneruna organización autónoma enfrentadacon la burguesía,dado que ambasclases sociales poseen intereses contradictorios, enningún caso reconciliables. Algo similar se produce en España en1868 cuando, al fracasar la primera república, fracasa el PartidoFederal como posible defensor de los intereses de la burguesía másrevolucionaria y el movimiento obrero. Esta ruptura implica almismo tiempo abandonar completamente el modelo de asociacióngremial que había predominado durante los siglos anteriores, peroque había quedado completamente obsoleto.

En 1864 se funda la I Internacional, un serio esfuerzo por coor-dinar las luchas de los trabajadores de todos los países industriali-zados, que son conscientes de que sus problemas desbordan elmarco de un solo Estado. En 1871, tras lograr implantarse duran-te un breve período de tiempo, la Comuna de París se convierteen punto de referencia de lo que esta nueva clase social está bus-cando. La brutal represión a la que es sometida también deja muyclaro cuál va a ser la actitud de la burguesía en el momento en elque sienta amenazados claramente sus privilegios. Entre otrasmuchas consecuencias de esta ruptura drástica, quizá merezcadestacarse una. La burguesía, cegada en cierto sentido por la lógi-ca del beneficio y de la extracción de plusvalía, nunca fue capazde entender nada de lo que el movimiento obrero exigía, destru-yendo así la misma democracia que decía defender. El movimien-to obrero, obsesionado por la justa distribución de la riqueza queexigía la abolición de la propiedad privada, tuvo también enormesdificultades en la práctica para entender los valores intrínsecos dela democracia, llegando a ser directamente despreciada por unimportante sector del mismo. En cierto modo, parece como si laburguesía se hubiera aferrado a la defensa de la igualdad y la

haciendo contra la nobleza. La forma en que los seres humanosorganizan la sociedad, sus instituciones políticas y sus relacionesde producción, no es algo dado, sino el resultado de decisiones queellos mismos van tomando para resolver sus problemas.

Sin embargo, todavía a finales del siglo XVIII sigue sin surgir deuna forma clara esa conciencia específica de clase que marcarádefinitivamente la aparición del movimiento obrero contemporá-neo. En estos años, el objetivo central de las luchas sigue siendo laabolición del Estado absolutista estamental y la instauración desistemas democráticos de gobierno, y la lucha es guiada por lo quese ha llamado la burguesía ilustrada revolucionaria. La clase obre-ra, por no decir otros sectores de la sociedad, como pueden ser lasmujeres, apenas tienen conciencia de sí mismos y menos todavíatienen acceso a los lugares en los que se toman las decisiones.Babeuf, en la Revolución Francesa, es un buen ejemplo de estasituación; plantea unos objetivos políticos en los que la demo-cratización política va unida a la transformación económica, yrecuerda, en cierto sentido, la propuesta realizada por Winstanleyun siglo antes. Como muchos otros, termina siendo ejecutado y elmovimiento asociado con él es duramente reprimido, pues los quedirigen la revolución no están dispuestos a ir tan lejos. LaVindicación de los Derechos de la Mujer de Mary Wollstonecraftapenas encuentra acogida, excepto en círculos muy reducidos.

En gran parte, lo que después fue llamado socialismo utópico,partía de la creencia profunda en que las revolucionesdemocratizadoras desarrolladas en Europa debían tener su lógicacontinuidad, sin rupturas, en la transformación de las estructuraseconómicas, por lo que proponían un conjunto de reformas basa-das en las posibilidades del desarrollo científico y técnico parasatisfacer las demandas de todos los ciudadanos, haciendo des-aparecer de esta forma las diferencias excesivas; apostaban igual-mente por las tendencias solidarias o comunitarias de los sereshumanos que harían posible, cuidando adecuadamente la edu-cación y las estructuras sociales, una convivencia armónica.Personas como Saint-Simon, Fourier, Owen o Blanqui son losque sientan las bases de todo el pensamiento socialista posteriory los que proponen fórmulas alternativas de organización social,intentando incluso llevar a la práctica esas ideas en comunidadesorganizadas según los nuevos principios.

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niveles de explotación. Alguno de estos sindicatos mantienen sutotal autonomía respecto de cualquier tipo de opción política y, engeneral, no consideran necesario un cambio radical de la sociedaden la que viven, siendo suficiente la labor de mejora de las condi-ciones de trabajo. Por otra parte, consideran que la sociedad es uncampo en el que se producen conflictos entre intereses contrapues-tos y buscan utilizar las armas y la fuerza que poseen para accedera una parte mejor en el reparto de la cargas y beneficios sociales.Este primer bloque ha pasado a la historia con el triste nombre desindicatos “amarillos” o, en el mejorde los casos,asociaciones gre-mialistas y corporativas. Han tenido bastante más importancia de laque normalmente se les atribuye y continúan siendo una importan-te fuerza en nuestra sociedad, normalmente entre aquellos sectoresde la clase obrera que gozan de una situación privilegiada en elmercado de trabajo. Uno de sus problemas más graves, aunque noel único, es que introducen la división en los centros de trabajo,pues es frecuente que la mejora de las condiciones de trabajo de susafiliados se hagan al margen de, e incluso en contra, de la mejoradel resto de los trabajadores y las trabajadoras.

Dentro de este primer bloque, existen otros sindicatos que sí hanconsiderado siempre necesario el cambio radical de todas las es-tructuras sociales. Han procurado mantener una visión global dela sociedad, comprendiendo que nunca serán suficientes laspequeñas o grandes conquistas que dejen intacto el modo de pro-ducción capitalista. Sin embargo, realizar el cambio global no esuna tarea que caiga dentro de la competencia de los sindicatos; esnecesario admitir una cierta división del trabajo, existiendo unaspartidos políticos que se harán cargo de llevar la lucha en esecampo, alcanzando un mayor o menor grado de colaboraciónsegún los momentos. Es cierto que hay dos formas de entenderesta colaboración con los partidos políticos.

Todo un sector del movimiento obrero aceptará de una manerau otra las reglas del juego de la democracia parlamentaria burgue-sa, organizando así un partido que concurrirá a las elecciones,estará presente en el Parlamento y allí se hará cargo de legislar enfavor del movimiento obrero. Es un modelo que ha gozado de unagran aceptación y ha aportado mejoras significativas en las con-diciones de vida de los trabajadores. Podemos poner los ejemplosde los sindicatos ingleses, en relación con el Partido Laborista; la

libertad, como ingredientes casi exclusivos de las sociedadesdemocráticas y la clase obrera hubiera antepuesto la fraternidad,o la solidaridad, a cualquier otra consideración. Los grandes teó-ricos del sistema capitalista siempre consideraron la libertad deactuación, sin ningún tipo de control por parte de ninguna autori-dad, como el eje de toda sociedad democrática, aunque ello con-llevara desigualdades crecientes entre los seres humanos. Por otrolado, una parte importante del movimiento obrero se volcó com-pletamente en la búsqueda de la igualdad en la distribución debienes y recursos, aunque ello supusiera en algunos momentos larestricción de la libertad de elección de las personas.

1. Diversas respuestas a un mismo problemaAunque la unidad del movimiento obrero ha sido siempre un ideal

que en algunos momentos ha conseguido cuajar, nunca ha podidoconseguirse de forma estable. La ruptura de la I Internacional en1872 fue decisiva en la configuración de dos grandes ramas, la‘autoritaria’ y la ‘libertaria’. Igualmente fue grave la ruptura de laspretensiones internacionalistas al comienzo de la Primera GuerraMundial, cuando los nacionalismospatrióticos fueron antepuestos ala defensa de la paz y la transformación de la sociedad en favor delos trabajadores. La división,por tanto, se consolidó a nivel interna-cional, pues fue prácticamente imposible conseguir algo más que launidad de acción en algunos casos concretos,comola huelga por lasocho horas; y divisiones parecidasse dieron a nivel nacional, dondesiempre pugnaron por la supremacía organizaciones obreras dediferente signo. La presencia de sindicatos hegemónicos en deter-minados momentos y en países muy concretosnuncasupuso la des-aparición completa de otras organizaciones sindicales que enten-dían la estrategia y las tácticas de modo distinto.

Prescindiendo de muchas cosas, y admitiendo que es posible rea-lizar otro enfoque complementario, nos parece que puede serinteresante llamar la atención sobredos grandes alternativas que lostrabajadores organizan para defender mejor sus derechos. Por unlado nos encontraríamos con aquellos sindicatos que se han limita-do a luchar estrictamente por la mejora de las condiciones de traba-jo. Sufriendo en carne propia las duras condiciones impuestas porel capital, los trabajadores no encuentran mejor salida que la deorganizarse solidariamente para, al menos, hacer disminuir los

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pues su experiencia se configura a partir de una reflexión distintasobre la sociedad; comienzan su andadura ya en la escisión de la IInternacional que se produce en 1872 y encuentran su formulaciónmás madura en la Carta de Amiens, en Francia. Si bien compartentoda la crítica marxista de la explotación económica presente en elmodo de producción capitalista, recogen, e inclusodan más impor-tancia, a la opresión que procedede las estructuras políticas vigen-tes, en concreto del Estado y de su configuración en la democraciaparlamentaria burguesa. Esta crítica radical del Estado y de lasestructuras de poder los lleva a considerar absolutamente inútilcualquier intento de participar en las instituciones parlamentariaso de conquistar el poder. Como es lógico, los lleva igualmente a nobuscar ninguna articulación precisa entre el partido y el sindicato,pues rechazan los partidos políticos; y todo ello significa que no seacepta ninguna división del trabajo en los esfuerzos por llevar abuen término la revolución social que se pretende conseguir tantoen lo social, como en lo económico y lo político.

Se parte, entonces, de una concepción más amplia de la interven-ción política; ésta sería la actividad que se dirige a alcanzar unaadecuada solución de todos los problemas que afectan a la vidasocial de los seres humanos. En ningún caso se puede reducir lapolítica a la actividad profesional llevada a cabo por los ‘políticos’ni a las técnicas de lucha por el poder. El Estado no es simplemen-te un instrumento al servicio de la burguesía detentadora de la pro-piedad privada de los medios de producción, sino que es por símismo generador de opresión, de estructuras jerarquizadas en lasque unos mandan y otros obedecen haciendo imposible la existen-cia de una sociedad de personas libres, iguales y solidarias.Corresponde, por tanto, a la organización de los trabajadores elasumir desde el principio un proyecto integral de cambio social,siendo el sindicato no sólo una organización para enfrentarse alsistema establecido, sino también el modelo o germen de la socie-dad que se quiere crear. De todas formas, no se niega la convenien-cia e incluso la necesidad de articular organizaciones diferentes, almargen del estricto movimiento sindical, que atiendan aspectosespecíficos de la lucha contra el sistema, ni la necesidad de hacerfrente a las tendencias de los trabajadores a quedarse en posturasreformistas, preocupadas tan sólo por la obtención de mejoras enlas condiciones laborales, en especial mejoras salariales.

UGT española y su relación con el PSOE; o los sindicatos alema-nes vinculados con la socialdemocracia. Establecieron relacionesque trascendían las fronteras de cada país en lo que sigue siendola II Internacional. Obviamente sería necesario realizar muchasmatizaciones que escapan completamente de mis posibilidades eneste texto de carácter general. Baste decir que las relaciones entreel partido y el sindicato han sido muy flexibles y no siempre flui-das; también se debe tener en cuenta que la actuación de los par-tidos socialistas ha variado pasando por momentos de enfrenta-mientos más duros con el modelo de democracia formal y de lasrelaciones sociales capitalistas, aunque el enfrentamiento nuncaha llegado a ser total ni excesivamente radical.

Otro sector parte de una concepción más pesimista del movi-miento sindical. Considera que éste es, por sí mismo, incapaz deir más allá de esas limitadas reivindicaciones inmediatas y econo-micistas. Hace falta que exista una organización política específi-ca, más minoritaria y con una visión más adecuada de la globali-dad de las estructuras sociales del capitalismo. El partido pasará aser la vanguardia consciente de los intereses reales del movimien-to obrero, y el sindicato la correa de transmisión que permitirá,cuando llegue el momento oportuno, movilizar a la clase obrerapara conseguir la instauración de una sociedad distinta. Su obje-tivo no es transformar la democracia parlamentaria, sino utilizaralguno de sus recursos para conquistar el poder y abolir a conti-nuación las estructuras políticas burguesas. Este modelo ha goza-do de audiencia por haber sido el que se impuso en la Rusia revo-lucionaria de 1917 y haber sido el aceptado por la IIIInternacional. Sin embargo, no ha gozado de una gran aceptaciónen el movimiento obrero de los países occidentales en la época ala que estamos haciendo referencia. Podríamos decir que en estosmomentos es ya parte de la historia y que apenas tiene vigencia.El desmoronamiento del bloque soviético acabó con estas prácti-cas sindicales y sólo en Cuba, posiblemente, se mantenga algoparecido, aunque como sindicato único en colaboración directacon el partido en el poder.

El segundo bloque está formado por aquellos sindicatos que hanpretendido ir más allá de las luchas puramente económicas, intenta-do de alguna manera llevar a cabo una intervención global en lapolítica. Normalmente están asociados conel movimiento libertario,

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corrientes vieron desde el primero momento con extremadoescepticismo el experimento soviético.

Por otra parte, comparten igualmente una heroica historia de en-frentamientos con el sistema, pagados en muchas ocasiones a unprecio muy alto en el que se incluyen muchas vidas humanas.Gracias a esa lucha permanente han conseguido mejoras labora-les y sociales que hubieran sido impensables al comienzo de susenfrentamientos. Aunque puedan existir acuerdos parciales,momentos de pactos o de pequeñas conquistas que mejoran lascondiciones de trabajo, tienen claro que a medio y largo plazo nohay muchas posibilidades de acuerdo con la burguesía y que ter-minará siendo necesaria la abolición del capitalismo. Todos ellosse reclaman igualmente portadores de la tradición socialistaoriginaria, aunque después van diferenciándose claramente inclu-so en el adjetivo que utilizan para definirse y diferenciarse de lasotras opciones. Por último, aun admitiendo que existe un enemi-go común y procurando llevar adelante acciones conjuntas espe-cialmente en momentos de radical enfrentamiento, gastan granparte de sus energías en luchas entre ellos, aunque éstas son másfrecuentes entre las respectivas cúspides que entre las bases.

La situación del sindicalismo, al menos en Europa y en otros paí-ses occidentales, se modificó sustancialmente después de laSegunda Guerra Mundial. La dura experiencia de la década ante-rior, en la que el enfrentamiento del movimiento obrero con lapatronal llevó a medidas extremas como las protagonizadas porlos gobiernos nazistas y fascistas, favoreció la realización de ungran pacto social, reforzado a su vez por el poderoso crecimientoeconómico que provocó la reconstrucción de Europa. Los sindica-tos vieron de ese modo cumplidas muchas de las reivindicaciones,lo que no puede dejar de interpretarse como un cierto triunfo, pormás que fuera consecuencia directa de otros factores que posible-mente desempeñaron un papel más importante. Es más, fueronaceptados como interlocutores básicos en el diálogo social y eco-nómico de las llamadas democracias sociales de derecho. Lo que,en principio, pudo interpretarse como una conquista ha terminadosiendo más bien el final de un sindicalismo reivindicativo concapacidad de proponer y defender alternativas reales al modelosocial dominante. Las grandes centrales sindicales, agrupadas enEuropa básicamente en la C.E.S, y en el mundo en la O.I.T., son

El modelo histórico que representa esta segunda gran alterna-tiva aparece ya en la ruptura de la I Internacional en la rama quepasa a denominarse anarquista y que tiene a Bakunin comomáximo portavoz. Se consolida a finales de siglo en Francia,con la Federación de las Bolsas de Trabajo y posteriormente laconstitución de la C.G.T., y alcanza su más completa realizaciónen el anarcosindicalismo español de la C.N.T. Existen otrasmanifestaciones en otros países y podríamos incluir tambiéncomo modelos muy próximos a este planteamiento el movi-miento consejista que se da en los países del centro de Europa,Alemania y Austria en los años 20, aunque en este caso la expe-riencia fuera excesivamente corta y en circunstancias de inesta-bilidad revolucionaria. Durante esas décadas alcanza su máximaimplantación, para sufrir posteriormente un serio retroceso,debido en gran parte a dos factores: por un lado, por coheren-cia interna, no aceptan pasar a formar parte del gran pacto socialque se impondrá en Europa después de la Segunda GuerraMundial; por otro lado, las innegables conquistas de los trabaja-dores occidentales en estas décadas (llamadas por algunos “lostreinta gloriosos”) dejan poco margen de actuación a quienessiguen considerando que el sistema social capitalista, incluso ensu configuración socialdemócrata, es radicalmente injusto.

Hay algo que todos los sindicatos comparten, a excepción de lospura y estrictamente corporativos o gremiales: tienen ciertaconciencia de clase social portadora de los intereses de la huma-nidad, es decir, se consideran de forma más o menos explícita elsujeto histórico que, enfrentado al orden existente, va a permitir ala humanidad en general avanzar hacia una nueva época de pro-greso, acabando con el orden capitalista. La alternativa libertariamatiza bastante este protagonismo de la clase obrera pues, comohemos señalado, amplía el campo de su crítica a la sociedad esta-blecida y propone una intervención en otras áreas de la vida socialy cultural, aunque sigue admitiendo que el movimiento obrerodesempeña un papel fundamental. En las décadas iniciales de suintervención en la sociedad, y de forma especial en las primerasdos décadas del siglo XX, tienen además una firme confianza enque el cambio revolucionario se va a producir más bien pronto,esperanzas que el triunfo de la revolución soviética no hace másque alentar, al menos para un sector del sindicalismo, pues otras

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esos problemas se resuelvan. Lo que está presente en esta opciónes la desconfianza profunda frente a todo sistema de mediacionesy delegaciones que favorecen el control y desactivación del movi-miento obrero. Una de las maneras más eficaces de tener contro-ladas las reivindicaciones obreras es la constitución de numerososmecanismos de mediación, sobre todo de mesas de negociación,comités de empresas, comisiones asesoras... Dada la correlaciónde fuerzas que suele existir entre las partes que se sientan a nego-ciar, la patronal y la trabajadora, todos esos instrumentos de inter-mediación laboral contribuyen a dilatar en el tiempo y empobreceren el contenido los objetivos que los trabajadores consideran irre-nunciables. Al mismo tiempo provocan un distanciamiento entrequienes ejercen la representación y quienes son representados enesa comisión. Los primeros se alejan hasta convertirse más enrepresentantescon marcadaautonomía para tomar decisiones y lossegundos se van desvinculando de todo el proceso, confiando enque alguien les resolverá el problema.

La acción directa se apoya igualmente en otra experiencia bási-ca de la lucha obrera. La capacidad de presión de la clase trabaja-dora no reside en ninguna comisión ni delegación, sino en lamovilización directa de los trabajadores. Las grandes conquistashistóricas se producen cuando la gente es capaz de salir a la calle,realizar huelgas, llevar adelante diversos mecanismos de presióny boicot a la empresa. Las relaciones sociales no se construyensólo en mesas de negociación, sino que son también el resultadode la correlación de fuerzas existente en cada momento; es posi-ble que en algún caso, quien detenta el poder y se beneficiaextraordinariamente de la situación tal y como está establecida,renuncie a sus privilegios convencido por la capacidad persuasi-va de los negociadores de la parte contraria, pero eso no es lo nor-mal. No podemos olvidar que la patronal, cuando lo consideranecesario, pone sobre la mesa negociadora su capacidad de pre-sión, es decir, las sanciones, los despidos, el cierre patronal... y, enúltima instancia, cuenta con la policía y las fuerzas de seguridad—en constante incremento en estos momentos— para dejar bienclaro quién manda en el mundo del trabajo. El ejército queda paralos casos realmente extremos, y así ha sido en la historia recien-te, por más que ahora nos parezca imposible. La legislación y losgobiernos, en la medida en que son resultado igualmente de esa

más bien parte del sistema tal y como funciona, que movimientossociales cargados de futuro. Sigue habiendo enfrentamientos conla patronal y los gobiernos, pero son enfrentamientos más bienleves, sobre aspectos parciales del reparto de las plusvalíasgeneradas por el sistema, un sistema que no quieren cambiardrásticamente, entre otras cosas porque los desmesurados apara-tos burocráticos que configuran y controlan los sindicatos vivende ese sistema. Su aportación ha pasado a ser más bien la degarantizar que el descontento de las personas asalariadas no vayamuy lejos, algo que seguirán haciendo mientras esas burocraciasvivan del sistema y mientras los excedentes sean suficientes comopara garantizar un buen nivel de vida a la clase obrera. La evolu-ción del movimiento obrero y los sindicatos en los últimoscuaren-ta años no es más que el triunfo de una corriente sindical que yaestaba presente desde los primeros momentos y que obtuvo impor-tantes logros ya al final del siglo XIX, sobre todo en la Alemania deBismarck, pero también en otros países, incluido España.

2. El sindicalismo revolucionarioEl sindicalismo revolucionario constituye, por tanto, una de las

alternativas organizativas que el movimiento obrero ha planteadodesde sus orígenes para hacer frente a los procesos de explotacióny opresión propios y específicos del modo de producción capita-lista. Aunque pueden encontrarse variaciones más o menos signi-ficativas según los países donde arraiga este modelo organizativode la clase obrera, hay algunos rasgos básicos que le confierenuna identidad específica, rasgos esbozados ya con bastante preci-sión y claridad en la Carta de Amiens.

2 a. La acción directaLa primera característica, y posiblemente una de las más impor-

tantes, es la convicción profunda de que sólo mediante la accióndirecta es posible avanzar en el caminode la transformación social,en las reformas que den paso a una completa revoluciónde las rela-ciones sociales existentes. Uno de los elementos de la acción direc-ta, que vuelve a aparecer insistentementeen otrascaracterísticasdelsindicalismo revolucionario, es la confianza en la capacidad de lostrabajadores y las trabajadoras para decidir cuáles son los proble-mas prioritarios y cuáles son las tácticas más adecuadas para que

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bomba en el Liceo de Barcelona,por poner un ejemplo; esos actosde violencia, en gran parte indiscriminada, lograron provocar lahisteria de la clase dominante y el incremento desmesurado de larepresión. Cierto culto a la violencia, a la sangre derramada porlas cabezas cortadas en la guillotina, es una constante que acom-paña a la idea misma de revolución. En eso la clase obrera nohabría innovado gran cosa, sino más bien recogido lo que fue laexperiencia, por ejemplo, de la constitución de los estados nacio-nales o del ascenso de la burguesía al poder; en ambos casoscorrió abundante sangre y rodaron muchas cabezas. Y es la vio-lencia lo que sostiene el desorden establecido en estos momentos,por más que nuestros dirigentes se erijan en defensores a ultranzade la vida humana cuando ocurren atentados (en especial, cuandoocurren los que ellos mismos han organizado o consentido).Ahora bien, reconocer la necesidad del uso de la fuerza para sacaradelante una transformación social digna de ese nombre no signi-fica hacer una apelación y alabanza sin más al uso de la violen-cia; con ésta se podrán vencer resistencias, se podrá hacer frenteen condiciones aceptables a la violencia manejada por los pode-rosos, pero con ella nunca se convence ni se construye una socie-dad basada en la libertad y el apoyo mutuo.

En un importante artículo publicado en la prensa libertaria a fina-les del siglo XIX el título aclaraba un poco el tema que de formamuy sumaria estoy abordando ahora: paz a los hombres, guerra alas instituciones. La fuerza no debe ir dirigida tanto contra las per-sonas cuanto contra las estructuras sociales e instituciones en lasque se apoya la explotación y opresión vigentes. Hay que realizaracciones que provoquen la quiebra de los mecanismos básicos quemantienen el desorden establecido y que, por eso mismo, suponganun coste para quienes se benefician de dicho desorden. Al mismotiempo, la fuerza no debe apoyarse en la acción de minorías selec-tas, de grupos de acción, capaces de llevar a cabo acciones violen-tas que quiebren la voluntad de la clase dominante; nuestra fuerzadebe ser siempre el resultado de la movilización mayoritaria de losexplotadosy oprimidos,de los marginados y excluidos que se deci-den a dejarde obedecer y se niegan a seguir manteniendo a quieneslos oprimen y explotan. En situaciones de máximo enfrentamiento,era ése el planteamiento de quienes defendían la práctica del pue-blo en armas, oponiéndose a la creación de ejércitos profesionales

correlación de fuerzas, no suelen ser parte neutral, sino que siem-pre terminan decantándose hacia el lado de la patronal, salvoexcepciones que en este caso confirmarían la regla. La huelga,con sus enfrentamientos y sus piquetes, y otros mecanismos deacción directa son la forma de obligar a que nuestra voz sea escu-chada y tenida seriamente en cuenta.

No hay que olvidar nunca que, en contra de lo que suelen decirlos expertos en negociaciones, en este caso nos enfrentamos aintereses más bien contradictorios, entre los que no es posible unafácil mediación. La desaparición de la explotación y la opresión,la incorporación real de las trabajadoras y los trabajadores a lagestión de la producción, tanto en lo que se refiere a lo que se pro-duce como a la manera de producirlo, son reivindicaciones sus-tanciales a corto, medio y largo plazo para el movimiento obreroy en última instancia suponen la desaparición de la organizacióneconómica y social tal y como ahora la conocemos. Sin duda, enun proyecto a largo plazo, como son todos los que están orienta-dos a un cambio radical de la sociedad, se puede ir llegando aacuerdos parciales y es posible también que en algún momentoencontremos puntos en los que ambas partes puedan estar deacuerdo. Sin embargo, el enfrentamiento es claro y sólo vamos aconseguir lo que pretendemos mediante la imposición, recurrien-do a los instrumentos de presión que están en nuestras manos paragarantizar que nuestros intereses van a ser respetados. Dicho deuna forma algo más clara, la otra parte debe comprobar y experi-mentar que le va a costar mucho más caro no ceder a las reivindi-caciones de los trabajadores, por lo que lo más sensato es introdu-cir los cambios exigidos. En este sentido la acción directa se pre-senta como el modelo más eficaz de alcanzar nuestros objetivos yes precisamente la eficacia la que le sirve de aval en la memoriahistórica de la clase trabajadora, o de cualquier otro movimientosocial que ha luchado por sus derechos.

Es cierto que la acción directa implica, por tanto, un cierto usode la fuerza o incluso la violencia, pues de romper relacionesbasadas en la fuerza se trata. En todo caso, no se trata de una exal-tación indiscriminada de la violencia como en algún momento seha propuesto y se ha practicado. La célebre propaganda por elhecho marcó toda una etapa del movimiento libertario con la pro-liferación de acciones simbólicas de elevada violencia, como la

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resulta completamente superfluo que en esa negociación sehayan alcanzado objetivos que satisfacen las reivindicacionesde los trabajadores.

2 b.AutogestiónOtro pilar esencial en el que descansa la propuesta del sindica-

lismo revolucionario o anarcosindicalismo es la autogestión, tal ycomo queda ya sugerida al final de párrafo anterior. Dos son enun primer momento los sentidos en los que se puede entender laautogestión. Por una parte, hace referencia a la organización de laeconomía y así hablamos de empresas autogestionadas, es decir,aquellas empresas en las que todas las personas que la formanintervienen activamente en la gestión de la empresa en todos susaspectos. Ese modelo de empresa, con las variantes que puedaofrecer, es el que el sindicalismo revolucionario propone comomodelo en una sociedad realmente libre y solidaria. Hay otro sen-tido más amplio que puede aplicarse a todos los ámbitos en losque se desenvuelve la vida de los seres humanos. En este segun-do sentido hace referencia a la necesidad de que todo el mundoasuma su propia responsabilidad en la gestión de los asuntos queles competen, cooperando activamente con quienes también estánafectados por esos problemas. Recoge un ideal antiguo de lahumanidad que se expresa con especial vigor a partir de laIlustración: los seres humanos somos autónomos y no debemosdepender en ningún momento de nadie; somos nosotros quienesdebemos tomar decisiones, lo que implica sacudirse todas lastutelas e imposiciones que nos impiden el libre ejercicio de nues-tra capacidad de decidir y asumir las propias responsabilidades.

El sindicalismo revolucionario tiene la autogestión económicacomo objetivo básico de sus reivindicaciones, y es por eso por loque en todo momento, en todos los conflictos que lo enfrentan a lapatronal, va buscando conquistas que garanticen esa mayor pre-sencia de los trabajadores en la gestión de la empresa. Se parte dela convicción de que para todo ser humano resulta fundamental eltrabajo; éste es un elemento indispensablee insustituible en el pro-pio desarrollo personal, algo que nos permite realizarnos comoseres humanos y por eso mismo resulta irrenunciable la participa-ción directa, el protagonismo en el propio centro de trabajo. De noproducirse éste, estaríamos consistiendo que existieran situaciones

que terminarían desvinculando la lucha de una auténtica revolu-ción social. Por último, el uso más eficaz y coherente de la fuer-za —cuando la meta que se persigue es una radical y liberadoratransformación social— es el que se sigue de la práctica de la des-obediencia civil, de la no violencia activa.

Hay un último sentido de la acción directa que tiene enormeimportancia y es su sentido profundamente ejemplar. Todamovilización no sólo debe ser un instrumento eficaz para conse-guir lo que buscamos, sino que debe ser igualmente una ocasiónpara poner de manifiesto algunos de los rasgos fundamentalesdel modelo de relaciones sociales que vamos buscando. La ocu-pación de una empresa, o de una vivienda, es un modo de recor-dar que eso es lo que vamos buscando, que las fábricas esténbajo el control de quienes allí trabajan y que el derecho a lavivienda está por encima del derecho a la propiedad privada o ala especulación inmobiliaria. La movilización masiva, bienorganizada mediante comités y asambleas de discusión y tomade decisiones, es también la ocasión de mostrar y practicar unmodelo de sociedad basada en una organización de abajo arriba,en la que nadie es excluido y en la que se invita a la participa-ción activa de todas las personas, como sujetos de su propia his-toria. Y lo mismo se puede decir de la acción directa en todassus formas de manifestarse. Volviendo al principio de este apar-tado, lo grave no es que existan comités de empresa que nego-cien con la patronal; en toda sociedad algo compleja será siem-pre necesario nombrar comités que realicen las tareas más con-cretas de la negociación. Lo grave se produce cuando esoscomités dejan de apoyarse en las movilizaciones de las personasa quienes dicen representar, dejan de convocar asambleas en lasque se plantean las propuestas y se escuchan las valoracionesque se hacen de las mismas; y terminan firmando acuerdos sincontar con la aprobación de las personas a quienes representan.Cuando eso ocurre, los delegados dejan de ser auténticos man-datarios empeñados en la emancipación de la clase trabajadoray reproducen una vez más los modelos de organización de lasociedad que queremos transformar completamente: un modeloen el que unos pocos toman decisiones sin dejar que las demáspersonas se impliquen en el proceso como sujetos activos de suspropias vidas. Hecho ese mal profundo al movimiento obrero,

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mantiene de este modo un modelo de organización jerarquizadade la economía, en la que las decisiones fluyen desde la cúspi-de de la pirámide —los altos ejecutivos— y van descendiendohasta la base de la misma —quienes a pie de obra ejecutan lasdecisiones que otras personas han tomado—. Cuestionar radi-calmente este modelo constituye un factor esencial en las luchasplanteadas por el sindicalismo revolucionario.

La autogestión no termina en esto que acabo de mencionar.Desgraciadamente no son los empresarios y altos ejecutivos lasúnicaspersonas que dudande la capacidad de los trabajadores y lastrabajadoras. Esa desconfianza está igualmente presente en otraspropuestas de acción sindical. En algunas, como ya mencioné, deforma explícita, pues consideran que la clase trabajadora nunca irámás allá de conquistas a corto plazo en sus propias luchas obreras.En parte por estar contagiadas por la ideología dominante, en parteporque carecen de la formación y las habilidades necesarias, elhecho incuestionable es que los trabajadores no son capaces decaptar su auténtica situación y plantean reivindicaciones mezqui-nas, de cortas miras. La solución no se deja esperar: es necesariauna vanguardia consciente, con un conocimiento profundo del fun-cionamiento de la economía, y de la sociedad en general, que seacapaz de ver los auténticos intereses de las personas trabajadoras;esa vanguardia sabe lo que a la clase obrera le conviene muchomejor que la propia clase trabajadora. Convencida de su propiacapacidad y pagada de su supuesto saber, la vanguardia cons-ciente a lo sumo escucha a los trabajadores, para luego traducir susexigencias a lo que ella misma considera aceptable; con más fre-cuencia se dedica a elaborar consignas que luego hace llegarmediante sofisticadas correas de transmisión a las bases. Aunquees bastante posible que ese modelo esté obsoleto y nadie lo defien-da abiertamente, ha permanecido vigente en el modelo de sindica-lismo burocrático y de servicios que ha arraigado profundamenteen las sociedades del bienestar. Son las burocracias sindicalesquienes terminan asumiendo todo el protagonismo, prescindiendocompletamente de los trabajadores. Coinciden con la patronal enesa desconfianza soterrada, a vecesexplícita, en la capacidad de lostrabajadores para hacerse cargo de su propia historia.

La apuesta por la autogestión debe traducirse en específicas for-mas organizativas que la hagan posible. No es algo que se dé de

en las que el resultado de trabajar es más la alienación de la perso-na que su propia realización y desarrollo. Lógica consecuencia deesta forma de abordar la producción económica es que las tablasreivindicativas que sirven de referencia para plantear las exigen-cias que se quieren alcanzar cuando se abre un conflicto introduz-can aspectos que van más allá de los simples incrementos salaria-les, sin negar con ello en ningúnmomento la importancia que éstostienen. El abanico de exigencias se amplía así considerablementey va desde la demanda de mejores condiciones de trabajo y de lamodificación de las modelos de organización del trabajo en laempresa y sus diferentes secciones, hasta las exigencias de posibi-lidades reales de organización de los trabajadores en la empresa yacceso efectivo a los ámbitos en los que se maneja la informacióny se toman las decisiones. El énfasis puesto en la reducción de lajornada, el reparto del trabajo y la consecución del pleno empleovan en esa misma línea de asumir las consecuencias prácticas dela importancia que el trabajo tiene para todo ser humano.

Ser autogestionario lleva consigo una confianza de partida en lacapacidad de los seres humanos —y en este caso, de las trabajado-ras y de los trabajadores— para asumirel protagonismo de sus pro-pias vidas. Habitualmente, la patronal suele basar su situación deprivilegio en dos tipos de argumentación: por un lado, los preten-didos beneficios que debe obtener el capital invertido, algo de loque no voy a hablar en estos momentos; por otra parte, la preten-dida ineptitud técnica de los trabajadores para entender los comple-jos factores que deben ser tenidos en cuenta en la organización dela empresa. Nada de cierto hay en esta segunda argumentación, ano ser la incapacidadinducida por la propia dinámica laboral actualque, a fuerza de excluir a los trabajadores de todo proceso de deci-sión, termina provocando en ellos esa incompetencia que, más quepuntode partida, es punto de llegada y resultado obvio de mecanis-mos específicos de obstaculización de esa capacidad de intervenir.Los trabajadores terminan asumiendo como dogma incuestionableque, en efecto, son personas que carecen de las habilidades nece-sariaspara poder aportar sugerencias creativas y eficaces a la orga-nización económica. El hecho de que estén en contacto directo conlos procesos de producción, el hecho de que igualmente se relacio-nen como consumidores con los bienes producidos en las empre-sas, se convierte en una experiencia irrelevante. Se impone y se

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de su “representación”. No existe ningún remedio eficaz contraesa dejación de responsabilidades, exceptuando la insistenciaconstante en la necesidad de colaborar, de hacerse cargo de laparte que a cada persona le corresponde, así como la limpiezaen los procedimientos que deben guiar las asambleas y el inte-rés de los temas que en ellas se proponen. En todo caso, y comointento abordar en otro lugar, no se puede olvidar nunca esapeculiar tendencia de los seres humanos a delegar su capacidadde decisión, a aceptar que otras personas decidan por ellas y asometerse voluntariamente a lo que ellas decidan.

Para contrarrestar al menos en parte esa tendencia a la delega-ción, un mecanismo fundamental en el modelo autogestionarioes, precisamente, el rechazo de delegados y representantes. Dadoque en la mayor parte de las actividades que se abordan en laintervención sindical y política hay que coordinarse con gruposcada vez más extensos, la elección de personas que hagan valernuestras decisiones en otros órganos más amplios resulta impres-cindible, del mismo modo que es necesario elegir órganos de ges-tión que se encarguen de llevar a la práctica las decisiones toma-das en asamblea, con un cierto margen de libertad para responderadecuadamente a las necesidades específicas planteadas por elcontexto en el que hay que actuar. La autogestión se articula asíen un complejo sistema de consejos que, partiendo de las asam-bleas de base, van coordinando la acción en ámbitos cada vez másextensos. El proceso es, sin duda, algo más lento, pero ello esdebido a que importa tanto la meta a la que se quiere llegar comoel camino que se elige para llegar a esa meta. Es más, en la medi-da en que elegimos un camino en el que todo el mundo está encondiciones de igualdad y libertad y practica la solidaridad, elpropio camino forma parte de la meta. La autogestión, vinculadacon una transformación en profundidad de las relaciones sociales,no puede hacerse deprisa, sino que avanza lentamente. La infor-mación y las decisiones circulan en todos los sentidos, de arribaabajo, de abajo arriba y horizontalmente. Si difunde y propagacon absoluta transparencia, sin ocultar nada a nadie ni debatir enpasillos ni en lugares apartados, fuera del conocimiento de todo elmundo, los temas que están en discusión; el secretismo pervierteirreversiblemente la autogestión introduciendo por la puerta falsatoda la retórica de quienes se consideran investidos de un destino

forma espontánea, sino que más bien surge como consecuencia deprocesos intencionalmente diseñados para alcanzar los resultadosesperados. Es decir, un sindicato es autogestionario si y sólo si selo propone y se esfuerza por llevarlo a la práctica. El instrumentobásico de la autogestión es, en primer lugar, la asamblea en la quetodas las personas implicadas en los temas que son objeto dedebate y discusión están presentes. Para que esas asambleas seaninstrumentos reales de autogestión necesitan cumplir algunosrequisitos necesarios, además de estar enmarcadas en todo uncontexto que avanza en el mismo sentido. El primero de esosrequisitos es, obviamente, la implicación de todas las personas enla misma; todas ellas pueden y deben intervenir, tanto en los pasosprevios que deciden el orden del día, como en la elaboración dedocumentos que van a ser utilizados como punto de partida de ladiscusión y el debate; la participación definitiva se hace en lamisma asamblea, en la que lo fundamentalno es tanto tomar deci-siones cuanto deliberar sobre problemas comunes e ir proponien-do acuerdos que gocen del máximo consenso, aunque las discre-pancias no son un obstáculo, sino más bien algo que siempre debeestar presente. Sólo en algunos casos muy concretos en los que laopción por una u otra posición es imprescindible, las votacionesfinales pueden entenderse en sentido estrictamente vinculantepara todas las personas implicadas; en el resto de las situacionesdeben ser entendidas más bien como expresión del nivel de con-senso en un determinado punto, como marco de referencia paraorientar la actuación posterior de todo el mundo. La fuerza de uncolectivo se mide más por la flexibilidad y variedad de sus res-puestas, comprendidas y asumidas por todo el mundo, que por launanimidad absoluta en los acuerdos y en su cumplimiento.

El escollo más duro para el asambleísmo no se encuentra en laposible manipulación de las asambleas por algunas personas quecontrolan más información o controlan los mecanismos de funcio-namiento y las dinámicas propias de esos acontecimientos. Eseproblema es bastante real, pero más grave es el problema provoca-do por la escasa participación que con frecuencia se da; parececomo si, a no ser que estén en juego intereses vitales, la gente sedesentendiera de la dinámica cotidiana, practicando de ese modouna permanente delegación en sus “representantes” que, tarde otemprano, pueden terminar llevando demasiado lejos las funciones

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representantes; lo importante es que aquélla funcione bien, puesentonces la figura del mandatario dejará de ser relevante. Comoya proponían los griegos, incluso sería bueno que el nombra-miento de mandatarios se hiciera por sorteo, mostrando así atodo el mundo que, por encima de sugerentes cualidades perso-nales que puedan indicar lo contrario, nadie está especialmentedotado para ejercer de mandatario, sobre todo si las asambleasfuncionan bien. Cuantas más personas pasen por ese tipo depuestos, mejor para todo el mundo, pues se adquiere de esemodo un conocimiento más profundo de las complejidades delos procesos de organización social y se amplían los horizontesde los problemas que es necesario resolver. En el momento queun colectivo necesita de algunos líderes para seguir funcionan-do, es bastante posible que ese colectivo no merezca seguir fun-cionando. La autogestión, en definitiva, es posiblemente laúnica manera de tomarse la demo-cracia en serio: cuando elpueblo no quiere ejercer por sí mismo el poder, deja de tener esepoder y entra en la larga y oscura senda de la sumisión.

2 c. Independencia de cualquier alternativa políticaOtro rasgo distintivo del sindicalismo revolucionario es su inde-

pendencia respecto de cualquier partido político. Tal y comoquedó definido en la Carta de Amiens en 1905, el asunto estáclaro: “Agrupa, fuera de toda escuela política, a todos los trabaja-dores conscientes de la lucha que hay que llevara cabo para la des-aparición del asalariado y del patronato. Nadie puede hacer uso desu título de confederado o de un cargo en la Confederación en unacto electoral político cualquiera”. Por descontado que esa formu-lación recogía la fuerte influencia libertaria en la configuración deesa alternativa sindical, pero respondía también a una larga expe-riencia del sindicalismo de clase distanciado de los partidos políti-cos, en especial de los partidos socialistas, que se proclamabandefensores de los intereses de la clase obrera. La referencia explí-cita a los actos electorales indica que la distancia se establece res-pecto de los partidos políticos cuya finalidad consiste en accederal poder a través de procesos electorales. No hay en esta cláusulaningún tipo de apoliticismo o indiferencia respecto de la acciónpolítica, sino algo de más calado, si bien pueden distinguirse dife-rentes niveles en la comprensión de la propuesta formulada.

mesiánico orientado a la salvación de quienes no saben lo que lesconviene y, por eso mismo, deben permanecer ignorantes. Elhecho de que el pilar de todo proceso autogestionario sea la base,y desde ella deban partir tanto los problemas que deben ser discu-tidos como las decisiones que deben ser tomadas, no significa enningún caso que se elimine el resto del proceso de discusión ytoma de decisiones, que se niegue a otros órganos superiores decoordinación la capacidad de proponer también nuevos temas,producto del contraste de la información procedente de diversoslugares, como vías de solución, que tienen en cuenta aspectos delproblema que se escapan por necesidad a los niveles más de basede todo el sistema de organización.

Ahora bien, debemos insistir en que las asambleas eligen man-datarios, nunca representantes; es decir, la obligación de esaspersonas es llevar a los órganos superiores de coordinación losacuerdos tomados en la asamblea y defenderlos allí con los argu-mentos expuestos en su momento. Toda modificación que puedaproducirse en el órgano de coordinación —nueva información,propuestas alternativas de decisión...—, tiene que ser presentadade nuevo a la asamblea para que allí se adopte la decisión final,que en todo caso no será nunca más que un momento en el largoe interminable proceso de discusiones y tomas de decisiones. Serfieles a esa idea del “mandato” es imprescindible si queremospreservar el genuino carácter de la autogestión; pero también esimprescindible si queremos mantenerla viva y profundizarla:nada hay más negativo para un proceso asambleario que la com-probación de que las personas encargadas de defender la posiciónde la asamblea toman decisiones por su cuenta y a espaldas dequienes les han dado el mandato. Para reforzar aún más el senti-do profundo del mandato y para evitar la reproducción de buro-cracias dirigentes, la autogestión propugna otro mecanismo bási-co: la rotación. Nadie debe permanecer mucho tiempo en uncargo de representación o coordinación, pues tenderá poco a pocoa asumir un protagonismo que no le corresponde, privando a laspersonas que lo eligieron de la capacidad de seguir decidiendo.

La rotación es, por tanto, un mecanismo defensivo contra des-viaciones vanguardistas o burocráticas, pero responde también aideas muy sustantivas de la autogestión. El peso de todo el sis-tema recae sobre el colectivo, la asamblea, y nunca sobre sus

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problema central, por tanto, se sitúa en hacer imposible la manipu-lación e instrumentalización de los sindicatos por entes ajenos almismo sindicalismo, por más que esos entes puedan proclamaruna unidad de objetivos a largo plazo.

El asunto, sin embargo, no se limita a esta primera precaución ycuidado por la independencia. La justificación de esa ausencia dela política va un poco más lejos y se basa en la negativa a aceptaresa especie de división del trabajo que se había impuesto en otrasopciones sindicales. Se rechaza frontalmente una concepción dela transformación o revolución social que se articula en un doblefrente de intervención. Por un lado están los activistas políticosque se presentan en procesos electorales defendiendo programasprogresistas, en la mejor tradición socialista o socialdemócrata;llegado el caso de un triunfo electoral, emprenderán reformaspolíticas encaminadas a mejorar las condiciones de vida de laclase obrera. Puede darse el caso —y la Revolución Rusa fue unejemplo que tuvo un enorme atractivo para el sindicalismo en losaños 20— de que en lugar de participar en elecciones se dediquendirectamente a la toma del poder, desmontando de raíz el Estadoburgués. En otro lado están los activistas sindicales, quienesdeben limitar sus actuaciones al estrecho marco de las fábricas ylas condiciones de trabajo en las mismas. Se da la doble militan-cia, y eso garantiza ya cierta coordinación; se establecen ademásespecíficos comités de coordinación más o menos estables entreel partido y el sindicato, que harán posible emprender accionesconjuntas o apoyarse mutuamente, cada uno desde su ámbito deintervención. En todo caso, el liderazgo siempre corresponde alpartido pues es ahí donde se plantean las reivindicaciones másglobales y desde donde en su momento se podrá realizar la autén-tica revolución social. Por eso mismo, si bien se puede admitir ladoble militancia dentro del sindicato,por aquello de que lo impor-tante es sumar fuerzas en un proyecto común, se suele imponeruna restricción estatutaria para que ninguna persona que ejerza uncargo de importancia en un partido político pueda ejercerlo almismo tiempo dentro del sindicato. Admitirlo sería abrir la puer-ta a los problemas que acabo de mencionar.

Por tanto, no se sitúa el conflicto tanto en el hecho en sí de queexista división del trabajo, cuanto en modo muy concreto deentender esa división del trabajo. Son muchos los problemas que

En una primera aproximación, la cuestión no ofrece muchasdudas. Se procura que las diferencias políticas no incidan negati-vamente en la acciónsindical. Se trata, por tanto, de evitar un ries-go contrastado por la experiencia: las luchas políticas pueden des-viar a los trabajadores de sus objetivos de emancipación, provo-car enfrentamientos y divisiones que los alejen de la imprescindi-ble unidad obrera. En la vida del sindicalismo revolucionario, esosenfrentamientos han seguido produciéndose, siempre con ciertoriesgo de perjudicar la lucha sindical, y un buen ejemplo lo tene-mos en las polémicas que afectaron a la CNT en España durantelos años 20 a propósito de la presencia de los anarquistas en el sin-dicato.Hay una percepción negativa en este rechazo, pues se con-sidera que ese tipo de enfrentamientos basados en opciones políti-cas terminan siendo un asunto entre minorías vanguardistas quepretenden en el fondo controlar los sindicatos y utilizarlos parafines políticos que son ajenos a los que el mismo sindicalismo seplantea. Llegado, por ejemplo, el momento de unas eleccionesgenerales, cada grupo político presente en el sindicato intentaráarrastrar a la afiliación hacia el voto a su opción política; y elmismo apoyo intentará conseguir en toda intervención política,más allá de las elecciones. Hay también un percepción positiva, laque se deriva de la confianza antes mencionada en la capacidad dela propia clase trabajadora para reflexionar sobre su situación deexplotación y opresión y para proponer desde esa experienciainmediata en el centro de trabajo las tácticas y estrategias adecua-das para su propia liberación. Al mismo tiempo se considera quees esa clase la que debe ejercer el máximo protagonismo en lastareas de transformación social. Es más, la unidad de la clase tra-bajadora se conseguirá siempre desde abajo, desde esa experienciade explotación y de lucha solidaria para conseguir la emancipacióndefinitiva del asalariado y el patronato.

Vistas en ese primer nivel, se puede entender perfectamente quese trata de una separación más bien táctica, en absoluto dogmáti-ca, y que no impide llegar a acuerdos concretos en momentosdeterminados para hacer avanzar la causa de los trabajadores. Unejemplo muy concreto puede ser la probable participación masivade la afiliación de la CNT en las elecciones del 36. Otros ejemplosse encuentran en la presencia en los sindicatos revolucionarios deuna afiliación que procede de diferentes militancias políticas. El

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global de la actuación política como aquella encaminada a resol-ver los problemas que afectan a una comunidad de seres humanosque comparten actividades de diverso tipo. No es la conquista delpoder, sino más bien su abolición, el objetivo que se erige comoprioritario, precisamente porque sólo aboliéndolo, o al menoshaciendo muy difícil que se traduzca en prácticas opresoras,podremos avanzar hacia una sociedad realmente democrática, estoes una sociedad en la que las personas recuperen el protagonismoen sus propias vidas. De ese modo la política podrá pasar a con-vertirse en la gestiónde las cosas, más que en el gobierno sobre laspersonas, y en la resolución de los conflictos que se plantean cuan-do distintos intereses y propuestas están en juego.

No es de extrañar, por tanto, que el colofón final de este apoliti-cismo de base consista en proponer que el sindicato es algo másque un sindicato en el sentido habitual de la palabra. Es más, sibien la acción sindical en el sentido más restringido del términoconstituye el núcleo central del trabajo desempeñado en un sindi-cato revolucionario, éste debe ir bastante más lejos en su tarea asu-miendo un papel activo en luchas y reivindicaciones que parecenquedar lejos de la acción sindical estrictamente dicha. La luchacontra la explotación y la opresión en los centros de trabajo, elinterésde la clase trabajadora por su propiaemancipación, son ele-mentos nucleares de cualquier transformación social de verdaderocalado, y por eso mismo ocupa un papel central y en torno de ellase articula la organización de quienes quieren cambiar todo el sis-tema social. Sin embargo, la lucha debe ir más allá de lo estricta-mente económico y adquirir una orientación globalizadora queabarque todo aquello que tiene que ver con la convivencia de laspersonas en una sociedad. El sindicalismo de corte más corporati-vo se queda corto y puede ser incluso contraproducente al conso-lidar e incrementar la fragmentación social; el sindicalismo coor-dinado con partidos políticos reproduce esquemas de organizaciónsocial que es necesario cambiar, pues corre el riesgo serio de con-solidar modelos jerárquicos que posponen indefinidamente laesperada emancipación social.El sindicalismo revolucionario con-sidera que en el interior mismo de la acción sindical y desde esamisma acción deben manifestarse las exigencias de una sociedaddistinta en la que todas las relaciones sociales están basadas en lalibertad, la igualdad y el apoyo mutuo. Sus planteamientos están

afectan a la sociedad y muchos los lugares en los que es impres-cindible abordar actuaciones encaminadas a modificar las diver-sas manifestaciones de la opresión y la explotación. Por esomismo es imprescindible que existan grupos organizados paraactuar en esos ámbitos bien distintos, requisito ineludible paraconseguir una mayor eficacia. En ese sentido, y sólo en ése, pare-ce positivo aceptar una cierta división del trabajo; algunas perso-nas se centran en cuestiones ecológicas, con su problemáticaespecífica, mientras que otras dedican mayor atención a la luchaen favor de la liberación de las mujeres; y podríamos seguir mos-trando ejemplos similares que van abarcando campos bien distin-tos de la vida humana. La coordinación de la actividad sindicalcon la que se ejerce en esos otros grupos es necesaria, pero noplantea el riesgo de esa división jerarquizada que sí se da cuandose trata de coordinar la actividad con partidos políticos que aspi-ran a ejercer el poder legislativo y el ejecutivo. Al final, el proble-ma no es tanto que se divida el trabajo, sino que se pretendahacerlo entre grupos que emplean medios diferentes para alcan-zar objetivos también diferentes.

Al negar ese modelo de organizaciónde las luchas sociales (polí-ticas y económicas), el sindicalismo revolucionario da un pasoadelante, tanto en su concepción de la política como del mismosindicato. Expuesto con la mayor brevedad, esto significa en pri-mer lugar que se tiene una visión más bien negativa de la políticatal y como es entendida en el modelo de democracias parlamenta-rias. En éstas, la política parece quedar convertida en una actividadencaminada a la conquista del poder para desde allí controlar, bienpara conservar bien para transformar, la sociedad en su conjunto.Es ésta, según el sindicalismo revolucionario, una visión insufi-ciente de la vida política, tras la que se esconde en definitiva unaorganización y gestión eficaces de los mecanismos de opresión dela mayor parte de la población en beneficio de la minoría queocupa las posiciones claves en el sistema supuestamente democrá-tico y supuestamente representativo. Los partidos políticos al uso,una vez aceptadas las reglas del juego de la democracia parlamen-taria, actúanexclusivamenteen aras de la conquista y preservaciónde poder que se ejerce desde el Parlamento y desde todas las posi-ciones y cargos del poder ejecutivo. Muy al contrario, desde el sin-dicalismo revolucionario se propone recuperar una concepción

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que el sindicalismo revolucionario quiere desplegar entre la claseobrera. Hay un primer aspecto que ya he mencionado en lospárrafos anteriores. Se trata del contenido de nuestras reivindica-ciones en los centros de trabajo y del modo en el que planteamosesas reivindicaciones. Si de contenidos hablamos, quizás el prin-cipio general que puede servirnos de orientación es el conocidolema de “piensa globalmente, actúa localmente”; es decir, pormuy concretas o locales que sean en un momento determinadonuestras exigencias, siempre debemos esforzarnos para que seancoherentes con el objetivo global de una transformación integralde la sociedad y contribuyan a avanzar hacia ese objetivo. Por loque ser refiere a lo segundo, los procedimientos, no creo que seanecesario extenderme mucho más en lo ya dicho a propósito de laacción directa y la autogestión, al menos por el momento. Sinnecesidad de entrar en detalle, el objetivo es incorporar a lasdemandas que orientan nuestra acción sindical los objetivos yexigencias que reciben un tratamiento más específico en otrosmovimientos sociales, como pueden ser las reclamaciones delmovimiento feminista o del ecologista, de los pacifistas y anti-militaristas o los objetivos planteados por la desaparición de lasestructuras que configuran y mantienen las relaciones de opre-sión; prestamos igualmente atención a todo lo que suponga intro-ducir las exigencias de la democracia participativa en las empre-sas, avanzando hacia un modelo autogestionario de produccióneconómica. Esos planteamientos globales nos llevan también aconceder gran importancia a todo lo que pueda suponer acabarcon las divisiones y jerarquizaciones existentes entre los trabaja-dores, buscando más bien condiciones de igualdad que rompancon los actuales esquemas de categorías profesionales separadaspor diferencias salariales y funcionales en las empresas.

Supone todo esto la convicción de que en las relaciones de pro-ducción, en el sistema de asalariado imperante en el capitalismo, segeneran estructuras de opresión y explotación que luego tienen suimpacto en el resto de relaciones sociales, que quedan de ese modosesgadas por lo que ocurre en el mundo laboral, como puede ser elcaso, por poner un ejemplo, de la exaltación irracional de la com-petitividad, la eficacia y la productividad.Al mismotiempo, en esasrelaciones de producción se introducen manifestaciones de la opre-sión y explotación humanas que se gestan en otros ámbitos de la

enriquecidos y fecundados por esas expectativas de un cambiototal de la sociedad; puede haber actuaciones más centradas enproblemas que es necesario resolver a corto plazo, que afectan alas condiciones de vida inmediata de las personas que están traba-jando y que no se pueden posponer en ningún caso. No obstante,sólo tendrán sentido si se está siempre pendiente de que lo quepedimos ahora sea coherente con los objetivos más amplios y mása largo plazo de transformación radical de las relaciones sociales.

2 d. Integralidad y radicalidadLo que acabo de mencionar da paso a la última característica

importante que define, tal y como aquí lo estoy planteando, el sin-dicalismo revolucionario: su dimensión integral, acompañada porla radicalidad de sus planteamientos. Por lo que hace referenciaa laintegralidad, su sentido general ya ha quedado bastante esbozadoen el apartado anterior; estamos ante una organización que preten-de ser obviamente un sindicato, pero también algo más que un sin-dicato, constituyéndoseen polo de referenciae integración de todoslos esfuerzos encaminados a convertir en realidad la esperanza deuna sociedad nueva, en la que nadie viva a costa de nadie y en laque los seres humanos puedan llevar adelante sus propios proyec-tos de crecimiento personal en colaboración con quienes convivencon ellos. Gestionar el día a día de la vida laboral de las personases necesario, y por eso hace falta dedicarse a cuestiones jurídicas,administrativas, salariales..., que afectan cotidianamente a todas laspersonas asalariadas. Con todo y con ello, eso no deja de ser un pri-mer pasoen un proceso de más alto vuelo; si nos quedamos tan sóloen eso, no pasaremos de ser una agencia de servicios más o menoseficaz. El trabajo no es algo secundario en la vida de los sereshumanos, sino más bien algo capital en su propia realización per-sonal y social, de ahí la importancia que tiene esta dimensión y ellugar preferentedel que debe gozaren nuestros esfuerzos por modi-ficar la sociedad. La condición de personas asalariadas es tambiénuno de los rasgos que nos definen prioritariamente en esta sociedad,de ahí la necesidad de que conseguir una auténtica revolución en laforma de estructurar el sistema de producción, superando el siste-ma de asalariado, constituya una piedra angular de todo proyectoriguroso de transformación social.

La integralidad se traduce, en primer lugar, en el tipo de trabajo

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de todo el Estado. La eficacia de esa forma organizativa planteael problema del exceso de gremialismo y localismo en susluchas; al final, centrados día a día en los problemas de su pro-pio trabajo, terminan perdiendo de vista la visión global de losproblemas y dejan de llevar a la práctica esa visión integral quees irrenunciable. Para contrapesar esa tendencia, es necesariopotenciar estructuras organizativas más horizontales, que inten-ten coordinar la acción de sindicatos de diferentes sectores oindustrias de una misma localidad, comunidad autónoma o detodo el Estado. Gracias a esa colaboración, que debe mantenersedurante todo el tiempo y no sólo en momentos de movilizacionesseñaladas o conmemoraciones muy tradicionales, como las quese dan en el 1º de Mayo, los sindicatos, y las personas en ellosafiliadas, adquieren una comprensión más general y globalizadade los problemas, ven las cuestiones desde un punto de vista másamplio y perciben cómo las relaciones de opresión y explotaciónse dan en ámbitos distintos que, aun mostrando diferencias, pre-sentan claros parecidos y se refuerzan mutuamente.

La horizontalidad no se limita a la existencia de federacioneslocales, sino que pretende ir más allá. Adquieren una ciertaimportancia plataformas y secciones que, articuladas en tornode la acción social, procuran dar forma organizativa e interve-nir en áreas de lucha social que exceden el marco estricto deltrabajo. Pueden ser más o menos estables, como en algunasépocas han sido los comités en favor de los presos o las plata-formas de desocupados, o pueden ser igualmente más coyuntu-rales, como lo han sido recientemente las marchas contra la des-ocupación y la exclusión social. Todas ellas muestran el mismointerés de que el sindicalismo no se quede restringido a los pro-blemas que afronta la clase obrera en sus centros de trabajo. Lavida de las trabajadoras y los trabajadores va mucho más alládel trabajo que desempeñan, lo que nos obliga a entender esamisma clase obrera en un sentido más amplio de tal modo quepuedan tener cabida en su organización muchos más aspectosque la están afectando en su vida cotidiana, como ciudadano enun barrio y una ciudad, como consumidor, como persona quedebe gestionar su tiempo libre, es decir, como alguien cuyaidentidad se despliega en ámbitos distintos en los que tambiénejerce roles sociales distintos. Eso sí, todos ellos forman un

vida de las personas. El machismo, la cultura patriarcal, el despil-farro consumista de productos y la falta de respeto a las condicio-nes ambientales, pasan desde la vida social a las relaciones estric-tamente económicas y se manifiestan en discriminación flagrantede las mujeres, en desprecio absoluto del equilibrio ecológico quedebe guiar la producción económica o en relaciones humanashumillantemente paternalistas. Se trata, por tanto, de incluir ennuestra lucha sindical, con toda la importancia que eso tiene, todoaquello que resulta alienante para las personas trabajadoras.

Esa integralidad en los planteamientos tiene una formulaciónnegativa, es decir, jamás apoyaremos ninguna lucha que puedareforzar la división entre la clase trabajadora, el mantenimiento y laprofundización de estructuras laborales jerarquizadas o la perpetua-ción de los cuerpos armados y represivos cuya misión es garantizarpor la fuerza que el desorden vigente no es alterado por quienesdeseamos modificarlo. Desde un enfoque estrictamente gremialistadel sindicalismo, o desde planteamientos que admiten esa dobletarea de coordinar la acción sindical con una intervención políticapara conquistar el poder, puede tener sentido defender las con-diciones laborales de todo colectivo que perciba un salario porsu trabajo, pero no es así desde la perspectiva del sindicalismorevolucionario. El ejército, la policía, los carceleros e inclusosustancialmente el creciente colectivo de vigilantes de seguri-dad son cuerpos cuya finalidad básica, su razón de ser en últimainstancia, es garantizar que el sistema tal y como está organizadosiga funcionando. Es más, en una sociedad como la actual en la quelas diferencias sociales y económicas se están agrandando yaumenta considerablemente el número de personas excluidas, laactuación de esos cuerpos armados y represivos está creciendoigualmente pergeñando un futuro más bien pesimista en el que laamenaza de caer en los agujeros negros de la exclusión social pro-vocará sublevaciones más o menos violentas que sólo conducirán aun incremento de la represión militar, policial y carcelaria.

En segundo lugar, la integralidad debe manifestarse igualmenteen el tipo de organización que articula el sindicalismo revolucio-nario. Existen, sin duda, sindicatosde industria, con sus seccionessindicales en los centros de trabajo, que permiten estar en contac-to directo con los problemas de los trabajadores, y con sus fede-raciones de industria que buscan una coordinación global al nivel

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Sugerencias bibliográficasFÉLIX GARCÍAMORIYÓN: Pensamiento anarquista español: indi-

viduo y colectividad (Madrid: Universidad Complutense, 1982).JUAN GÓMEZ CASAS, Historia del anarcosindicalismo español(Madrid: Zero, 1977) JOSÉ PEIRATS, La C.N.T. en la revoluciónespañola (París: Ruedo Ibérico, 1971). Para el momento actualproporciona una buena orientación el número 29/30 de la revistaLibre Pensamiento (Madrid, 1999), que incluye varios artículosmuy ilustrativos bajo el título genérico de “El sindicalismo revo-lucionario en Europa”. RAFAEL DÍAZ SALAZAR, ¿Todavía la claseobrera? (Madrid: HOAC, 1990). SANDRO ANTONIAZZI, Repensarel sindicalismo (Madrid: HOAC, 1987). JOSÉ MARÍA OLAIZOLA Y

CHEMA BERRO, Sindicalismo y transformación social (Madrid:Los libros de la Catarata, 1993). Desde la página web de la CGT,www.cgt.es se pueden ir indagando en la situación del sindicalis-mo revolucionario en estos momentos.

entramado complejo y flexible, pero también fuertemente trabado,por lo que sería iluso pretender introducir modificaciones sustancia-les en uno solo de esos ámbitos dejando los demástal y como están.

Eso nos lleva a algo ya mencionado brevemente, esto es, laconveniencia de llevar adelante diversidad de proyectos en losque, por una parte, se pueda incidir en esos ambientes distintosy algo distantes, y la tradición libertaria y anarcosindicalistaofrece innumerables ejemplos: mujeres libres, juventudes liber-tarias, ateneos libertarios, escuelas, radios libres, revistas ypublicaciones diversas, cooperativas autogestionadas... Y pro-yectos en los que, por otra parte, se pueda ir ofreciendo ejem-plos de cómo serían las relaciones sociales en una sociedad enla que hubieran desaparecido la explotación y la opresión, en lasque el eje central fuera el apoyo mutuo. No se trata de que esaspropuestas sean directamente creadas y coordinadas por el sin-dicato, pues eso podría terminar siendo perjudicial para todo elmundo, provocando una confusión de tareas que hiciera perderidentidad, sentido de la innovación y capacidad de propuesta atodos esas empresas, asociaciones o entes diversos una vez enfuncionamiento. Se trata más bien de mantener una estrecharelación de tal manera que se produzca un trasvase constante deideas y sugerencias, de análisis y alternativas, y que llegado elcaso se apoyaran mutuamente en las actividades que cada unodesarrolla. En algunos caos, la iniciativa para idear y llevar acabo un proyecto en un ámbito específico puede partir delmismo sindicato, o de algunos afiliados al mismo; en otroscasos, puede ser que sea el grupo que ha puesto en marcha elproyecto el que se acerque al sindicato para potenciar líneas decolaboración y apoyo mutuo. Es más, la coordinación y la cola-boración debe llevarse adelante con grupos y entidades que notengan ninguna relación estrecha con el sindicato, pero quecompartan con él algunas ideas generales sobre la necesidad deuna transformación completa y profunda de la sociedad y sobreel sentido y orientación que esa transformación debe tomar.*

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* La edición española de este libro incluye un capítulo sobre anarquismo y sin-dicalismo en España, que publicaremos en un próximo libro de esta colecciónsobre la historia del anarcosindicalismo en Europa y América.

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CAPÍTULO 4

LAS LUCHAS SOCIALES

1. IntroducciónMás o menos todo el mundo puede admitir que en la época que

va aproximadamente desde mediados del siglo XIX hasta mediadosdel siglo XX existen dos sujetos históricos que adquieren un pro-tagonismo especial en la lucha por alcanzar una determinadaconfiguración de los movimientos sociales: la clase obrera y laburguesía. Hasta poco antes, habían luchado codo a codo contrala monarquía que se sustentaba en la sociedad estamental, pero alpoco tiempo sus intereses se mostraron contradictorios, pues la bur-guesía, y en especial quienes poseían la propiedad de los mediosde producción, debían su posición social a la existencia de los tra-bajadores que les proporcionaban la plusvalía necesaria para man-tenerse en el poder. La dureza del enfrentamiento tuvo como con-secuencia que el conflicto se polarizara en el terreno económico,con el sindicalismo como portador de las reivindicaciones de laclase obrera. La lucha por la igualdad económica adquirió unahegemonía completa hasta el punto de que, como ya he menciona-do en el capítulo anterior, otras reivindicaciones pasaron a segundoplano; en algunos casos, incluso se pasó por alto alguno de losingredientes básicos de la lucha por una sociedad más democrática,o se consideraron en principio incompatibles, como ha ocurridocon el aparente enfrentamiento que se arrastra desde entonces entreigualdad y libertad o entre ésta y la fraternidad. Al mismo tiempo,otras luchas no recibieron el protagonismo que se merecían, comofue el caso del esfuerzo realizado por las sufragistas para conseguirla igualdad política y su plenacondición de ciudadanas.Por último,en otras ocasiones se produjo una especie de falta de sintonización,es decir, importantes movimientos de renovaciónsocial, como el dela escuela progresista, no encajaban del todo, salvo algunas excep-ciones, con lo que se hacía en el movimiento sindical.

Al menos en Europa y Estados Unidos, este enfrentamien -to pareció saldarse con un gran pacto social que supuso el

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provocada por un modelo social y económico que esquilma y ani-quila los recursos del planeta, cerrando la posibilidad de una socie-dad equilibrada. Sin llegar a constituir un movimiento bien defini-do, algo empapa a todos los anteriores y muestra una capacidad deconvocatoria notable: el deseo de una sociedad más libre, abierta alas iniciativas de todas las personas, reacia a las jerarquías y edifi-cada sobre la fraternidad y el apoyo mutuo.

Todo lo anterior nos señala una modificación en profundidad delámbito en el que se debate y construyen las relaciones sociales engeneral. La acción más específicamentepolítica, centrada quizás enexceso en la democracia representativa, y la acción sindical siguendesempeñando un papel importante que en ningún caso puede serdejado de lado; es más, podemos suponer que mantienen un ciertopapel de primi inter pares, la primera porque, en contra de quienesestánreduciendo la política a la gestión técnica de los intereses eco-nómicos, está recuperando en estos momentos el carácter específi-co, diferenciado y primordial que en ningún caso debe perder, cen-trado en la gestión de los conflictos que plantean formas distintasde entender la convivencia comunitaria; la segunda, porque el tra-bajo asalariado, como ya he mencionado varias veces, se mantienecomo pivote central de la construcción de la sociedad, y la extrac-ción de plusvalías, o el incremento de la tasa de beneficio de lasempresas sigue siendo un objetivo básico del bloque hegemónicoque se alcanza gracias a la explotación de la clase trabajadora. Almismo tiempo se mantiene una articulación estable y bien organi-zada que canaliza la intervención en ambos ámbitos. Los partidospolíticos, aunque con indudables problemas, siguen siendo organi-zaciones poderosas que mantienen el juego de la representaciónsocial en las democracias parlamentarias; los sindicatos, tambiénaquejados de muchas insuficiencias, siguen encuadrando y encau-zando las aspiraciones de la clase trabajadora.

Los movimientos sociales muestran, por el contrario, unascaracterísticas muy diferentes. De entre todos ellos, sólo el movi-miento ecologista ha conseguido una estabilidad casi parecida ala que tienen partidos y sindicatos. Es decir, posee una estructurabien organizada, con personas dedicadas a tiempo completo yvoluntarios a tiempo parcial; los más importantes poseen tambiénsedes, aparato burocrático y fondos holgados para llevar adelantesus propuestas. En algún caso, además, han llegado a constituirse

reconocimiento de una parte importante de las reivindicaciones delos trabajadores, abriendo un período histórico de crecimiento esta-ble que algunos han denominado los treintagloriosos. De ese modose alcanzó una cierta madurez y estabilidad en un capitalismomenos salvaje, controlado por un Estado social de derecho. Sinembargo, la guerra fría provocó la sensación, sustancialmenteequi-vocada, de que el enfrentamiento clásico entre clase obrera y bur-guesía capitalista se mantiene en toda su virulencia, pero algo esta-ba cambiando profundamente con la aparición de nuevos problemasy nuevos actores. Tres son los cambios que me parecen significati-vos, aunque son muchos otros los que podemos tener en cuenta. Elprimero es precisamente el hecho de que, a pesar de la retórica des-plegada por ambos bandos de la guerra fría, poco había en suenfrentamiento de la clásica lucha entre la clase obrera y la burgue-sía capitalista y mucho había de aspiraciones al dominio y el con-trol del planeta; el paso de los años y la caída del imperio soviéticohan permitido comprobar a quienes todavía tenían alguna duda quela UniónSoviéticano era ni siquiera el paísdel socialismorealmen-te existente; el triunfo del otro bando y su dominio generalizado hadesvelado una nueva forma de capitalismo, tan opresor o más queel anterior a los treinta gloriosos, cuyos aspectos más llamativosson la exclusión social y el empobrecimiento generalizado de lamayoría de la población de la Tierra. El segundo es el amplio movi-miento de liberación nacional que provocó el fin del modelo clá-sico del imperialismo y la aparición de numerosos estados queexigían tanto su propia soberanía como el reconocimiento de supropia manera de ver los acontecimientos propios y globales;aunque muchos consideran que el modelo del Estado nacional estáobsoleto, nunca en la historia de la humanidad han existido tantosestados nacionales. El tercero es la aparición de potentesmovimien-tos sociales que buscaban una nueva manera de actuar e incidir enla sociedad e intentaban responder a problemas nuevos surgidos enlas sociedades del capitalismo avanzado. De todos esos movimien-tos, tres son los que adquieren un cierto protagonismo: el feminis-ta, que quiere ir más allá del simple reconocimiento de la igualdadde voto en las democracias formales; el pacifista, que observa conpreocupación creciente el peligro de un enfrentamiento militar deconsecuencias devastadoras; y el ecologista, que denuncia con fuer-za y movilizaciones directas la degradación del medio ambiente

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personas. La crítica se dirige igualmente a las burocracias de losgrandes sindicatos tradicionales, igualmente condicionadas por lasexigencias de su propia supervivencia, que no suelen coincidir conlas exigencias de sus afiliados o de la clase obrera en su conjunto.Hay una sintonía profunda con algunos de los planteamientos delanarquismo clásico en esta desconfianza frente a poderosos apara-tos institucionales que dejan de ser instrumentos orientados a lasolución de los problemas y terminan convirtiéndose ellos mismosen parte del problema que hay que solucionar. Toda institucionali-zación y burocratización provoca un anquilosamiento en susmodos de funcionar que se traduce en un distanciamiento de losintereses reales de las personas y en una estructura generadora derelaciones de sumisión y dependencia. Es mejor recurrir a mode-los organizativos más flexibles, con mucha menor carga burocrá-tica y una presencia más activa de los sujetos implicados. Hay querecuperar el protagonismo de los ciudadanos o de eso que en estosmomentos recibe tanta atención por parte de teóricos de la políti-ca y políticos profesionales, la sociedad civil. Todo lo que hacereferencia a la vida en común de las personas es demasiado impor-tante para dejarlo en manos de políticos profesionales.

Es cierto que esta desconfianza, superada por la llamada al prota-gonismo de las personas, provoca una tercera característica de losmovimientos sociales,que los hace más vulnerables y en cierto sen-tido menos eficaces. Son más vulnerables porque carecen de unaestructuraestable que permita dar continuidad a sus luchas y reivin-dicaciones. En momentos muy concretos, cuando los problemasadquieren un calado social importantey son percibidoscomo seria-mente amenazadores por las personas, es posible asistir a grandesmovilizaciones, manifestaciones multitudinarias y a actuacionesmuy duras contra el sistema; desgraciadamente, no es infrecuenteque esas oleadas de acción directa terminen desapareciendo casi ala misma velocidad a la que aparecieron. Pasados esos momentos,y debido entre otras cosas a esa endeble infraestructura y mínimaburocracia, quedan en un cierto letargo a la espera de otro momen-to en el que coincidan circunstancias favorables. La actuaciónpuede centrarse en un problema concreto o en otros de más amplioalcance, del mismo modo que pueden desarrollarse en un área geo-gráfica delimitada o extenderse por zonas más amplias, incluso anivel mundial; su duración no está previamente determinada, pero

en partidos políticos con cierta incidencia en la vida política espe-cífica de la democracia parlamentaria: presentación a eleccionesy representación estable en los parlamentos. Esta evolución con-creta de algunos grupos ecologistas no es más que una de las posi-bilidades que existen de actuación y de colaboración entre orga-nizaciones que están presentes en ámbitos distintos, pero no es laúnica ni tiene por qué ser la más interesante. Hay algunos otrosrasgos de estos movimientos que resultan, desde mi punto devista, bastante más sugerentes. El primero es, precisamente, elhaber roto con algunos de los principios básicos de la compren-sión que se tiene de la acción política en las sociedades democrá-ticas existentes. En todos ellos se desdibuja un poco la fronteraentre lo público y lo privado y se hacen ver las conexiones exis-tentes entre ambas esferas y las insuficiencias que se derivan demantener planteamientos que establecen separaciones muy níti-das. Parten de la constatación de las carencias e insuficiencias quelas personas padecen en sus vidas cotidianas, que son consecuen-cia en muchas ocasiones de las políticas oficiales de los gobier-nos, pero no que no pueden ser adecuadamente asumidas por esosmismos gobiernos, o que sólo terminan siendo incluidas en lasagendas políticas de los partidos tradicionales gracias precisa-mente a la presión ejercida por esos movimientos sociales. Ya setrate de la degradación del medio ambiente, del deterioro de losproductos alimenticios que consumimos o del maltrato domésti-co sufrido por las mujeres, las personas perciben la necesidad deuna acción conjunta para conseguir que se modifiquen sustancial-mente las relaciones sociales existentes que provocan y perpetúanun modo de vida empobrecido y empobrecedor.

Existe, en segundo lugar, una desconfianza profunda respecto dela capacidad de los partidos tradicionales para llevar a cabo loscambios pertinentes. Nada se puede esperar de parlamentos y eje-cutivos cada vez más distanciados de las necesidades reales de laspersonas y cada vez más encerrados en sus propios procesos desupervivencia, con leyes y exigencias que no vienen determinadasni por programas electorales ni por demandas de los ciudadanos alos que dicen representar. Los movimientos sociales consideranque sólo una acción directa protagonizada por las personas afecta-das será capaz de introducir en las políticas vigentes los cambiosnecesarios que ayuden a satisfacer las necesidades sufridas por las

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de países empobrecidos, incluyen en sus filas sectores muy dife-rentes o pertenecientes a clases muy desfavorecidas. Esta variadacomposición de quienes sustentan los movimientos sociales favo-rece, en principio, el desarrollo de una concepción más amplia yglobalizada del sujeto histórico o de los agentes sociales, pero almismo tiempo puede favorecer una cierta fragmentación de lasluchas en la medida en que centran su atención en problemas muyconcretos y en ocasiones carecen de una visión global de la socie-dad y de los procesos históricos.

Estoúltimo me permite abordar un aspecto complejo de los movi-mientos sociales. Compartiendo formas similares de ver los proble-mas de la actuación en la sociedad y buscando una revitalizacióndela sociedad civil que se siente traicionada o manipulada por lospoderes políticos y económicos, se dan profundas divergenciasentre todos ellos de tal modo que, si recurrimos a categorías clási-cas del pensamiento político, algunos de esos movimientos son cla-ramente reaccionarios mientras que otros son muy progresistas.Los diversos movimientos fundamentalistas que tienen bastantepujanza en el mundo actual, sean islámicos en parte del mundoárabe, cristianos en Estados Unidos o nacionalistas en diferentespartes del mundosuponen una defensa conservadora y reaccionariaante los cambios que se están produciendo en el mundo, intentandocon sus actuaciones anular algunas de las conquistas del siglo XX,como la incipiente igualdad de las mujeres, o aferrarse a identida-des étnicas excluyentes para hacer frente a procesos de mundializa-ción y emigración generalizados. Otros son tan locales en susluchas que pierden todo sentido de la globalidad y pueden, de con-seguir lo que buscan, provocar retrocesosen otraspartes del mundoo empeorar las condiciones de existencia, como ocurre con algunasde las reivindicaciones ecologistas o del sindicalismo corporativode los países altamente desarrollados. También puede darse el casode que sean movimientos sociales que se definen por su resistenciafrente a los cambios que consideran nocivos, pero que carecen deuna propuesta alternativa, más allá de la estéril apelación a valorestradicionales claramente obsoletos.Y esto por no entrar ya en otrosmovimientos, tipo las innumerables sectas que florecen en elmundo actual, que siguen, como en otras épocas de la humanidad,proporcionando refugio y señas de identidad a miles o millones depersonas que se siente claramente perdidas en el mundo actual.

pueden mantenerse durante semanas o meses. Los partidos políti-cos suelen ofrecer medidas para atender las demandas planteadas,pero una vez que se produce la desmovilización, a la falta de ins-trumentos estables de presión, es fácil que se olviden de las ofer-tas realizadas y las cosas sigan como antes. En ese sentido, esfácil criticarlos de ineficacia, aunque esta acusación debe sermatizada. Sus aportaciones a la transformación de la percepciónque la gente tiene de la realidad social que los rodea son impor-tantes, rompiendo el discurso dominante y resquebrajando uno delos mecanismos básicos de sometimiento y control de la pobla-ción, el ideológico; también es importante su contribución a laformación de valores alternativos, en general centrados en la prio-ridad del apoyo mutuo y la solidaridad. Y posiblemente son insus-tituibles en la formación de una conciencia cívica que provoca lanecesidad de participar y recuperar cierto protagonismo. En otrasocasiones, sobre todo cuando plantean objetivos muy específicos,pueden llegar a ser eficaces en sentido estricto, es decir, puedenconseguir que se lleve a cabo lo que proponen.

Una cuarta característica de los movimientos sociales es sucarácter interclasista, esto es, no se parecen, como ya vengodiciendo, a las luchas anteriores centradas en el enfrentamientoentre clases sociales. De forma especial cuando aparecen en losaños sesenta, los movimientos sociales se aglutinan en torno dereivindicaciones más relacionadas con la calidad de vida, aunqueen algunos casos, como el ecologismo, se plantea en términos deestricta supervivencia de la especie humana. Las personas queengrosan estos movimientos proceden sobre todo de algo difusocomo podría ser la clase media que, una vez cubiertas con ciertaholgura las necesidades fundamentales, exigen algo más y consi-deran que la sociedad vigente está muy lejos de cumplir las posi-bilidades de bienestar que el desarrollo tecnológico ha facilitado oque es el mismo desarrollo tecnológico, sesgado por las relacionessociales vigentes, el que está amenazando claramente el bienestarhumano. En todo caso, el concepto de clase media no deja de seralgo borroso, por lo que no es sencillo precisar cuál es la proceden-cia de quienes protagonizan esos movimientos o participan enellos. El espectro puede llegar a ser muy amplio dependiendomuchas veces del tema que se plantea, y algunos movimientos,como el ecologista o algunos de los que actúan en áreas agrícolas

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las relaciones económicas, como tampoco bastaría con la toma otransformación del poder político; para avanzar hacia esa socie-dad nueva hay que atender muchas más dimensiones y aspectosde los vida humana que abarcan las relaciones sociales, la cultu-rales, las relaciones interpersonales, las formas de vida y convi-vencia, e incluso las relaciones con el medio ambiente que nosrodea, con la Tierra como un todo y con sus recursos de todo tipo.Al igual que la identidad personal de todo sujeto humano se frag-menta, por así decirlo, en muchos y variados roles sociales quetenemos que desempeñar a lo largo de nuestra existencia, la trans-formación y revolución de la sociedad actual se debe proyectar enmuchos y variados ámbitos, todos diferentes, con dinámicas y rit-mos específicos, pero todos relacionados, aunque en algunoscasos de manera más bien remota. Al igual que la identidad per-sonal de los seres humanos es algo que se va desplegando, descu-briendo e inventando, a lo largo de un ciclo vital, con sus momen-tos de equilibrio y crecimiento y sus estancamientos y retrocesos,la transformación y revolución de la sociedad es un largo pro-ceso plagado de búsquedas y tanteos, de hallazgos que hacenposible épocas de estabilidad y bienestar casi generalizados, yde fracasos que provocan la penuria y la desdicha de millonesde personas. Los movimientos sociales tendrían el mérito deplantear tanto la riqueza como la variedad y complejidad de laconstrucción de una sociedad reconciliada consigo misma.

Los movimientos sociales, por tanto, enriquecen la acción polí-tica, la multiplican y potencian. Nos recuerdan que son muchaslas tareas que debemos abordar, que son bien dispares los luga-res en los que está en juego nuestra felicidad personal y la dequienes con nosotros conviven. De poco sirve, por ejemplo, viviren una sociedad de la abundancia si he terminado en el agujeronegro de la exclusión social, como tampoco ayuda gran cosa elque disminuya la explotación en el centro de trabajo si eso seconstruye a partir del deterioro desmedido del medio ambiente.Apelan también a nuestra conciencia cívica, pues nos hacen verque no podemos eludir nuestra propia responsabilidad y que ya vasiendo hora de que todas las personas asumamos nuestra parte enla gestiónde los asuntosque nos conciernen, teniendo bien presen-te que éstos son muchos más de los que nuestra pereza o desidianos permiten reconocer en un primer momento; retoman así un

En muchos casos, además, toda la lógica profunda de los movi-mientos sociales puede estar siendo cómplice del proceso inten-cionado de desmantelamiento de los avances conseguidos en lospactos sociales de los años ochenta. Hay un deseo de reivindicarla capacidad de la sociedad civil para gestionar sus propios asun-tos, prescindiendo de pesadas burocracias estatales controladas ydirigidas por expertos ilustrados que se consideran capacitadospara decidir qué es lo que la gente necesita y cuáles son los cami-nos más adecuados para alcanzar esas metas. Sectores neolibera-les no dejan de ver con buenos ojos ese protagonismo reclamadopor los movimientos sociales, pues de ese modo pueden recortargastos sociales y reducir el aparato estatal al control policial ymilitar de la disidencia o de los brotes de violencia provocadospor las catastróficas consecuencias sociales que en muchos casosestán teniendo las políticas neoliberales. No es posible, por tanto,realizar una lectura rápida y simplificada de tantas y tan variadasluchas que pueden obedecer a motivaciones muy diversas y plan-tearse objetivos radicalmente diferentes. Nada de meterlos atodos en el mismo bolsa, lo que provocaría confusión, y nada deadoptar una posición positiva ante todos ellos, ni siquiera ante losque, en un principio, pueden parecer más sugerentes. La comple-jidad de los problemas actuales y de las estrategias necesariaspara hacerles frente nos debe llevar más bien a contribuir teóricay prácticamente a que todos esos movimientos se perfilen comopropuestas alternativas, cada una dotada de su propia identidad yespecificidad, de avance hacia una sociedad distinta y mejor.

Lo que debe quedarnos también claro es que estos movimientossociales nos recuerdan que el cambio social carece de un centrode gravedad en torno del cual deben girar todas las actividades yesfuerzos emancipatorios. No se trata, como dicen algunos pensa-dores importantes de la actualidad, de que se haya perdido laposibilidad de contar con grandes relatos que describan y propon-gan una meta a la humanidad, protagonizados por un sujeto his-tórico bien definido, como pudo ser la burguesía o la clase obre-ra. En cierto sentido sigue existiendo ese gran relato que vienedefinido por la aspiración de la humanidad a una vida sin opre-sión ni explotación, sin miseria ni sufrimiento, pero lo que se hareconocido es que el camino que puede llevarnos hacia esa metaes mucho más complejo y enrevesado. No bastaría con cambiar

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comparten de no convertirse en organizaciones muy amplias pueseso terminaría dificultando la participación y la transparencia enel proceso de discusión y toma de decisiones, así como favore-ciendo el crecimiento de la burocracia y la jerarquización. No es,desde luego, un tema que se pueda zanjar con facilidad y requeri-rá de que se vayan llevando adelante experiencias prácticas quemuestren cuáles son los modos de coordinación más eficaces.Podemos, eso sí, tener en cuenta algunos criterios que orienten elproceso. El primero de ellos es la necesidad de admitir la plurali-dad de ámbitos como un elemento positivo, renunciando a queningún grupo, movimiento u organización pretenda erigirse enelemento dominante u orientador general de todo el proceso. Nohay, como vengo repitiendo, ni centro ni jerarquización posible,por más que podamos admitir que algunos ámbitos gozan de cier-ta posición básica que los convierte en especialmente importan-tes. Hay que luchar en muchos frentes, cada uno con su propiadinámica y su lógica interna, y es prácticamente imposible estarpresente directamente en todos ellos, por lo que la autonomía decada uno se impone como un hecho poco discutible.

Un segundo criterio consiste en mantener una coordinación fle-xible y variable, es decir, ser muy sensibles a los problemas queva planteando la evolución social para centrar la atención más enunos temas que en otros, lo que permitiría que el primer plano dela acción lo adquirieran, según las circunstancias, organizacioneso movimientos diferentes. Sería necesario además, en tercerlugar, mantener contactos constantes y relaciones estables, inclu-yendo comisiones de coordinación permanentes. Sólo se alcanza-rá una coordinación eficaz a medio y largo plazo, capaz de incre-mentar la capacidad de movilización y convocatoria, en la medi-da en que la gente se sienta participe de un proyecto de resisten-cia común y pueda encontrar una identidad compartida a medidaque se comparte también una biografía. Esos contactos puedenser más eficaces en la medida en que incluyen la presencia de per-sonas en más de un movimiento u organización, aunque con nive-les diferentes de implicación en ambos. El cuarto y, por elmomento, último criterio que considero importante, es el esfuer-zo por ir más allá de la mera resistencia y elaborar proyectos glo-bales alternativos que muestren la capacidad real de superar elpensamientoúnico dominante y la vinculación de toda lucha local

dicho clásico: nada humano debe sernos ajeno, pues en el destinode cualquier ser humano está también en juego el nuestro propio.Nos hacen ver la densidad y complejidad de nuestra propia vida,configurada por una tupida red de relaciones sociales y dimensio-nes personales, que no siempre encuentran el equilibrio adecuado yque a veces nos plantean exigencias diferentes, cargadas incluso decierta contradicción. Desde luego hay en esos movimientos unafuerte dosis de recuperación del coraje cívico que resulta impres-cindible para mantener una protesta eficaz contra un sistema socialcargado de tensiones y miserias. Ése es el sentido optimista queprovocan el conocimiento de lo que desde ellos se sigue haciendoy del impacto que están teniendo en la sociedad.

No obstante, también plantean dificultades de discernimiento yde coordinación, como ya he comentado. Aquí, como en todaspartes, no es oro todo lo que reluce y resulta imprescindible rea-lizar un análisis riguroso de todos y cada uno de dichos movi-mientos para distinguir los que no son más que puro oportunismo,dejación de responsabilidades del estado de bienestar o vuelta apasados bastante peores que los presentes. Esta parte no es, sinembargo, demasiado difícil siempre que dediquemos un poco deatención a sus propuestas y su modo de funcionamiento. En estesentido es positivo que existan dentro de cada campo de accióndiversas propuestas, con matices distintos en su enfoque de losproblemas y de las tácticas adecuadas, y no debemos obsesionar-nos con la elaboración de una propuesta unificada. Admitida esapluralidad, podemos descartar aquellas plataformas o movimien-tos en los que se pretenda volver a etapas anteriores para recupe-rar los privilegios de sectores específicos de la población; debe-mos igualmente descartar los que no se articulan en modelosautogestionarios de funcionamiento, con un elevado protagonis-mo participativo de todas las personas implicadas, o de aquellas alas que la actividad va dirigida; como tercer criterio básico, debe-mos distanciarnos de quienes no intentan construir relacionessociales basadas en el apoyo mutuo y la solidaridad, en la igual-dad y libertad de todas las personas.

Más compleja resulta la coordinación entre todos ellos parapoder elaborar estrategias que sean globales y eficaces. La frag-mentación y dispersión de esfuerzos es un riesgo evidente, poten-ciado además, como ya he dicho, por el objetivo que casi todas

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suelo cuando maduran. Ya en el caso de las manzanas esta formade pensar es errónea, pues olvida que hay un largo proceso evo-lutivo que ha hecho posible que en un determinado momentoarraigue como especie vegetal viable ese manzano que he puestode ejemplo y olvida también que en un futuro, probablementelejano de no mediar factores externos, sufrirá notables modifica-ciones e incluso podrá acabar desapareciendo. Las cosas no sonentidades fijas y estables, sino resultados de un proceso comple-jo durante el cual van experimentando modificaciones más omenos profundas; para entenderlas, es imprescindible ser cons-cientes de ese proceso dinámico, así como entender las relacionesque cada una guarda con todo aquello que la rodea.

En el caso de las institucionessociales la cuestión es, si cabe, másclara todavía. Por las propias características de los seres humanos,poco hay de fijo y estable en las instituciones y los procedimien-tos que los mismos seres humanos establecemos para organizarnuestra vida en común. Somos, sin duda, animales sociales cuyasupervivencia material depende de la capacidad que tenemos deorganizarnos, compartiendo y repartiendo todas la tareas necesa-rias y regulando las relaciones, con frecuencia conflictivas y siem-pre complejas, que tenemos que establecer entre nosotros. Sinembargo, más allá de esta exigencia fundamental de colaboracióny cooperación, poco más —más bien casi nada— puede asemejar-se a un rasgo constitutivo de los seres humanos que los llevara aactuar de manera sustancialmente estable, como les ocurre a otrosanimales sociales. La manera específica de instituir las estructurasy procedimientospara regular la vida social está abiertaa la inven-tiva, originalidad y capacidad de decisión de los mismos sereshumanos,quienes, en todo caso, sólo se verán obligados a tener encuenta las condiciones externas en las que se desarrolla su propiasociedad y los problemas a los que tiene que hacer frente. Bastacon hacer un repaso rápido por la historia de los seres humanos enlos últimos 30.000 años para percatarse de inmediato de la varia-bilidad de las formas organizativas, en concreto, las formas políti-cas, que han surgido, se han mantenido y han terminado por des-aparecer.Es más, si nos fijamosen la situación actual, la impresiónque sacamos es aproximadamente similar: muy distintas son lasinstituciones de los más de 180 estados reconocidos por la comu-nidad internacional, de los que sólo alrededor de 65 cumplirían

con una alternativa integral. No sólo estamos profundamenteinsatisfechos con el injusto modelo imperante, sino que alienta ennosotros la esperanza de un mundo totalmente distinto, que pode-mos intuir ya en nuestras prácticas cotidianas y al que esperamosir acercándonos poco a poco gracias al esfuerzo colectivo.

Lo que viene a continuación es una aproximación muy general anueve de esos centros en los que se perciben en la actualidad indi-cios más sugerentes de movimientos de resistencia y deseos decambio, con planteamientos y proyectos innovadores. Son la prue-ba fehaciente de que el pensamiento único no deja de ser unamaniobra propagandista que no resiste un análisis minucioso, sinque eso signifique en ningún caso despreciar o minusvalorar elalcance del problema al que tenemos que hacer frente. El bloquedominante ejerce una presión asfixiante y no resulta en absolutosencillo oponerse a él mostrando alternativas sólidas. No obstante,la nave cargada de propuestas de una sociedad más solidaria, libree igual, sigue su rumbo y siempre hay gente dispuesta a subirse abordo y arrimar el hombro para conseguir que avance y mantengabien alto la bandera de la utopía. No están posiblemente todos losque son, pero sí creo que es un abanico muy representativo de lomás sólido que se hace aquí y ahora. Quizá sólo eche en falta unespacio dedicado especialmente a los grupos empeñados en quelos Derechos Humanos arraiguen en las sociedades actuales y seconviertan en principios orientadores de la vida social en general.

2. Democracia directa y la participaciónEl hecho de vivir en una sociedad en la que ciertos modelos de

organización han llegado a convertirse en prácticas habitualespuede provocar en las personas la equivocada percepción de queesos modelos forman parte de la naturaleza de las cosas. A vecesbastan incluso unos pocos años, unos veinticinco como en el casode la democracia española, para que, aunque conozcamos la his-toria, tendamos a pensar que nuestra organización social y políti-ca ha estado siempre así y basta con el puro hecho de haber naci-do en España y poseer la nacionalidad española para gozar detodos los derechos reconocidos en una democracia. Las institu-ciones sociales nos resultan algo familiar y natural: simplementeestán ahí y funcionan con la misma naturalidad con la que lasmanzanas están en las ramas del árbol y terminan cayendo al

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externa (el orden divino, por ejemplo) de la vida política y que esresponsabilidad de los seres humanos, libres, autónomos y solida-rios, el dotarse de las instituciones más adecuadas para la conse-cución de los objetivos propios de una vida en sociedad. Tenerclaro esta idea desde el principio me parece decisivo. No siemprese ha aspirado a construir sociedades democráticas y nada garan-tiza que esa aspiración vaya a durar para siempre.

Como acabo de decir, la democracia da por supuesto que somospersonas autónomas y libres, capaces de embarcarnos en proyec-tos comunesapelando exclusivamente al diálogoracional para sol-ventar los problemas que pueda plantear nuestra convivencia. Noobstante, las personas autónomas, libres y solidarias son al mismotiempo el resultado de sociedades democráticas, pues difícilmentepueden arraigar plenamente en sociedades autoritarias y menostodavía en sociedades totalitarias. Nos encontramos, por tanto,ante una ciertaparadoja pues aquellosin lo cual es imposible avan-zar hacia una sociedad democrática es también el resultado de quenos encontremos en una sociedad democrática. Éstas parecenestar, por tanto, algo en un permanente proceso de autoinstituciónen el que el punto de partida se encuentra también al final del pro-ceso, si bien logrando un mayor y mejor nivel de desarrollo. Estoes, un proceso de democratización se inicia cuando un grupo sufi-cientede personas decideexigirparticipar en condiciones de igual-dad en la organización de la vida política y considera además queel resto de la sociedad debe implicarse en el proceso ejerciendo sulibertad y autonomía; al mismo tiempo, conforme se avanza en elproceso de democratización las personas van consiguiendo ungrado de autonomía, libertad y apoyo mutuo superior al que teníancuando se embarcaron en esta apuesta democrática. De aquí sesigue que no resulta nada sencillo prever el momento final del pro-ceso democrático, pues éste es más bien un procesopermanente deinstitución sin un punto final en el que se alcance la meta de unasociedad plenamente democrática, totalmente reconciliada consi-go misma e íntegramente respetuosa de la heterogeneidad de lossujetos que la configuran. Es más, lo verdaderamente sensato essituar la democracia más en el propio camino o proceso de su ins-titución que en ninguna meta final; la democracia es algo que sehace, no que se tiene o en lo que se está. Es la acción social de laspersonas la que dota de vida y sentido a las democracias, pues ésta

con los requisitos fundamentales de lo que podemos consideraruna democracia. Más aún, conviene no olvidar tampoco que esamisma entidad política llamada “estados nacionales”, con fronte-ras bien definidas y soberanía (más o menos limitada), no deja deser un invento reciente de la humanidad que puede remontarse aunos 500 años, con antecedentes parciales aparecidos hace unos3.000 años. Muchas han sido las sociedades sin Estado y nadaimpide pensar que en un futuro pueda resultar absolutamenteobsoleto algo similar a un Estado tal y como hoy lo entendemos.Una de las intuiciones básicas del anarquismo desde el pasadosiglo ha sido justamente la de considerar el Estado como algonegativo para los seres humanos, quienesdeberánbuscarotras for-mas de organización si quieren resolver los problemas generadospor la opresión que los estados generan.

2 a. La institución de la democraciaAdmitir esta variabilidad de instituciones sociales no significa

atribuirles a todas el mismo valor, si bien los criterios que poda-mos establecer para decidir cuáles de ellas son mejores son tam-bién criterios frágiles que pueden ser modificados a lo largo deltiempo. En estos momentos, parecen gozar de aceptación, cuandomenos retórica, los criterios que inauguran la modernidad. Segúnésta serán mejores aquellas sociedades que: garanticen un mejornivel de vida para todo el mundo (en el que se incluyen no sólobienes materiales); incluyan a todas las personas como ciudada-nos de pleno derecho cuya participación en la vida política esnecesaria y deseable; respeten unos derechos fundamentales;logren la adhesión de las personas a las instituciones sociales ypolíticas sin recurrir a mecanismos de coacción y fuerza; y esta-blezcan mecanismos adecuados para evitar la acumulación y con-centración de poder en unos pocos. Es decir, en estos momentos,los criterios para evaluar las instituciones políticas son los quedefinen a las democraciasque pueden reducirse básicamente a losque presidieron las dos grandes revoluciones ilustradas, la ameri-cana y la francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Lo que debequedar claro es que este modelo de sociedades democráticas no esalgo natural, sino el resultado de un esfuerzo deliberado de deter-minados grupos sociales que en un momento dado de la historiaconsideran que no es posible apelar a ninguna fundamentación

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tos a hacer dejación de su propia libertad, sometiéndose a unaparadójica servidumbre voluntaria. Participar es, sin duda, gratifi-cante, como lo es ser libre, pero exige esfuerzo y dedicación y nosiempre está la gente dispuesta a hacerlo. Sólo si las condicionesimpuestas son muy duras, es fácil que se dé la adecuada reacciónexigiendo los propios derechos; de no llegar a ese punto, es posi-ble que la gente tienda a aceptar que otras personas tomen decisio-nes por ellas. Igualmente arduo resulta para los seres humanosaceptarque no existeningún fundamento trascendente de la demo-cracia, que no podemos apelar a tradiciones inmutables o a orde-namientos divinos; eso puede provocar una cierta sensación devacío que a veces se encubre recurriendo a festividades sacraliza-doras de textos tan perecederos como las constituciones, como si—parodiando en versión secularizada las tablas mosaicas de laley— quisiéramos mostrar nuestradeuda y agradecimiento con lospadres de la patria que nos dotaron de las leyes que nos permitenser ciudadanos de una democracia. Al festejar la constitución ten-demos más bien a denigrarla pues olvidamos que es un resultadotemporal elaborado por seres humanos que supieron en unmomento urdir unas normas de convivencia que intentaban plas-mar las aspiraciones democráticas. Las constituciones nunca sontextos sagrados intocables; son el resultado en un momento con-creto de la historia de la confluencia de intereses muy diversos quellegan a ponerse de acuerdo en unas reglas del juego básicas.

2 b.Avances democráticosDe eso se trata, por tanto; se trata de reconocer que los pasos que

hemos dado en los últimos dos siglos en la dirección de socieda-des democráticas han sido pasos dados con esfuerzo y sudor, y enmuchos casos con sangre, por quienes no se resignaban a la igno-miniosa tarea de obedecer a unas elites privilegiadas. Aunquepodemos seguir sus huellas hasta la Grecia clásica y rastrear ins-tituciones similares, pero distintas, en otras épocas y otras cultu-ras, la democracia en un sentido más completo tiene una cortaexistencia. El sufragio universal, un requisito básico de las socie-dades democráticas, ha ido obteniéndose en algunos estados ensucesivos momentos del siglo XX; en algunos países apenas tienecincuenta años de existencia y en otros todavía no está reconoci-do. Y el sufragio no agota ni mucho menos lo que caracteriza una

consiste precisamente en la implicación de todas ellas en el esfuer-zo por dotar de sentido a su vida en común. En el mismo momen-to en que una sociedad considere que ha llegado por fin a serdemocrática, está iniciando una transformación antidemocrática.

De todos modos, estas características básicas de las sociedadesdemocráticas son las que le confieren igualmente cierta superiori-dad frente a otros modelos de organización política y las que pue-den explicar que a lo largo de la historia de la humanidad jamáshaya desaparecido la aspiración a lograr un respeto creciente detodas las personas que conviven en una sociedad, a implicar a todoel mundo en la deliberación y toma de decisiones y a basar la con-vivencia en el apoyo mutuo, como procedimiento potente parahacer frente a los problemas de la manera más eficaz. Es su mismafragilidad la que les confiere una mayor flexibilidad para adaptar-se con facilidad a los cambios que se van produciendo, provocan-do ellas mismas la innovadora experimentación social que permi-te indagar nuevas posibilidades y respuestas creativas. Al mismotiempo, la apelación a la implicación de todas las personas en laelaboración de la agenda en la que se incluyen aquellos temas querequieren atención por parte de la comunidad, en la discusiónabierta sobre esos temas y en la toma de las decisiones cuando éstasea necesaria, constituye también una movilización de enormesrecursos humanos, con la consiguiente riqueza de aportaciones:como dice el viejo refrán, cuatro ojos ven más que dos y resultaabsurdo despilfarrar la contribución de los mismos interesadossobre todo cuando los problemas que deben ser resueltos son com-plejos. Sin duda alguna, las decisiones tomadas pueden ser equi-vocadas, pero el mismo proceso abierto de deliberación actúacomo vigorosa retroalimentación que hace posible la revisión delo que se hace y la rectificación de los errores cometidos, una vezque se comprueba que los resultados obtenidos han sido negativos.

Embarcarse en la construcción solidaria de sociedades democrá-ticas es una apelación a la imaginación y a la libertad, es rompercon seguridades ficticias y aceptar algo constitutivamente huma-no: la exigencia de hacerse cargo de la propia vida y encargarse detomar las medidas adecuadas para que esa vida llegue a su pleni-tud. Por eso mismo implica correr y aceptar riesgos, algo que nosiempre resulta sencillo y de ahí el miedo a la libertad o la facili-dad con la que en muchos casos los seres humanos están dispues-

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menos que se puede pedir en una sociedad que se llama a sí mismademocrática. No obstante, cuando analizamos todo lo que implicaen la práctica cotidiana esta igualdad, podremos descubrir cuánlejos estamos de alcanzarla en casi todas las sociedades y en quémedida garantizar esa igualdad exige de todas las personas unesfuerzo permanente para cumplirla y hacerla cumplir. Una medi-da tan sujeta a polémicas como la discriminación positiva no dejade ser una evidencia de toda la complejidad que subyace a esosmínimos a los que de ningún modo podemos renunciar. Quienesapuestan por ese tipo de discriminación consideran que es el únicocamino para ir avanzando hacia la igualdad ante la ley que se pos-tula como irrenunciable. Podemos considerarlos, por tanto, míni-mos básicos, pero no podemos olvidar que exigen un máximo decoraje o de virtud (que, en definitiva, sigue siendo coraje) cívicos.

En su sentido más genuino, la democraciasignifica literalmente elpoder del pueblo; en su momento, en Grecia significó que los arte-sanos y los campesinos conseguían intervenir en condiciones deigualdad con los nobles en la gestión de los asuntos públicos, sibien nada se decía de las mujeres ni de los numerosos esclavos quetambién vivían y trabajaban en aquellas ciudades. Sin desaparecerdel todo en el mundo romano (la lucha por la ciudadanía) ni en laedad media europea (las ciudades y los pactos entre monarquía yburguesía), esta idea básica recobró toda su fuerza cuando a lo largodel siglo XVIII fue la burguesía europea la que reclamó participaractivamente en la vida política, segando el poder del que disfruta-ba la nobleza y el alto clero. El proceso continuó con la inclusiónprogresiva de una parte mayor del pueblo en la toma de decisiones,pero se vio cercenado desde un primer momento por las limitacio-nes impuestas por las democracias parlamentarias que articularon—y redujeron— la participación popular a las elecciones de unosrepresentantes cada cierto número de años, quienes se harían cargode defender los intereses de quienes les habían votado. En símismo, el modelo de parlamentos formados por representantessupone ya una clara dejación del concepto de democracia; se pidea las personas que deleguen todo su poder en unos cuantos repre-sentantes, quienes sólo rendirán cuentas cada ciertos años y, si lohan hecho mal, a lo sumo pagarán el precio de no ser reelegidos.Poco queda en los parlamentos de las asambleas cívicas en las quelos ciudadanos discutían sobre sus problemas, llegaban a acuerdos

democracia, pues puede darse también en sociedades no demo-cráticas. Si nos centramos por el momento en el sufragio univer-sal, el camino que todavía queda por recorrer se muestra con todaclaridad cuando empezamos a reflexionar sobre los requisitosmínimos que son necesarios para que éste no sea una pura farsaelectoral. Más claras son las limitaciones de lo ya conseguidocuando observamos que otras muchas instituciones sociales,como las económicas o familiares, se resisten a organizarse deacuerdo con criterios democráticos. El ideal democrático es algoque todavía permanece a flor de piel y que puede desvanecerse apoco que las circunstancias vuelvan a ponerse muy difíciles,como ya ocurrió en los años 20 y 30 en algunos países.

Dejando a un lado vacíos triunfalismos que apuestan por un finde la historia, tantas veces proclamado como desmentido, apenascomenzamos un camino en el que es mucho lo que queda porhacer y en el que sigue presente el riesgo de retrocesos involucio-nistas. Debemos ser conscientes de que grupos de presión situa-dos en posiciones de control en la toma de decisiones se muestranpreocupados no por ese camino que nos queda por recorrer en laconsolidación de sociedades democráticas, sino por el pequeñocamino que ya hemos recorrido; para ellos hay un exceso, no undefecto de democracia. Es más, consideran que la intervención detodos los ciudadanos reclamando el respeto a sus derechos funda-mentales, incluidos los sociales, económicos y culturales, ha con-vertido las sociedades democráticas en entes ingobernables.Como casi siempre en la historia de la humanidad, el enfrenta-miento entre concepciones diferentes de la vida social está pre-sente y, afortunadamente, muchos son los actores sociales quehoy como ayer se mantienen activos en diversos frentes para con-seguir mayores cotas de democratización.

Todos estos frentes abiertos tienen que ver con característicasintrínsecas de la democracia. Ya he dicho que pueden darse dife-rencias marcadas entre las distintas maneras de configurar las ins-tituciones democráticas, pero todas ellas deben cumplir unosrequisitos mínimos, si bien debemos ser conscientes de que alhablar de mínimos estoy hablando de exigencias imprescindiblesy muy fuertes que demandan de todas las personas una implica-ción máxima. Pensemos, por ejemplo, en algo tan elemental comola igualdad ante la ley. Nadie puede poner en duda en que es lo

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general, las aprobaciones por amplísima mayoría sin apenas dis-cusión ni discrepancia.

La imprescindible participación ciudadana va menguando hastaquedar convertida en la votación cada cierto tiempo.Si tenemosencuenta, además, la abstención real y la que provoca el propio sis-tema en algunos casos excluyendo a mucha gente del proceso departicipación, veremos que ni siquiera numéricamente es relevan-te esta participación en muchos momentos. Algunos intentos derenovación proceden de los mismos partidos, que buscan fórmulaspara facilitar la transparencia y la participación de sus afiliados,aunque cada vez necesitan menos de esto pues su estabilidad eco-nómica se basa en la financiación que se adjudican a sí mismos acargo de los presupuestos generales del Estado y a las donaciones,legales o fraudulentas, de los grupos de presión. Tímidas propues-tas serían la imposibilidad de presentarse más de dos veces, perono resultadifícil observar cómo no se produce nada parecido a unarotación en los cargos, menos todavía si tenemos en cuenta dóndeprosiguen su actividad gran parte de los que han ocupado cargosimportantes en el Parlamento o el gobierno. La rotación es todavíamenor dentro de los partidos. La experiencia de los partidos ver-des en algunos países europeos es igualmente un buen ejemplo delas limitaciones de una vía que no cuestiona de raíz el mismomodelo de parlamentos representativos, por más que hay que reco-nocer que han aportado un cierto aire fresco a unos ambientesdemasiado cerrados y alejados de la vida real. La maquinaria espesada y está sólidamente trabada; los procesos mediante los cua-les se va reclutando a quienes van a ocupar cargos garantizan engeneral que, una vez llegados a puestosde responsabilidad, no vana traicionar las lealtades y vasallajes gracias a los cuales pudieronhacer carrera política institucional.

En cierto sentido, como plantean algunos autores, lo importan-te en este caso es aceptar que el núcleo de las instituciones demo-cráticas se sitúa precisamente en los procedimientos formalesque se arbitran para la discusión de los temas y la toma de deci-siones. Esto llevaría a tomarse la democracia en serio y a noadulterarla de manera constante debido a las formas poco demo-cráticas con las que en la actualidad funcionan los regímenes quese consideran guardianes de los principios democráticos.Pensemos por ejemplo en el papel decisivo que van tomando los

cuando era posible y, de ser necesario, nombraban mandatariosbien para ejecutar esos acuerdos bien para defenderlos en órganoso asambleas de coordinación.

2 c. Carencias de las democracias parlamentariasLa democracia parlamentaria representativa arrastra desde sus

orígenes un déficit democrático. Sin negar que supuso un impor-tante avance respecto de las cortes estamentales a las que sustitu-yó, a intentos posteriores de cortes orgánicas o soviet de los pue-blos, en sus primeras andaduras supuso más un freno al procesode democratización que un estímulo del mismo. Por su propiadefinición, los representantes no mantienen ningún vínculo obli-gatorio con quienes les otorgaron, con su voto, el cargo; una vezelegidos, se encuentran abocados directamente a seguir las reglasdel juego que determinan el comportamiento de los parlamenta-rios, obsesionados en general por el mantenimiento en su propiocargo. Son en realidad los partidos políticos quienes toman lasdecisiones y los parlamentarios deben someterse a la disciplinaférrea del partido, bajo riesgo de ser cesados o expulsados de supropio partido. Éstos, por otra parte, se constituyen en burocraciascerradas, con una fuerte jerarquización en sus modos de funcio-namiento. Basta con observar los procesos mediante los cuales seelaboran las candidaturas que se presentarán en las eleccionespara comprobar la escasa participación de las propias bases, a lasque sólo se convoca para mostrar su aquiescencia con las decisio-nes tomadas por las personas que ocupan la cúspide jerárquicadelpoder dentro de cada partido. Estos cargos son ocupados duranteaños, con reelecciones constantes que provocan un conjunto deintereses cerrados que ponen por delante de cualquier otra consi-deración la perpetuación en el cargo. Para conseguir estos objeti-vos espurios se fomenta el clientelismo, que más bien consiste enuna regresión hacia modelos feudales en los que el vasallaje y lafidelidad personal sustentaban el orden político de la sociedad. Elotro pilar básico para mantener el tinglado es la oscuridad en losprocesos de discusión, la creciente falta de transparencia. Lasdecisiones más importantes se toman en ámbitos cerrados a laopinión pública y a los mismos afiliados de cada partido; en elmomento de llegar a un congreso, la agenda y las grandes deci-siones ya han sido tomadas en pequeño comité, lo que facilita, en

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disidencia apelando a la complejidad de los temas y a la autoridadsocial de la que goza la ciencia y que ellos manipulan a su favor:una vez que hablan los expertos, parece que los demás no tenemosnada que decir. En temas decisivos, como los que trataré más ade-lante en el apartado sobre ecología, hacen incluso imposible eldebate político porque ocultan la naturaleza política de los proble-mas y las posibles decisiones, como ocurre en el caso de la pro-ducción de energía o alimentos. Lo mismo ocurre con todos losproblemas económicos, convertidos en asuntos para los que losexpertos poseen una respuesta objetiva y científica que nadiepuede poner en duda; la biblia neoliberal y los informes técnicosdel Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional son unperfecto ejemplo de lo que estoy diciendo.

Para garantizar el control de la situación, recurren a un procedi-miento profundamente antidemocrático: la ocultación de la infor-mación y la falta consiguiente de transparencia. No se trata sólode que dificulten una comprensión de los problemas recurriendoa un vocabulario innecesariamente oscuro y esotérico, sino quedirectamente recurren a la desinformación o a la información ses-gada que arroja cortinas de humo sobre los auténticos problemas,desvirtúa los datos y confunde, en algunos casos de manera inten-cionada, a las personas.Aunque volveré sobre ello en otro capítu-lo del libro, el papel en este tema de los medios de comunicacióny de toda la industria cultural es básico para configurar una visiónclaramente distorsionada de la realidad social. Siendo, como es,la participación en los debates y la toma de decisiones una cues-tión de capital importancia, podemos entender las consecuenciasnegativas que tiene el control y manipulación de la información.Una ciudadaníadesinformada, o mal informada, será siempre víc-tima de los intereses inconfesables de quienes ocupan las posicio-nes claves en la toma de decisiones. Lo mismo podemos decir deuna ciudadanía a la que se le roba la discusión sobre los temasrealmente importantes, que pasan a ser discutidos y decididos enpequeños cenáculos de iniciados. Seguir la pista, por ejemplo, atodo lo que está ocurriendo en torno de la producción y distribu-ción de alimentos resulta una tarea ciclópea en la que queda com-pletamente de manifiesto hasta qué punto ese secretismo es unapráctica tan habitual como antidemocrática.

comités de expertos en estos regímenes, siendo un caso especial-mente llamativo el de la Unión Europea. Una legión de comisio-nes, constituidas casi siempre por personas que son desconocidaspara los ciudadanos, elaboran informe tras informe que terminaconvirtiéndose en referente incuestionable para la toma de deci-siones de los políticos, que, además, hacen pasar esas decisionescomo algo exigido por la objetividad de los informes pretendida-mente científicos. El procedimiento democrático es en este casosecuestrado por personas que apelan a una autoridad de la quehabitualmente carecen, que no responden ante nadie, pues nuncafueron elegidos, y cuyos informes o propuestas han sido elabo-rados sin una verdadera participación de las personas que van aser afectadas por las decisiones que a partir de ellos se tomen. Elejercicio real del poder queda en manos de tecnocracias que ter-minan velando más por sus propios intereses que por los de lacomunidad que paga sus salarios y les ha proporcionado el con-texto en el que adquirir el saber que ahora manipulan a su propioservicio. Pensemos, como ejemplo muy ilustrativo, en las figurasde los gobernadores de los Bancos Centrales, tanto de EstadosUnidos como de la Unión Europea. Sus decisiones tienen unainfluencia contundente en la vida cotidiana de los ciudadanos,pero ellos ni siquiera se han sometido al refrendo electoral deunas votaciones con sufragio universal.

El peligro se acentúa al comprobar la vinculación que existeentre esas tecnocracias de expertos y los ejecutivos que desem-peñan un papel similar en las grandes multinacionales. Avaladosigualmente por la autoridad que les confieren títulos obtenidosen centros educativos de primera línea, se adueñan de los proce-sos de decisión en todas esas grandes empresas, siendo su obje-tivo prioritario el propio interés, es decir, el de los altos ejecuti-vos, mientras queda en un lugar secundario para ellos incluso lacuenta de resultados de las multinacionales o grandes empresaspara las que trabajan. Se produce, por tanto, un secuestro delinterés público que debieran gestionar en beneficio de la comu-nidad, y pasan a primera línea intereses particulares muy defini-dos de una casta que establece estrechos vínculos de colabora-ción, con reuniones periódicas e instituciones específicas en lasque diseñan sus tácticas y estrategias. El debate político quedafalseado precisamente porque procuran acallar toda discusión y

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que, habitualmente, se resuelve por medios pacíficos en educadasdiscusiones parlamentarias o extraparlamentarias,pero que en últi-ma instancia se dirime con la aniquilación física —o con la máscompleta exclusión y marginación social— del rival cuyos intere-ses están en contradicción con los propios. La libertad social esentendida fundamentalmente como el ámbito en el que puedosatisfacer mis propias necesidades e intereses sin colisionar con lade quienes me rodean; en los numerosos conflictos que jalonan laconvivencia humana, tenemos que competir denodadamente parahacer valer nuestros derechos frente a otros competidores que pre-tenden hacerse con su correspondiente trozo del pastel y de esacompetición tendrán que salir, como es obvio, ganadores y perde-dores. Basta con generar una igualdad de oportunidades —si esque algo semejante puede llegar a darse en alguna ocasión— yestablecer unas reglas del juego claras para que el resultado quedeen manos de los méritos de cada individuo, quien será único res-ponsable del nivel de reconocimiento social que obtenga. La únicaintervención pública que se exige es precisamente aquella quegarantiza el respeto de esas reglas del juego; para imponer a todoel mundo dicho respeto basta con que al Estado se lo dote delmonopolio de la violencia, la cual le permitirá, mediante la policíay el ejército, castigar con dureza a quienespretendan ir más allá delo autorizado por dichas reglas. Un Estado mínimo, pero al mismotiempo un Estado policía fuerte, es lo más y lo menos que se debeexigir en sociedades sustentadas en esta concepción del ser huma-no, depredador posesivo, lobo para los demás seres humanos, queacepta las mínimas reglas sociales como un mal necesario.

El modelo, a pesar de su simplicidad y su aparente proximidadal comportamiento real de las personas, adolece de fallos claros,muchos de los cuales se ponen de manifiesto cada vez que seintenta llevar hasta sus últimas consecuencias, algo que, afortuna-damente, no suele ocurrir. El primer y más grave fallo es el deponer en primer y único plano el beneficio privado, reducido ade-más a ganancia económica. La acumulación de riqueza se con-vierte en incentivo casi exclusivo de la actividad de las personasque terminan poniendo un precio a todo lo que hacen o puedenhacer. Es el fetichismo de la mercancía, propio en principio tansólo del ámbito de las relaciones de producción, convertido ahoraen algo que empapa y contamina todas las relaciones sociales. Si

2 d. Vicios privados, públicas virtudesParte del problema procede de valores básicos que fueron decisi-

vos en el momento de la gestación de las democracias parlamen-tarias contemporáneas. Es el mito ya clásico de la fábula de lasabejas, según el cual la sociedad no es un todo con su propia diná-mica, siendo los individuos tanto los autores como el resultado deesas complejas redes sociales, sino una acumulación de individuosaislados, cada uno con sus propios intereses, entre los que destacala satisfacción de las necesidades propias que se consigue graciasal enriquecimiento material. La mejor manera de articular unasociedad es tener en cuenta precisamente esos intereses individua-les y egoístas, pues sólo del libre juego de todos ellos surgirá cier-ta armonía social, esto es, cierta justicia. Dejemos que cada uno sepreocupe sólo de lo suyo, que busque su propia ganancia, y eneste libre juego de intereses particulares florecerá una sociedadjusta y democrática. Si, por el contrario, nos obsesionamos conbuscar de entrada el interés colectivo, si subordinamos los valo-res de los individuos a los de la colectividad, estaremos en elcamino seguro que conduce a la infelicidad humana. Llevada alextremo, es la ideología del libre mercado como gozne sobre elque debe girar toda la vida social: la búsqueda del beneficio per-sonal, el predominio de las cuestiones económicas, la libre com-petencia, se convierten en dogmas fundadores de la vida demo-crática. La apelación a los derechos humanos, como conjunto devalores que cohesionan de algún modo la vida social y política,no deja de ser una apelación retórica y vacía, reducidos esos dere-chos a cuestiones puramente formales cuya eficacia más comple-ta sólo se muestra precisamente en la defensa de los derechos decada individuo a perseguir sus propias metas. Al mismo tiempo,puede provocar la chocante situación de que los ciudadanos, quese consideran acreedores natos de esos derechos, llegan a consi-derarlos como algo obvio que puede ser dejado en manos de losexpertos que trabajan para órganos estatales que cuidan de sucumplimiento. Lo que en un principio se presenta como expresióngenuina del coraje cívico de personas dispuestas a no dejarsesometer y a ser tratadas como tales personas, termina agotandoese mismo coraje y fomentando la pasividad.

En un modelo de este tipo no es de extrañar que la política termi-ne siendo entendida como la lucha entre el amigo y el enemigo

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al fraude fiscal. Es más, la casi totalidad o la mayor parte de loscasos de corrupción que aparecen en la política están ligados conla actividad económica y suelen ser consecuencia de que algunaempresa ha tocado a un político para obtener los beneficios queobsesivamente busca; en este tipo de situaciones tan corrupto esel que ofrece como el que acepta. Muy grave y endémico es, portanto, el mal de la corrupción que adquiere sus cotas más eleva-das en las oscuras y siniestras relaciones que se establecen entrelos poderes políticos y el negocio de las drogas o el de la fabrica-ción y tráfico de armamento.

El segundo fallo que quiero mencionar, quizá tan grave como esacorrupción endémica, es el de la ruptura del tejido social provoca-da por un individualismo antropológico que deja de prestar aten-ción a los valores comunes, dando ingenuamente por supuesto queéstos brotarán de la armonía natural resultantedel libre juegode losintereses individuales. Ya en los orígenes de la última oleada demovimientos democráticos iniciada a mediados del siglo XVIII, unaparte muy significativa de quienes lucharon por la democracia lohicieron desdeun republicanismo que poníacomo objetivo finalnotanto la consecución de los propios intereses individuales como larealización de una sociedad justa basada en un firme compromisocon el bien público, el bienestar colectivo y la voluntad general. Enla metáfora del hombre salvaje que renuncia a su libertad natural yestablece un pacto libremente aceptado con sus congéneres hay undeseo de vida en común y un reconocimiento de la prioridad quedebe llegar a tener el punto de vista de la colectividad frente al delos intereses particulares. Ese republicanismo cívico, ese conjuntode virtudes que hacen de alguien un buen ciudadano, respetuosoante los demás e interesado por la felicidad de todos, está muy pre-sente en las mentes de quienes lideran la revolución americana y lafrancesa, incluso antes la revolución inglesa y mucho antes todavíalos texto políticos de un Maquiavelo. Por eso en el frontispicio dela declaración inaugural de los derechos del ciudadano aparecentres palabras: libertad, igualdad y fraternidad.

Muy pronto, sin embargo, el proyecto es secuestrado por burgue-ses y empresarios que van borrando toda apelación a la fraternidadpara reducir el proyecto democrático a la libertad en el sentidoestricto de libre juego de intereses particulares. Cada cual, a lo suyo;la moral es un asunto privado, mientras que no es posible hablar de

unimos este rasgo a la formación de esas elites tecnocráticas deejecutivos con poder de decisión, resulta más sencillo compren-der de inmediato que la corrupción deja de ser un hecho aislado opoco frecuente en el funcionamiento de nuestras institucionesdemocráticas para convertirse en un mal endémico que se repro-duce a sí mismo. Todo termina teniendo un precio y se abre lapuerta sin remilgos al tráfico de influencias, al cohecho y a otrasmuchas modalidades de corrupción.

Lo primero que empieza por tener un precio es el mismo cargode representante. Costosísimas campañas de publicidad garanti-zan casi con seguridad la obtención de un cargo, y el precio deesas campañas se incrementa conforme se incrementa la impor-tancia del cargo sometido a elección. Las cifras manejadas en lasúltimas elecciones presidenciales en Estados Unidos no dejan deser escandalosas. Donantes particulares y empresas hacen susaportaciones, a veces incluso a varios candidatos a un mismopuesto, garantizando de ese modo que la persona elegida será pos-teriormente sensible a sus sugerencias o exigencias. Cuandoalguien consigue acceder a esos puestos, son muchos los favoresque debe y el caldo de cultivo para la corrupción está preparado.Las grandes firmas económicas y algunas no tan grandes noentregan dinero por amor a la democracia, sino como inversión dela que esperan en su momento sacar el adecuado rendimiento. Loscargos electos tendrán que tomar decisiones más adelante y deesas decisiones pueden depender suculentos negocios que repor-tarán beneficios a quienes se hagan cargo de ellos, los benefacto-res de ayer, serán quienes al día siguiente no tarden en pasar lafactura. Cuanto más se asemeje todo el proceso electoral a ungran espectáculo y un gran negocio, más afianzaremos en lasociedad la corrupción. Llevado a su extremo, la política simple-mente se destruye a sí misma y con ella cae la democracia, preci-samente porque la política es una acción encaminada a gestionarlo público, no a favorecer lo privado.

El objetivo prioritario de la obtención de beneficios personaleses de hecho una aportación, casi una invasión abusiva, del ámbi-to económico al político. En el mundo empresarial, en el que exis-ten menos controles democráticos pues nada tiene que ver con lademocracia, se incrementa la posibilidad de actuaciones corrup-tas de formas muy diversas, empezando por el frecuente recurso

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firmas económicas, en especial de las multinacionales. En aquellosmomentos en los que consiguen organizarse mejor y hacer oír suvoz quienes insisten en la necesidadde preocuparse del biencomúny en la primacía del apoyo mutuo o la cooperación, los poderespúblicos se preocupan más de aplicar políticas solidarias que ponenpor delante la consecución del bien público y del bienestar de lacolectividad. Tal y como han ido las cosas en los últimos doscien-tos años,el telónde fondoha sido siempre la primera versión, la fielseguidora de la fábula de las abejas, de tal manera que es su pecu-liar visión de la sociedad la que se da por sentada y no necesita nin-gún tipo de argumentación específica; la carga de la prueba, por elcontrario, recae sobre las espaldas de la segunda versión.

2 e. La reconstrucción de la democraciaLos retos actuales de la democracia exigen, como tarea irrenun-

ciable, dar un giro radical a los supuestos básicos que acabo demencionar como supuestos que nadie cuestiona en el pensamientopolíticamente correcto que domina en nuestros días. Para empe-zar, es imprescindible ir más allá de esa concepción del enfrenta-miento de puntos de vista distintos y de intereses no coincidentescomo una especie de dialéctica que enfrenta a amigos y enemigosen una batalla en la que necesariamente habrá vencedores y ven-cidos. Debemos ver a lo sujetos sociales más que nada como anta-gonistas que pueden y deben plantear en la esfera pública sus con-vicciones diversas, a veces enfrentadas e incluso difícilmentecompatibles, pero que no derivan de ello la inevitable extinción oaniquilación política, a veces física, de quienes defienden lasopciones contrarias. De algún modo, eso nos exige tres opciones;la primera, entrar seriamente en el debate planteando no sólo lascuestiones formales propias de las democracias sino también lascuestiones más substantivas, las que tratan del sentido que quere-mos dar a nuestras vidas,que no puede conseguirse sin implicar dealgún modo a cuantos nos rodean. La segunda opción conllevaaceptar que ninguna de las propuestas puede arrogarse el privile-gio de poseer la única y definitiva forma de entender la conviven-cia y el proyecto de sociedad que podría, a renglón seguido, impo-ner a todos los demás; como puede deducirse con cierta facilidad,esta opción implica aceptar el proceso de argumentación públicacomo el modo más adecuado de confrontar propuestas de sentido

una moral pública dada la disparidad de proyectos individuales debúsquedade la felicidad. Casicarece de sentido hablar de una moralpública, excepto unos mínimos propios de mercaderes y negocian-tes, como la exigencia de cumplir los pactos “libremente” acorda-dos. En un esfuerzo máximo de tolerancia —que bien podemos lla-mar represiva— se apela a un endeble “vive y deja vivir” que per-manece impasible ante la desgracia y sufrimiento ajeno. Nadaqueda, por tanto, de un republicanismo cívico que apostaría másbien por un “vive y ayuda a vivir”, del mismo modo que se rechazauna concepción anarquista de la libertad que mantiene que sólosomos libres cuando los que nos rodean son también libres y quenuestra libertad comienza donde empieza la libertad de los demás.Se olvida también el comunitarismo de los primeros republicanos ode los positivistas y socialistas utópicos y el comunismo es contem-plado más bien como un fantasma que recorre los países occidenta-les amenazando con la opresión estatalista y la aniquilación de lalibertad individual. Llegamosde estemodoa repúblicas que apenasadmiten una res publica, es decir, a organizaciones políticas queconsideran que no es papel del Estado perseguir el bienestar públi-co sino establecer el marco mínimo para que los individuos puedanllevar adelante su bienestar privado. La atención a los pobres, porejemplo, sólo tendrá sentido en tanto en cuanto su presencia puedaterminar haciendo peligrar la imprescindible estabilidad social; labeneficencia (pues no de otra manera deben ser entendidos los ser-vicios públicos sociales) es más una cuestión de control social quede apuesta solidaria por una ciudadanía compartida.

El modelo dominante de las democracias parlamentarias sufre asíuna carencia constante de homogeneidad social, lo que provocatambién una permanente crisis de legitimidad en la medida en queson muchos los grupos que se sienten totalmente o parcialmenteexcluidos.En aquellos momentos en los que se radicaliza la versiónmás claramente“liberal” e “individualista” de la democracia, comoocurre en la actualidad, los fenómenos de exclusión y marginaciónse incrementan. Los grupos de presión se hacen dueños del debatepúblico y son aquellos que poseen una mayor capacidad de presio-nar en defensa de sus intereses particulares, los que terminan con-figurando la orientación general de la sociedad y el estilo de lasposibles intervenciones del poderpolítico.Huelgadecirque en esosgrupos están bien representados los altos ejecutivos de las grandes

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derechos son respetados por todos. Por otra parte, la ciudadaníadebe tener otro sentido más subjetivo, el sentimiento de pertenen-cia a un grupo social, con cuyas costumbres, valores, ideas, pode-mos sentirnos más o menos identificados, pero que desde luegono nos resultan indiferentes. Se trata de sentirse reconocido y res-petado, pero también de sentirse parte activa de un grupo socialmás amplio, un grupo que va más allá de la familia, como comu-nidad primaria, y de la tribu o la etnia. Son vínculos afectivosindispensables para alcanzar un cierto equilibrio personal quequizá nunca fueron tenidos seriamente en cuenta por el interna-cionalismo cosmopolita que ha caracterizado desde sus orígenesa los movimientos políticos de izquierda. El círculo de vincula-ciones afectivas va ampliándose poco a poco conforme vamossintiéndonos cercanos a los problemas de otros seres humanos,hasta llegar a percibir de manera políticamente eficaz que tene-mos derechos y deberes ante todos los habitantes del planeta. Laloable aspiración de ser ciudadanos del mundo y de sentirse soli-dariamente vinculado con toda la humanidad es un objetivo quedebemos cuidar y mantener, aunque no resulta nada sencilloalcanzarlo. Quedarse estancado en el círculo más inmediato es unsemillero de estrechez de miras y xenofobia; pretender saltarseesos círculos inmediatos sin combinarlos e incorporarlos en pro-yectos más cosmopolitas, es un semillero de desarraigo social yfalta de compromiso solidario con ningún colectivo concreto,dando paso al sentimiento de muchedumbre solitaria que tantofacilita posteriormente el ascenso de nacionalismos reaccionariosque prometen devolver el arraigo y el sentido perdidos en el senode una muchedumbre solitaria.

En los tiemposmodernos se basó esa vinculación en lo que pode-mos llamar patriotismo nacionalista, muy propio y muy bien utili-zado por el bloque dominante en la configuración de los estadosnacionales. Seguir hablando de estados nacionales, configuradossobre una tradición histórica compartida y con valores culturales,lingüísticos e incluso étnicos coincidentes, en estos momentosempieza a carecer de sentido tanto por arriba como por abajo. Porarriba, pues los movimientos de integración transnacionales soncada vez más poderosos, como también lo son los intercambios detodo tipo y la facilidad con que se establecen comunicacionesentre culturas muy distantes y también muy distintas. Por abajo,

divergentes, renunciando, por tanto, al uso de la fuerza para impo-ner el propio punto de vista. La tercera opción plantea que el pro-ceso de búsqueda del sentido en una comunidad —como ya hemencionado anteriormente— es algo abierto siempre a la revisiónen una exploración constante, sensible a las exigencias de cadacontexto específico y dispuesta a aceptar las rectificaciones exigi-das por los problemas que vayan apareciendo.

Se trata, por tanto, de recuperar el coraje cívico que acompaña aese esfuerzo constante de donación de sentido al que nos convocala aspiración democrática, aceptando la pluralidad de sentidos yconcepciones del bien común que están en juego en una sociedad.Nada de eludir la confrontación restringiendo esos temas al ámbi-to de la vida privada y dejando la esfera pública bajo el control deleconomicismo propio del libre mercado. Más que en la resoluciónde conflictos, la primera tarea política debe centrarse en la cons-trucción de la comunidad o de un espacio público en el que todospodamos sentirnos acogidos a pesar de las divergencias; un espa-cio que nadie tenga que terminar abandonando porque no cumplelos requisitos exigidos por quienes se erigen en detentadores deuna supuesta voluntad colectiva; un espacio, en definitiva, del quenadie es excluido porque ni siquiera se atienden sus mínimas peti-ciones de reconocimiento. Por eso son tan importantes, comodicen las corrientes más comunitaristas en la actualidad, las insti-tuciones que tienden a producir cierta identificación de las perso-nas con esas mismas instituciones y con las demás personas quecomparten el mismo espacio público. Para poder avanzar en unademocracia, un ciudadano necesita sentirse de algún modo identi-ficado con un proyecto común y con las instituciones que intentanllevarlo adelante, de mismo modo que necesita reconocer que supropia identidad se relaciona estrechamente con ese proyecto.

Podemos decir que hay aquí algo de paradójico en las democra-cias. Por una parte, éstas son sociedades en las que se garantiza atodo ciudadano la posibilidad de llevar adelante su proyecto per-sonal, que en ningún caso tiene por qué identificarse con el pro-yecto que otros pretenden alcanzar. Ser ciudadano en este sentidoes un derecho fundamental a partir del cual se pueden ir articulan-do los demás derechos; al ser ciudadanos hay un conjunto de ins-tituciones que reconocen nuestros derechos individuales y quearticulan los mecanismos adecuados para garantizar que esos

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conflictos, como podemos observar, por ejemplo, en lo que ocurreen la Unión Europea o, más en concreto, en España, donde conflu-yen los tres procesos: integración en un marco más amplio, presen-cia de nacionalidades diferenciadas dentro de una nación másamplia, invasión del imperialismo cultural de Estados Unidos. Larémora de casi todas las propuestas sobre el tema es la dependen-cia que suelen tener de la experiencia histórica de los estadosnacionales, de tal modo que vinculan irremisiblemente la preserva-ción y crecimiento de las respectivas identidades culturales homo-géneas con la existencia de estados soberanos. Por ese camino esdifícil que tengamos un gran futuro. El reto, por tanto, consiste notanto en garantizar que se conserven las identidades respectivas,sino en conseguir que, basados en un diálogo constante entre iden-tidades y tradiciones muy diversas, se vayan buscando respuestascompartidas a problemas igualmente compartidos. Cada comuni-dad, cada tradición específica, debe reflexionar en cuál puede sersu aportación a la tarea política que, desde luego, no será la únicaque exista ni la única que haya que tener en cuenta.

La cuestión está, por tanto, en trabar la construcción de una iden-tidad comunitaria con los requisitos de autonomía y participaciónque son consustanciales con la democracia. Sólo de ese modo sepuede avanzar hacia una identidad compartida de ciudadanía, algomuy lejano y muy distintos a las identidades nacionalistas de mar-cado carácter reaccionario, independientemente de que sean reivin-dicadas por estados nacionales soberanos plenamente constituidoso por sociedades que aspiran a convertirse igualmente en estadossoberanos. El principio de autonomía nos remite más bien a lasconfiguraciones federalistas de la sociedad en las que las comuni-dades adoptan pactos de colaboración que implican compromisosmutuos y son permanentemente revisables, dejando además unmargen amplio de decisión para todas las entidades federadas. Separte de abajo arriba, es decir, desde los individuos que formanparte de una sociedad, quienes deben disfrutar de los mismos dere-chos y deberes en la comunidad política y debe disponer de liber-tad para determinar el estilo de vida que desean desarrollar.Reconocen desdeun principio que su libertad va a la par de la liber-tad de los demás y que son lo que son precisamente porque estándentro de una comunidad de la que no pueden en ningún caso pres-cindir. Mantienen, no obstante, esa capacidad de discusión y de

pues los potentesmovimientos migratorios están cambiando los ras-gos étnicos y culturales de muchos estados, tanto las migracionesque se dirigen de países empobrecidos a países con elevada rentacomo las que se producen entre países muy empobrecidos motiva-dos por guerras y enfrentamientos cruentos o simplemente por pre-siones demográficas. Ese doble proceso de transformación sin dudahace posible una revisión enriquecedora de un nacionalismo dema-siado provinciano y estrecho, que es el que, con marcado carácterreaccionario, ha estado presente desde los inicios de la RevoluciónFrancesa. Hay que contar, además, con el desarrollo de una culturahegemónica y homogénea mundial liderada por las grandes multi-nacionales y por el poder cultural desmesurado de los EstadosUnidos. Este último desarrollo tiene como consecuencia provocaruna aproximaciónentre culturasmuy lejanas,pero al mismo tiempovacía de sustancia esa ciudadanía subjetiva necesaria en una socie-dad democrática, pues reduce los ciudadanos a consumidores pasi-vos y acríticos en una sociedad del espectáculo y de lo efímero.

La democracia exige, como ya he dicho en diversos momentos,aceptar la participación en condiciones de igualdad de todos losciudadanos independientemente de sus condiciones concretas deexistencia (grupo étnico, lengua, religión, sexo...), por lo queintentar ligar esa ciudadanía con la posesión de alguna condiciónconcreta (algo típico de los estados nacionales clásicos), provocade inmediato fenómenos de exclusión y marginación. Ese tipo denacionalismo que confunde la reivindicación de una identidad pro-pia con el derecho de autodeterminación y que propone una iden-tificación entre pertenencia étnica y participación ciudadana,puede entenderse como fenómeno reactivo provocado por elmiedo que generan los procesos anteriormente mencionados, perodesde luego es intrínsecamente perverso. Todo intento de consoli-dar una indispensable ciudadanía subjetiva tiene que tener encuenta la insoslayable diversidad cultural, la diversidad de tradi-ciones culturales que se dan incluso en espacios geográficos redu-cidos. Debe aceptar esa diversidad no como una lacra que es nece-sario soportar, sino como una riqueza social y cultural que benefi-cia a los países que la poseen.Y debe también llevar adelante polí-ticas de protección, apoyo y reivindicación de las identidades cul-turales que, por ser minoritarias, corren más riesgo de terminardesapareciendo. La tarea es, claro está, bien difícil y plagada de

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la representación parlamentaria encuentra en esta necesidad decoordinación de largo alcance su justificación más aceptable, peroolvida que para cumplir los requisitos imprescindibles de unademocracia debe garantizar que las personas elegidas tienen queestarmuy próximas al modelo del mandatarioque se limita a garan-tizar que la voluntad de aquellos en cuyo nombre habla sea respe-tada y tenida en cuenta. Esos mandatarios tendrán igualmente laresponsabilidad de hacer llegar la comunidad de la que procedenlas exigencias e intereses de otras comunidades que están de igualforma presentes en esos órganos de coordinación superiores. Comoya he mencionado anteriormente, la rotación en los cargos de man-datario (representante o delegado) es una medida básica para evitarla consolidación de elites burocráticas que terminan apropiándoseindebidamente de la soberanía popular. Igualmente fundamental enestos procesos es la transparencia en la información, a la que debentener permanente acceso todas las personas involucradas.

La participación, no obstante, es algo difícil incluso para las per-sonas interesadas y no deja de ser frecuente el fenómeno ya alu-dido con anterioridad: la servidumbre voluntaria y la dejación dela propia responsabilidad. No todo el mundo quiere participar entodo y todo el tiempo y, mientras las condiciones no sean muynegativas, muchas personas están dispuestas más bien a obedecery seguir las directrices marcadas por quienes ejercen el poder. Esono quita para que deje de constituir el baremo que nos permiteevaluar el nivel de democracia que existe en una sociedad; cuan-to mayor sea la participación, más sólida y productiva será la vidapolítica de una sociedad. Convivir con súbditos pasivos puedefacilitar las tareas de quienes desean conservarprivilegioso inclu-so de quienes quieren modificar las reglas del juego para, posible-mente sin pretenderlo, terminar poniéndose en el lugar de los pri-vilegiados contra los que luchaban; sin embargo, la actividadpolítica será mucho más pobre y no se alcanzarán esos objetivosde libertad, igualdad y fraternidad que se buscan en las democra-cias. Por eso son tan importantes las prácticas educativas quedesde la infancia acostumbran a las personas a asumir el protago-nismo de sus propias vidas y a intervenir en las redes sociales einstituciones en las que se encuentran. Resultan imprescindibleslas políticas encaminadas a apoyar el asociacionismo de la gente,en agrupaciones o grupos en los que se discute y se actúa acerca

decisión sin la cual dejarían de ser ciudadanos de pleno derecho.Dada la fragilidad de esta autonomía, de manera constante hayque revisar si se cumplen las condiciones que la hacen posible yasegurar que no se priva a las personas de las capacidades e ins-trumentos sin los que no podrían intervenir en condiciones deigualdad junto a las demás personas.

El ejercicio de la autonomía participativa es algo que debe seraprendido desde la infancia y que sólo se aprende y conserva entanto que se ejerce. Las personas que forman parte de la comuni-dad tienen que poder participar directamente en el ámbito próximode su vida cotidiana, y de ahí la enorme importancia de experien-cias actuales, como puede ser la de Porto Alegre, de elaboraciónparticipativa de los presupuestos municipales. El mismo sentidotienen las fecundas experiencias desarrolladas tanto en países delcentro, como puede ser el caso de la acción en barrios deprimidosde distintas ciudades de Estados Unidos, como en zonas empobre-cidas de países de muy baja renta personal, como podrían ser elcaso de Villa El Salvador en Perú o de muchos proyectos gestiona-dos por organizaciones no gubernamentales. Eso significa que unademocracia debe garantizar que todas las decisiones que puedenser tomadas en un nivel cercano al de la vida diaria no sean toma-das en centros de poder alejados de quienes luego van a sufrir lasconsecuencias. Esta proximidad es la que refuerza el sentido departicipación y evita la tendencia de las personas a delegar en otras,bien porquesienten la inutilidad de sus esfuerzos bien porquese lespriva de la capacidad de decidir. Cuanto más democrática es unasociedad más tiende a difuminar el ejercicio del poder, a descentra-lizarlo para que no sólo puedanparticipar los ciudadanos, sino tam-bién puedan controlar la ejecución de las decisiones tomadas ypuedan ver recogidas sus aspiraciones en la agenda de temas quees objeto de deliberación en la comunidad.

Sin duda alguna, cuando el ámbito geográfico al que hacen refe-rencia las decisiones es más amplio, se hace necesario una articula-ción de la participación que ya no puede ser directa y que exige laelección de personas que puedan hacer fluir la discusión política dearriba abajo y de abajo arriba. Es decir, desde la participación a piede calle hay que hacer llegar las resoluciones, acuerdos o peticio-nes,a instanciasde coordinación superioresen las que estánpresen-tes los intereses de otras comunidades distantes. La idea inicial de

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atentará contra las conquistas democráticas que se puedan haberproducido en otros ámbitos. La democracia es una aventura en elsentido de que se apuesta por compartir un proyecto de futuro contodas las personas que nos rodean, a las que se considera y tratacomo libres e iguales, proyecto que tiene como condición previa ycomo objetivo permanente el que esa libertad y esa igualdad seanalgo real y no puramente formal.

3. Los movimientos ecologistasLa relación de los seres humanos con la naturaleza que los

rodea ha tenido desde el origen unas características algo especia-les. Por un lado, somos parte de esa naturaleza, hemos aparecidocomo una especie más entre las numerosas que nos han precedi-do y las que comparten con nosotros la misma época de existen-cia. Son muchas las pautas de comportamiento que tenemos encomún con el resto de los seres vivos y de forma especial con losanimales más cercanos a nosotros en la escala evolutiva. Por másque lo queramos, nunca dejaremos de ser parte de la tierra, lo queimplica, claro está, que no podemos saltarnos las reglas del juegoque dominan en la naturaleza a no ser que busquemos la autodes-trucción. Al mismo tiempo, sin embargo, la aparición de nuestraespecie significó una modificación de alto calado; por primeravez una especie estaba dotada de unas capacidades que le hacíanposible modificar el medio ambiente en el que se encontraban.Sin ninguna dotación física importante, excepto nuestra mano,nuestro cerebro y nuestras relaciones sociales, nuestros antepasa-dos abrieron la posibilidad de modificar las condiciones delmedio ambiente cuando éstas no les resultaban del todo favora-bles. El control del fuego, la fabricación de instrumentos de caza,el vestido o la construcción de viviendas (todo en conjunto, yalgunas cosas más) son buenos ejemplos de cómo hacer frente asituaciones adversas y salir adelante.

El hallazgo evolutivo fue notable y permitió a la especie dotadacon él convertirse en un auténtico éxito adaptativo. Reducida enprincipio a unas zonas muy favorables de África (según todos losdatosdisponibles en la actualidad), la especie humana, gracias a esacapacidad de transformación del medio ambiente, fue extendiéndo-se por todo el planeta, hasta convertirse en una de las pocas espe-cies que está presente en todas partes, en un proceso de expansión

de los problemas políticos, sociales, culturales o económicos dela sociedad. Y también lo son todas las experiencias de acciónsocial en las que se invita a la gente a participar en todo el proce-so de deliberación y toma de decisiones, pues la participación esalgo que sólo se puede aprender participando. Se trata entonces defomentar las reuniones públicas en las que la gente habla y discu-te sobre las cuestiones que les importan, contrastando diferentesopciones y puntos de vista. Se trata igualmente de promover esaconversación comunitaria permanente, sin exigir que rápidamen-te se tomen decisiones mediante el voto que termina imponiendola voluntad de la mayoría sobre la minoría. Es necesario impulsarla celebración de referéndums, precedidos por amplios debates yabundante información, en los que la gente pueda igualmenteexpresar su opinión sobre temas susceptibles de discusión.

La democracia, en definitiva, implica confiar en la capacidad dela gente para asumir un protagonismo completo en sus propiasvidas. Implica la aceptación del riesgo de atreverse a pensar, deci-dir y actuar por uno mismo. Da por supuesto que los seres huma-nos no somos individuos aislados, egoístas compulsivos, sino per-sonas sociales para las que la comunidad no es algo en ningúncasosuperfluo. Acepta como un reto la ausencia de una fundamenta-ción definitiva y absoluta de las normas que rigen el comporta-mientode los seres humanosy reconoce que esas normas sólo pue-den ser el resultado, siempre revisable, de las decisiones tomadasen común después de una deliberación comunitaria.Admite que elobjetivo básico, la primera y última tarea que es necesario resol-ver, es dotar de sentido a la propia vida y a la vida en comunidad,discutiendo sobre las cuestiones que realmente importan a losseres humanos y contando con la pluralidad de puntos de partida,tradiciones culturales y proyectos de convivencia. Reconoce queel método básico para la resolución de esos proyectos antagónicoses la discusión libre entre iguales, renunciando al uso de la fuerzapara imponer un sentido muy concreto y preciso de la vida políti-ca; la pluralidad y diversidad son el caldo de cultivo para la crea-tividad y la riqueza en la vida social de los seres humanos. Exigeademás que los principios democráticos se extiendan a todas losámbitos de la vida social, pues desde el momento en que en algu-nos de ellos no se admitan los principios básicos que vengo expo-niendo, existirá un déficit democrático que de una manera u otra

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parte, por estas peculiares y difíciles equilibrios ecológicos. Unpequeño hongo importado encontró un nicho ecológico formida-ble en las patatas irlandesas; pero el éxito del hongo supuso lahambruna más brutal de la historia de Irlanda y el éxodo masivode la población. La llegada a Estados Unidos pudo ser absorbidadado que se trataba de un continente todavía poco poblado; losantiguos aborígenes ya habían desaparecido —en muchos casos,aniquilados— por las oleadas anteriores de inmigrantes europeos.

Lo que relato de Europa se puede contar de otros países y épo-cas. En estos momentos, uno de los factores decisivos en el efectoinvernadero lo constituye la deforestación que realizan poblacio-nes de países pobres, en especial subsaharianos, al utilizar la leñacomo combustible, del mismo modo que ya lo habían hecho loseuropeos hace siglos. Los africanos, presionados por las penuriasy escasez, provocadas entre otras cosas por el aumento de la pobla-ción, emplean todos los recursos que pueden para introducirse enEuropa, un continente que dispone de muchos recursos; se tratauna vez más de un poderoso movimiento migratorio de largoalcance, parecido al protagonizado por Europa entre lo siglos XVI

y XIX, aunque el actual es mucho más dramático que el que pade-cieron nuestros antepasados europeos, entre otras cosas porque noencuentran una población indígena desprotegida como la quehabía en América a la que se puede reducir, utilizar o aniquilar.

3 a. Los límites del equilibrioSi bien ha sido en la segunda mitad del siglo XX cuando ha cre-

cido exponencialmente la conciencia ecológica y han surgidoorganizaciones dispuestas a defender el medio ambiente, es posi-ble rastrear la conciencia ecológica ya en el siglo XIX. En ciertosentido, en una novela como Frankenstein, ya en los albores de lagran revolución científica y técnica iniciada en el siglo XVIII, seplantea cuestiones profundas sobre la legitimidad moral de lacapacidad del ser humano para modificar la naturaleza. Un enfo-que totalmente diferente de esa preocupación, aunque desde laperspectiva demográfica, es el ofrecido por Malthus. La tradiciónanarquista se mostró igualmente muy receptiva ante estos proble-mas y elaboró propuestas teóricas y acciones prácticas en diver-sos ámbitos que van desde el naturismo, el neomalthusianismo yel urbanismo social y ecológico. Lo interesante de la propuesta

que, si bien muy lentamente al principio, fue acelerándose poco apoco hasta llegar al brutal saltocuantitativo del último siglo. El pri-mer gran salto es el que se conoce como revolución neolítica: laagricultura y la ganadería permitieron el nacimiento de grandescivilizaciones. Conviene tener esto muy en cuenta: la capacidad dedomesticar animales y un modesto control del nacimiento y creci-miento de las plantas abren la puerta a que se incremente el núme-ro de individuos que engrosan la especie humana. Se establece asídesde el origen una relación asimétrica entre la naturaleza y unaparte de esa misma naturaleza, los seres humanos. Éstos son capa-ces de ejercer un cierto dominio o control sobre el resto, que ponenal servicio de su propio crecimiento como especie. Ya no dependende la caza o de la recolección, lo que los haría vulnerables a la des-aparición de los recursos en una zona, sino que producen lo queanteriormente cazaban y recolectaban. A diferencia de otras espe-cies, la humana muestra un talento más aguzado para sobrevivircuando el nicho ecológico, el medio ambiente en el que está, sedeteriora por causas variadas.

La relación de los seres humanos con su medio ambiente ha sidobastante compleja desde el principio. Cuando la Tierra estabaescasamente poblada, la solución a los problemas se alcanzabacon cierta facilidad, aunque con importantes consecuencias parael medio y para los mismos seres humanos. Si nos centramos enel caso europeo a modo de ejemplo, en la Edad Media se talaronnumerosos bosques para poder dedicar el terreno a los cultivos yconseguir leña con la que producir energía, medida que fue exigi-da por el incremento de la población, pero que a un tiempo lofavoreció.El impacto ecológico fue notable y puede darse por ter-minado en el siglo XVII cuando en Inglaterra ya no quedan bos-ques y se empieza a recurrir al carbón como fuente de energía. Latala de bosques permitió aumentar los terrenos roturados y cubrirlas demandas de una población que pudo crecer e incrementar sunivel de vida; la población aumentó notablemente a partir delsiglo XI, lo que provocó un exceso de población, con la consi-guiente escasez de recursos, exceso resuelto con la emigración delos europeos que se lanzaron a la conquista de nuevos territorios.América fue la válvula de escape para quienes, en siglos posterio-res, constituían un excedente de población. La gran emigraciónirlandesa a Estados Unidos en el siglo XIX fue provocada, en gran

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universo, aunque sí lo somos para nosotros mismos y actuamosmuy de acuerdo con la naturaleza de la que formamos parte cuan-do nos preocupamosde nuestra propia subsistencia y buscamos lapropia expansión biológica.

El problema además es especialmente grave porque, comocomentaré más adelante, el modelo de sociedad dominante es unobasado en el consumo desmedido e irracional, lo que nos lleva asubrayar que no todos están esquilmando del mismo modo losrecursos naturales por lo que las propuestas para recuperar uncierto equilibrio ecológico deberán ser distintas dependiendo deltipo de problema al que debamos hacer frente. Carece de sentidoponer en el mismo rasero a los campesinos de la zona subsaharia-na y a los conductores de los grandes suburbios de EstadosUnidos cuando intentamos paliar las posibles consecuenciasnegativas del efecto invernadero. Ambos producen cantidadesingentes de CO 2, pero en un caso se trata de encontrar modelosalternativos de producción de energía para atender a las necesida-des básicas de la población y en el otro caso se trata de las conse-cuencias de un modelo de vida altamente discutible por haberidentificado la vida buena con un elevado e innecesario nivel deconsumo. Sin duda, todo el mundo debe modificar hábitos decomportamiento muy arraigados, pero en unos casos supondrá unrecorte drástico en el consumo energético y en otros casos lonecesario será incrementar ese consumo, aunque buscando fuen-tes de producción alternativas.

Un segundo elemento que se sitúa en el origen de los movimien-tos ecológicos contemporáneos es una creciente empatía con elmundo natural. La conservación de la naturaleza es un objetivoprioritario en muchos casos. Cuando se lucha contra la construc-ción de un nuevo embalse o de una nueva urbanización o campode tiro, uno de los argumentos más utilizados es el impacto en elmedio ambiente, aspecto que es decisivo cuando está en juego lasupervivencia de una especie en peligro de extinción. La prolife-ración de reservas ecológicas o de parques naturales, en especialen países altamente desarrollados, es una respuesta a este afán depreservar un medio ambiente que se nos escapa de las manos. Esla nostalgia de una naturaleza todavía no modificada por la manohumana, el mito del buen salvaje que tanta fuerza tiene en el ima-ginario de las sociedades industrializadas. La urbanización es un

anarquista en su origen es la vinculación que estableció entreluchas contra el capitalismo, luchas ecológicas y feminismo, per-geñando el marco global de lo que aquí llamo ecologismo social.Lo que entonces no era más que un comienzo de problemas eco-lógicos que había que afrontar, con el tiempo se ha convertido enuna conciencia creciente de la amenaza que padece el equilibrioecológicodel que dependemos. Tras algo más de 200 años de des-arrollo industrial sin precedentes en la historia de la humanidad,lo que parece un hecho incuestionable es que la Tierra está llegan-do a límites máximos de población, aunque no resulta nada sen-cillo decidir dónde se puede situar el tope, entre otras cosas por-que el límite máximo depende de cómo se plantee la producciónde riqueza que los seres humanos necesitan para sobrevivir ycómo se entienda esa riqueza necesaria.

En contra de lo que suele predicar el consumismo actual, nuestrasnecesidades no son ilimitadas, como tampoco lo son los bienes quepueden satisfacer esas necesidades. Este crecimiento enorme de lapoblación ha provocado por sí mismo una crisis ecológica de pri-mera magnitud, con efectos que no se podían prever con anterio-ridad en gran parte por falta de conocimientos sobre los delicadosmecanismos que regulan el equilibrio ecológico. La concienciaecológica, que ha movilizado a sectores muy importantes de lapoblación, ha sido provocada directamente por los riesgos quesupone un crecimiento continuado de habitantes y un agotamien-to de los recursos de que se disponen para atender a las necesida-des básicas de todas esas personas. Es urgente hacer algo antes deque los daños sean irreparables e irreversibles. El centro de inte-rés en este caso es profundamente antropocéntrico: hay que cui-dar mejor la naturaleza porque en ello se nos va nuestra vida y lade nuestros descendientes. De hecho, la desaparición de la espe-cie humana como consecuencia de su propio crecimiento desme-surado es algo irrelevante para el ecosistema formado por laTierra; a quienes sí importa, y mucho, que no se quiebre el equi-librio de forma irremediable es a los propios seres humanos. Otrasespecies desaparecieron antes y otras desaparecerán después;grandes desastres ecológicos, como el que provocó la extinciónde los dinosaurios, dieron paso a nuevas y diferentes formas devida en un proceso incesante de equilibrios y desequilibrios eco-lógicos. En este sentido, los seres humanos no somos el centro del

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recogiendo qué es lo que se puede y lo que no se puede hacer conellos. Aunque de forma impropia, pues los animales difícilmentepueden llegar a ser sujetos de acción moral, hablamos constante-mente de los derechos de los animales y algunos movimientosque han surgido en defensa de estos derechos se muestran espe-cialmente virulentos. Que los animales tengan derechos es algoque se puede poner seriamente en duda; que los seres humanostengamos deberes que es necesario cumplir cuando tratamos conlos animales o con la naturaleza en general, es algo sobre lo queno caben muchas dudas.

Más allá de los animales, este proceso de ampliación de los dere-chos (de animales) y de los deberes (de los seres humanos) pareceque está llegando en estos momentos a hacer referencia a la natura-leza como un todo, lo que lleva con frecuencia que se contempleesa misma naturaleza de un modo bastante antropomorfo. Dotadade un cierto “alma” o “espíritu” universal, es todo el conjunto de loexistente y no sólo los seres humanos lo que merece nuestro respe-to y veneración porque estamos profundamente unidos a ello ymantenemos vínculos indisolubles. Como decía en el apartadoanterior, las sociedades democráticas actuales parecen basarse en laapuesta porque no existen normas ni fundamentos exteriores a losmismos seres humanos y que éstos deben elaborar libremente suspropias leyes. En cierto sentido, parece como si esta versión algoextrema de la naturaleza o la Tierra, como un todo que impone susleyes, no fuera más que la búsqueda de un nuevo referente externo,de algo distinto a nosotros mismos los humanos, que pueda servir-nos de fundamento para imponer unos límites a la acción humana.Éste es un enfoque muy discutible.

3 b. Ecologismo místico, ecologismo socialEstas últimas reflexiones tienen un interés crucial para nuestro

tema. Sin duda forman parte del núcleo que sostiene el poderosoe innovador movimiento ecologista en la actualidad, aunque noen todos los grupos con el mismo nivel de importancia. Parececlaro que se trata de establecer unas relaciones diferentes con lanaturaleza de la que formamos parte y eso se sustenta en unamanera también distinta de comprenderla. Ahora bien, algunosmovimientos ecologistas radicales parecen quedarse ahí, o ponerel centro de sus preocupaciones en esa unión “espiritual” con la

proceso imparable, pero con ella se va alejando más el contactodirecto con la naturaleza, entendida ésta como algo más bienidealizado que no ha padecido todavía la invasión transformado-ra de la especie humana. Nada hace prever en el futuro un retro-ceso en ese proceso de concentración de los seres humanos enciudades, en las que pueden encontrar una serie de ventajas queconsideran importantes para su supervivencia y para una vidadotada de ciertas comodidades asociadas con lo que podemosentender por bien-estar, o bien-vivir. De ese modo los habitantesde las ciudades exigen la preservación de zonas “salvajes” a lasque poder acudir de vez en cuando para compensar las carenciasque toda vida urbana lleva consigo; si bien es cierto que una ciu-dad no es un producto menos natural que lo es la presa de los cas-tores o los hormigueros de las termitas, no podemos librarnos dela sensación de que los castores se han mantenido respetuosos conla naturaleza y los humanos no. De ahí que, como si de olvidaruna culpa originaria se tratara, queramos volver al “campo”, almenos los fines de semana o, en último extremo, pintar de verdelas ciudades para que no se pierda completamente el vínculogenuino con los ecosistemas no humanizados.

Por otra parte, hay algo más profundo y quizá más interesanteen ese creciente respeto a los animales y la naturaleza en general(bosques, montañas, ríos...). Hemos empezado a sentir un apreciomás acentuado por ellos del que hasta estos momentos habíamossentido, y ese sentimiento se ha convertido en algo genuinamen-te moral: simpatía (sentimos con sus sentimientos) y empatía (nosponemos en su lugar). En el caso de los animales, este cambioparece especialmente claro; nuestro conocimiento creciente desus costumbres y sus características nos han hecho ver en ellosseres no tan distantes de nosotros pues tienen capacidad de pen-sar y razonar y, más aún, tienen sentimientos que van más allá dela mera capacidad de padecer dolor y sentir placer. De ahí elrechazo que algunos —afortunadamente cada vez más— mani-fiestan a todo sufrimiento infligido a un animal, más aún si setrata de un sufrimiento desmedido o innecesario como el quepadecen los animales en las granjas industrializadas o los que sonmatados para producir lujosos abrigos de piel. De ser meros obje-tos que están ahí para nuestro uso y consumo, los animales pasana ser objetos de la actuación moral humana y las legislaciones van

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problemas personales y más todavía a quienes intuyen que los pro-blemas son también sociales. Frente a esa corriente es importanteperfilar con más detalle y reivindicar la enorme importancia quetodos los grupos que se mueven en la esfera de lo que denomino elecologismo social están teniendo en estos momentos para ponerfreno a un modelo de desarrolloy de organización social claramen-te destructivo. Para el ecologismo social (un claro ejemplo enEspaña podría ser Ecologistas en Acción) está claro que es impres-cindible y urgente reestructurar a fondo todo el sistema de relacio-nes con la naturaleza porque corremos un serio riesgo de agota-miento de recursos que amenace gravemente nuestra subsistencia;eso, no obstante, resulta insuficiente pues pueden darse solucionesa esos problemas que agraven todavía más el equilibrio ecológicode la especie humana, entendido éste en su sentido más genuino. Yes eso lo que quiero precisar a continuación.

La primera observación que es necesario realizar es que nosenfrentamos a un problema que ante todo y sobre todo es de tiposocial.El medio ambiente humano siempre ha sido social, es decir,un ambiente en el que el problema principal ha consistido en laorganización de la convivencia de tal manera que todas las perso-nas encuentren el modo de llevar adelante sus proyectos persona-les sin que eso suponga el empobrecimiento de quienes están a sulado. El problema al que resulta urgente hacer frente en estosmomentos no es en absoluto al riesgo de desaparición de especies,o a los peligros derivados de la superpoblación —aunque tambiénson problemas importantes—, sino el problema derivado de unaconfiguración específica de la explotación de los recursos natura-les impuestas por el sistema capitalista en su variante neoliberalextrema más actual. Nos encontramos en estos momentos someti-dos por un sistema de organización social que se centra de formacasi exclusiva en la obtención de beneficios, cuantos más y másrápidamente mejor, entendiendo además los beneficios en su tra-ducción monetaria: el incremento del precio de las acciones en lasbolsas de todo el mundo es casi el único objetivo que se proponenobtener quienes manejan las claves del sistema. Si resulta necesa-rio para conseguirlo arrasar zonas naturales y,peor todavía, comu-nidades humanas enteras, eso no resulta un problema excesivo.Esa lógica es la que exige la deforestación de la Amazonia, pasan-do por algo el grave riesgo que esto supone para la preservación

naturaleza. En muchos casos terminan convirtiéndose en movi-mientos pseudomísticos, tan ajenos a las causas sociales de lasalteraciones del medio ambiente como elitistas en el momento deproponer soluciones. Algún autor los ha denominado (con bastan-te acierto) ecofascistas, recordando con cierta ironía que una de laslegislaciones más avanzadas en protección de los animales fue laelaborada por la Alemania nazi en la década de los 30. Partiendode un supuesto válido e interesante marran tanto en los objetivosbuscados como en el análisis de las causas. En sociedades alta-mente tecnificadas, los seres humanos echan en falta creenciasprofundas que les proporcionen alguna orientación en su esfuerzopor dotar de sentido a la vida y al mundo al que pertenecemos.Hasta no hace mucho eran proporcionadas por las religiones domi-nantes, en general el cristianismo en alguna de sus manifestacio-nes, pero ahora han perdido fuerza y capacidad de marcarel rumbode la vida humana. Eso hace que la gente se vuelva hacia las pro-puestas que, mejor o peor, puedan servirles de punto de referencia,en las que se apoyarán para reconstruir su existencia. Otros rasgosde la sociedad actual, como pueden ser el individualismo, la com-petitividad desaforada o la globalización acelerada que pone encuestión las señas de identidad inmediatas, refuerzan aún más estanecesidad de hallar un refugio espiritual. Basta con escuchar algu-na de las piezas musicales del entorno de lo que se denomina newage, o buscar en los anaqueles de las librerías especializadas(incluso de los grandes almacenes) para detectar ese peculiar bati-burrillo de naturismo, aromaterapia, sonidos de ballenas, cartasastrales y manuales para alcanzar el equilibrio espiritual y la plenarealización personal. Cuando todo eso se une en propuestas cohe-rentes, nos encontramos ante movimientos “ecologistas” quepodemos considerar claramente negativos; no resulta difícil entodo caso distanciarse de esos grupos, si bien su mensaje terminaempapando a todo el mundo de la reivindicación ecologista, lo queexige un mayor esfuerzo de discernimiento si queremos evitar elriesgo de terminar reduciendo la ecología a aquello que los clási-cos llamaban opio para y del pueblo.

El ecologismomístico se alejadel blanco en todoslos sentidos. Seequivoca al señalar cuáles son los verdaderos problemas a los quedebemos hacer frente; elige unos métodos de luchasocial erróneos;y defrauda a quienes van buscando en su seno una solución a sus

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Enfocado desde esta perspectiva el problema ecológico actual,pasa a primer plano como auténtica hecatombe ecológica, porponer un ejemplo significativo, la descomposición de las redessociales provocada por una acelerada fragmentaciónque ahonda elabismo entre quienes poseen de todo y quienes caen el pozo de laexclusión social. El caso de la deuda externa es paradigmático. Entérminos absolutos, el país más endeudado del mundo es EstadosUnidos, pero en su caso el endeudamiento es un mecanismo per-verso que permite detraer recursos de todo el planeta para finan-ciar un modo de vida basado en el despilfarro más obsceno, si bienno toda la población del país se beneficia, ni mucho menos, deesos niveles de consumo. Los países más empobrecidos sufren deotra manera el problema del endeudamiento; una vez que han sidoatrapados por las redes financieras internacionales, parece como sisu destino fuera hundirse cada vez un poco más en el pozo de ladeuda, a cuya financiación tienen que dedicar la mayor parte desus recursos, abandonando cualquier proyecto de consolidación deunas infraestructuras sociales eficaces y solidarias. Dejado a suspropias leyes de funcionamiento, una forma plausible de recupera-ción del equilibrio ecológico sería dejar que la miseria diezmara lapoblación, algo que ya está ocurriendo en parte. De ese modo, dis-minuirían los riesgos de sobrepoblación, así como los de conflic-tos sociales derivados de una lucha desesperada por acceder arecursos decrecientes de supervivencia. Se evitaría igualmente elriesgo derivado de los movimientos migratorios masivos de quie-nes intentan acceder al mundo más enriquecido para encontrar unmodo de subsistencia, aunque sea pasando por condiciones labo-rales cercanas a la esclavitud. Una epidemia como el SIDA puedecontribuir a acelerar la “solución final”. No sería sorprendenteenterarnos algún día de que en ciertos círculos se tiene esta visiónpositiva de la situación del África subsahariana.

El ejemplo es, sin duda, algo tremendista, pero no demasiado ale-jado de la realidad. Los agujeros negros (por utilizar la expresión deCastells) de la exclusión social son auténticos sumideros quedemuestran con claridad la dimensión social de los problemas eco-lógicos que acosan a los seres humanos. Por un lado, indican lasdificultades que tenemos en estos momentos para atender a lasnecesidades de toda la población; al mismo tiempo muestran contoda claridad que esas dificultades son de tipo social, económico y

de una zona vital en la preservación de la capa de ozono y, lo quees aun más grave, pasando por encima de los cadáveres de laspoblaciones indígenas, pues respetarlas supondría retrasar laexplotación de los recursos, con grave quebranto para la cuenta deresultados de las compañías multinacionales (o sólo nacionales).No cabe la menor duda de que existe un profundo vínculoentre lasdos formas de destruir el equilibrio ecológico, pues la subsistenciade las poblaciones indígenas depende de que no se altere drástica-mente el ecosistema al que están adaptadas. El vínculo es todavíamás claro en la medida en que en el fondo se trata de que el mode-lo de producción y de relaciones sociales actuales se basa en laconversión de todo, seres humanos incluidos, en mercancía, cuyoprecio debe quedar establecido en valores monetarios.

Los ejemplos se pueden multiplicar haciendo ver que no es posi-ble una comprensión adecuada de los problemas medioambientalesy ecológicos en general si prescindimosde su dimensión social, eco-nómica y política. Los transgénicos pueden ser peligrosos por ame-nazar la diversidad biológica, pero lo son aún más por la posibilidadde incrementar el control de la producción de alimentos porun redu-cidonúmero de empresas, escasamente interesadas en innovacionestécnicasy científicasqueno aumentensu poder y susbeneficios. Porotra parte, se nos presentan como un nuevo procedimiento parapaliar el hambre en el mundo, cuando en estos momentos más bienhay excedentes alimentarios y las hambrunas se deben a problemassociales y políticos, nunca a problemas de escasez. Algo similar sepuede decir del riesgo evidente que provoca la energía nuclear,como quedó bien claro incluso para los escépticos más recalcitran-tes tras el accidente de Chernobil. Es toda una forma de entender laproducción y control de la energía lo que constituye una amenazaseria para la supervivencia de la especie humana en condiciones decalidad de vida satisfactoria. La energía nuclear lleva consigo unasociedad más jerarquizada en la que la obsesión por el control y laseguridad ponen en grave riesgo principios sustanciales de la convi-vencia democrática. La jerarquía predomina sobre la igualdad; laseguridad pasa por encima de la libertad; la opacidad en la informa-ción y en la toma de decisiones supera con creces la necesidad detransparencia; el dominio de los expertos, al serviciode los que real-mente deciden, acaba con las posibilidades de una genuina partici-pación de los interesados en aquellos asuntos que les conciernen.

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un mundo en el que la movilidad de las personas es enorme. Escierto, también, que la eficaz intervención de algunos grupos deEstados Unidos poniendo sobre la mesa la vergonzosa actitud delgobierno obligó a ceder, mostrando una vez más que determinadasactuaciones sólo pueden prosperar si son llevadas a cabo a espal-das del conocimiento de los ciudadanos. Por si acaso hiciera faltaun segundo ejemplo, basta con dedicar alguna atención al enfoqueque se está dando al serio problema de la inmigración en la UniónEuropea y en los países de donde proceden esos inmigrantes, porno hablar ya de la voz de los propios inmigrantes que aceptan unascondiciones despiadadas para eludir la miseria sin esperanza nifuturo que asola sus lugares de origen.

Es cierto, por tanto, que viajamos todos en un mismo barco y esova a permitir sin duda que se aceleren los enfoques más globaliza-dores. Pasos interesantes se van dando, sobre todo porque algunasde las catástrofes ecológicas más importantes, como fue el caso dela de Chernobil, afectan a países alejados del lugar donde se causa-ron los destrozos. También pueden servir de ejemplo los esfuerzosrealizados para alcanzar acuerdos internacionales que limiten laemisión de clorofluocarbonados a la atmósfera, así como la estre-cha cooperación científica internacional para analizar el problemaacuciante del efecto invernadero. El ejemplo de la destrucción de lacapa de ozono es quizás uno de los más claros. Al ser un riesgo queamenaza absolutamente a todo ser vivo y contra el que no hay pro-tección local posible, los acuerdos han llegado mucho más pronto,aunque todavía no está resuelto definitivamente el problema. Noobstante, no debemos ser excesivamente optimistas; incluso cuan-do las amenazas son reales y pueden afectar a todo el mundo, elafán de codicia y de obtención de beneficios, abaratando costos eincrementando ventas, puede ser demasiado fuerte y llevar aemprender aventuras desgraciadas. El mal de las vacas locas es unbuen ejemplo de lo que digo; la difusión e implantación de lostransgénicos sin excesivos controles ni regulaciones es otro ejem-plo bien claro de la tendencia a hacer de aprendices de brujo.

Más discutibles resultan aquellos acuerdos mediante los cualesdeterminados países tropicales reciben unas subvenciones eco-nómicas para compensarlos de las renuncias que aceptan al dedi-car amplios terrenos al crecimiento de bosques que permitanabsorber las emisiones de dióxido de carbono que provocan el

político. La exclusión no se distribuye de forma geográfica clara,como pretende engañosamente inducir la terminología al uso delNortecontra el Sur; bolsas de exclusión existen en todos los países,aunque, eso sí, con diferentes niveles de destrucción social y perso-nal. Es más, son posiblemente las zonasurbanas aquellas en las queel equilibrioecológico está sumamente amenazado por la presenciade capas sociales severamente empobrecidas. Al mismo tiempo,esos agujeros negros ponen de manifiesto la falacia subyacente enla comparación de la Tierra con una nave que camina por el univer-so y en cuya preservación están interesados todos los viajeros. Escierto que existen problemas que afectan a todos los viajeros, perono los afectan a todos de la misma manera y no todos contemplanlas mismas soluciones para dichos problemas. Las dificultades dellegar a acuerdos acerca de la reducción de las emisiones de CO2 ala atmósfera lo ponen de manifiesto. Para algunos se trata de unproblema que podrá afectarlos seriamente a medio o largo plazo,modificando profundamente el espacio geográfico en el que ahoraviven. Otros, sin embargo, no perciben esa amenaza y confían enque a ellosno los afectará de manera seria; a lo mejor, todo se redu-ce a modificar el destino de sus vacaciones o a trasladar algunasfactorías a países menos afectados por el cambio.

3 c. Ecologismo para los pobres, ecologismo para los ricosEso debe quedar claro; no todo el mundo ve los problemas de la

misma manera; para el África subsahariana el problema del SIDAes una cuestión de estricta supervivencia; para las multinacionalesy para el gobierno de los Estados Unidos fue, un primer momen-to, un problema de controlar los derechos de propiedad de loslaboratorios que producen los medicamentos adecuados y desdeesa perspectiva orquestaron durísimas maniobras de presión sobreel gobierno de Sudáfrica. En la actualidad sigue siendo una cues-tión de pura supervivencia para unos mientras que los otros hanvariado su posición y perciben la situación como un problema deseguridad nacional, lo que nos permite suponer que las solucionesserán diferentes según el enfoque que se dé del problema. Y estedetalle es importante: la modificación de la actituddel gobierno deEstados Unidos no se ha debido a ninguna toma de concienciasobre la mortal epidemia en África, sino por las consecuencias quedicha epidemia podría tener para la seguridad de su propio país en

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más contaminantes. Algo parecido ocurre con un bien escaso enmuchas zonas del planeta, el agua potable; es un claro ejemplo dela posibilidad de alcanzar soluciones profundamente injustas, conclaras pérdidas humanas en algunos sectores de la población. Eneste caso, además, el problema adquiere dimensiones políticas,siendo habitual el recurso a todos los medios de presión posibles,incluido los militares, para alcanzar un reparto del agua favorablea los intereses de determinados gruposy perjudicial para otros gru-pos. No es fácil llegar a entender completamente el conflicto entrepalestinos e israelitas sin tener en cuenta la batalla que allí se estálibrando por el control del agua. Sin llegar a extremos tan dramá-ticos, el famoso Plan Hidrológico Nacional elaborado para Españaes un ejemplo modélico de la complejidad de los problemasmedioambientales y de su íntima conexión con específicas pro-puestas de desarrollo económico y social.

Los actuales movimientos ecologistas que enfocan el problemadesde esta perspectiva más globalizadora, en la que la dimensiónsocial y política de los problemas pasa a primer plano, son los queno sólo muestran una mayor capacidad de análisis de la realidadsino también proponen modelos de organización y acción socialmás sólidos y coherentes. Si nos fijamos en luchas como la queestán llevando adelante los habitantes del estado de Karnataka, loscampesinos mapuches en Bio Bio o quienes en España se oponencontra la presa de Itoiz es fácil constatar cómo señalan claramentela raíz económica y política de las amenazas de destrucciónde todauna zona, cuyos habitantes ven sus condiciones de vida gravemen-te amenazadas. El caso de los campesinos del valle de Karnataka,por tomar tan sólo un ejemplo, puede ser paradigmático. Se tratade un movimiento socialorientado por lo que ellos mismos llamanun socialismo gandhiano. Eso significa que la organización delpropio movimiento es un ejemplo de democracia directa y partici-pación de todos los miembros de la comunidad en la toma de deci-siones en aquellos asuntos que son de su incumbencia. Eso exige,claro está, la creación de mecanismos de representación que asegu-ren que los problemas que afectan a varias comunidades se deci-dan mediante procesos de consulta en los que dichas comunidadesse impliquen. Es más, la preservación de la calidad medioambien-tal debe conducir a una sociedad diferente en la que desaparezcatodo lo que atenta contra esa calidad; el sistema de castas, el

calentamiento de la Tierra. El riesgo en este caso puede venirprovocado por una distribución del trabajo y la producción de lariqueza que deje en unos países el control de los ámbitos másdecisivos y productivos y reserve para otros un ámbito más biensubsidiario y dependiente. En cierto modo, los países más des-arrollados económica y tecnológicamente le piden a otros paísesque desarrollen un modelo de explotación de la riqueza que ellosmismos no quisieron aplicar en su día; su posición de privilegioy dominio procede en gran parte de ese modelo de dominaciónque siempre practicaron, pero que no dejan practicar a los quevienen detrás. El planteamiento sería más coherente si se ofrecie-ra al mismo tiempo una modificación de los hábitos de produc-ción y consumo en los países que en estos momentos disfrutande un nivel de consumo desmedido. Absolutamente impresenta-bles son las medidas encaminadas a exportar los residuos produ-cidos por los países con mayores niveles de consumo a paísesempobrecidos, a quienes se pagan irrisorias cantidades por acep-tar el papel de basureros del mundo.

Un planteamiento global del problema —por volver a la imagendel barco en el universo— puede significar una desigual redistri-bución de las zonas geográficas: del mismo modo que en los bar-cos podemos encontrar camarotes de primera y de tercera, seríafactible, al menos a corto y medio plazo, reservar zonas de altacalidad medioambiental, en las que podrían vivir los más benefi-ciados por el sistema, y zonas de muy baja o nula calidad. En lasprimeras zonas se utilizarían tecnologías punteras, con escasoimpacto medioambiental, pero de elevado costo; en las segundasse utilizaría la tecnología que ya ha quedado obsoleta, incremen-tando los beneficios de las empresas instaladoras. Es bastante pro-bable que los elevados fondos económicos necesarios en las zonasprivilegiadas procedieran en parte de las zonas no privilegiadas. Elconjunto, por descontado, nos mostraría un ecosistema bastantedeteriorado, por lo que vengo diciendo: las radicales desigualda-des y la injusta distribución del acceso a los recursos más elemen-tales provocaría una situación de completo deterioro medioam-biental. Eso es algo que ya está ocurriendo en las grandes ciuda-des, con diferencias abismales entre las zonas de alto nivel y lasseveramente degradadas, se trate de Nueva York, La Paz oCalcuta; y se produce también en la ubicación de las industrias

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todo el mundo, a mediadosde los años cuarenta, los expertos opta-ron por la autopista y el coche privado, frente al ferrocarril o altransporte público. Como es lógico, los grandes constructores decoches influyeron poderosamente en esa decisión.

La recuperaciónde un equilibrio ecológico se basa en un desarro-llo sostenible, que a su vez sólo puede darse cuando se superen lascircunstancias específicas que han dado lugar al problema concre-to de destrucción del medio ambiente que está poniendo en peli-gro de extinción no tanto a la naturaleza cuanto a la especie huma-na. La extinción de especies es un hecho frecuente a lo largo dela historia evolutiva que no ha supuesto una desaparición de lavida en la Tierra, sino una modificación de las distintas manerasde manifestarse. Ciertamente, hay en estos momentos muchasespecies amenazadas de extinción, posiblemente más que en otrasépocas anteriores. Con todo y con eso, el problema más grave noes que desaparezcan esas especies, sino el destino de la propiaespecie humana, como ya he mencionado al principio. Una actua-ción irresponsable, estrecha de miras y sin capacidad de previ-sión, puede provocar en un plazo no muy largo una degradaciónnotable de nuestras condiciones de vida; es más, existen indiciosque hacen temer por la propia supervivencia de la especie huma-na. Sin duda, de tanto explotar a la gallina de los huevos de oro,estamos haciendo polvo a la propia gallina y obteniendo huevoscada vez de menor calidad; además, es posible que, al acabarselos huevos de los que depende nuestra propia existencia, nos vea-mos condenados a la desaparición.

Para ello debemos hacer frente a las raíces del problema. En pri-mer lugar, un modelo antropológico que exalta el individualismoposesivo y pone como objetivo fundamental de la acción personalla adquisición de bienes de consumo, el tener más y más cosas. Esigualmente necesario superar una concepción del ser humanocomo rey absoluto de la creación que puede hacer con todo lo quelo rodea lo que le dé la gana, sin parar en ningún tipo de conside-raciones. Aunque puede resultar complicado establecer los crite-rios que nos permitan hacer comparaciones, hay datos suficientespara afirmar que la especie humana es uno de los mejores logrosdel proceso evolutivo ocurrido en la Tierra durante cerca de 4.000millones de años. Pero debemos ser muy conscientes de que for-mamos parte de ese proceso, que tenemos muchos más parecidos

patriarcado y la intolerancia religiosa, son otras formas de opre-sión,discriminación y explotaciónque no tienenninguna cabidaenuna sociedad que se preocupe de una apropiada configuración desu medio ambiente natural y social. Propuestas muy similares sonlas que aparecen en aquellos movimientos ecologistas que realizanun esfuerzo por comprender el problema en todas sus dimensionesy no olvidan, por tanto, la estrecha relación que existe entre undeterioro de la naturaleza (extinción de especies, granjas factoría,degradación del suelo, el aire y el agua...) y el deterioro de las rela-ciones sociales (opresión y explotación).

3 d. Los objetivos del ecologismo socialSi diferente es la manera de entender los problemas y los méto-

dos con los que hacer frente a esos problemas, en los movimien-tos ecologistas a los que estoy prestando atención, son tambiéndiferentes los objetivos a medio y largo plazo que se proponen.Interrumpir la construcción de una presa en un momento determi-nado, como ocurre en Itoiz, Bio Bio o Narmada, es sin dudaimportante, como lo es frenar la construcción de un cementerionuclear o desmontar las centrales nucleares ya existentes. Pero esono son más que pasos para acceder a una sociedad ecológicamen-te transformada. Los miembros del movimiento del valle deKarnataka lo tienen claro: ellos aspiran a construir una “repúblicacampesina”, es decir, una forma de organización social, política yeconómica basada en esos principios de la democracia directa queantes he mencionado y en la libertad y la autonomía de todos lopueblos implicados y de todos los miembros individuales de esospueblos. La opción por el transporte público no tiene como objeti-vo exclusivamente la reducción de la contaminación atmosféricaen una ciudad, sino la modificación de unas estructuras socialesque han hecho posible el modelo actual en el que se termina iden-tificando la satisfacción de las necesidades personales con el usode un coche privado, para mayor beneficio de las grandes compa-ñías de la construcción de automóviles y las grandes petroleras. Esmás, no debemos olvidar que el modelo de un territorio cruzadopor innumerables autopistas por las que transitan innumerablescoches fue consecuencia de decisiones políticas muy concretas,tomadas igualmente en momentos muy concretos. En el caso deEstados Unidos, que sirve en la época actual de referente para casi

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quienes sufran al final los posibles daños. Una mayor participaciónde diferentes agrupaciones y grupos preocupados por estas cuestio-nes será sin duda beneficiosa al abrir los debates para que sean dedominio público y aportar ideas directamente vinculadas con lavida real de los seres humanos.

En tercer lugar, es necesario superar unas relaciones de produc-ción en las que el único objetivo es la producción de plusvalía, ode riqueza, medida ésta en términos monetarios; atender necesi-dades sólo merece la atención de quienes controlan la producciónen la medida en que se generan beneficios y los gestores y propie-tarios de las empresas sólo son responsables ante las juntas deaccionistas y los mercados bursátiles: lo que produzcan y cómo loproduzcan pasan a ocupar un lugar secundario siempre y cuandose engrose la cuenta de beneficios. En cuarto y último lugar, unaorganización del intercambio entre las personas en las que loimportante es por encima de todo el valor de cambio y no el valorde uso; todo, absolutamente, todo termina siendo convertido enproducto mercantilizable, desde el agua que bebemos hasta el aireque respiramos, pasando por la salud o la educación. Las cosas ylas personas, el medio ambiente y todo lo que de él forma parte,pasan a ser vistos con las anteojeras de la comercialización y sóloson apreciados en la medida en que pueden ser convertidos envalor de cambio, que hará posible esa extracciónde plusvalía vitalpara el mantenimiento del sistema. Vistas estas cuatro considera-ciones con las que cierro este apartado, no cabe la menor duda deque el ecologismo está planteando una revolución integral, uncambio profundo en la manera de entendernos a nosotros mismosy a la naturaleza que nos rodea, una redefinición del sentido de lavida humana y de las relaciones sociales, muy coherente por lodemás con todo lo que vengo planteando a lo largo de este libro.

4. La autogestión y la economía social

4 a. Una economía que no genera exclusión y pobrezaYa a lo largo de todo el apartado anterior hemos podido ir vien-

do algunos de los problemas más graves que plantea la actualmanera de entender la economía, problemas que pueden terminarprovocando el colapso de los objetivos fundamentales que toda

de los que en un primer momento podemosaceptar con otras espe-cies, y que nuestra propia vida dependerá de que establezcamoscon lo que nos rodea unas relaciones de colaboración respetuosa,nunca unas relaciones de dominación desconsiderada. Demasiadaspersonas, sin embargo, siguen manteniendo una cierta arroganciay consideran que, gracias a los avances tecnológicos sabremossuperar las dificultades y seguir dominando la naturaleza que estáa nuestro servicio absoluto. Recientes desastres ecológicos y ame-nazas bien reales han bajado algo los humos, pero todavía tenemosque desarrollar una actitud más modesta que, sin negar nuestracondición privilegiada, nos permita mantener unas relaciones másfecundas y equilibradas con la naturaleza.

En segundo lugar, otra de las raíces del problema son unas estruc-turas sociales y políticas basadas en la jerarquización y la domina-ción de una mayoría de la población por una minoría que controlalos mecanismos de decisión; los expertos se apoderan del saber eimponen, bajo el velo de las exigencias técnicas, las decisiones quemás convienen a la minoría dominante, reproduciendo a escalahumana un burdo modelo de equilibrio en el que unos pocos sonlos depredadores y otros muchos son las presas. En este caso setrata de seguir la lógica propia del principio democrático en lostemas que afectan al medio ambiente y el equilibrio ecológico. Nose puede negar que hay que asumir riesgos y que determinadaspolíticas, incluso aquellas que se han tomado tras amplios análisisy largos debates, pueden ser equivocadas y provocar trastornos, aveces muy nocivos; pretender una garantía absoluta de que no vana existir consecuencias negativas por la comercialización de undeterminado producto o por la introducción de una nueva técnicade producciónexcede cualquier capacidad humana, si bien hay queseguir exigiendo una prudente y exhaustiva valoración del impactoque esas acciones puedan tener. Tampoco podemos negar el papelinsustituible que deben desempeñar los científicos y expertos enestas cuestiones para orientar los procesos de deliberación y la pos-terior toma de decisiones. Hay temas complejos, muy complejos,que necesitan serios y pacientes estudios para poder aclararnos unpoco y saber cómo hacerles frente. Ahora bien, el problema defondo seguirá siendo político y eso significa que la ciencia debeabrirse más a las exigencias sociales, aceptando las demandas plan-teadas por actores diversos que son conscientes de que ellos serán

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limitaciones tecnológicas o las específicas características de unespacio geográfico han impuesto restricciones notables a lasposibilidades de intervención humana, de tal modo que en algu-nos momentos no se han podido hacer cosas que sí han sidoposibles en épocas posteriores. Sin embargo, si nos fijamos, porejemplo, en el gran salto tecnológico que se produjo en Europaen la Edad Moderna podremos comprobar que obedeció en granparte a decisiones concretas tomadas en los albores de esa épocaque tuvieron un impacto concreto sobre la sociedad europea;China se encontraba en una situación similar en aquellas fechas,pero tomó otras decisiones que provocaron, como es obvio,unas consecuencias bien distintas, hasta el punto que fueron loseuropeos los que terminaron imponiendo algunas condiciones alImperio Chino y no a la inversa.

Los ejemplos se pueden multiplicar y son bastante ilustrativos. Afinales del siglo XIX eran varios los países que se encontraban enuna buena situación económica y social para hacer frente a lasegunda revolución industrial. Una vez más, decisiones concretasfavorecieron un desarrollo más adecuado para satisfacer las nece-sidades de una población, mientras que otras decisiones supusieronun desastre para la población de sus respectivos países, que queda-ron sumidos en situaciones de gran desventaja económica, siendofáciles presas de la codicia expansiva de las nuevas potenciasdominantes. Los casos de la Argentina o Ecuador, por no ponermás que dos ejemplos concretos, son bien significativos. Paísesdotados de enormes posibilidades por las riquezas naturales con lasque cuentan, se han visto sumidos en una espiral de deterioro eco-nómico que en estos momentos los ha llevado a una situación casidramática. Las decisiones que han provocado ese deterioro fuerontomadas por sujetos muy concretos, algunos del mismo país, otrosde organismos internacionales como el Banco Mundial, otros máspertenecientes a grandes multinacionales; en todo caso, eran todosparte de esa tecnoestructura de altosexpertos y altosejecutivos quezanjan las cuestiones para conseguir objetivos concretos que sinduda los beneficiaban a ellos y a corto plazo. Obviamente, tampo-co la situación actual debe ser entendida como algo definitivo oinmodificable; decisiones más acertadas y políticas económicasbien orientadas podrían acelerar los cambios necesarios que devol-vieran un cierto nivel de calidad de vida para sus habitantes.

propuesta económica debe satisfacer. Por una parte está el agota-miento de los recursos naturales o la modificación irreversible delos equilibrios ecológicos necesarios para poder subsistir comoespecie humana viable; por otra parte, a pesar del incrementonotable de la capacidad de producir bienes materiales y a pesar deque ya existen bienes suficientes como para satisfacer las necesi-dades básicas de toda la humanidad, siguen existiendo fenómenosindudablemente asociados con situaciones de penuria, como pue-den ser las tasas elevadas de pobreza y de exclusión social, por nomencionar la reiterada aparición de hambrunas que en algunoslugares son ya endémicas. Es cierto que a lo largo de la historiahan existido situaciones en las que la humanidad, o determinadosgrupos sociales han tenido que hacer frente a condicionesde esca-sez dura, con restricciones muy severas para toda la poblaciónconcernida y con medidas drásticas para garantizar la superviven-cia. No obstante, en general, la causa más frecuente de la escasezy la miseria ha estado más bien en la manera de organizar la pro-ducción y distribución de bienes, o lo que podríamos llamar lasrelaciones sociales de producción. En la época actual podemosdecir que ya no existen excusas; si hay hambre y miseria, si sec-tores enormes de la población padecen hambrunas o están sumi-dos en una pobreza destructiva, no se debe a problemas técnicoso a escasez de recursos, sino a una organización de la economíaque hace posible e incluso genera esa pobreza.

Conviene dejar lo anterior muy claro desde el principio. Por másque los paladines del pensamiento único políticamente correcto enla actualidad intentan mostrar o demostrar que la economía impo-ne unas leyes que los políticos y los ciudadanos tienen que acep-tar sin oponer resistencia, los hechos siguen siendo tozudos. Laeconomía no es una ciencia que se dedica a desvelar las leyes queregulan la producción y distribución de bienes en una sociedad,como si de leyes naturales e inmutables se tratara. Los grandesprocesos económicos son más bien el resultado de las decisionestomadas por los seres humanos en momentos específicos y luga-res bien concretos, sin obedecer a ningún tipo de necesidad natu-ral. Basta recorrer la historia de la humanidad, o con observar lasituación actual, para poder comprobar que han sido muchas ymuy distintas las relaciones sociales diseñadas para hacer frente alos problemas que englobamos en el ámbito de la economía. Las

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maniobras de ocultación apenas logran enmascarar que la liber-tad de mercado se parece más bien a una auténtica conspiraciónde poderosos oligopolios que imponen sus leyes y deciden enconciliábulos poco transparentes cómo van a seguir preservan-do su privilegiada posición social, ignorando los intereses de lamayoría, entre otros los intereses de los consumidores o usua-rios a los que dicen servir. Esos poderosos conciliábulos actúanademás para garantizar que la libertad de mercado sea de formapreferente libertad para ellos mismos, excluyendo de la mismaa los potenciales rivales. Acuerdos secretos sobre precios, aran-celes restrictivos, zonas de exclusión, exenciones fiscales yotras muchas medidas no son en absoluto resultados de unalibertad de mercado, sino consecuencia de intervenciones espe-cíficas para que no haya real libertad y algunos sigan disfrutan-do de su excelente situación.

Algo parecido se puede decir del segundo dogma de la actualeconomía, la competitividad; el supuesto en este caso es que lacompetencia entre los agentes económicos supondrá, siguiendoun burdo y añejo biologismo, la supervivencia de los más aptos,saneando la economía y acabando con aquellos sectores o unida-des de producción obsoletas. Para empezar, la competencia pocotiene que ver con un juego limpio en el mundo de la economía yse parece bastante más a una guerra despiadada para conquistarmercados, cuotas de producción, fuentes de riqueza; una guerraen la que parece que todo vale y en la que la sociedad queda divi-dida entre perdedores y vencedores, siendo los primeros los úni-cos responsables de su triste destino. La violencia de ese modeloeconómico es apenas atemperadapor los acuerdos a los que acabode hacer mención, gracias a los cuales se establecen repartos depoder y de influencia que garantiza a unos cuantos supervivientesuna relativa estabilidad. Como suele ocurrir cuando se establecenacuerdos entre codiciosos y voraces depredadores, sólo funcionanmientras todos los firmantes del pacto consideran que no puedeninvertir a su favor los términos del acuerdo; de entrever algunaposibilidad, poco les importara reiniciar la guerra económica paraampliar su esfera de influencia. Por otra parte, bien se cuidan entodo momento de que no se abra un debate público sobre concep-tos como el de competenciao eficacia, cuestionesambas tan com-plejas como discutibles, y zanjan el debate sosteniendosin mucho

De hecho, el modelo en el que ahora vivimos tiene sus orígenesprecisamente en esas fechas, baja Edad Media europea yRenacimiento y, como ya he dicho en el apartado anterior, se basaen una peculiar concepción del ser humano, al que se contemplacomo individuo egoísta y posesivo que va buscando la riquezamaterial para sí mismo y su círculo más inmediato. En una com-pleja circularidad causal no fue el desarrollo económico el queprovocó un cambio social, sino que los cambios en la forma deconcebir la vida humana en sociedad, así como otros cambios detipo cultural e ideológico, son los que interactuaron con los proce-sos más puramente económicos para configurar un específicomodelo de relaciones sociales y relaciones de producción. La eco-nomía no es, por tanto, la que debe imponer sus normas al resto dela sociedad y determinar la vida política de la misma. Puestos aestablecer alguna prioridad jerárquica, lo cual sería algo difícil ymás bien artificial, sería más bien la acción política la que debieramarcar la pauta, y mucho más si estamos hablando de sociedadesque pretenden ser democráticas tal y como he expuesto en el apar-tado sobre la democracia. El economicismo que primó en los orí-genes de las sociedades capitalistas, que aceptó el marxismo másgenuino y que sigue encontrando adalides entusiastas entre loslíderes del neoliberalismo actual, no pasa de ser una ficción quetiene como misión la usurpación de las instituciones políticas paraponerlas al servicio de intereses muy específicos, los intereses delbloque hegemónico que controla la gran economía.

Lo malo de esta ramplona concepción de la sociedad humana ysus diversas manifestaciones es que termina conduciendo a algunasde las aberraciones más nocivas que padecemos en la actual situa-ción mundial. Proclamada la actividad económica como el modeloque debe orientar el resto de la actividad humana, se proclama arenglón seguido que es el actual modelo económico —mejor dicho,el actual modelo impuesto en gran parte de la vida económica porese bloque dominante— el orden natural de las cosas y algunas desus leyes básicas se plantean como leyes inmutables. Pensemos entres de las más significativas: el libre mercado, la competencia y laobtención de beneficios. Desde estos presupuestos, se intervieneactivamente para garantizar que algo tan poco natural como esostres principios se conviertan en dogmas incuestionables y se utili-cen para diseñar políticas económicas específicas. Persistentes

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incrementa inexorablemente desde hace un par de décadas. Porotra parte, la finalidad primaria de la vida económica que no esotra que garantizar una producción y distribución de bienes quepermita satisfacer las necesidades de todos los seres humanos, sepierde en esa maraña de lucro, saqueo y rapacidad. Es posible queen algunos países haya disminuidoel porcentajede pobreza en losúltimos treinta años, pero las desigualdades se acentúan, ponien-do en peligro real los fundamentos básicos en los que deben fun-damentarse las sociedades democráticas.

Por otra parte, al situar ese específico modelo económico comoparadigma que debe ser copiado en todas las esferas de la vidasocial, se provoca un auténtico descalabro,dada la inadecuacióndelos patrones utilizados cuandose aplican a ámbitos muy diferentes.Nadie pondría en duda que le gustaría disfrutar de unos serviciospúblicos más eficaces en todos los sentidos, como puede ser, porejemplo, una sanidad en la que no existan listas de espera o en laque los pacientes reciban el trato adecuado. Pensar que eso se va aconseguir aplicando los criterios de competitividad y beneficiomonetario que se manejan en el mundo económico resulta comple-tamente falaz. Insistir en que la desaparición de la intervención delos poderes públicos, dejando en manos de la iniciativa privadatodos los servicios, va a mejorar nuestra calidad de vida, es algonunca demostrado completamente; a lo sumo, puede haber algunaexperiencia positiva en algún sector muy concreto qu no resultasignificativa y no se puede generalizar. La rentabilidad de los ser-vicios públicos (sanidad, enseñanza, transportes, preservación delmedio ambiente o calidad urbanística) es importante, muy impor-tante, pero no puede evaluarse con criterios económicos, sino másbien con criterios políticos y sociales que no pueden dejarse enmanos de los empresarios, sino que deben ser responsabilidad detodos los ciudadanos. La experiencia acumulada en los años en losque más rigurosamente se ha aplicado el dogma neoliberal parecesuficiente para hacernos ver que no sólo ha contribuido a profun-dizar la dualización de la sociedad, sino que también ha defrauda-do incluso donde se presentaba como un avance indiscutible: no seha producido ninguna mejora sustancial de los servicios que hansido privatizados y más bien podemos encontrar serios indicios, oclaras realidades,de que ha ocurrido precisamentelo contrario. Lasfallas del modelo son a estas alturas muy evidentes. La tecnocracia

fundamento que son más competentes aquellas empresas queobtienen mayores beneficios, o cuya cuenta de resultados es másboyante, o las que generan una mayor plusvalía para sus titulares,en especial para los titulares que controlan los puestos de decisióny los consejos de dirección.

Convertido el beneficio monetario en criterio final y decisivopara valorar el nivel de competencia de todo proceso productivo,de toda empresa o actividad económica, se consuma lo que bienfue llamado el fetichismo de la mercancía y la consagración delvalor de cambio como único valor significativo desde el punto devista de la economía. El capitalismo financiero o bursátil se con-vierte en el eje de la economía actual y son sus dictados e intere-ses específicos los que se ponen por delante cuando hay quetomar las decisiones oportunas. Se puede llegar a ver aberracio-nes como la que en estos momentos se está produciendo en elenfrentamiento de las multinacionales farmacéuticas con los paí-ses empobrecidos que quieren producir los medicamentos genéri-cos para combatir el SIDA, enfrentamiento que ya mencioné enel apartado anterior; el beneficio monetario de las primeras —yclaro está de sus altos ejecutivos— está por encima de las vidashumanas de cientos de miles de personas que carecen del dinerosuficiente para hacerse con un tratamiento excesivamente caro.La impúdica y salvaje sangría que está suponiendo en gran partedel mundo la deuda externa es el ejemplo más crudo y negativo,aunque no el único, de lo que supone dejar la economía en manosde banqueros. Banco Mundial y Fondo Monetario Internacionalse erigen a sí mismos en líderes de la política económica mundialy logran imponer mediante la coacción e incluso por la fuerzabruta, con la complicidad de sus aliados en todos los países, loque, según sus teóricos, no son más que las leyes naturales de laeconomía. De poco sirve que sus políticas económicas se mues-tren una vez tras otra ineficaces para remediar los problemas quees necesario afrontar. Siguen repitiendo con insoportable monoto-nía la misma cantinela año tras año: flexibilizar el mercado de tra-bajo, contener los salarios, reducir el déficit público, privatizar lasempresas de titularidad pública... Desde luego, quienes inspiran,apoyan y controlan la política económica obtienen pingües bene-ficios, por lo que no debe extrañarnos su insistencia; eso sí, el des-nivel entre quienes todo lo poseen y quienes no poseen nada se

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elogia la actividad individual competitiva guiada única y exclusi-vamente por el afán de lucro. En esa fase es en la que nos encon-tramos en estos momentos, si bien algunos indicios podrían indi-car que no goza ya del privilegio del que gozaba tan sólo haceunos meses. Una vez más, han sido las protestas airadas de losperdedores, quienes defienden un modelo alternativo, las que hancontribuido, junto con los ostentosos fracasos de la propuestaneoliberal, a iniciar tímidamente un nuevo cambio de rumbo.

Lo que parece importante es recuperar el objetivo prioritario de laactividad económica y éste no es otro que la producción de bienesy su posterior distribución para poder satisfacer las necesidadeshumanas. De eso se trata en definitiva. Hace falta organizar la pro-ducción de bienes, tarea que desde luego no es en absoluto senci-lla, pero de modo especial la producción de aquellos bienes quesatisfacen las necesidades fundamentales. En contra de lo que lasociedad desarrollista de consumo suele mantener, las necesidadeshumanas no son ilimitadas, como tampoco son algo relativo quedepende de cada cultura y de cada época. La tendencia de los eco-nomistas a centrase en su propia especialidad —error compartidopor casi todos los especialistas en casi todas las disciplinas— y aconsiderarla como la fundamental y más rigurosa, ha provocado elque ignoren las aportaciones que en este campo hacen psicólogos,antropólogos y sociólogos. De no haberlo hecho, hubieran compro-bado que, sin negar ciertas variaciones, no resulta demasiado difí-cil encontrar algunas necesidades fundamentales que están presen-tes en todas las culturas. Excede con mucho las posibilidades deeste trabajo entrar a una enumeración clara, pues son varias las quepueden proponerse sin que esa variedad invalide la pretensión deuniversalidad. Lo que sí es posible afirmar es que no son muynumerosas y que poseen además un cierto orden jerárquico.Cuando hablamos de esas necesidades estamos hablando, porejemplo, de necesidades fisiológicas, de seguridad y protección, depertenencia y participación, de afecto, de valoración personal y deautorrealización, con lo que esta última supone de libertad, identi-dad personal y creatividad. Desde luego difícilmente podremoshablarde vida humana si se dan carencias importantes en cualquie-ra de ellas y menos todavía si se dan en muchas.

La jerarquización de esas necesidades quizá no sea tan univer-sal y admita interpretaciones variadas, según el contexto. Las

en el poder utiliza todos los medios a su alcance para sostener unasituación insostenible, mientras diseña nuevas prácticas económi-cas que reduzcan los aspectos más negativos sin que eso supongauna merma de su privilegiada situación.

4 b.Algunos rasgos básicos de la economíaPosiblemente lo que es cada vez más urgente es devolver a la

economía el papel que realmente le corresponde en la vida de losseres humanos. Es cierto que, al menos en los discursos oficiales,nunca se ha dejado de hacer referencia al bienestar de las perso-nas como aquello a lo que debe estar subordinada la actividadpolítica y más concretamente la política económica de un país,pero el orden de prioridades se invierte de hecho con una granfacilidad. Como ya he comentado en un par de ocasiones, en elmundo moderno la acumulación de riquezas, el enriquecimientoindividual, ha constituido el hilo conductor de la actividad econó-mica. Poco después de iniciarse la primera revolución industrialen Europa, fueron ya muchas las personas que criticaron condureza ese afán desmedido de riqueza individual y llamaron laatención sobre la prioridad que debía otorgarse al bienestar de laspersonas en general. El capitalismo en su primera configuraciónmadura no se implantó sin fuertes resistencias de parte de quienesse veían duramente marginados y utilizados como simples obje-tos para el enriquecimiento de unos, como mano de obra o mer-cancía humana. Corresponde al socialismo, en sus diferentes ver-siones, haber encauzado de forma eficaz y organizada la defensadel bien común, en el sentido de unas condiciones de vida dignapara todos y cada uno de los seres humanos que forman parte deuna sociedad. Esto no debe hacernos olvidar que en los países enlos que triunfó una determinada versión del socialismo huboserios fallos en la prosecución de políticas de bien común. Desdeentonces hasta el momento, la insistencia en una u otra orienta-ción, en el enriquecimiento individual o en el bienestar colectivo,ha sufrido alternativas. En los años posteriores a la SegundaGuerra Mundial se impuso en los países europeos lo que vino allamarse estado del bienestar, propuesta bien articulada por algu-nos economistas, aplicada por los políticos y sostenida por lasorganizaciones socialistas para garantizar su pleno cumplimiento.A mediados de los años 70 se abrió paso el otro proyecto, el que

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necesidades que no pueden ser satisfechas. Más valiosa es la posi-bilidad que abren para distinguir diversos tipos de satisfactores: losque destruyen la posibilidad de atender otras necesidades; los pseu-dosatisfactores, que generan falsa sensación de satisfacción; losque inhiben la posibilidad de colmar otras necesidades; los que sonsingulares y se centran exclusivamente en saciar una necesidadprescindiendo de todas las demásy sin considerar los posibles efec-tos que sobreesas otras pueda tener; o aquellos que son, por el con-trario, sinérgicos, es decir, que permiten satisfacer varias necesida-des a un tiempo. Por otra parte, eso nos permite abordar tambiéncon cierta coherencia la tarea de definir cuáles deben ser los satis-factores que una sociedad instituye o crea para atender las necesi-dades de su población. Como resulta obvio de todo lo que vengodiciendo, el núcleo del problema se sitúa en que no se pierdannunca de vista las necesidades señaladas, que se articulen a serposible satisfactores sinérgicos y que, en todo caso, éstos sean elresultado de un proceso discursivo y comunitario en el que, comocorresponde a sociedades democráticas, desdeabajo haciaarriba sevan definiendo prioridades y medios.

Algo similar se puede decir de la calidad de vida a la que debesubordinarse la economía. Hasta no hace mucho tiempo, hacien-do gala de un reduccionismo miope, los economistas y los res-ponsables de la política económica solían equiparar el nivel devida, o la calidad de vida, a la renta per capita. Un primer proble-ma, y no el único, de ese baremo venía dado por el hecho elemen-tal de que sólo entraban en la evaluación de la riqueza de un paísaquellas actividades que formaban parte del mercado y podían sertraducidas en términos económicos. Las otras, como, por ejem-plo, el trabajo doméstico, no eran tenidas en absoluto en cuenta.Si la atención de los enfermos era desempeñada por la propiafamilia en el hogar, preferentemente por las mujeres, no podía sercontabilizada en la renta nacional; si era desempeñada por perso-nal contratado, ya entraba en esa contabilidad, de donde se sigueque tenían mejor calidad de vida los países en los que esa aten-ción estaba profesionalizada. El ejemplo es intencionalmentepolémico, pero ilustra lo pobre que puede resultar medir el nivelde vida en términos monetarios. Un segundo problema está rela-cionado con el hecho de que, incluso admitiendo que podemosmedir en dinero el conjunto de recursos que poseen las personas,

necesidades fisiológicas son, sin duda, básicas y no satisfacerlasconduce directamentea la muerte. Pero está claro que en situacio-nes extremas, los seres humanos pueden renunciar a esa satisfac-ción para reivindicar la prioridad de otras necesidades que estánsiendo brutalmente desatendidas. Las huelgas de hambre, comolas autoinmolaciones —más allá de la valoración que podamoshacer de las mismas— indican esa imprescindible contextualiza-ción de las necesidades. En sociedades democráticas, ocupanposiblemente el nivel más alto de la jerarquía las relacionadas conla autorrealización, sin que eso nos lleve a pasar por alto la indis-cutible unidad y globalidadde todas ellas. Más condicionadas his-tórica y socialmente están los satisfactores que pretenden cubriresas necesidades, y es ahí donde podemos encontrar algunas dife-rencias en el espacio y el tiempo. Una necesidad básica, por ponerun ejemplo, es la de protección; la inseguridad ciudadana puedegenerar grandes tensiones sociales; ahora bien, para satisfacer esanecesidad se pueden arbitrar medios muy diversos, algunos de loscuales terminan siendo contradictorios. El incremento de la poli-cía, el reforzamiento del ejército y el armamentismo o la carreraarmamentista, incluyendo las armas nucleares, son buenos ejem-plos de satisfactores de muy dudosa eficacia, salvo en circunstan-cias muy concretas y en períodos de tiempo muy breves. Las tasasde violencia en Estados Unidos son mucho más elevadas que enla Unión Europea, siendo su población carcelaria y la tenenciaprivada de armas muy superiores a las europeas. Desde luego, noparecen satisfactores adecuados y hay sólidas sospechas de quepueden ser por el contrario elementos generadores de inseguri-dad. La tasa de policía más elevada de la Unión Europea es la delPaís Vasco, y no parece que eso haya contribuido a incrementar elsentimiento de seguridad de sus ciudadanos.

Los ejemplos se pueden multiplicar y el lector sabrá encontrarmuchos: el nacionalismo y el fundamentalismo como garantes dela identidad personal; la permisividad y el libre mercado comosatisfactores de la libertad; la televisión comercial como instrumen-to para atender las necesidades de ocio; los regalos navideñoscomoprueba de afecto... Esta distinción entrenecesidades básicas y cuasiuniversales y satisfactores histórica y socialmente determinados,pude tener interesantes consecuencias en la economía. Una de ellases dejara un lado polémicasalgo estériles acerca del incremento de

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proceso profundo de revisión de un objetivo básico de toda polí-tica económica: garantizar una producción de bienes y una distri-bución de los mismos que haga posible para todas las personasuna vida de calidad. Esto es algo tan importante que no puede serdejado en manos de unos únicos expertos, sean éstos políticos oeconómicos, y mucho menos cuando esos expertos están defen-diendo sus propios intereses; exige más bien un trabajo interdis-ciplinar en el que participen otros expertos y, por encima de todo,en el que intervengan, mediante procesos democráticos de discu-sión, todas las personas directamente afectadas. La experienciadePorto Alegre parece indicar que no resulta tan imposible haceralgo parecido cuando se trata de diseñar los presupuestos queconcretan la política económica de una sociedad.

4 c. El lugar central del trabajo en la producción de riquezaHay algo que desde el punto de vista antropológico no deja de

resultar extraño. Ciertamente ya en la Biblia, en el Génesis, es pre-sentado el trabajo como una maldición, en la medida en que losseres humanos pierden la posibilidad de garantizar su subsistenciay la satisfacción de sus necesidades recurriendo a tomar lo quenecesitaban directamente de la naturaleza que los rodeaba. Se narraasí la experiencia de la dureza que el trabajo puede llegar a suponeren muchos momentos y se introduce en cierta manera el mito delpaís de Jauja, aquel en el que se vivirá en la abundancia y no se ten-drá que padecer sufrimientos y privaciones simplemente parapodersubsistir. No obstante, una de las características que puede definir ala especie humana es su afición al trabajo, a la manipulación crea-tiva de lo que la rodea. En algunos momentos, nuestra especie hasido definida como homo faber para indicar precisamente esa ten-denciaa hacercosas, a producir, en definitiva, a trabajar; el desarro-llo conjunto de la mano y el cerebro en un largo proceso evolutivopone de manifiesto igualmente esa predisposición a la manipula-ción y transformación de las cosas, fabricando multitud de instru-mentos cada vez más sofisticados con los que mejoraba sustancial-mente su capacidad de acción. Ciertamente, los seres humanostenemos que emprender con cierta frecuencia tareas muy tediosasque producen poca o ninguna satisfacción, al menos a corto plazo.Este tipo de tareas son, sin embargo, menosnumerosas de lo que sepuede suponer; el esfuerzo y cansancio que supone cualquier tipo

esto no tiene en cuenta el conjunto de derechos que poseen losindividuos y la estructura de esos derechos. Ahora bien, son másbien éstos los que nos van a permitir averiguar cuál es la capaci-dad real de una persona para acceder a los recursos y poder dis-poner de ellos para llevar adelante el proyecto de vida que deseavivir. Estas observaciones no hacen más que recordarnos ladimensión ineludiblemente política de la economía y al mismotiempo su subordinación absoluta a facilitar a los seres humanosla posibilidad de disponer del suficiente bienestar que les facilite—aunque no les garantice— llevar un vida buena o una vida feliz.

Que la renta per capita es un índice burdo, parece algo ya uni-versalmente reconocido. Más penoso es que los responsableseconómicos están obsesionados en estos momentos con otrosparámetros tan burdos como aquél. La importancia concedida alíndice de las bolsas mundiales, la obsesión por las tasas de défi-cit público, la atención prestada a las fusiones entre grandesemporios o la preocupación por la obtención de beneficios y ren-tabilidades económicas, son restos de ese economicismo burdo yramplón, que lo sería más todavía si no fuera porque, como ya hedicho, a duras penas ocultan el hecho de que algunos grupos biendefinidos están obteniendo recursos ingentes para satisfacer yperpetuar sus posiciones de privilegio. En todo caso, más sensa-tos parecen los numerosos intentos de conseguir unos índices queorienten con más realismo el nivel de bienestar en un determina-do país. El famoso índice de desarrollo humano, en permanenteproceso de revisión, ofrece, sin duda, un avance notable y llamala atención sobre otras dimensionesde la vida humana difícilmen-te expresables en términos monetarios, aunque eso no signifiqueque no puedan ser evaluadas, incluso cuantitativamente. La exi-gencia de medir el impacto ecológico de todo nuevo proyectopuede igualmente servir de freno para proyectos de dudosa renta-bilidad social, aunque de indiscutible rentabilidad económicapara algunos; y ahí tenemos los abundantes planes hidrológicosen el mundo: Narmada, Bio Bio o el Ebro. Un reciente estudiorealizado en España y patrocinado por la Caixa, analizaba el nivelde bienestar en España utilizando 68 indicadores agrupados ensiete variables: riqueza; sanidad; cultura y educación; empleo ycalidad de vida en el trabajo; seguridad y justicia; vivienda yclima. Algo que se desprende de todo esto, es que estamos en un

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creativas, no determinadas por un salario, que forman parte de esadimensión específicamente humana. Está claro que a lo largo delsiglo XX se ha ido produciendo una disminución de la duración dela vida laboral asalariada de las personas, tanto por la disminucióndel número de horas anuales trabajadas como por la reducción delnúmero de años, retrasando la edad de inserción en el mundo deltrabajoy adelantando la edad de la jubilación. En todo el ciclo vitalson muchas más las horas en las que podemosestar haciendo otrascosas que cumplen con lo que he definido someramente como tra-bajo. La empobrecedora identificación de trabajo con el trabajoasalariado y asalariado no está, por tanto, justificada y tiene aúnotra consecuencia igualmente negativa. Todo lo que no es trabajoasalariado es trabajo de segundo orden, poco valorado socialmen-te e incapaz de conceder esa sensación de estar aportando algo quehace posible nuestra inserción social como agentes activos queparticipamos en la construcción de una sociedad y de su historia,una actividad gracias a la cual logramos el reconocimiento denuestros semejantes. Como consecuencia de lo anterior, el tiempode ocio se entiende como tiempo en el que no hay actividad valio-sa, en el que no debemos hacer nada, favoreciendo de ese modo lacreación de toda una industria del ocio en la que se nos incita a serconsumidores pasivosde productos ya elaborados y empaquetadospor otros, como una mercancía más; ya no nos reconocemos en loque hacemos, sino en lo que tenemos y en lo que consumimos.

Esto es lo que condujo ya a los primeros socialistas a denunciarlo que llamaron alienación en el proceso de trabajo. Los sereshumanos, al incorporarse al proceso de producción propio delcapitalismo eran víctima de una alienación total de su identidadcomo seres humanos. El trabajo dejaba de ser un proceso de rea-lización personal; en lugar de ser parte activa de ese proceso, lostrabajadores se limitaban a desempeñar una tarea decidida porotras personas, con unas pautas de elaboración en las que tampo-co tenían ninguna participación, para producir unas mercancías oproductos en los que no podían verse reflejados pues nada teníanque ver con su propia dimensión creativa. El trabajo pasaba a seruna mercancía más, sometida a las mismas reglas de la oferta ydemanda que cualquier otro producto y a la exigencia de extrac-ción de plusvalía que constituía el corazón del proceso producti-vo capitalista. El incremento de la productividad favoreció que en

de trabajo no es una prueba de su condición negativa, sino posible-mente más bien de todo lo contrario: el esfuerzo dedicado a haceralgo supone más bien un refuerzo positivo que incrementa la satis-facción por el trabajo realizado.

Lo que somos viene determinado en gran parte por lo que hace-mos, y nuestros productos, lo que elaboramos y creamos connuestras propias manos y nuestro cerebro, son ingredientes irre-nunciables que configuran nuestra propia identidad personal.Somos en gran medida lo que se muestra en nuestra conducta ynuestra actividad, y con nuestro trabajo proyectamos hacia elexterior nuestra propia personalidad; como si de un espejo se tra-tara, nos reconocemos en nuestras propias obras y logramosigualmente el reconocimiento social de quienes nos rodean gra-cias a lo que vamos haciendo a lo largo de nuestra vida. Como yase ha dicho en diversas ocasiones, es preferible tener un trabajoen el que nos explotan que pasar a engrosar las estadísticas de ladesocupación. Los estudios realizados sobre las consecuenciasque tiene la desocupación de larga duración indican con toda cla-ridad que tiene una incidencia muy negativa sobre el equilibriopsicológico de las personas y que afecta seriamente a sus relacio-nes sociales y familiares. En el caso de volver a encontrar traba-jo, estos desocupados deben recibir apoyo adicional para poderhacer frente a ciertos hábitos básicos que acompañan a la vidalaboral activa, hábitos que han perdido tras el largo período deinactividad. Las nefastas consecuencias que tiene igualmente parala personalidad la vida ociosa y parasitaria son también claras, sinque ello suponga en principio un rechazo del famoso derecho a lapereza o de la reivindicación permanente de la disminución de lajornada de trabajo; tampoco excluye la exigencia de que mejorensustancialmente todas las condiciones de nuestro trabajo y esabsolutamente coherente con la petición de repartir el trabajo parapoder trabajar todas las personas. Trabajar es, por tanto, algonecesario, creativo y enriquecedor para las personas, es fuente deidentidad personal y actividad imprescindible para alcanzar lainserción social y sentirse miembro activo de una comunidad.

Esto nos permite situarnos ya ante algunasde las contradiccionesbásicas del modo de producción capitalista en el que ahora nosencontramos metidos. La primera viene dada por la reducción deltrabajo al trabajo asalariado, negando la pluralidad de actividades

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y lo es porque el objetivo que guía ese modelo es el de la preser-vación, incluso incremento, de la tasa de beneficios que corres-ponde al capital y a los altos ejecutivos, a la tecnocracia empresa-rial y política. Por eso mismo, de las reivindicaciones que se estánproduciendo para hacer frente a una parte de esta reestructuracióndel mundo del trabajo, son mucho más interesantes las que apun-tan hacia la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanalesy las que insisten en el reparto del trabajo para garantizar políti-cas de pleno empleo. Trabajar menos para trabajar todos y rein-vertir los posibles beneficios en la creación de más empleo sonpropuestas que recuperan valores solidarios y concepciones posi-tivas del trabajo. Las aportaciones de movilizaciones como lasmarchas contra la desocupación son imprescindibles. Menospositivas, sin embargo, son las propuestas que reclaman una rentaciudadana universal; las experiencias del subsidio de desempleo,o del plan de empleo rural, deben hacernos más cautos ante laaceptación de medidas que pueden suponer la institucionalizaciónde la dependencia y del asistencialismo con nefastas consecuen-cias para el tejido social y para las mismas personas beneficiarias,por todo lo que vengo diciendo sobre el trabajo.

El cambio en la estructura económica actual —sin entrar aquí enun análisis detallado que exigiría muchas páginas— se caracterizapor diversos rasgos significativos. El primero de ellos es la dismi-nución del sector industrial, gracias posiblemente al incrementoenorme de la productividad, mientras que aumenta el sector de ser-vicios. Son los servicios de producción los que están teniendo unpapel más importante, es decir, aquellos relacionados con la infor-mación y apoyo para el aumento de la productividad de las com-pañías; también crecen servicios sociales, permaneciendo másestables los clásicos servicios de distribución y personales. Unsegundo rasgo es la globalización del mercado de trabajo; pormás que se establezcan restricciones en los procesos migratorios,es un hecho que se están produciendo sin cesar y no parecen quevayana disminuir en el futuro. El reparto de la producciónde rique-za entre diversos países, esto es, la deslocalización de las empresasmultinacionales que pueden operar en zonas muy distintas del pla-neta, favorece la movilidad de trabajadores que se ven obligados adesplazarse, muchas veces en contra de su voluntad; cuando nofavorecen esta movilidad, afectan seriamente a los trabajadores

un determinado momento se decidiera favorecer a la clase traba-jadora para que pudiera acceder a la adquisición de los bienes deconsumo que producían en las fábricas. Sin negar en ningúnmomento lo que tuvo de positivo ese proceso al mejorar la condi-ción de vida de los trabajadores, al menos en lo que se refiere a ladisponibilidad de recursos, tampoco conviene olvidar que, dadaslas relaciones de poder dentro del sistema, el consumo reforzabala dependencia de un modo de producción que seguía negando laposibilidad de los seres humanos de realizarse plenamente graciasa su trabajo. La alienación y la explotación se doblaban por asídecirlo; expoliados al recibir un salario inferior al que les hubie-ra correspondido, volvían a ser expoliados al convertirse en con-sumidores pasivos de unos productos que con frecuencia guar-daban una lejana relación con la satisfacción de sus necesidadespersonales. La implantación del modo de producción capitalistaexigió desde sus primeros pasos un notable esfuerzo para discipli-nar a las personas a aceptar algo que no les resultaba gratificantey no les permitía dotar de sentido a sus vidas. Ésa es una de lasgrandes paradojas del este modelo: se deja de ver en el trabajoalgo creativo y sólo se acepta como algo impuesto por la fuerza.

En contra de lo que pudiera parecer, las dos últimas décadas delsiglo XX han visto un incremento notable del empleo a escala glo-bal, sin negar que en algunas zonas, en concreto en España y laUnión Europea, se ha producido un incremento brutal del desem-pleo. Ciertamente todo esto se ha producido acompañado de unaprofunda reestructuración del modelo de empleo y de la estructu-ra social presente en el mundo del trabajo, si bien con variantesimportantes de un país a otro y de una gran zona económica aotra. En todo caso, no parece que figure en el horizonte más cer-cano, ni a medio ni a corto plazo, una sociedad sin trabajo asala-riado. Tampoco parece que fuera una hipótesis deseable, dada laimportancia para todas las personas que tiene el formar parte acti-va de la estructura productiva; ciertamente el asalariado es un sis-tema alienador y explotador, pero no tiene por qué ser así. Puedendarse, y de hecho se dan, organizaciones en las que, sin dejar depercibir un salario por el trabajo realizado, las personas no sonexplotadas, sino que participan activamente en todo el proceso.Lo que está siendo realmente negativo es el modelo de reestruc-turación del empleo en las sociedades llamadas postindustriales,

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tampoco se ha traducido en un reparto equitativo de los beneficiosobtenidos ni en una disminución equivalente de la jornada de tra-bajo acompañada de la creación de nuevos empleos; es frecuenteencontrar jornadas de trabajo realmente exhaustivas entre las per-sonas que disfrutan de un puesto de trabajo.

Por último, una característica notable del empleo actual es suflexibilidad y precariedad. Las nuevas tecnologías han favorecidola aparición de lo que se pueden llamar empresas en red, graciasa las cuales la capacidad de introducir alteraciones en el procesoproductivoen un corto espacio de tiempo se dispara. Una comple-ja red de empresas subcontratadas y empresas temporales favore-ce la movilidad constante de la fuerza de trabajo, pudiendo con-tratar y despedir trabajadores siempre que sea necesario e inclusoen situaciones en las que persisten legislaciones laborales protec-toras del empleo estable. El ideal de la persona con un trabajoestable para toda la vida es algo que ha desaparecido de numero-sos países; una consecuencia indirecta de esta situación es su con-tribución a la pérdida de poder de los sindicatos que en los últi-mos cuarenta años (no así en sus inicios) habían basado toda suestrategiaen ese tipo de empleo y sobre él habían edificado poten-tes burocracias. Les urge a estos sindicatos adaptar sus estrategiasde lucha a estas nuevas condiciones, tarea que no es sencilla. Laflexibilidad podría ser beneficiosa desde el punto de vista de laposibilidad de acceder a puestos de trabajo más creativos segúnlas propias preferencias de las personas en diferentes etapas de suvida. El problema es que en este caso estamos hablando de unaflexibilidad acompañada de precariedad y orientada totalmente ala obtención de beneficios a corto plazo. Ésta sí que es una pecu-liaridad del modelo actual que opera a plazos muy cortos y buscala rentabilidad inmediata. Los cambios tecnológicos, como vengodiciendo, no surgen en el vacío y no son ni buenos ni malos, perotampoco son neutrales; y en estos momentos están siendo instru-mentalizados en la lucha abierta desde los años setenta para unadistribución diferente de la riqueza. De hecho, la flexibilidad, quees padecida igualmente por altos ejecutivos, no afecta a todo elmundo de la misma manera; estos últimos, que toman las decisio-nes, instauran políticas duras de ajuste en el empleo, con despidosmasivos si es necesario, pero a sí mismos se protegen con contra-tos blindados que, por si fuera poca la renta acumulada en los

dado que los altos ejecutivos pueden desplazar la producción de uncentro de trabajo en un determinado país a otro bien lejano, utili-zando esta posibilidad para disminuir las prestaciones laborales eincrementar la explotación.Al mismotiempo, la necesidad de man-tenerelevadas tasasde creación de plusvalía se ve favorecidapor lapresencia de trabajadores en condiciones de ilegalidad a las que sepuede someter a niveles de explotación inaplicables a los indígenastodavía protegidos por la legislación. La agricultura intensiva delsur de España es un buen ejemplo. Completamente distinta es laglobalización que viven los altos ejecutivos, una minoría que sesitúa en las posiciones de poder y que puede desplazarse con grancomodidad de un lugar a otro del planeta sin cambiar sustancial-mente de hábitos de vida ni padecer pérdidas en su estatus.

El tercer rasgo sería el del incremento de la formación necesariapara trabajar, acompañada por una igualmente necesaria forma-ción permanente que permita hacer frente a las constantes modifi-caciones de los procesos de trabajo y a la aparición de ámbitospro-fesionales novedosos. Eso es lo que lleva a algunas personas aconsiderar la necesidad de proceder a una profunda reestructura-ción del ciclo vital de los seres humanos. En lugar de tres etapasbien definidas (formación, vida adulta, jubilación) es posible quefuera más conveniente intercalar durante toda la vida los tiemposde formación y de trabajo, aplazando igualmente la jubilación almomento en el que, en las sociedades actuales, se produceuna dis-minución real de la capacidad de trabajo. En todo caso, el incre-mento en la formación necesaria para casi todos los trabajos no hafavorecido la desaparición entre una profundización creciente delas diferencias entre diversos niveles ocupacionales. Las posibili-dades abiertas por los cambios tecnológicos no han aumentado lasposibilidades de realizar trabajos creativos, sino que han manteni-do los trabajos tediosos, aunque físicamente no muy exigentes; sólouna pequeña sección de la población asalariada ocupa posicionesen las que puede desempeñar tareas con una alta dosis de satisfac-ción intrínseca a la ejecución de la propia tarea. La mayor forma-ción general no se ha traducido tampoco en una mayor participa-ción de todo el mundo en los procesos de toma de decisiones,exceptuando quizá cierta autonomía en la realización de tareas enel entorno inmediato de trabajo. Volveré sobre este punto en elapartado siguiente. El incremento generalizado de la productividad

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moviendo sus capitales para premiar a las empresas con mayoresrendimientos. Las empresas, para atraer capitales con los queseguir funcionando, se ven obligadas a endurecer las condicionessalariales de sus trabajadores. El círculo se cierra perjudicando portanto a quienes invirtieron en los fondos para garantizar su futuro.

La desmedida subordinación de todos los planteamientos econó-micos al protagonismo absoluto del capital no hace más queincrementar la situación de precariedad en todos los trabajos yprofundizar las distancias que separan a los que ocupan posicio-nes hegemónicas en el proceso productivo y aquellas personasque sólo disponen de una fuerza de trabajo, sometida constante-mente a la amenaza de la flexibilidad, la precariedad y la recon-versión permanente. Los tecnócratas que rigen todo el proceso nosólo procuran satisfacer con generosidad sus propias necesidades,sino que buscan procedimientos para que la búsqueda de beneficiosexigida por los consejos de administración los beneficie directa-mente a ellos. La fórmula de incrementar sus salarios con opcionessobre las acciones de la empresa es una manera de consolidar laprioridad concedida al capital en todas partes y de cimentar unaalianza perversa entre altos ejecutivos y titulares de la propiedad.La exacerbación de este planteamiento que vivimos en estemomento se traduce, por tanto, en precariedad y exclusión social.Los esfuerzos por invertir el orden de prioridades, limitando lavoracidad del capital y restaurando el protagonismo del trabajo, nohan conseguido todavía hacer mella en la fortaleza, si bien empiezana notarse ya los síntomas de que la situación será insostenible deseguir por este camino. Algo tan sencillo como la tasa Tobin, queintenta poner un cierto freno a la transferenciade capitales, indicayaun cambio de mentalidad, y es posiblemente eso lo que pone tan ner-viosos a sus detractores. El camino a seguir es relativamente claro:devolvera la economía su papel básico de satisfacción de las necesi-dades de todos los seres humanos y garantizar que son las personasquetrabajan lasqueasumenla direcciónde losprocesoseconómicos.

4 d. La autogestiónCoherente con todo lo que vengo diciendo, el modelo de orga-

nización del trabajo debe articularse en torno del concepto bási-co de la participación de todos los trabajadores en el proceso deproducción. La importancia de los argumentos estrictamente

años que han ejercido el cargo, les permite afrontar un período dedesocupación en condiciones muy favorables.

Se trata, en definitiva, de una opción decisiva en toda políticaeconómica. La única fuente generadora de riqueza es el trabajohumano;sólo este permite la elaboración y distribución de los pro-ductos que puedan satisfacer las necesidades humanas. Es posible,claro está, que parte de la riquezagenerada por el trabajo se invier-ta para incrementar la producción de más riqueza; el problemareside en que, al darse la apropiación privadade esos bienes y acti-vos que permiten la creación de mayor riqueza, la simple titulari-dad parece conferir un derecho a una retribución, encubriendodónde se sitúa realmente la generación de riqueza de la que pue-den disponer los seres humanos. Admitido esto, se produce deinmediato la exigencia por parte de aquellos que poseen losmedios de producción, y más en concreto, de aquellas personasque poseen los capitales necesarios para montar una empresa, deobtener una rentabilidad a ese capital propio al que atribuyen unacapacidad mágica de generación de riqueza. En períodos como elactualen los que dominael capitalismo financiero, apoyadoen unamovilidad sin freno de los capitales por todo el mundo, la renta-bilidad de los capitales poseídos, totalmente independiente deltrabajo realizado, se convierte en un cierto cáncer que amenazala producción de riqueza en general y contribuye a generar unasmayores desigualdades entre los seres humanos. Podemos volvera recordar lo dicho respecto de la deuda externay los nocivos efec-tos que está teniendo en numerosos países como ejemplo de losmales de esta sumisión al capital, propia por otra parte de un modode producción que se autodefine como capitalista. Pero puede sertodavía más contundente el ejemplo que proporcionan los fondosde pensiones; difundidos entre los propios trabajadores comomanera de asegurarse una renta futura, llegado el momento de lajubilación, generan el espejismo de una especie de capitalismopopular en el que cualquiera puede ser parcialmente propietario deuna gran empresa. No sólo hay una falacia en todo el planteamien-to debido a que unas pocas acciones no confieren ninguna capaci-dad de incidir en la toma de decisiones de la empresa; más gravees el hecho de que esos ingentes fondos de pensiones, que han lle-gado a ser los inversores más poderosos del planeta, ávidos deobtener beneficios a corto plazo, presionan en todo el mundo

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trabajo en la vida de los seres humanos, dejarlo fuera del alcancede los principios democráticos supone rebajar considerablementelas aspiraciones contenidas en las luchas llevadas a cabo por quie-nes deseaban alcanzar una vida sin opresión ni explotación.

La tradición libertaria, que se considera heredera del radicalismodemocrático, tiene una de sus señas de identidad en la exigencia deuna organización democrática del trabajo, lo que ha venido a lla-marse la autogestión. Como ya mencioné, el sindicalismo revolu-cionario considera que los trabajadores pueden organizarse por símismos sin necesidad de tutelas de ningún tipo, ni de vanguardiasconscientes, ni de burocracias ejecutivas. El principio básico, portanto, de la autogestión radica en ese reconocimiento de que laspersonas que están trabajando conocen perfectamente cuáles sonlos problemas que su trabajo plantea y cómo solucionarlos; en lamedida en que tambiénson ciudadanos en su propia sociedad polí-tica, son igualmente conscientes de cuáles pueden ser las necesi-dades prioritarias de la población a las que debe ajustarse la pro-ducción económica. El que se mantenga el mercado para que sepueda producir un equilibro entre la oferta y la demanda que hagaposibleuna producción económica sensatay se puedan determinarmejor los precios, no afecta a esa imprescindible implicación delos trabajadores en la toma de decisiones acerca de lo que se debeproducir y de cómo hay que hacerlo. En todo caso, lo importantees romper un doble principio que parece operar de forma indiscu-tible en la actual economía. El primero es el que confiere a quie-nes poseen el capital un derecho especial a decidir en la empresa,guiados preferentemente y de forma casi exclusiva por la obten-ción de beneficios. El segundo es el que establece una organiza-ción rígidamente jerarquizada en la empresa, de tal modo que sonlos altos ejecutivos quienes realmente toman las decisiones, ydesde ellos fluyen las indicaciones de cómo actuar que lleganhasta la base de la organización empresarial.

Algunas de las tendencias actuales en organización empresarialreconocen la importancia que tiene la implicación de las personasque están trabajando en una empresa en la organización del traba-jo. Lejos ya del trabajo en cadena propio de la anterior etapaindustrial, aunque todavía no superado completamente, se optapor un modelo organizativo que favorece y estimula la organiza-ción cooperativa de los trabajadores, quienes se reúnen con cierta

económicos que acabo de exponer de manera sucinta no dejademasiado espacio para la duda. Se puede ir, no obstante, algomás lejos y recordar lo que decía al principio de este apartado.La economía no debe gozar en ningún caso de una especialautonomía, y mucho menos debe ser ella la que imponga a losdemás ámbitos de la vida humana sus propios métodos y obje-tivos. En sociedades democráticas, o que aspiran a serlo, corres-ponde a las instituciones en las que se delibera y se toman deci-siones políticas gobernar la política económica. Medidas comolas que fortalecen la independencia absoluta de los directores delos bancos centrales no hacen más que retrasar, impedir y obs-taculizar ese control político de la economía. Es obvio que estoydando por supuesto que en esas sociedades los poderes políticosno están subordinados, en lazos estrechos de mutua complici-dad, a los poderes económicos. Todavía hay que seguir la lógi-ca democrática y llevarla hasta el final. Este final se sitúa en elobjetivo de introducir en la propia organización empresarial losprincipios democráticos de funcionamiento. Esto es algo quedebe quedar muy claro; la democracia tiene la poderosa virtudde ser contagiosa y de no admitir compartimentos estancos quese verían preservados de los principios fundamentales que ani-man a las instituciones democratizadas.

Es cierto que, en sus mismos orígenes, la democracia surgió másbien como modelo que permitía a los burgueses —recordemos lodel individualismo posesivo— asumir un protagonismo que lasociedad estamental les negaba. Conseguidos sus propósitos, sugran preocupación desde entonces ha sido limitar el alcance de larevolución que habían puesto en marcha; el éxito no parece haber-los acompañado por el momento, y es en las empresas, en elmundo económico en el que cimentaron su poder, donde conser-van el último bastión que les permite garantizar sus privilegios ytener la confianza de que nunca se llegará demasiado lejos en lasexigencias de democratización: exigencias de libertad, igualdad ysolidaridad. El problema es que la lógica democrática, una vez ini-ciada, exige ir invadiendo todos los campos de la vida social y loslugares de trabajo no pueden ser una excepción; en ellos tambiénpuede y debe funcionar la lógica de que los seres humanos somosigualesy tenemos capacidad para intervenir en los asuntosque sonde nuestra competencia. Es más, dada la importancia que tiene el

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de todo del proceso. Órganos como la asamblea de trabajadoresse convierten en instrumentos decisivos, lejos de la junta deaccionistas tanto por su composición como por la distribuciónde la capacidad de influir efectivamente en la toma de decisio-nes. Mientras que las juntas de accionistas no pasan de ser unaficción formal en la que aparentemente los ejecutivos gestoresque controlan la empresa junto con los accionistas mayoritarios—representados por otros ejecutivos gestores con intereses muyparecidos a los anteriores— buscan la aprobación casi plebisci-taria de las decisiones ya tomadas previamente, las asambleasde trabajadores que son centrales en el modelo autogestionariodeben ser el lugar donde se debaten y deciden las grandes cues-tiones, precedidas dichas asambleas por un adecuado y coheren-te proceso de implicación participativa de todo el mundo.

En definitiva, se trata de introducir en el mundo empresarial algu-nos principios básicos que orientan las instituciones democráticaslo que puede suponer, sin duda, algunas dificultades, pero compor-ta innegables beneficios. Hace posible, desde luego, el que las per-sonas se sientan más implicadas y solidarias con su trabajo y conquienes trabajan en el mismo centro o empresa. Posibilita tambiénuna mejora general en los procesos de producción al dar cauce ypotenciar la experiencia acumulada y la capacidad de innovaciónde quienes conocen perfectamente el funcionamiento real de laempresa. Permite igualmente una gestión más solidaria de la pro-ducción y distribución de bienes favorecida por el protagonismoasumido por quienes se sitúan en los dos polosdel proceso, en el dela producción y en el del consumo. Como es fácil comprender,supone un mayor esfuerzo para todo el mundo, al menos en unprincipio, lo que puede implicar dificultades en su aplicación, difi-cultades que vienen incrementadas por toda una cultura que favo-rece de forma permanente la organización jerárquica y la desigualdistribución del poder en la gestión económica, así como la relega-ción del protagonismo de los trabajadores, eclipsados por la hege-monía ejercida por las personas que poseen los capitales y quieneslos gestionan directamente en puestos ejecutivos.

Para garantizar aun más la participación y evitar ese control de latoma de decisiones por unos pocos, la autogestión debe ir acom-pañada por sistemas de rotación en el puesto de trabajo y en elorganigrama de la propia estructura empresarial. Una comprensión

frecuencia, analizan los problemas que les planteael trabajo y bus-can soluciones que posteriormente aplican para revisar más ade-lante el éxito y eficacia de las medidas tomadas. El toyotismo o loscírculos de calidad aportan, pues, una cierta ruptura con lo que seha venido haciendo habitualmente y, aunque tímidamente, hansupuesto una cierta incorporación de principios más democráticosen la organización del trabajo, reconociendo que los trabajadorespueden hacer algo más que cumplir órdenescuyas finalidades últi-mas se les escapan, o en cuya elaboración nunca han participado.Yendo más allá de algún parecido superficial, poco tiene esto quever con la autogestión. Una diferencia notable es que en el toyotis-mo la participación real y efectiva de las trabajadoras se limitaestrictamente al nivel más bajo de la cadena de producción, el dela planta en la que se trabaja día a día. En ningún caso se aceptauna participación efectiva en los nivelesmás altos y mucho menosen el consejo de administración que toma las grandes decisiones.Una segunda diferencia importante es que este modelo participa-tivo está afectando a un sector reducido de la mano de obra asa-lariada. Como ya indiqué anteriormente, la distancia entre unaminoría que realmente ejerce el poder de decisión en el mundoeconómico y que realiza un trabajo creativo en el que se pide suparticipación activa, y la mayoría cuya actividad se restringe alcumplimiento de órdenes en un trabajo bastante rutinario y tedio-so, esa distancia es algo que está creciendo en la economía actual.

La autogestión implica, por tanto, tomarse la participación delos trabajadores en serio y llevar adelante un modelo organiza-tivo empresarial que, partiendo desde la base, permita una cir-culación fluida de la discusión y la decisión desde esos niveleshasta los más superiores en los que, mediante una estructuraconsejista, se van coordinando las diferentes deliberaciones ydecisiones para ir diseñando las grandes líneas de actuación dela empresa. Una vez decididas éstas, la información vuelvehacia abajo, pero no como conjunto de directivas que deben sercumplidas mecánicamente, sino como líneas de actuación cuyaejecución dependerá otra vez de las personas que, en definitiva,van a ponerlas en práctica. En este caso, como en el más gene-ral de la democracia, lo importante es la transparencia en lainformación, la participación igualitaria de todo el mundo, ladiscusión abierta de alternativas y el bien común como objetivo

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la empresa, o cuando sólo se da en algunas empresas o en algu-nos sectores. Para que la autogestión y la rotación tengan algúnsentido revolucionario e indiquen que se está avanzando haciauna sociedad más libre, más igual y más solidaria, es necesarioque su aplicacióny desarrollovayan íntimamenteunidas con todolo que he resumido brevemente sobre los principios en los quedebe basarse la actividad económica. Si no invertimos los valoresbásicos del pernicioso economicismo neoliberal que pretendeejercer en estos momentos un dominio hegemónico, los tímidosintentos en el sentido aquí propuesto pueden no tener las conse-cuencias deseadas y favorecer la perpetuación de un modelo decontundente explotación de la mayoría de la población.

Por fortuna, son muchas las experiencias actualmente vigentesque indican la viabilidad de una economía autogestionaria, asícomo muchas son también las actividades económicas que seencuadran en lo que podemos llamar economía social. El coope-rativismo es todo menos un movimiento marginal, al menos en laproducción real de riqueza en todo el mundo; en los círculos dealto nivel como Davos y en las páginas primeras de los grandesmedios de comunicación no ocupa, sin duda, el lugar que podríacorresponderle teniendo en cuenta que algunos estudios sensatoscifran en más de un 20% la aportación de este tipo de empresasa la generación del producto interior bruto de países comoFrancia. Sin llegar a ser la autogestión, el cooperativismo real-mente existente muestra la fecundidad de estos planteamientos ysu viabilidad técnica y económica. Su eficacia es notable cuandose observan las experiencias que se llevan adelante en algunospaíses que pretenden salir del círculo infernal de la dependenciay el empobrecimiento. Está claro que no están exentas de riesgosy de involuciones, dado que tienen lugar en esta sociedad y no enotra más propicia; en algunas ocasiones, su propio éxito —esesería el caso probablemente de una experiencia como la deMondragón— puede llevar a las cooperativas a una excesiva imi-tación de prácticas económicas más propias del capitalismo neo-liberal que dicen rechazar. No obstante, pueden y deben ser men-cionadas pues constituyen un ejemplo claro de que es posible otrotipo de economía; nos indican que está a nuestro alcance rompercon formas de organización del trabajo que intensifican la explo-tación y la opresión; y hacen creíble el ideal socialista de un

más profunda de lo que ocurre en una empresa y de las medidasque pueden ser más adecuadas es claramente favorecida por unarotación que permita que las personas vayan pasando de formatemporal por distintos puestos de trabajo y por posiciones dife-rentes en la estructura de coordinación y control de la aplicaciónde las decisiones tomadas. Rotar en los cargos es algo incuestio-nable si se pretende evitar la reproducción y mantenimiento degrupos de poder que acabarían con toda expectativa de partici-pación democrática y organización autogestionaria. También esesencial aplicar la rotación en los mismos puestos de trabajo sino queremos perder de vista esa dimensión creativa que tiene eltrabajo para los seres humanos. La rutina potenciada por la per-manencia indefinida en un puesto de trabajo favorece el debilita-miento de la capacidad creativa de los seres humanos, que termi-nan reduciendo sus habilidades y desaprovechando la posibilidadde mantener, e incluso acrecentar, el interés por el propio trabajo.Las tendencias actuales en el ámbito del desarrollo tecnológicoasí como los procesos de integración mundial o el mismo hechodel incremento del número de años durante los que las personasmantienen un buen nivel de actividad y dinamismo, no sólohacen plausible una rotación en el puesto de trabajo, sino quefavorece una formación inicial flexible que permitiría un proce-so de adaptación más frecuente.

En todo caso, también aquí algunos parecidos con tendenciasactuales de organización del trabajo pueden ser engañosos. Claroestá que desde la alta patronal se hace una exaltación de la movi-lidad y la flexibilidad laboral y se pone como justificación de lamisma ese conjunto de cambios tecnológicos y personales. Noobstante, yendo más allá de algunas innovaciones aparentementepositivas, cuando los altos ejecutivos proponen flexibilidad ymovilidad, adaptación y formación permanente, procuran que laforma concreta de abordar esos cambios se traduzca en un incre-mento de lo que a ellos mismos los beneficia: mejora de los bene-ficios empresariales, disminución de la participación de los traba-jadores en la distribución de la riqueza generada y control máseficaz de todo movimiento de oposición. Tanto la autogestióncomo la rotación se pueden convertir en instrumentos de opresióncuando se reducen a procedimientos puramente formales, o cuan-do se limita el alcance de su aplicación a determinados niveles de

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de la cultura occidental. Nada parecido al complejo de Edipo exis-te para las mujeres; según el psicoanalista vienés, en su caso lo queexiste es un trauma muy diferente. La niña descubre que carece depene e interpretaeso como una castraciónde la que la propia madrees responsable; a partir de ese momento, verá en el padre la perso-na con la que podrá remediar su trauma compartiendo su órganosexual. La tendencia de las mujeres hacia los hombres vendrá mar-cada siempre por el trauma de la envidia del pene;se verána sí mis-mas como incompletas, lo cual, una vez más según Freud, las rele-ga a un papel pasivo y subordinado, encontrando su felicidad endesarrollar su encanto sexual para conquistar a un hombre, casarsey tener niños, a ser posible varones. Se puede ser algo más sofisti-cado en la justificación de la dominación de la mujer, pero es difí-cil ser más claro. La mujer queda definida por lo que no posee, poruna carencia que, por otra parte, en ningún caso puede superar. Encierto sentido, por tanto, el complejo de Edipo y el correspondien-te tabú del incesto descritos por Freud no deja de ser más bien unamanifestación, específica del contexto en el que desarrolló su tra-bajo,de milenios de sometimiento de las mujeres. El hecho de con-vertir la dependencia en algo derivado de una condición instintivanatural no pasa de ser una racionalización de unas relaciones inter-personales y sociales que a duras penas pueden ser justificadas.Freudescribió ya en una épocaen la que el feminismo era un movi-miento activo y fue bien consciente de lo que su posición significa-ba políticamente, lo que podría hacer pensar que su teoría es unintento más de los hombres de preservar su dominio cuando ésteempieza a ser seriamente amenazado.

En todo caso, la universalidad del fenómeno no deja de sorpren-der y nos recuerda que el progreso social no viene definido sola-mente por el conjunto de derechos a los que efectivamente tienenacceso las personas, sino también por el número de personas a lasque se considera sujetos de esos derechos. Durante milenios, lasmujeres no han sido consideradas sujetos iguales a los hombres y,por lo tanto, no planteaba excesivos problemas morales mante-nerlas excluidas de los bienes y posiciones sociales de las que sídisfrutaban los hombres. Incluso el acceso al alimento era unaprioridad de los hombres, quedando con frecuencia las mujeres enuna segunda posición; en situaciones de escasez, los recursos ali-mentarios eran primero para los hombres. Es cierto también que

mundo en el que a cada uno se le pedirá de acuerdo con su capa-cidad y se le dará según sus necesidades.

5. El feminismo

5 a. Una constante casi universalDebaten con cierta frecuencia los moralistas acerca de la existen-

cia de normas morales universales en el espacio y en el tiempo. Eltema es complejo dada la dificultad de comparar prácticas muydiferentes, que han sido o son el resultado de las historias tambiénmuy diferentes de grupos que debieron hacer frente a problemasdistintos. Por descontado que en casi todas las culturas se mencio-na eso de no matar o no mentir, pero siempre con exigencias decontextualización que pueden hacer difíciles las comparaciones.Hay una norma en la que parecen estar de acuerdo casi todas lasculturas, según dicen muchos expertos en el tema: el tabú delincesto. Las modalidades de su regulación pueden variar, pero semantiene el fondo de la cuestión, la prohibición de relacionessexuales entre los progenitores y sus hijos y las que puedan darseentre hermanos. Son variadas las explicaciones que se han dadodel mismo y no es el momentode entraren ese debate.Admitiendoesta universalidad de la prohibición del incesto, creo que se puedeencontrar otro rasgo compartido también por la práctica totalidadde las culturas, rasgo que podemosconsiderar sin duda un elemen-to decisivo en la configuración de los códigos morales de compor-tamiento tanto sociales como personales. Es universal la conside-raciónde la mujer como un ser de segundacategoría, que tiene queestar sometida a la autoridad del hombre ocupando siempre posi-ciones de subordinación y dependencia, con prohibiciones enmuchos casos de obtener puestos que impliquen una cierta rele-vancia social. Puede darse el caso de que la mujer acceda a posi-ciones en las que influye y toma decisiones junto con los hombres,pero parece ser que nunca se da el caso de que las mujeres ocupenuna posición superior a la de los hombres.

Posiblemente esa segunda constante moral universal puede serconsiderada incluso como algo más profundo y previo a la anterior.De hecho, cuando Freud describe el tabú del incesto, desvela unode los prejuicios más arraigados de la cultura humana, en su caso

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masculina ha sido erradicada. En lo que ya no existe acuerdo esen la explicación de esa constante universal y una cierta compren-sión de las posibles causas de la dominación podría servir deayuda para hacerle frente. Las apelaciones tradicionales a lamaternidad y crianza inicial de la prole, sobre todo en épocas enlas que era necesario tener muchos hijos, no parecen del todo con-vincentes. Por un lado, hay sociedades en las que se ha ejercidoun férreo control demográfico, limitando el número de hijos y enellas se ha dado igualmente la primacía masculina; es más, exis-ten testimonios fehacientes de que cuando se ha recurrido a pro-cedimientos drásticos para evitar un exceso de población se hapracticado el infanticidio femenino, algo que se constata encementerio medievales europeos y en la China actual. Por otrolado, las exigencias de la maternidad y crianza no han impedidoque las mujeres soportaran cargas pesadas en la producción de ali-mentos y el mantenimiento del hogar doméstico, por lo que noexigiría su desaparición de la vida pública socialmente relevante.Por último, incluso una cierta división del trabajo no lleva consi-go una discriminación social o de cualquier otro tipo.

Aunque son excesivamente especulativas, es posible que tenganmás sentido las aportaciones de algunos antropólogos y psicoana-listas que han visto en ese obsesivo despotismo de los hombres unsutil y complejo mecanismo de defensa para superar un profundocomplejo de inferioridad. Hay dos aspectos fundamentales en losque los hombres se sienten profundamente vulnerables frente a lasmujeres: la actividad sexual y la paternidad. En la primera, porqueson conscientes de que es fácil que lleven las de perder; nunca pue-den fingir un fracaso sexual y perciben que la satisfacción obtenidaes inferior a la que alcanzan sus compañeras. Por lo que se refierea la paternidad, las peculiaridades de las relaciones sexuales entrehombres y mujeres hacen que aquéllos alberguensiempre algunasdudas respecto de su participación en la gestación de la prole a laque luego deben cuidar. Eso los llevaría a incrementar lo másposible el control sobre la mujer para garantizar que esos hijos alos que cuida y procura alimento y protección son sus propioshijos y no los de otro hombre. Eso es más importante todavía sitenemos en cuenta el dato de que la especie humana es una de lasespecies en las que el macho está más implicado en el cuidado ycrianza de la descendencia. Siguiendo esta hipotética explicación,

el propio androcentrismo enquistado profundamente en nuestramanera de ver el mundo nos impide ver las formas en las que lasmujeres han tenido un papel más activo del que en principio esta-mos dispuestos a reconocerles. Insistir en la perpetua dominaciónmasculinapuede tener un doble efecto pernicioso;en primer lugarpuede reforzar la creencia de que se trata de un dato natural con-tra el que no tiene sentido luchar: la naturaleza y la sociedad(como algo naturalizado) han destinado a las mujeres a la subor-dinación. En segundo lugar, puede impedirnos reconocer las múl-tiples formas en las que las mujeres ha ofrecido resistencia a esadominación y han desarrollado conductas alternativas para poderllevar adelante sus propios proyectos personales. De este modo,la historia de la humanidad seguirá siendo la historia de los hom-bres y a las mujeres se les impedirá incluso la posibilidad de reco-ger el testimonio de las luchas de aquellas que las precedieron enlos intentos de ir más allá de la dominación masculina. Seres sinpene, seres castrados y mutilados anatómicamente, desaparecenigualmente del escenario de la historia. Son quienes carecieron devoz y raras veces pudieron expresar sus sueños e ideales, susnecesidades e ilusiones, en el supuesto de que se les diera la opor-tunidad de llegar a tenerlos. Su existencia histórica, como sujetossociales activos, se desvanece en el vacío más completo. Su papelparece reducido al de haber sido madres o hermanas de alguien—sin duda un hombre que sí hizo historia— y al de haber asumi-do, algunas veces por la fuerza, la tarea “inferior” de garantizar lareproducción y crianza de los hombres. Un efecto colateral quetambién tiene consecuencias negativas es el de desdibujar la dis-tinción imprescindible entre las diferencias y las discriminacio-nes; si bien la discriminación de las mujeres es una constante cul-tural y moral universal, no todas las diferencias constatadas entrehombres y mujeres pueden ser consideradas discriminacionesencaminadas a favorecer la dominación masculina.

Constatar el hecho de esta supremacía masculina no resulta difí-cil dada la multitud de datos que la avalan. Puede ser más difícildarse cuenta de la multiplicidad de manifestaciones de esa domi-nación, de lo profundamente que ha empapado todas las prácticassociales sesgando las actividades más insospechadas. Como indi-caré más adelante, esto favorece el que algunos de esos sesgospermanezcan en ámbitos en los que pensamos que la dominación

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consecuencia del dominio masculino, sino como los mecanis-mos más eficaces de que disponen los hombres para garantizaruna supremacía cada vez más cuestionada.

5 b. La construcción de la identidad femeninaDe acuerdo con una tesis que es central en todo lo que expongo

en este libro, tampoco en el caso de las relaciones entre hombres ymujeres tiene demasiado sentido hablar de datos impuestos por lanaturaleza de las cosas.Aunque en españolno es todavía un térmi-no de uso general, en realidad no es muy apropiado hablar de dis-criminación sexual, puesto que no es el sexo lo que se discrimina,sino más bien el género. No cabe la menor duda de que existenpoderosas y decisivas diferencias sexuales, siendo el dimorfismosexual algo evidente en la especia humana. El cuerpo femenino esclaramente distinto al masculino y la propia biología impone unasexigencias que van a tener un peso decisivo en la manera de per-cibir y definir la propia identidad. La vinculación de la sexualidada la reproducción, de capital importancia para todos los seresvivos, impone también otro conjunto de exigencias de gran caladoa la manera de vivir el propio sexo; la experiencia de la materni-dad es algo que tampoco puede ser pasado por alto. La interpreta-ción de estas marcadas diferencias como rasgos complementariosy al mismo tiempo antagónicos, como oposiciones binarias quetambién se suplementan y equilibran, aparece en muchas socieda-des si bien de formas distintas que puedenoscilardesde el mito delandrógino hasta el los dos principios del yang y el yin en la filoso-fía china. Con cierta frecuencia se alude también a una posiblesituación originaria en la que los dos principios no estarían enabsoluto separados o al menos se habla de seres en los que no sedaría una clara definición masculina o femenina.

No obstante, reconocidas esas diferencias, el problema no hacesino comenzar. Aunque ya en esas polaridades que acabo de men-cionar podemos encontrar las huellas de que más allá o más acáde los datos anatómicos y biológicos siempre ha sido necesariauna interpretación y apropiación de los mismos, una aportaciónmuy valiosa del movimiento feminista de forma especial en lasúltimas décadas ha consistido en comprobar que la identidadgenérica, el hecho de ser hombre o mujer, era más una construc-ción social que un dato biológico. Lo masculino y lo femenino no

los hombres desarrollarían unos procesos de desplazamiento yunas formaciones reactivas. Descargarían mediante la violencia yel dominio sobre las mujeres su propia frustración o complejo deinferioridad y desarrollarían esa imagen de supremacía precisa-mente para encubrir una percepción muy distinta de su propiavalía y de su misma identidad. Al mismo tiempo buscarían unmodelo de relaciones sexuales empobrecido en el que sus propiascarencias e insuficiencias se convirtieran en símbolo de predomi-nio sexual. Las fuertes reacciones que se pueden percibir en estosmomentos en muchos países contra el movimiento feminista ycontra las conquistas de las mujeres podrían ser consideradascomo pruebas a favor de esta explicación.

Hay otra hipótesis que, si bien controvertida como todas lasdemás, goza de gran aceptación. La supremacía masculina esta-ría vinculada con la práctica de la guerra. En aquellas socieda-des en las que, por motivos diversos, la guerra desempeñaba unpapel fundamental en la perpetuación del grupo, era decisivogarantizar que se contaba con el mayor número posible de gue-rreros capaces de derrotar a los enemigos potenciales. Dado quees clara la diferencia entre hombres y mujeres en lo que respec-ta a la fuerza física directa, es decir, en cuanto a la capacidad deejercer la violencia, se sentaban así las bases de sociedades enlas que había que exacerbar una educación de los hombres en eluso de la fuerza y dotarlos de una posición de privilegio entodos los sentidos. Éste no fue sólo el caso de algunas demuchas de las sociedades recolectoras y cazadoras, sino que fueespecialmente un rasgo definitorio de las sociedades agrícolasdotadas de un Estado, es decir, de prácticamente la totalidad de lassociedades organizadas. Bien es cierto que, como en muchosotros fenómenos sociales, se dan aquí unos procesos de relacio-nes causales en los que no resulta tan sencillo detectar dónde ter-mina el efecto y dónde empieza la causa. No sólo se reforzaba laagresividad masculina para vencer en las guerras con el enemigo,sino que esta misma violencia y agresividad se convertían enfuente de dominación y en mecanismo sustitutorio de la inferiori-dad percibida en otros ámbitos de la relación hombre-mujer. Unavez más, el posible incremento del maltrato doméstico, y en gene-ral de la violencia física ejercida por los hombres contra las muje-res, hasta llegar a causarles la muerte, no deben ser vistos como

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y revelador el comprobar cómo en numerosas culturas algunosseres humanos no se han sentido cómodos con la identidad degénero que su propia cultura les imponía y han intentado vivir deotra manera, las más de las veces sufriendo duras represiones ysólo en contadas ocasiones disfrutando de la tolerancia de suscompañeros sociales. Una paciente y rigurosa tarea de decons-trucción de las identidades socialmente definidas es el primerpaso que debe ser dado si queremos ir deshaciéndonos de la ago-biante carga de una pesada tradición que ha asfixiado las posibi-lidades expresivas de los seres humanos, hombres y mujeres. Elhecho de que en este juego social la mujer se haya llevado la peorparte no significa en ningún caso que el hombre no haya perdidotambién enormes posibilidades de realización personal. La exal-tación de una masculinidad identificada con la agresividad y laviolencia han frustrado otras posibilidades y ha provocado el quehayan sido muchos los hombres que hayan sufrido para poderejercer actividades rigurosamente reservadas a las mujeres en susociedad. La lucha de las mujeres por su liberación no es algoque concierna exclusivamente a las mujeres, por más que ellasdeban asumir un protagonismo indiscutible.

Esta cuestión me parece especialmente relevante en el contextoactual. Insisto en que hasta el momento, una reflexión más biensuperficial sobre las condiciones reales de existencia de los sereshumanos puede llevar a la precipitada conclusión de que a loshombres los beneficia el modelo de dominación masculina impe-rante. En efecto, disfrutan de bastantes privilegios que todavía noson accesibles a las mujeres, incluso en aquellos países en los queel movimiento feminista ha conseguido avances significativos. Enese sentido no son de extrañar las resistencias, a veces muy violen-tas, a perder el dominio de la situación. No obstante no es tanto loque ganan con su supremacía y resulta más conveniente que loshombres reflexionemos sobre lo mucho que podemos ganar con laliberación de las mujeres. Al reconstruir la imagen de la masculi-nidad que nos sirve de referencia en nuestro ciclo vital podemos,como ya he mencionado, ampliar el margen de nuestras posibili-dades de realización y descubrir nuevos modos de existencia queenriquezcan nuestra relación con el mundo y con las personas, enprimer lugar con las propias mujeres, pero también con los hom-bres. La relación entre iguales siempre fue más conflictiva, más

son datos naturales, no es algo que venga impuesto por la propianaturaleza de forma algo mecánica o determinista. Niños y niñasaprendenya desde muy pequeños que hay una diferencia clara entreellos, una diferencia que puede ser vivida como oposición y que loslleva enseguida a separarse en los juegos siempre que existe unnúmero suficiente de cada sexo como para poder jugar por separa-do. La socialización grupal, tan importante para nuestro desarrollocomo seres humanos, refuerza la agrupación por sexos, y el refuer-zo se acentúa posiblemente al llegar la etapa de la adolescencia enla que la maduración biológica de las mujeresantecedeen unosañosa la de los hombres. Sin embargo, para ir decidiendo cuáles son lasconductas apropiadas para un niño o para una niña, en esas edadeselaboran unos ciertos estereotipos a partir de lo que perciben en suspropias casasy en la sociedad que los rodea y actúan en consecuen-cia. Un hecho que puede ser significativo es que los comportamien-tos que definen una identidad genérica se acentúan cuando los dosgéneros están presentes, mientrasque se debilitan cuando actúan porseparado. Chicas jugando con chicos intensifican los rasgos femeni-nos propios de su cultura, mientras que no los exteriorizan tantocuando juegan ellas solas. Los adultos, sean el padre o la madre, lasprofesoras u otras personas de edad con las que se relacionan, seencargan a su vez de reforzar comportamientos bien diferenciadosparacadasexo. Es decir, se aprende a ser un niñoy una niña, se des-arrolla en un largo período evolutivo, que casi se cierra definitiva-mente en los últimos añosde la adolescenciay primerosde la juven-tud, en el que se define nuestra identidad genérica.

Puestasasí las cosas carece en gran parte de sentido intentar dife-renciar qué hay de “natural” y qué de “social” en las identidadesde género, mucho menos cuando, como ya he indicado, el peso deuna larguísima tradición ha perpetuado una masculinidad y unafeminidad que han llegado a convertirse en algo casi incuestiona-ble. Con frecuencia podemosver estudios que nos indican las dife-rencias que en la actualidad pueden marcar la separación existen-te entre hombres y mujeres, pero más difícil resulta saber qué es loque debemos hacer con esas diferencias, oscilando entre simple-mente aceptarlas o intentar modificarlas. Por eso mismo, lo impor-tante es más bien el análisis de las formas concretas de definir lamasculinidad y la feminidad que han predominado en cada socie-dad y en cada etapa de la historia. Resulta igualmente importante

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ponsabilidad de escribir su propia historia, de narrar la específicabiografía de las mujeres, sin tener ya más a los hombrescomo pun-tos de referencia para definirse a sí mismas.

5 c. La larga marcha de la liberaciónRecordandoalgo que ya he mencionado, no es justo mantener que

las mujeres han sido víctimas pasivas de la opresión durante mile-nios y que no han sido capaces de ejercer ninguna reivindicaciónrespecto de su propia condición femenina. En una reescritura de lahistoria de la humanidad, realizada desde la perspectiva de los opri-midos, encontraríamos sin duda numerosos testimonios de esa plu-ralidad de resistencias con las que quienes llevaban las de perder seempeñaban en la construcción de esferas propias de libertad. Eneste sentido, una de las tareas importantes para avanzar en la libe-ración de las mujeres consiste precisamente en escribir la historiade tal manera que sus voces, aunque permanentemente silenciadas,puedan ser escuchadas, desvelando de ese modo hasta qué punto ladominación de las mujeres no fue en absoluto un destino inevita-ble, sino un proyecto impuesto en contra de la voluntad de las opri-midas y con el recurso constante a la violencia, incluida la físicadirecta, por parte de los que ejercían su supremacía.

Sin negar numerosos episodios de la historia de la humanidad enla que las mujeres lucharon de forma explícita o implícita por susderechos, el actual movimiento feminista tiene sus inicios en elnacimiento del mundo contemporáneo, durante la RevoluciónFrancesa, en la que aparece ya el primer texto que exige la parti-pación igualitaria de las mujeres. En la tradición libertaria, tam-bién a finales del siglo XVIII, el punto de vista de las mujeres va atener rápidamente un reconocimiento y un espacio, empezandopor la obra de Mary Wollstonecraft, quien compartió su vida conuno de los iniciadores del pensamiento anarquista, Godwin. Elsegundo texto que se suele citar como un gran paso adelante en latoma de conciencia de la injusta condición de las mujeres es elescrito por John Stuart Mill, que contó con la colaboración indi-recta de su propia mujer para ofrecer una perspectiva radical yrevolucionaria sobre las mujeres. A partir de ese momento, losesfuerzos de las mujeres van a incrementarse sucesivamente parareclamar el reconocimiento de los derechos que les eran negados, yde forma especial y preferente el derecho al voto. El movimiento

compleja, pero también más creativa y más enriquecedora, y todarelación basada en la dominación termina siendo frustrante paraambas partes. Las posibilidades liberadoras se amplían igualmen-te en el campo de las relaciones sexuales, relaciones que hasta elmomento, en el imaginario de la sociedad capitalista patriarcal hanquedado cercenadas con excesiva frecuencia al centrarse en rela-ciones de poder, dominación y mercantilización cosificadora.

La afirmación de que la identidad genérica es algo socialmenteconstruido que debe ser aprendido por todos los seres humanosdesde los primeros pasos de su vida no significa en ningún casoque la identidad femenina se agote en una construcción social.Precisamente porque somos algo más que construcción social espor lo que podemos criticar la específica identidad que en estasociedad marca negativamente la condición femenina, y podemosigualmente cuestionar las configuraciones más opresoras quepadecen las mujeres en la actualidad. Toda la lucha contemporá-nea en torno de los derechos humanos y, como concreción discu-tible, en torno de los derechos de la mujer aglutina un montón deesfuerzos diversos que tienen como objetivo la reivindicación deun conjunto de derechos que deben ser reconocidos, aunque deformas quizá variables, en todas las sociedades. Al igual que hemantenido al hablar de la democracia y de los otros ámbitos de lavida social, en este caso el reconocimiento de la construcciónsocial de la identidad debe ser el punto de partida para iniciar unprocesode liberación en el que se convoca a todos los seres huma-nos, hombres y mujeres, a asumir los riesgos que comporta elhecho de ser dueños de sus propias vidas. El feminismo reivindi-ca en este sentido que lo fundamental consiste en poder ejercer elderecho de las mujeres a ser sujetos activos que definen la identi-dad femenina. Hasta el momento actual, las mujeres han sido efi-caces instrumentos de transmisión y reproducción de una identi-dad genérica que les resultaba claramente desfavorable y opreso-ra. Se les impuso coercitivamente ese modelo apelando a la condi-ción natural del sexo femenino, el segundo sexo subordinado alprimero. Y como suele ser frecuente en relaciones sociales dedominación, las propiasoprimidas fueronagentes inconscientesdela perpetuación de su propia dependencia. Deconstruida la false-dad de una identidad genérica natural e inmutable que contribuíaa cimentar el dominio de los hombres, las mujeres retoman la res-

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patriarcal, tomando además como tema central el de la construc-ción de la identidad femenina, del que ya he hablado brevementeen párrafos precedentes. En gran parte, los avances anterioreshabían sido facilitados por la evolución de la propia sociedadindustrial. Ésta había favorecido la progresiva incorporación delas mujeres a los puestos de trabajo hasta entonces ocupados sola-mente por hombres. Si bien en condiciones de inferioridad, laposibilidad de obtener un salario abría nuevas cotas de indepen-dencia desconocidas en sociedades anteriores en las que la mujerestaba atada al trabajo doméstico, dependiendo del hombre paracualquier actividad alternativa. Este fenómeno que comenzó ageneralizarse en la Primera Guerra Mundial, y que sin duda favo-reció la conquista del voto en las décadas posteriores, no ha hechomás que incrementarse en la segunda mitad de la centuria y en laactualidad sigue creciendo debido, entre otras cosas, al acceso delas mujeres a la educación y a las características propias del tra-bajo en sociedades avanzadas, en las que se valoran la flexibili-dad, el trabajo a tiempo parcial e incluso algunos rasgos que eranmás propios de la condición femenina en sociedades patriarcales,como puede ser la capacidad de relacionarse y de atender a losaspectos más humanos de las relaciones laborales. Se mantiene,por tanto, la discriminación (menos salario y tasas mayores dedesempleo), pero crece la presencia de las mujeres en trabajosasalariados. Al mismo tiempo, todo el avance producido en lamedicina, sobre todo el avance en las técnicas de control de lanatalidad, reforzaban la posibilidad que tenían las mujeres de con-trolar su propia maternidad, incluso en contra de la voluntad delos hombres, y de disponer de una mayor flexibilidad para aban-donar el trabajo doméstico y salir al mundo exterior, con todo loque eso conlleva de nuevas y mayores relaciones sociales y opor-tunidades de acceder a posiciones de poder.

Una vez producidas estas mutaciones en las relaciones sociales,múltiples causas, en relación circular y retroactiva, han incremen-tado las posibilidades materiales de que las mujeres hayan abiertoun espacio para la construcción de una nueva identidad, muy ale-jada de la que les confería el mundo patriarcal. Percibir un salario,que ya empieza a resultar indispensable para la economía familiar,les está permitiendo tener una mayor capacidad de maniobra en lagestión de la distribución de las cargas del trabajo doméstico, por

sufragistava a ser el que aglutine las movilizaciones de las mujeresdurante todoel siglo XIX; sin olvidar algunos antecedentes en diver-sos estados de Estados Unidos, es en 1893 cuando por primeravezse reconoce el derecho al voto a las mujeres en condiciones deigualdad con los hombres en Nueva Zelanda. A partir de ese año,el reconocimiento del voto femenino va a ir llegando a todas lasconstituciones, de forma más notable en el período comprendidoentre las dos Guerras Mundiales. Suiza sería una excepción alhaber aceptado el sufragio femenino en 1971. En estos momentos,con la excepción de algunos países musulmanes en los que el fun-damentalismo ejerce una notable influencia, el sufragio femeninoestá universalmente reconocido. El papel que en este reconoci-miento desempeñaron las sufragistas no debe ser olvidado, enespecial en algunos países como el Reino Unido, en los que sumilitancia fue muy activa.

Una vez alcanzada esa meta básica, el feminismo pareció entraren un momento de descanso en sus actividades para reaparecer connueva fuerza y planteamientos muy diferentes en la década de losaños 60. Surgía en relación con todos los movimientos que enaquellos años revitalizaron a la izquierda en Occidente, en los quela presencia de planteamientos de tipo más libertario era patente.Se buscaba además recuperar algunos temas clásicos de las aspi-raciones revolucionarias de la edad contemporánea, en especialaquellos que hacíanreferencia a la calidad de la vida cotidiana. Lasmujeres se habían dado cuenta de que no bastaba en absoluto conel reconocimiento del derecho al voto para participar en condicio-nes de igualdad con los hombres en todas las dimensiones de lavida social y política. Los datos eran incuestionables e indicabancon cierta insistencia que la condición femenina era muy deficien-te y que seguía sufriendo una clara marginación o discriminaciónen numerosas actividades, por no decir en todas. Su incorporaciónal trabajo asalariado no se traducía en igualdad de condicioneslaborales, ni tampoco llevaba consigo una reestructuración radicaldel trabajo doméstico tradicionalmente asumido por las mujeres.La lucha por la igualdad tenía que volver a ser activada si no que-rían que las características propias de una sociedad patriarcal,basada en la supremacía del hombre, se perpetuaran y retrasaranindefinidamente el momento de la igualdad completa.

En esta ocasiónel blanco del ataqueera precisamente la sociedad

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legales, procurando no sólo que desaparecieran de las legisla-ciones todos los restos —que eran muchos— del machismosecular, sino también garantizando que esos derechos eran dehecho respetados. Otros grupos se centraban más en aspectosculturales, luchando contra todas las instituciones y valores pro-pios del patriarcado, incluyendo todo tipo de aspectos comopudiera ser el sexismo presente en la publicidad o el lenguaje.Otros grupos vincularon la construcción de una nueva identidadfemenina con las luchas de gays y lesbianas por el reconoci-miento social, con los que coincidían no sólo en la exigencia deuna nueva definición de las relaciones sexuales, sino tambiéncon la denuncia del patriarcado que tendía a imponer el dominiode los hombres heterosexuales sobre las mujeres igualmenteheterosexuales, pero pasivas y sumisas, como único modeloposible y aceptable de relaciones interpersonales.

En estos momentos resulta difícil, por tanto, reducir el femi-nismo a un solo movimiento o a una sola actividad. En estasúltimas décadas la pluralidad de manifestaciones del feminismohacen imposible todo tipo de reduccionismo. El hecho es que lasmujeres, por primera vez en la historia de forma colectiva y muyconsciente y explícita se han rebelado contra la dominación yhan unido sus fuerzas a todos aquellos grupos que buscan igual-mente desmontar las relaciones sociales basadas en la opresiónde una mayoría por una minoría que no duda en recurrir a lafuerza para perpetuar su dominio, y los privilegios que lo acom-pañan. Por encima de ideologías y condiciones concretas deexistencia, más allá del ámbito específico en el que desarrollansus actividades, hay una coincidencia en reivindicar para lasmujeres el reconocimiento de que es a ellas y nada más que aellas a quienes corresponde decidir cómo deben ser sus vidas,por más que eso suponga un arduo trabajo, en gran parte debidoa las dificultades impuestas por los milenios de sometimiento alyugo impuesto por los hombres. Las mujeres en todo el mundoestán de este modo protagonizando una revolución que afectadirectamente a algo más de la mitad de la población de la Tierray que, vencidas las resistencias iniciales debidas al miedo de loshombres de perder una identidad que tantos beneficios lesreportaba, repercutirá igualmente en beneficio de la otra mitad.

más que los hombres siguen resistiéndose a aceptar sus respon-sabilidades en el hogar. Entre los anticonceptivos y su incorpo-ración al trabajo, las mujeres han podido elegir el momento desu maternidad. Ésta se ha retrasado bastante en los países deeconomías más avanzadas, llegando incluso a disminuir hasta elpunto de que apenas se alcanza la tasa de reproducción. Es más,en algunos países, como puede ser España, en el que el modelomás tradicional de familia todavía tiene fuerza, el descenso dela natalidad ha sido drástico, casi dramático. Retrasar y dismi-nuir la natalidad ha sido en la práctica una manera de liberarsede la tarea tradicional de la reproducción y del rol social de lamaternidad como único rol socialmente admitido para las muje-res. Fuera de sus hogares, en los que habían estado tradicional-mente recluidas, las mujeres no sólo están encontrando nuevasposibilidades de expresarse, sino que también comparten conotras mujeres los problemas comunes a los que tienen que hacerfrente en su nueva forma de realizarse social y personalmente.Han adquirido una conciencia reforzada de las condiciones desubordinación en las que todavía se encontraban y de las queapenas estaban saliendo con duros esfuerzos. Todo esto ha con-tribuido además a arruinar las bases en las que se asentaba elpatriarcado tradicional, para el cual la familia nuclear extensa,con estricta división de tareas y dominio indiscutible del hom-bre, constituía el ámbito en el que se reproducía y se cimentabasu posición de supremacía.

Al hilo de estos cambios, han ido surgiendo numerosos gruposde mujeres con una nueva conciencia, mucho más radical, máscrítica y más dispuesta a la acción; iban más lejos en todos lossentidos que sus predecesoras sufragistas y empezaban a fraguaruna auténtica y profunda revolución social con efectos posible-mente mucho más duraderos para el futuro de la humanidad. Porprimera vez en la historia había un cuestionamiento global y radi-cal de cuál era la identidad. masculina y la femenina, de cuáleseran las funciones que ambos debían desempeñar en la sociedady cómo debía reestructurarse el reparto del poder. Las mujeres sededicaron activamente a crear una nueva conciencia femenina,paso indispensable para poder sacudirse la tutela opresora de loshombres y para empezar a ser agentes activos de su propia bio-grafía personal.Unos grupos feministas se centrabanen las luchas

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implicación suficiente de los hombres en todas las tareas domésti-cas. Al menos por el momento, muchas mujeres han percibido suliberación como un incremento de su trabajo al que sólo puedenhacer frente con un notable esfuerzo personal.

El movimiento feminista quizá no goce en estos momentos de launidad que debiera tener dada la importancia y magnitud de lastareas todavía pendientes. Se ha producido una cierta escisiónentre el feminismo más de elite, propio de sociedades occidenta-les muy avanzadas en las actuales tendencias de reestructuraciónde todo el tejido social, y un feminismo más pragmático, o másinmediatista, como el que se da en los países empobrecidos ydependientes. El primero sigue profundizando en cuestionescomo la aplicación y profundización de los derechos de la mujer,y dedican también una especial atención a todo el tema delpatriarcado y la redefinición de las identidades de género. Almismo tiempo se enfrentan a algunas aporías que no acaban deresolver. Por un lado luchan por esos derechos de la mujer, comoun bloque específico de derechos a los que no están dispuestas arenunciar; sin embargo, la aceptación de que hay algo así comounos derechos de la mujer, o un día específico de la mujer traba-jadora en el que se hacen una especie de balance de la situaciónde las mujeres en el mundo, parece que está reproduciendo dealgún modo todo lo que pretenden superar. No existe nada pare-cido a un día de los derechos del hombre, por lo que admitirlo enel caso de las mujeres está provocado en gran parte porque laidentidad de las mujeres en nuestras sociedades sigue estandodefinida por su situación de dependencia y subordinación, nece-sitada de acciones especiales o de medidas de discriminaciónpositiva. Todo eso deja un cierto gusto amargo, pues la banderaenarbolada para airear sus reivindicaciones muestra en su otracara cuáles son las carencias. Todavía está por llegar el día en elque deje de ser necesario hablar de la mujer trabajadora y sus rei-vindicaciones queden plenamente recogidas y reflejadas en el díade los trabajadores. Será su condición de explotadas, al igual quelos hombres, la que aglutinará su movilización, la movilizaciónde los dos géneros. Habrá cesado entonces la discriminación delas mujeres en tanto que mujeres.

Distinto totalmente es el feminismo que se practica en paísesempobrecidos, o en los grupos sociales empobrecidos de los países

5 c. Las paradojas de la actualidadTodo lo anterior debería, en principio, hacernos pensar con cierto

optimismo que vamos a ser testigos en los próximos decenios deuno de las revoluciones radicales más profundas y menossangrien-tas de la historia de la humanidad. Sin embargo, hay algunas difi-cultades en el camino que arrojan ciertas dudas sobre la viabilidaddel proyecto en su sentido más liberador. La primera de todas ellases que el feminismo reciente ha tocado la línea de flotación de lacasi totalidad de las culturas conocidas. No sólo ha luchado por elreconocimiento de la igualdad que se deriva del hecho de que ellasson personas exactamente iguales que los hombres y que su sexono debe traducirse en ningún tipo de discriminación en ningúnámbito de la vida humana. El problema es que esa igualdad, cuan-do se lleva a la práctica con todas sus consecuencias, cuestiona elorden patriarcal, y la familia constituida según los cánones dedicho orden, que ha estado presente en configuraciones muy diver-sas de familias, no sólo en la nuclear y la extensa, por mencionarlas más habituales en la civilización occidental. Pone en cuestióntambién las identidades genéricas, al haber mostrado con sus críti-cas que nada hay en la biología de los sexos que justifique ningúntipo de discriminación y que son posibles formas totalmente distin-tas de vivir la feminidad y la masculinidad, conservando diferen-cias, pero dejando atrás cualquier tipo de discriminación.

En cierto sentido, apoyado por declaraciones oficiales, multitudde asociaciones, instituciones públicas y privadas y disposicioneslegales específicas, las mujeres pueden en estos momentos exigirser tratadas como iguales sin renunciar a su condición de mujeresni imitar a los hombres. Se van abriendo caminopaso a paso y estánconvencidas de su propia valía y de sus capacidades para alcanzarlas metas que se propongan, venciendo cuando sean necesario lasresistencias que oponen todavía muchos hombres. Lo malo es que,por el momento, están pagando un precio muy alto pues su incor-poración al mundo activo no las ha descargado proporcionalmentede las tareas domésticas. Ellassiguen siendo las que, a pesardel tra-bajo fueradel hogar, cargan con la mayorpartedel peso que ese tra-bajo impone y las que tienen que seguir asumiendo en casi todoslos casos las responsabilidades de la crianza de los hijos. La fami-lia patriarcal está en profunda crisis, pero las formas alternativas defamilia que poco a poco van surgiendo no han llevado consigo una

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mujeres en busca de una nueva y más enriquecedora identidad,sino que pretenden resolver sus crisis recuperando formas tradi-cionales de relacionarse con las mujeres. Fundamentalistas reli-giosos de muy diferentes creencias alientan estos movimientosreaccionarios que, acusando a las mujeres de la quiebra del ordenfamiliar y de otras desgracias, exigen que vuelvan al hogar dedonde nunca deberían haber salido.

Sería un error menospreciar estas proclamas patriarcales o pen-sar que carecen ya de un espacio en la nueva sociedad que se estágestando a nivel global. Incluso en el supuesto de que pensemosque el futuro no es suyo y que los pasos dados a favor de la libe-ración de las mujeres son ya irreversibles, su reacción puederetrasar el proceso más de lo previsto y puede además provocarun costo humano muy considerable. La situación de las mujeresen Afganistán, por mencionar un caso tan extremo como ejem-plar, debe preocuparnos seriamente, del mismo modo que debeprovocarnos un profundo desasosiego la persistencia o incremen-to del maltrato doméstico, con numerosas mujeres que estánpagando con su vida el precio de una liberación que ellas nuncadisfrutarán. En un momento en el que las guerras se caracterizanpor afectar sobre todo a la población civil, son también las muje-res, junto con los niños, quienes ostentan el poco envidiable pri-mer puesto en el sufrimiento y las vejaciones. Y una liberaciónsexual distorsionada profundamente ha provocado un incrementodesmesurado de la prostitución, casi totalmente femenina, en granparte del mundo. Queda mucho por hacer en todos los campos,algunos muy perentorios e inmediatos y no ha llegado el tiempode considerar que la lucha por la liberación se ha terminado.

6. La educación

6 a. La educación y los seres humanosLa necesidad de un largo proceso de aprendizaje es una de las

características que definen a los seres humanos y los diferenciande otros seres vivos. Una larga infancia y, en algunas culturas, unalarga adolescencia constituyen un período necesario para poder iraprendiendo todas las habilidades y conocimientos sin las cualesles resultaría difícil la supervivencia. En la mayor parte de las

enriquecidos. En este caso, no se trata de un feminismo explícito,sino simplementedel hecho de que las mujeres están efectiva y efi-cazmente asumiendo un protagonismo en la transformación de lasociedad, mayor en muchos casos que el de los mismos hombres.Las mujeres que lideran, por ejemplo, las luchas contra la construc-ción de la presa en Narmada no están luchando por la igualdad dela mujer; simplemente están actuando por iniciativa propia, estánocupando las primeras posiciones y eso a pesarde vivir en socieda-des en las que el patriarcado está profundamente arraigado. Ellas,como las líderes de las comunidades indígenas en algunos países deAmérica Central y del Sur o como las mujeres que solicitan y sehacen cargo de los préstamos del banco Grameen, no se preocupanpor exigir un lugar en la sociedad; simplemente lo asumen y ejer-cen unas responsabilidades sociales y políticas a las que jamásanteshabían tenido acceso. Gracias a su acción decidida están sien-do valoradas de forma muy distinta por los hombres que antigua-mente las ignoraban o las oprimían. Las sensibilidades de estosmovimientos de mujeres son distintas a las del otro feminismo y lasdistancias se aprecian con más claridad cuando todas se juntan enreuniones internacionales, como la celebrada en Beijin en 1995.Por el momento, la división no está teniendo consecuencias negati-vas, pero, manipulada y tergiversada por algunos poderes interesa-dos, puede contribuir a debilitar la fuerza del feminismo en unostiempos en los que es mucho lo que queda por hacer.

No perder la afinidad y proximidad de objetivos últimos esimportante, en especial cuando en algunos círculos se puede estarbajando la guardia porque se considera que ya se ha conseguidolo fundamental y que sólo quedan los pequeñosajustes que la libe-ración de la mujer exige en la sociedad y en todas sus institucio-nes. Desgraciadamente, no parece que sea todavía el momento derelajar la tensión mantenida en las décadas anteriores por losmovimientos feministas pues el machismo, el patriarcado y ladominación masculina está lejos de haber desaparecido, tan pro-funda era y es, como vengo insistiendo, su presencia en todo eltejido social y en todas las manifestaciones culturales. Al mismotiempo, un sector no despreciable de los hombres ha reaccionadocon virulencia y agresividad últimamente contra esos cambiossociales que los afectan. En claro retroceso una identidad mascu-lina en la que han sido educados,no se lanzan codo a codo con las

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se reduzca a puro adoctrinamiento socializador y siempre ha con-tado con la intervención activa de quienes recibían la educación ycon su capacidad de apropiarse reflexivamente de las normas,para de ese modo ser capaces también de modificarlas cuando lascircunstancias lo exigieran. Por eso, las sociedades que mejor hansabido transmitir esa dimensión reflexiva y creativa, favorecedo-ra de innovaciones, han tenido mejor fortuna en su proceso deadaptación y crecimiento.

A partir del siglo XVI en Europa se empiezan a extender los cen-tros de educación formal destinados no sólo a posibles universita-rios, sino a un público más general. El proceso, muy tímido al prin-cipio, se generaliza a finales del siglo XIX y se hace prácticamenteuniversal en el grupo de países de mayor nivel de desarrollo tecno-lógico en la segunda mitad del siglo XX. Es entonces cuando, juntoa la educación en su sentido más general, aparece lo que en estosmomentos llamamos escolarización y que constituye una etapadecisiva para las personas que nacen y viven en nuestras socieda-des. En un primer momento, las escuelas estaban reservadas a losniños —mucho menos a las niñas— que procedían de las clasesaltas o hegemónicas; a los demás casi les estaba vedado asistir aclase. Por una parte, las escuelas constituyen una respuesta a lanecesidad, planteada por sociedades más complejas y sofisticadasen todos los sentidos, de que sus miembros aprendan muchas máscosas que las que tenían que aprender en sociedades anteriores. Sise quiere participarefectivamente en estassociedades, hay que con-seguir una mayor educación y eso desborda ampliamente las posi-bilidades de la familia y exige mucho más tiempo a cargo de per-sonas especializadas en las tareas de formación. La alfabetización,por ejemplo, deja de ser una destreza minoritaria y pasa a ser unahabilidad necesaria. La ausencia de escolarización va a ir vincula-da con situaciones de marginación y exclusión social, en unas rela-ciones de causalidad más bien circulares: la situación de margina-ción dificulta el acceso a la escuela y el aprendizaje de la lectura yla escritura, y esta carencia se convierte a su vez en causa de que sereproduzca e incremente la marginación y la exclusión. Para mayordiscriminación, las escuelas suelen manejar los códigos lingüísticosde las clases superiores de la sociedad, con lo que los niños que noproceden de esas clases se encuentrancon dificultades añadidas lle-gado el momento de su promoción.

sociedades en tiempos remotos y en bastantes de ellas en la actua-lidad, ese aprendizaje era algo garantizado por la familia y los seresmás cercanos, incluyendo vecinos o habitantes del mismo pueblo obarrio. Cuando la vida social no era excesivamente compleja —sibien siempre lo ha sido bastante—, bastaba con ese contacto infor-mal, pero constante y en algunos casos sistemático, para que losniños y las niñas fueran recibiendo la instrucción necesaria. Engeneral se trataba más bien de un proceso de socialización y endo-culturación, y buscaba sobre todo la transmisión de los valores,actitudes y comportamientos propios de la sociedad a la que perte-necían; a él he aludido, por ejemplo, al hablar de la configuraciónde la identidad de género en el apartado anterior. Llegados a ciertaedad, más a menos a partir de los 7 años, los menores empezaba aaprender tareas algo más complicadas exigidas por el trabajo queiban a tener que desempeñar. Si este trabajo requería una mayorcualificación, como en el caso de los artesanos y los comerciantes,el período de aprendizaje podíallegar a ser bastante prolongado.Enmuchas de esas sociedades, una minoría destinada a ocupar posi-ciones de mayor rango recibían una educación más larga, ordenaday metódica después de la primera infancia. Gracias a ella llegaríana ser curanderos, sacerdotes o funcionarios de la administración delEstado cuando algo parecido a éste existía.

Ese modelo funcionó y sigue funcionando. Podemos llamarlo engeneral educación informal o simplemente procesos de socializa-ción y es responsable de gran parte de lo que sigue definiéndonoscomo seres humanos. Desde esta perspectiva, lo fundamental erael punto de vista de la sociedad, es decir, se trataba de conseguirque los niños pequeños se integraran plenamente en las normassociales de los adultos. Cierta capacidad de innovación podíaadmitirse, pero no excesiva pues prevalecía la necesidad de perpe-tuar el grupo social, con escasa consideración por los interesesparticulares de las personas que eran objeto de la instrucción. Esmás, en realidad no eran considerados personas en el pleno senti-do de la palabra y tendrían que esperar a ser admitidos en elmundo de los adultos para empezar a tener un cierto protagonis-mo personal. No obstante, era quimérico anular completamente laexigencia de que los niños se apropiaran conscientemente de lasnormas del grupo y sus pautas de comportamiento. Las caracterís-ticas de la especie humana han hecho imposible que la educación

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que querían transmitirles. Al mismo tiempo, esas publicacionesincrementarían el deseo de leer para tener una mejor información.También se afanaron en la creación de escuelas a las que pudie-ran acudir todas las niñas y todos los niños, favoreciendo el acce-so de los sectores sociales menos favorecidos. En todos los luga-res donde pudieron ejercer una clara influencia social y contaroncon suficiente adaptación, organizaron escuelas para la educaciónde niños, y también de adultos. En algún caso, era precisamentela escuela la que servía de punto de partida para una mayor difu-sión de los ideales de cambio social que propugnaban. Esasescuelas, como las racionalistas en España o La Ruche enFrancia, estaban al margen del sistema educativo oficial. Éste eradesde luego claramente insuficiente, por lo que muchos niños notenían la oportunidad de acudir a la escuela; pero, al depender delEstado, no dejaban de ser para los anarquistas un lugar en el quefundamentalmente se reproducía la ideología dominante y esoapoyaba la idea de crear sus propias escuelas.

Los anarquistas y todos los pensadores más progresistas desdela Ilustración insistieron en ese valor liberador que en sí mismopuede tener el conocimiento; aceptaron igualmente la estrechavinculación entre saber y poder. Por eso se empeñaban en difun-dir los conocimientos científicos, organizaban escuelas y ateneos,y procuraron que las clases obreras y populares tuvieran acceso alconocimiento. Todo eso, sin embargo, no era suficiente; la educa-ción debía formar parte de un proyecto completo de liberación yera el resto de las luchas sociales lo que le confería todo su senti-do. A diferencia de los pedagogos ilustrados, la educación no erasuficiente para cambiar la sociedad, mucho menos si esa educa-ción no estaba vinculada conscientemente con el proceso de cam-bio emancipador. Había modelos educativos que reforzaban lajerarquización, la competitividad y la asunción como indiscuti-bles de las reglas sociales que imperaban en las sociedades capi-talistas; por el contrario, ellos se situaban en el grupo de educado-res que consideraban imprescindible conseguir que la educaciónimpartida fuera coherente con el proyecto de transformaciónsocial. De ahí la necesidad de buscar nuevos métodos de enseñan-za, de dar prioridad a unos contenidos frente a otros, y de estruc-turar toda la escuela y la vida escolar de otra manera.

Insistían con la misma energía en que tampocose iba a conseguir

Por otra parte, unido a lo que acabo de decir, las escuelas se eri-gen en un espacio social decisivo para la reproducción de la opre-sión y la explotación sociales, pero también para combatir esassituaciones de dominación. La idea de que la educación, pensandoquizá más en la formal, la que se imparte en la escuela y centros deenseñanza mediay superior, es algo esencial en la emancipación delos seres humanos es un tema recurrente en todo el pensamientoprogresista occidental. No es de extrañar, por tanto, que el movi-miento socialista, y más todavía el socialismo libertario o anarquis-mo, concediera una importancia muy elevada a la educación. Éstaera necesaria para poder tomar conciencia de la situación en la quelas clases explotadas se encontraban, pues sumidas en la ignoranciaaceptaban como incuestionables las explicaciones con las que laclase dominante intentaba justificar sus privilegios. Y era tambiénnecesaria si se quería poseer los conocimientos requeridos paratransformar revolucionariamente la sociedad capitalista y dar pasoa una sociedad nueva sin explotación ni opresión. En una logradaexpresión muy corriente en los medios libertarios, se decía que laignorancia era el alimento de la esclavitud. Con esto se daba unpaso más respecto de lo afirmado por los ilustrados; no se tratabatan sólo de que la ignorancia mantuviera supersticiones e intoleran-cias y dificultara además el progreso económico del país.Admitidotodo eso, lo que estaba en juego en la educación era una cuestiónde dominación social, tanto en el marco global de las institucionespolíticas como en el más próximo de las relaciones familiares. Laeducación era un instrumento decisivo en la liberación de los sereshumanos, del mismo modo que, adecuadamente controlada y res-tringida por la clase hegemónica, podía ser utilizada para apuntalarla dominación ejercida por esta minoría privilegiada.

Extender la educación, hacer partícipes de la misma a todos losseres humanos desde la más temprana infancia, era un objetivobásico del movimiento libertario. Para conseguirlo se volcaron enlas tareas de propaganda, con la publicación de numerosas revis-tas, panfletos y libros en los que difundían no sólo los idealesanarquistas, sino también todos los conocimientos proporciona-dos por los avances científicos en todos los ámbitos. No importa-ba demasiado que muchos campesinos y obreros no supieran leer;los que sí sabían hacerlo se encargarían de leerles los textos enalta voz para que calara en su conciencia el mensaje de liberación

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modelo que propone como objetivo el desarrollo personal y socialde las posibilidades de llevar una vida con sentido, libre de caren-cias e imposiciones. Poca gente negará que la educación debeplantearse como prioridad absoluta el conseguir que las personaslleguen a ser críticas, creativas y solidarias, del mismo modo queprácticamente todo el mundo estará de acuerdo en que la educa-ción contribuye de forma decisiva a la formación de sociedadesdemocráticas. Digamos que se trata de un lenguaje políticamentecorrecto que se repite hasta la saciedad en todas las reunionesnacionales e internacionales y en todos los programas educativos,salvo excepciones extremas. Si bien puede parecer pura retórica,es un logro en absoluto despreciable, sobre todo si tenemos encuenta que no hace tanto tiempo había responsables políticos queafirmaban públicamente que no era necesario que todo el mundoadquiriera una educación así concebida.

Una de las formulaciones más afortunadas de los mismos es la quese ofrecía en un reciente informe preparado bajo los auspicios de laUNESCO sobre la educación para el futuro. Pueden parecer dema-siado generales o vagos, pero considero que son suficientementeespecíficos y exigentes y puede ser utilizados comoprincipios orien-tadores de lo que es necesario hacer en educación. Según las perso-nas que realizaron el informe, cuatro son los pilares básicos en losque se basa lo que ya debe ser llamado educación a lo largo de lavida: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos yaprender a ser. Aprender a conocer implica alcanzar una culturageneral suficiente con unos conocimientos algo más profundos enámbitos específicos y sobre todo implica aprender a aprender parapoder hacer frente a las exigencias provocadas por los sucesivoscambios en todos los campos. Aprender a hacer lleva consigo unaadquisición de las competencias necesarias para poder actuar ensituaciones diferentes y además trabajar en equipo para resolvertareas diversas, profesionales o no profesionales. Aprender a vivirjuntos guarda una estrecha relación con ese cruce de culturas yopciones de vida diferentes que se dan en sociedades abiertas,sujetas a procesos constantes de movimientos demográficos y alimpacto de formas culturales alternativas. Por último, aprender aser recoge una exigencia muy antigua de la humanidad: alcanzarlas destrezas cognitivas y afectivas que las personas necesitan parallegar a ser ellas mismas, llegar a ser lo que son, desarrollando al

un cambio social revolucionario si la acción transformadora selimitaba a tomar o abolir el Estado y las instituciones económicas.Si para llegar a ser personas en el pleno sentido de sus posibilida-des los seres humanos necesitamos vivir en una sociedad sinexplotadores ni opresores y, por lo tanto, sin explotados ni opri-midos, para participar en una sociedad de este tipo hacen faltapersonas nuevas, no después de los momentos de transición revo-lucionaria, sino antes y durante los mismos. El cambio social noocurre de la noche a la mañana, ni se produce por tomar el Palaciode Invierno o declarar la colectivización de las tierras y las fábri-cas; es el resultado de un largo proceso pedagógico en el que, alhilo de las luchas y enfrentamientos con la burguesía y el Estado,las personas han ido aprendiendo a ser libres y solidarias, a nodelegar en nadie, a asumir su propia e irrenunciable participaciónen la gestión de los problemas que afectan a la comunidad. Poreso, si pretendemos formar personas capaces de decidir por símismas, capaces de sacudirse la opresión y no volver a caer enella, hay que educarlas desde pequeñas, fomentar en ellas el sen-tido crítico y la autonomía personal, así como unos valores desolidaridad y libertad. La educación es una condición necesariapara lograr todo eso y desempeña un papel central; por eso hacefalta cuidarla y volcarse en ella y por eso también los mismos cen-tros escolares se convierten en espacios ineludibles de las luchassociales. Un proyecto de revolución integral no puede llevarseadelante sin un cambio educativo igualmente radical. Un cambioeducativo radical no puede salir adelante si no está vinculado conun proyecto revolucionario integral. La educación es una tareapolítica; la política es una actividad educativa.

6 b. Las contradicciones de la educación en la actualidadEl hecho de que la educación haya sido reconocida como un

objetivo prioritario en casi todos los países no nos permite decidircuál es el sentido de ese incremento del tiempo dedicado a la for-mación de las personas, y más en concreto el sentido que tiene eltiempo de la escolarización formal obligatoria. Eso no quita paraque, en principio y en general, esta escolarizaciónsea un dato muypositivo. Los objetivos básicos que debe plantearse la educaciónen la actualidad pueden estar más o menos claros para todo elmundo.Afortunadamente hoy goza de una casi total aceptación el

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analizan el mundo de la educación y la formación como un mer-cado en el que se debe invertir procurando la mayor rentabilidadpara el futuro. En algunos casos, esa perspectiva es la que domi-na ya al escoger la escuela infantil, se mantiene en la escolariza-ción obligatoria y se hace más patente en los niveles superiores.Convertida la educación en un bien consumible y en una inver-sión privada, aparece así como un mercado potencial en el quemerece la pena invertir para obtener pingües beneficios. Es clási-co el descomunal negocio de los libros de texto, sobre el que seha cimentado, por mencionar un caso, el imperio mediático másimportante de España, Prisa; pero en estos momentos el mercadoeducativo es muy amplio y ofrece enormes posibilidades de hacernegocios. Programas educativos, recursos didácticos, centros máso menos especializados en sectores específicos de formación ylos ya clásicos centros docentes, son algunos de los subsectoresdonde puede ser bastante apetitoso invertir dinero para atender lasnecesidades de una gran parte de la educación.

La orientación mercantil de la educación se ve reforzada ademásporque la clase hegemónica siempre ha visto en las escuelas y enla educación obligatoria un eficaz instrumento para transmitir yperpetuar la ideología del sistema. El alumnado aprende muchascosas en las escuelas, como la necesidad de distinguir entre tiem-po libre y tiempo de trabajo o la existencia de rígidas jerarquías,con la obligada sumisión de quienes ocupan las posiciones infe-riores, en este caso el alumnado. Es sobradamente conocido elpapel que la escolarización obligatoria desempeña en disciplinary homogeneizar a la población infantil para que lleguen a ser bue-nos ciudadanos cuando sean adultos. Estas dimensiones y otrasparecidas constituyen eso que habitualmente llamamos currícu-lum oculto, nunca formulado de manera explícita, pero sumamen-te eficaz en la configuración de la personalidad de los seres huma-nos. Al mismo tiempo, la escolarización fomenta el mito de lacompetitividad estableciendo un riguroso sistema de calificacio-nes que cuantifican el rendimiento académico y permiten estable-cer comparaciones entre el alumnado. Quienes obtengan mejoresnotas podrán acceder a los estudios que dan paso a los puestosejecutivos en la sociedad; es un proceso selectivo que se mantie-ne en todo momento, de tal modo que si son demasiadas las per-sonas que obtienen un título universitario, se creará un título de

máximo sus propias, únicas, irrepetibles e intransferibles posibi-lidades. Si bien es cierto que puede admitirse en la educaciónformal infantil y primaria una cierta insistencia en la adquisiciónde conocimientos, en ningún caso deben éstos constituir elnúcleo del aprendizaje en esas etapas.

El acuerdo en torno de esosprincipios muy básicos no puede ocul-tar los profundos desacuerdos cuando tenemos que pasar a analizarlo que realmente está ocurriendo con la educación en el mundo. Loprimero que debemos tener en cuenta es algo que ya he aludidoanteriormente. En el capitalismo hay una contradicción permanen-te en la educación que difícilmente se puede salvar. La clase hege-mónica ha visto en la escolarizaciónun instrumento básicamente decontrol social y de rentabilidad económica, con una perspectivamercantilista que en las últimas décadas no ha dejado de incremen-tarse. La inversión en educación es una inversión encaminada amejorar los recursos humanos, lo que en su momento repercutirá enun mejor rendimiento económico y una mayor productividad. En laeconomía actual, las personas analfabetas se convierten en seresimproductivos, exceptuando unos pocos trabajos que pueden ejecu-tarse sin ninguna habilidad específica o con habilidades muy limi-tadas. Teniendo en cuenta el modo de funcionar de la economíaactual, la necesidad de cuidar la formación de las personas no des-aparece despuésde los primeros añosy se mantienede por vida; unaempresa que no quiera quedarse obsoleta tendrá que organizar laformación permanente de sus trabajadoras y de sus trabajadores.Esta educación no formal está adquiriendo en estos momentos unaenorme importancia; los empresarios procurarán externalizar losgastos, por ejemplo con las enormes subvenciones que reciben delos fondos públicos para organizar cursos de formación, o simple-mente lo repercutirán en sus cuentas de resultados como gastos deproducción. En definitiva, proporcionar educación es como cons-truir carreteras o aeropuertos: la educación genera una infraestruc-tura imprescindible para un buen funcionamiento de la economía.

Al mismo tiempo se hacen cálculos que permiten, a nivel indi-vidual, establecer una correlaciónentre nivel de educación y nivelde salarios, con lo que se difunde y cimenta la idea de que inver-tir en educación es algo rentable para las personas. Ya no es sola-mente la empresa la que está interesada en la formación, sino quelas personas que trabajan, también quienes están desocupados,

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con los procesos de exclusión y marginación social, contribu-yendo a su profundización. La reciente campaña que exige laescolarización universal en todo el mundo promovida por orga-nizaciones no gubernamentales solventes y apoyada por algunasinstituciones internacionales, es un buen recordatorio de que laefectiva democratización de nuestras sociedades demanda sinduda alguna algo más que escolarización, pero nunca algomenos. Y nos recuerda que la educación, la escolarización, es underecho de todo ser humano.

6 c. Educación y democraciaAl reflexionar sobre las relaciones que se establecen entre edu-

cación y democracia estamos apuntando a un asunto nuclear ysustantivo. Teniendo en cuenta lo que ya dije en su momentoacerca de la democracia como reconocimiento de que los sereshumanos deben hacerse cargo de su propia organización política,sin dar nada por supuesto ni apelar a pretendidas tendencias natu-rales que justificarían más un modelo de organización social queotro, afloran de inmediato las implicaciones de esa tesis para laeducación. La primera es que jamás se podrá dar la democraciaenel sentido aquí reivindicado si no contamos con un público bieninformado y bien formado. Las complejidades inherentes a lavida en sociedad, incrementadas por la renuncia a una solucióndefinitiva de los problemas que la convivencia plantea, obliga a lasociedad a tomarse en serio la preparación metódica y bien orga-nizada de todas las personas en sus años de formación inicial.Esos años resultan decisivos para que adquieran las destrezascognitivas y afectivas sin las cuales difícilmente va a poder asu-mir las responsabilidades que se derivan de su ciudadanía. Esasdestrezas implican más o menos los cuatro objetivos del aprendi-zaje aludidos en el apartado anterior; la gente tiene que aprendera observar críticamente la realidad que la rodea, emitiendo a con-tinuación juicios evaluativos que les permitan diferenciar entrelas prácticas e instituciones liberadoras y las que no lo son.Basados en esos juicios y aplicando las destrezas aprendidas,podrán elaborar nuevas estrategias y nuevas prácticas con las quehacer frente a los problemas detectados.

Ciudadanos reflexivos, con un adecuado desarrollo de suscapacidad de análisis y abstracción, pero también ciudadanos

postgrado para preservar esa selección. Ésta funciona ademáscomo legitimadora del orden establecido. La cultura escolar no esneutral y favorece más a unas clases que a otras, por lo que la pro-babilidad de que se dé un fracaso académico es mayor entre elalumnado socialmente y culturalmente desfavorecido. Al final, elporcentaje de alumnado procedente de la clase obrera en la uni-versidad es muy inferior al que debiera haber de funcionar ade-cuadamente la igualdad de oportunidades. Posiblemente, sinembargo, sea esa misma ideología de la igualdad de oportunidadesen la escuela la que termina legitimando esa efectiva desigualdadde oportunidades: establecido que todo el mundo puede acceder alas mismas escuelas, el fracaso posterior será responsabilidaddirecta de cada persona que no supo competir adecuadamente.Nada puede recriminarse a un sistema educativo y político que haproporcionado a todo el mundo un puesto escolar.

La educación, y más en concreto el sistema educativo, no puedeser muy diferente a la sociedad que lo elabora y lo mantiene.Aquítambién se cumple sin demasiadas fisuras la subordinación detoda actividad social y política a las exigencias del liberalismoeconómico que todo lo rige. No obstante, la exigencia popular deeducación para todos no ha perdido en absoluto su vigencia.Como acabo de decir, sólo recientemente, y no en todas partes delmundo, se ha admitido la necesidad de la escolarización univer-sal, y esa exigencia ha constituido durante algo más de un siglouno de los pilares de las reivindicaciones más progresistas. Laescuela podrá adoctrinar, pero es también un lugar de liberación,y todo proyecto de dominación y control social se organiza mejorcuando se niega todo acceso a la cultura y el conocimiento a quie-nes padecen la dominación. Así ha sido percibido siempre por losgrupos sociales que lideraban los procesos de liberación. Sinescolarización se reducirían las posibilidades de hacer frente a losopresores y las personas carecerían de los instrumentos impres-cindibles para hacer una crítica de los mecanismos de explotacióny opresión sobre los que se sustenta la sociedad actual. Es bienposible que la escolarización obligatoria, a pesar de ser más pro-longada que en épocas anteriores, no ha incrementado sustan-cialmente las posibilidades de reducir las desigualdades socialeso de favorecer la movilidad social; es, sin embargo, bastanteseguro que la falta de escolarización está íntimamente vinculada

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la experiencia indica que no todo el mundo aprovecha esos prime-ros años de la manera adecuada, y termina la escolarización conserias insuficiencias; para ellos será necesario articular propues-tas que les permitan en momentos posteriores adquirir esa forma-ción que en su día no lograron. De este modo desarrollaríamospolíticas activas encaminadas a corregir las desigualdades que sepueden dar por factores diversos. Por otro lado, como ya vengodiciendo, estamos atravesando un período en que los cambios enlos contextos sociales son constantes y las personas deben hacerfrente a situaciones nuevas que las obligan a reestructurar concierta frecuencia su manera de ver y entender la sociedad. Lasdestrezas fundamentales adquiridas facilitarán los nuevos apren-dizajes, pero no los harán superfluos. Pensemos, por ejemplo, enel serio aprendizaje que es necesario en estos momentos para quelos importantes movimientos migratorios no provoquen compor-tamientos xenófobos o racistas entre la población autóctona.

Debemos tener presente igualmente la importancia de la educa-ción informal, lo que refuerza esta necesidad de incrementar losesfuerzos educativos a lo largo de toda la vida. La decisiva con-tribución de los medios de comunicación a la creación de estadosde opinión y a la modificación o alteración de las ideas y creen-cias de las personas hacen de ellos elementos educativos que hayque tener en cuenta. Quienes trabajamos en la educación formal,por ejemplo, sabemos muy bien lo imposible que resulta con fre-cuencia ayudar al alumnado a apropiarse reflexivamente de losvalores fundamentales que determinan el sentido de sus vidaspues están absorbiendo esos mismos valores de forma no reflexi-va a través de los medios. No deja de ser curioso y preocupanteen este sentido el poco tiempo que destinamos a la alfabetizaciónen imágenes (para mejor ver la publicidad y la televisión) y ensonidos (para apropiarse reflexivamente de lo que emiten lasradios y las canciones). Pasada la infancia, incluso en el supuestode que salgan de la escolarización bien preparados, el problemapersiste y la insistente labor de esos medios puede deshacer granparte de lo conseguido. La tremenda batalla que se está librandoen estos momentos por el control de los medios de comunicaciónes buena prueba de la importancia que se les concede como ins-trumentos contundentes de intervención social. A diferencia deotros procesos de socialización y endoculturación, sí podemos

virtuosos, esto es, con las dimensiones afectivas que los capaci-ten para implicarse en un diálogo cooperativo con sus conciuda-danos, independientemente de las características específicas. Noresulta sencillo, incluso quizá sea imposible, embarcarse en unproceso abierto de discusión, yendo más allá de las necesidadese intereses del pequeño grupo de referencia, si no se dispone dela adecuada formación, y ésta no se adquiere sin un proyectointencional bien estructurado, tal y como el que es posible enuna institución escolar universal. Ser ciudadano del mundo,reconocer en el diferente y el desigual una persona con igualdadde derechos políticos, económicos, sociales y culturales, aceptarsus puntos de vista y tenerlos seriamente en cuenta cuando sedelibera y se toman decisiones, todo eso no es algo evidente nialgo con lo que se nace; sólo podemos mostrarlo en nuestra con-ducta si hemos desarrollado las capacidades que hagan posibledicho reconocimiento. En este sentido, podemos considerar laeducación como un deber tanto para la sociedad como para losindividuos. Aquélla, porque tiene el deber de garantizar quetodo el mundo adquiera esas dimensiones y no puede consentiruna formación deficiente que pondría el peligro la propia pervi-vencia del sistema democrático que dice defender; éstos, porquepara poder ejercer ciudadanía, algo que nunca se puede regalarni otorgar, necesitan tener una preparación personal bastanteexigente. La posibilidad de que la gente responda a los retosdemocráticos con una vuelta a la violencia excluyente, a losliderazgos populistas o simplemente a las dictaduras paternalis-tas no es algo remoto sino algo muy presente, como queda claroen la audiencia con la que cuentan propuestas políticas reaccio-narias, por no decir puramente fascistas en sociedades democrá-ticas bien asentadas como las europeas.

Lo que se necesita, por tanto, es más educación y nunca menos,y toda lucha social encaminada a mejorar en todos los sentidos laeducación obligatoria es una aportación insustituible para la con-solidación de sociedades radicalmente democráticas. Hace faltauna intervención educativa masiva en los primeros años de lainfancia, cuando las personas están consolidando pautas de com-portamiento de importanciacrucial en sus vidas.Y la intervenciónno puede terminarse en esos años, sino que debe continuar a lolargo de todo el ciclo vital de las personas. Por una parte, porque

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focos de interés al verificar la amplitud y complejidad de los pro-blemas que tienen. Se trata, por tanto, de una educación concien-tizadora en la que en realidad nadie educa a nadie, sino que losseres humanos se educan en comunidad.

Esto nos lleva a otra aportación que marca una clara diferencia.Para que la educación aporte algo sólido al proceso de construc-ción de sociedades democráticas, tiene que ser ella misma unainstitución democrática, sin negar con ello las limitaciones quepueden derivarse del desnivel existente entre el alumnado y elprofesorado. El objetivo final de toda educación es superar esedesnivel inicial, llegando a situaciones de total igualdad y totalausencia de imposición. Lo que puede resultar irritante es com-probar hasta qué punto se retrasa indefinidamente una mayorimplicación del alumnado en su propio proceso educativo y se leniegan posibilidades reales de ejercer como sujeto activo y prota-gonista de su aprendizaje. Por eso resulta imprescindible que todala práctica escolar esté imbuida por principios democráticos, queel alumnado participe seriamente en la deliberación y la toma dedecisiones sobre las cuestiones directamente relacionadas con loque hay que hacer en la institución escolar. Si desde los primerosaños de la escolarización se los impulsa y se les enseña a partici-par, muy pronto harán aportaciones valiosas pues, al ser los pro-tagonistas del aprendizaje, pueden saber bastante bien cuáles sonlas necesidades y cuáles las carencias existentes.

Teniendo en cuenta la importancia que tiene el aprendizaje porobservación en los seres humanos, los niños tenderán a interiori-zar más lo que ven hacer que lo que les decimos que deben hacer.De ese modo, al comprobar que tanto en el aula como en la vidaescolar en su conjunto, su opinión es solicitada y tenida en cuen-ta, y se les reconoce el derecho a participar en todos los niveles,aprenderán que es eso lo que se espera de ellos en la sociedad delos adultos: que sean agentes activos, que sean sujetos y protago-nistas de sus propias vidas. La escuela es también un lugar al quedeben llegar los principios democráticos y autogestionarios de losque vengo hablando. Apelar a la minoría de edad del alumnadopara perpetuar modelos autoritarios y jerarquizados de educaciónestá fuera de lugar. Los niños pequeños pueden mostrar una granmadurez, si se les da la oportunidad, y también pueden aportarmuchas ideas valiosas, si somos capaces de pararnos a escuchar

hablar aquí de un claro proyecto de dominación y control en elque dificultar la percepción consciente de lo que se está hacien-do es algo que se busca de forma explícita; son, sin lugar adudas, instrumentos de difusión de la ideología en el sentidomás negativo que ésta tiene en la sociología del conocimiento.No existe, por tanto, ningún planteamiento claramente educati-vo en esos medios, al menos en general y dejando al margen lascontadas excepciones. Es cierto que las personas normales ycorrientes no son estúpidas y que generan algunos instrumentosde autoprotección contra tanta manipulación, pero son claramen-te insuficientes. Es por eso por lo que, para tener una ciudadaníaformada e informada, se necesitan planteamientos coherentes quehagan frente a esta deseducación difusa generalizada, y las expe-riencias acumuladas en los centros de educación de adultos y lasuniversidades populares, por poner ejemplos significativos, sonmuy valiosas, sobre todo cuando esán insertadas en un compro-miso de transformación social.

La aportación de la educación a la democracia debe provocaruna modificación muy profunda de lo que habitualmente se haceen los centros educativos. Lo primero es alejarse de todo intentode adoctrinamiento, incluido un adoctrinamiento democrático.Los principiosde una sociedad democráticano puede ser transmi-tidos como paquete de conocimientos y habilidades que los niñosincorporan acríticamente. En este sentido, las críticas que en sudía Mella hiciera a Ferrer Guardia eran acertadas; si todo consis-te en cambiar un cuerpo de doctrina (por ejemplo, el que exaltalos valores y prácticas del capitalismo) por otro (el que exalta elsocialismo libertario), no habremos realizado un gran cambio, tansólo habremos modificado la doctrina utilizada para manipular ycontrolar las conciencias. Por el contrario, como decía PabloFreire, el objetivo debe ser concientizar a todo el mundo para quesea capaz de adoptar una actitud más crítica y reflexiva ante losproblemas que lo rodean. Eso implica que el centro de interés delproceso se sitúa más bien en la persona que está aprendiendo,cuyos intereses y realidad inmediata son utilizadoscomo punto departida del proceso de aprendizaje. Al trabajar con esos focos deinterés, las personas tienen más facilidad para desarrollar las des-trezas que permiten esa apropiación crítica y reflexiva de la quetanto vengo hablando, y además pueden ir descubriendo nuevos

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evitar un excesivo protagonismo de la relación maestro-discípu-lo, que siempre está amenazada por la interiorización de la depen-dencia, algo de lo que ya he hablado en el apartado anterior. Nosólo se trata, por tanto, de dar oportunidad a los niños desde eda-des muy tempranas de ser sujetos activos de sus propias vidas,invitándolos a tomar decisiones y dotándolos de las capacidadesque hacen posible esa toma de decisiones; se trata también de pro-vocar situaciones en las que descubran las ventajas de la coopera-ción y se familiaricen con los requisitos que impone el trabajo engrupo. Renunciar a esa dimensión solidaria y colaborativa puedefavorecer el que los cambios tecnológicos y sociales incrementenla distancia entre los que son capaces de situarse en la “cresta dela ola” y quienes quedan relegados a posiciones totalmente mar-ginales de subordinación. Desgraciadamente, en las escuelas sesigue reproduciendo con frecuencia un modelo vertical y descen-dente del conocimiento en virtud del cual un grupo de personas(los expertos poseedoresdel saber que en este contexto son el pro-fesorado y los libros de texto) vierten sus conocimientos y sabi-duría en las mentes vacías de los inexpertos (en este caso, el alum-nado). Poco se ha avanzado en el sentido de unos planteamientosmás horizontales en los que se refuerce la dimensión social y coo-perativa en la construcción del conocimiento y el papel decisivoque juegan los iguales en el esfuerzo de la construcción de unaidentidad personal.

Esos enfoques descendentes y verticales se ven robustecidospor las tendencias sociales dominantes en la actualidad. Es elindividuo aislado el que debe salir adelante y será su comporta-miento y sus conocimientos, artificialmente escindidos y diso-ciados de todo lo que lo rodea, lo que será tenido en cuenta paradeterminar su nivel de adquisición de conocimientos y su domi-nio de las destrezas básicas exigidas en la escolarización obliga-toria. Las calificaciones individuales apuntalan el sentido decompetitividad y mérito que legitima las grandes divisionessociales provocadas por el sistema neoliberal en el que nosmovemos en estos momentos. El trabajo en equipo ocupará unlugar muy secundario en la formación del alumnado y raramen-te será tenido en cuenta, en condiciones de igualdad, cuando lle-gue el momento de atribuir las calificaciones al final de cadaaño académico. También se exaltará el valor de los grupos

lo que quieren decirnos. Experiencias clásicas, como las de LaRuche de Edgar Faure, o más recientes, como las escuelas demo-cráticas en Estados Unidos o la ciudad de los muchachos enEspaña son pruebas más que evidentes de la capacidad que elalumnado tiene de asumir un protagonismo en la educación, ytambién son buena prueba del impacto altamente positivo que esamanera de organizar la vida escolar tiene para su proceso deaprendizaje y maduración.

6 d. Educación y solidaridadLa democracia no se reduce tan sólo a esa participación activa

de la ciudadanía en la elaboración de las políticas que van aencauzar la vida social de las personas. Como ya dije, lleva con-sigo un compromiso solidario, de tal modo que requiere de todoel mundo un esfuerzo suplementario para tener en cuenta elpunto de vista de los demás y para construir proyectos en losque no se excluya a nadie, se realicen acciones específicas deintegración y de atención a las minorías y se defienda un pro-yecto común de convivencia en el que la gente pueda sentirsereconocida. Educar para la democracia es educar para la liber-tad y la igualdad, pero también es educar para la solidaridad.Todo centro educativo es ya en sí mismo un espacio en el que sejuntan los niños y aprenden necesariamente a convivir conmuchos otros niños a los que los unen muchas cosas, pero tam-bién de los que pueden sentirse extremadamente distantes. Deno mediar un planteamiento consciente y bien estructurado, lasrelaciones sociales que se establezcan en un centro educativoserán similares a las de la sociedad que los rodea y eso, en estascircunstancias, significa que podrán reproducir y reforzar prác-ticas de dominación, de competitividad o de imposición de iden-tidades de género que incrementen la discriminación. La cre-ciente multiculturalidad de muchas sociedades, y en concreto dela nuestra, deja bien claro que, de no afrontar el problema, deforma espontánea las escuelas pueder incrementar la marginali-dad, la formación de guetos y el enfrentamiento violento entreidentidades y sensibilidades distintas.

Vistas así las cosas, se entiende todavía mejor por qué tieneimportancia insistir en el aprendizaje cooperativo; servirá para

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Junto a todas estas experiencias altamente positivas, la coopera-ción debe empapar el núcleo más duro de todo proceso educati-vo, el que está asociado con la adquisición y desarrollo de cono-cimientos y actitudes en el alumnado, y el profesorado. Las acti-tudes propias de una opción por la cooperación ya están presen-tes en lo que acabo de decir; esas actividades exigen actitudescomo las del cuidado, la empatía, la tolerancia y la apertura men-tal que ve en lo diferente una posibilidad de enriquecimiento per-sonal y nunca una amenaza. Al mismo tiempo, al embarcarse enese tipo de actividades, todas esas actitudes crecen y se consoli-dan, convirtiéndose en hábitos de comportamiento. Por lo que serefiere al conocimiento, el quid del problema está en llevar a loscentros lo que de hecho caracteriza la producción y creación deconocimiento en la sociedad. Mientras los centros se vuelquen ala transmisión de conocimientos, será muy difícil incorporar diná-micas cooperativas en el aprendizaje, pues esa transmisión sebasa en que una persona que sabe expone coherente y metódica-mente sus conocimientos a otras personas que, de forma reflexi-va y significativa, se apropian de ellos y los memorizan. Si el cen-tro de interés se pone más bien en la producción del conocimien-to, se podrá potenciar en las aulas lo que es norma casi común enla investigación científica. Ésta no es nunca una tarea de indivi-duos aislados, aunque el trabajo individual es insustituible, sino elresultado de una comunidad de investigación formada por aque-llas personas que muestran un compromiso riguroso y estable conel descubrimiento de la verdad y la elaboración de un cuerpo deconocimientos gracias al cual mejore nuestra capacidad de darsentido a nuestras vidas. El eje se desplaza y deja de situarse enindividuos que estudian y aprenden; aceptado el reto de la pro-ducción de conocimiento, la piedra angular es la transformaciónde las aulas en auténticas comunidades de investigación en lasque el alumnado junto con el profesorado se embarca en la mismatarea de producción de conocimiento y donación de sentido a laspropias vidas. La dinámica generada por esta modificación sus-tancial del espacio educativo permite llevar adelante un aprendi-zaje no sólo significativo sino relevante, y esto último es todavíamás importante tanto para el alumnado como para el profesorado.El compromiso político de la educación alcanza en el aprendiza-je cooperativo su nivel más elevado y aviva la conciencia de que

homogéneos, unos de gran rendimiento educativo y otros de bajorendimiento. Se priva así al alumnado de la riqueza, avalada porestudios educativos rigurosos, que de hecho proporciona la con-vivencia y el trabajo con personas de capacidades bien diferentes,y se perpetúa, quizás inconscientemente, la percepción de queexisten grupos privilegiados ya en la escuela que luego seguiránsiéndolo en la vida real. Crece igualmente la tendencia a ofreceruna educación especial para los superdotados, pensando que sedesaprovechan talentos que pueden ser muy valiosos para lasociedad (una vez más con un valor medido en términos econó-micos), en lugar de enseñarles ya en la escuela las ventajas paraellos mismos y para los demás que puede reportar el activar ypotenciar esas capacidades superiores a las habituales en proyec-to solidarios de construcción de la vida comunitaria.

El aprendizaje cooperativo es un pilar fundamental de una edu-cación comprometida con la transformación social y la construc-ción de la democracia. Afortunadamente existen cada vez másaportaciones que ofrecen modelos de intervención educativa quetienen en cuenta la cooperación y la potencian; una de las áreasmás interesantes de este tipo de aprendizaje son las que se cen-tran, para intentar modificarlo, en el papel que la escuela ejerce enla perpetuación de modelos excluyentes y discriminatorios desocialización, como la que se da en la construcción de la identi-dad de género. Otro ámbito de trabajo que muestra las posibilida-des de la educación cooperativa es el que hace frente al incremen-to de la violencia en los centros educativos —algo que preocupaseriamente a todo el mundo implicado en la educación— poten-ciando el tratamiento discursivo y negociado de los conflictos, detal modo que se tienen en cuenta los intereses en conflicto, se ini-cia un proceso colaborativo de discusión y se buscan alternativasque no ofrezcan una vía positiva de resolución del enfrentamien-to. Las asambleas de aula y de centro, presentes en las escuelasdemocráticas, muestran en la práctica la estrecha vinculaciónexistente entre la democracia y el apoyo mutuo, profundizandouna comprensión integradora y solidaria de los problemas de unacomunidad. Hubiera sido muy interesante extenderse un pocomás en mostrar las diferentes posibilidades de estrategias didácti-cas cooperativas, pero es imposible en tan breve espacio y seránecesario recurrir a las obras citadas en la bibliografía.

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va que en nosotros tienen los procesos de socialización. Éstos,desde el principio de nuestras vidas individuales y de nuestra vidacomo especie, determinan, condicionan y modifican todo lo quepueda considerarse instintivo, hasta prácticamente provocar laausencia total de conductas instintivas en el sentido técnico de lapalabra. Tiene mucho menos sentido vincular esa agresividad conun mecanismo adaptativo que facilitaría la adaptación y supervi-vencia a la especie humana, y en concreto a sus individuos másagresivos. En el apartado dedicado al apoyo mutuo retomaré estetema con algo más de detalle. Lo que resulta sin duda más adecua-do es, en primer lugar, ser conscientes de que la violencia es unfenómeno complejo que se presenta de formas muy diversas y engrados también diferentes. Habitualmente, cuando hablamos deviolencia, pensamos en el uso de la fuerza física, potenciado por elrecurso a instrumentos diseñadospara agredir o matar; posiblemen-te sea su manifestación básica, pero no debe ocultar la presencia deotras formas de violencia encaminadas a la derrota de una de laspartes. Los fenómenos de violencia moral o violencia psicológicadesempeñan un papel muy importante en las relaciones humanas ytienden a minar toda resistencia de las víctimas para hacerlas desis-tir de la defensa de sus intereses y someterlas definitivamente a losdominadores; es sin duda esta violencia la que está más presente enla vida cotidiana elevando desmesuradamente los niveles de infeli-cidad de las personas afectadas. Es más, en el caso de los sereshumanos, la violencia física tiende a completar su labor con lamoral y psicológica para consumar su victoria. Dejar que el vence-dor físico sea el derrotado moral constituye en error que nadie, unavez que recurre a la violencia, puede permitirse el lujo de cometer.La otradistinciónque es fundamental es la que diferenciaentrevio-lencia individual o concreta, es decir la que cometen las personascuando inician una pelea o la que desencadenan los estados cuan-do se lanzan a una guerra, y violencia estructural, es decir, la des-trucción sistemática y a veces masiva de grupos enteros generadapor políticas sociales o económicas. Si bien esta violencia es menosaparatosa y tiende a presentarse como un mal inevitable, con bas-tante frecuencia, y en especial en los tiempos modernos, se presen-ta como mucho más dañina y mortífera; en algunos casos respondea planes bien diseñados y llevados a la práctica por quienes tienenen sus manos el control. Pensemos, por ejemplo, en las hambrunas

sí es posible aquí y ahora tener experiencias sociales completa-mente diferentes a las que quiere imponernos el sistema.

7. Pacifismo y antimilitarismo

7 a. Las semillas de la violenciaLa vida en sociedad es, sin duda, algo complicado y conflictivo.

Los intereses de las personas que forman parte de un grupo, inclu-so sin necesidad de que sea muy grande, suelen ser divergentes enalgunos aspectos y de vez en cuando llegan a ser contradictorios,por lo que puede resultar muy difícil, incluso imposible, encontrarlíneasde actuación que satisfagan a todas las partes implicadas. Enun primer momento, es normal recurrir a procesos de discusión enlos que las partes enfrentadas proponen sus propias medidas pararesolver los conflictos existentes, de tal modo que todo el mundopueda quedar parcialmente satisfecho. No obstante, la posibilidadde recurrir a la violencia para imponer una determinada soluciónque favorezca a una de las partes es algo que está siempre presen-te y que termina funcionando en la mayor parte de las sociedades,por no decir en todas. En una primera aproximación al tema, no estan fácil que la parte de un conflicto que considere que dispone deuna fuerza mayor para imponerse a la otra, renuncie al ejercicio deesa violencia para sacar adelante sus propios intereses. Cuandoademás pueden estar en juego cuestiones relacionadas con la dis-tribución de recursos básicos, la renuncia a utilizar la fuerza noresulta tan sencilla. En todo caso, conviene tener presente desde elprincipio que el uso de la fuerza no es algo que podamos conside-rar natural o espontáneo en los seres humanos, sino que obedece adecisiones concretas y suele atenerse a planes más o menos elabo-rados; por otro lado, la violencia suele zanjar una discusión impo-niendo una solución, pero normalmente no resuelve los conflictosque han generado la discusión, simplemente aplaza toda solucióny lo más probable es que agrave el conflicto originario.

La violencia se presenta, pues, como un fenómeno universal, quemarca todas las sociedades humanas. No quiero decir con esto queestemos ante la manifestación de un instinto de agresividad presen-te en todos los seres humanos; hablar de instintos en la especiehumana carece casi siempre de sentido, dada la importancia decisi-

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con el machismo y el patriarcado, asociados igualmente con elbelicismo y la guerra, ha provocado que esa imbricación de la vio-lencia en las relaciones sociales sea aun más profunda.Posiblemente sea este arraigo social del uso de la fuerza y la vio-lencia lo que ha llevado a generar en los seres humanos una atrac-ción casi morbosa por todas sus manifestaciones. Quizás en estosmomentos, en muchos países, ya no se ofrece la violencia directacomo espectáculo, al menos en sus manifestaciones más extremascomo las que proporcionaban las ejecuciones públicas hasta empe-zado este siglo; pero todavía hay violencia expresa en la afición alos combates de boxeo o peleas entre animales, perros o gallos.La violencia es un ingrediente básico, aunque más ritualizado,del cine y de los dibujos animados infantiles, hasta llegar a con-vertirla en un ingrediente trivial de esos espectáculos. Y lomismo podemos decir de espectáculos deportivos en los quefunciona, aunque muy suavizada, la lógica del combate, delguerrero, de los vencedores y vencidos, propiciando manifesta-ciones de extrema violencia y atrayendo a grupos marginalesque convierten la violencia en uno de sus instrumentos básicosde intervención en la sociedad y de autoafirmación.

Por otra parte, todas las sociedades han intentado controlar eluso de la violencia, siendo muy conscientes del enorme potencialdestructivo que lleva consigo. Se ha recurrido a sacralizarla, uti-lizando los sacrificios sangrientos como una forma de dar salidaa los conflictos encontrando en la violencia la reparación deacciones que han sido percibidas como algo malo de lo que algu-nas o todas las personas de la sociedad son culpables. Se ha recu-rrido igualmente a la búsqueda de chivos expiatorios sobre losque se han descargado todas las ansias de violencia y destrucciónque las frustraciones y miserias sociales provocan. En muchasocasiones se ha utilizado esa especie de caza de brujas para logrardesviar la atención del malestar reinante e impedir que apuntara aquienes eran responsables de las desgracias padecidas por lapoblación. Por último se ha intentado constantemente restringirsu impacto y su ejercicio para impedir que, una vez iniciada, des-plegara toda su capacidad destructiva. En este sentido irían lastendencias a imponer leyes a la práctica de la guerra o la conce-sión al Estado y sus funcionarios de la exclusividad en el uso dela fuerza, impidiendo de ese modo que cualquier grupo social

como instrumento de guerra o en los millones de personas quefallecen por desnutrición, ocasionada casi directamente por inicuaspolíticas de distribución de la riqueza.

Juntoa estas distinciones debemos teneren cuenta, como elemen-to importante para clarificar la cuestión, la distinción entre los gra-dos en los que se utiliza la violencia. Si bien casi siempre resultaalgo confusa, pues no es sencillo saber quién inicia un conflicto, enmuchos contextos es importante distinguir entre la violencia defen-siva y la agresiva. Hay situaciones en las que alguien inicia un ata-que violento y parece legítimo apelar a un uso equivalente de laviolencia para frenar la agresión. Este matiz adquiere una singularrelevancia en las luchas sociales; no se puede negar, por ejemplo,que el recurso a piquetes de huelga tiene más de violencia defensi-va, con la que contrarrestar la violencia estructural provocada porlas desigualesrelaciones laboralesy la violencia directa policial conla que los empresarios tienden a imponer sus intereses. También esun factor importante en el análisis contextualizado de la violenciatener en cuenta la capacidad que tiene cada contendiente para repe-ler o soportar la agresión; los maltratos a niños, o a mujeres, soncasos especialmente graves de recurso a la violencia debido preci-samente a la indefensión en la que se encuentran. Necesario resul-ta igualmente tener en cuenta el nivel de violencia empleado; unacosa es recurrir al uso de la fuerza imprescindible para hacer fren-te a un conflicto y otra muy distinta es aprovechar la situación paraaniquilardefinitivamenteal contrario.Las matizaciones y distincio-nes pueden seguir hasta bastante lejos; lo importante en estemomento es no caer en la trampa de condenas genéricas de la vio-lencia, que pueden estar bien intencionadas, y pasar a análisis másdetallados que tengan en cuenta todos esos aspectos y otros másque no he mencionado. Cuando tenemos que abordar un enfrenta-miento violento puede ser un ejercicio de cinismo meter todos losactos de violencia en la misma bolsa, incluso en el supuesto de quenos declaremos más bien pacifistas.

La violencia ha estado siempre presente en las relaciones huma-nas, si bien es posible encontrar sociedades que han sido muchomás agresivas que otras. Por un lado ha terminado empapandoprofundamente todas las actividades sociales, hasta el punto deque podemos encontrar manifestaciones de la violencia en ámbi-tos que, en principio, están alejados de la misma. Su vinculación

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sociedad. En todos estos casos se parte de una apreciación inge-nua común a todo uso de la violencia: con la guerra se solucio-narán los problemas que no se han solucionado de otro modo.

Una vez más, la omnipresencia de la guerra contribuyó desdemuy pronto a la constitución de un grupo especializado en lapráctica militar. En determinados momentos de la historiahumana era precisamente la habilidad y capacidad mostradas en laconducción de la guerra la que confería de inmediato el mandosocial y político. En esas circunstancias, los guerreros se convertí-an en modelos de comportamiento, expresando en su conducta lasvirtudes más valoradas por la sociedad que veía en ellos —siem-pre eran hombres— los héroes que podían guiar al grupo a la con-secución de las metas de bienestar social ansiadas. El valor y elheroísmo, arriesgando la propia vida en defensa de los demás,les confería una altura moral que los ponía por encima del restode la población; a esos rasgos se unían el sentido del honor, laamistad y el compañerismo, y en algunos casos la defensa de losdébiles. Todo ello contribuía a sostener el mito del héroe mili-tar, la gloria de Aquiles o Lancelot, que tanta fuerza han tenidopara el imaginario social durante milenios. De este modo, laguerra no sólo permitía obtener el triunfo sobre rivales exterio-res, sino que favorecía la cohesión social y la identidad de ungrupo que en cierto sentido cerraba filas en torno de sus héroesexaltando la memoria de los caídos en defensa de la patria.Como práctica social importante, la guerra adquirió cierta auto-nomía, exigiendo una elaboración específica de las normas téc-nicas, el arte de la guerra, para poder alcanzar los objetivos pre-vistos y condicionando intensamente todas las demás activida-des, en especial el desarrollo de la tecnología.

Generada esa casta militar, formada por los guerreros que hacíande los conflictos bélicos su modo de vivir y en ellos basaban suposición social, pudo generarse una manera muy específica deentender las actividades militares. Es a eso a lo que podemosllamar militarismo que, sin duda, ha acompañado a muchassociedades durante siglos y desde luego ha sido uno de losingredientes de la cultura occidental a la que más directamentepertenecemos y que ahora ejerce una hegemonía mundial indis-cutible. El militarismo se caracteriza por varios rasgos. El pri-mero de ello es el culto a la violencia; es posible que en ningún

recurriera a la violencia de forma indiscriminada para defendersus derechos frente a los supuestos o reales agresores. No resulta-ría arriesgado afirmar, a pesar de todos los horrores vividos en elsiglo XX, que en general ha disminuido el nivel de violencia ytambién ha disminuido la capacidad de soportar el espectáculo dela violencia a gran escala. Esto quizá sea más perceptible en lavida cotidiana, donde ya resulta altamente infrecuente ver a gentearmada, o en la desaparición de la pena de muerte en muchos paí-ses; en la mayoría de los que la practican ya no es un espectácu-lo público, como lo fue hasta el siglo pasado, por ejemplo, enEuropa. Los avances son todavía pequeños y en cualquiermomento se pueden dar retrocesos notables. En cualquier caso,todos estos procedimientos de control de la violencia indican quela aspiración a la paz es otra de las constantes culturales quemanifiesta el deseo de los seres humanos de superar el recurso ala violencia como instrumento en la resolución de los conflictos.

7 b. Una forma específica de la violencia: el militarismoLa más destructiva de todas las manifestaciones de la violen-

cia es, sin duda, la guerra y es por eso por lo que me voy a cen-tra algo más en ella. Ésta consiste en uso masivo y generalizadode la violencia, con la implicación de amplios sectores de lasociedad, a veces incluso de toda la sociedad, para lograr doble-gar la voluntad del grupo contra el que se hace la guerra, impo-niendo la propia posición como la única posible. En algunasocasiones la guerra pretende la eliminación total del enemigo,en la medida en que ésta es posible y para algunos sería el recur-so último de la actividad política. Constituyen, por tanto, unejercicio total de la fuerza y la violencia. Federico de Prusiaexpresó con una frase clara y sencilla la lógica profunda de laguerra: “Soldados, o matáis o nos matan”. Habitualmente lasguerras se practican contra grupos sociales contrarios, losextranjeros, y suelen estar asociadas con la obtención de recur-sos materiales con los que satisfacer las necesidad de las perso-nas que forman parte de cada uno de los grupos en conflicto. Enalgunos casos se dan también guerras internas o civiles, cuandola cohesión social se ha quebrado y aparecen dentro de unamisma sociedad grupos con intereses contrapuestos enfrentadospor el control de las instituciones diversas que configuran su

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El militarismo implica igualmente una exaltación de la jerar-quía y la sumisión. Apoyándose en las circunstancias excepcio-nales que suelen darse en los conflictos armados, el militarismoconvierte la cadena natural de mando en un pilar de su funcio-namiento interno. Cuestionar una orden recibida, plantear dudassobre la posibilidad de llevarla a cabo atenta contra la esenciadel ejercito militarizado. Cuando los anarquistas en la guerracivil española intentaron imponer unas milicias populares en lasque se puso en práctica inicialmente la discusión compartida delas líneas de actuación militares, rápidamente fueron reducidassus pretensiones para restaurar de inmediato el modelo de ejér-cito clásico: los jefes dictan las órdenes, con una cierta capaci-dad de discusión en el nivel del estado mayor; todos los oficia-les, en una cadena descendente, van trasmitiendo la orden hastaque los mandos y la tropa la ponen en ejecución. Nada de pen-sar por uno mismo, pues con eso se quiebra la eficacia del cuer-po militar. Para que esa sumisión sea mayor, el militarismopractica asiduamente el secretismo más absoluto y la oculta-ción; la información nunca puede circular libremente, y se alegala necesidad de ocultar los datos al enemigo, aunque tambiénestá la necesidad de que la tropa, y la ciudadanía que mantieneal ejército, nunca sepa exactamente por qué tiene que hacer loque hace. Es más, se llega a considerar la obediencia debidacomo una justificación que exculpa a quienes se encargan deejecutar órdenes absolutamente injustificables desde los princi-pios morales más elementales, incluidos los que están presentesen la legislación de guerra aceptada formalmente por todos lospaíses. En definitiva se trata de exaltar el colectivo, sea éste lacompañía, el batallón o el ejército en su totalidad; los individuosno cuentan en ningún momento y poco importan que tengan queser sacrificados para sacar adelante los objetivos grupos (que nosiempre son grupos, como no resulta difícil imaginar). La gloriade cada uno de esos cuerpos suele medirse por el número debajas habidas en combate.

Desde luego se recurre siempre a las grandes palabras paragarantizar y exaltar esa subordinación de toda pretensión de pre-servación individual. El honor, la gloria de los caídos en comba-te, el interés de la patria, la bandera como símbolo concreto en elque se condensan todos los afectos que hacen posible el sacrificio

caso este culto llegue hasta la exaltación de su práctica, pero si seexpresa con claridad en la tendencia a recurrir a soluciones expe-ditivas cuando existen problemas de difícil solución. El militaris-mo tiende a cortar por lo sano y no se andan con sutilezas pues susentido de la negociación de los conflictos pasa primero por el cál-culo más sencillo de si se puede ganar una batalla y si se disponede recursos humanos y materiales para alcanzar la victoria. Tiendea pasar por alto los enormes costos humanos que una intervenciónpueda tener, y a lo más les preocupa que las bajas infligidas al ene-migo sean superiores a las propias. Arrastrados por la simplifica-ción del enfrentamiento amigo contra enemigo, los militares y lospolíticos, que en ellos se basan y con ellos colaboran, piensan enla guerra como un recurso más de la vida política, al que se puedellegar siempre que se den las circunstancias favorables. En ciertosentido, la paz es para ellos una fase más bien excepcional y lonormal es encontrarse en permanente situación de movilizaciónpara hacer frente a guerras de baja o alta intensidad.

Normalmente el militarismo pretende que el horizonte de unconflicto bélico esté siempre presente, procurando que la políti-ca de defensa ocupe un lugar preferente, muy por encima decualquier otro campo de actuación política específico. Llega ainvertir los términos de la vida social hasta el punto de que con-vierte en principio indiscutible la necesidad de estar preparandoconstantemente la guerra para poder alcanzar la paz. Si quieresla paz, prepara la guerra; ése es el lema clásico tan apreciado porlos militaristas. Tanto esfuerzo dedicado a preparar la guerra ter-mina distorsionando la percepción de los problemas sociales yprovoca que con frecuencia se busquen conflictos más o menoscontrolados en los que poder verificar el grado de preparaciónmilitar que se tiene para hacer frente a un hipotético gran con-flicto de mayor envergadura. También suele tender a magnificarla presencia de potenciales enemigos, pues de no existir éstosdejaría de ser aceptable el esfuerzo económico y humano queimplica una buena maquinaria militar. Si ya no son creíbles lasamenazas externas próximas, se apela a enemigos potencialesen todo el mundo alegando la necesidad de poner el propio ejér-cito, muy bien dotado como es lógico, al servicio de una fuerzade paz internacional. La inversión del vocabulario es completa:el ejército pasa a ser una fuerza de paz.

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Enormes recursos económicos se detraen de políticas más cons-tructivas y más valiosas socialmente para destinarlos a la pro-ducción de armamento, y como es obvio, al gasto de ese arma-mento en costosas maniobras militares y en enfrentamientosbélicos reales que, de no existir, habría que provocar. Eso supo-ne que la investigación para la producción de nuevos armamen-tos ocupa un lugar de favor en el conjunto de la investigacióncientífica y tecnológica. La vinculación entre tecnología y gue-rra es ya antigua; después de algunos intentos serios durante laPrimera Guerra Mundial, el famoso proyecto Manhattan, queconsiguió fabricar y utilizar la bomba nuclear, supuso un saltocualitativo. Desde ese momento se modificaron tanto las priori-dades de la investigación científica como la asociación entreésta y la guerra, hasta el punto de que ya es difícil presentar a laciencia como benefactora de la humanidad. Para mayor desfa-chatez, el militarismo rampante pretende imponer la tesis de lasbeneficiosas consecuencias sociales que tiene la investigacióncientífica militar, pues todos sus hallazgos terminan repercu-tiendo en la vida cotidiana.

Un segundo rasgo es la importancia que el ejército sigueteniendo, incluso en momentos en los que poco a poco se vaimponiendo un cierto orden mundial apoyado en negociaciones,acuerdos, tratados, colaboración... Si bien persisten numerososconflictos en todo el mundo, la mayor parte de ellos consistenen guerras civiles en las que los ejércitos que obedecen al poderreconocido y los que se le enfrentan luchan por ejercer unahegemonía definitiva en la gestión de los recursos internos delpaís. Menos numerosos son los conflictos bélicos entre paísesque habían constituido el campo de cultivo del militarismo y delos ejércitos en épocas anteriores. No obstante, la potenciadominante, Estados Unidos, apoya su hegemonía —como ya lohicieron siempre todos los imperios con cierta vocación univer-salista— en un impresionante aparato militar. En cierto sentido,podemos decir que hoy día existe ya un único ejército, el deEstados Unidos, y a larga distancia se sitúan los demás que,cuando llega el caso, sólo pueden actuar de acompañantes.Como las multinacionales no suelen tener patria, ni Estado dereferencia, esta situación no parece preocupar demasiado. Elelevadísimo coste que supone mantener la maquinaria militar de

individual, son llevados hasta el paroxismo para conseguir queesos vínculos irracionales apaguen todo cuestionamiento racio-nal de la peculiar lógica militarista. El recurso, desgraciadamen-te, funciona y esa apelación a las identidades grupales primariasconsigue apagar otras aspiraciones más pacifistas y universali-zadoras. El movimiento obrero europeo fue incapaz en 1914 deparar la guerra, y los trabajadores acudieron enfervorizados alos frentes de batalla para salvar a la patria. Sólo el horror direc-to de la guerra, la comprobación de lo lejana y difusa que resul-ta esa patria, tras la que se ocultan intereses muy concretos ymuy bastardos, hace que bajen los efectos de las soflamas dema-gógicas. El orden y disciplina se mantienen entonces por proce-dimientos muy expeditivos; el soldado sabe que de no arriesgarsu vida en el frente de batalla la perderá con toda seguridad másadelante ante un pelotón de ejecución. El ejército alemán en laguerra de 1939 tuvo que fusilar a miles de soldados para evitarlas deserciones y eso se ha hecho en prácticamente todos losejércitos en todo el mundo, incluidos en los ejércitos de “libera-ción” nacional que se han dejado contagiar por el militarismo, ytodos los que recurren al terrorismo como práctica de lucha polí-tica estarían aquí incluidos. De hecho, casi se puede decir que elmilitarismo ha permanecido tanto tiempo tan vinculado con losejércitos nacionales que puede resultar casi imposible diferen-ciarlos de tal modo que todo ejército es militarista y se encuen-tra sometido a los principios organizativos tan nocivos que heacabo de exponer.

7 c. Las formas actuales del militarismoEl militarismo contemporáneo vigente desde hace unas déca-

das presenta unos rasgos propios que no deben ser pasados poralto. Uno de ellos, posiblemente el más importante, es la estre-cha colaboración que mantiene con una poderosísima industriade armamento, capaz de influir decisivamente en las discusionesque las personas con responsabilidades políticas mantienen paradecidir cuál debe ser la política de defensa. El consorcio forma-do por militares de alta graduación y ejecutivos de la industriade armamento, que tiene aliados o colaboradores en las másaltas esferas administrativas y políticas de todos los estados,puede determinar cuáles son las políticas de defensa de un país.

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social avalada por altos índices de bienestar no debe ocultar estadifusa e insidiosa militarización generalizada, en permanenteestado de vigilancia y control, gracias a la cual se apaga cual-quier inicio de protesta generalizada y se puede poner en la callea 30.000 policías simplemente para garantizar que un tren deresiduos nucleares llege a su destino.

Una nueva característica es la vuelta a ejércitos profesionales,desapareciendo poco a poco la idea de la Revolución Francesade un ejército popular en el que participaban por deber y porderecho todos los ciudadanos del Estado. Esto se debe, por unlado, a que el desarrollo tecnológico militar exige en estosmomentos menos soldados y más cualificados para poder utili-zar un armamento muy sofisticado. Decisiva ha sido la influen-cia de los poderosos movimientos de insumisión que se han pro-ducido en todo el mundo occidental, empezando por la negativaa participar en la guerra de Vietnam en los años 60 en EstadosUnidos. La guerra y el ejército dejaron de ser populares y decontar con el apoyo de la gente; las campañas de insumisión yobjeción de conciencia hicieron mella y se mantuvieron próxi-mas a una sensibilidad cada vez más alejada de confrontacionesbélicas, algo que quedaba para otros países lejanos. El pacifis-mo difundido entre amplias capas de la población planteabaserias dificultades a las levas universales y obligatorias y ha sidonecesario pasar al servicio militar voluntario y la profesionali-zación de las fuerzas armadas. En cierto sentido, éste fue unavance importante conseguido por esos movimientos socialespacifistas, pero, como ocurre con frecuencia, ha tenido algunaconsecuencia menos deseada. El hecho es que en estos momen-tos los ejércitos profesionales están cubriendo sus necesidadesde tropa gracias a los sectores más desfavorecidos de la socie-dad que ven en el ejército una posibilidad de subsistencia y deintegración social que les está vedada en otras partes. Algo pare-cido se puede decir de la incorporación de las mujeres que tam-bién ven en su acceso al ejército un paso adelante en la lucha porla igualdad. Como tantas veces en la historia, son los pobres losque terminan empuñando las armas para defender la propiedadprivada de los ricos.

Los ejércitos profesionales, además, no han supuesto un des-censo en los gastos militares, sino que más bien han implicado

Estados Unidos es asumido por todos los países que se encuen-tran en posiciones de privilegio dentro del orden mundial que seestá imponiendo poco a poco; hasta cierto punto ya no es unejército estrictamente nacional. A partir de este momento se vareforzando el papel del ejército como policía internacional quegarantiza por encima de cualquier otra cosa el orden neoliberalvigente, acallando toda disidencia, bien sea de parte de aquellaselites en países concretos que reclaman una cuota mayor en losbeneficios, bien sea de parte de organizaciones terroristas o gru-pos no controlados (como los que controlan la producción y trá-fico de drogas).

No hay, de todos modos, una gran ruptura en este aspecto con-creto respecto de lo realizado anteriormente. En los estadosmodernos, el ejercicio de la violencia para garantizar el ordeninterno estuvo asignado a la policía y otros cuerpos de seguri-dad; pero el ejército se erigía en último garante de ese orden y,llegado el momento, no dudaba en intervenir a favor del ordenestablecido. Los obreros de la Comuna de 1870 en París pudie-ron ver cómo el ejército alemán permitía al ejército francés,antes de derrotarlo definitivamente, que restableciera el ordenen París, exterminando a los comuneros. Algo de eso sabemosen España, donde los militares desempeñaron un papel similaren 1936, y los ejemplos se multiplican en otros países.Siguiendo esa lógica, ésa es la función que sigue desempeñan-do el ejército multinacional (Estados Unidos, más las compar-sas) que se está formando. Se mantienen, muy incrementadas,las policías locales y ejércitos nacionales que se hacen cargo delorden en su pequeña esfera de influencia, y crece el papel de esafuerza de intervención internacional que sólo se hará presentecuando los conflictos locales amenacen pilares básicos delorden económico neoliberal (guerra del Golfo Pérsico o sucesi-vas guerras en los Balcanes). De hecho, este fortísimo incre-mento de las fuerzas policiales y cuerpos de seguridad variados,así como las duras políticas carcelarias, son otra característicade la militarización de la sociedad actual. Los elevados costessociales que está provocando la globalización neoliberal salvajeque nos están imponiendo sólo pueden ser acallados mediante lapresencia eficaz de la policía, cada vez más numerosa y mejordotada de medios de disuasión y control. La aparente calma

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Guerra Mundial. La amenaza nuclear no ha desaparecido enabsoluto y, al menos de forma localizada, pende sobre todosdada la relativa facilidad con la que hoy día se puede manejaralgún artefacto nuclear. El desarrollo tecnológico, por otra parte,ha hecho menos nítidas las distancias entre armas convenciona-les y nucleares, y las armas biológicas pueden ser consideradascomo mucho más peligrosas para la subsistencia de la humani-dad. Los conflictos de baja intensidad, en los que no es necesa-rio poseer potentes armamentos (caos de Sierra Leona, Congo oRuanda, por mencionar algunos), están haciendo estragos, conimportantes y considerables beneficios para la industria delarmamento mundial, que trabaja a pleno rendimiento. El belicis-mo y el militarismo gozan de buena salud y siguen siendo unade las amenazas más graves en la actualidad, que acaba con lavida de cientos de miles de personas y perpetúa e institucionali-za una violencia que cuestiona seriamente la capacidad de pro-greso de la humanidad.

7 d. La oposición a la violencia y la búsqueda de la pazLa oposición a la guerra es también muy antigua, y en los

movimientos religiosos que florecieron tanto en el lejano comoel próximo Oriente a partir del 600 a.C., se insistió en la cultu-ra de la paz y la reconciliación como únicos caminos viablespara la especie humana. Los primeros cristianos llegaron aponer en práctica por primera vez en la historia la objeción deconciencia contra la imposición de unas normas que reforzabanla sumisión y el militarismo imperial. Aunque pronto la Iglesiainstitucional se asoció con el uso de la fuerza para transmitir sumensaje, contradiciendo sus propios principios, un fondo delmensaje pacifista evangélico se mantuvo en la civilización occi-dental, y también de forma significativa en el budismo oriental,lo que hizo posible que durante toda la Edad Media reaparecie-ran constantemente los esfuerzos por disminuir el nivel de vio-lencia en la sociedad. Un aspecto interesante de estos tímidosinicios es que, ya en los profetas de Israel, la paz se presentabano como ausencia de guerra, sino como resultado de la justicia.La violencia hunde sus raíces en la injusticia social; son lospoderosos, en su codicia sin límites, los que utilizan la violenciapara imponer sus dominios y son los oprimidos los que cada

un mantenimiento o incremento de los mismos, en especialdebido a las fuertes inversiones que son necesarias para mantenerun armamento de elevada tecnología. Las cifras de los gastosanuales de armamento a nivel mundial siguen siendo absoluta-mente escandalosas y muestran la perversión de las prioridadesque deberían orientar las políticas económicas y sociales de losdiferentes gobiernos. Y eso no sólo en países empobrecidos,sino igualmente en los países ricos que necesitan incrementarlos gastos de defensa, detrayendo fondos de donde sea, paragarantizar así su posición de privilegio. Otra consecuenciacuriosa que estamos constatando en diversos conflictos recienteses que las guerras se libran ahora con una obsesión por reducir laspérdidas de soldados. Vistas las cosas como están, parece que lamejor manera de preservar la vida en conflictos futuros es perte-necer al ejército, pues son las poblaciones civiles las que sopor-tan los sufrimientos más duros provocados por las guerras. Estoes así, desde luego, en guerras civiles, que son las más numero-sas y las que muestran un campo de batalla más confundido conla sociedad en su totalidad. Pero también está claro en conflic-tos más convencionales; quien realmente ha sufrido las conse-cuencias más nocivas de la guerra del Golfo ha sido la poblacióncivil iraquí; los pilotos que bombardearon Yugoslavia en la últi-ma guerra de los Balcanes antepusieron su seguridad personal ala precisión en sus ataques; bombardeaban desde gran altura, loque garantizaba que nunca serían alcanzados, pero también ase-guraba que las bombas causarían más bajas entre población civilinocente. Como era de esperar, son las mujeres y los niños losque padecen daños más serios, y estos últimos están siendoreclutados a la fuerza en muchos de los conflictos más sangrien-tos del presente. En la misma línea podemos poner el vetoimpuesto por Estados Unidos a una propuesta de AmnistíaInternacional de prohibir vender armas a países que alistaran aniños en sus ejércitos.

El equilibrio del terror que dominó el mundo durante las déca-das del 50 y 60, empezando a ceder terreno a finales de los 70,posiblemente evitó un enfrentamiento nuclear de consecuenciasirreparables, pero no impidió, sino que incluso reforzó, los con-flictos de bajo nivel que han provocado desde entonces millonesde víctimas, posiblemente tantas como la misma Segunda

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inicial y básica, aparecieron en ese siglo el pacifismo y la des-obediencia civil, o no violencia activa. El primero asociadodirectamente con algunas corrientes religiosas de EstadosUnidos, que ya se habían opuesto a tomar las armas en la revo-lución americana que consiguió la independencia; el segundo,vinculado con la lucha contra el militarismo agresivo delgobierno de Estados Unidos, que llevó adelante una guerratotalmente injusta y expansionista contra Méjico, lo que le per-mitió conquistar casi la mitad de su territorio actual y a la luchacontra la esclavitud. Fue Thoreau el que practicó a nivel indivi-dual y a pequeña escala la desobediencia civil, formulando acontinuación los principios teóricos fundamentales. Desdeentonces, ambas líneas de acción social no han dejado de crecer,tanto en su capacidad de movilizar a la gente para alcanzar susobjetivos sin recurrir al uso de la violencia como en el rigor conel que han formulado sus pretensiones y sus alternativas. Unaparte bastante importante del anarquismo se alineó igualmenteen las líneas del pacifismo, con Tolstoi como uno de los repre-sentantes más cualificados; un célebre artículo publicado enEspaña a finales de siglo era bastante claro: paz a los hombres yguerra a las instituciones. La insistencia por otra parte en lanecesaria coherencia entre los fines y los medios incrementabanel recurso a medios de lucha cercanos a la desobediencia civil.Desgraciadamente, debido a un cúmulo de circunstancias, elanarquismo se dejó llevar en esa época por una negativa espiralde violencia que lo asoció en la imaginación popular con elterror indiscriminado.

De forma más organizada, la prueba de fuego de las dos pro-puestas vino a comienzos de siglo. Sigue siendo ejemplar elmovimiento de desobediencia civil con el que la población fin-landesa hizo frente con bastante éxito a las pretensiones deRusia de adueñarse completamente de la nación procediendoposteriormente a su rusificación. Con su resistencia a cumplirlas órdenes en todos los ámbitos, desde la justicia al servicio decorreos, llegando incluso al comercio y, por descontado, a losintentos de reclutamiento de la población, los fineses opusieronseria resistencia al poder de Rusia, si bien ésta, al final y recu-rriendo al uso de la violencia, logró el dominio. Lo que mostróla acción de Finlandia era que podía ser bastante más eficaz la

cierto tiempo se ven empujados a revueltas y luchas violentascon las que pretenden recuperar parte de su dignidad oprimida yconseguir un acceso más equitativo a los bienes y recursos conlos que poder salir de la pobreza a la que están sometidos.

Fueron, en todo caso, tímidos intentos que apenas lograronalcanzar sus objetivos; tan tímidos que en la misma Edad Mediael cristianismo apoyó una empresa tan bárbara como la de lacruzadas y fomentó un belicismo muy cruento. Más serios fue-ron los esfuerzos realizado en el Renacimiento, donde volvió asurgir una potente corriente pacifista, el erasmismo, que preten-día frenar la barbarie desencadenada por las luchas religiosas yel nacimiento de los estados nacionales. La conquista deAmérica por los españoles provocó también una rigurosa refle-xión sobre la legitimidad de la conquista y del sometimiento delos naturales del nuevo continente. En este caso, la aportaciónmás importante fue la reflexión sobre la guerra justa, imponien-do condiciones muy estrictas para poder considerar legítimo eluso de la violencia. Esas condiciones, que en realidad no hansido modificadas desde entonces, inspiraron el nacimiento delderecho internacional; sobre el papel eran bastante coherentes y,de ser aplicadas con rigor, hubieran hecho prácticamente impo-sible el inicio de un conflicto armado y mucho menos su perpe-tuación en interminables guerras de exterminio del contrario. Sibien han aportado algo de control al belicismo imperante, no sepuede decir que hayan conseguido gran cosa. Desde su elabora-ción, prácticamente todos los gobiernos que han desencadenadoun conflicto armado han mostrado que respetaban rigurosamen-te esas condiciones. La tendencia contemporánea a realizar jui-cios por crímenes de guerra sería la última versión de esteesfuerzo por diferenciar las guerras legítimas de las que no loson, pero no deja de ser sospechoso que nunca se sientan en elbanquillo de los acusados los vencedores que, al hacer la guerra,cometieron sin duda abundantes crímenes por los que están juz-gando a los vencidos.

La oposición a la guerra va a dar un salto cualitativo en el sigloXIX con dos corrientes que desde entonces han dado muchojuego y han permitido construir un poderoso movimiento socialque se ha enfrentado con cierto éxito al militarismo y belicismodominantes. Al menos al nivel de su formulación programática

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labor de concienciación de la gente a la que hacía consciente delos riesgos y peligros a que estaba siendo conducida por absur-das e irracionales políticas de armamento. Era una manera decontestar el adagio secular de la necesidad de preparar la guerrapara garantizar la paz, una de las trampas ideológicas del mili-tarismo. Era también una exigencia de transparencia y claridaden la información relacionada con los gastos de defensa; toda lapolítica de disuasión nuclear se estaba llevando en el más abso-luto secreto, impidiendo a la población un control democráticode la misma y favoreciendo las maquinaciones del consorcioformado por los mandos militares y la industria del armamento.Por último, y para centrarme sólo en lo más significativo, se tra-taba de un esfuerzo de movilización popular, llamando a lagente a tomar parte activa en la reivindicación de sus pretensio-nes. Luchaba contra la pasividad ciudadana y mostraba que sóloparticipando masivamente se podría frenar el control de lasociedad por una minoría muy militarizada y belicista. Los acti-vistas, como ya lo habían hecho los seguidores de Gandhi, eranun ejemplo contundente de que el valor y el coraje, virtudessecuestradas tradicionalmente por el militarismo belicista, eranmás bien el patrimonio de quienes se oponían a los hombresarmados (ejército, guardia nacional, policía) con su resistenciapasiva y su no violencia activa.

Consolidado el pacifismo como un movimiento social muyimportante que revitalizó la lucha social por una sociedad alterna-tiva, basada más en la justicia y la paz que en el dominio y la gue-rra, se abrió un segundo frente de combate en el ámbito de la insu-misión o la objeción de conciencia. Fueron los estudiantes deEstados Unidos los primeros en organizarse de forma generaliza-da para oponerse a participar en una guerra, la de Vietnam, queera vista como profundamente ajena a sus intereses personales ycarente de toda legitimación moral. Su actitud no sólo contribuyóa la importante derrota militar del imperio, proporcionando unfuerte daño a las camarillas de halcones que controlaban la admi-nistración, sino que abrió la puerta para que se fuera generalizan-do en otros países la supresión del servicio militar obligatorio. Enel caso de España, los insumisos, aglutinados mayoritariamenteen el Movimiento de Objeción de Conciencia, lideraron la cam-paña contra el reclutamiento obligatorio. La absoluta falta de

desobediencia civil que la resistencia armada; en definitiva,competir en el uso militar de la violencia con estados militaris-tas hasta la médula es poco inteligente, dado que en ese terrenoes en el que mejor sabe moverse el Estado, su ejército y su poli-cía. De mayor alcance fue todavía el movimiento de no violen-cia activa y desobediencia civil iniciado por Gandhi para conse-guir la independencia de la India. Con todas las limitaciones quese le puedan atribuir y con el largo período empleado para con-seguir sus objetivos, lo que no puede negarse es que se alcanzóel objetivo final sin necesidad de una guerra muy costosa envidas humanas. Gandhi tuvo además el mérito de formular concierta precisión su doctrina, logrando la fusión de elementostomados de Thoreau y de Tolstoi, quienes le inspiraron directa-mente la idea de la desobediencia civil y la resistencia pasivacomo instrumentos de lucha política, y de las tradición cristiana(Sermón de la Montaña) y de las tradiciones hinduista y budis-ta. Su planteamiento fue políticamente eficaz y moralmenterelevante. Tuvo ocasión de demostrar la demoledora eficaciaque puede tener ser el derrotado físicamente (brutal represión delas manifestaciones de Amirtsar) pero convertirse en el vence-dor moral, iniciando la desmoralización de las autoridadesencargadas de mantener el dominio británico. Los intentos delos pacifistas de oponerse a la primera gran guerra fueron, sinembargo, menos exitosos y casi sólo sirvieron para dar testimo-nio de una posición alternativa al belicismo generalizado.

La guerra fría desencadenada a finales de los años cuarenta yla amenaza de un holocausto nuclear dio origen al movimientopacifista más moderno, que se manifestó en primer lugar comooposición radical a la carrera de armamentos y al incremento dela capacidad destructiva basada en armamento nuclear. La fun-dación de la Sociedad de Naciones y posteriormente de la ONUexpresaban el punto de vista oficial y los intentos de los pode-res establecidos para dar forma a las aspiraciones pacifistas degran parte de la población, que había quedado agotada y horro-rizada por las tragedias de dos guerras mundiales. Esos intentosoficiales mostraron bien pronto sus limitaciones y su instrumen-talización para proseguir el enfrentamiento entre las dos super-potencias con otros instrumentos. El movimiento antinuclearsuponía un cambio radical. Primero, potenciaba una sostenida

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ejemplo, un agresión que ponga en peligro la misma superviven-cia de los agentes sociales implicados. Como ya dije al principio,a largo plazo no es demasiado útil pues los problemas resueltos ala fuerza siguen siendo problemas y reaparecerán antes o después.

Aunque algunas apariencias puedan indicar lo contrario, elmilitarismo y la violencia institucionalizada en todos los nivelesestán lejos de desaparecer. El movimiento de insumisión siguesiendo importante en muchos países en los que el servicio mili-tar es obligatorio y se fuerza a la gente a ir al combate. El casode Israel puede ser interesante, dado que, a pesar de estar ensituación de guerra casi permanente, son muchos los jóvenesque se niegan a prestar servicio en zonas en las que percibe quese trata más de una agresión que de una legítima defensa. Otrasluchas muy importantes son las que se han desarrollado en losúltimos años contra las minas antipersonales, con un importan-te triunfo que está lejos de haberse traducido en consecuenciasreales; ni se ha abolido totalmente la producción ni se han arbi-trado los medios para desactivar los millones de minas esparci-das arbitrariamente en zonas de conflictos recientes o todavíaactivos. El final de las políticas de disuasión nuclear ha permi-tido fijar la atención en el enorme comercio de armas ligeras,que tienen un impacto mortífero en numerosos países en los quepara desencadenar una guerra no es necesario poseer ningúnarmamento sofisticado. El caso de Sierra Leona, un país arrasa-do por intereses contrapuestos, detrás de los cuales está el nego-cio de los diamantes, es un buen ejemplo del nivel de crueldadque pueden alcanzar conflictos civiles en los que basta con unarmamento sencillo. En la misma línea están todas las actuacio-nes encaminadas a exigir una total transparencia en el tráfico dearmamento y en las ventas que se efectúan a otros países,sabiendo que allí se utilizarán esas armas con fines absoluta-mente injustificables, como puede ser el caso de la lucha contrael pueblo kurdo o contra el movimiento independentista deTimor Oriental. En todo esto es mucho lo que queda por hacery, por fortuna, la actividad de diversas organizaciones y gruposmuestra su eficacia recurriendo a la no violencia activa. Estosgrupos abarcan un amplio espectro y van desde los que propug-nan la objeción fiscal, negándose a pagar el porcentajede impues-tos dedicado al presupuesto de defensa, hasta los interesantes

popularidad del ejército, totalmente identificado con 40 años dedictadura franquista, ofrecía un buen caldo de cultivo para laspropuestas antimilitaristas presentes en el MOC, lo que no impi-dió que su lucha fuera importante también para que la gentetomara conciencia del militarismo presente en la sociedad espa-ñola, incluso después de la instauración de la democracia.Sometidos a dura represión, necesitaron dar pruebas de una sóli-da conciencia pacifista; todavía en estas fechas, cuando el servi-cio militar ya ha empezado a ser voluntario, sigue habiendoinsumisos que sufren condenas de cárcel y están encerrados enprisiones militares o civiles.

Los planteamientos de los pacifistas e insumisos coincidían conlos que practicaban la otra gran rama de las luchas sociales, la dela desobediencia civil. La consolidación de esa propuesta comolínea de actuación política tuvo su momento decisivo en lasluchas por los derechos civiles de la población afroamericana des-encadenada en los años 60 en Estados Unidos. En este caso elliderazgo de Luther King, continuador de los planteamientos deGandhi, fue el que consiguió que arraigara la desobediencia y laresistencia pasiva como instrumentos fundamentales de lucha porla igualdad de los derechos de todas las personas del país, supe-rando en eficacia política a las iniciativas de quienes eran máspartidarios del empleo de la violencia, como fue el caso de losPanteras Negras. Lo importante de la lucha por los derechos civi-les es que consiguió implantar una metodología de intervenciónsocial que abría caminos realmente nuevos. La desobedienciacivil fue pronto incorporada por otros movimientos sociales queeran conscientes de que, en su caso, de nada servía el recurso a laviolencia; el estilo propio de la desobediencia civil implica unatoma de conciencia más radical, lo que garantiza que las modifi-caciones conseguidas por ese procedimiento pueden tener unmayor impacto social y una mayor posibilidad de prender en eltejido social. Al mismo tiempo, los medios empleados son máscoherentes con los fines propuestos, dado que lo que se va bus-cando es una revolución integral, no un mero cambio en la clasedirigente ni una conquista de las posiciones desde las que se con-trola el ejercicio del poder para poder utilizarlo en beneficio delos nuevos ideales. Apelar a la violencia puede tener una eficaciainmediata para resolver un problema a corto plazo, evitando, por

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del poder y de la dominación. El tema con el que iniciaba estecapítulo se centraba en las luchas sociales y en la democracia; unaspecto central del planteamiento ofrecido estribaba precisamen-te en la capacidad que tienen los agentes sociales de actuar y serdueños de sus propias vidas, superando cualquier fatalismo quelos indujera a la pasividad. Al hablar del ámbito de la economía,la producción y distribución de bienes, expuse las desigualesrelaciones que se establecen entre quienes pueden tomar decisio-nes y aquellas personas a las que les toca siempre o casi siempreobedecer, recordando también que es posible invertir esa rela-ción de subordinación y recuperar una implicación activa y soli-daria de todos los agentes económicos. El ejercicio del poderocupaba también un lugar central en el caso de las luchas de lasmujeres por acabar con la dominación masculina. Un leitmotivde todo el libro es precisamente la superación del pensamientoúnico que, aludiendo a un supuesto fin de la historia, tiende adesactivar la capacidad de intervenir activamente en los avataresque configuran la historia de los seres humanos. Se trata, portanto, de un alegato contra la impotencia —inducida y aceptadao impuesta— y un recordatorio de que todo el mundo tiene poderdesde el momento en que está dispuesto a ejercerlo, pues elpoder no es algo distinto a su ejercicio.

En el caso del último apartado, el de la violencia, me acercabaya a una dimensión indisociablemente asociada con el poder.Éste, de manera muy general, puede ser entendido como lacapacidad de tomar libremente decisiones y de llevarlas a lapráctica; en la vida social, nuestras decisiones pueden entrar enconflicto, a veces en contradicción, con los intereses de otraspersonas, por lo que en último extremo, en su más pura desnu-dez, el poder puede terminar identificándose con la violencia,con la más estricta coacción física o mental mediante la cualaniquilamos cualquier posibilidad de ofrecer resistencia a nues-tras decisiones. Es cierto que con mucha frecuencia, casi deforma generalizada, el poder no se ejerce recurriendo al uso dela fuerza, que queda como mero instrumento para algunas situa-ciones extremas, pero es igualmente cierto que la fuerza, quepermanece siempre visible como telón de fondo, garantiza en últi-ma instancia que terminaremos llevando a cabo aquello que noshabíamos propuesto. Ya lo indicaba en el caso de la dominación

movimientos de mujeres, como puede ser Mujeres de Negro,que ha servido tanto para denunciar la perpetuación de la guerracomo para elevar el protagonismo de las mujeres en la lucha porsu propia liberación.

En definitiva, el objetivo es avanzar lo más posible, y también lomás rápidamente, hacia una sociedad en la que la violencia dismi-nuya a cotas admisibles. Ya dije al principio que no todas las socie-dades han sido igualmente violentas y que la agresividad no es unrasgo instintivo de nuestra especie que haga ilusoria cualquierexpectativa de erradicación definitiva del uso de la fuerza. El paci-fismototalpuedeser en estosmomentos poco viable; sigue habien-do situaciones en las que es legítimo recurrir a un uso defensivo dela violencia,como siguesiendo cierto que existen cuestiones por lasque puede merecer la pena arriesgar y perder la propia vida.Bastante menosclaro resulta que existan situaciones en las que estéjustificado matar, y ése es el blanco final de todo movimiento paci-fista: recordar que jamás se debe admitir la violencia como un pro-cedimiento habitual y legítimo para dirimir los conflictos sociales.Si me he centrado en este caso en el tema de la guerra y el milita-rismo es porque representa la condensación de toda violencia, elnivel más elevado que alcanzan los seres humanos en el desplieguede una violencia absolutamente destructiva. Eso no debe hacernosolvidar toda la escala de las violencias cotidianas, del uso perma-nente de la fuerza para intimidar, someter, maltratar y destruir aquienes consideramos nuestros enemigos, o simplemente parasuperar las frustraciones a las que nos conducen aspiraciones indi-viduales no satisfechas y no justificadas. Las propuestas planteadasen grupos que trabajan en el ámbito de la educación para la paz oen la resolución no violenta de conflictos tratan de atacar el fenó-meno de la violencia de la que todos podemos participar en nues-tras vidas. Ya he aludido a ello en otros dos apartados, el dedicadoal feminismo y el dedicado a la educación y no es posible extender-me más en estos momentos.

8. La crítica al poder

8 a. Fuerza, poder, autoridadHasta el momento hemos ido viendo diversas manifestaciones

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del partido único y de su líder. Si bien algunos autores conside-ran que estos totalitarismos modernos son el resultado de apli-car la tecnología de la producción industrial a la imposición deldominio absoluto del grupo en el poder, el caso de Camboya,uno de los totalitarismo más mortíferos del siglo XX, y quizá dela historia, puede indicarnos que no hace falta tanta tecnologíay que se debe más bien a la aplicación de una lógica de domina-ción sin fisuras en sociedades de masas, en las que son milloneslas personas cuya voluntad hay que doblegar absolutamente.

En el extremo expuesto de la escala, es decir, en el de la máxi-ma legitimidad, se suele hablar más bien de autoridad, un con-cepto fundamental en la vida política. Quienes disponen deautoridad en un contexto social determinado tienen garantizadala obediencia de las personas que los rodean y, por lo tanto, tie-nen poder para poner en práctica sus proyectos y decisiones. Laobediencia prestada se basa en el reconocimiento explícito deque esa persona o personas gozan de los conocimientos, el pres-tigio, la habilidad, para ejercer el poder; también se debe a quela posición de poder que ocupan ha sido obtenida por los proce-dimientos legítimos previamente establecidos, como sucede enel caso de las democracias representativas más arraigadas en lasque la limpieza en el proceso electoral determina el grado en elque el gobierno siguiente gozará de obediencia. Cuando deautoridad se trata, hay que tener en cuenta que es muy importan-te no sólo que se den unas condiciones más o menos objetivasdel tipo de las señaladas, sino que se dé ese reconocimiento sub-jetivo por parte de quienes obedecen. Volveré a insistir másadelante en esta cuestión crucial: cualquier relación de poder esbidireccional y depende siempre de que alguien, por las causaso razones que considere oportunas, esté dispuesto a obedecer.Hay instituciones o personas que han gozado de gran autoridad,pero que la han perdido simplemente porque la gente ha dejadode reconocer dicha autoridad.

En todo caso, el continuo que va del totalitarismo basado en elterror hasta la autoridad cimentada en el reconocimiento, notiene límites claros ni transiciones muy bien diferenciadas. Todoel mundo puede reconocer las importantes variaciones que pro-voca en nuestro modo de vida cotidiano el vivir en regímenespolíticos más próximos al totalitarismo o a la democracia.

masculina; una mujer posiblemente nunca pueda olvidar deltodo que el hombre que ejerce sobre ella un dominio efectivoacabará por utilizar su mayor fuerza física y, por tanto, pegán-dole cuando tema que su condición de privilegio puede ser tras-tocada. Y los obreros, cuando hacen una huelga y organizanpiquetes para asegurar el éxito de su acción, son conscientes deque la policía está próxima para algo más que para garantizarun desarrollo pacífico de los acontecimientos. Al final, puedehaber palos, muchos palos. Y no será precisamente los patroneslos que terminen en la cárcel o ante los jueces. En sociedadesen las que el poder establecido goza de ciertas dosis de legiti-midad puede que esta reflexión resulte algo ajena, pues en ellases muy infrecuente que se produzca ese uso brutal de la fuerza,pero no es lo mismo en otras sociedades en las que el poder casise reduce al empleo constante y cotidiano de la fuerza, la vio-lencia y el terror.

En este sentido es bueno diferenciar entre poder y fuerza; estaúltima sería más bien un instrumento que, como todos, no seríani bueno ni malo, pero desde luego nunca sería neutral: estaríaal servicio de alguien y esa persona o grupo, justamente porcontrolar el uso de la violencia, serían identificadas como pode-rosas. Así pues, el poder va acompañado de una buena dosis delegitimidad, lo que le permite que las personas tiendan a obede-cer sin especial oposición cuando las relaciones de poder estánbasadas en esa legitimidad. Por eso mismo se puede ejercer deformas muy diversas, todas ellas alejadas de la fuerza, aunqueteñidas quizá de cierto aspectos negativos, como queda clarocuando hablamos de la persuasión o de la manipulación comoprocedimientos empleados para asegurar la obediencia debida.En un caso extremo, el poder puede reducirse al uso de la fuer-za, más en concreto al uso del terror, y ésa ha sido una de lasconfiguraciones políticas más significativas del siglo XX, tantoen su versión nazi como estalinista. El totalitarismo buscaba undominio absoluto sobre las personas y utilizaba el terror comocolumna vertebral sobre la que asentar su poder; la arbitrarie-dad, el secreto, la generalización difusa del miedo, la aniquila-ción física de las personas, a veces de forma masiva, eran pro-cedimientos habituales encaminados a quebrar todo tipo deresistencia y a conseguir la obediencia absoluta a la ideología

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inmediatamente con la opresión; el problema político que se plan-tea en este ámbito es el del control de su ejercicio para podergarantizar su legitimidad y evitar su derivación a la opresión,siempre amenazadoramente presente.

Por otra parte estaría el poder como capacidad que tienen laspersonas o los grupos para llevar adelante sus propios intereses,para ejercer sus ideas sin mayores limitaciones que las que sepueden derivar de los acuerdos tomados con otras personas ogrupos que actúan en ámbitos coincidentes y de las exigenciasplanteadas por el apoyo mutuo sin el que no habría ni personasni grupos sociales. Constituye ésta una dimensión irrenunciabledel ser humano, asociada con sus motivaciones más profundas,aquellas que implican la autorrealización personal. Está, comoes obvio, íntimamente vinculado con la libertad, pues sin poderno es posible actuar según las propias decisiones, tomadas sinningún tipo de coacción y por propia iniciativa. Es el ideal deautonomía personal que recoge una aspiración de todos los sereshumanos. Y es también la piedra angular de la vida moral de laspersonas; la ética comienza cuando vencemos el miedo, cuandocon coraje y valor nos esforzamos por seguir nuestros planes derealización personal a pesar de que puedan darse circunstanciasadversas. Se trata de la virtud como fuerza, tal y como expresala propia etimología de la palabra, y como voluntad de poder, enel sentido de no dejar que sean otros los que decidan por nos-otros y en llevar a su consumación el proyecto personal e insus-tituible que nos vamos forjando a lo largo de nuestra vida. Vistasasí las cosas, nada hay menos deseable que verse sometido a laimpotencia, por lo que es tarea prioritaria de toda sociedad quepretende ser democrática el volcarse en capacitar a las personasque la forman para que puedan de hecho participar en la vidapública y defender sus propios intereses.

Si la misma palabra tiene algún sentido, la democracia signifi-ca precisamente eso, hacer que sea el pueblo quien ostente elpoder, para que éste no sea secuestrado por minorías, comosucede en el caso de las tiranías, las oligarquías, los regímenesautoritarios o las aristocracias. En el nacimiento de la democra-cia contemporánea ése fue el reto principal que se plantearon losrevolucionarios franceses y norteamericanos. Los primeroslucharon contra la monarquía absoluta, que atribuía todo el

Incluso en el totalitarismo más atroz la gente puede encontrarresquicios para mantener un cierto margen de autonomía perso-nal y en la democracia más avanzada no dejan de existir formasde manipulación y de presión que adulteran el sentido del reco-nocimiento obtenido. Aquí también debemos tener en cuentaque las diferencias de grado tienen importancia y que ningúnanálisis del poder debe prescindir del contexto en el que éste seejerce y cómo logra imponerse al resto de la población. Por otraparte, no podemos olvidar tampoco que una de las actuacionesprioritarias de quienes ejercen el poder es generar sus propiosmecanismos de legitimación. Esto es algo sabido desde los mis-mos orígenes de la humanidad, y siempre los poderosos hanprocurado mostrar su poder de forma ostentosa, consciente ypremeditada para garantizar su legitimidad y para obtener de esemodo una obediencia más voluntaria. También han procuradohacer todo aquello que, ante los ojos de los súbditos, los conver-tía en poder legítimo. En este sentido, no es que haya ciertas ins-tancias ajenas al poder que garantizan su legitimidad, sino quees el propio poder el que genera los mecanismos de su legitima-ción. Lo más frecuente es que, perdida toda legitimidad, todavíase aferren al ejercicio del poder recurriendo a su opción mássangrienta, la violencia, la fuerza y el terror. Sin embargo, esaalternativa no suele ser muy duradera.

De acuerdo con lo que acabo de mencionar, es posible consi-derar que el poder tiene una doble cara. Por una parte estaría suapariencia más objetiva, aquella que puede llevarnos a conside-rarlo como algo que está ahí, dispuesto para ser conquistado yutilizado, y gran parte de las luchas políticas consisten en hacer-se con el poder. Al hablar en este sentido estamos prestandoespecial atención a los mecanismos con los que el poder seimpone; en primer lugar, la fuerza bruta, sea ésta la del ejército,la policía, los servicios de información o guardia personal delgobernante, al estilo de las guardias pretorianas de los romanos.Las personas sienten ese poder cuando la porra se descarga conenergía sobre su espalda, o cuando tienen que sentarse en el ban-quillo de un juzgado esperando a que les impongan una sentenciacondenatoria, por no decir cuando ven que algún conocido hadesaparecido y saben de otros que han sido torturados y ejecuta-dos. Sería ésta su cara más negativa y la que podemos relacionar

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su origen personal, ocupan posiciones en las que sí se toman deci-siones. Como ya dije en su momento, no está claro que en el futu-ro vaya a haber más democracia, y una alternativa posible es laformación de una poliarquía que reduciría seriamente las formasdemocráticas de gobierno y se parecería más a un sistema autori-tario o paternalista.

El problema, sin embargo, no se reduce a que existan personasdispuestas a emplear todos los recursos a su disposición paradominar y oprimir. Como Kant indicaba en su obra antes aludi-da, los seres humanos deben librase de su culpable incapacidad,en la que se mantienen por no atreverse a pensar por sí mismos,por dejarse llevar por la comodidad que proporciona el que seanotras personas las que tomen las decisiones por nosotros. Si nosinclinamos a la sumisión, es por una cuestión de pereza y cobar-día, en la que desempeñan un papel muy activo los tutores;éstos, que “generosamente” se han hecho cargo de las riendas ydeciden por los demás, se encargan de que las personas a lasque tutelan consideren la emancipación como algo muy peligro-so y difícil que sería mejor evitar. El filósofo alemán respondíade ese modo a la reflexión clásica de La Boétie, quien justocuando se estaba implantando el Estado nacional en Europa,reflexionaba sobre la servidumbre voluntaria. ¿Por qué los sereshumanos están dispuestos a dejarse someter por la minoría y noofrecen ninguna resistencia en serio? La reflexión del autorfrancés subraya algo en lo que vengo también insistiendo entodas estas páginas. Si bien existen razones fundadas para con-siderar que la libertad, y la democracia como régimen políticoque mejor la respetaría, es un rasgo básico de los seres humanosque les facilita una vida dotada de sentido, no es algo que se déde manera espontánea. Los seres humanos podemos ser educa-dos desde muy pequeños en el hábito de la obediencia, hasta elpunto de que dejemos de considerar la libertad como algo valio-so a lo que no se puede renunciar sin perder nuestra misma con-dición humana; es más, podemos incluso recibir una educaciónque haga imposible que lleguemos a pensar en la misma liber-tad, mucho menos en su ejercicio.

Si pudiéramos trazar la génesis de las injustas relaciones socia-les dominantes, es posible que su origen inicial estuviera en estainclinación de la obediencia, en esa aceptación sumisa de la

poder soberano a la persona del rey, pasando los demás esta-mentos y el pueblo llano a grupos encargados de ejecutar lasdecisiones tomadas por la persona real y sus asesores más pró-ximos. Por eso proclamaron la Declaración de Derechos elCiudadano. Algo muy parecido pretendieron los segundos, losrevolucionarios de América del Norte: romper con la monarquíaabsoluta que, en su caso, era además una potencia colonial quemantenía al pueblo americano en posiciones de total subordina-ción. Por eso iniciaron su declaración de independencia con laexpresión “nosotros, el pueblo...”. Comienza la época de lasoberanía popular.

8 b. De la servidumbre voluntaria o el miedo a la libertadÉse es el núcleo de la cuestión en una democracia radical: con-

seguir sujetos activos, agentes políticos, que se impliquen solida-riamente en la gestión de los asuntos públicos, que son asuntosque afectan a todos y cada uno en el marco de sociedades demo-cráticas. Y es un asunto también capital en todas las relacionesinterpersonales en las que está presente la posibilidad de que seconsoliden relaciones de dominación. De eso trata la proclamakantiana que exhorta a las personas adultas a atreverse a pensarpor sí mismas, a romper con la tutela del cura o el médico, delfuncionario o de cualquier tipo de tutor, aunque el mismo Kant noextraiga todas las consecuencias políticas y sociales de su invita-ción a la reflexión consciente y autónoma. Por lo que hemos vistohasta el momento, no es una tarea sencilla dada la cantidad depersonas y grupos de presión que procuran empobrecer las exi-gencias democráticas y dada también la cantidad de situacionesen las que unas personas intentan que las relaciones sociales einterpersonales sean relaciones de dominación. Es más, en estosmomentos hay quienes consideran que a estas alturas, después demás de dos siglos de luchas sociales, se ha ido demasiado lejos enel reconocimiento de ese protagonismo social a todo el mundo.Estos grupos de presión pretenden que las elites, ya sean intelec-tuales, empresariales o simplemente políticas, recuperen el prota-gonismo en la elaboración y ejecución de las diferentes políticaspropias de un Estado complejo. En una época de cambios, crisisy obvias dificultades, hay quienes proponen reforzar el papel delos expertos, de los gobernantes, de quienes, por su preparación o

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en otras personas para que tomen decisiones por ellas. Por recurrira terminologías ya consagradas, es como si la gente tuviera miedoa ser libre, porque eso supone abrir un amplio margen a la incerti-dumbre y la imprevisibilidad; los caminos dejan de ser seguros ycrece el peligro de las equivocaciones que luego pueden pagarsebien caro. La gente, cuando no ha recibido una preparación ade-cuada para ejercitar su autonomía, se siente de pronto perdida ydesorientada, ante un vacío que no sabe cómo llenar. De ahí a per-cibir la libertad como una condena o como un riesgo insoportableno hay más que un paso. No es difícil que a continuación deseenvolver a los brazos protectores de las personas que están dispues-tas a decidir por ellas y a facilitarles la práctica de la libertad res-tringiendo su alcance. Es más, cuando las sociedades entran enprocesos de desestructuración y las normas dejan de estar claras, ose producen fenómenos de clara permisividad en los que la dife-rencia entre lo permitido y lo prohibido se desdibuja, crece el ries-go de que se recurra a soluciones drásticas, normalmente la bús-queda de líderes carismáticos que arrastrarán a masas humanasincluso a su propia destrucción. Fenómenos como el del nazismoen los años 30 o el de las sectas en la actualidad son prueba evi-dente del riesgo evidente que se corre en esos contextos sociales.Por eso mismo, para los anarquistas la libertad no debía entender-se como ausencia absoluta de normas, sino como la situación en laque las personas solidariamente acuerdan normas que librementese aceptan y con la misma libertad se pueden rechazar. Ése era elprincipio básico del federalismo político.

Ese mismo miedo a la libertad, del que se nutre el poder y quelos opresores saben explotar muy bien, es el que da lugar a lapersonalidad autoritaria, en la que la fascinación por el poder ysu práctica se mezcla con la sumisión y obediencia ciegas, mos-trando las consecuencias personales más negativas de las relacio-nes sociales basadas en la opresión y la dominación. Las personasautoritarias suelen mostrar una creencia ciega en la autoridad, a laque obedecen sin titubear, respetando siempre la cadena jerárqui-ca de mando (recordemos lo ya dicho al tratar el militarismo);frente a quienes consideran sus superiores se comportan demanera sumisa y dócil, aceptando una disciplina rigurosa en laque no tiene cabida la reflexión personal ni la disidencia. Sinembargo, cuando tienen que hacer frente a los que consideran

dominación, en definitiva, en la servidumbre voluntaria. La pro-puesta del anarquismo clásico parte de la constatación del carác-ter central de la opresión, más importante todavía que la explo-tación, aunque íntimamente ligada con esta última. Hizo suya latesis famosa de que el poder corrompe y el poder absolutocorrompe absolutamente; de ahí que la libertad figurara desdeun primer momento como lema que le diferenciaba del resto delsocialismo: defendían un socialismo libertario frente a los otrosque consideraban autoritarios y buscaban formas organizativasy de lucha en las que se respetara y se potenciara la autonomíade todas las personas para que pudieran ser libres. El conceptoanarquista de la libertad es solidario y en absoluto individualis-ta; la libertad de cada uno no se termina donde comienza lalibertad de los demás, sino que empieza precisamente dondeempieza la libertad de los demás. Sólo puedo ser libre cuandolos que me rodean también lo son, porque mi libertad sólo esplena cuando es reconocida y respetada por seres igualmentelibres con los que mantengo relaciones igualitarias y de mutuoapoyo. Mientras en el mundo haya esclavos, mi libertad no seráincompleta y me veré obligado a estar de parte de los amos o delos esclavos, si bien sólo estando de parte de estos últimos podréconquistar mi libertad ejerciéndola. Libertad, además, no redu-cida a un formalismo, sino dotada del contenido que le propor-ciona el completo desarrollo personal en adecuadas condicionesmateriales de existencia. La libertad no es un prejuicio pequeñoburgués sino el quicio sobre el que deberá girar tanto la nuevasociedad que queremos construir como los medios que decida-mos emplear para ir avanzando hacia ella. Nada de amos, nadade jefes, nada de reyes, nada de dioses despóticos...

A pesar de esta opción decidida por la libertad, eran bien cons-cientes del mismo problema denunciado por sus predecesores. Eneste mundohay esclavos porque hay amos, pero también hay amosporque hay esclavos. En gran parte, el poder del que disfrutan lasclases dominantes es el que le confieren los oprimidos al recono-cerlo y aceptar que lo ejerzan. La libertad nos hace humanos y noscaracteriza como tales,pero no todo el mundo está dispuesto a rea-lizar el notable esfuerzo que supone ejercerla. Algo de esto yamencioné al hablar de las dificultades que la gente encuentra paraparticipar y cómo está dispuesta con excesiva frecuencia a delegar

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luego de las víctimas. Los opresores invierten bastante tiempo yenergías en neutralizar cualquier tipo de contestación o rebelióncontra sus órdenes. Cuando recurren a métodos extremos deterror, no es extraño que logren provocar una cierta parálisis ensus víctimas, a las que ni siquiera les conceden la posibilidad depensar en la posibilidad de desobedecer. Es más, una vez para-lizados por el miedo ya ni siquiera es necesario eliminarlos físi-camente, como exponía Orwell en su gran novela 1984. Por esoes tan importante retomar el hilo planteado en el apartado dedi-cado a la educación: la educación tiene que proponerse de formaconsciente y sistemática forjar seres autónomos, libres y solida-rios, como primer paso en la lucha contra la opresión.

8 c. Las redes de poderUna vez más tenemos que ser conscientes de que tanto la sumi-

sión como la opresión no son hechos naturales sino hechos socia-les; eso indica que son construcciones realizadas por seres huma-nos concretos que establecen determinadas relaciones entre ellos yque, a su vez, son determinados por esas relaciones que tambiénles preceden. Nacemos ya en una sociedad bien estructurada, conpautas específicas de comportamiento admitidas y con roles eidentidades orientados con bastante claridad. El poder no resultaalgo ajeno o adherido a esas relaciones sociales, sino que formaparte consustancial de las mismas; no resulta, en principio, conce-bible una sociedad sin poder, aunque eso poco nos dice porquemúltiples son las figuras del poder. Como ya he dicho, el anarquis-mo supo ver la importancia que tenía el poder y el papel centralque desempeñaba, especialmente en la vida política. Seguía en esoa sus precedentes ilustrados y coincidía superficialmente con susantagonistas políticos, los liberales. Si bien éstos se había centra-do en buscar fórmulas para controlar y equilibrar diferentes pode-res, los anarquistas van algo más allá y plantean la supresión defi-nitiva del poder, más en concreto de la figura que en su época erala dominante: el Estado. Quienes había padecido en sus carnes ladurísima represión del ejército y la policía y quienes habían pade-cido igualmente unos gobernantes preocupados exclusivamentepor preservar el orden establecido y su propio poder, lógicamentetendieron a centrar sus críticas en el Estado como ejemplo máxi-mo de la concentración del poder en su cara más negativa.

inferiores, actúan de manera despótica y arbitraria, descargandosobre ellos una elevada agresividad. Los desprecian y tienden aconvertirlos en víctimas propiciatorias a las que humillan, ridi-culizan y vejan. Por otro lado suelen mostrarse muy apegados alas normas y convenciones socialmente aceptadas, siendorenuentes a la aceptación de la ambigüedad; buscan normassimples y claras, y hacen análisis de la realidad social que losrodea bastante simplistas, sin ninguna sensibilidad por la com-plejidad que en dicha realidad existe. Dos son las fuentes prin-cipales de este tipo de personalidad; en principio es consecuen-cia directa de ambientes sociales y educativos en los que el auto-ritarismo está presente y en los que se priva a la persona de unpleno desarrollo de sus capacidades cognitivas y afectivas.Puede ser igualmente una consecuencia de situaciones de inde-fensión y frustración personales, que inducen a las personas abuscar el equilibrio perdido en relaciones sociales en las que seencuentra la propia identidad en la identificación absoluta conun grupo fuertemente jerarquizado.

La tendencia a la sumisión existe, aunque puede manifestarse demaneras muy diversas y en muchos grados. Podemos aceptar laobedienciaen determinados ámbitos de nuestras vidas, pero no enotros, donde pretendemos decidir por nosotros mismos, libres deimposiciones y coacciones. Ciertamente es bastante improbableque se acepte una sumisión completa y para mantener una ciertaautoestima, tenemos que sentirnos capaces de actuar por nosotrosmismos. En cualquier caso, si hubiera que decidirsepor una de lasdos tendencias, la libertad o la obediencia, parece más bien que esla libertad la que mueve al ser humano en general. Carece de sen-tido, por tanto, atribuir a los oprimidos la responsabilidad de supropia opresión. Resulta obsceno, por ejemplo, leer comentariosescritos por judíos sionistas que vivían en Palestina cuando lle-garon los supervivientes del holocausto, en los que critican aesos judíos recién liberados por haberse dejado llevar al mata-dero y por haber luego sobrevivido. La resistencia total, tipoNumancia o Masada, puede ser ejemplo de un deseo de libertadinquebrantable, pero también de una sumisión al propio gruposin fisuras. En esas situaciones extremas en las que se ve a gru-pos muy numerosos, a poblaciones enteras, aniquilados sin ofre-cer apenas resistencia, la responsabilidad última no es desde

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nunca operan en el vacío sino a partir de redes ya establecidasen las que no todas las posiciones tienen el mismo peso en eljuego. De hecho, una estrategia fundamental es ocupar las posi-ciones privilegiadas, aunque éstas tienen un carácter sumamen-te flexible que impide garantizar que van a ser las mismasdurante un largo período o que van a ser ocupadas por las mis-mas personas. Desde este punto de vista, la posición dentro dela red es incluso determinante y recoge la idea anarquista de quees el poder el que corrompe; si ponemos a un Francisco de Asísen puestos ejecutivos de una multinacional o en el consejo deministros de algún gobierno, sin duda terminará actuando deacuerdo con las reglas del juego que han configurado justamen-te esa posición. Resulta ingenuo, en el supuesto de que tengaalgún sentido la propuesta, intentar cambiar el poder desde den-tro, entre otras cosas porque no hay un “dentro” o un “fuera” delpoder. Lo que son las personas está, pues, determinado en granparte por el rol social que desempeñan, si bien es también cier-to que sólo llegan a esas posiciones privilegiadas personas quemuestran un claro interés por ejercer el máximo poder posible.

Afirmar la existencia de lugares privilegiados de poder, comopodría ser el Estado y más en concreto sus órganos ejecutivos,puede resultar engañoso y hacernos olvidar que la práctica delmismo esta difundida en toda la sociedad, en todas sus instanciassean del nivel que sean. La familia, por poner un ejemplo, consti-tuye un espacio muy importante en la construcción de las relacio-nes de poder, tanto por su capacidad de reproducir el patriarcadocomo por la disciplina socializadora que aplica a los niños, a quie-nes impone unas relaciones asimétricas basadas en la desigualdady la obediencia. Algo similar podemos decir de las escuelas, quetienen y ejercen la posibilidad de disciplinar el cuerpo y la mentede los niños, reforzando específicas pautas de comportamiento asícomo horarios, ritmos y espacios de trabajo. Toda instituciónsocial tiene su propia estructura de poder, con relaciones fluidas,pero también bien definidas, y en todas ellas se da el fenómeno dedisciplinar a los individuos implicados en dichas instituciones.Hay algunas instituciones que poseen mayor importancia en lagénesis del poder; la familia y la escuela son dos básicas, pero unpapel casi similar lo desempeñan las empresas o los lugaresde tra-bajo. Como referente último podríamos dejar instituciones muy

Ese análisis puede resultar algo insuficiente por haber pasadopor alto otros rasgos de la vida política en los que el ejercicio delpoder aspiraba a estar plenamente vinculado con la legitimidaddel mismo. En todo caso es valioso el haber señalado que elEstado, con toda su burocracia, no es una institución socialimprescindible, sino que tiene un origen histórico muy preciso y,como muestran algunas investigaciones antropológicas, no se daen todas las sociedades humanas. Mucho menos necesario es elEstado nacional y eso lo estamos comprobando en nuestros días,en los que asistimos a un doble proceso de desarticulación delEstado tal y como se había entendido en las últimas décadas: des-mantelamiento del Estado social de derecho, para restringir suactividad otra vez a la justicia, la policía y el ejército; y debilita-miento, casi abandono, del Estado nacional que está siendo sus-tituido por otras configuraciones más flexibles y más globales decontrol del poder político, que establecen complejas y fluidasrelaciones con otras esferas de poder, como el poder económico,el mediático o cultural, el militar... Tampoco fue muy conscienteel anarquismo clásico de la presencia ineludible de relaciones depoder en todo grupo social; planteada la negación del poder comoobjetivo prioritario —no hay que conquistar el Estado, hay quedestruirlo directamente—, no fueron lo suficientemente sensiblesa sus aspectos positivos y a la necesidad de articular fórmulas decontrol del mismo, para evitar que se les introdujera por la puer-ta falsa. La insistencia en el federalismo y la autogestión genera-lizada, como elementos básicos de sus organizaciones, no acaba-ban de impedir la génesis de formas alternativas de relaciones depoder, en las que de un modo u otro volvían a darse situacionesde dominación y subordinación.

Lo que sí intuyeron es que el poder no es algo que está ahí,algo con cierta entidad ontológica independiente que podemosconquistar para luego utilizarlo a nuestro antojo y en eso adelan-taron análisis posteriores que han enriquecido nuestra compren-sión del fenómeno. Lo fundamental es ser conscientes de que elpoder consiste precisamente, como vengo reiterando, en el ejer-cicio del mismo, ejercicio que se produce en toda relaciónsocial, en las que personas o grupos diferentes juegan las bazasde las que disponen para ir sacando adelante sus propios intere-ses. Dichos grupos diseñan sus propias estrategias, aunque éstas

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mejores posiciones en la red de relaciones sociales; algo similarlo tenemos en los enfrentamientos para ascender en el seno de unaempresa o un partido político.

Por otra parte, el modelo propuesto hace posible una lectura alrevés del fenómeno, la lectura realizada desde el punto de vista dequienes ocupan las posiciones menos favorables o más débilesdentro de la red de relaciones de poder. En este sentido, lo prime-ro que hay que reconocer es que jamás uno de los polos puede serreducido a la impotencia absoluta, en la medida precisamente enque los poderosos necesitan de los oprimidos para ejercer sudominio, y estos últimos pueden y deben tomar conciencia delpoder que esa necesidad les confiere. La aceptación de la impo-tencia total es una de las estrategias constantemente utilizada porlos poderosos, pero su realidad no va más allá de la que le quie-ran conceder la otra parte de la relación. Deshacerse de esa ima-gen del poder como algo objetivo, con una entidad propia, de loque se apropia un sector de la sociedad o unas personas concretases un objetivo prioritario de las luchas por la liberación. Al mismotiempo, si el poder es sobre todo el ejercicio en el marco de unared social de relaciones, en estas existen numerosos intersticios yresquicios a través de los cuales los oprimidos pueden hacer sen-tir su influencia e iniciar procesos que conduzcan a modificacio-nes más o menos profundas en las relaciones de poder. Los ejem-plos que pueden proporcionarnos en estos momentos las luchassociales son innumerables y van desde el impacto del pequeñoejército zapatista que ha sabido jugar muy bien sus cartas, provo-cando una modificación sustancial de las relaciones de poder enMéxico, hasta la pluralidad de radios libres o medios de informa-ción alternativa que proliferan en todas partes. Todo el movimien-to pacifista y de desobediencia civil abordado en la sección ante-rior constituye igualmente un buen ejemplo de esas fracturas enlas prácticas de dominación.

8 d. Esferas de poderComo ya he indicado, el poder se ejerce de maneras diversas y en

ámbitos muy distintos.Al mismo tiempo, en la sociedad actual noresulta tan sencillo definir con precisión una cierta jerarquía en laque quedara claroqué esferas de dominaciónocupan las posicionesmás elevadas y cuáles van a ocupar posiciones subordinadas. El

ostentosas: la cárcel, los hospitales psiquiátricos, los cuarteles...En ellas queda muy clara la asimetría característica de las rela-ciones de poder, queda bien claro, a través de múltiples prácti-cas, quiénes son los que tienen que obedecer constantemente yquiénes gozan de capacidad de tomar decisiones y obligar aotros a que las cumplan. Aunque gozan de cierta autonomíacada una de ellas, entre todas permiten la consolidación de esoshábitos de obediencia que, afianzados en un ámbito, puede sertransferidos con mayor facilidad a otros ámbitos.

Quizá lo más interesante de esta interpretación relacional delpoder es que podemos decir que es el mismo ejercicio del poderel que crea la realidad social. En una determinada instituciónsocial no hay un poder generado por la misma del que se apropianen mayor o menor medida los sujetos afectados. La institución eslo que es como consecuencia de las relaciones de poder que exis-ten en la misma. Esto indica la complejidad del fenómeno, peroal mismo tiempo abre posibilidades nuevas en las luchas contra laopresión. Ésta, en definitiva, consiste en que la asimetría de lasrelaciones sociales provoca que determinadas posiciones en la redde relaciones acaparen una mayor capacidad de decidir e imponersus propios criterios; es más, las personas, una vez que identificansu realización personal con un incremento potencialmente inago-table de poder, llevan el juego social hasta sus últimas consecuen-cias y procuran por todos los medios o bien que sus posicionespasen a ser dominantes o bien ocupar las posiciones que sondominantes en determinadas etapas de la historia social de la ins-titución. Un ejemplo de la primera estrategia es la lucha compe-titiva despiadada entre empresas para acaparar cuotas de merca-do, o entre estados para imponer sus criterios en políticas interna-cionales, e incluso la formación de oligopolios gigantescos parapresentarse como únicos puntos de referencia en la vida políticay económica en los actuales procesos de globalización. En unnivel más cotidiano, podemos interpretar también de ese modo elincremento de la violencia doméstica mediante la cual los hom-bres quieren preservar o recuperar la posición que el modelopatriarcal de familia les reservaba. Un ejemplo de la segundaestrategia son los esfuerzos que las personas realizan para acudira colegios de elite en los que pueden entablar relaciones persona-les o adquirir conocimientos que les permitirán acceder a las

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toman. En los tiempos modernos, la vinculación entre los exper-tos, aquellas personas que dominan un campo de saber, y elpoder ha sido muy profunda. El peso de la producción y distri-bución del conocimiento en la sociedad actual no hace más queincrementarse; junto con él, crece igualmente el papel que losposeedores de esos conocimientos desempeñan. Arropados bajoel mito de la autoridad de la ciencia y el conocimiento, su insi-dioso control y dominio puede terminar siendo tan peligroso omás que cualquier dominio anterior.

Por otra parte, podemos también introducir una importante dis-tinción, la que hace referencia a los instrumentos que se empleanpara ejercer el poder. En su forma más próxima a la legítima auto-ridad, basta prácticamente con el reconocimiento de quienes obe-decen, basado en un conjunto de normas y reglas libremente con-sensuadas. Como éste es más bien un caso extremo, resultaimprescindible recurrir inmediatamente a la persuasión, es decir,a mecanismos de difusión de ideas que hagan posible una modi-ficación de las actitudes de las personas y, con ella, un cambioestable en su comportamiento. Se trata de un instrumento pacífi-co que tiene por objetivo reforzar el nivel de asentimiento en unapoblación, la cual termina por identificar la realidad con aquelloque se le presenta desde los medios que crean y transmiten lasideas y la información. Debido a que la persuasión busca el asen-timiento no consciente ni reflexivo de los sujetos, su capacidad demodificar actitudes es mayor de la pensada; el gigantesco mundode la publicidad es el mejor ejemplo de este tipo de intervención.Un nivel más elevado de control para conseguir el asentimientoes el que ofrece la manipulación. Aquí ya se está buscando inten-cionadamente una modificación fraudulenta de la comunicaciónentre los diferentes vértices que configuran las relaciones depoder, de tal modo que se recurre al engaño, el fraude o la distor-sión para confundir a las personas y conseguir que respaldenactuaciones que en el fondo están en contra de sus intereses. Conello se consigue lo que en su momento Marx llamó la configura-ción de la ideología, como pensamiento falso generado por laclase dominante que busca de ese modo favorecer y al mismotiempo ocultar su dominio. En un mundo en el que los medios decomunicación social y la publicidad, que en cierto sentido formaparte de los anteriores, juegan un papel muy relevante, casi nunca

modelo actual no queda bien reflejado en una pirámide, con sucúspide y su base, como tampoco sirve el esquema clásico mar-xista de una infraestructura y una superestructura. Las relacio -nes entre las diferentes esferas o ámbitos de poder son más bienhorizontales y, en todo caso, obedecen a una circularidad cau-sal en la que cada una influye en las demás. No obstante, sitenemos en cuenta el dogma neoliberal imperante, parece claroque la esfera dominante sería la económica; quienes más pesotienen en estos momentos, quienes ocupan los nodos centralesde la red, son los poderes económicos, es decir, quienes tomandecisiones sobre qué, cómo, dónde y cuánto producir. Dentrode la economía tienen todavía más poder los que se sitúan en elámbito estrictamente financiero y eso puede explicar el excesode protagonismo que se concede a la bolsa en la informacióneconómica. Ahora bien, recordando lo dicho en el apartadosobre la economía y la autogestión, más que de poderes econó-micos debemos hablar de una tupida, compleja, sofisticada yflexible corporación de altos ejecutivos, con los que están vin-culados otras personas detentadoras de fortunas económicasmuy importantes, que son los que realmente toman las decisio-nes y, al hacerlo, se rigen por los intereses específicos del grupoal que pertenecen entre los que se encuentra, como es obvio, superpetuación en las posiciones hegemónicas y el incremento desu poder efectivo.

Puede resultar emblemático eso que algunos llaman “el hom-bre de Davos”, haciendo alusión a ese grupo selecto que una vezal año se reúnen en Davos para intercambiar planes y sugeren-cias. También podríamos llamarlos los hombres de la trilateral,insistiendo de este modo en cierto carácter conspiratorio quetiene la actividad que desarrollan. Lo que parece claro es que lasrelaciones que mantienen entre ellos, como tal clase hegemóni-ca, gozan de una dosis elevada de opacidad y basta para com-probarlo un diagrama de cualquiera de las redes empresarialesexistentes en el mundo. Es una característica muy significativade la situación actual el que entre estas personas, normalmentehombres, con poder efectivo se encuentren numerosos expertosque no sólo se encargan de asesorar sino que muchas veces,debido en parte a la complejidad de la sociedad en la que vivi-mos, de hecho condicionan y controlan las decisiones que se

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ideológico, en la persuasión y manipulación de la concienciareflexiva de los seres humanos. Los grandes grupos mundiales delas comunicaciones abarcan toda la gama de actividades: empre-sas editoriales, prensa, producción cinematográfica y fonográfica,cadenas de radio y televisión, redes de televisión por cable, cana-les temáticos, satélites de comunicaciones, agencias de publici-dad, software informático y servicios de conexión a internet, tele-comunicaciones... Son auténticos emporios que empieza a ejercerun poder casi monopolista, cooperando estrechamente con losdemás agentes del modelo neoliberal, con el que comparten obje-tivos y del que son los mejores y más asiduos instrumentos dedifusión e imposición. Los ejemplos del grupo Prisa en España (yya en toda el área geográfica en la que se habla español) o deTime Warner AOL, Bertelsmann, News Corporation o Fininvest,por mencionar sólo algunos de los más conocidos, son bastantesignificativos e indican una tendencia.

Aquí tampoco conviene dejarse llevar por reduccionismos sim-plificadores, del tipo de los denunciados por Eco en un famosolibro en el que se distanciaba de apocalípticos e integrados. Laposibilidad de que se llegue a un mundo de pensamiento único,de homogeneidad cultural completa y de total control ideológicoestán más lejos de lo que parece. Una vez más, en las complejasrelaciones de poder, los grupos no hegemónicos desarrollan suspropias estrategias para frenar la capacidad de control que puedenejercer los grandes grupos de comunicaciones. La informaciónalternativa circula e internet ha sido un buen ejemplo reciente-mente de lo difícil que puede resultar alcanzar el consenso obe-diente a que aspira la clase hegemónica. Los actuales movimien-tos contra el modelo neoliberal de globalización económica quenos están imponiendo han sido posibles gracias en gran parte a lasnumerosas fisuras que existen en el control ideológico. La mismared de internet fue diseñada siguiendo patrones contraculturalesde funcionamiento en los que, como era propio de la contestaciónde los años sesenta, la libertad era un objetivo prioritario y seimpedía intencionadamente que alguien pudiera algún día hacer-se con un control completo del medio. Alegando la necesidad deluchar contra la pornografía infantil, los poderes fácticos estánintentando someter la red a un control cuasi policial, pero no pare-ce que lo vayan a tener fácil. Del mismo modo es ilusorio pensar

resulta sencillo dónde termina la persuasión y empieza la mani-pulación. De la violencia, como instrumento de tercer gradopara ejercer el poder ya he hablado, por lo que no hace falta vol-ver sobre el tema.

El desarrollo cultural de las sociedades tecnológica y económi-camente más avanzadas en el momento actual ha hecho que sehiciera más difícil el recurso a la violencia, aunque en absoluto seha renunciado a la misma y ejemplos de ella se encuentran pordoquier. Se han incrementado, sin embargo, las técnicas de mani-pulación y persuasión. Desde hace ya un largo tiempo se ha veni-do hablando del cuarto poder, asignando a la prensa y los mediosde comunicación social una posición estratégica en las relacionesde poder en una sociedad dada. El desarrollo tecnológico actualha aumentado notablemente esa capacidad de los medios decomunicación para incidir poderosamente en la configuración deuna opinión pública perfectamente homogénea y totalmente sub-ordinada a la defensa y reproducción de la ideología de la clasedominante. Por un lado actúa como un auténtico ministerio orwe-lliano de la verdad; del mismo modo que le Gran Hermano con-trolaba la información y reescribía la historia cada vez que eranecesario para los intereses de la clase en el poder, los medios dedifusión ocultan y reconstruyen la información para asegurar quese consolida el pensamiento políticamente correcto y que noqueda ningún espacio para un pensamiento alternativo. Por otraparte se erigen en creadores de opinión; sólo lo que aparece en losmedios de comunicación es considerado como algo real y rele-vante y son ellos en gran parte quienes determinan cuáles son lostemas importantes en un momento determinado sobre los que lagente debe opinar y tomar decisiones.

No es de extrañar que se los considere un poder perfectamenteestablecido y, además, muy importante dentro de la red horizon-tal en la que van tomando posición las distintas esferas de poder.Por si fuera poco, el mundo de los medios de producción cultural,o de creación de ideología, tiene cada vez un mayor peso especí-fico en la economía, potenciado por el enorme peso que en la pro-ductividad económica tiene en estos momentos la producción,gestión y transmisión del conocimiento. Se están produciendoaquí fenómenos de concentración empresarial que están dotandoa un menor grupo de empresas de un poder enorme en el control

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pudieron elaborar estrategias adaptativas mucho más complejasy más flexibles que las que había mostrado ninguna otra especieanterior. Ya se tratara de la caza, de la recolección de alimentoso de la defensa ante posible depredadores ajenos, el lenguajehacía posible una rápida comunicación y la ejecución de tareasmás complicadas. Eso sí, también exigía un período más largode aprendizaje para llegar a dominar las habilidades socialessofisticadas que estaban en juego en esos procesos cooperativos.En todo caso, la ventaja adquirida con la colaboración era tangrande que compensaba con creces el riesgo de alargar la infan-cia notablemente, un período desconocido en otras especiesdurante el cual era mucho lo que se podía aprender, pero tam-bién eran muchos los peligros que se cernían sobre individuosespecialmente indefensos que tenían que ser protegidos perma-nentemente por los adultos. Aceptando las ideas de Kropotkin,la colaboración tan valiosa entre los humanos no era sino unamanifestación más compleja de un principio que dominaba en laevolución y pervivencia de todas las especies vivas. Frente aabusivas interpretaciones del darwinismo que dieron lugar alllamado darwinismo social, Kropotkin mantuvo y probó conbastante contundencia que no era la lucha por la vida ni la super-vivencia de los más fuertes el motor de la evolución, sino elapoyo mutuo. Aquellas especies que mejor habían sabido articu-lar respuestas cooperativas para hacer frente a las adversidadesdel medio ambiente, eran las que habían subsistido. El principiodel apoyo mutuo regía también, y en un grado más de comple-jidad, entre los seres humanos.

Es cierto que en este caso, como en todos los demás, los datosque podamos obtener de la biología son sólo un punto de refe-rencia que debemos tener en cuenta, pero que en ningún casodeterminan de forma absoluta lo que debe ser entre los sereshumanos. Nosotros somos sin duda seres sociales, seres dotadosdel lenguaje, que es algo más que un sistema de comunicación,pero a nosotros nos toca en cada momento establecer cuáles sonlas maneras más adecuadas de configurar los mecanismos decolaboración, y en esto pueden aparecer diferencias muy nota-bles. Para empezar, si nos remontamos a los orígenes de la espe-cie humana, la cooperación no solía ir más allá de los límites delpequeño grupo al que se pertenecía. Todos los otros grupos, los

que la ideología es un todo monolítico que es aceptado pasiva-mente por el conjunto de la población. Las enormes sumas dedinero empleadas en publicidad y propaganda son prueba feha-ciente de que no resulta nada sencillo domesticar completamentela opinión pública y que la gente gestiona sus propios modelos deresistencia que les inoculan, al menos parcialmente contra todointento de control absoluto. O bien que, en contra de lo que pre-tenden hacernos creer, la gente sólo acepta parcialmente la ideo-logía dominante y la acepta en tanto y en cuanto puede ponerla alservicio de sus intereses particulares.

Existen, sin duda, riesgos evidentes de avanzar hacia sociedadesmás autoritarias apoyadas, entre otras cosas, en un control másexhaustivo de los medios de comunicación social. Las resisten-cias más o menos organizadas son una realidad y todo hace pen-sar más bien en que es posible entorpecer seriamente los flujos dedominación. La tarea sigue siendo desarrollar mecanismos quehagan posible el control, la difusión y la fragmentación del ejer-cicio del poder para impedir su configuración autoritaria o totali-taria, siempre opresora, y algunos de esos mecanismos ya hansido mencionados en este libro. El otro lado de la intervenciónconsiste en seguir desarrollando las capacidades que las personasnecesitan para incrementar su propio poder y convertirse en suje-tos activos que no se limitan a obedecer y someterse en las diver-sas relaciones sociales en las que se hallan implicados.

9. El apoyo mutuo

9 a. Competitivos o solidariosSi consultamos a algunos de los especialistas que en la actua-

lidad se dedican a estudiar el origen de la humanidad, más enconcreto de nuestra especie, el homo sapiens sapiens, pareceque existe un acuerdo bastante unánime en considerar que fue-ron las estrategias cooperativas las que pronto dieron una granventaja a los seres humanos frente a otras especies que podíanhaber amenazado su subsistencia y además potenciaron su capa-cidad para afrontar con éxito las dificultades que un medioambiente no siempre favorable les imponía. Dotados del lengua-je, su capacidad de colaboración se incrementó notablemente y

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olvidar que la metáfora tiene diversas traducciones. Todas laspersonas que van en un barco están sin duda interesadas en queéste no se hunda, pero más allá de este interés general lo másseguro es que la cooperación la entiendan de manera muy dife-rente quienes van en la sala de máquinas, el personal de servi-cio o los pasajeros de primera que disfrutan del sol tumbados encómodas hamacas alineadas en la cubierta.

El principio del apoyo mutuo mantiene toda su validez comoestrategia adaptativa, pero en sí mismo, aislado de otros rasgosque deben configurarlo, puede ser extremadamente peligroso.Un riesgo es, sin duda, el que ya he mencionado de cimentar lasolidaridad interna para conseguir una mayor eficacia en lalucha contra grupos extranjeros vistos como competidores osimplemente como amenaza. Esta cooperación limita de entra-da el número de personas a las que se incluye en las estrategiascooperativas y no supera la dialéctica amigo-enemigo, cuyohorizonte puede ser precisamente la pura y simple aniquilacióndel contrario. Otro riesgo muy notable es la exacerbación ilimi-tada de la importancia del grupo por encima de la que tiene cadauno de los individuos que viven dentro del grupo. En este caso,por amor de la cohesión grupal se sofoca y apaga cualquier tipode disidencia o de comportamiento que no se acomode adecua-damente a las pautas tradicionales de conducta establecidas den-tro del grupo. Ambos riesgos guardan una estrecha conexión,pues reforzar esta cohesión social es bueno para hacer frente agrupos externos del mismo modo que la existencia de potencia-les enemigos, tanto externos como internos, es buena paragarantizar la cohesión social. Es bastante posible que en la his-toria de la humanidad lo que ha dominado en general haya sidola fuerza del grupo por encima de las personas individuales; esmás, la idea misma de persona individual es casi una construc-ción social de un determinado tipo de sociedades, las llamadasoccidentales, que todavía convive en esas mismas sociedadescon planteamientos más societarios en el sentido de exigir lasumisión de los individuos a las normas del grupo, haciendopagar un elevado costo a quienes rompen esas normas delgrupo. Incluso en algunas sociedades en las que se ha avanzadobastante en el respeto a las diferencias individuales o de mino-rías, se está cayendo en el riesgo de fomentar la fragmentación

que vivían más allá del espacio vital controlado por el grupopropio, eran en principio más bien competidores con los que seestablecían relaciones conflictivas que podían pasar de la coo-peración e intercambio al enfrentamiento directo, a veces lleva-do hasta la casi aniquilación del grupo considerado como ene-migo. Los testimonios que se poseen de épocas remotas nosindican la dureza con la que esas relaciones se podían manifes-tar en algunas ocasiones. El grupo de fuera, y sus miembros, eracon frecuencia el enemigo, y la cooperación dentro del propiogrupo, básica y fundamental, era una exigencia social entreotras cosas para poder derrotar a ese enemigo llegado elmomento del enfrentamiento. La configuración de lo que se hallamado nichos ecológicos favorecía aún más esa tendencia a noser demasiado receptivos con la presencia de otros grupos. Encada espacio vital o cada nicho ecológico se asentaba un grupode seres humanos, que con el tiempo llegó a ser un grupo muynumeroso, toda una sociedad; cada nicho planteaba sus propiosproblemas de subsistencia que exigían a su vez específicas res-puestas por parte de los seres humanos que en ese nicho vivían.Las influencias externas podían llegar a ser muy perturbadoraspues por un lado suponían una amenaza sobre el delicado equi-librio ecológico alcanzado y por otro lado ponían en cuestiónprácticas sociales que nadie dentro del grupo cuestionaba.

Por otra parte, no todas las estrategias de cooperación diseña-das a lo largo de la historia han sido estrategias basadas en laigualdad solidaria de los individuos implicados. Ya he tenidoocasión de mencionar que el reparto del trabajo entre los hom-bres y las mujeres fue sin duda un modo de cooperar, pero tam-bién fue un modelo muy negativo para las mujeres. En definiti-va, la cooperación en este caso exigía que uno de los dos gruposaceptara una posición de subordinación. Algo parecido puededecirse de casi todas las sociedades conocidas, como es el caso,por poner algún ejemplo, de la división social en castas quetodavía se mantiene en la India o la división social propia de lassociedades feudales y estamentales que dominó en Europadurante varios siglos. Cuando hoy en día muchas personas alu-den a la metáfora de la nave Tierra, dando a entender que losproblemas del planeta afectan a todos sus habitantes y, por tanto,todos ellos están interesados en la cooperación, no podemos

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libertad de los demás) y una exaltación desmesurada del egoís-mo particular como fuente de la prosperidad social condujerona una visión muy dura de la sociedad. El ser humano es un lobopara los otros seres humanos y en la sociedad es la lucha por lavida la que predomina; en la liza, todas las personas compitensin cuartel para conseguir una mejor posición en la sociedad.Gracias a esta lucha, van pereciendo los seres más débiles osimplemente se limitan a ocupar las posiciones subordinadas enla sociedad, en las que ejercen un trabajo que, controlado por losseres superiores, los mejor dotados, les servirá a éstos para pro-gresar y a aquéllos para subsistir a duras penas y reproducirse.El mito de la competencia y de la lucha por la vida, arropado porun cierto biologismo burdo, el darwinismo social, se convierteen ley natural de las sociedades capitalistas; como todo mito,resiste cualquier crítica y está a salvo de posibles refutaciones,siendo totalmente innecesario aportar pruebas a favor porque sepresenta como axioma evidente en sí mismo. Es más, su aporta-ción a la mejora de la sociedad es indiscutible, pues gracias a éllas sociedades se liberan de parásitos indolentes que no aportantodo el esfuerzo que podrían realizar para salir adelante y con-tribuir a la riqueza de la nación. Al mismo tiempo, se convierteen perfecta coartada frente a la desigual distribución de la rique-za: los pobres no son víctimas de ninguna política social, sinode su propia vagancia y desidia.

El mito de la competitividad se instaura así profundamente ennuestras sociedades y sigue todavía muy presente, aflorando confuerza renovada cada cierto tiempo. En estos momentos nosencontramos en una nueva fase expansiva, hasta el punto de quetodo, absolutamente todo, debe ser sometido a la ley de la com-petitividad. Se olvida que las sociedades humanas son lo queson precisamente por su capacidad de cooperar; se deja igual-mente a un lado que es el apoyo mutuo lo que más fácilmentenos permite a los seres humanos resolver los problemas quenuestra existencia nos va planteando; se prescinde del hechoevidente de que casi la totalidad de las tareas que realizamos ennuestras vidas exigen procesos de cooperación, siendo muypoco lo que podemos resolver en solitario. Convertida en prin-cipio regulador básico de la vida social, la competitividad dis-torsiona y empeora casi todo lo que hacemos. Se implanta la

social, generar guetos aislados y enfrentados y dificultar la pers-pectiva de un sentido más amplio de lo que debe ser entendidopor comunidad social.

Una de las aportaciones básicas de la historia moderna europeafue precisamente la de intentar compaginar el apoyo mutuo con elrespeto y exaltación de las iniciativas individuales. El plantea-miento inicial de las grandes revoluciones de Estados Unidos yFrancia fue precisamente conjugar al mismo tiempo la libertad, laigualdad y la fraternidad. Los teóricos políticos, que sentaron lasbases del modelo de convivencia democrática, apoyaron la ideade un pacto social en el que cada individuo llegaba a acuerdos conel resto de los individuos para garantizar así su subsistencia. Noobstante, la configuración específica del modelo occidental,actualmente imperante, fue más bien la de la exaltación del indi-vidualismo, borrando rápidamente de sus principios rectores lapalabra fraternidad para dejar tan sólo vigentes las de igualdad ylibertad, en especial esta última. Como ya comenté, el individua-lismo posesivo es la lógica que subyace en la expansión de lassociedades capitalistas europeas; Robinson Crusoe podía mante-nerse en soledad y cuando se encuentra con un ser humano en laisla, en realidad se encuentra con un negro al que niega incluso elnombre propio para llamarlo sólo Viernes. La democracia deEstados Unidos fue compatibledurante muchos años con la escla-vitud, y durante muchos más años con la marginación social ypolítica de una parte importante de la población. Es más, la granriqueza de Europa moderna se cimentó sobre la ideología de laconquista, considerando que el resto del planeta era territorio ene-migo que podía ser conquistado, sometido y posteriormenteexplotado para garantizar los niveles de vida de los ciudadanoseuropeos. El famosos triángulo comercial es bastante expresivo:los barcos salían de Europa con destino a la costa africana, dondecompraban esclavos que eran llevados a América para el cultivodel café y el algodón, que posteriormente eran la base tanto de laacumulación de capital necesaria para el despegue económico deEuropa como de la incipiente industria manufacturera.

No es de extrañar que en ese marco se fueran difuminandorápidamente los principios de cooperación y exaltando más bienlos de competencia, o competición. Una definición bastante res-tringida de la libertad (mi libertad comienza donde termina la

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tierras comunales para uso de los campesinos pobres, tampoco losgremios de artesanos podían servir de ayuda a obreros poco cua-lificados sometidos a jornadas laborales durísimas, y las clásicasinstituciones de caridad tampoco daban respuesta adecuada a losingentes problemas planteados. Las revueltas populares que habí-an estallado cada cierto tiempo en las sociedades tradicionalesamenazaban con estallar de nuevo, pero esta vez con una virulen-cia mucho mayor. Ya en 1848 se pudo comprobar que el enfren-tamiento podía alcanzar un carácter completamente revoluciona-rio y la Comuna de París sembró el pánico entre la burguesía. Elmiedo a las posibles luchas obreras era como un fantasma querecorría todos los países capitalistas y urgía tomar medidas queredujeran las consecuencias más negativas de una economíaorientada exclusivamente a la obtención de beneficios y basadaen la competencia más feroz. La misma clase hegemónica se per-cató de las ventajas que podría tener la articulación de medidas einstituciones que ofrecieran ciertas garantías a amplias capas de lapoblación, reduciendo el número de los radicalmente desconten-tos con el sistema. Empezó a darse cuenta de que la pobreza masi-va podía ser antieconómica y restringir sus propios beneficios.

El miedo alentó las propuestas de institucionalización de la soli-daridad social, pero tan importante o más que ese miedo de lasclases dirigentes fueron las luchas sociales protagonizadas porquienes estaban perdiendo en el reparto de la riqueza. La claseobrera, agrupada en sindicatos, luchó denodadamente para conse-guir que le fuera reconocida su participación en la generación dela riqueza y para poder tener una voz en la toma de decisiones dela sociedad. Estos sindicatos no sólo se esforzaron por conseguiruna sociedad más solidaria, sino que además, como ya indiqué,cimentaron su estrategia de lucha en el apoyo mutuo: era el con-vencimiento de que unidos podían hacer valer su poder lo que lesllevó a considerar la solidaridad como el objetivo básico quedebían alcanzar, y de forma inversa, era la búsqueda de la solida-ridad lo que les hizo ver que el apoyo mutuo constituía el mediode lucha más coherente con el que podían hacer frente a los patro-nos y sus colaboradores. Reivindicaban, por tanto, que la coope-ración debe primar por encima de la competitividad y que elmotor de la riqueza de una sociedad y de toda la producción eco-nómica es el apoyo mutuo. En cierto sentido se hacían portadores

confrontación total en la que sólo puede haber vencedores yvencidos, nunca acuerdos en los que nadie pierda y todas laspartes puedan salir ganando; toda institución, en especial las delmundo económico, ve a las demás como posibles rivales a lasque hay que atacar sin cuartel para hacerse con sus mercados dedistribución y venta, adoptando prácticamente un lenguaje deguerra: o matáis o nos matan. Como ocurre en las agrupacionesde delincuentes, no pueden existir acuerdos sólidos, pues laspartes sólo se ven comprometidas por un acuerdo hasta tanto noobservan una posibilidad de salir ganando si aplican una nuevadinámica de enfrentamiento. Las alianzas no duran gran cosa ylos socios de hoy pueden ser los enemigos irreconciliables demañana. Las consecuencias negativas a medio y largo plazo,incluso a corto plazo, son muy evidentes, y ya las mencioné enel apartado dedicado a la autogestión. En contra de lo que man-tiene la doctrina oficial vigente, la competición tiende a sacar lopeor que los seres humanos llevan dentro, siendo por el contra-rio el apoyo mutuo y la cooperación lo que hace posible quedemos lo mejor de nosotros mismos.

9 b. La solidaridad institucionalizadaLos comienzos de las relaciones sociales capitalistas provocaron

una conmoción social profunda en los países en los que lograbaabrirse paso. La dureza de las condiciones de vida para los sectoresmenosfavorecidos por el nuevomodelo de sociedad y de economíaalcanzó unos límites que provocaron denuncias y reticencias ennumerosos sectores de la sociedad, incluidos algunos de los queestaban llevándose la mejor parte. Jonathan Swift escribió una iró-nica propuesta para resolver el problema de la pobreza en Irlandaque reflejaba con mordacidad infrecuente el cruel precio que algu-nos estaban pagando para sostener el nivel de vida de otras perso-nas; algo similar se recogía en las novelas de Dickens, muy contun-dentes también en su censura de ese egoísmo competitivo quegeneraba sufrimiento y miseria en los más. La cuestión social seconvirtió así en pocos decenios en uno de los temas prioritarios deestas sociedades, intentando poner remedio a la degradación de lascondiciones de vida de las clases más pobres: los mecanismos deprotección social de las anteriores sociedades estamentales habíandesaparecido y nada había sido puesto en su lugar. Ya no existían

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pacíficos;multitud de otras instituciones y organismos internacio-nales trabajaban activamente para establecer y consolidar unasredes de cooperación que generalizaran los principios del apoyomutuo que sin duda resultan mucho más eficaces. Estaba agotadoya el modelo de conquista colonial, y la intensificación de lasrelaciones entre países bien distantes permitía superar las limita-ciones de las solidaridades limitadas a la propia tribu o gruposocial de referencia inmediata.

Lo más interesante de estos procesos de institucionalización dela solidaridad y el apoyo mutuo es que se planteaban en el marcode una concepción democrática de la sociedad. No se trataba degarantizar una asistencia subsidiaria para paliar la pobreza extre-ma, ni de echar una mano a los desfavorecidos, sino de instauraruna sociedad basada en la justicia social, reconociendo que todaslas personas, incluso las aparentemente más débiles, formabanparte de la sociedad en condiciones de igualdad. Se trataba, portanto, de seguir una lógica de inclusión social y de dinamizaciónde la participación activa de todo el mundo en la vida social, polí-tica, cultural y económica. Lo que ha venido a llamarse estado delbienestar o estado social de derecho recoge sólo en parte lo que sepretendía en su sentido más genuino con esa gran concertaciónsocial. La cuestión no se limitaba tan sólo a garantizar una rentabásica para todo el mundo, o a ofrecer una generalización delbienestar al estilo de la que pueden ofrecer las compañías de segu-ros. Desde luego que se trataba de eso —y no era en absoluto unaconquista despreciable en la historia de la humanidad—, perotambién de algo más. El reto importante era conjugar las políticasde asistencia y solidaridad con las de participación, es decir, con-jugar la libertad con la igualdad y la solidaridad, superando elindividualismo egoísta limitado que alimentaba la propuesta libe-ral más restringida. Por eso debemos hablar más bien del intentode organizar un estado social dinámico, regido por la lógica delbien común, que antecede en gran parte a las lógicas individualesy que busca la implicación activa de todos sus miembros para queasuman el protagonismo de su propio bienestar. Retomando unviejo adagio, el objetivo era enseñar a pescar a todo el mundo yno garantizar la comida.

El modelo tuvo, no obstante, sus limitaciones importantes desdeel principio. Las más importantes, en cierto sentido, procedieron

del tercer elemento de las democracias que había sido arrumba-do por la burguesía: junto a la libertad y la igualdad, era la fra-ternidad la que debía también regir los destinos de una sociedadque pretendiera ser verdaderamente democrática; esta exigíaademás que la libertad y la igualdad no se redujeran a cuestio-nes formales restringidas al ámbito de la vida política. La filan-tropía de los ilustrados, que en gran parte no dejaba de ser unaversión secularizada del viejo ideal cristiano de la caridad yamor al prójimo, no debía ser la hermana pobre de las políticassociales democráticas, sino la auténtica protagonista. Si el traba-jo era realizado entre todos y era el trabajo humano colectivo elque generaba la riqueza económica y social, también debíarevertir en todos los beneficios de dicho trabajo.

Entre el miedo de unos, como motivación negativa, y la solida-ridad de otros, como impulso positivo, el hecho es que poco apoco fueron abriéndose camino políticas sociales encaminadas aasegurar un reparto más equitativo de la riqueza y unas garantíasque hicieran posible una vida digna para la mayor parte, o la tota-lidad de la población. Eran, no obstante, tímidos intentos queavanzaban lentamente y con grandes resistencias por parte dequienes controlaban las diferentes instituciones sociales. Losplanteamientos de enfrentamiento total seguían rigiendo las rela-ciones entre naciones y la confrontación social en el seno de cadauna de las sociedades seguía siendo más bien la de una lucha entreintereses contradictorios. Las dos grandes guerras del siglo lleva-ron hasta el límite la estrategia de la confrontación con conse-cuencias muy negativas; la propuesta política del nazismo y elfascismo también llevó hasta el límite la presión sobre el movi-miento obrero, proponiendo una cohesión social apoyada en larepresión absoluta y la negación de libertades elementales. Sólocon el New Deal en Estados Unidos y con la concertación socialiniciada en Europa después de la guerra se llegó a edificar un pro-yecto compartido de sociedad basada en la solidaridad. Es enton-ces cuando se consiguen implantar, entre otras cosas, la educa-ción universal y gratuita, la asistencia sanitaria y las pensiones deenfermedad y jubilación de manera generalizada, iniciando unafecunda etapa social. El proceso fue acompañado por el creci-miento de instituciones internacionales que procuraban solucio-nar los conflictos entre naciones diferentes mediante acuerdos

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unos derechos sin ningún tipo de contrapartidas. Creció así unacierta conciencia de que todos los ciudadanos tenían derechos,que debían ser garantizados por el aparato estatal, sin crecer delmismo modo la conciencia de los deberes sociales que nos vin-culaban con el resto de nuestros conciudadanos, mentalidadreforzada por el individualismo consumista que había calado enuna sociedad que entendía el bienestar como poder tener bienesmateriales y poder consumir. Es decir, de algún modo, el mismomodelo que garantizaba la asistencia solidaria, profundizaba elindividualismo insolidario. Al mismo tiempo, se iba formandouna burocracia de expertos en asistencia social, funcionarioscualificados pagados por el Estado, esto es, por todo el mundo,que se hacían cargo de la gestión y aplicación de las medidas desolidaridad. Esos expertos, por un lado, iban generando un con-junto de intereses propios que tenían poco que ver con los inte-reses de quienes eran destinatarios directos de su trabajo; al finalterminaban velando por sus propios intereses y perpetuaciónmás que por las personas a las que tenían que ayudar, a las queconsideraban como meros expedientes dotados de un númeroque se acumulaban en sus mesas de trabajo. No estaban muylejos de los demás expertos que, como ya he dicho en variasocasiones, se iban convirtiendo en parte del bloque dominantetanto en la economía como en la política.

Cuanto más crecía el papel de los expertos, más se debilitaba laparticipación ciudadana en la gestión de la solidaridad, por lo quese avanzaba hacia un Estado más asistencial que solidario. Cadauno se centraba en sus propios asuntos y delegaba en los funcio-narios públicos todo aquello que tuviera que ver con la solidaridado apoyo mutuo entre los ciudadanos. El tejido social, las virtudescívicas, que debían ser el núcleo vertebrador de toda instituciona-lización de la solidaridad, perdían empuje y vigencia, refugiándo-se gran parte de los ciudadanos en su vida privada. ¿Para quéimplicarse activamente en los problemas sociales si ya pagamos aotras personas para que se hagan cargo de los mismos? La asisten-cia provocaba en algunos casos dependencia y asistencialismo,agostando la capacidad de iniciativa de la gente que, para sercoherente con las propuestas más genuinas del Estado social,deberían haber asumido el protagonismo de la solidaridad.Medidas como, por ejemplo, el plan de empleo rural en España

siempre de quienes se negaban a aceptar el reparto y defendían acapa y espada que un determinado nivel de desigualdad social eraimprescindible para el buen funcionamiento de una sociedad y deun sistema económico. Mecanismos tan sencillos como losimpuestos directos progresivos con los que financiar la constitu-ción de un capital social y atender a las tareas de redistribución dela renta provocaban las iras de las clases más pudientes que losconsideraban profundamente injustos. Durante años, esas fuerzasse resistieron a la inclusión de los derechos sociales y económi-cos junto con los derechos políticos fundamentales recogidos enla Declaración de Derechos Humanos, procurando restringir elalcance y el sentido de la ciudadanía y de la misma libertad. Alestilo del viejo liberalismo en su sentido más restringido, lo únicoque estuvieron dispuestos a admitir con cierta facilidad fue la ciu-dadanía política que igualaba a todas las personas de un mismoEstado en unos derechos básicos, entendidos fundamentalmentecomo libertades negativas, pero poco querían saber de los otrosderechos, los que hablaban de la libertad positiva y de la solidari-dad, los que recogían el derecho al trabajo, a una vivienda digna,a una atención sanitaria... El recuerdo de los horrores pasados, laamenaza del comunismo, tanto el soviético como el de los parti-dos de izquierdas en cada país, y la fuerza de los mismo sindica-tos y otras fuerzas socialdemócratas o socialcristianas hicieronposible que, a pesar de esas resistencias nunca vencidas del todo,el modelo de la concertación social se impusiera. Algo similar sepuede decir de los organismos internacionales que vieron crecersu influencia, con una participación en condiciones de igualdadde todos los países, incluidos claro está los recién descolonizados,si bien las grandes potencias se reservaron mecanismos de controlque pudieran garantizar su dominio internacional.

Otras limitaciones a la concertación social y la institucionali-zación de la solidaridad procedieron del mismo sistema. La pri-mera, y no despreciable, fue la propia institucionalización de lasolidaridad que terminó provocando una desmovilización socialgeneralizada; lo que antes había sido visto como una conquistaalcanzada gracias al esfuerzo y las luchas de muchas personasorganizadas en sindicatos, partidos u otro tipo de asociaciones,pasaba a ser considerado como una característica del mismoEstado social de derecho que debía asegurar a todo el mundo

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que apuntaban a la crisis financiera del Estado social que termi-naría haciendo totalmente imposible hacer frente a los gastosque exigía mantener un Estado en exceso generoso. No pareceque en ningún momento haya existido un peligro semejante. Enresumidas cuentas, el Estado social era algo obsoleto: unamaquinaria tan cara como ineficaz, además de nociva para losvalores básicos de las sociedades democráticas, en especial parala libre iniciativa de los individuos.

Comenzó, por tanto, en los años setenta un retroceso en la institu-cionalización de la solidaridad, y se inició un desmantelamientoprogresivo de todas las estructuras del estado social. La batalla pro-piamente dicha se empezó a librar en los años 80 y el primer ene-migo que se quiso batir fueron los sindicatos, conscientes de que,aunque ya habían perdido parte de su fuerza reivindicativa por suvinculación con la concertación social, seguían siendo un poderquepodría ejercer una resistencia eficaz a los intentos de privatizaciónde toda la actividad de los sectores. públicos. Derrotados y contro-lados los grandes sindicatos —recordemos la huelga de los mine-ros ingleses—, se pudo pasar a la segunda etapa de privatizacionesradicales,ventadel patrimoniosocial acumulado en años anterioresy reducción de la solidaridad a la asistencia pública para casosextremos. Iniciada esta tendencia en Estados Unidos, donde menoshabía cuajado el estado social, y en Inglaterra, se extendió rápida-mente a todos los países de su entorno y fue brutalmente impuestaa los demás países sobre los que se tenía capacidad de control. Nosencontraríamos en estos momentos en la cresta de ese devastadormovimiento de individualismo competitivo absoluto y de destruc-ción del estado social; algunos más optimistas dirían que ya estánempezando a detectarse síntomas de agotamiento y exigencias deretomar la concertación social previa, dadas las inhumanas conse-cuencias que estas políticas neoliberales han tenido para la mayorpartede la población.Tras dos décadas de regresión social, no se hamejorado en absoluto la eficacia de los servicios que los consumi-dores y ciudadanos reciben, se ha desmantelado un enorme capitalsocial y se han incrementado brutalmente las desigualdades socia-les y los fenómenos de exclusión.

No se debe olvidar que este proceso contó con la complicidady la colaboración de un importante sector de la población. No envano los líderes que lo llevaron a la práctica fueron elegidos en

terminaban haciendo más mal que bien a los propios beneficiariosy quedaban muy lejos de otras propuestas más sólidas, como lasque se planteaban en las redes de apoyo comunitario en EstadosUnidos que reconocían a los habitantes de los barrios pobres a losque se pretendía ayudar el protagonismo directo tanto en la selec-ción de los objetivos de los planes de ayuda como en la gestión desu diseño y aplicación. Si nos fijamos en el plano internacional,también el modelo entró en crisis tras una gigantesca etapa deendeudamiento fraudulento y corrupto que, so capa de estar finan-ciando proyectos de formación de una gran capital social, esto es,obras públicas e infraestructuras más asistencia sanitaria y educa-ción, en realidad se destinó a servir intereses absolutamente priva-dos de las elites que controlaban el poder en esos países, en estric-ta y cómplice colaboración con las elites que,desdelos países ricos,se encargaban de conceder los créditos y supervisar su destino.

9 c. Voluntariado y ONGsPuestas así las cosas, el proyecto de una sociedad eficazmente

solidaria como jamás había existido en la historia de la humani-dad entró en crisis justo cuando estaba empezando a arraigar ycuando estaba dando frutos muy valiosos. Nunca antes tantagente había disfrutado de tanto bienestar y servicios sociales, altiempo que nunca antes habían participado tan directamente enla elaboración y gestión de su propia sociedad. Los enemigos deesta visión más solidaria y más proclive a repartir entre todas laspersonas la riqueza generada por todas ellas, vieron la ocasiónde arreciar en sus críticas, atacando los flancos más débiles delsistema a los que acabo de hacer alusión. En su ataque frontalmezclaron críticas fundadas con otras absolutamente tendencio-sas y poco fundamentadas. Señalaban la pasividad ciudadana yla dejación de responsabilidades de quienes deberían ser másdueños de sus propias vidas, estando menos pendientes de reci-bir subsidios estatales que nunca los sacarían de la pobreza.Hacían ver también que en algunos casos la lucha por la pobre-za no había conseguido rebajar el nivel de la misma y los pro-blemas seguían estancados, otras medidas de discriminaciónpositiva eran consideradas como absolutamente injustas einapropiadas, atentando contra los principios básicos de la meri-tocracia individualista. Mucho más tramposas eran las críticas

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salvaje convertida en dogma de fe económica. Muchas de ellasproceden del impulso solidario que surgió con fuerza en los años50 y 60, y desde entonces llevan luchando denodadamente contraun sistema mundial poco solidario, proponiendo acciones concre-tas y actividades muy significativas para ir atendiendo las necesi-dades más urgentes de las personas más desfavorecidas o ensituación de máximo riesgo. Organizaciones como AmnistíaInternacional o Intermón/Oxfam no son creaciones recientes, sinoque llevan ya bastante tiempo funcionando, con el apoyo mutuocomo columna vertebral de toda su actuación, independientemen-te del ámbito concreto al que dediquen su atención. Se trata de unamplio movimiento de asociacionismo de la sociedad civil carac-terizado por su implicación directa en cuestiones políticas, socia-les, culturales y económicas. Están al margen en gran parte de lasclásicas instituciones, partidos y sindicatos, que han canalizado laparticipación política en las democracias parlamentarias queconstruyeron el estado social. En la década de los ochenta ynoventa asistimos a un crecimiento enorme de todo este entrama-do asociativo que mantiene enhiesta la bandera de la solidaridady el apoyo mutuo en épocas de competitividad e individualismo.

Este crecimiento más reciente no deja de reflejar una ciertaambigüedad así como alguno de los problemas que atenazan enestos momentos la consolidación de formas eficaces de apoyomutuo que supongan una alternativa seria y rigurosa al sistema.No se puede negar que recogen, perpetúan y refuerzan algunastendencias que en este libro vengo considerando básicas en latransformación radical de la sociedad: una mayor participación,una actitud mucho más activa, la exigencia de un protagonismoy de una capacidad de actuar socialmente, una apuesta decididapor la solidaridad... Acallada por gurús y expertos, por líderesmediáticos que prometen mucho y cumplen bastante menos,agobiada por la complejidad de los problemas actuales, la ciu-dadanía había incurrido en la peligrosa tendencia a guardarsilencio, a delegar en otras personas la solución de los proble-mas y a aceptar sin reflexión ni análisis crítico las propuestasrealizadas por esos expertos. El incremento del voluntariadodebe ser visto como una recuperación de la misma sociedadcivil y, en este sentido, no deja de ser una tendencia saludableque muestra, como vengo manteniendo a lo largo de todo este

elecciones básicamente democráticas. Eso debe recordarnos quela solidaridad no resulta tan sencilla en muchos momentos. Unavez que determinados sectores sociales han conseguido un nivelde renta y de bienestar personal adecuado, aprecian como ame-naza una lógica social guiada por la idea de reparto y solidari-dad; prefieren entonces apoyar a quienes opinan que los bienesobtenidos son la justa recompensa al esfuerzo individual reali-zado, a quienes alientan la iniciativa individualista y prometenreducciones en los impuestos progresivos para aligerar unEstado percibido como despilfarrador. Intuyen que con unasociedad más justa tendrán que terminar perdiendo parte de sunivel de vida actual, del mismo modo que se dan cuenta de queel modelo concreto de bienestar implantado en estas sociedades,el que identifica realización personal con tener y consumir, nopuede ser generalizable ni universalizable, por lo que, temero-sos de perder lo poco o mucho adquirido, se cierra a las pro-puestas más eficaces de solidaridad. De ahí pasan ya a apostarpor propuestas más conservadoras que garantizarán su seguri-dad reforzando los aparatos de control social y aplaza indefini-damente una distribución más equitativa de la riqueza. Ese ale-jamiento de medidas sociales más solidarias se acentúa mástodavía cuando hablamos de cooperación internacional.Disminuyen primero las escasas ayudas al desarrollo, se ven conbuenos ojos los controles arancelarios que favorecen la econo-mía propia y se mira con profundo recelo a la inmigración quefluye de los países más empobrecidos hacia los más ricos.Algunos de los grupos que se enfrentan en estos momentos alproceso de globalización neoliberal no lo hacen por cuestionesde solidaridad, sino para preservar su islote de prosperidadmaterial de las amenazas que puede suponer esa globalizacióncapaz de desmontar fábricas enteras o dejar en barbecho gran-des superficies agrícolas.

A pesar de estas dificultades y de la intensa campaña mediáticaen favor de una vuelta al liberalismo más competitivo, el incre-mento de las desigualdades y de la pobreza, con fenómenos deexclusión bastante graves, hace que renazcan con fuerza losimpulsos para revitalizar formas ya clásicas de apoyo solidario yque surjan nuevas propuestas. El objetivo inicial es minimizar losenormes costos sociales que está suponiendo la competitividad

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en su seno las personas expertas que terminan defendiendo suspropios intereses y realizando una tarea desmovilizadora con laspersonas a las que intentan ayudar; los gastos generados por lainfraestructura de cada organización terminan absorbiendoexcesivos recursos que, como es obvio, se detraen de la acciónestrictamente solidaria. La acción social se fragmenta en plura-lidad de iniciativas, disolviéndose el sentido de sociedad másglobal y retomando el ideal asistencial que empobrece clara-mente el sentido final del apoyo mutuo, sin ofrecer además unaalternativa creíble al sistema de cuya perpetuación esas mismasorganizaciones no gubernamentales dependen.

9 d. El apoyo mutuoTodo lo anterior nos debe llevar a definir con mayor rigor lo

que podemos y debemos entender como apoyo mutuo, términoque, por la mención expresa de la acción (apoyo) y la reciproci-dad (mutuo) parece más claro que el genérico de la solidaridad,aunque en absoluto se pueda hablar de una oposición entreambos. Si bien en lo que vengo diciendo ya han aparecido algu-nas claves que pueden orientarnos en el prolijo bosque de orga-nizaciones que apelan a nuestra buena voluntad, y a nuestramala conciencia, con fines y medios muy dispares, me pareceimportante insistir en dos de ellas. En primer lugar, toda estrate-gia de apoyo mutuo se basa en la capacitación de todas y cadauna de las personas que se ven implicadas en el proceso. No hay,por tanto, dirigentes y dirigidos, personas que van a ayudar yotras que van a ser ayudadas; la igualdad de todos los participan-tes se postula y se exige como punto de partida y de llegada.Todo el mundo tiene algo que aportar y algo que recibir en laacción solidaria y todo el mundo aprende de todos los demás.Por eso, el primer paso debe ser dejar que hablen todas las per-sonas, darles tiempo para que expresen sus necesidades y suscarencias, así como sus expectativas y proyectos para remediarproblemas que pueden parecer insuperables. Los conocimientosque pueden aportar los expertos son sin duda valiosos, pero tam-bién lo son los que aportan los miembros de la población ogrupo que va a iniciar el proceso de ruptura del círculo viciosode la miseria y la pobreza. Las experiencias más positivas que seestán dando en estos momentos coinciden todas en la necesidad

libro, que son muchas las personas y los grupos que se niegan aclaudicar ante el pensamiento único. Experiencias concretascomo la de las comunidades pobres de algunas ciudades deEstados Unidos o Villa el Salvador en Perú, organizaciones clási-cas como las ya citadas anteriormente, o más recientes, como elMovimiento por la Resistencia contra la Globalización o ATTAC,pueden servir de referencia para ilustrar esa reconstrucción deredes sociales de apoyo mutuo que están haciendo frente con cier-to éxito al bloque dominante. Parece ser que las institucionesdefensorasdel capitalismo neoliberalmás extremo empiezan a serconscientes de que no son apreciadas y de que el problema másserio del mundo actual es el de la pobreza y la exclusión.

Por otra parte, todo ese voluntariado y “oenegeísmo” puedetener una lectura mucho menos positiva. De algún modo, ymuchas veces de forma inconsciente, está reforzando y apunta-lando esa misma tendencia neoliberal, en su ideología más ran-cia y conservadora. Para paliar, al menos parcialmente, las con-secuencias negativas del neoliberalismo, la clase dominante vecon buenos ojos la proliferación de organizaciones de volunta-riado. Según se van desmantelando servicios sociales básicos enlos estados garantes de la concertación social, las necesidadesno desaparecen, sino que incluso aumentan, por lo que es nece-sario acudir a esas organizaciones para que presten los mismosservicios que antes prestaba el Estado. El planteamiento globalresulta sumamente eficaz: se consigue una reducción importan-te del déficit público; se abaratan considerablemente las presta-ciones sociales, pues los trabajadores de las organizaciones nogubernamentales trabajan en general de manera precaria; serefuerza la ideología que mantiene la necesidad de delegar en lamisma sociedad civil la solución de problemas que no corres-ponden al servicio público, potenciando el principio de subsi-diariedad hasta el máximo. Por si eso no fuera suficiente,muchas de esas organizaciones se dejan llevar por la lógica delmodelo neoliberal y abandonan principios primordiales delapoyo mutuo: priman en su interior el eficacismo de cortasmiras y la rentabilidad, también mal definida; se pliegan a todaslas condiciones que imponen los dirigentes porque ellas mismasdependen de subvenciones estatales, lo que refuerza su depen-dencia respecto del Estado que se pretendía superar; reaparecen

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dirigidas en esta ocasión no contra sectores limitados del propiogrupo, sino contra grupos exteriores. Puede resultar sencilloreforzar estrategias de cooperación dentro de un grupo social quese siente amenazado por un problema ante el cual es conscientede que no existen soluciones individuales; al percatarse de queno vale ya una especie de “sálvese quien pueda”, acepta coope-rar y descubre efectivamente que es un procedimiento muchomás eficaz y más enriquecedor para todo el mundo. Pero enton-ces, como bien subrayan los que analizan los procesos de socia-lización grupal, puede surgir una conciencia del “nosotros”como contrapuesta al “ellos”, pasando estos segundos a ser con-siderados como los enemigos, incluso en situaciones en las queno existen objetivamente intereses contradictorios o difícilmen-te compatibles. Asistimos entonces a fórmulas gremialistas ycerradas de apoyo mutuo que simplemente amplían el tamañode los grupos enfrentados en la refriega competitiva. Los agri-cultores franceses boicotean eficazmente los productos de losagricultores españoles, quienes a su vez boicotean los proceden-tes de Marruecos; trabajadores de una filial del automóvil enEspaña pueden hundir una huelga de una filial en Bélgica. Estetipo de solidaridad gremial es mucho más frecuente de lo queparece y, desde luego, no aporta ninguna modificación signifi-cativa en la sociedad; es más una rémora u obstáculo que unapropuesta innovadora y la clase dominante recurre a ella confrecuencia para dinamitar las luchas sociales que más ponen enpeligro su dominación. El apoyo mutuo local nunca debe perderde vista el horizonte global del planeta en el que vivimos y debe,por tanto, plantear sus fines y sus medios de manera tal quepueda engarzarse con los objetivos y fines de otros grupos o degrupos más amplios. Eso puede incrementar los conflictos odificultar las soluciones, pero sólo a corto plazo.

Es igualmente importante superar una concepción del serhumano excesivamente individualista. Como ya he dicho en dis-tintos momentos de este libro, la civilización occidental aportóuna nueva concepción del individuo como ser absolutamentevalioso que jamás puede ser negado ni instrumentalizado, con-cepción que no estaba tan clara en otras culturas. El mundomoderno, que se gesta a partir del siglo XII en Europa, refuerzaesa reivindicación del individuo que no debe someterse al grupo

de ese protagonismo cívico de todo el mundo, auspiciando pro-yectos de trabajo que debemos considerar en su sentido másgenuino como auténticamente autogestionarios. En el momentoen que se rompe esa intervención activa de todos, la solidaridadsuperficial terminará provocando a medio y largo plazo nuevasfórmulas de dependencia y subordinación.

Recordemos una vez más lo que decía el lema inaugural de laRevolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Las tresson ingredientes irrenunciables en toda propuesta basada en elapoyo mutuo. No puede haber más obligación que la que cadapersona se impone a sí misma y la que se deriva de los compro-misos adquiridos que libremente deben ser aceptados y libremen-te cumplidos. Personas sumisas y obedientes no pueden apoyarmutuamente y lo más que harán será obedecer y comportarsecomo rebaño compacto de borregos o como colonia de insectos.Quienes optan por apoyarse mutuamente deben ser además igua-les, tanto al principio como sobre todo al final. Partimos de capa-cidades y condiciones muy diferentes tanto en esta sociedad en laque realmente existimos como en cualquier otra posible en elfuturo; si nos limitamos a postular una igualdad de oportunidadesal principio, tarde o temprano, más bien temprano, se reproduci-rán desigualdades que dañarán sensible e irreversiblemente elproceso de mutuo apoyo. Lo que importa es generar una dinámi-ca social, constantemente revisada y actualizada, que permitamantener la igualdad exigida. Y eso claro está, sin renunciar tam-poco a las diferencias individuales gracias a las cuales somosquienes somos. Como es obvio, la fraternidad es el tercer requisi-to que está presente en el apoyo mutuo, pues consideramos a todoser humano como alguien por quien sentimos aprecio y que des-pierta en nosotros un sentimiento de benevolencia: queremos elbien para los otros tanto como lo queremos para nosotros mismos,y no disociamos el bien propio del ajeno.

En segundo lugar, el apoyo mutuo debe trascender el limitadomarco en el que se mueve la acción emprendida. Es frecuenteque, debido a la presencia de muchas de estas asociaciones enámbitos muy locales de actuación, se tienda a llevar adelanteproyectos que no son capaces de ir más allá de las fronteras defi-nidas por el inmediato grupo de referencia. Esto puede provocarque reaparezcan formas de exclusión y competitividad nocivas,

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siglos, por más que pueda ser vivido ese individualismo comoalgo amenazador para la cohesión social o como un riesgo exce-sivo para cada persona individual; por eso mismo, en amboscasos, desde la sociedad y desde cada persona concreta, el miedopuede inducir a procesos regresivos y a seguridades tribales quees necesario evitar y superar. La tradición libertaria se mostrósiempre muy sensible, más posiblemente que cualquier otro grupode izquierda, a esa defensa radical de la autonomía individual.

Afirmada y sostenida ésta, se debe reivindicar con la misma fuer-za la dimensión comunitaria de la persona, y eso también lo enten-dió perfectamente el anarquismo clásico que, precisamente, puedeser caracterizado como una propuesta que buscafórmulas paracon-seguir un adecuado y frágil equilibrio entre el individuo y la colec-tividad. La autonomía, para empezar, no significa en ningún casoindependencia radical en el sentido de que no necesitemos de nadani de nadie para actuar; la independencia así entendida es más bienuna desgracia personal y social que provoca un aislamiento nocivopara todo el mundo. Desde que nacemos estamos ya situados en uncontexto social, en una tupida red de relaciones gracias a la cualsomos lo que somos; nacemos en una comunidad muy concreta,con una familia igualmente concreta, que utiliza un lenguaje espe-cífico para comunicarse y que comparte un conjunto de normas deconducta que llamamos cultura. Eso nos hace ser lo que somosy dehecho la conciencia individualpuede surgir únicamenteen la medi-da en que poseemos un lenguaje, algo profundamente social. Tanfuerte resultan esos vínculos sociales iniciales que más adelante,como ya he comentado,nos costará trabajo ir más allá de las atadu-ras que nos unen profundamente al grupo social primario de refe-rencia. Llegar a ser ciudadanos del mundo, que se sienten solida-rios del destino de toda la humanidad, no es tarea sencilla.

Desde recién nacidos nos ponemos en diálogo con nuestrossemejantes, una vez más un rasgo distintivo de la especie huma-na: somos el único mamífero que ya al mamar realiza paradaspara garantizar que la madre está atenta y responde a nuestrosrequerimientos. La propia identidad personal, el concepto de un“yo” diferenciado surge en diálogo con otras personas; descubroque ellas poseen una mente como la mía, en la que se perfilanintenciones y deseos, con una vida interior que será aproxima-damente igual a la propia y que tendré que aprender a desvelar

y el capitalismo naciente lleva hasta el máximo la idea —bas-tante sesgada y contraria a las pretensiones iniciales— de unindividualismo posesivo cuyas exigencias deben ser satisfechas,exaltando la aportación positiva del individuo egoísta para elconjunto social. La sociedad de consumo no hace más que acen-tuar el individualismo, centrado en esta ocasión en el tener cosasy consumir, más que en integrarse en relaciones sociales o par-ticipar en proyectos grupales o grupos. La satisfacción de lasnecesidades de forma inmediata, en el reino de lo efímero en elque las cosas se agotan no bien son empleadas, agrava la sensa-ción de aislamiento dentro de una sociedad masificada en la queun contacto genuino con los demás parece estar fuera del alcan-ce en la vida cotidiana. Es un individualismo narcisista que ape-nas es capaz de mirar más allá del propio ombligo y que se com-place asiduamente en la satisfacción de su propio ego, cada díamás hueco y más superficial. No es de extrañar que en este con-texto lo que predomine sea la desconfianza frente a los demás,considerados como rivales potenciales que pretenden arrebatar-nos los bienes que hemos podido conseguir.

Pues bien, el apoyo mutuo sólo puede crecer si partimos de unconcepto bien distinto de la persona humana, y ya he cambiado eltérmino individuo por el de persona pues ésta alude de inmediatono solamente al valor innegociable de cada uno de nosotros, sinotambién a nuestra condición de seres relacionales. Claro está quecada uno, tomado aisladamente, somos absolutamente irrepetiblesy únicos, y es a cada uno a quien se le reconocen los derechoshumanos que se consideran irrenunciables. Más allá, y más acá,de nuestro lugar de nacimiento, nuestro sexo, nuestra pertenenciaa un grupo étnico o nuestras convicciones religiosas, somos sereshumanos libres e iguales a todos los demás en derechos y en posi-bilidades de realización personal. A ningún ser humano se lepuede infligir un trato inhumano o degradante y a todos hay quegarantizar el acceso a los bienes necesarios para poder llevar ade-lante su propio proyecto personal. Cuando hablamos de derechoshumanos, hablamos siempre de derechos individuales, y sólo porextensión algo impropia podemos hablar de derechos de los pue-blos, haciendo referencia a los contextos sociales en los que esosderechos pueden florecer. En este sentido no se puede ni se deberetroceder nada de lo conquistado por la humanidad en los últimos

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mirada que me interpela es la del inocente que sufre, se meremueven las entrañas y me veo impulsado inmediatamente atomar partido a su favor. Decía Kropotkin, y decía bien, que elanarquista surge cuando no puede resistir la opresión y la injus-ticia que lo rodea, incluida claro está y sobre todo la que no vadirigida contra él mismo. Ante esas situaciones de opresión yexplotación no podemos reprimir un grito de rebelión e iniciar arenglón seguido las actuaciones necesarias para poner fin a esasituación, o al menos para intentar acabar con ella. Es más, sillega el caso en el que para frenar la injusticia tengo que recu-rrir al uso de la violencia, seré siempre muy consciente de laafirmación de Bakunin: incluso en esos casos deberé tener pre-sente que mi enemigo es también un ser humano y como tal semerece todo mi respeto. En la alteridad, en el otro, es dondepuede aparecer mi propia mismidad; la ética es el punto de par-tida de la actividad social y del compromiso político. Quizátuviera razón Marx cuando dijo que la revolución social no seimpondría porque era justa, sino porque era económica y social-mente necesaria; según él, la historia de la humanidad estaballena de causas justas perdidas. El problema en todo caso no esése, y en este sentido la tradición libertaria introdujo un giromuy importante en el compromiso político. El problema es quemi intervención social viene determinada por una exigenciaética y es en esa ética personal donde nace, se desarrolla y dafruto mi actividad social, sindical y política.

Dicho lo anterior, ya está dicho, aunque tan sólo esbozado enestas breves páginas, lo fundamental. Pero no basta con ellopara agotar los ingredientes que configuran el apoyo mutuocomo eje de la vida social. Si queremos llevar a plenitud unatendencia profundamente arraigada en nuestro patrimonio bio-lógico, tenemos que realizar un notable y constante esfuerzopara sustentar las actitudes que la hacen posible, un amplio con-junto de habilidades sociales que no se aprenden con facilidad.Ya he aludido a la empatía como capacidad de ponerse en elpunto de vista del otro, de ser consciente de sus propios intere-ses y expectativas que no siempre, o más bien casi nunca, coin-ciden con los míos salvo en algunos problemas básicos. Junto aella están la simpatía y la compasión que no son más que esacapacidad de compartir los sentimientos con los demás, sean

a partir de imprecisos y ambiguos signos externos, no siemprefiables. En definitiva, puedo hablar de un “yo” porque enfrentetengo un “tú” que me responde y solicita mi atención, y sóloporque se ha establecido ese diálogo podré reconocerme almirarme al espejo como un ser único e irrepetible. Más adelan-te, cuando vamos creciendo, es el grupo de referencia, sobretodo los compañeros de nuestra misma edad, el que nos permi-te madurar como personas y desarrollar un estilo tan propio ydistinto como parecido. La necesidad de ser aceptado, de sermiembro de un grupo en el que se cuenta con nosotros y se nosrespeta, es condición necesaria para la maduración personal, ysi eso nos falta, podremos padecer serias carencias a lo largo denuestras vidas. Ya en la vida adulta, se mantendrá siempre esalucha por el reconocimiento que, como hemos podido ver, estápresente en todas las luchas sociales orientadas a la consecuciónde un mundo más justo; además de eso, mi propia identidad apa-recerá fragmentada en múltiples roles sociales que tendré que irdesempañando: seré al mismo tiempo esposo y padre de fami-lia, profesor, escritor, militante de un sindicato, afiliado a otrasasociaciones, amigo de mis amigos e incluso enemigo de misenemigos. Son multitud de papeles que desempeño en la socie-dad y que propiamente me definen. Mi identidad personal puedeser vista como el centro de una amplia red de relaciones, o comoel esfuerzo por dotar de coherencia a esa variedad de funcionesy relaciones, algo no siempre fácil de conseguir.

Muy conscientes de esta naturaleza relacional y dialógica denuestra identidad personal, algo totalmente alejado de cualquierindividualismo solipsista y egoísta, se nos plantean inmediata-mente el conjunto de requisitos sin los cuales la relación puedeconvertirse en extrañamiento o en alienación, en pura domina-ción y sumisión. El punto de partida para que se desarrolle elapoyo mutuo como forma de afrontar las relaciones interperso-nales y sociales es el reconocimiento de que estamos en unacierta deuda originaria con los otros; como bien dice Levinas, esel rostro del otro el que exige de mí inmediatamente una res-puesta y una que sea atenta y solidaria. No puedo en ningúncaso darle la espalda, negarle mi reconocimiento, utilizarlocomo una cosa o manipularlo sin que inmediatamente se resien-ta mi propia identidad personal. De manera especial cuando la

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Aunque he optado por mencionar sólo algunas, se desprendecon facilidad que no es nada fácil desarrollar esas actitudes. Elcamino del apoyo mutuo, una vez que pretendemos ir más allá dela cooperación en el seno del pequeño grupo de referencia, no esun camino sencillo, y es probable que nos quedemos a medias,que sólo desarrollemos algunas de sus dimensionespero no todas.No surge desde luego de manera espontánea, sino que debe ser elresultado de un rigurosos proceso de aprendizaje en el que, unavez más, no hay maestros y discípulos, sino en el que solidaria-mente vamos todas las personas aprendiendo en comunidad. Deesto es de lo que habla la tradición libertaria cuando habla delapoyo mutuo, de un apoyo mutuo que brota de un delicado equi-librio entre la voluntad de poder y la ternura, entre la solicitud yel reconocimiento, entre la gratuidad y el agradecimiento.

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CAPÍTULO 5

HISTORIAS DE OTRO MUNDO: EL FUTURO POSIBLE

Este trabajo ha llegado ya a su final. Con la brevedad exigidapor el tipo de libro del que se trata, hemos tenido ocasión derevisar cuáles son en el momento actuales las tendencias y ras-gos que caracterizan la sociedad en la que vivimos y, lo que esmás importante, las luchas sociales y las experiencias que estánhaciendo frente al sistema neoliberal dominante. Como siempreocurre en estos casos, la tesis central que pretendía sustentar esrelativamente sencilla y se puede exponer en unas breves líneas.

Por un lado, se trata de hacer ver que no existe un pensamien-to único y que las personas que ocupan ahora las posiciones cla-ves en la sociedad no tienen todo el éxito que desearían tener ensus estrategias de dominación e imposición de la ideología cul-tural de la clase hegemónica. No existe algo parecido a un pen-samiento único, por más que lo digan quienes controla la situa-ción; existen por el contrario variadas y sugerentes realidadesque rompen el consenso respecto de lo que se considera el pen-samiento político correcto y hacen propuestas con innovadoraspolíticas sociales, culturales, políticas y económicas. En tercerlugar, deseo mostrar que la tradición libertaria, entendida de unaforma amplia, está bien presente en muchos de los movimientossociales de la actualidad. Lejos de ser un pensamiento agotadoy carente de vigencia, el anarquismo ha elaborado un conjuntode ideas claves que pueden sernos de gran utilidad para enten-der lo que está pasando y que corresponden bastante bien con loque de hecho se está haciendo. Muchas de esas luchas socialesestán poniendo en práctica los ideales libertarios, lo que entrelos clásicos libertarios se llamaba “la Idea”. Se está abriendocamino de nuevo un sindicalismo radical y revolucionario quesupone una renovación de las esperanzas de que se pueda hacerfrente con cierta eficacia a las salvajes políticas. Al hacer estaafirmación no pretendo demostrar que el anarquismo es laorientación más sólida en filosofía política para las sociedades

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que aventurarse por caminos propios pero desconocidos y posi-blemente más arriesgados. Sin olvidar que quienes se encuen-tran en la posición de dominación se cuidan de amedrentar cons-tantemente a los que deben obedecer para garantizar su pasivasumisión, no hay que olvidarse nunca de esa parte de servidum-bre voluntaria que es imprescindible superar y reparar si quere-mos que se produzcan transformaciones revolucionarias en lasociedad en la que vivimos.

Por otra parte, en el mundo actual estamos todos un poco atur-didos por el peso de toda una superestructura, sumamente ampliay compleja, que termina generando en nosotros un cierto senti-miento de impotencia.Ante problemas tan complicados, con rela-ciones intrincadas que provocan que cualquier alteración en unpunto de la red social cause trastornos inesperados en puntos bienlejanos y aparentemente inconexos, puede parecernos a todas laspersonas más o menos implicadas en luchas sociales que la tareaexcede con mucho nuestra capacidad de intervención. Cuandoincluso expertos sesudos no aciertan a poner término a problemasque, en principio, podrían estar interesados en resolver, los profa-nos, los ciudadanos de a pie, podemos parecer excesivamenteosados al intentar hacer propuestas innovadoras. Los mismosexpertos que ocupan las posiciones de dominio procuran que esasensación de impotencia aumente en nuestro interior; para apun-talar su dominio y garantizar nuestra pasividad, suelen recurrir alenguajes técnicos oscuros, realmente esotéricos. Además mues-tran un claro desprecio por las propuestas o soluciones que pro-vienen de la gente que a pie de obra estamos padeciendo las con-secuencias de una situación social bastante insatisfactoria, por nodecir algo peor. En todo caso, el resultado viene a ser provocarcierto desconcierto y reforzar nuestra incapacidad de hacer algo;la desmesura de los problemas a los que hay que hacer frente noslleva a no saber exactamente por dónde empezar y cómo incidirrealmente en nuestras sociedades.

Esas delegaciones, esos temores o complejos de incapacidadno están en absoluto justificados, al menos no pueden servir deexcusa o coartada para conducirnos a una inacción estéril yresignada. Todo debe ser bastante más sencillo y reducirse a unarebelión que, en primera instancia, es personal, aunque nuncaaislada o solitaria. Basta con que nos neguemos a obedecer las

actuales; más bien lo que pretendo es mostrar que constituye unpunto de partida muy valioso para entender lo que ocurre y pro-poner nuevas ideas y planteamientos.

Por último, el libro es una llamada al compromiso político ysocial. La situación mundial es lo suficientemente compleja yarriesgada, que nadie puede eludir colaborar en su transforma-ción. No es tiempo de tibiezas y neutralidades, en el supuesto deque alguna vez haya habido un tiempo de ese estilo; es tiempode dar la cara y aportar todo lo que se puede para cambiar lasociedad de arriba a abajo. En este último capítulo aparecen diezfrases comentadas con las que pretendo resumir lo mejor posi-ble las ideas fuerza que han aparecido una vez tras otra en laspáginas anteriores. Espero que cumplan su cometido y que ellector —como el que haya tenido la posibilidad de ver la expo-sición— se sienta más animado a seguir aportando su grano dearena en la transformación de la sociedad.

Perdemos todo nuestro poder al dar nuestra conformi-dad a la mayoría; nuestro poder es enorme cuando nosnegamos a someternos al desorden establecido. Lo quehacemos convencidos, influye en toda la humanidad.

El poder tiene una dimensión relacional, es decir, no se trata dealgo con una entidad propia que pueda ser manipulado o utiliza-do por un hipotético sujeto que se hiciera dueño del mismo. Unavez que hemos admitido que se trata de una relación, debemoshablar de relaciones de poder en las que habitualmente una de laspartes ocupa una posición de superioridad y dominio y la otra sesitúa en posición de inferioridad o sumisión. Ahora bien, estasrelaciones se mantienen en gran parte gracias al reconocimientoque el inferior dentro de las mismas decide otorgarle al superior.Es algo en lo que conviene insistir una vez tras otra, pues aquíocurre algo parecido a lo que narraba el relato del traje nuevo delemperador: basta con que alguien señale que el príncipe va des-nudo para que todo el mundo se dé cuenta de que efectivamentelo está y ya no es necesario seguir admitiendo algo que no existe.En toda relación de poder, en especial cuando empieza a derivarhacia formas de dominación y sumisión, hay una raíz de delega-ción y abandono por parte de quienes prefieren obedecer antes

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pesar de todos los esfuerzos por ocultar y deformar lo que estáocurriendo en el mundo, disponemos de medios para enterarnosde lo que ocurre. A continuación nos vemos impelidos a realizaruna opción personal que nos lleva a encargarnos de la situaciónque nos ha tocado vivir, buscando la forma más coherente y efi-caz de poner remedio a lo que ocurre.

Tomamos, pues, partido por honestidad con nosotros mismosy sin parar demasiado en las consecuencias que esa opciónpueda tener. La neutralidad no es posible, pues equivale a apo-yar lo que hay, que se mantendrá si no existe un esfuerzo paramodificarlo radicalmente; y carece de sentido, por más que seafrecuente, ponerse del lado de los poderosos, prestarles servicioa cambio de una modesta participación en los beneficios queobtienen. En este caso, sólo se puede estar del lado de los opri-midos y de las víctimas, de quienes sufren las consecuenciasmás devastadoras del desorden establecido, de quienes no tienenvoz y son constantemente ninguneados. Conmovidos por elsufrimiento gratuito e injustificado que padece gran parte de lahumanidad, interpelados por la mirada de desamparo con la quelas víctimas expresan su exigencia de reconocimiento, nosponemos de su lado. No lo hacemos para incrementar la acepta-ción resignada de la miseria existente, sino para iniciar junto aesas personas el camino que lleva a una sociedad libre y solida-ria. Tampoco aceptamos el papel de nuevos mesías liberadoreso de vanguardias conscientes que conducirán a los oprimidos yexplotados a una nueva sociedad. Es todo más sencillo: simple-mente estamos a su lado y colaboramos codo a codo con ellosen la denuncia de la injusticia existente y en las luchas empren-didas para cambiarlo.

En todo caso, al tomar partido claro y definido no debemoscaer en versiones simplificadas de la realidad, como tampococonsiste en emplear un lenguaje grandilocuente y apocalíptico.La distinción clara entre opresores y oprimidos no puede serpasada por alto, pero la realidad social se resiste a interpretacio-nes maniqueas en las que a un lado se sitúan los buenos, muybuenos, y a otro lado los malos, muy malos. Las diversas situa-ciones a las que hay que ir haciendo frente suelen ser bastantecomplejas, con aspectos positivos y negativos que es precisodiscernir y tener en cuenta. Algunas de ellas, en algún caso con-

órdenes dictadas por quienes ejercen el poder; basta con quecomprueben que no es el miedo el que nos mueve y que depen-den de nuestro reconocimiento para seguir en el puesto que ocu-pan. Cuando nos negamos a obedecer, profundamente conven-cidos de que es necesario contar con nosotros y que podemos dehecho intervenir en los procesos de deliberación y toma de deci-siones; cuando exigimos que se nos rindan cuentas y se nos jus-tifiquen las decisiones tomadas con argumentos claros y bienfundados; cuando nos decidimos a señalar cuáles son los verda-deros problemas que afectan a nuestra comunidad y cuálespodrían ser las posibles soluciones a los mismos; en definitiva,cuando pasamos a ejercer nuestra propia capacidad de pensar yactuar de forma autónoma, es cuando fomentamos procesossocialmente contagiosos que dejan huella en los que nos rodean.Nuestra acción se convierte entonces en una acción ejemplar,encaminada a mostrar nuevos caminos de actuación y a abrirpuertas que den el paso hacia senderos de libertad que podránser posteriormente transitados por todo el mundo.

En un mundo en el que hay opresores y oprimidos nose puede permanecer neutral: o estás con los oprimidoso eres cómplice de la opresión.

Al embarcarnos en las luchas sociales, nuestra primera preocu-pación no debe situarse en la posible efectividad de lo que vamosa hacer, aunque siempre haya que intentar ser lo más eficacesposibles. La opción inicial debe tener un sentido profundamenteético y trata de responder a una pregunta bien sencilla: ¿Y tú, dequé lado estás? Somos conscientes de que hay que tomar partido,sin que eso implique llegar a ser partidista, lo que provocaría unadistorsión negativa en todo lo que hiciéramos a continuación.Somos conscientes también de que no podemos mirar para otrolado o hacer como si no nos hubiéramos enterado de lo que ocu-rre; aceptamos que no es posible salir corriendo, irse a otro lugaren el que no se perciban los problemas, y reconocemos que hayque dar la cara. El primer paso, por tanto, es hacerse cargo de larealidad en la que vivimos, con sus intensas injusticias y desigual-dades, lo que nos exige aprender a ver y mirar de otra manera; ensociedades como las nuestras, nadie puede alegar ignorancia y, a

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películas de gran impacto en la cultura de masas; no obstante, hayque tomarse en serio el riesgo de que la especie humana se intro-duzca en un callejón sin salida y provoque su propia extinción, ouna notable degradación de sus condiciones de existencia.

Lejos parecen estar de nosotros las expectativas que el movi-miento obrero tenía a finales del siglo XIX. Recogiendo una tra-dición que procedía, aunque con algunas dudas, de laIlustración, consideraban que estaba al alcance de la mano cons-tituir una sociedad sin miseria, sin opresión y sin explotación; eldesarrollo científico y técnico, respaldado por unas adecuadasrelaciones sociales, lo haría posible. Los hechos acaecidos en elsiglo XX, y una dura crítica contra todo tipo de gran relato ovisión global de la historia de la humanidad, han podido provo-car cierto desánimo. Incluso se ha propiciado una cierta visiónde que hemos ido a peor: no sólo no hay un progreso evidente,sino que podemos hablar más bien de retrocesos, de degradacio-nes de la conducta humana que no permiten augurar nadanuevo. Difícil, por no decir imposible, resulta demostrar la vali-dez de una visión pesimista u optimista de la historia de losseres humanos; el mismo término de progreso es lo suficiente-mente ambiguo como para que no podamos precisar de qué esta-mos hablando. No obstante, cierto optimismo es imprescindiblepara abordar una acción social transformadora. Los que nos pre-cedieron no lucharon en vano y con su esfuerzo consiguieronque algunas mejoras sensibles arraigaran en nuestras socieda-des; los ejemplos de que se ha dado un progreso material ymoral en la humanidad desde el neolítico hasta nuestros días sonnumerosos y negarlos no parece real. Por mencionar tan sólouno que me parece decisivo, el siglo XX podría pasar a la histo-ria como el siglo en el que por primera vez la mitad de la pobla-ción de la Tierra (obviamente, las mujeres) empezó a ser tenidaen cuenta e inició el camino de su emancipación. Puede pasartambién como el siglo en el que fue abolida definitivamente laesclavitud legal en todo el mundo, si bien persisten formas nolegales de semiesclavitud.

Avances, por tanto, los ha habido y todos ellos han sido elresultado del esfuerzo realizado por unos seres humanos que nose conformaban con la realidad tal como existía en su momen-to. Sus ideas iban muy por delante de lo que parecía posible y

creto, pueden llegar a ser intrínsecamente perversas, pero eso noes lo frecuente. Tampoco la gente con la que nos relacionamosestá generalmente y de forma nítida entre los opresores o losoprimidos, sino que ocupa posiciones intermedias de las quecon frecuencia no son enteramente responsables; las personasson siempre algo más de lo que hacen y en todas ellas existenposibilidades de transformación liberadora y solidaria que hayque aprovechar. Y lo mismo se puede decir en sentido contrario:incluso después de haber optado decididamente por los oprimi-dos, sigue siendo posible que en nosotros mismos pervivan acti-tudes opresoras e insolidarias. Dado que todos ocupamos posi-ciones diversas en la sociedad y que vamos haciendo frente aproblemas también cambiantes, no resulta en absoluto infre-cuente descubrir que podemos ser muy solidarios en un ámbito,y bastante poco en otros. El socorrido ejemplo del líder socialrevolucionario y comprometido, que insiste en ser un completomachista en sus relaciones familiares, sigue estando vigente;como es igualmente socorrido el caso del revolucionario de ayerque pasa a ser el buen ejecutivo de hoy.

Posiblemente nunca lleguemos a un mundo perfecto,pero es bastante probable que podrá mejorar si nos lo pro-ponemos y es casi seguro que empeorará si nos cruzamosde brazos. No temas equivocarte: los que no se equivocannunca han convertido su vida en una equivocación.

La experiencia acumulada en los aproximadamente 40.000 añosque nuestra especie lleva existiendo no nos permite averiguar conclaridad si la historia de la humanidad camina en alguna direccióno tiene un sentido bien definido. Más arriesgado puede resultarafirmar que vamos a mejor y que la sociedad del futuro será mejorque la actual. Algunos logros realmente importantes alcanzadosen la historia pueden ser bastante frágiles y terminar desapare-ciendo; recordemos que en estos momentos corren serio peligrolas conquistas más positivas del estado social y, al menos a cortoplazo, estamos asistiendo a una degradación de las condiciones devida de gran parte de la población de la Tierra. No se trata de ofre-cer una imagen pesimista del futuro, al estilo de la que predomi-nó en cierta literatura de ficción hace unas décadas o en muchas

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ideas y comportamientos de los seres humanos. Lo importante,por tanto, es que siga habiendo quienes, animados por la idea deuna sociedad más justa, sin miserias, explotaciones ni opresio-nes, estén dispuestos a aceptar el desafío de hacer algo distintoy afrontar el peligro de equivocarse y sean capaces de aprenderde sus propias equivocaciones para lanzarse de nuevo a la tareade convertir sus ilusiones en palpables realidades.

Lo verdaderamente revolucionario no está en el futu-ro sino en el presente: exige que en cada momento de tuvida puedas vivir una vida plena y con sentido. No acep-tes aplazamientos para un mañana que siempre está porllegar y consigue que tus ilusiones hagan añicos lasmiserias del mundo en el que vives aquí y ahora.

Una parte de los problemas que acabo de mencionar procede deuna visión algo equivocada del tiempo y de la historia. Es ciertoque los seres humanos nos caracterizamos por ser capaces derenunciar a la satisfacción inmediata de nuestras necesidades,confiando en que ese aplazamiento nos proporcionará mejoresresultados. Hacemos planes a largo plazo y diseñamos estrategiasde actuación cuyos resultados sólo se verán con posterioridad, aveces con bastante posterioridad. También es cierto que la imagende un futuro mejor o distinto es capaz de movilizar todas nuestrasenergías para introducir los cambios que conviertan nuestros sue-ños en realidades. Sin embargo, esto no debe nunca hacernosolvidar que, por definición, el futuro y también el pasado nuncaexisten y que contamos sólo con nuestro presente actual, en el queambos, futuro y pasado, pueden hacerse presentes como esperan-za de algo distinto o como memoria de lo ya conseguido y vivi-do. Todo acontece aquí y ahora; el pasado adquiere entidad en lamedida en que lo recuperamos en nuestra memoria, las más de lasveces para reafirmar una identidad personal y social en perma-nente proceso de reelaboración. Lo que hemos sido determina loque ahora somos, pero depende mucho de cómo elaboremosnuestros recuerdos para saber quiénes somos; como bien sabenlos poderes establecidos, como bien sabía el Gran Hermano consu ministeriode la verdad, es preciso reconstruir permanentemen-te el pasado para que se ajuste a lo que ahora queremos ser. No es

no hacían caso a quienes afirmaban que las cosas nunca podríancambiar; en su corazón anidaban nuevos mundos y les merecía lapena aceptar el reto de intentar convertirlos en realidades. Desdeluego fueron bien conscientes de que cruzarse de brazos o acep-tar resignadamente la situación establecida podía llegar a empe-orar sus condiciones de existencia. Sólo se logra el reconoci-miento social del que cada uno de nosotros somos dignos si noshacemos notar, si ejercemos nuestro propio protagonismo. Lahistoria de la humanidad comienza, en cierto sentido, en elmomento en el que un grupo de seres decide asumir unos ries-gos nuevos, se aleja de un ambiente en el que su subsistenciamás inmediata estaba asegurada y se lanza a buscar nuevas con-diciones de existencia o a modificar el ambiente en el que seencontraba. Desde entonces, no han dejado de insistir en elintento, procurando alcanzar en cada momento de su historianuevas metas que colmaran sus aspiraciones.

Es cierto que en todo este proceso ha habido avances y retro-cesos, momentos en los que parecía que la meta estaba al alcan-ce de la mano y otros en los que desaparecían conquistas que seconsideraban definitivamente asentadas. Logrados ciertos obje-tivos, se comprobaba que aparecían nuevos problemas no pre-vistos con anterioridad, o que lo realizado no se ajustaba exac-tamente a lo esperado, hasta el punto de que en algún momentolos sueños que habían animado el esfuerzo transformador termi-naban convirtiéndose en pesadillas. La sociedad perfecta, en laque hayan desaparecido definitivamente todas las tensiones ycontradicciones, no parece un objetivo alcanzable, y posible-mente tampoco sea deseable. Como mantuvieron algunos pen-sadores libertarios, el horizonte siempre se aleja de nosotros ytras cada cumbre coronada se divisa otra algo más elevada o unamás lejana y distinta; en la dialéctica de la historia no existe unasíntesis final en la que la humanidad logre reconciliarse consigomisma y con lo que la rodea, a lo sumo existen etapas en las quese alcanza un cierto equilibrio que nos permite descansar ytomar aliento para proseguir el empeño renovador a renglónseguido. Hay épocas en las que los cambios son más rápidos, yson las que más apropiadamente reciben el nombre de revolu-ciones, y otras en las que el cambio es más lento, y son etapasde reformas que van calando quizá con más profundidad en las

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torias personales y las de la sociedad a la que pertenecemos. Noconsiste en un presente fugaz y momentáneo, no se trata tampo-co del imperio de lo efímero y evanescente, como postula lasociedad del consumo y el espectáculo de este neoliberalismoagresivo que nos domina. En la cultura dominante y dominado-ra actual desaparece cualquier conciencia de la propia tempora-lidad, se borran las fronteras temporales y entramos en unaespecie de nirvana narcotizador que adormece completamentetanto nuestra capacidad de captar la miseria de nuestra vidamezquina como la posibilidad de imaginar mundos alternativos.Es más, esta sociedad consumista, en la medida en que prometeuna felicidad basada en la posesión y consumo de cosas, noscondena a la insatisfacción permanente y a una vida presenteque se agota a sí misma al percatarse del vacío que se oculta enlos brillantes envoltorios de los productos de consumo.

Lo que propongo es más bien vivir un presente denso y exube-rante, un presente cargado de recuerdos y de esperanzas, en el queactúen en fecunda convivencia tanto las ilusiones que nos mantie-nen tensos y expectantes, como el recuerdo de quienes antes quenosotros contribuyeron a mejorar nuestras propias condiciones deexistencia. Bien es cierto que es esta memoria de todas las perso-nas que padecieron y sufrieron sin poder atisbar unas condicionesde existencia gratificantes y felices la que puede arrojar un ciertovelo de tristeza que difícilmente puede ser apaciguado; perodesde luego, si no recuperamos el pasado de los vencidos des-montando de ese modo la historia escrita por los vencedores,nuestra memoria mutilada nos impedirá para siempre atisbar lagrandeza de la epopeya humana por su propia liberación. Sinembargo, eso nos lleva a reiterar con mayor fuerza todavía que notenemos por qué seguir renunciando indefinidamente a la felici-dad posible y efectiva en el tiempo presente, el tiempo en el queya pueden darse las condiciones de una vida personal y socialdotadas de sentido, aunque todavía sigan sin ser realizadas posi-bilidades inagotables e imprevisibles de plenitud que asoman enel futuro. Roto el tiempo vacío y homogéneo que tanto le gusta almercado continuo de capitales, planteamos un tiempo ahora, queal estilo del tiempo mesiánico, pretende hacer de cada día un díade fiesta, evitando de ese modo que nos resignemos a la monóto-na repetición de insoportables días nefastos.

la historia la que determina una identidad nacional, sino que es laidentidad nacional postulada o propuesta la que nos lleva a volvera escribir nuestra historia para servir de aval a dicha identidad.Otro tanto se puede decir del futuro, pues éste sólo cobra vigen-cia en la medida en que tiene la virtualidad de modificar nuestropresente actual, provocando que toda nuestra actividad se perfilede acuerdo con las metas que pretendemos alcanzar.

Por desgracia, la imagen del futuro se ha convertido con exce-siva frecuencia en una de las más grandes y eficaces excusas parajustificar las miserias del presente. Ya en la escuela, a los niñosse les repite hasta la saciedad que deben soportar el tedio y abu-rrimiento que caracteriza su vida escolar cotidiana porque elesfuerzo y sacrificio actual les deparará grandes beneficios en suvida futura como adultos. A regañadientes aceptan ese hastíoimpuesto por unos educadores poco competentes. Más adelante,al llegar a la vida adulta, volverán a comprobar que se les pidenrenovados sacrificios gracias a los cuales llegarán a ver el paraí-so terrenal de una sociedad de la abundancia. Lo malo es que,acostumbrados a tanto aplazamiento, empiezan a pensar que esaplenitud no es algo que corresponda a este mundo, y entonces lospoderosos más avispados recurren a la idea de paraísos futuros,en otra vida, donde definitivamente serán recompensados quie-nes en este mundo estuvieron condenados a la penuria y la mise-ria. Esta ideología de la renuncia y del aplazamiento resultaigualmente patética y empobrecedora cuando se nos impone pre-cisamente en nombre de una revolución social que pretende cam-biarlo todo, pero que al final termina dejándolo todo como está.

Jamás habrá una verdadera revolución mientras no rompamoscon este círculo vicioso de los aplazamientos. Tenemos que exi-gir que sea aquí y ahora, en este mundo en el que nos ha tocadovivir, donde irrumpan las condiciones que permitan tener unavida plena y dotada de sentido. Si desde pequeños se nos acos-tumbra a exigir que lo que hacemos sea algo interesante, suge-rente y personalmente enriquecedor, a lo largo de nuestra vidano nos conformaremos con menos y tampoco estaremos dis-puestos a transigir con más aplazamientos que los estrictamenteimprescindibles, que, por cierto, son bien pocos. Se trata devivir plenamente el presente, la única vida que tenemos que seva desplegando conforme vamos narrando nuestras propias his-

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Sólo con buenaspersonas se puede conformar una buena sociedad,pero sólo en una buena sociedad pueden brotar y prosperar lasbuenas personas. Visto desde otro ángulo, nadie que no se apreciea sí mismo, que no pueda mirarse al espejo sin avergonzarse, queno tenga una buena imagen de su propia persona, podrá nunca tra-tar bien y apoyar a quienes lo rodean, pues su propia frustraciónpersonal generará actitudes y comportamientos sumamente des-tructivos. En sentido inverso, cuando la sociedad que nos rodeanos desprecia e ignora, o se niega a reconocer nuestra participa-ción en la tarea colectiva de producción de riqueza, es bastantedifícil, por no decir imposible, que podamos llegar a apreciarnos anosotros mismos; también en este caso se incrementará un profun-do resentimiento y frustración que alimentará las semillas de laviolencia y la destrucción.

Resulta ingenuo pensar que cambiando de lugar, marchando aotra sociedad, van a resolverse nuestros problemas. Eso puedeser cierto cuando las condiciones de explotación y opresión sontan devastadoras que apenas se puede seguir viviendo, pero engeneral estemos donde estemos y vayamos a donde vayamos, elreto seguirá siendo el mismo: emprender la tarea inacabable dela transformación radical de nosotros mismos y de nuestroentorno más inmediato, de tal modo que vayan progresivamen-te desapareciendo todas las marcas de la opresión y la explota-ción que nos condicionan. Ingenuas son también las personasque piensan que, si pudieran estar en otro sitio, sea este Chiapaso Porto Alegre, serían revolucionarias comprometidas. Lo quesucede es más bien lo contrario; nada hay en Chiapas que loconvierta en un lugar especialmente revolucionario, sino quefue la decisión de unas comunidades de actuar de otra manera,de proclamar que ya estaba bien de marginación y explotación,la que provocó una transformación revolucionaria. Sin dudaalguna, ciertas circunstancias contingentes y casuales, ademásdel acierto en las tácticas escogidas, permiten que un determina-do intento cuaje y tenga consecuencias de largo alcance, mien-tras que intentos anteriores, menos afortunados fueron ahogadosprobablemente en sangre. Esto, a pesar de todo, no modifica enabsoluto la exigencia de empezar a actuar aquí y ahora, estemosdonde estemos, luchando contra las formas de opresión y explo-tación que nos resultan más próximas y familiares.

Empieza transformando radicalmente a ti mismo y alo que te rodea, actúa en tu propia persona y en tu entor-no más inmediato para que desaparezca todo lo quehaya de opresión y explotación.. No hace falta irse muylejos para cambiar las cosas.

Tampoco podemos olvidar que toda revolución digna de esenombre tiene que empezar por uno mismo. Ya comenté anterior-mente que no podemos incurrir en estériles concepciones mani-queas en las que, como no podría ser de otro modo, nosotrosmismos estamos siempre en el lado de los buenos y no en el delos malos. Es fácil, por ejemplo, encontrarse con personas quedenuncian la corrupción generalizada de la sociedad, peromucho más difícil resulta encontrarse con alguien que reconoz-ca que es una persona corrupta. Paradójica situación ésta devivir en una sociedad llena de corruptos, sin encontrar nuncauno de carne y hueso. Los malos siempre son los otros y el males algo que padezco, pero nunca es algo en lo que colaboro oque contribuyo a perpetuarse y a extenderse; a lo sumo es algoque devuelvo apelando a la legítima defensa, pensando que deese modo deja de ser algo malo. Somos en gran medida el resul-tado de la sociedad en la que vivimos y de ella hemos recibidomuchas de las características que tan duramente criticamos.Estamos empapados de machismo y rezumamos deseos de con-sumir; acumulamos y acaparamos posesiones siempre quepodemos y a la primera de cambio nos dejamos llevar por unairrefrenable tendencia a la dominación y la competición. Esasinclinaciones conviven en nuestro interior con otras más solida-rias y cooperativas, más tolerantes y respetuosas, que tambiénhemos recibido de esta sociedad nuestra. Una tarea perentoriaes, por tanto, erradicar en nosotros mismos todo lo que hay denegativo y destructivo, procurando por el contrario desarrollarel lado positivo de nuestra personalidad.

Al afirmar esto no estoy proponiendo ningún tipo de transforma-ción individual e intimista, como tampoco propongo levantar unpequeño y protegido ambiente paradisíaco en el que poder refu-giarnos con las personas más allegadas. El cambio personal debeir siempre acompañado del cambio social,pues estamos en presen-cia de eso que podemos llamar relación de causalidad circular.

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todos los grupos que comparten el mismo centro escolar; y alpensar en éste, tendré que tener en cuenta también el barrio omunicipio en el que dicho centro esté ubicado, para inmediata-mente seguir ampliando el alcance de mis consideraciones hastaabarcar la totalidad el planeta. Más que de círculos concéntri-cos, se trata de una espiral que cada vez se abre más, pero sindejar de pasar una y otra vez por unos radios imaginarios. Esdecir, después de tener en cuenta el ámbito más amplio, debovolver a actuar al más próximo y restringido, aunque ya con unaactitud bastante diferente. Lo mismo ocurre si la espiral la reco-rremos en el sentido inverso; cuando nuestra actividad se dirigedirectamente a un ámbito muy amplio de intervención, comopuede ser, por ejemplo, mi actuación como militante de un sin-dicato de enseñanza, nunca puedo dejar de pensar en la inciden-cia que esa actuación tendrá en el contexto más concreto, el demi aula y mis alumnos. Si queremos cambiar la sociedad, no setrata de una pretensión abstracta, sino de un proyecto que debeimplicar una mejora en la vida de las personas concretas e indi-viduales y de los pequeños grupos que forman una sociedad. Siqueremos cambiar un espacio más reducido de relaciones socia-les, lo hacemos para que eso termine provocando un cambiogeneralizado gracias al cual el cambio más local podrá subsistiry no perecer en un ambiente hostil.

Lo que acabo de decir respecto de las personas o grupos quedeben ser tenidos en cuenta en la acción social transformadora,puede ser dicho igualmente respecto de los temas que constitu-yen nuestro foco de interés. Es posible que, por afinidades per-sonales o por circunstancias más coyunturales, decida centrartoda mi actividad en la lucha sindical, o que me incline más porvolcarme en la protección de los Derechos Humanos. Sería unailusión propia de personas ilusas, más que de personas ilusiona-das, pensar que basta con dirigir todo mi esfuerzo hacia esostemas específicos, olvidando todos los demás de los que seencargarán posiblemente otras personas tan comprometidas omás que yo. Aquí también los problemas están profundamenteinterrelacionados, de tal modo que difícil será que cambiemosen uno solo de ellos si al mismo tiempo no se intenta cambiar entodos los demás; igualmente, cuando abordamos reformas revo-lucionarias en uno de esos ámbitos debemos ser conscientes de

Vincula lo que haces con el conjunto de los problemas alos que en estos momentos tiene que hacer frente la huma-nidad. En toda acción localdebe estarpresente una exigen-cia de revolución integral que alcance a todo y a todos.

En cada uno de nosotros está presente toda la humanidad, la yapasada y la que actualmente vive. Aunque de forma muy tenuecuando se trata de grupos lejanos y distintos, en la vida social fun-ciona también aquello del efecto mariposa: el batir de las alas deuna mariposa en el mar de China puede provocar una tormenta enel Caribe. Las condiciones de la globalización actual refuerzanesta hipótesis, de tal modo que las consecuencias de una huelga enBirmania pueden repercutir en mis condiciones de vida en España.En cada situación concreta se produce una especie de condensa-ción única e irrepetible de múltiples relaciones temporales y espa-ciales, por lo que cobra pleno sentido la afirmación de que todo loque hacemos localmente repercute globalmente. Plantear, portanto, que se actúe localmente y se piense globalmente no es másque asumir consciente y plenamente lo que de hecho ya está ocu-rriendo. Posiblemente hayan sido los problemas ecológicos de laactualidad los que más han favorecido que calara en la gente esteenfoque globalista de la acción individual, enfoque que se ha pro-fundizado con la expansión de las multinacionales y la deslocali-zación de los centros de trabajo y con la difusión creciente de losmedios de comunicación de alcance planetario.

Por más que pueda resultar difícil, por más que podamos equi-vocarnos al analizar la situación y proponer líneas de actuación,el hecho es que, hagamos lo que hagamos, no debemos nuncadejar de pensar en las repercusión que nuestra actuación tendrásobre toda la humanidad. Eso implica que tendremos que eva-luar la coherencia que nuestros fines y nuestros medios guardancon los que afectan a todos los seres humanos. Si empezamospor lo más próximo como he dicho antes, no tenemos por quédejar de pensar en lo más lejano, pues nuestra actuación tieneque ir engarzándose en una cadena cada vez más amplia.Utilizando un ejemplo que me resulta muy familiar, cuando doyclase, el primer centro de mi atención lo constituyen el grupo dealumnos con el que estoy aprendiendo y enseñando, pero nopuedo olvidarme del círculo un poco más amplio formado por

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Esta situación ha ampliado, sin duda, nuestra manera de enten-der las luchas por la liberación de la humanidad, recuperando yprofundizando esa integralidad y globalidad que acabo de evo-car. Por otra parte, tampoco conviene ir demasiado lejos en esaconstatación de la ausencia de una gran teoría social o de la difi-cultad de integrar las distintas luchas en un proyecto coherentede emancipación. En todos los casos concretos, en todas lassituaciones particulares de opresión, se organiza la lucha o laresistencia apelando a principios universales muy similares;como decía un poeta, en este mundo no es justo que nadie escu-pa sangre para que otros vivan mejor. Todos, absolutamentetodos los seres humanos tenemos derecho a ser tratados con dig-nidad y a disfrutar de las condiciones de igualdad en las quepodamos llegar a ser quienes somos. Toda lucha, por muy localque sea, plantea reivindicaciones que trascienden el propio con-texto y pretenden tener un alcance de universalidad, conscientesen definitiva de que nada de lo que sea humano nos resulta ajenoy que en la suerte de la víctima más débil está en juego la suer-te de toda la humanidad. Quizá ya no pensemos en la sociedadsin clases como configuración específica de la alternativa quevamos buscando, pero en sus rasgos más generales todos segui-mos aspirando a una sociedad mucho mejor que la actual, unasociedad en la que sea posible la felicidad que nos merecemos.

Si el análisis de la sociedad actual y de las luchas alternativasque he venido haciendo es sustancialmente correcto, podríamosdecir que hay en estos momentos un problema que se presentacomo el más grave. La hegemonía impuesta por el modelo neo-liberal de globalización, liderada por una alianza de tecnócratasy capitalistas de diverso tipo, es la que está causando mayoresniveles de infelicidad y pobreza a la humanidad y contra ellahay que dirigir el núcleo de las críticas y de las luchas sociales.El éxito de algunas convocatorias recientes, empezando por lafamosa de Seattle, es prueba bastante sólida de que son muchaslas organizaciones, grupos sociales y sectores económicos ypolíticos que ven en ese neoliberalismo rampante el enemigoque debe ser batido. Es bastante probable que no todas ellascompartan exactamente los mismos intereses, o que quieranconseguir los mismos objetivos a corto y medio plazo, pero esono niega el hecho de que los paladines del neoliberalismo han

que lo que hagamos tiene que guardar coherencia con lo quehaya que hacer en otros ámbitos. Un ejemplo relativamente sen-cillo lo constituyen las reivindicaciones sindicales en las que senecesita incluir preocupaciones ecológicas o feministas paraque las mejoras obtenidas en las condiciones laborales no degra-den el medio ambiente ni perpetúen la discriminación de lasmujeres en el puesto de trabajo. Si antes mencionaba la impor-tancia de tener siempre una perspectiva global cuando actuamoslocalmente, ahora se trata de tener una conciencia de integrali-dad cuando intentamos resolver problemas parciales.

La opresión y la explotación están presentes en muchoslugares y de muchas maneras. Múltiples son también lasposibles luchas, todas ellas importantes aunque algunaslo son más en algún momento. Nuestra intervención debeser flexible y responder a las mil caras del poder.

Presente ya en la tradición de las luchas sociales del siglo ante-rior, si bien de manera incipiente o latente, la segunda mitad delsiglo XX nos ha permitido percibir la pluralidad de manifestacio-nes de la opresión que están presentes en nuestras sociedades. Enla sociedad contemporánea existen múltiples y distintas formas deser una víctima como consecuencia también de variadas situacio-nes de opresión o explotación. También existen muy diversoslugares en los que se están desarrollando importantes luchassociales, con diferentes estrategias y objetivos. Nos encontramosen lo que ya se viene llamando una sociedad red, con una geome-tría variable en la que los nodos que se constituyen en puntos dereferencias pueden cambiar con relativa facilidad. Es una socie-dad descentrada, aunque puede decirse que al mismo tiempo exis-te un único bloque dominante bastante homogéneo, en la que pro-liferan las luchas de oposición también descentradas. Debido aesto, resulta espinoso elaborar una teoría global de la sociedad enla que fuera posible hacer una descripción y ofrecer una explica-ción del modo en el que toda esa pluralidad puede ser articulada.A eso se refiere la crítica social postmoderna cuando señala la casiimposibilidad de recuperar una propuesta totalizadora, que superela multiplicidad, la fragmentación y, en ocasiones, la inconmen-surabilidad de las opresiones y las resistencias.

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encabezadas hasta no hace mucho tiempo por el mito de la UniónSoviética, han fracasado completamente y que el libre mercadocapitalista se ha erigido como único vencedor en la confrontaciónsocial que duraba ya casi dos siglos. El embuste parte de una dis-torsión inicial notable; no es cierto que el modelo del socialismorealmente existente fuera en realidad una alternativa solidaria ycooperativa, como ya venían denunciando desde sus mismos orí-genes diversos sectores de izquierda, en especial los libertarios.Esta parte del embuste no constituye de todas maneras un proble-ma grave, pues el modelo soviético ya estaba bastante desacredi-tado, aunque su sola presencia pudiera suponer un freno para larapiña del capitalismo neoliberal. Más preocupante resulta que elneoliberalismo se presente a sí mismo como el vencedor de lacontienda y como la solución definitiva a los problemas de lahumanidad. En un alarde de soberbia petulante se considera quecon esta nueva etapa se ha entrado definitivamente en el fin de lahistoria. Esta petulancia sería una más, similar a las muchas ante-riores que habían dicho lo mismo o algo parecido, como laRevolución Francesa o el imperio nazi de los mil años. Pero esque además el modelo vigente se parece más a una chapuza socialque a una construcción mínimamente sólida.

No se le puede negar su contribución a un potente desarrollo delas fuerzas productivas, hasta el punto de que posiblemente por pri-mera vez en la historia se tiene claro que los problemas de caren-cias graves en la satisfacción de necesidades básicas es tan sólo unproblema político,puessobran bienes para todoel mundo. Tambiéndebemos reconocer que ha mostrado una enorme flexibilidad en lasúltimas décadas, siendo capazde fagocitar a algunos de sus críticosmás poderosos y de convertir en beneficio propio lo que en princi-pio se presentaba como una seria amenaza. Sin embargo, en susmismos éxitos están sus fracasos; el hecho innegable es que en unasociedad de abundancia está aumentando gravemente la pobreza yla exclusión social, mostrando el modelo una incapacidad ejemplarde proporcionar a todo el mundo los medios imprescindibles parala subsistencia mínima. El sistema actual carece posiblemente deun proyecto a medio y largo plazo realmente creíble para solucio-nar algunos problemas inmediatos de especial gravedad, comopuede ser el desempleo, el deterioro ambiental o la distribuciónequitativa de los bienes. Va poniendo parches según van surgiendo

conseguido convertirse en la representación más genuina de lamaldad opresora y explotadora del momento. Dado que sus inte-reses son predominantemente económicos, con la obtención debeneficios como único horizonte para su actuación, tampocopuede extrañarnos que resulte especialmente urgente que elmovimiento sindical recupere una capacidad de movilización yun protagonismo en la confrontación que había perdido trasdécadas de concertación.

Defender la centralidad de la lucha económica, y más en concre-to de las condiciones de trabajo y del reparto de la riqueza, no sig-nifica negar la importancia de las demás luchas ni proponer quedeban subordinarse todas ellas a las luchas de tipo más sindical.Insisto en que muchas son las posibilidades, muchas deben sertambién las organizaciones y los frentes de luchas y, como nopodía ser menos, también tienen que ser muy variadas las estrate-gias empleadas para combatir un modelo de relaciones socialesque es poderoso y expeditivo en los medios empleados para pre-servar su hegemonía. También es posible que según la esfera enla que nos estemos moviendo, la zona geográficade la que se trateo el momento histórico específico, una lucha pueda exigir unapreferencia y prioridad que no tendrían cambiado el contexto.Esosí, una parte no despreciable del éxito de las luchas para modifi-car radicalmente las actuales relaciones sociales dependerá de lacapacidad que se tengan de establecer vínculos flexibles y coor-dinados entre todas ellas, de tal modo que se pueda ir avanzandode modo más coherente. Igualmente resulta imprescindible quecada lucha concreta sea capaz de integrar, o al menos tener encuenta, el conjunto de actores y de intereses por la transformaciónsocial que están en juego en la época actual.

El pensamiento único sólo existe en las mentes de quie-neshandejado de pensar y aceptan resignadamentelas con-signas de los que intentan controlar la sociedad. Atrévete apensar por ti mismo en diálogo con las muchas personasque saben que las cosas pueden ser de otra manera.

Uno de los embustes más celosamente propagados por losmedios de comunicación actuales y por los intelectuales de pala-cio es el que afirma que las propuestas cooperativas y solidarias,

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Siguiendo lo ya dicho a propósito de la idea de futuro y de lanecesidad de que volquemos nuestro esfuerzo en un presente dis-tinto, lo importante en todo proceso revolucionario no es tanto lameta a la que hay que llegar como la forma distinta de recorrer elcamino. Una vez que hemos roto con ese pensamiento que se pre-senta como único, empezamos a ver las cosas de otra manera, atener una jerarquía de valores completamente distinta. No sóloempezamos a percatarnos de manifestaciones de la opresión y laexplotación que hasta entonces nos habían pasado desapercibidasy potenciamos nuestra capacidad de detectar y desmontar la ideo-logía dominante y su pretensión de ocultación interesada de la rea-lidad social; también es esencial que esa ruptura dé paso a unaforma completamente distinta de vivir, no exenta de dificultades ycontradicciones, pero con ideas bastante claras respecto de cuál esla única conducta coherente con los fines que se intenta conseguir.Está claro que no todos los grupos sociales tienen los mismos finescomo objetivo de su acción social; algunos pretenden manteneruna sociedad en la que sigan existiendo las jerarquías y las des-igualdades en todos los aspectos, mientras que otros buscamos unasociedad en la que la libertad, la igualdad y el apoyo mutuo cons-tituyan las indisociables urdimbre y trama de un nuevo tejidosocial. Y esta opción ya marca claras diferencias.

No obstante, donde más nos jugamos nuestros proyectos socia-les alternativos es en los medios que empleamos, es decir, encómo los hacemos presentes en el aquí y el ahora. Sólo en lamedida en que nuestros medios sean coherentes con los fines,estaremos realmente avanzando en la construcción de una socie-dad alternativa. Aquí, como en todo, lo importante no es lo quedecimos, sino lo que hacemos. Eso es lo que da credibilidad anuestro discurso e incrementa la adhesión social. Al predicar conel ejemplo propio dejamos bien claro que creemos seriamente enlo que decimos y que nuestros ideales son algo más que las enso-ñaciones de unos visionarios. Es más, nuestras propuestas adquie-ren solidez en la medida en que hacemos ver que sí se puedenponer en práctica y que además son bastante eficaces para gestio-nar los problemas a los que debemos hacer frente. Carecería desentido, por ejemplo, apostar por una sociedad autogestionaria,pero no poner nunca en práctica dicha autogestión alegando queeso sólo será posible una vez modificadas las circunstancias

los problemas y, dejado a su propio ritmo como proponen susdefensoresmás radicales, augura desastresvariados de diverso tipo,algunos de los cuales ya se están produciendo. Mucho menoscapa-citado se lo ve para hacer frente a otros riesgos que están empezan-do a perfilarse en el horizonte. Intentar, por ejemplo, gestionar elproblema del suministro del agua, uno de los más urgentes a cortoy medio plazo; como si de un bien privado se tratara terminará conbastante seguridad por agravar el problema.

No es cierto, por tanto, que todos los grupos que están ejercien-do la resistencia contra el desorden establecido sólo sepan protes-tar y carezcan de respuestas. Puede que, en un primer momento,las alianzas encaminadas a aglutinar esfuerzos se centren más enlo que se rechaza que en lo que se propone, más que nada parareforzar la unidad frente al acoso de que son objeto por parte delos poderes hegemónicos. En la medida en que esas luchas vayandesarrollándose y sus protagonistas establezcan un diálogo seriosobre los objetivos, los fines y los medios que se deben emplear,se podrá comprobar con mayor claridad que son ellos los queestán dando pruebas crecientes de imaginación y sugiriendo res-puestas innovadoras que suponen un paso adelante. Por el contra-rio, es el pensamiento oficial el que muestra evidentes síntomasde parálisis y falta de imaginación. Una vez más resulta espinosoy complicado saber si se va a producir un giro notable en la situa-ción que permita reconstruir redes de solidaridad internacionalesy abordar cooperativamente los numerosos conflictos a los que lahumanidad tiene que hacer frente. Por fortuna siguen siendomuchas las personas que hacen propuestas alternativas cimenta-das en el apoyo mutuo, que se atreven a pensar en contra de losdogmas oficiales y que apuestan decididamente por una sociedadcompletamente distinta. Hoy, como ayer y como en todo futuroprevisible, la cultura dominante fracasa en su pretensión de aca-bar con toda contestación a su dominio y la gente sigue demos-trando que quieren, pueden y saben vivir de otra manera.

Nuestra acción debe ser el ejemplo de que todo esposible y de que la sociedad puede cambiar radicalmen-te. En lo que hacemos y en cómo lo hacemos, en laacción directa, se manifiesta una sociedad sin opresióny sin explotación.

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La acción social es también un canto a la libertad. Parte delconvencimiento de que la historia no está escrita ni existe undestino ya fijado, ante el que sólo nos cabe la aceptación resig-nada. Hay, claro está, condicionamientos, limitaciones, media-ciones que no podemos soslayar, pero al final siempre queda unmargen para que podamos decidirnos y asumir la responsabili-dad de lo que hacemos. Nadie puede decidir por nosotros;somos los agentes de nuestro propio futuro y nuestra propiaidentidad no es más que el resultado de las decisiones quevamos tomando a lo largo de nuestras vidas. Algunas de esasdecisiones incrementan nuestra libertad y amplían el abanico deposibilidades, como ocurre cuando dejamos de someternos y deobedecer. Otras, por el contrario, pueden cerrarnos puertas yprecipitarnos en una carrera de concesiones, delegaciones ydimisiones personales. En todo caso, por más que las circuns-tancias puedan restringir bastante el ejercicio de la libertad, nostoca a nosotros mismos tomar la decisión definitiva que dota desentido a nuestra vida. Como ya dije, tenemos que decidir dequé lado estamos y por quién optamos, y en eso no hay excusasni dilaciones. Por otra parte, al exaltar la libertad de quienesquieren ser los agentes de su propia vida, estamos tambiéndemandando crear las condiciones de existencia reales quehagan posible el ejercicio de la libertad. La pobreza, la miseria,las relaciones de dominación o las de explotación son todas ellascircunstancias que empobrecen notablemente el alcance denuestra libertad. No basta con proclamar la libertad; es impres-cindible crear las condiciones materiales en las que el ejerciciode esa libertad sea algo más que pura retórica.

La libertad natural, aquella que se identificaría como la capaci-dad de hacer lo que a cada uno le venga en gana, es una libertadtan irreal como estéril. Ejercer la libertad siempre es una prácticasocial que sólo tiene sentido realizada en comunidad;necesitamosque los demás sean también libres para que nuestra libertad crez-ca y todo proceso de liberación sea una actividad cooperativa enla que solidariamente colaboremoscon otras personas para ir ven-ciendo las dificultades que restringen nuestras posibilidades,nuestras capacidades y, por tanto, nuestras libertades. Como se hadicho ya muchas veces, nadie libera a nadie, la libertad no puedeser impuesta, sino que tiene que ser personalmente asumida en un

sociales. Al mismo tiempo, ese cambio radical de nuestra actitudy de nuestra manera de vivir debe mostrar que nos acercamos a lafelicidad buscada; el compromiso por la transformación socialdebe ser siempre algo alegre, una explosión de plenitud, de exu-berancia creativa y de alegría de vivir. No es en absoluto el odioa la miseria existente lo que se manifiesta en nuestra actividad,sino la pasión creadora de quienes apuestan por mucho más quelo que ofrece la mezquindad cotidiana.

La acción cotidiana adquiere importancia también porque lameta hacia la que avanzamos nunca va a estar del todo definida,ni tampoco puede estarlo. Sólo el boceto, los grandes rasgos delproyecto, están bien presentes en nuestros ideales, pues sin ellostampoco sabríamos hacia dónde encaminar nuestros pasos. Apesar de todo, el propio camino que vamos recorriendo puede ydebe ir introduciendo modificaciones en lo que hacemos, puestambién van cambiando las circunstancias y se van generandodificultades en las que anteriormente no podríamos siquierahaber pensado. La transformación social necesita grandes dosisde flexibilidad y creatividad llegado el momento de decidircómo vamos caminando hacia ella. Fieles y sensibles a las cir-cunstancias que nos ha tocado vivir y a la gente con la que com-partimos esas circunstancias, iremos comprobando que el finalse encuentra ya en el principio como expectativa y la expectati-va inicial va desplegando nuevas posibilidades y nuevas exigen-cias según vamos avanzando. Esta apertura mental, esta creati-vidad con la que abordamos la transformación social, tiene queasumir tanto la posibilidad de equivocarnos al actuar, pues tene-mos que ir tanteando diversas posibilidades, como la radicalidaden las exigencias. Lo queremos todo y lo queremos ahora;damos pruebas de realismo precisamente porque pedimos loimposible y obstinadamente nos mantenemos en nuestras exi-gencias y hacemos ver que la Luna sólo está lejos para quienesse obstinan en mirar tan sólo al dedo que la señala.

Mi libertad empieza donde empieza la libertad de losdemás y no seremos completamente libres hasta que todoslo seres humanos sean libres. El apoyo mutuo, la solidari-dad, son las claves de la revolución social: nadie libera anadie, los seres humanos se liberan en comunidad.

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ÍNDICE

CAPÍTULO 1

INTRODUCCIÓN: ACCIÓN SOCIAL, ACCIÓN SINDICAL ....................71. Del pensamiento único y el fatalismo histórico ......................72. La acción social contra el sistema .........................................103. Las incipientes redes de acción social ..................................144. La acción sindical .................................................................18

CAPÍTULO 2

EL MOVIMIENTO LIBERTARIO: UN AIRE DE FAMILIA ...............251. Un enfoque abierto ...............................................................252. Un aire de familia ..................................................................273. La denuncia del poder ...........................................................284. La búsqueda de la libertad ....................................................335. El apoyo mutuo .....................................................................366. Participación y autogestión ...................................................397. Medios y fines .......................................................................448. La transformación integral ....................................................47

Sugerenciasbibliográficas .................................................51

CAPÍTULO 3

SINDICALISMO, SINDICALISMO

REVOLUCIONARIO, ANARCOSINDICALISMO ..................................531. Diversas respuestas a un mismo problema ...........................582. El sindicalismo revolucionario .............................................64

2 a. La acción directa .............................................................642 b. Autogestión ....................................................................69

proceso en el que los seres humanos se liberan en comunidad.Sólo en una sociedad en la que existan unas normas tomadaslibremente por todo el mundo, tras un proceso igualmente libre dediscusión sobre esas normas, que siempre serán revisables ymodificables para mejor responder a nuestras necesidades y pro-yectos, podremos empezar a considerarnos libres. Atados a tradi-ciones y costumbres sociales que no nos atrevemos a cuestionar,encerrados en los estrechos límites que esos condicionamientosnos imponen, y perdida la capacidad de imaginar infinitos mun-dos posibles y distintos, no podremos decir que estamos siendolibres. Aislados en un apartado rincón, rodeados de súbditossumisos dispuestos a cumplir lo que queramos imponerles, sólodisfrutaremos de un espejismo de libertad.

Al insistir en esta dimensión solidaria y cooperativa estamosadmitiendo hasta qué punto dependemos del reconocimientoajeno para llegar a ser nosotros mismos. Nada hay más nocivopara la libertad que el miedo; miedo a correr riesgos y escogerel camino equivocado, pero sobre todo miedo a las personas quenos rodean y en las que vemos potenciales enemigos. En unmundo en el que siempre estuviéramos temiendo ser atacadospor otras personas, la libertad se agostaría y sería sustituida pormedidas de protección y de seguridad. El valor personal y laconfianza en los demás se convierten de este modo en piedraangular de la libertad. Sólo quienes confían en los demás, quie-nes no se consideran ningún mesías salvador de nadie y aceptana los demás tal y como son, sin aspirar a cambiarlos ni imponer-les nada; sólo quienes no pretenden que los demás sean como aellos les gusta ser, y están abiertos a diversos y alternativosmodelos de realización personal; sólo quienes siguen pensandoque los seres humanos merecen la pena y son seres en los que sepuede confiar, sólo ésos estarán contribuyendo a crear unmundo realmente libre y solidario.

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6 d. Educación y solidaridad ..............................................2007. Pacifismo y antimilitarismo ..............................................204

7 a. Las semillas de la violencia ........................................2047 b. Una forma específica

de la violencia: el militarismo ....................................2087 c. Las formas actuales del militarismo ...........................2127 d. La oposición a la violencia

y la búsqueda de la paz ............................................. 2178. La crítica al poder ..............................................................225

8 a. Fuerza, poder, autoridad ..............................................2258 b. De la servidumbre voluntaria

o el miedo a la libertad ................................................2308 c. Las redes de poder .......................................................2358 d. Esferas de poder ..........................................................239

9. El apoyo mutuo ..................................................................2449 a. Competitivos o solidarios ............................................2449 b. La solidaridad institucionalizada ................................2509 c. Voluntariado y ONGs ..................................................2569 d. El apoyo mutuo ...........................................................261

Sugerencias bibliográficas ..............................................268

CAPÍTULO 5

Historias de otro mundo: el futuro posible ...........................275

2 c. Independencia de cualquier alternativa política .............752 d. Integralidad y radicalidad ...............................................80

Sugerencias bibliográficas .................................................85

CAPÍTULO 4

LAS LUCHAS SOCIALES ................................................................871. Introducción ..........................................................................872. democracia directa y la participación ...................................98

2 a. La institución de la democracia ....................................1002 b. Avances democráticos ..................................................1032 c. Carencias de las democracias parlamentarias ..............1062 d. Vicios privados, públicas virtudes ................................1102 e. La reconstrucción de la democracia .............................115

3. Los movimientos ecologistas .............................................1233 a. Los límites del equilibrio ..............................................1253 b. Ecologismo místico, ecologismo social ......................1293 c. Ecologismo para los pobres,

ecologismo para los ricos ................................................1343 d. Los objetivos del ecologismo social ...........................138

4. La autogestión y la economía social .................................1414 a. Una economía que no genera exclusión y pobreza ....1414 b. Algunos rasgos básicos de la economía .....................1484 c. El lugar central del trabajo

en la producción de riqueza .........................................1534 d. La autogestión .............................................................161

5. El feminismo ......................................................................1685 a. Una constante casi universal .......................................1685 b. La construcción de la identidad femenina ..................1735 c. La larga marcha de la liberación .................................1775 d. Las paradojas de la actualidad ....................................182

6. La educación ......................................................................1856 a. La educación y los seres humanos ..............................1856 b. Las contradicciones

de la educación en la actualidad .................................1906 c. Educación y democracia .............................................195