Misión y Mistica de La Esperanza El Saba

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1 MÍSTICA Y MISIÓN DE LA ESPERANZA EL SÁBADO SANTO DE LA VIDA RELIGIOSA EN EUROPA JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES, CMF Buenos días, hermanas y hermanos. Agradezco a la Confer Nacional la invitación a partirci- par en esta Asamblea. Le pido al Espíritu Santo que este tiempo de reflexión no sea un tiempo vacío para quienes tenéis tan bien empleado el tiempo, sino un momento de inspiración y energía para vuestro importante liderazgo. El tema de esta XVII Asamblea General es precioso: “Nacer de nuevo para una esperanza vi- va ( ) mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos(1 Pedro (SBJ) 1)” (1 Ped 1,3). “Nacer de nuevo” nos evoca las palabras de Jesús al anciano Nicodemo: “Tenéis que nacer de lo alto” ( ) (Jn 3,7). Como Nicodemo también nosotros nos preguntamos: «¿Cómo puede un ser humano nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» (Jn 3,4).) La primera carta de Pedro nos invita a nacer para una esperanza viva, y el cuarto evangelio nos invita a nacer de lo alto, del Espíritu. Mi contribución a este tema va a consistir en reflexionar sobre la esperanza viva en tres momentos: 1) El contexto de la epseranza en Europa; 2) La mística de la esperanza desde la perspectiva del “sábado santo”; 3) En misión de esperanza hoy. Puede parecer extraña esta alusión al sábado santo, cuandoel texto de 1 Ped nos habla de renacer a la esperanza mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Tengo la impresión de que nuestra espe- ranza se encuentra todavía en la penumbra del sábado santo: no nos encontramos en el Vier- nes de la muerte, pero tampoco en el domingo de la resurrección: por eso, hemos de nacer de nuevo a una esperanza viva. Mientras tanto, el Espíritu sobrevuela sobre nosotros y el mundo. I. EL CONTEXTO: 1. En la Iglesia Es sintomática la insistencia del magisterio eclesial sobre la esperanza en este último dece- nio. La exhortación apostólica “Ecclesia in Europa” (28 de junio de 2003) de Juan Pablo II esco- gió como tema Jesucristo vivo en su Iglesia y fuente de esperanza para Europa1 y como guía de su reflexión el icono del Apocalipsis 2 . También su exhortación apostólica “Pastores Gregis” (16 de octubre del año 2003) versó sobre “el obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo”. La Unión de Superioras Generales dedicó la asamblea del 6-10 de mayo de 2007 al tema: “Llamadas a tejer una espiritualidad nueva de la que broten Esperanza y Vida para la humanidad”. A finales de noviembre de ese mismo año el Papa Benedicto XVI 1 Partía de una doble afirmación: que Jesucristo es nuestra esperanza (cap. 1) y que el Evangelio de la esperanza ha sido confiado a la Iglesia (cap. 2). La tarea de la Iglesia en Europa es, por tanto, anun- ciar, celebrar y servir el Evangelio de la Esperanza (cap. 3,4,5). Concluye ofreciendo las claves del Evangelio de la Esperanza para una nueva Europa (cap. 6). 2 EiE, 5.

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El sábado santo en la vida religiosa

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MÍSTICA Y MISIÓN DE LA ESPERANZA EL SÁBADO SANTO DE LA VIDA RELIGIOSA EN EUROPA

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES, CMF

Buenos días, hermanas y hermanos. Agradezco a la Confer Nacional la invitación a partirci-par en esta Asamblea. Le pido al Espíritu Santo que este tiempo de reflexión no sea un tiempo vacío para quienes tenéis tan bien empleado el tiempo, sino un momento de inspiración y energía para vuestro importante liderazgo.

El tema de esta XVII Asamblea General es precioso: “Nacer de nuevo para una esperanza vi-va ( ) mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 Pedro (SBJ) 1)” (1 Ped 1,3). “Nacer de nuevo” nos evoca las palabras de Jesús al anciano Nicodemo: “Tenéis que nacer de lo alto” ( ) (Jn 3,7). Como Nicodemo también nosotros nos preguntamos: «¿Cómo puede un ser humano nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» (Jn 3,4).) La primera carta de Pedro nos invita a nacer para una esperanza viva, y el cuarto evangelio nos invita a nacer de lo alto, del Espíritu.

Mi contribución a este tema va a consistir en reflexionar sobre la esperanza viva en tres momentos: 1) El contexto de la epseranza en Europa; 2) La mística de la esperanza desde la perspectiva del “sábado santo”; 3) En misión de esperanza hoy. Puede parecer extraña esta alusión al sábado santo, cuandoel texto de 1 Ped nos habla de renacer a la esperanza mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Tengo la impresión de que nuestra espe-ranza se encuentra todavía en la penumbra del sábado santo: no nos encontramos en el Vier-nes de la muerte, pero tampoco en el domingo de la resurrección: por eso, hemos de nacer de nuevo a una esperanza viva. Mientras tanto, el Espíritu sobrevuela sobre nosotros y el mundo.

I. EL CONTEXTO: 1. En la Iglesia Es sintomática la insistencia del magisterio eclesial sobre la esperanza en este último dece-

nio. La exhortación apostólica “Ecclesia in Europa” (28 de junio de 2003) de Juan Pablo II esco-gió como tema “Jesucristo vivo en su Iglesia y fuente de esperanza para Europa”1 y como guía de su reflexión el icono del Apocalipsis2. También su exhortación apostólica “Pastores Gregis” (16 de octubre del año 2003) versó sobre “el obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo”. La Unión de Superioras Generales dedicó la asamblea del 6-10 de mayo de 2007 al tema: “Llamadas a tejer una espiritualidad nueva de la que broten Esperanza y Vida para la humanidad”. A finales de noviembre de ese mismo año el Papa Benedicto XVI

1 Partía de una doble afirmación: que Jesucristo es nuestra esperanza (cap. 1) y que el Evangelio de la

esperanza ha sido confiado a la Iglesia (cap. 2). La tarea de la Iglesia en Europa es, por tanto, anun-ciar, celebrar y servir el Evangelio de la Esperanza (cap. 3,4,5). Concluye ofreciendo las claves del Evangelio de la Esperanza para una nueva Europa (cap. 6).

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regaló a la Iglesia la preciosa encíclica “Spe Salvi” sobre la esperanza cristiana3. Este mismo año la UCESM (Unión de Conferencias Europeas de Superiores Religiosos de 37 conferencias nacio-nales y casi 400.00 religiosas y religiosos) ha dedicado su 14 asamblea general al tema: “Histo-rias de esperanza, esperanza para la historia”. Ahora esta XVII Asamblea General de la Confer aborda el mismo tema de la esperanza.

2. Políticos y pensadores Tal insistencia en el tema de la esperanza no es casual. Coincide con el espíritu del tiempo

que nos invita a la esperanza y a dar razón de la esperanza. Hombres y mujeres de la política utilizan cada vez con más frecuencia el lenguaje de la esperanza. Baste recordar a Barack Obama con su discurso sobre “la audacia de la esperanza”4 o la líder birmana opositora y pre-mio nóbel de la Paz (1991) Aung San Suu Kyi, quien antesdeyaer (13/11/2010), liberada de su arresto domiciliario de 7 años pidió a sus compatriotas que no pierdan la esperanza y luchen.

Este espíritu del tiempo se refleja también en el pensamiento laico europeo. Como noso-tros hemos de dar razón de nuestra esperanza ante él, por eso, quiero presentar lo que algu-nos de nuestros contemporáneos piensan sobre la esperanza.

Un representante de la concepción posmoderna de la esperanza es el filósofo francés An-dré Comte-Sponville. Ha escrito un libro titulado “la Felicidad desesperadamente”5. Allí afirma que felicidad y esperanza son incompatibles. Se basa en el filósofo Spinoza cuando describe la esperanza como desear sin saber, sin poder y sin gozar. La esperanza nos quiere atrapar con sus “trampas”; es engañosa, no es capaz de conceder aquello que promete. Por eso, hay que liberarse de la esperanza: “Solo quien renuncia a la esperanza –proclama Sponville- puede ser feliz”. La esperanza nos lleva al hastío, que se define como: “la ausencia de felicidad en el lugar mismo de su presencia esperada” (Shopenhauer) 6.Entre las diversas propuestas que se ofre-cen para ello7, Comte-Sponville opta por lo que él llama “sabia desesperación” (¡en contraposi-ción evidente a la docta spes!). La felicidad nos sorprende en los pequeños placeres de la vida; los placeres nos permiten desear a la misma vez que gozamos, desear lo que sabemos y desear

3 La inicia con una amplia reflexión-meditación sobre la Esperanza (Spe Salvi (=SS), nn.4-31). Poste-

riormente desarrolla una interesante propuesta sobre los lugares de aprendizaje y ejercicio de la esperanza (SS, nn. 32-48).

4 No deja de ser curioso que Barak Obama titulase el discurso que le dio renombre nacional “La auda-cia de la esperanza”. La esperanza se convirtió en el tema central de su discurso político. “Esperan-za; esperanza ante la dificultad. Esperanza ante la incertidumbre. ¡La audacia de la esperanza! Ese es el mayor regalo que Dios puede darnos, el cimiento de esta nación. Creer en aquello que no se ve. Creer que nos espera un futuro mejor”: Discurso de Barack Obama ante la convención nacional demócrata de 2004. Y añadió: “Creo que podemos ayudar a la clase media y dar oportunidades a las familias trabajadoras. Creo que podemos dar trabajo a los desempleados, casas a los sin techo y rescatar a los jóvenes de las ciudades de América de la violencia y la desesperanza. Creo que nos impulsa el viento justo y que en esta encrucijada de la historia podemos elegir bien y acometer los desafíos que nos aguardan”: cf. MANUEL CASTELLS, Comunicación y poder, Alianza editorial, Madrid, 2009, pp. 473-528.

5 Cf. ANDRÉ COMTE-SPONVILLE, La Felicidad desesperadamente, Paidós, Barcelona 2001. 6 Cf. ARTHUR SCHOPENHAUER, El hastio, en El mundo como voluntad y representación, Libro.4º & 57, Akal,

Madrid 2005; ID., Eudemonología o el arte de ser feliz, explicado en 50 reglas para la vida, Herder, Barcelona 2007.

7 Una superficial: entretenerse y pasar rápidamente de un deseo a otro; dejar poco espacio a las espe-ranzas. Otra desdeñosa: el desdén y no esperar lo que defrauda: sólo merece esperar la vida eterna;

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lo que hacemos. El no-esperar nunca se ve defraudado: esa es la sabia desesperación.

En esta misma línea están esos pensadores que podríamos llamar anti-apocalípticos. Se muestran muy escépticos respecto a la esperanza final. Anti-apocalíptica es la teoría de Fu-kuyama sobre el “final de la historia”. La historia acaba cuando se anuncia que no hay nada más que esperar y que no habrá redención. El Estado liberal es la figura definitiva de lo políti-co8. Antiapocalítpica es también la teoría del progreso: ahí siempre hay tiempo, un tiempo asintótico que no realiza nada de lo que promete sino que lo desplaza9. Antiapocalíptico es también el gnosticismo: solo se preocupa del alma, de su redención interior; se desentiende del mundo“; no hay esperanza alguna para el mundo.

Esta crítica a la esperanza para defender la felicidad, o el statu quo del estado liberal, o el progreso sin sentido, o la gnosis, nos lleva al egoísmo y al narcisismo. No se puede ser feliz a costa del olvido del pasado y de la despreocupación por el futuro, ni a costa de la des-mundanización del ser humano.

Hay otra serie de pensadores europeos del siglo XX que han pensado la esperanza a partir de las experiencias de dos guerras mundiales con millones de víctimas, de los campos de ex-terminio, de los movimientos dictatoriales (nazismo, fascismo, marxismo), de las historias de desesperanza en la historia global de la humanidad. Ellos piensan que tanta violencia se justifi-ca a partir de una determinada forma de pensar conceptual10: consiste en reducir la pluralidad a la unidad, lo múltiple a lo uno; en centrarse en lo esencial y desentenderse de lo accidental. Es la forma de pensar que llevó a Tales de Mileto a proclamar: “¡todo es agua!” y a Demócrito: “¡todo es fuego!”, y al nazismo a defender: “¡todo es raza!”. Las filosofías universalistas tienen un momento violento en el cual su pretendida verdad esencial, se convierte en asesina de otras verdades11. Emmanuel Levinas denominó al idealismo “una ideología de la guerra”12. Theodor Adorno y otros filósofos judíos13 urgieron a reorinetnar nuestro pensamiento y ac-ción14 que nos lleve a dar importancia a lo secundario o accidental y voz a los vencidos, a las víctimas de la historia15. No cabe duda que la Iglesia y de una manera especial la vida religiosa

8 F. Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre, Planeta, Barcelona, 1992; Id., The end of History

and the last man, The free Press, New York 1992. Cf. Josep M. Esquirol, La frivolidad política del fin de la historia, Colección Esprit, Caparrós Editores, Madrid 1998.

9 Larry Laudan, Progress and its problems, University of California Press, Berkeley, 1977, traducción al castellano: El progreso y sus problemas. (Hacia una teoría del crecimiento científico), Encuentro, Madrid, 1986 (cit. El pro-greso). También en castellano ha publicado Science and Relativism (La ciencia y el relativismo), Alianza Edito-rial, Madrid, 1993. Además de numerosos artículos, ha escrito Science and Valúes, University of California Press, Berkeley, 1984, y Science and Relativisme: Some Key Controversies in the Philosophy of Science, Universi-ty of Chicago Press, Chicago, 1990.

10 Así lo puso de relieve el filósofo judío alemán Franz Rosenzweig, que murió en 1929, cuatro años antes de que los nazis ganaran las elecciones y trece años antes de que Hitler decretara “la solución final”: cf. F. ROSENZWEIG, Der Mensch und sein Werk.Gesammelte Schriften, vol I: Briefe und Tage-bücher, E. Rosenzweig –Schianmann, La Haya, 1979; ID., La estrella de la redención, Sígueme, Sala-manca, 1997.

11 Cf. AMIN MAALOUF, Identidades asesinas, Alianza Editorial, Madrid 1998. 12 Cf. REYES MATE, La herencia del olvido. Ensayos en torno a la razón compasiva, Errata Naturae, Ma-

drid 2008, pp. 111-131; cf. EMMANUEL LÉVINAS, Difficult Freedom. Essays on Judaism, 1990. 13 Hermann Cohen, Walter Benjamin, Theodor Adorno, Emmanuel Levinas. 14 TH. ADORNO, Gesammelte Schriften 6 (1970-1986), Frankfurt, Suhrkamp Verlag, 358. 15 Víctimas tanto de la Europa cristiana –colonialismo en Latinoamérica o África- como de la Europa de

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han secundado ese cambio de mentalidad que permite ver la realidad desde los últimos, desde los excluidos, desde las víctimas, aunque el cambio de la forma de pensar no haya llegado a todos.

Pensar las esperanza desde la perspectiva de todos y en especial de las víctimas nos llega a evocar a los filósofos de la esperanza. Quiero recordar aquí a Ernst Bloch y su famosa obra ”El principio Esperanza”16. Bloch describe la esperanza a partir de sus contrarios: el miedo, el pen-samiento estático o el pensamiento histórico, la renuncia a los sueños diurnos y la resignación ante la muerte. El miedo nos abruma, angustia y paraliza, nos cierra las puertas del futuro; la esperanza supera el miedo, es activa, abre las puertas del futuro. Las sociedades que se dejan llevar por el miedo renuncian a los cambios sustanciales, matan las esperanza, entran en deca-dencia. El pensamiento estático solo se preocupa de lo empírico, de lo que pasa; el pensa-miento histórico defiende que conocer es, sobre todo, recordar; la esperanza se basa más bien en el pensamiento utópico; aquella forma de pensar que nos hace caminar hacia la tierra utó-pica, el cambio del mundo, la acogida del “novum”. ¡Esa es la docta spes!. Los sueños diurnos –no los nocturnos-17 invaden nuestra vida y la cruzan por todas las direcciones: son sueños de una vida mejor18; expresan nuestras insatisfacciones, buscan lo que todavía no es, lo todavía-no-consciente. Finalmente, en la esperanza de los pueblos hay visiones que nos llevan a su-perar las barreras de la muerte, del destino, como se ve –sobre todo- en las religiones19.

Para Bloch la esperanza trae la felicidad en la medida en que anticipa el futuro soñado y és-te ilumina y enardece la actividad del presente. La visión da sentido a la misión y la energíza.

Ernst Bloch ofrece a la Iglesia y a la vida consagrada unas claves interesantes para analizar nuestra esperanza: ¿superamos los miedos? ¿dejamos espacio al pensamiento utópico en lu-gar de privilegiar el pensamiento estatico e historicista? ¿Atendemos a nuestros sueños diur-nos? ¿Vivimos atenazados por el miedo a la muerte y la resignación ante ella?

3. Expansión de la conciencia y nuevas expectativas Pensadores más realistas que Bloch nos hablan -como Amin Maalouf - del desajuste del

mundo, el agotamiento de nuestras civilizaciones y sus fatales consecuencias20. Pero otros nos hablan del nacimiento de una “nueva conciencia”: se describe como trans-cultural, trans-

la ilustración –nazismo, fascismo, comunismo-.

16 Bloch inicia su obra con preguntas esenciales: ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde va-mos? ¿Qué esperamos? ¿Qué nos espera?”: cf. ERNST BLOCH, El principio Esperanza, 3 vol., Biblioteca Filosófica, Aguilar, Madrid, 1977: vol 1, p. XI.

17 El decía que los sueños nocturnos -¡así lo interpretaba también Freud!- brotan del pasado. En cam-bio, los sueños diurnos, con los ojos abiertos, miran hacia el futuro. Hay sueños con ojos abiertos que son pura evasión y que evitan afrontar la realidad. Pero hay otros en los cuales la fantasía es un instrumento de pensamiento y de proyección.

18 Hay muchas utopías en los sueños diurnos de la humanidad: no solo utopías políticas, también uto-pías médicas, sociales, técnicas, arquitectónicas y geográficas, regiones del deseo trazadas por la pintura y la literatura; ilusiones de la salud, las fundamentales de una sociedad sin miseria. Se trata del sueño de una vida más allá del trabajo o la ilusión del ocio, o del descanso sabático.

19 Ahí están las figuras literarias de la superación humana de todas las barreras: Don Juan, Ulises, Faus-to, don Quijote; la música; las visiones de esperanza contra la muerte; la fantasía de la religión en lucha con la muerte y el destino.

20 Cf. AMIN MAALOUF, El desajuste del mundo. Cuando nuestras civilizaciones se agotan, Alianza Edito-rial, Madrid, 2009.

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religiosa, trans-generacional; hemos pasado de la identidad tribal a la identidad nacional, de la identidad nacional a la identidad trans-nacional; estamos llegando a la cuarta expansión de la conciencia: una nueva visión en la que se integran seres humanos, animales y medio ambiente, es decir, la ecología total de nuestro planeta. Esta cuarta expansión de la conciencia se hace posible gracias a nuevas virtudes como la hospitalidad hacia el otro y lo otro, la compasión ha-cia cualquier manifestación de la vida, la humanidad contra cualquier forma de salvajismo, la conciencia de igualdad frente a cualquier forma de despotismo, la prosperidad compartida y el respeto mutuo a la dignidad de la persona, de la vida.

Esta cuarta expansión de la conciencia favorece una nueva forma de convivencia en nuestro planeta21. Pero esta nueva fase de la conciencia no preconiza la disolución u homogeneización del todo en el uno, sino la integración, la articulación de lo diverso, la solidaridad y el equilibrio dinámico22. Contra el pensamiento único se propone la alternativa del pensamiento integra-dor. Sólo así acabaremos con la violencia de especie. Se abre aquí un horizonte de esperanza para la humanidad. Y no es presuntuoso afirmar que la vida consagrada se ha mostrado muy receptiva ante el fenómeno de la “nueva conciencia”. De hecho, ha tenido repercusiones su-mamente interesantes en nuestra interpretación del carisma y reestructuración de nuestros sistemas organizativos y formativos.

* * *

En esta primera parte hemos podido acercarnos al contexto intelectual europeo que nos invita a evitar cualquier ingenuidad al plantear la misión de la esperanza. Vemos la compleji-dad que el mismo término “esperanza” tiene para nuestros contemporáneos. Ellos se pregun-tan si la esperanza no es una “trampa” o una fuente de insatisfacción. Otros se preguntan si la esperanza es realmente “para todos”, si hay esperanza para las víctimas. Hay quienes se plan-tean el tema de la esperanza en la capacidad que tiene el ser humano de soñar, de traspasar sus propios pensamientos, de trascendencia, aunque las circunstancias sean las más adversas. Pero resulta también que se está modificando profundamente la conciencia del ser humano, hasta el punto de que algunos hablan de una nueva conciencia, de una nueva fase en la con-ciencia humana que nos abre horizontes de esperanza, de justicia, de paz, de cuidado de la creación. Por eso se dice con fuerte convicción que “otro mundo es posible”.

II. LA MÍSTICA: EL SÁBADO SANTO DE LA VIDA RELIGIOSA Nosotros, los cristianos, tenemos mucho que decir y compartir con nuestros contemporá-

neos europeos respecto a la esperanza. El gran teólogo protestante Jürgen Moltmann recogió el desafío planteado por la obra de Ernst Bloch “Principio Esperanza” y escribió su magnífica obra “Teología de la Esperanza”23: en ella nos dice que el cristianismo es… esperanza, mirada y orientación hacia adelante; y es también, por ello mismo, apertura y transformación del pre-

21 Nos la han dado quienes han organizado el mundo para su auto-engrandecimiento, para alimentar

su avaricia, su ambición y su propio provecho. Esos personajes poderosos se han vuelto insensibles a los gritos de la tierra y de los humanos que la habitan. Los emperadores, borrachos de poder, to-can el arpa mientras la tierra se quema: cf. EUDALD CARBONELL, El nacimiento de una nueva concien-cia, Ara Llibres, Badalona, 2007, pp. 70-72.

22 Cf. E. CARBONELL, o.c., pp. 70.71. 23 Cf. J. MOLTMANN, Teología de la esperanza, Sígueme, Salamanca 1968.

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sente24. Nuestra fe en el Dios de la historia se transforma en esperanza: “la fe que más amo es la esperanza” (Charles Péguy). Ésta es la herencia que hemos recibido: el Evangelio de la espe-ranza. ¿Qué hará nuestra generación con esa herencia?

1. Describiendo la Esperanza cristiana En su encíclica “Spe Salvi” nuestro papa Benedicto XVI nos recuerda aquel texto de 1 Tes

4,13 “No os aflijáis como los hombres sin esperanza” y comenta que:

“elemento distintivo de los cristianos es el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no aca-ba en el vacío… sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente” (Spe Salvi, 2). “La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperan-za vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (Spe Salvi, 2). Esperamos porque tenemos la convicción de que Dios ha establecido su Alianza con noso-

tros, con la humanidad: es la Alianza es nueva y definitiva en la sangre de Cristo Jesús. Dios se ha desposado con la humanidad para siempre. Dios cumplirá sus promesas.

La esperanza es una virtud teologal, es decir, es como una “patía” que se apodera de noso-tros y nos determina. Es una “teopatía” que nos hace participar de la “hesed” de Dios, es decir, de su amor fiel y dinámico a la Alianza. Este teopatía nos da la certeza de que Dios cumplirá todas sus promesas y que el Reino de Dios se impondrá sobre cualquier fuerza opositora, el pecado y la muerte. El causante de esta “teopatía” de la esperana es el Espíritu Santo, derra-mado en nuestros corazones (cf. Rom 5,1-5), que gime de forma inenarrable por la manifesta-ción de la Gloria de Dios en nuestros cuerpos y en la creación entera (Rom 8:18-28).

Esta teopatía modifica nuestras constantes vitales. Eleva nuestra tensión. Activa todo nues-tro ser. Elimina nuestros miedos y nos mete en el campo de batalla apocalíptico con la moral alta de la victoria final. Esta teopatía de la esperanza nos vuelve creativos, innovadores, impa-cientes anticipadores de aquello que esperamos. Qué bien lo entendió Martin Luther King cuando dijo: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”.

Al mismo tiempo que es pasión creadora, la teopatía de la esperanza es pasión -sufrimiento. La esperanza incluye también una tremenda dosis de sufrimiento: así experimen-tó Jesús la esperanza en su viernes santo. Es la esperanza que grita a Dios y que se atreve a ex-clamar: “Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado? En la celebración del viernes santo la Iglesia se atreve a cantar: “Ave Crux, spes unica!”. La esperanza se le volvió a Jesús en la cruz “noche de la esperanza”. Por ella atravesaron antes Job, el Jeremías de las Lamentaciones, los profetas, los orantes de los salmos. En esa noche experimentaron la lejanía de Dios y su mayor sufrimiento fue, precisamente, por esa lejanía. Sufrieron por Dios. La imploración fue para ellos el lenguaje de su esperanza. El gran místico maestro Eckhart decía: “Implorar a Dios por alguna otra cosa que no sea Él mismo, es injusto y no es fe”25. Jesús en la cruz sufre la lejanía del Abbá. Pero, a pesar de todo, espera. Él sabía que Dios es siempre “el que será” y el que se revelará como amor.

Esta es la esperanza apofática, la esperanza de la noche; ésta es la esperanza que el Espíritu concede cuando se es pobre, cuando se llora, cuando se es perseguido por la justicia, cuando

24 Cf. J. MOLTMANN, Teología de la esperanza, Sígueme, Salamanca 1968, p. 20. 25 Maestro Eckhart, Werke, I y II, Frankfurt, 1993, vol.1, 681.

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se tiene limpio el corazón, cuando a la violencia se responde con ternura. Es la esperanza de las bienaventuranzas de Jesús. Es la esperanza de quienes sufren con los otros y por los otros. Porque “lo que hicisteis con uno de estos mis pequeños hermanos/as conmigo lo hicisteis”.

La oración es el lenguaje de la esperanza. No porque la oración de pistas a nuestra creativi-dad o soluciones nuestros dramas y sufrimientos. Es el lenguaje de la esperanza porque hace memoria de la Alianza y hace que Dios recuerde de su santa Alianza (¡cuando Dios recuerda, Dios actúa!). Este lenguaje es a veces una interpelación que procede del sufrimiento y de la an-siedad por la distancia de Dios. Es el lenguaje que concluye con el abandono total en las manos de Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

La virtud teologal de la esperanza tiene, por tanto, una faz luminosa y otra faz oscura: es pasión creadora y es pasión-sufrimiento. Es tensión creativa hacia el futuro y resistencia dolo-rida ante las contradicciones del presente.

En la vida consagrada también experimentamos las dos caras de la esperanza: su luz y su noche. La esperanza –como luz y noche- rejuvenece a la vida religiosa. La falta de esperanza la arroja a la decadencia. La esperanza suscita preguntas, nuevas perspectivas, lanza hacia ade-lante, como a los hermanos macabeos genera moral de victoria. Agraciada con la teopatía de la esperanza, la vida consagrada europea no debe echarse para atrás, ni amilanarse. Dios ha visto su aflicción y le ha prometido consolarla.

2. COMO EN EL SÁBADO SANTO La teopatía de la esperanza nos lleva al sábado santo. El sábado santo fue el día del silencio

de Dios Padre y el día del descenso de Jesús muerto y sepultado “a los infiernos”, como confe-samos en el Credo. Fue el día del Espíritu Santo que no tenía “dónde reposar” y queda como sin aliento.

a) La teología del Sábado santo

Urs von Balthasar escribió poco después de Concilio su obra “Mysterium paschale: la teolo-gía de los tres días”26. Últimamente, dos teólogas europeas han vuelto sobre el tema, pero ya reivindicando una teología del sábado santo: se trata de Martha Zechmeister27 y de Paola Za-vatta28. No hay sábado santo sin triduo sacro, ni triduo sacro sin sábado santo; pero ordinaria-mente el Sábado santo no merece por parte nuestra mayor reflexión: acabado el viernes ya pensamos en el domingo. Y, ¿porqué se reinvindica una teología del Sábado santo?

El Sábado santo es un día de penumbra: entre la sombra del viernes y la luz del domingo. Es el día de la ambigüedad, del duelo y la posible buena noticia, de la espera y la esperanza. Es el día dedicado a la soledad de María, el “día no-litúrgico”. Se trata de un largo día de 24 horas, en el que se hizo verdad un artículo del Credo (Símbolo de los Apóstoles29) al que apenas pres-tamos atención: “Creo en Jesucristo que… descendió a los infiernos” 30. Es el día en que Jesús

26 Cirilo de Jerusalén y Gregorio de Nisa explicaban la inmersión bautismal en el agua tres veces no so-

lo como confesión de las tres personas de la Trinidad, sino también como alusión a los tres días. 27 Martha Zechmeister, Gottes-Nacht: Eric Przywaras Weg – Negativer Theologie, Lit 1997, pp. 305ss. 28 Paola Zavatta, La teología del Sabato santo, Città Nuova, 2006. 29 Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma “que guarda la Iglesia romana, la que fue sede

de Pedro, el primero de los apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común” (San Ambrosio, symb.7): CatIC, n. 194. Este es el símbolo que sigue el Catecismo de la Iglesia Católica

30 El Catecismo de la Iglesia católica dedica a este artículo de fe 6 números (nn. 632-637). Las afirma-

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“permanece” en la morada de los muertos, en la oscuridad más absoluta. Allá no hay visión de Dios; por eso, la Escritura la llama “infierno”31. Es el día del ocultamiento de Dios32, de la gran soledad de Jesús, del Hijo perdido en la oscuridad, en la “tierra de nadie”.

Con motivo de su visita pastoral a Turín (2 mayo 2010) y ante el Santo Sudario, el Papa Be-nedicto XVI ofreció una bellísima meditación que explicitaba la teología del Sábado santo:

“El sábado santo es aquel intervalo único e irrepetible en la historia de la humanidad y del universo en que Dios, en Jesucristo, compartió no solo nuestro morir, sino también nuestro permanecer en la muerte. ¡La solidaridad más radical!”. En esta última forma de solidaridad se completa la humanización de Jesús. Y el actor de esa

humanización total fue el Espíritu Santo. La muerte de Jesús estuvo llena de Espíritu Santo: “en un Espíritu eterno se ofreció a sí mismo” (Heb 9,14). Cuando Jesús descendió a los infiernos:

“entró en la soledad extrema y absoluta del ser humano, allá donde no llega ningún rayo de amor, donde se experimenta el abandono total, donde no hay palabras de consuelo. Jesús experimentó en este día la soledad, el abandono, como el de un niño que se siente solo y abandonado en un lugar oscuro” 33. Dios se revela no solo en la Palabra, también en su Silencio, en su ocultamiento34; Elías lo

encontró en “una voz de silencio sutil” 35. Cuando Dios calla y hace callar y cierra los labios se entra en el misterio, en la mística.

ciones más llamativas son las siguientes: a) Jesús, antes de la resurrección permaneció en la morada de los muertos (cf Hb 13,20) y allí se reunión con todos ellos (CICat, 632). La Escritura llama “in-fierno” a esta morada, porque allí se encontraban privados de la visión de Dios. b) Jesús descendió como salvador, proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos (cf. 1 Ped 3,18-19) (CICat, 632). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación; la última fase de la misión mesiánica de Jesús ((CICat, 634). Desde entonces Cristo tiene las llaves de la muerte y del Hades (Apc 1,18) y al nombre de Jesús toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en los abismos (Filp 2,10).

31 Cf. CICat, 633. 32 “El Sábado Santo es el día del ocultamiento de Dios. Como se lee en una antigua homilía: ¿Qué ha

pasado: Un gran silencio reina hoy en la tierra, un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio por el Rey duerme… Dios se ha dormidoen la carna y ha descendido a despertar el reino de los in-fiernos”.

33 “Quiere decir que Dios, al hacerse hombre, ha llegado al punto de entrar en la soledad extrema y absoluta del hombre, donde no llega ningún rayo de amor, donde reina el abadono total sin palabra alguna de consuelo: los infiernos. Jesucristo, permaneciendo en la muerte, ha sobrepasado la puer-ta de esta soledad última para guiarnos también a nosotros a sobrepasarla con Él. Todos hemos sentido alguna vez una sensación espantosa de abandono. Esto es lo que más tememos de la muer-te. Como los niños, nos da miedo quedarnos solos en la oscuridad. Solo la presencia de una persona que nos ama nos da seguridad. Pues, bien ésto es lo que ha ocurrido en el Sábado Santo: en el reino de la muerte ha resonado la voz de Dios. Ha sucedido lo inimaginable: que el Amor ha penetrado “en los infernos”: en la oscuridad extrema de la soledad humana más absoluta. También nosotros podemos escuchar la voz que nos llama y la mano que nos toma y nos saca fuera. El ser humano vi-ve porque es amado y puede amar. Y si en el espacio de la muerte ha penetrado el amor, entonces ha llegado allí la vida. En la hora de la extrema soledad, nunca estaremos solos” Meditazione del santo Padre Benedetto XVI, Domenica, 2 maggio 2010.

34 Cf. J. Ratzinger, Introduzioe al cristianesimo. Lezioni sul símbolo apostólico, Queriniana, Brescia, 1969, p. 240.

35 Así se traduce literalmente el texto hebreo del primer libro de los Reyes: qôl demamah daqqah (1 Rey 19,11-12).

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El Papa Benedicto XVI constata que a inicios de este siglo XXI la humanidad se ha vuelto es-

pecialmente sensible al misterio del Sábado santo.

“El ocultamiento de Dios forma parte de la espiritualidad del hombre contemporáeo, de forma existencial, casi inconsciente, como un vacío en el corazón que se ha ido agrandando más y más… Después de las dos guerras mundiales, los lager y los gulag, Hiroshima y Naga-saki, nuestra época se ha convertido siempre más en un Sábado Santo: la oscuridad de este día interpela a todos aquellos que se preguntan por el sentido de la vida, y de manera espe-cial nos interpela a nosotros los creyentes. También a nosotros nos afecta esta oscuridad. También la vida religiosa europea participa de la oscuridad de este día. Ella se siente llama-

da a morir a sí misma cada día: “vivir es decir constantemente adiós”36; ella no quiere tener miedo a la muerte, porque si no tendría también miedo a la vida. Isaac el Sirio decía que los verdaderos sabios son aquellos que “aspiran la vida dentro de la muerte”37. El progreso en la vida espiritual nos vuelve más sensibles a la lejanía de Dios. Se da la paradoja de que cuanto más se “sube”, más impresión se tiene de que se “baja”: nadie ve la resurrección en su propia muerte. Sólo el Espíritu es “una ley de resurrección en la muerte”38. Para renacer a una espe-ranza viva, ¿no tendremos que pasar por la experiencia del descenso al infierno, a la oscuridad, a la tierra de nadie?

Pero no olvidemos que el ocultamiento de Dios se experimenta en el contacto con el dolor y la muerte de los otros. La esperanza cristiana nos lleva a com-padecer y con-morir. Con ellos permanecemos en la morada de los muertos y bajamos al infierno. Mt 25 nos presenta a los que sufren como manifestaciones terrenas de la proximidad de Dios. Es aquí donde tiene lugar el seguimiento. No en otra parte. Es seguimiento en el espíritu de la compasión. Seguir a Jesús hasta el infierno, la oscuridad, pues Dios habita en una luz inaccesible (1 Tim 6,16).

El sábado santo es también un día inquieto. De la oscuridad del la muerte del Hijo de Dios brota la lzu de una esperanza nueva: la luz de la Resurrecciónque se refleja en el Espírtu Santo y en el rostro de María. La paciencia todo lo alcanza. En el silencio se atisba la llegada de la vi-da. Dios no quiere dejar a su fiel conocer la corrupción. Se acercan los rumores de resurrec-ción.

b) El sábado santo de la vida religiosa

¿Podemos decir que el sábado santo es el icono de la vida consagrada hoy en Europa? ¿Qué estamos haciendo memoria de ese día y supliendo en nosotros lo que falta a la pasión de Cris-to? Como vida consagrada hemos tenido nuestros advientos, navidades, cuaresmas y pente-costés. También nuestros viernes santos. Hoy creo que en Europa nos encontramos en el Sá-bado santo.

Quienes esto no entienden hablan más bien de un sábado de sepultura y ¡se acabó! Ese sá-bado no tendría nada de “santo”; sería el sábado del castigo y de la sepultación de aquello que culpablemente se ha visto privado de vida. Y esto se puede pensar y sentir no solo fuera de la vida consagrada, sino también dentro. El desconcierto ante el viernes santo puede ser tal, que no quede esperanza, ni razón para la misión.

El ocultamiento de Dios en este día de la vida consagrada es sólo provisorio. En nosotros la-

36 Card. G. Danneels, Dire addio, en « Il Regno » 15 (1995), pp. 478-487. 37 Isaac el Sirio, Centurie I (Discorso primo sulla conoscenza, 26. 38 La risurrezione di Gesù, mistero di salvezza, Città Nuova, Roma, 1993, p. 189.

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te la teopatía Y nuestro Dios no nos va a defraudar. No somos peores que nuestros padres y madres, aunque seamos distintos. Nuestro Dios no nos castiga. Y esperamos porque “creemos en Él”, esperamos lo mejor de su bondad. Porque sabemos que el Espíritu Santo nos seduce y sobrevuela y protege todos nuestros proyectos. Y nuestra amistad y devoción a María de la es-peran mantiene el ritmo de nuestra espera.

¿Qué nos dice a la vida religiosa el símbolo del sábado santo?

¾ Que no hagamos caso a las malas noticias, aunque se nos diga que la vida religiosa eu-ropea no tiene muchas razones para estar humanamente espranzada.

¾ Que este es el momento en el cual podemos nacer de nuevo del Espíritu, de lo alto, aunque por otra parte estemos descendiendo a los infiernos.

¾ Que este es el día de las mujeres discípulas, que cuidan el cuerpo muerto y lo ungen con aromas y del desconcierto de los discípulos masculinos que se desplazan a Galilea, o a Emaus.

¾ Que es el día de la paciencia, el día de la esperanza frenada, el día en que la esperanza es acrisolada por el fuego.

¾ Que el nacer de nuevo a una esperanza viva no depende de nosotros, sino del Padre, tras su día de reflexión.

En el sábado santo de la sociedad europea, somos tierra de penumbra. En ella se anticipa la esperanza del día de Pascua. Como las mujeres vamos hacia el sepulcro, llevando aromas. Las oraciones son aromas que el Espíritu recoge en su copa. La esperanza es aroma que hace olvi-dar la putrefacción del cadáver. En la noche del sábado santo, nos proponemos dormir poco y levantarnos muy de mañana, porque algo va a pasar. El Abbá va a dar a luz. El Espíritu se ha quedado sin Palabra, pero ya susurra. La voz del silencio ya gime. Algo grande se prepara.

Las discípulas y los discípulos de la vida religiosa están a la espera. Reunidos en torno a Ma-ría. Orando con María, la madre de Jesús, la transparencia femenina del Espíritu.

3. La perspectiva apocalíptica Quiso el Papa Juan Pablo II que el libro del Apocalipsis fuera el icono para “Ecclesia in Euro-

pa”. No sé si lo ha sido. Me sospecho que interés al respecto no ha sido mucho. Providencial-mente las lecturas litúrgicas que estos días nos acompañan en la liturgia eucarística pertene-cen al libro del Apocalipsis. En este sábado santo de la vida consagrada nos conviene asomar-nos a la espiritualidad apocalíptica.

Enrst Käseman dijo que la “apocalíptica es la madre de la teología cristiana”. Pero de hecho hay teologías que nada o poco tienen que ver con la apocalíptica. Tarea del apocalíptico es anunciar la venida del tiempo: “Escribe lo que va a suceder…” (Apc 1,11), es la visión del futuro de Dios. Una Iglesia apocalíptica anuncia, desvela el sentido del sufrimiento y el tiempo de la justicia y la salvación que viene de Dios. La apocalíptica desenmascara el rostro de las víctimas, precisamente cuando los vencedores y verdugos las olvidan; desenmacara el sufrimiento hu-mano que los mitos y la metafísica quieren olvidar. La apocalíptica cristiana hace al mismo tiempo memoria de Dios y del sufrimiento humano. La mirada apocalíptica busca los vestigios de Dios en el rostro de los seres humanos que sufren para darle al grito un recuerdo y a su tiempo un término.

Corresponde a la Iglesia, comunidad apocalíptica, afinar la memoria del sufrimiento en la sociedad. La conciencia de la muerte de Dios ha llevado a la humanidad a una cultura del olvi-do, a la amnesia cutural, a pensar que la historia tiene fin porque no tienen fin. Nos corres-ponde promover nuevas condiciones de reconocimiento en el ámito político. Favorecer una

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ecumene de la compasión entre las religiones. Todas las grandes religiones del género humano se concentran en una mística del sufrimiento. Esta debería ser la base para una coalización en-tre las religiones que promueven la compasión en nuestro mundo.

La enfermedad mortal de la religión no es el candor, sino la banalidad, La religión puede ha-cerse banal si en sus interpretaciones de la vida resulta únicamente un doble de aquello que sin ella se ha convertido en material de consenso moderno. La apocalíptica es siempre inquie-tante para todos39.

Un aspecto particular de la misión de esperanza es su dimensión “apocalíptica”. Apocalipsis sigue siendo para la vida consagrada una palabra que nos echa para atrás. No nos atrevemos a entrar en la “lectio divina” del Apocalipsis. Y, sin embargo, con gran clarividencia, el Papa Juan Pablo II nos propuso a toda la Iglesia europea -¡creo que sin obtener por parte de ella ningún especial resultado!- el icono del Apocalipsis. Creo que necesitamos entrar de nuevo en la es-poiritualidad apocalíptica para entender lo que ocurre, para ubicarnos dentro de la sociedad, para redescubrir las dimensiones más valiosas de nuestros carismas fundacionales y reinter-pretarlas hoy.

Como apocalípticos deberíamos contemplar la historia no solo desde sus éxitos, sino desde sus fracasos y no tanto para condenar, cuanto para ofrecer sentido y consolar a las víctimas de la historia. El lenguaje apocalíptico es el lenguaje de la esperanza. Es la poesía del pensamiento utópico. Es también el lenguaje de la Promesa, de la Alianza nunca desmentida por Dios. El lenguaje de la espiritualidad apocalíptica no es preciso, basado en estadísticas, racional y com-puterizado. Es un lenguaje simbólico. Es, como las parábolas de Jesús, un lenguaje para co-menzar a pensar, para iniciar un proceso reflexivo en el que todos estemos implicados. El Apo-calipsis no marca con el dedo a ninguna persona. No dice que el 666 sea Nerón. Pero sí, que tiene la capacidad de subvertir tanto los sistemas políticos, como los religiosos y eclesiales

La vida consagrada necesita entrar más de lleno en la lectio divina para convertirse en testi-go de la Palabra. Debemos abrirnos –como si fuéramos primerizos- a descubrir de nuevo la Pa-labra de Dios y hacernos palabra de Dios para el mundo.

La apocalíptica nos llevará a creer de verdad que la Nueva Jerusalén está bajando y se está estableciendo aquí en la tierra. Que la vieja tierra se está ya convirtiendo en nueva tierra. Y que el viejo cielo está ya convirtiéndose en el nuevo cielo. Que no es fácil discernir ahora, en este sábado santodel mundo, dónde está el que vendrá y viene. Que debemos ser muy humil-des en nuestros prognósticos, pero que ya empiezan a abrirse nuestros oídos para escuchar rumores de resurrección.

Por eso, hay consuelo. Hay tranquilidad y paz. Jesús resucitadoes lo primero que transmite: el shalóm. A nosotros nos ha sido dado conocer los “misterios del Reino” (Mc 4,10-11)40. El don de la revelación hace bienaventurados a los discípulos de Jesús, porque les permite interpretar la realidad desde una perspectiva muchísimo más completa; porque les ha sido dado abrir el

39 Cf. Johann B. Metz, Memoria passionis. Un ricordo provocatorio nella società pluralista, Queriniana,

Brescia 2009, pp. 129-145. 40 “Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El

les dijo: «A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo les resultan enigmas”.

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libro de los siete sellos, de la interpretación de todo lo que pasa (Lc 10, 23-24)41.

III. LA MISIÓN: AL SERVICIO DEL EVANGELIO DE LA ESPERANZA En tiempos de profundos cambios, la sociedad necesita que alguien le cuente nuevas histo-

rias portadoras de sentido. Nosotros, los religiosos, aun encontrándonos en el Sábado santo, podemos contar esas historias alternativas, capaces de hacer soñar, de señalar el camino de la vida. Ya conocemos las viejas historias del dinero, del poder y de sexo. Nosotros podemos con-tar la historia del Reino de Dios, la historia de Jesús como ser humano nuevo. Podemos ser con María, la profetisa del sábado santo, la anciana, aparentemente sin hijos, la abandonada, que lo ha perdido todo, menos la esperanza.

Pero, lo que más nos debe preocupar no es tanto nuestra supervivencia, cuanto nuestra misión. Y la misión entendida en sus claves más teológicas y espirituales. Es en la misión donde hemos de vivir la mística de la esperanza.

I. EN MISIÓN 1. El qué de la misión: “Missio Dei” La misión no es solo el trabajo, ni las obras de apostolado. La misión no se identifica prima-

riamente con aquello que hacemos, sino –más bien- con aquello en lo que misteriosamente colaboramos. Por eso, la palabra misión ha recuperado toda su densidad teológica. Somos mi-sioneros y misioneras en la medida en que colaboramos con la “missio Dei” que ahora realiza el Espíritu Santo. Y en la medida en que esa “misio Dei” es comprendida como “misio inter gentes” para abrirnos a la gracia de la “trans-missio” .

“Como el Padre me envió, así os envío yo”, nos dice Jesús a sus discípulas y discípulos. La misión que hemos recibido tiene una doble finalidad:

¾ “haced discípulos de todas las etnias, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplri todo lo que yo os he mandado”.

¾ Y también: “amaos unos a otros como yo os he amado”: la misión de transmitir la fe, la misión del amor-caridad. Esa doble misión está hoy al servicio del Evangelio de la espe-ranza.

Al contemplar nuestra Asamblea aquí descubro una gran comunidad de misioneras y misio-neros del Espíritu. Comunidades de mujeres y varores con las que Jesús y su Espíritu cuentan a tiempo pleno para anunciar el Evangelio de la Esperanza, haciendo discípulos de Jesús, hacien-do presente la caridad y el amor de Jesús entre todos, especialmente los marginados, los que sufren. Detrás de cada una o uno de vosotros y vosotras hay centenares y miles de personas que están dedicando su vida al servicio de la misión. Es necesario avivar más todavía el senti-do de la misión, la creatividad y fecundidad de la misión. Nos salvaremos contribuyendo a la salvación de los otros, no centrándonos demasiado en nosotros mismos.

El mensaje de la esperanza cristiana proclama que Dios mantiene su Alianza con esta hu-manidad y con el planeta tierra y no quiere su destrucción. El Espíritu Santo mueve el proceso humanizador y planetario con su aliento. Que las nuevas generaciones no están dejadas de la mano de Dios. Que Jesús carga con los pecados del mundo y quiere salvar la humanidad. La

41 «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver

lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron”

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misión es alianza. Dios cuenta con nosotros. No nos excluye. Colaboramos con Él de formas muy diversas. Según nuestros diferentes carismas. Unos son carismas de sentido y anuncio, otros terapéuticos, otros de hospitalidad y acogida, otros compañía y defensa de los últimos. La variedad carismática de la vida consagrada es tal que en ella se descubre la imaginación del Espíritu Santo al realizar su misión.

Lo más necesario no es cambiar lo que estamos haciendo, sino cambiar nuestra mentalidad. Hacernos conscientes de lo que hacemos, aunque aparentemente sea poco. Que llevamos adelante la “misio Spiritus” nada más y nada menos.

2. La forma o el modo: Missio “inter gentes” Ante una sociedad que cada vez se siente más adulta, defiende la libertad y la autonomía,

se hace necesario un estilo de misión que dignifique al ser humano y lo respete y venere. Este es el momento en que la fe no debe despreciar a la razón, sino dialogar respetuosamente –no presuntuosamente- con ella.

En estos últimos años se va imponiendo un nuevo lenguaje cuando hablamos de la forma o modo de la misión. Aunque no se reniega de la expresión “missio ad gentes”, sin embargo mu-chas personas en la Iglesia se sienten mejor con la expresión “missio inter gentes”. Estamos en la época no solo de la tolerancia ante la pluralidad, es decir en la época del respeto a lo “multi-“. El Espíritu está llevando a la humanidad a la época de “lo inter-“, es decir, de la relación con lo diverso, de la hospitalidad mental y cordial hacia lo diverso. Por eso, desde tiempodecimos que la misión es, ante todo, diálogo, o “diálogo profético” David Jacob Bosch42, o “diálogo de vida” como dicen los obispos asiáticos.

Se vuelve necesario recuperar un modelo de misión que no se fije tanto en ayudar a los demás, que hoy frecuentemente es visto, como actitud presuntuosa y de superioridad, cuanto de estar junto a los otros, potenciarlos, ser mecenas del nacimiento de un nuevo ser humano.

De la “missio ad gentes” o “contra gentes” a la “missio inter gentes”. Esta conciencia sigue creciendo en nosotros:: es la misión del diálogo, de las inter-acción, de las inter-actividad, de la inserción y la inculturación. La misión, así entendida, es un contexto en el que todos crecemos juntos y juntos experimentamos la redención, la gracia, la esperanza, comunicándonos mu-tuamente lo que nos ha sido concedido como gracia. La cuestión candente de la misión no está sólo en el contenido del mensaje, sino en la credibilidad de nuestro testimonio, en nuestra ca-pacidad de interrelación y hospitalidad hacia los diferentes, en aquello que el Espíritu hace surgir en contextos de diálogos de vida.

El diálogo profético, el diálogo de vida, la misión “inter gentes” no se entiende sin más co-mo una fase permanente, sin historia y sin futuro. La “missio inter gentes” no es el objetivo, sino la mediación. No es una estrategia más moderna para convertir a todos a la fe católica. Además ¡el método no parece muy eficaz! El diálogo podría quedar “en tablas”. Pero cuando el diálogo nos hace crecer a todos y el Espíritu puede actuar entre nosotros, la misión “inter” queda abierta a lo que yo llamaría la “trans-misión” en su sentido más literal. Lo que hay más allá de la misión así realizada. El objetivo de la misión no es nuestra victoria, sino que “Dios ha-ga su voluntad”,; no es la victoria de la Iglesia católica, sino “que el Reino llegue”; no es que venzamos y convenzamos al otro, sino “que su Nombre sea santificado”. La trans-misión es la

42 David Jacob Bosch, Transforming Mission: Paradigm Shifts in Theology of Mission, Orbis Books,

1991.

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instauración entre nosotros de la nueva Jerusalén.

La vida religiosa europea no puede estar satisfecha al ver en cuántos espacios de Europa se ha olvidado el Evangelio y ya no es anunciado. Europa es territorio de misión y en bastantes lugares, un territorio inexplorado. Hay que reorganizar nuestras fuerzas para una nueva fase en la misión evangelizadora. Hay que traspasar fronteras de todo tipo. Es necesario entrar en nuevos areópagos. Se hace muy necesario el Evangelio de la Esperanza.

II. EN MISIÓN DE ESPERANZA 1. Cultivar la esperanza en nosotros: el arte formativo El voto que más necesita la vida religiosa europea en este momento es, a mi modo de ver,

el voto de esperanza. Ello no significa que haya que añadir un voto más a la clásica tríada de los votos, pero sí que los tres votos sean interpretados y vividos como expresiones de Espe-ranza. “Perfecta Spes” podría ser el lema de esta nueva interpretación y vivencia de ellos. La obediencia a la Alianza como expresión de cómo esperamos en nuestro Dios y no en el poder idolátrico que suplanta la voluntad divina, como Abraham y por eso obedecemos su Palabra. El celibato-virginidad como esperanza en la vida eterna que ilumina una existencia que ama y sir-ve la vida desde que es concebida hasta que muere y no idolatra la sexualidad. La pobreza es también expresión de la esperanza del anawim que pone su confianza en Dios y no en el dine-ro o el dios Mammon. La Esperanza es la virtud central para todo aquel que quiera vivir en el mundo nuevo del Reino de Dios. Esta esperanza arraiga en la confianza en todas las posibilida-des que ofrece la vida, bajo el cuidado y providencia de nuestro Dios.

La esperanza es teopatía, es don que hay que acoger y cultivar. Para ello necesitamos:

¾ Aprender el arte de la confianza: superar todo aquello que nos deprime o nos vuelve desconfiados y susceptibles. Quien confía no se amilana ante las dificultades, ni se echar atrás ante la dificultad. El Papa Benedicto XVI nos propone varias historias de es-peranza en su encíclica “Spe Salvi”: la religiosa canosiana Josephine Bakhita, el cardenal vietnamita Nguyen van Thuan o el mártir vietnamita Leo-Bao-Thin (1857), que escribió “una carta desde el infierno”. El desánimo que a veces nos sobrecoge no ha de tener la última palabra. Puede ser un momento de parada que nos hace reflexionar, corregir errores, fijarnos en lo esencial. Pero después es necesario entregarse de nuevo a la es-peranza. Entonces se activa nuestra capacidad creadora. Los obstáculos la estimulan. Tenemos dentro de nosotros recursos inéditos, insospechados. El Dios del Reino está dentro de nosotros. La persona esperanzada es como un artista de la vida: de lo que aparentemente no existe, hace brotar una realidad nueva y bella que conmueve a quienes la contemplan y les ofrece sentido y razones para vivir.

¾ No solo dejarse guiar por la esperanza, sino “ser” esperanza: lo es quien se deja espacio en su vida al Dios de la Alianza y de las Promesas. La teopatía nos hace automáticamen-te ser personas de esperanza. En la fortaleza de ánimo está la raíz subjetiva de la espe-ranza. Así la esperanza es “gratia gratum faciens” (gracia que a uno lo hace agraciado). Francesco Alberoni en su obra sobre la Esperanza señala toda una serie de virtudes propias de la esperanza43. Entre ellas están: el entusiasmo, como opuesto al cinismo –que hace vivir encerrados en el presente, en el propio egoismo y no cree ni espera en

43 Cf. FRANCESCO ALBERONI, La speranza, Rizzoli, Milano 2001, pp. 73-104.

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nada porque está privado de fantasía y de generosidad; el remordimiento como memo-ria de lo que hemos hecho mal y el mundo ha hecho mal, pero que al mismo tiempo nos hace rectificar y nos prepara un futuro limpio; la piedad: es la virtud de la compa-sión hacia el sufrimiento de los débiles. La piedad es lo contrario a la rivalidad, o a la envidia, o el odio político. La piedad nos hace sentirnos un poco más solos cuando al-guien muere. La piedad es la fuerza espontánea que nos impulsa a mejorar la vida de los demás, a mejorar el mundo para todos. La piedad es también compasión, cercanía, proximidad, hospitalidad; la humildad: abre el camino a la esperanza, porque nos sitúa en el lugar adecuado ante el mundo, ante los demás, ante nosotros, ante Dios Quien se siente humilde, necesita de todos, se ubica en el todo. En la totalidad encuentra su ple-nitud y no en la egolatría. La humildad intelectual, espiritual, amorosa… nos abre los horizontes de la esperanza.

Alguien me decía, con razón, que hoy a los religiosos no se les reconoce en la sociedad por los votos de pobreza, castidad y obediencia, sino por las virtudes que ratifican que son mujeres y hombres de Alianza.

3. Proclamar la esperanza para todos El Evangelio se caracteriza por ser propuesta de esperanza católica, esperanza para todos.

La promesa de Salvación, la nueva Alianza, tiene como destinatarios a “todos” y a todo. Por eso, la esperanza cristiana es colectiva. Es esperanza para la humanidad y esperanza para la tierra.

Las personas llamadas a ejercer el liderazgo de las comunidades humanas no han de olvidar esta tarea ineludible: ofrecer mensajes de esperanza para todos, para todo. ¡También quienes ejercen el servicio y liderazgo de la autoridad en nuestros institutos religiosos! Los estados co-lectivos mortecinos, los estados de división y confrontación, de crítica generalizada, matan la esperanza.

Los momentos en que más brilla la esperanza colectiva son los momentos fundacionales. En ellos se da una erupción de vida. Todo renace conjuntamente. ¡Qué duda cabe de que el acon-tecimiento del Concilio Vaticano II hizo nacer una esperanza colectiva de inmenso poder!

El arte de la esperanza consiste en saber mantener el ritmo de la espera. Lo que se promete en el germen, no adviene inmediatamente. Regular la espera es decisiva para las comunidades. Quienes se dejan llevar por la impaciencia, pueden producir estados monstruosos y sanguina-rios. Los buenos líderes saben dosificar la esperanza.

La esperanza necesita –para pervivir- de una institucionalización. En esas instituciones la esperanza pervive, se activa. Propio de la institucionalización es estar orgullosos de la propia esperanza, y darle futuro a la propia vida, de manera que se rompa la cadena de la monotonía. ¿Son los procesos de re-organización que nuestros Institutos están ahora realizando, media-ciones para institucionalizar la esperanza?

3. Anticipar la Nueva Jerusalén La vida consagrada debería ejercitarse en la ciudadanía de la nueva Jerusalén, que baja aquí

a la tierra. Los rasgos peculiares de nuestra forma de vida, como son los carismas evangélicos, deberían ser reinterpretados y vividos en la clave de una nueva ciudadanía, marcada por los in-tereses de la especie.

Los espacios educativos son un microclima que hace posible el aprendizaje y el ejercicio de la nueva ciudadanía. Como podemos apreciar, la misión educadora se presenta en nuestro

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tiempo como un gran proyecto casi inédito, que se ubica en las fuentes de una nueva sociedad que está emergiendo.

¾ Recuperar el entusiasmo y la capacidad creadora e innovadora ¾ Evangelica testificatio”: es nuestra tarea hacer visible la “missio Dei”: hacer ver cómo el

protagonismo de la misión, de la evolución recae en el Espíritu Santo y en Jesús Resuci-tado. Evangelica Testificatio significa que queremos ser transparencia del Señor en me-dio de esta apasionante tarea de la emergencia de una nueva ciudadanía.

¾ Pequeña minoría “en misión compartida”. ¾ “Visión” para redescubrir la Misión: en una época que se caracteriza por su cambio de

paradigma, por ser quizá un tiempo de mutación antropológica, tener visión es decisi-vo. Tener visión no es lo mismo que tener ideales, que proponer objetivos sublimes. Propio de la visión es intuir por dónde irán las cosas, visualizar una especie de maqueta del futuro que debe ser construido, descubrir cómo los sueños podrán hacerse realidad. Tener visión no es propio de cualquiera, sino de los visionarios, de aquellos a quienes les ha sido concedido “ver”, pre-diseñar el futuro. Esto es muy importante en el ámbito de los proyectos misioneros. Sólo la visión dará fundamento y razón de ser a la misión. Los guías ciegos sólo llevan al abismo y al caos, o a lo más hacen emprender un viaje a ninguna parte.

Este templo santo, esta morada de Dios en el Espíritu, no es sólo la Iglesia. Ella es “sacra-mentum mundi”, nueva conciencia del mundo, revelación. Ese templo santo, morada de Dios, es la humanidad, es la nueva ciudad que se está construyendo. Hay una nueva ciudadanía que en este tiempo de cambio de época, de mutación, viene como un regalo del cielo. Es la ciudad de la Justicia, la Paz y el cuidado de la Creación. Es la ciudad de las interrelaciones, de la comu-nión de los diferentes, del diálogo y la reconciliación. Es la ciudad del Amor, donde los corazo-nes aprenden el arte de amar y donde nuestra especie explicita la expansión de su nueva con-ciencia.

CONCLUSIÓN

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MÍSTICA Y MISIÓN DE LA ESPERANZA EL SÁBADO SANTO DE LA VIDA RELIGIOSA EN EUROPA 1

I. EL CONTEXTO: 1 1. En la Iglesia 1 2. Políticos y pensadores 2 3. Expansión de la conciencia y nuevas expectativas 4

II. LA MÍSTICA: EL SÁBADO SANTO DE LA VIDA RELIGIOSA 5 1. Describiendo la Esperanza cristiana 6

2. Como en el sábado santo 7 a) La teología del Sábado santo 7 b) El sábado santo de la vida religiosa 9

3. La perspectiva apocalíptica 10

III. LA MISIÓN: AL SERVICIO DEL EVANGELIO DE LA ESPERANZA 12

I. En Misión 12 1. El qué de la misión: “Missio Dei” 12 2. La forma o el modo: Missio “inter gentes” 13

II. En misión de Esperanza 14 1. Cultivar la esperanza en nosotros: el arte formativo 14 3. Proclamar la esperanza para todos 15 3. Anticipar la Nueva Jerusalén 15

Conclusión 16