Moradiellos, Enrique- La Política Europea. 1898-1939

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  • La poltica europea) 1898-1939Enrique Moradiellos

    Universidad de Extremadura

    El desastre colonial de 1898 supuso un hito decisivo en el des-pliegue de la poltica exterior de la Espaa contempornea por msde un concepto. La fulminante y abrumadora derrota naval y militarante los Estados Unidos de Amrica no slo conllev la prdida delos ltimos restos de un vetusto imperio en las Antillas (islas de Cubay Puerto Rico) y en el Pacfico (archipilagos de Filipinas, Marianas,Palaos y Carolinas). Implic adems, como ya subrayara con aciertoel profesor Jover Zamora, la sbita conversin de la otrora metrpoliimperial en una pequea potencia europea y el desplazamiento dela accin exterior de Espaa desde Ultramar a la regin del Estrecho l.y dicho cambio de status y referente impona una revisin radicalde la tradicional poltica exterior de recogimiento inaugurada porCnovas del Castillo en 1875 y secundada por casi todos los gobiernosde la Restauracin hasta 1898. No en vano, la derrota ante EstadosUnidos haba demostrado la bsica contradiccin inherente a dichalnea poltica: una pequea potencia no poda mantener un imperiocolonial superior a sus capacidades defensivas sin aliados firmes yseguros en una poca de redistribucin colonial y en un rea de intersprioritario para una gran potencia emergente 2.

    1 ]OVER ZA,\10RA, J. M.: Despus del 98. La diplomacia de Alfonso XII!,en su obra Espaa en la poltica internacional. Siglos XVIII-XX, Madrid, Marcial Pons,1999, pp. 173-223 (cita en p. 205).

    2 Sobre la gnesis e implicaciones del desastre cabe subrayar tres obras clave:]CNER ZA~10RA, J. M.: 1898. Teora y prctica de la redistribucin colonial, Madrid,

    AYER 49 (2003)

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    A juicio de los gobernantes espaoles finiseculares, la solucina aquel error aislacionista pareca consistir en la bsqueda de aliadosen Europa para dar cobertura diplomtica (y, en su caso, militar)al disminuido territorio espaol, tanto peninsular como insular y colo-nial, en plena fase de aguda rivalidad imperialista y paz armada.Sobre todo porque dicha alianza resultara inexcusable para precaversecontra hipotticos cambios perjudiciales en el statu qua de la zonadel Estrecho de Gibraltar y el norte de frica, en cuya cercanaestaban emplazados los vulnerables archipilagos de Canarias y Balea-res y se afincaban los exiguos intereses coloniales restantes del pas:los enclaves marroques de Ceuta y Melilla, Ro de Oro (la costasahariana enfrente de Canarias) y Guinea Ecuatorial. Adems, slomediante tal alianza sera factible la expansin colonial en Marruecos,considerada por influyentes crculos dirigentes de ideologa afri-canista (un vago credo sobre el destino histrico espaol en el nortede frica) como la ltima oportunidad para lograr una colonia deentidad y para restaurar el honor militar perdido en 1898. De acuerdocon ese crudo diagnstico, las opciones disponibles estaban clarasy definidas: o bien se buscaba dicho aliado en el incipiente bloquefranco-britnico (que empez a perfilarse una vez superada pac-ficamente la crisis de Fashoda entre ambos pases en el propio aode 1898); o bien se buscaba en el renacido imperio alemn del kiserGuillermo II (aunque fuera por mediacin de su entonces todavaaliado, la Italia recientemente unificada).

    Sin apenas vacilaciones, los sucesivos gobiernos espaoles, bajola activa direccin del rey Alfonso XIII (mayor de edad desde 1902),dedicaron todos sus esfuerzos en los primeros aos del siglo a con-seguir la ansiada alianza defensiva con Francia y Gran Bretaa, apesar de los recelos oficiales y populares contra ambos pases envirtud de la tradicin francfoba (derivada de la Guerra de Inde-pendencia de 1808-1814) y anglfoba (originada por la presenciade la colonia de Gibraltar en suelo espaol), No en vano, existan

    Fundacin Universitaria Espaola, 1979; SERRANO, c.: Final del imperio. Espaa,1895-1898, Madrid, Siglo XXI, 1984, Y ELORZA, A., Y HERNNDEZ SANDorcA, E.:La guerra de Cuba, Madrid, Alianza, 1998. Cfr. OLSON,]. S. (ed.): Historical Dictionaryo/ the Spanish Empire, 1402-1975, Wesport, Greenwood Press, 1992, y EUZALDE,M. D.: Poltica exterior y poltica colonial de Antonio Cnovas. Dos aspectos deuna misma cuestin, en TUSELL, J., y PORTERO, F. (eds.): Antonio Cnovas y elsistema poltico de la Restauracin, Madrid, Biblioteca Nueva, 1998, pp. 233-288.

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    poderosas razones estructurales en favor de dicha opcin: en primerlugar, un imperativo geogrfico nada despreciable (la existencia deuna amplia frontera terrestre con Francia, de una pequea pero estra-tgica frontera con Gran Bretaa en Gibraltar y de una extensa vecin-dad martima con ambas potencias navales en la fachada atlnticayen la mediterrnea); en segundo orden, una firme vinculacin eco-nmica (el grueso del comercio exterior espaol se realizaba conesos dos pases y las inversiones de capital britnico y francs eranhegemnicas en Espaa), y, finalmente, una larga y latente conexindiplomtica y militar (fraguada durante la revolucin liberal deci-monnica y consagrada en una directriz normativa de la diplomaciaespaola: Cuando Francia e Inglaterra marchen de acuerdo, secun-darlas; cuando no, abstenerse) 3.

    El propsito de lograr esa alianza defensiva se hizo factible unavez que Francia y Gran Bretaa hubieron resuelto definitivamentesus rivalidades coloniales en frica en abril de 1904, con la cris-talizacin de la llamada Entente Cordiale. Dicho acuerdo previofue condicin indispensable para la firma del Convenio hispano-fran-cs relativo a Marruecos de octubre de 1904, a tenor del cual ambospases (con el beneplcito britnico) decidan repartir el sultanatoen dos zonas de influencia y coordinar su poltica de penetracincolonial e implantacin del protectorado. La aceptacin por partede Francia y de Gran Bretaa de las demandas espaolas de unamayor presencia en el norte de Marruecos (justo en el traspas deCeuta y Melilla) responda a su compartida preferencia por enco-mendar a una tercera potencia menor y neutral el control de la orillaafricana del estratgico Estrecho de Gibraltar. En todo caso, la enr-gica protesta alemana contra esos acuerdos bilaterales provoc laprimera crisis marroqu (1905) y oblig a convocar la Conferenciainternacional sobre Marruecos celebrada en Algeciras en enero de1906, que slo sirvi para demostrar el aislamiento germano en el

    3 Al respecto sigue siendo cannica la exposicin realizada por]. M. ]OVERZAMORA en su artculo Caracteres de la poltica exterior de Espaa en el siglo XIX,reeditado en su obra ya citada Espaa en la poltica internacional) cap. 3. Una sntesisreciente en MORADIELLOS, E.: Spain in the World. From Great Empire to MinarEuropean Power, en LVAREZ JUNCO, J., y SHUBERT, A (eds.): Spanish Htory since1808, Londres, Edward Arnold, 2000, pp. 110-120. Un til repaso a la crecientebibliografa existente sobre el tema en MORENO JUSTE, A: La historia de las relacionesinternacionales y la poltica exterior espaola, Ayer) nm. 42, 2001, pp. 71-96.

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    tema y para reafirmar el nuevo frente anglo-francs con apoyo es-paol 4.

    La vinculacin indirecta de Espaa al bloque de las potenciasaliadas se ratific al ao siguiente, en mayo de 1907, mediante lasllamadas Declaraciones de Cartagena, que formalizaron la incor-poracin parcial de Espaa a la rbita diplomtica de la ententefranco-britnica. De hecho, las declaraciones consistieron en un canjede notas entre Espaa, Francia y Gran Bretaa por el que los trespases se comprometan a mantener el statu qua en el Mediterrneoy en la costa atlntica de frica, prescribiendo consultas mutuas encaso de amenaza a esa situacin y ante cualquier potencial cambioen el rea 5. Como ha sealado el profesor Jover Zamora: los acuerdos[de Cartagena] eran tan eficaces en cuanto garanta territorial comoimpecablemente respetuosos con el decoro de una potencia msdbil 6. No en vano, consagraban la integracin espaola en el sistemaeuropeo, consolidaban sus posiciones en la regin del Estrecho y

    4 Vanse sendas panormicas actualizadas sobre este perodo inicial del siglo xxen BALFOUR, S.: Spain and the Great Powers in the Mtermath of the Disasterof 1898, en PRESTON, P., y BALFOUR, S. (eds.): Spain and the Great Powers in theXXth Century, Londres, Routledge, 1999, pp. 13-31; BLEDSOE, G. B.: Spanish ForeignPolicy, 1898-1936, en CORTADA, J. W. (ed.): Spain in the Twentieth-Century World,Londres, Aldwych Press, 1980, pp. 3-40; MARN CASTN, M. F.: La poltica exteriorespaola entre la crisis de 1898 y la dictadura de Primo de Rivera, en CALDUCH,R (ed.): La poltica exterior e.lfJaola en el siglo xx, Madrid, Ciencias Sociales, 1994,pp. 19-46; NIO RODRGUEZ, A: Poltica de alianzas y compromisos coloniales parala regeneracin internacional de Espaa, 1898-1914, en TusELL, ].; AVILS, J., yPARDO, R (eds.): La poltz'ca exterior de Espaa en el siglo xx, Madrid, UNED-BibliotecaNueva, 2000, pp. 31-94; POWELL, C. T.: Las relaciones exteriores de Espaa,1898-1975, en GILLESPIE, R; RODRIGO, F., y STORY, J. (eds.): Las relaciones exterioresde la Espaa democrtica, Madrid, Alianza, 1995, pp. 25-52; TORRE DEL Ro, R dela: Entre 1898 y 1914: la orientacin de la poltica exterior espaola, W AA:Poltica espaola y poltz'ca naval tras el Desastre (1900-1914), Madrid, Instituto deHistoria y Cultura Naval, 1991, pp. 7-21.

    5 ROSAS LEDEZMA, E.: Las declaraciones de Cartagena (1907): significacinen la poltica exterior de Espaa y repercusiones internacionales, Cuadernos de HistoriaModerna y Contempornea, nm. 2, Madrid, 1981, pp. 213-229; TRRE DEL Ro, Rde la: Los acuerdos anglo-hispano-franceses de 1907: una larga negociacin enla estela del 98, Cuadernos de la Escuela Diplomtica, nm. 1, Madrid, 1988,pp. 81-104. Sobre este perodo de las relaciones bilaterales hispano-francesas, vanselas contribuciones recogidas en el volumen colectivo Espaoles y franceses en la primeramitad del siglo xx, Madrid, CSIC, 1986.

    (, JOVER ZAMORA, J. M.: Caracteres de la poltica exterior de Espaa en elsiglo XIX, op. cit., pp. 171-172.

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    daban cobertura a sus pretensiones coloniales marroques. Con raznAlfonso XIII sostena en privado que la amistad de Inglaterra noses imperiosamente necesaria, a la par que afirmaba que este tratado(la declaracin de Cartagena) basta, con el de Algeciras, para discerniren qu caso y en qu sentido podemos nosotros ser los aliados deFrancia 7.

    Tras esos prolegmenos y superada la segunda crisis marroquprovocada por las reivindicaciones alemanas (1911), en noviembrede 1912 se firm en Madrid el definitivo Acuerdo hispano-francspara implantar el protectorado sobre Marruecos. Espaa quedabaa cargo de una estrecha y alargada franja nortea de 23.000 km2y menos de un milln de habitantes, contigua a sus posesiones deCeuta y Melilla, al otro lado del Estrecho de Gibraltar y previa exclu-sin del estratgico puerto de Tnger (que qued sometido a unrgimen de control internacional bajo supervisin franco-britnica).La parte del len de Marruecos quedaba en manos de Francia050.000 km2 , con una poblacin de cinco millones), que ampliabaas considerablemente su inmenso imperio colonial en el norte defrica. En definitiva, Espaa y Francia se convertan en socios for-zados en la aventura marroqu bajo la mirada tutelar y arbitral delcomn aliado britnico. La zona espaola era en gran medida una re-gin montaosa casi totalmente inexplorada (con slo unos 3.000 km2de terreno llano), muy vulnerable desde el punto de vista estratgicoy habitada por tribus fieramente independientes que nunca se habansometido por completo a la autoridad del sultn. La nica posiblemotivacin econmica para la conquista de ese territorio radicabaen la explotacin de las minas de hierro del Rf, una iniciativa apoyadapor un activo e influyente grupo de presin econmico bien conectadocon crculos polticos y militares africanistas 8. En todo caso, el

    7 Palabras del rey pronunciadas ante el periodista francs Henri Charriaut, repro-ducidas en ]OVER ZAIvIORA, J. M.: Despus del 98. La diplomacia de Alfonso XII!,op. cit., pp. 192-194.

    K MORALES LEZCANO, v.: Espaa y el Norte de frica: el protectorado en Marruecos(1912-1956), Madrid, UNED, 1986; del mismo autor: El colonialismo hispano-francsen Marruecos, 1898-1927, Madrid, Siglo XXI, 1976; MADARlAGA, M. R. de: Espaay el Rtf Crnica de una historia casi olvidada, Melilla, UNED-Ciudad Autnomade Melilla, 2000; CIlANDLER, J. A.:

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    imperativo colonizador bsico segua respondiendo a una razn diplo-mtica de primer orden. En palabras del conde de Romanones, pro-minente miembro de la oligarqua poltica restauracionista y futurojefe de gobierno liberal: Marruecos fue para Espaa su ltima opor-tunidad para preservar su posicin en el concierto de Europa 9.

    A pesar de las escasas dimensiones del rea concedida a Espaa,se presentaron dificultades maysculas para la ocupacin militar efec-tiva de ese territorio con un ejrcito de reclutas pobremente equipadosy peor entrenados. Ya en el verano de 1909 la rebelin de las cabilasindgenas haba puesto en peligro a la propia ciudad de Melilla. Laconsecuente decisin del gobierno conservador de Antonio Maurade llamar a filas a los reservistas para controlar la situacin habaprovocado una grave crisis social en Barcelona (la Semana Trgica).A partir de entonces, la cruenta guerra de Marruecos (en vigor hastafinales de 1925) sera una pesada carga humana y econmica quecontribuira en no poca medida a la polarizacin sociopoltica dela opinin pblica espaola, al desprestigio del rgimen parlamentariode la Restauracin y al reforzamiento de la tradicin militarista ypretoriana latente en el Ejrcito espaol. Slo para la campaa deMelilla de 1909 las autoridades militares haban tenido que reconoceroficialmente ms de 700 vctimas mortales entre la tropa dentro deun total de 2.517 bajas severas (4.131 segn estimacin de fuentesindependientes). Se trataba del primer plazo de una irrefrenable cuo-ta de sangre que provocara hondo rechazo popular, acentuara elimpacto financiero de la operacin de conquista y pondra de mani-fiesto en aos sucesivos tanto la deficiente preparacin militar espa-ola como su debilidad econmica y su endmica inestabilidad socio-poltica 10.

    A pesar de los pblicos vnculos diplomticos con las potenciasdemocrticas occidentales, Espaa no se vio involucrada directamente

    A.: El imperio que nunca existi. La aventura colonial discutida en Hendaya, Barcelona,Plaza & Jans, 2001.

    9 Palabras recogidas por CARR, R.: EspaHa, 1808-1975, Barcelona, Ariel, 1982,p. 500, nota 93. Cfr. ALLENDESAlAZAR, J. M.: La diplomacia espaHola y Marruecos,1907-1909, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1990.

    lO Las cifras de muertos y bajas se recogen en PAYNE, S. G.: Los militares yla poltica en la EspaHa contempornea, Pars, Ruedo Ibrico, 1968, p. 96. Cfr. CAR.DONA, G.: El poder militar en la EspaHa contempornea hasta la guerra civil, Madrid,Siglo XXI, 1983, YBACHOUD, A.: Los espaHoles ante las campaHas de MarruecQj~ Madrid,Espasa-Calpe, 1988.

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    en la Gran Guerra que enfrent a la entente franco-britnica conAlemania y sus aliados (Austria-Hungra y el Imperio Otomano) entrejulio de 1914 y noviembre de 1918. Ante todo, porque los com-promisos adquiridos formalmente en Cartagena y en Marruecos eranslo pactos regionales y no implicaban una alianza global que impu-siera la obligacin de entrar en el conflicto como beligerante. Adems,esos pactos nunca haban podido acabar con la presencia de obstculosserios en la relacin de Espaa con la entente anglo-francesa. Entreotros, el longevo obstculo planteado por la presencia de la coloniabritnica en Gibraltar (jams admitida como legtima por ningngobierno espaol) y el reciente obstculo originado por la decepcinespaola ante la exclusin de Tnger de su zona colonial en Marrue-cos. Sin embargo, al margen de esas espinosas cuestiones, el factorfundamental que indujo a los gobernantes espaoles a declarar suneutralidad fue la mera y simple impotencia del pas para afrontaruna guerra total como la que asolaba Europa. Y ello por su limitadacapacidad econmica, por su patente vulnerabilidad estratgica, porla intensidad de las tensiones sociales y polticas internas y, finalmente,por la virtualmente equitativa divisin de la opinin pblica entrealiadfilos y germanfilos. En estas condiciones, no existiendo razonesde peso para justificar los riesgos de la beligerancia y no estandoen juego en la contienda intereses vitales para Espaa, la neutralidadfue la opcin ms simple y popular. El conservador Eduardo Dato,jefe del gobierno en el verano de 1914, explic con precisin alrey Alfonso XIII sus razones para decretar de inmediato y sin consultaa las Cortes la neutralidad espaola en el conflicto:

    No nos hallamos en condiciones de adoptar voluntariamente en ningncaso una actitud belicosa, pues aparte de que ella pondra de manifiestonuestra falta de medios y preparacin militar para la guerra, colocara enfrente del Gobierno no slo a los enemigos de aquellas naciones a las quenos uniramos, sino que tambin a los que con ellas simpatizan, pues unosy otros con intuicin admirable son opuestos a toda intervencin militar.Con slo intentarla arruinaramos a la nacin, encenderamos la guerra civil,y pondramos en evidencia nuestra falta de recursos y de fuerzas para todacampaa. Si la de Marruecos est representando un gran esfuerzo y nologra llegar al alma del pueblo, cmo bamos a emprender otra de mayoresriesgos y de gastos iniciales para nosotros fabulosos? Por eso hemos deesquivar con los esfuerzos de la diplomacia y dominar con el talento y

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    la habilidad, los escollos que se nos presenten por posibles requerimientosextraos 11.

    Ahora bien: si es cierto que Espaa no entr en la guerra mundialy se mantuvo neutral hasta su terminacin, no es menos cierto quela guerra (o sus efectos) s entr en Espaa de manera brutal einmediata. En el plano econmico, la neutralidad cre la oportunidadpara una fase de expansin industrial y financiera sin parangn: duran-te los aos de 1914-1918 el pas experiment un salto muy con-siderable en sus niveles de desarrollo productivo, actividad comercialy crecimiento financiero. En el mbito social, por distintas vas, laguerra acentu el ritmo de varios procesos de modernizacin abiertosa principios de siglo: renovacin de la estructura demogrfica, inten-sificacin de las tasas de urbanizacin y xodo rural; diversificacinde la pirmide ocupacional, reduccin de ndices de analfabetismo yaumento de la lectura de prensa, etc. En el orden poltico, la guerrasocav irremisiblemente los cimientos de la poltica de notables hastaentonces vigente, y dio ocasin al socialismo y al anarquismo paraconvertirse en movimientos sindicales de masas y con gran capacidadreivindicativa. Finalmente, la guerra estimul un vivo combate deideas entre los partidarios de los aliados, reclutados sobre todo entrelas filas de la izquierda, de los liberales y de los sectores anticlericales,y los partidarios de Alemania, mayoritarios en las filas de la derechaconservadora y en la opinin catlica e integrista 12.

    Buena prueba de la profunda escisin de las simpatas de laopinin pblica espaola se pudo apreciar en las declaraciones res-pectivas de destacados lderes polticos o culturales de signo con-trapuesto. As, por ejemplo, el influyente pensador tradicionalista JuanVzquez de Mella sintetizara con rotundidad los motivos de la ger-manofilia a las pocas semanas de comenzar el conflicto:

    11 Citado por SECO SERRANO, c.: Las relaciones Espaa-Francia en vsperasde la Primera Guerra Mundial, en su obra Estudios sobre el reinado de Alfonso XIII,Madrid, Real Academia de la Historia, 1998, pp. 129-163.

    12 Sobre el impacto de la guerra en el pas, vase una puesta al da muy solventeen ROMERO SALVADC), F.].: S'pain, 1914-1918. Between War and Revolution, Londres,Routledge, 1999. Cfr. MEAKER, G. H.: A Civil War of Words. The ideologicalimpact of the First World War in Spain, en SCHMnT, H. A. (ed.): Neutral Europebetween War and Revolution, 1917-1923, University of Virginia Press, 1988, pp. 1-65.Para los efectos socioeconmicos, vase ROLDN, S., y GARCA DELGADO, ]. L.: Laformacin de la sociedad capitalista en Espaa, 1914-1920, 2 vols., Madrid, Confe-deracin Espaola de Cajas de Ahorro, 1973.

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    Enfrente de Inglaterra y de Francia, que son nuestras naturales ene-migas, no encontramos otro apoyo que el de Alemania. Esta nacin podahabernos dado la fuerza que a nosotros nos faltaba ... Yo he preconizadola utilidad y la conveniencia de concertar un tratado de alianza que fuerala base de nuestra soberana, sin la cual no pueden existir los Estados...y me he fundado para ello en lo que llamo "autonoma geogrfica", dela que actualmente carece Espaa porque no domina en el Estrecho 13.

    Por su parte, el joven Manuel Azaa repudiara esa pretensinde achacar la decadencia espaola a la hegemona franco-britnicaen un discurso de mayo de 1917 en el Ateneo de Madrid, dondearticulara con precisin los motivos de la aliadofilia y su consecuenteopcin democrtico-reformista:

    Tienen la culpa Francia e Inglaterra de que nosotros no tengamosescuelas, de que no nos hayamos preocupado nunca seriamente de difundirla instruccin y artes tiles? Son ellas las que nos prohben adelantar nuestraagricultura o mejorar nuestros procedimientos de fabricacin? Son Franciae Inglaterra las que difunden en nuestros capitalistas ese apocamiento ytimidez que les impide industrializar a Espaa? O son ellas tambin lasque decretan la emigracin de los labriegos andaluces y castellanos, faltosde tierra que trabajar y de un jornal para no morirse de hambre? 14.

    A medida que la suerte de las armas se inclinaba hacia las potenciasdemocrticas (sobre todo tras la entrada de los Estados Unidos enla guerra en abril de 1917), la neutralidad espaola fue hacindosecada vez ms favorable hacia el bando aliado de modo perceptible.Entre otras cosas, porque la campaa de guerra submarina indis-criminada desplegada por Alemania se cobr un alto precio en lamarina mercante espaola (la destruccin del 20 por 100 de susefectivos y un centenar de marineros muertos a la altura del veranode 1918). Pero a pesar de esa modulacin benvola hacia las potenciasdemocrticas occidentales (particularmente favorecida por el gobiernoliberal del conde de Romanones y mucho ms atenuada por el gobier-no de Antonio Maura), la poltica oficial de estricta neutralidad nuncafue abandonada por las mismas razones evidentes que la haban

    u Palabras publicadas el 13 de septiembre de 1914 en el diario El Correo Espaol.Recogidas en FERNNDEZ ALMAGRO, M.: Historia del reinado de Don Alfonso XIII,Barcelona, Montaner y Simn, 1933, p. 256.

    14 AZAA, M.: Los motivos de la germanofilia, Obras Completas, vol. 1, Mxico,Oasis, 1966, p. 153.

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    propiciado en un primer momento. Sin descontar el efecto disuasoriode toda veleidad beligerante que tuvo en crculos oficiales el colapsodel imperio de los zares bajo el peso de la contienda, y el inesperadoy temible triunfo de la revolucin bolchevique en Rusia a finalesde 1917 15 El propio Alfonso XIII se convirti pblicamente en unadalid de la neutralidad, volcando sus esfuerzos en la tarea de favo-recer el canje de prisioneros y heridos entre ambos bandos con-tendientes. Mientras tanto, en la propia corte madrilea, convertidaen un microcosmos del conjunto del pas, se neutralizaban mutua-mente las simpatas progermanas de la reina madre (Mara Cristinade Habsburgo-Lorena, archiduquesa austraca) y las proclividadesaliadfilas de la reina consorte (Victoria Eugenia de Battenberg, prin-cesa inglesa).

    El prestigioso legado diplomtico de la neutralidad y las gestioneshumanitarias durante la guerra mundial permiti a Espaa encararcon optimismo la nueva etapa de las relaciones internacionales inau-gurada con la victoria aliada en noviembre de 1918. Sin embargo,en el plano interno, la conclusin del breve ciclo econmico alcistainducido por la guerra dio origen a una fase de profunda crisis socio-poltica que iba a persistir bsicamente y con oscilaciones hasta lasbita cada de la monarqua borbnica y el exilio del rey Alfonso XIII,en abril de 1931. En gran medida como resultado de la intensaprimaca de los problemas internos del pas, durante todos esos aoscorrespondientes a la crisis terminal del sistema de la Restauracinno se produjeron en esencia cambios notables en la estructura delas relaciones internacionales de Espaa ni en su poltica exterioreuropea. De hecho, dicha poltica persever en su tradicional orien-tacin de bsqueda de la mxima colaboracin con Francia y GranBretaa sin asumir por ello compromisos de beligerancia. Slo cabrasealar dos novedades muy significativas dentro de este marco gen-rico prcticamente inalterable 16.

    15 ESPADAS BURGOS, M.: Espaa y la Primera Guerra Mundial, en TUSELL,]., y otros: La poltica exterior de Espaa en el siglo xx, op. cit., pp. 95-116, y PANDODESPIERTO,]': La Espaa neutral: misiones diplomticas y militares en 1914-1918,en VVAA, La Historia de las Relaciones Internacionales: Una visin desde Espaa, Madrid,Universidad Complutense, 1996, pp. 460-472.

    16 QUINTANA NAVARRO, F.: La poltica exterior espaola en la Europa de entre-guerras: cuatro momentos, dos concepciones y una constante impotencia, en TORRE,H. de la (ed.): Portugal, EJpaa y Europa. Cien altOS de desafos (1890-1990), Mrida,

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    La primera novedad radicaba en que dicha colaboracin encontrun nuevo y prioritario foro de manifestacin en Ginebra, en virtudde la creacin en 1919 de la Sociedad de N aciones con sede enesa ciudad suiza. Este organismo internacional propiciado por laspotencias vencedoras para evitar la recurrencia de otra guerra totaly general iba a ser apoyado por Espaa con tesn por una raznevidente: no slo responda a una iniciativa conjunta franco-britnica,sino que adems poda servir como cobertura diplomtica para man-tener la tradicional poltica espaola de neutralidad en caso de con-flicto blico internacional. No en vano, la Sociedad de Nacionestena como objetivo el mantenimiento de la seguridad colectivamediante consultas intergubernamentales permanentes y recursos demediacin, arbitraje o sancin (diplomtica, econmica o militar)en caso de conflicto entre Estados miembros o agresin a uno deellos. Y de este modo ofreca una garanta de estabilidad a las pequeaspotencias que, como Espaa, nada tenan que ganar en una contiendaexterior y s mucho que arriesgar o perder. Adems, en virtud desu reputacin neutralista, las potencias aliadas vencedoras ofrecierona Espaa el honor de figurar como socio fundador y le otorgaronun puesto no permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones 17.

    El nico problema grave surgido en Ginebra para Espaa sedio durante la dictadura militar presidida por el general Miguel Primode Rivera (1923-1930), que puso fin al rgimen liberal parlamentarioen un intento de superacin autoritaria de la profunda crisis socio-poltica del pas. A tono con su pretendida poltica exterior de afir-macin nacionalista y pseudorregeneracionista, en septiembre de 1926el voluble dictador decidi la retirada temporal de la Sociedad deN aciones porque Espaa no fue elegida como miembro permanentedel Consejo del organismo y tampoco obtuvo el premio de con-solidacin del beneplcito anglo-francs para la anexin espaola

    UNED, 1991, pp. 51-74. En la misma obra se halla otro estudio valioso de EGIDOLEN, .: Espaa ante la Europa de la Paz y de la Guerra (1919-1939)>>, op. cit.,pp. 33-48. Cfr. SUEIRO SEOANE, S.: La poltica exterior de Espaa en los aosveinte: una poltica mediterrnea con proyeccin africana, en TUSELL, J., y otros:La poltica exterior de Espaa en el siglo xx, op. cit., pp. 135-157.

    17 NElLA HERNNDEZ, J. L.: Espaa y el modelo de integracin de la Sociedadde Naciones (1919-1939): una aproximacin historiogrfica, Hispania, nm. 176,1990, pp. 1373-1391; SOL, G.: La incorporacin de Espaa a la Sociedad deNaciones, Hpania, nm. 132, 1976, pp. 131-169.

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    de Tnger. Cumpla as una amenaza tan pblica como imprudente eilusoria en sus expectativas:

    Al teatro del mundo no puede asistir Espaa, la gloriosa Espaa, madrede cien pueblos, a anfiteatro, ni siquiera a butaca; debe ir a palco. Esdecir, que si le confan un Protectorado, debe ser sin mutilacin, y si seconsidera que es til en la Sociedad de N aciones, debe figurar en el rangode las grandes potencias 18.

    Pero, al igual que sus espordicas tentativas de aproximaClona la Italia fascista de Mussolini para relajar la tutela franco-britnicay promover sus demandas coloniales, dicha retirada fue slo un actode protesta retrica, producto del orgullo herido del reverdecidonacionalismo militarista espaol, que adems fue muy pronto enmen-dado con la reincorporacin al organismo internacional (septiembrede 1928) 19.

    El episodio de la efmera retirada espaola de Ginebra cobrasingular importancia porque denota la segunda novedad surgida enesta fase de la poltica exterior espaola: el creciente resentimientoespaol hacia Francia y Gran Bretaa por las dificultades surgidasen Marruecos, en Tnger y en el propio Gibraltar. Un fenmenoque tendr como consecuencia la reactivacin ocasional del latenterecelo popular espaol hacia ambos pases (la veta de francofobiay anglofobia ya sealadas). En el caso de Gibraltar, baste sealarel fracaso de todas las tentativas espaolas en Londres para solucionarel contencioso, ya fuera por va de intercambio de la plaza por laciudad de Ceuta o por la va de la negociacin de un estatuto desoberana compartido. En el caso de Marruecos y Tnger, es precisosubrayar que fue durante esta poca cuando por parte espaola seempez a considerar que la poltica francesa haba sido un atropelloy un expolio, puesto que, aprovechndose de la debilidad interna

    18 Declaracin periodstica de agosto de 1926 citada por SUEIRO, S.: La polticaexterior de Espaa en los aos veinte, op. cit.) p. 153.

    19 Una sntesis actualizada y oportuna en SAZ, I.: Foreign Policy under thedictatorship of Primo de Rivera, en PRESTON, P., y BALFOUR, S. (eds.): Spain andthe Great Powers in the XXth Century) op. cit.) pp. 53-72. Cfr. PALOMARES, G.: Mussoliniy Primo de Rivera: poltica exterior de dos dictaduras) Madrid, Eudema, 1989; TUSELL,]., y SAZ, I.: Mussolini y Primo de Rivera: las relaciones polticas y diplomticasde dos dictaduras mediterrneas, Boletn de la Real Academia de la Historia) vol. 169,nm. 3, 1982, pp. 413-483, YTUSELL,]., y GARCA QUEIPO DE LLANO, G.: El dictadory el mediador. Espaa-Gran Bretaa) 1923-1930, Madrid, csrc, 1986.

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    y exterior de Espaa, Francia se haba quedado con la mayor partedel Protectorado y haba logrado arrebatar a Espaa el dominio delpuerto ms importante del norte de Marruecos 20. Esta denuncia dela prepotencia francesa se har sentir con mayor intensidad enlos crculos militares que estaban llevando a cabo la ocupacin efectivadel territorio (1os denominados africanistas), y adquirir pleno vigorya en tiempos de la dictadura del general Franco (arquetipo de oficialafricanista) .

    De todos modos, a pesar de esos recelos y desconfianzas, lacolaboracin espaola con Francia y Gran Bretaa no admita reservasy fue pieza clave para la pacificacin definitiva de Marruecos. Estaempresa fue una verdadera odisea trgica para Espaa, puesto quela resistencia de las tribus marroques norteas dirigidas porAbd-el-Krim se cobr la vida de ms de 17.000 soldados, jefes yoficiales del Ejrcito espaol, sobre todo en el verano de 1921, conla dramtica derrota de Annual (el segundo desastre militar con-temporneo espaol) 21. Despus de descartar como imposible la reti-rada de la zona, el rgimen de Primo de Rivera lograra en Marruecossu primordial y nico triunfo diplomtico y militar con la ayuda deFrancia (cuyo territorio colonial haba sido objeto de reiterados ata-ques por parte de un envalentonado Abd-el-Krim). En septiembrede 1925 tuvo lugar el desembarco conjunto hispano-francs en labaha de Alhucemas, y apenas un ao despus ya se haba puestofin a los ltimos focos de resistencia indgena y pudo considerarse

    20 TUSELL, ].: El problema del Estrecho en la poltica internacional espaolaen la poca contempornea, en Actas del Congreso Internacional El Estrecho deGibraltar) Madrid, UNED, 1988, pp. 9-26; PERElRA,]. c.: La cuestin de Gibraltar.Cambios, ofensivas y proyectos en la bsqueda de un acuerdo hispano-britnicoen el primer tercio del siglo XX, en VILAR, ]. B. (ed.): Las relaciones internacionalesen la Elpaa contempornea) Murcia, Universidad, 1989, pp. 245-268; GOLD, P.:A 5tone in 5pain 's 5hoe. The 5earch lor a 5olution to the Problem 01 Gibraltar, Liverpool,Liverpool University Press, 1994. Sobre la francofobia generada por el expoliomarroqu y tangerino, vase NERN, G., y BOSCII, A.: El imperio que nunca existi,op. cit., cap. 1.

    21 Sobre las vicisitudes de la colaboracin espaola con la entente en Marruecos,vase LA PORTE, P.: La atraccin del imn. El Desastre de Annual y sus repercusionesen la poltica europea) 1921-1923, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001; del mismo autor:From Cuba to Annual: Spain's colonial policy in Morocco and the crisis of theliberal system, 1898-1923, International Journal olIberian 5tudies) vol. 13, nm. 1,2000, pp. 14-24.

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    pacificado todo el Protectorado 22. Sin embargo, la victoria logradaen Marruecos no ataj la progresiva crisis interna que dara al trastecon la experiencia autoritaria primorriverista en 1930 y que abriralas puertas, en abril de 1931, al colapso de la monarqua. De estemodo, pacficamente, la II Repblica inauguraba su andadura al mis-mo tiempo que se acentuaba en todo el mundo, incluida Espaa, elimpacto de la Gran Depresin econmica iniciada a finales de 1929.

    Hasta hace poco tiempo era habitual subrayar que el nuevo rgi-men democrtico espaol haba carecido de una poltica exteriordigna de tal nombre, limitndose a mantener las inevitables relacionesinternacionales y descuidando la atencin de los complejos problemasdiplomticos de su poca 23. Se trata de una idea generada en elexilio por los polticos republicanos que intentaban explicarse la raznde su fracaso para obtener ayuda de las potencias democrticas duran-te la guerra civil. Los propagandistas del rgimen franquista asumierondicha idea y la difundieron con intencin denigratoria. A la postre,fue admitida con matices por la gran mayora de los historiadoresespecializados genricamente en el perodo republicano. Sin embargo,las ltimas investigaciones han demostrado fehacientemente que laRepblica tuvo una poltica europea definida y activamente ejecutada,bien proporcionada a los medios y recursos disponibles y utilizables.Adems, dicha poltica no fue muy diferente en su formato y evolucina la de otros Estados continentales de caractersticas y capacidadessimilares: las pequeas potencias europeas con una acusada tradicinde neutralidad 24.

    22 SUEIR SEANE, S.: Espaa en el Mediterrneo. Primo de Rivera y la cuestinmarroqu, 1923-1930, Madrid, UNED, 1992; FLEMING, S. y A.: Primo de Riveraand Spain's Moroccan Problem, 1923-1927, Joumal ofContemporary History, vol. 12,nm. 1, 1977, pp. 85-99; AYACHE, G.: Les relations franco-espagnoles pendantla guerre du RiE, en Espaoles y franceses en la primera mitad del siglo xx, op. cit.,pp. 287-293.

    23 Vase, a ttulo de ejemplo, el juicio de PERElRA, ]. c.: Introduccin al estudiode la poltica exterior de Espaa. Siglos XIX y xx, Madrid, Akal, 1983, pp. 161-168.

    24 Entre todos los estudios merecen subrayarse por su entidad los debidos aEGIDa LEN, A.: La concepcin de la poltica exterior en Espaa durante la SegundaRepblica, Madrid, UNED, 1987, y QUINTANA NAVARRO, F.: Espaa en Europa,1931-1936. Del compromiso por la paz a la huida de la guerra, Madrid, Nerea, 1994.Dos recientes sntesis valorativas en EGIDa, .: La dimensin internacional de laSegunda Repblica, en TUSELL, ]., y otros: La poltica exterior de Espaa en el siglo XX,op. cit., pp. 189-220, Y SAZ, 1.: The Second Republic in the International Arena,

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    La poltica europea republicana tuvo como epicentro la parti-cipacin en la Sociedad de las Naciones, y en su formulacin y eje-cucin tuvo especial importancia la figura de Salvador de Madariaga,polglota ex funcionario de dicho organismo y delegado espaol enel mismo durante casi todo el lustro republicano. De hecho, la expe-riencia y el prestigio de Madariaga suplieron en gran medida lasdeficiencias del aparato diplomtico heredado por la Repblica dela Monarqua y evitaron que los frecuentes cambios al frente delministerio de Estado (doce titulares en cinco aos) afectaran gra-vemente a la lnea de conducta espaola en Ginebra 25. La diplomaciarepublicana evolucion en ese quinquenio desde una posicin deactivo societarismo a ultranza hacia un repliegue a posiciones msneutralistas, que evitaran toda implicacin en caso de una nuevaguerra en el continente. Tal fue, sencillamente descrito, el perfil evo-lutivo de la poltica europea de la II Repblica entre 1931 Y 1936:la gradual transicin desde una diplomacia de grandes ideales paci-fistas y buenas intenciones hasta una posicin de pragmatismo neu-tralista y elusivo realismo. Esa evolucin desde el compromiso porla paz a la evitacin de la guerra reflejaba en esencia el ntimo dilemaque tuvieron que enfrentar la Repblica y todas las pequeas potenciaseuropeas en la dcada de los treinta: en calidad de miembros dela Sociedad de Naciones, estaban comprometidos con un sistemade seguridad colectiva que impona obligaciones y sanciones contrael agresor, y sin embargo, pretendan preservar sin riesgos su tradicinde neutralidad y escapar a toda hipottica guerra en el continente.

    Durante el bienio reformista de 1931-1933, con el gobierno repu-blicano-socialista presidido por Manuel Azaa, la inspiracin societariade la Repblica qued de manifiesto en las clusulas pacifistas inclui-das en la Constitucin: el artculo 6 dispona la renuncia a la guerracomo instrumento de poltica nacional, en tanto que el7 incorporabalas normas del Derecho internacional al Derecho positivo internoy el 77 aceptaba el principio del arbitraje y la conciliacin en losconflictos internacionales. Consciente de su vulnerabilidad militare inferioridad frente a las grandes potencias europeas, la Repblicaasumi el sistema de seguridad colectiva como el mejor y nico medio

    en PRESTON, P., y BALFOUR, S. (eds.): Spain and the Creat Powers in the XXth Century,op. cit., pp. 73-95.

    25 MADARIAGA, S. de: Memorias (1921-1936). Amanecer sin medioda, Madrid,Espasa-Calpe, 1977.

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    viable para garantizar la paz internacional y la propia seguridad delpas. Adems, mientras la Sociedad de Naciones fuera efectiva, elcompromiso con la seguridad colectiva permita proseguir la inve-terada poltica de neutralidad e inclinacin franco-britnica bajo lasnuevas condiciones diplomticas. As qued reflejado en las directricesde poltica exterior elaboradas en el verano de 1931 por el ministeriode Estado:

    Espaa seguir en Ginebra una poltica de colaboracin con las nacionesdemocrticas de segundo orden. Neutral ante la lucha por el poder, endmicaen Europa, procurara permanecer en estrecho contacto con Francia y GranBretaa sin por eso enfrentarse con las dems grandes potencias 26.

    Para infortunio de la Repblica, apenas consolidado el nuevorgimen y elaboradas esas directrices comenzaron a surgir los primerosconflictos internacionales que habran de destruir el sistema de laseguridad colectiva y el prestigio y utilidad de la Sociedad de Naciones:septiembre de 1931 (invasin japonesa de la Manchuria china), febre-ro de 1932 (comienzo de la Conferencia de Desarme bajo el espectrode la tensin franco-alemana), enero de 1933' (ascenso de Hitleral poder en Alemania), octubre de 1933 (retirada alemana de laConferencia de Desarme y la Sociedad de Naciones). En ese contextode progresivo deterioro de la situacin europea e internacional, lapoltica republicana y la conducta de Madariaga ante las sucesivascrisis consisti en defender activamente los principios societarios comonica garanta para preservar la seguridad colectiva y evitar el riesgode guerra. En el conflicto chino-japons, Madariaga, como delegadoespaol y presidente ocasional del Consejo de la Sociedad de Nacio-nes, despleg tal energa que lleg a recibir el sobrenombre de DonQuijote de la Manchuria. Sin embargo, ni Francia, ni Gran Bretaa,ni los Estados Unidos (que ni siquiera estaban presentes en Ginebra)tenan la intencin de aplicar su potencial blico contra Japn enun escenario distante y en favor de una China debilitada e inestable.La resultante condena moral de Japn slo sirvi para evitar la adop-cin de sanciones y reconocer de jacto la impotencia del organismo

    26 Citado por QUINTANA NAVARRO, F.: E~paa en Europa, 1931-1936, op. cit.,p. 48. Cfr. EGIDO, A.: La proyeccin exterior de Espaa en el pensamiento deManuel Azaa, en ALTED, A.; EGIDO, ., Y MANCEBO, M. F. (eds.): Manuel AzaJla:pensamiento y accin, Madrid, Alianza, 1996, pp. 75-100.

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    internacional ante la agresin. En la Conferencia de Desarme, lapoltica republicana tambin fue muy activa, convirtindose Mada-riaga en portavoz de un llamado Grupo de los Ocho que incluaa las pequeas democracias europeas unidas por su comn polticaexterior societaria. Sin embargo, tambin en este caso, la ingenteactividad fue incapaz de evitar el fracaso de la Conferencia y ungrave revs para la poltica de seguridad colectiva.

    La conducta diplomtica de los gobiernos republicanos conser-vadores durante el bienio rectificador de 1934-1935 experimentuna inflexin perceptible hacia posiciones menos comprometidas yms claramente neutralistas, en parte como resultado del menor esp-ritu ginebrino de la coalicin radical-cedista y en parte por efectodel incremento de la tensin internacional. De hecho, ante el fracasode la poltica de seguridad colectiva y el atisbo de una nueva tormentablica en Europa, la diplomacia republicana trat de recuperar elparaguas de la neutralidad sin abandonar por completo su fe enla Sociedad de Naciones ni renegar de sus compromisos con la misma.El agravamiento de las fracturas sociopolticas y de la crisis econmicaen la propia Espaa tambin favoreci esa retirada gradual de laprimera fila de la escena europea, puesta de manifiesto en el declivede la actividad de Madariaga en Ginebra. A finales de 1933, unmemorndum del ministerio de Estado haba perfilado el nuevo cursode la diplomacia republicana bajo la conviccin de que sera oportunoir tomando posiciones para que ante un futuro conflicto nuestraPatria pueda permanecer neutral 27. A fin de preparar esa even-tualidad' la diplomacia republicana no slo extrem su prudenciaen la arena europea, sino que se integr en un nuevo grupo de Esta-dos: el Grupo de los Seis, formado por las pequeas democraciaseuropeas que haban permanecido neutrales en la Gran Guerra ydeseaban volver a serlo en el incierto porvenir. En colaboracin conesas pequeas potencias, la diplomacia republicana trat infructuo-samente de mediar entre Alemania y las grandes democracias europeasen el contencioso provocado por el programa de rearme aceleradonazI.

    Pero donde ms claramente se apreci la firme voluntad neu-tralista espaola fue en la crisis originada por la invasin italianade Abisinia en octubre de 1935. Condenada la Italia fascista por

    27 Citado por QUINTANA NAVARRO, F.: op. cit., p. 188.

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    agreslOn y decididas las sanciones econmicas por la Sociedad deN aciones, los gobernantes espaoles trataron de moderar en todolo posible el rigor y extensin de dicha poltica sancionadora, secun-dando en gran medida la poltica dilatoria de Francia en el tema.Incluso cuando Gran Bretaa requiri el compromiso espaol deapoyo a su armada en caso de enfrentamiento con Italia, la respuestaespaola fue evasiva. Al final, aunque Espaa hubo de declarar sudisposicin a apoyar cualquier medida aprobada por Ginebra, la crisisno devino en guerra por la renuencia franco-britnica a contemplaresa contingencia extrema 28. Nuevamente, la poltica de seguridadcolectiva haba fracasado de modo estrepitoso e irreversible.

    El cambio poltico acaecido en Espaa, como resultado del triunfoelectoral de las izquierdas coaligadas en el Frente Popular en febrerode 1936, no modific el sentido de la nueva orientacin cautelosay neutralista en el plano exterior. No en vano, sus razones eranfirmes e irrecusables: fracasado el sistema ginebrino y creciente latensin europea, la profunda vulnerabilidad econmica y militar delpas aconsejaba precaverse ante la posibilidad de una nueva guerray retomar una neutralidad tan provechosa en 1914-1918. Por otraparte, la intensidad de los conflictos sociopolticos internos, suma-mente agravados por la honda crisis econmica, no permita otraactitud y vedaba cualquier esfuerzo suplementario en el plano diplo-mtico. La lnea de actuacin republicana ante la remilitarizacinnazi de Renania (marzo) y ante el final de la guerra de Abisinia(mayo) reflej esa poltica expectante, orientada hacia la neutralidady dispuesta a no dejarse embarcar en ningn conflicto europeo. Enabril de 1936, Azaa haba formulado claramente la voluntad repu-

    28 Sobre las relaciones de la Repblica con las dos grandes democracias cabecitar varios estudios de desigual valor: MlRALLES, R., y AUBERT, P.: Las relacioneshispano-francesas en el siglo XX, en BUSTURIA, D. (dir): Del reencuentro a la con-vergencia. Htoria de las relaciones bilaterales hispano-francesas) I, caps. 1-5, Madrid,Ciencias de la Direccin, 1994; PEZ CAlvIINO, F.: La significacin de Francia enel contexto internacional de la Segunda Repblica) 1931-1936) Madrid, UniversidadComplutense, 1990; MORADIELLOS, E.: Neutralidad benvola. El gobierno britnicoy la insurreccin militar espaola de 1936) caps. 1-2, Oviedo, Pentalfa, 1990, y PERTIERRADE ROJAS, J. F.: Las relaciones hispano-britnicas durante la Segunda Repblica Espaola)Madrid, Fundacin Juan March, 1984. Para el caso de Alemania e Italia resultanclsicos los trabajos de VIAS, .: Franco) Hitler y el estallido de la guerra civil: ante-cedentes y consecuencias) Madrid, Alianza, 2001, y SAZ CAIVIPOS, 1.: Mussolini contrala Segunda Repblica 0931-1936)) Valencia, Instituci Valenciana d'Estudis i Inves-tigaci, 1986.

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    blicana de seguir colaborando con la Sociedad de Naciones, perocon la salvaguardia de que no nos encontremos metidos dondeno tenemos obligacin de estar, ni en compromisos o deberes queno nos incumba aceptar 29. Se trataba de unas directrices diplo-mticas de un pragmatismo evidente que seguan teniendo en laneutralidad su santo y sea caracterstico. Lamentablemente, poraquellas fechas, el peligro para la Repblica no era la posibilidadde verse involucrada en una guerra exterior continental o colonial,sino el alto grado de violenta polarizacin poltica y grave fracturasocial que hara posible, desde mediados de julio de 1936, que unainsurreccin militar reaccionaria contra el gobierno reformista delFrente Popular desembocara en una cruenta y prolongada guerracivil.

    Desde el 17 de julio de 1936 la poltica interna y exterior deEspaa estuvo absolutamente dominada por la existencia en su senode una cruenta contienda fratricida que habra de durar casi tresaos. El conflicto tuvo su origen en la propia sociedad espaolay no fue resultado de la injerencia de potencias o instituciones extran-jeras: no hubo conspiracin comunista dirigida desde Mosc (comoafirmaran los militares insurgentes para justificar su sublevacin comoun mero golpe preventivo), ni existi conjura previa de Italia y deAlemania para desencadenar un golpe militar faccioso (como sos-tendra la propaganda republicana a modo de consoladora explica-cin). Sin embargo, si bien la guerra surgi por causas endgenas,no cabe duda de que tanto su curso efectivo como su desenlacefinal estuvieron condicionados crucialmente por factores internacio-nales: la intervencin o inhibicin de las grandes potencias europeasen apoyo a uno u otro de los bandos contendientes en Espaa.Fue este proceso de internacionalizacin del conflicto el que confiria la crisis espaola una importancia decisiva en el panorama diplo-mtico que precedi a la Segunda Guerra Mundial, y el que dioorigen al apasionado debate que convulsion a la opinin pblicaeuropea y mundial contempornea 30.

    29 Citado por QUINTANA NAVARRO, F.: op. cit., p 348.30 Contamos con sendas panormicas sobre este contexto internacional: ALPERT,

    M.: Aguas peligrosas. Nueva historia internacional de la guerra civil, Madrid, Akal,1998; AVILS FARR, ].: Las grandes potencias ante la guerra de Espaa, Madrid, Arco-Libros, 1998; MORADIELLOS, E.: El reidero de Europa. Las dimensiones internacionalesde la guerra civil espaola, Barcelona, Pennsula, 2001.

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    La rpida apertura de ese vital proceso de internacionalizacinde la guerra civil respondi al hecho de que ambos bandos buscaronde inmediato ayuda en el exterior para enfrentarse al enemigo. Larazn era obvia: en una Espaa dividida casi por la mitad en territorio,poblacin y recursos materiales, ningn bando contaba con arma-mento ni equipo militar suficiente para sostener el esfuerzo blicoexigido por una guerra. Por ese motivo, el mismo da 19 de juliode 1936, tanto el gobierno republicano legalmente reconocido, desdesu capital en Madrid, como el general Francisco Franco, al frentede las cruciales tropas sublevadas en Marruecos, solicitaban ayudaa las potencias europeas afines y de las que podan esperar algnauxilio. As comenzaban a tallarse dos polticas exteriores virtualmenteantagnicas y destinadas a facilitar el triunfo blico sobre el enemigopor todos los medios disponibles.

    El general Franco, muy pronto encumbrado a la suprema jefaturadel bando insurgente, solicit el envo de ayuda militar a Hitler ya Mussolini. Ambos dictadores decidieron por separado, el 25 Y el27 de julio, prestar ese apoyo por anlogas razones poltico-estra-tgicas: la victoria de los militares con su apoyo material ofrecala oportunidad de modificar el equilibrio de fuerzas en el Medi-terrneo occidental y favorecer as sus respectivos planes revisionistas(bsqueda de la hegemona europea en el caso nazi y del controldel Mediterrneo en el caso fascista). Adems, podra tranquilizarseal gobierno conservador britnico y a las influyentes derechas francesascon el pretexto de estar ayudando a una mera contrarrevolucinnacionalista y anticomunista. Un argumento al que daba credibilidadel amago de revolucin social generado en la retaguardia republicanadurante los primeros meses de la guerra (producto del propio golpemilitar y del colapso de los medios coactivos a disposicin del gobier-no). En adelante, el combinado apoyo militar, financiero y diplomticoitaliano y alemn sera el pilar fundamental del esfuerzo blico fran-quista (por encima de la ayuda logstica prestada por la dictaduraportuguesa de Salazar y del respaldo ideolgico ofrecido por el cato-licismo mundial). Baste recordar un mero dato numrico al respecto:en total, durante toda la guerra, casi 80.000 soldados italianos (in-tegrantes del llamado Corpo Truppe Voluntarie) y unos 19.000 soldadosalemanes (formando en la llamada Legin Cndor) tomaran parteen casi todas las batallas alIado de las fuerzas de Franco 31.

    31 Sobre la intervencin germana, adems del estudio citado de ngel Vias,

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    Mientras Franco lograba este vital xito en el exterior, la Repblicaslo cosech fracasos en este mbito. Su primera demanda de ayudamilitar se dirigi a Pars, donde acababa de subir al poder el gobiernode coalicin del Frente Popular presidido por el socialista Lon Blum.La primera reaccin de Blum fue acceder a esa demanda por razonespoltico-estratgicas: proceda de un rgimen afn cuya posible cola-boracin era vital para garantizar la seguridad de la frontera pirenaicay de las comunicaciones entre Francia y sus colonias norteafricanas.Sin embargo, nada ms hacerse pblica la decisin gubernativa, seabri una profunda crisis poltica interior debido al firme rechazode las derechas, de la opinin pblica catlica y de muy influyentessectores de la administracin civil y militar. Todos ellos se oponana la entrega de armas al gobierno republicano y favorecan la neu-tralidad por dos motivos esenciales: 1) su hostilidad hacia los sntomasrevolucionarios percibidos en la retaguardia gubernamental, y 2) sutemor a que la ayuda francesa desencadenase una guerra europeaen la que Francia tuviera que enfrentarse sin ningn aliado a Alemaniae Italia combinadas 32.

    Para agravar an ms la ya tensa situacin interna, Blum se encon-tr con otra oposicin a su poltica igualmente decisiva: la actitudde estricta neutralidad adoptada desde el primer momento por elgobierno conservador britnico, su vital e inexcusable aliado en Euro-

    son inexcusables los trabajos de WIlEALEY, R: Hitler ami Spain. The Nazi Role inthe Spanh Civil \i7ar, Lexington, University Press of Kentucky, 1989; PROCTOR,R: Hitler's Lu/twaJie in the Spanish Civil War, Westport, Greenwood Press, 1983,y SMYTlI, D.: Reaccin refleja: Alemania y el comienzo de la guerra civil espaola,en PRESTON, P. (ed.): Revolucin y guerra en E.lpaa, 1931-1939, Madrid, Alianza,1986, pp. 205-220. En el caso italiano, aparte de la obra de Ismael Saz citadaen nota 28, son relevantes COVERDALE, J.: La intervencin fascta en la guerra civilespaiola, Madrid, Alianza, 1979; PRESTON, P.: La aventura espaola de Mussolini,en PRESTON, P. (ed.): La Repblica asediada. Hostilidad internacional y conflictos internosdurante la guerra civil, Barcelona, Pennsula, 1999, pp. 41-69, Y SAZ, 1., y TUSELL,J. (eds.): Fascistas en Espaa. La intervencin italiana en la guerra civil a travs delos telegramas de la Missione Militare Italiana in Spagna, Madrid, CSIC, 1981.

    ,2 AVILS FARRE, J.: Pasin y farsa. Franceses y britnicos ante la guerra civil espaiola,Madrid, Eudema, 1994; BORRi\s LLOP, J. M.: Francia ante la guerra civil espaola.Burguesa, inters nacional e inters de clase, Madrid, Centro de Investigaciones Socio-lgicas, 1981; MARTNEz PARRILLA, J.: Las fuerzas armadas francesas ante la guerra civile.\paola, Madrid, Ejrcito, 1987; PIKE, D. W.: Les Franf, et la guerre d'E.\pagne,Pars, PUF, 1975; SAGNES,]., y CAUC:ANAS, S. (eds.): Les Fram;ais et la guerre d'Elpagne,Perpin, Universit de Perpignan-CERPF, 1990.

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    pa. De hecho, el gabinete britnico comparta el rechazo de las dere-chas francesas a los sntomas subversivos en la retaguardia republicanay estaba inmerso en una poltica de apaciguamiento de Italia yde Alemania con la esperanza de evitar la pesadilla de otra guerrageneral en Europa, aun a costa de pequeas revisiones en el statuquo territorial del continente. En consonancia con esas preocupa-ciones, el primer ministro britnico haba dado a su secretario delForeign Office una directriz poltica ante la crisis espaola de absolutaneutralidad tcita y benvola hacia la insurreccin militar: De ningnmodo, con independencia de lo que haga Francia o cualquier otropas, debe meternos en la lucha alIado de los rusos 33 . No en vano,los gobernantes britnicos estimaban que los riesgos hipotticos deri-vados de una victoria franquista con ayuda italo-germana podrancontrarrestarse por dos resortes disponibles en caso de emergencia:el poder de atraccin de la libra esterlina (clave para la reconstruccineconmica postblica espaola) y el poder de disuasin de la RoyalNavy (clave para proteger o bloquear las costas ibricas).

    Enfrentado a esa doble oposicin interior y exterior, Blum optpor permanecer neutral en la contienda, con la esperanza de manteneras la unidad de su gobierno, atajar la movilizacin de las derechasy salvaguardar la colaboracin con el aliado britnico. A principiosde agosto de 1936, el gobierno francs anunci su ansiada solucindiplomtica para confinar el conflicto espaol y amortiguar sus disol-ventes efectos internos e internacionales: Pars propona a todos losgobiernos europeos un Acuerdo de No Intervencin en Espaa queconllevaba la implantacin de un embargo de armas a los dos bandoscombatientes. En su origen, la propuesta de No Intervencin ideadapor Blum era una solucin de emergencia en clave de mal menory cuyo objetivo bsico era evitar que otros hicieran lo que nosotrosramos incapaces de hacer. En otras palabras: puesto que Franciano poda prestar ayuda a la Repblica, al menos tratara de evitarque Italia y Alemania siguieran apoyando a Franco a la espera deuna oportunidad para promover una mediacin internacional en elconflicto.

    33 Directriz del 26 de julio de 1936 citada en MORADIELLOS, E.: La perfidiade Albin. El gobierno britnico y la guerra civil eJpaola, Madrid, Siglo XXI, 1996,p. 58. Respecto a la actitud britnica vanse, adems, los valiosos estudios de BUCHA-NAN, T.: Britain and the Spanish Civil War, Cambridge, Universidad de Cambridge,1997, y EDWARDS ].: The British Government and the Spanish Civil War, Londres,MacMillan, 1979.

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    La propuesta francesa de alcanzar un pacto colectivo de embargode armas con destino a Espaa tuvo xito diplomtico. Con el apoyodel gobierno britnico (que perciba en dicho pacto un instrumentoidneo para mantener su neutralidad de lacto de manera pblica),a finales de agosto de 1936 todos los pases europeos haban suscritoel Acuerdo de No Intervencin (incluyendo a Italia, Alemania, Por-tugal y la Unin Sovitica). Pero se trataba de un triunfo aparente.Tras la fachada del Acuerdo, las potencias fascistas continuaron pres-tando su vital apoyo a Franco de modo coordinado mientras la Rep-blica vea bloqueados los suministros militares de origen franco-bri-tnico (y, por imitacin, del resto de pases europeos). La retraccinde las grandes democracias ante esta primera acometida del nuevoEje italo-germano se percibi con claridad en las labores del Comitde No Intervencin instituido en Londres. Su patente incapacidadpara detener la ayuda prestada a Franco por el Eje dio origen auna estructura asimtrica de apoyos e inhibiciones, que fue muyfavorable para el esfuerzo de guerra de los insurgentes y muy per-judicial para la capacidad defensiva de la Repblica. Slo Mxicoacudi abiertamente en auxilio de sta, pero en una medida incapazde contrarrestar los efectos combinados de la intervencin italo-ger-mana y de la inhibicin de las democracias europeas y de los EstadosUnidos.

    En esa coyuntura, cuando pareca que el colapso militar repu-blicano era inminente, en septiembre de 1936 la Unin Soviticacomenz a intervenir abiertamente en la contienda. Comprobadoel fracaso de la poltica de No Intervencin para confinar la guerra,Stalin decidi enfrentarse al Eje en Espaa para poner a pruebala viabilidad de su estrategia de colaboracin con las democraciasfrente al peligro de expansionismo nazi y en defensa de la seguridadcolectiva. Desde entonces, tanto mediante su apoyo a la formacinde Brigadas Internacionales como mediante el envo directo de arma-mento, la Unin Sovitica se convirti en el puntal bsico de latenaz resistencia republicana y pas a constituir su principal apoyofinanciero (mediante la compra de una cuarta parte de las reservasde oro del Banco de Espaa movilizadas para atender los gastosblicos). En conjunto, la cifra de brigadistas internacionales llegarahasta un mnimo de 35.000 voluntarios durante toda la guerra, en

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    tanto que el nmero de militares soviticos en Espaa ascenderahasta los 2.000 efectivos humanos 34.

    Sin embargo, desde su origen, la ayuda sovitica era un expedienteprovisional para evitar la inminente derrota republicana y cubrir elvaco temporal hasta que se iniciara el hipottico envo de asistenciamilitar por parte de las democracias, condicin sine qua non parala victoria sobre el enemigo. Y en torno a esta eventualidad ansiadao temida (la intervencin de las democracias) fueron tallndose lasparalelas y antagnicas polticas exteriores de ambos combatientes.El general Franco despleg todos sus recursos diplomticos y pro-pagandsticos para preservar el cuadro internacional de apoyos e inhi-biciones creado por el sistema de No Intervencin, consciente deque su victoria sobre un enemigo peor abastecido exiga el continuodesahucio de la Repblica por parte de las potencias democrticassin mengua de su propia capacidad para recibir ayuda italo-germana.De este modo lo reconocera un informe reservado de un alto fun-cionario diplomtico franquista a la hora de la victoria:

    As como el trabajo de los gobiernos europeos ha consistido en procurarque el llamado "problema espaol" no llegase en sus repercusiones inter-nacionales a provocar una guerra europea, nuestra labor principal, y casinica, haba de consistir tambin en localizar la guerra en territorio espaol,evitando a todo trance que sus derivaciones externas condujesen a unaguerra internacional en la que poco podamos ganar y mucho perder, yesta localizacin haba que obtenerla, sin embargo, asegurando la ayudafranca de los pases amigos en la medida de nuestra conveniencia, sin perjuiciode tender a toda costa a evitar la ayuda extranjera al enemigo o al menosreducirla al mnimo posible 35.

    34 CATTELL, D. T.: Soviet Diplomacy and the Spanish Civil War, Berkeley, Uni-versity of California, 1955; CARR, E. H.: La Comintern y la guerra civil espaola,Madrid, Alianza, 1986; SMYTH, D.: Estamos con vosotros: solidaridad y egosmoen la poltica sovitica hacia la Espaa republicana, en PRESTON, P. (ed.): La Repblicaasediada, op. cit., pp. 101-118; RBERTS, G.: Soviet Foreign Policy and the SpanishCivil War, en LEITZ, Ch., y DUNTHORN,]. D. (eds.): Spain in an International Context,1936-1959, Oxford, Bergahn, 1999, pp. 81-103; BIZCARRONDO, M., y E LORZA, A.:Queridos camaradas. La Internacional Comunista y Espaa, 1919-1939, Barcelona, Pla-neta, 1999; HOWSON, G.: Armas para Espaa. La historia no contada de la guerracivil espaola, Barcelona, Pennsula, 2000, y VIAS, .: El oro de Mosc, Barcelona,Grijalbo, 1979.

    35 Memorndum del director de la seccin de Europa del ministerio de AsuntosExteriores, de 28 de enero de 1939, reproducido en MORADIELLOS, E.: El rezdero

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    Por el contrario, la diplomacia republicana, mientras utilizabala ayuda sovitica como tabla del nufrago, concentraba sus esfuer-zos en conseguir el apoyo directo de las grandes democracias y ter-minar con un embargo de N o Intervencin slo aplicado en realidadcontra la Repblica. Entre tanto, como reconocera confidencialmenteel doctor Juan Negrn, jefe del gobierno republicano, slo era posibleresistir hasta que estallase la guerra entre el Eje y las democraciaso hasta forzar las mejores condiciones para la capitulacin negociada:

    Alemania, Italia y Portugal seguirn ayudando descaradamente a Francoy la Repblica durar lo que quieran los rusos que duremos, ya que delarmamento que ellos nos mandan depende nuestra defensa. Unicamentesi el encuentro inevitable de Alemania con Rusia y las potencias occidentalesse produjese ahora, tendramos posibilidades de vencer. Si esto no ocurre,slo nos queda luchar para poder conseguir una paz honrosa 36.

    Para fortuna de Franco e infortunio de Negrn, las grandes demo-cracias occidentales nunca acudieron a su esperada cita en Espaaporque siempre supeditaron el problema espaol a los objetivosprioritarios de la poltica de apaciguamiento. En esas circunstancias,a partir del verano de 1937, el precario equilibrio de fuerzas militareslogrado por el arribo de la ayuda sovitica fue desmoronndose pocoa poco y sin remisin en favor del general Franco. Debido a unaserie de obstculos irresolubles (gran distancia geogrfica, limitacionesde la industria blica sovitica, eficaz bloqueo naval italo-franquistay estado imprevisible de la frontera francesa), los intermitentes sumi-nistros militares soviticos fueron incapaces de contrarrestar en can-

    de Europa, op. cit., p. 168. Un repaso sumario a la diplomacia franquista duranteel conflicto en NElLA, J. L.: La sublevacin y la improvisacin de una polticaexterior de guerra, en TUSELL,]., y otros: La poltica exterior de Espaa en el siglo xx,op. cit., pp. 263-297.

    36 Confidencia de Negrn a su correligionario y amigo Juan Simen Vidarte,subsecretario del ministerio de Gobernacin, recogida en el libro de memorias deste: Todos fuimos culpables, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1973, pp. 764-765.Sobre el perfil de la poltica exterior republicana cabe citar tres estudios bsicos:MlRALLES, R: La poltica exterior de la Repblica espaola hacia Francia durantela guerra civil, Historia Contempornea, nm. 10, Bilbao, 1993, pp. 29-50; del mismoautor: Las iniciativas diplomticas de la II Repblica en la guerra civil, en TUSELL,]., y otros: La poltica exterior de Espaa en el siglo u, op. cit., pp. 245-262, YMRADIELLOS, E.: Una misin casi imposible: la embajada de Pablo de Azcrate en Londresdurante la guerra civil, Historia Contempornea, nm. 15, 1996, pp. 125-145.

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    tidad O calidad a los suministros enviados regularmente por el Ejea Franco. As fueron sucedindose las victorias militares franquistasy las derrotas republicanas durante el segundo semestre de 1937Y a lo largo del ao 1938. La persistente negativa de las democraciasa acudir en auxilio de la Repblica pes como una losa en su estrategiamilitar y en su vida poltica interna. El momento culminante de loque fue un lento desahucio internacional qued sellado en septiembrede 1938, durante la grave crisis germano-checa por la suerte de losSudetes que puso a Europa al borde de una nueva guerra general.A la postre, la firma del Acuerdo de Mnich por parte de Francia,Gran Bretaa, Italia y Alemania demostr claramente que no se ibaa producir un conflicto europeo a causa de Checoslovaquia y, anmenos, a causa de Espaa.

    De hecho, el resultado de la conferencia de Mnich no fue sloel reparto de Checoslovaquia, sino la prctica extincin del problemaespaol como foco de tensin internacional. No en vano, la decisinde Franco de proclamar su neutralidad durante la crisis de los Sudeteshaba aliviado los ltimos temores franco-britnicos hacia su causa,en tanto que la conducta de las grandes democracias en la crisishaba significado un golpe mortal para las esperanzas republicanasde recibir su apoyo vital. Desde entonces, la virtual desintegracininterna de la Repblica hizo posible el rpido avance sin resistenciade las tropas franquistas en el frente y culmin con la victoria totale incondicional de Franco el 1 de abril de 1939. La guerra civilespaola haba terminado y dejaba un legado de extensas prdidashumanas, amplia devastacin material y profunda postracin eco-nmica. El pas quedaba en manos de una dictadura militar caudillistaen pleno proceso de fascistizacin poltica, profundamente antico-munista (firma el Pacto Anti-Komintern italo-germano-nipn el 7de abril de 1939), virulentamente antidemocrtica (abandona ladenostada Sociedad de Naciones el8 de mayo de 1939) y firmementevinculado a las potencias del Eje por tratados de amistad (con Italia,28 de noviembre de 1936) y protocolos de colaboracin (con Ale-mania, 20 de marzo de 1937). En todo caso, slo cinco meses mstarde de esa victoria franquista estallara la guerra europea que tanlaboriosamente haba evitado (o ms bien aplazado?) la polticacolectiva de N o Intervencin.