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Espías vascos Mikel Rodríguez

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Espías vascos

Mikel Rodríguez

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Edición:Editorial Txalaparta s.l.

Navaz y Vides 1-2Apdo. 78

31300 Tafalla NAFARROA

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Tafalla, abril de 2004Segunda edición de Txalaparta

Tafalla, junio de 2004

Copyright© Txalaparta para la presente edición

© Mikel Rodríguez

FotocomposiciónNabarreria gestión editorial

ImpresiónGráficas Lizarra

I.S.B.N.84-8136-362-6

Depósito legalNA-1806-04

Título: Espías vascosAutor: Mikel RodríguezPortada: Esteban Montorio

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En la pública luz de las batallasOtros dan su vida a la patria

Y lo recuerda el mármol

Yo he errado oscuro por ciudades que odioLe di otras cosas

Abjuré de mi honorTraicioné a quienes me creyeron su amigo

Abominé del nombre de la patriaMe resigné a la infamia

J. L. Borges

Quince Monedas

El espionaje, una más de tantas actividades practi-cadas por los seres humanos en el terreno de la política,la estrategia militar o la economía. Tan vieja como el comero el fornicar. Nuestra especie no se hubiese desarrolladosin esta capacidad, típicamente humana: la domestica-ción de los animales, el cultivo de la tierra o la forja demetales tuvieron su génesis en la observación del entor-no. Miembros de otros grupos humanos copiaron poste-

Introducción

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riormente esas habilidades a sus vecinos, como siglosdespués harían con las técnicas de fabricación de la por-celana, las anclas o los espejos. O los microchips y losavances genéticos hoy en día. No discutiremos aquí la li-citud de su actuación. La misma Biblia contiene muchasoperaciones de espionaje. Sus acciones se conviertenen delito cuando así lo deciden los gobernantes, juecesy legisladores.

Pero lo habitual no siempre implica normalidad y lafigura del espía puede ser cualquier cosa menos asépti-ca. En su variante individual, el espía atrae, como todoaventurero, un héroe a quien cada imaginación cargarácon adjetivos a gusto del consumidor: sofisticado, cíni-co, atractivo, atormentado, seductor, inteligente... Si setrata de su variante más baja, la del delator o del chivato,la valoración habitual será otra: indigno, rastrero, débil,venal, cobarde, traicionero... Por supuesto ninguna de es-tas caracterizaciones resulta objetiva y tienen poco quever con la realidad.

Una advertencia que resulta conveniente hacer ya–por si el lector está ojeando este volumen en una libre-ría o una gran superficie– es que las historias de espíasrepletas de sexo y violencia son más propias de las no-velas y del cine que del libro de historia. En la realidaddel espionaje hay una cuota de sexo y violencia, sí, perolas labores de información son actividades más empa-rentadas con el periodismo –el de investigación, no elrosa– o con el trabajo de bibliotecarios, archiveros e in-formáticos. Una rutinaria extracción y catalogación dedatos nada espectaculares es el principal quehacer dia-rio de todas las agencias de información. Esto es un librode historia así que, además de veneno, puñal, escote ysábanas de satén, habrá páginas sobre códigos y lecturade anodina prensa extranjera. Si alguien está buscandoel manual de la Escuela de Seducción del KGB en Byko-vo, donde para graduarse había que lograr hacer el amorcon cinco mujeres distintas sin que te sonsacasen, aquíno lo hallarán. Si no es lo que buscan, espero que esténa tiempo de no comprar el libro.

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Eso sí, no hay que confundir el tedio y la rutina conla atonía. El espionaje siempre implica tensión y peli-gro. Incluso al más alto nivel. Si no, que se lo digan a losdirigentes de los servicios secretos soviéticos: su funda-dor, Dzerzhinsky, murió de un ataque cardíaco tras unareprimenda de Stalin. Yagoda, Berzin y Beria fueron eje-cutados y Yerzov se ahorcó.

Otro tópico que toca deshacer ahora para que nadiese sienta engañado, es el de que los espías son seresexcepcionales. Ésta es una historia de hombres y muje-res normales. Y los que se distinguen, a veces, es por lorisible o lo patético. El factótum de la OSS –el serviciode inteligencia precursor de la CIA– durante la SegundaGuerra mundial en Bilbao, Earl Fuller, demuestra que lasofisticación y el valor son cosas de 007, no del espíareal: «Fuller tuvo, en cierta ocasión, un incidente en Ma-drid muy gracioso, que demostraba qué clase de perso-na era: un americano bruto, campechano, sin pulir. Undía fue a Madrid, como íbamos todos de vez en cuando,a hacer consultas o a recibir instrucciones. En aquellaocasión se alojó en el Hotel Palace. Cuando se fue a dor-mir, dejó los zapatos fuera para que se los limpiasen. Ala mañana siguiente, cuando fue a recogerlos, descubrióque no se los habían limpiado. Entonces vio que en elpasillo había un hombrecillo asiático con chaqueta blan-ca, que llevaba unas botas de montar. Pensando que erael mozo del hotel, le gritó: “¡Oye, chinito, ven aquí y lím-piame los zapatos, que no me los has limpiado!”. Resul-tó ser el agregado militar japonés que, furibundo, entróen su habitación y salió corriendo con un sable desen-vainado. Fuller se refugió en su cuarto, cerrando la puer-ta con tres vueltas de cerradura. No salió en toda lamañana por si le estaba esperando el japonés. Aquellose comentó mucho en los círculos diplomáticos madrile-ños». Desde luego, la escena de un pequeño japonés fu-ribundo con la katana desenvainada persiguiendo porlos pasillos del hotel a un chicarrón californiano parecemás extraída de una película del inspector Clouseauque de James Bond.

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La visión que tenemos de las organizaciones de es-pionaje es más monocorde: a casi nadie le agradan. Estasiglesias secretas, más allá del bien y del mal, mezcla deKafka y Buñuel, se asemejan a una mera suma de engra-najes bien engrasados que no se dirigen hacia ningún si-tio concreto, pero que destrozan a quien pillan pordelante. Aquí hay que aclarar que, aunque la figura delespía es antiquísima, su institucionalización es muy re-ciente. Hasta hace siglo y medio sólo existían la Ochranazarista y el Intelligence Service británico. Pero para 1900todos los estados importantes se habían dotado de ser-vicios permanentes de espionaje. España, en su línea deretraso, no organizó un servicio de inteligencia de formadefinitiva hasta 1936. Primero se denominó Segunda-bis,al ser la información competencia de la Tercera Seccióndel Estado Mayor. Posteriormente, adoptarán las siglasSECED, CESID y CNI.

Por lo general, durante el siglo pasado los espías de laSegunda-bis parecieron un calco sin gracia de los agentesde la TIA, Mortadelo y Filemón. Significativamente, el jefedel MI-6 en Bilbao, Arthur P. Dyer, no nombra en sus me-morias la existencia de este servicio de inteligencia.Como anécdota surrealista, el general Muñoz Grandes sereunía con el jefe de la Segunda-bis, el teniente coronelArozarena, antes del Consejo de ministros... ¡para pregun-tarle por el precio de la merluza en el mercado central osobre qué estaban pensando unos mineros encerradosen huelga entre las tinieblas de un pozo! En 1970 se pro-dujo una reorganización total, trasladándose el capitánMarquina a Israel para copiar el organigrama y métodosdel Mossad, el cual, sorprendentemente, también aseso-raba al PNV. Pero, vistas algunas de las últimas accionesde los agentes españoles, como las chapuceras escuchasen la sede de Herri Batasuna de Gasteiz, no parecen serbuenos alumnos. En cualquier caso, los espías viven entrenosotros, porque desde 1970 el CESID tiene base en Gas-teiz y subdelegaciones en Bilbao, Donostia e Iruñea.

Euskal Herria, con su larga trayectoria histórica y suposición estratégica entre los dos estados más viejos de

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Europa, siempre ha resultado un lugar idóneo para elespionaje. Existe el tópico de que los vascos han sidograndes espías. Desde el marqués de Castejón, ministrode Marina de Carlos III, que creía que nadie como un viz-caíno para estas labores: «Los vizcaínos son hombrescapaces de todo y muy a propósito para el fin, por su ca-rácter silencioso, su habilidad, su genio laborioso, sufri-do a los trabajos para lograr los altos e importantes finescomo es éste...» hasta el propio MI británico. Cuando losingleses tuvieron que inventar una identidad ficticiapara proteger a Garbo, el espía más decisivo de la Se-gunda Guerra mundial, crearon a Cato, un joven naciona-lista vasco, vástago de una familia de pequeñosindustriales de Bilbao. Incluso lo rodearon de una corteimaginaria de nacionalistas galeses y escoceses y en losaños cincuenta lo mataron de malaria en Angola. Hastahace unos pocos años no se aclaró la verdad: Garbo noera vasco, se llamaba Juan Pujol, y todavía vivía.

En el libro no hemos querido evaluar al espionajevasco con la calificación de sobresaliente ni con ningunaotra. En parte porque es común entre los espías, a losque se supondría ecuánimes y objetivos, la exageracióny atribuir a su actuación hasta los eclipses y las tormen-tas. Pasados unos años –o unos siglos– resulta imposibleestablecer el porcentaje que debe el devenir histórico asu acción. Nos parece mejor que cada lector busque suadjetivo y ponga su nota al terminar el libro.

Sí adelantamos que la tipología del espía vasco esvariadísima. Hay mujeres fatales, como la seductora ymalvada condesa Marga d´Andurain, y santas austeras,de virtud probada, como Ramona Arregui. Las andanzasde héroes como Higinio Uriarte se alternarán con traido-res como José María Urkijo, Kinito. La figura del infiltradoserá la de mayor recorrido cronológico, desde el Medie-vo hasta Mikel Lejarza, un euskaldun de 25 años agentedel SECED que, en 1973, se infiltró en ETA y a cuyas in-formaciones se atribuye el desmantelamiento en 1975de la cúpula de la organización y la detención de 150 mi-litantes. Las implicaciones de sus actividades al parecer

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llegaban muy lejos. En 1975 facilitó a ETA la dirección y elcalendario con que el jefe de Gobierno, Arias Navarro, vi-sitaba a su amante en Alpedrete. Alguien del SECED de-seaba un magnicidio para crear un nuevo escenariopolítico.

Algunos eran profesionales, muy profesionales,como los tenebrosos, con sus flamantes máquinas de des-criptar Kryha y sus contactos con la CIA. Otros unos ama-teurs, como el grupo de las chicas, voluntarias armadassólo de ganas de aportar algo a la causa. Algunos, dile-tantes, como los aristócratas y burgueses que desde SanJuan de Luz buscaban derrocar la República o como sushijos –Javier Satrústegui o Antonio Menchaca– quienesdesde sus eternos veraneos conspiraban para derribaral Caudillo. Bastantes estaban con los buenos –comoDelia Lauroba– y otros, como Ricardo Nalda, creían es-tarlo. Muchos se habían vendido al lado oscuro. La listaes larga: el capitán Zulueta, Raimunda Amarandain, Car-los Imaz... Por el contrario, otros carecían de toda impli-cación política, eran meros espías industriales. Que nosperdonen los armeros de Eibar y Soraluze, pero tene-mos que preguntarlo: el revólver de seis disparos quepatentaron en 1835 o la pistola ametralladora de tiro se-lectivo diseñada en 1931, ¿eran fruto exclusivo de su in-genio o tenían algo de copia?

Hay quien obtuvo la gloria de la inmortalidad, comoel genial Aviraneta, mientras que a otros los hemos res-catado del olvido. Finalmente, algunos seguirán siendofiguras polémicas, como Jesús Galíndez o Antonio Irala,mientras que otros, a la postre, fueron esfinges sin mis-terio, como el inexistente Cato.

Para escribir este libro, que es la primera monografíasobre la historia del espionaje en Euskal Herria, ha habi-do que superar algunas dificultades. No lo decimoscomo mérito especial, sino para explicar las limitacionesde la obra. El primer problema fue delimitar qué temasiban a ser tratados. El espionaje presenta un abanicomuy amplio, desde el voyeur de vecindad hasta la red deinformación gubernamental mejor organizada, pasando

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por el espionaje industrial, el confidente policial o el al-ter ego de los espías: los agentes del contraespionaje.Muchos de estos personajes se encuentran entre difu-sos límites y resultaba difícil decidir si incluirlos o no.

Otra cuestión todavía más complicada era delimitar“quién es vasco”. Como todos los términos identitarios,la palabra es muy ambigua. La información que poseía-mos de muchos personajes se limitaba al apellido. Crite-rio de lo más endeble, porque actualmente hay cuatromillones y medio de personas en el Estado español conuno de sus dos primeros apellidos euskaldunes, de losque el 75% vive fuera de Euskal Herria. En Nafarroa, don-de se dan los mayores porcentajes, no pasan del 55%. Yen lugares tan distantes como Albacete llegan al 15%. Asíque, a falta de otros datos, resultaba imposible saber siun apellido vasco se correspondía con una persona per-teneciente a esta comunidad. Miquel Ezquerra, agentede los servicios secretos nazis, que escapó de las ruinasde la Cancillería de Berlín el 30 de abril de 1945 al gritode «maricón el último», ¿era vasco? Fueron necesarias ar-duas pesquisas para descubrir que se trataba de un ara-gonés y, por lo tanto, sus andanzas quedaban fuera de lamateria de este libro. Ni siquiera conocer el lugar de na-cimiento es un criterio válido. Jesús Galíndez nació enMadrid y, si él no era un espía vasco, ¿quién lo era?

Si en la mayoría de los casos desconocemos dóndenacieron los personajes, menos sabemos si se sentíanvascos, españoles, franceses o compartían varias de es-tas identidades. Éstas son preguntas del Euskobaróme-tro, que sólo pudieron hacerse desde finales del sigloXX. Probablemente no habremos incluido en la nóminade nuestros espías a alguno por apellidarse Rodríguez oGarcía, mientras que habremos escrito sobre Otxotore-nas o Antxustegietzartes nacidos en Jaén.

Finalmente, también había que plantearse hasta dón-de íbamos a profundizar en el apartado técnico. ¿Íbamosa aburrir a los lectores explicándoles los métodos de cifray la fórmula de la tinta simpática o debíamos soslayar las

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cuestiones técnicas, como si se tratase de las tripas de unordenador?

Además de las cuestiones de contenido, estaba elproblema de las fuentes. A los historiadores nos ayudamucho poder partir de las obras previas y aquí no las ha-bía, salvo para el período de la Guerra Civil. A diferenciadel servicio secreto británico, que ha dado mejores es-critores que agentes –los espléndidos Daniel Defoe,John Le Carré, Graham Green o Ian Fleming– ningún es-pía vasco nos ha dejado sus memorias. Más bien al con-trario, han pecado de un exceso de discreción, a vecestotalmente injustificado, que enmaraña la verdad. La vi-sita a los archivos no aclara muchas cuestiones, pues elespionaje deja un gran vacío documental debido a lascondiciones de la clandestinidad. Los fondos más jugo-sos, Washington y Moscú, descatalogan con cuentagotasy no entiendo una palabra de cirílico. Cuando ha sidoposible, hemos intentado soslayar esta cuestión acu-diendo a los protagonistas y, sorprendentemente, he-mos encontrado algunos agentes que quisieron hablarcon nosotros. Éstas son las cortapisas del libro, por lasque no pedimos disculpas, pero que debíamos aclarar.

Finalmente, es inevitable hacer algunos reconoci-mientos, porque “es de bien nacidos el ser agradeci-dos”. En primer lugar, a los protagonistas que quisieroncompartir su tiempo, contándonos sus experiencias enlas redes de información. También a Amaia Arregi, quecon su buen criterio ha reorientado algunos comentariosdesmesurados o simplemente incomprensibles del au-tor. Y, cómo no, a la comunidad virtual de Internet, queme aclaró cuestiones que nunca habría discernido pormí mismo, como las relativas a la criptografía.

¡Que se levante el telón y comience la obra!

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¿Dónde empezar cronológicamente nuestra his-toria de espías? Aunque es probable que los autores deSantimamiñe copiaran la técnica de obtener pigmentosde la horda vecina o que las bandas bagaudas tuviesenojos en los latifundios del valle del Ebro, no hay restosdocumentales de todo ello. Las crónicas comienzan aaportar datos tímidamente después del año 1000. Datosindirectos, pero que permiten deducir la actividad delos espías.

Los años bárbarosEl espionaje medieval no estaba organizado. Era,

ante todo, intriga palaciega, rumor y cuchicheo, desarro-llado a través de las relaciones familiares y vasalláticas.Poco diferente de lo que podemos oír al personaje deYago en Otelo. Y como en la obra de teatro, a menudo conconsecuencias mortales. Las conspiraciones terminabanen el exilio o en algo peor. Vela Jiménez, señor de Álava,fue expulsado de sus tierras por una conspiración urdi-

IEl espionaje en Euskal Herria

hasta la Guerra Civil

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da por el conde de Castilla. Refugiado en Córdoba, tra-mó su venganza. Sus hermanos Rodrigo e Iñigo descu-brieron el itinerario del heredero castellano, García, enviaje de bodas a León y lo asesinaron.

El señor de Vizcaya, Diego López de Haro, ejemplifi-ca bien el proceso de auge y caída de un conspirador.Primero intrigó, preparando verdaderas o falsas acusa-ciones contra otros favoritos de Sancho IV. Luego consi-guió romper la alianza internacional con Franciamostrando las felonías que preparaban en la Corte deSan Luis, sustituyéndola por un pacto con Aragón que leprodujo pingües beneficios. El último paso iba a consis-tir en separar al rey de su esposa, tras lo cual Diego go-bernaría de forma absoluta. Éste fue el momento en quecomenzó el reflujo: los dimes y diretes se volvieron con-tra el favorito, acusado por todos los poderes del reino.De nuevo las denuncias, verdaderas o falsas, pusieronen alerta a Sancho IV. Finalmente, el propio rey y otrosnobles palaciegos lo apuñalaron.

Uno de los clásicos del espionaje medieval fue laconspiración contra Sancho IV Garcés. Navarra constituyódurante todo el Medievo un campo de batalla para los es-pías. Desde Burgos y Zaragoza, tributarios de Iruñea, sepreparó el asesinato del rey. Los instrumentos fueron suspropios hermanos, Ramón y Emersinda. El gobernadorde Montes de Oca parece que realizó las funciones de en-lace con el rey castellano. El primer paso consistió enapartar del séquito real a los fieles a Sancho. El segundo,infiltrar hombres de guerra en tierras de Lara, disfrazadosde peregrinos penitentes a San Millán, en espera de laocasión para dar un golpe de mano en La Rioja. En 1076,Sancho IV se hallaba en Peñalén, en una cacería de vena-dos y jabalíes ofrecida por sus hermanos. Allí murió des-peñado. El señor de Vizcaya y el de Montes de Ocaabrieron las puertas de sus fortalezas a Alfonso VI de Cas-tilla con la excusa de que acudía a vengar el asesinato.Prueba de que las intenciones de Alfonso eran otras fueque Emersinda se exilió en Castilla y Ramón, en Zaragoza.

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Ejemplo típico de trifulca palaciega fue la muerte enGasteiz del infante Don Fadrique y de Simón Ruiz enabril de 1277. En esta ciudad se celebraban las negocia-ciones de paz entre Alfonso X y Felipe III de Francia. Sepactó la convocatoria de Cortes para dilucidar el here-dero del reino y la amnistía de los caballeros castellanosy navarros que habían luchado contra sus señores. Al-fonso, al que ahora llaman el Sabio, pero al que su propiohijo tildaba de «loco y leproso», estalló en ira cuando lareina, su hija y varios nietos huyeron a Aragón. Esta fugaanulaba su posición de fuerza en las negociaciones conFrancia, pues los nobles descontentos podrían declarar-se partidarios de los huidos. Lo pagaron el Infante y Si-món Ruiz, ejecutados como agentes de Felipe III.

En Bilbao tuvo su sangriento desenlace otra de estasalgaradas de palacio, cuando el 12 de junio de 1358 elhermano bastardo de Pedro I, el infante Don Juan, fue arecibirlo. Don Juan se creía en el favor real, por lo queacudió ingenuo a besarle la mano. Pero los espías de Pe-dro le habían convencido de que su hermanastro conspi-raba para arrebatarle el trono. Cuando Juan se presentóante el rey, los nobles se abalanzaron sobre él y lo acu-chillaron sin dejarle alegar nada, lo que apunta a que setrataba de una “intoxicación”. Luego tiraron su cadáver ala ría para que alimentase a las angulas.

La otra gran variante del espionaje medieval fue labélica. Las preguntas eran las mismas que en la actuali-dad, señal de que la “inteligencia militar” –hay quien veuna contradicción entre ambos términos– no ha progre-sado durante el último milenio. Algunas cuestiones sonrelativamente fáciles de averiguar por simple observa-ción: dónde están las fuerzas del enemigo; cuál es su nú-mero, calidad y moral; qué vías de comunicación utilizan;quiénes las dirigen; cuál es su biografía, puntos débiles yvirtudes; dónde están sus depósitos de víveres y de ar-mamento... Otras cuestiones necesitan de respuestasmás complicadas y recónditas, que exigen la infiltraciónde agentes hasta el centro neurálgico del enemigo: cuál

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es su plan, qué sabe de nosotros, quiénes son sus agen-tes en nuestras filas...

Las preguntas básicas las respondían simples ojea-dores, que debieron estar presentes desde la batalla deOrreaga/Roncesvalles –«¿Cuándo y por dónde pasará elEjército franco para que podamos concentrar nuestrasfuerzas y atacarlo?»– hasta las Navas de Tolosa –«¿Exis-te un sendero de montaña por el que rodear las defen-sas almohades?»–. Por cierto, que en esta batalla,donde Navarra ganó las cadenas del escudo, la historio-grafía medieval defendía que un ángel disfrazado depastorcillo indicó el camino a los cristianos, la única sa-cralización que conocemos de un espía. Las operacionesmás complicadas se realizaban mediante el habitual“doble juego”. En 1377, el adelantado de Castilla, PedroManrique, entabló conversaciones secretas con Carlos IIde Navarra. Le ofreció entregar Logroño a cambio de20.000 doblones. Cuando las mesnadas navarras avanza-ban por La Rioja se toparon con el ejército castellano.Manrique, que permanecía fiel a su señor, había provo-cado el casus belli que necesitaban contra Navarra.

La sofisticación renacentistaLa llegada del Renacimiento supuso un refinamiento

de las redes de espionaje y Navarra fue la primera en su-frirlo. El monarca de la Corona de Aragón, Fernando el Ca-tólico, disponía en la Corte navarra de un extenso y bienorganizado servicio de información. Lo componían fun-damentalmente miembros del clero que desconfiabande las veleidades reformistas de sus reyes. Cuando enjulio de 1512 le comunicaron que Catalina y Juan de Al-bret barajaban la posibilidad de casar al heredero con lahija de Luis XII de Francia, puso inmediatamente manosa la obra, pues este enlace hubiese fortalecido la situa-ción del reino. Falsificó y publicó un pacto entre Luis XIIy los reyes de Navarra que le permitió acusarlos de «fe-lones, impíos y enemigos de la Iglesia». Su jugada maes-tra consistió en la falsificación –o quizá compra en laCancillería pontificia aprovechando la agonía del Papa–

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de la bula Exegit contumacium obstinata protervitas. Con ellaobtenía la justificación legal que le permitió deponer alos reyes de Navarra por cismáticos y declarar lícita laconquista del Viejo Reino.

En el siglo XVI se reconoció públicamente, por in-fluencia del pensamiento político de Maquiavelo, la ne-cesidad de los servicios de espionaje. El soldado Gaitánen su memoria sobre la campaña contra Barbarroja con-signó más de 6.000 ducados pagados a los espías que lesadvertían de los planes del pirata, advirtiendo que estascantidades no se solían declarar en los libros de cuentas.Sus reflexiones de soldado acostumbrado a combatir defrente, pero soldado viejo que sabe de las verdaderasnecesidades de la guerra, no tienen desperdicio: «Res-pecto a los espías, como éstos no pueden ser sino per-sonas principales y ricas, es menester pagallosricamente. Y que las haya – espías– no hay que dudar enello. Porque el rey don Fernando ya dicho las tenía en lacasa y consejo del rey de Francia Carlos VIII. Pues Este-ban Petit y Ambrosio Albiense, el uno gran consejero y elotro confesor de dicho rey, avisaban al de España de losdesignios y consejos de su amo. A los cuales, en benefi-cio y recompensa de su traición, les enviaba frascos lle-nos de ducados en excusa que era vino de San Martín ode Madrigal. Digo pues que las fieles espías que no seandobles ni mentirosas dan las victorias en las manos. Aun-que, a mi parecer, el premio de los unos y de los otroshabía de ser la horca».

«Si nuestro padre fuera un hereje, nosotros llevaríamos los haces de leña para quemarlo»

Esta frase de Felipe II implica claramente que la vigi-lancia –y consiguientemente, el espionaje– era uno delos pilares de la monarquía de los Austrias. Entonces,como ahora, la información es poder. Ninguno de losagentes de la época se movía por razones patrióticas. Enel siglo XVI no hay nacionalistas españoles, vascos ofranceses. Es la religión, las relaciones vasalláticas o eldinero el móvil de los agentes. Las Españas de los Aus-

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trias tenían sus servicios de espionaje imbricados en laestructura diplomática.

En el nivel más alto, los embajadores se ocupabande dirigir la recogida de información. Sus informes secentralizaban en el Consejo de Estado, que designaba auno de sus miembros “espía mayor y superintendentede correspondencia secreta”. El embajador era los ojos ylos oídos del rey en la corte extranjera y amparado en el“disimulo” cumplía funciones de espionaje. Un segundoescalón, integrado por secretarios, jesuitas, militares,agentes comerciales y encargados de negocios, consti-tuía el verdadero nervio de las redes clandestinas. Final-mente, siempre existía un nivel inferior, compuesto deinformadores y delatores a sueldo, generalmente hijosdel país.

Los embajadores se ocupaban de depurar los datosy enviarlos al Escorial mediante cartas cifradas. Recibíanun código de cifra, del que el Consejo de Estado dispo-nía de otra copia. Las misivas, que tardaban un mes en-tre Londres y Madrid, se quemaban una vez traducidas.Pese a la inmunidad diplomática, los correos a menudofueron interceptados y asesinados. El problema de losembajadores era que su calidad de hijosdalgo los hacíapoco discretos, cualidad esencial en un espía. La frasede un embajador al ser expulsado de Inglaterra porconspirar da buena cuenta de ello: «Don Bernardino deMendoza no había nacido para revolver reinos, sino paraconquistallos». Si se comportaba así en país enemigo,¡qué no haría en los talleres de armería del Deba cuan-do era proveedor de la Armada!

En los tres niveles del espionaje actuaban numero-sos vascos. En la cúspide, los secretarios reales. De losdoce primeros, cinco fueron guipuzcoanos. El secretariode Felipe II, Francisco de Eraso, organizó una red de in-formación que abarcaba Inglaterra, Países Bajos, Francia,Ginebra, Italia y Alemania. En este ámbito superior semovían los embajadores vascos, como Francés de Álavay Beamonte en París o Juan de Idiáquez en Venecia. Nu-merosos euskaldunes también entre los religiosos, se-

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cretarios, soldados y comerciantes que recogían la infor-mación y la trasladaban a la península. Otra rama queprodujo algunos espías fue la de los intérpretes. La ad-ministración hispana siempre anduvo escasa de ellos,utilizando flamencos, italianos y vascos. El récord del do-minio de lenguas lo ostentaba el donostiarra Juan deCruzate, que leía y hablaba con soltura diez. Otro vecinode Donostia, Martín de Bustamante, estaba «entretenidopor su Majestad por haberle servido de lengua en nego-cios de gran secreto, porque se vio en grandes peligros yescapó por su buena industria».

Además de espiar a las potencias enemigas, tambiénse realizaban tareas de contraespionaje. Vigilaban espe-cialmente a los súbditos en el extranjero que se habíanconvertido al protestantismo, llegándose a perpetrar al-gunos secuestros selectivos. El seguimiento se extrema-ba con los estudiantes navarros que estaban enuniversidades francesas y con los editores que publica-ban libros en castellano y euskara. No obstante, la efica-cia de estas acciones era escasa. La abierta fronteranavarra y el golfo de Bizkaia facilitaban los movimientosde los espías. Tanto es así que un aviso al Escorial deque llegarían agentes ingleses disfrazados de peregrinosy arrieros fue tenido por falso. Sólo en Donostia había500 extranjeros, la frontera estaba abierta y se dejaba pa-sar a todo el mundo porque clausurarla resultaba incon-veniente para la economía: no era menester disfrazarsecomo en carnaval. En 1590 se logró un gran éxito al dete-ner en Iruñea al capitán Masparrot y arrancarle durante elinterrogatorio los códigos de cifra de los agentes galos.

En Nafarroa, los cuarteles generales del espionaje deFelipe II estaban en el monasterio de Urdax y el palaciodel virrey. Sabedores de los intentos de los Labrit y pos-teriormente de los Borbones de recobrar su reino, orga-nizaron una potente trama de informadores en el Bearn.En un primer momento, la red de espionaje de los Labrital sur de la cordillera era muy densa. Pero en 1516, en lasalforjas de uno de los caballos de la fracasada expedicióndel mariscal de Navarra, se hallaron decenas de cartas

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que permitieron detener a quienes se mantenían fieles ala legítima dinastía. Casi resulta un sarcasmo que el jefede los espías de Felipe II en el Bearn fuera Pedro de Na-varra, hijo bastardo del mariscal, quien había liderado laoposición a la conquista castellana. El mariscal juró obe-diencia al emperador para recuperar sus bienes embar-gados y su vástago aprovechó las relaciones y clientelasen Ultrapuertos en beneficio de Felipe II. Pedro de Nava-rra traducía los avisos en el caso de que estuviesen eneuskara, procesaba la información y la remitía al virrey.Los mensajes generalmente no iban en clave, aunqueeran crípticos al cambiar el nombre de las personas. Oca-sionalmente, cruzaba la muga para entrevistarse con losagentes pero, por lo general, utilizaba al abad de Urdax,León de Araníbar, que, como comisario de la Inquisición,se desplazaba constantemente por la frontera.

Los servicios de inteligencia estaban lo suficiente-mente organizados como para emprender operacionesde alto nivel. En 1567 ofrecieron al Rey Prudente asesinaren su viaje por Ultrapuertos al príncipe Guillermo deOrange, líder de sus súbditos flamencos sublevados.Felipe rechazó indignado la propuesta, aunque aclaróque hubiera aprobado a posteriori un hecho consumado,pues los teólogos habían dictaminado la licitud del tira-nicidio de Guillermo el Taciturno, «como enemigo de laraza humana». Y ofreció 25.000 ducados al futuro tiranici-da. En lo sucesivo no se consultó al rey. Uno de los aten-tados contra Orange lo organizó el alavés Juan Iraunza,contando como brazos ejecutores a sus compatriotasJáuregui y Berneo, que fueron descubiertos y ajusticia-dos el 18 de marzo de 1582. Hubo otros intentos fallidos,pero finalmente Guillermo cayó bajo el puñal en 1584.

Esta red felipista contaba con la ayuda de algunos li-najes preeminentes de Navarra, como el señor de Garro,la señora de Urtubia o el señor de Luxe. Sus comunica-ciones cruzaban a través de Otsagabia, Urdax u Honda-rribia hasta el palacio del virrey, Calderón, que lasremitía al Escorial. Los móviles de estos aristócratas na-varros eran religiosos: en 1559, Juana de Albret se con-

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virtió al protestantismo, ejemplo seguido por los funcio-narios, parte de la alta nobleza y los comerciantes delBearn. Sus súbditos papistas comenzaron a cruzar lafrontera para oír misa. Carlos de Luxe aglutinó al partidocatólico, apoyado por agentes españoles y con dineroproporcionado por el virrey, convirtiéndose en el pala-dín de las libertades locales. Luxe se quejaba de los im-puestos con que les cargaba el gobierno hugonote delBearn, «los enemigos de nuestra sancta ley catholica».Incluso propugnó la anexión de Ultrapuertos a la Monar-quía Hispánica en su calidad de navarros, pues «si lesgobernaban los príncipes del Bearne, era sólo porquelos reyes españoles así lo han permitido». Los agentesde Felipe apoyaban a la Liga Católica contra el candida-to al trono, el hugonote Enrique de Borbón, príncipe deNavarra y del Bearn. Se llegó a la guerra abierta y la LigaCatólica se apoderó del castillo de Maule. Se sucedían lossaqueos y quemas de pueblos por una y otra parte. Comosabemos, la anexión no se produjo, aunque no resultaclaro si ello supuso un fracaso de los planes del virrey o siel verdadero objetivo de la conjura era mantener encen-dida la guerra civil para debilitar a París.

Uno de los espías de la red era el abogado y conseje-ro de la Audiencia Real de Navarra, Sebastián de Arbizu.Éste, señor de la Torre de Etxarri, había nacido en Iruñeaen 1533. Estaba casado, pero convivía con su criada, conla que tenía dos hijos. Se convirtió en espía por proble-mas judiciales en 1588. Acusado de falsificar moneda, ha-bría sido condenado a una pequeña pena pero, comoinsultó a los jueces, lo desterraron cuatro años a Pau. Enla capital del Bearn comenzó a trabajar para la red de Pe-dro de Navarra. La prioridad consistía entonces en lacaptura de Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, quehabía huido a Francia causando el descrédito de la mo-narquía y en posesión de muchos secretos de estado. Sedispusieron 20.000 ducados para sufragar la operación.

En 1591 Antonio Pérez había llegado a Pau, alojándo-se en la Torre de la Moneda. Con el apoyo de Enrique IVpreparó la invasión de Aragón, presentándose como el

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defensor de las libertades y fueros pisoteados por FelipeII. Arbizu, fingiéndose su amigo, otro navarro sufridor delyugo castellano, obtuvo los planes de la expedición ylos comunicó al monasterio de Urdax. Cuando, en 1592, los1.500 invasores penetraron por el valle del Tena, lasfuerzas locales estaban sobre aviso. El pequeño ejércitofue copado en un desfiladero y derrotado. Lo que Arbi-zu no logró fue secuestrar a Antonio Pérez, un supervi-viente nato que eludía toda situación de peligro.

Su siguiente operación consistiría en tomar la villade Baiona, verdadera obsesión de los servicios secretosde los Austrias. El plan era prender fuego a la ciudadaprovechando las hogueras de San Juan de 1595 y, enmedio del caos, abrir las puertas y el puerto al ejércitocastellano. Paulatinamente, la Liga Católica había conse-guido que algunos de sus hombres ocupasen los pues-tos clave de la defensa, pero Arbizu, sospechoso tras elfracaso de la expedición a Aragón, fue desenmascarado.Los conspiradores de Baiona fueron desmembrados enla rueda.

La red se mantuvo durante muchos años y fue cam-biando de objetivos: hacia 1600 vigilaban más los movi-mientos de ingleses y de Enrique IV. En el ArchivoGeneral de Simancas restan bastantes de sus avisos, re-dactados en euskara. Sorprende pensar en un espía ac-tual enviando un informe en vascuence al presidenteespañol. Como curiosidad incluimos esta carta de la se-ñora de Urtubia, más por su valor lingüístico que por laescasa información que contiene: «Jauna: erezebitoudout zure senoriaren carta conserba ordenariocouequinbatean, non ezcouac apazen baitizquizut mila bider ni-tzas douen couidadoas. Nic escribiteus geros emen da-bilan beria da armadaren erdia jouan dela Indietacoflotaren bidera eta beste erdia Barzalonara jouan dela.Besteric es ta dino denic gastigazera zure senoriary etagledizen nais serbizari humblea. (Señor, he recibido lacarta de Vuestra Señoría juntamente con la conserva deordinario y así le beso mil veces las manos por el cuida-do que tiene de mí. Desde que le escribí, la noticia que

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corre por aquí es que la mitad de la armada ha ido a laruta de la flota de Indias y que la otra mitad ha ido a Bar-celona. Ninguna otra cosa hay digna de comunicarse aVuestra Señoría y quedo su humilde servidora)». Sobreel informe alguien añadió que la mitad de la flota habíavuelto a Plymouth, pero que de la armada que se dirigíaa Barcelona nada se sabía. Sufragar esta red costaba1.000 ducados anuales, además de ventajas comerciales,como permisos de comercio a través de la frontera paralos nobles amigos.

Aun a riesgo de ser recurrentes, recordamos de nuevoque estos espías no eran superhombres, más bien fanfa-rrones que tendían a irse de la lengua. En abril de 1593,el espía Martinengo confesó en una taberna de Hondarri-bia a Juan de Arbelaiz, correo mayor de Irun, que viajabaa Londres con despachos falsos para engañar a Isabel yque iba a quemar una torre en la que se guardaba pólvo-ra. Lo que realmente hizo Martinengo fue denunciar ados agentes de Felipe en Baiona. Ambos fueron tortura-dos, muriendo uno. Dejaba ocho huérfanos que recibie-ron una pensión del Escorial. Posteriormente,Martinengo entregó a Enrique IV los despachos que lle-vaba para Isabel. Otro agente doble era el pamplonésJuan de Undiano, residente en Baja Navarra, que vendíasus servicios tanto a Felipe como a Enrique. En 1594 fue-ron ejecutados Pierre d´Or y dos agentes españoles más.Las traiciones se sucedían en ambos lados y el 8 de mar-zo de 1597, un inglés, grandissimo bellaco, llamado Monpal-mar, residente en Ziburu, ofreció la lista de los agentesbritánicos en la península por 500 ducados.

En Iparralde, la ciudad de Baiona mantenía con gran-des gastos espías militares al sur de los Pirineos. Su fun-ción era avisar de los movimientos de tropas y de lasposibles intrigas que se urdiesen mediante cartas dirigi-das a la Corporación. En los libros de cuentas de la ciu-dad figuran las sumas que se les abonaban, pero nuncasus nombres.

Un frente tradicional era el espionaje naval. Algunosmarinos vizcaínos eran expertos en “tomar lenguas”, es

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decir, informar sobre los preparativos y movimientos na-vales del enemigo, desde la Cícladas en el Mediterráneohasta el Mar del Norte y el Caribe. Antonio de Chávarriera uno de los espías encargados de obtener informessobre las intenciones y fuerza de la escuadra turca. En1571 le entregaron 1.176 escudos con este fin. Tres mesesdespués, la armada otomana fue hundida en Lepanto.Por desgracia, es imposible dilucidar el papel exacto deéste y otros agentes por la imprecisión de los documen-tos. En el informe sobre Chávarri se lee que «había en-tregado al conde de Ladrico cosas muy importantes alservicio de S. M. que por diversos respetos no convienedeclarse».

Era Inglaterra la enemiga más peligrosa en el mar. Elduelo contra la “Jezabel del Norte” abarcó el último cuar-to del siglo. El principal espía de Felipe II era EdwardStafford, que le informaba de los movimientos de la flotainglesa. Las redes de los Austrias se apuntaron buenostantos. Su principal interés era descubrir cuándo y conqué destino salían las armadas y los corsarios enemigos.En 1596 uno de sus agentes era un vecino de DonibaneLoitzun que efectuaba cuatro viajes anuales a Plymouthy Londres. En estos puertos sonsacaba a los marinos so-bre sus futuras correrías invitándoles a beber. Se le abo-naba 200 ducados por viaje y el doble si traía noticiasvaliosas. Eso sí, el Rey Prudente ordenaba que los pagosse hicieran a su vuelta. Desde un punto de vista defensi-vo, estas acciones resultaron muy eficaces. Un informetipo advertía que «16 navíos entre las 300 y 600 tonela-das saldrán a mediados de febrero hacia Brasil o quizálos puertos de Galicia». A partir del aviso se mandaba unvelero rápido a Brasil para que aprestasen la defensa conlos recursos locales y se reforzaban los puertos gallegosenviándoles arcabuces, picas y pólvora para armar a lapoblación. Los fracasos de las expediciones de Norris,Drake, Frobisher, Cumberland, Cavendish y RichardHawkins en 1589, 1590, 1591, 1592 y 1596 fueron tanto unéxito de la Marina como de las redes de información delEscorial. Estas victorias parciales paliaron en parte el de-

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sastre de La Invencible y certificaron la permanencia de lascolonias americanas en manos de la monarquía hispana.

El aspecto ofensivo del espionaje estaba más descui-dado y las expediciones a Irlanda de 1596, 1597 y 1601 ca-recieron de toda información política veraz de lo que allípasaba y, lo que era peor, no dispusieron de cartas náuti-cas o de pilotos que conociesen el clima y los fondos dela isla. Estas carencias llevaron al fracaso de los desem-barcos de Pedro de Zubiaur y Esteban de Legorreta.

El problema esencial era la falta de numerario, queno permitía cubrir todos los frentes abiertos. En 1589 losministros se quejaron a Felipe de la falta de espías queaportaran la información requerida para adoptar decisio-nes acertadas. Pero el déficit de la administración espa-ñola constituía un problema endémico y las partidas delos espías se fueron reduciendo.

El segundo frente contra los ingleses era el político. Enesta silenciosa batalla, además de agentes venales –el orode Indias compraba muchas voluntades– contaban con elauxilio de los perseguidos criptocatólicos, los jesuitas quecruzaban subrepticiamente el Canal y los partidarios deMaría Estuardo. Aquí no estuvieron afortunados, pues to-paron con un gran obstáculo: el secretario de la reina,Francis Walsingham. Antipapista integral y xenófobo hastala médula, era un sabueso para olisquear la traición. Wal-singham, creador del servicio secreto británico, redactóThe Plot for Intelligence out of Spain, el plan para recopilar noti-cias sobre España por medio de embajadores, viajeros ycomerciantes en Flandes, Italia, Venecia y la propia penín-sula. Disponía de agentes en Hondarribia, Donostia y Bil-bao. Sus hombres también interceptaban y descifrabanlos mensajes intercambiados entre Felipe II y don Juan deAustria en los Países Bajos. Su red advirtió a tiempo losdesignios de Felipe para Inglaterra y la organización de laGran Armada de 1588, lo que permitió a Londres prepararla defensa y derrotarla, con la ayuda de las tormentas y dela incapacidad del mando.

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El principal secuaz de Walsingham era Thomas Top-clif. Un torturador sádico, inventor de diabólicas máqui-nas, con excepcional habilidad para dejar siempre unhálito de vida en el interrogado y poder así reiniciar elsuplicio. Los historiadores ingleses han relatado hasta lasaciedad sus aventuras, donde siempre descubrían enel último momento la mortal conspiración papista. Ac-tualmente se piensa que muchas de estas tramas fueroninspiradas por ellos mismos para hacer aflorar a los des-contentos, para expropiar algunas fortunas y para hacer-se indispensables a Isabel. Así que no sabemos si en elcomplot de Ridolfi y de Trockmorton, si en la decapita-ción de Raleigh y de Essex, la implicación de los espíascatólicos fue esencial o eran marionetas en manos deWalsingham.

Durante el siglo XVII la actividad de la red de espio-naje de la monarquía hispana perdió fuerza, según seentraba en la crisis de los Austrias menores. Aunque, apartir de 1599, se intentó racionalizar el servicio, creandola figura del superintendente de las Inteligencias Secre-tas que se encargaría de todo lo relativo al espionaje, losfallos del sistema burocrático y, sobre todo, el agota-miento de los fondos económicos, provocaron una cre-ciente ineficacia. La queja general «de que todo iba muydespacio» se trasladó al espionaje. Las acciones másafortunadas se debieron a iniciativas individuales, comola del almirante Antonio Oquendo, que envió el mercan-te de Juan Bautista de Nealo al puerto pirata de Larachepara que le informase de las luchas intestinas de los her-manos Muley Cidan y Muley Jeque y se aprovechó deellas para ocupar la ciudad en noviembre de 1610. Bue-na muestra de este marasmo administrativo fue que,cuando tras largas peticiones de la Embajada en Viena,el conde de Oñate fue autorizado para asesinar a Wa-llenstein, ¡el principal condottiero del emperador llevabaya semanas muerto! Esta decadencia era más problemá-tica pues contrastaba con la situación de Inglaterra. Allí,el abogado John Turloe, a quien Cromwell encomendóconvertir su servicio secreto en el mejor de Europa, logró

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aunar los recursos de correos, la secretaría de Estado, laPolicía, el ejército y las embajadas, creando una formida-ble organización.

El Siglo de las LucesLos intentos de regeneración borbónicos también tu-

vieron su reflejo en las labores de información. Durante elsiglo XVIII el espionaje adquirió un carácter de instrumentode uso común y protegido por las monarquías europeas.Todos los países lo practicaron, pero fue en Rusia y Espa-ña donde obtuvo mayor envergadura institucional. Losministros Carvajal, Jorge Juan y el marqués de la Ensena-da mejoraron la correspondencia diplomática y las medi-das de seguridad. Contaron con correos muy leales a losque pagaban generosamente y perfeccionaron el cifradode la información. Los libros de claves, que se renovabanregularmente, se sellaban con tres escudos de lacre entreuso y uso. Ensenada sabía que, para que el espionajefuera eficaz, había que pagarlo, lo mismo que la “buenaprensa”. Y fue especialmente diestro en el manejo defondos reservados que lograba mediante el Real Giro,una caja paralela de la que salió dinero para pagar los es-pías, contratar técnicos extranjeros e incluso sobornar alpropio Papa.

Este siglo es también el del espionaje científico, quese canalizaba a través de Bilbao. Se compraban clandesti-namente los nuevos telares mecánicos, libros técnicos,cronómetros, máquinas de vapor, armamento e instru-mentos náuticos, que se escondían en las sentinas de losmercantes pues estaba prohibida su exportación. Igual-mente se traficaba con artesanos, inventores e ingenierosextranjeros, a los que ofrecían mejores condiciones devida y trasladarlos a la península con sus familias. Tam-bién las demás potencias robaron algún avance técnicolocal, como los planos del gálibo hidrodinámico ideadopor el intendente de astilleros Antonio de Gaztañeta.

El principal foco de tensión seguía siendo Londres.En la centuria hubo más de cuarenta años de conflicto

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declarado entre ambos estados y la guerra irregular fuepermanente. Pero los éxitos de los espías navales del XVIno se repitieron. Por un lado, la Embajada en Londres es-taba muy vigilada y no daba grandes resultados. Por otro,la actividad de los “comerciantes-espías”, movidos porun afán económico y temerosos del potro de tortura, diopeor rendimiento que las motivaciones religiosas de susantecesores, cuyo fanatismo y limitaciones intelectualesse compensaban con valor y determinación. Además, al-guna extraña mutación genética había ocurrido en los ha-bitantes de la isla, porque la tradicional práctica deemborrachar a marinos no obtenía ya resultado alguno,habiéndose los ingleses inmunizado al alcohol.

Esto no significa que no se lograsen algunas victo-rias, destacando las operaciones clandestinas desarro-lladas desde Bilbao de 1773 a 1779 a favor de lossublevados de las Trece Colonias. Londres protestó porla «correspondencia mercantil que continuaban algunoscomerciantes de Bilbao con los rebeldes de las colo-nias». El banquero Diego García de Gardoqui, desde elBocho, y el gobernador de Nueva Orleáns, Luis de Unza-ga, desde la Luisiana, suministraban clandestinamentemosquetes, pólvora e informaciones sobre los casacasrojas y la Royal Navy. Las quejas del embajador inglésGrantham en la Corte madrileña no hallaron gran eco pordos razones: los ingleses practicaban esa misma políticacon los comanches y pawnees del Mississippi y con losindependentistas de las colonias hispanas y porque elministro Floridablanca estaba detrás de la operación deGardoqui.

En octubre de 1776, un comisionado de los subleva-dos, Arturo Lee, se entrevistó con este banquero bilbaínoen Gasteiz. Gardoqui se negó a gestionar la entrada es-pañola en la guerra, pero le proporcionó un empréstitode 170.000 pesos procedente de la Hacienda Pública yde particulares, y bastimentos por 1.000.000 de reales.Este suministro clandestino continuó hasta la declara-ción oficial de hostilidades en junio de 1779. Por supues-to, los escolares estadounidenses nunca estudian nada

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de esto, porque tiene menos glamour que las aventuras deLafayette.

El siglo XVIII fue pródigo para los espías vascos. In-cluso institucionalmente. Las Juntas Generales de Gipuz-koa de 1749 establecieron la figura del “espía secreto”,que debía vigilar el contrabando con Iparralde. Su nom-bre sólo lo conocía el diputado general para evitar repre-salias. Los justicias de los pueblos guipuzcoanosnombraban a su vez espías que vigilaban el comerciofraudulento de tabaco y alcoholes. Respecto al espiona-je industrial, una operación conocida fue la obtencióndel secreto de la fundición de grandes anclas. En la épo-ca era frecuente la pérdida de buques fondeados por-que una tormenta los arrojaba contra la costa. Paraevitarlo resultaba esencial fundir anclas de mucho peso,que asegurasen los navíos incluso con mala mar. Pero lasferrerías vascas carecían de la técnica adecuada y la Co-rona compraba las anclas para los navíos de alto bordoen los Países Bajos. Juan Fermín de Guiligasti, patrón dela ferrería Arrazubia de Aia, viajó clandestinamente a Ho-landa para espiar su técnica de fabricación. En 1739 vol-vió a Aia acompañado por un experimentado maestroartesano. Con su colaboración logró forjar un ancla de 72quintales, la mayor realizada hasta entonces en la penín-sula Ibérica. El contrato volvió a las ferrerías vascas. Pordesgracia Guiligasti, que se definía en su corresponden-cia con Ensenada como «hombre rústico y sin letras», erapoco amigo de escribir y no disponemos de informaciónsobre sus aventuras.

La operación de la que quedan más documentos fuela obtención del secreto de los cañones ingleses. En eldespacho de Marina e Indias, el tudelano marqués deCastejón se encontró en 1773 con un enorme problema:los cañones de la factoría de La Cavada, que siempre ha-bía fabricado buenas piezas, comenzaron a explotar.Este marino, con 40 años de servicio y antiguo cautivode los ingleses, sabía que esto ponía en peligro todo elImperio colonial. Como el hecho no había trascendidoaún al exterior, se pudo dotar a los navíos con cañones

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escoceses y de 1775 a 1778 se compraron más de 4.000.Pero en cuanto Londres descubriese que no se tratabade adquirir un «producto más barato que el nacional»,sino que la artillería había dejado de fabricarse en Espa-ña, cerraría el grifo y el Imperio quedaría inerme.

Se necesitaba descubrir el secreto de los cañonesbritánicos. Castejón recurrió a las eminencias grises delMinisterio, consultando al bilbaíno José de Mazarredodónde hallar dos valientes capaces de inflirtrarse en laCompañía y Propietarios de Fundiciones de Hierro dela Villa de Carron, la mayor y mejor fábrica de artilleríadel mundo. El secretario de Marina quería vascos, pueslos consideraba los mejores espías. A diferencia deotros súbditos, al valor unían la discreción y un caráctercallado y sufrido.

Mazarredo sugirió que fuera la Real Sociedad Vas-congada de Amigos del País quien tomara en sus manosla cuestión. En julio de 1777 el conde de Peñaflorida y elmarqués de Narros comunicaron haber encontrado loshombres: un platero e inventor navarro llamado IgnacioMontalvo y Juan José Delhuyar, un sabio de familia origi-naria de Lapurdi, hermano del profesor del Seminariode Bergara. Habían descartado un tercer agente, el me-talúrgico Ignacio de Zabalo, por «cobarde, pusilánime ydelicado de temperamento». Se trazó el plan, que apro-bó el mismo Carlos III: actuando cada uno por su cuentay sin conocerse, viajarían a Inglaterra, donde pasarían al-gunos meses aprendiendo la lengua y el oficio. Luegointentarían ingresar en la fábrica de Carron. El contactocon la península se mantendría a través de un comer-ciante donostiarra, socio también de la Vascongada,Juan José de Michelena. Los gastos los sufragaría la Se-cretaría de Marina.

Montalvo adoptó la identidad de José Martínez, pró-fugo de la justicia tras haber matado a un hidalgo a cuyahija había seducido. Sus órdenes eran trabajar una tem-porada como platero en Londres, ingresar en Carroncomo peón y trasladarse a Holanda cuando conociese elsecreto de la fundición de los cañones. En sus instruccio-

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nes figura que «ha de tener siempre presente el solem-ne juramento que tiene hecho de guardar inviolable se-creto sobre el objeto de su viaje, gloriándose de habersido escogido para una empresa de tanto honor y con-fianza, como de la inmortal gloria y brillante fortuna queha de granjearse a la vuelta si logra arrancar del avaro yoculto seno de los maestros británicos el secreto que vaa buscar». Fue el primero en partir, el 3 de abril de 1778.

Las órdenes de Delhuyar eran recorrer Sajonia, Frei-berg y las armerías de Stakerlberg en Suecia antes deinfiltrarse en Carron, donde se fingiría alemán. Las infor-maciones las transmitiría a través de París utilizando eleuskara como código. Sus corresponsales serían JuanBautista Porcel, Antonio María de Munive y Xabier Maríade Eguía, a los que escribiría «con disimulo diccionesbascongadas, que juntándolas expresen lo que quieracomunicar».

Los dos espías retornaron victoriosos en otoño de1783. Montalvo había logrado infiltrarse en Carron,mientras que Delhuyar se limitó a espiar los arsenalesde Suecia y Dinamarca al estimar que su artillería eramejor. El navarro, que en el transcurso de su misión des-pertó algunas suspicacias y que incluso fue detenidopor espionaje, obtuvo el título de conde de Casa Mon-talvo. Para Juan José Delhuyar habría un lugar propio enlos manuales de química: trabajó con su hermano en ellaboratorio del Seminario de Bergara, donde descubrióel tungsteno.

De los demás espías vascos disponemos de menosdocumentación. El aventurero navarro Juan José OvexasDíaz Layasa, después de amasar una enorme fortunaen Potosí con medios harto dudosos, se instaló en 1723en Saint-Malo, base de la piratería atlántica. Allí vigilabala salida de las escuadras. Los servicios del indiano fue-ron muy eficaces y el ministro Grimaldi reclamó su pre-sencia en la Corte. En Madrid, Felipe V lo felicitó, peroironizó sobre su fabulosa fortuna: «Jamás vi una ovejacon tanta lana».

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Historias de espionaje y crimen bastante más sórdi-das se desarrollaron en las colonias. El obispo Ustariz,el verdadero dueño de Filipinas, tenía algunos agentesinfiltrados entre el ejército independentista de DiegoSilang, quien se había sublevado aprovechando la con-quista de Manila por los ingleses. Cuando el líder tagalocomenzó a confiscar las tierras y posesiones de la Igle-sia, el obispo aceptó que uno de sus hombres lo elimi-nase, con la condición de que «confesara y comulgarapreviamente». El 2 de mayo de 1762 el infiltrado lo ase-sinó por la espalda. Una historia similar se desarrolló enVenezuela, la colonia donde los vascos tenían mayoresintereses comerciales. En 1799 su gobernador ManuelGuevara envió a uno de sus agentes, el sargento Valeci-llos, a Trinidad. Su misión era entablar amistad con elindependentista Gual y aprovecharse de esa intimidadpara espiarlo y, si había ocasión, asesinarlo. «A Gual lehe suministrado un poco más de cicuta con lo cual se hapuesto muy hinchado», se puede leer en una de las mi-sivas de Valecillos.

El marqués de Casa Irujo, embajador en EstadosUnidos, tenía idénticos planes para el independentistavenezolano Miranda y algunos años después su sucesor,Luis de Onís, creó una red de espías para seguir los pa-sos del navarro Javier Mina quien, con un puñado dehombres, planeaba liberar México del absolutismo deFernando VII. Los independentistas responderán de for-ma similar y, tras el asesinato de Cánovas en el balnea-rio guipuzcoano de Santa Águeda, el delegado de laRevolución cubana en París, doctor Betances, explicabaa las visitas: «En esta silla donde estás estuvo sentadoAngiolillo, el que disparó a Cánovas». Aunque puedeque no se tratase más que de una boutade.

Las Guerras de la RevoluciónLa Revolución francesa fue el factor que desequili-

bró todo el contexto europeo y supuso un enorme au-mento de la actividad del espionaje. En 1793, el serviciosecreto inglés y elementos locales, en su campaña para

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crear el caos en la Francia revolucionaria, provocaron in-cendios con «mechas fosfóricas» en Baiona y pusieronen circulación gran cantidad de papel moneda falso enIparralde. Al menos, eso afirmaba el ministro de Policía.Fue, sobre todo, a partir de las guerras napoleónicascuando las redes de espionaje desarrollaron más enti-dad. El shock de la invasión francesa y la impotencia delejército regular para evitarla, provocaron que las guerri-llas y el espionaje se convirtieran en la respuesta a los“gabachos” en Hegoalde.

La Junta Suprema Gubernativa promovió redes deinformación por toda la península. La figura clave era ladel comisionado, el jefe de los agentes de una circuns-cripción, que se ocupaba de interceptar los despachosenemigos atacando a los mensajeros o escamoteándo-los de los puestos de correos. Parece que la primera redque actuó en Euskal Herria fue la de Juan López Fragaque organizó en 1808 un servicio de espionaje en Casti-lla, con agentes –mayoritariamente sacerdotes trabucai-res– en Gasteiz y Baiona, que vigilaban los movimientosde las tropas francesas.

Por esas mismas fechas en las Vascongadas se orga-nizó otra gran red de espionaje, dirigida por Juan Manuelde Tellería. Nacido en Arrasate en 1779, según su “hojade servicios” en septiembre de 1808 se puso en contac-to con el jefe del ejército de Galicia, el general Blake, enrepresentación de la provincia de Gipuzkoa, «estable-ciendo correos y espías hasta el interior de Francia paratener noticias seguras de las fuerzas que el enemigo in-troducía en la península y sus intenciones, para gobier-no de nuestros generales, anticipando en el efectocrecidas sumas». Tellería, en coordinación con el diputa-do general, José María Soroa, acudió a Blake con un planpara sublevar Gipuzkoa contra los ocupantes, pero elgeneral bloqueó el proyecto al considerarlo irrealizable.Blake le pidió que se centrase en labores de espionaje.

Tellería, en pocas semanas, levantó una importanteorganización, que llegaba hasta Baiona. En Irun la dirigíaJuan Antonio Olazábal; en Andoain, José Ángel Larreta; en

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Iruñea era el encargado Manuel Joaquín de Ureta; en To-losa, Pedro Cardenal; en Azpeitia su jefe era José Empa-rán; en Gasteiz, Ramón de Arana y en Miravalles, ManuelMaría de Aranguren. Todos eran notables locales que ca-nalizaban los informes hacia Durango, desde donde Te-llería los remitía a Blake. Una decena de mozos deSoravilla, Andoain y Oiartzun eran los encargados de tras-ladar los despachos. La Diputación debía sufragar la redcon 50.000 reales, pero en realidad sólo proporcionó13.000, adelantando Tellería los restantes. Algunos pue-blos quedaron entrampados por los gastos del espionajey, al acabar la contienda, el Ayuntamiento de Zeanuri re-mitió a la Diputación las cuentas de lo adelantado.

Todos los agentes adoptaron seudónimos. Los infor-mes seguían un sencillo código, camuflando los mensa-jes bajo términos comerciales: el ejército españolfiguraba como partidas de “vino”, la guerrilla era “sidra”,la infantería francesa “paja”, la caballería gala “hierba”, laartillería napoleónica “avena”... Para la Diputación esco-gieron la identidad de un inexistente Silvestre Oteman.Tellería, vista la imposibilidad de una sublevación a granescala –los ingleses enviaron 10.000 fusiles, pero no ha-bía condiciones objetivas para un levantamiento tan cer-ca de Francia– impulsó la guerrilla, que había iniciadosus acciones en agosto. También organizó la fuga de losmaestros armeros de Placencia de las Armas para queprosiguieran su labor en zona liberada. Su red colaboróen muchas acciones de leyenda, como en el golpe demano que liberó de la cárcel de Durango a María ÁngelaTellería, la moza de Elgeta, heroína de la resistencia.

En el Viejo Reino, Francisco Javier Miguel de Irujo,«buen conocedor del francés, apuesto, inteligente y as-tuto», dirigía la red de inteligencia. Nafarroa se conside-raba uno de los puntos neurálgicos de la campaña, comorefleja una carta fechada el 10 de mayo de 1810, que leenvió desde Cádiz el secretario de Estado «para que va-liéndose de todos los medios posibles e imaginablesprocure ganar y seducir al comandante francés que man-da la Plaza de Pamplona, ofreciéndole desde luego un

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millón de pesos fuertes, pagadero sobre las cajas deMéxico inmediatamente, asimismo la grandeza de Espa-ña de primera clase, el despacho de capitán general delejército, el título de duque con la denominación de lastierras que se le darán en la América Meridional y otrasgabelas». La sede de su organización estaba en Ujué,con agentes, en su mayoría párrocos, en toda Nafarroa ytambién en Aragón, Baiona e incluso París. Sus informesconcedieron al comandante de la División de Navarra,Francisco Espoz y Mina, muchos de sus fulgurantestriunfos. Éste tenía muy clara la forma de tratar con losespías enemigos, promulgando un decreto por el que«todo aquel pueblo que avisase a las autoridades fran-cesas que había voluntarios con Mina verían fusiladospor suerte a cuatro de sus habitantes». Por respeto a larealidad histórica, anotamos que muchos vascos estu-vieron encantados con la invasión y el nuevo rey Pepe Bo-tella, desde su amante la marquesa de Montehermoso–La marquesa tiene un tintero / donde moja su pluma / José I, can-taban los gasteiztarras de la época–, su marido, cornudopero no apaleado, que multiplicó sus rentas por 25 y mi-nistros bienintencionados como el agoizko Azanza o elbilbaíno Urquijo. Y sobre todo el nuevo jefe de la Policíaen Pamplona, Mendiri, natural de la capital bajonavarra,un sádico al que París dio carta blanca para cometer todotipo de tropelías.

La operación clandestina más espectacular fue la or-ganizada por el sacerdote Manuel Sobrail y el adminis-trador de Correos de Irun, Simón Iriarte: ¡se trataba, nimás ni menos, que de liberar de su cautiverio en Baionaa Fernando VII! El Consejo de Regencia aprobó la accióny proporcionó un millón de reales para gastos. La opera-ción se basaba en una casualidad afortunada: Sobrail,que hablaba perfectamente francés, había entabladoamistad con un jefe de batallón galo que fue nombradojefe de la Policía departamental de los Bajos Pirineos, laque ejercía la vigilancia en torno a Fernando. Iriarte ges-tionó los elementos necesarios para la fuga: una embar-cación en Hondarribia para el paso marítimo y la escolta

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que protegiese al Deseado hasta zona libre en Cantabria.La mansión de la familia Zuarnabarro, fuera de toda sos-pecha como supuestos afrancesados, haría las veces decasa segura. Sobrail, gracias a su contacto francés, se en-trevistaría con Fernando y le trasladaría el plan de eva-sión. Nadie dudaba que el Deseado afrontaría el riesgo dela fuga. No en vano el fenómeno fans tuvo su precedentehispano en Fernando VII: Imagen seductora / del Rey más des-graciado y más querido / ¿tendré yo la ventura / de morir a su vistade ternura?

Pero la operación se complicó. Los franceses barrun-taban algo y se llevaron a Fernando muy lejos, a Valençay,donde lo tutelaría el mismo Talleyrand. Afortunadamen-te, el oficial francés encargado de la seguridad seguía ensu puesto. Con bastante dificultad se reajustaron los as-pectos logísticos del rescate y el 22 de marzo de 1812 elsacerdote llegó a Baiona. Pero la Policía lo detuvo y en-vió a París. Su amigo el oficial francés lo liberó y, supone-mos que bajo el poderoso argumento del millón depesos, intentó concertar su entrevista con el monarca.Pero el rey, haciendo gala de su proverbial cobardía, senegó en redondo. En realidad, Valençay era todo menosuna tétrica y húmeda prisión. El único mal trato que su-frió en aquellos cinco años fue cuando Talleyrand le pi-dió que visitase la bien surtida biblioteca, de la queFernando huía como del demonio.

Según el informe de Sobrail:El jefe de policía había visto y hablado con S. M. antes dela comida y estando solo arrimado a una de las ventanasdel salón le dio a entender a S. M. los deseos que yo teníade verle y hablarle. Enseguida hizo presente S. M. al mis-mo comandante varios pasajes, tanto sucedidos en Bayo-na como después que se hallaba en Valençay, que lehabían puesto en el estado de sospechar de todo, dicien-do que él sufría inocente a la vista de todo el mundo y queno quería dar paso alguno por el que el emperador pudie-ra pintarlo como criminal. El comandante, conociendo queS. M. temía que mi visita o la proposición suya fuese estu-diada o preparada por los tiranos de París, procuró sose-gar la imaginación del rey, haciéndole ver con claridad

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quién era yo, cuándo me había conocido y el poco tiempoque hacía de mi llegada. El rey, después de algunas difi-cultades, propuso que, en el caso de poderlo ver, sóloconsentiría que fuera con el permiso del ministro de la Po-licía de París, para evitar de este modo cualquier motivode contestación.

Esta alusión a Fouché, un perro viejo a quien iba aresultar difícil engañar, casi ponía en la picota a Sobrail,Iriarte y Zuarnabarro. El interrogatorio del sacerdote porel ministro fue para helar la sangre: Fouché le dejó claroque sospechaba que era un espía. Habilidoso y dandovítores de amor a Francia y a la Revolución, Sobrail pudosalir del despacho y puso pies en polvorosa hacia lafrontera. En España, informó al presidente del Consejode Regencia del fracaso de la operación «de extraer a laPersona del rey de Valençay, aunque use de las mismasapariencias y tenga de su parte al jefe de su custodiacomo yo lo he tenido por el carácter tímido y pusilánimede S. M». Otras facetas del carácter real, como su ten-dencia a firmar penas de muerte, todavía tardarían enser conocidas.

La contienda carlistaSin apenas solución de continuidad, los fuegos que

había traído la Revolución encendieron las guerras car-listas que, a veces, incluso tendrán los mismos protago-nistas. El líder militar de los carlistas, Zumalacárregui,organizó con escasos medios un servicio de informaciónregular de gran eficacia. Brillante militar de carrera, peroincapaz para la adulación, había encallado en el gradode coronel del que no lograba ascender, hasta que lacontienda lo reveló como un organizador y táctico consu-mado. Todas las noches se reunía con sus agentes, unaveintena de confidentes mal pagados, que aprovecha-ban la oscuridad para cruzar las líneas en ambas direc-ciones. Los informes que de ellos esperaba eransimples, pero cruciales: dónde estaban los soldados re-gulares, quién los mandaba y por dónde venían los txa-pelgorris y los legionarios británicos.

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Como Zumalacárregui gozaba de gran carisma y eraun profundo sicólogo, lograba de sus agentes gran ren-dimiento y lealtad a toda prueba. De su brutal pero efi-caz estilo es muestra esta anécdota. Uno de susconfidentes tuvo un fallo que pudo acarrear funestasconsecuencias al ejército carlista. En castigo, Zumalacá-rregui mandó que le propinasen públicamente cincuen-ta palos y le expulsasen del servicio. La siguiente noche,cuando se reunió con los agentes para darles instruccio-nes, vio entre ellos al apaleado. No dijo nada y, cuandotodos se hubieron retirado con las misiones encomen-dadas, se dirigió a él como si nada hubiera ocurrido:«Tú, vete a dormir y descansa, porque mañana voy a en-cargarte una misión que sólo tú eres capaz de realizar».Y el apaleado se iba a dormir henchido de orgullo y dis-puesto a dejarse fusilar antes de fracasar de nuevo.

Unos hechos controvertidos fueron los achacados ados agentes carlistas en Gasteiz. El 28 de marzo de 1836,tras azotarlos públicamente, dieron garrote vil en la Pla-za Vieja de Vitoria al panadero José Elosegi y a su ayu-dante, acusados de espionaje, incitación a la desercióny de haber envenenado con termulina, ácido axálico yalbayalde el pan de la Legión Británica isabelina. Habíansido descubiertos por la carta que un legionario deser-tor envió a sus compañeros desde las líneas carlistas. Seles achacó el asesinato de los 1.606 soldados fallecidosen Gasteiz durante ese invierno, lo que a todas luces pa-rece una exageración. Probablemente sumaron a los en-venenados todas las bajas por tifus, frío, neumonía einfecciones varias.

Durante la Segunda Guerra carlista el organizador delos servicios de información del Pretendiente fue el iru-nés Tirso de Olazábal. Desde Baiona gestionó una redque mandaba informes en el interior de mangos desombrillas, previamente barrenados. Los fusiles se en-viaban de forma también ingeniosa: en la impedimentay bagajes de los gendarmes destinados a la vigilanciafronteriza. Incluso poseía una pequeña flota contraban-dista, constituida por el yate Duwehound, el velero Queen

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of the Sea y el Orpheon, que desembarcaba armas eludien-do el bloqueo de la escuadra de Sánchez Barcaiztegui.Ni carlistas ni liberales se andaban con blandengueríasy el cura Santa Cruz fusiló en Aretxabaleta a una espíatras confesarla y comulgarla, pese a las órdenes contra-rias de su superior Lizarraga. Los txapelgorris habían ofre-cido 25 pesetas a quien delatase los movimientos delcura trabucaire y éste no era de los que aceptase impune-mente sentir la respiración de nadie en la nuca.

Los liberales no iban a la zaga en asuntos de espio-naje. Desde 1833 disponían de una importante organiza-ción en Francia, dirigida por el cónsul en Baiona, AgustínFernández de Gamboa, futuro diputado general de Na-varra. Un protegido de Espartero y Mendizábal al que seacusaba de compaginar el espionaje con el contrabando.

El espía vasco por antonomasia y el mejor conocido,gracias a la pluma de su lejano pariente Pío Baroja, es Eu-genio Aviraneta. Este consumado conspirador era de as-cendencia guipuzcoana, aunque nació en Madrid el 13 denoviembre de 1792. Su padre, Felipe Aviraneta, tambiénhabía ejercido labores de espionaje durante la Guerra deIndependencia, con una doble vida, como la PimpinelaEscarlata: afrancesado de día, agente patriótico de noche.

El historiador Pirala describe a Aviraneta como«hombre sagaz y que ha nacido sin duda para conspirar,aunque utilizaba medios que repugnan a la nobleza denuestro carácter». Miembro de la masonería escocesa,actuó en España, México, Cuba, Estados Unidos, Gibral-tar, Argelia y Francia. Técnicamente era muy bueno, conconocimientos químicos que le permitían fabricar tintassimpáticas y reactivos, hábil tanto para crear claves se-cretas como para descriptar las del contrario. En lo per-sonal era un bon vivant y a los sesenta años se casó conuna actriz de veintiséis.

Su primera actuación fue durante la Guerra de Inde-pendencia. Capturado el jefe de la Junta de Defensa deCastilla, Aviraneta descubrió la ruta de su traslado e in-tentó su liberación en un audaz golpe de mano durante

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la parada en una fonda. Actuaba solo y la escolta lo de-tuvo. Lo llevaron amarrado ante el jefe de la guardia,donde su buen francés consiguió que le quitasen lascuerdas. En ese momento hizo el signo masónico de“gran peligro”, con la suerte de que el comandante eracorreligionario. Su nuevo hermano pidió a los guardiasque saliesen y lo llevó a campo abierto donde lo liberótras abrazarlo.

En 1821 era agente en París del ministro de la Guerra.En la capital francesa se introdujo en los círculos conspi-radores absolutistas, con el apoyo del Gran Oriente Ma-sónico. En 1823 el ministro lo envió al sudoeste francéspara que informase de los planes de invasión absolutis-ta. En Baiona, Aviraneta dedujo que la presencia del te-niente general Castex y de un importante banquerorespondía a la financiación de la expedición de los100.000 hijos de San Luis. Mediante un mozo de fonda ma-són pudo asistir escondido a la cena en un reservado delsobrino del banquero con el general Tirlet, un marqués yunas damas. Agazapado tras la puerta, después de mu-cha conversación picante y de sobremesa, escuchó al so-brino que al día siguiente se firmaría el contrato paraliberar los fondos necesarios para la invasión. Aviranetatomó un carruaje que fustigó hasta Hendaia, pero la fron-tera estaba cerrada. Envió la noticia al gobernador deSan Sebastián mediante un contrabandista. La informa-ción de nada sirvió, pues el Gobierno constitucional ca-recía de fuerza para evitar la reacción absolutista.

Aviraneta trasladó posteriormente su campo de ope-raciones al Nuevo Continente. En México actuó defen-diendo los intereses de la monarquía frente a losindependentistas, provocando un conflicto entre el ge-neral Santa Ana y el embajador norteamericano Poinse-tte y la logia del rito de York. Pero sus tejemanejesfracasaron y toda la colonia española fue expulsada. Des-de Nueva Orléans y La Habana preparó nuevas accionespara devolver México a la obediencia borbónica. Esta-bleció contactos con los sectores que recelaban de Esta-dos Unidos y de su política expansionista. Consiguió la

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promesa de apoyo del grupo antiyanki a una expediciónde reconquista española, siempre que ésta fuese militar-mente potente y se concediese amplia autonomía admi-nistrativa y económica.

El plan sobre el papel era sólido, porque el papel losoporta todo, pero la realidad iba a resultar menos propi-cia. Aviraneta había calculado que se necesitaría un cuer-po de 40.000 hombres y que se debería ocupar mediantealguna añagaza el puerto mejor fortificado de México,San Juan de Ulúa, para asegurar el abastecimiento. Al fi-nal, el ejército puesto en pie de guerra fue de 3.000 sol-dados y no se ocupó ningún puerto que ofrecieseseguridades de defensa. Así, cuando Aviraneta desem-barcó el 26 de julio de 1829 como jefe de inteligencia dela expedición, la operación estaba arruinada y la aventu-ra terminó como era lógico: se reembarcaron hacia La Ha-bana perdidas armas, bagajes y algo de su honor. Y lopeor, dejando en los mexicanos, aliados u hostiles, laidea de que Madrid no era de fiar ni lo sería nunca.

El resto de su carrera se desarrolló en el escenarioeuropeo. En 1833 creó la sociedad secreta La Isabelina,cuyo objeto era adiestrar 10.000 ciudadanos liberalespara que se adueñasen de Madrid y estableciesen ungobierno revolucionario. Se trataba de un golpe de Esta-do en la línea de los carbonarios. Aviraneta preparó mi-nuciosamente el plan de ataque nocturno: institucionesa ocupar, a qué horas, situación de trincheras y barrica-das para evitar la reacción de la guarnición... Tambiénintentó asesinar al ministro de Estado, Cea Bermúdez,en un temerario atentado en plena calle, pero los refle-jos del cochero salvaron al político. Fue detenido, peroen agosto de 1835 lo excarcelaron. La guerra carlista es-taba en su apogeo y necesitaban sus servicios.

En 1837, el ministro de la Gobernación lo envió aFrancia. Se instaló en Baiona, desde donde tejió sus re-des. Mediante espías y agentes dobles preparó el se-cuestro de Don Carlos en Lizarra y Azkoitia, sembrando ladiscordia entre las filas carlistas a través de falsas procla-

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mas a los batallones. Sólo existían cuatro copias de la lis-ta de sus infiltrados entre las filas del Pretendiente: ladel ministro de Gobernación, la del jefe de Policía, la dela reina y la suya propia. Su agente más eficaz era una se-ñorita de compañía de la Corte carlista, María Luisa Tabo-ada, y el enlace más activo, Gabriela, la roncalesa. En 1838prosiguió con éxito esa táctica de «divide y vencerás»,con el objetivo de envenenar las relaciones entre DonCarlos y el jefe de su ejército, el general Maroto. Estaoperación, bautizada Simancas, consistía en introducir enla corte carlista documentos falsos que mostraban la trai-ción del militar. Mediante un estafador con reputación delegitimista, el francés Robert, entregó una serie de su-puestas cartas entre Maroto y sus generales, miembrosde la logia madrileña Sociedad Española de Jovellanos.Cabecillas como Soroa, Aldave y Lanz, afines al sectorapostólico, es decir, clericales enfrentados a un militaroteal que tildaban de progre, estuvieron encantados de obte-ner pruebas contra su adversario político. La prueba defi-nitiva fue el diploma del Gran Oriente de la Masoneríade Maroto, realizado por un grabador masón alemán.Don Carlos recibió a Soroa y quedó convencido por laspruebas. Desde ese momento fue imposible proseguir laguerra: los batallones navarros y alaveses, así como losguerrilleros aragoneses y catalanes, no aceptaban la au-toridad de Maroto. Con el único apoyo de las divisionesde Gipuzkoa, de Bizkaia y de Castilla resultaba imposi-ble seguir luchando. Los combatientes de ambos ladosarrojaron las armas y se abrazaron. El “abrazo de Bergara”puso fin a la guerra carlista. Por el momento.

Como a los gobernantes les encanta la machada de«Roma no paga a traidores», Aviraneta estuvo a puntode perder la vida a la conclusión de las hostilidades.Tanto Espartero como los carlistas deseaban su cabezay el general lo encarceló. Un médico llegó a pedir que enla ejecución no dañasen su cráneo, pues quería estu-diar aquel cerebro portentoso. Tal era su fama. Afortuna-damente para él, fue liberado y se instaló en Toulouse,desde donde siguió desbaratando las actividades del

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Pretendiente. Se convirtió en Dominique Etchegaray, unlegitimista francés. Primero, se ganó la confianza de susenemigos desarticulando conjuras que él mismo habíaorganizado y, una vez bien situado, preparó el envene-namiento del general Cabrera y de otros destacadosmandos.

Respecto a estos asuntos del veneno, aún hoy losúltimos nostálgicos del tradicionalismo creen que la ru-bia Miss Orsey, que volvió loco al Pretendiente y por laque abdicó temporalmente, era una agente de Madridy que las “extrañas fiebres” que acabaron con CarlosLuis de Borbón y su legítima esposa María Carolina, unavez que recobró la cordura, fueron unas gotas de venenode los liberales. Lo cierto es que el matrimonio fallecióel 13 de enero de 1861 en Triestre. Una semana anteshabía muerto súbitamente su hermano Fernando Maríaen Austria.

Podríamos extendernos mucho más con las aventu-ras de Aviraneta, pero lo mejor es que acudan a las fuen-tes, lean a Pío Baroja.

Más se perdió en CubaEn la primavera de 1898, el ministro del Ejército, Au-

ñón, ante los tambores de guerra, preparó una red de es-pionaje en Estados Unidos. Urgía conocer los preparativosestadounidenses para el Caribe y el Pacífico. Escogió paraesta misión al teniente de navío Ramón Carranza, totaldesconocedor de las labores de información, pero sí «muypatriota, valiente, competente en su campo y con un exce-lente inglés». El teniente se instaló en Montreal bajo laidentidad de Frederick W. Dicson. Canadá presentaba dosventajas: allí la vigilancia era menos estricta y, cuestiónpoco baladí, no existía la pena de muerte por espionaje.Carranza situó un agente en Halifax, que remitiría los infor-mes a Madrid. Enroló mediante una fuerte compensacióneconómica a George Downing, quien con identidad falsase trasladó a Washington. Allí, en un alarde de eficacia, ob-tuvo la información de que el 7 de mayo el departamento

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de Marina había cursado un mensaje cifrado ordenandoque el crucero Charleston se incorporara a la flota en Extre-mo Oriente. Éste era un buque muy superior a todos losde la escuadra española del Pacífico, por lo que conveníaeludir la batalla. Y en un alarde todavía mayor de incapaci-dad, Downing envió esta información por carta y sin cifrar.Tras el estallido de la guerra se censuraban todas las misi-vas enviadas al extranjero y el canadiense fue detenido.Ante la perspectiva del paredón, se ahorcó en la celda.

Carranza no escarmentó en cabeza ajena y creó unaagencia de investigación privada como tapadera. Conve-nía descubrir los detalles del bloqueo naval estadouni-dense en el Caribe, pues en la península dos barcoscapitaneados por José María Gorordo y Manuel Des-champs esperaban, con 25.000 fusiles y 100 cañones, esainformación para forzar el cerco. Todavía más esencial re-sultaba conocer el dispositivo de defensa de la costaatlántica norteamericana, pues se aprestaba a zarpar unaescuadra española para atacar la navegación entre Char-leston y Halifax. Pero sus nuevos agentes, los inglesesYork, Elmhurst y Mellor, nada práctico descubrieron. Me-llor fue detenido en Florida cuando intentaba averiguarlos planes enemigos. En la cárcel contrajo el tifus y falle-ció. Finalmente, una operación conjunta de los serviciosde contraespionaje estadounidenses y canadienses des-cubrió a Carranza, que fue expulsado del país.

«La guerra que terminará con todas las guerras»Durante la Gran Guerra Euskal Herria fue punto de

confluencia de los espías de la Triple Entente y la TripleAlianza. Aquí libraban sus batallas, paralelas a las delfrente, más sibilinas y con menos sangre. En Iparralde sesucedieron dos tipos de acciones. Por una parte, las delclásico espionaje. En diciembre de 1914 un hombre fuepasado por las armas por haber hecho señales a buquesenemigos. En 1917 explotó un polvorín en Baiona y elbombardeo desde un submarino de las Forjas de Beau-cau causó enorme pánico.

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Por otra parte, existió una supuesta organización ale-mana que alentaba las deserciones. Asunto este bastan-te oscuro. En 1915 muchos reclutas vascos desertaron yotros aprovecharon un permiso para cruzar la frontera.Pero no parecía necesario que una bella fraulein te susu-rrara esa idea a la oreja, pues ese año murieron 450.000franceses en vanas ofensivas que no ganaron un metrode terreno fangoso. El prefecto sugirió la posibilidad dela existencia de «una agencia de deserción muy hábil-mente organizada al otro lado de la frontera». Es ciertoque el secretario de la Alcaldía de Valcarlos y algunoselementos de Elizondo ayudaban a los prófugos, peroestos hechos recuerdan más a la tradicional solidaridadtransfronteriza o a un intento de los contrabandistas porlucrarse que a una operación organizada por el Káiser.Como medida de precaución, las autoridades galasprohibieron los permisos en cantones pirenaicos y ex-tremaron la censura en las cartas.

La prensa francesa denunció la existencia de esa or-ganización. El 6 de febrero de 1915 el diario Les Tempspublicó un artículo titulado “El espionaje alemán en elPaís Vasco”, haciéndose eco de las deserciones. El pe-riódico defendía que una red establecida en España in-citaba a los movilizados a huir, ayudándoles en el paso yextendiendo el rumor de que se daría una amnistía al fi-nal de la guerra. El 26 de marzo, el diario Eskualduna reto-maba la misma hipótesis, amenazando con que esta vezno habría amnistía, a diferencia de lo ocurrido en 1870.Joseph Garat escribía en La Gazette de Biarritz del 28 dejunio que eran elementos carlistas, llenos de odio haciala Francia republicana, quienes hacían de intermedia-rios en los planes alemanes. Pero las investigacionespoliciales en torno a estas “agencias de deserción” nodieron ningún resultado. Sólo se detuvo a guías que ac-tuaban individualmente y que cruzaban a fugitivos bel-gas y franceses por dinero.

El comisario de Hendaia presentó su informe al pre-fecto. En él afirmaba que la existencia de tal agencia eraimposible. Su explicación de las deserciones era ésta:

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La emoción causada por la lectura de las cartas de loscompañeros que están en el frente. Estas cartas escritasen una lengua comprensible solamente para los habitan-tes del país, son propagadas y comentadas de casa encasa... Todos saben que las familias vascas, que hablan elmismo lenguaje e integradas por elementos que mantie-nen entre sí relaciones constantes, habitan indiferente-mente a un lado u otro de la frontera (...) Son muy pocoslos desertores actuales que no hayan encontrado hospita-lidad entre sus parientes españoles de la frontera. No ten-go inconveniente en declarar que los vascos son en suinmensa mayoría excelentes patriotas que suelen serbuenos soldados, pero no significa ningún desdoro a supatriotismo que incluso antes de la guerra cierto númerode ellos se escapara del servicio militar emigrando a lasAméricas. Para remediarlo no se ve más que una solución:pedir al Gobierno español que envíe a estos desertores alotro lado del Ebro.

Si bien la “agencia de deserciones” parece invenciónde la prensa, de 1914 a 1918 Donostia y Bilbao se convir-tieron en centros de espionaje internacional. En las Vas-congadas la opinión pública era contraria a la guerra ycuando Lerroux, que había declarado que España debíade entrar en la contienda, se apeó en la estación de Irun,poco faltó para que lo lincharan. Respecto a las filias y fo-bias, había división: Pío Baroja estaba a favor de los Im-perios Centrales mientras que Unamuno era aliadófilo.PSOE, con Francia, los carlistas con Alemania o Rusia y losmonárquicos divididos, porque Alfonso XIII estaba a fa-vor de los Aliados, más que por razones políticas, porqueel rey detestaba personalmente al Káiser, quien no lepermitía usar con él su democrático tuteo. El PNV debie-ra haber estado con Gran Bretaña, pero el problema ir-landés pesaba mucho y la tendencia anglófila mayoritariade De la Sota era contrarrestada por el prestigio consan-guíneo de Luis Arana.

Observadores de la Marina Imperial alemana se ins-talaron desde 1914 en Bilbao, advirtiendo de la salida demercantes para que los submarinos los hundieran. Másde cincuenta buques matriculados en el Bocho se fueron

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al abismo durante esos cuatro años. También se pagabaa los marinos para que avituallasen en el océano a los su-mergibles. En estas actividades destacó un ciudadanochileno llamado Reed Rosas, que en 1916 obtuvo la Cruzde Hierro como premio a su labor en Bilbao. En realidadse trataba de Wilhelm Franz Canaris, un oficial alemán alque habían hundido su crucero en aguas del Pacífico ydel que volveremos a hablar. En esta época entabló rela-ciones que le serían muy útiles veinte años después.

En el País Vasco, los alemanes no llegaron demasia-do lejos en sus acciones, pero en Barcelona financiaronuna banda mafiosa, mandada por el barón Koenig y prote-gida por el comisario Bravo Portillo, que asesinaba a losindustriales que trabajaban para los Aliados. ¡Y para col-mo, atribuían los atentados a los anarquistas! FedericoStallmann, alias barón Koenig, había nacido en Postdam en1874 y en 1915 recaló en Bilbao, pero sus superiores le pi-dieron que actuase en Barcelona. Berlín quería que elPaís Vasco se mantuviese en calma, un remanso de pazdonde sus espías trabajasen con tranquilidad.

En el primer cuarto del siglo XX, más que Donostia oSan Sebastián, convendría utilizar el término Bella Easopara la capital guipuzcoana. La ciudad se había converti-do en el centro más cosmopolita del Viejo Continente.En su Casino se daban cita todos los personajes de lavida europea: Mata Hari, León Trotski, Ravel, Romano-nes, Pastora Imperio... El millonario ruso Mantacheff de-rrochaba dinero a espuertas desde el Hotel MaríaCristina sin salir jamás de la ciudad, porque «por buenoque sea el resto, no será mejor que esto». Dueño de lasmayores minas de platino del mundo, gustaba de comerchurros, beber anís en los tiovivos y regalar a las mucha-chas «de clase modesta sólo porque le dejaran admirarhonestamente sus piernas bajo ideales artísticos». La Be-lla Easo durante cuatro años fue también, como posterior-mente veremos, centro del espionaje mundial. Aunqueparece imposible añorar esa ciudad de farsa, si es que al-guna vez existió, algunos donostiarras aún no han supe-rado su desaparición y viven en continuo trauma.

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Se acerca la tormentaComo preámbulo de la tormenta que había de llegar

en la siguiente década, a finales de 1924 se produjo uncurioso caso de provocación de los servicios secretos.Era el segundo año de dictadura de Primo de Rivera, elproblema de Marruecos estaba en vías de solución yel orden público había mejorado radicalmente. Los pro-blemas que habían permitido el advenimiento del dic-tador estaban solventados, por lo que se comenzó acuestionar su utilidad.

En octubre, un extraño personaje comenzó a relacio-narse con los círculos del exilio de Donibane Lohitzune,Hendaia y Baiona. Se decía miembro de una Junta Cen-tral de la que formaban parte Unamuno, Ortega y Gassety Vicente Blasco Ibáñez. El objetivo de la Junta era ins-taurar la República. El 8 de noviembre se produciría unlevantamiento general en las calles, cuarteles y sindica-tos. Pero era conveniente, para convencer a los espíritusvacilantes, que una fuerza armada penetrase simultánea-mente desde el exterior. El personaje, bien provisto defondos, reclutó voluntarios a los que proporcionó dinero,armas y octavillas.

La noche del 7 de noviembre, 42 expedicionarios di-rigidos por Bonifacio Mazarredo salieron de DonibaneLohitzune y llegaron a Bera de Bidasoa. Al atisbar hom-bres armados por las calles, un vecino, Miguel Barasain,avisó a la Guardia Civil. Tan seguros estaban los republi-canos del éxito de la revolución que gritaron a la parejaque les dio el alto: «¡Compañeros! ¡Somos nosotros!¡Los de Francia! ¡Los que esperabais! ¡Viva la Repúbli-ca!». Los números dispararon y fueron muertos en el tiro-teo. Al descubrir que los únicos sublevados eran ellos, elgrupo se volvió a Francia, perseguidos por guardias civi-les, carabineros y somatenes. Tuvieron 4 muertos y 27detenidos. Las autoridades francesas capturaron a nuevemás. El 14 de noviembre se celebró un Consejo de Gue-rra en Iruñea, donde se absolvió a los cuatro procesadospor falta de pruebas. Ningún periódico publicó esta sen-tencia y el capitán general de Burgos se negó a firmarla.

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El juicio se trasladó al Tribunal Supremo Militar, que dic-tó tres penas de muerte. El 6 de diciembre se dio garrotea Gil y a Sancillán, mientras que Pablo Martín, de Bara-kaldo, murió al caer por el hueco de la escalera al inten-tar huir en la conducción desde la capilla.

Esta operación tuvo como consecuencia que los mili-tares y las derechas se apiñaran en torno al dictador. Elsomatén de Navarra pasó en un año de 2.000 a más de3.200 voluntarios. El capitán de carabineros Juan Cueto,del puesto de Bera, divulgó en hoja impresa y firmadasu convicción de que la incursión no era otra cosa que laestratagema urdida por un agente provocador al serviciode la Embajada española, apodado el Fenómeno. Los ser-vicios secretos habían utilizado como carne de cañón aun grupo de libertarios, desocupados, aventureros ycontrabandistas para crear la sensación de que existíaun auténtico peligro revolucionario.

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La Guerra Civil fue un proceso local, por muchoque algunos autores se empeñen en considerarla frutode la intervención de los nazis o de Moscú. No obstante,debido al conflicto global entre fascismo y comunismode la época –porque la democracia liberal se lavó lasmanos durante más de quince años ante las agresionesde Italia y Alemania– era inevitable una fuerte implica-ción internacional.

Los contactos del ala más derechista española con lasagencias de información de Berlín y Roma venían de le-jos. La relación con Alemania databa de la década de losveinte. Francisco Moreno Zulueta, marqués de los An-des, estableció contacto con los servicios secretos ale-manes cuando era ministro de Primo de Rivera. ElTratado de Versalles prohibía a Alemania rearmarse y al-gunos industriales germanos deseaban probar sus nue-vas armas en España. En 1922, un representante de laempresa Telefunken, apellidado Canaris, volvió a operaren la península. Sondeó a diversas empresas interesa-das en comprar patentes de armamento, retomó anti-

IILa Guerra Civil: los azules

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guos contactos y enroló como espías a algunos elemen-tos de la colonia alemana. Empresas españolas fabrica-ron gases venenosos de fórmula germana que selanzaron contra los rifeños. En 1926 negoció con el arma-dor Horacio Echebarrieta que fabricase el nuevo modelode submarino que el Tratado de Versalles prohibía cons-truir a Alemania.

Pero, para los años treinta, España había quedado enun segundo lugar en los planes de Berlín, centrados en Mi-tteleurope. Cuando, en febrero de 1936, el general golpistaSanjurjo pidió ayuda a Canaris, nuevo jefe de la Abwehr,los nazis se mostraron reticentes a todo compromiso.

La injerencia italiana era cronológicamente posterior,pero más importante. Durante la dictadura de Primo deRivera se había firmado un tratado de amistad entre am-bos países, pero el cambio de régimen de 1931 provocóla hostilidad italiana. Roma consideraba a la clase políti-ca republicana «ideológicamente incompatible por supropensión natural a una alianza con Francia». En 1932 elaviador vasco Juan Ansaldo pidió ayuda a Mussolini parala sublevación de Sanjurjo. Posteriormente, el mariscalBalbo ofreció, cicatero, 1.000 fusiles, 200 ametralladoras y1.500.000 pesetas a Calvo Sotelo. El 31 de marzo de 1934se firmó en Roma un convenio, negociado por AntonioGoicoechea, Rafael Olazábal y Antonio Lizarza, por elque los requetés navarros –entre ellos Jaime del Burgo–fueron entrenados en el polígono militar de Furbara, bajola cobertura de una imposible misión militar peruana.

Respecto a la actuación de la URSS, aunque los pu-blicistas franquistas dieron bombo y platillo a la tesis deque el NKVD preparaba la revolución, fue casi nula. ElKremlin deseaba una península en calma para poder re-ducir su actuación exterior al escenario asiático y volcarsus recursos en el interior, en los planes quinquenales.

La derecha más ultra preparó la sublevación en las ca-pitales vascas sin el concurso de agentes extranjeros. EnDonostia, a inicios de julio de 1936, Joaquín Churruca, deRenovación Española; Antonio Arce, de Comunión Tradi-

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cionalista; Jesús Iturrino, de Falange y sus interlocutoresmilitares decidieron que la contraseña para la subleva-ción abriría portada en El Diario Vasco. El texto sería «Ma-ñana hará buen tiempo» y, al leerlo, militares y civilesarmados ocuparían los puntos neurálgicos de la ciudad.

Las complicidades llegaban a toda la provincia. Elconductor del autobús de Azkoitia, Felipe Arzalluz, erael encargado de trasladar las armas y las instruccionesde Mola por el Urola. Pese a su escaso número, los falan-gistas manejaban bastante información, debido a quealgunos de sus miembros estaban situados en puestosclaves, como Antonio Villar, jefe de la Policía Municipalde Donostia, y su segundo, Lizarraga. Incluso llegaron ainfiltrarse en otros partidos. En el PCE de Irun se queda-ron de piedra cuando un fotógrafo les entregó una fotoque le habían llevado para revelar. ¡Un miembro del Co-mité de Juventudes Comunistas, pistola en mano, salu-dando brazo en alto, durante unas maniobras de losfalangistas en Peñas de Aia! El joven salió de su embara-zosa situación con una paliza, aunque fue fusilado en ju-lio de 1936.

Las redes rebeldes llegan a IparraldeEl fracaso del golpe militar provocó una horrible gue-

rra de tres años. Ante la perspectiva de una larga luchase organizaron redes de información. El punto neurálgi-co se situaba en el Sudoeste de Francia: desde septiem-bre de 1936 Irun era el principal punto de unión de lossublevados con el extranjero, e Iparralde constituía elnexo de comunicación del asediado norte republicano.Tanto proliferaban los espías que la distracción favoritade muchos jóvenes ociosos en Biarritz era mencionar laguerra en cualquier café y estallar en carcajadas al perci-bir cómo instantáneamente se hacía el silencio en lasmesas cercanas.

La formación de un servicio de espionaje faccioso enIparralde resultó relativamente sencilla. Por una parte,existía un sustrato social favorable. Podían contar con el

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apoyo de los grupos dominantes, con los conformadoresde la opinión pública: Ibarnegaray, Pagassie, D´Armag-nac, Delzangles... Tampoco les faltaría la asistencia delos fascistas galos: los militantes de Action Française, losCroix de Feu, los cagoulards y el Partido Social Francés.Unas fuerzas reaccionarias que, a diferencia de otras re-giones, no eran contrarrestadas por los partidos delFrente Popular.

Además, la côte basque era la base tradicional de losconspiradores monárquicos. La rama alfonsina, encabe-zada por los marqueses de Arriluce de Ibarra y de losAndes, tenía su base en Biarritz y la del Pretendiente, enDonibane Lohitzune. Los exiliados alfonsinos tenían lapráctica de cinco años de conspiración y en los carlistasurdir tramas debía ser algo genético, pues algunas fami-lias llevaban un siglo en ello.

Finalmente, los veraneantes, sobre todo los miem-bros del cuerpo diplomático –como el embajador enWashington, Luis Martínez de Irujo– también contribu-yeron a poner las bases de la organización. Decir «vera-neante» en esa época era decir persona pudiente. Enaquel julio del 36 sólo Francia había institucionalizadolas vacaciones pagadas, así que todos los turistas teníanla misma extracción social. Casi ninguno se sumó al ban-do republicano, hasta los catalanistas de Francesc Cam-bó se unieron a los rebeldes «logrando que gran númerode nacionalistas vascos y también una buena represen-tación de personas de posición se interesen y trabajenpor nuestra causa».

A las agencias de los rebeldes se sumaron los nazis ylos servicios secretos italianos. Éstos tenían su cuartelgeneral en el Hotel Britania de Donibane Lohitzune.Mandaba la red Edouard Saportini, con siete espías ca-muflados como periodistas de la Agencia Stefani. Entreellos, un jovencísimo Indro Montanelli. La Abwehr insta-ló su cuartel general en Biarritz. Su principal agente eraVan Goss, viejo amigo del marqués de los Andes.

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Los SIFNEFrancisco Moreno Zulueta, marqués de los Andes,

convocó en agosto de 1936 una reunión en la finca La Fer-me de Donibane Lohitzune, cedida para la ocasión poruna condesa francesa. Allí se presentaron un grupo dearistócratas y miembros de la burguesía para organizar laprimera red de espionaje. Se autodenominaron Servi-cios de Información del Nordeste de España (SIFNE). Setrataba de un grupo autónomo que trabajaba para el ge-neral Mola, sufragado por Cambó, aunque posteriormen-te dependieron de Franco y del SIPM. El responsableoficial era el marqués de los Andes, aunque la direcciónreal la llevaba el ex ministro de la Lliga Catalanista, JoséBertrán y Musitu. Predominaban los burgueses catalanesy vascos, muchos procedentes del somatén, con un odiocerval hacia las izquierdas desde la época del pistoleris-mo sindical de los años veinte. Su jefe, Musitu, recorda-ba aquel momento: «En julio de 1936, de acuerdo conQuiñones de León, concentré entre Biarritz, nudo de co-municaciones del exterior, zona enemiga, y nuestra Es-paña, enlaces, contactos, tránsitos, informes y otrosservicios, los cuales, sin interrupción ni trastorno grave,alcanzaron incólumes el día de nuestra gloriosa libera-ción, a Dios gracias primero, y enseguida, por el denue-do, intrepidez, constancia y astucia, que todo fuemenester, de admirables colaboradores. No hubo convo-catoria, a porfía se dieron cita y repartieron con patrióticaemulación cargos, obligaciones y cometidos». En la reu-nión fundacional, aquella liga carca decidió «sembrar eldescontento y fomentar la desunión del Gobierno rojo,efectuar toda clase de sabotajes y facilitar informes mili-tares y civiles al general Mola».

Se instalaron en Nacho Enea de Donibane Lohitzune,donde montaron una emisora de radio proporcionadapor Iñigo Bernoville, de Action Française. El marqués de losArcos, Luis Martínez de Irujo, realizó labores de embaja-dor oficioso, secundado por Carmen Zapino Barcaiztegui,una donostiarra miembro de Renovación Española, in-corporada tras permanecer escondida en un caserío de

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Azpeitia; Federico Oria, responsable de FET y EduardoAngoso, agente de aduanas de Irun. Disponían de un soloautomóvil, un viejo citroën. Los agentes republicanos losdescubrieron rápidamente y denunciaron sus actividadesa las autoridades. Aunque protegidos por los poderes lo-cales, en especial el diputado Ibarnegaray y el alcaldeRené Delzangles de los Croix de Feu, en septiembre de1936 hubieron de abandonar Nacho Enea y Bernoville fuejuzgado. Se trasladaron al Gran Hotel de Biarritz y poste-riormente a La Grande Frégate, mansión que les cedióMariano Iturralde.

Los SIFNE efectuaban una gama de acciones muy di-versas: denunciaban las compras de armas de la Repú-blica para que el Comité de No Intervención pudiesebloquearlas, recogían planos y mapas del Instituto Geo-gráfico para los sublevados en librerías extranjeras, de-lataban a espías enemigos... Su agente Robert Brancart,un “cruz de fuego” a quien alguien tuvo la mala idea deencomendarle el vuelo de los aviones a España, pasóesta información a un periódico derechista. Ante la cam-paña de prensa desatada, el primer ministro Blun seasustó y bloqueó los envíos.

La principal ocupación de los SIFNE era el análisis dela prensa y la radio republicanas. A través de las direc-ciones que aparecían en la sección “El buzón del milicia-no” reconstruyeron parcialmente el orden de batallaenemigo. También se hicieron con la lista de la tripula-ción del destructor Císcar y del submarino C-4, que sirvió,como veremos posteriormente, para intentar la capturade este último. Musitu se jactaba de tener un micrófonoen los mismos despachos del Gobierno vasco: «Una con-ferencia telefónica captada por medio micrófono situadoen el despacho de uno de los primates del Gobierno deEuzkadi a su corresponsal en Marsella puso sobre avisoa la Oficina Central de Información de que los rojos pla-neaban desnacionalizar la marina mercante de la que sehabían incautado». Con esta información lograron abortarun plan para ceder los barcos de las navieras bilbaínas a

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la compañía Bay of Biscay Shipping, que navegaría bajoel intocable pabellón británico.

Muchas de sus informaciones eran falsas o exagera-das. Un informe de julio de 1937 afirmaba que la Repú-blica destinaba mensualmente 200.000 pesetas parafinanciar a los guerrilleros, fondos que se enviaban a tra-vés del portugués José Coello, hombre de confianza delministro Prieto. ¡Ya le hubiera gustado a Valencia dispo-ner de esos guerrilleros en la retaguardia enemiga!

Una nueva denuncia en julio de 1937 provocó la clau-sura de La Grande Frégate y la expulsión de Musitu a Es-paña. Las siguientes sedes de los SIFNE fueron el HotelFlots Bleus, la villa La Turquoise y el Hotel Plaza de Bia-rritz. A Musitu le sucedió el siempre sorprendente ygran literato Josep Plá. Entre sus agentes estaba un es-critor y periodista menor de Etxalar, ex director de Euz-kadi, Manuel Aznar. De joven había guiado su actividadJainko eta aberriyarentzat, es decir, «por Dios y la Patria»,cosa que, como cínico y superviviente, practicó con dife-rente camisa en lo sucesivo.

Los aristócratas de Musitu jugaban a espías, concer-tando citas en carreteras desiertas de las Landas y en ca-fés amenizados con el sonido triste del acordeón. Todossalieron con bien de su aventura francesa, no así algunosque operaban en Catalunya, como Carmen Tronconi,quien terminó en el paredón. Pero Franco acabó por dar-les la patada. El 28 de febrero de 1938 disolvió los SIFNE,que quedaron englobados en el SIMP. Resulta especial-mente patético el panegírico con que Musitu glosa su ac-tuación, considerando que su mayor contratiempo fue lainspección de su automóvil por unos gendarmes. Antelos menosprecios con que en la posguerra le agredíanpor haber hecho la contienda en Francia, enfatiza:

¡Emboscados! ¡Los que no tuvieron ni una hora de silen-cio! ¡Los que sufrieron persecuciones y atropellos! ¡Losque fueron cien veces encarcelados, sujetos a intermina-bles interrogatorios, bárbaramente maltratados, expulsa-dos por indeseables del mismo territorio en que se acogíaa toda el hampa roja, obligados a defenderse pistola en la

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mano, más temerosos de usarla por las consecuencias dehacerlo en tierra extraña y enemiga, aunque fuera en legí-tima defensa...! ¡Expuestos a morir en la calle fría y gris,sin otro premio que el olvido!

Musitu no lo podía reconocer, pero su verdaderoproblema era otro: que ni él ni sus amigos pudieron ha-cer olvidar sus pecados de separatistas. Con ellos, sólocon ellos, Franco adoptó el lema de «Roma no paga atraidores». Al ex jeltzale Aznar, por el contrario, le fueronperdonadas sus pasadas faltas.

El SIMP entra en acciónEl Servicio de Información Militar y Policía (SIMP) era

la principal agencia de información de los facciosos.Franco encomendó su mando al comandante José Un-gría, antiguo agregado militar en París. Resultaba unaelección acertada pues, como alumno de la Escuela Su-perior de Guerra francesa, mantenía intensas relacionescon la oficialidad gala. La sección del SIMP en Vasconga-das estaba dirigida por el comandante Julián Troncoso,de la Jefatura de Fronteras de Irun, amigo de NicolásFranco, lo que le proporcionaba la protección de las al-tas esferas. Salía mal librado en los informes de la JuntaCarlista de Guerra, que le acusaba de aprovechar su po-sición para comprar medias de seda en Francia y ven-derlas en Donostia y Zaragoza mediante un comerciantedel PNV, Lasagabaster.

El SIMP tenía sedes en Biarritz e Irun, con agentes enLa Rochelle, Baiona, San Juan de Luz y Hendaia. Sus fun-ciones eran más amplias que las de los SIFNE, abarcan-do el contraespionaje y el sabotaje. En uno de sustípicos informes podemos leer:

Excmo. Señor:

Uno de mis confidentes me comunica lo siguiente:

Servicio de Información en Francia para los rojos:

A) Oficina del jefe principal en París: Bureau de Brevetsd´Inventions. Paul Blum, C. Weissman & Co, Rue d´Ams-terdam 84.

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B) Oficina en Bayona: Worms & Co. Place du Reduit, 3.

C) Enlace en Bayona: Jean Dachary-Armurier. Rue BourgNeuf, 36. Efectúa el enlace entre París, Bayona y Burgos.

Cargadores por cuenta del Gobierno rojo en Esto-kholmo(Suecia): Nombre de la compañía: Itederiaktiebolagest,«Nordsijernan Johson Line».

Barcos de bandera griega o rusa que van a cargar mercan-cías en Suecia para los rojos:

Liselotte Esfberger, Ton. 2135 y Osterkint, Ton.940.

Quizá pudiera facilitárseme el día de salida, puerto dondecarga y punto de destino. Agradecería a V. E. que con la ur-gencia posible se me comunicase el resultado de las in-vestigaciones que se practiquen en España, para confirmarasí la veracidad de estos datos al objeto consiguiente.

Dios guarde a V. E. muchos años.

A diferencia de los SIFNE, el SIMP era muy agresivoen sus acciones. Azuzado por la OVRA mussoliniana quelo tutelaba, practicaba la violencia pura y dura. Sus es-cuadras de acción en Iparralde estaban integradas enparte por militares y falangistas vascos: Miguel Ibáñezde Opacua, Manuel Orendain, Emilio Baraibar, los treshermanos Gabarain, Arana, Escauriaza, Arteche... A estoshombres se sumaron algunos aristócratas veraneantes,deseosos de emociones fuertes. El más famoso era el16º marqués de Portago, Cabeza de Vaca, amigo perso-nal de Alfonso XIII. Deportista, jugador –ganó dos millo-nes de dólares en Montecarlo–, temerario y... bastanteembustero. Sus familiares siguen convencidos de quedestruyó un submarino republicano colocándole unacarga explosiva. Ésa era su intención, pero los gendar-mes lo detuvieron a tiempo.

Los agentes del SIMP se estrenaron en noviembre de1936 secuestrando a la agente republicana JacquelineDesiret, de Biarritz. La Embajada francesa la definíacomo «una mujer de costumbres fáciles, coqueta, charla-tana, que ha tenido numerosos amantes». Ante la escasareacción de las autoridades, incrementaron su presióncolocando bombas en La Cerbére y el tren de Hendaia.

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El SIMP inaugura los secuestros aéreosAuguste Amestoy y Abel Guidez fundaron, el 22 de

noviembre de 1936, la compañía aérea Air Pyrenées conaportaciones de capital del Gobierno republicano y delvasco. Dirigía la compañía Lecumberry, yerno de Anto-nia Irala, que tenía nacionalidad francesa. La línea ope-raba desde el aeródromo de Biarritz-Parme con pilotosy aviones franceses, enlazando con las capitales del nor-te republicano. En un principio contaba sólo con dosaparatos, pero en 1937 su flota constaba de seis bimoto-res, llegando a realizar hasta tres vuelos diarios con pa-saje, correspondencia y dinero. Sus pilotos, Yanguas,Dary, Guidez, Lebeau, Laporte y Gally, vivían con sus fa-milias en las proximidades del aeródromo de Parmepara evitar atentados.

El SIMP vigilaba sus vuelos mediante la inestimableayuda de un notario de los Croix de Feu, cuya villa estabajunto al aeropuerto. El espía avisaba del despegue delaparato y el SIMP comunicaba la información a RadioSan Sebastián, que lo notificaba a la aviación rebeldepara que lo derribara. Como los cazas Fiat no llevabanreceptores, no se podía avisar a los aviones en vuelo ylos que despegaban tras la alarma no llegaban a tiempode interceptarlo. Los viajeros aterrizaban ignorantes delo cerca que habían estado de la muerte. El SIMP tam-bién intentaba sobornar a los pilotos de Air Pyrenées.Contactaron con Leopold Galy en el Bar Basque de Do-nibane Lohitzune, ofreciéndole 300.000 francos por pa-sarse con su avión. Finalmente, el 26 de mayo de 1937los Fiat dieron alcance y derribaron el bimotor pilotadopor Galy sobre Sopelana. El 8 de septiembre destruye-ron un segundo transporte en Ribadesella, el de AbelGuidez, que falleció.

No todos los aviadores eran de la pasta moral deGaly y los agentes lograron comprar a José Yanguas, unode los pilotos de más confianza, que había realizado másde sesenta viajes. A las nueve de la noche del 21 de juniode 1937 aterrizó en la playa de Zarautz, pretextando unaavería. La arena estaba iluminada para facilitar la manio-

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bra, así que algo debió barruntar su pasaje, que era depostín: el consejero de Sanidad, Espinosa; su secretarioUrgoiti; su jefe de administración, Ubierna; el capitán deArtillería Aguirre y un teniente francés. Tanto Espinosacomo Aguirre fueron fusilados, parece que como repre-salia por la ejecución del espía Wakonnig, en cuyo tribu-nal figuró el padre del consejero. Tras la traición, Yanguasse trasladó a Toulouse con Troncoso y Joaquín Goyoagapara retirar las joyas de la Virgen de Begoña, deposita-das en un banco francés a instancias del PNV. Con todo,el mal pudo ser mayor, pues el presidente Aguirre siem-pre recordó la insistencia del piloto: «¡Lehendakari, paramí sería un honor que volase en mi avión!».

El SIMP dificultaba en lo que podía la adquisición deaviones. Denunciaba ante el Comité de No Intervenciónlas compras republicanas. Consiguió la confiscación enBiarritz de cinco aeroplanos embalados que iban a serenviados a Bilbao, y que las autoridades holandesas ydanesas incautaran cinco bimotores Envoy adquiridos porla República. Si se producía el embarque, informaban ala flota rebelde para que interceptara el mercante: másde treinta aeronaves fueron capturadas en el Cantábrico.Interferían los tratos con los traficantes de armas, contan-do con la inestimable ayuda de la venalidad o ideologíade bastantes agentes de compras gubernamentales. Al-gunos, como el navarro Rada, héroe del raid del Plus Ul-tra, “volaron” con su prestigio y los millones. Otros, comoJulio Díez Alegría, eran “leales geográficos” y, en cuantopudieron, se pasaron al campo rebelde. No es posiblesaber en qué grado el SIMP tomó parte en todas aquellascompras desgraciadas debido a la tendencia de los espíasa adjudicarse siempre un papel protagonista. Pero la ad-quisición de aquella escuadrilla de Letov checos que lle-garon sin instrucciones de montaje, de los que cuatro seestrellaron al despegue, la de unos Bristol Bulldog esto-nios que para nada servían o el puñado de Gordou-Le-seurre, ¡un modelo de 1925 dado de baja por l´Armée del´Air!, quizá no fueron fruto sólo del desconocimiento enmateria aeronáutica, sino un sabotaje consciente.

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El SIMP en ciertos casos recurrió al terrorismo. Losagentes franquistas destruyeron tres transportes Vulteedel Gobierno vasco. En agosto de 1937, La Cagoule averiógravemente dos trimotores Fokker en el mismo aero-puerto parisino de Le Bourget y puso bombas en el ae-ródromo de Toulouse.

Contra la flota republicana No nos cansaremos de repetirlo: los espías son como

los pescadores, hay que tomar sus afirmaciones sobre suspresas con circunspección. La Jefatura de Fronteras delSIMP se adjudicó la captura del Galerna en octubre de1936. Existen varias versiones al respecto. Una afirma queel capitán Gómez y su primer oficial pactaron la entregacon un agente de Troncoso, informándole de la derrota yde la hora en que zarpaban. Otra defiende que un políticovasco-francés, quien junto con su esposa eran los princi-pales espías del SIMP, informó de su salida. Un testigopresencial nos ha asegurado que René Delzangles se jac-tó en público más de una vez de haber provocado la cap-tura del Galerna y el fusilamiento del cura Aitzol. Similarpapel se adjudicó el SIMP en la captura del Galdames el 6de marzo de 1937. En el abordaje hubo seis muertos y delpasaje fusilaron al político catalán Carrasco Formiguera.

El SIMP recurrió a la violencia para destruir o capturarbuques en territorio francés. Su primera acción consistióen la colocación de un artefacto en las calderas del MarRojo. El 8 de marzo de 1937 sabotearon el motor del des-tructor José Luis Díez y lograron la deserción de seis oficia-les del buque. La siguiente operación fue más osada: lacaptura del petrolero Campoamor en Le Verdon. En primerlugar se sondeó a la tripulación, sobornando a parte deella. La noche del 10 de julio de 1937 consiguieron quecasi todos los fieles a la República bajasen a tierra, invi-tándolos a burdeles y cabarets. Un comando formado porel capitán Miguel Ibáñez de Opacua, Manuel Orendain,Emilio Baraibar y el jefe de FET de Irun, Arteche, abordóel petrolero. La mayoría de los tripulantes que quedaban

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a bordo estaban compinchados, por lo que fácilmentedominaron la situación y zarparon hacia Pasajes.

Tras este espectacular éxito, se intentó una opera-ción de mayor calado. Se trataba de capturar un barco deguerra: el submarino oceánico C-4, de 900 toneladas y 40tripulantes. El buque llevaba amarrado en Brest desdeel 30 de agosto. De nuevo se sobornó a parte de la tripu-lación, por lo que no se esperaba gran resistencia. El 18de septiembre Troncoso en persona dirigió un comandode nueve hombres –los tres hermanos Gabarain, Seve-riano Satrústegui, Mauricio Graindain, Antonio Marcha,Sangelio, Sainz Sobresquen y el cagoulard Robert Chaix–que salieron de Irun en tres vehículos. Cuando el grupose aproximaba en una embarcación al submarino, el cabode guardia disparó, matando a José María Gabarain. Losasaltantes huyeron, pero la Gendarmería detuvo a cincoantes de que traspasasen la frontera, entre ellos al mis-mo Troncoso.

Las autoridades galas decidieron que esta vez elSIMP se había excedido y expulsaron a cuarenta agentesfranquistas del país. Troncoso fue encarcelado hasta mar-zo del 38. En la nota necrológica de Gabarain, la prensadonostiarra advertía que había muerto un héroe del que«por el momento no podían glosar sus hazañas». Debidoa ello se quedó sin una calle a su nombre, a diferencia deotros falangistas como los hermanos Iturrino o Aizpurua.

El SIMP se retira de escenaEn adelante, la Policía francesa se mantuvo más vigi-

lante con los agentes nacionales. En febrero de 1938 de-tuvieron en Biarritz un comando dirigido por el marquésde Portago, compuesto por un tal Arana, Escauriaza yMartín. Les ocuparon una botella de cloroformo y vene-no. En comisaría confesaron que planeaban secuestraral ex comisario de Santander, Neila, y llevarlo a Españapara juzgarlo. El veredicto del juicio resultaba tan previ-sible que, si el secuestro no era factible, habían decidi-do ejecutarlo. Semanas después arrestaron a Ibáñez de

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Opacua y Manuel Orendain con una bomba en el male-tero, cuyo destino no quisieron explicar.

Según avanzaba la guerra, la importancia del sectorvasco disminuía. Las alarmas se encendieron por últimavez el 16 de marzo de 1938, cuando la Abwehr advirtió alEstado Mayor de Franco que era inminente una invasiónfrancesa por el Bidasoa. El sustituto de Troncoso, Sanz-Agero, creía real esta información. Las buenas relacionesdel coronel Ungría esclarecieron la cuestión y evitaron unincidente internacional de imprevisibles repercusiones.Su compañero de promoción de la Escuela de Guerra, elcomandante Lostanau-Lacau, hombre de confianza dePétain, le aseguró que se trataba de un montaje alemán.La duda que aún hoy queda era si se trataba de una into-xicación del espionaje republicano, deseoso de interna-cionalizar el conflicto, o de una jugada taimada de losnazis para crear tensión entre Francia y España y así po-der obrar a sus anchas en Austria y Checoslovaquia.

Hacia el final de la guerra, Iparralde se había conver-tido en un lugar marginal porque la actividad se habíatrasladado hacia París y la frontera catalana. El 3 de juliode 1938, el marqués de los Arcos se quejaba de la situa-ción precaria de la legación franquista en Hendaia:

A este respecto, creo que mi deber es el poner en el supe-rior conocimiento de V.E. las condiciones en que se en-cuentra esta oficina. Sometido a un régimen de vigilanciaconstante por parte de la Policía francesa, si bien desdehace varios meses no ha practicado en ella ningún regis-tro, como los efectuados en varias ocasiones en el cursodel año próximo pasado, últimamente ha habido momen-tos en que he tenido la convicción de que estaba a puntode ser sometido nuevamente a dichas prácticas (...) Porotra parte, la villa en que está instalada la oficina, encon-trándose aislada y no estando habitada no ofrece seguri-dad, pues aunque el guarda de noche es persona deconfianza, el haber sido objeto de amenazas de un golpede mano en diferentes ocasiones ha dado lugar a pensaren cualquier eventualidad desagradable.

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El momento de los espías franquistas en Iparraldehabía pasado. Por ahora.

Espías y quinta columna en BizkaiaEn Madrid y Catalunya los facciosos habían encua-

drado a sus partidarios siguiendo directrices de laOVRA. Esta quinta columna estaba constituida por célulasde tres personas que se organizaban jerárquicamente.En Bizkaia, el número de simpatizantes de los subleva-dos era evaluado por el Servicio de Información Militar(SIM) republicano en torno a las 5.000 personas, de lasque 2.000 estaban encarceladas. A tenor de la documen-tación consultada no parece que los rebeldes llegaran aformar ninguna organización coordinada en Bizkaia. In-cluso, más que “quintacolumnistas activos”, hubo “lealesgeográficos” que sabotearon con su inacción e ineficaciael esfuerzo de guerra republicano. A esa categoría perte-necían algunos militares de carrera situados en puestosclaves, como el jefe de miñones Luis Montaner.

Aunque sin organizar, entre carlistas, monárquicos al-fonsinos y falangistas, muchos ojos y oídos espiaban lasactividades de los rojo-separatistas. De ello tanto se ha-cía eco la prensa jeltzale como la marxista. Tierra Vasca escri-bía el 18 de noviembre de 1936: «Nuestro enemigo está aun lado y a otro de las trincheras. Viste como nosotros, ha-bla como nosotros, y pasea a nuestro lado por las calles...Por eso es preciso vivir vigilantes y ojo avizor». Eusko Lan-gille se quejaba de la incapacidad gubernamental parafrenar la actividad fascista y las deserciones al campo re-belde. Euzkadi Roja, desde otro ángulo político, declaraba:«No nos cansaremos de repetir que anda mucho enemigosuelto por Bilbao (...) Son los señoritos y rameras de rizostintados, hermanos gemelos de los que en otras capita-les, al estar cerca de ellos los lobos mercenarios, se handedicado a paquear desde tejados y azoteas».

Radio Bizkaia emitió la siguiente crónica: «La quintacolumna está organizada en Bilbao con un sigilo, con unhermetismo y con una eficacia que denota planteamien-

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tos genuinos de alguna organización clerical de odiosaimpopularidad en nuestro país. El Gobierno vasco no ig-nora este problema y cuando se suscita un estado de có-lera por las expulsiones llevadas a cabo por los facciososde Guipúzcoa y cuando se anuncia que hará plena y rá-pida justicia, cabe pensar que el fascismo que alienta enlas gentes de Bilbao quede reducido y maniatado deforma que no pueda hacer otra cosa que suspirar». LaCNT del Norte se quejaba de que censuraban sus artícu-los porque negaban la virginidad de María o defendíanel comunismo libertario, mientras que la Policía dejabaactuar a los quintacolumnistas.

Realmente, el Gobierno vasco no tomó medidasdrásticas. En principio se limitó a destituir a 236 conce-jales hostiles. José María Azpiazu, desde la comisaría deOrden Público, era el encargado de combatir el espiona-je. No se investigaron denuncias contra elementos du-dosos que posteriormente demostraron ser espías,como Goicoechea o Arbex, a los que incluso se promo-cionó. Esto provocó una situación de inseguridad en laretaguardia con pésimas consecuencias en el frente,como advirtió el asesor militar de Aguirre, coronel Mon-nier, alias Jauregi: «Los errores militares, la deserción delos jefes, son explotados por la quinta columna como unplan para aplastar al ejército vasco». Por cierto, el coro-nel era agente del Deuxième Bureau, espléndidamente si-tuado para saber qué se cocía en Euskal Herria.

El Tribunal Popular de Vizcaya, que juzgaba los casosde espionaje, se mostró bastante benigno. El 12 y 13 demarzo de 1937 condenó a dos encausados a treinta añosde internamiento y absolvió a otros dos. El 21 de mayodictó sentencia de doce años y un día contra un implica-do en una red de evasión. El 18 de junio absolvió a AnaVázquez Barrancúa. Fueron desarticuladas varias redesde espionaje. La primera, de poca entidad, comunicabaa los rebeldes la situación de las posiciones de los mili-cianos, achacándosele la muerte de catorce combatien-tes. Fusilaron por ello al alcalde de Zigoitia, Felix Ruizde Erenchun y a Bernabé Aguirre. Los alemanes Lothar

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Gudde y Wolfgang von Einatten fueron juzgados y ejecu-tados por actividades similares. En Bilbao se desarticulóuna red de mayor importancia. La dirigía el falangista Ar-turo García, funcionario de la comandancia de Marina,secundado por Manuel Blanco, Félix Aguirregoitia, MaríaCruz Béjar Zubizarreta y Fidel Santaló. Informaban a laaviación enemiga sobre los objetivos a bombardear: in-dustrias bélicas, cuarteles, hangares... En el frente deElorrio fue ejecutado Vicente Martínez quien, disfrazadode peregrino, con sandalias y vieira, espiaba las trinche-ras republicanas. No parecía el mejor salvoconductopara vigilar las posiciones de la CNT.

La red principal era dirigida por el cónsul de Austria,Guillermo Wakonnig. Le auxiliaban su colega paraguayoFederico Martínez, el capitán de ingenieros Pablo Mur-ga, el comandante José Anglada, Julio Fernández Mendi-richaga y Emilio Schneider. El cónsul, muy relacionadocon Neguri por su matrimonio y amigo del mismo Agui-rre, había gestionado en la década de los veinte la insta-lación en Lekeitio de la ex emperatriz austríaca. Cuandoestalló la guerra facilitó pasaporte a quien deseaba huiry proporcionó información militar a los rebeldes. Lo de-tuvo la Ertzantza el 14 de noviembre de 1936, cuando in-tentaba embarcar en un buque inglés. En su valijadiplomática encontraron un informe del capitán Murga,subjefe del Negociado de Fortificaciones, para el gene-ral Mola, con amplia información sobre el “Cinturón deHierro”, la ubicación de las fábricas de municiones y elplan de ofensiva en el sector de Otxandio.

El Tribunal Popular de Vizcaya, a la vista de las abru-madoras pruebas, les condenó a la pena capital por deli-to de alta traición el 18 de noviembre. Al siguienteamanecer, Wakonnig, imperturbable y de frac, Murga,Martínez y Anglada fueron fusilados entre gritos de«¡Viva España! ¡Viva Alemania! ¡Abajo el marxismo!» yun último «¡Viva el fascio!».

Un espía cuya actuación llama especialmente laatención fue el capitán retirado José María Arbex. Resul-ta increíble que, a quien era público que había entrena-

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do al requeté de Ondarroa ¡se le encomendase dirigir laSección de Información del Ejército del Norte! Por su-puesto, se pasó a los nacionales después de saboteardurante meses las labores de inteligencia.

El affaire del “Cinturón de Hierro”Sin duda, el asunto de espionaje más conocido fue la

sustracción de los planos de las fortificaciones que el Go-bierno vasco había construido para defender Bilbao. Elorigen del “Cinturón de Hierro” –denominación ideadapor los rebeldes, pues oficialmente se trataba de la “Líneainterior” o “Campo atrincherado de la plaza de Bilbao”–hay que buscarlo en el concepto que el PNV tenía de laguerra. La idea básica, casi filosófica, era levantar un muroinexpugnable tras el que los gudaris, aislados por tierrapero comunicados por mar, resistirían mientras que la lu-cha entre españoles se desarrollaba en otros teatros deoperaciones hasta la victoria republicana.

En octubre de 1936 se creó el Negociado de Fortifi-caciones. Lo dirigía el capitán de Ingenieros AlejandroGoicoechea, ayudado por el de mismo grado Pablo Mur-ga. La elección técnica parecía idónea: Goicoechea eraun profesional muy capacitado, cuyos trenes TALGO si-guen constituyendo el núcleo del transporte ferroviarioespañol a inicios del siglo XXI. Pero la elección ideológi-ca resultó un desastre, pues ambos trabajaban para elespionaje franquista. El ingeniero comunista Manu Egui-dazu propuso un trazado diferente al de Goicoechea,pero el Gobierno vasco no lo aceptó. La orden de cons-trucción del cinturón se firmó el 5 de octubre. Al princi-pio se destinaron a la labor 14.000 obreros, aunqueposteriormente se redujo el número.

Cuando Goicoechea escapó, sustrajo el informe delestado de las obras a 27 de febrero, con la línea termina-da al 40%. El escrito no tiene desperdicio:

1– De las cuatro secciones del “Frente de Guipúzcoa” (Le-keitio, Markina, Eibar y Elorrio) recomendaba atacar porEibar –posición que se consideraba insostenible, habién-

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dose proyectado la evacuación de las tropas a las estriba-ciones de Urco– o por Elorrio.

2– Respecto al “Frente de Álava” (secciones de Aramaioa,Otxandiano, Ubidia y Gorbea), el consejo era atacar porAramaioa, ya que las fortificaciones eran rudimentarias.Sólo había parapetos y alambradas, todo dentro de unsistema discontinuo.

3– En el “Frente de Burgos” (secciones de Amurrio y Artzi-niega-Balmaseda), lo idóneo era atacar por Amurrio, sec-ción muy poco fortificada, careciendo incluso de unasegunda línea de defensa.

4– Respecto a la “Línea Interior” o “Cinturón de Hierro”,estaba acabada al 50% con un coste de 30 millones de pe-setas. Constaba de parapetos de sacos terreros, trincherascubiertas y descubiertas, nidos de tirador, alambradasdobles, 140 nidos de ametralladora de hormigón, mam-postería y madera –quedaban por construir más de mil–,observatorios y puestos de mando en hormigón y caminoscubiertos y desenfilados realizados en zigzag para comu-nicar las líneas. Todo construido con poca elevación,adaptación al terreno y profundidad por reiteración suce-siva y escalonada.

Para el 12 de junio las brigadas navarras habían roto eldispositivo defensivo. La explicación más cómoda siem-pre ha sido la traición de Goicoechea, pero para el gene-ral Gamir Uribarri, jefe del Ejército de Euzkadi, «bajo elpunto de vista táctico, no de construcción, pues en él sehabía hecho derroche de mano de obra y hormigón, elexamen de la obra de fortificación era desconsolador (...)Se había trazado una línea grisácea continua, aprove-chando la cresta militar, nunca la contrapendiente (...)perfectamente visible desde los observatorios enemigos,dada la constitución topográfica de Bilbao, de cazoletadominada por las alturas que le rodean». La traición deGoicoechea fue importante, pero no tuvo la trascenden-cia que algunos autores han querido darle. Ni la “LíneaMaginot”, ni la “Metaxas”, ni el fuerte Eben-Emmael, mu-cho más potentes y mejor proyectados, iban a protegersus respectivos países los años venideros. Ninguna forti-ficación ha resistido nunca un ataque mantenido con los

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suficientes medios y valor. Valor había en ambos lados,pero los medios –oficiales que, sin ser grandes estrate-gas, recordaban lo que les enseñaron en la academia,aviones y cañones– sólo los tenía Franco.

Los quintacolumnistas llegaron casi indemnes a laconquista facciosa de Bilbao. Tanto que, en vísperas dela entrada de los requetés, aumentaron sus acciones,presionando al Gobierno vasco y a la población para queevitaran la destrucción de las instalaciones industriales.Incluso llegaron a la sublevación. El 15 y 16 de junio ocu-paron en Algorta el cuartel de Zugazarte y atacaron al Ba-tallón Bakunin cuando se retiraba.

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La primera red de inteligencia jeltzale, que iba aconstituir la base de los futuros servicios de informacióndel Gobierno vasco, se improvisó al poco de la caída deIrun. Aunque quizá fuese preexistente, pues el ministrode Gobernación, Salazar Alonso, había denunciado en1934 la existencia de emisoras clandestinas que desdeBilbao se comunicaban en clave con la Generalitat. Susmiembros eran afiliados y simpatizantes del PNV refu-giados en Francia, enrolados a instancias del doctorCiaurriz, presidente del EBB. Los “socios fundadores”fueron Pepe Mitxelena Bengoetxea, de la Junta Munici-pal del PNV de Irun, su hermano Juan José, Timoteo Pla-za y los hermanos Gabriel y Ramón Agesta. La pequeñaorganización operaba desde la agencia de aduanas queel padre de los Mitxelena tenía en Hendaia y su primeralabor fue enlazar el sudoeste de Francia con Bilbao.

Simultáneamente, surgió en Bizkaia otra incipiente or-ganización clandestina destinada a adquirir armamento.Juan Manuel Epalza se trasladó a Francia en el boniteroEuzko-Etxea a finales de julio: «Tratábamos de procurarnos

IIILa Guerra Civil. Los servicios deinformación del Gobierno vasco

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armas para con ellas contener posibles desmanes de losizquierdistas, desmanes que ya se habían generalizadoen Guipúzcoa». Epalza trató de actuar desde la Embaja-da, pero un correligionario lo denunció como “elementodudoso” y lo expulsaron. Tras establecer por libre contac-tos con los traficantes de armas, dejó París y volvió a Bil-bao por dinero para las compras. Obtuvo seis cajas conmonedas de oro del Banco de España que salieron deOndarroa en cinco boniteros con una escolta de mendigoi-zales. En aguas jurisdiccionales francesas trasladaron lascajas a otro barco donde esperaban Antonio Irala y Teles-foro Monzón. El oro se depositó en la Banque Gomes deBaiona y sirvió para adquirir los 22.000 mausers que frena-ron en octubre la ofensiva rebelde. Las armas las introdu-jo el contrabandista Lezo Urreiztieta, del Jagi. Comomuestra de que el capitalismo no entiende de gobiernos,los fusiles se embarcaron en la nazi Hamburgo.

La institucionalización definitiva de estas rudimenta-rias redes se produjo por deseo del lehendakari a iniciosde 1937 mediante la fusión de los grupos ya existentes.El servicio secreto vasco fue bautizado oficialmentecomo Servicio de Información y Propaganda, aunque ladenominación habitual fue “Red Mimosas” o “servicios”,mientras que sus componentes eran los “tenebrosos”.Antonio Irala, abogado y comerciante amigo de Aguirre,y el diputado José María Lasarte fueron sus primeros res-ponsables, aunque Pepe Mitxelena siguió desarrollandoun papel relevante y era quien tomaba la mayoría de lasdecisiones.

Los “servicios” tenían su base en el Hotel Carlton deBilbao, sede del Gobierno vasco, y en Villa Mimosas, alas afueras de Baiona. Disponían de la emisora más po-tente de Iparralde, con 150 vatios, del yate Domeyo de109 toneladas y una tripulación de 10 hombres, del bouTrintxerpe y de bastantes vehículos. La conexión radiofó-nica se establecía desde los barcos para evitar injeren-cias de las autoridades francesas. Estos medios,bastante potentes para la época, se mantenían con laaportación del Gobierno vasco, 5.000 francos mensuales

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del Deuxième Bureau y una cantidad desconocida del SIM.En septiembre de 1937 Lasarte se entrevistó con Carre-tero, jefe del SIDE republicano. Firmaron un acuerdopor el que la inteligencia gubernamental pagaría 69.000pesetas mensuales a cambio de colaboración. Pero tresmeses después se suspendió el convenio, al considerarel SIDE «malísimos» sus informes.

Ciertamente, en los primeros pasos de los “servicios”se cometieron errores. Por ejemplo, respecto al apresa-miento del Mar Cantábrico por la flota rebelde, acusaron detraición a los marinos Tomás Azpeitia, Carlos Díez y CarlosMoya, cuando la captura se debió a la descriptación deuna clave radiofónica. Las relaciones con los servicios se-cretos republicanos fueron difíciles, pues les acusaban decometer imprudencias en cuestiones de seguridad. EnValencia les achacaban en concreto la pérdida del Galda-mes. También afloraron las críticas personales, centradasen Irala, al que acusaron de filofascista, de agente jesuitay de cobrar comisiones por las compras.

Entre las funciones de los “servicios” estaba la deofrecer apoyo a los agentes de compras del Gobiernovasco en su imposible labor de abastecer a los comba-tientes. El marino y contrabandista Lezo Urreiztieta fueuno de sus mejores colaboradores, realizando diecisie-te viajes por Europa para adquirir armamento.

¿Qué conocimiento tenía el SIMP franquista de las ac-tividades de esta red? Sorprendentemente, parece quebien escaso. En 1940 Pepe Mitxelena pidió al Consuladode Hendaia un certificado de nacionalidad. Por supuesto,se le negó, pero el motivo argumentado en la documen-tación interna de la legación era su condición de naciona-lista. Ni una palabra se decía de sus “actividades deespionaje contra España”.

Ramón Agesta: «Así comenzamos los servicios de inteligencia...»

Aún vive uno de los cinco fundadores de la primeraagencia de inteligencia vasca, activo y con buena cabeza

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pese a los casi setenta años transcurridos. Ramón Ages-ta nació en Irun en 1914. De familia humilde, se conside-ra un gran afortunado por haber estudiado hasta los 15años. En julio de 1936 trabajaba, como casi todos susconciudadanos, en las aduanas. Tras combatir en la bata-lla de Irun se exilió en Hendaia, donde su amigo PepeMitxelena le pidió que ingresase en los “servicios”. Debi-do a la invasión alemana, escapó a Gran Bretaña y en laposguerra fue representante de Solidaridad de Trabaja-dores Vascos en París. En 1976 cerró su etapa de cuarentaaños de exilio volviendo a su ciudad natal. Éste es su tes-timonio, esencial para conocer los primeros pasos de los“servicios”:

Cuando estalló la guerra, todo el pueblo de Irun se movili-zó... Todo, menos el carlismo y las derechas. Nosotros,que éramos mendizaleak, teníamos como jefe a ValentínOlaizola. En cuanto a la guerra, estábamos todos de acuer-do, desde el famoso Cristóbal Errandonea, comunista,hasta Valentín Olaizola. Era Irun muy abierto, muy progre-sista, muy liberal, un entender las ideas modernas y nue-vas, que a lo mejor es porque está en la frontera. Es unorgullo ser de Irun.

Bueno, pues estando en esta cuestión la guerra, nos cayóaquí el presidente del Partido Nacionalista Vasco, que eraentonces Doroteo Ciaurriz, que era médico generalista ynos hizo ver lo que representaba la pérdida de Irun, quequedaba incomunicada toda la zona republicana. Todo elteléfono y todo estaba controlado, incluso los pases aHendaia. Además de la conquista, la represión. Y enton-ces se ideó algo.

El hombre de confianza en la zona navarra, en la zona delBaztan, era Timoteo Plaza, directivo de nuestro partido. Yentonces ofreció el agente de aduanas Mitxelena que suoficina en Hendaia fuera el cuartel de operaciones. Losdos hijos se ofrecieron voluntarios y, como Pepe era muyamigo de mi hermano Gabriel, el mayor, pues le cogió.Como querían gente muy de confianza, me dijo: «Oye tú,¿porqué no vas a meterte ahí? Ya tienes 22 años, ya pue-des hacer algo». Me enredó allí, la verdad. Soltero y con22 años es fácil meterse en estas aventuras. No ves el peli-gro. Haces lo que te dicen y ya está. Lo malo era el caso de

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mi hermano, era duro estar casado, con dos hijos y meter-se en estas aventuras. O sea, que los cuatro éramos de ab-soluta confianza.

Y allí se estableció el enlace clandestino por el monte,desde Bera por Larrun hacia Sara. En Sara esperábamos ladocumentación de todo lo que pasaba y la propagábamosa la prensa francesa. Por cierto, la prensa americana cola-boraba con nosotros a través de uno que había sido guda-ri, el irlandés Sullivan Berst. Y así expandíamos a lasprincipales agencias internacionales lo que los franquis-tas, además de la conquista, perpetraban.

Cuando se constituyó el Gobierno vasco, en otoño del 36,entonces los socialistas reclamaron, tenían razón por unlado, que se les facilitase ese enlace clandestino y quefuese competencia del Gobierno. Y desde entonces, den-tro de nuestro grupo había uno, no de los que iban por elmonte, representante del Gobierno vasco. Primero fue undonostiarra, José María Lasarte, y entonces se pudo, conayuda del Gobierno, alquilar una villa en Baiona, Villa Mi-mosas, cerca del Monumento a los Caídos. Y ése fue nues-tro trabajo: facilitar al exterior información sobre larepresión que había, denunciando lo del Pacto de Santo-ña, no digamos el incendio de Gernika, con fotos y todo...Ése fue nuestro trabajo. Juramos que no hablaríamos niescribiríamos sobre el tema, que guardaríamos absolutadiscreción.

Para pasar la información había un grupo de unos seis uocho. Yo creo que en esta cuestión de recoger informaciónvalen más las mujeres que los hombres. Les esperábamosen Lizarrieta, una altura cerca de Sara, y de allí llevábamoslos documentos a Baiona. El alcalde de Sara, Paul Iturnie-ta, cuando la Gendarmería, que no es tonta, se dio cuentade aquel trasiego, les dijo: «Cuidado. Éstos se vuelven dedonde han venido y no traen ningún contrabando, sólopapeles». Y consiguió que la Gendarmería hiciera la vistagorda.

De Baiona salía el barco por la noche y hacíamos la trave-sía a los puertos vascos. El responsable del barco era Cán-dido Etxeberria, de Pasajes, pero el capitán se llamabadon Vicente. Había sido grumete del último velero Bilbao-Filipinas. Durante la noche, como los barcos franquistas

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sospechaban que existía algún tráfico, se acercaba tanto ala costa como media milla y yo le decía a mi hermano«¡Vamos a encallar!». Pero nunca nos pasó nada. Conocíatodos los recovecos como si fueran el pasillo de su casa. ¡Ynos contaba cada historia! Una de ellas era que un día, ha-ciendo de grumete, el temporal les llevó a una isla desier-ta, donde encallaron. Y al desembarcar se vieronrodeados y con los brazos en alto. Los indígenas nuncahabían visto una persona blanca y creían que era que ve-nían del cielo. Y le nombraron gurú y tenía derecho a doschicas jóvenes entre 18 y 21 años. Bueno, nos contaba eso.Aunque sólo el 10% fuera verdad... ¡por qué no habrá es-crito un libro este hombre!

Cuando desembarcamos en Bilbao, llegamos al Hotel Carl-ton donde estaba el Gobierno. Y allí bajaba Antonio Iralacuando le decíamos al portero quiénes éramos, porquenunca pudimos subir. Antonio Irala, el padre del que diri-ge ahora Iberia, era secretario político de Aguirre. Recogíala cosa y decía «¡Ahora desapareced, que no se dé cuentanadie!». Tanto fue así que nos llamaban los tenebrosos. Desa-parecíamos, volvíamos al barco y, cuando le parecía con-veniente al capitán, volvíamos a cruzar. Irala marchó, lonombró delegado en los Estados Unidos Aguirre.

Después, cuando la ocupación de Francia por los alema-nes, entonces nos dividieron. Una mitad se fue hacia unsuburbio de París, a quedar un poco de incógnito. Y a laotra mitad nos ordenaron ir a Inglaterra, el único país queaguantaba los bombardeos y, a pesar de cierta presiónaristocrática, no querían entrar en conversaciones con losalemanes. Incluso el embajador americano aconsejaba alos ingleses entrar en negociaciones con Alemania. En elpuerto de San Juan de Luz hay una glorieta y doce escale-ras diferentes. Había de retirada una división polaca. En-tonces, en una de las lanchas, seis nos lanzamos comolobos. Eramos Pedro Beitia, Luis Arredondo, Iturbe, Olla-riaga, mi hermano y yo. Queríamos quedarnos con la lan-cha e ir al transporte de tropas que estaba a tres millas delpuerto. Llegamos al barco, que se llamaba Baron Nairn, ydecían a voz en grito que éramos polizones. Nos metierony el barco puso dirección a África, pero no pasó de La Co-ruña porque ya estaba convertida en base alemana, base

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naval, y entonces no tuvieron más remedio que tirar haciaInglaterra, a Southampton.

Naturalmente, lo primero que hicieron, como éramos poli-zontes, fue detenernos, en un sitio para patinar. Y allí estu-vimos encerrados hasta que se informaron los ingleses denuestra posición, que era antifranquista, que era con losAliados, que era antialemana. Queríamos trabajar en tareasde información, pero los ingleses sólo nos dejaron entraren una industria de guerra, pero nos consentían el vierneso el sábado bajar a Plymouth y estar en contacto con nues-tros mercantes en los que venía gente del “servicio”.

Las negociaciones secretas con los italianosLa orden del día del mariscal Foch del 3 de octubre

de 1918 contenía una consigna lapidaria: «¿Quién quie-re parlamentar con el adversario que trata los acuerdosde papeles sin valor?». ¡Qué estupendo debe ser viviren el mundo de certezas de los militares! Pero en la rea-lidad es difícil saber cuándo ha terminado la pelea ytoca tirar la toalla, sea para volver al cuadrilátero otro díao para rendirse definitivamente. Una de las cuestionesmás controvertidas de la guerra en Euskal Herria fue lanegociación secreta con los fascistas italianos que culmi-nó en el Pacto de Santoña.

Las conversaciones, desarrolladas por el presidentedel Bizkai Buru Batzar (BBB), Juan Ajuriaguerra, a espal-das de Aguirre, contaron con el soporte logístico de los“servicios”, tanto de su responsable político Lasartecomo de Mitxelena. Algunos jeltzales habían contactadodesde fechas tempranas con Roma. José María Izaurrieta,de la Delegación en París, sondeó a través de grupos ca-tólicos, de la Compañía de Jesús y del doctor Junod, de laCruz Roja, la posibilidad de un alto el fuego. En octubrede 1936 Alberto Onaindía, canónigo de Valladolid, sepresentó en el Vaticano para gestionar una mediacióndel Papa entre los sublevados y los jeltzales. Justificaba laoposición del PNV a la sublevación debido a que ni lasderechas ni los militares le habían participado sus planesde rebelión ni invitado a tomar parte en el movimiento.

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Militares a los que, por otra parte, tildaba de masones ymarionetas de la Banca judía. El cónsul italiano en Do-nostia, marqués de Cavaletti, y el Vaticano también mo-vieron pieza. Pero, en mayo de 1937, Aguirre rechazó lapropuesta de rendición condicional ofertada por Roma,con lo que finalizaron las negociaciones oficiales del Go-bierno vasco.

El Vaticano, a través de monseñor Pacelli, envió pos-teriormente un telegrama a Aguirre con una propuestapara la rendición de Bilbao. Los italianos se comprome-tían a permitir la salida de los dirigentes y los milicianosque se rindiesen con sus armas quedarían en libertad.También se ofrecía una descentralización administrativasimilar a la que se aplicase en otras regiones y una polí-tica social basada en los principios de la encíclica Rerumnovarum. Aguirre no tuvo que meditar mucho su respues-ta porque el SIM interceptó el telegrama. El jefe de Go-bierno republicano, Largo Caballero, decidió no darlecurso.

Ante el empeoramiento de la situación militar, JuanAjuriaguerra encargó a Onaindía proseguir los contactos.El 25 de junio el mismo Ajuriaguerra se entrevistó en Al-gorta con el agregado militar De Carlo para preparar larendición. El presidente del BBB envió a Onaindía y aldirector del diario Euzkadi a Roma para negociar con Mus-solini. Sus instrucciones eran muy ambiciosas: «Ustedplanteará el problema vasco en toda su amplitud: 1. Quées Euzkadi. 2. Los vascos no son españoles. 3. Por qué losvascos están en la guerra. 4. Actuación de los vascos congran civilidad en esta guerra, únicos en los dos bandos(...) 7. Esperanza de que el Duce apoye nuestras legítimasaspiraciones». ¡Qué le importaba la civilidad a Mussolini,que gaseaba abisinios, que ordenaba asesinar a susopositores y que se congratulaba cuando las tormentasde nieve mataban a sus propios soldados porque «conesto mejora la mediocre raza italiana»! El Duce no reci-bió a Onaindía, pero sacó sus conclusiones de esta ofer-ta. En un telegrama a la expedición italiana pidió que

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«no diesen tregua porque el ejército vasco está total-mente desmoralizado».

Ultimaron detalles en conversaciones mantenidas enBaiona y Biarritz. La entrega debía disfrazarse de capturamilitar para evitar represalias republicanas. Para ello, sesugirió que los italianos atacasen por Reinosa y El Escu-do, cercando a los vascos contra el mar. Durante este pe-ríodo los batallones nacionalistas bordearon la rebeldía,negándose a seguir las órdenes del Ejército del Norte. El23 de agosto se apoderaron de la Academia de Oficialesde Santoña y liberaron a los 2.500 presos franquistas delDueso. No sospechaban que pronto ellos ocuparían sulugar.

A la mañana siguiente, los oficiales Eguileor y Pujanase trasladaron a Gurriezo para establecer el calendariodel armisticio. Allí escucharon atónitos cómo las condi-ciones habían cambiado: ahora les exigían la rendiciónincondicional. Aunque carecían de poderes, aceptaron lanueva propuesta, redactada por Franco en persona. Dán-dose cuenta del brete en que había metido a sus compa-ñeros, Ajuriaguerra se negó a tomar el último avión quedespegó de Laredo y afrontó el destino con sus correli-gionarios. Afortunadamente, los italianos gestionaron laconmutación de su pena de muerte.

Toda esta operación apenas si llegó a trascender ensu momento. Quizá el documento más esclarecedor so-bre Santoña sea este informe interno del PNV:

Podemos afirmar, bajo palabra de vascos y de cristianos,que desde la retirada de Bilbao hasta el presente, se haactuado por lo que respecta a los batallones vascos y prin-cipalmente a los nacionalistas para la realización del con-venio con Italia y sin permitir la menor resistencia denuestros batallones (...) Que de haber querido, la resis-tencia del Norte hubiera sido de tanta importancia comola de Euzkadi, en cuyo caso, aunque mal resultado hubié-semos obtenido nosotros, el mismo resultado hubiera po-dido derivarse al enemigo por nuestra resistencia.Sabíamos nosotros y estábamos seguros de ello, que siresistíamos hasta el mes de octubre, el Norte no se pier-

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de, porque el invierno hubiera impedido al enemigo or-ganizar sus ofensivas, pero fieles cumplidores de nuestrapalabra dada y roto el compromiso moral con el Gobiernode Valencia por parte de las fuerzas nacionalistas, ya quenadie más que ellas negociaban dicho plan, queríamosbuscar una salida visible a nuestro ejército y evitarlecuanto más mejor la pérdida de sus hombres.

Ésa era la realidad, la versión destinada a consumopúblico fue diferente. Según el informe “Las causas dela rendición del Ejército vasco en Santander”:

Nuestra sospecha de traición de Santander se confirmó.Los guardias de asalto, guardia nacional, batallones de in-fantería, se sublevaron en la capital a favor de Franco tanpronto como el general Gamir Ulibarri, comisario Somarri-ba, gobernador Ruiz Olazarán y otros habían salido delpuerto de Santander en un submarino, no con rumbo a Gi-jón, como hubiera sido su deber cumpliendo por ellosmismos la orden de repliegue a Asturias que habían dadoa todas las fuerzas a sus órdenes, en lugar de tomar tumboa Brest.

Por decencia histórica, hay que puntualizar que San-tander no se sublevó y que el pasaje del submarino de-sembarcó en Gijón.

Irujo contra el SIMCuando estalló la sublevación, se organizaron en zona

republicana las Milicias de Vigilancia de Retaguardia y elDepartamento Especial de Información del Estado paracombatir el espionaje. En diciembre de 1936 el ministrode Gobernación, Ángel Galarza, creó una Oficina de Infor-mación y Enlace con funciones de contraespionaje. Su di-rección la asumieron a veces agentes del NKVD soviético.Pero sus resultados reales fueron muy escasos. Se desce-rrajaron muchos tiros por cuestiones mezquinas, pero nolograron desarticular las redes de sabotaje y espías, la fa-mosa quinta columna. El ministro de Defensa, el bilbaínoIndalecio Prieto, consciente de que estaban perdiendo laguerra secreta, creó el 15 de agosto de 1937 el Servicio deInformación Militar (SIM), con funciones de contraespio-

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naje. Su primer director fue el teniente coronel Ulibarri,un oficial de la Guardia Civil. Una mala elección, pueshuyó a Francia en mayo de 1938. El poder del SIM, quellegó a contar con 6.000 agentes, radicaba en una extensared de delatores y soplones, pagados en efectivo o concartillas de racionamiento en una España angustiada porel hambre.

Rápidamente el NKVD intentó colocar a sus candi-datos –generalmente miembros del PCE o del PSUC– enlos puestos claves. Lev Feldbin, Alexander Orlov, máximoresponsable del NKVD y Ernst Morisovitz, Pedro, logra-ron controlar el SIM y el Servei Secret d´Informació de laGeneralitat. Así, además de los fascistas, los anarquis-tas, los escasísimos trotskistas y el POUM iban a ser losenemigos a batir. Mitka Etchebére recordaba cómo unapintada reflejaba la situación: «Si coges un fascista, de-ténlo; si coges un trotskista, mátalo». Algunos vascosfueron injustamente acusados de espionaje, cuando supecado era ideológico. El economista bilbaíno José Ma-ría Arenillas, teórico del POUM, autor de La cuestión nacio-nal en Euskadi, fue fusilado en Asturias a instancias delcónsul Ovseenko. Ovseenko fue ejecutado a su vuelta ala URSS, acusado de los mismos crímenes imaginariosque él imputaba tan alegremente.

Las piezas clave del SIM eran las chekas, centros de in-terrogatorio en los sótanos de villas y edificios de lasafueras. Sus agentes, reconocibles por sus gabardinas ypor la corrección en las primeras pesquisas, se trocabanen individuos temibles en la cheka. Si los indicios no eranimportantes, el encierro se limitaba a mantener al presounos días en la celda con la luz encendida. Pero si lassospechas parecían consistentes, el trato resultaba muydiferente. Algunas celdas presentaban el suelo recubier-to de ladrillos puntiagudos o de una fina capa de agua,para obligar a los detenidos a permanecer en pie. Otras,donde se encerraba a los claustrofóbicos, tenían las di-mensiones de un armario o el techo tan bajo que obliga-ba a los reclusos a permanecer en cuclillas. A veces semantenía a los presos aislados de todo estímulo, en la

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oscuridad y el silencio, acompañados sólo del olor desus deyecciones. A otros se les sometía a fuertes luces ysonidos, provocando aturdimiento y la pérdida de la no-ción del tiempo. La mayor sofisticación consistía en “lacampana”, un cubículo donde se aplicaban ruidos ensor-decedores y altas temperaturas.

De las celdas se salía para cuatro cosas. Una era pa-sear por las calles más concurridas, discretamente escol-tados. Aquellos transeúntes que les saludaban o separaban a charlar serían los siguientes inquilinos de lacheka. Otra salida era al interrogatorio. Aquí desaparecíatoda sofisticación: el tratamiento duro consistía en ataral reo a una silla y retorcerle los genitales. Alguno sequedó allí y muchos supervivientes arrastraron una or-quitis de por vida. Las últimas opciones eran la libertado el piquete de ejecución. Los franquistas describían auno de los más célebres jefes de cheka, Loreto Apellániz,como «el más cruel de los agentes republicanos del SIM,un tipo duro, alto, de complexión robusta, de 40 años,antiguo funcionario de correos». Añadían que era un de-pravado que distribuyó la película pornográfica Extasisantes de la guerra. Como a todos los agentes del SIM alos que echaron mano, le aplicaron el garrote vil.

Ya hemos escrito que en Bizkaia la represión repu-blicana no fue importante. Para luchar contra el espiona-je y la quinta columna se constituyó la Comisaría de OrdenPúblico, dirigida por Enrique Orueta, y el Cuerpo de Po-licía, Investigación y Vigilancia, mandado por el tenientecoronel Colina. También actuaba la Ertzantza. El FrentePopular acusaba a estos cuerpos de «blandos y poco in-teresados en su labor». El Tribunal Popular de Euskadiimpuso 29 penas de muerte por delitos relacionadoscon el espionaje. Diecinueve fueron ejecutadas y diezindultadas. Todo transcurrió de la forma más civilizadaposible, considerando las circunstancias.

El nombramiento de Manuel Irujo como ministro deJusticia intentó exportar el humanitario sistema vizcaínoal conjunto del territorio republicano. Irujo, como aboga-do, percibía nítidamente la frontera entre legalidad e ile-

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galidad y su objetivo era cerrar las chekas, abolir la torturay canalizar la represión a través de comisarías, juzgados ycárceles. El estellés, de un carácter desmedido y “echa-do p´alante”, más propio de la ribera del Ebro que de ladel Ega, parecía capaz de lograrlo. Esta anécdota reflejabien su excesiva forma de ser. En julio de 1936 pidió quese incautase un vapor portugués que había entrado enPasajes. Cuando desde Izquierda Republicana le replica-ron que eso provocaría un incidente internacional, res-pondió: «Con todo Portugal acabamos nosotros con 500gudaris». Pero su misión exigía alguien así.

Irujo colocó a su candidato, José Miguel Garmendia,como director general de Prisiones e introdujo algunosde sus hombres en el SIM. Frenó las acciones del NKVD,que se servía de la persecución del espionaje para eli-minar a sus adversarios políticos. Logró salvar la vidadel líder comunista Astigarribia y de algunos de sus co-laboradores. La acusación que sobre él pesaba era lahabitual de “trotskista emboscado”: «El odio de que esobjeto el Comité Central de España se hizo también ex-tensivo a la Internacional Comunista y a sus dirigentes(...) No se libraban tampoco de este odio aquellos cama-radas soviéticos que enviados por nuestra Internacionaly el glorioso Partido Bolchevique vinieron a Euzkadi aprestar una ayuda que por nuestra incapacidad se hacíamás necesaria y más eficaz que en parte alguna». Estaactitud moderada del ministro provocó que los falangis-tas iniciaran un acercamiento con el objetivo de que li-berase a su líder José Antonio. Para ello, excarcelaron asu hermano, encerrado en Iruñea, quien debía gestionarla salida de prisión del jefe de Falange. Ciertamente, lalibertad de José Antonio hubiese favorecido a la causarepublicana, pues hubiera supuesto un grave problemapara Franco, quien no era un fascista genuino, sino dicta-dor ultra y decimonónico. Pero resultó imposible, por-que José Antonio había sido juzgado y fusilado.

El NKVD comenzó a maquinar contra el ministro. Conrazón o sin ella, le achacaron relaciones con dos supues-tos espías franquistas, Francisco Aldave y Jesús Hernán-

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dez. El búlgaro Dimitrov, peso pesado de la InternacionalComunista, denunció a Irujo el 30 de julio de 1937 como«jesuita y fascista», a la vez que tildó al ministro del Inte-rior, el socialista Zugazagoitia, de trotskista. Contra Irujopresentó una segunda acusación: «Quería detener a Ca-rrillo, secretario general de la JSU porque, cuando los fas-cistas estaban aproximándose a Madrid, dio la orden defusilar varios funcionarios fascistas detenidos».

Afortunadamente para Irujo, el Kremlin considerabapositiva la presencia del PNV en el Gobierno republica-no, pues proporcionaba un toque burgués convenienteante la opinión internacional. El pulso final entre Irujo y elNKVD se produjo a raíz de la eliminación extrajudicial delPOUM. El SIM había falsificado pruebas contra su líderAndrés Nin, concretamente un plano en tinta simpáticade las defensas de Madrid cifrado con el código franquis-ta. Varios vascos estaban al tanto del montaje: Pasionaria,el jefe de policía de Barcelona, Ricardo Burillo, y el coro-nel Ortega. El problema era que no lograron “persuadir” aNin para que confesase. El NKVD temió, con razón, queIrujo lo liberase y el montaje quedase al descubierto. Asíque trasladaron a Nin al chalet madrileño del comunistavitoriano Hidalgo de Cisneros y difundieron el bulo deque la Gestapo lo había rescatado.

Irujo echó toda la carne en el asador. Destituyó al di-rector general de Seguridad e intentó sustituir a los ele-mentos afines al NKVD. Fracasó. Perdió el pulso porque élera prescindible y la ayuda de la URSS no. Dimitió y en so-lidaridad salieron los otros ministros vascos: los socialistasPrieto y Zugazagoitia. Como dicen los italianos: Manco la for-tuna, non il valore. De Andrés Nin nunca más se supo.

La “Red Álava”Tras Santoña, casi todos los miembros de los “servi-

cios” escaparon a Francia o fueron capturados. En Hego-alde sólo actuaba un reducido grupo de mujeres: VitxoriEtxeberria, Delia Lauroba, Tere Verdes e Itziar Múgica,de las que hablaremos posteriormente. A finales de

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1937, Aguirre encomendó a Luis Álava que dirigiera la or-ganización interior, mientras que en Francia la comanda-rían Lasarte y Mitxelena.

Luis Álava, primo de Ajuriaguerra, había nacido enMurgia en 1890. Médico de profesión, presidía la JuntaMunicipal del PNV en Gasteiz. Debido a la actitud cola-boracionista que adoptaron los jeltzales en la provinciatras la sublevación, no fue detenido. Álava, que desarro-llaba una vida de lo menos sospechosa, tenía como aliasVicente, Victorino y Venancio. Su grupo debía prestar ayuda alos presos nacionalistas, recabar información y mantenerabiertas las vías de comunicación con Francia. La estruc-tura orgánica de la red consistía en cuatro secciones, unapor herrialde, que estaban dirigidas por un delegado polí-tico. En noviembre de 1938 se reunieron por primera vezlos cuatro delegados. Bizkaia era la única zona donde laagencia carecía de implantación, pues los contactos fra-casaron por la reticencia de Ajuriaguerra y Solaun a tratarcon algunos elementos de los que desconfiaban.

Su grupo llegó a contar con treinta miembros. Agen-tes destacados fueron José María Sanz Eguren, VíctorRuiz de Gauna, Andrés Silva, Félix Eskurdia, PrimitivoAbad, Francisco Madinaveitia y Víctor González de He-rrero. En primer lugar emprendieron acciones de índolehumanitario. Una cuestión sorprendente consistía enque gran parte de sus informadores estaban prisioneros.Se logró actuar con enorme libertad dentro de las cárce-les. Los rebeldes, como primer escarmiento, fusilaron a79 presos en Santoña y El Dueso. Luego trasladaron amuchos cautivos a la cárcel de Larrinaga, donde ejecuta-ron a 234. Una de las cartas que sacaron de prisión, escri-ta por Ajuriaguerra y fechada el 15 de octubre de 1937,refleja el dramatismo del momento:

Esta madrugada han fusilado a 14 presos del Dueso: seisnacionalistas, dos socialistas, dos de la CNT y un comunista(...) La muerte de estos nacionalistas ha sido ejemplar, diri-gidos con un temple magnífico por Markiegi, han caído algrito de «Gora Euzkadi Azkatuta!» (...) Como supongo quepronto iremos cayendo los demás quiero antes de hacerlo,

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hacer a usted patente, quizá por última vez, mi razonada,firme, inquebrantable adhesión a las doctrinas del PNV enlas dos partes del lema, como católico y como patriota.

Para frenar la matanza, los agentes de Álava se pusie-ron en contacto con la Embajada inglesa. Pero allí les co-municaron que no pensaban mediar, porque les constabaque «en la España nacional sólo condenaban a muerte acriminales con delitos de sangre». Aniceto Antón logró es-camotear de las oficinas del penal de Burgos 200 expe-dientes de condenados a la pena capital sin delito gravealguno. Toda esta documentación se envió a Londres,junto con las sentencias y cartas póstumas de los fusila-dos. También proporcionaron todo tipo de detalles sobrela ejecución de sacerdotes vascos para privar a Franco delbeneplácito de la comunidad católica internacional.

El médico donostiarra Iñaki Barriola visitó las embaja-das sueca, argentina e italiana, implorando que interce-diesen ante las autoridades. Donde sus gestionesobtuvieron menos eco fue en el Vaticano. El nuncio Anto-niutti, en una larga conversación, le aclaró la diferencia te-ológica entre el fusilamiento de los 17 curas jeltzales y el delos miles de religiosos muertos por los rojos. Le advirtióque había hecho gestiones para que no se ejecutase amás sacerdotes vascos, pero que las «ejecuciones de civi-les eran meras consecuencias de la guerra» y no interven-dría al respecto. Afortunadamente, el Régimen franquistaera pura hipocresía, deseaba quedar ante el mundocomo campeón de humanitarismo y bondad, por lo que lacampaña internacional frenó sus ansias de sangre y se sal-varon miles de vidas de condenados a muerte.

En el caso de que la ejecución de la pena siguieraadelante, se intervenía de forma ajurídica en los proce-sos. Lo principal era perder tiempo, pues muchos cargosque llevaban al paredón en 1937 se convertían en cade-na perpetua un año después. En algunos casos, como elde un tal Acha, ante lo inminente de su ejecución, sedestruyó su expediente y se le buscó una nueva identi-dad entre los cientos de presos del penal de Burgos. Sesalvaron varias vidas falsificando informes con un sello

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tallado en una patata y muchas más retrasando la trami-tación a base de colocar los expedientes más graves enel fondo de los montones apilados. Se gestionaron cien-tos de avales y certificados de buena conducta entre car-listas, falangistas, monárquicos y religiosos, parapresentarlos como descargo. La mediación de una monjacon influencias, de un miembro del Tribunal de Bilbao ydel policía Anguiano resultó esencial. Pero fue un oficialde Juzgado, Modesto Urbiola, quien realizó las accionesmás resolutivas.

Dentro de los penales se realizaban dos tipos de la-bor. Una interna, consistente en mantener la cohesióndel grupo y evitar los bulos y las intoxicaciones franquis-tas, cuyo objetivo era que los gudaris se enrolasen conellos. Se introducían en la cárcel el parte diario de guerray recortes de periódicos franceses para que los presosconociesen la situación real. También se procesaba infor-mación procedente de las entrevistas con familiares y lasconversaciones con los guardias. Algo similar ocurría enlos batallones disciplinarios de trabajadores. La mayoríade los forzados eran campesinos de izquierdas y los vas-cos lograban a menudo hacerse con los destinos de ofici-nas porque los franquistas los consideraban mejor y lamayoría sabía leer y escribir. En estas tareas burocráticasobtenían información que acababa en manos de Álava.El principal peligro eran los chivatos de los Servicios deConfidencias e Información, una red de cientos de dela-tores bajo control de la Guardia Civil que actuaba en losdestacamentos penales. Los demás partidos también hi-cieron sus pinitos, aunque a escala menor: Jesús AusínAraquistain, de Izquierda Republicana, condenado amuerte, consiguió pasar información a Prieto aprove-chando las visitas de su hija.

En 1938 el servicio estaba lo suficientemente consoli-dado para entrar de pleno en labores de espionaje. Lared comenzó a transmitir información política, económicay militar al Ejército francés. Los despachos tenían perio-dicidad semanal. Se enviaron notas hasta junio de 1940,fecha de la rendición francesa. El grueso de la informa-

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ción se refería a la organización del Ejército franquista, lascaracterísticas técnicas de los aparatos de la Legión Cón-dor y la Aviazione Legionaria italiana, la construcción defortificaciones y la ubicación de los aeródromos militares.En cuestiones políticas, sus principales confidentes eranun tal Sanz y Polo, centrando el grueso de la informaciónen las discrepancias entre falangistas y carlistas, flancomás vulnerable de los sublevados. En julio de 1939, losfranceses les proporcionaron dos radios de sistema mor-se para facilitar la comunicación. Víctor González de He-rrero operaba uno de los transmisores desde el domiciliode Álava, mientras que Primitivo Abad retransmitía con elsegundo.

La red coló algunas noticias falsas, como que Pasaiase estaba fortificando con baterías y personal nazi paraconvertirlo en una base avanzada de la Kriegsmarine.Los únicos alemanes que había en este puerto eran tre-ce técnicos que asesoraban a la flotilla que dragaba lasminas del Cantábrico. Por cierto que, increíblemente,uno de estos barcos se llamaba Aberri Eguna. Probable-mente, los agentes conocían que la presencia nazi erauna invención, pero por aquellas fechas la única posibi-lidad de victoria republicana pasaba por una interven-ción francesa y a esa carta jugaban.

Otra función en la que la red destacó consistió en lapreparación de fugas, que permitieron la salida de Ja-vier Landaburu, Jesús Insausti, Peio Irujo o el alcalde deOiartzun, Florentino Beldarrain. Entre 60 y 80 personasfueron trasladadas a la seguridad de Francia.

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