Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado (Kevin Carson)

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 1 MOLOCH: La producción industrial masiva como creación del Estado de Kevin Carson Traducción de Joaquín Padilla Rivero, “Logsemán([email protected]) Artículo original en el C4SS: http://c4ss.org/content/888 Este texto está sujeto a una licencia Creative Commons 3.0 Atribución. Además de los derechos y obligaciones que dicha licencia establece, se ruega enlazar, siempre que sea posible, al original del contenido cuando éste se cita, se reproduce o se distribuye; esto no es obligatorio, simplemente forma parte de las normas de educación y cortesía en Internet, denominadas “netiqueta”.

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Este texto de Kevin Carson plantea una historia del complejo industrial-militar estadounidense como la búsqueda imperialista de nuevos mercados a la fuerza.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 1

MOLOCH: La producción industrial masiva

como creación del Estado

de Kevin Carson

Traducción de Joaquín Padilla Rivero, “Logsemán”

([email protected])

Artículo original en el C4SS: http://c4ss.org/content/888

Este texto está sujeto a una licencia Creative Commons 3.0 Atribución. Además de los derechos y

obligaciones que dicha licencia establece, se ruega enlazar, siempre que sea posible, al original del

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Índice de contenido

Los orígenes de la producción en masa sloanista ............................................................................ 2

La encrucijada en el camino ....................................................................................................... 2

El mal camino ............................................................................................................................. 4

El papel del Estado en cambiar las tornas .................................................................................. 6

Los imperativos institucionales del sloanismo .............................................................................. 10

Economías de escala y de velocidad, y distribución por empuje ............................................. 12

Formas institucionales microeconómicas para crear estabilidad .............................................. 19

Consumo masivo para absorber excedentes ............................................................................. 21

Capitalismo político .................................................................................................................. 26

Actuaciones para absorber excedentes: el imperialismo .......................................................... 31

Actuaciones para absorber excedentes: creación de nuevos sectores ....................................... 33

Los orígenes de la producción en masa sloanista

La encrucijada en el camino

La centralización de la producción en la Revolución Industrial, y la concentración de la producción de máquinas

en grandes fábricas, se originó por la necesidad de ahorrar energía de vapor. Según Lewis Mumford,

[El gigantismo]... fue asistido por las dificultades para producir con los pequeños motores de

vapor: los ingenieros tenían que llenar cada eje con la mayor cantidad de unidades productivas posible,

o tender tubos lo suficientemente pequeños para mantener la presión del vapor y evitar pérdidas de

energía por su condensación. Para poder controlar las máquinas desde un solo eje se hizo necesario

localizar las máquinas alrededor de éste, sin tener en cuenta las necesidades topográficas del propio

trabajo[...]1

La energía de vapor obligaba a concentrar la maquinaria en un solo lugar, para obtener el máximo uso de cada

motor primario. Según William Waddell y Norman Bodek la típica fábrica, al principio del siglo XX, tenía máquinas

alineadas en grandes filas, en «un bosque de tiras de cuero provenientes cada una de una máquina, rodeando un eje

metálico que transcurría por todo el local», y todo ello siendo dependiente del generador central de energía de la

fábrica2.

La energía eléctrica terminó con este requisito. La invención de los primeros pasos para la extensión de la energía

eléctrica (la dinamo, el alternador, la pila de energía, el motor eléctrico) y el desarrollo de maquinaria de producción

a pequeña escala para los pequeños negocios y las máquinas-herramientas para la producción doméstica fueron,

según la división de la historia de la tecnología de Mumford, lo que separaba la era neotécnica de la era paleotécnica

precedente, era basada en el carbón, el vapor y los Molinos del Mal.

Si la era paleotécnica había sido un «complejo de carbón y acero» en palabras de Mumford, la neotécnica se

basaba en un «complejo de electricidad y aleaciones»3. Los rasgos característicos de la era neotécnica serían la

producción descentralizada hecha posible por la electricidad, y la ligereza y «efimeralización» (tomando prestado

un término de Buckminster Fuller) que dichas aleaciones ligeras permitían.

La electricidad hace posible el uso de virtualmente cualquier forma de energía, de forma indirecta, como motor

para la producción: cualquier tipo de combustible, la energía solar, la eólica, la maremotriz y hasta la geotérmica4.

Al permitir usar máquinas independientes con pequeños motores en vez de tenerlas conectadas a un eje central, la

justificación del sistema de fábricas desapareció.

El potencial descentralizador de la maquinaria eléctrica a pequeña escala fue un tema recurrente para muchos

escritores desde finales del siglo XIX. Tanto eso como la posibilidad de unir las ciudades y el campo que dicha

energía hacía posible son los temas centrales de Campos, fábricas y talleres, de Piotr Kropotkin. Mediante la

electricidad «distribuida en las casas para dar vida a motores pequeños, de entre un cuarto de caballo y 12 caballos

de potencia» los trabajadores podían dejar los talleres y trabajar en sus casas. Además, al no tener que estar

1Lewis Mumford, Technics and Civilization (Nueva York: Harcourt, Brace, and Company, 1934), pág. 224. 2William H. Waddell y Norman Bodek, Rebirth of American Industry: A Study of Lean Management (Vancouver, WA:

PCS Press, 2005), págs. 119-121. 3Mumford, Technics and Civilization, pág. 110. 4Ibídem, págs. 214, 221.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 3

localizada cerca de un eje motor central, la propia producción podía situarse donde conviniera. La base primaria de

las economías de escala era aprovechar toda la potencia generada: la distribución de la energía eléctrica acabó con

la necesidad de mantener una fuente de energía única, y por tanto con dicha base5.

La introducción de la energía eléctrica ponía a la producción a pequeña escala en pìe de igualdad con la

producción de grandes máquinas en las fábricas.

La introducción del motor eléctrico operó una transformación en la propia planta productiva.

Dicho motor daba flexibilidad al diseño de la fábrica: no sólo se podía colocar cada unidad individual

donde se desease, además de poder diseñar dichas unidades para el trabajo requerido, sino que la

transmisión directa, que incrementaba la eficiencia del motor, también hacía posible alterar el diseño

de la propia fábrica a su vez. La instalación de motores eliminó las correas, que reducían la iluminación

y reducían la eficiencia, además de abrir el camino para la instalación de maquinaria en unidades

funcionales, sin tener en cuenta los ejes y pasillos de las fábricas antiguas: cada unidad podía operar a

su propio ritmo, y arrancar y parar según sus propias necesidades, sin generar pérdidas de energía a

toda la planta[...] La eficiencia de las pequeñas unidades motorizadas que usan energía de turbinas

locales o de una planta de generación central ha dado a la producción a pequeña escala un soplo de

vida: en una base puramente técnica puede competir, por primera vez desde la introducción de la

máquina de vapor, con las unidades grandes en igualdad de condiciones.

Incluso la producción doméstica es posible de nuevo gracias al uso de la electricidad: aunque el

molino de grano casero es menos eficiente, desde un punto de vista mecánico, que los enormes molinos

de harina de Minneapolis, sí permite un tempo de producción más adecuado a las necesidades, de

forma que ya no hace falta consumir harinas refinadas de trigo porque la integral se pone rancia antes

de ser vendida y consumida. Para ser eficiente, la planta pequeña no necesita estar operando sin parar

ni producir enormes cantidades de producto y bienes para mercados distantes: puede adecuarse a la

oferta y la demanda local; puede operar de forma no continuada, dado que no requiere equipamiento

y personal permanentemente encima, ahorrando además los costes en forma proporcional; requiere un

menor consumo de tiempo y energía en el transporte, y por último, al permitir las negociaciones cara

a cara evita tener que lidiar con la burocracia presente hasta en las organizaciones más eficientes.6

Los comentarios de Mumford sobre la molienda de trigo también anticipaban el rol de la maquinaria a pequeña

escala en la realización de lo que luego se conoció como «lean manufacturing» [producción ajustada].

Los métodos neotécnicos, que se podían reproducir en cualquier parte, hicieron posible una sociedad en la que

«las ventajas de la industria moderna [se] distribuían, no por el transporte como en el siglo XIX, sino por el

desarrollo local». El alcance del conocimiento técnico y los métodos estandarizados harían que el transporte tuviera

menor relevancia7. Mumford también describió, en términos muy similares a los de Kropotkin, el «maridaje entre

ciudad y campo, industria y campo», resultando éste en la aplicación de tecnologías de horticultura neotécnicas,

más avanzadas, y la descentralización de la industria en la nueva era8.

El mal camino

El curso natural de las cosas, según Borsodi, hubiera sido que «el proceso del cambio productivo desde el ámbito

doméstico y vecinal a la fábrica alejada» hubiera culminado con «el perfeccionamiento de la máquina a vapor

recíproca» y se hubiera mantenido dicho statu quo hasta la invención del motor eléctrico, que hubiera dado la vuelta

al proceso permitiendo a las familias y pequeños productores utilizar la maquinaria antes restringida a la fábrica9.

Sin embargo, eso no fue lo que pasó.

Michael Piore y Charles Sabel describen una encrucijada en el camino, basada en dos posibles alternativas para

incorporar la energía eléctrica a la producción industrial. La primera, más adaptada al auténtico poder de la

tecnología, era integrar la maquinaria eléctrica en la producción a pequeña escala: «una combinación de habilidad

manual y equipamiento flexible» o «producción artesana mecanizada». Su cimiento era la idea de que las máquinas

y los procesos estandarizados podían capacitar más al obrero artesano, permitiéndole incorporar su conocimiento a

más productos: cuanto más flexible la maquinaria y más expandido el proceso, mayor sería la capacidad del artesano

para generar modos de expresión productiva.

5Piotr Kropotkin, Fields, Factories and Workshops: or Industry Combined with Agriculture and Brain Work with

Manual Work (Nueva York: Greenwood Press, Publishers, 1968 [1898]), págs. 154., 179-180. 6Mumford, Technics and Civilization, págs. 224-225. 7Ibídem, págs. 388-389. 8Ibidem., págs. 258-259. 9Rally Borsodi, Prosperity and Security (Nueva York y Londres: Harper & Brothers, 1938), pág. 182.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 4

La otra alternativa era adaptar la maquinaria eléctrica al marco de organización industrial paleotécnica ya

existente: en otras palabras, lo que se convirtió en la industria de producción masiva del siglo XX. Esto implicaba

dividir el proceso productivo en cada uno de sus pasos, y sustituir el trabajo manual humano por costosa maquinaria

especializada. «Cuanto más especializada fuera la máquina, más rápido trabajaría, menos especializado debería ser

quien la operase, y mayor sería el ahorro de costes»10.

El primer camino fue el menos adoptado, lamentablemente: se siguió solamente en ciertos enclaves aislados, en

algunos barrios industriales europeos. El resurgimiento de la producción relocalizada y reticular en el ocaso de la

producción masiva sloanista (particularmente en la red de proveedores de Toyota y el caso de Emilia-Romagna y el

resto de la «Tercera Italia») es básicamente una versión mejorada de dicho camino.

El segundo modelo, el de producción masiva sin atender a la demanda, se convirtió en la forma dominante de la

organización industrial. Los avances neotécnicos como la maquinaria movida por electricidad, que ofrecía un

potencial descentralizador y se adaptaban idealmente a una sociedad fundamentalmente distinta, se fueron

integrando hasta hoy en la industria de producción masiva.

Mumford comentaba que los avances neotécnicos, más que ser usados en su potencial íntegro como la base de

una nueva economía, se incorporaron al marco paleotécnico. La neotécnica no había «desplazado al antiguo

régimen» con «velocidad y eficacia» y no había «desarrollado su propia forma y organización».

Mumford usaba la idea de Spengler del «seudomorfo cultural» para ilustrar el proceso:

los geólogos observan[...]que una roca puede mantener su estructura aun cuando ciertos

elementos se hayan desprendido de ella y hayan sido sustituidos por otro material. Dado que la

estructura aparente de la roca es la misma, el producto de ese proceso es lo que se denomina un seudomorfo. Una transformación similar es posible en el ámbito de la cultura: nuevas fuerzas

creativas, actividades, e instituciones se pueden integrar en la estructura de una civilización existente

en vez de cristalizar en sus formas “más apropiadas” de forma independiente[...] Vivimos, en palabras de Matthew Arnold, entre dos mundos, uno muerto, y otro que no puede nacer.11

[...]Aunque surgieran del orden paleotécnico, las instituciones neotécnicas han alcanzado puntos

de acuerdo y compromiso con el orden anterior, dándole preferencia, y perdiendo su identidad por

culpa de los intereses velados que protegían los instrumentos obsoletos y las metas antisociales de la edad media industrial.

Los ideales paleotécnicos siguen dominando la política y la industria del mundo occidental […]

En la medida en que la industria neotécnica no ha destruido el paradigma del “carbón y el hierro”,

no ha creado unos cimientos adecuados para la utilización de su tecnología, más humana, en la comunidad entera, y ha prestado sus grandes poderes a los mineros, los inversores y los militares, las

posibilidades para la destrucción y el caos han aumentado.12

Es verdad que el mundo industrial surgido del siglo XIX está tecnológicamente obsoleto y

socialmente acabado. Sin embargo, su cadáver putrefacto ha generado organismos que pueden debilitar o acabar con el nuevo orden que tenía que acabar con él, cercenándolo quizás para

siempre.13

Las nuevas máquinas seguían, no su propio patrón, sino el que marcaban las anteriores

estructuras socioeconómicas y técnicas.14

La realidad es que en las grandes áreas industriales de Europa y Norteamérica […] la fase

paleotécnica sigue intacta y sus valores esenciales perduran, aunque la mayoría de máquinas que use sean neotécnicas o se hayan remozado con medios neotécnicos, como la electrificación de la red

ferroviaria. En esta era en la que persiste la paleotécnica […] seguimos adorando a las deidades gemelas, Mammón y Moloch*[...]15

10Michael J. Piore y Charles F. Sabel, The Second Industrial Divide: Possibilities for Prosperity (Nueva York:

HarperCollins, 1984), págs. 4-6, 19. 11Mumford. Technics and Civilization, pág. 265. 12Ibídem, págs. 212-13. 13Ibídem, pág. 215. 14Ibídem, pág. 236. *Mammón es la personificación de la codicia y el dinero, usada en la Biblia: «No podéis servir a Dios y a Mammón»

(Lucas 16:13). Moloch es otro nombre para definir al dios fenicio Baal, que representa el fuego y al que había que

realizar sacrificios. (N. del T.) 15Ibídem, pág. 264.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 5

Hemos usado nuestras nuevas fuentes de energía, nuestras nuevas máquinas, para continuar con

procesos que empezaron bajo los auspicios de las empresas capitalistas y los aventureros militares:

no las hemos utilizado para derrotar a esas estructuras y someterlas a propósitos más vitales y humanos[...]16

No sólo es que las formas antiguas hayan constreñido el desarrollo de la economía neotécnica: los nuevos inventos y aparatos han sido usados para mantener, renovar y estabilizar la estructura del

orden paleotécnico[...]17

El actual seudomorfo es, social y técnicamente, de mala calidad. Sólo posee una fracción de la

eficiencia de una civilización neotécnica que se llegue a desarrollar con sus propias formas institucionales, sus patrones, sus metas y sus formas de control. Ahora, en vez de encontrar esas

nuevas formas, hemos aplicado nuestras habilidades en dotar de nueva vida a las obsoletas instituciones capitalistas y militares de las épocas anteriores. Propósitos paleotécnicos con medios

neotécnicos: ésta es la característica más evidente del orden actual.18

Para Mumford, la Rusia soviética era el vivo reflejo del mundo capitalista a la hora de introducir tecnología

neotécnica en el marco institucional anterior. A pesar de la promesa de Lenin de «electrificación sumada al poder

de los soviets», el ideal estético de la URSS era la misma fábrica de producción masiva que en Occidente: «el culto

al puro poder y tamaño de la máquina, y la introducción de un espíritu militarista tanto en el gobierno como en la

industria»19.

El papel del Estado en cambiar las tornas

¿Cómo lograron los intereses institucionales existentes derrotar el potencial revolucionario de la energía eléctrica,

y embridar el potencial neotécnico en los canales paleotécnicos? La respuesta es que el Estado les ayudó.

El Estado jugó un papel fundamental en el triunfo de la industria de producción en masa de los Estados Unidos.

Los subsidios estatales al transporte de largo alcance fueron el factor primero y más importante. Las grandes

empresas de manufacturas requerían un mercado nacional construido sobre la red nacional de ferrocarril. UN

sistema de transporte de alto volumen de mercancías a escala nacional era una necesidad indispensable para las

grandes corporaciones.

Antes citábamos la observación de Mumford, según la cual la revolución neotécnica permitía sustituir la

industrialización dependiente de las grandes infraestructuras de transporte por la basada en el desarrollo económico

local. No obstante, las políticas del Estado cambiaron las tornas y dieron a la concentración industrial y la

distribución a larga distancia una ventaja competitiva artificial.

Alfred Chandler, uno de los mayores entusiastas de la gran corporación, lo admitía: todas las ventajas que exponía

de la producción masiva descansaban en un sistema de distribución a escala nacional de alto volumen, gran

velocidad y elevada rotación, sin cuestionar si los costes de dicho sistema de distribución excedían los supuestos

beneficios del sistema de producción en masa.

[...]La empresa moderna apareció por primera vez cuando el volumen de actividades económicas

alcanzó un nivel que hacía que la coordinación administrada fuera más eficiente y rentable que la del

mercado.20

[…][La coordinación administrada] surgió en unos pocos sectores donde la innovación

tecnológica y el crecimiento del mercado crearon transferencias de alto volumen y gran velocidad.21

William Lazonick, un discípulo de Chandler, describió el proceso como obtener «una gran cuota de mercado para

transformar los costes fijos altos en costes unitarios bajos[...]»22. El ferrocarril y el telégrafo, «esenciales para la

producción y distribución a gran escala», hicieron posible según Chandler el flujo continuado de bienes a través de

la gran red de distribución23.

16Ibídem, pág. 265. 17Ibídem, pág. 266. 18Ibídem, pág. 267. 19Ibídem, pág. 264. 20Alfred D.Chandler, Jr., The Visible Hand: The Managerial Revolution in American Business (Cambridge y Londres:

The Belknap Press of Harvard University Press, 1977), pág. 8. 21Íbidem, pág. 11. 22William Lazonick, Business Organization and the Myth of the Market Economy (Cambridge, 1991), págs. 198-226. 23Chandler, The Visible Hand, pág. 79.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 6

La primacía de dicha infraestructura, subvencionada por el Estado, queda indicada en la misma estructura del

libro de Chandler. Empieza tratando de los ferrocarriles y telégrafos, que son las primeras empresas modernas y

multi-unidad24. En los capítulos sucesivos narra la sucesiva evolución de una red de distribución mayorista a escala

nacional, apoyada en el transporte centralizado, luego trata el sistema de venta minorista, y sólo una vez descritos

esos puntos, trata de la manufactura a gran escala para el mercado nacional. Un sistema nacional de transportes a

escala nacional llevó a posibilitar la distribución masiva, lo cual llevó a su vez a la producción en masa.

La revolución en los procesos de distribución y producción descansaban en gran parte en la nueva

infraestructura de comunicaciones y transportes. La producción y distribución masivas de hoy en día

dependen en gran parte de la velocidad, la regularidad y el volumen de movimiento de bienes y

mensajes hechos posibles por la llegada del ferrocarril, el telégrafo y el barco de vapor.25

La llegada de la distribución masiva y el surgimiento de los vendedores detallistas de masas

representaron una revolución organizativa hecha posible por la velocidad y regularidad del transporte

y las comunicaciones.26

Los nuevos métodos de transporte y comunicación, al permitir un flujo continuado y de gran

volumen de materias primas hacia dentro y de productos finales hacia fuera de las fábricas,

posibilitaron niveles de producción sin precedente. No obstante, la realización de ese potencial

requería la invención de nuevos procesos y maquinaria.27

No podemos evitar contestar la asunción de Chandler (y de muchos otros tecnócratas liberales) de que la industria

paleotécnica sea más eficiente que los métodos de producción descentralizados a pequeña escala descritos por

Kropotkin y Borsodi. No parece que se le ocurriera la posibilidad de que la intervención masiva del Estado, que

permitió las revoluciones en tamaño e intensidad de capital de las empresas, haya podido también tener que ver con

el desequilibrio entre ambas formas alternativas de tecnología productiva.

En primer lugar, el sistema nacional de vías férreas nunca hubiera existido en tal escala, con una red centralizada

de tal capacidad, de no haber sido por el formidable empuje estatal al proyecto. Piore y Sabel describen las enormes

sumas de capital requeridas, y los inmensos costes de transacción, de crear un sistema nacional de ferrocarriles. No

sólo los costes iniciales del capital físico, sino también los de asegurar los trazados, eran “descomunales”.

Es improbable que las vías férreas se hubiesen tendido de forma tan rápida y extensa de no ser por

la disponibilidad de ingentes subvenciones estatales.

Otros costes de transacción asumidos por el gobierno para crear el sistema de ferrocarriles fueron los cambios

legales en la legislación de ilícitos civiles y la de contratos (p.ej., eximiendo a los transportistas de responsabilidad

sobre muchos tipos de daños físicos causados por su funcionamiento)28.

De acuerdo con Matthew Josephson, durante 10 años o más antes de 1861 [comienzo de la Guerra de Secesión],

«las compañías ferroviarias, sobre todo en el Oeste, eran 'terratenientes' que conseguían su materia prima en base a

concesiones gubernamentales a cambio de promesas de tender vías, y sus directores[...] hicieron gran negocio con

las tierras, que iban aumentando de precio, en campos y ciudades.»

Por ejemplo, según los términos de la concesión a Pacific Railroad (que construía desde el Mississippi hacia el

oeste) se concedía a la compañía 12 millones de acres de tierra y 27 millones de bonos estatales a 30 años. En el

caso de Central Pacific (que construía desde la Costa Oeste hacia el este) fueron 9 millones de acres y 24 millones

de dólares29.

Un ingeniero llamado Judah, entusiasta incansable de lo que sería Central Pacific, aseguraba a los inversores que

la obra se podía hacer «si el gobierno ayudaba. El coste en solitario sería terrible». Collis Huntington, el principal

promotor del proyecto, se embarcó en una combinación de sobornos bien distribuidos y el miedo de las comunidades

a ser abandonadas por el proyecto, de forma que obtuvo concesiones de «derechos de paso, puertos y terminales,

además de[...] acciones o bonos desde 150.000 hasta un millón de dólares» de diversos gobiernos locales, entre ellos

los de San Francisco, Stockton y Sacramento30.

De no haber habido concesiones de tierras y compras masivas de bonos por parte del gobierno, los ferrocarriles

24Ibídem, págs. 79, 96-121. 25Ibídem, pág. 209 26Ibídem, pág. 235. 27Ibídem, pág. 240. 28Piore y Sabel, Industrial Divide, págs. 66-67. 29Matthew Josephson, The Robber Barons: The Great American Capitalists 1861-1901 (New York: Harcourt, Brace &

World, Inc., 1934, 1962), págs. 77-78. 30Ibídem, págs. 83-84.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 7

se hubieran tendido en consonancia con las bases explicadas por Mumford: muchas redes de ferrocarriles locales,

uniendo comunidades y economías industriales por zonas. Las uniones entre redes locales, de ocurrir, habrían sido

menores en cantidad y en capacidad. De acuerdo con ello, los costes comparados de la distribución local y nacional

hubieran sido bastante distintos: en una nación compuesta por infinidad de economías industriales locales, con

costes de transporte a larga distancia mucho mayores que los actuales, el patrón de industrialización más natural

habría sido integrar maquinaria a pequeña escala en redes flexibles de manufacturas para los mercados locales.

En cambio, el Estado provocó una agregación artificial de la demanda de bienes manufacturados en un mercado

nacional único, reduciendo los costes de distribución para aquellos que servían a dicho mercado. Con ello

incrementó tanto el tamaño de las áreas de mercado como el tamaño medio de la empresa con éxito. En suma, creó

un ecosistema artificial al que la producción masiva a gran escala estaba «mejor adaptado».

Las primeras en adaptarse a este ecosistema artificial, tal como describe Chandler, fueron las redes de distribución

mayorista y detallista a escala nacional, que dependían en gran medida de la elevada rotación de mercancía de las

redes de transporte. Apoyados en dichos distribuidores vinieron los grandes manufactureros que servían al mercado

nacional. Sin embargo, ellos sólo eran «más eficientes» en términos de su explotación de ese entorno artificial

mencionado, caracterizado él mismo por la ocultación y externalización de costes. Si todos esos costes hubieran

aflorado en el precio de sus productos en vez de ser transferidos a la sociedad en su conjunto o al contribuyente, es

plausible que el coste de los productos producidos de forma flexible para mercados locales hubiera sido menor que

el de los producidos en masa.

Además de de crear casi por su cuenta el mercado nacional artificialmente unitario y barato, sin el cual las grandes

firmas industriales no habrían surgido, las compañías ferroviarias incentivaron la concentración industrial a través

de sus políticas de precios. Según Piore y Sabel, «la política de las compañías de ferrocarriles de ofrecer mejores

condiciones a sus mayores clientes, a través de los descuentos por volumen, fueron un factor central para el

surgimiento de la gran corporación. Una vez asentadas, las compañías ferroviarias tenían

un tremendo incentivo para usar su capacidad de modo estable y continuado. Este incentivo

implicaba a su vez que tenían interés en estabilizar la producción de sus principales consumidores,

que se extendía a protegerlos de los competidores que usaran otras ferroviarias para su negocio. No es

sorprendente entonces que las compañías de ferrocarril promovieran fusiones empresariales para ese

efecto, ni que privilegiaran a esas grandes corporaciones o trusts con descuentos.

«En verdad, visto de esta forma, el nacimiento de la corporación estadounidense se puede interpretarse más como

el resultado de complejas alianzas entre empresarios corruptos de la Edad de Oro* que como la solución al problema

de la estabilización del mercado al que se enfrentaba la economía de producción masiva»31.

En segundo lugar, el marco legal estadounidense fue alterado a mediados del siglo XIX para crear un entorno

más amable para las grandes corporaciones nacionales. Entre los cambios encontramos una ley general de comercio

a escala federal, leyes generales de incorporación** y la fijación de la corporación como persona jurídica bajo la

Decimocuarta Enmienda de la Constitución. El efecto funcional de estos cambios a escala nacional es muy similar

al efecto global que tuvo en fechas posteriores la creación de las instituciones surgidas del pacto de Bretton Woods

y el posterior proceso creado por el GATT: se creó un orden legal centralizado en las áreas de mercado de las

corporaciones, que necesitan un entorno estable para funcionar.

La asunción a escala federal del nuevo régimen legal se asocia particularmente con el reconocimiento de un

cuerpo legal de legislación de comercio a escala nacional en el caso Swift vs. Tyson (1842) y la aplicación de la

Decimocuarta Enmienda a personas jurídicas corporativas en el caso Santa Clara County vs. Southern Pacific

Railroad Company (1886). Otro componente adicional de la revolución legal corporativa fue la mayor facilidad,

bajo las leyes generales de incorporación, para crear sociedades por acciones con responsabilidad limitada de forma

permanente, aislada de los accionistas.

Se puede decir, como lo han hecho Robert Hessen y otros32, que el estatus de personalidad jurídica diferenciada

de las corporaciones y su responsabilidad limitada al capital pueden alcanzarse por contrato privado. Sea o no el

caso, el gobierno alteró el terreno de juego de forma decisiva permitiendo a las corporaciones asociarse de forma

rápida y automática. Con ello ha hecho de la sociedad anónima la forma estándar de organización empresarial,

*La Edad de Oro es como se denomina en Estados Unidos a la próspera época posterior a la Reconstrucción tras la

guerra civil, y se extiende desde la década de los 70 hasta el final del siglo XIX. (N. del T.) 31Piore y Sabel, Industrial Divide, págs. 66-67. **Estas leyes permitían a las sociedades anónimas y corporaciones que fueran fruto de fusiones dotarse de

personalidad jurídica sin tener que obtener autorización legislativa. Incluso había casos, sobre todo en las

empresas ferroviarias, en las que tenían el control efectivo del territorio. (N. del T.) 32Robert Hessen, In Defense of the Corporation (Stanford, Calif.: Hoover Institution, 1979).

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 8

reduciendo los costes de transacción para crearla con respecto a lo que haría falta en caso de que se tuviera que

negociar desde cero, y reduciendo con ello el poder de negociación de otras partes para fijar los términos en los que

dicha sociedad opera.

En tercer lugar, el Estado no sólo promovió de forma indirecta la concentración y cartelización de la industria a

través de los ferrocarriles que había creado, sino que también lo hizo de forma directa a través de la ley de patentes.

Como veremos más adelante, la producción masiva necesita grandes organizaciones empresariales capaces de

ejercer el suficiente poder sobre su entorno para garantizar el consumo de sus productos. Las patentes permitieron

que firmas en oligopolio pudieran controlar los mercados a través de su gestión, intercambio y puesta en común

como se requiriese33.

Tales eran las condiciones presentes al principio de la revolución de la producción en masa, en el que empezó el

desarrollo de la economía corporativa industrial. En ausencia de dichas condiciones, simplemente no habría habido

un mercado nacional único ni grandes sociedades industriales para servirlo. En vez de haberse embutido dentro del

marco de la fábrica paleotécnica, la introducción de la maquinaria eléctrica habría seguido más bien su curso natural

y desarrollado su auténtico potencial, incorporándose a la producción a pequeña escala para mercados locales. La

economía local se hubiera desarrollado como «cien Emilia-Romagnas».

Sin embargo, esto sólo eran las condiciones del principio. Como veremos más adelante, el crecimiento del

gobierno fue en paralelo al de las grandes firmas, introduciendo nuevas y más extensas formas de intervención

política para corregir las tendencias desestabilizadoras de la economía corporativa, y aislando a la gran firma

industrial de las fuerzas de mercado que la hubieran destruido de otro modo.

Los imperativos institucionales del sloanismo

El modelo de producción en masa lleva consigo ciertos imperativos: en primer lugar, se debe producir en grandes

lotes, poniendo a funcionar la costosa maquinaria especializada sin descanso para reducir los costes por unidad; y

en segundo lugar, requiere un control del entorno para hacerlo predecible y garantizar que se consumirá el producto;

en caso contrario, los crecientes costes de inventario y mercados saturados llevan a que las ruedas de la industria se

detengan. Lewis Mumford comenta estos principios:

A medida que los métodos mecánicos se han hecho más productivos, ha crecido en las gentes la

noción de que el consumo debe ser más voraz. Existe una ansiedad que lleva a pensar que, en caso

contrario, la productividad de la máquina generará una saturación en el mercado[...]

Esta amenaza se evitaría a través de «las formas de despilfarro competitivo, la mala fabricación, y la moda[...]»34.

Como describen Piore y Sabel, el problema era que los recursos específicos destinados a un producto no se podían

relocalizar ante los cambios del mercado; en tales condiciones, la inestabilidad del mercado era inaceptablemente

alta. Se debía garantizar mercados para la producción industrial masiva, ya que la maquinaria altamente

especializada no se podía reestructurar para adaptarse a otros usos según los cambios de la demanda35.

La producción masiva era rentable entonces solamente en mercados suficientemente grandes

como para absorber una gran cantidad de una mercancía única y estandarizada, y suficientemente

estables para que los recursos necesarios para producir dicha mercancía estuviesen siempre ocupados.

Estos mercados[...] no surgen espontáneamente. Había que crearlos.36

[…] Se hizo necesario para las empresas organizar los mercados para evitar fluctuaciones en la

demanda y para crear una atmósfera estable para la inversión rentable a largo plazo.37

Borsodi comentaba que «[con] la producción en serie […] el hombre se ha adentrado en un mundo patas arriba,

en el cual

los bienes que se desechan o se pasan de moda antes de tener la oportunidad de desgastarse del

todo son más deseables que los bienes resistentes y duraderos. Los bienes ahora deben consumirse y

desecharse rápidamente de forma que al comprar nuevos bienes para reemplazarlos se mantenga a la

33Para una información más detallada sobre el papel de las patentes en la historia industrial de los Estados Unidos, véase

mi anterior estudio, Intellectual Property: A Libertarian Critique, Paper nº2 del C4SS (Verano de 2009). Consúltese

en particular las citas de David Noble, America by Design: Science, Technology, and the Rise of Corporate

Capitalism (New York: Alfred A. Knopf, 1977). 34Mumford, Technics and Civilization, págs. 396-397. 35Piore y Sabel, Industrial Divide, pág. 50. 36Ibídem, pág, 49 37Ibídem, pág. 54

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 9

fábrica produciendo.38

Con un funcionamiento sin descanso de la maquinaria [de la fábrica], se deben vender cantidades

mucho mayores de productos al público. Normalmente éste compra el producto tan rápido como

puede. Entonces, la fábrica se encuentra ante un dilema: si produce los bienes de forma adecuada, se

consumirán sus productos lentamente; si los hace de forma inadecuada, se consumirán de forma mucho

más rápida.

Naturalmente, hará los productos lo peor que le dejen.

Esto implica incentivar la depreciación acelerada.39»

(En un mercado libre, evidentemente, las empresas que hicieran las cosas de forma adecuada tendrían una ventaja

competitiva. Sin embargo, en nuestro mercado no-libre, los subsidios estatales a las ineficiencias empresariales, las

leyes de «propiedad intelectual» y otras limitaciones a la competencia aíslan a las empresas de los costes de la

desventaja competitiva de ofrecer productos inferiores en calidad.)

Debido al imperativo que tiene la industria sobrecapitalizada de operar a toda capacidad en turnos fijos, para

poder extender el coste de su cara maquinaria sobre la mayor cantidad posible de unidades de producto, el imperativo

de garantizar el consumo de dicha producción es igualmente fuerte.

No es esto una caricatura de los enemigos de la producción masiva sloanista: es un tema constante en las obras

de sus mayores defensores. Ellos no están en desacuerdo con los partidarios de la descentralización en los requisitos

sistémicos de dicho modelo productivo, sino sobre si en conjunto es algo bueno y sobre si hay alternativas viables.

En The New Industrial State, Galbraith escribía sobre la conexión entre la intensidad de capital y las necesidades

de la «tecnoestructura» de la existencia de un marco predecible y controlado:

[...][Las máquinas y la tecnología sofisticada]necesitan[...]fuertes inversiones de capital[...]

También implican un gran lapso de tiempo entre la decisión de producir y la aparición de un producto

vendible.

Ante estos cambios aparece la necesidad y la oportunidad para la gran organización empresarial.

Sólo ella puede desplegar el capital suficiente, y movilizar las capacidades necesarias[...] La gran

inversión de capital y capacidades por adelantado requiere que exista una capacidad de predecir el

futuro, y que se tomen todos los pasos requeridos para asegurar que lo que se predice se cumpla.40

[...]Del tiempo y capital que se aventuran, la inflexibilidad de dicha inversión, las necesidades de

organización a gran escala y los problemas de rendimiento en el mercado bajo condiciones de

tecnología avanzada, surge la necesidad de planificar.41

La necesidad de planificar […] surge del largo período de tiempo que conlleva el proceso

productivo, la elevada inversión comprometida y la dificultad de retirar el capital para la inversión una

vez se ha destinado a la tarea particular de que se trate.42

La planificación existe porque el proceso [de mercado] deja de ser fiable. La tecnología, con sus

requisitos adláteres de tiempo y capital, implica que se ha de anticipar las necesidades del consumidor

en meses o años vista […] [A]demás de decidir lo que el consumidor va a querer y va a pagar, la

empresa debe asegurarse como sea que lo que produce va a ser deseado por el consumidor a un precio

rentable […] Debe asegurar el control sobre lo que vende […] Debe sustituir al mercado por la

planificación.43

[…] El deber de controlar el comportamiento del consumidor es un requisito de la planificación.

Ésta a su vez se hace necesaria por el uso extensivo de tecnología avanzada y capital, y según la escala

relativa y la complejidad de la organización. Éstas producen los bienes de forma eficiente: el resultado

es un gran volumen de producción. Como consecuencia adicional, los bienes que satisfacen las

sensaciones físicas básicas (los que sacian el hambre, protegen del frío, dan cobijo o alivian el dolor)

se han convertido en una parte pequeña y decreciente de la producción total. La mayoría de bienes

sirven necesidades que se descubren al individuo no por el malestar que causa el sentirse privado de

38Ralph Borsodi, This Ugly Civilization (Filadelfia: Porcupine Press, 1929, 1975), págs. 64-65. 39Ibídem, pág 126. 40John Kenneth Galbraith, The New Industrial State (Nueva York: Signet Books, 1967), pág. 16 41Ibídem, pág. 28. 42Ibídem, pág.31 43Ibídem, págs. 34-35

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 10

ellos, sino por cierta respuesta psicológica a tenerlos[...]44

Según Galbraith, la «secuencia aceptada» de la soberanía del consumidor, según la cual la demanda de los

consumidores determina qué se produce, se ve reemplazada por una «secuencia controlada» según la cual las

corporaciones oligopolísticas determinan qué se produce y se deshacen del producto a través de la gestión del

comportamiento del consumidor. En términos de hoy en día, la economía de «demanda que tira» se ve sustituida

por un modelo de «empuje de la oferta».

Economías de escala y de velocidad, y distribución por empuje

Alfred Chandler, al igual que Galbraith, estaba completamente convencido de la mayor eficiencia de las grandes

organizaciones: según él, la empresa moderna multi-unidad surgió cuando la coordinación administrada «generaba»

economías45.

Al vincular la administración para la producción con la de compra de insumos y distribución, los

costes de información en los mercados y las fuentes de suministros se redujeron. Y lo que es más

importante, la internalización de esas unidades permitía coordinar de forma administrada el flujo de

bienes de una a otra; la mayor predecibilidad de los flujos permitió un uso más intensivo de las

instalaciones y el personal empleados en los procesos productivos, reduciendo costes y aumentando

la productividad.46

En el aspecto organizativo, la productividad aumentó a través de la mejora en los diseños de las

plantas de manufactura y procesado, además de las técnicas y procedimientos de gestión para poder

coordinar los flujos de bienes y supervisar a los trabajadores. Los incrementos en esa productividad

también dependían de los gestores y los trabajadores y del aumento de sus capacidades con el tiempo.

Cada uno de esos factores por separado, o cualquier combinación de ellos, ayudó a aumentar la

velocidad y el monto del flujo, o como algunos dicen la “tasa de transferencia” de materiales dentro

de cada planta[...]47

La integración de la producción y la distribución en masa dio la oportunidad a los fabricantes de

reducir costes y aumentar la productividad mejorando la gestión de los procesos de producción,

distribución y coordinación del flujo de bienes con que operaban. Sin embargo, los primeros

emprendedores que integraron estos dos grupos de procesos no lo hicieron para explotar esas

economías, sino porque los vendedores del momento no tenían la capacidad de vender y distribuir

productos al ritmo en que se producían.48

La fábrica orientada a la producción masiva lograba «economías de velocidad» debido al «incremento importante

del uso diario de equipos y personal»49. (Por supuesto, Chandler parte del axioma de que los modos de producción

intensivos en capital son necesariamente más eficientes, lo que entonces hace necesarias esas «economías de

velocidad» para reducir los costes unitarios de los caros activos inmovilizados.)

El concepto de Chandler de «economías de velocidad» se aleja mucho del concepto de flujo presente en la

producción lean. Chandler celebra en su obra a los gestores corporativos que «desarrollaron técnicas para adquirir,

guardar y mover enormes volúmenes de materias primas y semielaboradas. Para aumentar la certidumbre de los

flujos de bienes, normalmente manejaban flotas de trenes y equipos de transporte»50. En otras palabras, se refiere al

modo sloanista de toda la vida de mantener grandes stocks de bienes sin terminar e inventarios llenos de bienes

acabados esperando salir a la venta, y un modelo en el cual el inventario se esconde en almacenes rodantes y barcos

de contenedores.

(El lector se sorprenderá o incluso molestará de leer mi uso continuado del término «sloanismo». Lo cogí del

clarividente comentario de Eric Husman en el blog GrimReader, en el que considera los métodos de producción y

contabilidad de General Motors el estándar estadounidense de la industria de producción masiva, en contraste con

los métodos lean identificados popularmente con el sistema de producción implantado por Taichi Ohno en Toyota)*.

44Ibídem, págs. 210-212. 45Chandler, The Visible Hand, pág. 6. 46Ibídem, págs. 6-7. 47Ibídem, pág. 241. 48Ibídem, pág. 287. 49Ibídem, pág. 244. 50Ibídem, pág. 412. *En la literatura económica convencional se definen los diseños de métodos de producción masiva, que Carson

denomina «sloanismo« en ésta y otras obras, como «taylorismo» (por F.W. Taylor) o «fordismo» (por Henry Ford).

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 11

A lo que me refiero con «sloanismo» es, particularmente, al sistema de contabilidad de gestión identificado con

General Motors. Si bien fue desarrollado por Brown en DuPont, se pasó a GM cuando DuPont adquirió una mayoría

de control en dicha compañía y puso a Alfred Sloan a cargo. El sistema de contabilidad de gestión de Brown, cuyos

incentivos perversos son examinados en detalle por William Waddel y Norman Bodek en su Rebirth of American

Industry, formó la base de los Principios de Contabilidad Generalmente Aceptados [GAAP en sus siglas en inglés]

que perviven aún hoy en la gestión de las grandes empresas estadounidenses.

Para la contabilidad de gestión sloanista, el inventario es un activo «con la misma liquidez que el efectivo». Sin

importar que haga falta un pedido para cierto lote de productos, el departamento que lo realizó lo envía a inventario

y se le remunera por ello. Bajo la práctica de «absorción de costes generales», todos los costes de producción se

incorporan al precio de los bienes «vendidos a inventario», y desde entonces cuentan como un activo en la hoja de

balance.

Dado que el inventario se declaraba como un activo líquido, era indiferente que el «centro de

costes», el departamento, la planta o la división involucrados en la producción de cierto lote lo

necesitasen realmente para consumar una venta. El departamento de producción lo vendía a inventario

y se le devengaba en su haber por ello.51

[…] Los gastos disminuyen[...], mientras el inventario sube, simplemente por mover un lote de

material hacia otro departamento. En verdad, los gastos pueden disminuir y el retorno de inversión

incrementarse aunque la planta esté pagando horas extras para trabajar en material innecesario, o

aunque la planta esté usando material defectuoso y un gran porcentaje del producto se tenga que

desechar.52

En otras palabras, bajo los principios GAAP, gastar dinero en insumos es lo que define su valor. Como describe

Waddell,

las empresas pueden hacer un lote de producto, asignarle un enorme coste general fijo y mover

ese coste a la hoja de balance como activo, pareciendo más rentable de lo que es en realidad.

Es un sistema definido perfectamente por la noción de Paul Goodman de “coste añadido”. Además, como señala

Waddell, la medida del PIB depende de las mismas asunciones de los principios GAAP, puesto que cuentan el gasto

en insumos, por definición, como creación de riqueza53. La economía corporativa estadounidense funciona con

sistemas de medida similares a los de la economía planificada soviética. Una cierta «producción» tiene un valor

económico igual a lo que se ha gastado en producirla, sin importar si alguien la ha consumido, si sirve para su

función, o si se podría haber producido lo mismo usando menos recursos.

Las fábricas de los Estados Unidos suelen tener almacenes repletos de inventario obsoleto valorado en millones

de dólares, que sigue ahí «para evitar tener que provisionarlo y reducir con ello los beneficios del trimestre». Cuando

la empresa tiene que ajustarse a la realidad, el resultado conlleva graves pérdidas de inventario.

No hace falta ser un matemático prodigioso para entender que si lo único que interesa es hacer una

operación a una pieza de materia prima, y que se puede hacer dinero haciendo dicha operación de la

forma más barata posible y llamar a ese bien semiterminado un activo, lo más económico es trabajar

con muchas piezas a la vez.

Tenía sentido dividir los costes unitarios entre muchas piezas en vez de entre unas pocas, aunque

la compañía hiciese más piezas de las que iba a necesitar en mucho tiempo. También tenía sentido, si

podías hacer todas las partes necesarias a la vez, hacerlas lo más barato posible, y luego descartar las

que no sirviesen.

Con ello, los lotes grandes se hicieron la norma, puesto que su coste directo era inferior, y porque

se los podía transformar en dinero (al menos según el señor DuPont) clasificándolos como inventario

en proceso de elaboración.54

Con el sistema de Sloan, si una máquina puede trabajar a una velocidad determinada, debe hacerlo siempre, para

maximizar la eficiencia. Y la única forma de hacerlo era incrementar la velocidad de trabajo de cada máquina

individual55. El sistema de Sloan se centra solamente en los ahorros de fuerza de trabajo «que se entendieran posibles

También cabe mencionar la ideología de las empresas, resumida en los 14 puntos de Henri Fayol (N. del T.)

51Waddell y Bodek, Rebirth of American Industry, pág 75. 52Ibídem, pág. 140. 53William Waddell, «The Irrelevance of the Economists», Evolving Excellence, 6 de mayo de 2009

<http://www.evolvingexcellence.com/blog/2009/05/the-irrelevance-of-the-economists.html>. 54Waddell y Bodek, pág. 98. 55Ibídem, pág. 122.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 12

sólo con máquinas más rápidas, sin atender al hecho de que las máquinas rápidas también generaban grandes

inventarios con rapidez.»56

Los métodos de producción ajustada tienen sus propias «economías de velocidad», que funcionan justo al

contrario de la producción sloanista. Ésta se centra en maximizar dichas economías en términos del coste por unidad

asignado a una máquina particular, sin fijarse en los inventarios de bienes inacabados que se deben acumular como

stock de reserva, y los obstáculos en el ritmo de producción. Como comentan los autores de Natural Capitalism,

trata de optimizar cada paso del proceso productivo por separado, «y con ello perjudicaban al sistema entero». Una

máquina puede reducir el coste de mano de obra de un paso trabajando a gran velocidad, pero carecer de sincronía

dentro del proceso entero.57

Waddel y Bodek ponen el ejemplo de Ernie Breech, enviado desde GM para «salvar» a Ford, que le pidió a un

jefe de planta que le dijera el coste de fabricar un volante para poder calcular el retorno de inversión de esa parte

del proceso. El jefe de planta no entendía lo que quería Breech: ¿pensaba acaso que la fabricación de volantes estaba

haciendo de cuello de botella para la fábrica? Sin embarco, a Breech lo que le importaba era si el coste unitario de

la máquina en la planta de volantes y el coste directo de la mano de obra situada allí era suficientemente bajo

comparado con el «valor» de los volantes «vendidos a inventario».

Bajo el sistema contable de Sloan, producir un volante, aun de forma aislada, y sin importar lo que se hiciera con

él o si realmente el coche en que se iba a montar iba a ser pedido, era igualmente redituable. «Se imputa un ingreso

(de hecho cuenta como un pago en el presupuesto de fabricación» simplemente porque hacer esa sencilla operación

transformaba gastos en activos».58

El sistema lean, por contra, ajusta el ritmo de producción a los pedidos, y luego adecúa las máquinas individuales

y los pasos del proceso productivo al volumen general. En este sistema es mejor tener una máquina menos

especializada que produzca menos mientras esté acompasada con el ritmo general de producción. Esto es lo que el

Sistema de Producción de Toyota denomina takt*: acompasar la producción de cada etapa para que se acople con la

etapa siguiente, y hacer lo mismo con el conjunto de etapas en relación a los pedidos existentes59. En una factoría

sloanista, los administradores seleccionarán maquinaria que produzca «tan rápido como sea humanamente posible,

para luego juntar las piezas y montar las cosas luego»60.

Vuelvo a citar a los autores de Natural Capitalism: «La esencia de la producción ajustada es que en casi toda la

manufactura moderna,

los beneficios combinados, y muchas veces sinérgicos, de los menores requisitos de capital, mayor

flexibilidad, mejor fiabilidad, menores costes de inventario y transporte de equipos de producción más

pequeños y localizados superan con creces cualquier pérdida de “eficiencia” definida de forma

estrecha por cada paso del proceso. Es mucho más eficiente en todos los aspectos, tanto en recursos,

tiempo y dinero, escalar la producción de forma adecuada, usando máquinas que permitan flexibilidad

en las líneas de productos. Con ello, todos los pasos del procesado pueden hacerse de forma adyacente

unos a otros, con el producto siempre mantenido en movimiento. La meta es no tener paradas, retrasos,

devoluciones, inventarios, cuellos de botella, stocks de reserva ni muda [desperdicio].61

El contraste es ilustrado por los autores en varios ejemplos. Veamos los casos de una máquina «eficiente», al

menos según los parámetros paleotécnicos, que usaba la empresa Pratt & Whitney, y otra máquina para envasar

refrescos de cola excesivamente grande para su tarea:

El mayor fabricante de motores para aviones a reacción había pagado ochenta millones de dólares

por unos «monumentales» y novísimos modeladores robotizados, importados de Alemania, para hacer

hojas de turbinas. Las máquinas iban a una velocidad fabulosa, pero sus complejos controles por

ordenador requerían casi tantos técnicos especializados como maquinistas requería el anterior sistema

de producción manual. Además, los modeladores requerían procesos de apoyo que eran costosos y

contaminantes. Por otro lado, los modeladores tenían sentido para hacer grandes lotes de productos

uniformes, pero Pratt & Whitney necesitaba una producción más ágil en lotes pequeños y

diversificados. Por ello, los doce modeladores fueron sustituidos por ocho más simples, que costaban

56Ibídem, pág.119. 57Paul Hawken, Amory Lovins, and L. Hunter Lovins, Natural Capitalism: Creating the Next Industrial Revolution

(Boston, Nueva York, Londres: Little, Brown, and Company, 1999), págs. 129-130. 58Waddell y Bodek, págs. 89, 92. *Esta palabra significa «compás» en alemán, idioma del que toma muchos términos el japonés técnico (N. del T.) 59Ibídem, págs. 122-123. 60Ibídem, pág. 39. 61Hawken et al, págs. 129-130.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 13

un cuarto del precio. El tiempo de modelado aumentó de 3 a 75 minutos, pero la ausencia de procesos

de soporte a la maquinaria reducía la tasa de transferencia de todo el proceso de 10 días a esos 75

minutos, ya que no hacían falta los procesos de soporte de los modeladores caros.

Irónicamente, desde una perspectiva sistémica del proceso productivo, las máquinas grandes iban

tan rápido que ralentizaban el proceso, y todo iba tan automatizado que hacían falta demasiados

trabajadores. El sistema de producción anterior, revisado, usaba mano de obra muy cualificada y

maquinaria más simple, y producía 1000 millones de dólares de valor en una sola habitación que se

podía vigilar desde la puerta. Costaba la mitad, iba cien veces más rápido, redujo el tiempo de

conversión de ocho horas a dos minutos y hubiera pagado los costes de la transición de las

supermáquinas al sistema «manual» en menos de un año, aún en el caso de que los modeladores de

ochenta millones se hubieran enviado simplemente a la chatarra en vez de ser vendidos.62

En el sector de los refrescos de cola, el problema es «la contradicción entre una operación tan simple como beber

la lata de cola y una operación tan compleja como producirla. Las máquinas de embotellado de gran volumen más

«eficientes» generan inmensos lotes que sobrepasan la capacidad del sistema de distribución, y resultan por tanto

en mayores costes unitarios que en el caso de usar máquinas más pequeñas que pudieran adaptarse rápidamente a

la demanda. El motivo son los inmensos inventarios que atrofian el sistema, y los «costes y pérdidas de carácter

permanente que provienen de los incidentes en el manejo, el transporte y el almacenamiento del producto entre

todas las enormes partes del proceso productivo». Como resultado, «la gran máquina enlatadora de cola puede costar

más por lata vendida que una máquina más lenta y simple que produzca las latas a escala local y lo haga justo

después de recibir un pedido de los vendedores»63.

En una fábrica realmente lean, los gestores se ven acosados en las reuniones por la necesidad de reducir los

inventarios y los tiempos de ciclo, al igual que en el caso de una fábrica Sloanista se ven presionados para reducir

la cantidad de horas-hombre dedicadas directamente al producto e incrementar el retorno de inversión. James

Womack et al., en The Machine That Changed the World, describe una divertida anécdota sobre una delegación de

estudiantes estadounidenses que visitaban una planta de Toyota. En una de las preguntas del cuestionario que

enviaron éstos, se preguntaba al mánager para cuántos días daba el inventario que tenían en la fábrica. El mánager

preguntó cortésmente si el traductor quería decir para cuántos minutos64.

Como escribió Mumford, «Medidos en términos de trabajo efectivo, esto es, esfuerzo humano traducido

directamente en medios de subsistencia y obras duraderas de la técnica y las artes, los beneficios de las nuevas

industrias eran patéticos»65. La cantidad de recursos y trabajo humano desperdiciados en los inmensos almacenes

de las fábricas y los grandes stocks de bienes inacabados, el coste creciente del marketing, los «almacenes sobre

ruedas» y las montañas de bienes desechados en los vertederos, que podrían haber sido reparados por una fracción

del coste de sustituirlos por otros nuevos, superan enormemente las ganancias en costes por unidad que se puedan

obtener. Los ahorros de costes de la producción en masa son claramente superados por los sobrecostes de la

distribución en masa.

El modelo de producción de Chandler resultó en la adopción de maquinaria cada vez más especializada y centrada

en un solo producto:

La gran empresa industrial continuó creciendo a través del uso de métodos intensivos en capital,

con alto consumo de energía y producción en grandes lotes o continua para un mercado masivo.66

Los ratios de capital/trabajo, materiales/trabajo, energía/trabajo y gestores/trabajo por unidad de

producto se incrementaron. Esos sectores de alto volumen pasarían a hacer uso intensivo de capital,

energía y gestión.67

Por supuesto, esta visión está completamente equivocada. Considerar que una máquina particular es «más

eficiente» basándonos en sus costes unitarios, tomados por separado del proceso productivo, es una tontería. Si los

costes de la capacidad ociosa son tan grandes como para elevar los costes unitarios por encima de los que tendría

maquinaria menos especializada, en niveles de demanda espontánea sin presión de márketing, y si el área de

mercado necesaria para la plena utilización de la capacidad productiva produce costes de distribución mayores que

los ahorros de la especialización, entonces la maquinaria específica para cada producto es menos eficiente.

62Ibídem, págs. 128-129 63Ibídem, pág. 129. 64James P. Womack, Daniel T. Jones, Daniel Roos, The Machine That Changed the World (New York: MacMillan,

1990), pág. 80. 65Mumford, Technics and Civilization, pág. 196. 66Ibídem, pág. 327. 67Ibídem, pág. 241.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 14

Galbraith y Chandler asumen que la simple adopción de ese tipo de maquinaria aumentaba la eficiencia

automáticamente, per se, sin importar cuánto dinero se tuviera que gastar en otros lados para «ahorrar» en ese lado.

No obstante, si tomamos el enfoque opuesto, podemos observar que la producción flexible con inmovilizado

fácilmente recambiable hace más fácil adaptarse a los cambios de la demanda, y elimina la necesidad de controlar

el mercado. Como dice Barry Stein,

Si las empresas pudiesen responder a las condiciones locales, no tendrían que controlarlas. Si

deben ejercer el control sobre los mercados, eso refleja su falta de adaptabilidad.68

[...]Las necesidades de los consumidores, para poder ser satisfechas de forma eficiente, llaman

cada vez más a organizaciones más flexible y con más contacto directo con esos consumidores. La

esencia de la planificación consiste en buscar formas mejores de influir o controlar el aparato

productivo de forma más efectiva, no menos.

Bajo condiciones de rápidos cambios ambientales, implementar ese tipo de planificación es

posible solamente si la «distancia» entre el lugar de toma de decisiones y los consumidores es reducida

[…] No obstante, la teoría de la información tiene herramientas para probar que la retroalimentación,

que es la información que vincula al entorno y a la organización que trata de servirlo, se vuelve menos

precisa o completa a medida que crece la tasa de cambio de datos, o a medida que aumentan los pasos

del proceso de transferencia de información.

Stein sugería que la solución de Galbraith era simplemente eliminar las turbulencias, o sea, «controlar los cambios

que sucedan en la sociedad, tanto en su forma como su extensión»69. A pesar de ello, el autor considera mejor ,«un

cambio de valores que integre a la organización con su entorno».

Este problema no se solucionará con la esperanza de poder planificar mejor a gran escala […] sino

con una mejor integración de las organizaciones productivas con los tejidos sociales que requieran esa

producción.

En condiciones de cambio rápido en una sociedad compleja y de post-escasez, la única forma de

satisfacer necesidades diferenciadas y cambiantes es tener una serie de unidades de producción

suficientemente pequeñas para mantener un contacto fluido con sus consumidores, que sean

suficientemente flexibles para adaptarse a su demanda y hacerlo en lapso de tiempo relativamente

breve […] Es una contradicción terminológica hablar de que hacen falta unidades productivas tan

grandes como para controlar su entorno, ¡si resulta que producen cosas que nadie quiere!70

Con respecto al problema de planificación, se entiende que las grandes empresas son necesarias

por los elevados requisitos de tiempo y recursos necesarios para desarrollar, diseñar y producir bienes

y servicios de alta tecnología y que requieren conocimiento especializado. Dichos requisitos hacen

que las empresas deban tener suficiente control sobre el mercado para asegurar que su elevada

inversión encuentre una demanda. Este argumento descansa en unos cimientos frágiles: primero,

porque las necesidades de la sociedad deberían surgir antes de tomar las decisiones de producción, y

no al contrario; y en segundo lugar, porque los datos no respaldan la necesidad de grandes

organizaciones productivas salvo en algunos casos inusuales como la industria aeroespacial. Por

contra, la planificación para satisfacer necesidades sociales requiere unas organizaciones y unas

estructuras decisorias que den cabida a una retroalimentación y una dialéctica fluidas y precisas entre

las empresas y los mercados. Dichas condiciones se ven mejor reflejadas en las organizaciones

pequeñas que en los grandes conglomerados.71

En resumen, la producción en masa necesita de la distribución por empuje de la oferta, de forma que se garantice

el mercado antes de que la producción se realice.

Si bien Galbraith y Chandler justificaban el poder social de las corporaciones en la existencia de beneficios para

la sociedad en su conjunto, más bien resulta que es al contrario. La «tecnoestructura» puede sobrevivir porque se le

permite no responder a la demanda de mercado. Una firma oligopolista en un mercado dominado por un cártel en

el que las mastodónticas corporaciones burocráticas comparten la misma cultura corporativa está protegida de la

competencia. Las «innovaciones» tan celebradas por Chandler pueden subsistir porque la organización las impone

para sus propios propósitos, y porque tiene el poder para hacer esas «revoluciones de arriba-abajo» en un mercado

68Barry Stein, Size, Efficiency, and Community Enterprise (Cambridge: Center for Community Economic Development,

1974), pág. 41. 69Ibídem, pág. 43. 70Ibídem, pág. 44. 71Ibídem, pág. 78.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 15

cartelizado, sin tener en cuenta ni responder a las necesidades de los consumidores. La gran empresa no es más

eficiente a la hora de cumplir objetivos provenientes de fuera, sino en lograr metas que se fija a sí misma para su

propio interés, para luego cambiar al resto de la sociedad y que se acomode a esas metas.

Volviendo a nuestra idea original, los apóstoles de la producción en masa han asumido, de forma tácita, la mayor

eficiencia de la gran empresa que controla su entorno. El sistema sloanista subordina al consumidor, junto con el

resto de la sociedad, a las necesidades institucionales de la corporación.

El propio Chandler admite esto en su discusión de una estrategia de «expansión productiva». La gran empresa

añadió nuevos sectores auxiliares, escapes, que le permitían hacer «un uso más completo» de sus «servicios e

instalaciones centralizadas». En otras palabras, la «eficiencia» se mide por la existencia de «instalaciones

centralizadas» como tales72: ergo, dicha eficiencia se incrementa a medida que se encuentran formas de hacer que

la gente consuma las cosas que dichas instalaciones pueden producir funcionando a plena capacidad. Estas ideas

conforman, en la práctica, un argumento circular: el capitalismo oligopólico tiene «éxito» porque es la forma más

eficiente de alcanzar los fines del capitalismo oligopólico. La versión de Chandler del «desarrollo exitoso» en verdad

lo es, si asumimos que la sociedad debe ser reestructurada para desear lo que la tecnoestructura quiere producir.

Formas institucionales microeconómicas para crear estabilidad

Para satisfacer la necesidad de estabilidad y control descrita antes por Galbraith, la tecnoestructura acudió a

actuaciones, dentro de su marco corporativo, que garantizasen salidas seguras a la producción, y que proveyeran

disponibilidades y precios de materias primas que fueran predecibles a largo plazo. Tales actuaciones son

básicamente la sustitución del mecanismo de precios de mercado por la planificación.

Una empresa no puede prever y gestionar el calendario de acciones futuras, o prepararse para las contingencias,

si no sabe cuáles serán sus precios, sus ventas, sus costes de capital y de mano de obra, y qué estará disponible a

qué precio […] Gran parte de la planificación de la gran empresa consiste en minimizar o deshacerse de las

influencias del mercado.73

Galbraith describió tres tipos de actuaciones de la tecnoestructura para controlar la incertidumbre del mercado y

hacerlo predecible a largo plazo: la integración vertical, el uso del poder de mercado para controlar a proveedores y

clientes, y establecer contratos a largo plazo con éstos74.

La integración vertical se define como que «la unidad planificadora toma el control de la fuente de suministro o

de su salida comercial: las transacciones que requerirían normalmente una negociación sobre precios y cantidades

se reducen simplemente a transferencias dentro de la unidad de planificación.»75

Una de las formas más importantes de «integración vertical» es la elección de «crear» en vez de «comprar»

crédito, reemplazando a los mercados externos de crédito con unidades financieras internas, a través de los

beneficios no repartidos.76 La teoría de que las administraciones de las empresas dependen de los mercados externos

de capital asume una gran dependencia de la financiación externa. Sin embargo, la primera línea de defensa de los

managers para mantener su autonomía de poder con respecto a los accionistas y otros grupos de interés, es el de

reducir la dependencia de la empresa con respecto a la financiación externa. Esto implica financiar inversiones en

la medida de lo posible con beneficios no repartidos, luego con deuda, y sólo como último recurso con ampliaciones

de capital77. Dichas ampliaciones son importantes solamente para empresas recién comenzadas y pequeñas empresas

que buscan una fuerte expansión78. La mayoría de las corporaciones financian sus inversiones con beneficios no

repartidos, y tienden a limitar sus inversiones cuando éstos no son elevados79. Según Doug Henwood, a largo plazo

«casi todas las inversiones de capital de las corporaciones se financian de forma interna, ya sea mediante beneficios

retenidos o créditos a la amortización». Entre 1952 y 1995, casi el 90% de las inversiones se financiaron con

beneficios no repartidos80.

72Chandler, The Visible Hand, pág. 487. 73Galbraith, The New Industrial State, pág. 37. 74Ibídem, pág. 38. 75Ibídem, pág. 39. 76Ibídem, págs. 50-51. 77Martin Hellwig, "On the Economics and Politics of Corporate Finance and Corporate Control," en Xavier Vives, ed.,

Corporate Governance: Theoretical and Empirical Perspective(Cambridge: Cambridge University Press, 2000),

págs. 100-101. 78Ralph Estes, Tyranny of the Bottom Line: Why Corporations Make Good People Do Bad Things (San Francisco:

Berrett-Koehler Publishers, 1996), pág. 51. 79Hellwig, págs. 101-102, 113. 80Doug Henwood, Wall Street: How it Works and for Whom (Londres y Nueva York: Verso, 1997), pág. 3.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 16

Por su parte, el control de mercado «consiste en reducir o eliminar la independencia de aquellos a los que la

unidad de planificación vende o compra», preservando «la apariencia externa de un mercado». El poder de mercado

se obtiene por el tamaño relativo con respecto al mercado. La decisión de comprar o no los productos de un

proveedor, como sucede con General Motors, es de vida o muerte para algunos de ellos. Y aún más, los grandes

conglomerados siempre tienen la opción de la integración vertical (hacer una pieza en vez de comprarla) para

mantener a los proveedores en cintura. «La opción de eliminar un mercado es una amenaza suficientemente

poderosa como para poder controlarlo»81.

Otra actuación institucional de la tecnoestructura definida por Galbraith fue tratar de regular el ritmo de

innovaciones en la industria, de forma que los cárteles la introducían a un ritmo que maximizara los beneficios. En

palabras de Paul Goodman, un puñado de fabricantes controlaban el mercado «con precios fijados e innovación

dada a cuentagotas»82.

Por último, los contratos a largo plazo pueden reducir la incertidumbre «fijando los precios y las cantidades

compradas durante periodos de tiempo sustanciales». La actuación de las grandes firmas consistía en crear una

«matriz de contratos» que redujera la incertidumbre del mercado en la medida de lo posible83.

El uso de contratos para estabilizar la disponibilidad de materia prima a precios fijos tiene un ejemplo evidente

en las actuaciones empresariales para estabilizar los salarios y reducir la rotación de mano de obra en el régimen

laboral estadounidense. El régimen Wagner, creado en el New Deal, era «estabilizar los salarios y el empleo, para

aislar el coste de tan importante elemento productivo de los cambios de una economía de mercado»84. Desde la

perspectiva de los gestores de empresas, los sindicatos burocratizados establecidos bajo el régimen Wagner tenían

el propósito primario de mantener quietas a las bases y suprimir huelgas incontroladas. Los managers progresistas

más proclives a la sindicación industrial de los años 30 del pasado siglo eran, en muchos casos, los mismos que se

habían apoyado en los sindicatos y los comités de empresa. Su objetivo era el mismo en ambos casos. Tomemos a

Gerard Swope de General Electric, uno de los managers más «progresistas», y la encarnación más clara de los

intereses empresariales que auparon a Franklin Delano Roosevelt a la presidencia, había intentado que William

Green, jefe del sindicato AFL, llevara el sistema de comités de empresa de GE85.

Consumo masivo para absorber excedentes

La producción en masa separa la esfera productiva y el consumo de dicha producción. Esto es debido a que la

tasa de producción no se fija por los pedidos de los clientes sino por el imperativo de mantener las máquinas

funcionando a plena capacidad para minimizar los costes por unidad. Por ello, además de controlar los insumos a

través de contratos, la industria de producción masiva afronta el imperativo de garantizar el consumo de sus enormes

lotes gestionando a los propios consumidores. Esto se realiza mediante la distribución por empuje de la oferta, un

márketing de alta presión, la obsolescencia planificada y el crédito al consumo.

La publicidad de masas sirven como una herramienta de gestión de la demanda agregada. De acuerdo con Baran

y Sweezy, la función principal de los anuncios es «librar una guerra contra el ahorro a beneficio de los productores

y vendedores de bienes de consumo». Dicha función está relacionada íntimamente con la obsolescencia planificada:

La estrategia del anunciante es la de machacar las cabezas de los consumidores con el atractivo incuestionable,

o más bien la necesidad imperiosa, de poseer lo más nuevo que sale al mercado. Sin embargo, para que esto funcione,

los productores deben generar una corriente continua de «nuevos» productos, sin que nadie quede atrás por miedo

a que sus clientes se vayan a la competencia buscando más novedades.

Por contra, los productos realmente nuevos o diferentes no son tan fáciles de encontrar, incluso en nuestra era de

avances científicos y técnicos tan acelerados. Por ello, gran parte de la «novedad» con la que se bombardea

sistemáticamente a la gente es o bien falsa o bien trivial, que afecta a veces negativamente a la funcionalidad y

capacidad de manejo del producto.86

[…] En una sociedad con un gran stock de bienes de consumo duradero como los Estados Unidos, un componente

importante de la demanda total de bienes y servicios reposa en la necesidad de sustituir parte de este stock a medida

que se gasta o se desecha. La obsolescencia imbuida en los productos aumenta su tasa de desgaste, y los cambios

81Galbraith, The New Industrial State, págs. 39-40. 82Ibídem, págs. 41-42. 83Ibídem, pág. 65. 84Piore y Sabel, pág. 132. 85Paul Goodman, People or Personnel, en People or Personnel y Like a Conquered Province (Nueva York: Vintage

Books, 1963, 1965), pág. 58. 86Paul Baran y Paul Sweezy, Monopoly Capitalism: An Essay in the American Economic and Social Order (Nueva

York: Monthly Review Press, 1966), págs. 128-129.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 17

de estilo aumentan la tasa de descartes […] El resultado total es un aumento significativo en la escala de la demanda

de sustitución, y un aumento general de la renta nacional y el empleo. En este punto, como en otros muchos, el

esfuerzo de ventas constituye un poderoso antídoto contra las tendencias a la depresión crónica a las que está

abocado el capitalismo monopolista.87

Aunque parezca menos dependiente del Estado que otras actuaciones discutidas en esta obra, la publicidad de

masas también tiene un gran componente estatal. De buenas a primeras, los creadores de las industrias de publicidad

y relaciones públicas fueron en buena parte los mismos que crearon la ciencia de «fabricar consenso» para que las

poblaciones del Reino Unido y los Estados Unidos apoyaran la I Guerra Mundial. Por otro lado, los propios órganos

de propaganda estatal, a través del USDA [el ministerio de agricultura estadounidense], las clases de economía

doméstica en el sistema educativo, etc., pusieron un gran empeño en desacreditar las costumbres «anticuadas» de

cocinar pan casero y cultivar y envasar verduras en casa, sustituyéndolas por la práctica «moderna» de que las amas

de casa calentasen latas compradas en el mercado88. Jeffrey Kaplan lo denomina como «el evangelio del consumo»:

[Las empresas] temían que los hábitos frugales de las familias estadounidenses fueran difíciles de romper. Aún

más peligroso era el hecho de que la capacidad industrial para sacar productos parecía aumentar a un ritmo mayor

de lo que la gente percibía que necesitaba.

Fue este pensamiento el que llevó a Charles Kettering, director de investigaciones en General Motors, a escribir

un artículo en 1929 llamado «Mantener al consumidor instatisfecho»[...] Junto a sus cohortes corporativas, estaba

generando con ello un cambio de paradigma de la industria estadounidense: de satisfacer necesidades básicas de las

personas a crear otras nuevas.

En una entrevista de 1927 con la revista Nation's Business, el secretario de Trabajo James J. Davies dio algunas

cifras que ilustraban lo que el New York Times dio en llamar «saturación de necesidades». Davis comentaba que «las

fábricas de tejidos de este país pueden producir todo el tejido necesario para un año en seis meses de

funcionamiento» y que con un 14% de la capacidad productiva de zapatos se podía fabricar suficientes para todo el

año. La revista concluía que «puede que las necesidades del mundo se puedan cubrir trabajando tres días a la

semana».

Los líderes empresariales no estaban precisamente contentos con una sociedad que no se centrara en producir

bienes. Para ellos, la maquinaria «ahorradora de trabajo» no daba una visión de liberación, sino que representaba

una amenaza para su posición de poder. John E. Edgerton, presidente de la Asociación Nacional de Industrias

Manufactureras, dejó clara su postura al declarar: «Nada […] genera tanto radicalismo como la infelicidad, salvo el

ocio.»

A finales de los años 20, la élite política y empresarial del país había logrado la forma de cancelar la doble

amenaza de la detención del crecimiento económico y una clase obrera nacionalizada mediante lo que un consultor

dio en llamar «el evangelio del consumo», o sea, la noción de que indiferentemente de cuánto tengamos, no es

suficiente. El Comité de Cambios Económicos Recientes convocado por el Presidente Hoover en 1929 notificaba

con alegría los resultados: «Mediante la publicidad y otros artilugios promocionales […] se ha logrado un potente

estirón productivo que ha liberado capital que de otra forma estaría atado». Celebraban su avance conceptual:

«Tenemos un campo sin límites ante nosotros: ahora hay nuevas necesidades que darán paso sin cesar a nuevas

necesidades, tan rápidamente como las primeras se satisfagan».89

El modelo chandleriano de «alta velocidad, alta transferencia, convirtiendo costes fijos altos en costes unitarios

bajos» y la «tecnoestructura» de Galbraith presuponen un modelo de distribución por empuje. Aquí lo vemos

descrito por Paul Goodman:

[…] en décadas recientes […] el centro de la preocupación económica ha pasado de ser proveer

bienes al consumidor o riqueza al empresario, a ser el cómo mantener la maquinaria funcionando a

plena capacidad: la sociedad se ha vuelto tan compleja que, a menos que lo haga, toda la riqueza y los

medios de subsistencia están en peligro, las inversiones se retiran, y se echa a los trabajadores. Esto

es, cuando el sistema depende de que todas las máquinas funcionen sin cesar, a menos que todos los

tipos de bienes se produzcan y se logren vender, no se podrá producir pan.90

Este mismo mandato está en las raíces de las sugestiones hipnóticas del Mundo Feliz de Huxley: «más vale

87Ibídem, pág. 131. 88Es interesante la lectura de Stuart Ewen, Captains of Consciousness: Advertising and the Social Roots of Consumer

Culture (Nueva York: McGraw-Hill, 1976). 89Jeffrey Kaplan, "The Gospel of Consumption: And the better future we left behind," Orion, Mayo/Junio de 2008

<http://www.orionmagazine.org/index.php/articles/article/2962>. 90Paul y Percival Goodman, Communitas: Means of Livelihood and Ways of Life (Nueva York: Vintage Books, 1947,

1960), págs. 188-89.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 18

desechar que tener que remendar». O, en palabras de Harley Earl, diseñador de General Motors en los años 50: «mi

trabajo es acelerar la obsolescencia. Ahora mismo está en dos años: cuando la reduzca a uno, tendré una puntuación

perfecta»91.

La antigua economía que fue reemplazada por el sistema de distribución de empuje era una en la que la comida

y los medicamentos eran lo que hoy llamaríamos «genéricos». La harina, los cereales y otros productos similares se

vendían a granel, y el tendero los pesaba y empaquetaba (este ratio había cambiado aproximadamente de venta a

granel en un 95% a un 75% de bienes preparados en los 20 años anteriores a la obra de Borsodi de 1927); los

productores ajustaban su producción al nivel de demanda que les comunicaban las tiendas. De la misma forma, las

medicinas solían estar compuestas por el apotecario de acuerdo con las especificaciones del médico, y hechas con

componentes genéricos.92 La producción dependía de los pedidos del farmacéutico a medida que gastaba su stock

de bienes a granel con sus clientes.

Bajo el sistema de «empuje» de la oferta, los productores llamaban la atención del cliente mediante la publicidad

de marcas, y ejercían presión sobre el tendero para crear demanda para sus bienes. La lealtad a una marca ayuda a

estabilizar la demanda de un producto concreto, eliminando las fluctuaciones generadas por la competencia de

precio presente en los bienes genéricos.

El problema era que el consumidor, con el nuevo régimen de «eficiencia», pagaba cuatro veces más por el azúcar,

la harina, etc. de marca que lo que había pagado por los bienes a granel producidos de forma «ineficiente»93. El

tendero pasó de ser un agente que compraba según las necesidades del consumidor a ser un agente que vendía según

la conveniencia del productor.

Los costes de distribución aumentaban incluso más debido a que la producción a mayor escala y con mayores

requisitos de capital incrementaba los costes unitarios derivados de la capacidad no utilizada, y con ello, como

hemos visto, aumentaban los recursos que había que dedicar a las formas mercadotécnicas de «empuje».

El libro de Borsodi The Distribution Age discutía el hecho de que los costes de producción descendieron

aproximadamente en una quinta parte entre 1870 y 1920, pero los costes de márketing y distribución se triplicaron94.

La pequeña reducción en costes unitarios fue sobrepasada por la elevación en gastos de distribución y tácticas de

mercadotecnia. «Todas las partes de nuestra estructura económica», escribe, se veían «presionadas por el hercúleo

esfuerzo de vender de forma rentable todo lo que nuestra industria moderna es capaz de producir.»95

Los costes de distribución son mucho menores en un régimen de «tirón de demanda» en el cual la producción se

ajusta a ésta. Según escribía Borsodi

[…] Aún es cierto […] que la fábrica que vende sólo en la zona local donde puede servir mejor

encuentra poca resistencia al introducirse por los canales normales de distribución. Los clientes de esa

fábrica están tan «cerca» del productor, sus relaciones son tan cercanas, que comprarle a esa fábrica

tiene la fuerza de la tradición. Tal fábrica puede hacer envíos de forma rápida; puede ajustar su

producción a las peculiaridades de su territorio, y puede hacer arreglos con sus clientes de forma más

inteligente que fábricas que estén a grandes distancias. Los métodos de distribución de alta presión no

tientan a esa fábrica, por la mera razón de que no tendrá el tipo de problemas que se podrían solucionar

con dichos métodos.

Es la fábrica que ha decidido producir bienes de marca, uniformes, empaquetados de forma

individualmente y publicitados a escala nacional, y que debe establecerse en el mercado nacional

persuadiendo a sus distribuidores de que paguen más por su marca, la que tiene que acudir a ellos. Tal

fábrica tiene un problema de venta de una naturaleza distinta a la que tienen las empresas que se

contentan con vender donde y a quien lo puedan hacer de forma más eficiente.96

Para los que tienen una estructura de bajos costes de gestión que les permite producir en respuesta a la demanda

de los consumidores, poner a la venta sus productos es relativamente sencillo. En lugar de invertir enormes esfuerzos

en que la gente compre su producto, les basta con cumplir con los pedidos que les entren. Cuando la demanda para

el producto debe ser creada, el esfuerzo requerido (según la atinada metáfora de Borsodi) es comparable a cambiar

el sentido del curso de un río. La publicidad de masas sólo es una pequeña parte de dicho esfuerzo. Aún más costoso

es el márketing directo por correo y las encuestas puerta a puerta de los comerciales, para hacer que las tiendas de

91Eric Rumble, "Toxic Shocker," Up! Magazine,1 de enero de 2007

<http://www.up-magazine.com/magazine/exclusives/Toxic_Shocker_3.shtml>. 92Ralph Borsodi, The Distribution Age (Nueva York y Londres: D. Appleton and Company, 1929), págs. 217, 228. 93Citado en ibídem, págs. 160-161. 94Ibídem, pág. ya mencionada. 95Ibídem, pág. 4. 96Ibídem, págs. 112-113.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 19

un nuevo mercado alojen los bienes de uno, y también las encuestas directas a las tiendas por parte de esos

comerciales97.

Los costes de publicidad, empaquetado, diferenciación de marca, etc., son los costes de sobrepasar la resistencia

de ventas que sólo existe porque la producción y la demanda están separadas en vez de la segunda tirar de la primera.

Además, este incremento del coste marginal de distribución por encima del nivel natural de la demanda genera,

según la ley de la renta de Ricardo, un precio medio mayor para todos los bienes98.

Aquellos que pueden responder a la demanda con flexibilidad tampoco dan gran importancia a la predecibilidad

que tenga ésta. En el caso del tendero, Borsodi señala que la gente tiene que comer igual, y lo seguirá haciendo sin

necesidad de hacer presión de márketing. Por ello, al tendero le daba igual que el consumidor tomara un producto

particular de una marca: él compraría lo que el cliente pidiera, a medida que sus stocks se agotasen, y cambiaría sus

pedidos según vea lo que hacen los clientes. Por contra, al fabricante no le da lo mismo, dado que desea que compre,

por ejemplo, mayonesa, y no cualquier mayonesa, sino su marca específica de mayonesa99.

La proliferación de marcas con lealtades adheridas aumenta el coste de distribución aumenta el coste de

distribución enormemente: en vez de comprar copos de maíz a granel y reemplazar el stock a medida que se agote,

la tienda debe mantener suficientes unidades de todas las marcas populares, prácticamente idénticas entre sí, para

evitar quedarse sin ellas, lo que generaría una menor rotación y un desperdicio de espacio en los estantes. Esto no

es más que otro ejemplo del principio general que observamos anteriormente: la distribución por empuje de la oferta

lleva consigo la interrupción del flujo por culpa de algunos sub-flujos truncados, en forma de inventarios

invendibles.100

La ventaja de la discriminación por marcas para el productor es que permite «aislar a un producto de su

competencia»101: «la prevalencia de las marcas ha destruido la base normal mediante la que se establecen los precios

en auténtica competencia»102. Tal como lo describe Barry Stein, las marcas «convierten a bienes de consumo

normales en bienes aparentemente específicos, de forma que no tienen que competir directamente por precio en el

mercado».

Las distinciones introducidas, tales como un empaquetado elaborado, publicidad entusiasta y una

promoción que llama la atención sobre la presencia de valores intangibles, además de la modificación

física irrelevante (pasta de dientes de colores) no hacen que un producto sea «diferente» en un sentido

sustancial; sin embargo, en la medida en que los consumidores son convencidos de estas diferencias y

actúan como si existiesen, se genera una lealtad a un producto.103

Bajo el antiguo sistema, la competencia entre productores identificables de bienes a granel permitía a los tenderos

elegir los bienes a granel de mayor calidad, proveyéndolos a los consumidores a los precios más bajos posibles.

Por contra, la diferenciación por marca alivia al tendero de la responsabilidad de lo que compra, convirtiéndolo en

un simple agente que llena los estantes con las marcas más populares. Este proceso continuó hasta que, década más

tarde, la idea de volver a competir por precio en el mercado de bienes llenaba a los fabricantes de terror. La

competencia por precio es la mayor pesadilla del industrial oligopolista y de la industria de la publicidad:

En la reunión anual de la Asociación Nacional de Publicistas Estadounidenses en 1988, Graham

H. Phillips, director de Ogilvy & Mather, amonestó a los ejecutivos presentes por rebajarse a participar

en un «mercado de bienes genéricos» en vez de dar atención a la imagen. «Dudo que muchos de

ustedes deseen un mercado de bienes genéricos de consumo en el que sólo se compita por precio,

promociones y ofertas, todas ellas fácilmente reproducibles por su competencia, y que llevaría a

reducir la tasa de beneficio, y con ello a la decadencia y a la bancarrota. Otros líderes defendieron la

importancia del «valor añadido conceptual» que en efecto no añade más valor que el del márketing.

Rebajarse a competir en términos de valor real para el consumidor era, según las oscuras advertencias

de las agencias publicitarias, la forma más fácil de acelerar la muerte no ya de la marca, sino de la

empresa.104

Es algo bastante revelador que Chandler, defensor de las grandes «eficiencias» de este sistema, admitiera todos

estos puntos que mostramos. En verdad, más que «admitirlos», los consideraba característicos de éste. Chandler

97Ibídem, pág. 136 98Ibídem, pág. 247. 99Ibídem, págs. 83-84. 100 Ibídem, pág. 84. 101 Ibídem, pág. 162. 102 Ibídem, págs. 216-217. 103 Stein, Size, Efficiency, and Community Enterprise, pág. 79. 104 Naomi Klein, No Logo (Nueva York: Picador, 1999), pág. 14.

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definió la «prosperidad» como la tasa de flujo de materiales en el sistema y la velocidad de producción y

distribución, resultándole enteramente indiferente si el «flujo» era el doble de rápido porque la gente estaba tirando

las cosas a los vertederos a mayor velocidad para poder mantener los conductos de distribución sin atascos.

Los nuevos gestores intermedios hicieron mucho más que buscar modos de coordinar los flujos

de gran volumen desde los proveedores de materia prima a los consumidores. También inventaron y

perfeccionaron formas de expandir los mercados y acelerar los procesos de producción y distribución.

Los de American Tobacco, Armour, y otros productores en masa de bienes empaquetados de bajo

precio, perfeccionaron otras formas de diferenciar los productos mediante la publicidad y las marcas

que ya habían sido creadas por publicistas, vendedores minoristas y creadores de patentes de

medicinas. Los gestores intermedios de Singer fueron los primeros en usar de forma sistemática

encuestas puerta a puerta; los de McCormell siguieron métodos similares para crear su red de

distribuidores franquiciados. Ambas compañías innovaron en los puntos de venta y en otras formas de

crédito al consumidor.105

En otras palabras, el sistema sloanista venerado por Chandler era más «eficiente» porque era mejor convenciendo

a la gente de que tirara lo que tenía para poder comprar más, y era mejor produciendo mierda* disfuncional que

había que tirar en un par de años. Sólo un progresista de mitad del siglo XX, escribiendo en el punto álgido del

«capitalismo consensuado» cuando la Nueva Izquierda no eran más que unos cuantos balbuceos críticos desde Port

Huron**, y con su propio progresismo del establishment totalmente limpio de corrección política, podía escribir tal

cosa con entusiasmo.

El sistema en su conjunto era una «solución» en busca de un problema. Los subsidios del Estado y el

mercantilismo dieron paso a una industria sobrecapitalizada y centralizada, que tendía a la sobreproducción, de

forma que había que buscar la forma de crear demanda para un montón de bazofia que nadie querría normalmente.

Capitalismo político

Aun con toda la intervención estatal que hizo falta para posibilitar la economía corporativa centralizada, el

sistema sólo puede seguir funcionando mediante la continua injerencia estatal. A pesar de todos los mecanismos

microeconómicos descritos arriba, y la gestión de la demanda, el sistema tiene una tendencia crónica al exceso de

capacidad productiva y la insuficiencia de la demanda. La gran industria de producción masiva no puede sobrevivir

sin que el gobierno le asegure una salida a su sobreproducción. Tal como escriben Paul Baran y Paul Sweezy, el

capitalismo monopolista

tiende a generar excedentes mayores, pero no logra proveer los desahogos necesarios al consumo y la inversión

que hacen falta para absorber dichos excedentes crecientes y, por tanto, para que el sistema funcione correctamente.

Debido a que el excedente que no puede ser absorbido no será producido, se sigue que el estado normal del

capitalismo monopolista es el estancamiento. Con un stock dado de capital y unos costes y estructura de precios

dados, la tasa de operaciones del sistema no puede crecer por encima del punto en el cual los excedentes producidos

puedan encontrar las salidas necesarias. Esto significa una infrautilización crónica de los recursos materiales y

humanos […] Dejado a su suerte (o sea, en ausencia de fuerzas que actúan de contrapeso pero no forman parte de

lo que podemos llamar la «lógica elemental» del sistema) el capitalismo monopolista se hundiría cada vez más en

una espiral de depresiones crónicas.106

El Estado, para afrontar las crisis crónicas de sobreacumulación y sobreproducción, adoptó las políticas que

Gabriel Kolko definió como «capitalismo político».

El capitalismo político es la utilización de resortes políticos para conseguir condiciones de estabilidad,

predecibilidad y seguridad en la economía, de forma que se obtenga una racionalización de ésta. La estabilidad

consiste en la eliminación de la competencia intestina y las fluctuaciones erráticas. La predecibilidad es la

capacidad, en base a medios políticamente estables y seguros, de planear la acción económica futura en torno a

expectativas mensurables. Con seguridad me refiero a protección de los ataques políticos latentes en cualquier

estructura política formalmente democrática. Mi definición de racionalización no es la definición estándar del

incremento de eficiencia, producción o capacidad organizativa dentro de una empresa; por contra, me refiero a la

organización de la economía y de las esferas social y política en una manera que permita a las corporaciones

105 Chandler, The Visible Hand, pág. 411. *Si el autor pone «shit» como en este caso, la traducción no es otra que esa. (N. del T.) **Se refiere el autor con esto al posterior Manifiesto de los Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS en inglés)

emitido allí en 1962, punto de partida de la New Left estadounidense. (N. del T.) 106 Baran y Sweezy, Monopoly Capital, pág. 108.

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funcionar en un entorno predecible y seguro que les garantice beneficios a largo plazo.107

El Estado jugó un papel fundamental en la cartelización de la economía, para proteger a la gran empresa de los

efectos destructivos de la competencia por precio. En un primer momento el esfuerzo fue principalmente privado,

mediante los movimientos de creación de trusts a principios del siglo XX. Chandler celebró estos primeros intentos

de consolidar los mercados como un paso hacia la racionalidad:

Los industriales de Estados Unidos empezaron a dar el paso de crecer mediante fusiones: esto es, crear

asociaciones a escala nacional para controlar producción y precio. Lo hicieron a partir de la década de 1870 como

respuesta a las continuas bajadas de precios, que se acentuaron tras el pánico de 1873 que dio paso a una depresión

económica prolongada.108

El proceso se aceleró con la depresión de la década de 1890, con el resultado de que surgieron

fusiones y trusts para controlar producción y precios: «el motivo para las fusiones cambió: se crearon

cada vez más para reemplazar las asociaciones de pequeñas empresas como instrumentos para regular

los calendarios de producción y precios»109.

Desde el comienzo del siglo XX en adelante hubo una serie de intentos por parte de J.P. Morgan y otros

patrocinadores para crear una estructura institucional mediante la cual se pudiera regular la competencia entre

precios y las respectivas cuotas de mercado. «Fue entonces», escribía Paul Sweezy,

cuando los hombres de negocios de los Estados Unidos entendieron la naturaleza autodestructiva

de los recortes de precios como arma competitiva, y empezaron el proceso de excluir esa práctica

mediante una compleja red de leyes (de regulación y de empresa), instituciones (gremios

profesionales) y convenciones (liderazgo de precios) del funcionamiento de mercado normal.110

Pero todos estos intentos de cartelización privada fracasaron: los trusts eran menos eficientes que sus

competidores más pequeñas. Empezaron a perder cuotas de mercado por parte de empresas menos apalancadas,

fuera de ellos. La tendencia dominante, a pesar de los intentos por suprimirla, era la competencia. Dado el fracaso

total de los trusts, los siguientes intentos de cartelización se llevaron a cabo con la cooperación del Estado.

Como cuenta Kolko, la fuerza motriz detrás de la agenda de regulaciones de la Era Progresista fueron las grandes

empresas, con la meta de restringir la competencia en precio y calidad y restablecer los trusts bajo la égida

gubernamental. Su tesis era que, «contra el consenso de los historiadores, no fue la existencia de monopolios lo que

causó la intervención del gobierno federal en la economía, sino su ausencia». Viendo el fracaso sonado de los

cárteles privados voluntarios, la gran empresa actuó para cartelizar la economía mediante el Estado a través de esa

agenda regulativa.

Si la racionalización económica no se podía obtener mediante fusiones y métodos voluntarios de

control, quizá los medios políticos tendrían éxito: tal fue la idea de un número creciente de hombres

de negocios.111

Kolko muestra una evidencia importante del origen de la agenda legislativa de la Era Progresista. El Acta de

Inspección Cárnica, por ejemplo, se aprobó principalmente por la presión de las grandes empresas del ramo112.

Dicho patrón se repite en su forma básica en todos los componentes de la nueva legislación «progresista».

Las diferentes regulaciones de seguridad y de calidad que se aprobaron en ese periodo también contribuyeron a

cartelizar el mercado. Según Butler Shaffer, el propósito de los «estándares salariales, de condiciones laborales y de

productos» es el de «universalizar las estructuras de costes y restringir la competencia por precio»113. Con ello se

107 Gabriel Kolko, The Triumph of Conservatism: A Reinterpretation of American History 1900-1916 (Nueva York: The

Free Press of Glencoe, 1963), pág. 3. 108 Chandler, The Visible Hand, pág. 316. 109 Ibídem, pág. 331. 110 Paul Sweezy, "Competition and Monopoly," Monthly Review (Mayo de 1981), págs. 1-16. 111 Kolko, Triumph of Conservatism, pág. 58. 112 Ibídem., págs. 98-108. En la década de 1880, diversos escándalos relacionados con carne contaminada resultaron en

la prohibición de importar carne de Estados Unidos en varios mercados europeos. Los grandes exportadores de

carne se habían encomendado al gobierno para inspeccionar la carne exportada: al organizar dicha función

conjuntamente con el gobierno, dejaron de competir en el control de calidad, y el gobierno dio un sello de paobación

tal como lo haría un gremio profesional. El problema de este primer régimen de inspección es que sólo los grandes

conglomerados exportaban carne, lo que daba una ventaja competitiva a las empresas del mercado doméstico. El

efecto principal del Acta de Inspacción Cárnica fue obligar a las pequeñas empresas a aplicar el mismo régimen de

inspecciones, y terminar con dicha ventaja competitiva. Upton Sinclair [autor de La jungla, una denuncia de las

condiciones de la industria alimentaria] fue utilizado sin saberlo como un peón de la gran industria cárnica. 113 Butler Shaffer, Calculated Chaos: Institutional Threats to Peace and Human Survival (San Francisco: Alchemy

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 22

concentra la industria, de la misma forma que si las empresas hubieran convenido adoptar un estándar uniforme de

calidad y dejar de competir en ese área. Una regulación estatal es, básicamente, un cártel mantenido por el Estado

por el cual las empresas convienen en dejar de competir en cierta área de calidad o seguridad, y acuerdan un estándar

uniforme controlado por el Estado. Los cárteles privados son inestables, pero con una regulación los miembros

tienen prohibido legalmente abandonar el cártel.

Y lo que es más, el acta de creación de la FTC [Federal Trade Commission, el organismo que regula el comercio

en EE.UU] y el acta Clayton dieron la vuelta a la tendencia de competencia y pérdida de cuota de mercado,

posibilitando la estabilidad.

Las provisiones contra la competencia desleal y la discriminación de precios de las nuevas leyes permitían a

muchos gremios profesionales estabilizar los precios dentro de sus industrias por primera vez, haciendo el oligopolio

una fase nueva de la economía.114

La FTC creó una atmósfera hospitalaria para los gremios y colegios profesionales y sus esfuerzos para impedir

recortes de precios115. Shaffer, en In Restraint of Trade, nos da cuenta detallada del funcionamiento de dichas

organizaciones profesionales y sus intentos de fijar los precios y evitar «destructivos recortes de precios», a través

de códigos éticos116. Los gremios y colegios establecieron esos códigos bajo la influencia de la FTC, y esos códigos

tenían fuerza de ley. Entre las prácticas desleales destacan «vender bienes por debajo de coste o de la lista publicada

de precios con el propósito de lesionar a un competidor» y «el uso de materiales de calidad inferior o no conformes

al estándar»117. En la práctica, el segundo punto ilegalizaba que las compañías individuales innovasen más

rápidamente de lo que la industria en su conjunto estuviera dispuesta a acordar.

Esas leyes hicieron lo que los trusts nunca lograron: permitieron estabilizar la cuota de mercado de un puñado de

firmas en cada sector, consolidando una estructura de oligopolio entre esas empresas.

Fue durante la guerra que los acuerdos sobre precios y mercados y por tanto el oligopolio real se

instauró en los sectores dominantes de la economía estadounidense. La rápida difusión de poder en la

economía y la facilidad de entrada acabaron. Aun cuando algunas de las leyes originales expiraron, la

alianza del gobierno federal y la gran empresa se mantuvo durante la década de 1920 y más tarde,

usando los cimientos echados en la Era Progresista para estabilizar y consolidar las condiciones de

mercado en distintos sectores. En esos mismos cimientos y usando la experiencia de las agencias de

guerra, Herbert Hoover y luego Franklin Roosevelt formularon programas de salvación del

capitalismo americano. El principio de utilizar al gobierno para estabilizar la economía, fijado en el

contexto del industrialismo moderno durante la Era Progresista, se convirtió en la base del capitalismo

político y sus ramificaciones posteriores118.

La regulación también proporcionó «racionalización» mediante el uso de la ley federal para anticiparse a acciones

más duras y populistas por parte de gobiernos de menor jurisdicción, y anulando los anteriores estándares de

responsabilidad de la ley común, evitando duras sanciones que podrían haber sido impuestas por parte de jurados

locales y sustituyéndolas con un mínimo común de estándares industriales basados en «estudios científicos sólidos»

(hechos por la industria, claro). Con respecto a dicha legislación, buena parte de las reformas de las leyes de daños

y perjuicios implicaban dar inmunidad a las empresas contra posibles responsabilidades por fraude, contaminación

y otras externalidades impuestas al público en general.

El gasto público también contribuye a concentrar la economía del mismo modo que la regulación. Igual que la

regulación elimina grandes áreas de calidad y seguridad del impulso competitivo, la socialización de costes

operativos como los subsidios de I+D o la educación superior pública permite al capital monopolista eliminarlos

del precio en la competencia entre empresas, y los deja como ingresos garantizados para todas las firmas de un

mercado. Los subsidios de transporte reducen la ventaja competitiva de estar cerca del mercado al que se sirve. El

control de precios agrarios permite convertir tierras baldías en objetivos para los pelotazos inmobiliarios. Sea

mediante regulaciones o mediante subvenciones a distintas formas de acumulación, las corporaciones realizan

determinadas operaciones mediante el poder del Estado y restringen la competencia a ciertos ámbitos.

Una parte creciente de las funciones de la economía capitalista se han llevado a cabo a través del Estado. Según

James O'Connor, el gasto público bajo el capitalismo monopolista se puede dividir en «capital público» y «gasto

Books, 1985), pág. 143.

114 Ibídem, pág. 268. 115 Ibídem, pág. 275. 116 Butler Shaffer, In Restraint of Trade: The Business Campaign Against Competition, 1918-1938 (Lewisburg:

Bucknell University Press, 1997). 117 Ibídem, págs. 82-84. 118 Kolko, Triumph of Conservatism, pág. 287.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 23

público».

El capital social son los gastos requeridos para la acumulación privada rentable: es productiva de forma indirecta

(en términos marxistas, el capital social aumenta el valor del excedente). Existen dos tipos de capital público:

inversión pública y consumo público (en términos marxistas, capital social constante y variable) […] La inversión

pública consiste en los proyectos y servicios que aumentan la productividad en una cierta cantidad de fuerza de

trabajo y, con el resto de factores constantes, aumentan la tasa de beneficio […] El consumo público consiste en los

proyectos y servicios que disminuyen los costes de reproducción de la mano de obra y, con el resto de factores

constantes, aumentan la tasa de beneficio. Un ejemplo de esto es la seguridad social, que expande la capacidad

productiva de la fuerza de trabajo y reduce los costes laborales. La segunda categoría, los gastos sociales, consisten

en los proyectos y servicios que hacen falta para mantener la armonía social, y cumplir la función de «legitimación»

del Estado. […] El mejor ejemplo es el sistema de bienestar, diseñado principalmente para mantener la paz social

entre los trabajadores sin empleo.119

El capital monopolista es capaz de externalizar muchos gastos operativos en el Estado; y dado que el gasto público

aumenta la productividad de la mano de obra y el capital a costa del contribuyente, la tasa aparente de beneficio

aumenta. «En resumen, el capital monopolista socializa cada vez más costes productivos»120.

O'Connor enumeró varios modos en los que el capital monopolista realiza este proceso de externalización de

costes al sistema político:

La producción capitalista se ha vuelto más interdependiente: hay una mayor dependencia de la tecnología y el

conocimiento científico, las funciones de la mano de obra son más especializadas y la división del trabajo es más

extensa. Por ello, el sector monopólico (y en mucha menor medida el sector competitivo) requiere cada vez más

trabajadores en roles técnicos y administrativos. También necesita mayores infraestructuras (capital físico) como

transporte, comunicaciones, I+D, educación y otros gastos. En resumen, el sector monopólico requiere cada vez

más inversión pública en relación al capital privado […] Los costes de dicha inversión (o capital social constante)

no los carga el capital monopolista sino que se socializan y caen en el Estado.121

El efecto general de la intervención del Estado en la economía se resume, entonces, en eliminar la competencia

en cada vez más esferas de actividad económica, y organizarlas de forma colectiva a través del capital organizado,

como un todo.

Actuaciones para absorber excedentes: el imperialismo

Las raíces del Estado corporativo en los Estados Unidos se sitúan, más que nada, en la crisis de sobreproducción

percibida por las élites empresariales y estatales, particularmente la dura depresión tras la Edad de Oro, y la

necesidad, según esas élites, de absorber el excedente de producción o lidiar de otro modo con la sobreproducción,la

sobreacumulación y el infraconsumo. Según William Appleman Williams, «la Crisis de la década de 1890 hizo

visible el fantasma del caos y la revolución en muchas partes de la sociedad estadounidense»122. Las élites

económicas la veían como el resultado de la sobreproducción y el exceso de capital, y consideraron que sólo se

podía resolver con el acceso a una «nueva frontera». Sin garantía estatal para el acceso a otros mercados, la

producción caería peligrosamente por debajo de la capacidad total instalada, lo que aumentaría los costes unitarios,

y el desempleo alcanzaría cifras peligrosas.

De acuerdo con esta idea, el eje central de la política exterior estadounidense hasta hoy ha sido lo que Williams

llamó «imperialismo de puerta abierta»123: asegurar el acceso de las empresas americanas a los mercados extranjeros

en igualdad de condiciones con las potencias coloniales europeas, y oponerse a los intentos de dichas potencias de

segmentar o cerrar los mercados en sus esferas de influencia.

El imperialismo de puerta abierta se basaba en usar el poder político de los Estados Unidos para garantizar a los

intereses empresariales del país el acceso a mercados y materias primas extranjeras, sin tomar posesión directa de

ellos. Su meta central era obtener el mismo tratamiento para las mercancías estadounidenses que el que pudieran

tener las de cualquier otra nación industrializada. Es más, esto conllevaba una intervención activa del gobierno

nacional para romper las esferas de influencia o los mercados preferentes de los otros imperios coloniales. El

resultado fue, en la mayoría de casos, que se considerase contrario a los intereses de los Estados Unidos cualquier

intento de mantener un país autárquico, o cualquier tipo de política que retirase áreas de mercado de la influencia

119 James O’Connor, Fiscal Crisis of the State (Nueva York: St. Martin's Press, 1973), págs. 6-7. 120 Ibídem, pág. 24. 121 Ibídem, pág. 24. 122 William Appleman Williams, The Tragedy of American Diplomacy (Nueva York: Dell Publishing Company, 1959,

1962) 21-2. 123 Williams, The Contours of American History (Cleveland y Nueva York: The World Publishing Company, 1961).

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 24

de las empresas estadounidenses. Cuando la potencia que hacía tales políticas era un igual, como el Imperio

Británico, la reacción estadounidense era de una hostilidad contenida. Por contra, si se percibía como un país

inferior, como Japón, el país pasaba a tomar medidas más duras, como indican los eventos del final de la década de

los 1930. Además, cualquiera que fuese el grado de igualdad de las naciones avanzadas en su acceso a los países

del Tercer Mundo, éstos seguían subordinados como colectivo a las potencias imperiales.

En esa época los líderes americanos temían que los proyectos como la Fortaleza Europa y la Gran Esfera de

Coprosperidad del Este de Asia privarían a la economía corporativa estadounidense de materias primas

imprescindibles, además de salidas para su capital y producto excedente. Esto llevó a que Franklin Delano Roosevelt

llevara al país a otra guerra mundial. Los estudios del Departamento de Estado [ministerio de exteriores de EE.UU]

estimaban que la economía estadounidense necesitaba, como mínimo, los mercados y recursos de una «Gran Zona»

compuesta por Latinoamérica, Asia Oriental y el Imperio Británico. Japón por su parte estaba conquistando la

mayoría de China (lugar donde se originó la «política de puerta abierta») y había tomado el caucho y el metal

indochinos, amenazando además las Indias Orientales holandesas. En Europa, el peor escenario era la caída de Gran

Bretaña, seguida de la toma de control por Alemania de la Royal Navy y por tanto del Imperio. La guerra contra las

potencias del Eje se hubiera seguido de estas amenazas igualmente, aunque Roosevelt no hubiera conseguido que

Japón declarara la guerra124.

La Segunda Guerra Mundial, además, permitió posponer las crisis de superproducción durante una generación,

al destruir la mayoría de capital instalado fuera de los Estados Unidos y creando una economía de guerra permanente

para absorber el producto excedente. La política posbélica estadounidense fue mantener el control de la «Gran

Zona» mencionada mediante instituciones de gobernanza económica global, como las surgidas del sistema de

Bretton Woods, y evitar la «deserción desde dentro» hacia la autarquía dentro de su bloque como prioridad de la

política de seguridad nacional.

El asunto del acceso a los mercados y recursos extranjeros fue un problema central dentro de la planificación

posbélica Dados los imperativos estructurales del «capitalismo monopolista dependiente de exportaciones»125 la

amenaza de una depresión económica después de la guerra estaba muy presente. La fuerza detrás de la expansión

exterior a finales del XIX reflejaba el hecho de que la industria, con el apoyo del capitalismo de Estado se había

expandido mucho más allá de la capacidad del mercado doméstico para absorber sus productos. Incluso antes de la

II Guerra Mundial, la economía capitalista de Estado ya presentaba problemas graves para operar al nivel de

producción requerido para utilizar la plena capacidad de la planta instalada y contener los costes. La política

industrial-militar durante la guerra agravó el problema de sobreacumulación al incrementar el valor de las plantas y

equipos a costa del contribuyente. Si el fin de la guerra se hubiera seguido de la desmovilización de tropas normal,

esto hubiera significado una drástica reducción en los pedidos a una industria completamente sobredimensionada,

mientras diez millones de trabajadores volvían a la vida civil y buscaban trabajo.

Una faceta central de la política económica posbélica, como reflejan las agencias creadas en Bretton Woods, era

la intervención del Estado para garantizar mercados que absorbieran el capital y producto excedente de la industria

estadounidense. El Banco Mundial subsidiaba la exportación de capital al Tercer Mundo financiando

infraestructuras sin la cual las instalaciones productivas de empresas occidentales no se hubiesen podido instalar.

Según la estimación de Gabriel Kolko en 1988, casi dos tercios de los préstamos del Banco Mundial desde su

creación habían sido destinados a infraestructura de transporte y energía126. Un informe del Departamento del Tesoro

[ministerio de economía estadounidense] alababa estos proyectos como «externalidades positivas» para las

empresas, y mencionaba de forma cándida los beneficios de esos proyectos a la hora de expandir el negocio a

124 Laurence H. Shoup y William Minter, "Shaping a New World Order: The Council on Foreign Relations' Blueprint

for World Hegemony, 1939-1945," en Holly Sklar, ed., Trilateralism: The Trilateral Commission and Elite Planning

for World Management (Boston: South End Press, 1980), págs. 135-156. 125 «Ahora, el precio que trae el mayor beneficio al monopolista está muy por encima del que habría si existieran costes

competitivos variables, y el volumen de mercancía que se puede vender a ese precio es muy inferior al que sería

económica y técnicamente posible […] [El trust] se aparta de este dilem produciendo todo lo que es

económicamente posible, a bajos costos, y ofreciendo en el mercado doméstico sólo la cantidad correspondiente al

precio de monopolista mientras el arancel lo permita; por contra, el resto del producto se vende fuera a un precio

menor, «de competencia desleal» -Joseph Schumpeter, "Imperialism," en Imperialism, Social Classes: Two Essays

by Joseph Schumpeter. Traducido por Heinz Norden. Introducción de Hert Hoselitz (Nueva York: Meridian Books,

1955) 79-80.

Joseph Stromberg hizo un gran trabajo al integrar esta tesis, generalmente identificada con el revisionismo histórico

de la New Left, en el marco teórico de Mises y Rothbard, en "The Role of State Monopoly : Capitalism in the

American Empire" Journal of Libertarian Studies Volumen 15, nº 3 (Verano de 2001), págs. 57-93. Se puede leer

online aquí: <http://www.mises.org/journals/jls/15_3/15_3_3.pdf>. 126 Gabriel Kolko, Confronting the Third World: United States Foreign Policy 1945-1980 (Nueva York: Pantheon

Books, 1988), pág. 120 .

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 25

grandes áreas de mercado, consolidando la agricultura comercial127. El proyecto energético del Río Volta, por

ejemplo, se construyó con préstamos estadounidenses (con altos intereses) para proveer a la empresa de aluminio

Kaiser con electricidad a precios muy bajos128.

Actuaciones para absorber excedentes: creación de nuevos sectores

El Estado también intervino directamente para aliviar el problema de sobreproducción mediante la compra

directa, cada vez más intensiva, de los excedentes de las corporaciones, ya fuera mediante política fiscal keynesiana,

programas masivos de autopistas y aviación civil, el complejo industrial-militar, el complejo carcelario-industrial,

la ayuda exterior, etcétera. Baran y Sweezy señalan al crecimiento del sector público en el PIB como «un indicador

aproximado del incremento del esfuerzo del gobierno por crear demanda efectiva y absorber los excedentes en la

etapa del capitalismo monopolista»129.

Si los efectos depresivos del monopolio creciente no se hubieran contenido, la economía de los Estados Unidos

se hubiera estancado bastante antes del final del siglo XIX, y el capitalismo no hubiera sobrevivido más allá de la

segunda mitad del XX. ¿Cuáles fueron los poderosos estímulos externos que contrarrestaron estos efectos y

permitieron a la economía crecer con cierta rapidez durante las décadas postreras del siglo XIX y, con parones

importantes, los dos primeros tercios del XX? A nuestro juicio, existen dos tipos: 1) las innovaciones que crearon

época, y 2) las guerras y sus consecuencias.

Con «innovaciones que crearon época» Baran y Sweezy se refieren a «las innovaciones que alteran el patrón de

la economía y crean grandes nichos para la inversión además del capital que absorban directamente»130. Sobre las

guerras ya escribió Emmanuel Goldstein: «Incluso aunque las armas de guerra no sean destruidas, su fabricación es

una forma conveniente de usar trabajo para producir algo que no se pueda consumir por la gente». La guerra es una

forma de «hacer estallar, mandar a la estratosfera o hundir en el fondo del mar» los excedentes procedentes de un

exceso de capacidad productiva131.

El complejo de autopistas y el sistema de aviación civil fueron ejemplos de manual del fenómeno descrito por

Baran y Sweezy en Monopoly Capitalism: la creación por parte del Estado de industrias enteras para recibir los

excedentes generados por la tendencia crónica del capitalismo corporativo a sobreinvertir y sobreproducir.

Sobre el complejo de autopistas, los autores escriben, «este complejo de intereses privados orbitando alrededor

de un producto no tiene parangón en la economía del país, ni en el mundo entero. Y todo él depende, por supuesto,

de la provisión de carreteras y autovías por parte del sector público»132. Eso sin mencionar el papel de la política

exterior estadounidense para garantizar el acceso a petróleo «barato y abundante».

Uno de los mayores obstáculos a la incipiente industria del automóvil de finales del siglo XIX era

el mal estado de las carreteras para alojar tráfico rodado. Uno de los primeros lobbies para la

construcción de carreteras fue la Liga de Automovilistas Americanos, que creó asociaciones «para las

buenas carreteras» por todo el país, y empezó a hacer presión en los parlamentos estatales […]

El Acta Federal de Ayuda a las Carreteras de 1916 promovió la creación de carreteras

pavimentadas de costa a costa del país, financiadas por impuestos a la gasolina (una relación

simbiótica, sin duda). Hacia 1930, el presupuesto anual para proyectos viarios de carreteras era de 750

millones de dólares. Después de 1939, con el impulso del presidente Roosevelt, las carreteras

interestatales de acceso limitado empezaron a permitir llegar a zonas rurales.133

Fue esto último lo que implicó el cambio más revolucionario. Desde su nacimiento el movimiento para una red

de superautopistas se identificó en primer lugar con la política industrial fascista de Hitler y con la industria

automotriz estadounidense.

El «grupo de presión más poderoso en Washington» comenzó en junio de 1932, cuando el

presidente de General Motors, Alfred P. Sloan, creó la Conferencia Nacional de Usuarios de

127 United States Participation in the Multilateral Development Banks in the 1980s., Departamento del Tesoro

(Washingon, DC: 1982), pág. 9. 128 L. S. Stavrianos, Promise of the Coming Dark Age, pág. 42. 129 Baran and Sweezy, págs. 146-147. 130 Ibídem, pág. 219. 131 George Orwell, 1984. Reimpresión de Signet Classics (Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1949, 1981), pág.

157. 132 Ibídem, págs. 173-174. 133 Jim Motavalli, "Getting Out of Gridlock: Thanks to the Highway Lobby, Now We're Stuck in Traffic. How Do We

Escape?" E Magazine, Marzo/Abril de 2002 <http://www.emagazine.com/view/?534>.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 26

Autopistas, invitando a las empresas petrolíferas y fabricantes de neumáticos a financiar un esfuerzo

de lobby y propaganda que perdura hasta hoy.134

Una de las primeras visiones de la autopista moderna se puede ver en la exhibición Futurama de la Exposición

Universal de Nueva York en 1939, patrocinada por GM (¿quién si no?).

La exhibición […] dio a una nación que salía de su etapa más oscura desde la guerra civil un

cuadro anonadante del futuro, futuro que implicaba crear un montón de carreteras. Carreteras enormes.

Carreteras de catorce carriles en las que los coches podrían viajar a 100 millas por hora. Carreteras en

las cuales, según uno de los narradores, los ciudadanos podrían cruzar su país en un solo día.135

La asociación entre las carreteras interestatales y General Motors no acababa ahí, por supuesto. Su construcción

se realizó bajo la supervisión del Secretario del Departamento de Defensa, Charles Wilson, que había sido presidente

de la compañía. Durante las audiciones de 1953 para confirmarlo en su cargo, al preguntársele si «podría tomar una

decisión que beneficiara al país pero fuera contraria a los intereses de General Motors»,

Wilson respondió con su famoso comentario, «no puedo imaginar una decisión así: durante años

he pensado que lo que es bueno para nuestro país es bueno para General Motors y viceversa. No existe

diferencia entre ambos, nuestra empresa es demasiado grande».136

El papel de Wilson en el programa de carreteras interestatales no fue el de un tecnócrata desapasionado. Desde

que se le nombró jefe de Defensa, «hizo una presión inquebrantable» para seguir adelante con él. Además, el

administrador general del programa era «Francis DuPont, cuya familia poseía la mayor parte de las acciones de

General Motors[...]»137.

Como tantas veces en el siglo XX, la propaganda corporativa jugó un papel activo en intentar readecuar la cultura

popular.

Para mantener vivo el espíritu de la conducción, Dow Chemical, que producía asfalto, empezó una

campaña de publicidad mediante una pequeña película que mostraba un testimonio preparado de una

maestra de escuela primaria, oponiéndose a sus vecinos contrarios a las autopistas con serena

indignación: «¿Es que no ven que estas carreteras darán una nueva forma de vida a los niños?»138

Fuera cual fuera la motivación política tras el programa, su efecto en la economía no es muy debatible.

Prácticamente todo el daño al pavimento de las autopistas lo realizan los grandes camiones. Y aun cuando cada vez

se permitía más carga máxima en cada camión, mucho más allá de lo que se había previsto que podían soportar las

carreteras originalmente,

los impuestos a los carburantes no capturaban el coste de los daños causados al pavimento por los grandes

camiones y sus enormes cargas. Sólo se demostraron eficientes los sistemas de pago por peso y distancia, pero los

transportistas han logrado eliminarlos en su totalidad salvo en algunos estados del Oeste, donde la batalla para

quitarlos continúa.139

El sistema de aviación civil es, desde su inicio, una creación estatal. Toda la infraestructura física se construyó

en un principio con dinero de los impuestos.

Desde 1946, el gobierno federal ha derramado miles de millones de dólares en el desarrollo aeroportuario. En

1992 el profesor Stephen Paul Dempsey de la Universidad de Denver estimó que el valor de sustitución de todo el

sistema de aeropuertos comerciales, desarrollado en su integridad con ayudas federales y bonos municipales libres

de impuestos, era de un billón de dólares.

No fue hasta 1971 que el gobierno federal empezó a cobrar tasas a los pasajeros de aerolíneas y transportistas

para recuperar la inversión. En 1988 la Oficina Presupuestaria del Congreso halló que a pesar de esas tasas pagadas

134 Mike Ferner, "Taken for a Ride on the Interstate Highway System," MRZine (Monthly Review) 28 de junio de 2006,

<http://mrzine.monthlyreview.org/ferner280606.html>. 135 Justin Fox, "The Great Paving How the Interstate Highway System helped create the modern economy--and

reshaped the FORTUNE 500." Reimpreso de Fortune. CNNMoney.Com, 26 de enero de 2004

<http://money.cnn.com/magazines/fortune/fortune_archive/2004/01/26/358835/index.htm>. 136 Edwin Black, "Hitler's Carmaker: How Will Posterity Remember General Motors' Conduct? (Part 4)" History News

Network, 14 de mayo de 2007 <http://hnn.us/articles/38829.html>. 137 Ferner, "Taken for a Ride." 138 Ibídem. 139 rank N. Wilner, "Give truckers an inch, they'll take a ton-mile: every liberalization has been a launching pad for

further increases - trucking wants long combination vehicle restrictions dropped," Railway Age, Mayo de 1997

<http://findarticles.com/p/articles/mi_m1215/is_n5_v198/ai_19460645>.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 27

al Fondo de Aeropuertos y Líneas Aéreas, los contribuyentes seguían teniendo que pagar 3.000 millones de dólares

anuales a la FAA [la administración federal de aviación] para mantener su red de más de 400 torres de control, 22

centros de control de tráfico aéreo, 1.000 ayudas de navegación por radar, 250 radares de largo alcance y el personal

que se contaba por 55.000 controladores aéreos, técnicos y burócratas.140

(Además, aun aparte de lo insuficiente de las tasas, siguen usándose mecanismos de expropiación para construir

nuevos aeropuertos y expandir los actuales.)

Las subvenciones al tráfico aéreo y a su infraestructura de control son sólo parte del puzzle. Del mismo modo

hay que mencionar el papel del Estado en crear la industria de aviación pesada, cuyos aviones a reacción para

pasajeros y carga pesada revolucionaron la aviación civil tras la II Guerra Mundial. El sistema de aviación civil es

una creación estatal, como vemos una y otra vez.

En su obra Harry Truman and the War Scare of 1948, Frank Kofsky describía una industria aeronáutica que se

hundía en pérdidas tras el fin de la guerra, y que afrontaba la bancarrota hasta que Truman introdujo un fuerte

programa de compra de bombarderos pesados en el marco de la Guerra Fría141. David Noble observa que nunca se

habrían creado grandes aviones civiles tipo Jumbo sin los contratos gubernamentales para esos bombarderos. El

mercado civil no generaba tanto tráfico para pagar la compleja y cara maquinaria necesaria. Esto es, el 747 es un

subproducto de la producción militar142.

La economía de guerra permanente asociada a la Guerra Fría impidió que la economía estadounidense cayera en

depresión después de desmovilizar a los soldados. Dicha Guerra Fría restableció los vínculos entre las grandes

empresas y el Estado, que hizo de agente para garantizarles ventas. Charles Nathanson escribió que «una conclusión

es indiscutible: las grandes firmas con enormes agregaciones de capital corporativo le deben su supervivencia tras

la Segunda Guerra Mundial a la Guerra Fría [...]»143. Según David F. Noble, el empleo en la industria aeronáutica

creció más de diez veces entre 1939 y 1954. Si bien en 1939 la producción industrial destinada a usos militares era

de un tercio, para 1953 la proporción era de un 93%144. «Los avances en aeronáutica, siderurgia, electrónica y diseño

de motores que permitieron los vuelos supersónicos en octubre de 1947 fueron financiados en su totalidad por el

ejército»145.

Como escribió Marx en el tercer volumen de El Capital, el surgimiento de nuevos sectores industriales puede

absorber capital sobrante y contrarrestar la caída de la tasa de beneficio. De la misma forma, Baran y Sweezy

consideraban las «invenciones que crearon época» como escapes al excedente cada vez mayor. Su ejemplo principal

fue el crecimiento de la industria del automóvil en los años 20 del pasado siglo, que junto con el programa de

autopistas definió la economía estadounidense durante la zona media del siglo XX146. El boom de la alta tecnología

de los 90 también fue igualmente revolucionario. Es bastante esclarecedor ver hasta qué punto ambas industrias, la

automotriz y la de computación, son productos directos del capitalismo de Estado mucho más que la mayoría de

industrias.

Aparte de los grandes aviones civiles, muchas otras industrias fueron creadas casi enteramente como productos

secundarios del gasto militar. A través del complejo industrial-militar, el Estado ha socializado gran parte de los

costes de investigación y desarrollo «privados». Si algo eclipsa el papel del Estado como comprador de excedentes

productivos es el de su papel como financiador de costes de I+D, como indica Nathanson. Dicho I+D estaba

fuertemente militarizado por el «complejo militar-investigador» de la guerra fría. Buena parte de la investigación y

desarrollo militares suelen resultar en tecnologías básicas de uso general con grandes aplicaciones de uso civil.

Muchas tecnologías desarrolladas en principio para el Pentágono son hoy la base de categorías enteras de bienes de

consumo147. El efecto general ha sido el de «[eliminar] sustancialmente la parte con más riesgo del capitalismo: el

desarrollo y la experimentación con nuevos procesos de producción y nuevos productos»148. Este caso es

particularmente claro en el caso de la electrónica, en la cual muchos productos desarrollados originalmente por I+D

140 James Coston, Amtrak Reform Council, 2001, en "America's long history of subsidizing transportation"

<http://www.trainweb.org/moksrail/advocacy/resources/subsidies/transport.htm>. 141 Frank Kofsky, Harry Truman and the War Scare of 1948 (Nueva York: St. Martin’s Press, 1993). 142 Noble, America by Design, págs. 6-7. 143 Nathanson, “The Militarization of the American Economy," en David Horowitz, ed., Corporations and the Cold War

(Nueva York y Londres: Monthly Review Press, 1969), p. 214. 144 David F. Noble, Forces of Production: A Social History of American Automation (New York: Alfred A. Knopf,

1984), págs. 5-6. 145 Ibídem, pág. 6. 146 Baran and Sweezy, pág. 220. 147 Nathanson, "The Militarization of the American Economy," pág. 208. 148 Ibídem,, pág. 230.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 28

militar «se han convertido en las áreas de crecimiento más fuerte en la economía»149.

En total, según Nathanson, la industria depende en un 60% del ejército para sufragar sus costes de I+D: sin

embargo, esta figura está posiblemente reducida por el hecho de que buena parte del I+D aparentemente civil se usa

para desarrollar aplicaciones civiles para la tecnología militar150. También contribuye el hecho de que el I+D militar

se usa para desarrollar tecnologías productivas que luego se trasvasan como bases de métodos productivos para el

sector civil.

En particular, según describe Noble en su Forces of Production, la automatización industrial, la cibernética y la

microelectrónica emergen directamente de la investigación y desarrollo militares de la Segunda Guerra Mundial y

principios de la Guerra Fría. La aviación, la electrónica y las máquinas-herramientas se vieron transformadas de

forma decisiva por la economía militar151. «La industria de electrónica moderna«, escribe Noble, «fue una creación

militar casi en su integridad». Antes de la guerra, consistía básicamente en la radio152. La miniaturización de la

electrónica y el campo de la cibernética fueron el resultado del I+D militar.

La miniaturización de circuitos electrónicos, que es la precursora de la microelectrónica moderna,

fue promovida por el ejército para crear detonadores de proximidad para las bombas […] Quizá la

innovaciones más significativa fue la computadora electrónica digital, creada para hacer cálculos de

balística pero usada luego para hacer análisis de bombas nucleares. Tras la guerra, la industria de la

electrónica continuó creciendo, estimulada principalmente por la demanda militar de sistemas de guía

de misiles y aviones, instrumentos de comunicaciones y de control, sistemas de control industrial,

computadoras de gran velocidad para los centros de mando y control de defensa aérea […] además de

transistores para todos esos dispositivos […] En 1964, dos tercios de los costes de investigación y

desarrollo en las industrias de equipos eléctricos (por ejemplo, General Electric, Westinghouse, RCA,

Raytheon, AT&T, Philco, IBM, Sperry Rand, etc. seguían siendo pagadas por el gobierno.153

El transistor, «la consecuencia del trabajo sobre semiconductores en tiempos bélicos», salió de los laboratorios

Bell en 1947. A pesar de los obstáculos como su alto coste y poca fiabilidad, y la resistencia resultante de la

dependencia del camino en la industria electrónica basada en tubos, el transistor se impuso

mediante el patrocinio continuado y a gran escala del ejército, que requería de ese aparato para los sistemas de

control, guía y comunicaciones de sus aviones y misiles, y para las computadoras digitales de mando y control que

formaban el núcleo de sus redes defensivas.154

En el campo de la cibernética, similarmente, el computador electrónico digital se desarrolló como respuesta a

necesidades militares. El ordenador ENIAC, desarrollado por el ejército en la Escuela Moore de Ingeniería Eléctrica,

se usó para cálculos balísticos y en el proyecto de la bomba atómica.155 A pesar de las reducciones de costes, la

mayor fiabilidad del hardware, y los avances en los sistemas de software y los lenguajes de programación, «en los

años 50 el usuario principal seguía siendo el sector público, particularmente las fuerzas armadas. El sistema de

defensa aérea SAGE de la fuerza aérea, por ejemplo, era el que empleaba a la mayoría de programadores del

país[...]». De dicho proyecto SAGE surgió, entre otros resultados, «un ordenador general que era suficientemente

rápido para funcionar como parte de un sistema de control de retroalimentación de gran complejidad», lo que le

permitía «ser usado de forma continua para controlar una gran cantidad de equipamiento automático en “tiempo

real” [...]». Tales capacidades serían claves para posteriores avances en la automatización de la industria156.

Observamos el mismo patrón en la industria de máquinas-herramientas, el tema principal de Forces of

Production. La cantidad de máquinas con menos de diez años de uso subió de un 28% en 1940 a un 62% en 1945.

Al final de la guerra, 300.000 máquinas-herramientas se declararon sobrantes, y se vendieron en el mercado a

precios de saldo. Si bien esto causó que la industria se contrajera (y se consolidase a su vez), la Guerra Fría dio un

nuevo impulso a la industria pesada. El I+D en máquinas herramientas se multiplicó por ocho entre 1951 y 1957,

gracias a los pedidos militares. En el proceso, la industria se vio dominada por la cultura de «pluscoste» del ejército,

al tener beneficios garantizados157.

Las tecnologías usadas en los sistemas de control de maquinaria se originan todas en el campo militar:

149 Ibídem, pág. 230. 150 Ibídem, págs. 222-225. 151 Noble, Forces of Production, pág. 5. 152 Ibídem, pág. 7. 153 Ibídem, págs. 7-8. 154 Ibídem, págs. 47-48. 155 Ibídem, pág. 50. 156 Ibídem, pág. 52. 157 Ibídem, pág. 8-9.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 29

[…] El esfuerzo por desarrollar sistemas de control de disparo por radar, centrados en el

Laboratorio de Servomecanismos del MIT, resultó en una serie de dispositivos de control remoto para

medir la posición y la precisión del movimiento; el interés por desarrollar detonadores de proximidad

para morteros produjo transponedores miniaturizados, los primeros circuitos integrados, y

componentes fiables, resistentes y estandarizados. Al final de la guerra, los experimentos en el Buró

Nacional de Estándares, además del propio de los alemanes, había producido cintas magnéticas,

cabezas de grabación (lectores de cintas), y grabadores de cintas para películas sonoras y radio, además

de almacenamiento de información y control programable de máquinas.158

En particular, el I+D para sistemas de control de disparos por radar fue la fuerza motriz que impulsó los

servomecanismos y el control automático,

generadores de pulso, para generar información eléctrica precisa; transductores, para convertir

información sobre distancia, calor y velocidad en señales eléctricas, y una serie de sensores y

dispositivos asociados de accionamiento y control.159

La automatización industrial se introdujo igualmente como producto de la economía militar. Las primeras

operaciones industriales analógicas controladas por ordenador se hicieron en los sectores industriales de refinado

de petróleo y generación de energía eléctrica en los años 50. Ya en 1959 Texaco tenía un sistema de producción

controlado enteramente por un ordenador digital en la refinería de Port Arthur, seguida en 1960 de la planta de

fabricación de amoníaco de Luisiana propiedad de Monsanto, y la planta de vinilo en Calvert, Kentucky, de

B.F.Goodrich. A partir de ahí la revolución se expandió a la siderurgia, los altos hornos y las plantas de

procesamiento químico. En los 60 el control por ordenador evolucionó de sistemas de circuito abierto a circuito

cerrado, con los ordenadores ajustando parámetros de forma automática según el feedback de los sensores160.

Las máquinas-herramientas controladas por ordenador se desarrollaron con el dinero de la Fuerza Aérea de los

Estados Unidos, y se introdujeron primero en las industrias de aeronáutica y de motores y piezas de aviones, además

de las empresas que contrataban con la Fuerza Aérea. Dichas innovaciones se introdujeron a costa del ejército y

bajo presión de éste161.

En suma, la economía militar y otras industrias creadas por el Estado resultaron ser enormes esponjas de capital

y excedente productivo. Los sectores de alta tecnología e industria pesada tuvieron una salida comercial garantizada,

no sólo por el ejército en sí mismo, sino mediante ayudas y garantías de préstamos a fuerzas armadas extranjeras a

través del Programa de Asistencia Militar.

Aun cuando los sicofantes del complejo industrial-militar han tratado de subrayar la parte relativamente pequeña

que los bienes militares representan en la producción total, tiene más sentido comparar el volumen de adquisiciones

militares en relación a la cantidad de capacidad productiva ociosa. Aunque los lotes de producción para el ejército

sean una parte pequeña de la producción total, si absorben gran parte de la capacidad ociosa pueden tener un efecto

importante en reducir los costes unitarios. Además, la tasa de beneficio de los contratos militares tiende a ser más

alta, puesto que los bienes destinados a la milicia no tienen precios estándar de mercado, y los precios se fijan por

un proceso político (podemos verlo en los regulares escándalos sobre los presupuestos del Pentágono162. Por tanto,

dichos contratos, aunque no sean gran parte de la proporción total de producción, sí pueden ser la diferencia entre

ganar dinero y perderlo.

Seymour Melman describió la «economía de guerra permanente» como una economía de propiedad privada y

planificada de forma central que incluye a gran parte de la industria pesada y de alta tecnología. Esta «economía

controlada por el Estado» se basaba en los principios de «maximización de costes y subsidios estatales»163.

Puede tomar del presupuesto federal cuanto capital necesite. Opera en un mercado aislado,

monopolista, que hace a estas empresas asociadas al capitalismo de estado, tanto a escala individual

como colectiva, inmunes a la inflación, al mal rendimiento, al diseño defectuoso y a la mala gestión

de la producción. Este patrón de subvenciones hace que estas empresas no puedan caer. Tal es el

recambio que da el capitalismo de Estado a las estructuras de autorregulación del mercado

competitivo, donde se busca minimizar el coste y maximizar el beneficio.164

158 Ibídem, pág. 47. 159 Ibídem, pág. 48-49. 160 Ibídem, pág. 60-61. 161 Ibídem, pág. 213. 162 Nathanson, "The Militarization of the American Economy," pág. 208. 163 Seymour Melman, The Permanent War Economy: American Capitalism in Decline (Nueva York: Simon and

Schuster, 1974), pág. 11. 164 Ibídem, pág. 21.

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Kevin Carson Moloch: la producción industrial masiva como creación del Estado 30

Gran parte de lo que se denomina «progreso» es, no el incremento de volumen de consumo por unidad de trabajo,

sino un incremento en las materias primas consumidas por unidad de consumo: esto es, incrementar el coste y

sofisticación técnica de una unidad de producto sin aumentar la eficiencia en su producción.

La gran virtud de la economía militar es su poca competitividad, dado que no compite con el sector privado para

ofertar bienes para los que haya demanda de mercado. Sin embargo, la producción militar no es el único campo en

que el gobierno gasta de forma improductiva. El neomarxista Paul Mattick publicó un artículo sobre el tema en

1956. Según escribe, la economía corporativa sobredimensionada se enfrenta al problema de que la «formación de

capital privado […] tiene un límite en la decreciente demanda de mercado». El Estado debía absorber parte del

excedente productivo, sin competir con las corporaciones en el mercado privado. En lugar de eso, «la producción

estimulada por el gobierno se canaliza a zonas de no-mercado: la producción de obras públicas sin competencia,

armamento, fruslerías y desperdicio»165.

Para aumentar la escala de la producción y acumular [sic] capital, el gobierno debe crear «demanda» encargando

la producción de bienes sin mercado, financiados por préstamos al gobierno. Esto implica que el gobierno se sirve

de recursos productivos del capital privado que de otro modo estarían sin uso.166

Tal consumo de producción, si bien no es directamente rentable para la industria privada, tiene una función

análoga al dumping de precios, permitiendo a la industria operar a plena capacidad a pesar de la insuficiencia de la

demanda privada para absorber el producto entero al coste de producción.

Es interesante considerar cuántos segmentos económicos tienen un mercado garantizado para su producto, o un

«mercado cautivo» en vez de clientes que escojan voluntariamente los servicios. El «complejo industrial-militar»

es conocido. Sin embargo, ¿qué sucede con los sistemas de educación y de prisiones públicos? ¿Y el sistema de

autopistas y de aviación civil? El escape de excedentes a otros países (el «capitalismo monopolista dependiente de

exportaciones») y dentro del propio país (el gasto público) son formas distintas del mismo fenómeno.

Conclusión

El potencial auténtico de la energía eléctrica, durante décadas, fue desviado a un callejón sin salida, la producción

en masa. Sólo con la decadencia del sistema sloanista, que empezó con la estanflación y los problemas del petróleo

en la década de 1970, se empezó a obtener el potencial descentralizador de la energía eléctrica. Primero vino el

sistema lean o ajustado de producción a gran escala, desarrollado con los métodos de Taichi Ohno, que fue la base

del Sistema de Producción de Toyota puesto en marcha en las décadas de los 50 y los 60, sistema que dio tantos

quebraderos de cabeza a la industria estadounidense de los ochenta; y en segundo lugar tenemos el modelo de

manufactura en red (en particular el de Emilia-Romagna) que surgió tras el estancamiento de los 70 y 80. En palabras

de Piore y Sabel, la industria redescubrió, después de un siglo de cabezazos contra la pared, cómo usar la energía

eléctrica en la fabricación de bienes.

La caída del sistema sloanista, y el surgimiento de modelos industriales que lo reemplazan, será el tema del siguiente

escrito para el C4SS.

165 Paul Mattick, “The Economics of War and Peace," Dissent (Otoño del 1956), pág. 377. 166 Ibídem, págs. 378-379.