Mike Taliaferro - El León Nunca Duerme

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EL LEÓN NUNCA DUERME Preparando a tus seres queridos contra los ataques de Satanás 8 Sean prudentes y manténganse despiertos, porque su enemigo el diablo, como un león rugiente, anda buscando a quien devorar (1 Pedro 5) Cáp. 1: CONOCE A TU ENEMIGO El León ha rugido, ¿Cómo no atemorizarse? 8 ¿Quién no tiembla de miedo, si el león ruge? ¿Quién no habla en nombre del Señor, si él lo ordena? (Amos 3). El oscuro cielo nocturno se estaba transformando rojizo y la luz comenzaba a deslizarse hacia el este sobre un horizonte frío. Otra clara mañana sudafricana. En algún lugar cerca de la frontera de Mozambique, una cebra, inmóvil, escudriñaba el bosque. Algo extraño sucedía. Como de costumbre, el viento estaba a su espalda y no había nada inusual, sin embargo, ella sentía que algo no estaba bien. Temprano, había estado pastando en la pradera con el rebaño. Se sentía más segura en medio del grupo. El pasto era bueno y el aire fresco. Apenas si se dio cuenta que sus compañeros se habían ido. Sólo un poco más de comida y ella se iría también. Pero de pronto escuchó algo. Una pequeña rama que se quebró, o un inusual movimiento del pasto. Un hombre apenas si lo habría notado, pero el extraño ruido fue como una sirena de alarma para la cebra. El miedo la atrapó cuando advirtió que estaba siendo vigilada. Pero no sabía hacia que lado correr, ni quién ni cuántos eran los que vigilaban. Estaba muy ansiosa, pero echó mano a todo su dominio para permanecer inmóvil. Se quedó como una estatua 20 minutos. Por entre el pasto, dos ojos permanecían fríamente fijos en la cebra. La leona estaba hambrienta, pero igual guardaba cautela. Habían pasado varios días desde la última vez que había comido, pero sabía que aún no era el momento. Escudriñó entre el pasto, agazapada, la cola baja, el mentón cerca del suelo, esperando. Más allá, a su izquierda y a su derecha, había dos más. Fuera de la vista de la cebra, pero muy cerca de ella, estas leonas tomaban posición. Detrás de las cazadoras estaban el macho y los cachorros. El macho, de 250 kilos, había decidido no cazar esa mañana. Unos pocos metros más atrás estaba la cebra, vacilante. El miedo de estar sola superó al miedo a la desconocida bestia escondida en el pasto. Se volvió lentamente y comenzó a correr hacia el rebaño. Siempre alerta pero impulsivamente, le dio la espalda a la leona líder. Aprovechando el descuido, la leona se movió a través del pasto totalmente camuflada. Se movió rápidamente con su cabeza y su cola baja, todavía agachada. Luego, la cebra escuchó un horrible rugido, un fuerte y 1

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Devocional para Reflexión

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EL LEÓN NUNCA DUERME

Preparando a tus seres queridos contra los ataques de Satanás

8Sean prudentes y manténganse despiertos,

porque su enemigo el diablo, como un león rugiente,

anda buscando a quien devorar (1 Pedro 5)

Cáp. 1:CONOCE A TU ENEMIGO

El León ha rugido, ¿Cómo no atemorizarse? 8¿Quién no tiembla de miedo, si el león ruge? ¿Quién no habla en nombre del Señor, si él lo ordena? (Amos 3).

El oscuro cielo nocturno se estaba transformando rojizo y la luz comenzaba a deslizarse hacia el este sobre un horizonte frío. Otra clara mañana sudafricana. En algún lugar cerca de la frontera de Mozambique, una cebra, inmóvil, escudriñaba el bosque. Algo extraño sucedía. Como de costumbre, el viento estaba a su espalda y no había nada inusual, sin embargo, ella sentía que algo no estaba bien. Temprano, había estado pastando en la pradera con el rebaño. Se sentía más segura en medio del grupo. El pasto era bueno y el aire fresco. Apenas si se dio cuenta que sus compañeros se habían ido. Sólo un poco más de comida y ella se iría también. Pero de pronto escuchó algo. Una pequeña rama que se quebró, o un inusual movimiento del pasto. Un hombre apenas si lo habría notado, pero

el extraño ruido fue como una sirena de alarma para la cebra. El miedo la atrapó cuando advirtió que estaba siendo vigilada. Pero no sabía hacia que lado correr, ni quién ni cuántos eran los que vigilaban. Estaba muy ansiosa, pero echó mano a todo su dominio para permanecer inmóvil. Se quedó como una estatua 20 minutos.

Por entre el pasto, dos ojos permanecían fríamente fijos en la cebra. La leona estaba hambrienta, pero igual guardaba cautela. Habían pasado varios días desde la última vez que había comido, pero sabía que aún no era el momento. Escudriñó entre el pasto, agazapada, la cola baja, el mentón cerca del suelo, esperando. Más allá, a su izquierda y a su derecha, había dos más. Fuera de la vista de la cebra, pero muy cerca de ella, estas leonas tomaban posición. Detrás de las cazadoras estaban el macho y los cachorros. El macho, de 250 kilos, había decidido no cazar esa mañana. Unos pocos metros más atrás estaba la cebra, vacilante. El miedo de estar sola superó al miedo a la desconocida bestia escondida en el pasto. Se volvió lentamente y comenzó a correr hacia el rebaño. Siempre alerta pero impulsivamente, le dio la espalda a la leona líder. Aprovechando el descuido, la leona se movió a través del pasto totalmente camuflada. Se movió rápidamente con su cabeza y su cola baja, todavía agachada. Luego, la cebra escuchó un horrible rugido, un fuerte y terrible sonido que ella podía, inclusive, sentir en su cuerpo. Su propósito era intimidarla y tuvo éxito; la cebra estaba aterrorizada y rápidamente volvió su cabeza, sumida en el horror. Miró hacia el pasto. Por una décima de segundos vio a la bestia acechante. Se dio vuelta y corrió. Fue demasiado tarde.

Una vez que un león se pone en movimiento, puede cubrir una cancha de básquet en solamente un segundo. La primera leona saltó violentamente hacia la cebra a la altura del hombro. Ambos animales se revolcaron en una nube de polvo y pasto. La aterrorizada cebra peleaba por ponerse de pie, perdiendo todo sentido de la orientación. La garra de la segunda leona llegó atravesando el aire, atacando inmediatamente después de la primera. Las filosas garras se deslizaron a través de la piel de la cebra,

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de su cuello y de sus músculos, la fuerza del golpe la hizo perder el equilibrio. Mientras caía hacia atrás, la primera leona la mordía duramente en el cuello. Con sus dientes enterrados profundamente, la bestia aplastó su tráquea como si hubiera sido capturada en una trampera (trampa de animales).

La cebra peleaba para moverse, pero la leona la tenía atrapada por el cuello y no podía escapar. No esperaron a que estuviera inconsciente. El hambre las dirigía mientras trituraban los intestinos de la cebra. Ciertamente su última experiencia de vida fue el cruel dolor de ser comida viva. La cebra estaba tirada ahí, sin aliento y muriendo. Lo único que superaba al dolor de la falta de aire, era la agonía de ser descuartizada. En un instante, la luz, se fue completamente de sus ojos. Entonces, toda la manada se reunió. El macho y sus tres compañeras tomaron posición para devorar su comida. Los pequeños cachorros se empujaban entre si para comer, pero lo harían solamente cuando los adultos hubieran terminado. Unos 100 metros más allá, algunas hienas vigilaban estrechamente desde el pasto. Sabían que, cuando avanzara el día, el calor del sol llevaría a los leones a la sombra y esperaban una oportunidad para robar algunas partes recogidas del cuerpo de la cebra. Los buitres también comenzaron a rondar.

De pronto, otro animal apareció en escena. Un vehículo pudo ser escuchado, visto y oído, a dos kilómetros a la redonda. Se acercó torpemente saltando sobre el pasto, extendiendo el raro olor de la combustión de nafta. Se oían voces desde adentro de la caja de metal y vidrio. Luego paró a algunos metros, ajeno a la matanza. El ruido y el olor parecían estar por todas partes. Los leones apenas si lo notaron. Con sus caras llenas de sangre, respirando pesadamente y con pedazos de intestinos entre sus dientes, continuaron con la ardua tarea de separar la carne de los huesos de la cebra. Estaban comiendo los músculos, la grasa, los cartílagos, el vientre y los ligamentos, y si estuviesen lo suficientemente hambrientos, se comerían hasta los huesos. Al comer carne humana, muchas veces solo dejan un hueso del talón o del hombro. Tal vez uno podría describir

esta escena como algo común: dos hombres en un jeep y diez leones comiendo su desayuno. Hienas y buitres a la distancia. Una típica mañana africana.

En África, el pasto puede crecer 1.80 metros de alto de tal forma que se vuele una molestia para tomar una buena fotografía. En el Jeep, un hombre percibió que la clásica foto estaba siendo arruinada por el pasto alto. Pensó por un momento. Debatió consigo mismo, luego tomó una decisión. Abrió la puerta del vehículo y caminó. Tomó posición a cinco o seis metros del jeep, cámara en mano. Desde allí, su visión de los leones mejoró. Sin saberlo, había dejado aquel vehículo para salir en la tapas de todos los diarios importantes de Sudáfrica. Físicamente el hombre no es oponente para el león. En una carrera de cien metros, un león cruzaría la línea de llegada cuatro segundos antes de que el hombre más veloz del mundo alcanzara a recorrer treinta metros. Solamente el chita es más ligero. Un león en carrera puede saltar un pozo de diez metros de diámetro. Se sabe que un león decidido a matar es capaz de derribar al jefe de una manada de búfalos, sólo con una mordida en la espina dorsal. Puede oler y escuchar de lejos, mucho mejor que el hombre. Su piel y su color son un camuflaje perfecto que hace que desaparezca entre la hierba y la tierra. Con solo desearlo el león podría poner sus dos garras sobre un automóvil mediano y darlo media vuelta.

Aparentemente la única ventaja que tiene el hombre aparte de su inteligencia es que ve a colores mientras que los leones solo ven en blanco y negro. Pero no es nada reconfortante vera todo color que 250 kilos de puro carnívoro te caen encima. Tres veces más rápido que el hombre más veloz, el doble de tamaño de un peso pesado en el box y prácticamente invisible cuando se aproxima, el león es un terrible oponente. Hasta la visión de blanco y negro se transforma en una ventaja. La disminución del color le da una mejor visión de noche que es cuando los leones cazan. Ellos ven con solo un octavo de luz que necesitaría un humano para ver algo.

El hombre miraba a los leones desde su jeep. La cebra muerta lo fascinaba.

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Con la cámara apoyada en una rodilla y sus ojos en el visor se quedo mirando la escena. En un instante comenzó a disparar su cámara con fascinación. Nunca antes había visto una muerte. Cerca de él, de rodillas en el pasto, su amigo enfocaba las lentes hacia el león macho que introducía su cara húmeda y ensangrentada dentro del esqueleto de la cebra para arrancar más carne, levantándose cada tanto para morder, masticar y tragar.

El león macho estaba a la vista de los dos hombres. De repente todo ocurrió. Probablemente una rama quebrada. Tal vez la leona gruño. La atención del hombre se desvió hacia su derecha donde estaba la leona agazapada. El mismo pasto que había entorpecido su visión la había escondido también a ella, que se aproximaba mirando fijo al hombre. Mantenía su cabeza y su cola sobre la tierra. Se miraron uno al otro por un segundo que parecía una eternidad, el corazón del hombre latía como un tambor. Luego decididamente se encamino al auto. La leona en un instante estuvo en el aire, y le cayó con todas su fuerzas en la nuca. Lo derribó y fue directo hacia la yugular. Los cazadores experimentados saben que, una vez derribado, la única esperanza es alimentar a la bestia con su mano, o con el antebrazo. Es imposible detenerla completamente, pero tal vez un amigo pueda disparar un tiro mientras el animal te come la muñeca. El hombre ni pensó, solamente gritó mientras los dientes de la leona se cerraban en su cuello. Lo tenía atrapado, mientras perdía la conciencia. Murió antes de poder recibir ningún tipo de ayuda. Adentro del vehículo, su amigo instintivamente disparaba el obturador de la cámara tomando fotografías de su muerte. Esas fotos aparecieron en la primera plana de los diarios de Sudáfrica.

La cultura popular distorsionó nuestra imagen del león. Lo vemos en una jaula del zoológico. Vemos a Tarzán matando leones en las películas. Nuestros hijos colorean a Simba, el leoncito de la película de Disney, “El rey león”. La imagen del león resulta inofensiva en nuestras mentes, pero estar cara a cara frente a uno sin barrotes, vidrios ni cercas, es

absolutamente terrorífico. Escuchar su aliento, su rugido es simplemente horrible. Pero que te cace, es lo peor de todo.

En la Sabana africana no puedes escapar, ni pelear, ni esconderte de él. Estás cara a cara con uno de los más perfectos asesinos de la naturaleza. Pero esta escena de caza no está limitada al África. Espiritualmente esta escena ocurre cada día en cada ciudad, pueblo o villa en el mundo. Como cristiano tu debes darte cuenta que estas siendo acechado. Satanás, el león, te persigue. Te vigila, te acecha de cerca. No puedes escapar, ni esconderte. El tremendo horror de enfrentar a un león es inimaginable. De cualquier forma, una cosa está garantizada, tu estás bajo su mirada. El va a arrinconarte y tú vas a enfrentarte con él. Yo sinceramente deseo que estés preparado... ¡Para la más impresionante pelea de tu vida! La ayuda está a tu disposición. Mi oración es que este libro te ayude a encontrarla.

Cáp. 2:EN TODAS PARTES, A CADA

INSTANTE,NUNCA PARA

12Porque no estamos luchando contra poderes humanos, sino contra malignas

fuerzas espirituales del cielo,las cuales tienen mando, autoridad y

dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea. (Efesios 6).

En Mateo 28:18-20, podemos encontrar el principal encargo de Jesucristo. Lee cuidadosamente las palabras de nuestro Señor, tantas veces citada como mal interpretadas. Dice: “18Jesús se acercó a ellos y les dijo: Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. 19Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, 20y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Fíjate en su mandato, es bien simple: Anda, Bautiza y Enseña a

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obedecer todo lo que te he mandado. ¿Cuánto es lo que les enseñamos a los discípulos después de que se bautizan? “Todo” representa muchísimas cosas.

Si voy a bautizar a alguien, también debo permanecer con él para enseñarle a obedecer todo. Jesús no está hablando del aprendizaje que los nuevos discípulos reciben antes del bautismo. Cuando Jesús dice que los bautices, supone que ya les has enseñado lo que El espera de la vida de un verdadero discípulo. Esta escritura no hace referencia a la enseñanza intensiva de antes del bautismo si no que te manda a realizar la instrucción necesaria después del bautismo. Yo he leído este Gran Mandamiento de Jesús muchas veces, pero por años no me había dado cuenta de esta simple verdad: ¡Enséñales todo!

Todo significa todoAntes, ayudar a los nuevos cristianos,

implicaba para mi verlos semanalmente, divertirnos juntos, hablar de cómo les estaba yendo, leer una o dos escrituras y después, a lo mejor, orar. Obviamente todo esto era y es bueno. Sin embargo Jesús nos llama a profundizar más. Jesús no ayudó a los doce de esta manera... ¡Les enseño! No dio nada por sentado, y les enseño todo.

“Todo” engloba las bienaventuranzas; el sermón del Monte; Mateo 25 y su énfasis en el cuidado de los pobres; Juan 13 y su énfasis en el servicio; la parábola del hombre que no tuvo misericordia con su énfasis en el perdón; y así sucesivamente. Incluye, aún aquellas enseñanzas que Jesús dejó a través del trabajo de los Apóstoles después de su resurrección. Esto significa todas las cartas del Nuevo Testamento (NT); y como el NT nos llama a leer el Antiguo Testamento (AT), debemos también enseñárselo a los nuevos discípulos.

Seamos honestos. Al aplicar la ayuda bíblica de “unos a otros”, hemos hecho un gran avance, pero todavía hay muchos discípulos alimentados con comida “chatarra” en lugar de alimento verdadero. Todos escuchamos hablar de gaseosa “light” (quiere decir liviano) o yogur “light”, yo creo que si Jesús echara una ojeada profunda a muchos de nuestros discípulos, los llamaría discípulos “light” o amor “light”. “Te digo la verdad, - diría Jesús – esta

comida puede tener un gran sabor, ¡Pero no alimenta!”. Obviamente la prueba se vio al final. Jesús alimentaba a los apóstoles diariamente. Les enseñaba a orar, predicar, sacrificarse, ser humildes. Es obvio que los inspiró a estudiar el AT, como se puede ver en las cartas y sermones que, posteriormente, escribieron los apóstoles. ¿Y cuál fue el fruto de esa intensa instrucción? Que solo unos de los doce cayó, los otros once pusieron al mundo de cabeza. Después de permanecer aproximadamente treinta y seis meses con Nuestro señor, predicaban públicamente y usaban las escrituras del AT para probar que Jesús era el Mesías. Vemos a Pedro citando, extensamente y sin reservas, los Salmos y el libro de Joel. ¡Es increíble lo que Jesús hizo en ese corto tiempo con un pescador sin educación y totalmente vulgar!

Si Jesús usó el AT y les enseñó a sus discípulos de la Ley, de los Profetas y los Salmos, debemos hacer lo mismo. Yo he conocido a muchos discípulos que tienen 36 meses en la fe, que no pueden citar a Joel. En algunos casos, todavía no lo han leído y me entristece comprobar que hay quienes ni siquiera son capaces de encontrarlos en sus Biblias. Estos discípulos están muy lejos de poder probar que Jesús es el Mesías usando exclusivamente el AT. Jesús diría: “Hmmm, discípulo light... la mitad de las calorías”. Debemos admitir que, aunque les hemos enseñado “algo” a los nuevos discípulos, no les hemos enseñado “todo”. A lo mejor esta falta de conocimiento es un factor que influye en los corazones de las personas que dejan la iglesia en los primeros dos años.

Fortalecimiento diarioLa meta de los Apóstoles en el primer

siglo era enseñar a los jóvenes convertidos todo lo que Jesús les había encomendado. Hechos 2:41 nos cuenta que 3 000 jóvenes discípulos se unieron a los apóstoles apenas siete semanas después de que Jesús ascendiera al cielo.

¿Qué se suponía que debían hacer los apóstoles? Hechos 2:46 nos lo dice: 46Todos los días se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez de corazón. Enseñanza, compañerismo y hermandad,

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oraciones, súplicas, milagros, vendían su posesiones y oraban a Dios diariamente. ¿Por qué? ¡Porque los Apóstoles trataban fervientemente de enseñarles a obedecer todo! El Apóstol Pablo mostró una actitud similar en Hechos 20:31 dice: 31Estén alerta; acuérdense de que durante tres años, de día y de noche, no dejé de aconsejar con lágrimas a cada uno de ustedes. El punto está claro. Los doce mejores discípulos que hayan existido trabajaban diariamente para fortalecer a los recién convertidos.

Recientemente me paré delante de un grupo de 150 discípulos en Sudáfrica. Les pregunté cuantos de ellos se habían reunido durante las tres últimas semanas, para orar y estudiar la Biblia con sus hermanos. Penosamente nadie levantó la mano. Si tú hubieras estado allí ¿Habrías sido la excepción? No me sorprende entonces que este grupo se haya reducido durante este año a pesar de haber bautizado a muchas personas. Este es el verdadero fruto de no enseñarnos a obedecer todo.

¿Por qué no ayudamos a los discípulos correctamente? Hay numerosas razones, pero quiero exponer aquí las tres más importantes:1. Somos Perezosos . Toma tiempo y

esfuerzo preparar clases y enseñar a las personas. Visitas, llamadas telefónicas, conversaciones, implican tiempo. Puede hacer frío, estar lloviendo tal vez. Quizás haya un buen programa de televisión. La pereza nos invade como una enfermedad infecciosa.

2. Somos Orgullosos . Es impresionante bautizar a alguien. Todo el mundo se alegra al ver a los nuevos cristianos. La gente se interesa por ellos, pero después de un tiempo ya nadie pregunta por ellos, y por lo tanto se descuida su instrucción. “Todo y todos los días” se transforma en “algo una vez por semana” y luego ni siquiera sucede una vez por semana.

3. No entendemos la batalla espiritual que enfrentan (La mas importante, ya que es la causa de nuestro fracaso en la enseñanza a los nuevos discípulos) El demonio es un león rugiente. Es un enemigo aterrador. Es inevitable el ataque de este asesino espiritual a los nuevos discípulos. En lugar de entrenarlos para este encuentro, les

damos una preparación pobre. Luego, cuando el león ataca, inmediatamente vamos en su ayuda. Profundizamos en las escrituras y los aconsejamos. Pero llegamos demasiado tarde. Debimos haber estado allí mucho antes de la crisis, con nuestros consejos y las escrituras ¡Debimos habernos anticipado al león! Ahora lo único que podemos hacer es estar parados gritando nuestros consejos mientras que los nuevos discípulos luchan por su vida.Si no entrenamos a los corredores,

las carreras se pierden. Si los estudiantes no estudian, fallarán en los exámenes. Si no enseñamos a los jóvenes cristianos veremos como el león se los devora vivos. Es necesario entender la importancia de este punto. No esperes a la crisis necesitas ayudar a los jóvenes cristianos. Lo mejor es asumir que las crisis vendrán y trabajar como locos para que ellos estén preparados para esas crisis.

Cáp. 3:EL HORROR DE SER CAZADO

2¡Líbrame, pues son como leones; no sea que me despedacen y no haya quien me

salve! (Salmo 7)

En blanco y negro, el animal miraba fijamente el campamento que tenía ente sus ojos. Su instinto le decía que esperara allí. Cada tanto, movía su cola. Sentía que el hambre aumentaba en su interior. Sólo esperaría un rato más y atacaría. Ver en blanco y negro no lo afectaba para nada; como no conoce los colores, tampoco los extrañaba. Mataba indiscriminadamente, ni piel, ni color eran importantes para él. Si era rayada como la cebra, marrón brillante como la impala (parecido a un venado) o gris oscuro como un jabalí; no le importaba en lo absoluto. Últimamente había

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empezado a cazar un nuevo animal que tenía varios colores. Como no los distinguía, lo veía negro o gris, y hasta a veces pálido, casi blanco. Pero dentro de todos esos colores, estaba la misma carne, roja y jugosa, que tanto deseaba. Andaba casando hombres.

El hombre era una presa fácil, lenta y débil, no tenía cuernos largos, ni garras, ni dientes filosas. Ahora el león estaba familiarizado con el olor humano y lo asociaba con una rápida y simple cena. Se sentí a sólo cincuenta metros de aquellos que, para él, parecía una gran mesa servida. Veía el fuego del campamento extinguiéndose. Escuchaba las voces, las conversaciones que de a poco se apagaban. Silenciosamente se levantó desplazándose hacia la izquierda para observar todo desde otro ángulo. Ni una ramita se quebró mientras cambiaba de posición. Era imposible detectarlo gracias a sus inaudibles patas peludas y a su pelaje. Esperó. De repente salió de entre los árboles hacia el descampado. Un carnívoro hambriento de 250 kilos se acercaba a la cerca que protegía las carpas. Ya era hora de matar. Miles de olores lo bombardearon, pero él ya había reconocido uno en particular. Nadie lo iba a detener.

Había sido un día agitado en el campamento. Cerca de cincuenta hombres todos de India estaban durmiendo en dos carpas. Era 1901 y habían ido a trabajar en la nueva red ferroviaria que uniría Monbasa con Lago Victoria. Increíblemente, los hombres no estaban armados, pero habían construido una cerca de ramas espinosas alrededor del campamento. Las historias que habían escuchado de leones atacando otros campamentos los horrorizaban, pero esperaban que aquella cerca los mantuviera alejados del campamento. En realidad sólo serviría para aumentar el horror.

Bien pasada la media noche, cuando los exhaustos trabajadores estaban profundamente dormidos, el león cruzó el descampado y se aproximó a la cerca. Puso su pata sobre ella y notó que era débil y oscilante. Entonces se escurrió por un pequeño hueco entre la acerca y el suelo. Las espinas rasgaron su piel, pero ignoró el dolor. Tanto el hambre como el olor lo empujaban hacia

adentro. Con la cerca a sus espaldas, miraba la escena. Aunque el campamento estaba muy oscuro, todo estaba claro para el león. Sus ojos identificaron enseguida las carpas, junto a un fuego casi apagado y un guardia dormido. Observó al hombre que supuestamente tenía que estar haciendo guardia y escucho sus ronquidos, Entonces se acercó confiado. Los leones eligen que comer. Desde que empezó a observar el campamento, su hambre lo guió hasta un olor determinado. El guardia, muy afortunado, simplemente no estaba adentro del menú del león esa noche. Cuando pasó, dejó sus huellas a solo un metro y medio de donde él dormía.

Su apetito lo guiaba hasta la entrada derecha de la carpa. Desde adentro, pudo olfatear lo que tanto deseaba. Con precaución, se paró en la entrada a escuchar. Sólo ronquidos y respiraciones. No había ningún peligro. Su hocico lo llevaba derecho. Pasando por encima de dos trabajadores, también afortunados, y se lanzó sobre la pobre alma cuyo olor lo había fascinado. No tuvo ninguna compasión de su presa. Ningún hombre habría escuchado ni olido su presencia. Atrapó su víctima, masticando fuertemente su cráneo. Le destrozó los huesos como si fueran palitos. La muerte fue instantánea. La sangra salía a borbotones de la boca y de la nariz de aquel hombre, salpicando a los otros dormidos que se despertaban mientras el león llevaba su presa hacia fuera, atravesando la carpa. Comenzó a comerlo allí mismo, desgarrando su estómago, devorando sus intestinos y órganos. Trabajaba de prisa, presionando el pecho para arrancar la carne suelta. Su cara estaba cubierta de sangre que relamía con mucho gusto.

Desde adentro, los aterrorizados trabajadores estaban paralizados por el miedo, escucharon cómo el animal desmembraba a su compañero. Destrozándolo con su boca, el león, masticó y se lo comió todo. Separó los músculos de los huesos. Los ligamentos colgaban de su boca, enganchados entre sus dientes. No sintió temor, sólo hambre. Otras noches, en otros campamentos, llevaba a su presa y se la comía en el bosque. Aquella noche

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simplemente decidió quedarse a comer allí mismo.

Cuando de repente escuchó algo, levantó la cabeza. Con sus dientes recogió su presa y llevó a aquella carcaza a medio comer, entre los árboles. Finalmente, cerca de cien trabajadores fueron devorados por una manada de ocho leones, aquella noche reinó el terror. Los leones son temerarios y corajudos. Así como cautos y astutos. Pueden tomarse varias horas en cercar a su presa. Saben que pueden matar a cualquier animal que elijan, pero temen ser heridos. Hasta una pequeña gacela podría lastimar al león e inhabilitarlo para cazar. El olor no lo dejaría ubicarse en una buena posición para atacar a su futura víctima. Una herida disminuiría a su agilidad y rapidez. Realmente, herido moriría. Porque él no caza por deporte, si no para sobrevivir.

He observado la caza de los leones. Son sedentarios y no persiguen a las manadas migratorias. Cazan en un área específica. Cuando una manada se establece en su región, ellos se acercan despacio. Saben cómo manejarse con la dirección del viento; siempre lo tienen en contra con respecto a su presa. Pero muchas veces el león correrá hacia una manada, no rápidamente si no trotando, para asustarla y verla en movimiento. Quiere verlos correr. A los ojos humanos, la retirada de la manada se vería normal. Pero para la aguda vista del león, su cena resulta obvia. Se da cuenta de cuál es el más viejo de la manada. O de quién está cansado o herido. Una imperceptible cojera a los ojos humanos, es obvia para el león. Hace correr a la manada para ver su debilidad. Una vez que decide cuál es su blanco, pasará de largo a todos los demás para atrapar a la presa escogida.

Un impala saludable es veloz. En un terreno seco y plano, puede alcanzar una velocidad mayor a 72 Km/h. Las gacelas son aún más rápidas y los machos tienen cuernos afilados y largos. Los leones no quieren saber nada con esto. Es demasiado peligroso para ellos. Aunque sean más fuertes, prefieren una presa fácil; los débiles o los lastimados. Un impala o una cebra sanos, solo se enfrentarán a un león si se separan de la manada. Todas juntas tienen un sistema

de seguridad antiguo; cien ojos ven mejor que dos. Pero pobre del animal que se quede solo y tenga que enfrentarse con un grupo de leones. Seguramente será su último error. Todos los animales corren mayores riesgos cuando son jóvenes. Los leones no atacarían a un elefante adulto, pero si pueden alejar a un bebe elefante de su manada, sin duda se lo comerán.

En realidad, los animales deben crecer rápidamente en África para poder sobrevivir. Cuando nace una bestia salvaje, por ejemplo, se puede para sólo en seis minutos, y en treinta estará corriendo. Su madre, por lo tanto, se recuperará del parto en segundos. Ninguna madre, ni sus crías, sobrevivirán a más de tres horas de convalecencia. Si el león, la chita, o el leopardo no los atrapan, las hienas lo harán. Es asombroso cómo Dios les da esta capacidad de recuperación para estar en movimiento instantáneamente. Que horrible es ser cazado por un león. Pero peor es ser devorado. Quédate con la manada. Crece rápidamente. No te permitas estar débil o herido. Estas son las reglas de supervivencia de los animales en África. Estas son las reglas también, que Dios nos da para la supervivencia espiritual. La Biblia dice que Satanás, el león espiritual, te está observando ahora mismo, mientras lees setas páginas. Usando la persecución, la presión, la influencia negativa de los medios o cualquier otra cosa, el diablo está atrás de nosotros. Su propósito es hacernos correr. Quiere saber quién esta débil, quién está cansado, quién herido, quién solo. Luego atacará individualmente. Atacará con rugidos intimatorios, sangrientos zarpazos. Es entonces, durante el ataque, que la instrucción del nuevo cristiano, será expuesta. Si le has enseñado bien, tendrá chance para la pelea. Si fuiste negligente, lo arrastrará hacia la maleza para comérselo vivo.

Cáp. 4:UN ENCUENTRO GARANTIZADO

11Así Satanás no se aprovechará de nosotros, pues conocemos muy bien sus

malas intenciones. (2 Corintios 2)

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Satanás, el león rugiente es un asesino frío y calculador. Es un espantoso y terrible oponente. Pero nosotros no estamos indefensos ante él. Podemos protegernos de este asesino espiritual que mata a nuestros amigos y a las personas que más amamos. Podemos levantar fuertes discípulos, que se enfrentarán al diablo. Sí, podemos equipar a los discípulos para luchar contra él exitosamente.

En esto, no tenemos elección. Las muertes físicas descritas hasta ahora en este libro no se acercan a las abominables torturas que existen en el infierno. Considerar la muerte dentro de la mandíbula de un león puede ser aterrador, pero es muchísimo peor considerar una muerte espiritual en los canales del infierno. Pero, muchos de nosotros, parece que hemos olvidado las batallas de los nuevos cristianos. Nos olvidamos que los jóvenes son un blanco seguro y fácil para nuestro enemigo. No pensamos cómo sería ser cazado, entonces nuestro entrenamiento a los jóvenes discípulos es malo.

¿Por qué Jesús nos manda a enseñarles absolutamente todo? ¿Por qué los apóstoles reunían a los discípulos diariamente? ¿Por qué esta ferviente pasión? ¿Por qué esta preparación tan profunda? La razón de su intensidad es que ellos estaban astutamente advertidos, de algo que nosotros olvidamos: el enemigo. El león se acerca. Cazará y atacará a los jóvenes discípulos. NO puede ser comprado, sobornado, minimizado o esquivado. Ningún hombre puede correr más que él. Estudia cada debilidad. Y atacará con furia e intención de muerte. Los apóstoles sabían esto. Su amor por la iglesia joven se traducía en una intensa preparación para las batalla contra Satanás, que cada discípulo enfrentaría. Hoy, como cristianos debemos imitar esta convicción de los apóstoles. Muchas veces, los discípulos reciben muy poca ayuda. Cuando se encuentran cara a cara con el león, están en un estado espiritual débil y tambaleante. Entonces tratamos desesperadamente de aconsejarlos y avisarles de este momento pero cuando ya es demasiado tarde.

Un entrenador de atletismo. ¿Empezaría a entrenar a su corredor el

mismo día se la carrera? Un profesor ¿prepararía a sus estudiantes solamente en el día del examen? Un soldado, ¿recibiría instrucción de cómo usar su arma en medio de la batalla? ¡Por supuesto que no! Pero es así exactamente como tantos de nosotros nos ayudamos mutuamente. Dejamos que, jóvenes cristianos, se enfrentes al diablo con poca o ninguna preparación. Somos “amigos de crisis”. Si hay una batalla, marchamos para ayudar con escrituras y consejos. Nos damos una palmaditas en el hombro y nos decimos: “¡Que bueno!, lo saque de su problema”. Pero Cristo nos garantizó que estos ataques vendrían. Tal vez, ni siquiera hubiera sido una crisis si nosotros hubiéramos preparado y entrenado con anticipación al joven cristiano.

En muchos pasajes de la Biblia, la colectividad cristiana es comparada con edificios. En 1 Corintios 3:10-15, el apóstol Pablo compara la conversión de discípulos de Cristo a la construcción de un edificio. ¡Ayudar a la gente no es solamente hacerlos cristianos, también hay que mantenerlos en la fe! Es muy parecido a la construcción de una estructura común. “...Pues nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, que es Jesucristo” (1 Co 3:11). Pablo dice que Jesucristo es el único fundamento. Nuestra relación con Dios, nuestras convicciones sobre Jesús; éstos son los ladrillos que deberían sostenernos. Si nuestra fe descansa solamente inspirados del predicador, en el fuego de las canciones o en la cálida confraternidad de la iglesia, eventualmente vamos a tambalear y caer. Cada una de estas cosas son buenas e importantes; pero no pueden reemplazar a Jesús como fundamento. Conocer a Jesucristo por medio de profundos estudios bíblicos y oraciones es el único cimiento que se mantendrá fuerte contra las tormentas.

Estos principios deben ser reflejados en el discipulado a jóvenes cristianos. Ha habido momentos en mi discipulado donde yo tuve “tiempos divertidos” (comer, jugar, cine, etc.) y “tiempos profundos” (¿Cómo te sientes?). Esta era mi idea de cómo discipular. Solamente hablaba de problemas mayores cuando se presentaban. Yo no edificaba en Jesús como fundamento. No daba

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instrucciones detalladas un enseñaba usando las escrituras como lo hacía Jesús. Entonces cuando el león llegaba, lo que yo había hecho no era suficiente. Cuando el león atacó, los jóvenes discípulos fueron heridos y cayeron por no haberlos preparado antes de que llegaran sus desafíos.

Yo compartí la Biblia con Juan (no es su nombre real). Estudiamos las escrituras dos o tres veces por una semana y Juan estaba realmente animado cuando se hizo cristiano. Después de su bautismo, me acuerdo cuando trajo cinco o seis amigos para estudiar la Biblia. Nos juntábamos semanalmente para nuestro “¿Cómo te sientes?”. Pero, tristemente lo único que hacíamos era hablar. Nunca abríamos la Biblia para estudiar. Antes de su conversión, estudiábamos constantemente. Después, dejé su desarrollo espiritual en manos de las lecciones de la iglesia y su propio estudio bíblico. Cuando el león llegó, él fue una presa fácil. Yo sé que Juan se enfrentará con Dios solo y que él debe tomar responsabilidad propia por sus elecciones. Pero ahora sé que podría haber hecho mucho más para prepararlo y que se mantuviera firme, y peleando con fe. “12Sobre este fundamento, uno puede construir con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, paja y cañas; 13pero el trabajo de cada cual se verá claramente en el día del juicio; porque ese día vendrá con fuego, y el fuego probará la clase de trabajo que cada uno haya hecho”. (1 Co 3).

Si construyes mal un edificio, eso será expuesto y el edificio caerá. Pero si construyes con materiales sólidos, entonces permanecerá firme. Pero prestemos atención a lo que Pablo garantizó. Tu trabajo se verá tal cual es. El fuego examinará la calidad de trabajo de cada hombre. No solamente en el día del juicio, también será en esta vida. La rotunda verdad es que cada discípulo será examinado (examinado por el fuego). No debemos esperar que la llamas comiencen para que nos pongamos serios con respecto a la preparación a prueba de fuego del edificio.

En mi camino, vinieron muchos exámenes después de mi conversión. Satanás no se me acercó como un palito

de fósforos sino como un lanzallamas. Después de mi bautismo, de repente, mis ex-enamoradas reaparecieron buscando tener relaciones conmigo. Viejos amigos reaparecieron, queriendo ir a bares o discotecas. Algunos de ellos ridiculizaban mi decisión. Unos pocos dejaron de ser mis amigos. Fue un momento difícil y solitario para mí, yo no tenía ningún conocimiento a cerca de cómo cazaba un león. Él se estaba acercando y quería que corra mirando cómo me movía. Quería ver si titubeaba, me debilitaba o cansaba. Buscaba mis debilidades. Tuve oportunidad de trabajos muy buenos en diferentes ciudades, donde no había iglesia. El fuego de Satanás examinó cada rendija, viga y ladrillo en mi estructura. Alabado sea Dios porque lo soporté con fortaleza. Sí tengo algunas marcas del fuego. Sí, también a veces me equivoque. Pero todavía sigo estando firme y creo que estoy aun más fuerte por la prueba. Yo le doy gracias a Dios por los hombres que me ayudaron durante este tiempo. Sus nombres, pueden ser que no signifiquen mucho para ustedes, pero les debo mi vida. Match Mitchell, Gary Hunmdly y Gary Knutsm me enseñaron y me fortalecieron en muchas ocasiones; cuando fui arrinconado por el león en mis días de joven cristiano. Ellos no querían mirar un video o comer algo solamente. Edificaron con “oro, plata y piedras preciosas”. De tal manera que el edificio quedara a prueba de fuego. Su instrucción y preparación significó mi supervivencia en esos tiempos cuando, enfrenté al león.

Pongamos fin a nuestro discipulado engañoso y débil. No seamos los responsables de un intenso estudio bíblico antes del bautismo seguido de un negligente estudio bíblico posterior a éste. La Biblia compara el cuidado de un joven cristiano a la crianza de un niño (1 Ts 2), construir un edificio (1 Co 3:9-15), y alimentar una familia (1 Co 3:1-2). Todas estas actividades son diarias, no semanalmente. Con un entrenamiento adecuado podemos ayudarnos mutuamente a enfrentar al león.

7Sométanse, pues, a Dios. Resistan al diablo, y este huirá de ustedes. (Santiago 4).

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Cáp. 5:LA MORDEDURA DE TU VIDA

“12¡Pero ay de los que viven en la tierra y en el mar,

porque el diablo, sabiendo que le queda poco tiempo,

ha bajado contra ustedes lleno de furor!” (Apocalipsis 12)

Jesús insistía permanentemente a sus

discípulos sobre la importancia y la realidad del mundo espiritual. Trataba todo el tiempo de hacer que, el cielo y el infierno; ángeles y demonios; Dios y Satanás, resultaran reales para ellos. El cristianismo no es una filosofía de vida, es una clara y descriptiva visión de un mundo que no se ve. Ahora, mientras estás leyendo este libro, estás siendo observado por el enemigo. Sus alias son numerosos y variados: el diablo, Satanás, Belcebú, Lucifer, la bestia, el príncipe de la oscuridad, el león. Te acecha (2 Co 2:12). Está lleno de furor (Ap 12:12). Te odia. Y te observa. Está mirando a tus hermanos jóvenes, también. Los observa de mañana, cuando se despiertan. Con tristeza, escucha las oraciones extensas. Como respuesta a esto, siente la presencia de Dios creciendo cada vez más fuerte. También nota con deleite, cuando los estudios bíblicos son cada vez más distanciados. Ve como ese joven cristiano avanza lentamente en la lectura de las Escrituras. Advierte cuando, algunas veces, prefiere dormir en vez de estudiar su Biblia. Y, aunque el discípulo no admita que esto le pasará, el león toma nota. ¿Es tiempo de dar el golpe? No, todavía no. El león espera el momento oportuno.

La bestia observa a los otros cristianos en la iglesia. Cuando están cantando y disfrutando durante el servicio, piensa: “Esto no es nada bueno...”. Pero, para él es excitante ver que su presa no encuentra los libros en la Biblia. Dice: “¡Tengo uno! Ya tiene dos meses en el Reino y todavía no comprende la importancia de la espada que tiene en la mano”. Ahora la cacería

comienza a tomar forma en su mente. Los cristianos están empezando a ser negligentes con el nuevo discípulo. Nadie está teniendo conversaciones profundas con él. Puede verse feliz por fuera, pero la bestia sabe que está decayendo. Lo ve fríamente, como cuando ve a una cebra enferma buscando a su manada.

Su plan es simple, diseñado para la presa que tiene en mente. Cuando el joven cristiano vuelva de trabajar, habrá una carta de su ex-enamorada o puede ser una sensual caída de ojos de una compañera de trabajo. Ahora el león ataca, tentándolo con placeres carnales como nunca antes lo habría soñado. En este momento es cuando, un joven discípulo, necesita escrituras sobre pureza y fuertes convicciones escritas en su corazón. Todo esto puede ser usado poderosamente para luchar. Lamentablemente, está tan indefenso como ignorante. Para el león, la debilidad es obvia. Las consecuencias son caso inevitables. Elige el placer antes que a Dios. Es un proceso gradual; pronto dejará de asistir a las reuniones de la iglesia. Dejará de orar. No querrá no hablar con sus amigos. Mas tarde, su corazón espiritual dejará de latir. En esos días, algunos discípulos comieron pizza y vieron videos con él, pero el león sabe que él tiene la mejor comida. Sonríe y se desplaza para saltar sobre su víctima.

Cuidar de los jóvenes discípulos es una responsabilidad grande y pasada. Debemos equiparlos para la lucha espiritual. Debemos anticiparnos al ataque. Tenemos que ayudarlos a estar fuertes antes del ataque del león. En Mateo 7:24-25, Jesús describe dos tipos de constructores. El previsor, que construye su casa sobre la roca, es un hombre que escucha el mensaje de Jesús y lo pone en práctica. El otro es el tonto que levanta su casa sobre la arena; escucha el mensaje de Jesús pero no lo practica. Cuando llegue la tormenta y golpee el edificio, la casa del previsor quedará en pie, la otra se caerá. Aunque los dos hombres aquí descritos son totalmente diferentes, tienen algo en común. Los dos recibieron ataques tremendos. Uno se sostuvo, el otro cayó.

Hace algunos años hablé con un cristiano de la ciudad de Nueva York,

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que tenía que ser testigo en un juicio. Les voy a relatar esta triste historia. Un día, él estaba parado en una estación ferroviaria de concreto, cuando observó que un pequeño hombre insultaba a otro mucho más grande que él. El más grande lo levantó y lo arrojó al piso. Tomando su cabeza con las manos, comenzó a golpearla contra el pavimento. La golpeó lenta y repetidamente, hasta que sintió que la nuca quedaba blanda como una almohada. El pequeño hombre yacía inmóvil entre sus manos y murió unos instantes después. Mi amigo vio todo aquello. Esta escalofriante escena me hacía recordar la vida de los jóvenes discípulos. Ellos son avasallados, Satanás los golpea lenta y pausadamente. No tiene misericordia. Es horroroso. Sus zarpazos son golpes mortales. Sus acusaciones son como bofetadas. Su distintivo es la persecución. La pelea ha comenzado.

Las preguntas para casa uno de los que están a cargo de los nuevos cristianos, son: ¿Lo estás preparando para esta emboscada? ¿Estás edificando su fortaleza con alimento sólido? ¿Le estás advirtiendo sobre la dura batalla que Dios garantiza que tendrá? ¿Estás cómodo alimentándolo con pizza y videos en vez de con la palabra de Dios? ¿Estás demasiado cansado para hablar, demasiado ocupado para visitarlo o preocupado como para recordar? ¿No será que tu pereza da como resultado un discípulo totalmente indefenso ante un despiadado y brutal asesino? ¡Despiértate! La guerra espiritual es real. La batalla es real. Acertadamente, las escrituras usan imágenes para despertarnos. El fuego, el león y las dentelladas, describen una realidad de manera que resulte obvia para muchos de nosotros. No vemos al león. Nos olvidamos de que existe el fuego. Olvidamos el horror de ser cazados y devorados.

Ahora, nuestra necesidad no es sentirnos culpables, tampoco debemos sentirnos indignados. Pero, ¿Quieres ayudar a un joven cristiano? Ten en cuenta que no se trata de tener un encuentra semanal. Te estás ofreciendo voluntariamente a entrenarlo para la lucha por su vida. Los nuevos discípulos necesitan de tu amor o ayuda, tu

consejo, tus oraciones y de tu consuelo. No les des órdenes ni los mandonees. No eres Jesús. Por el contrario, ¡ayúdalos a prepararse para las acusaciones y las batallas que vendrán en su camino! Deja que las escrituras suenen en sus oídos como el amor de sus nuevos hermanos y hermanas. Palabras como “todo”, “todos los días”, “estemos juntos diariamente”, “el león”, “fuego”, “dentelladas”, necesitan grabarse en tu corazón.

En este punto alguien podría preguntar, “Este mensaje se trata de que debemos ayudar al débil, ¿no es verdad?”. No. El punto no es ayudar solamente al débil. Todos ya deberíamos saber que debemos ayudar al débil. En verdad, a lo que yo apunto aquí, es a la urgencia en la preparación de todos, débiles y fuertes, para las pruebas de fuego que van a venir. No dejes que el león sorprenda a tus hermanos. Por lo tanto, prepáralos:1. Profundiza con ellos en las

Escrituras. Mientras más profundo lleguen con la palabra de Dios, mejor. Ayúdalos a entender los milagros, parábolas y mensajes de Jesús, enséñales a cerca del día de Pentecostés, de los profetas menores y mayores, como también las epístolas. Enséñales las evidencias, la historia de la iglesia y tus pasajes favoritos en la Biblia. Cuanto más profundo llegues, menos vulnerables serán a los ataques de Satanás.

2. Llévalo contigo a todas partes. Entusiasmar a alguien para que evangelice y ore todos los días puede ser una tares verdaderamente desafiante. Es como decirle a una persona de sesenta años que pinte una obra maestra, o que aprensa a nadar en treinta minutos. Podrían mirarte hacerlo, pero eso no significa que lo puedas hacer por sí mismos. Debes caminar con él. Dale sugerencias amables. Anímalo en sus victorias. Ayúdalo estando con él. Decimos demasiados “que”, sin mostrar “como”.

3. Pon tu propia vida en orden. Deben tener tiempos tranquilos para poder aprovecharlos completamente. Tú debes evangelizar personalmente para enseñar a otros cómo hacerlo. La gente no va a hacer lo que tú digas, hará lo que tú hagas.

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Asegúrate que tu propio ejemplo sea una inspiración para ellos.

4. Ora. Ora fuerte. Ora como loco. Pablo, en Romanos, pide “que se unan conmigo en esta lucha al orar a Dios por mí” (Ro 15:30). Únete en la lucha que enfrenta un nuevo cristiano. Hazlo en oración.Finalmente, indígnate. Y que, de esta

indignación, fluya una fuente de amor, ayuda y preocupación, que perdure en la vida del joven cristiano, en cada lugar. El león está llegando. Prepárate ahora. Cuando llegue será muy tarde para empezar.

Cáp. 6:VICTORIA EN EL PARQUE KRUGER

18Jesús les dijo: Sí, pues yo vi que Satanás caía del cielo como un rayo.

(Lucas 10)

Harry Wolhuter había terminado su patrullaje diario en el Parque Kruger de Sudáfrica, y ahora se dirigía rumbo a su casa. Era una fría tarde de invierno, en agosto de 1903, y Wolhuter, un guardaparques en ese mundialmente famoso parque de juegos, montaba su caballo, a la cabeza de sus compañeros, seguido por su abnegado perro, Bull. Conocía muy bien el área, y le encantaba andar bajo las estrellas. Esperaba la cabalgata final, después de un día duro. Estaba cansado y sediento, pero a sólo diez kilómetros de allí se encontraba su campamento y el pozo de agua. Se sintió más aliviado, y comenzó a relajarse y disfrutar del paisaje, mientras su caballo lo llevaba de vuelta a casa.

En agosto el pasto es ocre y crujiente. Frecuentemente se prende fuego y como consecuencia, pequeños montículos de hierba seca, ardiendo, van dejando zonas de pasto quemado. Wolhuter pasaba por esa zona de pastos altos y secos, con grandes áreas de terreno quemado. Más adelante, escuchó un crujir entre las hojas. Sospechó que podía ser alguna clase de antílope. Esperó a que el animal escapara, perdiéndose en la noche. Pero, al avanzar no percibió ningún movimiento. Trató de observar bien

entre el pasto y los arbustos que tenía frente a él. La noche engañaba a sus ojos, y mientras el caballo avanzaba, dos arbustos comenzaron a transformarse. Estaba solo a seis pasos de ellos, cuando su cerebro, finalmente, interpretó la escena que tenía en frente. No eran dos arbustos. Eran dos leonas agazapadas y listas para saltar.

No había tiempo para alcanzar el rifle. Desesperadamente tiró de las riendas tratando de virar con el caballo. Al darse vuelta, Wolhuter tambaleó por el impacto del zarpazo del león que los alcanzó a los dos, cayendo sobre su espalda y también sobre el lomo del caballo. Inmediatamente el caballo se paró sobre sus patas traseras, expulsando el rifle, que salió volando y se perdió en la oscuridad de la noche. Wolhuter cayó hacia la derecha, el león quedó a la izquierda. Quedó tirado sobre un montón de pasto seco, conmocionado por el impacto. No pudo ver al león. De hecho no hubo tiempo de mirar. Wolhuter se había caído prácticamente encima del segundo león, que había avanzado hasta alcanzar el cuello del caballo.

El león hizo, simplemente un cambio de rumbo y clavó sus dientes en el hombro derecho de Wolhuter. Los colmillos penetraron la carne, cerrándose sobre su hombro y su brazo como una trampa. David Livingston escribió que cuando fue mordido por un león, no sintió ningún dolor. Un vago desvanecimiento, tal vez. Wolhuter, sin embargo, sintió un acuciante dolor a través de todo su cuerpo cuando el león lo mordió. Parecía que cada célula nerviosa de su cuerpo explotaba, como una tortura. Y, para empeorar las cosas, el león no iba a comérselo allí mismo. La bestia comenzó a arrastrarlo por el pasto.

Mientras tanto, el caballo huía de la ardiente persecución del león, seguido por el perro. Wolhuter se quedó solo, en las fauces de su asesino. Mientras el león lo arrastraba, su mente trataba de encontrar un posible plan de ataque. Había escuchado viejas historias que decían que si tú golpeas a un león en la nariz, deja cualquier cosa que tenga en su boca, para estornudar. Pero pronto se dio cuenta que el león lo volvería a atrapar, probablemente mordiendo su

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cabeza. Wolhuter estaba realmente en peligro. Su hombro derecho estaba atrapado entre los dientes del león, que lo llevaba, arrastrando sus piernas y su espalda por el pasto, prácticamente bajo el cuerpo del animal. Su cara estaba dentro de la sucia y maloliente cabellera. Lo que más lo atemorizada era que empezara a devorarlo mientras todavía estuviera con vida.

De repente se acordó de su cuchillo; tenía una hoja de 15 centímetros que estaba envainada en su cintura, del lado derecho. Se preguntaba si estaría en su cartuchera, después de todo, o si se habría abierto y caído. Con su brazo derecho totalmente inutilizado, comenzó a rodear su espalda con el izquierdo para tantear si el cuchillo estaba allí. Allí estaba. Lo agarró por el mango, mientras una intensa ola de dolor recorría su cuerpo. Casi milagrosamente, lo desenvainó y lo llevó hacia su lado izquierdo. Sabía que tenía una o dos chances de apuñalar al león. No alcanzaba solo con lastimarlo. Debía encontrar su corazón y herirlo de muerte. Mientras agarraba el acuchillo, tanteaba con su mano, buscando el lugar apropiado en el pecho del león.

Con sus últimas fuerzas, apuñaló al león en lo que él esperaba que fuera su corazón. La hoja se hundió profundamente. La sacó y rápidamente la hundió otra vez. El león gimió y cayó sobre el pasto. Sin perder tiempo, le abrió la garganta, sintiendo la sangre caliente corriendo por su brazo y su pecho. Asombrosamente el león trastabilló y cayó, soltando a Wolhuter en el camino. El guardaparques tambaleaba mientras gritaba determinadas palabras al león que se escabullía bajo un arbusto. No fue hasta ese momento que se acordó del otro león. Sabía que volvería. Por eso, Wolhuter corrió atrás de un árbol y con sólo un brazo logró trepar tres metros y medio y se ubicó entre dos ramas. Como era seguro, el león apareció. Mientras uno estaba moribundo sobre el pasto, el otro se aproximaba olfateando la sangre del hombre.

Llegó a un punto donde la sangre del león iba hacia un lado, y la del hombre hacia el otro. Siguió la sangre humana hasta llegar al pie del árbol. Se paró poniendo sus dos patas sobre el árbol y

rugiendo fuerte. Wolhuter sintió que eso era todo. Si él se había podido trepar al árbol, seguramente el león también podría (por lo menos sacudiría el árbol hasta que se soltara). Se devanó el cerebro pensando pero nada le vino en mente. Fue el momento en que su perro. Bull llegó e inmediatamente lo incitó a atacar al león. El perro logró mantenerlo a distancia por caso una hora, hasta que llegó el resto de los invitados. Encendiendo una fogata para mantenerlos lejos al león, el equipo de rescate logró bajar a Wolhuter del árbol. Estuvo cinco días viajando hasta llegar al hospital. Pero sobrevivió al ataque y a una terrible infección. A pesar de que su brazo derecho fue seria y permanentemente dañado, se considera afortunado. No solamente continúa trabajando de guardaparques, sino que además vivió sesenta años más para contar la historia. La piel del león muerto luce colgada en la pared de su casa.

Entonces, ¿quieres discipular a alguien? Me he pasado la mejor parte de este libro alarmándote para que actúes. Si no hacemos nada para protegernos y proteger a otros, la matanza continuará. Pero si seguimos el plan de Dios y el ejemplo de disciplina que nos dejó Jesús, podemos poner en fuga al león. Harry Wolhuter nos ha mostrado que el león africano no es invencible. Los discípulos debemos estar bien equipados para derrotar a nuestro temible enemigo espiritual, tanto como él debe estarlo. En verdad, déjenme ir un poco más allá. No es el león el invencible. Los cristianos, si confiamos en Dios, y seguimos el ejemplo de Jesús, somos invencibles.

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Cáp. 7:VICTORIA DE JESUS

8Precisamente para esto ha venido el Hijo de Dios: para deshacer lo hecho por

el diablo. (1 Juan 3)

El sol estaba ocultándose una vez más, en Nairobi. El calor del día iba disminuyendo, pero eso era a penas un pequeño consuelo para los que estaban atascados en medio del tránsito congestionado. Shem estaba sentado en su auto, en Ngong Road. Avanzando poco a poco. Echó un vistazo sobre el matatu (ómnibus) que estaba parado junto a él. Enlatados como sardinas, llevaba pasajeros hacia algún barrio de las periferias. Mientras el tránsito avanzaba. Shem pensaba en lo lejos que había llegado en Kenia.

Nairobi tiene un índice de desempleo que llega al cuarenta por ciento. Aquellos que trabajan ganas de treinta a cien dólares al mes. Miles viven en la más absoluta desesperación sin recibir ningún tipo de ayuda. Pero Shem no. Él había “llegado”. Manejaba su propio auto hacia su casa construida en su propio terreno. Allí lo estaba esperando su cena, sobre su fina mesa, servida por su bella esposa. Sus negocios habían andado tan bien que hasta había instalado teléfono en su casa. ¡Qué diría la gente del barrio si lo supiera! ¡No sólo tenía teléfono si no que además funcionaba! La vida le sonreía. A Shem le gustaba ir a las carreras de caballos

los fines de semana. A veces ganaba. Frecuentemente perdía. Pero todo estaba bien, podía sostenerlo. Se había vuelto un experto apostador. Ya conocía a varios caballos y sus jockeys y ocasionalmente acertaba en grande. Pensaba que había “llegado alto”.

Todo comenzó en su trabajo, cuando terminaba el día. Sus ojos parecían tener inconvenientes al enfocar la visión. Pronto comenzó a tener dificultad para ver, sobre todo si estaba cansado. Las rutas se iban transformando en un problema para Shem a medida que su visión disminuía. Más tarde describiría su experiencia: “Era como si se derramara lentamente, leche sobre el agua”. Shem se estaba quedando ciego. Trató de superarlo consultando médicos pero no podían curarlo ni detener su ceguera progresiva. Estaba asustado. Kenia no tenía seguro social, ni programas para discapacitados. Su vida entera comenzaba a derrumbarse frente a él. Lo primero que perdió fue su auto. Incapaz ya de manejar, lo vendió y comenzó a viajar en bus. Su trabajo se tornaba cada vez más difícil. Sus empleados de confianza le robaban, y Shem simplemente no podía dirigir su tienda eficazmente. Y así como sus negocios iban decayendo, de igual manera ocurría con su capacidad de pagar sus cuentas. Su situación económica era cada vez más apretada. Perdió el teléfono. Perdió su casa. Pero lo pero de todo fue que también perdió a su esposa. Fue el punto absolutamente más bajo en su vida. Había llegado a un lugar donde nunca hubiese querido llegar. Lo había perdido todo.

Ciego, amargado y abatido, se mudó a un barrio bajo de Nairobi, llamado Kibera. Allí, aproximadamente trescientas mil personas trataban de mantenerse en pie dentro de la gran ciudad. En aquel lugar la protección policial era una broma, no había servicio de recolección de basura, y el sistema sanitario consistía en sacar los desperdicios en cajas hacia fuera, hasta una acequia que arrastraba todo calle abajo. Aproximadamente cada veinte casas había un caño de agua de muy baja presión para abastecerlas. Las tubos que conducían el agua potable corrían entre medio o al lado de acequias abiertas de aguas servidas.

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Todo esto, cada tanto, contribuía a la expansión masiva de enfermedades. Exceptuando a los distribuidores de drogas que tenían hasta teléfonos celulares, Kibera no tenía ningún tipo de servicio telefónico ni eléctrico. Parecía que la única esperanza que podía tener Shem era la pista de carreras. Obligado a vivir entre la suciedad, sobrevivía ayudando a los apostadores. Aconsejaba sobre la mejor apuesta y luego simplemente esperaba una propina o una limosna. Era su único medio de supervivencia.

En África el único seguro social era tener una gran familia, pero la suya lo había rechazado después de perder su vista. Para él la vida había dad una vuelta cruel y amarga. Era un hombre viejo y ciego que a penas subsistía. La vereda de su pequeña casa no estaba pavimentada, por lo tanto cada vez que llovía se transformaba en un desastre a causa del barro. Una cloaca expuesta corría a través de una zanja abierta, frente a su puerta. Las paredes de su casa eran de barro. El piso, de tierra. La única ventana no tenía vidrio y el techo era una simple chapa de lata corrugada. Caliente como el fuego, en el sol, y totalmente ineficiente bajo la lluvia, la casa solamente era un poco más fresca de noche. Aún así, Shem cerraba la puerta destartalada con un pequeño candado cada vez que salía. Su mobiliario consistía en un viejo catre de campaña y una simple cocina. Cada vez que cocinaba todo el lugar se llenaba de humo. Para traer agua, debía caminar calle abajo hasta el caño más cercano. Tenía un par de camisas y algunos pantalones que colgaba de clavos, en las paredes. Un saco raído y gastado era el único recuerdo de un pasado próspero que había conocido. A veces, agobiado, simplemente se sentaba sobre el catre y lloraba. Las lágrimas caían de sus ojos ciegos sobre el piso sucio, mientras trataba de encontrarle sentido a todo aquello. Sabía muy bien lo que era vivir en la oscuridad.

Un día, a principio de 1990, unos discípulos lo encontraron y lo invitaron a una charla bíblica. No era particularmente religioso, pero concurrió movido mayormente por la curiosidad. Durante la charla se sintió confortado por aquel Jesús que

descubrió en la Biblia. Pronto estuvo estudiándola regularmente con un discípulo, Richard Alwaye. En Julio de 1990, Shem salió de su oscuridad espiritual y fue bautizado en Cristo. Un día glorioso, pero fue sólo el comienzo.

Inmediatamente el león comenzó a acecharlo. Furioso por la pérdida de su presa, el voraz apetito del enemigo reclamaba a Shem con todas sus fuerzas. Observaba de cerca al joven y ciego cristiano, con una mirada inflexible y en blando y negro, para descubrir cada debilidad. Los hermanos más allegados a Shem, sin embargo, no estaban ciegos ante su estado espiritual. Tenían un saludable respeto hacia el león y sabían que el ataque era previsible e inevitable. Sabían que el reloj corría. Shem, como todo joven cristiano debía parase rápidamente sobre sus nuevas piernas espirituales y correr con la manada. Afortunadamente él reaccionó: Habiendo sido abanadonado por su familia, estaba conmovido por el amor y el cuidado de sus nuevos hermanos en Cristo. Los hermanos fueron tanto sacrificados como resolutivos. Deben haber noqueado al león cada mañana al ir a la casa de Shem a leerle las Escrituras. Él escuchaba atentamente. Memorizaba pasajes. Profundizaba con los hermanos en la palabra de Dios, de mañana y de noche. Su conocimiento de la Biblia lo condujo rápidamente a un acelerado crecimiento.

Shem necesitó ayuda para subir al autobús y también en los servicios de la iglesia, por lo tanto cada domingo y cada miércoles un discípulo le daba una mano para llegar hasta el servicio. Pero eso no fue todo, Shem empezó a salir a compartir su fe con los hermanos. Parado sobre sus propias piernas, andaba entre sus vecinos hablando a quien quisiera oírlo. Trajo muchas personas a la iglesia. Estudió la Biblia y bautizó a muchas de ellas.

Conocí a Shem a principio de 1990, cuando nos mudamos con mi familia a Nairobi. Yo lideraba una charla bíblica en Kibera y diariamente iba a evangelizar. Kibera no estaba poblada por los ricos y brillantes de Kenia. Estaba compuesta por miles de personas amontonadas luchando por sobrevivir. Fue allí donde yo aprendí sobre África.

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Antes de que yo aprendiera a hablar en swahili, Shem me traducía. Solíamos hablar hasta tarde, durante las noches, a cerca de la vida en África. Comíamos “dengu” y “chapatis”, mientras discutíamos sobre hechicería, poligamia, el tribalismo y la corrupción en el gobierno. Salíamos a la calle a predicar. Nuestra rutina era casi única. Yo comenzaba en ingles, con un traductor en swahili. Se reunía siempre una gran cantidad de personas. Luego cambiábamos. Yo hablaba swahili y él traducía al ingles. La gente quedaba noqueada. Estaban atónitos de ver a aquel mzungu (hombre blanco) que había llegado a Kibera y hablaba su lengua. Gracias al amor y a la determinación de los hermanos de Kibera, Shem creció rápidamente.

Si bien nosotros impulsamos en África a que cada discípulo recibiera treinta minutos semanales de estudios bíblicos con algún hermano, los hermanos fueron más allá. Lo amaron y discipularon como Jesús lo habría hecho. Por lo tanto, a pesar de sus particularidades, Shem se levantó y se convirtió en uno de los pilares del ministerio de Kibera. Comenzando con solo cuatro cristianos, después de tres años crecieron hasta ser ciento cincuenta discípulos. Shem todavía esta en Kibera. Acompañado de un discípulo, camina las polvorientas calles entre las chozas, invitando a las personas a charlas bíblicas. Actualmente lidera dos. A pesar de que nunca pudo tomar notas debido a su ceguera, él simplemente habla de su corazón. Sus conocimientos de la Biblia son formidables. Una noche pidió que se leyera el Salmo 51. Cuando el discípulo comenzó a leer, Shem levantó su mano y dijo: “Deténgase, ese es el Salmo 52, yo pedí el 51”. Aunque puede estar viejo y ciego, todavía es agudo como una espada y lleva las Escrituras grabadas en su corazón y en su mente.

Creo que el león nunca estuvo cerca de la victoria con Shem. Oh, sí, él tenía sus luchas, pero gracias a que sus hermanos estuvieron cerca y lo amaron profundamente, creció cada vez más fuerte. Hermanos como Joseph y Caxton que lo discipularon siguieron simplemente las instrucciones de la Biblia. “Todos los días” se esforzaron por

enseñarle todo lo que Jesús había mandado. Algún día podrás ver a Shem en el cielo, si no lo puedes conocer aquí. Obviamente está muy animado de llegar allí. A pesar de ser cristiano por años, él nunca ha visto el rostro de otro cristiano. Nunca ha avisto las caras de quienes lo protegieron del león. Pero ha sentido por ellos un profundo amor. Supongo que de eso se trata.

Tan poderoso como puede ser un león, tan débil y vulnerable como puede aparentar ser un hombre, nunca podrá detener a un discípulo. Un león no puede parar a quien está guiado por el Espíritu Santo. Tampoco a quien está armado con la palabra de Dios y rodeado por sus hermanos y hermanas. Si el león es poderoso, Jesús lo es aún más...

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