Mono Sabio 2

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MonoSabio 02 ¡Pobrecita flor de piña, ay qué lástima me da! Fabricio González Soriano

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Pobrecita Flor de Piña

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¡Pobrecita flor de piña, ay qué lástima me da!

Fabricio González Soriano

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Tremenda afirmación: “al fin He visto Flor de Piña”. Inaudita porque un intere-sado en la cultura tuxtepecana no pudo haber navegado estos años por los mares abiertos y tempestuosos de la gestión cultural local con tan pequeñita piragua, tan poquitito conocimiento de lo impor-tante que es este baile para Tuxtepec. Aclaro. Había visto Flor de Piña en varias ocasiones y valgan los que parecen pretextos de pupilo sorprendido en la ignorancia de la lección: la había visto de lejos, en representaciones apócrifas de la guelaguetza, con grupos de danza reduci-dos, en la tele, en el “yutiub”, en internet y en el Distrito Federal ejecutada por niñas de primaria que de Oaxaca solo conocían el queso de hebra. La había visto chafa, mal pues, de lejos y en malas grabaciones. Nunca en la llamada con fines turístiqueros: “Fiesta más grande de los Oaxaqueños, la Guelaguetza”. Y bueno, valga todo para decir que nunca me ha gustado, conozco la historia del dichoso baile y los análisis y contranálisis del mismo y francamente no me resulta simpática por ser una ver-sión muy libre de no indígenas sobre el indígena, me parece concretamente: rac-ista. No pretendo que muchos estén de acuerdo conmigo y entiendo algunas razones pero no las solvento.¿Cómo pues ha de ser que no me cae del todo bien este icónico baile si afirmo que apenas recientemente lo he visto? Cabe la aclaración, lo he visto apenas, o mejor dicho vivido, en el máximo esplendor que se puede en Tuxtepec, en la audición que han hecho las chicas de la delegación tuxtepecana de Flor de Piña ante el comité de autenticidad de la Secretaría de Turismo y Economía del Estado de Oaxaca. Lo he visto todo, las chicas, el baile, he vivido los nervios de los padres, familias y amigos de las chicas, así como la cara adusta de los integrantes del tal comité sobre cuya integración poco se sabe, vi como siempre la marca institu-cional de casa de cultura preocupada de

Un comunicador comercial presentó a las chicas que entre nerviosas y sonrientes, muy sonrientes, ejecutaron de manera extraordinaria aunque no perfecta este arti-ficio dancístico y acrobático. Como nunca viví muy de cerca la experiencia del baile desarrollado en un espacio amplio y libre, su colorido de huipiles costosos, nuevos, seminuevos y pulcros, el esfuerzo físico notable de las bailarinas que de cerca reso-plaban en la carrera y jadeaban después de una exigente formación de peine, el impulso que los presentes daban a las chicas y como siempre pensé que era la adaptación muy libre de no indígenas sobre lo indígena, de hecho lo que pervive de lo indígena son los huipiles, lo demás es pura narrativa extraña, desde el poético verso en español que presenta a la delegación hasta los pieci-tos pedicurados, piezas de porcelana nivea en muchos casos de la mayoría de chicas blancas, trigueñas no indígenas, hijas de Don Fulano, de Don Sultano, del candidato a edil, del comerciante Tal, de la maestra Cual, que bailaron en esta ocasión. He visto en todo su esplendor Flor de Piña y sigo opinando lo que siempre opino: es la voz del indígena que no habla sino es interpretado en español, de forma pulcra y ordenada para ciertos cánones estéticos, políticos y sociales de la gente bien. Me gusta más el fandango y aunque se puede decir que al final éste es una manifestación ecléctica de raíz mulata, mora y mexicana me resulta simpática por su cierto sabor a popular, a rasposa manifestación de la cotidianidad del jarocho, negro libre, negro huidizo que habla de sus faenas, de sus amores y de esa guacamaya que hasta lástima le da porque se acabaron las pitayas. Y canto: ¡He visto Flor de Piña y qué lástima me da, pobrecita flor de piña ah que lástima me da!