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Misericordia y solidaridad Comisión de Magisterio de la Iglesia CONFERENCIA EPISCOPAL ECUATORIANA

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Misericordia

y solidaridad Comisión de Magisterio de la Iglesia

CONFERENCIA EPISCOPAL ECUATORIANA

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I. Lectura “10,29 Pero él, queriendo justificarse, le dijo a Jesús: ¿Y quién es mi pró-

jimo? 30 Entonces Jesús, tomando la palabra, dijo: — Un hombre bajaba

de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después

de haberle despojado, le cubrieron de heridas y se marcharon, dejándolo

medio muerto. 31 Bajaba casualmente por el mismo camino un sacerdote

y, al verlo, pasó de largo. 32 Igualmente, un levita llegó cerca de aquel

lugar y, al verlo, también pasó de largo. 33 Pero un samaritano que iba

de viaje se llegó hasta él y, al verlo, se llenó de compasión. 34 Se acercó

y le vendó las heridas echando en ellas aceite y vino. Lo montó en su

propia cabalgadura, lo condujo a la posada y él mismo lo cuidó. 35 Al día

siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: «Cuida

de él, y lo que gastes de más te lo daré a mi vuelta». 36 ¿Cuál de estos tres

te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los salteadores?

37 Él le dijo: El que tuvo misericordia con él. Pues anda -le dijo Jesús-, y

haz tú lo mismo.

(Lc 10,29-37)

Para leer con profundidad

la Palabra

1. Fíjate en el contexto:

Seguramente te has preguntado

con frecuencia: ¿a quién estoy

obligado a ayudar, a tender la

mano? En el texto que hoy me-

ditamos, Jesús responde precisa-

mente esa pregunta.

Un día mientras subía a Jerusalén,

se le acercó a Jesús un doctor de

la ley y le hizo una pregunta di-

fícil: “¿qué debo hacer para here-

dar la vida eterna?”. Jesús le pidió

que él mismo responda, según lo

que dice la Biblia y él le contestó:

“Amarás al Señor tu Dios con todo

tu corazón y con toda tu alma y

con todas tus fuerzas y con toda

tu mente, y a tu prójimo como a ti

mismo”. Jesús lo felicitó y lo man-

dó a poner en práctica lo que ya

conocía. Pero el doctor sabía bien

la teoría, ¡pero no la quería poner

por obra! (cf Lc 10, 25-29).

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Por esta razón, para justificarse,

es decir, para no tomar en serio lo

del amor al prójimo, le pregunta a

Jesús: “¿quién es mi prójimo?” Lo

que no se esperaba era la respues-

ta magistral de Jesús: la parábola

del buen samaritano, que precisa-

mente hoy meditaremos.

2. Fíjate en el texto:

Para poder meditar el texto tenga-

mos en cuenta que es la manera de

responder de Jesús a la pregunta

del doctor de la ley: ¿quién es mi

prójimo? La parábola que Jesús

narra es muy clara y llamativa.

Trataremos ahora de profundizar

en cada uno de los personajes.

• Un hombre: Es un viajero, que

baja de Jerusalén a Jericó; es de-

cir, debe recorrer unos 28 kilóme-

tros en una ruta peligrosa. No se

dice de dónde viene, o si es judío

o samaritano. Es simplemente un

alguien que necesita ayuda. El

hombre es asaltado por bandidos

que le roban y lo golpean tre-

mendamente, hasta dejarlo medio

muerto. Es una descripción fuerte

que nos lleva a sentir piedad por

el herido y su situación.

• El sacerdote y el levita: Para los

oyentes representan a los más re-

ligiosos, los que más conocían la

Ley y le eran más fieles. Ambos

bajan a Jericó, una ciudad donde

vivían muchos sacerdotes. Al ver al

herido, se esperaría de ellos que se

comporten con amor. Sin embargo,

reaccionan de la misma manera:

pasan de largo, que en realidad sig-

nifica pasan al otro lado, se cam-

bian del lado en el camino para no

tropezarse con el necesitado.

• El samaritano: Los samaritanos

son considerados por los judíos

como herejes y pecadores, por esta

razón, ningún judío se lleva con

los ellos (cf Jn 4,9). Sin embargo es

precisamente éste, de quien menos

se esperaba, quien se acerca y tie-

ne compasión del hombre que está

tirado en el camino.

Ser samaritano

Llegados a este punto, todos he-

mos comprendido el mensaje de

Jesús: No basta con saberse la ley,

hay que poner en práctica el amor

para alcanzar la vida eterna. Vale

la pena sin embargo profundizar

un poco en las acciones del sa-

maritano:

• Lo vio y tuvo compasión: A di-

ferencia de los demás, no pasó de

largo, sin querer ver la realidad,

sino que se dejó “golpear” por la

situación del herido.

• Se acercó: A pesar de no ser su

prójimo, de no ser pariente o ami-

go y ni siquiera del mismo pueblo

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del herido, se acercó. Se hizo pró-

jimo de aquel que no lo era. Esto

es fundamental: prójimo no es

sólo el que está cerca de mí, sino

aquel a quien yo me acerco.

• Le vendó las heridas: Lo curó

con aceite y vino, con extrema

delicadeza y atención.

• Se preocupó plenamente de él:

No dio su tarea por terminada,

sino que se preocupó por su suerte

y lo dejó en una posada con dine-

ro suficiente para poder cubrir su

recuperación.

Al final Jesús pregunta al doctor

de la ley si comprendió quien es

el prójimo, y éste le responde que

sí, que el prójimo fue el que tuvo

misericordia. Queda claro que la

misericordia verdadera incluye la

solidaridad con el que sufre, con

el marginado, con el enfermo o

triste. Jesús da una respuesta fi-

nal que es categórica: Anda y haz

tú lo mismo. Si queremos la vida

eterna por la que preguntó a ini-

cio el doctor de la ley, no basta

con saberse los mandamientos,

hay que hacerse prójimo de los

otros y poner en práctica el amor.

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II. Meditación Para poder vivir a plenitud este año de la mi-

sericordia necesitamos urgentemente aplicar

este texto a nuestra propia vida. Para esto, te

dejo las siguientes preguntas:

1. ¿Quién es mi prójimo?

¿A quién considero digno de mi amor? Probablemente he dividido

el mundo en justos y pecadores, entre los que me caen bien y los

que no. Si es así, necesito la fuerza del Espíritu para convertirme

interiormente y considerar a todos, sin excepción como mi próji-

mo. Una vez hazte la pregunta: ¿Quién es mi prójimo?

¿Me basta solo con saber

el evangelio? Tal vez soy un poco como este doctor de la ley, que sabe bien los

mandamientos de la Biblia, que conoce todos los preceptos y puede

responder rápido cualquier pregunta teórica. Pero para Jesús lo que

cuenta para heredar la vida eterna es vivir el Evangelio, no sólo

sabérselo. ¿Cuánto me esfuerzo por poner en práctica las verda-

des del Evangelio? ¿Encuentro excusas para no amar al prójimo?

¿Doy un rodeo ante las necesidades del otro como el sacerdote y

el levita?

2.

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LO QUE DICE LA IGLESIA

Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Ju-

bileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. .Será

un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada

ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón

del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericor-

dia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de mise-

ricordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discí-

pulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar

de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo,

acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar

a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales:

dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que

yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia

las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos

juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si

acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo

para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-

45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda,

que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si

fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de

personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser

rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien

estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechaza-

mos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia;

si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente

con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración

nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños”

está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como

cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga ... para que

nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado.

No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: « En el ocaso de

nuestras vidas, seremos juzgados en el amor ».

(Francisco, Misericordiae Vultus, n. 15)

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III. Contemplación Para tu contemplación, te propongo que

consideres lentamente cada una de las ac-

ciones del samaritano: ver, tener compa-

sión, acercarse, vendar, conducir, cuidar.

En un segundo momento, vuelve a me-

ditar en estas acciones como actos de Je-

sús hacia ti, pues Él es el verdadero buen

samaritano que, lleno de misericordia te

ve, tiene compasión de ti, se te acerca, te

venda las heridas, te conduce y te cuida.

IV. Acción En grupo trabajamos las siguientes preguntas:

• ¿Somos conscientes de que nunca seremos

misericordiosos como el Padre si no somos sa-

maritanos de nuestros hermanos?

• Sin leer, procuremos recordar cuáles son las

obras de misericordia espirituales y corporales.

• ¿Existen en nuestras comunidades formas or-

ganizadas para vivir la solidaridad con los más

necesitados? ¿Cómo podemos mejorar en este

aspecto?

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V. Oración

Oremos con toda la Iglesia dándole gracias a Cristo, el verdadero

buen samaritano.

En verdad es justo darte gracias

y es deber nuestro alabarte, Padre santo,

Dios todopoderoso y eterno,

en todos los momentos y circunstancias de la

vida,

en la salud y en la enfermedad,

en el sufrimiento y en el gozo,

por tu siervo, Jesús, nuestro redentor.

Porque Él, en su vida terrena, pasó haciendo el

bien

y curando a los oprimidos por el mal.

También hoy, como buen samaritano,

se acerca a todo hombre que sufre

en su cuerpo o en su espíritu,

y cura sus heridas con el aceite del consuelo

y con el vino de la esperanza.

Por este don de tu gracia,

incluso cuando nos vemos

sumergidos en la noche del dolor,

vislumbramos la luz pascual,

en tu Hijo muerto y resucitado.

Él que vive y reina por los siglos de los siglos

Amén

(Del Misal Romano, Prefacio común VIII)

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La Palabra confirmada por los santos

El Padre Damián

San Damián de Veuster fue un sa-

cerdote que ejerció su ministerio sa- cerdotal en una apartada e ignorada isla de Hawái llamada Molokai en la que únicamente vivían leprosos que habían sido separados de la sociedad por su contagiosa enfermedad. Los enfermos no aceptaban la labor de este sacerdote ya que por su estado de vida se sentían odiados y margi- nados por todos. Era muy difícil el trabajo pastoral del padre Damián pues la gente era dura de corazón y

no permitía que la Palabra de Dios haga efecto en ellos. El santo sacer- dote se dedicaba al cuidado de todos los que podía mediante la evangeli- zación y la celebración de los sacra- mentos, de manera especial la unción de los enfermos y la celebración de múltiples exequias. Mostró a todos el rostro de un Dios misericordioso que no los juzgaba por su enfermedad sino que estaba siempre junto a ellos.

Y llevó esta verdad hasta su misma vida, pues se contagió también de lepra y, como uno más de ellos, les demostró la cercanía de un Dios que sana y perdona. Murió leproso entre los leprosos, dejando una huella in- olvidable entre aquellos por quienes, como Jesús, entregó su vida.